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CONTRA EL AMOR

Tiendo a abandonar toda relación fusional;


sentirme “soltera”, al mismo tiempo que soy
capaz de ternura, sinceridad, dulzura y distin-
tas sexualidades. Tiendo a ser más suscepti-
ble en mis amistades y amistades sexuales.
Me doy cuenta de que mis ideas, mis cons-
trucciones afectivas, están en desfase con
las representaciones corrientes del Amor y la
amistad. En particular, esa separación-oposi-
ción entre el Amor y la amistad, que contri-
buye a preservar el modelo dominante de la
pareja casada-cerrada.
A menudo me encuentro con que basta besar
a alguien con la lengua, o que dos personas
tengan una/s relaciones sexuales juntas para
que “salgan juntas”, creen una suerte de de-
pendencia mutua, una mirada más o menos
permanente y opresora sobre el/la otrx (una
vigilancia), todo lo cual está valorizado social-
mente. Decir (o significar de alguna manera)
“estoy enamoradx”, “te amo” o “tengo una
pareja” resulta bastante gratificante. La pose-
sión y los celos son fomentados, la indepen-
dencia y la autonomía no lo son.
Me siento desfasada; no salgo con nadie, ten-

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go amigxs, más o menos estimadxs, que me
aportan más o menos, a quienes tengo ganas
de aportar más o menos. Porque yo lxs esti-
mo, y cuando estoy feliz de la relación amis-
tosa que desarrollo con ellxs, tengo ganas de
significarlos con mis signos de afección y de
satisfacciones: un masaje, un beso, un largo
abrazo, un cariño, unas caricias, una sonrisa,
dormir bajo su calor, o aún mejor, tener rela-
ciones sensuales o sexuales con ellxs.
Se trata de intercambios tiernos y múltiples
para decir que lxs aprecio, sin establecer una
relación de pareja o unas relaciones de pare-
jas más o menos ambiguas.
Trato de ser relativamente autónoma, mien-
tras intercambio el placer de los cuerpos, sin
posesividad, sin un dominio opresivo sobre
el/la otrx.
Estar soltero no significa no tocar a nadie; te-
ner relaciones sexuales con alguien no signi-
fica dependencia y amor fusional.
Al día de hoy, beso a veces a ciertxs de mis
amigxs y a mi mamá en la boca, algunx tiene
a veces relaciones sensuales y sexuales con-
migo, duermo a veces bajo el calor de algunxs

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otrxs, aprieto muy fuerte y sensualmente en
mis brazos a otrxs también, se me da hacer
el amor con una amiga y besar a su amigo
al mismo tiempo, y mañana no lo sé, quizá
sola…
Deseo a muchxs de mis amigxs; con aquellxs
que comparten estas ideas nos permitimos
mucha libertad —posibilidades— y sabemos
que existe esta ternura.
Disociando sexualidades y propiedad exclusi-
va quiero romper con las relaciones de des-
precio y de violencia físicas, de autoridad, y
también con la costumbre de razonar en fun-
ción de la/el otrx.
El Amor en el patriarcado beneficia a la opre-
sión de las mujeres (cf. el resumen de la idea
moderna de amor). La amistad me parece
un poco más racional y objetiva que las re-
laciones llamadas “amorosas”. Es por esto
que pienso que estas reflexiones se inscriben
dentro de un enfoque político, feminista de mi
parte. E incluso si se me puede reprochar esta
elección, incluso si es difícil construir relacio-
nes positivas fuera de las normas enajenan-
tes del Amor, incluso si la incomprensión de

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algunos allegados me causa dolor, edifico mi
fuerza y mi alegría, liberada de la expectativa
loca y atormentada del príncipe o la princesa
encantador/a.

