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HISTORIA

y
CONCIENCIA DE CLASE
Georg Lukács

HISTORIA
y

CONCIENCIA DE CLASE
Estudios de dialéctica marxista

Introducción, edición
y notas a cargo de Eduardo Sartelli

Ediciones�
Lukács, Georg
Historia y conciencia de clase : estudios de dialéctica
marxista ... 2a ed... Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
RyR, 2013.
480 p. ; 14x20 cm.

Traducido por: Manuel Sacristán


ISBN 97g..9s7 1421..74..9
..

l. Marxismo.
2. Filosofía. l. Manuel Sacristán, trad.
CDD 320.531

©CEICS-Ediciones ryr, 2013, Buenos Aires, Argentina


Queda hecho el depósito que tnarca la ley 117 23
Printed in Argentina- hnpreso en Argentina

Se tenninó de ilnpri1nir en Pavón 1625, C.P. 1870.


Avellaneda, provincia de Buenos Aires, Argentina.
Por la presente edición: Ediciones ryr, Buenos Aires, novie1nbre de 201 3
Introducción, edición y notas a cargo de Eduardo Sartelli
Traducción: Manuel Sacristán
Responsable editorial: Gonzalo Sanz Cerbino
Diseño de tapa: Sebastián Co1niniello
Diseflo de interior: Agustina Desalvo
www.razonyrevolucion.org.ar

editorial@razonyrevolucion.org.ar
A Gertrud Bortstieber .
Nota del traductor

La presente traducción de los textos más céle? res de l a juven­


tud de Lukács, los reun idos en el volumen Geschzchte und Klassen­
bewusstsein (Berlín, Der Mal i k Verlag, 1923), estaba ya d i s p u e s ta en
traducción castellana hace muchos meses, para su i nc o r p o rac ió n
a la edición de Obras comp letas de Gyorgy Lukács rea l i zada por el
editor Jua n Grij a lbo. La p ublicación se ha retrasado considera b le­
mente por el explícito deseo del filósofo húnga ro de no da rla a lu z
sin el Prólogo que el lector va a encontrar en la pág ina que sigue.
Este pequeño incidente que ha afectado al n o r m a l cu rso d e p r o duc­
ción del p resente volumen documenta rá la i m portanc i a del cita do
P ról ogo para juzgar la actua l posición p olítico-fi losófica de Lu k ác s .
Sin duda eran ocasión suficiente para u na p ieza así u nos escr itos
que han ocupado v ivamente a cuatro generaciones de revoluciona­
rios europeos.

M. S.
Barcelona, noviembre de 1968.

Nota del editor a la presente edición


Para esta edición se ha respetado en general la traducción or ig i ­
n a l de Manuel Sacr istán. Se han hecho, s i n embargo, a lgu nos ca n1-
b ios: l. se modificó el sistema de notas, buscando ofrecer a l lector l a
c ita correspondiente a las ediciones más a mano, e n la act ua l idad,
de las obras de Lukács o de los autores c itados por él, en lu g a r de
remitir a la edición a lemana; 2. se ca mbiaron ciertos g i ros idiomá­
t icos propios de la traducción, que la hacen más l e g i b le a u n lec­
tor contemporáneo, s iempre que no a fecta ra e l sentido de la expre­
sión (por ejemplo, "nudo" por "desnudo", "i mag i n a c ió n mera" p o r
"mera i maginación", etc.); 3. cua ndo se supone que el ca mb io pue­
da tener·algu na consecuencia en el orden de l sent ido, se i nd ica en
nota correspondiente (por ejernplo, "ret rocapción" por "reasu n­
c ión'' ). Para ese tipo de cambios se han consultado, la t raducción
i ng les a (Luká cs, Georg: History and Class Consciousness, The MIT
Press, Cambridge, 1971, de Rod ney L i v i ngsto n e) y la cuba na, efec­
tuada desde el francés (Lu kács, George: Historia y conciencia de clase,
Ed ito r ial de C iencias Socia les del Instituto del Libro, La f--laba na,
"1970, de Francisco D uque); 4. a lg u nos nombres fueron adaptados a l
uso corriente, como " Lu xembu rgo" por " Lu xembu rg"; 5. por ú lti­
mo, se agrega ron acla raciones sobre conceptos, personajes o hechos
h istóricos q ue se considera ron úti les. Se hace nota r ta mbién a l lec­
tor, que todas las ed iciones que conocemos de Historia y conciencia
de clase [las de Sarpe (1985), f-Iyspamérica (1985), Ed itora Naciona l
Mad rid (2002) y Za lsma n n Ed itores (2009) ], cont ienen u n error de
compag i nación (el a rtícu lo " Lega l idad e i lega l idad" se interru m­
pe en el p r i mer pá rra fo y cont i nú a el texto correspondiente a
"Observaciones críticas acerca de la Crítica de la revolución rusa, de
Rosa Lu xembu rgo" y viceversa) del cual esta vers ión está libre, p or
basa rse en la pri mera ed ición de Grijalbo, de 1969 (ag radecemos a
Miguel Vedda esta advertencia). Por su parte, en la ed ición orig i na l
d e Grija lbo, fa lta por completo una pági na d e " La cosi ficación y l a
conc iencia del p roleta riado", error que h a sido corregido aquí.

E . S.
Buenos Aires, julio de 2009
El comienzo de una filosofía necesaria
Gyorgy Lukács, la historia y la conciencia

Eduardo Sartelli

Introducción

El "caso" Lukács es, probablemente, u no de los más controver­


t idos de la "cu ltura" marxista. En efecto: el cosmos organ izado en
torno a la figu ra y la saga de Carlos Ma rx se d iv ide prolija men­
te entre los defensores y los detractores del fi lósofo hú ngaro. Para
algunos, se trata de u no de los pocos i ntelectuales comu n istas que
logró salvar relativamente indem ne su pensa m iento del "'esta l i nis­
mo" sin necesidad de g ra ndes gestos "pro-occidenta les", logra ndo
no solo mantener u n ren1arcable pres t ig io i ntelectua l, sino también
ubicarse como u na fuente de a lternativas pol íticas superadoras.
Para otros, no p ueden dejarse en u n piadoso segu ndo pla no sus
repetidas genuflex iones a nte el rég i men, su reconocida host i l idad
al t rotskismo, su s i lencio frente a las p u rgas stali nistas y sus a polo­
g ías recu rrentes al Padre de los Pueblos. El autor de obras que mar­
caron época (Historia y conciencia de clase y El asalto a la razón) y que
algún d ía la ma rcarán de nuevo (Ontología del ser social), estuvo s iem­
pre en el centro de la polémica, suscita ndo sentim ientos encontra­
dos: demasiado ortodoxo para los a nt i-sta l i n istas, demasiado hetero­
doxo pa ra los nüsn1os sta l in istas, Lukács tiene defensores a u ltra nza
tanto como det ractores igualmente enconados. La piedra de toque de
la d iscusión, hasta cierto p u nto fa lsa, ha sido y es su relación con la
bu rocracia sov iética. Deci mos "hasta c ierto pu nto fa lsa" porque más
a l lá de sus elecciones pol íticas se ext iende u na obra que, por lo gene­
ra l, suele deja rse en segundo pla no a la hora del a ná l i sis. Pa reciera

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que el fantasma de Sta li n se i n terpusiera perma nentemente, hab i l i­


tando la crítica fác i l y obtu rando u na lectura desp reju iciada.1
En e fecto, con el ocaso de la URSS, la acusación de "sta l i n i s­
ta", que s ig n ificaba u na demarcatoria pol ítica esenci a l en el debate
revolucionar io de la segu nda posguerra, se convirtió rápidamente,
sobre todo en c írcu los trotsk istas, en una forma de l iqu ida r cua l­
qu ier debate sin necesidad de aporta r prueba a lg u na. En los a ños
'90 el "argumento" se genera l izó y hoy d ía cua lqu i er d i scusión en
la que a lguno de los contrincantes defienda la existencia de la rea­
l idad, el concepto de verdad, la regu la ridad (ex presada en leyes)
del orden social, la importa ncia de la i nvestigación científica o l a
necesidad d e l a orga n i zación partida ria, l a i nelud ible relación entre
el arte y la pol ít ica, suele term inar con el adjetivo más tem ido por
todo simpati zante de i zqu ierda: "sta l i n is ta". El a nt i-sta l i nismo se
convierte, entonces, en u n obstácu lo al conoci miento, en tanto c ier­
tos temas y posiciones a lcan zan el status de "tabú" y resulta n i mpo­
s ib les de abordar con la mente ab ierta. Este cáncer del pensam iento
revolucionario, el uso fáci l y omnidesca l i ficativo del ant i-sta l i n is­
mo, no ha dejado de a fectar a Lukács, existiendo qu ienes tornan
toda su obra como expresión del demonio del Cáucaso y qu ienes se
creen en la necesidad de defenderlo de tal acusación.
Lukács porta, e ntonces, u na doble determ inac ión: expres ión de
un marxismo renovado, val ientemente resguardado de la barba r ie
sta l i nista, por un lado; trágica subordi nación de u na perspectiva
lúcida y creat iva a u n rég imen excecrable, por otro. Se han forma­
do, entonces, dos bandos cuya natu ra leza exa m i naremos más ade­
lante. Baste decir, por a hora, que todo j u ic io sobre el autor del l ibro
que aqu í presentamos debiera supeditars e al examen de la va l idez
de su apuesta fi losófica: desa rrollar u na de las tareas que Marx y
Engels dejaron pendientes, la de reconstru i r las bases más gene­
ra les del pensamiento revolucionar io. En efecto, descubiertas esas
bases (la famosa i nversión hegeliana) ambos se ded icaron a uti l i­
za r el i nstru mento sin dejar un plano preciso de su a rqu itectu ra
básica . D icho de otra manera, u t i l i zaron la d ia léctica materia l i sta

1Un testi monio d e esta polém ica permanente y del lu ga r del stal i nismo
en ella es la compi lación publicada por la editorial Jorge Álvarez en los
años '70, con textos de George Steiner, Kostas Axelos, Istvá n Més zá ros,
Lucien Goldma n n, Roco Musol i no, Jea n H yppolite, Víctor Zitta y Harold
Rosenberg. AA.VV.: Lukács, Editori a l Jorge Alvarez, Buenos Ai res, 1969.
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sin haber expl icitado su despl iegu e teórico. Probablemente lo m i s­


mo pudiera decirse de Trotsky y Leni n : usan de modo bri l l ante
u na herram ienta cuyo 11manua l" se hal la i mp l íc ito y d i sperso en
sus intervenciones prácticas. La apuesta lu kácsiana es fáci lmente
i n tel ig ible : supera r a Hegel como Marx había superado a Ricardo,
completando de esa ma nera la tarea pendiente. Si hacemos caso a
Antonino I n franca, la Ontología del ser social podría ser considera­
da la culminación de ese proyecto que estaría ya enunciado como
fenomenología en Historia y conciencia de clase [en adelante HCC). S i
a lg ú n valor tiene hoy l a obra de Lukács no es solo permitirnos juz­
gar hasta dónde l legó el filósofo en su carrera, s i no la importancia
de una apuesta tal.

De la ética a la revolución y después

Hijo de un d irector de banco, noble de tít u lo comprado, Gyorgy


Lukács nació en 1885, en Bud apest, en ese entonces par te del
Imperio Austro-húngaro.2 Intelectual e x tre mada mente p recoz, se
orienta ráp i da mente hacia e l a r te (en particu la r la literatu ra y e)
teatro) y la filosofía. A sus primeras i n fluenc ias, que lo acompaña­
rán hasta más a l lá de HCC, D ilthey y Sim mel, se su ma ráp idamen­
te Max Weber. Su pri mera 11ideología" es la de un "romanticismo
a nt i-cap ital ista" que se entus iasma con el tea tro de tesis, de fuer­
te impronta socia l: Gorki, Ibsen, Strindberg, Chéjov, Hauptmann,
son representados en el Teatro Tha lia, fundado por él y por Sandor
Hevesi. Escribe mucho y, bajo la i n fluencia de su "maestro", Simrnel,
da a l u z su pri mera obra importante, la Historia evolu tiva del drama
moderno, en 1911, au nque su fac t u ra data de u nos a ños antes . Por
la m is1na época da a conocer u n l ibro que va a da rle u na pr i me­
ra fama europea, El alma y las formas. Todav ía bajo esta i n fluencia

2Todos los datos de est a pequeña b iog rafía fueron tomados de l as d i feren­
tes referencias del propio Lukács así como de Lic htheim, George: Lukács,
Grijalbo, México, 1973; Kada rkay, Arpad: l.tThe demonic self: Max Weber
a nd Georg Lukács", en Hungarian Studies, nº 9, 1 994; Ara to, Andrew: "Georg
Lu kács: la b úsqueda de un sujeto para la revoluc ión", en A rato y otros: El
triunfo ruso y la revolución p roletaria, Paidós, B uenos A ires, 1974. Resu lta
.. y M ig uel
útil para g u ia rse, la cronología p reparada por A nto n i no l n fra nca
.
Vedda en I nfranca, A nto n i no y M ig uel Vedda: Gyorgy Lukács. Etica, estética
y ontología, Colihue, Bs. As., 2007.
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s i m melia na va a partic ipar del "Círc u lo de los dom ingos ", en el que
se reúne con futuro s intelec tua les de renom b re, como Jozsef Révai,
Bela Fogar asi, Ka rl Mannhe im y Arnold l-fauser. Se vincula tam­
b ién, como a lu m no, con R icker t y Wi ndelb a nd.
Su atracció n por el marxism o com ie nza tempran o. Ya en 1908
está leyendo El Capital, aunque con un i nterés merame nte acadé­
mico, si se p uede decir, en tanto qu iere s implement e dar u n fun­
damento socioló gico a su trabajo sobre el d ra ma moderno. Para el
futuro filósofo marxista, Marx era más que nada un sociólogo a fí n
en a lgún grado a s u s maestros. Lukács segui rá leyendo latera lmen­
te a Marx, influido por Hegel y por el si nd ical ismo revoluciona rio,
en particular por la filosofía de Sorel y por la activ idad política de
Ervin Szabó, dirigente de la oposición de izqu ierda de la social­
democracia húngara. A esa mezcola nza, que Lukács gra fica con la
i magen faustiana en la que dos a l mas moran en el mismo p echo, se
le p uede agregar su pasado k ierkegaardiano y el descubrimiento
de Rosa Luxemburgo. Así, el filósofo oscila dura nte toda l a Primera
Guerra Mundia l entre el marxismo y la polít ica, por un lado, y el
idea l ismo ético, por el otro.
La guerra lo encuentra casado con u na terrorista rusa y publi­
cando otro l ibro i mportante de su etapa pre-ma rxista: Teoría de la
novela. Es por esta época que va a comenza r una reflex ión más seria
sobre la l iteratura marxista, actitud que se va a coincid i r con la de un
a m igo recientemente adqui r ido: Ernest B loch. La contienda bél ica
acelera su desarrollo polít ico e ideológico, proceso que term ina con
la Revolución rusa: en 1918 Lukács se a filia a l Par tido Comun ista
Hú ngaro, bajo la influencia política de Rosa Luxemburgo.
Es en este momento que comienza la redacción de varios de los
textos que culmina rán en HCC, que van a estar marcados por su
debut en la pol ít ica práct ica. M iembro importante del comu n ismo
hú ngaro, al punto de ser el redactor de la revista teórica del par tido,
Internationale, va a alcanza r el cargo de Ministro de Educación bajo
la Repúbl ica de los Consejos, creada en 1919. Será tamb ién com isa­
r io político en el ejército, en la Quinta D ivisión Roja. Su fri rá perse­
cus ión a la ca ída del gobierno de Bela Kun, de la que escapará gra­
cias, entre otras cosas, a la i n fluencia de su padre y de u na ca mpaña
internacional que logra sacarlo de l a cárcel a fines del m is mo a ño.
Durante toda la década del '20 Lukács m i litará en la reorga n i­
zación y en la lucha progra mática dentro del partido húnga ro y
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en l a Tercera Internaciona l. En Hu ngr ía for mó p arte d e l a fracc ión


Land ler, opuesta a la de Bela Kun, a la que Lukács acusa rá de sec­
ta r ismo, m ient ras que en la Internaciona l será u na de las voces ca n­
ta ntes de la fracción de los comun istas de izqu ierda, aquellos a los
que Len i n denos ta rá como "in fa nti lismo u ltra izqu ierd ista". En ese
contexto nace HCC, que p rovoca gra ndes debates en a mbos á mbi­
tos, muy atacada en pa rtic u la r en el V Congreso de la Internaciona l
por Zi noviev. Después de estas críticas, siempre a su posic ión
"u ltra", Lu kács i n icia su "reconcil iación con l a rea l idad", u n perío­
do en el cua l se a l i nea con Sta l in en pol ít ica i nterior (acep ta el soc ia­
l is mo en un solo país) mientras en lo i nternac ional se tra nsforma en
un defensor del frente popula r contra la línea "clase cont ra clase".
Precisa1nente por esta l ínea adoptada, Lú kacs aba ndona rá la
pol ítica activa a com ienzos de los '30, luego de que debiera ret racta r­
se a nte el partido húngaro por sus "Tesis de Blu m", donde exponía,
en 1928-29, u na línea frente-popular, que recha zaba la pos i b i l idad
de u na nueva república de consejos pa ra Hung ría y recon1enda­
ba la d ictadu ra democrática de obreros y ca mpesinos. Ex il iado en
Moscú, com ienza una v ida ded icada a l trabajo intelectua l j unto a
Riazanov y a M ijai l Lifschitz. Dura nte los a ños '30 forma par te de la
Academia de Ciencias de Moscú, realiza ndo u na lab or pub l icística.
No se sa lva de contradicciones con el s ta li n is mo, pese a que ava la
los p rocesos contra los "tra idores", sobre todo cuando se origina, en
tor no a sus posiciones, la p olémica sobre el real ismo, en 1939-40.3
Tras la guerra, Lukács vuelve a u na Hungría ahora comun ista
como p rofesor de l iteratura en la Univesidad de Budapes t, donde
no ta rda en rea l i za r u na nueva autocrít ica, acusado de revisionista,
en 1949. La autocrítica le vale el reconoci miento del rég imen, ya que
hasta la muerte de Sta l i n será m iembro qel p a rla mento húngaro, de
la p residencia de la Academia Húngara de Ciencias, del Consejo
Naciona l del Frente Popu lar Patriótico y otras i nstancias por el esti­
lo. Por esta época mantiene una intensa polém ica con Sartre a pro­
pósito del existencialismo y com ienza n a p u bl ica rse a lgu nas de
s u s obras importantes: Goethe y su época, El asalto a la razón, El jóven
Hegel. Va rias de ellas han tenido ya u n largo p roceso de gestación o

3Para a ñadi r un texto más a la enmarañada selva de relaciones contrad ic­


torias entre Lukács y el stalinismo, al menos en lo q ue concierne a la "polí­
t ica estét ica", véase Gallas, Helga: Teoría marxista de La Literatura, Sig lo XXl,
Bs. As ., 1973.
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han aguardado dormidas durante décadas. Esta creciente presen­


c ia internacional se va a ver, simu ltáneamente, frenada y catap u lta­
da por un hecho crucia l en su carrera intelectua l. Es que Lu kács ha
v uelto a la v ida pol ítica en 1956, con la revolución húnga ra, como
Ministro de Educación popu lar del gobierno de Imre Nagy y se ha
salvado de la p ena de muerte, tras su caída, gracias a su fama y a l
haber votado contra la separación del Pacto d e Varsov ia. N o s e lo
exime, sin embargo, de pasar u n año desterrado en Rum a n ia.
Decíamos que su presencia intelectual i nternaciona l se frena
por su detención, p ero al m ismo tiempo se catapu lta: si Lu kács
no hubiera p a rticipado del gobierno Nagy p robablemente hubiera
pasado a la historia como un sta li nista i ntel igente que supo tener
su fiebre juven i l y nada más. Pero 1956 de a lguna ma nera suelda
HCC con el a nti-stal i nismo y realza su figura como la de u n exi l ia­
do interior, como aquel que resistió entre las fauces m ismas de la
b estia. Como veremos, ni muy muy ni tan tan.
La acrecida fama del filósofo conocerá entonces un nuevo v igor.
A lo largo de los '60, comienza la publicación de sus obras com­
pletas, mientras se p roduce el "renacimiento" de u n texto que le
resulta urticante y molesto, al punto de compararlo con su produc­
ción p re-marxista: una reedición francesa de HCC, en 1960, lo obl i­
ga a un distancia miento público de su libro más famoso, dando a
luz u na autocrítica en la revista Arguments. Esa condena se reite­
rará, más enfática aún, cuando se lo edite como parte de sus obras
completas, en 1967. Como el lector podrá observar, el "Prólogo a
la presente edición" es particularmente devastador. Contrapone, a
ese exceso inaugural, una obra que tendrá carácter de monumento
póstumo y que será escasamente valorada incluso hasta el día de
hoy: la Ontología del Ser social.
Sus ú ltimos años los pasa como figu ra de consu lta i nternac iona l
por parte de la nueva generación de revolucionarios, entre los que
se encuentra n, para su desgracia, no pocos admiradores de su obra
juvenil. El régi men lo reincorpora a l Partido Socialista Hú ngaro de
los Trabajadores y le r i nde honores, en particular, la Orden de la
Bandera Roja en el cincuentenario de la república de los consejos de
1919. Muere en 1971, dejando inconcluso su ú ltimo l ibro, que mon­
ta, sin emba rgo, unas 1 .600 páginas. E ntrega ta mbién un ú ltimo
docu mento de sobre su perspectiva pol ítica, el lla mado Testamento
15

político, en el que descree de las posibi l idades reform i stas del régi­
men húngaro, aunque no de la reforma del sistema comu nista.4
Esta necesariamente brev ísi ma exp. o sición de la trayectoria pol í­
tico-intelectua l de Lu kács nos permite, aún así, trazar u na s ilue­
ta del personaje. La evolución de Lu kács muestra la capacidad de
atracción del proletariado revolucionar io p uesto que era ya un inte­
lectual reconocido cuando se incorpora al marx ismo. La evo lución
de ese mismo proletariado también explica la natura leza de sus
opciones p olíticas. Dicho de otra manera, se p ueden arg ü i r motivos
sicológicos o de otro tipo para sus cambiantes actitudes5, p ero esas
opciones solo se comprenden en el marco del p roceso de lucha de
clases mundial y de las fuerzas políticas que se d isputan ese cam­
p o. Es decir, no p uede comprenderse la evolución p olítica e i nte­
lectual de Lukács sin examinar la exp eriencia que marcó a varias
generaciones incluyendo la suya, la Revolución Rusa.

Lukács y la Revolución Rusa

Como ya d ijimos, en la l iteratura ya u n tanto copiosa, que d is­


cute la relación e ntre Lukács y el sta l i nismo, se p roduce una osci la­
ción p ermanente entre la condena y la reinv indicac ión. Como vere­
mos al fin a l, el p roblema no es la rel ación Lu kács-Stal in s i no las
opciones que se abren con la emergencia de la U RSS y el estanca­
m iento de la revolución mu ndia l . Exam inemos primero las p osi­
ciones en torno a l fi lósofo hú ngaro y luego volvamos sobre esas
p erspectivas.
Los polos de esta dual idad crít ica podría n sinteti za rse en dos
autores que reúnen el conjunto de las p osiciones señaladas: Nicolás
Ter t u l ia n, por el lado " hagiográfico", y George Lichtheim, por el
lado "crít ico".6 Empecemos por éste ú lt i mo.

4Véase I n franca, Antoni no y M iguel Vedda (comp.): Gyorgy Lukács.


Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía, Herramienta, Bs.
As., 2004.
5Ejemplos de este abordaje s icologista pueden encontra rse en Kadarkay y
L ichtheim . No muy alejado de el los se encuentra Agnes Hel ler ("Lukács
y la Sag rada Fami lia", en Fehér, Hel ler, Radnoti, Tamas, Vaj da: Dialéctica
de las formas. El pensamiento estético de la Escuela de Budapest, Pen ínsu la,
Barcelona, 1987).
60el lado c r ítico podemos ubicar a los ya citados Kadarkay y Lichthei m,
16

Como dato general, Lichtheim t iende a menosp reciar la auto­


nom ía del pensam iento lukacsiano con respecto a sus opciones
políticas, tendiendo a invert i r el p resupuesto del que par ten sus
defensores: para éstos, Lu kács p i ensa así, luego actúa así; para los
opositores, Lu kács actúa así, luego p iensa así. El resultado es que
la fi losofía y la crítica l iterar ia del autor de HCC son, desde el pun­
to de v ista lichtheim ia no, la conclusión lógica d e sus contorsiones
políticas. Pretende coloca rse en un luga r "objetivo", pero la sensa­
c ión que queda luego de l eer el l ibro es que Lukács no ha sido otra
cosa que u n ma laba r ista, bri l lante, pero muy lejos de la orig i na l i­
dad del gen io crea dor de ideas potentes. Así, por ejemplo, m ien­
tras dice negarse a c reer a fi rmaciones demasiado hosti les a nuestro
filósofo, suscribe a l menos latera l mente la opi n ión de V íctor Z itta,
que acusa a Lu kács de ser u n fracasado como d ra maturgo y poe­
ta y buscar la fa ma fáci l como cr ítico. Es cierto que Lichteim reco­
noce el valor de sus obras juveni les, au nque a l p recio de conside­
rarlas poco ma rxistas. Esa origina l idad, que se coronó con HCC,

además de a D avid Pike, Leszek Kolakowsky y Ala i n Bross at. Tal vez el
q ue representa mejo r esta línea, por l a forma extrema en que lo plantea es
Edison Salles , que simplemente descarta a Lukács por no haber sido t rots­
kista (Salles , Edison: "Notas sobre Lukács y el stali nismo", en Estrategia
internacional, nº 25, diciembre de 2008). En po siciones decididani.ente
hag iográficas se pueden enlistar a L owy, M ichael: "El marxi smo de la sub­
jetivid ad revolucionaria de Lukács", en Herramienta, nº 34, marzo de 1937, y
Tertulian, Nicolás: "Georg Lukács y el estal i nismo" (asequi ble en internct
en Archivo C hile). L a posición más ext rema la representan aqu í los com­
pilador es de u no de los libros comentado por Ediso n Salles cuyo títu l o
habla p o r sí m ismo: Lukács, un Galileo en el siglo XX, de Ricar do A ntun cs
y Walquiria Leao Rego (Boitempo editorial, San Pablo, 1996). Tamb ién, en
ese exceso, Koh an, Néstor: "La filosofía y el fuego : Lukács ante Len in",
prólogo a Lukács, Georg: Lenin, la coherencia de su pensamiento. En p osicio­
nes más mo deradas , aunque reivind ic ativas, Sacri stán, Manuel : ''Sobre el
'm arxismo orto doxo' de Gyorgy Lukács", en Realitat, n!J 24, 1972 (Sac r i stá n
será un estudios o traductor y t am bién respons able del conoc i m ie nto de
Lukács en lengua español a. Véase Lema Añón, Carlos: "Manu el Sacri stá n
y l a recepción españo l a de Gyorgy Lukács", en Universitas, n º 7, enero de
2008) e Infranca A ntonino: Trabajo, individuo, historia. El concepto de trabajo
en Lukács, Herramient a, B s. A s., 2005 (e ste ú ltirno resu lta e l trabajo ni.ás
i nteresante sobre l a fi l o sofía de Lu kács y su a utor un conocedor notabl e
de su obra).
17

term inó rápidamente: el Lenin constituiría su primera "retracta­


ción". Obvia mente, la segunda es la que corresponde a las Tesis de
B lu m, pero Lichthei m seguirá de cerca cada u no de estos momen­
tos, casi se d iría, con fruición. A pesar de afirmar su "comprensión"
pa ra con aquel que tuvo que actuar bajo "uno de los regímenes más
du ros y agobiantes que haya conocido el mundo", que "a penas si
le permit ió conservar la cabeza fuera del agua", no resiste cita r sus
elogios des medidos hacia Stalin, sobre todo en la cuestión de l a teo­
r ía del lenguaje. Se puede resum i r la posición de Lichthei m en el
siguiente párra fo: " Lukács se ha puesto muchas másca ras du ra nte
su vida y ha llevado a cabo actos de desengaño ca lcu lado, d e aco­
modo y hum i l lación incluso muy notables para los niveles med ios
del a mb iente que él m ismo escogió."
No signi fica esto que Lichtheim no vea en Lukács nada de va lor,
pero ciertamente lo coloca muy por debajo de lo que quienes sost ie­
nen la tesis opuesta aceptarían:

"Si -c ontr ari an1ente a lo qu e creen su s admirad or es - n o se ha convert i do


en el 'Marx de l a estética', forz os o es recon oc er, en c am bi o, que ha hecho
p or su tem a p refe rido lo qu e D ilthey hizo p or K ant y Hegel: si stemat i zar
un cuer p o de ideas que en u na ép oc a fueron nuevas y rev olucion ar ias,
p on i éndol as así a d i s p os ició n del c ons umo académ ic o. L o que n o es c i ert a­
mente un resultado desdeñable, s obre t odo si se tiene en cuenta q ue en l as
ép ocas c r ít icas u oscuras se precisa u n especi al entrenamiento escolá s tico
para elevar a l os reci én l legado s a un nivel en el que les s ea p osi ble con fe rir
un s e nt i do a l a cultura que h an here dado. Si a l a p ostre vini er a a rcsu ltar
que Lukács h a conseguido sal v ar unos p oc os rest os de l a ci vi li zación q ue
consumó su hu ndi m ie n to a raíz del '14, sus p ecad os de omisión y con1i­
sión serían, si n duda, j uzgados con indulgenci a p or l os hi stor i adores."7

D iga 1nos que los defensores de Lukács esp eraba n más que u n
esp e ci a l is t a en es tét ica. Más bien se esperaba de él que const ruye­
ra las bases fi losóficas del marxismo, es dec i r, que fuera su Hegel .
Pero pa ra L ichtheim este es e l mayor elogio del que es capaz: el
"D i l t h ey de Marx". Podríamos seguir exa m i na ndo su texto pero
nos encontra ría mos con más ejemplos de este ti po: ju ic ios sup er­
ficia les s i n m ayor a p oyo emp írico. Con10 m u c hos de l os c itados en

7Lichthcim, op. cit., p . 157.


18

la nota correspondiente, no hacen mucho más que repe t i r el ju icio


de Adorno:

"Más t arde, en el período corres pond iente a los vei nt ita ntos años del
autor, el objetivismo emp ezó a do blega rs e, aunque no sin conflictos en un
principio, a la doctr i na comu nista oficial, y Lukács renegó, como se esti ­
l a en e l bloque oriental, d e aqu ellos escritos juveniles, uti l i zando d e u n
modo abusivo los argu mentos hegelianos para justific ar l a forma e n que
hizo propias las obj eciones de carácter más superficial y accesorio esgri­
midas por l a jerarqu ía del Pa rtido y las volvió contra sí mismo, esforzán­
do se despu és, du rantc d ecenios, en 1 i bros y conferencias, por r educir su
pens amiento al nivel d esmoral i zador del seudo pensan1i cnto sov i ético,
que había envi lecido la fi losofía, degradándola al o ficio de si mple instru­
mento del poder."8

Los defensores de Lukács suelen caer en el p u nto de vista opues­


to: la justificación de todos y cada uno de sus actos, nega ndo su
fil iación "stal in ista", au n cua ndo ésta resulte más que evidente. Es
el caso de Nicolás Tertu l ia n . Tertu l ián d istingue dos va riantes de
la oposición a los regímenes del este: l a de los d isidentes e migrados
(Sajarov, Havel, Kolakowsky o Soljen itsin) y l a "contestación inte­
r ior" (Brecht, B loch y Lukács). Lukács habría sido, entonces, el más
consecuente de los anti-esta l i nistas, en la teoría y en la p ráctica:

"Resulta ría aventurado afirmar que el hu nd i miento del mundo comunista


hubier a sor prendido a Lukács. El autor de la Ontología del ser social consi­
deraba que los regímenes de Eu ropa del Este, fijados en su t riun falismo
y afectado s por una indigencia estructu ra l, est aban en un tiempo conde­
nados, y que había que proce der u rgentemente a su reforma en profun­
d id ad para salvar la elección de un por venir social i sta. Tiene el m ismo
sent i do que el combate l ibrado du rante l os últ i mo s qu ince a ños de su v ida
por el filó sofo que sigue fiel a l compron1iso tornado en su j uvent u d. Po r

8Adorno, Theodor: " Lukács y el equívoco del realismo", en Lu kács,


Georg e, Theodor Adorno, Roman Jak obson, Ernest Fi sher y Rol an d
Barthes: Realismo: ¿mito, doctrina o tendencia histórica?, Ed ito r i al Tiempo
Contemporá neo, Bs. As., 1969, p. 39. Para un anál isis de la rel ación Lukács ­
Adorno, e l lector puede con sultar "Vi venci a trá gica o plen itud épica: u n
capítu lo del debate Lu kács-Adorno"., de Mig uel Vedda, en Vedda, Miguel:
La sugestión de Lo concreto. Estudios sobre teorín Literaria marxista, G arla, B s.
A s. 2006.
19

esto, había que golpear el ma l en su origen, en ot ros términos, ded icar­


se a l descubrimiento de un ideal de libertad, de erna nc ipación y de justi­
cia por reg ímenes que prete n dían servirlo. Al imenta ndo l a convicción en
u n sentido premonitorio de que esta pervers ión del marxismo que es el
stal i nismo, represent a un pel ig ro morta l para la causa del soc ia l ismo, el
fi lóso fo se ded icó apasionadamente a denu ncia r el abismo que s eparaba
la teoría y la práctica de Sta lin del espíritu del marxismo. ( . . . ) Ni Ernest
Bloch, ni Hen r i Lefebre, ni Lou is Althus ser, ent re los filós ofos ma rx istas
contemporáneos inev itablemente obsesionados por el fantas ma del sta l i­
nismo, han desar rollado una reflexión ta n profu nda sobre la natu raleza
del fcnómcno."9

Tertu l ia n se es fuerza por demostrar la existencia de u n ant i­


sta l in ismo "críp t ico" i ncluso en los tex tos de la década del '30.
Exam i na ndo el episodio más r idículo de las p retenciones inte­
lectu ales de Sta l i n, el congreso de filosofía organ i zado por él en
Moscú, Tertulian se sorprende de la simpatía mostrada por Lukács,
quien lo consideró i ncluso u n evento que causó u n buen impacto en
su p ropia obra. Sorprend ido, su defensor se pregunta:

" Desconcertante, en efecto, la posición de Lukács. ¿Acaso su sat isfacción


ante ciertas o rientaciones i n fu nd idas por el d ictador a la filosofía soviéti­
ca al principio de los años t reinta i mplica la aprobación del Sta linismo en
ta nto que doctrina y práctica política?"

Y se responde:

"Con la perspectiva histórica, seg u ra mente se le puede r eprocha r el haber


subestima do las consecuencias sobr e l as actividades del espírit u d e esta
victoria manipulada. Pero siempre con la pers p ectiva histórica, no se p ue­
de imped i r el obser va r que las conclusion es del d eb ate iban en el sentido
de su propio camino . El rechazo de la 'ortodoxia' plejanoviana: el hecho
de conceb i r al marxismo como u na fi losofía radicalmente nueva, con voca­
ció n universal, la valoración de la aportación de L en in, p arecían opciones
comu nes al 'hombre de Estado' y a l 'filósofo ', lo que autorizaba a éste últ i­
mo a declararse satisfecho; la real idad va a demostrar que no había n opta ­
d o p o r l o m.isrno."

9Tertu l ian, o p. cit. También Edison Sa l les (op. cit.) rema rca estas contradic­
ciones de la defensa de Tertu l ia n .
20

El filósofo y el "hombre de Es tado' coi ncid ía n, a l menos


fi losóficamente:

#Lukács consideraba que Plejanov sob resti maba la i n fluencia de Feuerbach


sobre el joven Marx que estaba forja ndo su p ro p i a fi losofía. Defender la
i nterp retación de Len i n contra la de Pleja n o v era pa ra Sta l i n una manera
de man i festar su "ortodox ia': para Lu kács, era una manera de recupera r la
herenc ia hegel iana, de subraya r la i mporta ncia del gran fi lósofo (ocultada
por u n exceso de 'feuerbachis mo') en la génesis del marxismo (el enfoque
a nt i-meca n icista de esta posición no se le escapa hoy a nad ie)."

Tertul ian concluye que el n1arx is mo anti-mecan icista que bro­


ta de la superación de Plej a nov y que va a con s t itu irse en el cora­
zón de sus-obras maduras (la Estética y la CJntología del ser social) ya
está p resente.aqu í, aunque no se a n ima a reconocer la consecuencia
lógica de su argumento: entonces, Sta l i n es el ""pad re" de la renova­
ción marx ista, al menos por su "'posit iva" influencia sobre Lukács.
Podría mos segu i r exam i na ndo el texto de Tertulian, para encontra r
formas cada vez m á s imag i nativas d e extirpa r del itinerario lukac­
s iano el i nev itable tumor sta l i n ista. Es cierto que s u crítica a los
enem igos del filósofo húnga ro (Kadarkay, Adorno, Kola kowsky)
resu lta convincente; tan cierto com o endeb le es su defensa del "'a nti­
stal inismo" de Lukács. A qu ien defend ió el Pacto Hitler-Sta l in, los
j uicios de Moscú, la política del Frente Pop u la r y se pronu nció apo­
logét icamente en m ás de u na ocasión, ¿qué le falta para ser consi­
derado u n stalinista? Un s talin ista crítico, pero s ta l in ista al fi n . Un
sta l inista inteligente, pero sta l i ni sta al fi n. No resu lta casualidad,
entonces, que Lukács solo criticara a Sta l in después de su muerte.
Es obvio que u na a lternat iva como la elegida por el autor de
HCC puede ser criticada en particula r o en general. Pero no hay
dudas de que su sta linismo es con siderado u n problema difícil de
maneja r i ncluso por sus más ard ientes defensores. Aun un d iscíp u­
lo de Lukács part icu larmente res petab le, como Itsvan Métszáros,
cuest iona (aunque no refiriéndose a él d irectamente) este planteo
en palab ras que le caen perfecta m ente a su maestro:

"No es posib le tomar en serio la hipótesis p resentada como autoj usti fica­
toria según la cu al el poder pol í t i co del Estado p ost-revoluciona rio so lo
se ma ntend ría -y aun se reforza r ía- asu m iendo una función inter nacio­
nal, en el sentido e n que la rep resión ser ía necesaria en v irtud de l 'cerco';
21

según la m isma hipótesis sería el único medio de defender concretamente


las conqu istas revolucionarias contra la agresión exterior y su zaga, la sub­
versión i nterna. La h istoria habla en términos claros: ese 'enemigo i nterno
o externo' que sirve para justificar la natura leza del poder pol ít ico en la
sociedad post-revolucionaria no es más que u na doctrina pel igrosa que
toma la parte por el todo para transformar una determinación parcia l e n
justificación a priori de lo injustificable: la v iolación i nstituciona l izada de
los más elementales derechos y valores socialistas." 1º

Es c ierto que el p ropio Mészáros reconoce en el m ismo texto que


Lu k ács se adela ntó a l problema con u na reflexión aguda y, en fecha
tan tempra na como 1919, fue muy conc iente de las consecuenc ias
a futu ro. Cita incluso u n párra fo que resu lta muy d i fíc i l dejar de
ignora r, a pesar de su tamaño:

"'Está claro que los fenómenos más opresivos del poder obrero -escasez de
bienes de consumo, precios elevados, del que cada proletario conoce per­
fectame nte las consecuencias inmediatas- son la consecuencia directa de
un ami nora m iento en la discipli na del trabajo y de una baja importa nte
de la producción. Los remedios, y la mejora que de ellos se derivará pa ra
el nivel de vida del i ndividuo, podrán adm i nistrarse cuando se hayan eli­
m inado las causas de esos fenómenos. Lo que puede hacerse segú n dos
modalidades. O los ind ividuos que constituyen el proletariado se dan
c u en ta que solo pueden ayudarse proced iendo a u n reforzamiento vol u n­
tario de la d isciplina del trabajo, por lo tanto aumentando la producción;
o, si no son capaces de esto, crean instituciones capaces de dar nacimiento a ese
esta do de cosas. En este últi mo caso, crean u n s istema legal por medio del
cual el proletariado obliga a sus propios miembros i nd ividuales, los prole­
tarios, a actuar de una manera que corresponde a los i ntereses de su clase:
el p role t aria do vuelve la dictadura contra sí mismo. Esta medida es necesaria
para la supervivencia del proletariado cuando el j usto reconocimiento de
los intereses de clase y la acción voluntaria e n su favor no existen. Pero
no d isimu len1os el hecho de que este método contiene en sí grandes peli­
gros para el futuro. Cuando es el mismo proletariado el que crea la d isci­
pl ina del t rabajo, cuando el sistema del t rabajo del Estado proletario se
reg u l a segú n u na base moral, la presión exterior que representa la ley cesa
automáticamente con la abol ición de la d ivisió n en clases -es decir, que el

10Mészáros, Itsvan: " La cuestión del poder p o lítico y l a teoría mar x ista",
en AA.VV.: Poder y oposición en las s o c ie dad es postrevolucionarias, Laia,
Ba rcelo n a, 1 980, p. 126.
22

Estado desaparece gradualmente- y esta liqu idación de la división en cla­


ses sociales es generadora de u na verdadera historia de la human idad, que
Marx profetizaba y esperaba. Pero si el p roletariado sigue otro cami no,
hay que crear un sistema legal que no puede ser automáticamente abol i-·
do por el desarrollo histórico. Ese desarrol lo pasa entonces a las manos de
una d i rección que pone en peligro la aparición y la radical ización del fin
ú ltimo. Porque al s istema legal que el proletariado está obligado a crear de
esta manera hay que darle la vuelta y, ¿qu ién sabe qué conv ulsiones, qué
heridas causará u na transmisión que l leva rá por ese camino del reino de
la necesidad al de la l ibertad?"1 1

E l artícu lo lukacsiano, que l leva el sugest ivo títu lo de " La mora l


en la producción comun ista", se adelanta no solo a l desarrol lo fut u­
ro de la URSS, s i no a la problemática del " hombre nuevo" del Che.
Es prueba de que Lu kács asu m ió esa apuesta con plena conciencia
de los peligros que i mp l icaba. Muestra ta mbién que la opc ión que
el ige durante los '20 corresponde a una serie de problemas sobre los
que v iene reflexiona ndo desde mucho a ntes del ascenso de Sta l i n y
que, por lo tanto, corresponden a su prop ia madu ración i ntelectua l.
El sta l ini smo de Lukács (como el de casi todos los sta l i ni stas) no
es u na s imple man iobra acomodaticia n i el resu ltado del "terror".
Consiste en la aceptación de las consecuencias lógicas de u na
apuesta h istór ica: el socia l ismo en u n solo país . Una deformación
lamentable de la conciencia h istórica hace que t ienda a concebi rse
a l sta l i n ismo como la expresión de un p uñado de asesi nos b rutos e
i ncapaces. Que ese puñado de bestias ignorantes transforma ra a la
U RSS en la segunda potencia mu ndial, p usiera al pr i mer ser huma­
no en órbita, dejara la mayor cosecha de c ientíficos que se conozca
y l legara, no solo a vencer a l fascismo s ino incluso a dom i nar más
de un tercio del mundo, es a lgo que debiera ponernos en guardia
a la hora de sop esar su fu nción y su potencia h istóricas. En efecto,
no avanzaremos nada en la comp rensión de la h istoria y del lugar
de personajes como Lu kács, si parti mos del p reju ic io de que nada
que haya ten ido contacto con e l sta l i n ismo p uede ser cierto, ú t i l
o verdadero. Dicho de otra manera: Lu kács pod ía ser u n p erfecto

11 Ibid.,p. 134. Las cursivas son de Mészá ros. Una mejor t raducción j unto
con e l texto completo ("El papel de la mora l en la producción comunista " ),
puede encont rarse en Lukács, Gyorgy: Táctica y ética, El cielo por asa lto, Bs.
As., 2005, p. 66-67.
23

stalinista y, sin embargo, resu ltar en un filósofo notable y u n crítico


de la l iteratura bri l lante; Lukács pod ía ser u n p er fecto sta li n ista y,
aun así, legar a la posteridad revoluc iona ria obras maestras como
El asalto a la razón u Ontología del ser social. Como veremos, estaba
lejos de ser u n "perfecto" s ta li nista, tanto como de deja r de serlo
por completo.
Para comprender el p roblema, es necesario rechazar la opción
que mencionamos más arriba: no negar la relación obvia entre pol í­
tica y filosofía, p ero no entenderla bajo la forma idealista i lustrada
(hace lo que piensa) ni bajo la p ostura maquiavélica (piensa lo que hace)
sino en u na mirada más cercana a lo que Michael Lowy l la n1a "afi­
nidad electiva"12: hay algo en común entre Lukács y el stalin ismo
que, malgrado sus d iferencias, los mantiene u nidos. Hay qu e retro­
ceder, entonces, hasta el momento en el que se produce esa alianza,
el momento del "gran debate".
Deutscher describe bien el clima en el que va a darse la polémi­
ca sobre el futuro soviético:

"'Debajo de esta act itud si co lógic a , que estaba limitada a los gobernantes,
había u na corriente oculta mucho más amplia: el Partido y las clases tra­
bajadoras se hab ía n cansado de esperar la revolución i nternacional que
hab ía sido el pan de cada d ía del bolchevismo. Esa expectativa se había
visto frustrada en 1917, 1918 y 1920. Volvió a a lentar en 1923, con motivo
de la agitación en Alemania. Esta vez el a pl a z a m ie nt o de la esperanza des­
corazonó a l Par tido. 'La clase obrera europea nos está abandona ndo; le
pre sta oídos a sus d i rigentes socialdemócratas y t ie mbla sobre el puchero
del capita lismo': tal era, aproxi madamente, el comentario de m ás de u n
obrero politizado a l enterarse d e l o que s uced ía en e l Occidente. L a idea de
que, a pesar de todo esto, la s uer te del comu nismo ruso d ebí a considera r­
se dependiente en ú lti mo término de la victoria o la derrota del comu n is­
mo en el extra nj ero, era una idea i rritante, e i ns ep a ra ble de la 'revolución
permanente' de Tro tsky. (. . . ) El rasgo verdaderamente t rágico de la socie­
dad rusa en la década de los vei ntes era su anhelo de estabilidad, muy
natu ral después de sus exper iencia s recientes. El futuro no pare cía depa­
rarle mucha estab i l idad a n i ngún país, pero a Rus ia inenos que a cual­
quier otro. Sin embargo, el deseo cuando menos de un p ro lo n g ado res­
piro en l as empresas arriesgadas vino a ser la mot ivación dom ina nte de
la política rusa. El socialismo en u n solo país, tal como fue i nterpretado

12Véase Lowy, Michael: Rede nción y utop ía, E d i c io nes El cielo por asalto, Bs.
As., 1997.
24

p rácticamente hasta los ú ltimos a ños de la década de los veintes, ofrecía


una p romesa de estabilidad."13

Todo el mundo era conciente de esa situación, lo que no signi­


ficara que tuviera la m isma solución en mente. Que Lu kács es más
conc iente que el propio Stalin de la s consecuencias de esa dec isión,
lo demuestra n sus Tesis de Blum, que no son más que la a nticipación
del Frente Popular, la estrateg ia udefensista" más adecuada p a ra
la Revolución de Octubre desde el á ngulo del sta linismo. Con esta
defin ición de punto de partida, las actitudes de Lu kács hacia los
j u ic ios de Moscú o hacia el Pacto Hitler-Sta l i n, resu ltan pefecta­
mente coherentes. También sus actitudes "d isidentes", i ncluso las
·
más críp ticas, son entendibles e n este marco: Lu kács ucree" en 1a
revolución y sus conquistas, de modo que no ve necesa r ia n i ng u na
"revolución política", sino más b ien u na refor ma. No ve en e l sta­
l i nismo y su triunfo un pel igro contrar revo lucionario. En el peor
de los casos, el stalinismo se le ocur re más bien u n conservadu­
r ismo. En el prólogo del '67, Lu kács considera al sta l in is1no como
u n "secta rismo" conservador y burocrático cuya func ión es i ni.pe­
d i r toda reforma. Toda reforma de u n s istema "reforn1able", no el
destructor de un proceso cuyo resu ltado no puede ya cons iderarse
"conservable".
Deutscher señala, en su biogra fía de Trotsky, que la a na logía
con la Revolución francesa estaba a la orden del día en la década
del '20, sobre todo en sus momentos cul m inantes: ¿era Sta l in la
conti nu idad del momento jacobi no o m ás b ien el representante de
Term idor? Lu kács s upone lo p r i mero; Trotsky lo segundo. Eso d i fe­
rencia sus actitudes. Obv ia mente, l a consideración correcta depen­
de de la opción que se el ija entre la revolución permanente y el
soc ialis1no en un solo pa ís. Lukács acepta como pos ibi l idad esta
últi ma, porque no ve que el ciclo revoluciona rio se reanude en b re­
ve ni que la URSS p ueda hacer nada pa ra modi ficar esa si tu ación.
D icho de otro n1odo, Lu kács no ve, con10 sí lo hace Trotsky, el p apel
activo del sta l in ismo en el proceso de estanca m iento de la revolu­
c ión mu ndia l. El sta l i n ismo es, en l a m i rada de Trotsky, el res u lta­
do de la derrota de la Revolución de Octubre no en el plano i n me­
diata n1ente n1ateria l si no en el de la conciencia. Lo que d i ferencia a
Trotsky del sta l in isn10 (más allá de otras cuest iones en este pu nto

13Deutscher, Isa ac: Stalin, Era, México, 1965, p. 273-274.


25

menores) es su diferente va loración de la potencia de la revolución.


Trotsky no es c iego frente al p rogresivo a islamiento mundial y a l
crec i miento del fascismo. Todo lo contrario: la crít ica de la política
clase contra clase lo l leva a formu la r el Frente único. Lo que carac­
teri za a la posición de Trotsky es que aun en un contexto de reflujo
la U RSS puede tener un rol activo en el cambio de las c ircunstan­
cias internacionales, i ncluso adoptando u na estrategia 11defensista".
Lukács tiene, a este respecto, la m isma concepción anti-dialéctica
que el sta l i nismo, para el cual la defensa es la defensa y el ataque,
el ataque.14
Lukács critica a Sta l in por la estrategia clase contra clase. Pero
en vez de optar por el Frente ú n ico, las Tesis de Blum van en el sen­
tido del Frente popu lar: dictadu ra democrática de obreros y cam­
pesinos. Sa lta del u ltra i zqu ierd ismo a l reformismo e ntreguista.
Demuestra ser más coherente que Stal in, al precio de ser peor. ¿Por
qué Hu ngr ía no podía desa rrol lar u na "república de consejos"? Por
su estructu ra i nterna, declara el autor de HCC. Pero existiendo la
URSS, no hay n i nguna razón por la cual a lgo así no pueda suceder.
La revoluc ión per manente y l a dialéctica del desarrollo desigual y
combinado se le escapan por completo. Su famosa aceptación hege­
l ia na de la realidad es esto: hasta aquí l legó la revolución, u na idea
que segu i rá repitiendo hasta el fi na l de sus días.15 La reconci l ia­
ción " hegeliana" es a lgo así como "esto es lo que hay", conclusión
que lo e l i m i na de la v ida pol ítica y solo le perm ite i ntervenir en los
momentos en que parece haber u na quiebra, como con las Tesis de
Blu1n o en 1956, t ras la muerte de Stal i n y la Revolución húngara.
Esta evaluación estratégica es más importante para comprender a
Lu kács que la indignación que el crítico pueda mostrar a su resig­
nac ión frente a los juicios de Moscú. Es la apuesta del período la
que hay que comprender. Esta elección es la que está detrás del
pasaje del idealismo de HCC al materia lismo de la Ontología, que
es pa ra lelo al pasaje de la crítica de la socialdemocracia (Kautsk i et.
al), a la crítica del anarco-mao-gueva r isn-io setent ista que se exp re­
sa en el prólogo de 1967.

14Véase sobre este p unto Trotsky, León: Stalin, el gran organizador de derrotas,
El y unque editora, Bs. As., 1974.
15Véase Holz, Hans, Leo Kofler y Wol fgang Abend roth: Conversaciones con
Lukács, Alia nza, Madrid, 1971 .
26

Este reconocimiento del sta l i nisn10 lukacsiano no elimina, como


qu ieren sus enemigos, el va lor de su obra. Paradójicamente, esta
t rayectoria v ita l no solo no es ajena a su t rayectoria fi losófica s i no
que le ha perm itido resumir en su vida y en su filosofía, u na posi­
ción más madu ra (es decir, más marxista): HCC más la Ontología del
ser social. En este sentido es que resu lta verdaderamente va liosa la
actitud de lukacsianos como Antoni no Infra nca, que apuesta a leer
el libro que aqu í presentamos como un momento de un proceso
mayor, solo inteligible a la luz de la Ontología. Es por eso que si HCC
es u n paso fi losófica mente imprescind ible, el mejor Lukács filósofo
es el de la Ontología, a fi rmación que sus defensores niegan p ero que
él mismo expon ía clara mente a quien quisiera oírlo:

"'E n los a ños '20, Korsch, Gramsci y yo m ismo intentamos, cada u no a su


modo enfrentamos con el problema de la necesidad social y con su inter­
p retación mecanicista, herencia de la II I nternacional. Heredamos el p ro­
blema pero n i ng u no de nosotros -ni siquiera Gra msci que quizás era el
mejor dotado de los tres- supo resolverlo. Nos equivocamos y seria un
error trata r de reviv ir las obras de aquel período como si fuesen válidas
en nuestros d ías. En Occidente hay u na tendencia a erigirlas en 'cl ásicos
de la herejía' pero hoy no tenemos necesidad de el las. Los años '20 ya han
pasado y lo que debe preocuparnos son los problemas filosóficos de los
a ños '60. Estoy trabajando act ual mente en una Ontología del ser social que
espero resuelva los p roblemas que planteé de un modo totalmente erróneo
en mis primeras obras, particu la rmente en H istoria y conciencia de clase.
Mi nueva obra se cent ra en la cuestión de las relaciones entre necesidad y
l ibertad o, para emplea r otra expresión, teleolog ía y causa l idad."16

. Esa es la razón por la cua l el "'v iejo" Lu kács está todav ía vivo
a fines de los '60 como una fuerza cuestionadora del pasado y del
presente de los p rocesos revoluciona rios, a ú n cua ndo nunca deje
de ser u n sta l i n ista. A d i ferencia de un anti-sta linismo pasivo, que
se recluye en u na m ística espera, como Adorno, el Lukács de HCC
vuelve a resulta r u na renovada i nspi ración p a ra la nueva genera­
ción revolucionar ia. Sin emba rgo, y a l mismo tiempo, como vee­
mos en el p rólogo de 1967, Lu kács intenta recorda r a esta genera­
ción que la necesidad ta mb ién existe en el mu ndo. No es extra ño,

16
A nderson, Perry: " Entrevista a Georg Lu kács", en New Left Review, 1 971 .
Asequ ible en i nternet en Arch ivo C hi le.
27

entonces, que para esa generación setenti sta el Lukács del nuevo
pró logo resulte decepcio na ntemente conservador. Sin e mbargo, lo
que está a l l í es una advertencia simple: esta nueva generación nece­
sita su Lenin .

His tori a y co nciencia de clase según sus críticos

La recensión de todas las posiciones crít icas en torno a HCC


resu ltaría u na ta rea excesiva para esta i nt roducción. Nos l i m ita­
remos a comentar brevemente a lgu nos rasgos salientes de las que
marcaron el punto de pa rtida de un debate todavía v ivo. Nos i nte­
resan tres i ntervenciones en pa rticula r, porque resumen muchas
de las que vendrían y porque proceden de fuentes poco frecuenta­
das por la crítica poster ior. Nos referi mos a las de Rudas, Deborin
y Mack. 1 7
La apar ición de HCC d io lugar a un debate intenso, enmar­
cado en la lucha contra el "'ultra izqu ierdismo" en el seno de la
Intern acional comu n ista. Recordemos que Lukács era u no de los
pri nc ipales exponentes de esa corriente y que junto con el la había
sido v iolentamente atacado por Leni n en " E l izquierdismo . . .

".1 8
Lukács es mencionado expl ícita mente en otro texto de Leni n,
que tiene el m ismo mot ivo polémico, publ icado en la revista de la
Intern ac ional Comu n ista e n ju nio de 1920, dedicado a comentar u n

17Po r supuesto, el debate en torno a HCC es casi infinito y los textos que
aquí mencionamos se limitan a los más asequibles. Puede encontrarse
una bibliografía más extensa y aba rcado ra en la compilación ya citada de
Vedda e I nfranca ("Bibliografía básica en castellano", en Vedda e Infranca,
Gyorgy Lukács . , op. cit.) y en J ay, Martin: Marxism & Totality, University of
. .

Cal i fornia Press, Los Á ngeles, 1984, cap. 2. Resulta también interesa nte la
d iscusión planteada por John Rees en The Algebra of Revolution ( Rout ledge,
Londres, 1998), en especial, el capítulo 5.
18Lenin, Vladimir: "El 'izquierd ismo', enfermedad i n fa ntil del comu­
nismo", en Lenin, O b ras completas, Cartago, Bs. As., 1971, tomo XXXI II.
Una aproxi mación a l cli ma polít ico en el que se producen estas polémi­
cas y surgen l as d i ferentes tendencias "ultra izquierdistas" p uede verse
en "Teor ía del derrumbe y capita l ismo organ izado en las d iscusiones del
'extremismo histórico"', de G iacomo Ma rramao (en Korsch, Pannekoek,
Matt ick: ¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario ?, Pasado y Presente,
México, 1978).
28

númer o de la revista Komm unismu s. En la ú n ica c ita del revolu cio­


na r io ruso sobr e nues tro filós ofo, se lee:

"'El artícu lo de G. L. es muy izqu ierd ista y muy malo. Su marxismo es


p uramente verba l; la d i ferenc � a ent re las táct ic � s "d� fensiv�' Y '� fensi � a'
. ,
es i maginaria; carece del ana, hs1s concreto de s1tuac1ones histoncas bien
definidas; lo esencial (la necesidad de conq u istar y aprender a conquistar
todas las esferas del t rabajo y todas l as instituciones donde la burguesía
ejerce su i n fluencia sob re las masas, etc.) no se toma en cucnta."19

Con este a natema detrás, no resu lta extraño que u n l ibro que iba
destinado a la defensa del bolchev ismo y la revolución rusa i ncluso
contra Ros a Luxembu rgo, fuera atacado como u na nueva mani fes­
tación de idealismo aventurero.
E ntre sus primeros c r íticos figu ran fut uros u ltrastalin is tas, como
Laszlo Rudas.20 El ataque de Rudas va d ir igido sobre todo contra la
crítica a Engels y el rechazo de la dia léct ica de la naturaleza p or
parte de Lukács. Rudas va a cuestiona r la oposición entre el E ngels
del An ti-Düring y Marx (d igamos de p aso que la d iferencia entre
los fundadores del materia l is mo h istórico planteada por Lukács es
una estrategia que ha hecho h istoria, y que consiste en transform ar
a l primero en el más tempra no d e los t ra idores del segundo). Como
señal a Rudas, resu lta d ifíc i l creer que un texto engelsiano editado
en v ida de Marx no tuviera su conoci miento y acuerdo. E ngels, de
acuerdo a Rudas, no iguala la d ia léctica de la natu ra leza a la d ia­
léctica socia l, sino que considera a ésta última un caso partic u la r.
Lukács, a l elim inar la d ia léctica de la naturaleza, hace del p roceso
h is tórico la consecuencia exclusiva de la determ inación que surge
de la interacción del sujeto y el objeto. E n resu men, " la teor ía hace
posible la revolución". En otra crítica, Rudas cuestiona la a firmación
lukacsiana según la cual el experimento científico y la indus tria no
son, como quería Engels, u na p ra x is material que revela el absu r­
do de la cosa en sí kantiana, s ino ideal ismo puro. Rudas muestra

19Leni n, Vladi mi r: "'Kommu nismus", en Obras completas, op. cit., tomo


XXXIII, p. 259.
2ºSeguimos, a partir de aqu í, el resumen de Basaglia, Franca: Coscie nza
di classe e storia in Gyorgy Lukács: il dibattito, d isponible en internet. Todos
los párrafos citados correspondientes a Rudas, Deborin y Marck, fueron
tomados del texto recién citado y t raducidos por mí.
29

que L ukács le escapa a l fondo del problema y no ve la susta ncia del


argumento de E ngels. Term ina su critica de la s ig uiente m anera:

"Más allá de que el libro contiene muchos p untos profundos, i nteligen­


tes, de vasta cultura y resultan i nmed iatamente brillantes y seductores,
p ermanece siempre como la obra de u n idealista, de un agnóstico y de
un místico, no de u n 'mar xista ortodoxo'. Sería extremadamente necesario
que el compañero Lukács se graba ra en la memo r ia el dicho 'no se j uzga
a un i nd iv iduo por aquel lo que cree de sí', y, desp ués de una severa auto­
crít ica, h iciese las cuentas con su conciencia filosó fica act ual, sometiera su
cosmovi sión fi losófica a u na rev isión rad ical en el sent ido materialista y' la
modi ficase lo antes posible."

A la lu z del prólogo de 1967, pa rece que Lukács le h izo caso.


También parece posible encont ra r en s u autocrít ica u n reconoci­
m iento i mp l íc i to de Lukács al cu e stio nam ie n to de Rudas sobre la
conciencia atribuida, a la que dota de característ icas m i tológ i c a s :

" [ . . ) cuando "el sentido de la situación h istó r ica de cl ase " "se vuelve cons­
.

c iente" t ransformándose en una conciencia particu la r, peculiar, disti nta


de la conciencia de los i nd iv iduos y trona sobre sus cabezas. Pero a hora
estamos frente a u n d ios ca muflado [ ) En el mejor de los casos (o en el
. . .

peor) de los casos, la co nciencia 'atr ibu ida' del compa ñero Lukács es una
conciencia hipostatizada --muy simi lar a u na concienc ia d ivina."

E l propio criticado reconocerá l a verdad de esta objeción p ro­


funda, cuando admita, en el prólogo del '67 que la conversión de la
conciencia atribuida en práctica revoluciona r ia resulta, en HCC, un
verdadero m ilagro.
Otro de sus contendientes i n med iatos, Abraham Debori n, par­
te de considerarlo el jefe de la "u ltraizquierda" en la Internacional,
ju n t o con Korsch, Fogarasi y Reva i, razón por la cual i nscrib e su
crítica en la l í nea de la intervención de Lenin. Un punto resalta en
su planteo: coincide con Lukács en la importancia del método, pero
descree de que los resu ltados con él obtenidos sea n de i mportancia
secundaria. U n método correcto no puede l leva r a resultados i nco­
rrec tos porque su uti l idad se con fir ma en los resu ltados. Pero ade­
más, porque las categor ías que forman el conten ido de u n método
no t ienen u na exi stencia autónoma s i no que son resultados de l a
m isma i nvestigación . Debor i n conc luye que pa ra Lu kács "la teoría,
30

el método, poseen un significado absoluto y si la real idad no se deja


subordi nar, peor para ella". Al m i smo tiempo, c uest iona la identi­
dad de objeto y sujeto, cuya interacción solo puede verificarse como
proces o de trabajo: modificando la natura leza según su propio fin
consciente, el hombre determi na el carácter de sus p ropias accio­
nes, n1odi ficando a l m ismo t iempo ta mbién su p ropia natu ra leza.
Otra vez, como se puede observar en el prólogo autocrítico, no p ue­
de decirse que Lukács h aya permanecido sordo a estas objeciones.
En su momento, Lukács t uvo sus defensores, como Ernest
Bloch o Joszef Revai, i nc lu idos ellos por los "ortodoxos" de la
I nternacional en la " línea" supuesta mente d ir ig ida por el fi lósofo
hú ngaro. Obv ia mente, lo que ellos reivi ndican, en particu la r Reva i,
es lo que los "or todoxos" critican. Pero es cu rioso que sea u n socia l­
demócrata, Marck, quien ponga de relieve lo que n i acusadores n i
defensores inmediatos p arecen ver: l a conc iencia d e clase, como
tipo ideal weberiano, es la mejor justi ficación de la "d ictadu ra" de
la Internacional:

"Con esto es posible justificar teóricamente la dictadura de la 'vanguar­


d ia'. ¿Quién decide en la práctica a l atrib ución del comportamiento de los
trabajadores a la autént ica conciencia de c lase? Nosotros sabemos que la
central comunista se s iente como el gobernador sobre la tierra de la meta­
física potencia-proletariado."

Es obv io que detrás de esta crít ica se puede cola r, fác i l mente,
una justi ficación lukacsiana del stal inismo. Pero lo que resul ta más
interesante, es l a existencia de coincidencias entre l a ú ltima auto­
crítica de Lukács y las pri meras críticas de HCC. Sería demasiado
fáci l conclui r que u n v iejo Lukács stalinizado ten ía que ter m ina r
coincidiendo con la crít ica stal inista. Pero, como v i mos más a r riba,
la sustancia de esas críticas p ertenecía a l propio Lenin y Lukács
no l ibraba entonces ni nguna batalla contra u n Stal in todavía en
segundo p lano s i no contra la l ínea enca rnada por el jefe máximo
de la revolución de octubre. Cierta mente, el prob lema es complejo
y no es éste el luga r pa ra l legar hasta el fondo del asunto, pero está
claro que HCC está e n el centro de u n conjunto de p roblemas que
tanto el marxismo como el movi m iento revoluc ionario t ienen toda­
v ía que resolver. El prop io Lukács ocupó el resto de s u v ida polít ica
y fi losófica en entenderlos .
31

Historia y conciencia de clase


según Historia y conciencia de clase

Como d ijimos anteriormente, los críticos "sta l i n istas" de Lu kács


señalaron problemas que el autor de HCC tomará en cuenta a la
hora de la "'autocrítica" en el prólogo del '67. D iga mos de paso que
no fue esa la primera vez que Lukács revisó sus posiciones en torno
al lib ro. 21 Ya en los años '30 reconoce su carácter ideal ista y lo atri­
b uye a sus i n fluencias intelectuales (Weber, Kant, Sim mel) y polí­
ticas (Sorel, Szabó). El prólogo de 1967 rema rca que HCC pertene­
ce a "los años de aprend izaje propiamente d icho del marxismo". Y
acla ra que "aquel la época" c ubre el per íodo de 1918 a 1930. Es u na
"época de transición y de crisis interna". Según su propia opin ión,
entonces, estos ensayos (y otros, como el Lenin y el Moses Hess), per­
tenecen a un pensa m iento que se está formando, t ienen un carácter
de "tanteos". Más expl ícitamente,

11Historia y conciencia de clase es, pues, desde el punto de vista literario, el


resumen conclusivo de mi per íodo de evolución intelectual desde los ú lt i­
mos años de la guerra . Conclusión, c iertamente, que contenía ya, en parte
al menos, tendencias de un estadio de transición hacia mayor clar idad,
aunque esas tendencias no podían desplegarse aún completamente."

Lu kács se queja de que HCC ha sido siempre leída como "con­


traria a la ontología del marxismo", es decir, solo como u na socio­
logía, "ignorando o rechazando la actitud que contiene respecto de
la natu raleza", desde Adler y Lunacharsky hasta el existencia l ismo
francés. Resu me, en la sigu iente frase, esta negación de la d ialéctica
de la natu raleza:

"Ocurre, por una parte, que la concepción material ista de la naturaleza


determ i na precisamente la verdadera ruptura radical de la concepción
socialista del mu ndo con la burguesa, de modo que el rehuir ese com­
plejo de problemas deb i l ita la lucha filosófica, i mpidiendo, por ejemplo,
una elaboración clara del concepto marxista de práctica. Por otra par­
te, esta apa rente elevación metodológ ica de las catego rías sociales tiene

2 1Tamb ién es cierto que se defendió de los ataq ues, en particu lar en
Chvostismus und Dialectik, algo así como 110 port un i s mo y d ia léctica", texto
que env ío a la rev i sta de la I nternaciona l y nu nca fue publ icado.
32

consecuencias desfavorables para sus auténticas funciones cog nosciti­


vas; también se debilita así su específica pecu liaridad marx ista y se a nu­
la a menudo inconscientemente su rebasamiento real del pensamiento
burgués."

Sus críticos "stalinistas" se lo rema rca rá n en su momento, y


ta les argumentos serán desca l i ficados como "de quien v ienen" p or
los defensores "volunta ristas" de Lukács, ignorando que otra vaca
sagrada del marxismo lo acusó de lo m ismo:

"Es necesario estudiar la posición del prof. Lukács sobre el materialismo


h istórico. Lukács (conozco sus teorías muy vagamente) creo que afirma
que se puede hablar de d ialéctica solo para la historia de los hombres y
no para la naturaleza. Puede haberse equivocado y puede tener razón. Si
su a firmación presupone un dualismo entre el hombre y la naturaleza, se
ha equivocado porque cae en u na concepción de la natu raleza p ropia de
la rel igión y también del ideal ismo, que realmente no alcanza a u ni ficar y
poner en relación al hombre y a la naturaleza más que verbalmente. Pero
si la historia hu mana es tamb ién h istoria de la natu raleza, a través de la
historia de la ciencia, ¿cómo la d ialéctica puede ser eliminada de la natu ra­
leza? Pienso que Lukács, descontento con las teorías del Ensayo popular ha
caído en el error opuesto: cualquier conversión e identificación del mate­
rialismo histórico con el materialismo vulgar no puede más que determi­
nar el error opuesto, la conversión del materialismo histórico en el idealis­
mo o directamente en la religió n."22

Esta consecuencia se desprende lógicamen te de la ausenc ia de


una fundamentación "económ ica" de las tesis de HCC, en p articu­
lar, sobre el concepto de trabajo. Poner al trabajo en la base de la
reflex ión lo hubiera l levado a superar esas conclusiones ideal istas,
en tanto lo hub iera obl igado a reflexionar sobre su función como
"mediador del intercambio de la sociedad con la natura leza", i ncor­
pora ndo a ésta última como sostén filosófico. Este error será sub­
sanado en la Ontología. Dic ho de otro modo, Lukács, a l ignorar la
natu raleza, ignora el rol susta nt ivo del capitalismo en el desarro l lo
de l as fuerzas p roductivas, ú n ica base sobre la cual p uede espera rse

22G ramsci, Antonio: Quaderni del Carcere, Einaud i, Torino, 2007, Volume
primo, p. 469. Traducción rnía. Gra msci a lude a l manual de Bujarin Teoría
del materialismo histórico, cuya crítica por Lukács puede verse en la compi­
lación Táctica y ética ya citada .
33

una sociedad de i ndividuos l ibres y sobre la cual debe pensa rse la


"constitución revoluciona r ia del p roletar iado".
Llevado a la crít ica contra la Segunda Internacional y sus teór i­
cos, Lukács qu iere en fatiza r la novedad de la p raxi s marxista como
remed io contra la actitud "co ntemplativa" del pensamiento bu rgués
que ca racteri zaba a Bernstein, Kautsky y la Segunda Internaciona l.
S i n embargo, sin tomar en cuenta el ca rácter centra l del t rabajo, ter­
m ina en un mesian ismo de la p rax is que no puede entender la con­
cienci a rea l efect iva mente actuante en las masas, l im itándose a u na
enunciación abstracta de la conciencia "atr ibu ida". Cómo se p rodu­
ce el pasaje de u na a otra, d ice Lu kács, resu lta u n m isterio que HCC
no resuelve n i se pla ntea . La base de estos errores, d i rá Lu kács, es la
no s uperación del idea l ismo hegel iano.
En el prólogo de 1967 Lu kács se preocupa por d i lu i r el "mensa­
je" de HCC. En esa tarea de "en fri a m iento" de las conclusiones de
HCC, Lu kács seña la que el va lor que p ueda tener hoy (1967), es más
bien de ejempl ificación de u n proceso genera l en la evolución del
marx ismo. No lo d ice pero se i nterpreta fác i l mente: aquellos erro­
res suyos no debiera n volver a cometerse. Lu kács qu iere i noc u l ar
a l a s jóvenes generaciones en lucha del u ltra izqu ier d ismo qu e él
reconoce e n su propia "adolescencia" marx i sta. Otra vez, sería sen­
ci l lo deduci r de aqu í que un "sta l in i zado" Lu kács rehace su p ropio
pasado pa ra adecua rlo a la fidel idad a l Gran Hermano que lo v ig i la
todavía cas i dos décadas después de muerto. Pero el abandono de
las tesi s de HCC se produce antes de que Sta l in l legue a l poder en
forma plena y omn í moda. Lukács reconoce que las dos fuerzas que
v ienen a determ ina r el paso desde el mesian ismo superv iviente a
un real ismo pol ít ico sobrio son la crítica de Leni n y su actuación
concreta en la revoluc ión hú ngara. Ambas l iqu idarán la a mbiva len­
te act itud de nuestro filósofo. D icho de otra manera: la praxis revo­
lucionaria d irecta (Hu ngr ía) e i nd i recta ( Len in) deter mi na n ese
pasaje. Este Lu kács es un fi lóso fo que madura hacia el marx ismo.
Esto no s ig n i fica que sus opciones pol ít icas, hab iendo mejorado,
sean s i n emba rgo las correctas . Recuérdese que HCC i mp l ica u n
a leja m iento d e l u ltra izqu ierd is mo d e Kommunismus. Lu kács s e a leja
a l lí de las tendencias que serían representadas en la h istoria futu­
ra del ma rxismo por otros autores ( Pannekoek, Bloch, Korsch). Los
apologi stas de HCC l loran esta defección lu kacsiana porque para
el los l íneas como la "consejista" era cor rec ta, es decir, porque son
34

a nti-leni n istas. La crítica de HCC lleva al fi lósofo húngaro más cer­


ca de Leni n, lo que no qu iere dec i r que lo haya heredado rea lmente.
D icho de otra manera: que sus posicio nes filosóficas rep resenten u n
avance n o qu iere decir que ese progreso se exprese inmed iata men­
te en la acción política adecuada. De haber sido así, pod ría ha ber
concluido que el sta l inismo no era la mejor for ma de defender a la
URSS y, mucho menos, la revolución mu ndial.
Esta constatación obv ia, a saber, que el fi lósofo y el polít ico
no son la misma cosa, es la que p uede ayudar a entender la rela­
ción Lukács-Sta l in : el maduro fi lósofo abandona el "infa nt i lismo
revolucionario" y da u n paso adelante; el pol ít ico i ncapaz no p ue­
de superar el horizonte i nmediato que acaba de clausu ra r el nue­
vo " hombre fuerte" de la revolución. Lu kács no es un s ta l in is ta en
el sentido de la fidel idad estricta a u na pol ítica, u n sistema y u na
persona (si no, no hub iera ten ido los problemas que tuvo con el sta­
l inismo y no hubieran sido necesa r ias las "autocríticas'� ), pero no
ha pod ido supera r su horizonte genera l. Este avance desigua l de
filosofía y política es lo q ue hay que retener a la hora de va lorar lo
que rea l mente i mporta del autor de f-ICC: no las posiciones adecu a­
das a las s it uaciones concretas de la lucha de clases s ino la pos ibi l i­
dad de reconstru i r la herra mienta fi losófica que demanda la p raxis
revolucionaria.

Histo ria y conciencia de clase ayer

Historia y conciencia de clase no es solo u na reivi nd icación de


lo hegelia no en Marx, sino ta mb ién de lo marxista en Hegel. De
a l lí que Lu kács reivi nd ique como logro de su obra, el en frenta r
el "'neohegeli a n ismo" de derecha, i r raciona l ista, que comenzaba
a dom i na r el a mb iente burgués en los años '20. Sin emba rgo, su
reivind icación de las ra íces hegel ianas del m a rxismo ten ía como
objeto destru ir las teorías etapi stas y evolucion istas propias del
neoka ntismo de la Segunda I nternaciona l . De a l l í que en fati za el
elemento act i vo de la d ia léctica, la t ra nsformación de la ca ntidad en
cal idad, la posibi l idad del salto. No por casu a l idad HCC se abre con
la defi n ición más i ni.portan te en la bata l la que comienza: el método.
¿ Qué e s el marxisn10 ortodoxo?, o ta l vez, mejor, ¿que es la ortodo­
x ia en el ma rxismo?, tiene por fu nción abri r la discu sión pla nteada
por el pról ogo a la pri mera ed ición: recupera r el método que h i zo
35

posible la revolución. Dic ho de otra manera: pa ra Lu kács, el p ri n­


c ipa l aporte de Marx no es haber rea l i zado una ser ie de descubr i­
m ientos c ientí ficos específicos, que pueden ser refutados por resu l­
tados posteriores, s i no el haber descubierto el método correcto del
pensa m iento, el "á lgebra de la revolución", como señaló Herzen. Es
decir, más que un econom i sta, Marx es un fi lósofo. El verdadero
aporte de Leni n no es, tampoco, el polít ico-práctico (cómo se h ace
una revolución), sino el teór ico-fi losófico: ¿cómo se p iensa la rea l i­
dad de la lucha de clases? Otra vez, el Len in fi lósofo, no por aque­
l lo que escribió en Materialismo y empiriocriticismo, sino por lo que
desarrolló práctica mente g racias a la lectu ra de Hegel. A l igu a l que
Marx, a mbos descubrieron el método (la d ialéctica ma rxista) a p ar­
ti r del desa r rol lo de la d ia léctica hegelia na, pero olvida ron s istema­
tiza rl a . Esa ta rea es la que asume Lu kács.
En ese ma rco, el ensayo que abre HCC t iene por función endere­
zar la m irada del revolucionar io en ese sentido: Hegel. Reiv i nd icar
la filiación hegel ia na del marxismo es la primer batal la. Una batal la
que necesa r iamente se l ibra no solo contra qu ienes se "olvidaron"
de esta " herencia", s ino cont ra qu ienes a l repudiarla, por acción
consciente o por ignorancia, se transforman en el veh ícu lo de l a
ideología burguesa e n el p roletariado: l a corriente revisioni sta de la
socia ldemocracia de la Seg unda Internacional. En efecto, los Ad ler
y los Bernstein, en su retroceso al ka ntismo, no hacen otra cosa
que retroceder a la concepción cosi ficada de la realidad propia de
la bu rguesía. Supera r el revisionismo presupone, entonces, supe­
rar su s b ases filosóficas. E n esa tarea, la recuperación de la . total i­
dad como horizonte de pensamiento es la tarea básica: recuperar el
pu nto de v ista de la total idad.
" En cuestiones del marx ismo la ortodoxia se refiere exclusiva­
mente al método." Una afi rmación fuerte, porque Lu kács propone
que es posible, m ientras se resgu a rde el método, acepta r la cadu­
cidad de todas las teorías pa rticu lares. La expresión, como v i mos
más a rri ba, tiene sus bemoles: ¿cómo puede ser correcto un método
que a rroja resu ltados completamente erróneos incluso en la perso­
na de su p ropio descubridor? Lukács a fi rma esta r de acu erdo i nclu­
so con esos resultados pa rcia les, pero cabe pregu ntarse qué que­
da del ma rxismo luego de entrega r el concepto de explotación, la
ley del va lor o la de la tendencia decreciente de la tasa de gana n­
cia. Por otra pa rte, el método resu lta i mposible de ser cuestionado
36

por la investigación emp1nca y pareciera poder sepa ra rse de los


resu ltados. El riesgo es que el marxismo se conv ier ta en una meta­
física vacía, renuente al aná l isis concreto de la real idad concreta .
Observando el derrotero del marxismo "occidenta l", esta frase, de
la que no se retracta nunca Lu kács, pa rece a l menos u na concesión
innecesaria a la fuerza del a rg umento p ro-hegel iano. Cierto es que
p uede leerse de otra manera y otorgarle u n va lor liberador frente
al propio Mar x, a l reva lorizar la inves tigación nueva frente a los
resu ltados v iejos, pero no por ello desapa rece ese tufi l lo metafísico
del que hablamos.
Ese sesgo "metafísico" se refuerza cuando, en su lucha contra el
"cientificismo" crítica la extensión del método de las ciencias natu­
ra les a la sociedad. Fina lmente se entrega la c iencia al positiv is mo y
se l imita la fuerza de la di a léct ica, a l excluirla de la natu ra leza. Au n
así, en este m arco, que se rechace la d ia léctica de la natura leza es
un problema serio pa ra una ontología marxista, pero no lo es para
el proyecto de recuperación hegeliana y mucho menos pa ra l a d is­
puta con el "cienti fic ismo" de la Seg unda Internacional. Veremos
más adelante que ta mpoco lo es para que HCC vuelva a tener hoy
un valor i mportante en los t iempos que se avec inan.
Pero Lu kács no lucha solo contra los Kautsky y los B ernstein.
También lucha contra su propia concienc ia fi losófica, contra su pro­
p ia "tendencia" u ltra izqu ierdista. Este aspecto no aparece dema­
siado a menudo entre los comentar istas, ya sean a favor o en con­
tra. Sin embargo, el punto aparece claro en el ba lance de la obra de
Rosa Luxembu rgo. Es c ierto que Lukács va a poner a la dirigente
del comunismo a lemán cas i a la a ltura de Lenin y a proponerla
como modelo de uso adecuado del método. La tota lidad es la c lave
del pensam iento revolucionario. La total idad es la rea l idad, por lo
tanto, como tal nos l ibera del efecto para li za nte para la i nves tiga­
ción científica que tiene El Capital leído rel ig iosa mente. En efecto,
de una lectu ra tal se desprende la conclu sión de que todo está ya
dicho y que no existe n ing ún problema que i nvestiga r. Que ya tene­
mos todo resuelto, cuando en rea l idad, el a ná l isis no ha hecho n1ás
que empeza r. Dicho de otra manera: El Capital es u na abstracción
del capita l ismo h istórico. Como ta l, nada nos l ibra de la invest iga­
c ión concreta, de la situac ión actual. Eso es lo que Lukács va a rei­
v i ndicar en Rosa Lu xembu rgo: su aná l isis de la tota l idad concreta
y actua l. Es decir, va a reiv i nd icar en Luxembu rgo el m étodo.
37

Este método, p rop io de Marx, se hace más evidente en el modo


en que l a crít ica de Lu xembu rgo a la socia ldemocracia oportu nista
se p royecta más a l lá de la "econom ía", hacia las bases filosófico-h is-·
tóricas de sus errores. La exposición se v uelve tanto u na c r ít ica de
la econom ía como una historia de las teorías econón1 icas. La acumu­
lación del capital más la crít ica póstuma a los o portun istas equ iva le
a la unidad entre El capital y Teorías de la plusvalía, cuyo esbozo se
encuentra en Miseria de la filosofía.
Sin emba rgo, esta reiv indicación de Lu xen1bu rgo va a tener su
contra.ca ra en el otro texto ded icado a su fig u ra, las "Observaciones
críticas . . .". La p iedra de toque d t; l ataque es el p roblema de la orga­
nización y del esp ontaneísmo. Este Lu kács está ya, al menos par­
cia l mente, de v uelta de sus p ropias concepc iones expuestas en
Kommunismus. Un autor que ded ica basta nte espac io a exa m i na r las
c ríticas de Lu kács a Lu xemburgo, Norman Geras, no puede menos
que indigna rse frente a lo que juzga una i nter pretación a rb it ra r ia
de la segunda por el primero. Lukács, como muchos otros, pa recie­
ra rep roduci r u na actitud t íp ica hacia la revolucionaria polaca:

"' Nos hemos abstenido en este lib ro, y seg u iremos haciéndolo hasta el
final, de cualquier intento de j uzgar las concepciones políticas y estratégi­
cas globales de Rosa Luxemburg<? med iante una compa ración sistemática
con las de Lenin. ( . . . ) Se la trata como si toda su v ida no hubiera sido más
que un largo d iálogo con Lenin, o simplemente un la rgo intento de igualar
cuanto él producía, de dar, punto por punto, algo equivalente si no es que
idéntico. Una de las peores vaiantes de este trata miento es aquel la que,
tomando a Lenin como verdadera medida de todas las cosas, aprecia en las
d i ferencias de Luxembu rgo con él solamente sus debil idades y errores." 23

Si hacemos caso a Ceras (y su a rgumentación resu lta plausible),


más que u na crítica a Luxemburgo, se trata de u n posicionam iento
en torno a Len i n . Es decir, ya en HCC se observa el g i ro que se va
a completa r luego. Resulta extra ño que esta pa r te de HCC no sea
percibida por qu ienes p refieren u na lectura"voluntarista": no es el
Lukács "madu ro" el que critica el esponta neísmo o el "romanticis­
mo" sino el sup uesto "u ltra.izqu ierd i sta".

23Geras, Norrnan: Actualidad del pensamie n to de Rosa Luxemburgo, Era,


Méx ico, 1976, p. 1 56-157.
38

La m isma lectura puede hacerse del resto de los artículos. E n


"Concie ncia de clase", Luk ács desa rroll a l a idea d e que a lgunas cla­
ses son progre sivas y otras no, o mej?r d icho, a lg u nas s"n po � tad'? ­
ras de historia y otras no. Las que s1, son aquel las cuya conc1en c1a
puede "atr ibuirse". La concienc ia atribu ida es la res puesta objet i­
vamente racional a la situación en que se encuentra u n a clase, es
decir, la que permite resolver sus problemas h istóricos. Las ú nicas
clases, parece deci r Lukács, que p ueden rea l izar semeja nte tarea
son la b u rguesía y el proletariado, au nque la primera se encuentra
también l im itada. Es u n a situación muy p ecu l iar la suya : mientras
todas las otras (a excepción del p roleta riado) no p ueden desar rolla r
u na conciencia d e clase; m ientras e l p roletar iado p uede desarro­
l larla hasta el final, la b urguesía se queda a m itad de cam ino.
La c lave de la conciencia de c lase consiste en que u na clase
con un g rado más elevado de conc iencia tiene u na f uerza h istó­
r ica mayor, una "superioridad subjet iva", como d ir ía Gramsci . La
i mporta ncia de la conciencia se hace mayor cuanto más cerca se
encuentra la clase de las bata l las decisivas. Lukács coi ncide aqu í
con Gramsci, Trotsky y Leni n, sob re la necesidad del partido y su
experiencia revolucionaria . Pareciera, entonces, encontra rse aqu í
otra rei v i ndicación de l a "subjetiv idad revoluc ionaria" a nt i-sta l i­
nista, muy al gusto "consejista", pero Lu kács e n fatiza el rol del par­
t ido contra las tendencias espontánea�. Como tal, la clase obrera
l ibrada a su suerte no p uede desarrol larse más a l lá del sind ical is­
mo. Con toda la superioridad de la conciencia de c lase del p roleta­
r iado, existen obstáculos poderosos a S !J desa rrollo, e n part icu lar,
contrad icciones internas, como la contradicción entre la lucha eco­
nómica y la política. La conciencia del p roletariado debe debati rse
permanentemente entre la utop ía y el empi rismo v u lga r.
Es por eso que cuando Lu kács enfatiza el papel consciente, lo
que defiende es la const rucción del pa rt ido de la revolución. La con­
cienc ia de clase atribu ida es el partido. Es el motor de la historia.
Este énfasis en el part ido tiene necesa ria mente un elemento · idea l is­
ta en relación a la socia ldemocracia pero se v uelve m ater ia l i sta en
relación al anarquismo y al autonom ismo. El texto más i mporta nte
del lib ro vuelve a most ra r esta vac ilac ión que i mpl ica, sin embargo,
u n g ran paso adelante.
En efecto, " La cosi ficación y la conciencia del p roleta r iado"
es tal vez el más idealista y el más m ateria l ista al m ismo tiempo.
39

Contra la socialdemocracia se desmonta el meca nismo de la cosi­


ficación y se demuestra la est ructu ra i nherentemente b u rgu esa de
su pensa m iento. La cosificación se encuentra en la est ructura m is­
ma del pensar, hecho que Lu kács ilustra con las contrad icciones
del raciona l ismo moderno y su desar rol lo hasta la fi losofía kan­
tiana . Todo ese largo análisis t iene por función el rescate de Hegel
y de la d ia léctica como ú n ica forma de superación de la cos ifica­
ción. P recisamente, el ma rxismo, en tanto desa rrollo de la dia léc ti ­
ca hegel iana, e s e l ú n ico lla mado a superar la cosi ficac ión filosófica
y p rácticamente. Hasta aqu í pa reciera que el intelectual (la ucon­
ciencia" ) es e) motor de la historia. Pero la conc iencia es el pa r ti­
do y el partido no es más que la c lase conciente de sí. Dec i r que la
revolución la hace la conciencia es dec i r lo m ismo qu e el partido o
la clase. De otro modo: HCC puede ser leida en c lave s ubjet iv ista y
hasta elitis ta, s iempre y cuando se la a mp u te de su contenido real
que, más a l lá de sus contrad icciones, es reconociblemente marxis ta.
La natu raleza del doble combate que lleva adela n te Lu kács se
observa tamb ién en "El ca mbio de función del materia l is mo h i s tó­
r ico". Si b ien el peso del a rt ícu lo cae sobre la socia ldemocracia, no
fa lta la crítica a l u ltraizqu ierd ismo. Lukács aprovecha la ocasión
para lleva r la lucha al i nter ior de la socia ldemocracia, mostra ndo
cómo el mater ia l ismo h istórico puede ser v i r para a lgo más que u na
ta rea contemplativa, sino pa ra la transformación de la sociedad. En
pa rticu la r, para refutar el m ecan ic ismo p ropio de los revisionistas.
Es partic u lar mente i lustrativo a este res pecto el a ná lisis del fenó­
meno de la v iolencia y su rol como "potencia económ ica". E l meca­
n icismo rev isionista identi ficaba a las "leyes de la economía" a la
ma nera bu rguesa, es dec i r, como inmutables. Es prop io del p ensa­
m iento b u rgués caer en la a ntinom ia para l iza nte o su contracara,
el m i lenar ismo volu nta rista: o hay leyes (y no hay nada que hacer)
o no las hay (y entonces puede hacerse cualqu ier cosa en cua lquier
momento). En rea l idad, la d i ná m ica del capita l prueba que la h is­
tor ia d isuelve la a nt i nom ia en su pro p io desa r rol lo: m ientras el •

cap ita l se encuentra en un período "norm a l", las leyes actú a n; son
es tas mismas leyes las que lo l levan a la c risis, momento en el cual
e l las mismas se cancelan y hace su aparición el momento "extrae­
conóm ico", es dec i r, la v iolenc ia como for ma de reconstru i r el sis­
tema, hecho posi ble si el proleta r iado no se tra nsforma de objeto
en sujeto.
40

Este ejemplo de la violenci a no ha s ido casua lmente elegido: es la


defensa filosófica de la estrategi a bolchev ique frente a la social de­
mocracia. Lukács busca con el lo refutar y destruir teór ica mente el
gradualismo y fu ndamentar la neces idad del "sa lto". Precisamente
est a defensa de la "violencia" como i nstrumento necesar io se tor na
el eje de " Legal idad e ilegal idad". Ta mbién aqu í se da u n combate
en dos frentes: contra la socia ldemocracia y contra el u ltraizqu ier­
d ismo. El artícu lo es una exposición del carácter fet ich ista del p en­
sam iento burgués que le i mpide al p roletariado hacer u n uso tác t i­
co del Estado y la ley burguesa. Por eso crit ica s i mu ltáneamente a l
parlamentar ismo y a l romanticismo i lega l ista. E n los dos casos, se
rea firma p ermanentemente la leg iti midad del gob ierno de la b u r­
guesía. ·Lu kács mantendrá abier to este doble frente durante toda su
v ida, tal como se observa en el p rólogo de 1967.

Histo ria y co nciencia de clase hoy

Perry A nderson ha lla mado la a tención sobre el hecho de que


el marxismo occidental está form ado, cas i exclus ivamente por fi ló­
sofos.24 Pero resu lta dudoso que ese conjun to de experiencias ta n
d isími les (que i nc luye no solo a Korsch, Gra msci y Lu k ács si no
también a Colett i, A lthusser, Marcuse, Sartre, Adorno, Dell a Volpe,
Lefebvre, etc.) p ueda ser agrupado en a lg u na categoría que guar de
u n sentido u n ita r io. M ientras la segu nda tanda t iene otras preocu­
paciones pol ít icas y otras experiencias sobre las que reflexiona r, en
partic u la r l a derrota de la clase obrera eu ropeo-norteamerican a y
la larga estabilidad pol ítica del capital ismo, los p r imeros ha n trata­
do de rea l izar el balance de una experiencia h istórica muy d is t i n­
ta, el de la revolución rusa. Esa es la ra zón por la cua l hoy, cuando
probablemente estemos en el u mb ra l de conmociones de a lca nce
histórico, cuando el capita l ismo v uelve a most ra r sus ten dencias a l
agota m iento, resu lta n mucho más i nteresa ntes.
E n efecto, ¿por qué publicar nuevamente HCC s i no es, p reci­
samente, porque representa el aprend izaje de aquel la exper ien­
cia histórica? Y el lo, en su doble mensaje: cont ra el mecan ic is­
mo de la socia ldemocracia, hoy representado por las cor rientes

24 A nderson, Per ry: Consideracio nes sobre el marxismo occidental, Siglo XXI,
Méx ico, 1987, cap. 2 .
41

reg ulacionistas, fi lo-keynesianas, popu l istas y centro-izqu ierd is­


tas, es dec i r, contra la "izqu ierda" posibi 1 is ta hoy en el gobierno en
va rios pa íses lati noa merica nos, por un lado; contra el posmoder­
n i smo global i fóbico-autonom ista esti lo Toni Negri/John Hol loway,
por otro. A los p r i meros, HCC les recuerda l a necesidad del sa lto, la
ruptura y la violencia; a los seg u ndos, el pa r tido y la orga n i zación.
Contra esas tendencias, HCC esgr i me la reivi nd icación de u na t ra­
dición, de u na prosapia: Hegel, Ma rx, Len i n .
f-Ioy p o r hoy, l a ta rea que s e exige en el p rólogo a l a p r i mera edi­
ción, la necesidad de comprender y da rle vida a l método dia léctico,
sigue pend iente. M ientras espera mos la t raducc ión castel la na de la
Ontología del ser social25, HCC puede ser leida con p rovecho como
u n estímulo necesa r io pa ra recuperar el "á lgebra de la revoluc ión",
es deci r, puede a p rovecha rse, más a llá de sus l i m i taciones, como el
impresci ndible com ienzo de una fi losofía necesar ia.

25Por aho ra l a ed ito r i a l H e r r a m ie nta ha ed i tado solo u n frag1nento de la


ob ra. Véase Lu kács, Gyorg y : O ntología d e l se r social. El trabajo, Herra mienta,
Bs. As., 2004.
P rólogo a l a pres ente e dición (1969)

En u n boceto autobiog rá fico ya v iejo (1933)1 l lamé a mi evolu­


c ión j u ven i l "cam ino hacia Ma rx". Los escr i tos reu n idos en este
volu men 2 caracteriza n los años de aprendizaje p rop ia mente d icho
del marxismo. Al dar aqu í, reu n idos, los docu mentos p r i ncipa les
de aquel la época (1918-1 930) me p ropongo p recisa mente subraya r
s u carácter d e tanteos, y no, en modo a lgu no, concederles i mpor­
tancia actual en el p resente forcejeo en torno a l tema del marxismo
autént ico. P ues dada la g ran i nsegur idad que hoy rei na acerca de
lo que ha de contemplarse como conten ido du radero esencial del
ma rx ismo, como método perma nente suyo, es ta del im itación es u n
i mperativo de l a hon radez i ntelectua l. Pero, por otra parte, todo
i ntento de capta r adecuada mente la esencia del marxismo puede

1In Georg Lukács zum siebzigsten Geburtstag (Homenaje a Georg Lukács en


su septuagésimo a niversario], Berl í n, Aufbau-Verlag, 1955, págs. 225-231;
reproducido en Georg Lukács, Schriften zur Ideologie und Politik [ Escritos de
ideología y polít ica], eds. por P. Ludz, Neuw ied, Luchterha nd, 1967, págs.
323-329, en prepa ración en ed iciones Grij albo, con el t ítulo recién d ado
entre corchetes. ( N . del T.)
2Este prólogo aparece antepuesto, en el vol . 1 1 de la ed ición a lema na de las
Obras, a los siguientes escritos: His to ria y conciencia de clase (1 923), Lenin
(1924), Moses Hess (1 926) y Autobiog rafía (1933). D icho volu men no ha apa­
recido aún en alemán al i mpri m i rse esta t raducción . ( N . del T.) [ El lector
puede acceder a esos textos en las s igu ientes ed iciones: Lukács, Georg:
Lenin, Ed iciones ryr/La Rosa Blindada, Buenos A i res, 2007; " Moses Hess
y los problen"\as de l a d ialéct ica ideal ista", en Lu kács, Gyo rgy: Táctica y
ética: Escritos tempranos (1 9 1 9 -192 9), El cielo por asa lto, Buenos Aires, 2005
y Lukács, G eorg: Mi cmnino hacia Marx, U N A M, México, 1959. ( N. del E.))
43
44

tener u na cierta importanc ia docu menta l, siemp re que se adopte


u na actitud sufic ientemente crít ica respecto del intento m is mo y
respecto de l a situación actua l . Por eso los escritos aquí reu n idos
i lu m i na n no sólo los estadios i ntelectua les de mi persona l evolu­
ción, sino tan 1bién etapas del cam i no genera l, las cuales t ienen q ue
poseer por fuerza a lguna sign ificación, u na vez conseguida su fi­
ciente d ista ncia crít ica, para la comp rens ión de la situación de hoy
y para seg u i r avanzando a pa rti r de esta base.
Como es nat u ra l, no puedo ca racteriza r correctani.ente 1n i
act itud a nte el ma rxismo por los a ños entorno a 1918 sin a lud i r bre­
vemente a la preh istoria de la m isma . Como acentué en el esbozo
autob iográ fico a ntes c itado, ya c u a ndo era estud iante de seg u nda
enseñanza leí algo de Marx. Más ta rde, hacia 1908, la emprend í con
Das Kapital, con objeto de conseg u i r u na fu nda mentac ión socio­
lóg ica para mi monog ra fía sobre el d ra ma moderno. 3 Pues lo que
entonces me interesaba era el ...,s ociólogo" Mar x, visto a través de
u na lente metodológ ica p r i ncipa l mente deb ida a Simmel y a Max
Weber. Du ra nte la primera guerra mu nd ia l volv í a emprender el
estud io de Ma rx, p ero esta vez ya d i r ig ido por i ntereses filosóficos
generales, e influ ido p r imord ial mente ya no por la contemporánea
c ienc ia del espíritu, s i no por Hegel. Es verdad que esa in fluencia
de Hegel era ta mb ién equ ívoca. Por u na parte, Kierkegaard hab ía
desempeñado u na fu nc ión considerable en mi desar rol lo j uve n i l :
du rante los ú lt i mos a ños d e l a p reguerra m e hab ía y o propuesto,
i ncluso, desarrol la r monográ fica mente u na c r ít ica de Hegel en u n
ensayo. Por ot ra parte, l a cont rad ictoriedad de m is concepciones
político-socia les me puso en relación i ntelectua l con el sindica l is­
mo, a nte todo con la filosofía de George Sorel. Me esforzaba por
sal i r del rad ica l ismo b u rgués, p ero me repug naba la teoría socia l­
demócrata (particu la rment2 la de Kau tsky). E r v i n Szabó, el d i ri­
gente i ntelectu a l de la oposición hú nga ra de izqu ierda dentro de
la socia ldemocrac ia, n1e l l a mó la atenc ión acerca de Sorel. A e l lo
se añadió, du rante la g uerra, e l conoci n1 iento de las obras de Rosa
Luxembu rgo. Y de todo el lo nació en la teoría u na a malga ma í nt i­
mamente contrad ictoria que fue dec isiva pa ra m i pensa m iento
du rante la guerra y en los pri meros a ños de la posguer ra.

3Entwicklungsgeschich te des moderne n Drmnas [ La evolución del d ra ma


moderno), 2 vol s ., Budapest, 191 1 (en hú nga ro).
45

Creo que si u no se p ropone reduci r a u n denom inador común


las crasas contradicciones de este período, proced iendo al modo de
las "'c iencias del esp íritu" para cada fas e o caso, cons truyendo así
interpretat iva mente u n desa rro l lo orgá n ico esp i ritua l-i nma nente,
no consegu i rá más que a lejarse de la verdad de hecho. Si se p er­
mitió a Fausto abrigar dos a lmas en su pecho, ¿por qué no va a ser
pos ible comprobar en u n homb re por lo dernás norma l, pero que,
en med io de u n mu ndo en crisis, sa l ta de una clase a la otra, el fu n­
c iona m iento simultá �eo y contrad ictorio de tendencias espi ritua les
contrapuestas? Yo, por lo menos, y en la med ida que cons igo recor­
da r aquellos años, encuentro en m i mu ndo menta l de la época ten­
dencias s i mu ltá neas a la asi m ilación del ma rx ismo y a la acti vac ión
pol ítica, por un lado y por el o tro, u na consta nte intens i ficac ión de
plantea m ientos éticos p u ramente idea l istas.
La lectura de mis a r t íc u los de la época no p uede s i no con firmar
la s i mu l ta neidad de esas abruptas contraposiciones. Cua ndo p ien­
so, por ejen1plo, en los a r t ícu los de ca rácter l itera rio de esa épo­
ca, que no son ni demasiado numerosos n i demasiado i mportantes,
noto que aun rebasan a menudo, en cua nto a idea l ismo agresivo y
paradój ico, m is pri meros t rabajos. Mas e l que yo vea en ese i nar­
món ico dua l ismo la l ínea básica p ara u na caracterización del esp í­
r itu de aquel los a ños m íos no debe per m itir i n feri r u na ext remosi­
dad opuesta, u na p i nt u ra man iquea seg ú n la cua l la d i ná m ica de
la contrad ictoriedad ind icada se agota ra en la lucha de la bondad
revoluciona ria contra los ma los ú lt i mos restos bu rgueses. La tra n­
sición de u na clase a l a clase que le es específica mente enem iga
es un proceso mucho más con1p l icado. Retros pectiva mente y p a ra
m i caso p uedo a firmar que la orientac ión hegel iana, e l idea l i s mo
ético, con todos sus elementos románt ico-a nt icapita l istas, faci l i tó
mucha cosa pos it i va pa ra la i magen del mu ndo que me nació de
aquel la c r isis. Desde luego, sólo u na vez que esos e lementos que­
daron superados en cua nto tendencias dom i na ntes o meramente
co-dom ina ntes, sólo cu ando fueron, mú ltiple y básica mente, modi­
ficados, se conv i rt ieron en elementos de u na nueva i magen ya u n i­
ta r ia del n1u ndo. Au n más: ta l vez sea éste el luga r adecuado pa ra
prec isa r que incluso m i conoc i m iento í n t i n10 del mu ndo cap ita l ista
entra en la nueva síntesis como elemento parcia l n1ente posit ivo. La
deb i l idad que he observado en muchos obreros y en muchos i nte­
lectua les pequeño-bu rg ueses -a saber, que el mu ndo cap ita l ista Les
46

imponía, en ú ltima i nstancia y a p es a r de todo, cierto respeto - no


me ha a fectado nunca a m í. Mi o d io despectivo p or la v ida en el
capita l isn10, que nació en mí ya cuando era un ado lescente, me ha
p reservado siempre de eso.
Pero confusión no es s iempre caos . Tiene, s i n duda, tendencias
que pueden reforzar temporalmente, a veces, las contradicciones
internas, p ero que, en ú lt imo térm i no, empujan a p esar de todo
en el sentido de su resolución. Así, la ética empujaba en el sentido
de la práctica, de la acción y, por lo tanto, de l a política. Y ésta a su
vez hacia la econom ía, lo cua l aca r reó al fi nal u na p rofu nd izac ión
teorét ica y me l levó a la filosofía del ma rxismo. Como es natu ra l,
se trata de tendencias que no suelen desp legarse sino lenta e irre­
gularmente. Pero la orientación empezó a man i festarse ya dura n­
te la guerra, con el est a l li do de la Revolución Rusa. Die Theorie des
Romans [La teoría de la novela]4 es, como lo he indicado en el pró­
logo a la nueva ed ición, una obra todavía nacida en u na situación
de desesperación genera l; no puede sorprender el que el p resente
apareciera en ella, a l a Fichte, como e l estadio de la pecam inos id ad
consumada, n i que la persp ectiva y l a resolución tuvieran u n l im­
p io carácter de aérea utopía. Sólo con la Revolución Rusa se abrió,
también para m í, u na perspectiva de futuro en la rea l idad mism a,
ya con l a caída del zar ismo, pero todav ía más con la caída del capi­
ta l ismo. Nuestro conocimiento de los hechos y de los principios
era p or entonces muy escaso y muy poco de fia r, p ero a pesar de
ello vi que -¡ por fi n !, ¡por fi n!- se abría u n cam i no para la huma­
nidad que le p ermitía sal ir de la g uerra y del capital ismo. Es ver­
dad que n i siqu iera a l hablar de aquel entusiasrno t iene u no dere­
cho a emb e llecer el p asado. Yo t a ni.b ién -p ues que estoy hablando
en estas pág inas de mi propio p roceso- sufrí u na b reve transición,
cuando la vaci lación ú lt i ma a nte la decisión definitiva -defin itiva­
mente justa- produjo u na fracasada cosmética espiritua l adornada
con argumentos de abstracto y ma l g usto. Pero eso fue pasajero, y
la decisión i rrefrenab le. El breve ensayo Taktik und Ethik [Táctica y
ética]5 muestra los motivos hu manos internos de aquel la fase.

4Lu kács, Gyorgy: Teo ría de la novela, Ed itora Nacio na l, Mad rid, 2002. ( N .
del E.)
5 Lukács, Gyorgy: "Táctica y ética", en Táctica y ética . , op. cit. ( N . del E.)
. .
47

N o hay mucho que dec i r acerca de los pocos escritos de l a época


de la Rep úbl ica Soviética Húngara y su p reparación. Estába mos muy
poco preparados i ntelec tua l mente para dom inar aquellas grandes
tareas, ta mbién yo, o acaso yo menos que n i ng u no; el entusiasmo
i ntentó sustitu i r a trancas y bar ra ncas el saber y la experiencia. Me
l im itaré a i nd ica r un solo hecho, pero muy importa nte en este con­
texto: no conocíamos apenas la teoría de la revolución de Leni n, su
esencia l conti nuación del ma rxi s mo en estas cuestiones. Lo ú n i­
co entonces t raducido y accesible a noso tros era n u nos pocos a rtí­
cu los y fol letos, y los hú nga ros que participa ro n en l a Revolución
Rusa era n personas de escasa d isposición teór ica (como Szamuely)
o b ien muy decisivamente i n flu idos en la teoría por la oposición de
izqu ierda rusa (como Béla Ku n). Hasta m i período de emigración
en Berl í n no consegu í u n conoci m iento sólido de Leni n como teóri­
co. Por eso en m i p ensa m iento de l a época hay u n dual is mo cont ra­
d ictorio más. Por u na pa rte, yo no era capaz de tomar u na act i tud
de p r i ncipio acertada a nte peligrosos y básicos errores oportu nis­
tas de la política de entonces, com o, p or ejemp lo, la soluc ión pu ra­
mente socialdemócrata de la cuest ión agra ria. Por otra parte, y en el
otro extremo, m i s propias tendencias i ntel ectua les en el terreno de
la pol ít ica cu ltu ral me l levaban p or u na abstracta d i rección utópi­
ca. 6 Hoy, casi medio siglo después, me asombra e l que en este terre­
no consiguiéramos dar v ida a un número relativa mente gra nde de
cosas merecedoras de cont i nuación. (Por mantenerme en e l terreno
de la teor ía, querría observar que los dos trabajos ¿ Qué es el mar­
xis1no ortodoxo ? y El cambio de función del 1naterialismo histórico7 reci­
b ieron en esta fase su p r i mera versión. Los reelaboré, c iertamente,
pa ra su i nclusión en Historia y conciencia de clase, pero no a lteré en
nada su orientación básica .)
E l período de em igra nte en V iena abrió a nte todo u na época
de aprendizaje. Esto se refiere p r i ncipa l mente a l conoci miento de
las obras de Leni n. Se trata, desde luego, de un aprendizaje que
no se separó en n i ng ú n momento de la act ividad revolucionaria.
f--labía a nte todo que rev ital i za r la conti nu idad del mov i m iento

6Se recordará que Lukács fue com isario del pueblo e n educac ión y cu ltu ra
en el gobierno de Béla Ku n. ( N . del T.).
7Aqu í Sacristán traduce "'fu nciona l" en lugar de "de función" y "Qué es . " . .

en lugar de "Qué es el. . . ". Hemos real izado la mod i ficación tani.bién en los

a rt ículos corres pond ientes. ( N . del E.}


48

obrero revoluciona r io en 1-fungría, ha l la r consig nas y med idas que


parecieran adecuadas para p reservar y fomentar sus características
i ncluso bajo el terror b lanco, para defenderle de las ca lum nias de
la d ictadura -de las reaccionarias igu a l que de las socia ldemócra­
tas- y pa ra abri r al m is mo tiempo u na autocrítica ma rx ista de la
d ictadura del proletariado. A l m ismo tiempo, fu imos absorb idos en
Viena por el torrente del mov imiento revoluciona rio inter naciona l.
La emigración hú ngara era por entonces ta l vez la más nu merosa y
la más dividida, p ero no la ú n ica. Muchos hombres de los Ba lca nes
y de Polon ia v iv ían como emigrantes en Viena, permanente o t ra n­
sitor iamente; Viena era además un punto de trá nsito i n ternacio­
nal en el cua l nos encontrábamos consta ntemente con comun i stas
a lemanes, franceses, ita lianos, etc. No puede sorprender que en
esas c ircu nsta ncias naciera en Viena la rev ista Kom1nunism us, que
por a lgú n tiempo fue un órgano cap ital de las corrientes u ltra i z­
qu ierdistas de la I l l Internacional . Además de l os comun istas aus­
triacos y de los em ig rantes hú ngaros y p olacos, que formaba n la
d irección interna y el cuerpo de colaboradores permanentes, s i m­
patizaban con los esfuerzos de la rev ista los u ltrai zquierdistas ita­
l ianos, como Bord iga y Ter racini, los hola ndeses, como Pan nekoek
y Roland Holst, etc.
El dua l isn10 de l as tendencias de m i desarrol lo, del que ya he
hablado, cu l m i nó p ropiamente en esas ci rc u ns ta ncias, y consiguió
además u na nueva forma de crista l i zación cu riosamente dú p l i­
ce, teorética y práctica. Como m iembro del colectivo interno de
K01nmunis111us, tomé act ivamente parte en la elaboración de u na 1 í nea
político-teórica "izquierdi sta". Se basaba en l a fe, p or entonces aú n
muy v iva, en que l a g ran oleada revoluc iona ria que en poqu ísi mo
t iempo iba a l levar el mu ndo entero a l socia lismo, o p or lo 1nenos a
Eu ropa sin excepc ión, no había quedado en modo a lg u no deten ida
por las derrotas de Fin la ndia, Hu ng ría y Bav iera. Aconteci m ientos
como el putsch de Kapp, o las ocupac iones de la s fábricas en Ita l ia,
o la guerra polaco-sov iética, y hasta la m is1na Acción de Ma rzo,
nos con fi r maban en esa convicción de que la revoluc ión n1u nd ia l
se estaba acercando velozn1ente, de qu e el entero mu ndo civ i l i za­
do iba a qued a r pronto t ransfor n1ado tota lmente. Está c l a ro que a l
hablar d e l secta risn10 d e los a ños vei n te no se le debe con fu nd i r con
la var ia nte de secta rismo que ha conocido la p ráctica esta l i n ia na . E l
secta rismo esta l i n i sta s e p ropone a nte todo p roteger l a s relaciones
49

de poder dadas contra toda reforma, o sea, que es u n sectar is mo


de objetivos conservadores y de ca rácter burocrát ico en sus méto -·
dos . El sectarismo de los a ños veinte, p or e l contra rio, ten ía obje­
tivos mesián icos y utópicos, y sus métodos revelaban tendencias
básicas categórica mente a ntibu rocrát ica s . Por lo tanto, esas dos ten­
dencias que hoy conocernos con el m ismo nombre .no t ienen más
qu e e l no1nbre en comú n, m ientras que i nterna mente representan
una tajante contraposición. (Que ya por entonces se introdujeron en
la l l l Internacional u sos burocráticos, por obra de Zinov iev y sus
d iscípu los, es, desde luego, tan ind iscut ible corno el hecho de que
los ú lt i mos a ños de Len i n, al fi na l de s u en fermedad, estu v ieron
gravados por la a ngustiada preocu pación acerca de los modos de
combatir la c rec iente bu rocrati zación espontánea de la Repúbl ica
de los Sov iets o Consejos, sobre la base de u na democracia pro leta­
r ia. Pero también en este p u nto se p uede apreciar la contrapos ición
entre los secta rios de hoy y los de entonces. M i artícu lo acerca de
las cuestiones de organ i zación en el pa rt ido húngaro8 está d i rigido
contra la teoría y la p ráctica del d iscípu lo de Zi noviev que fue Béla
Ku n.) Nuestra rev ista servía a l secta rismo mesián ico por el p roce­
d i m iento de e laborar ante cua lesqu iera cuestión los métodos inás
rad ica les posib les y p roclama ndo en todos los terrenos una r u p t u­
ra tota l con todas las instit uciones, formas de v ida, etc., proceden­
tes del mundo b u rgués. De este modo se quería desarrollar hasta
mayores a ltu ras la auténtica conciencia de c la se en la vang ua rd ia,
en los partidos comun istas, en las orga n izaciones j uven i les comu­
n istas. M i a r t ícu lo polémico contra la partic ipación en los parla­
mentos b u rg u eses es un ejemplo típ ico de esta tendencia. Su dest i­
no -la crít ica a que lo sometió Leni n- me pos ibi l itó el p ri mer paso
hac ia la superación del izqu ierd i s mo. Len i n me mostró en efecto
la d i ferencia decisiva, i nc luso la contraposición qu e se da en esta
cuestión: que de la superación h i stór ico-u n iversa l de u na i ns t itu­
ción -por ejemplo, la del Parlamento por los Soviets- no se s ig ue en
modo a lguno la recusación de u na pa rticipación en la p r i mera, sino
al contrario. Esta crítica, cuyo acierto comprendí i n med iata mente,
me obligó a enl a za r n1 is pers p ectivas h istór icas de u n inodo n1ás
d i ferenci ado y más n1ed iado con la tác t ica de la lucha cot id ia na,
y sig n i ficó, pues, pa ra n1 Í el con1 ienzo de u na t ra nsforn1ac ión de

8Co nten ido en Histo ria y co ncie ncia de clase . ( N . del T.).
50

mis concepciones, aunque todav ía dentro de u na i magen del mun­


do que en lo esencia l seguía siendo sectaria. Esto se m a n ifestó u n
año m ás tarde, cuando aun viendo y a crít ica mente a lgunos errores
tácticos de la Acción de Marzo, s i n embargo, segu í aprobándola en
su conjunto de un modo acrít icam ente sectario.9
Precisamente por eso se man i fiesta rotu ndamente el dua l ismo
temática e ínti ma mente contrad ictor io de m is concepciones polí­
ticas y fi losóficas de la época. M ientras que en la v ida i nternacional
podía dar r ienda s uelta a toda la pas ión i ntelectual del mes ia n i s­
mo revolucionario, el mov i m iento comu n i sta que poco a poco se
iba reorganizando en Hu ngría me recababa decisiones c uyas con­
secuencias genera les y persona les i nmediatas y a largo plazo, había
de reg istra r consta ntemente y tom a r como funda mento de las deci­
siones s iguientes. Ya me había encontrado en u na s ituación así,
como es natu ral, du rante la Repúbl ica de los Consejos hú nga ros. Y
la necesidad de no or ienta r exclu s iva mente el pensamiento por las
perspectivas mesiánicas i mpuso, ya entonces, más de u na resolu- ·

c ión real ista, tanto en la Comisa ría del Pueblo pa ra la I nstrucción


cuanto en la d ivisión del ejército cuya d irección polít ica era de m i
competencia. A l c hoque con los hechos, la obligación d e estudiar
lo que Lenin l lamaba "el eslabón sigu iente de la cadena", se h i zo
ahora incompa rablemente más i n mediata e i nten sa que en cua l­
qu ier momento a nterior de m i v ida. Precisamente el carácter apa­
rentemente empírico p u ro del conten ido de esas decisiones tuvo
consecuencias importantes pa ra m i act itud teorética. Había que
coordi nar ésta con las situaciones y las tendenc ias objetivas; si se
quer ía l lega r a u na decisión de pri ncipio correctamente fundada,
no era posible detenerse nu nca a nte la factic idad i n mediata, si no
que había que esforza rse siemp re por descubri r las med iaciones,
a menudo muy ocu ltas, que hab ían pro ducido la situación y, a nte
todo, había que intenta r prever aquel las otras mediac iones que,
par t iendo de la situación conseg u ida, iban probablen1ente a surg ir
de ella, determ inando la p ráctica futu ra. La v ida m isma me i mpuso
pues, con estos problemas, u n comportan1 iento intelectual que a

9Insurrección de la d i rección i zq u ierd ista del Pa rtido Comun ista de


A leman ia en marzo de 1 921, que term i nó con u na derrota s a ng rie n t a de la
clase obrera. (N. del T.).
51

menudo se encont ró en contrad icción con nl i mesian ismo revolu­


cionario, utópico e idea l i sta.
El di lema se agr ió todavía más por el hecho de que en la
dirección práctica del par tido húngaro se situaba, como contrapar­
tida, otro sectarismo, éste ya de t ipo moderno, bu rocrático, enca r­
nado por el grupo de Béla Kun, verdadero d iscípu lo de Zinov iev.
En u n plano pura mente teorético, habría pod ido rechaza r sus con­
cepciones mostra ndo su natu raleza pseudo-izqu ierd ista; pero con­
creta mente sus p ropues tas no s e podían combati r sino apela ndo a
la real idad cotidia na, a menudo muy prosa ica, y sólo en lazable con
la gra n perspectiva de la revolución mund ial grac ias a una a mp l í­
sima cadena de med iaciones. Como tantas otras veces a lo largo de
mi v ida, ta mbién en ésta tuve persona l mente suerte; en cabeza de
la oposic ión contra B éla Ku n se encontraba Eugen Landler, hom­
bre de inteligenci a s uperior, no sólo -aunque sí sobre todo- prác­
tica, sino tam bién dotada de sensibi lidad pa ra con los problemas
de teoría, especia l mente si éstos se l igaban, por mediata mente que
fuera, pero de un modo rea l, con la práctica revolucionaria; era u n
hombre cuya más p rofu nda act itud i nterior estaba siempre deter­
m inada por su muy íntima v i ncu lación con la v i da de las masa s .
Su protesta contra los proyectos bu rocráticos y a l a vez aventureros
de B éla Kun me convenció desde el primer momento, de modo que
desde que esta l ló la lucha de fracciones estuve p ermanentemente
a su lado. Sin poder entrar aqu í ni en los deta l les más i mportantes
-de interés, a menudo, i nc luso teorético- de aquel las luchas internas
del p a rtido, me l i m i ta ré a l lamar la atención sobre el hecho de que
la escisión metodológica de mi pensamiento cu l m inó a hora en u na
escisión no sólo teórica, s i no ta mbién p ráctica: en las grandes cues­
tiones i nternaciona les de la revolución segu í siendo m iembro de
las tendencias u lt ra i zqu ierdistas, m ient ras que en cuanto m iembro
de la d irección del Pa rt ido Comu n i sta de Hu ngría me convert í en
encarnizado enem igo del sectaris mo. La contrad icción se reveló de
modo pa rt icu la rmente craso en la p rimavera de 1921. En la política
húngara defend í, s igu iendo a La nd ler, u na l ínea antisectaria y, s i n
emba rgo, en e l terreno i nternaciona l fig u ré como defensor teór ico
de la Acción de Ma rzo. Con eso l legué a l punto c u l m inante de esa
simu ltaneidad de tendencias con t ra pues tas. A l pro fu nd i za rse las
d i ferencias en el seno del pa rtido húnga ro y al comenza r a notarse
de nuevo los pri meros mov im ientos de nueva v ida del p roleta riado
52

rad ica l de Hu ngr ía, aumentó, como era natu ra l, en m i pensa m ien­
to la fuerza de las tendencias teorét icas d i manantes de ese hecho,
desde luego que s i n l legar todav ía a consegu i r, en ese p r i mer n ivel,
u na superior idad que determ ina ra el resto de m is ideas, p ese a lo
mucho que la crítica de Len i n resquebrajó m is opi n iones acerca de
la Acción de Marzo.
En esa época de tra ns ic ión y de crisis i nterna nació His toria y
conciencia de clase. La redacté en el a ño 1922. El texto consistía par­
cia lmente en la reelaboración de otros anteriores; además de los
ya citados, que son de 1919, h ay que conta r entre éstos el a r t ícu­
lo sobre "Conc iencia de clase", que es de 1920. Los dos a r t ícu los
sobre Rosa Lu xembu rgo y el a r t íc u lo "Lega l idad e i lega l idad" se
recogieron en el nuevo l ib ro sin mod i ficaciones esenc ia les. Y sólo
son completa mente nuevos los dos estud ios determ i nantes, c ierta­
mente, del l ibro, " La cos i ficación y la concienc i a del pro leta r iado" y
"Observaciones de método acerca del problema de la organ ización".
(Estud io prev io para este ú lt i mo t rabajo fue el artícu lo publ ica­
do en Die Internationale en 1 921, i n med iata mente des pu és de la
Acción de Ma rzo, O rganisatorische Fragen der revolutionii.ren lnitiative
[Cuestiones de orga n i zación de la i n iciat iva revoluciona r ia.10])
Historia y conciencia de clase es, pues, desde el p u nto de v ista l itera­
r io, el res u men conclus ivo de m i período de evolución intelectua l
desde los ú lt i mos a ños d e la g u er ra. Conclusión, cierta mente, que
contenía ya, en pa rte a l menos, tendencias de un esta d io de t ransi­
c ión haci a mayor c l a ridad, au nque esas tendencias no podía n des­
plegarse aú n com p leta mente.
Esa i rresuelta lucha entre contrapuestas orientaciones del p en­
sam iento, de las que no es s iempre fáci l deci r si son v ictoriosas o
derrotadas, no simpli fica, c ierta mente, la ca racterización y esti­
mación globa l de este l ibro. Pero hay que i ntenta r aqu í destacar,
por lo menos, los motivos dom i na ntes del m ismo. Llam a a nte todo
la atención el que Histor ia y con cien cia de clase represente objetiva­
mente -y contra las intenciones subjet ivas de su autor- u na tenden­
cia que, dentro de la h istori a del marx ismo y s i n duda con g ra ndes
d i ferencias en la fu nda mentac ión fi losófica y en las consecuencias
po l ít icas, representa s ien1pre, volu nta ria o i nvo lu nta r ia mente, u na

10Lukács, Gyorgy: " C u es t i o n e s organizativas de la iniciativa revoluciona­


r i a", e n Táctica y ética, o p. cit. ( N . del E .)
53

orientación contraria a la onto logía del marxismo. Me refiero a la


tendencia a entender el ma rx ismo exc l u s i va mente como doctri­
na de la sociedad, como fi losofía soci a l, ignora ndo o rechazando
la actitud que contiene res pecto de la natura leza . Ya antes de la
pri mera guerra mu nd ia l representa ron esta orientación m a rx istas
por lo demás muy d i ferentes en su tendencia, como Max Adler y
Lu nacha rsk i; en nuestros d ías l a m isma tendencia se encuentra -y,
probablemente, no s i n a lgu na i nfluencia de Historia y co nciencia de
clase- ante todo en e l ex istenc i a l ismo fra ncés y su amb iente esp i­
ritua l. Mi l ibro adopta en esta c u est ión u na act itud muy resuelta;
la na tura leza, se a fi rma en va rios pasos, es u na ca tego r ía soc i a l y
l a concepción genera l del l ibro t iende a a fi rma r que sólo e l cono­
c i miento de la sociedad y de los hombres que v iven en e l la t iene
i mportanc i a fi losófica. Ya los nombres de los representa ntes de esta
tendencia muestran clara mente que no se trata de u na escue la n i
cosa pa recida; yo m ismo n o conoc ía entonces d e Lu nacha rsk i más
que el nombre, y recha zaba a Ma x Ad ler por kantia no y soc ia ldemó­
crata. Mas, a p esar de todo, u n a cons iderac ión más atenta muestra
ciertos rasgos comu nes. Ocu rre, por una parte, que la concepción
mater ia l ista de la natu ra leza deter m ina p recisa mente la verdadera
rupt u ra rad ica l de la concepción socia l i sta del mu ndo con l a bur­
guesa, de modo que el rehu i r ese complejo de problemas debi l ita
la lucha fi losófica, i mp id iendo, por ejemp lo, u na elaborac ión clara
del concepto marx ista de práctica . Por otra par te, esta apa rente e le­
vac ión metodológica de las categorías socia les t iene consecuencias
desfavorables pa ra sus autént icas fu nciones cognoscitivas; tam­
b ién se deb i l ita así su espec í fica pec u l i a ridad ma rxi sta y se a nu­
la a menudo i nconcientemente su superación rea l del pensa miento
bu rgu és.
Como es natu ra l, al i nd ica r esos p u ntos crít icos me estoy l i m i­
ta ndo aqu í a Histo ria y co nciencia de clase, au nque tampoco p retendo
a fi r ma r que esa m isma d ivergenci a respecto del ma rx ismo haya
sido menos importa nte en ot ros autores de actitu d aná loga . En m i
l ibro t iene i n med iata mente consec uencias en la concepc ión de l a
econom ía, oscu reciendo y con fu nd iendo cosa s decisivas; y l a eco­
nom ía ten ía que ser n1etodológ ica mente e l centro del l ibro, dada
su temát ica. Si n duda Historia y co nciencia d e clase intenta con1pren­
der todos los fenómenos ideológ icos por su base económ ica, p ero
la econom ía qu eda conce p tu a l m ente est rechada al e l i m i na r de e l l a
54

su fundamental categor ía marxista, a saber, el t rabajo en cua nto


med iador del i nterca mbio de la sociedad con la natura leza. Mas esa
deficiencia es consecuencia nat u ra l de la actitud metodológica bási­
ca. E l la acar rea a su vez la desapa rición de las verd aderas colu mnas
reales de la i magen marxista del mu ndo, y el intento de expl icita r
con mayor radica l idad las ú lt imas consecuencias revoluciona r ia s
del marxismo fracasa necesar iamente p o r fa lta d e fundamentación
económica. Se ent ie nde sin más que desaparezca inevitablemente
la objetiv idad ontológ ica de la natu ra leza, la cual constituye el fu n­
damento óntico de ese i ntercambio o metabol i s mo. Pero también se
p ierde entonces la interacción m isma que impera entre el trabajo,
entendido de modo auténticamente material ista, y el desarrol lo de
los hombres que trabajan. La g ran idea de Marx, s egún la cual hasta
la "producción p or la producción m isma no es más que el desarrollo
de las fuerzas productivas h umanas, o sea, el desarrollo de la riqueza de la
naturaleza como autofinalidad", se encuentra fuera del ámbito que era
capaz de contempla r Historia y conciencia de clase. El l ibro ignora el
lado objetiva mente revoluciona r io de la exp lotación capita l ista y no
consigue entender el hecho de qu e

"este desarrollo de las capacidades de la especie Hombre, a pesar de real i­


zarse por de pronto a costa de la mayoría de los ind ividuos humanos y de
ciertas clases de hombres, rompe al final ese antagonismo y coinc ide con
el desarrollo del i nd iv iduo m ismo, o sea, que el desarrollo superior de la
i nd ividualidad t iene que comprarse ni.ediante un proceso histórico en el
cual son sac r ificados los ind ividuos".1 1

Por todo eso la ex p osic ión de las contrad icc iones del cap ital ismo
y las de la constitución revoluciona r i a del proletariado cobran i nvo­
lunta riamente acentos de subjet iv i s mo dom i nante.
Y eso destiñe ta 1nb ién sobre el concepto de práctica, centra l para
este l ibro, estrechá ndolo y defo r n1á ndolo. Ta n1b ién por lo que hace
a este p roblema me propon ía yo pa r t i r de Ma rx e i ntentaba depu­
rar sus concep tos de toda p oster ior deformación burguesa, hacer­
los adecuados para las necesidades del gra n sa lto revolucionario
del presente. Consideraba yo entonces como cosa firme a nte todo

11 Marx, Karl: Theo rie n über de n Mehrwe rt (Teorías acerca de la plusva l í a),
I I-1, Stuttgart, 1921, págs, 309 y ss. ( La edición a mano del lector es Marx,
Carlos: Teorías sobre la pl usvalía, Cartago, Bs. As., 1 974. ( N . del E.))
55

la necesidad de superar rad ical mente el carácter meramente con­


templativo del p ensa m iento burgués. Por eso la concepción de la
práctica revoluciona ria es en este l ib ro m ística mente desa forada,
como cor responde a l utopismo mesiánico del izqu ierd ismo comu­
n ista de la época, p ero no a la auténtica teoría de Ma rx. De u na
manera comprensible si se tienen en cuenta las circunstancias de
la época, mi polém ica -relativa mente muy justi ficada12- se d i rigía
contra la exageración y la sobrestimación de la contemplación. La
crítica de Feuerbach por Marx con fi r ma ba m i act itud. Lo que pasa
es que no me di c uenta de que sin una base en la práctica rea l, en
el trabajo como proto forma y modelo de la p ráctica, la exageración
del concepto de p ráctica tiene por fuerza que muta r en lo que en
real idad es de nuevo una contemplación idea lista. Así, por ejem­
plo, me p ropuse a is la r la verdadera y autént ica conciencia de cla­
se del proletar iado respecto de toda "investigación de la opi n ión"
(manera de decir que entonces, desde luego, no estaba en uso) de
tipo emp i rista, dándole una objetividad p ráctica mente i ndiscutible.
Pero con eso no pude l legar más que a la formulación de la concien­
cia de clase "atribu ida". Yo tenía p resente, a l a rb itra r esa fórmu la,
lo que describe Leni n en ¿ Qué hacer?, a saber, que, a d i ferencia de la
conciencia t rade-unionista de nac i m iento espontáneo, la concien­
cia soc ia l ista tiene que l leva rse a los trabajadores "desde fuera", "es
deci r, desde fuera de la lucha económica, desde fuera de las relacio­
nes entre trabajadores y empresarios".13 De este modo lo que, seg ú n
mi intención subjetiva y e n exp resión d e Leni n, e s resultado del
auténtico a ná l isis ma rxista de un mov i miento p ráctico dentro de la
tota l idad de la sociedad se conv i rtió "en mi exposición" en resul­
tado pura mente esp i r itual y, por lo tanto, en a lgo esencialmente
contemplativo. La mutación de la conciencia "atribu ida" en práctica
revoluciona r ia res�lta en Historia y conciencia de clase, si se considera
objetivamente el texto, un verdadero m ilagro.
Esta mutación de una intención, que en sí m isma estaba bien
orientada, en lo contra rio de lo que se buscaba es u na consecuencia
de la concepción, ya citada, de la p ráctica por v ía abstractamente
idea l ista. Esto se aprecia clara mente en la polém ica -tampoco

1 2La traducción de este i nciso es litera l: urelativ weitgehend berechtigte".


( N. del T.).
13Lenin, Werke [Obras), ed. alemana I V, l l, p ágs. 216 y ss. [ Véase Leni n,
V lad im i r: ¿Qué hacer?, Ed itoria l Polém ica, Bs. As., 1974 . ( N. del E.)]
56

compl etamente i njustificada- contra Engel s, el cua l ve en el expe­


r i mento y en la industria los casos típicos en los cuales la práctica
se revela como criterio de la teoría. Más ta rde he v isto como fun­
damento teorético de la insu ficiencia de la tesis de E ngels el que el
terreno de la práctica (sin a lteración de su estruct u ra básica) se ha
hecho en el curso de su desarrol lo mayor, más complicado y más
mediado que en e l mero trabajo, ra zón por la cua l el mero acto de
producción del objeto puede, sin duda, ser fu ndamento de la rea l i­
zación correcta i n med iata de u na h ipótesis teórica y, por lo tanto,
va ler como criterio de la verdad o fa lsedad de esta h ipótesis, pero la
tarea que en este p u nto E ngels propone a esa p ráctica i n ni.ediata -a
saber, ter m i nar con la doctrina ka nti ana de la "inaprehensible cosa
en sí"- no está con eso res uelta ni mucho menos.
Pues el trabaj o puede muy bien no rebasar la mera man ip u la­
ción, con lo que pasará por alto, espontánea o concientemente, l a
cuestión d e l en-sí, ignorándola tota l o parcialmente. La h is toria nos
muestra casos de acción p rácticamente acertada sobre la base de
teorías completamente fa lsas que i mplicaban la no aprehensión del
en-sí en el sentido de Engels. Y ni la m is m a teoría kantiana n iega
el valor cognoscit ivo, la objetiv idad de ex peri mentos de este tipo,
sino que los s itúa en el rei no de los meros fenómenos, sin a fectar
en nada a l a incognoscibil idad del en-sí. Por s u parte, el act u a l neo­
pos it iv ismo se propone e l i m i na r de la ciencia toda problemática
de la realidad, del en-sí, rechaza todo pla ntea m iento de este t ipo
por "acientífico", y lo hace reconociendo al m is mo t iempo todos los
resu ltados de la tecnología y de la ciencia natu ra l. Por lo tanto, para
poder ejercer la función que Enge l s ex ige acertadamente de el la, la
práctica, au n manteniéndose ta l, ha de ser cada vez más amplia,
levantándose por encima de esa in med iatez.
As í p ues, m is reservas de entonces ante la solución de Engels no
carec ía n de fundamento. Tanto más fa l sa, empero, era mi argu men­
tac ión . Era completamente equ ivocado a fi r ma r q ue el "experimen­
to es el modo de comporta m iento más p u ra mente contemplativo".
M i prop ia descr ipción refuta m i a rg u mento. Pues la producción de
una situac ión en la cual las fuerza s natu ra les que se qu iere estu diar
p ueda n ob ra r 11pu ra mente", sin l a per tu rbac ión de momentos i nhi­
b itorios del inu ndo objetivo y s i n obser vac iones erradas del s ujeto
57

es, a l ig ual que el t rabajo m ismo, una p osic ión teleológica L4, aun­
que de t ip o pa rticu lar y, por lo ta nto, p u ra práct ica en su esencia.
No menos fa lsa era la negación de la p ráct ica en la i ndustria y no
ver en ésta "en sentido histórico-d ia léctico más que el objeto, no
el sujeto de las leyes natura les socia les". Lo verdadero de esa fase
-pa rcia l, muy parcia l mente verdadero- se refiere sólo a la total idad
económ ica de la producción capita l ista. Pero no está en contradic­
ción con eso el que cada acto i nd iv idua l de la producc ión industrial
sea n o sólo síntesis de actos teleológicos de trabajo, sino además, y
prec isa mente en esa síntes is, acto teleológico él m ismo, o sea, acto
de la práctica. Estas torpezas fi losóficas son el prec io pagado por el
hecho de que Historia y conciencia de clase parte, en su a ná l isis de los
fenómenos económ icos, no del trabajo, s i no de compl icadas estruc­
tu ras de la econom ía merca nti l . Con el l o se i mposib i l i ta desde el
principio el acceso fi losófico a cuestiones decisivas, como la rela­
ción de la teoría con la práctica, del sujeto con el objeto.
En ese y en otros pu ntos de partida a ná logos y su ma mente
p roblemát icos se manifiesta la i n fluencia de la herencia de Hegel,
no elaborada de un modo consecuentemente material ista y, por lo
ta nto, no superada, en el doble sentido de este térm i no. Volveré a
aduci r a este respecto un problema centra l. S i n duda es un gran
mér ito de Historia y conciencia de clase el haber tornado de nuevo la
categoría de tota l idad, su m ida en el olv ido por la "cienti ficidad" del
oportun ismo socia ldemócrata, pa ra atribu i rle otra vez la posición
metodológica central que siempre tuvo en la obra de Marx. No sabía
yo por entonces que en Leni n se encuentran tendencias a ná logas
(pues los fragmentos fi losóficos de Len i n se publ icaron nueve años
desp ués de Historia y conciencia de clase). Pero m ientras que Len in
renovó rea l mente el método de Marx también en este pu nto, yo
produje u na exagerac ión hegel iana, a l contraponer la posición
metodológica mente centra l de la tota l idad a lo económ ico: "'Lo
que d i ferencia decisivamente al marx ismo de la c iencia burguesa
no es la tesis de un predom i n io de los mot ivos económicos en la
exp l icación de la historia, si no el punto de v ista de la tota l idad".
Esta pa radoja metodológ ica se agu d i zaba au n por el hecho de que
la tota lidad se entend ía como portador categor ial del principio

14Sac r is t á n traduce "de fines" en l uga r de "teleo lógica". ( N. del _E .)


58

revolucio nar io en la ciencia: " E l domi n io de la categoría de tota­


l idad es el portador del principio revolucionar io en la c iencia".15
No hay duda de que estas paradojas metodológicas tuvieron u na
función i mportante y en muchos sentidos progresiva en l a influen­
cia global de Historia y conciencia de clase. P ues, por una parte, las
apelaciones a la d ia léct ica de Hegel s ig n i ficaban u n duro golpe a la
tradición r evision ista; ya B er nstein se hab ía propu esto elim in a r del
marxismo, sub tit u lo "cienti ficidad", todo lo que recorda ra a la d ia­
léctica hegeliana. Y sus contrinca ntes ideológicos, empezando por
Kautsky, estaban muy lejos de proponerse u na defensa del legado
de Hegel. E ra, pues, obvia pa ra u na v uelta revoluciona r ia al m a r­
xismo la obligación de renova r en éste las trad iciones hegel ianas.
Historia y conciencia de c lase sign i ficó el i ntento acaso más rad ical
de reactu a l i za r lo revoluciona rio de Marx mediante u na renovación
y conti nu ación de la dia léct ica hegeliana y su método. La empresa
resultó tanto más act u a l cuanto que por los m is mos a ños se hacían
cada vez m ás intensas en la filosofía burguesa las tendencias a la
renovación de Hegel. Es verdad que estas tendencias no toma ron
nu nca como base la ruptura fi losófica de Hegel con Kant, y que,
por otra par te y por influencia de D i l they, se orientaba n a lanzar
puentes teoréticos entre la d ia léctica hege l ia na y el i r raciona l ismo
moderno. Poco después de la apa rición de Historia y conciencia de
clase, Kroner descr ib ía a Hegel como e l i rraciona l ista máxi mo de
todos los tiempos, y la posterior exposición de Low ith16 hace de
i\1arx y Kierkegaa rd fenómenos para lelos debidos a la d isolución
del hegelianismo. El contraste con esas corrientes muestra lo act u a l
que resultó e l p la nteamiento d e Historia y conciencia de clase. D esde
el punto de v ista de la ideología del mov i m iento obrero radica l,
-
el planteam iento era también actua l por el hecho de que ponía en
segundo tér m ino la función med iadora de Feuerbach entre Hegel y
Mar x, muy sobres t i mada por P lejánov y otros. Sólo a lgo más tarde,
pero anticipándome en a ños a la publicación de los es tud ios filosó­
ficos de Leni n, d ije abiertamente, en e l ensayo sobre Moses Hess,
que Marx enlazó d irecta mente con Hegel; pero, materia l mente, esa

15Lukács, Georg: Geschichte und Klassenbewusstsein, Berlí n, Mal i k, 1923, pág.


39; aquí pág. 121.
l6Lu kács se refiere a Low ith, Karl: De Hegel a Nietsche: la quiebra revoluciona­
ria del pensarniento en el siglo XIX. Ma rx y Kierkegaard, Katz B a r pa l Ed itores,
2008 ( N. del E .)
59

tesis subyace ya a muchas d iscusiones de Historia y conciencia de


clase.
En este resumen necesariamente su ma r io es i mposible criticar
concretamente particu la res desar rollos del l ib ro, ind ica r, por ejem­
plo, cu ándo u na i nterpretación de H·egel a punta al futuro y cuándo
produce con fusión. El l ector de hoy, si es capa z de crít ica, encon­
tra rá sin duda bastantes ejemplos de a mbas cosas. Tanto para la
i n fluenc ia en su época cua nto pa ra la posible actua l idad presen­
te, hay un p roblema que t iene impor ta nc ia por enc i ma de todos
los desarrol los de deta lle: el de la al ienación, que aqu í se estudió,
por vez p r i mera desde Ma rx, como cuest ión centra l de la crít ica
revoluciona r ia del cap i ta l ismo, y cuyas ra íces h istórico-teoréticas
y metodológicas se s igu ieron hasta su fuente en la d ia léctica hege­
l ia na. E l p roblema, natu ra l mente, estaba en el a i re. Pocos años des­
pués, Sein und Zeit (1927)17, de Heidegger, situaba ese concepto en
el centro de las d iscusiones fi losóficas, posición que no ha p erd ido
todav ía, sob re todo a causa de la in fluencia de Sartre y de sus d is­
cípu los y contrinca ntes. Podemos pasa r a hora por alto la cuestión
filológ ica que suscitó p r i nc ipa lmente Lucien Gold ma n n, al ver en
la obra de Heidegger u na parcia l réplica p olém ica a m i l ibro -des­
de luego no citado-. La a firmación de que el problema estaba en el
a i re basta hoy completa mente, sobre todo si se a na lizan detal la­
damente, como no me es posible en este p rólogo, los fundamentos
del hecho, con objeto de poner de manifiesto la ulterior i n fluenci a
y l a mezcla d e motivos d e p ensam iento marxista y existencialistas
después de la guerra mu nd ia l y par t icula rmente en Francia. No es
de mucho interés la cuest ión de las prio r idades y las ""i nfluencias".
Lo importa nte es que la ext rañación del hombre fue descubierta
y reconocida igua l mente por pensadores bu rgueses y p roletar ios,
situados pol ítico-soc ia l mente a la izqu ierda o a la derecha, y en
todo caso, reconocida como un prob lema cent ra l de la época en que
v iv i mos. Historia y conciencia de clase fue, de este modo, p rofu nda­
mente eficaz en los a 1nb ientes de la intelectua l idad joven; conozco
toda una serie de buenos comunistas que fueron ga nados por ese
l ib ro p a ra el mov i m iento. Y no hay duda de que la recuperación de
este problema hegelia no-marx ista por parte de un comunista fue

1 7Heideggcr, Marti n: El ser y el t iempo, Biblioteca de los Grandes Pensadores,


Barcelona, 2002. ( N. del E.)
60

una de las causas de que este l ib ro i n fluyera ta mbién por fuera de


los l í mite s del part ido.
Por lo que hace a l tratamiento del problema m ismo, hoy no es
muy d ifícil advertir que se mueve íntegramente según el espír i tu
de Hegel. Su fundamento fi losófico ú ltimo, p rinc ipal mente, es el
sujeto -o bjeto idént ico que se real iza en ei proceso h istórico. Cierto
que en e l p ensa m iento de I-fegel l a génesis del sujeto-objeto idénti­
co es de naturaleza lógico-fi losófica, pues la consecución del supre­
mo estadio del Espíritu absoluto en la fi losofía, con la retrocapción18
de la extraña ción o enajenac ión, con la vuelta de la autoconciencia
a sí m is ma , es lo que rea l i za el sujeto-objeto idéntico. En cambio,
en Historia y conciencia de clase es te proceso se supone h istórico-so­
cial y cu l mi na en el hecho de que el p roletariado, conv irtiéndose
en sujeto-objeto idéntico de la historia, rea l i za d icho estad io en su
concienci a de clase. Con eso parece que se haya puesto efect iva­
mente a Hegel /.(con los pies en el suelo"; parece como si la cons­
trucción lógico-meta física de la Fenomenología del Espíritu ha l la ra
u na real ización óntica mente auténtica en el ser y en la conciencia
del proletariado, cosa que a su vez, parece da r fundamento a la
m isión h istórica del proleta riado de produci r con su revoluc ión la
sociedad sin clases, de concluir la /.(preh istoria" de la hu man idad .
Pero ¿es real mente el sujeto-objeto idéntico a lgo más que u na cons­
t rucción puramente meta física? ¿Se produce rea lmente un sujeto­
objeto idéntico en un autoconoci m iento, por perfecto y adecuado
que éste sea, y aunque se base e n u n conoci miento adecuado del
mundo social, es decir, au nqu e ese autoconoci miento se dé en la
más consu mada autoconciencia? Basta con for mu lar la p regunta de
un modo preciso pa ra verse obligado a responder negativamente.
Pues por mucho que el conten ido del conoci miento pueda refer i rse
al sujeto conocedor, el acto de conoci m iento no pierde por e l lo su
carácter a lienado. Con razón ha rechazado Hegel, y precisamente
en la Fen01nenología del Esp íritu, la rea l ización m ístico-irraciona l del

18Como puede verse en la c ita n� Sacristán t raduce 11zurückname" por


"retrocapción". Según el DRAE ( D icciona rio de la Real Academia Española)
ret rocapción no existe. Sacr istá n u ne "retro" (11haci a atrás") con "capción"
("captación": acción y efecto de captar). Podría resu ltar más claro "retro­
captac ión" pero s igue resu lta ndo extra ño. Hemos p refe r ido deja rla c01no
está y s ugeri r al lector 11reasunción", sig uiendo la t raducción c ubana, mejor
que lo que sug iere la versión i nglesa ("to take back " ) . ( N . del E . )
61

sujeto -obj eto idéntico, La "i ntu ición i ntelectua l" de ScheJ ling, b us­
ca ndo u na solución fi losófica raciona l del problema. Su sano sen­
tido de la rea l id ad h izo que deja ra esa búsqueda en mera p ostu­
lación; pues au nque sin dud a es verdad que su construcción más
general del mu ndo cu l m i na en la perspectiva de la rea li zación de
ese postu lado, sin emba rgo, Hegel no muestra nu nca concretamen­
te, dentro de su s istema, cómo pod r ía cu mpl i rse lo postu lado. En
resolución, la idea del proleta r ia do como sujeto-objeto idéntico de
la real h istor ia hu ma na no es n i ng u na rea l ización material ista que
supera ra la construcc ión intelect ual idea l is ta, s i no más bien u na
pl uscuamhegel ización'q de Hegel, una construcc ión que tiende
objetiva mente a rebasa r, en elevación del pensa m iento por enci ma
de tod a rea l idad, a l maestro m ismo.
La cau tela de Hegel tiene su base i ntelectual en la ext ravagan­
cia de su concep ción bás ica. Pues en el pensam iento de Hegel e l
problema d e la ext ra ñación apa rece p or vez p r i mera como cues­
tión básica de la situación del hombre en el mundo y respecto
del mundo. Pero la ext rañac ión [Entfremdung], bajo el nom b re
de a lienación [Entiiusserung), es a l m ismo tiempo en el texto de
Hegel el poner, l a posición de toda objetividad . Por lo tanto, y s i se
p iensa hasta el fina l, La extrañación es idént ica con la posición de
objetividad. Consigu ientemente, el sujeto-objeto idéntico, al superar
la extra ñación, ha de supera r s imu ltáneamente la objetividad. Mas
como el objeto, la cosa, no ex iste seg ú n Hegel sino como a lienación
de la autoconcienc ia, ocu rre que la retrocapción de la a l ienación en
el suj eto sería el fina l de la rea l idad externa, o sea, de la rea l idad
en genera l. Historia y conciencia de clase sigue este pensam iento de
Hegel en la med ida en que identi fica extrañación con obj et i ficación
[ Vergegenstii.ndlichung) (por adoptar el léx ico de Marx en los
Man uscritos econó1nico-ftlosóficos)2º. Este error, fu ndamental y grosero,

19P l u scu am: más que. E x ag e ración del idea l ismo heg e l i a no, podría enten­
derse como "más papista que el Papa". ( N . del E.)
20Las t raducciones de estos térmi nos técnicos hegelianos y marx ia nos se
ha n dado ya en otros volú menes de esta ed ición de las obras de Lukács. Se
reú nen aqu í pa ra que el l e c to r cont role fácil mente eJ conj u nto:
Entiiusse nmg: al ienación, enajenación.
En�fremdung: ext rañación.
Zurückname: retrocapción.
Vergegenstiindlichung: objeti ficación ("'objet ivación" q ueda así l ibre para
62

ha contribu ido sin n i nguna duda a l éxito de Historia y conciencia de


clase. Como queda d icho, e l desen mascaram iento filosófico de la
extrañación se encontraba en el a i re, y muy p ronto se convirtió en
u na cuestión central de la crít ica cu ltu ra l que estudiaba la situación
del hombre en el capita l ismo del presente. Era obvia para la crít ica
c u lt u ra l filosófica burguesa (baste pensar en Heidegger) la solución
de sublimar la crít ica socia l en crítica fi losófica pura, hacer de la
ext rañación, esencia lmente soc ia l, una eterna "condi tion hu ma i ne",
por utiliza r u na exp resión s urgida con p osterioridad. Y ta mbién
está cla ro que el tipo de exp osición de His toria y conciencia de clase,
pese a lo d iferentes, incluso contrapuestas, que eran sus intenciones,
favoreció mucho a aqu el l as actitudes . La extrañación ident ificada
con la objeti ficac ión estaba cierta mente p ensada como catego r ía
social -puesto que el social ismo iba a su perar la extrañación-, pero
su existenc ia insuperable en las sociedades de c lases, y ante todo
su fundamentación filosófica, se aprox i m aban a pesar de ello · a la
"condition hu ma i ne".
Esto se s igue directa mente de la i ns istente y fa l sa identi fica­
ción de concep tos básicos contrapuestos. Pues la objeti ficación es
efectivamente u na forma i nsuperable de m a n i festación, de exte­
r iorización, en la v ida socia l de los hombres. Si se t iene en cuenta
que toda objet ivación de y en la p ráctica, e mpezando por el t ra­
baj o, es u na objeti ficación, si se t iene en cuenta que todo modo de
expresión hu ma no, empezando por el lenguaje, obj et i fica los p en­
samientos y los sentim ientos hu manos, etc., se hace evidente que
nos encontramos ante u na forma hu m ana genera l de tráfico entre
los hombres . Como ta l, desde luego, la objeti ficación es axiológi­
camente neutra: tan objeti ficación es la verd a d cua nto l a fa lsedad,
la l iberación cua nto la esclav i zación. Sólo cu ando l as formas obje­
ti ficadas de la sociedad cobra n o asu men funciones qu e ponen la
esencia del hombre en contraposición con su existencia, someten
la esencia hu m a na al ser soc ial, la deforman o desgar ran, etc., se
producen l a relación objetivamente soc ia l de extra ñación y, como
consecuencias necesarias, todas l as características de la extra ña­
c ión i nter na . Esta dua lidad no se respeta en Historia y conciencia de

usos no técnico-marxianos) .
Verdinglichzmg : cos ificación.
Todos los términos aparecen, con d isti ntas frecuencias relativas, en los
escritos de He gel, Feuerbach, Marx y Lu k ács. ( N . del T.).
r
.

!
63

clase. De aquí la falsedad y la torpeza de su concepción histórico-fi­


losófica fundamental. (Diga mos sólo de paso que el fenómeno de la
cosificación, muy emparentado con el de extrañación, p ero ni socia l
ni conceptua lmente idéntico con él, se uti l i zó en la obra como sinó­
nimo del otro.)
Esta cr ítica de los conceptos básicos no puede ser completa. Pero
incluso acep tando una l im itación estricta a las cuestiones centra­
les hay que recorda r la negación de la pos ibi lidad de reflejo en el
conoci m iento. La tes is ten ía dos fuentes. La p r i mera era la profun­
da repugna ncia por el fata lismo mecá n ico que solía acarrea r el uso
de la noc ión de reflejo en el materia lismo mecanicista; contra él
protestaba apasionadamente mi utopismo mesiánico de l a época,
el p redom i n io de la práctica en m i pensa m iento, todo ello de u n
modo no completamente injusti ficado. El seg undo motivo procedía
también del cono c im iento del origen y el a rra igo de la práct ica en
el trabajo. Ya el t ra bajo l!' ás p r i m it ivo, ya la selección de gu ija rros
por el hombre p reh istórico, presupone un reflejo adecuado de la
real idad i nmed iata aqu í considerada. Pues no es posible que se rea­
l ice con éx ito n ingu na posición teleológica21 sin u na refigu ración22,
por p r i m i tiva e i nmed iata que sea, de la real idad por ella mentada.
La práctica no puede ser consu mación y criterio de la teoría sino
porque le subyace ontológica.m ente, como p resupuesto rea l de toda
real p osic ión teleológica, una refigu rac ión de la rea l idad tomada
por verdadera . No va le la p ena entra r aqu í más deta llada mente en
la p roblemática que suscitan esas a firmaciones, la justificación de
una recusación del ca rácter fotográfico supuesto en las más corrien­
tes teorías del reflejo, etc.
No creo que sea paradój ica mi fu nda menta l l i mitación en estas
pági nas, m i atención exclusiva a los aspectos negativos de Historia y
conciencia de clase, pese a cons idera r que en su t iempo y a su ma nera
la obra no careció de i mportancia. Ya el hecho de que todo lo fa lso
que he ido enu merando tenga sus ra íces no tanto en pa rtic u la r ida­
des del au tor cua nto en gra ndes tendencias, aunque a menudo obje­
tiva mente fa lsas, del período, da a l l ibro cierto carácter representa­
tivo. Una g igantesca tran s ición histórico-u n iversal estaba entonces

21"de fi nes". ( N. del E.)


22" Refigu ra r": " Representarse de nuevo en la i maginación la imagen de lo
que a ntes se había v isto" ( DRAE). ( N. del E.)
64

pugnando por hal lar exp res ión teorét ica. Cuando u na teoría, aun
si n exp resar la esencia obj etiva de la gra n crisis, formu laba al menos
u na actitud t íp ica respecto de sus p roblemas básicos, podía conse­
g u i r c ierta importa nc ia h istórica. Yo creo que eso fue lo que ocu r r ió
con Historia y conciencia de clase.
Por lo demás, la exposición hecha hasta el momento no pretende
en modo a lg u no deci r que todas las ideas expresadas en este l ib ro
sean sin excep c ión fa lsas. Seguro que no es ésa la s ituac ión. Ya las
observac iones i nt roductor ias del pri mer artículo ofrecen u na deter­
m inación de la ortodox ia en el marx ismo que, seg ú n m is p resentes
conv icc iones, no sólo es objetivamente verdadera, s i no que ta m­
bién hoy, en la v íspera de un renaci miento del ma rxismo, pod ría
tener u na i mportanc ia considerable. Me refiero a las s igu ientes
consideraciones:

"suponiendo -aunque no ad mitiendo- que la i nvestigación rec iente hub iera


probado indiscutiblemente la falsedad material de todas las proposiciones
sue ltas de Marx, todo marxista 'ortodoxo' serio podría reconocer sin reser­
vas todos esos nuevos resu ltados y rec hazar si n excepción todas l as tesis
sue ltas de Marx sin tener en cambio que abandona r ni por u n m inuto su
ortodox ia marxista. Así, pues, marxismo ortodoxo no s igni fica reconoc i­
miento acrítico de los resultados de la i nvestigación marxia na, ni 'fe' en tal
o cual tesis, n i i nterpretación de u na escritura 'sagrada'. En cuestio nes de
marxismo, la ortodoxia se refiere exclusivamente al método. Esa ortodox ia
es la convicción científica de que en el marxismo d i a léctico se ha descu­
bierto el método de i nvestigación correcto, que el método no p uede con­
t i nua rse, ampliarse n i p rofund izarse más que en el sent ido de sus funda­
dores. Y que, en can1bio, todos los i ntentos de 'supera rlo' o 'corregirlo' han
conducido y conducen necesariamente a su deformac ión superfici a l, a la
trivialidad, al eclecticismo".23

Si n verme ob ligado a considerarme demasiado desprov isto de


modest ia, creo que no es d i fíc i l ha l lar en e l l ibro otras nu merosas
ideas de aná loga verdad. Me lim ita ré a recordar la inclusión de las
obras juven i les de Ma rx en la i magen total de su concep ción del
mundo, m ientras que los ma rx istas de la época no querían ver, por
lo genera l , en esos escritos s i no docu mentos h i s tór icos del desa­
rrol lo persona l de Ma rx. El que decen ios más ta rde esa situación

23 Geschichtc zmd Klnsse nbewusstsein, pág. 13; aqu í pág. 89-90.


65

se i nv i rtiera, hasta el p u nto de qu e muchos presenten hoy a l j oven


Marx como el au téntico fi lósofo, descu ida ndo sus obra s maduras,
no se puede imputa r a Historia y conciencia de clase, pues en este
libro, con acierto o s i n él, la i magen m a r x is ta del mundo se estud ia
siempre como a lgo esencia lmente un ita rio.
Tampoco hay que negar que en muchos pasajes del l ibro hay
conatos de u na ex posición de las catego r ía s d ia léct icas en su rea l
objetividad y en su rea l mov i m iento, y que, por lo ta nto, apunta n
en el sentido de u na au tént ica ontolog ía ma rx ista del ser social. D e
este modo s e expone, por ejemplo, l a categoría d e mediación:
" la categoría de la med iación, palanca metódica de la superación de la
mera i n med iatez de lo empírico, no es nada que se i ntroduzca desde fuera
(subjetivamente) entre los objetos, n i u n ju icio de valor o un deber-ser que
se contrapusiera a su ser correspond iente, sino q ue es la manifestación de la
estruct ura cósica objet iva y propia de esos objetos mismos".

