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LA VENIDA
DEL MESÍAS
en gloria
y majestad
R. ACKERMANN, STRAND
LONDRES, MÉJICO – 1826
I. H. S.
AL MESÍAS JESUCRISTO,
HIJO DE DIOS,
HIJO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA,
HIJO DE DAVID,
HIJO DE ABRAHAM
SEÑOR:
El fin que me he propuesto en esta obra (lo sabe bien Vuestra Mer-
ced) es dar a conocer un poco más la grandeza y excelencia de vuestra
adorable persona, y los grandes y adorables misterios, los nuevos y los
añejos 1, relativos al Hombre Dios, de que dan tan claros testimonios
las santas Escrituras. En la constitución presente de la Iglesia y del
mundo, he juzgado convenientísimo proponer algunas ideas, no nue-
vas sino de un modo nuevo, que por una parte me parecen expresas en
la Escritura de la verdad, y por otra parte se me figuran de una suma
importancia, principalmente para tres clases de personas.
Deseo y pretendo, en primer lugar, despertar por este medio, y aun
obligar a los sacerdotes a sacudir el polvo de las Biblias, convidándolos
a un nuevo estudio, a un examen nuevo, y a nueva y más atenta consi-
deración de este Libro divino, el cual siendo libro propio del sacerdo-
cio, como lo son respecto de cualquier artífice los instrumentos de su
facultad, en estos tiempos, respecto de no pocos, parece ya el más inú-
til de todos los libros. ¡Qué bienes no debiéramos esperar de este nue-
vo estudio, si fuese posible restablecerlo entre los sacerdotes hábiles, y
constituidos en la Iglesia por maestros y doctores del pueblo cristiano!
Deseo y pretendo, lo segundo, detener a muchos, y si fuese posible,
a todos los que veo con sumo dolor y compasión correr precipitada-
mente por la puerta ancha y espacioso camino 2 hacia el abismo ho-
rrible de la incredulidad; lo cual no tiene ciertamente otro origen sino
la falta de conocimiento de vuestra divina persona: y esto por verdade-
ra ignorancia de las Escrituras sagradas, que son las que dan testimo-
nio de Vuestra Merced 3.
1 Cant. 7, 13.
2 Mt. 7, 13.
3 Jn. 5, 39.
6 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Rom. 9, 5.
2 Sant. 2, 8.
3 1 Cor. 7, 25.
4 Is. 53, 12.
Prólogo
timo pido yo, no sólo por gracia, sino también por justicia, a cualquie-
ra que los tuviese.
Hecha esta primera advertencia, que me ha parecido inevitable, de-
bo ahora prevenir alguna leve satisfacción a dos o tres reparos genera-
les y obvios, que ya se han hecho por personas nada vulgares, y por
consiguiente se pueden hacer.
Primer reparo
El primero y más ruidoso de todos es la novedad. Esta (dicen como
temblando, y sin duda con óptima intención), en puntos que pertene-
cen de algún modo a la religión, como es la inteligencia y explicación
de la Escritura santa, siempre se ha mirado y siempre debe mirarse
con recelo, y desecharse como peligro, mucho más en este siglo en que
hay tantas novedades, y en que apenas se gusta de otra cosa que de la
novedad, etc.
Respuesta
La primera parte de esta proposición ciertamente es justa y pru-
dentísima, así como la segunda parte parece imprudentísima, injustí-
sima, y por eso infinitamente perjudicial. La novedad en cualquier
asunto que sea, mucho más en la inteligencia y exposición de la Escri-
tura santa, debe mirarse siempre con recelo, y no admitirse ni tolerar-
se con ligereza; mas de aquí no se sigue que deba luego al punto dese-
charse como peligro, ni reprobarse ligeramente por solo el título de
novedad. Esto sería cerrar del todo la puerta a la verdad, y renunciar
para siempre a la esperanza de entender la Escritura divina. Todos los
intérpretes, así antiguos como no antiguos, confiesan ingenuamente (y
lo confiesan muchas veces, ya expresa, ya tácitamente, sin poder evitar
esta confesión) que en la misma Escritura hay todavía infinitas cosas
oscuras y difíciles que no se entienden, especialmente lo que es profe-
cía. Y aunque todos han procurado con el mayor empeño posible dar a
estas infinitas cosas algún sentido o alguna explicación, saben bien los
que tienen en esto alguna práctica, que este sentido y explicación real-
mente no satisface; pues las más veces no son otra cosa que una pura
acomodación gratuita y arbitraria, cuya impropiedad y violencia salta
luego a los ojos.
Ahora digo yo: estas cosas que hasta ahora no se entienden en la
Escritura santa, deben entenderse alguna vez, o a lo menos proponer-
se su verdadera inteligencia; pues no es creíble, antes repugna a la in-
finita santidad de Dios, que las mandase escribir inútilmente por sus
siervos los profetas 1. Si alguna vez se han de entender, o se ha de pro-
poner su verdadera inteligencia, será preciso esperar este tiempo, que
1 Rom. 14, 1, 5.
PRÓLOGO 11
Tercer reparo
Pocos años ha salió a luz en italiano una obra intitulada Segunda
época de la Iglesia, cuyo autor se llama Enodio Papiá. Como en la obra
presente, cuyo título es La venida del Mesías en gloria y majestad, se
leen cosas muy semejantes a las que se leen en aquélla (aunque pro-
puestas y seguidas de otro modo diverso), es muy de temer que ambas
tengan una misma suerte; esto es, que esta última sea puesta luego co-
mo lo fue aquélla en el Indice romano. Por tanto, sería lo más acertado
obviar con tiempo a este inconveniente, oprimiéndola en la cuna, y ha-
ciéndola pasar del vientre al sepulcro 1 sin discreción ni misericordia.
Respuesta
Los que así discurren o pueden discurrir, me parece, salvo el res-
pecto que se les debe, que o no han leído la primera obra de que ha-
blamos, o no han leído la segunda; o lo que parece más probable, no
han leído ni la una ni la otra, sino que hablan al aire, y se meten a juz-
gar sin el debido examen, y sin conocimiento alguno de causa. La ra-
zón que tengo para esta sospecha, es la misma variedad de sentencias
que han llegado a mis oídos sobre este asunto casi por los 32 rumbos;
porque ya me acusan de plagiario, como que he tomado mis ideas de
Enodio Papiá; ya que sigo en la sustancia el mismo sistema; ya que me
conformo con él en los principios y en los fines, diferenciándome so-
lamente en los medios; ya en suma, por abreviar, que aunque discon-
vengo de este autor en casi todo, pero a lo menos convengo con él en el
modo audaz de pretender desatar el nudo sagrado e indisoluble del
capítulo 20 del Apocalipsis; como si no fuesen reos de este mismo de-
lito todos cuantos han intentado explicar el mismo Apocalipsis.
Ahora, para satisfacer en breve a tantas y tan diversas acusaciones,
me parece que puede bastar una respuesta general. Primeramente, yo
protesto con verdad ante Dios y los hombres, que de esta obra de que
hablamos, ni he tomado ni he podido tomar la más mínima especie. La
razón es única pero decisiva, a saber, porque no he leído tal obra, ni la
he visto aún por de fuera, ni tampoco he oído jamás hablar de ella a
persona que la haya leído. Lo único que he leído de este mismo autor
es la exposición del Apocalipsis, en la cual se remite algunas veces a
otra segunda obra que promete, esto es, a la Segunda época de la Igle-
sia. Mas esta exposición del Apocalipsis, lejos de contentarme, me de-
sagradó tanto, y aun más, que cuanto he leído de diversos autores,
porque aunque apunta algunas cosas buenas en sí mismas, no las fun-
da sólidamente, sino que las presenta informes, y aun disformes sin
explicación ni prueba. Algunas otras parecen duras e indigeribles,
1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
2 Ibíd.
3 CONCILIO VATICANO, 1788.
Discurso preliminar
1 Rom. 9, 1-5.
2 Ex. 3, 14-15.
16 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
y prodigios inauditos, por espacio de dos mil años; que este pueblo de
Dios, este pueblo santo, tuviese en medio de sí a este mismo Mesías
por quien tantos siglos había suspirado, que lo viese por sus propios
ojos con todo el esplendor de sus virtudes; que oyese su voz y sus pa-
labras de vida, siempre admirado, suspenso y como encantado de las
palabras de gracia que salían de su boca 1; que admirase sus obras
prodigiosas, diciendo y confesando que bien lo ha hecho todo: a los
sordos los ha hecho oír, y a los mudos hablar 2; que recibiese de su
bondad toda suerte de beneficios, y de beneficios continuos así espiri-
tuales como corporales, etc.; y que con todo eso no lo recibiese, con
todo eso lo desconociese, con todo eso lo persiguiese con el mayor fu-
ror; con todo eso lo mirase como un seductor, como un inicuo, y como
tenía anunciado Isaías, lo hubiese con los malvados contado 3; con to-
do eso, en fin, lo pidiese a grandes voces para el suplicio de la cruz?
Cierto que han sucedido en esta nuestra tierra cosas verdaderamente
increíbles, al paso que ciertas y de la suprema evidencia.
Mas de este sumo mal, infinitamente funesto y lamentable (prose-
guía yo discurriendo), ¿quién sería la verdadera causa? ¿Serían acaso
los publicanos, los pecadores, las meretrices, por no poder sufrir la
santidad de su vida, ni la pureza y perfección de su doctrina? Parece
que no, pues el Evangelio mismo nos asegura que se acercaban a él los
publicanos y pecadores para oírle 4; y esto era lo que murmuraban los
escribas y fariseos: Y los fariseos y los escribas murmuraban dicien-
do: Este recibe pecadores y come con ellos 5; y en otra parte: Si este
hombre fuera profeta, bien sabría quién y cuál es la mujer que le to-
ca; porque pecadora es 6. ¿Sería acaso la gente ordinaria, o la ínfima
plebe siempre ruda, grosera y desatenta? Tampoco; porque antes esta
plebe no podía hallarse sin él; ésta lo buscaba, y lo seguía hasta en los
montes y desiertos más solitarios; ésta lo aclamaba a gritos por hijo de
David y rey de Israel; ésta lo defendía y daba testimonio de su justicia,
y por temor de esta plebe no lo condenaron antes de tiempo: Mas te-
mían al pueblo 7.
No nos quedan, pues, otros sino los sacerdotes, los sabios y docto-
res de la ley, en quienes estaba el conocimiento y el juicio de todo lo
que tocaba a la religión. Y en efecto, éstos fueron la causa y tuvieron
toda la culpa. Mas en esto mismo estaba mi mayor admiración: Cierto
que es esta cosa maravillosa, les decía aquel ciego de nacimiento, que
1 Lc. 4, 22.
2 Mc. 7, 37.
3 Is. 53, 12.
4 Lc. 15, 1.
5 Lc. 15, 2.
6 Lc. 7, 39.
7 Lc. 22, 2.
DISCURSO PRELIMINAR 17
1 Jn. 9, 30.
2 Gen. 49, 10; Dan. 9, 25.
3 Mc. 7, 6-9.
4 Lc. 9, 52.
18 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
perfección: Escudriñad las Escrituras… y ellas son las que dan testi-
monio de mí 1. Pero todo en vano; como ya no había más Escritura que
los rabinos, ni más ideas del Mesías que las que nos daban nuestros
doctores, ni los mismos escribas y fariseos y legisperitos conocían otro
Mesías que el que hallaban en los libros y en las tradiciones de los hom-
bres, fue como una consecuencia necesaria que todo se errase, y que el
pueblo ciego, conducido por otro ciego, que era el sacerdocio, cayese
junto con él en el precipicio. ¿Acaso podrá un ciego guiar a otro ciego?
¿No caerán ambos en el hoyo? 2.
Ahora, amigo mío, dejando aparte y procurando olvidar del todo
unas cosas tan funestas y tan melancólicas, que no nos es posible reme-
diar, volvamos todo el discurso hacia otra parte. Si yo me atreviese a
decir que los Cristianos, en el estado presente, no estamos tan lejos co-
mo se piensa de este peligro, ni tan seguros de caer en otro precipicio
semejante, pensaríais sin duda que yo burlaba, o que acaso quería ten-
taros con enigmas, como la reina de Saba a Salomón. Mas si vierais que
hablaba seriamente sin equívoco ni enigma, y que me tenía en lo dicho,
paréceme que al punto firmaríais contra mí la sentencia de muerte,
clamando a grandes voces: Sea apedreado, y tirándome vos mismo, no
obstante nuestra amistad, la primera piedra. Pues señor, aunque llue-
van piedras por todas partes, lo dicho dicho: la proposición la tengo por
cierta, y el fundamento me parece el mismo sin diferencia alguna sus-
tancial. Oíd ahora con bondad, y no os asustéis tan al principio.
Así como es cierto y de fe divina que el Mesías prometido en las
santas Escrituras vino ya al mundo, así del mismo modo es cierto y de
fe divina que, habiéndose ido al cielo después de su muerte y resurrec-
ción, otra vez ha de venir al mismo mundo de un modo infinitamente
diverso. Según esto creemos los Cristianos dos venidas, como dos pun-
tos esenciales y fundamentales de nuestra religión: una que ya suce-
dió, y cuyos efectos admirables vemos y gozamos hasta el día de hoy;
otra que sucederá infaliblemente, no sabemos cuándo. De ésta, pues,
os pregunto yo si estas ideas son tan ciertas, tan seguras y tan justas,
que no haya cosa alguna que temer ni que dudar. Naturalmente me di-
réis que sí, creyendo buenamente que todas las ideas que tenemos de
esta segunda venida del Mesías son tomadas fielmente de las santas
Escrituras, de donde solamente se pueden tomar. Amén, así lo haga el
Señor: despierte el Señor las palabras que tú profetizaste 3.
No obstante yo os pregunto a vos mismo, con quien hablo en parti-
cular, si con vuestros propios estudios, trabajos y diligencia habéis sa-
cado estas ideas de las santas Escrituras. Así parece que lo debemos
1 Jn. 5, 39.
2 Lc. 6, 39.
3 Jer. 28, 6.
DISCURSO PRELIMINAR 19
1 Mt. 5, 23.
20 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
del Mesías que nos dan los intérpretes, cuanto al modo, duración y cir-
cunstancias, y que tenemos por tan ciertas y tan seguras, no lo son
tanto que no necesitan de examen. Y este examen no parece que puede
hacerse de otro modo, sino comparando dichas ideas con la Escritura
misma, de donde las tomaron o las debieron tomar. Si esta diligencia
hubieran practicado nuestros escribas y fariseos, cuando el Señor
mismo los remitía a las Escrituras, ciertamente hubieran hallado otras
ideas infinitamente diversas de las que hallaban en los rabinos, y es
bien creíble que no hubieran errado tan monstruosamente.
¿Qué quieres, amigo, que te diga? Por grande que sea mi venera-
ción y respeto a los intérpretes de la Escritura, hombres verdadera-
mente grandes, sapientísimos, eruditísimos y llenos de piedad, no
puedo dejar de decir lo que, en el asunto particular de que tratamos,
veo y observo en ellos con grande admiración. Los veo, digo, ocupados
enteramente en el empeño de acomodar toda la Escritura santa, en es-
pecial lo que es profecía, a la primera venida del Mesías, y a los efectos
ciertamente grandes y admirables de esta venida, sin dejar o nada o
casi nada para la segunda, como si sólo se tratase de dar materia para
discursos predicables, o de ordenar algún oficio para tiempo de Ad-
viento. Y esto con tanto celo y fervor, que no reparan tal vez, ni en la
impropiedad, ni en la violencia, ni en la frialdad de las acomodaciones,
ni en las reglas mismas que han establecido desde el principio, ni tam-
poco (lo que parece más extraño), tampoco reparan en omitir algunas
cosas, olvidando ya uno, ya muchos versículos enteros, como que son
de poca importancia; y muchas veces son tan importantes, que destru-
yen visiblemente la exposición que se iba dando.
Por otra parte los veo asentar principios, y dar reglas o cánones pa-
ra mejor inteligencia de la Escritura; mas por poco que se mire, se co-
noce al punto que algunas de estas reglas, y no pocas, son puestas a
discreción, sin estribar en otro fundamento que en la exposición mis-
ma o inteligencia que ya han dado, o pretenden dar, a muchos lugares
de la Escritura bien notables. Y si esta exposición o inteligencia es po-
co justa, o muy ajena de la verdad (como sucede con bastante frecuen-
cia), ya tenemos reglas propísimas para no entender jamás lo que lee-
mos en la Escritura. De aquí han nacido aquellos sentidos diversos de
que muchos abusan para refugio seguro en las ocasiones; pues por cla-
ro que parezca el texto, si se opone a las ideas ordinarias, tienen siem-
pre a la mano su sentido alegórico. Y si éste no basta, viene luego a
ayudarlo el anagógico, a los cuales se añade el tropológico, místico,
acomodaticio, etc., haciendo un uso frecuentísimo, ya de uno, ya de
otro, ya de muchos a un mismo tiempo, subiendo de la tierra al cielo
con grande facilidad, y con la misma bajando del cielo a la tierra al ins-
tante siguiente, tomando en una misma individua profecía, en un mis-
DISCURSO PRELIMINAR 21
mo pasaje, y tal vez en un mismo versículo, una parte literal, otra ale-
górica, otra anagógicamente, y componiendo de varios retazos diver-
sísimos una cosa o un todo que al fin no se sabe lo que es. Y entre tan-
to la divina Escritura, el Libro verdadero, el más venerable, el más sa-
grado, queda expuesto al fuego o agudeza de los ingenios, a quién aco-
moda mejor, como si fuese libro de enigmas.
No por eso penséis, señor, que yo repruebo absolutamente el senti-
do alegórico o figurado (lo mismo digo a proporción de los otros senti-
dos). El sentido alegórico, en especial, es muchas veces un sentido
bueno y verdadero, al cual se debe atender en la misma letra, aunque
sin dejarla. Sabemos por testimonio del apóstol San Pablo que muchas
cosas que se hallan escritas en los libros de Moisés eran figura de otras
muchas, que después se verificaron en Cristo. Y el mismo apóstol, en
la epístola a los Gálatas, capítulo 4, habla de dos testamentos figura-
dos en las dos mujeres de Abraham, y en sus dos hijos Ismael e Isaac,
y añade: Las cuales cosas fueron dichas por alegoría 1: mas como sa-
bemos por otra parte que las epístolas de San Pablo son tan canónicas
como el Génesis y Exodo, quedamos ciertos y seguros no menos de la
historia que de su aplicación: ni por esta explicación, o alegoría, o figu-
ra, dejamos de creer que las dos mujeres de Abraham, Agar y Sara,
eran dos mujeres verdaderas, ni que las cosas que fueron figuradas de-
jasen de ser o suceder así a la letra, como se lee en los libros de Moisés.
No son así los sentidos figurados que leemos, no solamente en Oríge-
nes (a quien por esto llama San Jerónimo siempre intérprete alegóri-
co, y en otras partes, nuestro alegórico), sino en toda suerte de escri-
tores eclesiásticos, así antiguos como modernos; los cuales sentidos
muchísimas veces no dejan lugar alguno, antes parece que destruyen
enteramente el sentido historial, esto es, el obvio literal. Y aunque re-
gularmente dicen verdades, se ve no obstante con los ojos que no son
verdades contenidas en aquel lugar de la Escritura sobre que hablan,
sino tomadas de otros lugares de la misma Escritura, entendida en su
sentido propio, obvio y natural literal; y ellos mismos confiesan, como
una verdad fundamental, que sólo este sentido es el que puede esta-
blecer un dogma y enseñar una verdad.
Con todo esto, dice un autor moderno, la Escritura divina no se ha
explicado hasta ahora de otro modo de como se explicó en el cuarto y
quinto siglo, esto es, de un modo más concionatorio que propio y lite-
ral; o por un respeto no muy bien entendido a la antigüedad, o también
por ser un modo más fácil y cómodo, pues no hay texto alguno, por os-
curo que parezca, que no pueda admitir algún sentido, y esto basta. Es-
ta libertad de explicar la Escritura divina en otros mil sentidos, dejando
1 Gal. 4, 24.
22 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
el literal, ha llegado con el tiempo a tal exceso, que podemos decir sin
exageración que los escritores mismos la han hecho inaccesible, y en
cierto modo despreciable. Son estas expresiones no mías, sino del sabio
poco ha citado 1. Inaccesible a aquellas personas religiosas y pías que
tienen hambre y sed de las verdades que contienen los Libros sagrados,
por el miedo de caer en grandes errores, que los doctores mismos les
ponderan, si se atreven a leer estos Libros sagrados sin luz y socorro de
sus comentarios, tantos y tan diversos. Y como en estos mismos comen-
tarios lo que más falta y se echa menos es la Escritura misma, que no
pocas veces se ve sacada de su propio lugar, y puesta otra cosa diferen-
te, parece preciso que a lo menos una gran parte de la Escritura, en es-
pecial una parte tan principal como es la profecía, quede escondida y
como inaccesible a los que con buena fe y óptima intención desean es-
tudiarla: Vosotros no entrasteis y habéis prohibido a los que entra-
ban 2. Lo que si bien es falso hablando en general, a lo menos en el pun-
to presente me parece cierto por mi propia experiencia.
Los comentadores, hablando en general, no entraron ciertamente
en muchos misterios bien sustanciales y bien claros, que se leen y repi-
ten de mil maneras en los Libros sagrados. Esto es mal, y no pequeño;
mas el mayor mal está en que prohíban la entrada y cierren la puerta a
otros muchos que pudieran entrar, dándoles a entender, y tal vez per-
suadiéndoles con sumo empeño, que aquellos misterios de que hablo,
son peligro, son error, son sueños, son delirios, etc., que aunque en las
Escrituras parezcan expresos y claros, no se pueden entender así, sino
de otro modo, o de otros cien modos diversos, según diversas opinio-
nes, menos de aquel modo y en aquella forma en que los dictó el Espí-
ritu Santo. Y si a personas religiosas y pías la Escritura divina se ha
hecho en gran parte inaccesible por los comentadores mismos, a otras
menos religiosas y menos pías, en especial en el siglo que llamamos de
las luces, se ha hecho también nada menos que despreciable, pues se
les ha dado ocasión más que suficiente para pensar, y tal vez lo dicen
con suma libertad, que la Escritura divina es, cuando menos, un libro
inútil; pues nada significa por sí mismo, ni se ha de entender como se
lee, sino de otro modo diverso que es necesario adivinar. En fin, que
cada uno es libre para darle el sentido que le parece. Así el temor res-
petuoso de los unos, y el desprecio impío de los otros, han producido
por buena consecuencia un mismo efecto natural, esto es, renunciar
enteramente al estudio de la Escritura, lo que en nuestros días parece
que ha llegado a lo sumo.
Todo esto que acabo de apuntar, aunque en general y en confuso,
me persuado que os parecerá duro e insufrible, mucho más en la boca
ínfima plebe, descubra en un grande edificio dirigido por los más sa-
bios arquitectos, descubra, digo, y avise a los interesados que el edifi-
cio flaquea y amenaza ruina por alguna parte determinada? No cier-
tamente porque el edificio en general no esté bien trabajado según las
reglas, sino porque el fundamento sobre que estriba una parte del mis-
mo edificio no es igualmente sólido y firme como debía ser.
¿Se podrá muy bien tratar a este hombre de ignorante y grosero?
¿Se podrá reprender de audaz y temerario? ¿Se le podrá decir con irri-
sión que piensa saber más que los arquitectos mismos, pues éstos, te-
niendo buenos ojos, edificaron sobre aquel fundamento? ¿Y no es ve-
rosímil que mirasen primero lo que hacían, etc.? Mas si por desgracia
los arquitectos en realidad no examinaron el fundamento por aquella
parte, o no lo examinaron con atención; si se fiaron de la pericia de
otros más antiguos, y éstos de otros; si en esta buena fe edificaron sin
recelo, no mirando otra cosa que a poner una piedra sobre otra; en es-
te caso nada imposible, ¿será maravilla que el hombre grosero e igno-
rante descubra el defecto, y diga en esto la pura verdad? Con este
ejemplo obvio y sencillo deberéis comprender cuanto yo tengo que
alegar en mi defensa. Todo se puede reducir a esto solo, ni me parece
necesaria otra apología.
