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¡Viva el bajo pueblo!

Gabriel Di Meglio
Tesis: El clima de agitación vivido en Buenos Aires vivido desde 1828, no obedeció
exclusivamente a las disputas entre los líderes de las facciones porteñas, sino también, a los
efectos de la guerra en el bajo pueblo. (Palabras de mariano Di Pasquales en clase: “Hay
que darles voz a los sectores que no la tenían”. Di Meglio utilizó archivos criminales y
judiciales para tratar de reconstruir la voz de las clases subalternas. Para el autor, la plebe
responde siempre al líder, tiene relaciones asimétricas).
Capítulo V: “Muera el mal gobierno”: la plebe ante el orden (1821-1823).
El ascenso al gobierno de Martín Rodríguez y la represión del último levantamiento del
convulsionado 1820 iniciaron una etapa de cambios que logró un fuerte consenso entre las
facciones de la elite y puso un fin temporario a los enfrentamientos políticos violentos. Mientras
Rodríguez se encargó principalmente de intentar asegurar las fronteras con los indios, con no
demasiado éxito, la administración fue conducida por los ministros de hacienda, Manuel García
y de gobierno Bernardino Rivadavia. Impulsada por éste último, una vasta serie de medidas fue
implementada en la, ahora, provincia autónoma: La ley electoral de sufragio amplio, la
disolución de los Cabildos de Buenos Aires y Luján, las reformas eclesiástica y militar; la ley de
enfiteusis, la creación de la Universidad, el archivo de la provincia y la biblioteca pública, una
nueva planificación urbana y otras. Debido a ello, al progreso económico y especialmente al fin
de los conflictos, algunos partidarios del gobierno llamaron “feliz experiencia” al período,
expresión que luego fue rescatada por la historiografía.
La estabilización de la situación política permitió al gobierno centrarse en el ordenamiento del
espacio de la nueva provincia. No es sorprendente entonces que el advenimiento de una etapa
pacífica haya implicado el retorno de la búsqueda de un mayor control estatal sobre la ciudad y
sus habitantes.
La mayor amenaza para los plebeyos fue la persecución de los vagos. La consecuencia fue que
un gran número de mujeres elevaron solicitudes al gobierno solicitando por la mayor libertad de
hijos y maridos que habían sido foco de los nuevos alistamientos forzosos. Así se realizó un
recambio en el ejército mediante la desmovilización de una parte de los que pelearon en la
guerra de la independencia y en la batalla contra los artiguistas; y el traspaso a otros plebeyos de
la nueva tarea militar: la lucha contra los indios y el mantenimiento del territorio provincia. Esta
renovación no sólo brindó descanso a los soldados, sino que permitió también a las autoridades
eliminar uno de los focos conflictivos de los años previos: Las fuerzas que había combatido a
los enemigos de Buenos Aires eran, al mismo tiempo, las que varias veces se habían levantado
contra el gobierno con las armas en mano.
Las reformas no pudieron terminar definitivamente con el resabio de la guerra de la
independencia, que eran la murmuración y la insubordinación de la tropa. Pero la disolución de
los cuerpos y la conclusión del conflicto bélico desterraron de las ciudades los conflictos
militares tan comunes en los años previos.
¿Una feliz experiencia? Inferencias a partir del “Motín de Tagle”
Hasta 1823 la gestión del partido del orden fue acompañada por una calma casi absoluta, pero la
tranquilidad se rompió con la organización de un movimiento contra la implementación de una
de las reformas más impulsadas por Rivadavia: la eclesiástica. Ésta consistió en un intento de
reubicar a la iglesia heredada de la colonia en el nuevo orden posrevolucionario a través de la
secularización de buena parte del clero regular y un fortalecimiento del secular. Las medidas
fueron apoyadas por algunos sectores de la iglesia y resistida por otros. Éste sector opositor
adhirió al levantamiento contra el gobierno, que fue otra vez organizado por Tagle i (quién se
encontraba detenido en su domicilio luego de la anterior conspiración). El levantamiento se
produjo el 29 de marzo de 1823.