O ta mbién, en ínti ma relación idea l con eso, la conexión entre


génes is e h istoria:

" La coincidencia de génesis e h istoria -o más propiamente, el hecho de que


génesis e h istoria sea n sólo u n momento de u n mismo proceso- es posible
sólo si, por u na parte, todas las categorías según las cuales se construye
la existencia humana aparecen como determinaciones de esa existencia
misma (y no sólo de su conceptual idad) y, por otra parte, su sucesión, su
conexión y su v i ncu lación se revelan como momentos del p roceso h istórico
mismo, como característica estructu ral del p resente. Así, pues, la sucesión
y la conexión i nterna de las categorías no constituyen, n i u na serie pu ra­
mente lógica, ni una ordenac ión segú n la mera facticidad histórica".24

E l h i lo del pensa m iento desemboca coherentemente en u na cita


de la célebre consideración metodológ ica de Ma rx durante los años
ci ncuenta . No son i n frecuentes los pasos que contienen aná logas
ant icipaciones de u na interpretación y u na renovación de Marx
autént ica mente materia l i stas-d ia léct icas.
Me he atenido, a pes a r de todo, a la c rítica de lo errado por mot i­
vos esencia l mente prácticos. Es u n hecho que Historia y conciencia de
clase h i zo mucha i m presión en muchos lectores, y s ig ue haciéndola
hoy. Si en esa in fluencia actúan las re flex iones acertadas, todo está

2-+Geschich te und Klnssenbewusstse in, pág. 1 75; aqu í pág. 283 -284 .
66

bien, y m i actitud de autor es del todo inoportuna y sin i nterés. Pero


sé perfectamente que, por desgracia, debi do a elementos del desa-·
rrol lo social y a las actitudes teoréticas por ellos provocadas, pre­
cisamente lo que considero fal so de Historia y conciencia de clase se
encuentra frecuentemente entre los momentos m ás eficaces e i n flu­
yentes en sus lectores. Por eso, al reed itarse el l ib ro m ás de cuarenta
años después, me considero obl igado a decir a l go princ ipa l mente
acerca de esas tendencias negat ivas, pon iendo en gu a rd ia a l lector
contra las erradas decisiones que entonces eran, sin duda, d i fíci l es
de ev itar, p ero que han dejado de serlo hace mucho tiempo.
Ya he ind icado que Historia y conciencia de clase era en cierto sen­
tido resu men y conclusión del período de mi evolución que empe­
zó en 1918-1919. Los años sigu ientes lo p u sieron cada vez más de
ma ni fiesto. Ante todo, el utopismo mes iá n ico de aquel período fue
p erd iendo cada vez más ráp ido todo suelo rea l (o hasta el aparen­
temente rea l). En 1924 mu r ió Len i n . Las luchas del pa r t ido a par­
t i r de su n'luerte se fueron concentrando progresiva mente en tor no
a la cuestión de la posibi l idad del socia l ismo en un solo pa ís. Sin
duda había hablado Len i n mucho tiempo antes acerca de la posi­
bil idad teorét ica o abstracta. Pero la pers pectiva de la revolución
mu nd ia l, que pa rec ía p róx i ma, hab ía acentuado entonces el ca rác­
ter pura mente teórico y abstracto de las con s ideraciones de Len in
al respecto. E l que la d iscusión t ratara ahora de la posib i l idad real,
de la pos ib i l idad concreta, mostró que ya no se podía contar p rác­
ticamente con u na perspectiva p róxima de revol ución mu nd ia l . ( La
perspectiva no vol v ió a resu rgi r parcia l mente si no con la crisis eco­
nóm ica de 1929.) Completó esta situación e l que la III I nternaciona l,
a pa rti r de 1924, entendiera, con razón, que la s ituación del mu ndo
cap ita lista era de "estabi l idad relat iva". Estos hechos s igni fica ron,
ta mbién pa ra m í, la necesidad de u na reorientación teorét ica. E l
hecho d e que e n l a s d iscusiones del partido ruso yo m e encontrara
del lado de Sta l in, afirma ndo e l socia l ismo en u n solo pa ís, mostra­
ba clara mente el com ienzo de un ca n1bio dec isivo.
De todos modos, lo que lo determ i nó de modo i n n'lediato, p ero
esencia l, fueron p ri ncip a l mente las exp er iencias en el t rabajo del
partido hú nga ro. La acertada p o lítica de la fracción La nd ler empe­
zaba a dar sus frutos. E l partido, que trabajaba en est r icta i lega l i­
dad, fue i n fluyendo cada vez n1ás en el a la izqu i erda de la socia lde­
mocracia, de ta l modo que en 1 924-1925 fu e ya posib le u n a esc isión
67

del pa rt ido, y con el lo la fu n � ación de un partido obrero rad ica l,


pero orientado a la lega l idad. Este partido, i legal mente di r ig ido por
comun istas, se p ropuso como ta rea estratégica el establec i miento
de la democracia en Hungr ía, pa ra cu l m i na r con la exigencia de
u na repúbl ica, m ientras que el pa rt ido comu n i sta m ismo, i lega l,
manten ía la vieja consigna est ratégica de la d ic tadura del p role­
tariado. P.o r entonces estuve táct icamente de acuerdo con aquel la
decisión, a u nque se me fue p roduciendo u n entero complejo de tor­
turadores problemas i rresueltos respecto de la justificación teorét i­
ca de la situ ación.
Ya estas reflexiones empeza ron a resquebraj a r los funda mentos
intelectua les de mi época comp rendida ent re 1917 y 1 924. A e l lo se
añad ió el hecho de que la desaceleración, tan evidente, del tempo del
desarrol lo de la revolución mu ndia l i mponía necesa riamente u na
cooperación de todos los elementos social es más o menos orienta­
dos hacia la izqu ierda, pa ra hacer frente a la creciente y robustecida
reacción . Pa ra u n partido legal y de izqu ierda ra d ica l, pa ra u n p a r­
tido obrero de esas característica s que se encontrara en la Hungría
de Hor thy, eso era la evidencia m i sma. Pero también el mov i m iento
internaciona l most raba tendencia s aná logas. Ya en 1922 se p rodu­
jo la m a rcha sobre Roma y los a ños sigu ientes v ieron en A lema n ia
u n robustecim iento del naciona l-socia l ismo, u na p rogresiva con­
centración de todas las fuerza s reaccionarias. De este modo los p ro-
. b lemas del frente ú n ico y del frente nacional se tenían que s ituar
en pri mer p la no, y había que p ensarlos teorét icamente desde los
pu ntos de v ista de la estrategia y de la táct ica . Pocas veces se pod ía
recibi r verdadera i nd icación de la II I Internacional, que estaba ya
entonces cayendo cada vez más resueltamente bajo la i nfluencia
de la táctica de Sta lin. La Internacional osci laba táctica mente entre
izqu ierda y derecha . El propio Sta l in inter v i no trágica mente en el
plano de la teoría y en aquel m arco de i nsegu ridad, al l l a ma r en
1928 a los socia lde1nócratas "hermanos gemelos" de los fascistas.
Con eso se cerró la puerta a todo frente u n itar io de la izqu ierda. Y
au nque en la cuestión centra l rusa yo me situaba al lado de S ta l i n,
su act itud i nternac iona l me repugnó p rofu ndamente. Pero e l lo no
i n1pidió 1n i pau latino a leja m iento de las tendencias izquierd istas
de los primeros a ños de la revo l ución, sobre todo porque la mayo­
ría de las ag ru pac iones izqu ierd i stas de los pa rtidos eu ropeos se
incl i na ron por el t rotskisn10, al que yo reaccioné con u na act itud de
68

rechazo. Cierto que s i yo, tomando el ejemplo de A lema nia, cuya


pol ítica era la que más me interesaba, asu m ía posición contra Rut h
F ischer y Masslow, eso no s ignificaba en modo a lg uno simpatía por
Brandler y Tha l hei mer. Lo que yo intentaba entonces era mi p ropia
c la rificación, entenderme con m igo m ismo pol ít ica y teorética men­
te, consegui r un "auténtico" p rogra ma de izqu ierda que cont rapo­
ner, por ejemplo, a aquel las contradicciones a lemanas. Pero ese s ue­
ño de solución polít ico-teorética de las contrad icciones del per íodo
de transición quedó, natura l mente, en sueño. j a más consegu í da r
con u na solución que me sat i s fic iera, por lo menos, a m í m ismo, y
por eso durante aquel período no interv ine nu nca n i práctica ni teo­
réticamente en el campo i nternaciona l, al menos de modo públ ico.
La cosa era d is t i nta en el mov i m iento hú ngaro. Landl er m u r ió
en 1928 y en 1929 el partido preparaba su seg u ndo congreso. Me
tocó la tarea de escribir el p royecto de las tesis polít icas del con­
greso. Esto me puso de nuevo en frente de mi viejo problema de la
cuestión húngara: ¿puede un partido p roponerse al m ismo tiempo
dos objetivos estratégicos d i ferentes (uno legal mente, la repú b l ica,
otro i lega l mente, la repúbl ica de los consejos)? O bien, cons iderado
desde otro punto de vista: ¿puede ser la act itud respecto de la for­
ma del estado contenido de una mera utilidad táctica (con la pers­
pectiva del mov i m iento com u nista i lega l como auténtico objet ivo,
y la del partido lega l como medida meramente táctica)? Un a ná l i­
sis detal l ado de l a situación económ ico-soc ia l de Hungr ía me con­
venció cada vez más profu ndamente de que Land ler hab ía cap tado
inst intivamente, con la consig na est ratégica de la Repú b l ica que él
formu ló en su tiempo, la cuest ión c�ntral de u na verdadera pers­
pectiva revolucion a ria para Hung r ía: i ncluso en el caso de una c r i­
sis tan p rofu nda del régimen de Horthy que produjera las cond i­
ciones objet ivas de u na tras formación rad ica l, no era posible pa ra
Hung r ía u na t ra nsición di recta a la repúbl ica de los consej os. Por
lo ta nto, la cons igna lega l de repú b l ica se ten ía que concreta r en e l
sent ido d e Leni n, en el sent ido d e lo que éste l la mó, en 1905, d icta­
du ra democrática de los t rabajadores y los ca mpesi nos. Pocos com­
prenderán hoy lo paradój ica que sonaba esa idea entonces. Au nque
el VI congreso de la III Internaciona l a lu d ió a esa posib i l idad en
cuanto posib i l idad, en genera l todos pensaban que Hung ría, p or
haber sido ya u na república sov iética en 1919, no ten ía posib i l idad
h istór ica de dar ese paso a trás .
69

No es éste el lugar adecuado para entrar en estas- d ivergencias


de opinión. Tanto menos cua nto que el texto de aquellas tesis, por
muy decisivas que fuera n pa ra todo mi p osterior desar rol lo, no se
puede real mente considerar hoy como u n docu mento de i mporta n­
cia teórica. Mi exposición no era ni lo su ficientemente concreta n i
l o suficientemente d e p r i ncipio para e l lo. Esa deficiencia se debe,
entre otras cosas, a que, para hacer aceptable el contenido pri nci­
pa l deb i l ité muchos deta l les y lo t raté todo de u n modo demasiado
general. A pesar de el lo se produjo u n g ran escánda lo en el pa r­
tido húnga ro. E l g rupo de Béla Ku n vio en las tesis oportu n ismo
p u ro; el apoyo que me p restó mi propia fracción fue bastante tibio.
Cua ndo por una fuente digna de con fian za supe que B éla Ku n esta­
ba p repa rando mi expu l s ión del partido por 11l iqu idac ionismo",
me decid í -conociendo la i n fluencia de Kun en la I nternaciona l- a
des istir de la lucha y publ icar u na "autocrítica". La verdad es que
seg u ía completa mente convencido del acierto de mi p unto de v ista,
pero también sabía -por ejemplo, contemplando el destino de Ka rl
Korsch- que en aquell a época la expulsión del partido s ig n i ficaba la
i mposibilidad de interveni r activamente en la lucha contra el i n m i­
nente fascismo. Redacté aquel la autocrítica como 11bill ete de entra­
da" en la actividad a nti fascista, p orque en aquellas circ u nstancias
no p odía n i quería seg u ir trabajando en e l mov i miento húngaro.
Se puede apreciar lo p oco seria que fue aquella autocr ít ica
observando que el g iro de pensa m iento, la actitud básica subya­
cente a las tes is (au n sin encontrar, desde luego, en ellas expres ión
ni s iqu iera aprox im adamente adecuada) su m inistró desde aquel
momento el h i lo conductor de toda m i u lterior actividad teorética y
práctica. Es obv io que no cabe en el marco de estas consideraciones
ni siquiera u n resu m ido esbozo de esta cuestión. Como mera docu­
mentación y prueba de que el lector no está, ante estas afirmacio­
nes, aceptando la subjetiva i mag inación o i lusión de un autor, sino
contempla ndo hechos obje�ivos, aduciré sola mente unas conside­
raciones de Jószef Réva i (del año 195 0), relativas p recisa mente a las
tesis de 1929. Réva i expone, como principal ideólogo del pa rtido,
m is concepciones l itera r ias de entonces como consecuencias d i rec­
tas de las tesis de 1929:

"' El que conozca la historia del movimiento comunista hú ngaro sabrá que
las Opiniones literarias defend idas por el camarada Lu kács desde 1945 has­
ta 1 949 están relacionadas con las opiniones pol íticas, mucho más a nt ig uas,
70

que sostuvo sobre l a evolución p o l ítica de Hu n g r ía y sob re la estrateg ia del


part ido comun ista a finales de los años veinte". 25

Esta cues t ión tiene otro aspecto ta mbién, que es para m í más
i mportante y en el cual la i n flexión real izada en aque l la época
cobra u na fis ionornía p recisa. El lector de estos escritos verá c la­
ramente qué motivos éticos me condujeron, muy esenc ia l me nte, a
entra r act iva mente en el mov i m iento comun ista. A l hacerlo, no sos­
peché siqu iera que con eso iba a converti rm e en p o l ít ico por toda
u na década. Lo decidieron las circunstanc ias. Cua ndo en febrero
de 1919 fue deten ido el com ité centra l del partido, consideré deber
m ío acepta r el luga r que se me inv itó a ocup a r en el com ité suplen­
te y semi-i lega l que se constituyó. Luego se s uced ieron en dra m á­
tica continu idad el Com isar iado del Pueblo para la Instrucción en
la Repúbl ica de los consejos, el Com isariado Político del Pueblo e n
e l Ejército Rojo, e l trabajo i lega l e n Budapest, la lucha d e fraccio­
nes en Viena, etc. Sólo ahora me veía de nuevo puesto a nte u na
a lternativa rea l. Mi autocr ítica -la autént ica, la que ine h ice p a ra
n1 í mis mo- era concluyente: si era tan evidente que ten ía razón y, a
pesa r de el lo, había tenido que encajar u na derrota ta n n1a n i fiesta,
entonces m i capacidad práct ico-política debía de ser su mame nte
problemát ica. Por eso me pude apa r ta r de la carrera política con
la conc iencia tranqui la, y concentra rme de nuevo en la activ idad
teorética. Nunca me he a rrepentido de aquel la decisión. ( El que en
1 956 volviera a aceptar un ca rgo de m inistro no era contrad ictorio
con lo d icho. A ntes de acepta rlo declaré que lo hacía sólo pa ra u n
período de tra nsic ión, para la fase n1ás ag uda de la crisis, y que en
cua nto se l legara a una consol idación d i m it i r ía.)
Por lo que hace a l aná l is i s de n1 i act ividad teór ica en sentido
propio después de Historia y conciencia de clase, me he sa ltado un lustro
con esas ú lt imas consideraciones . Vu elvo ahora más deten ida n1ente
sob re d ichos escritos. La desv iación cronológ ica se justifica por
el hecho de que el conten ido teórico de las tesis de 1929, aun s in
sospecharlo yo siqu iera, corno es nat u ra l, fue el secreto term inu s
a d quen126 d e n1 i evolución. M is años d e aprend izaje del m a rx is 1no
se p ueden considerar tenn i nados en el n1omento en que e1npecé

25Réva i, Jó s z e f: Literarische Studien [ Est ud io s l itera r ios], ed. alemana, Ber l ín ,


Dietz, 1 956, pág. 235.
26" L í m ite hasta el que", el pu nto fi n a l de u n p roceso. (N. del E.)
71

a supera r resuelta n1ente, a p ropósito de una cues tión concreta


e i mporta nte en la que con flu ía n los más d iversos p roblen1as y
determ i naciones, aquel comp lejo de dua l ismo contrad ictorio que
ca racterizaba mi pensa m iento desde los ú l t imos años de la g uerra .
Esta evolución, cuya conc lusión son, p u es, las tesis d e 1929, se puede
repasa r a hora a la luz de mi p roducción teórica de la C:•poca. Creo que
la cla ra ind icación prev ia de la meta a La cua l cond ujo ese cam i no
faci l ita rá la exp os ic ión, particu la rmente si se tiene en cuenta que en
aquel tiempo concentré mi energ ía a nte todo en las ta reas práct icas
del mov i m iento hú nga ro, y que mi p roducción teórica se comp us o
principa l mente d e trabajos mera mente ocasiona les.
Ya el pri mero de esos escr itos, y el más extenso -el intento de
trazar un retrato intelec tua l de Len i n- es l itera l mente trabaj o de
ocasión. In med iata mente después de la muer te de Len i n, mi ed i­
tor me p id ió que escribiera u na b reve monogra fía sobre él; acep té
la inv itac ión y term i né el b reve ensayo en pocas sema nas. El texto
ind ica un progreso respecto de 1-listoria y conciencia de clase en l a
med ida e n que l a atenc ión concentrada a l gra n modelo m e ayudó a
entender e l concepto de la p ráct ica más c la ra mente, en conj u nción
n1ás autént ica, más ónt ica y más d ia léc tica con la teoría . Como es
natu ra l, la perspectiva revoluc ionar ia es aún la de los años veinte,
pero, en pa rte a consecuenc ia de las experiencias del b reve t iempo
transcu rrido y en parte por la concentración sobre la persona l idad
intelectual de Len i n, empiezan ya a apaga rse a lgo los rasgos más
acusada mente secta rios de Historia y conciencia de clase, y van apa­
reciendo en su lugar otras ca racter ísticas más cercanas a la rea l i­
dad. En el epí logo que he pospuesto hace poco a la reed ición de ese
pequeño estud io27 he i ntentado precisa r más deta l lada mente que
en el v iejo texto m ismo lo que en la actitud bás ica de éste sigo con­
sidera ndo actua l y sano. Se trata a nte todo de entender a Len i n no
como s i m p le conti nuador teorét ico rect i l íneo de Marx y de Engel s,
ni como ºpol ítico rea l ista" gen ia l mente p ragmático, s i no seg ú n su
auténtica pec u l ia ridad esp i r itua l . Esta i magen de Len i n se pod ía
for mu l ar, muy brevemente, del sigu iente modo: la fuerza teorét ica
de Len in se debe a que contempla tod a categor ía -por abstracta­
mente fi losófica que sea- desde el pu nto de vista de su acción en la

27Lu kács, Georg : Lenin, Neu w ied, Luc h terha nd, 1 967, págs. 87 y ss . [ Véase
ed ición caste l l a na en nota 2. ( N . del E .)]
72

práct ica hu m a na y, a l m ismo t iempo y a nte toda acción -que pa ra


él ha de busarse s iempre en el a ná l isis concreto de la situac ión con­
creta de cada caso- p one el análisis en una conexión orgá nica y d ia­
léct ica con los p r i nc ip ios del marxismo. Por eso no es Len in, en el
sent ido estricto de la pa labra, ni un teórico ni un práctico, sino un
p rofundo pensador de la práctica, un apasionado traductor de la
teoría a la p ráctica, un hombre cuya aguda m i rada se fija s iempre
en el p unto de mutación en el cua l la teoría pasa a ser p ráctica y la
p ráctica teoría. El hecho de que el marco h is tórico-cultu ra l de m i
v iejo estudio, ni.a rco dentro del cual se desarrol la esta d ia léctica,
presente aún rasgos t íp icos de los años vei nte desd ibuja s i n duda
a lguna cosa de la fis ionomía intelectual de Len i n, sob re todo p or­
que Lenin, en los ú lt i mos t iempos de su v ida, pract icó la crítica del
presente mucho más a fondo que este b iógra fo s uyo; pero, de todos
modos, sus rasgos p r i ncipa les se rep roducen de un modo esenc i a l­
mente correcto, pues la obra teórico-prác t ica de la v ida de Leni n
está también objet ivamente enlazada, de u n modo i ndisoluble, con
los p reparativos de 1917 y sus consecuencias necesarias. La luz de
los años veinte da s i mplemente, segú n me p arece hoy, un matiz no
completamente idéntico, pero ta mpoco del todo ajeno, al intento de
cap ta r adecuadamente la particu laridad específica de aquella gra n
persona l idad.
Todo lo demás que escr ib í en los años posteriores es t rabajo oca­
sional no sólo externamente (pues por regla genera l son reseñas de
libros), sino también en lo ínti mo, pues yo m is mo intentaba espon­
táneamente, en m i b úsqueda de nueva orientación, cla r i ficar m i
futuro cam i no med iante una del i mitación respecto de las concep­
c iones ajenas. La más importa nte de esas reseñas es acaso, temát i­
ca y objetiva mente, la del l ib ro de Buja rin (sea d icho de paso, para
el lector de hoy, que en 1925, cuando se publ icó esa reseña, Bujarin
era, junto con Sta li n, la p r i nc ipa l figura del g rupo d i r igente del p a r­
t ido ruso; h asta tres a ños más tarde no se p rodujo la ruptu ra entre
los dos). El rasgo más posit ivo de esa reseña es la concreción de
m is p ropias ideas en el terreno de la econom ía; ella se ma n i fies­
ta a nte todo en la polémica contra la concepc ión muy d i fu nd ida,
tanto en el materia l i s mo vulga r de muchos comun istas como en
el positiv ismo de muchos bu rg ueses, de que haya de verse en la
técn ica el p r i ncipio objetivamente motor y decisivo del desar rol lo
de las fuerzas p roductivas. Es ev idente que con esa concepción se
r
73

afirma u n fata l ismo h istórico, u na eli m i nación del hombre y de la


práctica socia l, u na acción de la técnica como "fuerza natu ra l" de
la sociedad, como " ley natu ra l" socia l . Mi crít ica se mueve en un
plano h istórica mente más concreto que el de Historia y conciencia de
clase y, además, lo que se opone ahora a l fata l i s mo meca nicista no
son fuerzas tan cla ra mente volu nta ristas e ideológicas; más b ien
se i ntenta mostra r en las fuerzas económ icas m i smas el n1o mento
social rector, que determ i na la téc n ica. Aná logo es e l pla ntea m ien­
to de la pequeña reseña del l ib ro de Wittfogel. A mbas exposic iones
tienen, s i n emba rgo, desde el p unto de vista teór ico, el defecto de
trata r indi ferenc iadamente, como orientación ú n ica, el materia lis­
mo vu lgar meca n icista y el positivismo, y tienden incluso a d isol­
ver el segu ndo en el primero.
Más i mportantes son las reseñas, ta mbién mucho más deta l la­
das, de las reed iciones de las ca rtas de Lassa l le y de los escritos de
Moses Hess. En a mbas reseñas dom i na la tendencia a da r a la crí­
tica social y a l desa rrollo socia l u na base económica más concreta
que la dada por Historia y conciencia de clase, y ta mbién la crítica del
idea l ismo, y la tendencia a poner el u lter ior desar rollo de la d ia léc­
tica hegel iana a l servicio del conoci miento de las conex iones rea les
así conseg u idas. As í, por ejemplo, se recoge, frente a los sed icentes
superadores idea listas de Hegel, la cr ítica formu lada por el joven
Marx en La Sagrada Fmnilia, a saber, que esas tendencias, m ientras
creen subjetiva mente reb asar a Hegel, representan objetiva mente
meras renovaciones del ideal is mo subjetivo fichteano. Es propio de
los motivos conservadores del p ensa m iento de Hegel el que su filo­
sofía de la h istoria no conduzca más que a mostrar el presente en
su necesidad, y sin duda eran motivos subjet ivamente revolucio­
nar ios los que en la fi losofía fichtea na de la historia sitúan el pre­
sente, como "época de la peca m i nosidad cons u mada", en el pu nto
med io entre el p asado y el futu ro supues ta mente cognoscible de
modo filosófico. Ya en la crítica de Lassa l le queda claro que este
rad icalismo es mera mente i magina rio y que en el conoci miento
del real mov im iento histórico la fi losofía hegeliana rep resenta u n
estadio más a lto q u e l a fichtea na, porq ue la d i ná m ica med iadora
de i ntención objet iva mente h istór ico-socia l y productora del pre­
sente está const r u ida más rea l, menos idea l rnente que la fichteana
i nd icación del fut u ro. La s impat ía de Lassa l le por esa orientac ión
del pens a m iento a rra iga en su concepc ión g loba l del mu ndo, que
•.
� · . ..
,_ . .._.

.,. ; " t

74

es pu ramente idea lista y se resiste a toda mu ndanidad 28 necesa ria­


mente consecuente al despliegue de un p roceso h istórico econó­
micamente funda mentado. La reseña cita, para acentuar la distan­
cia entre Ma rx y Lassa l le, l a frase de éste en una conversación con
Marx: "Si no crees en la eternidad de las categorías, t ienes que creer
en Dios". Esta enérgica expl icitación de los rasgos fi losófica men­
te a rcaizantes del pensa m iento de Lassa l le era ta mbién, en aquel
momento, una polém ica teórica contra corr ientes socia lde mócratas
que i ntentaba n hacer de Lassa l le un d igno cofundador de la con­
cepción socia l ista del mundo, p rescind iendo de u oponiéndose a la
cr ítica de que había s ido objeto por parte de Ma rx. Au n s in refer ir­
me directa mente a esas tendencias, la s combatí como tendencias a l
aburguesamiento. Y ta ni.b ién esta intención me ayudó a acercarme
en a lg unas cuestiones al Marx auténtico más de lo que pude hacer­
lo en His to ria y conciencia de clase.
La reseña de la pri ni.era serie de escritos de Moses Hess no ten ía
una tal actua l idad pol ítica. Pero yo sent ía, en cambio, u na inten­
sa necesidad de distingu i r ni.e de los teór icos contemporáneos del
joven Mar x (precisamente por mi recup erac ión de l as ideas de éste),
del a la izqu ierda de la fi losofía hegel iana e n disolución, del "verda­
dero socialismo", a menudo íntimamente relacionado con ella. Esta
intención contrib u yó a que la tendencia a concretar fi losófica mente
los p roblemas de la econom ía y de su desarrollo social apa recieran
más abiertamente en primer término. E s verdad que ese escrito no
ha superado aún la acr ít ica contemplació n de Hegel, y que la crít ica
a Hess parte aún, exactamente igual que His toria y conciencia de cla­
se, de l a supuesta identidad de la objeti ficación y la ext rañación. El
progreso respecto de la anterior concepción toma aqu í u na form a
paradójica: por u na parte, contra Lassal le y los j óvenes hegelia nos
rad ica les, se ponen en pri n1er p lano las tendencias de Hegel que pre­
sentan l a s categorías económ icas como rea l idades socia les, m i en­
tras, por otra pa rte, se adopta una severa actit ud contra la adi a lec­
ticidad de l a crítica de I-Iegel por Feuerbach. Este ú l t imo punto de
v ista conduce a la a fi rmación, ya a ntes destacada, de la vincu lac ión
inmediata de Marx a Hegel, primer i ntento de u na detern1 inación
más precisa de la relación entre la econom ía y la d ia léctica. Así, por

2HCambiamos aqu í "'cismundaneidad" por "mu ndanidad". Ver nota


sigu iente. ( N . del E.)
75

ejemplo, se subraya, en laza ndo con la Fenontenología del Espíritu, la


acentuación de lo mundano29, frente al t rascendenta l i s mo de todo
idea l is mo subjetivo, en la d ia léc t ica económ ico-socia l de Hegel.
Así, tan1b ién, se entiende la extra ñación de ta l modo que no es "'ni
una construcción idea l ni u na 'condenabl e' rea l idad", 11s i no la for ma
de existencia i n med iata mente dada del p resente como transición
hacia su autosuperación en el p roceso histórico". S igue a eso u na
u lterior elaboración -tend iente a la objet iv idad- de Historia y con­
ciencia de clase, res pecto de la i n med iatez y la med iac ión en e l p ro­
ceso de desa rrol lo de la sociedad. Lo i mporta nte de esas reflex iones
es que cu l m i nan con la ex igencia de u na nueva espec ie de crít ica
qu e busca ya exp l ícita mente la conex ión d irecta con la ma rx ia na
"cr ítica de l a econom ía p o l ít ica". Esta asp i ración, t ras la com p ren­
sión resuelta y de principio del error de todo el p la ntea m iento de
Historia y conciencia de clase, cobró la forma de un plan: estud ia r las
conex iones fi losóficas ent re la econom ía y la d ia léctica. Ya a p r i n­
cipios de los a ños treinta, en Moscú y en Berl ín, l leg ué a la p r i me­
ra fase de su rea l i zación, la p r i mera redacción de m i l ibro sobre el
joven Hegel (no term i nado hasta el otoño de 1 937).3º Hoy, t reinta
a ños después, estoy i ntenta ndo dom inar todo este complejo de pro­
blemas en la ontología del ser socia l en la que estoy t rabaja ndo.
Como no hay docu mento a lgu no, no puedo deci r hoy nada p re­
ciso acerca del modo en el cual se ha n desarro l lado esas tendencias
en l os t res años que sepa ran el artícu lo sobre Hess de las tesis de
1929. Pero me p arece muy inverosím i l que el t rabajo p ráct ico de
pa r tido, en el que constantemente hacían falta aná l is is económ i­
cos, no me aportara ayuda a lg u na ta mbién en el plano teórico. En
todo caso, la g ra n i n flex ión se produjo en 1929, con las tesi s pa ra

29Pre fer i mos aqu í " lo mu nd a no" en l uga r de "cisn1 u ndaneidad", que s uena
red u nd a n te y no ex i s te en el Diccio nnrio de In Renl Acndem in E5pm1ola. La
versión i ng lesa t raduce "word l i ness", "mu n d anería" seg ú n el d icciona rio
Collins de Grija lbo; e l DRAE a c l a r a : mu ndano/a. O t ra p o si b l e es "in ma nen­
cia", como e n la t raducción cuba n a, sobre todo para rema rcar la contra­
dicción con su pa r u su a l en el leng uaje fi losófico, "t rascendencia" ( Véase
Diccionario Aknl de Filosofín, ítem "i n ma nencia" ). ( N . del E.)
30Lu kács, Geo rg: De r ;unge Hegel, \!Ve rk e [Obras), vo l . 8, Neu w ied, Luchter­
hand, Obras de Geo rg Lukács, Ba rcelona- Méx ico, vol. 14. [ La ed ición a m a no
es Lu kács, Geo rg: E l jvven Hegel . Los problemas de la svcicdnd cap italis ta,
Grijal bo, Méx ico, 1 985. ( N . de l E . ) )
76

el congreso, de modo que mis concepciones eran ya las nuevas


cuando en 1930 fui nombrado colaborador c ientífico del I ns tituto
Marx-Engels de Moscú. A l l í me ayudaron dos fel ices casua l idades:
pude leer el texto de los Man uscritos económico-filosóficos, ya com­
pletamente desci frado, y conocí a M ijái l Lifsch itz31, com ienzo de
una a m istad para toda la vida. Con la lectura de Marx se hundie­
ron todos los p reju icios idea l istas de Historia y conciencia de clase. Es
verdad que habría podido encontra r en textos de Marx que yo ya
había leído los elementos de los Man uscritos que me t ransforma­
ron. Pero el hecho es que no los hab ía encontrado, evidentemente
porque los textos a nter iores había n s ido objeto por m i pa r te de u na
lectu ra dom i nada por m i prop ia interp retación hege l ia na; me h izo,
pues, fa lta u n texto hasta entonces desconocido para recibir e l efec­
to de s hock. (Hay que añad i r a eso, desde luego, el que ya desde
las tes is de 1929 yo hubiera superado el fu ndamento p ol ítico-so­
cia l de aquel anterior idea l ismo.) En su ma, el hecho es que todav ía
hoy consigo recordar la impres ión transformadora que me h icie­
ron las pa labras de Marx acerca de la objetividad como propiedad
mater ia l prima r ia de todas las cosas y relaciones. A el lo se su mó
la idea, ya a ntes expuesta, de que la objetificación es u na esp ecie
natu ra l -positiva o negativa, segú n los casos- de domin io hu mano
del mu ndo, m ientras que la extra ñación es u na va riedad espec i a l
que se rea l iza cuando s e da n determ i nadas cond iciones socia les.
Con ello se hu ndían defi n it iva mente los fundamentos teóricos de
lo más p ropio de Historia y conciencia de clase. El l ibro me ha l legado
a ser completamente ajeno y extra ño, exactamente igua l que me lo
resu lta ron en 1918-1919 m is escritos a nteriores. De repente vi c la ro
que, s i quería real izar mis aspirac iones teorét icas, tenía que volver
a empeza r desde el principio.
Me p ropuse fijar p or escrito, ta mbién para el p úblico, esta nueva
posición m ía . M i i ntento, cuyo n1anu scr ito perd í más tarde, no fue
rea l izable por entonces. La cosa no me preocupaba mucho en aque­
l la época, p ues me encontraba en la fase de embr iagado entusiasmo
que es cua lqu ier nuevo com ienzo. Pero también comprend ía que
para ese nuevo com ienzo ten ía que consegu i r la base de a m p l ios

31 De Li fsch itz, teór ico ma rx ista del a rte, p uede consegu i rse La fi losofía del
a r te deKarl Marx, Era, México, 1 981 (también en la e di torial Sig lo X X I ) y
Literatura y marxismo. Una co ntrove rsia, Siglo XXI, Méx ico, 1981 . ( N . del E .)
P ·

77

nuevos estud ios, y que me ha r ía n fa lta muchos rodeos para p o ner­


me íntim amente en u na s it uación que me perm itie ra exp oner de u n
n1odo cientí fico, rna rxista, adec uado l o que en Historia y conciencia
de clase había tomado ca m i nos extrav iados. f-le a ludido ya a u no de
esos rodeos: es el que, pa r t iendo del estud io sobre t-fegel y pasa ndo
por el proyecto de u na obra sobre econom ía y d ia léctica, me ha l le­
vado hasta el actual i ntento de u na ontología del ser social.
E n pa ralelismo con eso me nació e l deseo de u t i l i z a r m is
conoci m ientos de l i teratu ra, a rte y teoría a r t íst ica y l itera ria para
constru i r u na estética ma rx ista. Así nació el pri mer t rabajo en cola­
borac ión con M. L i fsch itz . A lo la rgo de muchas conversacio nes
v i mos c laramente que n i siqu iera los ma rx istas mejores y más capa­
ces, como Plejánov y Meh r i ng, habían captado con su ficiente p ro­
fu nd idad el carácter u niversa l del ma rxismo como concepc ión del
mundo; por esa razón no habían entend ido q ue Ma rx nos pla ntea
ta mb ién la ta rea de const ru i r u na estét ica sistemát ica sob re u n fu n­
damento materia l i sta-d ia l éct ico. No es éste el luga r oportuno p a ra
describir los gra ndes méritos fi losóficos y fi lológ icos de L i fschitz
en esta temática. Por lo que a mí hace, ésta es la época en que escri­
bí el ensayo acerca del debate entre Marx, Engels y Lassa l le a p ro­
pósito del Franz von Sickingen;32 en ese ensayo, au nque reducidas a
u n p rob lema particu l a r, se man i fiestan ya l as l í neas maestras de
esta concepción. Luego de u na res istencia i n icia l mente du ra, p a r­
t icu l armente por parte del sociologismo vu lga r, la concepc ión se
ha i mpu esto en extensos ambientes marxistas. No es éste u n tema
pa ra deta l la r más aqu í. Ind icaré sólo, brevemente, que la reorienta­
ción filosófica genera l de mi pensam iento, a la que estoy a l u d ie ndo
en estas pág inas, se expresó i nequívocamente du rante m i act iv idad
de crít ico en B erl ín (1931-1933). El problema de la m ímesis estaba en
el cent ro de mis i ntereses y, además, ju nto con él, la apl icac ión de la
d ia léctica a la teoría del reflejo, p recisa mente por e l hecho de que
lo que yo cr iticaba a nte todo era n las tendencias natu ra l istas. Pues
todo natura l is mo se basa en el reflejo "fotog ráfico" de la real idad.
.
La taja nte acentua c ión del contraste entre el rea l is mo y el natu ra­
l ismo, a usente del ma rx ismo vu lga r ig ual que de las teorías b u r­
guesas, es u n presupuesto insustitu ible de la teoría d ia léct ica del

32En lnte rnationale Lite ratur, vol . 3, nv 2, Moscú 1933. págs . 95 -1 26.
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-

, .

;;

78

reflejo y, p or lo tanto, también de u na estética según el esp íritu de


Marx.
Estas ind icaciones, au nque no se refiera n estrictamente a los
temas aquí tratados, eran necesa r ias pa ra acl a ra r el sentido y lo s
motivos de aquella orientación consegu ida pa ra m i trabajo por la
comprensión de la falsedad de los funda mentos de Historia y con ­
ciencia de clase; aquel la reorientac ión m e p erm ite fechar en dicha
fase el fina l de m is años de aprend izaje del marxis mo y, con e l los,
el de m i des arrol lo juven i l. Ya sólo me i nteresa dec i r u nas p ocas
pa l ab ras acerca de mi autocrít ica sobre Historia y conciencia de clase,
ya que esa p ieza ha l legado a tener ma la fa ma. He de empeza r con­
fesa ndo que du rante toda mi v ida he sido muy ind i ferente a todos
m is trabajos intelectua les ya superados . Un solo a ño después de la
pub licación de Die Seele und die Formen [ E l a l ma y las for mas¡, en
u na carta de agradecim iento a Marga rethe Susmann por la rese­
ña que había escrito del l ibro, le d ije que "'el conjunto y su forma
me son ya completa mente ajenos". Lo m i s mo me había ocu r rido
tamb ién con la Theorie des Romans [Teor ía de la novela], y lo m is mo
con Historia y conciencia de clase. Cua ndo en 1 933 volv í a la Un ión
Soviética y se me abrió la perspect iva de una act iv idad fecu nda
-hoy se conoce ya bien el papel de oposición que en la teoría l itera­
r ia asumió la revista Litera t ur ni Kritik ent re 1934 y 1939-, me resu l tó
una necesidad táctica el d istanciarme de Historia y conciencia de cla­
se, p a ra no perjud ica r la lucha rea l cont ra las teor ías l itera rias ofi­
ciales y sem ioficia les fac i l itando contraataques en los cuales el con­
trincante, p or n"lezquina que fuera su a rg u mentación, iba a dec ir,
segú n m is actuales conv icciones, La verdad materia l. Y es natura l
que para p u b l ica r u na autocrítica tuv iera que someterme al est i lo
pol ítico don1 i na nte en la época. É se es e l ú n ico elemento de adap­
tación que t iene el docu mento. La autoc r ít ica era, ta mbién esta vez,
b i l lete de entrada para participa r en las l uchas u lteriores; la ú n ica
d i ferencia respecto de la a nterior autocr ít ica por las tesis de 1929 es
"'meramente" ésta: que ya entonces, como s igo pensando hoy, con­
sideraba s i ncera y objet ivamente fa l sa His toria y conciencia de clase.
Y también s igo considerando hoy acertado el que más ta rde, cuan­
do con los defectos de este l ibro se fabrica ron consig na s de 1noda,
yo n"le defe nd iera contra l a ident i ficac ión de todo eso con in i s pro­
p ios y autént icos esfuerzos. Los c u a renta a ños transcu r ridos desd e
la apa rición de Historia y co nciencia de clase, las mod i ficaciones de
7<.J

la s ituación de la lucha por el autén t ico método marxi sta y m i p ro-·


pia producc ión du rante este período p erm i ten ta l vez a ho ra una
toma de posición menos abrup ta mente u n i latera l . Por lo den1á s, no
es tarea m ía el p reci sa r en qué med ida determ inadas tendenc i as,
correcta n1ente orientadas, de fíistoria y conciencia de clase han pro­
ducido resu ltados adecuados, i nd icadores del futu ro, en m i p ropia
actividad y acaso en la de o t ros. Esto es todo u n cornplejo de p roble­
mas cuya resolución dejo tranqu i la mente al j u ic io de la h istor i a .

Budapest, ma rzo d e 1 967


Prólogo a la primera edición

Al reu n i r y ed ita r en forma de l ibro estos a rt ícu los no se pre­


tende atrib u i rles rnás sig n i ficación que la que tend rían sueltos. En
su mayor parte (con excepc ión de los a rt ícu los " La cos i ficación y la
conciencia del p roleta riado" y "Cuestiones de n1étodo en torno a l
prob len1a de la orga n ización", escr i tos propia mente pa ra esta colec­
ción en u na época de i nvolu nta r io ocio, pero ta m bién e llos sobre
la base de otros t rabajos ocas iona les preexistentes), estos artíc u los
han nacido en med io del trabajo de pa r t ido, con10 i ntentos de acla­
ra r, pa ra el autor n1isn10 y pa ra sus lectores, cuestiones teórica s del
n1ovi m iento revoluciona rio. Y au nque ha n s ido reelaborados a hora
en p a rte, ello no supri n1e en modo a lgu no su ca rácter de trabajos
ocasionales . Una reelaboración de verdad rad ica l habría sido para
a lg u nos artícu los la destrucción de lo que en rn i op i n ión constitu­
ye su verdadero núcleo. As í, por ejemplo, resuenan en el artícu­
lo "El cambio de fu nción del m ateria l is mo h istórico" las esperan­
zas exageradamente opt i m istas que muchos nos h ici mos entonces
respec to de la du ración y el ri t mo de la revolución, etc. Ta mpoco
puede, pu es, espera r el lector de es tos a rt ícu los u na sistematici dad
cient ífica con1pleta . ..
De todos ni.odas hay ent re el los c ierta conexión objetiva . Esta se
ex p resa ya en la suces ión de los a rt ícu los, cuya n1ejor lectu ra, por
eso n1 isn10, es la qu e respete el orden aqu í establecido. Au nque el
autor recomenda r ía a lectores sin for mación fi losó fica que se sa l­
ta ran por de p ronto el a rtícu lo sobre la cos i ficac ión y no lo leyera n
si no después del resto del l i bro.
He de exp l ica r brevernente -au nque pa ra muchos lectores el lo
será probablemente su perfluo- por qué ocu pa n tanto espacio de
81
82

estas pag inas la exposición y la i nterpretación de la doct r i na de


Rosa Luxembu rgo, así con"lo su d iscusión. E l lo se debe no sólo a
que, en m i op i n ión, Rosa Lu xembu rgo es la ú n ica d iscípu la de
Marx que ha desarrol l ado su ob ra t a nto en el conten ido con"lo en
la metodología1, con lo que ha pod ido e n lazar concretmnente, des­
de ese punto de v ista, con la s it u ac ión actua l de la evol ución de
la sociedad. En estas pág inas, y en razón de su s fi na l idades, se ha
puesto el acento decisivo en el aspec to n"letodológico de las cues­
tiones. No se d isc ute aqu í la verdad económ ica materia l de la teo­
r ía de la acu mu lación, ni ta 1npoco la de las teorías económ icas de
Marx, sino q ue esas tes is se estud ia n rnera mente desde el p u nto de
v ista de sus presupues tos y de sus consecuencias metodológ icas.
Todo lector verá si n n1ás que el au tor está de acuerdo con el las ta m­
bién desde el pu nto de vi sta material. Pero había que tratar exten­
samente esas cuest iones porque la or ientac ión del pensa m iento de
Rosa Luxembu rgo ha sido pa ra muchos ma rx istas revoluciona r ios
no rusos, especia hnente para los a lernanes, teorét ican1ente deter­
n"li nante, igu a l en sus fecu ndas consecuencias que en s u s errores,
y lo sigue s iendo aú n hoy pa rc ia l mente. E l que haya parti do de e l la
no puede conseg u i r u na posición rea l n1ente con1un ista y revolucio­
naria, marx ista, más que a t ravés de la d iscusión crítica de l a obra
teórica de Rosa Luxembu rgo.
E n cuanto que se emprende ese cam i no resu ltan 1netódica111en te
dec i s ivos los escritos y los d iscu rsos de Len in. No es i ntención m ía
en estas pág i nas est u d ia r la ob ra pol ít ica de Len i n . Pero, p recisa­
mente por esa conciente u ni l atera lidad y l im itación de la ta rea p ro­
puesta, hay que recordar i ns istenten1ente lo que sig n i fica el teórico
Len i n para el desarrol lo del n1a rxis1no. Su extraordi na r ia fuerza de
pol ítico ocu lta hoy a muchos su función de teór ico. P ues la i mpor­
tancia prác tica-actu a l de s u s ma ni festaciones respecto de cada
momento dado es sie1npre demasiado g ra nde para que todos pue­
da n darse clara cuenta de que el presu p uesto de u n efecto así está
en ú lt i n1a i nstancia const itu ido por la p rofu nd idad, la gra ndeza
y la fecu n d idad de Lenin como teór ico. Ese efecto se ba sa en que
Leni n ha l levado la naturaleza p ráctica del marxismo a un g rado de

' Sacristán t raduce: " ha desarro l lado u lterio rmente la obra de La v ida de éste
tanto e n el sent ido eco11ómico - mnte rin l cu a n to e n el eco nóm ico -n1ctó d ico ".
Seg u i mos aq u í nlás de cerca La versión i n g lesa . ( N . del E .)
83

claridad y de concreción i na lca n zados a ntes; se basa en que Len in


ha sa lvado ese momento p rác tico del olv ido casi tota l en q ue se
encontraba y, med ia nte ese acto teorético, h a v uelto a l i b ra r nos la c la­
ve de la cornprensión cor recta del método ma rx ista.
P ues de lo que se trata -ésta es la conv icción básica de las p resen­
tes p ági n as- es de comprender adecuadmnen te y ap l ica r acertada men­
te la esencia del método de Ma rx, y no de "cor reg i rloº en n i ng ú n
se nt ido. Au nque en a lgu nos pasos se polem ice aqu í con a lgu nas
s ent encias de E ngel s, e l lo oc u r re -como lo con1proba rá todo lec tor
atento- desde y con el esp íritu del s iste1na conj unto, p a r t i endo de la
idea -acertada o no- de que en a q u e l los p u ntos particulares el a u tor
rep r esenta el p u nto de vista del n1a rx ismo ortodoxo i nc luso contra
Eng els.
Pero e l q ue nos atenga n1os aqu í a la doct r i na de Ma rx s in
intentar desv iación a lg u na, perfecciona m iento ni corrección de
ninguna c l ase, y el que estos esc ritos no reivi nd iquen p retens ión
mayor q ue la de ser interpretación de la doctri na de Ma rx en el sen­
tido de Marx, esa 11ortodoxia" no coi nc ide en n"todo a lg uno con l a
intenc ión d e p reservar l a "integ r idad estética" del s iste1na n1a rx ia­
no, por usar las palabras del señor Von Struve. N uestros objetivos
es tán, por eJ contra rio, detern1 i na dos por la idea de q ue finalniente
se ha hal lado en la doctrina y el n1étodo de M a rx el método adecuado
para el conoci m iento de la soc iedad y de la h istoria. Este 1nétodo es
h is tórico en su más ínt i ma natu ra leza . Por eso se entiende s i n más
que ha de ser, constantemente a p l icado a sí m is mo, y esto consti­
tuye u no de los puntos esenc ia les de los p resentes a rt íc u los. E l lo
impl ica a l m ismo tiempo u na ton1a de posic ión materi a l, de conte­
n ido, resp ecto de los problen1as del presente, p ues a consecuenc i a
d e esa concepción del método ina rx ista e l objetivo n1ás destaca do
de estos t rabajos es el conoci11zic11 to del p resente. La act itud n1etodo­
lógica de estos a rt ícu los no ha penn itido s i no en poca s ocasiones
dedica rse deta l lada mente a c u est iones actua les concretas. Por eso
el au tor desea precisar aqu í que, en su op i n ión, las experienc ias de
los años revoluciona r ios han con fi nnado b r i l lanten1ente todos los
momentos esenc ia les del 1na r x i s 1110 en tend ido de n1a nera ortodoxa
(o sea, comu n ista). Que la crisis, la g uerra y la revolución, el ritn10,
como se ha d icho, más lento del d esa r ro llo de la revoluc ión y l a
nueva pol ít ica econó1nica d e l a Rus ia sov iética n o h a n p resen tado
ni u n solo problen1a que no p u d iera resolverse n1edia nte el méto do
84

d ia léctico así entend ido, y sólo por él . Las concreta s res puestas a las
cuestio nes p rácticas s i ng u lares q u edan fuera del marco de estos
artícu l os. La ta rea de és tos consiste en m a n i festar concien temente
el méto do de Marx, en hacerlo conc iente para nosotros, en i lu m i na r
adecua damente su fec u nd i dad i l i mitada p a ra la solución de proble­
mas que s i n él son i nsolu bles.
Esa mi sma fina l idad tienen las citas de las obras de Marx y
Engels, acaso demasiado abundantes para a lgu nos lectores. Per o
todo citar e s a l m ismo t iempo i nter preta r. Y e l autor opina que a lgu­
nos aspectos -muy esenc i a les- del 1nétodo de Ma r x, y p recisamente
los que decisiva mente i mportan para la comprensión del método
en su conexión mate r ia l y s istemát ica, ha n ca ído i ndebidamente e n
e l olv ido, y q u e con eso se h a d i ficu l tado y hasta cas i i mposib i litado
la comprensión del nervio v ita l de ese método, la dialéctica.
E l t rata m iento del p roblema de la dia léctica concreta e h istórica
es, empero, i mposible s i n atender debida mente al furidador de ese
método, Hegel, y a su relac ión con Marx. La exhortación de Marx a
no t ratar a Hegel como a u n "p erro muerto" ha s ido en vano, i nc lu­
so para muchos buenos marx istas. (Ta mbién ha n s ido demasiado
poco eficaces los es fuerzos de Engels y Plejá nov al respecto.) Y e l
hecho e s q ue Marx sub raya var ias veces enérg icamente ese pel igro.
Así escribe, por ejemplo, a p ropósito de D ietzgen: " Ma la pata s uya,
el que no haya estudiado p recisamente a Hegel" (car ta a E ngel s,
7-Xl-1868). Y en otra ca rta: "Estos caba l leros de A lemani a ... c reen
que la dialéctica de Hegel es un 'perro muerto'. Feuerbach debe de
tener la conciencia s ucia en esta cuestión" (11-1-1868). Y en otra car­
ta (14-I-1 85�) destaca los "grandes serv icios" que le ha prestado el
ojear de nuevo la Lógica de Hegel para el método de e laboración de
la Crítica de la economía política. Pero lo que aqu í importa no es el
aspec to fi lológico de la relación entre Ma rx y Hegel; lo que i nteresa
no es la op inión de Ma rx acerca de la i mporta nc ia de la d ia léctica
hegeliana para su n1étodo, sino la i mportancia 111aterial de la d ia léc­
t ica hegel iana p a ra el marxismo. La s a nteriores declaraciones, y se
p od r ía n acu mu la r aú n más a vol u ntad, se ha n aducido sólo p orque
el conocido paso del pró logo a El Cap ital en el q ue Marx ha habla­
do p or ú lti ma vez y ex p l ícitamente de su relación con Hegel, ha
contribu ido en muchos casos a la subesti mación de la i n1porta n­
c ia rea l de esa relación con Hegel i ncluso por pa r te de marxi stas.
No me estoy refi riendo al decir eso a l a caracterizac ión objet iva de

L
p. ;

85

la relac ión dada por Marx, con la que coi nc ido plena mente, y que
precisamente en estas pág inas he i ntentado concretar metódica111en­
te. Me refiero exclus iva mente a la exp res ión que habla de 11coque­
teo" con el "modo de hablar" de Hegel. Esto ha movido en muchos
casos a cons idera r la d ia léctica com o u n a ñad ido est i lístico sup erfi­
cial a la obra de Marx, añad ido que,. en i nterés de la "cienti ficidad"
ten ía que el i m i narse lo más enérgica mente posib le del método del
materia l is mo h istór ico. De ta l modo que i ncluso i nvestigadores por
lo comú n concienzudos, como, por ejemplo, el profesor Vorla nder,
creyeron poder deter m ina r con exact itud que Ma rx no ha 11coque­
teado" con concep tos hege l ia nos "'propiamente más que en dos
lugares", au nque luego les añada "u n tercer pasaje'', sin darse cuen­
ta de que toda u na serie de las categorías decisivas del método, sie1n­
pre aplicadas, p roceden directamente de la Lógica de Hegel. Si hasta e l
origen hegeliano y la s ign i ficación materia l y metodológica de u n a
disti nción t a n fu nda menta l pa ra Ma rx como la que med ia entre
la inmed iatez y la med iación ha pod ido pa sa r desapercibida, pod rá,
desgraciada mente, deci rse con funda mento que Hegel (pese a vol­
ver a ser ya "un ivers ita ria mente presentab l e" y hasta cas i un fi lóso­
fo de moda) sigue siendo t ratado como "perro muerto". Pues, ¿qué
di ría el profesor Vorlander de un h is toriador de la fi losofía que a
propósito de un cont i nuador del método kant iano, por origi na l y
crítico que fuera, no notara que la "u n idad si ntét ica de la apercep ­
ción", p o r ejemplo, procede d e la Crítica d e l a razón pura?
El autor de estas pági nas se p ropone romper con esa s concep ­
ciones. Cree que hoy tiene i mportancia i ncluso práctica volver a la
interpretación de Marx por Engels, el cua l ha v isto "el movi miento
obrero a lemán" "como heredero de la filosofía clásica a lema na", así
como a la de Plejá nov; y que todos los buenos ma rxistas -segú n las
palabras de Len in- debería n constitu i r "u na especie de asociación
de a m igos materia l i stas de la d ia léctica hegel iana".
Pero en el caso de Hegel la sit uación se presenta con exigenc ias
i nversas de las que sug iere l a ob ra de Marx. M ientras que en el caso
de éste se trata de entender el s i stema y el método en su conexa
u n idad -tal como ambos se nos presentan- y de preserva r esa u n idad,
en el caso de Hegel, por el contra r io, la ta rea consiste en ma ntener
dis t i ngu idas las tendencias ta n a 1nenudo ent recru zadas y en pa r­
te contrad ictorias, con objeto de salvar lo metódicamente fecundo del
pensa m iento de f-Iege l como fuerza viva esp iritual para el presen te. Esa
86

fecund idad y esa fuerza son mayores que lo que muchos creen . Y
me parece que cua nto más enérg ica mente poda mos concretar esta
cuest ión -pa ra lo cua l, cierta mente (pues, au nque sea u na vergüen­
za, no hay más ren"led io que dec i rlo), es i mp resci nd ible el conoci­
miento de los esc ritos de Hegel-, ta nto n1ás clara n1ente destacará
esa fecund idad y esa fuerza . No en la forma de un s is tema cerra­
do, por supuesto. El sistema de Hegel, ta l como se nos p resenta
hoy, es u n hecho h is tórico. En rea l idad,2 u na crít ica de verdad pene­
tra nte se ver ía obl i gada, en mi opin ión, a conclu i r que no se t ra­
ta de u n s istema verdadera mente u n i ta rio, si no de var ios sistemas
int r i ncados u nos e n otros. ( Las contrad icc iones de método e ntre
la Fenomenología y el s istema m ismo no son s i no u n ejemplo de esa
c i rcu nstanc ia.) Así pues, au nqu e Hegel no haya de t rata rse como
"perro muerto", h ay, de todos n1odos, que des tru i r la muer ta a rqu i­
tectura de l sistema histór ica mente dado, con objeto de que las ten­
dencias s u ma mente actua les de su pensa m iento vuelva n a ser e fi­
caces y v ivas .
Es sab i do que el propio Ma rx pensó e n escribi r u na d ia léctica.
"Las correctas leyes de la d ía léc t ica", escr ibió a D ietzgen, "están ya
contenidas en la obra de Hegel, pero en u na forma m ís t ica. Se t rata
de arrebata rles esa forma". Las presentes pág i nas -cosa que espera­
mos no sea neces a r io sub raya r- no pretenden en n i ngún momento
ofrecer u n esbozo de u na ta l dia léc t ica . Pero sí que es su i ntención
el suscita r u na discusión en ese sentido; volver a plantea r metód ica­
mente la cues t ión. Por eso se ha aprovechado toda ocas ión de a lu­
d i r a las i nd icadas conex iones metódicas, para conseg u i r m0st ra r
del modo más concreto posible los pu ntos e n los cua les las catego­
rías del método hegelia no son decisivas pa ra el materia l is mo h is­
tór ico y tamb ién los puntos en los cua les se separan rad ica l men­
te los cam inos de Hegel y de Ma rx; y pa ra su m inistra r ta mbién
materi a l y, dentro de lo p osible, orientación pa ra la muy necesa ria
discusión del problema. Esta i ntención ha determinado parc ia lmente
la det a llada d iscusión de la fi losofí a clásica en l a segunda secc ión
del a r t ícu lo acerca de la cos i ficación. ( Pero sólo p a rcia l mente. Pues
también me ha pa recido necesa r io estud iar las contrad icciones del

2 En el texto t raducido p or e l fi lósofo esp a ño l d ice "' E i ncluso a s u pro pósito,


u na crít ica. ". ( N. d el E.)
. .
- -

87

p en sa m iento bu rg ués en el l uga r en que ese p ensa m iento ha dado


co n su expresión fi losófica surna.)
Las exposiciones del tipo de estas pág i nas tienen el i nev itable
defecto de que no p ueden sat isfacer la ju stificada ex igencia de com­
pletitud y si stema t icidad científicas, s i n que por el lo sea n ta mpoco
capaces de su m i n ist ra r un sucedá neo al menos d ivulgador. Tengo
plena conc iencia de esos defectos. La declaración del origen y de
la intención de estos a r t ícu los ha de ser v i r menos de d iscu lpa que
de i nc itación en el sent ido de su i ntención real: convertir en objeto
de u na d iscusión la cuestión del método d ia léctico, como cuestión
v iva y actua l. Si estos a rtícu los ofrecen el comienzo, o hasta la mera
ocasión, de u na d iscu sión rea lmente fecu nda del método d ia lécti­
co, de u na d i scus ión que v uelva a da r conciencia de la esencia del
n1étodo, habrán c u mp l ido plena mente su fu nción.
Ju nto con los defectos a lud idos el lector debe da rse cuenta, esp e­
cia lmente si ca rece de formación d ia léctica, de u na d ificu ltad i nevi­
tab le, i ntrí nseca al n1étodo d ia léctico. Es la cues t ión de las determ i­
naciones concep tua les y de la ter m i nología. Es p rop io de l a esencia
del método dia l éct ico el que en él los conceptos falsos -por su abs­
tracta u n i latera lidad- l leguen a ser superados3• Este p roceso de
superación exige empero al m ismo t iempo el seg u i r operando con
esos m ismos conceptos u n i latera les, abstractos, fa lsos; y que los
conceptos se l leven a su sig n i ficación adecuada no ta nto por medio
de u na defi n ición co1no a t ravés de la fu nc ión metód ica que cob ran
en l a tota l idad como mon1entos superados en el la. Este ca mbio de
sign i ficación es aú n menos suscep t ib le de fijación en la d ia léctica
correg ida por Marx que en la d ialéctica hegel iana m isma. Pues s i
los conceptos n o son más que con figuraciones mentales de rea l ida­
des h istóricas, su con figu ración u n i latera l, abst racta y falsa, como
momento de la u n idad verdadera, pertenece p recisa mente a esta
n1i sma. Las i ndicaciones de Hegel acerca de, esa d i ficu l tad ter m i no­
lóg ica en el p rólogo a la Fenomenología son, pu es, n1ás acertadas de
lo que el m ismo Hegel pudo pensa r al decir:

"Del mismo modo que la ex presión d e la unidad del s ujeto y el objeto, de lo


finito y l o infi nito, del ser y el pensamiento, etc., tiene la torpeza de que
objeto y sujeto, etc., signi fican lo que son fuera de s u unidad, de modo q ue

3El t raducto r prefiere "l leg uen a superación". Suena mejor algo más pare­
cido a la versión i n g lesa: "'a re later t rascended". ( N. del E.)
r�
.

�. .
r

88

en la u n idad no son pensados según lo que su expresión d ice, así también


deja de ser falso lo falso en cuanto momento de la verdad".

Esta a fi rmación se hace ella m isma d ia léctica en el deveni r his­


tórico de la d ia léctica: lo 11fa lso" es a l m i smo tiempo como "fal so" y
como "no-fa l so" u n momento de lo "verdadero". Así p ues, cuando
los "superadores de Ma rx" profesiona les habla n de "fa lta de p reci­
sión concep tua l", de meras "imágenes" en lugar de "definiciones"
en l a obra de Ma rx, etc., revelan la m isma miserab le capacidad que
Schopenhauer en su "crítica de Hegel", cuando i ntenta probar "des­
l ices lógicos" en su obra: la com pleta i ncapac idad de entender n i
siquiera e l ABC del método d ia léctico. Pero u n d ia l éctico conse­
cuente no verá tanto en esa i ncapacidad u na pugna entre diversos
métodos c ientí ficos cuanto u nfenómeno social, fenómeno que él m is­
mo habrá refutado y supera do dia léctican1ente a l entenderlo como
fenómeno h istórico-socia l .

Viena, Navidades de 1922


¡;s.,

¿Qué es el inarxislllo ortodoxo?

Los filósofos se han lim itado a interpretar


variamente el mundo; pero lo que i mporta es transfo rmarlo.

M arx, Tesis sobre Feuerbach

Esta cuest ión, en rigor ba sta nte simp le, ha l legado a ser objeto
de muchas d iscusiones, tanto en círcu los burgueses cuanto en c ír­
cu los proletarios. Pero pau latinamente empezó a incorporarse a l
buen tono ci ent í fico e l recibir con mera bu rla cualqu ier ad hesión
al marxismo ortodoxo. Dadas las gra ndes d iscrepancias que pa re­
cían dom i nar, incluso en el campo "socia l ista", acerca de qué tesis
constituyen la qu intaesencia del ma rxis mo, y cuá les es " l ícito" cri­
ticar o hasta recusa r sin perder por el lo el derecho de p resentar­
se como ma rxista "ortodoxo", pareció cada vez más uacientí fico" el
exponer e interpreta r escolástica mente frases y p roposiciones de
viejas obras en parte ya "superadas" por la invest igación moderna,
como si fueran pa labras de la B iblia, y el no b uscar s i no en el las el
ma nantial de la verdad, en vez de entregarse "s i n p reju ic ios" a la
investigación de " hechos". Si la cuestión estuviera real mente p l an­
teada así, es obv io que la ú n ica respuesta posible sería u na son risa
compasiva . P�ro el p la ntea m iento no es ta n senc i llo, ni lo fue nun­
ca. Pues supon iendo -au nque no adm itiendo- que la i nvestigación
reciente hubiera probado indiscut iblemente la fa lsedad ni.ater ia l de
todas las proposiciones sueltas de Marx, todo ma rxista "ortodoxo"
serio pod r ía reconocer si n reservas todos estos nuevos resu ltados
y rechaza r sin excepciones todas las tesis sueltas de Marx s i n tener
en ca mbio que aba ndona r n i por u n m i nuto su ortodox ia n1a rx is­
ta. Así pues, m a rxismo ortodoxo no s ig n i fica reconoci miento acr �­
t ico de los resu l tados de la investigaci ón marxiana, n i "fe" en tal o
cua l tesis, n i i n terp retación de u na escrit u ra "sag rada". E n cuestio­
nes del n1a rx ismo la ortodoxia se refiere exc lusivamente a l méto­
do. Esa ortodoxia es la conv icc ión cient í fica de que en el marx ismo
89
r!�.-
'

'

90

d ia léct ico se ha descub ierto el método de i nvestig ación correct o,


que ese inétodo no puede conti nua rse, a mp l ia rse n i p rofu ':d iza rse
1nás que en el sentido de sus fu nda dores. Y que, en cam bio, todos
los i ntento s de "supera rlo" o "cor regi rlo" han conduc ido y condu-·
cen necesa r ia mente a su deformaci ón superficia l, a la t rivia l idad,
a l eclec t icismo.

La d i a léctica n1ateria l ista es u na d ia léctica revoluc iona r ia . Esta


determ i nación es ta n i mporta nte y ta n dec isiva para la com p ren­
sión de su natu ra leza que hay que captarla ya a ntes de estud ia r el
método d ia léctico nl ismo, con objeto de consegu i r el plantea m iento
adecuado de la cuestión. Se t rata de la cuestión de la teoría y la
p ráctica. Y el lo no sólo en el sentid o en que se expresa Marx 1 en
su pri mera crítica a Hegel, seg ú n el cual "la teoría se hace fuer­
za mate r i a l en cuanto que a ferra a las masas." f-Iay que encontra r
además, en la teor ía y en el modo como el la a fecta a las masas, los
momentos, las determ inaciones que hacen de la teoría, del método
dia léctico, el veh ícu lo de la revol ución; la na tu ra leza p ráct ica de la
teor ía t iene que desarrol la rse a p a r t i r de e l la m isma y de su rela­
ción con su objeto. Pues de no hacerlo así, ese "a ferra r a las masas"
ser ía fa lsa apa riencia. Pod r ía ocu r r i r que las masas, mov idas por
muy otros i mpu lsos, obra ra n en v ista de muy otros fines, y que la
teor ía no fuera para su mov i m iento sino u n conten ido com pleta­
mente casua l, u na forma en la cua l l leva ran a conciencia su h acer
socia l mente necesario o casua l, s i n que ese acto de elevación a con­
cienci a se en laza ra esencia l y rea lmente con la acción m isma .
E n ese m is mo escri to citado h a enu nciado Marx2 c la ra m ente las
cond iciones de la posib i l idad de la mentada re lación ent re la teor ía
y la p ráctica . " No basta con que la idea recla me la rea l idad; ta n1-
b ién la rea l idad t iene que tende r a l pensa m iento." Y en u n escr i to
a nter ior:3 " Entonces se verá que el mu ndo posee desde hace n1ucho

[ Póstumos] L 392 . [ Ma r x , C a rlos: " En torno a la crítica de la fi lo­


1 Nach l ass
sofía del derecho de Hegel", en Ma rx, Ca rlos y Federico Engels: La sagmdn
familia y otros escritos filosóficos de la p rimera época, G r ij albo, Méx ico, 1 986, p.
9-10. ( N . del E.)]
.
2Ibíd ., 3 93 [ l b id. p. 1 1 ( N. del E.))
JJ bíd ., 382-383 . [Ca rta a Ruge (setien1b re de 1 843). ( N . del E.)]
91

ti emp o el sueño de u na cosa, de la que le basta con tener concienc ia


p a ra p oseerla rea l mente." Esta relación de la conciencia con la rea­
l i da d es lo que rea lmente posib i l ita u na u nidad de la teoría con la
p ráctic a . Sólo s i el paso a conc iencia signi fica el paso decisivo que el
p roceso h i stó r ico t iene que dar hacia su p rop io objetivo, compues to
de vol u ntades hu1nanas, pero no depend iente de hu ma no a rb it ri o,
no i nvención del esp í r itu hu ma no; sólo s i la fu nc ión h istórica de
la teo r ía consiste en posib i l ita r p rácticamente ese paso; sólo si está
dada u na s ituación h i stór ica en la cua l el correcto conoci miento
de la sociedad resu lta ser pa ra u na c lase cond ición inmed i ata de
su a u toa fi r ni.ación en la l ucha; sólo si pa ra esa clase su autocono­
cim iento es al mismo tiempo un conoci m iento recto de la entera
soc ieda d; y sólo si, con s igu ientemente, esa c lase es al m ismo tiem­
p o, p a ra ese conoci m iento, sujeto y objeto del conocer y la teoría
interviene de este modo inmediata y adecuadamente en e l p roceso de
su bvers ión de la sociedad: sólo entonces es posible la u n i dad de la
teoría y la p ráctica, e l p resu puesto de la fu nción revoluciona ria de
la teor ía.
Una s ituac ión así se ha p roducido con la apar ic ión del pro leta­
riado en la h istoria . "Cua ndo el p roletar iado", d ice Ma rx,4 "'pro­
clama la d isolución del actua l orden del mundo, no hace más que
expresa r el secreto de su p rop ia ex istenc ia, p u es él m is mo es l a
disolución fáctica d e este orden del mu ndo". L a teoría que lo exp re­
sa no se l i m ita a enlazarse de modo más o menos casua l, a través
de múltiples, complicadas y ma l i nterp retadas relaciones, con la
revoluc ión; s ino que, por su esencia, es simplemente l a expresión
intelectual del proceso revolucionario ni.ismo. Cada estad io de ese
proceso se fija en el l a para consegu i r general idad y comu n icabi li­
dad, para poder ser aprovechado y continuado. Al no ser esa teo r ía
ni.ás que la fijac ión y la conc iencia de u n paso necesa rio, se conv ier­
te al m ismo t iempo en p resupu esto necesa r io del paso s igu iente,
in med iato.
La c la ri dad acerca de esa fu nción de la teoría es al m is ni.o tiempo
el ca m i no que l leva a l conoc im iento de su natu ra leza teorét ica, el
inétodo de la d ial éc t ica. E l pasar por a lto ese p u nto r igu rosamente
decisivo ha producido ni.ucha con fu s ión en las d i scu siones acerca

-tlbíd., 398. Cfr. sobre esta cuest ión el a r t ícu lo "Concienciél de clase". [Ibid.
p. 15 ( N . del E.)]
r
f

92

del método d ia léct ico. Pues cualquiera que sea la actitud que se
tome ante la exposición -decisiva p a ra el desarro llo teórico u lterior­
hecha p or Engel s en el Antidühring, ya se la considere críticamente,
como i ncom pleta, y hasta acaso i nad m isible, ya s e la cons idere c lá­
sica, hay que reconocer en cua lqu ier caso que falta en e l la p recisa­
mente ese momento. Esto es: Engels descr ib e la formación de con­
cep tos propia del método d ialéctico pon iéndola en contraposic ión
con la "meta f ísica"; subraya con g ra n energía que en la d ia léctica se
d isue lve la r ig idez de los conceptos (y la de los objetos correspon­
d ientes); que la d ia léctica es un consta nte proceso de fluyente tra n­
sición de u na determinación a otra, u na i n i nter ru mpida superación
de las cont raposiciones, su mutación recíproca; y que, por lo tan to,
hay que sust itu ir la causa l idad unilatera l y r ígida por la i nterac­
c ión: pero la relación dialéctica del sujeto y el objeto en el proceso histórico
no es a ludida siqu iera, y mucho menos, por tanto, s ituada en el
centro de la consideración metód ica, como le correspondería. Mas
sin esa determ inación el método d ia léct ico -a pesar de toda la con­
servación, sólo apa rente, por supuesto, en ú lti ma insta nc ia- de los
conceptos "fluyentes", etc., deja de ser un método revoluciona r io.
La d i ferencia respecto de la "'metafísica" no se b usca ya en el hecho
de que todo exa men "'meta físico" del objeto lo deja i ntacto nece­
sariamente, i nmutado, siendo, por lo ta nto, d icho exa men s iemp re
y sólo con templativo, no se hace práct ico, m ientras que p a ra el méto­
do d ia léct ico el problema central es la transformación de la realidad. 5
Si no se tiene en cuenta esa función centra l de la teor ía, se hace del
todo p roblemática la excelencia de la for n1ac ión de conceptos "flu i­
dos", y se conv ierte en u n asu nto p u ra mente "'científico". El método
podrá acepta rse o recusa rse, seg ú n el estad io de la c iencia en cada
momento, si n que se altere en nada la actit ud central respecto de la
rea l idad, la concepción de ésta como mutable o i nmutable. Aú n más:
la i mpenetrab i lidad, el carácter fata l ista e inmutable de l a rea l idad,
s u s " leyes" en el sent ido del materia l ismo b u rgués, contemplativo,
y de la econom ía clásica tan ínt ima mente relacionada con él, pu ede

5Sacristán prefiere traducir: "' La d iferenciación respecto de la 'metafísica'


no se b usca ya en el hecho de que toda consideración 'meta física' del objeto,
la cosa de la consideración, la deja necesa r i a n1ente i ntacta, inmutada, y
que, por lo tanto l a consideración m isma es s ien"lpre y sólo contemplativa,
no se hace práct ica, mientras q ue . . . ". Hemos el aborado la a lternativa sobre
la base de las versiones inglesa y cubana . ( N . d el E.)

L
93

incluso agud iza rse, como ha ocu rrido a los l la ma dos mac h istas6, en
el seno mismo de los par t ida r ios de Ma rx. En nada contradice a esta
afirmac ión el que e l machismo pueda d a r de sí también u n volun­
tarismo no m enos burgués. E l fata l ismo y el volu ntar ismo sólo son
contrap uestos que se excluyen pa ra una consideración a d ia léct ica
y a histórica . Pa ra la cons ideración d ia léctica de la h istoria resu ltan
ser p olos necesa r ia mente coord i nados, reflejos menta les en los cua­
les se expresa c la ra mente el a ntagonismo del orden socia l capita l is­
ta, la i rresolubi l idad de sus p roblemas en su propio terreno.
Por eso todo intento de profu ndiza r "cr ít icamente" el método
dia léc t ico l leva necesa riamente a una triv ia l ización. Pues el p u n­
to de p a rt ida metód ico de toda actitud "cr ítica" es precisa mente la
separac ión ent re e l método y la rea l idad, el p ensam iento y el ser.
Esa actitud c r ít ica contempl a precisa mente d icha separación como
el p rogreso que hay que reconocerle en el sentido de u n a auténtica
cienti ficidad y frente a l grosero mater ia l ismo acr ítico del método
de M a rx. Es perfectamente comprens ible que se qu iera prac t icar
esa operación . Pero hay que a ñadi r que entonces no nos moveremos
en el sentido que constituye la más ínt i ma nat u ra leza del 1nétodo
dia léctico. Marx y Engels se han expresado a l respecto de u n modo
d i fíci l de desv irtua r. "Con e l lo", d ice Engel s,7 " la dia léct ica se redu­
ce a la cienc ia de las proposiciones genera les del mov i m iento, ta n­
to las del mundo externo cuanto las del pensam iento humano, dos
series de leyes que, en cuanto a la cosa misma, son ... idénticas". O b ien,
como d ice mucho más p recisamente Marx:8 "Al ig u a l que en toda

6Referencia a los seguidores del físico y filósofo de la ciencia Ernest


Mach (1838 -1 916). Considerado precu rsor del positivismo lóg ico, fundó
la corriente conocida como "empiriocriticismo", a la cual Lenin acusó de
forma seudocientífica de defensa de la rel igión. ( N . del E .)
7Fe ue rbadz 38 (su brayado mío). [Engels, Federico: " Lud\'\rig Fcuerbach
y el fi n de la fi losofía clásica alemana", en Engels, Friedrich y Georg u i
P leja nov: Ludwig Fe ue rbach y el fi n de la filosofía clásica alemana. Notas al
Ludwig Feuerlmch, Pasado y Presente, Córdoba, 1 975, p. 49 ( N . del E .)]
8Zur Kritik de r politischen Ókonomie [Contribución a la crítica de la econon-tía
polít ica], X L I I I (subrayado mío). [ M arx, Carlos: Contribución a la crítica de la
eco nomía política, Siglo XXI, Méx ico, 1 990, p. 307 ( N . del E .)] Esta li mitación
del método a la real id ad histórico-socia l es muy importante. Los equ ívocos
dimanantes de la exposición engelsia na de la d ia léctica se deben esencial­
mente a que Engels -sigu iendo el mal ejcrnplo de Hegel- amplía e l m.étodo
94

ciencia socia l en genera l, s iempre puede comproba rse en e l p roceso


r
\
r

de las categorías económ icas ... que las categorías expresan formas de
ser, condiciones de existencia. "
S i se oscu rece este s entido del método d ia léctico, entonces d icho
método tiene que apa recer inev itablemente como añadido inesen­
cia l, como mero ornamento de la "sociología" o "econom ía" ma rxis­
ta. Y hasta como un obstácu lo opuesto a la i nvestigación "sobria",
"si n preju icios", de los hechos, como construcc ión vacía por causa
de la cual el marxismo violenta esos hechos. Bernstein es el que más
cla ra y rotu ndamente ha for mu lado esta objeción contra el método
d ia léctico, en parte a causa de su "fa lta de p reju ic ios", reforzada por
su fa lta de conoci m ientos filosóficos . Pero las consecuencias rea­
les, pol íticas y económ icas, que obtiene de esa act itud, de esa l ib e­
ración del método de las "tra mpas d ia léc t icas" del hege l ian ismo,
muestra n c l a ra mente adónde l leva su ca m ino. Mues t ra n p recisa­
mente que hay que el i m i na r del materia l is mo h istórico la d ia léct ica
cua ndo se quiere fu nda r u na teoría consecuente del oportu n i s mo,
del "desa r rol lo" s i n revoluc ión, del "crec i miento" sin lucha hasta el
soc ia l ismo.

lI

Pero en este pu nto tiene que susc itarse en seg u ida la cuestión de
la i mportancia metód ica de esos hechos con los cua les toda la l ite­
ratu ra revisionista organ i za y p ractica su idolatr ía . ¿En qué med ida
es posible ver en el los factores determ ina ntes de la acc ión del p role­
ta riado revoluciona r io? Es obvio que todo conoc i m iento de la rea l i­
dad pa rte de los hechos. Pero lo que se p regu nta es: ¿qué dato de l a
v ida y e n qué conexión metódica merece considerac ión como hecho
releva nte pa ra el conoc i n1 iento? El l im ita do en1 p i r is mo n iega, por
supuesto, que los hechos l lega n a ser ta les sólo a través de u na ela­
boración n1etód ica, d iversa según el objetivo del conoci m iento. Ese
en1 p i r is1no cree que cua lqu ier dato, cualqu ier nú mero estad ístico,

dia léctico también al conoci nüento de la natu raleza. Pero las determ i na­
ciones decisivas de la d ia léct ica -i nteracción de sujeto y objeto, unidad de
teoría y práctica, transformación h istórica del sust rato de las categorías
como fu nd amento de su t ra ns formación en el pensam iento, etc.- no se dan
en el conoci miento de l a nat u raleza. Desg raciada rnentc ca rezco en estas
pági nas de la posib i l idad de discutir deta l l adamente t. stas c uest iones.
..
.,, . .

95

cualquier factum brutum de la vida económ ica es u n hecho impor­


tante. Con eso pasa por a lto que ya la enu meración más si mple,
la acu 1nu lación de "hechos" sin el menor comenta rio, es u na
"interpretación": que ya en esos casos los hechos ha n s ido cap tados
desde una teoría, con un método, tornándolos de la conex ión vi ta l
en l a que origina r i a mente s e encontraban, arra ncá ndolos d e ella e
insertá ndolos en la conex ión de u na teoría. Los opor t u nistas más
cu ltos -pese a su a nt i pa t ía i nstintiva y pro fu nda p or toda teoría- no
lo discuten en absoluto. Pero apelan entonces al método de las cien­
cias na tu ra les, al modo como éstas consiguen ex p l icar y comu n i­
ca r hechos "pu ros" por med io de l a observación, la abstracción, el
exper i mento, etc. Y entonces contraponen ese idea l cognoscitivo a
las violentas construcciones del método d ia léct ico.
Lo que a primera v ista más atrae de u n método a s í estriba en
que el m ismo desa rrol lo del cap ita lismo tiende a p roduc i r u na
estructu ra socia l muy a fí n a esos modos de consideración. Pero
aqu í y p rec isamente por eso necesitamos el método d ia léct ico para
no sucu mbi r a la apariencia social así producida, y pa ra conseg u i r
ver l a esencia det rás de esa apa riencia. Pues los hec hos "puros" de
las ciencias de la nat u ra leza su rgen porque u n fenómeno de la v ida
se s itúa real o mental mente en un amb iente en el cual sus lega­
l idades pueden estud ia rse sin n i ngu na i ntervenc ión p ertu rbado­
ra debida a otros fenómenos. Esta s ituación se refuerza aún por el
hecho de que los fenóni.enos se reducen a su ser pu ramente cua n­
t itativo, expresable con nú meros y relaciones nu méricas . Los opor­
tunistas pasan siemp re por a lto, a este respecto, que corresponde a
la esencia del capi ta lismo el produci r los fenómenos de ese modo.
Marx9 descr ibe ese "proceso de abstracción" de la vida de u n modo
muy p enetra nte al tratar del trabajo, p ero no se olv ida de i nd ica r,
no menos i nsistentemente, que se t rata de u n a pecu l ia ri dad histó­
rica de la sociedad cap ita l ista . "Así se producen las abstracciones
n1ás genera les, coni.o ta les, sólo cua ndo se tiene el des p l iegue con­
creto má s r ico, cuando u na cosa aparece coni.o común a muchas, a
todas. Entonces es ya pos ible pensa rla en fonna no sólo pa rticu la r."
Esta tendencia del desarrol lo cap ita l ista va en1p ero todav ía más
lejos. El ca rácter fetichista de las formas económ icas, l a cosificac ión

9Zur Kritik der politischen Ókono mie [Contr ibución a la crit ica de la econo­
m ía pol ít ica), XL. [ Ma rx, Co ntrib ució n . . op. c it., p. 305 ( N . del E .)}
.
96

de todas las relaciones humanas, la a mp l iación, s iempre creciente,


de u na d iv isión del trabajo que descomp one de modo abstracto­
rac iona l el p roceso de p roducc ión, sin p reocuparse de las pos ib i l i­
d ades y capacidades hu ma nas de los p roductores i n med iatos, etc.,
trasforma los fenómenos de la sociedad y, ju nto con el los, su per­
cepción clara y conciente10• Así nacen hechos "a islados", comple­
jos fáct icos a islados, ca mpos pa rcia les con leyes propias (econom ía,
derecho, etc.), que ya en sus formas i n mediatas de ma n i festación
parecen prev ia mente elaborados pa ra u na i nvest igación c ient ífi­
ca de esa natura leza. De ta l modo que t iene que pa recer espec ia l­
mente "cient í fico" el l leva r menta l mente esa tendencia i nter na a las
cosas m ismas- hasta el fi na l y levanta rla a la d ig n id ad de c iencia.
M ientras que la dia léctica, que frente a esos hechos y esos siste­
mas parcia les a islados y a isladores sub raya la concreta u n idad del
todo, y descubre que esa apa riencia es precisamente u na apa rienc ia
-au nque necesaria mente produc ida por el capital ismo-, pa rece u na
mera construcción.
La fa lta de cienti ficidad de ese método aparentemente ta n cien­
t í fico consiste, pues, en que ignora y descu ida el carácter h istórico de
los hechos que le subyacen. Esto i mpl ica por de p ronto u na fuen­
te de errores (siempre desconoc ida por ese t ipo de considerac ión)
sobre la cua l ha i la mado i nsistentemente l a a tención Engels.1 1 La
esencia de esa fuente de error con s iste en que la estad ística y la teo­
r ía económ ica "exacta" constru ida sobre su base siempre h a n ido
cojeando por detrás del desarro l lo m i smo.

"Por eso cua ndo se trata de l a historia presente u no se verá demasiadas


veces obl igado a t ratar este factor decisivo como const ante, y la s ituación
económica ha llada al principio del período en cuestión corno una
sit u ación dada e i nmutable para todo el período, o bien a no considera r
coni.o tra nsformaciones d e l a situación más que l as que nacen d e los

10Sacristán traduce "su apercepción". Seg ú n el DRA E, "apercepción" es


"percepción atenta y clara, con conciencia de el la". ( N. del E.)
1 1 Klassenkiimpfe [ Las luchas de clases], Ei nteit u ng [ I n t roducción], 8 -9.
f Engels, Federico: " P refacio", en Ma rx, Ca rlos: Las Luchas de clases en Francia,
C la ridad, Bs. As., 1973, p. 8. ( N. del E.)] Pero no hay que olvida r que la
"'exactitud cient ífico-natu ra l, p resu po ne precisamen te la constancia" de
los elementos. Ya Ga l i leo ha formu lado esta exige ncia metód ica.

l.
µ ;

97

aconteci mientos ya man i fiestos, razón por la cual pueden mani festarse
el las mism as."

Ya en esa cons ideración se i nd ica que todo el acerca m ie nto de la


estructura de la sociedad cap ital i sta al n1étodo de la cienci a natu ra l,
el p resupuesto socia l de esa exact i tu d, es a lgo muy p roblemático.
Pues si la estructu ra i nterna de los " hechos" y la de sus conexio­
nes es por esencia h istórica, o sea, se encuentra en u n i n i nterru m­
p ido proceso de tra nsformación, entonces res u lta muy d iscutib le
la cuestión de cuándo se comete la mayor i nexact itud c ientí fica:
si se comete cua ndo se capta n los " hechos" en for ma de completa
objetiv idad y como dom inados por leyes de las que hay que tener
la seg u r idad metód ica (o la prob ab i l id ad al menos) de que ya no
va len para esos hechos; o cuando se i n fieren las consecuencias de
esa situación, se considera desde el pr i mer momento crítica mente
la "exact itud" que del otro modo puede consegu i rse y se d i r ige l a
atención hac ia los momentos e n los c ua les s e exp resa rea l mente esa
esencia h istórica, esta transformación decisiva.
Pero el carácter h istórico de los " hechos" que la ciencia parece
capta r en esa "pu reza" se i mpone aú n de otro modo mucho más
cargado de consecuencias. Pues esos hechos, como p roductos del
desa rrollo histórico, no sólo se encuentran en constante tra ns for­
mación, si no que -precisamente en la estructura de su objetividad- son
producto de una determinada época histórica: productos del capitalismo.
Consigu ientemente, la "ciencia" que reconoce como fu ndamen­
to de la factua l idad científica mente relevante el modo como esos
hechos se dan inmediatamente, y su forma de objetiv idad como
punto de partida de la conceptuación cient í fica, se sitúa s i mp le y
dogmát ica mente en el terreno de la sociedad cap itali sta, y acep ta
la esencia, la estructu ra objetiva y l as leyes de ésta, de u n modo
acrítico, como fu ndamento i n n"'lutable de la "ciencia". Pa ra poder
avanzar desde esas "cosas" hasta las cosas en el sent ido verdadero
de la pa labra hay que penet ra r con la m irada su cond ic iona m ien­
to histórico como ta l, hay que aba ndonar el punto de v ista pa ra el
cua l están i n med iatamente dadas: los nlismos hechos en cuest ión
tienen que someterse a un tratam iento histórico- d ia léct ico. Pues,
como d ice Ma rx, 1 2

12Das Kapital [ El Ca p i ta l], I I I 1,188. [Ma rx, Carlos: El Capital, Siglo X X I,


Méx ico, 1983, Tomo I I I, vol . 6, p. 266. ( N . del E .)] A ná loga mente ib íd, 21, 297,
98

u la con figu ración ya cuajada de las relaciones económicas, tal como se


n1uestra en la superficie, en su existencia rea l y por ta nto también en las
representaciones con las cuales los portadores y agentes de esas relaciones
intenta n aclarárselas, son muy d is t i ntas de su est ructu ra nuclear interna,
esencial, pero oculta, y del concepto que le corres ponde, y h a s t a son en la
práctica la i nversión contrapuesta de esa estruct ura".

Así pues, para captar adecuadamente las cosas hay que empe­
zar por captar clara y precisamente esa d i ferencia entre su ex isten­
cia rea l y su estructura nuclear i nterna, entre las representaciones
formadas sobre ellas y sus conceptos. Esa d i ferenc iación es el pri­
mer presupuesto de u na considerac ión rea l n1ente científica, la c u a l,
según las palabras de Ma rx,13 "sería superflua si la forma fenomé­
nica y la esencia de las cosas coinc idiera n de modo i n med iato". Por
eso lo que impor ta es, por u na parte, desprender los fenómenos
de la forma i n mediata en que se dan, h al la r las mediaciones por
las cua les pueden referirse a su núcleo, a su esenc ia, y compren­
derse en ese núcleo; y, por otra parte, conseg u i r comprensión de
su carácter fenomén ico, de su apariencia como forma necesaria de
manifesta rse. Esta forma es necesaria a consecuencia de la esenc ia
histórica de los fenómenos, a consecuencia de su génesis ocurrida
en el terreno de la sociedad capita l ista . Esta doble determ inación,
ese reconocimiento y esa superac ión s i mu ltá neos del ser i nmed ia­
to, es p recisamente la relación d ia léct ica. La estructura conceptual
interna de El Capital opone precisa mente en este punto las m ayo­
res dificu ltades pa ra los lectores superfici a les, presos en las formas
intelectuales del desarro l lo cap ita l ista de u n modo acrítico. Pues,
por una parte, la ex posic ión exacerba precisamente el ca rácter cap i­
ta l ista de todas las formas económ icas, p roduce u n med io intelec­
tua l en el cua l esas formas se mani fies ta n de modo p u ro, porque
la sociedad se describe del modo que "corresponde a la teor ía", es

etc. Esta distinción ent re la ex is te n ci a (que se descompone en l os momen­


tos d ia lécticos de la apa rienc ia, el fenómeno y la esencia) y la real idad
procede de la lógica de Hege l. Lamentablemente no podemos d iscut i r aq u í
lo i ntensa mente que desca nsa en esas d ist i nciones toda la for mación de
conceptos de El Capital. También la d i st in ción ent re represe ntación y con­
cepto procede de Hegel.
13Das Kapital [ El Capita l], I l l, ll, 352. [ Ma rx, El Capital, op. cit., Tomo I l l, vol .
8, p . 1 042. ( N. del E.)]
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99

decir, completamente y pu ra mente penetra do por las for mas cap i­


ta l istas, como sociedad comp uesta sólo por cap italistas y pro leta­
rios. Pero, por otra pa rte, en cua nto que ese tipo de consideración
muestra a lgún resu ltado, en cuanto que ese mundo apariencia!
parece cuajar en teoría, e l resultado así consegu ido se d isuelve en
seguida como mera apa r iencia, como refl ejo i nver tido de invert idas
situaciones, reflejo que no es "sino la expr esión conciente del mov i­
miento apa rente".
El conocim iento de los hechos no es posible como conocim iento
de la realidad más que en ese contexto que a rt icu la los hechos
individua les de la v ida soci a l en una totalidad como momentos del
desarrol lo socia l. Este conoci m iento pa rte de l as determ inaciones
natura les, i n med iatas, pu ras, simples (en mundo capita l is ta), recién
caracterizadas, para ava n za r desde e l las hasta el conoci miento de
la tot a lidad concreta como reproducción i ntelectua l de la real idad.
Esta tota l idad concreta no está en modo a lg u no i n mediatamente
dada a l pensa miento. " Lo concreto es concreto", d ice Marx14 "porque
es la concentración de muchas deter m i n ac iones, o sea, u n idad de
lo múl tiple". E l idea l ismo sucumbe en este punto a la ilusión que
consiste en confundi r ese proceso menta l de reproducción de la
rea l idad con e l p roceso de construcción de la rea l idad m isma. P ues
"en el pensam iento apa rece como proceso de composic ión, como
resultado, no como pu nto de partida, au nque es el punto de partida
rea l, y por tanto ta mbién el punto de partida de la intu ición y de la
representación". El mater ial ismo vu lga r, por el contra r io -por más
moderna mente que se disfrace con Bernstein y otros-, se contenta
con la reproducción de las determ inaciones simples inmediatas de
la v ida soc ia l . Cree ser pa rticu larmente, "exacto" a l aceptar sin tnás,
sin u lterior anál isis y sin síntesis para lograr la tota l idad concreta,
esas determ i naciones, a l ma ntenerlas en s u abstracto a islam iento
sin expl ica rlas más que por med io de leyes abstractas, no referidas
a la tota l idad concreta: "La grosería y la i ncomp ren sión consisten
precisa n1ente", d ice Ma rx,15 "en no relaciona r s i no fort u ita mente

1-1 Zur Kritik derpolitisclun Oko no mie [Cont ribución a la crítica de la econo­
mía pol ítica], XXXVI. [ Ma rx, Co ntrib ución . . . o p. cit., p. 301 . ( N. del E.)]
15lbíd., XIX. [Sacristán t raduce este pasaje de la sig u iente ma nera : " La g ro­
sería y La fa lta de conceptos consisten p recisamente", d ice M arx, "en i nte­
rreferir casu al mente lo que va orgánicamente ju nto, poniéndolo en u na
mera conex ión de la reflexión." Hemos preferido la traducción de jorge
r . ....,
.,

.
.

100

fenómenos que constituyen u n todo orgán ico, en l igarlos a través


de u n nexo meramente reflexivo".
La grosería y la falta de concepto de tales conexiones mera mente
reflexivas consisten a nte todo en que medi ante el las se oscu rece el
carác ter histórico, perecedero, de la sociedad cap ital ista, hacien­
do que las determ inaciones aparezca n como atempora les, eternas
categorías comunes a todas las for mas de soc iedad. Este hecho se
man i festó del modo más craso en l a economía v u lga r b u rguesa,
pero también el marxismo v u lgar p rocedió p ronto por los m is mos
cam i nos. En cuanto que se resquebrajó el método d ia léctico y, con
él, el dom inio metód ico de la tota l idad sobre los momentos singu­
lares: en cuanto que l as partes dejaron de ha l la r su verdad y su con­
cepto en el todo, y, en vez de e l lo, el todo se eli m i nó, por acientí fico,
de l a consideración, o se redujo a mera " idea" o "su ma" de las pa r­
tes, la conexión meramente reflex iva de las partes a is ladas apareció
necesar iamente corno la ley atempora l de toda sociedad hu ma na.
Pues la sentencia de Ma rx16 " las relaciones de producc ión de toda
sociedad constituyen u n todo" es el p u nto de partida metódico y
la c lave m isma del conoci miento his tórico de las relaciones socia les.
En efecto: toda categoría i nd iv idua l y aislada mente tomada p uede
pensarse y tratarse -a islada así- como categor ía s iempre p resente
en todo el desa r rol lo socia l . (Y s i no se encuent ra en u na determ i­
nada sociedad, basta con declara r que se trata de u na, "excepción"
que con firma la regla.) La verdadera d i ferenc ia entre los estadios de
la evo lución social se man i fiesta menos clara e i nequívocamente en
l as transformaciones sufridas por esos momentos parc ia les i nd iv i­
dua les y a islados que e n las transformaciones ex perimentadas por
su función en el proceso total de l a h istoria, su relación con el todo
de la sociedad.

Ill

Esta consideración d ia léct ica de l a tota l idad q u e ta nto s e a leja,


apa rentemente, de la rea l idad i nmed iata q ue la rea l idad pa rece ta n

Tula et. a l. en la ed ición de Siglo XXI. Véase Ma rx, Co n trib ució n . op. cit., p.
. .

287. (N. del E .)] También la categoría de la conex ión de la reflex ión procede
de la lóg ica de Hegel.
16Ele nd de r Ph ilosoph ie [Miseria de la fi losofía, ed ición a lemana], 91 . [ Marx,
Carlos: Miseria de la fi losofía, Júcar, Mad rid, 1 974, p. 1 74. (N. del E .)]
101

"a cie ntí ficamente" constru ida, es verdadera mente el ú n ico método
que p erm ite rep roducir y capta r i ntelectual mente la real idad. La
to tal idad concreta es, p ues, la categoría propia m ente d icha de la
rea l ida d.17 La verdad de esta concepción no se m a n i fiesta, empero,
co n to da claridad más que situando en el centro de nuestra a ten­
ción el sustrato rea l, materia l, de nuestro método, la sociedad capi­
ta l is ta con sus internos antagonis mos entre las fuerzas de produc­
ción y las relaciones de producción. El método de las ciencias de la
n atu ra l eza, idea l metódico de toda c iencia de la reflex ión y de todo
rev isionismo, no conoce en su materia l contradicciones ni a ntago­
nis ni.o s. Pues cuando, a pesa r de todo, se produce a lg u na contra­
dicción entre las d iversas teorías, ello se i nterpreta como s ig no de
que el estadio del conoci m iento consegu ido hasta el momento no
es satisfactorio. Las teorías que p arecen contradec i rse t ienen que
encontra r sus l ím ites precisamente en esas contradicciones, y, p or
tanto, tienen qu e mod ificarse, subsum i rse bajo teorías más genera­
les en las que desapa rezcan defi nitivamente las contrad icciones. E n
camb io, esas contrad icciones no son, para l a rea l idad social, s ig no
de que la captación de la rea l idad es insu ficientemente cientí fica,
sino que pertenecen 1nás bien inseparablemente a la esencia de la realidad
misma, a la esencia de la sociedad capitalista. En e l conoci m iento del
todo no se superan de ta l modo que dejen de s er contrad icciones.
Al contrar io: se conciben como contrad icciones necesar ias, como
funda mento a ntagónico de ese orden de la producción. Cua ndo
la teor ía, como conoci miento de la rea l idad, muestra u na vía p a ra
la superación de esas contradicciones, lo hace mostra ndo las ten­
dencias reales del p roceso de desa rrol lo social que están l lamadas
a superar esas contrad icciones en la rea l idad social, de un modo
real, en el curso u lterior del proceso social. La m isma pugna entre
el método d ia léctico y el método "crítico" (o m a ter ia l ista vu lgar, o
mach ista, etc.) es, desde este p u nto de vista, u n problema socia l.

17Querríamos l lamar l a atención d e los lectores más p rofu ndamente


interesados por cuestiones metód icas sobre el hecho de que también en la
lógica de Hegel la cuestión de la relación del todo con las pa rtes constituye
la tra nsición dia léctica de la ex istencia a la realidad, a propósito de lo cual
hay que observa r que la c uestión, ta mbién a l l í tratada, de la realidad de
lo interno con lo externo es asimismo un p roblema de totalidad. Werke
fObras de Hegel]. IV, 1 50 ss. ( Las citas de la Lógica proceden todas de la 2 ª
ed ición.)
1 02
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El ideal cognoscitivo de las c iencias de la natu ra leza, el cua l, apl i­


cado a la nat u ra leza, se l im ita a s ervi r al progreso de la c iencia,
resu lta ser, aplicado a l desarrollo social, u n a rma ideológica de la
burguesía. Es v ital p a ra la b urguesía entender su orden productivo
como s i estuviera configu rado por categoría s de va lidez atempo­
ral, y determ i nado para du ra r eternamente por obra de leyes eter­
nas de la natu ra leza y de la ra zón; y, por otra parte, est imar las
i nevitables contradicciones no como propias de la esencia de ese
orden de la p roducción, si no como meros fenómenos superfici a les,
etc. El método de la econoni. ía clá s ica ha nacido de esas necesi da­
des ideológicas, pero también encuentra su l ím ite como ciencia en
la estructura de la real idad socia l, en el ca rácter antagón ico de la
producción capital ista. Cua ndo un p ensador de la ta l la de R ica rdo
n iega, por ejemplo, la "necesidad de u na a mp l iac ión del mercado
con el ampliarse de la producción y la acu mu lac ión del capita l" lo
hace (por supuesto que de u n modo inconciente, desde el punto de
v ista psicológ ico) para no tener que reconocer la necesidad de las
crisis en las cua les se manifiesta del modo más craso el a ntagon is­
mo de la p roducción capital ista, p a ra no tener que reconocer "que el
modo de producción b u rgués i mp l ica una lim itación del l ib re des­
pliegue de las fuerzas de producción".18 Cierto que lo que en casos
a sí ocurría aun de buena fe pasa a ser en la econom ía v u lgar apo­
logía conciente e h ipócrita de la sociedad burguesa . E l marxismo
vu lgar, a l esforzarse por el i mi na r consecuentemente de la c iencia
proletaria el método d ia léct ico, o por refina rlo, al menos, "cr ít ica­
mente", llega, lo quiera o no, a los mismos resu ltados. Así le ocu­
rre -tal vez del modo más grotesco- a Max Ad ler, que desea sepa­
rar críticamente la dia léctica como método, como mov i m iento del
pensam iento, de la d ia léct ica del ser, entendida como meta física,
y l lega, como cu lminación de la "cr ít ica", al resu ltado que consis­
te en d i ferencia r de a mbas a la vez la d ia léct ica como "fragmento
r
de c iencia positiva", que "es aquel lo en lo que p rincipa hnente se t.

está pensando cuando en el ma rx ismo se hab la de d ia léctica rea l".


Esta dialéctica, que según él debe r ía l la ma r se, 1nás acertadamente,
"a ntagonismo", "se l i n1 ita a reg istra r u na con t raposición que existe

18Marx, Theorien übe r de n Mehrwert [Teorías de la plusva lía], I l, 1 1, 305 -309.


[Ma r x, Carlos: Teorías de la plusvalía, Cartago, B uenos Ai res, 1 975, Toni.o I I,
p. 451 . ( N. del E.)]
1 03

entre los intereses propios del i nd ividuo y las formas socia les por
las cuales se encuentran constreñ idos".19 Con eso, en p rimer luga r,
el a ntagon ismo económ ico objetivo que se m a n i fiesta en las luchas
de clases se d is ipa en la forrpa de u n confl icto entre el individuo y la
sociedad, en base al cua l es i mposible entender en su necesidad el
origen, la p roblemática y la caducidad de la sociedad cap ita l ista,
con el resu ltado -ta mb ién s e qu iera o no se q u iera- de una vuelta a
la fi losofía ka nt iana de la h istoria. En segu ndo luga r, ta m bién se fija
así la est r uctura de la sociedad b u rguesa como forma u nivers a l de
la sociedad como ta l. Pues el p roblema central subrayado por Max
_Ad ler, el problema de la rea l u-d ia léctica o, por mejor decir, antago­
n ismo", no es sino una de las formas t íp icas por las c u a les l lega a
exp resa rse ideológ ica mente el carácter a ntagonístico de la sociedad
capita lista. Mas, por lo que hace a la esencia de la cosa, es i nd i fe­
rente que esa eternización del cap ita lismo se consiga a part i r de la
base económ ica o a pa rti r de formaciones ideológicas, con i ngenua
despreocu pación o con refinam iento cr ítico.
De este modo se pierde, con la recusación o la deb i litación del
método d ia léct ico, la cognosci bi l idad de la h istoria. Con esto no se
trata de a fi r mar la imposibi l idad de describir más o menos preci­
samente y sin ayuda del método d ia léct ico personalidades, épocas,
etc., de la h istoria. Lo que ocu rre es que de ese modo es i mp osi­
ble la captación de la historia como p roceso u n itario. ( En la cien­
cia b u rguesa esa i n1 posibilidad se ma n i fiesta, por u na parte, en la
forma de construcciones h istóricas sociológicas abstractas, del tipo
Comte, Spencer, cuyas contra dicciones i nternas ha n s ido conv in­
centemente ex puestas por la moderna teoría bu rguesa de la h is­
toria, especia l mente por Rickert; y por otra pa rte, en la forma de
la exigencia de una "fi losofía de la historia" cuya relación con l a
real idad histórica vuelve a p resentarse como u n problema metó­
d icamente irresoluble.) La contraposic ión entre la descripción de
u na parte de la h istor ia y la descripción de la h istoria como p roceso
un itario no es, por lo den1ás, u na d i ferencia de a lcance, como, por
ejemplo, la d i ferencia entre h istor ia es pecia l e h istoria u niversa l,
s i no u na cont rapos ición metód ica, u na cont rapos ición de p u ntos de
v ista. La cuestión de la captación u nita r ia del p roceso h istórico se
presenta necesa ria mente en el trata m iento de cada época, de cada

19 Marxistische Probleme (Problemas marx istas), 77.


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104

campo parcia l, etc. En este punto se ev idencia la s ign i ficación deci­


siva de la consideración d ia léct ica de la total idad. Pues es perfecta­
mente p os ible conocer y describ i r muy correctamente en lo esencia l
un acaecim iento h istórico sin ser por el lo capaz de entend erse ese
aconteci m iento como lo que rea l mente es, según su func ión en e l
todo h istórico a l que pertenece, o sea, sin concept uarlo en l a u n idad
del p roceso h istó�ico. La act itud de Sismondi20 respecto del proble­
ma de la crisis es un ejemplo característico. Sismondi ha fracasado,
en ú l t i ma i nsta nci a, porque, au nque reconoció acertada mente las
tendencias evolutivas i n ma nentes de la producción y de la d istri­
bución, sin embargo, por· haber quedado preso en las for mas de
objetividad cap italistas a p esar de su aguda crítica del capita l ismo,
ha tenido que entender esas tendencias como complejos d iná m icos
independientes u nos de ot ros, "si n entender que las relaciones de
d istribución no son más que las de p roducción s ub alía specie ". D e
tal modo que Sismondi t iene a l final l a m is ma fortu na d e l a fa lsa
d ia léct ica de Proud hon: "'trans forma los d iversos frag mentos par­
cia les de la sociedad en otras tantas sociedades sustantivas".21
Lo repetimos, p ues: la categor ía de tota l idad no supera en modo
alguno sus momentos en una u nidad i nd i ferenciada, en u na identi­
dad. La forma apariencial de su independencia, de su lega l idad pro­
p ia, poseída por esos momentos en el orden de producción cap ita­
l ista, se revela como mera apariencia sólo en la medida en que el los
m is mos ent ran en u na relación d i ná m ico-dia léctica, y se entienden
como momentos d ia léctico-d in á m icos de un todo igua l mente d ia­
léctico-d inámico. "'El resultado al que l lega mos", d ice Ma rx,22

"'no es que la producción, la d istribución, el intercambio y el consumo sean


idénticos, sino que todos ellos son miembros de una totalidad, diferencias
dentro de una unidad ... Así pues una determinada forma de la p roduc­
ción determ i na tamb ién for mas determinadas de consumo, d istribución
e i ntercamb io, y determinadas relaciones e ntre los diversos nwmentos Hay . . .

20Theorien überden Mehrwert [ Teo r ía s de la plusvalía], I I I, 55, 93 -94. [ M arx,


Teorías de la plusvalía, op. cit., Tomo I I I, 47. ( N. del E .)]
21
Ele nd der Philosophie [ M iseria de la fi losofía, ed. a lemana], 92. [ Ma rx,
Miseria , op. cit., p. 175. ( N. del E .)]
. . .

22Zu r Kritik der politischen Ókonomie [Cont r ib ución a l a crit ica de la econo­
mía pol ít ica], XXXIV. [ Ma rx, Cont ribución . op. cit., p. 299. ( N . del E.))
. .
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105

in teracción entre los d iversos momentos. Así ocu rre en cualquier todo
.
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o rga n1co.

Pero tampoco es posible contentarse con la categoría de i nter­


acción. Si la i nteracción se entend iera como mera acción casua l recí­
proca entre dos objetos por lo demás i n mutables, no sería posible
acerca rse n i u n paso más a l conoci m iento de la rea l idad socia l res­
pecto de lo conseg u ido por las cadenas causa les u n ívocas del mate­
ria lismo vu lgar (o las relaciones funciona les del mach ismo, e tc.).
Ta mbién hay i nteracción c ua ndo, por ejemplo, u na bola de bi lla r en
reposo recibe el choque de otra que se mueve; la primera se pone en
mov i miento, la segu nda se desvía a causa del c hoque, etc. La i nte­
racción de que aqu í se trata t iene que rebasa r la i n fluencia recíproca
entre objetos por lo demás i1l1nutables. Y la rebasa precisamente en su
referencia al todo: la relación al todo se convierte en la determi na­
ción que determ i na la for ma de objetiv idad de todo objeto del cono­
cim iento; toda a lteración esenc ia l y relevante para el conoci m iento
se expresa como transformación de la relación a l todo, y, por tanto,
como transformación de la forma m isma de la objetiv idad.23 Marx
ha formu lado cla ramente esta idea en i n numerables luga res de sus
ob ras. Cito sólo u no de los pasos n1á s conocidos:24 11Un negro es
un negro. Sólo en determ i nadas c i rc unsta nc ias se conv ierte en u n
esclavo. Una máqu i na d e h i la r a l godón es u na máqu i na para h i l ar
el a lgodón. Sólo en determinadas circ unsta ncias se conv ierte en
cap ita l . A rrancada de esas c i rc unsta nc ias es tan escasamente capi­
tal como e l oro por sí m isni.o d inero, o con10 el a zúcar precio del
azúca r." Esa constante t ransformación de las for mas de objetiv idad
de todos los fenómenos soc iales en s u i n i nterrumpida i nteracción
dia léctica, el origen de la cog nosci bi l idad de un objeto pa rtiendo de
su fu nción en la tota l idad determinada en la que func iona, es lo que

23El opor t u nismo de Cu now, especia lmente refin ado, se ma n i fiesta en el


hecho de que -a pesar de su pro fu ndo conocim iento de los escritos de
Marx- t rans fo rma imperceptiblemente el concepto del todo (total idad)
en el de "su ma", con lo que se suprime toda relación d ia léctica. Cfr. Die
marxische G eschich t- Geselltchaft und S taats theo rie [La teoría marxista de la
h istoria, la sociedad y el Estado], l l, 155-157.
24 Loh narheit und Kapital [Trabajo asa la riado y capital], 24-25. [ Marx, Ca rlos:
Trabajo asalariado y capital, Planeta-Agost i n i, Barcelona, 1 985, p. 16. ( N . del
E.) J
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106
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hace a la consideración d ia léctica de la tota l idad -y a e l la sola- capaz .


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de concebi r la realidad como acaecer social. Pues sólo en este momento
las formas fet ichistas de objetividad que produce necesar ia mente
el modo de producción capital ista se disuelven en u na apa riencia
de reconocida necesidad, pero apariencia a l fin. Sus conexiones de
la reflexión, su s " leyes", nacidas, por supuesto, necesa riamente de
ese suelo, pero encubridoras de las conex iones reales de los objetos,
se mani fiestan entonces como rep resentaciones necesarias de los
agentes del orden de p roducción capita l ista. Son, p ues, objetos del
conoci m iento, pero el objeto conocido en el las y p or el las no es el
orden mismo de producción capita l ista, sino la ideología de la c lase
domi na nte en él.
Sólo el desga rramiento de ese velo posibi l ita el conoci m iento
histórico. P ues las determ inaciones reflex iva s de las formas feti­
chistas de objet iv idad t ienen precisa mente la func ión de p resenta r
los fenómenos de la sociedad capita l ista como esencias supra h is­
tóricas. E l conocim iento de la objetiv idad rea l de un fenómeno, el
conoci miento de su carácter histórico y el de s u fu nción rea l en
el todo h istórico const ituyen así un acto indiv iso de conoci miento.
Esta u nidad se rompe por obra del pu nto de vista pseudocientí fico.
Así, por ejemplo, sólo el método d ia léctico ha posi b i litado el cono­
ci miento -fu nda mental para la econom ía- de la d i ferencia entre el
capital consta nte y el capita l va riable; la econom ía clásica no con­
siguió rebasa r la d istinción entre capita l fijo y capital circ ulante. Y
esa i ncapacidad no fue casual. P ues

"el capital variable no es sino u na particu l a r forma de p resentarse el fondo


de a limentos o de t rabajo que necesita el t rabajador para su mantenimien­
to y reproducción, fondo que, en todos los sistemas, tiene que p roducir
y rep roducir la producción socia l. El fondo de t rabajo le fluye al t raba­
jador siempre en la forn1a de med ios de pago de su t rabajo, porque s u
propio producto se a leja sic1npre de él en la forma de capital... La forn1a
mercantil del producto y l a forma d i neraria de la mercancía d is frazan la
t ransacción". 25

Esa fu nción encubridora de la real idad que t iene la apariencia


fet ichista y que rodea todos los fenó1nenos de la sociedad cap ita l i sta

Kapital [ El Capit a l] , Hamb urgo, 1 941, I, 530. [Marx, El Capital, op. cit.,
25 Das
Tomo I, vol. 2, p. 697. ( N. del E . )] �·
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1 07

llega empero n1ás a l lá, no se l i m ita a ocu lta r el carácter h istórico,


transitorio, pasajero de esa sociedad: esa ocu ltación es posi ble sólo
porque todas las formas de objetividad en las que necesa ria men­
te se presenta de modo i n med iato el mu ndo ci rc undante al hom­
bre de la sociedad capita l ista, ante todo las categorías económ icas,
ocu ltan también su esencia en cua nto formas de objet iv idad, cate ­
gorías de las relaciones entre los hombres, y aparecen en ca mbio
como cosas y relaciones entre cosas. Por eso el método d ialéct ico, a l
mismo tiempo que desga rra el velo d e etern idad d e las categorías,
tiene que d isolver también su sol idez cósica, con objeto de despe­
ja r el ca m i no al conocim iento de la rea l idad. "'La econom ía", d ice
Engels en su reseña de la Crítica de la economía política de Ma rx, "'no
trata de cosas, si no de relaciones entre personas y, en ú ltima ins­
tancia, entre clases; pero esas relac iones está n s iempre vinculadas
con cosas, y aparecen como cosas." 26 Llegados a este punto se aprecia
por fin que la considerac ión de tota l i dad p ropia del método d ia léc­
tico es el conoci miento de la rea l idad del acaecer soc ia l. La relación
dialéctica de las partes a l todo pod ía presenta rse aú n coni.o mera
determinación metódica, en la c u a l las categor ías que rea l men­
te constituyen la rea lidad socia l destaca ra n tan poco como en l as
determ i naciones de la reflexión p ropias de la econom ía b u rguesa
y entonces su super ioridad resp ecto de éstas sería u n asu nto p u ra­
mente metodológico. Pero la d i ferenc ia es mucho más profu nda y
de principio. Pues por el hecho de que en cada categoría económ ica
se ma n i fiesta, se l l eva a conc iencia y a concepto u na determ inada
relación entre los hombres en u n determ inado estad io de su desa­
rrollo social, puede entenderse el mov i m iento de la sociedad hu ma­
na m isma segú n sus leyes internas, como p roducto de los hombres
m ismos y como p roducto de f uerzas que, au nque nacidas de sus
relaciones, se han sustra ído a su control. Las categorías económ icas
se hacen así d ia léctico-d inám icas en dos sentidos. Se encuentra n en
v iva i nteracción ent re el las en cua nto categorías "'pu ra mente" eco­
nóm icas y pos ib i l ita n el conoci n1 iento de cua lq u ier corte d iacrón ico
a través de la evoluc ión socia l. Y como ha n nacido de las relaciones
hu m a nas y fu ncionan en el proceso de transformación de las rela­
ciones hu ma nas, la ma rcha m is n1a del proceso se hace v isible en su
i nter relación con el sustrato rea l de la eficacia de esas categorías.

2bC fr.
el a rt ícu lo " La cos i ficación y la conc iencia del p roleta r i ado".
r"""'.� .

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108 �

O sea: la p roducción y la reproducción de u na deter m inada tota­


l idad económ ica, cuyo conoci miento es ta rea de la ciencia, muta
necesaria mente en el proceso de producción y rep roducción de u na
determ i nada sociedad tota l, rebasa ndo l a econom ía "pu ra", pero
s i n tener que apelar a n i ng u na fuerza trascendente. Ma rx ha expre­
sado a menudo, clara y tajantemente, ese carácter del conoci miento
d ia léctico. Así, por ejemplo:27 " E l proceso cap ital ista de p roducción,
considerado en su conex ión, o como proceso de reproducción, no
produce, p ues, sólo merca nc ía, ni sólo p lusva l ía, s i no que produce
y reproduce la rel ac ión cap ita l ista m isma: el capita l ista por un lado
y el t rabajador asalariado por otro."

IV

A hora b ien: ese auto ponerse, auto produci rse y autorreprodu­


c irse es precisamente la realidad. Hegel lo ha v isto ya c l a ra mente, y
lo ha expresado en u na forma pa recida a la de Ma rx, aunque toda­
v ía demasiado abstracta, equívoca consigo m isma y, por lo tanto,
muy capaz de provocar equ ívocos: " Lo que es rea l es en s í necesa­
r io", d ice en su Filosofía del derecho. 28 " La necesidad consiste en que
el todo se d i ri ma en las d i ferencias del concepto, y en que lo d ir i­
m ido dé una determ i nac ión fi rme y persistente, que no tiene la fi r­
meza de lo muerto, sino que se p rodu ce constantemente a s í m isma
en la d isolución." Pero prec isamente aqu í cuando se exp resa cla­
ramente el p rofundo parentesco del materia l is mo h istórico con la
filosofía de Hegel en el problema de la rea l idad, en la fu nc ión de la
teor ía como autoconocimiento de la realidad, hay que a lu di r en segu i­
da -au nque sea con pocas pa labras- a la d i ferencia, no menos deci­
siva, entre ambos. El punto de sepa ración es también el problema
de la rea lidad, el problema de la u n idad del p roceso h i stór ico. Ma rx
rep rocha a Hegel (y aún más a sus sucesores, cada vez más deudo­
res de F ichte y de Ka nt) el no haber superado real mente la dual idad
de pensa m iento y ser, de teor ía y práctica, de sujeto y objeto; el que
s u d ia léct ica -en cuanto dia léct ica i nterna, rea l, del proceso h istó­
r ico- sea mera apariencia; el que precisamente en el p u nto decisivo

27Das Kap ital [ El Capita l], 1 , 541 . [ Ma rx, EL Cap ital, op. c it., Tomo I, vol . 2, p.
712 . (N. del E.)]
28Apéndice a § 270. P h i losophische Bibl iothek, 354.
1 09

no haya rebasado a Ka nt; el que su conocim iento lo sea meramente


acerca de u na mate r ia ca rente en sí de esencia, y no autoconoci m ien­
to de esta materia, de la sociedad hu mana. " Ya en Hegel", d icen las
frase s decisivas de esa crít ica, 29

"'el espíritu abso luto d e la historia no recibe propiamente su material ni


su correspond iente ex presión sino en la fi losofía. El filósofo aparece como
mero órgano en el cua l el espíritu absoluto, que hace la historia, l lega lue­
go a conciencia, u na vez que el movimiento ha discurrido. La i nter vención
del fi lósofo en la histo ria se reduce a ésa su conciencia a posteriori, pues el
espíritu absoluto produce de modo inconciente el mov imiento real. El fi ló­
sofo l lega, pues, post fcstum."

Hegel hace pues, que "el esp íritu absoluto rea l ice la h istoria sólo
aparentemente ... Pu es como el esp íritu absoluto no l lega a concien­
cia sino post festu111, en el filósofo, y en la forma de creador espíritu
del mu ndo, su fab ricación de la historia no ex iste s i no en la concien­
cia, en la opi n ión y la rep resentación de los fi lósofos, sólo en la i ma­
gen especu lativa". La act iv idad cr ít ica del joven Marx ha l iqu idado
defin itivamente esa hegeliana m itolog ía del concep to.
Pero no es cas u a l que la fi losofía frente a la c ua l avanza Marx
hacia su "autoentend i m iento" sea ya u n mov i m iento i nvolut ivo del
hegelianismo hacia Ka nt, u n mov i m iento que uti l iza las oscurida­
des y las i nternas i nseg u ridades del m ismo Hegel para extirpar del
método los elementos revolucionarios, y a rmon izar sus contenidos
reaccionarios, la reaccionaria m itolog ía del concepto, los restos de
escisión contemp lativa de pensam iento y ser, con la homogénea
filosofía reacc iona ria de la Aleman ia de la época. A l recoger la par­
te del método de Hegel que apunta a l futu ro, la d ia léctica, como
conoci m iento de la rea l idad, Ma rx no sólo se ha sepa rado tajante­
mente de los sucesores de Hegel, s i no que ha esci nd ido a l propio
tiempo la fi losofía de Hegel n1 is1no. Ma rx ha l levado h asta el extre­
mo, con s u ma consecuenc ia, la tendenc ia h istó r ica impl íc ita en la
filosofía de f-Iegel, ha tra nsformado ra d ica l mente todos los fenóme­
nos de la soc iedad y del homb re soci a l i zado en p roblemas h istóri­
cos, mostra ndo concreta mente y haciendo metód ica mente fecu ndo
el sustrato rea l del desa rrol lo h istórico. Con esa va ra de med ir que

29Nachlass [ Póstu mos], II, 187. [ Ma rx, Ca rlos y F e de r ico E ngels: u La sag rada
fa m i l ia", e n La sag rada fam ilia . , o p. c it ., p. 151 -152. ( N . del E .)]
. .
1 10

é l m ismo descu brió y promov ió metód icamente se ha medido la


filosofía de Hegel, y no ha dado la medida. Los restos m itologizan­
tes de los "va lores eternos", eliminados p or Marx de la d ia léctica,
se encuentra n p ropiamente en el m ismo plano de la filosofía de la
reflexión, cont ra l a que Hegel ha luchado v iolenta y encar n i zada­
mente dura nte toda su vida, movi l i za ndo todo su método fi losó­
fico, el proceso y la tota lidad concreta, la d ia léctica y la h istoria .
La crítica de M arx a Hegel es, p ues, la continuación y elaboración
d irectas de la crítica que Hegel m is mo había dirigido contra Ka nt y
Fichte.30 Así nació, por un lado, el método d ia léctico de Marx como
conti nuac ión consecuente de aquel lo a lo que Hegel m ismo había
aspirado, pero sin conseg u i rlo conc reta mente. M ientras que, p o r
el otro lado, quedó el cuerpo muerto d el sistema escrito hegelia no,
como pasto de fi lólogos y fab rica ntes de s istemas .
Pero el pu nto d e separación es l a rea l idad. Hegel n o consigu ió
l legar hasta las verdaderas fuerzas motoras de la h istoria. En par te
p orque en la época de l a const ituc ión de ese s istema d ic has fuer­
zas no estaban aún v isibles de modo su ficientemente claro. Razón
por la cua l se v io obligado a ver en las naciones y en su concien ­
cia (cuyo sustrato rea l no ha s ido nu nca penetrado por Hegel en
su conten i do heterogéneo, s i no m itologizado en la forma del "esp í­
r it u nacional"31) los auténticos portadores del <lesa rrollo histórico.
Y en p ar te porque él mismo �pese a la energía de sus tendencias
�:

t�'..
30No p uede sorprender el que Cunow, p recisamente en este punto en que ,

Marx ha superado radical mente a Hegel, i ntente correg i r a Marx med iante '

un Hegel ka ntianamente i nterpretado. Contrapone a la concepción pura­ I�


mente histórica del Estado, que es la de Marx, el Estado hegeliano como
"valor eter no", cuyos "defectos", lo cual sig ni fica sus funciones como i ns­


t

r
f
trumento de la opresión clasista, deben entenderse sólo como "cosas h istó­ if.
r icas ", "las cua les no deciden de la esencia, la determinación y la fi nalidad ��
del Estado". El hecho de que (para Cunow) Marx se quede en este pu nto
por detrás de Hegel se debe a que considera esta cuestión 11pol íticamente, 1
11

no desde el punto de vista del sociólogo" ( loe. cit., 1, 308). Como se ve, �
toda la superación de la filosofía hegeliana es letra muerta para los opor­
tunistas: cuando no recaen en el material ismo v u lgar o en el ka ntismo,
util izan los contenidos reaccionar ios de la fi losofía hegeliana del Estado
f
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pa ra el i m i na r del marxismo la dia léctica revoluc ionaria y eternizar i nte­
lectualmente la sociedad burg uesa . I'
31Vol ksgeist ( N . del T.)
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f.:

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111

contra rias- quedó p reso en el p u nto de v i sta platónico-kant i a no, en


la duplic idad de pensam iento y ser, de forma y materi a . Aunqu e
sin duda ha sido el verdadero descu b ridor d e la s igni ficación de la
tota l idad concreta, y au nque su p ensa m iento se orientó sien1pre a
la superación de toda abst racción, sin embargo, la materia quedó
siempre i n fic ionada pa ra él, de modo auténticamente platónico, por
" la marc ha de la determ inación". Y esas tendencias cont rapuestas
y beligera ntes entre sí no p ud ieron l legar a c la r i ficación i ntelectua l
en su sistema. Muy a menudo aparecen las u nas ju nto a las otras s in
med iac iones, contradictoria y desequ i l ibrada mente, y el (aparen­
te) equ i l ibr io defi n itivo que encont ra ron en el s istema m ismo tuvo
consecuenten1ente que orientarse más hacia el pasado que hacia
el futuro.32 No es nada sorprendente que la cienc ia b u rg uesa haya
destacado muy p ronto ese aspec to de Hegel prec isamente como el
esencia l, y que lo haya desa rrol lado. Pero precisa mente con eso se
ocu ltó casi compl etamente, i ncluso pa ra ma rxistas, el núcleo revo­
luciona rio de su p ensa m iento.
La mitolog ía del concepto es s iempre exp resión i ntelectual del
hecho de que los hombres no ha n consegu ido cap ta r un dato básico
de su existencia, de cuyas consecuencias no p ueden defenderse. La
incapacidad de penetra r en el objeto m ismo cobra entonces, como
exp resión i ntelectua l, la idea de u nas fuerzas motoras trascenden­
tes que construyen y configu ran de u na manera m itológ ica la rea­
l idad, la relación entre los objetos, nuestras relaciones con e llos, su
transformación en el p roceso h istórico. Al descubr i r Marx y Engels
" la p roducción y la reproducc ión de la v ida como el momento en
ú ltima i nstancia determ i na nte de la h istoria" 33, han consegu ido

32Es muy característica a este p ropósito la actitud de Hegel res pecto de la


economía (Rech tsphilosophie [ F i losofía del derecho], § 189). Hegel percibe
claramente su problema metód ico básico como problema de la casua lidad
y la necesidad (de modo muy parecido al de Engels, Ursprung [ El origen
de la fam i l i a, de la propiedad privada y del Estado], 183 -184, Feuerbach
[Ludwig Feucrbach y el fi na l de la filosofía clásica a lemana] . 44). Pero es
incapaz de descubri r la sig n i ficación básica del sustrato material de la eco­
nomía, l a relación de los homb res entre s í; para él la economía queda en
"hormigueo de a rb it ra riedad", y sus leyes le parecen tener un "parec ido
con el sistema planetario", op. cit., 336.
•13Engels, ca rta a J . Bloch, 21 -IX-1 890. Dokumente des Sozialismus, U, 71 .
[Engcls y Pleja nov, Ludwi:-?. Feuerbach , o p. cit, p. 78. Esta cita, en la versión
. . .
1 12

fi na lmente la p osib i lidad y la perspec tiva adecuadas para romper


con toda m itolog ía. El espíritu absolu to de Hegel ha sido la ú ltima
de esas magn íficas for mas m itológicas, u na forma en la q ue ya se
exp resaban el todo y su mov i miento, aunqu e sin conciencia de su
ser real. Cua ndo en el material isrno histórico cobra su forma "razo­
nable la razón, que siempre ha ex ist ido, au nque no siempre en la
forma razonable" 34, g racias a l descubrim iento de su verdadero
sustrato, del fundamento a parti r del cua l la v ida humana puede
real mente l legar a ser conciente de s í m isma, entonces se rea l i za
el p rogra ma de la filosofía de la historia de Hegel, au nque p reci­
samente en u na destrucción de la doctri na hegel iana. A d i ferenc ia
de la natura leza, en la cual, subraya f-Iegel, " la t rasformación es un
círcu lo, la repet ición de lo igual", "en la h istori a la trasformación
no p rocede sólo en la superficie, s ino en el concepto. Es el concep to
m ismo el rectificado".35

Sólo en este contexto p uede rern iti r más a l lá de lo meramente


teórico y convertirse en u na cuest ión de la práctica el punto de par­
tida del materia l ismo d ia léctico: "no es la conciencia de los hombres
la que determ i na su ser, sino que, a la inversa, su ser socia l deter­
m ina su conciencia". Pues sólo en este pu nto, cuando el núcleo del
ser se ha revelado como acaecer socia l, puede apa recer el ser como �-

producto -hasta a hora, por supuesto, i nconciente- de la act iv idad


..

humana, y esa activ idad m i sma, a su vez, como elemento decisi­


vo de la trasformación del ser. Las puras relaciones natu ra les, o l as
formas socia les mistificadas como si fuera n relaciones nat u ra les, se
contraponen al hombre como datos fijos, ya term inados, esencial­
mente i n mutables, cuyas leyes él puede a lo s u mo aprovecha r, pero
sin conseg u i r nunca transforma rlas. Por otra pa rte, esa concepción
del ser recluye la posib il idad de la práctica dent ro de la conciencia

de Grijalbo está mal p uesta, en el lugar e n el que va la nota siguiente, tal


cua l resu lta con el cotejo de la t raducción i ng lesa. ( N. del E.))
3� Nachlass [ Póstumos], I, 381 . [ Engels, Carta a Ruge, op. c it. En la ed ición
de Grijalbo esta nota está ma l puesta, como s i fuera u na cita de Hegel, al
com ienzo de la cita que s igue. ( N . del E.)]
350ie Vernw�ft de r Geschichte [ La razó n de la h isto r ia), Phi losophische
Bibl iothek, [, 133 -134.
'
1 13

i nd ivi dua l. La p rác tica se conv ierte en for ma de activ idad del i nd i­
v iduo a islado: en ética. E l i ntento de Feuerbach de supera r a Hegel
f raca só pre cisamente en este p u nto: Feu erbach se ha deten ido a nte
el i ndi viduo a islado de la "sociedad civ i l", igua l que el idea l ismo
a lemán y mucho más que Hegel.
La exigen cia de Ma rx de entender la 11sens ibi l idad", el objeto, la
rea l id ad, como activ idad sens ible humana36 s ign i fica u na toma de
conciencia del hombre acerca de sí m i smo como ser social, acer­
ca del hombre como sujeto y s i mu ltá nea mente objeto de acaecer
h istórico-social. El hombre de la sociedad feud a l no pod ía hacer­
se conciente de sí mismo como ser socia l porque sus relac iones
sociales poseía n aún en muchos respectos un ca rácter cuasi natu­
ral, porque la sociedad m isma en su tota lidad estaba demas iado
poco unitariamente organ i zada, y abarcaba en su unidad demasia­
do escasa mente todas las relaciones entre los hombres para poder
presenta rse en la conciencia como la rea l i dad del hombre. ( La cues­
tión de la estructu ra y la u n idad de la sociedad feuda l no t iene que
exa m i na rse aqu í.) La sociedad bu rguesa consu ma ese p roceso de
per-social ización37 de la sociedad. El cap ita l ismo derr iba todas las
bar reras que separa n espacio-tempora lmente los d iversos pa íses y
territorios, igua l que los tabiques ju r íd icos de la estrati ficación esta­
mental . En su mundo de la igua ldad for m a l de todos los hombres
desaparecen aceleradamente las relaciones económ icas que han
regu lado i nmed iata mente el i nterca mbio entre el hombre y la natu­
raleza. E l hombre se hace ser social en el más p leno senti do de la
palabra. Y la sociedad l lega a ser la real idad pa ra el hombre.
De este modo el conoci m iento de la soc ieda d como rea l idad no
es posible más que sobre la base del cap ita l i smo, de la sociedad
b u rguesa . Pero la c lase que se p resenta como portadora h istórica
de esa tra ns formación, la bu rguesía, consun1a esa su fu nción de
u n modo todav ía i nconc iente; las fuerza s soc iales que el la m isma
ha desencadenado, las fuerzas que, por su parte, la han l levado a

Jófeuerbach, 61-64. [Se trata de l a primera tesis sobre Feuerbach. Véase


Marx, Carlos: "Tesis sobre Fcuerbach", en Engels y Pleja nov, op. cit., p. 71 ]
37 El prefijo p e r "denota intensidad o totalidad" ( DRAE). Aqu í viene a
"' "

designar el p roceso q ue hace más densa la red de relaciones que cons­


t i t u y e la sociedad, u na especie de "supersocia l ización". Aqu í Sacristán
usa la expresión "per-socia l ización" pero más adelante "per-sociación".
Hemos reemplazado s i c n1pre l a seg u nda por l a primera. ( N . del E .)
1 14

e l la m isma a l poder, se le contraponen como u na segunda natura­


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leza, aunque con menos a l ma y menos penetrable que en el caso �-


del feudal ismo.38 Sólo con la apa ric ión del pro letar iado se consu ma
el conoci miento de la real i da d socia l. Y ese conoci m iento se consu­
ma a l descubr ir el p unto de v ista de c lase del proletariado, punto a
partir del cual se hace v is ib le el todo de la sociedad. Precisamente
porque para el proletariado es u na necesidad v ital, u na c uest ión de
v ida o de muerte, consegu i r completa c la r idad acerca de su s itua­
ción de c lase; precisamente porque s us acc iones t ienen como presu­
puesto inevitable ese conoci m iento; precisa mente p or eso han naci­
do con el materia l ismo h istórico la doctr i na "de las condiciones de
la l iberación del proletariado" y la doctr i na de la rea l idad del p ro ­
ceso total del desa rro l lo socia l. L a u nidad d e teor ía y práctica n o es,
pues, sino la otra cara de l a s ituación histórico-socia l del proletar ia­
do, el hecho de que desde su pu nto de v is ta coi nciden el autocono­
cimiento y el conoci miento de la tota l idad, el hecho de que el prole­
tariado es a la vez sujeto y objeto de su propio conoci m iento.
Pues la vocación y la autoridad para elevar la evolución de la
hun1an idad a un estadio superior se basa n, como ya recta mente
observó Hegel39 (au nque refiriéndose todavía a las n aciones), en
que esos "estadios de la evolución están dados como principios inme­
diatos naturales" "cuya rea l ización ... se con fía" al pueb lo (esto es, a la
clase) "a l a que corresponde un mon"lento así como princ ip io natu ­
ral". Marx ha concretado esa idea40 de modo com pletamente claro
para el desarrol lo soc ia l :

11Cua ndo los escritores socia listas atribuyen al proletariado esa función
histórico-universal, no lo hacen en modo a lg u no ... porq ue consideren d io­
ses a los p roletarios. Al contra r io, el p roletariado puede y t iene que l ibe­
ra rse a sí n"lismo porque en él, cuando está plenamente desa rrollado, se
consuma prácticamente la abstracción de toda humanid ad, i ncluso de la
apariencia de hu manidad; porque en l as cond iciones de vida del p role­
tariado se concentra n en su más i n humana pu nta todas l as cond iciones
de vida de la sociedad act u a l; porque en el proletariado el hon"lbre se ha

38Acerca de las causas de esta situación cfr. el a rt icu lo "'Conciencia de


c lase".
3�Rechtsph ilosophe [ Fi losofía del derecho], § 346 -347; loe. cit., 273.
�ºNach lass [ Póstu mos], I l, 133. LMa rx, Carlos y Federico Engels: "La sag rada
fa1niJ i a", op. cit., p. 101-1.02. ( N . del E.))
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..

1 15

pe rdido a sí m ismo, pero de tal modo que no sólo cobra conc ie n cia teóri­
ca de esa pérd ida, sino que se ve además obli gado d irectamente a la cóle­
ra contra esa i n hu manidad por la constricc ión imperiosa y absoluta, ya
i ne v i table e i mposibl e de d i s fra z a r, que es la ex presión práctica de la nece ­

sidad. Pero el proletar iado no puede l iberarse s i n sup r i m i r sus cond icio­
nes de v ida. Y no puede supr i m i r s us cond icio n es de vida sin s uprimir a l
mismo tien1po todas las i n hu manas cond ic io nes d e vida d e l a sociedad
actual, las cuales se concen t ra n e n su situación."

Por todo eso la esenc ia metód ica de l materia l is 1no h is tórico no


p uede sepa ra rse de la "activ idad práct ico-crítica" del proleta riado,
ambos son momentos del m is1no proceso de desarrol lo de la socie­
dad y p or eso ta mpoco el conocim iento de la rea l idad fac i l itado por
el método d ia léct ico puede sepa rarse del pu nto de vis ta de c lase del
p roleta riado. El pla ntea m iento "aus t romarx ista" de la separación
metód ica entre la "pu ra" c iencia del ma rxismo y el soc ia l isn1041 es
un p seudoproblema, como todas las c uest iones a nálogas. Pues el
método marxista, la d ia léct ica mater ia l ista como conocim iento de
la real idad, no se consigue más que desde el pu nto de v ista de cla­
se, desde el p u nto de v ista de la lucha del p roleta riado. El aba n­
dono de ese pu nto de v ista apa rta del materia l ismo h istórico, del
mismo modo que su consecución l leva d irectamente a la lucha del
proleta riado.
Esta génes is del mater ia l ismo h i stórico a partir del princip io
vita l "inmed iato, natu ra l" del proleta riado, el hecho de que el cono­
cimiento tota l i zador de l a rea l idad resu lta del pu nto de v ista de
clase del proletariado, no sig n i fica eni.pero, en modo a lg u no, q Ü e
dicho conoci m iento, o la act itud metód ica respecto de é l, se den a l
proleta riado como c lase (y aú n menos a l proleta riado i ndiv idua l)
de un n1odo natu ra l e i n med iato. Al contrario. E l p ro leta riado es,
sin duda, el sujeto conocedor de ese conocim iento de l a rea l idad
total socia l . Pero no es sujeto cog noscente en el sent ido del n1étodo
kantiano, en el cua l el sujeto se defi ne como aquel lo que nu nca pue­
de ser objeto. No es un esp ectador neutra l de ese proceso. E l p ro ­
leta riado no es sólo pa rte act iva y su friente de ese todo, s i no que,
además, el ascenso y el desa r rol l o de su conoci m iento, as í como
su ascenso y su desarro l lo m ismos en el curso de la h istor i a, son

t 41 H i l fe rd i ng, Finanzkapi tal, V H - I X [ El capita l fi n a ncie ro ) [ H i lferd ing,


.

Rudo l f: EL capital financiero, Tec nos, Madrid, 1985, p. 5. ( N . del E.) )


116

simp lemente dos aspectos de un m ismo p roceso rea l . No s e trata


sólo de que la clase misma, par t iendo de sus acc iones espontáneas,
inmediatas, de defensa i n med iata desesperada (por ejemplo, l a des­
trucción de máqu i nas, tomada como ejemp lo p r i m itivo de lo más
craso), se haya "constitu ido en clase" muy poco a poco, en consta n­
te lucha social. S i no que también la concienc ia de la rea l idad soc ia l,
de la propia sit uación de c lase, y la di mana nte m isión histór ica,
j unto con el método de la concepción materia l ista de la h istor ia,
son p roductos del mismo proceso de desa rro l lo que el mater ial is­
mo h istórico reconoce adecuada mente y según su rea l idad por vez
pri mera en la h istoria.
Con el lo queda d icho que la pos ibi l idad del método marxista es
u n p roducto de la lucha de c lases, exacta mente igu a l que cua lqu ier
res ultado de natu ra leza polít ica o económ ica . Ta mbién el desarrollo
del proletar iado refleja la est ruc tu ra de la historia de la sociedad,
por él descubier ta. " Por eso s u resu ltado apa rece consta ntemen­
te como prev io, del mismo modo que sus presu puestos aparecen
como resu ltados".42 El p unto de v ista metód ico de la total idad, lo
que hemos aprend ido a conocer como problema centra l, como pre­
supuesto del conocim iento de la real idad, es u n producto de la h is­
tor ia en dos sentidos. En primer luga r, ha sido producido p or el
desa rrol lo económ ico que ha p roduc ido tamb ién al p roletar ia do,
por el nacimiento del proleta r iado m ismo (o sea, en u n determ i na­
do estadio de la evolución socia l), por la t rasformación, así consu­
mada, del sujeto y el objeto del conoci m iento de la rea l idad social,
que es la posib i l idad objetiva formal de l materia l ismo h istórico en
cua nto conoci m iento. Pero, en segu ndo luga r, esa posib i l idad for­
ma l se ha convert ido en u na posib i l idad rea l sólo en el c u rso del
desa rrol lo del p roleta riado mismo. Pues la posib i l idad de entender
el sentido del proceso h istórico como a lgo i nmanente, interno al
proceso mismo, en vez de at rib u irlo a u n materia l en sí ajeno a la
sensib i l idad, corno u na conces ión43 m itolog iza nte o ética de sentido,
presupone u na conciencia a lta mente desarro l lada del proletar iado
acerca de su situación, u n proleta riado ya relat ivamente muy for­
mado, y, por lo ta nto, u na la rga evoluc ión prev ia. É ste es el cam ino

42Das Kapital [ E l Capita l), I I I, l l, 408. [ Marx, El Ca p ital, op. cit, Tomo 1 1 1, vol.
8, p. 1 .106. ( N . del E.))
43Sacristán traduce "coni.o dación" ( N. del E.)
P.W···

1 17

qu e l leva de la utop ía a l conocim iento de la rea l idad; eJ cam i no que


l leva des de las fina l idades tra scendentes de los primeros gra ndes
p en s ado res del movim iento ob rero hasta la cla ri dad de la Corn u na
de 1871 : que la c lase ob rera no tiene "ideas que rea l iza r", s ino que
tie ne sim p lemente que "poner en l ibertad los elementos de la nueva
so cie da d"; es el ca m i no que va de la c lase "respecto del cap ita l" a la
cla se "pa ra sí mi sma".
Con esta pers pectiva la sepa ración rev ision i s ta entre el movi­
m iento y el objeto fi na l se presenta como reca ída en el n ivel más
p rimitivo del mov i m iento obrero. Pues el objetivo fi nal no es un
estadio que espere a l proleta riado al fi na l del movi miento, indepen­
dientemente de él, i ndepend iente del ca m ino que hay que recorrer,
en a lgún lugar indefinido y como "estado del fu tu ro"; ser ía enton­
ces u na situación que podr ía tra nqu i la mente olvidarse dura nte la
lucha cot id ia na, y p roc la ma rse a lo su mo en sermones doni. i n ica­
les como momento subli mador de las p reocu p aciones de cada d ía.
Tampoco es un "deber-ser", una "idea" coord i nada regu lativa men­
te al p roceso "rea l". El objet ivo fi na l es más bien la relación al todo
(a l todo de la sociedad considerada como proceso) por la cua l cob ra
sentido revoluciona rio cada momento de la lucha. Una relación
interna a cada momento precisa mente en su si mple y sobria coti­
dianidad, pero que sólo se hace rea l por su paso a concienci a, d a n­
do así rea l idad ta mbién a cada momento de la lucha cotidiana p or
obra de la relación, ya man i fiesta, a l todo, o sea, levantándolo de l a
mera factual idad, d e la mera existencia, a la real idad. Pero ta mpoco
hay que olv ida r que todo intento de preserva r ese "objetivo fi na l"
o "esencia l" del proletariado, etc., p u ro de toda ma ncha p roducida
en y por la relación con la ex istencia (capita l ista) l leva en última
instancia a la misma leja n ía respecto de la ca p tación de l a rea l idad,
respecto de la "act iv idad práctico-cr ít ica", y a la m isma reca ída en
la dua l id ad utóp ica de sujeto y objeto, de teoría y práct ica, a la que
ha conduc ido el rev isionismo.44

44Cfr. a l respecto de l a polém ica de Z i noviev con Guesde y su compor­


tam iento respecto de la guerra en Stuttgart. Gegen den Strom [Contra la
corriente], 470 -471 . Ver tamb ién el l i b ro de Len i n El extremismo como enfer­
medad ir�fantil del cornunisrno. [ Le ni n, V. l. : "' El i z q u ierd ismo, en fe rmedad
i n fa nt i l del comu n isn10", en Len i n,. V. l . : Obras completas, Cartago, Bs. As.,
1971, Tomo XXX I I I . ( N . del E.)]
1 18

E l peligro práctico de toda concepc ión dualista de esa nat u ra­


leza se man ifiesta en que se pierde el momento decisivo y orienta­
dor de las acciones. Pues en cua nto que se abandona el suelo de la
real idad, que sólo p uede conqu istarse por el material ismo h istórico
(pero que t iene que ser consta ntemente reconqu istado), en cuan­
to que uno se queda en e l terreno "natu ra l" de la existencia, de la
mera empi ria, desnuda y en bruto, el sujeto de la acc ión y el medio
de los "hechos" en el que t iene que desarrolla rse la acción de aquél
se presentan como p ri nc ip ios cont rapuestos en separación tajante y
s i n tra nsic iones. Y tan i mpos ible es i mponer a la conexión objetiva
de las cosas la voluntad subjet iva, el deseo o la resoluc ión, cua nto
posible el descubri r en los hechos m ismos u n momento or ientador
de las acciones. Jamás ha habido, ni la habrá, porque no p uede dar­
se, una situación en la cua l los " hechos" hablen i nequ ívoca mente
en favor o en contra de u na determ inada orientación de los ac tos. Y
cuanto más a conciencia se estud ien los hechos -en ese a islam iento,
o sea, en sus conexiones de la mera reflexión-, tanto ni.enos podrá n
indica r inequívoca mente u na d irección determinada. Se ent iende
s i n más que una resolución p u ra mente subjetiva t iene que pu lve­
r izarse a l chocar con la robustez de las cosas que actúan s i n ser
comprend idas, con automát ica " lega l idad". De este modo la con­ t
¡
sideración de la real idad propia del método d ialéct ico resu lta ser
la ú nica capaz de mostra r u na orientación para las acciones, p reci­
samente en el p roblema práct ico. E l autoconoci miento subjetivo y

l.\
objetivo del prolet ariado en un determi nado estad io de su evolu­
ción es a l m ismo t iempo conocim iento del estad io a lcanzado en la �
evolución socia l . La extrañeza de los hechos entend i dos se d is ip a

1
d e este modo en l a conexión d e la rea l idad, e n la referencia de todos
los momentos parc ia les a sus ra íces i nternas, a ntes no aclaradas, en
el todo: entonces se hacen v isibles en esos hechos las tendencias
que aspi ra n a l centro de la rea l idad, a lo que suele l la ni.a rse objeti­
vo fi na l . Pero como ese objet ivo final no se contrapone a l p roceso
como idea l abstracto, s i no como momento de la verdad y de la rea l i­
dad, pues está dentro del momento concreto como concreto sentido
del estad io a lcanzado en cada ca so, su conocim iento es precisa mente
conocim iento de la d irección que toman (inconcienteni.ente) las ten­
dencias orientadas al todo; conocim iento de la orientación que, p re­
cisamente en el momento dado, ha de determina r concretamente la
ar-

1
·

1 19

actuación correcta desde el pu nto de v ista y en i nterés del proceso


tota l, de la 1 iberación del p roleta riado.
Pero la evolución socia l agud i za consta ntemente la tensión entre
el momento parcial y el todo. Precisa mente p orque el sentido i n ma­
nente de la rea l idad i rrad ia de el la con bri l lo cada vez más intenso,
el sentido del acaecer es cada vez más profu ndamente in ma nente
a la cotid ian idad, y la tota l idad se sume más p rofunda mente en la
momenta riedad espacio-tempora l de los fenómenos. El ca m ino de
la conciencia en el p roceso h istórico no se hace más equ i l ibrado,
sino, por el contra rio, cada vez más d i fíci l y más cargado de respon­
sabi l idad. Por eso la fu nción del ma rxis mo ortodoxo, su superación
del rev ision ismo y del utopismo, no es u na resolución de tenden­
cias falsas que pueda consegu irse de u na vez, s i no u na lucha siem­
pre renovada contra el con fusiona rio efecto de formas burguesas
de comprens ión en el pensam iento del p roletariado. Esa ortodox ia
no es u na gua rd ia na de tra d iciones, sino proclamación, siempre
vigilante, de la relación del i nsta nte presente y de su s tareas con la
total idad del p roceso histórico. Y de este modo perma nece la v igen­
cia de las pa labras del Man ifiesto comunis ta acerca de las tareas de la
ortodoxia y de s u s portadores, los comu n istas:

"Los comunistas se d isti nguen de los demás partidos proletarios sólo por
el hecho de que, por u na parte, destaca n y da n val idez, dentro de las d iver­
sas luch as naciona les de los proletarios, a los i ntereses del conjunto de
todo el proletariado, indepen dientes de la nacionalidad, y, por otra par­
te, porque en los diversos estadios de desarrollo que atraviesa la lucha
entre el proletariado y la burguesía representa n el i nterés del movimiento
global. "

Ma rzo de 1919
Rosa Luxelll b urgo conto lll arxista

Los economistas nos expl ican cómo se producen


en l as ci rcu nsta ncias y relaciones dadas; lo que no nos explican
es cómo se producen e�as condiciones y relaciones
mismas, o sea, el movimiento h istórico que les da nacimiento.

Marx, Miseria de la filosofía

Lo que d i ferencia decisiva mente a l marxismo de la ciencia bur­


guesa no es la tesis de u n p redom i n io de los motivos económ icos
en la exp l icación de la h istoria, sino el punto de v ista de la tota l i­
dad. La categoría de tota l idad, el dom i nio omn i lateral y determ i­
nante del todo sobre las par tes, es la esencia del método que Marx
tomó de Hegel y transformó de ma nera original para hacer de él
el funda mento de u na nueva ciencia. La separación cap ital ista del
productor respecto del p roceso tota l de la producción, la frag men­
tación del p roceso del trabajo en partes que no tienen en cuenta la
pecu l ia r idad humana del t rabajador, la atom ización de la sociedad
en ind iv iduos que producen i nsensata1nente, sin plan n i conexión,
etc., todo eso ten ía que i n flu i r profu nda mente ta mbién en el pensa­
m iento, la ciencia y la fi losofía del capita l is ni.o. Y el elemento bás i­
ca mente revolucionar io de la ciencia proleta ria no consiste sólo en
contraponer a la sociedad burguesa contenidos revo luciona rios,
sino ta mb ién y ante todo en la esencia revoluc ionaria del método
m ismo. El d01ninio de la categoría de totalidad es el portador del principio
revolucionario en la ciencia .
121
1 22

Ese princ ip io revolucionar io de la dialéctica hegel ia na, s i n per­


juicio de todos los conten idos conservadores del pensa m iento de
Hegel, fue reconocido va rias veces antes de Marx, pero s i n que de
ese conoc im iento pud iera nacer u na ciencia revoluciona r ia . Sólo en
el p ensa m iento de Ma rx se conv ierte la d ia léctica hege l ia na rea l­
mente, según las pa labras de Herzen, en un "á lgebra de la revo­
lución". Pero no ha l legado á eso por s imp le efecto de la i nversión
materia l ist� . En rea l idad, el principio revoluciona r io de la d ia léc­
tica hegel iana no pod ía man i festa rse en y p or esa i nversión s i no
porque se ma ntuvo la esc:lcia del método, el punto de v ista de la
tota l idad, la consideración de todos los fenómenos pa rcia les como
mon1entos del todo, del proc�so d ialéctico entendido como u n i­
dad de pensa m iento e historia. E l método dia léctico se or ienta en
Marx a l conocim iento de la sociedad como tota l idad. Mientras que
la ciencia bu rguesa atribuye ingenua y rea l ística mente u na "rea­
l idad" o, "cr íticamente", una autonom ía a las abst racc iones -nece­
sa r ias y úti les en el marco metodológico de cada cienc ia tomada
aislada mente- que surgen a consecuencia del a isla m ie nto temáti­
co del objeto invest igado y a consecuencia de la d iv isión del tra­
bajo y de la especial ización cientí fica, el ma rxismo, por su parte,
super3 esas d iv isiones al leva nta rlas y rebaja rlas a la cond ición de
momentos d ia lécticos. E l a islam iento abstractivo de los elemen­
tos de un a mp lio campo de investigación o de comp lejos proble­
máticos sueltos o de concep tos dentro de un campo de estudio es,
obviamente, i nev itable. Pero lo decisivo es saber si ese a is la m iento
es sólo u n med io para el conoc i m iento del todo, o sea, si se i nserta
en la correcta conex ión tota l que p resu pone y ex ige, o si el conoci­
m iento abstracto de las reg iones parciales a isladas va a p reserva r
su autonom ía y converti rse en fina l idad p ropia. Pa ra el marxismo, t
¡.r
pues, no hay en ú l t i ma i nsta ncia n ingu na ciencia ju ríd ica susta nti­ �:

va, ni ciencia económ ica susta ntiva, ni h istoria, etc., s i no sólo u na


ú n ica cienc ia, u nita r ia e histórico-dia léct ica, del desa rro l lo de la
soc iedad como tota l idad.
Pero el ¡.yu nto de v ista de la total i dad no deter m i na sólo el obje­
to, s i no té' mbi?n el sujeto del conocimiento. La ciencia bu rguesa
considera los fenómenos de la soc iedad -conciente o i nconciente­
mente, i ngenuamente o por subl i mac ión- siempre des de el pu nto
fj&f .

123

de v ist a del i nd iv iduo.• Y desde el punto de v ista del i ndividuo


no p ue de obtenerse n ingu na tota l idad, sino, a lo s u mo, aspec tos
de u n ca mp o parc ia l, y en la mayoría de los casos sólo elementos
fra g m ent a r ios, " hechos" sin conex ión o leyes reg iona les abstractas.
L a tot a l i dad del objeto no puede ponerse más que cua ndo el sujeto
qu e lo pone es él m ismo u na tota l idad y, por lo tanto, para pens a r­
se a sí m ismo, se ve obl igado a pensar el objeto también como u na
tot a l i dad . En la sociedad moderna son exc lusiva mente las clases las
qu e rep resentan como sujetos ese p unto de v is ta de la tota l idad.
Po r eso Marx, a l considera r, en El Capital especia l mente, todo p ro­
blema desde ese p unto de v ista, ha corregido a Hegel -en cuyo pen­
sa m ie nto se percibe todav ía u na oscilación de los pu ntos de v is ta
ent re el "gran i nd ividuo" y el abstracto espí r it u nac iona l- aú n m ás
res u elta y fecu nda mente, au nque mucho menos entendido por sus
suce sor es, que en la c uestión de "'ideal ismo" o "materialismo".
La economía c lás ica, y aún m ás sus v u lga r izadores, h a n
co nsiderado s iempre e l desa r ro l lo capita l ista desde e l p u nto de
vista del individuo capitalista, y por eso se han perdido en u na s er ie
de contradicciones i rresolubles y de pseudoproblemas. E n El Cap ital
romp e Marx rad ica l mente con ese método. No porque se ponga
a considerar -coni.o u n ag itador- todo momento, con in med iatez
y exc lusividad, desde el pu nto de v ista del proletar ia do. De esa
uni l ateral idad no habría podido n acer más que u na nueva econom ía
vu lgar con signo contrar io, por así deci rlo. Sino p orque considera
los p roblemas de la entera sociedad capitalista como problemas
de las c lases que la consti t uyen, la de los capital istas y la de los
proletar ios, tomadas como totalidades. No p uede ser tarea de estas
pági nas -que sólo p retenden a lud i r a . los problemas de método­
el est ud ia r en qué med ida toda u na serie de cuestiones se p one
con eso bajo u na nueva lu z, cómo surgen p roblemas nuevos que la
econom ía clásica no fue siqu iera capaz de ver, por no hablar ya de
resolver, y cómo muchos de los pseudo problemas de la econom ía
clás ica se d isuelven en la nada. Lo ú nico que i mporta aqu í es ind ica r
claramente los dos p resupuestos de u n manejo vera z, no lúd ico, del

1Ivlarx h a mostrado convi ncentemente, a propósito de las robi nsona­


das económicas, que eso no es casua l, sino que se sig ue de la esencia
de la soc iedad burguesa. Zur Kritik der politischen Ókonomie, Einleitung
[Contribución a la crítica de La economía política. Int roducción), X I I I ss.
[ Ma rx, Contribución . , op. cit ., p. 282. ( N. del E.))
. .
1 24

método d ia léctico, sin ese v ic io de los epígonos de Hegel; l la ma r la


atención, pues, sobre la ex igencia de tota l idad, como objeto puesto
y como sujeto que pone.

II

La obra princ ipa l d e Rosa Luxembu rgo, Die Akkum ulation des
Kapitals [La acumu lación del capita l], recoge el problema en ese
punto, luego de decenios de vu lga rización del marxismo. Esa t r i­
v ia l ización del marxismo, s u deformac ión para d a r de él "cient i fi­
cidad" bu rguesa, tuvo su expresión pri1nera, cla ra y abierta en e l
escrito de Bernstein Voraussetzungen des Sozialismus [ Presupuestos
del socia lismo] . No es de n i nguna manera casua l que el capítu lo de
ese l ibro que empieza con el ataque a l método d ia léct ico en nombre ..

de la "ciencia" exacta term i ne con una acusación de blanqu isn10 �


(.

contra Marx. No es casual, p ues en el momento en que se abandona


el p unto de vista de la tota l idad, el pu nto de partida y el objet ivo,
el p resupuesto y la exigencia del método d ia léct ico; en el momento
en que la revolución no se concibe como momento del proceso, s i no
como acto a islado, sepa rado del desa rrol lo g loba l, en ese momento
el princip io revolucionario de Marx tiene que p adecer u na reca ída
en el p eríodo pri m itivo del mov im iento obrero, en el b la nqu isn10.
Y si cae el pr incipio de la revolución entend ido como consecuen­
cia del dom i n io categorial de la tota l idad, entonces se descompone
todo el sistema del marxismo. La crít ica de Bernstein es demas iado
oportu n ista incluso como oport u n ismo para atreverse a ma n i festa r
a este respecto todas sus consecuencias. 2
Pero la m a rcha d ialéctica de la h is toria, que es lo que princ i­
pa l mente i ntenta ron exti r pa r del marxismo, ha impuesto ta mb ién
aquí a los oportunistas las consecuenc ias necesarias. La evolución
económica de la época i mperia l ista ha i mpos ib i l itado cada vez
n1ás los ataques aparentes a l sistema capita l ista, el a ná l is i s "cien­
tífico" de sus fenómenos, considerados a i s ladamente en i nterés de
la "cienc ia objetiva y exacta". No sólo había que decid i rse poi ít ica­
mente acerca de si se estaba a favor o en contra del cap ita l ismo, s ino

2El mis n10 Bernstein lo reconoce, por lo demás. "Sólo que en la práct ica",
escribe, "y por consideración de las necesidades agitatorias del part ido, no
i n ferí s iempre las ú lt i mas consecuencias de mis proposiciones crít icas".
Vo rausse tzu nge n [ Presupuestos], IX ed ., 260.
1 25

que también había 9 ue tom � r una decisión teorét ica � ésta era del
siguiente tenor: o bien considerar de u n modo marxista la evolu­
ción conj unta de la sociedad como una tota l idad, y entonces domi­
na r teorética y prácticamente el fenón1eno del i mperia l is mo, o b ien
evitar ese dom i n io li mitá ndose a la i nvest igación cient ífico-espe­
cial izada de momentos a is lados del fenómeno. El pu nto de vista
monográ fico es el que de ma nera más i n fa l ible c ierra el horizonte
p ropio del problema cuya vista aterrorizó a toda la socia ldemocra­
cia ya oportu n ista. Descubriendo " leyes de va l idez atempora l" para
casos singu la res y obten iendo descripciones "exactas" de terrenos
aislados, la soc ia ldemocracia desd ibujó la d istinc ión entre el irnpe­
ria l ismo y el período anterior. E l la se encontraba en el cap ita lismo
"en genera l", cuya ex istenc ia, correspond iendo cada vez más en su
opinión a la esencia de la razón humana, le pareció tan "natu ra l"
como a Rica rdo y a sus sucesores, los econom istas vu lga res.
Sería u n planteam iento no marx ista n i d ia léctico el pregu ntarse,
como p unto de partida de la investigación, s i el oportunismo prác­
tico ha provocado esa reca ída en la metodología de los econom is­
tas vu lgares o si se t iene la relación causa l i nversa. Para el t ipo de
considerac ión propio de l ma rxismo, a mbas tendencias van j u ntas y
constituyen e l a mb iente socia l de la situación de la soc ia ldemocra­
cia antes de la guerra, el amb iente que exp lica las pugnas teoréticas
suscitadas por la Acumulación del capital de Rosa Luxemburgo.
P ues la d iscusión, dirig ida por Bauer, Eckstein, etc., no se centró
en torno a la cuestión de si la solución del p roblema de la acu mu la­
ción del capita l propuesta por Rosa Lu xemburgo era materia l mente
verdadera o falsa. En vez de eso se d iscu t ió acerca de si el tema
constituía p ropia mente un problema, y el resu ltado fue la categóri­
ca negat iva de que hubiera un problema rea l. Esto es perfecta men­
te comprensible, e inc luso necesa rio, desde el p u nto de v ista de la
econom ía vu lga r. Pues si la cuest ión de la acu mu lación se t rata, por
una parte, como prob lema aislado de la econom ía y, por otra, desde
el punto de v ista del cap ita l ista indiv idual, entonces está claro que
la cuest ión no constituye de hecho problema a lg u no.3

3Rosa Luxemburgo prueba i rrefutablemente este hecho en su respuesta,


especial mente contra su crítico más serio, O tto Bauer. Cfr. 66 ss. ( Lukács se
refiere al texto "La acu mulación del capital. Anticrítica", en Luxembu rgo,
Rosa y Nicolás Bujari n: El imperialismo y la acumulación del capital, Pasado y
Presente, Córdoba, 1975, p. 1-98 . ( N . del E .)]

;
i
L
1 26

La recusación del p roblema m ismo t iene mucho que ver con e l


;--·
hecho de que los crít icos d e Rosa Luxembu rgo pasa ron por a lto
precisamente la parte decisiva del l ibro ("Las condiciones h istóri­
cas de la acu mulación" ) y plantearon consecuentemente el proble­
ma de la forma sigu iente: s i las fórmu las de Ma rx, basadas en el
fu nda mento de la h ipótesis, metodológicamente abstracta, de u na
sociedad exclusivamente compuesta de cap ita l is tas y p roleta rios,
son correctas, y cuá l es el mejor modo de i nterpreta rlas. Los críticos
ignoraron completamente que esa h ipótesi s es en el pensam iento
de Ma rx puramente metodológica, que es una h ipótesis formu la­
da para captar el problema con más claridad, y que de el la hay que
pasa r al p lantea nl iento más a mp l io, a la formu lación del problema
pa ra la tota l idad de la sociedad. Los c r íticos han ignorado que el
prop io Marx ha pract icado ese paso, por lo que hace a la l lamada
acu n-iulación originaria, en el p r i mer volu men de El Capital; y, con­
ciente o inconcientemente, han ocu ltado que El Capital entero es
mero fragmento por lo que hace a esta c uestión y que, por lo tan­
to, Rosa Luxembu rgo no ha hecho más que pens a r hasta el fi n a l el
fragmento marxiano según la orientación de Ma rx y completa rlo
seg ún su espíritu.
Pero esos críticos han obrado muy consecuentemente. Pues des­
de el pu nto de v ista del capita l ista ind iv idua l, desde el pu nto de
v ista de la economía vulgar, ese problema no puede efect ivamen­
te plantearse. Desde el pu nto de v ista del cap ital is ta i nd iv idua l, la
rea l idad económica se p resenta como u n mundo dominado p or
leyes natu ra les eternas a las cua les t iene que adecuar sus actos y
sus omisiones. La rea l ización de la plusva l ía, la acu mu l ac ión, se
efectúa para él (y tampoco s iempre, sino sólo muy a menudo) en la
for ma del i ntercambio con otros cap ita l istas i nd i v idua les. Y todo
el p roblema de la acu mu lación no pasa de ser el de u na forma de
las metamorfosis mú ltiples que experimenta n las fórmu las D-M-D
y M-D-M4 en el curso de la producción, la c ircu lac ión, etcétera . De
este modo la cuest ión de la acu mu lac ión se conv ierte, para la eco­
non1 ía vulga r, en u na cuestión de deta l le p rop ia de la c iencia espe­
cia l i zada, que no t iene práct ica 1nente nada que ver con el des t i no
del capita l ismo tota l y cuya solución queda su fic ientemente ga ra n­
ti zada por la corrección de las "fórmu las" marx ianas, las cua les

"'En el l ibro 1 de El Capital. D=dinero; M=nlercancía ( N . del T.)


1 27

p odrían a lo su mo -como hace Otto Bauer- "mejorarse" modern i­


zándolas. Ni Bauer ni sus colegas han entend ido -del m ismo modo
que en otro tiempo los d isc ípu los de R ica rdo no entend ieron el
p lantea m iento ma rx ista- que con esas fórmulas no p uede capta rse
nunca, por principio, la rea lidad económ ica, pues el presupuesto de
las fórmu las es u na abstracc ión p racticada a pa r t i r de esa rea l idad
total (consideración de la sociedad como si consta ra exc lusiva mente
de cap ita l istas y proletarios), y que las fór mu las no pueden serv i r
má s que p a ra acla ra r el p roblema, como t ra mpo l ín para el plantea­
m iento de la verdadera cuestión.
La acu1nulación del capital de Rosa Luxembu rgo recoge el método
y el pla nteam iento del joven Ma rx, de la Miseria de la filosofía. Del
m ismo modo que en este l ibro se a na liza n las cond iciones históri­
cas que han dado posibi l idad y v igencia a la econom ía de Ricardo,
así también se apl ica en el l ibro de Rosa Luxembu rgo el mismo
método a las fragmentar ias i nvest igaciones de los volú menes I I y
III de El Capital. Los economistas burgueses, como representantes
ideológicos del cap ita l ismo ascendente, tuv ieron que identi ficar las
"leyes natura les" descubiertas por Sm ith y R ica rdo con la rea l idad
so cia l, con objeto de i nd ica r en la sociedad cap ita l ista la ú n ica socie­
dad posible y correspond iente a la "nat u ra leza" del hombre y a la
razón. Aná logamen te: la socialdemocracia, como expres ión ideo­
lóg ica de aquel la ar istocracia obrera, ya pequeño-bu rguesa, que
estaba cointeresada en la explotac ión económ ica del mundo entero
du rante la ú ltim:i fase del cap ita l is mo, p ero que i ntentaba a l m ismo
tiempo evitar el dest ino necesario de esa fase, la guerra mu nd ial,
tenía que entender el desa rrollo como s i la acu mu lación cap ita l ista
se produjera en el espacio vac ío de las fórmu las matemáticas (o sea,
aproblemática mente, o sea, s in guer ra mundial). Con el lo la soc ia l­
democracia, por lo que hace a com prensión y p revisión pol íticas,
cayó n1uy por debajo de las capas capital istas de la gran bu rgues ía
interesadas cla riv identemente en la explotación i mperia l ista con
todas sus consecuenc ia s bél icas. Por ese ca m ino pudo ya entonces
adopta r las act itudes teóricas que hoy tiene: la de guard ia na de la
persistencia eterna del orden económico cap ital ista, protectora de
las consecuencias fata les y catastróficas hacia las que empujaba n, a
la vez ciegos y l úc idos, los verdaderos ex ponentes del capita l is mo
i m peria l ista. Del m ismo modo que l a identi ficación de las " leyes
nat u ra les" r icard ia nas con la rea l idad socia l fue autoprotecc ión
1 28

ideológ ica del capital ismo ascendente, así ta mbién la i nterpretación


de Ma rx por la escuela austríaca, su identi ficación de las abstrac­
ciones marxianas con la tota l idad de la sociedad, es autoprotección
de la "raciona l idad" del cap ita l is mo decadente. Y del m ismo modo
que la consideración de la tota l idad, propia del joven Ma rx, i lu mi­
nó crudamente la facies h ipocrát ica5 del cap ita lismo aú n florecien­
te, así también muestra el ú lt i mo florec i m iento del cap i ta l ismo, en
el estud io de Rosa Luxembu rgo y mediante la i nt roducción de sus
problemas básicos en la tota l idad del p roceso h istórico, los caracte­
res de una siniestra danza de la muerte, u na ma rcha de Ed ipo hacia
el destino fina l i nevitable.

