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Módulo formativo
DERECHO
CONSTITUCIONAL
UNIDAD DE TRABAJO
Y DEONTOLOGÍA
POLICIAL
Ética y
2 deontología policial
Objetivos de estudio
‐ Describir y valorar los principios deontológicos que
orientan su actividad profesional.
‐ Reconocer las normas y principios estatutarios que
deben regir sus intervenciones, especialmente en
relación con los derechos de los ciudadanos y las
garantías del orden constitucional.
‐ Reconocer y valorar, en distintas situaciones de
servicio, los principios de no discriminación,
neutralidad, tolerancia y solidaridad, como elementos
básicos de las actitudes del agente en su relación con la
ciudadanía.
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ESQUEMA DE CONTENIDOS
2.1 El concepto de la Ética: Ética, Moral y Deontología
2.2 Una ética para los cuerpos de seguridad
2.3 El sentido de la responsabilidad
La obediencia debida. El poder discrecional de la policía.
2.4 Jerarquía y subordinación, disciplina, autoridad y
lealtad
Relaciones entre los miembros de una organización:
2.5 solidaridad y compañerismo
Principios sobre los que descansa una sociedad
2.6 organizada. Comportamiento cívico
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Introducción
La Ética: algo mejor que el Derecho
Asegura el catedrático de Derecho Penal Muñoz Conde que para arreglar los
problemas de la convivencia humana y la inseguridad no haría falta un Derecho
penal mejor, sino algo mejor que el Derecho. Hasta hoy, que se sepa, lo mejor que
se ha inventado para este cometido ha sido la creación ética, el mayor alarde de la
inteligencia creadora que dice José Antonio Marina. La sociedad no es más que la
estructura que montamos las mujeres y hombres para sustentar nuestra
convivencia. Las leyes son las tuercas que aprietan dicha estructura. Pero a la vista
está que las tuercas, por más que se aprieten, no son siempre suficientes para evitar
que la estructura sufra continuos desajustes, chirridos que se propagan por el
esqueleto social y alteran la paz ciudadana que desde hace miles de años
andábamos buscando. Frente a las tuercas, las convicciones humanas se muestran
más sólidas que el acero con que se fabrican las rejas que encarcelan a los
hombres. De ahí que la solución (aquel algo mejor que el Derecho) pasaría por
organizarnos sobre un edifico montado en una sola pieza en el que sobrase la
chatarra, hecho de convicciones éticas, asentado sobre la seguridad de lo
plenamente humanizado antes que sobre la seguridad jurídica, que no siempre
nos asegura.
Mientras llega ese estado en el que nadie necesitaría protegerse de nadie, la
policía está para protegernos a todos, especialmente a aquellos que creen más en las
leyes internas de la conciencia (y por ellas orientan sus conductas) que en las
promulgadas en los textos punitivos. La mera existencia de leyes coactivas y
policía acredita que las sociedades son imperfectas y que hay individuos que
traicionan el pacto. Lo relativamente tolerable, por previsible, es que fallen los
ciudadanos. Pero el incumplimiento por parte de la policía resulta inadmisible
porque son ellos, precisamente, los que tienen el mandato constitucional de
asegurar el edificio de nuestras libertades. La singular importancia de esta
Unidad Didáctica radica en que la ética constituye la médula de la formación
policial ‐el sólido punto de apoyo del que nunca se nos caerá un policía‐ y la única
que asegura que el policía de un Estado de derecho cumplirá como se espera de
un policía. La peor falta de cualificación profesional en un funcionario de la
seguridad es la falta de capacitación ética. Con esta Unidad se pretende
incorporar de manera definitiva y sin retorno al ejercicio de la función policial, la
reflexión sobre los principios inspiradores del comportamiento profesional
mediante una ética siempre renovada y crítica, que logra policías de última
generación muy cerca de la perfección humana: aquella que logra el asentimiento
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2.1 El concepto de la Ética: Ética, Moral y Deontología
INTRODUCCIÓN
A estas alturas de la civilización lo difícil sigue siendo explicar lo evidente: que
sin ética, sin esa reflexiva actitud acerca de cómo mejor emplear uno su libertad, no
hay humanidad ni progreso posibles por más avances tecnológicos que, de puro
continuo, ya no sorprenden a nadie. En nuestro caso lo evidente es que los
integrantes de los cuerpos de seguridad, por la singularidad de su trabajo, necesitan
especialmente de la ética (habría que decir que la ética también precisa de ellos para
mejor darse a conocer en la sociedad), y de ahí también la necesidad de que el
contenido y significado de los principios éticos que informan los derechos humanos
y las libertades públicas, mediante la educación y la capacitación, lleguen a formar
parte del credo policial; tal como se establece en el Código de conducta de los
funcionarios encargados de hacer cumplir la Ley aprobado por Resolución de la
Asamblea General de Naciones Unidas.
La ética policial como disciplina que estudia el comportamiento humano aplicado
a la función policial, que se rige por la ley y por convicciones personales que deben
fundamentarse en el respeto y la protección de la dignidad humana, ocupa un lugar
preferente en la formación interdisciplinar del futuro policía.
Bajo el presente epígrafe se repasan los conceptos de ética y sus afines de moral y
deontología, sus fundamentos y la relación establecida entre los mismos.
ACTIVIDAD DE INICIACIÓN
“Las leyes y los jueces intentan determinar obligatoriamente lo mínimo que las
personas tienen derecho a exigir de aquellos con quienes conviven en sociedad, pero se
trata de un mínimo y nada más. Muchas veces por muy legal que se sea, por mucho
que se respeten los códigos y nadie pueda ponernos una multa o llevarnos a la cárcel,
nuestro comportamiento sigue siendo en el fondo injusto. Toda ley escrita no es más
que una abreviatura ‐a menudo imperfecta‐ de lo que tu semejante puede esperar
concretamente de ti, no del Estado o de sus jueces”.
Fernando Savater. Invitación a la ética
Cuestiones:
1. ¿Qué sería un comportamiento justo entre personas y cuáles sus
referencias y fundamento?
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2. ¿Crees que lo que opina Savater puede ser aplicable en la profesión y
que el policía aun cumpliendo la ley puede ser injusto?
3. ¿Qué espera el ciudadano de su policía?
2.1.1 EL CONCEPTO DE ÉTICA: ÉTICA, MORAL Y DEONTOLOGíA
La especie humana necesita de la colectividad para supervivir. Adaptarse y adaptar
la naturaleza a las necesidades vitales precisa de una colaboración de fuerzas que
exceden con mucho la fuerza de un solo individuo. A su vez, la vida organizada
necesita de la aceptación de unas normas de comportamiento que
posibiliten la convivencia. Organizar significa estructurar, poner orden para lograr un
fin. En las sociedades humanas modernas las reglas que ponen orden y hacen viable
la convivencia son las leyes y las pautas morales o éticas. Tales acuerdos morales
fueron evolucionando desde criterios arbitrarios propios de los primeros grupos
humanos, en los que predominaba la razón moral del más fuerte, hasta pactos
basados en mayores dosis de racionalidad y equidad tendentes a promover el bien
común y, siempre que fuese posible, hacerlo compatible con el interés individual.
Según Spinoza, vivir conforme a la razón, común a la naturaleza humana, es fundar la
sociedad de acuerdo al deseo reflexivo y consciente, la utilidad recíproca y el mutuo
acuerdo. A través del tiempo lo moral ‐o al menos algún tipo de principio civilizador
que superase la animalidad genética del hombre‐ ha estado regulando directamente
las relaciones humanas por medio de códigos de valores y normas de conducta, o
bien, indirectamente, inspirando o incorporándose a las leyes y haciéndose derecho
para dirigir de un modo más coactivo y expeditivo aquella convivencia. Pero el
derecho sería un segundo nivel en el modo de regular la convivencia que escapa del
objeto de este tema.
En sentido amplio los términos ética y moral se barajan indistintamente con un
significado intercambiable. Sin embargo, al menos desde un punto de vista teórico,
existen significativas diferencias entre ambos conceptos. Grosso modo puede
afirmarse que la ética posee mayor amplitud que la moral, toda vez que la ética es
una reflexión sobre la moral de una determinada comunidad o sobre la totalidad de
la dimensión moral de una persona. Las analizaremos por separado.
La ética nace como una rama de la filosofía cuando el afán de conocimiento del
hombre le lleva a preguntarse sobre cuestiones tales como la virtud, la justicia, la
felicidad o lo distintivo de la naturaleza humana. La ética en cuanto ciencia puede
entenderse como el estudio de la estructura, fundamentos y evolución de los sistemas
morales a través de la historia, y también, de una manera práctica, la parte de la
filosofía que se ocupa de la valoración moral de los actos humanos. El término ética
proviene del griego ethikós, con dos acepciones principales: residencia, lugar donde
se habita, y, una segunda, carácter; este último sentido es que el que, desde
Aristóteles, adquirió su significado general y, en cierto modo, definitivo. El carácter
al que alude el vocablo ethikós no es sinónimo de temperamento, que desde el
aspecto biológico puede estimarse como algo innato a la persona, sino desde la
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perspectiva de “modo de ser o forma de vida que la persona va adquiriendo, haciendo
suya a lo largo de su existencia”. En latín el significado de ambos términos se refundió
en una sola palabra: mos, con el sentido de uso, costumbre; de su plural, moses,
proviene etimológicamente la palabra moral; de ahí que ética y moral se hayan
empleado indistintamente para aludir a lo relacionado con el comportamiento
humano. El hábito, que determina el carácter, es para Aristóteles una suerte de
segunda naturaleza que una vez encaminada, y a través de nuestros actos, nos guía
hacia la felicidad. Para este autor la virtud, como aquello que perfecciona la forma
de ser del hombre y le da su carácter específico, es la esencia de la ética. Aristóteles
distingue entre virtudes éticas o morales (que son prácticas y proceden del hábito ‐
entendido éste como posesión permanente‐ y sirven para la realización de la vida del
Estado) y virtudes dianoéticas (que son las virtudes intelectuales, se adquieren por la
instrucción y funcionan como principios rectores de la ética y la razón).
En la evolución de los términos, lo ético y lo moral han llegado a fundirse para
expresar la bondad o maldad de las acciones humanas, en tanto la ética se reserva para
designar a la ciencia que trata de los objetos morales.
La historia de la ética se perfila en Occidente cuando los pensadores no sólo se
limitan a describir las ideas o actitudes morales, sino que además, y sobre todo,
tratan de justificarlas filosóficamente y de descubrir las razones últimas por las
cuales los hombres han de observar determinado comportamiento. Demócrito, en el
siglo IV a.C., ya entiende la ética como una de las partes esenciales del mundo y
afirma que la felicidad deviene del equilibrio entre el tumulto y las pasiones. Sócrates
considera la ética como el problema central de la filosofía; frente a los sofistas y al
pensamiento especulativo tradicional, concibe la filosofía no como una simple
elucubración sobre el mundo sino como un modo de ser de la vida; y el objeto
central de la vida no es otro que conocer el bien, es decir, la cuestión moral y no la
epistemología o la cosmología. El verdadero conocimiento, asegura, es el que
conduce a la vida virtuosa y al descubrimiento de lo bueno y lo justo. Con Aristóteles
la ética adquiere auténtico rango de disciplina filosófica y con él se encuentran ya
planteados los grandes temas que centrarán el interés de la especulación moral que
llega hasta nuestros días. La mayoría de las escuelas post‐aristotélicas fundamentarán
la ética en la Naturaleza, y establecerán una prelación de bienes que mide la
moralidad de los actos humanos. En la ética cristiana esta fundamentación recaerá en
Dios; con ligeras variantes, adoptan las doctrinas de las virtudes platónicas y
estoicas como corpus moral propio. A partir de la distinta concepción del origen
de las ideas morales, entre los siglos XV al XVIII surgen corrientes éticas
agrupadas bajo las denominaciones de utilitaristas, intuicionistas, naturalistas...
Si hasta este momento en la historia de la ética se había seguido un modelo
propio de las denominadas éticas teleológicas materiales o de la felicidad, en
cuanto que en las mismas se buscan de terminados bienes que sirven de medio a
un fin último, con la incorporación de la ética kantiana irrumpen las llamadas
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éticas formales o éticas del deber, que dejan de buscar contenidos para su
fundamento (el bien, la felicidad, el placer) y centran su atención sólo en la forma
de actuar del hombre. La figura más representativa de este sistema ético es
Inmamuel Kant, quien entiende que el reino de lo moral se encuentra fuera de la
naturaleza, toda vez que ésta es impersonal. Para Kant los imperativos, como
fórmulas de un mandamiento, se erigen en los principios éticos superiores; los
imperativos vienen a establecer un a priori en lo moral y demandan actuar
conforme a deberes (el deber es la forma de la obligación moral) y no en cuanto a
fines. La razón práctica que se halla presente en el hombre es la que impulsa a un
tipo específico de comportamiento por el que desarrolla su propia humanidad; en
el meollo de esta ética encontramos la dignidad humana: la racionalidad de lo
moral está en la dignidad. Kant distingue entre imperativo hipotético (en el que el
mandato se encuentra condicionado por los fines que se pretenden y que se
correspondería con el deber en sentido genérico) e imperativo categórico (en este
el mandato no está condicionado por ningún fin toda vez que la acción se realiza
por sí misma y es un bien en sí misma; dicho imperativo categórico responde a la
fórmula del deber moral: “obra de tal manera que la máxima de tu voluntad
pueda convertirse en ley universal”). El imperativo categórico se impone por sí
mismo y tiene su fundamento en la voluntad (lo único incondicionalmente
bueno), cuyo móvil es el deber. Dicha voluntad, según Kant, no quiere en
función de la felicidad sino en función del deber.
Como síntesis entre las éticas materiales y las formales, entre el empirismo
moral y el apriorismo kantiano, se halla la ética de los valores representada por
Max Scheler. Los valores, en cuanto concepciones del mundo y de la vida,
cualidades que atribuimos a las personas y a las acciones humanas que nos
provocan adhesión o rechazo, son aprehendidos por una intuición emotiva. El
sentimiento de valor es el órgano de lo moral que intuye tales valores y se presenta
de un modo directo en la conciencia. De ahí que para Scheler el bien sea la
consecuencia de la bondad moral. Los valores morales, organizados jerárquica
mente, permiten conocer la identidad de una persona. La mayor o menor
moralidad de los actos dependerá de la preferencia por los distintos tipos de
valor, condicionada a su vez por la preferencia o rechazo ante la realidad misma,
que se muestra con carácter universal.
2.1.2 LA LIBERTAD EN EL ORIGEN DE LA ÉTICA
Hasta aquí hemos tratado de la ética como ciencia que se ocupa del estudio de
las reglas morales y de su fundamentación. Pero al igual que la economía además
de ser la ciencia que estudia la creación y administración de los recursos
destinados a satisfacer las necesidades humanas, es también y, para muchos, sobre
todo la forma en que las personas se las ingenian para llegar a finales de mes, la
ética, bajo la inspiración o por encima de aquellos sistemas filosóficos morales
que la definen conceptualmente, es asimismo, de una forma más cercana y
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práctica, el modo individual en que los hombres y mujeres orientan sus conductas
y hacen el mejor uso posible de su libertad; en este caso, de la libertad entendida
como capacidad exclusivamente humana de dar respuestas morales a las múltiples
situaciones de la vida.
A diferencia de las restantes especies zoológicas, los humanos disponemos de
libertad. Nuestra genética y nuestras circunstancias nos condicionan, pero no nos
determinan. Los humanos somos los únicos seres no específicamente
determinados por nuestra condición de materia. No somos sólo corazón, pul‐
mones, sustancia química capaz de moverse y de hablar. El hombre es algo,
mucho más que un animal que nace, crece y muere. En este trayecto vital, el
hombre puede elegir acciones, descubrirse y recrearse y llegar a ser lo que
potencialmente puede y está llamado a ser: plenitud, humanidad, valor que
aspira a la excelencia. El hombre no siempre es libre de elegir lo que le pasa pero
sí es libre para responder a aquello que le pasa, y elegir bien. Mediante el logos y
la ética ‐esta, según José Antonio Marina, el mayor alarde de la inteligencia
creadora‐ podemos optar por comportamientos que más nos singularicen y
diferencien en nuestra condición de personas. El humano, consciente de su
finitud, inventa en la ética un simbolismo orientador de su conducta que lo
predispone a la inmortalidad. En la ética buscamos el reconocimiento de
participar de lo humano.
La ética es el siempre inconcluso aprendizaje de saber cómo utilizar bien la
libertad de que disponemos. En este sentido Fernando Savater llama ética “a la
convicción revolucionaria y a la vez tradicionalmente humana de que no todo
vale por igual, de que hay razones para preferir un tipo de actuación a otro; de
que esas razones surgen de un núcleo no trascendente, sino inmanente al hombre
y situado más allá del ámbito que la pura razón cubre”. La ética no es en modo
alguno un manual de conducta para corregir a nadie sino un modo individual de
orientar nuestras acciones desde la esfera de la libertad, libertad que, aunque
condicionada por las circunstancias (el “yo y mis circunstancias” orteguiano)
siempre será suficiente para, al menos, oponerse a aceptar el mundo tal como en
gran medida es: violento, desigual, inhumano e inhabitable.
Vivió tiempos difíciles, como todos los hombres de todos los tiempos, afirma
Borges. Pese a la dificultad, o quizá en esa dificultad, radica la esencia de la ética
y la tarea del héroe, que es el hombre que apuesta por la ética. Vivir apostando
por ser héroe ‐dice Savater‐ es no temer la destrucción física por encima de todas
las cosas, no retroceder ante lo que puede y debe ser hecho, o someterse a lo que le
es extraño e injustamente hostil, no querer ensalzarse con la humillación del otro,
renunciar a todo el botín con triunfal alegría, conceder la paridad de la nobleza a
quien ya no la espera, a quien aún no la merece. La fuerza del héroe es lo que nos
prometemos con la virtud. Héroe es, en suma, el que logra ejemplificar con su
acción la virtud como fuerza y excelencia.
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2.1.3 LA MORAL DE LOS HOMÍNIDOS
Decíamos que cuando el individuo reflexiona sobre su propio comportamiento
despega la autonomía moral y es entonces cuando la moral eleva su rango y
alcanza la categoría de ética. La contaminación de la moral, histórica y cambiante
conforme a los intereses de las sociedades en que se despliega (el interés de la
clase dominante, al decir de Marx), ha llevado a algunos estudios de la materia a
fundamentar la ética en un aparte de la moral (“esas razones surgen de un núcleo
no trascendente, sino inmanente al hombre y situado más allá del ámbito que la
pura razón cubre”, que recoge Savater). Autores como Aranguren afirman que
somos animales morales, no íntegramente programados por nuestra genética, y en
cuanto tal con un margen para elegir y tomar decisiones; la moral es un elemento
esencial del hombre, al igual que lo es su condición de mortal. En la moral bien
entendida, al igual que en la ética, se manifiesta el ser del hombre y toda su
potencialidad, ese “llegar a ser lo que eres”, al que instaba Píndaro.
Moral proviene de moses, “lo que es costumbre”, la conducta reglada por la
costumbre. La moral, en un primer estadio, nace con el objetivo de conciliar los
comportamientos individuales con los intereses del grupo. En el ámbito ético,
se dice de una persona que es moral cuando sus acciones se condicionan a
algún criterio de valor dado; en sentido contrario se afirma que es inmoral
cuando dichas acciones se oponen a cualquier valor; lo amoral sería aquello que
resulta indiferente al valor y, en cuanto tal, no se rige por principios del bien ni del
mal. En la determinación del origen de la moral han prevalecido dos criterios
principales, según se confiriese autonomía o heteronomía a la moral. Así, las
razones para ser moral se han buscado en la práctica del bien, en lo justo, en el
cumplimiento de un mandato de Dios, de la razón o de la conciencia. Aristóteles
fundamentaba la moral en el logos, definido como palabra o razón. A raíz de
nuestra razón y de nuestro lenguaje podemos discernir la bondad o maldad de
los actos y establecer los criterios de justicia, que es aquella cualidad de los seres
humanos que les empuja a practicar cosas justas. Frente a la contingencia de los
preceptos, Spinoza asigna al sentimiento moral (“siempre moral por pura
definición”), la función reguladora de la acción. La beatitud, la verdadera felicidad,
no es la recompensa a la virtud sino la virtud misma; la alegría es la señal del goce
del bien, no la consecuencia del mismo ni la satisfacción de todos los restantes.
