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Harry Braverman y la Clase Obrera

Por Frank W. Elwell *


Traducido por José Francisco Escribano Maenza
En 1974 Harry Braverman publicó Trabajo y Capital Monopolista, un análisis del
impacto del capitalismo sobre el trabajo en la América del siglo XX. Utilizando los
conceptos y teorías desarrolladas por Marx en el primer volumen de El Capital,
Braverman logró realizar una crítica mordaz de la creciente degradación del trabajo en
Estados Unidos. Una gran parte del argumento de Braverman se centra en la
“deshabilitación” ᶛ de los empleos que ocurre en una economía capitalista. Según el
autor, esto se debe a un esfuerzo sistemático por controlar y coordinar de manera más
eficiente la fuerza laboral para maximizar el beneficio. Braverman documenta el
crecimiento del número de empleos de la clase obrera desde 1900 a 1970 utilizando
datos del Censo de EE.UU. Este texto revisa brevemente el argumento y los datos de
Braverman para luego proyectar el análisis hasta 2001 con el fin de determinar la
validez de la crítica Braverman-Marxista.

Harry Braverman nació el 9 de diciembre de 1920 en Brooklyn, Nueva York. Sus padres eran
inmigrantes polacos judíos. Su padre era zapatero. Aunque asistió al Brooklyn College por un
año, Braverman se vio obligado a dejarlo y buscar empleo por razones económicas (de hecho
no volvió a la universidad hasta la década de 1960 cuando logró una Licenciatura en Artes por
la New School for Social Research en 1963). Fue durante su único año en la universidad siendo
joven cuando por primera vez tuvo contacto con Marx y el socialismo. Poco después se unió a
la Young People’s Socialist League (Liga Socialista de Jóvenes).

Con 16 años (en 1937) Braverman encontró trabajo en los Astilleros Navales de Brooklyn como
aprendiz de herrero, donde trabajó hasta 1941. Fue en esta industria donde Braverman
experimentó el impacto de la tecnología científica sobre el trabajo. Fue levado hacia el final de
la guerra y fue “enviado por el Ejército de Tierra a Cheyenne, Wyoming, donde como sargento
enseñó y supervisó fontanería en locomotoras” (Foster 1998, x). Alrededor de 1947 se trasladó
con su esposa Miriam a Youngstown, Ohio, en busca de trabajo como obrero metalúrgico.
Siendo despedido de una empresa “a instancias del FBI,” Braverman se las arregló para
encontrar trabajo en otras (Foster 1998, x).

Desde su primer año de universidad en adelante, Braverman continuó su compromiso con la


ideología socialista y con organizaciones dedicadas a la persecución de estos ideales.

* Mi amigo Mark Provost aportó algunas de sus ideas y palabras a esta versión; agradezco su ayuda.
(Publicado como capítulo del libro Bureaucratic Culture and Escalating World Problems: Advancing the
Sociological Imagination, Ed. Routledge, 1 Agosto de 2009)

ᶛ En el texto original aparece “deskilling”, palabra que tampoco está formalmente admitida. Skill se
refiere en este caso a la habilidad, capacidad, aptitud y destreza necesaria para realizar óptimamente un
trabajo determinado.
Se convirtió en miembro del Socialist Workers Party o SWP (Partido Socialista de los
Trabajadores) y asistió a un curso de seis meses de estudio marxista en su Trotsky School a
principios de 1950. Pero había profundas divisiones en el SWP a principios de los años 50. En
1953, Braverman dejó (o fue expulsado) el SWP y se convirtió en codirigente junto con Bert
Cochran de un grupo disidente, Socialist Union (el Sindicato Socialista). Fue en este punto
cuando comenzó a codirigir y escribir para su periódico, American Socialist (El Socialista
Americano), bajo su nombre de partido, Harry Frankel. Mientras trabajaba y escribía para este
periódico desarrolló muchas de las ideas expresadas más adelante en Trabajo y Capital
Monopolista.

Cuando después de unos siete años American Socialist quebró, Braverman se trasladó a la
edición de libros, convirtiéndose en editor para Grove Press en 1960. En Grove Press editó La
autobiografía de Malcolm X, y más tarde se convirtió en vicepresidente y director general de
Grove Press hasta que dimitió en 1967 “cuando el presidente de la compañía se negó a
publicar un libro de Bertrand Russell sobre los crímenes de guerra estadounidenses en
Vietnam” (Livingston 2000, p. 7). Después Braverman se convirtió en el director de Monthly
Review Press y trabajó allí hasta su muerte por cáncer el 2 de agosto 1976, a la edad de 55.