III

Rosa Luxembu rgo ha ded icado a la refutación de la economía


vu lga r "marxista" u n fol leto que se ha p ub l icado póstuma mente.
Pero esa refutación tend r ía su lugar adecuado, metód ica y l itera­
riamente, a l final de la segu nda sección del l ibro La acumulación
del capital, como cuarto ataque en el t rata m iento de esa cuest ión
decisiva del desarrollo cap ita l ista. Pues la pecu l ia r idad expos it iva
de este l ibro consiste en que en su mayor pa rte está ded icado a
i nvestigaciones de h istoria de los probl emas tratados. No sólo por­
que el aná l isis marxiano de la reproducc ión simple y de l a repro­
ducción a mp liada es el p unto de part ida de la invest igación como
ta l y abre además el tratam iento temático defi n it ivo del problema
m ismo. Sino, además, p orque el núcleo del l ibro es el a ná l isis, casi
de h istoria de la l iteratu ra del tema, por así decirlo, de las g randes
d iscusiones respecto de l a acu mu lación: la d iscusión de Sismond i
con Rica rdo y su escuela, la de Rodbertus con K irchma nn, la de los
na rodn i k i con los marxistas rusos.
Pero ta mbién por ese modo de exposic ión se encuentra Rosa
Luxembu rgo dentro de la tra d ición m a rx ia na . El est i lo de su com­
posición i nd ica incluso u na v uelta a l ma rxis mo or ig i na r io y sin fa l­
sear, a l t ipo de exposic ión del p ropio Ma rx. Pues la primera obra
madura, completa y conclusiva de éste, la Miseria de la filosofía, refu­
ta a Proud hon por el proced i miento de apelar a las fuentes rea les

5Aspecto ca racteríst ico que presenta n genera l mente las facciones del
enfermo próx imo a la agonía. RAE ( N . del E.)
1 29

de sus concepc iones, a R ica rdo por un a parte y a Hegel por otra. El
aná l isis de dónde, cómo y, sobre todo, por qué Proud hon ten ía que
interp reta r ma l a R icardo y a Hegel es la fuente de la luz que no
sólo ac la ra lamentablemente las autocon tradicciones de Proudhon,
sino que penetra hasta los oscu ros funda mentos, pa ra él m ismo
desconoc idos, de los que brota n aquel los errores, hasta la situación
de clase cuya expresión teorética son las ideas de Proud hon. Pues
" las categorías económicas no son s ino las expres iones teoréticas,
las abstracciones de las relac iones socia les de producc ión", escribe
Marx.6 Y aunque su obra teór ica capita l, por su extensión y por la
abu ndancia de problemas particu lares tratados en el la, no perm itía
sino pa rcia l mente ese tipo de expos ición en base a la h istoria de los
problen-1as, e l lo no puede esconder la homogeneidad material del tra­
tamiento de los problemas mismos. El Capital y las Teorías de la plusva­
lía son esencialmente u na obra c uya estructura i nterna sign i fica la
real ización temática de la tarea esbozada y propuesta en la Miseria
de la filosofía de u n modo bri l la nte y hasta generosa mente expositi­
vo en su esquemat icidad.
Esta forma i nterna de la con figu ración de los problemas v ue lve
a l leva rnos a l problema centra l del método dia léctico, a la posición
de dom in io, adecuadamente entend ida, de la categoría de tota l idad
y, con el lo, a la filosofía hegel iana . El método fi losófico de Hegel,
que fue siempre a l mismo t iempo -del modo más avasa l lador en
la Fenomenología del Espíritu- h istoria de la fi losofía y fi losofía de
la h istoria, no ha sido nunca abandonado en este pu nto por Ma rx.
Pues la u n i ficación d ialéctica hegeliana de p ensam iento y ser, la idea
de su un idad como u n idad y tota l idad de u n proceso, es ta mbién
la esencia de la filosofía de la historia del mater ia l ismo h istórico.
Incluso la polémica materia l ista contra la concepc ión "idea l ista" de
la historia se orienta más contra los ep ígonos de Hegel que contra
el maestro m ismo, el cua l estaba en este p u nto más cerca de Marx
de lo que éste m ismo habrá pensado a veces en el cu rso de su
lucha contra la cristalización "idea l ista" del método d ia léctico. El
idea l ismo "absoluto" de los ep ígonos de Hegel sig n i fica en efecto u na
disolución de la total idad orig ina r ia del s istema/ u na sepa ración

6Elend de r Philosophie [Miseria de la fi losofía, ed. a lema naJ . 90. [ Marx,


Miseria . . ., op. cit., p. 173. ( N . del E.)]
7Acerca de las relaciones de Hegel con sus sucesores cfr. el excelente
estudio del hegeliano Lassal le " D ie Hcgelische u nd d ie Rosenkranzsche
130

de la d ia léctica respecto de la h is toria v iv a y con el lo, en ú lt ima i ns­


tancia, u na elim inación de la u nidad d ia léctica del pensam iento
y el ser. Pero el material ismo dogmático de los epígonos de Ma rx
rep ite esa m isma separación respec to de la tota l idad concreta de
la rea l idad h istórica . Au nque su método no l lega a degenerar en
un vacío esquematismo de conceptos, como el de los epígonos de
Hegel, crista li za de todos modos en u na econom ía vu lgar al n ivel
mecán ico de la ciencia especializada partic u la r. Si los hegelianos
han perdido la capacidad de a lcanza r los acaeci m ientos h istóricos
con sus construcciones pura mente ideológicas, los ot ros resu lta n
no menos i ncapaces de concebir la conex ión de las formas l la madas
"ideológ ica s" de la soc iedad con su fu ndamento económ ico, y la �·
1
econom ía m isma como tota l idad, como rea lidad soc ia l.
Para el método d ia léctico todo -sea lo qu e sea- g i ra s iempre en
torno del m is mo p roblema: el conocim iento de la tota l idad del p ro­ .,

ceso h istórico. Por eso pa ra él los p roblemas "ideológicos" y "eco­


nóm icos" p ierden su recíproca extra ñeza y fluyen los u nos en los
otros. El tra tamiento histórico-problemático se convierte efectivamente en
una historia de los problemas reales. La exp res ión 1 iteraria, c ientí fica,
de un p roblema apa rece como expresión de u na total idad socia l,
como exp resión de sus posibi l idades, sus l í m ites y sus prob lemas.
El trata m iento histórico-l iterar io de los p roblemas puede así exp re­
sa r del modo más p u ro la problemática del proceso h istórico. La
historia de la filosofía se conv ierte en fi losofía de la historia.
Por eso no es nada casua l que las dos obras básicas con las que
empieza teoréticamente el renaci miento del ma rxismo, La acumula­
ción del capital d e Rosa Luxembu rgo y Estado y revolución de Leni n,
recurran desde el pu nto de vista l iterar io a esa forma del joven
Marx. Para p resenta r nos d ia lécticamente el problema materia l de
sus obras, los dos autores nos dan, hasta c ierto pu nto, u na exposi­
ción histórico-l itera r ia del origen de sus p roblemas. Y al ana l izar
los cambios y mu taciones de las concepciones que p reced ieron a su
plantea m iento, al co�sidera r cada u na de esas etapas de c la r ifica­
ción o con fusión mental en la tota lidad h istór ica de sus cond iciones

Logik" [ La lógica de Hegel y la de Rosenkranz), Werke [Obras], ed. Cassi rer,


vol. I V. Acerca de la med ida en la cual el p ropio Hegel l leva su sistema
hasta rea lizaciones falsas, y en este punto es pro f u nda mente corregido y
decisivamente continu ado por Marx, cfr. el a rtícu lo "¿Qué es ma rx ismo
ortodoxo?".
13 1

y de sus consecuencias, consiguen que se presente, con v ivacidad


de otro modo i na lcanzable, el p roceso histórico mismo, cuyo fruto
materia l es el plantea miento y la solución que el los ofrecen . No hay
di ferenci a más g rande que la que separa este método del uestud io
de los precu rsores" carac terístico de la c iencia bu rguesa (en la cual
hay que i nclu i r plenamente a los teóricos socialdemócratas). Pu es
a ésta, a l d i stingu i r metódica mente entre teoría e historia, a l sepa­
rar los d iversos problemas por p r i ncip io de método y eli mi na r as í
el problema de J a tota l idad por razones d e cienti ficidad exacta, la
h istoria de los problemas se le conv ierte en una tara o ca rga i nút i l,
desde el p u n to de v ista del materi a l y de la expos ición, p a ra el p ro­
blema objetivo m ismo; se le conv ierte en a lgo que no puede tener
i nterés más que para el especial ista, y c uya i l i m itada ampl iab il idad
esconde progres ivamente la adecuada sensibi lidad para los p roble­
mas reales y produce un esp ecial ismo s i n esp íritu.
A causa de esa apelación a las t rad ic iones de método y de expo­
sición de Marx y Hegel, la h istoria de los problemas se convier­
te en manos de Len in en u na h istoria i nterna de las revoluciones
eu ropeas del sig lo X IX; y la expos ic ión h istórico-literaria de Rosa
Luxembu rgo crece hasta convertirse en una h i storia de las luchas
por la pos ibi l idad y la ampl iación del s istema cap ita l ista. Las p ri­
meras gra ndes conmociones del capital ismo aún sin desarrollar,
todav ía ascendente, las gra ndes crisis de 1815 y 1818-19, i ntroducen
el combate en la forma de los Nouveaux Príncipes d 'Economie Politique
de Sismond i. Se trata del primer reconoci miento -reaccionario por
sus objetivos- de la problemática del capita l ismo. La forma no desa­
rrol lada del cap ita l ismo se expresa ideológicamente seg ú n los p u n­
tos de vista a l a vez u n i latera les y obl icuos del enem igo. M ientras
que el escepticismo reaccionario de Sismond i ve en las crisis u na
seña l de la i mposibi lidad de la acu mu lac ión, el op t i m is mo todav ía
incól u me de los portavoces del nuevo orden de producción n iega
la necesidad de la cr isis, la existencia de u na problen1át ica en gene­
ra l. A l fi na l de la serie la estrati ficación soc ia l de los que formu­
lan las preg u ntas y la signi ficación socia l de sus respuestas resu lta,
empero, comp leta mente invert ida: lo que se ha hecho ya tema -aun­
que aú n le fa lte mucho para llega r a conciencia- es el des t ino de la
revolución, la ru i na del cap ital ismo. El a ná l isis de Ma rx ha i n flu i do
decisiva mente, en el ter reno teórico, en ese ca mb io de s ig n i ficación,
y eso es u na seña l de que la bu rg u esía empieza a perder i ncluso
1 32

la d irección ideológica de la sociedad. Y m ientras que a p ropósi­


to de esta cuestión la actitud de los narod n i k i muestra cla ra mente
su carácter reaccionar io pequeño-bu rgués, es i nteresante observa r
cómo los "marx istas" rusos se conv ierten cada vez más clara mente
en adelantados ideológicos del desarrol lo cap ita l ista. Se convier­
ten p rop iamente en herederos ideológ icos del opt i mismo social de
Say, MacCu l loch, etc., por lo que h ace a las posib i l idades de desa­
rrollo del capital is mo. "Los ma rx istas ' lega les' rusos", d ice Rosa ..

Luxemburgo, 8

"han triunfado sin duda sobre sus contrincantes los 'popu listas', pero han
triunfado demasiado completamente ... Se trataba de la cuestión de si el
capit a lismo en general, y particularmente en Rus i a, era capaz de desarro­
l lo, y esos supuestos marxistas han a rgu mentado tan a fondo dicha capa­
cidad que hasta p robaron teoréticamente la posibilidad de una duración
eterna del cap ital ismo. Está c laro que si se admite la acumulación ilimita­
da del capital, se p uede proba r la i l i m itada vita l idad del capitalismo ... Si el
modo capitalista de producción es capaz de garantizar sin límites el creci­
miento de las fuerzas de producción, el progreso económ ico, entonces ese
modo de producció n es insuperable".

En este p unto se inserta la cua rta ca mpaña, por así dec i rlo, a
propósito del problema de la acu n1u lación, la campa ña de O tto
Bauer contra Rosa Luxembu rgo. La cuest ión del op t i m ismo soc ial
ha cobrado, tras un cambio, u na nueva signi ficación fu nc iona l. La
duda respecto de la posib i l idad de la acu mu lación se desp rende de
su forma absoluta en la obra de Rosa Luxembu rgo. Se conv ierte en
la c uest ión his tórica de las condiciones de la acu mu lación, y, por tan­
to, en l a certeza de que u na acu mu lación i l i m itada es imposible. La
acu mulación se h ace dia léct ica por el hecho de que se la t rata ya en
su a mb iente total. Y l lega a ser la d ia léctica del sistema capita l ista
entero. "En el momento", d ice Rosa Luxembu rgo,9

"en que el esquema marxiano de la reproducción ampli ada resu lta corres­
ponder a la real idad, muestra sin más la salida o el fin a l, la l imitación

8Akkumulation. des Kap itals [Ac u mu l ación del capital], 1ª ed, 296.
[ Lu xemburgo, Rosa: La acumulació n del cap ital, Bs. As., p . 293, si n i n d icación
de editorial. ( N . del E.))
9lb íd ., 393. [Ibid., p. 384. (N. del E.)]
1 33

histó rica del movi miento de acumu lación, o sea, el fina l de la producción
capitalista. La i mposibilidad de la acu mulación sig n i fica desde el punto de
vista capita lista u na i mposibilidad del u lter ior despl iegue de las fuerzas
productivas y, con ello, la necesidad h istór ica objetiva del final del capi­
talismo. De ello res ulta el contrad ictorio movimiento de la ú ltima fase,
la fas e imp erialista, como período conclusivo de la carrera h istórica del
cap ita l."

Al cre cer la duda hasta convertirse en certeza d ia léctica abando­


n a sin restos todos los elementos pequeño-burg ueses y reacciona­
ri os de su pasado: es de nuevo optilnismo, certeza teorética de la fu tura
revolu ción soc ial.
El mismo ca mbio funciona l i mprime a la act itud contrapuesta,
a la a firmación de l a acu mu lación i l i mitada, u n ca rácter pequeño­
bu rgués y vacilante, t ím ido y dubitativo. La a firmación de Otto
Bauer no tiene ya el optim ismo rad iante y t ra nspa rente de u n Say
o un Tuga n-Ba ra nowsky. Bauer y sus colegas ideológ icos son, p or
la esencia de sus teor ías, unos proudhon istas con term i nolog ía
marxista. Sus i ntentos de resolver el p roblema de la acu mu lac ión
-o, por mejor decirlo, de no reconocerlo como problema­
desembocan en ú lt i ma instancia en el esfuerzo de Proud hon por
preser var los " lados buenos" de la evolución capital ista ev itando
t. al mismo tiempo sus " lados m a los". 10 Pero el reconoci miento del
�· prob lema de la acu mu lación es un reconoci m iento de que esos
11 lados malos" están indisolublemente u n idos con la esencia más
ínti ma del cap italismo; significa, por lo tanto, que el imperial ismo,
la guerra mund i a l y la revolución mundia l t ienen que entenderse
como necesidades del desar rollo. Pero, como queda d icho, eso se
opone a los intereses inmed iatos de las capas cuyos portavoces
ideológicos son los marxistas del centro1 1, los cua les desear ía n u n
capita l ismo muy desarrol lado s in "degeneraciones" i mper ia listas,

10Elend der Philosophie [Miseria de la filosofía, ed. A lemanal, 93-95. [ Marx,


Miseria . . . , op. cit., p. 1 77. ( N . del E.)]
11Los marxistas "del centro" su rgen de una escisión del PSD durante la
Primera Guerra Mu ndia l, oscilando entre los espartaqu istas (el g rupo
de Luxembu rgo) y la d irección del partido. Van a formar luego el PSD
Independ iente. ( N . del E.)
134

u na producción "ordenada" s i n "perturbaciones" bélicas, etc. " Esta


concepción", d ice Rosa Luxemb u rgo,12

"'redu nda en el i ntento de convencer a la burg uesía de que el imperialismo


y el mil itarismo son perjudiciales para ella m isma, desde el punto de vis ­
ta d e sus mismos intereses capital istas, a isl a r así a l supuesto puñado de - ,

beneficiarios de ese i mperia lismo y constr u i r un b loque del proletariado �


l

con a mp lias capas de la burg uesía, con objeto de 'f renar' el i mperial ismo ... ,
de 'quitarle la punta'. Del mismo modo que el liberalismo, en su período
de decadencia, contrapon ía a la monarquía ma l informada u na monarquía
bien i n formada a la que apelaba, así también el 'centro marxista' apela
contra la burguesía mal aconsejada a una ... b ien instruida".

Bauer y sus colegas han capitu lado económ ica e ideológicamen­


te a nte el capita lismo. Esa cap itu lación se expresa teórica mente e n
s u fata l ismo económ ico, en su fe en la du ración eterna, "por l ey
natura l", del capita l ismo. Pero como, en su cond ición de auténti­
cos pequeños burg ueses, el los mismos no son más que apénd ices
ideológicos y económ icos del capita l is mo, como su asp i ración es u n
capital ismo sin "lados ma los", sin "excrecencias", se encuentra n a l
n1 i smo t iempo en "oposición", no menos auténtica n1ente pequefio­
bu rguesa, al capital ismo: en una oposición ética.

IV

E l fatalismo económ ico y l a nueva fu ndación ética del socia l is­


mo van íntimamente juntos. No es ca sual que los encontremos a ná­
logamente en Bernstei n, Tugan-Ba ranowsky y Otto Bauer. Y ello no
sólo p or la necesidad de busca r y hal la r un sucedáneo subjet ivo del
cam i no objetivo de l a revolución, ca m i no que el los m ismos se han
cerrado, sino ta mbién como consecuenc ia metód ica del pu nto de
v ista de la econom ía v u lga r, como consecuencia, esto es, del ind i­
v idua l isni.o ni.etód ico. La nueva fu nda mentac ión "ét ica" del soc ia­
lismo es el aspecto subjet i vo de la fa lta de la categoría de tota l idad,
ú n ica capaz de posibi l ita r la v isión de conj unto. Pa ra el ind iv i­
duo, ya se trate del capita l ista, ya del i nd i v iduo p roletar io, el mu n­
do c i rcu ndante, el a 1nb ie nte socia l (y la natu ra leza corno reflejo y

12A ntikritik [Anticrítica), 1 1 8. [ Luxemburgo, " La acu mu lación . . .", op. c it.
( N. del E .)]
135

proyección teorét ica del n1 ismo) t iene que presenta rse como un
desti no absu rc!o y bruta l, como a lgo que eterna y esencia lmente
le es extra ño. El no puede entender ese mundo más que aceptá n­
dolo, en la teoría, de acuerdo con la forma de las " leyes eternas
de la natu ra leza", o sea, sólo si ese mu ndo cobra una rac ion a l idad
ajena a l hombre, i mpenetrable y no i n fl u ible por las posibi l idades
de acción del i nd iv iduo; sólo si el hom b re se comporta con el la de
un modo pu ra n1ente contemp lativo, fata l ista . La pos ibi l idad de la
actuación en u n mundo así se ofrece sólo por dos v ía s, las cua les
son ambas apa rentes desde el pu nto de v ista de la acción verdade­
ra, de la tra ns formación del mundo. Una es el aprovecha m iento de
las " leyes" inmutables descubiertas del modo d icho, o sea, tomadas
de un modo fata lista, para determi nadas fina l idades hu manas (por
ejemplo, la técn ica). La otra es u na acción orientada hacia la i nter io­
ridad, como un intento de rea l izar la tra nsformación del mu ndo en
el único punto que de éste queda, o sea, el i ndiv iduo m ismo (ét ica).
Pero corno la mecan ización del mu ndo mecan iza ta mbién, nece­
sariamente, el sujeto del mundo, esa ética no pasa tam poco de ser
abstracta, mera mente normativa inc luso respec to de la tota l idad
del i nd iv iduo a islado del mu ndo, y no l lega a ser rea l mente activa,
productora de objet ividad. Queda en el mero deber-ser: t iene carác­
ter de mero postu lado. La conex ión metód ica entre la Crítica de la
razón pura kantiana y la Crítica de la razón práctica es constructiva e
i nevitable. Y todo "marxista" que aba ndone el punto de v ista de l a
total idad en la consideración d e l a rea l idad económico-social del
proceso h istór ico, todo "marxista" que abandone el método Hegel­
Marx para aproximarse de a lgún modo a las "leyes" a h istóricas
prop ias de la ciencia espec ia lizada buscadas por el método de la
consideración "crítica", t iene que volver, en cuanto que se p la ntea
el problema de la acción, a l a abstracta ét ica de los postu lados de la
escuela kantia na, a la ética de los i mperat ivos.
Pues la rotura del p u nto de vista de la tota l idad desga rra la
unidad de la teoría y la práctica. La acción, la práctica -cuya exigencia
ha puesto Marx en cabeza de sus tesis sob re Feuerbach- es por s u
esencia u na penet ración, u na transformac ión d e l a rea l idad. Mas la
real idad no puede capta rse y penet ra rse s i no como tota l idad, y sólo
es capa z de esa penetración u n s ujeto que sea él m ismo tota l idad .

l
136

No en vano pone el joven Hegel13 como pri mera exigencia de s u


filosofía la proposición segú n la c u a l " lo verdadero no t iene que
concebi rse y expresarse sólo como s ustanc ia, sino igualmente como
sujeto". Con eso ha descubierto Hegel el error más profundo, la
l im itación ú lt ima de la fi losofía c lá s ica a lemana, au nque le fuera
negada la real i zación efectiva de esa exigenc ia en su propia filosofía,
la cual quedó por e llo presa en las m is mas l im itaciones que sus
predecesores. Estaba reservado a Ma rx el desc ubrir concretamente
ese "verdadero como s ujeto" y establecer así la u nidad de la teoría
y la p ráctica, a l centrar y l i m ita r la rea lización de la reconoc ida
tota l idad en la rea l idad del proceso h istór ico, determ i na ndo as í
cuá l es l a tota l idad cognosc ible y de necesa r io conocim iento. La
superioridad c ient í fico-metód ica del pu nto de v ista de c lase (a
d i ferencia del propio del i nd iv iduo) ha quedado ya c;:la ra en lo
que a ntecede. Ahora puede ap reciarse también el fu nda mento de
esa superioridad: sólo la clase puede penetrar activamente la realidad
social y transformarla en su totalidad. Por eso la "crítica" ejer�ida
desde este p unto de v ista, al ser consideración de la tota l idad, es la
u n idad dialéctica de la teoría y la p ráctica al m ismo tiempo, reflejo
y s im u ltáneamente motor del p roceso h istór ico-dia léctico. E l
proletar iado, como sujeto del pensa m iento de la sociedad, desgar ra
de u n golpe el d i lema de la i mpotenc ia: el d i lema entre el fata l ismo
de las leyes p u ras y la ética de la p u ra i ntención.
Así pues, el que el conoci m iento del condiciona m iento h istórico
del capita l ismo (el problema de la acu mu lación) se conv ierta para el
m a rx ismo en u na cuestión v ita l se debe a que sólo en ese contexto,
en la u n idad de teor ía y práctica, puede fundarse la necesidad de
la revolución social, de la plena t rasformac ión de la tota l idad de la
sociedad. El círcu lo del método d ia léct ico -y ta mbién esta determ i­
nación p rocede de Hegel- no puede cerrarse más que entendiendo
la cognoscibi lidad y el conoci m iento de esa conex ión como produc­
to del p roceso. Rosa Luxemburgo subraya ya en su temprana polé­
m ica con B ernstein esa d i ferencia esencial entre la consideración
tota l de la h istoria y la pa rcial, entre la d ia léctica y la mecán ica (sea
ésta oportu nista o extrem ista). " En este punto", escr ibe, 14

13Phiinomenologie des Geistes [ Fenomenología del espí r itu], Vorrede


-r
•:

[Discu rso prel iminar] . 1

14Sozialreform oder Revolutio n ? [¿Reforma social o revolución?], 47.


[ Luxemburgo, Rosa: ¿ Reforma o revolución ?, Nativa L ibros, Montevideo,
... .
1 •

137

"se tiene la diferencia principal entre los golpes de Estado blanquistas rea­
lizados por una 'mi noría resuelta', que siempre son como p istoletazos i r re­
flexivos y por eso caen siempre fuera de ocasión, y la conqu ista del poder
del Estado por la masa popu lar amplia y conciente desde el punto ele vista
de clase, la cual no puede ser s i no p roducto de u na i ncipiente descompo­
sición de la sociedad bu rguesa, razón por la cual presenta la legit i mación
económico-política de su oportuna aparición."

Y en su ú lt i mo escrito escribe a ná logamente: 15

" La tendencia objetiva de la evolución capital ista hacia esa meta basta
para provocar mucho a ntes una agudización social y pol ítica de las con­
traposiciones sociales y una insoste n ibil idad de la situación tales que por
fuerza preparan el final del s istema dominante. Pero esas cont raposiciones
sociales y políticas no son en últ ima i nstancia s i no producto de la i nsos­
tenibi l idad económica del sistema capital ista, y de esta fuente toman p re­
cisamente su creciente agud ización, precisamente en la medida en que se
hace captable aquel la i nsostenibi lidad."

Así, p ues, el p roleta r iado es a l m i s mo tiempo p roducto de la cri­


sis perma nente del capita lismo y ejecutor de las tendencia s que l le­
van el cap ita l is mo a la crisis. "" E l proletariado", d ice Ma rx16, "ejecuta
la sentencia d ictada contra s í m isma por la p rop iedad pr ivada con
la producción del proleta riado". El proletariado actúa en la med ida
en que reconoce s u s ituación. Y reconoce su s ituación en la socie­
dad en la med ida en que lucha contra el capita l is mo.
Pero la conciencia de c lase del proleta riado, la verdad del proce­
so "'en cuanto sujeto", no es en modo a lg u no a lgo que se mantenga
uniformemente estable o que proceda según " leyes" mecánicas. Es
la conciencia del proceso d ia léct ico m ismo: es él m is mo un con­
cepto d ia léctico. Pues el lado prác tico, activo, de la conciencia de
clase, su verdadera esencia, no puede ser v is ible según su au ténti­
ca figura más que si el proceso h istórico ex ige i mperiosa mente su
vigencia, más que si una crisis aguda de la economía lo mueve a la
acción. En otro caso, y de acuerdo con la crisis perma nente latente

1971, p. 88. ( N. del E.)]


15Antik ritik [Anticrítica], 37. [ Luxemburgo, " La acu mulación . . . ", op. cit. ( N .
del E.)]
.
16Nachlass [Póstu mo s ) , ll, 132. [ Marx y E ngels, La sagrada . ., op. cit., p. 1 0 1 .
( N . del E.)]
138

del cap ital ismo, él m ismo es teorético y latente17: se encuentra en la


forma de "mera" conciencia, como "su ma idea l" -seg ú n las pa la­
b ras de Rosa Luxembu rgo- de ex igencias puestas a los problemas y
las luchas del d ía.
Pero en la u n idad d ia léctica de la teor ía y la práctica que ha v isto
Marx en el mov im iento de l iberación del proletariado, y a la cual él
ha dado conciencia, no puede haber mera conc iencia, ni en la forma
de la teoría "pu ra" ni en la del pu ro postu lado, deber-ser, mera nor­
ma de la conducta. E l mismo postu lado tiene aqu í su rea lidad, esto
es: la situación del proceso histórico que i mpr ime a la concienc ia de
clase del proletariado u n carácter de postu lado, u n carácter " latente
y teorético", t iene que cobra r forma con10 rea l idad correspondien­
te, e interveni r como tal en la tota l idad del p roceso. Esta forma de
la conciencia proleta ria de clase es el partido. No es casua l que pre­
c isamente Rosa Luxembu rgo, la cua l reconoc ió antes que muchos
otros y con mayor cla ridad la natu ra leza espontánea de las accio­
nes revoluciona rias de las masas (con lo cua l, por supuesto, no h i zo
sino subraya r otro as pecto de la a firmación, ya estudiad a, de que
esas acciones se producen necesar ia mente por la necesidad del pro­
ceso económico), haya puesto también en c laro, antes que muchos
otros, la función del partido en la revolución} 8 Para los v u lga riza­
dores mecan icistas el partido era u na mera for ma de orga n ización,
y también era u n mero problema de organ ización el movi m iento de
masas, la revolución. Rosa Luxembu rgo ha v isto tempranamente
que l a organ i zación es más consecuencia que p resupuesto del p ro­
ceso revoluciona rio, por el hecho m ismo de que el proleta r iado no
puede constitu irse en clase más que en el p roceso y por él . En este
proceso, que el pa r tido no puede n i suscitar n i ev itar, el par t ido t ie­
ne en camb io u na función muy a lta: ser portador de la conciencia de
clase del proletariado, conciencia de su nlisión histórica. M ientras que el
punto de v ista, aparente y superficia l mente más p ráctico y, en todo
caso, "más rea l", qu e atribuye al pa rt ido p r i ncipa l o exclusiva mente

17Massenstreik [La huelga de masas], 2ª ed., 48. [ Luxemburgo, Rosa: Huelga


de masas, partido y sindicatos, Pasado y P resente, Córdoba, 1 970, p. 98 . ( N .
del E.)]
18Sobre las l i m itaciones de su concepción cfr. los artículos "Observaciones
crít icas ...", etc., y Obser vacio n es de método acerca del problema de la
""

organización". Aqu í nos l i m itamos a exponer el pu nto de vista de Rosa


Luxemburgo.
139

tareas de organ i zación se enc uentra reducido, a nte el hecho de la


revolución, a la posición de u n fata l ismo i nsostenible, la concepción
de Rosa Luxembu rgo l lega a ser fuente de la actividad verdadera,
de la activ idad revoluciona ria. Cuando el partido asume la respon­
sabi l idad "de que en cada fase y en cada momento de la lucha toda
la suma del poder p resente, ya desencadenado, actuado, del prole­
tariado se rea l ice y se exprese en la pos ición de lucha del pa rtido,
de que la táctica de la socia ldemocrac ia no esté nunca, en cuanto a
decisión y energ ía, por debajo del n ivel de la efect iva correlación de
fuerzas sino que se a nticipe más bien a el la" 19, entonces el partido
transforma su ca rácter de pos t u lado, en el momento de la revolu­
ción aguda, en u n a rea l idad activa, int roduciendo en el mov i m ien­
to de masas espontá neo la verdad que a l ienta en él y levantán do­
lo de la necesidad económ ica de su origen hasta la l iber tad de la
acción l ibre. Y es ta mutación del postu lado en real idad se conv ierte
en pa lanca de la organi zación verdaderamente clasista, verdade­
ramente revolucionaria del proleta riado. El conoci m iento se hace
acción, la teoría se hace consigna, la masa que actúa de acuerdo con
la consigna se i nserta cada vez más robusta mente, conciente y fir­
memente en las fi las de la vangua rd ia orga n izada. De las consig nas
adecuadas nacen los presupuestos y las posib i l idades incluso de la
organ ización técn ica del proletariado combat iente.
La conciencia de clase es la "ética" del proletar iado, la u nidad
de su teoría y de su p ráctica, el pu nto en el cua l la necesidad econó­
mica de su lucha l ibertadora muta d ia l éctica mente en l ibertad. A l
reconocerse a l partido como forma h istórica y portador activo de
la conciencia de c lase, el partido se conv ierte a l m ismo tiempo en
,
portador de la ética del p roleta r io en lucha . Esta su fu nción t iene
que deter m inar su polít ica. Aunque su pol ít ica no esté s iempre en
armonía con la rea l idad empí rica del momento, au nque sus consig­
nas no sean seg u idas en ta les momentos, no sólo le da rá satisfac­
ción la ma rcha n ecesaria de la h istoria, s i no que, además, la fuerza
moral de la verdadera conc i encia de clase, de la correcta acción de
clase, tendrá ta mbién sus fru tos desde el pu nto de v ista del rea­
l ismo político. 20

19Massenstreik ( La huelga de masas], 38. [ Lu xernbu rgo, Huelga de masas . . . ,


op. cit., p. 88. ( N . del E .)]
20Cfr. el her moso p a s aje del fol leto de Ju n io. Fut u rus-Ve rlag, 92. [ El Folleto
Ju nius fue la p r i n1era decla ración p o i ít ica del g rupo d isidente del PSD
1 40

Pues la fuerza del part ido es u na fuerza mora l: se a l imenta de


la confianza de las masas espontánea mente revolucionar ias, obl i­
gadas a sublevarse por la evolución económ ica. El partido v ive del
senti m iento que las masas tienen de que es la objetivación de su
más propia volu ntad, que el las m is mas no tienen en cla ro, la for ma
v isible y organizada de su propia concienc ia de clase. Sólo cuando
el partido se ha conqu istado y merecido esa confianza puede ser
dir igente de la revoluc ión. Pues sólo entonces se lanzará el i mp u lso
espontáneo de las masas, con toda su fuerza y con i nstinto cada vez
más c laro, en la d i rección del partido, en la d i rección de su propia
toma de conciencia21 •
Los oportu n istas, a causa de su d iv isión de lo que es i nseparable,
se han privado de este conoc im iento, del autoconoci m iento activo
del p roleta riado. Por eso sus portavoces se b u rla n - de modo autén­
ticamente pequeño-burgués y l ib repensador- de la "fe religiosa"
que seg ú n ellos subyace a l bolchev ismo, al ma rx is mo revoluciona­
r io. Esa acusación es al mismo t iempo con fesión de su i mportancia.
Su patológico esceptic ismo, vaciado y corroído por dentro, se d is­
fraza en vano con la d istingu ida capa de u na fría y objet iva "cienti­
ficidad". Pero cada pa labra y cada gesto revelan la desesperación de
los mejores de entre el los y el vacío i nterno de los peores: el comple­
to a isla m iento respecto del proleta riado, sus cam i nos y su m is ión.
Lo que l laman fe e i ntenta n rebajar con el nombre de "religión" no
es n i más n i menos que la certeza de la r u ina del capita l ismo, la
certeza de la v ictoria final de la revolución proletaria. No puede
haber gara ntía "material" de esa certeza. Sólo metód icamente -por
el método d ia léctico- nos está ga ra ntizada. Y esa ga rantía no puede
probarse ni consegu irse más que mediante la acción, media nte la
revolución m isma, media nte la v ida y la muerte por la revoluc ión .

alemán, que s e oponía a la guerra y que term i nó orga n i zando e l Part ido
Comunista alemán. Fue escrito por Rosa Lu xemburgo en 1915, estando en
la cárcel. Su nombre deriva del seudón i mo con el que fue firmado, apa­
rentemente en honor de Lucio Junio Bruto, cónsu l romano que expulsó
a los Ta rqu i nos y d io origen a la república en 509 a. c. En el folleto, cuyo
tít u lo es " La crisis de la socia ldemocracia alema na", Lu xembu rgo ex plica
las causa s de la g uerra y critica la posición del PSD. Asequ ible en internet,
en marx ist.org. ( N. del E.)]
21Sacristán traduce " llegada a conciencia". Preferimos aqu í la traducción
cub a na. ( N. del E.)
141

No p u ede haber marxistas en el sentido de la objetividad del labo-·


ra tor io, del m ismo modo que ta mpoco puede haber u na segu ridad
de la victori a de la revoluc ión mund ia l con la garantía de las " leyes
na tu ra l es ".
La u n id ad de la teoría y la práctica no se da sólo en la teoría, s i no
que subsiste también para la práctica. Del m is mo modo que el p ro­
leta riado como clase no puede conqu istar s u conc iencia de c la se ni
mantenerla más que en la lucha y en la acción, del m ismo modo que
sólo en ellas puede levanta rse hasta el n ivel, objetivamente d ado,
d e su ta rea h istór ica, así tampoco pueden el part ido y el combat ien­
te indiv idua l hacerse verdadera mente dueños de su teoría más que
si son capaces de i ntroduci r esa u nidad en su p ropia p ráctica . La
l lamada fe religiosa no es en ese caso sino certeza metód ica acerca
del hecho de que, pese a todas las derrotas y reti radas momentá­
neas, el p roceso histórico s igue su cam i no hasta el fina l en nuestros
actos, por nuestros actos. Para los oport u n istas v uelve a presentarse
aqu í el viejo d i lema de la impotencia; ellos d icen: puesto que los
comun istas está n p rev iendo la "derrota", tienen que abstenerse de
toda acción, o reconocerse aventu reros sin conc ienc ia, políticos de
la catástrofe y putschistas. E n su m i nu s va l ía intelectua l y mora l, los
oportun istas son p recisa n1ente i ncapaces de verse a sí mismos y el
instante de su acción como momento de la totalidad, del proceso: i ncapa­
ces de ver la "derrota" corno ca m ino hacia la v ictor ia.
Característico de la un idad de la teoría y la práctica en la obra
de Rosa Luxembu rgo es el hecho de que esa u n idad de v ictoria y
derrota, de desti no indiv idua l y p roceso tota l, constituya el h i lo
conductor de su teoría y de su conducta. En su pr imera p o lé m ica
con Ber nstein22 ha presentado ya como inev itable la conqu ista nece­
sariamente "prematura" del poder del Estado por pa rte del pro­
letariado, y ha desenmascarado luego el resu lta nte y tembloroso
escepticismo opor t u n ista resp ecto de la revolución "como contra­
sentido político que pa rte de la idea de u na evolución mecá n ica
de la sociedad y pres upone para la v ictoria en la lucha de c lase u n
momento deter m i nado externo a, e i ndepend iente de, l a lucha de
clases m isma". Esa cer teza sin i lusiones mueve a Rosa Luxembu rgo
en sus l uchas por l a l iberación del proleta riado, por su l iberación

22 Soziale Reform odc r Rcvolutio n ? [¿Reforma social o revolución? ], 47-48 .


[Luxembu rgo, ¿ Refo rma o . op. cit., p. 89. ( N . del E.)]
. ·�
142

económ ica y pol ítica de la serv idu mbre materia l del capita l ismo
y por su l iberación ideológica de la serv idumbre intelectua l del
oportunismo. Como gran d i r igente i ntelectua l del proletariado, su
lucha p rincip a l se orientó contra este ú ltimo enem igo, que es el más
p eligroso, por más d i fíci l de supera r. Su muerte a manos de sus
enemigos más reales y sangu ina r ios, los Scheideman n y los Noske,
es, por lo tanto, la coronación consecuente de su pensamiento y de
su v ida. E l que se quedara con las masas y compar tiera su des t i no
cuando la derrota del levantamiento de enero -cl a ra mente p rev ista
por e l la misma hace a ños en el p la no teórico, y también clara men­
te en el momento mismo de la acción-, es tan d i recta consecuencia
de la u n idad de la teoría y de la p rác tica en su conducta como el
merecido od io morta l de sus asesi nos, los oportun istas socia l de­
mócratas.

Enero de 1921
.
f'' º ·

1
1

Conciencia de clas e

No se trata de lo que d irccta n1ente se imagine tal o cua l p ro l e ta r i o o


,

i ncluso el pro letar iado entero. Se trata de lo que es y de lo que


históricamente se verá obl igado a hacer por ese se r.

Marx, La Sag rada Familia

La obra capita l de Marx se i n terrumpe precisa mente en el p u n­


to en que iba a in iciarse la determ i nación de las cl ases: el lo t iene
consecuencias ta n graves pa ra la teoría como para la práctica del
proleta r iado. E l n1ov i m iento poster ior estaba constreñ ido, en este
punto decisivo, a interpretar, a reu nir ma n ifestaciones ocasiona les
de Ma rx y E ngels, a elabora r y a pl icar autónomamente s u método.
De acuerdo con el marxismo la a rt icu lación de la sociedad en c lases
tiene que determ i na rse según la posición en el proceso de produc­
ción. Pero, ¿qué sign i fica entonces conc iencia de clase? La cuestión
se ra m i fica en segu ida en u na serie de cuestiones ·parc ia les ínti ma­
mente relacionadas las u nas con las otras. Primero: ¿qué hay que
entender (teoréticamente) por concienc ia de clase? Segu ndo: ¿cuá l
es la función (práct ica) de la conciencia de clase así entendida en la
lucha de c lases m isma? A lo que se a ñade el tercer problema: si en
la cuestión de la concienc ia de c lase se trata de u na p roblemática
sociológ ica "genera l" o si esa cuestión s ig n i fica para el p roletar iado
a lgo completamente d istinto de lo que haya podido sign i fica r para
cua lqu ier otra c lase aparec ida a ntes en la h istor ia. Por ú lt i n10: ¿son
la esencia y la fu nción de la conc iencia de c lase a lgo u n ita rio, o bien
es posi b le disting u i r ta mb ién en el las gradaciones y ca pas? En caso
afirmat ivo: ¿qué sign i ficación p ráctica t ienen esas g radaciones en l a
lucha de clases p roleta ria?

1 43
1 44

E n su céleb re expos1c1on del materia l ismo h istórico Engels 1


toma como p unto de pa rtida el que, si bien la esencia de la h istor ia
consiste en que "nada ocu rre s in intención conciente, sin final idad
conciente", s i n embargo, para cornprender la h istoria hay que reba­
sar ese dato, porque

" las muchas voluntades ind ividua les que act úa n en la historia suelen pro­
ducir resultados muy d istintos de los quer idos -y a menudo incluso con­
t radictorios-, de modo que sus motivos no tienen sino una importancia subor­
dinada para el resultado total. Por otra pa rte se plantea la cuestión de cuáles
son las fuerzas motoras que se encuentran detrás de aquellos motivos, cuá les las
causas h istóricas que se transforma n, en las cabezas de los hombres acti­
vos, en tales motivaciones".

La u lter ior exposición de E ngels p rec isa el p roblema en el sen­


tido de que h ay que determ i nar esas m ismas fuerzas motoras, y
precisamente aquel las que "ponen en movi m. iento pueblos enteros,
y clases enteras dentro de cada pueblo; y ta mbién esto ... hacia una
acción duradera que desemboca en una gran transformación histórica".
As í, p ues, la esencia del marx ismo cient í fico consiste en el conoci­
m iento de la i ndependencia de las fuerzas rea l mente motoras de la
h istoria respecto de la conciencia (ps icológica) que tengan de el las
los hombres.
Esa i ndependencia se man i fiesta a nte todo, a l n ivel más p r i miti­
vo del conoci m iento, en el hecho de que los hombres conciben esas
fuerzas como una especie de natura leza, v iendo en ellas y en sus
conex iones normales leyes natura les "eter nas". "La reflexión acerca
de las formas de la v ida hu mana", d ice Marx acerca del pensa m ien­
to bu rgués2,
"
y por lo ta nto también su análisis cientí fico, emprende en genera l u n
camino i nverso del d e l a evolución real. Empieza post festum y, por e l lo,
con los resu ltados ya l istos del proceso de desarrol lo. Las formas ... poseen

1 Feuerbach [ Ludw ig Feuerbach y el fi nal de la fi losofía clásica alema n a ] 43


ss. (cu rsiva m ía). [ Engels, " Ludw ig Feuerbach . . . up. cit., p. 54. ( N . del E.)]
,

''

2 Das Kapital [ El Capital], I, 42. [Marx, El capit a l, op. cit ., p., Toni.o I, vol. 1, p.
,

92. ( N . del E.)]


145

ya la firmeza de formas natu rales de la v ida socia l a ntes de que los hom ­
b res intenten ponerse e n claro no ya acerca del carácter histórico de esas
for m as, q ue se le presentan más bien como i nmutables., sino ni s iqu iera
acerca de su con ten ido."

A ese dogmatismo, que tiene sus más destacados representan­


tes en la doctri na del Estado de la fi losofía clásica a lemana, por
una parte, y en la econom ía de Sm ith y Ricardo por otra, contra­
pone Mar x u n crit icismo, u na teoría de la teoría, u na conciencia
de la concienci a. Ese criticismo es desde muchos puntos de v ista
una crítica histórica. Disuelve ante todo la rig idez, el ca rácter de
natura leza no deven ida de las for maciones socia les: las revela en
su génesis h istórica y, por tanto, como ent idades sometidas desde
todos los pu ntos de vista al deveni r, y, consigu ientemente, determ i­
nadas también a la muerte h is tórica. Con el lo la h istoria deja de ver­
se como mera n1ente desarrollada den tro del á mbito de v igencia de
esas formas (comprens ión para la c u a l la h is toria no es más que u n
cambio d e con tenidos, hombres, situaciones, etc., con val idez eter­
namente persistente de los principios de la sociedad); y también se
termina con la concepción de aquel las for mas como la 1neta a la que
tiende tod a h istoria y tras cuya consecución quedaría sup r i m ida y
superada por haber cu mpl ido su ta rea. La historia es, por el con­
trario, precisan1ente la his toria de esas forntas, de su transformación
en cuanto formas de reun ión de los homb res en sociedad, en cua nto
formas que, empezando por las relacio nes económ icas m ater ia les,
dom i nan todas las relaciones entre los hombres (y, con ellas, tam­
bién las relaciones de los hombres consigo m ismo, con la natura le­
za, etc.).
Pero el pensa m iento b u rgués -co1no su pu nto de partida y su
fina l idad es s iemp re, aunque no en todo caso concientemente,
la apolog ía del orden existente o, por lo menos, la prueba de su
inmu tab i lidad3- tiene que tropeza r aqu í con u na ba rrera i nsupe­
rable. "Desde ese pu nto de v ista ha habido h istoria, pero ya no
la hay", dice Marx4 acerca de la econom ía bu rguesa; pero la frase

3En esto coi nciden el "pesimismo", q ue e te rniza el estadio presente como


barrera i nsu perable de la evolución de la hu ma n idad, y el "op t i m ismo", en
el que la tendencia se suele ver más clara mente. Y en este punto ( pero sólo
en éste) se encuent ran Hegel y Scho penhauer a l mismo nivel.
4Elend der Plúlosoph ie [ M i seria de la fi losofía, ed. a len1ana), 1 04. [ Ma rx,
1 46

puede ap l icarse a todos los i ntentos del pensam ier�.to b u rg u és


por dom i na r i ntelectua lmente e l p roceso h istórico. ( Esta es tam­
bién u na de las l i mitaciones más frecuentemente aducidas en l a
fi losofía hegeliana d e la h istoria.) Con el lo la h is toria se p resenta
a l pensa miento bu rgués como ta rea, pero precisamente como ta rea
irresoluble. Pues ese pensa m iento no t iene más que esta opción: o
b ien negar plena mente el proceso h istórico y conceb i r las formas
de orga nización del presente como leyes natu ra les eternas que en
el pasado -por "misteriosas" causas y de un modo i ncompat ible con
los principios de la ciencia raciona l que busca leyes, prec isa mente­
queda ron s i mp lemente i mperfectas o no consigu ieron i mponerse
(sociología burguesa); o bien el i m ina r del proceso h istórico todo
�·
sentido, todo fin a l i s mo, quedándose con la mera "'i nd ividualidad" _'>.
i

de las épocas h istóricas y de sus portadores socia les e i nd iv idua les;


la ciencia h istórica t iene entonces que a fi rmar, con Ra n ke, que todas
las épocas "están igu a l mente cerca de D ios", o sea, han alca nzado el
m ismo g rado de real ización: eso ter m i na, como en el otro caso pero
por razones opuestas, con la negación del desa r rol lo histór ico. En el
pr i mer caso se pierde toda posib i l idad de entender el origen de las
formaciones socia les.5 Los objetos de la h istoria se presenta n como
objetos de leyes natu ra les eternas e i n mutables. La h istoria crista l iza
en u n fornialismo incapaz de concebi r las for maciones h istór ico­
socia les en su verdadera esencia, como relaciones entre los hon1bres;
se sustraen, por el contrario, a esa fuente de comprensión, l a más
auténtica, de la h istoria, y se trasponen en u na lejanía i nabarcable.
Como d ice Mar x,6 "no se comprende ya que esas determi nadas
relaciones socia les son tan producto de los hombres como el paño,
el l ino, etc." En el segu ndo caso la h istor ia se conv ierte -en ú lt i ma
i nstancia- en u na irrac iona l t i ra n ía de fuerzas ciegas, la cua l se
encar na a lo sumo en "espír itus nacionales" o en "'grandes homb res"
y que, por lo ta nto, sólo puede ser descrita p ragmática mente, no
conceptuada de modo racional. Esa h istor ia es sólo organ izable
estéticamente, como u na esp eci e de obra de arte. O, como ocu rre
en la filosofía de la hi stor ia de los kantia nos, t iene que entenderse

Miseria . ., o p. cit , p. 189. ( N . del E.))


. ..

5lbíd ., 86. [ lbid., p. 1 67. ( N. del E.)I


6 lbíd., 91. [ Ib id., p. 1 73. (N. del E.)]
1 47

co mo m ater ia l, en s í carente de sentido, de rea l ización de u nos


p ri n cip ios éticos supra h istóricos, atempora les .
Ma rx resuel ve ese d i lema mostra ndo que no lo es. E l
su p uesto d i lema d ice, simplemente, que e l a ntagon ismo del
ord en de producc ión cap ita lista se refleja en esas concepciones
con tra p uestas y recíprocamente excluyentes de u n nt ismo objeto.
E n la c onsideración "soc iológ ico"-lega l is ta, for ma l-rac ionalista, de
la historia se expresa precisa mente el abandono del hombre de la
sociedad bu rguesa a las fuerzas de p roducción. "Su p ropio numimiento
social", escr ibe Ma rx7, "'posee para el los la forma de u n movi m iento
de cosas bajo cuyo control están, en vez de control a rlas ellos". Esta
concepción, que t iene su expresión más clara y consecuente en
la lega l idad pu ramente natu ra l y rac ional de la econom ía clásica,
es la tendencia a la que Mar x contrapone la cr ítica h istór ica de l a
econom ía, la d isolución d e todas la s objetividades cosi ficadas d e
la v ida económ ico-socia l en relaciones entre hombres. El capita l (y,
con él, toda forma de objet iv idad de la econom ía) es segú n Ma rx8
"no u na cosa, s ino u na relación socia l entre personas, med iada por
cosas". Pero esa reconducc ión de la coseidad no-hu mana de las
formaciones socia les a relaciones entre hombres el im i na a l m ismo
tiempo la fa lsa i mportancia atribu ida a l p r i ncipio i rraciona l­
indiv idua l, o sea, la otra cara del d i lema. Pues esa s uperación
de la coseidad no-hu ma na de las formaciones socia les y de su
movi m iento histórico se l im ita a reconduci rlo todo a relaciones
entre los hombres como a su fundamento, pero no suprime por el lo,
en modo a lgu no, su lega l idad y s u objetividad i ndepend ientes de l a
voluntad hu mana y, e n particu la r, del pensam iento del ind iv iduo.
Lo que pasa es que esa objetiv idad se man i fies ta como la auto­
objet ivación de la sociedad humana en u n determ i nado estad io de
su h is tor ia; se trata, simp lemente, de que esas leyes va len sólo en el

7Das Kapital [ E l Capital], l, 41 (cursiva m ía). C fr. Engels, Ursprung der Famlie,
etc. [ El origen de la fami l ia, de la propiedad privada y del Estado), 183 ss.
[Marx, El capital, op. cit., Tomo I, vol . 1, p. 91 . Engels, Feder ico: El origen de
la familia, la propiedad y el Estado, Cla ridad, Bs. As., 1 974. ( N . del E.)]
81bíd., [ , 731 . [Ma rx, El capital, op. cit., Tomo 1 , vol. 3, p. 957. ( N . del E.)] Cfr.
Lohnarbeit und Kapital [Trabajo asalariado y capital), 24-25; sobre las rnáq u i­
nas: Elend der Philosophie [ M iser ia de La fi losofía, ed . alemana], 1 1 7; acerca
del di nero, ibíd., 58, cte. [ Marx, Trabajo asalariado . . , o p. cit., p. 16 y Ma rx,
.

Miseria . . ., op. c it., p. 1 60. ( N . del E .)]


1 48

marco del mundo h istórico que las produce y que, a su vez, qued a
determ inado por e l las.
Parece como si con esta superación del d i lema se a rrebatara a l a
conciencia toda eficacia decisiva en el proceso histórico. Sin duda
los reflejos conscientes de los d iversos estad ios de l a evolución eco­
nómica de los hechos h istóricos siguen ten iendo gran i mp ortancia;
y, p or supuesto, e l materia l ismo d ia léctico así constitu ido no n iega
en absoluto que los hombres real izan el los m ismos sus actos h istó­
ricos, y precisamente con conciencia. Pero, como d ice E ngels en u n a
carta a Mehr ing9, se trata de u na concienc ia fa lsa. De todos modos,
el método d ia léct ico no nos per m ite, ta mpoco en este caso, conten­
ta rnos con esa simple comprobación de la "fa lsedad" de d icha con­
ciencia, con u na rígida contrapos ición entre lo verdadero y lo fa lso.
Más bien exige que se inves t ig ue concreta mente esa "fa lsa concien­
cia" como momento de la tota l idad h istórica a la que p ertenece,
como estadio del proceso h istórico en el c ua l es act iva.
Es obvio que ta n1bién la c ienc ia histórica b u rguesa asp i ra a
investigaciones concretas, y hasta el la m isma reprocha a l mate­
ria l ismo h is tórico la v iolación del ca rácter concreto ú n ico de los
hechos históricos. Su error consiste en buscar lo concreto en el i ndi­
v iduo histórico empírico (ya se trate de u n hombre, de u na c lase o
de u n pueblo) y en su conc iencia empír ica mente dada (psicológica
o de psicología de masas). Y así cuando cree haber h al lado lo más
concreto, ha errado del modo más pleno la concreción, la sociedad
como totalidad concreta: el orden de la producción en u na determ i na­
da a ltura del desa rrol lo soci a l y la a rt icu lación, por él p rovocada,
de la sociedad de c lases. Al ignorar eso, la ciencia b u rg uesa toma
como concreto a lgo plenamente abstracto. /.( Estas relaciones", d ice
Marx10, "no son de indiv iduo a ind iv iduo, s ino de trabajador a capi­
ta l ista, de a rrendata rio a propieta rio, etc. Si elim i ná is esas relacio­
nes, habréis eli m i nado la sociedad entera : v uestro Prometeo será
ya u n simple fantasma sin brazos n i piernas ... "

Invest igación concreta sign i fica, pues, lo s igu iente: referencia a


la sociedad corno u n todo. Pues sólo en esa referencia aparece con
todas sus determ inacio nes esencia les la conc iencia que en cada

9Dokumente des Sozialismus [ Docu m.entos de l social ismo], I l, 76. [ Engels,


Federico: Ludwig Feuerbach . . , o p. cit., p. 88. ( N . del E .)]
.

10Elend der Philosophie [ M iseria de la fi losofía, ed. alema na], 81 . [ Marx,


Miseria . , p. 160. ( N. del E.))
. .
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149

momento tienen de su existenc ia los hombres. Entonces se presenta


como a lgo subjetivamente justificado, comp rensible y necesitado de
comprens ión partiendo de la s ituac ión h istórico-socia l, o sea, como
algo "verdadero", y, a l m ismo tiempo, como a lgo que objetivamente
m arra la esencia de la evoluc ión social, no la a lcanza ni l a expresa
adecuada mente, o sea, como "'concienc ia fa lsa". Por otra pa rte, esa
misma concienc ia y en el m ismo respecto se presenta como a lgo que
subjetivamente yerra las metas que se ha puesto a sí m isma, m ientras
promueve y a lca n za fina l idades para ella desconocidas, no queri­
das, objetivas, de la evoluc ión socia l . Esta dúplice determ i nación
dialéctica de l a "conciencia fa lsa" sustrae su tratamiento de la mera
descripción de lo que los hombres han pensado, sentido y queri­
do efectivamen te en determ inadas situac iones h is tóricas y en deter­
minadas posic iones de clase. Esto es sólo el material -sin duda muy
importante- de las invest igac iones h istór icas propia mente d ichas.
i
La referenc ia a la tota l idad concreta y a las resu ltantes determ ina­
� ciones d ia lécticas apunta más a l lá de la mera descr ipción y a r roja la

1 categoría de la posib i l idad objet iva. Al refer ir la conciencia a l todo


de la sociedad se descubren las ideas, los sentim ientos, etc., que ten­

1
drían los hombres en una determ i nada situac ión v ita l si fueran capa­
ce� de captar completamente esa situación y los intereses resu lta ntes
de ella, tanto respecto de la acción inmed iata cua nto respecto de la
estructura de la entera sociedad, coherente con esos intereses; o sea:
las ideas, etc., adecuadas a su s ituación objetiva . E l nú mero de esas
situaciones v ita les no es i l i m itado en n ingu na sociedad. Au nque su
tipología pueda a finarse mucho med iante deta l l adas inves t igacio­
nes part icu la res, s iempre resu ltan a lgunos t ipos básicos que se des­
tacan claramente y cuya esencia está determ i nada por l a pos ición
de los hombres en el proceso de p roducción. Pues bien, la concien­
cia de clase es la reacc ión raciona l mente adecuada que se atrib uye
de este modo a u na deter m i nada situación t ípica en el proceso de
la producc ión.1 1 Esa conciencia no es, pues, ni la suma ni la med ia

1 1 En este contexto es, desg raciadamente, imposible estudiar det al lada­


mente algunas con fig uraciones de esas ideas en e] ma rx ismo, por ejem­
plo, la categoría, muy importante, de la "másca ra económica". Aún menos
podemos aqu í est udiar las relaciones del materialismo histór ico con ten­
dencias análogas de la ciencia burguesa (como los tipos ideales de Max
Weber). [ Por "máscara económica" también puede entenderse "person i fi ­
cación económica". ( N . del E .)}
1 50

de lo que los i nd iv iduos singu lares que componen la clase p iensan,


sienten, etc. Y, sin emba rgo, la actuación h istórica mente s ign i ficati­
va de la c lase como tota l idad está determi nada en ú lt im a instanc ia
por esa conciencia, y no por el pensa m iento, etc., del individuo, y
sólo p uede reconocerse por esa conciencia.
Esa determ inación fija desde el primer momento la d istanc ia
que separa la conciencia de c lase de las ideas de los hombres acer­
ca de su pos ición en la v ida, ideas empír ico-factua les, descr ib ib les
y exp l icables psicológicamente. Pero ta mpoco es l ícito contenta rse
con indicar esa d is tancia, n i s iqu iera con la fij ac ión forma l gene­
ra l de las conexiones problemát icas resu lta ntes. Más bien hay que
investiga r aú n: p r imero, si esa d ista nc ia es d is t i nta para las d iver­
sas clases según sus varias relaciones con el todo económ ico-soc i al
a l cua l pertenecen1 2, y si esa d i ferencia es tan grande que resu lten
de e l la diferencias cualitativas. Segu ndo, qué sig n i fica n prácticamen­
te esas varias relaciones entre la tota l idad económ ica objet iva, la
conc iencia de clase atr ibuida y las ideas psicológico-efect ivas de
los hombres acerca de su s ituación vita l : la i mporta ncia práct ica de
esas d i ferencias pa ra el desa rrol lo de la sociedad. Esto sig n i fica p re­
guntar por la función histórico-práctica de la conciencia de clase.
Esas averiguaciones perm iten por ú lt imo una uti l ización metó­
d ica de la categoría de la pos ib i l idad objetiva. Pues hay que p re­
gunta r a nte todo en qué med ida es en p rincipio perceptible, den­
tro de una determ i nada sociedad y desde el p u nto de vista de u na
determ i nada posición en el proceso de p roducción, la tota l idad de
la econom ía de esa sociedad. Pues por mucho que haya que rebasar
la efect iva l i mitación de los i nd iv iduos, p resos en la estrechez y en
los preju icios de su situación, no es l ícito, de todos modos, rebasar
los l ím ites que les son pues tos por la estruc tura económica de la
sociedad de la época y por su posición en el la.13 As í, p ues, la con­
ciencia de c lase es -cons iderada abstracta y formal mente- a l m i s mo
tiempo u na inconsciencia, clasística mente determ i nada, de la propia
sit u ac ión econó1n ica, h i stórica y socia l.14 Esta situac ió n se da como

12Sacristán traduce ucuyos m iembros son". ( N . del E.)


13Estc es el pu nto de v ista adecu ado para entender h istó r icamente a los
gra ndes utópicos, como Platón o Thomas More. C fr. Ma rx sobre Ar istóteles,
Das Kap ital [ El Capita l ), l, 26 -27. [ Ma rx, El ca p ital, op. cit., 1ómo l, vol . l, p.
42 . ( N . del E .]
14"D ice i ncluso lo que no s a be", escribe M a rx a propósito de Fran k l i n . Das
151

una determ i nada relac ión est ructu ra l, como una determ i nada rela­
ción formal que pa rece dom i na r todos los objetos de la v ida. Por
eso la "fa lsedad", la "apa r iencia" conten ida en esa situación no es
nada a rbitra rio, sino precisa mente expresión menta l de la estructu­
ra económ ica objetiva . Así por ejemplo1 5 "eJ va lor o el p recio de la
fuerza de trabajo toma el aspecto de precio o va lor del t rabajo m is­
mo ...", y "se consigue la apa r iencia de que lo pagado sea la tota l id ad
del trabajo ... En camb io, e n el régi men de esclavitud hasta la pa r­
te del trabajo que en rea l idad se paga pa rece no pagada". Es tarea
del aná l is is h istórico n1ás cu idadoso el precisar, con la ayuda de
la categoría de la posibil idad rea l, en qué estado de cosas es p os i­
ble u na penetración rea l de la apa riencia, u na p enetración hasta la
conexión real con la tota l idad . Pues en el caso de que l a tota l idad de
Ja sociedad ex istente no sea percept ible desde el p unto de v ista de
una determ i nada situ ación de clase, en el caso de que el consecuen­
te pensa m iento de su s prop i os i ntereses que se le puede atribu i r no
alcance la tota l idad de la sociedad, entonces la cl ase corresp ond ien­
te no p uede tener más que u na fu nción de dom i nada, y no pu ede
interveni r n i conservadora ni progresiva mente en la ma rcha de la
h istoria. Esas clases está n en genera l predeterm i nadas a la pas i v i­
dad, a la oscilación i nconsi s tente entre las clases dom i na ntes y las
clases por tadoras de l a revolución, y sus accidenta les explosiones
p resentan i nevitablemente el ca rácter de u na elementa l idad vacía,
de la falta de fines, y hasta en eJ caso de u na casua l victoria est á n
condenadas a l a derrota fi na l .
Pues que una clase está l l a mada a domi na r s ign i fica que desde
sus intereses de clase, desde su concienci a de clase, es pos ible orga­
nizar la tota l idad de la socied ad de acuerdo con esos i ntereses . Y
la cuest ión que decide en ú lt i ma i nstanc ia acerca de toda lucha de
clases es: ¿qu é clase d ispone, en el momento dado, de esa capaci­
dad, de esa concienc ia de c lase? No se trata en absoluto de que eso
excl uya de la h istoria la fu nc ión de la violencia, ni de que ga ranti­
ce la i mposic ión automática de los i ntereses de clase destinados a l

Kapital [El C apital], I, 1 7. Y e n o t ros lugares: " No lo saben, pero lo hacen".


Ibíd., l, 40, etc. [Ma rx, El capita l, op. cit., Tomo [, vol . 1, p. 32, n o ta 24 y p.
90. (N. del E .))
1 5Loh n, Preis und Proftt [Salario, pre c i o y beneficio], 32. [ Ma rx, Ca rlos:
"Salario, precio y ganancia", e n Ca rlos Marx y Federico Engels: Escritos
económicos me no res, FC E, Méx ico, 1987, p. 495. ( N . del E.) )
152

dom i n io por ser p ortadores de los i ntereses del desarrol lo socia l. Al


contrar io. En pri mer lugar, l as cond iciones de v igencia de los inte­
reses de u na clase no p ueden produci rse, muy frecuentemente, más
que p or medio de la más bruta l violencia (ejemplo: sólo por medi o
de la acu mu lación origi naria del capita l). Pero ocurre -en seg u n­
do lugar- que las c uestiones de la conc iencia de clase se m an i fies­
tan como momentos r ig urosa mente decisivos p recisamente en la s
cuestiones de la v iolencia, precisa mente en las s ituaciones en las
cuales las clases l ibran u nas contra otra s la lucha por la desnuda
existencia. Cua ndo, por ejemplo, el destacado marxista hú nga ro
Erw in Szabó aduce contra la concepción de las guerras ca mpesi­
nas centroeu ropeas por Engels -que las ve com o u n mov i m iento
esencia l mente reaccionar io- el a rgu mento de que l a rebel ión de los
campes i nos no p u do ser aplastada sino sólo p or la v io lencia b r uta l,
que su derrota no a rraigó en su esencia económico-social, en la con­
ciencia de c lase de los ca mpesinos, pasa por a lto que el fu nda mento
ú lt i mo de l a superioridad de los p ríncipes y de la debi l id ad de los
campesinos -o sea, l a posib i lidad de la v iolenci a por parte de los
príncipes- rad icaba precisamente en esas cuestiones de la concien­
cia de clase, como p uede mostrarlo ya la más super ficial i nvestiga­
ción teórico-m i litar de la g uerra de los ca mp es inos. Pero ta mpoco
es posible equ iparar, por lo que hace a l a est ruct u ra i nterna de su
conciencia de clase, las clases capaces de dom i n io. Lo que i mpor­
ta aqu í es saber hasta qué punto son capaces de toma r concien­
cia de las acciones que están obl igadas a rea li za r para conseg ui r el
dom in io y para organizarlo, acciones que efectivamente real i zan.
Lo que importa, p ues, es la c uest ión de hasta qué pu nto l a clase de
que se trate rea l iza las acciones que le impone la h istoria "concien­
te" o "inconcientemente", con conc ienc ia "verdadera" o con con­
ciencia "fa lsa". Y esas distinciones no son mera mente académ icas.
Pues, deja ndo completamente apa rte el problema de la c u lt u ra -en
el cua l tienen i mp ortancia decisiva las d ison a nc ias que s u rgen en
este p u nto-, t iene s ign ificación deter m i nante para todas las deci­
siones prácticas de u na clase la cuestión de si es capaz de aclara rse
y de resolver los p roblemas que le p resenta el desar rollo h is tór ico.
Y en este pu nto se aprecia con toda c l a r idad que en la cuestión de
la conciencia de c lase no se t r a t a d e l pensa m iento de i nd iv i duos,
p or p rogresivos q ue éstos sean, ni ta rnpoco del conoci m iento c ien­
t í fico. Por ejemplo: hoy está p er fec t a m e nte c la ro que la sociedad
153

a ntig u a te n ía por fuerza que suc u mbir económ icamente a causa


de la s l im itaci ones p uestas por la esc lav itud. Pero no menos c la ro
está qu e en la Antigüedad esa comp rensión no era accesible n i pa ra
l a cla s e do m ina nte n i para las clases que se levanta ron revolucio­
na ria o reform íst icamente contra ella. O sea : que con la apa r ic ión
p ráctica de d ichos problemas quedó iniciado i nevitablemente, s i n
salvación posible, el hundi miento d e aquella sociedad. Pero esta
situación se ma n i fiesta aún más p recisa mente en la burguesía con­
temporánea, la clase que en otro t iempo empezó l a lucha contra la
sociedad feuda l y absolutista precisa mente basándose en el cono­
cim iento de conexiones económ icas. Esa c lase, s i n emba rgo, tenía
que ser plena mente i ncapaz de consu mar su c ienc ia de clase más
p ropia y orig inaria: tenía que fracasar i ncluso teorética mente a nte
el problema de la teoría de las crisis. Pues aceptar la solución -au n­
que fuera sólo teoréticamente- sig n i ficaría considerar los fenómenos
sociales ya no desde el punto de vista de la burg uesía. Por eso no tiene
utilidad a lguna en este caso que la solución teorética se encuentre
ya disponible Pues n i ng u na clase p uede ser capaz de u n ca mbio
así, para rea l iza r el cua l tendría que renuncia r a su dom i n io. Así,
p ues, la l i m itac ión o barrera que hace de la conciencia de c lase de
la burgues ía u na conciencia "fa lsa'' es objet iva: es la s ituac ión de
clase nlisma. Es u na consecuencia objetiva de la estructu ra eco nó­
m ica de la soc iedad, nada a rbitra r io, subjetivo n i psicológ ico. Pues
la conciencia de c l ase de la bu rguesía, aunque sea capaz de reflejar
con toda claridad los problemas de la organ i zación de ese dom in io,
de la transformación y la penetración capita l is tas del conju nto de la
p roducción, t iene necesar ia mente que oscu recerse en el momen to
en que aparecen problemas cuya soluc ión rebasa ya el á mb ito de
domi nio de la bu rguesía, el capita l ismo. Las " leyes nat u ra les" de
la econom ía descubiertas por la b u rguesía, que son u na concien­
cia clara en comparación con la Edad Med ia feuda l o i nc lu so con
el mercant i lismo del período de tra nsic ión, se conv ierte luego con
inmanenc ia d ialéct ica en u na " ley natu ra l basada en la inconcien­
cia de los participa ntes"16•
No puede ser tarea de estas l íneas el d a r, partiendo de los ind i­
cados p untos de v ista, u na tipolog ía h istórica y s istemát ica de las

16Engels, Umrisse z u einer Kritik de r Natio nalokono mie [Boceto de u na crítica


de la economía polít ica]. Nachlass [póstu n1os], I, 449.
1 54

gradac iones posib les de la conciencia de clase. Pa ra o frecer un


resu ltado así habría que empezar p or i nvestigar qué momento d el
proceso conjunto de la p roducción a fecta del modo más i nmediato
y más v ita l a los intereses de las d iversas c lases. En segundo lugar,
habría que estudiar la med ida en la cua l corresponde a los i ntereses
esenciales de la clase considerada el rebasar esa i n n1ediatez, el con­
cebir el momento pa ra ella inmediatarnente importa nte como mero
momento del todo, y el superarlo de esta ma nera. Y, por ú lt im o,
habría que invest iga r la natura leza de la tota l idad hacia la cual se
avanza entonces, y en qué med ida es captación rea l de la real tota­
lidad productiva. Pues está comp leta mente c la ro que la conciencia
de clase tiene que con figu rarse, desde el punto de vista cua litativo­
estructura l, de modos d istintos seg ú n se detenga, por ejemplo, a nte
los i ntereses del consumo como separado de la produ cc ión (prole­
ta riado en ha rapos roma no17) o b ien rep resente la for mac ión cate­
goria l de los i ntereses de la circul ación (cap ita l mercantil), etc. Por
tanto, sin poder ded ica rnos aqu í a la t ipolog ía sistemática de esas
act itudes posibles, debemos l im itarnos a in fer i r de lo ya i nd icado
que los d istintos casos de conciencia "fa lsa" se d i ferencia n u nos de
otros cua l itativamente, estruct u ra lmente y en u na for ma que i n flu­
ye decisivamente en la acción social de las respect ivas c lases.

11

Por lo que hace a los tiempos pre-cap ita l istas y a l comporta­


m iento, en el cap ita l ismo ya, de nu merosas capas cuyos fu nda men­
tos existenciales económ icos son de nat u ra leza pre-ca pital istas,
resu lta de lo v isto que su conciencia de c lase no es capaz, por su
esencia, n i de conseguir u na forma p lenamente clara ni de i n flu ir
concientemente en los acontecim ientos histór icos .
Ante todo, porque es esencia l a toda soc iedad p re-cap ita l ista
el que en el la los intereses de clase no p uedan nu nca destaca r con
plena claridad (económ ica); la estructu ra de la soc iedad en castas,
estamentos, etc., aca rrea u na con fusión inextricable de los e lementos
económicos con los polít icos, rel ig iosos, etc., en la estructura econó­
m ica objetiva de la soc iedad. El triu n fo de la bu rg ues ía, c uya victo­
ria comporta la dest rucción de la estruc t u ra esta menta l, pos ib i l ita

17Proleta riado en ha rapos: Lu mpenpro leta r iado ( N . del E.)


1 55

or fi n un o rden socia l en el cua l la est rati ficación de l a sociedad


f¡ende a ser u na estratificación en c lases p u ra y exclusiva mente. ( E n
nada a fecta a la verd ad fundamenta l d e esta a fi rmación el que en
va rios paí ses el capita l ismo presente restos de la est r uc t u ra esta­
menta l fe uda l que se han sa lvado en él.)
Es e hecho tiene su fu ndamento en l a orga nización económ ica
de la s so ciedades pre-cap ita l istas, profundamente d iferente del
cap ita lis mo . L� d i fe �encia más i mporta r�.te pa ra noso �ros� y muy
lla m at iv a en s1, consiste en que toda sociedad pre-capita l ista p re­
senta eco nóm ica mente u na u n idad mucho menos coherente que la
cap ita l is ta: en que en ella la independencia de las partes es muc ho
mayor, su interdependencia económica menor y más u n i latera l
que en el capital ismo. Cua nto menor es la importancia del trá fico
de merca ncías para la vida de la sociedad entera, cuanto más casi
autárqui cas son las diversas partes de la sociedad en lo económ ico
(comunid ades a ldea nas) o cuanto menos i mporta ntes es su func ión
en la v ida propia mente económ ica de la sociedad, en el p roceso de
producción (gran pa rte de los c iudadanos de las ciudades griegas
y de Roma), tanto menor es la for ma u n ita ria, la coherencia orga n i­
zativa de la sociedad, del Estado, y tanto menos rea l mente fu ndada
en la v ida rea l de la sociedad. Una parte de la sociedad v ive en ese
caso u na ex istencia de natu ra leza, completa mente i ndependiente
del Estado.

"El organismo productor simple de esas comunidades autosu ficientes, que


se reproducen constantemente en la misma forma y, cuando casua lmen­
te quedan destruidas, se reconstruyen en el mismo lugar y con el mismo
nombre, da la clave del enigma de la inmutabilidad de las sociedades asiá­
ticas, tan llamativamente contraponible a la constante d isolución y neo­
formación de los Estados asiáticos y al incesante cambio de d in astías. La
estructura . de los elementos económ icos básicos de la sociedad queda si n
a fectar por las tormentas de la región de las nubes pol íticas."18

Otra parte de la sociedad v i ve, a su vez, de u n n1odo económ i­


camente parasitar io. El Estado, el apa rato estata l de poder, no es
para esa parte, como lo es p a ra las c lases dom i na ntes de l a soc iedad
capita l ista, un medio de i n-1poner por la v iolenc ia, caso necesa r io,

1 8 Das Kapital
[ El Capital], l, 323. [ Marx, El capital, op. cit., Tomo l, vol. 2, p.
436. (N. del E.)]
156

su domi n io económico, n i para crea r v io lentamente las condiciones


de su domi n io económico (colonización moderna), o sea, no es u na
mediación del dom i n io económ ico de la sociedad s ino que es de modo
inmediato ese dominio mismo. Y ello no sólo cuando se t rata de mero
robo de tierras, esclavos, etc., s ino ta mbién en el seno de las relacio­
nes "'económ icas" l la madas norma les o pac í ficas. Por eso d ice Ma rx
acerca de la renta del trabajo19: " E n estas condiciones el p lustraba­
jo no se les puede arrancar en favor de los pro pietarios nom i na les
de la t ierra más que por medio de una constricción extra-econó1nica."
En Asia "coinciden de este modo la ren ta y la exacción de impues tos o,
por mejor deci r, no existe n i nguna forma de impuesto d istinta de
esa for ma de renta de la t ierra". E i ncluso la for ma del trá fico de
mercancías en las sociedades pre-cap ita l istas es i ncapaz de ejercer
influencia a lguna decisiva en la est ructura básica de la sociedad; se
mantiene en la superficie, sin poder dom i nar el p roceso de p ro duc­
ción m ismo, especia lmente sus relaciones con el t rabajo. " E l merca ­
der podía comprar toda clase de mercancías, menos el trabajo como
merca ncía. Sólo era tolerado como d istribu idor de los productos de
la artesa nía", escribe Marx.20
Pese a todo, también u na sociedad así constituye u na unidad
económ ica. Pero hay que pregu nta rse si esa u nidad es ta l que la
rel ación de los diversos grupos de los que se compone la soc iedad
con el todo de la sociedad p uede ton1a r en su conciencia -atribu ible­
u na forma económ ica. Ma rx21 subraya, por u na parte, que la lucha
de clases de la Antigüedad "se mov ió p r incipal mente en la forma
de una lucha entre acreedores y deudores". Pero con toda justeza
a ñade: " Mas la forma dinera r ia refleja s im plemente a h í el a ntago­
n ismo de cond iciones económicas de v ida mucho más p rofundas:
lo que ocu rre es que la relación entre acreedor y deudor tiene la
forma de u na relación d ineraria." Pa ra el mater i a l ismo h istórico ese
reflejo podía revela rse como mero reflejo. Pero la cuestión es: las

19Das Kapital [El Cap ital], III, 2, 324 (cu rsiva m ía). [ Marx, El capital, op. c it.,
Tomo l I I, vol. 8, p. 1006. ( N. del E.)]
20
Das Kapital f El Capital], [, 324. A eso p uede p robablemente reconducirse
la función pol ítica reaccionaria del capital mercantil, a d i ferencia de la del
capital i ndustrial, en los comienzos del capital ismo. C fr. I I I, 1, 31 1 . [Ma rx,
E l capital, Tomo 1, vol . 2, p. 437 y Ton10 I I I, vol. 8, p. 996. (N. del E.)]
21
Das Kapital [El Capital], I, 99. [ Marx, El capital, op. c it., Tomo l, vol. 1, p.
165. ( N . del E.)]

. Ji
157

clases que const itu ían esa sociedad, ¿contaban con la posib i l idad
objetiva de l levar a conciencia la base económica de esa s luchas,
la problemática económica de la sociedad que era causa de sus
sufrimientos? Esas luchas y esos problemas, ¿no ten ía n que asu m i r
necesariamente para ellas -de acuerdo con las cond ic iones d e v id a
en las que exist ían- formas rel ig ioso-natu ra les22 o formas j u r íd ico­
estata les? La articu lación de la sociedad en estamentos, castas, etc.,
significa precisa mente que la fijac ión concep tual y orga n i zativa de
esas posiciones "naturales" es i nconciente en cuanto a su natu rale­
za económ ica, y que la tradiciona lidad del mero darse s iempre tie­
ne que fund i rse de modo i nmed iato en formas j u r íd icas.23 Pues, en
concordancia con la laxitud mayor de la coherencia económ ica de
la sociedad, las formas jur íd ico-estata les que constituyen est rati fi­
caciones esta menta les, priv i leg ios, etc., tienen subjetiva y objetiva­
mente u na fu nc ión completa mente d iferente de la que les es pro p ia
en el cap ital ismo. En éste estas for mas representan mera mente u na
fijación de las conexiones funciona les p u ra mente económicas, de ta l
modo que las formas juríd icas -como acertadamente ha n"lostrado
Karner24- pueden a menudo dar razón del camb io de las estructu­
ras económicas sin a lterarse ellas m ismas n i forma l mente n i mate­
rialmente. En cambio, en las sociedades pre-cap ita l is tas las formas
jurídicas t ienen que penetra r constitutivamente en las relac iones eco­
nómicas. En estas sociedades no hay categorías económ icas puras
-categor ías económ icas son según Marx25 "formas de ex istencia,

22Marx y Engels subrayan repetidamente el ca rácter primitivo-natural de


esas for mas sociales, El Capital, l, 304, 316, etc. Todo el proceso de desa­
rrollo expuesto en El o rigen de la familia, de la propiedad p rivada y del Estado,
de Engels, se basa en esa idea. No puedo entrar aquí en las divergencias
de opinión - i ncluso entre ma rxistas- acerca de esta cuestión; quiero sólo
subrayar que yo adopto también ante ella el punto de v ista de Marx y
Engels, a l que considero más profu ndo y más acertado h istórica rnente que
el de sus "'correctores". [ Marx, El capital, op. cit., Tomo I, vol . 2, p. 414 y 428 .
(N. del E.)]
23Cfr. Das Kapital [El Capital], I, 304. [ Marx, El capital, op. cit., Tomo I, vol .
2, p . 414 ( N. del E.)]
24"Die soziale Fu n ktion der Rechtsinstit ute" [ La fu nción socia l de los i ns­
t itutos j uríd icos), Marx-Studien, vol . l .
25 Zur Kritik der politischen Óko nomie [Contribució n a l a crítica de la econo­
mía pol ítica) . X LI I I . [ Ma r x, Co n trib ució n , o p. cit., p. 307. ( N . del E .))
. . .
158

determ inaciones de la existenci a"- presentadas posteriormente en


formas ju r íd icas, fu nd idas en el molde de la forma ju r íd ica. S ino
que las categorías económicas y las categorías ju ríd icas está n mate­
ria lmente, por su contenido, inseparablemente entrelazadas. ( Piénsese
en los ejemplos, a ntes aducidos, de la renta de la tierra y el i mpues­
to, la esclav itud, etc.) D icho hegelianamente: la econom ía no ha
a lcanzado tampoco objetivamente en esas soc iedades el estad io del
ser-para-sí, y por eso no es p osible, en el seno de u na ta l sociedad,
una posición a partir de la cua l pueda hacerse consciente el fund a­
mento económ ico de todas las relaciones socia les.
Eso, por supuesto, no suprime en modo a lg u no la fundamenta­ /

1
ción económica objetiva de todas las formas de sociedad . A l con­
tra r io. La h istoria de las est rati ficaciones estamenta les muestra con
toda c laridad cómo este orden, que a l p r i nc ipio fu ndió en el mol­
de de formas r íg idas una existencia económ ica "natu ra l", luego,
en el curso de la evolución económ ica que p rocede subterrá nea­
mente, "i nconcientemente", se descompone poco a poco, es decir,
deja de ser u na u n idad real . Su contenido económ ico acaba por
desgarrar su u nidad ju ríd ica forma l . ( E l a n á l isis de las relaciones
de clase du ran te la época de la Reforma por Engels y el dedicado
por Cu now a la época de la Revolución francesa son docu menta­
ciones su ficientes.) Pero, pese a esa pugna entre la forma juríd ica
y el contenido económico, la forma ju ríd ica (creadora de privi le­
gios) conserva u na i mporta ncia a menudo rea l mente decisiva para
la conciencia de esos estamentos en descomposición. Pues la for­
ma estamenta l d isimu la la conex ión ent re la ex istencia económ ica
-rea l, pero "i nconsciente"- del esta mento y la tota l idad económica
de l a sociedad. E l la fija la conciencia o b ien en la i n med iatez pura
de los priv i leg ios d isfrutados por el estamento ( los cabal leros de la
época de la Reforma), o bien en la partic u lar idad -no menos i n me­
diata- de la pa rte de la sociedad a l a que se refieren los privi leg ios
(g rem ios). El esta mento puede haberse ya descompuesto tota l men­
te desde el punto de v ista económ ico y sus componentes pueden
ya en rea l idad pertenecer económicmnente a clases distintas sin que el
esta mento m ismo pierda a pesar de el lo esa coherencia ideológica
(objetivamente i rrea l). Pues la relac ión a l todo consu mada por la
"conciencia estamenta l" se o rienta a u na tota l idad que no es la u ni­
dad económica rea l, v iva, sino la caduca fijación de la sociedad que
constituyó en su t iempo los p r i v i leg ios esta m enta les. La conc iencia
1 59

e t iene
es ta m enta l encubre la nat u ra leza del factor histór ico rea l qu
la concie nci a de c lase, i mp ide que ésta l legue en genera l
a ma n i fes­
ta rs e. Una cosa a ná loga puede comprobarse en la socied ad cap i­
ta l i sta en todos los g rupos "priv i legiados" cuya s ituación de c la­
se no es tá fu ndada de u n modo i nmed iata mente económi co. En la
m edi da en que u na capa así co nsigue "capita list iza rse", t rasforma r
sus " pr iv ilegios" en relaciones económ icas cap ita l istas de dom i n io,
au menta su capac idad de adaptac ión a l desa rro l lo econó m ico rea l
(ej e mplo: los terraten ientes).
De acuerdo con todo eso, l a relación de la concienc ia de c lase
con la h istoria es completamente d istinta en los tiempos pre -ca­
pital istas de lo que es en el capita l ismo. Pues en aquél los las c la­
ses no pueden ident i ficarse más que por m edio de la interpretación
de la historia por obra del materia l ismo h i s tór ico, partiendo de la
real idad h istórica i nmed iatamente dada, m ientras que en el cap i­
tal ismo las c lases son la realidad h is tór ica m is ma in mediata men­
te dada. Como ya i nd icó Engels, no es, pu es, una casua l idad que
este conoci m iento de la h is toria no fuera posible hasta la época del
capita l ismo. Y e l lo no sólo -como d ice Engels- a causa de la m ayor
sencil lez de esta estructu ra en compa ración con l as "compl icadas y
encubiertas conex iones" de tiempos a nter iores, sino ta mbién y a nte
todo porque el i nterés económ ico de clase como n1otor de la h isto­
ria no aparece en toda su desnuda p ureza hasta el capita l is mo. Las
verdaderas "'fuerzas motoras" que "'se enc uentra n tras los motivos
de los hombres h istór ica mente activos" no pod ían, por el lo, l lega r
nu nca en for ma pura a la concienci a en los tiempos pre-cap ita l istas
(ni siquiera como conten ido atrib u ible). Verdaderamente queda ron
ocultas, como fuerzas ciegas del desarro l lo h istórico, por detrás de
los motivos. Los momentos i deológ icos no sólo "encubren" los i nte­
reses económ icos, no son sólo banderas y consig nas en la lucha,
sino par tes y elementos de la lucha rea l m isma. Es cierto que cua n­
do se bu sca, por med io del mater i a lismo h is tórico, el sentido socio­
lógico de esas luchas, entonces es pos ible descubrir esos i ntereses
como los mo1nentos explicativos dec is i vos en ú lt i ma instanc ia. Pero,
respecto del cap i ta l is n10, se tiene la i nsa lvable d i ferenci a de que e n
éste los momentos económ icos n o es tán ya ocu l tos "tras" l a con­
ciencia, s i no que es tán e n la conc i encia m isma (au nque sea rep ri­
n1idos en lo i nconc ien te, etc.). Con el c a p ita l is mo, con la des t r uc­
ción de l a es t r u ct u ra es t a m e n t a l y la cons t rucc ió n d e u na s oc i ed a d
1 60

articulada de u n modo puramente económico, la concienc ia de cl a­


se entra en el estadio de conciencia refleja posible. La lucha socia l s e
refleja a hora en u na lucha ideológica por la conc ienc ia, por encub r ir
o revelar el carácter clasista de la sociedad. Pero la posibi l idad de
esa lucha rem ite ya a las contradicciones d ia léct icas, a la auto d i so­
lución interna de la p u ra sociedad de clases. "Cua ndo la fi losofía",
d ice Hegel, "pinta su monótono cuadro gris, u na forma de la v ida
se ha hecho ya v ieja, y con esos g rises no es posib le rej uvenecerla,
sino sólo reconocerla; la lechu za de Mi nerva no echa a vola r s i no
cuando empieza a caer e l c repúscu lo".

[[I

La bu rguesía y el p ro leta r iado son las ú n icas clases pu ras d e la


sociedad burguesa, esto es: ellas son l as ú n icas cuya existencia y
cuyo desarrollo se basan exclusiva mente en el desa rrol lo del pro­
ceso de producción moderno, y sólo partiendo de sus condiciones
de existencia es imaginable i ncluso u n p lan para la orga n ización de
la sociedad entera. E l carácter vacilante, o estéri l para el proceso,
que se observa en la actitud de las demás clases (pequeños burgue­
ses, ca mpesinos) se debe a que su ex istencia no se funda exclusiva­
mente en su pos ición en el p roceso de producción capita l ista, sino
que está aún ind isolublemente en la zada con restos de la sociedad
estamenta l . Por eso d ichas clases no i ntentan promover el desarro­
l lo cap ita lista ni empujarle más a l lá de sí m ismo, s i no que aspiran
en el fondo a anu larlo y retrotraerse a estad ios a nteriores, o, por lo
menos, a i mpedi r que cons iga u n des pliegue p leno. Su interés de
clase se orienta, p ues, sólo a síntomas del desarrollo, no a l desar rol lo
m ismo: hacia fenómenos parcia les de la sociedad, no a la estructura
de la entera sociedad.
Esta cuest ión de la conciencia de clase puede man ifestarse en
los objetos elegidos o en la acc ión26, seg ú n ocurre, por ejemplo,
en la pequeña bu rguesía, la cua l, a l v i v i r, por lo menos en parte,
en la gra n ciudad capita l ista, d i rec ta mente somet ida en todas sus
man i festaciones v ita les a las i nfluencias del cap ita l ismo, no p uede
ignorar tota l mente el hecho de la lucha de clases entre la bu rguesía y

26Sacristán traduce "como fo r ma de la posición de fi nes y de la acción".


Hemos p re fe r ido aqu í la t rad ucción i nglesa. ( N . del E.)
161

el p roleta r ia do. Pero "'corno clase de tra ns ic ión, en la cua l se ernbotan


s i m u ltá nea mente los i ntereses 2de dos clases", se sent irá "'por enc i ma
de la co n tra posición de c lases" 7• Cons igu ientemente, buscará a lg ú n
cam i no "'no pa ra supera r los dos extremos, e l capita l y el trabajo
asa la riado, sino para debi l ita r esa contraposic ión y trasforma rla en
una a rmon ía"2 8 • Por eso rehu i rá todas las decisiones i mportantes
de la so cied ad y se verá obl igada a luchar, s iempre s in concienc ia,
por am bas tendencias de la lucha de clases a lternat iva mente. Sus
pro p ia s fin al idades, que existen exclusiva mente en su concienc ia,
se convertirá n siemp re e inevitablemente en formas p u ra mente
"ideológica s", cada vez más vacías, cada vez más a is ladas de la
acción socia l. La pequeña bu rgues ía no puede tener u na fu nción
socialmente activa más que m ientras sus final idades coinciden
con los rea les intereses de clase del cap ita l ismo, corno ocu rrió
en la época de supres ión de las est ra t ificaciones esta menta les
durante la Revolución fra ncesa. Una vez cumplida esa f u nc ión, sus
man i festaciones -que form a l mente perma necen en lo susta nc ia l
idénticas- van siendo de u na natu raleza cada vez más ajena al
desarrollo rea l, hasta l lega r a l o ca ricatu resco (el jacobin is mo
montagnard en 1848-51). Esta fa lta de v i ncu lación con la sociedad
como tota l idad puede empero repercut i r en la estructu ra i nterna,
en las posibilidades de organ ización de la c lase. Esto se aprecia del
modo más claro en la evolución de los campes i nos. "Los pequeños
p ropietarios campesinos, d ice Ma rx29,

"forman una masa i mponente cuyos m iemb ros viven la misma s it uación,
pero sin entrar en relaciones ricas entre ellos. Su modo de p roducción los
aísla los unos de los otros, en vez de ponerlos en i ntercambio rec íproco ...
Cada familia campesina se ga na así el material de su vida más en i nter­
cambio con la naturaleza que en trá fico con la sociedad ... En la medida en
que millones de familias viven en cond iciones económicas de existencia
que dist i nguen s u manera de viv i r, sus i ntereses y su cu ltura de los de las
demás clases y las contraponen hostilmente a éstas, en esa misma medida
constituyen esas poblaciones una clase. Pero en la med ida en que la ú n ica
cohesión de los pequeños propieta rios ca mpesinos es local, en la medida

27Brumaire [ El 18 bru ma rio de Lu is Napoleón], 40. [ Ma rx, Ca rlos: El 18


Brumario de Luis Bonaparte, A riel, Mad r id, 1971 , p. 59. ( N . del E.)]
28Ibíd., 37. [ Ibid., p. 55. (N. d e l E.)]
29l bíd ., 102. [ I b id ., p. 144. ( N . del E.)]
,:;_,

1 62

en que la identidad de sus intereses no llega a formar una u n ió n nacional


n i a producir entre ellos n i ng u na organización política, en esa medida
dejan de formar u na clase".

Por eso hacen falta con mociones externas, como la guer ra, l a
revolución en la c iudad, etc., p a ra poner esas masas en mov i mien­
to u n itar io, y n i s iqu iera entonces son capaces de orga n izar el la s
m ismas ese mov i miento con cons ignas propias, dándole u na orien­
tación positiva adecuada a sus propios intereses. Dependerá de la
s it uación de las demás clases en lucha, de la a ltura de conciencia
de los partidos que d ir ijan esa s otras clases, el que el mov im iento
de los campesi nos tenga u na s ig n i ficación progresiva (Revolución
francesa de 1789, Revolución rusa de 1917) o u na s ignificación reac­
c ionaria (golpe de estado de Napoleón). Por eso la form a ideológica
que cobra la "conc iencia de clase" de los campesinos es mucho más
camb iante en cuanto a contenidos que la de las demás c lases; pues
es s iempre u na conciencia tomada en présta mo. Por eso los parti­
dos que se basan total o parcialmente en esa "conc ienci a de c lase"
no p ueden nunca contar con u n fundamento firme y seg u ro en las
s ituaciones críticas ( los social-revolucionar ios de 1917 a 1918). Y por
eso es posible que las luchas campesinas se rea l icen baj o banderas
ideológicas contrapuestas. Es, por ejemplo, muy caracterís t ico del
a na rquismo como teoría y de la ºconciencia de clase" de los campe­
s i nos el que a lgu nas rebeliones y a lgunas luchas campesinas con­
t rarrevolucionarias rea l izadas por los ca mpesinos medios y r icos
de Rusia hayan encontrado apoyo y enlace ideológ icos en la con­
cepción anarquista de la sociedad. Por lo tá nto, no se p uede propia­
mente habla r de conciencia de clase cua ndo se trata de estas c lases,
y eso en el supuesto de que puedan l la ma rse ta les desde u n p unto
de vista marxista r iguroso: la plena conciencia de su s ituac ión les
revelaría la fa lta desesperada de perspectivas de sus par t ic u lares
esfuerzos a nte la necesidad del proceso social. La conciencia y el
i nterés se encuentra n aqu í en u na relación de contraposición contra­
dictoria. Y, de acuerdo con la aclaración de la concienc ia de clase
como un problema de atrib ución y coherenc ia con los i ntereses de
clase, eso hace fi losóficamen te comprensible la imposib i l idad del
desa rrol lo de esa conciencia en la rea l idad h istórica i nmed iatamen­
te dada.
;..p.

163

La conciencia de c lase y el interés de c lase se encuentra n tam­


bién en contraposición, en contradicción, en el caso de la bu rgues ía.
Pero esta contradicción no es formal, sino dialéctica.
La diferencia entre las dos contraposiciones puede for mu l arse
brevemente así: m ientras que p a ra las demás c lases la posición que
ocupan en el p roceso de p roducció n y los intereses de el la d ima­
nantes tienen que i mpedir l a for mación de una conciencia de cla­
se, esos momentos l levan a la b urguesía hacia el desarrollo de su
conciencia de c lase, con la p ec u l ia r idad empero -y desde el p r i­
mer momento, de modo especia l- de que d icho desarrol lo a r rastra
la maldición de que en el momento cu lm inante de su despl iegue
entrará en irresoluble contradicción cons igo m is mo y acabará, p or
lo tanto, suprimiéndose y superán dose. Esta t rágica situación de la
burguesía se refleja h istóricamen te en el hecho de que todav ía no
ha aplastado com p letamente a su a ntecesor, el feudal ismo, cuan­
do ya aparece su nuevo enem igo, el p roletar iado; la t rágica con­
tradicción se ha man i festado pol íticamente en el hecho de que la
lucha contra la organ ización estamenta l de la sociedad se rea lizó
en nombre de una " libertad" que tuvo que tra nsformarse de nuevo
inmediatamente en opresión en el momento m ismo de la vic toria:
y sociológicamente la contrad icción se revela en la ci rcunstancia
de que, aunque la forma socia l de la bu rguesía es la que fina l men­
te ha permitido p resentarse en for ma pura la lucha de c lases, aun­
que ella ha empezado por fijarla h istórica mente como un hecho,
sin embargo, luego tiene que a pl icar todo su esfuerzo a la el i m i­
nación del hecho de la lucha de c lases del campo de la conc iencia
social; por último, desde el punto de vista ideológico, se aprecia la
misma situación a mbigua en el hecho de que el despl iegue de la
burguesía presta, por u na p a rte, a la ind ividua lidad u na i mporta n­
cia que hasta entonces no h ab ía tenido nunca, m ientras, por otra
parte, suprime toda i nd i v idua l idad por las cond iciones económ icas
mismas de su i nd iv idu a l ismo, p or la cosificación producida por la
producción un iversal de mercancías. Todas esas contrad icciones,
cuya serie no se agota en modo a lguno con los ejemplos aducidos,
sino que pod r ía continuarse i l im itadamente, son mero reflejo de
las contradicciones más p rofu ndas del capita l is mo, tal como éstas
se presentan en la concienc ia de la clase bu rguesa, a tenor de su
posición en el proceso conj unto de la producción. Por eso las con­
tradicciones surgen en la conc ienc ia de clase de la burguesía corno
1 64

contrad icciones d ia lécticas, y no como c rasa incapacidad de conce­


bir las contradicciones del propio orden social. Pues el capital ismo
es, por u na parte, el pr imer orden de la p roducción que, tendencial­
mente, penetra económ ica mente la sociedad entera, sin residuo,3º
de tal modo que, según esa tendencia, la b urguesía tend ría que ser
capaz de u na conciencia (atrib u ib le) de la total idad del proceso de
producc ión. Pero, por otra parte, la posición de la clase capita l is ta
en la p roducción, los i ntereses que determi nan su acción, le i mpi­
den a p esar de todo dom i na r s u orden de p roducción i ncluso teo­
rét icamente. Las causas de esto son mú ltiples. En pri mer lugar, la
producc ión no es para el capita l is mo s i no aparentemente el pu nto
centra l de la conciencia de clase. Marx31 i nd ica ya a propósito de
R icardo que este autor, "a l que se s uele reprocha r que no considera
más que la producción", "determ ina en real idad corno objeto de la
econom ía exclusivamente la d istr ibución". Y el a ná l isis detal lado
del concreto proceso de rea l i zación del capita l muest ra, a p ropósito
de toda c uestión, que el i nterés del capita l ista -puesto que produce
merca ncías, no bienes- t iene forzosamente que a ferrarse a c uestio­
nes que desde el p unto de vista de la p roducción son secu ndarias;
que el capital ista queda preso en el proceso -pa ra él dec isivo- de la
introducción del va lor, proceso que le s u m inistra su perspectiva
propia para la consideración de los fenómenos econó m icos, l a cual
esconde los fenómenos princ ipa les32 • Esa i nadecuación se exacerba

3°Cierto que sólo tendencialmente. Rosa Luxemburgo tie ne el g ran mérito


de haber mostrado que esto no es u n hecho accidental y transitorio, sino
que el capital ismo no puede subsistir económ icamente más que penetrando
la sociedad en un sentido capitalista, pero sin consumar esa penetración.
Esta autoco nt rad icción econón1ica que sería u na sociedad capital ista pura,
es seguramente u no de los fu ndamentos de la contradictoriedad de la con­
ciencia de clase de la bu rg uesía.
31 Zur Kritik [Contribución a la crítica de la economía pol ítica], XXIX. [ Marx,
Contribució n . . , op. cit., p. 295. ( N. del E.)]
.

32Das Kapital [ El Capital], I II, 1, 1 15, 297-298, 307, etc. Es obvio que los - ;

diversos grupos de capitalistas, como el capital i ndustria l, el mercantil,


etc., t ienen que s itua rse en esto en d isti ntas posiciones; pero estas di feren­
cias no tienen u na i mporta ncia decisiva para nuestro presente problema. .·�
"

[Al no ofrecer la cita concreta, no se pueden identi ficar los pasajes a ludi­
-�
dos, que se encuentra n, seg u ramente, en el volumen 6 de la edición de
Siglo X X I que venimos u t i l iza ndo. ( N . del E.)]
1 65

p or el hecho de que en la relación capita l ista el p r i ncipio indivi­


dual y el p r i ncipio socia l, o sea, la fu nción del capita l como p ropie­
dad privada y su función económica objetiva, se encuentran en u na
contradicción dia léctica i nelim inable. " E l capita l'', d ice el Manifiesto
comunista, "no es una fuerza persona l, es u na fuerza socia l". Pero es
una fuerza social cuyos movi mientos están d i r ig idos por los intere­
ses individuales de los p ropietar ios del capita l, los cua les no dom i­
nan la función soci a l de su act iv idad n i pueden preocuparse de
ella, de tal modo que el p r i nc ip io soc ia l, la fu nc ión social del cap i­
tal, no puede i mponerse más que por encima de ellos, imponién­
dose a su vol untad, sin su conc iencia. A causa de esa contrad icción
entre el principio social y el i nd iv idua l, M a rx33 l la mó ya con razón
a las sociedades por acciones u na "supresión del modo de produc­
ción capital is ta dentro del modo de p roducc ión capita l ista m ismo";
aunque desde u n p unto de v ista p uramente económ ico el modo de
administrar de las sociedades a nóni mas se d i ferenc ia muy poco
del capital i s ta i nd iv idu a l, y ni siqu iera la sed icente superación de la
anarqu ía de la p roducción media nte cár teles, trusts, etc., hace más
que despla za r hacia otro luga r la contrad icción, sin superarla. Esta
situación es u no de los momentos decisivos de determi nación de
la conciencia de c lase de la b u rguesía: s in duda la burgues ía actúa
como clase en el proceso económ ico objetivo de la sociedad, pero
no puede tomar conciencia del desar rollo de ese proceso, ejec utado
por ella mism a, más que como de u n p roceso externo a ell a, de leyes
objetivas que se rea l i za n en ella. E l pensam iento bu rgu és considera
siempre y p or necesidad esencia l l a v ida económ ica desde el p unto
de vista del cap ital is ta individua l y de la " ley natura l" omnipoten­
te e impersonal que mueve todo lo socia l y lo p roduce espontá nea­
mente34. De el lo se s igue no sólo la contra dicción entre los i ntereses
individua les y los de clase en los casos con fl ictivos (que, por otra
parte, rara vez son tan v iolentos en las c lases dom inantes d istin­
tas de la b u rgues ía), s ino también la i mposibi l idad de principio de
domina r teorética y prácticamente los problemas d i manantes del
desarrol lo de la producción capita l ista. " Esta repenti na mutación
del sistema del créd ito en el si stema monetario añade al práctico
panic un espanto teorético, y los agentes m ismos de la circul ac ión

33Ibíd, III, I, 425.


34Cfr. sobre esto el a rt ic u lo "' Rosa Luxembu rgo como m a r xista".
166

sienten escalofríos a nte el impenetrable m isterio de su propia situa­


c ión", escribe Marx35• El espanto no carece de fundamento, esto es,
es mucho más que l a mera perplejidad de los capitalistas indivi­
dua les acerca de su destino persona l. Los hechos y las situaciones
que producen ese pán ico imponen en efecto a la conciencia de la
burguesía a lgo que, aunque no puede negar totalmente o reprimir
totalmente como factum brutum, no puede tampoco h acerse p lena­
mente consciente. P ues por detrás de esos hechos y de esas situa­
ciones está, como funda mento identi ficable, el hecho de que "el ver­
dadero obstáculo a la produ cción cap ita lista es el capital mis mo"36 • Y
el reconocimiento conciente de este hecho s ign ificaría la autosu­
presión de la clase capitalista.
De este modo las l imitaciones objetivas de la producción capi­
tal ista se conv ierten en l imitaciones de la conciencia de clase de la
burguesía. Pero como, a diferencia de las v iejas formas de dominio,
naturalmente "conservadoras", que dejan s i n a fectar las formas de
producción de a mp lias capas de la poblac ión por ellas dom inada37
y, por lo tanto, obra n de u n modo principalmente tradicional y no
revolucionario, el cap italismo es u na forma de producción revolu­
cionaria por excelencia, esa inconciencia necesaria respecto de la limita­
ción económica objetiva del sistema se manifiesta como contradicción dia­
léctica interna en la conciencia de clase. O sea: la conciencia de clase de
la burguesía está formalmente orientada a ser conciencia económica .
Aún más: el grado más a lto de inconciencia, la forma más crasa de
"falsa conciencia", se manifiesta siempre en la i ntensificación de la
apariencia de un domi n io conciente de los fenómenos económicos.
Desde el punto de vista de las relaciones de la conciencia con la
totalidad de los fenómenos socia les, esa contradicción se m anifies­
ta como contraposición insuperable entre la ideología y el fundamento
económico. La d ia léct ica de esta conciencia de clase descansa en la

35Zur Kritik [Contr ibución a la crítica de la econo m ía política], 148. [Marx,


Co ntribució n . . , op. c it., p. 137. ( N. del E.)]
.

36Das Kapital [ El Capital], 1 1 1, l, 231 y 24 2 . [Marx, El capital, op. cit., Tomo l lI,
vol. 6, p. 321 y 332. ( N . del E.)]
37Esto vale, por ejemplo, para l as formas primitivas de atesoram iento. Cfr.
Das Kapital, l, 94. Y también para ciertas for mas de man i festación del capi­
tal comercia l, que son relativamente "precapitalistas". Cfr. El Capital, 1 1 1, I,
319. [Marx, El capital, op. cit., Tomo l, vol . 1, p. 159 y Tomo I I I, vol . 6, p. 408.
(N. del E.))
1 67

insuperable contraposición entre el indiv iduo (ca pita li sta), el i nd i­


viduo cortado seg ú n el esquema del capita l ista ind ividua l, y el pro­
ceso dom inado por "leyes natu ra les" necesar ias, esto es, indomi­
n able p or princ ip i o por la conciencia; con ello pone la teoría y la
p ráctica en u na contraposición i nsa lvable. Pero de un modo que no
p erm ite n i ng u na dua l idad estática, s i no que consta ntemente asp i ra
a la u n i ficación de los principios separados, rep roduc iendo cons­
tantemente u na confusa y v iolenta oscilación entre la u ni ficación
"fa lsa" y su catastrófico desga rra m iento.
Esta autocontrad icción d ia léctica i nterna de la conciencia de c la­
se de la bu rgues ía se agrava todavía por el hecho de que la l i m i­
tación objetiva del orden capita l i sta de p roducc ión no se detiene
en el estadio de la mera negativ idad, no se lim ita a provoca r "por
ley natu ra l" las crisis que la conciencia no p u ede comprender, s i no
que cobra además u na con figurac ión h is tórica conciente y activa:
ésta es el p roleta riado. Ya la mayoría de los desplazam ientos "nor­
males" de perspectiva al contemplar la estructu ra económ ica de
la sociedad y res u ltantes del punto de v ista de los capitalistas s e
movieron e n una d i rección que "oscurece y m is t i fica el rea l ori­
gen de la p lusva l ía"38 • Pero m ientras que en el comportam iento
"normal", meramente teorético, ese encubrim iento a fecta sólo a la
compos ición orgán ica del cap ita l, a la pos ición del empresario en el
p roceso de producción, a la función económ ica del i nterés, etc., o
sea, se l i m ita a mostrar la incapacidad de descubrir las verdaderas
fuerzas motoras situadas detrás de la superficie de los fenómenos,
al pasar a la práctica el oscu reci m iento se refiere a l hecho centra l
básico d e la soc iedad capita l ista: a la lucha d e c lases. Pues e n l a
lucha de clases esas fuerzas ocu ltas por l o común tras la s uperficie
de la vida económ ica, su perficie en la que queda presa la m irada de
los capita l istas y de sus portavoces teóricos, se revelan de tal modo
que es completa mente impos ible no verlas. Tanto que ya en la épo­
ca ascendente del capita lismo, cuando la lucha de c lases del p role­
tariado se mani fes taba sólo en la for ma de explos iones espontá neas
y vehementes, los m ismos rep resenta ntes ideológicos de la clase
ascendente reconocieron la lucha de clases como hecho básico de

38 DasKapital [ E l Capital] I I I, I, 146, y 132, 366-369, 377, etc. [Al no ofrecer la


cita concreta, no se pueden ident i fica r los pasajes a ludidos, que se encuen­
tran, seg u ra mente, en los volú menes 6 y 7 de la ed ición de Siglo XXI que
venimos ut i l iza ndo. ( N . del E .)]
1 68

la v ida histórica ( Marat, e inc luso h istoriadores poster iores, co mo


M ignet, etc.). Pero en la medida en que l a teoría y la práct ica del
pro letariado levantan a la concienc ia soc ia l ese princ ip io i nconcien­
temente revolucionario del desa rrol lo capital ista, la bu rguesía se
va v iendo ideológicamente reducida a u na s ituación de conciente
defensiva. La contradicción ideológ ica se radica liza en la conciencia
"falsa" de la burguesía: la conciencia "fa lsa" se convierte en u na fal­
sedad de la conciencia. La contradicción, a l p r i ncip io sólo objetiva,
se hace también subjetiva: del p roblema teorético nace u n compor­
tam iento mora l que influye decisivamente en todas las actitudes
prácticas de l a clase a nte todas las situac iones y cuest iones v itales.
Esta situación de la b u rguesía deter m ina la fu nción de la con­
ciencia de c lase en su lucha por el dom i n io de la sociedad. Como el
domi n io de la burguesía se ext iende real mente a toda la socieda d,
como la burguesía t iende efect iva mente a u na organización de la
sociedad entera de acuerdo con sus i ntereses, y hasta la ha rea liza­
do en parte, esta c lase ten ía que construi r una cerrada doctrina de
la economía, el Estado, la sociedad, etc. ( lo cua l p resupone y s igni fi­
ca sin más una "concepción del mu ndo"), y ten ía ta mbién que desa­
rrollar y hacerse conc iente la fe en su propia misión por lo que hace
a ese domi nio y a esa organ ización. E l elemento trágico-d ialéctico
de la s ituación de c lase de la b urguesía se mani fiesta a este propó­
sito del sigu iente modo: no sólo es concorde con sus intereses, sino
que le resu lta inevitablemente necesar io conseg u ir una conciencia
de sus intereses de c lase acerca de toda cuestión particular, y ello con
la mayor claridad posible; p ero, por otra parte, esa conciencia t iene
que ser para ella catastrófica en cua nto que se refiere como concien­
cia clara a la cuestión del todo. Esto se debe a nte todo a que el dom i­
n io de la burguesía no puede ser s ino m i noritario. Como su domi­
n io no sólo es ejercido por u na m inoría, sino también en interés de
una m i noría, la i lu s ión de las demás clases, su permanencia en u na
conc iencia de c lase oscu ra, es u n presupuesto necesario de la sub­
sistenc ia del régi men burgués . ( P iénsese en la doctrina del Estado
como situado por "encima" de las contraposiciones de clase, l a doc­
tri na de la justicia "independ iente", etc.). Pero el encubr i m iento de
la esencia de la sociedad bu rguesa es u na neces idad v ital para la
bu rguesía m is ma. Pues cua ndo au menta la c laridad al respecto se
revelan las contrad icciones i nternas i nsolubles de ese orden socia l,
y acaba n por poner a sus part ida r ios a nte el sigu iente d i lema: o

. .)
·.
';,l
r
169

bien oclu i rse concientemente contra la creciente comprensión, o


bien repri m ir en sí m ismos todos los ins t i ntos mora les con objeto
de p ode r defender ta mbién mora l mente el orden económico ade­
c uado a sus i ntereses.
Si n sobrestimar la eficaci a rea l de esos momentos ideológicos,
h ay que observar que la capacidad com bat iva de u na clase es tanto
mayor cua nto más fáci l le es creer, con l i m pia conciencia, en su pro­
p ia m isión, cuanto más capa z es de i mponerse con i nstinto i ntacto
a todos los fenómenos de acuerdo con sus i ntereses. A hora bien: a
partir de u nos estad ios evolutivos muy tempra nos, ent re los que
pueden conta rse la cr ítica de la econom ía c lásica por Sismond i, la
crítica a lemana del derecho nat u ra l, el joven Carlyle, etc., la historia
ideológica de la bu rguesía no es sino una lucha puramente desesperada
contra la comprensión de la verdadera naturaleza de la sociedad por ella
producida, contra la conciencia real de su posición de clase. La a firmac ión
del Manifiesto de que la bu rguesía p roduce sus propios enterrado­
res es verdadera no sólo económ ica, si no tamb ién ideológicamente.
Toda la ciencia burguesa del s ig lo X I X ha rea lizado esfuerzos insu­
perables por esconder los fu ndamentos de la sociedad burguesa:
nada se ha dejado sin i ntentar en este s ent ido, desde las más gro­
seras falsificaciones de los hechos hasta las teorías "subli mes" de
la "esencia" de la historia, del Estado, etc. Todo en vano. El fi na l
de siglo acarreó ya la decisión en la ciencia desa rrol lada (y, consi­
guientemente, en la conc iencia de las capas dir igentes capita l istas).
Eso se aprecia clara mente al exam inar la creciente aceptación
de la plani ficación39 en la concienc ia de la burguesía. Esa idea se ha
real izado primero en las sociedades a nón imas, los cárteles, trusts,
etc., en la forma de una concentración creciente. Así ha mostrado,
ciertamente, de modo cada vez más cla ro y desde el punto de v ista
organizativo el carácter socia l del capita l, pero s i n a fectar a la a na r­
qu ía de la producción, s i no sólo para dar pos ic iones de monopo­
lio relativas a capita l istas i nd iv idua les que consiguen u na potencia
gigantesca. Así pues, ha puesto muy de manifiesto objetivamente
el carácter social del capita l, pero s i n pasa rlo a conciencia de c la­
se cap ital ista, e i ncluso apa rtando más a és ta de una verdadera

39Sacr istán t raduce "idea o rga n izat iva", m ientras en la t raducc ión cubana
es " la idea de la orga n ización conciente" y en la i ng lesa "the i dea o f con­
cious o rga n ization". ( N . del E.)
170

capacidad de conocer la situac ión, g racias a esa apariencia de sup e­


ración de la a narquía de l a p roducción. Las crisis de la guerra y
de la postguerra han empujado aú n ese desarrollo: la "econom ía
planificada" ha penetrado por l o menos en la conciencia de los e le­
mentos más progresivos de la b u rg uesía. Cierto que, por de pron­
to, eso se refiere a capas muy poco nu merosas, e i nc luso en ellas se
da más como experimento teorético que como camino p ráctico de
salvación del cal lejón sin sal ida de la crisis. Pero si compara mos
ese estado de conciencia que bu sca el equi librio económico entre la
"economía plan ificad a" y los i ntereses de c lase de la burguesía co n
el estado de conciencia del capita l ismo ascendente, el cua l consi­
deraba toda c lase de organi zación socia l coni.o "un a agresión a los
intocables derechos de la p rop iedad, l ibertad y ¿genialidad' autode­
ter minante del capital ismo i nd iv idual"40, se nos revela clara mente
la capitulación de la conciencia de clase de la burguesía ante la del prole­
tariado. Está claro que i ncluso la parte de la burguesía que acepta
la econom ía plan i ficada entiende por el la a lgo distinto de lo que
entiende el proleta riado: entiende por ella precisamente el ú ltimo
intento de sa lvar el capital ismo med iante u na radical ización extre­
ma de su contradicción i nterna. Pero, a pesar de todo, con ello aban­
dona su ú lt i ma posición teorética . (Y es u na curiosa contraprueba
el que a lgunas partes a isladas del p roleta riado capitulen precisamen­
te en este momento ante la burguesía, aceptando como propia esa pro­
b lemát ica for ma de organización bu rg uesa.) Pero con eso la entera
existencia de la c lase burguesa y, como expresión de e lla, la cu ltura
burguesa, entran en la crisis más grave. Por u na parte, la ilim itada
esterilidad de u na ideología completa mente separada de la v ida,
de u n i ntento más o menos conc iente de falsificación; y, por otra, el
vacío, no menos terrible, de un c i n i smo que está ya convencido de
la ú ltima nu lidad de su propia existencia desde el punto de v ista
histórico-u n ivers a l, y defiende pura mente su desnuda existenc ia,
sus desnudos i ntereses egoístas. La cris is ideológica es u n síntoma
in fa l ib le de esa decadencia. La clase está ya cons treñida a la defen­
siva, lucha ya por su mera conservac ión (pese a lo agresivos que
pueden ser sus medios de lucha) : la clase burguesa ha perdido inapela­
blemente su capacidad de dirección.

40 Das Kapital [ El C ap ital], I, 321 . [ Ma rx, E l ca p ital, op. cit., Tomo l, vol. 2, p.
434 . ( N . del E.)]
r
.
.

1 71

IV

El m ateria l ismo h istórico tiene u na fu nción decisiva en esa


l u cha p or la conciencia. El proletar iado y la burguesía son clases
coo rd i nadas en lo ideológico igua l que en lo económico. E l m is mo
p roceso que, desde el punto de v ista de la bu rguesía, se presenta
como un p roceso de descomposición, como una crisis permanen­
te, significa para el p roleta riado -au nque también, por sup uesto,
en forma de crisis- la acu mu lación de fuerzas, el trampol ín para
la vic tor ia. Ideológicamente esto s ig n i fica que la m isma creciente
comprensión de la esencia de la sociedad, en la que se refleja la len­
ta agonía bu rguesa, redunda p ara el p roleta riado en un consta nte
aumento de fuerzas. La verdad es pa ra el p roletariado un a rma v ic­
toriosa: y ta nto más v ictoriosa cuanto más desconsiderada. La cóle­
ra de la desesperación con la cua l la c iencia de la bu rguesía com­
bate el materia l ismo d ia léctico se hace de este modo comprensible:
ella estará perd ida en cuanto que se vea obl igada a ponerse en ese
terreno. Lo cua l, a su vez, permite comprender por qué el p roleta­
riado y sólo el proleta riado tiene en la recta comprensión de la esen­
cia de la sociedad un factor de fuerza de p r i merísima fi la, e incluso el
arma c lara mente decisiva41 •
Los marxistas vulgares ha n ignorado s iempre esta pecu l ia r fun­
ción de la conciencia en la lucha de clases del proletar iado, y han
entroni zado u na mezqu i na "política rea l is ta" en el lugar de la gran
lucha de princ ipios que apela a las c uestiones ú lt imas del proceso
económ ico objetivo. Como es natu ra l, el p roletariado t iene que p a r­
tir de los datos de la s ituación in mediata. Pero se d istingue de las
demás c lases por el hecho de que no se detiene ante los acaecimien­
tos singu la res de la h is toria, ni ta mpoco se deja si mpl emente a rras­
trar por ellos, sino que constituye él m is mo la esencia de las fuerzas
motoras y actúa centra l mente sobre el centro m ismo del proceso del
desarrollo social. Los marxistas vu lga res, al a leja rse de ese p unto
de vista centra l, del pu nto metódico en que se engendra la concien­
cia de clase proletaria, se sitúan en el plano de conciencia de la burgue­
sía. Y sólo a u n marx ista vu lga r puede sor prenderle que, puestos en
ese p la no, en el ter reno de lucha de la bu rguesía, ésta resu lte econó­
mica e ideológ ica mente superior al p roleta r iado. Y sólo el marx ista

-i 1 Sacr istán t raduce "redonda1ne nte e l a rn1a d e la decis ión". ( N. del E.)
1 72

vu lgar es capaz de infer ir de ese hecho, causado exclusivamente


por su actitud, la superioridad de la burguesía como tal y en general.
Pues es obvio que, prescindiendo incluso de sus medios de fuerza
reales, la burguesía tiene, en es te terreno, más conocimientos, ruti­
nas, etc., a d isposic ión; ni tampoco puede sorprender el que, cuan­
do su enemigo acepta su propia concepción básica, la burguesía se
encuentra, sin méritos propios, en una posición de super ioridad. La
superioridad del proleta riado sobre la burguesía, que le es en todo
lo demás superior -intelectual mente, organizat ivamente, etc.-, estri­
ba exclusivamente en que el proletariado es capaz de contemplar la
sociedad desde su mismo centro, como un todo coherente, y, por lo
tanto, es tamb ién capaz de actuar de un modo consecuente con su
posición42 que transforme la real idad entera. Esa superior idad con­
siste en que para la conciencia de clase del proletar iado la teoría y
la práctica coi nciden, y en que, por lo tanto, el proletariado es capaz
de lanzar concientemente su propia acción como momento deci­
sivo en la balanza del desarrollo histórico. Cua ndo los marxistas
vulga res desgar ran esa unidad está n cortando el nervio que enla­
za la teoría proletaria con la acción proletaria en u na sola u nidad.
Reducen regresivamente la teoría a l tratam iento "'científico" de los
síntomas del desarrol lo social y hacen de la práctica u na agitac ión
sin base n i finalidad a merced de los resultados singulares de un
proceso cuyo domi n io i ntelectual metódico han abandonado.
La conciencia de c lase que se produce sobre ese fundamento
tiene que mostrar la m isma estructura interna que la de la bur­
guesía. Pero cuando, entonces, sa len empujados a la super ficie de
la conciencia, por la construcción del proceso, las mismas contra­
dicciones que en el caso de la burguesía, la consecuencia es mucho
más grave para el p roleta riado. Pues el autoengaño de la conciencia
"'falsa" que se produce en la burguesía está, por lo menos, en armo­
nía con su situación de clase, pese a todas sus contradicciones y a
toda su falsedad objetiva. Por supuesto que no puede salvarla de la
ru ina, de la constante agudización de estas contradicciones; pero
puede por lo menos da rle pos ibi lidades internas de segu ir luchan­
do, presupuestos internos inc luso de éxitos pasajeros. En cambio,
en el proletariado esa conciencia no sólo presenta las ind icadas

42Sacristán traduce "de un modo central ". Seg u i mos aquí la versió n i nglesa.
(N. del E.)
173

contradicciones i nternas (burguesas), s i no que n iega además las


necesidades de la acción imp uesta por la situación económ ica del
proletar iado, por va rias que sea n las ideas que él se haga a su respec­
to. El proletar iado t iene que obra r proleta riamente, pero su propia
teoría marxista vu lga r le desdibuja la perspectiva del ca m i no recto.
y esa contrad icción d ialéctica entre la acción proletaria objetiva y
económica mente necesaria y la teor ía marxista vu lgar (burguesa) se
encuentra en constante intensi ficación. O sea: la significación moto­
ra o inhibidora que tienen, respectiva mente, la teor ía verdadera y la
falsa aumentan al aproxima rse las luchas decisivas en la guerra de
las clases. El "rei no de la libertad", el fina l de la "preh istoria de la
humanidad" signi fica precisamente que las relaciones cosificadas
entre los hom bres, la cosi ficac ión, empieza a perder su poder sobre
el hombre y a entrega rlo a éste. Cua nto más se aproxima ese proceso
a su meta, ta nto más importante es la conc iencia que el proletaria­
do tenga de su tarea, su conciencia de clase, y tanto más i ntensa e
inmediatamente tiene que determ i nar esa conciencia sus acciones.
Pues el ciego poder de las fuerzas motoras no procede "automática­
mente" hacia su objetivo, su autod isolución, más que hasta l legar el
momento en que ese pu nto se encuentra en proxi midad a lcanzable.
Una vez dado objetivamente el momento de la transición a l "reino
de la l ibertad", la situación se manifiesta precisa mente en el hecho
de que las fuerzas ciegas lo son en sent ido l itera l, y empujan hacia
el abismo con energía creciente y aparentemente irresistible, mien­
tras que sólo la volu ntad conciente del proletariado puede p roteger
a la humanidad de una catást rofe. D icho de otra ma nera: una vez
inaugu rada la crisis económ ica defi nitiva del capitalismo, el destino
de la revolución (y, con él, el de la humanidad) depende de la 11zadurez ideo­
lógica del proletariado, de su conciencia de clase.
Con eso queda determi nada la pecu liar función que tiene la
conciencia de clase pa ra el proleta riado, a d i ferencia de su fu nción
para otras clases. P recisa mente porque el proleta riado corno clase
no puede l ibera rse sin supri m i r la sociedad de clases como ta l, su
conc iencia, la ú ltima conciencia de clase de la historia de la human i­
dad, tiene, por una parte, que coincid i r con la revelación de la esen­
cia de la sociedad y, por otra pa rte, tiene que consumar una unidad
cada vez más profu nda de la teoría y la práctica. Para el proleta­
riado, la "ideología" no es u na ba ndera bajo la cual luchar, ni una
capa d isimu ladora de sus verdaderos objetivos, s i no la final idad y
1 74

el arma mismas. Toda táctica del proletariado que no obedezca a


principios o carezca de ellos rebaja el materialismo h istórico a mera
"ideología", impone al proletariado un método de lucha b urgués (o
pequeño-burgués), y le arrebata sus mejores fuerzas, al atribu ir a
su conciencia de clase la función meramente concom itante o inhi­
bidora (lo cual es siempre inhibición para el p roletariado) de una
conciencia burguesa, en vez de la función activa de la conciencia
proletaria.

Por clara que sea, en cuanto a la esencia m isma de la cosa, la


relación entre la conciencia de clase y la situación de c lase para
el p roleta riado, hay, sin embargo, grandes obstáculos opuestos a
la real ización de esa conciencia en la realidad. En este punto hay
que considerar ante todo la falta de unidad dentro de la concien­
cia misma. Pues aunque la sociedad es en sí misma a lgo riguro­
samente un itario y aunque su proceso de desarrollo también lo
es, una y otro no son una unidad para la conciencia del hombre,
especialmente para la del que vive en la cosificación capitalista de
las relaciones como en un medio ambiente natural, sino que están
dados como multiplicidad de cosas y fuerzas independientes unas
de otras.
La escisión más l lamativa, y más rica en consecuencias, de la
conciencia proletaria se revela en la separación entre lucha eco­
nómica y lucha pol ítica. Marx43 ha insistido repetidas veces en la
inadmisibilidad de esa separación, mostrando que es propio de
toda lucha económica mutar en política (y a la inversa); pues bien,
pese a ello ha sido imposible extirpar de la teoría del proletariado
esa división entre lucha económica y lucha política. El motivo de
esa deformación de la conciencia de clase, de ese aparta miento de sí
misma, arraiga en la escisión dialéctica entre el objetivo singular y
el objetivo final, o sea, en ú ltima instancia, en la esc isión d ialéctica
de la revolución proletaria m isma.

43Elend der Philosphie [Miseria de la fi losofía, ed. a lemana], 164. B riefe und
A uszüge aus Briefen an F. A. Sorge und andere [Cartas y extractos de cartas a
F. A. Sorge y otros], 42 ss. [Ma rx, Miseria . . ., p. 259. ( N. del E .)]
1 75

Pu es las clases que en anteriores sociedades se vieron llama­


das al do m inio y, por lo tanto, fueron capaces de realiza r revolucio­
nes victoriosas, se encontraron subjetivamente ante u na tarea mucho
más fá cil, a causa precisa mente de la inadecuación de su concien­
cia de clas e respecto de la estructura económica subjetiva, o sea, a
cau sa de su inconciencia respecto de su propia función en el proce­
so del desarrollo social. Les bastó con imponer sus intereses inme­
diatos mediante la fuerza de que disponían, y el sentido social de
sus acciones les quedó siempre oculto, entregado a la ."astucia de
la razón" en el proceso social determ inado. Pero, el proletariado
se encuentra en la historia con la tarea de una transformación con ­
ciente de l a sociedad, tiene que producirse en su conciencia d e cla­
se la contrad icción d ialéctica entre el interés inmediato y la meta
ú ltima, entre el momento singu lar y el todo. Pues el momento sin­
gular del proceso, la situación concreta con sus concretas exigen­
cias, es por su natu raleza inmanente a la actual sociedad, a la socie­
dad capita lista, se encuent ra sometida a sus leyes y a su estructura
económica. Y no se hace revolucionaria más que si se inserta en la
concepción tota l del p roceso, cuando se introduce con referencia a l
objetivo ú ltimo, remitiendo concreta y concientemente más al lá de
la sociedad capital ista. Pero eso significa, subjetivamente conside­
rado, para la conciencia de clase del proletariado, que la relación
dialéctica entre el interés inmediato y la acción objetiva orientada
al todo de la sociedad queda situada en la conciencia del proletaria­
do m ismo, en vez de desarrollarse, como ocurrió con todas las cla­
ses anteriores, más allá de la conciencia (atribuible), como proceso
puramente objetivo. La v ictoria revolucionaria del proletariado no
es, pues, como para las demás clases anteriores, la realización inme­
diata del ser socialmente dado ·de la clase, sino -como ya lo v io y formu ló
agudamente el joven Marx- la autosuperación de la clase. El Manifiesto
Comunista formula esa diferencia del siguiente modo:

"Todas las clases anteriores que conqu istaron para sí el dominio intenta­
ron asegura r la posición que ya habían logrado en la vida sometiendo la socie­
dad entera a las condiciones de su logro. Los proletarios no p ueden con­
quistar para sí las fuerzas socia les de producción más que suprimiendo
su propio ante rior modo de apropiación y, con ello, todo modo de apropiación
existente hasta ahora".44 (Cursiva mía.)

44Marx, Carlos y Feder ico Engels: Manifiesto del Partido Comunista, A nteo,
1 76

Esta dialéctica interna de la situación de clase dificu lta, por u n


lado, el desarrol lo de la conciencia de clase proletaria a d iferencia
del caso de la bu rguesía, que en el despl iegue de su concienc ia de
clase pudo quedarse en la superficie de los fenómenos, detenida en
la empi r ia más abstracta y grosera, m ientras que para el proleta­
riado, y ya en estadios muy prim itivos de su desarrollo, el rebasa­
miento de lo i n med iatamente dado fue una impos ición básica de su
lucha de clases. (Marx45 lo subraya ya en sus observaciones acerca
del levantam iento de los tejedores de Silesia.) Pues la situación de
clase del proleta riado presenta la contrad icción directamente a su
conciencia, mientras que las contrad icciones que para la burguesía
resulta n de su situac ión de clase tenían que darse como limitaciones
extremas de su conc iencia. Pero, por otra parte, esa contrad icción
sig n i fica que la conciencia "fa lsa" tiene en el desa rrollo del prole­
tariado u na fu nción completamente distinta que en cualquier cla­
se anterior. Pues mientras que i ncluso observaciones correctas de
hechos o momentos sueltos del desarrollo mostraron en la concien­
cia de clase de la bu rguesía, por su relación a l todo de la sociedad,
las l imitaciones de esa conciencia y se revelaron como "falsa" con­
c iencia, en ca mbio, hasta en la conciencia "falsa" del proletariado,
hasta en sus errores de hecho, hay u na tendencia objetiva a la verdad.
Bastará a este propósito con a ludir a la crítica social de los auto­
res utópicos, o a la u lterior y revolucionar ia elaboración de la teo­
ría de Ricardo. A propósito de esta ú ltima escribe categóricamente
Engels46: "Pero incluso lo que es falso económico-formalmente pue­
de aún ser verdadero desde el punto de vista histórico-u n iversa l...
Tras la incorrección económ ico-formal puede esconderse un conte­
n ido económico muy verdadero." Sólo con eso se hace resolub le la
contradicción en la conciencia de clase del proletariado, y se hace
al m ismo tiempo factor conciente de la historia. P ues la tendencia
objetiva a la verdad que a l ienta inclu so en la conciencia "fa lsa" del
proletariado no signi fica en modo alguno la posibilidad de que esa
verdad apa rezca por sí m isma a la luz, sin u n esfuerzo activo del
proletariado. A l contrario. Sólo aguzando la conciencia med iante

Bs. As., 1986, p. 49. Sacristá n t raduce "'existido" en lugar de "existente". ( N .


del E.)]
45Nachlass [ Póst u mos) 1 1, 54.
-i6Prólogo a Elend de r Ph ilosophie [Miseria de la fi losofía, ed . a lem.a na), l X-X.
[ Marx, Miseria , op. cit., p. 49. ( N. del E.)]
. . .
] 77

una acción y u na autocrítica concientes se obtiene de la mera i nten­


cionalidad hacia la verdad, el imi n ando sus fa lsos recubrim ientos,
el conocim iento rea lmente verdadero, históricamente significa tivo
y social mente revolucionario. Ese conocim iento sería, c ierta mente,
imposible si no le su byaciera l a mencionada tendencia l idad obje­
tiva, de modo que en ese punto ta mbién se confi rma la frase de
Marx47 seg ú n la c u a l " la hu manidad no se plantea nunca más que
ta reas que puede resolver". Pero lo ú nico dado es, ta mbién en este
caso, mera mente la posib ilidad. La solución misma no puede ser sino
fruto del acto conciente del proleta riado. La misma estructu ra de
la concienc ia en que se basa l a ta rea h istórica del proletar iado, la
remisión más a l lá de la sociedad ex istente, acarrea la escisión d ia­
léctica de esa conciencia. Lo que en las demás c lases se ma n ifes­
tó como contraposición entre los i ntereses de clase y los intereses
de la sociedad, como contraposición entre el acto ind ividual y sus
consecuencias socia les, etc., y, por lo tanto, como l im itación ú lti­
ma de la concienc ia, se tra nsfiere en el caso del p roletariado, como
contraposición entre el interés momentáneo y el objet ivo final, a la
interior idad de la conciencia de clase proletaria misma. Por consi­
gu iente, lo que posibil ita la victoria material del proleta riado en la
lucha de clases es la superación i nterna de esa escisión dia léctica.
Ahora bien: esa m isma escisión abre cam ino a la comprensión
de que -como se destacó en el lema de este artícu lo- la conciencia
de clase no es la conciencia psicológica de proletarios i ndividuales,
ni la conciencia de su tota l idad (en el sentido de la psicolog ía de las
masas), sino el sentido, hecho conciente, de La situación histórica de la cla­
se. El interés particu lar y momentáneo en el cual se objetiva en cada
caso ese sentido, interés que no p uede nunca ignorarse si se qu iere
evitar que la lucha de clases del p roletariado reca iga en el estad io
más prim itivo de la utopía, puede tener, en efecto, dos fu nciones:
la de ser un paso en el sentido que l leva a la meta o la de encubrir
ésta. La decisión acerca de cuá l de las dos funciones desempeña rá
depende exclusivamente de la conciencia de clase del proletariado, y no de
la victoria o el fracaso en cada batalla aislada. Ma rx ha l la mado muy

47Zur Kritik (Cont r i b uc ión a la crít ica de la econom ía pol ít ica), LV I . [ La


ex p resión procede del " P rólogo a la Cont r ib uc ión a la crítica de la eco no ­
m ía pol ít ica. Ma rx, Cont ribución . . . , o p. cit., p . 5 . ( N. del E.)]
178

pronto la atención acerca de este peligro, particu larmente presente


en la lucha pura mente "económica" de los s ind icatos48:

"Al mismo t iempo, los t rabajadores ... no t ienen que exagera rse el resultado
fina l de esas luchas. No deben olvidar que luchan contra consecuencias, y
no contra las causas de esas consecuencias ..., que están aplicando paliat i­
vos, sin sanar la enfermedad. Por eso no deberían limitarse exclusivamen­
te a esas guerras de guerrillas, por otra p arte inevitables ..., sino esforzar­
se al mismo t iempo por la trasformación y util izar su fuerza o rganizad a
como u na palanca para la enajenación definitiva del sistema asalariado."

La fuente de todo optimismo se encuentra precisamente en la


tendencia a partir de los efectos y no de las causas, de las partes y
no del todo, de los síntomas y no de la cosa m isma: el opti mismo ve
en los intereses particulares y en la lucha p or ellos no un expedien­
te educat ivo para la lucha final, cuya decisión depende de la aproxi­
mación de la conciencia psicológ ica a la atrib uible, si no a lgo val ioso
en sí mismo, o, por lo menos, algo que ya por sí mismo acerca a la
meta; el optimismo se basa, en una palabra, en la confusión del es tado
efectivo o psicológico de conciencia de los proletarios con la conciencia de
clase del proletariado.
Lo grave prácticamente de esa confusión se aprecia viendo
que, por causa de el la, el proletariado muestra a menudo en su
acción una u nidad y u na compacidad49 mucho menores que las que
corresponderían a la unidad de las tendencias económicas objeti­
vas. La fuerza y la superioridad de la conciencia de clase verda­
dera y práctica estriba precisamente en la capacidad de descubrir
por detrás de los s íntomas div isores del proceso económico su uni­
dad con10 desarrol lo total de la sociedad. Pero en la época del capi­
ta lismo ese rnovimiento total o global no puede mostrar aún en
sus fonnas externas de mani festación ninguna unidad in1ned iata.
El fu ndamento económico de una crisis mundial, por ejemplo, es
sin duda unitario y, como ta l, comprensible u n ita riamente desde
el punto de vista económico. Pero su forma espacio-temporal de
man ifestarse será aislada en sucesión y hasta en simu ltaneidad,
no sólo según los diversos pa íses, sino también segú n las d iversas

48Lohn, Preis und Profit [Sala rio, precio y beneficio], 46- 47. [ Marx, "Sa lario . . . ",
op. cit., p. 510. ( N. del E.)]
490e compacto, sin fi su ras. DRAE ( N . del E.)
1 79

ramas de la producción de los d iversos países. Así pues, cuando


el pensamiento burgués "transforma los d iversos fragmentos de la
s ociedad en otras tantas sociedades sustantivas"5º comete sin duda
un error teorético grave, pero las consecuencias práct icas inmedia­
tas de esas falsas teorías responden perfectamente a los intereses
de clase capita listas. La clase bu rguesa es, por u na parte, i ncapaz,
desde el pu nto de v ista teorético general, de levantarse por enc i­
ma de la comprensión de particularidades y síntomas del proceso
económico (por la cual i ncapacidad se encuentra ta mbién en última
instancia condenada práct icamente a l fracaso). Pero, por ·otra par­
te, en la acción práctica i nmed iata de la v ida cotidi ana, le interesa
i n finitamente i mponer al proletar iado este t ipo de conducta. Pues
en este caso, y sólo en este caso, se i mpondrá claramente su supe­
r ioridad orga n izativa, etc., m ientras que la orga nización del pro­
letariado (completamente d iversa), su organizabilidad como clase, no
consegu i rá nu nca v igencia. Cuanto más avanza la crisis económica
del capita lismo, ta nto más clara mente se revela, incluso prácticamen­
te, esa u n idad del proceso económico. También se da, c iertamen­
te, en los t iempos lla mados normales, y en ellos ha s ido también
perceptible desde el punto de v ista de clase del proletar iado; pero
la distancia entre la forma apariencia ! y el funda mento ú ltimo era
demasiado d i latada para que en la acción del proletariado el hecho
pudiera suscitar consecuencias prácticas. La situación cambia en
los tiempos decisivos de crisis. La unidad del proceso total está
entonces a l alcance de la mano. Tanto que n i s iqu iera la teoría del
capita l ismo consigue sustraerse completamente a ella; aunque, de
todos modos, s igue sin serle plenamente accesible. En esta situación
la suerte del proletar iado y, ·con la suya, la del entero desarro�lo de
la human idad depende de que el proletar iado dé o no dé ese único
paso que es ya objetivamente posible. Pues aunque los diversos sínto­
mas de la crisis se presenten sueltos (según los países y las ramas
de la producción, como crisis "económ icas" o como crisis "polít i­
cas", etc.), y au nque, consigu ientemente, su reflejo en la conciencia
psicológica i n med iata de los trabajadores tenga ta mbién un ca rác­
ter inconexo, sin embargo, hoy es ya posible y necesa rio el reba­
samiento de esa conciencia: y capas constantemente crecientes del

50Elend der Philosophie [ M iseria de la filosofía, ed alema na], 92 . [ M a rx,


Miseria, op. cit., p. 175. (N. del E.)]
1 80

proletariado sienten ya instintivamente su necesidad. La teoría del


oportun ismo, cuya fu nción fue apa rentemente, hasta l legar a la cri­
sis aguda, meramente inhibitoria del desarrollo, muta ahora en sen­
tido completmnente contrario al proceso. El oportunismo t iende ahora
a i mped ir el ulterior desarrol lo de la conciencia de c lase proletari a a
pa rtir de su inmediatez pu ramente psicológica hasta la adecuació n
a l desarrollo genera l; tiende a rebajar la conciencia de clase del proleta­
riado al nivel de s u inmediatez psicológica, dando así al progreso, hasta
ahora instintivo, de la conciencia de c lase una d irección contraria
a sus fines. Esta teoría que, mientras no estaba dada la posib i l idad
práctica de u n i ficar la conciencia de clase proleta ria, aún pudo con­
siderarse, con a lgu na benevolencia, como un mero error, asume en
esta s ituación el ca rácter del engaño premeditado (con i ndependen­
cia de que sus portavoces sean psicológ icamente concientes de ello
o no lo sean). El oportunismo cumple ahora respecto de los acerta­
dos instintos del proletariado la misma fu nción que ejerció siempre
la teoría cap ita lista: denuncia la comprensión recta de la situación
económ ica global, la recta conciencia de clase del proletariado -y su
forma organizativa, el partido comun ista- como a lgo irrea l, como
un principio ajeno a los intereses "verdaderos" de los trabajadores
(o sea, a sus intereses inmediatos, aisladamente naciona les o profe­
sionales) y a su conciencia de clase "verdadera" (o sea, a la concien­
cia de c lase psicológ icamente dada).
Pero la conciencia de clase, aunque no sea una rea lidad ps icoló­
gica, no es tampoco una mera ficción. La marcha i n fi n itamente tor­
turada de la revolución proletaria, l lena de retiradas, su constante
vuelta a l punto de partida, su permanente autocrítica, de la que
Ma rx habla en su célebre pasaje del Dieciocho Bru1nario, encuentra
expl icación en la rea lidad de esa conciencia.
Sólo la conciencia del proletariado puede mostrar el camino que lle­
va fuera de la crisis del capitalismo. La crisis es permanente mientras
no ex iste esa conciencia, y v uelve a s u pu nto de partida, repite la
situación, hasta que al final, tras i n finitos sufrim ientos, tras terri­
bles rodeos, el aprendizaje empír ico de la historia consu ma el pro­
ceso de la conciencia del proleta riado y le entrega la di rección de la
h istoria. Pero el proletariado no tiene aqu í elección. Como ha dicho
Ma rx51, t iene que llega r a ser u na clase no sólo "'frente a l cap ita l",

5 1 Ele n d de r Philosophie [ Miseria de la fi losofía, ed a lema na], 162. [ M a rx,

,)
18 1

sino también "pa ra sí misma"; esto es: tiene que levanta r La necesi­
dad económica de su lucha de clase hasta una voluntad conciente,
hasta una conciencia de clase eficaz. Los humanitaristas y paci fis­
tas de clase que, quer iéndolo o no, trabajan por desacelera r ese pro­
ceso ya por sí mismo lento, doloroso y l leno de crisis, se aterrar ían
si comprend ieran los su frim ientos que cargan al proleta riado con
la prolongación de ese aprendizaje. Pues el proleta riado no puede
sustraerse a su misión. El problema consiste sólo en saber cuánto
tiene que su frir aú n hasta llegar a la madurez ideológica, a l cono­
cimiento adecuado de su situación de clase, hasta su conciencia de
clas e.
Cierto que esa vaci lación, esa oscu ridad misma, es u n síntoma
de c risis de la sociedad burguesa. El proletariado, como produc­
to del cap ita l ismo, tiene que esta r necesariamente somet ido a las
formas de ex istencia del que lo ha engendrado. Esa forma de exis­
tencia es la inhuma nidad, la cosi ficación. Sin duda: el proleta riado
es, por su mera existencia, la crítica, la negación de esas formas de
vida. Pero, a ntes de que se consu me la crisis objetiva cap ita l ismo,
antes de que el proletariado mismo consiga la plena comprensión
de esas crisis, la verdadera conciencia de clase, el proleta riado es
mera crítica de la cosi ficación y no se levanta, como ta l, por enc i ma
de lo negado más que negativamente. Aún más: si la crítica no con­
sigue ir más a l lá de la mera negación de una pa rte, si no apu nta, al
menos, a la tota l idad, entonces ni s iqu iera rebasa en ningú n sentido
lo negado, como se ve en la mezqu indad pequeño-bu rguesa de la
mayoría de los sind ica l istas. Esta crítica sin importancia, esta críti­
ca desde el pu nto de vista del cap ita l ismo, se revela del modo más
llamativo en la sepa rac ión de los d iversos campos de lucha. Ya el
n1ero hecho de la sepa ración indica que la conciencia del proleta ria­
do está aú n sometida a la cosificación. Aunque, natura lmente, le es
más fáci l da rse cuenta de la i n hu manidad de su situación de clase
en el terreno económ ico que en el pol ítico, y en el pol ítico, a su vez,
más fácil que en el cu ltu ral, sin emba rgo, todas esas sepa raciones
muestran precisamente el poder no superado de las formas de vida
capita listas en el proletar iado.
La conciencia cosi ficada se queda forzosa mente presa en los
dos extremos del emp i rismo grosero y de la utop ía abstracta,

Miseria , op. cit.� p. 257. ( N . del E.)]


...
182

análogamente y con la misma falta de perspectivas. Con ello la con­


cienc ia se convierte en mero espectador pasivo de un movimiento
de las cosas según leyes externas, sin poder intervenir de n ing ú n
modo en él, o bien se considera a sí m is ma como un poder qu e
consigue, a su objetiva voluntad,52 dominar el mov imiento de las
cosas, en sí sin sentido. Ya hemos considerado el empirismo en bru­
to de los oportunistas en su relación con la conciencia de clase de l
proletariado. Ahora interesa sólo comprender la función de la uto­
pía como rasgo esencial de la degradación i nterna de la conciencia
de clase. (La d istinción, puramente metodológ ica, aqu í establecida
entre empirismo y utopía no significa en absoluto que no puedan
unificarse en ciertas corrientes, y hasta en ciertos i nd iv iduos. La
verdad es que se presentan muchas veces juntos, y que tienen ade­
más u na íntima copertenencia.)
Los trabajos filosóficos del joven Marx se orientaban en gran
parte a conseguir una comprensión correcta de la función de la
conciencia en la historia frente a las diversas doctrinas falsas de
la conciencia (tanto la "ideal ista" de la escuela hegeliana cuanto
la "material ista" de Feuerbach). Ya el Epistolario de 1843 entiende
la conciencia como inserta en el desarrol lo. La conciencia no se
encuentra fuera del desarrollo h istórico. No tiene que esperar a que
el filósofo la introduzca en el mundo; razón por la cual el filósofo
no tiene derecho a contempla r orgu llosa mente de arriba abajo las
pequeñas luchas del mundo y despreciarlas. "Sólo mostra mos al
mundo aquel lo por lo cual propiamente lucha, y la conciencia es
cosa que no tiene más remedio que apropiarse aunque no quiera."
Por eso se trata sólo de "explicarle sus propias acciones"53• La gran
polém ica contra Hegel54 en La Sagrada Fam ilia se concentra princi­
palmente en torno de ese punto. La ambigüedad de Hegel consiste
en que su esp íritu absoluto no hace la h istoria sino apa rentemente,
y luego la resultante trascendencia de la conciencia respecto de los
hechos históricos ideales se convierte en manos de sus discípu los
en u na contraposición orgullosa -y reacciona ria- entre el "'Espíritu"

52Sacristán t raduce "a su objetiva volu ntad" donde las t raducciones cubana
e inglesa coinciden en traducir otra cosa: "someter a su voluntad -subje­
tividad- el movimiento de las cosas" y "its owen -subject ive- volit ion to
rnaster . ( N . del E.)
. ."

53 Nach lass [ Póstun1os], l, 382. [ Ma rx, Carta a Ruge, op. cit. ( N . del E.)J
5-ic fr. el artículo "¿Qué es marxismo ortodoxo? ".
183

y la "'Masa", cuyas ambigüedades, cuyos absu rdos y recaídas por


detrás del plano ya a lcanzado por Hegel ha criticado Marx sin
reservas. Como complemento de eso se tiene la crítica a forística
a Feuerbach. En éste se entiende la mundanidad de la conciencia,
alcanzada por el materialismo, como u n mero estad io del desarro­
llo, como estadio de 11la sociedad burguesa", a l que se contrapo­
ne la "actividad práctico-crítica", la "transformación del mundo"
como tarea de l a conciencia. Con eso se tenía el fundamento fi lo­
sófico para un ba lance de la utopía. Pues en el pensamiento utó­
pico se mani fiesta la misma dual idad de movimiento social y con­
ciencia del mismo. La conciencia abandona su más-a llá, entra en la
sociedad y la pasa del camino falso por el que d iscu rría a l cam ino
recto. El carácter no desarrollado del movimiento p roletario no per­
m ite a esos pensadores todavía ver en la historia m isma, en el modo
como el proletar iado se organ iza en clase, o sea, en la conciencia de
clase del proletariado, el portador del desarrollo. Todavía no son
capaces de "da rse cuenta de lo que ocurre a nte sus ojos y hacerse
órgano de ello"55•
Pero sería una i lusión creer que con esta crítica de la utopía, con
el conocimiento histórico de que se ha hecho objetivamente posible
un comportamiento ya no utópico respecto del desarrol lo h istórico,
la utopía quede materia lmente elim inada de la lucha liberadora del
proletariado. No queda eliminada más que en la medida y para los
estadios de la conciencia de clase en y para los cua les se han real i­
zado efectivamente la u nidad real de teoría y práctica descrita por
Marx, la intervención práctica y real de la conciencia de c lase en el
cu rso de la h istoria y, con ello, la comprensión práctica de la cosi­
ficación. Pero eso no ocurre u niformemente n i de u na vez. En este
punto aparecen gradaciones no sólo nacionales o "socia les", sino
tamb ién propias de la conciencia de clase de las m ismas capas obre­
ras. La sepa ración entre economía y política es el caso más carac­
terístico y también el más importante. 1-íay capas proletar ias que
tienen el instinto de clase acertado para su lucha económ ica, y has­
ta son capaces de levantarlo a conciencia de clase, pero, en cambio,
permanecen en un punto de vista completamente utópico cuando
se trata de la cuestión del Estado, por ejemplo. Es obvio q ue eso

55 Elend der Philosophie [Miseria de la filosofía, ed. alemana] , 109. Cfr.


Ñfanifiesto, I I I, 3. [ Marx, Miseria . . ., p. 1 73 y Manifiesto . , op. cit. ( N . del E.)] .
. . .

L
1 84

significa una div isión mecán ica. La v is ión utópica de la función de


la polít ica tiene por fuerza que repercuti r en las concepciones acer­
ca del desarrollo económico, pa rticularmente en las concepcion es
acerca del todo de la economía, en u na i nteracción d ia léctica (p or
ejemplo, teoría sind icalista de la revolución). Pues sin conocim ien­
to real de la i nteracción entre la economía y la polít ica es i mposib le
una lucha contra el entero sistema económ ico, por no hablar ya de
u na reorganización de toda la economía. Lo poco que está supera­
do el pensamiento utópico ya en este estadio, el más próxi mo a los
i ntereses v itales i n mediatos del proletar iado y en el que más c lara­
mente perm ite descubrir la actual crisis en la marcha de la h isto­
ria cuál es la conducta correcta, se apreci a por el efecto de teorías
completamente utópicas como la de Bal lod o la del soc ia l ismo gil­
dista.56 Esta estructura t iene que revelarse aún más crasamente en
todos los terrenos en los que el desa r rollo socia l no ha madurado
todav ía tanto como para produci r por sí m ismo la posibi lidad obje­
tiva de una consideración de la tota l idad. Esto se aprecia del modo
más claro en el comportam iento teorético y p ráctico del proletaria­
do respecto de cuestiones pu ra mente ideológicas, respecto de las
cuestiones de la cu ltura. Estas cuestiones ocupa n hoy una posición
prácticamente a islada en la conciencia del p roletariado; todavía no
se ha presentado en absoluto a la conciencia su conexión orgán ica
con los i ntereses v itales i nmediatos de la c lase y con la tota l idad de
la sociedad. Por eso lo consegu ido en este terreno rebasa muy pocas
veces la mera autocrít ica del cap ita lismo, rea l izada por el proleta­
riado. Y por eso lo positivo logrado en este campo, tanto en la teoría
cuanto en la práctica, t iene u n ca rácter cas i pu ramente utópico.
Esas gradaciones son, pues, por una parte, necesidades h istóri­
cas objetivas, d i ferencias en cuanto a pos ib i l idad objetiva de con­
ciencia (conexión entre la pol ítica y la econom ía, a d i ferencia de
las cuestiones cultu rales); pero, por otra pa rte, cuando existe la
pos ibil idad objetiva de la conciencia, signi fica n gradaciones en la

56El socialismo g u i ld ista (o g remial) era u n a corriente que pretendía cons­


tru i r el socialismo a partir de los sind icatos, de t ipo cooperativo. Se ori­
g i nó en I nglaterra y tuvo fuerza a comienzos del siglo X X . Su pri ncipa l
defensor fue G. D. H. Cole. Las g u i ldas tienen raíces tned ieva les en los
"gremios'' merca nt i les, asociaciones de con1erci antes. Carl Ba llod (1864-
193 1), econonüsta preocupado por La pla n i ficación y teórico del capita­
lismo de Estado. (N. del E.)

185

distancia entre la conciencia de clase psicológica y el conoci mien­


to adecuado de la situación tota l. Estas gradac iones no pueden ya
reducirse a causas económico-socia les. La teoría objetiva de La con­
cienc ia de clase es la teoría de su posibilidad objetiva. Desgraciada mente,
no está práctica mente estudiado el a lcance de la estratificación de
problemas y la estrati ficación de los intereses económ icos dentro del
proleta riado, problemática cuyo estud io l levar ía sin duda a resu l­
tados muy i mportantes. Por profunda que fuera la sistemática típ i­
ca de las estrati ficaciones en el proletar iado y en los problemas de
la lucha de c lases, siempre se presentaría en el la la cuestión de la
rea lización efectiva de la posibilidad objetiva de la conciencia de
clase. Mientras que en otras épocas esta cuestión no se planteaba
más que para individuos extraord inarios (piénsese en la previsión,
n ada utóp ica, del p roblema de la d ictadura en la obra de Marx), hoy
día se ha convertido en un problema real y actua l pa ra toda la cla­
se: el problema de la transformación interna del proletar iado, de
su desarrol lo hasta el estadio correspondiente a su propia m isión
histórica objetiva. Una crisis ideológica cuya solución posibilitará
finalmente la solución práctica de la crisis económica mu ndial.
Acerca de la longitud del camino que el proletariado tiene que
recorrer ideológicamente, sería muy pel igroso hacerse i lusiones.
Pero no menos lo sería subestimar las fuerzas que en el seno mis­
mo del p roletariado actúan en el sentido de la superación ideológi­
ca del capital ismo. El mero hecho de que toda revolución proleta­
ria produ zca el órga no de lucha del proleta riado entero, capaz de
desarrollarse hasta ser órgano estatal, el consejo obrero, y de que
lo produzca de un modo cada vez más rad ical y consciente, es, por
ejemplo, u na seña l de que la conciencia de c lase del proleta r iado se
encuentra en este pu nto en situación de supera r victor iosa mente la
naturaleza bu rguesa de su capa dirigente.
El consejo obrero revoluciona rio, que nunca debe con fund i rse
con sus ca ricatu ras oportunistas, es una de las formas por las cua­
les ha luchado incesantemente la conciencia de la c lase proleta r ia
desde su nacim iento. La existencia y el consta nte desarrol lo de ese
órgano muestran que el proletariado se encuentra ya en el un1bra l
de s u propia conciencia y, con el lo, en e l u mbra l de la v ictoria . Pues
el consejo obrero es la superac ión polít ico-econónl ica de la cos i fi­
cación cap ita l ista. Del m ismo modo que en la fase poster ior a la
dictadu ra ha de superar la d ivisión bu rguesa entre la leg islación,
186

la administración y la jurisprudencia, así también está l lamad o, ya


en la lucha por el poder, a superar la dispersión espacio-temp ora l
del proletariado y a poner la econom ía y la política en la uni dad
verdadera de la acción proletaria, contribuyendo de este modo a
conci liar la escisión dialéctica entre el interés inmediato y el obj e­
tivo ú ltimo.
Por todo eso no hay que ignora r nunca la distancia que separa el
estado de conciencia de los trabajadores, incluso de los más revolu­
cionarios, de la verdadera conciencia de clase del proletariado. Pero
este hecho se explica él m ismo por la doctrina marxista de la lucha
de clases y la conciencia de clase. El proletariado se realiza a sí m ismo
al suprimirse y superarse, al combatir hasta el final su lucha de clase y pro­
ducir así la sociedad sin clases. La lucha por esa sociedad, mera fase de
la cual es incluso la dictadura del p roletariado, no es sólo una lucha
con el enemigo externo, con la burguesía, s i no también y a l mis­
mo tiempo una lucha del p roletariado consigo mismo, con los efectos
destructores y humillantes del sistema capita lista en su concien­
cia de clase. El proletariado no consegu irá su victoria rea l más que
cuando haya superado esos efectos en sí mismo. La separación de
los diversos terrenos que debería n estar u nidos, los diversos esta­
dios de la conciencia a lcanzados por el proleta riado hasta ahora en
los diversos terrenos de su lucha, son u n termómetro exacto de lo
que ya ha conseguido y de lo aún t iene que consegui r. El proleta­
riado no puede ahorrarse ninguna autocrítica, pues sólo la verdad
puede aportarle la victoria: la autocrítica ha de ser, por lo tanto, su
elemento vita l.

Marzo de 1920
La cosificación y la
conciencia del proletariado

"'Ser radical es a ferra r las cosas por la raíz.


Mas, para el hombre, la raíz es el hombre mismo."

Marx, Contribución a la crítica


de la filosofía hegeliana del derecho

No es en modo alguno casua l que las dos grandes obras madu­


ras de Marx dedicadas a exponer la totalidad de la sociedad capi­
talista y su carácter básico empiecen con el análisis de la mercan­
cía. Pues no hay n i ngún problema de ese estad io evolutivo de la
humanidad que no remita en ú ltima instancia a dicha cuestión, y
cuya solución no haya de buscarse en la del enigma de la estructu­
ra de la mercancía. Es cierto que esa general idad del problema no
puede alcanzarse más que si el planteamiento logra la amplitud
y la profundidad que posee en los análisis del propio Marx, más
que si el problema de la mercancía aparece no como problema a is­
lado, ni siqu iera como problema central de la economía entendida
como ciencia espec ial, sino como problema estructural central de la
sociedad capita lista en todas sus manifestaciones vitales. Pues sólo
en este caso puede descubrirse en la estructura de la relación mer­
cantil el prototipo de todas las formas de objetividad y de todas las
correspondientes formas de subjetividad que se dan en la sociedad
burguesa.

El fenómeno de la cosificación
1

La esencia de la estructura de la mercancía se ha expuesto muchas


veces: se basa en que una relación entre personas cobra el carácter
de una coseidad y, de este modo, u na "objetiv idad fantasmal" que
1 87
188

con sus rígidas leyes propias, aparentemente conclusas del to do y


racionales, esconde toda huella de su naturaleza esencial, al ser u n a
relación entre hombres. No estudiaremos aquí lo central que se ha
hecho esta cuestión para la economía m isma, ni las consecuencias
que ha tenido el abandono de ese p unto de partida metódico en la s
concepciones económ icas del marxismo vu lgar. Aquí, presupon ie n­
do el anál isis económ ico de Marx, nos limitaremos a seña lar lo s
problemas fundamentales que resultan del carácter de fetiche de la
mercancía como forma de objetividad y del comportamiento subje­
tivo correspondiente; la comprensión de ese problema es condición
necesaria para una clara visión de los problemas ideológicos del
capita l ismo y de su muerte.
Pero a ntes de tratar el problema m ismo tenemos que dejar en
claro que el problema del fetich ismo de la mercancía es un proble­
ma específico de nuestra época, un problema del capital ismo nzoder­
no. Como es sabido, ya en estadios evolutivos muy primitivos de la
sociedad ha habido tráfico mercanti l y, con él, relaciones mercan­
tiles objetivas y subjetivas. Pero lo que aqu í i mporta es otra cosa:
en qué medida el trá fico mercanti l y sus consecuencias estructura­
les son capaces de influir en la v ida entera de la sociedad, igual la
externa que la interna. Importa, pues, el problema de la medida en
la cua l el tráfico mercantil es la forma domina nte del intercambio o
metabolismo de u na sociedad, y esa cuestión no puede resolverse
de un modo simplemente cuantitativo concorde con las modernas
costumbres de pensam iento, ya cosificadas bajo la influencia de la
forma dominante de la mercancía. La d iferencia entre una sociedad
en la cual la forma mercanc ía es la dominante, la forma que in fluye
decisivamente en todas las manifestaciones de la vida, y una socie­
dad en la cua l esa forma no apa rezca sino episódicamente es más
bien u na diferencia cual itativa . Pues todos los fenómenos subjeti­
vos y objetivos de las sociedades en cuestión cobra n, de acuerdo
con esa d i ferencia, formas de objetiv idad cual itativa mente d iver ­
sas. Marx ha subrayado el carácter episódico de la forma mercancía
pa ra la sociedad prim itiva1 :

1 Zur Kritik de r politischen Ókonomie [Contribución a La crít ica de La econo m ía


pol ítica], pág. 30. [Marx, Contribución . . . , op. cit., p. 34. Sacristán traduce
"forma exenta" donde correg imos por "forma i ndependiente" s igu iendo
la traducción cubana y al DRAE. ( N . del E.)]
189

"El tráfico por trueque inmediato, la forma natura l del proceso de inter­
cambio, representa mucho más la transformación i ncipiente del valor de
uso en mercancía que la de las mercancías en d i nero. El valo r de cambio
no cobra todavía forma independ iente, sino que está aún inmediatamente
vinculado a l valor de uso. Esto se aprecia de dos maneras. La producción
misma, en su construcción global, se orienta al valor de uso, no al valor
de cambio, razón por la cual los va lores de uso sólo dejan de ser valores
de uso y se transforman en medios de intercambio, en mercancías, por su
exceso respecto de la medida en la cual se requieren para el consu mo. Por
otra parte, cuando se convierten en mercancías lo hacen sólo dentro de los
l ímites del valor de uso inmediato, au nque en el esquema de u na distribu­
ción polar, de modo que las mercancías que intercambian los poseedores
de ellas han de ser valores de uso para a mbos sujetos, precisamente, empe­
ro, valor de uso para el que no la posee antes del acto. En realidad, el pro­
ceso de intercambio de mercancías no aparece orig i nariamente en el seno
de la comunidad espontánea, sino en las zonas terminales de esas comu­
nidades, en sus fronteras, en los pocos puntos en que entran en contacto
con otras comunidades. Aquí empieza el tráfico, desde esa zona repercute
hacia el interior de la comu nidad, en la que t iene u n efecto d isolutorio."

La afi rmación del carácter disolvente del tráfico mercanti l en su


repercusión hacia el interior de la comun idad alude claramente a l
cambio cualitativo or iginado en e l dom inio d e la mercancía. Pero
tampoco esa influencia en el i nterior de la estructura social bas­
ta para hacer de la forma mercancía la for ma constitutiva de u na
sociedad. Hace falta además -como varias veces se ha subrayado­
que esa forma penetre todas las man ifestaciones v itales de la socie­
dad y las transforme a su i magen y semejanza, sin limitarse a enla­
zar procesos independientes de ella y orientados a la p roducción de
valores de uso. La diferencia cualitativa entre la mercancía como
forma (entre muchas) del i ntercambio socia l entre los hombres y
la merca ncía corno forma u niversal de configuración de la socie­
dad no se manifiesta sólo en el hecho de que la relación mercanti l,
cuando es sólo fenómeno a islado, tiene u na i nfluencia sumamen­
te negativa en la estructura y la articulación de la sociedad; sino
que la d i ferencia repercute ta mbién en la natura leza y la vigencia
de la categoría mercancía m isma. Ta mbién como for ma un iversal
muestra la for ma mercancía, considerada en sí m isn1a, u na i magen
distinta de la que presenta en cuanto fenómeno particu la r, a islado,
no dominante. El hecho de que las situaciones de t ransición sean
190

numerosas y fluidas no debe esconder la d i ferencia decisiva. As í,


por ejemplo, destaca Marx como característicos de un tráfico mer­
canti l no dominante los rasgos sigu ientes2:

" La proporción cuantitativa según la cual se i ntercambian los produc­


tos es por de pronto plenamente casual. Los productos asumen forma de
mercancía en la med ida en que son algo i ntercambiable en general, o sea,
exp resiones de la misma tercera cosa. La persistencia del intercambio y la
producción reg ular para el intercambio van elimina ndo progresivamen­
te ese carácter casual. Al principio, sin embargo, no para los productores
y los consumidores, sino para el mediador entre ambos, para el merca­
der, que compara los precios en dinero y se beneficia de la d iferencia. Con
este movimiento m ismo el comerciante estatuye la equivalencia. El ca p it al
mercanti l no es a l principio más que el movimiento mediador entre extre­
mos a los que no domina, y entre presupuestos que no crea él mismo."

Este desarrollo de la forma mercancía hasta convertirse en ver­


dadera forma dominante de la sociedad entera no se ha producido
hasta el capital ismo moderno. Por eso no debe sorprender que el
carácter personal de las relaciones económicas apareciera aún rela­
tivamente claro a comienzos del desarrollo capitalista, pero que, a
medida que el p roceso progresaba, a med ida que se producían for­
mas más complicadas y más mediadas, la penetración de la mirada
a través de esa cáscara cósica se fuera haciendo cada vez más di fícil
e infrecuente. Según Marx, la situación es como sigue:3

" En formas sociales anteriores, la misti ficación económica no se p resenta


fu ndamenta lmente más que respecto del dinero y del capital que apor­
ta intereses. La mistificación económica queda excluida, por la naturale­
za misma de la cosa, en primer lugar cuando predomina la p roducción
para el valor de uso, para l as propias necesidades inmediatas; en segun­
do lugar, cuando, como ocurrió en la Antigüedad y en la Edad Media, la
esc lavitud o la servidumbre constituyen la amp l ia base de la producción
socia l : el dominio de las condiciones de la producción sobre los producto­
res se esconde en estos casos bajo las relaciones de señorío y serv idumbre,

2 Das Kapital [El Capital], I I I, I, 314. [Marx, El capital . . ., o p. cit., Tomo III, vol.
6, p. 422. (N. del E.))
3Das Kapital [El Capital], 1 1, 11, 367. [ Ma rx, El capital . . , op. cit., Tomo I I I, vol.
.

8, p. 1 .056. Sacristá n remite, er róneamente, al segu ndo tomo. ( N . del E .)]


191

bajo la relación señor-siervo, relaciones que se manifiestan y son visibles


como motores inmediatos del p roceso de producción."

Pu es la mercancía no es conceptuable en su naturaleza esencial


si n fa ls ear más que como categoría u niversal de todo el ser social.
S ólo en este contexto cobra la cosificación p roducida por la relación
m ercantil u na importancia decisiva, tanto para el desarrollo objeti­
vo de la sociedad como para la actitud de los hombres respecto de
ella, para la sumisión de su conciencia a las formas en las que se
expresa esa cosificación, para los intentos de entender el proceso o
de rebelarse contra sus mortales efectos y l iberarse de la servidum­
bre de esa "segunda naturaleza" producida. Marx ha descrito así el
fenómeno básico de la cosi ficación4:

"El misterio de la forma mercancía consiste, pues, simplemente, en que


presenta a los hombres los caracteres sociales de su propio t rabajo como
caracteres objetivos de los productos mismos del trabajo y, por lo tanto,
también la relación social de los productores al trabajo total como u na
relación social entre objetos que existiera al margen de ellos. Por obra de
este quid pro quo los productos del trabajo se convierten en mercancías,
en cosas suprasensibles o sociales ... Es pura y simplemente la determinada
relación social entre los hombres mismos la que asume entonces para ellos
la forma fantasmagórica de una relación entre cosas."

