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“Porque la poesía es la mejor zona de tolerancia”

ISSN: 2357-4771

...Este hombre no se ha muerto,


se reintegró total al universo.
Si habló de la belleza
era porque tenía simplemente
dos ojos para arañar los días
y una pipa para guardar su humo.
Porque habitó una calle
con música de ciegos

26
y con niños de silencio y azufre...

Alberto Rodríguez Cifuentes


26 ODA A LA OSCURIDAD
“NUNCA HABRÁ OTRO SILENCIO”
DIRECTOR


Fernando López Rodríguez
A Marco Fidel Chávez
PARTICIPAN
Armando Barona Mesa

5 0 A Ñ O S
Óscar Rodríguez Cifuentes

CARÁTULA
Arley Urrego
Soy el poeta de las tinieblas,
CONTRACARÁTULA
1967 - 2017 mas no quiero ni vengo
Andrés Herrera Puerta a anunciar la nueva oscuridad
CORRECCIÓN
ni la muerte de los dioses,
Antonio Bolívar
Este año ha sido pródigo en celebraciones: 500 años de la reforma protestante, 150 años porque esta la comprobaréis
Luis Alejandro Rojas de la publicación de la novela “María” de Jorge Isaacs Ferrer, 150 años del nacimiento del
ARTES poeta nicaragüense Rubén Darío, 150 años de la muerte en París del poeta Charles Pierre por el hedor de sus templos
Victoria Eugenia Gómez M.
Baudelaire y 100 años de la Revolución Rusa. y por el luto de sus vestiduras.
Cartago, Valle, Colombia.
cantarrana-@hotmail.com Vengo únicamente a decirme
que la verdad es un pozo
Hace 75 años, el 14 de enero de 1942 en Ciudad de México, murió el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob. Hace
cincuenta años, el 30 de mayo de 1967, la editorial Sudamericana, en Buenos Aires Argentina, publicó la novela “Cien de infinitas aguas negras.
años de soledad” del Nobel colombiano Gabriel García Márquez. Cinco meses más tarde, el 9 de octubre del mismo Que la eternidad fue hecha
año, fue fusilado en la localidad de “La higuera”, Bolivia, Ernesto Guevara de la Serna, conocido como “Che Gueva- bajo las plataneras de Grecia
ra”.
y que después la explotaron
En el plano de las literaturas regionales es importante reseñar que hace cuarenta años, el 4 de marzo de 1977, murió el y la vendieron en pública subasta
escritor caleño Andrés Caicedo y hace cincuenta años, en abril de 1967, en Santiago de Cali, el poeta cartagüeño Alber- los fariseos, los saduceos y los cristianos
to Rodríguez Cifuentes publicó el libro de poemas “Nunca habrá otro silencio”. Era su ópera prima, el poeta contaba al son de la parábola de su avidez.
con veintiocho años de edad y había logrado celebridad en los círculos intelectuales de la capital vallecaucana. Con
pompa y fastuosidad se han realizado infinidad de eventos para conmemorar los acontecimientos antes menciona- A nadie pues de esto quiero conversar.
dos. Sin embargo, nadie ha tenido en cuenta al poeta Rodríguez Cifuentes. La revista de poesía Cantarrana ofrece a Yo, Alberto, el tenebroso, el confuso,
sus lectores una edición especial para hacer memoria sobre la vida y la obra de uno de los poetas más importantes de el mendicante de carbones,
Cartago, el Valle del Cauca y Colombia.
el tañedor de insonancias
Alberto Rodríguez Cifuentes nació en Cartago, el sábado 1 de abril de 1939 y murió el miércoles 16 de mayo de 1976. y el que tiene las llaves
Hijo de los educadores Alfonso Rodríguez y Manuela Cifuentes. Su infancia y primera juventud las vivió en Carta- del reino de la oscuridad,
go; en esta ciudad se fraguó su sensibilidad y su particular forma de relacionarse con el mundo. En 1958 el poeta se
traslada con su familia a la ciudad de Santiago de Cali, donde termina el bachillerato y estudia derecho en la Uni- aunque vosotros también la tenéis,