También Hume entiende que los sentimientos son la base de la moralidad; los hechos
no son en sí mismos buenos ni malos y su valoración sólo dependerá del sentimiento
o impresión de agrado o desagrado que nos causen. La razón no sirve para
demostrar la bondad de las cosas; aquélla, antes que ser maestra de las pasiones, es su
esclava. Obligaciones humanas tales como la virtud o la justicia son convenciones
descubiertas por el hombre y tienen su fundamento en el egoísmo, el que aconseja su
establecimiento para asegurar la convivencia. Kant sitúa en la libertad de la
voluntad humana el fundamento de la moral. Los seres humanos son un fin en sí
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mismo y no un medio para conseguir fines. La moralidad, asegura, sólo es posible
dentro de la libertad; fuera de esta no existen acciones morales, todo lo más lo que hay
son normas civiles o derechos. La separación entre derecho y moral viene dada
porque el derecho trata de regular conductas externas, es heterónomo ‐regulado
desde fuera del sujeto que debe cumplirlo‐ y se impone mediante la coacción y el
castigo; por el contrario, la moral concierne a las obligaciones internas del sujeto, es
autónoma, no se impone por la fuerza ni su incumplimiento comporta pena alguna
en sentido jurídico. Frente a la autonomía kantiana de la moral, Hegel distingue
entre moralität ‐moralidad subjetiva o conciencia moral‐ y sittlichkeit ‐moralidad
objetiva o racionalidad de la moral universal‐ y entiende que la mera voluntad por sí
misma, sin el refuerzo de las normas y leyes de la sociedad, resulta insuficiente para el
cumplimiento del deber, al que Kant definía como la forma de la obligación moral.
En nuestros días, para superar las críticas a la moral (ser ideología o
enmascaramiento de intereses socioeconómicos de una clase o sistema dominante)
se precisa ensanchar su calidad y su contenido con las dotes de la virtud. La virtud
(del griego areté) significó primero la fuerza del carácter y posteriormente también la
fuerza del alma para hacer el bien. Actuar virtuosamente es actuar, a partir de la
naturaleza humana y de la razón, conforme a una singular inclinación configurada
por el propio cultivo de las virtudes nutridas por la educación y el aprendizaje en el
buen gusto moral, ampliando su horizonte desde lo particular a lo universal, toda
vez que bueno no es sólo lo que uno quiere, sino al mismo tiempo todo aquello que
propenda a favorecer a lo humanidad; esto es, en esencia, incorporar la universalidad de
la ética a los particularismos de la moral.
2.1.4 DEONTOLOGÍA
Aquella reflexión que hacía la ciencia ética acerca del valor de los actos humanos,
se ha trasladado al ámbito de determinadas profesiones y dado lugar a la
deontología. De una manera genérica la deontología se define como la ciencia de los
deberes. A diferencia de las llamadas ciencias ontológicas, que estudian el ser como
es, a la deontología le interesa sobre todo como debe ser. Desde esta perspectiva la
deontología sería más una ciencia descriptiva que normativa, toda vez que enfoca su
quehacer a enunciar aquellos deberes que deben cumplirse en el ámbito de
determinadas profesiones o bajo determinadas circunstancias. Para Jeremy Bentham,
dentro del principio de interés que atribuye a la ética, en las relaciones humanas
deben hacerse compatibles y coincidir la búsqueda de la felicidad individual con la
colectiva. Por eso, como una suerte de hedonismo social, y dentro del ideal
utilitarista, Bentham entiende la deontología como la ciencia de los deberes que han
de cumplirse para alcanzar la máxima felicidad para el mayor número posible de
individuos. En cuanto a los deberes que constituyen el contenido normativo o
descriptivo de la deontología, Kant distingue entre deber material o deberes, cuyo
contenido se especifica con su objeto (el deber con los padres, con los principios de una
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profesión) y deber moral, que es absoluto y en cuanto tal su contenido no es susceptible
de especificarse. El deber, según este autor, es la necesidad de actuar por puro respecto
a la ley; sólo puede hablarse de moralidad de los actos cuando la acción es realizada
por respeto al deber y no sólo en cumplimiento del deber. Desde el punto de vista del
deber kantiano, la deontología guardaría mayor afinidad con los deberes que con el
deber moral, aquel que se cumple no porque una norma nos exija su cumplimiento
sino porque es nuestra obligación (“¿Qué se me promete por cumplir con el deber?‐
Haberlo hecho, nada más que esto se te prometeʹ).
Ya en un plano más inmediato y práctico, la deontología puede definirse como
la ciencia que trata de establecer el compendio de normas morales que han de
regular el comportamiento de determinados colectivos en la práctica de su profesión.
La fundamentación de tales deberes suele denominarse ética profesional. Los
principios deontológicos comparten características comunes con la moral y el
derecho, sin participar en esencia de ninguno de los dos. En cuanto suelen estar
recogidos en declaraciones o reglamentos, las normas deontológicas poseen un
mínimo grado de positividad de la que incluso carecen las normas morales, y
también, y a diferencia de la ausencia de sanción externa en el caso de la moral, las
infracciones de los códigos deontológicos suelen entrañar una sanción disciplinaria
por parte del colectivo profesional al que el infractor pertenece. Aun así, a grandes
rasgos, estos códigos deontológicos carecen de la eficacia propia de los textos
legales por no haber sido promulgados por ningún órgano previsto para la creación
del derecho; al mismo tiempo se hallan desprovistos de la existencia de un poder
judicial o ejecutivo que directamente imponga su cumplimiento o sancione su
transgresión. No obstante lo anterior, la aprobación por la Asamblea General de las
Naciones Unidas en 1970 de la Resolución 169/37 del Código de conducta para los
funcionarios encargados de hacer cumplir la Ley, la promulgación de la Declaración
sobre la Policía en 1979 por la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, y del
Código Europeo de Ética de la Policía adoptado en Resolución del año 2001 del
Comité de Ministros de los Estados miembros, hacen que al menos tales profesionales
de la seguridad cuenten con textos deontológicos supranacionales con determinada
pretensión jurídica, que elevan la categoría y los particularismos de los códigos
deontológicos al uso y le confiere mayor rango legal. Todo ello a pesar de que sus
contenidos se trasladen sólo como una recomendación a los Gobiernos, al objeto de que
incorporen tales principios deontológicos a la legislación positiva de los respectivos
países.
En los modelos democráticos el establecimiento de códigos deontológicos se
convierte cada vez más en una necesidad para el ejercicio de distintas profesiones
(médicos, policías, periodistas...) que, por la trascendencia, función social o
repercusión pública de sus actuaciones precisan sobremanera, y con independencia de
los mecanismos de la legislación general, de una regulación y control propios en aras
del perfeccionamiento profesional y el mejor servicio a la colectividad. La
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autorregulación se erige de este modo en un mecanismo de control primario que
orienta, fiscaliza o encauza la conducta de los miembros desde dentro, donde con
mayor amplitud se conocen las dificultades y riesgos de abuso y desajustes en el
desempeño de determinadas profesiones.
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2.2 Una ética para los cuerpos de seguridad
INTRODUCCIÓN
Cuando en los Códigos penales democráticos se tipifica el delito de homicidio y
se fija un castigo para los culpables, por encima de cualquier otra consideración
jurídica o extrajurídica, lo que el legislador trata es de proteger la vida humana
contra potenciales ataques que la pongan en peligro. La condena y la cárcel, las
terribles armas del derecho punitivo que se erige en guardián de la convivencia entre
los hombres, desdibujan su fin verdadero y último, que es evitar la victimización, y
desplazan el centro de atención hacia el ius puniendi o derecho a castigar del Estado;
hasta el punto de que dicho formato represivo es capaz de escamotear el hecho
insoslayable de que, en una democracia real, incluso detrás de la ley penal más severa
late siempre un interés humanitario.
Sin coacción no siempre hay asentimiento. Pero cuando el asentimiento se queda
sólo en coacción, el afán civilizador que legitima la ley pierde, o al menos desdibuja,
su primigenio sentido y su propósito. Dentro del sistema de justicia penal y
administrativo la policía desempeña un papel decisivo en la protección del Estado
de derecho, y es prácticamente el único colectivo de funcionarios públicos que se
halla autorizado para la utilización de la fuerza en el desempeño de su cometido; esto
es: la potestad para aplicar la coacción legal directa prevista por las leyes. De hecho,
en su trabajo diario, son los funcionarios que más cerca se encuentran de aquel ius
puniendi inmediato que antes se señalaba y, por ende, con mayor peligro de cegarse
con el fogonazo del formato represivo bajo cuyo fondo arde el afán conciliador y
humanitario de la vida social que representa la ley. De ahí también la especial
necesidad de una ética para la policía que evite dicho peligro.
ACTIVIDAD DE INICIACIÓN.
Un agente de policía de la ciudad de Nueva York se convirtió en la estrella de las
noticias vespertinas gracias a esta sorprendente acción: mientras hacía su ronda a
solas, encontró por casualidad treinta y cinco mil dólares de dinero blanqueado y
procedente del tráfico de drogas, se apoderó de ellos... ¡y los presentó como prueba!
Los medios de comunicación dieron gran resonancia al caso. Los periodistas se
deshicieron en alabanzas ante tamaña honradez. El alcalde lo recompensó con una
medalla a la integridad. A mí la noticia también me alegró (ya hemos oído más que
suficiente sobre la corrupción policial) hasta que escuché al agente explicar por qué
lo había hecho. Confesó que había pensado quedarse con el dinero, pero luego cayó en
la cuenta de que su pensión valía mucho más. Dijo que no quería correr el riesgo de
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quedarse sin su pensión si lo atrapaban. “Cómo iba a comprometer mi seguridad
económica por treinta y cinco mil dólares”, razonó. Esto me hizo pensar. Me pregunté
cómo habría reaccionado ese mismo policía si hubiera encontrado una suma que valiera
más que su pensión. De haber seguido su propio razonamiento se lo habría apropiado
sin pensárselo dos veces.
Si el alcalde deseaba repartir medallas, en la de este sujeto tendría que haber
inscrito <<franqueza>> en lugar de <<integridad>>. El agente al menos tuvo la
valentía de decir la verdad. No obstante nunca pondría su razonamiento moral como
modelo ante mis hijos. Lo que en realidad estaba diciendo era: <<Cumpliré la ley
siempre y cuando obtenga más cumpliéndola que quebrantándola>>.
Lou Marinoff. Más Platón y menos Prozac
Cuestiones:
1. Conforme al imperativo categórico kantiano, ¿el policía de la noticia
tuvo un comportamiento ético? Razónalo.
2. ¿Hay ética cuando al tiempo de actuar o de dejar de hacerlo sólo se
piensa en las consecuencias legales de la acción?
3. ¿Crees que todos tenemos un precio? ¿El concepto ético de valor puede
comprarse mediante un precio?
4. ¿En este caso debería dársele al policía una medalla a la franqueza?
5. ¿Al igual que Marinoff, pondrías su ejemplo en cuanto modelo de
razonamiento moral a alguien a quien tuvieras que educar?
6. Desarrolla en cuatro líneas el concepto de integridad aplicado al
servicio policial.
2.2.1 LA NECESIDAD DEL ESTADO Y LA POLICÍA
Al afirmar que el hombre es un animal político, Aristóteles pretendía defender la
preexistencia de la ciudad‐estado a la del propio individuo. La historia de la
civilización demuestra que el Estado es un ente que se impone a los hombres de una
manera inexorable. El perpetuo estado de guerra de todos contra todos, que dice
Hobbe, sólo se supera con la constitución de una autoridad política
supraindividual que garantice el bien común. Dicha autoridad política encarnaría
la consecución del orden y la justicia. El individuo, conforme a la línea de
pensamiento clásico, cede al Estado parte de sus derechos a cambio de protección y
otras necesidades que por sí mismo no puede procurarse. Rousseau afirma que “lo
que cada uno enajena en virtud del pacto social, de sus bienes, de su libertad, de su
poder, es solamente aquella parte de tales cosas cuyo uso importa a la comunidad”.
Para Kant el fin del Estado es la libertad, si bien esta libertad no debe entenderse
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como una especie de arbitrariedad subjetiva sino como el respeto de la libertad
moral del conjunto, que sólo resulta posible gracias a la existencia de la ley. En otra
posición, Marx entiende que el Estado representa el dominio de la clase burguesa, la
cual ejerce el poder tras la ideología que se ampara bajo términos como libertad o
justicia; debajo de dichos conceptos vacíos, el Estado es un instrumento de
dominación burguesa, dominación que sólo desaparecerá con la abolición de las
clases sociales y la desaparición del Estado. En los actuales Estados democráticos de
derecho, expresión del constitucionalismo moderno, el tipo de organización política
que rige la vida social, encarnada por el Estado, se encuentra regulado por ley. En
dichos modelos, el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona y la
proclamación de valores superiores como base del ordenamiento jurídico, la
separación de poderes, la independencia del poder judicial y el sistema garantista,
la legitimación democrática de los gobernantes y la responsabilidad del propio
Estado, aseguran que éste responde al fin para el que fue ideado: proporcionar el bien
común y ser garante de la libertad, el orden y la justicia.
La policía contribuye a gran parte de aquellos fines que legitiman a los Estados
democráticos. En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se
afirma que la garantía de los derechos del hombre y del ciudadano necesita de una
fuerza pública; asimismo, en el primer Considerando de la Resolución 690 de 1979
de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, se expresa que el ejercicio de
los derechos del hombre y libertades fundamentales suponen la existencia de una
sociedad en paz que disfrute del orden y la seguridad pública y que a dicho efecto
la policía juega un papel esencial en todos los Estados miembros; y también, entre
otros, en el Código Europeo de Ética de la Policía (Recomendación 10/2001 del Comité
de Ministros de los Estados miembros) se reconoce el papel esencial que
desempeña la policía en el sistema de justicia penal ‐determinante a su vez en la
protección del Estado de Derecho‐, así como que dicho colectivo, además de velar
por el respeto a la ley, desempeña un papel social y presta un gran número de
servicios en la sociedad.
El término policía proviene del griego politeia, (administración de una ciudad) y
viene a significar el conjunto de reglas que se imponen a las ciudades con un fin de
utilidad pública consistente en el mantenimiento del orden y la tranquilidad. La
policía es el cuerpo encargado del cumplimiento de dichas reglas. En España las
primeras funciones policiales organizadas se ejercieron por la Santa Hermandad
(Tribunal que juzgaba los delitos cometidos en despoblados y también asociaciones de
vecinos que se unían para la defensa de intereses comunes, generalmente
relacionados con el orden público y la defensa ante malhechores). Desde entonces la
policía, como parte integrante que es de la sociedad, ha experimentado su misma
evolución, que desemboca en los modernos cuerpos policiales que hoy conocemos. El
pueblo decide organizarse en Estado, y éste, directamente o a través de sus
Comunidades Autónomas y Corporaciones locales, dispone la creación de cuerpos
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policiales que hagan efectiva la protección de los derechos confiados por los
ciudadanos. La realidad demuestra que no todo el mundo posee la moral socrática
de acatamiento de las leyes. A falta de esa convicción espontánea para cumplir las
normas y respetar los derechos de los demás, debe necesariamente imponerse la
razón coercitiva. Sin coacción difícilmente el común de los ciudadanos dejaría de
campar por sus respetos, esto es, de hacer lo que les diese la gana; y en una situación
de anarquía social la legitimidad y la capacidad de la organización política
democrática para cumplir su función de árbitro y garante de la convivencia
quedaría en entredicho y abocada al derrumbamiento.
Resulta conveniente realizar alguna matización con respecto a lo que se apunta
como “necesidad inexorable de coacción” en la regulación de la convivencia humana
y su imbricación con el término cultura. La cultura se constituye como una segunda
naturaleza del hombre. La cultura es lo que el hombre añade a su naturaleza y lo
distancia del reino animal del que procede. A mayor cultura, mayores
posibilidades de libertad, entendida esta como la capacidad exclusivamente humana
de escapar del mundo siempre determinado de la genética y los instintos. El ser
humano cuenta con capacidades potenciales que ha ido desarrollando a lo largo de su
evolución. Entre estas, la capacidad simbólica, que le ha permitido crear el lenguaje
como instrumento de reconocimiento y comunicación con la realidad circundante;
junto a la anterior, también como rasgo aparte y exclusivo dentro del reino animal,
la conciencia de su existencia y de su mortalidad y la inteligencia para crear un
universo de valores, en los que está representada la infinita potencialidad que entraña
la idea y la realidad de ser humanos. De lo anterior se sigue que a mayor cultura
menor necesidad de coacción. Y mientras que la cultura (en dicho sentido de
perfeccionamiento ético que supera la ley de la selva y consagra el respeto de lo
humano por lo humano), no vaya calando más hondamente en la conciencia de las
venideras generaciones e imponiéndose como una verdad genética en el proceso de
evolución que va del primate al humano, en más de una ocasión dicho respeto habrá
de conseguirse por la fuerza.
Hasta ahora la historia demuestra que el libre ejercicio de los derechos y libertades
requiere una efectiva protección y la necesidad de cuerpos policiales que se
encarguen de dicho cometido. Lo que hace al hombre asociarse a los demás y fundar
el Estado es precisamente lo que una vez constituido éste sigue atentando, aunque
sea en menor medida, contra la pacífica convivencia: naturaleza contra cultura,
derecho contra deber, individualidad contra colectividad. Las leyes representan el
modo expreso e imperativo en el que la colectividad se obliga en beneficio de todos y
cada uno de sus miembros. Para aquél que no sea suficiente el anuncio de la sanción
que comporta la infracción de las normas penales o de otra índole policial, los
cuerpos de seguridad deben entrar en funcionamiento al objeto de denunciar,
detener si procede y presentar a las autoridades competentes las pruebas de la
transgresión. El trabajo policial bien hecho es un trabajo útil, indispensable para la
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comunidad, que ensancha la dignidad humana de estos servidores públicos y la de
la sociedad a la que se deben. Junto a las labores de prevención y a los servicios
estrictamente humanitarios, las funciones de represión que en determinado
momento también tenga que ejercer la policía no las establece este colectivo sino la
sociedad a la que sirve, que a través de sus representantes legítimos también fija las
normas de convivencia y la sanción para quienes las rompan. La policía asume la
responsabilidad de garantizar la tranquilidad pública que requiere la vida en
sociedad. Y mientras no se invente un modelo mejor de organización social, un
nuevo fin de la historia, Estado y policía continuarán siendo instituciones
imprescindibles en el proyecto de vida en común que comporta la civilización.
A modo de corolario, en las democracias reales y Estados de derecho la policía se
halla al servicio de la comunidad, y en la asunción de sus legítimas competencias y
de lo que es su obligación habrá de cuidad de la seguridad para que los derechos y
libertades reconocidos en las leyes puedan realmente disfrutarse. La Ley Orgánica
2/1986, en desarrollo del artículo 104 de la Constitución española, o en el futuro
cualquier otra ley del mismo rango, declara la misión esencial de los Cuerpos de
Seguridad: proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la
seguridad ciudadana. Con esta redacción tan simple como tan clara, la legitimidad de
ese Estado, que sabe para qué está, y la legitimidad de la policía, que sabe para qué
actúa, quedan fuera de cualquier duda.
2.2.2 LA NECESIDAD DE LA ÉTICA EN LA POLICÍA
La historia evidencia que el Estado es una organización política que se impone al
individuo necesariamente cuando pretende organizar su modo de convivencia.
También la historia acredita que el buen funcionamiento del Estado como garante de
dicha convivencia precisa de manera inexcusable del concurso de los cuerpos
policiales. Y por último, también la experiencia diaria que termina haciendo historia
testimonia que los cuerpos policiales que colaboran con el Estado en su servicio a la
sociedad necesitan de la ética como herramienta obligada de trabajo, para que no se
rompa la buena relación de causalidad, y Estado y policía respondan a su esencia y
sigan cumpliendo con el noble fin para los que fueron creados.