Mis propias credenciales como miembro de la clase trabajadora no son tan impresionantes. Mi
padre pasó por la universidad en la década de 1930, convirtiéndose en ingeniero mecánico,
aunque se casó y sacó adelante a sus nueve hijos de acuerdo con los valores de la clase
trabajadora. Sólo tres de nosotros fuimos a la universidad (todos varones). Durante mi periodo
en la universidad fue cuando trabajé como lavaplatos, camarero, vendedor de helados, y
finalmente como receptor 1 de bollos en una fábrica de bollería, haciéndome una idea de
cómo se trata a la clase obrera en América; ciertamente mal. Mi primer trabajo como
estudiante de posgrado en sociología se tituló El etiquetado y la Clase Obrera, y fue para una
clase sobre interacción simbólica. La tesis del texto era que había un lado oscuro en la ética del
éxito americano: las personas que no “destacan” económicamente son etiquetados como
inferiores, y son tratados como carentes de inteligencia, de ambición, o de ambos. En
consecuencia, se les trata como inferiores en el trabajo, y son discriminados y humillados en la
vida. 2 Varios años más tarde, mientras buscaba algún autor marxista moderno para perfilar un
libro sobre teoría social, me encontré con una referencia a Trabajo y Capital Monopolista de
Harry Braverman; compré una copia y lo leí, y simplemente me impresionó por su dominio de
Marx y de la clase en América.

Este panfleto se basa en el Capítulo 1 del estudio sobre Harry Braverman.

1
Uno de los mejores títulos que he tenido, aunque el trabajo en sí era un infierno. Consistía en estar al
final de una cinta transportadora que depositaba los paquetes de bollos sobre una mesa. Mi trabajo se
basaba en agarrar un paquete con mi derecha, uno con mi izquierda, y otro paquete en medio de estos,
para luego deslizarlos en una bandeja de plástico para el transporte a las tiendas. Finalmente se
apilaban hasta una altura de 14 bandejas. (En el texto original se utiliza la palabra catcher, en alusión al
jugador de beisbol que se coloca detrás del bateador y recibe la pelota).

2
Recibí una "B" en este trabajo; aunque juraría que el bastardo no lo leyó.
La teoría general de Braverman la toma directamente de Karl Marx. Su preocupación –el
estudio de las condiciones objetivas de la clase obrera- es idéntica a la tarea que Marx
establece para sí mismo en El Capital. El valor del libro de Braverman no reside en la
ampliación de los análisis de Marx, ni en la combinación de las ideas de Marx con las de otros.
Más bien, el valor de la obra está en que aplica los análisis de Marx a la sociedad
estadounidense de los dos primeros tercios del siglo XX y, aún más, expone los análisis de
Marx de manera accesible a un público moderno. Sin duda, con éxito en ambos aspectos.

Braverman comienza su análisis señalando una contradicción en los estudios del momento. Se
refiere a que existe la creencia generalizada y la afirmación de que las profesiones modernas
son más exigentes que las que existían anteriormente, en términos de habilidades técnicas,
niveles de educación y formación. Tan arraigada es esta creencia que rara vez es cuestionada o
examinada. Sin embargo, incluso algunos de los que hacen estas afirmaciones reportan
insatisfacción generalizada con el trabajo –con las horas, el ritmo, la falta de participación
significativa, la baja moral, el alto ausentismo y la jubilación anticipada (Braverman 1974/1998,
3). Estos dos puntos de vista, señala, son bastante contradictorios. O más sorprendente aún,
hay pocos intentos en las presentes investigaciones de conciliar estas diferencias. El trabajo,
afirma Marx (y por lo tanto Braverman), es central para el animal humano. Es a través del
trabajo que los hombres y las mujeres se dan cuenta de su propia humanidad.

La insatisfacción generalizada con una actividad tan esencial es un asunto muy serio.

La insatisfacción del trabajador se presenta a la gerencia, explica Braverman, como “un


problema de costos y controles, no como humanización del trabajo” (Braverman 1974/1998,
36). Braverman aporta su extensa y excepcional experiencia laboral -como capataz, redactor,
editor, activista social y socialista-intelectual- a su estudio de la “dinámica que subyace en la
incesante transformación del trabajo en la era moderna”. En Trabajo y Capital Monopolista,
Braverman detalla el logro de la gerencia capitalista al haberse hecho con el control del
proceso de trabajo ᶿ –tanto de la organización social como de la tecnología- para maximizar la
rentabilidad. Aunque no se esté de acuerdo con todos los argumentos de Braverman, el libro
ofrece un acercamiento a la comprensión de los efectos devastadores de la división del trabajo
sobre la vida humana, y al papel del capitalismo en la difusión de esta división.

Braverman documenta cuidadosamente la historia empresarial del siglo XX para demostrar


que la maximización del beneficio es el principio fundamental de la organización del trabajo en
un sistema capitalista. El corolario de la búsqueda de acumular capital es la necesidad de
control sobre el proceso de trabajo. Los capitalistas se hacen con el control del proceso de
trabajo al separar el diseño y proyección de las funciones de ejecución dentro de la división
interna del trabajo, monopolizando las primeras en manos de la dirección o gerencia.

ᶿ Aquí se utiliza la expresión proceso de trabajo en lugar de la más común proceso de producción, ya que
la original es labor process. Además, ahora que en los países más desarrollados la producción fabril
ocupa menos del 30% de la fuerza laboral, las regulaciones, estructuras y sistemas organizativos de
control son prácticamente iguales en el resto de sectores de la economía estato-capitalista.
Esta separación permite a la gerencia controlar mejor el ritmo y la dirección del proceso de
trabajo. Además este proceso crea constantemente un tipo de trabajadores no cualificados
que carecen de independencia, dignidad o capacidad de negociación -una clase totalmente
“dominada y formada por la acumulación de capital.”

