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Brigitte Adriaensen*
Memoria, ironía y comunidad: 2666 de
Roberto Bolaño
DOI 10.1515/iber-2015-0019
Este trabajo intenta reflexionar sobre las funciones de la ironía y del humor en
relación con la violencia y la memoria, es decir, cómo la literatura utiliza la ironía
y el humor como estrategia discursiva, con fines ideológicos, pero también
estéticos y a veces terapéuticos, y cuáles son las consecuencias éticas de tal
empresa literaria.1 En este contexto, ocupa un lugar central el concepto de
“comunidad”: como destaca Linda Hutcheon en su estudio Irony’s Edge (1994), la
ironía –así como el humor– siempre apela a una comunidad discursiva existente.
Esta comunidad comparte cierto conocimiento enciclopédico así como un sistema
normativo. Por otra parte, el concepto de memoria también está intrínsecamente
relacionado con la colectividad: como expuso Michael Lazarra en su libro Prismas
de la memoria: narración y trauma en la transición chilena, la memoria es de por sí
*Corresponding author: Brigitte Adriaensen, Radboud Universiteit Nijmegen, Faculteit der Lette-
ren, Erasmusplein 1, Postbus 9103, 6500 HD Nijmegen, E ˗ Mail: B.Adriaensen@let.ru.nl
fragmentaria pero tiene una dimensión colectiva inherente por nuestra propia
sociabilidad (2007: 17). Se podrían buscar, así, los intersticios entre las comunida-
des discursivas de la ironía, del humor, por una parte, y de la memoria, por otra:
¿quién puede hablar en clave humorística de las atrocidades? ¿Cómo se relaciona
el escenario de la ironía, como lo llama Philippe Hamon, con el mapa de la
memoria, con las tensiones entre víctimas y perpetradores, insiders y outsiders,
primeras y segundas generaciones?2
En el caso mexicano, esta cuestión resulta especialmente álgida, dada la
dificultad de trazar lo que se podría denominar el “esquema actancial” de la
llamada “guerra contra el narco” y de la violencia más en general. Efectivamente,
al no haber una oposición ideológica clara entre dos bandos, como fue el caso de
las guerras sucias del Cono Sur, sino una especie de guerra indefinida donde
ningún actor queda bien definido (militares, policías federales y locales, gobier-
no, narcos), ¿cómo puede iniciarse un proceso de memoria, si apenas tenemos
testimonios escritos, si la impunidad impide castigar a los culpables y si para
colmo las víctimas en no pocas ocasiones han sido igualmente perpetradores? En
su artículo “Pensar la memoria desde la frontera: recuerdo, reconstrucción y
reconciliación en el caso del ‘pozolero’” (2014) Lilian Paola Ovalle, Alfonso Díaz
Over y Luis Arturo Ongay reflexionan sobre la dificultad de crear una memoria
colectiva en México, y nos exponen un proyecto realmente admirable que se está
llevando a cabo en Tijuana para contribuir a ello.
El presente artículo propone que Bolaño, desde la literatura, realiza un
intento pionero y extremadamente valioso para crear una memoria colectiva de
las atrocidades que ocurrieron en Ciudad Juárez: a través de la reescritura de los
informes forenses, inspirándose para ello en el libro Huesos en el desierto (2002)
del periodista Sergio González Rodríguez, el autor contribuye a la creación de esta
memoria colectiva, ya no desde el testimonio, sino desde el complejo terreno de
la ficción. Una ficción que está impregnada de ironía y de reflexiones sobre el
humor, como toda la obra de Bolaño, incluso cuando la mayoría de los críticos no
ha reparado demasiado en ello.
En efecto, por lo general se ha analizado la novela 2666 de Roberto Bolaño
como una “genealogía del mal”, un repaso de la atrocidad que recorre un siglo y
varios continentes. Un recorrido que en la novela se inicia, cronológicamente
hablando, con las referencias al estalinismo, para detenerse luego largamente en
el nazismo alemán, pasando por la dictadura chilena, y para desembocar final-
mente en los asesinatos de Santa Teresa que, como se sabe, es una referencia
alegórica a Ciudad Juárez. Desde esa perspectiva, a primera vista podría parecer
2 Véase Adriaensen (en prensa) para una discusión más panorámica de este tema.
inmoral hablar de la risa y del humor en este contexto de horror, de mal absoluto.