¿Quién vigila al vigilante? ¿Quién guarda al guarda?: Al policía lo controlan
externamente las propias leyes del Estado de Derecho a través de Jueces y Tribunales
y otras instituciones como el Defensor del Pueblo, juntamente con su ética profesional
como control interno. Por una parte, los sistemas democráticos cuentan con
mecanismos suficientes para evitar la impunidad y asegurar, llegado el caso, la
responsabilidad penal y administrativa de los funcionarios encargados de hacer
cumplir la ley. Por otra, tal como se recoge entra las recomendaciones del Código
Europeo de Ética de la Policía, los aspirantes a policía habrán de ser seleccionados
sobre la base de sus competencias, que deberán adaptarse a los objetivos de la policía;
entre dichos objetivos se encuentran los de respetar las libertades y derechos
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2.2.3 ÉTICA Y EFICIENCIA POLICIAL
En el epígrafe anterior se advertía el riesgo de que el policía, por ser el funcionario
que casi con carácter exclusivo podía emplear la fuerza en el desempeño de su trabajo
(la exclusividad la comparte con los funcionarios de prisiones y pocos más), y ser en
una primera instancia el encargado directo de aplicar la coacción legal, pudiera
contaminarse del formato represivo de la ley, sustituir la parte por el todo y en una
especie de sinécdoque peligrosa leer coacción donde pone ley. Pero no es lo mismo
aplicar la ley que creerse que la ley es uno; no es igual colaborar con el imperio de la
ley que erigirse en el imperio de la coacción. La coacción de la que se sirve la ley es la
mínima que esta necesita para hacerse cumplir, y aquélla ‐la mínima y la de la ley‐ es
la que el policía tiene que emplear y no una añadida y particular. La autoridad (y el
policía es un agente de la autoridad) sólo usa la coacción cuando su principio es
despreciado. Es entonces, y sólo entonces, cuando entra en juego la coacción reglada,
que tiene por sistema unos tiempos y unos espacios que no pueden alterarse, y
marcha siempre a rebufo de la ley en estado puro (la argumentación humanitaria
revestida de autoridad). El Estado de derecho deja claro que no es lícito colocar la
coacción a modo de carreta delante de los bueyes de la legalidad. Entre los muchos
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riesgos (para el policía y para la sociedad) que comporta dicho error, semejante
descolocación, se halla el de que el policía piense que tarde o temprano se le
presentará el dilema de tener que escoger entre la eficiencia en su trabajo o ajustar sus
actuaciones profesionales a la más estricta escrupulosidad ética, aun a costa de la
eficiencia. La situación planteada de esta forma presenta la estructura de un
silogismo falso. La eficiencia (entendida en nuestro caso como la máxima obtención
de éxitos policiales en la lucha contra la delincuencia y las infracciones de ley) que
se logra a costa de los principios éticos profesionales y del respeto policial a los
derechos de la persona y al honor de la verdad, no es tal eficiencia, convirtiéndose en
algo tan distinto como una posible acción delictiva semejante o incluso más grave
que la que el policía trataba de descubrir o evitar.
Se dice que alguien es eficiente cuando realiza satisfactoriamente la función que
tiene encomendada. Y la policía, por más legislador diletante que salga en cada
esquina, está sólo y exclusivamente para cumplir y hacer cumplir la ley, no para
legislar por su cuenta ni ninguna otra cosa parecida. El cometido legal del policía de
hacer cumplir la ley no puede realizarse a cualquier precio, toda vez que ni la ley ni el
Estado de derecho, bajo cuyo imperio se halla este funcionario, autorizan a ello.
Nadie, y menos el policía, está facultado para bordear la ley al objeto de hacerla
cumplir. El funcionario que buscando otra vuelta de tuerca más (esto es, rebasar el
tope máximo con el que a todos nos atornilla la ley) en el grado de eficiencia de las que
permiten las normas llega a saltarse la ley, accede a un nivel más bajo de
inmoralidad que el delincuente o el infractor que persigue, con independencia de las
responsabilidades penales o disciplinarias que también contraiga. Ser eficiente es
cumplir honrosa y dignamente la labor encomendada, en el caso del policía, ejercer
sus funciones con absoluto respeto a la Constitución y al resto del ordenamiento
jurídico (artículo 5.1 de la Ley 2/86 de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad), que marcan
los límites de la eficiencia. Si la sociedad entiende que la legalidad vigente no
resuelve adecuadamente los problemas de convivencia, tendrá que ser la sociedad a
través de sus representantes legítimos la que haya de arbitrar nuevas normas que
corrijan las deficiencias observadas; pero nunca será el funcionario el que por su
cuenta (y riesgo) subsane o cambie la ley para salvar a la sociedad. No hay éxito ni
triunfo en aquellos supuestos logros que se obtienen a costa de desvirtuarnos como
personas y, en el caso del policía, como funcionarios encargados de velar por la
observancia de las leyes. En la Biblia se dice de una manera rotunda: ¿De qué te sirve
ganar el mundo si pierdes tu alma?
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2.3 El sentido de la responsabilidad
INTRODUCCIÓN
La responsabilidad es un término tan diario y doméstico como casi siempre
impreciso. No hay parcela de la vida en la que antes o después, al objeto de orientar o
reorientar las acciones humanas, se apele a este sustantivo. A los huelguistas se les
reclama sentido de la responsabilidad para que no se paralicen los servicios, y a los
empresarios, ante las reivindicaciones de los huelguistas, que no pierdan de vista su
función social y alta responsabilidad en la buena marcha de la economía. En época de
vacas flacas los gobernantes exhortan al sentido de la responsabilidad y a la capacidad
de sacrificio. Los hijos han de ser responsables y no menos responsables los padres
con los hijos. Ser responsable, se nos asegura, es la condición inexcusable para llegar a
hombre y también ‐aparte de otros requisitos‐ para que te metan en la cárcel. La
responsabilidad es algo que a todos nos envuelve sin que sepamos muy bien su
textura y si la responsabilidad nos libera o nos obliga. La responsabilidad parece que
está en todos lados y al mismo tiempo ‐dada las continuas invocaciones que se le
hacen‐ en ninguno. En qué consiste ser responsable, quiénes pueden serlo, cuál es el
sentido y el alcance de la responsabilidad, para qué sirve, cuál es su fundamento
último. Al objeto de intentar dar respuesta a estas preguntas, y para no ser menos que
los demás, seamos responsables y sigamos adelante.
ACTIVIDAD DE INICIACIÓN
Malos conductores
Las últimas reformas legales consistentes en el endurecimiento de las sanciones
por infracciones graves de tráfico como exceso de velocidad, conducción sin carné o
bajo la influencia de bebidas alcohólicas, han supuesto un sustancial descenso en la
producción de siniestros graves y reducido la mortalidad. Las campañas de la
DGT apelando a la conciencia de los conductores no se mostraba suficiente.
Cuestiones:
1. ¿Qué había fallado en este caso: la ética o la ley? Razona tu respuesta.
2. Relaciona incultura y sanción.
3. ¿Qué diferencias existen entre quien en una discusión acaba con la vida
de otro y quien lo hace mediante atropello por conducir bajo los
efectos de la embriaguez? Contesta recordando que estamos en ética y
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no en derecho penal.
4. En el ámbito de la convivencia, ¿qué situación debería darse para que
no fuese necesario endurecer las penas por infracciones de este tipo?
5. Comenta esta frase: No hay mayor traición que la de un policía
corrupto. ¿A quién se traiciona? ¿Por qué?
2.3.1 A VUELTAS CON LA ÉTICA: LA ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD
Cuando en el epígrafe 1 se abordaban las dos grandes corrientes éticas habidas a
lo largo de la historia, citábamos, por un lado, las éticas materiales, también
llamadas teleológicas o de la felicidad en cuanto buscaban la consecución de
determinados bienes que servían de medio a un fin último: la felicidad como el
bien supremo; por otro, se distinguía aquella corriente de pensamiento que deja
de buscar contenidos para la fundamentación de la ética y repara sólo en la forma
de actuar del hombre. Decíamos que el máximo exponente de este sistema ético
formal o de principios era Kant, para quien el origen de la moral era el deber
impuesto por la preexistencia de principios dictados por la razón. En esta línea
de pensamiento, antes que los resultados que se derivan de la acción, lo
importante es el procedimiento mediante el que se llega a dicha convicción o
principios. A partir de ahí, y atendiendo a la realidad de que no existen principios
morales que puedan ser calificados de válidos universales en todo tiempo y lugar
(y dentro de la metaética como sistema que compara entre sí distintos sistemas
éticos) surge en un tercer momento una ética basada en la argumentación de que
el hombre no debe obrar sólo por el deber, esto es sin sopesar antes las
consecuencias de sus actos, su eficacia. Bajo este grupo estarían las conocidas como
éticas de la responsabilidad, con Weber a su frente. El peligro del fanatismo ciego y
del dogmatismo, del que participa según Victoria Camps la ética de principios,
se corrige con una ética responsable de las consecuencias éticas de la acción.
Según la ética de la responsabilidad, a nadie se le puede exigir comportamientos
sobre principios universalmente válidos sin posibilitarle antes la reflexión sobre
las consecuencias de sus actos. Su mecanismo funciona a modo de una
racionalidad instrumental que valora tanto los fines como los instrumentos para
conseguirlos. En aquellas éticas previas a la ética de la responsabilidad que
comentamos, la idea de MacLuham sobre la aldea planetaria y el mundo de la
globalización aún no estaban decididas ni definidas. El alcance del hombre sobre
la naturaleza se entendía limitado. Las experiencias bélicas posteriores, las
hambrunas de los pueblos, los genocidios y la destrucción de los ecosistemas
evidenciaron la contrario, así como la necesidad de buscar distintos enfoques
éticos que diesen respuesta a los nuevos retos que se plantean a nuestra especie. La
ética de la responsabilidad trata de abordar esta empresa. Hans Jonas, a modo de
una máxima kantiana, define el principio de responsabilidad: “actuar de tal
suerte que las consecuencias de nuestras acciones sean compatibles con la
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permanencia de la vida”. En el eje de estas consecuencias se hallan la
responsabilidad y la alteridad.
Ninguna interrelación humana es inocente en cuanto a su trascendencia sobre los
demás. La alteridad, como conciencia del otro, permite a su vez al humano ser él
mismo, ver su propia imagen reflejada en el espejo de los demás como un aparte de
excelencia frente al mundo de los animales y de las cosas. Desde la perspectiva
ontológica, la alteridad implica el hallazgo del náufrago que encuentra en la isla a un
ser semejante en el que reconoce su identidad ya casi olvidada y le hace partícipe de
su humanidad. Esta humanidad conduce al sentimiento ético de la
corresponsabilidad y la complicidad para salir juntos del naufragio. Se ha dicho que
el rasgo más definitorio del ser humano es desvivirse por lo humano; y ahí se inserta
el componente emocional distintivo de la preocupación ética, por el cual, sabedores
de que todo lo que se haga individualmente tiene una suerte de efecto mariposa
sobre la humanidad, la mera presencia del otro nos obliga y hace que nos importen
las consecuencias que nuestras acciones puedan tener sobre ellos.
2.3.2 CONCIENCIA Y SENTIDO DE LA RESPONSABILIDAD
A partir de la libertad de la voluntad humana se establece el concepto de
responsabilidad y se afirma que alguien es responsable cuando está obligado a
responder de sus actos. Sin aquella libertad de la voluntad, los seres humanos
participarían de un determinismo genético con el mundo animal del que provienen,
que anularía su responsabilidad. Los principios éticos sólo son exigibles en el ámbito
humano de la libertad, al que también se vincula el fundamento último de la
responsabilidad. Aunque en un primer nivel se entiende que el sentimiento de
responsabilidad es personal, el individuo, según creencias, también puede responder
ante otras instancias como son la sociedad, Dios o la naturaleza. Sartre entiende que
los hombres, al rebelarse contra la autoridad y aceptar la responsabilidad que ello
implica, crean su propio mundo en el que indefectible y absolutamente están
condenados a ser libres y, en consecuencia, a responder sólo ante ellos mismos. Dicha
libertad, que se constituye como conciencia y naturaleza del hombre y fundamenta
la responsabilidad de sus actos, acarrea la angustia existencial, el ser y la nada del ser
humano.
Los principios morales que nutren nuestra ética y son corresponsables del
sentido de la responsabilidad, a través de la reflexión, sedimentan en la
conciencia. Aunque hay autores que la entiende como el remordimiento por la
maldad de actos pasados, la mayoría de los filósofos de la moral interpretan la
conciencia como la aceptación de un principio de conducta obligada, o también como
“principio corrector con carácter de sanción para actos pasados y de anticipación de
sanción para los futuros”. En las acciones y omisiones humanas la voz de la
conciencia interviene para llamar al sentido de la responsabilidad, que se nutre de
valores morales. Estos cuentan con diversas etapas en su desarrollo que, según
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Köhlberg, van desde un orden preconvencional caracterizado como la etapa del
castigo y la obediencia, pasando por un orden convencional en el que tienen lugar
las expectativas ante el sistema social y el mantenimiento de la conciencia, hasta
terminar con el orden posconvencional o de principios, en el que discurren con
plenitud los principios éticos universales que marcan el tránsito de la heteronomía a
la autonomía moral. La conciencia opera a modo de supervisor ante posibles
desajustes o dilemas éticos en la actuación humana madura y reflexiva. También el
sentido de la responsabilidad a veces ha de ser llamado al orden por la conciencia
(decía Víctor Hugo que la conciencia era una tempestad dentro de un cráneo), que
observa y juzga la acción del hombre y le orienta en su decidir. Según Berger el sentido
es la conciencia acerca de la interrelación entre varias experiencias. Los sentidos, a
partir de la experiencia, elaboran nuestro sistema de valores conforme a criterios que
evalúan la repercusión de la conducta individual en la esfera de lo social. El sentido
de la responsabilidad mide el alcance de nuestros actos, su proyección sobre los
demás, y pide que actuemos en determinada dirección, según es nuestra obligación.
Dicho sentido nos facilita el mejor uso posible de nuestra libertad para responder de
cuanto nos sucede de acuerdo con las expectativas que levanta nuestra humanidad.
2.3.3 EL EMPLEO DE LA ÉTICA COMO EJERCICIO DE LA
RESPONSABILIDAD POLICIAL
Entre las diversas definiciones de la ética tenemos la que la considera como el
arte de hacer buen uso de la libertad de que disponemos. Un buen uso de esa
libertad sería, en el caso de los policías, adecuar los comportamientos
profesionales al sentido de la responsabilidad. El artículo 1 0 del Código de
conducta de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley expresa que los
funcionarios encargados de hacer cumplir la ley cumplirán a su vez en todo
momento con los deberes que ésta les imponen, sirviendo a su comunidad y
protegiendo a todas las personas contra actos ilegales, en consonancia con el alto
grado de responsabilidad exigido por su profesión. Lo que a los policías les
exige su profesión es que defiendan los derechos humanos sin distinguir a las
personas por sus razas o etnias, niveles sociales o morales; a los policías también
les conmina el ejercicio responsable de su profesión a que usen la fuerza, pero sólo
en los casos y con la proporcionalidad necesarios, criterios que asimismo, al
menos en una primera instancia ‐en la consideración de aquella alta
responsabilidad y confianza que se les otorga‐, quedan al juicio de la conciencia
del funcionario; la responsabilidad de su trabajo es también la que les impone el
sigilo profesional sobre todas las cuestiones que conozcan por razón de su cargo
y la que los exhorta, en un cuerpo regido por principios de disciplina y jerarquía,
a la obligación de desobedecer a sus superiores en determinados supuestos. A la
vista queda que la complejidad de la función y la superior responsabilidad de la
que habla el Código de Conducta no es gratuita, y resulta ajustada y en consonancia
con los delicados cometidos que desempeñan estos cuerpos. Los derechos y
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libertades con los que el policía trabaja son esenciales para el desarrollo del
individuo y de la sociedad, y en consecuencia precisan también de una especial
sensibilidad y cualificación por parte del funcionario encargado de proteger su
ejercicio.
Las crecientes demandas de seguridad por parte de la ciudadanía ha
propiciado que colectivos policiales tradicionalmente alejados de actuaciones en
materia de represión directa del delito, como la policía local, hayan asumido un
protagonismo indiscutible en la atención de aquello requerimientos ciudadanos.
Para sortear con éxito el continuo reto que tienen ante sí estos funcionarios policiales ‐
tanto por sus nuevas competencias en el área de la seguridad como por la superior
calidad del trabajo que desde siempre venían desempeñando‐ el sentido de la
responsabilidad recomienda a dichos profesionales una sólida formación y
actualización continua en las materias cambiantes con las que operan y prestan su
inestimable servicio. El ejercicio pleno y responsable de la profesión policial
demanda de manera inexcusable dicha cualificación.
Dentro de los planes de formación, quizá la asignatura más difícil de enseñar
sea la ética policial. Primero porque en sentido estricto no es ninguna
asignatura (en todo caso sería una asignatura de la que se va uno
autoexaminando a lo largo de vida) y segundo porque el alumnado, por razón
de edad, ya tiene formado sus propios criterios ‐su autonomía moral‐,
acertados o no respecto al uso que hace de su libertad en la que tiene su origen
la ética. Adiestrar la memoria y acumular conocimientos es más fácil que enseñar
actitudes, que determinan el perfil ético de una persona. La ética anida en la
conciencia humana y no suele improvisar su aposento de un día para otro. El
olvido de la ética resulta lamentable en la relación entre particulares, pero
deviene en terrible si quien la olvida es el policía. Los policías viven situaciones
difíciles y extremas en su trabajo. El ejercicio de la coacción al que los policías
vienen obligado por razón de trabajo (coacción en la que entra desde detener
hasta multar o prohibir) no parece agradable ni fácil para nadie en el buen uso de
sus facultades mentales y morales. El empleo de la ética bajo las circunstancias
más adversas puede servir de contrapeso al desarrollo de la profesión bajo las
circunstancias más coactivas. Por otro lado se encuentra también el llamado
peligro de contagio. En determinada áreas policiales se tiene un trato diario con
personas marginales carentes, la mayor parte de los casos por falta de formación, de
escrúpulos o al menos de una conciencia clara acerca de la maldad intrínseca del
delito. El roce frecuente con este tipo de personas puede llevar al funcionario a
contagiarse, si no de la amoralidad esencial que padece muchas veces el
delincuente, sí de los métodos nada ortodoxos utilizados por éste para conseguir
sus fines. La confianza que da conocer de cerca la ley y los recovecos y
subterfugios con que ésta resulta susceptible de burlarse resulta a veces un marco
tentador para cualquiera. Aquí es donde juega su baza la ética policial o, lo que es lo
mismo, el deber moral, el concepto socrático y kantiano acerca del carácter sagrado
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del deber. Por más teórica impunidad de que pueda gozar por mi condición de
policía, por muchas pruebas que presente a mi favor sobre la ficticia
proporcionalidad en la defensa, por más testificaciones de mis compañeros
intentando salvarme, siempre, el noble ejercicio de la profesión y mi ética me
considerarán culpable y me condenarán en mi más íntima condición de hombre.
Podré resultar falsamente inocente ante la ley y ante la sociedad pero nunca ante mí
mismo, por haber traicionado la confianza social como policía y el buen uso de mi
libertad como miembro de la especie humana a la que pertenezco. Resultando
indispensable el uso de la ética en la profesión policial, como queda acreditado, el
sentido de la responsabilidad reclama también de dichos funcionarios el ejercicio
continuo de la reflexión acerca de sus actuaciones para, por una parte, constatar si se
encuentran ajustadas o no a principio éticos y, por otra, para realizar una decidida
apuesta que tenga por objeto desarrollar el buen gusto moral en la esfera particular
de su vida y en el ámbito público de su profesión, toda vez que las acendradas
convicciones éticas no admiten interrupciones ni horarios.
2.3.4 LA PROFESIÓN DE POLICÍA
Se entiende por profesión, la prestación de un trabajo o servicio remunerado que
requiere una cualificación por parte de la persona que lo desempeña y que redunda
en beneficio de quien lo recibe y de quien lo presta. En el caso de la profesión de
policía, la incorporación a su concepto de la idea de servidores públicos, por un lado, y
por otro la visión monocular aportada por los medios de comunicación sobre el
fenómeno de la inseguridad, precisan que dentro de aquel sentido de la
responsabilidad, y por encima de los cantos de sirena, el funcionario policial sepa
bien de qué debe responder y, a tal efecto, se replantee en qué consiste ser policía y
cuál es el servicio que, en última instancia, la sociedad le demanda. Los medios de
producción masiva de comunicación destacan como actualidad la parte más brutal y
violenta de la realidad (atracos, asesinatos, violaciones...); pero por fortuna la
realidad es más amplia y menos cruenta de lo que presentan los titulares de los
informativos. Por culpa de aquella visión tan reduccionista como espectacular de la
realidad el servicio policial por antonomasia se confina a heroicas acciones en las que
la policía libera sanos y salvos a los rehenes y acaba con el secuestro. Todo lo que no
sea esto se aparta de la consideración, en su más amplio sentido, de los medios de
comunicación y, en consecuencia (lo que no sale en la televisión no existe), de la
opinión pública. Quizá también hasta los propios mandos y los subordinados de las
plantillas policiales han podido terminar contagiándose y participando de esa
paupérrima y cegata forma de entender el trabajo policial a la que, por ramplona, se le
escapa la profunda dimensión que en una sociedad democrática adquiere la función
de policía. Esta es una profesión para gente sin complejos que en todo momento
debe saber distinguir entre realidad y ficción, oportuna distinción que evitará la
frustración o, aún peor, el peligro de tratar como criminales a quienes no son otra cosa
que ciudadanos cabreados porque acabamos de multarlos. El término seguridad,
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sobre el que debe recaer la atención, abarca otras facetas más ricas y creativas que las
meramente represivas. Los accidentes de tráfico matan más personas que los atracos;
la prevención, en cuanto no precisa reparación ni restablecimiento de los derechos,
es la mejor seguridad: la que en último término hace feliz a los ciudadanos; las
funciones de policía administrativa son asimismo funciones policiales por excelencia;
el control de obras para que no se realicen sin licencia o en zonas verdes, las
denuncias por ocupación ilegal de la vía pública y vertidos ilegales o la vigilancia
sobre la venta ambulante o los establecimientos, son todas actuaciones que
redundan en la seguridad ciudadana porque mediante su buena práctica se evitan
atentados urbanísticos, accidentes o situaciones de riesgo, y se contribuye a mejorar
la calidad de vida de nuestros municipios. También la policía tiene una trascendente
función social consistente en dialogar con los ciudadanos, contribuir a su educación
y a que éstos, en el disfrute de los bienes públicos, pongan en práctica las dotes que
requieren el noble ejercicio y el derecho de la ciudadanía. Los policías están para
facilitar información a quien se la requiera, utilizar como herramienta profesional la
empatía y hacerse cargo de los problemas de los vecinos y aconsejarlos en la medida
de sus posibilidades. Los policías están para algo tan simple y a la vez tan infrecuente
como saber escuchar. Todas esas funciones, inadvertidas y casi anónimas, son tan
policiales y tan importantes como los que se presentan como grandes servicios en
los medios de comunicación que asombran a la sociedad y que, lo que es peor,
incluso llegan a desmerecer el resto del trabajo aun entre las filas de la propia policía.