La clase obrera
El cogollo de la crítica de Marx del capitalismo reside en su análisis del efecto del modo de
producción capitalista sobre la clase obrera. Braverman continúa esta tradición. Bajo el
capitalismo los trabajadores se convierten en “fuerza de trabajo”, simplemente otro factor de
la producción, una mercancía que se compra. El control de costes, maximizar la productividad
y acumular más capital son los objetivos primordiales de la empresa. Para ello la clase
capitalista ha creado empleos que utilizan a los hombres y a las mujeres de formas inhumanas,
separando su fuerza de trabajo de sus facultades críticas (Braverman 1974/1998, 96). Que el
proceso es repugnante para los trabajadores se desprende de los altos índices de ausentismo,
la generalizada insatisfacción laboral, las jubilaciones anticipadas y la alienación. La clave de la
crítica, sin embargo, no se centra en tales indicadores, sino más bien en las condiciones
objetivas del trabajo en sí. La habilidad real se sustituye por la destreza manual, la concepción
y el pensamiento se separan de la ejecución, el control de la acción y el ritmo se le quita al
trabajador y se coloca en la gestión.

El proceso de convertir a los trabajadores en mercancías se está continuamente ampliando a


más áreas de la economía. Además, cada generación tiene que ser aclimatada al nuevo modo
de trabajo; cada individuo tiene que ser socializado para superar la repulsión inicial a la
división cada vez más detallada del trabajo, a la consiguiente destrucción de los seres
humanos. Este proceso cada vez más extendido, afirma Braverman, se convierte en una
característica permanente de la sociedad capitalista (Braverman 1974/1998, 96). Los obreros
se ven cada vez más como máquinas, máquinas que se pueden adaptar fácilmente a los
requisitos de casi cualquier puesto de trabajo. Braverman expone que esta visión del hombre
como una máquina se ha convertido en más que una mera analogía. La clase capitalista utiliza
y considera la mano de obra o al trabajador como una máquina, de igual manera que ha
venido a considerar a la humanidad (Braverman 1974/1998, 124).

Muchos en los medios de comunicación y en el mundo académico equiparan la clase


trabajadora con los trabajos tradicionales de operarios y obreros, es decir, profesiones
manuales en industrias productoras de bienes. La sabiduría convencional es que esta clase
trabajadora es una pequeña y decreciente minoría en las sociedades modernas –que nos
dirigimos rápidamente hacia un mundo “post-industrial”. En este nuevo mundo casi toda la
gente se está convirtiendo en profesional o por lo menos en “oficinista”, y que, gracias al
salario medio y las condiciones de trabajo, la clase obrera restante se ha unido a la clase
media, a la burguesía.

Los partidarios de tal sabiduría convencional apuntan a la disminución de puestos de trabajo


en la manufactura y al aumento de empleos en oficinas y en las nuevas industrias de servicios.
Cuando los académicos hablan de oficinistas acuden constantemente a imágenes de gerentes,
programadores informáticos o contables. Cuando escriben sobre la subida de los empleos en
servicios acuden a imágenes de abogados, médicos y dietistas. La realidad, de acuerdo a
Braverman, es muy diferente.

Ha habido enormes ganancias de productividad entre las industrias de manufactura. Las


labores de diseñar el producto, determinar los pasos en la producción, la coordinación de las
tareas, la selección de los materiales, la programación de los procesos, el cálculo de costos y el
mantenimiento de registros se retiran de la planta de la fábrica y se colocan en la oficina.
Mediante la división de la mano de obra de manera detallada el capitalista gana en
productividad, logra una mano de obra menos cualificada y por lo tanto menos costosa, y
además un control total sobre el proceso de producción (Braverman 1974/1998, 86). La
aplicación de tecnología más sofisticada en el proceso de producción conduce a mayores
ganancias en estas áreas. En general, el aumento de la productividad significa que el capitalista
puede ahora emplear menos trabajadores para producir los mismos bienes (Braverman
1974/1998, 86).

Sin embargo, este aumento de la productividad del trabajo ha sido en cierta manera
compensado por un enorme aumento en la escala de producción (la escala de producción,
como sabéis, es la que hace viables económicamente este tipo de innovaciones). En
consecuencia, el empleo en industrias de producción no ha disminuido en términos absolutos,
aunque sí ha disminuido en términos relativos (Braverman 1974/1998, 163-164). Braverman
reúne datos que demuestran que los trabajadores en la industria manufacturera, construcción
y otras industrias de producción de bienes (excluyendo la agricultura) han aumentado de unos
14 millones en 1920 a poco más de 23 millones en 1970. Sin embargo, su proporción entre la
población activa ha disminuido desde alrededor del 46 por ciento en 1920 a sólo el 33 por
ciento en 1970. 3