Debo solamente advertiros que, como en todo este escrito que os
voy a presentar, he de hablar necesariamente, y esto a cada paso, de los
intérpretes de la Escritura, o, por hablar con más propiedad, de la in-
terpretación que dan a todos aquellos lugares de la Escritura pertene-
cientes a mi asunto particular, temo mucho que me sea como inevitable
el propasarme tal vez en algunas expresiones o palabras, que puedan
parecer poco respetuosas, y aun poco civiles. Las que hallareis en esta
forma, yo os suplico, señor, que tengáis la bondad de corregirlas, o sus-
tituyendo otras mejores, o si esto no se puede, quitándolas absoluta-
mente. Mi intención no puede ser otra que decir clara y sencillamente
lo que me parece verdad. Si para decir esta verdad no uso muchas veces
de aquella amable discreción, ni de aquella propiedad de palabras que
pide la modestia y la equidad, esta falta se deberá atribuir más a pobre-
za de palabras que a desprecio o poca estimación de los doctores, o a
cualquiera otro efecto menos ordenado. Tan lejos estoy de querer ofen-
der en lo más mínimo la memoria venerable de nuestros doctores y
maestros, que antes la miro con particular estimación, como que no ig-
noro lo que han trabajado en el inmenso campo de las Escrituras, ni
tampoco dudo de la bondad y rectitud de sus intenciones. Así mis ex-
presiones y palabras, sean las que fueren, no miran de modo alguno a
las personas de los doctores, ni a su ingenio, etc.; miran únicamente al
sistema que han abrazado. Este sistema es el que pretendo combatir,
mostrando con los hechos mismos, y con argumentos los más sencillos
DISCURSO PRELIMINAR 25
1 Mc. 4, 28.
Parte Primera
Algunos preparativos
necesarios para una
justa observación
Capítulo 1
De la letra de la sagrada Escritura
PÁRRAFO 1
[1] Todo lo que tengo que deciros, venerado amigo Cristófilo, se re-
duce al examen serio y formal de un solo punto, que en la constitución o
sistema presente de la Iglesia y del mundo me parece de un sumo inte-
rés; es a saber: si las ideas que tenemos de la segunda venida del Me-
sías, artículo esencial y fundamental de nuestra religión, son ideas ver-
daderas y justas, sacadas fielmente de la Divina Revelación, o no.
[2] Yo comprendo en esta segunda venida del Mesías, no solamen-
te su manifestación o su revelación, como la llaman frecuentemente
San Pedro y San Pablo, sino también todas las cosas que a ella se or-
denan inmediatamente o tienen con ella relación inmediata, así las
que deben precederla como las que deben acompañarla, como también
todas sus consecuencias. Si no me engañan mis ojos, me parece a mí
que veo todas estas cosas con la mayor distinción y claridad en la santa
Escritura, y en toda la Escritura. Me parece que las veo todas grandes
y magníficas, dignas de la grandeza de Dios y de la persona admirable
del hombre Dios. Lejos de hallar dificultad en componer y concordar
las unas con las otras, me parece que todas las veo coherentes y con-
formes, como que todas son dictadas por un mismo Espíritu de ver-
dad, que no puede oponerse a sí mismo. Es verdad que muchas de es-
tas cosas no las entiendo; quiero decir, no puedo formar una idea pre-
cisa y clara del modo con que deben todas suceder; mas esto, ¿qué im-
porta? La sabiduría de Dios, que es ante todas cosas, ¿quién la ras-
treó? 1. ¿Soy yo acaso capaz de comprender el modo admirable con
que está Cristo en la eucaristía? Con todo eso lo creo, sin entenderlo; y
esta creencia fiel y sencilla es la que me vale para hallar en este sacra-
mento el sustento y la vida del alma.
[3] Esta reflexión, que sin duda es el mayor y el más sólido consue-
lo, la extiendo sin temor alguno a todas cuantas cosas leo en las santas
Escrituras. Y lleno de confianza y seguridad, me propongo a mí mismo
este simple discurso. Dios es en todo infinito, y yo soy en todo peque-
ño; Dios puede hacer con suma facilidad infinito más de lo que yo soy
capaz de concebir; luego será un despropósito infinito que yo piense
1 Eclo. 1, 3.
30 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Gal. 1, 20.
2 Heb. 6, 18.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 31
1 Gen. 3, 21.
2 TEODORETO, q. 39.
3 Gen. 2, 2.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 33
han escrito después contra los herejes, han observado siempre, o casi
siempre, la misma conducta. Digo casi siempre, porque es innegable
que tal vez, con el fervor de la disputa, salieron muy fuera de esta re-
gla, y muy fuera de este límite justo y preciso que no puede vadearse 1.
Mas entonces es puntualmente cuando nada concluyeron y nada hicie-
ron. Esto es visible y claro a cualquiera persona capaz de reflexión, que
lea estas disputas o controversias, así antiguas como nuevas. Y la ra-
zón misma muestra que así debía entonces, y siempre debe suceder,
porque si lo que se impugna es ciertamente error, o es error contra al-
guna de aquellas infinitas verdades de que la Escritura divina da tes-
timonio claro y manifiesto, o no. Si no, toda la divina Escritura de na-
da puede servir para impugnar y destruir aquel error, aunque se
amontonen textos a millares, porque ¿cómo se podrá conocer esta
verdad contraria a aquel error, sino precisamente por la letra, o por el
sentido literal de la Escritura? El decir: Esto se puede, esto significa o
se debe entender, no satisface y, por consiguiente, no basta, cuando no
se pruebe por otras razones hasta la evidencia, y esta prueba real y
formal no es razón que se tome solamente de este o de aquel otro au-
tor que así lo pensó, sino de la Escritura misma, o en este lugar, si la
letra lo dice claramente, o en otros lugares en que se explica más. De-
be, pues, decirse con verdad: Esto dice aquí la divina Escritura; de
otra suerte nada se concluye.
[13] Los herejes más corrompidos y más desviados de la verdad
pretendieron siempre confirmar sus errores con la Escritura, como si
fuese ésta alguna fuente universal de que todos pueden beber a su sa-
tisfacción, o como aquel maná de quien dice el Sabio, acomodándose a
la voluntad de cada uno, se volvía en lo que cada uno quería 2. Preten-
dían, digo, hacer creer que en la Escritura estaban, y que de ella los
habían sacado; mas en la realidad los llevaban de antemano, indepen-
diente de toda Escritura; y lo más ordinario, los llevaban más en el co-
razón que en el entendimiento. Y habiéndolos adoptado, y tal vez sin
adoptarlos ni creerlos, iban a la Escritura divina a buscar en ella algu-
na confirmación o alguna defensa, sólo por espíritu de malignidad, de
emulación, de odio, de independencia y de cisma. Y ¿qué sucedía? Su-
cedía, y es bien fácil que suceda así, que o hallaban en la Escritura al-
gún texto con tal o cual viso favorable, o ellos mismos le hacían fuerza
abierta para que se pusiese de su parte, ya quitando, ya añadiendo, ya
separando el texto de todo su contexto, para que dijese por fuerza lo
que realmente no decía. Los Maniqueos, por ejemplo, defendían sus
dos principios, o dos dioses, uno bueno y otro malo; uno causa de todo
el bien que hay en el mundo, otro causa de todos los males, así físicos
1 Ez. 47, 5.
2 Sab. 16, 21.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 35
1 Mt. 7, 17-18.
2 Mt. 7, 19.
3 Lc. 11, 34.
4 Eclo. 32, 19.
5 2 Ped. 3, 16.
36 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 1 Tim. 4, 2.
2 Mt. 26, 27-28; Mc. 14, 22-24; Lc. 22, 17-20.
3 Jn. 6, 56-57, 51.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 37
PÁRRAFO 3
[21] Cuanto a los católicos y píos, que alguna vez erraron, o mucho
o poco, decimos casi lo mismo que de los herejes; mas con esta grande
y notable diferencia que hace toda su apología: que si en algo erraron
alguna vez, su error no fue de corazón, sino de entendimiento, y cuan-
do llegaron a conocerlo, lo retractaron al punto con verdad y simplici-
dad. Mas si buscamos con mediana atención el verdadero origen de es-
1 Act. 1, 3.
2 Mt. 18, 17.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 39
1 2 Cor. 3, 6.
2 Mt. 19, 12.
40 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 4
1 2 Cor. 3, 7.
2 Rom. 5, 13.
3 Rom. 7, 39.
4 2 Cor. 3, 3.
5 Rom. 8, 16.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 41
[27] Pues como este espíritu que entonces se dio, no fue una cosa
pasajera, limitada a aquel solo día, sino permanente y estable, que se
debía dar en todos tiempos, y a todos los creyentes que quisiesen darle
lugar, por eso dice el Apóstol que el espíritu de la ley de gracia vivifica;
y no vivifica, antes mata, la ley escrita, porque no había en ella tal es-
píritu. Esto es lo que sólo dice San Pablo, y esta es en sustancia la ex-
plicación que dan a este texto los autores juiciosos, cuando llegan a él.
Digo, cuando llegan a él, porque no siempre que lo citan proceden con
el mismo juicio. Muchas veces se ve que a la inteligencia literal de un
texto claro de la Escritura le dan el nombre de inteligencia según la le-
tra que mata, aludiendo sin duda al la letra mata de San Pablo, mas
lo entienden en aquel sentido que ni tiene ni puede tener. Leed el libro
sobre el espíritu y la letra de San Agustín, y allí hallaréis desde el prin-
cipio la censura que merecen los que pretenden defenderse con este
texto para dejar el sentido propio de la Escritura, y pasarse a la pura
alegoría. La alegoría es buena cuando se usa con moderación y sin per-
juicio alguno de la letra, la cual se debe salvar en primer lugar. Asegu-
rada ésta, alegorizad cuanto quisiereis, sacad figuras, moralidades,
conceptos predicables, etc., que puedan ser de edificación a los que le-
yeren, con tal que no se opongan a algún otro lugar de la Escritura, se-
gún su propio y natural sentido.
PÁRRAFO 5
[28] No se puede negar que muchas cosas se leen en la Escritura
que, tomadas según la letra, y aun estudiando prolijamente todo su
contexto, no se entienden. Pero ¿qué mucho que no se entiendan? ¿Os
parece preciso y de absoluta necesidad, que todo se entienda y en todos
tiempos? Si bien lo miráis, esta ignorancia o esta falta de inteligencia en
muchas cosas de la Escritura, máximamente en lo que es profecía, su-
cede por una de dos causas: o porque todavía no ha llegado su tiempo, o
porque no se acomodan bien, antes se oponen manifiestamente, a aquel
sistema o a aquellas ideas que ya habíamos adoptado como buenas. Si
para muchas no ha llegado el tiempo de entenderse, ni ser útil la inteli-
gencia, ¿cómo las pensamos entender? ¿Cómo hemos de entender
aquello de la sabiduría infinita que Dios quiso dejarnos revelado, sí, pe-
ro ocultísimo debajo de oscuras metáforas, para que no se entendiese
fuera de su tiempo? La inteligencia de estas cosas no depende, señor
mío, de nuestro ingenio, de nuestro estudio, ni de la santidad de nues-
tra vida; depende solamente de que Dios quiera darnos la llave, de que
quiera darnos el espíritu de inteligencia: Porque si el gran Señor qui-
siere, le llenará de espíritu de inteligencia 1, y Dios no acostumbra dar
sino a su tiempo; mucho menos aquellas cosas que fuera de su tiempo
1 Eclo. 39, 8.
42 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
pudieran hacer más daño que provecho. Los antiguos es innegable que
no entendieron muchas cosas que ahora entendemos nosotros, y los
venideros entenderán muchas otras que nos parecen ahora ininteligi-
bles; porque al fin no se escribieron sino para algún fin determinado, y
este fin no pudiera conseguirse si siempre quedasen ocultas. Ocultas
estaban, y lo hubieran estado toda la eternidad sin escribirse, ni habría
para qué usar esta diligencia inútil e indigna de Dios.
[29] De un modo semejante discurrimos sobre la segunda causa de
nuestra falta de inteligencia. Si algunas cosas, y no pocas, de las que
leemos en las Escrituras no se acomodan con aquel sistema, o con
aquellas ideas que hemos adoptado, antes se les oponen manifiesta-
mente, ¿cómo será posible en este caso que las podamos entender? Al
paso que el sistema nos parezca único, y nuestras ideas evidentes, a esa
mismo paso deberá crecer la oscuridad de aquellas Escrituras que son
visiblemente contrarias, y algunas veces contradictorias. Se harán en
todos tiempos esfuerzos grandísimos por los mayores ingenios para
conciliar estos dos enemigos; mas serán inútiles necesariamente. ¿Por
qué razón? Por la misma que acabamos de apuntar. Porque nuestro sis-
tema nos parece único, y nuestras ideas evidentes. Y siendo así, todos
los esfuerzos que se hicieren no se encaminarán a otro fin que hacer ce-
der a las Escrituras para que se acomoden al sistema, quedando éste
victorioso sin haber perdido un punto de su puesto. Mas como la ver-
dad de Dios es esencialmente inmutable y eterna, incapaz de ceder a
todos los esfuerzos de las criaturas, esta misma firmeza inalterable ven-
drá a ser, por una consecuencia natural, toda la causa de su oscuridad;
como si dijéramos: Este lugar de la Escritura y otros semejantes no se
pueden acomodar a nuestro sistema con todos los esfuerzos que se han
hecho; luego son lugares oscuros; luego se deben entender en otro sen-
tido; luego será preciso buscar otro sentido, el más a propósito para que
se acomoden, a lo menos para que no se opongan al sistema.
[30] Este modo de argumentar os parecerá sin duda poco justo; y,
no obstante, es increíble el uso que tiene. Y ¿quién sabe, amigo (guar-
dad por ahora este secreto hasta que lo veáis por vuestros ojos en toda
la segunda parte), quién sabe si aquellas amenazas que nos hacen, de
error y peligro en el sentido literal de la Escritura, miran solamente a
estas cosas inacomodables al sistema que han adoptado? Estas ame-
nazas no se extienden ciertamente a toda la Escritura; pues ellos mis-
mos buscan, y admiten en cuanto les es posible, este sentido literal.
Conque sólo deben limitarse a algunas cosas particulares. ¿Cuáles son
éstas? Son aquéllas puntualmente, y a mi parecer únicamente, cuya
observación y examen es el asunto primario de este escrito, pertene-
cientes todas a la segunda venida del Señor.
Capítulo 2
De la autoridad extrínseca
sobre la letra de la santa Escritura
PÁRRAFO 1
PÁRRAFO 2
1 Dz. 786.
2 MELCHOR CANO, De Locis, lib. 7; PETAVIO, Prolegom. ad Theologiam; POSSEVINO, Apparato Sa-
cro; etc.
46 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 1
[41] Toda la Escritura divina tiene tanta y tan estrecha conexión
con la persona adorable del Mesías, que podemos con verdad decir
que toda habla de él, o en figura, o en profecía, o en historia; toda se
encamina a él, y toda se termina en él, como en su verdadero e íntimo
fin. Nuestros rabinos no dejaron de conocer muy bien esta grande e
importante verdad; mas como entre tantas cosas grandes y magníficas
que se leen casi a cada paso del Mesías en los Profetas y en los Salmos,
encontraban algunas poco agradables, y a su parecer indignas de aque-
lla grandeza y majestad, como no quisieron creer fiel y sencillamente
lo que leían, y esto porque no podían componer en una misma persona
la grandeza de las unas con la pequeñez de las otras; como, en fin, no
quisieron distinguir ni admitir en esta misma persona aquellos dos es-
tados y tiempos infinitamente diversos, que tan claros están en las Es-
crituras, tomaron finalmente un partido, que fue el principio de nues-
tra ruina y la raíz de todos nuestros males. Resolvieron, digo, declarar-
se por las primeras, y olvidar enteramente las segundas.
[42] En consecuencia de esta imprudente resolución formaron, ca-
si sin advertirlo, un sistema general que poco a poco todos fueron
abrazando, diciendo los unos lo que habían dicho los otros, y sin más
razón que porque los otros lo habían dicho, se aplicaron con grande
empeño a acomodar a este sistema, que ya parecía único, todas las
profecías, y todas cuantas cosas se dicen en ellas, resueltos a no dar
cuartel a alguna, fuese la que fuese, si no se dejaba acomodar. Quiero
decir, que aquellas que se hallasen absolutamente inacomodables al
sistema, o debían omitirse como inútiles, o lo que parecía más seguro,
debía negarse obstinadamente que hablasen del Mesías, pues había
otros profetas y justos a quienes, de grado o por fuerza, se podían
acomodar. Sistema verdaderamente infeliz y funestísimo, que redujo
al fin a todo el pueblo de Dios al estado miserable en que hasta ahora
lo vemos, que es la mayor ponderación. Mas dejando estas cosas como
ya irremediables, y volviendo a nuestro propósito, entremos desde
48 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Fenómeno 4.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 3 49
cen, se debe hacer el juicio universal. ¿Por qué? Porque así lo asegura el
profeta Joel en el capítulo 3. Y aunque el profeta Joel no habla del juicio
universal, como parece claro de todo su contexto, pero así entendieron
este lugar algunos antiguos, y así ha corrido hasta ahora sin especial
contradicción. No obstan las medidas exactas que han tomado a este
valle algunos curiosos, para ver como podrán acomodarse en milla y
media de largo con cien pasos de ancho aquellos poquitos de hombres
que han de concurrir de todas las partes del mundo y de todos los si-
glos, porque al fin se acomodarán como pudieren, y la gente caída e in-
feliz, dice un sabio, cabe bien en cualquier lugar por estrecho que sea.
[45] Llegado, pues, el Señor al valle de Josafat, y sentado en un
trono de grande majestad, no en tierra, sino en el aire, pero muy cerca
de la tierra, y colocados también en el aire todos los justos, según su
grado, en forma de anfiteatro, se abrirán los libros de las conciencias,
y hecho público todo lo bueno y lo malo de cada uno, justificada en es-
to la causa de Dios, dará el Juez la sentencia final, a unos de vida, a
otros de muerte eterna. Se ejecutará al punto la sentencia, arrojando al
infierno a todos los malos junto con los demonios, y Jesucristo se vol-
verá otra vez al cielo, llevándose consigo a todos los buenos.
[46] Esto es, en suma, todo lo que hallamos en los libros; mas si mi-
ramos con alguna mediana atención lo que nos dicen y predican todas
las Escrituras, es fácil conocer que aquí faltan muchas cosas bien sustan-
ciales, y que las que hay, aunque verdaderas en parte, están muy fuera de
su legítimo lugar. Si esto es así o no, parece imposible poderlo aclarar y
decidir en poco tiempo, porque no sólo se deben producir las pruebas,
sino desenredar muchos enredos, y desatar o romper muchos nudos.
PÁRRAFO 3
[47] Todos saben con solos los primeros principios de la luz natu-
ral, que el modo más fácil y seguro, diremos mejor, el modo único de
conocer la bondad y verdad de un sistema, en cualquier asunto que
sea, es ver y experimentar si se explican en él bien todas las cosas par-
ticulares que le pertenecen; si se explican, digo, de un modo natural,
claro, seguido, verosímil, y si se explican todas, sin que queden algu-
nas que se opongan claramente y no puedan reducirse sin violencia al
mismo sistema. Pongamos un ejemplo.
[48] Yo quiero saber de cierto si es bueno o no el sistema celeste an-
tiguo, que vulgarmente se llama de Tolomeo. No tengo que hacer otra
cosa sino ver si se explican bien, de un modo físico, natural, fácil y per-
ceptible, todos los movimientos y fenómenos que yo observo clara y
distintamente en los cuerpos celestes. Yo observo clara y constante-
mente, sin mudanza ni variación alguna, que un planeta, verbigracia
50 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Marte, aparece a mis ojos sin comparación mayor cuando está en opo-
sición con el sol, que cuando está en sus cuadraturas; observo en este
mismo planeta que no siempre sigue su carrera natural, sino que algu-
nas veces, en determinado tiempo, vuelve atrás caminando un espacio
bien considerable en sentido contrario; otras veces, también en deter-
minado tiempo, se queda muchos días inmóvil y como clavado en un
mismo lugar del cielo; observo con la misma claridad al planeta Venus,
unas veces encima del sol, otras debajo entre el sol y la tierra; observo a
Júpiter rodeado de otros cuatro planetas, que lo tienen por centro, y
por consiguiente, ya están más altos, ya más bajos, ya en un lado, ya en
otro, etc. A este modo observo otras cien cosas, bien fáciles de observar,
las cuales, aunque ignoro como serán, no por eso puedo dudar que son.
[49] Quiero, pues, explicar éstas y otras cosas semejantes en el sis-
tema antiguo de Tolomeo. Pido esta explicación a los filósofos y astró-
nomos más celebrados: a los Egipcios, Griegos, Arabes y Latinos. Veo
los esfuerzos inútiles que hacen para darles alguna explicación, oigo
las suposiciones que procuran establecer, todas arbitrarias, inverosí-
miles e increíbles. Contemplo con admiración los excéntricos y los epi-
ciclos, a donde se acogen por último refugio. Después de todo, certifi-
cado en fin de que en realidad nada explican, de que todo es una con-
fusión inaclarable y una algarabía ininteligible, con esto solo quedo en
verdadero derecho para pronunciar mi sentencia definitiva, la más
justa que en todos los asuntos de pura física se ha dado jamás, dicien-
do que el sistema no puede subsistir, que es conocidamente falso, que
se debe proscribir y desterrar para siempre de la compañía de los sa-
bios, tenga los defensores o patronos que tuviere, sean tantos cuantos
sabios han florecido en dos o tres mil años, cítense autoridades a mi-
llares de todas las librerías del mundo; yo estoy en derecho de mante-
ner mi conclusión, cierto y seguro de que el sistema es falso, que nada
explica, y los mismos fenómenos lo destruyen.
[50] Si en lugar de este sistema sale otro, el cual, después de bien
examinado y confrontado con los fenómenos celestes, se ve que los ex-
plica bien de un modo claro y natural, que satisface a todas las dificul-
tades, y esto sin violencia, sin confusión, sin suposiciones arbitrarias,
etc., aunque este nuevo sistema no tenga más patrón que su propio au-
tor, ni más autoridades que las pruebas que trae consigo, esta sola au-
toridad pesará más en una balanza fiel que todos los volúmenes, por
gruesos que sean, y que todos los sabios que los escribieron; y cual-
quier hombre sensato que llegue a tener suficiente conocimiento de
causa, los abandonará al punto a todos con el honor y cortesía que por
otros títulos se merecen, admitiendo de buena fe la excusa justa y ra-
cional de que al fin, en su tiempo, no había otro sistema, y así trabaja-
ron sobre él, en la suposición de su bondad. No olvidéis, amigo, esta
especie de parábola.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 3 51
PÁRRAFO 4
[51] Sin apartarnos mucho de aquella propiedad que pide una se-
mejanza, podemos considerar a toda la Biblia sagrada como un cielo
grande y hermosísimo, adornado por el Espíritu de Dios con tanta va-
riedad y magnificencia, que parece imposible abrir los ojos sin que
quede arrebatada la atención. Esta vista primera, así en general y en
confuso, excita naturalmente la curiosidad o el deseo de saber qué co-
sas son aquellas, qué significan, cómo se entienden, qué conexión o
enlace tienen las unas con las otras, y a qué fin determinado se enca-
minan todas. Excitada esa curiosidad, lo primero que se ofrece natu-
ralmente es ir a buscar en los libros lo que han pensado y enseñado los
doctores, cómo han explicado aquellas cosas, y qué luces nos han de-
jado para su verdadera y plena inteligencia.
[52] Si después de muchos años de estudio formal en esta especie
de libros, si después de haberles pedido una explicación natural y clara
de algunos fenómenos particulares que nos parecen de suma impor-
tancia, si después de confrontadas estas explicaciones con los fenóme-
nos mismos, observados con toda exactitud, no hallamos otra cosa que
suposiciones y acomodaciones arbitrarias, y éstas las más veces violen-
tas, confusas, inconexas y visiblemente fuera del caso, ¿qué quieren
que hagamos, sino buscar otra senda más recta, aunque no sea tan tri-
llada; buscar, digo, otro sistema en que las cosas vayan mejor? Esto es
lo que voy luego a proponer 1 a vuestra consideración. Acaso me diréis
que para proponer otro nuevo sistema, había de haber impugnado el
1 Uno de los mayores sabios (el P. ANTONIO VIEIRA) del siglo pasado, cuyo ingenio, erudición y
piedad es bien conocido por sus admirables sermones, intentó hacer lo mismo que yo, aunque por
otro rumbo diversísimo. Después de treinta años de meditación y de estudio en toda suerte de escrito-
res eclesiásticos, dice él mismo que le sucedió puntualmente lo que a la paloma de Noé, la cual, no ha-
biendo hallado dónde poner su pie, se volvió al arca (Gen. 8, 9): no hallando en los intérpretes, en
punto de profecías, cosa alguna en que poder asentar el pie con seguridad, pues sólo han explicado la
Escritura, prosigue diciendo, en sentidos morales, figurados, acomodaticios, etc.; se vio precisado a
volver a la misma Escritura, para buscar en ella el sentido propio y literal en que descantar. Así lo pro-
curó hacer en una obra que no concluyó, y que por esto, y tal vez por otras razones, no ha salido a luz.