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LA CULTURA DEL AMOR
El Amor y sus representaciones no son bana-
lidades tontas a despreciar de paso, sino vec-
tores de sufrimientos y exclusiones a comba-
tir.
“—¿Estás en una relación Amorosa?
—No, no diría que es Amor. Es más una amis-
tad tierna, una amistad sexual, una bonita afi-
nidad, no sé. Pero de esto a hablar de Amor…
El término es un poco fuerte.”
“Amor”, un término un poco fuerte, un poco
vago, más bien indiscernible, relativamente
devastador. No se sabe muy bien cuándo em-
plearlo. Ciertamente no importa cuándo. No
se sabe nunca verdaderamente todo aquello
que recubre, uno se encuentra a menudo un
poco perdido frente a él, la única cosa que se
sabe es que tiene peso. No se juega con esta
palabra.
Bueno. Quizá sería necesario, entonces, co-
menzar por cuestiones de vocabulario. Así
pues, cuando algunos seres experimentan
la afección pueden transmitirse diferentes

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cosas; pueden tener diversos intercambios
afectivos:
—Besos en la mejilla. Besos en los labios. Be-
sos en el codo. Besos en otra parte. Nariz con
nariz. Caricias. Abrazos. Grandes emociones
por la mano. Brazos entrelazados. Caricias
en su cabello. Sueños lado a lado, o pegadxs.
Cunnilingus, felaciones. Cosquilleos. Caricias
genitales. Penetraciones anales. Paso por to-
dos ellos y los mejores que hay. Llamaremos
todo esto intercambios psíquicos. Parece ha-
bitual dividirlos en dos grupos: aquellos que
procuran un placer sexual, que llamaremos
entonces intercambios sexuales, y aquellos
que procuran otros placeres, que llamaremos
gestos de ternura.
—Miradas. Discusiones interminables. Ala-
banzas. Señales de atención, de escucha, de
interés. Momentos pasados juntos. Palabras
dulces. Rebanadas de risas. Sonrisas cómpli-
ces. Paso por todos ellos y los mejores tam-
bién. Se trata aquí también de intercambios
afectivos, pero sin contacto físico: actitudes,
comportamientos, diálogos…

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Cuando se participa en intercambios afecti-
vos, y que uno de ellos ocurre bien, se retiran
cosas de ellos, a las cuales llamaremos bie-
nes afectivos. Sensaciones agradables, de
dulzura, de placer, de ternura, sentimientos
de valorización, sentimientos de complici-
dad, impresiones de existir, de contar,… Como
cuando se intercambian cosas palpables y
almacenables, como cuando intercambio al-
gunas monedas por una cortadora de césped,
efectúo un intercambio material y obtengo de
él un bien material: una reluciente cortadora
de césped. Podría decirle a mis amigxs que
vengan a admirar mi lista de bienes materia-
les: “sí, tengo esto, tengo aquello, tengo una
bomba de bicicleta y una cortadora de cés-
ped”. Si lo quisiera, luego de una hora con Phi-
lippe, podría hacer interiormente la cuenta de
mis bienes afectivos, y vería que nuestra hora
de intercambio me ha procuado 25 gramos
de placer sensual en el dedo del pie izquier-
do y 89 onzas de sentimiento de complicidad.
No digo que sea necesario contarlo todo, no
lo es, sólo trato de ilustrar el vocabulario que
propongo.

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Prosigamos, prosigamos, quedemos segur-
xs de no embrollarnos los pinceles con todo
esto. Los intercambios afectivos entre per-
sonas pueden tomar toda una serie de for-
mas, toda una serie muy larga y diversa de
formas, plena de sutilezas, originalidades,
creatividades y tabús. Puede tomar la forma
de intercambios físicos o no, de intercambios
sexuales, de gestos de ternura. Y cuando es-
tos intercambios afectivos nos hacen bien,
extraemos de ellos bienes afectivos. ¿No es
así? Bueno.
Las diferentes culturas que esmaltan la hu-
manidad tienen cada una su manera de ges-
tionar todos estos intercambios afectivos.
Algunos son prohibidos, otros son tolerados,
o categorizados, reagrupados, codificados,
sucedidos, nombrados, normativizados. Por
ejemplo, nuestra cultura tiene principalmente
dos palabras para los intercambios afectivos:
“amistad” y “Amor”. Sorprendente, ¿no? Sólo
dos palabras, sólo dos etiquetas, para tantos
intercambios afectivos diferentes.

