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KENT V. FLANNERY. 1976. La Evolución cultural de las civilizaciones. Universidad Nacional


Mayor de San Marcos, Lima.
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LA EVOLUCIÓN CULTURAL
DE LAS CIVILIZACIONES

La ecología humana ha hecho contribuciones considerables a la prehistoria, especialmente al estudio de


los pueblos con nivel de organización relativamente sencillo y ligado al medio ambiente. Con las primeras
civilizaciones, o cualesquiera otras civilizaciones, pasamos a lo que Steward califica de un nivel más alto
de integración y deben buscarse otros tipos de causalidad. La escarpada ascensión de una vida de aldea de
temprana formación a la civilización olmeca es un ejemplo de evolución cuántica cuya explicación válida
bien puede hallarse en el reino de las ideas y las instituciones antes que en los modos de producción.
Michael D. Coe (14), p. 65

Es estimulante que los nuevos datos rectifiquen el equilibrio y dirijan nuestra atención, excesivamente
interesada por la ecología del antiguo Próximo Oriente, hacia temas arqueológicos más centrales como la
organización social y el contenido cultural, materias que merecen un estudio global que no han recibido en
los últimos años.

Robert H. Dyson, Jr. (16), p. 1.420


INTRODUCCIÓN

En el curso de los tiempos antiguos y modernos, algunas sociedades humanas han evolucionado a
niveles de gran complejidad sociopolítica. El estudio de estas «culturas superiores», «estados» o
«civilizaciones» presenta problemas de gran magnitud y pocos han sido los intentos de explicación (sean
etnográficos o arqueológicos) que han tenido éxito. Esto no es casual; en los últimos años, una masa de
datos cada vez mayor sugiere que las sociedades complejas no son ya susceptibles de ser tratadas por los
distintos tipos de análisis simples -estructurales, funcionales o «culturológicos»- que los antropólogos han
desarrollado tradicionalmente. El limitado éxito de los llamados «enfoques ecológicos» a las sociedades
complejas ha llevado a una comprensible crítica de los humanistas.

1. El lector debe percatarse de que la complejidad de la organización sociopolítica no implica la


complejidad de los ecosistemas. En realidad, como sugiere este artículo, alguna de las sociedades más
complejas puede asociarse con ecosistemas deliberadamente simplificados. Por ejemplo, el cultivo intensivo
con una sola cosecha anual es menos complejo que dos cultivos diversificados y libres de plantas silvestres
en algunas bandas cazadoras y recolectoras, como muestran las citas que inician este texto. De hecho, tanto
entre los arqueólogos, existe la difundida creencia de que las aproximaciones ecológicas son apropiadas
para cazadores, recolectores y primitivos productores de alimentos, pero inadecuadas para el estudio de las
civilizaciones. Esto viene a ser tan convincente como el dogma religioso de que la evolución sirve para
explicar todas las formas inferiores de vida, pero que el hombre necesitó un acto especial de creación.
Existe una razón de que hayan fracasado los viejos «enfoques ecológicos», pero esa razón no radica en la
ecología, sino en los autodenominados «ecólogos». Los ecólogos modernos, que no sólo analizan, sino que
incluso simulan ecosistemas dinámicos (cf. Watt 55), tienen en cuenta que todas las poblaciones
intercambian materia, energía e información con su medio ambiente. Hasta ahora han sido
fundamentalmente los humanistas quienes han estudiado los aspectos relativos a la información de las
sociedades complejas: el arte, la religión, el ritual, los sistemas de escritura, etcétera. Los «ecólogos» se
van contentando en gran medida con estudiar el intercambio de materia y energía; los factores «tecno
ambientales» como los llama Harris (24). Leyendo lo que escriben los «ecólogos», uno tiende a pensar que
los pueblos civilizados sólo comen, excretan y se reproducen; leyendo lo que escriben los humanistas,
podría pensarse que las civilizaciones están por encima de esas tres actividades y dedican todas sus
energías a las artes. En este texto defenderé que los humanistas deben dejar de creer que la ecología es
«deshumanizada». La Historia y los ecólogos deben dejar de considerar el arte, la religión y la ideología
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como simples «epifenómenos» sin importancia causal. En una aproximación mediante ecosistemas al
análisis de las sociedades humanas, todo lo que transmite información cae dentro del campo de la ecología.
Tal aproximación se adoptará en la última parte de este ensayo.

Las primeras civilizaciones. Las civilizaciones más antiguas del mundo, incluídos los llamados
«estados prístinos» (Fried 22), hace mucho tiempo que son objeto de interés y debate por parte de los
estudiosos. Todas evolucionaron antes de que se iniciara la historia escrita en sus respectivas partes del
mundo, y todas comparten una sorprendente cantidad de características a pesar de haberse iniciado con
parcial o total independencia unas de otras. Así, aunque algunos estudiosos podrían argumentar que las
primeras civilizaciones de los Andes (Perú, Bolivia,) y de Mesoamérica (México, Guatemala, Honduras)
deben de haber tenido por lo menos un leve contacto, existen pruebas abrumadoras de que se produjeron
con independencia de las primeras civilizaciones del Próximo Oriente, Egipto y la India, las cuales
estuvieron en mutuo contacto con una intensidad desconocida. Todavía no se sabe hasta qué punto fue
autónoma la primera civilización china.

Como otros campos del saber, la arqueología padece de una terminología tan vaga y ambigua que más
tiende a oscurecer que a clarificar. Puesto que «civilización» es uno de esos términos, sólo lo utilizaré, y
pocas veces, para referirme a ese complejo de fenómenos culturales que tiende a presentarse con la forma
especial de organización sociopolítica llamada Estado. El Estado es algo más fácil de definir, puesto que ha
sido muy estudiado por cualificados sociólogos y antropólogos. No obstante, debemos aproximarnos a él
considerando brevemente las formas más sencillas y precedentes de organización sociopolítica (Figura 1)
que recientemente Service (50), Sahlins (46) y Fried (22) han distinguido del estado.

LA SOCIEDAD IGUALITARIA

Bandas. Las sociedades igualitarias más sencillas son las bandas, cuyos únicos «segmentos» son las
familias o grupos de familias emparentadas, y cuyos medios de integración se limitan habitualmente a los
lazos familiares de parentesco y matrimonio, más la residencia común. El liderazgo es informal y efímero;
la división del trabajo opera por criterios de edad y sexo y los conceptos de territorialidad, filiación o linaje
están muy poco desarrollados. Las ceremonias más importantes son ad hoc y tienen lugar siempre que se
reúne el bastante número de personas y se dispone de suficientes recursos. Esta organización suele
encontrarse entre los cazadores y recolectores, como los aborígenes australianos, los bosquimanos y los
esquimales, y los paiute y shoshones de la Gran Cuenca. Se supone, por las pruebas arqueológicas, que
hasta el año 10.000 a. de C. la mayor parte de la población del mundo estaba organizada de esta forma.

Tribus. Aunque muchos evolucionistas no se sienten actualmente contentos con el término «tribu»,
Service (50) lo encontró originalmente adecuado para describir sociedades igualitarias mayores cuyos
segmentos son grupos de familias relacionadas por la filiación común o por la pertenencia a una variedad
de grupos basados en el parentesco (clanes, linajes, líneas de filiación, parentelas, etcétera), de cuya
descripción se han ocupado los etnólogos durante décadas. Como ha sugerido Sahlins (45), una función
latente de algunos de estos grupos de parentesco es ser unidades de tenencia de tierra o de propiedades y,
por tanto, no es sorprendente que sean más abundantes entre agricultores primitivos que entre cazadores.
Suelen venerar a los antepasados y creen que siguen tomando parte en las actividades del linaje, incluso,
después de la muerte (buenos ejemplos se encuentran en los indios pueblo del sudoeste de los Estados
Unidos (Ortiz 36) y en los habitantes de las tierras altas de Nueva Guinea (Rappaport 38). Puesto que las
«tribus», al igual que las bandas, tienen un liderazgo débil y efímero, se integran con ayuda de complicadas
ceremonias y rituales, (e incluso se ha defendido que tales actividades regulan sus relaciones
interpersonales y ambientales). Algunas de éstas son dirigidas por «asociaciones» formales o «sociedades
fraternales» en las que participan miembros de muchos linajes; los ejemplos incluyen las sociedades de
danzas, las sociedades de payasos y las sociedades de medicinas de los indios Pueblo. Las «tribus»
frecuentemente tienen ceremonias regularmente programadas o calendáricas que se celebran todos los años
en las mismas fechas. Estas ceremonias, así como los ciclos rituales a largo plazo que abarcan décadas,
pueden ayudar a evitar la degradación del medio ambiente, limitar las incursiones intergrupales, ajustar la
relación hombre-tierra, facilitar el comercio, redistribuir los recursos naturales y «nivelar» todas las
diferencias de riqueza que amenacen la estructura igualitaria de la sociedad (cf. Rappaport 39, pp. 8-9).
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Tales sociedades «tribales» parecen haber evolucionado durante la primera parte del período posterior
al Pleistoceno en las distintas partes del mundo que hemos considerado, se manifiestan arqueológicamente
en los restos de las aldeas o recintos residenciales donde las diferencias de riqueza y status entre las
familias son insignificantes. En el próximo Oriente y en la costa del Perú, tales asentamientos parecen
haberse producido antes de que apareciera la agricultura y se sostenían a base de la recolección intensiva
de alimentos silvestres; en Mesoamérica, por otra parte, solo surgieron después de muchos miles de años de
gradual perfeccionamiento de una agricultura todavía primitiva (Flannery 19). La aparición de las líneas de
filiación multigeneracionales puede verse en algunas aldeas prehistóricas del Próximo Oriente donde se
guardaban los cráneos de los antepasados y se reconstruían sus rasgos o donde sus esqueletos vueltos a
enterrar secundariamente se almacenaban bajo el piso de las casas de sus descendientes. En Mesoamérica,
las asociaciones de muchos linajes, como las sociedades de danza de los indios Pueblo, se sugieren en las
máscaras de cerámica que se entierran con sus propietarios, mediante incontables figuras de danzantes en
fantásticos disfraces y mediante la increíble acumulación de sonajas de concha, escápulas de ciervos,
tambores de concha y tortuga, trompetas de concha de caracola y los huesos de las incontables araraunas
que proporcionaron las necesarias plumas (ibid). Las fechas aproximadas de la aparición de las tribus
igualitarias podrían ser el 7000 a. de C. en el próximo Oriente, en 3000 a. de C. en el Perú y el 1300 a. de
C. en Mesoamérica.