3
Hay dos tipos principales de tablas de empleo que deben preocuparnos. La primera, que se acaba de
comentar, divide a los trabajadores según la industria en que trabajen. Esta tabla explica el número de
empleados por industria, pero incluye todas las ocupaciones dentro de éstas industrias. Así, por
ejemplo, el empleo en “Manufactura” incluiría no sólo al obrero de producción en la línea de montaje,
sino también al trabajador del servicio de barrido de la tienda, al ejecutivo que dirige el departamento
de personal, y a la secretaria que transcribe y archiva la correspondencia del ejecutivo.
El otro tipo de tabla de trabajo que nos interesa explica el empleo según la clasificación
profesional. Hay seis grandes clasificaciones utilizadas por el Censo de los EE.UU. “Especialidad
profesional y de gerencia”, “Servicio técnico, de ventas y administrativo”, “Empleos de servicios”,
“Producción de precisión, artesanía, y reparación”, “Operador, fabricante y obrero” y “Agricultura,
silvicultura y pesca”. Además existen muchas subcategorías bajo estas categorías.
La diferencia entre el empleo por industrias o por profesiones puede ser sorprendente.
Mientras que un 37% de la fuerza laboral en 2001 eran empleados de industrias de servicios, sólo el 14%
de todos los trabajadores estaban trabajando de hecho en profesiones de servicios. Estas cifras (y otras
muchas procedentes del Censo de Estados Unidos y otras fuentes gubernamentales), disponibles en
vuestras bibliotecas locales y a través de Internet, son especialmente útiles ya que registran el cambio a
través del tiempo según industrias y profesiones.
Si equiparamos el trabajar en industrias de producción con la clase obrera, parecería que la
clase obrera realmente es una pequeña y decreciente minoría. Braverman, por contra, define
la clase obrera en términos mucho más amplios. La clase obrera, según él, se compone de
aquellos que acuden al mercado de trabajo sin nada más que ofrecer que su trabajo
(Braverman 1974/1998, 261). Ese trabajo es explotado y degradado por el sistema capitalista.
Para fomentar el incremento de beneficios las empresas descomponen las habilidades en
tareas simples, automatizan donde sea económicamente viable, y manipulan la velocidad de
producción. Estos procesos no sólo se producen en las operaciones de fabricación, Braverman
añade, sino en toda la economía capitalista.

Mientras que la primera separación entre la concepción y la ejecución de tareas se produce


entre la fábrica y la oficina, la segunda se produce dentro de la propia oficina. En los Estados
Unidos, la proporción de empleados y auxiliares administrativos entre la población activa pasó
del 2 por ciento en 1900 al 18 por ciento en 1970 (204). Aunque tradicionalmente clasificados
como “oficinistas”, ᶬ señala Braverman, la gran mayoría de estos puestos de trabajo implican
mínimas habilidades e iniciativa, y salarios y retribuciones más o menos equivalentes a las
ocupaciones manuales.

El número de trabajadores en servicios, informa, aumentó desde un millón a finales del siglo
XIX a unos 9 millones según el censo de 1970. Si bien hay algunas profesiones en este colectivo
que requieren ciertas credenciales educativas y extensa formación (por ejemplo, los
supervisores de policía, detectives o bomberos), la mayoría requieren escasas habilidades,
salarios mínimos y con frecuencia son trabajos temporales. Algunos ejemplos de empleos en
servicios son conserjes, camareras, ayudantes de camarero, lavaplatos, cuidadores de niños y
similares. Las habilidades requeridas para la mayoría de estos puestos de trabajo son mínimas.
El salario medio, como explica Braverman, es el más bajo de todas las categorías de empleo en
el censo. Braverman añade a los trabajadores y cajeros de venta al por menor a este grupo,
personas con las mismas habilidades y compensación económica que la mayoría de
trabajadores en servicios. También confirma que en 1970 había un total de 3 millones de estos
trabajadores (253).

De acuerdo con las cifras de Braverman, el porcentaje de la población activa con empleos
manuales esencialmente repetitivos, que requieran poca habilidad o formación educativa, sin
autonomía o sin una compensación decente ha ido creciendo cada década desde principios del
siglo XIX (262).

ᶬ En E.E.U.U se realizaba y se sigue realizando una distinción entre trabajadores blue collar y white
collar, trabajadores de cuello azul o blanco. Los primeros son obreros y operarios, considerados como
inferiores, y los segundos “oficinistas”, los cuales principalmente en el siglo XIX ostentaban una posición
superior de autoridad, aunque en la actualidad algunos pretenden seguir otorgándoles el prestigio
pretérito. Como se señala en el texto, la mayoría comparten todas las características y circunstancias
fundamentales con los trabajadores blue collar.
Llega a estas cifras sumando el número de personas que trabajan como operarios y obreros,
artesanos, trabajadores de oficina, y trabajadores en servicios y ventas al por menor en los
censos de cada año desde de 1900 a 1.970. 4

Así concluye que este grupo pasa de poco más del 50 por ciento de la fuerza laboral en 1900 al
69 por ciento en 1970. 5 Resulta, pues, que una sociedad capitalista avanzada, una
supuestamente basada en la tecnología científica y una educación superior, parece sostenerse
gracias a la explotación de una proporción significativa de su población activa.