El grito principal durante la breve asonada fue “viva la religión, viva la patria y muera el mal
gobierno”. Esta triada servirá para explorar una cuestión central en este período: ¿cuál fueron
las nociones de legitimidad entre la Plebe? La ruptura del vínculo colonial había puesto en
primer plano el problema de cómo reemplazar a la hasta entonces indiscutida legitimidad de la
monarquía española. Había que establecer sobre qué bases se iba a mandar y obedecer de ahí en
más. El problema de la legitimidad implica la aceptación del origen del poder o de las reglas de
su ejercicio por parte de quienes son gobernados por esas reglas. Supone la construcción de
principios de autoridad política que sean respetados y compartido por la población, aunque se
trate siempre de una construcción dinámica, plena de tensiones. En el caso rioplatense hasta
1810 la sujeción al rey no fue puesta en discusión. Pero una vez que los territorios del virreinato
se declararon independientes, las normas que fundaron la obediencia debieron redefinirse.
Durante la década de la guerra independentista el dilema quedó irresuelto en un marco de
experimentación. Luego del derrumbe de la autoridad central en 1820, Buenos Aires, al igual
que las otras provincias, se organizó como un Estado que funcionó autonómicamente y adoptó
el republicanismo como forma de gobierno y se afianzó luego de la creación, en 1821, y de un
sistema representativo basado en el sufragio directo y amplio. Dicha solución que se mostró
exitosa en la década del ´20 fue una innovación cardinal adoptada en las ex colonias hispanas en
un momento de fortalecimiento monárquico en Europa. En Buenos Aires el partido del orden la
adoptó procurando llegar a través de ella, al objetivo explicitado en su nombre.
¿De qué manera fue esto vivido por el resto de la sociedad? No existe uno sólo tipo de
legitimidad, sino varios. Max Weber definió tres modelos puros, que como él mismo reconoció
se daban raramente en la sociedad: el tradicional, basada en el respeto a la costumbre -el de los
patriarcas y príncipes-, el carismático, fundado en la confianza de la capacidad personal de un
líder -el de los jefes guerreros elegidos y los demagogos-, y el legal, erigido sobre la creencia en
preceptos legales y en la competencia siguiendo normas racionalmente creadas -el de los
estados modernos.
Es sabido que el breve partido del orden fue una de las etapas de más consenso intraelite de
Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIX y no se conocen grandes impugnaciones dentro
de ese círculo. La disonancia se expresó fundamentalmente en los sectores ajenos al grupo
dominante. La revolución de Tagle nos muestra, entonces, y nos permitirá indagar qué nociones
de legitimidad corrían entre ellos luego de la década revolucionaria tomando como indicios las
consignas enunciadas por los presentes esa noche.
Primer indicio: “Viva la religión”
El uso de este recurso para ganar adeptos sugiere que la reforma eclesiástica impuesta por
Rivadavia fue impopular entre parte de la sociedad porteña. El pueblo, fácil de conmover con el
poderoso resorte religioso gritaba a la herejía”, comentó un observador, “y el ministro se hizo
muy impopular, sólo los hombres ilustrados, una minoría diminuta, aprobaba la reforma y
conocía sus ventajas sociales”. La influencia del clero sobre el bajo pueblo era crucial, puesto
que los discursos que recibían desde el púlpito eran significativos para este grupo, en gran parte
analfabeto, y que contaba con la iglesia como uno de los medios para acceder a la información.
En 1822 se dio, con la reforma religiosa, la primera intervención directa de una administración a
la iglesia, desde la adhesión de ésta a los cambios surgidos en mayo, y algunos de sus miembros
buscaron canalizar el ascendente eclesiástico en contra de esas medidas. Por eso, tal vez, que la
cuestión religiosa, hasta entonces no muy presente en la escena política fuese en esta ocasión
empleada para la acción en contra del gobierno.