versidad Santiago de Cali. Integró el movimiento Nadaísta y fue miembro del grupo de artistas que fundó “Ciudad mas no sabéis usarlas.
Solar”. Durante su corta vida publicó dos libros: “Nunca habrá otro silencio”, 1967, y “Los días como rostros”, 1973. La podredumbre de la gloria
Los temas de su poesía son el tiempo, el amor, el desamor, la infancia, el compromiso político de su generación y las
diferentes expresiones del arte. no invade mis fosas nasales,
ni a mis oídos llega la salobre
“Nunca habrá otro silencio” fue editado por la Imprenta Departamental del Valle del Cauca. Está conformado por música de los rezos estulticios.
treinta y cuatro poemas donde Rodríguez Cifuentes asume los temas que caracterizarán su obra. Tenía la convicción
de que la niñez era el cuento de la abuela, un sombrero mágico, un rincón ya lejano en el tiempo y este a su vez es Solo soy un poeta de negociaciones,
simbolizado como “una granizada de manzanas oscuras”. Juega el poeta a edificar su propio perfil y busca una auto- un juglar de hórridas melodías
definición muy cercana a la bohemia francesa. A veces sus poemas son como un diario donde es importante nombrar y un jugador de vidas en declive.
el mes del año, el día, el tiempo atmosférico… para cantar el instante poético. Hay en el libro, soledad, nostalgia de
un amor que no alcanza a tener rostro, solo se atreve a nombrarlo como “una doncella de soledades”. Este libro es No me escuchéis pues,
un testimonio de una vida que al mismo tiempo tiene deleite y padecer, aire y humareda, vino y madrugadas ebrias, que no vengo a ofreceros en la cruz
abrazos y despedidas. Nuestra invitación es a retornar sobre la obra de Rodríguez Cifuentes. En sus versos hay vino, porque sé que la madera se derruye
sandalias, alquitrán, doncellas brumosas, paico, mendigos, sátiros, arquitrabe y la niebla remansada el corazón del
poeta, en el corazón del nieto predilecto de María Mazuera. en la pequeñez del gorgojo,
ni la espalda porque esta cae bajo el orín.
Por eso seguid pues sordos,
que no os hablo,
Se publica con la colaboración de: me hablo a mí mismo,
Apoyos Jurídicos Especializados S.A.S. Cel. 3155913638 Cali; Institución Educativa Académico; SINTRENAL Seccional Valle; templo mi guitarra de barbarie
Rompesilencios ediciones y Viviana Alvarado (SUTEV Cali). y me alejo de aquí con mi incidencia.
EVOCACIÓN DEL POETA ALBERTO RODRÍGUEZ sobre la cama, nave, para el amor y el sueño.
Paraíso de fiebre, opaco cual la risa
Por ARMANDO BARONA MESA de amigos que me niegan sin gallos ni sampedros.
Vengo del paraíso de la fiebre,
con mi vestido en fuga de quinina y termómetros,
mientras en la solapa de nuevo crece oculto
el jardín de los hongos de la melancolía.
1954
Desde allí se perfiló el poeta. Cargaba un acento no de poesía nueva, que ya entonces iba dejando el canto para
economizar palabras, sino de una poesía sin escuela ni ismos. Iba lleno de figuras de bella factura, dentro de un
sentimiento fatal de tristeza, de angustia, de ansiedad y de muerte. Sí, la suya fue una poesía triste, al estilo de Poe,
cuya vida siguió, adelantándose al existencialismo que entonces no se conocía. La marca de la muerte es la marcha
de la vida en el espacio breve de un suspiro o un sueño.
1975
Dirá entonces, como en un salmo: “Los días van pasando como rostros/ o como islas que jamás soñamos/ y somos
los ulises de odiseas/ que nunca cesan de desesperarnos./ Lejos aún la arcilla del silencio/ en el que habremos de
encontrarnos/ consultemos en todos los relojes/ la hora del amor y el desengaño”.