JEFATURAS

Uno de los problemas más espinosos de la evolución cultural es el de los orígenes de la desigualdad
hereditaria; el salto a una etapa en que los linajes están «jerárquicamente clasificados» unos con respecto a
otros y los hombres, por nacimiento, son de filiación «de jefes» o «de plebeyos», sin que se tomen en cuenta
sus propias capacidades personales. Dado que los linajes también son unidades de tenencia de las
propiedades, no es sorprendente encontrar que en algunas jefaturas las mejores tierras agrícolas o los
mejores lugares de pesca son «propiedad» de los linajes de más alto rango. Las sociedades en el nivel de la
jefatura comprenden a los antiguos habitantes de las islas Tonga y Hawai, los indios Natchez del valle del
Mississippi y los indios Kwakiutl y Nootka del noroeste del Pacífico.

Los «jefes» de las sociedades de rangos no son sólo de origen noble, sino que habitualmente son de
origen divino; tienen relaciones especiales con los dioses que no pueden tener los plebeyos y que legitiman
su derecho a exigir tributos y sostenimiento de la comunidad. Frecuentemente se crean complicados
séquitos de seguidores y ayudantes (muchas veces parientes), los principales precursores de las burocracias
de los posteriores estados. Muchas veces, las jefaturas no sólo tienen complicados rituales, sino incluso,
especialistas religiosos de dedicación plena; el «jefe» existe con independencia del individuo que ostenta el
cargo y, a la muerte de éste, es cubierto por alguien de filiación igualmente noble; hay jefaturas que tienen
complicadas genealogías para determinarlo y, en algunos casos (por ejemplo, en Hawai), los jefes se casan
con hermanas de ambos padres cuando no disponen de nadie más con status suficientemente alto. Por
último, los miembros de los rangos superiores de las jefaturas refuerzan su status con bienes suntuarios,
que más tarde son recuperados por los arqueólogos en forma de «obras de arte» de jade, turquesa,
alabastro, oro, lapizlázuli, etcétera.

Las jefaturas son difíciles de identificar arqueológicamente, pero probablemente aparecieron ya en el


5500 a. de C. en el Próximo Oriente y el 1000-800 a. de C. en Mesoamérica y los Andes. Una clave
utilizada por los arqueólogos es la aparición de enterramientos de niños de alto status, status al que, dada
su juventud, han tenido que ser adscritos por nacimiento. Los enterramientos de niños con estatuas de
alabastro y turquesa y ornamentos de cobre en Tell-es-Sawwan, Iraq. (5500-5000 a. de C.) y aquéllos con
suntuarios artículos de jade en tumbas de columnas de basalto de La Venta, México, (800 a. de C.) suelen
citarse como ejemplos (El-Willy y Abu-es-Soof 17; Coe 13, p. 690). Además, las jefaturas tienen gran
población, con las aldeas de los jefes supremos que a veces alcanzan los miles de habitantes, y esto sí
puede detectarse con métodos arqueológicos. También tienen un mayor grado de especialización artesana,
tanto en artículos de lujo. Los ejemplos arqueológicos del Próximo Oriente incluyen aldeas especializadas
en la manufactura de cerámica de alta calidad, cuchillas de obsidiana, cobre y pedernal; en Mesoamérica
había aldeas que producían espejos magnéticos, cuchillas de obsidiana, ornamentos de concha y otros
bienes para el consumo de extensas regiones. Sin embargo, aunque existan aldeas especializadas, todavía
no suele haber una clase de especialistas artesanos, ni castas por ocupaciones como en la sociedad
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estratificada. Búsquese en las casas de los artesanos de los restos arqueológicos y normalmente se
encontrarán herramientas que indican que también era agricultor.

LA SOCIEDAD ESTRATIFICADA

Estados. La siguiente y superior forma de organización sociopolítica es el Estado, y ahora llegamos a


su definición. El Estado es una forma muy fuerte, y habitualmente muy centralizada, de gobierno con una
clase gobernante profesional, en gran parte divorciada de los lazos de parentesco que caracterizan a las
sociedades más simples. Es una sociedad muy estratificada y con enorme diversidad interna, con pautas de
residencia muchas veces basadas en la especialización de las ocupaciones y no en las relaciones de
consanguinidad o de afinidad. El estado pretende mantener el monopolio de la fuerza y se caracteriza por la
presencia de la ley; prácticamente cualquier delito contra el Estado, en cuyo caso el castigo es impuesto por
el Estado según procedimientos codificados, en lugar de quedar a cargo de la parte ofendida o de sus
parientes, como ocurre en las sociedades más simples. Mientras que los ciudadanos deben abstenerse de la
violencia, el Estado puede emprender guerras; también puede reclutar soldados, imponer impuestos y exigir
tributos.

Los estados tienen una poderosa estructura económica; se caracterizan por el intercambio tanto
recíproco como redistributivo, y muchas veces también por la existencia de mercados. La economía está en
gran medida controlada por una élite (generalmente hereditaria) con acceso preferente a los bienes y
servicios estratégicos; esta élite constituye el estrato en que normalmente se reclutan los altos funcionarios.
Como en las jefaturas, los cargos existen por sí solos con independencia del individuo que los ocupa; y los
estados tienen muchos más cargos.

Habitualmente, los estados tienen una población que por lo menos se cuenta en centenares de miles (y
muchas veces en millones), de la que sólo un pequeño porcentaje participa en la verdadera producción de
alimentos; muchos son artesanos de dedicación plena que residen en barrios urbanos especializados en su
actividad. Alcanzan un alto nivel de logros artísticos y «científicos», muchas veces gracias al apoyo del
estado a toda clase de artesanos y a su constante demanda de ellos. Los estados tienen edificios, obras y
servicios públicos de distintas clases, por regla general en manos de arquitectos, ingenieros y burócratas
profesionales. Entre estos suelen aparecer empleos públicos de naturaleza religiosa, atendidos por
especialistas de dedicación plena que mantienen una religión estatal. Tal religión, en el caso más típico,
tiene un panteón de dioses con una jerarquía interna y una diferenciación de tareas tan compleja como las
de la misma sociedad. Además muchos estados utilizan un estilo artístico «oficial» para retratar a estos
dioses (y a los gobernantes seculares que los sirven) en toda la zona que controlan o en la que tienen
influencia, incluso cuando estas zonas sean étnica o lingüísticamente diversas.
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La búsqueda de los «primeros motores».

¿Cuáles son los mecanismos por los que la «tribu» se convierte en jefatura y la jefatura en estado? Este
problema ha atraído a los científicos sociales desde Lewis H. Morgan, Friedrich Engels y V. Gordon
Childe. Los últimos estudios evolucionistas de los etnólogos son sincrónicos; toman una serie de
sociedades contemporáneas y no relacionadas en distintos niveles de desarrollo y, comparándolas, tratan de
imaginar qué cambios institucionales podrían haber convertido a la más simple en la más compleja. Por
otra parte, la mayor parte de los estudios arqueológicos han sido diacrónicos, rastreando el desarrollo de
una sociedad a lo largo del tiempo en una única región. Los etnólogos señalan con absoluta razón la mayor
riqueza de detalles de que disponen en sus sociedades contemporáneas; sin embargo, todas sus
reconstrucciones no pasan de ser historias «exactamente así», porque no existe casi ninguna sociedad para
la que se disponga de causas evolutivas rigurosamente demostradas y que abarquen un gran período de
tiempo. Los datos arqueológicos carecen de riqueza de detalles, pero, sin embargo, proporcionan 10.000 a
más años de continuidad de una misma cultura; y muchos arqueólogos están actualmente sometiendo sus
datos a una rigurosa comprobación de un tipo que no puede aplicarse a la historia sincrónica exactamente
así.

