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¿Existe “lo argentino”? La directora de la revista Todo es Historia, María Sáenz Quesada, lo
analiza aquí, a propósito de la reedición de su libro más ambicioso: una precisa indagación
de la vida política y social del país, desde la era precolombina hasta el kirchnerismo.
POR Carlos A. Maslaton
Creo que el sueño de todo historiador es escribir una historia sobre su país”, asegura María
Sáenz Quesada, en el living de su luminoso departamento porteño, aludiendo a la nueva
edición de La Argentina. Historia del país y de su gente (Sudamericana), su libro publicado
originariamente en 2001 y que ahora, once años más tarde, retorna al mercado editorial en
una versión corregida y actualizada, que incorpora a sus contenidos primigenios los
principales sucesos políticos nacionales ocurridos en el arco temporal que se inicia con la
caída del gobierno de Fernando de la Rúa y desemboca en las elecciones generales de 2011.
A lo largo de setenta y cuatro capítulos, atados a un orden cronológico estricto pero que
admiten ser leídos de manera autónoma, la historiadora Sáenz Quesada aborda los eventos
sociales y políticos más relevantes en la conformación de la nación argentina, tomando
como punto de partida a la sociedad precolombina y efectuando un recorrido que abarca
puntos nodales –y distantes entre sí– como el Virreinato de Buenos Aires, la Independencia
de las Provincias Unidas, la pugna entre federales y unitarios, la generación del Ochenta, el
primer gobierno de Perón, el ciclo de Frondizi, la última dictadura militar o el modelo
neoliberal de los años 90, entre muchos otros.
-¿Cuáles son los cambios que introdujo entre la primera y esta nueva edición ampliada?
-He corregido algunos aspectos que me pareció que habían quedado imprecisos.
Puntualmente, algunos temas vinculados a la época de la última dictadura militar: rehice
una página cuyo texto me resultaba confuso, pero que me parecía válido pese a todo el
material que ha salido últimamente, en libros como los de Ceferino Reato y Carlos
Manfroni, que han generado una apertura de mirada notable. Pero lo que reescribí no
contradecía lo esencial, porque tampoco se puede hacer un libro monumental, que
incorpore todo. También agregué algunos cambios en el tema de las guerras civiles del siglo
XIX. Pero he releído todo libro con cuidado y quedé conforme, dentro de lo que uno puede
quedar conforme, porque el trabajo de un historiador no es definitivo, sino uno que
reconoce la existencia de nuevas teorías, con base documental. Esto exige ser modesto, y
aceptar que lo que uno escribe es limitado, y que su conocimiento y capacidad de insertarse
en el pasado también es acotada, lo que determina la importancia de hacer trabajos
puntuales, como el que hice sobre Mariquita Sánchez o las mujeres de Juan Manuel de
Rosas, investigaciones que me permitieron una aproximación a la sociedad del siglo XIX,
visualizar el paso de la sociedad criolla a la sociedad moderna, a través de cartas, memorias
y relatos de viajes, que tengo incorporados a mis vivencias, casi como si fueran propios. Y,
por supuesto, la principal diferencia radica en la inclusión del relato de esta última década,
lo cual me obligó a ir más hacia el terreno de la crónica que al de la historiografía, porque
nos falta perspectiva temporal para poder hacer un juicio de conjunto.
-¿Existe alguna constante que emerja como un rasgo distintivo de “lo argentino” a lo largo
de estos doscientos años de Historia?
-Creo que, hacia 1940, había un anhelo de definir el ser nacional, y generalmente esa
definición se inclinaba por tomar al gaucho como modelo. Era un poco la negación de la
sociedad cosmopolita que somos. Sí creo que hay algunos rasgos que se mantienen a lo
largo de nuestra historia, al menos desde la época de la organización colonial: esa dificultad
para cumplir con la ley, es una vieja carencia argentina, que la encontramos en los
gobernantes hispánicos, que se ponían la ley sobre la cabeza y decían: “La acato, pero no la
cumplo”; a veces por razones lógicas, porque eran de imposible cumplimiento. Por
ejemplo: con nuestro puerto de Buenos Aires cerrado al comercio exterior, por necesidades
de la Corona de favorecer el tránsito por el Pacífico, el contrabando era una exigencia de
supervivencia. Por razones justas o injustas, la dificultad del cumplimento de lo legal se da
a lo largo de los siglos. En una época será la legislación colonial española, con la
protección del indígena; ya llegada la época independiente y constitucional, la dificultad de
cumplir con la Carta Magna o, más tarde, con la Ley Sáenz Peña y los retrocesos
conservadores para admitir su vigencia durante la década del 30, y en los años 60 y 70.
Algunas constantes han sido más felices: por ejemplo, la ley 1420 –de educación gratuita,
estatal y laica– es un buen ejemplo del cumplimiento de la ley, que produjo una enorme
revolución social y cultural en el país. De modo que no debemos ser tan pesimistas, dado
que algunas leyes se han cumplido, y bien.
-Se está reeditando la obra de Luna. ¿Cuáles son los méritos que encuentra en él como
historiador?
-El aporte de Luna fue decisivo para darle al lector una forma de acercarse a la historia del
país, de adueñarse de ella. Pero, sobre todo, él encarnó la figura del intelectual democrático,
no el que declama serlo sino el que verdaderamente lo es. El que tolera las ideas ajenas, el
que busca un amplio espectro de mirada, el que es capaz de escribir desde un Yrigoyen, que
es un libro de militancia juvenil, hasta un Soy Roca, tratando de entender, en la madurez,
aspectos de aquel político que era demonizado por el radicalismo de su juventud. El que ha
sido un militante antiperonista y escribe El 45, en un momento, 1969 y 1970, en el que se
produce una apertura hacia el peronismo, y así da un toque relevante a ese tema, y luego
escribe Perón y su tiempo. Creo que ha sido una de las figuras más completas de estas
últimas décadas, a la que le sumaba su faceta poética. Octavio Paz decía que la historia y la
poesía tienen que ver con la imaginación y el poeta le puede sumar a la Historia, al ser
capaz de sintetizar, con imágenes y palabras, un momento, una época, una persona.
-Esta nueva edición de “La Argentina” incorpora el ciclo que se inicia con la asunción
presidencial de Kirchner en 2003. ¿Encuentra puntos de contacto entre los tres gobiernos
de Perón y el período kirchnerista?
-Sí, hay muchas coincidencias. La clave del peronismo, en sus distintas versiones –la del
primer Perón, la del regreso del exilio, la de Isabel Perón, la de Menem y la de Kirchner– es
el clientelismo político y la fuerte gravitación de la rama sindical. Esos son sus rasgos más
característicos. Esto hace que la trama de gente comprometida con el gobierno sea cada vez
más amplia. En este momento, por ejemplo, el tema de las jubilaciones puede ser un
problema, pero lo es sólo para una minoría. La gente que nunca hizo aportes, es razonable
que esté contenta con que se le dé un haber mínimo. El modo en que se maneja el
peronismo de base ha sido el mismo a lo largo de los distintos ciclos, y sobre eso se van
construyendo las jefaturas y fidelidades. Y también, otra característica afín es la presencia
de la rama sindical, que aparece ya en el primer peronismo, y que a la caída de Perón, en
1955, va a erigirse como único referente del movimiento durante muchos años. No sabemos
cómo va a terminar este pleito interno del justicialismo, pero el viejo modelo de cacicazgo
es permanente –elecciones donde la mayoría gana todo, liderazgos de veinte o treinta años
como algo común, entre otros tópicos– y la resolución de este conflicto va a ser un saldo
del kirchnerismo.