Al examinar ese hecho básico estructural hay que observar a nte


todo que por obra de él el hombre se enfrenta con su p ropia activ i­
dad, con su propio trabajo, como algo objetivo, independiente de él,
como con algo que lo domina a él m ismo por obra de leyes ajenas
a lo humano. Y eso ocurre tanto desde el punto de vista objetivo
cuanto desde el subjetivo. Ocurre objetivamente en el sentido de
que surge un mundo de cosas y relaciones cósicas cristalizado (el
mundo de las mercancías y de su mov i miento en el mercado), cuyas
leyes, aunque paulatinamente van siendo conocidas por los hom­
bres, se les contraponen siempre como poderes invencibles, autó­
nomos en su actuación. E l conocimiento de esas leyes puede sin

4Das Kapital [ El Capital], I, 38-39. Acerca de esa contraposición cfr., desde un


punto de vista pu ra mente económico, la d i ferencia entre intercambio de
mercancías según su valor y segú n sus precios de producción, El Capital,
Ill, 1, 156 ss. [ Marx, El capital , op. cit., Tomo 1, vol. 1, p. 88. ( N . del E .)]
. . .
1 92

duda ser aprovechado por el individuo en su beneficio, per o s in


que tampoco en este caso le sea dado ejercer mediante su activ i dad
una influenc ia transformadora en el decu rso rea l. Y subjetiva m en­
te porque, en u na econom ía mercantil completa, la activ ida d del
hombre se le objetiva a él m ismo, se le convierte en mercancía qu e,
sometida a la objetividad no humana de unas leyes naturales de la
sociedad, t iene que ejecutar sus movim ientos con la m isma inde­
pendencia respecto del hombre que presenta cualquier bien para la
satisfacción de las necesidades convertido en cosa-mercancía. "Así
pues, lo que caracteriza la época capital ista", escribe Marx5, "es qu e
la fuerza de trabajo ... toma para el trabajador mismo la forma de
u na mercancía que le pertenece. Por otra parte, éste es el mome n ­
to en el cual se genera liza la forma mercancía de los productos del
trabajo."
La u niversal idad de la forma mercancía condiciona, pues, tanto
subjetiva cuanto objetivamente, una abstracción del trabajo huma­
no, el cual se hace cosa en las mercancías. (Por otra pa rte, y recípro­
camente, su posibi lidad histórica está a su vez condicionada por la
ejecución real de ese proceso de abstracción.) Objetiva mente, por el
hecho de que la forma mercancía como forma de la igualdad, de la
intercamb iabilidad de objetos cual itativamente d iversos, no es posi­
ble más que considerando esos objetos como formalmente iguales
en ese respecto que es, por supuesto, el que les da su objetividad de
mercancías. El principio de su igualdad formal no puede basarse
más que en la naturaleza de esos objetos como productos del tra­
bajo humano abstracto (o sea, formal mente igual). Subjetivamente,
porque esa igualdad forn1al del trabajo humano abstracto no sólo
es el común denominador al que se reducen los d iversos objetos
en la relación mercantil, sino que se convierte además en princi­
pio real del proceso de producción efectivo de las mercancías. Evi­
dentemente no podemos proponemos aquí el describir ese proceso,
la génesis del moderno proceso de trabajo, del trabajador "l ibre"
a islado, de la d ivisión del t rabajo, etc., ni siquiera esquemát ica men­
te. Lo único que aquí i mporta es comprobar que el trabajo propio
de la división cap ita lista del trabajo -el trabajo abstracto, igual,
comparable, med ib le con exactitud siempre creciente por el tiempo

5Das Kapital [El Capital], I, 133 . [ Marx, El capital . , op. cit., Tomo I, vol.
. . l, p.
207, nota 41. ( N. del E.)]
1 93

de trabajo socia lmente necesario- surge a la vez como producto


y como presupuesto de la producción capitalista, en el curso del
desarrollo de ésta; y sólo en el curso de ésta, por tanto, llega a ser
una categoría social, la cual influye decisivamente en la forma de
la objetividad tanto de los objetos cuanto de los sujetos de la socie­
dad así nacida, de su relación con la natu raleza y de las relaciones
con ella posibles entre los hombres6• Si se estudia el camino reco­
rrido por el desarrol lo del proceso del trabajo desde el artesanado,
p asan do por la cooperación y la manufactura, hasta la industria
maquin ista, se observa una creciente racional ización, una progre­
siv a eli mi nación de las p ropiedades cualitativas, humanas, ind iv i­
du ales del trabajador. Por una parte, porque el proceso de trabajo
se des com pone cada vez más en operaciones parciales abstracta­
m e nte racionales, con lo que se rompe la relación del trabajador con
el producto como un todo, y su trabajo se reduce a una función
es pecial que se repite mecánicamente. Por otra parte, porque en esa
racionalización y a consecuencia de ella se produce el tiempo de
trabajo socia lmente necesario, el fundamento del cálculo raciona l,
p rimero como tiempo de trabajo med io registrable de modo mera­
m ente empírico, más tarde, a través de una creciente mecanización
y racional ización del proceso de trabajo, como tarea objetivamente
calcu lable que se enfrenta al trabajador con una objetiv idad crista­
l izada y conclusa. Con la descomposición moderna, 11psicológica"
del proceso de trabajo (sistema Taylor), esta mecanización racional
penetra hasta el "alma" del trabajador: hasta sus cualidades psico­
lógicas se separan de su personal idad total, se objetivan frente a él,
con objeto de insertarlas en sistemas raciona les especializados y
reducirlas al concepto calculístico7•
Lo principal es para nosotros el principio que así se impone: el
princip io del cálcu lo, de la racional ización basada en la calcula­
bilidad. Las transformaciones decisivas que con él se producen en
el sujeto y el objeto del proceso económico son las siguientes: en
primer lugar, la computabi lidad del proceso del trabajo exige una

6Cfr. Das Kapital [El Capital], I, 286-287, etc. [Marx, El capital . . ., op. cit.,
Tomo l, vol. 1. ( N. del E.)]
7Todo este p roceso se expone histórica y sistemáticamente en el primer
volumen de El Capital. Los hechos mismos -aunque, por supuesto, sin refe­
rencia al problema de la cosificació n- se encuentran tamb ién en obras de
economistas bu rgueses, como Bücher, Sombart, A. Weber, Gottl, etc.
194

ruptura con la unidad del producto mismo, que es orgánico-irra­


cional y está siempre cualitativamente determinada. La racionali­
zación, en el sentido de un cálcu lo previo y cada vez más exacto
de todos los resultados que hay que a lcanzar, no puede conseguir­
se más que mediante una descomposición muy deta l lada de cada
complejo en sus elementos, med iante la investigación de las leyes
parciales esp eciales de su producción. Por lo tanto, t iene que rom­
p er con la producción orgánica de productos enteros, basada en la
combinación tradicional de procedimientos empíricos de trabajo: la racio­
nalización es inimaginable sin la especialización8• Así desapare­
ce el producto unitario como objeto del proceso de trabajo. El pro­
ceso se convierte en una conexión objetiva de sistemas parciales
racionalizados, c uya unidad está determi nada de un modo pura­
mente calculístico y los cuales, por lo tanto, tienen que presentarse
como recíprocamente casuales. La descomposición racional-calcu­
l ística del proceso del trabajo aniqui la la necesidad orgánica de las
operaciones parciales referidas las u nas a las otras y vinculadas en
u nidad en el producto. La unidad del producto en cuanto mercan­
cía no coincide ya con su u nidad como valor de uso: la indepen­
dencia técnica de las manipulaciones parciales de su producción
se expresa también económicamente, con la penetración del capi­
tal ismo en la sociedad, en la forma de independencia9 de las opera­
ciones parciales, de relativización creciente del carácter de mercan­
cía del producto en los d iversos estadios de la producción10• Y junto
con esa posibilidad de descomposición espacio-temporal, etc., de la
producción del valor de uso suele ir la composición espacio-tempo­
ral, etc., de manipulaciones parciales que, en cambio, se refieren a
valores de uso heterogéneos.
En segundo lugar, esa descomposición del objeto de la p roduc­
ción s igni fica al mismo tiempo y necesariamente el desga rram iento
de su sujeto. A consecuencia de la racional ización del p roceso del
trabajo las propiedades y las peculiaridades hu manas del trabaja­
dor se presentan cada vez más como meras fuentes de error respecto

8Das Kapital [El Capital], I, 451. [ Marx, El capital. , op. cit., Tomo l, vol. 2, p.
. .

415. ( N. del E.)]


9En los dos casos, en luga r de "'i ndependencia" Sacristán t raduce "inde­
pend ización". ( N . del E.)
10lbíd, 320, nota. [Marx, El capital . . ., op. cit., Tomo I, vol. 2, p. 41 1 . ( N . del
E.)]
195

d el funcionamiento racional y previamente calculado de esas leyes


p a rcial es abstractas. Ni objetivamente ni en su comportamiento
resp ec to del proceso del trabajo aparece ya el hombre como ver­
d a d ero po rtador de éste, sino que queda inserto, como parte meca­
n i za da, en u n sistema mecánico con el que se encuentra como con
a lgo ya completo y que funciona con plena independencia de él, y
a cuyas leyes tiene que someterse sin voluntad11 • Esta carencia de
voluntad se agudiza aún más por el hecho de que con la racional i­
zación y la mecanización crecientes del proceso de trabajo la acti­
vi dad del trabajador va perdiendo cada vez más intensamente su
carácter mismo de actividad, para convert i rse paulatinamente en
una actitud contemplativa12• La actitud contemplativa ante un proce­
so de leyes mecán icas y que se desarrolla independientemente de
la conciencia, sin i n fluenciación posible por una actividad humana,
p roceso, pues, que se manifiesta como sistema cerrado y conclu­
so, transforma también las categorías básicas del comportam iento
inmediato del hombre respecto del mundo: reduce espacio y tiem­
p o a un común denominador, n ivela también el tiempo según el
plano del espacio. "Por la subordinación del hombre a la máquina",
es cribe Marx1 3, se produce la situación

"de que los hombres se disipan a nte el trabajo y el péndulo del reloj se
convierte en metro exacto de la pro porción entre los rendimientos de dos
trabajadores, igual que lo es de la velocidad de dos locomotoras. Y así
habrá que decir no ya que una hora (de trabajo) de un hombre equivale a
una hora de otro hombre, sino que un hombre durante una hora vale tanto

como otro hombre durante una hora. El tiempo lo es todo y el hombre no

11Desde el punto de vista de la conciencia individual esa apa r iencia está


muy justificada. Desde el punto de vista de la clase, hay que observar que
esa sumisión es p roducto de una larga lucha que vuelve a reanudarse con
la organización del proletariado como clase, pero a un nivel superior y con
armas d iferentes.
1 2Das Kapital [El Capital], l, 338-339, 387-388, 425, etc. Es obv io que esa "'con­
templación" puede ser más cansada y enervante que la "actividad " arte­
sanal. Pero este punto cae fuera de nuestras consideraciones. [Lu kács cita
aquí varios pasajes del tomo 1 de El capital, especialmente volúmenes 1 y
2. (N. del E.)]
13Elend der Philosophie [ M iseria de la filosofía, ed. alemana], 27. [Marx,
Miseria . . , op. cit .., p. 99. ( N. del E .)]
.
1 96

es ya nada, como no sea la encarnación del tiempo. Ya no importa la c ua li­


dad. La cant idad sola lo decide todo: hora contra hora, d ía contra d ía ... "

Con ello p ierde el tiempo su carácter cualitativo, mutable, fl u­


yente; cristaliza en u n continuo l leno de "cosas" exactamente de li­
m itadas, cuantitativamente medibles (que son los "rendi mientos"
del trabajador, cosificados, mecánicamente objetivados, taja nte­
mente separados de la personal idad conjunta humana) y que es él
m ismo exactamente deli mitado y cuantitativamente med ible: un
espacio14• En este tiempo abstracto, exactamente medible, conver­
tido en espacio de la física, que es el mundo c ircundante de esta
situación, p resupuesto y consecuencia de la producción científica
y mecánicamente descompuesta y especial izada del objeto del tra­
bajo, los sujetos t ienen que descomponerse racionalmente de un
modo análogo. Por una parte, porque su trabajo parcial mecani­
zado, la objetivación de su fuerza de trabajo, se convierte en rea li ­
dad cotidiana permanente e insuperable, frente a su personalidad
total, consumando el proceso iniciado con la venta de esa fuerza de
trabajo como mercancía, de tal modo que también en este punto la
personal idad se degrada a ser espectador impotente de lo que ocu ­
rre con su propia existencia de partícula suelta, i nserta en un siste­
ma ajeno. Por otra parte, la descomposición mecán ica del proceso
de producción desgarra también los vínculos que en la producción
"orgánica" unían a los sujetos singu lares del trabajo en u na comu­
n idad. La mecanización de la producción hace de ellos, también
desde este punto de v ista, átomos aislados abstractos, los cuales no
son ya copartíc ipes de u n modo orgánico i nmediato, por sus rendi­
m ientos y actos de trabajo, sino que su cohesión depende cada vez
más exclusivamente de las leyes abstractas del mecanismo en el
que están insertos y que med ia sus relaciones.
Pero ese efecto de la forma de organ ización i nterna de la empresa
i ndustrial sería imposible -incluso dentro de la empresa- si no se
mani festara concentradamente en él la estructura de toda la socie­
dad capitalista. Pues también las sociedades pre-capita l istas han
ejercido una opresión extrema y una explotación aplastante de toda
d ignidad humana; y hasta han tenido trabajos de masas, con traba­
jo mecánicamente u n iforme, como, por ejemplo, la construcción de

14 Das Kapital [ El Capital], I, 309. [ Ma rx, El capital . . ., op. cit., Tomo I, vol. 2,
p. 381 . ( N . del E.)]
1 97

. · ··
ca nal es en Egipto y el Próximo Oriente, las m inas de Roma, etc.15
Pero el tra bajo masivo, sin embargo, no pudo en esos casos conver­
ti rse en trabajo racionalmente mecanizado y, además, esas empresas
multit ud in a r ias fueron fenómenos a islados dentro de u na comun i­
da d q u e pro ducía en lo esencial de otro modo (espontáneo) y viv ía
de acuerdo con él. Por eso los esclavos explotados en masa estaban
en rea l id ad fuera de la sociedad "humana" de cada caso, y su des­
tino no p o día presentarse a sus contemporáneos, ni siqu iera a los
p ensa dores más grandes y más nobles, como u n destino humano,
n i m enos com o el destino del hombre. La situación cambia radical y
cu a litativamente a l u niversa l izarse la categoría mercancía. El des­
tino del t rabajador se convierte entonces en destino u niversal de
la sociedad entera; p ues la universalidad de ese destino es el pre­
supuesto de que el proceso del trabajo se organice en las empresas
según esa orientación. La mecanización racional del proceso del
trabajo no es, en efecto, posible más que cuando n ace el trabajador
"libre" capaz de vender l ibremente en el mercado su fuerza de tra­
bajo como mercancía "suya", como cosa p or él "poseída". M ientras
este proceso se encuentre sólo incoado, los p rocedimientos de apro­
piación del plus-trabajo serán sin duda más abiertos y brutales que
en los estadios posteriores y más evolucionados, pero el proceso de
cosificación del trabajo, y también la cosificación de la conciencia
del trabajador, habrán progresado mucho menos. Condición nece­
saria del proceso de cosificación es que toda la satisfacción de las
necesidades se cumpla en la sociedad en la forma del tráfico de
mercancías. La separación entre los productores y sus medios de
producción, la d isolución y la fragmentación de todas las unidades
productivas esp ontáneas, etc., todos los presupuestos económico­
sociales de la génesis del capital ismo moderno actúan en ese senti­
do: en el sentido de poner relaciones raciona lmente cosificadas en
el lugar de las situaciones espontáneas que muestran sin rebozo las
verdaderas relaciones humanas. "Las relaciones sociales entre las
personas en sus trabajos", escribe Marx16 acerca de las sociedades
pre-capital istas, "aparecen en todo caso como ta les relaciones per­
sonales, y no disfrazadas de rel aciones sociales entre cosas, entre

15Cfr. Gottl, Wirtschaft und Technik. Grundriss der Sozialokonomie [ Economía


y técnica. Con1.pendio de economía social], I I, 234 ss.
16Das Kapital [El Capital], l, 44. [Marx, El capital. ., op. cit., Tomo I, vol . 1 , p.
.

95. (N. del E.) ]

>.·
198

los productos del trabajo". Pero eso signi fica que el principio d e la
mecaniza ción raciona l y la calculabi lidad tienen que abarcar toda s
las formas de manifestación de la v ida. Los objetos destinado s a l a
satisfacción de las necesidades no aparecen ya como producto s de l
orgánico proceso vital de una comunidad (como ocurre, por ej em­
plo, en una comunidad aldeana), sino, por u na parte, como ab s ­
tractos ejemplares de una especie, nada d iversos en principio de
otros ejemplares de la m isma; y, por otra parte, como objetos aisla­
dos, cuya posesión o carencia depende de cálcu los racionales. Sólo
cuando la entera vida de la sociedad se pulveriza de ese modo en
una serie de aislados actos de intercambio de mercancías puede
nacer el trabajador "libre"; y, al m ismo tiempo, su destino tiene que
convertirse en destino típico de la sociedad entera.
Es cierto que la atomización y el aislamiento así producidos son
mera apariencia. El movim iento de las mercancías en el mercado,
el origen de su valor, o, en una palabra, el á mbito de juego real de
cada cálculo racional, no sólo está sometido a leyes rígidas, sino
que presupone además como fundamento del cálcu lo una riguro­
sa lega lidad de todo el acaecer. Esta atomización del indiv iduo no
es, pues, más que un reflejo consciente de que las " leyes naturales"
de la producción capital ista han abarcado todas las manifestacio­
nes vitales de la sociedad, de que, por vez primera en la historia, la
sociedad entera está sometida, tendencial mente al menos, a un pro­
ceso económ ico unitario, de que el destino de todos los m iembros
de la sociedad está regido por leyes unita r ias. (Mientras que las
unidades orgán icas de las sociedades pre-capita l istas realizaban
su intercambio con amplia independencia recíproca.) Pero esa apa­
riencia es una apariencia necesaria; esto es: la comprensión inme­
diata, práctica y mental, que el indiv iduo consiga de la sociedad, la
producción y la reproducción inmediatas de la vida -en las cuales
el individuo encuentra como ineliminablemente dadas la estructu­
ra mercantil de todas las "cosas" y las "leyes natu ra les"- no podrá
real i zarse sino en esa forma de actos de intercambios raciona les y
aislados entre poseedores, también a islados, de mercancías. Como
ya se ha dicho, el trabajador tiene que representa rse a sí m ismo
como "poseedor" de su fuerza de trabajo com o mercancía. Su posi­
ción específica estriba en que esa fuerza de trabajo es lo único que
posee. Y lo típico de su destino para la estructu ra de toda la socie­
dad es que esa auto-objetivación, esa conversión de una fu nción
1 99

humana en mercancía, revela con la mayor crudeza el carácter des­


h umanizado y deshu manizador de la relación mercant i l.

La objetivación racional encubre ante todo el carácter cos1co


i n med iato, cualitativo y materia l de todas las cosas. Como los va lo­
res de uso aparecen sin excepc ión como mercancías, cobran una
nueva objetividad, una nueva coseidad que no tuvieron en la época
del trueque meramente ocasional, y en esa nueva coseidad se ani­
qui la y desaparece su coseidad originaria y propia. " La propiedad
pr iva da", dice Marx 1 7,

"no extraña 1 8 sólo la i nd ividualidad de los hombres, sino también de las


cosas. La tierra no tiene ya nada que ver con la renta, ni la máquina con
el beneficio. Para el terrateniente, la tierra no s ig n i fica ya más que renta:
arrienda sus parcelas y cobra la renta, propiedad que el suelo puede per­
der sin perder por ello ninguna de sus propiedades inherentes, sin perder,
por ejemplo, parte de su fertilidad, propiedad, pues, cuya med ida y hasta
cuya existencia dependen de las relaciones sociales, las cuales se instit u­
yen y se suprimen s i n i ntervención del terraten iente part icular".

Si ya incluso el objeto a islado que inmed iatamente aparece a l


hombre como productor o como consu midor queda desfigurado en
su objetiv idad por su carácter de mercancía, el proceso, como es
natura l, se intensi ficará aún más cuanto más medidas sean las rela­
ciones que el hombre establece en su act ividad con las cosas como
objetos del proceso vita l. Aquí, ciertamente, es i mposible anal izar
toda la estructu ra económica del capital ismo. Habrá que conten­
tarse con la indicación de que el desarrollo del cap ita l ismo moder­
no no sólo trasforma a tenor de sus necesidades las relaciones de

17Se trata ante todo de la propiedad privada capitalista. San Max. Documente
des Sozialismus, 111, 363. A continuación de esa observación se encuentran
hermosas i nd icaciones acerca de la penetración de la est ructura de la cosi­
ficación en el lenguaje. Una i nvestigación fi lológica histórico-material ista
podría obtener en este pu nto i nteresantes resu ltados.
18" Extrañación", "extrañar", traducen Entfremdung, en�fremden. "Alienación",
"alienar", traducen Entiiusserung, entiiussern; a ná logamente para las (fre­
cuentes) formas reflexivas. ( N. del T.)
200

producción, sino que, además, incluye en su sistema las formas de


capita lismo primitivo que tenían en las sociedades pre-capitalis­
tas una existencia aislada, separada de la producción, y hace de
ellas miembros del proceso de penetración capita lista unita ria de ..

:,
toda la sociedad. (Capital mercantil, función del dinero en el ate­
.

soramiento o como capital d inerario, etc.) Estas formas del capi­


tal están, sin duda, objetivamente subordinadas al proceso vital
propiamente dicho del capital, a la apropiación de plusvalía en la
producción m isma, y, por lo tanto, sólo pueden entenderse adecua­
damente partiendo de la esencia del capita lismo industrial; pero,
de todos modos, aparecen en la conciencia de los hombres de la
sociedad burguesa como las formas pu ras, propias, sin falsear, del
capital. Precisamente porque en ellas se desdibujan hasta hacer­
se plenamente imperceptibles e irreconocibles las relaciones entre
los hombres y de ellos con los objetos reales de la satisfacción de
las necesidades, relaciones ocu ltas en la relación mercantil inme­
d iata, precisamente por eso se convierten necesariamente esas for­
mas, para la conciencia cosificada, en verdaderas representantes de
su v ida social. El carácter mercantil de la mercancía, la forma abs­
tracta y c uantitativa de la calcu labil idad, aparece en ellas del modo
más puro; y por eso se convierte necesa riamente, para la conciencia
cosificada, en la forma de man i festación de su inmediatez propia,
por encima de la cual, precisamente porque es una conciencia cosi­
ficada, no intenta siqu iera remontarse, sino que tiende más bien a
eternizarla mediante u na "profundización científica" de las leyes
perceptibles en este campo. Del m ismo modo que el sistema capi­
talista se produce y se reproduce constantemente en lo económico
a n iveles cada vez más altos, así también penetra en el curso del
desarrollo del capitalismo la estructura cosificadora, cada vez m á s
profundamente, fatal y constitutiva mente, en la conciencia de los
hombres. Marx describe a menudo muy gráficamente esa potencia­
c ión d � la cosificación. Nos l i mitaremos a aducir un ejempla1 9:

" E n el capital apartador de i ntereses se con figura por lo tanto con toda
.
pureza ese fet iche automático, el valor que s e autovaloriza, el d inero
que incuba d inero; y en esta forma no presenta ya cicatriz alguna de su
nacimiento.

19 Das Kapital [El Capital], I II, I, 378-379.


r
..
.

20 1

La relación socia l se ha consu mado de ese modo como relación de u na


cosa, el d inero, consigo misma. En vez de la real transformación del dine­
ro en capital se muestra aquí su mera forma sin contenido ... Así aparece
totalmente como propiedad del d i nero el produc i r valor, el arroja r intere­
ses, como es propiedad de un pera l el dar peras. Y el prestamista vende
su dinero como tal cosa capaz de a rrojar beneficios. Pero eso no es todo.
El cap ital que realmente funciona como tal, como se ha visto, acaba por
presentarse de tal modo que arroja interés no ya como capital en func io­
nes, sino como capital en sí, como capital-di nero. Y tamb ién se produce la
siguiente deformación; mientras que el interés no es en real id ad más que
una forma del beneficio, o sea, de la plusval ía arrancada al t rabajador por
el capital funcionando, ahora el interés apa rece, a la inversa, como el fruto
auténtico del capital, como lo originario, y el beneficio, transformado ya en
ganancia del empresario, aparece como mero accesorio y a ñadido que se
agrega en el proceso de reproducción. En este momento se ha consumado
la fetichización del capital y de la representación del fet iche capital .
En la ecuación D-D' tenemos l a forma aconceptua l del capital, l a i nver­
sión y la cosificación de las relaciones de producción, elevadas a la últ ima
potencia; la configuración portadora de interés, l a con figu ración simple del
capital, en la cual queda presupuesto en su propio proceso de reproduc­
ción; capacidad del dinero o de la merca ncía de dar valor a su propio valor,
independientemente de la reproducción; la mist i ficación del capital en su
forma ni.ás llamativa. Para la eco nomía vulga r, que pretende rep resentar
el capital como fuente autónoma del valor, de la creación de valor, esta for­
ma es natu ra lmente un regalo del c ielo, una forma en la cua l la fuente del

beneficio es ya irreconocible y el resu ltado del proceso de producción capi­


talista -separado del proceso mismo - cobra ex istencia i ndepend iente".

Y del m ismo modo que la economía del capitalismo se detiene


en esa inmediatez por ella misma p roducida, así también les ocurre
a los intentos burgueses de tomar conciencia del fenó1neno ideo ­
lógico de la cosi ficación. Incluso pensadores que no pretenden en
absoluto negar el fenómeno n i d esdibuja do, sino que tienen más o
menos claros los efectos humanamente destruct ivos del fenóme­
no, se detienen en el a nálisis de la inmed iatez de la cosificación y
no intentan s.iqu iera avanzar desde las for mas objetivamente más
derivativas y más lejanas del propio proceso v ital del capita l ismo,
desde las formas, pues, m á s externas y vaciadas, hacia el fenóme­
no originario de la cosificación. Aún más: esos pensadores sepa ra n
las formas vacías aparienciales de su suelo nat u ral capital ista, las
independ izan y las eternizan como t ipo atemporal de posibi lidades
202

de relaciones humanas en genera l. ( Esta tendencia se manifies ta de l


modo más perceptible en el libro de Si m mel, tan interesa nte y ag u­
do en sus detalles, Die Philosophie des Geldes [Filosofía del d inero] .)
Así dan una mera descripción de ese "'mundo hechizado, invertido,
puesto cabeza abajo, en el que Monsieu r le Cap ital y Madame la
Terre se l ib ran a sus fantasmagóricos juegos como personajes socia­
les y, al m ismo tiempo, como meras cosas"2º. Pero con ello esos pen­
sadores no van más allá de la mera descr ipción, y su "'profundi­
zación" del problema gira en torno de sí misma y de · las formas
aparienciales externas de la cosificación.
Esta actitud que separa los fenómenos de la cosificación del fun­
damento económico de su existencia, del fundamento de su verda­
dera concept ualidad, se faci lita aún por el hecho de que el proceso
de transformación tiene que abarcar todas las manifestaciones de
la vida social, si es que se han de c umplir los presupuestos del des­
pliegue total de la producción capital ista. De este modo el desarro­
llo capitalista ha producido un derecho concorde con sus necesida­
des y estructu ralmente adherido a su propia estructura, el estado
correspondiente, etc. La ana logía estructura l es efectivamente tan
amplia que todos los historiadores del capita lismo moderno dota­
dos de una v isión real mente clara han tenido que registrarla. Así
describe, por ejemplo, Max Weber21 el princ ip io básico de ese desa­
rrollo del modo sig uiente:

" Uno y otro son de la misma especie en cuanto a su esenci a básica. El


Estado moderno es i g ual a una 'empresa', lo m ismo que una fábrica, consi­
derado desde el punto de vista de la ciencia de la sociedad; y esa analog ía
es precisamente su especi ficidad h istórica. Y ta mbién es específicamente
idéntica la relación de domi n io dentro del sistema empresarial, ya sea en

20Ibíd, I I I, I I, 366. [Marx, El capital . , o p. cit., Tomo III, vol. 8, p. 1056. (N.
. .

del E.)]
2 1 Gesammelte politische Schriften [ Escritos políticos], Mu n ich, 1921, 140-142.
La a lusión de Weber a l desarrollo del derecho i ng lés no se refiere a nues­
t ro problema. Acerca de la lenta penetración e i mposición del principio
eco nómico-calculístico, cfr. también A. Weber, Standort der Industrien [La
posición de l as i ndustrias], especial me nte p ág. 216. [Sacristán traduce de
la sig u iente manera el comienzo de la seg u nda oración: " Una 'empresa' es
exacta mente igual el estado moderno, considerado desde el punto de vista
de la ciencia de la sociedad, que u na fáb rica." ( N. del E .)]
203

la fáb rica, ya en el Estado. Así como la relat iva i ndependencia del a rtesano
0 e l i nd ustr
ial doméstico, del campesino d ueño de su tierra, del coman­
d it a r io, del cabal lero y del vasal lo se basaba en hecho de que todos ellos
eran propietarios de los i nstrumentos, las reservas, el d inero, las a rmas,
etc., co n cuya ayuda cump l ían su función económ ica, pol ítica o m i litar,
res pectivam ente, y de cuyo ejercicio viv ían, así ta mbién la dependencia
je rá rqu ica del obrero, el dependiente, el empresario técn ico, el ayudante
u nivers itario y también el funcionario estata l y el m i l itar, se debe unifor­
me mente a que los instrumentos, las reservas y el d inero imprescind ibles
para la empresa y para la ex istencia económ ica se encuentran en poder del
empr esa rio en u n caso y de los dueños pol íticos en el otro.''

Y añade, muy correctamente, a esa descripción el fundamento y


el sentido social del fenómeno:

"La moderna empresa capitalista se b asa i nternamente ante todo en el cál­


culo. Necesita para su existencia una justicia y u na administración cuyo
funcionamiento pueda en principio calcularse racionalmente según normas
generales fijas, igual que se calcula el rendimiento previsible de una máqui­
na. La empresa no puede ... compadecerse con el j u icio basado en el sen­
timiento de equidad del j uez a nte el caso sing ular, o regido por medios y
principios irracionales de invención del derecho ..., igual que tampoco tole­
ra la ad ministración patriarcal, basada en el a rbitrio y la g racia, sin duda

sacrosantamente ríg ida en lo demás, pero que procede seg ú n una tradi­
ción irracional... Lo específico del capital is mo moderno frente a las formas
arcaicas de negocio capital ista es la organización rígidamente racional del
trabajo sobre la base de la técnica racional; esa especificidad no ha nacido
nu nca en el terreno de aquellas entidades estata les irracionalmente cons­
truidas, ni podía tampoco brotar en él. Pues estas modernas for mas de l a
empresa, con su capital fijo y su cálculo exacto, son para ello demasiado
sensibles a la irraciona l idad del derecho y de la ad m i nistración. Por eso no
han pod ido b rotar más que donde... el juez es, como en el Estado bu rocrá­
tico con sus leyes racionales, en mayor o menor medida, u n autómata de
apl icación de a rtícu los; autómata en el que se i ntrod ucen los exped ientes
con las costas y las tasas para que entregue la sentencia j u nto con u nos
fundamentos más o menos sólidos y concluyentes; un autómata, pues,
cuyo fu ncionamiento es en todo caso calculable en l íneas generales."

El proceso en marcha está, pu es, ínt i ma mente empa rentado


con el des arrol lo económico antes ind icado, tanto en s u s motivos
cuanto en sus efectos. También en este caso se p roduce u na ru p t u ra

l
204

con los métodos de jurisprudencia, adm inistración, etc., empíricos,


irracionales, basados en tradiciones, cortados subjetivamente p or
el patrón de los hombres que actúan y objetiva mente por el pat rón
de la materia concreta. Se p roduce u na sistematización raciona l de
todas las regu laciones juríd icas de la v ida, la cual, por una parte y
tendencialmente al menos, representa un sistema cerrado y aplica­
ble a todos los casos imagi nables y posibles. El que este sistema se
componga internamente por vías puramente lógicas, por el cami­
no de la dogmática puramente jurídica, por la interpretación del
derecho, o que la práctica judicial esté l lamada a colmar las "lagu­
nas" de la ley, no constituye diferencia relevante alguna por lo que
hace a nuestro objetivo, que es ident ificar esa estructura de la moder­
na objetiv idad juríd ica. Pues en ambos casos es esencial al siste­
ma jurídico el ser aplicable con una genera lidad formal a todos los
acaecimientos posibles de la vida y, en esa aplicabilidad, previsible
y calculable. Inc luso la cristalización jurídica más parecida a ese
desarrollo, pero p re-capitalista aun en sentido moderno -a saber, el
derecho romano- es, desde este punto de v ista, empirista, concre­
to, tradicional. Las categorías pu ramente sistemáticas con las que
se constituye finalmente la generalidad de la regulación jurídica
que se extiende uniformemente a todo han nacido en el curso del
desarrollo moderno22• Y estará claro sin más que esa necesidad de
sistematización, de abandono de la empiria, de la tradición, de la
vinculación por la materia, ha sido una necesidad de cálculo exac­
to23. Por otra parte, esa m isma necesidad hace que el sistema jurí­
dico se enfrente como algo siempre terminado, exactamente fijado,
como sistema rígido, pues, a los acaecimientos singu lares de la vida
social. Cierto que ello produce constantemente conflictos entre la
economía capita l ista, en ininterrumpido desarrol lo revolucionario,
y el rígido sistema jurídico. Pero esto tiene como única consecuencia
nuevas codificaciones, etc.: el nuevo sistema tiene de todos modos
que recoger en su estructura la conclusión y la rigidez del siste­
ma viejo. Así se produce la situación, aparentemente paradójica,
de que el "derecho", apenas cambiado en siglos, y a veces hasta en
milenios, de formas prim itivas de sociedad tiene un carácter fluido,
irracional, siempre nuevo en las dec isiones jurídicas, mientras que

22Max Weber, Wirtschaft und Gesellschaft [Economía y sociedad], 491 .


23lbíd., 129.
205

el derecho moderno, materialmente transformado repetida y tor­


me nto sa mente, muestra un carácter rígido, estático y concluso. Pero
la p a radoja es sólo aparente si se tiene en cuenta que se debe exclu­
siva m ente a que una m isma situación se contempla primero desde
el p u nto de vista del historiador (el cua l se encuentra metodológi­
ca m ente "fuera" del desarrollo mismo) y la otra vez desde el punto
de vi sta del sujeto que vive el proceso, desde el punto de vista de
la acción del orden socia l de que se trate en su conciencia. Al com­
prender eso se verá al mismo tiempo con claridad que aquí se repi­
te en otro terreno la contraposición entre el artesanado tradicional
em pírico y la fábrica cient ífico-racional: la moderna técnica de la
producción, ella m isma en transformación constante, se presenta,
en cada estadio a islado de su fu ncionam iento, como sistema rígido
y concluso contrapuesto a los productores individuales, mientras
que la producción artesana, objetivamente y relativamente estable,
tradicional, preserva en la conciencia de los que la ejercen un carác­
ter fluido, en renovación constante, carácter que en realidad está
producido por los productores. Con eso aparece luminosamente
· en este punto también el ca rácter contemplativo del comportamien­
to del sujeto en el capitalismo. Pues la esencia del cálculo racional
descansa precisamente en la posib i l idad de descubrir y calcu lar el
decurso necesario y según leyes de determ inados aconteci mientos,
independientes de la "arbitrariedad" indiv idua l. Su esencia consis­
te, pues, en que el comportamiento del hombre se agote en el cál­
culo acertado de las posibil idades de aquel decurso (cuyas "leyes"
encuentran ya "listas"), en la evitación hábil de las "casualidades"
perturbadoras med iante la util ización de dispositivos de previsión,
medidas defensivas, etc. (las cuales también se basan en el conoci­
m iento y la aplicación de "leyes" análogas), y muy a menudo inclu­
so en un cálcu lo de las probabilidades de los posibles efectos de
esas "leyes", sin pasar siqu iera de ahí, sin emprender siqu iera el
intento de intervenir en su acción mediante la aplicación de ot ras
"leyes" (seguros, etc.). Cuanto más deta lladamente se estud ia esa
situación, sin dejarse desorientar por las leyendas capital istas acer­
ca de la "creatividad" de los exponentes de la época burguesa, tan­
to más claramente se manifiesta en todos esos comportam ientos la
analogía estructural con el comportamiento del obrero respecto de
la máqu i na por él servida y observada, cuyas funciones él controla
mientras la observa. Lo "creador" no puede identificarse más que
206

en la medida en que la aplicación de las " leyes" es algo relativa­


mente independ iente o meramente ancilar. O sea, en la medida en
la cual el comportamiento pu ramente contemplativo pasa a segun­
do término. Pero la d iferencia consistente en que el obrero tie ne
que adoptar esa actitud ante la máqui na, el empresario a nte to do
el tipo de desarrol lo maqu inista, el técnico ante la situación de la
ciencia y la rentabilidad de su aplicación técnica, es una gradaci ón
meramente cuantitativa y no, inmediatamente, una diferencia cualitati­
va en la estructura de la conciencia.
El problema de la burocracia moderna no se comprende plena­
mente sino en este contexto. La burocracia significa una adaptación
del modo de vida y de trabajo, y, por lo tanto, también de la con­
c iencia, a los presupuestos económico-socia les de la economía capi­
tal ista análoga a la que hemos comprobado para el trabajador en la
empresa. La racionalización formal del derecho, el Estado, la adm i­
nistración, etc., signi fica desde el punto de v ista material objetivo
una descomposición de todas las funciones sociales en sus elemen­
tos, una búsqueda de las leyes racionales y formales de esos siste­
mas parciales tajantemente sepa rados u nos de otros y, por lo tan­
to, u nas consecuencias conscientes subjetivas de la separación del
trabajo respecto de las capacidades y las necesidades individuales
de los que lo realizan, una div isión del trabajo raciona l-inhumana
análoga a la que hemos v isto en el terreno técnico-maquinista de
la empresa24• Y no se trata sólo del modo de t rabajar completamen­
te mecanizado, "sin espíritu", de la burocracia inferior, sumamen­
te parecido al mero servici o a las máqu inas y hasta a menudo más
vacío y monótono. Sino también, por una parte, de un tratamien­
to cada vez más formal-racionalista de todas las cuestiones desde
el punto de v ista objetivo, de una separación, cada vez más radi­
cal, de la esencia material cua l itativa de las "cosas" de la operación
burocrática. Y, por otra parte, de una intensificación monstruosa de
la especialización unilateral en la d ivisión del trabajo, la cual hace
violencia a la esencia humana del hombre. La afirmación de Marx
acerca del trabajo fabr i l, según la cual "el individuo m ismo queda

24El que en este contexto no se acentúe el carácter de clase del Estado, etc.,
se debe a la intención de entender la cosi ficación como fenómeno básico
general, est ructura l, de la entera sociedad burg uesa. De no ser así, el punto
de v ista de clase debería int roducirse ya a l habla r de la máquina. C fr. ter­
cera sección .
207

par tido, t ra nsformado en motor automático de un trabajo parcial" y


así "conv ertido en u n invá l ido deforme25", se manifiesta aquí tanto
rn ás c rasa mente cua nto más a ltos, más desarrollados y más "inte­
l ect ua les" son los rendimientos exigidos por esa división del tra­
b aj o. La s epa ración de la fuerza del trabajo respecto de la persona­
lidad del trabajador, su tra nsformación en una cosa, en u n objeto
qu e él m ismo vende en el mercado, vuelve a repetirse aqu í. Con
l a d iferencia, ciertamente, de que no todas las capacidades intelec­
t u al es qu edan aplastadas por la meca nización, sino que sólo una
capacida d (o un complejo de capacidades) se separa de la persona­
l idad tota l y se objetiva frente a ella en la forma de cosa, de mer­
canc í a. Au nque los medios de educación social de esas capacidades
y su valo r de cambio materia l y "moral" sean radical mente distin­
tos de los de la fuerza de trabajo (a propósito de lo cual no hay que
olvidar, por supuesto, la dilatada serie de eslabones de transición,
de transiciones flu idas), de todos modos, el fenómeno básico es el
m ismo. El modo específico de la "mental idad concienzuda" buro­
crática, de su objetividad, la necesaria y plena subordinación a l sis­
tema de las relaciones cósicas en que se encuentra cada burócrata,
l a idea de que su "honor", su "sentimiento de la responsabilidad"
l e exi ge precisamente esa subordinación completa26, todo muestra
que la división del trabajo ha sido aqu í a rraigada en lo "ético", al
m odo como el taylorismo la ha arraigado ya en lo "psíquico". Pero
esto no es u na deb i litación, sino u na intensificación de la estruc­
tura cosi ficada de la conciencia como categoría básica para toda la
sociedad. Pues mientras el destino del trabajador se presenta aún
co m o un destino aislado (al modo del esclavo a ntiguo), la vida de
las clases dominantes puede desarrol larse en otras formas. Pero el
capitalismo ha producido, con la estructuración un itaria de la eco­
nomía para toda la sociedad, u na estructura formal mente unitaria
de la conciencia para toda esa sociedad. Y esa estructura unitaria
se manifiesta en el hecho de que los problemas de conciencia del
trabajo asalar iado se rep iten en la clase domi nante, refinados, sin
duda, espi ritu alizados, pero precisamente por eso ta mbién agudi­
zados. El "virtuoso" especialista, el vendedor de sus capacidades

25 Sacristán traduce "abnorme". E n la trad ucción i ng lesa apa rece "abnor­


mal ity"; "anormal" o "deforme", según el d icciona rio Coll i ns. ( N . del E .)
26Cfr. Max Weber, Politische Schriften [ Escritos políticos], 154.
208

objetivadas y cosi ficadas, no sólo es espectador del acaecer social


(aquí no podemos siquiera indicar lo mucho que la moderna admi­
nistración, la jurisprudencia, etc., toman la forma esencial antes
indicada como propia de la fábrica en contraposición al artesana­
do), sino que se sume en una actitud contemplativa respecto del
funcionam iento de sus propias capacidades objetivadas y cosifica­
das. Esta estructura se revela del modo más grotesco en el perio­
d ismo, en el cual la subjetividad misma, el saber, el temperamento,
la capacidad expresiva se convierten en un mecanismo abstracto,
independiente de la personal idad del "propietario" igua l que de la
esencia concreta material de los objetos tratados: en un mecanismo
que funciona según sus propias leyes. La "falta de conciencia y de
ideas" de los periodistas, la prostitución de sus vivencias y de su s
convicciones, sólo puede entenderse como culm inación de la cosi­
ficación capitalista27•
La transformación de la relación mercantil en u na cosa de "fan­
tasmal objetividad" no puede, pues, detenerse con la conversión de
todos los objetos de la necesidad en mercancías. Sino que imprime
su estructu ra a toda la conciencia del hombre: sus cua lidades y capa­
cidades dejan ya de enlazarse en la u nidad orgán ica de la persona
y aparecen como "cosas" que el hombre "posee" y "enajena" exac­
ta mente igua l que los d iversos objetos del mundo externo. Y, como
es natural, no hay n i nguna forma de relaciones entre los hombres,
n inguna posibilidad humana de dar v igencia a las "propiedades"
psíquicas y físicas, que no quede crecientemente sometida a esa for­
ma de objetividad. Baste pensar en el matrimonio, a propósito de
lo cua l no hará falta a ludir al desarrollo del pensamiento en el siglo
XIX, cuando Kant, por ejemplo, con la sinceridad i ngenua y cíni­
ca de los grandes pensadores, expresa claramente la situación. "La
comu nidad de los sexos", escribe28, "es el uso recíproco que un ser
humano hace del órgano y la capacidad sexual del otro ... el matri­
mon io . . . la unión de dos personas de sexo diverso para la posesión
recíproca de por vida de sus propiedades sexuales".
Esta racional ización del mundo, aparentemente ilimitada, que
penetra hasta el ser psíquico y físico del hombre, tiene, empero, un
límite en el ca rácter formal de su propia raciona l idad. Esto es: la

2 7Cfr. el artícu lo de A. Fogaras i en Kommunismus, a ño 1 1, nY 25/26.


28Metaphysik de r Sitte n [ Meta física de las costu mbres], I Pa rte, 24.
20 9

ra cion alización de los elementos aislados de la vida y las resu lta ntes
l eyes for males se articu lan inmediatamente, para la m i rada s uper­
fici a l, en u n sistema de " leyes" genera les, pero el desprecio de la
concr eción de l a mater ia de las leyes, desprecio en que se basa su
l ega l idad, se refleja en la real i ncoherencia del sistema lega l m is­
mo, en la casualidad de la relación entre los sistemas parciales, en
la indepe ndenci a relativamente gra nde que poseen esa s partes las
un a s resp ecto de las otras. Esa incoherencia se revela del modo más
cras o en t iempo de crisis, c uya esencia -vista desde la perspectiva
de estas consideraciones- estriba precisamente en que se rompe la
continu idad inmediata de la transición de un sistema parcial a otro,
co n lo que la independencia recíproca de todos, el carácter casua l
de s u referencial idad recíproca, se impone repenti namente a l a con­
ciencia de todos los hombres. Por eso puede Engels29 describir las
"leyes natu rales" de la econom ía capita lista como leyes del azar.
Mas la estructu ra de la crisis resu lta ser, si se la considera más
detenidamente, u na rnera intensi ficación de la cantidad y la inten­
sid ad de la v ida cotidiana de la sociedad burguesa. El que la cohe­
sión aparentemente firme -firme sólo en la inmediatez de la coti­
dianidad irreflexiva- de las " leyes cotidianas" de esa vida pueda
desquiciarse repentina mente no es posible sino porque la referen­
cialidad de sus elementos, de sus sistemas parcia les, los u nos a los
otros es casual ya en el c u rso de su funcionam iento normal. De
modo que la apa riencia de que la entera vida social está sometida
a una legal idad "eterna, de bronce", d i ferenciada, ciertamente, en
diversas leyes especiales para las d iversas regiones, tiene al final
que desenmascararse como ta l apariencia. La verdadera estructura
de la sociedad se manifiesta más bien en las leyes independientes,
racionalizadas, formales, de las pa rtes, las cuales sólo se coordinan
forma lmente (o sea, que sus conexiones forma les no pueden sis­
tematizarse como necesarias más que formal mente), n1 ientras que
material y concreta mente no a rrojan más que conexiones casua­
les. Ya los fenómenos pura mente económicos muestran, si se ana­
lizan atentamente, esa conex ión meramente formal o casua l. Así,
por ejemplo, s u braya Marx -y los casos aducidos son si mples i lus­
traciones metódicas de la s ituación, sin pretender representa r n i

29Ursprung der Familie [ El or igen de la fami lia, de la propiedad privada y


del Estado], 183 -1 84 . [ E ngels, El o rigen , o p. cit., p. 203. (N. del E .)]
. . . .
210

siquiera un intento superficial de tratar materialmente la cuest ión­


que "las condiciones de la explotación inmediata y las de su rea li­
zación no son idénticas. No sólo d ifieren en cuanto a t iempo y lugar,
sino también conceptualmente"30• No hay así "ni nguna conexión
necesaria, sino sólo casual, entre el quantum total de trabajo soc ia l
apl icado a un artíc u lo social" y "la dimensión en la cual la socie­
dad exige satisfacción de la necesidad satisfecha por ese artículo
determinado"31• Se trata sólo de ejemplos. Pues está claro que toda
la estructura de la producción capital ista se basa en esa interacción
entre necesidad rígida según leyes en todos los fenómenos singu la­
res y relativa irracional idad del proceso conjunto.

"La d iv isión manu facturera del trabajo supone la autoridad incondicio­


nad a del capital ista sobre hombres que constituyen meros miembros del
mecanismo total que le pertenece; la div isión social del trabajo contrapone
entre ellos a productores de mercancías que no reconocen más autoridad
que la concurrenc ia, la const ricción que ejerce sobre ellos la presión de sus
recíprocos i ntercses."32

Pues la racional ización capital ista, basada en el cálculo econó­


mico privado, i1npone en toda manifestación de la vida esa correla­
ción de detal le regulado y todo casual : presupone la correspondien­
te estructura de la sociedad; produce y reproduce esa estr uctura en
la medida en que se apodera de la sociedad. Todo eso es esencia l al
cálculo especulativo, y se funda en el tipo de economía de los pro­
pietarios de mercancías en cuanto que esa economía se encuentra
ya en el plano de la general ización del tráfico mercantil. La con­
currencia de los va rios prop ietarios de mercancías sería imposible
si a la racional idad de los fenómenos singu lares respondiera una
con figuración tamb ién exacta, de func ionamiento racional según
leyes, de la sociedad entera. Para que el cálculo racional sea posible
en esa econom ía, las leyes de todas las si ngu laridades de la pro­
ducción tienen que estar p lenamente dom inadas por el p ropieta­
rio de las ni.ercancías. Las posibilidades de beneficio, las leyes del
"mercado", tienen sin duda que ser también raciona les en el sentido

30Das Kapital [El Capital], I II, I, 225. [Marx, El capital . , o p. cit., Tomo I I I, vol.
. .

6, p. 313. (N. del E .)]


31 Ibíd., 166. [ Ib id., p. 236 . ( N . del E.))
321 bíd., I, 321 . . [ I b id., Tomo I, vol . 2, p. 433. (N. del E.)]
r
e'

21 1

de la ca lcu labi lidad, del sometimiento al cálcu lo de probabi lidades.


Pero no tienen que someterse a una "' ley" igua l que los fenóme­
nos singulares, ni pueden estar en modo a lguno organizadas de
un modo raciona l completo. Eso sólo no excluye, por supuesto, el
dominio de a lguna "ley" sobre el todo. Pero esa 11ley" tendr ía que
s er, p or una pa rte, producto "inconsciente" de Ja actividad autóno­
ma de los varios propietarios de mercancías en su independencia
recíp roca, o sea, una ley de "casua lidades" en i nteracción, y no una
ley de organización rea lmente racional. Por otra parte, empero, esa
legali dad no tiene que imponerse por encima de las acciones de
los i nd ividuos, sino que ha de mantenerse e imponerse de tal for­
ma que no sea nunca plena y adecuadamente cognoscible. Pues el pleno
conocim iento del todo proporciona ría a l sujeto de ese conoci m ien­
to una posición de monopolio tal que equiva ldría a la supresión de
la economía capitalista.
Esa irracional idad, esa "legal idad", tan problemática, del todo,
legalidad que es en p rincip io y cualitativmnente d istinta de la de par­
tes, no es sólo, precisamente en esa problematicidad, un postula­
do, un presupuesto del funcionam iento de la econom ía capita l ista,
sino también y a l m ismo t iempo u n producto de la d ivisión capi­
talista del trabajo. Ya se ha dicho que esa d ivisión del trabajo des­
truye todo proceso orgán ico y unitario del trabajo y de la vida, lo
descompone en sus elementos con objeto de permitir que las fun­
ciones parciales, racional y artificia lmente separadas, sean ejecuta­
das por "especial istas" psíqu ica y física mente adecuados a ellas y
capaces de realiza rlas del modo más racional. Esa raciona l ización
y ese aislamiento de las fu nciones parciales tiene, empero, como
consecuencia necesa ria el que cada una de ellas se independ ice y
tienda a desarrollarse por sí misma, según la lógica de su propia
especialidad, independientemente de las demás funciones pa rcia­
les de la sociedad (o de la par te de la sociedad a la que pertene­
ce). Y esa tendencia crece comprensiblemente con la intensi ficación
de la d iv isión del trabajo y de su raciona lización. Pues cuanto más
desarrollada está la d iv isión del trabajo, tanto más intensos son
los intereses profesionales y esta menta les, etc., de los especia l istas
constituidos en portadores de esas tendencias. Y ese movim iento
centrífugo no se lim ita a las partes de a lgú n campo determ inado.
Aú n es más clara mente perceptible, i ncluso, cua ndo se considera n
los grandes campos produc idos por la d ivisión socia l del tra bajo.
212

Engels33 describe del modo siguiente ese proceso por lo que hace a
la relación entre el derecho y la economía:

"Cosa aná loga ocurre con el derecho: en cuanto se hace necesaria la nue­
va d ivisión del trabajo que produce juristas profesionales, se abre un nuevo
terreno autónomo que, pese a toda su dependencia general respecto de
la producción y del t ráfico, t iene, de todos modos, una cierta capacidad
de reacción sobre esos campos. En un Estado moderno el derecho no sólo
tiene que cor responder a la situación económica general, no sólo t iene que
ser su expresión, sino, además, una expresión coherente en sí misma que no se
destruya por sus contradicciones internas. Para consegu i r eso se ab and o­
na crecientemente la fidelidad del reflejo de la situación económica ..."

Seguramente no será necesario aducir aqu í más ejemplos de


mezclas y luchas entre d iversas "instancias" de la administración
(baste con pensar en la autonomía del apa rato militar respecto de
la administración civ i l), entre las facu ltades, etc.

Por la especia lización del rendim iento del trabajo se p ierde todo
cuadro del conjunto. Y como a pesar de ello es imposib le que se
extinga la necesidad de una captación, gnoseológ ica a l menos, del
todo, se producen la impresión y el reproche de que sea la ciencia
misma, que trabaja del modo descrito para la producción, o sea, . .

quedándose también presa en la inmediatez, la que destruye y


· ·'

fragmenta la totalidad de la realidad, perdiendo con su especia­


lización la v isión del todo. Frente a esos reproches por no captar
"los momentos en su u nidad" Marx34 subraya acer tadamente que
el reproche sólo sería justo "si la descomposición no pasara de la
real idad a los tratados, sino de los tratados a la real idad". Pero por
mucho que la crít ica, en esa forma ingenua, merezca recusación,
no deja de ser, sin emba rgo, comprensible cuando se contempla el
trabajo de la ciencia -tanto sociológica cuanto inmanente o meto­
dológica mente necesario, y, por lo tanto, "comprensible"- desde un

33Carta a Konrad Schmidt, 27-X-1890. Dokumente des Sozialismus, I I, 68 . .


[ Engels, "Ca rta a Conrad Schmidt . . . ", op. cit., p. 85. (N. del E .)]
34 Zur Kritik der politische Ó konomie [Contribución a la crítica de la economía
polít ica], XX I-XXI I. [ Marx, Contribución . . . , op. cit., p. 289. ( N. del E.)]
2 13

p u n to de v ista externo, esto es, no desde el punto de vista de la con­


ciencia cosificada. Esa consideración revelará (sin ser por el lo un
rep ro che) que cuanto más desarrollada está una ciencia moderna,
cu an to m ás plenamente ha conseguido claridad metódica acerca de
s í m is ma, tanto más resueltamente tiene que apa rtarse de los pro­
blem as ontológicos de su esfera, tanto más resueltamente tiene que
el i m ina r esos problemas del campo de la conceptualidad por ella
elabo ra da. Y cuanto más desarrollada y más científica sea, tanto
más se convertirá en un sistema formal mente cerrado de leyes par­
cia les y especiales, para el cual es metódica y principalmente inasi­
ble el mundo situado fuera de su propio campo, y, con él, también, y
hasta en primer térm ino, la materia propuesta para el conocimien­
to, su propio y concreto sustrato de realidad. Marx35 ha formulado muy
agudamente esta cuestión por lo que hace a la economía, d icien­
do que "el valor de uso como valor de uso cae fuera del círcu lo de
consideración de la economía pol ítica". Y ser.ía un error creer, por
ejemplo, que planteam ientos como el de la teoría de " la utilidad
m arginal" se sustraen a esa limitación y rebasan la corresp ondiente
barrera: el i ntento de arrancar de comportamientos "subjetivos" en
el mercado, y no de las leyes obj etivas de producción y movimiento
de las mercancías, las cuales determinan el mercado mismo y los
tipos de comportamiento "subjetivo" en él, se limita a desplazar
problemas a zonas cada vez más derivativas y cosificadas, sin supe­
rar por ello el carácter formal del método, su eli minación de princi­
pio del material concreto. El acto de intercambio en su genera lidad
formal, dato básico para la teoría de la utilidad marginal, supri­
me exactamente igual el valor de uso en cuanto valor uso y esta­
blece exactamente igual las relaciones de igualdad abstracta entre
materias concretamente desiguales y hasta no comparables que es
el origen de aquel la lim itación, es decir, de la inaprehensibilidad
del valor de uso por la ciencia económica. De este modo el sujeto
del i ntercambio es tan abstracto, tan formal y tan cosificado como
s u mismo objeto. Y la l i mitación de este método formal abstrac­
to se revela precisamente en la abstracta "legal idad" puesta como
objetivo del conoci miento, objetivo tan central para la teoría de la
utilidad marginal como para la economía clásica. Pero p or obra de
la abstracción forma l de esas legal idades la economía se convierte

35lbíd., 2. [ Ma rx, Contribució n . . , op. cit., p. 10. ( N. del E.)]


.
214

siempre en un sistema parcial cerrado que ni puede penetrar en su


propio sustrato material ni es capaz de descubrir en él el ca m i no
que lleva a l conoci miento de la tota lidad de la sociedad, razón p or
la cual, y por otra parte, concibe esa materia como un "dato" eterno
e i nmutable. Con eso la ciencia queda i ncapacitada para entender la
génesis y la caducidad, el carácter social de la materia que ella m is­
ma estudia, así como el carácter de las actitudes posibles respecto
de ella y del de su propio sistema formal.
En este punto se aprecia la ínt i ma interacción entre el méto do
c ientífico nacido del ser social de u na clase, de sus necesidades y
constricciones en cuanto al dominio conceptua l de ese ser, y el ser
de la clase misma. Ya en estas pági nas se ha indicado varias veces
que el problema que levanta u na barrera insalvab le para el pen­
samiento económico de la burguesía es el problema de las crisis.
Si, con p lena conciencia de nuestra unilateralidad, plantea mos por
u na vez esa cuestión desde el punto de vista pu ra mente metódi­
co, apreciaremos que precisamente el logro de la raciona l ización
tota l de la econom ía, su transformación en u n sistema de leyes for­
mal abstracto y matematizado por completo36, constituye la limi­
tación metódica de la conceptuabilidad de la crisis. El ser cual ita­
tivo de las "cosas", la cosa en sí, no concebida, sino el i m inada, que
en esa condición v ive como va lor de uso su existencia extraeco­
nómica y que se cree posible descuidar e ignorar tranqu ilamente
mientras las leyes económicas funcionan de modo normal, se con­
v ierte repentinamente en las crisis en factor decisivo de la situa­
ción (repentinamente, se entiende, para el pensamiento cosificado,
raciona l). O mejor d icho: sus efectos se manifiestan como suspen­
sión del funcionamiento de aquellas leyes, sin que el entendimien­
to cosificado sea capaz de descubrir un sentido en ese "caos". Y ese
fracaso no se refiere sólo a la economía clásica, que no supo ver
en las crisis más que pertu rbaciones "casuales", "transitorias", sino
también a la total idad de la econom ía burguesa. La incomprensibi­
l idad, la irracional idad de la crisis se sigue, por supuesto, ta mbién
material mente de la situación de clase y de los i ntereses de clase de
la burguesía, pero no por eso deja de ser forma l mente consecuen­
c ia necesaria de su método económ ico. (No habrá q ue a rgumentar

36Sacristán t raduce 11u n sistema forma l abst racto y máx i mamente matema­
tizado de l eyes". ( N . del E .)
2 15

aqu í detalladamente que los dos momentos son para nosotros


precisa mente momentos de una u nidad dialéctica.) Esa necesidad
metód ica es tan constringente que, por ejemplo, la teoría de Tugan­
Baranowsky, resumen de un siglo de experiencias de crisis, intenta
eliminar tota lmente el consu mo de la ciencia económica y funda­
m entar u na econom ía "pura" limitada al tema de la producción.
Frente a esos intentos que pretenden descubrir la causa de esas cri­
sis que, en tanto hechos, no pueden negarse, en la desproporción de
los elementos de la producción, en factores, pues, puramente cuan­
titativos, Hilferding37 declara con toda razón:

"'Se opera entonces exclusivamente con los conceptos económicos de capi­


tal, beneficio, acumu lación, etc., y se cree poseer la solución del problema
en cuanto que se muest ra las relaciones cuantitativas en base a las c ua les
es posible la reproducción simple y la a mpliada o tienen por fuerza que
presentarse perturbaciones. Pero al razonar así se pasa por alto que a esas
relaciones cuant itativas corresponden igualmente relaciones cualit at ivas,
que no son sólo sumas de valores las que están en p resencia y resu l ta n
sin más conmensurables, sino que tamb ién hay valores de uso d e géneros
determinados y que tienen que cumplir con determ inadas características
e n la producción y en el consumo y se ignora que en el análisis de los
procesos de rep roducción no se tiene sólo capitales en genera l, de modo
que un exceso o un defecto de capital industrial queda ra 'equilib rado' por
una parte correspond iente de capital-d i nero, ni tampoco se t ienen sólo las
diferencias ent re capital fijo y capital ci rcula nte, sino que en real idad se
trata tamb ién de máquinas, materias primas y fuerza de trabajo de carac­
terísticas plenamente determinadas (técnicamente determi nadas}, las cua­
les tienen que esta r dadas como valores de uso de esa específica nat u ra le ­
z a para evitar de verdad las perturbaciones."

Marx38 ha descrito varias veces y convincentemente lo poco que


los movim ientos de los fenómenos económicos expresados por los
conceptos "lega li formes" de la economía bu rguesa son capaces de
explicar el movimiento real de la total idad de la vida económica, y lo
mucho que esa l i mitación arraiga en la incapacidad -metódicamente

37Finanzkapital [ E l capital financiero], 2ª ed, 378-379. [Sacristán t raduce


"momento" en lugar de "factores". ( N. del E.)]
38Das Kapital [ El capital], Il, 49. [Marx, E l capital . ., op. cit., Tomo I l, vol. 4,
.

p. 87. (N. del E.)J


216

necesaria desde este punto de v ista- de comprender el valor de uso,


el consumo verdadero:

"Dentro de c iertos límites, el proceso de reproducción puede procede r a la


mis ma escala o a escala amp liada aunque las mercancías por él arroja d as
no entren realmente en el consumo i nd ividual o productivo. Así, por ejem­
plo, en cuanto que estén vendidos los hilados producidos, puede volver a
empezar la circulación del valor-capital representado en hilado, cualquie­
ra que sea el inmediato desti no del h i lo vend ido. M ientras el producto
se venda, todo procede según su cu rso regu lar desde el punto de v ista
del productor capital.ista. No se interrumpe la circulación del valor-capital
que él representa. Y si el proceso es a mpliado -lo que implica u n consumo
productivo ampl iado de los medios de producción-, esa reproducción del
capital puede i r además acompañada por un ampliado consumo i ndivi­
dual (y dema nda, por lo tanto) de los trabajadores, puesto que ese consu­
mo se i ntroduce y media por el consumo productivo. Así puede aumen­
tar l a producción de plusvalía y, con el la, tamb ién el consumo individual
del capitalista, y todo el proceso de re producción puede encontrarse en
una situación floreciente, pese a lo cual una gran parte de las mercancías
puede no haber entrado sino aparentemente en el consu mo, y encontrarse
sin vender en las manos de revendedores, o sea, todavía rea lmente en el
mercado."

A propósito de esto hay que i nsistir especialmente en que esa


i ncapacidad de penetrar hasta el real sustrato material de la ciencia .,
no es error de los individuos, sino que precisamente se mani fiesta :0 ·

tanto más crasamente cuanto más desarrollada está la ciencia, cuan­


to más consecuentemente trabaja partiendo de los presupuestos de
su propio tipo de conceptuación. Por lo tanto, no es en modo alguno
casual, como lo ha mostrado conv incentemente Rosa Luxembu rgo39,
el que la visión de conjunto -grande, aunque a menudo primitiva,
errónea e inexacta- de la total idad de la vida económica que aún se
daba en el "Tableau économique" de Quesnay desaparezca progre­
sivamente con la creciente exactitud de la conceptualización for­
ma l40 en el desarrollo que pasa por Smith y cu l mina en R icardo.

39Akkumulation des Kapitals [La acu mulación del capita l], lªed., 78-79. Sería
un ejercicio muy atract ivo el precisar las relaciones metódicas ent re ese
desa rrollo y los g ra ndes sistemas fi losó ficos racionalistas. [ Lu xemburgo,
La acumulación , op. cit., p. 81 . ( N. del E.) )
. . .

wsacristán traduce "concept uación". Hemos preferido l a versión i nglesa


217

Para Ricardo, el proceso de la reproducción global del capital, pro­


ceso en el cual es imposible ignorar esa problemática, ha dejado de
ser una cuestión central.
La situación se manifiesta de modo aún más claro y sencillo en
la cienc ia jurídica, a causa de la cosificación más consciente de su
actitud. Basta ya para explicarlo el hecho de que en este caso la
cuestión de la incognoscibilidad del contenido cualitativo a par­
tir de las formas racionalistas y calculísticas no toma la forma de
una concurrencia entre dos princip ios de organización de un m is­
m o terreno (como lo son el valor de uso y el valor de cambio en la
economía), sino que aparece desde el primer momento como pro­
blema de la relación entre la forma y el conten ido. La pugna por
el derecho natural, el período revolucionario de la clase burgue­
sa, parte metódicamente de la idea de que la igualdad y la univer­
salidad formales del derecho, o sea, su racionalidad, es al mismo
tiempo capaz de determinar su contenido. Con ello se combate a
la vez contra el derecho de priv ilegios, confuso, abigarrado, pro­
cedente de la Edad Media, y contra la trascendencia metajuríd ica
del monarca. La c lase bu rguesa revolucionaria se niega a ver en
la /actualidad de una situación jurídica, en la facticidad, el funda­
mento de su validez. "¡Quemad vuestras leyes y haced otras nue­
vas!", aconsejaba Voltaire. "¿Que de dónde tomar las nuevas? ¡De
la razón!"41 La lucha contra la burguesía revolucionaria, en tiem­
pos, por ejemplo, de la Revolución francesa, estaba ella m isma y
en su mayor parte tan influida por ese m ismo pensamiento que lo
único que pudo hacer fue contraponer a ese derecho natural otro
derecho natural (Burke, e incluso Stahl). Sólo cuando la burguesía
hubo triunfado ya, parcialmente a l menos, penetró en ambos cam­
pos una concepción "crítica", "histórica'� cuya esencia puede resu­
m irse diciendo que el contenido jurídico es a lgo puramente fácti­
co, incomprensible, pues, pa ra las categorías formales del derecho
m ismo. Lo único que quedó en p ie de las reiv indicaciones del dere­
cho natural fue la de la coherencia sin lagunas del sistema jurídico

("conceptualization" ) porque se aj usta más al signi ficado castellano: m ien­


tras "conceptuación" significa "aprecio de las cualidades de alguien", "con­
ceptualización" qu iere decir "forjar conceptos acerca de algo" ( DRAE). El
ú ltimo sig n i ficado pa rece más adecuado a l contexto. (N. del E .)
41En Bergbohm, /urisprudenz und Rechtsphilosophie (Jur isprudencia y filo­
sofía del derecho], 170.
218

formal; es muy característico que Bergbohm42 designe las zonas sin


regu lación jurídica con terminología tomada de la física: "espacio
jurídicamente vacío". Pero la coherencia de esas leyes es puramen­
te forma l: lo que ellas dicen, "el contenido de los institutos ju ríd i­
cos, no es nunca de naturaleza jurídica, sino siempre de naturaleza
política, económica"43• Con ello la lucha contra el derecho natural,
prim itivamente cínica y escéptica, tal como la había empezado el
"kantiano" Hugo a fi nes del siglo XVIII, toma u na forma "científi­
ca". Hugo44 fundamentaba, entre otras cosas, el carácter ju rídico de
la esclav itud con el hecho de que "du rante milenios fue realmente
u na institución de derecho para tantos m i l lones de hombres cul­
tivados". En esa ingenua y cínica sinceridad se expresa del modo
más claro la estructura que va tomando crecientemente el derecho
en la sociedad burguesa. Cuando Jellinek llama "metajurídíco" al
contenido del derecho, cuando juristas "crít icos" remiten el conte­
nido del derecho a la historia, a la sociología, a la política, etc., no
hacen en ú ltima instancia más que lo que ya Hugo propuso: renun­
ciar a la fundamentación según razón, a la raciona lidad del conte­
nido del derecho, haciendo de esa renu ncia una cuestión de méto­
do; no habría que ver según eso en el derecho más que un sistem a
formal de cálculo con cuya ayuda puedan calcularse exactamente
todas las consecuencias jurídicas necesarias de determinados actos
(rebus sic stantibus).
Pero esa concepción del derecho convierte la génesis y la
caducidad del derecho en a lgo jurídicamente tan incomprensible
como lo es la crisis para la ciencia económ ica. El agudo jurista "crí­
tico" Kelsen45 dice consecuentemente acerca de la génesis del dere­
cho: "Es el más grande misterio del derecho y del Estado, 1nisterio
que se consuma en los actos legislativos, y por eso será ta l vez jus­
tificado el ilustrar intu itiva mente su esencia con unas imágenes

42Ibíd., 375.
13Preuss, "Zur Metho de der juristischen Begriffsbi ldu ng" [Acerca del
método de formación j u r íd ica de conceptos], Schmollers /ahrbuch, 1900,
370.
44Lehrbuch des Naturrechts [Tratado de derecho natural), Berlín 1799, § 141 .
La polémica de Marx cont ra Hugo (Nachlass [Póst umos), 1, 268 ss.) parte
aú n de un punto de vista hegeliano.
45 Haup tprobleme der Statsrechtslehre [Problemas capitales de la teoría del
derecho p úblico], 411 (cu rsiva m ía).
2 19

insu ficientes." O, dicho de otro modo: ªEs un hecho característi­


co de la esencia del derecho el que incluso una norma nacida con­
tra derecho pueda ser norma jurídica, o sea, el que la condición
de su origen según derecho no pueda asu mirse en el concepto del
derecho."46 Esta c larificación crítico-gnoseológica podría ser de ver­
dad u na clarificación efectiva y, por lo tanto, un progreso del cono­
cimiento si el problema de la génesis del derecho, así remitido a
otras disciplinas, encontrara realmente en éstas una solución y si, al
m ismo tiempo, se viera con rea l claridad la esencia del derecho así
producida, totalmente al servicio del cá lculo de consecuencias y al
de la imposición racional, según intereses de clase, de ciertos tipos
de actos. Pues en este caso el sustrato material, real, del derecho se
haría de repente v isible y comprensible. Pero ninguna de esas dos
cosas es posible. El derecho sigue estando en estrecha relación con
los "valores eternos", con lo que se produce una refundición, agua­
da en sentido formalista, del derecho natural bajo la for ma de una
filosofía del derecho (Stam mler). Y el fundamento real de la géne­
sis del derecho, las alteraciones de las correlaciones de fuerzas de
las clases, se desdibuja y d isipa en las ciencias que lo estudian, en
las cuales, de acuerdo con las formas de pensamiento de la socie­
dad burguesa, se producen los m ismos problemas de trascenden­
cia del sustrato material que ocurren en la jurisprudencia y en la
economía.
El modo de concebi r esa trascendencia muestra lo vana que
sería la esperanza de que la conexión del todo, a cuyo conocimiento
han renunciado conscientemente las ciencias especia les al exclu ir
de sus conceptos el sustrato materia l, pudiera ser fruto de u na cien­
cia de conjunto, la filosofía. Pues eso sólo sería posible si Ja fi losofía
rompiera los límites de ese formalismo y de su resultante fragmen­
tación mediante un plantea m iento completamente distinto, orien­
tado a la tota lidad concreta, materia l, de lo cognoscible, de lo que
hay que conocer. Pero para eso ha ría falta, a su vez, la penetración
de los motivos, la génesis y la necesidad de ese forma l ismo; y eso
exigiría que las ciencias especializadas no se unieran mecá nica­
mente en una un idad, sino que se transformaran, además, i nterna­
mente por obra del método fi losófico íntimamente unificador. Está
claro que la filosofía de la sociedad bu rguesa es incapaz de eso. No

46F. Somlo, furistische Grundlehre [ Doctr i na j u ríd ica fundamental], 1 17.


220

porque no se encuentre con una indudable nostalgia de u n idad; n o


porque los mejores hayan aceptado con satisfacción el mecani s m o
antiv ital de la existencia y el formalismo a ntivital de la c iencia. Sino
porque en el terreno de la sociedad burguesa es imposible una alteración
radical del punto de vista. Sin duda puede producirse el intento de
una suma enciclopédica de todo el saber como tarea de la fi losofía
(al modo de Wundt). Y también es posible que se ponga en duda
el valor del conocimiento formal ante la "vida v iva" (como en la
filosofía de la irracional idad, desde Hamann hasta Bergson). Pero
junto a esas corrientes episódicas se mantiene la tendencia básica
del desarrollo filosófico: aceptar como necesarios, como dados, los
resultados y los métodos de las ciencias especiales y atribuir a la
fi losofía la tarea de descubrir y justificar el fundamento de la vali­
dez de esas conceptuaciones. Con lo cua l la filosofía se sitúa res­
pecto de las ciencias especiales como éstas respecto de la real idad
empírica. Al aceptar de este modo la fi losofía la conceptual ización47
formalista de las ciencias especia les como sustrato dado inmuta­
ble, queda consumada la imposibilidad de penetrar la cosificación
que subyace a ese formalismo. El mundo cosificado se presenta ya
-y fi losóficamente, elevado al cuadrado, bajo una iluminación "crí­
tica"- definitivamente como único mundo posible, único abarca­
ble por conceptos, único mundo comprensible dado a los hombres.
Para la esencia de esta s ituación es indiferente que eso se acepte de
un modo satisfecho, resignado o desesperado, y hasta que se bus­
que a lgún camino hacia la "vida" pasando por la vivencia mística
irracional. El pensamiento moderno burgués, al buscar las "con­
diciones de la posibilidad" de la validez de las formas en que se
manifiesta su ser básico, se obstruye a sí m ismo el camino que l leva
a los planteam ientos claros, a las cuestiones de la génesis y la cadu­
cidad, de la esencia real y el sustrato de esas formas. Su agudeza
recae cada vez más en la situación de aquella legendaria "crítica"
hindú que objetaba a la v isión tradiciona l según la cual el mundo
descansa en un elefante: ¿en qué descansa el elefante? Y una vez
que se dio con la respuesta -el elefante descansaba en una tor tuga­
la "crítica" se dio por satisfecha. Pero está claro que tampoco ulte­
riores preguntas "críticas" podrían encontrar más que, a lo sumo,

47Ver nota 40 ( N. del E.)


221

otro a ni mal maravilloso, sin ser capaces de revelar la solución del


verdadero pr oblema.
II

Las antinomias del pensamiento burgués

La filosofía crítica moderna ha nacido de la estructura cosifi­


cada de la conciencia. De ella proceden sus p roblemas esp ecíficos,
en cuanto diversos de los planteamientos filosóficos a nteriores.
La filosofía griega es la única y parcial excepción. Cosa tampoco
casual. Pues el fenómeno de la cosificación ha tenido también su
función en la sociedad griega desarrollada. Pero, de acuerdo con la
estructura muy diversa del ser social correspondiente, los plantea­
m ientos y las soluciones de la filosofía antigua son cualitativamente
diversos de los de la moderna. Así pues, desde el punto de vista de
una interpretación adecuada, es tan arb itrario ver en Platón un pre­
cursor de Kant, como hace Natorp, como el intento de Santo Tomás
de Aqu ino de constru ir su filosofía sobre la de Aristóteles. El que
ambas cosas hayan sido posibles -aunque de un modo aná logamen­
te arbitrario e i nadecuado- se debe, por u na parte, al uso, adecuado
a las propias finalidades, que los tiempos posteriores suelen hacer
de la herencia h istórica que les llega. Y, por otra parte, la a mb igua
interpretabilidad se explica precisamente p orque la filosofía griega
ha conocido el fenómeno de la cosificación, aunque no como for­
ma de todo el ser: ha tenido u n pie en esta sociedad, y el otro aún
en una sociedad constru ida al modo natura l espontáneo; por eso
sus problemas han sido siempre aplicables a las dos direcciC?.nes de
la evolución histórica, aunque siempre con la ayuda de enérgicas
reinterpretaciones.

¿En qué consiste esa diferencia básica? Kant48 la ha formu la­


do clara mente en el prólogo a la segunda edición de la Crítica de
la Razón p ura, a l usar la célebre expresión de "revolución coper­
nicana" para indicar el ca mbio que había que imprimir a l

48Edición Reclam, 17.


222

problema del conoci miento: "Se supuso hasta ahora que todo n ues­
tro conoci miento tiene que regirse por los objetos ... Inténtese ahora
ver si no saldremos mejor adelante con las tareas de la meta física
suponiendo que los objetos tienen que regirse por nuestro cono­
cimiento ..." Dicho de otro modo, la filosofía moderna se pla ntea el
problema de no aceptar el mundo como algo que ha nacido con
independencia del sujeto conocedor (por ejemplo, como a lgo crea­
do por Dios), sino entenderlo como p roducto propio. Pues este cambio
que consiste en entender el conoci miento raciona l como producto
del espíritu no se debe a Kant, el cua l se ha l im itado a explicitar
sus consecuencias de un modo más rad ical que sus predecesores.
Marx49 ha a ludido en otro contexto a la sentencia de Vico según la
cual "la historia de los hombres se d i ferencia de la historia natural
porque hemos hecho la una y no la otra". Pero la filosofía moderna
se ha planteado este problema principalmente por cam inos distin­
tos del de Vico, que no fue conocido ni entendido hasta más tarde.
Partiendo de la duda metódica, del cogito ergo sum de Descartes,
pasando por Hobbes, Spinoza, Leibniz, hay aquí un camino de
desarrollo rectil íneo cuyo motivo decisivo, presente en múltiples
variaciones, es la idea de que el objeto del conocimiento puede ser
conocido por nosotros porque y en la medida en que ha sido pro­
ducido por nosotros m ismos50• Y los métodos de la matemática y ._.¡

.-

de la geometría, el método constructivo, de producción del objeto a


partir de los presupuestos formales de una objetividad en general y
luego los métodos de la física matemática, se convierten así en indi­
cadores y en criterios de la filosofía, del conocimiento del mundo
como total idad.
La cuestión de por qué y con qué derecho el entendim iento
humano concibe esos sistemas de for mas como naturaleza suya

49 Das Kapital [El Cap ita l], l, 336 . [Marx, El capital . , op. cit., Tomo 1, vol. 2,
. . .

p. 452, nota 89. (N. del E .)]


socfr. Tonnies, Hobbes 'Leben und Lehre [Vida y doctrina de Hobbes], y sobre
todo Cassirer, Das Erkenntnisproblem in der Philosophie und Wissenschaft der
neueren Zeit [El problema del conocimiento en la fi losofía y en la c iencia de
la época moderna). Las afirmaciones de este libro, de las que volveremos
a hab lar, tienen mucho valor para nosotros por haber sido conseg uidas
desde u n p u nto de vista completamente d isti nto del nuest ro y describir,
sin emba rgo, la 1n isma evolución, la i n flue ncia del raciona lismo matemá­
tico, cient í fico-"exacto", en el origen del pensamiento moderno.
223

prop ia (a d i ferencia de] carácter "dado", ajeno, incognoscible, de


los contenidos de esas formas) no se plantea s iquiera. La cosa se
tom a c omo obvia. Y a este propósito es de importanc ia secunda­
ri a la visible d i ferencia entre el caso (Berkeley o Hume) en que esa
aceptación es duda, escepticismo51 acerca de la capacidad de "nues­
t ro" conocimiento de llegar a resu ltados vá l idos genera les y el caso
(Sp inoza, Leibniz) en el cual se ma nifiesta como confianza ilim ita­
da en la capacidad que tienen esas formas de captar la "verdade­
ra" esencia de todas las cosas. Pues lo que nos i nteresa ahora no es
esboza r u na historia de la fi losofía moderna -ni siquiera del modo
m á s gro seramente esquemático-, sino sólo ind icar la conexión de los
p rob lemas básicos de esta filosofía con el fundamento óntico sobre el
cual se yerguen sus preguntas y al que se esfuerzan por volver con
sus conceptos. Mas el carácter de ese ser se revela tan claramente,
por lo menos, en aquello que no se hace problema para él como en
aquello que sí le es problema y en el modo como lo es; resu lta, en
todo caso, aconsejable el considerar ambos momentos en su interre­
lación . Al plantear así la cuestión, la equ iparación ingenua y dog­
mática (inclu so por parte de los filósofos más "críticos") de conoci­
m iento racional, matemático-formal, por un lado, conocimiento
en general como ta l, por otro, y "nuestro" conoci miento, aparece
como rasgo característico de toda la época. La más fugaz m irada a
la h istoria del pensa miento hu mano enseña que n i nguna de las dos
equiparaciones es obvia en cualesqu iera c ircunstancias: no lo fue,
sobre todo, en el origen del pensam iento moderno mismo, fase en
la cual hubo que l ibrar durísimas batallas i ntelectuales con el pen­
samiento medieval, de naturaleza completamente distinta, antes de
que se impusieran realmente el nuevo método y la nueva concep­
ción de la esencia del pensamiento. Tampoco podemos describir
esa lucha. De todos modos, puede aqu í presuponerse como gene­
ral mente sabido que sus motivos fueron la unificación de todos los
fenómenos (en contraposición, por ejemplo, con la d iv isión med ie­
val entre mundo "sublunar" y mundo "celeste"), la postulac ión de
la conexión causal inmanente de todos los fenómenos, en contra­
posición con las concepciones que buscaban el fundamento y la
concatenación de los fenómenos fuera de su conexión inmanente
(astronomía contra astrología, etc.), la exigencia de aplicación de

51 Sacristán traduce "skepsis", del griego, dud a, investigación. (N. del E.)
224

las categorías matemático-racionales para la explicación de todos


los fenómenos (en contraposición con la filosofía cual itativa de la
naturaleza, que aún floreció de nuevo en el Renacimiento- Bohme,
F ludd, etc.- y todavía suministró el fundamento del método de
.�

Bacon). También puede darse por sabido que todo ese desarrollo
filosófico procedió en constante interacción con el desarrollo de l a s
ciencias exactas, cuya evolución, a su vez, se encontraba en interac­
ción fecunda con u na técnica en creciente raciona lización, y con la
exper iencia del trabajo en la producción52•
Esas relaciones son de importancia decisiva para nuestra cues­
tión. Pues "racional ismo", es decir, u n sistema formal cuya cohesión
se orienta a los aspectos de los fenómenos que son intelectualmente
captables, producibles por el entendimiento y, p or lo tanto, domi­
nables, previsibles y calculables por el entendimiento, lo ha habi­
do en las más diversas épocas y según las formas más var ias. Pero
ensegu ida se tienen diferencias básicas según el material a l que s e
aplique ese raciona lismo y según la función que se le atribuya en
el sistema global de los conocimientos y las finalidades humanas.
Lo nuevo del racional ismo moderno consiste en que se presenta -y
cada vez más a lo largo de su evolución- con la pretensión de haber
descubierto el principio de la conexión de todos los fenómenos con
que se enfrenta la v ida del hombre en la nat u raleza y en la sociedad.
En cambio, todo racionalismo a nterior fue u n sistema parcial. Los
problemas "ú ltimos" de la existencia humana se mantenían en una
irracionalidad inaccesible al entendimiento humano. Cua nto más
.·:�
cerca de estas cuestiones "ú ltimas" de la existencia se encuentra
uno de esos sistemas raciona les parciales, tanto más abruptamente
revela su carácter meramente parcial, meramente ancilar, incapaz
de captar la uesencia". Así ocu rre, por ejemplo, en el método muy
racionalizado del ascetismo hindú, que calcula y prevé cuidado­
samente todos los efectos53, pero cuya "racional idad" se encuentra

52Das Kapital [El Capital] 1, 451, Cfr. también Gottl, especia lmente por lo
que hace a la contraposición con la Antigüedad, op. cit., 238-245. Por eso
el concepto de raciona l ismo no debe ampliarse abstracta y a nt i histórica­
mente, sino que hay que determinar siempre con precisión el objeto (el
campo vital) al que se refiere y, a nte todo, los objetos a los que no se le
refiere en cada caso. [Marx, El capital . . , op. cit., Tomo l, vol. 2, p. 475, nota
.

111 . ( Nota del E.)]


53Max Weber, Gesammelte A ufsiitze zur Religionssoziologie [ Escritos de
225

n
conex ió n directa e i nmediata -en la conexión del medio con el
� n- con la vivencia ú ltima de la esencia del mundo, completamente
aJ·ena al enten dim iento.
Ta mbién aqu í, pues, se aprecia que no conviene tomar el
''raciona lismo" de un modo abstracto forma l para hacer de él de
es te mo do u n pri ncip io suprahistórica presente en la esencia del
p ensa m iento humano. Queda, por el contrario, c laro que la d i fe­
rencia entre que u na forma figu re como categoría u niversal o se
uti lice s ólo para organ izar sistemas parciales precisamente deli­
m itado s es u na d i ferencia cualitativa. Pero ya la delimitación for­
ma l de ese tipo de pensamiento i lu m i na la correlación necesaria
entr e ra cio nalidad e irracional idad, la necesidad incondicionada de
qu e to do sistema formal racional tropiece con u na l i m itación o u na
barrera de irracional idad. Pero cuando -como en el ejemplo recién
aducido del ascetismo hindú- el sistema raciona l se piensa desde el
principio y esencialmente como sistema parcia l, cuando el mundo
de la irracional idad que lo rodea y lo delim ita (o sea, en este caso,
el mundo de la existencia humana empír ica y terrenal, indigno de
racionalización y el más a l lá inalcanzable para los conceptos huma­
nos racionales, el mundo de la salvación) se entiende como i nde­
pendiente de él, como absolutamente subordinado o supraordina­
do al sistema racional, no se produce por el lo problema metódico
alguno para el sistema racional mismo. El sistema es simplemente
un medio para alcanzar un fin no raciona l. La cuestión se plantea
de modo completamente diverso cuando el racional ismo se presen­
ta con la pretensión de ser el método u niversal para el conoci mien­
to de todo el ser. En este caso la cuestión de la correlación necesaria
del principio irracional cobra una importancia decisiva, que des­
compone y disuelve el entero sistema. É ste es el caso del racional is­
mo moderno (burgués).
La problemática se manifiesta del modo más claro en la curiosa,
ambigua y equívoca significación que tiene en la obra de Kant un
concepto por otra parte i mprescindib le para el sistema: el concepto

sociología de la religión], I I, 165-170. Una est ructura análoga presenta


también el desarrol lo de todas las "ciencias especiales" en la I nd ia: técnica
muy desarro llada en el detalle, pero sin referencia a una tota lidad racio­
nal, sin que se emprenda el intento de raciona lizar el todo, de hacer de
las categorías racionales categorías u niversales, ibíd. 146-147, 166-167. Cosa
parecida ocurre con el "raciona l ismo" del con fucianismo, ibíd, I, 527.
226

de cosa en sí. Se ha intentado muchas veces mostrar que la co sa en


sí cumple en el sistema de Kant funciones muy varias. Lo com ú n a
esas d iversas funciones consiste en que cada una de ellas rep resen­
ta una limitación o una barrera de la capacidad de conocer "hu ma­
na", racionalista y formal. Pero esas varias limitaciones y bar reras
parecen ser tan distintas las u nas de las otras que su u n i ficac ión
bajo el concepto -sin duda abstracto y negativo- de la cosa en s í
no llega a ser realmente comprensible más que cuando queda cla­
ro que el fundamento en últ ima instancia decisivo de esas li mita­
ciones y barreras de la "hu mana" capacidad de conocer es él mis­
mo unitario a pesar de la multiplicidad de sus mani festaciones.
Estos problemas pueden reducirse brevemente a dos grandes com­
plejos, en apariencia del todo independ ientes y hasta contrapues­
tos el uno a l otro: el problema de la materia (en el sentido lógico­
metodológico), la cuestión del contenido de las formas con las que
"nosotros" conocemos el mundo y podemos conocerlo porque lo
hemos producido; y el problema del todo y de la sustancia ú ltima
del conocimiento, cuya captación redondea los d iversos sistemas
parciales en u na totalidad, en el sistema del mundo plenamente
conceptuado. Sabem9s que la Crítica de la Razón pura n iega la solu­
bilidad del segundo grupo de cuestiones de u n modo categórico, y
se dedica a eliminarlas de la ciencia, como problemas mal plantea­
dos, en la "dialéctica trascendenta l"54• Pero segu ramente no hará
falta explicar larga mente que en la d ialéctica trascendental se está
siempre hablando de la cuestión de la tota lidad. Dios, el a lma, etc.,
no son más que expresiones m itológ icas del sujeto u nitario o del
objeto unitar io de la total idad de todos los objetos del conocimien­
to, pensada como consumada (y como plenamente conocida). La
d ialéctica trascendental, con su taja nte separación entre los fenó­
menos y los noúmenos, rechaza toda pretensión de "nuestra" razón
de conocer el segu ndo grupo de objetos. É stos se entienden como
cosas en sí, en contraposición con los fenómenos cognoscibles.
Parece, pues, como si el primer complejo de problemas, la pro­
blemática de los contenidos de las formas, no tuv iera nada que ver

54Kant consuma así la filosofía del siglo XV III. Tanto la evolución Locke­
Berkeley-Hume como la del materialismo francés se mueven en esa direc­
ción. Las va rias etapas y las desviaciones más decisivas ent re las diversas
tendencias no son objetos cuya descripción caiga dentro del ca mpo del
presente trabajo.
� n7
J{
:�'t:> 5
p ro b l e mas del segundo complejo. Sobre todo en la versión
. ��e n J(a t lo presenta a veces, según la cual

. _�;�" ªdd ad de la intuición sensible (que suministra los contenidos pa ra


"..1µ' as del entendi miento) es propiamente sólo una receptividad capaz
.

, f e ctada de cierto modo por representaciones ... La causa no sensible
ª
· � rep res e ntaciones nos es plenamente desconocida, y, por tanto, no
a:;
,,
·Ja º
.

e rn os contemp l a r co mo o b 1eto ...


ft � .
.

�;: ero p o demos l la mar a la causa meramente inteligible de los


·· .r; me no s en genera l objeto trascendental, simplemente "para
:�r algo que corresponda a la sensibil idad como receptividad".
�_;tqe e ste ? bj e �o se dice "que está dado e � sí m ismo antes de
,,
· a:a ex p e r1 enc1a 55• El problema del contenido del concepto es,

· :,:i��i.
�i irf
, ) :··. er
o, mucho más abarcante que el de la sensib ilidad, aunque
co p ueda n :�arse (co �o � uel �n hacerlo algunos kantianos
, �.-��:f.;:{/� ,; p o rnente ,,cnhcos"
al y distinguidos) que haya entre ambos
!' "'·;, , �- ��t-"E!SPec i
:._�,ff¡:�> .:;:,{�f:11ÜÍ\a es t rec
h a re l ac1 �n. P ues l a irrac1ona l iºd a d, l a ir �eso lu b 1· 1 1·d ad
·: ·:):"¡.�éiona l
· ·

.
' · ·

del contenido conceptual para e � rac1ona hsmo -lo �ue


· 'f :- · : .;d_enti fic a r emos pronto como problema mas general de la logica
,
�o derna-
.

·¡�,

· se revela en la cuestión de la relación del contenido


skn s ib l e a la forma racional-calculística del entendimiento,
:_.

¡r�-.· .. :- rXi.a ni fes tá ndo se entonces del modo más craso. Mientras que
.

\: .:�_ :-�.,� Ja. · i rra ci


.

ona l idad de otros conten idos es posicional, relativa, la


• .

en cambio, el ser-así de los contenidos sensibles, es


· {;):,:' <;;.': éxi stencia,
,�S-�:�i�:�:> J?ara
·
·. ·
el raciona lism � de la Edad Moder � a u � dat? absolutamente
_
· · ir reduc1b le56• Pero s1 el problema de la 1rrac1onahdad desemboca
�n el de la i mpenetrabil idad de los datos por los conceptos del
entendi m iento, en el problema de la inderivabil idad de esos datos a
pa r tir de conceptos del entendimiento, entonces este aspecto de la

ssKritik der reinen Vernunft [Crítica de la razón pu ra], 403-404. C fr. también
330 ss.
S6Feue rba ch ha enlazado el problema de la trascendencia absoluta de la
sensibilid ad al entend imiento �on la contradicción de la existencia de D ios:
"L a demostración de la ex istencia de Dios rebasa los límites de la razón;
muy b ien: pero en el m ismo sentido en el cual la vista, el oído, el ol fato
rebasan los l ím ites de la razón". Das Wesen des Christentum [ La esencia de
cristianismo], ed. Recla m, 303 . Acerca de reflexiones a ná logas de Hume y
Kant c fr. C assirer, o p. cit., I l, 608.
228

cuestión de la cosa-en-sí, que al principio parecía acercarse muc ho


al problema metafísico de la relación entre "espíritu" y "materia",
cobra un aspecto completamente d istinto, un aspecto lógico­
metodológico que es determi nante para las cuestiones teór icas y
sistemáticas57• En este caso la cuestión que hay que resolve r es si
los hechos empíricos (ya sean "puramente sensibles", ya sea su
carácter sensible el mero sustrato material ú ltimo de su ese nci a
en cuanto "hechos") han de aceptarse como "dados" en su factici­
dad, o bien si su ser-dado se resuelve en formas racionales, o s ea I

si p uede pensarse como producido por "nuestro" entendi m ie nto .


Pero entonces esta cuestión se conv ierte en cuestión decisiva de la
posibilidad del sistema como tal.
Ya Kant ha impreso con toda claridad al problema el giro que
acabamos de describir. Cuando subraya repetidamente que la razón
pura no es capaz de enu nciar ninguna proposición sintética consti­
tutiva de objetos, de modo que sus principios no pueden conseguir­
se "en modo alguno directa mente a partir de conceptos, sino siem­
pre y sólo indirectamente, mediante la referencia de esos conceptos
a a lgo plenamente casual, a saber, la experiencia posible"58; y cuando
esa idea de la "casua lidad intel igible" no sólo de los elementos de
la experiencia posible, sino también de todas las leyes referentes a
ellos y de ellos ordenadoras se convierte en la Crítica de la Facultad de
Juzgar en problema central de la sistematización, notamos, por una
parte, que las dos funciones de la cosa en sí, en apariencia plena­
mente distintas y delimitadoras (la inaprehensibilidad de la totali­
dad partiendo de las formaciones conceptua les de los sistemas par­
ciales racionales y la irracional idad de los singu lares conten idos de
los conceptos) no son más que dos aspectos de un m ismo proble­
ma, y, por otra parte, que ese problema es efectivamente la cuestión
central de un pensam iento que se resuelve a dar a las categorías

57 Lask ha formu lado este problema del modo más claro: u Pa ra la s ubjetivi­
dad" (o sea, para la subjetiv idad lóg ica del j u icio) "no es una cosa evidente,
s i no, por el contrario, verdadero objetivo de su i nvest igación, la c uestión
de cuál es la categoría en la que se d i ferenc ia la forma lóg ica cuando se
trata de captar con exactitud categorial un determ inado material s ingular,
o, d icho de otra manera, la c uest ión de qué material sing ula r constituye
la extensión material de las d iversas categorías", Die Lehre vom Urteil [La
doctrina del j uicio], 162.
580 p. cit., 564.
229

racion ales una sign ificación universal. As í nace necesariamente


del racion alismo como método universal la exigencia del sistema;
p ero, a � mis mo tie �p o, la refl�x ión acerca de las �ondiciones de la
posi b ih dad de un sistema universal, el planteam iento concreto de
la cuestión del sistema, muestra la imp osibil idad, la irreal izabili­
dad de la exigencia formu lada59• Pues en el sentido del racionalis­
mo -y en cualquier otro sentido la idea es autocontradictoria- siste­
ma no p uede sign ificar sino una ta l coordinación, o subordinación
y sup raord inación, de los diversos sistemas parciales de las formas
(y de las fórmulas singulares, dentro de esos sistemas parciales),
de ta l modo que esas conexiones puedan siempre pensarse como
"n ecesarias", esto es, evidentes por las formas mismas o, a l menos,
por el princip io de la formación de las formas, como uproducidas"
por ellas; de tal modo, esto es, que la posición correcta del princi­
pio signifique tendencial mente la posición de todo el sistema por él
determ inado, y que las consecuencias estén sosten idas en el prin­
cipio, puedan suscitarse, preverse y calcularse con él. El desar rol lo
real de todas esas exigencias puede presentarse como un "proceso
infinito", pero esta lim itación sign i fica sólo que no somos capaces
de do minar con la mirada el sistema en su desplegada totalidad;
la lim itación no altera en nada el principio de la sistematización60•
Esta idea de sistema permite comprender por qué la matemática
pura y aplicada ha sido siempre para la filosofía moderna modelo
metódico y guía. Pues la relación metódica entre los axion1as de la
mate1nática y los sistemas parciales y los resultados desarrollados
a partir de aquéllos corresponde exactamente a esa exigencia que
el sistema del racionalismo se pone a sí mismo: la exigencia de que

59No es éste el lugar adecuado para p robar que ni la fi losofía griega (acaso
con la excepción de pensadores muy tardíos, como P roclo) ni la filosofía
medieval han conocido sistemas en nuestro sentido; es la i nterpretación
moderna la que se los atribuye, El problema del sistema nace con la Edad
Moderna, con Descartes, por ejemplo, y con Spi noza, y luego se convierte
progresiva mente en ex igencia consciente metodo lóg ica con Leibniz y
Kant.
60La idea del "entend im iento infinito", de la i ntuición intelectual, etc.,
sirve parcialmente para la resolución epistemológica de esa d i ficu ltad. Pero
ya Kant ha visto claramente que este p roblema remite a l que se trata de
resolver.
230

cada momento del sistema sea producible a partir de su princip io


básico, y exactamente previsible y calcu lable.
Está claro que ese principio de sistematización es necesaria­
mente incompatible con el reconocim iento de cualquier "factua­
lidad" de u n "contenido" inderivable en principio del principio
de la dación61 de forma y que, por tanto, haya de ser simplemente
admitido como facticidad. La grandeza, la paradoja y la tragedia de
la filosofía clásica a lemana estriban en que esa filosofía no oculta
ya, como Spinoza, todo dato como inexistente, tras la monu mental
arquitectura de las formas racionales producidas por el entendi­
miento, sino que, por el contrario, comprende el carácter irraci on al
de lo dado en el contenido del concepto, lo retiene, pero se esfuer­
za a l mismo tiempo por rebasar y supera r esa comprobación para
construir el sistema. Mas ya por lo d icho estará c laro lo que signifi­
ca el problema de lo dado para el sistema del racionalismo: signi fica
que lo dado no puede en modo a lguno dejarse en su existencia y
en su ser tal como es, pues entonces es "casual" de un modo insu­
perable, sino que tiene que insertarse sin resto en sistema racional
de los conceptos del entendi miento. A primera vista parece presen­
tarse aquí un dilema insoluble. Pues o bien el contenido "irracio­
nal" se inserta sin resto en el sistema conceptual, o sea, que éste es
cerrado y tiene que construirse como aplicable a todo y como si no
hubiera irracional idad alguna del contenido, de lo dado (salvo, a lo
sumo, como tarea en el sentido antes ind icado), y entonces el pensa­
miento recae en las posiciones del racionalismo ingenuo dogmáti­
co, porque considera de algún modo inexistente la mera facticidad
del contenido irracional del concepto (au nque esa metafísica se dis­
frace con la fórmu la de que dicho contenido es "irrelevante" para el
conocimiento). O bien el sistema se ve obl igado a reconocer que lo
dado, el contenido, la materia, penetra 62 en la dación de forma, en la

61 Del verbo udar": dar forma. Pod ría traducirse como "transmisión", pero
el contexto ind ica a lgo más que "pasa r de a". La forma más coloquial
sería "formación", pero la expresión "dación" exp resa claramente que no
se t rata de una "autoformación", opción que está i mpl ícita en la primera
alternat iva. ( N. del E .)
62El pu nto se encuentra tamb ién del modo más crudo y claro en la obra de
Lask. C fr. Logik der Philosophie [Lóg ica de la fi losofía], 60-62. Pero ni siquiera
él expl icita todas las consecuencias de s us a fi rmaciones, especialmente la
consecuencia de la i mposib i l idad de p r i ncip io del s istema racio na l .
23 1

estr uct ura de las formas, en la relación entre las formas, o sea, en la
es tru ctu ra del sis tema mismo, de uná manera determinante: y entonces
el sistema tiene que abandonarse como tal sistema; el sistema pasa
en tonces a ser un mero reg istro, lo más cómodo posible, una des­
cripción, lo más ordenada posible, de hechos cuya conexión, empe­
ro, no es ya racional, o sea, no es ya sistematizable, aunque las for­
m as de sus elementos sean racionales en el sentido de adecuadas al
entendim iento63•
Pero sería superficial detenerse ante este dilema abstracto, y la
filosofía clásica no ha pensado siquiera en detenerse ante él. En la
medida en que exacerbó la contraposición lógica entre la forma y el
contenido, contraposición en la que se encuentran y cruzan todas
las demás contraposiciones básicas de la filosofía, en la med ida en
que se aferró a esa contraposición y, sin embargo, intentó al m is­
mo tiempo dominarla sistemáticamente, la filosofía clásica pudo ir
m ás allá de sus precursores y sentar los fundamentos metodoló­
gicos del método dialéctico. Su insistencia en levantar un sistema
racional a pesar de la irraciona lidad del contenido del concepto (de
lo dado), por ella reconocida y preservada, tuvo que influi r metó­
dicamente en el sentido de una relativización dinámica de los ele­
mentos contrapuestos. También en esto le precedió como modelo
la matemática moderna. Los sistemas influidos por ella (especia l­
mente el de Leibniz) conciben la irracionalidad de lo dado como
problema en sentido matemático. Y, efectivamente, para el método
de la matemática toda irracional idad del conten ido hallado en cada
caso es exclusivamente estímulo para reordenar el sistema de for­
mas con el cual se consiguió la anterior conexión, de tal modo que
con la nueva interpretación el contenido que en el primer encuen­
tro con él pareció "dado" a hora aparezca como "producido", o sea,
de tal modo que la facticidad se resuelva en necesidad. Por grande
que sea el progreso representado por esa concepción de la real idad
frente a la del período dogmático (el de la "matemática sagrada"),
no debe, de todos modos, ignorarse que el método matemático tra­
baja con u n concepto de i rraciona l idad ya adecuado a sus exigencias

63Piénsese, por ejemplo, en el método fenomenológico de Husserl, que en


última instancia t ransforma todo el campo de la lógica en u na "facticidad"
de orden s uperio r. El propio Husserl lla ma puramente descriptivo a su
método. Cfr. Ideen zu einer reinen Phiinomenologie, en el vol. 1 de su fahrbuch,
pág. 1 1 3 [Ideas) .
232

metódicas, ya homogeneizado con éstas (y, por él mediado, co n u n


concep to análogo de la facticidad, del ser). Sin duda también aqu í s e
tiene la irracional idad posicional del contenido del concepto: pero,
ya por el método, por el tipo de positividad, esa irracionalidad está
predispuesta desde el principio a ser posicionalidad máximamente
pura, o sea, relatividad64•
Pero con eso se ha indicado el modelo metód ico, no el método
mismo. Pues está claro que la irraciona lidad del ser (como totali­
dad y como sustrato materia l "último" de las formas), la irracionali­
dad de la materia, es cualitativamente distinta de la irracion alidad
de esta materia que, con Maimónides65, se podría llamar inteligi­
ble. La diferencia no pod ía, por supuesto, impedir a la filosof ía e l
intento de dominar también esta materia con sus formas, siguien­
do el ejemplo del método matemático (la construcción, la produc­
ción). Pero no hay que olvidar que la "producción" ininterrumpida
del contenido significa para la materia del ser algo completamente
distinto que para el mu ndo de la matemática, totalmente basado
en construcciones, y que la "producción" no puede significar en
la filosofía sino conceptuabilidad intelectual de los hechos, mientras
que en la matemática coinciden plenamente producción y concep­
tuabil idad. En su período intermedio Fichte ha visto este problema
y lo ha formu lado del modo más claro entre todos los representa n­
tes de la filosofía clásica. Se trata, escribe Fichte66 de " la proyección

64Esta tendencia básica de la filosofía leibniziana tiene su forma máxima


en la de Maimónides, en la forma de d isolución del problema de la cosa­
en-sí y de la "causalidad intel ig ible"; de aquí arra ncan influencias decisi­
vas sobre Fichte y, a t ravés de él, sobre el desa rrollo posterior. El problema
de la irracionalidad de la matemát ica se encuentra tratado del modo más
agudo en el ensayo de Rickert, Dns Eine, die Einheit und dns Eins [Lo uno, la
unidad y el número u no], Lagos, II, 1 .
65Moisés Ben Maimón (1135-1 204), médico y filósofo español, considerado
el "aristóteles del judaísmo". ( N . del E .)
66Die Wissenschaftslehre van 1 804 [ La doctrina de la ciencia de 1804], XV
Vortrag [Discurso 15], Obras (Neue Ausgabe [ Nueva ed ición] ), IV, 288.
Cursiva mía. Este planteam iento sigue siendo, con mayor o menor clari­
dad, el de la posterior fi losofía "crít ica". Del modo más claro en la obra de
Windelband, cuando determ ina el ser como "i ndependencia del contenido
respecto de la forma". Sus crít icos se han lim itado en mi opinión a aguar
su paradoja, pero no han resuelto el problema conten ido en ella.
233

ab soluta de un objeto, acerca de cuya génesis no puede darse razón algu­


na, p or lo cual hay oscuridad y vacío en el cen tro, entre la proyección y

el project um, o sea, por decirlo u n poco escolásticamente, pero en


mi opin ión muy característicamente, es una p rojectio per h iatum
ir ra tion a lem".
E ste p lanteamiento p ermite final mente comprender l a div isoria
de caminos que se da en la filosofía moderna y, con ella, las prin­
cipales épocas de su evolución. Antes de esa doctrina de la irra­
cionalidad se tiene la época del "dogmatismo" filosófico, o bien,
dicho desde el punto de vista histórico-socia l, la época en que el
pensamiento de la c lase burguesa ha identificado i ngenuamente
con la real idad, con el ser, sus formas de pensamiento, las formas
en las cua les la clase tenía que p ensar el mundo de acuerdo con
su ser social . E l reconocim iento incondicionado de este problema,
la renuncia a su superación, conduce d irectamente a las diversas
formas de doctrinas de la ficción: a la recusación de toda "metafí­
sica" (en el sentido de ciencia del ser), a la fi na lidad de concebir los
fenómenos de las diversas regiones parcia les exactamente especia­
lizadas por medio de los sistemas calcu l ísticos abstractos adecua­
dos a ellos, sin emprender siqu iera el intento -si no recusándolo por
"acientífico"- de dom inar partiendo de ahí el todo de lo cognoscible.
Esta renuncia se exp resa claramente por a lgunas tendencias (Mach,
Avenarius, Poincaré, Vai hinger, etc.), y en otras parece escondida.
Pero no hay que olvidar que -como se mostró a l final de la primera
sección- el nacimiento de las ciencias indiv iduales especia l izadas,
claramente separadas unas de otras, independientes las u nas de las
otras tanto por el objeto cuanto por el método, significa ya el reco­
nocimiento de la irresolubilidad de ese p roblema: que toda ciencia
especial obtiene su "exactitud" p recisamente de esa fuente. La cien­
cia especiali zada deja en sí el sustrato materia l que le subyace en
ú ltima instancia, lo deja en i ntacta i rracionalidad ("improducido",
"dado"), con objeto de poder operar si n obstácu los en el mundo
así producido, cerrado y metódicamente puro, con categorías del
entendim iento que son aproblemáticas en su apl icación, porque se
aplica n a una materia "inteligible", y no a l sustrato materia l real (ni
siquiera el de l a ciencia especia l). Y la fi losofía deja concientemente
intacto ese trabajo de las ciencias. Aú n más: considera esa renu ncia
como un progreso critico. Su función se l i m ita así a la investigació n
de las cond iciones formales de va l idez de las ciencias especiales,

b. .
234

sin tocarlas ni corregirlas. Y el problema que éstas ignora n no


puede encontrar solución en la filosofía, ni siqu iera pla ntearse en
ella. Cuando la filosofía apela a los presupuestos estructura les de
la relación entre la forma y el contenido, transfigu ra y subli m a el
método "matematiza nte" de las ciencias especiales en método de l a
filosofía (Escuela de Marburgo67), o bien explicita como hecho "ú lti­
mo" la irracionalidad de la materia en sentido lógico (Windelba n d,
Rickert, Lask). En a mbos casos, empero, y en cuanto que se pasa a
un intento de sistematización, el irresuelto problema de la irracio­
nal idad se manifiesta en el p roblema de la total idad. El hor izonte
que cierra el todo creado y producible es, en el mejor de los casos, la
cultura (esto es, la cultu ra de la sociedad burguesa) tomada como
a lgo inderivable, como algo simplemente dado, como "facticidad"
en el sentido de la filosofía clásica68•
Nos llevaría muy lejos del ma rco temático de este trabajo el estu­
diar detalladamente las diversas for mas de esta renuncia a enten­
der la real idad como un todo y como ser. Lo único que importaba
aquí era indicar el punto en el cual el pensam iento de la sociedad
burguesa ve imponer filosóficamente aquella tendencia dúplice de
su desarrollo: la tendencia consiste en que la clase burguesa domi­
na crecientemente las singularidades y los detalles de su existencia
social y los somete a las formas de sus necesidades, pero, al mismo
tiempo y también crecientemente, p ierde la posibilidad de dom inar
intelectualmente la sociedad como total idad y, por lo tanto, su cali­
ficación como clase d irigente. La filosofía clásica alemana caracte­
riza un pec u l iar punto de transición en este desarrollo: se produce
en un estadio evolutivo de la clase en el cua l el proceso ha progre­
sado ya tanto que todos esos problemas pueden hacerse concientes
como tales problemas; pero, al mismo tiempo, nace en un a mbiente
en el cual d ichos problemas llegan a conciencia como problemas

67No es propia de este lugar la crítica de las d iversas corrientes fi losóficas.


Me l i mito, pues, a aduci r como ejemplo de ese esquema la recaída en el
derecho natural (metodológicamente p recrítico) que puede observarse en
Stamrnler, esencialmente aunque no por el léx ico, a Cohen y la Escuela de
Marburgo.
68Precisamente e l carácter pu ramente formal que Rickert -u no de los
rep resentantes más consecuentes de esta tendencia- atribuy� a los valo­
res culturales que fu ndan metódicamente la ciencia histórica ilumina esta
situación. e f r. la tercera sección.
235

pura mente intelectuales, como problemas puramente filosóficos.


E sto, por supuesto, imp ide, por un lado, la visión de los proble­
mas co ncretos de la situación h istórica y la de la salida concreta
de el los; pero, por otra parte, posibil ita a la filosofía clásica p ensar
ha s ta el final, aunque como problemas filosóficos, los problemas
más profundos y ú ltimos del d e sarrollo de la sociedad burgu esa,
y llevar hasta el final -sólo intelectualmente- la evolución de la cla­
se. La filosofía clásica pu e de así llevar -mentalmente- las paradojas
de la situación de la clase hasta su extremo más agudo, viendo así,
como problema a l menos, el punto en el cual resu lta metódicamen­
te necesario el rebasamiento de ese e stadio evolutivo histórico de
la humanidad.
2

Ese estrechamiento del problema a lo puramente intelectual­


re ducción a la cual la filosofía clásica debe su riqueza, su pro­
fundidad, su audacia y su fecu nd idad para el futuro del pensa­
miento- significa, por supuesto, al m ismo tiempo una l imitación,
una barrera infranqueable incluso en el terreno pu ramente inte­
lectual. La filosofía clásica, que desgarró sin piedad todas las ilu­
siones metafísicas de la época anterior, procedió necesariamente
ante determinados presup uestos suyos del mismo modo acrítico,
dogmático y metafísico que sus predecesoras. Hemos aludido ya
fug azmente a esta cuestión: se trata del supuesto dogmático de
que el modo de conocer racional-formalista es el único posible (o,
expresado del modo más crítico: el único posible "para nosotros"),
el único modo posible de cap ta r la rea lidad, frente a l ser-dado de
los hechos, que "nos" es ajeno. La grandiosa concepción según la
cual el pensamiento no puede concebi r más que lo que él m ismo
ha producido tropezó, como se mostró, en el intento de dominar
la total idad del mundo como a lgo auto producido, con la barrera
insuperable de lo dado, de la cosa-en-sí. Si no quería renunciar a la
captación del todo, tenía entonces que emprender el ca mino de la
interioridad. Tenía que intentar descubrir el sujeto del pensamiento
como producto del cua l -sin hiatus irrationalis, sin trascendente cosa­
en-sí- pudiera pensarse la ex istencia misma. El dogmatismo antes
a ludido es a la vez, en esta empresa, guía y fuego fatuo. Gu ía en la
medida en que el pensamiento se vio orientado a rebasar la mera
aceptación de la real idad dada, la mera reflexión, las condiciones
236

de su trabajo mental, y a moverse en el sentido de un rebasamien to


de la mera contemplación. Fuego fatuo en la medida en que ese mis­
mo dogmatismo no permit ió encontrar el principio verdaderamen­
te contrapuesto a la contemplación y superador de el la, el pri n cipio
de lo práctico. (Pronto se mostrará en lo que sigue que p recisamente
por eso d icha problemática tropieza siempre con lo dado como con
algo insuperablemente irraciona l.)
Fichte69 ha formu lado, en su ú ltima gra n obra lógica, del modo
siguiente esa situación de la que filosóficamente hay que partir:

"Hemos visto como necesario todo el saber fáct ico, excepto el es en su for­
ma, con la cond ición de que ello es un fenómeno que p uede ser, cierta­
mente, para el pensa m iento el presupuesto absoluto, y la duda sobre el :f� .
cual no p uede resolverse si no es por l a intu ició n fáctica misma. Con la
sola d iferencia de que para la primera parte del factum, la yoidad, com­
p rendemos la ley determinada y cua l itativa en su contenido, mientras que
para el contenido fáctico de esa autoint uición lo único que comprendemos
es que t iene que ser alg ú n contenido, m ientras que no tenemos ley algun a
que explique por qué es p recisamente ese contenido; mas al mismo t iem­
po vemos también claramente que no p uede haber una ley así, y que, por
lo tanto, la ley cual itativa de esta determinación es precisamente la fa lta
de ley. Si lo necesa r io se l lama apriórico, tenemos entonces comprendida
aprióricamente en este sentido toda la facticidad, incluso la empiria, al
deduci rla como i ndeducible."

Lo importante para nuestro problema es que el sujeto del cono­


cimiento, la yoidad, tiene que concebi rse como conocido también
desde el punto de vista del contenido y, por lo tanto, como punto
de partida y como guía o indicador metódico. Dicho del modo más
general, así se produce en filosofía la tendencia a penetrar hasta una
concepción del sujeto como productor de la totalidad de los conte­
nidos. Y, también del modo más general y p u ramente programáti­
co, eso produce la sigu iente exigencia: descubrir y mostrar un nivel
de objetividad, de posición de los objetos, en el cual esté superada
la duplicidad de sujeto y objeto (y la duplicidad de pensamiento y

69Transzendentale Logik [ Lóg ica trascendenta l], XXI I I, Vortrag ( Discurso 23],
Obras, VI, 335. Los lecto res que no estén familiarizados con la termino­
log ía de la fi losofía clás ica deben tener muy en cuenta que el concepto
fichteano de yo no tiene nad a que ver con el de yo empírico.
237

ser no' es sino u n caso especial de esa estructura, un nivel en el cual


coincidan, sean idéntico, sujeto, y objeto). Los grandes representan­
tes d e la filosofía clásica fueron, natural mente, demasiado agudos y
cr íticos p ara ignorar la dual idad del sujeto y el objeto en la emp iria;
aú n · m ás: ellos vieron precisamente en esa estructu ra escindida la
estruc tura básica de la objetividad empírica. La exigencia, el pro­
gra m a, apuntaba más b ien al descubrimiento del punto un itario,
para h acer comprensible desde él, deducir y "producir" la dua lidad
de suje to y objeto en la empiria, la forma de objetividad empírica.
A d iferencia de lo que ocu rre en la aceptación dogmática de una
realidad meramente dada, ajena al sujeto, se produce la exigencia
de entender todo lo dado, a partir del sujeto-objeto idéntico, como
producto de ese idéntico sujeto-objeto, y toda dua lidad como caso
especial derivado de esa u n idad prim igenia.
Pero esa u nidad es actividad. Luego que Kant intentara mostrar
en la Crítica de la Razón práctica -tan ma l entend ida sobre el p unto de
vista metódico y tantas veces puesta en una inexistente contraposi­
ción con la Crítica de la Razón pura- que las barreras teoréticamente
(contemplativa mente) insuperables son superables prácticamente,
Fichte sitúa lo práctico, la acción, la activ idad, en el centro metódico
de una filosofía tota l unitaria. " Por eso", escribe70,

"no es tan poco importante como parece a a lg u nos el que la filosofía parte
de un hecho o de una acción (esto es, de u na actividad pura, que no p re­
supone ning ú n objeto, sino que lo p roduce ella m isma, con lo que el obrar
es de modo inmed iato hecho). Si, en cambio, parte del hecho, se � it úa en el
mundo del ser y de la fi nit ud, y le será d i fícil encontrar un cami no que l le­
ve de éste a lo infinito y lo suprasensible; partiendo de la acción, se s itúa
precisamente en el p u nto que enlaza a mbos mundos, y a parti r del cual es
posible dominar ambos con la mirada."

Se trata, p ues, de mostrar el sujeto de la "acción" y, partiendo de


la identidad con su objeto, de concebir todas las formas duales suje­
to-objeto como formas derivadas de el la, como producto de ella.
Pero aquí vuelve a repetirse a un nivel fi losóficamente superior la

70Segunda Int ro ducción a la Wissenschaftslehre [Doctrina de la ciencia],


Obras, III, 52. La termi nolog ía, que es camb iante en las var ias obras de
Fichte, no debe esconder que temáticamente se t rata en todo caso del mismo
problema.
238

irresolubilidad del planteamiento de la filosofía clásica a lem a na.


Pues en el momento en que aparece la cuestión de la esencia con­
creta de este sujeto-objeto idéntico, el pensam iento se encu entra
puesto ante el dilema sigu iente: por una parte, esa estructura de l a
conciencia no puede encontrarse real y concretamente más qu e en
el acto ético, en la relación del sujeto (ind ividual) éticamente acti­
vo respecto de sí m ismo; por otra parte, la dua lidad infranqueab le
entre la forma autoproducida, pero estrictamente interna ( la máxi­
ma ética de Kant), y la realidad ajena al entendi miento y al sentido,
lo dado, la empiria, está presente pa ra la conciencia ética del indi­
viduo activo de u n modo aún más violento que para el sujeto con­
templativo del conocimiento.
Como es sabido, Kant se ha ma ntenido críticamente en el plano
de la interpretación filosófica de los datos éticos de la conciencia
individual. Por ello m ismo esos datos se le han transformado en
una mera facticidad encontrada, no pensable como "producida"71 •
Además, con eso se ha subrayado aún la "casual idad inteligible"
del "mundo externo" sometido a las leyes naturales. El d ilema
entre la l ibertad y la necesidad, entre el volu ntarismo y el fatalis­
mo, en vez de resolverse concreta y real mente, se ha desplazado a
una vía muerta o secu ndaria desde el p unto de v ista del método:
se mantiene la necesidad despiadada de las leyes para el "mundo
externo", para la natu raleza72, mientras que la libertad, la autono­
mía que había que fundamentar en el descubrimiento de la esfera
ética, se reduce a u n punto de vista para la estimación de hechos inter­ - ·
-.,

_-.;

nos, hechos sometidos sin resto al mecanismo fata l de la necesidad


objetiva en todos sus motivos y en todas sus consecuencias, incluso
por lo que hace a los elementos psicológicos que los constituyen73•
Pero con eso se tiene -en tercer lugar- que la escisión entre la apa­
riencia y la esencia (que en el pensam iento de Kant coincide siem­
pre con la escisión entre necesidad y libertad), en vez de resolverse,
en vez de contribuir a funda r con su producida unidad la unidad
del mundo, se trasplanta al sujeto mismo: hasta el sujeto se escinde
en noúmeno y fenómeno, y la escisión irresuelta, irresoluble y como

71Cfr. Kritik der praktischen Vernunft [Crítica de la razón p ráctica], ed. de la


Phi losophische Bibliot hek, 72.
72"Aho ra bien, la natu ra leza, ta l como genera l mente se entiende, es la exis­
tencia de cosas bajo leyes", ibíd., 57.
73lbíd., 1 25 -1 26.
239

ir reso lu ble eternizada, entre l ibertad y necesidad penetra hasta la


más íntim a estructu ra del sujeto. Pero -en cua rto lugar- la ética así
fu n dada se presenta, consecuentemente, como una ética p uramente
formal, sin contenidos. Como todos los contenidos que encontramos
dados per tenecen a l mundo de la naturaleza y, por lo tanto, están
incondic iona lmente sometidos a las leyes objetivas del mundo apa­
r iencia!, la vigencia de las norn"las prácticas no puede referirse más
que a las formas de la acción interior. En el momento en que esta
ética intenta concretarse, esto es, examinar su vigencia a propósi­
to de problemas particulares, se ve obl igada a tomar de prestado las
determinaciones internas de esas acciones particu lares del mundo
de los fenómenos, del sistema conceptual que trabaja con los fenó­
menos y está afectado por su naturaleza "casual". El principio de
la prod ucción fal la en el momento en que habría que construi r con
él el primer contenido. Y la ética de Kant no puede en modo a lgu­
no elud ir ese intento. Es verdad que intenta hallar en el principio
de no contradicción u n princip io a la vez forma l y determinador
de contenidos, productor de contenidos, negativamente al menos.
Según eso toda acción contraria a las normas éticas l leva una auto­
contradicción en sí m isma, y así, por ejemplo, es de la esencia del
depósito el no ser malversado, etc. Pero ya HegeF4 ha preguntado
con gran razón:

"¿Pero qué contradicción sería el que no hub iera depósitos? El que no


haya depósitos estará en cont rad icción con otras determi naciones nece­
sarias, de modo que la posib i l id ad de un depósito esta rá en conexión con
otras determinaciones necesar ias, y así será necesaria ella m isma. Pero l a
corrección d e la primera o d e l a segu nda h ipótesis tiene que decidi rse por
la forma inmediata del concepto, sin apelar a otros fines ni fundamentos
materiales. Pero para la forma u na cualquiera de las determinaciones con­
trapuestas es tan ind i ferente como la otra; cada una de el las puede enten­
derse como cualidad, y esa comprensión puede expresarse como ley."

74Acerca del t rata miento cient í fico del derecho natural en Werke [Ob ras], 1,
352-353. C fr. ibíd, 351 . "Pues es la abstracción absoluta de toda la materia
de la voluntad; med ia nte un contenido se pone una heteronomía de la
arbitra r iedad ." O, aú n más c la ramente, en la Fenomenolog ía; "Pues el puro
deber... es pu ramente i nd i ferente respecto de todo contenido y se compa­
dece con cualquiera". Werke f Ob ra s ] , l l, 485.
240

Con esto el planteamiento ético de Kant retrocede a l prob l ema


metódico de la cosa-en-sí, también irresuelto en este campo. He mo s
caracterizado ya antes el aspecto filosóficamente importante de
este p roblema, el aspecto metód ico, como problema de la irres olu ­ ,:·:�

b i lidad de lo fáctico, como p robleni.a de la relación entre la for m a y ·'.",-�


.,"-';.;-

� :� .
�..:

el contenido, de la i rracional idad de la materia. La ética form al de


Kant, cortada por el patrón de la conciencia ind ividua l, consig u e,
ciertamente, abrir una perspectiva meta física sobre la solución del
problema de la cosa-en-sí, porque presenta en el horizonte, en la
forma de postu lados de la razón p ráctica, todos los conceptos, des­
trozados por la d ialéctica trascendenta l, de un mundo entendido
como total idad; pero metódicamente el intento de solución por vía
práctico-subjetiva queda preso en las m ismas barreras que hab ía
apresado el planteamiento objetivo-contemplativo de la crít ica de
la razón.
Con esto se nos aclara otra i mportante conexión estructural
de este complejo problemático; pa ra resolver la irraciona lidad de
la cuestión de la cosa-en-sí no basta con emprender el intento de
rebasar el comportam iento contemplativo, s ino que, como plan­
team iento concreto, resulta que la esencia de lo práctico consiste
en superar y elim ina r la indiferencia de la forma respecto del contenido,
indiferencia en la cual se refleja metodológicamente el problema
de la cosa-en-sí. Así, pues, lo práctico no se descubre, como p rinci­
pio de la filosofía, más que cuando se muestra un concepto de for­
ma que no presente como fundamento y presupuesto metódico de
su vigencia esa pureza horra75 de toda determinación de conteni­
do, esa pura raciona lidad. Por eso el p r i ncipio de lo práctico como
principio de transformación de la rea lidad tiene que cortarse según
el patrón del sustrato materia l concreto de la acción, para poder
actuar de ese modo a consecuencia de su entrada en vigor.
Sólo este planteamiento per m ite, por u na parte, practicar u na
disti nción clara entre el comportamiento teorét ico-contemplat ivo,
el comportam iento intuitivo, y la práctica, mientras que por otra
parte permite comprender por qué esos dos tipos de comporta­
miento rem iten el uno a l otro, y cómo p uede intentarse resolver
con la ayuda del principio práctico las antinomias de la contem­
plación. La teoría y la práctica se refieren de hecho a los mismos

75"Liberada", seg ú n el DRAE . ( N. del E.)


241

objetos, en la medida en que todo objeto está dado como u n com­



pl ej o in m edia ta mente ine�tricable e . for ma � �ontenido. P� ro _ la
d iver sid ad del comportamiento subjetivo cond1c1ona en la practica
u na orien tación a lo cual itativa mente único y pecu l ia r, al elemento
de contenido, al sustrato materia l del objeto de cada caso. La con­
temp lación teorética aparta precisa mente de ese mon1ento, como
hemos intentado mostrarlo hasta aquí. Ello se debe a que la depu ra­
ción teorética, el dominio teorético del objeto, cu l m i na precisamen­
te en la explicitación cada vez más i ntensa de los elementos forma­
les desprendidos de todo conten ido (de toda "facticidad casua l").
Mientras al proceder así el pensam iento lo haga "ingenuamente",
esto es, m ientras no reflexione acerca de esa función suya, mientras
crea p oder consegu ir los contenidos a partir de las formas, atribu­
yendo a éstas fu nciones meta físicas act ivas, o mientras considere
inexistente, tan1bién por modo metafísico, el materia l ajeno a las
formas, el problema no se presentará. La práctica aparece entonces
plenamente subordi nada a la teoría de la contemplación 76• Pero en
el momento en que se haga conciente esa situación, la vincu lación
indisoluble del comportam iento contemplat ivo del sujeto con el
carácter puramente formal del objeto del conocimiento, habrá que
renunciar a la solución del problema de la irraciona lidad (la cues­
tión del con tenido, de lo dado, etc.) o busca r la solución por la v ía
de la práctica.
También esta tendencia se encuentra formu lada con la mayor
cla ridad en la obra de Kant. Cuando éste escribe77 que "ma ni fiesta­
n1ente no es el ser ningún p redicado real, esto es, concepto de algo
que pud iera añad irse al concepto de u na cosa", está expresando esa
tendencia del modo más rad ica l y con todas sus consecuencias, ta n­
to que se ve obligado a poner como única a lternativa a su estructu­
ra conceptua l la dialéctica de los conceptos mutables. "'Pues enton­
ces no ex isti r ía lo m ismo, si no más de lo pensado en el concepto, y
no pod ría decir que ex iste p recisamente el objeto de mi concepto."
Kant describe aqu í -sin duda que de u n inodo negativo, deforn1ado,
que resulta del punto de vista de la pu ra contemplación- la estruc­
tu ra de la verdadera práct ica coni.o superación de las anti non1 ias

76Esto está muy claro entre los g riegos. Pero tamb ién los g randes sistemas
de comienzos de la Edad Moderna, a nte todo el de Spinoza, muest ra n esta
estructu ra.
77Krit-ik der reinen Ve rnw�ft [Cr ít ica de la razón pura], 472-473 .

' '
242

del concepto de ser, aunque esto ha sido pasado por a lto, ig u a l


por él que por los críticos de su crítica del argumento ontoló g ico .
Acabamos de mostrar cómo su ética, a pesar de los esfuerzos en
sentido contrario, reconduce a las limitaciones de la contemp lac ión
abstractiva. En su crítica de este paso ha revelado Hegel el fun­
damento metód ico de la teoría78: " Para este contenido considerado _,:r

aislado, es, en verdad, ind iferente el ser o no ser; no hay en él nin­ -��;
=�·>
.
guna diferencia del Ser ni del No-ser; esta diferencia no le afec­
::-

ta siquiera ... Dicho más en general: las abstracciones Ser y No-ser


dejan ambas de ser abstracciones al cobrar un determinado conte­
nido; el Ser es entonces Real idad ...", esto es: la determinación que
Kant fija aqu í para el conoci miento se manifiesta como descripción
de la estructura del conocimiento que aísla metódicamente "lega­
lidades puras" y las trata en u n medio metódicamente aislado y
homogeneizado. (Por ejemplo, en la hipótesis de las vibraciones del
éter el "ser" del éter no aportaría, efectivamente, nada nuevo a su
concepto.) Pero en el momento en que el objeto se concibe como
parte de una totalidad concreta, en el momento en que queda claro
que junto al concepto formal del ser, concepto-límite, que es el pro­
pio de esa contemplación pura, es posible y hasta necesario pensar
otros estadios de la rea lidad (ser-dado, existencia, realidad, etc., e n
Hegel), la argumentación de Kant se hunde enteramente: es ya sólo
la determinación de los límites del pensam iento pu ramente formal.
En su tesis doctoral79 Marx, proced iendo más concreta y consecuen ­
temente que Hegel, ha remitido la cuestión del ser y de las grada­
ciones de su significación al terreno de la rea lidad histórica, de la
práctica concreta. "¿No imperó realmente el viejo Moloch? ¿No fue
Apolo délfico una fuerza real en la v ida de los griegos? Tampoco en
esto significa nada la crítica de Kant." Desgraciadamente esta idea
de Marx no se desarrolló con sus consecuencias lóg icas, aunque el
método de las obras madu ras trabaja siempre con estos conceptos de
ser graduados prácticamente.
Cuanto más conciente se hace la mencionada tendencia kan­
tiana, tanto más insa lvable es el dilema. Pues el concepto formal
puro del objeto del conocimiento, la con exión matemática, la necesi­
dad de ley natura l puesta como ideal del conocimiento transforma n

78 0bras, I I I, 78 ss.
79Nachlass [Póstumos]. I, 117.
243

progresivamente el conocimiento en una contemplación metódica­


mente conciente de las conexiones formales puras, de las "'leyes"
que se realizan en la realidad objetiva s in intervención del sujeto. Pero
con ello el i ntento de eliminar todo lo irracional y de contenido se
dirige ahora ya no sólo al objeto, sino también, y en creciente medi­
da, al sujeto. La aclaración crítica de la contemplación se esfuerza
cada vez más enérgicamente en el sentido de extirpar de su propio
comportam iento todos los momentos subjetivo-irracionales, todo lo
antropomórfico, por separar cada vez más enérgicamente el sujeto
del conoci miento del "hombre", y transformarlo en un sujeto puro,
en un sujeto puramente formal.
Puede parecer que esta determinación de la contemplación con­
tradic e nuestra anterior exposición del p roblema del conocimiento
como conocimiento de lo producido por "nosotros". Y efectivamen­
te la contradice. Pero esa contradicción precisamente es adecuada
para i luminar más de cerca la dificultad propia de la cuestión, así
como los posibles cam inos para resolverla. Pues la contradicción no
radica en la incapacidad de los filósofos en cuanto a la interpreta­
ción inequívoca de los hechos contemplados, sino que es meramen­
te la expresión intelectual de la situación objetiva misma que tienen
que conceptuar. O sea: la contradicción aquí manifiesta entre sub ­
jetividad y objetividad d e los modernos sistemas formales racio­
nalistas, la intrincación de problemas y los equívocos yacentes en
sus conceptos del sujeto y del objeto, la p ugna entre su esencia de
sistemas "'producidos" p or nosotros y su necesidad ajena al hom­
bre y lejana de él no es más que la formulación lógico-metodoló ­
gica del moderno estado de la sociedad: un estado en el cual los
hombres van destruyendo, disolviendo y dejando a sus espaldas
las vinculaciones "natu ra les" irracionales y fácticas, p ero al mismo
tiempo levantan con la realidad por ellos m ismos creada, ""autopro­
ducida", u na especie de segunda naturaleza cuyo decurso se les
enfrenta con la m isma despiadada necesidad que las viejas fuer­
zas irrac�onales de la naturaleza (o, más exactamente, que las anti­
guas relaciones sociales, aparentes como necesidad natural). "'Su
propio movimiento social", dice Marx, "'tiene para ellos la forma de
un movimiento de cosas, bajo cuyo control se encuentran en vez de
controlarlas ellos."
De ello se sigue, en primer lugar, que la inflexibilidad de dichas
fuerzas no dominadas recibe un acento completamente nuevo. Era
244

antes, fundamentalmente, la fuerza ciega de un hado irraciona iso,


era el punto en el cual termina la posibilidad de la capacidad cog­
noscitiva humana como tal, el punto donde emp ieza la trascenden­
cia absoluta, el reino de la fe, etc.81 Ahora, por el contrario, se m an i­
fiesta como consecuencia necesaria de sistemas de leyes conoci dos,
cognoscibles, racionales, como una necesidad que -como reconoce
la actual filosofía crít ica, a diferencia de lo que hacían sus dog má­
ticos precursores- no puede concebirse en su fundamento ú ltimo y
en su más amplia totalidad, pero cuyas partes -el ámbito vita l en
el que viven los hombres- puede contemplarse, calcularse y pre­
verse cada vez más. No es en modo alguno casual que al princi­
pio del moderno desarrollo filosófico aparezca como ideal del cono­
cimiento la matemática universal, como intento de establecer un
sistema racional de relaciones que abarque todas las posibilidades
formales, todas las proporciones y relaciones de la existencia racio­
nalizada, con cuya ayuda todo lo que aparece -independientemente
de su diferenciación material- pueda convertirse en objeto de un
cálculo exacto82•
La contradicción aludida se manifiesta claramente en esa ver­
sión, la más radical y, por lo tanto, la más característica, del moderno
ideal del conocimiento. Pues, por una parte, el fundamento de ese
cálculo universal no puede ser sino la convicción de que sólo una
realidad captada p or la red de tales conceptos es realmente domina­
ble por nosotros. Por otra parte, resulta que -incluso presuponiendo

ªºSacristán traduce " Era antes la fuerza ciega de u n hado irracional en el


fondo". {N. del E.)
81Gracias a esa base ontológica puede entenderse el punto de partida -tan
extraño al pensamiento moderno- del pensamiento en situación "natu­
ral", por ejemplo, el credo ut intelligam de Anselmo de Canterbury, o el del
pensamiento hindú ("sólo le entiende aquel al cual él escoge", se dice del
Atman). La duda metódica de Descartes como punto de partida del pen­
samiento exacto no es sino la formul ación más tajante de esta contraposi­
ción, muy consciente desde comienzos de la Edad Moderna. Se presenta
en todos los pensadores decisivos, desde Galileo hasta B acon.
82Acerca de la historia de �sta matemática universal, cfr. Cassirer, loe. cit.,
I, 446, 563; Il, 138, 156 ss. Sobre la conexión entre esa matematización de la
realidad y la "'práctica" burguesa del cálculo de los previsibles resultados
de las "'leyes", cfr. Lance, Geschichte des Materialismus [Historia del materia­
lismo], ed. Reclam, I, 321-323, sobre Hobbes, Descartes, Bacon, etc.
245

una ejecución completa y sin lagunas esa matemática universal­


dicho "d ominio" de la realidad no puede ser sino la contemplación
temátic amente correcta de lo que se da -necesariamente y sin aña­
dido nuestro- como resultado de la combinatoria abstracta de esas
relaciones y proporciones. Esta contemplación parece, ciertamente,
en este punto tocarse íntimamente con el ideal filosófico universal
del conocimiento (Grecia, India). El carácter peculiar de la filosofía
mo derna no se revela con toda claridad más que cuando se consi­
dera críticamente el presupuesto de la realidad de esa combinato­
ria un iversal. Pues sólo gracias al descubrimiento de la "casualidad
intelig ible" de esas leyes se tiene la posibilidad de un movimiento
"libre" dentro del marco de las leyes que se cruzan o que no son
plena mente conocidas. Lo que hay que comprender es que incluso
en el indicado sentido de la acción, en el sentido de transformación
de la realidad, en su orientación a lo cualitativamente esencial, al
sustrato material del hacer, ese comportamiento es aún mucho más
contemplativo que el ideal del conocimiento de la filosofía griega,
por ejemplo83• Pues dicha "acción" consiste en captar calculatoria­
mente, en pre-calcular lo más precisamente posible el efecto proba­
ble de las leyes, y en atribuir al sujeto de la "acción" una posición
en la cual esos efectos ofrezcan las perspectivas óptimas para sus
fines. Está claro, por lo tanto, que la posibilidad de una previsión
así es tanto mayor· cuanto más completamente racionalizada84 está
la realidad, cuanto más viable es el concebir cada una de sus mani­
festaciones como inserta en el sistema de las leyes. P-ero, por otra
parte, no está menos claro que cuanto más se acerquen a ese tipo
la realidad y el comportamiento del sujeto "activo", tanto más se
transformará el sujeto en un mero órgano de captación de pers­
pectivas conocidas según leyes, y tanto más se l imitará su "acti­
vidad" a situarse en el punto de vista desde el cual se desarrol lan

83Pues la doctrina platónica de las ideas estaba íntimamente enlazada -sin


que aquí podamos discutir la justificación real de ese enlace- con la tota­
lidad y también con la existencia cualitativa de lo dado. Esta contempla­
ción platónica significa por lo menos una rotura de las ataduras que tienen
presa al "'alma" en la prisión empírica. El ideal estoico de la ataraxia mues­
tra más aproximadamente esa moderna contemplación completamente
pura, aunque, desde luego, sin la paradójica conexión con una "actividad"
febril e ininterrumpida.
84Sacristán traduce "perracionalizada". ( N. del E.)
246

(por sí mismos, sin intervención suya) aquellos efectos de acuerdo


con sus intereses. El comportamiento del sujeto se hace pura me nte
contemplativo en sentido filosófico.
Mas, en segundo lugar, aquí se aprecia que con ello todas las rela­
ciones humanas se rebajan al nivel de las leyes naturales así enten­
didas. Varias veces se ha subrayado en estas páginas que la natu ra­
leza es una categoría social. El hombre moderno, por supuesto, que
parte directamente de las formas ideológicas ya cristalizadas, de
sus efectos regulares, los cuales influyen profundamente en todo
su desarrollo espiritual, puede creer que una concepción como la
aquí aludida ha de consistir simplemente en la aplicación a la socie­
dad de las conceptuaciones conseguidas en las ciencias de la natu­
raleza. Pues el mismo Hegel85 ha escrito en su temprana polémica
con Fichte que el Estado de éste es "una máquina" y su sustrato
"una ... multiplicidad atomística, cuyos elementos ... son ... un con­
junto de puntos ... Esta sustancialidad absoluta de los puntos funda
un sistema de atomística en la filosofía práctica, y en ella, como en
la atomística de la naturaleza, se hace ley un entendi miento ajeno
a los átomos". Este modo de describir la sociedad moderna y los
intentos de dominarla intelectualmente recurre constantemente en
el curso del desarrollo posterior: eso es tan sabido que es inútil adu­
cir ejemplos. Má� importante es el hecho de que también se ha dado
la comprensión de una conexión inversa. Luego que y,a Hegel86
reconociera el carácter de lucha burguesa que tienen las "leyes de
la naturaleza", Marx87 indica que "Descartes, con su definición de
los animales como meras máquinas, está viendo las cosas con los
ojos del período manufacturero, a diferencia de la Edad Media, que

85 Differenz des Fichteschen und Schellingschen Systems [Diferencia entre el


sistema de Fichte y el de Schelling] Werke [Obras], 1, 242. Ya Marx ha pro­
bado convincentemente, en polémica con Bruno Bauer, que toda teoría
"atómica" de la sociedad es simplemente reflejo ideológico de la sociedad
desde el punto de vista puramente burgués. Nachlass [Póstumos] 11, 227.
Pero esa comprobación no suprime la "objetividad" de esas concepciones:
pues ellas son p recisamente las formas conscientes necesarias del hom­
bre cosificado respecto de · su comportamiento con la sociedad. [Marx y
Engels, La sagrada . . .,. op. cit., p. 194. (N. del E .)]
86Werke [Obras], IX, 528.
87Das Kapital [El Capital], I, 354. [Marx, El capital . . ., Tom9 1, vol. 2, p. 475,
nota 111. (N. del E.)]
247

�tend ió al animal como ayuda del hombre"; y en relación con esto


;óf.rece alg unas . indicaciones acerca de la historia ideológica de este
ttema. La misma conexión aparece aún más burda y básicamente en
:"¡�¡-· obra de Tonn ies88:
:�· �
�· . .

1:h�a razón abstracta en una consideración especial es la razón científica, y


;1;i:i suj eto es el hombre objetivo que reconoce relaciones, esto es, el hombre
·::r4U.e piensa por conceptos. Por lo tanto, los conceptos científicos -que por
·,:Sfi · origen corriente y por su naturaleza material son juicios por los cuales
;�tdmplejo s de la percepción reciben nombres- se comportan dentro de la
:.·dencia como las mercancías en la sociedad. Se reúnen en el sistema como
. has merca ncías en el mercado. El concepto científico supremo, que no con­
. -�tiene ya el nombre de nada real, es como el dinero. Por ejemplo, el concep­
· �th·- de átomo o el concepto de energía".

:��- No podemos estudiar aquí la prioridad conceptual ni la suce­


� ·

¿Sión histórico-causal de las ideas de legalidad natural con el capita­


]ísmo. (Aunque el autor no quiere callar que, en su opinión, la prio­
Jidad es del desarrollo de la economía capitalista.) Lo único que
�l#nporta es entender bien, por una parte, que todas las relaciones
i.
� ftuman as (como objetos de la acción social) van tomando cada vez
·:rri�s las formas de objetividad de los elementos abstractos de la
.�H�ceptuación científico-natural, de los sustratos abstractos de las
i�yes naturales, y que, por otra a parte, el sujeto de esa "acción"
,Estime también crecientemente la actitud del observador puro de
·:' :·os procesos artificialmente abstraídos, la actitud del experimen­
�aor, etc.
� ;1

tb
***

�:�_¡ Séanos aquí permitido considerar brevemente, como en un


·:""' " curso, las observaciones de Friedrich Engels acerca del problema
� e la cosa-en-sí, porque esas observaciones, aunque no se refieran
' ;i�ectamente a nuestro problema, han influido en la concepción de
e concepto por parte de muchos marxistas y, por lo tanto, el no
1>}
··.

regirlas podría fácilmente provocar equívocos. Engels dice89:


:;
_

.' ·emeinschaft und Gesellschaft [Comunidad y sociedad], tercera ed., 38.


:��euerbach [ Ludwig Feuerbach y el final de la filosofía clásica alemana], 16.
:�ngels, "Ludwig Feuerbach . . . ", op. cit., p. 31. (N. del E.)]
248

"La refutación más concluyente de este capricho filosófico, como de todos


los demás, es la práctica, a saber, el experimento y la industria. Cuando
nos proponemos probar la verdad de nuestra concepción de un proceso
natural produciéndolo nosotros mismos, dándole nacimiento a par tir de
sus condic iones, poniéndolo, además, al servicio de nuestros fines, se ter­
mina la cuestión de la inasible "cosa-en-sí' kantiana. Las sustancias quími­
cas producidas en cuerpos vegetales o animales fueron tales 'cosas- en-sí'
hasta que la química orgánica empezó a representarlas una tras otra; con
ello la 'cosa-en-sí' se convirtió en cosa para nosotros, como, por ejemplo,
el pigmento de la granza o rubia, la alizarina, que ya no obtenemos de las
raíces de esa planta, sino que fabricamos, mucho más barata y simplemen­
te, a partir de los alquitranes del carbón."

Por de pronto, hay que corregir aquí una imprecisión terminoló­


gica casi increíble en un conocedor de Hegel como era Engels. Para
Hegel, "en sí" y "'para nosotros" no son en absoluto contrapues­
tos, sino, por el contrario, correlatos necesarios. El que algo está dado
meramente "en sí" significa para Hegel que está dado meramente
"para nosotros". La contraposición del "para nosotros o en sí"9º es
más bien el "para sí", aquel tipo de positividad en la cual el ser-pen­
sado de un objeto significa al mismo tiempo la conciencia del objeto
acerca de sí mismo91• Pero entonces es un completo mal entendido
acerca de la epistemología kantiana el suponer que el problema de
la cosa-en-sí sea una limitación de la posibilidad de la ampliación
concreta de nuestro conocimiento. Al contrario. Kant, que metó­
dicamente ha partido de la ciencia natural más desarrollada en su
época, la astronomía newtoniana, y que modela su teoría del cono­
cimiento tomando como base esa ciencia y sus posibilidades de
desarrollo, acepta con ello necesariamente la ampliabilidad sin límites
de ese método. Su "crítica" se refiere sólo al hecho de que incluso
un conocimiento completo de todos los fenómenos seguiría siendo
simplemente un conocimiento de fenómenos (no de cosas-en-sí); y

90Por ejemplo, en la Fenomenología, Discurso preliminar, Werke [Obras], II,


20; ibíd., 67-68, 451, etc.
91Marx utiliza esta terminología en el importante pasaje sobre el proleta­
riado tan citado, también en estas páginas. Elend der Philosophie [Miseria
de la filosofía, ed. alemana], 162. Cfr. sobre toda esta cuestión los pasos
relevantes de la Logik, particularmente I I I, 127 ss., 166 ss. y IV, 120 ss., así
como la crítica a Kant en diversos lugares. [Marx, Miseria . . ., op. cit., p. 257.
(N. del E.)]
249

·�· �que inclu so el conocimiento perfecto de los fenómenos sería inca­


:. :pa z de superar las limitaciones estructurales de ese conocimiento, o
�J.,· ;sea, s egún
nuestra formulación, las antinomias de la totalidad y de
�,._ los contenidos. La cuestión del agnosticismo, la relación con Hume
!.L (y con B erkeley, al qu� p articula � ment e se refiere sin nombrarle) ha
�¿ isido resuelta con suficiente claridad por el propio _ Kant en la sec-
�l�� ción dedicada a la "refutación del idealismo"92• La incomprensión
:�� !i'.nás pro funda de Engels estriba empero en que considera práctica
(_ ·�n sentido filosófico-dialéctico el comportamiento de la industria y
é- �
i··'i
]:': 1del exp erimento. Precisamente el experimento es el modo de com-
:t��<
..
_
,

porta miento ma � puramente c_o��emplativ�. El experimentador


��1����%�t produce un medio abstracto artificial con objeto de poder observar
:¡���·�;_: la manifestación imperturbada de las leyes en estudio, sin que le
L-:'f·· estorben elementos irracionales inhibidores, eliminando éstos tan­
- .�1\��� to por el lado del sujeto cuando por el del objeto. El experimenta­
·::t.�!��.t�ff-· dor se esfuerza por reducir en la medida de lo posible el sustrato
material de su observación a lo "producido" de forma puramen­
· -· · ·

;te racional, a la "materia inteligible" de la matemática. Y cuando,


'a propósito de la industria, Engels dice que lo así "producido" se
pone al servicio de "nuestros fines", parece olvidar por un momen­
to la estructura básica de la sociedad capitalista, lo que él mismo
formuló con insuperable claridad en su genial ensayo juvenil. A
"z.'::;; :fr..·•F saber, que en la sociedad capitalista se trata de una "ley natural"
.{�{��J' . ' "b asada en la inconciencia de los participantes"93• La industria -en
��;...:;,_�:lit

!B��-
t.., ;�


Ja me ida e_n 9-u.e se :p o �e �'fine� "- no _es, en el sent �do decisivo, en
·���r ·el sentido histonco-dialechco, sino objeto, nunca sujeto de las leyes
�t:��. f�::; ·naturales sociales. Marx ha caracterizado repetida e insistenteme­
��:.�lti. �
-'f1te a los capital stas (y � ólo de los capitalistas puede tratarse cuan-
1��si�1\ ·do se habla de 1ndustna por lo que hace al pasado o al presente)
;¡,·\�%1:!� '.como meras máscaras o personajes típicos teatrales . Y cuando, por
:;iK[f:. ·.
·

eje�plo, comp � ra su an ; i� de enriquecerse con el instinto del tes-


4��.�'{��-: aunzador, escribe categoncamente94:

�;1: 92Kritik der reinen Vernunft [Critica de la razón pura], 208 ss.
93Nachlass [Póstumos], 1, 449.
94Das Kapital [El Capital], I, 555 ss. Cfr. además sobre la "'falsa conciencia"
de la burguesía, el artículo "'Conciencia de clase". . [Marx, El capital ., op.
. .

cit .., Tomo I, vol. 2, p. 731, nota b. ( N . del E.)]


250

"'Pero lo que en éste se presenta como manía personal, es en el cap italis­


ta efecto del mecanismo social del que él mismo no es sino un eng rana�
je. Además, el desarrollo de la producción capitalista hace del constante
aumento del capital invertido en una empresa industrial una neces idad, y
la concurrencia impone a cada capitalista individual las leyes inmanentes
del modo capitalista de producción como leyes constrictivas externas".

Así pues, en el sentido del marxismo -interpretado, por lo


demás, en este sentido por el mismo Engels- es una evidencia que
la "'industria", el capitalista como portador del progreso económi­
co, técnico, etc., no actúa, sino que es actuado, que su "actividad" se
agota en la observación y el cálculo correctos de los efectos objeti­
vos de las leyes naturales de la sociedad.
***

De todo ello se desprende, en tercer lugar y · para volver a nues­


tro verdadero problema, que el intento de solución emprendido con
el paso de la filosofía crítica al terreno de lo práctico no resuelve
las antinomias teoréticamente descritas, sino que, por el contrario,
las eterniza95• Pues del mismo modo que la necesidad objetiva, por
seguir siendo trascendente su sustrato material, permanece en una
casualidad insuperable a pesar de toda la racionalidad y la sujeción
a leyes de su modo apariencial, así tampoco consigue la libertad del
sujeto que de este modo quería salvarse, como vacía libertad, sus­
traerse al abismo del fatalismo. "Pensamientos sin contenido son
vacíos''96, dice programáticamente Kant al comienzo de la lógica
trascendental, "intuiciones sin conceptos son ciegas". Pero la inter­
pretación así postulada de la forma y del contenido no puede ser
más que programa metodológico de la crítica, esto es: postulación

95A eso se refiere la repetida y aguda crítica de Hegel. Pero también la recu­
sación de la ética kantiana por Goethe apunta a ese problema, aunque con
otros motivos, por supuesto, y, consiguientemente, con otra terminología.
El hecho de que la ética de Kant se propone resolver el problema de la
cosa-en-sí queda claro en varios pasajes, como, por ejemplo, Grundlegung
der Metaphysik der Sitten [ Fundamentación de la metafísica de las costum­
bres], ed. Phil. Bibl., 87, y Kritik der praktischen Vernunft [Crítica de la Razón
práctica], 123.
96Kritik der reinen Vernunft [Crítica de la Razón pura], 77.
251

de la tarea que consiste en indicar el punto en el cual debería empe­


zar la real penetración recíproca de forma y contenido, en el cual
empezaría si su racionalidad formal le pudiera permitir algo más que
u na p revisión calculística-formal de las posibilidades formales.
La lib ertad no consigue ni penetrar en la necesidad del sistema de
conoci miento, en la falta de alma de las leyes naturales fatalistas,
ni da r a éstas sentido; y los contenidos suministrados por la razón
que conoce, el mundo por ella conocido, son igualmente incapaces
de llenar de vida viva las determinaciones meramente formales de
la lib ertad. La imposibilidad de entender, de "'producir" la vincula­
ción de la forma y del contenido como conexión concreta, y no sólo
como material de un cálculo puramente formal, conduce al irre­
soluble dilema de la libertad y la necesidad, del voluntarismo y el
fatalismo. Las leyes "eternas, de bronce" del acaecer natural y de
la libertad puramente interna de la práctica ética individual apare­
cen al final de la Crítica de la Razón p ráctica como fundamentos irre­
mediablemente separados pero al mismo tiempo insuperablemen­
te dados, de la existencia humana97• La grandeza filosófica de Kant
estriba en que en ambos casos, en vez de esconder la irresolubili­
. ... . dad del problema por medio de una arbitraria decisión dogmática
, · _sA: :>�it��'. en un sentido o en otro, ha explicitado radicalmente y sin aguarla
:0:. - .:��i,:_ Aa irresolubilidad misma.
·+��. Jiif:
·:�:: -
�·
- lJF
3

r Escasamente se trata aqu í, igual que en todo punto de la filoso-


- ..

�.�� fía clásica, de problemas puramente intelectuales, de pugnas puras


�:_ entre especialistas: ello se aprecia con la mayor claridad retroce-
�����{!f
�,ii

diendo un poco en la historia de este problema y considerando su


?/ti�;_. situación en un estadio menos elaborado intelectualmente pero,
'·-��:-�:- "' �
po; eso mismo, � s próximo del terreno s_oc �al �:
la vida y también
_
et'.��li: mas concreto . Ple1anov98 ha subrayado la hm1tac1on intelectual de la
,

�¡.':¡;-':�lf::�. concepción del mundo con que tropezó el materialismo burgués del
. ' ¡;; ..
· -:i.f\r,.
� 'J��
r"

.¡.J���ci, Acerca de la copertenencia metódica de esos dos principios, cfr. el artí­


97

�- ��!§fi��- culo "Rosa Luxemburgo como marxista".


�-JZ·;r 98Beitrage zur Geschichte des Materialismus [Aportaciones a la historia del
;�!{�� materialismo, ed. alemana], 54 ss., 122 ss. En esa obra puede también verse,
':" · ": . págs. 9, 51 ss., lo cerca que Holbach y Helvetius llegan del problema de la

:, cosa-en-sí, aunque en una forma más ingenua.


252

siglo XVIII, dándola en la forma de la antinomia siguiente: por u náJ.·


parte, el hombre se le presenta como producto del medio socia l; porJ
otra parte, "el medio social se produce por la 'opinión pública', esto es,·, �.
por el hombre". La antinomia que se nos presentó en el problema -en :� .�:
apariencia puramente epistemológico- de la producción, en la cues-\ ..
tión sistemática del objeto de la "acción" fichteana, del "pro ductor'�¡ �
de la realidad unitariamente concebida, revela aquí sus fundamen-, : . ·
tos sociales. Y la exposición de Plejánov muestra con claridad que � '.�
la duplicidad del principio contemplativo y el principio prá ct ico) '>"
..

(individual) -que nosotros hemos contemplado como primera cul-:


minación y como punto de partida de la posterior evolución de los
problemas de la filosofía clásica- empuja y alimenta esa antinomia.
Los planteamientos ingenuos y positivos de Holbach y Helvetius ·

permiten una visión más clara del fundamento vital que constituye
la base real de esa antinomia. Así se aprecia, por de pronto, que a
consecuencia del desarrollo de la sociedad burguesa todos los pro­
blemas del ser social pierden su trascendencia respecto del hombre,
aparecen ya como productos de la actividad humana, a diferencia;
de lo que ocurría en la concepción medieval de la sociedad y en
la concepción aún vigente a principios de la Edad Moderna (por
ejemplo, con Lutero). En segundo lugar, puede apreciarse que este
hombre artificialmente aislado por el capitalismo tiene que ser el
burgués individual aislado, y que, por lo tanto, la conciencia como
consecuencias de la cual aparecen la actividad y el conocimiento
tiene que ser una conciencia individual aislada y robinsoniana99•
Pero precisamente por eso se tiene, en tercer lugar, suprimido el
carácter activo de la acción social. Lo que a primera vista se presen­
ta como eco de la epistemología sensista de los materialistas fran­
ceses (Locke, etc.) -el hecho, por una parte, de que "su cerebro no es
más que una cera adecuada para recibir todas las impresiones que
se le quieran aplicar" (Plejánov sobre Holbach en el lugar citado)
y, por otra, que como actividad no puede entenderse más que su .

99Tampoco aquí podemos ofrecer una historia de las ideas y los problemas
por lo que hace a las robinsonadas. Me remito meramente a las observacio­
nes de Marx (Zur Kritik der politischen Ó konomie [Contribución a la crítica
de la economía política], XIII ss.) y a una aguda indicación de Cassirer
acerca de la función de este planteamiento problemático en la epistemo­
logía de Hume. Op. cit., U, 61 ss. [Marx, Contribución . , op. cit., p. 282 y ss.
. .

(N. del E.)]


253

hacer conciente- resulta ser, considerado más de cerca, simple con­


secuencia de la posición del hombre burgués en el proceso capita­
lista de producción. Ya varias veces hemos indicado cuál es la base
de esta situación: el hombre de la sociedad capitalista se enfrenta
con la realidad que él mismo (en cuanto clase) "hace" como con una
naturaleza que le fuera esencialmente ajena, se encuentra someti­
do sin resistencia a sus "leyes" y su actividad no puede consistir
sino en aprovechar el funcionamiento necesario y ciego de algu­
nas leyes en su propio interés egoísta. Pero incluso en esa "activi­
dad" sigue siendo el hombre esencialmente objeto del acaecer, no
sujeto del mismo. Con eso el ámbito de su actividad se desplaza
completamente hacia la interioridad: ese ámbito se reduce a la con­
ciencia de las leyes utilizadas por el hombre y a la conciencia de sus
reacciones internas al decurso de los acontecimientos.

De esa situación se desprenden intrincadas redes100 de problemas
y equívocos muy esenciales e inevitables respecto de los concep­
·"

tos decisivos para la autocomprensión del hombre burgués en


cuanto a su situación en el mundo. Así, por ejemplo, el concepto
de naturaleza cobra una significación muy ambigua. Hemos alu­
dido ya a la definición de la naturaleza como "quintaesencia de
las legalidades" del acaecer, formulada del modo más claro por
Kant, pero inmutada, en realidad, desde Galileo y Kepler hasta el
día de hoy. Junto a ese concepto, cuya génesis estructural a partir
de la estructura económica del capitalismo hemos iluminado
repetidamente, se tiene, empero, otro concepto complexivo de la
naturaleza, completamente distinto y capaz también de acoger
varias significaciones: el concepto de valor. Basta un vistazo a la
historia del derecho natural para comprobar lo mucho que se
combinan inseparablemente esos dos conceptos. Pues en este
campo la naturaleza tiene esencialmente un peculiar acento de
lucha revolucionaria burguesa: la peculiaridad esencial "por
leyes", calculable, formalmente abstracta, de la sociedad burguesa,
en conato o ya en despliegue, aparece como naturaleza frente a la
artificialidad, la arbitrariedad y la falta de leyes del feudalismo
y el absolutismo. Pero al mismo tiempo se percibe el sonido de
otra significación contrapuesta del concepto de naturaleza, que
se sorprende sobre todo en Rousseau. Es el creciente sentimiento

100Sacristán t raduce "intrincaciones". (N. del E.)