Dos recientes artículos del etnólogo Robert Carneiro (10) y del arqueólogo Henry T. Wright (61)
resumen las teorías actuales sobre los orígenes del estado. Entre los «mecanismos de la formación del
estado»; que se han propuesto están el crecimiento de la población (per se o en determinadas áreas
circunscriptas de diversas formas), la guerra, la irrigación, el comercio, la simbiosis entre pueblos o
regiones ambientales contrapuestos, «la colaboración y la competencia» y el «poder integrador» de las
religiones y los grandes estilos artísticos.

Irrigación. La irrigación fue propuesta originalmente como el primer motor de la aparición del «estado
hidráulico» por Karl Wittfogel (57). Pensaba que el agua era un recurso de cualidades poco habituales,
vital para la agricultura en las tierras áridas, y sin embargo manipulable por las sociedades humanas por
procedimientos que no se pueden aplicar a otras variables del medio ambiente. Wittfogel creyó que la
aparición del estado radicaba en la creación de un cuerpo de gobernantes y funcionarios que se encargaba
de la dirección de la agricultura hidráulica en gran escala. Carneiro (10) y Adams (2,3), si bien aceptan la
importancia de la irrrigación en algunas regiones, la rechazan como mecanismo general porque (a) muchos
estados; como el primitivo estado maya, aparecieron en zonas donde la irrigación tiene una importancia
entre ilimitada e insignificante, y (b) porque incluso en el árido México y en Mesopotamia, los datos
arqueológicos señalan que la irrigación compleja y en gran escala sólo apareció después de que se hubiera
constituído el estado (ibid).

Guerra. Para Carneiro (10,p. 734) «la guerra es seguramente el primer motor del origen del Estado»,
aunque «no puede ser el único factor. Después de todo, se han librado guerras en muchos lugares del
mundo donde nunca apareció el estado». Con el descubrimiento de posibles obras de defensa, pinturas de
escenas de guerra y escenas de conquista en los monumentos de piedra (por ejemplo, las escenas de
Yaxchilán, Morales y Bonampak) de los antiguos mayas - en un momento considerados el ejemplo clásico
de civilización «pacífica», es probable que Carneiro tenga razón al suponer que no ha habido ningún
comienzo de organización estatal sin guerra. Pero ¿fue verdaderamente la guerra una causa o un resultado
de la formación del estado?. La mayor parte de las pruebas citadas por Carneiro datan de períodos muy
posteriores al momento en que se cree que se formó el estado. En los períodos formativos precedentes, las
pruebas siguen siendo ambiguas y no se ha podido presentar ninguna demostración rigurosa de que la
guerra diera lugar a , ni de que resultara de, el estado, ni de que naciera de un tercer factor, responsable
de la aparición de ambos.

Crecimiento de la población y circunscripción social. En época más reciente se ha singularizado el


crecimiento de la población como el primer motor, cuya popularidad casi parece haber producido una
nueva escuela teórica. Desde la época de Malthus, muchos científicos sociales han creído que la adopción
de nuevas técnicas agrícolas condujeron a la aparición de excedentes de comida, que a su vez fomentaron el
crecimiento de la población así como el tiempo de ocio en que desarrollar las artes. Estas concepciones han
sido puestas en cuestión (a) por Esther Boserup (6), quien sugiere que el crecimiento de la población tuvo
lugar antes y operó presionando a favor de nuevas técnicas agrícolas; (b) por Carneiro (op. cit.), Sahlins
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(47) y otros quienes destruyen el mito del «excedente» y el «tiempo de ocio». El hecho etnográfico cierto es
que los pueblos con más tiempo de ocio son los cazadores y recolectores, quienes también tienen el nivel
más bajo de productividad; incluso los primitivos agricultores no producen excedente, a menos que sean
obligados, y es «poner a la gente a trabajar más o poner más gente a trabajar» (Sahlins, op. cit). Con mejor
tecnología, la gente sencillamente trabaja menos; lo que produce excedente es la fuerza coactiva de una
auténtica autoridad o las exigencias de los rituales complejos (véase más adelante). Siendo este el caso, el
crecimiento de la población se considera hoy una causa y no un resultado de la evolución social en el
próximo Oriente (Smith & Young 52), Mesoamérica (Sanders & Price 49, p. 230) y los Andes (Carneiro,
10, p. 735). Carneiro ha presentado una teoría en forma de corolario, defendiendo que lo más importante es
la presión de la población dentro de un área circunscrita, por ejemplo, un valle rodeado de montañas o una
llanura de aluvión, fértil pero limitada. Dentro de tal área, la insoportable lucha por la escasez de tierras o
de recursos desencadena la guerra que lleva a la cooperación, la competencia, la defensa mutua y
finalmente al gobierno en forma de estado que mantiene la paz y distribuye los recursos. Y Carneiro resalta
que la circunscripción no necesita ser totalmente ambiental: los pueblos que viven densamente concentrados
alrededor del centro de lo que en otro caso podría ser un área abierta pueden estar «socialmente
circunscritos» por vecinos que les rodean y afectan por todas partes, a pesar de tener densidades inferiores.

Para complicar más la hipótesis sobre el crecimiento de la población, existe una masa de datos cada
vez más extensa que indica que los grupos humanos (en especial los cazadores-recolectores y los primitivos
agricultores) practican muchos tipos de comportamiento que homoestáticamente mantienen la población
por debajo de la teórica capacidad de sostenimiento de su medio ambiente (cf. Birdsell 5). Para que la
población pueda crecer, no sólo debe tener la gente más comida, también hay que abandonar tales prácticas
autolimitativas -infanticidio, senilicidio, dilatada lactancia, abstinencia sexual ritual, etcétera- en
comparación con cómo se ejercían antes. Ningún texto que utiliza el crecimiento de la población como
primer motor ha conseguido todavía explicar porqué debe crecer la población, en primer lugar, y esta
explicación parece incumbir especialmente a quienes ven el crecimiento de la población la causa y no el
resultado de la producción intensiva de alimentos. Además, la teoría no llega a explicar cómo las tribus
Chimbú de las tierras altas de Nueva Guinea (Brookfield & Brown 7), cuya densidad de población alcanza
las 400 personas por milla cuadrada y que, sin embargo, no tienen reyes, ni jefes, ni estratificación social,
ni rangos, ni de hecho ninguna clase de adornos propios de la civilización. Entre estos pueblos, cuyo
intercambio es virtualmente todo recíproco, las relaciones ambientales e interpersonales no están reguladas
por el poder político y las instituciones, sino por un sistema ritual increíblemente complicado que, en
apariencia, se ha desarrollado como alternativa al desarrollo del poder. Sólo se puede recurrir a la postura
de que la densidad de población es relativa y que no sabemos qué densidad es «suficiente» para
desencadenar la formación del estado en un punto dado del globo.

Comercio y simbiosis. Varias de la zonas en que aparecieron las primeras civilizaciones carecen de
materias primas que se consideran «esenciales» para la vida cotidiana. La falta de piedra para construir,
madera y metal en la Mesopotamia meridional se ha considerado durante mucho tiempo responsable del
auge del comercio de aquella zona; y en época más reciente, Rathje (41) ha defendido que la falta de sal,
obsidiana y piedra adecuada para hacer herramientas trituradoras de maíz, en la región guatemalteca de
Petén, estimuló el comercio y la aparición de la civilización maya de las tierras bajas. No obstante, este
mecanismo no explica la aparición de la civilización en el centro de México, que aparentemente no carece
de ninguna de las materias primas «esenciales», y sin embargo tuvo, a veces, más comercio interregional
documentado que ninguna otra parte de Mesoamérica. Además, dado que en apariencia los grandes
asentamientos están menos distantes unos de otros en el Petén que en su periferia (véase más adelante el
tratamiento de la «hipercoherencia»), también puede defenderse con la misma razón que estaba operando la
«circunscripción social» de Carneiro y no la escasez de recurso. En el Viejo Mundo, Wright (60) ha
demostrado que, al menos en un caso, en los bordes de la Mesopotamia meridional, el gran salto del
volumen comercial siguió a la formación del estado, en vez de precederlo y ser su causa. Una vez más, nos
enfrentamos con un «mecanismo» que puede haber sido importante en algunas áreas y no en otras, por lo
que carece de universalidad.

Algo muy parecido puede decirse de la simbiosis interregional, que está relacionada con el comercio.
Quizás no sea sorprendente que se haya propuesto como el mecanismo en áreas con tajantes diferencias
ambientales y un orden de magnitud «biome», como es el caso de México (Sanders-48) y la gran
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Mesopotamia (Flannery 18), pero nunca en áreas donde la mayor parte de la civilización radica dentro de
un «biome», como es el caso del valle del Nilo o de los mayas de la tierras bajas. O bien el concepto de
«simbiosis» necesita ser redifinido o bien tampoco se cumple como primer motor de forma universal.