Emigramos mi familia y yo primero a Palmira y luego a Cali, cuando las hordas de una infamia sumieron en dolor
a los miembros del partido político al que pertenecíamos. Se inició al Norte del Valle; y habríamos de ver Alberto
Bardo de la desesperanza, de la bruma, del y yo temblar a nuestros padres por el terror del crimen, solazado impunemente, recorrer caminos, aldeas y pobla-
desamor, de la tristeza, de la angustia de vivir, ciones pequeñas que se destacaban en el horizonte de la cordillera con humo extenso y el rojo encendido de las
del desarraigo, del insomnio, del vino llamas. Cartago, como Tuluá, en esta tierra nuestra, sintieron fatídicamente los pasos, la presencia y los apodos de
huracanado, de la lluvia, de los pájaros los “pájaros”. Entonces fueron familiares los muertos anónimos y los conocidos.
errabundos, de la noche sin brisa, del delirio y
de la muerte buscando las estrellas. Nos volvimos a encontrar en Cali. Habían pasado más de diez años. Me contó cómo presenció el suicidio de un
Hoy te evoco brindando en tu memoria bajo una amigo nuestro, compañero de estudios, llamado Cristian Delgado, hijo de un gran patriarca conservador. Todo ha-
ronda de lágrimas. bía llegado al envilecimiento de las costumbres, al silencio de las conciencias y a la familiaridad del crimen, como
si no hubiese otro destino. O como si los caminos se hubiesen astillado desterrando los sueños. Nada era legítimo,
En la bruma imprecisa de un ayer muy lejano, veo surgir con nitidez, en la ciudad de Cartago, a un niño un año nada era propio, nada era promisorio. Y Alberto sintió bajo sus carnes la marca indeleble del dolor que le dejaba la
menor que yo. Yo tendría cinco y él cuatro. Nuestras madres eran amigas muy cercanas. Nuestros padres también. amarga convicción de la ninguna importancia de la vida o de la muerte, que se fue ahondando más con sus copiosas
Su madre era maestra de pequeña escuela privada. Se llamaba Manuela Cifuentes y su padre, Alfonso Rodríguez, lecturas de los trágicos de siempre ahogados en la angustia. Quiso entonces ser un poeta maldito, como Verlaine o
era un empleado público como el mío. El niño era Alberto Rodríguez Cifuentes. Éramos vecinos y un día, también Rimbaud, porque nada le calzaba a su ilusión o a sus proyectos, que jamás los tuvo. Y se volvió bohemio, porque
impreciso, su madre nos sentó en los pupitres, fuera de clase, y nos enseñó a leer. Claro que desde entonces fuimos poeta ya lo era en silencio, en la invisibilidad de un sueño derrotado.
amigos muy cercanos. Es curioso, pero el año que yo le llevaba —y pienso que algunas otras cosas de la vida que
fueron sucediendo—, hizo que él me diera una especie de preeminencia de mayorazgo. O sea que yo le podía lla- Por aquella época —yo no lo supe entonces— se enamoró en silencio de mi hermana Virginia, a quien en sus sueños
mar la atención para corregirle sus pasos inciertos y darle consejos, y él me oía con el respeto que se le tiene a un llamó Anadiomena y por ella suspiró en su abandono: “¿En donde estás, Anadiomena triste,/ en qué mar de cora-
hermano mayor. les asombrados/ o entre qué teleósteos sin su sombra/ se ha ocultado tu pálida ternura?/ Pues cuando el tiempo
parte la naranja/ donde dormita el ámbar de los días/ tú cruzas por mi ser como algún ala/ o un rumor de hojas
Pasamos juntos la primaria. Era precoz, casi angustioso en el deseo de bogar como un barquero insaciable el mar de secas en el viento”.
lecturas infinito de la biblioteca del Colegio Académico. Ya había leído, a los nueve años, El Tesoro de la Juventud,
que eran muchos tomos. Claro que en el colegio iba lento, a empujones, pero cumplía. Ninguno de los compañeros Yo ya era abogado, y él, bajo los rigores de su madre, entró a estudiar derecho en la Santiago de Cali. Pero sus pesa-
—quizás el único que queda vivo es Julio Mendoza Durán— desconocía la inteligencia de Alberto. Y pasamos al ba- dumbres ya lo habían conducido por los caminos del alcohol. “Este mirar el vuelo de coleópteros ciegos/ por entre
chillerato juntos en el Académico. Un día Alberto enfermó de fiebres palúdicas. Otro día nos dijeron que se estaba el cielo raso de mis pesadillas/ donde el alcohol es director de orquesta/ en un teatro, para mí, vacío”. Era saber
muriendo. Y fui a visitarlo entre los hervores de una fiebre de cuarenta y un grados y un delirio deletéreo y fugitivo, que nunca sería el abogado que de él queríamos, ni el hombre de trabajo con un pan debajo del brazo y una familia
que se aumentaba con unas pastillas llamadas aralén, que era quinina pura. Pasaron varios días de incertidumbre, alegre y bulliciosa. La marca podía más que una voluntad que había perdido en los caminos sin fin, por esos que
luego de convalecencia y posteriormente, con debilidad, se fue reponiendo. Tendría diez años. Fue entonces cuan- deambulan aquellos rostros que veía como los días sin brillo de la vida.
do unos días después me presentó, en las páginas de su cuaderno, un poema sorprendente: Paraíso de la fiebre.
Dijo entonces: “Es cierto, Tiempo, que no podré vencerte,/ mas haré la jugada de escaparme temprano/ por cual-
quier puerta falsa,/ antes que la vejez venga silvando…”.
Paraíso con junglas de abismales ojeras
donde un fuego interior calcina las palabras Un día tomó alcohol impotable, peor que el absenta de los poetas malditos. Su madre lo vio en la sala revolcándose
y deja diminutos saharas en los labios y no le creyó. Ella entró al interior de la casa y cuando volvió a salir, el bardo estaba inerte sobre la alfombra, los
y en el cerebro un vuelo de agigantados cuervos. ojos vidriosos y una mueca imborrable que apenas desdibujó su sonrisa de niño.
Es su ruta, la ruta de crueles espejismos,
“Aunque sentí de cerca la miel de la manzana, en ninguna cometa edifiqué mi viento”