Yo no he leído de esta insigne obra sino un breve extracto, por el cual es fácil comprender así el sis-
tema como sus fundamentos. El sistema tiene algunos visos de nuevo, mas en la sustancia me parece
el mismo que el antiguo, con tal o cual novedad a mi parecer improbable. Así se ve precitado a supo-
ner cosas que debía probar, o recurrir a otros sentidos distantes del literal, y también a citar algunos
textos sin hacer mucho caso de su contexto. Su sistema es que la Iglesia presente, a la que llama reg-
num Christi in terris, se extenderá en los tiempos futuros por toda la tierra, abarcando dentro de sí a
todos los individuos del linaje humano, sin que quede uno solo fuera de ella. En este tiempo feliz, que
supone muy anterior al Anticristo, llegará toda la Iglesia con todos sus individuos a un estado tan
grande de santidad y perfección, que en ella se podrán verificar plenamente todas las profecías que
hablan del reino del Mesías. Por lo cual intitula su obra De regno Christi in terris consummato, que
otros llaman Clavis Prophetarum. El sistema queda plenamente destruido con sola la parábola de la
cizaña, la cual se ve en el Evangelio siempre mezclada con el trigo, y haciendo siempre daño hasta la
siega (Mt. 13, 30). Aunque no pienso seguir este sistema, ni en mucho ni en poco, me ha parecido ci-
tarlo aquí, solamente para que se vea lo que sintió un sabio como éste sobre la inteligencia de las pro-
fecías que se halla en los intérpretes de la Escritura. En este sentido me conformo con él.
52 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Act. 1, 7.
2 Lc. 20, 35.
3 Jud. 14.
54 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
verdad, y todo hombre falaz, como está escrito 1. Con esto se empezó
a renovar en mí cierta sospecha, que siempre había desechado como
poco fundada, mas que por entonces me pareció justa. Esta era que los
intérpretes de las Escrituras, lo mismo digo a proporción de los teólo-
gos y demás escritores eclesiásticos, teniendo la mente repartida en
una infinidad de cosas diferentes, no podían tratarlas todas y cada una
con aquella madurez y formalidad que tal vez pide alguna de ellas. Por
consiguiente, podía muy bien suceder que, en el grave y vastísimo
asunto de Milenarios, no fuese error ni fábula todo lo que se honra con
este nombre, sino que estuviesen mezcladas muchas verdades de suma
importancia con errores claros y groseros. Y, en este caso, sería más
conforme a razón separar la verdad de la mentira, y lo precioso de lo
vil, que confundirlo todo en una misma pasta, y arrojarla fuera, y
echarla a los perros 2, por miedo del error.
[62] Con este pensamiento empecé desde luego a estudiar seria-
mente este punto particular, registrando para esto con toda la aten-
ción y reflexión de que soy capaz, cuantos autores antiguos y moder-
nos me han sido accesibles, y en que he pensado hallar alguna luz; mas
confrontándolos siempre con la Escritura misma, como creo debemos
hacerlo, esto es, con los Profetas, con los Salmos, con los Evangelios,
con San Pablo y con el Apocalipsis. Después de todas las diligencias
que me ha sido posible practicar, yo os aseguro, amigo, que hasta aho-
ra no he podido hallar otra cosa cierta, sino una grande admiración, y
junto con ella un verdadero desengaño.
[63] Para que podamos proceder con algún orden y claridad en un
asunto tan grave y al mismo tiempo tan delicado, vamos por partes.
Tres puntos principales tenemos que observar aquí; y esta observación
la debemos hacer con tanta exactitud y prolijidad, que quedemos per-
fectamente enterados en el conocimiento de esta causa, y por consi-
guiente en estado de dar una sentencia justa. Lo primero, pues, debe-
mos examinar si la Iglesia ha decidido algo, o ha hablado alguna pala-
bra sobre el asunto. Este conocimiento nos es necesario, antes de todo,
para poder pasar adelante, pues la más mínima duda que sobre esto
quedase, era un impedimento gravísimo, que nos debía detener el pa-
so. Lo segundo, debemos conocer perfectamente las diferentes clases
que ha habido de Milenarios, lo que sobre todos ellos dicen los docto-
res, su modo de pensar en impugnarlos, y las razones en que se fundan
para condenarlos a todos. Lo tercero, en fin, debemos proponer fiel-
mente lo que nos dicen los mismos doctores, y el modo con que procu-
ran desembarazarse de aquella grande y terrible dificultad, que fue la
que dio ocasión, como también dicen, al error de los Milenarios, esto
1 Rom. 3, 4.
2 Mt. 15, 26.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 57
Artículo 1
Examen del primer punto
1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
2 Ibíd.
3 1 Cor. 9, 26.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 61
Artículo 2
Diversas clases de Milenarios,
y la conducta de sus impugnadores
PÁRRAFO 1
[73] Una cosa me parece muy mal, generalmente hablando, en los
que impugnan a los Milenarios, es a saber, que habiendo impugnado a
algunos de éstos, y convencido de error en las cosas particulares que
añadieron de suyo, o ajenas de la Escritura, o claramente contra la Es-
critura, queden con solo esto como dueños del campo, y pretendan
luego, o directa o indirectamente, combatir y destruir enteramente la
sustancia del reino milenario, que está tan claro y expreso en la Escri-
tura misma. La pretensión es ciertamente singular. No obstante, se les
puede hacer esta pregunta: estas cosas particulares, que con tanta ra-
zón impugnan y convencen de fábula y error, ¿las dijeron acaso todos
los Milenarios? Y aun permitido por un momento que todos las dije-
sen, ¿son acaso inseparables de la sustancia del reino de que habla la
Escritura? Este examen serio y formal me parece que debía preceder a
62 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
como dice Lactancio, ésta es, hasta los fines del cuarto siglo, la opinión
común de los Cristianos: Esta doctrina de los santos, de los Padres, de
los profetas, es a la que seguimos los Cristianos 1.
[76] Para saber lo que pensaban estos muchos varones eclesiásti-
cos y mártires sobre el reino del Mesías, no tenemos gran necesidad
de leer sus escritos, aunque no dejarían de aprovecharnos si hubiesen
llegado a nuestras manos. Los pocos que nos han quedado, es a saber,
de San Justino, San Ireneo, Lactancio, y un corto pasaje de Tertulia-
no 2 (pues el libro sobre la esperanza de los fieles, en que trataba el
asunto de propósito, se ha perdido), estos pocos, vuelvo a decir, nos
bastan para hacer juicio de los otros; pues si eran católicos y píos, si
eran hombres espirituales y no carnales, como debemos suponer, pa-
rece suficiente que hablasen en el asunto como hablaron estos cuatro,
y que estuviesen tan lejos como ellos de los errores y despropósitos en
que los quieren comprender. Esta es la inadvertencia de tantos autores
de todas clases, quienes, sin querer examinar la causa que ya suponen
examinada por otros, dan la sentencia general contra todo el conjunto,
con peligro de envolver a los inocentes con los culpados, y de matar al
justo y al impío 3.
[77] San Justino, milenario, impugna con tanta vehemencia los
errores de los Milenarios, que no duda decir a los Judíos, con quienes
habla, que no piensen son Cristianos los que creen y enseñan aquellas
fábulas, ni ellos los tengan por Cristianos, aunque los vean cubiertos
con este nombre, que tanto deshonran; pues, fuera de sus malas cos-
tumbres, enseñan cosas indignas de Dios, ajenas de la Escritura, que
ellos mismos han inventado, y aun opuestas a la misma Escritura; y
los trata, con razón, de hombres mundanos y carnales, que sólo gustan
de las cosas de la carne 4. Casi en el mismo tono habla San Ireneo; y es
fácil ver en todo su libro 5 Contra las herejías, donde toca este punto,
cuán lejos estaba de admitir en el reino de Cristo cosa alguna que olie-
se a carne o sangre; pues todo este libro parece puro espíritu bebido en
las epístolas de San Pablo y en el Evangelio. San Victorino, milenario,
se explica del mismo modo contra los Milenarios, por estas palabras
que trae Sixto Senense: Luego no debemos dar oído a los que, confor-
mados con el hereje Cerinto, establecen el reino milenario en cosas
terrenas 5. Pues ¿qué Milenarios son éstos que pelean unos con otros,
y sobre qué es este pleito? A esta pregunta, que es muy juiciosa, voy a
responder con brevedad.
PÁRRAFO 2
[78] Tres clases de Milenarios debemos distinguir, dando a cada
uno lo que es propio suyo, sin lo cual parece imposible, no digo enten-
der la Escritura divina, pero ni aun mirarla; porque estas tres clases,
juntas y mezcladas entre sí, como se hallan comúnmente en las im-
pugnaciones, forman aquel velo denso y oscuro que la tiene cubierta e
inaccesible. En la primera clase entran los herejes, y sólo ellos deben
entrar enteramente, separados de los otros. No digo por esto que de-
ben entrar en esta clase todos los herejes que fueron Milenarios: esto
fuera hacer a muchos una grave injuria, y levantarles un falso testimo-
nio, pues nos consta que hablaron en el asunto con la misma decencia
que hablaron los católicos más santos y más espirituales. Buen testigo
de esto puede ser aquel célebre Apolinar, que respondió en dos volú-
menes al libro de San Dionisio Alejandrino contra Nepos, y como con-
fiesa San Jerónimo, fue aprobado y seguido, en este punto solo, de una
gran muchedumbre de católicos que, por otra parte, lo reconocieron
por hereje y detestaban sus errores: A quien (esto es a San Dionisio)
responde en dos volúmenes Apolinar, que no solamente sus discípu-
los, sino otros muchos de los nuestros, lo siguen en esta parte 1. Es de
creer que los católicos que siguieron a Apolinar como milenario, no lo
siguiesen ciegamente en todas las cosas que decía, pues entre ellas hay
algunas falsas y erróneas, como después veremos; sino que lo siguie-
sen precisamente en la sustancia, sin aquellos errores. Mas sea de esto
lo que fuese, ésta es una prueba bien sensible de que ni Apolinar, ni los
de su secta, eran tan ignorantes y carnales que se acomodasen bien
con las ideas groseras e indecentes de otros herejes más antiguos; de
estos, pues, deberemos hablar separadamente.
[79] Eusebio y San Epifanio 2 nombran a Cerinto como al inventor
de estas groserías. Como este heresiarca era dado a la gula y a los pla-
ceres, ponía en estas cosas toda la bienaventuranza del hombre. Así,
enseñaba a sus discípulos, dignos sin duda de un tal maestro, que des-
pués de la resurrección, antes de subir al cielo, habría mil años de des-
canso, en los cuales se daría a los que lo hubiesen merecido aquel ciento
por uno del Evangelio. En este tiempo, pues, tendrían todos licencia sin
límite alguno, para todas las cosas pertenecientes a los sentidos. Por lo
cual todo sería holganza y regocijo continuo entre los santos, todo con-
vites magníficos, todo fiestas, músicas, festines, teatros, etc. Y lo que
parecía más importante, cada uno sería dueño de un serrallo entero
como un sultán: Y él mismo era arrastrado por el deseo vehemente de
estas cosas, y siguiendo los incentivos de la carne, soñaba que en ellos
1 Gal. 3, 24.
2 SAN JERÓNIMO, Pref. in lib. 18 super Isaiam.
3 1 Ped. 2, 8.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 67
tas con violencia o con maña, o con otras llaves extrañas, que no se hi-
cieron para ellas. Los Padres y doctores milenarios de que hablamos
no tuvieron esas delicadezas; tomaron la llave con fe sencilla y con va-
lor intrépido; la limpiaron de aquel lodo e inmundicia que tanto la
desfiguraba; y con esta sola diligencia abrieron las puertas con gran
facilidad. Esta es toda la culpa.
[85] No obstante, es preciso confesar (pues aquí no pretendemos
hacer la apología de estos doctores, ni defender todo lo que dijeron, ni
pensamos fundarnos de modo alguno en su autoridad), es innegable,
digo, que a lo menos no se explicaron bien, y habiendo abierto las
puertas, no abrieron las ventanas; quiero decir, no se detuvieron a mi-
rar despacio, y examinar con atención, todas las cosas particulares que
había dentro. Pasaron la vista, sobre todo muy de prisa y muy superfi-
cialmente, porque tenían otras muchas cosas para aquellos primeros
tiempos de mayor importancia que les llamaban toda la atención. Esto
mismo observamos en los doctores más graves del cuarto y quinto si-
glo, que aunque sapientísimos y elocuentísimos, no siempre se expli-
caron en algunos puntos particulares cuanto ahora deseamos y había-
mos menester. También es innegable que muchos Milenarios, aun de
los católicos y píos, razas poco espirituales abusaron no poco del capí-
tulo 20 del Apocalipsis, añadiendo de su propia fantasía cosas que no
dice la Escritura, y pasando a escribir tratados y libros que más pare-
cen novelas, sólo buenas para divertir a ociosos.
[86] Mas al fin esas novelas, esas fábulas, esos errores groseros e
indecentes, o de herejes, o de judíos, o de judaizantes, o de católicos
ignorantes y carnales, por cuanto se quieran abultar y ponderar, no
son del caso. ¿Por qué? Porque ninguna de estas cosas se leen en la
Escritura. Nada de esto se lee en los Profetas, ni en los Salmos, ni en el
Apocalipsis, de donde se dice que sacaron aquellas novedades. Nada
de esto, en fin, dijeron, ni pensaron decir, aquellos santos doctores que
vemos notados y confundidos entre los otros con el nombre equívoco
de Milenarios. Pues ¿por qué los notan de error? ¿Por qué aseguran en
general que cayeron en el error o fábula de los Milenarios? El por qué
lo iremos viendo en adelante y poco a poco; pues verlo tan presto y de
una vez parece imposible.
PÁRRAFO 3
[87] No penséis, señor, por lo que acabo de decir, que yo también
quiera confundir entre la muchedumbre de escritores, aquellos graves
y eruditos que han escrito de propósito sobre el asunto. Sé que hay
muchos de ellos que hacen una especie de justicia, distinguiendo bien
la sentencia de los Padres y varones eclesiásticos, de la sentencia de
los herejes y judaizantes. Dije que hacen una especie de justicia, por-
68 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
y los textos del Evangelio y de San Pablo, en que solo se funda, serán
fuera del caso, serán un cantar fuera del coro, serán un puro embro-
llar y no querer hacerse cargo de lo principal del asunto que se trata.
Ahora, pues, es cierto que Lactancio, ni indirecta ni directamente, dice
tal despropósito, ni en el lugar citado, ni en algún otro; ni Lactancio
era algún ignorante, o algún impío, que no supiese, o no creyese, una
decisión tan clara del Evangelio. Es cierto del mismo modo que ni San
Justino, ni San Ireneo, ni Tertuliano, ni alguno otro de aquéllos a
quienes mencionó este autor, han avanzado tal error, ni les ha pasado
por el pensamiento… Luego debían buscarse otros argumentos, o de-
bía guardarse en el asunto un profundo silencio. La consecuencia pa-
rece buena, mas no hay lugar.
[90] Lo que acabo de decir aquí de éste, lo podéis extender sin te-
mor alguno a todos cuantos han escrito contra los Milenarios. Yo, a lo
menos, ninguno hallo que no siga, o en todo o en gran parte, esta mis-
ma conducta. Todos se proponen el fin general de impugnar, destruir y
aniquilar un error; mas antes de descargar el gran golpe, distinguen
unos Milenarios de otros: los herejes torpes, de los judaizantes; éstos y
aquellos, de los inocuos. ¿Para qué? ¿Para condenar a los unos y absol-
ver a los otros? Parece que no, porque al fin el gran golpe cae sobre to-
dos. Todos deben quedar oprimidos bajo la sentencia general, y la cua-
lidad de inocuos solo puede servirles para tener el triste consuelo de
morir inocentes. Para justificar de algún modo esta cruel sentencia, ci-
tan la autoridad de cuatro Santos Padres muy respetables, esto es, San
Dionisio Alejandrino, San Epifanio, San Jerónimo y San Agustín, como
si éstos hubieran dado el ejemplo de una conducta tan sin ejemplar.
Mas después de vistos y examinados estos cuatro Padres (en quienes se
funda toda la autoridad extrínseca, con que nos piensan espantar), nos
quedamos con el deseo de saber para qué fin nos remiten a ellos, si para
que condenemos los errores de Cerinto, o los de Nepos, o los de Apoli-
nar, pues de éstos solos hablan dichos santos, y a éstos solos son a los
que impugnaron con muy buenas y sólidas razones. Aunque nos deten-
gamos algo más de lo que quisiéramos, se hace preciso aclarar este pun-
to, viendo lo que dijeron estos Padres, y también lo que no dijeron.
PÁRRAFO 4
[91] El más antiguo de éstos es San Dionisio Alejandrino, que es-
cribió hacia la mitad del tercer siglo. Este santo doctor escribió una
obra dividida en dos libros, que intituló De las promesas. En ella im-
pugnó, así los errores groseros de Cerinto, como principalmente un li-
bro que andaba entonces en manos de todos, cuyo autor era un obispo
de Africa llamado Nepos. Mas en esta impugnación, ¿cual fue su asun-
to principal o único? ¿Qué es lo que realmente impugnó y convenció
70 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
contra quién escribió San Dionisio, y el mismo santo dice que escribe
contra este hermano a quien llamo Nepos. Diréis acaso que lo mismo
es escribir contra Nepos que contra San Ireneo, pues ambos fueron mi-
lenarios; mas esto sería bueno, si primero se probase que San Ireneo
había enseñado y sostenido los mismos despropósitos de Nepos, que
son expresamente los que San Dionisio impugna en su libro. Con un
equívoco semejante es bien fácil llevar a la horca a un inocente.
[94] El segundo Santo Padre que se cita es San Epifanio, que es-
cribió cien años después de San Dionisio Alejandrino. Este santo doc-
tor, en su libro Contra las herejías, es cierto que habla dos veces de los
Milenarios, y contra ellos. La primera, en la herejía 28, solamente ha-
bla de Cerinto, y habiendo propuesto sus particulares errores, los con-
futa fácilmente con el Evangelio y con San Pablo. La segunda, en la
herejía 77, habla de Apolinar y sus secuaces. Y ¿qué es lo que aquí im-
pugna? Vedlo claro en sus propias palabras: Porque si de nuevo resu-
citamos para circuncidarnos, ¿por qué no anticipamos la circunci-
sión? Y ¿qué inteligencia podrá tener la doctrina del Apóstol que di-
ce: Si os circuncidáis, Cristo no os aprovechará nada? También los
que os justificáis por la ley habéis caído de la gracia. Igualmente
aquella sentencia del Salvador: En la resurrección ni se casarán, ni
serán dados en casamiento, sino que serán como ángeles. Todo lo que
sigue va en este tono, y no contiene otra cosa. Conque toda la impug-
nación va a los judaizantes.
[95] Es verdad, y no se puede disimular, que antes de concluir este
punto, el santo da la sentencia general contra todos los Milenarios sin
distinción, y todo sin distinción lo condena por herejías, lo cual nota
con gran cuidado el padre Suárez, como si fuera alguna decisión ex-
presa de la Iglesia 1. Mas ¿quién ignora, dice el padre Calmet sobre el
capítulo 20 del Apocalipsis, que San Epifanio llama herejía muchas
cosas que en realidad no lo son, sólo porque no eran de su propia opi-
nión? Esto mismo notan en San Epifanio otros muchos sabios, que no
hay para qué nombrar aquí, siendo esto una cosa tan corriente. Fuera
de que si San Epifanio condena por herejía la opinión de los Milena-
rios, aun de los inocuos y santos, San Ireneo hace lo mismo respecto
de los que siguen la opinión contraria, llamándolos ignorantes y here-
jes, de lo cual se queja con razón Natal Alejandro 2. Según esto tene-
mos dos Santos Padres, uno del siglo segundo y otro del cuarto, los
cuales condenan por herejía dos cosas contradictorias. ¿A cuál de éstos
debemos creer? Diréis que en este punto a ninguno, y yo suscribo de
buena fe a vuestra sentencia, conformándome en esto con la conducta
de San Justino, el cual, aunque buen milenario, no se mete a condenar
podía, sino que debía condenar todas estas cosas, porque así lo dijeron
y lo hicieron San Dionisio y San Epifanio. Conque diciendo, no pode-
mos condenar estas cosas, porque así lo dijeron muchos doctores cató-
licos, y entre ellos muchos mártires, con esto solo comprendemos bien
que por entonces no tenía en mira otros Milenarios sino los católicos y
santos; por consiguiente, que éstos no merecían ser comprendidos en la
sentencia general. Luego para este punto, que es de lo que hablamos, la
autoridad de San Jerónimo nada prueba, y si algo prueba, es todo lo
contrario de lo que intentan los que la citan.
[98] El cuarto Santo Padre, en fin, es San Agustín, el cual en el li-
bro 20 De la Ciudad de Dios, capítulo 7, habla de los Milenarios, y no
los deja del todo hasta el capítulo 10. Con todo eso, podemos decir de
San Agustín lo mismo a proporción que hemos dicho de los otros San-
tos Padres; esto es, que en todo lo que dice no aparece otra cosa, ni hay
de dónde inferirla, que los errores indecentes de Cerinto y de los que le
habían seguido. En el capítulo 7 refiere estos errores y propone el lu-
gar del Apocalipsis que pudo haberles dado alguna ocasión, y luego
añade estas palabras: La cual opinión sería de algún modo tolerable,
si se creyera que en aquel reinado solamente gozarán los santos deli-
cias espirituales por la presencia del Señor, pues yo también pensé en
otro tiempo lo mismo; pero afirmar que los que resuciten se entrega-
rán a excesivas viandas carnales, y que es mayor de lo que puede
creerse la abundancia y el modo de las bebidas y manjares, a esto no
pueden dar asenso sino los mismos hombres carnales, a quienes los
espirituales llaman chialistas (o chiliastas), nombre que, trasladado
literalmente del griego, significa milenarios 1. Esto es todo cuanto se
halla en San Agustín sobre el punto de Milenarios: pues lo que se sigue
en este capítulo 7, como en los dos siguientes, se reduce a la explica-
ción que el santo procura dar al capítulo 20 del Apocalipsis. Lo exami-
naremos más adelante.
[99] Ahora, pues, ¿qué conexión tiene todo esto, con lo que dijeron
los doctores milenarios, católicos y santos? Estos también reprobaron,
y con mucha mayor acrimonia, lo que reprueba San Agustín. Este san-
to doctor dice que la opinión de los Milenarios en general fuera tole-
rable, si se admitiesen o creyesen en los santos algunas delicias espi-
rituales en la presencia del Señor. Conque si los Milenarios buenos de
que hablamos, admitieron y creyeron en los santos ya resucitados, y
aun en los viadores, estas delicias espirituales, su opinión sería a lo
menos tolerable, y no digna de condenación ni reprensión. Y ¿podréis,
amigo, dudar de esto si leéis con vuestros ojos esos pocos Milenarios
que nos han quedado? No os cito ahora a San Ireneo ni a San Justino,
porque esto sería cosa muy larga; os cito un lugar breve de Tertuliano,
en el cual se hallan expresas esas delicias de San Agustín. Porque tam-
bién confesamos, dice, que en la tierra se nos ha prometido un reino,
anterior al celestial, aunque en otro estado, como que es para mil
años después de la resurrección en la Jerusalén que milagrosamente
bajará del cielo, a la cual llama el Apóstol nuestra celestial madre,
nuestra herencia, esto es decir, que somos habitadores del cielo, y
destinados para esa ciudad celestial. Esta fue conocida por Ezequiel,
la vio San Juan, y el libro de su Apocalipsis, que creemos ser una
nueva profecía, da testimonio de ella, predicando ser la imagen de la
ciudad santa que se le ha de revelar. En ésta decimos que se han de
recibir los santos en la resurrección, y se han de enriquecer con toda
clase de bienes; bienes a la verdad espirituales abundantísimos, co-
mo recompensa preparada por Dios por todo lo que renunciamos en
el mundo, pues es cosa muy justa y muy digna de su Majestad que se
gocen sus siervos allí mismo donde fueron afligidos por su nombre 1.
[100] Fuera de estos cuatro Santos Padres que acabamos de ver ci-
tados con los Milenarios en general, hallamos todavía otro en la diser-
tación de Natal Alejandro 2, esto es, a San Basilio. ¿Y qué dice San Ba-
silio? Se queja de los despropósitos de Apolinar, y nada más; sus pala-
bras son éstas: Y escribió de resurrección ciertas cosas fabulosas, más
bien diré judaicamente, en las que dice que nosotros por segunda vez
hemos de volver al culto que manda la ley, de modo que de nuevo nos
circuncidemos, guardemos el sábado, nos abstengamos de los man-
jares prohibidos en la ley, ofrezcamos sacrificios a Dios, lo adoremos
en el templo de Jerusalén, y enteramente nos convirtamos de Cristia-
nos en Judíos. ¿Qué cosa más ridícula podrá decirse, ni que más se
oponga al dogma evangélico? 3.
[101] Esta queja de San Basilio es bien fundada y justa. Mas no so-
lamente San Basilio, sino también San Justino, San Ireneo, San Victo-
rino, San Sulpicio Severo, Tertuliano, Lactancio y otra gran muche-
dumbre de doctores católicos y santos que fueron milenarios, podían
quejarse, y con mucha razón, por lo que tocaba a ellos mismos de Apo-
linar, de Nepos y de todos sus secuaces, pues los despropósitos que
ellos añadieron fueron la ocasión o la causa, mucho más que las grose-
rías de Cerinto, de que al fin todo se confundiese, y que, por castigar y
aniquilar a los culpados, no se reparase en tantos inocentes que con
ellos comunicaban únicamente en el asunto general; como a veces ha
sucedido que, por impugnar con demasiado ardor un extremo, han
caído algunos en el otro, siendo así que la verdad estaba en el medio.