254

de que las formas sociales (la cosificación) despojan al homb re de


su esencia y que a medida que la cultura y la civilización (o sea,
el capitalismo y la cosificación) se apoderan de él, el hombre va
perdiendo capacidad de ser un hombre. Sin que se tenga conciencia
de la plena inversión que así experimenta la significación d el
concepto, la naturaleza se convierte de este modo en el recip iente
en que se acumulan todas las tendencias internas que actúan contra
la creciente mecanización, desanimación y cosificación. En este
contexto la naturaleza puede llegar a significar lo orgánicamente
desarrollado frente a las artificiales formaciones de la civilización
humana, o sea, lo que no ha sido producido por el hombre101• Pero,
al mismo tiempo, puede también concebirse como el aspecto de
la interioridad humana que sigue siendo naturaleza o que, por lo
menos, tiene la tendencia y la nostalgia de volver a ser naturaleza.
"Ellas son lo que nosotros fuimos", dice Schiller a propósito de las
formas de la naturaleza, "el las son lo que nosotros debemos volver
a ser". Pero con esto aparece -imperceptiblemente y en soluble
vinculación con los demás- un tercer concepto de naturaleza,
concepto en el cual destaca con toda claridad el carácter de valor,
la tendencia a superar la problemática de la existencia cosificada.
Naturaleza significa en este caso auténtico ser hombre, la esencia
verdadera del hombre, liberada de las falsas formas mecanizadoras
de la sociedad. Significa el hombre como totalidad perfecta en sí
mismo, la cua l ha superado o supera el desgarramiento en teoría
y práctica, en razón y sensibilidad, en forma y materia, por un
movimiento interno; un hombre para el cual la tendencia a darse
forma no significa una racionalidad abstracta que ignora los

1º1Cfr. especialmente Kritik der Urteilskraft [Crítica de la Facultad de Juzgar],


§ 42. El ejemplo kantiano del ruiseñor real y el imitado ha influido, a través
de Schiller, en todo el planteamiento posterior. Es un problema histórico
muy interesante el modo como el concepto de lo "orgánicamente crecido"
va recibiendo acentos cada vez más reaccionarios a través del romanti­
cismo, la escuela histórica del derecho, Carlyle, Ruskin. etc., pero cae fuera
del marco de esta investigación. Lo único importante para nosotros en este
punto es la estructura del objeto, a saber, que ese aparente punto culminante
de la interiorización de la naturaleza significa precisamente la renuncia
plena a penetrar realmente en ella. El estado anímico entendido como
forma presupone objetos (cosas en sí) tan impenetradas e impenetrables
como la ley natural.
;!!( 255
�:/_
�·�,,.:. �� j:� 1'conten idos concretos; un hombre para el cual coinciden libertad y
�����f· . , necesidad.
/�!lit :,- Con es!o parece darse inesperada � ente el punto en cuya ?ús-

;.;;.:�}:�� �· queda tuvimos que ,dete�er�os al su �gir el problema � la duah ad ?
-:�{��tJC· insuperable de razon practica y razon pura, la cueshon del su1eto
���1�1: �-de la "acción", de la "génesis" de l � realid ad en � uanto totalidad.
�,�:;�li: ? .
'. Sobre to o porque este comportam1ent? (s1_ adm 1hmos co�o �ece­
��'.�ll�;:. -. _ _
saria, de1ando por el momento la cueshon, la vacilante equ1voc1dad
����"�W#j· ·' -de ese concepto explicativo) no tiene que buscarse por vía mito­
!�·'.',���( lógica en una construcción trascendental, ni mostrarse sólo como
L ,��'.�{{� "hecho anímico", como nostalgia de la consistencia, sino que posee
.. : /:.': además un ámbito de realización concreto y real, que es el arte.
i_, : -'.A\�:;.· ·No es éste el lugar adecuado para profundizar más detalladamente
·

;q:;ti� �� :: �:z�:=�= ��� � �� f: � �������� �!:;z� ;i!���:f�t����


s i c i i e
l e t
:�� -��2X.:: : do característica del siglo XVIII. Como en todas estas considera­
ciones, lo único que nos importa aquí es mostrar el fundamento
histórico-social que ha llevado al planteamiento de esos problemas
. y ha dado a la conciencia del arte una significación de importancia
para la concepción del mundo, cosa que el arte no pudo tener nun-
. ·::·.:?: · ca en anteriores estadios históricos. Eso no significa, por supuesto,
{ ·:{W·: . que el arte haya experimentado al mismo tiempo un florecimiento
�;t:i�:}�}:;: compa rable con el de otras épocas. Al contrario. Objetivamente, es
�!��$J�::· -;
·

1mposible comparar, si se prescinde de algunas excepciones suel­


:!N���-i;·. ·�tas, lo que el arte ha producido en el curso de ese desarrollo con
i:f(f los productos de anteriores florecimientos. Pero lo interesante en
��:�����g :·este punto es la importancia ideológica, para el sistema teórico, que
-ltt11i:f.C 1 alcanza en esta época el principio del arte.
�������-· ,. , Ese principio es la producción de una totalidad concreta a con­
��illJi(, :. secuencia de una concepción de la forma que se orienta precisa-
l }
�� �) · '·mente al contenido �oncreto de su sustrato � aterial y que, por lo
�����¡;/ '. .tanto, es capaz de d1s ?lver en el todo la �elac1on �

"casual" entre os
��,, · �i· elementos y el todo mismo, superando as1, como contrapuestos solo
·

:f�:·· . ;¡,) ;�aparentes, el azar y la necesidad. Como es sabido, ya Kant ha atri­


;�e:.:' �·t:buido a este principio, en la Crítica de la Facultad de fuzgar, la fun-
···��1,I'�¡: -ción mediadora entre los contrapuestos que sin él son irreconcilia­
� ;t;�W,i� . bles, o sea, la función que consuma el sistema . Pero ya ese primer
;;.;.y;�Jff· :
�Jí.· . .
·lí�
:.;iJl�mf·
256

intento de solución no pudo detenerse y contentarse con la exp li­


cación e interpretación del fenómeno del arte.102 Eso era impo sible
porque el principio así descubierto está enlazado desde su or igen
-como se ha mostrado- con los diversos conceptos de natura leza I

de modo que su determinación más obvia parecía ser la de act uar


como principio de resolución de todos los problemas que son ir re­
solubles en el terreno teorético-contemplativo o en el ético -p ráct i­
co. Por eso Fichte103 ha enunciado programática y tajantemente la
función metódica que debe atribuirse a ese principio: el arte "con­
vierte en común el punto de vista trascendental", esto es, en el ar te
se tiene completamente realizado lo que para la filosofía trascen­
dental parecía ser un postulado -sumamente problemático- de la
explicación del mundo; el arte es una prueba de que ese postulado
de la filosofía trascendental se sigue necesariamente de la estruc­
tura de la conciencia humana, y está arraigado en ella con esencial
necesidad.
Esa prueba es una cuestión vital, desde el punto de vista del
método, para la filosofía clásica, la cual -como hemos visto- tie­
ne que plantearse la tarea de encontrar el sujeto de la "acción", de
encontrar y mostrar el sujeto como producto de cuya "acción" pue­
da entenderse la totalidad concreta de la realidad. Pues sólo si pue­
de mostrarse en la realidad la posibilidad de una subjetividad así
de la conciencia y la de un principio formal para el que no val­
ga la indiferencia respecto del contenido, con todos los problemas
resultantes de la cosa en sí, de la "casualidad inteligible", etc., sólo

102De aquí hasta "producido", falta la página completa en la edición origi­


nal de Grijalbo. En las restantes ediciones está bien. (N. del E .)
103System der Sittenlehre [Sistema de la teoría de las costumbres], 3, Haups­
tück [3ª edición], § 31, Werke [Obras], II, 747. Sería muy interesante y fruc­
tífero el mostrar cómo nace necesariamente de esa situación la filosofía
natural de la época clásica, tan pocas veces entendida desde el punto de
vista del método. No es casual que la filosofía goethiana de la naturaleza
naciera en lucha contra la "violación" newtoniana de la naturaleza, ni que
esa filosofía resultara de determinante influencia para el planteamiento
de todo el período posterior. Ambas cosas tienen que entenderse par­
tiendo de esa relación entre hombre, naturaleza y arte; también se aclara
en este contexto el retroceso metódico a la filosofía natural cualitativa del
Renacimiento, o sea, a la primera lucha contra el concepto matemático de
la naturaleza.
257

·;!entonces queda dada la posibilidad metódica de rebasar el racio-



:..--..-. ,,�f'. Jtalis mo formal de un modo concreto y, a través de una solución

�. ··"· �� }' ·lógica del pr�blema de l� �r �acionalidad (de la relación de la forma

'i'\r,.;�)/ , .�, ·¡�. · -<:on el contenido), la pos1b1hdad . de p_on �r el mundo pensado como
.' , � } · un sistema completo, concreto, s1gn1ficahvo, "'producido" por noso­
.'.,'fi::: l
.,.º

. -tros y que en nosotros llega a autoconciencia. Y por eso también se


:�� :'.ot.'· . -yergue, con es�e des� ub� i � iento del principio del ar te, el problema
. .
:
;���� :._ idel "entendn� uento 1ntu1hvo' para el cual el contenido no es dad?,
_
.
·-����$��:-si no "p roducido", y que -segun las palabras de Kant104- es esponta­
· "���lt�· tneo (o sea, activo) y no receptivo (o sea, contemplativo) no sólo en el
· ·_: <��-.. conocim iento, sino también en la intuición o percepción. Y si bien
�- J.>�" '

;¡:.�(��{·:· en el pensamiento de Kant ese concepto se limita a señalar el punto


·:}!.�[L. . :en el cual se podría cerrar y consumar el sistema, el principio mis­
"�V;,�(�;..- mo y el postulado subsiguiente de un entendimiento intuitivo, con
· i�'a:/ su intuición intelectual, crece en la obra de sus sucesores hasta con­
�;::;:·\�;: \�:: :verti rse en la piedra de ángulo de la sistemática filosófica.
, \�._:_:'º�}�<- : Pero la necesidad que ha llevado a esa problemática y la función
·�'0:¡:$}���:� que se atribuye a su resolución se manifiestan más claramente que
i_jt.·:·?·�-f. �> 1en la � si �temáticas filosóficas, en las cuales la p ureza de l� �ons­
�·- -f�fh trucc1on , intelectual encubre a veces, para la mirada superficial, el
t:� :. ;:;*k.-� -fund amento vital del que nacen sus problemas, en los escritos de
�r:'.��5:- teoría estética de Schiller. Cuando Schiller determina el principio

·':;� �f, :··�1:t;-estético como instinto de juego (a diferencia del instinto formal y
�>del material, cuyo análisis -como, en general, los escritos estéticos
-�·: . ���/ti.e S chiller- contiene muchas cosas valiosas sobre el problema de la
l� :_cosificación), lo hace declarando105: "Pues, por decirlo de una vez, el
.
.?f.ft1f 'hombre sólo juega donde es hombre en toda la plenitud de la pal a­
l.� .: bra, y sólo es completamente hombre donde juega". Por eso la cuestión
�,��- · _, ¡:J?.ásica de la filosofía clásica se revela claramente cuando Schiller
��Jl·!J.: extiende el principio estético mucho más allá de la estética y lo con­
.
;$,l.. ;:!'���derte en clave resolutoria de la cuestión del sentido de la existencia
�,: -� $.9cial del hombre. Así se reconoce, por un lado, que el ser social
:\del hombre ha destruido a éste en cuanto hombre. Pero, al mis­
- J1to tiempo, se muestra, por otro lado, el principio siguiente: cómo
"!:·}ha de reconstituirse intelectualmente el hombre socialmente aniquilado,
-,_

·� í.-
>��Kritik der Urteilskraft [Crítica de la Facultad de Juzgar], §
' . !f, ·.. ••
77. .
� 1�5Uber die iisthetische Erziehung des Menschen (Cartas sobre la educación
;
·i,:; � : estética del hombre], Carta XV.
, ..
,..�,T"¿�
�ik·��

�\f�'!i�ti
258

En el momento en q\léF
fragmentado, dividido entre sistemas parciales.
percibimos cla�amente así el problema básico de la filosofía clásiea -;;
sorprendemos también la magnificencia de su empresa y la per�:\-.
pectiva de futuro de su método, y ambas cosas juntas nos reve,:. .�
lan la necesidad de su fracaso. Pues mientras que los pens adores "�.
anteriores habían permanecido ingenuamente en las for mas me:ni.. :�
tales de la cosificación, o se vieron a lo sumo llevados a contra- fil,
dicciones objetivas (como en los casos aducidos por Plejánov), eá ·�,
estos otros, en los pensadores clásicos alemanes, la problemátiea : .

del ser social del hombre capitalista se impone con toda su fuerza .:
a la conciencia. .
"La necesidad de filosofía", dice Hegel1°6, "surge cuando el .'._'
poder de la unificación ha desaparecido de la vida de los hombres ·:; ,
y cuando las contraposiciones han perdido su relación y su interac- l
ción vivas, cobrando los contrapuestos sustantividad autónoma". t
Pero al mismo tiempo se percibe también la limitación pue sta a �:�·
ese intento. Puesta objetivamente porque el planteamiento y la res- f
puesta están desde el principio limitados al campo puramente inte­
lectual. Esta limitación es objetiva porque contiene el dogmatismo
de la filosofía crítica; pues aunque ésta rebase metódicamente los :.:� :
límites del entendimiento discursivo formalmente racional y sea ,� '
.

crítica respecto de pensadores del tipo Spinoza-Leibniz, sin embar- �·


go, su actitud básica metódica sigue siendo racionalista. El dogma �.·
de la racionalidad permanece intacto y sin superar107• Y puesta sub- ·::
jetivamente, porque la limitación es subjetiva en la medida en que f�
el principio descubierto revela, junto con su paso a conciencia, los �
estrechos límites de su vigencia. Si el hombre no es enteramente }·

106 Differenz des Fichteschen und Schellingschen Systems [Diferencia entre el ·f


sistema de Fichte y el de Schelling], Werke [Obras], 1, 174. ·�·

107El núcleo objetivo de la filosofía del Schelling tardío se encuentra en la ; ·

oposición a esa s ituación. Lo que ocurre es que el método de mitologiza­


ción intelectual muta ya aquí en reacción pura. Mientras que Hegel -como t' ·

luego se mostrará- significa el punto más elevado del método racionalista,


su superación no puede hallarse más que en la relación ya no contemplativa .

entre el pensamiento y el ser, en el concreto mostrar el sujeto-objeto idén­


tico. Schelling emprende el absurdo intento de recorrer este camino a la
inversa, de un modo puramente mental, y por eso desemboca, como todos
los epígonos de la filosofía clásica, en una magnificación de la i rracionali- ,
dad vacía, en una mitología reaccionaria.
259

hombre más que "donde juega", es posible, ciertamente, captar en


base a ese hecho todos los contenidos de la vida, y salvar en ese
principio -en la forma estética, en la medida en que sea captable­
dichos contenidos del efecto mortal del mecanismo cosificador.
Pero sólo se salvarán en la medida en que se hagan estéticos. O sea:
0 bien el mundo se estetiza, lo cual significa una huida ante el pro­
blema propiamente dicho, vuelve a transformar al sujeto, por modo
distinto, en sujeto puramente contemplativo y vuelve a destruir la
"acción"; o bien el principio estético asciende a principio configu­
rador de la realidad objetiva; pero entonces hay que mitologizar el
hal la zgo del entendimiento intuitivo1º�.
Esa mitologización de la producción se convierte a partir de
Fichte y de manera cada vez más intensa en necesidad metódica y
cuestión vital de la filosofía clásica, porque la actitud crítica al res­
�- L . . pecto se ve obligada, en paralelo con las antinomias que descubre
en la realidad dada y en nuestra relación con ella, a descomponer
y fragmentar también consecuentemente el sujeto (esto es, a repro­
ducir mentalmente, con efecto a veces acelerador, su escisión en la
realidad objetiva). Hegel se burla muchas veces del "saco aním ico"
de Kant que contiene las diversas "facultades" (teorética, práctica,
etc.) y del que hay que "sustraerlas". Pero para superar esa descom­
posición del sujeto en partes independientes, cuya realidad y hasta

1º8Sin poder entrar aquí en detalles acerca de la historia del problema,


no querría dejar de indicar que éste es el lugar metódico adecuado para
comprender los planteamientos románticos. Conceptos como el conocido,
pero pocas veces comprendido, de "ironía" proceden de esa situación
doctrinal. Solger sobre todo, tan injustamente olvidado, ocupa junto con
Fr. Schlegel, con sus tajantes planteamientos, un lugar de precursor del
método dialéctico, entre Schelling y Hegel, parecido al que hay que atri­
buir a Maimónides entre Kant y Fichte. También la función de la mitología
en la estética de Schiller se explica por esa situación de los problemas. La
íntima conexión de estos planteamientos con el concepto de la naturaleza
como estado de ánimo es manifiesta. Y el posterior desarrollo de la con­
cepción consecuentemente moderna del arte (Flaubert, Konrad Friedler,
etc.) muestra que la concepción artística realmente crítica del mundo, no la
metafísica hipostasiada, conduce a una ulterior escisión de la unidad del
sujeto o sea a la _multiplicación de los síntomas reales de cosificación. Cfr.
para las cuestiones de método mi artículo "Die Subjekt-Objekt Beziehung
in der Asthetik" [La relación sujeto-objeto en estética], Logos, año IV.
260

necesidad empírica no ha sido capaz de poner en duda é l tampoc -�

no hay más camino que el que consiste en derivar esa es cisión, e�; t
...

� '�i��·
·

descomposición, e un sujeto concreto total. Co?'� hem�s visto


,
arte muestra aqu1 rostro de Jano, y su descubr1m1ento i mpone 1�;·
opción entre añadir a la escisión del sujeto un nuevo terreno o reb a�"
sar ese suelo seguro de co�c;.reta indi�ación d� la tot� l idad y afeq
. �
el problema de la "'p roducc1on" a partir del su1eto, uhhzando el art �
a lo sumo, como e1emplo. Ya no se trata, pues, como para Spino�.;�
·-

de producir la conexión objetiva de la realidad según el mo delo d ���·�


la geometría. Esta producción se presenta más bien al mismo ti�rr\�)f"
po cqmo presupuesto y como tarea de la filosofía. Es una pro duc�: :·
ción indubitablemente dada ya previamente ("hay juicios sintético�� ·; - _. ·

a priori: ¿cómo son posibles? ": ése es ya el planteamiento de Kant);� /


y de lo que se trata es de derivar la unidad -no dada- de esa forma - ;:
de producción descompuesta en diversidad como producto de u :� i\
sujeto que la produce. En última instancia se trata, pues, de pro du�; -� -;
cir el sujeto "productor". ;¡¡
)�=
,

- :·
-

;.•$
��
4
�{�-
Con eso el planteamiento rebasa la pura teoría del conocimiento; '.­
la cual no ha pretendido buscar más que las "condiciones de la posi� _--1J'.
bilidad", o sea, de las formas del pensamiento y de la acción dadas .���
en "'nuestra" realidad. Su tendencia histórico-cultural, la aspiración -�� _

a superar la escisión cosificada del sujeto y la rigidez e impene- -·�


trabilidad -también cosificadas- de sus objetos, se manifiesta aquí �>'
inequívocamente. Goethe ha expresado clarameli.te esa exigenciaí l
al hablar de la influencia que tuvo Hamann en su· desarrollo perso-'. -� ,
naP09: "Todo lo que el hombre se dispone a hacer, ya sea fruto de la �­
acción o de la palabra, tiene que nacer de la totalidad de sus fuer- ·'.��­
zas unificadas; todo lo aislado es recusable." Pero en cuanto que se ;�
manifiesta la orientación hacia el hombre fragmentado que se trata _ ;��
de volver a unificar -cosa que aparecía ya en el lugar central ocu� : · )

pado por el problema del arte-, es imposible que sigan ocultas por_
mucho tiempo las diversas significaciones que posee el "'nosotros"

109D ichtung und Wahrheit [Poesía y verdad], XII Buch [Libro XII]. La
oculta influencia de Hamann es mucho mayor de lo que comúnmente se
supone.
261
r�_

,.»� del suj eto en sus varios niveles. La situación es todavía más difícil
:�:�:�' � po
m
r el hecho de que en est� ca �po la problemática ha p �net �a,d�
en la conc1enc1a, de modo que resulta mas d1f1ctl
ás agudamente
�: que a propósito del concepto de naturaleza cometer las mismas con-
,-,�� fusiones semi-inconcientes de problemas, los mismos equívocos. El
\) testablecimiento de la unidad del sujeto, la salvación mental del
l
hombre, procede concientemente por el camino del desgarramien­
-�- to y la fragmentación. Las figuras de esa fragmentación se retienen
. }. como etapas necesarias en el camino que lleva al h ombre restaura-
�'"�:: do, y se resuelven al mismo tiempo en la nada de la inesencialidad
-

-/ · al ponerse en su verdadera relación con la totalidad entendida, o


sea, al hacerse dialéctica. "Los contrapuestos", dice Hegel11º,
#que antes eran significativos bajo la forma de la materia y el espíritu, el
alma y el cuerpo, la fe y el entendimiento, la libertad y la necesidad, etc.,
y en esferas más limitadas, también de otros muchos modos, con lo que
cargaban con todo el peso de los intereses humanos, se han transformado,
en el proceso de la cultura, en la forma de las contraposiciones de razón
y sensibilidad, inteligencia y naturaleza, y, para el concepto general, en la
forma de la subjetividad absoluta y la objetividad absoluta. Superar esas
contraposiciones cristalizadas es el ú nico interés de la razón. Y este su
-.1: · .,�:�\ �terés no significa que ella se oponga a toda contraposició n y limitación;

�t-.·5 -· L pues el desarrollo necesario es un factor de la vida, la cual se forma contra­
�;
- '

J:
-

poniéndose eternamente: y en la vitalidad suprema la totalidad no es posi­


�- ,z� ble más que por restauració n a partir de la separación suma."
�-{�·,

�:
"'"·-�. .
t.� �

:: La génesis, la producción del productor del conocimiento, la


;: disolución de la irracionalidad de la cosa-en-sí111, el despertar del
.

-�· hombre sepultado se concentran, pues, ya concretamente en torno


· ; de la cuestión del método dialéctico. La cuestión del entendimien-
, '.:
"' ·

, } fo intuitivo (de la superación metódica del principio gnoseológico


,.-;

�¿ 11ºDifferenz, etc. Diferencia entre el sistema de Fichte y el de Schelling, 1,


.� 173-174. La Fenomenología es el intento insuperado (por el mismo Hegel)
de un tal mé todo. [En la versión de Grijalbo "un factor" aparece como "Un
�\ Factor". Ignoramos la razó n de las mayúsculas. En la versión inglesa apa­
. �
1; tece como lo pusimos aquí. (N. del E.))
,. } 111Sacristán traduce "la disolución de la cosa-en-sí irracionalidad", mien­
·�·:: . ���; . tras en la traducción cubana se prefiere "la disolució n de la cosa en $Í y
�:- de la irracionalidad". Aquí hemos preferido seguir la edición inglesa: "the
·.

�� dissolution of the irrationality of the thing-in-itself". (N. del E.)


262
'¡:Í.

racionalis ta) cobra con ese planteamiento forma clara, obj etiva f;
· '=;i.
-;{,
científica. . ll

No hay duda de que la historia del método dialéctico arraiga · "�v·


profundamente en los comienzos del pensamiento racion alista.
Pero la reorientación que experimenta ahora el problema se dife­
rencia cualitativamente de todos los planteamientos anteriores (el
mismo Hegel subestima, por ejemplo, en su tratamiento de P latón ·
esa diferencia). Pues en ninguno de los anteriores intentos de supe�
rar las limitaciones del racionalismo por medio de la dialéctica la
disolución de la rigidez de los conceptos se refiere con esa clari­
dad y univocidad al problema lógico del contenido, al problema
de la irracionalidad, de modo que ésta es la primera vez -con la
Fenomenología y la Lógica de Hegel- que se emprende la tarea de for­
mular concientemente en forma nueva todos los problemas lógicos,
la tarea de fundarlos en la naturaleza material cualitativa del conte­
nido, en la materia en sentido lógico-filosófico112• Así nace la lóg ica,
completamente nueva, del concepto concreto, la lógica de la tota li­
dad, aunque en Hegel, por supuesto, esa lógica es aún muy proble­
mática, y aunque después de él no se siguió elaborando seriamente.
Aún más decisivamente nuevo es el hecho de que aquí el sujeto no
es ni espectador inmutado de la dialéctica objetiva del ser y de los
conceptos (como ocurre en el caso de los eleatas o en el del mismo
Platón) n i un dominador prácticamente orientado de sus posib Üi­
dades puramente intelectuales (como en el caso de los sofistas grie­
gos), sino que el proceso dialéctico, la disolución de la rígida con­
traposición de formas cristalizadas, ocurre esencialmente entre el
sujeto y el objeto. No es que los anteriores dialécticos _hayan ignorado
completamente los diversos niveles de subjetividad que se produ­
cen en el curso de la dialéctica (piénsese en la distinción entre ratio
e intellectus por Nicol á s de Cusa), pero esta relativización se refie­
re sólo al hecho de que se desarrollan diversas relaciones sujeto­
objeto meramente yuxtapuestas o subordinadas, o, a lo sumo, dia­
lécticamente deducidas unas de otras; no es todavía la verdadera

112Lask, el más agudo y consecuente de los modernos neokantianos, per­


cibe con toda claridad esa reorientaci ón en la lóg ica de Hegel: "También
tendrá que dar el crítico la razón a Hegel en lo siguiente: sólo se tiene verda­
deramente una superación de la irracionalidad sí es posible aceptar concep­
tos en cambio dialé ctico." Fichtes Idealismus und die Geschichte [El idealismo
de Fichte y la historia] .
263
. w.
��
. -�lativi zación, la fluidificación de la relación sujeto-objeto misma.
· .� as s ólo en este último caso, sólo si #lo verdadero" se entiende "no

d.'

lo como sustancia, sino también como sujeto", sólo si el sujeto (la


· ·-

.\.

··brtciencia, el pensamiento) es al mismo tiempo productor y pro­


�· ticto del proceso dialéctico, y si, por consiguiente, se mueve en un
�1-:Undo por él mismo producido y cuya configuración conciente es
�i'-mundo, pese a lo cual éste se le enfrenta con plena objetividad,
· cSló en este caso puede considerarse resuelto el problema de la dia­
: ectica y, con él, la superación de la contraposición entre sujeto y
::��bjeto, entre pensamiento y ser, entre libertad y necesidad, etc.
/:·� -: Pa rece como si con ello la filosofía retrocediera a la posición
-�[: i-te los grandes sistemáticos de comienzos de la Edad Moderna. La
�«,tifientid ad del orden y la concatenación de las ideas con el orden y
..,:jr}j� concatenación de las cosas, proclamada entonces por Spinoza,
· . ;··,pa rece muy próxima de este punto de vista. El parentesco es suma­
;a:tmente atractivo (y sin duda ha influido intensamente en la sistema-
. ,��,_:fización del pensamiento del joven Schelling), porque también en
:�:::: el caso de Spinoza el fundamento de la identidad se ve en el objeto,
,k'.'. �n la sustancia. La construcción geométrica como principio de la
�}'producción no puede producir la realidad sino porque representa
�'.{[ �l momento de la autoconciencia de la realidad objetiva. Pero esta
..�objetividad tiene ahora desde todos los puntos de vista un sentido
>-�ontrapuesto al de Spinoza, en el pensamiento del cual toda subje­
'.( tividad, todo contenido singular, todo movimiento desaparece en
\lit' nada ante lá rígida pureza y unidad de aquella sustancia. Así
� Y �es, aunque también ahora se busque la identidad de la concate­
:�'.p�ción de las cosas con la de las ideas, y aunque también se conci­
.,�� l?� como principio primario el fundamento entitativo, sin embargo,
;�/ �orno esa identidad tiene que servir precisamente para explicar la
·:; �oncreción y el movimiento, está claro que la sustancia, el orden
·*· �/ y la concatenación de las cosas tiene que haber experimentado un
��: �ambio básico de significación.
·
y
· ;i . La filosofía clásica ha llegado efectivamente hasta ese cambio
;'i de significación, y ha explicitado la sustancia que por vez prime­
.f�- ra se hacía visible, el orden y la concatenación de la·s cosas que le
:1�:· subyacían ya filosóficamente, a saber, la historia. Los fundamentos
;y -. '.'; '{��: de que ella exclusivamente sea un terreno concreto de la génesis

·� -��:. son numerosos, y su enumeración equivaldría casi a una recapi­


·�:i tula ción de todas nuestras anteriores consideraciones; pues detrás
264

de casi todo problema irresoluble se encuentra, como vía de reso ­


lución, el camino de la historia. Pero, sin embargo, hay que a lu­
dir al menos a algunos de esos motivos, pues la necesidad lógica de
la vinculación de génesis e historia no ha sido del todo conciente
para la misma filosofía clásica, ni podía llegar a serlo (por razones
histórico-sociales que más adelante se aducen). Ya los materia list as
del siglo XVIII113 han notado que el devenir histórico significa p ara
el sistema del racionalismo una limitación de la cognoscibili dad.
Pero, de acuerdo con su dogmatismo de la razón, ellos vieron en
esto una limitación eterna e insuperable de la razón humana como
tal. El aspecto lógico-metódico del problema se hace transparente
si se tiene en cuenta que el pensamiento racionalista, al proponerse
y buscar la calculabilidad formal de los contenidos (de las formas)
hechos ya abstracción, tiene que definir como inmutables esos conteni­
dos dentro del sistema relacionado aceptado en cada caso. El deve­
nir de los contenidos reales -el problema de la historia- no es com­
prensible para ese pensamiento más que en la forma de un sistema
de leyes que intente dar razón de todas las posibilidades previsibles.
No es cosa de este lugar discutir la cuestión de hasta qué punto
puede conseguirse ese sistema; pero lo importante metódicamente
es que con ello se cerró el camino hacia el conocimiento de la cuali­
dad y la concreción del contenido, así como el del conocimiento del

113Cfr. Plejánov, loe. cit., 9, 51, etc. Pero en este punto hay para el raciona­
lismo formalista un problema irresoluble también desde el punto de vista
del método. Cualquiera que sea la estimació n en que se tenga el valor
científi�o objetivo de las soluciones medievales a este problema, está fuera
de duda que la Edad Media no tropezaba aquí con problema alguno ni,
por lo tanto, con ningún problema irresoluble. Compárese la formulación
de Holbach, aducida por Plej á nov, según la cual es imposible saber "si
el huevo fue antes que el animal o el animal antes que el huevo" con la
siguiente sentencia, por ejemplo, del Maestro Eckhart: "La naturaleza hace
al hombre del niño, y la gallina del huevo; D ios hace al hombre antes que
al niño, y la gallina antes que el huevo" (Der Sermon vom edleri Menscben
[Sermó n del hombre noble]). De eso só lo nos interesa, por supuesto, el con­
traste entre las actitudes metódicas. Basándose en esa limitación metódica,
que presenta precisamente la historia como cosa-en-sí, Plejánov ha lla­
mado con razó n idealistas ingenuos a estos materialistas por lo que hace
al problema de la historia. "Zu Hegels 60. Todestag" [En el 602 aniversario
de la muerte de Hegel], Neue Zeit, XI, 273.
265

· t\renir del contenido, o sea, del devenir histórico, y que el camino


�·edó cerrado por el método mismo. Pues es esencial a cada una de
·tas leyes el que, per definitionem, no pueda ocurrir nada nuevo
·entro de s u ámbito de validez; y un sistema de leyes así, si se pien­
� como completo o concluso, aunque puede reducir al mínimo la
écesidad de rectificación de las diversas leyes, no puede captar
i�· Iculatoriamente lo nuevo. (El concepto de las "'fuentes de error"

�� Ún suce dáneo en la especialización científica de carácter de cosa-


.�ff;_. -sí que tiene el devenir, lo nuevo, para el conocimiento racional.)
.·�ér� si la génesis, en el sentido de la filosofía clásica, es realizable,
féritonce s tiene que elaborarse como fundamento lógico una lógica
(de los contenidos mutables, para los cuales encuentra precisamen­
;i� en la historia, en el devenir histórico, en el incesante surgir de lo
/ du alitativa mente nuevo, y sólo en ello, el orden y la concatenación
�·: ·ejemplares de las cosas114 •
�,: . Pues mientras ese devenir, esa novedad, aparezcan meramente
·C:éomo limitación y no como simultáneo resultado, objetivo y sus-
(' trato del método, los conceptos -igual que las cosas de la .realidad
" vivida- tienen que conservar esa rígida o<:lusión que sólo aparen­
temente se supera por la coordinación de otros conceptos. Sólo el
.:. devenir histórico supera realmente la autonomía dada de las cosas
':-- y conceptos cósicos, y la rigidez por ella causada. "Pues de hecho",
-'.' . escribe Hegel115 a propósito de la relación entre cuerpo y alma,

f i14Tampoco en este punto podemos hacer más que aludir brevemente a la


'�> historia del problema. Las contraposiciones en esta cuestión se han for­
�;- -mulado muy pronto y taj antemente Me remito, por ejemplo, a la crítica
;· formulada por Friedrich Schlegel contra el intento de Condorcet (1793) de
' conseguir una explicación racionalista de la historia (más o menos del tipo
. ; Comte-Spencer). "Las propiedades persistentes del hombre son objeto de la
�- ciencia pura, en cambio, las transformaciones del hombre, igual las del indi­
·. viduo que las de la masa entera, son objeto de una historia científica de la
humanidad." Prosaische fudendschriften [Escritos juveniles en prosa], Viena,
1906, II, 52.
115Encyclopiidie, § 389. Por supuesto que lo único que nos importa en esto
es el aspecto metódico de la cuestión. Pero hay que subrayar que todos
los conceptos contemplativos, racionalistas formales, muestran esa có sica
impenetrabilidad. La transición moderna de conceptos de sustancia a con­
ceptos de función no altera en nada absolutamente esta situación, pues
los conceptos de función no se distinguen en nada de los conceptos de
266

"si ambos se presuponen como absolutamente independientes el u no fren� ,


te a la otra, si son tan impenetrables como lo es toda materia respecto d�.i ·�
.

toda otra, que se supone s ólo dada en su recíproco no ser, en sus poros; al ' �i:
modo como Epicuro ha entendido los poros como estancia de los dioses, · <
con lo cual, consecuentemente, les ha eximido de toda comunid ad con el ' ���
.. ·

mundo".

-
Pero el devenir histórico supera esa autonomía de los momen- .
tos. Al obligar al conocimiento que pretende adecuarse a ellos a
construir la conceptuación en basé al contenido, en base a la un ici- ·
dad y novedad cualitativas de los fenómenos, les obliga al mismo
tiempo a no permitir la cristalización de ninguno de esos elemen­
tos en su mera y concreta unicidad, y señala como lugar metódico
de la conceptualidad la totalidad concreta del mundo histórico, el
mismo proceso concreto y total de la historia.
Con esta actitud en la que aparecen ya, con inversión positiva,
en su unidad los dos momentos principales de la irracionalidad de
la cosa-en-sí, la concreción del contenido singular y la totalidad, se
altera al mismo tiempo la relación entre la teoría y la práctica y, con
ella, la relación entre la libertad y la necesidad. El elemento de la
realidad que está producido por nosotros pierde ahora su carácter
de ficción que tiene más o menos acusadamente en otro caso: hemos
hecho nosotros mismos nuestra historia -según las proféticas pala­
bras de Vico antes aducidas-, y si somos capaces de considerar la
realidad entera como historia (o sea, como nuestra historia, pues no
hay ninguna otra), nos habremos realmente erguido hasta el pun­
to de vista en el cual la realidad puede ser concebida como nues­
tra "acción". El dilema de los materialistas pierde entonces su sen­
tido, pues revela ser sólo limitación racionalista, dogmatismo del
entendimiento formal, que no reconoce más actos nuestros que los
concientes, y así entiende el mundo circundante de la historia, por
nosotros producido, el producto del proceso histórico, como una
realidad que nos influencia por obra de leyes ajenas a nosotros.
Ahora bien; en este momento en que el conocimiento recién con­
quistado, "lo verdadero", como escribe Hegel en la Fenomenología,
se ha convertido en aquel "torbellino báquico'', en el cual no hay ni

sustancia por lo que hace la :relación forma-contenido, ú nica decisiva


en este contexto; aún más: todavía exacerban su estructura racionalista
formal.
267

· ' a1 m iembro "que no esté ebrio", en este momento en que la razón


"� arece haber levantado el velo del santuario de Sais116, para des­
-� bri rse a sí m isma -según la metáfora de Novalis- como desvela­
.

g iento del enigma, vuelve a presentarse, pero ahora con toda con-
reción, el problema decisivo de este pensamiento: el problema del
;
·

ujeto de la acción, de la génesis. Pues la unidad de sujeto y objeto, de


pens amiento y ser, que intentó probar y mostrar la "acción", tiene
.:::efectivamente su lugar de cumplimiento y su sustrato en la unidad
¡�:pe la génesis de las determinaciones intelectuales con la historia
. idel devenir de la realidad. Pero esta unidad no puede valer como
�- :�:unidad entendida más que si no se limita a remitir a la historia
f como lugar metódico de la resolubilidad de todos esos problemas,
sino que se consigue además mostrar concretamente el "nosotros",
·,_ _

::. el sujeto de la historia, el "nosotros" cuya acción es realmente la


�: historia.

Pero en este punto la filosofía clásica ha dado media vuelta y se


·

\ ha perdido en el laberinto sin salida de la mitología del concepto.


·

X Será tarea de la sección siguiente mostrar por qué la filosofía clásica


.X no pudo descubrir este sujeto concreto de la génesis, el sujeto-objeto
iJ-: metódicamente postulado. En este punto falta ya sólo mostrar,
�- para concluir, la limitación que resultó de ese extravío. Hegel,
· que representa desde todos los puntos de vista la culminación del
·

desarrollo descrito, ha buscado ese sujeto de la manera más seria.


El "nosotros" que creyó encontrar es, como se sabe, el Espíritu del
Mundo o, por mejor decir, sus configuraciones concretas, o sea,
" los diversos Espíritus Nacionales117• Si pasamos provisionalmente
por alto el carácter mitologizante -y por consiguiente abstracto- de
ese sujeto, tendremos que recordar, de todos modos, que incluso

116Sais era una ciudad del Egipto antiguo, en el delta del Nilo. Allí "vivía"
Neith, la diosa de la sabiduría. En la entrada el santuario estaría escrita
-�
una frase en la que se señala que "nadie ha levantado su velo'� en alusió n
a una verdad oculta. Hegel menciona a esta diosa y utiliza la imagen del
velo y la verdad en Lecciones sobre la filosofía de la historia. Novalis, poeta
alemán del primer romanticismo (1772-1801), muy influido por la filosofía
de Fichte, desarrolló una posició n mística y religiosa donde el arte ocupa
un lugar central como forma intuitiva de conocimiento. Escribió una
novela inconclusa, Los discípulos de Sais, que es a la que alude Lukács en
este pasaje. (N. de. E.)
117Volksgeister (1). (N. del T.)
268

admitiendo acríticamente todos los presupuestos de Hegel, este


sujeto es incapaz de satisfacer (incluso desde el punto de vis ta de
Hegel) la función metódico-sistemática que se le atribuye. Pues
el Espíritu Nacional no puede ser, tampoco para Hegel, m ás que
una determinación "natural" del Espíritu del Mundo, esto es,
una determinación "que sólo en el momento más alto, a saber, en
la conciencia de su esencia, se despoja de su limitación y tiene su
verdad absoluta sólo en ese reconocimiento, y no inmediata mente
en su ser"11 8• De ello se sigue ante todo que el Espíritu Nacional no
puede ser sino aparentemente el sujeto de la historia, el actor de sus
acciones es el Espíritu del Mundo el que realiza sus acciones a través
del Espíritu Nacional y por e ncima de él, utilizando la "determinación
natural" de un pueblo que corresponde a las exigencias actuales del
Espíritu del Mundo119• Pero con eso la acción se hace trascendente
para el actor mismo, y la libertad aparentemente conseguida
se transforma repentinamente en aquella ficticia libertad de la
reflexión sobre las leyes que mueven a uno, o sea, la libertad que
poseería el guijarro proyectado de Spinoza si tuviera conciencia.
Es verdad que Hegel ha buscado en la "astucia de la razón" una
explicación de esa estructura de la historia que su genio realista
no pudo ni quiso esconder. Pero no puede pasarse por alto que la
"astucia de la razón" quedará en mera mitología si no se descubre y
se muestra de un modo realmente concreto la razón real. Entonces
sí que es una explicación genial de los estadios aún no concientes
de la historia. Pero éstos no pueden comprenderse ni enjuiciarse
como estadios sino desde la posición alcanzada por la razón que se
ha hallado a sí misma.
Éste es el punto en el cual la filosofía de Hegel se ve llevada
a la mitología por necesidad de método. Pues como esta filoso­
fía no puede descubrir y mostrar en la historia misma el sujeto­
objeto idéntic9, se ve obligada a rebasar la historia y a erigir más
allá de ella el Reino de la Razón dueña de sí misma, reino a partir
�el cual pueden entenderse la historia como estadio, y el camino
como "astucia de la razón". La historia no es capaz de constituir
el cuerpo vivo de la totalidad del sistema, sino que se convierte en
una parte, en un momento del sistema total, el cual culmina en el

118Werke [Obras], 11, 267.


1 19Rechtsphilosophie [Filosofía del derecho], 345-347, Encyclopiidie, 548-552.
269

"Espíritu absoluto", en el arte, la rel igión y la filosofía. Pero la h isto­


ri a es demasiado acusadamente lo natu ral, el ún ico elemento vita l
posib le del método dialéctico, para que pueda lograrse ese intento.
Por una parte, la historia penetra decisivamente -por inconsecuen­
te que en el lo sea Hege1 a hora- en la estructura de las esferas que
metódicamente tendría n que estar más a l lá de ella 12º. Por otra pa r­
te, esa actitud inadecuada e inconsecuente respecto de la historia
la despoja de su esencia, imprescindible precisa mente para la sis­
temática hegeliana. Pues, en primer lugar, su relación con la razón
parece ya sólo casua l: "Es materia casu a l el tiempo, el lugar y la
for ma en que esas autorreproducciones de la razón apa recen como
filosofía", dice Hegel121 a continuación del paso, antes aducido, acer­
ca de la "necesidad de fi losofía". Pero con esa casua lidad la historia
m isma vuelve a sumirse en la facticidad y la irracionalidad que se
acababan de superar. Y su relación con la razón que la comprende
es simplemente la relación de un contenido irrac ional con una for­
ma general para la cual son casua les el concreto hic et nunc, el lugar,
el tiempo y el contenido concreto, entonces la razón misma sucu m­
be a todas las a ntinom ias de la cosa-en-sí prop ias de los métodos
predialécticos. En segu ndo luga r, la inexpl icada relación entre el
Espíritu absoluto y la historia obl iga a Hegel a ad m iti r el supues­
to, metódicamente di fíci l de entender en otro caso, de un final de la
historia que aparece ya en su tiempo, en su sistema de filosofía en

120E n las ú lt i m as versiones del sistema La historia es la t ra ns ic ión desde


la filosofía del Derecho hasta el Espíritu absoluto. (En la Fenomenología la
relación es más complicada, pero igualmente equívoca y oscu ra desde e l
punto de v ista metód ico.) Así p ues, e l Espíritu absoluto, ya que es l a ver­
dad de los momentos previos, la verdad de la h istoria, tendr ía que s upera r
e n s í l a h istoria, según l a lóg ica d e Hegel. Pero l a historia n o e s superable

en el método d ia léctico, como lo muestra el final de la historia hegel iana de

la filosofía, cuando en el momento culminante del sistema, en el momento


en que el "' Esp í ritu absoluto" se alcanza a sí m ismo, vuelve a apa recer la

historia y apu nta a más allá de la fi losofía: "' El que las determinaciones del
pensamiento t uvieran esta importancia es un u lterior conocimiento que
no pertenece a la h istoria de la filosofía. Estos conceptos son la revelación
más simple del Espíritu del Mu ndo: son la h istoria de su forma más con­
creta". Werke [Obras), XV, 618 .
1 21 Werke [Obras], 1, 174. Esta cas ua l idad se acentúa, como es natu ral, más
crudamente en la obra de Fichte.
270

cuanto consumación y verdad de todos los precedentes. Lo c u a l


tiene como consecuencia necesar ia que en el terreno más profun­
do y propiamente h istórico la historia haya de termina r en el es ta­
do de la restau ración prusiana. En tercer luga r, la génesis separada
de la h istoria recorre un desarrollo propio desde la lógica hasta el
Espíritu pasa ndo por la natura leza. Pero como la h istoricidad de
todas las formas categoria les y de sus movim ientos penetra deter­
minantemente en el método d ia léctico, como la génesis d ial éc tica
y la historia van ju ntas por necesidad esenc ia l y sólo se han sep a­
rado a consecuencia de la i r resolubi l idad del programa de la filo­
sofía clásica, es inev itable que ese proceso concebido como supra­
histórica reproduzca constantemente la estructura de la h istoria. y
como el método, que ahora se ha hecho contemplat ivo y abstracto,
falsea y violenta la h istoria, le ocu rre que la h istor ia no domi nada
le v iolenta a él mismo y lo desga rra. ( Piénsese en la transición de
la lógica a la fi losofía de la natura leza.) Con todo eso -como lo ha
destacado Marx122 en su crítica a I-1egel la fu nción dem iú rg ica de l
"' Espíritu", de la "' Idea", da en pura m itolog ía del concepto. De nue­
vo hay que decir -incluso desde el pu nto de v ista de la filosofía de
Hegel- que sólo apa rentemente hace la historia el dem iu rgo. Pero
en esa apa riencia se disuelve al m ismo t iempo el entero intento d e
la filosofía clásica de atravesar intelectua lmente las fronteras del
pensamiento raciona lista formal (del pensamiento burg ués cosi fi­
cado) y restablecer de esta forma el hombre aniqu i lado por la cosi­
ficación. El intento term i na en u na nada. El pensam iento recae en

1
la dual idad contemplativa de sujeto y objeto1 23•
La filosofía clásica ha l levado, ciertamente, todas las antinomias
de su fundamento vita l hasta la más extremada consecuencia que
le era intelectual mente accesible, y así les ha dado la más a lta expre­
sión intelectual posible. Pero, pa ra ese pensa m iento, siguen siendo
1
1

1
anti nomias i rresueltas e i rresolubles. Por eso la fi losofía c lásica se
encuentra en la situación, h istórica mente pa radój ica, que consiste

1 22Cfr. el art ícu lo "¿Qué es marxismo ortodoxo? ".


123Con esto se problematiza la lógica m isma. E l postu lado de Hegel según
el cual el concepto es "el ser restaurado" ( We rke [Obras], V, 30) no es posible
más que presuponiendo la producción rea l del sujeto -objeto idéntico. Si
fa lla este pu nto, el concepto cobra u na s ign i ficación kantiano -ideal ista que
se encuentra en contradicción con su fu nción d ialéctica. Pero el mostrar
detal ladamente esto rebasa con mucho los l í m ites de este t rabajo.
27 1

en qu e, por su punto de pa rtida, tiende a superar i ntelectualmente


la s ocie dad burguesa y a desperta r especu lativa mente a nueva vida
a l homb re aniqu i lado en y por esa sociedad, mientras que en sus
res u lta dos no llega más que a la plena reproducción intelectua l, a
la deducción a priori de la soc iedad bu rguesa misma. Sólo el 1nodo
de esa deducción, el método d ia léctico, apunta más a l lá de la socie­
dad burguesa. Pero en la fi losofía clásica eso se expresa sólo en la
forma de aquel la antinom ia irresuelta e i rresoluble, la cual signi fi­
ca, ciertamente, la expresión intelectua l más profunda y magnífi­
ca de aquel las otras antinomias subyacentes al ser de la sociedad
burguesa; la fi losofía clásica produce y reproduce constantemente
estas antinomias, en formas, por supuesto, más desd ibujadas y sub­
alternas. La filosofía c lásica no consigue legar al posterior desarro­
l lo (burgués) más que esas a ntinom ias irresolutas. La continuación
de aquel giro metód ico de su cam ino, el g i ro que empezó a apuntar,
metodológica mente al menos, más a llá de sus propias lim itaciones,
o sea, el método dia léctico en cuanto método de la h istor ia, ha que­
dado reservada a la clase que era capaz de descubri r en sí misma
y arrancando de su propia base vita l el sujeto-objeto idéntico, el
sujeto de la acción p roductiva, el "nosotros" de la génesis, a saber:
el prole ta ria do.

III

La posición del proletariado


Ya en su temprana crítica de la fi losofía hegel iana del derecho
ha expresado Marx claramente la pa rticular posición del proleta­
riado respecto de la sociedad y de la h istor ia, la posición a partir
de la cua l cobra vigencia su natu ra leza de sujeto-objeto idéntico
del proceso histórico-soci a l: "Cuando el proleta riado proclan1a la
disolución del actual orden del n1u ndo no hace sino man i festar el
secreto de su propia existencia, pues él m isrno es la d isolución fác­
tica de ese orden del n1u ndo". El autoconoci rn iento del proletariado
es, pues, a l m ismo tiempo, conocimiento objetivo de la esencia de
la sociedad. La persecución de los objetivos de clase del proletaria­
do s ign i fica al n1ismo tiempo la rea l ización conciente de los fi nes
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272
..

l
!

evolutivos objetivos de la sociedad, los cuales, empero, no po dr ía n


pasar de ser, sin la acción conciente del proleta r iado, meras p os ib i­
lidades abstractas y l imitac iones objetivas.1 24
Mas, ¿qué es lo que socia ln1ente ha ca mbiado con esa to m a de
posición, qué es lo que ha ca mbiado ya en cua nto a la posib i l idad
de tomar posición respecto de la soc iedad? "Por de pronto", nada
absolu ta mente. Pues el proletariado apa rece p r i mero como produc­
to del orden social capita l ista. Sus for mas de ex istencia -ta l como se
mostró en la primera sección- son de ta l natu ra leza que la cosi fica­
ción t iene que mostrarse precisa mente en el las del rnodo más car­
gado y penetrante, p roduciendo la deshu man i zación más completa.
E l proletariado comparte, pues, con la bu rgues ía la cosi ficación de
todas las mani festaciones de la v ida. Ma rx ha escrito a l res pe cto12s :

u La clase poseedora y la clase del proletariado representa n la misma auto­


extra ñación hu mana. Pero la primera c lase se encuent ra muy bien e n es a
autoextrañación, y confirmada po r el la, sabe que la ext rañación es su
propio poder y posee en ella la aparienc i a de u na ex istencia huma na; la
seg u nda se siente a niquilada en la ext ra ñación, ve en el la su impotencia y
la real idad de una existencia inhuma na".

Pa rece, pues como si -i ncluso para la vis ión ma rx ista- no cam­


b ia ra nada de la rea l idad objet iva; sólo se ha a lterado el "pu nto de
vista de su estimación", su "va lorac ión", que ha cobrado u n acento
nuevo. Y esa apar iencia con t iene u n 1nomento muy i n1porta nte de
la verdad. Hay que retener i ncond ic iona l mente ese momento para
qu e la recta comp rens ión no mute repent i na mente en fa lsedad.
D icho más concreta mente: la rea l idad objet iva del ser socia l es, en
su inmediatez, 11la m isma" pa ra el proleta riado que pa ra la burgue­
sía. Pero eso no imp ide que sea n completa mente d isti ntas, y por
neces id a d, las espec ificas categorías mediadoras por las cua les a mbas
clases l levan a conciencia esa in med ia tez, por las cua les la real idad

1 24Cfr. los artíc u los "¿Qué es ma rxismo o rtodoxo? ", "Conciencia de c lase" y
" El cambio de función del materialismo h i stór ico". No ha sido posible evi­
ta r el q ue en estos a rtículos, que tcn1át ican\ente está n muy en1parentados,
se repit iera n de vez en cua ndo concep tos y a rg u 1nentos.
125Nachlass [ Póst umos], l l, 132.
273

m e ra mente i n med iata se hace para ambas rea l idad prop ia n1ente
obj eti va. La d ivers idad se debe a la d iversa s ituac ión de a mbas cla­
ses en "'el rn is mo" p roceso económ ico. Está cla ro que con este plan­
tea m iento tropeza mos de nuevo, y desde otro lado, con la cuestión
b á sica del pensa m iento bu rgués, el problema de la cosa-en-s í. Pues
el s upuesto de que la tra ns formación de lo i n med iata mente dado
en rea l idad rea lmente re-conocida (no sólo i n med iatamen te conoci­
da) y, por lo tanto, en rea lidad rea l mente objetiva, o sea, el efecto de
la categoría med iadora en la i magen del mu ndo, es a lgo mera mente
"subjetivo", sólo un a "va loración" de u na rea lidad que per ma nece­
ría "idéntica", ese supuesto equ i va le a atribu i r a la rea l idad objeti­
va el carácter de cosa-en-sí. Todo t ipo de conoci m iento que concibe
esa "va loración" como a lgo pu ra mente "subjeti vo" que no capta la
esencia de las cosas, pretende, por su pues to, penetra r precisa mente
hasta la facticidad rea l . Su au toengaño consiste en que se compor­
ta acrít ica mente res pecto del cond iciona m iento de su propio punto
de vista (y par t icu l a r mente res pecto de su cond ic iona m iento por el
ser social que le subyace). Así d ice, por ejemplo, Rickert126 -a l que
apela remos pa ra n1ost ra r esta concepción de la h i storia en su for ma
más desa rrol lada y más elaborada i ntelec tu a l mente- habla ndo del
h istoriador que pertenece "a l m ismo círcu lo cu ltu ra l":

"Si el historiador forma s us conceptos ten iendo en cuenta valores de la


comunidad a l a que él n1 ismo pertenece, la objeti vidad de su exposic ión
dependerá exclusiva mente de la corrección del materia l fáctico, y no se
plantea rá siquiera la c uestión de s i ta l o cua l acaeci m iento del pasado es
esencial. El h istoriado r esta rá por enci ma de toda a rbit rar iedad, por ejem­
plo, cuando refiera la evolución del a rte a los va lores c u l t u ra les estéticos,
o la evolución de u n Estado a los va lores cu l t u ra les pol íticos; y al proceder
así obtiene una ex pos ición que, en la medida en que se abstenga del ahis­
tórico juicio de valor, será vá l ida pa ra todos a q u e l los q ue reconozca n como
universa l mente nor mativos pa ra los nüen1bros de s u comu n idad los va lo­
res cu ltu ra les estéticos y pol íticos de ésta."

Con esos "va lores cu ltu ra les" mater i a hnente ignotos y sólo for­
mal mente v igentes, tomados con10 fu ndamentos de la objet i v i­
dad "a xiológica mente referida" de la h is toria, pa rece el i mi na rse

1 26G re nzen de r nat u ru n ssen scbaftliche n Beg riffsbildung [ Lí m ites de l a con­


ceptuación cientí fico-na t u ra lj, 2ª ed., 562.
274

la subjetiv idad del h istoriador que ju zga, p ero sólo para i mponer­
le en rea l idad, como criterio de la objet iv idad, como g u ía hacia la
objetiv idad, la facticidad de " los va lores c u ltura les v igentes para su
comu n idad", o sea, para su c lase. La a rbitra riedad y la subjet iv idad
se traspasan del materia l de los hechos a islados y del ju icio sobre
el los a l criterio m ismo, a los "va lores cu ltu ra les v igentes", u n ju icio
sobre los cua les, o i nc lu so la invest igación de su vigencia, se hacen
imposibles sobre esa base: los "va lores c u ltu ra l es" se conv ierten en
cosas en sí para el h istoriador; es éste u n proceso estructura l cu yas
ana log ías económ icas y ju r íd icas vi mos ya en la primera sec ci ón.
Pero aún es más in1porta nte el otro aspecto de la c uestión, a sab er,
que el ca rácter de cosa en-sí de la relación forma-contenido desp l ie­
ga i nev itablemente el proble111a de la totalidad. Ric kert127 habla t am­
bién a este respecto con clar idad muy de ag radecer. Tras subrayar
la necesidad metód ica de una a x iolog ía m aterial pa ra la filosofía de
la h istoria, expone:

"Aú n más: n i siqu iera u na historia u niversal o del mu ndo se puede escri­
bi r unitariame nte si no es con la ayuda de u n sistema de valores cu ltura­
les y, por lo tanto, presupone u na fi losofía n1aterial de la h is to ria. Por lo
demás, el conoc imiento de u n sistema de va lores es, empero, i r r elevan­
te para la cuest ión de la objet ividad cient í fica de expos icio nes h istóricas
pu ramcnte empíricas.''

Pero hay que pregu ntarse: la contraposición ent re expos1cion


h istórica suelta e h istoria universa l ¿es mera mente un asu nto de
extensión, o se trata, también aqu í, de u na cuestión de 1nétodo? No
hay duda de que la ciencia h istórica segú n el ideal epistemológi­
co de R ickert resu lta ría suma mente problemática i ncluso en la pri­
mera hipótes is. Pues los " hechos" de la h istor ia, pese a toda "refe­
rencia axiológica", tienen que perma necer en s u facticidad cruda y
sin concept u a r, puesto que la renu nc ia metód ica a l conoci m iento
de la tota l idad ha impos ibi l itado metódicamente su conceptuación
rea l, el conoci m iento de su sentido rea l, de su rea l fu nción en l a
histor ia . Mas la cuestión de la historia u nivers a l es, como ya se
mostró,128 u n p roblema metodológico que aparece i nev itablemente
en cua lqu ier exposición de la rn í n i ma sección o ma n i festación de

1 27 Ibíd., 606-607.
1 2xcfr. el artícu lo "'¿Qué es m a rx i s mo ortodoxo? "
275

la h istoria. Pues la h istoria como tota l idad ( la h is toria u niversa l) no


es ni la su ma mecá n ica de los acontec i n1 ientos históricos s i ngu la­
res ni un pri ncipio especu lat ivo t rascendente que, por consigu ien­
te, no pud iera ma n i festarse más que por med io de u na d isc ipl i na
especia l, la fi losofía de la h istoria. La tota l idad de la h istoria es el la
m isma u na fuerza h istór ica rea l -au nque todav ía no conc iente y,
p or el lo, no reconocida-, la cua l no resu lta sepa rab le de la rea l idad
(ni, por ta nto, del conoc i m iento) de los hechos h i stóricos si ngu la res
sin supr i m i r a l m is mo t iempo su rea l idad, su fac t icidad. La tota l i­
dad de la h is toria es el fu nda mento ú lt i mo y rea l de la rea l idad de
los hechos s ingu la res, de su facticidad y, por lo tanto, ta mb ién de su
cognoscibi l idad. Toma mos la teoría de las crisis de Sismond i pa ra
mostra r cómo la defectuosa apl icac ión de la categor ía de tota l idad
ha obstacu l i zado el conoci m iento rea l de un fenómeno s i ngu l a r,
p ese a la cor recta observación de sus rasgos s i ngu la res. Ta mb ién
se mostró qu e la i nserción en la tota l idad (cuyo presupuesto es la
afi rmación de que la rea l idad h istór ica propia mente d icha es p rec i­
samente el to do del p roceso histórico) no sólo a ltera decisiva mente
nuest ro ju icio acerca del fenómeno s i ngu la r, s i no que con e l la expe­
rimenta u na a lterac ión fu nda menta l la estructu ra objet iva m isma,
la natu ra leza materia l del fe nóme no singular con10 ta l. La contrapo­
sición entre la consideración que a is la los fenómenos h istóricos s i n­
gulares y e l pu nto de vista de la tota l idad se i mpone aún más plás­
t icamente a l compa ra r, por ejemplo, el trata m iento de la fu nción de
la máqui na por la econom ía bu rg uesa con el trata m iento que le da
Marx:1 29

"Las contrad icciones y los antagonismos insepa rables de la .apl icación


capita l ista de la maqu inaria no existen, po rque no nacen de la maqu i naria
misma, sino de su aplicación capita l ista. La maqu ina r ia considerada en sí
misma disminuye el tiempo de trabajo, mientras que en su aplicación capi­
tal ista ala rga la jornada; en sí misma fac i l ita el trabajo, m ientras que en su
apl icación capita l ista lo hace más i ntenso; en sí rn isma es un t riu n fo de la
humanidad sobre las fuerzas de la nat u ra leza, mientras que en su apli ca­
ción capitalista somete el hombre a ésta; en sí misma au menta la r iqueza
de los productores, m ientras que en su apl icación capita l ista los pauper iza,
etc. El economista burgués, puesto ante esos hechos, declara si mplemente

1 29Das Kapital [ El Capital], I, 406-407 [ Ma rx, El capital. , Tomo 1, vol. 2, p.


. . . .

538. ( N. del E .) )
276

que la consideración de la maqu i naria en sí p r ue b a concluyentemente que


todas esas tangibles contrad icciones son mera apa riencia de la realidad
común, pero que no ex isten en s í, ni por lo tanto, en la teoría."

Pasemos -por u n momento- por a lto e l ca rác ter c lasista ap ologé­


tico del punto de v ista de la economía burg uesa y considerem os el
tema desde un p unto de v ista p u ra 1nente metód ico. A l hacerlo as í
se ap recia que el p unto de v ista b u rg ués que contempla la máqu i­
na en su a islada s i ngu la r idad, en s u pu ra "i nd iv idua l idad" fáctica
(pues como fenómeno del proceso económ ico La máqu ina -no el
ejemplar suelto- es u n i nd iv iduo h istórico en e l sentido de Rickert),
desfigu ra la verdadera coseidad de la máqu ina entend iendo su fu n­
ción en el proceso capita l ista de producc ión como núc leo esencial
"eterno", como elemento i nd isolub le de s u "ind iv idua l idad". Desde
el p u nto de v ista del método, ese t ipo de cons ideración h ace así de
todo objeto h istórico estud iado u na n1ónada i n n1utable, excluida de
toda i nteracción con las den1ás n1ónadas (que se conc iben del m is­
mo modo), y con las propiedades que posee en s u existencia inme­
d ia ta, presentadas como si fuera n esenc ia l idades absolutamente
insu perables. Es verdad que la mónada conserva así su singu la­
ridad individual, pero se trata sólo de la cruda facticidad del mero
ser-así. La "referencia ax iológica" no a l tera en nada esa est ructura,
pues lo ú n ico que hace es posib i l itar u na elección en e l conju nto i n fi­
n ito de d ichas fact icidades. Y del m ismo modo que las relaciones
entre esas mónadas h istórico-ind ividua les no pasa de ser u na refe­
rencia l idad externa, mera mente descriptiva de su cruda fact icidad,
así ta n1bién es mera mente fáct ica, cas u a l, su referencia a l principio
va lorativo que r ige la selección.
Y, s i n emba rgo, la esenc ia de la h istor ia -como no han podido
ignora r los historiadores rea l mente i mpor ta ntes del sig lo X IX, como,
por ejemp lo, Riegel, D ilthey, Dvorak- cons iste p rec isa mente en el
camb io de las formas estructurales por med io de las c ua les ocu rre en
cada caso el en frentam iento del hombre con su m u ndo ci rcu nda nte
y la determ inación de la objetiv idad de su v ida i nterna y externa.
Pero esto es sólo pos ible de un modo objet ivo y rea l (y, cons igu ien­
temente, sólo es adec uada n1ente conce p t u a l izable13º) si la i nd ivi­
dua l idad o s i ngu l a ridad de u na época, de u na figu ra, etc., cons iste
en la s i ngu laridad o pecu l ia ridad de esas for mas est r uctu ra les, y si

uosacr istán t raduce "concept uable". (N. del E.)


277

se d escubre y se muestra en e l las y por e l las. Mas la rea l idad i n me­


d iata no p uede esta r dada i n med iata mente, n i a l hombre que l a
vive ni al historiador, en esas sus verd aderas formas estructu ra les.
H ay que empeza r por buscar y ha l la r estas for mas, y la v ía que l le­
va a ese descubri m iento es el ca m i no del conoc i m iento del p roceso
h istórico como tota l idad. A pri mera v ista pa rece -y todo el que se
q uede en la i n med iatez no rebasa rá en toda su vida esa "primera
v ista"- que esa superación 131 de la si ngu la ridad sea u n mov im ien­
to pura mente menta l, u n p roceso de abst racción. Pero la apar ien­
cia m isma se debe a las costu mbres i ntelectua les y perceptivas de
la mera i nmediatez, en la cua l apa recen como lo pri mario, rea l y
objet ivo las for mas cós icas i n med iata mente dadas de los objetos,
su s i nmediatos ex ist i r y ser-así, m ientras que su s "relaciones" apa­
rec en como a lgo secu nda rio y meramente subjetivo. Por lo ta nto,
p ara esa i nmed iatez toda a lteración rea l tiene q ue resu lta r i ncon­
ceb ible. El hecho i nnegable de la a lteración se refl eja en las formas
de conciencia de la i n med iatez como mera catástrofe, como ca m­
bio repent i no procedente de fuera y si n med iación a lg u na.132 Pa ra
p oder comprender e l ca mb io, el pensa m iento tiene que rebasa r la
rígida cerrazón de sus objetos los u nos respecto de los otros, y tiene
q ue poner en un m is mo p la no de rea l idad sus relaciones, la i nterac­
ción entre esas "relac iones" y las "cosas". Cua nto mayor es la d is­
tancia respecto de la mera i n med iatez, cua nto más a mp l ia la red
de esas "relaciones", cua n to más tota l mente entran las "cosas" e n
e l sistema de esas relaciones, tan to más pa rece deponer e l camb io

msacristán t raduce "rebasamiento". ( N . del E .)


132Cfr., a propósito del material ismo del siglo X V I I I, Plejá nov, loe. cit., 51.
En primera sección hemos nlost rado que la teoría bu rg uesa de las crisis
econórnicas, la del origen del derecho, etc., toman ta mbién este punto de
vista metódico. En la h istoria misma, todo el mu ndo puede ver fáci lmente
que u na consideración que no sea h istórico-u n iversa l, que no se refiera
siempre a l a totalidad de l proceso tiene que t ra nsformar en catástrofes
absu rdas precisamente los pri ncipales pu ntos de i n flex ión de la h istoria,
porque sus fundamentos se encuentra n fuera del á mbito e n el cual sus
1
consecuenc ias se revela n del modo m.ás catast rófico. Piénsese en las i nva­
1 siones de los bárbaros, en la deg radación de la h istoria a lemana desde el
l
1
Renaci m iento, etc.
1
J
f
j
J.
278

su ca rácter i ncomprensible1 33, su esencia catastrófica, y ta nto m ás


resu lta comprensible.
Pero sólo en el caso de que esa superación de la in med ia tez p ro ­
ceda en el sentido de una mayor conc reción de los objetos, só lo en
el caso de que el sistema concep tua l de las med iac iones -por u ti li­
za r la a fortu nada expresión de Lassa l le sob re la fi losofía de Hegel­
sea la tata lidad de lo emp í rico. Ya conocemos los l ím ites metódicos
de los sistemas de concep tos rac iona les abstractos. Lo ú nico que
i mporta a hora es recorda r que pa ra el los esta superación de la mera
fact icidad de los hechos h istóricos es u na imposib i l idád metód ica
(la aspi ración crit ica de Rickert y de la moderna teoría de la h isto­
r ia es prec isa mente mostra rlo, y lo ha consegu ido). Lo que puede
consegu i rse con esos métodos es, en el mejor de los casos, una tipo­
logía formal de las for mas fenoménicas de la h istoria y la socie­
dad, pa ra la cua l p ueden aduci rse como meros ejemplos los hechos
h is tóricos, lo que qu iere dec i r que entre el s istema conceptual y la
real idad h istórica obj etiva que se trata de concebi r no hay más que
u na conex ión mera mente casu al. Esto puede ocu r ri r en la ingenua
forma de u na "sociolog ía" que busca " leyes" (tipo Comte-Spencer),
caso en el cua l la i rresol ub i l idad metód ica de la tarea se ma n i fiesta
en lo absu rdo de los resu ltados; o bien esa i mposib i l idad n1etód ica
puede ser c rít ica mente conc iente desde el p r i mer momento (Max
Weber); pero el resu ltado es siempre el m isn10: el problema de la
facticidad vuelve a retrotraerse a la h istoria y queda s i n su perar la
i n mediatez de la actitud pu ra mente h istórica, con independencia
de que ese resu ltado se desea ra o no.
Hemos d icho que el comporta m iento del h istor iador en el sen­
tido de Rickert (o sea, el tipo c r ítica mente más conciente del desa­
rrol lo bu rgués) consiste en queda r preso en la mera in med iatez.
En contra de esa a fi r mación pa rece erg u i rse el hecho ma ni fiesto
de que la rea l idad h istór ica m i sma no puede a lca nza r, reconocer­
se n i rep resenta rse más qu e en el cu rso de u n compl icado proce­
so de med iaciones . Pero no hay que olv ida r que med ia.tez e in me­
d iatez son el las n1 is mas momentos de u n p roceso dia léct ico, que
todo estad io del ser (y del con1porta m iento que lo conceptúa) t iene

1.13Prefcr i n1os seg u i r aqu í la t r adu cc i ón c uba na, reen1pla zando "i nco ncebi­
l i d ad " po r "ca rácter i ncorrl p rensib le". ( N . de l E .)
279

s u i nm ed ia tez en el sent ido de la f-'enomenología, 134 situación en la


cu al tenemos que comportar nos res pecto del obj e to in med iata men­
te da do "de modo idéntica mente inmediato o receptivo sea, sin ca m­
bia r nada en él ta l como se p resenta". E l rebasa m iento de esa inme­
diatez no puede ser s i no la génesis, la "producción", del objeto. Pero
es to p resupone ya aqu í que la s formas de mediación en las cua les y
p or las cua les se rebasa la i nmed iatez de la existencia de los objetos
dados se muestren co1no principios constructivos estructurales y como
tendencias reales del movimiento de los objetos mismos. Esto es: la géne­
sis menta l y la h istórica coinciden en cua nto a l principio. Hemos
estud i ado el proceso ideológ ico q ue, en el cu rso del desa rrol lo del
p ensam iento bu rgués, ha actuado cada vez más intensa mente el
s ent ido de u na separación de los dos p r i nc ip ios. Y hemos p od ido
com p robar que, a consecuencia de esa du a l idad metódica, la rea l i­
dad se descompone en un conju nto no rac iona l izable de facticida­
des, por enci ma del cua l se a rrojó u na red de " leyes" pu ra mente
forma les, s i n conten ido. El rebasa n1 iento "ep isten1ológico" de esa
for ma abstracta de ser i nmed iata rnente dado del mu ndo (y de su
conceptuab i l idad) eterniza esa est ructura, la just i fica consecuente­
mente como necesa r ia "cond ición de la posib i l idad" de dicha cap­
tación del mu ndo. Pero como no es ca pa z de rea l iza r su mov i m ien­
to "cr ít ico" en el sent ido de u na producción rea l del objeto, sino
que, por el contra rio, toma la d i rección contrapuesta, a l final de
la reflexión "cr ít ica" sobre la rea l idad vuelve a p resenta rse la mis­
ma inmediatez que se enfrenta cotidianamente con el hombre común de
la sociedad capitalista, llevada ahora al concepto, pero no por eso 1nenos
inmediata.
In mediatez y med iación son, pues, no sólo modos de compor ta­
m iento coordi nados y rec íproca mente complementa r ios resp ecto
de los objetos de la rea l idad, s i no ta rnbién y a l m ismo t ie m p o -de
acuerdo con la natu ra leza d ia léctica de la rea l idad y con el ca rác ter
d ia léct ico de nuestros es fuerzos por en frentamos con el la- deter­
m i naciones d ia léctica n1ente relat i v i za das . Esto es: toda med i ac ión
tiene que a r roja r necesa riamente u n p u nto de v ista o p os ic ión en
los cua les la objet i vidad que el la produce asume la fo r m a de la
i n med i a tez . Así l e ocu rre a l pensa m i ento b u rg ués respecto del ser
h istórico-soci a l de la sociedad bu rg uesa, acla rado e i l u m i nado p o r

134 Hegel, Werke fObras], I l, 73.


280

nu merosas mediac iones. A l no poder este pensa 1n iento d esc u br ir


aqu í más med iaciones, a l no poder entender el ser y la gén es is de la
sociedad bu rguesa como p roducto del m i smo s ujeto que ha ""pro­
ducido" la tot a l idad conceptual del conoci m iento, s u punto de v is ta
últi1no, y decis ivo para La totalidad del pensanzien to, resulta ser el de la
mera inmediatez. Pues, seg ú n la s pa labra s de H egel,135 " lo med ia dor
tendr ía que s er aquel lo en lo cu a l a mb os lados serían u no, o s e a,
que la concienc ia tend ría que descubri r cada momento en el otro,
su fi na l idad y su acc ión en el des t i no, y su dest i no en s u fin a lidad y
en su acc ión, y su propia esencia en esta necesidad".
Es de esperar que nues tras precedentes cons ideraciones haya n
mostrado con s u ficiente claridad que el pensa m iento b u rgués ca re­
ce aqu í, y necesa r i a n1ente, de esa med iac ión . En el terreno econó­
m ico Ma rx136 l o ha mostrado así i n nu merab les veces, y ha expl icado
las fa lsas ideas de la economía bu rgu esa sob re el p roceso económi ­
co del capita l ismo rem itiéndose expl ícita mente a l a fa lta d e med ia­
c ión, a la ev i tación137 n1etód ica de las categor ías med iadoras, a la
aceptación in med ia ta de formas de objetiv idad derivativas, a la
oclusión en el p la no de la representación mera n1ente in mediata. E n
la s egu nda s e cción hemos ten ido ocasión de i nsist i r mucho en las
consecuencias i ntelectua les de la est r uct u ra de la sociedad b u rgue­
sa, de la que nacen las l i nütaciones rnetód icas de su pensam iento, y
hemos mostrado las a nti nonl ias (sujeto-objeto, l ibertad-necesidad,
i nd iv iduo-sociedad, forma-conten ido, e tc.) a las cua les ten ía que
l lega r así ese pensam iento. Lo que a hora i n1porta es comprender
que el pensa m iento bu rgu és -apenas l legado n1 ás a l lá del com ie n ­
zo de la ruta hacia esas a ntinom ias, objeto de los n1ayores esfuerzos
i ntelectua les- acepta a pesa r de todo el fu nda mento óntico de esas
a n t i nom ias como u na fact icidad ob v i a e i nev i table, o sea, se com­
porta respecto de aquel fu nda mento en e) modo de la mera i nsen­
satez. As í escr ibe, por ejen1plo, S i m ni el,138 p rec isa mente acerca de la
est ructu ra ideológ ica de la conciencia de la cos i ficación:

135lbíd ., 275.
UbPo r ejem p lo, Das Kap ital r E I Ca p i ta l ), l l r, 1 , 326 -327, 340-341, 364-365, 368
-369, 377-378, etc.
u'""Acc ión y act o de ev i t a r ", seg ú n e l D R A E . ( N . del E.)
ux p/ú lo�opli ie d e s Geldes ( Fi losofía del d i nero), 531 .
28 1

"Y po r eso estas d irecciones contrap uestas, puesto que se ha emprend i ­


do la ma rcha por ellas, t ienen q ue aspira r a u n idea l de separación pu ra
y ab s oluta: a med ida que el conten ido objet ivo de la v ida se hace cada
v e z más cós ico e imperso na l, el resto no cos i ficable de la misma t iene que

hacers e ta nto más perso nal, para co nve rt i rse en propiedad i nd iscu t ible
de l Yo."

Pero de este modo aquel lo a pa rt i r de lo cua l ten ía que p roce­


der la med iación p a ra p erm it i r su comp rensión se conv ierte en lo
acep tado, y hasta en p r i nc i p io tra ns fig u rado e idea l i zado de ex p l i­
cación de todos los fenómenos, a saber: la fac t icidad, i nexp l icada e
inexpl icable, de la ex istencia y el ser-así de la soc iedad bu rg u esa
cobra el ca rácter de u na ley eterna de la nat u ra leza, o de u n va lor
cu ltu ral de atempora l v igencia. Eso s ig n i fica s i n más la autol iqu i­
dación de la h istor ia. "De este n1odo, au nque ha hab ido h istor ia",
escribe Ma rx139 acerca de la econom ía bu rguesa, "ya no va a haber­
la más". Y aunque luego es ta a nt i nom i a toma for mas cada vez 1nás
refi nadas, y hasta se presenta como h i s tor icismo y como rela t iv is­
mo h istórico, la situación del p roblema bás ico no se a ltera en abso­
lu to, y sigue sup r i m ida la h istoria. Esta esencia a nt ih is tór ica del
p ensa m iento bu rg ués se nos p resenta del n1odo más craso al con­
sidera r el problema del p resen te como problem a his tórico. No hace fa lta
aduc i r ejen1plos. La com pleta i ncapac idad de todos los pensadores
e historiadores bu rg ueses pa ra entender con10 h istoria un iversa l
los aconteci m ientos h is tórico-u n iversa les del p resente ha de ser u n
si n iestro recuerdo de todos los hon1bres sensatos desde la g u er ra
mu nd ia l y la revoluc ión . Ese completo f racaso, que pone a h istoria­
dores por otra pa r te muy 1ner itorios y a pensadores por otra pa r te
ag udos a l m is mo n ivel i ntelectua l, d ig no de lás t i ma o de desprec io,
del peor per iod ismo p rov i nciano, no pu ede exp l ica rse s i mplen1ente
y en todos los casos p or causas externas (censu ra, adap tac ión a los
intereses ºnaciona les" de clase, etc.), si no que t iene, apa rte de eso,
su fu nda mento fftetód ico en el hecho de que el con1porta m ien to
contemp lat ivo e i n n1ed iato p roduce p recisa n1ente entre el sujeto
y el objeto del conoc im iento aquel i nters t icio i r racional "osc u ro y
vacío" del que habló F ichte, oscu r idad y vac iedad presentes ta m­
bién en el conoc i n1 iento del pasado, p ero encubiertas en e s e ca s o

1 39Ele nd de r Ph ilosoph ie [ M i s e r i a de la fi losofía, t rad . a lema na ], 1 04 . ( Ma rx,


Miseria . . . , op. cit .. , p. 1 89. ( N . del E.)]

l
282

por la leja n ía espac io-tem pora l, h istór icamente mediada, m ien­


tras que cua ndo se trata del presente apa recen con toda clari d a d .
Una hermosa metá fora de Ernst B loch puede acl a ra r esa l i m ita ci ón
metód ica mejor, acaso, que un a ná l isis deta l lado, que, por lo de m á s,
no nos es posible aqu í. Cua ndo la na tu ra leza se conv ierte en p a i­
saj e -en cont rapos ición, por ejemp lo, con el i nconci ente v i v ir en la
na tura leza que es p rop io del campes ino-, la i nmed iatez a rt ís t ica de
la v ivencia del pa isaje -que ev identemente ha atravesado mu ch as
med iaciones a ntes de l lega r a esa in med iatez- tiene como p resu­
puesto una d istanc ia, este caso es pacia l, ent re el contemplador y
el pa isaje. El contemplador se encuent ra fuera del pa isaje, porqu e
si no la natu ra leza no puede convertírsele en pa isaje. Si, en vez de
rebasa r la i n med iatez estét ica contemplativa, i ntentara i nclui rse a
sí m is mo, j u nto con l a nat u ra leza que i n med ia ta mente le rodea, en
la "natura leza como pa isaje", se daría cuenta en segu ida de que e1
pa isaje no emp ieza a existi r s i no a pa rti r de u na c ierta d istancia,
d iversa, por supuesto, en cada caso, ent re el contemplador y el pai­
saje m ismo, y de que sólo como espectador especia l mente sepa rado
puede tener con la natura leza u na relación pa isaj ística . La comp a­
rac ión ha de toma rse aqu í sólo como un ejemplo que acla ra metódi­
ca mente la s ituación, p u es la rel ación paisaj ística t iene su exp resión
adecuada y aprob lemática en el a rte, au nque no puede ta mpoco
olv ida rse que ta n1b ién en el a rte se abre esa m isma d ista ncia insu­
pri m ib le entre el sujeto y el obj eto, la d istanc ia que hemos encon­
trado por todas pa rtes en la vida moderna; y ta n1poco se puede
olv idar que el arte es sólo la con figu rac ión de esta problemática,
no su resolución. Pero en la h istoria, y en cua nto que dese1nbo­
ca en el presente -cosa inev itable, puesto que, en ú lt i ma insta ncia,
nuestro interés por la historia se debe a la necesi dad de compren­
der el p resente-, apa rece i n med iatan1en te lo que, con pa labras de
Bloch, I la n1a remos "es pac io pertu rbador". Pues queda cla ro que los
dos extremos en q u e se pola riza la incapac idad del comportam ien­
to contemplat ivo bu rg ués pa ra com p render la h istoria -el ext remo
de las "gra ndes fig u ras" como au tónomas creadoras de la h istoria
y el de las " l eyes nat u ra les", del med io h istórico- resu ltan igua l­
mente importa ntes, ya vaya n ju ntos, ya sepa rados, ante la esencia
de lo rad ica l men te nuevo, q ue ex ige u na dación de sent ido, a nte el
r

.
.

2 83

1 40 La perfecc ión i nterna de la obra de a rte puede encu­


p res en te.
b r ir el ab i s mo aqu í abierto, porque su consu mada i nmed iatez no
sus c i ta ya n i nguna cu rios idad por la mediación i mposible desde el
p u n to de v ista contern p lat ivo. Pero el presente como p roblema de
l a h istor i a, como p roblema p ráctica mente i n el i m inable, ex ige i mpe­
r io s am ente esa med iac ión. Iiay que i ntenta rla. Y en esos i ntentos
se r eve la lo que Hegel, a cont i nuación de la determ i nación de la
media ción a ntes aducida, escr ibe a p ropós ito de u no de los estad ios
de la autoconcienc ia :

"Por eso la conciencia, a través de la ex periencia en la c u a l tenía que cons­


titui rse su verdad, se convierte más bien en e nigma para sí m isma, y las
consecuenci as de sus actos ya no son pa ra ella sus actos mismos; aquello
que le ocur re no es para ella la experiencia de lo que ella es en sí; la tra nsi­
ción no es u na n\era a lte ración forma l del mismo conten ido y de la misma
esenci a, est a vez cmno objeto o como esencia intuida de sí nlisma. La nece­
sidad abstracta, va le pues, para la fuerza sólo negativa, i nconceptuada, de la
generalidad contra la cua l se est rel la la i ndividual idad."

El conoci m iento h istór ico del proletariado emp ieza con e l


LOnocim iento de l p resente, con el au toconoci m iento d e s u prop ia
situación socia l, con l a revel ación de su necesidad (en el sentido
de la génesis). La coincidencia de génesis e h istor ia -o más prop ia­
mente, el hecho de que génes is e h istoria son sólo momentos de u n
mismo proceso- es pos ib le sólo s i, por una parte, todas las catego­
rías seg ú n las cua les se construye la ex istencia hu n1a na apa recen

14ºMe remito de nuevo a l dilcm.a del v iejo materi a l ismo tal como lo ex pone
Plejánov. Marx (Nachlass f Póstu n1os], T I, 1 78 ss.) ha most rado respecto de
Bru no Bauer que la actitud lóg ica de toda concepción burguesa de la h is­
toria tiende a la nlcca n ización de l a "masa" y a la i rracional i zación de los
héroes. Pero la nl isma dupl icid ad de pu ntos de v ista p uede encontra rse,
por ejemplo, en Ca rlyle o en Nietzsche. H asta u n pensador ta n cauto com.o
Rickert t iene (pese a a lg u nas reservas, por e j e mpl o op. cit, 380) la tenden­
,

cia a considerar el "med io" y los "mov im ientos de las masas" como deter­
minados por leyes nat u ra les, y sólo la personal idad s i ng u la r con10 i nd iv i­
dua l idad h istórica. Op. cit., 444, 460-461 . [ Ma rx y Engels, La sagrada , op.
. . .

ci t (N. del E.)]


.
284

como determ inaciones de esa existencia m isma (y no sólo de su


conceptuab i lidad), y, por otra pa rte, su sucesión, su conex ió n y s u
v incu lación se revelan como momentos del proceso h istór ico m is­
mo, como ca racteríst ica estructura l del presente. Así pues, la s u ce­
sión y la conex ión i nterna de las categor ías no constit uyen ni u na
serie meramente lógica n i u na ordenac ión seg ú n la mera fact icidad
histór ica. "Su seriación se determ i na más bien por l a rel ación q u e
tienen entre el las en la moderna soc iedad burguesa, la cua l es pre­
cisa mente lo contra rio de la que apa rece como su sucesión nat u ra l,
como ser iac ión que corresponde a l proceso h istórico."14 1 Esto pr e­
supone a s u vez que pueda mostra rse en e l mundo que se enf r en­
ta a l hon1bre en la teoría y en la práct ica u na objetiv idad que, una
vez cor rectamente pensada y entendida hasta el fi na l, no t iene que
quedarse en ni ngu na forma de i n med iatez semeja nte a las antes
aducidas; u na forma de objetiv idad que pueda, por lo ta nto, cap­
tarse como momento fluyente y med iador ent re el pasado y el futu­
ro, y que pueda revela rse de este modo, en todas sus relaciones
categoria les, como p roducto del homb re, como producto del proce­
so soci a l. Pero con este pla ntea m iento queda pla nteada la cuestió n
de l a 11estructu ra económ ica" de la sociedad. Pues, como escribe
Marx142 en su polénüca contra el erróneo desga rra m iento de princ i­
p io (o sea, categor ía) e h istoria en el caso del kant iano y hegeliano
vu lga r Proudhon, s i se p la ntea la cuestión

"de por qué este pri ncipio se ha real izado precisamente en el siglo XI o
en el XVI I I, y no en cualquier otro, se ve u no necesariame nte obl igado
a estudiar con deta lle qué era n los hombres del s iglo XI o los del XVIII,
c uáles sus necesidades en cada caso, sus fuerzas productivas, s us modos
de producción, las n1aterias p r i n1as de su producción, y cuáles, por ú ltimo,
las relacio nes ent re hon1bres que nacían de todas esas cond iciones de
ex iste ncia. Resolver todas esas cuestio nes es estudiar la h isto r ia profana
rea l de los hon1bres de cada siglo, p resenta r a esos hombres tal como
fueron, en u n a sola pieza, au tores y espectadores de su propio d ra ma. Pero
e n cua nto se concibe a los hombres como es pectadores y autores de s u

1-n Zu r Kritik de r politischen Óko nomie [Contrib ución a la crítica de la econo­


mía pol ítica], X L I V. [ Ma rx, Co nt ribu.cióu . . . , op. ci t., p. 308 . ( N . del E.))
142 Elend de r Philosophie [ M iseria de la fi losofía, t ra d . a lcn1ana), 97-98. [ Marx,
Miseria . ., op. cit .. , p. 181 . ( N . del E.)]
.

.. �r
285

pro p i a h i s to r i a, es que se ha v uelto por u n ro deo a l p u nto de partida rea l,


po rq ue se han aba ndonado los eternos p r i n c i p i o s de l o s que s e pa rt ió."

Pero sería u n error -el error q ue es pu nto de par t ida metódico


de todo ma rxi smo v u lga r- creer que esa actitud signi fique u na s i m­
p le aceptac ión de la est ructu ra soc i a l i nmed iatamente dada (o sea,
em pírica). Ni ta mpoco la i nd icada recusación de lo empí r ico, el
rebasa m iento de su mera i n med ia tez, s ig n i fica s i mp le desconten­
to con lo emp ír ico y volu ntad s im p le -abst racta- de a lterarlo. Pues
esa volu ntad, esa va lorac ión de lo emp í r ico, se quedar ía en mera
subjet iv idad, en "ju icio de va lor", en deseo, en utopía. Y, además, la
voluntad de u top ía, au nque toma la forma fi losóficamente objet iva
e idea l izada del deber-ser, no rebasa en modo a lg u no la aceptación
de lo empí rico, ni tampoco el n1ero subjet iv ismo de la tendencia
al cambio, au nque lo refi ne fi losó fica mente. Pues prec isamente en
la forma clás ica y p u ra que ha recibido en la fi losofía ka ntia na, el
p r i ncipio del deber-ser p resupone un ser al cual es por p r i nc ipio
inaplicable la ca tegor ía del deber-ser. De modo que p recisamente por
adopta r la i ntenc ión que t iene el sujeto (de no aceptar p u ra mente su
ex istencia en1 p í r ica n1ente dada) la forma del deber-ser, precisa men­
te por eso la for ma emp írica i n med iata mente dada recibe con fi rma­
ción y consag rac ión fi losóficas, se etern i za fi losóficamente . .(/ Nada
puede expl icarse", d ice Kant,143 "en los fenón1enos a base del p r i n­
cipio de la l ibertad, s i no que el h i lo conductor pa ra la expl icaci ón
de los fenón1enos ha de ser siemp re el meca n is mo natu ra l". Y por
eso toda teor ía del deber-ser se encuentra a nte el di lema s ig u ien­
te: o b ien deja r i n n1utada la ex istencia -si n sentido- de lo empí ri­
co, cuya fa lta de sentido es el presupuesto metód ico del deber-ser,
p uesto que en u n ser con sentido no se presentar ía s iqu iera e l p ro­
blema del deber-ser, y con esta soluc ión se da a l deber-ser u n ca rác­
ter mera mente subjetivo; o bien acepta r u n p r i ncip io t rascendente
(a l ser y a l deber-ser) con objeto de poder exp l ica r la i n fluenc ia rea l
del deber-ser en el ser. Pues la p r iv i leg iada soluc ión, ya i nsi nuada
por Ka nt, en el sent ido del progreso i ndefin ido se l i m ita a encub r i r
l a i r resolubi l idad del problema . Lo decisivo fi losófica mente n o es

143 Kritik der p rak t iscbe n Vernunft [C rít ica de la razón práct ica], 38 -39. C fr.
ibíd, 24, 1 23, etc. G rwzdlegu ng der Metaphysik der Sitien [ F u nda mentac ión de
la meta fís ica de las costu mbres], 4, 38, etc. Cfr. la c r ít ica de Hege l, Obras,
I I I, 133 SS .
286

determ i na r el tiempo que necesita el deber-ser para tra nsformar


el ser, s i no mostra r los p r i nc ip ios por los cua les el deber-ser es en
general capaz de i n flu i r en el ser. Y esto es p recisa mente lo metódica­
mente i mposib i l itado por la fijación del mecan ismo natu ra l co mo
forma i nmu table del ser, por la rig idez, i nel i m i na b le desde ese p u n­
to de v i sta, que presenta n el deber ser y el ser en su contrap osic ión .
Y u na i mp osibil idad no puede p resenta rse repent i na mente como
rea l idad s i n más que empequeñecerla p r i mero i n fi n i tesi ma lmen te
pa ra luego d istribu i rla por u n proceso i n fi n ito.
Pero no es en modo a lg u no casu a l que el pensa 1n iento bu rgu és
haya dado con la idea del progreso i ndefi n ido como sa l ida de la
contrad icción que le oponen los da tos de la h isto r ia. Pues, seg ú n
Hegel/44 ese progreso 11se presenta siempre que determ i na c ion es
relativas se l leven hasta su contraposición, de ta l modo que estén en
u n idad i nd isolub le y, s i n en1ba rgo, cada u na tenga atr ibu ida exis ­
tencia i ndepend iente respecto de las demás. Por eso este progreso
es la contradicción que nu nca se resu elve, s i no que se enu ncia siem­
pre, si mplemente, como dada". H egel ha mostrado ta mbién que la
operac ión lóg ica, p resu puesto el progreso i ndefi n ido, consiste en
poner en u na relación p u ra mente cuantitativa los elen"tentos de
ese p roceso, que son en rea l idad cua l itativa mente i ncomparables y
siguen siéndolo a pesa r de todo, pero 11pon iendo a l m is mo t iempo
a cada u no de el los co1no i nd i ferente respecto de esa a lteración".14 5
Así v uelve a presenta rse la v ieja a nt i nom i a de la cosa-en-s í en u na
nueva forma: por u na pa rte, el ser y el deber-ser conservan su con­
traposición r íg ida e i nsa lvable; por otra, esa v i ncu lac ión entre el los,
apa rente, externa, que no a fecta a su i rraciona l idad y factidad, pro­
du ce ent re e l los u n med io de deven i r apa rente, con lo que se desd i­
buja y cae en la noche de la i n i n te l igibi l idad el ten1a rea l de la h isto­
ria, el tenia del deven i r y perecer. P ues en la reducción a ca ntidades
-reducc ión que t iene que practica rse no sólo sob re los e lementos
bás icos del p roceso, sino ta mbién sobre sus d iversos estadios- se
pasa por a l to que lo n1ás que puede conseg u i rse así es la apar iencia
de u na tra ns ición pau lati na .

" Pero lo pau latino se refiere sólo a lo exte rno de l a t ra n s fo r n1ació n, no


a lo c u a l itat ivo de el la; la a nte r io r p roporción c u a nt i tat i v a , i n fi n itamente

1-t�Obras, l l l, 1 47.
1 �5 I b íd ., 262 .
287

p róx i ma a l a po s t e r io r; es sin emba rgo otra ex istencia c ua l itat i v a ... Se tien-·


de g u sto same n te a faci l itar la conce p t-ualización d e u n ca m b i o por la pau la ­

ti n idad de la t ra nsición; pero la pa u l ati n i dad es prec is a rnc nte la alteració n


i ndi fere nte, lo contrar io de la a lteraci ó n c ua l itat iva. En la pau la t i n id a d se
su p ri me más bie n la conexión de las dos real idades, que se to m a n enton­
ces co mo estados o c o mo cosas autónomas; queda pre sup u e s to que ... la
una es pura mente exte r na a l a ot ra; y con eso se pierde lo necesario para
conceptualizar, por poco que sea lo que se ne ce s ite. . . As í se s u p r im e n abso ­
lu tamente el devenir y el p er e ce r o sea, qw.� el En -·si, lo i nte r n o aquel lo e n
, ,

lo c ual a lgo es antes de su ex istencia, s e tra ns forma en u na pequáiez d e la


exis tencia externa, y la d i fe ren c i a esencial o co n c ep tu al se convierte en u na
mera y externa d i ferencia de mag n itud". 146

El rebasa m iento de la i n med iatez de lo emp írico y de sus reflejos


raciona l is tas, no menos i n med iatos, no p uede, pues, extrapola rse
en un i n tento de rebasa r la i n ma nenc ia del ser (soc ia l), porque ese
fa lso t rascender fija ría y etern iza r ía de nu evo, de un modo fi losó­
ficamente subli mado, la i n med iatez de lo empírico, con todas sus
cuest iones i rresolub les. E l rebasa m iento de lo emp írico no p uede
sign i fica r s i no que los objetos m ismos de lo empírico se cap ten y
ent iendan como momentos de la tota l idad, esto es, como momen­
tos de la sociedad tota l que ca mbia histórica mente. As í pu es, la
categor ía de la med iación, pa la nca metód ica de la su perac ión de l a
mera i nmed i atez de l o emp ír ico, no es nada que se i n t rodu zca des­
de fuera (subjet iva mente) entre los objetos, n i un ju ic io de va lor o
u n deber-ser q u e se cont rapusiera a su ser correspond iente, s ino q u e
es l a m a n ifes tació n d e l a es tructura cós ica, obje tiva y prop ia de esos obje­
tos m ismos . Pero esa estruct u ra no pu ede man i festa rse ni l leva rse a
conc iencia más que aba ndona ndo la fa lsa act itud del pensan1 iento
bu rg ués. P ues la med iac ión sería i n1pos i b le si la ex istenc ia emp í r i­
ca de los objetos no fuera ya por sí m isma u na ex istenc ia med iada,
la cu a l cobra ese aspecto de i nmed i a tez sólo y en l a n1ed ida en la
cu a l fa lta la conc ienc ia de la med iación y, por el lo, los objetos se

t46Ib íd., 432-435. Es mérito de Plejánov el haber l lamado la atención, ya en


1891, a c erca de l a irnporta ncia de este paso de la Ló g i c a de Hegel pa ra pre­
cisar la d i fe re ncia ent re evolu ción y re vo lución (Neue Zeit, XII, 280 ss.). Es
lamentable que P lejá nov no haya ten i do en este pu nto herede ros en e l
terreno de l a teoría. [ Volvemos aqu í a ca mbia r ºco nceptuar" por "co ncep­
t u al iza r" y "co n c e ptu a ci ón ' ' por "co nce pt u a l i zac ió n". (N. de l E.))

1
L
288

a r ra ncan del complejo de sus determ i naciones rea les y se pon e n en


u n a rt i fic ioso a isla m iento.147
Pero no hay que olv ida r a este respecto que el proceso de ai sl a­
m iento de los objetos no es tampoco casua l ni a rbitra r io. El cor rec to
conoci m iento que suprime las fa lsas sepa rac iones de los obje to s (y
ta mbién sus v i ncu laciones, aú n más fa lsas, asentadas por medio
de abstractas deter m inaciones de la reflexión) es, con esa correc­
ción mucho más que la mera recti ficación de u n método científico
fa lso o inadecuado, mucho más que la susti tuc ión de u na h ipótesis
por otra que funcione mejor. Es p rop io de la esenc ia socia l del pre­
sente el que su forma objetiva se elabore de ese modo en e l pensa­
m iento, igual que lo es el p u nto de pa r t ida materia l de la elabora­
ción n1 isn1a. Así pues, cuando se contrapone el p unto de v ista del
pro leta riado a l de la c lase b u rguesa, el pensa m iento p roletario no
ex ige en modo a lg u no u na tab u la rasa, u n nuevo com ienzo "s i n
presu puestos" para la comp rensión de la rea l idad, como lo hiz o el
pensa m iento bu rgués respecto de las formas feuda les de la Edad
Med ia (al menos tendencial mente). Prec isa mente porque su obje­
tivo práctico es u na t ransformación básica de toda la sociedad, el
pensam iento proleta rio torna la sociedad bu rg uesa, j u nto con sus
e laboraciones intelec tua les, a rt íst icas, etc., como punto de partida del
método. La fu nc ión n1etodológ ica de las categor ías de la med iación
consiste en que med iante su ay uda se hacen objet iva mente eficaces
las s ignificaciones i n ma nentes que conv ienen necesa r ia mente a los
objetos de la soc iedad burguesa y que fa l ta n, no menos necesa ria­
n1ente, a su apa riencia i nmediata en la sociedad bu rguesa m isma
y, por lo tanto, a sus reflejos intelectua les en el pensa m iento bur­
gués; con el lo aquel las signi ficac iones pueden leva nta rse hasta la
conc iencia del p roleta riado. O sea: no es ni u n a casu a l idad ni una
cuest ión pu ra mente teorét ica e l que la bu rgu es ía tenga que que­
da r p resa en la i n med iatez n1 ient ras el proleta r iado la rebasa. En la

147C fr. sobre el as pecto metód ico de esta cues t ió n a nte todo l a p r i mera
pa r te de l a Filosofía de In rel igió n de Hegel, es pec ia l rnente X I, 1 58 -1 59. " No
h ay saber i n med iato . Se l la ma i n med i ato a l saber res pecto del c u a l no
te nemos conciencia de la med i ac i ó n, pero el saber m ismo es med iado."
A n á logamente en el D i scu rso p rev io de la Fe 11o m e 11 olog ía : " Lo verdadero
es s ó lo esta ig ualdad q ue se restab lece, o sea, la re flex ión en s í m ismo e n

el ser-ot ro, y no u na u n idad o r ig i na r ia como t a l, o i n med i a to como ta l".


We rke [Ob ras), 1 1, 1 5.
289

diferencia ent re esas dos posiciones teorét icas se expresa p rec isa�
m ente la d iversidad del ser soc i a l de a mbas c lases. E l conoc i miento
acce s ibl e desde el p u nto de vista del p roleta r iado es, por supues to,
el más ele vado en el sentido científico objet ivo; p ues en ese conoci­
mien to se tiene metód icamente la d isolución de los problemas en
tor no de los cua les se han esforzado i nút i l mente los más g randes
p en s ado res de la época bu rguesa; mater ia l mente se tiene en aquel
co no ci 1niento el conoci m iento h i stór ico adecuado del cap ita l is­
mo, n e ce sa r ia mente inaccesible al pensa m iento b u rgués. Pero esa
es t i ma c ió n objetiva del va lor g noseológ ico de los métodos res u lta
de n uevo ser u n p roblema h istórico-soc ia l, consecuencia necesa­
ria de los t ipos de soc iedad representados por a mbas clases y de
sus resu ltados h i stór icos, de modo que, según eso, la /.(fa lsedad"
y la "u n i latera lid ad" de la concepc ión b u rguesa de la h istor ia es
u n mon1ento necesa rio de la estructu ra metód ica del conoci m iento

so c ia l .1-ts Por otra pa rte, queda claro que todo método está necesa­
riamente v i nc u lado a l ser de la clase de que se tra te. Para la bu rgue­
sía, el método p ropio nace de su ser socia l de un modo i n n1ed iato,
p or eso s u pensa m iento presenta la n1era i nmed iatez como l i m ita­
ción a la vez externa y por e l lo m ismo i nsuperable. En ca mb io, pa ra
el p roleta r iado se t rata de rebasar la l i m itación de la i n n1ed ia tez e n
e l p u n to d e partida, en el momento de asu m ir su pos ición o pu nto de
v ista. Y con10 el método d ia léct ico reproduce constantemente sus
propios momentos esenciales, como su esencia es la negac ión de un
desa r ro l lo l iso y rec t il í neo del pensa m iento, este p roblema del p u n­
to de pa r t ida del proletar iado se p la n tea de n uevo a cada paso de la
comp rensión de la rea l idad y a cada paso práctico h istór ico-soc ia l .
Pa ra el p roleta riado l a l im itac ión de la in med iatez es ya u na l im i ta­
ción i nterna. Con eso se pla ntea c la ra mente el p roblema; pero con

I-l8Por eso ha acep tado efect ivamente E nge l s la doct r i na he g e l i a na de la


falsedad (ex puesta del modo más hermoso en e l D is c u rso prev io de la
Fenomenolog ía . Werke [Ob ras], I I, 30 ss .) . Cfr. po r ejemplo la cr itica de la fu n­
ción del "ma l" en l a h isto r i a, Feuerbach [ Lud w ig Feuerbac h y el fi na l de l a
fi loso fía c lásica a lemana), 3 1 ss. Por su p uesto q ue esto se refiere só lo a los
rep resenta n tes rea l mente orig i n a les del pensa mie nto b u rg ués. Los e p ígo ­
nos, los ecléct icos y los meros defenso res merce na r ios de los i ntereses de

la clase decade nte merecen otro t i po com.pleta me nte d is t i nto de cons ide ra ­
ción. [ E n gc l s , " Lud w ig Feuerbach . . . ", op. c it., p. 40 y ss . ( N . del E.)]
290

ese planteam iento de la cuestión qued a n ya dados el ca m i n o y l a


posibi l idad de l a respuesta .149
Pero sólo la pos ib i l idad. La p roposic ión de la que hemos p ar t ido
-a saber: que el ser socia l es en lo i n med iato el m is mo, en la s o c i e­
dad capita l ista, pa ra la burguesía y el p roleta r i ado- s ig ue en p i e.
Lo que pasa es que ese m is mo ser, por e l motor de los i nteres es de
clase, mantiene p resa a la bu rguesía en aquella i n med ia tez, m ien­
tras que empuja a l p roleta riado a rebasarla. Pues en el ser s oci al del
proleta riado aparece el ca rácter d ia léctico del p roceso h istó ri co, y
por é l el ca rácter d ia léctico de cada momento, que no cobra su ver­
dad, su auténtica objetiv idad, sino en la tota l idad med iadora: y esa
ma n i festación es i nev itable. Pues para el proleta riado es u na cues­
t ión de v ida o muerte el toma r conc ienc ia de la esencia d ia léctica
de su ex istencia, m ientras que la bu rgues ía rec ibe en la v ida coti­
dia na la estructu ra d ia léct ica del proceso h istórico con las abstrac­
tas y cua nti ficadoras ca tegor ías de la reflex ión, el p rogreso indefi­
n ido, etc., pa ra luego en frentarse, en el momento del cambio, con
catástrofes s i n med iación. Como se ha mostrado, eso se debe a que
pa ra la bu rg ues ía el sujeto y el objeto del p roceso h istór ico y del ser
socsia l apa recen siempre en dupl icidad: con l a conc iencia, el i nd i­
v iduo a is lado se en frenta como sujeto conocedor con la necesidad
objet iva, g iga ntesca y sólo comprens ible en menudas secc iones. del
acaecer s�cia l, m ientras q ue en la rea l idad la acc ión y la omisión
concientes del i nd iv iduo entra n en contacto con el aspecto objetivo
de u n proceso cuyo sujeto (la c lase) no puede despertarse a con­
c iencia, porque el proceso m ismo es s iempre trascendente a la con­
c ienc ia del sujeto apa rente, del ind iv iduo. El suje to y e l objeto del
proceso socia l se encuen t ra n, pues, ya aqu í, en u na relación de i nte­
racc ión d ia léctica . Pero como s iempre apa recen du p l icados y ríg i­
da mente cont rapues tos el u no a l otro, esa d ia léc tica queda i ncon­
c iente, y los objetos n1 a n tienen su ca rácter dú pl ice y, por l o tanto,
r íg i do. Esa rig idez no puede disolverse s i no catas trófica men te, p ara
ceder luego su l uga r a una estructu ra no menos r íg ida. Esta d ialéc­
tica i nconc iente y, por lo ta nto, i ndom i nable por p r i nc i p io "i r ru m p e
en la con fes ión de i ngenuo asombro cua ndo muy p ronto apa rece
con10 relación soc ia l lo que el los intentaba n entender g rosera mente

149Sob re es t a d i fe renc i a e n t r e el p roleta r iado y la bu rg uesía, cfr. el a r t ículo


º C o n c i e n c i a d e cl ase".
29 1

co mo cos a, y cuando l uego se les p resenta bu rlona mente como cosa


lo que a cababa n de fija r como relación socia l".150
E l p roleta r iado no ad m ite esa dupl icidad de su ser socia l . E l p ro­
l eta r ia do a pa rece por de p ronto como pu ro y mero objeto del acae­
cer socia l. En todos los momentos de la v ida cot id iana en los cua les
el trabajador i nd iv idu a l cree verse como s ujeto de su p rop ia v ida, la
in m ed iatez de su existencia le dest roza esa i lu s ión. La i n mediatez
de su ex istencia le i mpone el reconoci m iento de que la satisfacción
de sus necesidades más e lementa les, "el consu mo ind iv idua l del
trabajador, es u n momento de la p roducción ·y la reproducción del
capita l, ya se p roduzca dentro o fuera del ta l ler, de la fáb rica, etc.,
dentro o fuera del proceso del t rabaj o, del m ismo modo que ocu r re
con la l i mp ieza de la máqu i na, igua l si se rea l iza d u ra nte el p roce­
so del trabajo que dura nte pausas determ inadas".151 La c u a nt i fica­
ción de los objetos, su deter m inación por categorías abstractas de
la reflex ión, se ma n i fiesta de modo in med iato en la vida del t raba­
jador como un proceso de abst racción que se ejec uta en él m is mo,
que le a rra nca su fuerza de trabajo y le obl iga a venderla como u na
n1erca ncía de s u p ropiedad. Y a l vender esa su ú n ica mercancía, el
trabajador la i nserta (y se i nserta a sí m ismo, p uesto que esa mer­
cancía es i nsepa rable de s u persona física) en u n p roceso pa rc ia l,
ya mecán ico-raciona l, que él m is mo encuentra en la in med iatez, ya
hecho y en funciona m iento antes de que él l leg ue, y en el c u a l que­
da absorbido como u n nú mero reducido a abstracta ca ntidad, como
una her ra m ienta de deta l le mecan izada y raciona l izada.
Con el lo se rad ica l iza pa ra el trabajador el ca rácter cosificado del
modo apa r iencial i n1ned iato de la sociedad cap ita l ista. Es verdad
que ta mbién pa ra el capita l ista se da esa dupl icación de la perso­
na l idad, ese desga rra m i ento del hombre en un elemento del mov i­
m iento de las mercanc ía s y u n espectador (objet ivo e i mpotente) del
movi n1 iento m ismo.152 Pero pa ra el cap ita l ista ese fenó1neno toma

150Zur Kritik der politischen Ókonomie [Co n t r i bución a la c r ít ica de la econo ­


m ía po l ít ica), 1 1 . L Ma rx, Contribución . , op. c i t ., p. 1 8 . ( N . del E.)]
. .

151 Das Kapital [ El Capit a l], 1, 535. [ M a rx, El capital. . ., op. cit., Tomo I I I, vo l .
2, p. 704. ( N. d e l E .)]
152En esto se basa n catego r i a l mente las teorías l l a n1adas de la abs t i ne nc i a .
A n te todo la s ig n i ficació n t a n s u b rayada p o r Max Weber, de l a "as cé t ica
,

mu nda n a l " p a ra la génes is del "'es p í r i t u " del ca pital isn10. Ta n1bién Ma rx
a fi rma ese hecho a l subra ya r que pa ra e l capita l isrno "s u propio co nsun10

L
292

concientemente la forma de u na activ idad -s i n duda a p a re n te-, d e


u n efecto de su subjetiv idad. Esa apa r iencia le esconde l a s it u a c ión
rea l, m ientras que pa ra el trabajador, que ca rece de ese á m b it o de
juego de u na apa rente activ idad, el desga r ra m iento de su s uje to
mantiene la forma b ruta l de lo que tendenc i a lmente es u na es c la­
v i zación s i n l í rnites. Por eso el t rabajador se ve obl igado a su frir su
conversión en mercancía, su reducción a pu ra ca ntidad como objeto
del p roceso.
Pero eso es prec isa mente lo que le i mpu l sa más a llá de la
i n med iatez de la situac ión. Pues, como d ice Ma rx,153 "el tien1 p o
es el espac i o del desa r rol lo hu ma no". Las d i ferencias cu a l i ta tiv as
de la explotación, que pa ra el capita l i sta tienen la forma de deter­
m inac iones cua nt itativas de los objetos de su cá lcul o, t ienen que
p resentá rsele a l ob rero como las categor ías decis ivas de toda su
exi stencia física, i ntelectua l, mora l, etc. La mutación de la ca ntidad
en cua l idad no es sólo -como se ex pone en la fi losofía hegel iana de
la nat u ra leza y, sig u iendÓ a ésta, en el A n ti-Dühring de E ngels- un
determ inado momento del p roceso d i a léct ico de desa rrol lo. S i no
que es ademá s, como acaba mos de mos trarlo de la ma no de la lóg i­
ca de Hegel, la apar ición de la autént ica for ma objetiva del ser, la
dest rucción de las con fu siona r ias categor ías de la reflexión que
ha n desfig u rado la auténtica objet iv idad rebajá ndola a l n ivel de un
comporta m iento contemplat ivo, pas ivo y mera mente i n med iato.
Precisa men te en el problema del tiempo de trabajo se ma n i fiesta
crasamente el hecho de que la cu a nt i ficac ión es u na cáscara cosi fi­
cadora y cosi ficada que se extiende p o r sob re la esencia verdadera
de los objetos y que sólo puede tener v i gencia como for ma objet iva
de las cosas si el sujeto que se encuent ra en relación conten1 p lativa
o aparentemente práct ica con el objeto no se i nteresa por la esencia
de ese objeto. Cu ando E ngel s154 aduce e l paso del agu a de l estado
fl u ido a l sól ido o a l ga seoso con10 ejemp lo de la n1utación de la ca n­
t idad en cua l idad presenta u n eje1n p l o adecu ado respecto de eso s

p r ivado es robo a la ac u n1 u lació n de s u ca p i ta l, a l modo con10 e n l a con ­


tab i l idad i t a l i a n a los gastos p r ivados s e p o n e n e n el deb e d e l cap i ta l i sta
res pecto a l cap i ta l ". Das Kapi tal [ E1 Cap ita l ] , 1, 556. [ M a rx, El cap ital . . . , op.
c it., Tomo I, v o l . 2, p. 732]
1 53Loh n, Pre is und Profit [ Sa l a r i o, p recio y b e n e fi c i o J , 40. ( M a r x, "Sa l a r io . . . ",
op. c it., p. 504 ( N . del E.)]
1 54nti-D üh ri nc¿,
(..
1 27.

1
_L_
293

p u ntos de t ransición. Pero desde ese pu nto de v ista se pasa por a lto
q ue ta mbié n las tra nsiciones que aqu í aparecen como p u ra men­
te cuant itativas tienen i n med iatamente u n ca rácter cua l itativo en
cuanto que se a l tera e l p u nto de vista. ( Pa ra aduci r un ejemp lo muy
triv ia l : p ié nsese en l a potabi l idad del agu a, caso en e l cua l también
a lteraciones ªcu a ntitativas" asumen en u n determ i n ado momento
ca rá cter cua l itat ivo, etc.) Esta situación se ac la ra más exa m in an do
metód ica men te el ejemplo tomado de El Capital que aduce e l m is mo
En gels. Se t rata de la magn itud cua nt itativa que es necesa r ia en u n
estad io determ inado de la producc ión para que u na su ma de va lo­
res pueda converti rse en cap ita l; en esa frontera, d ice Ma rx,155 la
cantidad muta en cua l idad . Si compa ra mos esas dos series de p osi­
bles a lteraciones cuantitat ivas y n1u taciones en cua l idad (el a umen­
to o la d ismi nución de aquel l a su ma de va lores y el au mento o la
d isminuc ión de la jornada de t rabajo), queda rá c l a ro que en el p r i­
mer caso se trata 1neramente -seg ú n l a exposic ión de Hegel- de u na
" l ínea noda l de las rel aciones de med ida", m ientras que en e l segu n­
do caso toda a lteración será por su esencia c u a l itat iva, pues a unque
su for n1a cuantitat iva de ma n i festac ión sea impuesta a l trabajador
p or su inu ndo circu nd ante socia l, si n emba rgo, su esencia est r iba
para é l p rec isa mente en su estructu ra cua l itativa. La forma dúp l ice
de ma n i festación se debe ev identen1ente a que para el trabajador
ia jornada o el tiempo de t rabajo no es sólo la forma objet iva de su
merca ncía vend ida, la fuerza de trabajo (en este aspecto e l p roble­
ma es ta mbién pa ra é l el de u n interca mb io de equ ival entes, o sea,
u na rel ación cua ntitativa), si no qu e, a l m ismo tiempo, es la forma
existe nc ia l determi nante de su ser como sujeto, como hombre.
Pero con eso no queda n completa mente superadas la i nme­
d iatez y su consecuencia metód ica, la r ígida cont raposic ión de suje­
to y objeto. E l problema de la jornada de trabajo tiende s i n duda
-precisa mente porque en este contexto la cosi ficac ión a lca n za su
pu nto cu l m i na nte- a i mpu lsa r necesa ria mente el pensa m iento p ro­
leta r io n1 ás a l l á de esa i n med iatez. Pues, por u na pa rte, el trabaja­
dor se e ncuentra de n1odo i n med iato, en su ser soc ia l, totalnzente del
lado del objeto, se aparece a sí m is m o en lo i n med iato co1no objeto
y no como actor del proceso socia l del trabajo. Pero, por otra pa r te,

1 55Das Knpital [ E l Capita l], I, 272-273. [ M a rx, El capital. . , op. cit., To mo l, vol .
.

2, p. 732 . ( N . del E .)]


294

esa función de objeto no es ya en sí m ism a p u ra me nte i n med ia­


ta . O sea: l a tra ns formación del t rabajador en u n mero obj eto d el
p roceso de p roducción es sin duda objet ivamente produc i da p or el
tipo de producc ión capita l ista (a d i ferencia de lo que ocur r ía en l a
esclav itud y la serv idu mbre), por e l hecho de que el t rabaja do r se
ve obl igado a objetivar su fuerza de trabajo sepa rándola de su per­
sona l idad tota l y a venderla como mercancía que le pertenece. Pero
p recisa mente por la escisión que se produce así entre objetiv idad y
subjetividad en e l hombre que se objetiva como merca ncía, l a situa­
ción resu lta suscep t ib le de conciencia. En formas socia les a nterio ­
res, más espontáneas, el trabajo está determ i nado "i nmed iata m ente
como fu nción de u n m iembro del orga n ismo de l a sociedad"; 1 56 en
la esclav itud y en la serv idu mbre las formas de dom i n io se p resen­
tan como "resortes i nmediatos del p roceso de p roducción", con lo
que se hace i mposible a los t rabajadores, su midos en esa conexión
con toda s u persona l idad i nd iv isa, l lega r a la conciencia de su situa­
ción socia l . E n ca n1bio, "el trabajo que se rep resenta a s í m isrno en
el va lor de ca mbio", está "presupuesto como trabajo del indiv iduo
a islado. Y se hace trabajo socia l por el hecho de que toma l a forma
de su contrar io i n med iato, la forma de la genera l i dad abstracta''.
Aqu í se ma n i fiesta n los momentos que d ia lectiza n el ser social
del trabajador y sus formas de conciencia, em p uj ándolo así más a l lá
de la mera i n med iatez, de u n modo ya más preciso y concreto. Ante
todo, el trabajador no puede l lega r a ser conc iente de su ser social
más que si es conc iente de sí m isn10 como mercancía . Su ser i n me­
d iato le inserta -como se ha mostrado- en el p roceso de produc­
ción como p u ro y mero objeto. Al revel arse esa i n med iatez como
consecuenc ia de mú lt ip les med iaciones, a l empeza r a quedar claro
todo lo que p resupone esa i n n1ed iatez, emp ieza n a descomponerse
las formas fetichistas de la est r uctu ra de la merca ncía : el trabaja­
dor se reconoce a sí misn10 y reconoce sus relac iones con el capi­
ta l en la merca ncía . Mient ras s iga s iendo p rá ct ica mente i ncapaz de
leva nta rse por enc i tna esa fu nc ión de objeto, su conc iencia será la
autoconciencia de la mercancía, o d icho de otra n1a nera, el autoconoci­
m iento, el autodesc ubr i tn iento de la soc iedad cap ita l ista, fu ndada
en la producción y el trá fico de merca nc ía s .

1 56 Zur Kritik de r politischen Ókonomie . [Co n t r i b u c i ó n a la crit ica de la econo­


rn ía pol ít ica), 1 0. [ Ma rx, Co n t ribución , op. c i t ., p. 1 6 ( N . del E.)]
. . .

1
'

295

Es te a ña d irse la a utoconciencia a la estruct u ra de la mercancía


s ig n i fi ca a lgo por p r i ncipio y cua l itat iva mente d iverso de lo que
suel e e nte nderse por conciencia "'acerca de" un objeto. No sólo por­
qu e s e t rata de u n a a utoconciencia. Pues ésta pod r ía perfecta mente
seg u i r siendo -como ocu rre en la psicolog ía c ient í fica- concienci a
"ac erca de" u n objeto, la cua l s e e lige "casua l mente" a s í m i s m a
por obj eto sin a ltera r el tipo d e relación entre concienci a y objeto,
n i, por lo ta nto, el tipo del conoci m iento conseg u ido. De lo que se
sigue necesa riamente que los criterios de la verda d de u n conoci­
miento así p roduc ido tienen que ser los m ismos q ue para el cono­
ci m iento de un objeto "extra ño". Cua ndo u n esc lavo a n t ig uo, por
eje mplo, un instrunzentum vocale, l lega a l conoc i m iento de su p ro­
p io ser de esclavo, eso no sign i fica u n a u toconocim iento en el sen­
tido que ahora nos i nteresa : el esclavo no p uede l lega r más que a l
conoci 1n iento de u n objeto que "casua l mente" res u lta ser él m ismo.
Desde el pu nto de v ista soc ia l objet ivo no hay n i ngu na d i feren­
cia dec isiva ent re u n escl avo "pensa nte" y un escl avo "inconc ien­
te", como ta mpoco la hay entre la posib i l idad que tie ne u n esc la­
vo de l lega r a ser conciente de su situación soc ia l y la posib i l idad
de conocim iento de la esclav itud que t iene un " hombre l ibre". La
r íg ida dupl icación epistemológica de sujeto y objeto y, con el la, la
i ntangibil idad est ructu ra l del objeto conoci do por pa r te del sujeto
conocedor, se ma n t ienen s i n a lterar.
Pero el autoconoc im iento del trabajado r como mercanc ía es, ya
corno conocim iento, a lgo práctico. Esto es: ese conocimiento consmna
una alteración estructural objetiva del objeto de su conocilniento. El
espec i a l ca rácter objet ivo del tra bajo como merca nc ía, su "va lor de
u s o" (su capac idad de su m i n istra r plusva l ía), que, como todo va lor
de uso, desapa rece s i n deja r huel las en l as categorías cua nt itat ivas,
del t rueque capita l is ta, se desp ierta en esa conc iencia y por el la
p ara l lega r a ser realidad social. El es pec ia l ca rácter del t rabajo
con10 mercanc ía, que s i n esa conc iencia es u n eng ra naje ig norado
del desarrol lo econón1 ico, se objet iva a sí m ismo med ia nte esa
conciencia. Pero a l ma n i festa rse la objet i v idad es pecífica de ese
tipo de mercanc ía -que bajo la cósica cásca ra es u na relac ión
entre homb res y bajo la costra cua n t i ficadora es un núcleo v i vo
cua l itat ivo- puede desen mascara rse el ca rácter de fet iche de toda
mercancía, fu ndado en el ca rácter de mercancía de la fuerza de

l
1
l
296

trabajo: en toda merca ncía se revel a entonces su núcleo, la rel a c ión


entre homb res, como factor del desarrol lo socia l .
Cierto que todo eso está sólo i mp l íc ita mente conte n id o en la
contra posic ión dia léct ica de cant idad y cua l idad que se nos h a p r e­
sentado en la cuestión del t iempo o jornada de t rabajo. La contra­
posición, con todas las dete r m i naciones que de e l la se s ig u e n, no es
si no e l com ienzo del comp l icado proceso de medi ac ión cuya rn eta es
el conoci m iento de la sociedad como to ta l idad h istór ica . E l método
d ia léctico se d i ferencia del pensa m iento bu rgués no sólo porque
es el ú n ico capaz de conoci m iento de la tota l idad, si no, a n te todo,
por el hecho de que ese conoci m iento no es posible sino sob r e la
base de u na relación del todo a las pa r tes por p r i nc ip io dis tin ta
de l a que va le para el pensa n1 iento a ten ido a las dete r m i n acion es
de la reflexión. D icho brevemente: la esencia del método d ialéctico
consis te -desde este p u nto de v ista- en que cada momento captado
con adecu ación d ia léc t ica contiene la tota l idad entera, y en que a
partir de cada momento hay que des a r ro l l a r todo el método.157 Se
ha destacado a menudo -con cierta ra zón- que el célebre ca p ítulo
de la lóg ica hege l iana acerca del Ser, el No-ser y el Deven i r, contie­
ne toda la fi losofía de Hegel. Y acaso pud iera dec i rse con la misma
razón q ue el capítu lo acerca del ca rácter de fet iche de la mercancía
contiene todo el mater i a l ismo h is tórico, todo e l autoconoc i m iento
del p roleta r iado en cua nto conoci n1 iento de l a soc iedad cap i ta l ista
(y de las sociedades a nter iores como estad ios p rev ios de e l la).

1 57 En este s e n t i do es c r ib e Marx a E n g e l s (22-V I-1867): " Lo s señores econo­


nlistas ha n pasado por a l to hasta a ho ra lo más senc i l lo: 20 codos de hi lo
= u na lev ita es sólo la base s i n desa r ro l l a r de: 20 codos de h i l o = 2 l ibras

esterl i nas; o sea, q ue la fo rma más s i mp l e de la mercancía, aq u e l l a en la cual


s u va lo r no se e x p resa todav í a como pro porción re s pe c to de ot ras merca n­

c ías, s i n o sólo como d�fe re ncin resp e cto d e e l l a s, y se ex p resa, por lo tanto,
en su propia forma natu ra l, contiene ya todo el secreto de la fo rma d i nera ria,
y, con e l lo e 'in nuce', todas las fonnas burg uesas del producto del trabajo",
B riefwechsel [ Ep isto l a r io], I l l, 383. C fr. a l res pecto e l m ag ist ra l a ná l isis de
la d i ferencia entre v a lor d e ca mbio y p recio e n Zur Kritik de r politischen
Óko nomie [Cont ribución a la c r it ica de l a econo m í a po l ítica ), en la que
se ex pone q ue en esa d i fe re n c ia "se co nce n t ra n todas l a s tor me ntas que
a me n a z a n a l a merca nc ía en el p roceso rea l de c i rc u lación'', 5 2 ss. [ Marx,
Contribució n . . . , o p. c it., p. 54. ( N. del E.)J
297

Como es natu ra l, de eso no se s igue que el des ar ro l lo del todo en


s u ple n i t ud de contenido sea superfluo. A l contra r io. El p rogra ma

d e H egel -la concepción de lo a bsoluto, del objeto cog nosc itivo de


s u fi los ofía como resultado- subsiste aún acrecentado p a ra el nue­

vo obje to del conoci m iento del ma rx isn10, porque en el n1a rxismo


el proceso d ia léctico y el desa rrol lo h is tórico t ienden como idén­
ticos. La a nterior observac ión metodológica i nd ica sólo el hecho
estructu ra l de que el momento a islado no es un fragmento de un
todo mecá n ico que fuera posib le recomponer a pa rti r de esas p ie­
zas (concepción de la cua l se seg u iría de nuevo la concepción del
conocim iento como prog reso indefi n ido), s i no que ya en el momen­
to s i ng u l a r se tiene la posibi l idad de desar rol la r a pa rt i r de él toda
la p len itud de conten ido de la tota l idad. Pero sólo si el momento se
toma y ma ntiene como momento, o sea, corno pu nto de tra n s ición
hac ia la tota l ida d; sólo si el rnov i m iento más a l lá de la i n m ed iatez,
el rnov i m iento que hace del rnomento rea l mente u n momento del
p roceso d ia léct ico -pues el mon1ento en sí no es más q ue u na con­
trad icción ma n i fiesta de dos deter m i naciones de la reflex ión- no
crista l i za en reposo, en nueva i n med iatez.
Esa reflex ión nos dev uelve a nuestro concreto pu nto de pa rtida.
En la deter m i nación ma rx ia na, a ntes ad ucida, del t rabajo cap ita l is­
ta hemos encont rado la cont rapos ic ión ent re el ind iv iduo a is lado y
ia genera l idad abstracta en la cua l se med ia pa ra ese s ujeto la rela­
ción de su t rabajo con la soc iedad. Y t a mb ién a este propósito hay
q ue volver a observar, como en toda for ma in med iata y abstracta
del ser, que la bu rgu es ía y el proletar iado se encuentra n en lo i nme�
diato en situaciones a ná logas. Pero ta n1bién aqu f se aprec ia que,
m ientras que la bu rgues ía, por su s it u ac ión de c lase, queda presa
en su i n n1ed iatez, el proleta riado, por la espec í fica d ia léct ica de su
pos ición de clase, se ve en1pujado más a l lá de su i n med ia tez p ropia .
La tra nsfor mación de todos los objetos en merca nc ías, su cua n t i fi­
cación pa ra da r en fet ich istas va lores de ca mb io, no es sólo u n pro­
ceso i ntensivo que ob ra en ese sentido sobre toda fonna d e objet i­
v idad de la v i da (con10 hen1os podido con1p roba rlo a p ropósito de l
prob le1na del t iempo de trabajo), s i no que es a l m ismo t ien1po, y de
u n modo i nd isoluble de lo a nter ior, la a mp l iación extensiva de esas
for mas a l todo del ser soc ia l . Pa ra el cap ita l is ta, este as pecto del
proceso s ig n i fica u na i ntens i ficac ión de la ca nt idad de los o bjetos
de su cá lcu lo y de s u es pecu lac ión . En l a med ida en q ue el p roceso

i
L
298

toma pa ra él el aspecto de u n ca rácter cua l itativo, este ace nto cu a­


l itativo recae en el sent ido de u na creciente i ntensificación de l a
rac ion a lización, de la meca n i zación y cua nti ficac ión del mu nd o
con que se enfrenta (d i ferencia entre el dom i n io del cap ita l mercan ­
t i l y e l del cap ital i ndustria l, capi ta l i zación de la agricu ltu ra, etc.).
Así se abre la perspectiva -s iem p re por lo demás i nter ru mpida con
v io le nc ia aqu í y a l lá por catástrofes "i r racionales"- de u n progreso
i n de fi nido que l leve a u na p lena rac iona l i zación capital ista de tod o
el ser socia l.
En cambio, "ese m is mo" proceso s ig n i fica para el p ro letariado
su propia génesis como clase. E n a mbos casos se tiene u na mu tación
de l a cant idad en c ua l idad. Basta con estud i a r el desarrol lo que va
desde la a rtesan ía med ieval, pasa ndo por la cooperación si mple, la
1na nu fact u ra, etc., hasta la fáb rica m oderna p a ra a.p recia r c la ramen­
te la i ntensa p resencia -también pa ra la bu rguesía- de d i ferencias
cua l itat ivas como p iedras m i l i a res de esa r u ta. E l sentido de clas e de
esa s t ra nsformac iones consiste, e m p ero, p a ra la burguesía, precisa­
ni.ente en la constan te ret ra nsformación del nuevo esta d io cual ita­
tivo a lca n zado en u n n ivel cuant i ficado de u lterior ca lcu lab i l idad
racional. En cambio el sent ido de clase "del m ismo" desa r rollo con­
siste p a ra el proleta r iado en la s uperación de la dispersión que a s í se
consigue, en la l legada a conciencia del ca rácter social del trabajo,
en la tendencia a concretar cada vez más y a superar la genera l idad
abstracta de la forma aparienc ia } del p r i nc ip io socia l.
Con eso se hace comprensible el que sólo en el proletar iado la
conversión en merca ncía del producto sepa rado de la persona l i dad
tota l del hombre l legue a ser conciencia revolucionar ia de clase. Sin
du da hemos mostrado en la p r i mera sección que la estructu ra bási­
ca de la cosi ficación p uede i nd icarse en todas las for mas socia les
del cap ita l ismo moderno (bu rocracia) . Pero esa estructu ra no apa­
rece con toda cla r idad y en for m a ca paz de pasar a conc iencia más
que en la relac ión de t rabajo del proleta rio. A nte todo, ocu rre que
su t rabajo, ya en su mero e i nm e d iato ser dado, t iene la forma des­
n uda y ab s t r acta de l a mercancía, nl ientras que e n los demás caso s
esa estructu ra se esconde t ras u na fachada de "trabajo i ntelectua l",
de "res ponsabi l idad", etc. (y a veces bajo la fac hada del "patriarca­
l i smo" ); y cu a nto más profu nda mente penetra l a cosi ficac ión en el
"a l ma" de l que vende su creación como merca ncí a, ta n to má s enga­
ñosa es la i lu soria apar iencia (period ismo) . Esta ocu ltación objetiva
299

de la forma de la merca nc ía t iene su cor relato su bjetivo en el hecho


de que el proceso de cos i ficac ión, la conversión del t ra bajador en
merca ncía, a u nque a nu la a éste -m ientras no se rebele conciente­
ment e contra él- y atrofia y a mp uta su "a l ma", no tra nsforma, s i n
emb a rgo, e n mercanc ía s u esencia hu ma na a n í m ica. Por eso el tra-·
bajador p uede objetiva rse plena mente en su interioridad contra esa
existenc ia suya, m ientras que el hombre cos i ficado en la bu rocrac i a,
etc., se cos i fica, se mecan iza y se conv ierte en merca ncía en cada
uno de sus órga nos, en que tend rían que ser portadores de su reb e­
lión contra d icha cosi ficación. Hasta sus ideas, sus pensa rn ientos,
etc., se cos ifican en su ser cua l itat ivo. " Ma s es mucho más d i fíc i l",
dice Hegel158, "flu id i fica r los pen s a m ientos crista l i zados que la ex is­
tencia sensible". Por ú lti mo, esa corr upc ión toma tam b ién for ma s
objeti vas. Pa ra el t rabajador, su posic ión e n el proceso de p roduc­
ción es, por u na pa rte, a lgo defi n it i vo, p ero, por ot ra, esa posición
presenta siempre en sí la for m a i n med iata del ca rácter de merca n­
cía (la i nsegu ridad de las cot id ia nas osc i lac iones del mercado, etc.),
m ientras que en l as demás formas se t iene la apariencia de u na
es tabi l idad (práct ica del serv icio b u rocrát ico, jub i l aciones, etc.) y l a
pos ib i l idad abstracta de u n ascenso individual pa ra i ntegra rse en l a
clase dom i na nte. Con el lo s e a l i menta y p romueve e n esos casos
una "concienc ia estamental" muy adecuada pa ra imped i r efica z­
mente la for mac ión de la concienc ia de c la se. La p u ra negativ idad
abstracta de la existencia del trabajador no es, p ues, sola mente la
for ma objet iva mente más típ ica de ma n i fes tac ión de la cosi ficación,
sino ta mb ién -y p recisa mente por e l lo- subjetivanzente el p unto en
el cua l esa est ructu ra p uede a lza rse a concienc ia y perforarse de
este modo en la p ráctica. "El t ra bajo", d ice Ma rx,1 59 "ha dejado de
entrelaza rse como determ i nación con el i nd i v iduo en u na pa r t icu­
la ridad"; basta con el i n1 i n a r las fa lsas formas de 1na n i fes tación de
esa ex istenc ia en s u i n n1ed iatez pa ra que apa rezca a l p roleta r i ado
su p rop ia ex istenc ia con10 c lase.

1 5� 0bras, 1 1, 27.
1 59 Zu.r Kritik de r politischen Ókonomie [Co nt r ib u c i ó n a la c r í t ica de la eco no ­
m ía pol ít ica ) , X L -X L I . { t\.1 a r x, Con tribució n . . . , o p. ci t., p . 305. ( N . de l F. .) )
300

Precisamente en este p u nto, cuando más fác i l ment e p o dr í a


pa recer que todo este proceso fuera u na s i m p le consecuencia "s eg ú n
leyes" de la reun ión de muchos t rabajadores en g ran des e mp res a s,
de la meca ni zación y u n i form i zación del p roceso de trab ajo, de
la n ivelación de las cond iciones de v ida, i mp orta mucho desvelar
la enga ñosa aparienc ia que produce la u n i latera l acentuación de
este aspecto de la cues tión. No hay duda de que lo aducido es
presupuesto imprescindible del desa r rol lo del proleta riado en clase;
está claro que sin esos p resu puestos el p roleta r iado no habría
l legado nu nca a ser u na c lase, y que s i n la constante i ntensi ficación
de d ichas cond iciones prev ias - i n tens i ficac ión que es fruto del
mecan ismo del desa rrol lo cap ita l ista-, la c lase obrera no habría
consegu ido nu nca la i mporta ncia que hoy hace de e l la el factor
dec is ivo del desarrollo de la hu ma n idad. Pero no es contrad ictorio
a fi rma r que tampoco en este caso se t iene u na relac ión i n med iata.
Lo i n n1ed iato son -según las pa labras del Manifiesto Comunista­
"esos trabajadores que t ienen que venderse a t rozos, que son u na
mercanc ía como cualqu ier otro a rt íc u lo comercial". Y el problema
no queda en absoluto ac la rado de 1nodo defi n it ivo por el hecho de
que esa mercancía tenga la pos ib i l i dad de l legar a conc iencia de sí
m isma como mercancía. Pues, de acuerdo con su s i mple forma de
ma n i festación, la conciencia i n med iata de la merca nc ía es p recisa­
mente el a isla m iento abst rac to y la relación mera mente abstracta -y
trascendente a la concienc ia- con los momentos que la const it uyen
socia l mente. No voy a tra ta r aqu í las cues tiones de la p ugna entre los
intereses i nd iv iduales ( i n med iatos) y e l i nterés de la clase, med iado
y consegu ido por la exper iencia y el conoci m iento, no vaya t ratar la
cues tión del choque entre los i ntereses i n med iatos momentáneos y
los intereses genera les du raderos . Si se i ntenta da r a la conciencia
de clase u na for ma ex i s tenc ia l i n med iata se cae inev i tablemente en
la n1 itolog ía, se piensa e n u na en i g 1nática conciencia genér ica (ta n
m isteriosa como los 11 Es p í r itus Nac iona les" de Hegel) c uya relación
con la conc ienc ia del i nd iv iduo y cuya acc ión en ésta son del todo
i ncomprens ib les y aú n lo resu lta n n1ás por la i n fluencia de u na
ps icolog ía rneca n ic ista, y natu ra l ista, con lo que a l fi nal apa rece
30 1

co mo dem iu rgo del mov i rn iento. 160 Por otra pa rte, la conc iencia
d e cl ase que nace y crece a pa r t i r del conoc i m iento de la s ituac ión
comú n y de los comu nes i nte reses no es ta mpoco, abstrac ta mente
to m ada, cosa específica del proleta riado. Lo pecu l ia r y ú n ico de su
situación consiste en que el rebasa m iento de la i n med iatez tiene
en su caso u na intención de totalidad soc ia l, con independencia de
q u e el lo ocu r ra con concienc ia p s icológ ica o, al p r i ncip io, sin el la;
y con siste también, consigu iente mente y por su sentido, en que no
se v e const reñida a detenerse a a lg ú n n ivel relat iva mente a lto de
nueva i n med iatez, sino que se e ncuent ra en u n i n i nterr u mp i do
mov i m iento hacia esa tota l idad, o sea, en u n p roceso d ia léctico de
in me d iateces consta ntemente s u p e radas. Ma rx ha identi ficado muy
te mpra na mente este aspecto de la conc iencia de c lase pro leta ria. E n
su s obs ervaciones acerca d e l a rebel ión de los tejedores s i l es ios161
destaca como rasgo esenc ia l de aquel n1ov i m iento su "ca rácter
teorético y conciente". En la ca nc ión de los tejedores ve "u na audaz
consigna de lucha que ni siqu iera habla del hoga r, la fábr ica o el
d ist rito, s i no que grita la cont raposición del p roleta riado contra la
soc iedad de la p rop iedad p rivada de u n modo ca tegór ico, tajante,
v iolento y s i n reservas". Y la acc ión m is ma muestra su "su p e r ior
carácter" en el hecho de que "m ient ras todos los den1ás mov i n1 ientos
se d i rig ieron pri mero contra los a mos de la i ndustria, contra el

16ºAs í d ice Marx, a p ropósito de l a "es pecie" de Feue rbach -y toda conce p­
ció n de este tipo se queda í n teg ra me nte al n ivel de Feuerbach, y hasta
a menudo por debajo de él- que ese co nce pto no puede entende rse más

que "como mera genera l idad i nter n a y n1uda, q ue v i ncu la la mu l t ipl ici­
dad de i nd iv iduos de un n'lodo me ra mente n a t u ra l ". 6ª tes i s . [ Ma r x, "Tes is
sobre . . . ", e n Engels y Pleja nov, Ludwig Fe ue rbncli . . . , o p. cit., p. 72 . ( N . del
E .) )
161 Nachlass [ Póst u mos), I I, 54. Lo ú n ico i mp o r t a nte pa ra nosot ros aq u í es el
aspecto metód ico. La cues t ió n, p l a nteada por Mch r i ng (ibíd., 30), de h asta
qué p u nto M a rx h a sob rest i mado la conc ienci a del leva ntam iento de los
tejedores no nos i nte resa aqu í. Des de el p u nto de v ista del método, M a r x
ha ca racte r i zado, también e n este caso, p le n a n1ente la esencia del desa ­
rro l l o de l a conciencia de c l ase revo l uc i o n a r i a e n e l pro let a r i ado, y sus
poster io res ideas (Manifiesto, 1 8 Brwnario, etc.) ace rca de la d i ferencia ent re
revol uc ió n bu rg ues a y revo l u c ión p ro leta r i a se mueve n to tal mente en la
d i recció n as í i n ic i ad a .
302

enemigo v isible, este mov i miento se d i rige a l m ismo tiem po co ntra


el b anquero, contra el enem igo ocu lto".
Sería subesti m a r la i mportancia metód ica de esa concepción si
no se v iera en el comportam iento que -con razón o s i n ella- Marx
atribuye a los tejedores de Si les ia más que su capacidad de incluir
en las consideraciones que subyacía n a su acc ión no sólo los moti­
vos i nmediatos, si no ta mbién los espacia l o temporal y concep­
tua l mente más leja nos. Pues eso puede observarse, au nque, por
supuesto, en formas más o menos cla ras, en las acciones de casi
todas las clases que ha n tenido importa nc ia en la h istoria. Pero
lo que i mporta es saber qué s ig n i fica ese a leja m iento de lo i nme­
d iatamente dado pa ra la estructu ra de los objetos tomados como
motivos y destinata r ios de la acc ión y pa ra la conciencia que diri ge
ésta y p a ra su relac ión con e l ser. Y aqu í se aprec ia muy cla ra men­
te la d i ferencia entre la posición de la b u rg uesía y la del proleta­
r iado. Pa ra el pensam iento b u rgués a leja m iento s ig n i fica -cuando
se trata, como aquí, del problema de la acción- l a i nc lusión, esen­
cial mente, de objetos tempora l y espac ia l mente lejanos en el cá lcu­
lo raciona l . E l mov i m iento menta l con s iste esencia l mente en tratar
esos objetos como a ná logos a los p róx i mos, es decir, en entenderlos
como racional izados, cua ntificados, ca lcu lables. Pues la concepc ión
de los fenómenos en la forma de 11 leyes nat u ra les" de la sociedad
ca racter iza según Ma rx tanto el p u nto cu l m i na nte cuanto la " l i mi­
tación i nsuperab le" del pensa m iento b u rgués . E l cambio funcio n al
que exper imenta ese concepto de ley en el c u rso de la h istoria se
debe a que or ig ina r i a mente fue el p r i nc ip io de l a subvers ión de la
rea l idad (feudal), mientras que l uego, preservando s u estructu ra
de ley, se ha convert ido en u n p ri nc ip io de conservación de la rea­
l idad ( b u rg uesa). Pero ya el p r i mer mov i m iento fue inconciente,
desde el punto de v ista socia l . E n camb io, para el proleta r iado el
"a lejam iento", ese rebasam iento de la i n med iatez, s ig n i fica la trans-
formación de la coseidad del objeto de la acción. Los objetos espacio­
ten1pora l mente más p róx i n1os están a p r i mera v ista ta n somet idos
a esa tra ns formac ión como los más leja nos. Pero pronto se pone de
man i fiesto que d icha transformación resu lta en e l los más v isible
incluso, y más l la mat iva. Pues la esenci a de la tra nsform ación estri­
ba, por u na pa rte, en la i nteracc ión práct ica entre la conc iencia en
despertar y l os objetos de los que su rge y cuya conc iencia es, y, por
otra par te, en la flu id i ficación, en la convers ión en p roceso de esos
303

b " e to s, q u e se entienden entonces con10 mornentos del desa rrol lo


0 J 0 s ea, como meros momentos del todo d ia léct ico. Y co1no su
5 ia l,

n�u Le o es
e nc i a l más íntim o es prác t ico, ese mov im iento pa rte nece­
nte del pu nto de p a r t ida de la acc ión m isma y aba rca del
sa ri a me
o do m á s i ntenso y resuelto los objetos i n mediatos de la acción"
': ra p on er e n n1a rcha con su tota l tra ns formación est ru ct u ra l la
fr a n s fo r mación del todo extensivo.
y e s que el efecto de la categor ía de tota l idad se ma n i fiesta
rn u c ho an tes de que el l a m isma p ueda i lum i n a r cu n1 pl ida men­
te to d a la mu ltip l icidad de los o bjetos. La categoría i mpone s u
v ige n c i a p rec isa mente porque en la acción qu e, desde el p u nto de
v i st a d e l conteni do y desde el de la conciencia, pa rece agota rse en la
re lac ió n con objetos s i ngu l a res, se encuentra esa i ntenc ión de tra ns­
fo r ma c ió n del todo, y la acc ión, de acuerdo con s u sentido objet i­
vo, s e o r ie n ta rea l mente a la tra nsformac ión del todo. Lo que a ntes
co mp r ob ábamos desde u n p u n to de v i sta p u ra mente nletodo lóg ico
ace r ca del n1étodo d ia léct ico -a saber, que sus n1omen tos y elen1en­
to s s i n g u l a res l levan ya en sí la est r uctu ra del todo- se rna n i fiesta
a h ora de u na forma más concreta y c la ra mente or ientada a lo p rác­
tico . Como la esencia del desa rro l lo h is tó r ico es objet iva mente d ia­
l écti ca. es te t ip o de cap tación de la tra n s forn1ac ión de l a rea l idad
p uede observa rse en cada ca mb io dec i s i vo. Mucho a ntes de que
los homb res p u d ieran tener idea s c l a ra s acerca de la cadu c idad de
u n a deter m i nada for ma de econom ía y de las fonn as soc ia les, j u rí­
dicas, etc., v i nc u ladas con e l la, la contrad icción ma n i fi esta, apa rece
claramente en los objetos de su acc ión cot id i a na . El q u e, por ejem­
plo, la teoría de la t ragedia, desde A r is tóteles hasta los teóricos de
la época de Cornei l le, a s í con10 su p ráctica, consideren a lo l a rgo de
la h isto r i a los con fl ictos de fa 1n i l ia corno la ten'lát ica m á s adecuada
pa ra l a tragedia, t iene por base -apa rte de la ventaja téc n ica de la
concentración de los acaec i 1n ientos así consegu ida- el sent i 1n iento
de que las g ra ndes t ra nsfo r n"tac iones soci a les s e reve l a n en ese ma r­
co con u na ta ng i b i l idad sens i b le y práct ica que p osibi l ita su cla ra
configu rac ión a r tíst ica, m ientras qu e la captación de su esenci a, la
conceptuación de sus fu nd a n1entos y de su i m p or ta nc i a en el p ro­
ceso tota l, es a l m i s mo t iempo i n1pos ible subjetiva y objet iva ni.ente.
Y a s í Esqu i lo162 o Sha kesp ea re nos da n en s u s cuad ros de fa nl i l ia

162Recuérdese el aná l i sis de la O restíada p o r Bacho fe n y su i m.po r t a ncia


304

esta mpas tan i mp res iona ntes y veraces de las transfor m a cion es
socia les de s u época que sólo ahora, con la ayuda del ma te r i a l is mo
h is tór ico, nos es pos ible acerca rnos teórica mente a sus int u i ci ones .
La situación socia l del p roleta riado y, de acuerdo co n ell a, s u
pu nto de v ista, rebasa n el ejemplo aqu í, aducido de u n mo do cua­
l itativa y decis iva mente d is t i nto. La pecu l ia ridad del ca pit a l i s n10
consiste preci sa mente en que supri me todas las " ba r reras na t u ra­
les" y t ra ns forma la tota l idad de las relaciones entre los ho mb re s en
relaciones pu ra mente soc ia les.163 El pensa m iento b u rg ués, p ues to
que, p reso en las categor ías fetich istas, hace crista l iza r en cos ei dad
ríg ida los efectos de esas rel aciones entre los homb res, t ie ne por
fu erza que retrasa rse menta l mente respecto del desa r rol lo obj et ivo
del p roceso de superación de las " barreras nat u ra les". Las ca tego­
r ías de la reflexión abstracta mente raciona les, que son exp res ión
objet iva i n med iata de esta primera soc ia l ización rea l de to da la
sociedad hu m a na, se presentan a l pensam iento b u rgués como algo
ú ltimo e i ns uperab le. ( Por eso el pensa m iento bu rg ués se encuentra
siempre respecto de el las en u na actitud i n med ia ta .) Pero el prole­
ta r iado se encuentra puesto en el foco de ese proceso de socia l i­
zación. La tra nsformación del t rabajo en merca nc ía el i m i na todo
lo " hu ma no" de la ex i stenc ia i n med iata del t rabajador, pero, por
otra pa rte, ese m ismo des a rro l lo ext i rpa crec ientemente todo lo
"natu ral", toda relación d i recta con la natu ra leza, etc., de las formas
socia les, de modo que e l hombre social izado puede descu b rirse a sí
m is mo como núcleo de su objetiv idad extra hu mana e i ncluso anti­
hu ma na. Precisa mente en esa objet iv idad, en esa raciona l ización y
cosi ficación de todas las for mas socia les se revela cla ra mente por
vez primera la estructu ra de la sociedad, hecha de relaciones entre
los hombres.
Pero se mu estra sólo si se t iene fi rn1emente en cuenta que esas
rel aciones, seg ú n las pa lab ras de Engels, está n "v i ncu ladas a cosas"
y "apa recen como cosas"; sólo s i no se olv ida en n i ngún rno mento que

pa ra l a h isto r i a de l des a r ro l lo d e la socied a d . El hecho de q u e Bachofen,


p reso en l azos i deológ i cos, se co n te n te co n la co r recta i nte r p rctació n del
d ra ma y no sea ca pa z de i r m á s a l l á, p ru eba p rec i s a me n te la verdad de las
co nce pciones a q u í desa r rol l ad as .
16.lCfr. a l res pecto el a n á l i s i s po r M a rx del e j é rc ito i n d u s t r i a l de reserva y
de l a sobrepoblación. Das Kapi tnl [ E l C a p i ta l }, l, 597 ss . ( Ma rx,. El cap ital. . , .

o p. cit., To mo 1, vol . 2, cap. 23. ( N . d e l E .) )


305

esas rel aciones hu n1a nas no son relac iones i n med i atas d e hom b re
a hombre, s i no situ ac iones t íp icas en las cua l es l as leyes objet ivas

del proceso de p roducción med ia n esa s relac iones, situ aciones en


las cua les aquel las " leyes" se conv ierten necesa r ia mente en for mas
de man i festación i n med ia ta de las rel ac iones hu m a nas. De e l lo se
sigue, en pri mer luga r, que el hom bre, como núc leo y fu nda mento
de las relac iones cos i ficada s, no p ued e encontra rse s i no en y por la
s upe ración de su i n med iatez. O sea, que siempre hay que pa rti r de
esa in mediatez de las lega l idades cos i ficadas. Y, en segu ndo lugar,
qu e esas formas de ma n i festac ión no son en modo a lg u no meras
formas i ntelectua les, s i no fonn a s objet ivas de la actu a l socied ad
bu rguesa As í pues, su superac ión, s i ha de ser u na superación
rea l, no puede ser un s i m ple mov i m iento del pensam iento, s i no
que t iene que a lza rse a su superación práctica en cuanto fonnas de
vida de la sociedad. Todo conoc i m iento que no qu iera pasa r de ser
conocim iento pu ro desen1boca rá neces a ria mente en u n nuevo
reconoc i m iento que acepte esas formas. Pero -en tercer l uga r- esa
p ráctica no pu ede sepa ra rse d e l conoc i m iento. Sólo p uede in icia rse
u na práctica en el sentido de la verdadera t ra n s forn1ación de esas
formas si no p retende ser más que un pen s a m iento conclusi vo,
hasta el fi n a l, l a ton1a y faci l i tación de conc ienc i a del mov i m iento
que constituye la tendenc ia i n n1a nente de aquel las formas. " La
dia léct ica", d ice Hegel, '64 "es este rebasa m iento i111nanente en el
cua l la u n i latera l idad y la l i m itación de las detenn i nacion es del
entend i m iento se presenta n corno lo que son, a saber, coni.o su
negación". El g ra n pa so que da el ma r x is mo, como pu nto de v i sta
científico del p roleta r ia do n1ás a l lá de Hege l, consi ste en ver las
determ i naciones de la refl exión no como u n estad io "eterno" de la
ca ptac ión de la rea l ida d en genera l, sino como la forma ex istencia l y
menta l necesa r ia de la soc ieda d bu rgu esa, de la cos i ficac ión del ser
y del pensa m iento, con lo cu a l descub re la d ia léctica en la h i storia
misn1a. Así, pues, la d i a léc t ica no se t ras pone a r t i ficia l mente a la
h istor ia, ni se i lu stra con ejen1pl i ficac iones h i stór icas (como ta n a
n1enudo hace Hegel), s i no q u e se descu b re e n la h is tor ia n1 i s ma y
se hace conc iente con10 s u forn1a necesa r ia de ma n i festac ión en este

d etern1 i nado estad io del desa rrol lo.

1 64 Encyclopéidie, § 81 .
306

En cua rto lugar: e l portador de ese proceso de la co ncienc ia


es el p roleta r iado. A l apa recer su conciencia como co n se cu enc i a
in manente de la d ia léct ica histórica, apa rece el la mis m a de
n1odo d ia léctico. O sea : por u na pa rte, esa conciencia no es s ino
la enu nciación de lo h istórica mente necesar io. E l prole tar ia do "no
tiene idea les que rea l i za r". Lo ú n ico que puede hacer la con cien­
cia del proletariado, traspuesta a la p ráctica, es da r v id a a lo qu e
la dialéct ica h istórica p one a l orden del d ía, y no ponerse "p rác­
tica mente" por encima del cu rso de la h isto r ia pa ra i mpo nerl e n1ero s
deseos o conocimientos. Pues la conciencia del proletari ado n o es
sino la cont rad icc ión, l legada a conciencia, del desarro l lo so cia l.
Pero, por otra parte, no es en absolu to lo m ismo u na necesidad
d ialéct ica qu e u na necesidad mecá n ica cau sa l . A cont inuación del
paso ú lt ima mente aducido esc ribe Ma rx: la clase obrera "tiene sólo
qu e liberar los elementos de la nueva sociedad [cu rsiva mía], los
cuales se han desarrol lado ya en el seno de la sociedad b u rg uesa
en descon1pos ición". A l g o n uevo t iene pues q ue añad i rse a la mera
contrad icción, a l producto automático según leyes del desarrollo
capita l ista: y ese elemento nuevo es la conc iencia del p roletar iado
que pasa a la acc ión. Pero a l a l za rse la mera contradicción a la
cond ición de contrad icc ión dia léct ica conc iente, a l convert irse la
toma de conciencia en punto práctico de transición, se man i fiesta más
concretamente la ca racter ística esencial de la dia léct ica proletaria,
ya va rias veces ind icada : como la conciencia no es en este caso
conciencia acerca de u n objeto sepa rado, s i no autoconciencia del
objeto, el acto de la toma de conciencia transforma la fonna objetiva de
su objeto.
Pues sólo en esa conc iencia a flora c la ra mente la p rofunda irra­
ciona l idad ocu lta t ras los sisten1as pa rcia les raciona l istas de la
sociedad burguesa, pa ra irru mp i r sólo eruptiva, catastróficamente,
pero, precis a n1enté por el lo, sin a ltera r la forma n i la v i nc u lación de
los objetos en la superficie. Esta sit uación ta mbién p uede reconocer­
se del mejor modo cons idera ndo los más senc i l los hechos de la v ida
cot id ia na. E l p roblema del tien1 po de trabajo, que p rov isionalmente
he1nos considerado sólo desde el pu nto de v ista del trabajador, sólo
como mom ento en el c u a l nace su conc ienc ia en cuanto conciencia
de la mercancía (o sea, como concienc ia del núcleo estructu ral de
la soc iedad bu rgu esa), reve la l u ego el problema fu nda menta l de la
lucha de cla ses en el ni.omento en que esa conc iencia, ya reba sada la
307

mera inmed iatez de la situación dada, se concentra en u n p unto: el


p roblema del poder, el pu nto en el cu a l el fracaso, la d ia lectización
de las " leyes eternas" de la econom ía cap ita l ista, se ve obl igada a
p oner en las manos del hombre act ivo y conciente la decisión acer­
ca del dest i no del desar rol lo socia l. Ma rx expone esto del sig u iente
mo do : • 6s

"Como se ve, presci nd iendo de l í mites muy elást icos, la natu raleza del
tráfico merca nti l, del i nterca mbio de merca ncías, no a rroja por sí misma
ningu na l i m itació n de la jornada de trabajo, o sea, ning u na l i rn itac ión del
plustrabajo. El capital ista sostiene su derecho de comp rador cuando i nten­
ta mantener la jornada de trabajo todo lo larga que sea posible, y hasta, si
lo fuera, hacer de u na jorn ada dos. Por otra parte, la natura leza es pec í fica
de la merca ncía comprada i rnpl ica u na l im itación de su consumo por el
comprador, y el trabajador a firma su derecho de vendedor cuando i ntenta
limitar la jornada de t rabajo a u na determ i nada magn itud norma l . Aqu í
se produce, p ues, u na anti nornia, choque de derechos, an"'tbos ig ual rnen­
te sa ncionados por la ley del i ntercambio de merca ncías. Y lo que decide
entre dos derechos igua les es la fuerza. De este modo la regu lació n de la
jornada de t rabajo se plantea en la historia de la producción capita l ista
como lucha por la l im itación de esa jornada, como lucha entre el capita­
l ista tota l, o sea, la c lase de los ca pita listas, y e l obrero tota l, o sea, la clase
obr era."

Pero ta mbién en este p u nto hay que subraya r que el poder que
aparece aqu í como forma concreta de la l i m itac ión i rraciona l del
raciona l ismo capi ta l ista, del pu nto de i nterm itencia de su s leyes,
es pa ra l a bu rg uesía cosa completa mente d ist i nta que p a ra el pro­
letar iado. Pa ra la bu rgues ía, el poder y la fuerza no son más que la
conti nuac ión i n med iata de su v i da cot idiana: no sign i fica n n i ngún
p roblem a nuevo, pero p recisa n1ente por eso no es ca paz la bu rgue­
sía de resolver n i u na sola de las contrad icciones socia les que el la
m isma p rodu ce. Pa ra el prol eta r iado, en ca mb io, l a actuación, la
eficacia, la posibi l id ad y el a lca nce de la fuerza dependen del g ra­
do en el cua l se haya s uperado la i n med iatez de la ex iste ncia dada.
Es cierto que la pos ibi l idad de ese rebasam iento, o sea la a nchu­
ra y la profu nd idad de l a concienc i a m is ma, es un p roducto de la

165Das Kapital [ El Cap ital), 1, 1 96. C fr. Loh n, Preis und Profit [Sa l a r io, p recio y
benefic io ), 44 . [ Ma rx, El capital , o p . c i t ., To mo I, vol. 1 , p. 281 . ( N . de l E .)]
. . .
308

historia. Pero esa a ltu ra h istór ica mente posible no se encuentra


aqu í en la conti nuación rectil í nea de lo i n med iata mente dado (y de
sus " leyes" ), s i no en la conc iencia, consegu ida a t ravés de mucha s
med iaciones, acerca del todo de la sociedad, o sea, en la cla ra i nten­
ción de rea l ización de las tendenc ias d ia lécticas del desarrollo. y
la serie de las med iaciones no puede conclu i rse de un modo i n m e­
diatamente conteni.p lativo, sino que t iene qu e orienta rse ha cia l o
cua l itat ivamente nuevo que brota de la cont rad icción d ia lé ct i ca;
tiene que ser u n mov i m iento med iador desde el presente hacia el
futu ro.166
Pero esto a su vez p resupone que el ríg ido ser cós ico de los obje­
tos del acaecer socia l se desvele como mera apar ie ncia, que la d ialé­
ct ica, la cua l, m ient ra s se trate de la t ra ns ición de una "cosa" a otra
"cosa" (o de u n concep to estruc tu ra l mente cósico a otro), representa
u na autocontradicc ión, u n absu rdo lóg ico, sea puesta a p rueba con
todos los objetos, o sea, que se p ueda mostra r las cosas como 1nomen­
tos dis ueltos en procesos. Con esto volvemos a da r con la l i mitación
de la d ialéct ica a nt igua, con el momento de d is t i nc ión entre ella y
la d ia léctica h istór ico- rnateria l ista. ( Hegel rep resenta ta mbién en
este contex to e l mon1ento de la tra nsic ión tnetód ica, o sea que en
é l se encuentra n elen1entos de a tnbas concepciones, en una mez­
cla no del todo acl a rada 1netód ica mente.) Pues la d ia léctica eleática
del mov i m iento revela sin duda l a s cont rad icciones subyacentes al
mov i m iento como ta l, pero no toca siqu iera la cosa que se mueve.
Ya se mu eva o esté en reposo la flecha de l a a nt i nom ia, el hecho
es que siemp re queda i ntac ta en su coseidad de flecha, de cosa, en
med io del torbel l i no d ia léct ico. Ta l vez sea i mposible, como dijo
Herácl ito, bañarse dos veces en el m ismo r ío; p ero como el eter n o
ca ni.b io no está él n1 isn10 en deven i r, s i no que es, o sea, que no pro­
duce nada cua l i ta tiva 1nente nuevo, resu lta ser u n deven i r sólo res­
p ecto del ríg ido ser de las cosas individuales. Tomada como doc tri­
na del todo, l a doct r i na de l ca m bio eterno resu l ta ser u na doctri n a
del ser eterno, y t ras el río que fluye se enc uentra u na esenc ia l idad
i n mutable, au nqu e su esencia se ex prese en e l cam b io i ni nterrum­
p i do de las cosas s i n g u l a res.167 En ca mb io, el proceso d ia léct ico

166C f r. lo d ic ho en los a r t íc u los " El ca mbio de f u nc ió n del material isrno


h is tórico" y "¿Q ué es ni.a r x ismo or todoxo? " a p ro pósito de la conciencia
post fest u m de la b u rg ues ía.
l67 Nos es i mposib le aqu í u n t rata rn icnto det a l lado de esta c uest ión, au nque
,.,.. .
..,...

309

ta l como lo entiende M a rx t ra ns forn1a en u n p roceso, en un río,


las for mas de la objetiv idad de los obje tos m i s mos. Esta esencia
transformadora de las formas objetivas apa rece con toda c l a r idad
en el proceso de reproducción si mple del cap ita l, y ma n i fiesta así
su natu ra leza tra s forrnadora revoluc iona ria. La mera "repetición o
conti nu idad i mpri n1e a l p roceso ca racteres completa mente n uevos
o d isuelve má s bien los ca racteres apa rentes de su rea l i zación s i n ­
gu la r". Pues

"completamente a p a rte de toda acu mu lación, ya la mera cont i nu idad del


proceso de p roducc ió n, o re producc ión s i mp le, t ra ns forma necesa r i a me n ­
te todo cap it a l, a l cabo de períodos más o n1enos l argos, en cap ita l acu mu ­
lado o plusva l ía capita l i zada. Si a l entra r en e l p ro ceso d e p ro ducc ión e ra
prop iedad persona l n1e ntc p roducida por el que lo a p l i ca, a ntes o des p ués
se convierte e n va lo r o mater i a l i zación apro p iada s i n eq u i va lente, t rabajo
ajeno no pagado, ya e n forma de d i nero, ya en ot ra". 168

precisa me nte de u n es t ud io así pod r ía des p re nderse con c l a r idad la d i fe­


rencia entre l a A nt ig üedad y la Edad Mode r n a, porque el concep to hcra­
c l ítco de cosa, que se a nu la a sí m ismo, t iene s i n d ud a mucho parentesco
con la est r uc t u ra cosi ficadora del pensa m iento moder no. Sólo t ras most ra r
eso pod ría verse c l a ra n1ente q u e la l i m itación d e l pens a m iento a nt ig uo, l a
i ncap acidad d e ente nde r d i a léct ica mente el se r d e s u p resente y, con el lo,
la h istoria, es la l i nl i tación de la soc iedad a nt ig u a, t a l como la ha n1ost rado
Marx, a p ro pósito de o t ros temas, pero con la misma fi nal i d ad metód ica,
en la Econo mía a r istoté l ica. Es ca racter íst ico de la d ia léct ica de Hegel y de
Lassa l le lo mucho que ha n sobres t i n1 ado la "n1oder n idad" de Herác l i to.
Pero lo ú n ico que p u ede a fi r ma rse es que es a l i rn i tación "a n t ig ua" del pen­
sam iento (la act i t u d en ú l t i ma i nsta nci a acr ít ica a nt e el cond icionam ie nto
h is tó ri co de las fo r n1as de que pa r te el pens a n1 iento) ha s ido t a mb ién i rre ­
basablc pa ra la d i a léc t i ca de estos dos pensado res y se ha ex p resado e n e l
ca rácter bási co d e su fi losofía, u n ca rácter co n templat ivo y especu l a t i vo,
no materia l y p ráct ico.
168 Dns Knp itnl [ El C a p i t a l ] , [, 529, 532-533. Ta nlb ién aqu í s e ma n i fi esta el
sen t ido, a ntes i nd icado, de la mutación de la ca ntidad e n cua l idad como
ca racte r íst i ca de todo n1omento sing ular. P u e s los momentos cua n t i ficad o s
no son pu ramente c u a n t itat ivos más que cua ndo se los considera en s u a i s­
la rn iento. Pe ro con10 fftornentos del fl u jo a pa recen co mo t ra ns fo rmacio nes
c u a l itat ivas de la es t ructu ra económ ica d e l ca p i ta l .

-�:rrT
'

310

As í pues, el descubrim iento de que los objetos socia les no s on


cosas, s ino relaciones entre homb res, cu l m i na en la p lena d i so lu­
ción de éstas en procesos. Pero a l apa recer así su ser como u n deve­
n i r, ese deven i r no es la abs t racta p recipitación de un flu i r p u ra­
mente genera l, no u na durée réelle si n conte n ido, s i no la p rodu cc ión
y la reproducción i n i nter rumpidas de las relaciones que, desgar ra­
das de esa conexión y deformadas por las catego r ías de la refle x i ó n ,
apa recen a l pensa m iento bu rgués como cosas. Sólo entonces se a l z a
la conc iencia del proleta r iado a autoconc ienc ia de la sociedad en su
desarrol lo h istórico. Como conc iencia de la mera s i t uación y rela­
ción de merca ncía, el p roleta r iado no pu ede ser conciente de sí mis­
mo más que como objeto del p roceso económ ico. P ues la mercancía
es p roducida, y también e l t rabajador como merca ncía, como pro­
ductor i n med iato, es en e l mejor de los casos u n engranaje mecá n i ­
co de ese meca n ismo. Pero s i l a coseidad del cap i ta l se ha d isuelto
en u n proceso i n i nterru mp ido de producción y rep roducc ión, pue­
de haber ya conciencia de que el proleta r i ado es el verdadero suje­
to de ese p roceso, au nque u n s ujeto encadenado y por e l momento
conciente. Así pues, e n cua nto que se aba ndona la real idad dada ya
l ista, la rea l idad inmed iata, se plantea la cuestión :169 " Un obrero de
u na fábr ica de a lgodón, ¿produce só lo a lgodón? No: p rod uce capi­
ta l . Produce los va lores que s irven de nu evo pa ra ma nd a r sobre su
trabajo con objeto de crea r med ia nte él nuevos va lores."

Pero con esto e l prob lema de la rea l i dad apa rece bajo u na luz
completa n1ente nueva . Cua ndo -d icho hege l i a na mente- el devenir
se n1a n i fiesta como la verdad del ser, el proceso como la verdad de las
cosas, eso sig n i fica que las tenden cias de desarrollo de la historia tienen
una realidad superior que los ºhechos " de la mera empiria. Es verdad,
como ya se mostró en otro luga r, 1 70 que en la sociedad capita l ista
el pasado i mpera sobre el p resente. Pero esto sign i fica sólo que el
proceso an tagón ico, no d i r ig ido por n i ng u na conc iencia, mov ido
sirnplemente por su propia d i ná n1 ica i nm a nente y ciega, se revela

111"Loh narbeit u nd Kapital [ Trabajo asa l a r iado y capit a l ), 28 . [ Ma r x Trabajo ,

asalariado . , op. c it., p. 19. ( N . de l E.))


. .