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Publicación de su segundo libro


“Los días como rostros”,
Con Manuela Cifuentes,
editorial “Ciudad Solar”.
1939. De paseo por el centro de Cali,
Fotografía: Pakito Ordóñez,
Eduardo Carvajal, 1969.
2 1973. Publicación de su primer libro
“Nunca habrá otro silencio”,
1967.

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1942
Fotografía para el mosaico de abogado,
1975
seis meses antes de su muerte
Cali, 9 de octubre de 1975. Estudiante universitario,
3 1965.

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6

Primera comunión,
1945.
Inauguración de la Sociedad Cultural.
Colegio Nacional Académico.
Cartago, sábado 12 de octubre de 1957. Discurso improvisado ante la
Sociedad de areneros. Recién llegado a Cali, 1960.
1 de mayo de 1959.
INFANCIA DEL POETA
Por: Óscar Rodríguez Cifuentes.

A VECES YO NO CREO
LA ESTRELLA QUE AMO
A veces yo no creo, amada, que fui niño,
No es la estrella de Gioia, ni que mi abuela era la vejez vuelta un cuento.
ni la de Erik el rojo, Creo que con Peter Pan no fui a Nunca Jamás
ni la estrella del alba
sobre el frío del bar. ni que escribí un diciembre con la estrella y el musgo.
Es la estrella que un día
Óscar y yo miramos,
la estrella de la infancia,
Aunque sentí de cerca la miel de la manzana,
la que no volverá. en ninguna cometa edifiqué mi viento
Alberto y Óscar ni mis dedos rozaron arcoíris de vidrio,
Alberto Rodríguez Cifuente
Rodríguez Cifuentes, 1952. ni la fruta con punta de un trompo sobre el suelo.

Mi hermano se inspiró en el anterior poema a través de una experiencia que tuvimos. Por aquellos días vivíamos en la Y la luz se llevó mis prólogos de ensueño,
carrera séptima con novena. Había un edifico que se llama “Edificio Botero”. Aún existe, corría el año 1948, habitába- sintiéndome una sombra sin greda en el verano,
mos la parte alta del edificio. Mi mamá se levantaba muy temprano a rezar el rosario de la aurora, era una devoción.
Nosotros nos levantábamos y Alberto se ponía a ver la estrella de la aurora, en realidad era el planeta venus, después
al ver que la niñez era sombrero mágico
del sol y la luna es el objeto más luminoso visto desde la tierra. Mi hermano se quedaba en silencio, solo observaba, desde donde brotaban la ternura y el llanto.
decía “¡qué estrella tan hermosa!”.
A veces, pues, amada, no creo que fui niño,
Nosotros salíamos a observar, exclamábamos, lo identificábamos en esas madrugadas cartagüeñas tan azules y des- y pienso que camino sobre el día inútilmente.
pejadas. En las letanías de nuestra madre a la Virgen, la estrella volvía a brillar: “torre de David, torre de marfil, casa Regresar no se puede a donde no se ha ido
de oro, arca de la alianza, puerta del cielo, estrella de la mañana”. Esos acontecimientos tan elementales de la infancia
quedan para toda la vida. Allí se fragua la cosmovisión del ser humano. Más adelante, cuando todas sus lecturas lo
y la infancia es ya más que un rincón en el tiempo.
formaron, volvía a la infancia donde la estrella siguió relumbrando pero en forma de poema.