1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
2 1 Tim. 3, 15.
3 2 Cor. 10, 15.
78 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Artículo 3
La explicación que se pretende dar
al capítulo 20 del Apocalipsis
PÁRRAFO 1
[111] Como la proposición arriba dicha se lee expresa en términos
formales en este capítulo del Apocalipsis, parece claro que quien niega
aquella proposición, quien la condena de fábula y error, deberá hacer
lo mismo con el texto de este capítulo; o si esto no, deberá a lo menos
explicar de otro modo el texto sagrado, mas con una explicación tan
natural, tan genuina, tan seguida, tan clara, que nos deje plenamente
satisfechos y convencidos de que es otra cosa muy diversa la que afir-
ma el texto sagrado, de la que afirma la proposición. Esta es, pues, la
gran dificultad, en cuya resolución no ignoráis lo que han trabajado en
todos los tiempos grandes ingenios. Si el fruto ha correspondido al
trabajo, lo podréis solamente saber después que hayáis visto y exami-
nado la explicación, confrontándola fielmente con el texto y con todo
su contexto, que es lo que ya vamos a hacer.
[112] Los intérpretes del Apocalipsis (lo mismo digo de todos los
que han impugnado a los Milenarios), para facilitar de algún modo la
explicación de una empresa tan ardua, se preparan prudentemente
con dos diligencias, sin las cuales todo estaba perdido. La primera es
negar resueltamente que en el capítulo 19 se hable de la venida del Se-
ñor en gloria y majestad, que esperamos todos los Cristianos. Esta di-
ligencia, aunque bien importante, como después veremos, no basta
por sí sola; así que es menester pasar a la segunda, que es la principal,
para poder fundar sobre ella toda la explicación. Esta segunda diligen-
cia consiste en separar prácticamente el capítulo 20, no sólo del capí-
tulo 19, sino de todos los demás, considerándolo como una pieza apar-
te, o como una isla que, aunque vecina a otras tierras, nada comunica
con ellas. Si estas dos suposiciones (que así lo parecen, pues no se
prueban) se admiten como ciertas, o se dejasen pasar como tolerables,
no hay duda que la dificultad no sería tan grave, ni tan difícil alguna
solución. Mas si se lee el texto sagrado seguidamente con todo su con-
texto, ¿será posible admitir ni aun sufrir semejantes suposiciones?
80 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 2
[113] Ya sabéis, señor, el gran suceso contenido en el capítulo 19
del Apocalipsis desde el versículo 11 hasta el fin, es a saber, la venida
del cielo a la tierra de un personaje singular, terrible y admirable por
todos sus aspectos. Viene a la frente de todos los ejércitos que hay en
el cielo, y se representa como sentado en un caballo blanco, con una
espada, no en la mano, ni en la cintura, sino en la boca; con muchas
coronas sobre su cabeza; con vestido o manto real rociado o mancha-
do con sangre 1, en el cual se leen por varias partes estas palabras: Rey
de reyes, y Señor de señores 2. En suma, el nombre de este personaje
es éste: Verbo de Dios 3. Otras muchas cosas particulares se dicen
aquí, que vos mismo podéis leer y considerar. En consecuencia, pues,
de la venida del cielo a la tierra de este gran personaje, se sigue inme-
diatamente no tanto la batalla con la bestia, o Anticristo, y con todos
los reyes de la tierra, congregados para pelear con el que estaba sen-
tado en el caballo 4, cuanto el destrozo y ruina entera y total de todos
ellos y de todo su misterio de iniquidad; y así se concluye todo el capí-
tulo con estas palabras: Estos dos fueron lanzados vivos en un estan-
que de fuego ardiendo y de azufre. Y los otros murieron con la espada
que sale de la boca del que estaba sentado en el caballo, y se hartaron
todas las aves de las carnes de ellos 5.
[114] Nuestros doctores, llegando a este lugar del Apocalipsis no
pueden disimular del todo el grande embarazo en que se hallan. Si el
personaje de que se habla es Jesucristo mismo, como lo parece por to-
das sus señas, no sólo viene directamente contra el Anticristo, sino
también, aunque indirectamente, contra el sistema que habían abra-
zado. ¿Por qué? Porque después de destruido el Anticristo se sigue el
capítulo 20, y en él muchas y grandes cosas, todas opuestas e incon-
cordables con el sistema. Por tanto no aparece medio entre estos dos
extremos: o renunciar al sistema, o no reconocer a Cristo en el perso-
naje que aquí se representa. Esto último, pues, es lo que les ha pareci-
do menos duro. Así, mostrando no creer a sus propios ojos, y como
tomando en las manos un buen telescopio para observar bien aquel
gran fenómeno: No es Jesucristo, exclaman ya confiadamente, no es
Jesucristo, no hay necesidad de que el Señor se mueva de su cielo para
venir a destruir al Anticristo, y a todas las potestades de la tierra, a
quienes con sola una señal puede reducir a polvo y aniquilar 6. No
vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio; y las almas de
los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y
los que no adoraron la bestia ni a su imagen, ni recibieron su marca
en sus frentes o en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil
años. Bienaventurado y santo el que tenga parte en la primera resu-
rrección: en éstos no tiene poder la segunda muerte, antes serán sa-
cerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. Y cuando
fueren acabados los mil años será desatado Satanás 1.
[117] Este es, señor mío, aquel lugar celebérrimo del Apocalipsis,
de donde, como nos dicen, se originó el error de los Milenarios. Pedid-
les ahora, antes de pasar a otra cosa, que os digan determinadamente
cuál error se originó de aquí, pues la palabra error de los Milenarios
es demasiado general. No conocemos otro error de los Milenarios que
aquél que los mismos doctores han impugnado y convencido con bue-
nas razones en Cerinto, Nepos, Apolinar, y en todos sus partidarios.
Mas el error de éstos, o lo que en estos se convenció de error, ¿se ori-
ginó de este lugar del Apocalipsis? Volved a leerlo con más atención,
escudriñadlo a toda luz 2, a ver si halláis alguna palabra que favorezca
de algún modo las ideas indecentes de Cerinto, o las de Nepos, o las de
Apolinar; y no hallando vestigio ni sombra de tales despropósitos, pre-
guntad a todos los Milenarios, o herejes, o judaizantes, o novelistas:
¿Cómo se atrevieron a añadir al texto sagrado unas novedades tan aje-
nas del mismo texto? ¿Cómo no advirtieron o no temieron aquella te-
rrible amenaza que se lee en el capítulo último del mismo Apocalipsis:
Si alguno añadiere a ellas alguna cosa, pondrá Dios sobre él las pla-
gas que están escritas en este libro? 3. En fin, pelead con estos hom-
bres atrevidos, y dejad en paz a los que nada añaden al texto sagrado,
ni dicen otra cosa diversa de lo que el texto dice.
[118] En eso mismo está el error, replican los doctores; pues aun-
que nada añaden al texto sagrado, lo entienden, a lo menos los litera-
les, pensando buenamente o inocentemente que en él se dice lo que
suena, cuando bajo el sonido de las palabras se ocultan otros misterios
diversísimos, y sin comparación más altos, por más espirituales. ¿Cuá-
les son estos? Vedlos aquí.
[119] Tres son las cosas principales o únicas que se leen en este lu-
gar del Apocalipsis. Primera: la prisión del diablo o de Satanás por mil
años, y su soltura por poco tiempo pasados los mil años. Segunda: las
sillas y juicio, o potestad que se da a los que se sientan en ellas. Terce-
ra: todo lo que toca a la primera resurrección de los que viven y reinan
con Cristo mil años.
1 Apoc. 20, 3.
84 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Apoc. 20, 5.
2 Apoc. 12, 9.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 85
1 1 Ped. 5, 8.
2 2 Cor. 12, 7.
3 1 Tes. 2, 18.
86 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
sirve para todo. Por esta razón el Rey de los reyes, el Verbo de Dios, no
es Jesucristo, sino San Miguel. Por esta razón la prisión del diablo por
mil años no es suceso futuro, sino pasado, y en el mismo Satanás se
han verificado, y se están verificando, dos cosas contradictorias, como
son estar atado, y suelto; estar encarcelado en el abismo, y cerrada y
sellada la puerta de su cárcel, y al mismo tiempo andar por el mundo
como león rugiendo… buscando a quién tragar 1; y esta misma razón
debe servir para lo que vamos a ver.
PÁRRAFO 5
[128] Sigue inmediatamente el texto sagrado diciendo: Y las almas
de los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios,
y los que no adoraron la bestia… y vivieron, y reinaron con Cristo mil
años. Los otros muertos no entraron en vida hasta que se cumplieron
los mil años. Esta es la primera resurrección 2.
[129] La explicación que hallamos en los intérpretes, la hallamos
ordinariamente acompañada de una circunstancia bien singular, que
no sé que se le haya añadido jamás a la explicación de ningún otro lu-
gar de la Escritura. Quiero decir: que se halla acompañada de la apro-
bación y elogio de ser más clara que la luz. Mas este elogio no parece
tan claro, ni tan unívoco, que no pueda admitir dos sentidos bien dife-
rentes. El primer sentido puede ser éste: las cosas que se dicen sobre
este texto son verdades más claras que la luz. El segundo sentido es és-
te: las verdades que se dicen sobre este texto son las mismas de que el
texto habla, y ésta es una verdad más clara que la luz. En el primer
sentido creo firmemente que el elogio es justísimo, así como creo (por
ejemplo) que todas o las más de las cosas que dice San Gregorio en sus
exposiciones sobre Ezequiel, sobre Job, etc., son unas verdades más
claras que la luz; más en el segundo sentido, que es el que hace al caso
y el que solo hemos menester, el elogio no puede ser más impropio ni
más impertinente.
[130] Explícome: yo creo firmemente con todos los fieles cristia-
nos que las almas resucitan (si se quiere hablar así por una locución
metafórica); que resucitan, digo, o por el bautismo, o por la peniten-
cia, de la muerte del pecado a la vida de la gracia. Creo que las almas
de los mártires, y de todos los demás santos aunque no hayan padeci-
do martirio, están con Cristo en el cielo, y allí gozan de la visión beatí-
fica. Creo que todos los fieles que mueren en gracia de Dios van a go-
zar de la misma felicidad, según el mérito de cada uno, después de ha-
ber pagado en el purgatorio todas las deudas que de aquí llevaron.
1 1 Ped. 5, 8.
2 Apoc. 20, 4-5.
88 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Igualmente, creo que todas las almas que han ido o han de ir al cielo,
volverán a su tiempo a tomar sus propios cuerpos, resucitando, no ya
metafóricamente, sino real y verdaderamente para una vida eterna-
mente feliz. Creo, en fin, que las almas de los malos no van al cielo
después de la muerte, sino al infierno, ni resucitarán para la vida, sino
para la muerte eterna, que la Escritura llama muerte segunda. Todo
esto es certísimo, y más claro que la luz.
[131] ¿Y qué? ¿Luego éstas son las verdades que aquí se revelan al
discípulo amado por una visión tan extraordinaria? ¿Luego son éstos
los misterios ocultos que aquí se nos descubren en tono de profecía?
Cuando San Juan tuvo esta visión cincuenta o sesenta años después
de la muerte de Cristo y venida del Espíritu Santo, ¿ignoraba acaso
estas verdades? ¿Se ignoraban en la Iglesia de Cristo? ¿No las sabían
y creían todos los fieles? ¿Era alguno admitido al bautismo, o a la co-
munión de los fieles, sin la noticia y fe de estas verdades? Pues si toda
la Iglesia estaba en esto; si toda la Iglesia, dilatada ya en aquel tiempo
por casi toda la tierra, vivía, se sustentaba y crecía con la fe de estas
verdades; si estas verdades eran todo su consuelo y esperanza, ¿qué
cosa más impropia se puede imaginar que una revelación nueva de las
mismas verdades, y una no tan clara, sino oscurísima, en términos
equívocos y debajo de metáforas, símbolos y figuras, que es necesario
adivinar? Cierto que no es éste el modo con que ha hablado el Espíritu
Santo en cosas pertenecientes a la fe y a las costumbres, que miran a
la propagación de la doctrina cristiana 1, ni se hallará algún ejemplar
en toda la Escritura.
[132] No es esto lo más. Si el capítulo 20 del Apocalipsis no con-
tiene otras cosas que aquellas verdades y misterios que quieren los
doctores, debía San Juan haber omitido una circunstancia gravísima,
que en este caso parece, ya no sólo superflua, sino del todo imperti-
nente. Tal vez por esta razón se toman la libertad de omitirla, o mirar-
la sin atención, los que nos dan la explicación más clara que la luz. Ved
aquí la circunstancia gravísima de que hablo: Y las almas de los dego-
llados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y los que
no adoraron a la bestia, ni a su imagen, ni recibieron su marca en
sus frentes…, vivieron y reinaron con Cristo mil años 2.
[133] De manera que los resucitados y reinantes con Cristo de que
aquí se habla no son solamente los degollados o los mártires, sino tam-
bién expresamente los que no adoraron a la bestia ni a su imagen, ni
tomaron su carácter en la frente ni en las manos, de todo lo cual se ha-
bla en el capítulo 13 del Apocalipsis. De aquí se sigue evidentemente
1 Apoc. 20, 5.
2 Dan. 3, 1.
3 Apoc. 20, 5.
90 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sal. 116, 2.
2 Rom. 3, 4.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 91
primera a su vista, sino lo que ésta encierra dentro de sí; mas también
sabe que la fruta específica que debe esperar, rompiendo la corteza, no
es la que a él le parece mejor, sino aquella precisamente que se llama
almendra. ¿Y de dónde lo sabe? Lo sabe por la corteza misma que tie-
ne delante, y por esta superficie exterior distingue fácilmente con toda
certidumbre la fruta que está dentro de todas las otras frutas. Quien
pensare, pues, hallar dentro de la letra de la divina Escritura otro teso-
ro diverso de aquél que muestra la letra misma, será muy semejante a
quien piensa hallar un diamante dentro de una almendra.
[137] Por último, observan los doctores, y hacen fuerza en esto
como si fuese la principal dificultad, que la palabra mil años, en frase
de la Escritura, no quiere decir precisa y determinadamente mil años,
sino mucho tiempo o muchos años, como cuando se dice: Mil años,
como un día 1: hasta mil generaciones 2: el menor valdrá por mil 3:
caerán mil a tu lado 4: hirió Saúl a mil 5. Todo esto está bien, y yo soy
del mismo dictamen. Siempre me ha parecido que la expresión mil
años, de que usa San Juan seis veces en este lugar, no significa otra
cosa que un grande espacio de tiempo, tal vez igual o mayor que el que
ha pasado hasta hoy día desde el principio del mundo, comprendido
todo en el número redondo y perfecto de mil. En este punto, pues, yo
concedo sin dificultad cuanto se quiere, no queriendo meterme en una
disputa que me parece del todo inútil. Mas con esta concesión, ¿qué se
adelanta? Nada, amigo, y otra vez nada. Los mil años de que hablamos
sean en hora buena un tiempo indeterminado, sean veinte mil o cien
mil, más o menos, como os pareciere mejor. Lo que yo pretendo úni-
camente es que estos mil años, o este tiempo indeterminado, no está
en nuestra mano, ni se ha dejado a nuestra libre disposición. Por tan-
to, ningún hombre privado, ni todos juntos, pueden poner este tiempo
donde les pareciere más cómodo, sino precisamente donde lo pone la
Escritura divina, esto es, después del Anticristo y venida de Cristo que
esperamos. Y si esto no podéis componerlo de modo alguno con vues-
tro sistema, o con vuestras ideas, yo me compadezco de vuestro traba-
jo, y propongo a vuestra elección una de estas dos consecuencias: pri-
mera: luego debéis negar vuestras ideas, si queréis creer a la divina
Escritura; segunda: luego debéis negar la divina Escritura a vista de
ojos, como dicen, si queréis seguir vuestras ideas.
[138] Hágome cargo que todavía no es tiempo de sacar, ni aun si-
quiera de proponer, unas consecuencias tan duras, porque todavía te-
nemos mucho que andar: hay muchas premisas que proponer y que
1 2 Ped. 3, 8.
2 Deut. 7, 9.
3 Is. 60, 2.
4 Sal. 90, 7.
5 1 Rey. 18, 7; 21, 11.
92 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 1
[143] En fin, Cristófilo, hemos salido con vida de entre aquella nube
densa y tenebrosa, cuyo aspecto era horrible, donde tuvimos el valor o
la temeridad de entrar, y donde nos hemos detenido tal vez mucho más
de lo que era menester. Hemos examinado de cerca las materias diver-
sas de que se componía. Hemos separado con gran trabajo las unas de
las otras, certificados de que en esta mezcla y unión consistía únicamen-
te su oscuridad y su semblante terrible. No hay para qué temerla ahora.
Ella se irá desvaneciendo tanto más presto, cuanto más de cerca la fué-
remos mirando, y cuanto la miráremos con menos miedo.
[144] Nos quedan ahora que practicar las mismas diligencias con
otra nube semejante, que tiene con ésta una grandísima relación: co-
munica con ella por varias partes, le ayuda, la sostiene, y es recípro-
camente sostenida y ayudada, acrecentándose notablemente con esta
unión la oscuridad y el terror. Esta es la resurrección de la carne si-
multánea y única. Porque si es cierto y averiguado que la resurrección
de la carne, que creemos y esperamos todos los Cristianos como un ar-
tículo esencial y fundamental de nuestra santa religión, ha de suceder
en todos los individuos del linaje humano, simultáneamente y una so-
la vez, es decir, una sola vez y en un mismo instante y momento, con
esto solo quedan convencidos de error formal todos los antiguos Mile-
narios, sin distinción alguna: todos sin distinción se pueden y deben
condenar, y a ninguno de ellos se puede dar en conciencia el nombre
de inocuo; con esto solo debe mirarse con gran recelo, como una pieza
engañosa y peligrosísima, el capítulo 20 del Apocalipsis; y con esto so-
lo nuestro sistema cae al punto a tierra, a lo menos por una de sus par-
tes, y abierta esta brecha, es ya facilísimo saquearlo y arruinarlo del
todo. Pero ¿será esto cierto? ¿Será tan cierto, tan seguro, tan indubita-
ble, que un hombre católico, timorato y pío, capaz de hacer algunas re-
flexiones, no pueda prudentemente dudarlo, ni aun siquiera examinar-
lo a la luz de las Escrituras? Esto es lo que voy ya a proponer a vuestra
consideración.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 95
[145] Sé que los teólogos que tocan este punto (que no son todos ni
creo que muchos) están por la parte afirmativa, mas también sé con la
misma certidumbre que no lo prueban; a lo menos se explican poquí-
simo, y esto muy de prisa, sobre el punto particular de ser simultánea-
mente y una sola vez. Algunos dicen, o suponen sin probarlo, que esta
aserción es una consecuencia de fe. Otros, más animosos, añaden re-
sueltamente que es un artículo de fe. Si les preguntamos en qué se fun-
dan para sacar sólidamente una consecuencia de fe, o para hacer un
nuevo artículo de fe que no hallamos en nuestro símbolo, nos respon-
den con una gran muchedumbre de lugares de la Escritura santa, de los
cuales las dos partes prueban claramente que ha de haber resurrección
de la carne, y nada más, y la otra tercera parte prueba contra su propia
aserción. Si os pareciere que miento, o que pondero, bien fácil cosa os
será salir de la duda, registrando los teólogos que os pareciere. En cual-
quiera biblioteca hallareis con qué satisfacer vuestra curiosidad. Los
principales lugares de la Escritura que se alegan a favor son los siguien-
tes: Así el hombre, cuando durmiere, no resucitará hasta que el cielo
sea consumido; en el último día he de resucitar de la tierra 1; vivirán
tus muertos, mis muertos resucitarán: despertaos y dad alabanza los
que moráis en el polvo 2; de la resurrección de los muertos, ¿no habéis
leído las palabras que Dios os dice? 3; en verdad, en verdad os digo:
que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo
de Dios, y los que la oyeren vivirán; todos los que están en los sepul-
cros oirán la voz del Hijo de Dios; y los que hicieron bien irán a resu-
rrección de vida: mas los que hicieron mal a resurrección de juicio 4.
Resucitará tu hermano, dijo el Señor. Marta le dice: Bien sé que resu-
citará en la resurrección en el último día 5. Toda la visión de los huesos
del capítulo 37 de Ezequiel. Los muertos que resucitaron Elías y Eliseo.
Los malvados de quienes se dice: Por eso no se levantarán los impíos
en el juicio 6. Los muertos que resucitó el Señor. El mismo Señor, que
resucitó como primicia de los que duermen 7, y de quien dijo David: Ni
permitirás que tu santo vea la corrupción 8; y lo que afirma San Pablo:
En un momento, en un abrir de ojos, en la final trompeta: pues la
trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles 9.
[146] Este último lugar tiene alguna apariencia; a su tiempo vere-
mos que es sólo apariencia, examinando todo el contexto.
1 Gen. 20, 7.
2 Heb. 9, 27.
3 2 Rey. 14, 14.
4 Sal. 88, 49.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 97
quien ha creído y cree toda la Iglesia que resucitó aun antes que su
santo cuerpo pudiese ver la corrupción, y que la hiciésemos volver a
morir para poder resucitar en aquel día! ¡Bueno fuera que entre los re-
sucitados en aquel día y hora contásemos también a aquellos muchos
santos de quienes nos dice el Evangelio: Y muchos cuerpos de santos
que habían muerto resucitaron! 1. Es verdad que no han faltado docto-
res, y no pocos, que nos aseguran, con razones fundadas sobre el aire,
que estos santos que resucitaron con Cristo, volvieron luego a morir,
pues sólo resucitaron (añaden en la cátedra) para dar testimonio de la
resurrección de Cristo, y también de la resurrección de la carne; mas
esto, ¿de dónde lo supieron? Porque ¿quién conoció el espíritu del Se-
ñor, o quién fue su consejero? 2. El Evangelio dice claramente que re-
sucitaron, no cierto en apariencia, sino en realidad; que por eso usa la
expresión muchos cuerpos, y no dice que volvieron a morir. ¿Por qué,
pues, se asegura que volvieron a morir? ¿Será sin duda porque habien-
do roto la corteza de la almendra, hallaron dentro de ella el tesoro es-
condido? ¡Bueno fuera que entre los resucitados de aquel día y hora
contásemos también aquellos dos profetas o testigos de cuya muerte,
resurrección y subida a los cielos se habla clarísimamente en el capítu-
lo 11 del Apocalipsis, y esto mucho antes de aquel día y hora, por con-
fesión precisa de todos los intérpretes!
[153] Verosímilmente responderéis que todos esos resucitados, de
quienes acabamos de hablar, no resucitarán en aquel día y hora; pues
nos consta y tenemos por cosa certísima que ya resucitaron, y los dos
últimos resucitarán a su tiempo antes de la general resurrección. ¿Y de
dónde sabemos esto?, pregunto yo. Lo sabemos, decís, de nuestra Se-
ñora la Madre de Dios, porque es una tradición antiquísima y universal;
lo ha creído y lo cree toda la Iglesia, sin contradicción alguna razonable;
lo sabemos de muchos santos que resucitaron con Cristo, porque así lo
dice clara y expresamente el Evangelio; y lo sabemos de los dos últimos
profetas, porque así lo anuncia el apóstol San Juan en su Apocalipsis,
que es tan canónico y tan de fe divina como el Evangelio. Todo esto me
parece un modo de hablar religioso y justo, en que va acorde la revela-
ción con la razón. Mas yo quisiera ahora saber: ¿Cómo se puede com-
poner todo esto con aquella multitud de lugares de la Escritura santa,
que se citan para probar la resurrección simultáneamente y una sola
vez, de todos los individuos del linaje humano, sin distinción alguna?
¿Cómo se compone todo esto con aquellas palabras de Job: El hombre,
cuando durmiere, no resucitará hasta que el cielo sea consumido… 3; o
con las palabras del Evangelio: Todos los que están en los sepulcros, oi-
rán la voz del Hijo de Dios 1; o con las palabras de Marta: Sé que resuci-
tará en el último día 2; o con las palabras de San Pablo: En un momen-
to, en un abrir de ojo, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y
los muertos resucitarán incorruptibles? 3.