17°C fr. e l a r t íc u lo " E l ca mbio d e f u nció n del mate r i a l i s n10 h is t ó r ico" y, por
lo q u e h a ce a hec ho y rea l i d ad, e l a r t í c u l o "¿Q ué e s ma r x i s mo o rtodoxo? "
311

en todas sus formas in mediata s d e man i festac ión como dom i n io


del pasado sobre el p resente, como dom i n io del capita l sobre el
trabajo; y q u e, por lo ta nto, el pensam iento preso en e l ter reno
de esa i n mediatez t iene que a ferra rse a las formas ríg idas que
en cada caso tomen los d iversos estad ios; y q ue ese pensa miento
tiene que contempl a r i m potente las tendencias q ue a pesa r de todo
actú a n como poderes misteriosos; y que la acc ión coherente con
ese pensam iento no será nu nca capa z de dom i na r esas tendencias.
Esa i magen de u na rig idez fa ntasma l, que en rea l idad se encuentra
ininter r u mpida mente en mov i m iento, se resuelve en seg u ida con
p leno sent ido en cua nto que su rig idez se di suelve en el p roceso
cuya fuerza motora es el hombre. Y el que eso sea pos ible sólo
desde e l pu nto de v ista del p roleta riado se ex p l ica exc lusiva mente
porque el sentido del proceso que se revela en esas tendencias es
la superac ión del capital ismo, o sea, que pa ra la bu rgues ía e l tomar
conciencia de esta cuestión equ iva ldría a un su icidio esp i ritual.
Pero e l hecho se basa ta n1bién esencia l mente en que las "leyes"
de l a r íg ida y cosi ficada rea l idad del capita l is mo, bajo las cua les
está obl igada a v iv i r la burg uesía, no pueden imponerse más que
por enc i n1a de los apa rentes portadores y agentes del capita l . La
tasa n1ed ia de benefic io es el ejem p lo metód ico c lásico de estas
tendenc ia s. Su relación con los d iversos cap ita l istas i nd iv idua les
cuyas acciones deter m i n a como p oder desconoc ido e incognoscible
revela p lena mente l a estructu ra de la "astucia de la ra zón", aguda y
p rofunda mente descubierta por Hegel. E l hecho de que las "pasiones"
ind iv idua les por enci ma y a través de las cua les se i mp onen esas
tendenc ias tomen la forma del cá lcu lo más cu idadoso, exacto y
p recavido no a l tera en nada la situación, si no que hasta acent úa su
esencia. Pues la apa r iencia de p leno raciona l ismo -d ictada por l a
determinac ión c lasista del s e r socia l y, p o r l o ta nto, subjetivamente
funda men tada- en todos los deta l les muest ra, aú n nlás c la ramente,
que el sent ido del p roceso tota l, q ue se im pone a p esa r de todo,
es completa mente i nconcebible pa ra ese rac iona l ismo. Ni ta mpoco
puede a l tera r en nada esa estructu ra básica el hecho de que no se
trate con eso de un a ca ecer ú n ico y repen t i no, de u na catá strofe, s i no
de u na p rod u cc ión y rep roducc ión i n i nter r u m pidas de las n1 i s mas
relac iones y sit uaciones, el hecho de que esos momentos de las
tendencias en rea l i zac ión, convert ida s ya en "' hechos" empír icos,
se inserten corno da tos c rista l i zados, a i s l ados y cosi fi cados en la
312

red del cá lcu lo raciona l; el hecho muest ra si mplemente lo n1ucho


que este a ntagon ismo d ia léctico dom i na todos los fenómenos de la
sociedad cap ita l ista.
El abu rguesa m iento del pensa m iento soc ia ldemócrata se ma ni­
fiesta del m odo más cra so en el abandono del método d ia léctico. Ya
en la p o lém ica provocada por Bernste i n quedó claro q ue el opor­
tu n i s mo t iene que situa rse siempre e n el "terreno de los hechos"
pa ra poder ig nora r las tendenc ia del desa r rol lo' 71 o para reba jar las
a un deber-ser ético-su bjetivo. Todos los equ ívocos que a fec ta n a
la d iscu s ión acerca de la acu 1nu lac ión pueden ta mbién redu ci rs e
metó d ica mente a esta s i t uación. Rosa Lu xembu rgo, como autént ica
pensadora d ia léct ica, ha percibido con10 tendencia del desa r rol lo la
i mposibi l idad de u na sociedad p u ra n1ente cap i ta l ista. La ha enten­
d ido con'lo tendencia qu e aca rrea u na detenn i nac ión decis iva de
las acc iones de los hon1bres, aunque s i n conc iencia de éstos, mucho
antes de convert i rse el la misma en " hecho". La i mposibil idad eco ­
nóm ica de l a acu mu lac ión en u na soc iedad capita l i sta pu ra no se
ma n i fiesta, pues, en e l hecho de que con la expropiación del ú lt i mo
productor no-capita l i sta el cap ita l isn'lo "term i ne", s i no en acciones
que i n'lpone a la clase cap ita l ista l a a p rox i mación de esa s ituación,
emp í r ica mente todav ía leja na: por ej e1nplo, en la febri l coloni za­
c ión, en la pugna por los territo r ios de 1na ter i a s p r i mas y de n'ler­
cado, en el i mperia l is mo y en la guerra mu nd ia l, etc. Pues la rea l i­
zac ión de u n a tendenc i a d ialéctica del desa r rol lo no es un progreso
indefi n ido qu e se aproxi me a su m e ta por i nc rementos cuanti ta ­
t ivos pau l a t i nos. La s tendenc ias de l desa rro l lo de la sociedad se
ex presa n más bien en u na i n i nter r u n'lpida transfonnación cualitativa
de la estructu ra de la soc iedad (de la composición de las clases, de
su s cor rel aciones de fuerza, etc.). A l i ntenta r l a clase actu a l mente
don1 i na nte i n1ponerse a esas t ra ns fo r m aciones por el ú n ico proce ­
d i n1 iento de que dispone, y a l pa recer efect iva mente dom i na r los
"' hechos" en el deta l le, el la n1 i srn a acelera, con su ciega e i nconcien­
te ejecución de lo que en su si tuac ión le pa rece necesar io, l a actua l i­
zac i ó n de las tendenc ias cuyo sen t i do es la ru ina de su dom i n io.

1 7 1 C f r. l a d i scu s ió n acerca de la desa p a r ic ión o e l au mento numérico de las


emp resa s d e d i mensiones n1ed i a s . Ros a Lu xemb u rgo, Soziale Reform oder
Revolu t io n ? ( ¿Re fo r ma socia l o revo l uc ió n? ), l l, 66. [ Lu xembu rgo, ¿ Reforma
o . . , o p . c i t., p . 55 y ss . ( N .del E.)}
.
3 l3

Ma rx ha puesto i n nu merables veces en el p r i mer tér m i no de sus


co n s iderac iones esa d i ferenc ia rea l ent re el "hecho" y la tendencia.
Pues ya e l pensa m iento metodológico fu nda mental de su obra p r i n­
cipa l es la retra nsfor mac ión de los objetos económ icos, dados como
cosas, en relaciones concretas p rocesua les y ca mbiantes ent re los
hombres: y es ta idea se basa en aquel la otra. Pero de el lo se s igue,
además, q ue la p r ior idad metód ica, la posición (or igi na ria o der iva­
da) en el s istema se atr ibuye a las d iversas for mas de la estructu ra
econórn ica de la soc iedad segú n la d ista nc ia a que se encuentren de
ese momento de la retransformabi l idad. En eso se basa la prioridad
del cap i ta l i ndust r ia l res pecto del merca nt i l, en forma d i nera r ia o
no, etc. Y esa p r ior idad se ma n i fiesta h istórica mente en el hecho de
que las forrnas der ivadas del cap ita l, las for mas que no determ i nan
por s í m ismas el p roceso de p roducción, no son capaces de ejercer
en el desa rrol lo n1ás que u na fu nc ión negativa, diso lutori a de las
formas de p roducción origi na ri as, n1 ientras que l.lel adonde de ese
proceso de d isoluc ión, o sea, los nuevos modos de p roducción que
se pondrán en el luga r de los a ntiguos, no depende del comercio,
s i no del ca rácter del v iejo modo de producc ión mismo".172 Por otra
pa rte, y en lo pu ra mente metodológ ico, se aprec ia que esas formas
no están determ i nadas en su " lega l idad" más que por los mov i­
m ientos empírica n1ente "casu a les", de la dema nda y la oferta, y que
en el las no se expresa n i ng u na tendencia soc ia] genera l . " La concu­
rrenc ia no determ i na aqu í desv iac iones respecto de la ley, s i no que
no hay más ley de la distribución que la d ictada por la conc u rrencia
m isma", d ice Ma rx1 71 a propós i to del i nterés. E n esta doctr i na de la
rea l idad, que considera las tendencias que se i mponen en el con­
ju nto del desa r ro l lo "más rea les" que los hechos emp ír icos, asume
su forma prop ia, conc reta y cien t í fica la cont raposición que hemos
subrayado ya a l trata r cuest iones sueltas del ma rxismo (objetivo
y mov i m iento, evoluc ión y revolución, etc.). Pues sólo este pla n­
tea m iento pe r rn ite estud iar el concep to de " hecho" de un modo

1 72Das Kapital [ El Cap ita l ] , l I I, l, 31 6. [ Ma rx, El capital . , op. cit., Tomo I I I,


. .

vol . 6, p. 424 . ( N . del E .)]


173lbíd ., 341 . La tasa del i nte rés en e l mercado está "dada con10 mag n it ud
fija, como el p rec io de rne rcado de las merca ncías" y a el la se cont rapone
ex p l ícitam.cnte l a tasa ge nera l de bene ficio entend ida como tendencia,
ib íd ., 351. P recisa n1e nte co n eso se l lega a l pu nto en que el pens a m. iento
ma r x ista se sepa ra de l b u rg ués .
T
.

.
-
.

1
314 ¡f

rea l mente concreto, o sea, desde el punto de v ista del fundamento


social de su origen y de su subsistencia. Ya en otro luga r hemos i ndi­
cado174 el sent ido en el cua l debe p roceder u na i nvestigación as í,
aunque sólo lo hemos hecho desde el pu nto de v ista de la rela ción
entre los " hechos" y la tota l idad concreta a la que pertene cen y en
la que se hacen fi na l mente "rea les". Pero a hora queda co1np leta­
mente claro que aquel desa r rollo social y su expresión intelectu a l,
que constituyen -u no y otra- " hechos" a pa r t i r de la rea l ida d o rigi­
na r ia mente, espontánea mente ind iv isa, aunque s i n duda ofr ece n la
posibi l idad de someter la natu ra leza al hombre, tienen sin emba rgo
que serv ir a l m ismo para esconder el ca rácter h istórico, soc i a l, de
esos hechos, la ci rcunsta ncia de que su esencia descansa en relacio­
nes entre los hombres, con lo que de este modo "producen pode­
res extraños y fantasma les que se yerguen frente a el los".175 Pues
la or ientación crista l i zadora del pensam iento cos i ficado se expresa
aún más clara mente en e l "hecho" que en la " ley" que ordena los
hechos. En efec to: m ientras que en las " leyes" puede aún descu­
b r i rse un resto de activ idad hu ma na, au nque ma n i fiesta en una
subjetiv idad fa lsa y cosi ficada, en el " hecho" la esenc ia del desarro­
l lo cap ita l ista, extrañado a los hombres, ríg ido, convertida en cosa
i mpenetrable, cris ta l iza de u na forma que conv ierte esa crista l i za­
ción y esa ext rañación en el fu nda mento obv io de la rea l idad y de
la concepción del mu ndo, sustra ído a toda duda. Compa rado con la
r igidez de esos " hechos", todo mov i m iento pa rece pasar al lado de
el los sin a fecta rlos, toda tendencia hacia su t ransformación pa rece
u n mero p r i ncipio s ubjetivo (deseo, ju icio de va lor, deber ser). Por
lo ta nto, sólo cuando se rompe esa prior idad de los "hechos", sólo
a l reconocerse el carácter procesual de todo fenómeno, puede entender­
se que incluso lo que suele l la marse " hechos" consta de p rocesos.
Pues sólo entonces resu lta comprensible que los hechos no son más
que pa rtes, momentos del proceso tota l que se han desprend ido,
a is lado a rt i ficia l mente y a r t ific ial mente consol idado. Con lo cual se
comp rende, a l m i s mo tiernpo, por qué el proceso tota l, en el cua l s e
i mpone sin falsificar la esencia proces ual y cuya esencia m is ma no
está ent u rb iada por n ingu na cós ica c r ista l i zac ión, representa frente

l 7.;C fr .
e l a rt íc u lo "¿Qué es ma rx ismo ortodoxo? "
1 75 Ursp r u ng de r Fnmilie [ E ngels, El o r igen de la fa m i l ia, de la p ro p iedad pri ­
vad a y del es tado), 183 [ Engel s, El o rige n , op. c i t ., p. 203. ( N . d e l E.) )
. . . . .
315

a los h echos la rea l idad autént ica y su perior. Por supuesto que con
es o se ent iende tamb i én por qué el cosi ficado pensa m iento bu rgués
ti en e que hacer de aquel los "hechos" su supremo fetiche teorét ico
y p rá ctico. Esta fosi l i zada factua l idad, en la cua l todo crista l iza en
"magn itud fija" 1 76 y la rea l idad i n mediatamente da da encuentra en
p l ena y absu rda i n mutab i l idad, hace de la comprensión de la m is­
ma rea li dad i n mediata una i mposibi l idad de método.
En esas formas, p ues, la cos ificación a lcan za su rnayor agudi­
za ción; l legada a este pu nto ya no rem ite s iqu iera a más a l lá de sí
m isma; su d ia léctica no es ya med iada más que por las formas de
p roducción i nmed iatas. Pero con eso se agud i za ta mbién la contra­
dicción ante el ser i n med iato, el pensa m iento por categorías de la
reflex ión qu e corresponde a ese ser i n med iato y la rea l idad socia l
viva. Pues, por u na pa rte, esa s for mas (el interés, etc.) se presentan
al pensa m iento capita l ista como las p ropiamente orig ina r i as, como
las que determ i na n las demás formas de la p roducción y son mode­
los de éstas, m ientras que, por otra parte, toda i mportante i n flex ión
del p roceso de producc ión t iene por fuerza que revela r p ráct ica­
mente que esa i nterp retación i nv ierte tota l mente la a rquitectu ra 177
verdadera, categor ia l, de la estructu ra económ ica del cap ita l ismo.
El pensa m iento bu rgués se queda a nte esas formas i n med i atas
tomadas como origi n a ri as, e i ntenta, prec isamente a pa rti r de e l las,
abr i rse ca m i no hacia la comprens ión de la econom ía, ig nora ndo
que con el lo no hace más que dar expresión intelectu a l a su i ncapa­
cidad de entender sus prop ios fu nda mentos socia les. En cambio, en
este pu nto se le abre al p roleta riado la perspect iva de u na penetra­
ción i ntelectu a l comp leta en las formas de la cosi ficación, porque,
pa rtiendo de la for ma dia léct ica mente más clara (la relación i n n1e­
diata entre trabajo y capita l), puede referi r a el la las formas más
a lejadas del proceso de producc ión e i ncluirlas así y en tenderlas en
la tota l idad d ia léc tica .178

176C fr. las obse rvaciones de Ma rx acerca de B e ntham. Das Kapital ( E l Capi­
ta l ), 1 , 573 -574. [ Ma rx, El capital . . . , op. cit., Tomo I, vo l. 2, p. 755. ( N. del E.))
1 77Sacr istá n p refiere "arq u itec t u ra". (N. del E.)
17t<En El Capital, l l l, I I, 3 6 2 ss., se e ncue n t ra u n hern1oso desa rrol lo de esa
s uces i ó n _
31 6

De este modo se hace el hombre med ida de todas las cosas (s o c i a ­


les). El p roblema de n1étodo de la econom ía -la d isoluc ión de las for­
mas cós icas fetich istas en p rocesos que se rea l izan entre ho mb re s y
se objetiva n en relaciones concretas entre el los, la deducci ón de la s
formas i rresolublemente fet ich i s tas a pa r t i r de las formas prim a r ia s
de relaciones hu manas- p rocura a l m ismo t iempo e l fundamento
categori a l y el h istór ico. Pues desde el pu nto de v is ta categorial la
estructu ra del mundo hu m a no se p resenta a hora como un s istema
de for mas relaciona les en cambio d i ná m ico y en las cua les se desa­
rrol la el proceso de en frenta m iento entre el hombre y la natura leza
y entre el hombre y el hombre ( lucha de c lases, etc.). La est ructura y
la jerarqu ía de las categorías i nd ican por lo tanto el grado de clari­
dad de la conc ienc ia del hombre acerca de los fu nda mentos de su
ex istencia en esas rel aciones, o sea, su conciencia de sí m ismo. Esa
estructu ra y esa jera rqu ía son empero, a l m ismo t iempo, el objeto
cent ral de la h istoria . La h is toria no se p resenta ya como u n acaecer
en ig mát ico que se rea l i za en el hombre y en las cosas desde fuera
de el los y que t iene que expl ica rse por la intervención de poderes
tra scendentes o recib i r sent ido por referencia a va lores t rascenden­
tes a la h is toria. La h is tor ia es más b ien, por u na parte, e l producto
-inconciente hasta a hora, por supuesto- de la act ividad de los hon1-
bres m ismos, y, por otra, la suces ión de los procesos en los cua les
se subv ierten las for mas de esa act iv idad, las relaciones del hombre
consigo nl ismo (con la nat u ra leza y con los demás hombres). Así
pues, y como se i nd icó ya a ntes, au nque la estructura categorial de
u n estad io socia l no es i n med iata mente h istórica -es deci r, au nque
l a sucesión h istórica emp í r ica de la génesis rea l de u na determ ina­
da forma de ex istencia o p ensa m iento no basta en modo a lg u no
pa ra ex p l icarla o comprenderla- s i n emba rgo, o, por mejor dec i r, a
causa de eso, ca da u no de ta les s isternas categoria les ca racter iza en
su tota l idad u n dete r m i n ado estad io de desar ro l lo de l a sociedad
tota l . Y esta h istoria consiste p recisa mente en que toda fijac ión se
degrada a mera apa r iencia: la h isto ria e s p recismnen te his to ria de La
ininterrumpida transformación de las formas de objetividad que co nfi.g u ­
ran l a exis tencia del hombre. La i 1nposib i l idad de entender l a esencia
de esas for mas s i ngu l a res basá ndose sólo en su sucesión h istór ica
en-1 p í r ica no se debe, pues, a que esas formas sea n t rascendentes
317

a la h istor ia, como p iensa y t iene que pensarlo la concep c ión bu r­


g uesa, que las entiende segú n las a isladoras determ i naciones de la
reflex ión, como " hechos" a is lados, sino que esas formas si ngu la res
no se encuent ran i n med iata mente v i ncu ladas u nas con otras ni por
la yu xtaposición de la simu lta neidad h i stórica ni por la s uces ión
de la ser ie h istór ica . Su v i ncu lación está más b ien med ida por su
recíproca posic ión y función en la tota l idad, de modo que la recu­
sación de esa ex pl icab i l idad "pu ra mente h istór ica" de los fenóme­
nos s i n g u la res s i rve sólo pa ra hacer más c l a ra mente conciente la
h istoria corno cienc ia u n iversa l. Al m i sn10 t iempo que la v i ncu la­
ción de los fenón1enos s i ngu la res se conv ierte en problema de l as
categorías, ese m i smo p roceso d ia léctico t ra nsforma todo p roblema
de categor ías en u n problema h istórico. Pero p recisa mente en u n
p roblema d e l a historia u n ive rsa l, l a c u a l apa rece entonces -más
clara mente que en nuestras i n icia les considerac iones polém icas­
al m is mo t iempo como p roblema metód ico y como p roblema del
conoci m iento del presente.
Sólo desde este pu nto de v i sta se hace rea l mente la h istoria his­
toria del hombre. Pues en el la no apa rece ya nada que no pueda refe­
ri rse, como ú lt i mo fu nda mento del sent ido y de la ex p l icac ión, a l
homb re m i smo, a las relac iones ent re los hombres. Por esa i n flex ión
que se p ropu so da r a la fi losofía ha ten ido Feuerbach u na i n fluen­
cia ta n decis iva en la génesis del mater i a l ismo h i stór ico. Pero s u
tra nsfor mac ión d e l a fi losofía en u na "a ntropolog ía" h a hecho c ris­
ta l i za r al hombre en u na objetiv idad fija, y, con el lo, ha el i m i nado
la dia léct ica y la h istoria. Aqu í se encuentra el gra n pel igro de todo
"hu ma n ismo", de todo p unto de v ista a ntropológico.1 79 Pues si el
hombre se ent iende como med ida de todas las cosas, s i con ayuda
de ese pu nto de pa rtida se pretende supera r toda trascendencia,
pero s i n nled i r al m i smo t ie mpo el hombre con esa med ida o -por
dec i rlo más exacta mente- s i n d ia lect iza r ta mbién a l hombre, enton­
ces ese hon1bre absolutamente conceb ido se pone en el luga r de la s
fu erzas trascendentes que estaba l la mado a expl ica r, d isolver y s u s­
titu i r metodológ ica n1ente. En el luga r de la meta física dog mát ica
apa rece a hora -en el mejor de los casos- u n relat iv ismo no ni.enos
dogmát ico.

179El prag matisn10 n1oder no es un ejemp lo típico de e l lo.


318

Ese dogmatismo nace porque a ese hombre no d ia lec ti z ado


corresponde u na rea lidad objetiva también sin d ia lect iza r. Po r eso
el relat iv ismo se mueve en u n mundo esencia l mente qu ieto, y co mo
no puede toma r conciencia de esa i n mov i l idad del mu ndo n i de la
r ig idez de su propio pu nto de v ista, el relativ ismo recae inev ita­
b lemente en el pu nto de vista dogmático de aquel los pensadores
que i ntenta ron exp l ica r el inu ndo pa rtiendo de p resupues tos que
el los m ismos no habían ident i ficado n i hecho conc ientes, s ino que
habían acog ido sin c rít ica. Pues hay u na d i ferenc ia decisiva entre
que se relativ ice la verdad respecto del i nd iv iduo o la esp ec ie, etc.,
en u n mu ndo en ú lt i 1na i nsta ncia i n móv i l (au nque la i n mov il idad
se e n n1ascare tras u n pseudo-mov i m iento, como el "eterno retorno
de lo igu a l" o u na suces ión segú n " leyes" b iológ ico-morfológicas
de períodos de creci m iento) o bien que la función y la significación
históricas concretas de las d i versas "verdades" se revelen en el pro­
ceso histórico ú n ico y conc reta mente entend ido. Sólo en el p rimer
caso p uede hablarse p rop i a mente de relativ ismo; pero entonces
será i nev itablemente dogmático. Pues sólo t iene pleno sent ido lógi­
co habla r de relativ ismo cua ndo se admite u n "'absoluto" como tal.
La deb i l idad y la ambigüedad de los "pensadores audaces" del tipo
de N ietzsche o de Spengler consiste p recisa mente en que su relati­
v ismo no el i m i na lo absolu to del mu ndo sino en a pa riencia. Pues el
pu nto que en esos sistemas cor res ponde lógico-metodológican1e n ­
te a la cesación del pseudon1ov im iento es p rec isa rnente el " lugar
sistemático" de lo absoluto. Lo absoluto no es 1nás que la fijación
menta l, la for mu lación 1n itológ ica posi tiva de la incapacidad del
p ensa m iento para entender concreta mente la rea l idad como proce­
so h i stórico. Como los relat i v i stas no d isuelven s i no apa rentemente
el mu ndo en n1ov i m iento, tampoco elim inan sino apa rentemente
lo absoluto de sus sisten1as . Todo relativ ismo " biológ ico", etc., que
hace de este modo de la l i n1 itac ión que ha comprobado u na ba r re­
ra "e terna", rei n t roduce p rec isa n1ente con esa concepción del rela­
t i v ismo lo absoluto, el p r i nc ip io "atempora l" del pensa m iento. Y
e l lo con i ndependenci a de sus i ntenciones conc ientes. Y m ientras lo
a bsoluto penna nezca en el si stema (au nque sea i nconci enten1ente},
t iene que segu i r siendo el p r i ncipio lóg ica n1en te 1nás fuerte fren­
te a los i ntentos de re lat iv i za c ión. P ues él rep resenta el p r i nc i p io
sup ren1 0 del pensa m iento a lca nza b le sobre u na base no d ia léctica,
en el mu ndo del ser de las cosas r íg idas y en el n1 u ndo del l ogos
319

de los conceptos r íg idos. D e modo q u e e n este punto Sócrates hab ía


de tener por fuerza razón fren te a los sofista s, y el log ic ismo y la
ax iolog ía han de tenerla frente a l p ragmatismo, el relat i v isrno, etc.,
siempre que los problemas se consideren desde el p u nto de v is ta
Iógico -nzetodológico.
Pues esos relativ istas se lim ita n a crista l iza r la actua l l im itación
histórico-socia l de la concepc ión del mu ndo que t ienen los hom­
bres en la forma de u na l im i tación 11eterna" de natu ra leza bio lóg i­
ca, pragmá tica, etc. De este modo no pasan de ser un fenómeno deca ­
den te -ex p reso en las for n1as de la duda, la desesperación, etc.- del
raciona l ismo o de la relig iosidad de aquel los a los que dub i ta t iva­
mente se contraponen . Y por eso también -a veces- un sín to1na h is­
tórico nada despreciable del hecho de que el ser socia l del que nac ió
el raciona l ismo, etc., por el los "combatido" se ha hecho ya í nt i ma­
mente p roblemát ico. Pero sólo tienen importa nc i a en esa cond ición
de s íntomas. Los va lores rea lmente esp ir itua les ha n s ido siem p re
representados, frente a el los y contra el los, por la cu l tu ra que e l los
combaten, por la cu ltu ra de la clase s in quebra r.
La d ia léctica h is tór ica p roduce, por ú lti mo, aqu í u na situación
rad ica l mente nueva. No sólo porque en el la se rela t iv icen las m is­
mas ba rreras o l i m itac iones -o, por mejor dec i r, no sólo porque
esas ba rreras se haga n flu idas-, y no sólo porque todas aquel las for­
mas ent itativas cuya cont rapa rt ida i ntelectua l es lo absoluto en sus
va r ias for n1as se ent iendan d isueltas en procesos y como conc retos
fenómenos h istóricos, de ta l modo que lo absol uto, más que abstrac­
ta mente negado, es conceptuado en su concreta configuración his tóri­
ca, como momen to del proceso m ismo, s ino ta n1bién porque el p roceso
h i stórico, en su u n idad, en su ava nce d ialéctico y en sus retrocesos
d ia léct icos, es u n a lucha i ni n terru mp ida por grados más a ltos de la
verdad, del autoconocimiento (soci a l) del hombre. La "relat iv izac ión"
de la verdad sig n i fica en e l hegel ia n ismo que el momento superior
es s iemp re la verdad del momento s istem ática mente i n fer ior. Con
eso no se destruye la "objetiv idad" de la verdad en los n iveles l i m i­
tados o i n fer iores, s i no que la verdad de és tos cobra, simplemen­
te, u n sent ido nu evo a l a rt icu la rse en u na tota lidad más conc reta
y más a m p l i a . Y c u a ndo en el pensa m iento de Ma rx la d ia léctica
l lega a ser esenc ia del proceso h istórico m is 1no, ese mov i m iento
menta l se presenta sólo como pa r te del mov i m iento tota l de l a h is­
tor i a . La h istor ia se hace h is tor i a de las for mas de objet i v idad que
320

con figu ra n el mundo circu nda nte y e l m undo interno del hombre,
el mundo que él se esfuerza por dom i na r i ntelec t u a l mente, p rácti­
camente, a r t ística mente, etc. (M ient ras que el relativi smo t rabaja
siempre con formas de objet iv idad r ígidas e in mutables.) La verda d
-que en el período de la "preh istor ia de la hu ma n idad", de la lucha
de las c lases, no puede tener más fu nción que la de fija r, de acuerdo
con las ex igencias del dom i n io del n1u ndo c i rc u nda nte y l as exigen­
cias de la lucha, las var ias posiciones p osib les respecto de u n mun­
do que en lo esencia l no es comp rend ido-, la verdad, p ues, que en
esta situación no puede tener s i no u na "objet iv idad" respec to del
p unto de v ista de las d iversas clases y de las for mas de objetiv idad
coord i nadas con él, consigue en ca mbio u n aspecto co1np leta mente
nuevo en cua nto que la human idad percibe c la ra mente su fu nda­
mento v ita l y lo transforma coherentemente. Cua ndo se con sigue la
u n i ficac ión de teor ía y práct ica, la pos ib i l idad de t ra ns for mación
de la soc iedad, lo absoluto y su contrapolo "re lativ ista" han agota­
do su fu nc ión histór ica a l m ismo t iemp o. Pues, a consecuencia de
la p enetrac ión práct ica y de la tra nsfor mac ión rea l de aquel fu nda­
mento v ita l, desa parece a l m ismo tiempo la rea l idad cuya expre­
sión intelectua l ha n sido a ná loga mente lo a bsolu to y lo relativo.
Este p roceso emp ieza con la l legada a conc iencia del p u n to de
v ista proleta r io de clase. Por eso la deno m i nac ión de "rel a t iv ismo"
es mu y con fusa cuando se apl ica a l materia l ismo h istórico. Pues
prec isa mente el pu nto de part ida a pa rentemente comú n a l
rel at iv ismo y a l materia l ismo h istór ico -el hombre como med ida
de todas las cosas- signi fica pa ra u no y otro cosas cua l itat iva mente
d is ti ntas y hasta contrapuestas. Y el com ienzo de u na "a nt ropolog ía
materia l ista" en el pensam iento de Feuerbach no es p recisa mente
más que u n comienzo, que ha per n1it ido u lter iores elaborac iones
en sí p lena mente diversas. Marx ha l levado hasta el fi nal,
radica l mente, la in flex ión de Feuerbach. En este p u nto se orienta
1nuy enérg ica mente contra f-Iegel:180 " Hegel hace del ho m bre el
homb re de la autoconciencia, en vez de hacer de la au toconc iencia
la au toconciencia del hombre, del ho1n b re rea l que, por tanto, v ive
en u n n1u ndo rea l objet ivo y está cond ic ionado por él". Pero, al
m ismo tien1po -y e l lo aú n en el per íodo en que más intensa mente
estaba i n flu ido por Feuerbach-, Ma rx ent iende el hornbre h istór ica

t't'-0 Naclzlass [ Póstu mos], I l, 304.


32. l

y d i a léc t ica n1e nte. A m ba s cosas en u n sent ido d úp l ice. E n p r i rner


lu g a r, e n e l sen tido de q ue Ma rx no hab l a n u nca del horn b re s i n
má s, d e l ho ni b re abst racta n1ente abso l u t i za do, s i no q u e s i e rn p re lo
� i en sa con10 n1 ie1n b ro de u na tota l idad conc re ta, de la soc i eda d .
É s ta tiene q u e ex p l ica rse a pa r t i r d e él, pero sólo c u a ndo e l horn b re
rn istno se ha i nse rtado en esa lo ta l idad concreta y se ha e l evado
as í a l a cond i c ión de u na conc rec ión verdadera . Y, en seg u ndo
lu ga r, p o rq ue e l ho1n b re 1n is 1no, con10 fu nda n1ento obj e t ivo de
l a d i a l éct ica h i s tó r i ca, co1no sujeto-objeto i dént i co subyacente a
ésta, cont r i b uye dec i s i va rnente a l p roceso d ia léc t ico. Es to es (por
a p lica r i n ic i a l mente al horn b re la abs t rac ta catego r ía i n ic i a l de l a
d ia léc t ica): porq u e e l hom bre es y a l m is m o t iempo n o es . L a re l ig ión,
d i ce Ma r x, 1 s 1 11es l a rea l i zación fa n tá s t ica de l a esencia hu 1na na,
porq ue aq u í In ese n cia h u m ana 1 w posee n iHg u n a ·verdadera realidad ". Y
como este ho1n bre que no es se conv ierte e n med ida de tod a s las
cosas, en verdadero den1 iu rgo de l a h is tor ia, su no-se r t iene q u e
p roduc i r e n seg u i d a l a fo rma conc reta e h istó r ica n1ente d ia léct ica
del conoc i in iento c rí t ico del p resen te, la fo r n1a en la cu a l el hotnb re
es tá necesa r i a n1 ente condenado a l no-ser. La negac ión de su ser se
conc reta, p u es en conoc i n1 i ento de la soc iedad b u rg u esa, ni i e n t ras
que a pa rece c l a ra rne nte, n1ed ida con el p at rón h u n1a no, la d ia léc t ica
de la soc ie d a d b u rg uesa, l a cont rad icc ió n de s u s abst ractas
categor ías de la re flex ión . A s í dice Ma rx, p rog ra n1á t ica mente, a
cont i nuac ión de la ad u c i da c rít ica de la doc t r i na hege l i a na de
la conc ienc i a : 11 H ay... que n1ostra r có n10 e l Es tado, la p ro p i edad
pr i vada, etc ., conv ierten a los homb res en abst racciones, o son
p rod uctos del ho1nb re abstracto, y no rea l idad de los hom b res
conc retos i nd iv idua les." Esta concepc ió n del no-ser abst racto de l
hornbre ha seg u ido sien do la conce p c i ó n bás ica del M a rx rnad u ro,
con10 lo tnu es t ra n l a s conoc idas y n1u y c i tadas p a l ab ras de l p ró logo
a la Crítica de La eco 1 w1 1 1 ía política en las que se desc r i be l a soc i edad
b u rg u esa como ú l t i rna for n1 a de n1a n i festación de l a "' p re h i s to r ia
de la soc iedad hu n1a na".
En es te p u nto e l " h u n1 a n is mo" de Ma r x se sepa ra del 1nodo 1ná s
categór ico de toda s l as dernás tendenc ia s que a p ri 1nera v ista l e son
a ná logas. P u es lo a n t i h u ln a no, la esenc ia del cap i t a l i s 1110 q u e v io ­
la y ex t i rpa todo l o hu rn a no, h a sido reco nocida y desc r i ta v a r ias

1�1
Nachln�s ( Pós t u n1os ) , [, 384 . (Cu r� i v a rn í a .)
322

veces también por otros pensadores . Me l im ito a rem iti r a Past and
Present de Ca rlyle, comentado por el joven E ngels ap robatorian1en­
te por lo que hace a sus pa rtes descriptivas, y hasta ent u siás t ica­
mente por lo que hace a a lgu nas pági nas. Pero cua ndo -c o1n o en
el caso de Ca rlyle- se expone, por u na parte, la imposibi l id a d del
se �-homb re en la soc iedad bu rg uesa como mero hecho ate m pora l,
m ientras que, por otra, se contrapone a ese no-ser del ho mb re, de
modo i nmed iato o, lo que es lo m is mo, med iado meta físic o-m ito­
lógica mente, u n hombre ex i stente -en el pasado, en e l futu r o o en
la forma del deber-ser, que todo es aqu í lo m is mo-, se l lega sólo a
u n pla ntea miento oscu ro, y no, en modo a lg u no, a i nd ica r la vía de
la solución. É sta no p uede encont ra rse más que si los dos momen­
tos se cap ta n en su ind isoluble v i nc u lac ión d ia léct ica, ta l como se
p resen ta n en el p roceso rea l y concreto de desa rro l lo del capita­
l ismo; o sea, sólo si la adecuada apl icac ión de las categor ías d ialéc­
ticas a l hombre como med ida de todas las cosas es a l m ismo t iempo
la descripción com p le ta de la estruct u ra económ ica de la sociedad
bu rguesa, el conoc i m iento recto del presente. De no ser así, la des­
c ripción -por acertada que p ueda ser en los deta l les- sucu mb irá a l
di lema del empi rismo y el utopismo, del volu nta ris mo y el fatal is­
mo, etc. E n el mejor de los casos se detend rá en u na cruda factici­
dad, o d i rig irá en otro caso a l des a r ro l lo h istór ico ex igencias ajenas
a la ma rcha i n ma nente de éste y, por lo ta nto, mera mente s ubjetivas
y a rbitra rias.
É se es el destino de todos aquel los p la ntea m ientos, s i n excep­
c ión, que, partiendo concientemente del hon1b re, han aspirado a
u na solución teorética de sus p roblemas ex istencia les y, prácti­
camente, a u na sa lvación res pecto de esos p rob lemas. E n todos los
intentos del t ipo del cristia n ismo eva ngél ico puede observarse esa
du plic idad. La rea l idad emp í r ica q ueda i ntacta en su ex isti r y su
ser socia les. Ya ocu r ra esto en la for ma del "dad a l Césa r lo que es
del César", o en la de la lutera na sa nt i ficac ión de lo exis tente, o en
el tol sto i a no 11110 resist i rse al n"'la l", el res u l tado es s iemp re estruc­
tura l n1ente el m is mo. Pues desde este p u nto de v ista es del todo
i nd i ferente el acento emoc iona l o la va lorac ión meta físico-rel igiosa
con los cua les apa rezca n i nsu perables la ex istenc ia y el ser socia les
de l hombre. Lo i mporta nte es que la for m a feno1nén ica de ese ser y
esa ex i stencia apa rece en cua lq u ie r caso c o n1 0 i n tang i b le1nente fija­
da pa ra y por el hom b re, y que esa i n ta ng i b i l id a d se for m u la como
323

ma nda m iento ético. La contrapartida utópica de esa doctr ina del


ser no consiste sólo en la superación de esa rea l idad empírica por
obra de Dios, en el apoca l ipsis -que p uede no darse siqu iera, como
en el caso de Tolstoi, sin a lterar esencia l mente la si tuación-,. s i no
ta mb ién en la concepc ión utópica del hombre corn o "sa nto" qu e ha
de consu mar la superac ión i n terna de la rea l idad exter na de este
modo insuperable. U na concepción así, m ient ras se m a ntenga en
su bu rda formu lación origi na r ia, se destruye a s í m isma en cua nto
solución " hu rna n ista" del problema de la hu rna nidad: se ve obl i­
ga da a nega r el ser-hom bre a la g ra n mayoría de los hom bres, y a
exclu i rla de la "sa lva ción"' en la cua 1 la vida del hom bre consigue el
sent ido que le es i naccesible en lo empír ico y el hombre l lega a ser
rea l n1ente hombre. Pero así -au nque sea con los acentos cambia­
dos, con los criterios de va lor i nvert idos y con una subversión de
la composic ión clasista- esa concepción rep roduce la i n hu ma n idad
de la sociedad de c lases en u n plano meta fís ico-rel igioso, en el más
al lá, en la eternidad. Y toda m it i gación de esas ex igencias utópicas
s ign i fica u na adaptac ión a la sociedad exis ten te en cad a caso, como
lo muestra la más e lernenta l consideración h istórica de cu alqu ier
orden monástico, desde la comu n idad de los "sa ntos", por ejemp l o,
hasta la ac tua l situación de las Iglesias como factor de fuerza eco ­
nónl ico-pol ít ica a l lado d e las clases dom i na ntes.
Pero ta mpoco el utopismo "revoluciona rio" de esas concepcio­
nes p uede rebasa r aquel la l im itación intrínseca del "hu man isn10"
ad ia léct ico. Pues ta n1b ién los anabaptistas y demás s ectas análogas
han persist ido en la dup l icidad comentada. Esas sectas ha n dejado,
por u na pa r te, sin toca r la existencia empí r ica dada de los hom­
b res en su estructura objetiva (comu n ismo del mero consu mo), y,
por o t ra pa rte, esperan que la transformación de la rea l idad por
e llas p os t u l ada proceda a pa rtir del desperta r de la interior idad del
hombre, la cu a l sería i ndepend iente de su ser h istór ica mente con­
creto, esta ría completa desde toda la etern idad y tend ría sólo qu e
desperta rse a la v ida, acaso por med i o de la trascendente interven­
c ión de la d iv i n idad. Ta mbién las sectas revoluc iona rias, pues, pa r­
ten de una emp i r icidad estructu ra hnente i n n1 u table y del homb re
como ya ex istente. Se entiende fác i l mente q ue eso es consecuen­
cia de su s it uación h istórica, pero estud i a r esta c i rcu nstancia no
corres pond e a l presente pla ntea m iento. Va l ía la pena deci rlo s i n1-
ple 1 nente porque no es en n1odo a lg u no casua l que p recisamente la
324

rel i g iosidad de l as sectas revoluciona ri a s haya sido l a que ha su rni­


n is t ra do la ideo logía adec u ada pa ra el cap ita l i s n-io en sus fonnas
más p u ras (el i ng lés y e l nor tea mer icano). Pues esa v i nc u l ac i ó n de
u na i n ter ior idad p u r i ficada hasta l a rná x i n1a a bs t racc ión, l iberada
de todo rasgo de "cr ia t u ra", con u n a fi losofía t ra scendente de la h is­
tor ia, cor responde efect iva n1ente a la est r u c t u ra i deológ ica b á s ica
del cap i ta l i s n10. Pod r ía i nc l u so dec i rse q ue la v i nc u l ac ión ca lv i n is­
ta -ta n1b ién revolucion a r ia- de la ét ica i nd iv id u a l del t r iu n fo (la
ascét ica i n t ra 1nu nda na) con la t ra scendenc ia comp leta de los pode­
res objet ivos de n1ov i n1 iento del n1 u nd o y la con fi g u rac ión material
del dest i no del hornbre (Deu s a bscon d i t u s y p redes t i nac ión), repre­
senta rn i to lóg ica mente, p ero con p u reza de la borator i o, la est ru c­
t u ra b u rguesa, de cosa-en-sí, de la conc ie nc ia cos i ficada . 1 82 E n la s
sectas revoluc iona r i as act ivas p uede ocu r r i r q u e l a act i v idad de u n
M ü n zer, por eje1nplo, esconda a p r i n1era v is ta l a du p l i c i dad exis­
ten te e i nsuperab le, y la heterogénea 1nezc l a s i n frag ua r de e1npi­
r isrno y u top is1no. Pero s i se cons i d era n l a s cosas atenta n1ente y se
es t u d ia con deta l le el concreto efecto de l a fu nda mentación u tóp ico­
rel i g i osa de la doct r ina en sus consecu enc ias p ráct ica s en la activ i­
dad de Mü nzer, se desc u br i rá ent re a n1 ba s el n1 i s n1 0 "espa c io oscu­
ro y vacío", el rn ismo h i at u s i rrat iona l i s que se encuentra por todas
pa r tes cua ndo u na u topía s ubjet iva y, por lo ta nto, ad ia l éct ica, se
e n f renta i n med iata1nente con l a rea l idad h is tór ica con la i n ten­
c ión de i n flu i r en ésta y tra ns fo r n1a rl a . Las acc iones rea les apare­
cen entonces -precisa mente en su sen t ido objet i vo revo l u cionario­
cas i co1np leta 1nente i ndepend ientes de l a u to p ía rel i g iosa; ésta no
con s i g ue d i r ig i rlas rea l tnente n i ofrecerles fi na l idades conc retas
o rned ios de rea l ización conc retos . Por eso c u a ndo E r n s t B loch183
c ree descu b r i r en esa v i ncu l ac ió n de lo re l ig ioso con el e l ernento

•�2C fr. los e n s ayos de Max Weber en el vo l. l de s u Sociolvg ín de la religió n,


p a ra l a est i n1ac i ó n de c uyo m ater i a l fá ct ico es d e l todo i nd i fe re n te el que
se co i nc id a o no co n su i n te r p reta c i ó n cau s a l . Acerca d e la co n e x i ó n en tre
cap i ta l ismo y ca l v i ni s n10, c f r. ta n1b i é n l as obse r va c i o n es de Engc l s " Über
l1 isto rische 11 Mate rialismus" lSob rl.. e l n1a te r i a l i snw h i stó r ico ], Ne w: Zcit , X l,
1
1,43. Esta es t r u ct u ra de ser v ét ica se rn a nt i e n e a li n e n el s i sten1a de Ka nt.
C fr. e l paso de l a Crítica de In mzó 11 p ráct ica, 1 20, q ue pa rece eco de l a ética
./

1
1
ca l v i n i s t a dt� la ga na nc i a a l es t i lo de f ra n k l i n . El a n á l is i s de la p ro fu n d i­
dad de es te pa re ntesco nos a l e j a r ía de n1asiado d e n uest rn ten1 a .
u·�·'Tlw mns M ii nze t� 73 s s .

1
_l_
í
325

revo ] u c i o n a r i o económ ico soc i a l u na v ía de p rofu nd i zación d e l


ma te r i a l is m o h i s tór ico " mera m e nte econórn ico'', está p a s a n d o por
a lto que su profu nd i zación rna r ra pr e cis a m ente la profu nd idad
re a l del r11ateria l i s1no h is t ór i c o. A l concebi r él ta mb ién lo econó­
m ico c o r no cos e i d a d obje t i v a a la que hay q u e con t ra poner lo a n í­
m ico, l a i n te ri o r idad 1 etc., Bloch ignora que p re c is a me nt e la r evo ­
l u c ió n soc ia l rea l no p ue d e ser s i no la tra nsfo r n1ación de la v ida
co ncreta y rea l de los hon1bres, y que lo que suele l l a n1a rse econo­
m ía no es más que e] si s tern a de las forn1 a s de objetiv idad de esa
vida rea l . La s sectas revoluciona r ias ten ía n que ignora r esta cues­
tión porque d icha tra nsforn1ac ión de la v id a, e i ncl uso este pla n­
tea rn iento p r ob l en1át ico era n cosas o bje t i v a m ente i rn pos i bles e n su
situació n h istórica . Y no tiene se n t id o i nte r pr e ta r con10 profu nd i­
zación esa su debi li dad, esa su i ncapacidad de desc u b r i r el pu nto
arqu i méd ico de la transformación d e la rea l i dad, la const r icción en
que estaba n de a fe r ra rs e a cosas s i tuada s por enc i n1a d e dicho p u n­
to o po r d eb aj o de é l .
E l i n d i v i d uo no pu e d e ser nu nca med ida d e to d a s l a s cosas; por­
q u e e l i nd i v iduo se en frenta necesa r i a mente con l a rea l i d a d o bje t i ­
va como con u n co m p l ej o de cosas r ígidas que enc u en t ra ya dadas
e i nm u tab l e s y r e sp e c to de las cua les no pu e d e l l ega r rná s que a
j u i c ios s u bje t i v os de ac e ptac i ó n o de recusación. Sólo la cl ase (no la
"e sp e c i e", que no es más que un i nd i v iduo m itolog izado, c o nt em ­
pla t iva rnente e st i l i z a d o) cons ig u e refer i rs e de u n rnodo p ráctico y
t ra n sfo r n1 a do r a la tota l idad de la r e a l i d a d . Y e s o sólo si es cap a z
d e v e r en la o b j e t i v id a d cosi ficada del mu ndo dado y pr ev i o u n
p roceso que es a l m isn10 t ie n1 p o s u dest i no. Pa ra el i nd iv iduo s e
n1 a n ti e n e i n s u perable l a cos e i d a d y1 con el l a, e l d ete rn1 i n i s m o (e l
deter m i n i s n10 es la v i ncu lación de las cosas que resu lta necesa r ia
p a ra e l pensa n1 iento). To d o i ntento de abri rse paso desde a h í haci a
la " l ib erta d " t i e ne qu e fraca sa r, p o r q u e l a p u ra " l i b e r t a d i n te r i or"
p res u p o n e la i n rn u ta b i l i d a d del m u n d o ex terno. Por e s o t a n1 p o co
la esc i sión de l yo en ser y deber-ser, en yo e m p í r i c o y yo i n tel ig i b le,
p u e d e fu nda r u n deven i r dia léc t ico para el s u j e t o i nd i v idua l a i s­
lado. La c u es t ión de l n1u ndo externo y, c o n e l l a, la d e la es t r uc t u ­
ra del mu ndo externo (d e l as cosas), se s ost i e n e en l a ca tego r ía d e l
yo emp í r i c o pa ra el c u a l está n v ige n tes, i g ua l q u e p a ra el m u n d o
ex te r n o en sen t ido est r icto, ps icológica, fis io lóg ica n1ente, etc., l a s
leyes del d e te r rn i n i s 1no d e l a s cosas. E l y o i nte l i g i b l e se conv i e r te e n

1
!

L
326

idea t rascendente (con i ndep endencia de que se i n ter prete cor n o s er


meta fís ico o como deber-ser), cuya esencia excluye u na i nteracción
dia léctica con los elementos emp íricos del yo y, por lo tanto, el auto­
conoci n1iento del yo i ntel igible en el emp í rico. La acción de un a
idea así en la en1p i r icidad con el la coord i nada presenta el m i s mo
ca rácter enigmático que antes indica mos a propósito de la rela ció n
entre ser y deber-ser en genera l.
Pero con esa observación se acla ra al m i smo t ien1po por q ué
toda concepción de esa nat u ra leza ha ten ido que desembocar en
la m íst ica, en la nl itología del concepto. Pues la mitología se i ncoa
siempre que dos pu ntos fi na les o, p or lo menos, dos eta pas de un
mov in1 iento -ya sea éste u n mov i m i ento en la rea lidad emp ír ica
misn1a, ya sea u n mov i m iento i ntelect ua l i nd i recta mente med iado
pa ra la captación del todo- t ienen que fija rse con10 puntos ex t remos
del mov i miento s i n que sea pos i b le ha l la r la n1ed iación conc reta
ent re dichos pu ntos o etapas y el m o v i m i e n to m i s mo. Esta inca ­
pacidad cob ra entonces casi siem pre la a pa r iencia de que la d is­
ta ncia entre el mov im iento y lo mov ido, el mov im iento y el motor,
entre el motor y lo mov ido, etc., fuera i nsa lvab l e. La m i tología asu-
1ne i nev itablemente la estructu ra objet iva del p roblema cuya inde­
duc ib i l idad ha s ido ocas ión de su génes i s; en este p u nto se con­
firma la crít ica "a ntropológ ica" de Feuerbach . Y así se p roduce la
situación, a p ri n1era v ista pa radój ica, de que ese modo p royectado,
rn i to log i zado, pa rece esta r más cerca de l a concienc ia que la rea l i ­
dad i n 1ned iata. Pero la pa radoja se resu elve en cua nto se considera
que pa ra dom inar rea l mente la rea lidad i n 1ned iata es i mpresc i n­
dib le la resolución del prob l e n1 a el aba ndono del pu nto de v ista
,

de la i n med iatez, m ientras qu e la n1 i tolog ía no representa s ino la


reproducción fantástica de la irresolu bilidad del p ro b l cnza mismo, con lo
que res tablece la i n n1ed ia tez a u n n i vel superior. Y as í el des i erto
del Maestro Eckha rt, al que t i en e que d i r i g i r se el a l n1a m á s al l á de
D ios para ha l la r a D ios, está n1ás cerca del a l n1 a i nd i v id u a l a is l ad a
que su mismo ser concreto en la co nc r e ta tota l id a d de u na soci edad
hu n1 a n a la cual resu lta rá i nev i ta b l ernente i naccesi b le, i nv i s i b le en
,

sus contornos, pa r tiendo de ese f u n d a n1 e n t o vita l . Y así t a n1b i én


el deter m i n ismo cósico, rob ustan1 e n te cau sa l, está más cerca de y
es más obv io para el hom b re cos i fi ca d o que las med i ac io nes q u e
c o n d uce n más a l lá d el p u nto d e v i sta i n n1 ed i a to y cos i ficado de
su ser soc i a l. E l h o n1 b re i nd i v i d u a l to 1n a do co n1 0 med ida de tod as
327

la s cosas tiene necesa ria mente que conduc i r a este l aberin to de la


m itología.
Pese a lo cua l el "indeterm i n is mo" no rep resenta, obv ia men te,
d es de el pu nto de v ista del i nd iv iduo, n i ng u na soluc ión de la d i fi­
c u l tad. E l i ndeterrn i n ismo de los p rag n1atistas modernos no fue
i nici a l men te más que un cá lcu lo del ma rgen "l ibre'' que pueden
o fr ecer a l i nd iv iduo en la sociedad cap ita l i sta el cruce y la irrac io­
na l idad de las leyes de las cosas, pa ra desemboca r luego en u n n1 is­
ticismo i nt u it ivo que respeta í nteg ran1ente, pa ra el cos i ficado mu n­
do ex terno, u n fata l ismo pleno. Y la sub levac ión "hu ma n ista" de
Jacob i contra el imperio ka ntia no y fichtea no de la " ley", su postu la­
ción de que " la ley es pa ra el hom bre, y no el hombre pa ra la ley", no
consigue ta mpoco poner en el luga r de i ntangibi l idad raciona l i sta
de lo dado, que sost iene Kant, má s que la g lo r i ficación i rraciona l de
esa rn isma rea l idad emp írica, mera mente fáct ica .184
Pero cua ndo u na concepción bás ica de esa natu ra leza se or ien­
ta concientemente a la tra nsformac ión de la soc iedad, se ve obl i­
gada -lo cua l es todav ía peor- a desfig u ra r la rea l idad socia l con
objeto de poder mostra r en sus formas a pa riencia les los aspectos
pos it ivos, el hom b re rea l q ue ha s ido i ncapaz de descubr ir con10
inomento d ia léct ico en su nega tiv idad i n n1ed iata. Como ejemplo de
los más crasos aduci remos aqu í el conoc ido paso del Bastiat-Schulze
de Lassa l le:185

1��obras, I l l, 37-38 . A lo que hay que a ñad i r que en su texto resuena u na


cierta nosta lgia -i rrelevante aqu í- de for mas de sociedad más primit ivas.
C fr. la c r ítica de Hegel, metód icamente acertada en lo negat ivo, en G lnuben
und Wisse n [Creer y saber], Obras I, 105 ss., c uyas consecuencias posit ivas,
empero, concluyen en lo m ismo.
t H 5 Q b ms, ed. Cassi rer, V. 275 -276. Con esta a m pl iación ju ríd ico-natu ra 1 is ta
de la idea del Estado, Lassa l le se encuentra plenamente en u n terreno bur­
g ués, como lo muest ran sólo el desa rro l lo de a lg u nas doct r i nas iusnatu­
ra l istas q ue ded ucen precisa mente de l as ideas de " l ibertad" y de "d ig­
n i d ad h u ma na" la i nad misib i l idad de todo mov i n1 iento orga nizado del
pro leta ri ado (cfr.,. por ejemplo, sobre el derec ho nat u ra l a mericano, Max
Weber, Wirtschaft und Gesellschaft [ Economía y sociedad, 497 ). Pero tam­
b ién e l c í n ico fu ndador de la escuela histórica de l derecho, C . Hugo, l lega
a u na const r ucción pa recida pa ra proba r algo soc i a l n'lente co ntrapuesto a
lo q ue qu iere fu nda menta r Lassa l le: a la idea de que so n posi b les derechos
q u e h aga n del hombre u na mercancía s i n que po r el lo s e dest r u y a en o t ros
328

" No hay n i ng u na sal ida de esa s i t uación so ci a l por vías sociales . Los vanos
i ntentos que hace La cosa de p resenta rse coni.o horn/1re son las huelgas i ngle­
sas, c uyo t r iste res u l t a d o es co noc ido. La ú n ica salida para
e l t rabajador tie­
ne que d iscu r r i r, p ues po r la esfera de n tro de la cual los trabajado res sig uen

va l iendo como hombres, o sea, el Estado, u n Es ta d o que q u iera hacer de ello


ta rea suya, lo cua l es a la l a rga i nev i table. De aqu í e l o d i o insti nt ivo, pero
i l i m itado, de l a b u rg uesía l ibera l a l co ncepto de Estado nl i s rno e n todas
s u s rna ni fes tac iones."

Lo que nos i nteresa aqu í no es l a fa lsedad 1na teria l h istór ic a de


l a s concepc iones de La ssa l l e, s i no reg ist ra r desde el p u nto de v is ta
del n1étodo que la sepa rac ión a bs t racta y absolu ta en t re econo m ía y
Esta do, l a r íg ida com p re n s ió n d e l horn b re con10 cosa en u n la do y
como hon1 b re en l a o t ra, es, e n p r i 1ner l uga r, or igen de u n fata l i s mo
que se queda p reso e n l a fact ic idad emp í r ica i n med iata (pié ns es e
en l a la ssa l lea na " ley de b ronce d e l sa l a r i o" ); y, en segu ndo l ugar,
a t r i b uye a l a "idea" del Estado, p lena 1n e n te des p rend ida del desa­
r ro l lo econón1 ico cap ita l i s ta, u na fu nc ión co1n p l e ta mente u tópica y
con1 pleta rnente ajena a s u esenc i a conc reta . Con eso se cierra metó­
d ica n1ente el can1 i no a toda acc ión or ienta d a a t ra nsfo r n1 a r la rea­
l idad. Ya l a desmem b ra c ión n1ecá n ica de econon1 ía y p ol ít ica t ie­
ne que i n1pos ib i l ita r todo hacer rea l tne n te e ficaz, el cua l t iene que
o r ienta rse a la tota l idad de la soc ieda d, basada en la i nteracción
i n i nter r u n1p ida de a 1nbos n1on1e ntos en cond iciona 1n iento rec ípro­
co. E l fata l is mo económ ico i 1n p ed i rá a demás tod a acc ión efica z en
el ter reno econón1 ico, n1 i e n t ra s que e l u to p i s n10 estat ista tenderá en
e l sent i do de la ex pectat iva m i lag rera o de la avent u rera pol ít ica de
i lu s io nes.
Esa descon1posic ión de la u n i dad p ráctico-d i a l éc t ica en u na
i no rgá n ica y u x ta p os ic ió n de e 1n p i r i s n10 y u top is1no, de ad hes ión
l itera l a los " hechos" (en su i ns u perada i n tned i atez) e i l u sionismo
vacío aje no a l p resente y a la h i sto r i a, se a p rec ia cada vez 1nás en el
d esa r rol l o de la soci a lde n1ocrac i a . Sólo va n1os a a tender a el l a desde
e l pu nto de v ista metód ico de l a cosi ficac ión, con objeto de rnost rar
b reve1nente que en ese co1n p o r ta 1n i e n to --por rnu y "soc ia l ista'' que
s ea el ropaje de s u s conten idos- se esco nde u n a cap i t u l ac ión com­
p leta a nte la b u rg u es ía . Pues co r res po nde p l e na 1nente a los i ntere­
ses de c lase de l a b u rg ues ía e l se p a ra r y fija r en 1nera y u x ta p osic i ó n

ter renos su "d ig n id a d h u ma na". Nn t u rrec/1 1 { De recho n at u ra l ) , § 1 44.


rr·
!

32 9

las d i ve rs a s esferas de la ex i s ten c i a soc i a l y el fragn-¡ e n ta r a los hom­


bres en exac ta corres pondenc ia con aq uel l a s taja n tes sepa raci ones.
En pa r t icu la r, la destacada dua l idad de fa ta l i s m o econórn ico y u to­
p is 1no "ét i co" resp ec to de las fu nc iones " h u ma nas" del Esta do (q u e,
fu nda n1entado con ot ra s pa la b ra s d i st i n tas de l a s de La ssa l le, pero
de modo esenc i a hn e n te i dé n tico, s u byace a l com p orta n1 iento de l a
soc ia l de1nocracia) s ig n i fica q u e e l p role ta r i ado s e s i t ú a en e l terre­
no de las concepc iones bu rgu esas; y, corno e s na t u ra l, en ese ter re ­
no l a b u rg u es ía t ie ne q u e p reserva r su s u p e r i o r idad.16<> E l pel igro

a l q u e el p ro l eta r ia do se encontró ex p u es to i ncesa n temente desde


su a pa r i c i ón h is tó r i ca -el que se detuv iera en la i n n1ed i a tez de su
ex i s te nc i a, compa r t ida con la bu rg uesía- cob ra con la soc ia ldemo ­
crac ia u na for ma de o rga n i zac i ón pol ít ica q u e el i n1 i na a rt i fic ia l­
ni.enle l a s n1ed i ac i o nes laborios a n1ente conseg u i da s, con objeto de
reconduc i r a l pro l e t a riado a su ex i s te nc i a i n n1ed i a ta , en la cu a l es
1nero elen1 ento de l a soc ied ad cap i ta 1 i s la y no, al n z ismo tiempo que
eso, rnotor de la a u tod i solución y des t r ucc i ón de é s t a. Au nqu e esta s
" l eyes" a las que el p roleta r iado t i en e q u e someterse ento nces fata­
l íst ica n1 e nte, s i n vol u ntad ( las l eyes natu ra les d e la producc ión) o
qu e t iene que a su m i r "'ét ica 1nente" en s u volu n ta d (el estado con10
i dea, con10 va lor c u ltu ra l), t iend a n, por su d ia l éc t i ca objet i va -i na­
si ble pa ra la conc ienci a cosi ficada- a la r u i n a del cap i ta l i s ino,187 s i n
e1n ba rgo, n1 ien t ra s éste subsista, u na ta l concepc ió n d e l a soci edad
co rresponde a los i ntereses e le1nenta les de c l a s e de la b u rg u es ía . Esa
fonna de l l eva r a conc ienc i a las con ex i ones pa rc i a l es i n ma nentes
de d i cha ex i s tenc ia i n n1ed i a ta (por 1nu c hos p rob l ernil s i r resol u bles
q u e queden por debajo de esas abs t ra c ta s fo r n1a s de l a reflex i ón),
ocu l ta ndo a l ni. i s1no t ien1 po la conex ión tota l u n i ta r ia y d i a l éc t i ­
ca, no ofrece 1ná s que ventajas p ráct ica s a l a b u rg u es ía . Por eso la
soc i a ldernoc raci a es s ien1pre la pa rte n1á s déb i 1 en ese terreno q ue

!�t-.c fr. e l a rt ícu lo "Co ncienc i a de c l ase".


1�/ En el n uevo esc r i to pro g ra m á t i co de Ka utsky se L" nc u e nt ra n esa s co n cep·­
c io nes e n estado p u ro. Ya la ríg ida sepa rac ión n1ccá n i ca de pol ít ica y eco ­
n o m í a n1 Ltest ra a l s u ceso r d e los e r ro res d e Lassa l l e . S u co ncepció n d e l a
dernocra c i a es t a n conoci d a q u e no va le l a pena a n a l i í'a ri a aqu í . Y, por
lt) q u e hace al fata l i smo <..' co nóm. i co e s ca ract<..• r íst ico q ue, i nc luso c u a ndo
reco noce la i m posib i l id ad de l a p rec i s ió n co ncreta del fon ú m e no t..' co n ó ­
m i co de l a c r i s i s, K au tsky co n s idere tnetód icamente obv io q u e e l dt."c u rso
de l a nüstna p roced e seg ú n l '-1 s l eyes de la econo rn í a ca p i ta l i s t a .
330

el la m isma ha eleg ido. No sólo porqu e renu ncia volu nta r ia m e n te


a l momento de vocaci ó n h istórica del p roleta r iado, q u e co ns i s t e en
mostra r u na salida de las di ficu l tades d e l cap ita l is mo i r r e s o l u b l es
,

pa ra la bu rguesía, y se l i m i ta a contem p l a r con fata l i s mo có m o l as


" leyes" del cap ita l ismo l leva n la sociedad a l a b i smo, s i no ta mb i én
porque ya en cada cuest ión pa rt icu l a r t iene que darse por ve nc i d a .
Pues frente a la superior idad de med ios de poder, de conoc i miento,
cu ltu ra, ruti na, etc., que detenta si n duda la b u rg uesía y detentará
m ientras siga siendo la c lase don1 i na nte, el a rma decisiva, la ú n ica
superioridad rea l del proleta riado es su capacidad de ver la socie­
dad como tota l idad h i stóri c a concreta, la capac idad de entender las
forn1as cosi ficadas con10 p rocesos entre los homb res, la capacidad
de l leva r positivan1ente a conciencia y de t ras poner a la p rác t ica el
sentido i n ma nente del desa rrol lo, rna n i fiesto sólo nega t iva men te
en las cont rad iccio n es de la for ma abstracta de la ex i s te nc ia. Con
la ideología socia ldemócrata, el proleta r iado suc u n1 b e a todas l as
anti nomias de la cos i ficación a ntes deta l lada m en te a na l i za das. El
hecho de que prec isa mente en esa ideo log ía desempeñe una fu n­
c ión cada vez más i ntensa el princ i p io del " hombre" como va lor ,

como idea l, como deber-ser, etc. -au nque, a l mismo tie mp o, con una
creciente "comprens ión" de l a necesid ad y l a le g a lidad del p roceso
económico fáctico- no es más que u n sí ntoma de esa reca ída en la
i n mediatez burgue s a cosificada. Pues las leyes natu ra les y el deber­
ser son, p recisa mente en su i nmed iata yu x taposici ó n, l a expresió n
menta l más conse c uente del ser soc ia l i n med iato de l a soc iedad
burguesa.
6

Así pues, si la cos i ficación es la rea l idad i n mediata necesa r ia


para todo hombre que vi va en el ca pi ta l is rno, su s u peración no
p u ede asu m i r más forma que la te11dencia ininterru1npida y s iernpre
renovada a romper p rácticanzen te la es tructura cosificada de la existcll ­
cia mediante una referen cia concreta a las con tradiccion es, con cretamente
manifiestas, del desarrollo gen eral 1nediante la toma de conciencia del sen­
tido i11111anente que tienen esas con tradicciones para el desarrollo gen eral.
A p ropósito de lo c u a l hay que d eja r en c l a ro lo s igu iente: p r i n1ero,
que esa ruptu ra no es pos i b le si no como tom a de conciencia de las
contrad icciones i n ma nentes a l proceso m is n10. Sólo si la conc ienc ia
de l p roleta riado es capaz de ident i fica r el pa so a l qu e objeti v a n'tente
3.1 1

tiende la d ia léct ica del desa rrol lo h istórico (si n ser capa z de da rlo
por su propia d i ná m ica), sóJo en este caso la conc iencia del p role­
ta r ia do l lega a ser conc ienc i a del p roceso m ismo, y el proleta riado
se yergue como su_j eto-objeto idéntico de la historia, y su práctica
es tra nsformación de la rea l idad Si el pro letariado no consig ue da r
ese paso, la contrad icción qued a i r resuelta y es rep roduc ida a más
alta potenc ia, en forma renovada y con creciente i ntensida d por la
mecá n ica d ia léct ica del proceso. En esto consiste la necesidad obje­
t iva del proceso del desa r rol lo h i stór ico. La acción del p roleta r iado
no puede, pues, ser nu nca más que la rea l i zac ión práct ica del paso
sigu ien te 188 del desa rrol lo. E J que ese paso sea "'dec isivo" o "'ep isód i­
co" depende de la s c i rcu nsta ncias conc retas, pero la cuestión no es
de i mporta nc ia cua ndo el tema, con10 en este p u nto, es el conoc i­
m iento de la es tructura, p ues desde ese pu nto de v ista lo que hay
que considera r es el i n inter ru mpido proceso de esos momentos de
ruptu ra.
En segu ndo luga r: en i nd isoluble v i ncu lación con lo v isto está
el hecho de que la relación de tota l idad no tiene por qué exp re­
sa rse med ia nte l a inserc ión conc iente de su riqueza ex tensi va de
contenido en los mot i vos y los objetos de l a acc ión. Lo que i mpor ta
es la intenc ión de total idad, o sea, que la acc ión cu mpla l a fu nción
antes i nd icada en la tota l idad del p roceso. Es verdad que con la
creciente socia l i zación 189 capita l ista de la sociedad a u menta n la
pos ib i l idad y -con el la- la neces idad de i nsertar to do acaec i m iento
singu lar en la tota l idad del conten ido.190 ( La pol ítica mu nd i a l y

18�Es mér ito de Len i n el h aber redesc ub ie r to este as pecto del ma r x ismo
que muest ra el ca m i no hacia l a torna de co nc i e n ci a de su n ú c l e o p ráctico.
Su inv itación, siempre r e p eti d a, a a fe r ra r co n toda ene rg í a el "eslabón
inmed iato" de la cadena h istórica del q ue depende en el m.orncnto d ado
el destino de l a tota 1 id ad, su des p recio de todas las ex igencias utó p icas,
o sea, su "relativ ismo", su "rea l isn10 pol ít ico" s ig n i fica n p recisamente la
actua l ización p ráct ica de las tesis del joven �v1a r x sob re Feuerbach.
L89Sacr istá n traduce "per-sociac ión". H e n1os s i rn p l i ca d o aqu í la ex presión,
au nque va le lo dicho en nota 37 del c a p í t u lo "¿Q u é e s el marx ismo orto ­
doxo?" ( N. d e l E .)
1"'ºSe ent iende a ho ra sin más que la tot a l id ad es u n p r o b le m a catego r i a l, y
precisa mente de l cambio revoluciona r io. Po r eso es o b v io q u e no p o d e n1 os
reconocer como consideración de la to ta l id a d u n t i po de e x a n1c n q ue.. a u n ­
q u e t rate "todos l o s p ro b l emasº ( lo c u a l e s t mpos i b le ya rn a te r i a l n"1<.� n te), s e
332

la econom ía mu nd ia l son hoy for m as d e ex istenc ia m u c h o m á s


i n med i a ta s que en t ie n1pos de M a rx .) Pero esto no s e con tra d i ce
en rr1od o a lg u no con lo d icho, a saber, con el hecho de q u e, a pesar
d e todo, e l momento dec is i vo de la acción puede o r ienta rse ha c ia
a lgo a pa rentemen te s i n i n-t po rta nc ia rnayor. Pue s a q u í s e i n1pone
prác t ica rnente la c i rcu nstancia de q ue en la tota l id a d d ia l éc t ica los
mom entos s i ng u la res p rese n ta n en s í m is n1os la est ructu ra del to d o.
Y s i, en el terreno de la teor ía, esta c i rc u nsta nc i a s e m a n i fes ta b a '

por ejen1 plo, en la pos i b i l i d ad de d es a r rol la r el conoc i m ie nto de


l a e ntera sociedad b u rg uesa pa r t iendo de la est ru c t u ra de l a
merca nc ía, a hora esa n1 i s n1a c i rc u nsta nc i a est ructu ra l se rna n i fie s ta
práct ica rnente en el hec ho de q ue el des t i no de todo u n desa r ro l lo
p uede depender de l a d ec is ión ton1 a da a p ropós i to de u na oca s ió n
de i n1portancia apa ren ternente m í n i 1na .
Tercero: por todo eso i n1porta n1u c ho, a l est i rn a r la verdad o la
fa lsedad de cua lqu ier paso, tene r en c uenta s u ve rd a d o su fa lsedad
fu nciona les respec to a l desa r rol lo tota l . El pensa n1 iento p roleta r io
es, en cua nto pensa m iento p ráct ico, su m a mente p rag m á t ico. "The
proof of tbe pudd i ng is i n t he ea t i ng" (" la p ru eba d e l fla n se t iene
com ié ndolo" ), d ice E nge l s pa ra exp resa r, con p o p u l a r d ra st ic i d ad,
la ese nc i a de la seg u nd a tes i s de Ma rx sob re Feu e rbach,

" La c uest ión de s i e l pensa rn i cnto hu nla no co ns ig ue ve rdad o b j e t iva no e s


u na c u est ió n de la teo r ía, s i no de la p ráctica. En la p rá c t i ca t iene que p ro­
ba r el ho mb re la verdad, esto es, l a r e a l idad y el pode r, l a tnu nda n id ad de
s u pensa m iento. La pug na acerca de la rea l i dad o i r rea l id ad de u n pensa­

n1 icnto que se a ís le de l a p ráct i ca es u n a c u e s t i 6 n p u ra tnente esco lást ica ."

Pero el fl a n en c ues t ión es la con s t it ución del p roleta r i ado en


cla se, el deven i r s u conc ienc ia de c l ase u na rea l id a d p rác t ica . E l
p u n to d e v i s ta seg ú n el c u a l e l p roleta r iado e s e l s ujeto -obj e to i d én­
t ico del p roceso h i stó r ico, o sea, el p r i n1er sujeto q u e en e l cu rso de
l a h is to r ia es ca pa z de u na a dec u a da concienc ia soc i a 1 (obj e t i va -
1nente), apa rece a s í de u na for n1a concreta . Pues con eso s e a p recia
qu e J a soluc ión soc ia 1 objet iva de las co ntrad icc ion es e n l as c u a les
se tna n i fiesta el a ntagon i s rno de l a rnecá n ica del desa r rol lo n o es

n1a ntcnga en lo con ten1plat i vo. Esto s e refiere pri nc i pa l n1ente a la co nce p ­
c ió n soc i a lden1óc rata d e l a h i s to r i a, c uya º r i q ueza de� co nte n ido" t ie nde
s ie1np re a desv ia r de la acc ión so c i a l .
333

p ráct ica mente pos i b l e niá s q u e s i l a so l u c i ón se p resenta corno u n


n u evo esta d io de conc ienc i a, prá c t ica n1en te con seg u i do, del p role­
t a r ia do. 1 9 1 La verdad o l a fa lseda d fu nciona les de la a cc ió n t iene,
p u es, su c r i te r io ú l t i rno en el desa r ro l lo de la conci encia p ro leta r i a
d e c la se.
La esenc ia errl i ne n t ernente p rá c t i c a de esa conc ienc i a se nla n i ­
fiesta, p u es -y éste es e l c u a r to pu n to d ig no d e con s i dera c i ó n- e n
e l hecho d e q ue l a conciencia co rrecta, l a conc i enci a adec u ada, s i g­
n i fica u na a l te rac i ó n de s u s o b j e t o s, y, a nte to do, de s í m i s 1na. E n
l a s e g u nd a secc ión de este estud io he mos d i s cu tid o l a a c ti t ud d e
Ka n t respecto de l a d e n1 os t ra c ión on t o l ó g ica de l a e x i s tenc i a de
D ios, o sea, res pec to del p rob lc n1 a de las relac iones ent re el ser y
el pensa rn i ento, y h e mos reco r d a do su tes i s, n1 uy c o n s ecu e n te, de
que s i e l ser fu e ra rea l rn en te u n p red ic a d o, "yo no p o d r í a dec i r que
ex i s ta el obj eto de n1 i concep to". E ra m uy con sec u e n te por pa rte
de Ka n t el rec u sa r eso. Pero s i con1 p rend e n1 os q ue d esde el p u n­
to de v is ta del p ro l e ta r i a d o la r e a l idad e rn p í rica rnente d a da d e l a s
cosa s se d isue l v e e n p rocesos y tenden c ias, y q u e el p roceso no es
u n acto ú n ico de desga r ra rn ien to del ve lo qu e l o rec u b re, s i no e l
ca rnb io i n i n te r ru n1 p ido y a lter na n te d e c r i s ta l i za c ió n, co n t rad i c­
c i ó n y fl u i d i fi c a ci ó n , y q u e l a v er d adera rea 1 i dad -las tendenc i a s
del des a r r o l lo des p e r tadas a conc i e n c i a- e s l a rep resentada por e l
p ro le ta r ia do, en t o n c e s ten d ren1os q u e ad n1 i t i r si n nl ás qu e esa fra se
a pa rente n1en t e pa rad ó j i ca de Ka nt es u na e x acta desc r i pc ión de lo
qu e ocu r re a consecuenc i a de toda acc ión fu nc iona l tne n te cor recta
del p r o leta r iado.
S ó lo esa con1p rens ión nos pe r rn i te penetra r el ú l t i n1 0 resto de
la cosi ficada es t r u c t u ra de la conc i e n c i a y de su for ma nlenta l,
el p ro b l e 1n a de la cosa-en-s í . El n1 i s 1no Fr i ed rich E ngels se h a
e x p resado u na vez a l res pec to e n fo nn a a l go equ ívoca .192 D ice, e n
e fec t o, a l desc r i b i r l a c o n t r a pos i c i ó n q u e l e h a sep a ra do a él n1 i sn10
y a Ma rx de la esc u e l a h e g e l i a n a : " No s o t ros enten d i n1os de nu evo
los concep tos de n u es t ra ca beza d(.� un rn odo 1n at e r i a l i s ta, co n1 0
refi g u rac iones de las cosas rea les, e n vez de en tende r las cos as r e a l e s
corno r e p rodu c c ion e s d e ta l o cua l estad io del concepto a bsolu to''.

191C fr. el a r t ícu lo "Ob5e r v ac i oncs de tné todo a p ro pós i to del p rob l e m a de
l a orga n i zació n".
¡�2Feuerlmch ( Lud w ig Fc u c rh a c h y el fi na l d e l é1 filoso fía c l á s i ca a lern a n a J ,
38 -39. [ E nge l s, "' Lu d w i g Fe ul' rbac h . . . '', op. cit ., p. 49. ( N . ti l� I E .) )
334

Pero eso sug iere u na p regu nta, y E ngels la formula y la co ntesta en


l a pági na s igu iente con perfec ta coi nc idencia con nuestra i nt en ció n :
"que e l mundo no debe entenderse con10 u n complejo de cosas
conso lidada s y l istas, s i no como u n com plejo de procesos". Pe ro, si
no hay cosas, ¿qué es lo que "refig u ra" el pensa m iento? Es i mposible
d a r aqu í, n i siqu iera a lusiva n1ente, u n resu men de la h is toria de la
teoría del reflejo, au nque sólo eso sería su ficiente pa ra poner de
ma n i fiesto todo el a lca nce de este problem a . Pues en la doctr i na del
"reflejo" se objet iva teorét ica mente la dua l ida d, i nsuperab le p ara
la concienci a cos i ficada, del pensa m iento y el ser, la conc iencia y la
rea l idad. Y desde este punto de vista es igu a l que las cosas se conci­
ba n como reproducc iones de los concep tos o los conceptos como
rep roducc iones de las cosas, pues en a mbos casos la dual idad cobra
u na fijación lóg ica i nsupera b le. El i ntento de Ka nt, muy generoso y
consecuente, de supera r Lógicanzente esa dua 1 idad -o sea, la teor ía de
l a fu nción s i ntét ica de la concienc ia en genera l en la producc ión de
la esfera teorética- no p udo apor ta r n ing u na solución filosófica del
p roblema porque la dua l idad se el i m i naba con e l l a sólo de la lógica,
pero en la forma de u na dua l idad entre el fenómeno y la cosa-en­
sí, etern i zá ndose como i rresoluble problema fi losófico. La suerte de
su doctrina muestra que es i mpos ible cons idera r esa solución de
Ka nt como sol uc ión en sent ido fi losófico. Por s u p uesto q ue es u na
i ncomprensión de la ep istemolog ía ka nt iana el i nterpreta rla como
escept icismo o a g nosticismo. Pero u na ra íz de esa i ncomprensión
se encuentra rea l mente en la doc tr ina n1 isma, si no i nmed iata mente
en l a lógica, sí a l menos en la relac ión entre la lógica y la meta física,
en l a relación del pensa m iento a l ser. En este p u nto ha y que
d arse cuenta de que todo comporta m iento contemplativo, todo
"pensa m iento pu ro" ha de ponerse, por su "pu reza", como tarea
el conoc i m iento de u n objeto q ue se le cont rapone tota l mente, con
l a que plantea el p rob lema de la subj e t iv idad y l a objetiv idad. E l
objeto del pensa m i ento (entend ido con10 a lgo contrapuesto a éste)
es así a lgo ajeno a l s ujeto, y eso es lo que p l a ntea el problema de si
el pens a m iento conc uerda con el objeto. Cua nto más "p ura men te"
se elabore el ca rácter cog nosci t i vo del pensa m iento, cua nto
más "cr ít ico" se haga el pensa n1 iento, ta nto mayor e i ns upera b le
pa recerá el ab isn10 entre la fo rma "subjet iva" del pensa m iento y l a
objet ividad del objeto "ex istente", Pero es pos i ble -como e n el caso
de Ka nt- entender que el objeto del pensa m iento está "prod uc ido"
r''
335

p or las for mas del pensa m iento. Eso no resuelve el prob lema del
ser, y a l el i m i na r Ka n t ese p roblen1a de la teoría del conoc i m iento�
se plantea pa ra él la sigu iente s ituac ión fi losófica: ta mb ién sus
objetos pensados t ienen que concord a r con a lg u na "rea l idad". Pero
esta rea l idad se sit úa, como cosa en-s í, fu era de lo "cr ít ica mente"
cognoscible. Res pecto de esta rea l idad (q ue i nc luso para Kan t,
con10 lo pr ueba su ét ica, es la rea l i dad prop ia mente d icha, la
rea l idad meta fís ica) su acti tud es al fina l la del escepticismo o el
agnost icismo, por poco escépt ica que haya s ido la sol uc ión dada
al p roblema de la objet i v i dad epistemológ ica, a la doctri na de la
verdad i n ma nente al pensa 1n iento.
Por eso no es p u ra n1en te casua l que las corrientes agnóst ica s n1ás
d iversas haya n pod i do en laza r con Ka nt (p iénsese en Ma i món ides
o en Schopen hau er). Pero todav ía lo es n1enos el que fuera Kan t
p recisa mente e l p r i n1ero en reintroduci r en l a fi losofía u n p r i nc i­
p io que se encuentra en la n1ás taja nte contraposición con su prop io
pri ncip io sintético de la producc ión, a saber, la doctr i na platón ica de
las i deas. Pues esta doctr i na es el extremo i ntento de salva r la obje­
tividad del pensa m ien to, su concord a ncia con su objeto, s i n tener
que b usca r el c riter io de l a concorda nc ia en el ser emp ír ico n1ater i a l
d e los objetos. Pero esta rá cla ro que e n toda elaboración consecuen­
te de la doc t r i na p latón ica de las ideas hay que i nd ica r u n p r i ncip io
qu e enlace, por una pa rte, el pensa m iento con los objetos del mu n­
do idea l y, por otra, este n1u ndo idea l con los objetos de la existen­
cia emp í r ica (an á ni. nesis, i ntu ic ión i ntelec t u a l, etc.). Mas con eso la
teoría del pensa m iento se ernpuja hasta más a l lá del pensa nl iento
mismo, y se conv ierte en u na doct r i na del al ma, en meta física, en
fi losofía de la h i storia. As í se tiene, en vez de la soluc ión, u na du p l i­
cación o u na tripl icac ión del prob lema. Y el prob lema m i s mo que­
da, a pesar de todo, s i n resolver. Pues p recisa mente la comprensión
de que la coi ncidenc ia, la relación de "reproducción" ent re forrn as
objet ivas por p r i ncip io heterog éneas es u na i mposib i l idad de p r i n­
c ip io, esa cotnp rensión resu lta ser precisa mente el mot ivo motor de
toda concepc ión a ná loga a la doctri na pla tón i ca de las ideas . Toda
doct r i na así intenta mostrar que en los objetos del pensa m iento y
en el pensa 1n iento m is 1no se t iene como núcleo la n1 i sma esencia­
l idad ú ltima. Así ca racteriza Hegel, '93 inuy rectani.ente desde este

'93 0bras, XI, 1 60.


336

p u n to d e v i s ta, e l n1ot i vo fi l osófico bás ico de la doctr i na p l a t ó n i c a


de la a n á n1 nesis: en e l la se rep resen ta n1 ít ica mente,. seg ú n H ege l, l a
rel ac ió n básica del hon1 b re, e l hecho de q u e ¡' l a verdad yac e e n él
y s e t rata sólo de l l eva r l a a l a conc ienc i a ". Pero, ¿cón10 p u ed e p r o­
ba rse esa i dent idad de la s u sta n c ia ú l t i rna del pen sa rn iento y el ser
u na vez que pensa n1 iento y ser, p o r el n1odo corno t ienen que a p a ­
recer a l pensa m iento con te1n p l a t ivo, pu ra rnente rece p t ivo, se ha n
conceb ido ya con10 heterogéneos p or p r i nci p io? E n este p u n to no
hay más remed i o q u e hacer i nterven i r a l a 1net-a física, con objeto de
volver a u n i fica r de a lg ú n rnodo, 1ned i a n te rned i ac io n es a b ier ta 0
d is i 1n u l ada n1ente n1 i tológ ica s, el pensa n1 iento y e l ser, c uya sepa­
rac ión no es sólo el p u nto de p a rt ida del pensa rn i ento "p u ro", s i n o
que, a den1 á s, se rna nt iene s ien1 p re, con i ntenc ión o s i n e l la, despu és
del p u n to de pa r t ida . Y esta s i t uac ión no se a l te ra en nada cua n do
la n1 i to log ía se i nv i e r te y el pensa rn i en to se i nten ta ex p l ica r a pa rtir
del ser e n1 p í ri co n1a teria l . R icke r t d ijo u na vez que el 1na te r i a l i s­
n10 es u n p l a ton i sn10 con los acentos ca n1bia dos . Con ra zón . Pues
m i ent ras el p ensa n1 iento y e l ser 1na n t i enen su v i eja y r íg i da con­
t raposi c ión, n1 i e nt ra s sig u en s i n 1nu ta r en su p ro pi a est r u c tu ra y en
la es t ru c t u ra de s u s relac iones rec íprocas, la concepción seg ú n la
c u a l el pensa m ien to es u n p rodu c to del cereb ro y, p or ta n to, coi n­
c i dente con los objetos de l a e tn p i r i a, es u na rn i tolog ía exacta rnen­
te igua l q u e la de la a n á rn nes i s y el n1u ndo de l a s ideas. M itolog ía,
p u es es igu a l men te i ncap a z que la o t ra de ex p l ica r a partir de su
p ri11 cip io los p rob lemas esp ecifico� que aqu í a pa recen . Se ve obl iga­
da a deja rl os con10 p rob len1 as i r resu e l tos, o a resolve rlos con los
"v iejos" ined ias, pon iendo la n1 i tolog ía corno p r i nc i p io resol u t ivo
del com p l ejo tota l s i n a na l i za r. 194 Pero, con10 esta rá ya c la ro por lo
aducido ha sta aqu í, es co1n pleta n1 ente i rn pos i ble e l i rn i n a r esa d i fe­
renc i a n1ed i a n te u n p rog reso i ndefi n ido. Por ese p roced i m iento se

14.; E s t a rec u s a c i c) n de l a s i g n i ficació n 1neta f í s i ca d e l m <l te r i a l i sn10 b u rg u és


no a fec.:t él en n a d a <t s u va lorac i ón h i s tó r i ca : él fu e la for n1a i dcológ i cél de l a
revo l uc i ó n b u rg u esa, y s ig u <.' s ie n d o po r e l lo p ráct ic111 1 1c n tc ncl 1 111/ m. i t• n t ra s
l o e s l a revo l u c i ú n b u rg u esa ( i nc l u so co n-lo r no rne n to d e l a n.�vo l u c i ú n p ro ­
l e t a r i a ) . C fr. a l res p e c to m i s a r t ícu los s o b re " M n l esch ott ", " F<.• uerba c h ' ', " E l
a te í srno '', en R o te f'nlwe, B e rl í n ; e s p ec i a hne n t e e l a n 1 p l i < l a r t i c u l o d e l . e n i n
" B a j o l a b a n d e ra d e l m a r x i s 1no " e n P íe ko 1 1 1 11 1 1 l l t i s t i�d1t.: ln te n w t io uale, 1 9 2 2 .
337

t iene u na so lución a pa re n te o se rei n t rod uce en u na for n1 a n ueva l a


i dea d e rep roduc i b i l ida d .19,
E l pu n to que i mpone a l pensa n1 iento ad ia léct ico ese pla n tea-
1n i ento i rresolu ble es p rec i s a n1en te el 111 i s n10 en el cua l se revela pa ra
e l pensa111 i ento h istór ico l a concord a nc i a de pensa m ien to y ser, e l
hecho d e q ue a n1bos son e n l o i n n1ed i a to -y sólo e n la i n med iatez­
de es t ructu ra cósica nll:'nle r íg id a . De esa r íg ida cont ra pos ición entre
p ensa rn iento y ser en1 p í rico se sigue, por u na pa r te, l a i m posi b i l idad
de que estén en u na r<.'lación de rep rod u ci b i l idad rec íproca, pero, por
otra pa rte, que el c r i terio del pensa n1 iento recto no p uede busca rse
1ná s que por el ca n1 i no de re producibi l idad . M ient ra s el homb re se
cornporta de u n n1odo rece p t i vo-conte n1plativo, su relac ión con s u
p ropio pensa n1 iento y con los objetos de l a en1 p i ria q u e le rodea n no
pu ede ser s i no u na relación i n n1ed i a ta. El hon1 b re acepta entonces
a n1bos polos en su fonna consol idada, p roducida por la rea l idad h i s­
tór ica . Y como sólo q u iere conocer el n1 u ndo, no t ra ns fo r n1a rlo, está
obl i gado a acepta r co rno i nev i tables ta n to la rigidez ern pí r ico-n1 a te­
r i a l del ser cua n to la rigidez lóg ica de los concep tos, y s u s pla n tea­
rn ien tos 1n i to lóg icos no se o r ientan en el sen tido de bu sca r el suelo
concreto d el que nac i ó la r ig idez c r i s ta l i za da de esos dos d a tos bási­
cos, ni qué n1omentos rea les contienen e l los n1 i s n1os q ue a p u nten a l a
superac ión de esa r i g i d ez, si n o sólo en el sen t ido de busca r l a ex pl i­
cación de la escl l cia i1 1 m u tada cotno ta l de esos da tos, como i n rnu tados
y a pesa r de todo reu n idos.
La solu c i ón i nd icada por Ma r x en sus tes is sobre Feu erbach es la
t ra ns formac ión de la fi losofía en p ráctica . Pero esa p ract i c i d ad t iene,
con10 he1nos v i sto, s u p res u p u es to y su reverso objeti vo - estructu ra­
les en la concepción de la rea l i dad con10 "complejo de p rocesos", en la
concepci ón de que las ten den c i as del desa r rol lo h i stór ico rep resenta n,

l 'oi� Lask i nt ro d u ce, muy crn1 sec u c n te m e n te, u n a reg i ó n ejen1 p l él r y d i g n a


d e i m i ta c i ó n e n l a lóg i c,1 m i s 1n a . ( La d oc t r i n a d e l j u i c i o.) E� \'L•n.lad q ue
e l i m i ncl c r í t i ca n1e n t e t• l p l a to n i s mo p u ro, l a d u a l i d a d re p ro d u ct i va d e.' i d ea
y rea l i d ad, p e ro l�s ,1 m i s m a d u a l i d a d res u c i t a l u ego en d p l a no l óg i co . [ E n
l as t ra d u cci ones c u b a n ¿l e i ng l escl l a p r i mera o ra c i ó n �e l ee d t.' m od o m u y
d i s t i n to, a u n q ul' e n c i l.' rto modo co i n c i d entes l> n t re s í . L a p r i nwra d i ce:
" M u y lóg i ca 1nente, L a � k i n t ro d tt Cl' e n l a lóg ica m i s m a u n a reg ió n a n te r i o r
a l re fl e j o y u n a r e g i ó n r o � h.· r i o r él l refl ejo". La � e g l l l ll.i d ; l . él s k h ét S v e r y
, ,

log i ca l l y i n t rod u ced <.l d i s t i n t it) n b e t wet.' n a n a n tt!Ct' d e n t a nd s u bseq u e n t


rcg i o n ". ( N . del r�� . ) )
338

frente a las facticidades rígidas y cos i fica das de la empi r i a, u na re a­


l idad q ue nace de éstas n1 i smas, o sea, en absoluto trascendente,
pero s i n emba rgo superior: la verdadera rea l idad. Esto sign i fica,
para la teor ía del reflejo o la reproducc ión, qu e el p ensa 1n iento, la
conciencia, au nque si n duda tiene que orienta rse por la rea l idad,
ha de ver que el criter io de la verdad consiste en el enc u entro con
la rea l idad. Pero esta rea l idad no es en modo a lg u no i dént ica con
el ser empí rico-fáctico. Esta rea l id ad no es, s i no que dev iene. Y el
deven i r debe entenderse en dos sent idos. Por u na pa rte, en el senti­
do de q ue en ese devenir, en esa tendencia, en ese proceso se reve­
la la esencia verdadera del objeto. Y el lo en el sentido -a nt icipado
por anteriores ejemplos que a hora se pod r ía n multipl ica r- de que
esa tra nsformación de las cosas en proceso resue lve concretamente
todos los problen1as concretos presentados a l p ensa m iento por las
pa radojas de la cosa existente. El reconoc i m iento de la i n1posib i l i­
dad de baña rse dos veces en el m is mo río no es s i no u na ex presi ón
rad ica 1 de la contraposición insa lvable entre concepto y rea l id ad,
pero no aporta nada concreto a l conoci m iento del r ío. En ca m bio, el
saber que el ca pita l, en c uanto p roceso, no puede exist i r si no como
cap ita l acu n1u lado o, por mejor deci r, como capita l en ac u mu lación,
sig n i fica l a soluc ión concreta y pos it iva de u na mu ltit u d de proble­
mas n1etód icos y n1ater ia les, concretos y pos it ivos, del cap ita l . Por
lo ta nto, sólo si se supera l a dua l idad metód ica de fi losofía y c ien­
cia especia l, de metodolog ía y conoci m iento de los hechos, puede
abrirse el ca nü no hacia la superac ión i ntelectua l de l a dua l idad de
pensa m iento y ser. Todo i ntento de sup era r la dua l idad d ia léctica­
mente en el pensa m iento exento de toda relación conc reta con el
ser, en la pu ra lógica -como, a pesa r de todas las tendencia s contra­
rias, lo fue el i ntento de Hegel- está con denado a l fracaso. Pues toda
lóg ica p u ra es p l a tón ica, es pensa m iento desprend ido del ser y cris­
ta l i za do en esta separac ión. Sólo en l a med ida e n que el pensa n1 ien­
to apa rezca co1no fonna de la rea l idad, corno mo1nento del proceso
tota l, p u ede su pera r d ia léct ica rnente su p ropia r igidez y torna r u n
ca rácter de deven i r.1% Por otra pa rte, el deve n i r e s a l rn ismo t i empo
la n1ed iación ent re el pasado y el futu ro. Pero la med iación entre e l

196Las i nvest igacio nes p u ra men te lóg icas, pu ra rnen te m.etó d icas, i nd ica n,
pues, rne ra 1nente, e l pu nto h is tórico e n el q ue nos encont ra mos, nuest ra
pro v is iona l i ncapac idad de cap ta r y re p resent a r todos los p roble1nas cate­
go ria les como p rob lemas de la rea l id ad h istó r i ca e n t ra nsfo r rnac ió n .
r
!

339

pasado conc reto, esto es, h i stór ico, y un futu ro no 1nenos concreto,
o sea, igua l mente h i stórico. El concreto aqu í y a hora en el cu a l el
p ensa m iento se d isuelve en proceso no es ya u n i nsta nte hu i d i zo
e i n ap rehens ible, no es la fuga z i n n1ed ia tez,197 s i no el rnomento d e
me d iación n1á s profu nda y ra m i ficada, e l rnomento d e l a decisión,
el momento del naci m iento de lo nuevo. M ientras el hon1bre orien­
ta s u i nterés -de un modo contemplat i vo y receptivo- a l pasado o
al futu ro, a mbos crista liza n en u n ser ajeno a él, y entre el sujeto y
e l objeto se ex t iende el "espacio pertu rbador" e i nsa lvable del p re­
sente. Sólo cua ndo el hornbre consig ue perc i b i r el presente com o
deven i r y reconoce en él las tendencias con c uya contraposic ión
d ia léct ica él n1 is mo es ca paz de producir el fu t u ro, sólo entonces el
presente, el p resente como deven i r, s e conv ierte en el p resente s uyo.
Sólo el q ue es tá l la rnado a produc i r el futu ro y qu iere hacerlo p uede
ver la verdad conc reta del presente. "Pues la verdad", d ice H egel, 1 98
"consiste en no comporta rse en lo objet ivo como respec to de a lgo
ext ra ño". Ma s si el futu ro que hay que p roduci r y que aú n no ha
nac ido, si lo nu evo e s en las tendencias de la verdad del deven i r,
que hay que rea l i zar con nuestra i ntervención conciente, entonces
la cuest ión de la reprodu c i b i l idad de y por el pensa n1 iento resu lta
ca recer completa mente de sent ido. El c r i terio d e la cor recc ión de l
pensa n1 iento, es, por su puesto, la rea l i dad. Pero ésta no es, s i no que
dev i ene, y no sin la i ntervenc ión del pensa m iento. En este p u nto se
rea l iza, p u es, el p rog ra ma de la fi losofía clásica : e l pri nc i p io d e la
génes i s es efectiva mente la su perac ión del dogmatismo (pa rticu lar­
mente en su más grande forma h istórica, en la doctr i na p latón ica
de la n1 i 1nesis). Pero sólo el deven i r conc reto (h istórico) es capa z d e
cu mpl i r u na ta l función d e gén es is. Y e n ese deven i r l a conc ienc ia
( la conc ienc ia de c lase del proleta riado, p ráct ica mente cons t i t u i­
da) es un elemento const i t u t ivo i m presci nd i b le. As í pues, el pensa­
n1 iento y el ser no son idént icos en e l senti do de que se "cor respon­
dan", se "reflejen " o "rep rod u zca n" e l u no aJ otro, de q ue d i sc u r ra n
"para l e la n1ente" o "coincidan" (todas esas ex pres iones n o son m á s
que fonnas d is i n1 u l adas d e una dua l idad crista l izada), s i no que

1q7Cfr. a l respecto la de Hegel, especia l mente en Obras, I l, 73


Fcno me 1 10Log ía
ss., paso en e l cua l este p roblema se estud ia del modo más p ro fu ndo; cfr .
tarnb ién la doct r i na d e l a "osc u ridad del i nsta nte v iv ido" y l a de l "saber
todav ía no co n s c ie n te", a mbas de E r nst B loch.
l 'JX Q b ras, X I e 207.
340

s u ident idad consi ste en s e r n1on1entos de u n solo y m i smo p roceso


d ia léc t ico h i s tór i co rea l . Lo q u e "refleja", "refigu ra" o "reproduce"
l a conciencia del p roleta r iado es lo pos i t i vo y nue vo que su rge de la
contrad icción d ia léct ica del d es a r rol lo cap i ta l i sta. A lgo, por lo ta n­
to, que no ha sido en modo a lg u no i n ve n t a do por el p ro leta riado, n i
"creado'' de la nada, s i no q u e es la consec uenc i a necesa r ia del proce­
so del desar rol lo en s u tota l idad, pero q ue sólo se conv ierte de pos i­
b i l id a d abs tracta en r ea l i d a d concreta u na vez q u e h a l l egado a la
conc iencia del p ro leta r i a do y conver t i do en e l la en e lemento p rá c t i c o .
Y esa tra ns fo nnaci ó n no es n1era rnente for n1a t p u es el deven i r real
de u n a pos ib i l idad, la ac t u a l i zac ión de u na tendenc ia, s i g n i fica pre­
c i sa n1ente la t ra n s fo r m a c i ón objet iva de la soc iedad, l a t ransforma­
c ión de las fu nciones de s u s rnomentos y, con e l lo, la t ra n s form ac ió n ,

est ructu ra l y n1ate r i a l, de todos los objetos s i ng u la res.


Pero no deb e olv i da rse nu nca que sólo la concic11cia de clase en su
constitución práctica (en el p role tariado) es capaz de esa fu n c i ón t ra ns­
for n1 adora . Todo con1p o r ta 1n i e nto conte1n p l a t ivo, n1era n1ente cog­
nosc i tivo, se encu ent ra respec to de s u obje to, en ú lt i rna insta ncia,
e n u na relac ión d u a l, y l a s i n1 ple t rasposición de la est ruct u ra aqu í
a p r e c iada a c ua l q u ier o t ro comporta n1 ie n to q u e no s ea la acción del
p roleta r iado -pu es sólo la c l ase en su relac ión con el p roceso total
p u e de se r rea l tnente s u j eto p r á c t i co t iene que aca r rea r u na nueva
-

n1 i tolog ía del concepto, u n a reca ída en e l p u n to de v i sta de la fi lo­


sofía clásica superado por Ma rx. Pues todo comporta rn iento pura-
1ne n te cog nosciti vo con serva s iernpre la ina nc ha de la i n med iatez,
esto es, siempre se encuen t ra, en ú lt i n1a i n s ta nc i a y a pesa r de todo,
frente a u na serie de o b j e t o s ya l istos y q u e no p ueden d isolverse en
p rocesos. Su esencia d ia léc t ica no p u e d e con s i s t i r más q u e en su ten­
denc ia a lo p ráct ico, en s u or i entac ión a las acciones del p roleta r iado.
Ti e n e que consist i r en el hecho de ser c r í t ic a m e n t e co nciente de las
t en denc ias s uyas p ropias, por i n heren tes a todo cornp o r t a m i ento no ­
p rá c t i co, hac ia la i n n1 e d ia t ez y en ex p l icita r siern p re c r í t i c a r n en te,
l a s 1ned iaciones, las relac iones con la tota l idad corno p roceso, con la
a cc i ó n del p r o let a r i ado en cua nto c lase.
Pe ro la génesi s y la a c t u a l i zac i ó n del c a r ác te r p rác t ico del pen­
s a tn i e n to del p ro leta r iado s o n el las n1 i srnas, a s u v e z, u n p r oc E- so d ia­
l éc t ico. La a u tocr ít ica n o e s e n ese pensa 111 i e n to sólo a u to c r í t i ca de
s u objeto, l a a u tocrít ica de la s o c i ed a d b u rg uesa, s i no ta n1 b i é n y a l

1 1 1 i s rno t i e rn po l a reflex ión c r ít i ca a cerca d e l a n1ed i d a e n la c u a 1 s u


34 l

propio ser p ráct ico ha apa recido ya rea l mente, acerca del n ivel o g ra­
do de lo verdadera mente p ráctico que es objet iva men te pos i b l e en
ca da caso, y acerca de las partes de lo objet i va rnente pos ib l e que se
h a n rea l i zado ya en la práct i ca . Pues está c l a ro q u e n i l a con1pre n ­
sión n1á s acertada d e l ca rác ter p rocesua l de los fenón1enos socia les
n i e l descu b ri rn iento rnás exac to de l a a pa r ienc i a de su r íg ida cosei­
dad p ueden supera r p rácticamen te la ºrea l id a d" de esa apa r iencia en
l a soc ied a d ca p i ta l i s ta . Los momentos en los cua les Psa con1prensión
puede rea l n1ente rn u ta r en p ráct ica está n precisa mente detenn i na ­
dos p o r el p roceso d e l desa r rol lo socia l . De modo q ue el pensa rn ie­
nto p roleta rio no es, por de p ronto, n1ás q u e u n a teoría de La p ráctica, y
só lo luego y poco a poco (au nque, por su pues to, de u n modo rr1uchas
veces repen t i no) se t ra ns forn1 a en u na teoría práctica tra ns fo nn adora
de l a rea l idad. La s va rias etapas de ese p roceso -qu e es i mpos i b l e n i
s iqu iera esboza r aq u í- pod ría n rnost ra r, e n s u conj u nto, con toda c l a ­
r idad el ca n1 i no d ia léc tico de desar rol lo de la concienc ia p roleta r i a
d e c lase (de l a constitución d e l proletariado e n cla se). Sólo así se acl a ­
ra r ía n l a s í nt i rnas i nteracciones d ia l éc t ica s entre l a s i t u ac ión objetiva
h istór ico-soc ia l y la conc iencia de c l ase del p rol eta r i ado; sólo aqu í se
concreta ría rea l n1ente la a fi nn ac ión seg ú n la c u a l el proleta r iado es
el sujeto-objeto idént ico del p roceso del <lesa r rol lo socia l . 1 99
Pues n i siqu iera el proleta riado, en cua nto a su con1po rta n1 iento
rea l mente p ráct ico, es capaz de u na ta l sup eración de la cos i ficac ión.
Y es p rop io de la esencia de ese p roceso el no poder ser un acto ú n ico
e i rrepet ible de su peración de todas las fonnas de cosi ficac ión, s i no
qu e, por el contra r io, hay toda u na seri e de objetos que no pa recen
a fectados por ese p roceso. Esto se refiere a n tes que nada a la n a t u ra­
leza . Pero ta n1b ién a toda u na serie de fenón1 enos socia les, respecto
de los c u a les pa rece cla ro que su d ia lect ización p rocede por ca m i nos
d is t i ntos de aquel los ni ed i a n te los cua les hernos i n tentado observa r
y ex poner l a esenc ia de l a d ia léct ica h i stó r i ca, el proceso de ru p t u ra
de la ba rrera de lo cos í ficación.
Hemos v i sto, por ejen1plo, que a lgu nos fenórnenos del a r te h a n
n1ost ra do u na ex t raord i na r i a sens i b i l i dad respecto d e l a esencia
cu a l itat iva de l a s t ra n sformaciones d ia léct ica s, s i n que por el lo h aya

19"Ace rca d e es t a rc l a c i ú n en t re u na teo r ía de la p r á c t i c a y u n a teo r í .1 p rá c t ica


p u ede i n t e resa n t e a r t íc u l o de Josc·f Róva i s t ! n Ko 1 1 1 1n w 1 is 1 1 1 1 1s, a ñP 1 ,
v<.:• rs L' el
n ú n1e ro s 46 -49, " Del � P ro b lem. dcr Ta k t i k'' [ E l p rob l e m d d e l a t á c t i ca ] , s i n
q ue es a re m i si ó n q u i L' íil d eci r q Lw yo co rn p a r t c1 tod a� s u s a fi r m a c i o nes.
342

su rg ido o pud iera surg i r de la cont raposición a que esos fenó m e­


nos a r t ís t icos da n for ma la conciencia de la esencia y el sent ido de
la m isma. Y ta mbién pud i mos observa r q ue otros fenón1enos del ser
soc ial no l levan en sí su cont rapos ic ión interna sino de u n modo abs­
tracto, o sea, que su contrad ictor iedad i nterna es sólo u n fenóme­
no consecuencia ! y derivado de la contradicción i nterna de a lg unos
ot ros fenó1nenos 1nás centra les, razón por la cual esta contrad icció n
no puede apa recer objet ivamente más que med iada por la otra, y
sólo puede d ia lectiza rse a través de la dialéct ica de ésta. ( I nterés a
d i ferencia de beneficio.) El sis ten1a de estas g radac iones cua l itativ as
del ca rácter dia léct ico de los diversos cornplejos fenon1énicos dar ía
fi na l n1ente la concreta tota l idad de las ca tegor ías que sería necesaria
pa ra el conoc i n1 iento exacto del presente. La jera rqu ía de esas cate­
gor ías sería a l m is mo t iempo la deter minac ión i ntelectua l del pu nto
de u n idad del sistema con la h istor ia, el c urr1pl i m iento del postu la­
do, ya aducido, de Marx respecto de las categorías, a saber, que "su
serie" está "determ i nada por La relac ión que tienen ent re . el las en la
moderna sociedad bu rguesa".
Pero cua lqu ier ser ie es el la rrl isn1a d ia l éct ica en toda estr uctura
intelectu a l que lo sea concientemente el la rrl isma, y no sólo en el caso
de Hegel, s i no ya en el de Proclo. U na deducc ión d ia léctica de las
categorías no puede en inodo a lg u no ser u na simple y u x taposic ión,
n i siqu iera u na derivación, de formas inmutables; aún más: si es q ue
el ni.étodo no ha de cr ista l izar en mero esquema, ni siqu iera puede
fu nciona r de u n modo mecá n ica 1nente u n i forme a lg u na relación
perma nente de las for mas (la célebre tr íada de tesi s, a nt ítesis y
síntes is). El ú n ico control y el ú n ico procedi m iento que p uede ev itar
u na crista l i zación as í del método d ia léctico -observable en n1uchos
pa sos de Hegel y en much ísi mos de sus epígonos- es La concreción
h istór ica de Marx. Pero hay que ex p l icita r todas las consecuencias
ni.etód icas de esa situación. Hegel2°0 1n isn10 d ist i ngue ya entre
d ia léct ica 1nera n1ente negat iva y dia léct ica pos it iva, y por esta
ú lt i n1a h a y que entender la apar ición de u n determ inado con tenido,
la c la r i ficac ión de u na tota l idad concreta. Pero en la rea l i zación del
s i sterna Hegel recorre casi siern pre de u n 1nodo u n i forn1e el ca m i no
q u e va de las detenn inac iones de la reflex ión a la d ia léct ica pos i t i va,
pese a q u e, por ejernplo, su conce p to de natu ra leza como "a lteridad",

2( " 1E n cyclo piid ie, § 81 .


343

co mo "auto-exteriorización" de la Idea, 201 excluye d i recta mente u na


d ia léctica positiva. (En lo cual se encuentra probab lernente una de
l as causas m etódicas de las const rucciones, a menudo ta n violentas,
de su fi losofía natural.) Au nque el propio l-fegel ve a veces con
cla ridad h istórica que la d ialéct ica de la natu ra leza -en la cua l, al
n ivel hoy d ía a lca nzado, es i mposible i nserta r al sujeto en el proceso
dia léctico- no puede rebasa r nu nca el estadio de la mera d ia léctica de
u n mov i m iento referido a un espectador que no interv iene en él. Así,
por eje mplo, subraya202 que las a nt i nom ias de Zenón se ha n elevado
hasta el nivel cognosc it ivo de las a nt i norn. ias ka ntia nas, pero que ha
sido i mposible pasa r adela nte. Con lo que se t iene la necesidad de
l a sepa ración metód ica entre la d i a léctica, mera n1ente objetiva, del
mov i m iento de la na tu ra leza y la d ia léct ica socia l, en la cua l está
inclu ido el mismo sujeto en la i nterrelación d ialéctica, y la teoría y la
p ráct ica se d ia lectizan en su relación recíproca, etc. ( Es obvio que el
desar ro l lo del conoci1niento de la naturaleza, por ser u na fonna socia l,
está son1etido al seg undo t i po de d ia léctica.) Pero, ju nto con eso,
ta n1bién sería absolutamente necesa r io pa ra la construcción concreta
del método d ia léctico el exponer concreta mente los varios tipos de
d i a l éctica . En esta empresa las d i st i nc iones hegelia nas entre d ia léct ica
posit iva y negativa, así como entre los n iveles de la i ntu ición, l a
representación y e l concepto, no i nd ica r ían más que a lg u nos t ipos
de d i ferencias de interés (si n que fu era s iqu iera necesa r io ma ntener
su tenni nología). Pa ra los demás t ipos se encuentra un r ico materi a l
d e cl a ro y explícito a nál isis estructu ral en las obras económicas de
Ma rx. Pero una tipolog ía de esas for mas d i a lécticas, por n1eramente
ind icativa que fuera, rebasa ría con mucho los ma rcos de este
·

trabajo.
Más i mportante aú n que esas d ist i nc iones metód icas es el hecho
de qu e i ncluso los objetos que man i fiesta mente se encuentran en el
centro del proceso d ia léctico no pueden deponer su forma cosi fica­
da s i no en el cu rso de un proceso la rgo y laborioso. En el cu rso de
un p roceso en el cua l la l legada del proleta r iado al poder, y hasta
la orga n ización socia l ista del Estado y la econom ía no son n1ás que
etapas, etapas si n duda 1nuy i mportantes, pero en modo a lg u no el
pu nto de l legada. Y pa rece con10 si e l período de c r isis decisiva del

2t 1 1
I bíd ., §247.
zu2 o b ras, X I I I, 299 ss.
344

cap i ta l isn10 p resentara u na tendencia a i ntensi ficar la cosi ficac i ón


a Pxaspera rl a . Más o menos en el sent ido en q u e Lassalle e scr i bi ó �

Ma rx:

º El v iejo Hegel so l ía dec i r: i n mcd i ata n"lc nte a ntes d e q ue a pa rezca a lgo cua­
l i ta t iv a me n te nuevo, el v iejo estad io cua l i t at i vo se co ncl�nt ra de nucv�1 en su
ese n ci a orig i n a r i a p u ra y genera l, en su s i m ple tota l i dad, s u pera ndo y rea­
s u rn ie ndo de nuevo todas l as rna rca d as d i ferenc ias y part icu la r id ades que
p uso en el ser m ient ras e ra capa z de v i d a ."

Por otra pa r te, ta1n b i é n es acer tada la observación de B uja r in 20)


seg ú n la cua l e n la época de d isoluc ión del ca p i ta l i s n10 fracas a n la s
catego r ías fe t ic h is ta s y es necesa rio apel a r a la "fonna n a t u ral" que
les su byace. Las dos a fi nnac ioncs s e enc uentra n en con trad icción
sólo apa rente, o, por rnejor dec i r, p recisa 1nente esa contrad icc i ón -el
c reciente vaciado de las fonna s de cosi ficac ión, por u na pa rte, el esta­
l l ido de su cost ra, pod r ía deci rse, por p u ra vaciedad, su c rec ien te
capacidad de cap t a r los fenó1nenos i nclu so con10 fen ó n1enos i nd i­
v idua les, i nc l u so a l rnodo p u ra n1en te ca lcu l íslico de las ca tegorías
de la reflex ión; y, por otra, su s i 1nu l tá nea i nten s i ficac ión c u a n t i tati­
va, su extens ión vac ía y espacia l por tod a la su perficie de los fenó-
1nenos- con s t i t uye l a s ig nat u ra de la sociedad b u rg uesa en decaden­
c i a . Y con la c reciente ag ud i zac ión de esta cont ra posición a u n1entan
pa ra el p roleta r iado ta nto la pos ib i l idad de asenta r sus conten idos
posit ivos en el luga r de las cásca ras vac ías y resqu ebrajadas c u a nto
el pel igro -tra n s i torio a l rnenos- de so1nett'.>rse ideológ ica n1en te a esas
fonnas ya su n1a 1nente vac ías y socava d a s de la cu l t u ra bu rguesa . El
desa r rol lo no t iene un fu nc i o na 1n i e n to n a d a auton1ático, sobre todo
por lo que hace a la conc ienc ia d e l p roleta riado. Pa ra éste va le, e n
efecto, d e 111odo acentu ado, l o q ue el v i ejo 1na te r i a l i s rno conten1plali­
vo y n1ecá n ico no p udo entender, a saber, q u e l a t ra n s fo r n1ació11 y la
l i beración no p ueden s e r tná s que a c t o p ro p i o, "q ue el educado r 1n i s­
n10 t ie ne q u t-> educa rse''. E l d esa r ro l l o l�con órn ico objet ivo no p udo
s i no crea r La posición del p roleta r iado t:) n e l p roceso de p roducc i ó n, la
posición q ue ha detenn i n a do s u p u n to d e v i s ta no p uede si no ent re­
ga r a l p ro l e ta r i ado la pos i b i l i dad y l ,1 n ece s i d a d de t ra s fo r n1a r l a
soc ied a d . Pe ro l a t ra nsfo nnac ión 111 i s 1 n a n o puede ser s i no acto l ibre
d e l p ro let a r i ado 1n is n10.

-:!i: ' [ ccm o m in del pe rín da dt.' t m1 1 sfo r111nció 1 1 . 1. ·d 1 c i ó n ,1 le1 n a n a, 50 - 5 1. ( N . d el E .)


El calllb io de función
del Inateri a lislll o histórico 1

La v ictoria conseg u id a por e l p roleta r i a do le i mpon e, ev i dente­


men te, la ta rea de perfecc iona r todo lo pos ib l e l a s a r rnas i nte lec t u a­
les co n l a s q ue ha com batido h a s ta e l n1omento su lucha de c l a ses .

Y, co mo es nat u ra l, e l n1 ate r i a l is n10 h i stó r ico se enc u e n t ra en p r i ­


mera fi l a ent re est a s a r m a s .

E l rn a ter i a l i s rno h istó r ico le ha serv ido a l p rolet a r i a do d u ra nte


la época de op res i ó n corno u no de s u s n1ed ios de l ucha m á s pode­
rosos, y es na t u ra l q u e el p ro leta r i ado lo con serve en su t ra n s ic ió n
a u n a époc a e n l a c u a l s e d i s pone a cons t r u i r d e n u evo l a soc iedad

y l a c u l t u ra e n el l a . Ya eso h a b r ía bastado p a ra fu nd a r este i ns t i t u to,


c u ya ta rea cons iste en a p l ica r el método de l m a ter ia l is rno h i s tó r ico
a la tota l idad de l a s cienc i a s de l a h i sto r i a. Com p a rad a con la s it u a­
c ión i rr1 p e ra n te h as ta a hora -en la c u a l e l mate r i a l i s rno h i stó r ico fu e
s i n d u da u n efica z n1ed io d e lucha, p ero, desde e l p u n to de v i s ta de
la c i enc i a, no l legó a ser m u c ho n1ás que u n mero p rog ra m a, u na
i nd icación acerca de cómo h ay qu e esc r i b i r l a h isto r i a -, la act u a l nos
p l a ntea la ta rea de esc r ib i r rea l n1 e n t e de n uevo la h isto r i a en tera,
exa n1 i na ndo, ag r u pa n do y ju zga ndo los a caec i rn ientos del pasado
desde e l pu n to de v i s ta del 1na te r ia l i sn10 h istór ico. Tenen1os q u e
i nten ta r h acer d e l n1 a te r i a l i s m o h i s tór ico e l rnétodo d e l a i n ves t i ga- (. .

c ión h is tó r ica conc reta, e l m é to d o d e l a c ienc i a de l a h i sto r i a .


Pero a qu í s e p resen ta l a c u estió n d e por q u é eso n o h a s i d o posi­
ble ha s ta a hora . Si nos l i n1 i tá ra rn os a u na co nsideración s u p e r fic i a l

- - - - - -·---

p ro n u nc i ad a en l a i n a u g u ra c i ó n del I nst i t u to de M a te r i a l i smo


tCo n fo re n c ia
H istó r i co de Bud a pest.

3�5
346

de las cosas, la respues ta pod ría ser q ue el momento del desarrollo


del materia l ismo h istórico como método científico no ha l legado
hasta a hora preci sa mente porque a hora ha con seg u ido el proleta­
r iado el poder y, con él, la pos ib i l idad de d isponer de la s fuer zas
físicas e i ntelectua les sin las cua les no pod ía conseg u irse aquel
objet ivo y que la vieja sociedad no ha b r ía p uesto ja más a su ser­
v icio. Pero, en rea l idad, hay aqu í mot i vos más p rofu n dos que el
desnudo hecho de poder de que el pro leta riado se encuentre hoy
mater ia lmente en u na situación que le perm ite orga n iza r la c iencia
segú n su ju ic io. Estos mot ivos más profu n dos está n ínt ima mente
relacionados con el p rofu ndo ca n1 b io de fu nción produc ido por el
hecho de la d ictadu ra del proleta r iado, o s ea, por el hecho de que
la lucha de c lases se d i r ige a hora de arr iba a abajo, y no ya de abajo
a a rr iba; el hecho a fecta a todos los órga nos de este proleta riado, a
todo su mundo intelectua l y e1noc iona l, a su s it uac ión y a s u con­
ciencia de clase. Hoy, a l inaug u ra r este instituto, hemos de d iscutir
i mpresc ind i blemente d ichos mo t ivos.
¿Qué fue el n1ateria l ismo h istórico? Fue s i n duda u n método
cient í fico pa ra entender los hechos del pasado de acuerdo con su
verdadera nat u ra leza . Pero, a d i ferenc ia de los métodos h is tóricos
de la b u rgues ía, el n1ater i a l is mo h istór ico nos per m i te a l m ismo
tien1po ver el presente desde el pu nto de vista h istór ico, o sea, c ien­
t í fica mente, descubriendo en él no sólo los fenómenos de la s uper fi­
c ie, sino también las fuerzas h istóricas motoras m ás p rofu ndas que
act ú a n los aconteci m i entos en la rea l idad .
Por eso, e l mater ia l ismo h istór ico ten ía p a ra e l proleta r ia do u n
va lor mucho más a lto que e l de u n mero método d e i nves t igación
científica. Se contaba entre sus i nstru mentos de lucha p r i ncipa les.
Pues la lucha de clase del proleta r i ado s ig n i ficaba a l m is mo t iem­
po el despertar de su conc ienc ia de clase. Pero el desperta r de esa
conciencia se presentaba sien1 pre a l proleta r iado corno consecuen­
c i a del conoci n1 iento de la sit u ación ve rdadera, de las conex iones
hi stór icas e fec t i va m e n te d a d a s . Eso es p rec i sa n1en te lo que da a
la lucha de clase del p roleta r io s u pos ic ión ú n ica ent re toda s l as
luchas de clase, a saber, que e fec t i va m e n te rec ibe s u a rm a más a fi­
l ada de l a verdadera c ie nc i a, de la com p rensión cla ra de la rea l i­
dad. M ient ra s que en las luchas de c lases d e l p a s a d o e ra n dec isi­
vas l a s n1 ás d iversas i deo log ías, fonnas re l i g i o sas, nlora l e s , etc., de
la "conc ienc ia fa l s a", la lucha de cl ase del p rol eta r iado, l a g u er ra

J
347

p or la l ib ertad de la ú lt i ma clas e opr i m i da, ha encontrado su g ri ­


to de guerra y, a l m ismo t iempo, su a rma m á s potente e n la ma n i­
fest ación de l a verdad desnu da . A l mostra r las verdadera s fuerzas
nlotora s del acaecer h i stórico, y a consecuencia de la situ ación de
clase del pro leta riado, el m ateria l ismo h i s tórico se ha converti do
en u n i nstru mento de l ucha . La ta rea rr1 ás i mporta nte del mater ia­
l isn10 h i stórico consi ste en ju zga r exacta mente el orden soci a l cap i ­
t a l ista, e n revela r l a esenc ia del orden soc i a l ca pi ta l ista. Por eso el
1na terial ismo h istórico se ha u t i l i za do siempre, en la lucha de c las e
de l p rol eta riado, pa ra atravesa r con los fríos rayos de la ciencia los
velos puestos por la b u rgues ía en todos los casos en que intentó
d is i mu l a r y encubri r la s i t u ación de la lucha de c l ases, la s it uación
rea l, apl icá nd o le todo género de elementos ideológicos; y pa ra mos­
tra r el hecho y la med ida en la cua l esos elen1 en tos b u rgu eses era n
fa lsos, con fu sionarios, opues tos a l a verd a d . Por todo eso la fu n­
ción más destacada del materia l i s mo h istórico no p u do consisti r en
el p u ro conoci m iento cient í fico, s i no en el hecho de s er él m is mo
acción . El mater ia l ismo histórico no era u n fi n en s í m is mo, s i no
qu e ex ist ía p a ra que el p roleta riado p ud iera poner en cla ro la s itua­
ción, y pa ra que p u d iera actua r correcta men te de acuerdo con los
datos, clara mente reconoc idos, de su situación de clase.
Así, p ues, en l a época del cap ita l ismo el ma teria l is mo h istórico
fue u n i ns t r umento de lucha . Por eso la resistencia que l a cienc i a
bu rg uesa opuso a l mate r i a l ismo h istórico n o fue e n modo a lg u­
no mera l i m itación, sino expres ión d e l acertado i n s t i nto d e clase
de la bu rguesía, ma n i fiesto en l a cienc i a b u rgu esa de la histori a .
Pu es el reconoci m iento d e l mater ial ismo h istórico ha b r ía s ign i fi­
ca do para la bu rguesía ca si e l su icid io. Todo miemb ro de la b u r­
gues ía que hubiera ad m i t i do la verdad c ient ífica del materia l ismo
h i stórico habría p e rd i do c o n e l lo su conc iencia bu rguesa de clase y,
con el la, l a capacidad de defender adecuada mente los i ntereses de
su p ropia c l a se. Por otra pa rte, ta mbién habría sido un verdadero
s u icid io por pa rte del p ro l eta r i a d o el l i m i ta rse a l conoc i n1 iento de
la pecu l i a r id ad científica del materia l is mo h is tórico, el no ver en él
rn á s que un rned io de conoc i rn iento; p ues la esencia de la lucha d e
clase p roleta ria puede prec i sa m e nte desc rib i rse d iciendo que pa ra
el la coinciden la teo ría y l a p r á c t i c a y q ue el conoc i rn ie n to l leva e n
,

el l a sin t ra ns ición a la a cc i ón .
348

La ex i s te nc i a de l a b u rguesía p resu p o ne s u i ncapac i d a d de l le ­


ga r a u na com p re ns ión c la ra de s u s prop ios p res u p u estos soc ia les .
U n re pa so de l a h is toria del s i glo X I X p e r m i te reconocer u n p ar a­
lel i s mo profu ndo y con sta nte e n t re la decadenc ia de l a b u rg u es í a
y la p a u l a t i na pene t ración de ese a u toconoc i m ien to. A fi na l es de l
s ig lo X V I L I l a b u rgues ía era ideológ ica n1ente fuerte y si n q u eb ra r.
·1o da v ía lo era a p r i nc i p ios del s ig lo X I X, c u an do su ideol og ía, la
id ea de l a 1 i be r ta d y la democ ra c i a b u rg ues a s, no ha b ía s id o a ú n
vac i a d a i nter na n1ente por el a u ton1 a t is 1no natu ra l de l a econo n1 í a,
c u a ndo la bu rg uesía ten ía a ú n l a es pera n za -y pod ía tenerl a co n
b u en a conc ienc i a - de q u e a q u e l l a l i be rtad democrát ica b u rg uesa,
aquel l a a u tono1n ía de lo econón1 ico, aca b a ría por p rovoca r u n d ía
la s a l vación de l a h u m a n idad.
La g ra nd ios idad y e l pathos d e esa fe no sól o l le n a n l a h isto­
ria de l as p r i 1nera s revoluciones b u rg uesas -del n1od o m á s i ntenso,
la de la g ra n Revolución F ra ncesa-, s i no que pres ta ta m b ién a las
g ra ndes 1na n i fes t a c iones c ient í ficas de l a b u rg ues ía, por ej e rn plo,
a l a econo m ía de S n1 i t h y R ica rdo, la s i ncera fa lta de p reju i cios y
la energ ía p a ra a s p i ra r a la verd a d, a l a enu nc i ac ió n desnuda de lo
descu b ier to .
La h i s to r i a de la i deolog ía b u rg uesa es la h i s to r ia de l resqueb ra­
j a n1 iento de esa fe en la m i s ió n sa lvadora de l a t ra nsfo r mac ión bu r­
g uesa de l a soc ied a d . A pa r t i r de l a teor ía de l a s c r i s i s de S i s n1ondi
y de la c r ít ica soc i a l de Ca r lyle, l a a u tocor rosi ó n de l a i deolog ía b u r­
g uesa p resenta u n desa r ro l l o acel erado. Esa c r ítica rec íp roca de las
c la ses do1n i na ntes a ntagón icas, qu e e111pezó con10 c r ít ica feu d a l y
reacc i on a r i a cont ra el ca p i ta l isn10 ascendente, se conv ier te cad a vez
n1á s en au toc r ít ica de la b u rg u es ía, y más ta rde, y a 1ná s secreta y
re torcida men te d i s i n1u l ad a, acaba por ser la m a la conc ienc i a de l a
c lase. " La b u rguesía v io c l a ra tnente", h a escr ito M a r x 1 , "que tod as
l a s a nnas q u e h a b ía fo rjado cont ra el feu da l is n10 se l e vol v ía n con­
tra el la n1 i sm a, q u e todos los 111ed i os de e d u ca c ión q ue e l l a h a b ía
p r odu c ido se reb e l a ba n co n t r a s u p rop i a c iv i l i za c ión, y q u e todos
los d ioses p or e l l a c reados a post a ta ba n".
Por todo eso l a idea d e l a l u c h a de c la ses no s e p ro nu nc ia a b ier­
ta n1e n te más q u e d os veces en la h i s tor i a de l a ideolog ía b u rg uesa.

----- - -· ------- ---

i Rrunwire [El 18 b r u rna r i u de L u i � Na ptl l eó n ) , pág. 50. [ M a rx, C a rlos: E l 1 8


B ru nuz rio de Luis Bo11np11rtc, A r i e l , �v1ad r i d, 1 97 1 , p . 73 . ( N . d el E . ) I
1
1
l

_l
349

Es u n e lemen to d e te r m i na n te de su ºperíodo hero ico", de s u enérg i­


ca lucha por el p redom i n i o soc ia l (pa r t icu la r n1ente en F ra nc ia, pa ís
en el cua l se agud i za ron a l má x i rno la s luchas pol ítico-ideológ ica s),
y vuelve a apa recer en el ú l t i n10 período, el de l a c r i s i s y l a d i so­
lución. La teo r ía soc i a l de las g ra n des asoc iac iones patrona les, por
ejemplo, es a menudo un pu nto de v i s ta d e c lase a fi rm ado a b ierta-
1nente, i nc luso c ín ica n1ente. La ú lt i n1a fa se de l ca p ita l i smo se man i­
fiesta en genera l ideológ ica mente por métodos que desga rra n l os
d i sfraces ideológ icos y p ro v o c a n en las ca pa s dotn i na ntes de la b u r ­
gues ía u na fo r n1u lac ión ca da vez n1 á s c la ra y abierta d e " lo que es".
( Piénsese, por ejern p lo, en la id eolog ía es ta ta l i s t a de la A le n1a n ia
i n1pe r ia l ista, o en el rnodo como la econon1 ía de la g uerra y la p os­
g uerra ha obl igado a los teór icos de la b u rgu es ía no sólo a ver en
las for n1 as eco nó1n icas re lac iones fet ich i s tas, s i no ta rnbién a consi­
dera r la rel ación e n t re la econon1 ía y la sa t i s facción de las neces i d a­
des hu n1a na s, etc.) No se t rata de q u e con eso se der ri ben rea l n1ente
las ba r reras con q ue t ropieza la cotn pren s ión de l a bu rgues ía p o r
su s i tu ac ión en e l proceso p roduct i vo, ni de q u e ya p ueda, con10 e l
proleta r iado, pa r t i r del conoci n1 iento verdadero d e l a s fu erzas q u e
rea hnente rnueven el desa rrol lo. A l con t ra r io. La i nd icada cla r idad
acerca de p rob len1as pa r t icu la res o fa ses sueltas ev idenc ia a ú n niá s
i n tensa mente la ceg uera de l a bu rg uesía respecto d e la to ta l ida d .
Pues, p o r u n pa rte, aqu e l la "cla r idad" lo e s sólo pa ra "u so i nter no";
ese n1 isn10 g rupo ava n zado de la bu rg ues ía que ve l as conex io nes
económ icas del i mperia l i s n10 n1ás c l a ra mente q u e muchos "soc ia­
l istas" sabe al n1 is1no t iempo rnuy b ien que d ic ho conoc i n1 iento
ser ía su n1a 1nente pel igroso i nc l u so pa ra sectores de su p rop i a c la­
se, p o r no hab la r ya de la soc iedad entera . ( Piénsese a este propó­
sito en la n1eta física de la h istor ia que s u e le adoba r las teor ía s de
poder del i n1per ia l i s n10.) Por o t ra pa r te, au nque eso c o n ten g a e n
pa r te u n enga 1-=io conci ente, la s i t u ac ió n no se red u ce a é l . () sea, l a
v i ncu l ación d e "co n1 p rens ión c l a ra" de a l g u nas conex iones econó-·
n1 icas y concepción fa ntá s t ica, i r r e s p o n sab le r n e n te tneta f í s ica, del
todo del Estado, la socied ad y el deven i r h is tór ico es consec u e n c i a
necesa r ia d e la pos ición d e c lase i nc lu so pa ra la capa rn á s co n c i en­
te de la bu rg uesía . Pero rn i en t r a s q u e en la é poca de a s c e n s o de l a
c lase l a l i m ita ción i r np u es t a a la co g nos c i b i l i d a d d e la soc iedad era
toda v ía o s cu r a e i nconc i en te, hoy d ía se refleja l a descon1 p os i c ión
350

objet iva de la sociedad cap ita l ista en la tota l i ncoherencia y en l a


i ncompatib i l idad de las op i n iones ideológica mente com bi na da s.
Ya en eso se ma n i fiesta su cap i tu lación ideológica -por lo comú n
i nconc iente y, por supues to, i ncon fesada- a nte el ma teria li sm o h i s­
tórico. Pues la econom ía q u e a hora se desa rro l l a no ha nac ido ya
exc lu s iva mente en el terreno de la b u rg uesía, con10 en t iem p os
de la econom ía c lásica. Prec isa n1ente en pa íses con10 Ru s ia, en los
cua les el desa rrol lo cap i ta l i sta en1pezó relativamente ta rde y, por
lo ta nto, ex istía u na neces idad d i recta de fu nda n1 entación teóri­
ca, resu ltó que la teor ía p resentaba un intenso carácter "n1arxista"
(Strü ve, Tugan-Ba ra nowsky, etc.) Pero el m is mo fenómeno se m ani­
festó contem porá nea mente en A len1a n ia (por eje m p lo: Son1ba rt) y
en otros países. Y las teor ía s de la econom ía de g uerra, que es eco­
nom ía p la n i ficada, presen ta n u n robu s tec i m iento con sta nte de esas
tendenc ias.
No se contradice con e l lo el que a l m is mo tiempo -y más o menos
a pa r t i r de Bernstei n- u na pa r te de la teor ía soc ia l ista sucumba
cada vez más i ntensa mente a la i n flu encia b u rguesa. Los marxis­
tas c la riv identes se ha n dado cuenta ya entonces de q ue no se tra­
ta ba de u na pug na de tendenc ias dent ro del n1ov i m iento obrero.
Cua lqu iera q ue sea el j u icio que 1nerezca n, desde el pu nto de vis­
ta del proleta riado, los pasos ca da vez más f recuentes de destaca­
dos "compa fieros" a l ca mpo d e la bu rguesía ( los casos de Bria nd­
M i l lerand y Pa rvus- Lensch no son si no los ejemplos n-tás crasos),
desde el p u n to de v ista de l a bu rguesía s ig n i fican que el la m isma
es ya i ncapaz de defender ideológica mente su pos ic ión con sus pro­
p ias fuerzas originarias. Sign i fica que neces ita no sólo l as perso­
nas de los que aba ndonan el campo del p roleta r iado, s i no también
-y éste es el p u nto p r i ncipa l- el método cien t í fico del proletar iado,
desde luego que son1eti do a deformaciones. La teor ía d e los rene­
gados, desde Bernstei n hasta Pa rvus, es si n duda síntoma de una
crisis ideológ ica en el pro leta riado; pero sig n i fica a l nl isrno t ien1po
la ca p it u l ación de la bu rg u es ía a nte el mater ia l is n10 h is tór ico.
Pues el proleta riado ha com ba tido a l ca pita l ismo obl iga ndo a la
soc iedad b u rguesa a en frenta rse con u n conoc i m iento de sí m isma
que por fu erza ten ía que n1a n i festa rla co mo i nterna n1ente prob le­
rná t ica . En paralelisnw co 11 La l uch a eco 1 Z ó n1 ica se desarrolló u n a Lucha
por la co n ciencia de La sociedad _ Pero la to rn a de co n c ie11 cia de la socie­
dad s ig1 1 ifica al m ismo t iernpo la pos ib il idad de d irecció n de la m isma.
15 1

El proleta r i a do vence en su lucha de clase no sólo en la esfera d el


p oder, s i no ta mbién en esta l ucha por la concienc ia soc ia t d isol­
v iendo crecientemente en los ú l t i mos 56-60 a ños l a ideología b u r­
g uesa y desa rrol l a ndo s u p ropia concienci a socia l ya dec is i va .
E l materia l ismo h i stórico es e l med io d e lucha rnás i m portan­
te en esa pugna por la esencia, por la d i recc ión socia l. Por eso e l
rnateria l ismo h istórico es fu nción d e l des p l i egue y d e la descom­
pos ición de la sociedad cap i ta l i sta, como toda s las demás i deologías .
Repetidamente se h a reprochado eso a l m a ter ia l i s mo h is tó r ico p o r
pa r te bu rg uesa. U n a rgu mento por todos conoc ido, y dec i s ivo des­
de el p u n to de v i s ta de la c ienc ia b u rgu esa, con t ra la verdad del
rnate r ia l ismo h istór ico es que debe poder a pl ica rse a sí m is mo.2
Si se p resu pone la verdad de su doctr i na seg ú n l a cua l tod as las
formaciones l la madas ideológ ica s son fu nc iones de las relaciones
socia les, entonces él m ismo (en c u a nto ideolog ía del p roleta r i ado
en l ucha) no es ta mpoco más que u na ideolo g ía a s í, fu nción de la
soc iedad cap i ta l ista . Creo que esa objec ión p uede ad n1 it i rse pa r­
c i a l mente, si n que por eso se perjud ique l a i mpor ta nci a científica
del materia l is mo h istórico. Desde luego que el n1a teria l i smo h i s­
tór ico p u ede y t iene que apl ica rse a s í m is mo, pero esa a pl icac ión
a sí ni. i smo no conduce a un p leno rel a t i v i s n10, a la conclus ión d e
que e l materia l ismo h i stór ico n o s ea el método h is tórico verdadero.
Las verdades materia les del m ater ia l ismo h i s tór ico son de la m is­
ma nat u ra leza que vio Ma rx en las verdades de la econom ía pol ít i­
ca clásica, son verdades dent ro de un dete rm i nado orden soci a l y
de p roducción. Y va len i ncond ic iona l mente con10 ta les, p ero sólo
como ta les. Esto no exc luye la a pa r ición de soc iedades en l a s c u a l es,
a consecuencia de la natu ra leza de su estruc t u ra, r ijan otra s ca tego­
rías, otras conex iones de la verd ad . ¿A qué resu ltado l lega mos a s í?
Tenemos que p regu nta n1os a nte todo por los p res u puestos soc ia l es
de l a va l idez de los c o n ten idos del mater ia l i s mo h i stórico, d el m i s­
mo modo que Ma rx es tud ió los p res u pues tos soc ia les y econón1 icos
de ta v igencia de la econon1 ía po l ít ica c lá s ica .
En Ma rx m is n10 podemos encon tra r l a res p u es ta a esa cues­
tión. En su forn1a c lás ica (q u e, desg ra c ia d a n1ente, no ha l leg a do a
la conc iencia genera l si no en fo rma v u lga r i zada), e l materia l is rr10

1 Sac ristán t ra d u ce ;'co n t ra l a verd ad d e l rn a te r i a l i s mo h i stó r ico t i e ne q ue


a p l ica rse a s í nl ismo". ( N . d e l E .)
352

h i s tór i co s i g n i fica el a u toconocim ien to de la �t 1< ·iedad cap italis ta . Y el l o


no sólo en e l sen t i do i de oló g ico a p u n ta d o, p ue s ese p rob len 1a i d eo ­

ló g ic o no es s i n o e x p re s i ó n i n te l ec t u a l de la s i t u a c i ó n eco n órn i c a
o bj et i v a En este sen t i do se l leva a concep to e l resu l ta do de c i s i vo
.

del n1a te r i a li sn10 h is tórico, el hecho de q u e la tota l idad y la s fu e r ­

zas motora s d e l cap ita l i smo no p ueden c a p t a rs e con l a s ca tegor ías


g ro s e ra s, a bst racta s, a h i s tó r ica s y exter n a s d e la c ienci a de la c l a se
bu rg u esa . Así, pues, e l mater ia l i s n10 h i s t ó r i co es por d e p ro nto u n a
teor ía d e la sociedad b u rgues a y d e su est r u c t u ra econórn ka. " Pero
en l a teo r ía", d ice Ma rx�,

"se p res u po ne q u e l as l eyes del modo de p ro d uc c i ó n c a p i t a l i s t a S<.' d(�sa r ro ­


l la n en toda su p u reza. En l a rea l idad n o h ay n u nca rná s q u e u n a a p ro x i ­
m ac ió n; pen.. 1 esta a p rox i 1n ac ió n es t a nto m.ay o r c u a n to m.ás desa r ro l lado
está e l nl<H .io de p rod u cc ión cap i ta l i s t a y c u a n tu más co m p l e t a tnc nte se

h a n el i m i n a do la i n1p u r i ficac i ó n y la n1ezcl a co n restos de es t a d ios eco­


nó m ico s a nte r io res".

Esa s i t u ac i ó n prop ia de l a teo r ía se tna n i fiesta en e l h ec ho de


q u e l as l eyes de l a econon1 ía do111 i na n la e ntera soc iedad y, p o r otra
pa r te, c ons i g ue n i n1 pon e rse corno "pu ras l e ye s de la na tu ra leza",
g rac i a s a s u p o t enc i a pu ra n1ente eco nóm ica, o sea, s i n ay u da de
fac t ore s ex l raeconórn icos. Ma rx s u b raya a 1n enu do y con i ntensi­
dad es ta d i ferenc i a ent re la soc iedad ca p i ta l is t a y la p reca p i ta l is­
ta, sobre todo cua ndo h a b la del cap i ta l i s 1110 n ac iente, en lucha por
i tn p o ners e en la so c i e d a d y del c a p i ta l i s n1 0 ascendente y ya d o rn i­
,

na nte . .(/(L)a l ey de la a flu e nc ia y la dern a nda de t ra bajo", esc r ibe .. ,

"esa rnu d a co n s t r i cc ió n de l as rel ac io n es e c o n ó 1n i ca s, se l l a e l do m i n io de


los ca p it a l i s tas sob re los t rabajado res . S i g u e, s i n d u d a, a p l i cá ndose torlavín
el pod e r i rnned i a to cxt rneco 1 1 ó mico, p e ro ya sólo excc p c io n a lme l l fc . C u a ndo
las cosas d bc u r re n no r m a l men te, e l t ra bajador p u ede q ued a r e n t reg a do
a l as ' leyes n a t u ra l es d l1 la p ro d u cc i c1 n ' . . . L.n sit u ació n em dist inta du m 1 1 te La
gé nesis histó rica de la p roducció n cnp i t a l is l a ".

---------- -----

' Das Knp it a l [ El Capita l ), I I t l, pág. 1 54 . [ M a r x, E/ cnpi tn/ . . . , o p. c i t., Ton10 l l L


vo l . 6, p. 222 . ( N . del E . ) )
' Das Kap i tal I E I Ca p ita l ] , l, 704 . Cu rs i va m í a . [ Ma r x, El capita l . . . , o p . c it.,
To nlO 1 , vo l . 3, p. 922. ( N . d el E . ) }

j
353

De esa estructu ra económ ica de u na sociedad "pu ra mente"


ca p i ta l is ta (dada, por supuesto, sólo como tendencia, pero como
te nd e nc ia que determ i na decis iva mente toda teor ía) se s ig ue que
J o s d iversos momentos de la construcc ión socia l se i ndependiza n
u no s d e otros y p ueden y t ienen que l lega r a concienc ia como ta les.
E l g ran florecim iento de las ciencias teóricas a fi nes del s ig lo X V I II
y p r i nc i p ios del X I X, la econom ía clásica en I nglaterra y la fi losofía
c l ás ica en A leman ia, ca racter iza la conc iencia de la i ndependenc ia
d e esos s istemas parcia les, de esos momentos de la constr ucción
y el d es p l iegue de la soc iedad bu rguesa. La econom ía, e l derecho
y el Estado aparecen entonces como sistemas cerrados en sí mismos
qu e dom i na n la sociedad entera por su propia perfecc ión de poder,
s eg ú n l eyes p ropias i nt rínsecas. As í, pues, cuando a lg u nos c ient í fi­
cos, como Andler, por ejemp lo, intenta n p roba r que todas las verda­
des conc retas del mater ia l ismo histór ico hab ían s ido ya descubier­
tas por la c iencia antes de Ma rx y de Engels, yer ran completa mente
l o ese nc ia l, y seg u i rían en el error au n en el caso de que su a rg u­
mentación fuera concluyente respecto de todas aquel las verdades
concr etas, cosa que no es. Pues el acto que hace época en el método
es qu e el materia l is mo h istór ico descu b r ió p recisa mente que todos
esos s iste mas apa rentemente autónomos, del todo i ndepend ientes,
cer ra dos en sí m is mos, son n1eros momentos de un todo que los
abarca, y que su apa rente autonom ía puede supera rse.
Pero esa apa r iencia de autonom ía no es un mero "er ror" s i m­
p lemente "correg ido" por el materia l ismo h istór ico. Es más b ien
la expres ión i ntelectua l, catego r ia l, de la estr uctu ra soc ia l objetiva
de la soc iedad cap ita l i sta. Superarla, rebasa rla, s ig n i fica por tanto
reba s a r i ntelectua l mente la soc iedad cap ita l ista, a n t ic ipa r su supe­
rac ión con la energ ía aceleradora del pensa m iento. Prec isa mente
p o r eso se mant iene en el todo co rrec ta mente reconocido la i nde­
p endencia i nsuperada de los sistemas p a rc ia les. Esto es: el rec to
conoci m ien to de su fa lta de i ndependenc ia rec íp roca, de su i nterde­
p endencia, de su dependenc ia res pecto de la est r uctu ra económ ica
de la soc iedad tota l, i n1pl ica como rasgo esenc ia l e l descubr i m ien­
to de q ue esa "apa r ienc ia" de autonom ía, de oc lusión y de lega l i­
dad p ro p ia es su forma necesa ria de ma n i festac ión en la soc iedad
cap ita l is ta.
En la soc iedad p recapita l is ta los mon1entos s i ng u l a res del p roce­
so econó m ico (con10, por ejen1p lo, el ca p i ta l usu ra r io y la p roducc ión
354

de bienes) se mantienen en r ígida separac ión a bst racta entr e el lo s,


s i n adm it ir u na i nteracción inmed iata n i u na i nte racción que p u e-
da l legar a conc iencia. Por otra pa r te, a lg u nos de esos m om e ntos
const ituyen un a u n idad con momentos ext raeconóm icos de l p ro­
ceso de la econom ía, u n idad que es desd e todos los p u ntos de v is ­
ta indestructib le dentro de esas est ructu ras soc ia les (por eje m p lo,
u n idad del a rtesanado y la agr ic u lt u ra en la prop iedad feud al, o de
i mpuesto y renta en la serv idu mb re ind ia, etc.) . En el capita lismo,
por el contrario, todos los momentos de la est r uct u ra de la sociedad
se encuentra n en i nteracción d ia léctica. Su a pa rente independencia
recíproca, s u concentrac ión en sis temas autóno mos, la apa r iencia
fetichista de su autonom ía -aspecto necesa rio del capita l ismo desde
el p unto de v ista de la b u rg u es ía- es e l i nev itab le pu n to de t ransi­
ción hacia su conoci m iento adec uado y comple to. Sólo si se p iensan
rea l mente hasta el fi na l esas tendenc ias a la a u tonom ía -pa ra lo cual
ha sido incapa z la cienc ia b u rguesa i ncluso en s us mejores tiempos­
es posible conceb ir los fenómenos en su rec íp roca dep endenc ia, en
s u coord inación y en su subord inac ión a la tota l idad de la est ruc­
t u ra económ ica de la sociedad. E l p u n to de v i s ta del ma rx ismo, por
ejemplo -el que consiste en considera r los p roblen1as p a r t icu la res
del ca pita l ismo no desde el pu nto de v is ta de los cap ita l istas i ndiv i­
dua les, s i no desde el de las clases-, es, por u na p a r te, s u bj etiva men­
te, sólo accesible -desde el pu nto de v ista de la h is toria de las id eas­
como continuación y mu tac ión d ia léct icas de la actitud p u ra mente
cap ita l istas. Pero, por otra pa r te, la " lega l idad nat u ra l" de los fenó­
menos que así se identi fica n, o sea, su com p le ta i ndependenc ia res­
pecto de la voluntad, el conoci m iento y las fi n a l idades de los hom­
b res, constituye ta m b ién el p resu puesto o bjet ivo de su elaboración
por la dia léct ica mater ia l ista . Problemas, por ejemp lo, como el de
la acu mu lación, o el del t i po med io del b e ne fic io, o i ncluso e l de la
relación entre el Estado y el derecho y el conj u nto de la econom ía,
m uestran cla ra mente el modo como esa a p a r iencia en constante
revelación es u n p resu puesto h i s tór ico-metód ico de la con s t rucc ión
y la aplicab i l idad del rnateria l ismo histór ico.
No es, pues, casua l -como no puede se rlo c ua ndo se t rata de
verdades rea les acerca de la soc iedad- q u e el mater i a l ismo h istó­
r ico se ha y a desa r rol lado como método cient í fico a med iados del
s ig l o X IX . Como no es casua l, en genera l, q u e las verdades soc ia les
se descubran siern p re cua ndo en e l las s e m a n i fiesta e l a l ma de u na
1
1

l_
355

época, de la época en que se constituye la rea l idad correspond ien­


te a l método. El materi a l ismo h is tórico es p recisa mente, como ya
he1nos d icho, el autoconoci m iento de la sociedad capita l ista .
Ta mpoco es casua l qu e la econom ía pol ítica no haya nac ido
como ciencia susta ntiva s i no en la soc iedad capita l ista . Y no es
cas u a l porque la sociedad cap ita lista, por su o rga n i zación mercan­
til y del trá fico, ha dado a la v id a económ ica u na pecu l ia ridad tan
au tónoma, ta n cerrada y tan basada en lega l id ades i n ma nentes,
que en va no se b u sca rá en las sociedades a nteriores. Por eso la eco­
nom ía pol ítica clásica está, con todas s u s leyes, m á s cerca de la c ien­
c ia natu ral que de otra a lg u na . El s istema económ ico c uya nat u ra­
leza y cuyas leyes estud ia se acerca efectiva mente mucho, por s u
p ecu l ia r idad, por l a construcción d e s u objetiv idad, a l a natu ra le­
za estu d i ad a por la física, por la c ienci a nat u ra l . En el l a se t rata de
conexiones plen a mente i ndepend ientes de la pecu l ia r idad hu ma na
de los hombres, de todo a ntropomorfismo, rel ig ioso, ético, estét ico
o de otra nat u ral eza; se estud ian conexiones en las que el hombre
no aparece más que como nú mero abstracto, como a lgo reducible
a nú meros y a conex iones y relaciones nu mérica s; relaciones en las
cu a les, seg ú n las pa labras de Engels, las leyes p ueden descub r i rse,
pero no dom i na rse. Pues se refieren a conex iones en las cua les -esto
ta m b ién lo ha d icho Engels- los p roductores ha n perd ido el poder
sob re sus prop ias cond iciones socia les de v ida, en las cua les, a con­
secuencia de la cosi ficación de aque l las condic iones, las relaciones
han cobrado autonom ía plena, v iven por sí m i smas y c r i sta l i za n en
un sistema independ iente, cerrado y expl icado en sí.
Por eso no es casu a l que la sociedad cap ita l ista se haya converti­
do en el terreno c lás ico de apl icación del mater i a l is1no h i stór ico.
Pero s i ahora considera mos el materi a l is mo h istórico como
método cientí fico, es obv io que se p u ede apl ica r ta m bién a épocas
a nter iores, p rev ias a l capita l ismo. Ya lo ha s ido, y con éx ito pa rc i a l;
por lo menos, ha a r rojado resu ltados muy i nteresa ntes. Pero a l a p l i­
ca r e l materia l i s mo h i s tó r i co a época s p recap ita l is tas se m a n i fiesta
u n a d i ficu ltad metodológ ica ese ncia l e i mportante, la cu a l no apa­
rece cu ando se le apl ica a la c r ít ica del cap i ta l is mo.
Ma rx ha i nd icado esa d i ficu ltad en i nnu merables pasajes de su
obra pr i nc i pa l; y E ngels la h a for mu lado luego con toda cla r idad en
El origen de la fanúlia, de la p rop iedad p rivada y del Es tado; la d i ficu 1 -
t a d a r ra iga e n la d i ferencia es tru ct u ral que h ay entre l a época d e la

L
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�.

356

civ i l izac ión y las a nteriores. E n este p u nto subraya E ngels en érg i­
ca mente5 que "mientras la producc ión se desa r ro l l a sobre esa b as e
no puede colocarse por enc i ma del p roductor, no p uede crear fre nte
a él extra ñas fuerzas fantasma les, com o ocu rre regu la r e inev ita­
b lemente en la civ i l ización". Pues en este caso " los productor es ha n
perd ido el dom i n io de la p roducc ión tota l de s u á n1 bi to v ita l... Lo s
p roductos y la p roducción queda n someti dos a l a za r. Pero el azar
no es s i no u no de los polos de u na conexión c uyo o t ro polo se l lama
necesidad". Y luego Engels muestra cómo s e s igue de la est r uctu­
ra socia l así producida la conc ienci a correspond iente en forma de
" leyes natu ra les". Esta interacc ión d ia léct ica de casua l idad y nece­
sidad, la for ma ideológica c lás ica del p redom i n io de lo económ ico,
se agud i za en la med ida en que los procesos socia les se escapa n del
control hu rr1ano y se i ndepend i za n .
L a forma más pu ra -puede i nc luso dec irse q u e l a ú n ica forma
p u ra- de este dom in io de la s leyes natu ra les soc ia les sobre la sociedad
es la p roducción capita l ista. Pues la m i s ió n h i s tór ico-u niversa l del
p roceso civ i l izatorio que c u l m i na en el cap i ta l is mo es la consecución
del domi n io hu mano sobre la naturaleza. Estas " leyes nat u ra les" de
la sociedad, que dom i na n la ex istencia del homb re como f uerzas
"ciegas" ( inc luso cuando se reconoce s u "rac ion a l idad", y hasta más
intensa mente en este caso), t ienen la función de someter la natu ra leza
bajo las categorías de la per-soc ia l ización6, y la ha n rea l i zado en el
c urso de la h i stor ia. Pero fue u n p roceso l a rgo y r ico en reca ídas y
retrocesos. M ientras du ró, c ua ndo estas fuerzas natu ra les sociales
no se habían impuesto todavía, las rel ac iones natu ra les -igu a l en el
"metabol i s mo" entre el hombre y la natu ra leza que en las relaciones
socia les ent re los hombres- fueron, natu ra l mente, las dom ina ntes,
las que determ inaron el ser del hombre y, con el lo, las formas en
las cua les ese ser se exp resa i n telec t ua lmente, emoc iona l mente, etc.
(rel ig ión, a r te, fi losofía, etc.) " En toda s las formas don1 i nadas por la
p ropiedad de la t ierra", d ice M a rx7, "p redo m i na la rel ac ión nat u ral.
En las dom i nadas por el cap ita l is1no p redom i na el elemento social,
h istórica mente produc ido". Y Engel s formu la la 1n isma idea, en u na

5 Ursprung der Familie, 183 -1 84. [ Engels, El o rige n . . ., op. cit., p. 203. ( N. del
E.)]
6Véase nota 37 en ""Qué es el n1arx ismo ortodoxo" ( N . del E.).
7Zur Kritik der politische n Ókononúe [Co n t r ib uc ió n a la c r ít ica de la econo­
m ía pol ít ica] , XLIV. [ Marx, Co 1 1 t rib ució11 . , op. c it., p. 308 . ( N . del E.))
. .

-

f!.;..'l'-'
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357

ca rta a Ma rx8, de modo más taja nte: " Eso p rueba p recisa mente que
en es te estad io el modo de p roducción es menos decisivo que el
gra do de d isolución de los v iejos v íncu los de sa ngre y de la v iej a
co m u n idad recíproca d e los s exos en la t r i b u ." D e n1odo que, e n su
op i nión9, l a monoga m ia, por ejemplo, es la pri mera forma de fa m i l ia
"que no se ,,fu ndó en cond iciones natura les, si no en condiciones
.
,
econom 1cas .
Se t ra ta, desde luego, de u n p roceso la rgo en el cu a l no es en
modo a lg u no pos ible del i m ita r mecá n ica mente las va r ias etapas,
pues éstas t ienen u na transición flu ida. Pero la d i rección del pro­
ceso es cla ra : "El retroceso de la ba rrera natu ra l" 'º en todos los
ter renos, de lo que se sigue -a con tra rio y por lo que hace a nues­
tro p resente p rob lema- que la ba rrera nat u ra l h a ex istido en todas
las formas p recap ita l istas de sociedad y que ha i n flu ido decisiva­
mente en todas las man i festac iones socia les de los hombres. Marx
y Engels lo han exp uesto ta ntas veces y ta n conv i ncentemente a
propós ito de las categorías p rop ia mente económ icas que podemos
conten ta rnos con u na s i mp le rem i s ión a su obra . ( P iénsese, p or
ejemplo, en el desarrol lo de la d iv i s ión del t rabajo, en l a s formas del
plustrabajo, las de la renta de la t ierra, e tc.) Engel s a ña de a eso en
va r ios lugares1 1 que cua ndo se trata de estad ios soci a les p r i m itivos
es un error hablar de derecho en nues t ro sentido.
Pero la d i ferencia estructu ra l i nd icada a parece a ú n más resuel­
tamente en el terreno que Hegel ha l la mado esp í r itu absoluto1 2, en

88-X I I-1882. Briefwechsel [ Epistola rio], IV, 495.


9 Ursprung [ El origen de la fam i l ia, de la propiedad privada y del Estado],
41 . [ E ngels, El origen . . ., op. cit., ( N. del E.)]
10Das Kapitnl [ El Capital ], I, 479. [ Marx, El capital . . . , op. cit., Totno I, vol . 2,
p. 624. ( N . del E . ) ]
1 1 Urspru ng [ El origen de la fanlil ia, de la propiedad privada y del Estado],
25, 1 64, etc.
1 2Para evitar equívocos ind icaremos en segu ida que la d istinción hegeliana
se aduce sólo como clara delimi tación de campos, sin utilizar en absol u to
su doctrina del espíritu, que es m uy problemática en todo lo denl.ás. Y, en
segundo lugar, que incluso refi riéndose sólo a Hegel es erróneo dar al con­
cepto de espíritu una significación psicológica o metafísica. Hegel define el
espíritu como unidad de la conciencia y de su objeto, lo cua l se acerca bas­
tante a la concepción marxiana de las categorías, por ejemplo en la Miseria

1 de la filosofín (86) y en la Co n tribució n n ln crítica de la economía polít ica (XLI I I ) .

l
358

opos1c 1on a las fonnas del esp ír it u o bjetivo (econom ía, derec ho,
Estado), con figu radoras de relaciones soc ia les, p u ramente i nte rhu­
manas. Pues las formas del esp íritu absolu to (ar te, rel igión, filo s o fí a)
son a l m ismo t iempo, en pu ntos muy esenc ia les, aunque va ria b les,
enfrentam ientos del homb re con la natu ra leza, con la externa y con
la que encuentra en sí m is mo. Esa d is t i nc ión no debe entenderse de
u n modo mecán ico, como es natu ra 1 . La natu ra leza es u na cat ego­
r ía socia l, esto es: s iempre está socia ln1ente cond icionado lo qu e en
u n determ inado estad io del desa r rol lo soc i a l v a le como natu ra le z a 1

así como la relac ión de esa natu ra leza con el hombre y la for n1 a en
la cua l éste se enfrenta con el la, o, en resolución, la s i gn ificación de
la natu ra leza en cua nto a su forma y s u conten ido, s u a lca nce y su
objetividad. De ello se sigue, por u na p a rte, que la cuestión de si en
u na determ i nada forma socia l es posible u n enfrenta m iento in me­
d iato con la natu ra leza no pu ede resolverse 1ná s que desde el pun­
to de v ista del materia l i smo h is tór ico, porque la posib i l idad de esa
relac ión d irecta depende de la ºes t ruct u ra econón1 ica de sociedad".
Pero, por otra pa r te, u na vez dadas, y prec isa mente del modo con­
d icionado por l a sociedad de q u e s e t rate, esa s conex iones actúan
seg ú n su p rop ia lega l idad inte r na y consigu en u na independen­
c ia respecto del fu nda mento v ita l socia l, del q ue (neces a r i a men­
te) nacen, mucho mayor que las formaciones del "esp í r i t u objeti­
vo". É stas también, por s upues to, p u eden a n1e nudo mantenerse en
p ie mucho tiempo después de desapa rec ido el fu n da n1ento social
al que deben su ex istencia . Pero p erdu ra n entonces como obstácu­
los a l desar rol lo que es necesa rio el i m i na r v iolentamente, o b ien se
ada p ta n con ca m b ios fu nciona les a la nu eva situ ación económ ica
(la h i stori a del derecho m uest ra ejemplos de a mbas cosas). En ca m­
b io, la persi stencia de las for macio nes del esp ír itu absoluto p uede
acentua rse con u na va loración pos it i va, act u a l y ejempla r, cos a que
ju st i fica hasta c ierto p u nto la te r n1 i nolog ía hegel i a na. Eso qu iere
dec i r que las rel ac iones entre génes i s y v igenc ia son e n este caso
n1ucho rnás con1 p l icadas. Así, por eje 1nplo, ha escrito Ma rx, perci­
b iendo clara n1ente este p roblema 13: " Pe ro la d i fic u ltad no est r i ba en

É ste noes el l ugar adecuado para d iscu ti r la d�ferencia, que no pretendo ig­
nora r, pero que se encuentra en un p u n to con1 p letamente d isti n to de aquel
en el cual genera lmente se la b usca.
13Zur Kritik fCont ribución a la crítica de la econo m ía pol ít ica], X L I X . [ Ma rx,
Co ntrilJ ució n , op. c it ., p. 31 1 -1 2. ( N . d e l E.)]
. . .

..L.
359

entender que el a rte y el epos g r i egos est á n v i nc u lados con c i ertas


formas de la evolución soc ia l. La d i fic u ltad consi s te en que todav ía
s igu e dándonos goce estét ico y pers isten, en c ierto sent ido, como
norma y modelo i na lca nzable."
Esa esta b i l idad de la v igenci a del a rte, esa apa riencia de natu­
ra leza suprah istór ica y suprasocia l se basa, empero, en el hecho de
que en el a rte t iene predom i nantemente luga r u n en frenta miento
del hombre con la natu ra leza. Esta o rientación de su con fig u rac ión
de los temas l lega ta n lejos que hasta las relac iones i nterhu ma nas,
socia l es, configu radas por el a rte se trasforma n en u na especie de
"nat u ra leza", y au nqu e, como ya queda d ic ho, ta mb ién esas rela­
c iones con la natu ra leza estén soc ia l mente cond ic ionadas y, por
lo ta nto, se trasforma n a l m is mo t iempo que ca mbia la sociedad,
s i n emba rgo, se basa n en conex iones que, frente a l consta nte ca m­
b io de las formas p u ra mente soc ia les, presenta n u na "apa rienc ia
de etern idad" subjetivamente jus t i ficada 14, porque son capaces de
sobrev i v i r a muchas y hasta p rofu ndas tra nsformaciones de las for­
mas socia les y porque pa ra su t ra nsformación hacen a veces fa lta
tra nsformaciones soc ia les de las más p rofu ndas, de las que sepa ra n
unas épocas de otras.
Por esa descripción puede pa recer que se trate de u na d i feren­
c ia mera mente cua nt itat iva entre relac iones i n med iatas y relacio­
nes med iatas con la na tu ra leza, o de efectos i n med iatos y med iatos
de la "estructu ra económ ica" en las d iversas for mac iones socia les.
Pero esas d i ferenci as cuant i tativas no son mera mente ta les más que
en la perspect iva del ca p ita l ismo, como aprox i maciones cuant itat i­
vas a su s i stema de organ ización de la sociedad. Desde el pu nto d e
v ista del conoc i m iento del modo como la s soc iedades preca p i t a l is­
tas estaba n realmente constituidas esa s g rad aciones cua nt itat ivas son
d i ferenc i as cua l i ta t i vas que se m a n i fiesta n epistemológ ica mente
como dom i n io de s istema s ca tegoria l es com p l eta mente d i sti ntos,
con d iversas fu nc iones de las va r i a s reg iones pa rc i a les en el m a rco
de la entera soc iedad. Incluso desde el p u n to de v ista p u ra mente
económ ico eso p roduce leyes cua l itat iva mente nu evas . Y no sólo en
el sent ido de que las leyes se mod i fiquen seg ú n las materias d iversas
a que se a p l iqu en, s i no ta m b ién en e l d e que en los va r ios a n1b ientes

•4C f r. Ka rl Marx, a p ro pósito del t rabajo co n10 mode lado r de va lo res de uso,
en El Capital, I, 9.
360

soc ia les r igen leyes d ist i ntas, p ues la v igencia de u n deter m i nado
tipo de ley está l igada a presupuestos socia les p recisos . Ba sta co n
compa ra r los presupuestos del i ntercam b io de mercanc ías p or su
va lor con los del i ntercamb io seg ú n sus p recios de p roducción p ara
aclara rse esa tra nsformación de las leyes i nc lu so en sent id o p u ra­
mente económ ico15• A este respec to hay que tener p resente que u na
sociedad de trá fico merca nt i l s i mple es ya, por u na pa rte, u na fo r­
m a cerca na a l tipo capita l ista, pero, por ot ra, u na est ructura cua l i­
ta tivamente d ist i nta de ésta. Estas d i ferencias c u a l itativas se inten­
s i fica n en la med ida en q u e, seg ú n el t ipo de la sociedad de qu e
se trate (o, dentro de u na soc iedad determ i nada, seg ú n el tipo de
for ma de que se trate, a rte, por ejemplo, o fi losofía), la relació n co n
la nat u ra leza tenga u na i n fluenc ia predo m i na nte. Así, por ejemplo,
m ient ras la relación entre l a a rtesanía (producc ión de b ienes de uso
de la v ida cotid iana, como mueb les, ves t idos, pero también edi fica­
ción, etc.) y el arte s ea muy estrecha -en la más ínt i n1a conex ió n co n
el t i po de d iv isión del trabajo i mp erante-, y m ientras no sea posible
traza r cla ra mente entre el las u na del im itac ión estét ica n i s iquiera
conceptua l (como ocu r re, por ejemplo, con lo que suele l la marse
popu la r), las tendenc ias evolutiva s de la a rtesa n ía, a menudo i n 1nó ­
v i l técn ica y orga n izativa mente du rante s ig los, en el sentido de un
a rte que se desa r rol le seg ú n leyes propias, son cua lita tiva mente
d iversas de las que p resenta bajo el cap ita l is mo, situac ión en la cua l
la producción de b ienes se encuentra "natu ra l mente", ya desde el
p u nto de v ista p u ra mente económ ico, en u n desa rrol lo revolucio­
na r io constante. Esta rá claro que en el p r i mer caso la i n fluencia
pos it iva del a rte en la artesa n ía, en la p roducción a r tesana, t iene
que ser dec is iva . (Tran s ición de la a rqu itec t u ra romá n ica a l gótico.)
M ientras que en el seg u ndo caso el á mb ito de juego del desa rrol lo
del arte es mucho n1ás estrecho; el arte no p uede ejercer n i ng u na
i n fluencia dec isiva en la p roducc ión de b ienes de u so, s i no que, por
el contra r io, hasta la pos i b i l idad y l a i mpos ib i l idad de la subs isten­
c ia del a rte dependen de mot ivos p u ra mente económ icos y de los
mot ivos de la técn ica de la p roducc ión dete r m i nados por los econó­
m icos . (A rqu itec t u ra moderna .)
Lo d icho acerca del a r te p u ede apl ica rse ta mbién a la rel ig ión,
au nque s i n duda con i mporta ntes mod i ficac iones . Ta m b ién a este

15C fr., por ejemplo, Das Knpital [ El Capita l ] 1 1 1, 1 , 156.


