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Derechos de autor registrados

2018 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado.


Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
Nuestro Padre Fundador, Federico Salvador Ramón, poeta - Feliciano Macedo – Edición actualizada
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
http://angarmegia.com - angarmegia@gmail.com
NUESTRO PADRE FUNDADOR,
FEDERICO SALVADOR RAMÓN,
POETA
por
Feliciano Macedo

Publicado en Esclava y Reina


ORGANO TRIMESTRAL DE LA ESCLAVITUD DE LA DIVINA INFANTITA
Seminario E.D.I.
AGOSTO DE 1955
Imprenta Lumen - León - México

Edición actualizada por

María Dolores Mira Gómez de Mercado


Antonio García Megía
NUESTRO PADRE FUNDADOR, FEDERICO SALVADOR RAMÓN, POETA
Feliciano Macedo

NUESTRO PADRE FUNDADOR, FEDERICO SALVADOR RAMÓN, POETA

En el presente artículo no trato de hacer una crítica rigurosa de las poesías de Nuestro Padre, sino
un sencillo comentario de ellasdigo una crítica, porque, aunque yo no quisiera criticarlas, simplemente,
con decir las bellezas que ellas encierran ya estoy criticándolas, pero no en el sentido que vulgarmente se
toma de murmuración o burla, sino como la define García de la Huerta en su diccionario de sinónimos, «la
crítica es un examen imparcial», en que se elogia lo bueno y se reprende lo malo, exponiendo la razón en
que se funda.
Por lo tanto, el crítico debe ser un sabio para abarcar con la mirada el conjunto y las relaciones de
la obra que examina, así como los principios de lo bello, el medio ambiente que rodeó al artista y las leyes
del arte sobre que versan sus juicios.
Debe ser artista para identificarse, por decirlo así, con el espíritu de aquél cuya obra juzga, para
seguirle en los vuelos de su imaginación y vibrar al compás de sus sentimientos 1. Así el crítico, cuando lo
considere justo, censura al amigo y elogia al enemigo, dice lo bueno y lo malo de una obra, y el porqué de
lo bueno o de lo malo.
En cambio, yo no iré más allá de lo que mis fuerzas me permiten. Diré las bellezas que las poesías
encierran, aunque no alcance a comprender el porqué de esas bellezas, así como en el campo, aunque no
vea las flores, ocultas en las espinas y arbustos, digo que las hay, pues percibo su perfume. Son el cariño y
la admiración lo que me impele a escribir sobre este tema muy difícil para mí.
Veamos qué es un poeta.
¡Poeta quiere decir creador!
Merece este nombre el que descubre la belleza que hay en la realidad, la goza intensamente e,
impulsado por la excitación de sus facultades creadoras, la reproduce en su fantasía idealizándola, e,
idealizada, la transmite a otros por medio del lenguaje artístico 2.
Los astros con toda su grandiosidad, el mar con toda su agua esmeraldina, la aurora y el ocaso con
todos sus colores y las rosas con toda su hermosura, carecen de inteligencia. El poeta contempla esos objetos
y les comunica imaginariamente las propiedades que les faltan. Entonces las estrellas han visto nacer, crecer
y perecer a las naciones, el mar se embravece y la aurora es la cuna y el ocaso la tumba del sol.

1
E. Moreu. (N.E. El jesuita Esteban Moreu fue profesor de Preceptiva Literaria, Historia de la Literatura,
Retórica y Poética. Escritor destacado enamorado de la literatura clásica griega, latina y española).
2
E. Moreu.

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NUESTRO PADRE FUNDADOR, FEDERICO SALVADOR RAMÓN, POETA
Feliciano Macedo

Solamente un hombre puede recoger las lágrimas y encerrarlas en el relicario del verso, coger la
risa como a una mariposa y cautivarla en las redes de un pensamiento. A este hombre es el que se llama
poeta.
Veamos una de las poesías de Nuestro Padre. Lástima es que no han llegado muchas a nuestras
manos, pero, en esas pocas, se alcanza a descubrir el alma vibrante de un poeta místico que sigue la huella
lírica de San Juan de la Cruz y el vuelo aguileño de una Teresa de Ávila. Un alma que cuando afina su lira
melodiosa es solo para cantarle a Jesús y a María y esconderse, luego, bajo el seudónimo de Ínfimo o
Florentino. En la sencillez de sus versos va vaciando una gota de diáfana espiritualidad y un exquisito
sentimiento religioso.

BUSCANDO A ÉL
Te busqué, mi Jesús, entre las flores,
y, a través de perfumes y colores,
hallarte me creí..., pero marchitas
al verlas luego, aumenté mis cuitas,
porque, en verdad, desdice mucho amarte
y entre flores ajadas contemplarte.

Va buscando a Jesús en la floresta, en la hermosura de las flores, en el perfume embriagante. Pero,


¡que desilusión cuando más cree haberlo encontrado! Las flores se agostan y su alma se entristece como
una enferma pasionaria. Pero, sin embargo, no desespera y va a buscarlo en el azul tranquilo de las aguas y
la majestad de las olas.