[154] Conque sin perjuicio de la general resurrección, que debe
concluirse en aquel día y hora de que hablamos, pudo Dios resucitar
muchos siglos antes a la Santísima Virgen María; pudo resucitar a mu-
chos santos, para que acompañasen resucitados a Cristo resucitado, si
es que no los hacen morir otra vez, y a otros dos santos mucho tiempo
antes de la general resurrección; luego sin perjuicio de aquella ley ge-
neral, que debe concluirse en aquel día y hora, podrá Dios conceder
muy bien esta misma gracia a muchos santos, según su libre y santa
voluntad. Y ¿quién sabe si ya la ha concedido a muchos, sin pedirnos
nuestro consentimiento, ni darnos parte de su resolución? Yo sé que
algunos autores clásicos son de parecer que el Apóstol San Juan puede
y debe entrar en el número de los resucitados. Fúndanse para creer la
resurrección de este Apóstol, en que no se sabe de su cuerpo, ni se ha
sabido jamás, como se ha sabido y se sabe de los cuerpos de los otros
Apóstoles; pues aunque algunos antiguos hablaron de su sepulcro
trescientos años después, mas también han hablado del sepulcro de
Cristo y del de nuestra Señora; y San Pedro habló en su primer sermón
del sepulcro de David, diciendo: Su sepulcro está entre nosotros 4; y
no es lo mismo el sepulcro que el cuerpo sepultado en él. Todo esto
discurren estos autores. Si con razón o sin ella, no es de este lugar; ni
yo tomo partido, ni en pro ni en contra; porque aunque mi sentir es
diversísimo, tampoco es de este lugar. Lo que únicamente es de este
lugar, es esto: que según estos autores, podremos contar lícitamente
con otro santo más entre los resucitados, antes de la general resurrec-
ción, y esto sin perjuicio alguno de aquella ley universal.
[155] Esto supuesto, yo paso un poco más adelante, y pregunto: si
aquel mismo Dios, de quien está escrito: Fiel es el Señor en todas sus
palabras 5, que ya ha resucitado a Nuestra Señora y a otros muchos
santos, hubiera prometido resucitar a muchos más para cierto tiempo
antes de la general resurrección, en este caso, ¿no haremos muy mal
en no creerlo? ¿Será bastante razón para dudarlo, la ley general de la
resurrección del último día? ¿Será decente alegar contra esta promesa
de Dios el texto de Job, o las palabras de Marta, o todos los otros luga-
res de la Escritura que hablan de la resurrección general de la carne?
Tengo por cierto que me diréis que no, en caso que haya tal promesa
1 Jn. 5, 28.
2 Jn. 11, 29.
3 1 Cor. 15, 52.
4 Act. 2, 29.
5 Sal. 144, 13.
100 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Primer instrumento
PÁRRAFO 3
[156] En primer lugar, debemos traer a la memoria, y considerar
de nuevo con mayor atención, todo lo que queda ya observado en la
disertación precedente, artículo 3, sobre el texto celebérrimo del capí-
tulo 20 del Apocalipsis; a lo cual nada tenemos que añadir ni que qui-
tar. Por más que clamen y porfíen los doctores, de que allí no se habla
de verdadera y propia resurrección de los cuerpos, sino de una resu-
rrección espiritual de las almas a la gracia y a la gloria, etc.; por más
que digan confusamente que lo contrario es un error, un sueño, un pe-
ligro, una fábula de los Milenarios; por más que pretendan que la ex-
plicación que dan al texto sagrado (y que ya observamos con asombro)
es más clara que la luz; por más que quieran persuadirnos que la pri-
sión del diablo ya sucedió, y que el Rey de los reyes no es Jesucristo
sino San Miguel, etc.; si no nos traen otra novedad, si no producen
otras razones, nos tenemos a lo dicho, ciertos y seguros de que el texto
sagrado, mirado por todos sus aspectos y con todas sus circunstancias
que preceden, que acompañan y que siguen hasta el fin del capítulo, y
aun hasta el fin de toda la profecía, es un instrumento auténtico y fiel
en que consta clarísimamente de la promesa de Dios, con que se obliga
a resucitar otros muchos santos antes de la general resurrección. Por
consiguiente, es éste un instrumento precioso que no podemos ni de-
bemos disimular.
[157] Si os parece ahora que el repetir y volver a hacer mención de
este lugar de la Escritura es por falta o escasez de otros instrumentos,
os digo amigablemente que no pensáis bien. Este lugar de la Escritura
es un instrumento claro y auténtico, que no podemos ni queremos di-
simular. Fuera de él hay algunos otros igualmente auténticos y claros,
que vamos ahora a producir; y todos ellos forman, a mi parecer, como
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 101
1 1 Tes. 4, 12-17.
2 Lc. 19, 15.
3 1 Tes. 4, 15.
4 Jn. 5, 25.
102 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
de aquellos que durmieron por él, y ni una sola palabra de la otra infi-
nita muchedumbre, sin duda porque todavía no ha llegado su tiempo.
De este mismo modo habla el Señor en el Evangelio, reparadlo: Y ve-
rán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con grande
poder y majestad. Y enviará sus ángeles con trompetas, y con grande
voz: y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos 1.
[161] Si comparáis este texto con el de San Pablo, no hallaréis otra
diferencia, sino que el Apóstol llama a los que han de resucitar en la
venida del Señor los que murieron en Cristo, que durmieron por él 2: y
el Señor los llama sus escogidos: Y allegarán sus escogidos de los cua-
tro vientos 3; mas en ambos lugares se habla únicamente de la resu-
rrección de estos solos, y ni una sola palabra de los otros. Y es bien,
amigo, que observéis aquí una circunstancia bien notable, esto es, que
cuando el Señor dijo estas palabras, no hablaba con el vulgo, ni con las
turbas, ni con los escribas y fariseos, con quienes solía hablar por pa-
rábolas; hablaba inmediatamente con sus Apóstoles, y esto a solas, en
el retiro y soledad del monte Olivete; hablaba no por incidencia, sino
de propósito, de su venida en gloria y majestad, y de las circunstancias
principales de esta venida; hablaba preguntado de los mismos Apósto-
les, que deseaban saber más en particular lo que decía a todos públi-
camente más en general y por parábolas; hablaba, en fin, con aque-
llos mismos a quienes había dicho en otra ocasión: A vosotros es dado
saber el misterio del reino de Dios; mas a los otros por parábolas 4.
Esta observación sería muy importante para aquellos mismos doctores,
los cuales haciendo tan poco caso del lugar del Evangelio de que ha-
blamos, quiero decir, de la circunstancia particular de la resurrección
de solos los electos en la venida del Señor, ponderan mucho lo que en
otros lugares del Evangelio se dice en general y por parábolas, como si
aquello poco que allí se toca, siempre enderezado a dar alguna doctrina
moral, fuese todo lo que hay que hacer en la venida del Señor. Por ejem-
plo: en la parábola de las diez vírgenes, cinco prudentes y cinco fa-
tuas 5; en la parábola de los talentos; y sobre todo en la parábola que
empieza: Y cuando viniere el Hijo del Hombre 6, del capítulo 25 de San
Mateo, de la cual hablaremos más adelante, como que es uno de los
grandes fundamentos, y tal vez el único, del sistema ordinario.
[162] La segunda verdad que sacamos del texto de San Pablo, a
donde volvemos, es ésta: que después de resucitados aquellos muertos
que murieron en Cristo, que durmieron por él 7, todos los vivos que en
aquel día fueren también de Cristo, los cuales, según otras noticias que
hallamos en los Evangelios, no pueden ser muchos, sino bien pocos,
como veremos en su lugar, todos éstos así vivos se juntarán con los
muertos de Cristo ya resucitados, se levantarán de la tierra, y subirán
en las nubes a recibir a Cristo: Después nosotros los que vivimos… (o
los que viven de nosotros), los que andamos aquí, seremos arrebata-
dos juntamente con ellos a recibir a Cristo en los aires 1. Por más es-
fuerzos que hayan hecho hasta ahora los intérpretes y teólogos para
eludir o suavizar la fuerza de este texto, es claro que nada nos dicen
que sea pasable, ni aun siquiera tolerable. Dicen unos que los santos
resucitarán primero, como enseña el Apóstol; mas esto no será con
prioridad de tiempo, sino solamente de dignidad; quieren decir, que
todos los hombres buenos y malos, santos e inicuos, resucitarán en un
mismo tiempo y momento, pero los santos tendrán en la resurrección
el primer lugar, esto es, serán más dignos o más honorables que los
malos; y pudieran añadir que serán los únicos dignos de honor delante
de Dios y de sus ángeles 2. Mas ¿es ésta la gran novedad que nos anun-
cia San Pablo, en palabra del Señor, que los santos serán más dignos
de honor que los malos, los Apóstoles más honorables que Judas el
traidor, y el mismo San Pablo más que el verdugo que le cortó la cabe-
za? Y para decirnos esta verdad, ¿no halló el apóstol otras palabras
que éstas: Y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros; des-
pués nosotros? 3. Leed, amigo, el texto sagrado, y haced más honor al
apóstol y a vuestra propia razón.
[163] Otros autores, menos rígidos, conceden francamente (y ésta
es la sentencia más común) que el Apóstol habla sin duda de prioridad
de tiempo; mas como si este tiempo fuese propio suyo, como si fuese
dinero en manos de un avaro, así lo escatiman, así lo escasean, así
aprietan la mano al quererlo dar, que es imposible que baste ni aun
para la centésima parte del gasto necesario. Conceden, pues, para veri-
ficar de algún modo las palabras claras y expresas, resucitarán los pri-
meros, que los santos realmente resucitarán primero; pero añaden
luego con una extrema economía, que bastarán para esto algunos mi-
nutos, por ejemplo cinco o seis, que en aquel tiempo tumultuoso será
cosa insensible, que nadie podrá reparar. Esto parece todavía mayor
milagro que saciar a cinco mil personas con cinco panes. Veamos, no
obstante, la facilidad admirable con que todo se hace.
[164] Viene ya Cristo del cielo a la tierra, en la gloria de su Padre
con sus ángeles 4: a su primera voz resucitarán al punto los que la
1 1 Tes. 4, 16.
2 Apoc. 3, 5.
3 1 Tes. 4, 15-16.
4 Mt. 16, 27.
104 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
oyen, esto es, todos sus santos: Y los que murieron en Cristo resucita-
rán los primeros 1. Resucitados éstos, luego inmediatamente se levan-
tan por el aire a recibir al Señor y gozar de su vista corporal; juntos
con ellos se levantan también, o son arrebatados, los santos vivos que
hubiere entonces en la tierra. Estos vivos, que todavía no han pasado
por la muerte, mueren momentáneamente allá en el aire, antes de lle-
gar a la presencia del Señor. Sus cuerpos, o se disuelven en un mo-
mento, o no se disuelven, porque no hay necesidad indispensable de
tal disolución. Si llevan algunas culpas leves que purgar, o las purgan
allí mismo en un instante, o van dos o tres instantes al purgatorio,
quedando entre tanto sus cuerpos muertos suspensos en el aire; o lo
que parece mucho más fácil, que todo se halla en diferentes autores, ni
los cuerpos se disuelven, ni las almas llevan reato alguno de culpa; y
así mueren en el aire en un instante, y resucitan al instante siguiente,
si es que no han muerto y resucitado antes de levantarse, que así lo
sienten otros muchos autores. Vamos adelante, y no perdamos tiempo,
que todavía lo hemos menester para lo mucho que queda que hacer.
[165] Mientras los resucitados santos van subiendo por el aire, y
entre tanto que sucede la muerte y resurrección de los vivos que le
acompañan, estando ya todos muy lejos de la tierra, sucede en ésta el
grande y universal diluvio de fuego, que mata a todos los vivientes,
desde el hombre hasta la bestia, y desde las aves del cielo hasta los
peces del mar 2; no obstante que en Ezequiel y en el Apocalipsis se ven
convidadas las aves, en el día de la venida del Señor, a la gran cena de
Dios 3, para que coman y se harten de las carnes de toda suerte de gen-
tes que el mismo Señor ha de sacrificar a su indignación: Venid, y con-
gregaos a la cena de Dios, para comer carnes de reyes, y carnes de
tribunos, y carnes de poderosos… Y se hartaron todas las aves de las
carnes de ellos 4. Pero de esto en otra parte. Muertos todos los vivien-
tes con el diluvio de fuego, se apaga en el momento siguiente todo
aquel incendio, resucitan al otro momento los muertos en toda la re-
dondez de la tierra, se ponen en camino luego al punto, y son llevados
en un momento de tiempo por los ángeles hacia Jerusalén. En suma:
cuando el Señor llega a la tierra con toda su comitiva, halla ya resuci-
tado todo el linaje humano, y congregado todo en el grande y pequeño
valle de Josafat. Esto es en sustancia todo cuanto nos dicen los exposi-
tores y teólogos sobre el texto de San Pablo, de que vamos hablando; y
por más librerías que visitéis, estad cierto, amigo, que no hallareis otra
cosa diversa de lo que acabáis de oír.
1 1 Tes. 4, 16.
2 Gen. 7, 23.
3 Apoc. 19, 17.
4 Apoc. 19, 17-18, 21.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 105
Reflexión
PÁRRAFO 5
[166] Habiendo visto lo que sobre el texto de San Pablo nos dicen
los doctores; habiendo considerado, con no sé que disgustillo interno,
su suma escasez y economía en la repartición de instantes y momen-
tos, decidme, amigo: ¿Para qué podrá servir tanta economía? ¿Para
qué fin tantos apuros y tantas prisas? ¿Nos sigue acaso alguno con la
espada desnuda? Si es para poder salvar de algún modo el sistema; si
es para poder mantener y llevar adelante la idea de una sola resurrec-
ción, y ésta simultánea, única y momentánea; así como esta idea que-
dará convencida de falsa, con mil años de diferencia entre la primera
resurrección de los muertos que murieron en Cristo, y la resurrección
del resto de los hombres; así queda convencida de falsa con algunas
horas o minutos de diferencia; pues una vez que se admita algún tiem-
po intermedio, como es necesario admitirlo, ya la resurrección del li-
naje humano, ni podrá ser juntamente, ni podrá ser una sola vez, ni
mucho menos en un momento, en un abrir de ojo 1.
[167] Fuera de esto sería bueno saber: ¿Con qué razón, o con qué
autoridad, se hace esta repartición tan escasa de instantes y momentos?
¿Con qué razón, por ejemplo, nos aseguran que los justos vivos después
de la resurrección de los santos se juntan con ellos, y suben también en
las nubes a recibir a Cristo en los aires 2, y que deben morir y resucitar
allá en el aire antes de llegar a la presencia del Señor? No me digáis ni
aleguéis para esto la pura autoridad extrínseca, porque esto sería caer
en aquel gran defecto que llaman los lógicos responder con lo mismo
que se disputa. Sabemos que así lo han pensado muchos doctores, mas
no sabemos por qué razón, ni sobre qué buen fundamento lo han pen-
sado así, ni de dónde pudieron tomar esta noticia. San Pablo nos asegu-
ra, en palabra del Señor, que los justos que se hallaren vivos cuando
venga el Señor, subirán por el aire a recibirlo en compañía de los santos
ya resucitados. Esta particularidad era bien excusada, si para parecer
en la presencia de Cristo fuese necesario que primero muriesen y resu-
citasen, o allá en el aire, o acá en la tierra antes de levantarse de ella;
pues con solo decir: Los muertos de Cristo resucitarán, y subirán a re-
cibirlo, estaba dicho todo; mas decirnos expresamente, y esto en pala-
bra del Señor, que no sólo los santos resucitados, sitio también los san-
tos vivos, se levantarán de la tierra y subirán juntos con ellos 3 a recibir
a Cristo, sin hacer mención la más mínima de muerte, ni de resurrec-
ción de estos últimos, parece una prueba clara y manifiesta, para quien
no tuviere algún empeño manifiesto, de que no hay tal muerte ni tal re-
surrección instantánea; que esta idea, tan ajena del texto sagrado, sólo
la pudo haber producido la necesidad de salvar de algún modo el siste-
ma, a lo menos por aquella parte, ya que por otra quedaba insalvable;
pues habiendo resucitado los muertos de Cristo en todas las partes del
mundo, habiéndose levantado de la tierra, habiendo subido juntamen-
te con ellos muchos vivos, habiendo éstos muerto, habiendo resucitado,
todavía no se ha verificado la resurrección, ni aun siquiera la muerte de
todo el resto de los hombres.
[168] A todo esto podemos añadir esta otra reflexión: el rapto de
los vivos de que hablamos es ciertamente una cosa futura; por consi-
guiente, no pudiéramos saberla sin revelación expresa de Dios, a quien
solo pertenece la ciencia de lo futuro. Del mismo modo, siendo tam-
bién una cosa futura, o sólo posible, la circunstancia que se pretende
en estos vivos, de morir y resucitar instantáneamente antes de llegar a
la presencia de Cristo, tampoco podrá saberse esta circunstancia sin
revelación expresa del que todo lo sabe. De aquí se sigue que cualquie-
ra hombre que nos añada esta circunstancia, aunque sea debajo de la
autoridad de otros mil, deberá junto con ellos mostrarnos alguna reve-
lación divina, cierta, clara y expresa, en donde conste de esta circuns-
tancia. Y si esta tal revelación ni la muestran ni la pueden mostrar,
porque no la hay, deberán contentarse, y tener por excusados a los que
no creyeren su noticia por no querer apartarse un punto de lo que dice
la revelación.
[169] Se ve muy bien, amigo mío, lo que hace a los doctores darse
tanta prisa en el asunto de que tratamos, es a saber, la idea que se han
formado (por las razones que iremos viendo en adelante) de que el Se-
ñor ha de volver del cielo a la tierra con la misma prisa; por consi-
guiente, que cuando llegue a la tierra ya ha de hallar muerto y resuci-
tado a todo el linaje humano, y congregado en cierto lugar para el jui-
cio universal. Esta idea, tomada como pretenden, de la parábola Cuan-
do viniere el Hijo del hombre, del capítulo 25 de San Mateo, sin querer
hacerse cargo que aquello es una mera parábola, cuyo fin único es una
doctrina moral (como observaremos a su tiempo): esta idea, digo, con-
traria a toda la Escritura, que casi a cada paso clama contra ella, ha si-
do, y es hasta ahora, un verdadero velo que la ha cubierto y dejado po-
co menos que invisible a quien está preocupado de contrarias ideas.
Mas de esto tenemos tiempo de hablar, y no pueden faltarnos en ade-
lante algunas ocasiones más oportunas.
[170] Nos basta, pues, por ahora sacar de todo lo dicho esta impor-
tante consecuencia. No obstante los esfuerzos que han hecho los más
sabios y más ingeniosos doctores para explicar el texto de San Pablo
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 107
Tercer instrumento
PÁRRAFO 6
[172] El mismo Apóstol y Maestro de las Gentes habla de propósi-
to y difusamente, y llegando al versículo 23 dice así: Mas cada uno en
su orden: las primicias Cristo; después los que son de Cristo, que cre-
1 1 Tes. 4, 15 y 13.
2 Apoc. 20, 4-5.
108 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Cuarto instrumento
PÁRRAFO 8
[186] El cuarto instrumento que presentamos en la promesa de
Dios de que vamos hablando, se halla registrado en el mismo capítulo
15, hacia el fin del versículo 51, donde el Apóstol nos pide toda nuestra
atención, como que va a revelarnos un misterio oculto, y de sumo inte-
rés para los que quieran aprovecharse de la noticia: He aquí, os digo,
un misterio: Todos ciertamente resucitaremos, mas no todos seremos
Otros instrumentos
PÁRRAFO 9
[200] Me quedaban todavía algunos otros instrumentos que pre-
sentar; mas veo que me alargo demasiado. No obstante los muestro
como con el dedo, señalando los lugares donde pueden hallarse, y pi-
diendo una juiciosa reflexión. Primeramente, en el salmo 1 leo estas
palabras: Por eso no se levantarán los impíos en el juicio, ni los peca-
dores en el concilio de los justos 5. Este texto lo hallo citado a favor de
la resurrección a un mismo tiempo y una vez; mas ignoro con qué ra-
zón. Esto prueba, dicen, que no hay más que un solo juicio, y por con-
siguiente una sola resurrección. Lo contrario parece que se infiere ma-
nifiestamente, porque si los impíos y pecadores no han de resucitar en
el juicio y concilio de los justos; luego, o no han de resucitar jamás (lo
que es contra la fe), o ha de haber otro juicio en que resuciten, y por
consiguiente otra resurrección. Segundo, en el capítulo 20 del Evange-
lio de San Lucas, versículos 35 y 36, leo estas palabras del Señor: Mas
los que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de
los muertos, ni se casarán, ni serán dados en casamiento, porque no
podrán ya más morir, por cuanto son iguales a los ángeles, e hijos
son de Dios, cuando son hijos de la resurrección 1. Si en toda la Escri-
tura divina no hubiera otro texto que este solo, yo confieso que no me
atreviera a citarlo a mi favor; mas este texto, combinado con los otros,
me parece que tiene alguna fuerza más. De él, pues, infiero que en la
venida del Señor, con la cual ha de comenzar ciertamente aquel otro
siglo, habrá algunos que se hallarán dignos de este siglo, y de la resu-
rrección; y habrá otros más, que no se hallarán dignos de este siglo, ni
tampoco de la resurrección; luego habrá algunos que entonces resuci-
tarán, y otros que no resucitarán hasta otro tiempo, que es lo que dice
San Juan: Los otros muertos no entraron en vida, hasta que se cum-
plieron los mil años. Esta es la primera resurrección 2.
[201] Tercero: San Mateo dice que cuando el Señor vuelva del cie-
lo en gloria y majestad, enviará sus ángeles con trompetas y con
grande voz, y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos 3. Estos
electos parece claro que no serán otros sino los santos que han de re-
sucitar. Mas si queréis ver en este mismo lugar los vivos que han de
subir en las nubes a recibir a Cristo, observad lo que luego se dice en el
versículo 40: Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado,
y el otro será dejado 4. Estas dos últimas palabras, ¿qué significan,
qué sentido pueden tener? Si no queréis usar de suma violencia, debe-
réis confesar que aquí se habla manifiestamente de personas vivas y
viadoras, dos en campo, dos en molino, de las cuales, cuando venga el
Señor, unas serán asuntas, o sublimadas y honradas, y otras no: La
una será tomada, y la otra será dejada 5, porque unas serán dignas de
esta asunción, y otras no lo serán, y por eso serán dejadas. La una será
tomada, y la otra será dejada. Diréis que el sentido de estas palabras
es que, de un mismo oficio, estado y condición, unos hombres serán
salvos, y otros no; unos serán asuntos y sublimados a la gloria, y otros
serán dejados por su indignidad. Bien, habéis dicho en esto una ver-
dad, mas una verdad tan general, que no viene al caso. Yo pregunto:
esta verdad general, ¿cuándo tendrá su entero cumplimiento en vues-
tro sistema? ¿No decís que sólo después de la resurrección universal?
Pues, amigo, esto me basta para concluir que las palabras del Señor no
pueden hablar de esa verdad general que pretendéis, ni pueden admi-
tir ese sentido. ¿Por qué? Porque hablan visiblemente de personas, no
1 1 Tes. 4, 15-16.
2 Mt. 24, 31.
3 1 Tes. 4, 15 y 13.
4 Is. 26, 19 y 21.
5 Is. 26, 21.
120 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
no cubrirá más a sus interfectos, que son los que llama el Señor mis
muertos. Observad, por último, que a estos muertos, de quienes se ha-
bla en este lugar, se les dicen aquellas palabras, ciertamente inacomo-
dables a todos los muertos: Despertaos, los que moráis en el polvo;
porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los
impíos) la reducirás a polvo 1; lo cual concuerda con el texto del Apo-
calipsis: Y las almas de los degollados… vivieron y reinaron con Cristo
mil años 2, y mucho más claramente con aquel otro texto del mismo
Apocalipsis: Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le
daré potestad sobre las Gentes, y las regirá con vara de hierro, y se-
rán quebrantadas como vaso de ollero, así como también yo la recibí
de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana 3. En esta estrella ma-
tutina, piensen otros como quieran, yo no entiendo otra cosa que la
primera resurrección con el principio del día del Señor.
[203] Ultimamente, en el capítulo 6 del Evangelio de San Juan,
leo esta promesa del Señor cuatro veces repetida: Y yo le resucitaré en
el último día 4. Promesa bien singular, que hace Jesucristo, no cierto a
todos los hombres sin distinción, ni tampoco a todos los Cristianos,
sino expresamente a aquellos solos que se aprovecharen de su doctri-
na, de sus ejemplos, de sus consejos, de su muerte, y en especial del
sacramento de su cuerpo y sangre. Ahora, pues: si todos los hombres
sin distinción han de resucitar a un mismo tiempo y una vez, en un
momento, en un abrir de ojo 5, ¿qué gracia particular se les promete a
éstos con quienes se habla? ¿No es el mismo Señor el que ha de resuci-
tar a todos los hombres? Si sólo se les promete en particular la resu-
rrección a la vida, tampoco esta gracia será tan particular para ellos
solos, que no la hayan de participar otros muchísimos, con quienes
ciertamente no se habla, como son los innumerables que mueren des-
pués del bautismo, antes de la luz de la razón; y fuera de éstos, todos
aquéllos que a la hora de la muerte hallan espacio de penitencia, ha-
biendo antes vivido muy lejos de Cristo y ajenísimos de su doctrina. Si
todos éstos también han de resucitar para la vida eterna, ¿qué gracia
particular se promete a aquéllos?