Otros « primeros motores ». Nos quedan la «cooperación y la competencia» (cf. Sanders & Price 49) y
el poder integrador» de las grandes religiones y de los estilos artísticos (cf. Willey 56), que sólo trataré
brevemente. Aunque de innegable importancia, la cooperación y la competencia son procesos generalizados
que funcionan a todos los niveles de la sociedad humana, desde los más simples a los más complejos; y si
fueran los mecanismos de la formación del Estado, no quedaría banda ni tribu suelta por el mundo. De
hecho, la cooperación y la competencia puede fácilmente operar tanto para mantener la homeostasis como
para promover la evolución.

Aunque el difunto Stephan de Borhegyi (en comunicación personal) solía decir, con alguna
justificación, que «la invención del Cielo y del Infierno constituyó un primer motor de la sociedad más
poderoso que la rueda», los roles de la religión y del gran arte han sido manejados con imprecisión por
muchos antropólogos. La disposición jerárquica de los miembros y de las clases de la sociedad es lo que
proporciona la verdadera integración de los estados. La aportación crítica de las religiones estatales y los
estilos artísticos estatales consiste en legitimizar esa jerarquía, en confirmar la afiliación divina de los que
están arriba mediante experiencias religiosas estimulantes, el tipo de experiencias de terror a que se ha
referido Rappaport, en un número anterior de esta revista (40, p. 31), como «numinous».

Causalidad múltiple.- Como señala Weight (61), gran parte de las teorías sobre el origen del Estado
versan sobre requisitos de dirección o sobre conflictos entre clases sociales o formas de gobierno. Robert
Adams (3) ha publicado una teoría que Wright describe como «sintética», puesto que combina ambas
formas de aproximación (figura 2). Para Adams no existen «primeros motores» y sí toda una serie de
variables importantes con complejas interrelaciones y feedback entre ellas. Este modelo no satisface a
quienes, como Carneiro, creen que las explicaciones simples son más elegantes que las complejas, pero nos
atrae a quienes gustamos de la causalidad circular más que de la causalidad lineal. En lo que resta del
artículo, me ocuparé de algunas de las implicaciones de la causalidad múltiple.

Una forma de organizar las variables de tal teoría evolutiva consiste en considerar la sociedad humana
como una clase de sistema vivo y aplicarle un modelo general de tales sistemas (Miller 34; Rappaport 39,
40). En tal esquema, el Estado aparece como un sistema cuya complejidad puede medirse en función de su
segregación (el grado de diferenciación y especialización interior de los subsistemas) y la centralización (el
grado de vinculación entre los distintos subsistemas y los controles de orden superior de la sociedad; véase
más adelante). Una explicación de la aparición del Estado se centra, pues en las vías por las que tienen
lugar la creciente segregación y centralización.

Esta explicación también exige que distingamos cuidadosamente entre (A) tales procesos, (B) los
mecanismos mediante los cuales tienen lugar, (C) las presiones socioambientales que seleccionan esos
mecanismos. Sugiero que los mecanismos y los procesos son universales, no solamente en la sociedad
humana, sino en la evolución de los sistemas complejos en general. Las presiones socioambientales no son
necesariamente universales, sino que pueden ser específicas de regiones o sociedades concretas. En esta
última categoría es donde sitúo los «primeros motores» de que ya se ha hablado, y esta categorización
ayuda a explicar por qué, pese a ser importantes, no puede demostrarse que operen en todas partes del
mundo.

Con objeto de comprender cómo las presiones socioambientales seleccionan determinados mecanismos
evolutivos, hagamos el diagrama de un ecosistema humano simple (Figura 3a). Consiste en una serie de
subsistemas jerárquicamente ordenados de inferiores y más específicos a superiores y más generales. Cada
subsistema está regulado por un aparato controlador cuya función es mantener todas las variables del
subsistema dentro de la adecuada esfera de objetivos, una esfera que mantenga la homeostasis y no
amenace a la supervivencia del sistema.

La administración de las plantas cultivadas, por ejemplo, podría ser regulada por un control de orden
inferior que emitiera órdenes específicas; la distribución de las cosechas y los excedentes («la producción»
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del último subsistema) podría a su vez ser regulada por rituales calendáricos o dirigentes de grupo situados
más o menos en los niveles intermedios de la jerarquía. En todos los niveles, el aparato de control social
compara los valores de la producción no simplemente con los valores ideológicos, las exigencias de las
deidades y los espíritus de los antepasados, los propósitos éticos y religiosos: el «modelo conocido» por la
población humana de cómo se articula el mundo. Los propósitos superiores, más abstractos y más
inamovibles se encuentran en el orden superior (o de los controles «gubernamentales») que suelen ocuparse
más de la política que de las órdenes; con este conjunto abstracto de normas se juzgan los más dramáticos
acontecimientos del ecosistema humano y se evalúa la necesidad de regulación. Este modelo es casi
diametralmente opuesto al modelo que utilizan los «ecólogos culturales», para quienes operaciones como la
producción de frutos vegetales constituyen la «médula» de la cultura, mientras que los rituales y los
espíritus de los antepasados son meros epifenómenos (Steward 54). También implica que tales
«epifenómenos» -cuyo estudio ha caído en gran medida en manos de los humanistas- se hallan en el
corazón de la regulación interpersonal y ambiental de la sociedad y en tanto que tales no pueden omitirse de
ningún análisis ecológico exhaustivo, como con tanta frecuencia se ha hecho en el pasado.

Por regla general, los controles de orden superior sólo regulan la producción de subsistemas de orden
inferior y no las variables que mantienen estos últimos. Pero en el caso de que un control de orden inferior
no consiga mantener sus variables importantes dentro de sus límites (como sucede en el caso de la presión
socioambiental), el aparato de control del nivel inmediato superior de la jerarquía puede ser requerido para
que actúe de « back up », de « respaldo ». Caso de que fallen los controles de todos los niveles, el sistema
entra en crisis; necesita una nueva institución reguladora y, a menos que se produzca, el sistema puede
derrumbarse o bien «retroceder» a un nivel de integración inferior. Si el sistema está amortiguando de tal
forma que las variables desviadas de un sistema tardan mucho tiempo en afectar a otros subsistemas, es
probable que sea estable. Pero « la creciente coherencia de los sistemas es más una concomitante de la
evolución » (Rappaport 39, 21); esto significa que los sistemas más complejos, más « altamente
evolucionados », pueden ser menos estables o más exigentes, con influencia más directa de unos
subsistemas en otros, y en consecuencia con mayor necesidad de una dirección más fuerte y más
centralizada en la cima de la jerarquía. Tales sistemas centralizados, poderosos y muchas veces inestables
-de los que el estado constituye su última forma- son también competidores con éxito, en el sentido de que
rápidamente quitan de en medio o absorben los sistemas más simples o más estables que se ponen en su
camino. En apariencia se expanden continuamente hasta que llegan a determinados límites de tamaño, o
hasta que son amenazados o rechazados por estados aún más poderosos , cómo fue el caso de los aztecas y
los incas al entrar en contacto con los españoles.

Gran parte del aparato de control de las sociedades humanas consiste en instituciones que varían
enormemente de forma y función. Especialmente entre los controles de orden inferior, se encuentra lo que
podría denominarse instituciones al servicio del sistema o «de propósitos especiales»; se crean para llevar a
cabo tareas concretas o para regular determinadas variables para el bien del sistema en general. Las
instituciones autónomas o «de propósitos generales» existen en menor cantidad y se encuentran
fundamentalmente entre los controles de orden superior. Cuando su supervivencia es sinónimo de la
supervivencia del sistema en general, son adaptables y provechosas.

Cuando su supervivencia se produce a expensas del sistema, generan tensión. Dos fenómenos del
progreso evolutivo son la generación de nuevas instituciones y su gradual metamorfosis de instituciones al
servicio del sistema a instituciones autónomas (véase más adelante). Entre las instituciones más
importantes se cuentan las que procesan la información de las sociedades humanas. Son los detectores
últimos de las variables desviadas; y su número aumenta en las sociedades más complejas, pues los
sistemas en evolución -como señala Maruyama (32, p. 174)- generan autónomamente nueva información a
través de la interacción entre sus partes. De este modo, una de las principales vías de la evolución de las
bandas en tribus, jefaturas y estados debe ser un gradual aumento de la capacidad para procesar,
almacenar y analizar información.

Entre las bandas, gran parte de la manipulación de los datos corre a cuenta de dirigentes informales,
que reúnen y distribuyen conocimientos sobre qué bosques de nueces comestibles han sido exhaustivamente
recolectados, que cánones suelen tener caza abundante, etcétera (Steward 54, capítulo 6; Richard B. Lee,
comunicación personal). Estos dirigentes se sostienen a sí mismos, no ocasionando «gastos» a la sociedad;
9

pero la cantidad de trozos de información que pueden manejar es limitada y probablemente en ningún
momento está al servicio de más de 100 personas. Con la agricultura se plantea la necesidad de controlar
no sólo los datos relativos a los frutos silvestres, sino la distribución de la tierra, la época de la siembra y la
recolección, y la colaboración para el despeje del suelo; y tal vez lo más importante, las diversidades de
cosechas y excedentes resultantes de las diferencias de fertilidad deben ser reguladas para el bien general
del grupo. Entre las tribus igualitarias e incluso en algunas jefaturas, los programas de rituales complejos
detectan tales disparidades y hacen circular de forma ceremonial, las cosechas, los recursos, las
obligaciones y los derechos sobre la tierra entre los miembros de la sociedad (Rappaport 38). Estos rituales
son costosos (el gasto sigue siendo gasto, incluso cuando se dedica a los dioses o a los antepasados
difuntos), pero sin embargo proporcionan mayor cantidad de datos y son más eficaces como reguladores
que los dirigentes informales.