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“—¿Tú crees que puede haber amistad entre
un chico y una chica? ¿Cuál es la diferencia
entre la amistad y el Amor?”

La cuestión es absurda porque sobreentiende


que el Amor no puede existir entre chicos y
entre chicas. Pero al mismo tiempo es reve-
ladora: nuestro pobre vocabulario sólo deja
dos términos a nuestra disposición para ha-
blar de relaciones afectivas. No se dice “con él
hay besos, escucha y complicidad” o “con ella
hay un poco de sexualidad y muchas risas”,
se dice “con tal hay Amor” o “contigo es sólo
amistad”. Se clasifica nuestras relaciones en
dos casos muy reductores. Y estos dos ca-
sos no son equilibrados, lejos está de ello.
“La amistad” recubre una enorme variedad de
intercambios afectivos. “El Amor” no es nada
más que un punto culminante, una totalidad,
la amistad centuplicada, la amistad al extre-
mo. Es enorme y rarísimo a la vez.

“El Amor, el Amor… ¿Qué es exactamente?”


La etiqueta “Amor” ha sido inventada por
nuestra rica y maldita cultura en lo profundo

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del Medievo. Una dosis de cristianismo y una
dosis de amor cortés, ¡y listo! he aquí elabo-
rado el mito del Amor con una A mayúscula,
el ídolo Amor, que atraviesa las eras encima
de su joven y bello caballo blanco, con poe-
mas románticos en dramas contemporá-
neos. Pues bien, yo no soy historiador, pero
debe haber alguien que haya estudiado el na-
cimiento y el crecimiento de este ídolo; algún
día haré mis investigaciones.
“Pero entonces, ¿qué es el Amor?”
El Amor es un Dios. Se comulga con él en el
éxtasis más completo. Se le espera a la vuel-
ta, se le llama en auxilio, se sueña con ser to-
cadx por su gracia, se teme su furia más que
nada. Se le adora. Se le ruega, la noche en la
cama, que se manifieste. Él nos salvará. Es la
única cosa que hará de nuestro camino en la
tierra un paraíso. Al mismo tiempo nos pro-
mete los dolores más atroces e imponentes.
El Amor es una forma de intercambio afectivo
total. Totalizante. Totalitario. El Amor es todas
las formas de intercambios afectivos reuni-
dos. Un monstruo, un leviatán, una hidra de

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muchas cabezas. No hay afección parcial o
matizada, quizá “sólo” queda amistad, o coo-
peración sexual, o afección fraternal… Ade-
más de ser absoluto, absolutamente enorme
y absolutamente exhaustivo, el intercambio
afectivo de tipo “Amor” debe corresponder a
criterios precisos. Sólo tiene lugar entre dos
personas heterosexuales. Debe ser inmortal,
en todo caso debe durar años y años. Debe
vivirse en pareja exclusiva, luego casada, con
hijos, el perro es una opción pero ayuda a per-
suadirse de que uno se encuentra bien, en
este verdadero Amor, con su verdadera fami-
lia y sus verdaderas imágenes de Épinal. Por
otra parte, es muy importante preguntarse
regularmente si nuestro Amor es “verdadero”,
“auténtico”. Ya que uno no blasfema con el
Amor, no se pronuncia su nombre en vano, si
no, uno comete sacrilegio, ¡sacrilegio!
“Un día mi Príncipe vendrá…”
El Dios Amor tiene sus Cristos, sus retoños
encarnados: éstos son el Príncipe encanta-
dor [o Príncipe azul según nuestra tradición]
y la Princesa encantadora. Helos aquí que se
abalanzan, ¡miren su prestancia, su aspecto,
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su encanto, su belleza! No son seres huma-
nos, son ángeles. Son perfectxs archidesea-
bles, legendarios. ¿Se dignarán a dirigirnos
un guiño de ojo? ¿Llegaremos a atraparlxs,
a poseerlxs, a unirse uno con ellxs y el Amor
en una santa trinidad? ¿Llegaremos a pare-
cernos lo suficiente a ellxs para provocar un
efecto igual alrededor de nosotrxs? ¿Para que
por todas partes, constantemente, las gentes
se inclinen y nos declaren su ardor?
Adoramos al Príncipe o a la Princesa encan-
tador/a, y a través de ella o de él adoramos
todas las normas sociales con las que viste
nuestra cultura. Nuestra cultura diseña un
Príncipe encantador grande y fuerte, tranqui-
lizador y protector: mujer, ¡es a éste a quien
tú desearás! Hombre, ¡éste es el modelo que
tú seguirás para seducir! Nuestra cultura pre-
senta una Princesa encantadora sensible y
dulce, delgada y lisa: hombre, ya no sueñes
más que con esta sucedánea [ersatz], mujer,
¡confórmate dentro del sufrimiento y el sa-
crificio! Lxs comerciantes de ropa, lxs publi-
cistas, las fábricas de productos de belleza,
y sobre todo el patriarcado, encuentran en el