[204] Los instrumentos que hemos presentado en esta diserta-
ción, si se consideran seriamente y se combinan los unos con los otros,
nos parecen más que suficientes para probar nuestra conclusión, es a
saber: que Dios tiene prometido en sus Escrituras resucitar a otros
muchos santos, fuera de los ya resucitados antes de la general resu-
rrección; por consiguiente, la idea de la resurrección de la carne, a un
PÁRRAFO 1
[205] Me acuerdo bien, venerado amigo Cristófilo, que en otros
tiempos (cuando yo tenía el honor de comunicaros mis primeras ideas,
y de consultaros sobre ellas) me propusisteis esta dificultad, como una
cosa tan decisiva en el asunto, que debía hacerme mudar de pensa-
mientos. Del mismo modo me acuerdo que, como vuestra dificultad me
halló desprevenido, pues hasta entonces no me había ocurrido al pen-
samiento, me hallé no poco embarazado en la respuesta. Ahora que he
tenido tiempo de pensarlo, voy a responderos con toda brevedad. Como
la dificultad es obvia, en especial respecto de los sacerdotes, que mu-
chas veces al año dicen este símbolo, me es necesario no disimularla.
[206] Fúndase, pues, en aquellas palabras del símbolo que llaman
de San Atanasio: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos. A cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus
mismos cuerpos, y han de dar cuenta de sus acciones. Estas palabras,
me decíais, deben entenderse como suenan, en su sentido propio, ob-
vio y literal; ni hay razón para sacarlas de este sentido, cuando todas
las cosas que se dicen en este símbolo son verdaderas en este mismo
sentido obvio y literal. Antes de responder de propósito a esta dificul-
tad, os advierto una cosa no despreciable, que puede sernos de alguna
utilidad, es a saber, que aunque todas las cosas que contiene este sím-
bolo son verdaderas y de fe divina, como que son tomadas, parte del
símbolo apostólico, parte de algunos concilios generales que así las
explicaron, con todo esto, algunos teólogos que tocaron este punto no
admiten ni reconocen por legítima y justa aquella expresión de que se
usa en el mismo símbolo: Porque así como la alma racional y la carne
es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo Cristo. Este así co-
mo, o esta similitud, dicen que no puede admitirse sin gran impropie-
dad 1. La razón es ésta: porque el alma racional y la carne de tal suerte
pues los extremos carne y alma jamás pueden concebirse separados; y no así los extremos Dios y
hombre, pues, no suponiéndose la encarnación, bien puede estar el uno sin el otro.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 123
Atanasio, sino también, sin faltarles una sílaba, del símbolo de los
Apóstoles, y de otros lugares de la Escritura; por tanto merecen un po-
co de más equidad.
PÁRRAFO 2
[209] Admitida, pues, esta condición, y concedida esta gracia o es-
ta justicia, yo pregunto ahora: ¿Qué sentido queréis darle a la expre-
sión: A cuya venida? Diréis que lo que suenan las palabras obvia y li-
teralmente, lo que entiende luego al punto cualquiera que las lee: que
al venir el Señor del cielo, al llegar ya a la tierra, instante antes o des-
pués, sucederá la resurrección universal de todos los hijos de Adán, sin
quedar uno solo: A cuya venida todos los hombres han de resucitar. Y
a aquéllas otras cuatro palabras que preceden inmediatamente a éstas:
Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, ¿qué sentido
les daréis, haciendo la misma gracia? Diréis del mismo modo que el
que suena, y nada más; esto es, que el mismo Señor ha de venir en
persona, cuando sea su tiempo, a juzgar a los vivos y a los muertos.
Óptimamente. Conque, según esto, tenemos estas dos proposiciones,
ambas verdaderas en su sentido obvio y literal.
[210] Primera. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a
los vivos y a los muertos.
[211] Segunda. Al venir Jesucristo del cielo a la tierra sucederá en
ésta la resurrección universal de todos los hijos de Adán.
[212] Paréceme, señor mío, que todos los dialécticos juntos, des-
pués de haber unido toda la fuerza de sus ingenios, no son capaces de
conciliar estas dos proposiciones de modo que no peleen entre sí, y
que no se destruyan mutuamente. Vedlo claro.
[213] Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos
y a los muertos. Esta es la primera proposición, y ésta la verdad que
contiene claramente. De aquí se sigue esta consecuencia forzosa y evi-
dente: luego después que Jesucristo venga a la tierra, no sólo ha de ve-
nir a juzgar a los muertos, sino también a los vivos, pues a esto viene;
luego después que venga a la tierra, no sólo ha de hallar muertos, sino
también vivos a quienes juzgar. Si halla vivos a quienes juzgar, y en
efecto los juzga después de su venida, pues viene a juzgarlos, pues es-
tos vivos no pudieron resucitar a su venida, pues se suponen vivos y no
muertos, y sólo los muertos pueden resucitar; si no resucitaron ni pu-
dieron resucitar a su venida; luego es evidentemente falsa la segunda
proposición, pues afirma que todos los hijos de Adán, sin excepción,
han de resucitar a la venida del Señor: A cuya venida todos los hom-
bres han de resucitar 1.
PÁRRAFO 3
ved aquí en breve lo que se halla sobre el asunto en los mejores teólo-
gos, y lo que de ellos han tomado los catecismos. La dificultad debe ser
muy grande, pues para resolverla se han dividido en cuatro opiniones o
modos de pensar, todas cuatro diversas entre sí, pero que convienen y
se reúnen perfectamente en un solo punto, esto es, en negar a nuestro
artículo de fe (por lo que dice de vivos) su sentido obvio, propio y lite-
ral; en hacerle la mayor violencia para que ceda el puesto a su sistema, y
si me es lícito hablar así, en no admitir dicho artículo de fe, si no cede, si
no se inclina, si no se deja acomodar al mismo sistema. Os parecerá es-
to algún hipérbole, y no obstante lo vais a ver.
[217] La primera sentencia, y la más plausible por su ingenioso in-
ventor, aunque no por esto lo han seguido muchos, dice que por vivos
se entiendan todos los que actualmente vivían en el mundo cuando los
Apóstoles ordenaron el símbolo de fe; y por muertos los que ya lo eran
desde Abel hasta aquel tiempo. Y como este símbolo se había de decir
en la Iglesia en todos los siglos, años y días que durase el mundo,
siempre se ha dicho, y siempre se dirá con verdad, que Jesucristo ha
de venir a juzgar a los que han vivido, viven y vivirán, y a los que antes
de estos hubiesen muerto; por consiguiente a los vivos y a los muertos.
Me parece que esta sentencia, mirada atentamente, lo que quiere decir
en buenos términos es esto solo: que la palabra vivos que pusieron los
Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, es una palabra del todo inútil, que
pudiera haberse omitido sin que hiciese falta; que bastaba haber pues-
to la palabra muertos, pues con ella sola estaba dicho todo, y con mu-
cha mayor claridad y brevedad. Supongamos por un momento que los
Apóstoles hubiesen omitido la palabra vivos, y puesto solamente la pa-
labra muertos; en este caso, según el discurso de este doctor, nos que-
daba entero y perfecto nuestro artículo de fe, del mismo modo que
ahora lo tenemos, sólo con este simple discurso: Jesucristo ha de venir
del cielo a la tierra a juzgar solamente a los muertos; estos muertos
fueron en algún tiempo vivos, pues sin esto no pudieran ser ni llamar-
se muertos; luego Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar
a los vivos y a los muertos 1.
[218] La segunda sentencia dice que por vivos se entienden, o
como dice el cardenal Belarmino en su catecismo grande, se pueden
también entender todos aquellos que actualmente se hallaren vivos
cuando venga el Señor, los cuales morirán luego consumidos con el di-
luvio de fuego que debe preceder a su venida. Óptimamente. ¿Y éste es
el juicio de vivos que nos enseñan los Apóstoles? Sí, señor; en esta sen-
tencia éste es el juicio de vivos, y no hay aquí otro misterio que esperar:
Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos. Vendrá del cielo a la tierra a
juzgar a los vivos, nos dicen los Apóstoles; y esta sentencia nos pone y
nos supone muertos a todos los hombres, y hechos polvo y ceniza antes
que el Señor llegue a la tierra. Si cuando llega a la tierra los halla muer-
tos a todos, luego no halla vivos, luego no viene a juzgar a los vivos,
pues ya no hay tales vivos que puedan ser juzgados, luego la palabra vi-
vos es una palabra no sólo inútil, sino incómoda y perjudicial; y los
Apóstoles hubieran hecho un gran servicio al sistema de los doctores
omitiendo esta palabrita, que no es sino una verdadera espina, y bien
aguda. La tercera sentencia, indigna a mi parecer de ser recibida de
otro modo que o con risa o con indignación, dice que por vivos se en-
tienden las almas, y por muertos los cuerpos; así: Jesucristo ha de ve-
nir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos, no quiere
decir otra cosa, sino que ha de venir a juzgar a las almas y a los cuerpos.
Y como cuando venga ya halla resucitados a todos los hombres, y por
consecuencia, unidas todas las almas con sus cuerpos propios en una
misma persona, le será necesario dividir otra vez esta persona, y por
consiguiente matarla otra vez para pedir cuenta primero al alma, y des-
pués al cuerpo, como si el cuerpo fuese algo sin el alma. ¡Oh filosofía
verdaderamente admirable! ¡Oh, a lo que obliga una mala causa!
[219] Resta, pues, la cuarta sentencia comunísima, y casi universal
en los teólogos y catecismos, es a saber, que por vivos y muertos se en-
tienden buenos y malos, justos y pecadores. No me preguntéis, amigo,
sobre qué fundamento estriba esta sentencia tan común, porque yo no
puedo saberlo, pues no lo hallo en sus mismos autores. Como este pun-
to lo tocaron tan de prisa, como si tocaran un hierro sacado de la fra-
gua, no era posible que se detuviesen mucho tiempo en examinarlo con
toda la atención y prolijidad que habíamos menester. Yo no hallo otra
cosa, sino que se cita por este modo de pensar la autoridad de San
Agustín, y éste es el fundamento en que pretenden dejarla sólidamente
asegurada. Aunque San Agustín lo hubiese así pensado, aunque lo hu-
biese realmente asegurado y enseñado, ya veis cuán poca fuerza nos
debía hacer su parecer, sin otro fundamento, contra la verdad clara y
expresa de un artículo de fe. Mas ¿será cierto esto? ¿Será cierto y seguro
que este máximo doctor de la Iglesia creyese y enseñase determinada-
mente que el juicio de vivos y muertos, en la venida del Mesías, no quie-
re decir otra cosa que juicio de buenos y malos, de justos y pecadores?
[220] Yo lo había creído así sobre la buena fe de los que lo citan;
mas habiendo leído a San Agustín en el mismo San Agustín, habiendo
leído los lugares de este santo a que nos remiten, y tal que otro, donde
toca el mismo punto, estoy enteramente asegurado de que San Agustín
no enseñó tal cosa, ni la tuvo por cierta, ni de sus palabras se puede in-
ferir esto. A dos lugares de San Agustín nos remiten los doctores de es-
ta sentencia; el primero es el libro Sobre la fe y el símbolo, capítulo 8.
El segundo es el Enchiridion o manual, capítulo 4. En estos dos luga-
res es cierto que el santo doctor toca el punto brevísimamente; mas
128 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
No digo que lo enseñen así expresamente; mas ¿qué otra cosa es bus-
carle a esta palabra otro y otros sentidos acomodaticios, impropios,
violentos y aun ridículos, sin reparar en nada, y negarle solamente su
propio y natural sentido? ¿Os parece, amigo, que esta breve palabra se
puso en el símbolo sin inspiración, sin enseñanza, sin mandato expre-
so del Espíritu santo? ¿Os parece que el entenderla o no entenderla es
cosa de poca o ninguna consecuencia?
PÁRRAFO 5
[226] Parece cierto que los doctores lo piensan así, pues nos excu-
san de la obligación de saber y creer lo que significa en particular la
palabra vivos. Mas yo no puedo pensarlo así, porque veo en los mis-
mos doctores las extrañas y terribles consecuencias que se han seguido
necesariamente de sólo no admitir en su propio sentido esta palabrita
que parece nada. Sí, parece nada, y tiene una grande y estrecha rela-
ción con casi toda la Escritura en orden a la segunda venida del Señor.
Parece nada, y es una luz clarísima que alumbra en los pasos más os-
curos y difíciles de la misma Escritura. Parece nada, y es una llave
maestra que abre centenares de puertas. Esta es la verdadera razón, si
bien se considera, porque se ven precisados los intérpretes, aun los
más literales, a usar de toda aquella fuerza y violencia tan notoria en la
exposición de la divina Escritura, valiéndose de todo su ingenio, de su
erudición, de su elocuencia, para inclinarla donde ella repugna el in-
clinarse. Este parece el verdadero origen de todos aquellos sentidos,
tantos y tan diversos, de que tanto se usa o se abusa en la exposición
de la Escritura. Esta parece la verdadera razón de la mayor parte de
aquellas reglas, o cánones innumerables, que se han establecido como
ciertos y como necesarios, según dicen, para la inteligencia de la santa
Escritura, y quizá dijeran mejor, para no entenderla jamás. Todo o casi
todo, a mi parecer, ha dependido de aquí; de no haber hecho el aprecio
y el honor tan debido a la palabra vivos; de no haber querido entender
esta palabra como la entienden todos, esto es, los que viven; de no ha-
ber querido separar los muertos de los vivos; de no haber querido
creer, según las Escrituras, que ha de haber un juicio de vivos (o lo
que es lo mismo, un reino de Cristo sobre los vivos) diferentísimo del
juicio de los muertos, o del reino del mismo Cristo sobre los muertos,
tanto como difieren los muertos de los vivos.
[227] No es menester gran talento ni gran penetración, sino un
poco de estudio con reflexión y sin preocupación, para conocer, sin
poder dudarlo, que una gran parte de la Escritura santa, en lo que es
profecía, habla claramente del juicio de vivos, y del reino de Cristo so-
bre los vivos. A este juicio, o a este reino, se enderezan casi todas las
profecías, y en él se terminan como en un objeto principal; pues del
juicio de muertos sólo se habla con claridad en el nuevo Testamento.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 131
PÁRRAFO 1
[228] En el Evangelio de San Mateo se leen estas palabras del Se-
ñor: Y cuando viniere el Hijo del Hombre en su majestad, y todos los
ángeles con él, se sentará entonces sobre el trono de su majestad. Y
serán todas las gentes ayuntadas ante él, y apartará los unos de los
otros, como el pastor aparta las ovejas de los cabritos. Y pondrá las
ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda. Entonces dirá el
Rey a los que están a su derecha, etc. 1.
[229] Este lugar del Evangelio es uno de los grandes fundamentos,
si acaso no es el único, en que estriba y pretende hacerse fuerte el sis-
tema ordinario. Porque lo primero, dicen, aquí se habla conocidamen-
te del juicio universal, y aún se describe el modo y circunstancias con
que se hará. Lo segundo, en este lugar se dice expresamente que el jui-
cio universal de que se habla, se hará entonces, esto es, cuando viniere
el Hijo del Hombre en su majestad: modo de hablar que junta, une y
ata estrechamente un suceso con otro, y por consiguiente no da lugar,
antes destruye enteramente todo espacio considerable de tiempo entre
la venida del Señor, y el juicio y resurrección universal.
[230] De manera que, según la propiedad del texto sagrado, o se-
gún la pretensión de los doctores, cuando el Señor venga a la tierra,
entonces se sentará en el trono de su majestad; entonces, esto es, luego
inmediatamente se congregarán en su presencia todas las gentes ya re-
sucitadas; entonces se hará la separación entre buenos y malos, po-
niendo aquéllos a la diestra y éstos a la siniestra; entonces se dará la
sentencia en favor de los unos, porque hicieron obras de caridad, y en
contra de los otros, porque no las hicieron; entonces finalmente se eje-
cutará la sentencia, yendo unos al cielo, y otros al infierno, y todo ello
se hará en este mismo día en que el Señor llegare.
[231] Para resolver esta gran dificultad, y hacer ver la debilidad
suma de este gran fundamento, casi no nos era necesaria otra diligen-
cia que repetir aquí lo que acabamos de decir sobre el texto del símbo-
PÁRRAFO 3
[235] Si queréis, no obstante, que este lugar del Evangelio no sea
una verdadera parábola; si queréis que sea una profecía, una noticia,
una descripción, así de la venida del Señor como del juicio universal,
yo estoy muy lejos de empeñarme mucho por la parte contraria; esto
sería entrar en una disputa embarazosa y de poquísima o ninguna uti-
lidad. Si yo la llamo parábola, es porque la hallo puesta entre otras pa-
rábolas, y porque leído el texto con todo su contexto, me parece todo
dicho por semejanza, no por propiedad; ni parece verosímil que el
juicio universal se haya de reducir a aquello poco que aquí dice el Se-
ñor, ni que todos los buenos por una parte y todos los malos por otra
hayan de ser juzgados y sentenciados sólo por la razón que allí se
apunta; ni tampoco que los unos y los otros hayan de decir en realidad
aquellas palabras: Señor ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento,
etc.? 3. Y que el Señor les haya de responder: En cuanto lo hicisteis a
uno de estos mis pequeñitos, a mí me lo hicisteis; y en cuanto no lo hi-
cisteis, ni a mí lo hicisteis 4.
[236] Con todo eso, yo estoy pronto a concederos sobre este punto
particular todo cuanto quisiereis. No sea esto una parábola, sino una
profecía que anuncia directamente la venida del Señor y el juicio uni-
versal. Aun con esta concesión gratuita y liberal, ¿qué cosa se puede
adelantar? Jesucristo dice que cuando venga, entonces se sentará en
el trono de majestad; entonces se congregarán delante de él las gentes;
entonces separará los buenos de los malos, poniendo aquéllos a su
diestra y éstos a su siniestra; entonces alabará a los unos, y los llamará
1 Gen. 9, 20-21.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 8 137
[241] El Apóstol San Pedro, hablando del día del Señor, dice que
vendrá este día repentinamente, cuando menos se pensare, y añade
que en él habrá un diluvio de fuego tan grande y tan voraz, que los
elementos mismos se disolverán, y la tierra y todas las obras que hay
en su superficie se abrasarán y consumirán. Vendrá, pues, como la-
drón el día del Señor, en el cual pasarán los cielos con grande ímpetu,
y los elementos con el calor serán deshechos, y la tierra y todas las
obras que hay en ella serán abrasadas 1. Si esto es verdad, no te-
nemos que esperar en el día del Señor, ni el cumplimiento de lo que
parece que anuncian para entonces las profecías, ni tampoco el juicio
de vivos, entendida esta palabra como suena; pues no es posible que
quede algún viviente después de un incendio tan universal que ha de
abrasar toda la superficie de la tierra. Por consiguiente, así el juicio de
vivos, como todas las otras profecías, no pueden entenderse según la
Escritura, sino en otros sentidos muy diversos del que parece obvio y
literal.
[242] Para resolver esta gran dificultad, que se ha mirado como
decisiva en el asunto, no tenemos que hacer otra diligencia que leer
con más atención el texto mismo de San Pedro sin salir de él. Se pre-
gunta: ¿San Pedro dice aquí que en la venida del Señor, o al venir el
Señor del cielo a la tierra, sucederá este incendio universal? Ni lo dice,
ni lo anuncia, ni de sus palabras y modo de hablar se puede inferir una
novedad tan grande y tan contraria a las ideas que nos dan todas las
Escrituras. Lo que únicamente dice es que sucederá en el día del Se-
ñor, que es cosa infinitamente diversa; y esto sin determinar si será al
principio, o al medio, o al fin de este mismo día. Vendrá, pues, como
ladrón el día del Señor: en el cual, etc. 2. Ahora, amigo, si todavía pen-
sáis que el día del Señor, de que habla San Pedro, y de que hablan casi
todos los Profetas, es algún día natural de doce o veinticuatro horas, os
digo amigablemente que no pensáis bien. Esta inteligencia pudiera pa-
recer a alguno muy semejante a aquella otra inteligencia mía, sobre el
día en que Noé salió del arca, en el cual día preparó la tierra, plantó
una viña, hizo la vendimia, bebió del vino, y se embriagó.
1 2 Ped. 3, 10.
2 Ibíd.
140 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[243] El día del Señor, de que tanto hablan las Escrituras, no hay
duda que comenzará con la venida del cielo a la tierra del Rey de los re-
yes. Con esta venida, o con el personaje que viene después de haber re-
cibido el reino 1, con todo el principado sobre sus hombros 2, amanece-
rá ciertamente y tendrá principio el día de su virtud en los esplendores
de los santos, como se anuncia en el salmo 109: Contigo está el princi-
pado en el día de tu poder entre los resplandores de los santos 3; mas
el día del Señor, que entonces amanecerá, no hay razón alguna que nos
obligue a medirlo por horas y minutos; antes por el contrario, toda la
divina Escritura nos da voces contra esta idea, y nos propone otra infi-
nitamente diversa, como iremos viendo en adelante. Toda ella nos ha-
bla de la venida del Señor como de una época la más célebre de todas, a
que debe seguirse un tiempo sumamente diverso de todos los que hasta
entonces habrán pasado; el cual tiempo se llama frecuentemente en los
Profetas, el día del Señor 4, aquel día 5, aquel tiempo 6, el siglo venide-
ro 7. Por tanto, en ese día, en ese tiempo, en ese siglo venturo, habrá sin
duda algún tiempo sobrado, para que se verifique plenamente todo
cuanto está escrito, y todo como está escrito 8. Habrá tiempo para el
juicio de vivos de que nos habla y nos manda creer el símbolo de nues-
tra fe; habrá tiempo para todos los anuncios de los Profetas de Dios; y
habrá tiempo para que se verifique plenamente lo que dice San Pedro 9,
y todo dentro del mismo día sin salir de él. San Agustín dice: No se sa-
ben los días que durará este juicio; pero ninguno que haya leído las
Escrituras, por poco que se haya versado en ellas, dejará de saber que
al tiempo llama la Escritura día 10.
[244] Volved un poco los ojos al capítulo 2 del Apocalipsis, y allí
hallaréis (versículo 9) que San Juan habla también del fuego que ha de
llover del cielo, enviado de Dios; mas este suceso lo pone al fin de su
día de mil años: Cuando fueren acabados los mil años, en los cuales
mil años (sea número determinado o indeterminado) ha habido tiem-
po más que suficiente para las muchas y grandes cosas que nos anun-
cian clarísimamente las Escrituras. Esta es toda la solución de esta di-
ficultad, ni hay para que detenernos más en este punto. Otras dificul-
tades iguales o mayores que puedan oponerse, esperamos resolverlas a
su tiempo conforme fueren ocurriendo.
Adición
Pues tú, hijo del hombre, esto dice el Señor Dios: Di a todo volátil, y a
todas las aves, y a todas las bestias del campo: Venid juntos, apresu-
raos y corred de todas partes a mi víctima que yo os ofrezco… Come-
réis las carnes de los fuertes, y beberéis la sangre de los príncipes de
la tierra 1. ¿Cómo es posible (por abreviar) que sea éste un fuego uni-
versal, cuando por Isaías se dice que, aún después de aquel terrible
día, quedarán todavía en la tierra algunos hombres vivos, aunque no
muchos? 2. Y más abajo dice que serán tan pocos como si algunas po-
cas aceitunas, que quedaron, se sacudieran de la oliva, y algunos re-
buscos después de acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y
darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la grite-
ría desde el mar 3. Pudiera aquí citar otros lugares de la Escritura, mas
¿para qué, cuando éstos han de ir saliendo en adelante a centenares y
aun a millares?
[1] Hechos los preparativos que nos han parecido necesarios, qui-
tados los principales embarazos, y con esto aclarado el aire suficien-
temente, parece ya tiempo de empezar a observar muchos fenómenos
grandes y admirables que, o se ocultaban del todo entre las nubes, o
sólo se divisaban confusamente, se empiezan ya a descubrir con clari-
dad, y se dejan ver con todo esplendor. Sólo faltan ojos atentos e im-
parciales que, poniendo aparte toda preocupación, quieran mirarlos y
remirarlos con la debida formalidad; que quieran detenerse algunos
instantes en el examen de cada uno en particular, en la combinación
de los unos con los otros, y en la contemplación de todo el conjunto.
Esto es lo que ahora deseamos hacer.
[2] Para facilitar en gran parte este trabajo, y asegurarnos más un
buen suceso, nos ha parecido conveniente, no sólo llevar muy presente
nuestro sistema propuesto en el capítulo cuarto de la primera parte,
sino también, y en primer lugar, el sistema ordinario de los doctores,
procurando sacar de él todo el fruto que es capaz de dar, y hacerlo ser-
vir, aunque sea mal de su grado, al conocimiento de la verdad. Dos
manos nos ha dado Dios, como dos ojos y dos oídos, es decir, que po-
demos sin gran trabajo tomar en ambas manos ambos sistemas, y he-
cha la observación exacta y fiel de algún fenómeno particular, ver y oír
la explicación que da, o puede dar, el uno de los dos sistemas, reser-
vando, como es razón y justicia, el otro ojo y el otro oído para el otro
sistema. Si después de vista, oída y examinada seriamente la explica-
ción que da a la cosa propuesta el uno de los sistemas, no se hallare
tan propia, tan clara, tan natural, como la que da el otro sistema, antes
por el contrario, se hallare violenta, oscura, embarazosa y tal vez ma-
nifiestamente fuera del caso, etc., entonces tocará a los jueces justos
dar la sentencia definitiva. Este método, como el más simple de todos,
parece también el más a propósito para el fin único que nos hemos
propuesto, que es el descubrir la verdad y el fruto de la misma verdad,
que a todos debe igualmente aprovechar. No perdamos más tiempo, y
empecemos nuestras observaciones.