La noción de servidor pública trasladada al policía hace de éste un excepcional
recepcionista de nuestras poblaciones, cuya principal misión consiste en prestar
ese servicio de cinco estrellas que paga y al que tiene derecho la sociedad. Estos
son los casi inabarcables contenidos de la profesión, de la declaración pública
que el policía hace y debe saber de su oficio.
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Curso de Formación Inicial de Policías Locales
La obediencia debida. El poder discrecional de la policía.
2.4 Jerarquía y subordinación, disciplina, autoridad y
lealtad
INTRODUCCIÓN
En las relaciones humanas juega un papel decisivo el entendimiento, que puede
interpretarse en cualquiera de sus dos acepciones: como capacidad o acto de
ponerse de acuerdo, y como conjunto de facultades intelectuales que nos
permiten discernir. En ocasiones ambas significados marchan de la mano y es la
falta de sentido común la que nos impide llegar a acuerdos y que el entendimiento
cumpla su fin último instalándose para siempre entre nosotros. Las leyes tratan de
facilitar al entendimiento mediante su publicidad y su mensaje inequívoco acerca
de cómo hemos acordado regular nuestras relaciones y dispuesto el común espacio
social (la ley no es sino la atmósfera normativa que crea el humano para respirar y
vivir en sociedad). En el ámbito policial el acuerdo concreto consiste en que los
colectivos de seguridad son cuerpos a las órdenes de la autoridad legítima, que
cumplen una función social de acreditada trascendencia, y que para lograrla han
de ajustar su actuación a unos principios de legalidad, jerarquía y subordinación.
Cuando ya todo parecía solucionado mediante la ley, llega la realidad y evidencia
que la realidad no es así: que no todo funciona conforme a lo previsto, que las
leyes se muestran insuficientes cuando no impotentes para llevar adelante aquel
proyecto del buen hacer de la policía, que necesitan ‐las leyes y la policía‐ del
auxilio de la ética (ese algo que funciona como una socorrida chuleta impresa en
la conciencia humana, que acude ante el olvido de la ley o a donde no llega la ley )
y que hasta en el cumplimiento del deber de subordinación, la obediencia tiene sus
límites que son necesarios recordar.
ACTIVIDAD DE INICIACIÓN
“Para tener alguna autoridad sobre los hombres hay que distinguirse de ellos. Por
eso los magistrados y los curas llevan bonetes cuadrados”.
Voltaire. Repertorio de disparates
Cuestiones:
1. ¿Cuál deber ser el principal atributo de la legitimidad del poder?
2. ¿En qué consiste el principio de autoridad? Su ejercicio, ¿supone
alguna obligación?
3. ¿Por qué es preciso establecer alguna autoridad sobre los humanos?
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 28
Curso de Formación Inicial de Policías Locales
policial?
5. ¿Qué entiendes por disciplina en la función policial?
2.4.1 AUTORIDAD Y PODER. TRIVIALIDADES SOBRE EL PODER
El poder ha marchado de la mano al unísono de la historia de la civilización.
Bajo los diversos formatos de violencia, autoridad, fuerza o coerción las
organizaciones humanas de todos los tiempos han utilizado alguna forma de
poder como medio de forzar o, al menos, de influir en las decisiones de los
miembros del grupo. Según Hannah Arendt, la violencia es la antítesis del poder y
no un elemento más del ejercicio del poder, tal como concibe la mayoría de
tratadistas. El poder emana de la acción cooperativa de los seres humanos; hasta
ahora, para sacar adelante tal proyecto de cooperación, las sociedades modernas
han debido recurrir a la legitimidad de la fuerza, entendida ésta como capacidad
reglada para producir un efecto, en este caso la obediencia a la autoridad. Esa
fuerza anunciada en la letra legal pasa a ejecutarse por medio de la autoridad
cuando la obediencia que demanda aquélla no se consigue; pero siempre, aun
teniendo que imponerse mediante la coerción, el fracaso de la autoridad no supone
nunca la implantación de la violencia, toda vez que la fuerza de la autoridad está
asimismo legitimada, aunque en este caso lo sea en un segundo nivel menos
persuasivo y más contundente. En cambio, la violencia, que implica destrucción
de una esencia o de un orden, quedaría fuera del marco legítimo del ejercicio del
poder a través de la autoridad. Al decir de Aristóteles, en los movimientos
violentos las cosas dejan de seguir su movimiento natural; enlazando con Kant,
cuando a la persona se utiliza como cosa o como medio para conseguir un fin, y
no como un fin en sí misma, se estaría violentando su movimiento natural de
hombre. Sea como sea, al menos en el extrarradio de la teoría política, el poder se
manifiesta en su uso diario como influencia sobre terceros, como la capacidad de
dominio o facultad de una persona para mandar sobre otra y dirigir su voluntad.
Y nadie debe espantarse de que así sea porque dicha realidad responde a la
específica naturaleza, a la esencia propia del poder y del individuo que lo ejerce.
El poder democrático es en sí mismo una entelequia o al menos una ficción
jurídica en la que se nos obliga a creer. Frente a éste, frente al indiscutible
esfuerzo de abstracción que supone asimilar, digerir y asumir lo que entraña la
noble aspiración del poder, el palo erguido ‐la forma más directa y primitiva del
poder‐ es un mensaje tan ágrafo como directo que ni siquiera precisa de las reglas
de la ortografía ni la sintaxis para hacerse entender. Pero eso no es de lo que
estamos hablando. La civilización supone alejarse de la ley de la selva y construir
un espacio humano donde todos cuentan con la indestructible fuerza de su
dignidad, y donde entre todos sólo se reconoce especialmente fuerte a aquel que
está legitimado. La legitimidad (y la invencibilidad que da sentir de cerca su
mano), en un primer momento, la confieren el nombramiento democrático o
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 29
Curso de Formación Inicial de Policías Locales
reglado y, en un segundo y definitivo, el óptimo y virtuoso ejercicio del poder.
La legitimidad es una cualidad distintiva de la acción legal que abarca tanto a
quien manda, como lo que se manda y al cómo se manda. La práctica pública del
bien común (consistente en la realización exacta del mandato y en ejecutar las
cosas tal como se ha ordenado por el legislador en cuanto expresión del sentir de
la sociedad), acredita y da alas al poder para que siga ejerciendo su función.
Con frecuencia pensamos en el poder como algo que nos cae lejísimos, que
es cosa de ellos, y que sólo percibimos en calidad de sujetos pasivos bajo la acción
de las diferentes instituciones de poder. Sin embargo todos tenemos poder y, al
menos en potencia, incluso capacidad para su mal uso violentando la conducta, la
dignidad o el equilibrio emocional del prójimo. No ya desde el abuso de la ley,
sino desde el mal uso de la libertad moral, cualquiera podría ejercer un poder
perverso que escapase a la justificación de la legitimidad, pública de la ley o
privada de la ética. Decíamos antes que si no siempre éramos libres para elegir lo
que nos ocurría, sí al menos lo éramos para dar respuesta a aquello que nos
ocurría. Esa libertad era la libertad de elección. Cuando elegíamos mediante la
reflexión atendiendo a criterios que más nos distinguiesen en nuestra condición de
humanos, era cuando podía hablarse de comportamientos éticos, y de que en el
mejor uso posible de ese inalienable derecho habíamos optado por la libertad
para ser persona y para desarrollar el más honroso ejercicio del poder. Pero
también caben otras opciones que no tienen en cuenta en su alcance el
reconocimiento de la humanidad del otro, es cuando el poder se despoja de la
legitimidad, su mejor, su única justificación, y se reduce a mera violencia.
Por más humilde que sea nuestra posición social todos tenemos poder. Somos
seres soberanos sin excusa, esto es libres y capaces para interactuar de la forma más
distintiva que singularice a lo humano. Decía Shakespeare que todos estábamos hechos
de la misma sustancia con lo cual se trenzan los sueños, y que tenía que notarse que
nos dábamos cuenta de ese parentesco. Si nos diéramos cuenta (y por nosotros no va
a quedar), usaríamos todo nuestro inmenso y virtuoso poder de la mejor manera
posible en beneficio de la humanidad. Y la humanidad, en cualquier caso, no es
ninguna elucubración de la ciencia política acerca de los fundamentos del poder o la
autoridad: la humanidad se palpa y hace presente en todos y cada uno de los seres
de carne y hueso que tenemos al lado.
2.4.2 EL USO DEL PODER EN LA POLICÍA: JERARQUÍA Y
SUBORDINACIÓN
Decíamos que, en general, todos tenemos poder para en cualquier momento, desde
el peor ejercicio de nuestra libertad individual, violentar la pacífica libertad de
nuestros semejantes. La libertad de la que aquí se vienen hablando no es sólo la
libertad suprema consagrada entre los derechos fundamentales, la que don Quijote
aseguraba a Sancho ser uno de los dones más preciados del cielo, sino también la
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libertad simple, cotidiana y humilde que no pide demasiado aparte de que lo dejen a
uno vivir en paz, trabajando honrada y honrosamente sin molestar ni ser molestado
por nadie. Hay quien por su profesión o responsabilidad cuenta sobremanera con
una especial potencialidad para ejercer el poder y, en consecuencia, también con un
plus de capacidad para injerirse en la libertad de los demás. Entre otras (cada cual
piense en la que más cerca le caiga), la leyenda negra de los jefes se articula sobre su
poder real y su supuesto mal ejercicio. Nos centraremos en el ejercicio del poder por
parte de los mandos policiales.
Al decir de los propios mandos, la dificultad que entraña ser jefe o tener algún
tipo de responsabilidad en el organigrama de una plantilla policial no consiste sólo en
el esfuerzo de preparar y superar unas oposiciones. Eso, con tener mérito, es casi lo de
menos. Memoria, disciplina y voluntad (potencias del alma en cuya tríada se ha
cambiado el entendimiento por la disciplina) hacen milagros y son aptitudes capaces
de catapultar a cualquiera que las posea hasta las más altas cimas profesionales. La
voluntad como la intención o resolución de hacer o de ser algo, la memoria como la
facultad para retener información, y la disciplina como la capacidad para sujetarse al
esfuerzo que implica ocupar la memoria y el tiempo en el logro de nuestra
resolución, sin cambiar el rumbo ni desistir de dicho propósito. Pero al igual que para
el triunfo sobra la inteligencia y para la gloria, ni basta, tampoco para desempeñar
con profesionalidad el trabajo policial, esto es ser digno de estar ahí y pertenecer a
este selecto club ‐no olvidemos la alta responsabilidad de su cometido que se
reconoce en los textos internaciones‐, es suficiente con haberse acreditado la posesión
de conocimientos memorísticos relativos a determinadas materias o una óptima
condición física. Y no basta, entre otras cosas, porque entre los contenidos del
proceso selectivo no se incluye la evaluación de la musculatura moral de los aspirantes
(en la redacción recogida en el Preámbulo de la Ley 2/86, cuando se aborda la
complejidad y dificultad de la función policial, se establece como soporte para
superar tales retos una “actividad de formación y perfeccionamiento permanentes
sobre la base de una adecuada selección que garantice el equilibrio psicológico de la
persona, y se olvida añadir como principio no menos importante la exigencia
inexcusable de la adecuación de las actitudes éticas de los aspirantes al compromiso
profesional).
El hambre, las guerras, el abuso de poder, los genocidios y la gran mayoría de los
problemas humanos son problemas éticos. En la policía, como colectivo integrado por
personas, no podía ser menos. El mayor obstáculo al tiempo de elaborar temarios
distintos para mandos y subordinados policiales radica en que, básicamente, con
mayor o menor profundidad, todos tienen que poseer idénticos conocimientos para
la práctica diaria de la profesión, y tan sólo en el caso de los cursos de capacitación se
incorpora como novedoso técnicas de dirección de empresa y psicológicas que, en
principio, no necesitan los policías de las escalas básicas. Las leyes son iguales para
todos. Y la ética también. Las leyes y normas acerca de cuáles son las funciones y
deberes del policía están reiterada y profusamente expuestas, tanto en las fases de
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 31
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oposición como en los períodos de formación en las escuelas de seguridad; de
modo que, al menos en esta parcela relativa al discurrir de las relaciones humanas,
ya estamos fuera de la caverna platónica y no cabe alegar ignorancia para el
cumplimiento de la virtud. De lo anterior se sigue que cuando ocurren disfunciones
(por utilizar un eufemismo) entre lo que el mando ‐o el subordinado‐ policial deber
hacer y en la práctica hace, no es, evidentemente, por la existencia de un vacío legal o
normativo, sino de un vacío ético en el funcionario al que la sociedad le ha confiado la
protección de sus derechos. Y por desgracia pocos casos reales escapan a lo que
pudiera parecer tan arriesgada afirmación. El mayor obstáculo que representa ser jefe
radica en que, al igual que sucedía en la ética policial, el decisivo aprobado o suspenso
no lo da el profesor o tribunal que formalmente nos examina un día concreto. Si en
la ética había evaluaciones diarias y eran los ciudadanos los que examinaban al
policía, ahora son los policías, a veces junto con los ciudadanos, quienes también al
final de cada jornada tienen la última palabra para decir si tales jefes aprueban y son
dignos del mando. En sentido estricto, ser jefe de una plantilla ‐o ser policía básico‐
es más cuestión de actitudes que de aptitudes. Las materias estrictamente
profesionales, como decíamos, son siempre susceptibles de aprenderse. Lo difícil,
sobre todo a ciertas edades, es aprender actitudes, talantes, valores, compromiso,
convicción de la grandeza y enorme responsabilidad que en una democracia real
supone ser policía. Ser jefe es algo, mucho más que ser el funcionario de mayor
graduación que manda en una plantilla o ejerce algún otro nivel de mando. Ortega
aseguraba que uno de los males crónicos de nuestro país consistía en que la multitud,
en lugar de seguir a los mejores había pretendido suplantarlos. Ignoramos si España
sigue invertebrada y si aún las masas siguen rebelándose y continúan indómitas,
más preocupadas en sus apetencias y riesgos de mandar que en la seguridad y
responsable y saludable disciplina de saber obedecer. En la actualidad algo debe de
quedar aún de aquel diagnóstico preocupante, cuando comprobamos que hay
quienes aspiran a subir peldaños en la jerarquía policial menos con la intención de
servir que de ser servidos, más con el insano propósito de reproducir los modelos de
mando que tanto criticaron cuando eran subordinados, que de ser ejemplo de lo que
significa y espera de un jefe en la más grandiosa, noble y humana acepción del
término.
2.4.3 JERARQUÍA Y SUBORDINACIÓN: USO Y ABUSO DE LA
OBEDIENCIA DEBIDA
La complejidad, variedad y gravedad de las contingencias que atiende la policía,
lo difícil y delicado de su misión (la propia controversia psicológica que supone tener
que proteger la integridad de la persona y al mismo tiempo venir obligado al empleo
de la fuerza para asegurar dicha protección), las circunstancias de ser colectivos que
portan armas en el desempeño de su trabajo, el hecho de encarnar el principio de
autoridad, la celeridad con que deben actuar a veces, sin tiempo para el intercambio de
opiniones, y el criterio de optimizar su eficacia, aconsejan que los integrantes de los
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 32
Curso de Formación Inicial de Policías Locales
cuerpos de seguridad se encuentren sujetos en su labor profesional a los principios de
jerarquía y subordinación. La jerarquía es la disposición u orden de elementos
conforme a determinados criterios de valoración en el ámbito de las categorías, oficios
o clases. Antes de adaptarse por las sociedades humanas modernas, la jerarquía ya
estaba inventada en el mundo animal, siendo este el modo más frecuente de
establecer la relación y funciones dentro de cada especie. En las comunidades
animales, la jerarquía contribuye a reducir la tensión y la violencia, a facilitar la mejor
adaptación de los individuos al medio natural y asegurar la supervivencia de la
especie. Es la propia genética animal la que ya reconoce la prelación dentro del
grupo, y que a mayor grado de fuerza corresponde mayor jerarquía. En las
sociedades humanas la posesión de poder, que encumbra en la jerarquía y asigna los
respectivos roles, viene dada por la fuerza de la ley. Aquella fuerza animal se sustituye
por el poder legal como medio de organizar las relaciones entre personas, y conforme
a sus criterios de racionalidad se distribuye la jerarquía de las funciones en el sistema
social. Parsons determina que en las sociedades humanas el grado más alto de
jerarquía se asigna a los valores y normas, sobre los cuales, en cuanto emanados del
sistema cultural que preside la sociedad, interesa un mayor grado de control. La
policía tiene precisamente el control del cumplimiento de tales valores y normas
sociales expresados mediante las leyes. De ahí se sigue la necesidad de que los
encargados de dicho control regulen asimismo su modo de organización interna
conforme a principios de jerarquía.
En el apartado d) del artículo 5 de la L.O.F.C.S. se establece que los miembros de
las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad habrán de sujetarse en su actuación profesional
a los principios de jerarquía y subordinación. El nexo que articula estos dos
principios de jerarquía y subordinación es la obediencia, distinta de la humillación que
implica la jerarquía en el mundo animal. En la esfera del Derecho, frente al mundo de
los instintos, no es al más fuerte sino al más legitimado al que hay que obedecer, no
es la razón de la fuerza sino la fuerza de la razón la que demanda el acatamiento. En
el precitado artículo que comentamos sobre principios básicos de actuación de los
cuerpos de seguridad, se contempla como límites a dichos principios de jerarquía y
subordinación el hecho de que, en ningún caso, la obediencia debida podrá amparar
órdenes que entrañen la ejecución de actos manifiestamente delictivos o contrarios a
la Constitución o a las Leyes. Asimismo en el párrafo segundo del artículo 410 como
causa de atipicidad penal se recoge similar redacción para los funcionarios que
desobedezcan órdenes ilegales. Otros textos legales como la Declaración sobre la
Policía o el Código Europeo de Ética de la Policía, vienen a contemplar igualmente
situaciones y exenciones parecidas al garantizar al funcionario de policía la no
aplicación de ninguna medida legal ni disciplinaria por negarse a cumplir una orden
ilegal, al tiempo que se le exige la obligación de verificar sistemática mente la
legalidad de las operaciones ordenadas en virtud de dicho principio de jerarquía. El
mando, de manera individual o colegiada con otros mandos, en virtud del ejercicio
de su jerarquía, toma las decisiones y asume ante los subordinados y ante los
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 33
Curso de Formación Inicial de Policías Locales
particulares afectados la responsabilidad legal que entraña el ejercicio del poder.
Aparte de los límites a la obediencia debida enmarcados por el principio de
legalidad, dentro de la pirámide de jerarquía de los colectivos policiales también
existen para estos funcionarios unos límites éticos a la potestad de mandar y a la
obligación de obedecer. No siempre todo lo legal es legítimo y, por consiguiente,
ético. Un mando, en el uso legal de sus atribuciones, puede tomar decisiones
respecto a sus subordinados que no están prohibidas por la ley y que sin embargo
pueden encontrarse reñidas con el más elemental sentido de la equidad y la justicia.
El mando confiere poder, elemento inicialmente neutro susceptible de emplearse
tanto para bien como para mal. Excluyendo la manifiesta ilegalidad, existen otras
posibilidades de hacer un mal uso del poder dentro de los márgenes que deja el
llamado poder discrecional de la policía. En nuestro contexto puede entenderse la
discrecionalidad como la autonomía con que cuenta el funcionario para actuar ante
determinados supuestos conforme a su mejor juicio y a su propia conciencia. Las
leyes no pueden preverlo todo y entrar en la infinita casuística que acontece en la
práctica real, lo que supondría el reto imposible de elaborar una ley para cada caso.