Mi hermano me llevaba cuatro años, a él le gustaba mucho la naturaleza, los animales. Tenía la costumbre de colec-
cionar insectos. Cogía mariposas, arañas, escarabajos, cucarrones, libélulas, chicharras… y las clavaba con alfileres en
cajas de cartón. Sus insectarios le ocupaban buena parte de su tiempo. Toda la vida le encantó el tema de los insectos,
pero nunca elevó una cometa, nunca hizo bailar un trompo, nunca jugó bolas, nunca practicó ningún deporte; desde
pequeñito empezó con la lectura. Recuerdo que sus primeras lecturas fueron la revista argentina “Billiken” y la revista SÍNTESIS…
chilena “El peneca”. Leyó con atención y gozo el libro escolar “Alma nueva”, editado en Argentina y escrito por un
tal Constancio C. Vigil. Cuando fue adulto lo buscó en el parque de Santa Rosa en Cali, el parque de los libreros, y lo
compró. El kínder lo estudió en la carrera cuarta entre calles 13 y 14. Unas de sus primeras profesoras fueron Adelfa
“Marzo en su sandalia humedecida
Campo y doña Graciela Abadía. En la mitad de la cuadra, doña Graciela tenía su casa y allí mismo funcionaba el kín- caminando a mi grito de esperanza”
der. Alberto no duró mucho allí porque había una lora. En una ocasión tumbó un asiento donde la lora era soberana y la amapola, herida sobre el limo
absoluta, casi la mata. La maestra le dijo a mi mamá: “No, señora, se me lleva ese muchachito de aquí”. Luego empezó ardiendo siempre en amorosa llama.
estudios en el Instituto Robledo, al frente de la plazoleta de San Francisco. Allí estudió la primaria. Los primeros años
de bachillerato los estudió en el Liceo Cartago. Alberto tuvo muy buena amistad con don Gonzalo Suárez y don Saúl La cigarra, sonata disecada
Rodríguez Bueno; eran los profesores de literatura. Luego afianzó su amistad con don Gonzalo Suárez porque desde
joven mostró que su gran pasión era la literatura y la lectura. Vivía entre los libros, todo lo que le llegaba lo leía. Del
sobre la piel del árbol, y su sombra,
Liceo Cartago salta al Colegio Nacional Académico, no alcanza a terminar sus estudios en Cartago porque nos tocó y la campana, pena dividida
emigrar a Cali. El matrimonio de mis padres fracasó. para el hombre y su duro mineral.