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Príncipe y la Princesa encantador/a sus me-
jores aliadxs. ¿Qué otra norma social puede
jactarse de ser ardientemente deseada hasta
este punto?
“I’m feelin’ blue…”
Esa melancolía gastada por los mitos. Esos
sueños, esos fantasmas, esas esperanzas,
esa energía, esas estrategias, esos temblo-
res, esos miedos, esos nudos en el estóma-
go, esas penas, esas lágrimas, ¡esas lágri-
mas! ¡Para cuentos! El Amor, el Príncipe y la
Princesa encantador/a deberían permanecer
como simples historias de terror, mitos iden-
tificados y concientizados como tales… Pero
no, queremos creer en ellos, traernos estos
mitos a nuestra realidad, los buscamos sin
descanso, pensamos “acabar por encontrar-
los un día”. Dios no existe, el tesoro del Rey
Midas menos, el Príncipe y la Princesa encan-
tador(a) aún menos, son sólo unas leyendas.
¿Para qué arruinar nuestra vida esperando,
decepcionados y llorando por unas leyendas?
Se dirá que exagero, que las gentes compren-
den pronto que todos esos mitos son unos

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mitos. Yo digo que esos mitos son peligrosos.
Estropean alegremente las emociones más
profundas, afectan lo que hay de más dolo-
so, de más íntimo, de más sensible en noso-
trxs: el ego, los afectos, las necesidades de
reconocimiento, los miedos del abandono…
Suscitan dependencias, odios, retortijones,
depresiones. Inspiran hostigamientos, suici-
dios, crímenes pasionales. E incluso sin llegar
a esto, gran cantidad de gentes pasan toda su
adolescencia, por ejemplo, creyendo tan fuer-
te como el hierro en el Amor, y sufriendo por
él; pueden salir de él, pero guardan inevitables
secuelas por lustros. Una adolescencia de
sufrimiento es ya demasiado, ya tan sólo un
año es demasiado, dejemos de inspirar la fe
en un Príncipe o una Princesa encantador/a,
no será “cuando uno sea grande” que se
“comprenderá”, ayudémenos desde ahora a
ser autónomxs y serenxs en el plano afectivo.