Ante la imposibilidad de contemplar de manera exacta todas las contingencias (y,
como de alguna forma queda dicho, el alcance y variedad de las relaciones humanas
que trata de regular la ley no son tan fijos como los resultados de las operaciones
matemáticas) la norma pide que, sin atentar contra las exigencias del principio de
legalidad, al tiempo de definir el tipo legal su redacción cuente con determinada
flexibilidad o cierto grado de indefinición. Dicha indefinición es la que precisamente
permite al policía aquella autonomía para actuar de acuerdo con su conciencia y su
mejor criterio profesional, perfeccionando la norma mediante su ajuste al caso
particular. Lo que en apariencia parece como una ventaja también comporta sus
riesgos. Este riesgo se llama arbitrariedad, y se produce cuando se superan los
límites de la legalidad en un claro abuso de que lo permitía y pretendía el espíritu del
legislador. En ocasiones cumplir a rajatabla una orden sin entrar en consideraciones
morales o de simple sentido común, supone hollar los fundamentos éticos que en
todo momento deben presidir la profesión policial y el margen de interpretación que
permiten las normas en su adecuación al trabajo en la calle.
Dejando a salvo el buen ejercicio del mando ( que en ocasiones es mucho dejar), a
veces, en las relaciones diarias profesionales, la provocación por parte del
subordinado puede ser grande (desidia o negativas a cumplir instrucciones,
simulación de enfermedad, generación de situaciones de malestar en la plantilla...) y,
en consecuencia, grande también puede resultar la tentación del jefe para reprimir
con todos los medios a su alcance (entre los que se cuentan los medios legítimos que
confiere el poder y los ilegítimos, de los que estamos hablando) dicha provocación.
Ante tales situaciones que se dan en la práctica, el superior jerárquico con
preocupaciones éticas (lo cual no significa otra cosa que decir que este mando
reflexiona sobre el buen uso de su libertad dentro de la profesión) debería plantearse
lo siguiente: ¿Si yo fuese subordinado me gustaría que me diesen tales órdenes?,
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Curso de Formación Inicial de Policías Locales
dónde acaban las necesidades del servicio y empieza la arbitrariedad?, ¿no existe
otra manera de hacerse obedecer? En función de cuáles fuesen las respuestas podrá
confirmar o reorientar sus órdenes, entender las razones del subordinado o, en su caso,
buscar procedimientos legales para afirmar el principio de jerarquía y restablecer el
buen funcionamiento de la institución. Pero en todo caso el mando que se precie, bajo
cualquier circunstancia o provocación, siempre habrá de dejar a salvo la dignidad de
la persona que hay debajo del uniforme.
Por su parte, los componentes de la plantilla deberían aplicarse la regla de oro de
la ética de ponerse en el lugar del otro y comprobar lo difícil que resulta tomar
decisiones y mandar a gusto de todos. Los policías deben tratar a sus superiores con
respeto y nunca con miedo. El funcionario que cumple con sus obligaciones y con lo
que marca la ley no tiene de qué temer, porque se halla protegido por su ética
profesional y por el Derecho. Habrá ocasiones en que nuestra dignidad y la que
reconocemos en los demás nos obligue a rebelarnos, en los casos en que uno no
puede dar más de sí y ceder otro poco suponga renunciar a la afirmación
irrenunciable de nuestro individualismo ético, esencia última de nuestra dignidad.
La obediencia del subordinado deber ser una obediencia responsable y digna, distinta
de una obediencia de cadáver; aun cuando las constantes vitales funcionen bien y el
médico no encuentre nada, cuando muere nuestra dignidad, uno puede estar muerto
como persona.
La función de policía en una democracia comporta menos conflictos éticos que en
un Estado autoritario, en el que las leyes ni están inspiradas en el respeto a los
derechos humanos ni son expresión de la voluntad popular. Siguiendo este camino
adelantado que a los policías facilita el Estado de derecho, también a estos funcionarios
les resultará más cómodo partir de lo ya dado, y actuar éticamente respetando los
derechos establecidos de los ciudadanos sin complicarse la existencia legal y moral
legislando por cuenta propia. La policía tiene una función muy concreta de la cual no
puede salirse, que consiste sencilla y llanamente en cumplir y hacer cumplir la ley,
por este orden. Para tener la fuerza moral de obligar a los demás hay que predicar con
el ejemplo. Quien fuerza o tuerce la ley en nombre de la Ley, mal servicio hace a la
sociedad y peor aún se lo hace a sí mismo en su calidad de persona.
2.4.4 DISCIPLINA, LEALTAD Y AUTORIDAD
Aunque históricamente el término disciplina se ha asociado de manera especial
con el ámbito castrense, tal atributo es de uso corriente en la vida civil y se erige en el
desiderátum de cualquier sociedad con aspiraciones de progreso. Los diccionarios
definen la disciplina como sujeción de la persona a ciertas reglas de comportamiento
propias de un grupo o de una profesión. Y en cuanto miembros de las sociedades en
que se conforman los grupos humanos, de algún modo todos participamos de la
disciplina. La disciplina es la fuerza de empuje que hace andar a la sociedad y al
individuo y aprovecha al máximo sus potencialidades. Naciones como Japón o
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 35
Curso de Formación Inicial de Policías Locales
Alemania que sufrieron hecatombes históricas emergieron de su ruina, y terminaron
convirtiéndose en potencias mundiales gracias en parte a la proverbial disciplina de
sus ciudadanos. A modo de una conciencia colectiva, en la que cada uno siente el
aliento fortificante del otro, la disciplina renueva a cada instante su ímpetu hacia un
objetivo común. En los actuales centros de formación policial la disciplina ya no sólo
se concibe e imparte como la predisposición y celeridad del funcionario para acatar
órdenes o cumplir determinado objetivo, sino que se enriquece su concepto con
acepciones que le son igualmente propias: doctrina o instrucción de una persona y
ciencia, técnica o arte relativos a un tema concreto. Cuanto mayor sea la disciplina en
estas dos últimas acepciones, mejor discurrirá la disciplina con la que
tradicionalmente han sido reconocidos los cuerpos uniformados. Cabe añadir que
en la esfera de actuación de la policía, la disciplina formada por medio de las
ciencias policiales es lo contrario de la obediencia ciega, esa que según vimos antes
corría el riesgo de incurrir en la arbitrariedad y el abuso y en cuanto tal prohíbe la
propia ley.
Se dice de alguien que es leal cuando es incapaz de cometer falsedades, engañar o
traicionar. La lealtad es la fidelidad que no engaña ni traiciona, la incondicional
honradez personificada. La verdadera lealtad se establece entre iguales aunque
existan diferencias jerárquicas, porque el vínculo último de la auténtica lealtad nace
entre personas y no entre categorías profesionales o sociales. Es leal el que lleva hasta
sus últimas consecuencias esta suerte de amistad de especial rango y, llegado el caso,
hasta es capaz de sacrificar la amistad en nombre de la lealtad. Sobre la lealtad se
cierne un injusto y peligroso equívoco. Se tilda con merecimiento de desleal al traidor
nato, al que burla nuestra confianza buscando su propio beneficio o el de terceros,
con los que flirtea y hace manitas; pero en ocasiones también al que, precisamente por
no engañarnos ni traicionarnos, nos dice la verdad aunque nos duela. Era leal el
amigo de Bécquer (Cuando me lo contaron sentí el frío/ de una hoja de acero en las
entrañas (...)/Pasó la nube de dolor, con pena/ logré balbucear unas palabras./
¿Quién me dio la noticia...?: un fiel amigo./ Me hacía un gran favor, le di las gracias).
Pero hay quien cambia el oro de la lealtad por la chatarra de la adulación; de éstos a su
vez no cabría esperar tampoco demasiada lealtad, porque ni con ellos mismos son
leales: las madrastras del poder hacen añicos el leal espejo que les habla diciéndoles
verdades. La lealtad supone a veces decir lo que el compañero o el jefe no quiere
escuchar. El poderoso que ejerce mal su poder, que se queda sólo en el oropel de sus
ropajes, se rodea de aduladores antes que de leales. Frente a éstos, la lealtad pura
manifiesta la espontaneidad sin artificios del niño que, como en el cuento de
Andersen, no ve por ningún lado el traje nuevo del emperador y denuncia que el rey
va desnudo. El niño, el leal con su verdad, vistiendo él solo al rey y desnudando a su
corte de desleales. Porque la lealtad es un pacto de reciprocidad que nos obliga a
decir lo que debemos decir y a escuchar lo que debemos saber ‐disguste o nos
disguste‐ y en cualquier caso a agradecerlo. La lealtad cumple la función
enriquecedora de la retroalimentación que nos confirma o reorienta en nuestros actos
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 36
Curso de Formación Inicial de Policías Locales
perfeccionándonos y haciéndonos mejores. En nuestro caso, la mejor plantilla policial
será sin duda la que esté integrada por una repleta nómina de verdaderos leales.
La recíproca lealtad no está reñida con las diferentes vivencias individuales dentro
de los colectivos de seguridad. Puede admitirse que los mandos, ya sean políticos o
profesionales, habitan otra realidad distinta a la del policía que presta su servicio en
la calle. Desde un despacho pueden verse las cosas de un modo diferente a como se
contempla en la brega diaria con la ciudadanía. Al responsable de la corporación
municipal votada por el pueblo le interesa lo macro de la gran empresa pública para la
que ha sido elegido, en tanto el policía se preocupa del más ligero roce entre los
vecinos, de lo pormenor. Lo que no cabe duda es de que el monto de los pormenores
en los que trabaja el policía da como resultado el éxito del proyecto global de
seguridad ciudadana y tranquilidad pública, objeto común de preocupación de los
alcaldes y jefes de plantillas. Por eso es erróneo entender que en este ámbito existen
intereses enfrentados. Hay un solo interés, que es el bien común, para el cual unos y
otros han sido respectivamente aprobados. Responsables políticos y policiales en su
completo organigrama son depositarios de algo tan delicado y serio como es la
confianza de la sociedad. El mando y el subordinado policial, por encima de la
obligada cordialidad que se necesita en cualquier profesión para trabajar juntos, se
deben además la lealtad recíproca a la que obliga el hecho de emplearse en un
proyecto común, y el respeto al que tienen derecho todos los seres humanos en su
condición de personas. El subordinado no descartará el criterio del superior por el
solo hecho de serlo, como tampoco el jefe menoscabará la opinión coherente y
oportuna del policía a sus órdenes. El mando no puede saber de todo, máxime en la
compleja profesión de policía. Un jefe experto en materia penal acaso sea un neófito
en normativa sobre mercancías peligrosas, ordenanzas sobre publicidad o venta
ambulante. En buen mando en ningún modo desmerece por requerir la
colaboración de aquellos funcionarios que, por su experiencia o su cualificación,
sepan más que él en determinada área. Este criterio de actuación, además de ser
propio de un estilo de mando democrático, acorde con los tiempos, se muestra más
eficaz por contemplar la realidad que tiene lugar fuera de los despachos, y también
porque al implicarse el subordinado en el diseño del programa de trabajo se sentirá
especialmente comprometido para que éste salga adelante, por ser también su proyecto
y no tan sólo la ejecución fría e impersonal de cumplir la orden del proyecto de otros.
Si la ética era un acuerdo de reciprocidades y mutuo reconocimiento, ser
subordinado es también mucho más que limitarse a obedecer resignadamente (en
cuanto la resignación supone de entrega, indolencia y abandono) a los superiores
jerárquicos. Cuando en la obediencia, antes que reconocimiento y adhesión, existe
resignación es que alguien o algo falla en las relaciones: la legitimidad del que
manda (por no ser legal el procedimiento de acceso al poder, o aun siendo legal
carecer de merecimientos para ejercerlo o haber abusado de su ejercicio) o la lealtad
del que obedece, en el que a veces se impone el afán destructor, la envidia y la
ingobernabilidad humanas. A pesar de que el ejercicio del mando y la autoridad y las
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 37
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obligaciones del subordinado se encuentran perfectamente reglados, comprobamos
que no es siempre suficiente y que seguimos necesitando de la ética. Por encima de
intereses y egoísmos personales, en las relaciones entre mandos y el resto de los
funcionarios ha de quedar claro en todo momento que el interés que debe primar es
el del bien común y el interés de la sociedad, a la que mandos y subordinados deben
su mejor lealtad. La crispación, las malas relaciones y en resumen la falta de lealtad
entre los integrantes de la plantilla incidirá en el servicio y, al final, será el ciudadano
el que un modo u otro lo pague.
Decíamos antes que el poder era una ficción jurídica, un artificio en el que nos
obligábamos a creer para vivir en sociedad. Había una parte de nuestros derechos que
en virtud del pacto social entregábamos a la comunidad. Pues es precisamente esa
parte individual, esa cesión voluntaria de cada uno, lo que se entrega a la autoridad.
Al reconocer como legítima a una autoridad estamos admitiendo su derecho a
mandar y nuestra obligación de obedecer. En el proceso de constitución
democrática del poder y de la autoridad que lo encarna, al menos en teoría, hay un
primer momento en el que el que las relaciones son horizontales y la comunicación
se realiza mediante la argumentación y el diálogo; es en esta primera fase donde se
negocian la cesión de derechos por parte de los ciudadanos y el compromiso que a
cambio contrae la futura autoridad; una vez constituida ésta, las relaciones ya no son
de igualdad sino de jerarquía, sin la que perdería su fuerza la autoridad y se
desnaturalizaría aquel mandato basado en el reconocimiento de superioridad para
atender las necesidades sociales. En esta última fase de constitución de la autoridad se
instala plenamente la demanda de obediencia a través de las leyes y la
comunicación deja de ser argumentativa y dialéctica para convertirse en coercitiva
y unidireccional. Ni que decir tiene que el sistema democrático se reserva una
última carta frente a la autoridad para los casos en que ésta falte a su palabra y pierda
su legitimidad; la legitimidad era el aval que exigíamos a la autoridad a cambio de
aquella cesión de nuestros derechos. La adhesión a la autoridad y la obediencia
ciudadana requieren por su parte la legalidad en el acceso al cargo y la legitimidad
en su ejercicio, exigencias ambas del Estado de derecho.
En los delitos contra la autoridad o sus agentes el bien jurídico tutelado es el
principio de autoridad; dicho principio supone, de una parte, la legitimidad y la
representación colectiva del que lo encarna, y de otra la obligación de todos y cada
uno de los representados de obedecer. Atentar contra el principio de autoridad es
atentar contra la colectividad y contra su esencia personificada en los dignos
funcionarios que la representan. Conforme a lo expuesto, el desempeño de la función
policial participa de la doble exigencia que antes requeríamos para el poder: el acceso
legal al cargo mediante los cauces establecidos, y la legitimidad de su ejercicio
mediante la más continua y escrupulosa adecuación de las actuaciones profesionales
al ordenamiento jurídico. Al igual que sucede en el mundo del arte, en la profesión
policial no es tan difícil llegar como mantenerse. Alguien dijo que el éxito ‐el llegar‐
era un malentendido. En el caso de los cuerpos de seguridad, no hay sitio para los
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malentendidos cuando sus integrantes se ganan a diario la aceptación y el
reconocimiento públicos mediante las únicas herramientas de su ética y su
profesionalidad.
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Curso de Formación Inicial de Policías Locales
Relaciones entre los miembros de una organización:
2.5 solidaridad y compañerismo
INTRODUCCIÓN
Los integrantes del mundo animal, a excepción del hombre, se alimentan,
procrean, duermen... pero no saben que existen. La humanidad se erige en un todo
aparte de las restantes especies, aparte constituido por la conciencia del hombre
relativa a su existencia y a todo lo que alienta en el humano. Para hacernos humanos
precisamos de la sociedad y del Estado y su coacción implícita, de las instituciones y
las organizaciones. En los siguientes epígrafes se aborda el funcionamiento general
de las organizaciones como elementos de cohesión social con unos objetivos básicos
dentro del normal desarrollo de la sociedad. En cualquier área de la producción y de
los servicios los recursos humanos se constituyen en el principal activo de una
organización. En el caso de la organización policial, por la complejidad, delicadeza y
penosidad de los servicios que presta, dicho capital humano adquiere una singular
relevancia. En el ejercicio de su profesión van a aparecer toda una serie de
circunstancias que redundarán o incidirán en la motivación del funcionario
policial, circunstancias que son independientes de lo abultado o magro de su
nómina. Las buenas o malas relaciones entre los miembros de la plantilla, el grado
de integración con el municipio donde prestan su servicio, la independencia
profesional contra las injerencias del poder o el desarrollo de vínculos como la
solidaridad o el compañerismo, son factores todos que deciden la eficiencia final
de la organización policial. La policía presta un servicio esencial a la sociedad sin el
cual no son posibles los derechos ciudadanos ni la supervivencia misma de la
sociedad como hoy la conocemos, y a la que, pese a sus deficiencias, nos hemos
acostumbrado. Apostar por unas fluidas relaciones y buena armonía dentro del
colectivo es tanto como aumentar la calidad del trabajo policial y, en consecuencia,
aumentar también la calidad de vida de la sociedad a la que sirve.
ACTIVIDAD DE INICIACIÓN
A partir de la conducta que puedas observar en alguna comunidad animal describe
las diferencias que encuentres con las actuales comunidades humanas.
Cuestiones:
1. Comenta la siguiente frase: El trabajo en equipo disminuye el
esfuerzo y multiplica el resultado.
2. ¿Qué entiendes por compromiso?
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 40
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3. Nombra tres actuaciones del policía que ayuden a mejor el clima
laboral en la plantilla.
4. ¿Qué te sugiere el término inteligencia emocional?
2.5.1 RELACIONES ENTRE LOS MIEMBROS DE UNA ORGANIZACIÓN
En las acepciones que nos interesan, el vocablo organización significa estructura,
disposición, arreglo u orden de una cosa o de un grupo, o también el conjunto de
personas pertenecientes a un grupo organizado. El término proviene de latín,
organum, herramienta, en el sentido de que dicho órgano se compone de partes
desiguales aunque combinadas, de tal modo que sea capaz de ejecutar las funciones
para las que ha sido pensada. En el ámbito social organizar es establecer las estructuras
para lograr un fin mediante la coordinación de las personas y los medios adecuados.
Lo orgánico es lo que cualifica a ciertos cuerpos biológicos u organismos. Sus
características son la funcionalidad, la cohesión en aras de la unicidad de sus partes,
que la hacen un todo distinto, su adaptabilidad y su finalidad en cuanto se mueve a
un objetivo último. Max Scheler asigna a lo orgánico las propiedades de
automovimiento, autodiferenciación, autolimitación y autoformación. En última
instancia nos encontramos con que lo orgánico, y por ende la organización, es una
suma de partes ordenadas o estructuradas de determinada forma con vistas a la
consecución de un concreto objetivo. En el caso de los cuerpos de seguridad, por tratarse
de una organización esencial para el funcionamiento de la sociedad, el artículo 104 de
la Constitución española define su objetivo: proteger el libre ejercicio de los derechos
y libertades y garantizar la seguridad ciudadana. El orden o la estructura en dicha
organización deben ponerlo las normas que establecen la jerarquía y el tipo de
relaciones entre los integrantes de la plantilla, los protocolos del servicio y la práctica
policial dentro de un concreto contexto social. Ocurre sin embargo que la
organización policial, en cuanto integrada por personas, no responde al
automatismo y hasta el determinismo de una maquina que, en tanto no sufra avería,
produce siempre idénticas acciones en su predeterminada e invariable serie de
movimientos o impulsos. Los humanos, y en consecuencia las organizaciones que estos
conforman, no son máquinas ni se rigen sólo por las leyes de la mecánica o la
electrónica. El hombre es algo más que una máquina lógica capaz (sólo) de resolver
proposiciones matemáticas o ganarnos al ajedrez. El que inventa o la que inventa la
máquina está hecho de una sustancia ‐la singular sustancia de la naturaleza humana‐
de la que jamás participará ningún artilugio.