36 1

resp ecto subraya E ngels16 la d i ferencia ent re los dos períodos. Lo


q ue pasa es que la rel ig ión no exp resa nu nca con ta nta pu reza como
e l a rte la relación del hombre con la n at u ra leza, y que en la rel i­
g ió n las f u nciones socia les p rác t icas son mucho más i n med iatas e
i n1porta ntes . Pero a pesa r de eso es i n med iata mente c la ra la d i fe­
rencia entre la fu nción soc ia l de la rel ig ión y la cua l i tativa di feren­
cia de las leyes de su fu nc ión soc ia l en una formación estata l teo­
crática del antiguo Oriente y en u na "re l ig ión oficia l" de la Eu ropa
occidenta l cap ita l ista. Por todo eso la fi losofía de Hegel -que, pues­
ta en la d iv isoria entre a mbas épocas, i nten tó u na s istematización,
en frentada ya con los prob lemas de u n mu ndo que se iba haciendo
cap i ta l ista, pero desarro l lá ndose en un a mb iente en el cua l, seg ú n
l a s pa labras d e Ma rx17, "no se pod ía habla r n i de esta mentos n i de
clases, s ino, a lo su mo, de esta mentos muertos y clases aún no naci­
das"- tropeza rá con los problemas más d i fíc i les y más i rresolu bles
pa ra el la al plantea rse la cues t ión de la s relac iones entre el Estado y
la rel ig ión (o entre la soc iedad y la rel ig ión).
Pues el "retroceso de la ba rrera natu ra l" empezaba ya a recon­
duci rlo todo a u n plano pu ra mente soc ia l, a las relac iones cos i fi­
cadas del cap ita l is n10, s i n que aún fuera pos ible u na comprensión
clara de esos hechos. Pa ra el n ivel de los conoc i m ientos de la épo­
ca era, en efecto, i mpos i b l e ver t ras los dos conceptos de na tu ra le­
za p roducidos por el desa r rol lo económ ico cap ita l ista -la natu ra le­
za como "qu intaesencia de las leyes nat u ra les" ( la na tu ra leza de la
moderna ciencia natu ra l matematizada) y la nat u ra leza como esta­
do de á n i mo, como modelo del hom b re "corrompido" por la socie­
dad (la na t u ra leza de la ét ica rou sseau n iana y kantiana)- la u n idad
soc ia l de ambos, la soc iedad cap it a l i sta, con su d isolución de todas
las pu ras relaciones natu ra l es . Prec isa mente en la med ida en que el
cap ita l ismo consu n1aba la p er-soc ia l ización propia n1ente d icha de
todas las relaciones se pos ib i l itaba un autoconoc i m iento, el autoco­
noci m iento verdadero y concreto, del homb re con10 s e r social. Y e l lo
no sólo en el sentido de que l a a nter ior c ienc ia, escasamente desa­
r rollada, no hubiera sido capaz de reconocer ese hecho, presente
ya en épocas a nter iores, al ni.oda como, por ejeni.plo, la astrono m ía

16A nti- D ühring, 342.


1 7Der heilige Max [Sa n Max, f rag mento de La Sag rada Fmnilia ) en Dokumente
des Sozialism us, 1 1 1 , 1 71 .

i
l
362

copern ica na, verdadera, obv ia mente, antes de Copérn i co, no h ab ía


sido reconoc ida como ta l hasta s u obra. Si no en el sentido de q ue l a
fa lta de ese autoconoci m iento de l a soci edad es por s u pa rte mer o
reflejo i ntelectua l del hecho de que a ú n no se ha i mp uesto, en a qu e­
l las cond i ciones, l a per-soc i a l i zación económ ica objetiva, el h ec h o
de que a ú n no se había cortado el cordón u mb i l ica l que u ne a l hom­
bre con la n at u ra leza; ese corte es ob ra del proceso civ i l iza tor io .
Todo conoci m iento h is tórico es a utoconoci m iento. El pasado no s e
hace t ra nspa rente más que cua ndo puede practica rse u na autocrí­
tica adecu ada del p resente; y "'en c u a nto que s u autocrítica cuaj a
hasta c ierto p unto, dyná mei 18, por a s í deci rlo" 19• E-fas ta ese momen­
to, el pasado tiene que i dent i fica rse ingenua mente con la s formas
estruct u ra l es del p resente o ignora rse y deja rse plena mente fuera
del á mb i to de la conceptua l i dad, como a lgo completa mente ex tra­
ño, bá rbaro y s i n sent i do. Así se com prende que el cam ino que l leva
al conoci nüento de las soci edades preca p ita l istas, de est ructu ra no
cosi ficada, no se haya descu b ierto hasta que el materia l ismo h is­
tórico entend ió la cosi ficación de todas las relaciones socia les no
sólo como p roducto del capita l is mo, s i no ta mbién co1no fenómeno
tra nsitorio, hi stórico. (La relac ión en tre el est u d i o cientí fico de la
sociedad p r i m itiva y el n1a rx is mo no es en modo a lg u no casua l .)
Pues sólo entonces, a l ab r i rse la perspectiva de u na reconqu ista de
relaciones no cosi ficada s ent re l os hombres y entre los homb res y l a
nat u ra leza, s e h i zo posible descubr i r en la s for n1as pr i n1 i tivas, pre­
cap ita l istas, los momentos en los c u a les esta ba n esas formas pre­
sentes -au nque con relaciones fu nc iona les muy d is t i nta s- y com­
prenderlas en su esencia y su ex istenc ia p ropias s i n v io lentarlas
med i ante u na apl icac ión mecán ica de l as categorías de la soc iedad
cap ita l ista.
Por eso no fue n i ngú n error el a pl ica r ríg i da e i ncond ici onal­
mente el m ateria l i s mo h is tór ico, en su forma c lás ica, a la h i s to r ia
del siglo X I X . Pues en l a h istoria de ese siglo todas las fuerza s que
ha n actuado en la sociedad lo ha n hecho, e fect ivamente, como for­
mas de ma n i festación del "espíritu objet ivo". En ca m b i o, en las
sociedades p reca p i ta l istas la s i tuación no es ésa. En las socied a des

i x o námei = en pote nc i a . ( N . d e l T.)


y
1"C fr. Zu.r Kritik de r polit ischen Okonomie [Co n t r i b ució n a l a c r ít ica de l a eco ­
nom ía pol ít ica), X LI - L I I I. [ M a rx, Co n t rib ució n , o p . cit., p . 307. ( N. del E .)]
. . .
363

p recap ita listas no se ha dado la i ndependencia, la autoteleología,


l a au to-oclusión y au tonom ía, la i n nl a nencia, en fi n, de la v ida eco­
n ón1ica que se ha a lcan zado con la soc iedad capita l is ta . De el lo se
si g ue que e l materi a l ismo histór ico no se p u ede ap l ica r a las for ma ­
ciones socia les p recapita l istas d el m ismo modo q ue a l desarro l lo
cap ita l ista. P ues hacen falta a ná l i s i s más con1pl icados y más fi nos,
pa ra mostra r, por u na pa rte, la fu nc ión que ha n ten ido las fuer­
zas p u ramente económ icas -en la n1ed ida en q ue las haya hab ido
en el pasado en el sent ido est r icto de esa "pu reza" - entre las fuer­
zas motoras de l a soci edad, y, por otra pa rte, el modo como esas
fuerzas económicas ha n act uado res p ecto de las demás forn1acio­
nes de la soc iedad. Por este mot ivo e l materia l is n10 h is tórico t ie­
ne que a p l ica rse a las sociedades a nt iguas mucho n1á s cauta men­
te que a las trasforn1ac iones soc ia les del s ig lo X IX. Con e llo t iene
que ver el hecho de que, m ientras que el sig lo XIX no pod ía llegar
a su au toconoci m iento m á s que por el mater ia l is mo h is tór ico, en
ca mbio las i nvest igac iones h istór ico-ma te r ia l is tas acerca de a nt i­
guos estad ios soc ia les, como la h is toria del cristia n ismo pri m i t i­
vo o la del a nt ig uo O r iente, ta l como las ha intentado, por ejem­
p lo, Kau tsky, res u lta n, med idas con las posib i l idades de la cienc ia
actu a l, demasiado g roseras, a ná l is i s que no agotan tota l mente los
datos de hecho. Por las m is tnas ra zones e l inater ia l i smo h istórico
ha ten ido sus éx itos mayores en el a ná l isis de las formac iones de
la soc iedad, del derecho y de ot ras for maciones p rop ias del m ismo
p la no, como la estra teg ia, por ejemplo, etc. Y por eso los a ná l is is de
Meh r i ng -p iénsese en La leyenda de Lessing- son p rofu ndos y finos
cuando se refieren a la orga n i zación esta ta l o m i l ita r de Feder ico el
Grande o d e Napoleón . Pero resu lta n n1ucho 1nenos defi n i t ivos y
comp letos cuando se refieren a las formac iones l i tera r ias, c ientí fi­
cas y rel ig iosas de la época .
E l ma rx ismo v u lga r h a descu idado completa mente esa d i feren­
cia. Su apl icac ión del m a ter ia l ismo h istór ico ha ca ído en la m is ma
tra mpa que Marx seña ló a p ropós ito de los econom i s tas v u lga res, a
saber: ha tomado ca tegor ías p u ra rnente h istóricas -y prec isa mente,
como la econom ía v u lga r, categor ías de la soc iedad cap ita l i sta- por
categor ías eternas.
Por lo que hace a l es t ud io del pasado eso era u n mero error
cient í fico que no t u vo u lter io res consecuenci as g racias a l hecho
de que el materia l i s mo h i stór ico era u n instru n1ento de cornbate
364

en la lucha de clases, y no estaba sólo a l servic io del cono ci mi e n to


c ient í fico. E n ú ltima i nsta nc ia, los l ibros de Mehr ing o de Kau ts ky
(por deficienc ias cient í ficas sueltas q ue comprobemos en el pr i me­
ro e i ncorrecciones h is tór ica s en el seg u ndo) h a n prestado serv ic io s
inolv idables p a ra desperta r la conciencia de clase del p role t a r ia­
do; y como i nstru mentos de lucha de clases, como estí mu lo en esa
l ucha, han aportado a sus autores u na gloria i mborrable que co m­
pensa rá con creces los defectos c ientíficos que t ienen, i ncluso en el
j u icio de futuras generac iones.
Pero ocu rre que esa actitud h istór ica del ma rx ismo v u lgar ha
i nflu ido ta mb ién dec isiva mente en la conducta de los partidos
obreros, en s u teor ía pol ít ica y en su táct ica. La cuestión en la que s e
exp resa con más claridad es ta r upt u ra con el ina rxismo v u lgar es la
de la v iolencia y su papel en el con1bate de la revolución p roletaria
por conq u ista r y conserva r el poder.20 No es, desde luego, la p r i me­
ra vez q ue chocan el desa rro l lo orgá n ico del materia l ismo h istó rico
y su a p l icación mecá n ica; p iénsese, por ejemplo, en las d iscusiones
acerca del imperia lismo como nueva fase del desa rrollo capita lis­
ta o como ep isodio tra n s itorio de él. Pero las discusiones sobre la
cuest ión de la v iolenc ia son las que -muchas veces inconcientemen­
te- han expl ic i tado más cla ra mente el elemento metodológico del
debate.
En efecto: el econo m ic isn10 del ma rxis1no v u lgar niega la
i mporta ncia de la v iolencia en l a tra nsición de u n orden de p roduc­
c ión a otro. Apela a las " leyes nat u ra les" del desarrol lo económico,
las cua les tienen que rea liza r esa transic ión por su p rop io poder,
s i n la ayuda de la vio lenc ia 11grosera" y extraeconómica. Esa a rgu­
mentación aduce cas i siemp re la conocida frase de Mar x2 1 :

" Una formación socia l no perece n u nca antes d e que s e hayan desplegado
todas las fuerzas productivas para las cuales o frece ma rco suficiente, y las
nuevas rel aciones de producción no se presentan nunca antes de que en

20Sacr istán traduce "Al el i nl i nar e l ma rxismo v u lgar se plantea del modo
más claro la cuestión de la violencia; la fu nción de la violencia en la lucha
por con seg ui r y preserva r la v ictoria de la revolución proletaria." Hemos
reemplazado esta oración por l a trad ucción cuba na. ( N. del E .)
21
C fr. Zur Kritik der politische Ókono mie [Cont ribución a la crít ica de la eco­
nom ía política), LV I. [ Ma rx, Co n t rib ución , op. cit., p. 5 . ( N. del E.)]
. . .

,
.

365

el seno de la v ieja sociedad se h aya n i nc ub a do sus cond iciones rnateri alcs


de ex is tencia."

Pero a l c ita rla se olvid a -y con intenc ión, por supuesto-., el


co menta rio que Ma rx le a ñad í ó2 2 pa ra desc r ib i r el momento h is tó r i­
co de ese "per íodo de madu ración": " De todos los i nstrumentos de
la p ro ducción., la fuerza p roduct iva má x i ma es la c lase revo l uc iona ­
r ia m is ma. La organ i zación de los elementos revolucionar i os como
clase presupone La existencia constituida de todas Las fuerzas productivas
que podían desarrollarse en el seno de La vieja sociedad".
Ya esas frases mues tra n c la ramente que para Ma rx la "madu­
ra c ión" de las relaciones de p roducc ión hasta la t rans ición de u na
for ma de p roducc ión a otra ha s ign i ficado a lgo completa mente d is­
t i nto que para e l ma rx ismo v u lga r. P ues la orga n i zac ión de los ele­
rnentos revo luc iona r ios como c lase, y no sólo "frente al capita l",
s i no ta mb ién "pa ra s í m ismos"23., la t ra nsfor mación de la mera fuer­
za p roductiva en pa la nca de la t ra nsformación socia l, no es sólo
u n p roblema de conciencia de c lase, de la eficacia práctica de l a
acción conci ente, s i no ta mb ién e l conl ienzo de la s uperación d e la
p u ra " lega l idad nat u ra l" del econom ic i smo. Pues qu iere dec i r que
la "fuerza p roduct iva má x i ma" s e rebela con tra el sistema de p ro ­
ducc ión e n q u e está i nserta. Se ha produc ido entonces u na s it ua­
ción que no p uede resolverse s i no por la v iolencia.
No es éste el luga r adec uado p a ra desa rrol la r, ni s iqu iera a lu s i­
va mente, u na teoría de la fu nción de la v iolenc ia en la h istoria; esa
teoría tendr ía que mostra r que la sepa rac ión concep tua l absolu ta de
v iolenc ia y econom ía es u na abst racc ión i nad m is ible, y que n i ng u­
na relación económ ica es n i s iqu iera i mag i nable q ue no esté v i ncu­
lada con for mas de v iolenci a de acc ión latente o ma n i fiesta. Así, por
ejemplo, no se p uede olvida r que, seg ú n Marx24, i nc luso en t iem­
pos "norma les", lo ú n ico que está cond ic ionado de un modo p u ra
y objet iva mente económ ico es el á rnb ito de juego o va r iación de la
determ i nación de la p roporc ión beneficio-sa la r io. " La determ i na­
c ión de la c u a nt ía rea l de los m is mos se consigue exclu s iva mente

22Elend der Philosophie [ M ise r ia de la fi losofía], t rad. a lemana, 163, curs i va


m í a . [ Ma r x, Miseria . . . , o p. cit., p. 258 . ( N . del E .)]
H i b íd ., 162. [ I b id ., p. 257 ( N . del E.), )
24 Loh n, Preis und Profit [Sa la rio, p rec io y beneficio), 44. [ Ma rx, "'Sal a r io ",
. . .

o p. c i t., p. 507-8. ( N . del E.))


366

por la lucha constante entre el capita l y el t rabajo." Está c la ro que


las perspect ivas de esa lucha tienen, a su vez, u n ampl io condi­
c iona m iento económ ico, p ero ese cond iciona m iento exper i menta
grandes va r iaciones debidas a momentos "'subjetivos" que t ie n en
que ver con cuestiones de "v iolenc ia" o poder: por ejemplo, la orga­
n ización de los trabajadores, etc. La separación conceptual taja nte
y mecá n ica entre violencia y econom ía se debe p u ra y s i m plemente
a que la apa rienci a fetichista de pu ra objeti v idad de las relaciones
económ icas d isimu la su ca rácter de relaciones entre hom b res y las
transforma en u na segu nda natu ra leza q ue rodear ía a l homb re con
leyes fata les; y ta mbién se debe a l hecho de que la for ma ju r íd ic a
-también fetich ista- de la v iolencia orga n i zada ocu lta su p resencia
latente, potencial, en y det rás de toda relac ión económ ica: d ist inc io­
nes como la que se establece entre derecho y v iolenc ia, ent re orden
y subversión, entre poder, violencia lega l y violencia i lega l, ocu l­
ta n el fu nda n1ento v iolento comú n de todas las instituci ones de las
sociedades de clases. (El "metabol is mo" de los hombres de la soc ie­
dad p r i m it iva con la natu ra leza es tan escasa mente económ ico en
sentido est r icto como escasa mente ju r íd icas las relaciones ent re los
hombres de aquel la época.)
Es verdad que hay u na d i ferenc ia entre "derecho" y v iolencia,
entre v iolencia ag uda y v iolenc ia latente, pero la d i ferencia no p ue­
de entende rse n i desde el punto de v ista fi losófico-j u r íd ico, n i des­
de el ético, n i desde el meta fís ico, s i no sólo como d i ferencia socia l,
h istórica, ent re sociedades en las cua les u n orden de p roducc ión se
ha i mpuesto ya tan completa mente que func iona (por regla gene­
ra l) sin con fl ictos y sin problemas, por sus prop ias leyes internas, y
sociedades en las cua les, a consecuencia de la pugna entre d is t i n tos
modos de p roducción o a consecuencia de no haberse a ú n estabi­
l izado (n i relat iva mente, como es lo má x i mo que p uede es pera rse)
la i ntervenc ión de las d iversas c lases en el sistema de p roducc ión,
lo corr iente tiene que ser la apl icac ión de una desnuda v iolencia
"ext raeconón1 ica". En soc iedades no ca p ita l istas esa estab i l i zación
toma u na for ma conservadora y se ex p resa ideológica mente como
dom i n io de la trad ic ión, del ca rácter "d iv i no" del orden socia l, etc.
Pero en el ca p ita l ismo, en el cual la estab i l i zación s ig n i fica dom i ­
n io estable d e la bu rg u esía en u n p roceso econó1n ico i n i nter r u m­
p ido, d i ná m ica mente revoluc iona r i o, ton1 a la for ma de u n i mperio
de " leyes natu ra les", de "eternas l eyes de b ronce" de la econom ía
367

pol ít ica. Y como toda sociedad tiende a p royecta r y ºm itologi za r"


en el pasado la estructu ra de su p ropio orden de producc ión, tam­
b ién el pasado -y aú n más el fu turo- apa rece determ i nado y dom i­
nado por ta les leyes. Con eso se l lega a olv ida r que la génesis y e l
tri u n fo d e ese orden de producción fue fruto d e la v iolencia "extrae­
conóm ica" más desnuda, grosera y bruta l . "Tantae rnolis erat"25, d ice
Ma rx26 al fi na l de su ex posición de la génesis evolutiva del cap ita­
l is mo, "saca r a lu z las ' leyes natu ra les eternas' del modo de produc­
ción ca pita l ista".
Pero ta m bién es tá c la ro que la pug na entre los sistemas de p ro­
ducc ión en competencia se decide genera l mente - desde el pu nto de
v ista de la h istoria u ni versal- por la superior idad econón1 ico-socia l
de u n sistema sobre otro; sin ernba rgo, esa superior i dad no coinci de
necesa ria mente con su su perior idad técn ico-product iva . Sabemos
ya que la superior idad econón1 ica se ma n i fies ta genera l mente por
u na serie de n1ed idas de poder o de v iolenc ia; y se ent iende sin más
que la eficacia de esas med idas de v iolencia depende de la actua­
l idad y la m isión h istórico-u n iversa l de l leva r adelante la n1a rcha
de la sociedad, m isión que compete a la cl ase superior en ese sen­
t ido. Pero queda la sigu iente cues t ión: ¿cón10 puede concep tuarse
soc i a lmente esa s itu ación de siste n1a de p roducción en conc ur ren­
c ia? O sea: ¿hasta q ué pu nto puede entenderse u na soc iedad así
corno u na sociedad u n ita ria en sent ido m a rxista, c u a ndo le fa lta e l
fu nda mento objetivo d e la u n idad, l a u n idad d e "estructura econó ­
m ica"? Está cla ro que se t rata de casos-l í m ite. No ha hab ido nu n­
ca sociedades de estructu ra p u ra mente u n i ta ria, homogénea . ( E l
cap ita lismo no l o h a s ido nu nca, n i podr ía tampoco l legar a serlo
tras la muerte de Rosa Lu xembu rgo.) Por lo ta nto, en toda sociedad
el sistema de producción dom i na nte i mp r i m i rá su sel lo al subor­
d inado y mod i fica rá decisiva n1ente tan1 b i én su p rop ia estruc tu ra
económ ica . Piénsese en la i nc lusión del trabajo "i ndustri a l" en la
renta de la t ierra en la época de predomi n io de la econom ía na tu­
ra l, con la consigu iente con figu rac ión de sus formas económ i cas
por el 1nodo dom i na nte27; o, a la i nversa, en las formas que tom a la

2�Tantae molis e rat ( V i r g i l io: Tantac mol is erat rom a n a m conde re gentcm) =

Ta n g ravoso fue. ( N . del T.)


26Das Kapital [ E l Cap i ta l ), [, 725. [ Ma rx, El capital . . . , op. cit., Tomo l, vo l. 3,
p . 950. ( N. del E .) ]
27Das Kapital [ E l Cap i t a l ) , l, 725. [ Marx, El cap ital . . , op. cit., Tomo [, vo l. 3,
.
368

econom ía agra r ia en el cap i ta l ismo desa rrol l ado. Pero en la s ép o ­


cas de t ra ns ición p ro p ia mente d icha la sociedad no está cla ra m en­
te dete r m i nada por n ingún s istema de p roducción; la lucha entre
éstos está por dec id i r, n i ng u no es todav ía capa z de imponer a la
soc ieda d la est ructu ra que le es adecuad a, n i de ponerla siqu iera
tendenc ia l mente en mov i m iento en ese sentido. Como es obvi o, en
esas c i rc unsta ncias resu lta i mpos ib l e hab l a r de u n s istema de leyes
econó m icas que dom i ne la soci edad entera. El viejo orden de pro­
ducción ha perd ido ya su dom i n io sobre la sociedad como u n todo,
y el nuevo orden no lo ha conseg u ido todavía . Es una s ituac ión de
agu d a lucha por el poder o de l a tente equ i l i b r io de fuerzas, en l a
cua l, y por as í dec irlo, las leyes de la econom ía su fren u na " i nter m i­
tenci a": la v ieja ley no vale ya y la nueva ley no vale todavía . Q ue yo
sepa, l a teoría del ma teria l isn10 h istórico no se ha planteado aún el
problema desde el p u nto de v is ta económ ico. La teor ía del Estado,
ta l como la desa r rol l a Engels, muestra que esta cuestión no se ha
sustra ído en absolu to a los fu ndadores del materia l i smo histór ico.
Engel s decla ra28 que el Es tado es "en general el Estado de la c l ase
más p oderosa, económicamen te dominante". " Hay per íodos excepcio··
nales en los cua les l a s clases en lucha se encuentra n tan cerca del
equ ilibrio, que el poder del Es tado cobra, como a p a rente med i ador,
u na c ierta i ndependencia res pecto de a mbas . Ta l es el caso de la
mona rqu ía absolu ta de los siglos X V I I y X V I I I, que u t i l i za el equ i l i­
br io entre la nobleza y la bu rg uesía, etc."
Pero no hay que olvida r que l a t ra ns ici ón del cap ita l ismo a l
soc i a l ismo p resenta u na estructu ra económ ica d i ferente por pr in­
cip io de la est r uct u ra de la tra nsición del feuda l ismo a l cap ita l is mo.
Los s is temas de p roducción en conc ur rencia no se p resenta n a hora
si111ultáneanzente con10 sisten1as ya i ndep end i zados (a l modo de los
com i enzos del cap i ta l ismo en el orden feu da l de la producc ión),
si no que su competición se ma n i fi esta como contrad icción i rresolu­
ble dentro del s isten1a ca p i ta l ista m ismo, corno cris is. Esta estructu­
ra hace que la p rod ucc ión ca p i ta l ista sea desde el pr i mer momento
a ntagó n ica. Y ese a n tagon ismo -consi s tente en q ue en la cr i s is el
cap ita l se ma n i fies ta corno l i n1 itación de la produ cc ión i ncluso "de

p. 950. ( N . del E.))


2'1!- LJ rsprung [ E l o r igen de l a fa n1 i l i a, de l a p ro p iedad p r i vada y del Estado ),
180. (Cu rs iva m ía.). [ E nge l s, El o rixen . . . , op. c it., p. 200. ( N. del E .))
369

u n modo pu ra mente económ ico, es dec i r, i nc l u so desde el p u nto de


v is ta de la bu rgues ía"29- no queda en n1odo a lg u no a fectado por el
hecho de que las c r isis del pa sado haya n ten ido s u soluc ión den t ro
del cap i ta l is rno. Una crisis genera l s ig n i fica siempre u n p u nto de
i nter m itenc ia (rela t iva) de las leyes del desa rrol lo ca pital i s ta; lo q ue
ocu rre es que en el pa sado la clase de los capitalistas ha s ido s iem­
pre capaz de vol ver a poner en marcha la p roducción en el sentido
del cap ita l ismo. No podemos est u d i a r aqu í si y en q ué med ida s u s
med ios no h a n s i d o p rec i sa mente l a conti nuación l inea l d e las leyes
de la p roducción "norma l ", en qué med ida ha n ten ido u na fu nción
fuerzas concientemente orga n i zat ivas, factores "extraeconóm icos",
la base no-cap ita l is ta, o sea, l a a mpliab il idad de la p roducc ión capi­
ta l ista, etc.30 Ba sta con recorda r que la ex p l icab i l id ad de la c r i s is
tiene que rebasa r l a s leyes i n ma nentes del cap i ta l ismo, como qu e­
dó ya c la ro en la d iscusión de Sismond i con R ica rdo y su escuela; o
sea: q ue u na teor ía económ ica q ue pruebe la neces idad de las crisis
t iene que rem iti r al n1 i s n10 t ie1npo más a l lá del cap ita l is mo. Y la
"solu ción" de l a c r i s is no p u ede t a m poco ser u na cont i nuación rec­
ti l ínea, i n ma nente "seg ú n leyes" de la s it uac ión anterior a la c r i s i s,
s i no u na l ínea evolu t iva que condu zca de nuevo a otra c r is i s, etc.
Ma rx31 formu la esta conex i ón de un modo i nequ ívoco: " Este p ro­
o�so l leva r ía pronto la producc ión cap i ta l i sta a la catástrofe s i no
fuera porque tendenc ias con t rapuestas a l a fuerza centrípeta obra n
consta ntemente en sent ido descentra l i zador."
Toda c r i s i s sign i fica, pues, u n pu nto muerto en el desar rol lo del
cap ita l ismo seg ú n sus l eyes; pero sólo desde el p u nto de v ista del
p roleta r ia do p uede apreci a rse que ese p u nto muerto es u n momen­
to necesario de la p roducción cap ita l i sta . Pero las d i ferencias, la
gradac ión y la agu d i zación de las crisis, la sign i ficación d i ná m i­
ca de aq uel los p u ntos de i nter m itenc ia, la energ ía de las fuerzas

2q Das Kapital [ El Cap i t a l ) , l l l, I, 242 .


3°C fr. la co nd u cta de los cap i t a l istas i ng leses e n asu ntos de crisis, p a ro
obrero y en'l i g ración, en E/ Capital, l, 536 ss. Las ideas aqu í a l udidas co i n­
ciden pa rci a l n1cnte con l a s ag udas obser vacio nes de B uja r i n acerca del
ºequ i l i b r io" como post u l ado metód ico. E n " Econon1 ía del per íodo de
t ra ns fo r n1ación", ed . a lerna n a, 159-1 60. No tengo aq u í posib i l idad de d i s ­
c u t i r s u t rabajo .
J 1 Das Kapitnl [ E l Ca pi ta l ] , I I I, 1, 228 . [ M a rx, El capital . , op. c it., Tomo I I I, vol.
. .

6, p. 316. ( N . de l E .))
370

necesa rias pa ra poder poner de nuevo en m a rc ha la econom ía, no


pueden ta mpoco descubri rse desde el p u nto de vista de la econo­
m ía bu rguesa (economía i n ma nente), s i no sólo d esde el del ma te­
r i a l ismo h is tórico. Pues está c la ro que la cues t ió n de i mpor ta nc ia
decisiva es s i la "fuerza product i va máxi ma'' del orden d e produc­
ción capita l is ta, o sea, el proleta r iado, va a v iv i r la crisis como mero
objeto o como sujeto decisorio. La crisis está s iempre cond icionada
por las "antagónicas relaciones de la d is t r ibución", p or la pugna
entre e l flujo del capita l, que ava n za "en p roporción con e l impu lso
que ya tie ne", y " la estrecha bas e en que desca n sa n las relaciones
de consu mo"32, o sea, por la exis tencia económ ico-objetiva del prole ­
tariado. Pero este aspecto del a ntagon ismo no apa rece abierta n1en­
te en las c r i s is de la época del ca pita l ismo ascenden te a causa de
la " i n madu rez" del proleta riado, a causa de su i ncapacidad para
i nterve n i r en el proceso de p roducción sa lvo como .,.. f uerza produc­
tiva" i nserta sin resistencia y somet ida a la s " leyes" de la econom ía.
Así p uede suscita rse la a pa r ienc ia de que las " leyes de la econo­
rn ía" p ueden saca r a l sisten1a de la crisis igu a l que le ha n l levado
a e l la; m ientras que la rea l idad es si mplemente que la c lase de los
cap i ta l istas ha consegu ido -grac ias a l a pasiv idad del p roleta r iado­
supera r el pu nto muerto y volver a poner en marcha la máqu i na . La
d i ferencia cua l itat iva entre las cr i sis a nter iores y la c r isis decisiva
o "ú ltima" del capita l ismo ( la cua l, ev identemente, p uede ser u na
entera época de crisis si ng u la res sucesivas) no estr iba, pues, en u na
s i m ple mutación de su expa nsión y su profund ida d, de su ca ntidad
en cu a l idad. O, por mejor dec i r, esa m utación se ma ni fiesta en el
hecho de que el proleta riado deja de ser mero objeto de la c ris is y
se des pl iega plena mente el a n tagon i smo interno de l a p roducción
capita l ista, a ntagon ismo q ue, por su concepto, ha s ig n i ficado ya la
lucha ent re los órdenes de producción b u rgués y p roleta r io, la pug­
na ent re las fuerzas productivas per-social i zadas y sus formas i nd i­
v idua les a na rqu i stas. La orga n i zación del proleta riado, cuya fina l i­
dad ha sido s iemp re "term inar con las catastróficas consecuencias
q ue t iene pa ra su clase aquel la ley nat u ra l del cap ita l isn10"33, sa le
del estad io de la negati v idad o de la e ficacia mera mente i n h ibitor ia,

J2 I b íd, 226 -227. [ lbid., p. 31 2. ( N . del E.))


.n oas Kap ital [ El Capit a l], l, 605 . [ Ma rx, El capital . . . , op. c i t ., Tomo l, vol . 2,
p. 593 . ( N . de l E.)]
371

deb i l itadora y frenadora, pa ra pasa r a l de la act i v idad . Entonces


se a l tera cua l itativamente, dec isiva mente, la estructu ra de la c risis.
Las med idas con las cua les la b u rg ues ía i ntenta superar eJ p u nto
mu er to de la cris is, med idas q ue, abst racta mente (o sea, s i n tener
en cuenta la i ntervención del proleta riado), está n hoy a su d is posi­
c ión igual que en las crisis del pasado, se convierten en escena r io
de ab ierta g u er ra de clases. La v iolencia se conv ierte en potencia
económ ica decisiva de la si tuac ión.
Con todo e l lo vuelve a queda r de ma n i fiesto que las " leyes natu­
ra l es eternas" no t ienen v igencia más que pa ra u na época determ i­
nada de la h istoria. Que no sólo son la forma de man i festac ión de
las leyes del desar rol lo soci a l pa ra u n determ inado t i po soc iológico
(pa ra el dom i n io económ ico, ya i nd i scutido, de u na clase), s i no que,
además, ya dentro de ese tipo, lo son sólo de la espec í fi ca forma de
dom i n io del ca p i ta l ismo. Pero como -segú n se mos tró- la v i ncu­
lac ión del materia l ismo histór ico con la soci edad cap ita lista no es
en modo a lg u no casua l, se corn p rende que esa est r uctu ra aparez­
ca ta m bién como ejemplar y no rma l, como c l ásica y ca nón ica para
su concepción genera l de la h istoria. Cierta n1ente, hemos aduc i do
ejem p los que muestran con c la r idad lo prudente y c r ít ica mente
que p roced ieron Marx y Engels en la estimac ión de las est r uct u ras
esp ec í ficas de sociedades antiguas no cap ita l istas, as í como de sus
leyes evolut i vas especí ficas. La ínt i ma u n ión de esos dos momen­
tos ha i n flu ido tanto en Engels3-t que éste, al ex poner, por ejemplo,
la d iso lución de las sociedades genti l icias, toma el caso de Atenas
como "muestra particu larmente t ípica", porque "procede con toda
pu reza, sin i ntervención externa ni v iolentación i nterna"; lo cua l,
probablemente, no es verdad completa n i siqu i era de Atenas, y, des­
de luego, no es típico de la tra ns ición en ese estad io h istór ico.
Pero el mar x is mo vu lga r se ha concent rado precisamente en ese
p u n to, en la negación de la v io lencia como "potenc ia económica".
La su bes ti mac ión teorét ica de la i mportancia de la v iolencia en la
h istoria, la ext i rpación de su fu nción en la h istoria pasada, es pa ra
el ma rx is mo v u lga r prepa ración teór ica de la táct ica opor t u n ista. Y
la conversión de las es pecífica s leyes de desa rrol lo de la soc iedad

34 Ursprung [ El or ige n de l a fa m i l i a, de la p ropiedad p r i va d a y del Estado),


1 18. [ Enge ls, El o rige n , op. c it., p. 1 39. (N. del E.)]
. . .
372

cap ita l ista en leyes genera les es la base teorética de su tendencia a


etern i za r en la p ráct ica la ex istencia de la sociedad cap ita l is ta.
Pues el desarrol lo consecuente, rec t i l í neo, de s u ten denc ia, la
exigencia de que el socia l ismo se rea l ice s i n v io lencia "ext raeco nó­
m ica", por las leyes i nmanentes de la evolución económica, es obje ­
tiva mente lo m ismo que la pos t u lac ión de la persistenc ia ete r n a
de la soc iedad cap ital ista. Ni s iqu iera la sociedad feuda l ha dado
de sí por v ía mera mente orgán ica el cap ita l ismo. Lo ú n ico que ha
hecho ha s ido "t raer a l mundo los med ios mate r ia les para su pro­
p ia a n iqu i lación"35• Ha " l iberado fuerzas y pasiones en el seno de
la sociedad, las c u a les se sentía n encadenadas por el la". Y esas fuer­
zas ha n puesto los fundamentos socia les del cap ita l is mo a lo la rgo
de u n desa rrol lo que i ncluye toda "u na serie de métodos violentos".
Sólo después de consu ma rse la t ra nsic ión entra en v igor el s istema
de leyes económ icas del cap ita l is mo.
Ser ía a h istór ico y su mamente i ngenuo espera r que la sociedad
cap ita l ista haga en favor del proletar ia do que ha de sustitui rla más
de lo que el feuda l ismo h izo por ella. Ya hemos a lud i do a l proble­
ma de la madu rez de la tra nsic ión. Tiene i mportanc ia metód ica en
esa teoría de la "madu ración" l a volu ntad de a lcanza r el soc ia l ismo
s i n u na i ntervenc ión act iva del proleta r iado, como rép l ica ta rd ía
a P roudhon que, como es sab ido, t ra s La publ icación del Man ifiesto
Comunista, ha d icho desear el orden ex istente, pero "si n el proleta­
r iado". Esta teor ía da u n paso más a l recusar la i mporta ncia de la
v iolencia en nombre del "desar rol lo orgán ico", olv idando de nuevo
que todo ese "desa rrol lo orgánico" no es s i no m an i festación teoréti­
ca del capita l ismo ya desarrol lado, o s u propia m itología h istórica,
m ient ras que su verdadera génesis tomó u n ca m i no muy d i feren­
te. " Estos métodos", d ice Marx36, "se basa n en parte en la violencia
más bru tal, como ocu rre con el s istema coloni a l. Pero todos u t i l izan
el poder del Estado, la v iolencia concent rada y orga n i zada de la
soc iedad, con objeto de promover c01no en un invernadero el p roceso
de t ransfor mación del modo de p ro ducción feu da l en e l cap ita lista
y abreviar las transiciones".

35Das Kapital [ E l C a p i t a l ) , l, 272 . [ Ma rx, El cap ital. . . , o p . cit., Tomo [, vo l. 3,


p . 952. ( N. del E.)]
36I b íd., 716. [ Ibid., p . 940 ( N . del E.)]
373

As í, p u es, i nclu so en el caso de que la fu nc ión de la v iolenc ia en


el paso de la sociedad capital ista a la pro leta ria fuera exacta men­
te la m isma que en la transición del feuda l is mo al cap ita l ismo, la
h istori a rea l nos enseña que el ca rác ter "i norgán ico", de ºi nverna­
dero", "violento", de la t rans ición no p rueba absoluta mente nada
contra la actu a l idad h istórica, la n e cesidad y la "sa lud" de la n ue­
va sociedad así nac ida. Pero la cuest ión cobra u n aspec to comple­
ta n1ente d isti nto s i considera mos más de cerca la nat u ra leza y la
fu nc ió n de la v iolenc ia en es ta otra tra nsición que s ign i fica a lgo
por p r i nc i p io y cua l itat iva mente nu evo respec to de todos los ca m­
bios a nter iores. Repet i mos: la sig n i ficación dec isiva de la violencia
como "potenc ia económ ica" se hace s iemp re act u a l en las t ra n s ic io ­
nes de u n orden de p roducción a otro; d ic ho sociológ ica mente: eso
ocu rre en las épocas en que existen va r ios sistemas de p rodu cc ión
en conc u r renc ia. Pero la natu ra leza de los s istemas de p rod ucción
que se enc uent ra n en pugna tendrá u na i n fluencia determ i na n te
en la natu ra leza y la fu nción de la v iolencia en c u a nto "potenc ia
económ ica" en esos t iempos de tra n s ic ión. E n la época de la géne­
sis del cap i ta l ismo se trataba de la l ucha entre u n s istema está t ico y
u n s istema d i nám ico, entre u n sistema "natu ra l-espontá neo" y u n
sistema que tend ía a la per-soc i a l i zac ión absoluta, entre u n s istema
ordenado con muchas l i m itaciones territoria les y s istema aná rqu i­
co y tendenc i a l mente i l i m itado. En ca mbio, y como es sabido, en el
caso de la producc ión ca pita l ista se t ra ta a nte todo de la lucha ent re
el s istema económ ico ordenado y e l a ná rqu ico37• Y del m is mo modo
que los s istemas de producción determ i na n la natu ra leza de las c la­
ses, a s í ta mb ién las contrapos iciones que de el las nacen determ i­
nan la natu ra leza de la v iolencia necesa r ia pa ra l a tra nsformación.
" Pues", como ha d icho Hegel, "l as a rmas no son más que la nat u ra­
leza de los combat ientes m ismos".
E n este p u nto la contraposic ión rebasa el a lca nce de las cont ro­
vers ia s entre ma rxismo autént ico y marx ismo v u lga r i zado en la
c r ít ica de la sociedad cap ita l ista. Pues aqu í se trata efect iva rnente
de i r más a l lá de los resultados actua les del materi a li smo h istórico,
pero en el sent ido del 1nétodo d ia léct ico; se trata de apl ica r el n1a te­
r ia l i sn10 h istór ico a un ca n1po a l c ua l no podía ser apl icado aú n de

37E n esta contrapos ición e l nl ismo cap i ta ] i smo i m p eria l i sta se p resenta
neces a r i a mente como a n a rq u ista.
374

acuerdo con su esencia de método h istórico; y La apl icación tendrá


que conta r con todas las modi ficaciones que u n materi a l por pri n­
cipio y cual itat iva mente nuevo s ig n ifica necesa r ia mente para todo
método que no sea esquemático, y, por lo ta nto, a nte todo pa ra la
d ia léctica . Es verdad que la penetra nte m i rada de Ma rx y de Engels
ha a nticipado en esto muchas cosas. Y el lo no por lo que hace a Las
fases prev isibles del proceso (en l a Crítica del programa de Gotha),
s i no también desde el punto de v ista del método. El "sa lto del rei­
no de la neces idad a l reino de la l ibertad", la conc lusión de la "pre­
h istoria de la hu ma n idad" no s ido en modo a lg u no pa ra Marx ni
pa ra Engels u n conju nto de perspectivas hermosas, pero abstractas
y vacías, con las que redondea r la crítica del presente de u n mo do
rico en efec tos decorat ivos, pero que no ob liga ra metód ica mente a
nada; sino la a nticipación intelec t ua l cla ra y conc iente del proce­
so del desa rrol lo adecuada mente identi ficado, cuyas consecue nc ias
metód icas penetra n profu nda mente en la concepción de los p ro­
b lemas actua les. " Los hombres m is rnos hacen s u h is toria", escribe
Engels38, "pero hasta ahora sin volu ntad colect iva n i pla n de conjun­
to". Y Ma rx u t i l iza en muchos luga res de El Capital esa estructu­
ra i ntelectu a l mente anticipada, u nas veces pa ra a r roja r desde ella
u na luz más contrastada sob re el presente, y ot ra s pa ra destacar
de ese contraste, con más clar idad y r iqueza, la nat u ra leza cual i­
tativamente nueva del fut u ro que se acerca . El ca rácter para noso­
tros y en este p u nto decisivo de ese con t raste3q cons iste en que "en
la soc iedad cap ital ista ... la comprensión socia l no apa rece nunca
sino post festum", pa ra fenómenos en los cua les basta u na simple
rev isión cua ndo desapa rece la cásca ra capita l ista cosi ficada, cuan­
do se reduce a Las relac iones objet ivas verdaderas que Le subyacen.
Pues como d ice el Manifiesto Comunista, "En la sociedad bu rg uesa
i mpera el pasado sob re el presente, y en la comun ista el presente
sobre el pasado". Y esta contraposic ión abierta e i nsa lvable no pue­
de suav i za rse med i ante n ingú n "desc ubr im iento" de c iertas "ten­
denc ias" en el capi tal ismo que pa rezca n posib i l i ta r u na "tra nsición
pau lati na". La contraposición es i nsepa ra ble de la natu ra leza de
l a producción cap ita l ista. E l pasado que i m pera sobre el p resente,

3�Ca r t a a H . Sta rkcnb e rg, en Docwne n te des Sozialism us, U, 74. (Cu rs iva
m ía.)
:w ons Kapital [ E l Capita l ], l l, 287-288 . [ M a rx, E L capita l . . . , o p. cit., Tomo ll,
vo l . 4, p. 385. ( N . del E.)]
375

la conciencia post festum en l a que se man i fiesta ese dom i n io, no


es más que exp resión intelectu a l de la situación económ ica bási­
ca de la sociedad capita l ista, y sólo de e lla; es ex presión cosi ficada
de la posibi l idad, ínsita en la relación del cap ita l, de renova rse y
a m p l ia rse en consta nte contacto con e l t ra bajo v i vo. Pero está c l a ro
q u e ªel dom i n io de los productos del t rabajo pasado sobre el p lus­
t ra baj o vivo no puede du ra r más que lo que d u re la relación del
capi ta l, esa determ i nada relac ión soc i a l en l a c ua l el t ra bajo pasado
se contrapone, i ndependi zado y o m n i potente, a l tra bajo v i vo"40•
E l sent ido soc i a l de la d ictadu ra del p roleta r ia do, la socia l i za­
ción, no sign i fica por de p ronto más que l a s u st racc ión de ese poder
a los capi ta l istas. Pero con eso queda objetivmnente superada para el
proletariado -considerado como c l ase- la contraposición ya autónoma
y cos ificada de su p ropio trabajo. Al asu m i r e l p ro letariado mismo
el m ando sob re el tra bajo ya objetivado igu a l qu e sobre el trabajo
actua l, la contraposición queda objetiva y p ráct ica mente superada
y, con el l a, la contrapos ición que le corresponde en la sociedad capi­
ta l ista entre el pasado y el presente, c uya relación tiene, por lo ta n­
to, que a ltera rse estr uctu ra l mente. Por labor iosos y la rgos que sea n
pa ra e l proletar iado e l proceso objetivo de la socia l i zación y l a toma
de conciencia de la a lterada relación i nter na entre el trabajo y sus
for ma s objet ivas ( la relación entre el p resente y el pasado), e l cam.bio
fu nda menta l ocu rre con la dictadu ra del p roleta r iado. Es u n ca mbio
con el que no p uede compa ra rse n i ng u na ªnaciona lización" como
"ex peri mento" y n i ng u na "pla n i ficación" no menos experi menta l,
etc., de las que se p ract ica n en la sociedad cap ita l ista . Estas son, en
el ni.ejor de los casos, concentraciones orga niza t ivas dentro del s is­
tem a cap i ta l ista, con las cua les no experi menta a lteración a lg u n a l a
conex ión fu nda menta l d e la est ructu ra económ ica, la rel ac ión fu n­
da menta l entre la concienc i a de l a c lase p ro leta r i a y el todo del p ro­
ceso de la p roducc ión. M ientras que la socia l i zación más modesta o
"caótica", pero que sea toma de l a posesión y loma del poder, t ra ns­
for n1 a con10 ta l p recisamente esa estructura y sitúa por lo ta nto, objet i­
va y seria mente, el desarrol lo e n el t ra mpol ín del sa l to. Los ma rxis­
tas v u lga res econon1 ic istas se olv idan s iempre, en efecto, al i ntentar
el i m i na r ese sa l to med ia nte tra nsiciones pau la t i na s, de que la rela­
c ión del cap ita l no es u na relac ión mera mente técn ico-p roduct iva,

40 Das Kapital [ El Ca p ital t l l l, [, 385.



'T'.:' '.1',r··.··
1
l
376 '

u na relación "pu ra mente" económ ica (en el sent i do de la eco no m í a


vu lga r), s i no u na relación socio-económ ica en el verdadero senti­
do de l a p a labra. Pas a n por a lto que "considerado en s u conjunto
conexo, o como proceso de reproducción, el proceso de p roducción
capi ta l ista no produce sólo mercanc ía, n i sólo plusva l ía, s i no que
produce y reproduce la relación misma del capital: produce, por u na par­
te, el cap ita l ista, y, por otra, el asa l a r iado"4 1 • De tal modo que u na
tra nsformación del desa rrol lo soc i a l no puede ocu r r i r s i no de un
modo que impida esa autorreproducc ión de la relación del capi tal
y dé a la autorrep roducción de la soc iedad u na orientación nue­
va y d is t i nta. La novedad básica de esta estructu ra no q ueda en
nada a fectada por el hecho de que la impos ib i l i dad económ ica de
soc ia l i za r el pequeño ta l ler produ zca u na renovada reproducc ión
del cap i ta l ismo y de la bu rg uesía "constantemente, cotid i a namen­
te, cada hora, elemental y masiva mente"·n. Eso hace que el proceso
se haga 1nucho más com p l icado y que se agu d ice e l prob lema de
la copresencia de las dos est ructu ras soci a les, pero el sen tido social
de la soc ia l izac ión, su func ión en el proceso del desa r rol lo de la
conciencia del proleta riado, no exper i menta a lteración. La propo­
sición fu nda menta l del método d ia léct ico, la tes i s de que "no es la
conc ienc i a del homb re la que determ i na su ser, s i no, a la i nversa,
su ser socia l el que determ ina su concienc i a", t iene, s i se i nterpreta
b ien, la consecuencia necesaria de que hay que tener prácticamen te
en cuenta en el pu nto de i n flexión revoluc iona r ia l a categoría de la
novedad rad ica l, de la i nversión de la est r uctu ra económ ica, de la
nueva orientaci ón del proceso, o sea, la categoría del sa lto.
Pues prec isa mente esa contraposición ent re e l "post festu m" y
l a s i mple y verdadera prev is ión, entre la conciencia "fa lsa" y la rec­
ta conciencia socia l i nd ica el pu nto en e l cua l actúa el sa lto desde el
pu nto de v ista económico objeti vo. Este sa l to, por supues to, no es
u n acto i nsta ntá neo que rea liza rá como el rayo y s i n t ra nsic iones
l a mayor t ra nsformación de la histor i a hu ma na conoc ida . Pero aún
n1enos es, segú n el esquem a de la evolución ya recorrida, u na mera
n1u tación de lentas y pau lati nas mod i ficac iones cua nt i ta tivas en

-t l
Das Kapital [ El Capita l ), I, 541 . (Cu rsiva n1 ía.) ( Ma rx, El capital . . ., o p . c it.,
Tomo I, vo l 2, p . 7 1 2 . ( N. del E .)]
.

uLe n i n, El izquierdismo, a�fe rnzedad il�fantil del conumisnw, ed. a l ., 6. ( L e n i n,


V.: " E l ' izqu ierd i s mo', e n fermedad i nfa n t i l del co 1n u n is mo", e n Obras
Completas, Ca rtago, B s . As., 1971, Ton10 X X X I I I, p. 1 21 -225. ( N . del E .))
r
1

!
377

cu a l idad, mutación en la cual las " leyes eternas" del desa rrol lo eco­
n ómico d ieran de s í el las m. ismas el producto del ca mbio por enci­
ma de las cabezas de los hombres, por u na esp ecie de ºastucia de
la razón": en esa hipótesis el sa lto no s ig n i fica s i no que la hu ma n i ­
dad (post festum) toma conciencia, acaso repent ina mente, d e la nue­
va situación ya a lca nzada. El sa lto es más b ien u n p roceso largo
y duro. Pero su ca rácter de sa lto se ma n i fiesta en el hecho de que
cada vez representa una reorientación hacia algo cualitativmnente n uevo;
que en él se ex presa la intención conciente que se or ienta a l todo de
la sociedad; que el sa lto m is mo, p ues, por lo que hace a su intenc ión
y a su fu nda mento, t iene ya su patr ia en el rei no de la l ibertad. En lo
demás, se adapta, en cua nto a forma y a conten ido, al lento proceso
de t ra nsfo rmación de la sociedad; es más: sólo p uede p reserva r s u
carácter de sa lto de u n modo auténtico s i se asu me tota l mente en
ese p roceso, si no es más qu e e l sentido conciente de cada momen­
to, su relación ya conciente con el todo, la aceleración conciente en
el sent ido necesa rio del proceso. Una aceleración que se anticipa a l
proceso en u n paso; que no p retende imponerle metas aje nas n i u to ­
p ías a rtesa na les, s i no que i nterv iene sólo para revela r la n1eta que
late en él cua ndo es necesa r io porque la revolución, asustada "por
la indeterm i nada or igi na lidad de sus p ropias metas", a menace con
vacilar y caer en tib iezas.
El salto, pues, pa rece s u m i rse sin restos en el p roceso. Pero el
"reino de la l ibertad" no es n i ng ú n rega lo que la hu ma n idad que
su fre bajo el signo de la neces idad vaya a recibir como don del desti­
no, como p rem io por su fi rme su fr i r. No es sólo meta, s i no ta mbién
med io y a rma de la lucha. Y en ese p u nto apa rece la novedad de
princ ip io y cua l ita t iva de la s ituación: es la primera vez en la histo­
r ia que la hu man idad toma concienternente en sus ma nos su propia
histor ia, a t ravés de la concienc ia de clase del proleta r iado l la mado
a dom i na r. Con esto no queda supri mida la "necesi dad" del p roce­
so económ ico objet ivo, pero sí que rec ibe ahora u na func ión nueva
y disti nta. M ient ras que ha sta entonces se t rataba de observa r el
decu rso objet ivo del p roceso, lo que en cua lqu ier caso i ba a ocu r r i r,
con objeto de u ti l i za rlo en beneficio del proletariado, m ient ras que
la "neces idad" era hasta entonces el elemento pos it i va mente orien­
tador del proceso, el la m isma se conv ierte a hora en un obstácu lo
que hay que combat ir. Paso a paso va siendo rep r i m ida en el cu rso
del p roceso de trasformac ión y, tras largas y d i fíci les l uchas, puede
378

a l fi n el i m i n a rse completa mente. El conoci m iento c la ro y desp iada­


do de lo que rea lmente es, de lo que tiene que ocu rrir i nevitable­
mente, queda en p ie en todo ese ca mbio y hasta es el p resu puesto
decisivo y el a rma más eficaz de la lucha. Pues toda i gnora ncia de
la fuerza aú n poseída por la neces idad rebaja r ía este conoci m ien­
to t ransformador del mu ndo a la i nopera ncia de u na huera utop ía
y reforza r ía así el poder del enem igo. Pero el conoci m iento de la s
tendencias de la necesidad económ ica no tiene ya como fu nción
acelera r ese proceso y obtener ventajas de él, s i no, por el contrar io,
la fu nc ión de combati rlo efica zmente, rep r i m i rlo y, cua ndo el lo es
pos ible, orienta rlo en otra d i recc ión o bien ev ita r res u ltados en la
med ida, y sólo en la med ida, en que e llo sea inev ita ble.
La tra ns formac ión que as í se consigue es económ ica (con la con­
secuencia de u na nueva estrati ficac ión de las c lases). Pero "econo­
m ía" no t iene ya la fu nción que ha ten ido cua lqu ier econom ía ante­
rior, s i no que t iene que ser serv idora de la socied ad conc ientemente
d i r igida; esa econom ía ha de perder su i n m a nenc ia, su autonom ía,
lo que p ropi a mente la constit uye en econom ía: t iene q ue ser supe­
ra da en cua nto econom ía . E n esta transición la descr ita tendencia
se n1a n i fiesta sobre todo como u na nueva relac ión entre la econo­
m ía y el poder. Pues por muy i m porta nte que haya s ido la s ign i fi ­

cac ión de la v iolencia o el poder en la tra nsic ión del feuda l is mo a l


cap i ta l ismo, lo p r i ma r io s iempre fue l a econon1 ía, y la v iolencia fue
sólo el p ri nc i p io p u esto a su serv ic io, desti nado a promover la eco­
nom ía y a eliminar los obstácu los que se le o p us iera n . A hora, por
el contra r io, el poder (la v iolenc ia) es tá a l serv icio de p r i ncipios que
en sociedades anteriores no pod ían da rse más que como "su per­
est r uctu ra", como momentos secu nda rios del p roceso necesa rio y
determi nados por éste. Ahora la v iolencia está a l serv icio del hom­
bre y de su despl iegue como hom bre.
Se ha d icho a menudo y ju sta men te que la socia l i zación es u na
cuest ión de poder; la cuest ión del poder se a ntic i pa aqu í a la c uestión
de la econom ía (a propós ito de lo c u a l hay que dec i r que u na apl ica­
ción de la fuerza que no se p reocu pe por la res istenc i a del mater ial
es u na pu ra insensatez; pero ha de tener en cuen ta las res iste n c ias
p r ec i sa mente pa ra supera rlas, no pa ra deja rse frena r por el las). Con
esto pa rece como si el poder y l a v io lencia desnudos y s i n d isfra z se
i n1 p u s ieran en el p r i mer p l a no del acaecer soc i a l . Pero eso es sólo
a pa r i e n c i a. Pues el pod er no es u n p r i nc ip io a utónomo n i p uede

.l
379

serlo nu nca . Y ese poder, esa violenci a, no es s i no la vol u ntad ya


conciente del proleta ri ado, su voluntad de sup ri m irse y supera rse
a s í m ismo, con lo cua l supera rá a l m i smo t iempo el env i lecedor
dom i n io de las relac iones cosi ficadas sobre el hom bre, el domi n io
de l a econom ía sobre la sociedad.
Esa superación, ese sa l to, es un p roceso. E i mporta ta nto tener
s iempre en cuenta su ca rácter de salto como no olv ida r nunca
su natu raleza de p roceso. El sa l to consis te en la reorientación
i n med ia ta a l a novedad rad ica l de u na sociedad concientemente
regu l ada, cuya "econom ía" esté su b ord inada a l hombre y a sus
necesidades. Lo procesua l de su natu ra leza con siste y se impone
en el hecho de que esa superac ión de la econo m ía en cuanto
econom ía, esa tendencia a la superación de su autonom ía en cuanto
dom i nio tota l de los conten idos económ icos sob re la conciencia de
los hombres que actúan su superación, se exp resa a hora de u n
modo desconocido por toda la h i s toria a nter ior. Y ello no sólo por e l
hecho de que la d ism i nu ida producc ión del período de t ra n sic ión,
la n1ayor d i ficu ltad en n1a ntener en fu nciona m iento el apa rato, en
sat i s facer las necesidades de los hombres (por modesta s que éstas
sea n), y la creciente y a ma rga m iseri a i mponga n a todo el mu ndo, a
toda conciencia, los conten idos económ icos, l a preocupación por l a
econom ía . Si no tam b ién y a nte todo, p recisa mente, a causa de aqu e l
ca mb io d e fu nción. L a econom ía, en cuanto forma domi n a nte d e l a
sociedad, e n cua nto rnotor rea l del desarrol lo, motor que mueve l a
rea l i dad por encima d e l a s cabezas d e los hon1b res, ten ía p o r fuerza
que exp resa rse en esas cab ezas de modos no-econó1n icos, s i no
"ideológ icos". Pero en cua nto que los princip ios del ser-homb re se
ponen en tra nce de l ibera rse y toma n en sus ma nos, por pr i mera vez
en la h istoria, el dom inio de la hu man idad, se sitú a n en el pri mer
pla no del interés los objetos y los med ios de la lucha, la econo1n ía
y el poder o v iolencia, los probl emas de los objet ivos rea les de cada
etapa, los conten idos del pa so i n med iato, del ya dado o del por d a r,
a lo la rgo de ese ca n1 i no. Precisamente porque los contenidos que
a ntes se l la maba n "'ideología" emp ieza n -a u nque, por s u pues to,
a l terados en todos los pu ntos- a convert i rse en objetivos rea les
de la hu ma n idad, s e hace, por u na pa rte, su perfluo adorna r con
el los las luchas económ icas y de poder con1 ba t idas en su nomb re.
M ient ras, por ot ra p a r te, su rea l idad y su actua l idad se rna n i fiestan
380

prec isamente en que todo el interés se concentra en las lucha s rea l es


de s u rea l ización, en la econom ía y en el poder.
Por eso no puede ya resu lta r pa radój ico que la transición se pre­
sente como u na época de intereses económ icos casi exclusivos y
de u na a pl icac ión abierta y reconocida de la v iolenc ia desnuda , del
poder. La econom ía y la v iolenc ia han empezado a rep resentar el
ú lt i mo acto de su h istoria act iva, y la apa riencia que tiene de domi­
na r el escena r io h istórico no puede escondemos que se trata de su
ú lt i ma apar ición en la historia. " E l p r i mer acto", d ice Engels 4 3, "en
el cua l el Estado ( la v iolencia orga n i zada) aparece rea l mente co mo
representante de la sociedad entera -la toma de los med ios de p ro­
ducción en nomb re de la sociedad- es a l m is mo t ien1po su ú lt iino
acto autónomo como Estado ... el Es tado va ext ingu iéndose ...". " La
auténtica per-socia lización de los homb res, que hasta el momento
les era como concedida e i mp uesta por la natu ra leza, se conv ierte
a hora en acto l ib re de el los m ismos. Las fuerzas objetivas extrañas
que hasta el momento dominaron la h i s toria se ponen bajo el con­
trol de los homb res m ismos." Lo que hasta entonces hab ía acompa­
ñado, como mera "ideología", e l proceso necesa r io de despl iegue de
la hu man idad, la v ida del homb re en cua nto hombre en sus relacio­
nes cons igo m ismo, con sus sen1eja ntes y con la natu ra leza, puede
a hora convert irs e en auténtico conten ido v ita l de la hum a n idad. El
hombre nace socia lmente en cua nto homb re.
En el período de transic ión que cond uce a esas metas y que ha
l' In pezado ya -au nque aún tenga mos por dela nte u n ca m i no muy
la rgo y p enoso-, el materi a l ismo h istórico mant iene, pues, du rante
mucho t iempo, s i n a ltera r su s ig n i ficac ión de med io p r i ncipa l de
l ucha para el p roletar iado combat iente. P ues la pa rte dec i siva de
la sociedad está domi nada por formas de p roducción p u ra mente
ca p ita listas. E inc luso en las pocas i s l a s en las cua les el proleta ria­
do ha erig ido su dom i n io t iene por fuerza que l i m ita rse a eli m i­
na r el cap ita l is mo laboriosamente, paso a paso, pa ra da r conciente­
mente v ida a l nuevo orden de la soc iedad que no se expresa ya en
esas categorías. Pero el mero hecho de que la lucha haya ent rado
ya en ese estad io i nd ica a l m is 1no t ien1po dos trasformac iones inuy
importa ntes de la función del materia l ismo h is tórico.

·BA nti-Düh ring, 302, 305-306.


381

En p r i mer lugar, hay que mostrar, por medio de la d ia léct ica


mate r ia l ista, cómo se puede recorrer el ca m i no que l leva a l control
y a l dom i n io conciente de la p roducción, a la l ibertad que el i m i na
la constitución de las fuerzas soc ia les cosi ficad as. Ning ú n a ná l i s is
del pasado, por cu idadoso y exacto que sea, pu ede da rnos u na res­
puesta satisfactoria en este pu nto. Sólo la apl icación si n preju icios
del método d ia léctico a este mater ia l com pleta mente nuevo pu e­
de da rla . En segu ndo lugar, como toda c r is i s es la objetivac ión de
u na autocr ítica del cap ita l ismo, la cr isis de éste, una vez l l evada a
su exa speración extrema, nos ofrece la pos i bi l idad de desa rrol lar
más cla ra y comp leta mente que hasta a hora, pa rtiendo del pu nto
de v ista de esa autocrítica del cap ita l ismo que es la más completa,
el materi a l ismo h istór ico como método de investigac ión de la "pre­
h istoria de l a hu ma n idad". No sólo porque en la lucha neces ita re­
n1os a ú n du rante mucho tiempo el materi a l is mo h istórico, cada vez
mejor a p l icado, s i no también desde el punto de v ista de su desa­
r rol lo cient í fico, es, pues, necesa rio que ap rovechemos l a v ictoria
del p ro leta riado p a ra levanta r al materi a l i s mo h istór ico esta nueva
patr ia, este nuevo ta l ler.

Ju n io de 1919
r
-

!
:

Legalidad e ile g alidad

La doctrina material ista de que los homb res son producto de l as


circunstanc ias y de la educación, y, por lo tanto, u nos hombres nuevos
será n producto de nuevas condiciones y de educación nueva, olvida que
son los hombres, precisamente, los que a ltera n l as circu nstancias, y que
también los educadores tienen que ser educados.

Marx, Tesis sobre Feuerlmch

Como a propós ito de toda cuestión que se refiera a las formas


de la acción, ta mbién para el estud io de la lega l idad y la i lega l idad
en la lucha de clases del proletaria do los motivos y las tendenc ias
resu lta ntes son a menudo m á s i m porta ntes y m á s exp l icat ivos que
los meros hechos. Pues el mero hecho de la lega l idad o la i lega l idad
de u na pa rte del inov i m iento obrero depende ta nto de ºcasua l ida­
des" que su a ná l is is no s iemp re ofrece, a l d iv id i rlo seg ú n ese c r i­
ter io, u n conoci m iento básico. No hay pa rt ido, por oportu nista y
hasta socia l-tra idor que sea, que no pueda verse s u m ido por las c i r­
cu nsta ncias en la i lega l idad . En ca mb io, es perfecta mente posible
imag i na r cond iciones e n las cua les e l pa rt ido cornu n is ta más revo­
luc iona r io y ajeno a compromisos p u eda t rabaja r tempora l mente
en p erfecta lega l idad . Así p ues, dado que ese c r iterio de d ist i nc ión
no es satisfactor io, tenemos que ent ra r en el a ná l is is de los motivos
de la táctica lega l y la i lega l. Pero a l hacerlo no hay que contenta rse
ta n1poco con ident i fica r abstracta mente los n1otivos, los estados de
opi n ión. Pues, au nque s i n duda es ca racter íst ico de los oportu n is­
tas el a ferra rse a la lega l idad a cualq u ier p recio, ser ía comp leta mente
incorrecto defi n i r al pa rt ido revol uc iona r io por la volu ntad contra­
r ia, por el deseo de i lega l idad. S in d uda hay en todo mov i m iento
revoluc iona r io períodos en los cua les el rornanticismo de l a ilegali­
dad es don1 i nante o, p or lo menos, poderoso. Pero ese roma nt icis­
rno (cuyas causas queda rán c l a ras n1ás adela nte) es ev identemente
en fermedad i n fa nt i l del mov i m iento com u n ista, u na reacc ión con­
tra la lega l idad a cua lqu ier p rec io, reacc ió n, pues, que t iene por
fuerza que ser su perada por todo n1ov i rn iento adu lto y s i n dud a lo
será .
383
384

¿Cómo debe entender el pensa m iento marx ista los conce ptos de
lega l idad e i lega l idad? La p reg u nta nos conduce i nev ita b lem e nte a l
p roblema general de la v iolencia orga nizada, a l problema del de re­
cho y el Estado y, en ú lt ima insta ncia, a l problema de las ideolo­
g ía s . En su polém ica contra Dü h ri ng, Engels ha refutado b r i l lan­
temente la teor ía abstracta del poder. Pero su a rgu mentación de
que el poder (E l Estado y el derecho) "desca nsa orig ina ria mente
en una fu nción económ ica, soc ia l " 1 tiene que i nterpreta rse -en ple­
na con form idad con la doctri na de Marx y Engels- en el sentido
de que esa conexión tiene su correspond iente rep roducc ión ideo­
lógica en el pensa m iento y en el sent i m iento de los hon1 bres situa­
dos en el á mb ito de dom i n io de esa v iolenc ia. Esto s ig n i fica que las
organ i zaciones del poder o v iolencia a r moniza n ta n plenamente
con las cond iciones de v ida (económ icas) de los homb res, o repre­
sentan u na ta l s uperioridad, apa rentemente i ns uperable, respecto
de el las, que los hombres sienten d ichas cond iciones como mu ndo
circ u ndante necesa rio de su ex istencia, como fuerzas de la natu­
ra leza, y se son1eten así voluntarianzente a el las. ( Lo c u a l no qu iere
deci r, ni mucho menos, que estén de acuerdo con el las.) Pues aun­
que u n poder, u na orga n i zac ión de la v iolencia, no p uede subs istir
más que si consig ue i n1ponerse por la fuerza, cada vez q ue es nece­
s a r io, a la res istente volu ntad de ind iv iduos o grupos, ta mbién es
c ierto que no consegu ir ía ex istir si tuv iera que a p l ica r l a v iolencia
i ndefectib lemente en todos los mon1entos de su fu ncion a miento. Si
se p resenta esta necesidad, queda dada la situación revoluc iona­
r ia; l a organ ización de la v iolenci a, el poder, se encuentra en con­
trad icción con los fu nda mentos económ icos de la soc iedad, y esa
contradicción se refleja de ta l modo en l as cabezas de los hornbres
que és tos no considera n ya el orden de cosa s ex istente con10 necesi­
dad natu ra l y contraponen a l a v io lenc ia orga n izada otra v iolencia.
Sin nega r la base económ ica de esa situación, hay que a ñad i r, sin
emb argo, que la tra nsforn1ación de u na forma orga n i zada de la v io­
lenc ia2 no es posible n1ás que s i se ha resqueb rajado ya la fe de las

1 A nti-Diihring, 191 .
2Sacr istá n t raduce: "Si n neg a r l a base eco nó m ica de esa s i t u ació n, hay que
a fiad i r, s i n en1ba rgo, que la t ra nsfo r mación de u na o rga n i zació n de la v io­
lencia . . . " Hemos p re ferido la t raducc ió n cubana en este p u n to. ( N . del E.)
385

clases dom i na ntes, igua l que l a de l a s dom i nad a s, en la pos ib i l idad


exclusiva del orden ex istente. Presup uesto necesario es la revolución
d el orden de p roducción. La tra ns for mac ión m isni.a del poder no
p uede ser obra s i no de los hombres, de u nos hornbres que se haya n
en1a nc i pado, i ntelectua l y en1ociona l mente, de la fuerza del orden
ex istente.
Pero esa ema nci pación no p rocede en pa ra le l isrno y s i mu lta nei­
dad mecá n ica s con e l desa r rol lo económ ico, s i no que se le antici­
pa por u na pa rte y se retrasa, por ot ra, respec to de e l l a . En cua nto
ema nc i pación p u ra mente ideológ ica puede d a rse, y suele da rse, en
t iempos en los cuales la rea l idad h is tór ica no p resenta aún más que
la tendencia a la problemat i zación del fu nda mento económ ico de u n
orden soc ia l. E n estos casos l a teoría p iensa has ta e l fina l l a mera
tendenc ia y la i nterp reta o tras pone en rea l idad del deber-ser, que
contra pone, corno rea l idad "verdadera" a la "fa Isa" rea l id ad de lo
ex istente. ( El derecho natu ra l como p recu rsor de las revolu c iones
b u rguesas.) Por ot ra pa rte, es segu ro que i ncluso los gru pos y la
masa i n med ia ta mente in teresados -de acuerdo con su pos ición de
c lase- en el éx i to de la revol ución no se des prenderá n ínt i ma mente
del orden v iejo s i no durante la revol uc ión (y muchas veces sólo des­
pu és de el la) . Necesitará n la ed u cación de los hechos pa ra comp ren­
der c u á l es l a sociedad concorde con s us i ntereses, pa ra l ibera rse
ínti ma mente del v iejo orden de cosas.
Si esas observac iones va len pa ra toda t ra ns ic ión revolucio­
na r i a de un orden soci al a otro, resu l ta rá n aún más vá l idas p a ra
u na revol ución socia l que pa ra u na revoluc ión p redom i na ntemen­
te pol ít ica. P ues una revoluc ión pol ít ica se l i m i ta a sa ncionar u na
situac ión económ ico-soc ia l que se haya impuesto ya, parc ia l mente
por lo menos, en l a rea l idad económ ica . La revoluc ión i mplanta
entonces por la v iolenci a en el lu ga r del v iejo orden j u r íd ico ya per­
cib ido con10 "inj usto" el derec ho nuevo y "jus to''. El n1u ndo de la
v ida socia l no ex peri menta n i ng u na reestructu ración rad ica l . ( Los
h istoriadores conservadores de la g ra n Revolu c ión fra ncesa ha n
subrayado esa perma nenc ia rela tiva de l a s ituac ión "soc ia l" du ra n­
te la época.) E n ca mb io, la revo luc ión socia l a p u n ta p rec isa men­
te a la t ra nsformación de ese rn u ndo c i rcu nda nte. Y cada u na de
esas tra n s formaciones choca ta n ab r u p ta mente con los i ns t i ntos del
hotn b re ni.ed io q u e és te ve e n el la u na a rnenaza catastró fica -contra
la vida en general, u na fue rza d e l a n at u ra leza, como u na i nu ndac ión
386

o u n terremoto. I ncapa z de e ntender la na tu ra leza del p ro ces o, s u


defensa ciega y desesperada consiste en u na lucha contra Las form as
aparienciales inmed iatas que a menazan s u habitua l existencia . D e
este modo se sublevaron contra l a fábrica y la máqu ina, a comien­
zos del desa r rol lo capita l i sta, los p roleta rios educados en el inu ndo
pequeño-b u rgués; la misma teor ía de P roud hon puede entender­
se como eco de esa desesperada defensa del v iejo y sólito3 mu ndo
soc ia l.
El elemento revolucionario del m a rx ismo puede entenderse del
modo más fáci l precisa mente en este pu nto. El ma rx ismo es la doc­
trina de l a revolución porque ca pta la esencia del proceso (no sólo
sus s íntomas, sus formas de man i festac ión), porque muestra su
tendencia decisiva, la que apu nta al futu ro (y no sólo los fenóme­
nos cotidia nos). Y precisamente por eso es a l m i smo tiempo expre­
s ión ideológica de la clase proleta ria que se l i bera . Esta l iberación
se consu ma por de pronto en la forma de rebel iones fáct icas con­
tra los fenómenos más op res ivos del o rden socia l capita lista y de
su Estado. Estas luchas, natu ra l mente a is ladas e i ncapaces de ser
decisivas n i s iqu iera en caso de "éx ito", no pueden l lega r a ser revo­
luc ionarias sino por la conciencia de la conex ión entre todas el las
y de todas ellas con el proceso que l leva consta ntemen te a l fi na l
del capita l is mo. Cua ndo el joven M a rx se p uso como progra ma la
"reforma de la conc ienc ia" a nt ic ipó ya la esenc ia de su pos terior
act iv idad. Pues su doctr ina no es utópica, s i no que pa rte del proce­
so en decu rso rea l y no p retende rea l i za r contra é l "idea l" a lguno,
s ino sólo descubrir su sent ido i n nato; pero, a l m ismo tiempo, reba­
sa necesariamente lo efectivamen te dado y orienta la concienci a del
p roletariado a l conoc i m iento de la esenc ia, no a la v ivencia de lo
i n med iatamente dado: " La reforma de la conciencia", d ice Ma rx,4
"consi ste s i mplemente en i nte r ior i za r la conciencia del mu ndo, en
desper ta rle del sueño que sueña sobre s í rn i smo, en explicarte sus
propias acciones . . Se verá entonces que el mu ndo posee desde hace
.

mucho t iempo el sueño de u na cosa de la q u e Le basta con tener con­


ciencia para poseerla realrnente".

3Seg ú n el D RAE, "Acostu m b rado; q ue se s u e le hace r o rd i na r ia n1cnte". ( N .


d e l E.)
4 Nachlass [ Pó s t u mos), l, 382-383. (Cu rs i va m ía). [Ca r t a a Ru ge (set ie tn b re de
1 843). ( N . del E .)]
r
r•
'

387

E s ta refonna de la conci enci a es el p roceso revo luciona rio m i s­


m o . Pues l a toma de concienci a no pu ede actua rse en el proleta ria­
d o m i s mo s i no lenta mente, tra s du ras y g raves crisis . Au nq ue en
l a do c t r i n a de .M a rx se encuentra n exp l ícitas toda s las consecuen­
ci a s teoréticas y práct icas de la s itu ación de cla se del proleta riado
(y e l lo mucho a n tes de que se h iciera n h is tórica n1ente "actua les"),
y au nque esas doct r i na s no sea n en modo a lgu no utopías a h i s tó­
rica s, s i no conoc i n1 iento del proceso h is tórico m is mo, de el lo no
s e s ig ue en absoluto que el p roleta r iado -pese a que en sus acc io ­
ne s s ingulares obre de acuerdo con esa doctri na- haya l levado ya
a concienci a la l iberación consu mada en la obra de Ma rx. En otro

contexto5 hemos a lud ido a ese proceso, subraya ndo que el proleta­
r i a do p uede ya tener conciencia de la necesidad de su lucha eco­
nó m ica cont ra el ca p i ta l ismo y segu i r a ú n pol ítica mente someti do
a l E stado capita l ista . L.a verdad de esa observación qu eda probada
p or el hec ho de que toda la crít ica del Estado rea l i zada por Ma rx
y Engels cayera en comp leto olv ido, m i entras los princ ipa les teór i­
cos de la I I Intern aciona l aceptaba n s i n más el Estado cap i ta l is ta
corno Estado en genera l y entend ía n su act iv idad, su lucha con­
t ra él, como 11opos ición". (El hecho es es pecia l n1ente n1a n i fiesto en
la polém ica Pa nnekoek-Kautsky de 191 2). Pues la actitud de "opo­
s ic ió n" s ig n i fica que se acepta lo ex i s ten te con10 funda mento en
lo esenc ia l i n mutable, y los esfuerzos de la "oposición" tenderá n
exc l u s iva m e nte a consegu i r pa ra la clase obrera todo lo que sea
p o s i b le logra r dentro del ámbito de v i gencia de lo ex i stente. Es ver­
dad que sólo u nos locos sit u ados fuera del mu ndo habrían pod i­
do p oner en duda la rea l idad del Estado bu rgués como factor de
fuerza. La g ra n d i ferencia entre los ma rx i stas revoluciona r ios y los
opor tu n i stas pseudo-n1a rx i stas con siste en que pa ra los p r i meros
el E stado cap ita li sta cu enta sólo como factor de fuerza contra el cual
hay que mov i l i za r la fu erza del proleta r ia do o rga n i zado, n1 ien tras
que p a ra los ot ros el Es ta d o es la in stit ución su.perclasisfab por cuyo
dom i n io l ucha n el proleta r ia do y La bu rgu esía . Pero a l entender el
Esta do como objeto de la lucha y n o como enem igo, se s i t ú a n i nte­
lectu a l mente en el terreno de l a bu rg ues ía y t ienen la bata l la med io

;C fr. el a rt íc u lo "'Conci e ncia de c l ase".


6Seg ú n e l D R A E pod r ía t rad u c i rse mejor co rno "su p rac las i s ta", q u e está
p or e n c i m a . ( N . d e l E .)
388

perd ida antes de empeza rla. Pues todo orden estat a l y ju r íd ico -y
el capita l ista en pri mer luga r- desca nsa en ú l t i ma insta nc ia en qu e
no se problematice nu nca su ex iste ncia, l a va l idez de su estructu ra;
si no que se acepte s i mp lemente. La v iolac ión de sus leyes en cas os
particulares no sig n i fica ni ngú n pel igro pa rt icu la r pa ra la sub si s­
tenci a de u n Estado, s i empre que esas v iolaciones apa rezca n en la
conc iencia genera l como casos pa rticu la res. En sus recuerdos de
Siber ia, Dostoievsk i ha ind icado aguda mente que todo del i ncue nte
(s i n que por e l lo s ienta a rrepent i m iento) se cons idera cu l pab l e, ve
cla ra n1ente que ha concu lcado leyes que va l ía n ta mbién pa ra él.
Por lo ta nto, las leyes siguen siendo vá l ida s pa ra él au nque moti­
vos persona les o la fuerza de las c i rc u nsta ncias le n1ov ieron a con­
cu lca rlas. El Estado dom i na rá fáci l tnente esas v iolaciones en casos
pa r t icu la res, prec isa mente porque en e l las su s fu nda mentos no se
ponen en duda n i por un insta nte.
Pues bien: el comporta n1 iento de "opos ición" signi fica u na acti­
tud aná loga respecto del Estado, u n reconoc i m iento de qu e, por su
esenc ia, se encuent ra fuera de las l uchas de c lases, de que la va l idez
de sus leyes no queda directamen te a fectada por la lucha de clases.
Así pues, o b ien la "opos ic ión" i ntenta a ltera r lega l n1 ente las leyes,
con lo cua l las v ieja s leyes siguen v igentes hasta que entren en
v igor las nuevas, o b ien se producen a i sladas e i nd iv idua les v iola­
c iones de la lega l idad. Por eso los oport u n istas caen en una vu lgar
demagog ia cua ndo relac iona n la c r ít ica marx ista del Estado con el
a na rqu isn10. No se trata en inodo a lg u no de a lus iones o utopías
a na rqu istas, s i no exclusiva mente de que e l Estado de l a soc iedad
ca p i ta l ista tiene que en tenderse y es timarse como fenóm e n o histórico ya
duran te s u existencia. Se trata de ver en él, por lo tanto, u na n1era for­
mación de fuerza que hay que tener en c uenta en la n1ed ida, y sólo
en la med ida, de lo que a lca nza s u fuerza rea l, pero exa m i na ndo a l
n1 i s mo t iempo con toda exactitud y fa lta d e preju ic ios l a s fuen tes
de su fuerza, con objeto de ident i fica r los pu ntos en los cua les es
pos i b le deb i l i ta r y m i na r esa fu erza . Y el p u nto de fuerza o de debi­
lidad del Es tado es precisamente el m odo como se refl eja C l l l a conciencia
de los hombres. La ideolog ía no es en este ca so mera consec u enc ia de
la estruct u ra econó1n ica de la sociedad, s i no ta n1b ién p res up uesto
de su t ra nq u i lo fu nciona n1 iento.
389

Cuanto más cla ra mente la c r is is del cap i ta l is mo deja de ser


mero conoc im iento del a ná l isis rna rx ista pa ra converti rse en rea­
l idad ta ng ible, tanto más dec i siva se hace esa fu nción de la ideolo­
g ía pa ra el destino de la revolución p roletar ia. En la época en que
el ca pita l ismo estaba aú n ínt ima mente intacto, era comprensible
que g ra ndes masas de la c lase tra bajadora est uv iera n ideológ ica­
mente en el terreno del cap i ta l is n10. Pues l a a p l icac ión consecuente
del ma rx i smo les ex i g ía u na ton1a de pos ic ión de la que en modo
a lg u no pod ía n ser capaces. Ma rx ha escrito a este res pecto: " Pa ra
reconocer u na dete rmi nada época h istór ica tenen1os que rebasa r
s us l ím ites." Y eso con1porta un es fuerzo i ntelect u a l extraord ina­
rio c u a ndo se trata del conoci m iento del presente como época . Pues
todo el mu ndo c i rcu nd a n te socia l, económ ico y c u ltu ra l tiene que
sorneterse pa ra el lo a u na cons ideración cr ít ica en la cua l -y esto
es lo decisivo- el pu nto a rqu i méd ico de la c rít ica, e l pu nto a pa rtir
del cua l p ueden entenderse todos esos fenómenos, no puede tener,
con1 pa rado con la rea l idad del p resente, más que u n carácter de
p ostu lado, a lgo " i rrea l", "mera teor ía", m ientras q ue para el cono­
c i m iento h istórico del pasado el pu nto de pa rtida es el presente
n1 isn10. Es v erdad que e l pos tu lado en cuest ión no es u na u to p ía
pequeño-bu rguesa ansiosa de u n mu ndo "mejor" o "más hermo­
so", s i no postu lado proleta r io que se l i m ita a desc ub r ir y formul a r
c l a ra mente la d i rección, la tendenc ia y el sent ido d e l proceso socia l
y se or ienta act iva mente a l p resente en nomb re de ese proceso. Pero
la ta rea es entonces aún más d i fíci l . Pues del m i smo modo que el
mejor ast rónomo, a pesa r de su saber co p ernica no, s ig ue somet i­
do a la intu ición sens ible de que e l Sol "sa le", etc., así ta mbién la
má s resuelta descon1 pos ic ión marxista del Estado ca p ita l ista s igue
s iendo i ncapaz de el i m i na r su rea l idad emp írica . Y t iene que serlo.
La pecu l iar act itud i ntelectua l en la cua l el conoc i n1 iento ma rx ista
t iene q u e poner a l p roleta r iado cons i ste p rec isa n1ente en q ue pa ra
s u considerac ión el Es tado ca p ita l i s ta aparezca como u n eslabón de
u n p roceso h istór ico. El Estado cap ita l i sta no const ituye en modo ·
a lg u no "el" n1u ndo c i rcu nda nte "na t u ra l" de l hon1b re, s i no sólo u n
dato rea l cuya fu erza efectiva hay que tener e n cuenta, pero que no
p uede p retender n i ng ú n derecho i nt r ínseco a la determ i nac ión de
nuestra s acciones . A s í pues, la v igen cia del Estado y del derecho

-.., e;,�¡-.,.,

390

tiene que t ra ta rse como u n dato n1era mente emp í rico. Del m is mo
modo, por ejemplo, que u n navegan te a vela ha de atender cu ida-·
dosa mente a la d i recc ión del v iento, s i n deja r que éste determ i ne s u
ruta, por el contra rio, n1 a nten iendo la d i rección fijada a pesa r de l
viento y ap rovecha ndo el v iento. Pero esa fa lta de p reju icios q ue el
hombre ha conqu istado frente a las fuerzas contrar ias de la natu­
ra l eza a lo l a rgo de u n prolongado desa rrol lo hi s tórico fa l ta toda­
vía en muchos casos a l p roletar iado a nte los fenómenos de la v ida
social. Y se comp rende. Pues por robusta y bruta l mente mater i al es
que sea n las medidas constr ict ivas de la sociedad en casos p a rt i­
cu l a res, de todos n1odos, el poder de toda sociedad es esencialn1e11 te un
poder espiritual del que sólo el conoci m iento puede l ibera rnos. Y no
u n conoc i m iento mera mente abs t racto, que qu ede en la conc iencia
(muchos "'socia l istas" han ten ido es te conoc im iento), si no u no que
se haga ca rne y sa ngre, u n conoc i 1n iento que sea, segú n las pa la­
bras de Ma rx, "activ i dad práct ica".
La actu a l idad de la crisis del ca p ita l ismo hace que ese conoci­
m iento sea pos ible y necesario. Se hace pos i b le porque, a consecuen­
cia de la crisis, la v ida m i sma p resenta a la v isión y a la ex per iencia
el entorno soc i a l ha bitua l ya con10 problemát ico. Y se hace dec is ivo
y, por lo tanto, necesa rio pa ra la revolución porque la fuerza efec­
t iva de l a soc ieda d cap ita l is ta está tan resquebrajada que en n1odo
a lg u no ser ía capa z de i n1ponerse por la v iolencia s i el p roleta ri ado
contrapus iera a esa fuerza, conci ente y resuelta mente, la suya pro­
p ia. El obs tác u lo que i mp ide esa acción es de na tu raleza pu ra mente
ideológica . En plena crisis morta l del ca pi ta l i smo, a mpl ias n1asas
del p roleta r iado sienten el Estado, el derecho y la econon1 ía de la
clase bu rg uesa con10 el ú n ico entorno posible de su ex i stenc ia, el
cua l, sin duda, puede perfecc iona rse de muchos modos ("res table­
c i n1 iento de l a producc ión" ), pero qu e const i t uye siemp re la base
"natural" de º la" sociedad.
É se es el fondo ideológi co de la lega l idad. No es s i ern p re t ra i­
c ión conc ien te, n i siqu i era conc iente com prom i so. Es más b ien la
orientación na tu ra l e insti nt i va por el Esta do, o sea, por la ú n ica
formación q u e les pa rece a los ho1nbres que actúan u n p u n to fijo
e n el caos de los fenómenos. H ay que supera r esa concepción s i es
que el pa r t i do com u nista qu iere crea r u n fu nda men to sa no pa ra su
act i v idad l ega l y pa ra su act iv idad i lega l . Pues el roma n t i c i sn10 de
la i lega l i dad, con el que eni.p ieza todo mov i m iento revo l u c io n a r io,
39 1

no rebasa casi nu nca, en cua n to a c l a r ida d, el n i vel de l a lega l idad


opor t u n ista . Ese rom a nt ic i s rno -como toda s las tendenc i a s puts­
chisf-as- subesti ma cons i dera b lemente la fuerza efectiva que posee
la sociedad cap i ta l ista i ncluso en s u s épocas de c r i s i s; esa s ubes t i­
mación puede ser muy pel igrosa, pero, de todos modos,. no es más
que un s ínton1 a de la verdadera en fermedad de esa tendenc i a; la
enfermedad es la fa lta de v is ión sin p reju ici os frente a l Estado como
n-iero facto r de fuerza, l a cu a l se basa, en ú lt i ina i nsta nc ia, en l a fa l­
ta de v is ión de las cuestiones que acaba mos de a n a l i za r. A l d a rse a
los med ios i lega les de lucha y a sus métodos una es pec i a l consag ra­
ción, el acen to de una pa rt icu la r "autent icidad" revoluciona r ia, se
está a l n-i i s n10 tiempo reconociendo a la lega l idad del Es tado exis­
tente una c ierta v igenci a, y no un ser n1era mente emp í rico. Pues la
cólera contra la ley en cuan to Ley, la preferencia por cierta s acci ones
a causa de su i lega l idad, s ig n i fica que pa ra los que así se cond u­
cen el derecho sigue ten iendo su natu ra leza de v igenc i a v incu la­
dora . Si se a lca nza la comp leta y cla ra fa l ta comu n ista de p rej u i­
cios respecto del derecho y el Es tado, n i la ley n i s u s consecuenci as
p rev i s ibles t ienen n1ás (n i menos) s ig n i ficac ión que cua lq u ier otro
hecho de la v ida externa de los que hay que tener en cuenta pa ra
est i ma r la vi ab i l idad de u na acc ión deter m i nada; la pos ib i l idad de
v io l a r la ley no t iene, pues, por qué rec i b i r acentos d is t i ntos de los
que a fec ten, por ejen1plo, a la pos ib i l idad de l lega r a tiempo pa ra
u n t rasbordo en u n vi aje i mporta nte. S i el estado de á n i mo no es
ése, s i no que la v io lac ión de la ley se prefiere pa tét ica n1ente, enton­
ces se t iene un ind icio de q u e, au nque sea con los sig nos ca mbia­
dos, el derecho s igue ten i endo v igenc i a pa ra los hombres, que a s í
s e comporta n porqu e es ca paz d e i n fl u i r ín timamen te en sus actos,
lo que qu iere dec i r que no se ha producido la en1a ncipación i nter­
na d e esos hombres . A p r i m e ra v ista esa d isti nc ión p uede pa re­
cer u n b i za nt i n ismo. Pero si se t iene en c uenta lo fá c i l rnente que
ha n conseg u ido s iemp re los pa rt idos t íp ica n1 ente i l ega l istas -como
los soci a l-revoluciona r ios r u sos- vol ver a desa nda r el ca n1 i no que
l es sepa raba de la bu rgues ía, y lo p rofu nda n1ente que las p r i me­
ras acciones i lega les rea l rnente revoluc iona r ias - l as q ue no era n ya
v iolaciones romántico-heroicas de leyes s uel ta s, s i no el i n1 i nación y
destr ucción de todo el orden ju ríd ico b u rgu és- desen masca ra ron la
p r is ión ideológ ica de aquel los " héroes de l a i lega l ida d " e n los con­
cep tos j u r íd icos de la b u rg u es ía, q ueda c l a ro q u e n o hemos hecho
392

u na construcción abstracta y vac ía, s i no descr ito la s ituac ión ver­


dadera. (Piénsese en Boris Sav i n kov, que fue no sólo organ iza dor
famoso de casi todos los gra ndes atentados contra los za res, si no,
además, u no de los princ ipa les teó r icos de la i lega l idad ético-ro­
má ntica, y hoy se encuent ra en el ejército blanco polaco en lu c h a
contra l a Rusia pro leta ria.)
Así pues, la reducción de la cuest ión de la lega l idad o i lega l ida d,
pa ra el partido comu n ista, es cuestión meramente táctica, y hasta de
la táct ica momentá nea, sob re la cua l es cas i impos ib le d a r or ienta­
c iones genera les, puesto que tiene que decid i rse constantemente y
completa mente de acuerdo con cons iderac iones momentá neas de
utilidad, ese plantea m iento que n iega a l a cuest ión toda cua lidad de
pr i nci p io es la ú n ica recusac ión de p r i ncipio prác tica mente posible
de la v igencia del orden ju ríd ico b u rgués. Esa táct ica queda, pues,
prescri ta pa ra los con1un istas no sólo por motivos de ut il idad, no
sólo porque sólo así pod rá tener su acc ión u na flex i b i l idad rea l y
capac idad de ada p ta rse a las cond iciones necesa rias de lucha del
n1omento dado, no sólo porque l a s a r mas lega les y las i lega les tie­
nen que interca mbia rse muy frecuenten1ente, y hasta tienen que
aplica rse muchas veces a l m ismo tiempo y en el m ismo asu nto para
poder combatir con la verdadera eficacia a la bu rgues ía; s i no ta m­
bién p or cont ribu i r a la autoeducación revoluc iona ria del p roleta­
r iado. Pues la l iberac ión del proleta r iado de la pris ión ideológ ica
en las formas de v ida creadas por el capita l is mo no es posib le más
que si el p roleta r iado ha aprend ido a actua r de ta l modo q ue esas
formas de v ida sea n ya i ncapaces de i n flu i rle ínt ima mente; sólo si
esas formas le son ya, como mot ivos, del todo i nd i ferentes . Eso, por
sup uesto, no dism i nuye en nada s u od io a lo ex istente, su a rd iente
deseo de a n iqu i la rlo. A l contra rio: g rac ias precisa n1en te a esa acti­
tud puede el orden soc ia l del cap ita l i s mo presenta rse al p roleta r ia­
do como un obstácu lo repu ls ivo, muerto, pero hom icida, cont ra­
r io a l sano desa rrol lo de la hu man idad, lo cua l es absoluta mente
necesa rio pa ra el comporta n1 iento revoluciona r io conc iente y tenaz
del p roleta r iado. Es ta au toeducac ión del proleta r iado, en la cua l se
des p l iega su "madu rez" pa ra la revoluc ión, es u n proceso l a rgo y
d i fíci l, ta nto más cua nto n1ás desa r rol lados estén el capita l is mo y la
cu ltu ra bu rg uesa en cada pa ís; y cua nto más i ntensa men te, por lo
ta nto, es té el proleta r iado contag iado ideológ ica n1ente por las for­
n1as de v ida cap i ta l i stas.
393

A fortu n ada mente (y de u n modo nada casua l), la considerac ión


absoluta mente necesa r i a de la acción ú t i l desde el pu nto de v ista
revol uciona rio coinc ide con las ex igencias de esa obra educati va.
Así, por ejemplo, el que l as tes i s ad iciona les resp ecto del problema
del parla menta risn10 en el Segu ndo Congreso de la 1 1 1 Internaciona l
d isponga n la completa su bord i nación de la fracc ión parla menta­
ria del pa r t ido a l Com i té Cent ra l -au nqu e éste se encuentre en la
i lega l idad- no ti ene como ú n ico objeto el ga rant iza r la necesa r ia
u n i d ad de acción, sino ta mb ién el d is n1 i nu i r en la conciencia de
a mp l ias masas p roleta rias el prestigio del pa rla mento, en el que se
basa esa roca fuerte del oportu n is mo que es l a i ndependenc ia de la
fracción p a rl a menta ria, de los d iputados del pa r tido. La neces idad
de esa med ida se aprecia, po r ejemplo, a l exa m i na r cómo el prole­
ta riado i ng lés ha s ido s ien1pre des v iado en sus acciones hacia v ía s
oportu n i stas p o r su íntimo servilismo7• Y l a esteri lidad de la apl ica­
ción exclusiva de la "acción d i recta" a nt i pa rla menta ria, igua l que la
es teri l idad de las d i scusiones acerca de las excelencias de un méto­
do u ot ro, p rueba n qu e a mbos, au nque sea en sentidos contrar ios,
siguen presos a ná loga rnente en p rej u icios b u rgueses.
La apl icac ión si mu ltá nea y s uces iva de a rmas lega les e i lega les
es neces a r ia ta n1b i én porque pos ib i l ita el desen mascara m iento del
orden j u ríd ico con10 b r u ta l apa rato de fuerza al serv icio de la opre­
s ión cap ita l ista, lo cua l es un presup uesto para conseg u i r u na act i­
vidad revoluciona r ia s i n preju ic ios respec to del derecho y el Estado.
Si se apl ica u no de los dos métodos exclus iva o predom ina ntemen­
te, au nque sólo sea en ca mpos determ i nados, la b u rguesía cuenta
con la posib i l idad de ma ntener su orden j u r íd ico en la concienc ia
de las masas como derecho en genera l . Uno de los fi nes pri ncipa l es
de la activ idad de todo pa rt ido comu n ista es obl iga r a l gob ierno de
su pa ís a viola r él 1n isn10 su orden j u r íd ico y el obl iga r al pa r t ido
de los socia ltra idores a apoya r ab ie r ta n1en te esa "v iolación de la
ley". Y au nque en a lgu nos casos -por ejemp lo, si preju icios nacio­
na l i stas ofusca n la m i rada del proleta r ia do- eso p uede ser ventajo­
so pa ra u n gobierno ca p i ta l ista, el resu l tado será a ú n nlás pel ig ro­
so pa ra él cua ndo l leg uen ni.omentos en los cua les el proleta r iado
en1 p iece a ag r uparse pa ra la lucha dec isiva. De aqu í p rec isan1ente,

7Sacristán t raduce "reconoci m iento" a u nque la vers ión i ng l esa


("s u bsc r v i cnce" ) n o s pa recL� m.ejor ( N . del E.)
f
'
� , ·.
;

394

de la p rudenc ia de los opresores a l da rse cuenta de el lo, nace n esa s


pel igrosas i l usiones acerca de l a democracia, acerca de la t ra n s ic ión
pacífica a l socia l is n10, particu la rmente a l i mentadas por el hec ho de
que los oportun ista s adopta n u na act itud d e lega l idad a cua l qu ier
p recio, pos i b i l ita ndo a s í a la clase dom i nante esa conducta . S ólo
u na táct ica objetiva y sobr ia, que apl ique todos los n1ed ios legales e
i lega les por razones de pura uti l idad y según l os casos, pod rá diri­
g i r adecuada mente la obra de educación del p roleta riado.

llf

Pero, con toda segu ridad, l a lucha por el poder no podrá sino
empeza r esa educación del proleta r iado, no cons u ma rla . La "pre­
m a t u r idad" inev i table de la toma del poder, descub ierta hace ya
muchos a ños por Rosa Lu xembu rgo, se man i fiesta a nte todo en el
terreno ideológico. Mu chos fenómenos de la pri mera fase de toda
d ictadu ra del proletariado se ex pl ica n precisamente porque el pro­
letariado se ve obligado a t01nar el poder en un nz01nento y en un estado
de conciencia en los cuales aún sie11 te íntimamente el orden social bur­
g ués c01no el propianzente legal. A l igu a l que en todo orden ju r ídico,
también el gobierno de los consejos se basa en que le reconozcan
como lega l masas tan a m pl ias de la población que sólo en casos
par ticu lares tenga que p roceder a apl ica r la v iolencia (el poder).
Pero es d a ro desde el p r i mer momento qu e la bu rguesía no presta­
rá en modo a lg u no ese reconoci n1 iento desde el p r i ncip io. Una cla­
se acostumbrada por la t rad ición de muchas generaciones al poder
y a l disfrute de los privi legios no p uede nu nca acepta r fác i l mente
el mero hecho de u na der rota y deja r sin más que el n uevo orden
de cosas pase por enc i ma de e l l a . Hay que r01nperla antes ideológi­
cam ente para que lu ego se ponga volu ntaria mente a l servicio de la
nueva sociedad y reconozca las normas de ésta como lega les, como
orden juríd ico, no como meros hechos en bru to de una n1on1entá­
nea cor relación de fuerzas que ma ña na pod r ía inverti rse. Es u na
i ngenua i lusión c reer que esa resis tencia -igu a l si se m a n ifies ta en
contra rrevolución abierta que s i l o hace en ocu l to sabotaje- vaya a
poder desarma rse por conces iones de un tipo u otro. A l contra rio.
El ejemplo de la d ictadu ra de los consejos en Hu ngría mues t ra q ue
toda s esas conces iones -que a l l í fuero n todas, por supuesto, conce­
siones a la soc i a ldemocracia- se l i nl ita ron a robustecer la conciencia
395

de fuerza de la a nt igua c lase donl i na nte y retra sa ron su acep tación


de] dom i n io p roleta r io hasta i mpos i b i l ita rla . Pero el retroceso del
poder sov iét ico (o de los consejos) a nte la b u rg ues ía es todav ía más
pelig roso pa ra el co rnporta m iento ideológ ico de las a rn p l ias capas
pequeño-bu rguesas. Pues es ca racterís t ico de la concienc ia de clase
de esta s capas e l que pa ra e l la s el Estado apa rezca efec tiva mente
como el Estado en genera l, en cua nto ta l, como u na sobera na for­
mación abs t racta . Deja ndo, nat u ra l mente, apa r te la i mporta ncia de
u na háb i l pol ít ica econórn ica que sea capa z de neut ra l i za r c iertos
grupos de la pequeña b u rg ues ía, n1ucho depende aq u í del p role­
tar iado 1n i sn10 el consegu i r da r a su Estado u na autoridad que a l i­
n1ente la fe de estas capas en toda auto ri dad, su i ncl inac ión a some­
terse vol u nta r ia n1ente "a l" Estado. La vac ilación del p roleta r iado,
su escasa fe en su propio des t i no de dom in io, puede vo lver a l a n­
za r esa s capas a los b ra zos de la bu rg ues ía, a la cont ra rrevolución
d i rec ta .
Pero el ca 1nbio fu nc iona l ex per in1entado por la relación entre
lega lidad e i lega l id ad en la d ictadu ra del proleta r i ado a ca usa de
que la a nterior lega l idad se ha conver tido en i lega l idad y v iceversa,
puede a lo su mo ace lera r a lgo el p roceso de ema ncipac ión ideoló­
gica ya con1enzado bajo el cap i ta l ismo, no cons u ma rlo de golpe.
Del m isn10 nlodo que la bu rg ues ía no puede perder por una sola
der rota el sent i m iento de su lega l idad, as í ta mpoco puede conse­
gu i r el proleta ria do conciencia de su p ro pia lega l idad por sólo el
hecho de u na v icto r i a . Esta concienc i a, qu e b ajo el cap i ta l ismo no
pudo madu ra r más que lenta n1ente, no term i na rá su p roceso de
madu ración, ta n1poco bajo la d ictadu ra del p roleta r iado, s i no poco
a poco. La p r i n1era fase aporta rá i ncluso d iversas i n h i b iciones a l
proceso. Pues e l p roleta r iado l legado a l poder s e da rá sólo enton­
ces cuenta plena de los log ros i ntelectua les leva ntados y sosten idos
por el cap i ta l isn10. No sólo la mejor penet ración en la cu l t u ra de
la soc iedad b u rg uesa, s i no ta mb ién la com prensión del es fuerzo
i ntelectua l necesa r i o para d i r ig i r la econon1 ía y el Estado l legará n
a la conci enc ia de a mplios c í rc u los del p ro l e ta riado sólo una vez
conseg u i do el poder. A el lo se a ilade que el proleta riado ca rece en
muchos ter renos del ejercicio y la t rad ic ión de acc ión i ndepend ien­
te y responsa b le y, por lo ta nto, sent i rá n1u c ha s veces la necesidad
de ac t ua r así n1ás como ca rga q u e como l iberación. Por ú lt i n10, el
e lemento pequ eño-bu rgu és, y m u c h a s ve c e s ha sta b u rg ués, de las
396

cos t u n1bres de v ida de las capas proleta r ia s que ocupa n u na gra n


pa rte d e los luga res de d i rección hace que precisa mente lo nuevo
de l a nueva soc iedad les aparezca ex t ra ño y cas i hos t i l.
Todos esos obstácu los serían basta n te inocentes y fáci les de
superar si no fuera porque la bu rgues ía -cuyo problema ideoló ­
g ico respecto de la lega l idad y la i lega l idad ha exp eri menta do u n
ca mbio fu nciona l a ná logo- se mostra rá en este pu nto n1ucho má s
madura y desa rrol lada que el proleta riado (por lo menos, rn ientras
luche contra u n Estado proleta r io naciente). Pues la bu rguesía con­
s idera rá i lega l el orden ju r íd ico del proleta riado con la m isrna i nge ­
nu idad y segu ridad con que a ntes cons ideraba lega l el suyo pro­
p io; en este momento la bu rg uesía s iente i nsti ntiva mente con toda
v ita l idad e l postu lado que a ntes formu lába mos pa ra el p roleta r ia­
do en lucha por el poder: entender el Es tado de la bu rgues ía como
mero hecho, como mero factor de fuerza . Por lo tanto, y a pesar de
haber conqu istado el poder del Estado, la lucha contra la bu rguesía
sigue s iendo p a ra el pro leta r iado una lucha con a rmas des igua les,
tn ient ras el proleta r iado no con siga la m isma i ngenu idad respecto
de l a lega l id ad ú n ica de su propio orden j u r íd ico. Pero esta conse­
cución está g ravemen te obstacu l i zada por la actitud que el prole­
ta riado ha aprend ido de los oportu n istas a lo l a rgo de la lucha p or
su l iberación. Como se ha acos tu mbrado a rodea r de una a ureol a
d e lega l idad las i nstituc iones del cap ita l isn10" l e e s d i fíc i 1 su pera r
eso a nte los res tos q u e p ueden sostenerse aú n por mucho tiempo .
Tras la toma del poder e l p roleta riado sigue por mucho t iempo pre­
so en l as l i n1 i taciones que le im puso el desarrol lo cap ita l ista. Esto
se ma n i fiesta, por u na pa rte, en que deja i ntac tas muchas cosas que
tendría que a rrasa r impresc ind ib lemente. Y, por otra pa rte, en que
pract ica las destrucc iones y l as construcc iones no con el consen­
ti m iento seg u ro del don1 i nador legít i mo, sino en una a ltern a nc ia
de vac i lación y precip itac ión con10 u n usu rpador que ya a nt ic ipa ra
ínt i ma mente, en su pensa m iento, su sent i m iento y su decis ión, la
restau ración i nev itable del cap ita l isrno.
No estoy pensa ndo aq u í sólo en el sabotaje -más o menos a bier­
ta mente con t ra rrevo luc ion a r io- que la bu roc racia sin d ica l pract icó
contra la socia l i zación d u ra nte toda la d ictadu ra de los consejos
hú nga ros, con la i ntenc ión de res ta blecer del modo más l iso pos ible
el cap ita l is n10. 'Ta mbié n l a cor rupc ión en los soviets, ta n tas veces
a dvert ida, t ie ne u na de sus fu entes pr i nc ip a les en l a situac ión rec ién
397

descri ta. As í ocu rría con l a n1enta 1 idad de muchos fu nc ion a rios de
los sovi ets, que ínt i ma mente estaba n espera ndo la vuelta del cap i ­
ta l isn10 " legíti mo" y, por lo ta nto, s iemp re pensa ba n e n cómo j u s­
t i fica r sus actos l lega do aquel mon1ento. Y cosa pa rec ida ocu r r ía a
muchas persona s que ha bía n i nterven i do en e l necesa r io tra bajo
"i lega l" (introducc ión c la ndestina de merca nc ías y de propaga n­
da en el ex tra njero) y no consegu ían entender n i, sobre todo, ver
rnora l mente que su act iv i dad, desde el pu nto de vista del Estado
proleta r io, hab ía s ido ta n "lega l" con10 c ua l_q u ier otra . En homb res
de const itución n1ora l déb i l, esa con fu s ión se ma n i festó p u ra y l la -·
na mente en corru pc ión . E n a lgunos revoluc iona r ios hon rados, se
ma n i festó más bi en en u na exagerac ión romá nt ica de la " i lega l i­
dad", en u na inú t i l provocac ión de las pos ibi l idades " i l ega les", en
una fa l ta de sens ib ilidad respecto de La legitim idad de la Revolu ció n y su
derecho a c rea r un orden lega l prop io.
Pero en la época de la d ictadu ra del p rol eta r i ado u n nuevo sen­
t i m iento y u na nu eva conc ienc ia de la leg i t i m idad de la revolución
tienen que oc u p a r el luga r de la fa lta de prej u ic ios respecto del
derecho bu rg u és, que es lo ex ig ido en la fa se a n ter ior de la revolu­
c ión. Si n emba rgo, y pese a l ca mbio, e l desarrollo s ig u e s iendo u 1 1 ita ­
rio y rectil ín eo e n c u a n to es desa rrollo de L a co 1 1 cicncia de clase p roleta ria .
Esto se ve del rnodo m á s c la ro en la pol ít ica i nter naciona l d e los
Estados p roleta r ios, los c u a les, cua ndo se en frenta n con los pode­
res del cap ita l i sn10, t ienen que l leva r adela nte u na l uc h a contra el
Estado de la bu rguesía exacta mente ig ua l (au nque pa rc i a l mente -y
sólo p arc i a l n1ente- con ot ros med ios) que en la época de la lucha
por a lca nza r el poder en su prop io Estado. La a l t u ra y l a nat u ra le­
za de la conc ienc i a de C lase del proleta riado r u so se ma n i festa ron
ya esplénd ida n1en te en las negoci ac iones de paz de Brest-Litowsk .
Aunq ue negoc iaba n con e l i mper ia l i sn10 a len1án, los representa n­
tes del proleta r iado ruso reconoc ieron como pa r te leg ít i ma en la
rnesa de negoc iac iones a sus her ma nos opr i 1n i dos del m u ndo ente­
ro. Y a u nque Len i n, con su per ior pr udenc ia y con la sob r iedad más
rea l ista, reconoc ió la efect iva correlación de fuerzas, h i zo que su s
negoc i adores se d i rig iera n siempre a l p rol eta riado rnu nd i a l, y en
p r i mer tér n1 i no a l p roleta r iado de las potenc ias cent ra les. Su pol ít i­
ca ex ter ior era rnenos u na negoc iación entre Rus i a y A lem a n i a que
una p romoción de la revoluc ión proleta r i a, de l a conc i encia p role­
ta r ia en todos los pa íses de la Eu ropa Centra l. Y por g ra ndes q u e
398

haya n s ido los ca mbios de la pol ít ica interior y exterior del gob ier no
de los consejos, por mucho que se haya n adecuado s iemp re a la r ea l
correlac ión de fuerzas, este p r inc ipio básico, el p r i ncipio de la leg i ­
t i m idad del prop io poder, que es a l m is mo tiernpo p romoción de la
conciencia revoluciona ria de clase del proleta riado 1nu nd ia l, quedó
siempre como pu nto incon mov ible del desa rrol lo. Por lo ta nto, la
entera p roblemática del reconoc i m iento de la Rusia sov iét ica p or
los Estados b u rgueses t iene que entenderse no sólo como un asu nto
de ventajas p a ra Ru s ia, s i no como el p roblema del reconoc i m iento
de la leg it i m idad de la Revolución proleta ria por parte de la bur­
g uesía. La s ig n i ficación de ese reconoc i m iento va r ía seg ú n las cir­
cu nsta ncia s concretas en que se produce. Pero su efecto en los vaci­
la ntes elementos de las clases pequeño-b u rguesas de Rusia es en
todo caso esencia l mente el mismo, a saber, una sa nc ión de la legi­
ti m idad de la Revoluc ión, sa nc ión q ue el las necesita n p a ra p oder
sent i r la lega l idad de los ex ponentes estata les de la Revolución, la
rep úbl ica de los consejos. Los d iversos p roced i m ientos ut i l izados
por la pol ítica rusa -el aplasta m iento s i n contemp laciones de la con­
tra rrevolución interna, el enfrenta 1n i ento va l iente con las potencias
v ictoriosas en la guerra, frente a las cu a les Rusia (a d i ferenc ia de
la A lema n ia bu rg uesa) no ha adop tado nu nca la act i t ud del ven­
cido, el apoyo abier to a los mov i m ientos revolucionar ios, etc.- s i r­
ven todos a esa m isma fi na l idad. Cons iguen que pa r tes del frente
cont ra rrevo luciona r io interior se resqueb rajen y desprendan y se
incl i nen a n te la leg i t i m idad de l a revolución. Ay udan a la autocon­
ciencia revoluciona ria a consol ida r el conoc im iento de la fuerza y
la d ig n idad del p role ta r iado.
Así, p ues, precisa mente en l os aspectos8 que los oportu n istas
occ identa les y sus adoradores cent roeu ropeos cons idera n sintomá­
ticos del a t raso del proleta riado ru so -la cla ra e i nequ ívoca derro­
ta de la contra rrevol ución i nter ior, la lucha s i n p reju icios, i lega l y
"d iplomát ica" a l a vez, por la revoluc ión mu nd ia l- se ma n i fiesta
cla ra mente l a madu rez ideológ ica del proleta riado ruso. É s te ha
rea l i zado v ictoriosa men te su revo lución no porque c ircu nsta ncias
a fortu nadas le haya n puesto el poder en las ma nos (es ta m isma
sit uación se produjo prec isa mente pa ra el p rol eta r iado a lemá n en
nov iemb re de 1918, y en el m ismo momento y en ma rzo de 191 9 pa ra

KSac r i stá n t rad uce 0n1o n1en tos". ( N. del E.)


399

el p ro leta r iado húnga ro), si no p orque el p roleta riado ruso, endure­


cido en u n a larga l ucha i lega l reconoció clara mente l a na t u ra leza
del Estado cap i ta l ista y orientó sus acciones ten iendo en cu enta la
verdadera rea lidad, no i nsensata s i mágenes ideológ ica s. El p role­
ta r iado de la Eu ropa Cent ra l y ()ccidenta l t iene todav ía un d i fíci l
ca n1 i no a nte sí. Pa ra l lega r a l a conciencia de su m i s ión h is tórica,
de la l eg it i m id ad de su dom i n io, tiene que aprender a nte todo que
i legal idad y l ega l i dad son asu ntos de nat u ra leza mera m ente tác t i­
ca, y desprenderse así del cre t i n i s m o l ega l ista y del rom a nt icismo
de la i lega l ida d.

Ju l io de 1920
Ob servacione s críticas acerca de la
Crítica de la Re volu ción rusa
d e Ro sa Luxerrtbur g o

Pau l Lev i1 ha creído oportuno publ ica r u n fol leto de la cam a ra­
da Rosa Lu xembu rgo esbozado en la cá rce l de B reslau y que ha
quedado en frag 1nento2• La ed ición ha apa rec id o en ined ia de las
más v iolentas luchas contra el Pa rt ido Con1u n ista de A len1 a n ia
( KPD) y contra l a I I I I nter naciona l; es u n episod io inás de esa lucha,
exactamente ig ua l que las revelaciones del Vonvii.rts3 y que e l fol leto
de Fri es la nd, con la ú n ica d i ferenc ia de que si rve a otros fi nes más
profundos. Lo que se trata en este caso de dest r u i r no es el pres­
tig io del KPD ni la confi a nza en la pol ít ica de l a 1 1 1 Internac iona l,
si no los fu nda n1entos teoréticos de l a orga n i zac ión y la táct ica bol­
chev iques. Se tra ta de poner al serv icio de esa empresa la autori­
dad venerable de Rosa Lu xe1nburgo. Sus esc ritos póstu 1nos han de
su m i ni stra r así l a teoría de la l iqu idación de l a IIJ I nternac iona l y de
sus acciones. Por eso no nos basta a hora con recorda r, s i mplen1en te,
que más ta rde Rosa Luxemburgo ca n1 b ió de ideas a l respecto. Lo
que i mporta es ver hasta qué punto t iene ra zón o no la tie ne. P ues,

1 Pau l Levi (1883 -1 930) era m iemb ro de la di recc ió n e s p a r t aqu i s t a y je fe de l


p a r t i do l u eg o del a r re s to de Leo Jog i c h e s . Pas a rá d es p u é s a la d i rccció n del
Pa rt ido Comu n i sta A lcn1á n, del c u a l s e r á e x p u l s a do en l921, re i ng resa ndo
en el Pa rtido Socia lden1ócrat a . E n el n1 om en t o de s u r u p t u ra da a p u b l i ­
cidad el tex to i n co n1 p l e to de Rosa L u x en1 b u rg o, con u n p re fa c io e n el que
p o l e m i z a co n Len i n y Trostky. Véase la " Nota b ibl iog rá fi ca" a la edición
c a s t e l l a n a citad a . ( N . del E.)
2 Rosa Lu xem b u rgo, Die russisc/Je Revolutio n [ La Revo l ución r usa], ed i to r i a l
G esellsch a ft u nd E rz. ieh u n g , 1 922. ( Lu xen1bu r go, Rosa: L a revo lució n rusa,
Anag ra ma, B a r c e l o n a, 1 975. ( N . del E.)]
3 Ó r g a n o de l a s o c i a ld en1o c ra cia a lema n a . ( N . del T.)
40 1
402

d icho abstracta n1ente, sería per fecta mente posible que su desarro­
l lo teórico hubiera segu ido u na d irección fa lsa, o sea, q ue su ca m­
b io de opi n iones, testi mon iado por los ca m a radas Warsk i y Zetk i n-+,
hub iera sido u na tendenci a errónea. Por lo tanto, la d i sc u s ión t ie ne
que referi rse ante todo a esas ideas del borrador frag n1entari o, co n
i ndependenc ia de l as poster iores actitudes de Rosa Lu xembu rgo
res pecto de las concepciones expresadas en él . Sobre todo porque
algunas de las contraposiciones ent re Rosa Lu xem bu rgo y los bol­
chev iques p resentes en este t rabajo apa recieron ya en el fol leto de
J u n ius5 y en la crít ica de éste por Leni n, e i nc luso en la crít ica de
Rosa Luxembu rgo al trabajo de Lenin Un paso adelan te, dos pasos
atrás, publ icada en 1 904 en la Neue Zeit; y aú n asoman en pa rte en la
redacción del p rogra ma esp a rtaqu i sta.

Lo que i mporta es, pues, el conten ido n1ateria f del fol leto. Pero
ta n1bién desde este punto de v ista el p r i ncipio, el método, el funda­
mento teorético, la estimación general del ca rác ter de la Revolución,
que detenn i na la actitud respecto de las d iversas cuest iones, es
nlás importante que l as actitudes m ismas pa r ticu la res respecto de
los d iversos problemas concretos de la revolución rusa. Pues éstos
han quedado en su mayor parte l iqu idados por el paso del t iempo.
E l m ismo Lev i lo reconoce así a propósi to del problema agrario.
Por lo ta nto, en estos p untos no es ya hoy necesaria polén1 ica a lg u­
na. Importa sólo mostrar el punto metódico que nos acercará un
paso más a l p roblema centra l de estas consideraciones, a la errónea
estilnación del carácter de la Revolución proletaria. Rosa Lu xemburgo
escribe i ns istente1nente: " Un gobierno soci a l ista llegado al poder
tiene qu e hacer en todo caso u na cosa : ton1 a r med idas orientad as
a consegu i r los p resupuestos básicos de u na posterior reforma
socia l ista de la agricu ltura; y, p or lo menos, tiene que ev ita r todo
lo que pueda obstr u i rle el ca m i no hacia esas med idas'' (pág. 84). Y
entonces reprocha a Len. i n y a los bolchev iques el no hab er hecho

4 Lu kács a lude probablemente a l a ed ición, no terminada, de las obras com­


pletas de R. L. por Klara Zetkin y Adolf Wa rski. Gesamrnelte Warke, Berl ín,
1 923 y ss. ( N . del T.)
5 Die Krise de r Socialdemokratie [La crisis de la socialden1ocraci al, Berl ín,

1 916, escrito por R. L. co n el pseudónimo de 11Ju n ius". ( N . del T.)

·�
403

eso, s ino prec isamente todo lo contra río. Si esa tes is fu era u n ele­
mento a islado en el tex to, basta r ía con recordar que l a ca ma rada
Rosa Lu xembu rgo -como cas i todo el mu ndo el afto 1 918- esta ba
i nsu ficientemente i n formada de los a conteci m ientos ru sos. Pero s i
considera mos esa crítica en e l contex to cornpleto d e su ex pos ición,
vemos ensegu i da que la autora sob res ti maba considera b lemente el
p oder rea l de que d ispon ían los bolchev iques pa ra ordena r la regu­
lación de la cuestión agra r ia. La revolución agra ri a era un hecho
dado con con1pleta independenc ia de la voluntad de los bo lc hevi­
ques y hasta del proleta riado entero. Los campes i nos se hab ía n d i s­
tr ibu ido la tierra sobre la ba se de u na ma n i festac ión elen1enta l de
sus intereses de c lase. Y este mov i m iento elementa l ha bría ba r r i­
do a los bolcheviques si éstos se hub i era n opuesto a él, ig ua l que
ha bía ba rrido a los menchev iques y a los socia 1-revo luc ionarios. El
p la ntea m ien to correcto de la cues tión ag ra ria no cons iste, pues, en
p reg u nta rse si la refonna ag ra r ia de los bolchev iques fue socia lista
o se encontraba a l menos en el ca m i no de med idas conducentes a l
soc ia l is mo; s i no en preg u n ta rse s i e n l a situación de l a época, e n el
momento en qu e el ascendente mov i m iento revoluc iona r io tend ía a
un p u nto de decisión, se t rataba o no se trataba de reun i r toda s las
fuerzas de la sociedad bu rg uesa en descomposición pa ra la nza rlas
contra la contrarrevolución de la burguesía que se orga n izaba. (Y
e l lo con independenc ia de si esas fuerzas d i solutivas del orden bu r­
g ués era n "pu ra mente" p roleta r ias o pequeño-b u rguesas, y de s i
se movía n o no e n el sent ido d el soc ia l ismo.) Pues por fuerza hab ía
que toma r posición respecto del elen1ental mov i rn iento can1pesi no
que asp i raba a la d istribución de la tierra . Y esa ton1a de pos ición
no podía ser s i no un cla ro Sí o u n claro No i neq u ívocos. O b ien
había que s ituarse a la ca beza de aquel n1ov i m iento, o b ien hab ía
que aplasta rlo con las armas . Y en es te ú l t i 1no caso se convertía
u no i nev itablen1ente en pri s ionero de la bu rg uesía que era u n a l ia­
do i rn presc indible pa ra ese a plasta n1 ie nto, con10 efect iva n1ente les
ocu rrió a los menchev iqu es y a los soc ia l-revo luciona r ios. En aq uel
1no1nento no se pod ía s iqu iera pensa r en u na prog res iva "desv ia­
c ión" del n1ov i 1n iento ca mpes i no elernenta l "e n d i rección a l soc ia-
1. ismo". Esto se pod ía y se ten ía que i ntenta r má s ta rde. No es cosa
de este luga r el d i scu tir hasta qué pu nto ha n fracasado rea l mente
hasta ahora estos i nten tos (pues sob re este pu n to e l ex ped iente no
está en m i op i n ión conc lu so, ya que hay ui ntentos fraca s a dos" que

·- --�'l'"'"'l' '.
!

404

dan fruto en posteriores situaciones), n i ta mpoco el a ná l isis de las


causas de esos fracasos. Pues lo que aqu í se d i scute es la d ecisión de
los bolcheviques en el 1nomento de La toma del poder. Y por lo que hace
a esto hay que a fi r ma r que los bolcheviques no ten ía en a bsoluto
elección entre una reforma ag ra r ia orientada hac i a el soc ia l ismo y
una reforma agra r i a que se a leja ra de é l, s i no sólo la opc ión s igu ien­
te: o bien 1novilizar en favor de la revolución proletaria el levantamiento
ele1nental de los cmnpesinos, o bien -oponiéndose a él-- aislar sin esperan­
zas al proletariado y ayudar a La victoria de la contrar n;-o olución.
Rosa Lu xembu rgo lo reconoce a b ierta mente: "' Esta fue una tácti­
ca excelente en cua nto med i da pol ítica para consol ida r e l gobierno
proleta rio-soc ia l ista. Pero, desg rac iada mente, ten ía dos ca ras muy
acusadas, y su reverso consistía en que la ocupación i n med iata de
la t ierra por los campes i nos no t iene absolutamente nada en comú n
con la econom ía socia l ista" (pág. 82). En este punto, cua ndo a pesar
de todo v i ncu la d i rectamente a su acertado ju icio sobre la táctica
política de los bolcheviques la c r ít ica de su conducta económico-so­
cial, Rosa Luxemburgo revela la esencia de su con1prens ión de la
revoluc ión rus a, de la revolución proleta r ia. La sob rest imac ión de
su carácter pu ramente pro leta rio, o sea, la sobrestimación del poder
externo y de la c la r idad y la madurez i nternas que p uede tener y
que de hecho ha tenido la clase proleta ria en la p r i mera fase de la
revolución. Y el lo revela a l m ismo t iempo, como reverso, la subes­
timación de la i mportanc ia de los elementos no-proleta r ios para la
revolución. Es una subes t i mación tanto de los elementos no p role­
ta r ios situados fuera de la clase cuanto del poder de esa s ideologías
den tro del proleta ri ado m is mo. Esa esti mación errónea de las ver­
daderas fuerzas motora s conduce a l punto más decis ivo del error
de Rosa Lu xemburgo: a La subestinzación de la función del partido en la
Revolución, a la subesti mación de l a acc ión concientemente pol ítica
frente a la necesidad del desa rro l lo económ ico de u n mov i m iento
elementa l y pasivo.

II

A lg ú n lector pensará que nuest ra acentuación de l a cues t ión de


principio es exagerada. Para destaca r más clara mente en su verdad
objet iva esta comprens ión es necesa r io volver a a lg u n as cuest iones
de deta l le del fol leto. La act i t ud de Rosa Lu xembu rgo respec to de
405

l a cuestión de las naciona l idades en la Revolución rusa nos lleva a


l as d iscus iones críticas del período de l a guerra, a l fol leto de Ju n i u s
y a la crít ica que l e d ir ig ió Len i n .
L a tesis siempre tena zmente combatid a por Len in (no sólo con
oca sión del fol leto de Ju n ius, donde, de todos modos, encontraba su
formu l ación más c la ra y taja nte) es del sigu iente tenor:6 "' En esta era
de i mperia lismo desencadenado no puede ha ber ya guer ras nac io­
na les." Pa rece como si se t ra ta ra en este pu nto de u na cont ra pos i­
ción mera mente teórica . Pues había acuerdo cornp leto entre l os dos
autores por lo que h ace a l ca rácter i mper ia l ista de l a g uerra mu n­
d ia l . También estaba n de acuerdo en que i nc luso l os n1on1entos pa r­
c ia l es de la guerra que, considerados a isladamente, habr ía n s i do
g uerras naciona les, ten ía n que entenderse con10 fenómenos i mpe­
ria l istas a cau sa de su conex ión con el comp l ejo genera l de l a época
(Serbia y la correcta actitud de los ca maradas serb ios). Pero desde e l
pu nto d e v ista práctico-obj et ivo se presentan tan1bién aqu í ensegu i­
da cuest iones de la mayor i mporta ncia . En pri mer luga r, no puede
exclu i rse, aunque sea poco proba ble, la pos ib i l i dad de u n desa rro­
l l o h istór ico en el cua l vuelva n a da rse guerras naciona les. Su apa­
r ición depende de la veloc idad de la tra nsic ión de l a fase de g uerra
i mper ia l ista a la de guerra c i v i l . Por lo ta nto, es erróneo genera l iza r
el ca rácter i mperia l ista del presente h asta l legar a la negación de la
pos i b i l idad de g uerras nac iona les, p ues con esa negac ión el pol ítico
socia l ista pod r ía encontra rse u n d ía en u na s i tuación en la q ue (por
fidel idad a los p r i ncipios) tuv iera que obra r de modo reacciona rio.
En segu ndo lugar, los leva nta m ientos de los pueblos colon ia les y
sen1 icolon ia les tienen que ser por fuerza g uerras nac iona les que
los part i dos revoluciona rios t ienen que apoya r absoluta y p lena­
mente, pues frente a el las la ind i ferencia sería d i recta mente con­
tra r revolucionaria (como muest ra la actitud de Ser rat i en el asu n­
to Kema l). En tercer luga r, no se debe olvida r que las ideo log ías
naciona l i stas siguen v iva s no sól o en las capas pequefi.o-bu rguesas
(cuyo compor tam iento puede ser, en c iertas c ircu nsta nc ias, muy
favorable a la revolución), sino i ncluso en el proleta ri ado m is mo,
pa rticu la rmente en e l de las naci ones opri m idas. Y la receptiv idad

6 l..eitsiitze übe r die A ufgaben der internationale n Sozialdenwkratie [Tes is acerca


de las ta reas de la Socia ldemoc rac i a i ntern ac io na l ], Tes is 5 ª Ed itoria l
F u t u r u s, 1 05.
406

de este prole ta riado para con el verdadero internaciona l ismo no


p uede suscitarse mediante una a nt ic i pación intelectual y utópica
de la fut u ra situación socia l ista, cua ndo esté resuelta l a cuestión
de las naciona l idades, s ino sólo med iante La prueba efectiva de que el
prolet-ariado victorioso de una nación opresora ha roto con Las tendencias
opresoras del ilnperialismo hasta Llegar a las últilnas consecuencias, has­
ta proclamar el pleno derecho de autodeterminación "incluyendo el dere­
cho a la separación estatal". Por supuesto que en el proletar iado del
pueblo opr i m ido tiene que cont raponerse a esa tesis la consigna
de la un idad, de la federación, como complemento a la doctrina
del p roletariado d e la nación opresora . Pero sólo esa s dos tesis jun­
tas pueden ayuda r a que sa l ve la cr isis ideológ ica del período de
tra ns ic ión un proleta riado que no por el mero hecho de su victoria
habrá dejado de esta r conta m i nado por ideolog ías cap ital is ta s-na­
c ion a l istas. La pol ítica de los bolchev iques ha resu l tado la acertada
en esta cuestión a pesar de los fracasos de 191 8. Pues ta mbién sin
presentar la tesis de p leno derecho de au todeterm i nación habría
perdido la Rus ia sov iética, tras la paz de Brest-Litowsk, los es tados
de la per i feria y Ucra n ia . Pero, s i n esa pol ít ica, no habría recupera­
do ni Ucran i a, ni las repúbl icas caucásicas, etc.
La crít ica de Rosa Luxembu rgo está pues, en este pu nto, refu­
tada por la m isma h istoria. Y no nos ha bría mos deten ido ta nto ante
esa tesis que ya Len i n refutó en su crítica (en Con tra la corriente) si
no fuera porque en el la aparece la m isma concepción del carácter
de la Revoluc ión proletaria que ya a na l iza mos a p ropósito de la
cuest ión agra ria. Rosa Luxembu rgo ignora tam b ién aqu í que los
hechos i mpusieron u na elección entre necesidades nada "pura men­
te" socia l istas en los com ienzos de la revolución p roleta ria. Ignora
la neces idad en que se v io el partido revoluc ion a rio proletar io de
n1ov i l iza r todas las fuerzas que (en aquel entonces) resu ltaban revo­
luciona rias, construyendo así, pa ra el momento en que las fuerzas
chocan de verdad, u n frente revolucion a r io lo más claro y poderoso
pos ible fren te a la contrar revolución . Rosa Lu xemb u rgo cont rapone
siemp re a las ex igencias del d ía p ri ncipios de fu tu ros estad ios de l a
revolución. Esa acti tud es el funda mento d e l as tes i s más decisivas
del fol leto, las tesi s acerca de la v iolencia y la democracia, el sistema
sov iético y el pa rt ido. Por eso interesa cons idera r esta s concepcio­
nes según su verdadera esencia
407

Ill

E n este escr i to se su ma Rosa Lu xembu rgo a los que condena n


del n"lodo más categórico l a d isolución de la Constituyente, la erec­
ción del s i s tema de los consejos, l a abolición de los derechos polít i­
cos de l a b u rg ues ía, la fa lta de "l ibertad", l a apl icación del terror, etc.
Esto nos pla ntea la ta rea de mostra r cuáles son las act itudes teoré­
t icas b ás icas de Rosa Luxembu rgo -siempre p roclamadora insupe­
rada y n1aestra y d i rigente i nolv idab le del ma r xisn10 revoluciona­
r io- que la l levaron a u na contraposición tan rad ica l con la política
revo luciona r ia de los bolchev iques. Ya he i n dicado los momentos
p r i nc ipa les al est i m a r la situac ión. A hora se t ra ta de penet rar u n
paso más en el escrito de Rosa Lu xembu rgo p a ra poder identi fica r
el p u nto del cual se siguen consecuentemente esas concepciones.
Se trata de l a sobresti mación del carácter orgánico del decu r­
so h i stórico. Ros a Lu xembu rgo ha mostrado acertada mente, con­
tra Bernste i n, la i nsosten ibi l idad de la tesis de un "desembocar"
pac ífico en el soc ia l ismo. Mostró convincentemente el carácter d ia­
léct ico del proceso, la consta nte agudi zación de las contradicciones
i nternas del s istema cap i ta l i sta, y no sólo en lo económ ico, s i no
ta mbién por lo que hace a la relación entre la economía y la polí t i­
ca. A s í escribe cla ra mente en u n paso del texto a l u d i do:7 " Las rel a­
ciones de producción de l a sociedad cap ita l ista se aprox i ma n cad a
vez m á s a l a s social istas, pero sus relaciones pol ít icas y ju rídicas,
por el contra rio, leva ntan u n n"lu ro cada vez más a lto entre la socie­
dad capita l ista y la social i sta." Con ello se mues t ra la neces idad de
u na t ra n s formación v iolenta, revolucionar ia, par tiendo de las ten­
dencias evolut ivas de la sociedad. Es verdad que ya en esa formu la­
ción de Rosa Luxemburgo hay gérmenes de u na concepc ión que no
ve en la Revolución más que la eli m inac ión de obstácu los "pol íti­
cos" opuestos a la n1a rcha del des a r rollo econón1 ico. Pero a l m is mo
t ien"lpo i lu m i na tan i ntensa n1ente las contrad icciones d ia léct icas
de la producción capital ista que resu lta d i fíci l l lega r en este con­
texto a ta les conclusiones. Por lo demás, Rosa Luxembu rgo no n ie­
ga la necesidad de l a violencia respecto de l a revoluc ión rusa. 11E l
socia l ismo", escribe, "tiene como p resupuesto u na serie de med idas

7Soziale Refo nn ode r Revolution [¿Reforma social o Revolución? }, edi toria l


Vu lka n, 21. [ Lu xembu rgo, Rosa: ¿Refo rma o . . , op. cit. ( N . del E.)}
.

r· ;
11
408

v iolenta s, contra la propied ad, etc." (pági n a 1 10). Y más ta rde se


reconoce en el p rogra ma espartaqu ista: " H ay que en frentar a la
v iolenc ia de la contra rrevolución burguesa la v iolenc i a revolucio­
na r ia del p roletariado."8
Pero ese reconocim iento de la función d e la v iolencia se refiere
sólo a lo negativo, a la e li minación de obs tácu los, y no a la construc­
ción social m isma. É sta no puede ser 11conced ida, i nt roducid a p or
u kases". " E l sistema soc i al socia l is ta", escribe Rosa Luxen1bu rgo,

"no puede n i debe ser más que un producto h istórico, nacido de la escuela
misma de la experiencia que -exactamente ig ual que la natu raleza orgáni­
ca, u na parte de la cual es en ú ltima instancia- tiene l a he rmosa cost umbre
de producir s iempre, junto con u na rea l necesidad socia l, los medios para
sat isfacerla, y la solución j u nto con el problema".

No voy a detenerme mucho t iempo a nte el curioso carácter


ad ia léc tico de esa reflexión de una pensadora d ia léctica tan gra nde
como Rosa Luxembu rgo. Observemos sólo de p aso que la contrapo­
s ición r íg ida, l a s eparación n1ecán ica de lo "pos it i vo" y lo "negat i­
vo", de la "destrucción" y la "construcción", contra d ice d i recta men­
te a l hecho de la revoluc ión. Pues lo "pos it ivo" y lo "negativo" no
pueden siqu iera d isti ngu i rse conceptua l mente -por no habl a r ya
de d is t i nción práctica- en las n1ed idas revoluc iona rias del estado
proletar io, especi a lmente en lo que i n med i a ta mente s ig ue a la toma
del poder. La lucha contra l a burguesía, la lucha por a rrebatarle los
medios de fuerza de la pugna económ ica de clases, coinc ide, espe­
c ia l mente a l com ienzo de la revolución, con los pr imeros pasos de
organ ización de la econon1 ía. Es obv io que los pr imeros intentos
requ ieren luego a mp li as correcciones. Pero, de todos modos, ta m­
bién las posteriores formas de orga n i zación conservan, mient ras
du ra la lucha de clases -o sea, du rante basta nte t iempo-, ese carác­
ter "negat ivo" de lucha, esa tendenci a a la dest rucción y la repre­
sión. Au nque las formas económ icas de las revoluciones proleta­
rias que un d ía triu n fen en Eu ropa sea n muy d is ti ntas de las rusas,
pa rece muy i mp robable que pued a n sa l ta rse p lena mente y desde
todos los puntos de vista l a etapa del "con1 u n ismo de g uerra", a la
que se refiere la crít ica de Rosa Lu xembu rgo.

8Bericht über den G ründungsparteitag de r K . P. D. [ l n fo rn1e sob re el cong reso


f u n d acional del Pa rtido Co m u n i s t a de A lema n i a), 53º.

_L_
409

Pero e l método que se man i fies ta en ese paso es todav ía más


i mp ortante q ue su aspecto h istórico. Aqu í apa rece, en efecto, u na
tendencia que ta l vez pudiera describ i rse del modo más c laro como
tesis. de la transición ideológica orgánica al socialismo. Ya sé que Rosa
Lu xembu rgo ha s i do de las p r i meras en l la ma r la a tención so bre
todo lo contra rio, sobre el carácter crítico, l leno de reca ídas, de la
t ra n s ic ión del cap ita l ismo al soc ia l is mo.9 Y ta mpoco en el escrito
con siderado fa ltan textos de ese tenor. Por eso s i, a pesa r de el lo,
noto d icha tendenc ia no la entiendo en modo a lg u no en el sentido
de u n opor tu nis mo, como si Rosa Luxemb u rgo hubiera i mag i nado
la Revolución pensando que el desarro l lo económ ico l leva a l p ro­
leta r iado a l p unto en el cua l, ya con completa madurez ideológ ica,
le basta con coger los frutos del á rbol de ese desa rro l lo y apl icar
el p oder exc lusiva mente para elim inar los obs tácu los "po l ít icos".
Rosa Lu xembu rgo veía con toda c la r i dad las i nev itables recaídas,
correcciones y deficiencias del período revoluciona rio. Su tendencia
a la sobres t imación del elemento orgá n ico del desarrollo se revela
sólo en la dogmática conv icción de que s iempre se producen, "ju n­
to con u na rea l necesidad soc ia l, los med ios pa ra sat isfacerla, y la
solución j unto con el problema".
Esta sobrestimación de las fuerzas espon táneas, elementales, de la
revolución, part icu la rmente en la clase h is tór icamente l lamada a
d i r ig i rla, deter m i na su actitud respecto de la Constit uyente. Rosa
L u xemburgo reprocha a Len i n y a Trotsky una "concepc ión esque­
mática, r íg id a" (pág inas 100-101) porque i n firieron de la compo­
sic ión de la Cons t ituyente su i ncapacidad en cuanto órgano de la
Revolución p ro letar ia. Y exclama: "¡Cómo contrad ice a eso toda la
exp eriencia h istórica! É sta nos muestra, contra r ia mente, que el flu i­
do v ita l del estado de á n i mo del pueb lo ba ña s iemp re las cor pora­
ciones rep resentat ivas, penetra en e l las y las d i r ige" (101). Y efect i­
va mente apela en un paso anterior (78-79) a las experiencias de las
revoluc iones i ng lesa y fra ncesa en cua nto a tra nsformaciones de
los cuerpos pa rlamenta rios. La observac ión fact u a l es p lena 1nente
acertada. Pero Rosa Luxemburgo no ex pone adecuadamente que
esas "tra nsformaciones" se parec ieron esenc i a l men te ... a la d iso­
lución de la Const i tuyente. Las orga nizaciones revolucionar ias de

1.1soziale Reform oder Revolution [¿Refo r m a soc ial o Revo l ución? ], 47.
( Luxembu rgo, Rosa: ¿Refo rma o . . . , op. cit., p. 88. ( N . del E .) )
410

los elementos de la revolución que entonces empujaba n del modo


n1ás resuelto hacia adelante ( los 11consejos de soldados" del ejército
inglés, las secciones de París, etc.), en efecto, han eliminado siempre
por la fuerza los elementos inhibitorios de las corporaciones parlamenta­
rias, tra nsforma ndo éstas de acu erdo con el estad io de la revolu­
ción. En u na revolución burguesa, esas tra nsformac iones no podían
ser, por lo comú n, más que des pla za m ientos dentro del órgano de
lucha de la clase b u rguesa, el pa rla mento. Y ya es m uy notable la
g ra n i ntensificación de la i n fluencia de e lementos extra pa rla men­
ta rios (sem iproleta rios) en la gra n revol ución fra ncesa respecto de
la i nglesa. La revolución r usa de 191 7 -pasando por las etapas de
1871 y 1905- sig n i fica la niutación de esa intensificación cuantitativa en
cualidad. Los sov iets, l as orga n izaciones de los elementos n1ás con­
c ientemente activos de la revoluc ión, no se han contentado esta vez
con "depu ra r" la Constituyente de todos los demás pa rtidos que
no fuera n los bolchev iques y los soc ia l-revolucionar ios de izqu ier­
da (cosa a la cua l Rosa Luxembu rgo no pod ría objeta r nada sobre
la base de sus propios aná lisi s), s i no que se han p uesto el los m is­
mos en el lugar de aquella corporación. Los órganos pro leta r ios (y
sem i p roleta rios) de control y est ímu lo de la revolución bu rguesa se
han convert ido en organ izaciones de lucha y gob ierno del proleta­
rio v ictorioso.

IV

Rosa Lu xembu rgo se n iega del modo más resuelto a dar e l l a ta m­


b ién ese "sa lto". No sólo porque subesti ma gra ndemente el ca rác ter
abru p to, v iolento, "inorgán ico", de aqu el las anter iores t ra nsforma­
ciones de los cuer pos parla menta r ios en ot ras revoluciones, s ino
ta mbién porque no reconoce la forma del soviet como fonna de lucha y
gobierno del período de transición, como forma de lucha para conquistar e
imponer los presupuestos del socialisnzo. Más b ien ve en los sov iets la
/.{su perestructura" de la época del desa rrol lo socia l y económ i co en
la cua l esté ya rea l i zada en su mayor p a r te la tra nsformación socia­
l ista. "Se t rata de u na. i ncoherencia que h ace deJ derecho electora l
u n producto fa ntástico, u tópico, sepa rado de la rea l idad social. Y
prec is an1ente por eso no es i ns tr u mento s erio de l a d ictadura p ro­
leta r ia . Es u n a n ac ron ismo, u na a n t ic ip ación de la s i t u ación ju rí­
d ica adec u ada pa ra u na base econórn ica soc i a l ista ya complet ada,
411

n o pa ra e l período d e tra ns ic ión d e l a d ictadu ra del p ro leta riado"


(106).
En este pu nto toca Rosa Lu xemb urgo, con la coherencia s iem­
pre valerosa de su pensa m ien to, i ncluso sobre la bas e de u na
concepción errónea, u no de los principa les problemas de la
esti mación teóri ca del período de t ransición . Se tra ta de la fu n­
ción del estado (de los sov iets, como forma esta ta l del p roletari ado
v ictorioso) en la t ransformación económ ico-soci a l de la sociedad
¿Ocurre s i m plemente que el estado proletario, su derecho, etc.,
sanciona n a posteriori y p rotegen u na situación soc i a l producida
por fuerzas económicas que obran más a l lá de la conc iencia o se
refleja n, a lo su mo, en u na conciencia "fa lsa", o b ien p oseen esas
formas de orga n ización del proletar iado u na fu nción conciente y
detenninante respecto de la edi ficaci ón y la estructu ra económ icas
del período de t ra ns ición? Sin duda que se ma nt iene íntegra la
va lidez de la frase de Ma rx en la Crítica del programa de Gotha seg ú n
la cua l "el derecho n o p u ede ser nunca s uperior a l a con figu ración
económ ica de la soci edad". Pero de ella no se s igue que la función
social del es tado proletario y, por lo tanto, su posición en el siste ma
total de la sociedad p roletaria, sea la mis111a que la del es tado burgués
en la sociedad burguesa. Engels10 describe esta ú lt i ma en u na ca r ta
:i Kon rad Sch m idt de u n modo esencia l mente negat ivo. El estado

puede promover un desarrollo económico ya en cu rso, p uede


obstacul iza rlo o "cerra rle ciertas d irecciones y prescr ibi r le otras".
"Pero está cla ro", añade, "que en los casos 2º y 3 ° el poder polít ico
infiere g randes perj u icios a l desar rol lo económ ico y puede p ro­
voca r u n derroche mas i vo de fuerzas y materia les." Hay, pues, que
pregu nta rse: la fu nción económica y social del estado proletario,
¿es la m is ma del estado b u rgués? ¿Tend rá que l im itarse -y ello en
el mejor de los casos- a acelera r o frena r u n desa r rol lo económico
independ i ente de él (o sea, absolutmnen.te primario respecto de él) ? E stá
claro que la res puesta q ue se dé a la objeción de Rosa Lu xernbu rgo
a los bolchev iques depende de la que se dé a esa pregu n ta. S i la
respuesta es a fi rmativa, entonces l leva razón Rosa Lu xemburgo, y
el est ado p rol eta rio (el si stema de los sov iets) no puede nacer más

w ookumente des Sozialismus, l l , 67-68. [ Engels, "Ca rta a Con rad Schmidt . . . ,
"

op. cit., p. 85. ( N . del E .))

. 't:·:..: .
412

que como "su perestructu ra" 1 1 ideológica desp ués de y a consecu en cia
de la tra nsformación económ ico-socia l ya realizada.
Pero la situación se presenta de modo muy d istinto s i vemos
la fu nción del estado p roleta rio en la cons trucción de los fu nda­
mentos de una organ ización soc i a l ista, es decir, conciente, de la
economía. No se trata de que nad ie (y menos que nadie el Partido
Comu n ista ruso) creyera pos ible "decreta r" el socia l i s mo. Ni el
hecho de la toma del poder por el p roleta r iado n i s iqu iera la i mpo­
sic ión i nstitucional de u na a mp l i a socia l ización de los medios de
producción basta n pa ra suprim i r los funda mentos del modo de
producción capita l ista y, con el los, su inev ita ble "necesidad natu­
ra l". Pero su el i m inación, su sust it ución por el s istema económico
socia l is ta, conciente y orga ni zado, no t iene que entenderse mera­
mente como un proceso lento, si no ta mbién y más b ien como una
tenaz lucha concientemente d i r ig ida. Paso a paso hay que conquistar
terreno a aquel la "necesidad". Toda sob res t i mación de la madurez
de la s ituación, de la fuerza del pro letariado, y toda subesti maci ón
del p oder de las fuerzas contra rias s e paga a ma rga mente en forma
de crisis, recaídas, retrocesos, des a r rol los económ icos que recon­
ducen i nevitablemente detrás del p unto de pa rtida . Pero no menos
erróneo sería entender el hecho de que el poder del proletariado, la
pos ibi l idad de regu l a r concientemente el orden económico, tiene a
menudo l ímites muy estrechos, en el sent ido de qu e la "econom ic i­
dad" del socia lismo vaya a i mponerse en cierto modo por s í misma,
como en el capita l ismo, por las " leyes ciegas" de sus fuerzas moto­
ras. "'Engels no piensa en modo a lg u no", d ice Lenin comentando
la ca rta de aquél a Ka utsky de 1 2 de sept iembre de 1891, 1 2 "que lo
'económ ico' vaya a el iminar por s í m ismo todos los obstácu los ...
La adap tación de la polít ica a la econo m ía se produci rá inevitable­
mente, pero no de una vez, ni ta n1 poco de un modo senc i l lo, l iso
e in med iato", La regu lación conciente y organ i zada del orden eco­
nóm ico no puede consegu i rse s i no concientemente, y el órgano de
su i mp os ición es precisa mente el estado p roleta r io, el sistema de
los soviets. Los sov iets son, pu es, efectivamente, "u na anticipación
de la situación ju ríd ica" de u na fase posterior de la est rat ificación
de las clases, pero a pesa r de el lo s ig n i fica n al m ismo t iempo no

1 1 Sacristá n p refiere siempre t raduci r "so b rest ruct u raº. ( N . del E .)


1 2Len i n-Zi noviev, Contra la corrie nte, ed. a lema n a, 409.
4 13

u na u to p ía sin funda mentos, s i no, por el contra r io, el único medio


adecuado para dar realn1Cnte vida algún día a aquella situación an ticipada.
Pues e l socia l ismo no l legar ía nu nca "por s í m ismo", tra ído por las
leyes natura les del desarro l lo económ ico. Las leyes natura les del
cap ita l is mo condu cen si n duda i nev itablemente a su cr i s is ú lt ima,
p ero a l fi n a l de su ca m i no estar ía la a niqu i lación de toda c iv i li za­
ci ó n, una nueva ba rba rie.
É sa es p recisan1ente la d i ferenc ia más profu nda ent re las
revolu c iones bu rguesa y proletaria . La esp l énd ida natura leza pro­
gre siva de las revoluciones burguesas se debe socia lmente a que,
p uestas en u na soc iedad cuya estructu ra absol u t ista-feuda l ha sido
ya profundamente minada por un capitalis1no que se desarrolla enérgica­
m ente, explicitan política, estatal y jurídicamen te, etc., las consecuencias
de un desarrollo económico -social en gran parte ya consumado. Pero el
elemento real mente revolucionario es la tra nsformación económ ica
del orden de p roducción feuda l en un orden de p roducción cap i­
tal ista, de tal modo que pod r ía i magi na rse teorét icamente que ese
desa rro l lo se consu mara sin revolución burguesa, sin t ra nsformac ión
po l ít ica p or p a r te de l a bu rguesía revoluciona ria, de modo que los
restos de la superestructura absolut ista-feuda l que no hub iera n sido
su p r i mi dos por "revo luciones desde arriba" se d isgregaran "por sí
m is mos" en la época del cap ita l ismo p lena mente desa rrol lado. ( El
desarrol lo a lemá n corresponde parcia l mente a ese esquema.)
No hay duda de qu e tamb ién ser ía i n imagi nable u na revol ución
prole ta r ia si el desarrol lo de la producción cap ita l ista no hubiera
constituido ya en el seno de la sociedad cap ita l ista los presup uestos
y las condiciones prev ias correspond ientes. Pero la g igantesca di fe­
rencia entre a mbos t ipos de desa rrol lo cons iste en que el capitalismo
se desarrolló ya como orden económico dentro del feudalis1no y descom­
poniendo éste. Mientras que ser ía u na utop ía fa ntástica i magi na rse
que dentro del cap ita l ismo puede nacer con or ientación socia l i sta
a lgo m á s que los presupuestos económ icos objet ivos de su pos i­
b i l i dad -los cua les, por lo demás, no p ueden transformarse en ele­
mentos rea les del modo de producción soc ia l i sta más que tras l a
ca ída d e l cap it a l ismo y a consecuencia d e e l l a- y, por otra pa rte,
el desarrollo del proleta riado como c lase. P iénsese en la evolución
q u e ha experi mentado la ma nu fact u ra y el s istema capita l i s ta de
a rriendo de l as t ierra s rn ientras aú n su bs i stía el orden soc ia l feu­
d a l . E fect ivamente, esos dos mot ivos económ icos no tenían más
414

que el i m i na r los obstácu los juríd icos pues tos a su l ibre desp l ieg u e
En cambio, la concentración del cap i ta l en cá rteles, tru sts, etc., au n­
qu e es sin duda u n presupuesto inel i m i nable de la tra nsfor m a ci ón
del modo de producción cap ita l i s ta en u no soci a li sta, s in e mb argo ,

i ncluso en la forma de concentración cap ita l ista más desa rro l la da,
será s iemp re cua li tativa mente d is t i nta, hasta en lo econó m ico, de
u na organ ización socia l ista, y no pod rá mu ta r "'por sí m i s ma" ni s e
dejará transformar "ju ríd ica mente" en orga n i zación soci alis ta en
el marco de la sociedad capita l ista . E l fracaso tragicóm ico de todos
los i ntentos de "socia l ización" en Aleman ia y en Austria es pr ueb a
s i n duda s u ficiente.
No contrad ice a la contra posición a fi r mada el que t ras la caída
del capita l ismo empiece un proceso largo y doloroso en la di rección
d icha . A l contrar io. Ser ía pensa r de u n modo completa mente ad ia ­
léct ico y a h istórico el basa rse en el hecho de que el socia l ismo sólo
pu ede rea l i zarse como transfonnación conciente de toda la sociedad
pa ra a fir n-ia r que ello tenga que ocu r r i r de golpe, no procesua l men­
te. Pero el proceso d i fiere cua l itat iva mente del que transformó la
sociedad feudal en bu rg u esa. Y p recisa n1ente esa d i ferencia cua l i­
tat i va se expresa en la fu nc ión, ta m bién cua l itativa mente d iversa,
que t iene en la revolución el estado, el cual, como d ice Engels, "'ya
no es u n estado en sentido estricto"; del inodo más claro se apre­
cia esa d iversidad en la relación entre la pol ítica y la econom ía. Ya
la conciencia acerca del esta do en la revolución proleta r ia -a d i fe­
rencia de su tra ns figu ración ideológ ica en las revoluciones bu rgue­
sas- y la anticipatoria y tra ns for madora conciencia del p roleta riado
-a d i ferencia del conoc i m iento, inev itablemente post festum, propio
de la bu rguesía- i lu mi nan v iolenta mente la contraposición. Esto es
lo qu e ignora Rosa Luxembu rgo en su crítica a la sustitución de la
Consti tuyente por los sov iets, y se imagina entonces la revolución pro­
letaria según las formas estructurales de las revoluciones burguesas.

La tajante contraposición ent re la est im ación "'organicista" de la


s it uación y su esti mación d ia léctico-revoluciona ria p uede perm i t i r­
nos profu nd iza r aú n n-iás en el pensa m iento de Rosa Luxen1 b u rgo,
l levá ndonos ha sta el prob l e n1 a de la fu nción del partido en la revo­
lu c ión . Con el lo nos conduc i rá ta mb ién a l prob lema de su ac t i t ud
4 15

respecto de la concepción bolc hev ique del pa rtido y respecto de sus


con secuenc ias táct icas y organ izati vas.
La contraposición entre Len i n y Rosa Luxem bu rgo a r ra iga en
un pasado bastante remoto. Como es sab ido, en la época de las
p ri meras pugnas por cuest iones de organi zación entre los bolche­
v iques y los mencheviques, Rosa Lu xembu rgo tomó posición en
favor de estos ú lt i mos. Su oposición a los b olcheviques no era de
na tura leza pol ítica o táct ica, s i no que versaba estr ic ta mente sobre
cuest iones de organ ización. En todos los p ro blemas de la táctica
( huelga genera l, juic io sobre la revoluc ión de 1905, sobre el i mp e­
r ia l ismo, sobre la lucha contra la i n m i nente g uerra mu ndia l, etc.)
Rosa Lu xembu rgo y los bolchev iques fueron s iempre por el m ismo
cam i no. Y así por ejemplo, Rosa Lu xem bu rgo fue en Stuttga rt inc lu­
so la rep resenta nte de los bolchev iques en la d iscusión de la decisi­
va decla ració n sobre la g uerra. Pero, a pesa r de ello, la d i ferencia es
mucho menos episódica de lo que p od r ía pa recer a l tener en cuen­
ta ta ntas coi ncidencias político-tácticas, au nque, por supuesto, no
sea acertado i n feri r de el la u na verdadera d ivergencia de caminos.
La cont rapos ición entre Len i n y Rosa Luxembu rgo se centraba, en
sustancia, en tor no a la cuestión de si la lucha contra el oportu­
n ismo, en la cua l estaba n bás ica n1ente de acuerdo y p o l ít ica n1ente
u n idos, era u na lucha in telectual den tro del pa r t ido revo lucionar io
del pro leta riado o si esa lucha ten ía que dec id i rse en el p lano de
l a organización. Rosa Lu xembu rgo combate esta ú lt i ma concepción.
En p r in1er luga r, porque ve u na exagerac ión en la fu nc ión centra l
que los bolcheviques atr ibuyen a las c uestiones de orga nización
como gara nt ía del esp ír itu revoluc iona r io del mov im iento obrero.
E l la p iensa, por el cont rar io, que el elemento rea l mente revolucio­
na r io debe buscarse exclus i va n1ente en la esponta neidad e lementa l
de la masa . Frente a esa es ponta neidad, las orga n izaciones centra­
les del pa rtido tienen siempre, seg ú n el la, u na fu nción conserva­
dora e i nh i b i toria . Rosa Lu xembu rgo c ree13 que con una centra l iza­
ción rea hnente consu mada se agud i za r ía s i m p lemente " la esc isión
entre la masa la nzada a l asa lto y la vac i lante socia ldemoc racia". En
segu ndo luga r, el la cons idera la forma orga n i zativa m is 1na corno
cosa orgán ica mente crecida, no corno a lgo "fabr icado". En el n1ov i -
1n iento socia ldemócrata, la m is ma orga n ización e s . "u n p roducto
..

t 3 Ne ue Zeit, X X I I, 2º vol ., 491 .


416

h i s tórico de la lucha de clases, producto en el c u a l la soc ia l de m o­


crac ia se limita a introducir La conciencia política".14 Y esta concep c i ón
a r ra iga por su parte en su concepción de conjunto acerca del decurso
previsible del movimiento revolucionario, c uyas consecuencias prácti­
cas hemos v isto ya a propósito d e la crítica a la pol ítica agra ria bol­
chevique y a l lema del derecho a la autodeterm i nación de las nacio ­
n a l idades. Escribe Rosa Luxembu rgo:15

"' La tesis de que la socia ldemocracia es la rep resentante de la clase proleta­


ria pero, al mismo t iempo, la rep resentante de todos los i ntereses progre­
sivos de la sociedad y de todas las v ícti mas oprim idas por el orden social
burg ués no t iene que i nterpreta rse sólo en el sent ido de que en el progra­
ma de la socialdemocracia estén reu nidos idea l mente todos esos i ntereses.
La tesis se h ace verdad en la forma del proceso de desa rrollo h istórico, por
la cual la socia ldemocracia, i ncluso en c uan to pnrtido político, va conv i rtién­
dose en refugio de los más diversos elementos descontentos, hasta el pun­
to de converti rse rea l mente en el partido del pueblo contra una reducida
m i noría de l a burguesía dom i na nte."

Ese texto perm ite ver que p a ra Rosa Luxembu rgo los frentes de
la revolución y la contra rrevolución nacen pau latina, "orgá nica­
mente" (antes de que se actua l ice la revoluc ión m isma), y que el
partido se convierte en el p unto organizativo de reunión de todas las capas
puestas en movimien to contra La burg uesía en el curso del proceso. Lo
ú n ico i mportante en este punto es que no quede aguada en forma
pequeño-bu rg uesa la idea de la lucha de clases. Y en este punto la
central ización orga n izativa puede ser út i l y lo es de hecho. Pero
sólo en el sentido de ser "u n mero elemento externo de poder pa ra
real izar la i n fluencia decisiva de l a mayoría p roleta ria revoluciona­
r ia efectiva mente p resente en el p a rtido".16
Así pues, Rosa Lu xembu rgo pa rte, por u n lado, del supuesto de
que la c lase obrera entra rá en la revolución en bloque, revoluciona ria
y u nitar ia, sin que las i lus iones democráticas de la sociedad bur­
guesa la hayan contag iado y desv iado por ca l lejones s i n sa l ida;17 y,

14Ibíd ., 486. (Cu rsiva mía.)


15Ibíd., 533-534.
16lbíd., 534. (Cu rsi va rn ía .)
17 Masenstreik [ L a huelga genera l], 2ª ed ., 51 . [ Luxemburgo, Rosa: Huelga de
masas . . ., op . cit., p. 101 . ( N . del E.))

_.L
417

por otra parte, ad m it iendo, aparenten1ente, que las capas peque­


ño-b u rg uesas de la sociedad cap i ta l ista mort a lmente a menazadas
en su existenc i a social por l a agud i zación d e la situación económ i­
ca, se va n a un i ficar con el proleta riado en lucha i nc luso orga ni­
zat ivamente, i nc luso como part ido. Si ese supuesto es acertado, se
s igue cla ramente de él la recusación de la concepc ión bolchev iq ue
del partido, cuyo fu nda mento pol ít ico es precisa mente el recono­
cim iento de que el proleta riado t iene que rea l izar la revolución sin
duda en una alianza con las demás capas que comb aten contra la
bu rguesía, pero no en u n idad orga n i za tiva con el las, y que en el
cu rso del proceso entrará necesarianzente en pug na con ciertas capas
proletarias que se pondrán del lado de la b u rguesía y lucha rán con­
tra el proleta r iado revolucionar io. No se puede olvidar que la causa
de la p r imera rupt u ra con los menc hev iques no fue sólo la c uestión
de los estatutos de la organ ización, s i no ta mb ién el problema de la
a l ia nza con la b u rguesía "'progresiva" ( la cua l s ig n i ficó práctica­
mente, entre otras cosas, el abandono del n1ov i m i en to revoluciona­
r io campesi no), el problema de la coa l ic ión con el la para real iza r y
consol idar la revoluc ión burguesa.
A hora queda cla ro por qué Rosa Lu xembu rgo -pese a coi nc i­
d i r con los bolchev iques y contra sus con tri nca ntes oportu n istas en
todas las cuest iones pol ít ico-tácticas, pese a haber desenmascarado
s iempre el oportun ismo no sólo del modo más penet ra nte y celoso,
s i no ta mbién con la mayor profu nd idad y rad ica lida d- tenía que ir
por otros caminos en la estimación del peligro oportunista y, por lo tanto,
en la del método adecuado para combatirlo. Pues s i l a lucha contra el
oportun i smo se entiende exclu s iva mente como u na lucha i ntelec­
tual dentro del pa rtido, es ev idente que habrá que rea l iza rla de ta l
modo que el peso pri nc ipa l reca i ga en l a persuasión de los par t ida­
rios de los oportunistas, en la consecución de u na mayor ía dentro
del pa rt ido. Y es natu ra l que de ese modo la lucha contra el oportu­
n ismo se descomponga en una serie de combates sing ulares aislados, en
la cual el a li ado de ayer puede ser el cont r i ncante de hoy, y v icever­
sa. Así no puede crista l iza r en l ucha cont ra el oportunismo como ten ­

dencia: el terreno de las "' luchas inte lect ua les" ca mb ia de u na cues­


tión a otra, y con él ca mbia ta mb ién la composición de los grupos
en pugna. (Kautsky en pugna con B ernstei n y en la d iscusión sobre
la huelga genera l; Pannekoek en esta d isc u sión y en el debate acerca
de la acu mu lación; el comporta 1n iento de Lensch en este prob len1 a
- --..;, ' .-' ·

418

y en el de la guerra, etc.) Por cierto que este decurso s in organiza r


no pudo tampoco i mped i r completamente en los partidos no-rusos
el nacim iento de u na derecha, u n centro y una izqu ierda. Pero el
ca rácter mera mente ocasiona l de las agrupaciones i mpid ió la cla­
ra elaboración intelectual y orga n izativa (o sea, de pa rtido) de esas
d iscrepancias, y acar reó inev itablemente agrupaciones completa­
mente falsas, las cua les, u na vez consol idadas orga niza tiva mente,
se convirtieron en importa ntes obstácu los a la cla rificación dentro
de la clase obrera . (Strobel en el g rupo "Internac iona l"; el "paci fis­
mo" como momento d i ferenciador respecto de la derecha; Bernstein
en el Pa r tido Social ista Independ iente de Alema nia; Serrati en
Zimmerwa ld; Klara Zetkin en la Con ferencia I nter nacional de
las Mujeres.) Esos peligros se agravaron au n por el hecho de que
-puesto que en la Europa centra l y occidental el apa rato del partido
solía estar en manos de la derecha o del centro-:- l a lucha sin orga­
n izar, y pura mente i ntelectual contra el oportun ismo se convirtió
con mucha fac i l idad y frecuencia en lucha contra la m is ma forma
del partido como tal ( Pannekoek, Rü hle, etc.).
Como es obvio, en la época in mediatamente posterior a la pri­
mera d iscusión Leni n-Luxembu rgo esos pelig ros no eran clara­
mente percept ibles, o no lo era n, a l menos, para los que no pudie­
ran aprovechar críticamente l a experiencia de la pri mera revolución
rusa. Pero el que Rosa Luxemburgo -pese a ser una de las mejores
conocedoras de la s ituación rusa p recisamente- adoptara aquí en
lo esencial el punto de vista de la i zqu ierda no rusa (compuesta
principa l mente por la capa rad ica l del movim iento obrero que no
d ispon ía de n i ngu na experiencia revolucionaria práctica) no pue­
de entenderse sino pa rtiendo de su concepción general organicista.
Tras las anteriores consideraciones estará cla ro por qué en su aná­
l is is -por lo demás magistra l- de los mov imientos huelguísticos de
masas de la primera revolución rusa Rosa Luxembu rgo no habla
en absoluto de la fu nción de los menchev iques en los movim ientos
políticos de aquel año. Es u n hecho que Rosa Luxem bu rgo ha tenido
s iempre presentes con c la ridad los pel igros de todo comporta m ien­
to oportunista, y que los ha combatido enérg ica mente. Pero opinaba
que las desv iaciones hac ia la derecha tienen que ser resueltas por
el desa rrol lo /.lorgá n ico" del movi m iento obrero -espontá nea mente
en cierto modo-, y que de hecho lo son. Por eso ter m i na su escrito

1
J_
419

polém ico contra Leni n con las s igu ientes palabras:18 " Y, por ú lt imo,
d igámoslo francamente entre nosotros: los errores cometidos por
un mov i miento obrero rea lmente revolucionar io son desde el pu n­
to de v ista h istórico in mensamente más fecundos y más valiosos
que la i n fa l ib i l idad del mejor 'com ité centra l'."

