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HERENCIAS DE LA TIERRA HERMOSA DE MIS SUEÑOS

Autor: Ana Rosa Zavala Valencia


Curso: Segundo Bachillerato paralelo A
Colegio: Liceo Panamericano Samborondon

Desperté con el chirriar que aquellas juguetonas golondrinas emitían entre las ventanas altas
de la casa en la playa, formaban espirales entrelazadados ascendentes en pleno vuelo, y líneas
horizontales perfectas cuando no lo hacían, estas últimas apostadas sobre los cordones del
servicio público que descendían desde el segundo piso de la casa y que por tramos se
conectaba con las casas vecinas hasta llegar al parque de aquel lugar. Cada cierta distancia el
cableado tomaba forma de zigzag y cruzaba la calle de lado a lado, esto hubiese pasado por
desapercibido de no ser por el repintado que le daban aquellas golondrinas allí posadas. Y
aunque la belleza pintoresca de aquellas aves era adornaba por el repiquetear insistente de
las mas inquietas, ese sacudir insistente era contestado intuitivamente con la colocación de
las manos por encima de la cabeza por mis padres, mis primos y obviamente yo, el hecho era
formar una pequeña cubierta que evite que nos empiojemos (Creencia popularizada en esa
zona). Recuerdo que al principio, cuando por primera observe esa suerte de coreografía entre
los pobladores de aquel pequeño poblado pesquero de la costa del pacífico, lo tome con
gracia, pero con el tiempo ese sentimiento se fue cargando con la seriedad que conlleva el
malestar de tener piojos, claro que no del todo ya que aún queda lo gracioso y divertido de
tener que huir de esas líneas de golondrina y evitar caminar por debajo de ellas.
En ese mismo lugar, 35 años atrás, casi a las 5 de la mañana, el ruido de la gente empezaba a
llenar los espacios que el silencio de la noche había cubierto, con ello, mi abuelito despertaba
y de la mano con su hijo mayor como todos los días a la orilla del mar, a recibir las pangas
para competir todos los lugareños en la compra del mejor pescado fresco y por su puesto del
marisco preferido de su hijo… la pata de perro. Mientras esperaban la baja mar completa con
la cual los “bonguitos” podrían ingresar a la playa, ambos apostados como OJEADORES vigías
casi en cuclillas, con las manos sobre sus muslos y la mirada fija a 45 grados en el romper final
de las olas, solían correr velozmente y lanzarse de rodillas, cuando en ella divisaban una
perfecta “V” formada por el agua descendiente y los terminales de la cola de un crustáceo
marino conocido por mulita de mar. En embaces plásticos reciclados utilizados como acuarios
temporales, las mulitas eran colocadas allí, para luego, después en la tarde ser trasportadas
y depositadas en el arrecife de aquel lugar conocido como el “piedrero”, donde aún se las
puede hallar habitando en colonias.
Ahora, un poco más adelante en el tiempo, bordeando el iniciar de los años noventa, en las
vacaciones de invierno, la ruta hacia la orilla del mar cambió de destino, no era más de
madrugada, sino más bien el terminar la tarde, ya los hijos adolescentes de mi abuelito no
salían a esperar el arribar de las naves para comprar, sino para acompañar mar adentro a los
pescadores locales, dejar colocado el entremallo de redes y las cajas trampa para cangrejos y
langostas. Ninguno de ellos lucraba de este oficio, lo que realmente los impulsaba era la
tradición de aquel lugar que persiste hasta el presente. Ya Caída la noche, y una vez resuelto
el trabajo, las pangas retornaban “parcialmente”, quedando ancladas a 20 metros de
profundidad y 250 metros de la orilla, una vez allí, y a oscuras, con un mar “picado” había que
lanzarse al agua y nadar hasta la orilla, esa era realmente la motivación.
A finales del mes de octubre del 91, las fiestas del comercio llegaron con alegría a la ciudad
natal de mi madre, y ella como siempre, con sus padres y hermanos visitaron los
“caramancheles” compraron ofertas novedosas, disfrutaron del sabor que los dulces
“empolvados” ofrecían, y se divirtieron con los juegos mecánicos que llegaron. Pero la fecha