Porque no respondemos a los mismos principios de las máquinas, podemos ser tan
orientables como imprevisibles. Frente a dicha realidad, los principios éticos, la
formación en valores, son los únicos que pueden encauzar las acciones del hombre
hacia el objetivo de perfeccionar su imperfecta naturaleza, destino declarado de las
sociedades humanas. La ética, el derecho, las formas de organización social, son las
grandes creaciones humanas capaces de reconducir la maquinaria autónoma y a
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veces desbocada del hombre. Inteligencia humana para crear máquinas y resolver
ecuaciones o enigmas del universo e inteligencia más inmediata y diaria, y también
no menos decisiva, para afrontar las relaciones humanas y los encuentros y
encontronazos en que se desenvuelve la convivencia. Cuando la inteligencia
además de por las indagaciones físicas se preocupa por los indagaciones morales,
al decir de Shopenhauer, es cuando se obtienen los mejores resultados. El hombre
tiene que convivir con el hombre y la inteligencia en esta tarea inexcusable va a ser la
mejor herramienta a su servicio. En la realidad que el cerebro humano procesa es
capaz de descubrir aquella naturaleza humana cuyo distintivo son las emociones,
nacidas en el propio cerebro y capaces de colmar o agitar el ánimo, la parte más
espiritual del ser humano. Entre los tres elementos que Platón distinguía en el alma
(intelecto, voluntad y emoción), señala al primero como el soberano, a cuyo servicio
deben ponerse la voluntad, como la capacidad para actuar, y la emoción, cuya virtud
consiste en el autocontrol. Es lo que Daniel Goleman 2.400 años después bautiza como
inteligencia emocional y lleva a la práctica con sorprendentes resultados en los
diferentes ámbitos de las relaciones humanas. La inteligencia emocional es aquella
específica capacidad de la inteligencia para desentrañar nuestras propias emociones
y las de las personas con quienes interactuamos, facilitando una mejor relación. Sus
principales útiles de trabajo son la empatía, el autoconocimiento y el despliegue de
habilidades sociales. Utilizada en las organizaciones fortalecerá la cultura de esta
organización, facilitará la comunicación entre los miembros ayudando al
entendimiento y a la superación, y mejorará los resultados finales. José Antonio
Marina distingue entre sociedades estúpidas y sociedades inteligentes,
organizaciones necias y organizaciones que despliegan una especial capacidad de su
intelecto para afrontar los retos que justifican y completan su existencia. Las
segundas de estas organizaciones son las que se sirven de la inteligencia emocional,
un algo más que la inteligencia, decisivo en las relaciones humanas que supera y
desborda la simple inteligencia ‐incapaz de columbrar el inabarcable mundo de los
sentimientos‐ fría y aséptica, como la que basta y sobra para la resolución de
operaciones matemáticas. La inteligencia emocional sirve para descubrir y potenciar
en la organización policial valores como la solidaridad y el compañerismo y
ponerlos a trabajar de su parte.
2.5.2 SOLIDARIDAD Y COMPAÑERISMO
Se define la solidaridad como la capacidad de actuación unitaria de los
integrantes de una colectividad o grupo. Supone la adhesión a una causa, función o
proyecto, así como la predisposición a compartir lo que (bueno o malo) traiga el
futuro. Sus elementos principales son la reciprocidad, el sentido de la pertenencia que
viene dada por la experiencia común, y el hecho de compartir las creencias y los
valores propios del grupo u organización en los que la solidaridad se manifiesta. La
solidaridad es la característica estructural más relevante de los sistemas sociales.
Mediante la solidaridad los elementos de que constan dichos sistemas sociales son
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interdependientes y forman un todo unitario El término fue introducido en el campo de
la sociología por Emile Durkheim. El vocablo solidaridad se utiliza tanto en el
lenguaje común para referirse a las relaciones interpersonales, como en el lenguaje
socio‐político para designar políticas de compensación de desigualdades (cohesión
social) o de aceptación común de riesgos y daños (seguros de enfermedad, de
accidentes, etc.). En su obra La división del Trabajo Durkheim distingue dos tipos de
solidaridad: la mecánica y la orgánica.
La solidaridad mecánica era propia de las sociedades pequeñas y primitivas,
también conocidas como culturas de tala y quema, dedicadas principalmente al
laboreo y a la caza. En tales sociedades, salvo la separación de la actividad básica por
razón de sexo (en las culturas neolíticas la caza era una función masculina y las
tareas del campo femeninas) no existe apenas división del trabajo. El delito es
interpretado como una ofensa o agresión a la sociedad en su conjunto que debe ser
castigada. Como consecuencia, la solidaridad de la colectividad es muy estrecha,
imprescindible para la supervivencia del grupo, por lo que la conciencia colectiva
prácticamente anula a la individual.
La solidaridad orgánica aparece con las sociedades más desarrolladas y ligada a la
división del trabajo. En la medida en que la sociedad crece numéricamente se hace
imprescindible repartir los roles del trabajo para poder atender mejor las necesidades
de la colectividad. Esta diversificación laboral estratifica a la sociedad de acuerdo
con sus funciones, estratificación que según Durkheim responde a un patrón de
solidaridad orgánica Por el hecho de que en las sociedades organizadas los
individuos desarrollan diferentes aptitudes, aquellos que se concentran en un mismo
tipo de funciones emplean diferentes enfoques de pensamiento, de estética, de ética,
etc., por lo que la conciencia individual de un grupo se diferencia de la de los otros.
Frente al derecho como castigo propio de las sociedades menos desarrolladas, en
éstas donde se impone la solidaridad orgánica el derecho tiene un carácter
marcadamente reparador y restitutivo. Aquí los vínculos no nacen del trabajo
colectivo entre individuos con relación más o menos directa y que comparten todos
ellos un mismo ideario tradicional y una moral común, como ocurre en el caso de las
sociedades neolíticas, donde se da la solidaridad mecánica antes apuntada; en este
caso, por el contrario, se basan en la especialización y división del trabajo propios de
las sociedades industriales donde, a la manera del cuerpo humano, todos los órganos
y partes realizan funciones especializadas y diferenciadas esenciales para la vida. El
rasgo distintivo de la solidaridad orgánica va a ser para Durkheim la interdependencia
que discurre, paralela y compatible, con la autonomía individual, imposible en las
primeras sociedades humanas. No obstante, la autonomía no implica necesariamente
egoísmo. La posibilidad de tomar sus propias decisiones no significa para Durkheim
que los agentes antepongan, siempre y sobre todo, sus propios intereses al interés de
los demás o de la colectividad. Esta aparente contradicción entre la mayor autonomía
del individuo y, a la vez, una mayor dependencia de los demás, no es más que una
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 43
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tensión que los individuos experimentan en las nuevas condiciones sociales en las que
les ha tocado vivir, y en las que disponen de mayores posibilidades para desplazarse,
desligarse y decidir en torno al futuro particular de sus vidas.
La organización policial participa como es lógico de la solidaridad orgánica propia
de las sociedades desarrolladas, si bien el hecho de ser organizaciones constituidas
conforme a principios de jerarquía y subordinación resta parte de aquella autonomía
individual distintiva del tipo de solidaridad que comentamos. A cambio, la
especifidad de sus funciones refuerza la natural solidaridad de la organización hasta
el extremo de crear una especie de subcultura policial con el riesgo de erigirse en un
todo aparte dentro de la sociedad. Dentro de esa subcultura marcada por la singular
solidaridad entre sus miembros (nacida entre otros del doble riesgo de la profesión:
los que atentan contra la propia integridad física del agente y los que lo someten al
riesgo de un procesamiento penal o a un expediente disciplinario) se reproducen
tipos más específicos de aquella solidaridad primitiva mecánica que citábamos, en la
que el delito era interpretado como una ofensa o agresión a la sociedad o a la
organización en su conjunto que debe ser castigada; a veces hasta
extrajudicialmente, como si aún estuviésemos en el neolítico. Aquí también
erróneamente puede vivirse la solidaridad como imprescindible para la
supervivencia (imagen, prestigio) del grupo y la conciencia individual corre el riesgo
de ser absorbida por la conciencia colectiva. Para contrarrestar esta situación
deficitaria de partida dable por los motivos apuntados (la profesión de policía no es
el fácil oficio del aguador) es preciso que cada funcionario ponga límites a la
solidaridad o, mejor dicho, que sepa distinguir lo que es la leal solidaridad entre
compañeros de aquellas otras actitudes corporativistas que restan prestigio tanto a
la organización como al concepto mismo de solidaridad. El corporativismo es la
defensa de los intereses profesionales (o particulares de los que comparten un gremio
o un escalafón) por encima y aun en contra de los intereses generales. El
corporativismo no es deseable en ninguna profesión, y menos en la profesión
policial. Si la policía está para defender los intereses generales de la sociedad ese
compañerismo mal entendido deja al colectivo fuera de lugar; porque en este caso la
policía está olvidando el mandato constitucional que la define en beneficio de
intereses espurios que desdicen de la institución. Si la obediencia debida tenía unos
límites legales y éticos, también el compañerismo cuenta con los mismos vedados que
el profesional de la policía jamás debe saltarse. Las referencias legales y el compromiso
ético obligan antes que nada a la policía, y por encima de cualquier otra consideración,
a ser solidario con la sociedad. Y la solidaridad tan necesaria del colectivo vendrá de
sus resultas, sola y por añadidura.
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 44
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Principios sobre los que descansa una sociedad
2.6 organizada. Comportamiento cívico
INTRODUCCIÓN
Si la humanización es el proceso siempre abierto que tiende a completar la
perfección del hombre, no cabe duda de que los cuerpos policiales colaboran en dicho
proceso, al ser los encargados de velar por la sociedad y el sistema de libertades para
que el hombre desarrolle su máxima potencialidad perfeccionando la especie a la
que pertenece. En el presente epígrafe se aborda el concepto de sociedad como el
entorno donde la policía realiza su trabajo; se trata también la noción de cultura y el
proceso de socialización mediante el que se trasmiten las pautas culturales entre los
miembros de la sociedad; se especifican cuales son los criterios y exigencias del
comportamiento cívico, y cómo éste se nutre de valores, que suponen la carga
axiológica del derecho y el rasgo distintivo para la evaluación de las acciones
humanas. Especial mención se hace de valores como la libertad, la igualdad o la
justicia, así como de la vital importancia que tiene en el precitado perfeccionamiento
de nuestras sociedades y de la propia especie, el hecho de que tales valores se
constituyan en la moneda común, la unidad de cambio con la que pagan y con la que
cobran sin exclusión todos los ciudadanos.
¿Qué quimera es pues el hombre? ¿Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué ser
contradictorio, qué prodigio? Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra;
depositario de lo verdadero, cloaca de incertidumbre y error, gloria y desecho del
universo.
Pascal
ACTIVIDAD DE INICIACIÓN
Pero si marchas obrando con vergonzosa maldad, violando los acuerdos y los pactos
que con nosotras hiciste, y engañando a quienes más debes apreciar, tu mismo, tus
amigos, y también tu patria y nosotras, te perseguiremos mientras vivas, y nuestras
leyes hermanas en el Hades no te recibirán con agrado, creyendo que en lo que de ti
dependía intentaste destruirnos.
Platón. Las leyes
Cuestiones:
1. ¿Entre quiénes se ha celebrado el acuerdo que cita el texto?
2. ¿Qué significado tiene para ti respetar un pacto?
3. ¿Crees que las normas que nos obligan deben respetarse sólo en
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Curso de Formación Inicial de Policías Locales
tanto no convengan?
4. Aplica el texto de Platón al ejercicio de la profesión policial.
2.6.1 SOCIEDAD Y SOCIALIZACIÓN
Se entiende por sociedad, el conjunto de individuos asentado sobre un espacio
físico, organizado mediante un sistema de relaciones preestablecido con el que
se pretende facilitar la vida de los miembros y dar respuesta a las necesidades
colectivas. Dicho sistema se articula sobre una serie de valores, creencias, normas
que se constituyen en herramientas y signos de identidad del grupo, elementos
todos que se muestran indispensables para organizar este tipo de relación
humana. Como hoy la experimentamos, la sociedad comporta el Derecho y la
autoridad, la educación, la asimilación de creencias y supersticiones, los valores o
el uso de una lengua común. Incorporarse a una sociedad representa la
constitución de una suerte de hipoteca del individuo, quien recibe al contado
determinados beneficios de esa sociedad y a la que paga una renta vitalicia en
forma de cesión de una parte de sus derechos. La sociedad por un lado hace
fuerte al individuo y, por otro, lo debilita al absorber su individualidad, controlarlo
y desautorizar su disidencia. Durkheim afirma que el objetivo básico de la sociedad
es crear individuos a su imagen, fabricar sujetos en serie; en cuanto tal, el
individuo es producto estereotipado de la sociedad.
Socialización es el proceso mediante el cual se trasmite a los individuos los
instrumentos culturales necesarios para la vida en sociedad, indispensables tanto
para la integración del sujeto en esa sociedad como para asegurar la supervivencia
de la cultura del grupo. La cultura que se pasa de generación a generación es la
cultura dominante instalada en la sociedad; con la socialización se pretende la
adaptación de los nuevos individuos a las formas de comportamiento establecido;
a cambio facilita a éstos los rudimentos (lenguaje, valores, creencias) específicos de
los seres humanos. Esta trasmisión de pautas culturales se realiza desde la infancia
hasta la edad adulta. Durante la niñez, fase más decisiva de la socialización, a través
de las prácticas de crianza se enseña por el grupo e interiorizan por el sujeto
aspectos básicos de la cultura tales como el lenguaje, los conceptos del bien o las
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reglas de convivencia y obediencia que rigen en la comunidad. En la segunda fase
se traspasan elementos culturales especializados a través de los cuales el individuo
podrá desenvolverse en el mundo de los adultos. La familia es el primer y más
decisivo agente de socialización, donde de manera especial tenían lugar aquellas
prácticas de crianza que, según Margaret Mead, eran la única forma de asegurar
la supervivencia de una determinada cultura. Las profundas transformaciones
operadas en las sociedades actuales han restado protagonismo a la familia, que
educaba al niño en régimen casi de monopolio y además condicionaba la
participación de otros agentes socializadores como la escuela, la religión o los
grupos de relación. En las sociedades avanzadas, la escuela, el grupo social y los
medios de comunicación son los encargados de realizar la socialización
secundaria. La escolarización permite al niño la relación con otras personas
distintas de su familia, con patrones culturales que pueden ser diferentes y, a
veces, hasta enfrentados. La escuela, además de conocimientos técnicos, transmite
actitudes, valores y un concreto modelo social. Por su parte, la relación con el
grupo social facilitará al individuo el desarrollo de un rol distinto al que
desempeñaba en su familia y le permitirá tomar conciencia de unas posibilidades
de independencia y de un perfil inéditos que perfeccionan su identidad. En
este proceso de formación o conformación de individuos en el que consiste la
socialización, merecen cita aparte los medios de comunicación, que han diluido la
eficacia de la familia y la escuela como principales elementos socializadores.
Mediante estos nuevos educadores de masas el individuo cuenta ahora con agentes
de enculturación que pueden residir en el otro extremo del planeta (y aun en otro
planeta) y escapan al control primario de la familia y al secundario de la escuela y
los grupos tradicionales de socialización. La televisión y, sobre todo, Internet (con
los que adolescentes y niños pasan más tiempo que con su familia) cuentan con un
potencial incalculable de transmisión de cultura (entendida ésta en un sentido
amplio en el que entran desde la moda hasta los tatuajes) y han supuesto una
revolución infinitamente mayor que la que tuvo lugar a mediados del siglo XV
con la invención de la imprenta. Por supuesto, hablamos de una revolución con
otro alcance al que los conceptos de humanismo y cultura tuvieron con el
Renacimiento.
2.6.2 LOS LENGUAJES DE LA CULTURA
La cultura es el sistema de acción de una sociedad, el resultado en continuo
cambio de la totalidad de interacciones humanas del que se nutre y que a su vez
condiciona la forma de vida de esa sociedad. Taylor definió la cultura como el
conjunto complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el
derecho, las costumbres y cualesquiera otras producciones y maneras de vivir
nacidas del hombre que vive en sociedad. Ortega afirma que cultura era aquello
que hacia el hombre para no hundirse en el mar de su existencia rodeado de
inseguridad, la tabla de salvación que aporta firmeza a los humanos. Para Max
MÓDULO 1 ‐ U.T. 2 47
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Scheler la cultura es ante todo humanización. Mediante la cultura el hombre
transforma el mundo y se transforma a sí mismo. Las actuales filosofías de la
cultura entienden en general que la noción al uso de cultura es demasiado amplia y,
en consecuencia, poco precisa; para concretarla dividen las distintas parcelas de
los sistemas sociales en subsistemas, y así distinguen el subsistema cultural, el
político y el económico.
La cultura llega a constituirse en una segunda naturaleza humana, en este caso
extragenética, y hasta puede afirmarse que en los grandes avances habidos en la
humanidad a partir de la adquisición del lenguaje debemos más a esta segunda
naturaleza ‐la cultura‐ que a nuestros propios genes. La cultura y la humanidad
han resultado posibles debido al mayor tamaño y complejidad del cerebro, que
nos ha separado mediante la inteligencia, su cualidad esencial en el cerebro
humano, del mundo animal del que provenimos y que aún nos condiciona.
Mediante el cerebro no sólo hemos realizado una espectacular adaptación al
medio, sino que incluso hemos transformado el medio en un hábitat más propicio
para nuestra evolución y desarrollo. La mente nutrida a su vez por el lenguaje y el
cerebro determina la cultura, y entre los tres se establece una interacción
enriquecedora en la que cada uno de los elementos sale reforzado. El homo sapiens
dispone de un sistema de comunicación superior al de cualquier otra especie.
Conocemos, pensamos, sentimos y somos a través del lenguaje. Nuestro lenguaje es
la distintiva herramienta de lo humano, que nos hace posible el mundo y que a la
vez nos lo limita y condiciona. El lenguaje constituye una especial transformación
del gesto (medio a través del cual tienen lugar las acciones sociales no humanas)
que resulta imprescindible para formas complejas de vida social. En el lenguaje,
los gestos evolucionan hasta convertirse en símbolos significativos. Primero oral,
después también escrito, el lenguaje posibilita la cultura y su transmisión de una
generación a otra. La cultura inventa un mundo físico constituido por
herramientas, útiles y tecnología; pero además crea un universo de abstracciones
que es puro pensamiento, como los valores o la ética que reflexiona sobre éstos.
2.6.3 EL COMPORTAMIENTO CÍVICO: LOS VALORES
Los comportamientos son modelos de respuestas ante determinados estímulos.
Debido a nuestro especial desarrollo cerebral y neuronal, los seres humanos
poseemos la especial capacidad de modificar nuestro comportamiento
estereotipado e instintivo. La elección de comportamientos es privativa de
nuestra especie; frente al determinismo animal, podemos superar los instintos y
conducir nuestra vida del modo más conforme con lo que hemos acordado que es
una vida humana. La mejor forma de vida humana y el óptimo bien eran para el
ciudadano griego la vida en la polis, máxima expresión de la excelencia. Para los
romanos el comportamiento ejemplar, la virtud de sus ciudadanos (consistente en
la piedad, la autodisciplina, el sentido de pertenencia a un estado y el altruismo en
beneficio del interés público) era lo que había contribuida a la grandeza del imperio
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nacido a partir de la modesta capital de las Siete Colinas. La posterior caída de
Roma se debió, según Salustio, a la corrupción y a la pérdida del espíritu público
de sus dirigentes, cuyo mal ejemplo siguió parte del pueblo olvidando aquella
primera voluntad virtuosa característica de sus ciudadanos. Según Rousseau la
voluntad general siempre es justa, y es la voluntad que uno tiene como ciudadano
cuando piensa en el interés común y no en el propio interés. La virtud consiste en
la adaptación de la voluntad particular a la voluntad general, que posibilita la
felicidad pública. Al decir de Diderot, la voluntad general es el vínculo común a
todas las sociedades; por ser una voluntad que nunca se equivoca, es a la que el
individuo debe dirigirse para saber cuál es su compromiso en cuanto ser social. El
comportamiento orientado por los valores cívicos guía la voluntad general a los
mejores logros de las sociedades.
El vocablo valor proviene del griego axios, con el significado de lo que es
estimable o bueno, de ahí que el término valor, o los valores, posea un alcance
moral. Se considera a Sócrates el fundador de la axiología o filosofía moral.
Dentro de las sociedades se distinguen los valores sociales (que son los elementos
culturales objetivos de la vida social) de las actitudes (entendidas como las
características subjetivas de los integrantes del grupo). Las actitudes del
individuo se van configurando en valores a medida de que éste toma conciencia
de las acciones posibles dentro del mundo social en el que se desenvuelve; los
valores son los objetos del mundo ‐la referencia inexcusable‐ a los que las
actitudes se dirigen. El individuo a través del proceso de socialización que
habíamos señalado en epígrafes anteriores, orienta sus actitudes hacia la
consecución de valores.
El concepto de valor abarca contenidos y significados diferentes y ha sido
abordado desde diversas perspectivas y teorías. Para las teorías platónicas del
valor, éste es independiente de las cosas, algo en lo que las cosas valiosas están
fundadas; los valores representan seres ideales en cuanto son portadores de la
perfección absoluta en sí mismos. Para el nominalismo de los valores, en contra de
las teorías platónicas que defienden la independencia de los fenómenos
estimativos éticos, el valor es relativo al hombre y, en cuanto este es sujeto, los
valores se constituyen como conceptos subjetivos de su percepción: las cosa
valiosas son las que agradan y las no valiosas las que generan repulsa o desagrado.