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EL ARTE CURSI/ENFERMI-
ZO/EMPALAGOSO
[ MIÈVRE ]
Dos preguntas atormentan a la pequeña
Elisabeth. “Dime Mamá, ¿por qué en las his-
torias de la tele siempre son los buenos quie-
nes ganan?” Esta pregunta es muy justa y
amerita esquemas tortuosos y conciliábulos
profundos. Pero aquí nos importa menos que
la segunda: “Dime Abuelo, ¿por qué todas
las canciones de la radio hablan siempre de
Amor?” Esto es verdad, el Amor es cantado en
un micrófono, se lo tararea en la calle, se ha-
cen discos de oro con él, Love por aquí, Love
por allá. “¿Pero por qué, Abuelo, los cantantes
no hablan de la muerte o del mar o del po-
der o de la geología? ¡Hay bastantes cosas
que decir!” Abuelo responderá que de todas
estas cosas, el Amor es la más bella, la más
intensa, la que nos estremece en nuestras
entrañas y que nos hace escribir canciones.
Ciertamente, nuestra cultura no nos enseña la
sensibilidad en las brisas, en los olores, en las

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injusticias, no nos ofrece sino un gran escalo-
frío, uno solo, que vence a todos los demás: el
Amor. ¿Encuentras esto justo, Elisabeth? ¿Las
ganas no te llevan a pedir socorro a Jeanni-
ne, Béatrice y Maurice, e ir a silenciar a todxs
esxs romantic love singers, esos abuelos nor-
mativizados, esas Barbie y esos Ken que se
pegan a tus dedos?
Bah, todxs nostrxs no somos lo suficiente-
mente fuertes como Elisabeth, y nos dejamos
arrastrar por esas dulces zarabandas, esos
cuentos melosos y amargosos. Difícil escapar
de esto: los dibujos animados, las fábulas, las
películas, los anuncios, las revistas, las nove-
las, las noticias, nuestrxs colegas incluso… el
Amor nos es contado a montones. Estos rela-
tos de Amor nos construyen, nos flanquean su
cultura en nuestro espíritu, nos aculturan, nos
enseñan a desear todos esos mitos. Nuestra
sensibilidad es construida por ellos, al mismo
tiempo que ésta los exige. Cuando vamos al
cine a ver una “bella” historia de Amor, y que
salimos de él turbixs, soñadorxs, venimos de
vivir un poco de ese Amor contado, y a la vez
venimos de integrar un poco más que él re-

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sulta bello, que resulta grande y que tenemos
interés en aspirar a él. Esas películas compen-
san nuestra miseria afectiva, nos ofrecen un
momento de identificación y de catarsis, nos
permiten vivir mediante procuración aque-
llo que no encontraremos nunca en nuestra
existencia. Consoladoras y a la vez vehículos
de la cultura del Amor, tranquilizan nuestros
sufrimientos, nuestras frustraciones, al mis-
mo tiempo que preparan el terreno para que
éstos se refuercen.
¿Te has percatado de cómo funcionan los re-
latos de Amor? Siempre son la mismas can-
tinelas. Un Príncipe encantador y una Prince-
sa encantadora se encuentran, el Amor nace,
malicioso, en el rincón de las miradas disimu-
ladas y de las situaciones inesperadas. Lue-
go el Amor es llevado a la escena, ésta es la
fase de la seducción, la heroína y el héroe se
aproximan, se acechan, se subescuchan, se
malescuchan… Suspenso… Pero la historia de
Amor termina bien, el Príncipe y la Princesa se
caen en los brazos, es la apoteosis del Beso,
y luego lo genérico. ¿Y después? ¿Qué resul-
ta de la vida post-Beso? Suponemos el Edén

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amoroso, una imagen estereotipada [figée],
nacarada, soñada, “vivieron felices y tuvieron
hijos”. Es precisamente aquí, en esta cesación
del relato, en este silencio, que se expresa el
mito del Amor: la felicidad en el Amor es tan
total que no queda nada que contar. Las prue-
bas dignas de pavor y de atención residen en
la seducción; la vida entre Enamorado y Ena-
morada es lisa como la mantequilla, exenta
de pruebas, sobresaltos, sorpresas. En caso
extremo, si esa vida aparece en sus dificulta-
des sólo sirve de decorado para que unx de
lxs cónyuges se fatigue y arranque una fase
de seducción con alguien más.
Únicamente los relatos más “intelectuales”,
más difíciles de acceder, cuentan los obstá-
culos y dificultades una vez que el Amor fue
declarado, sellado: el encarcelamiento amo-
roso, el hastío y el fin del sentimiento Amo-
roso, la lugubridad [glauquitude] de la vida
familiar… En las revistas empalagosas [miè-
vres], los problemas de la vida post-Beso son
tratados científicamente, con grandes refuer-
zos de psicólogos, como anormalidades casi
medicalizables, enfermedades de la época.