Segundo indicio: “Viva la Patria” *(como “región de origen”, “la tierra padre”)
En el caso aquí analizado la referencia era Buenos Aires. El orgullo de una ciudad capital y la
referencia de sus victorias sobre la poderosa Inglaterra y luego una década de guerra
revolucionaria convirtió al patriotismo en un valor de peso entre el bajo pueblo, y a la Patria, en
una idea abstracta que funcionaba como legitimante de diversas acciones. Paralelamente a los
aniversarios de la Patria, el 25 de mayo y el 9 de julio, se convirtieron, de acuerdo a la tradición
inaugurada durante la guerra, en momento de liberación de reos o de reducción de condenas
(como habían sido en el cumpleaños del rey o su ascenso al trono en el período colonial). Al
iniciarse los años de 1820 la Patria era un principio central, una entidad a la que se le había
prestado servicio, por lo cual se había adquirido algunos derechos -como el de solicitar
reducciones a penas militares- y, entonces, su invocación funcionaba como legitimadora.
Tercer indicio: “Muera el mal gobierno”
Esta consigna permite internarse más en las ideas ligadas al problema de legitimidad entre los
sectores bajos de la sociedad porteña en ese período. La noción era una idea típica de la colonia
y, lógicamente, perduró luego que ésta dejó de serlo. Pero es interesante analizarla, dado que la
instalación de un sistema republicano como el afianzado luego de la caída del Directorio en
Buenos Aires se basaba en principios autoproclamados “liberales”, diferentes a los que se refleja
en una queja contra el mal gobierno. De hecho, la expresión iría desapareciendo con el tiempo.
¿Por qué en 1823 una parte de la plebe urbana participó en un levantamiento contra el mal
gobierno, que no era una práctica corriente en Buenos Aires? La clave parece encontrarse en
que aquel año un sector de la población interpretó que la administración no estaba asegurando el
bien común, idea fundamental de la concepción que las ciudades coloniales tenían en sí misma.
Gobernar era conducir, ya fuera una ciudad, una cofradía o un convento. Es decir, que remitía a
la acción de dirigir algo por reglas fijas y buenas, era más un oficio que un poder, la guía hacia
el logro del bien común. La consigna para levantamientos y reivindicaciones en el mundo
colonial era “viva el rey, muera el mal gobierno”, que implicaba una escisión entre la
administración -blanco de los ataques-, y el rey, bueno, sabio y justo por definición.
El descontento plebeyo lo generó la reforma religiosa. El mencionado ascendente del clero
sobre los sectores subalternos estimuló los reclamos en contra de los “herejes” que atentaban
contra la religión, elemento fundamental del bien común. El gobernante que no respetaba el bien
común era un tirano, el cual podía resistirse. Desde esta matriz podría pensarse la resistencia
plebeya a los herejes y cobra sentido el grito de “muera Bernardino I”, es decir, un tirano.
Republicanismo
Se había atacado al bien común -en las reformas rivadarianas- al suprimir el Cabildo de Buenos
Aires. Fue una medida sumamente impopular ya que, asuntos como el abasto de alimentos para
la ciudad fueron constantemente inquietud de los capitulares. El Cabildo pagaba pensiones a las
viudas, huérfanos, a las víctimas de la guerra, proporcionaba vestimenta a los presos, asistía a
las familias que sufrían una inundación, auxiliaba con préstamos a labradores en dificultades,
impulsaba la reducción de cargos fiscales sobre los artesanos cuando estos estaban en una mala
situación y era también la autoridad directa sobre los alcaldes de barrio y sus tenientes. Con su
disolución -la del Cabildo- desaparecieron las funciones y las atenciones que el fiel ejecutor le
brindaban al abasto urbano; y el papel que cumplía el defensor de los pobres intercediendo entre
éstos, incluido los esclavos y el gobierno. Esto no quiere decir que había una resistencia hacia el
republicanismo y una nostalgia hacia la monarquía. Por el contrario, no se cuestionaba el origen
de la autoridad, sino su desempeño.