Sin embargo, al leer detenidamente la novela de Bolaño, se observa que el humor
y la risa constituyen ingredientes básicos en ella. De hecho, hay muchas referen-
cias literales, explícitas, a las risas de los mismos personajes. Resuenan risas
cristalinas, magníficas, pero también carcajadas siniestras, diabólicas. Llama la
atención que la risa surja en contextos muy diversos en las cinco partes que
componen el libro. La novela ofrece, así, una reflexión extremadamente compleja
y profunda, a veces ambigua, sobre las posibilidades de expresar el horror de la
violencia mediante el arte, y en esta reflexión, la risa y la ironía desempeñan un
papel esencial.
3 “[…] rentre dans la classe de tous les phénomènes artistiques qui dénotent dans l’être humain
l’existence d’une dualité permanente, la puissance d’être à la fois soi et un autre”. Todas las
traducciones en este trabajo son mías, a menos que se indique lo contrario.
4 “[…] l’artiste n’est artiste qu’à la condition d’être double et de n’ignorer aucun phénomène de
sa double nature”.
Morini, apasionados por la obra del escritor alemán Benno von Archimboldi. Ella
se ríe “con la plenitud de sus veintiséis años”, con “una risa magnífica que ellos
no tardaban en imitar aunque ciertamente hubieran preferido no reírse y sólo
mirarla” (Bolaño 2004: 31). La risa de Norton, sin embargo, no siempre parece tan
inocente. En la próxima ocasión donde el narrador se refiere explícitamente a su
risa “magnífica”, el contexto es menos idílico. Ocurre cuando Pelletier y Espinoza
están en Londres y le cuentan a Norton su viaje a Montreaux, donde fueron, junto
con Morini, a buscar el paradero del pintor Edwin Johns.
Anteriormente, Liz Norton ya le había contado en el mismo Londres la
historia de este pintor excéntrico a Morini. El pintor Edwin Johns había expuesto
sus cuadros en una galería londinense, y entre los autorretratos que figuraban
había uno que se destacaba: se trataba de la mano derecha del pintor, que este se
había cortado, llevado a un taxidermista y luego enmarcado dentro del cuadro.
Llama la atención el tono extremadamente ligero, casi entretenido, en el que
Norton le refería esta historia a un Morini que tuvo que aguantar a duras penas su
“deseo de llorar, o, en su defecto, de desmayarse” (77). La impresión que esta
historia le causó a Morini fue grande: no solo buscó el paradero del pintor, motivó
a que sus dos colegas lo acompañaran a visitarlo en un sanatorio retirado en
Suiza para poder entrevistarlo personalmente; después de esta entrevista, ade-
más, Morini se ausentó durante varios días, preocupando a sus dos amigos, pero
no tanto a Norton, dado que durante su ausencia se fue a Londres y pasó varios
días con ella, sin mencionarle que había visitado previamente al pintor.
Cuando más tarde Pelletier y Espinoza le vuelven a contar la historia de su
visita al pintor, la amante de ambos tiene una reacción excéntrica: “Norton, para
sorpresa de todos, lanzó una risotada impropia de ella y pidió otra Margarita.
Durante un rato, […] los tres permanecieron en silencio” (77). No queda del todo
claro a qué se refiere esta risa: sin duda, Pelletier y Espinoza se quedan perplejos
porque piensan que Liz se ríe con la historia macabra de la mano cortada del
pintor; el lector, en cambio, podría pensar que Liz se ríe porque ahora entiende
por qué Morini estaba tan desconcertado cuando se fue a Londres. La novela nos
insinúa un nexo siniestro entre Liz y el pintor: parece que ella no se inmuta ante
esta forma de automutilación, y que también la reacción que puede provocar el
“nuevo decadentismo” le resulta risible.