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Pero el registro del relato, aquel que nos hace
estremecer, aquel que marca nuestras emo-
ciones y nuestros deseos, permanece reser-
vado a la vida pre-Beso: el Amor en el relato
“popular” no es nada más que un alivio final,
un happy end. Este esquema tiene repercu-
siones en nuestra cabeza, y alimenta el mito
del Amor, chapado enseguida sobre nuestra
realidad, nuestros proyectos y aspiraciones.

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LA ECONOMÍA DEL AMOR
La cultura del Amor hace nacer toda una eco-
nomía de la afección. Porque, idealizando y
enrareciendo a la vez los intercambios afec-
tivos, crea una miseria y luego una demanda.
Nuestra cultura idealiza el Amor. El Amor es
todo, todos los intercambios afectivos reuni-
dos, todos los bienes afectivos de un solo gol-
pe. Es una mina, un tesoro afectivo. El Amor
deviene entonces una forma de relación ex-
trema, soñada, deseada a ultranza. Cuando
uno no la tiene, se quiere absolutamente te-
nerla. Cuando uno la tiene, se tiene un miedo
absoluto a perderla. Y cuando uno ya no la
tiene, se muere, o casi.
Pero al mismo tiempo, la definición del Amor
es tan precisa, tan exigente… que es muy di-
fícil encontrarlo. Es necesario tener todos los
bienes afectivos del Amor a la vez, o no te-
ner ninguno: no hay otra opción. Es necesario
entrar en todas las categorías sociales pre-
vistas por el Amor. No hay ternura sin pareja
exclusiva, no hay pareja sin Príncipe o Prince-
sa encantador/a, no hay intimidad sin pacto

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eterno… Ahora bien, todas estas condiciones
son tan restrictivas, hacen de nosotrxs seres
tan exigentes, que las posibilidades de vivir
intercambios afectivos se vuelven raras. Aquí
comienza la miseria afectiva.
Es así que los bienes afectivos se vuelven bie-
nes de lujo. Se les da un aura, un brillo, un va-
lor completamente exagerado, cocinándolos
con mitos. Al mismo tiempo, se les reserva a
situaciones tan precisas y totalitarias que lle-
gan a carecer. La cultura del Amor fomenta
su demanda al mismo tiempo que reduce su
cantidad disponible. Crea individuos esquizo-
frénicos, que se construyen un deseo ardiente
de Amor al mismo tiempo que se construyen
una definición de él demasiado exigente. Se-
res que se hacen dependientes de un ideal al
mismo tiempo que se lo hacen inaccesible.
“Si no tengo todo esto a la vez, no tengo nada,
no soy nada”.
Allí donde hay una economía, una escasez,
una miseria, el capitalismo se precipita. Des-
embarca primero con todos sus principios,
representaciones, comportamientos. La es-
casez de un bien inspira a todxs el miedo de

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carecer de él, la competición para adquirirlo,
la propiedad para no dejarlo fluir.
La competición afectiva concierne por ejem-
plo a la captura del Príncipe o de la Prince-
sa encantador/a. Forzosamente. Gentes tan
perfectas no recorren las calles. Pensamos
haber identificado al nuestro o a la nuestra,
pero a menudo miramos alrededor y descu-
brimos muchas otras miradas vueltas hacia
ella o él. Porque nuestros criterios amorosos,
que nos parecen tan íntimos y personales, tie-
nen raíces muy culturales, y son compartidos
por tanto mundo que uno no lo cree… La Prin-
cesa o el Príncipe encantador/a es el guapo
o la guapa de la clase, la estrella del pueblo…
O, en el último extremo, el o la sex-symbol,
salmodiadx a lo largo de revistas y emisio-
nes de TV… Llegamos incluso a envidiar a la/
el cónyuge de la/el sex-symbol, una estrella
a su vez, pero más próxima de nosotrxs po-
bres aspirantes, estrella por haber ganado al
sex-symbol, por tener cercado a todxs lxs otr-
xs pretendientes, “vaya suerte que tiene”.
El miedo de la miseria afectiva lleva a todas
las declinaciones posibles de la propiedad