Quise hallarte, Jesús, sobre las olas


y en mis brazos asirte, y, a mis olas
del ancho mar en la región ingente,
darte a gustar mi amor inmenso, ardiente,
como volcán que incendios mil amaga
y que el undoso piélago no apaga.

Junto con la musicalidad de sus versos endecasílabos, va dejando girones de corazón, una luz
diamantina, una exquisita sensibilidad y una sencillez e ingenuidad propias de un alma poeta a la vez que
enamorada.
Pero, ¡ay dolor!, empiezan a encresparse las olas, que eran mansas, y a azotar, furibundas, la débil
barcarola contra las toscas rocas de la playa.
Y huye a buscarlo a la soledad de los bosques que dan tranquilidad a la cabaña, en la sombra de
los platanares, en el follaje verde del manglar, en la aura saturada de humedad y olor a yerba, en la arpa
sonora de las hojas y en el fresco y tímido arroyuelo que va saltando y cantando entre las rocas, para
después, pasar besando a las cabañas.
Y solo halló sombra en los plátanos, nidos de mirlo en el follaje, humedad en la brisa y una
amapola roja que llevaba el arroyo.

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NUESTRO PADRE FUNDADOR, FEDERICO SALVADOR RAMÓN, POETA
Feliciano Macedo

En la umbría del bosque pensé hallarte,


y, a su sombra mi alma regalarte,
y sentí de tu amor el embeleso,
y de la blanda brisa el suave beso,
y arrobos que mi frente acariciaban
entre rumor de hojas que temblaban
y murmullos de arroyos que corrían
y tu Nombre mil veces repetían.

Tras la alegría vernal de la naturaleza, tras la verdura del césped y los árboles y tras la humedad
de la tierra, viene la sequía de los valles. El sol ardiente borra todo el verde hermoso de los campos y
bosques y empieza la caída de las hojas. Y ante aquel ruido de hojarasca y, ante aquella desnudez de la
natura, ¿quién escucha tu Nombre, quién tu cuerpo contempla Jesús mío?
Sigamos muy de cerca al poeta. ¿Dónde irá a buscar a Jesús?
La tarde ya agoniza y las sombras, saliendo de los bosques, asaltan los caminos y hacen imposible
seguir buscándolo con la pálida luz de las estrellas. Y empieza la escarcha gélida a caer en su frente fatigada.
¡Jesús..., Jesús! Son los gritos que lanza en su tristeza. Y torna un eco lánguido desde su corazón.
Lo busca en sí mismo y parece haberlo hallado, cuenta, en los sollozos, y oprime los latidos de
Jesús en su pecho. Y canta:

Quise hallarte en el fondo de mi pecho


y en él de amores preparar el lecho,
de mi alma, cual loca enamorada,
viviera cabe a ti, siempre extasiada,
sin más solicitud ni más cuidados
que llevar uno a uno muy contados
de tu amor los suspiros deleitosos.
Mas detened los ímpetus furiosos
de ese buitre voraz de las pasiones
que se agitan sin freno y sin razones,
y turban y confunden y oscurecen,
y la paz arrebatan y enflaquecen,
y manchan y corrompen y seducen,
y nos llevan al vicio y nos conducen
de un lodazal a otro más inmundo,
de un abismo a otro abismo más profundo.
Y en este duro y apurado trance,
¿quién se lanza de amor al suave lance?

Pero, en la oscuridad de la noche, oye el ladrido de la jauría brutal de las pasiones y siente miedo
de ser arrastrado en las charcas del cieno mundano.
Y, en el piélago umbroso de la noche, empiezan a brillar en las montañas los prístinos rayos de la
luna y, con las sombras, huyen las zozobras, con las luces, llegan la esperanza y la alegría y, postrándose

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NUESTRO PADRE FUNDADOR, FEDERICO SALVADOR RAMÓN, POETA
Feliciano Macedo

en el gran templo de la naturaleza, alza los ojos, los fija en dirección de las estrellas y, con la fiebre de amor
que lo consume, levanta su plegaria y cincela estos tiernos y melancólicos versos:

¡Ay, Jesús de mi alma, dueño mío!


Es la vida sin ti cruel desvarío,
y soportar no puedo ni un instante
vivir en este mundo, y anhelante
quiero morar contigo eternamente
sin las humanas sombras de la mente
y sin sentir de mi alma la flaqueza
y del burdo sentido la bajeza.

Por último, va tejiendo, con hilitos muy tenues de nostalgia y temor, una red caprichosa y persigue
por el cielo azulado el pensamiento más sublime, más acendrado, y lo encierra como a una libélula en la
última cuarteta.

Líbrame de las ansias y temores


de no corresponder a tus amores
y de perderte acaso… ¡Dura suerte!
¡Mándame, mi Jesús, antes la muerte!

8
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