El principio republicano tuvo una amplia circulación desde temprano. Con la instauración del
partido del orden se implantó una pedagogía republicana de Estado a través de diversos escritos,
exhibición de obras teatrales y de la escultura, el ejemplo de la fachada neoclásica que se
empezó a construir en la catedral en 1822, constituyó un directo mensaje republicano.
Los Motivos de la Plebe en el “Motín de Tagle”. (Ver también más arriba cuando se
menciona sobre las tareas del cabildo)
El problema de la legitimidad fue crucial para el desencadenamiento de la “Revolución de
Tagle” y constituye el trasfondo de la participación plebeya en el episodio. Los “facciosos” de
Tagle intentaron diversos recursos para intentar mover a la Plebe a la acción. Una fue apelar a la
milicia urbana, los antiguos tercios cívicos convertidos dos años antes en legión Patricia.
También se incitaron a los peones a participar diciéndoles que “su Patrón y todos los extranjeros
habían sido degollado, que dejasen el trabajo y fuesen a la plaza”. Otro implicado argumento
fue que el motín era para defender la religión y contra el jefe de policía que “era un paysano
muy déspota”. En otros casos se apeló a las jerarquías barriales y a las redes de relaciones
urbanas.
Capítulo VI “Viva el bajo pueblo”: los años del partido popular (1823-1829)
En 1821 el partido del Orden impulsó la sanción de la nueva ley electoral para regular el acceso
a la sala de representantes de la Provincia. Medida que habría de convertir al voto, en uno de los
ejes centrales de la política porteña de toda la década. El nuevo sistema otorgó a la ciudad 12
representantes, que se elegían en 8 asambleas. La mayor novedad fue el sufragio activo, directo
y amplio, puesto que podía votar todo hombre libre a partir de los 20 años, si era natural del país
o avecindado en él. Los excluidos eran los menores, esclavos y mujeres. Los integrantes del
partido del orden favorecieron la eliminación del voto indirecto para concluir con el control que
los electores habían ejercido hasta 1820 sobre el resultado de los comicios. Al mismo tiempo,
creían que la concurrencia electoral masiva evitaría que pequeños grupos, como las logias de los
años 1810, manipularan las decisiones.
Las condiciones para ser representantes eran más restrictivas, dado que había que superar los 25
años y ser propietario. Los aspirantes eran miembros de la elite. Poco a poco se fueron
delineando facciones con un perfil definido. El ecléctico grupo de descontentos reunidos por
Tagle se disgregó luego del frustrado levantamiento en 1823, mientras que la facción de Alvear
fue cooptada por el gobierno que envió a sus jefes en una misión diplomática. La que quedó en
pie frente al Partido del Orden fue la formada por los antiguos dictatoriales como Dorrego y
Manuel Moreno. Éstos, que había aceptado el nuevo mecanismo de competencia comenzaron a
ingresar en la Sala y a ocupar el lugar estable de contrincantes de la política ministerial
(oficialista). El nombre de Dorrego comenzó a encabezar las listas de la oposición.
La adaptación de la disputa política a los cambios afectó rápidamente a la plebe, que fue
convocada a participar de las elecciones, fundamentalmente porque la existencia del voto
directo obligó a los candidatos a conducir más gente que los rivales a sufragar. El reclutamiento
de votantes se transformó en una pieza clave del sistema y en los días de elección se
presentaban a sufragar grandes grupos organizados. Era decisivo manejar la mesa el día de los
comicios ya que no se utilizaban los padrones electorales. Sus miembros eran los que decidían
quienes estaban capacitados para votar. Además, al haber voto directo los resultados no podían
modificarse una vez que se cerraba la jornada. Así, la movilización indirecta de los miembros de
la plebe, le permitieron a los ministeriales (ex miembros de los Cabildos, por ejemplo) triunfar
en todas las elecciones, menos en una, entre 1823 y 1828.