Ante la separación, mi madre consigue plaza de maestra en la capital. Llegamos a Cali en 1958 y terminamos el ba- El arcoíris, puente de la lluvia
chillerato en una institución nocturna: el Instituto Gran Colombiano. La literatura fue algo innato en Alberto. Mis desintegrado entre la mariposa
padres fueron maestros y pusieron en nuestras manos libros adecuados para desarrollar la sensibilidad. La pasión de
nosotros era salir a San Jerónimo, Santa Ana, El Enfado y la quebrada Hortés. Paseábamos y cazábamos con una esco-
y la carreta, mano campesina,
peta hechiza. Las lecturas de Ernest Hemingway lo marcaron y como el escritor norteamericano era cazador, Alberto aromada de buey y de lumbre.
lo quiso imitar. Le gustaba también la taxidermia, fue un taxidermista empírico. Como nuestras casas eran grandes
a él se le asignó un cuarto para que trabajara. Allí metía culebras en alcohol, tenía iguanas disecadas, pájaros…; eso Esta es la síntesis de mis poemas
olía muy mal, la mezcla del alcohol con el formol era insoportable. Yo era más normal. Al igual que los otros niños sencillos como izar una cometa
elevaba cometas, jugaba bolas, trompo; salía al campo y pescaba en El Enfado. Alberto aparecía con animales raros. o roer con los párpados abiertos
Una vez llegó con unas ranas del Chocó, de esas de colores, negras con rojo y negras con amarillo. Otra vez apareció
con un oso hormiguero. Nuestros padres entre tanto eran pacientes y consentían todas nuestras locuras. A nosotros
el sueño donde adviene la doncella.
nos alcahueteaban todo. En realidad vivimos una infancia muy feliz.
ALBRICIAS LITERARIAS
LOS EXILIADOS Territorio de jazmines y guitarras. Aljibe.
Autor: Antonio Bolívar Cardona. Autor: Javier Tafur González.
Editorial: Rompesilencios Ediciones, Cartago, V., octubre de Editorial: La sílaba, Cali, V., septiembre de 2017.
Primero fueron pocos. 2017.
Con la misma generosidad de siempre, Javier Tafur le entre-
Bajaron de todas las cicatrices del país, En el libro Territorio de jazmines y guitarras publicado por ga al Valle del Cauca su obra más reciente: “Aljibe”. Es una
con un trozo de raíz amarga entre los dientes Rompesilencios Ediciones, el poeta Antonio Bolívar nos pre-
senta una poesía que no obedece a la métrica sino al senti-
suma de poemas breves, escritos en las cuatro últimas déca-
das; el libro está agrupado en cuarenta y cinco poemarios,
y entre los ojos, la visión miento. En las acertadas palabras del autor, estos poemas algunos publicados por ediciones “La sílaba”, pero la inmen-
refieren “la fuerza de lo indescriptible, de lo apasionado, sa mayoría, inéditos. Estamos ante una
de muchas noches de San Bartolomé. del amor en sus múltiples manifestaciones”. Hace presencia obra extraordinaria, va a dejar una huella
La gente en las ciudades esa fuerza que eleva al ser amado a la
divinidad y le confiere el poder de redi-
importante en la literatura nacional, nos
revela a Tafur González como uno de los
los miró pasar con extrañeza mensionarlo todo; a su lado la geometría maestros de la poesía breve en Colombia;
para las nuevas generaciones de escritores
junto a sus pórticos y ventanas del universo personal encaja a la perfec-
ción. Los poemas están vestidos también será referente, escuela de poesía y lección
y preguntó: de añoranza y pasión, el sentimiento de profunda de humanismo.
quien desea tenerlo todo y a la vez le
¿No son esos los forjadores de vituallas?, basta una mirada, un abrazo. Es pues Este libro es un cántico a la humildad. En el capítulo “Trayec-
¿los aradores de la tierra?, este un libro que nos muestra el amor
arrebatado sin contemplaciones, para el agrado del lector.
to de Arima” el poeta escribe: “Ruidos vecinos —soy notario
de pequeñeces”. ¿Pequeñeces? No. Instantes, latidos, respira-
¿los artífices de legumbre? ción, sentimientos, alborozo, añoranza, sonrisa, dolor, ironía,
Alejandro Rojas visiones, luz, resonancias, aconteceres, revelaciones, aromas,
Pero ellos no les contestaron pausa, sentido de realidad, inmensidad… Además de la bre-
y prosiguieron con su caminar fatigado El tiempo entre los dedos.
Autor: Orlando Restrepo Jaramillo.
vedad como forma, la constante del texto es la profundidad,
una vastedad en su contenido, conducen hacia las aguas inte-
porque un cancerbero invisible Editorial: Oreja negra, Cartago, V., junio de 2017. riores de nuestro poeta y le confieren el título de ser un legíti-