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afectiva… Posesividad, celos, dependencia…
“Ella está conmigo, tú no la tendrás… Si tú la
consigues yo me encontraría solo… A menos
que tenga un plan de reemplazo, tal otra por
ejemplo, sé que yo le gusto bastante, afortu-
nadamente porque la soledad afectiva es la
muerte”. El Príncipe o la Princesa encanta-
dor/a son unas aves raras que se enjaulan.
Unas veces uno se engaña mutuamente y
permanece así, unos años en pareja, pegados
unx sobre otrx, porque ambxs tienen miedo
de aquello que ocurriría fuera de esa relación,
miedo del camino a cumplir de cero para en-
contrar y seducir a un nuevo Príncipe o a una
nueva Princesa.
Finalmente, la escasez de los bienes afecti-
vos cava fosas entre “poseedorxs” y “no po-
seedorxs”. Lxs excluidxs de la afección son
legión, excluidxs por su físico, por su falta
de experiencia, por falta de soltura, por falta
de confianza en sí, cara a ese reto enorme y
complejo que es el acceso al Amor… Pode-
mos decir que carecen de capital afectivo. Y
como en todo sistema de dominación, menos
se tiene capital, menos se tiene oportunida-

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des de ganarlo: es un círculo vicioso. Lxs ex-
cluidxs de la afección carecen de seguridad
en la partida, luego viven pocas experiencias
afectivas, luego no tienen jamás la ocasión de
ganar seguridad, luego permanecen disca-
pacitadxs, a menos de un encuentro de tipo
milagroso.
Paradójicamente, e injustamente, son usual-
mente lxs excluidxs de la afección quienes
integran más que todxs lxs demás los mitos
dominantes y los comportamientos del ca-
pitalismo afectivo. Su falta de experiencia no
les permite destruir los mitos del Amor, com-
prender su absurdo. Demasiado habituadxs a
la carencia, sufren el terror de perder la menor
pizca de afección adquirida. Los olvidamos
rápido y los encontramos a veces en los he-
chos diversos, depresiones, violaciones, inter-
namientos, delirios diversos y variados… La
miseria afectiva deseca lo moral y deja morir
de hambre a los nervios.
No olvidemos que la miseria afectiva es sólo
una construcción social, nacida de la cultura
del Amor.

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Allí donde hay una escasez, hay una deman-
da, y luego un nuevo mercado. Es aquí que
el capitalismo desembarca, esta vez, ávido
de ganancias, sacando beneficio de la mo-
ral Amorosa, como de otras morales. ¿De-
sea usted productos afectivos? Aquí tiene
sustitutos, por medio de fondos: pornografía,
prostitución, psicoterapias, muñecas infla-
bles… El dinero es un buen atajo. No podemos
comprar el Amor, sin duda, porque entonces
mataríamos el ideal del Amor y sus produc-
tos derivados, pero podemos comprar todos
estos bienes afectivos parciales, aislados, es-
pecíficos, que la cultura del Amor reúne y en-
cierra dentro de sus mitos. Atención, escucha,
ternura, sexo, aquí los sustitutos.
¿Cómo acceder a los bienes afectivos?
Es la pregunta que todo el mundo realiza. Te-
nemos 4 respuestas posibles frente a noso-
trxs.
1) Suscribirse a los criterios del Amor. Volver-
se un Príncipe o una Princesa encantador/a y
encontrar a su Príncipe o Princesa encanta-
dor/a. Seducir. Pero esta vía está reservada a