Fenómeno 1
La estatua de cuatro metales
del capítulo 2 de Daniel
Preparación
PÁRRAFO 1
[3] Propongo este punto en primer lugar, por ser una de las más
ilustres profecías que se hallan en toda la divina Escritura, cuyo perfecto
cumplimiento, exceptuando la última circunstancia, vemos ya con nues-
tros propios ojos, y debiéramos mirar con una religiosa admiración. Re-
preséntase aquí el Profeta de Dios, debajo de la figura de una estatua
grande y de aspecto terrible, compuesta de cuatro diferentes metales,
cuatro reinos o imperios grandes y célebres, que en diversos tiempos ha-
bían de afligir al mundo y dominarlo. A cada uno de ellos se le pone su
distintivo propio y peculiar, para que por él pueda conocerse con toda
certidumbre. Represéntase del mismo modo el fin y término de todos
estos reinos, el cual debe suceder con la caída de cierta piedra, que por sí
misma, sin que nadie la tire, se ha de desprender de un monte, y volar
directamente hacia los pies de la estatua; a cuyo golpe terrible e impro-
viso se quebrantan al punto, y se desmenuzan, no solamente los pies, so-
bre quienes cae, sino junto con ellos todas las otras partes de la estatua,
reduciéndose toda ella a una leve ceniza que desaparece con el viento.
En consecuencia de este gran suceso, la piedra misma que hirió la esta-
tua crece y se hace un monte tan grande, que ocupa y cubre toda la tierra.
Tú, oh Rey, veías, y te pareció como una grande estatua; aquella es-
tatua grande, y de mucha altura estaba derecha enfrente de ti, y su vis-
ta era espantosa. La cabeza de esta estatua era de oro muy puro, mas el
pecho y los brazos de plata, y el vientre y los muslos de cobre, las pier-
nas de hierro, y la una parte de los pies era de hierro, y la otra de ba-
rro. Así la veías tú, cuando sin mano alguna se desgajó del monte una
piedra e hirió la estatua en sus pies de hierro y de barro, y los desme-
nuzó. Entonces fueron asimismo desmenuzados el hierro, el barro, el
cobre, la plata y el oro, y reducidos como a tamo de una era de verano,
lo que arrebató el viento, y no parecieron más; pero la piedra que ha-
bía herido la estatua se hizo un grande monte e hinchió toda la tierra 1.
1 Dan. 2, 31-35.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 149
PÁRRAFO 2
[6] La admiración que siempre me ha causado esta repartición, en
que veo que todos convienen, a lo menos cuanto a la sustancia, me ha
hecho también pensar muchísimas veces cuál puede haber sido la ver-
dadera causa que ha obligado a los doctores a unirse en este parecer, no
obstante que lo repugna tanto, no sólo la Escritura divina, sino también
1 Dan. 2, 38-40.
150 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Job 4, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 151
1 Dan. 2, 39.
2 Dan. 2, 40.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 153
PÁRRAFO 3
[13] Aunque el orden que voy a proponer, y la explicación que voy
a dar, me parece justa en todas sus partes, como enteramente confor-
me con la profecía y con la historia, todavía, porque no tengo razón al-
guna para fiarme de mi dictamen, lo sujeto de buena fe a cualquier
examen, por rígido que sea, con tal que no pase de aquellos límites jus-
tos que prescribe la verdadera crítica. Esto mismo protesto y deseo
que se tenga por dicho respecto de todos y de cada uno de los puntos
que he tratado y pienso tratar en toda esta obra. Lo cual supuesto y no
olvidado, entremos en materia.
1 Dan. 2, 40-45.
154 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Primer reino
1 Dan. 2, 37.
2 Jer. 27, 6-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 155
1 Dan. 5, 30-31.
2 Dan. 9, 1.
3 2 Esd. 13, 6.
156 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Segundo reino
PÁRRAFO 4
[17] El segundo reino, figurado por el pecho y brazos de plata de la
estatua, decimos que no puede ser otro que el de los Griegos, así por el
distintivo particular que pone el Profeta al segundo reino, de ser me-
nor que el primero, como por su misma constitución, es decir, por
componerse todo de pecho y brazos. En el pecho podemos considerar
el reino principal de los Griegos, que después se llamó de Siria, y en
los brazos las dos ramas que se extendieron de los mismos Griegos,
una hasta la Macedonia en Europa, y otra hasta Egipto en Africa, don-
de fundaron dos reinos particulares del todo independientes. Este rei-
no, pues, o este imperio célebre de los Griegos no lo podemos mirar
como ya formado en los días de Alejandro; éste no hizo otra cosa que
destruir, no edificar. Apenas podemos decir con alguna propiedad que
abrió las zanjas, y puso una u otra piedra para que sobre ella se levan-
tase después el edificio.
[18] En esto trabajó diez o doce años andando por el Asia como un
rayo, o mejor diremos como un loco furioso, matando gente por todas
partes, robando y destruyendo ciudades que en nada le habían ofendi-
do, casi sin sistema o designio formado; tanto que, al morir, dividió to-
das sus conquistas en tantas partes cuantos eran sus capitanes más fa-
voritos, los cuales después de su muerte intentaron todos llamarse re-
yes y se coronaron como tales: Y repartió entre ellos su reino, cuando
estaba aún en vida. Y sus cortesanos ocuparon el reino, cada cual en
su lugar; y después de su muerte se ciñeron la corona 2. Es verdad que
esta división o testamento de Alejandro no tuvo efecto, ni era posible
que lo tuviese, en aquellas circunstancias. A pocos días comenzó la dis-
cordia, y la guerra viva entre los nuevos reyes; y habiéndose quebrado
1 Dan. 2, 39.
2 1 Mac. 1, 7, 9-10.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 157
las cabezas junto con las coronas, se redujo todo a solos cuatro pre-
tendientes, que fueron Antígono, Seleuco, Ptolomeo y Casandro. Este
último vino a Macedonia, donde apenas hizo una triste figura. Ptolo-
meo se hizo fuerte en Egipto, donde Alejandro lo había dejado de go-
bernador. Antígono y Seleuco vinieron a las manos y disputaron largo
tiempo sobre el pecho de la estatua, hasta que Seleuco, por muerte de
su competidor, quedó dueño absoluto de la principal parte del reino o
imperio que acababa de destruir; digo de la parte principal, y no del
todo, porque es certísimo que no todo lo que comprendía el imperio de
los Persas quedó sujeto a la dominación de Seleuco. Muchas ciudades,
así de Persia como de Media, no lo reconocieron por soberano. En el
Asia menor se levantaron otros reyes que al fin se hicieron indepen-
dientes, y todo el Egipto quedó enteramente libre debajo de otra cabe-
za particular. De esta suerte se verificó plenamente el distintivo que
señala el Profeta al segundo reino, diciendo que sería menor que el
primero, como lo es la plata respecto del oro: Menor que tú, de plata.
[19] Este reino o imperio, que empezó en Seleuco, es propiamente
el reino de los Griegos, absolutamente diverso del primero en exten-
sión, en gente, en riquezas, en leyes, en costumbres, en dioses, y aun
en la lengua misma, que en toda el Asia, como el Egipto, se empezó
luego a hacer común la de los nuevos dominantes.
Tercer reino
PÁRRAFO 5
[20] El tercer reino o imperio célebre, figurado en el vientre y
muslos de bronce de la estatua, es evidentemente el romano. La cir-
cunstancia o distintivo particular, el cual mandará a toda la tierra, no
sólo es notablemente agravante, sino que lo hace mudar de especie, y
casi lo señala por su propio nombre. ¿De qué otro imperio se puede
decir con verdad que dominó sobre toda la tierra conocida, sino del
romano? Considerad este imperio en tiempo de Augusto, o de Trajano,
o de Constantino, o de Teodosio; lo veréis tan grande, y de una tan
vasta capacidad, que encierra dentro de su vientre todos cuantos rei-
nos, principados y potestades se conocían entonces en el mundo viejo,
esto es en Asia, Africa y Europa, sin quedar libres aún las islas del mar.
Considerad el metal mismo que lo figura, que es el bronce, no sólo du-
ro y fortísimo, sino también sonoro, porque no sólo sujetó tantos y tan
diversos pueblos con la dureza y fuerza de sus armas, sino también
quizá mucho más con el sonido y eco de su nombre. El Profeta dice del
tercer reino, que será de bronce hasta los muslos: El vientre y los mus-
los de cobre; otro distintivo claro del imperio romano, que tantos
tiempos estuvo dividido en imperio de oriente y occidente.
158 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
do. Para ver este cuarto y último imperio con toda claridad y con todas
sus contraseñas o distintivos particulares, no tenemos que encender
muchas lámparas y linternas, ni tampoco nos es necesario navegar al
oriente o al occidente. Nos basta abrir los ojos y mirar con alguna refle-
xión; mirar, digo, el estado presente de toda aquella gran porción de
países que encerraba la estatua dentro de su vientre. Portugal, España,
Francia, Inglaterra, Alemania, Polonia, Hungría, Italia, Grecia; en su-
ma casi toda Europa. La Asia menor con todos sus reinos, la Siria, la
Mesopotamia, Palestina, las tres Arabias, la Caldea, la Persia, el Egipto,
todas las costas de Africa desde el Egipto hasta Marruecos, etc., todo es-
to comprendía y todo esto era el imperio romano. Mas ahora y algunos
siglos ha, todo esto, ¿qué es? Volved los ojos a la profecía, y estudiadla
bien; y al punto descubriréis el cuarto imperio de hierro con tanta dis-
tinción y claridad, que os será imposible desconocerlo, por más violen-
cia que queráis hacer a vuestros ojos y a vuestra propia razón.
Cuarto reino
PÁRRAFO 6
[24] Este cuarto reino o imperio de hierro empezó a formarse desde
el quinto siglo de la era cristiana, con la irrupción que llaman de los
bárbaros, los cuales, como un torrente impetuoso y universal, inunda-
ron y arruinaron todas las provincias del imperio romano; o, siguiendo
la semejanza de que usa la profecía, así como el hierro doma y quebran-
ta todas las cosas por duras que sean, así esta multitud innumerable de
gentes, unas por el oriente, otras por el occidente, casi nada dejaron
que no quebrantasen, domasen y desmenuzasen: Y el cuarto reino será
como el hierro. Al modo que el hierro desmenuza y doma todas las co-
sas, así desmenuzará y quebrantará a todos éstos 1. Este es el primer
distintivo. En consecuencia, pues, de este destrozo casi universal, estas
mismas gentes se dividieron entre sí todo el terreno, y formaron entre
todas un reino o imperio del todo nuevo, diferentísimo de los otros tres.
¿Cuál es éste? Es el mismo que actualmente vemos, y que hemos visto
muchos siglos ha. Y éste es el segundo distintivo: El reino será dividido.
Un reino será dividido; un reino de muchas cabezas, un reino compues-
to de muchos reinos particulares, todos independientes, un reino cuyas
partes confinan entre sí, como los dedos en los pies; comercian entre sí,
se comunican, se ayudan mutuamente, pero jamás se unen de un modo
que formen una misma masa. En una palabra: estas partes componen
un todo, y al mismo tiempo conservan escrupulosamente su división y
su total independencia.
1 Dan. 2, 40.
160 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 2, 41.
2 Dan. 2, 41 y 43.
162 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Primer distintivo
[31] El cuarto reino será como el hierro. Al modo que el hierro
desmenuza y doma todas las cosas, así desmenuzará y quebrantará
a todos estos. Esta semejanza, dicen, le cuadra perfectamente sólo al
imperio romano, el cual creció y se engrandeció tanto como sabemos,
quebrantando y domando todos los otros reinos, pueblos y naciones,
como el hierro doma y quebranta todas las otras cosas. Si esto es ver-
dad o no, lo pueden decidir los que tuvieren suficiente noticia de la
historia romana. A nosotros nos parece claro que los dos verbos que-
brantar y desmenuzar, hablando de los Romanos y de sus conquistas,
son muy impropios, y su verdadero significado no concuerda con los
hechos. ¿Con qué propiedad ni con qué razón se puede decir de los
Romanos que sujetaron a los otros pueblos a su dominación a fuerza
de duros golpes de martillo? ¿Que los quebrantaron, que los desmenu-
zaron, que los molieron al modo que el hierro desmenuza y doma to-
das las cosas? Otra idea muy diversa nos da la historia, y aun la mis-
ma Escritura divina nos dice, hablando de los Romanos, cómo eran
poderosos en fuerzas, y que venían en todo lo que se les pedía, y que
cuantos se llegaron a ellos, habían ajustado con ellos amistad… y ha-
bían conquistado toda la región por su consejo y prudencia 1. Cotejad
estas últimas palabras: Poseyeron los Romanos todo lugar con su con-
sejo y prudencia, con aquellas otras: Todo lo poseyeron golpeando,
quebrantando, desmenuzando, moliendo; y veréis qué diferencia y
qué contrariedad. ¿Cuánto mejor le compete todo esto a aquella in-
numerable multitud de bárbaros, que acometieron por todas partes al
mismo imperio romano y lo destruyeron? De estos sí que podemos de-
cir con toda verdad y propiedad: todo lo domaron, lo quebrantaron, lo
desmenuzaron, lo molieron, al modo que el hierro desmenuza y doma
todas las cosas; y también que todo lo poseyeron sin más prudencia ni
consejo que su propio furor y su propia y natural barbarie. Ahora,
amigo, si este primer distintivo del cuarto reino, que es el que mostra-
ba alguna apariencia, se halla, mirado de cerca, inacomodable al impe-
rio romano, ¿qué pensáis será de los otros tres?
Segundo distintivo
[32] El reino será dividido. Esto se verificó, según unos, en los dos
imperios, o en las dos partes del mismo imperio, dividido en imperio
de oriente y de occidente; que el primero duró más que el segundo; sin
duda porque el primero era de hierro, y el segundo de greda. Según
otros esto se verificó en las cabezas de partido que fomentaron con
tanta obstinación las guerras civiles; pues unos se rompieron como un
vaso de barro, y otros permanecieron duros como el hierro.
1 1 Mac. 8, 1 y 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 163
Tercer distintivo
[33] En parte el reino será firme, y en parte quebradizo. Esto se
verificó, según unos, cuando el imperio romano se dividió en imperio
de oriente y de occidente. Esto se verificó, según otros, que son los
más, en tiempo de las guerras civiles entre Mario y Sila, entre César y
Pompeyo, entre Augusto y Antonio. En ese tiempo el imperio romano
fue como un reino dividido.
Cuarto distintivo
[34] Se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el
uno con el otro. Esto se verificó, según unos, cuando César y Pompeyo
se reconciliaron e hicieron amigos; y para que la amistad fuese durable,
Pompeyo le dio a César su hija en matrimonio. Lo mismo hizo después
Augusto con Antonio; y no obstante estos casamientos, siempre fue ade-
lante la división y la discordia. Yo no me detengo en hacer nuevas refle-
xiones sobre la acomodación de estos tres últimos distintivos, porque
algo hemos de dejar a los lectores. Me contento solamente con pedir a
todos los intérpretes de la Escritura, y a otros muchos escritores que han
tocado este punto, que me señalen en el imperio romano, y esto con dis-
tinción y claridad, los pies y dedos de la estatua, en parte de hierro, en
parte de barro cocido, de modo que todos ellos estén juntos, coexisten-
tes y en estado de recibir todos a un mismo tiempo el golpe de cierta
piedra que debe caer sobre ellos y hacerlos polvo. Este es, señor mío, el
gran trabajo, la gran dificultad, el sumo embarazo. Lo que hasta aquí
hemos visto y observado es realmente nada respecto de lo que queda.
PÁRRAFO 7
[35] No me hubiera detenido tanto en esta primera parte de la pro-
fecía, si no viese la necesidad que hay de su plena inteligencia para la
inteligencia plena de la segunda parte, que es la que hace inmediata-
mente a nuestro propósito. Mas en los días de aquellos reinos el Dios
del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, y este reino
no pasará a otro pueblo, sino que quebrantará y acabará todos estos
reinos, y él mismo subsistirá para siempre 1. Este último reino, dice la
profecía, lo fundará establemente cierta piedra desprendida de un
monte, sin manos, esto es por sí misma, sin que ninguno la desprenda
1 Dan. 2, 44.
164 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 2, 35.
2 CREDO DEL CONCILIO DE CONSTANTINOPLA.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 165
Examen de la piedra
PÁRRAFO 8
[40] La piedra de que habla esta profecía, nos dicen con suma ra-
zón, es evidentemente el mismo Jesucristo Hijo de Dios e Hijo de la
166 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Virgen. Del mismo modo es evidente que esta piedra preciosa ya bajó
del monte, o del cielo, al vientre de la Virgen en el siglo de Augusto,
cuando el imperio romano estaba en su mayor grandeza y esplendor.
Del mismo modo es evidente que, en consecuencia de esta bajada en el
vientre de la Virgen, aunque no luego al punto, como parece que lo da
a entender la profecía, mas poco a poco, se ha ido arruinando el impe-
rio del diablo, el cual estaba en los imperios de los hombres, y era sos-
tenido por ellos. Con lo cual también es evidente que poco a poco ha
ido creciendo la misma piedra, y ha llenado casi todo el mundo por
medio de la predicación del Evangelio y establecimiento del cristianis-
mo. Todo esto en sustancia es lo que anuncia esta grande profecía ya
cumplida, y no tenemos otra cosa que esperar, ni que temer en ella.
Todo esto en sustancia es también lo que se halla en los intérpretes de
la Escritura, y a este solo sofisma se reduce todo su modo de discurrir.
[41] La piedra de que habla esta profecía, se responde, es eviden-
temente el mismo Mesías Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen.
Esta proposición general es cierta e indubitable. Mas como todos los
Cristianos sabemos y creemos de la misma persona de Jesucristo, no
una sola, sino dos venidas infinitamente diversas, para no confundir lo
que es de la una con lo que es de la otra, tenemos una regla cierta e in-
defectible dictada por la lumbre de la razón, y también por la lumbre
de la fe, es a saber, que si lo que anuncia una profecía para la venida
del Señor no tuvo lugar, ni lo pudo tener en su primera venida, lo es-
peramos seguramente para la segunda, que entonces tendrá lugar y se
cumplirá con toda plenitud. Todo esto, pues, que nos dicen, de que la
piedra, esto es, Cristo, bajó ya del cielo al vientre de la Virgen, que
predicó, que enseñó, que murió, que resucitó, que alumbró al mundo
con la predicación del Evangelio, que poco a poco ha ido destruyendo
en el mundo el imperio del diablo, etc., todo esto es cierto e innegable,
lo creemos y confesamos todos los Cristianos, penetrados del más vivo
reconocimiento; mas todo eso pertenece únicamente a la venida del
Mesías que ya sucedió. Fuera de ésta esperamos otra no menos admi-
rable, en la cual sucederá infaliblemente lo que sólo a ella pertenece, y
está anunciado para ella clarísimamente; y entre otras cosas sucederá
en primer lugar todo lo que anuncia esta grande profecía que actual-
mente observamos.
[42] Del Mesías, en su primera venida, se habla claramente en mu-
chísimos lugares de la Escritura, y en ellos se anuncia su vida santísi-
ma, su predicación, su doctrina, sus milagros, su muerte, su resurrec-
ción, la perdición de Israel y la vocación de las Gentes, etc. Mas no, no
es preciso que siempre se hable de estos misterios, por grandes y ad-
mirables que sean, habiendo otros igualmente grandes y admirables
que piden su propio y natural lugar. Aun debajo de la similitud de pie-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 167
1 1 Ped. 2, 4-5.
2 Sant. 2, 20.
3 Mt. 21, 44.
4 Mt. 21, 42.
5 Jer. 9, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 169
1 Dan. 2, 35.
2 Dan. 2, 44.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 171
Conclusión
1 Sal. 109, 5.
2 Sal. 2, 5.
3 Is. 24, 21-22.
4 Abac. 3, 14.
5 1 Cor. 15, 25.
172 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
útil pudiera ser respecto de otras personas, de que tanto abunda nues-
tro siglo, que afectan un soberano desprecio de las Escrituras, en espe-
cial de las profecías, diciendo ya públicamente que no son otra cosa
que palabras al aire, sin otro sentido que el que quieren darle los in-
térpretes. Unas y otras podrían quedar, en la consideración de esta so-
la profecía, y en el confronto de ella con la historia, penetradas del más
religioso temor, y del más profundo respeto a Dios y su palabra.
[53] Desde Nabucodonosor hasta el día de hoy, esto es, por un es-
pacio de más de dos mil trescientos años, se ha venido verificando
puntualmente lo que comprende y anuncia esta antiquísima profecía.
Todo el mundo ha visto por sus ojos las grandes revoluciones que han
sucedido para que la estatua se formase y se completase desde la cabe-
za hasta los pies. La vemos ya formada y completa, según la profecía,
sin que haya faltado la menor circunstancia. Lo formal de la estatua, es
decir, el imperio y la dominación, que primero estuvo en la cabeza, se
ha ido bajando a vista de todos, por medio de grandes revoluciones, de
la cabeza al pecho y brazos, del pecho y brazos al vientre y muslos, del
vientre y muslos a las piernas, pies y dedos, donde actualmente se ha-
lla. No falta ya sino la última época, o la más grande revolución, que
nos anuncia esta misma profecía, con quien concuerdan perfectamen-
te otras muchísimas que en adelante iremos observando. Mas esta úl-
tima, ¿por qué no se recibe como se halla? Quien ha dicho la verdad en
tantos y tan diversos sucesos que vemos plenamente verificados, ¿po-
drá dejar de decirla en uno solo que queda por verificarse? ¿Por qué,
pues, se mira este suceso con tanta indiferencia? ¿Por qué se afecta no
conocerlo? ¿Por qué se pretende equivocar y confundir la caída de la
piedra sobre los pies de la estatua, y el fin y término de todo imperio y
dominación, con lo que sucedió en la primera venida quieta y pacífica
del Hijo de Dios?
[54] No sé, amigo, qué es lo que tememos, qué es lo que nos obliga
a volver las espaldas tan de repente, y recurrir a cosas tan pasadas y
tan ajenas de todo el contexto. ¿Acaso tememos la caída o bajada de la
piedra, la venida del Señor en gloria y majestad? Mas este temor no
compete a los siervos de Cristo, a los fieles de Cristo, a los amadores de
Cristo; porque la caridad… echa fuera el temor 1. Estos, por el contra-
rio, deben desear en esta vida, y clamar día y noche con el profeta: ¡Oh
si rompieras los cielos y descendieras! A tu presencia los montes se
derretirían. Como quemazón de fuego se deshicieran, las aguas ar-
dieran en fuego, para que conociesen tus enemigos tu nombre 2. A és-
tos se les dice en el salmo 2: Cuando en breve se enardeciere su ira,
1 1 Jn. 4, 18.
2 Is. 64, 1-2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 173
1 Sal. 2, 13.
2 Lc. 21, 27-28.
3 Apoc. 22, 17.
4 Fil. 3, 20-21.
5 Sal. 95, 13.
6 Sal. 95, 13.
7 Sal. 97, 9.
8 Is. 11, 3-4.
9 Dan. 10, 21.
174 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Heb. 7, 23.
2 Mt. 24, 42.
3 Lc. 21, 36.
4 Mc. 13, 37.
5 1 Tes. 5, 2-3.
Fenómeno 2
Las cuatro bestias
del capítulo 7 del mismo Daniel
PÁRRAFO 1
go, del respeto y acatamiento mal entendido a los soberanos, que obliga
a los doctores a disfrazar algunas verdades, o tal vez a no conocerlas.
Como piensan por una parte que la cuarta bestia de diez cuernos es el
imperio romano que suponen vivo; como piensan por otra parte que
todos los soberanos de la Europa, del Asia y del Africa, donde antigua-
mente dominaba Roma, son reyes del imperio romano (y no se alcanza
cómo puedan caber ideas tan falsas en hombres tan cuerdos); como
piensan, en suma, del mismo modo que se pensaba en el cuarto siglo,
cuando el imperio romano estaba en su mayor esplendor y grandeza, no
quieren que se piense que hablan de aquella reliquia del imperio ro-
mano que queda en Alemania, ni tampoco de los reyes que se han divi-
dido entre sí, muchos siglos ha, lo que era antiguamente imperio ro-
mano. Pues ¿cómo será? No hay otro remedio para poder cumplir con
tantas y tan graves obligaciones, sino hacer salir del imperio romano
(¿de cuál?) diez reyes que vayan a reinar por ese mundo, y hagan por
allá lo que les pareciere. Mas dejando estas cosas, que parecen tan poco
serias, atendamos ya a la observación de nuestro fenómeno.