El reclutamiento de grupos para ir a votar tenía sentido en la ciudad, porque allí los opositores
podían aspirar realmente a luchar por un espacio. Algunos de ellos habían conseguido acceder a
la legislatura y eso explica que siguieran representándose. La Campaña, en cambio, votaba
disciplinadamente a la lista ministerial, lo cual constituía un seguro para el gobierno ante la
ciudad menos confiable. Tanto el gobierno como sus rivales recurrieron a los plebeyos para las
elecciones, manteniendo así, la inclusión del bajo pueblo en las luchas facciosas.
¿Qué diferenciaba el Partido del Orden de la oposición? los dos estaban compuestos por la elite,
los dos eran republicanos, los dos privilegiaban los intereses de Bs. As. Y los dos contaban con
clérigos y militares en sus filas. Sin embargo, había un elemento que comenzó a separar
fuertemente a ambas facciones indicado en el nombre que se le asignó a la oposición a partir de
1823: popular. En partido patriota o popular, cuya cabeza es Manuel Dorrego. La intervención
inaugural de Dorrego cuando asumió por primera vez como diputado provincial en octubre de
1823, fue una protesta contra el alistamiento de ciudadanos que pertenecían a las milicias en el
ejército de línea. Esta intervención no fue sólo un gesto oportunista, sino que la facción que él
encabezaba procuró permanentemente lograr la adhesión del bajo pueblo.
Hubo 5 elementos centrales en la construcción del liderazgo plebeyo de Dorrego en la década
de 1820: El primero fue su carisma. El sentido del honor contribuía a su popularidad entre los
descamisados, la cual provenía, también, de actitudes planificadas (como cuando facilitó la
huida de su antiguo enemigo Tagle, luego de que éste último lo haya enviado al exilio años
atrás). Algunos plebeyos colaboraban con él, a los cuales Iriarte, quién residió varios años en
España, los llamó manolos, nombre que se usaba para denominar al bajo pueblo de Madrid.
Utilizó descamisado, como equivalente a sans culottes parisino. Pero era ya un término antiguo.
Aunque Dorrego llevaba habitualmente una levita, el hecho de que ocasionalmente se
reemplazaba por un traje popular, lo mostraba enviando una clara señal de empatía hacia la
plebe; una identificación con ella (segundo elemento). Un tercer elemento fue la postura
belicista que él y sus acólitos demostraron a los portugueses (el enemigo) que dominaban la
banda oriental. La popularidad de su causa fue en aumento en Bs. As
¿Por qué la plebe porteña se adhería al federalismo? Se debía fundamentalmente a que el grupo
que se volcó hacia esa solución, fue el que se dedicó a ganar un apoyo popular por las vías ya
descriptas. La identidad política federal de una gran parte de la plebe urbana compartiría, desde
fines de la década de 1820 y mantenida durante el rosismo, el carácter popular del partido.
Paralelamente el Partido del Orden y sus herederos del unitarismo, fueron considerados como
representantes de los sectores altos de la sociedad. Esto no era tan real en cuanto a la
composición de la dirigencia, puesto que ambas facciones rivales estaban integradas por
miembros de la elite. Incluso el federalismo ganó la adhesión de sectores muy poderosos de la
Campaña. Pero esa distinción entre federales y populares, unitarios aristócratas, comenzó a
circular fuertemente, constituyendo el cuarto elemento empleado por los dorreguistas para
lograr popularidad entre la plebe…
La condena a la aristocracia había aparecido en el congreso en un debate sobre quienes tenían
derecho a voto. Los unitarios abogaron por una restricción del sufragio suspendiendo la
ciudadanía de los jornaleros, los procesados penalmente y los vagos. El novedoso cambio de
postura se dio a que los unitarios no podían controlar la participación plebeya en las elecciones
de otras provincias como lo hacían en Bs As. Su principal argumento era que seguían
pasivamente la opinión de sus patrones. Dorrego argumentó que los domésticos asalariados y
los jornaleros gozaban de más libertad que los empleados del estado, puesto que podían cambiar
de trabajo y de patrón; al tiempo que otros eran completamente dependientes del gobierno.