Tabla 1: Clase obrera (en millones) 1900 hasta 2001

Braverman afirma que en las economías monopolistas capitalistas el trabajo se ha vuelto muy
polarizado, donde unas pocas personas poseen todas las competencias técnicas y el control de
gestión sobre una mano de obra mayoritariamente sin habilidades, capacidades ni educación.
Como la planificación y la ejecución están separadas, cada vez los saberes técnicos se
concentran progresivamente en menos manos. Braverman estima que, a lo sumo, sólo el 3 por
ciento de la fuerza laboral en 1970 consistía tanto en técnicos especialistas como en
ingenieros, arquitectos, delineantes, diseñadores, científicos naturales y técnicos. Es cierto que
admite que muchos gerentes que son principalmente especialistas técnicos han sido excluidos
de la lista.
4
Braverman admite que la metodología es algo tosca. Se pretende que sea un cálculo bruto, basado en
datos del Censo que se reunieron para otros fines, por lo que no es ideal para este ejercicio. Habrá
algunas profesiones incluidas en la estimación de la clase trabajadora que se les pague más a una escala
de gestión y que en sus empleos gocen de cierto grado de autonomía. Sin embargo, habrá otras
profesiones excluidas de su estimación, particularmente en algunos de los campos técnicos, que tengan
poca autonomía o baja compensación.

5
Cabe destacar que estas cifras no incluyen la agricultura, una significativa ocupación en 1900 (en
cuanto a números). Braverman argumenta que si bien la compensación por tal ocupación era irregular
(aunque a menudo baja), sin duda la autonomía y habilidades eran muy altas.
Aunque también señala que una parte de los que se encuentran incluidos en este grupo son
“aquellos cuyos empleos se limitan a la repetición de actividades sencillas que se aprenden con
rapidez y realmente no abarcan ninguna conceptualización o funciones de planificación” (166-
167).

Además de este 3 por ciento, Braverman reconoce que hay un significativo número de
personas que participan en niveles inferiores de mando y gerencia, así como especialidades
profesionales. Estima que este nivel medio representa alrededor del 20 por ciento de la
población activa en 1970 (279). Sin embargo, señala que estas ocupaciones no deben
equipararse con la vieja clase media de empresarios independientes de la era capitalista
anterior (279). La mayoría son asalariados dependientes de las corporaciones o del gobierno
para su empleo. A diferencia de la vieja clase media, son parte del sistema de explotación. Al
formar su carácter a partir de ambos, del capitalista y del trabajador, por un lado participan en
la expropiación de la plusvalía de los trabajadores, a la vez que tienen las mismas
características de dependencia que los demás trabajadores, con sólo su trabajo para vender.
La gran productividad de la clase obrera, y la expropiación del excedente resultante, hacen
posible este número de gerentes de nivel medio. Además, afirma Braverman, este grupo es
igual de propenso a padecer las mismas técnicas de racionalización que el resto de la mano de
obra; para ello basta con que exista una masa concentrada de suficientes trabajadores que
haga rentable una división detallada del trabajo y la automatización (281-282).

Braverman parece algo incómodo con el tamaño de este estrato medio, y con su importancia
para el análisis marxista del capitalismo. 6 Pero, como señala, las clases son parte de un
proceso dinámico, siempre cambiante y a menudo difícil de encapsular en simples teorías y
fórmulas. Tampoco la ciencia requiere la teoría para explicarlo todo (282-283). 7

El trabajo en el capitalismo hiperindustrial


Ha habido una serie de cambios en la estructura de la fuerza laboral estadounidense desde
que Braverman escribió su tratado en 1970. Recordemos que Braverman mostró que los
trabajadores de la industria manufacturera, la construcción y otras industrias productoras de
bienes (excluyendo la agricultura) crecieron desde casi 14 millones en 1920 a poco más de 23
millones en 1970. Sin embargo, encontró que su proporción como parte de la población activa
ha disminuido desde alrededor del 46 por ciento en 1920 a sólo el 33 por ciento de la fuerza
laboral en 1970.

6
De acuerdo con Karl Marx (y por tanto con Braverman), al desarrollarse el capitalismo se supone que
la clase obrera es progresivamente deshabilitada, explotada y más numerosa, ya que los antiguos
capitalistas y el estrato medio de pequeños empresarios autónomos son absorbidos en sus filas. Con el
tiempo, la gran mayoría de gente en las sociedades capitalistas se convierten en empleados (el 95 por
ciento es una cifra a menudo citada) y sólo con unos pocos capitalistas en la parte superior. Luego, viene
la revolución.

7
Los marxistas insisten en que su rama de las ciencias sociales es verdaderamente científica.
Los datos computados desde entonces indican que la proporción del empleo en la industria
manufacturera y la construcción se han reducido aún más, pasando de un 29 por ciento en
1980 al 22 por ciento en el 2000. En cuanto a las cifras absolutas de la manufactura en
particular, en realidad disminuyeron en ese período de tiempo, desde aproximadamente 22
millones a unos 20 millones, o cerca del 15 por ciento de la población activa total (Resumen
Estadístico de los Estados Unidos de 2002, Tabla 591). Mientras que el empleo en la industria
manufacturera, la agricultura y la administración pública disminuyó entre 1980 y 2000, el
empleo en industrias de servicios pasó de unos 29 millones de trabajadores (el 29% de la
fuerza laboral) a unos 49,5 millones de trabajadores (el 37% de la fuerza laboral). 8