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lxs poderosxs, a lxs jóvenes, a las bellas y los
bellos, a lxs confiadxs, a lxs experimentadxs.
Es compleja y selectiva.
2) Comprar los sustitutos de bienes afecti-
vos. El dinero es, a pesar de todo, una herra-
mienta más fácil que todas esas empresas
de seducción, que son muy complicadas y
arriesgadas. El problema es que el dinero hay
que encontrarlo… Formar parte de las clases
económicamente dominantes, y/o estar dis-
puesto a venderse en el mercado de la explo-
tación asalariada… Pero después de todo, el
dinero es la solución de repuesta más fácil, en
una sociedad que nos empuja con todas sus
fuerzas al trabajo remunerado, y que nos in-
cita a resolver nuestros problemas de manera
individual.
3) Entregarse a la violencia, el chantaje, la
amenaza, la violación. Otro atajo que exige
otras habilidades, que muchos escogen, y
que provoca estragos.
4) Curar el problema de raíz: destruir la cultu-
ra del Amor y esparcir la abundancia afectiva
que aquélla mantiene prisionera. Lanzarse in-

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dividualmente, colectivamente, socialmente,
a una deconstrucción de las normas relacio-
nales. Ésta es la solución en la cual yo creo.
Los bienes afectivos están disponibles en
cantidades, están allí, ¡existen! Rebosamos de
recursos afectivos, todxs soñamos otorgarlos
y probarlos, ¡depende solamente de nosotrxs
hacerlo! La escasez de los bienes afectivos
es una ilusión, un decreto que basta con des-
trozar, es también falso que la escasez de los
bienes materiales, aumentada de cabo a rabo
por el sistema capitalista para sancionar a
aquellxs que rechacen trabajar para las po-
seedores.
¡Gratuidad de los bienes afectivos! Por una
afección abundante, igualitaria, sin domina-
ciones. Por una pornografía live, por unas psi-
coterapias gratuitas, por el fin de las especia-
lizaciones, de las profesionalizaciones de la
escucha y la sexualidad. Para prohibir un día
las relaciones espectaculares-mercantiles de
nuestras vidas afectivas como del resto de
nuestra existencia. ¡Cuanto antes, mejor!

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ALGUNAS PROPOSICIO-
NES PARA UNA ABUN-
DANCIA AFECTIVA:
—Construir relaciones afectivas únicas, cons-
cientes y particulares, más allá de toda norma
relacional, tan diversas como los individuos
que implican y sus deseos.

—Esparcir y banalizar las relaciones afectivas,


en lugar de sacralizarlas.

—Considerar la no-exclusividad, lo que no


quiere decir consumir indolentemente com-
pañerxs unxs después de otrxs, sino dejar
la posibilidad de descubrir poco a poco una
diversidad de relaciones afectivas igualita-
rias, por qué no simultáneas, siendo muy muy
consciente de que el estado actual de las co-
sas quiere decir lanzarse a una experimenta-
ción, y que esto implica tanta más atención
y calidad de comunicación entre lxs experi-
mentadores.

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—Dejar de decir “estoy enamoradx de ti”, decir
más bien “soy dependiente de ti”.

—Dejar de hablar de Amor y amistad, escoger


términos más precisos.

—Añadir acné y barriga a los iconos de los


Príncipes y las Princesas encantadorxs.

—Hablar a los niños de otras formas afectivas


que el Amor.

—Deconstruirse, muy dulcemente, muy pro-


gresivamente.

—Desarrollar la autonomía afectiva, lo que


no quiere decir encerrarse en sí mismx, sino
variar y multiplicar las fuentes de afección
(momentos privilegiados con amigxs o con sí
mismx, cariños, masajes, auto-sexualidad,…),
para relacionarse con lxs otrxs sin miedos y
dependencias, sobre bases más seguras y
abiertas.

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amor/

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Córdoba, Argentina.
Invierno, 2017.

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