tiene relevancia por dos principales razones, la primera de ellas fue la consecución triunfal
por parte de mi tío que alcanzó la cima del siempre y tan difícil “palo ensebado” con su
mentada estrategia del “lazo invertido”, la cual consistía en agarrar con la palma de la mano
derecha el extremo izquierdo de su pantalón de jean, a la vez que con su mano izquierda, y
pierna derecha se impulsaba hasta arriba.
La segunda experiencia trajo consigo vestimentas de gala, baile, desfile, banquetes, actos de
fe y más actividades de algarabía. Vistiendo un elegante traje de 450 hilos hecho en casimir
blanco, en el muelle 5 del puerto marítimo, bajaba mi abuelito de un chinchorrero de 6 metros
de ancho y 16 metros de eslora, con el un mar de personas así mismo vestidos de traje blanco
cargando un cristo de madera. Por más o menos veinte días, mi abuela se convirtió en primera
dama, y su casa en el respectivo “palacio blanco” que albergaría a invitados conocidos y
desconocidos. Los amigos de mi abuelito eran su gabinete, había vicepresidente, ministros,
secretarios y reina. Todos dicen, que el precio de esa presidencia fue alto, pero mi abuelito
no pudo negarse, porque existe la creencia de que una culebra negra llega a vengarse de todo
aquel que rehúsa aceptar el nombramiento, y también sufrirá años de escasez. San Pedro y
San Pablo es una tradición del país que aún se celebra.
Hace poco, me vestí con ropa deportiva, llene mi tomatodo, coloque en la mochila de trapo
un par de medias adicionales, una botella de agua, y un pequeño envase que contenida
bloqueador solar. A las afueras de la casa, mi madre me esperaba con el resto de la familia,
una vez allí, todos juntos empezamos a caminar hacia el sur de la ciudad, en ese caminar, más
y más gente se aglomeraba, todos dirigiéndose al mismo destino. El olor a café tostado, me
despertó del letargo en el que había caído a la hora y media de caminar sin parar, levante la
miraba y ya con el sol sobre de mi cabeza pude divisar como con orgullo, el cerro se alzaba y
nos animaba a que llegáramos a su encuentro. No pudimos entrar a la iglesia, ya que el gentío
llegaba desde el portón hasta el inicio de las escaleras, pero si pudimos acceder al pie del
busto de la virgen de Monserrate en donde después de una breve oración deposite una vela,
observando como las personas delante de mí ofrecían mantas, cartas y flores, todas como
forma de agradecimiento por las bendiciones recibidas durante el año. Al salir de aquel lugar,
en la calle contigua al museo de la ciudad, decidimos pasar por los comercios apostados en
casonas que datan de los años de la revolución liberal, donde aún se puede encontrar con
relativa frecuencia la imagen de esas insignes mujeres que iluminaron a Filemón Macías y
Francisco del Casti a escribir liras tan preciosas como esta:
Dime linda manabita
Si es verdad que en tus vigilias
Tejes con aguas delgadas
Y en diamantes cristalizas
Ese sombrero tan leve
Que más que sombrero es brisa
Y es que tus dedos de pétalos
De rosas nardos y liras
Están tejiendo un sombrero
Con rayos de luna india.

Se resisten a desaparecer, y una nueva cuna de herederas teje el alma con esas hebras de
toquilla, a la luz de la luna, pero no de cualquiera, sino de aquella que permite a los dichosos
portadores del sombrero fino de 8 meses, escuchar la arenga del viejo luchador en el roce del
viento acariciando el ala ancha.
Todo esto vive en mí, esas raíces inmortales que el tiempo no deja morir, ese impulso que
crea, ese sentimiento que llena, esa felicidad que no deja de brotar que se comparte con
alegría, como aquella que nos llegó de Rocafuerte en los labios de Don Elías Cedeño Jerves,
quien reafirma lo aquí narrado y lo que siento en esta preciosa estrofa:

Son tus ríos los espejos


De tus cármenes risueños
Que retratan halagüeños
El espléndido turquí
De tus cielo en esas tardes
En que el sol es una pira,
Mientras la brisa suspira
En tus frondas Manabí.

Muchas Gracias

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