Una de las siguientes risas en la novela se puede asociar con la primera, dado
que de nuevo relaciona una expresión artística de la violencia con la risa; en este
caso se trata de la señora Bubis, la editora de Archimboldi en Alemania, quien
nos explica que le encantan los cuadros de Grosz:
Sus historias me hacen reír, por momentos creo que Grosz las dibujó para que yo me riera,
en ocasiones la risa se transforma en carcajadas, y las carcajadas en un ataque de hilaridad,
pero una vez conocí a un crítico de arte a quien le gustaba Grosz, por supuesto, y que sin
embargo se deprimía muchísimo cuando asistía a una retrospectiva de su obra […] (44).
Hay que recordar que los cuadros de Grosz a menudo son caricaturas. Piénsese, por
ejemplo, en el célebre cuadro “Kriegsverwendungsfähig” (1918), donde se percibe
un esqueleto preparado para cumplir el servicio militar. Que la risa ante este tipo
de caricaturas no le parece lícita a su amigo es evidente en la siguiente cita:
Él rompió su amistad conmigo para siempre. Hace poco me contaron que aún dice que yo no
sé nada sobre Grosz y que mi gusto estético es similar al de una vaca. Bien, por mí puede
decir lo que quiera. Yo me río con Grosz, él se deprime con Grosz, ¿pero quién conoce a
Grosz realmente? (44–45).
Y todo esto lo contaba la primera adolescente a la segunda adolescente y a cada palabra que
pronunciaba parecía morirse de la risa. La segunda adolescente estaba notablemente
asustada. Pero la primera adolescente, la que contaba la historia, daba la impresión de que
de un momento a otro iba a empezar a revolcarse en el suelo de risa (49).
Parece establecerse un paralelismo entre las dos adolescentes, por una parte, y la
señora Bubis y el crítico de arte, por otra. La misma posición del crítico de arte,
además, encuentra un equivalente en la reacción de Espinoza. En efecto, el crítico
español se indigna ante la película, y particularmente ante la risa de la adolescen-
te. Desde su punto de vista, la segunda adolescente tenía que haberle dicho a la
primera lo siguiente: “Cállate, hija de puta, ¿de qué te ríes?, ¿te pone caliente
contar la historia de un niño muerto?, te estás corriendo al contar la historia de
un niño muerto, mamona de vergas imaginarias?” (49). Es notorio que estas risas
–todas curiosamente femeninas, por cierto– sean provocadas por manifestacio-
5 “[…] it is in this consciousness of the untruth of the true that all part participates in humour”.
6 “For the contradiction of art to become humorous it must be immanently aware of its contra-
diction, and, […] this awareness arises as a laughter from deep within the aesthetic enigma”.
Sin embargo, aquí surge una primera pregunta: ¿no será así que los cuerpos
mutilados, en la cuarta parte, se ven por parte de los cómplices como una obra de
arte, o como una semiótica, pensando en las famosas narcomantas, en los
códigos semióticos que utilizan los narcos a la hora de mutilar a sus víctimas? Por
lo menos esta parece ser la perspectiva del mismo asesino en serie, que mutila los
cuerpos todos de la misma manera, personaje que en la imaginación del narrador
no hace sino reírse a sus espaldas.
Por otra parte, el humor y la risa con frecuencia no solo se asocian con los
mismos cadáveres, sino también con lo siniestro, con la muerte palpable pero ya
no presente. Así, justo después de comentar el último “caso del año 1997”, el
hallazgo de un cuerpo de una desconocida, se dice lo siguiente:
¿Qué risas serán estas? A primera vista parece que las risas proceden de gente
humilde, festejando en familia las navidades, en un ambiente ameno y pacífico.
Por otra parte, estas risas se asocian con lo siniestro, lo unheimlich, cuando se
especifica que algunas de estas calles eran “totalmente oscuras”, y se parecían a
“agujeros negros”. De hecho, no se sabe de dónde salen las risas exactamente, y
si bien guían a los vecinos para no perderse, su carácter inocente se pone en duda
a través de las asociaciones con la oscuridad.