La Tabla 1 también presenta el cómputo para los años 1983 y 2001 según las clasificaciones
profesionales de Braverman. Como se puede ver, mientras que la clase obrera de Braverman
ha seguido creciendo en términos absolutos (con la excepción de “Operarios y obreros”), el
porcentaje de empleos de la clase obrera como parte de la fuerza laboral total ha disminuido a
lo largo de estos años. Teniendo en cuenta que la fuerza laboral total es de 80 millones de
trabajadores en 1970, 100 millones en 1983 y 135 millones en 2002, la proporción de la clase
obrera va desde un máximo del 69,1 por ciento de la fuerza laboral total estadounidense en
1960 y 1970, al 66 por ciento en 1983, hasta reducirse al 60 por ciento en 2001.

Así, durante los primeros 70 años del siglo XX Braverman encontró que el porcentaje de la
fuerza laboral estadounidense dedicada a ocupaciones manuales y de oficina esencialmente
repetitivas, que requieren poca habilidad, escasa formación y autonomía, o sin una
compensación decente, aumentó década tras década (262). Sin embargo, esta tendencia se ha
detenido e invertido en este último tercio del siglo. A pesar de que todavía la clase trabajadora
es la mayoría (el 60 por ciento) de la población activa en la sociedad hiperindustrial, ahora la
tendencia parece ir en la dirección opuesta. 9 Cuán lejos seguirá esta tendencia es una cuestión
abierta. ¿Puede existir una sociedad industrial (o una sociedad hiperindustrial) sin una porción
significativa de la población activa dedicada a trabajos repetitivos manuales o de oficina? ¿Es
posible una sociedad burocrática-hiperindustrial sin la mayor parte de la gente inmersa en la
división detallada del trabajo? ¿No se define tal sociedad por esta misma división? ¿Puede
existir una sociedad capitalista sin la explotación de una parte importante de los
trabajadores?10

8
De nuevo, estas cifras corresponden al número de empleados según industria, pero incluyen todas las
profesiones dentro de estas industrias. Así, por ejemplo, el empleo en “Manufactura” incluiría no sólo al
obrero de producción en la línea de montaje, sino también a los trabajadores de limpieza y a los
empleados de las oficinas.

9
La sociedad hiperindustrial, una supuestamente basada en la tecnología científica y una educación
superior, parece que todavía se basa en la explotación de una parte significativa de su población activa.

10
De acuerdo con Wallerstein y otros teóricos de los sistemas mundiales, bien podría ser que el
reciente crecimiento de la mundialización haya permitido que el capital explote la mano de obra a
escala mundial, permitiendo así la existencia de una mayor proporción de trabajadores en las clases
medias y altas de algunos países potentes económicamente, a la vez que una significativa bolsa de
trabajo degradado en países periféricos y semi-periféricos.
Si bien todos los segmentos de la clase obrera han aumentado en términos absolutos en la
última década, es interesante observar las diferencias cuantitativas respecto a las cuatro
categorías básicas. Sólo una categoría experimentó una disminución proporcional, la de
“Operarios y obreros.” Este grupo sumaba unos 15,5 millones en 1950, o alrededor del 27 por
ciento de la fuerza laboral total. Para el año 2001 se situó en 17,7 millones, un ligero aumento
en números absolutos, pero sólo el 13 por ciento de la fuerza laboral total. Los artesanos, los
trabajadores manuales con habilidades y los semicualificados también experimentaron una
ligera disminución proporcional. En 1950, este grupo sumaba 7,3 millones (el 13 por ciento),
para el año 2001 eran 14,8 millones, el 11 por ciento de la fuerza laboral.

Tanto los “Oficinistas” como los “Trabajadores de servicios y ventas” experimentaron un


rápido crecimiento en la última mitad del siglo XX. El grupo de “Oficinistas” ha pasado de 7,1
millones de trabajadores en 1950 (el 12 por ciento de la fuerza laboral) a 18,5 millones en 2001
(el 14 por ciento). En 1950 los “Trabajadores de servicios y ventas” sumaban 8,7 millones (el 15
por ciento), para 2001 este grupo se situó en 29,7 millones (o el 22 por ciento de la fuerza
laboral).

¿Cuál es la razón de estos cambios? Parecería que el grueso de la disminución proporcional de


la clase obrera (como lo define Braverman) se debe al crecimiento relativamente lento en el
número de empleos de manufactura en los Estados Unidos. Estos trabajos de fabricación han
aumentado lentamente debido a la automatización y al comercio internacional, ya que muchos
bienes ahora vienen de otros países, por lo que muchos trabajos estadounidenses de
manufactura que requieren escasas habilidades se han exportado o “externalizado”. 11

A diferencia de la manufactura, la mayoría del empleo de servicio personal es mucho más


difícil de automatizar. Además, rara vez es económico el sustituir con tecnología a un pequeño
número de trabajadores sin habilidades con salarios mínimos en un lugar determinado. En
comparación a los trabajos de producción de bienes, también es más difícil el reemplazar
muchos de estos puestos de trabajo en mercados internacionales más baratos (aunque de
ninguna manera imposible con algunas de estas profesiones, como representante de servicio
telefónico). Y esto es lo que explica gran parte de nuestra inmigración legal e ilegal. Si no se
pueden obtener los servicios prestados gracias a la mano de obra barata en los mercados
extranjeros, otra opción es importar trabajadores extranjeros más baratos.