En las jefaturas -donde el número de instituciones es mucho mayor y la población con frecuencia muy
grande, la guerra frecuente, la agricultura muchas veces compleja, los oficios están mucho más
desarrollados y el intercambio es intenso- incluso los rituales complejos no se bastan por sí solos para
conseguir una regulación adecuada; gran parte de esta regulación se hace mediante los jefes hereditarios
santificados o los miembros de su séquito, en quienes delegan parte de la responsabilidad. A la sociedad le
cuesta mantener este séquito del jefe, pues requiere bienes suntuarios, alimentación y apoyo logístico para
un gran grupo de personas que participan poco o nada en la producción de alimentos; sin embargo, tal
grupo proporciona una gran cantidad de datos, o la proporciona con mayor rapidez, y regula a miles de
personas mediante la creación de un conjunto de cargos muy diversificados y especializados a un nivel
superior al del dirigente local (Sahlins 44). En los estados, la superestructura dirigente se hace todavía más
compleja, con más niveles y mayor centralización; y las burocracias reales, que procesan datos de cientos
de miles de almas, deben ser sostenidas mediante costosos tributos, trabajo al servicio del estado y muchas
veces el saqueo de vecinos menos poderosos, (Kottak 26). En el caso de algunas civilizaciones antiguas,
como los mayas clásicos, tal superestructura era sostenida a pesar de que se cree que los procedimientos
agrícolas no eran más sofisticados (excepto en raros casos) que los de la mayor parte de las tribus
igualitarias (Dumond 15). Vistas a esta luz, las diferencias más sorprendentes entre los estados y las
sociedades más simples radican en el reino de la adopción de decisiones y en su organización jerárquica,
más bien que en los intercambios de materia y energía. Y éste es otro de los problemas a que hacen frente
los «ecólogos culturales» que subrayan fundamentalmente los sistemas de que se valen los pueblos
civilizados para conseguir sus alimentos.

Presiones socioambientales y mecanismos evolutivos. Slobodkin (51) ha sugerido que cuando las
variables exceden sus esferas de objetivos, someten los sistemas a presiones que pueden conducir a la
quiebra o al cambio evolutivo. Quizás como resultado del intento del sistema de devolver a su esfera a una
variable escapada, aparecen nuevas instituciones o nuevos niveles en la jerarquía de controles de orden
superior (centralización). La guerra, la presión de la población, las exigencias del comercio en gran escala
o bien una combinación de las condiciones socioambientales tratadas anteriormente en este artículo deben
proporcionar el medio adecuado en que se desencadenan diversos mecanismos evolutivos. Sólo me ocuparé
de dos de estos mecanismos, a los que llamaré promoción y linealización. En la Figura 3 se muestran en
forma de diagramas.

En la promoción (Figura 3b), una institución puede elevarse de su lugar en la jerarquía de controles
para ocupar una posición de un nivel superior; en el proceso puede transformarse de ser «de propósitos
especiales» a una condición más «de propósitos generales», o alternativamente, puede surgir una nueva
institución de lo que antes no era más que una función de una institución previamente existente, tal como
presumiblemente nació el cargo de jefe de la función de liderazgo del dirigente informal en una sociedad
más simple. La promoción prevalece especialmente en las instituciones con personal desunido (Rappaport
39); puede ocurrir que ese personal, si es muy apoyado o «consolidado» durante la tensión de una
emergencia, se encuentre con más libertad para ser autónomo cuando haya pasado la emergencia. La
promoción contribuye enormemente al proceso de segregación, puesto que genera nuevas instituciones.

Otro ejemplos de promoción incluyen: (A) la evolución del «palacio» sumerio fuera de las residencias
seculares incluídas en al Mesopotamia meridional en los complejos del templo en el 3000 a. de C. (Adams
1), con sus consecuencias para la evolución de la monarquía al separarse de esa especie de rol de
10

«sacerdote-administrador» de la anterior etapa de la jefatura; y (B) la transición de las llamadas


civilizaciones «teocráticas» de primera generación a sus sucesoras más «militaristas». Todos los datos de
que disponemos sugieren que, en los estados «prístinos» de la primera generación, los gobernantes se
reclutan entre los linajes reales santificados, mientras que los militares crean un brazo del estado para
propósitos especiales. No obstante, los individuos de filiación menos-que-real que se habían elevado en el
ejército, a la larga, alcanzaron o accedieron a la realeza en lugar de los «verdaderos» herederos reales
(ibid). Es posible que las condiciones políticas inestables -tiempos de guerra y grandes tensiones-
proporcionaran el medio adecuado en que tales líderes surjan para propósitos especiales. Si es así, el fallo
de los controles inferiores por regla general eficaces debe indicarse. Por último, como tercer ejemplo,
podemos hacer la hipótesis de que los militares aparecieron por primera vez gracias a la promoción de
alguna institución como las «sociedades guerreras» que tienen muchas jefaturas (cf. Gearing 23).

En la linealización (Figura 3c), los controles de orden inferior son repetida o permanentemente
sobrepasados por los controles de orden superior, habitualmente después que los primeros no han
conseguido mantener las variables significativas dentro de su esfera durante algún período de tiempo
crítico. Los ejemplos incluyen, (A) la absorción de la regulación de la irrigación local por los organismos
federales, que se presenta más adelante; (B) el hecho de que el Estado pasa por encima del dirigente local al
hacer que todos los delitos contra el individuo sean delitos contra el Estado, proscribiendo las disputas y las
venganzas de sangre; (C) el pago de impuestos directamente al Estado federal por parte de todos los
ciudadanos, en lugar de pagar tributo los jefes locales de acuerdo con los recursos globales de sus súbditos.
Debe quedar claro que la linealización contribuye enormemente a la centralización. Sospecho que en buena
parte se elige para resolver los conflictos en todos los niveles de la sociedad humana y constituye el
mecanismo que con mayor frecuencia promueve la guerra.

Respondiendo a la tensión socioambiental, la promoción y la linealización conducen al cambio


evolutivo, pero el avance no carece de problemas. Con demasiada frecuencia, las instituciones promovidas
más bien sirven a sus propios intereses que a los de la sociedad, y la linealización muchas veces destruye
los controles intermedios que sirven para amortiguar en un subsistema las perturbaciones que se producen
en otro. Ambos fenómenos pueden llevar a lo que Rappaport (39) ha llamado una «patología» sistemática,
que somete el sistema a una tensión todavía mayor. Al enfrentarse a esta tensión, el sistema puede
emprender una centralización y una segregación aún más progresivas, y un cambio evolutivo todavía
mayor, el proceso, pues, cuenta con muchos circuitos positivos de realimentación (feedback).

Dos de las patologías de Rappaport son la usurpación [ «la elevación del propósito del propio
subsistema a una posición de preeminencia en un sistema más amplio» (Rappaport 39, p. 26] y la
intromisión [«someter directamente a un control de orden superior las variables normalmente reguladas por
controles de orden inferior» (op. cit., p. 24)]. Como indican sus definiciones, estas patologías se parecen a
la promoción y la linealización, aunque no necesariamente implican ningún cambio en el nivel evolutivo; no
obstante, la inestabilidad y la nueva tensión que producen pueden seleccionar alguno de los mecanismos
evolutivos. En un modelo de varias variantes, podríamos ver el estado desarrollándose mediante un largo
proceso de centralización y segregación, producido por innumerables linealizaciones y promociones , no
sólo como respuesta a las condiciones socioambientales cargadas de tensión, sino también en respuesta a la
tensión provocada por las patologías internas.

Ahora presentaré tres ejemplos concretos de cómo operan algunos de estos mecanismos. Dos de ellos,
relativos a la promoción y a la linealización, proceden de mis propias investigaciones y las de mis colegas
sobre la aparición del estado en el México meridional (Flannery et al 20). El tercero se ocupa de otra de las
patologías de Rappaport -la hipercoherencia- que se definirá en otra sección.