3. La ambigüedad de la risa
El ejemplo anterior nos lleva a la doble cara, al doble fondo, a la ambigüedad de
la risa, que se sitúa entre lo “cómico feroz”, como lo llama Baudelaire, y el
“humor crítico”, según Adorno. Citemos en este contexto otro pasaje de 2666,
esta vez de la tercera parte, donde Amalfitano se encuentra con Charly Cruz,
personaje extremadamente sospechoso. Al ser interrogado por Amalfitano,
Charly le explica cómo era el “disco mágico” del que disponía en su infancia:
“Bueno, pues era un borrachito riéndose. Eso era lo que estaba dibujado en una
cara del disco. Y en la otra cara estaba dibujada una celda, es decir los barrotes de
una celda. Cuando hacía girar el disco el borrachito que se reía estaba dentro de
la prisión” (422). Entonces, Amalfitano explica por qué se ríe el borrachito de la
siguiente forma:
El borrachito se ríe porque cree que está libre, pero en realidad está en una prisión […], ahí
reside, digamos, la gracia, pero lo cierto es que la prisión está dibujada en la otra cara del
disco, por lo que también podemos decir que el borrachito se ríe porque nosotros creemos
que está en una prisión, sin apercibirnos de que la prisión está en una cara y el borrachito en
la otra, y que la realidad es ésa, por más que hagamos girar el disco y nos parezca que el
borrachito está encarcelado. De hecho, podríamos incluso adivinar de qué se ríe el borra-
chito: se ríe de nuestra credulidad, es decir se ríe de nuestros ojos (423, cursivas del
original).
Conclusión
Se podría decir entonces que 2666 reúne risas e ironías de muy diversa índole. En
la cuarta parte, la parte de los crímenes, se hallan las risas de los perpetradores,
las risas macabras y sádicas que resuenan en el silencio, tal vez desde los
agujeros negros de las calles vacías y solitarias. Pero también figura otra risa
–silenciosa pero a la vez estridente– que resuena entre las reglas, y es la risa del
narrador; no se ríe de las víctimas, ni mucho menos: utiliza su ironía para criticar
indirectamente el proceso de investigación que no lleva a ninguna parte, para
enfatizar la incompetencia de los policías, la falta de atención e interés por los
asesinatos, para darnos un retrato crítico de la sociedad, donde los cuerpos
mutilados, sin duda, se pueden leer como una alegoría del cuerpo social enfermo
que es México (Kraffczyk 2013).
Pero, además, a través de la ironía Bolaño se ríe, tal como ya lo hacía en
Nocturno de Chile (2000) y en Estrella distante (1996), de los críticos, cuya huida
en la literatura a veces muestra una insensibilidad y una impasibilidad extremas
ante la violencia. En 2666 se vuelve a tematizar esta indiferencia de los críticos
literarios en la primera parte de la novela, cuando por una parte se muestran
sensibles y perturbados ante la violencia representada en el arte de Johns o en la
película, pero resultan impasibles durante la violencia perpetrada por ellos
mismos con respecto al taxista paquistaní (Bolaño 2004: 101–103).
Se trata, pues, de una risa cuyo objeto no lo forma ni el crimen ni el horror,
sino que tematiza los riesgos de acercarse desde la ficción al crimen, a lo que es
demasiado atroz para ser contado. En este sentido, 2666 es una novela que
tematiza la dificultad de contar el horror y aborda una cuestión ética fundamen-
tal: ¿cómo hablar de la violencia sin caer en el placer sensacionalista, en el
sadismo estético? ¿Cómo evitar que consumamos la violencia a través de la
literatura? Como decía Gabriela Muniz, “2666 logra una forma literaria plausible
para abordar el horror generado por las muertes masivas, al mismo tiempo que
critica el uso despiadado de los despojos humanos de la violencia como estética”
(2010: 44).
Bibliografía
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