Desde una concepción humanista, nuestra especie se separa de las demás especies
animales merced a los valores, que son los que nos confieren nuestra especifidad
humana distintiva y aportan una exclusiva concepción del mundo y de la vida.
Baruch Spinoza formula una teoría del valor en la que entiende que la naturaleza
de nuestra especie no es lo que determina nuestras acciones, sino lo que resulta
mejor para nosotros. Frente a las cosas materiales, con precio, existen otras que sólo
tienen valor: estas son precisamente las cosas en que se asienta la dignidad
humana.
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Max Scheler estudia los valores desde el campo de la fenomenología, en
cuanto los valores se manifiestan en el universo del hombre a través de la
historia, ámbito natural en el cual los valores se descubren y realizan. Scheler
entiende que los valores participan de la esencia de lo intangible, esencia que
aporta a los valores su carácter de independientes, inmutables y eternos. En su
Teoría material de los valores, Scheler organiza éstos conforme a una jerarquía
en la que se parte de valores básicos como lo agradable o lo desagradable; a
continuación se colocan los valores espirituales y vitales; les siguen valores
relativos a los conceptos de justicia o injusticia; en un cuarto lugar estarían los
valores del conocimiento y en la cima de este orden se hallarían los valores de lo
sagrado y lo profano. Los valores conforman el contenido ético de la
enculturación (consistente en el proceso de adquisición de las pautas de
conducta ‐principalmente por parte de los niños‐ de una cultura mediante la
educación, la observación y el refuerzo). La cohesión de una sociedad va a
depender en gran medida de la aceptación y asunción como propios de los valores
esenciales por parte de sus integrantes, de que estos comulguen con la escala
general de valores de dicha sociedad. Pese a dicha adhesión, en todas las
sociedades, fruto de la propia evolución social (evolución que no siempre es
sinónimo de progreso) terminan apareciendo posiciones de rechazo a los valores
culturales dominantes. El rechazo cohesionado por parte de sectores sociales a
tales valores recibe el nombre de contracultura. Cabe señalar que, en líneas
generales, las contraculturas se erigen en impulsoras de cambio y aun de mejoras
en la calidad de vida de las sociedades.
Los valores aportan la carga moral que, conforme a las tesis iusnaturalistas, dan
legitimidad al derecho positivo. Así, los valores se constituyen en principios
inspiradores de normas fundamentales; este es el caso de la Convención Europea
para los Protección de los Derechos Humanos (Convención de Roma) o de nuestra
Constitución de 1978, en cuyo artículo 1, Título Preliminar, se proclaman
determinados valores superiores como rectores de nuestro ordenamiento jurídico: la
libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
2.6.4 EL TRÍPODE DE LA DIGNIDAD HUMANA
a) Libertad: Es la facultad del hombre de actuar conforme a los dictados de su
voluntad, es decir, con ausencia de coacción exterior. Frente al determinismo de
las demás especies animales, que actúan de la forma necesaria que les marca su
genética y sus instintos, el humano es el único ser libre de la creación. Esta
libertad es el fundamento de la doble responsabilidad jurídica y moral del
hombre. A diferencia de las conductas predeterminadas animales (relación
necesaria de estímulo‐respuesta), el hombre y la mujer actúan sólo de manera
condicionada. Los condicionamientos, que no la determinación, únicamente
implican la existencia de elementos previos que inclinan, incentivan o disuaden
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al individuo al tiempo de tomar alguna decisión, pero sin que ello afecte a su
libertad última de decidir y, en consecuencia, sin que anule la responsabilidad
moral de su conducta.
Pero el hombre es también un ser social, sociabilidad que viene marcada por
sus necesidades y por su propia naturaleza. La larga indefensión que vive en su
niñez requiere de la familia y del grupo para sobrevivir; necesidades y
dependencias que de algún modo se repiten en la edad adulta para procurarse
alimento o seguridad. Su mente racional que tiende a optimizar los recursos
inventa formas de vida organizadas colectivamente por medio de instituciones
sociales y de poder, más o menos estables y permanentes. La consecuencia más
importante de todo ello es que el hombre, al tener necesidad de incardinar su
vida en estructuras colectivas, ha de someterse a un poder político y a unas
reglas de conducta (costumbres y leyes) que inevitablemente condicionan su
libertad personal, aunque le procura otras. La libertad responsable no es otra cosa
que la acomodación de las decisiones libres del individuo a los condicionantes
que impone su vida colectiva, su naturaleza de ser social. Así pues, cabe concluir
que a pesar de todo ello, el ser humano mantiene intacta su libertad de decidir, si
bien debe sopesar las consecuencias previsibles de su acción. Si el hombre actúa en
el marco que le delimitan sus criterios morales y las normas externas (leyes y
costumbres, esencialmente) podemos hablar de libertad responsable; en cambio si
actúa al margen de esas normas internas y externas aunque se dé la libertad no
existe responsabilidad (incluso hay quien habla en este caso de libertinaje). Este
concepto de libertad responsable ya estaba presente en las sociedades del mundo
clásico, cuyos juristas definen la libertad como la facultad de hacer lo que el
derecho permite. Se correspondería con la libertad negativa que define Isaiah
Berlin como el conjunto de cosas que alguien puede hacer sin ser castigado. No
obstante, la libertad responsable ha de entenderse únicamente en conexión con
las normas internas (morales) del individuo y con las externas que no se
aparten abiertamente del Derecho natural de los hombres, ya que decidir con
respeto a leyes clamorosamente injustas no puede constituir nunca libertad
responsable. La definición de libertad responsable vinculada exclusivamente al
respeto a las normas jurídicas (la obediencia estricta al derecho aunque fuese
injusto) perduró hasta que en la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789, la libertad se eleva por encima de esa condición al definirse
en aquella carta de derechos como “la facultad de hacer todo aquello que no
perjudique a otro”, concepción que sigue siendo la forma en que comúnmente
percibimos las personas el concepto de libertad responsable.
b) Justicia: La libertad acompaña al valor de la justicia, ya que uno de los principios
de la justicia asegura que todos deben disfrutar de la mayor libertad posible para
no perder su condición de persona. Los presocráticos poseyeron una visión
cósmica de la justicia, según la cual era justicia que cada cosa ocupase su lugar
exacto en el universo. Con Platón comienzan a destacarse los aspectos sociales de
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la justicia como, en gran medida, hoy la conocemos. Bondad y justicia son
elementos constitutivos de la recta razón, que debe presidir el gobierno para
impartir la justicia. Las leyes, antes que instrumentos coactivos, son la forma de
la recta razón que contribuye al orden social de la ciudad‐estado. Al objeto de
que las leyes cumplen este objetivo pedagógico es preciso que los filósofos,
quienes más sepan, sean los gobernantes. En cambio los sofistas entendieron que
la justicia no era el resultado de la recta razón sino de una convención y, en
ocasiones, incluso la forma de dominación de los más poderosos. Aristóteles
construye su noción de justicia a partir del concepto de felicidad. A la felicidad
se llega a través de la virtud encauzada por la razón. Junto a la justicia individual
hay una justicia social; lo justo es lo que se conforma a la ley y a la igualdad.
Dentro de lo justo político existe un justo natural (que es justo por naturaleza
en todo tiempo y lugar con independencia de las decisiones humanas) y un
justo positivo, que en sí mismo no es ni justo ni injusto, pero que se entiende
como justo por convención. La ley, defiende Aristóteles, habrá de establecer la
justicia y jamás contravendrá lo justo natural, supeditando la noción de justicia y
de derecho positivo a los postulados del derecho natural. El cristianismo
desplazó en parte la noción griega de justicia como elemento organizador de la
vida social. En la justicia, afirma Tomás de Aquino, se otorga a cada ser lo que se
le debe; en la caridad más de lo que se le debe. Ya dentro de las teorías clásicas
de los derechos naturales, Hugo Grocio basa la justicia en la ley natural, y a
partir de la libertad personal, admitía el derecho a desobedecer las leyes injustas
en cuanto discrepantes con dicha ley dada por la naturaleza. Para Kant el
Derecho trataba de armonizar las libertades conforme a una ley natural
inspirada en la naturaleza humana, extremo que acerca la noción de moralidad y
justicia a lo jurídico y hace del Derecho un “apéndice de lo moral”. Durante las
últimas décadas el debate sobre la justicia se ha desplazado hacia el problema
de la igualdad humana y la justicia social.
c) Igualdad: Esta aparece ligada a la esencia más íntima de la justicia. La igualdad
tiene al menos una doble dimensión: la de la igualdad formal y la de la igualdad
material. La igualdad formal es ante todo la igualdad ante la ley o, lo que es lo
mismo, la negación de privilegios; su sentido viene a coincidir con el concepto de
igualdad que ya se recoge en la primera de las cartas internacionales de derechos
humanos, esto en es la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789, cuyo artículo primero expone que “los hombres nacen y permanecen libres e
iguales en derechos”. La Constitución española proclama en su artículo 14: “Los
españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna
por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra
condición o circunstancia personal y social”. El espíritu de la igualdad formal
consagrada mediante estas normas consiste en que las leyes tienen que tener
como destinatario al hombre genérico, y que ni la redacción jurídica ni su
aplicación práctica pueden suponer nunca consecuencias jurídicas diferentes
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para las personas por razón de su pertenencia a un determinado colectivo
humano ni por ninguna otra clase de razón. La otra dimensión de la igualdad es
la denominada igualdad positiva o material, que es un equivalente a la igualdad
de oportunidades; su objetivo es ir más allá de la mera igualdad formal,
facilitando los medios y condiciones que permitan a las personas partir de un
nivel que haga posible unos mínimos similares de oportunidades, dadas las
diferencias sociales, económicas, culturales plenamente observables en la
sociedad. La igualdad material trata de situar a todos los ciudadanos en unos
niveles básicos de partida para que, en igualdad de condiciones, puedan
desarrollar sus proyectos de vida. En consecuencia la igualdad material centra su
interés en las capas más desfavorecidas de la sociedad, al objeto de que éstas
cuenten con unos presupuestos mínimos de dignidad a partir de los cuales toda
la responsabilidad (de éxito o de fracaso) sería sólo suya. Una de las formas que
adopta esta igualdad positiva o material es la llamada discriminación positiva,
mediante la cual se hacen excepciones a la igualdad legal teniendo en cuenta la
situación de desventaja, real y objetivable, de la que parten determinadas
personas o colectivos; en esas situaciones de discriminación aplicar los
principios de igualdad formal atentaría contra el principio de justicia; su
superación mediante la discriminación positiva en cambio opera en beneficio de
la igualdad real. Debe tenerse en cuenta que en los Estados constituidos como
sistemas sociales y democráticos de derecho, como es el caso del español, la
riqueza nacional está al servicio del bien general y la legislación se halla
presidida por principios de redistribución de la riqueza a través de la
legislación tributaria y de la legislación de carácter social, que se concreta en el
sistema público de salud, de asistencia social o de pensiones, de los que todos,
llegado el caso, podemos igualmente beneficiarnos.
2.6.5 PARA VIVIR AQUÍ
La sociedad no es un mero conglomerado de individuos organizado con el
solo fin de dividirse el trabajo según criterios de eficacia, igual que ocurre en
una colmena. En la colmena humana, a diferencia de la animal, existe una
aspiración principal que nos separa del ideal y del determinismo del avispero y que,
a diferencia de éstos, consiste no sólo en existir sino en dar sentido a la existencia,
en vivir para algo más que nacer, crecer y reproducirse. Para vivir aquí, en la
sociedad ideal que nos promete y nos prometemos, se necesita que los valores de
libertad, justicia, solidaridad e igualdad tengan un sitio preferente y se erijan en
el mínimo ético que hagan de lo humano el único adjetivo que nos califique y
determine con exclusividad, no expresando ninguna otra cualidad del hombre.
Para vivir aquí se precisa completar la humanización del hombre, superar la
vetusta moral de los homínidos a la que nos hemos acomodados, e instalarnos
para siempre en el imperio de la ética como único material del que se construya la
casa común de toda la humanidad. En definitiva, para vivir aquí necesitamos
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superar al hombre, al decir de Pascal, aquel ser contradictorio, depositario de lo
verdadero, cloaca de incertidumbre y error, gloria y desecho del universo.
Savater asegura que la condición natural de los valores es su permanente
estado de crisis, y que el lamento de algunos por su muerte es la mejor señal de
que siguen vivos. Dicho aserto debería tranquilizarnos toda vez que en las últimas
décadas se oye repetir a los más catastrofistas que el país ha perdido los valores y
que marchamos ineluctablemente hacia el caos. Si en esta aseveración el término
valor se emplea en el sentido moral de una concepción del mundo y de la vida,
estamos más de acuerdo con la conclusión que con el antecedente. Cuando no
existe una referencia ética o moral o como quiera llamársele, y se impone la
fórmula del todo vale es cierto que la civilización regresa a la ley de la selva, donde
recuperamos el sentir de Hobbes y el hombre vuelve a ser lobo para el hombre. Los
derechos fundamentados en los valores universales establecen la fuerza de la razón
frente a las tentaciones de la razón de la fuerza que, sí que es verdad, antes o
después conducen a cualquiera de las múltiples formas de la barbarie. No
obstante, una cosa sería admitir que la pérdida de los valores, la carga ética de los
derechos, comporte necesariamente la destrucción, y otra conceder que la sociedad
de nuestros días haya efectivamente perdido los valores. Para perder algo primero
hay que poseerlo; y también pensamos que ese quizá no sea nuestro caso porque
los valores, cuando están firmemente arraigados en la conciencia colectiva, en la
cultura y en la genética de un pueblo, no son cosa que se pierda por generación
espontánea de un año para otro. En nuestro caso lo único que nos parece que haya
podido perderse es el miedo y, si acaso, ampliado la relajación de algunos valores
como el sentido del deber y la conciencia de la obligación. La gente cada vez cree
menos en el infierno y en el castigo, ya sea celestial o terrenal. Por un lado los
últimos ecos del oscurantismo y la ignorancia medievales en torno a lo
desconocido han terminado superándose, y el purgatorio y los tridentes hoy han
quedado reducidos a una simple metáfora de mal gusto. Por otra parte, los
ciudadanos saben que el actual sistema de libertades les otorga una serie de
garantías frente al otrora cotidiano abuso institucional. Ahora resulta más fácil
aprenderse de memoria las garantías que brinda el sistema democrático que
conceder que en democracia ‐sobre todo en democracia‐ cada derecho tiene su
obligación correspondiente. Vivir conforme vive y se espera de un ciudadano en
la más excelsa acepción del término requiere de algo más que de leyes que
anuncien la buena nueva de la llegada del Estado de derecho. En cambiar unas
mentalidades y en forjar otras nuevas se tarda mucho más que en hacer una
Constitución, por más difícil que resulte su consenso. Las mentalidades no se
cambian por decretos. Las leyes democráticas se constituyen en nuestros
garantes; pero al mismo tiempo nosotros debemos erigirnos también en el mejor
garante de las leyes. Entre leyes y hombres se establece un pacto de confianza. Las
leyes a través de la propia letra legal adoptan garantías para protegerse y exigir su
cumplimiento. Pero es el propio hombre, con su sentido de lealtad hacia la ley, el
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que mejor puede protegerla. Sin embargo ocurre que ese sentido de lealtad
democrática no viene dado de manera espontánea y al unísono sólo con la
aprobación de la ley; dicho sentido, si no se posee previamente, hay que
desarrollarlo, enseñarlo, inculcarlo y transmitirlo en aquellas pautas de
enculturación igual que se transmitían el lenguaje o las formas de sentarse a la mesa.
Y esto, siempre que se ponga uno en movimiento, lleva su tiempo. Si, como creemos,
la inmensa mayoría antes actuaba más por miedo que por valores (lo que no necesita
de más ley ni de más imposición que la de la propia conciencia), en realidad no
existían virtudes públicas sino una situación de falso respeto y normalidad. La
democracia desprende el miedo de los antiguos súbditos y sustituye en los nuevos
ciudadanos el temor por la convicción. De un día para otro dimos el salto al cómodo
rellano de unos singulares derechos que, en gran medida hasta hoy, no tuvieron su
aprendizaje ni equilibrio en el tránsito intermedio de una cultura de los deberes y la
responsabilidad. Y en eso estamos.
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ACTIVIDADES DE DESARROLLO
Lecturas/Actividades del apartado 2.1 “El concepto de ética: ética, moral y
deontología”
“Lo recto se hace por deber: De modo que se si alguien nos pregunta qué se obtiene
por haber hecho algo correcto habremos de contestar <<haberlo hecho, nada más que
esto se te promete>>”
Séneca. Cartas morales a Lucilio
Actividad:
Relaciona la rectitud de la que habla Séneca con la deontología.
“Que las indagaciones morales son más importantes que las físicas y en general
que todas las demás, se sigue del hecho de que atañen casi inmediatamente a la cosa en
sí, a saber, a aquel fenómeno suyo en que, bañada de inmediato por la luz del
conocimiento, revela su esencia como voluntad. En cambio las verdades físicas
permanecen por entero en el ámbito de la representación, esto es del fenómeno. Por lo
demás, la consideración del mundo desde la perspectiva física, por muy lejos que
felizmente se llegue, siempre arroja unos resultados desconsoladores para nosotros: sólo
cabe hallar consuelo en la perspectiva moral, dado que aquí se abren a la contemplación
las profundidades de nuestro propio interior”.
A. Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
Cuestiones:
1. ¿Por qué las indagaciones morales son para el autor más importantes
que las físicas?
2. Relaciona consuelo y perspectiva moral
3. ¿Qué utilidad piensas que podría tener en la profesión policial la
reflexión sobre nuestro propio interior?
4. Cita seis valores que se le presuponen a un policía.
“No malgastes lo que te queda de vida conjeturando sobre los demás, a no se que
busques un bien común. Pues imaginar qué pueden estar haciendo y por qué, qué
están pensando y qué planean, te aturde y te aparta de tu guía interior. Rechaza
pensar en lo superfluo y casual, y más aún en lo inútil y perjudicial. Acostúmbrate a
pensar cosas que nadie se avergonzaría de expresar en voz alta. Cosas que indiquen tu
sencillez, benevolencia y sociabilidad. Pensamientos exentos de rivalidad, envidia recelo
o cualquier otra vergonzosa pasión. El hombre que así es, esforzado por situarse entre
los mejores, se convierte en sacerdote y servidor de su propia divinidad. Sólo hace lo que
le corresponde, cumpliendo así con su deber, y piensa en sus cosas (que forman parte del
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conjunto) convencido de que están bien; pues el destino de cada cosa está enlazado con
el conjunto y éste con aquél. Recuerda que todos los seres racionales están
emparentados y que lo natural en el hombre es atender a todos los hombres, aunque no
hay que considerar la opinión de cualquiera, sino tan sólo la de aquellos que viven
emparentados con la naturaleza.
Si cumples la tarea presente siguiendo la recta razón con presteza, con energía, con
buena voluntad, sin desviarte; si, además, conservas puro al dios que llevas dentro
como si ya tuvieras que devolverlo; y si nada esperas ni evitas, contento con lo que
haces de acuerdo con la naturaleza, diciendo siempre la heroica verdad: vivirás feliz.
Nadie te lo impedirá”
Marco Aurelio. Meditaciones. Enseñanzas para una conducta moral
Actividades:
1. Exponed qué dificultades tendría en las sociedades de hoy pensar en
voz alta delante de los demás.
2. A qué se refiere Séneca con la expresión “conservar puro el dios que
todos llevamos dentro”
3. ¿En qué consistirá que el policía siga la recta razón que cita Marca
Aurelio?
Lecturas/Actividades del apartado 2.2 “Una ética para los cuerpos de seguridad”
“No conviene ser injusto, ni ser injusto ante la injusticia, como creen muchos, puesto
que nunca hay que obrar injustamente (...) No hay distinción entre dañar a los hombres
y comportarse injustamente”.
Platón. Critón o sobre el deber
“El personal de policía debe ser capaz de demostrar discernimiento, apertura de
mente, madurez, un sentido de justicia, capacidad para comunicar y, llegado el caso,
aptitudes para dirigir y organizar, Debe tener además una buena comprensión de los
problemas sociales, culturales y comunitarios”.
Art. 23 del Código Europeo de Ética de la Policía
“Cuando se examinan las obligaciones que incumben a la policía en lo que concierne
a la salvaguardia de derechos humanos, se tiende a considerar la cuestión bajo un solo
ángulo: cómo limitar los poderes de la policía a fin de proteger al ciudadano y de
salvaguardar sus derechos. Ahora bien, las fuerzas de la policía existen para garantizar,
en el interés de la población, la aplicación de reglas y medidas de seguridad que
aseguren la estabilidad de la sociedad y el disfrute pacífico de los derechos de cada cual.