Los empleos de oficina se encuentran en un lugar intermedio entre los empleos de


manufactura y los de servicios. El ordenador personal ha hecho que sea relativamente barato
el “automatizar” los servicios de mecanografía y archivo, incluso en pequeñas oficinas. El uso
de dicha tecnología mejora en gran medida la productividad de los trabajadores que se
quedan.

11
En este último caso, sólo la ubicación de la explotación de los trabajadores ha cambiado. Los talleres
y fábricas explotadoras del tercer mundo, donde los trabajadores son compensados con céntimos de
dólar y la seguridad del medio ambiente y de los trabajadores es mínima, ahora son la base de la
ganancia de muchas empresas. – (También se podría utilizar el término “subcontratar”)
Aunque algunos de estos trabajos de oficina pueden ser subcontratados en mercados más
baratos en el extranjero, especialmente con la expansión mundial de la banda ancha y el
acceso por satélite, muchos de los mercados laborales extranjeros siguen sin tener
conocimientos de inglés, ni diferencias salariales suficientes para compensar los
inconvenientes de la deslocalización de tales ocupaciones.

Los empleos en manufactura han disminuido proporcionalmente en la sociedad


estadounidense desde 1970, de un 34 por ciento de la fuerza laboral total en 1970, a un 28 por
ciento en 1983 y un 24 por ciento en el año 2001. ¿Dónde han ido estos puestos de trabajo?
Como se ha dicho, algunos de los empleos han sido sustituidos por oficinistas y trabajadores
de servicios y de ventas, aunque la proporción del crecimiento en estas áreas no ha sido lo
suficientemente grande como para compensar la disminución en manufactura. La mayor parte
de la creación de empleos en Estados Unidos se debe principalmente al rápido crecimiento del
número de empleos en la “Especialidad profesional y de gerencia”, de la que hablaremos a
continuación.

Braverman estima que para 1970 un 20 por ciento de la fuerza laboral participaba en niveles
inferiores de gerencia, administración y especialidades profesionales. Para 1983 los empleos
en la “Especialidad profesional y de gerencia” representaban aproximadamente el 23 por
ciento de la población activa. Y para 2001 estas profesiones se dispararon hasta el 31 por
ciento de la fuerza laboral total. 12 Si añadimos a esto las Profesiones técnicas y de ventas (sin
minoristas ni oficinistas), las cifras pasan al 31 por ciento para 1983 y al 39 por ciento para
2001. 13 Es evidente que este nivel medio de empleo ha crecido de forma espectacular desde
los tiempos de Braverman.

Dentro de la amplia categoría de “Especialidad profesional y de gerencia,” el crecimiento más


rápido se experimentó entre las profesiones de las áreas de “Ejecutivos, administrativos y
gerentes” (EAM, sus siglas en E.E.U.U.) y “Especialidades Profesionales”. Las EAM crecieron del
11 por ciento de la fuerza laboral en 1983 al 15 por ciento en 2001. Braverman, desde luego,
atribuiría el crecimiento en estas ocupaciones como una prueba más de la centralización de la
coordinación y el control. La categoría de “Especialidades profesionales” creció del 13 por
ciento de la población activa en 1983 al 16 por ciento en 2001.

12
Desde 1983 a 2001, la fuerza laboral total creció de 100.834.000 a 135.073.000, un 34%. En ese
mismo período de tiempo, el crecimiento de las categorías dentro de “Especialidad profesional y de
gerencia” crecieron de 23.592.000 a 41,894.000, un 77%.

13
Una vez más, estas cifras son sólo estimaciones aproximadas. Hay, por supuesto, algunas personas
excluidas de la estimación que deben ser incluidas, y otras que se incluyen que no deberían estar ahí.
Además, hay que señalar que en este estrato medio se incluyen a algunos trabajadores autónomos a los
que quizá debería incluirse en la antigua clase media. En 2001 los autónomos que trabajaban en la
“Especialidad profesional y de gerencia” y en la de “Servicio técnico, de ventas y administrativo”
sumaban unos 5 millones. Los números absolutos de autónomos en estas dos categorías han sido
notablemente estables desde 1990.
Dentro de las Especialidades profesionales, que incluyen profesiones tales como médicos y
dentistas, profesores universitarios, bibliotecarios, abogados, artistas y atletas (los tres últimos
siendo muy desiguales en términos de prestigio, salario y beneficios fiscales), las proporciones
permanecieron notablemente estables durante las dos décadas. La Enseñanza (de todos los
niveles) es con mucho la mayor área dentro de las Especialidades profesionales, con
aproximadamente el 30% del empleo total; las especialidades de Atención sanitaria
(incluyendo enfermeras, farmacéuticos, terapeutas y asistentes médicos) es la segunda con
aproximadamente el 20% del empleo total dentro de esta categoría.