En las elecciones de representantes provinciales del 22 de julio de 1827, el gobierno jugó a
favor de los federales, quienes así llegaron al poder por medio de la asignación de Dorrego
como gobernador. El nombramiento logró el apogeo del líder federal en la política porteña.
Aunque no tenemos datos, es posible que haya significado un triunfo para la plebe porteña. Es
cierto que en la victoria fue decisiva la crisis del antiguo Partido del Orden y del vuelco al
federalismo de mucho de sus anteriores opositores. Ese traslado hizo a la vieja aposición más
respetable y aceptable ante la mayoría de la elite.
El último elemento fue el capital político que Dorrego había logrado ante la plebe. La
participación política plebeya no abandonó la ciudad de Bs As a lo largo de la etapa aquí
considerada. Pero a diferencia ocurrido en años anteriores, las facciones en pugna lograron
disciplinar sus formas. La regularización de la política iba a ser rota por la misma elite en 1828,
como consecuencia del agravamiento de la lucha facciosa, de los enfrentamientos en el
Congreso y del conflicto con el Brasil.
Los eventos callejeros y la guerra con el Imperio
Las fiestas mayas eran un eje de la nueva república; una necesaria celebración colectiva. Para
mantener su realización se renovaba el compromiso político con la patria y también se permitía
en esos días, la expresión libre de la agitación callejera en los años de 1810. Podemos sugerir
que las fiestas mayas funcionaban como una vía de liberalización plebeya similar al carnaval,
aunque con un contenido político. No eran una “fiesta de inversión” puesto que estaban
organizadas respetando las jerarquías institucionales y sociales. Sin embargo, había rasgos
carnavalescos: era lícito allí gritar, cantar y bailar en las calles, ocupar todos los espacios
públicos para divertirse. Existía una permisividad especial como la autorización de la corrida de
toros en 1822, diversión popular que había sido suprimida en 1819 y abolida por decreto en
enero de 1822.
La presencia plebeya en manifestaciones callejeras fue reavivada por la guerra con Brasil
(1826). Las fiestas mayas de 1827 vincularon el aniversario de la revolución con el nuevo
conflicto. En la plaza de la victoria, además de colocarse las acostumbradas iluminaciones, se
levantaron unas pilastras de madera en las que se escribieron nombres de algunos generales
distinguidos de la guerra de la Independencia. En la segunda noche, en cada una de las esquinas
de la Recova se pintó una fortaleza sobre algunas tablas; una tenía la bandera rioplatense y la
otra, la brasilera. Se realizó un simulacro de combate entre ambas, con disparos, redobles de
tambores y sonidos de trompetas.
Estas demostraciones muestran la perdurabilidad de lo que se ha denominado “la fe plebeya en
la invencible Buenos Aires” (la cual, como hemos visto, apeló en su actividad política al grupo
de Dorrego). Sus efectos volvieron a mostrarse cuando se conoció en la ciudad el tratado de paz
que el ministro Manuel García había firmado en Río de Janeiro, por el cual, la Banda Oriental
iba a permanecer en poder de los brasileños y éstos recibirían una indemnización monetaria, a
cambio de lo cual se levantaría el bloqueo del puerto de Buenos Aires. El 22 de junio de 1827
hubo gritos en las calles contra el gobierno por el acuerdo. La indignación fue generalizada.
Incluyó a la facción federal y a los sectores ajenos a la elite, pero también a los congresales
unitarios y al mismo presidente, quienes vieron amenazada su posición. El gobierno repudió el
tratado, pero a los pocos días el descrédito generalizado obligó a Rivadavia a renunciar a la
presidencia, precipitando así, la conclusión del Congreso.