Ritual, promoción y estratificación social. Los principios historiadores especulativos atribuyen el


origen de la estratificación social a la «conquista» de una tribu por otra, al convertir los vencedores a los
vencidos en esclavos. Los etnólogos modernos, sin embargo, señalan que los miembros de la tribu
derrotada por otra tribu igualitaria tienen las mismas probabilidades de casarse con miembros de la tribu
vencedora o de ser adoptados por ella. Fried (22), que resalta la posición verdaderamente central de este
problema, pone en claro que las presiones evolutivas hacia la estratificación deben buscarse dentro de la
sociedad. En otro lugar (21) ha sugerido también que el potencial para la estratificación ya está presente en
11

la sociedad igualitaria, sólo en espera del contexto socioambiental adecuado en el que dejarse sentir. En las
sociedades «tribales» este potencial se mantiene a raya por lo que a veces se denominan «mecanismos
niveladores», instituciones sociales o religiosas que recogen información sobre las desigualdades en
tenencias de tierras, riquezas o poder, y regulan estas variables antes de que excedan la esfera de objetivos
de la sociedad igualitaria (véase más adelante el tratamiento de la mayordomía). En muchas sociedades, la
acumulación de cantidades desmesuradas de propiedades privadas en manos de un individuo o de sus
parientes desencadena una ceremonia en la que se le obliga a entregarlas todas, a riesgo de desprestigiarse
o ser acusado de brujería. Caso de hacerlo gana gran prestigio, pero no gana «acceso desigual a los
recursos estratégicos ni a los medios de producción», lo cual generalmente se considera un criterio de la
estratificación. Ni tampoco consigue un prestigio hereditario; su hijo debe ganárselo por su propia cuenta,
en su propia generación, o no lo tendrá.

Pero un examen minucioso de los mecanismos niveladores de las sociedades igualitarias revela una
interesante relación sistemática; suelen llevar en sí mismos las semillas de su propia destrucción. Si el
contexto es el adecuado, todos pueden manipularse de tal forma que produzcan acceso hereditario
preferencial a los recursos estratégicos, en directa oposición con los propósitos para los que aparecieron.
Sólo presentaré un ejemplo, del estudio de Mendieta y Nuñez (33) de San Juan Guelavia, una aldea de
indios aztecas, tradicionales cultivadores de maíz, en el valle de Oaxaca, a 300 millas al sur de la ciudad de
México.

A finales del siglo pasado, San Juan Guelavia era una aldea de pequeños propietarios, gobernada por
un consejo de ancianos y regulada por dos mecanismos reguladores muy extendidos por Mesoamérica
llamados la mayordomía y el sistema de cargo. El cargo es un sistema de rotación de los puestos de
gobierno de la aldea entre los ciudadanos responsables del pueblo (town), mientras que la mayordomía es
un sistema de padrinazgo rotativo de las fiestas del santo patrón del pueblo y de otras fiestas religiosas
calendáricas. En principio, el rol de mayordomo o patrocinador caerá una y otra vez en los ciudadanos más
acaudalados que pueden costearlo, «nivelando» de este modo su riqueza y distribuyendo sus beneficios
entre el resto de la aldea, mientras que al mismo tiempo, implícitamente, legitimiza un tolerable grado de
desigualdad de la riqueza, puesto que los patrocinadores aumentan su prestigio gracias a patrocinar fiestas
cada vez más importantes (Wolf 58, Cancian 9).

En los últimos años del siglo XIX, las funciones latentes de la mayordomía fueron satisfactoriamente
subvertidas por un aldeano emprendedor llamado Marcial López (Mendieta y Núñez 33, pp. 216-9), quien
convirtió la institución en un medio para apropiarse de las tierras de sus vecinos. Con la ayuda de algunos
amigos del clero (el sistema de propósitos especiales encargado de las fiestas), obligó al consejo de
ancianos a que designaran mayordomos sin tener en cuenta si la persona era o no suficientemente solvente
para encargarse del patrocinio. Puesto que la designación del consejo acarreaba una pesada obligación y
suponía la promesa del prestigio, los patrocinadores difícilmente podían rehusar, incluso cuando la
aceptación les obligara a buscar préstamos; López proporcionaba el dinero, pero a condición de que
pusieran sus tierras como garantía. Al cabo de tres décadas López había acumulado una considerable
propiedad, gracias a las hipotecas vencidas, y en vísperas de la revolución mexicana poseía la mayor parte
de las mejores tierras de la comunidad. Entre los zapotecas, las dudas pasan inalteradas de una generación
a la siguiente; el hijo hereda las deudas del padre y puede pagarlas trabajando en las antiguas tierras de su
padre como aparcero del hijo del acreedor de su padre. Para 1915 unas pocas familias (en su mayor parte
de apellido López) poseían el 92.2 % de la tierra cultivable de San Juan Guelavía, mientras que el restante
8.8 % estaba repartido entre 354 aldeanos. Este acceso preferencial a los recursos estratégicos se amplifica
por el hecho de que los principales terratenientes poseían toda la tierra de regadío menos el 6%. La familia
López evitaba la crítica ayudando considerablemente a la iglesia (el sistema de propósitos especiales ávido
de convertirse en sistema de propósitos generales); en una generación, se habían convertido en una «gran
familia», en el sentido que Adams (3) confiere al término (véase Figura 2). Al final, con controles de orden
inferior como la mayordomía y el cargo eran «incapaces de reducir la discrepancia entre los síntomas de
desviación y los valores de referencia» (Rappaport 39, p. 20), las grandes familias fueron derribadas y sus
tierras redistribuídas únicamente gracias a «controles de orden superior que actúan como defensores (back-
ups)» (en este caso, la revolución mexicana y su política de reforma agraria.
12

Varias son la implicaciones de este ejemplo. En primer lugar, es evolutivo. Muestra la emergencia
(aunque abortada) de una nueva institución -la «gran familia», a falta de mejor término- y de una economía
con acceso preferencial a los recursos estratégicos. También es un ejemplo de «promoción», en el que una
institución de propósito especial (la iglesia) se apodera de la elección de mayordomos que antes corría a
cargo de un sistema de propósitos generales (la autoridad del pueblo, mediante el consenso general). Y
quizás lo más importante, demuestra que el cambio evolutivo puede ser consecuencia de la perversión de un
mecanismo ritual regititivo, evidentemente algo de lo más alejado de los «factores técnicoambientales» en
que por regla general se han centrado los «ecólogos culturales». Esto no quiere decir que los factores
socioambientales no sean operativos; deben haberlo sido, aunque en este caso no sepamos cuáles. Pero su
función fue aportar las presiones para la selección, mientras que el verdadero instrumento del cambio fue el
ritual. Y aunque los resultados fueron evolutivos, el mecanismo no fue distinto de una patología de
Rappaport -la usurpación- en la que los «organismos reguladores... se convierten en instrumentos del
mismo subsistema que pretenden regular» (Rappaport 39, p. 27).

Linealización, amortiguación [ buffering ] y el «estado hidráulico». El segundo ejemplo del valle de


Oaxaca ilustra el mecanismo de linealización, al mismo tiempo que arroja alguna luz sobre la controversia
de Adams-Wittfogel a propósito de la irrigación y las hipótesis de Boserup-Carneiro sobre la «presión de la
población». Una de las fases de nuestra investigación en Oaxaca consistió en un estudio etnográfico de más
de veinte aldeas irrigadas por canales realizado por Susan H. Lees (29, 30), de cuya monografía proceden
los datos que siguen.

El riego tradicional mediante canales del valle de Oaxaca es una empresa de poca monta que maneja
autónomamente cada comunidad a su manera. El reparto del agua se realiza mediante una diversidad de
métodos, casi tantos como pueblos [towns]: a veces se encarga el presidente del municipio, a veces un
consejo elegido, muchas veces los topiles (que son poco menos que recaderos de las aldeas). Se trata
simplemente de una más de las tareas que llevan a cabo los funcionarios de la aldea, cuyos cargos rotan
entre los ciudadanos responsables mediante el sistema de cargo ya descrito. La localización en el sistema
de canales no proporciona ninguna ventaja; ni tampoco encuentra Lees «despotismo» de la aldea situada
aguas abajo cuando dos de ellas comparten el mismo afluente. La construcción y el mantenimiento del
pequeño sistema de canales de flujo solemne se lleva a cabo por los mismos sistemas que cada comunidad
lleva a cabo tradicionalmente todos los demás asuntos «públicos», como la construcción de la escuela o la
iglesia, la realización de caminos, etcétera. Además, durante cientos de años (o como han indicado los datos
arqueológicos, a veces durante miles de años) en el mismo lugar, cada aldea ha aprendido lo que puede
esperar de las fluctuaciones de la lluvia, el nivel de agua o el flujo de la corriente, y puede amortiguar tales
perturbaciones ambientales.

No obstante, en los últimos años las aldeas rurales se han dado cuenta de las actividades de la
Secretaría de Recursos Hidráulicos, una institución «de propósitos especiales» creada por el gobierno
federal de México para desarrollar los recursos hidráulicos del país. La SRH tiene especialistas
-ingenieros, proyectistas, hidrólogos, equipos de construcción- y maquinaria pesada para remover tierras de
que no dispone ninguna aldea. Varias aldeas próximas a cañones adecuados se han ofrecido en
consecuencia a aportar mano de obra no especializada si la SRH construye una presa para retener agua de
su afluente estacionalmente seco, y ya se han construído cierto número de ellas donde Lees hizo su estudio.
Al término de tal proyecto -que aumenta de forma considerable el área que se puede regar-, el SRH es
lógicamente reacio a dejar el mantenimiento de la presa en las inexpertas manos locales. En lugar de eso,
deja el control del agua de la aldea al cuidado de su propio representante designado o agente, responsable
ante la SRH y el gobierno federal y no ante la aldea. De este modo, la aldea se encuentra con que el precio
del desarrollo es la pérdida de la autonomía.

