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El ágape o comida fraternal, unida originalmente a la Cena del Señor (1 Co. 11:7-
34), era común en la cultura mediterránea y practicada por cultos y hermandades
de todo tipo. En el cristianismo expresaba el amor, unidad y solidaridad con los
necesitados, a diferencia de otras comidas celebradas en el paganismo en honor de
sus patrones, consistentes en grandes comilonas que contrastaban con la
austeridad de las cenas cristianas:
En el ágape cristiano los creyentes traían sus propios alimentos, que con
generosidad repartían entre los demás, sin distinción ninguna de clases. El fin
perseguido por estos ágapes era el auxilio de los pobres de la comunidad, a
quienes de estaba manera les llegaba algo de alivio. Con todo, esta institución
fraterna e igualitaria, pronto desembocó en abusos, que ya se denuncian en el
mismo Nuevo Testamento. Algunos cristianos más acomodados se llevaban
manjares ricos para su propio uso que no compartían con los necesitados. El rápido
crecimiento del número de fieles propicio el desorden que acompañó a la
celebración del ágape y de la Santa Cena, velando la dignidad del memorial de
Cristo:
«Cuando os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor (...) todo el que
come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come Y bebe
para sí» (1 Co. 11:20, 29).
Con el fin de evitar estos abusos y desórdenes, que indisponían para la celebración
de la Santa Cena, muy pronto, a partir del siglo se introdujo la costumbre de
separar ésta del ágape, de modo que la Santa Cena se trasladó a la mañana, al
despuntar el alba, mientras que el ágape continuaba celebrándose por la tarde:
«La ceremonia eucarística, celebrada en plena noche o al clarear el día ad lucen
constituyó el centro de la vida religiosa de los cristianos, el momento supremo
durante el cual, con plena conciencia de su unidad y de su vida sobrenatural. la
Iglesia se unía a su Divino fundador, asimilándose fuerzas infinitas»