Frente a este cambio la guerra continuaba, y con ella, la presencia de plebeyos en espacios
públicos. En noviembre de 1827, “una gran multitud se congregó en el lugar del desembarco”
para observar la llegada de los prisioneros imperiales del fallido ataque a Patagones. Pero el fin
de las victorias y el cansancio de la guerra hicieron que la siguiente gran celebración masiva
fueran los festejos por la paz que el nuevo gobernador Dorrego tuvo que negociar al ser el
triunfo imposible. El tratado levantaba el bloqueo, obligaba a Brasil a abandonar la banda
oriental -que así se convertía en una república independiente- y fue considerando honroso en Bs.
As.
En lo que concierne a la plebe, la extenuación provenía de la crisis económica provocada
por el esfuerzo bélico y de la terrible presión reclutadora para formar el ejército
republicano (la leva). Al respecto dicha presión genero conflictos agudos; con el correr del
conflicto se generaron solidaridades entre los miembros de las tropas para facilitar
evasiones. Se construía así, un campo de resistencia a ciertas medidas del Estado
provincial (levantamientos, motines y deserciones.).
“Fusilan a un bienhechor”: La crisis de 1828-1829
Dorrego fue elegido gobernador de Buenos Aires en agosto de 1827. Ese mismo mes prohibió
las levas (reclutamiento obligatorio de la población para servir al ejercito), que quedaron sólo
justificadas para casos extremos y promulgó un indulto para los desertores. Mostraba así
quienes eran su principal apoyo: La plebe urbana afectada por el reclutamiento forzoso y los
hacendados que habían adherido al proyecto rivadariano y ahora eran federales, quienes
deseaban orden en la Campaña. Las medidas podían, además, brindarle fama entre los sectores
subalternos rurales. El mandatario intentó proteger a la población urbana de cualquier carestía
(carencia, especialmente de víveres), tal como había hecho el cabildo en la década previa. En
enero de 1828 autorizó al jefe de policía a “imponer multas pecuniarias a los panaderos que se
les encuentre falta de peso en pan”. En noviembre escribió a la legislatura preocupado “por las
angustias de la población en estos últimos días por la falta de carne” en el ámbito urbano. Este
tipo de protecciones respetaba algunos valores plebeyos y con ello contribuyó a afianzar el
partido Federal que no le fue disputada por la nueva oposición Unitaria: “el partido caído era
considerado el aristocrático y el del gobierno era popular.
De todos modos, Dorrego no impulsó una radicalización del faccionalismo con participación
plebeya. Por el contrario, intentó cambiar su fama de fogoso tribuno por la de moderado
estadista. El cónsul Forbes se sorprendía, por ejemplo, de que su virulencia antibritánica hubiera
mutado hacia una buena predisposición hacia esa potencia”. Sin embargo, sus enemigos eran
muchos, los unitarios comenzaron rápidamente a atacarlo desde la prensa, al tiempo que sus
nuevos apoyos como Rosas conspiraban, junto con el gobernador cordobés Bustos y el antiguo
miembro del partido Popular, Manuel Moreno, para derribarlo. Pero la conjura no llegó a nada y
los unitarios fueron derrotados electoralmente. El unitarismo se dispuso así a romper el orden
institucional que había creado el partido del orden. Dorrego en cambio se esforzó por no
apartarse de él. No adoptó posturas cesaristas aprovechando su capital político plebeyo, sino que
pretendió afianzar su relación con la elite. Incluso negó la participación de la plebe a su favor en
caso de una conspiración contra él.
La revolución se produce el 1° de diciembre, dirigida por Juan Lavalle, y no encontró
resistencia. El gobernador huyó a la Campaña y el general tomó el Fuerte. Apoyado por las
tropas de línea y varios vecinos que se acercaron a la plaza, Lavalle fue elegido gobernador por
aclamación de una asamblea presidida por Agüero -figura clave del unitarismo-. Lavalle salió de
la ciudad a perseguir a Dorrego y tuvo un gran acierto: delegar el mando al almirante Brown.