Por tanto la centralización representa una «linealización» de la vinculación entre el brazo para
propósitos especiales (la SRH) de un sistema de orden superior (el gobierno federal) y una importante
variable (el agua) de un sistema de orden inferior (el ecosistema de la aldea local); ahora la respuesta es
directa y no es amortiguada por la administración de la aldea. Además, la escena está lista para la patología
de Rappaport, para la «intromisión». Imagínese, por ejemplo, un caso hipotético en que rápidas avenidas
en uno o dos cañones (cosa que es habitual en Oaxaca) dañen seriamente las presas construídas por el
estado río abajo. La noticia va directamente al gobierno federal. Después de diversos incidentes, se toma
13

una decisión política; para evitar futuros daños debidos a desbordamientos, durante la estación lluviosa
todas las noches se liberará una cierta cantidad de agua en todas las presas de construcción estatal. Esta
orden, transmitida a todo el sistema de presas rurales, significa que esa cantidad de agua se soltará incluso
en las presas situadas en cañones donde hace meses que no ha llovido. El sistema de orden superior, que
posiblemente no conoce ni entiende las condiciones ambientales locales como cada aldea rural concreta,
puede introducir de esta forma una nueva inestabilidad en el sistema al mismo tiempo que introduce un
control más centralizado. Por suerte, muchas aldeas remotas se limitarán a ignorar las órdenes, reduciendo
de este modo la linealización.

Este concreto ejemplo nos muestra la tendencia hacia la hipercoherencia (véase más adelante) que
puede ocasionar la centralización. Mediante la linealización y la intromisión, las distintas aldeas irrigadas
por canales del sistema están tan fuertemente integradas que los desastres de uno dos cañones aislados
pueden dejar sentir su impacto rápidamente en todas las demás aldeas, a través de las medidas políticas de
orden superior; anteriormente, un desastre local rara vez salía de la comunidad local. En segundo lugar, el
ejemplo alude a la hipótesis de Boserup y Carneiro, puesto que en unos pocos casos (pero no en todos) las
aldeas rurales han pedido presas al gobierno federal como consecuencia del crecimiento de la población y
las presiones sobre la tierra dentro de los municipios muy circunscritos. Lo que demuestra el ejemplo de
Oaxaca es que, si bien el crecimiento de la población en áreas circunscritas puede ejercer una presión
«causal» en favor de una tecnología agrícola más sofisticada, no es un mecanismo directo de la evolución
cultural; más bien proporciona una situación socioambiental en la que las presiones selectivas a favor de
mayor linealización e intromisión son altas, y el resultado final consiste en mayor centralización.

En tercer lugar, volvemos a la teoría de Wittfogel del estado hidráulico. Como muestra el estudio de
Lees, en el caso de Oaxaca el estado existía (y realmente tenía que existir su cuerpo de ingenieros e
hidrólogos) antes de cualquier «gran» obra de irrigación. Pero el agua sí posee una cualidad crítica y única
que Wittfogel le asignó: si el gobierno federal quiere entrometerse en la administración de la aldea rural, el
control del agua es una de las formas de hacerlo. El agua es un punto débil de la aldea autónoma, un punto
adecuado para que el gobierno pueda penetrar en la comunidad corporativa cerrada, realizar un servicio
que está más allá del poder de organización de la comunidad y dejar a la aldea más firmemente sujeta al
sistema de orden superior de lo que pudiera estar antes. Sin embargo, es precisamente la linealización -y no
la irrigación en sí misma- lo que lleva a la evolución, y la linealización puede ser seleccionada por toda una
serie de factores socioambientales.

Integración, hiperintegración y delegación. El alto nivel de integración característico de los estados


procede, en parte, de siglos de linealización, centralización y promoción. La forma muy estructurada de
incluso los primeros estados suele manifestarse arqueológicamente en ausencia de documentos escritos; en
el Próximo Oriente , por ejemplo, Wright (60) ha sugerido que la aparición de una jerarquía administrativa
de tres grados, con tres tamaños de emplazamientos (ciudad, pueblo y aldea), puede ser un indicador de la
organización estatal, juntamente con otros fenómenos. Otro indicador de integración en grandes regiones es
la aparición de los enrejados hexagonales de asentamientos asociados a «lugares centrales» en llanuras
ilimitadas, desarrollados por Christaller (11, 12) y Lösch (27, 28).

Hace mucho que se sabía que el hexágono era la figura geométrica más económica para dividir una
extensión en partes iguales entre cierto número de puntos. De ahí se dedujo todo un cuerpo de teoría,
demasiado copiosa para tratarla aquí con detalle, sobre el espaciamiento de esos pueblos o ciudades que
funcionaban como centros de distribución de bienes y servicios para los pueblos más pequeños y el interior
rural. Suponiendo (A) una uniforme distribución de la población y del poder de compra, (B) una uniforme
distribución del terreno y de los recursos, (C) la misma facilidad para el transporte en todas direcciones, y
(4) que todos los lugares centrales realizasen las mismas funciones y abastecieran a zonas del mismo
tamaño, la forma más económica de espaciar tales centros de servicios sería que fueran equidistantes, de
donde salen las figuras o «rejas» hexagonales. Uno de los primeros arqueólogos que aplicó este modelo a
una civilización antigua fue Gregory Johnson (25), de quien se ha tomado gran parte de este tratamiento.

Los centros equidistantes, hexagonalmente espaciados, de servicios constituyen una clave importante
que informa a los arqueólogos sobre cuando las «funciones de servicios» de un conjunto de emplazamientos
-sea económico, administrativo o ceremonial- han comenzado a predominar sobre otros factores que
14

influyen en la elección de los lugares de asentamiento, como son el buen suelo, el agua, los lugares
abrigados, la defensa, etcétera. Incluso en la «llanura ilimitada» ideal del geógrafo -un fenómeno
arqueológicamente casi inasequible- no es probable que los recursos naturales estén homogéneamente
repartidos. De ahí que los asentamientos de las sociedades simples estén probablemente muy estrechamente
correlacionados con tales recursos y no necesariamente espaciados con regularidad. Con el desarrollo de
las sociedades complejas, «las funciones de servicios» se vuelven cada vez más importantes y las aldeas
adecuadamente localizadas para convertirse en «nódulos» pueden transformarse en ciudades, mientras que
las vecinas languidecen a nivel de aldeas. Dado que muchas regiones arqueológicamente importantes están
en terrenos montañosos o accidentados, o siguen valles lineales de ríos, tales técnicas son difíciles de
aplicar; y la mayoría de los arqueólogos que aplican los modelos de lugares centrales han escogido
deliberadamente las regiones más llanas que han podido encontrar.

Un ejemplo de hexagonal o romboidal de la región de Mesopotamia lo proporciona la reelaboración de


Johnson de la investigación de Adams en el río Diyala (Adams 2, Johnson 25). La Figura 4 presenta la
situada al este de la temprana ciudad dinástica de Eshnunna en la que aparecen emplazamientos de las tres
clases de tamaños. Los emplazamientos que constituyen la «célula» de Eshnunna muestra un alto índice de
correlación (+ 98) con la rejilla ideal (Johnson, op. cit.) a pesar de la desviación debida a la alineación de
los principales cursos de agua de la zona. La red de Johnson quizás pueda contraponerse a la región de
Uruk, en la Mesopotamia meridional, donde Adams (4) cree que los modelos de lugares centrales están
«escasamente relacionados con el urbanismo hiperdesarrollado de finales del período de las primeras
dinastías» cuando esa ciudad sólo estaba rodeada por «un gran número de pequeños pueblos y aldeas,
uniformemente distribuidos en tamaño en vez de formar una jerarquía gradual y diferenciada... centrada en
Uruk».

En Mesoamérica, igualmente, unas arcas parecen adecuadas a los modelos de los lugares centrales y
otras no. Teotihuacán, la primera gran ciudad de México (300-600 a. de C.), era tan incomparable en
tamaño con todos los asentamientos contemporáneos cercanos que más encaja en la anómala pauta de Uruk
que en la de Diyala (Milton 35, Parsons 37). No sólo estaba Teotihuacán en el borde noreste del valle de
México, sino que los «centros secundarios» que pueden haber sido sus contemporáneos no forman rejilla
hexagonal a ningún nivel significativo. Tales «megalópolis» urbanas fueron indudablemente características
de algunos estados antiguos.