Recordemos que Braverman estimaba que sólo el 3 por ciento de la fuerza laboral en 1.970
consistía en especialistas técnicos, tales como ingenieros, arquitectos, delineantes,
diseñadores, y científicos naturales y técnicos. Un cálculo similar de los datos ocupacionales
para 1983 y 2001 muestra un ligero crecimiento en la concentración de conocimientos
técnicos. En 1983, alrededor de 3,5 millones de personas tenían esas ocupaciones, el 3,5 por
ciento de la fuerza laboral total. Para 2001 este número había ascendido a 7,3 millones, el 4,7
por ciento (Resumen Estadístico de la Estado Unidos, 2002, Tabla 588). Curiosamente, los
técnicos informáticos representaron la mayor parte de este crecimiento, una especialidad
técnica casi desconocida en el censo de 1970. Excluyendo los números de este grupo, la
concentración de conocimientos técnicos para 1983 y 2001 estaría alrededor del 3 por ciento
de la mano de obra, en concordancia con la estimación de Braverman. 14

En conclusión, la fuerza laboral de la sociedad hiperindustrial no es completamente


congruente con la de la sociedad industrial. Debido a la existencia de una mayor complejidad
en la infraestructura tecnológica y una estructura más burocratizada, surge la necesidad de
una mayor proporción de ejecutivos, gerentes y profesionales en la fuerza laboral. Algunos de
estos empleos, sin duda, gozan de altos grados de poder y libertad, además de estar muy bien
pagados y ser prestigiosos. Sin embargo, en contra de los soñadores postindustriales, estas
élites no constituyen (ni nunca lo harán) el grueso de la sociedad. La economía todavía
depende de una gran masa de clase trabajadora. La mayor parte de estos puestos de trabajo
son empleos sin habilidades o semicualificados, con una proporción creciente en ventas y
servicios personales.

14
Resulta interesante que las nuevas especialidades informáticas sean la causa de la mayor parte del
crecimiento en conocimientos técnicos en los últimos 20-30 años. La aplicación de la tecnología
informática a la fábrica y a la oficina ha sido ampliamente reconocida como un gran impulso en la
productividad. La informatización es una tremenda ayuda para extender el alcance de la supervisión de
personal, incluidos los profesionales; también una tremenda ayuda en la tecnología de precisión, así
como en la rutinización de las tareas. Millones de personas han perdido sus empleos (o nunca los han
encontrado) debido a la creciente aplicación de la informática a la oficina y a la fábrica. Y millones más
han visto reducidas las habilidades requeridas en sus trabajos debido a la aplicación de esta tecnología –
y como resultado su paga. Por todo esto, los verdaderos conocimientos técnicos de la industria
informática están en manos de alrededor de 2,75 millones de científicos informáticos y programadores,
o aproximadamente el 2% de la fuerza laboral total.
Mientras que la proporción de la población dedicada a la producción de bienes ha disminuido
un tanto, sigue existiendo un gran número de trabajadores de servicios y ventas, y se prevé
que lo siga siendo. Y los desempleados y subempleados, el ejército de reserva industrial de
Marx y Braverman, están todavía muy presentes entre nosotros. Dado que nuestro sistema
económico es el capitalismo, una gran parte del sistema sociocultural (así como del sistema
mundial) se organiza en torno a la necesidad de ampliar el capital. Es este el motivo que está
detrás de la división cada vez más detallada del trabajo, la adopción de computadoras y otras
tecnologías para sustituir a los trabajadores, la mundialización y la subcontratación, la
inmigración, la mercantilización de la vida social, la degradación del trabajo y de los
trabajadores, y la polarización económica, política, y cultural dentro y entre las sociedades, y el
aumento de la alienación y la anomia. Pero, contrariamente a Braverman, yo no afirmo que el
capitalismo sea la única fuerza que provoque estos cambios; sociedades fuera del sistema
capitalista también caminan en la misma dirección. El capitalismo es un sistema económico
que debe ser ubicado dentro de la red socio-cultural de los pueblos, junto a las relaciones
tecnológicas y ambientales, la burocratización, el nacionalismo, el consumismo, el avance de la
ciencia y la racionalización. Estas fuerzas, nunca por sí solas y siempre en interacción unas con
otras (a veces reforzándose, a veces contradiciéndose), son asunto de la sociología.

Referencias:

- Braverman, Harry. 1974/1998. Trabajo y capital monopolista: La degradación del trabajo en el


siglo XX. Nueva York: Monthly Review Press.

- Foster, John Bellamy, 1998, Introducción a la edición de 1998 de Trabajo y capital


monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX. Nueva York: Monthly Review Press.

- Livingston, Michael G. 2000. “Harry Braverman: Marxista activista y teórico,” Una charla
presentada en la “Conferencia para el Análisis de la Historia del Trotskismo en los Estados
Unidos” celebrada en la Universidad de Nueva York, del 29 de septiembre al 1 de octubre del
2000. Consultado el 11 de julio de 2007 en:
http://www.marxists.org/history/etol/newspape/amersocialist/harry_braverman.htm.

- Mills, C. Wright. 1959/1976. La imaginación sociológica. Nueva York: Oxford University Press.

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