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La sensación tras 30 días de haber desaparecido Santiago Maldonado es que, al menos en una
porción importante de los argentinos, la estela de su evaporación hace emerger con más y más
fuerza mecanismos de valorización y jerarquización de la vida humana. Eso que Boaventura de
Sousa Santos llama fascismos societales, las praxis mediante las cuales ciertas comunidades, y
en particular las sociedades de mercancía, el otro es desvalorizado en pos de la valorización
propia. Lo que hoy se menciona como meritocracia no sería sino una expresión de la
ponderación de lo individual en desmedro de lo común. No porque esté mal la valía individual,
sino porque las sociedades mercantilizadas al extremo, como sucede en los neoliberalismos,
falsea las condiciones de partida al no ponderar las condiciones sociales de posibilidad. La
cuestión es que esas “condiciones sociales” no son dispuestas naturalmente, sino que
responden a asimetrías fácticas que hacen el mundo que tenemos. Se trata de la distribución
del poder, de las posibilidades socio-económicas, del capital cultural y simbólico del que se
dispone o no. El lema “si se quiere, se puede”, esconde que las partes contratantes en el
contrato social no son equivalentes. El mecanismo es tan completo que, en caso de fracaso, la
culpa no ha de recaer en esas condiciones sociales de posibilidad o de imposibilidad, sino que
el responsable es el propio sujeto. Nunca falta el caso testigo en los medios o en la cita de un
conocido: “mira a X, era pobre, vivía en la miseria, no tenía ni para comer, estudiaba con lo
que le iluminaban las luces de los autos cuando pasaban…”. Mientras más encomiable el
esfuerzo, mejor sirve para dar cuenta de dos cosas: la evidencia de que si se quiere, se puede;
y que la culpa recaiga en el privado. Todo depende de lo que los sujetos hacen de modo
privado, por lo tanto lo público se sustrae de responsabilidades. Todo es dejado al libre
albedrío de la sociedad civil, mecanismo de coordinación perfecto de las voluntades
emprendedoras.
No se trató de una discusión sobre “el caso”, sino que el caso en cuestión sirve a una expresión
mucho mayor, que es la despolitización de lo público y también de lo privado. Allí entra
Santiago Maldonado, y allí entramos todos.