Aunque los arqueólogos han aplaudido de forma característica las pautas de asentamiento que
presentan «un alto grado de integración», irónicamente, en muchos casos pueden estar alabando otra de las
patologías de Rappaport: la hiperintegración o «hipercoherencia». Esta situación muy centralizada, pero a
veces inestable, es el resultado de la quiebra o lo que sea de la autonomía que puedan tener los diversos
subsistemas pequeños (o instituciones) de un sistema mayor; uno a uno, van siendo unidos más
estrechamente entre sí y/o al control jerárquico central hasta que, como las ristras de luces del árbol de
Navidad montadas en línea, el cambio de una unidad afecta de hecho a todas las demás de forma
demasiado directa y rápida (Figura 3d). En palabras de Rappaport: «puede... sugerirse que el grado
excesivamente alto de coherencia puede ser tan letal como el excesivamente bajo» (Rappaport 39, p. 20).

Una de las formas más comunes en que puede presentarse la hipercoherencia es a través de la
«intromisión», (véase anteriormente), pero hay otras, las alianzas matrimoniales entre familias gobernantes
de antiguos estados hostiles, por ejemplo, pueden reforzar tanto la comunicación y la influencia entre ellos
como destruir el natural amortiguamiento que aislaba a uno de los levantamientos que ocurrían en el otro.
Tales alianzas matrimoniales ocurren con frecuencia entre las ciudades-estado sumerias (Adams 3), entre
caciques mixtecas y zapotecas de México meridional (Spores 53), y entre los centros de los mayas clásicos
(Marcus 31). En otro caso mesopotámico, Sargón de Akkad envió a su hija a que fuera la gran sacerdotisa
de la diosa Nanna en Ur. Tal nepotismo indudablemente aumentó la linealización de la unión entre las
principales capitales, la política (Akkad) y la religiosa (Ur), de Mesopotamia meridional (Woolley 59). La
pregunta arqueológica crítica es ¿cuánta integración quiere decir «hiper»?.

A este respecto, quizás sea significativo que lo más aproximado a espaciamiento hexagonal en las
pautas de asentamiento de la civilización maya de las tierras bajas de Mesoamérica ocurriera a finales del
período clásico (600-900 a. de C.), poco antes de su ahora famoso «colapso». Para demostrar esto, he
15

utilizado las investigaciones de Bullard (8) en la región nuclear de Petén y las de Rupper & Denison (42)
sobre la periferia septentrional de Petén (véase Figura 5). Sólo si tuvieron en cuenta «las ruinas de
importantes centros ceremoniales» (Bullard) o los «lugares con estelas» (Rupper & Denison). Se observará
en las Figuras 5a y 5b que los hexágonos alrededor de los emplazamientos como Naranjo o Calakmul son
todavía más llamativos que los de la región de Diyala, y las rejillas son asombrosamente uniformes en vista
de todas las colinas, sierras y pantanos arbolados (bajos) que intervienen y lo distorsionan. En realidad, si
se calculan las distancias entre los «vecinos más próximos» de los principales centros de ceremonias de
Bullard, se encuentra lo siguiente :

Cuadro 1. Distancias al primero, segundo y tercer vecinos más próximos entre grandes centros
ceremoniales del norte de Petén, Guatemala :

_____________________________________________________________________
Vecino Segundo vecino Tercer vecino
más próximo más próximo más próximo
_____________________________________________________________________
Distancia media 10,33 Km. 13,33 Km. 16,08 Km.
Varianza 3,867 Km. 4,567 Km. 3,942 Km.
Desviación modelo 1,966 Km. 2,137 Km. 1,985 Km.
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Una nueva comprobación estadística muestra que, aunque la diferencia de las medias entre el primero,
el segundo y el tercer vecinos es significativa (a nivel 0.0004), la diferencia de la varianza no lo es y la
desviación modelo de cada media es muy baja, lo que demuestra una situación muy estructurada. Esta
rejilla hexagonal, presumiblemente creada por rol de «centro de servicios» de los asentamientos principales,
no es en sí misma patológica, pero en los últimos clásicos los centros de cada hexágono estaban vinculados
por alianzas matrimoniales y los centros periféricos por alianzas militares (Marcus 31), dando lugar a un
grado de integración todavía mayor, que puede haber sido «hipercoherente» en nuestra terminología.
Cualquiera que sea la causa, la apuntada integración es tan grande que la perturbación en un centro puede
haber afectado fuertemente a otros centros; una probable «precondición» para el tan discutido colapso
maya (Sabloff 43). Entre paréntesis, también podría sacarse la conclusión, partiendo del hecho de que los
emplazamientos importantes están casi el doble de apretados (a 15,8 Km de distancia) en el área central de
Bullard en comparación con l periferia septentrional de Rupert y Denison (a 27,8 Km de distancia), que
puede haber operado la «circunscripción social» de Carneiro. De este modo, la circunscripción social puede
construir una situación de gran tensión, pero en este caso fue seguida de «delegación» y no de evolución.

Hacia un modelo generativo del estado. El objetivo último de un análisis de sistemas bien podría ser la
creación de una serie de reglas mediante las cuales pudiera simularse los orígenes de un sistema complejo.
Evidentemente, estamos muy lejos de poder hacerlo en el caso del estado. Tenemos dos mecanismos
evolutivos («promoción» y «linealización»), tres patologías («intromisión», «usurpación» e
«hipercoherencia») y dos procesos («segregación» y «centralización») que probablemente son universales.
Tenemos media docena de condiciones socioambientales (crecimiento de la población, circunscripción
social, guerra, irrigación, comercio, simbiosis), de las cuales probablemente ninguna es universal, pero
todas las cuales pueden seleccionar patologías o mecanismos evolutivos y en consecuencia acelerar los dos
procesos. Por tanto, permítasenos concluir enumerando provisionalmente quince reglas out of the scores
con las que algún día podremos simular la aparición del estado.

El proceso comienza con una población humana simple, con un pequeño conjunto de reglas, pocas
instituciones y un pequeño número de subsistemas. Los controles de los subsistemas de orden inferior (por
ejemplo, la agricultura) son específicos y relativamente inflexibles. Los controles de orden superior (por
ejemplo, el «gobierno») son más generales y flexibles, pero establecen valores de referencia para la
producción de los sistemas de orden inferior.

1. Caso de que los controles de orden inferior no consigan mantener determinadas variables dentro de la
esfera de objetivos específica, los controles de orden superior se activan. Repetidas activaciones pueden
conducir a la «linealización» o «evolución» por centralización.
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2. La linealización debilita los amortiguadores entre subsistemas y, en consecuencia, conduce a una


simplificación o falta de autonomía de los subsistemas.
3. El mantenimiento de tal simplificación exige más dirección.
4. Más dirección exige más instituciones formales.
5. Las instituciones formales (a) pueden colaborar a una mayor linealización, haciendo de este modo que
las reglas 2-3-4-5 se conviertan en circuitos de «positiva», o bien una nueva «evolución» por
segregación.
6. Los sistemas vivos en evolución generan autónomamente nueva información a través de la interacción de
sus partes (Maruyama 32).
7. Aparecen nuevas instituciones para procesar con mayor rapidez esta información o bien en mayor
cantidad, o ambas cosas.
8. Cualquier institución tiene que desarrollarse a partir de algún elemento de una institución previamente
existente (muchas veces por promoción).
9. Sólo aparecerá una nueva institución después de haberse alcanzado algún umbral crítico en cuanto a
necesidad de procesar información; de este modo la evolución parece ir despacio (cf. Adams 3, p. 170).
10. En principio, las nuevas instituciones son más eficaces, pero también son más caras de sostener; su
«coste» puede proporcionar una tensión adicional.
11.La tendencia evolutiva de las instituciones se dirige de servir al sistema (propósitos especiales) a ser
autónomas (propósitos generales).
12. La tensión a que somete al sistema el hecho de sostener instituciones autónomas exige la creación de
nuevas instituciones para propósitos especiales que se ocupen de la tensión.
13. Cuando la segregación y la centralización alcanzan un determinado umbral, se puede decir que existe el
estado.
14. Demasiada centralización, promoción y linealización puede desplazar al estado hacia la
hipercoherencia y la inestabilidad.
15. Por último, la hipercoherencia puede conducir al colapso y la delegación.

Evidentemente, estas pocas reglas simples sólo constituyen un pequeño primer paso hacia la
comprensión de la evolución cultural de las civilizaciones. Tales modelos de muchas variables, aunque
muchos se sientan repelidos por su complejidad, pueden tener ciertos efectos beneficiosos. Antes que nada,
obligan al investigador a ser específico sobre los vínculos entre las variables, distinguiendo de este modo
entre socioambientales (que son locales), y mecanismos y procesos (que son universales). En segundo
lugar, resaltan la importancia de la información y del ritual en la regulación de las variables ambientales y
económicas de la sociedad humana. De este modo, pueden proporcionar un terreno común para humanistas
y ecólogos. Pues Coc y Dyson, en las citas que inician este artículo, tienen en parte razón y están en parte
equivocados. Tienen razón cuando dicen que las ideas, las instituciones, la organización social y el
contenido cultural han sido groseramente ingnorados por los ecólogos interesados por la aparición de la
civilización. La que está equivocada es su deducción de que estos temas caen fuera del campo del ecólogo.
Especialmente para los ecólogos interesados por el estado, son todavía más importantes que los sistemas
por los que tales sociedades complejas producen sus alimentos.

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