mo notario de inmensidades.
les custodiaba las palabras. Ya hemos dicho que la poesía de Orlando Restrepo desemboca Fernando López Rodríguez
invariablemente en el tema del tiempo. Es su gran angustia
el lento desleír de la existencia, la vida convertida en palabra Cuando la lluvia teje.
II pero la muerte esperando en la trastienda. Para la ciencia y la Autor: Victoria Eugenia Gómez M.
filosofía el tema del tiempo aún se investiga y se discute, los Editorial: Rompesilencios Ediciones, Cartago, V., junio de
sabios no han podido ponerse de acuerdo. En cambio para el 2017.
Después fueron muchos poeta el tiempo es una puñalada cotidia-
na, es un continuo deshacerse en el espejo, Victoria Eugenia: donde quieras que cami-
y al llegar a las ciudades ahogarse con el aliento de la madrugada, nes van contigo el día y la noche, el caer
se apoderaron de las orillas vacilar ante el furor que también se vuel- del agua y su diluvio de hojas frescas. Te
ve lento. “Convertido en rutina,/ cayen- sostiene ese cielo que martillas, el camino
de los ríos de caudal ínfimo, do lentamente,/ en el detrimento de los más extenso. No te basta la última mirada,
almanaques./ Morir espera de repente:/ el pozo más hondo —marea de lo cósmi-
se escondieron como babosas Digiere el día el tiempo/ en el roce de la co—. Estás ahí como el azul índigo, como
bajo los arcos de los puentes moneda/ por el sudor lograda./ La másca- el bermejo puro, anterior al aliento cruzas
ra cotidiana, delata. Así, declara el poeta, el puente como si la nada no rondara el
y taparon su dolor con papeles periódicos. “La vida va cayendo como el árbol ofreci- olmo y tu ceniza. Regresas de ti a través
Más tarde, el hambre de afiladas uñas do en hojas”, “Pasos hacia el despeñadero del tiempo anclado de tu propio fuego, renuncias al invierno,
en calendarios”. Sabe nuestro querido Oreja que cada poema tu aliento solo, tu acoplamiento, tu casa de
comenzó a desgarrarles los vientres escrito es una pequeña despedida y también es jugar un poco seda, como si la vida fuera el sitio donde
con la inmortalidad. Convertimos la palabra en poema cuando te perpetúas. Vas hacia lo bello, que no te falte el aire, que no te
y las mujeres se vendieron al postor nos escuchamos a nosotros mismos y somos interlocutores de haga falta el viento para entrar a lo no nacido, a lo no creado.
más barato, mientras los hombres nuestra voz. Allí revelamos que el niño con ganas de cabalga-
dura aún sigue en un galope sin corcel, solo nos dejamos llevar Pido todas las palabras para tu nacimiento diario, para tu des-
entraron a pintarse las manos a lomo de minutos. velo, para cuando te atrape la ventisca, para el amor que como
un grano de polen te habita, para la infinitud del deseo.
en los almacenes del delito. Este hombre en su brevedad poética navega por un camino de
Los viejos y los niños, en cambio, agua, busca un estuario lejano para depositar el hastío, sabe De cada línea de tu libro Cuando la lluvia teje, tengo húmedos
que meditar y navegar son el mismo destino, descubre un sin- los labios, tu mar acaricia los grises, tu mar de amor te con-
se ahorcaron de los postes del olvido sonte en el solar descifrando la mañana, una enredadera terca templa como una niña dormida, niña que tejes la tierra que
vuelta mortaja de muros en ruinas; sabe que beber una pócima se extiende a tus pies, respiro que te inventa y te absuelve, te
y aún flota después de tanto tiempo de hierbas hace más llevadera la soledumbre; pero hoy, poeta, duplica para estar a salvo.
el aroma de sus cuerpos putrefactos. no es meritorio bebernos a nosotros mismos porque aún está
plantada una veranera altiva en el centro de tu solar. ¡Que cada palabra se haga nido en tus manos!

Fernando López Rodríguez Amparo Romero Vásquez


Tema de soledad Me halló solo en los bares
Fragmento desgarrando entre el vino
y muy solo con el tinto
De nuevo octubre de las cafeterías.
me halla solo,
solo con mi chaqueta, Solo con un periódico
un pedazo de lila. en los trenes,
Muy solo con mi pipa, solo con mis pisadas
compañera africana, en las noches
con mi libro de versos arando entre las redes
forrado en desengaños del deseo.
y con un duro paico
quemándome la boca. Alberto Rodríguez Cifuentes

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