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2. Del mundo judío n o voy a liablar. Sólo citaré los testirnonios de dos
mentes preclaras del judaísmo, personajes ilustrados, y, sin duda alguna,
intelectualmente muy por delante de sus contemporáneos: Yosé Yohanan,
que en su Pirké Abot 1, 5 afirma: "Aquel que se entretiene demasiado con
las mujeres, se atrae el mal, descuida el estudio y terminará en el Gehená"
y Flavio Josefo, quien escribe: "La mujer, dice la ley, es inferior al hombre
en todo. Por tanto, debe obedecer, no para ser violentada sino para ser
rnandada, pues es al hombre a quien Dios ha dado el poder" (Contm Apión
11, 201). A las mujeres judías no se les permitía el estudio ni siquiera el acce-
so al aprendizaje de la Torá. Valga como ejemplo de la estima en que se
tenía a la mujer la oración que recitalxm todos los días los judíos piadosos:
"Bendito sea Dios ... que no me ha hecho nacer mujer, porque de la mujer
no se espera que observe los mandamientos" (Berakot 7, 18).
7. En la Atenas del siglo V, puede decirse, que las mujeres eran consi-
deradas en tanto que rniernbros necesarios del 6 ~ 0 de s aquéllos que eran
miembros de las poleis, pero que carecían de derechos ciudadanos, si
entendemos por tales, como entendía Aristóteles, la participación activa e n
las cuestiones públicas de la ciudad*. Su vida se desarrollaba dentro del
hogar y AiistOteles, lo mismo que Sófocles y Tucíclides, seguía pensaiido
que "el silencio era un ornato para la mujer". La situación cívica de la mujer
ateniense era marginal en lo que se refería a los asuntos de la polis, y corno
afirma Iioger Just5 estaban siempre "protegidas, controladas y manipuladas
por aquéllos que tenían el monopolio de la autoridad e n una sociedad, que
era, por definición, una sociedad de hombres".
3 Cf' S. Sam, "Féniinin, feimne et teinelle dans Ics grands traités bioiogiques tllAristote"
cri E. Lévy (ccl.), Lajemnze dans les sociit¿s a n t i q u q Estrashurgo 1983, pp. 93-123, y G . Sissa,
"Filosofias del genero: 'l'laiím, Aristót(:lcs y la diferencia sexual", I>ul>y-I'arrot(e&.), Ilisto?ia
de las Mujercí 1, Madrid 1992, pp. 73-11l .
(y/: D . IUcrno, "Polisy oikos: los riiarcos de la integración y dc la desintegración feme-
nina" <:n Rodríguez-Hidalgo-Wngner(eds.), Roles sexua1e.s. La mujer e n la hislori~6.yla cultzm,
Madrid 1994, pp. 15-21.
Women in Alheninn Law and L f i Lonclrcs 1991, p. 105.
10 MERCEDES LÓPEZ SALVÁ
concertado entre dos hombres de distintas familias sin que la mujer fuera
otra cosa que objeto pasivo de la transacción.
12 Ihid, p. 25.
Cj: A. I<»usei.i.t;, "La política de los cuerpos: entre procreación y continencia en Roma",
I>uhy-l'arrot (ecls.), IIistwia de las Mz@res 1, Madrid 1992, pp. 317-393; id., I'c~rneia.Del domi-
nio del c u e ~ p oa la privación sevzsorial, Uarcclona 1989.
11. LA MUJER E N EL CRISTIANISMO DE LOS SIGLOS 1 Y 11:
esta sociedad del siglo II "el matrimonio debía significar una victoria de la
'mission civilisatrice' de los 'bien nacidos' sobre la facción desordenada de
su propia clase -sus compañeras-" y que las relaciones de concordia entre
marido y mujer eran un reflejo e n miniatura del orden cívico con que el
hornbre poderoso abrazaba tiernamente a su ciudad y la controlaba.
2. En este siglo (el 111) el cristianismo, que en gran medida había sabi-
d o asimilarse a la cultura grecorromana, dejó de ser un grupo marginal, y
se transformó e n una fuerza, con la que ya había que contar en cualquier
ciudad mecliterránea. Las dos grandes persecuciones del 257 y del 303 no
son sino testimonio de la influencia que había adquirido el cristianismo en
la socieclacl roinana.
3. Desde finales del siglo 11 y principios del 111 las comunidades cristia-
nas sienten la necesidad de autodefinirse, de marcar las diferencias con otro
tipo de comunidades religiosas. Así frente al judaísrno que aceptará el matii-
monio casi corno conditio sine qua non de la sabiduría rabínica, el acceso
al liderazgo de las comuniclades cristiarias será cada vez más a través de un
celibato casi obligatorio. La iglesia configura una moral matrimonial basa-
da en la continencia sexual22. El n-iatriinonio pasa de ser un deber ciudada-
no, coino lo era en la sociedad griega y romana, a ser un mal menor, corno
se considera clesde Pablo. "Mejor casarse que at~rasarse"escribía el apóstol
(1 Cor. 7,9).
LOTJna societá csortata all'ascetismo: misure lcgislaiive e rnolivazioni econorniche neí IV-
V secolo d.C.", Esli-utlo da S211di Sto&-i,11. 1, 1989, p. 129.
25 Ihid, 11. 136.
26 úoijrc el iiilpc~stantepapel de ia viud:~en el cristianismo rotri:ino, cj: 11. ~ ~ i ~ ~ ~ ~ 1 ILc!
ei.1.1,
cristiana de1 IVGsecolo, Korna 1960, pp.
/ipolocyiafemminile nellc~hiogrufla e ~zell'nz~tohiogi*ufi~~
49-66 y sobre la virgen, pp. 29-47,
27 A. CAMEIION, o.L.,pp. 182-183.
LA IGLESIA Y LAS MUJERES (SIGLOS 1-IV) 19
30 O. c., p. 135.
I,A IGLESIA Y I,AS MUjERES (SIGLOS I-IV) 21
3. Pauia, en canibio, f ~ ~ n d
hacia
a el 380 un monasterio en Belén, Mela--
nia Senior, por las misinas fechas hace constriiir dos n~onasteriosen Jeni-
saléri (en el Montc de los Olivos), uno femenino y otro masculino, a cuyo
cargo puso a su amigo Rufino de Aquileia, y Olimpíade, corno ya he dicho,
inauguró uno en Consvantinopla3C Sobre las normas de convivencia que
regían estas furidüciones, así coino sobre su adrriinistración o el trabajo que
allí se realizaba, sabemos aún poco, aunque ya convamos con algún suge-
rente trabajo como los (le F. Consolino37 y E. Cianarellis8. E. Clark39 pien-
43 '7ohnClxysost«m and ihe Subintroductae"cn Ascetic Piety and Wornen's Faith, Onta-
rio 1986,pp. 266 y 281.
esas servidumbres, les va a ser difícil encontrar tiempo para ellas (Adeos 7'
y 9). También les dice el Crisóstomo a esos monjes tan dispuestos a ayu-
dar a sus conlpañeras, que los hombres no pueden aportar nada a las muje-
res que ellas misn~asno sean capaces de realizar (a excepción de aqiiello a
lo que las vírgenes se supone que han reniinciaclo).
47 De c ~ l t u f i r n i ~ ~ u m1,~1t,n1-2.
,
G/::JI:RÓNIM», Epistolu 22.
@ R. Lizzi, o. c., p. 135.