Sobre el plan práctico, este principio presupone que la policía ejecute sus tareas conforme
a un justo equilibrio entre la protección de la sociedad y la protección del ciudadano”
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Declaración sobre la Policía. Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa
“Como sea la ciudad justa es algo que nadie puede llegar a precisar; el tiempo y los
errores cometidos, la memoria y la experiencia como mucho podrán ayudarnos a
descubrir los defectos de nuestras sociedades injustas”.
Victoria Camps. La imaginación ética
Caiga quien caiga, aunque sea la ética
‐ Tropezón primero: El teléfono está depositado en un banco del parque. No
hay nadie a su alrededor y en el momento en que una persona pasa al lado, el
periodista que ha colocado el móvil como perdido por su dueño, marca y el
teléfono abandonado empieza a sonar. La reacción frecuente de las personas que
transitan por allí es coger el teléfono, rechazar la llamada y guardárselo en el
bolsillo. Cuando el periodista, con cámara y micrófono aborda al autor del
hurto, la reacción más frecuente también es que el individuo sorprendido in
fraganti ni se inmute y justifique el hecho como normal. La interrogación de
por qué ha procedido de tal manera incluso le parece absurda, y la zanja a su
vez con otra pregunta que es más bien una afirmación y, en su caso, toda una
declaración de principios, aunque sean malos principios: ¿Usted no habría
hecho lo mismo? Desconocemos, porque en el reportaje no sale, lo que contesta
el reportero.
‐ Tropezón segundo: El dueño del quiosco, en connivencia con el periodista graba
la situación de la compraventa en el quiosco de prensa. En las imágenes se ve
cómo el quiosquero devuelve el cambio por la compra de algún artículo, y que lo
hace por una cantidad mucho mayor de la que el cliente daba; con lo que le
sale la compra gratis y aun tendría suficiente para comprar varios días más
tabaco y prensa. De nuevo la reacción predominante de los ciudadanos era
embolsarse los billetes que no eran suyos y marcharse. El intrépido reportero,
con cámara y micrófono otra vez, para a los clientes estafadores y les
pregunta por su actuación. La mayoría no siente vergüenza y lo encuentra
como lo más normal del mundo. Parece que aplican el principio de que a quien
Dios se la dé San Pedro se la bendiga. Y se quedan tan panchos.
Hechos reales aparecido en televisión. Programa: Caiga quien caiga
Cuestiones:
1. En ambos casos argumenta, como lo habría hecho un sofista de la
antigua Grecia, en pro y en contra de la actuación de las personas que
toman lo que no es suyo.
2. Argumenta por ti mismo a favor de lo que verdaderamente pienses.
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3. ¿Se podría llegar a la obligatoriedad de entrega de recompensa por
parte del descuidado?
“Yo, pese a dedicarme a esto, o sobre todo por dedicarme a esto, tengo poca confianza
en la eficacia del Derecho, y menos confianza en el Derecho penal. Sé que es un
instrumento imprescindible como están las cosas, que algo consigue. Pero de ahí a que
pensemos que la gente va a dejar de robar o de matar porque haya más policías o más
leyes penales es absurdo. Si usted o yo no robamos es por otras razones más profundas
que porque el Código penal lo castigue (...). La importancia de la norma penal es menor
en la gente que tiene un mayor nivel de vida cultural, económico y social, que cumple
per se los mandatos básicos, que al fin y al cabo son los que contiene el Derecho penal.
Esta es mi idea y la he demostrado y la puedo comprobar en mi propia experiencia vital
(...). Tokio y Méjico, donde he vivido, son dos ciudades monstruos de veinte millones de
habitantes, pero evidentemente en Tokio el nivel de delincuencia es mínimo, mientras en
la segunda es elevadísimo con un grave problema de inseguridad. Tales diferencias no
tienen nada que ver con el carácter, con la educación de los japoneses o con el sentido
del honor (en todo caso el honor y los valores resultan más fáciles de inculcar cuando se
tiene cubierto lo básico); eso tiene que ver simplemente con que en Japón hay pleno
empleo, alto nivel cultural, alfabetización total..., en tanto en Méjico existen unas
tasas de paro brutal y un porcentaje alto de la población se levanta por la mañana sin
saber cómo va a sobrevivir al menos ese día. La solución entonces no sería un Derecho
penal mejor sino algo mejor que el Derecho penal.”
Francisco Muñoz Conde. (Revista ESPA, nº 100)
Cuestiones:
1. ¿Aparte de las sanciones penales, a qué otras profundas razones se
refiere Muñoz Conde para que las personas dejen de delinquir?
2. Piensa en dos ciudades o municipios que conozcas en los que resulte
de aplicación la experiencia descrita por Muñoz Conde de Japón y
Méjico.
3. ¿Crees que los valores son más fáciles de inculcar cuando se tienen
cubiertas las necesidades básicas?
4. ¿Dónde puede estar la solución a los problemas de la inseguridad? A qué se
refiere el penalista con la expresión “algo mejor que el Derecho penal”.
5. ¿Opinas que el planteamiento de estas cuestiones puede reorientar o,
en su caso, reforzar los principios éticos de los policías?
Lecturas/Actividades del apartado 2.3 “El sentido de la responsabilidad”.
“La virtud no tiene dueño; la tendrá cada uno más o menos según la honre o la
desprecie. La responsabilidad es del que elige. El dios es inocente es inocente”
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Platón. Diálogos
“Nadie es una isla, completo en sí mismo. Cada hombre es un pedazo del continente,
una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, la Tierra queda
disminuida, como si fuera un promontorio o la casa de uno de tus amigos, o la tuya
propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la
humanidad. Por consiguiente, cuando oigas doblar las campanas no preguntes por
quién lo hacen: están doblando por ti”
Jonn Donne. Devociones para ocasiones emergentes
“Las sociedades pueden encanallarse cuando se encierran en un hedonismo
complaciente, y carecen de tres sentimientos básicos: compasión, respeto y admiración.
Compadecer es sentirse afectado por el dolor de los demás, y es la base del
comportamiento moral. Considerar la compasión como un sentimiento paternalista y
humillante es una gigantesca corrupción afectiva. Cada vez que se grita “No quiero
compasión sino justicia” se está olvidando que ha sido precisamente la compasión la
que ha abierto el camino a la justicia. Respeto es el sentimiento adecuado ante lo
valioso. Se trata de un sentimiento activo que se prolonga en una acción de cuidado,
protección y ayuda; es, sobre todo, el sentimiento que capta y aprecia la dignidad del ser
humano. Por último, la admiración es la valoración de la excelencia. Un igualitarismo
mal entendido nos impide apreciar las excelencias. “Nadie es más que nadie” es una
afirmación estúpida por degradante. No es lo mismo Hitler que Mandela. La carencia
de admiración es un encanallamiento”.
José Antonio Marina. La inteligencia fracasada
Cuestiones:
1. ¿Piensas que al igual que hay individuos sin ética también pueden
existir sociedades carentes de moral? Razona tu respuesta.
2. ¿Qué papel puede jugar la compasión en el desempeño de las
funciones policiales?
3. ¿Quién será mejor policía: el más legalista o el más compasivo?
4. ¿El policía debe poner límites a su compasión?
5. Si nadie es más que nadie, como asegura Marina, ¿qué razones existen
para obedecer a los jefes?
Lecturas/Actividades del apartado 2.4 “La obediencia debida”
“No parece que a la vida de esos miles de hombres que llenan los cuarteles ‐decía
Juan de Mairena‐ y que mañana serán lanzados a la muerte, se les conceda mucha
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importancia. Sin embargo, cada uno de ellos tiene un padre y una madre para él solo”.
Antonio Machado. Juan de Mairena
Cuestiones:
1. Intenta armonizar la relación de jerarquía con los principios de
dignidad individual.
2. Dentro de la sociedad en general, ¿cuáles son las singularidades que
presenta una institución como la policial?, ¿qué derechos puede tener
restringido y en virtud de qué criterios?
3. ¿Crees que los delincuentes también tienen un padre y una madre para
ellos solos? Razona la respuesta relacionándola con el concepto de
individualidad.
4. ¿Para qué puede servir al policía recordar la individualidad de cada
persona con la que interactúa?
“Sería preciso habérselas con el género humano al modo que solemos usar con todos
los hombres en particular. A un canónigo que lleva una vida escandalosa se le dice:
“Será posible que deshonréis la dignidad de canónigo?” Se recuerda a un magistrado
que tiene el honor de consejero del rey y que debe dar ejemplo. A un soldado, para
devolverle el valor, se le dice: “¡Piensa que eres del regimiento de Champagne!” Debería
decirse a cada individuo: “Recuerda tu dignidad de hombre”.
Voltaire. Diccionario Filosófico
Cuestiones:
1. ¿A qué obliga la dignidad humana?
2. ¿Qué es lo que se espera de cada uno de los individuos que
conforman la sociedad?
3. Relaciona mando y ejemplaridad
4. ¿Crees que es aceptable dejar de cumplir la propia obligación bajo la
excusa de que tampoco la cumplen los demás?
Lecturas/Actividades del apartado 2.5 “Relaciones entre los miembros de una
organización: solidaridad y compañerismo”
El camionero quemado ironizó: “esto es compañerismo”
El chofer sufrió lesiones cuando se incendió su vehículo, atascado en una carretera. El
paro de los camioneros españoles entró en un punto crítico.
REUTERS
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MADRID, España.‐ El camionero español que ayer resultó con graves heridas en su
cuerpo como consecuencia del incendio de su vehículo, que estaba bloqueado por la
huelga de transportistas de carga, evoluciona favorablemente.
El diario español “El Mundo” reprodujo
ciertas declaraciones del chófer, que
manifestó sentir más dolor psicológico que
físico por la agresión que sufrió, que habría
sido causada por los mismos piquetes.
Señalando sus heridas, el camionero
ironizó: “esto es compañerismo”. El hecho
tuvo lugar mientras la víctima dormía en el
camión que habitualmente conduce. El olor a
Cuestiones: humo lo salvó de morir asfixiado.
1. ¿Qué tipo de solidaridad ha funcionado en el gremio de
camioneros?
2. ¿En el suceso ha habido lugar para la disidencia de la conciencia
colectiva?
3. Relaciona lo ocurrido al camionero de la noticia con el compañerismo
mal entendido de que se trata en el tema.
Actividad:
Reflexiona acerca de cuáles deben ser los límites del compañerismo y de
la solidaridad dentro de la policía.
Lecturas/Actividades del apartado 2.6 “Principios sobre los que descansa una
sociedad organizada. Comportamiento cívico”
“Lo que resulta auténticamente valioso en los valores es su sempiterno estado
crítico, la estimulante llaga que mantienen abierta entre lo que se consigue y lo que se
merece, entre lo que es y lo que quisiéramos que llegara a ser. Los valores no
desaparecen porque no se cumplan las mejores aspiraciones sino en todo caso por el
olvido de la aspiración misma: pero el lamento en torno a la <<crisis>> o aun
<<muerte>> de los valores indica que siguen vivos y activos”
Fernando Savater. El contenido de la felicidad
Cuestiones:
1. Describe algunos valores que pienses puede desarrollar un policía
en su trabajo diario.
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crítico de los valores”?
3. Según el filósofo, el estado siempre crítico de los valores mantiene
abierta una estimulante llega entre lo que se consigue y lo que se
merece. Para ti, ¿qué es lo que merece el hombre?
“La virtud y el vicio, el bien y el mal morales, son pues en todos los países lo que es
provechoso o dañino para la sociedad, y en todos los lugares y en todas las épocas al que
más se sacrifique a lo público se le llamará el más virtuoso. Parece pues que las buenas
acciones no son otra cosa que aquellas de las que obtenemos provecho y los crímenes
las acciones que nos son contrarias. La virtud es el hábito de hacer las cosas que agradan
a los hombres y el vicio la costumbre de hacer las cosas que les desagradan”.
Voltaire. Mélanges
Cuestiones:
1. ¿Dentro de la historia de la ética, qué ética es la que señala Voltaire?
(Razona tu respuesta):
La material
La del deber
La de la responsabilidad
2. ¿Piensas que el vicio y la virtud son iguales en todo tiempo y lugar?
Arguméntalo.
3. Describe cuáles deberían ser las características del policía virtuoso.
ACTIVIDADES DE CONSOLIDACIÓN
Lecturas/Actividades del apartado 2.1 “El concepto de ética: ética, moral y
deontología”
“Proponed a unos niños saltar una zanja; todos tomarán maquinalmente impulso,
retirándose un poco hacia atrás y corriendo después. Seguro que no saben que su fuerza,
en tal caso, es el producto de su masa multiplicado por su velocidad. Queda pues probado
que la naturaleza por sí sola nos inspira ideas útiles que preceden a todas nuestras
reflexiones. Lo mismo ocurre en lo moral. Todos tenemos dos sentimientos que son el
fundamento de la sociedad: la conmiseración y la justicia. Si un niño ve destrozar a un
semejante experimentará súbitas angustias; las demostrará con sus gritos y sus
lágrimas; socorrerá, si es que puede, al que sufre. Preguntad a un niño sin instrucción,
que comienza a razonar y a hablar, si el grano que un hombre ha sembrado en su campo le
pertenece y si el ladrón que mata al propietario tiene un derecho legítimo sobre ese grano;
ya veréis si el niño no responde como todos los legisladores de este mundo. Dios nos ha
dado un principio de razón universal, como ha dado plumas a los pájaros y pieles a los
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osos; y ese principio es tan constante que subsiste pese a todas las pasiones que lo
combaten, pese a los tiranos que quieren ahogarlo en sangre, pese a los impostores que
quieren aniquilarlo por medio de la superstición. Y esto es lo que hace que aun el
pueblo más rústico juzgue muy bien, a la larga, las leyes que lo gobiernan, porque
siente que esas leyes están conformes o son opuestas a los principios de conmiseración y
justicia que están en su corazón”.
Voltaire. Ensayo sobre la moral
Actividad:
Establece la relación entre el texto de Voltaire y los principios del derecho natural.
“Juro por Apolo, médico, por Esculapio, por Higia y Panacea, por todos los dioses y
diosas, a cuyo testimonio apelo, cumplir según mis fuerzas y capacidad la promesa y
juramento siguientes:
Consideraré a mis maestros como si fueran mis padres, compartiré con ellos el
sustento y, si es preciso, atenderé a sus necesidades, tendré a sus hijos por hermanos y les
enseñaré el arte sin condiciones ni compensación. Prescribiré el régimen de los enfermos
atendiendo a su beneficio, según mi capacidad y juicio, y me abstendré de todo mal y de
toda injusticia. A nadie daré veneno, aunque me lo pida, ni aceptaré ninguna
sugerencia en ese sentido. Cuando entre en la morada de un enfermo, lo haré siempre en
beneficio suyo; me abstendré de toda acción injusta. De todo cuanto vea y oiga en el
ejercicio de mi profesión, y aun fuera de ella, callaré cuantas cosas sea necesario que no
se divulguen, considerando la discreción como un deber.
Juramento hipocrático
Actividad:
Relaciona en todo lo posible el texto de Hipócrates con los principios
básicos de actuación recogidos en el artículo 5 de la Ley 2/86 de LOFCS.
Lecturas/Actividades del apartado 2.2 “Una ética para los cuerpos de seguridad”
Qué es la dignidad
“El honor, la honra, la fama suelen ceder a la vanidad y a la soberbia, llevan al
cuello un cascabel sonoro mientras que la dignidad es silenciosa, hay siempre un poso
de amargura en ella y depende exclusivamente de cada uno de nosotros. Cuando la
razón es aplastada o ensordecida el perfume de la dignidad la sustituye. Es el último
agarradero del ser humano cuando la razón es imposible y asegura contra toda
esperanza y también contra todas las apariencias la difícil obra de hacerse persona. No
hay en la dignidad ruido ni desgarramiento, sino humildad y pudor, como dejo
escrito. Arrastra consigo la sensación de desamparo. Ennoblece el infortunio,
atempera la fortuna, avergüenza a la afrenta, colma la soledad, es tu más alta aventura
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interior y en cada instante te dice qué uso debes hacer de ti mismo. Es frágil y sin
embargo puede hacerte invencible. El asumir la dignidad que la razón te dicta a veces
significa la huida, a veces una herida. Vive en lo más recóndito y callado de tu ser y
aun si la traicionan dejará en ti huellas de su paso para que puedas seguirla”.
Cándido. Qué es la dignidad
Cuestiones:
1. Qué quiere decir el autor con que la dignidad es silenciosa.
2. Qué significado das a la expresión “cuando la razón es aplastada o
ensordecida el perfume de la dignidad la sustituye”.
3. ¿Por qué la dignidad ennoblece el infortunio, atempera la fortuna y
avergüenza a la afrenta?
5. Resume en unas líneas qué es para ti la dignidad como persona. ¿En
qué puede consistir la dignidad de la función policial? ¿Y la del
funcionario de policía?
Lecturas/Actividades del apartado 2.3 “El sentido de la responsabilidad”.
“Ser un egoísta racional es aceptar en la práctica que el primero y más
fundamental de los instintos egoístas es superar la soledad. Superarla, abolirla. Ser yo
mismo, lo mejor y el más largo tiempo posible, es algo que sólo puedo conseguir por
medio de la relación con los demás. Los otros me permiten ser yo, me rescatan con su
mirada, su complicidad, su compañía o su hostilidad del reino indistinto de las cosas
(...) O soy yo con los otros o soy cosa.
Fernando Savater. El contenido de la felicidad
Actividad:
Relaciona el texto de Savater con la ética de la responsabilidad.
Lecturas/Actividades del apartado 2.4 “La obediencia debida”
Según Las Escrituras el rey David, enamorado de Betsabé, mujer de Urías, yace con
ella y queda embarazada. David dispone el envío de Urías al frente militar para
deshacerse de él y poder casarse con Betsabé. Urías es muerto y David consigue su
propósito.
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Actividad:
En su ejercicio del poder, David tenía potestad para mandar a sus
soldados donde mejor quisiese. Pese a la aparente legalidad de la orden,
¿fue justa la orden del rey? Relaciona con la discrecionalidad y la
arbitrariedad el comportamiento de David.
Lecturas/Actividades del apartado 2.5 “Relaciones entre los miembros de una
organización: solidaridad y compañerismo”
Actividad:
Describe el riesgo que puede comportar la incorporación de la solidaridad
mecánica de la que habla Durkheim a la organización policial.
Lecturas/Actividades del apartado 2.6 “Principios sobre los que descansa una sociedad
organizada. Comportamiento cívico”
Antígona, siguiendo los dictados de unas leyes escritas en la conciencia humana, en
cumplimiento de un deber que emana del derecho natural, desobedece al tirano Creonte,
quien ha ordenado que el cadáver de Polínice, hermano de Antígona, quede insepulto.
Antígona es detenida y presentada ante Creonte.
“El centinela:
Creonte:
Tú, que inclinas la cara hacia el suelo, ¿afirmas o niegas haber hecho eso?
Antígona:
Afirmo que lo he hecho y no lo niego
Creonte (dirigiéndose al centinela):
Tú puedes irte a donde quieras, libre de la acusación que pesaba sobre ti.
Y tú ‐dirigiéndose a Antígona‐ dime brevemente si conocías el bando que prohibía
eso.
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Antígona:
Lo conocía. ¿Cómo no debía conocerlo? Público era.
Creonte:
Y, así, ¿te atreviste a desobedecer las leyes?
Antígona:
Como que no era Júpiter quien las había promulgado, ni tampoco Justicia, la
compañera de los dioses infernales, ha impuesto esas leyes a los hombres, ni creí yo que
tus decretos tuvieran fuerza para borrar e invalidar las leyes divinas, de manera que un
mortal pudiera quebrantarlas. Pues no son de hoy ni ayer sino que siempre han estado
en vigor y nadie sabe cuándo aparecieron. Por esto no debía yo, por temor a al castigo
de ningún hombre, violarlas para exponerme a sufrir el castigo de los dioses. Sabía que
tenía que morir, ¿cómo no?, aunque tú no lo hubieses pregonado. Y si muero antes de
tiempo, eso creo yo que gano; pues quien viva como yo en medio de tantas desgracias
¿cómo no llevar ganancia en la muerte? Así que para mí no es pena ninguna el
alcanzar muerte violenta; pero lo sería si hubiera tolerado que quedara insepulto el
cadáver de mi difunto hermano: eso sí que lo hubiera sentido; esto no me aflige. Y si
ahora te parece que soy necia por lo que he hecho, puedo decir que de necia soy acusada
por un necio”.
Sófocles. Antígona
Cuestiones:
1. ¿Crees que el centinela hace mal entregando a Antígona? Por qué.
2. Por qué dice el centinela que implicar a un amigo en la desgracia es
doloroso. ¿Qué debe suponer implicar a un compañero?
3. ¿Existe un justo natural y un justo positivo según el texto?
4. En los casos en que una ley pugne con la conciencia del policía que
tiene que aplicarla, ¿qué crees que debería hacer?
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