VI

Con e l estall ido d e la guerra mundial y l a actua l idad d e las g ue­


r ras c iv iles, aquella cuestión hasta entonces "teorética" se convi r­
tió en u n acuciante p roblema práctico: el probleYn:a de la organización
mutó en problema táctico-político. El problema del menchevismo fue
la cuestión fatal de la revolución p roletar ia . La victoria s i n resis­
tencias de la bu rguesía imperial ista sob re la entera II Internaciona l
en los d ías de la mov ilización de 1 9 14 y la posib i l idad que esa bur­
guesía tuvo de desarrolla r y consolidar su triun fo durante la g ue­
rra no podía n en modo a lg u no entenderse y estimarse como u na
"desgracia" ni como mera consecuencia de u na "traición", etc. Si el
mov i miento obrero revoluciona r io quer ía recupera rse de aquella
derrota, y aún más si quer ía util iza rla como fu ndamento de futuras
luchas victoriosas, era absolutamente necesario entender aquel fracaso,
aquella "tra ición", en el contexto de la his toria del moviln iento obrero:
había que iden tificar el social-chauvinismo, el pacifismo, etc., como ulterior
y consecuente desarrollo del oportunismo como tendencia.
Este reconocimiento es u no de los logros pr incipales e i ncadu­
cables de Leni n dura nte la guerra mundial. Y su crítica del fol le­
to de Jun ius a rranca precisamente de ese punto, de la fa lta de
enfrentam iento con el oportunismo como tendencia. Es verdad que
aquel folleto -y la Internationale antes que él- estaba lleno de polé­
mica teóricamen te acertada con la derecha traidora y con el vacilante
centro del mov imiento obrero a lemán. Pero la polémica no pasó
de ser teórico-propaga nd ística, s in l legar al p l a no de la organ iza­
ción, porque s iemp re est uvo a n i mada por la conv icción de que se
trataba de meras "d i ferenc ias de opin ión" dentro del partido revo­
lucionario del proleta r iado. La ex igencia orga n i zativa de los princi­
pios a ñadidos al fol leto de Ju n ius era precisa mente la fu ndación de
u na nueva Internaciona l (Tesis 10-12). Pero l a exigencia queda sin

txLoc. cit., 535.


420

fundamenta r, porque no se indican los ca mbios intelectua les y, por


tanto, tampoco los orga nizativos, pa ra su rea lización.
En este pu nto el problema de la orga nización da en p roblema
político para todo el p roletar iado revoluciona rio. E l fracaso de todos
los pa r tidos obreros a nte la guerra mu ndia l t iene que entenderse
como un hecho h istórico u niversa l, con10 consecuencia necesa ria
de la h istoria a nter ior del movimiento obrero. El hecho de que, casi
sin excepc iones, u na influyente capa de di r igentes de los pa r tidos
obreros se sitúe abierta mente a l lado de la burg uesía, m ientras que
otra parte queda en una secreta a l ia nza incon fesada con el la, y el
que sea posible a unos y a los otros, intelectual y organizativamente, man­
tener al mismo tiempo bajo su dirección las capas decisivas del proletaria­
do, tiene que ser el punto de partida para estimar la situación y la tarea
del partido obrero revolucionario. Hay que da rse clara mente cuenta
de que m ientras se forman pau lati na mente los dos frentes de la
guerra civ i l el proletar iado se encuentra por de pronto div id ido e
ínt i ma mente esci nd ido a l entrar en l a lucha. Esa esc isión no puede
eli m i na rse med ia nte d iscusiones. Es una vana esperanza con fia r
en que aquel las capas d i rigentes p ueda n i rse "convenciendo" poco
a poco de la corrección de las concepciones revoluciona r ia s, o sea,
confiar en que el movi m iento obrero vaya a consegu i r "orgá n ica­
mente", de "dentro" a a fuera, su u n idad revolucionaria. El proble­
ma que se p resenta es: ¿cómo puede a r ra ncarse a aquel la d i rección
la gra n masa del p roletar iado, que es instintivamente revoluc iona ria,
pero no ha llegado a conciencia clara ? Y es obv io que precisa mente el
ca rácter "orgá n ico"-teorét ico de la p ugna perm ite a los menchev i­
ques esconder a l proletar iado del modo más cómodo y du radero
el hecho de que en la hora decisiva están a l lado de la bu rgues ía.
A pesar de la persis tente situación g loba l, cada vez más revoluc io­
na r ia, es imposible pensa r siqu iera en guerra c iv i l antes de que se
haya concentrado organizativamente la parte del p roleta r iado que se
sub leva espontá nea 1nente cont ra d ic ho comporta m iento de sus
d i rigentes y asp i ra a tener u na d irecc ión revolucionar ia, a ntes de
que los pa r t idos y g rupos verda deramente revoluc iona r ios así s u r­
g idos consiga n por sus acciones (pa ra lo cual es absoluta mente nece­
sa rio conta r con organizaciones de partido revolucionarias propias) la
con fi a n za de las gra ndes masas, sustrayéndolas a la d irecc ión de
los oportu n istas.
42 1

Y l a sit u ac ión mu nd ia l es -objetiva mente- persistente y cre­


c i en t e mente revoluciona ria. Rosa Luxembu rgo p recisamente h a
s u m i n istrado l o s fu ndamentos teoréticos para e l reconoci m iento
d e l a natu ra l eza objet iva mente revolucionar ia de la s it uación en su
l ibro La acu111ulación del capital,, obra clásica que, desgraciada mente
p a ra el mov i m iento revoluciona rio, no se conoce ni se aprovecha
s u fic ientemente. P recisa mente su exposición de que el desarrol lo
del capita l isn10 sig n i fica la descomposición de las capas que no son
n i capita l is tas ni de trabajadores s uministra la teoría económico-social
de la táctica revolucionaría de los bolcheviques respecto de las capas tra­
bajado ras no proletarias. Su exposición muestra que con l a aprox i­
m ación del desa rro l lo al pu nto de consu mación del capita l ismo,
ese p roceso de descomposición ha de tomar formas cada vez más
vehementes. Capas cada vez más g ra ndes se sep a ran de la estruc­
tura a p arentemente fi rme de la sociedad b u rguesa e i ntroducen en
las fi la s de la b u rguesía la con fusión, u nos l a xos mov i mientos que
(au n s i n p roceder el los por s í m ismos en el sentido del social ismo)
p ueden acelera r mucho, por la v iolencia de su choque, el pres u pu­
esto del socia l ismo, el derroca miento de la b u rguesía.
E n esta situac ión de descomposic ión creciente de la sociedad
b urguesa que l leva al p roleta rio, lo qu i e ra o no, hacia la revolu­
c ión, los ntencheviq ues pasaron, abierta o secretamen te, al campo de la
burguesía, y se encuentra n en el frente enem i go contra el proleta­
r ia do revoluciona r io y las d emás capas (y a veces p ueblos) que se
levantan instint iva mente. Pero con ese descubri m iento se hundió la
concepción de Rosa Luxemburgo acerca del proceso de la revolución, en la
cua l se basaba consecuentemente s u opos ic ión a la forma organ i­
zativa de los bolchev iques. Las consecuencias necesarias de aquel
descubr i m iento, cuya fu nda mentac ión económ ica más profunda ha
s ido p uesta por la m i sma Rosa Lu xemb u rgo en La acumulación del
capital, y de cuyas claras formu laciones, como lo seña l a Len. i n, no
estaba muy lejos en a lgu nos pasos el fol leto de Ju n ius, no apa recen,
s in emba rgo, todavía en su crít ica de la revolución rusa. Incluso en
1 918, tras las exper iencias del pri mer período revo luc iona r io ruso,
p arece haber segu i do con la m isma act itu d respecto del p roblema
del menc hev i s1no.

:,-�
:

422

VII

Eso explica su defensa d e la " l iber tad" frente a los bolchev i­


ques: " La l ibertad", escribe, "es siempre l ibertad del que p iensa de
otro modo" (109), o sea, l ibertad para las demás "corrientes" del
movi miento obrero, para los mencheviques y los socia l-revolu­
cionarios. Está claro que Rosa Luxembu rgo no emprende nunca
la triv ia l defensa de u na democracia "en general". Su posición es
simplemente, tamb ién en este punto, consecuencia necesaria de su
errónea esti mación de la correlación y agrupación de fuerzas en la
real situación revoluciona r ia. Pues la actitud de u n revoluciona rio
ante el l lamado problema de la l ibertad en la época de l a d ictadura
del proleta riado depende exclusiva mente, en ú lt i ma insta ncia, de
si considera a los mencheviques enemigos de la revolución o como una
"corriente" de revolucionarios que son de "otra op i n ión" en cuestiones
táct icas, orga n izativas, etc.
Todo lo que d ice Rosa Luxemburgo acerca de la necesidad de la
crítica, del control p ú bl ico, etc., será suscrito por todo bolcheviqu e,
empezando por Leni n (y así lo a firma Rosa Luxembu rgo). Lo úni­
co que se discute es cómo real iza r todo eso, cómo ha de conseguir la
"libertad " (y todo lo que va ju nto con ella) una función revolucionaria
y no contrarrevolucionaria. O tto Bauer, u no de los más agudos enemi­
gos del bolchev ismo, ha v isto con bastante cla ridad este problema.
Combate la natura leza "no-democrática" de la instit uc ión estatal
bolchevique no mera mente con funda mentos iusnat u ra listas abs­
tractos, como Kautsky, sino sobre la base de que el sistema sov iéti­
co impide la agr upación "real" de las fuerzas de c lase en Rus ia, la
i mposición del p eso de los campesi nos, a los que pone a remolque
p olítico del p roletar iado. Y con el lo da él m ismo testimonio -contra
su voluntad- en favor del ca rácter revoluc iona rio de la "opresión"
bolchevique de la " l ibertad".
La exageración del carácter orgánico del desa rrollo revolucio­
nario conduce aqu í a Rosa Luxemburgo a las i ncoherencias más
ch irriantes. Igu a l que ya el m ismo progra ma espa rtaqu ista su m i­
nistró el funda mento teórico de los biza ntin ismos centristas acer­
ca de la d i ferencia entre "te r ror" y "v iolencia" con negación del
p r i mero y a fi r mación de la segu nda, así ta mbién en este fol leto de
Rosa Luxembu rgo aparece ya la tes is del Pa rtido Comun ista de los
Trabajadores holandés, que contrapone la d ictadu ra del pa r t ido
... . .. .
,

423

a l a d ic tadu ra de la clase (115) . Por supuesto que dos cosas igua­


l es h e chas (y pa rticu l a rmente d ichas) por gentes d i ferentes no
so n s ie m pre la m is ma cosa . Pero ta mbién Rosa Luxembu rgo cae
en e s te p u nto -y precisamente porque se a leja del reconoci m iento
d e l a estructu ra rea l de las fuerzas que luchan- en u na peligrosa
p rox i m idad con esa exageración de las expectativas utópicas, de la
ant i c ipación de posteriores fases del desa rrol lo, cosa que ha s ido
el d e st i no de la tesis recién c itada; la desgraciada brevedad de la
a c t u ación p rác t ica de Rosa Lu xembu rgo en la revolución la ha sus­
t ra í d o, por fortu na, a ese m ismo dest ino.
La contrad icción dia léctica del mov im iento socia ldemócra­
t a, d ice Ros a Luxembu rgo en su artícu lo contra Leni n,19 consiste
p re c isamente

·'e n q ue aquí, por vez primera en la h istoria, las masas populares mismas
i m p o nen su voluntad contra todas las clases dom i nantes, pero t ienen que
h ace rlo en el más allá de la actual sociedad, por enc i ma de ella. Por otra
p a rte, las masas no pueden formarse esa voluntad sino en la lucha cot id ia­
n a co ntra el o rden existente, o sea, sólo en el marco de éste. La contradicción
dia léc t ica del movi miento socia ldemócrata consiste en la unión de las g ra n­
des m asas populares con u n objet ivo que rebasa todo el orden existente, la
un ió n de la lucha cotid iana con la t rasformación revo luc iona r ia . . . "

Esa contrad icc ión d ia léctica, empero, no se suaviza en modo


alg u no en la época de la d ictadu ra del proleta riado; sólo se mod i­
fica n mate ria l mente sus nl iembros, el presente ma rco de la acción
y el "más a l lá" de la m isma. Y a hora se agud iza dialéctica1nente el
p rob lema de la l ibertad y de la den1ocracia, que du rante la l ucha en
el m arco de la sociedad b u rg uesa pa recía ser un p roblen1a senci l lo
porque toda pu lgada de terreno l ib re consegu ida era suelo conquista­
do a la b urg uesía. Ta mpoco la efect iva conqu ista de " libertades" bajo
la burg uesía p rocede en línea recta, aunque sin duda la l ínea tácti­
ca hac ia los objetivos del p roletariado era recti l ínea y ascendente.
Pero i ncluso esa act itud tiene que a ltera rse ahora. Len in ha escr ito
lo s igu iente acerca de la democracia cap ita l ista:20 " Pero el desa rro­
l lo no conduce s i mple, recta y l lana mente a u na de1nocrat i zación

I9Loc. c it., 534. (Cursiva mía.)


Wfstado y revolución, ed . a lema na, 79. [ Leni n, Vl ad imi r: EL estado y la revolu­
ción, Prometeo, Bs . As., 2008]

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¡ :·.i:.; .

��.
424

creciente." Y no puede proceder así porque la esencia social del


período revoluciona rio estriba preci sa mente en que las est rati fica­
ciones de c lase se a lteran constantemente, de modo abru p to y v io­
lento, como consecuencia de la crisis económica tanto en el cap i­
tal is mo en d isolución cuanto en la sociedad proletar ia que pug na
por nacer. Por eso es cuestión vital para la revolución la reagrupa ció n
constante de las energías revolucionarias. Se trata de mantener por todos
los medios y en todas las circunstancias el poder del estado en manos
del proletariado, en i nterés del desa rrol lo de la revolución y basán­
dose en la segu ridad de que la s ituac ión de conju nto de la econo­
m ía mu nd ia l l levará necesar ia mente a l proleta riado, a ntes o des­
pués, a u na revoluc ión a esca la mu ndia l, la cua l posib i l ita rá, por
ú lt i mo, rea l iza r verdaderamente las med idas económ icas socia l is­
tas. Ten iendo todo eso en cuenta, el proleta riado v ic tor ioso no debe
fija r a nt icipada y dogmáticamente su pol ítica económ ica n i su pol í­
tica ideológica. Del m i s mo modo que tiene que man iob ra r a mpl ia­
mente con su pol ítica económica (social ización, concesiones, etc.),
según la estrati ficación de las clases, seg ú n la posibi l idad y la nece­
s idad de atraer a ciertas capas de trabajadores en favor de la d icta­
du ra o neu t ra l izarlas por lo menos, así tampoco p uede ata rse a una
sola pol ítica en la compleja cuestión de la l ibertad. La nat u ra leza
y el grado d e la "l ibertad" dependerán en el período de d ictadura
de la s ituac ión de la lucha de clases, de la fuerza del enem igo, de
la i ntensidad de las a menazas que pesen sobre la d ictadu ra p role­
tar ia, de las pretensiones de las capas que haya que conqu ista r, de
la madu rez de las capas a liadas i n flu idas por el proleta r iado, etc.
La l ibertad no puede tomarse como va lor en sí (del m is mo modo
que tampoco puede entenderse como va lor en s í la socia l izac ión).
La libertad tiene que servir al domin io del proletariado, y no a la inversa.
Ahora b ien: sólo un partido como el de los bolchev iques, sólo u n
pa rtido revoluciona rio es capaz de practica r ese ca mbio de fren­
te, a menudo muy repent i no; sólo él tiene su ficiente flex ib i l idad,
capac idad de ma niobra y l ibertad de p reju icios en la est i mación
de la correlación de fuerzas rea l mente act u a ntes como pa ra pasa r,
por ejemp lo, desde Brest-Litowsk, por el comu n ismo de gu erra y la
guerra civ i l n1ás sa lvaje, hasta la Nu eva Pol ítica Económ ica, y de
ésta (dado u n nuevo ca mbio de la correlación de fuerzas) a otras
ag rupaciones de poder. Sólo él es capaz d e hacer eso manten iendo
al m is mo t iempo i ntacta la esencia, el dom i n io del proleta r iado.
425

Pero en ese hu id izo flujo de los fenómenos ha q uedado siemp re


u n polo fijo: la actitud contra rrevoluciona ria de las demás "corr ien­
tes del rnov i m iento obrero". Aqu í hay u na l ínea recta que d i scu rre
desde Kor n i lov has ta Kronstadt. Por eso su "crítica" de la d icta du ra
del p roleta r i ado no es u na au tocr ít ica p roletar ia -cuya posi b i l idad
hay que ga ra ntiza r instit uciona l mente incluso du ra nte el período
de d ictadu ra-, si no u na tendenc i a d isolut iva a l serv ici o de la bu r­
guesía. Por eso pueden apl ica rse a esas "corrientes" d istintas de la
bolchev ique las pa lab ras de E nge ls a Bebel:21 " Por todo el tiempo
que el p roleta riado u tilice a ú n el estado, lo ut i l iza rá no en i nterés
de la 1 ibertad, sino en el de l a represión de sus enem igos." Y el q ue
Rosa Lu xen1 bu rgo haya ca mbiado, en el c u rso de la revoluc ión a le­
mana,. las ideas que aqu í hemos a na l izado se debe s i n duda a que
los pocos meses que pudo v iv i r del modo más i ntenso la d i rección
de la revoluc ión en cu rso la convencieron del error de su anterior
modo de concebi r la revolución. Ante todo, la convenc ieron de la
fa lsedad de s u s a nteriores opi n iones acerca de la fu nción del opor­
tu n ismo, del t i po de lucha que hay que real iza r contra él y, por ta n­
to, de la est ructu ra y la f u nc ión del pa rt i do revolucionar io m ismo.

Enero de 1 922

21
l b íd ., 57.
Ob s ervaciones de tnétodo acerca
del probletna de la organización

No es posible separa r mecánicamente


lo pol ítico de lo organizati vo.

Leni n, Conclusio nes del XI


Congreso del Partido Comunista de R usia

Aunque los problemas de organ i zación ha n estado a lg u na vez


-por ejemplo, a l d iscuti rse las cond ic iones de admisión1- en el p r i­
mer p la no de las luchas de opi niones, se cuentan entre las cues tio ­
nes m enos elaboradas teorética mente. La concepción del pa r t ido
com u n ista, hosti l i zada y ca lu mn iada por todos los oportun istas e
ins t i ntiva mente recog ida y hecha p ropia por los mejores trabaja­
dores revoluciona rios, sigue a p esar de todo tratá ndose frecuen­
temente como cuestión meramente técnica y no como u no de los
pri nc ip a les p roblen1as intelectuafos de la revolución. Y no es que fa l­
ten los mater ia les necesarios pa ra u na p rofu nd ización teorética de l
problema de la orga n ización. Las tes is de los Congresos I I y I I I, las
luchas de tendenc ia en el seno del partido ruso, así como las ex p e­
r iencias p ráct icas de los ú lt i mos a ños, ofrecen u n materia l r iqu ísi­
mo. Pero pa rece como si el interés teórico de los pa rtidos comu n is­
tas (siempre con la excepción del ruso) estuv iera tan sol icitado por
los p roblemas de la s ituación económ ica y pol ítica mu nd ia l, por
las consecuencias táct icas que haya de i n feri rse de e l la y por s u
funda mentación doctrina l que no queda ra ya n i ng ú n i nterés teó­
rico v ivo y v iva z por asenta r el p roblema de la organ ización en la
teo ría comu n i sta . De modo que rnucho de lo que acertada mente

'Condiciones de ad m is ión de pa rt idos ob reros en la I n ternaciona l


Comun ista: los "21 p u ntos" de Len i n votados por el H Cong reso (1 9 de
.i u li o -6 de agosto de 1 920). Los pu ntos ex ig ían la ex pu lsión de los reformis­
tas. ( N . d e l T. )
427
428

se hace debe su acierto más a l i nsti nto revoluciona rio que a u na


act itud teórica clara. Por otra parte, muchas actitudes táct icas equ i­
vocadas -por ejemplo, en las discusiones acerca del frente ú n ico2-
pueden reconducirse a concepc iones erróneas de los p roble ma s
organi zativos.
Esa "i nconc iencia" que i mpera en las cuestiones de o rgan i zación
es, empero, sin duda a lguna, u n signo de la i n madu rez del movi­
m iento. Pues la madu rez y la in madu rez no pueden propia mente
apreciarse más que averiguando si la comprensión o la act itud res­
pecto de lo que hay que hacer se p resenta a la concienc ia de la clase
que actúa y de su partido dirigen te en una forma abst racta e in1ne­
diata o en u na forma concreta y med iada. Es s in duda posible que,
au n estando la meta buscada en u na lejan ía ina lca nzable, los de
v ista más aguda consigan ver con a lgu na c la ridad la n1eta m isma,
su natura leza y su necesidad socia l; pero, a pesar de el lo, i nc luso
esos hombres serán incapaces de apreciar concientemente los p asos
concretos que pueden l leva r a la meta, los medios concretos que se
desprenden de su visión, acaso correcta. Si n duda, a ná logamente,
pueden hasta los utópicos ver correcta mente el hecho del que hay
que partir; pero lo que hace de ellos meros utóp icos es que lo ven
sólo como hecho, o, a lo su mo, como p roblema dado pa ra q ue se
encuentre su solución, pero no pueden l legar a ver que la so lución y
el ca m ino que l leva a e l la están dados aqu í m ismo, prec isa mente en
el problema . Y así "no ven en la m iseria más que la m iser ia, s i n des­
cubrir en e l la el aspecto revoluciona rio y transformador que a rroja­
rá por la borda la sociedad v ieja".3 La contraposición a h í apuntada
entre ciencia doctrinaria y cienc ia revolucionaria va, empero, más
a l lá del caso a na l izado por Ma rx y se a m p l ía hasta const itu irse en
contraposición t ípica en el desarro l lo de la conc ienc ia de la clase
revoluciona r ia. Al avanza r por el ca m i no de la act i t ud revoluc io­
na r ia del proleta riado, la miseria pierde su ca rácter de mero dato y
entra en la d ia léctica viva de la acc ión . Pero en su l uga r, y según el
es tado en que se encuentre el desa rrol lo de la c lase, apa recen otros
contenidos a nte los cua les el comportarn iento de la teor ía pro leta­
r ia presenta u n a estructu ra a ná loga a la aqu í a na l i zada por Ma rx.

2 Frente único con las demás fuerzas obreras, seña lada1nentc la s o cia ldemo ­

c racia . Pol ít ica decid ida por e l l l l Cong reso de la I .C . ( 1 921 ) . ( N . del T.)
3Elend der Philosophie [ Miseria de la fi loso fía, ed. a len1a n a ) , 109. [ Ma rx,
Miseria . . , o p. c it . , p. 1 95. ( N . del E .) )
. .
429

Pues ser ía utóp ico c reer que la s up eración de la u top ía haya sido ya
consu mada pa ra el mov i m iento obrero revoluc iona rio por la s upe­
rac ión i ntel ectua l de su pri mera forma de ma n i festación p r i m i tiva
rea l i zada por Ma rx. Esta cuest ión -qu e es en ú l t i ma i ns ta ncia el pro­
blema de la relación d ia léct ica entre el "objet ivo fi na l" y el "movi-
0 1 iento", el problema de la relación entre la teoría y la p ráct ica- se

rep roduce s iemp re en formas cada vez rn ás desa rrol ladas -y, por
sup uesto, con conten idos siempre ca mbia ntes- a cada n ivel decisivo
del desa r rol lo revolucion a r io. Pues toda ta rea se hace siempre v is i­
ble en su posibi l idad abstracta antes que las formas concretas de su
rea l ización. Y l a verdad o fa lsedad de los p la n tea m ientos no resu l ta
rea l mente d iscut i b le n1ás que cuando se a lca n za ese segu ndo esta­
dio, cua ndo se hace reconoc ible la total idad concreta desti nada a
ser el mu ndo c i rcu nda nte de su solución y el ca m i no hacia ella. Así
fue el tema de la huelga genera l en l as p r i meras d iscus iones de la
1 1 Inter naciona l u na utopía pura mente abstrac ta que no cobró for­
ma concreta si no por obra de la p r i m era revo l uc ión rusa, la huelga
genera l belga, etc. Y así ta mbién tuv ieron que pasa r a ños de agu da
lucha revol uciona ria a ntes de que el consejo ob rero se l ibera ra de la
concepc ión de ca rácter utóp ico-m i tológico que tend ía a converti rlo
en el cúra lotodo de los problema s de la revolución y se h ic iera v is i­
ble en su rea l idad pa ra el proleta r ia do no ruso.4 (Con lo que no p re­
tendo en modo a lgu no a firmar que ese p roceso de cla r i ficación se
haya completado ya; por el contra r io, yo lo pond ría muy en du da;
pero como el consejo ob rero no se ha aducido aqu í s i no a títu lo de
ejemplo, no es necesa rio d iscut i r la cuesti ón .)
Las cuestiones de la orga nización son p recisa mente de las qu e
por más t iempo h a n permanec ido en ese c la roscu ro utópico. E l lo no
es casu al. P ues el desa rrol lo de los g ra ndes part idos obreros se con­
s u mó por lo genera l en épocas en las cua les la cuest ión de la revo­
l ución no pod ía ser sino u n elemento i n fluyente en el p rogra ma,
pero en modo a lg u no un problema que determ i na ra d i rec ta mente
todas las acc iones de la v id a cot id iana . No pa recía, pues, necesa r io
for mu larse con claridad teórica la esenc ia y el dec u rso p rev i sible
de la revolución, con objeto de ob tener luego consecuencias acerca

"'Sacrist á n t raduce "d el ca rácter utóp ico -m i to lóg ico de su c u ra lo todo de los
p rob lemas de la revolución y se h iciera v i s ible en su rea l idad p a ra el p ro -­
leta r iado no ruso.'' Hen1os prefer ido seg u i r u na v ía pa rec ida a l as trad uc­
c iones i ng lesa y c u ba n a . ( N . del E .)
-,
l

430

del modo como tiene que obrar en la revolución la pa rte concien­


te del p roletariado. Ahora bien: el p roblema de la organización de
un partido revolucionario no puede desa rrollarse orgá nicamente
sino a partir de una teoría de la revolución m isma. Sólo cua ndo la
revolución se ha convertido en un problema del d ía aparece en la
conciencia de las masas y de sus portavoces teóricos con i mperiosa
necesidad la cuest ión de la organ i zación revolucionaria.
Pero tampoco en ese momento ocu r re de u na vez, sino sólo pau­
latinamente. Pues n i siqu iera el hecho de la revolución, ni siqu ie­
ra la necesidad de toma r posición ante él como p roblema del d ía,
según ocurrió en el momento de la p r i mera revolución rusa y des­
pués de ella, pudo entonces i mponer una comprensión adecuada.
En parte, sin duda, porque el oportun ismo ha a rraigado ya tan pro­
fundamente en los pa rtidos proletarios q ue impos ib i l ita un ade­
cuado conoci m iento teórico de la revolución.
Pero incluso en los casos en que no se d io ese motivo, en los
casos en que se dispuso de un conocim iento claro de las fuerzas
motoras de la revolución, éste no pudo desar rollarse hasta cons­
titui rse en teoría de la organizac ión revolucionaria. Como obstá­
cu lo en el camino hacia una claridad de principio p uede en pa rte
contarse el carácter i nconciente, teórica mente sin elabora r, mera­
mente "natu ra l" de las orga nizaciones existentes. Pues la revo­
lución rusa ha revelado con toda cla ridad las l i m itaciones de las
formas de organización europeo-occidentales. El p roblema de las
acciones de masas, de la huelga revoluciona ria de masas, muestra
la impotencia de aquellas formas organizativas frente a los mov i­
mientos espontáneos de las masas, resquebraja la i lusión oportu­
nista de la "prepa ración organizativa" de esas acciones, prueba que
dichas formas de organización se retrasan respec to de las acciones
reales de las masas, las inhiben y obstac u l izan en vez de promo­
verlas, por no hablar ya de d i rig i rlas. Rosa Luxembu rgo, que ve
del modo más claro la sig n i ficación de las acciones de masas, reba­
sa amp l iamente esa mera crítica. E l la ve muy aguda mente la l i m i­
tación de la idea organ izativa por entonces corriente en su fa lsa
relación con la masa: " La sobresti mación y la fa lsa valoración de la
fu nción de la organ ización en la lucha de clases del proleta riado",
dice,5 "se complementa genera l mente con la subesti mación de la

5Massenst reik [La huelga genera l], 4 7. [ Luxembu rgo, Rosa: Huelga de masas . . . ,
43 1

masa proleta ria sin organ izar y de su madurez p o lítica". Así pues,
sus conclusiones se orienta n, por una pa rte, a la polém ica contra la
sobrestimación de la organ i zación y, por otra, a la determ i nación
de la fu nción del pa rtido, que no debe ºconsistir en la p reparación
y la d irección técnicas de la huelga de masas, sino, a nte todo, en la
dirección política de todo el mov im iento".6
Con esto se daba u n gra n paso hacia el claro reconoci miento del
problema de la organización. A l a rra nca r este problema del abstrac­
to a islamiento en que estaba (terminado con la "sobresti mación" de
la organ ización) se emprende el cam i no por el que se le podría atri­
bu ir su adecuada función en el proceso revoluciona rio. Pero pa ra
recorrer ese cam ino habría hecho fa lta que Rosa Luxemburgo plan­
teara, a su vez, orga nizativa mente la cuest ión de la d irección pol í­
tica, que descubriera los momentos organizativos que capacita n a l
par tido del p roleta riado pa ra l a d irecc ión política . E n otro lugar se
estudia detal lada mente qué es lo que le i mpid ió da r ese otro paso.
Aqu í basta con indicar que el paso en cuest ión se había dado ya
a lgunos a ños antes, a saber, en el cu rso de la pugna por cuestiones
de organ ización en la socia ldemocracia rusa. Rosa Luxembu rgo
conoció esa d isputa, pero se colocó en el la precisamente a l lado de
la tendencia atrasada que obstacu l izaba el desarrollo (la menche­
v ique). No es en modo a lguno casua l que los pu ntos que ocasiona­
ron la escisión de la socialdemocracia rusa fueran la concepción del
ca rácter de la revolución que se aproxi maba y de las consigu ientes
ta reas (coa l ición con la burguesía "progres iva" o lucha a l lado de
la revolución ca mpesina) y, por otra parte, las cuestiones de orga­
n ización. Fue catastrófico para el movim iento no ruso el que nadie
(ni Rosa Luxembu rgo) comprend iera entonces la indestructible
u n idad dia léctica de ambas cuestiones. Pues a causa de esa i ncom­
prensión no sólo se dejó de d ifundi r, a l menos, p ropagand íst ica­
mente en el proletariado las cuest iones de la organización revolu­
c iona ria, pa ra prepa ra rle, en la más modesta de las h ipótes i s, a lo
q ue iba a producirse (y poco n1ás era posible hacer por entonces),

op. cit., p. 99. ( N. del E.)]


6Ib íd., 49. Sobre esta cuestión, así como acerca de otras que han de d iscut i rse
más adelante, cfr. el muy interesa nte articu lo de J. Révais "Kommunistische
Selbstkritik u nd der Fa ll Levi" ( La autocrítica comun ista y el caso Levi],
Kommunismus, l l, 1 5/16 . Aqu í no d is pongo de espacio para una d iscusión
detal lada de ese t rabajo.
432

sino que, por otra par te, las acer tadas v 1s1ones pol íticas de Rosa
Luxembu rgo, Pannekoek y otros no pud ieron concretarse su ficien­
temente, ni s iqu iera en cua nto tendencias pol íticas; segú n las pa la­
bras de Rosa Luxembu rgo, q ueda ron en estado l atente, meram.en­
te teórico, mientras su relac ión con el mov i m iento concreto segu ía
siendo de carácter utópico.7
Pues la organi zación es la for m a de n1ed iación ent re l a teor ía
y la p ráctica. Y, al igual que en toda relac ión d ia léct ica, los m iem­
bros no cobran tampoco en este caso concreción y rea l idad s ino por
su med iación. Este ca rácter de la organ ización, med iadora entre la
teoría y la práct ica, se ma n i fiesta del modo más cla ro en el hecho
de que para la organizac ión las tendencias d iscrepantes t ienen una
sensibi l idad mucho mayor, más fi na y más seg u ra que pa ra cual­
qu ier ot ro terreno del pensa m iento y la acción pol íticos. M ientras
que en la mera teoría pueden conv ivi r pací fica mente las concep­
ciones y las tendencias más d is pa res y sus contrastes toman si m ­
p lemente l a for n1a d e d i scus iones que pueden desa rrol la rse e n el
marco de u na m isma organización s i n que necesar ia mente rompan
ésta, cua ndo esas m ismas c uest iones se presentan desde el p u n­
to de vista orga n i zativo i rru mpen co1no orientaciones c r u da mente
contrapuestas e i rreconcil iables.
Pero toda tendencia "teorética", toda d ivergencia de opin iones
tiene que mu ta r de un momento a otro en d i sc repa nc ia orga n izat iva
si no qu iere queda r en mera teoría, en op in ión abs t racta, s ino que
tiene rea lmente la i ntención de most ra r el cam i no de su rea l i zación.
Sería, s i n emba rgo, tamb ién erróneo creer que la rnera acción, el
mero ac tuar sea capaz de a r roja r u n cr iter io rea l y seg u ro pa ra est i­
ma r la corrección de las concepc iones en pugna, o n i s iqu iera para
est i ma r su compat ibi l idad o incon1pat ibi l idad. Toda acción es, en s í
y p o r s í, u na madeja de actos s i ng u la res d e hon1b res i nd i v id ua les
y de g rupos concretos, y puede entenderse con la m is n1a fa lsedad
como acon tecim iento "'necesa rio", tota l mente mot i vado por ca u sas

7Sob re las consecuencias de esta situación cfr. la crít ica de Len i n al fo l leto
de J u n ius, así como la crítica a la act i t ud de la izq u ierda a lema na, po laca y
holandesa d u ra nte la g uerra mu nd ia l (en Co ntra la co rrie n te). Pero todavía
el progran1a espa rtaqu i sta t rata en s u esbozo del decu rso de la revolu ción
las ta reas del proleta riado de u n n1odo rnuy u tópico y s i n med ia r. Be richt
übe r den G rii ndwzgsparte itng der K . P. D. f I n forme a cerca del C o n g r e s o fu n­
dacional del Pa r t ido Cornun ista de A lerna n ia], 5 1 .
433

h i stór ico-socia les, y como consecu encia de "errores" o d ecisio nes


"acer tadas" de i nd i v i duos. Aquella con fusa n1adeja no cob ra sen­
t ido y rea lidad más que cua ndo se la cap ta en su tota l idad histó­
r ica, en su fu nción en e l p roceso h is tórico, en su oficio med i a dor
entre el pasado y el futu ro. Mas u n pla ntea m iento que conciba el
conoci m i ento de u na acción como conoc i m ien to de las lecciones
que la acc ión i mpa r te sobre el futu ro, como respuesta a la cuestión
"¿qu é hacer?", es ya un pla ntea rn i ento orga n i zativo del p roblema.
Ese p l antea m iento i ntenta descu b r i r en la consideración de la situa­
ción, en la prepa ración y l a d i recci ó n de la acción, los momentos
que h a n l levado necesariamen te d e la teoría a u na acción lo más a de­
cu ada a el la. B usca, pues, las determinaciones esenciales que v i ncu lan
la teor ía con la práct ica.
Es obv io que sólo de ese modo es posible u na a u tocr ít i ca rea l­
mente fecu nda, u n descub r i m iento rea l mente fecu ndo de los
11errores" comet idos. La idea de la "necesidad" abstracta del acae­
cer conduce a l fata l isn10; y ta m poco la mera s u pos ición de q ue los
"errores" o las habi l idades de i nd ividuos hayan p rovocado el fra­
ca so o el éxi to puede ofrecer en seña nzas dec isi va mente fecu ndas
pa ra la acción futu ra. P ues desde ese pu nto de v i sta tend rá que
resu l ta r más o menos 11casu a l " el qu e precisa n1ente ta l o cua l perso­
na haya estado presente en el n1omento oport u no en ta l o cual s i tio,
y haya comet ido ta l o cual error, etc. La comprobación de u n error
así no puede conduci r más que a la comprobación de que esa per­
sona era i nadecuada para aquel luga r; y ése es u n resu ltado correc­
to, no s i n va lor, pero sólo secu nda r io pa ra la autocrít ica decisiva .
Precisamente l a exagerada i rnportanc ia que ese p u n to de v is ta da
a la fu nción de l as personas i nd iv idua les nluestra que no es capa z
de objetiva r la fu nción de éstas, su p os ibi l i da d de deter m i na r t a n
decisiva mente la acción, y que acep ta esa fu nc ión de u n niodo ta n
fata l ista como aquel con e l cua l el fa ta l ismo obj et ivo acepta el ente­
ro acaecer. En ca mb io, si el p rob lema se profu nd iza hasta n1 á s a l lá
d e lo n1era mente s i ngu la r y ca sua l, reconociendo, por s upues to, en
la acción cor recta o er rónea de las personas s i ngu la res u n c ierto
va lor cau sa l dentro del c o n j u nto 8, pero bu sca ndo aden1ás e l fu n­
d a 1nento de la posib i l idad objet i va de su acc ión y del hecho de q ue
esas personas estuv ieran en los luga res i nd icados, etc., la cuestión

"Sac r i st á n t raduce: "u na co n --ca u s a c.h_>) e n te ro co m p l ejo" ( N . d e l E . ) .


434

queda p la nteada organ izativamente.9 Pues en este caso la u nidad


que v incu ló a los hombres en su acción se estudia ya como u nidad
objetiva de la acción desde el punto de v ista de s u adecuación a
aquel la acción determinada, y así se plantea · el problema de si fue­
ron correctos los medios organizativos pa ra la t ra ns posic ión de la
teoría en práctica. ,
Es verdad que el "error" p uede esta r en la teor ía m isma, en la s
metas fijadas y en la esti mación de la situac ión. Pero sólo u n plan­
team iento orga n izativamente orientado perm ite c rit ica r rea l mente
la teoría desde el punto de vista de la p ráctica. Si la teoría se sitúa
directamente ju nto a u na acción, sin acla ra r el modo como se entien­
de su efecto sobre ella, o sea, sin acla ra r la vincu lación organ izat iva
entre ambas, la teoría misma no pod rá crit ica rse más q ue respecto
de sus contradicciones teoréticas inma nentes, etc. Esta fu nción de
las cuestiones orga nizativas p er mite entender que el oportu n ismo
haya sido siempre muy reacio a obtener de diferencias teóricas co1Zse­
cuencias organizativas. La actitud de los i n depend ientes de derecha
a lemanes y de los partida rios de Serrati respecto de las cond iciones
de ad misión del II Congreso, sus intentos de des pl azar las d i feren­
cias objetivas a r�te el los y la Internaciona l Comu n ista del terreno de
la orga nización al terreno de lo "pu ra mente político", partió d e s u
acertado insti nto oportu nista, el c u a l les i nd icaba q u e en este ú lti­
mo terreno las d i ferencia s pod ía n pa ra l i za rse du rante mucho tiem­
po en u n estado latente, prácticamente si n mani festación, m ientras
que el plantean1 iento organ i zati vo del Il Congreso tenía por fuerza
que conseg u i r u na decisión i n med iata y cla ra. Pero esa actitud no
es ni ng u na novedad. La h istoria entera de la II Internaciona l abu n­
da en intentos así de reu n i r las concepc iones más diversas, objeti­
va mente d iscrepantes, irreconci l iables, en la teórica "un idad" de
una resolución, de ta l modo que el texto las tenga en cuenta a todas.
Lo cua l tiene como consecuencia necesa r ia el que esas resoluciones
sea n incapaces de dar orientación a lgu na a la acción concreta, pues

9Puede tomarse como ejemplo de una critica metód ica mente acertada,
orientada. a cues t iones de organización, la i ntervenció n de Lenin en el U
Cong reso del Part ido Comun ista de Rusia, en e l que concibe centra l mente
la i ncapacidad de comu nistas bien probados i ncluso en luchas anteriores
a p ropósito de las cuestiones econón1 icas, y concibe los errores concretos
como meros s íntomas. Es obvio que eso no d isrn inuye en nada la energía
de la crítica a los i nd iv i d uos.
435

en este p u n to tienen s iempre que ser ambig uas y per m itir las i nter­
p retac iones rnás d iversas. De este modo l_a ll Internaciona l -pre­
cisa mente porque en sus resoluc iones ignoraba cu idadosa mente
toda s l as consecuencias orga niza t ivas- p udo perm itirse teorética ­
mente mucho s i n comprometerse n i obliga rse práctica rnente a nada
determ ina do. Así, pudo, por ejemp lo, votar la ta n radica l resolución
de Stuttga r t acerca de la g uerra, porque no contenía n i ng u na obl i­
gac ión orga n izativa de rea l i zar acciones concretas y deterrn inadas,
n ingu na orientación acerca de cómo actu a r, n ing u na gara ntía orga­
n izativa de la efectiva rea l ización de la resolución. La m i noría o por­
t u n is ta no sacó ninguna consecuenc ia organ i zat iva de su derrota
p orque se d io cuenta de que la resoluc ión m isma no iba a tener con­
secuencia organizativa a lguna. Por eso tras la descomposic ión de la
I nternaciona l todas las tendencias pud ieron apel a r a el la.
E l p unto déb i l de todas las tendencias rad ica les no rusas de
la I n ternaciona l consistió, pues, en no poder o no querer conc re­
tar o rgan izativa mente sus actitudes revolucionar ias, d iscrepa ntes
del oport unismo de los rev ision istas declarados y del centro. Con
el lo posibi l itaron a sus contri nca ntes, y pa rticu l a r mente a l centro,
d is i mu la r sus desv iaciones a nte el p roleta riado revoluc iona r io; su
oposición no i mpidió en absoluto al centro presenta rse a los secto­
res revolucionar ios del p roleta r iado como g ua rd ián del verdade­
ro m a rx ismo. No puede ser ta rea de estas l íneas el dar u na exp l i­
cación teór ica e h istórica del dom i n io del centro en la pre-guerra .
Basta rá con i nd ica r de nuevo que la inactua l idad de la revolución
y de la toma de posición a nte sus p roblemas en e l mov i m iento coti­
d ia no de la época posib i l itó la actitud del centro, que era u na p olé­
m ica s imu ltá nea contra el rev ision ismo declarado y contra la exi­
gencia de u na acción revoluciona r ia, u na defensa teórica frente
al p r i mero, pero s i n i ntenta r ser ia n1ente el i m i na rl e de la práctica
del partido, y una a fi rmación teór ica de la ú lt i ma tendencia, pero
negándole actua l idad por entorl es. En esa polén1 ica era pos i ble,
como h ic ieron, por ejemplo, Kautsky y f-l i l ferd ing, adm i t i r e l ca rác­
ter revoluciona r io genera l de la época, la actualidad histórica de la
revolución, s i n verse obl igados a apl ica r ese reconoci rn iento a las
decisiones del día. Por eso el p roleta r iado entend ió aquel las d i feren ­
c ias como meros matices de opi n ión dentro de n1ov i m ientos obre­
ros en susta ncia revoluc ionar ios; y con eso se h izo i mpos i b le u na
d is t i nción cla ra entre l as tendenc ias. Pero esa oscu r idad reperc u t ió

"1.

436

también en las concepc iones de la izqu ierda . Como las concep c io­
nes i mpera ntes i mposib i l ita ban el contacto con la acción, tam poco
la i zqu ierda pudo desa rrol larse, concreta rse med ia nte la autoc r ít i­
ca p roductiva que es e l paso a la acción. Por eso l a izqu ierda, p ese a
lo mucho que objetivamente se acercó a la verd ad, s ig u ió teniendo
u n ca rácter abstracto y utóp ico. Piénsese, por ejemplo, en la polé­
m ica de Pan nekoek con Kau tsky acerca de las acciones de masas.
Pero ta mpoco Rosa Luxemb u rgo fue capa z -y por la m i s ma razón­
de desar rol la r, como dirigente política del mov im iento, sus acertadas
ideas acerca de la orga n i zac ión del p roleta r iado revoluciona r io. Su
correcta polém ica contra las for rnas de orga n ización mecán icas del
mov i m iento obrero -por ejemplo, en la c uest ión de las relac iones
entre el pa rtido y el sind icato, ent re las masas o rga n izadas y las
sin organ iza r- condujo, por u na pa r te, a u na sobrestimación de los
mov i m ientos espontá neos de las masas, y, por otra pa r te, i mp i d ió
que s u concepción de la d irecc ión pol ít ica se desp rend iera comple­
tamente de su regusto meramente teórico o p ropagand íst ico.

ll

Ya e n otro luga r10 hemos mostrado q u e eso no e s u n mero "er ror"


de u na pensadora ta n importante e i nnovadora . El elemento de esas
reflex iones que es esencia l para el presente contexto puede descri­
b i rse del n1ejor modo d ic iendo que es la i lu s ión de u na revolución
"orgá n ica" y puramente proletaria. En la l ucha contra la doctri na evo­
luc ion ista "orgán ica" de los opor t u n is tas -seg ú n la cua l el p role­
ta r iado, por su lento crecimiento, conqu ista rá pau latinamente la
mayoría de la pob lación y pod rá así a lcan za r el poder por med ios
lega les1 1- ha s u rg ido u na teoría ta mbién "orga n icista" de las luchas
de masas espontáneas . Y pese a todas las prudentes reser vas de
sus mejores representa ntes, esta teor ía desembocaba en ú lt i ma ins­
ta ncia en la tesis de que la consta nte ag ud i zación de la situ ación

10Cfr. el a rt ículo a nterior.


1 1Cfr. la polémica de Rosa Luxembu rgo contra la resolución presentada
por Dav id en Magu ncia. Massenstreik, 59. [ Lu xcn1bu rgo, Rosa: Huelga de
masas , op. cit., p. 104. ( N . del E.)] También su ex posición en el d iscurso
. . .

p rogramático del Congreso fu ndacional del K. P. D. sobre la "Bibl ia" del


lega l ismo, el prólogo de Engels a Las Luchas de clases e n Francia, loe. cit., 22
SS.
437

económ ica, la inevi table guerra mund ia l i n1peria l ista, y el subsi­


g uiente per íodo de luchas revoluciona rias de masas iban a p rodu­
cir con necesi dad h istórico-soci a l acciones espontá neas de masa del
proleta r iado, en el cu rso de las cua les s e i n1pondría en la d i rección
polít ica la cla ridad acerca de las metas y los ca m i nos de la revolu­
ción. Esta teoría, empero, tomaba obv ia mente como táci to p res u­
puesto el ca rácter pu ra mente proleta r io de la revolución. Es verdad
que la concepción de la extensión de] concepto "proleta riado" es en
el pensa m iento de Rosa Luxembu rgo comp leta mente d ist inta de la
de los oportun istas. Pues Rosa Lu xembu rgo muestra penetra n te­
mente que la situación revolucionaria mov i l i za gra ndes masas del
proleta r iado hasta entonces desorgani zadas e i naccesibles al traba­
jo orga n i zativo (braceros, etc.), las cua les mani fiestan en sus accio­
nes un grado de conc ienc ia de clase infinita mente superior al del
pa r tido y los sind ica tos que se permiten t rata rlas despec tiva mente
como sectores pol ítica mente in madu ros y "sin desa rrol la r". Pero,
a pesa r de eso, su concepción se basa en la idea del ca rácter p u ra­
mente p roletario de la revolución. El proleta riado apa rece un ita ria­
mente en el plano de la bata l la y, además, las masas cuyas accio­
nes se estudian son masas pura mente proleta rias. Y así t iene que
ser según esa concepción. Pues sólo en la conciencia de c lase del
proleta riado puede la act itud correcta respecto de la acción revolu­
cionaria basarse y arraiga rse, por inst i nto, tan p rofundamente que
basta u na toma de concienc ia, u na d i rección c la ra, pa ra conduci r
la acción m isma por el ca m ino acertado. Si otras capas i nterv ie­
nen dec isivamente en la revolución, au nque su mov i m iento pue­
da promoverla en c iertas cond iciones, ta mb ién puede, con la m is­
ma faci lidad, tomar u na orientación contrarrevo luciona r ia, porque
la situación de clase de esas capas (pequeños-bu rgu eses, naciones
opr i m idas, etc.) no t iene en modo a lg u no prefigu rada u na or ienta­
c ión necesaria de sus acc iones en el sentido de la revoluc ión prole­
ta r ia, ni puede tenerl a. Un part ido revoluciona r io así concebido t ie­
ne que fracasa r necesa r ia mente en su acc ión respecto de esas capas,
en la promoción de sus mov i rn ientos en beneficio de la revolución
p roleta r ia, en la ta rea de i mped ir que la acc ión de éstas favorezca
la contra r revolución.
Pero ta mbién t iene q ue fracasa r respecto del proleta r iado m i s­
mo. Pues así organ i zado, el pa r t ido corresponde a u na i dea de l a
s ituac ión de l a concienc ia p roleta r ia d e clase dada l a c ua l s e trata
438

sólo de hacer conciente lo i nconciente y actua l lo latente, etcéte­


ra. O, por mejor deci r: para esa concepción, el proceso de toma de
conciencia no sign i fica u na t remenda crisis ideológica interna del
proletariado mismo. No se t rata a hora de refuta r el m iedo opor­
tun ista a la "in madu rez" del proleta r iado para tom a r y conservar
el p oder. Rosa Luxembu rgo ha refutado ya concluyenten1 ente esa
objeción en su polém ica con Bernstein . Se trata de que la conciencia
de clase del proletariado no se desa r rol la en pa ra l elo con la crisis
económica objet iva, recti l ínea mente y del m ismo modo en todo el
proleta riado a la vez, sino que g ra ndes sectores del p ro leta riado
se quedan i ntelectua lmente bajo la i n fl uencia de la burg ues ía y ni
siquiera el desa rrol lo más br u tal de la cris is económ ica los des pren­
de de esa s ituación de modo que el comportamiento del p roletariado,
su reacción a La crisis, queda muy por detrás de ésta en cuanto a violencia
e intensidad. 1 2
Esta s ituac ión, base de la posib i l id ad del menc hevismo, t iene
también fu nda mentos económ icos objeti vos. Ma rx y Engels13 han
observado muy temprana mente este desarrollo, el a b u rguesa­
m iento de las capas obreras que ha n consegu ido, g racias a los
beneficios monopol íst icos de la lngla terra de la época, u na pos ición
privilegiada en compa ración con la de sus compa ñeros de c lase.
Con la fase i mperial ista del capita l ismo esa capa se ha desa rrol lado
en todas pa rtes y es, s i n duda, u n apoyo i mporta nte para l a evo­
lución genera l oportun i sta y ant i r revoluciona ria de grandes sec­
tores de la c lase obrera. Pero, en m i opi n ión, es i mposi b le explica r

12Esta concepción no es meramente una consecuencia de lo que suele


llamarse desarrollo lento de la revolución. Ya en el I Cong reso [d e la I II
I nternacional] expresó Lcn in el temor "'de que l as l uchas se haga n tan
tempestuosas que la conciencia de l as m a sas obreras no pueda sostener
la velocidad del p roces o Tam b i é n l a co nce pció n de1 prog rarna espa rta­
".

quista, segú n la cual el p a rtid o comu nista se n ieg a a considera r s u ficiente


para tomar el poder el hecho de q ue la "democracia" b u rguesa y s o cia ld e ­
mócrata haya l levado a la s ocie d a d a la catásto fre económica, pa rtc de es a
idea de que el hund im iento objetivo de sociedad burguesa p u ede o c u r r i r
a ntes de que se consol ide en e l p ro leta r i a d o la conciencia de c l a s e revo l u­
cionaria. Be rich t über G riindunRsparteitag [ l n fo rme d e l Congreso fu ndacio­
nal del Partido Comu nista de A le ma n ia), 56.
1.3 En Co ntra la corriente [ed. a le rna na, 51 6-5 1 7 ] se encuent ra un b uen res u­
me n de conju nto de sus tes i s .
439

c o n s ó lo ese dato todo el problema del menchev ismo. P ues, en p ri­


mer luga r, esta pri v i legiada situ ac ión de c ierta s capas obreras se
e ncu e n t ra hoy debi l itada desde muchos pu ntos de v ista sin que por
el lo se haya debi litado aná loga mente la posic ión del menchev ismo.
También en este pu nto el desarrollo subjetivo del p roleta r ia do que­
da en m uc hos casos retrasado respecto de la velocidad de la crisis
objetiva, de modo que es i mposible ver en ese motivo la cau sa ú n i­
ca del menchev ismo, so pena de fac i l itar a éste la cómoda posic ión
teoré t ica que consiste en justi fica rse por la fa lta de una voluntad
revoluc ionaria cla ra y genera l en el proletariado in firiendo injus­
ti ficad a mente de ella la existencia de u na s ituación objetiva men­
te revolucionaria. En segu ndo lugar, las experiencias de las luchas
revolucionar i as no han mostra do en modo a lg u no que la decisión
revolucionar ia y la vol untad de lucha del proletariado se a r ticu len
s implemente segú n la estratificación económ ica de sus sectores. En
este p unto se aprecian importa ntes d iscrep a nc ia s respec to de c u a l­
q u ier p a ra lel ismo s i mple y recti l íneo, así como g randes d i ferencias
d e ntro de capas obreras de idént ica pos ic ión cua ndo se tra ta de
est ima r l a madu rez de la conciencia de clase.
Pero estas observaciones cob ran importa ncia rea l sólo en el
m a rco de u na teoría no fata l ista, no "'econom icista". Si el desa r ro­
l lo soci a l se entiende como si el proceso económico del capita l ismo
fuera a conduci r i nexorable y automática mente, a través de sus c ri­
s is, a l socia l ismo, entonces los momentos ideológicos i nd icados son
mera s consecuencias de un p la nteamiento fa lso. Resu lta n, enton­
ces, e fect iva mente, meros síntomas de que la crisis objetivamente
decisiva del capitalismo no se ha presentado todav ía. Pues sobre
la base de aquella concepción es u na i mpos ib i l i dad de princ i p io el
re t raso de la ideología proleta r ia respecto de la crisis económica,
a s í como cua lq u ier crisis ideológ ica del proleta riado. Mas la s itua­
c ió n no can"lb ia ta mpoco esencia l mente cuando la concepción de la
c r i s is es de opti m i smo revoluc ion a rio, pero s i n desprenderse del
fata l isn"lo económ ico de su act itud bás ica, o sea, cua ndo se a fi rma n
l a i nev itab i l idad de l a crisis y s u necesaria i r resolubi l id ad pa ra el
capita l i s mo. Ta 1npoco en este caso puede percibirse con"lo prob lema
el q u e aquí esta mos considera ndo; la ún ica d i ferencia es que el d ic­
tamen de " i tnposible" se modi fica en el de "todav ía no". A hora bien:
Leni n ha mostrado con toda razón que no hay s ituación a lgu n a qu e
en sí y por s í carezca de sa l ida . Cua lquiera que sea l a situación en
440

que se encuentre, el capita l ismo descubr i rá s iempre posibi l idades


de solu ción "pu ra mente económ icas"; la cuestión es, s implemente,
si esas soluciones podrán rea l i za rse, i mponerse, cua ndo pasen del
mundo teórico p u ro de la econom ía a la rea l idad de l as luchas de
c lases. Así pues, v istas las cosas en esa pu reza abstracta, s iempre
son i maginables sal idas o soluciones pa ra el capita lismo. Pero el
que sea n real izables depende del proletariado. Es el proleta riado, la
acción del proletar iado, lo qu e ha de cer ra r a l capita l ismo la esca­
patoria desde la cris is. Por supues to que el hecho de qu e e l p roleta­
r iado tenga en tal 1nomento la fuerza necesa r i a pa ra consegu i rlo es
consecuencia del desarrollo de la econon1 ía por " leyes natura les".
Pero esas " leyes nat u ra les" no determ i na n más que la crisis m isma,
dá ndole u na d i mensión y un alca nce que i mpos ib i l i ta n el u l terior
desa rrol lo "tranqu i lo" del cap ita l is mo. Pero la acción no obstacu­
l i zada de esas leyes (en el sentido del cap i ta l ismo) no l levar ía a la
desapa r ición s i n1ple del cap ita l ismo, a la tra nsición a l socia l ismo,
s i no que, pasa ndo por un la rgo período de c ris is, guerras civi les y
guer ras mu ndia les imper i a l istas a n iveles cada vez más genera les,
conduc i ría "a l a catástrofe si mu ltá nea de las clases en lucha", a u na
nueva barba r ie.
Por otra pa rte, aquellas fu erzas y su despl ieg u e según "'leyes
nat u ra les" h a n producido un p roleta r iado cuya fuerza fís ica y eco­
nóm ica da a l capita l is mo poca s posibi l idades de consegu i r, seg ú n
e l esquema de cris is a nter iores, u na solución pu ra mente económ i­
ca, u na solución en la cua l el p roleta r ia do figu re sólo como objeto
de l a evolución económ ica . Esa fuerza del proleta riado es conse­
cuencia de "leyes" económ icas objetiva s. Pero l a cuest ión de cómo
esa fuerza posible ha de converti rse en rea l id ad, de cómo el prole­
ta r i ado -hoy, efectiva mente, 1nero objeto del p roceso económ ico y
sólo potenci a hnen te, la ten temente, s ujeto codetern1 i na nte del m i s­
n10- puede apa recer como sujeto en la rea l idad, no es ya u n a s u n­
to determ i nado autornát ica y fata l mente p o r dichas "leyes". M ej or
d ic ho: la dete r m i n a c i ón a uto1n á t i ca y fata l por e l las no a fecta ya
al núcleo de la fuerza rea l del p roleta r i ado. En la n1ed ida en que
las reacciones del p roleta r i ado a la c r i s is o c u r ren en plena concor­
d a nc ia con las "' leyes" cap ita l istas de la economía, en la n1ed ida en
q ue se rna n i fiestan a lo su rno corno a c c i ones espon táneas de 1nasas,
esa s reacc i o n es ev i denci a n en el fondo u n a e s t r uct u ra nlu y a n á lo­
ga a l a de los 1nov i n1 i entos del per íodo p re r revo luc iona r i o. Esta l la n
44 1

espontánea mente (y la espontaneidad de u n mov im iento no es s ino


la expresión subjetiva, de psicolog ía de la s m asas, de su d eterm i na­
c ión tota l por las leyes económ icas) corno defensa, casi sin excep­
ciones, contra un ataq ue económico -pocas veces pol ítico- de la
bu rguesía, contra su intento de encont ra r u na solución "pu ra mente
económ ica" de la crisis. Pero asi m ismo mueren espontá nea rnente,
se a paga n por sí n1 ismas en cu a nto que sus objetivos inmed ia tos
pa recen consegu idos o i nalcanzables. Con lo que parecen preser­
va r su decu rso segú n " leyes n atura les" de la econom ía capita l ista.
Pero esa apa riencia se debi l ita cua ndo se considera esos movi­
m ientos no abstracta rnente, s i no en su rea l mu ndo circ u ndante, en
la tota l idad h istór ica de la crisis mund ia l . Ese entorno o mu ndo
c i rcundante es el conju nto de los efectos de la crisis e n todas las clases,
no sólo en la bu rg uesía y el proleta riado. P ues hay u na d i feren ­
c ia c u a l i tativa y de p r i ncip io muy i mporta nte entre que, dada u na
s ituac ión en la cua l el proceso económ ico susc ite en e l proleta r iado
u n mov i m iento espontá neo de masas, la sit uación de la sociedad
e ntera sea a gra ndes rasgos estable, o que se produzca en el la u na
p rofu nda reagrupac ión de todas las fuerzas socia les, u n resquebra­
j am iento de los fu nda mentos del poder de la sociedad dom ina nte.
Por eso tiene ta nta s ig n i ficación el reconoc i nl iento de la i mportante
fu nción de las capas no p roleta rias en la revoluc ión, el reconoci­
m iento del carácter no pura mente pro leta rio de ésta . N ingú n dom i­
n io m inorita r io puede mantenerse n"lás que si le es posible situa r
ideológica mente en su estela las capas que no son d i recta ni in me­
d iatamente revoluciona rias, consigu iendo de el las el apoyo a su
poder o, por lo menos, una neutra l idad en su lucha por el poder.
( Es obvio que a eso se a ñade el esfuerzo por neutra l izar partes de
la clase revoluc ionar ia, etc.) Esto se refiere por enc i ma de todo otro
caso a la bu rg ues ía. En efecto, la b u rgues ía t iene el poder en l as
ma nos de un modo mucho menos in 1nedia to que l as clases donl i­
na ntes a nteriores (por ejemplo, que los ciudadanos en las c iudades
- estado gr iegas, o que la nobleza en la época de florecim iento del
feuda l ismo). La burgues ía tiene que conta r mucho más c o n pactos
y comprom isos con las clases que dom i na ron antes que el la y que
aún comp iten con el la, para poder ut i l i za r seg ú n sus fines prop ios
el apa rato del poder dom i nado por aquel las otras fuerzas; y, por
otra pa rte, se ve obl igada a deja r e l ejercic i o efec t i vo de la v io lenc ia
(ejérc ito, baja burocracia, etc.) en ma nos de pequeños b u rg ueses,
442

ca mpesinos, m iembros de naciones opr i m idas, etc. Si, a consecuen­


cia de la crisis, se desp laza la s it uación económ ica de esas capas y
su adhesión ingenua e irre flex iva a l s istema socia l dom i nado p or
la bu rguesía queda, en consecuencia de el lo, debi l itada, entonces
el entero apa rato de poder de la burgues ía puede disgregarse de
u n solo golpe, por así decirlo, y el proletariado puede encontra rse
como vencedor, como ú nica fuerza organi zada, sin haber l ibrado n i
siquiera una sola batal la seria, y s i n que, por l o ta nto, e l proletaria­
do haya rea lmente vencido en u na ta l p ugna.
Los mov i m ientos de esas ca pas intermed ias son rea l mente
espontáneos y exclusiva mente es pontá neos. Son rea lmente meros
frutos de fuerzas natura les socia les que se ejercen ciega mente y
según " leyes natu ra les"; y como ta les son ellos nlismos social mente
ciegos. Como esas capas no tienen u na conciencia de c lase referible
ni referida a la transformación de la sociedad entera14, como siem­
pre representan, por consigu iente, intereses de clase est r icta mente
pa rticu la res, que ni siqu iera en la a pa r ienci a p retenden ser intereses
objetivos de la sociedad entera; como su v i ncu lac ión objetiva con
el todo es pu ra mente cau sa l, o sea, causada sólo por los desp laza­
m ientos del todo, sin poder orientarse a la transformación del todo;
y como, por ú ltimo, su orientación a l todo y la forma ideológica
que el la tome, pese a poderse entender genét ica mente de un modo
necesario-causa l, tiene u n ca rácter casua l, resu lta que los efectos de
esos mov im ientos está n determ i nados por motivos externos a el los.
La d irección que tomen defi n it i va mente -el que contribuya n a u na
u lterior descomposición de la soc iedad b u rguesa, o sea n luego uti­
l izados por la b u rg uesía, o se s u ma n en la pasiv idad u na vez vista
la esteri l idad de su arranque, etcétera- no depende intrínseca mente
de la natu ra leza interna de esos mov i m ientos, sino que depende
sob re todo del comporta m iento de las c lases capaces de conciencia
autónoma, a saber, la bu rguesía y el p roleta riado. Pero cualqu iera
que sea su posterior destino, ya el mero es ta l l ido de esos mov im ien­
tos puede acar rear fácil mente la pa ra l i zac ión de todo el apa rato que
sostiene y pone en ma rcha la sociedad burguesa. Así puede i mpo­
sib i litar, tempora l mente al menos, toda acc ió n de la bu rg uesía .
La historia de todas las revoluciones a pa r t i r de la gra n revolu­
ción francesa n1uest ra cada vez más acusada mente esa estructu ra.

14C fr. el a rt ícu lo "Conciencia de clase".


443

La monarquía a bsoluta, y luego las mona rqu ías m i l itares semi-ab­


solutas y semi-feuda les en que se a poya el p oder económ ico de la
burg uesía en la Europa centra l y oriental, suelen perder "de repen­
te" todo sostén soci a l en cuanto que esta l la la revolución. En ese
mo m ento el poder socia l se encuentra, por así decirlo, ti rado sin
dueño en la calle. La posib i l idad de la restau ración se debe siempre
a que no hay n ing una capa revolucionaria que sepa hacer a lgo con
ese p oder sin dueño. Las luchas del absoluti s mo naciente con el feu­
d a l i s mo muestra n u na est ructu ra com pletamente d istinta. Como
e n ton ces las clases en lucha era n mucho más d irecta mente las por­
tadoras de sus propias organizac iones de la v iolencia, la lucha de
clases fue mucho más d i recta mente luch a entre dos violencias.
Piénses e en los orígenes del absolut is mo en Fra ncia, por ejemplo,
e n las luchas de la F ronda. Hasta la rui na del absolutismo ing lés
d iscurre a ná loga mente, m ientras que ya el hund i m iento del pro­
tec torado, y aún más el del absolutismo, su periormente abu rgue­
s ado, de Lu i s X V I se parecen a las revoluciones modernas. La v io­
lenci a i n mediata procede de "a fuera", es obra del estado absoluto
todav ía no desaparecido o de los territorios que siguen siendo feu­
d a les (Ve ndée). Y, por su parte, los complejos de poder pura men­
te "de mocráticos" va n llegando en el c u rso de la revolución y con
suma faci l idad a u na situación a ná loga: m ientras que en el momen­
to de la catástrofe del antiguo rég imen nacieron en c ierta med ida
esp ontá nea mente y se h icieron con todo el p oder, se encuentra n
d e r e pente -a consecuencia del mov i miento regresivo de las ambi­
g u a s cap a s socia les que los sost ienen- desprov istos de todo poder
(Ke re n s ky, Károly i). Hoy no p uede preverse con c la r idad cómo
p ro cederá ese desarrol lo en los pa íses occidenta les, más avan zados
desde el p unto de v ista b u rg ués y democrático. De todos modos,
Ita l ia se h a encontrado desde el fina l de la guerra hasta 1920 aproxi­
m ad a m ente en una situación muy pa recida, y la orga n ización del
p oder que se ha creado desde entonces (el fasci smo) constituye u n
a p a ra to d e violencia que tiene u na relat iva i ndependencia respec­
to d e la b urg uesía. No tenemos todav ía n ingu na experienc ia del
e fe c to de los fenómenos de d isolución en pa íses capi ta l istas muy
des a r rol l ados con gra ndes i mperios colon ia les; en particular, no
ten emos n ingu na acerca de los efectos qu e tendr ían en la actitud
de la p equeña b u rgues ía, de la a r istocracia ob rera (y, por lo tanto,
del ejército, etc.) las rebel iones a nticolonia les que en estos países
444

p ueden desempeñar parcial mente la función clásica de las rebel io­


nes ca mpesinas naciona les.
Así se produce pa ra el proleta riado un entorno social que asig­
na a los mov im ientos de masas espontáneos una función con1-
p leta mente d istinta de la que habrían ten ido en un orden estable
capital ista, y eJ lo aun en el caso de que esos movi mientos, consi­
derados en sí m ismos, conserven su vieja nat ura leza esencial . Pero
aquí aparecen tra ns formac iones cuantitativas muy importa ntes en
la situación de las c lases en lucha. En primer luga r, ha progresado
aún más la concentración del capita l, con lo cual se ha concentrado
ta mbién i ntensamente el p roleta riado, au nque no haya sido capaz
de segui r tota lmente el desa rrol lo ni orga nizativamente ni desde
el p u nto de v ista de la conciencia de clase. En seg undo luga r, la
situac ión de cri s is i n1pide cada vez n1ás a l capita l ismo evita r con
pequeñas conces iones la p resión del p roleta riado. Su salvac ión de
la crisis, su solución "económ ica" de la cr isis, no p uede conseg u i rse
más que por u na exacerbada exp lotación del proletar iado. Por eso
las tesis tácticas del II I Congreso subraya n muy acertadamente que
"toda gra n huelga tiende a converti rse en u na guerra civ i l y en u na
lucha inmed iata por el poder".
Pero sólo tiende. Y la crisis ideológica del proletariado consiste p re­
c isamente en que esa tendencia no haya l legado a rea l idad a pesa r
de que en varios casos estaban dados los pres upues tos económ icos
y socia les de su rea l izac ión. Esta crisis ideológica se manifiesta, por
una parte, en el hecho de que la situación de la sociedad burguesa,
suma mente precaria objetivan1ente, s ig ue reflejándose en las cabe­
zas de los proletar ios como s i tuv iera su v ieja solidez; en el hecho
de que el proleta r iado sigue i ntensamente p reso en las formas i nte­
lectuales y emoc iona les del capita l is mo. Por otra parte, ese abu r­
guesam iento del proletariado cobra u na fonna organ izativamente
propia en los pa rt idos obreros n1enchev iques y en las d irecciones
sind ica les dom inadas por el los. Estas orga n izaciones t ienden con­
cientemente a ma ntener la mera esponta neidad de los mov i m ientos
del p roleta riado (su dependenc ia respecto de la ocas ión inmed iata,
su fragmentac ión en ofic ios, pa íses, etc.) al n ivel de la mera espon­
ta neidad, y a i mped i r su mutac ión en el sent ido de la orientación
a l todo, tanto por lo que hace a la u n i ficación territoria l, profesio­
na l, etc., cuanto en lo que respecta a la u n i ficación del movi m ien­
to econón1 ico con el pol ít ico. En es te proceso los sind icatos t ienen
445

· m ás b ien l a fu nción de atom iza r, despolit izar el mov i m iento, ocu l­


tar s u relación con e l todo, m ientras que los partidos menchev iques
c u mplen la de fija r ideológ ica y orga n izat ivamente la cosi ficación
en la conciencia del p roleta r iado, a tá ndole a l n ivel de ese a b u rg ue­
samiento relativo. Pero u nos y otros pueden cu mp l i r su fu nc ión
porque la descr ita c r is is ideológ ica existe real mente en el p roleta­
r ia do, porque es i mpos ible, i ncluso teoréticamente, pa ra el p ro leta­
riado un desa rrol lo ideológico gradual hasta la d icta du ra y el soc ia­
l ismo, y porque, consigu ientemente, la crisis, a l 1n ismo tiempo q ue
el resquebrajamiento económ ico del capita l ismo, s igni fica tamb ién
u na t ransformación ideológ ica del proleta riado que se h a forma­
do en el capita l ismo, bajo l a i n fluenc ia de las formas de vida de la
sociedad b u rguesa. Se trata de una tra nsformación ideológ ica que
nace, sin duda, a consecuencia de la crisis económ ica y de la posi­
b i l idad, en e l la fu ndada objetivamente, de tom a r el poder, pero que
en su decu rso no s ig ue en modo a lg u no u na orientación para lel a,
por automatismo de " leyes nat u ra les'', a la crisis objetiva m isma,
s i no que sólo puede resolverse por la acción autónoma del proletariado
m ismo.
"' Es ridíc u lo creer", d ice Len in15 de un modo sólo form a l men­
te ca ricaturesco y exagerado, pero no en lo esencia l, "'que en u n
determ i nado luga r apa recerá u n ejérc ito e n l ínea y d i rá: '¡ Esta mos
por el socia l ismo!', y que en otro luga r su rg i rá otro ejército decl a­
rando: "¡Esta mos por el imperi a l is mo! ', y que entonces habrá u na
revolución socia l." Los frentes de la revoluc ión y la contra rrevo­
lución s urgen más bien en forma ca mbia nte y su mamente caóti­
ca . Fu erzas que hoy actúan en el sentido de la revolución p ueden
actuar muy fáci l mente ma ña na en el sentido contrario. Y -cosa de
particu lar i mportanc ia- esos ca mb ios de or ientac ión no se siguen
s i mp le y mecán ica mente de l a sit u ac ión qe c lase, n i menos de la
ideología de las capas en cuestión, s i no que está n siempre decisi­
va mente i n flu idos por las ca m b iantes relac iones con la tota l idad de
l a situac ión h istórica de las fuerzas soc ia les. D e modo que no es en
absoluto pa radój ico a fi rmar, por ejemplo, q ue Kema l Pacha (dadas
ciertas circu nsta ncias) rep resenta u n a agrupación de fuerzas revo­
luciona ria, n üentras q ue u n g ra n "'par t i do obrero" representa otra
contra rrevoluciona ria . Pero entre esos momentos decisivos hay q ue

----- --- --- ---

15 Contra la corriente, e d . a lema na, 41 2 .


1
446

conta r como u no de primer orden el conocimiento correcto que tenga el


proletariado de su propia situación his tórica. E l decu rso de la revolu ­
ción r usa en el a ño 1917 lo muestra de u n modo clásico: las tesi s de
la paz, del derecho de autodeterm i nación, de la solución rad ical de
la cuestión agra r ia han hecho de capas en sí vaci la ntes un ejército
úti l para la revolución (en aquel momento) y han desorgan izado
todo apa rato de p oder de la cont ra rrevolución, haciéndola i ncapaz
de actuar. Tiene poco sentido objeta r a esto que la revolución agra­
ria y el mov i m iento de las masas por la paz se hab rían p roducido
tam bién sin partido comu n ista e i nc luso contra él . Pues, en prim er
luga r, esa objeción es absolutamente i ndemostrable; la derrota del
mov i miento ca mpes i no que esta l ló, tam bién espontáneamente, en
Hungría, en octubre de 1918, da test i mon io precisamente en contra
de esa objeción: ten iéndolo en cuenta, p uede perfectamente pen­
sarse que también en Rus ia habría s ido posible aplasta r o agotar la
revolución ca mpesina med ia nte la "'u nidad" (contrarrevolucion a ria)
de todos los "partidos obreros" "'i mportantes". En segu ndo luga r,
ese "mismo" mov i m iento campesi no hab ría tenido u n carácter
tota l mente contra r revoluc ionario si hub iera ten ido que i mponerse
contra el proletar iado u rbano. Ya este solo ejemp lo mues t ra que no
es posi b le esti ma r según leyes mecán icas y fata les la agr upación de
las fuerzas socia les en las situaciones de crisis aguda de la revolu­
ción social. Y muestra lo decisivamente qu e pesan la est imación y la
dec is ión acertadas del proleta riado, lo mucho que la decisión de la
crisis depende del proletariado nús1no. A propósito de lo cu a l hay que
observar todavía que la situación r usa era rela tiva mente simple en
compa ración con la de los pa íses occ identa les; que los mov i mien­
tos de masas presentaban a l l í todavía u n ca rácter más acu sado de
espontaneidad; que la i n fluenc ia organ izativa de las fuerzas revo­
luciona rias no ten ía mucha ra í z, etc. De modo que p robablemen­
te no será exagerado a fi rmar que las observaciones aqu í asentadas
valen aún 111ás pa ra los pa íses occ identa les . Sobre todo porque la
situación subdesa rrol lada de Ru s ia, la fa lta de u na la rga t rad ición
legal del mov i m iento ob rero -por no habla r aún de la existencia de
un partido comu n ista ya const itu ido- d ieron al p roleta riado ruso la
pos ib i l idad de supera r rápid amente la crisis ideológ ica.16

16Con eso no pretendo afi rma r q ue el problema esté defi nitivamente


resue l to en Rus i a . Po r el co ntra rio, el p roblema subs iste mi e n t ra s d u ra la
447

As í, pues, el desa rrol lo de las fuerzas económ icas del capita­


l ismo p one en l as manos del proleta riado la decisión acerca del des­
t ino de la sociedad. Engels17 l la ma a la tra nsición que la hu man idad
rea l i za después de esta tra n s formación "'sa lto del reino de la necesi­
dad a l rei no de la l ibertad". Pero es obvio pa ra el materia l ismo d ia­
léctico que ese sa l to -pese, o precisa mente a cau sa de ser un sal to­
representa u n proceso. El m ismo Engels, y p recisamente en el paso
citado, d ice que las t ransformaciones en ese sentido ocurrirán "de
modo conti nuo creciente". Lo que hay que pregu ntarse es: ¿dónde
se sitúa el punto inicial del proceso? Lo más obv io sería, sin duda,
atenerse al texto l itera l de Engels y situar el rei no de la l ibertad
como el estadio p ropio de la época posterior a la rea l i zación comple­
ta de la revolución socia l, con lo cua 1 se nega ría toda actua l idad a
este asu nto. Pero hay que p regu nta rse si esa respuesta, si n duda fiel
al texto l itera l de Engels, agota la c uestión. Hay que pregu ntarse s i
es siqu iera p ensable -por n o decir ya rea l izab le socia l mente- u n
estad io que no haya sido prepa rado por u n la rgo proceso que actúe
hacia él, un p roceso que haya contenido -aunque en u na form a
i nadec uada, necesitada d e mutaciones d ia lécticas- los elementos
de aquel estadio y los haya desar rol lado. O sea, si u na separación
tajante, s in t ra nsiciones d ia léct icas, entre el "reino de la l ibertad" y
el p roceso destinado a darle v ida no muestra u na estruc t u ra de la
conc iencia tan utópica como la separación a ntes estud iada ent re l a
meta fina l y e l movi m iento.
Pero si se considera el "reino de la l iber tad" en conex ión con el
proceso que conduce a él, queda fuera de toda duda que ya la mera
apa rición h istórica del proletar iado se orientaba hacia aquel esta­
d io, au nque de modo inconciente desde todos los p untos de vista.
El objetivo fina l del movim iento p roletar io, en cua nto principio, en
cu anto punto de v ista de la u nidad, no p uede sepa ra rse tota l mente,

lucha contra el capita lismo. Lo q ue pasa es que en Rusia el p robl e ma tiene


formas d istintas (y prev isiblemente más débi les) que en Eu ro pa, en razón
de la menor i n fluencia ejercida por las formas i ntelectu ales y emocionales
del capitalismo en el pro leta riado . Sobre el m ismo problema cfr. Leni n,
Der Radikalismus [El izqu ierd ismo, en fermedad i n fanti l del comunismo],
ed. a lemana, 92- 93. [ Le n i n, Vlad i m i r: "' El izq u ierd ismo, enfermedad
i n fant il del comu n ismo", e n Leni n, Obras completas, o p. cit., tomo XXXI I I,
p. 1 21-225. (N. del E.)]
17A nti-Dühring, 306.
448

n i s iqu iera en teoría, de n i ngú n momento del p roceso, por más que
su i n fluencia en las d iversas etapas del estadio inic ia l haya ten ido
que ser escasa . Pero no puede olvida rse que el período de las luchas
decisivas se d i ferencia de los a nter iores no sólo por la d imensión
y la intens idad de las luchas m is mas: esas i ntensi ficaciones cuan­
tita t ivas no son más que síntomas de las d i ferencias cua l itativas,
mucho más p rofu ndas, que hay entre estas luchas y las a nteriores.
M ientras que en niveles a nter iores, segú n las palabras del Manifiesto
C01nunista, hasta " la sol ida ridad mas iva de los t rabajadores era aún
no consecuencia de su p ropia u n ión� sino consecuencia de la u n ión
de la burguesía", la autonom ía o s ustantiv idad del proletariado, ºsu
organización en c lase", va reproduc iéndose a niveles cada vez más
a l tos hasta que l lega el momento, el per íodo de la crisis defi n it iva
del capita l ismo, la época en la cu a l la decisión está cada vez más
íntegramente en las ma nos del p ro leta riado.
Esa situación no s ig n i fica en n1odo a lg u no que haya n dejado
de fu ncionar las " leyes" económ icas objetivas. Al contra rio. Esas
" leyes" segu irá n vigentes n1ucho tiempo después de la victoria del
pro letariado, y no se agota rá n si no con e l nacim iento de la soc iedad
si n c lases, tota l mente sometida a l cont rol huma no; igua l que el esta­
do. La novedad de la situación actua l cons iste sólo -sólo - en que las
c iegas fuerzas del desarrollo econó1n ico cap ita l ista l levan l a socie­
dad al abismo, en que la b u rgues ía no puede ya sa lvar a la soc ie­
dad, tras cortas osci laciones, pa ra hacerle pasa r el upunto muerto"
de sus leyes económ icas, y en que el p ro letariado, por el contra rio,
tiene la posibilidad de ut i l i za r conciente1nente las tendencias existen­
tes del desa rrol lo pa ra dar a l desa rro l lo m ismo otra dirección . Esta
otra d irecc ión es la reg u lac ión conc iente de las fuerzas product ivas
de la sociedad. Y a l querer esto conciente1ne11 te se quiere el "reino de la
l ibertad", se da el pri111er paso concien te hacia su rea lización.
Ese paso, desde luego, se s igue "n ecesa ria mente" de la situación
de clase del p roletar iado. Pero esta m isn1a necesidad t iene ca rácter
de sa l to.1 8 La relación práctica con el todo, la u n idad rea l de la teo­
ría y la p rác tica que, por así deci rlo, era en las a nteriores acciones
del proleta riado i nconcientemente i nt r ínseca, aparece en el l a cla ra
y concientemente. Ta mb ién en estad ios a nteriores del desar rol lo la
acción del p ro leta r iado se encontró frecuentemente l levada a u na

'�C fr. el a rtícu lo "" El ca mbio de fu nc i ó n d e l n"lateria l ismo histórico".


449

a ltura de la q ue su conexión y conti nu idad con el desarro l lo a nte­


rior no pudo hacerse conciente más que a posteriori, para entend er­
la como p roducto necesario del desar rol lo. ( Piénsese en la forma
estata l de la Comu na de 1871 .) Pero a hora el proleta riado t iene que
dar concientemente el paso. No puede asombra r que todos los que
están p resos en las formas i ntelectua les del capita l ismo retrocedan
asustados a nte él, se a ferren con toda la energía de su pensam ien­
to a la neces idad como " ley de retorno" de los fenómenos, como
ley natura l, y q ue rechacen como i mposib i l idad la producc ión de
a lgo rad ica lmente nuevo de lo cual no podemos tener "exper iencia"
a lguna. Esta s ituac ión ha sido formu lada con los m ás cla ros acentos
por Trotsky en su polémica con Kau tsky, aunque ya se había roza­
do en las d iscu s iones acerca de la guerra : "Pues el p rejuic io básico
bolchev ique d ice precisa mente que sólo se puede aprender a caba l­
ga r cuando u no está ya fir memente sentado en un caba l lo." 19 Pero
Kautsk y y s u s pa res no tienen i mportanc ia más qué como s ínto­
mas de la situación, como expresión teorética de la cris is ideológica
de la c l ase obrera, del momento del desarrol lo de ésta en el cua l
e l la m isma retrocede asustada "de nuevo ante la indeterm inada e
i mponente novedad de sus propios fines", de la ta rea que a pesar
de todo tiene q ue asu m i r por fuerza en esa forma conciente y sólo en
ella, si no qu iere perecer vergonzosa y dolorosamente ju nto con la
b u rg uesía en esta crisis del capita l is mo en r u inas.

III

M ient ras que los parti dos menchev iques son la expres ión orga­
n i zativa de esa cris is ideológ ica del proletar iado, el part ido comu­
n ista es, por su parte, la for ma organizativa de la prepa ración

19Terrorismus und Kommunismus [Terrorismo y comu nismo, ed . a lemana],


82. No creo en absoluto casual -au nque, por supuesto, no hablo ahora
fi lológican1ente- que la polém ica de Trotsky contra Kautsky uti l ice en u n
terreno pol ítico los elementos esenciales que usó Hegel en s u polémica
contra la teoría kantiana del conocimiento. C fr. Hegel, Werke, [Obras], XV,
504. Por lo demás, Kautsky ha sosten ido más tarde expl ícitamente que las
leyes del cap ital ismo son absolutamente vá l idas para el futu ro, aun en la
i mposib i l idad de conocer concreta1nente las tendencias del desarrollo.
C fr. Die prole tarische Revolutio n und ih r Programm [ La revolución pro letaria
y su progra ma], 57.
1
;

450

conc iente del sa lto y, por lo tanto, del primer paso conciente hacia
el reino de la l ibertad. Pero del m ismo modo que a ntes, a p ropósi­
to del concepto genera l de reino de la l ib ertad, se mostró y aclaró
que s u aproximación no tiene por qué ser u na cesación repenti­
na de las necesidades objetivas del p roceso económ ico, así también
hay que exam ina r a hora más atenta mente la i nd icada relación del
partido comu nista con el futu ro rei no de la l ibertad . Y ante todo
hay que ind icar que l ibertad no sig n i fica en este pu nto l iber tad del
ind iv iduo. No se trata de que la sociedad comun ista desa rrollada
no vaya a conocer la libertad del i ndividuo. Al contra r io. Ella será
la p rimera sociedad de la historia hu mana que se tome rea lmente
en serio y rea l ice de hecho la l ibertad del i ndiv iduo. Pero esta liber­
tad no será en modo a lg u no la que piensan hoy los ideólogos de
la c lase bu rguesa. Para conqu ista r los p resupuestos socia les de la
libertad rea l hay que lib ra r bata l las en las cua les perecerá no sólo la
sociedad actual, sino ta mbién el t ipo de hombre producido por ella.
11E l actua l l i naje hu mano", escribe Marx,20 "se pa rece a los judíos
que Moisés condujo por el desierto. No sólo tiene que conqu ista r
u n mundo nuevo, s i no que, además, tiene que sucumbir é l m ismo
para deja r sitio a los hombres d ig nos de un mundo nuevo". Pues
la 11l ibertad" del hombre actua l es la libertad del ind iv iduo a islado
por la propiedad cosi ficada y cosi ficadora, u na libertad frente a los
demás indiv iduos (no menos aislados), una libertad del egoísmo y
de la autocerrazón; u na l ibertad en cuyo contexto la sol idaridad y
la u n ión no pueden tenerse en cuenta, sino, a lo s u mo, como "ideas
reguladoras" sin eficacia.21 La p retensión de proclamar hoy d i rec­
ta mente esa l ibertad equ iva le a la renuncia a rea l izar de hecho la
l ibertad rea l. Gozar, sin p reocuparse por los demás hombres, de esa

2ºKlassenkiimpfe [ Las luchas de clases en Francia], 85. [ Ma rx, Carlos: " La


lucha de clases en Francia", en Ma rx, Trabajo asalariado . . , op. cit., p. 106.
.

( N . del E .)]
21C fr. La metodología de la ética en Ka nt y Fichte; la metodología sólo, por­
que en la construcción práctica de esa ética se debi lita esencialmente dicho
i nd iv idua l ismo. Fichte, sin embargo, subraya que la fórmu la " l imita tu
libertad de tal modo que el semejante que está ju nto a ti pueda tamb ién ser
l ib re" -ta n emparentada con la de Ka nt- no tiene (en el sistema de Fichte)
va lidez absoluta, si no sólo "validez h ipotét ica". Grundlage des Naturrechts
[ Funda mento del derecho natura l], § 7, IV, We rke [Obras] (nueva edición),
I I, 93.
45 1

" libertad" que l a situación social o el ínti mo carácter p ueden hoy


ofrecer a i nd iv iduos a islados sig n i fica, p ues, eterni za r la estructu ra
esclava de la sociedad actual en la medida en que ello depende del
i nd ividuo o de los i nd ividuos en cuestión.
La voluntad conciente de promover el reino de la l ibertad tiene
que ser, por lo tanto, rea l ización conciente de los pasos que acercan
de hecho a él. Y, comprendiendo que en la actua l sociedad burguesa
la l ibertad i nd iv idua l no puede ser más que un priv i legio cor rom­
p ido y corruptor, porque está basado en la ausencia de solidar idad
y en la esclav itud de los otros, eso i mp lica prec isa mente la necesi­
dad de renu nci ar a la propia l ibertad ind iv idua l 22• Significa la auto­
subord i nación conciente a la volu ntad colectiva que está desti nada
a dar v ida real a la l ibertad real y que hoy com ienza a dar seria­
mente los pri meros pasos, inseguros y por vía de i ntento, h acia ella.
Esa voluntad colectiva conciente es el partido comun ista. Y, como
todo momento de un proceso d ia léctico, ta mbién esa voluntad con­
t iene -aunque sea, por sup uesto, sólo en germen, en u na form a p r i­
m itiva, abs tracta y sin desplegar- las determ i naciones propias de
la meta que está destinada a a lcanzar: la l ibertad en su u nidad con
la solida ridad. La u n idad de estos dos momentos es la d iscip lina.
Pr i mero, porque sólo g racias a u na d i scip l i na es capaz el partido
de convert i rse en una activa volu ntad colectiva, m ientras que toda
introducción del concep to burgués de l ibertad i mped iría la form a­
ción de esa voluntad colectiva y trasform a r ía a l partido en u n agre­
gado de ind iv iduos laxo e i ncapaz de acción. Y, además, porque la
discipl i na sign i fica p recisa mente, i ncluso para el i nd iv iduo, el pri­
mer paso hacia la l ibertad hoy posible -la cua l es aún muy pri miti­
va, corno corresponde a l estadio del desarrollo social-, y ese paso se
encuentra en el sent ido de la superación del presente.
Todo partido comu n ista es por su esencia un tip o de organiza­
ción superior al de cua lquier partido b urgués y al de cualquier pa r­
tido obrero opor tu n ista . Esto se aprecia ya en las superiores exigencias
pues tas a sus miembros individuales. El rasgo se puso de man ifiesto en
la p rimera escisión de la socia ldemocracia rusa. M ientras que los
menchev iques (co mo todo partido esenc ial mente burgués) consi­
dera ron que la si mple aceptación del progra ma era suficiente pa ra

22Sac ristán traduce "insolidariamente basado" y "significa" por "implica".


(N. del E .)
452

ser m iembro del pa r tido, para los bolcheviques la pertenencia al


partido sign i ficaba par ticipación persona l activa en el trabajo revo­
lucionario. Este princip io de la est ruc t u ra del par t ido se ha ma nte­
nido sin a lterar en el cu rso de la revolución. Las tesis organ iza t ivas
del 111 Congreso a fi r man, por ejemplo: " La aceptación de u n pro­
grama comu n ista no es más que la man i festación de la volu ntad de
l legar a ser comun ista ... la primera cond ición de la rea l i zac ión seria
del p rogra ma consiste en l leva r a todos los m iembros a u na cola­
boración constante y cot idia na." En muchos casos este p r i ncip io no
ha p asado hasta hoy de ser mero p rincip io. Pero eso no a fecta en
nada a su básica importanc ia. P ues del m is mo modo que el reino
de la l ibertad no nos va a ser rega lado de golpe como gratia irresis­
tibilis, y del m ismo modo que el "objetivo fina l" no se encuentra
fuera del proceso, esperándonos en a lgún enigmático lugar, sino
que está dentro de cada momento del proceso y en for ma proce­
sual, así también el par tido comunista m ismo, en cuanto for ma de
la conciencia revoluciona ria del proletar iado, es siempre a lgo pro ­
cesual. Rosa Luxembu rgo h a perc ibido muy acertadamente que " la
organizac ión t iene que nacer co1no producto de la lucha". S i n duda
ha sobres ti mado el carácter orgán ico de ese p roceso, y s ubes t i ma­
do la i mporta ncia del elemento conc iente y concientemente organ i­
zador. Pero la ind icación de este error no debe tampoco l leva r a la
exageración que sería el no ver el elemento procesual de las formas
organ izativas. Pues pese al hecho de que pa ra los partidos no rusos
los p rincipios de la organi zación estaba n desde el primer momen­
to d isponibles para la asim i l ac ión conciente (dado que era posib le
aprovecha r la experiencia rusa), es i mposible eli m i na r o sa ltarse
el elemento procesu a l de su génesis y su desarrollo med ia nte s i m­
ples med idas organ izativas. Por supuesto, e l acierto de las med idas
orga n izativas p uede acelera r extraord i na riamente el p roceso, pres­
tar gra ndes serv icios a la clarificac ión de la conciencia correspon­
d iente; por eso mismo es cond ic ión imprescind ible del nac i n1 iento
de la orga n ización. Pero, en ú lt i ma i nstanc ia, la orga n i zación comu­
n ista no p uede conseg u i rse más que en la lucha, ni puede rea l izar­
se más que cons igu iendo que todo m iembro del partido adquiera
por su propia exper ienc ia conc iencia de la adecuación y de la nece­
sidad de esa forma de u n ión.
Aqu í tenemos, pues, la i nteracc ión de la espontaneidad con la
regu lación conciente. En sí m is mo, el hecho no es nada nuevo en el
453

desarrollo de las for mas de orga n i zación. Por el contrario, es el modo


t íp ico de nac i m iento de las formas nuevas de organización. Engels23
describe, por ejemplo, el modo como se han imp uesto espontánea­
mente, pa ra fijarse orga n i za t i va mente sólo después, c iertas formas
de acción m il itar a consecuencia de los i nstintos inmed iatos de los
soldados, sin p repa ración teórica, y hasta en contra de la actitud
teoré t ica e ntonces dominante, o sea, incluso en contra de las for­
mas de orga n izac ión m i l ita r vigentes. El elemento de novedad que
hay en el p roceso de formac ión de los part idos comun istas est r i­
ba s i m p lemente en la a lterada relación entre acción espontánea y
acción conciente, prev isión teórica, que equ iva le a una p rogresiva
el i m i nación, p or constan te lucha, de la estructura pu ramente post
festu1n de la concienc ia bu rguesa, dosi ficada y sólo "contemplativa".
La nueva relación se basa en que, dado el p resente nivel del desa­
rro l lo socia l, existe para la conc iencia de clase del proletariado la
posibilidad objetiva de un conoc i m iento no ya sólo post festum de su
pro p ia situación de c lase y de la acción adecuada que le correspon­
de. (Au nque pa ra cada obrero individual, a consecuencia de la cosi­
ficación de su conciencia, el ca m i no que l leva a la consecución de
esa concienc ia de clase objetiva mente posible, a la act itud íntima
en la cual p uede elabora r pa ra s í m ismo esa conciencia de clase,
t iene que pasar por fuerza por la c larificación posterior de sus exp e­
r iencias i n med iatas; o sea, que la conciencia psicológ ica conserva
pa ra cada i nd ividuo su carácter post festum.) La contradicción entre
conc ienc ia i nd iv idual y conciencia de c lase en cada proletario no
es en abso luto casual. Pues la super ioridad organ izativa del par t i­
do comu n ista respecto de todas las demás orga n izaciones pol íticas
se m a n i fiest a p recisa mente en que en él -y por pri mera vez en la
h is tor ia- el ca rácter práctico-act i vo de la conciencia de clase apare­
ce como p r i nc ip io que i n fluye directamente en las acciones de cada
i nd iv iduo, pero, a l m ismo t iempo también como factor que code­
terrn i na concientemente el desar rol lo h istórico.
Esa s ig n i ficación dúpl ice de la act iv idad, su referenci a s imu l tá­
nea al portador i nd iv idual de la conciencia de clase proleta ria y
a l c u rso de l a h istor ia -o sea, la 1nediación concreta entre hombres e
historia- es decisiva pa ra el t ipo o forma de organ i zación que así
nace. Pa ra las orga n izaciones pol ít icas de t ip o antiguo -ya se t rate

23 A n ti- D üh ring, 174 ss., pa rticu I armente 176.


454

de partidos b u rgueses, ya de partidos obreros oportunistas-, el


indiv iduo no puede p resentarse más que como "masa", segu idor,
número. Max Weber24 ha caracterizado muy p ropiamente ese t ipo
de orga n ización: "Es común a todas el las el que se asocien 'miem­
bros' de func ión esencial mente más pasiva a u n núc leo de personas
en cuyas manos se encuentra ... la d irección activa, m ientras que la
masa de los m iembros de la asociación t ienen sólo función de obje­
to." La democracia forma l, la "libertad" que puede haber en esas
orga nizaciones, no supera d icha fu nción de objeto, sino que, por
el contrario, la fija y la eterniza. La "falsa conciencia", la i mposibi­
l idad objetiva de i nterveni r en el cu rso de la historia mediante u na
acción conciente, se refleja organ iza tivamente en la i mposib i l idad
de constitu i r u nidades políticas activas (part idos) que estén l la ma­
dos a mediar entre la acc ión de cada m iembro y la actividad de la
clase entera . Como esas clases y esos pa r t idos no son activos en u n
sentido h istórico objet ivo, con10 s u activ idad apa rente es un mero
reflejo de su acarreo fata l por fuerzas h istóricas incomprend idas,
en el los tienen que aparecer todos los fenómenos der ivados de la
separación del ser y la conciencia, la teoría o la práct ica, o sea, de la
estructura de la conciencia cosi ficada. O, lo que es lo m is mo: esas
u n idades se encuentra n, e n cuanto c01nplejos totales, en u na actitud
pura mente contemplativa respecto del curso del desarrollo. Y por
eso apa recen necesariamente en ellas las dos concepciones com­
plementa rias, ambas simu ltáneas e igua l mente erróneas, acerca del
cu rso de la h istoria: la sobrestimación volunta rista de la i mportan­
cia act iva del individuo (el caudi l lo) y la subestimación fa ta lista de
la i mportancia de la clase (la masa) . E l partido se d ivide en u na par­
te activa y una pa rte pasiva, la ú ltima de las cua les no puede poner­
se en mov i m iento más que ocasiona lmente, y siempre med ia nte
una orden de la otra. La " l ibertad" corrientemente dada en esos
part idos pa ra los mien1 b ros no es, por lo ta nto, má s que la l iber tad
de estirna r aconteci m ientos o fa l los fata les, conced ida a espectado­
res que han pod ido interven i r en los hechos más o menos, pero
nunca con el centro de su existencia, nu nca con su entera persona­
l idad. Pues esas orga n izaciones no p ueden a fecta r nu nca a la p er­
sona l idad tota l de sus m i en1bros, y ni s iqu iera pueden proponér­
selo. Como todas las formas socia les de la "civ i l ización", ta mb ién

24Wirtschaft und Gesellschaft [ Economía y sociedad), 169.


455

estas organ izaciones se basan en la div isión del t rabaj o más exac­
ta y meca n izada, en el bu rocratismo, en la deta l lada estimación y
d isti nción de derechos y deberes. Los m iembros no tienen que ver
con la organ ización más que con la pa rte abstracta de su existenci a,
y ellos mismos objet iva n esa abstracta vincu lac ión en la for ma de
derechos y deberes bien di stingu idos.25
Sólo med iante la intervención de la persona l idad entera pue­
de consegu i rse la pa rticipación rea l mente activa en todos los acon­
teci m ientos, el comporta m iento rea lmente p ráctico de todos los
m iembros de una orga n ización. Sólo cuando la actuación en u na
comun idad se conv ierte en asunto personal centra l de todos los
pa rtic ipantes p uede superarse la dist inc ión ent re derecho y deber,
la forma orga n izativa de man ifestarse la rotu ra entre el hombre y
su per-socia lización26, la fragmentación del hombre por las fu er­
zas socia les que lo dom i nan. A l describ i r la sociedad genti l icia ha
subrayado Engels27 esta d i ferencia: u No hay todav ía n i nguna d i fe­
rencia entre derechos y deberes." Y según Ma rx28 la característica
pa r ticu lar de la relación j u ríd ica consiste en que el derecho no pue­
de uconsistir por su natu ra leza más que en la apl icación de una m is­
ma med ida"; pero los i nd ividuos, necesariamente desiguales, "no
pueden med i rse con u na sola med ida más que si se les sitúa bajo
el do1n in io de u n m is mo punto de v ista ... y no se tiene en cuenta
nada más de el los, sino que se prescinde de todo lo demás". Por eso
toda relación hu m a na que rompa con esa estructu ra, con la abstrac­
ción que ignora la persona l idad total del hombre, con su subs u n­
ción bajo u n punto de vista abstracto, será u n paso hacia la rotu ra
de esa cosi ficación de la conciencia hu mana. Pero u n paso así pre­
supone la intervención activa de la entera personalidad. Con eso q ueda
cla ro que las formas de la l ibertad en las organizaciones bu rguesas
no son más que u na "fa lsa conciencia" de la efect iva l ibertad, o sea,

25En las tesis orga n i zativas del III Cong reso (II, 6) se encuentra u na buena
descripción de estas for mas de orga n ización. E n el las se las compara muy
acertadamente con la organ ización del estado burg ués.
26 Recuérdese nota 37 del capítu lo "'¿Qué es el marxismo ortodoxo?" ( N.
del E.)
27Ursprung [ El origen de la fam i l ia, de la propiedad privada y del estado],
1 64.
2t< Kritik des Gothaer Prog rammes [Crít ica del progra ma de Gotha de la
socialdemocracia a lemana), ed. d e Ka rl Korsch, 26 -27.
456

u na estructura de la conciencia en la cual el hombre considera for­


mal mente l ibre su i nserción en u n s istema de necesidades ajenas a
su esencia y confunde la " l ibertad" forma l de esa contemplación
con u na libertad real. Sólo una vez comprendido esto se d is ipa la
aparente paradoja de nuestra anter ior afirmación, según la cua l la
d isciplina del part ido comu n ista, la absorción incond iciona l de la
personal idad tota l de cada m iembro en la práctica del mov i miento,
es el ú nico cam ino v iable hacia la rea l ización de la l ibertad autén­
tica. Y e l lo no sólo para la colectiv idad que con esa forma de orga ­
nización l lega a d isponer de la palanca adecuada para conquista r
los presupuestos socia les objetivos de la l iber tad, s i no ta mbién para
el i nd iv iduo, para el m iembro ind ividual del partido, que sólo por
ese cam ino puede avanzar hacia la rea l ización de la l ibertad tam­
bién para sí mismo. Así, pues, la cuestión de la d iscipl ina es, por u na
parte, una cuestión p ráctica elementa l para el partido, u na cond i­
ción p ráct ica i mp resci nd ible de su func ionam iento rea l; y, por otra
parte, no es una cuestión meramente técn ico-práctica, sino uno de
los asuntos intelectuales más a ltos e i mportantes del desarrollo revo­
lucionario. Esta d iscipl ina, que no puede p roduci rse sino como acto
l ibre y conciente de la más pa rte conciente, de la vangua rd i a de la
clase revolucionaria, es i rrea l izab le sin sus presupuestos ideales .
Sin un conoci m iento -i nsti ntivo a l menos- de la conexión entre per­
sona l idad total y disc ipl i na del pa rtido para cada m iembro de éste,
la discip l i na se momi ficará en u n s istema cosificado y abstracto de
derechos y deberes, y el partido recaerá en el t ipo de organ i zac ión
de los partidos burgueses. Así se comprende, por una parte, que
la organización muestre objetivamente la sens ibi l idad m ayor para
con el va lor o la fa lta de valor de concepc iones orientac iones teóri­
cas: y, por otra parte y subjetivamente, que la organizac ión revolu­
ciona ria presuponga un grado ya tan a lto de conciencia de c la se.

IV

Por i mportante que sea el acla ra r teoréticamente esa relación


de La orga n i zación del part ido comu nista con sus m ien1bros i nd i­
v idua les, sería su ma mente pel ig roso contenta rse con el lo, toma r
el p rob lema de La organización desde u n punto de v ista ét ico-for­
mal. Pues La relación aqu í descrita del i nd iv iduo con la volu ntad
colec tiva a la que se subord ina con su entera persona l idad no es
457

-aislada mente considerada- cosa exclusiva del partido comu n ista,


si no q ue ha s ido ta m b ién un rasgo esenc i a l de muchas formaciones
secta r ia s utópicas. Aú n más: a lg u nas sectas pu eden mostra r ese
pr inc ip io más v is i b le y cla ra mente que el partido comun ista preci­
sa mente p o rque han entend i do ese aspecto ético-form a l de la orga­
nizac ió n como pri ncipio ú n ico o, por lo menos, decisivo, y no como
mero m om en to del en tero problema de la organ ización. Pero en su
u n il a tera l idad ét ico-forma l este principio organ i zativo se destruye
a s í m i smo; su acierto, que n o es u n ser ya consegu ido y pleno, s i no
sólo l a orientación recta hacia la meta que h ay que a lcanzar, se con­
v ierte e n fa lsedad a l perderse la relación adecuada con el todo del
pro ceso h is tórico. Por eso al elabora r la relación entre el ind iv iduo
y la o rgan ización p u s i mos el peso decisivo en la esencia del partido
com o p r i nc ipio concreto de med i ación entre el hombre y l a h istoria.
Pues las e xigencias puestas al i ndiv iduo no pueden desprenderse
de s u ca rácter é t ico-forma l más que si la voluntad colectiva reu n ida
en el p a r t ido es u n factor activo y conciente del desa rrol lo h istórico
y s e e nc uentra, consigu ientemente, en i nteracción v iva y constan­
te con e l p roceso de t ra nsformación socia l, por lo cua l sus diversos
m iembros i n d iv idua les consiguen tamb ién esa m isma interacción
v iva con el p roceso y con s u s portadores, la clase revolucionaria.
Por e l l o al t rata r el problema de cómo se m antiene la d iscipl ina
revo l uc io na r ia del pa rtido comu n ista Leni n29 h a puesto en pri mer
tér m i no, j u n to a la entrega de l os m i l itantes, la relación del partido
con l a masa y e l acierto de su di rección pol ítica .
Per o esos t res momentos no son separables. La concepción éti­
co-fo r ni. a l propia de las sectas fracasa precisamente porque no es
capa z d e comprender la u n idad de esos momentos, la v iva inte­
racc ión e n t re la orga nizac ión del partido y la masa sin orga n iza r.
Toda s ecta, por muy a nt ib u rguesa mente que gesticu le, por mucho
q u e esté s u bjet iva mente convencida de que hay un abismo entre
el la y l a s oc iedad b u rguesa, revela precisamente en este p u nto que
aú n se e ncuentra en terreno burgués por la esencia de su concep ­
ció n de la h is tor ia, y que, p o r l o ta nto, l a est ructu ra d e s u propia
conc iencia es tá muy empa rentada con la bu rguesa. Ese pa rentesco

24 0e r"' Rndikalismus " die Kinde rkrankheit des Kommunismus [ El izqu ierd ismo,
en fermedad i n fa nt i l del comu n ismo], 6 -7. [Len i n, " El izquierd ism.o . . . ", en
Len i n, Obras cornpletas, op. cit., tomo XXXIII, p. 1 21 -225 . ( N . del E .)l
·�

458

puede reconduci rse en ú ltima i nstanc ia a u na aná loga concepc ión


de la duplicidad de ser y conciencia, a la i ncapacidad de entender
la u n idad de u no y otra como p roceso d ia léctico, como el proceso
de la h istoria. Y desde este p unto de v ista es del todo i nd i ferente
que esa u nidad d ia léctica objetiva se entiend.a en su reflejo fa lso y
sectario como ser r ígido o como no menos r ígido no-ser, y el que se
atribuya i ncondiciona l y m ítica mente a las masas la recta compren­
sión de la acción revoluciona r ia o se sostenga, por el contrario, que
la m i nor ía "conciente" t iene qu e ob ra r por la masa "i nconciente".
Ambos extremos, aducidos aqu í sólo como ejemplos porque u n t ra­
tam iento, por resum ido que fuera, de la t ipología de las sectas nos
l levaría más a l lá del marco de nu estras presentes cons ideraciones,
coi nciden entre el los y con la conciencia bu rguesa en cons idera r el
proceso h istórico real separado del desar rol lo de la concienc ia de la
"masa''. Cua ndo la secta act úa por la masa "inconcien te", en luga r y
rep resentación de el la, hace crista l i za r la d istinción h istórica mente
necesaria y, por lo tanto, d ia léctica y organ izativa, entre el partido
y la masa. Y cuando intenta su m i rse sin resto en el mov i m iento
instintivo, espontáneo, de la masa, tiene que ident i ficar simplís t i­
camente la conciencia de c lase del proletariado con las idea s, l as
i mp resiones, etc., de las masas en el momento dado, perdiendo así
i nevitablemente el criter io de la est imación objet iva de la acción
correcta. La secta ha sucu mbido al d i lema burg ués de fatal is mo y
volu ntarismo. Se s itúa en u n p unto de v i sta desde el cua l es i mp o­
s ible estimar las etapas objetivas del desarrollo social o las etapas
su bjetivas. Se ve obligada a subesti ma r o sobrestim a r desmed ida­
mente la orga nización, y t iene que tratar los problernas de ésta a is­
lada mente, separados de las cuestiones genera les, práct icas e h istó­
r icas, t ácticas y estratég icas.
Pues el criterio y la gu ía de la correcta relación entre el pa rtido
y la clase no pueden encontrarse más qu e en la conciencia de
clase del proleta riado. La u n idad objetiva rea l de la conc ienc ia de
c lase const ituye el fu ndamento de la v i ncu lación d ia léctica en la
sepa ración organizativa de la c lase y el partido. Por otra pa rte, la
fa lta de unidad rea l, los diversos g rados de c la r idad y profu nd idad
de esa conciencia de clase en los diversos i nd iv idu os, gru pos y
capas del p roleta riado, cond iciona la necesidad de la sepa ración
459

orga nizativa entre el partido y la c lase. Por eso Buja r i n30 destaca
acertadamente que la form ación del partido ser ía superflua pa ra
u na c lase que fuera íntimamente u n ita ria. El problema consiste en
saber si a la sustantiv idad orga n izat iva del pa r tido, a l des taca rse
de esa pa rte de la tota l idad de la clas e, corresponden d i ferencias
objetivas en la estrati ficación de la clase nl isma, o si, por el cont ra r io,
el partido no está separado de la clase más que a consecuenc ia de
su desa rrol lo conciente, de su cond iciona m iento por el desa rrol lo
de la concienc ia de sus m iemb ros y de su retroacción sobre él.
Ser ía, por s upuesto, insensato pasa r completamente por a lto las
est rat i ficac iones económ icas objet ivas en el seno del p roleta riado.
Pero no hay que olv idar ta mpoco que esas estrati ficaciones no
se basa n en modo a lgu no en d i ferencias del misrno g rado de
objetividad de las que deter m i na n la sepa ración en clases. Pueden
no ser siqu iera s ubordi nadas a esas l íneas d ivisorias capita les. Así,
por ejemplo, como d ice Bujarin, "un ca mpesino que acaba de entrar
en u na fábrica es u n hombre disti nto de un obrero que t rabaja en
el la desde n i ño", y ésa es si n d uda u na d iferencia "entitativa", pero
se encuentra en u n plano completa mente d istinto del que es p ropio
de la d i ferenc ia, tamb ién aducida por Bujarin, entre el trabajador
de la moderna gra n i ndustria y el del pequeño ta l ler. Pues en el
segu ndo caso se trata de u na situación objetivamente d istinta en el
proceso de producción, m ientras que en el pri mer caso lo disti nto
es sólo la situ ación indiv idu a l (por t í pica que sea) en ese p roceso.
Por eso en este caso se trata de saber la velocidad con la cua l el
ind i v iduo (o la capa) va a ser capaz de adapta r su concienc ia a su
nueva situación en el p roceso productivo, el tiempo du rante el cual
los restos ps icológ icos de su anterior y perdida situación de clase
va n a inhib i r la for m ación de su conc iencia de clase. M ientras que en
el segu ndo ca so hay que pla ntea rse la cuestión de si los intereses de
clase resu l ta ntes de u n modo económ ico objetivo de esa s d i ferentes
situaciones dent ro del proleta r iado son lo s u ficien temente d isti ntos
como pa ra p roduci r d i ferenciaciones dentro de los i n tereses
objet ivos de clase del proletar iado entero. Se t rata pues aqu í de
saber si hay q ue concebi r la conci encia de clase objetiva, atribu ida o

3ci " K lasse, Pa rtei, Fü h re r" [Clase, part ido,. d i rigentes] , Die Inte rna tio nnle,.
Berl í n 1922,. I V, 2 2 .
460

i mputada,31 como a lgo d i ferenciado, est ratificado; m ientras que en


el otro caso se trata sólo de saber cuáles son los des tinos biográficos
-a veces típ icos- que obstacul izan el despl iegue y la i mpos ición de
esta ciencia de clase objetiva.
Esta rá claro que el ún ico caso que t iene i mportancia teórica es el
segu ndo de los inicialmente enu merados. P ues desde Bernstein en
adelante el oportu nismo tend ió siempre, por u na parte, a presen­
tar como muy profundas las estratificaciones económ icas objet ivas
en el seno del proletariado, y, por otra, a acentua r el pa rec ido de la
"situac ión v ital" de las d iversas capas proletar ias, sem iproletarias,
pequeño-burguesas, etc., de tal modo que la unidad y la sustanti­
vidad de la clase se perdieran en esa "diferenciación ". ( El progra ma de
Gorl itz del S.P.D.32 es la ú lt i n1a exp res ión de esa tendenc ia, ya c la­
ramente l levada al plano organizativo.) Corno es natu ra l, los bol­
chev iques serán los ú ltimos en ignorar esas d i ferenciaciones. Pero
la cuestión consiste en saber qué tipo de ser y qué fu nciones t ienen
esas d i ferenciaciones en la tota lidad del proceso h istórico-social.
En qué med ida el conoci miento de esas d i ferenciac iones conduce a
plantea m ientos y decisiones (predom inantemente) tácticas o (pre­
dom i na ntemente) organizativos. Este planteam iento p uede pa recer
a pri mera v ista bizantino. Pero hay que tener en cuenta que una
u n ión orgán ica en el sent ido del part ido comunista presupone la
un idad de concienc ia, y, por lo ta nto, la un idad del ser soc ia l subya­
cente a el la, m ientras que es perfectamente posible, y hasta p uede
ser necesaria, una u nión meramente táct ica cua ndo las c ircu nstan­
cias h istóricas p rovocan en clases d istintas, cuyo ser objetivo es
diverso, mov i mientos que, au nque determinados por cau sas d is­
ti ntas, discurren, sin emba rgo, tempora l mente en el m ismo sentido
desde el pu nto de vista de la revolución. Pero cua ndo el ser soc ia l
objet ivo es real mente diverso, esos sentidos igua les no pueden ser
iguales "necesaria mente", como en el caso de identidad de situa­
ción y funda mento de clase. Esto es: sólo en el primer caso es la
ident idad de sentido lo soc ia lmente necesario, aquel lo cuya apa r i­
ción puede sin duda ser obstacu lizada en lo empírico por diversas
circunsta ncias, pero tiene que imponerse a la larga, m ientras q ue

31Véase s o b re este concepto el a rticu lo "Conciencia de clase".


32 Socialdemokratische Partei Deutschland, Partido socia ldemócrata de
Aleman ia.
46 1

en el seg undo caso ocu r re simplemente que una combinación de


d iversas c i rcunstancias h istóricas ha producido la convergencia de
la s tendencias de mov i m iento. Se t rata entonces de un favor que
hacen las c i rcu nsta ncias, el cua l t iene que aprovecha rse táctica ­
mente porque, de no h acerlo, es fáci l que la ocasión se pierda i rre­
med iablemente. Es ev idente, por lo demás, que ta mpoco la posibi l i­
dad de esa coi nc idencia del proletar iado con capas sem iproleta rias,
etc., es casual. Pero se funda exclusivamente, de modo necesa r i o,
en la s ituación de clase del proleta riado; como el proleta riado no
puede l ibera rse más que mediante la destrucción de la sociedad
de c lases, se ve forzado a rea l izar su lucha l iberadora ta mbién para
todas las capas explotadas y opr i m idas. En ca mb io, el que éstas se
enc uentren en las d iversas luchas al lado del proletariado o en el
ca mpo de sus enem igos es, desde el pu nto de v ista de estas capas
de oscu ra concienc ia de clase, más o menos "casual". Como se mos­
tró a ntes, todo dependerá intensa mente del acierto de la táctica del
pa rtido revoluciona r io del p roleta riado. Por lo ta nto, en este pu nto,
cuando el ser socia l de las c lases que actúa n es d i ferente, cuando su
v i ncu lación no puede ser med iada más que por la m isión h istórico­
u n iversa l del proleta r iado, lo ú nico que i nteresa desde el pu nto de
v ista del desa rrol lo revoluc ionario es la u n ión táctica -conceptua l­
mente ocasiona l, au nque en la p ráctica sea muchas veces de la rga
du ración-, con completa separación orgán ica. P ues la génesis en las
capas sem i proleta rias, etc., del conoci m iento de que su l iberación
depende de la v ictoria del p roleta r iado es un proceso tan largo y
d i fíci l que u na u n ión más que táct ica podría poner en peligro el
desti no de la revolución. Con esto se entenderá por qué tuvi mos
que pla ntea r tan taja ntemente el problema de si a las estrati ficacio­
nes en el seno del proleta r iado corresponde u na gradación a ná lo­
ga (au nque sea más déb i l) del ser soci a l objetivo, de la situación de
cl ase, y, por lo tanto, de la conciencia de clase objet iva, atribu ida o
h istórica mente imputada . O si esas estrat i ficaciones se deben sólo
a la d i versa med i da en la cua l la verdadera conc ienc i a de clase se
i mpone en las d iversas capas, grupos e ind ividuos del proleta r i ado.
Preg u nta que puede p lantearse, en resolución, del modo s ig u ien­
te: si las gradaciones objetivas, s i n duda existentes, de la s ituac ión
v ita l del p roleta r iado determ inan sólo la perspectiva segú n l a cua l se
consi dera n los i ntereses del momento, que s i n duda aparecen como
d iversos, m ientras que los in tereses 111. ismos coinciden objetivanzente no
462

sólo desde el pu nto de vista de la h istoria, s ino tamb ién act ua l e


i n mediatamente, au nque no todo trabajador lo perciba en cada i ns­
tante; o si los i ntereses m ismos pueden l lega r a d iscrepar a causa de
u na d i ferencia objet iva en el ser socia l.
Planteada así la cuestión, la respuesta no puede ser dudosa. Las
palabras del Manifiesto Comunista, recog idas casi l itera l mente en las
tesis sobre u la fu nción del pa rtido comu n ista en la revolución pro­
leta r ia" del I I Congreso -"el partido comu n ista no tiene i ntereses
que d iverjan de los de la clase trabajadora en su total idad, y sólo se
d istingue de ésta porque posee una v is ión de conjunto del entero
cam i no h istórico de la c lase obrera en su tota l idad y se es f uerza por
representar, en todas las inflexiones de ese ca m ino, no los i ntereses
de grupos pa rticu la res u oficios particu la res, s i no de los de la c lase
t rabajadora en su tota lidad"- sólo son com prensibles y s ig n i ficati­
vas s i se a fi rma la un idad del ser económ ico objetivo del proletaria­
do. Y entonces las estratificaciones del p roleta r iado que p roducen
los d istintos partidos obreros y la formac ión del partido comun ista
no son estrati ficaciones económ icas objet ivas, s i no g radaciones en
el desarrollo de la conciencia de c lase del proletar iado. No hay capa
a lg una obrera que esté directamente determ i nada por su existen­
cia económica a ser comunista, del m ismo modo que n i ngún i nd i­
v iduo obrero nace comun ista. Todo obrero nacido en la sociedad
capita lista y c recido bajo su i n fluencia t iene que recorrer un ca m i no
más o menos ca rgado de experiencias pa ra poder rea l izar en s í m is­
mo la recta concienc ia de su p ropia s ituación de c lase.
La lucha del partido comunista se d ir ige a la conciencia de c la­
se del p roletariado. Su separación organ izativa de la clase s ig n i­
fica en este caso no u na voluntad de lucha r en vez de la c lase por
los intereses de la clase (como lo hac ía n, por eje mp lo, los blanqu is­
tas). Cuando hace eso -cosa que puede ocu r r i r en el curso de la
revolución- no lo hace, n i siqu iera entonces, princ ip a l mente por los
objetivos de la lucha en cuestión (que, a la rgo plazo, no pueden ser
de todos modos conqu istados n i ma nten idos más que por la clase
m isma), s ino para promover el desa rrollo de la conciencia de c lase
y acelerarlo. Pues el proceso de la revoluc ión es -a esca la h istóri­
ca- idéntico con el proceso de desa rrol lo de la concienc ia de c lase
proletaria. La d is t i nción organ izat iva entre el pa r tido comu n i sta
y la a mp l ia masa de la clase se basa en la var i a b le articulac ión de
la concienc ia de cla se, pero existe a l m i smo t iempo p a ra promover
463

el proceso de nivelación de esas estratificaciones a l nivel más a lto


que sea posible a lca nzar. La sustantividad organ i zativa del partido
comun ista es necesaria para que el pro leta r iado pueda ver su pro­
p ia conc iencia de clase de un modo d i recto, como figu ración h istó ­
r ica concreta; p a ra que ante todo aconteci m i ento d e l a v ida cot i­
d iana aparezca c la ra y con1prensiblemente pa ra cada trabajador la
toma de posición que favorece los intereses de la c lase entera; para
que pueda l legar a la conc iencia de la clase entera su propia exis­
tencia como clase. M ientras que la forma orga n i zativa de las s ectas
sepa ra arti fici a l mente la ucorrecta" conciencia de c la se (en la med i­
da en que ésta pueda desarrol la rse en tan abstracto a islam iento)
de la v ida y del desa rrollo de la clase, la forma orga n izat iva de los
oportunistas sig n i fica la n ivelación de esas est rati ficaciones de la
conciencia a l n ivel más bajo o, en el mejor de los casos, al n ivel
del tér m i no medio. Es obv io que las acciones de clase en cada caso
dependen en gran medida de este térm i no med io. Pero como esta
med ida no es nada que p ueda determ i narse estática y estadística­
mente, sino que e l la m isma es u na consecuencia del proceso revo­
luciona rio, resulta no menos evidente que el apoya rse orga n izat i­
va mente en el tér m i no med io dado s igni fica inh ibir su desa rrollo y
hasta rebaja r su n ivel. Mientras que la expl icitación clara de la posi­
bi lidad más a lta objetivamente dada en u n momento determ inado -o
sea, la independencia organizat iva de la vang ua rd ia conciente- es
ella m isma un med io para resolver la tens ión entre esa posibi lidad
objetiva y el efectivo estado de conciencia del térm ino med io de u n
ni.odo favorable a la revoluc ión.
La sustant iv idad organi zat iva es absurda y l leva a la simple sec­
ta si no signi fica a l m ismo t iempo la constante cons iderac ión tácti­
ca del estado de conciencia de las masas más a mplias y at rasadas.
En este punto se hace visib le la fu nción de la teoría correcta en el
p roblema organ izativo del pa rtido comu nista. El partido t iene que
representa r la más a lta pos ibi lidad objetiva de la acc ión proletaria.
Pero la cond ición necesa ria de esto es u na comprensión teorética
adecuada. La organización oportunista presenta menor sensib i l i­
dad que la orga ni zación comun ista para con las consecuencias de
una teoría fa lsa precisa mente porque la primera es u na reu nión
más o menos laxa de elementos heterogéneos en acciones pu ra­
mente ocas iona les, porque sus acciones son más bien efectos de los
mov i mientos i nconc ientes y ya i nevitables d e las 1nasas, en vez de
-

464

ser el partido el que rea l mente dir ija éstos, y porque la conexión
orga n izativa es esencia lmente una jerarqu ía de d i rigentes y fu n­
c iona rios fijada por una d iv isión del tra bajo mecá n ica y fija. (De
todos modos, la constante apl icación errónea de fa lsas teorías tiene
qu e acar rea r a la larga el hu ndimiento del par t ido; pero ésta es otra
cu estión.) El carácter eminentemente práctico de la organización
comun ista, p recisamente su esencia de pa rtido de lucha, p resu po­
ne, por una parte, la teor ía verdadera, porque en otro caso sucu mbi­
r ía muy fáci l mente ante las consecuencias de u n a teoría fa lsa; y,
por otra pa rte, esta forma de orga nización p rod uce y reproduce la
adecuada con1prensión teórica, porque a u menta la sensibi l idad de
la for ma organizativa respecto de las consecuenc ias de u na acti­
tud teorét ica fa lsa. Así, pues, capacidad de acción y capacidad de
autocr ít ica, de autocorrecc ión, de desarrol lo teór ico, se encuentran
en interacción i ndisoluble. Tampoco en el ter reno de la teoría obra
el partido como representante del p roleta riado. S i la conc iencia de
c lase es cosa p rocesua l y flu ida en relación con el pensam iento y la
acción de la clase entera, el lo t iene que refleja rse en la for ma orga­
n i zativa de esa conciencia de c lase, en el pa rtido comu n ista. Pero
con la d i ferencia de que en él se ha objet ivado orga n izativa mente
u n estadio de conciencia superior: frente a las osc i laciones más o
menos caóticas del desa rrol lo de la conciencia en la clase m isn1a,
frente a la a lternancia de esta l l idos, en los cua les se ma n i fiesta u na
madurez de la conciencia de clase mucho mayor que la que pod ía
p reverse en teoría, y estad ios sem i-letárgicos de inmov i l idad, de
pasivo su fr i m iento, de desarrol lo meramente su b ter rá neo, el pa r­
tido comun ista sig n i fica u na acentuac ión conc iente de la relación
entre el uobjetivo fi na l" y la acción presentemente actua l y necesa­
r ia.33 Lo procesual, el elemento dia léct ico de la conciencia de clase,
se conv ierte así en d ia l éct ica concientemente ma nejada en la teoría
del partido.
Esta i nteracción d ialéct ica i n interru m pida entre la teoría, el pa r­
t ido y la clase, esa or ientación de la teoría a las necesidades in me­
d iatas de la clase, no sign i fica, pues, en modo a lg u no, la d isolu­
c ión del partido en la masa del proleta r iado. Las di scusiones acerca
del Frente Ú n ico h a n most rado en cas i todos los enem igos de esta

33Sobre la relación entre objetivo final y acción i n mediata cfr. el a rtícu lo


"¿Q ué es n1a rxismo ortodoxo? "
465

táctica la fa lta de comprensión dia léct ica, de compren sión pura y


s i mple de la fu nc ión rea l del partido en el proceso de desar rol lo
de la conciencia del proleta r iado. No me refiero ;=; iqu iera a los que
entend ieron errónea mente la pol ít ica de Fren te Un ico como in me­
d iata reu n ificación orga n i za tiva del proleta r iado. El m iedo a que el
pa r tido, rea l i za ndo demas iado a l p ie de la let ra la pol ít ica apa ren­
temente "refornl ista" y por su ocasiona l coi nc idencia tác tica con los
oportu n is tas, pud iera perder su ca rácter comu n i sta muestra que en
muchos comu n istas no se había consolidado aú n su ficientemente la
con fianza en la teor ía correcta, en el autoconoc i m iento del proleta­
r iado como conoc im iento de su s ituación objetiva en un deter m i­
nado estad io del desa rrol lo h istórico, la confia nza en la presencia
d ia léct ica del "'objet ivo fi na l " en toda pol ít ica tempora l for mu lada
con acierto revoluciona r io; muestra que todavía hay muchos comu­
n istas, como las v iejas sectas, obran en rea l idad en vez del p ro­
letar iado, cua ndo su m is ión es p romover por su acción el proceso
rea l de desa r rol lo de la conciencia de clase proleta ria. Pues la ade­
cuación ínt ima de la táct ica del part ido comu n ista a los momentos
de la v ida de la c lase en los cua les -au nque sea med iante for mas
fa lsas- la adecuada conciencia de c lase pugna por ma n i festa rse
no s ig n i fica en modo a lg u no que el pa r t ido haya decidido cum­
pl i r con absoluto son1et i m iento la mera vol u ntad momentánea de
las masas. Al contrar io. Precisamente porque el pa rt ido se esfuerza
por a lcanza r el máxi mo posible desde el p u nto de v ista revolucio­
nar io objetivo -y la pa rte pri ncipa l de esa pos i b i l idad y su sínto­
ma más i mportante es a menudo la volu ntad n1omentánea de las
n1asas-, se ve a veces obl igado a toma r pos ición contra las masas,
a mos trarles el cam i no recto med iante la negac ión de su volu ntad
presente. Y se ve obl igado a conta r con que las n1asa s no entiendan
s i no post festum, tras muchas experiencias a ma rgas, lo acertado de
su posición.
Pero n i esta posib i l idad ni la de coi nc idenc ia con las masas
deben genera l iza rse para dar un esquen1a táct ico genera l. El desa­
rrol lo de la concienc ia de clase proletar ia (o sea, el desa rrollo de la
revo luc ión proletar i a) y el del par tido comu n ista son, c iertamente,
u n m is mo p roceso desde el pu nto de vista de la h istoria u n iversa l.
Por eso se cond icionan mut uamente en la p rác tica de la v ida cot i­
d ia na; pero su crecilniento concreto no se presenta como un solo y 1nis ­
mo proceso, y n i siquiera puede mostrar u n paralelismo completo. Pues el
466

modo como se desarrolla ese proceso, la forma en la cua 1 se elaboran


c iertas transformaciones económicas objetivas en la conciencia del
p roletar iado y, ante todo, el modo como se con figura en ese desa­
rrollo la interacción entre el pa rtido y l a clase, no p ueden reduci rse
a uleyes" esquemáticas. La madu ración del part ido, su consol ida­
c ión externa e i nterna, no se rea l i za, por sup uesto, en el vac ío del
a islam iento sectario, sino en med io de la rea lidad h istórica, en inte­
racción d ia léctica ini nterrumpida con la crisis económ ica objet iva
y con las masas revolucionadas por ésta. Pu ede ocu rrir que el cu rso
del desar rollo -como ocu rrió en Rus ia entre las dos revoluciones­
ofrezca a l pa r tido la posibi l idad de l l ega r a cla r idad p lena consigo
mismo a ntes de las luchas deci sivas. Pero también p uede p resen­
tarse el caso -como en a lgunos pa íses de la Europa occidental y
centra l- de que la crisis revoluc ione las a mp lias masas tan genera l
y tan velozmente que éstas se haga n comu n istas en parte, inclu­
so orga niza t ivamente, antes de haber conseguido los presupuestos
concientes internos de estas organ izaciones, con lo que se p roducen
partidos comunistas de masas que sólo en el cu rso de las luchas
l lega rán a ser partidos real mente comu n istas, etc. Por mucho que
se pueda ram i ficar esta t ipolog ía de la for mación de partidos, por
mucho que en a lgunos casos ext remos pueda surg i r la apa riencia
de que el partido comu nista nace con necesidad de u ley" orgá n ica
de la crisis económ ica, el hecho es que el paso decisivo, la reun ión
conciente, interna, organ izativa de la va nguard ia revoluciona r ia, o
sea, el nac i m iento rea l de un partido comu nista, es acto libre y con­
ciente de esa 1nisma vanguardia conciente. Nada a fecta a este hecho
(por cita r sólo dos casos extremos) el que un partido relativamente
pequeño e internamente consol idado se conv ierta un g ran partido
de masas en la interacción con a mplias capas del proleta riado, o
que u n partido de masas nacido espontá nea mente se conv ierta -a l
cabo de muchas crisis- en un par t ido comu nista de masas. Pues la
esencia teórica de todos esos procesos es la m isn1a, a saber: la supe­
ración de la crisis ideológica, la conqu i sta de la recta conciencia
proletaria de clase. Desde este pu nto de v ista es igualmente pel i­
groso para la revolución el que se sobrest i me el factor de necesidad
en ese proceso y se suponga que una táct ica cualqu iera es capaz
d e conduci r u na serie de acciones, por no habla r ya del cu rso m is­
n10 de la revolución, con i ntensificación necesa r ia por enci ma de s í

m ismos y hasta fi nes más lejanos, o que s e crea que l a mejor acc ión
467

del partido comun i s ta mayor y mejor orga n izado puede consegu i r


a lgo m ás q ue u na adecuada d irección d el proletariado en la lucha
por u na fina lidad que éste m is mo se ha puesto, aunque sea s i n
completa conciencia. No menos fa lso sería, desde luego, tomar aqu í
el concep to de proleta riado de u n modo mera mente estático y esta­
d ístico; "pues el concepto de masa ca mbia en el cu rso de la lucha",
ha d icho Leni n . El partido com u n ista es u na configuración autónoma
de la conciencia de clase proleta r ia, autónoma en interés de la revo­
lución. Se trata de entenderlo adecuada mente en esa doble relación
d ia l éctica, al mismo tiempo como configuración de esa conciencia y
como con figu ración de esa conciencia, o sea, tanto en su independen­
cia cua nto en su coordinación .

La anterior d istinción, s iempre ca m b ia nte de acuerdo con las


circu nsta ncias, entre la u n ión táctica y la organ i zat iva en la rela­
ción pa rt ido-clase cobra, como p roblema interno del partido, la for­
ma de la u n idad de las cuestiones táct icas y las organ izativas. Es
verdad que, por lo que hace a esa v ida i nterna del pa rtido, no tene­
mos cas i a disposición más que las experienc ias de l partido ruso
como pasos rea les y concientes hacia la rea l izac ión de la organi za­
ción comu n ista. La exclusiv idad de esas exper iencias es aqu í más
acusada que en las cuestiones a nteriormente t ratadas. Del m ismo
modo que los partidos no rusos tuv ieron muchas veces -en la épo­
ca de su "en fermedad i n fantil"- u na tendencia a entender el parti­
do como u na secta, así tam b ién se inc l i na n luego muchas veces a
descu idar su vida "interior" en comparación con la acción propa­
ga nd ista y organizativa del pa rt ido sobre las masas, en compa ra­
ción con su vida u hacia a fuera". Ta m bién ésta es, por supuesto, u na
uen fermedad in fa n t i l", condic ionada en pa rte por la ráp ida forma­
ción de gra ndes pa rtidos de ma sas, por la sucesión casi i n i nterr u m­
pida de decisiones y acciones i mpor tantes, por la necesidad q ue
t ienen los par tidos de vivir "hacia a fuera". Pero entender la cadena
causal que ha l levado a u n error no sign i fica en modo a lgu no adap­
tarse a él. Sobre todo porque el tipo correcto de acción " hacia a fue­
ra" muestra del modo m ás l la mativo lo absurdo q ue es d ist i ngu i r
la v ida i nterna del partido entre táctica y organ i zación, lo i nten­
sa mente que esta u n idad interna i n fluye en la íntima v i ncu ladón
468

entre la v ida u hacia adentro" y la v ida ll'hac ia a fuera" del partido


(au nque esa sepa ración empírica parece a l p r i ncipio i nsuperable
para todo el partido comu n ista, que la hereda del a mbiente en que
ha nacido). La p ráctica inmed iata cotid iana enseña a todo el mundo
que la central i zación organ izat iva del pa rt ido (con todos los proble­
mas de la d iscip lina que se siguen de el la o no son más que su otra
ca ra) y la capacidad de inic ia tiva táctica son conceptos que se con­
d icionan recíp roca mente. Por una parte, la posib i l idad de que una
táct ica a la que asp i ra el pa r t ido i n fluya en las masas presupone
s u i n fluenc ia dentro del part ido m ismo. No sólo en u n sentido de
d iscip l i na mecán ica, o sea, en el sen tido de que las d iversas pa rtes
del par tido se encuentren fi r memente en las manos de la centra l
y obren hacia fuera como verdaderos m iemb ros de u na voluntad
colect iva. Sino también y pa rticu la rmente en el sentido de que el
pa rtido sea u na formación ta n u nita ria q ue toda a lteración de la
orientación de la lucha se man i fieste como reagrupación de todas
las fuerzas, y todo cambio de pos iciones repercu ta en los m i litantes
i nd ividua les, con lo que se agud ice hasta el extremo la sensi b i l idad
de la organización para con los ca mbios de orientac ión, el au mento
de la act ividad de lucha, las ret i radas, etc. Espero que no haga fal ta
expl icar a estas a lt u ras que todo eso no equ iva le a la uobediencia
de cadáver"34• P ues está c la ro que precisamente esa sensibil idad de
la organización p uede descubrir con la m ayor rapidez el error de
determ inadas i nstrucciones, etc., en el momento de su aplicación
práctica, y que el la es lo que más faci l ita la pos ibi l idad de autocrí­
tica sana, des t i nada a au mentar la capacidad de acción35• Por otra
parte, es obv io que la fi rme u n idad organ izat iva s u m i n istra al par­
tido no sólo la capacidad de acc ión objetiva, s i no también la atmós­
fera i nterna del parti do que pos ib i l ita u na i ntervención activa en
los aconteci m ientos, el ap rovecha m i ento de las oportu nidades que
éstos ofrezcan. Por lo ta nto, u na centra l ización rea l de todas las

34Expresión m i l itar prusiana . ( N. del T.)


3 5 "Puede aplicarse, con las mod i ficaciones correspond ientes, a la pol ítica
y a los partidos lo que se d ice de los ind ividuos. No es intel igente el que
no comete errores, p ues no hay ni puede haber hombres así. I nteligente es
el que no comete errores particu la rmente esencia les y sabe además corre­
gi r fácil y rápidamente los que comete." Leni n, De r Radikalismus, etc. [ El
izqu ierd ismo, enfermedad i n fantil del comunis mo], 17. [ Len in, Vlad im i r:
"El izqu ierd isrno . . . ", op. cit. ( N . del E .))
469

fuerzas del pa rtido t iene que i mp u lsar a éste en el sentido de la


activ idad y la in iciativa ya por su mera d i nám ica interna . M ientras
que la sensación de una organ ización insu fici entemen te fir me tiene
que i n flu ir inhib itoriamente pa ra l i za ndo las decisiones tácticas, y
hasta ha de mostra r efectos negativos en la actitud teorética bási­
ca del partido. (Recuérdese la s ituación del Pa rtido Comun ista de
A lemania du ra nte el putsch de Kap p.)
Las tesis de organización del II I Congreso d icen que "pa ra u n
pa rtido comu n ista no hay época a lg u na e n la cua l la orga nización
del partido no puede tener activ idad pol ítica". Esta permanencia
táctica y orga nizat iva no sólo de la d ispos ición a la lucha revoluc io­
naria, sino también de la act iv idad revolu c iona ria misma, no p uede
entenderse adecuada mente más que si se tie ne u na comprens ión
plena de la u nidad de la táctica y la orga n i zac ión. Pues si la táct ica
se separa de la orga nización, si no se ve en a mbas el m ismo proceso
de desarrol lo de la conciencia de c lase pro leta ria, es inev itable que
el concepto de la táctica sucumba a l di lema oportunismo-putsch is­
mo; es i nev itable que la acción se ent ienda como acc ión a islada de la
"mi noría conciente" para hacerse con el poder o co1no n1era adap­
tac ión a los deseos del d ía p resentes en las masas, o sea, a l modo
"reformista", m ientras que la orga ni zac ión no recibe más fu nción
que la de "prepa ra r" la acción. (Las concepciones de Serrati y sus
partidarios se encuentran en este punto en el m ismo plano que las
de Pau l Lev i .) Pero la perma nencia de la situación revolucionar ia
no s ignifica en modo a lguno que sea pos ible en cualqu ier momento
la toma del poder por el proletariado. Sig n i fica sólo que, a conse­
cuencia de la s it uación objetiva g loba l de la economía, toda altera­
ción de esa situación y todo mov i m iento de las masas producido
por e l la contienen una tendencia que puede orienta rse en sent ido
revol ucionario y puede ser aprovechada pa ra el u lterior desarrol lo
de la conciencia de clase del proletariado. Pero en este contex to es
un factor de primerísimo orden el desa r rol lo interno de la con fi­
guración sustant iva de esa concienc ia de c lase, o sea, del pa rt ido
comu n ista. La situación revoluciona ria se ma n i fiesta ante todo y
del modo más vis ib le en la estab i l idad cont inuamente decrec iente
de las formas socia les, p roducida a su vez por la creciente i nestab i­
lidad del equ i l ibrio entre las fuerzas y los poderes soc ia les en cuya
colaboración descansa la sociedad bu rguesa. La independ ización
de la conciencia de c la se, su c r i sta l iza r en con figu ración susta ntiva,
470

no p uede, pues, tener sentido pa ra el proletar iado más que si en


todo momento y efectiva mente encarna el sentido revolucionario de ese
momento precisamente para el proletariado. Por lo ta nto, la verdad del
marxismo revolucionario en u na situación revolucionar ia es mucho
rnás que la mera verdad "genera l" de u na teoría . Precisamente por­
que se ha hecho completamente act u a l, práct ica, la teoría tiene que
convert irse en gu ía de cada paso p ráctico de la v ida cotidia na. Pero
esto no es posible más que si la teor ía depone su ca rácter pura men­
te teorético, si se hace pu ra mente d ia léctica, esto es, si supera prác­
t icamente toda contraposición ent re lo general y lo part icu la r, entre
la ley y el caso "si ngu la r" subsu 1n ido bajo el la, entre la ley, pues, y
su aplicación, con lo que supera rá a l m ismo tiempo toda contrapo­
sición entre la teor ía y la p ráct ica. M ientras que la táct ica y la orga­
n ización de los oportu nistas de la "pol ítica rea l i sta", basadas en e l
abandono del método d ialéct ico, satisfacen las ex igencias del d ía
destruyendo la fi rmeza del fu nda mento teorético, para caer, por
otra pa rte, y p rec i sa mente en su práctica cotidiana, en el esquema­
tismo para l i zador de sus cos i ficadas formas organizat ivas y de su
rutina táctica, el partido comu n is ta t iene que conseg u i r y preserva r
v iva e n s í la tensión d ia léctica entre l a rea firmación del "objetivo
final" y la más exacta adaptación a las concretas necesidades de la
hora. S i se tratara de u n i ndiv iduo, eso supondr ía u na "genia l idad"
con la que jamás p uede contar u na pol ítica revoluciona ria real is­
ta. Pero ocu rre que el part ido no está obligado a contar con ella,
pues precisamente el desarrol lo conciente del p rinc ipio orga nizati­
vo comu n ista es el cam i no adecuado para l levar adelante el proce­
so educativo de la vanguardia revoluciona ria en esa di rección, en
la d irección de la d ia léct ica p ráct ica. Pues la u n idad comun ista de
la táct ica y la orga nización, la necesidad de que toda apl icación de
la teoría, todo paso táctico, se oriente en segu ida orga n izat i va men­
te, es el princip io corrector, conc ientemente emp leado, de la cris­
tal i zación dogmática que a menaza constanten1ente a toda teor ía
apl icada por hombres de conciencia cosi ficada, crecidos en e l capi­
ta l ismo. Este peligro es muy g ra nde precisamente porque el mun­
do c i rcu ndante cap ita l ista que p roduce esa esquematización de la
conci encia toma, en s u actua l s ituac ión de crisis, formas consta nte­
mente nuevas y resu lta, por lo tanto, i naccesible pa ra u na cornp ren­
s ión esquemática. Lo que hoy es acertado puede ser fa l so ma ña na.
Lo que, ap licado con cierta i ntensida d, puede ser sa ludable, p uede
471

ser nocivo apl icado con i ntensidades mayores o menores. "Basta


con da r u n paso más, y ma n ifiesta mente en la m isma d irección -ha
d icho Len i n36 a propósito de ciertas formas de dogmatismo comu­
n ista- para que la verdad se conv i erta en un error."
Pues la lucha contra los efectos de la conciencia cosi ficada es
u n p roceso largo y necesitado de tenaces esfuerzos, en el cual es
i mposible atenerse a for mas determ inadas de esas i nfluencias o a
contenidos de fenómenos determ inados. Mas el domi n io de la con­
ciencia cosi ficada sobre los hombres de esta época se ma ni fiesta
prec isa mente en la tendencia de hacerlo así. En cuanto que la cosi­
ficación se supera en un punto, su rge el pel igro de que el estado
de conciencia de esa superación crista l ice en u na nueva forma no
menos cosi ficada. Por ejemp lo: los trabajadores que v iven bajo el
cap i ta lis mo t ienen que s u pera r la ilusión de que las for mas econó­
m icas o juríd icas de la sociedad b urguesa sea n el mu ndo circ un­
dante "eterno", "raciona l", "natu ral" del hombre, y ter m inar con
el desmedido respeto que sienten por el med io socia l al que están
acostu mbrados; p ero tras la toma del poder, tras la derrota de la
burguesía en abierta lucha de clases, el "orgu l lo comunista" que
así se engendra -segú n la expresión de Len in-, p uede resul ta r tan
peligroso como la a nter ior hu m i ldad menchev ique ante la b u rgue­
s ía. Precisamente porque el materia l ismo h istórico correcta mente
entend ido de los comu n istas -en tajante contraposic ión con las teo­
r ías oportu n istas- parte del hecho de que el desarrol lo social pro­
duce constantemente novedad, y novedad en sentido cual itativo37,

36lbíd., 80.
37Ya las d iscusiones acerca del p roblema de la acumu lación g i ran en torno
de este pu nto. Aún más les ocu rre eso a las d iscusiones acerca de la g uerra
y el I mperialismo. Cfr. Zi noviev contra Kautsky en Co ntra la corriente, ed.
a lema na, 321 . Y de modo especial mente claro en la i ntervención de Len in
en el I I Congreso del Pa rtido Comu n ista de Rusia a propósito del capita­
lismo de estado: " Un capitalismo estatal de la for ma del que hoy tenemos
entre nosotros no aparece a na l i zado por ninguna teoría ni en n i ng u na
bibliografía por la sencil la razón de que todas las representaciones aso­
ciadas con esas pa labras se adapta n a l gobierno bu rg ués y al orden socia l
capitalista. Nosotros, en cambio, tenemos un orden socia l que ha abando­
nado ya los raíles del cap italismo, pero no ha l legado aún a n i ng una v ía
nueva, pues este estado no está d i rigido por l a bu rg uesía, sino por el p role­
tar iado. Y de no so t ro s del pa rtido comu n ista y de la cl ase obrera, depende
,
472

toda organ ización comun ista tiene que esta r dispuesta a i ntensi fi ­
ca r todo lo posible su p ropia sensibi lidad pa ra con cua lqu ier forma
nueva del p roceso, su capacidad de aprender de todos los momentos
del desarrol lo. Y t iene que evitar que las a rmas con las que ayer se
consig u ió u na vic toria se conv iertan hoy, por su crista l ización, en
un obstácu lo para la lucha subsigu iente. "Tenen1os que aprender de
los v iajantes de comercio", dice Len i n, en el d iscu rso que acabamos
de cita r, acerca de l as ta rea s de los comu n i stas en la Nueva Pol ít ica
Económ ica .
F lex ibi l idad, capac idad de ca mbio y de adaptación de la tác­
tica, y fi rme y concentrada orga n izac ión son, pues, s implemente,
dos ca ras de u na sola cosa . Pero pocas veces se capta s eg ú n todo
su a lca nce -n i s iqu iera en a mbientes comun is tas- este sentido, el
más p rofu n do, de la forma orga n izativa comu nista . Y ello a pesar
de que de su recta apl icación dependen no sólo la posibi l idad de
la acción correcta, si no también la ca pacidad interna de desa rro­
l lo del partido comu n ista. Lenin rep ite tenazmente la recusación
de todo utopismo referente a l materia l hu mano con el que hay que
hacer la revolución y l leva rla a la v ic tor ia: se trata necesar iam ente
de homb res educados en y corrompidos por la soc iedad capita l is­
ta. Pero la recusación de espera nzas o ilusiones utópicas no s ig­
n i fica en modo a lgu no el derecho a detenerse y contentarse con
fata l is mo con el reconoc i m iento del hecho. Sign ifica que, puesto
que toda esp era nza en la t ra nsformación i nterna de los hombres
es u na ilusión utóp ica m ient ras subsista el cap ita l ismo, hay que
busca r y encontra r medidas y garantías organizativas adecuadas para
oponerse a las consecuenci as corruptoras de esta situación, p a ra
correg i r inmediata men te su i nev i table aparición y para eli m ina r
las degeneraciones q u e así se produzca n. El dog matis mo teoréti­
co no es n1ás que un caso pa r ticu lar de los fenómenos de crista l i­
zación a que está n constantemente expues tos todos los hombres y
todas las orga nizaciones que v iven en un an1biente capita l ista. La
cosificación38 capita l i sta de la concienc ia aca r rea a l m ismo tiempo
u na u lt ra i nd iv idua l i zac ión y una cos i ficac ión mecá n ica del hom­
bre. La d iv i s ión del t rabajo, no basada en la pecu l iaridad hu ma na,

la natu raleza que vaya a tener este capi ta l ismo estatal."


3HCfr. sobre esto el artículo " La cosi ficación y la conciencia del
proleta riado".
473

hace que los hombres crista licen esquemáticamente en su activ i­


dad, hace de su ocupac ión u n mero automatismo y de el los m is­
mos meros pract icones39 ruti narios. Pero, por otra parte, esa m is ma
causa exaspera su conciencia ind iv idua l -vacía y abst racta a con­
secuencia de la imposib i l idad de encontra r en la activ idad m is ma
l a sat isfacción y la d i fu sión de la persona l idad- hasta hacer de e l la
u n egoísmo b ruta l, ansioso de posesión o ansioso de g lor ia . Estas
tendencia s tienen por fuerza que seg u ir actuando en el part ido
comun ista, el cua l, por cier to, no ha pretend ido nunca tra nsforn1ar
i nternamente, por u n golp e mi lagroso, a sus hombres. Sob re todo
porque las neces idades de la acción eficaz i mponen a todo pa rt ido
comu n ista una d iv isión del trabajo también en gra n pa rte cósica,
la cual aca rrea n ecesa riamente los pel igros v istos de crista l i zac ión,
bu rocratismo, co rrupc ión, etc.
La v ida i nterna del par tido es una lucha constante con tra esa
su herencia cap ita l ista. La ú n ica arma organ i zat iva decisiva es la
inserción de los m iembros en la activ idad del partido con su en tera
personalidad total. Sólo si la función no es en el pa rtido "fu nción" ofi­
cia l, cosa de funcionario, el cua l puede sin duda ejercerla con toda
entrega y p u ntua l idad, pero siempre, de todos modos, como se ejer­
ce u n cargo b u rocrático; sólo si la activ idad de todos los m iembros
se refiere a todas las clases imag inab les de trabajo de pa rt ido; y
sólo s i, además, esa act ividad se i ntercambia según las posib i l ida­
des objetivas, sólo entonces entra n los m iembros del partido, con su
p ersona l idad total, en u na relación v iva con la tota l idad de la v ida
del partido y de la revolución, y dejan de ser meros especia l i stas
necesariamente sometidos a l pel igro de la crista lización ínti ma40•
También en este p u nto se v uelve a ma n i festar la u nidad i nd i v is ible
de la táctica y la organ i zación. Toda jera rqu ía de funciona rios en
el partido, cosa absolu ta n1ente i nev itable por las necesidades de la
lucha, t iene que basa rse en la p resencia de un determ inado tipo de

39Segú n el DRAE, "persona d iest ra en una facu ltad, más por haberla prac­
t icado mucho que por ser muy docta en ella". ( N . del E .)
40Léase sobre esto la i nteresantísima sección acerca de la prensa del pa r­
tido de las Tesis sobre organización del I I I Congreso. En el p u nto 48 se
formula con toda cla ridad esa exigencia. Pero toda la técnica de la organi­
zación -por ejemplo, la relación de la fracción pa rla mentaria con el Comité
Central, la a lternativa de t rabajo lega l y trabajo i lega l, etc.- está basada en
este p rincipio.
474

capacidad para hacer frente a las exigencias de u na determ inada


fase de la lucha. Cua ndo el desa rrol lo de la revolución rebasa esa
fase, el mero ca mbio de táctica, e i ncluso la a lteración de las for­
mas de la organización (por ejemplo, el paso de la i lega l idad a l a
legal idad), resu ltará n insuficientes para conseg u i r una rea l redis­
posición en a tención a la acción a hora acertada. Hace fa lta además
u na red istr ibución de la jerarqu ía de los fu ncionar ios en el partido;
la elección del personal tiene que adecua rse exactamente a l nuevo
modo de lucha41 • Es obv io que esto no podrá hacerse si n "errores"
n i sin crisis. El partido comun ista sería u na isla fantástica y utópi­
ca en el océa no del capita l ismo s i su desa rrol lo no estuv iera cons­
tantemente a menazado por esos peligros. Lo ún ico decisiva mente
nuevo de su organización es que lucha contra ese pel igro i nterno en
forma constante y conciente.
Cua ndo todo m iembro del partido se s u me con su persona l idad
entera, con su entera existencia, en la vida del partido, entonces un
m ismo y ú n ico principio, el de la centra l ización y la d iscipli na, es
el que t iene que vela r por la interacción v iva entre la voluntad de
los m iembros y la de la d i recc ión del pa rtido, por la v igenc ia de la
volu ntad y los deseos, l as i n iciativas y la crítica de los m iembros
respecto de La d i rección. Prec isa mente porque toda dec isión del
partido t iene que rea lizarse en las acciones de todos sus m iembros,
porque a toda instrucción tienen que seg u ir acciones de Los m iem­
bros en las cua les éstos ponen en j uego toda su existencia física
y mora l, los m iembros está n en s ituación de y están i ncluso, obli­
gados a empeza r inmed iata mente su crít ica, a for mu la r in med ia­
tamente sus experiencias, sus reservas, etc. Si el part ido consiste
en una mera jerarqu ía de fu nciona r ios a is lada de las masas de los
miemb ros comu nes a los que no compete en la v ida cotidia na más
que una fu nc ión de espectadores, si la acción del part ido como u n
todo es sólo ocasiona l, entonces se produce en los m iembros u na
c ierta i nd i ferencia, mezcla de ciega con fianza y de apatía, respecto
de las acc iones cot id ianas del pa rt ido. Su crítica no puede ser, en
el mejor de los casos, más que u na crít ica post fes tum (en congre­
sos, etc.) que pocas veces tend rá u na i n fluenc ia determ i na nte en l a

41Cfr. al respecto l a intervención de Len in e n e l Congreso Pan ruso d e los


Obreros Meta lú rg icos, 6-II I-1922, así como la del [ [ Congreso del Par t ido
Comunista de Rusia acerca de las consecuencias organ izativas pa ra el par­
tido de la Nueva Pol ít ica Económica.
475

orientación real de las acc iones futu ras. En cambio, la intervención


activa de todos los m iembros en la v ida cotidiana del partido, la
necesidad de comprometerse con la persona l idad entera con toda
acción del part ido, es el ú n ico rned io que obl iga al pa rtido a hacer
real mente comprensibles sus decisiones para todos los m iembros,
a convencerles de su acierto, puesto que de otro modo es i mposi­
b le que éstos las ponga n acerta da mente en práctica. ( Esta necesi­
dad será tanto más intensa cuanto más organizado esté el partido,
cuanto más i mportantes sea n las funciones que reca en sobre cad a
nliembro, p o r ejemplo, en u na fracción sindica l, etc.) Por otra p a r­
te, estas discusiones, ya antes de la acción, pero ta mbién durante
el la, t ienen que p roducir la i nteracción v iva entre la voluntad de
la colectiv idad del pa rtido y la de la centra l; t ienen que i n flui r en
la transición efectiva de la resolución a la acción por v ía de modi­
ficación, corrección, etc. (Ta m b ién en este punto hay que dec ir que
la i nteracción será tanto mayor cua nto mejor y más i ntensamente
con figu radas estén la centra l ización y la discipli na.) Cua nto más
profundamente se i mponen estas tendencias, ta nto más resuelta­
mente desaparece la contraposición cruda y si n tra nsiciones entre
dirigente y masa, heredada de la estructu ra de los part idos b u r­
gueses; y el cambio en la jera rqu ía de los funciona rios t iene en esto
una función de refuerzo. La crít ica que, a l principio, es i nevitable­
mente post festum, se transfor ni.a cada vez más resueltamente en
un i nterca mbio de experiencias táct icas y organ i zativas concretas
y generales, las cuales se orientan ta mbién cada vez más hac ia el
futuro. Pues la libertad -coni.o · ya descubrió la fi losofía clásica a le­
mana- es a lgo práctico, u na actividad. Y sólo porque es un mu n­
do de actividad para cada u no de sus m iembros puede el par tido
comu n ista superar rea l mente el papel de espectador del hombre
burgués a nte la necesidad de u n acaecer i nconi.prend ido, así como
su forma ideológica, la lib ertad for n1a l de la den1ocracia burguesa.
La d is ti nc ión de deberes y derechos no es pos ible más que sobre la
base de la separación ent re los d i rigentes activos y la masa pa siva,
sobre la base de u na acción de los d ir igentes en rep resentación de
y para la masa, o sea, sobre la base de una concepción contemplat i­
vo-fata l ista de la masa. La verdadera democ rac ia, la sepa rac ión de
la d isti nción entre derechos y deberes, no es, empero, u na l ibertad
for ma l, si no u na act iv idad sol idaria, ínt i mamente v inculada, de los
m iembros de u na volu ntad colec t iva.
476

E l problema de l a "depuración" del partido, objeto de tanto


insu lto y tanta ca lum n ia, no es más que el aspecto negativo del
m is mo tema. Ta mbién en este caso -como en todos los demás pro­
blemas- hab ía que recorrer el ca m ino qu e va de la utopía a la rea­
l idad. Así, por ejemplo, el postulado de l as 21 cond iciones del l I
Congreso -que todo partido lega l t iene que pract icar periód icamen­
te esas depuraciones- ha resu ltado ser una ex igencia utóp ica i ncom­
patible con la fase evolutiva de los nacientes partidos de masas de
occidente. ( E l II I Congreso ha sido mucho más reservado acerca
de esta cuestión.) Pero, a pesar de el lo, su formul ación no fue n i n­
gú n "er ror". Pues el la indica cla ra y tajantemente la dirección que ha
de tomar el desar ro l lo interno del partido comun ista, aunque sea n
las c i rcunstancias h istóricas las que haya n de deter m inar la forma
de rea l ización de ese principio. Precisamente porque la cuestión
organizativa es la más p rofunda y espir itual de las cuestiones del
desarro l lo revoluc ionario, resu ltó de absoluta necesidad l leva r esos
problemas a la conciencia de la vanguard ia revoluciona ria, aun­
que momentáneamente no fueran resolubles en la práct ica. Pero
el desa rrol lo del partido ruso muestra de un modo magní fico la
i mportancia p ráctica de la cuestión: y el lo, como se s igue, de nuevo,
de la u nidad ind iso luble de táctica y orga n ización, no sólo pa ra la
vida i nterna del partido m ismo, sino tamb ién pa ra su relación con
las amplias masas de los t rabajadores. La depuración del p a r tido
ha ocu rrido en Rus ia de modos muy d iversos según las d iversas
etapas del desar rol lo. En la ú lt ima, que se real izó en otoño del a ño
pasado, se introdujo el principio, muy interesa nte e i mportante, de
que hay que aprovechar las experiencias y los ju ic ios de los obreros
y cam pesinos s i n partido, de que las masas deben ser l lamadas a l
trabajo de depu ración del part ido. No porque e l partido haya a ho­
ra de acep ta r ciega mente todo ju ic io de esas masas, pero sí porque
debe tener muy en cuenta las i niciat ivas y las recusaciones de éstas
al expu lsar a los elementos corrompidos, bu rocratizados, a lejados
de las masas y no d ignos de confia nza revoluc iona r ia42•
De este modo, ese asu nto su ma mente interno del pa r t ido mues­
tra, a un n ivel ya desa rrol lado del partido comu n ista, la relación

42C fr. artícu lo de Leni n en Pravda, 21-IX-1 921 . Es obvio sin más que esta
med ida orga n izativa ha sido al mismo t iempo u na med ida táct ica esplén­
d ida para eleva r la autoridad del par t ido comun ista, para conso l idar sus
re) aciones con las masas trabajadoras.
477

interna más ínti ma entre el pa rtido y la c lase. Muest ra en qué g ra n


med ida l a taja nte sepa ración organ i zativa entre la va ngua rd i a con ­
c iente y las ampl ias masas no es más que u n momento del proceso
de desa rrol lo u n ita rio, pero d ia léc t ico, de la clase entera, del desa­
rrol lo de su concienc ia. Pero a l m is mo tiempo i nd ica que ese p ro­
ceso abarca, uti l iza, l leva a verdadero despliegue y ju zga a cada
m iembro del pa rtido, en su act iv idad como i ndiv iduo, en la medida
en la cua l con s igue ser med iador enérg ico y claro entre las necesi­
dades del n1omento y su signi ficación h istórica . Del m is mo modo
que el partido como un todo supera med iante su acción, d i r ig ida
a la u n idad y la reu n ión revolucionarias, la d iv isión cos i ficada en
nac iones, ofic ios, etc., formas de m an i festac ión de la v ida (econo­
m ía y pol ít ica), con objeto de const itu ir la verdadera unidad de la
clase p roleta r ia, así ta mbién desgarra para sus m iembros i nd iv i­
dua les, precisa mente por obra de su tensa organización, de su con­
sigu iente d isci p l i na férrea, de la exigencia de i ntervención con l a
persona l idad entera, los velos cosi ficados que nublan l a conc iencia
del i ndiv iduo en la sociedad capita l ista. El q ue se t rate de un p ro­
ceso la rgo y el que no estemos si no en sus com ienzos no puede ni
debe i mped i r que nos es forcemos'° por reconocer el principio que
así se man i fiesta, con la cla ridad hoy posible, el fut u ro 11reino de la
l ibertad", como ex igenc ia para el t rabajador con conciencia de clase.
Precisamente porque la génesis del part ido comu n is ta no puede ser
más que obra conciente de los trabajadores con conciencia de clase,
todo p aso en el sentido de u n recto conoci m iento de esas cuest iones
es al m ismo t iem po un paso de su rea l i zación.

Sep t iembre de 1922

43Sacristán traduce "i mped i rnos esfo rza r nos". ( N . del E .)


Índice

El comienzo de una fi losofía necesaria 9

Prólogo a la presente edic ión (1969) 43

Prólogo a la p r i mera ed ición 81

¿Qué es el ma rxismo ortodoxo? 89

Rosa Luxembu rgo como marxista 121

Conciencia de clase 143

La cos i ficación y la conciencia del proleta r iado 187

El cambio de función del materia l ismo h istórico 345

Lega l idad e i legal idad 383

Observaciones cr íticas acerca de la


Crítica de la Revolución rusa de Rosa Lu xembu rgo 401

Observaciones de método
acerca del problema de la orga n izac ión 427

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