Este dato es importante porque muestra a un auténtico héroe popular utilizado para contrarrestar
la ascendencia de Dorrego.
El gobernador depuesto fue vencido en Navarro y poco después capturado. Brown aconsejó a
Lavalle que no lo llevara a esta capital, “por la agitación que se ha sentido en ella luego que se
anunció su captura”. Pero Lavalle tenía otros planes: Dorrego fue fusilado. La llegada de la
noticia a la ciudad produjo un clima de descontento generalizado entre la plebe. A los funerales
asistió la mayor parte de la población. El descontento urbano aumentaba con el mantenimiento
tan prolongado de la policía militar y que la ciudad estaba inundada de rumores. Las clases
subalternas estaban furiosas con sus asesinos.
Del Carril, ex ministro de Rivadavia, describió muy bien la popularidad de Dorrego, el padre de
los pobres; y la forma de combatirla era, según su opinión, distraer a los plebeyos ¿por qué, si
Dorrego había sido tan popular entre la plebe urbana, no se produjo un levantamiento contra
Lavalle? Sencillo, Bs As era una ciudad ocupada por el ejército y los marinos de Brown.
Además, faltaron líderes federales.
A partir de partidas dispersas sobrevivientes de la batalla de Navarro, se fueron formando así
grupos resistentes que negaron la legitimidad de Lavalle y declararon su fidelidad al que fuera
nombrado por Dorrego comandante de milicias de la Campaña, Juan Manuel de Rosas.
Comenzó así, un movimiento rural dirigido por líderes intermedios y con una amplia
participación de sectores subalternos. La movilización precedió a la intervención de Rosas,
quien no la organizó, pero terminó aprovechándola. Se trató de la primera gran revuelta rural
bonaerense. Su origen se remite a los lazos horizontales creados en las levas y las presiones
gubernamentales de años, intensificada por la guerra con Brasil. En abril, la ciudad fue sitiada
por las fuerzas que ahora empezaba a controlar Rosas y por los santafecinos del gobernador
López. La insostenible situación obligó a Lavalle a negociar con Rosas, con quien acordó llamar
a elecciones y presentar una lista única. Pero los unitarios, dirigidos por Del Carril, y que no
estaban de acuerdo, impusieron en julio sus candidatos en la mayoría de la ciudad. Pero el
hartazgo de la población porteña obligó a los unitarios a una nueva paz, que implicó en realidad
su derrota. Viamonte fue nombrado gobernador provisorio en agosto y pronto decidió reinstalar
a la legislatura que había sido ilegalmente desinstalada por los decembristas. Mientras tanto, los
referentes unitarios comenzaron a ser hostigados por un grupo federal al compás de
vociferaciones de “mueran unitarios”. El resultado fue el exilio de las principales figuras de la
facción. Éste fue el último episodio importante de la agitación política del año, que terminó con
la designación en diciembre de Rosas como gobernador de la provincia de Bs. As. Apenas
asumió se encargó de asegurarse la herencia de Dorrego. Para ello organizó, a pocos días de su
asunción, unos magníficos funerales al gobernador difunto con una magnificencia jamás vista
en Bs As. A partir de 1830, la plebe urbana había encontrado al nuevo padre, que ya no era
como el cabildo una herencia colonial, sino una figura republicana.
i
Abogado, político católico, diplomático y juez argentino que fue varias veces como ministro del Directorio Supremo de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, encabezó la "Revolución de los Apostólicos" contra las reformas rivadavianas y fue legislador
de la Junta de Representantes de Buenos Aires, ministro de la Provincia de Buenos Aires y Presidente del Tribunal de Apelaciones
de la Provincia de Buenos Aires. Tagle fue una de las más influyentes personalidades de la "Generación de Chuquisaca".

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