[60] Dos puntos principales contiene este misterio, que piden toda
nuestra atención, ni más ni menos que el misterio de la estatua. El
primero es las bestias mismas, o el conocimiento y verdadera inteli-
gencia de lo que en ellas se simboliza. El segundo, la venida en las nu-
bes de cierto personaje admirable, que al profeta le pareció como Hijo
de Hombre, y todas las resultas de su venida. Aunque este segundo
punto es el principal, y el que hace inmediatamente a nuestro propósi-
to, no por eso deja de ser importante, y aun necesaria, la inteligencia
del primero.
PÁRRAFO 2
1 Dan. 7, 2-8.
2 Dan. 7, 1.
178 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 7, 5.
2 Dan. 7, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 179
1 Dan. 7, 6.
180 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
be durar hasta el fin del mundo. En efecto, todos lo suponen así. Pre-
guntadles ahora sobre qué fundamento, y quedaréis llenos de admira-
ción, al ver que os remiten por toda respuesta a esta cuarta bestia, y os
hacen notar los estragos que ha de hacer hacia los últimos tiempos, su
castigo, su muerte, su sepultura, etc. ¿Y no hay otro fundamento que
éste? No, amigo, no hay otro. ¿Y si por desgracia esta cuarta bestia no
significa el imperio romano, sino otra cosa diversísima? En este caso,
¿no caerá todo el edificio por falta de fundamento? Sí, en este caso
caerá; mas no hay que temer este caso, porque algunos antiguos sos-
pecharon que el imperio romano (que en su tiempo se hallaba en la
mayor grandeza y esplendor) duraría hasta el fin del mundo, creyendo
que estaba figurado en esta cuarta bestia, y así lo han creído y sospe-
chado después casi todos los doctores.
[70] No obstante esta persuasión común, yo voy a proponer una
razón que tengo (dejando otras por brevedad) para no creer que en la
cuarta bestia se figure el imperio romano, aun prescindiendo de su
existencia o no existencia actual. Esta misma razón comprende a las
tres primeras bestias, para tampoco creer que en ellas se figuran los
otros tres imperios. Argumento así, y pido toda vuestra atención. Si la
cuarta bestia figura el imperio romano, y las otras tres figuran los
otros tres imperios, no solamente el imperio romano, sino también los
otros tres imperios de Caldeos, Persas y Griegos, deben estar vivos y
coexistentes en los últimos tiempos. O conceden esta proposición, o la
niegan. Si la conceden (lo que parece duro de creer), se les pide alguna
buena razón para hacer salir del sepulcro aquellos tres imperios, de
quienes apenas nos queda alguna memoria por los libros. Si la niegan,
se les muestra al punto el texto expreso de esta misma profecía, el cual
no pueden negar sin negarse a sí mismos. Y vi (dice el Profeta, versícu-
lo 11) que había sido muerta la bestia, y había perecido su cuerpo,
había sido entregado al fuego para ser quemado. Y que a las otras
bestias se les había también quitado el poder, y se les habían señala-
do tiempos de vida hasta tiempo y tiempo 1.
[71] De modo que, según la explicación de los doctores, la cuarta
bestia, esto es, el imperio romano, morirá muerte violenta en los últi-
mos tiempos: su cuerpo perecerá y será arrojado al fuego, sin que pue-
dan librarle los diez cuernos que tiene en la cabeza, y después de eje-
cutada esta justicia, las otras tres bestias, esto es, los tres primeros im-
perios de Caldeos, Persas y Griegos, serán despojados de su potestad:
Y vi que había muerto la bestia… y que a las otras bestias se les había
también quitado el poder… De aquí se sigue evidentemente que los
tres primeros imperios, no menos que el romano, estarán en aquel
1 Dan. 7, 11-12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 181
1 Dan. 7, 12.
182 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
dita explicación que acabáis de oír, ¿os parece, amigo, que será sin
misterio? Por más que se quiera disimular, es visible y claro que debe
poner en gran cuidado lo que aquí se dice sobre el fin de las bestias,
conocidamente incompatible con las ideas ordinarias. Porque ¿qué
quiere decir que, muerta la cuarta bestia, quedarán las tres primeras
sin potestad, pero con vida? ¿Qué quiere decir lo que se añade poco
después, esto es, que la potestad, reino o imperio, se dé al que acaba
de llegar en las nubes como Hijo de Hombre, y junto con él a todo el
pueblo de los santos del Altísimo? ¿Qué quiere decir que la potestad,
reino o imperio que se da entonces a Cristo y a sus santos, comprende
todo cuanto esta debajo de todo el cielo? 1. Todo esto es necesario que
ponga en gran cuidado a los que piensan y dan por supuesto que el
Señor ha de venir a la tierra por muy breve tiempo para volverse luego,
que a su venida ha de hallar resucitado a todo el linaje humano, que
luego al punto ha de hacer su juicio de vivos y muertos, y antes de ano-
checer se ha de volver al cielo con todos sus santos, etc. Por tanto, no
hay otro remedio más oportuno que, o despreciar este cuidado, no
dándose por entendidos de estas menudencias, o darles alguna especie
de explicación, la primera que ocurra, que el pío y benigno lector les
pasará por todo.
PÁRRAFO 3
1 Dan. 7, 27.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 183
1 Dan. 7, 15.
2 Dan. 7, 17.
184 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 7, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 185
Explicación de la
primera bestia
PÁRRAFO 4
[81] La primera como leona, y tenía alas de águila; mientras yo
la miraba, le fueron arrancadas las alas, y se alzó de tierra, y se tuvo
sobre sus pies como un hombre, y se le dio corazón de hombre 1. Esta
primera bestia, o esta leona con alas de águila, parece un símbolo pro-
pio y natural de la primera y más antigua de todas las falsas religiones,
quiero decir, de la idolatría. Represéntase aquí esta falsa religión co-
mo una leona terrible, a la cual, aunque de suyo ligera, se le añaden
alas de águila, con que queda no sólo capaz de correr con ligereza, sino
de volar con rapidez y velocidad; expresiones todas propísimas para
denotar, ya la rapidez con que voló la idolatría y se extendió por toda
la tierra, ya también los estragos horribles que hizo en poco tiempo en
todos sus habitadores, sujetándolos a su duro, tiránico y cruel imperio.
Aun el pequeño pueblo de Dios, aun la ciudad santa, aun el templo
mismo, lugar el más respetable, el más sagrado que había entonces so-
bre la tierra, no fueron inaccesibles a sus alas de águila, ni respetados
de su voracidad, y fue bien necesaria la protección constante, y los es-
fuerzos continuos de un brazo omnipotente, para poder salvar algunas
reliquias, y en ellas la Iglesia de Dios vivo, o la verdadera religión. To-
da la Escritura divina nos da testimonio de esta verdad.
1 Dan. 7, 4.
186 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 7, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 187
sus dominios, ella quedó viva, y viva está aún, y lo estará sin duda hasta
que se le quite enteramente la potestad, lo cual, según esta misma pro-
fecía, no sucederá sino después de la muerte de la cuarta bestia: Vi
(añade el mismo Daniel) que había sido muerta la bestia… y que a las
otras bestias se les habla también quitado el poder. Y aunque entonces,
quitada la potestad, se les dará algún tiempo de vida, mas no ya vida
bestial, sino vida racional; del cual privilegio no gozará ciertamente la
cuarta bestia, como veremos a su tiempo.
Segunda bestia
PÁRRAFO 5
[84] Y vi a otra bestia semejante a un oso, que se paró a un lado, y
tenía en su boca tres órdenes de dientes, y decíanle así: Levántate, co-
me carnes en abundancia 1. La segunda bestia era semejante a un oso.
Este no tenía alas para volar y extenderse por toda la tierra como la leo-
na, por lo cual se puso solamente a un lado, o hacia una parte determi-
nada de la tierra en donde fijó su habitación, para moverse de allí a una
parte, y como lee Pagnini, que se paró a un lado; mas en lugar de alas
tenía esta bestia tres órdenes en su boca y en sus dientes. Estos tres ór-
denes no parece que pueden significar tres especies de viandas o car-
nes, como se dice comúnmente, en la suposición de que el oso simboli-
za el imperio de los Persas, pues este imperio no sólo tuvo los tres órde-
nes de viandas que le señalan, esto es, la Asiria, la Caldea y la Persia
misma, sino otras muchas más, que no hay para qué olvidarlas, cuales
fueron la Media, toda la Asia Menor, la Siria, la Palestina, el Egipto, las
Arabias y una parte considerable de la India, etc., según lo cual el oso
debía tener en su boca y en sus dientes, no solo tres órdenes, sino diez o
doce, y tal vez veinte o treinta. Fuera de esto, si en su boca tres órdenes
de dientes significan tres especies de viandas o de carnes, ¿a qué propó-
sito se le dice a esta bestia: Levántate, come carnes en abundancia?
¿Con qué propiedad se podrá convidar a un perro, o a un hombre que
ya tiene en su boca y entre sus dientes tres especies de viandas, dicién-
dole: Levántate, come carnes en abundancia? Parece, pues, mucho más
natural que estos tres órdenes en la boca y en los dientes de esta segun-
da bestia signifiquen solamente tres modos de comer, o tres especies de
armas con que hace su presa y atiende a su sustento y conservación.
[85] Todas estas enseñanzas y circunstancias tan individuales lle-
van naturalmente toda nuestra atención hacia otra religión grande y
disforme, que se levantó de la tierra cuando ya la primera estaba sin
alas, quiero decir, el mahometismo. De esta falsa religión se verifica
1 Dan. 7, 5.
188 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Con este orden, mucho mejor que con la espada, se hacía creíble, res-
petable y amable todo el símbolo de esta monstruosa religión: no que-
daba ya dificultad en creer cuanto se quisiese, el entendimiento que-
daba cautivo, y cautiva la voluntad, ni había que temer herejías ni cis-
mas, ni mucho menos apostasías. Así armada la bestia con estos tres
órdenes, y con estos tres modos de comer, se le podían ya decir, y real-
mente se le dijeron, aquellas palabras irónicas: Levántate, bestia fe-
roz, come y hártate de muchas carnes 1.
[89] A esta bestia horrible y espantable no se le ha podido dar hasta
ahora corazón de hombre, ni hay apariencia ni esperanza alguna razo-
nable de que ella quiera recibirlo jamás. Así como fue necesario, antes
de todo, arrancarle las alas a la leona para disponerla con esta diligen-
cia a querer recibir, y a recibir en realidad, un corazón de hombre, de-
jando el de fiera, así ni más ni menos era necesario arrancar al oso los
tres órdenes que tiene en su boca y en sus dientes, a lo menos los dos úl-
timos; y si ambos no se pueden a un tiempo, a lo menos el último de to-
dos, que, por desgracia suya, es el más duro y el más inflexible. Bien se
necesitaban para esta difícil empresa aquellas primicias del espíritu
que, despreciando generosamente la propia vida, se presentaron delan-
te de la leona, se llegaron a ella, la acometieron, y no sin heridas, consi-
guieron en fin arrancarle las alas, y después, llenos de caridad y miseri-
cordia, la ayudaron a levantarse de la tierra. Paréceme más que verosí-
mil, y poco menos que cierto, que esta segunda bestia, o esta falsa y
monstruosa religión de que hablamos, perseverará en este mismo esta-
do en que la hemos visto tantos siglos ha, hasta que juntamente con la
primera y la tercera (de que luego vamos a hablar) se le quite toda la po-
testad 2; lo cual parece del mismo modo, o cierto o verosímil, que sólo
podrá suceder, según las Escrituras, cuando venga el Señor en gloria y
majestad, como iremos viendo en todo el discurso de estas observacio-
nes. Para este tiempo feliz espera toda la tierra, y espera todo el mísero
linaje de Adán el remedio de todos sus males: Y será muy llena de su
majestad toda la tierra; así sea, así sea 3; porque la tierra está llena de
la ciencia del Señor, así como las aguas del mar que la cubren 4.
Tercera bestia
PÁRRAFO 6
[90] Después de esto estaba mirando, y he aquí como un leopar-
do, y tenía sobre sí cuatro alas como de ave, y tenía cuatro cabezas la
1 Dan. 7, 12.
2 Dan. 7, 12.
3 Sal. 71, 19.
4 Is. 11, 9.
190 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 7, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 191
1 1 Tim. 4, 1-2.
2 2 Tim. 3, 1-2, 5.
192 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 1 Jn. 2, 16.
2 Gal. 5, 22-23.
3 Gal. 5, 19-21.
4 Gal. 5, 21.
5 Gal. 5, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 193
1 Gal. 3, 11.
2 Mt. 13, 30.
3 Gal. 5, 24.
4 Mt. 6, 5.
5 Job 41, 25.
6 Mt. 13, 29-30.
7 Mt. 13, 38.
8 Mt. 13, 38.
194 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 7
[99] Después de esto miraba yo en la visión de la noche, y he aquí
una cuarta bestia espantosa y prodigiosa, y fuerte en extremo; tenía
grandes dientes de hierro, comía y despedazaba, y lo que le sobraba
lo hollaba con sus pies, y era desemejante a las otras bestias que yo
había visto antes de ella, y tenía diez astas, etc. 1. Os considero, ami-
go, con gran curiosidad de saber quién es esta bestia, o qué es lo que
aquí se nos anuncia. Si las tres primeras bestias, os oigo decir, simbo-
lizan tres falsas religiones, esto es, idolatría, mahometismo y falso cris-
tianismo, ¿qué religión falsa nos queda todavía que ver, figurada por
unas semejanzas tan terribles? A esta pregunta yo no puedo responder
en particular, porque no sé con ideas claras e individuales lo que será
esta bestia en aquellos tiempos, para los cuales está anunciada. Sobre
lo que ya es actualmente podré decir cuatro palabras, y pienso que se-
ré entendido desde la primera. Esta bestia terrible parece hija legítima
de las dos últimas que forman el pardo: a ellas dicen que debe su ser y
su crianza, y no falta quien diga que también debe no poco a la prime-
ra. Mas ella descubre un natural tan impío, tan feroz, tan inhumano
(aunque lleno por otra parte de humanidad), que aun estando todavía
en su primera infancia, ya no respeta ni conoce a los que la engendra-
ron. Elevada en la contemplación de sí misma, y considerándose supe-
rior a todas las cosas, piensa de sí que es única en la especie, que a na-
die tiene obligación alguna, que todo lo tiene de sí misma o del fondo
de su razón, y que todo se lo debe a sí misma. Por este carácter tan sin
ejemplar, que ya descubre desde la cuna, es fácil inferir lo que será
después, cuando llegue a la edad varonil. Ahora está todavía como un
cachorro dentro de la cueva, y si tal vez se asoma a la puerta y sale fue-
ra de ella, no se aleja mucho por pura prudencia, considerando su
tierna edad, sus débiles armas, y la multitud de enemigos que pueden
asaltarla. Ahora se halla todavía casi sin dientes, porque aunque los ha
de tener de hierro, grandes y durísimos, éstos le empiezan solamente a
salir, y no están en estado de acometer a todo sin discreción. Por otra
parte, los diez cuernos que ha de tener en su cabeza, y con que ha de
hacer temblar a todo el mundo, no los tiene aún; a lo menos, no los
tiene como propios suyos, de modo que pueda jugarlos libremente y a
su satisfacción.
[100] Con todo eso, aún en este estado de infancia ya se lleva las
atenciones de todos, ya se hace temer, a lo menos de los que son capa-
1 Dan. 7, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 195
1 Dan. 7, 19.
2 Mt. 24, 22.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 197
PÁRRAFO 8
[105] Nos queda ahora que observar brevemente lo más claro que
hay en esta visión, que es lo que hace inmediatamente a nuestro asun-
to principal, es a saber, el fin de las bestias, en especial de la cuarta, y
todo lo que después de esto debe suceder.
[106] Lo que vio el Profeta en los tiempos de la mayor prepotencia
de la cuarta bestia; en los tiempos, digo, en que ya se veía en público,
armada con todas sus armas, en que hacía en el mundo impunemente
los mayores estragos, en que perseguía furiosamente a los santos, o al
verdadero cristianismo, y podía más que ellos 1; lo que vio fue que se
pusieron sillas o tronos como para jueces, que iban luego a conocer
aquella causa, y poner el remedio más pronto y oportuno a tantos ma-
les. Estaba mirando (dice Daniel) hasta tanto que fueron puestas si-
llas, y sentóse el Anciano de días, etc. 2. (Este mismo consejo o tribu-
nal, con las mismas circunstancias, y con otras todavía más individua-
les, lo veréis formarse para los mismos fines en el capítulo 4 del Apo-
calipsis, como observaremos a su tiempo). Sentado, pues, Dios mismo,
y con él otros conjueces, y habiéndose producido y declarado toda la
causa, se dio inmediatamente la sentencia final, cuya ejecución se le
mostró también al Profeta. La sentencia fue ésta: que la cuarta bestia,
y todo lo que en ella se comprende, muriese con muerte violenta, sin
remedio ni apelación; que su cuerpo (no ciertamente físico, sino mo-
1 Dan. 7, 21.
2 Dan. 7, 9.
198 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 7, 11.
2 Dan. 7, 12.
3 Dan. 7, 13-14.
4 Dan. 7, 26-27.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 199
1 Dan. 7, 14.
2 Dan. 7, 27.
3 Sal. 71, 8-11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 201
Conclusión
1 Act. 4, 19.
Fenómeno 3
El Anticristo
1 2 Tim. 3, 1.
2 Gal. 5, 6.
3 2 Tes. 2, 10.
4 Mt. 24, 22.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 203
PÁRRAFO 1
[117] Aunque este punto parecerá algo extraño a mi asunto princi-
pal, que es la venida del Señor, mas ya advertí al principio que mi
ánimo era comprender en esta venida del Señor todas aquellas cosas
más principales que inmediatamente pertenecen a ella, se enderezan a
ella, o tienen con ella relación inmediata. Uno de estos es el Anticristo;
pues, como dice San Pablo, el Señor no vendrá sin que antes venga la
apostasía, y sea manifestado el hombre de pecado 2; fuera de que,
aunque algunas cosas sean algún tanto ajenas del asunto principal,
hay otras muchísimas que no lo son, y no parece fácil entender éstas si
se dejan del todo aquéllas.
[118] Las noticias, pues, que hasta ahora tenemos del Anticristo
son las que se hallan esparcidas acá y allá en los expositores de la Es-
critura, conforme van ocurriendo aquellos lugares que parece hablan
de esto. Algunos sabios han escrito de propósito sobre el asunto, entre
ellos Tomás Malvenda, Leonardo Lesio y Agustín Calmet. El primero
escribió un grueso volumen, el segundo un difuso tratado, el tercero
una breve y erudita disertación. En estos tres doctores se halla recogi-
do cuanto se ha pensado sobre el Anticristo, ni parece queda alguna
otra noticia que añadir. Con todo eso, nos atrevemos a decir que de
todo ello resulta un conjunto de ideas tan extrañas, tan inconexas, tan
confusas, que parece imposible sentar el pie en cosa determinada.
[119] Represéntase universalmente este Anticristo como un rey o
monarca potentísimo, y al mismo tiempo como un insigne seductor, el
cual ya con las armas en la mano, ya con prodigios fingidos y aparen-
tes, ha de sujetar a su dominación a todos los pueblos y naciones del
orbe, exigiendo de ellas, entre otros tributos, el de la adoración de la-
tría, como a Dios. Se dice comúnmente que debe traer su origen de los
Judíos, y de la tribu de Dan. Muchos doctores citados por Malvenda y
Calmet son de parecer que no ha de tener padre, sino madre solamen-
te, y ésta la más impura y la más inicua de todas las mujeres, así como
1 Jud. 23.
2 2 Tes. 2, 3.
204 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Cristo en cuanto hombre no tuvo más que madre, ésta la más pura y la
más santa de todas las criaturas. Y así como la madre de Cristo lo con-
cibió por obra del Espíritu Santo, así la madre del Anticristo lo conce-
birá por obra del mismo Satanás, lo cual dicen y defienden que es muy
posible. Algunos añaden que Satanás se unirá con él, de tal modo, que
el Anticristo no será un puro hombre, sino un hombre-diablo, aunque
esta sentencia es contraria a toda sana teología, y por consiguiente re-
cusada de los doctores católicos. Otros conceden que será un puro
hombre con padre y madre, mas concebido en pecado y por pecado,
esto es, o por adulterio, o por incesto, o por sacrilegio, a lo cual dicen
que alude San Pablo cuando lo llama el hombre de pecado.
[120] Aunque será dotado de su libre albedrío, como todos los
hombres, mas según unos, no tendrá otro ángel de guarda sino el mis-
mo Satanás, el cual por permisión divina lo acompañará toda su vida,
sin apartarse de él un momento. De este sapientísimo maestro y fiel
compañero aprenderá el Anticristo toda suerte de prestigios y magias,
con que hará prodigios en el mundo. Otros le conceden ángel de guar-
da; mas este ángel lo abandonará enteramente, cuando él empiece ya a
abrogarse los honores divinos.
[121] El lugar de su nacimiento y el principio de su grandeza dicen
que será Babilonia, en cuyas ruinas y en cuyas cercanías deberá estar
establecida, si no toda la tribu de Dan, a lo menos alguna familia de esta
tribu, que debe producir un fruto tan singular. Aquí en Babilonia el An-
ticristo, ya de edad varonil, se fingirá el Mesías, y comenzará a hacer
tantas y tan estupendas maravillas que, esparcida luego la fama, vola-
rán los Judíos de todas las partes del mundo, y de todas las tribus, a
unirse con él y ofrecerle sus servicios. Viéndose reconocido por el Me-
sías, y adorado de todas las tribus de Israel, dejando a Babilonia su pa-
tria, partirá con este ejército formidable a la conquista de la Palestina.
Esta se le rendirá al punto con poca o ninguna resistencia. Las doce tri-
bus se volverán a establecer en la tierra de sus padres, y en breve tiem-
po edificarán para su Mesías la ciudad de Jerusalén, que debe ser la ca-
pital o la corte de su imperio universal. Desde Jerusalén conquistará el
Anticristo con gran facilidad todo lo restante de la tierra, si es que no la
va conquistando antes de ir a Jerusalén, que así lo piensan otros con
igual fundamento. Para la conquista de todo el mundo no sólo será
ayudado de sus fieles hebreos y otras naciones orientales, mas también
de todos los diablos del infierno, que llamados de su príncipe Satanás,
vendrán al punto, dejando toda otra ocupación. Entre otros servicios
que harán los diablos al Anticristo, el más importante de todos será el
descubrir cuantas riquezas están escondidas en la tierra y en el mar, y
ponerlas todas en sus manos. Con este subsidio, ¿qué dificultad habrá
que no se venza, o cerradura que no se abra?
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 205
hallo otra cosa más verdadera, ni más bien fundada, que lo que dice y
confiesa el mismo Calmet hacia el fin de su disertación, por estas pala-
bras: Del cual perdidísimo varón apenas tenemos algunas cosas cier-
tas; inciertas y problemáticas, innumerables; por lo cual el tiempo de-
terminado de su venida, su patria, origen, parientes, infancia, nom-
bre, extensión de su imperio y género de su muerte, todo es dudoso.
Se pide y examina
el fundamento de estas noticias
PÁRRAFO 2
[124] El examen prolijo de todas las noticias que acabamos de re-
coger sería, cuando menos, un trabajo perdido. Se sabe de cierto, aun
por confesión de los mismos interesados, que las más de ellas, o casi
todas, no tienen otro fundamento que la imaginación viva de algunos,
que así lo meditaron, y que después de la meditación se atrevieron
también a escribirlo, ciertos y seguros de que en aquellos siglos en que
todo pasaba no había que temer contradicción. No obstante, entre esta
muchedumbre de noticias, hay algunas pocas que se presentan con al-
gún aire o apariencia de verdad, ya por la autoridad de algunos Padres,
que las adoptaron, o a lo menos las sospecharon, ya por el consenti-
miento casi universal de los doctores, ya también por fundarse (como
dicen) en algunos lugares de la Escritura, que es lo principal. Parece
que a estas pocas alude el padre Calmet, cuando dice: Apenas tenemos
algunas pocas cosas ciertas…, modo de hablar no poco equívoco, que
no deja de mostrar bien la mente del autor.
[125] Pues estas pocas apenas ciertas, o estas ciertas apenas po-
cas, se reducen a cuatro principales, de donde pueden haber nacido
todas las otras: primera, el origen del Anticristo; segunda, su patria y
principios de su grandeza; tercera, su corte en Jerusalén como rey
propio de los Judíos, creído y recibido por su verdadero Mesías; cuar-
ta, su monarquía universal sobre toda la tierra. En estos cuatro artícu-
los parece que convienen casi cuantos doctores han tratado del Anti-
cristo, y sobre esta suposición, como si fuese indubitable, hablan co-
múnmente los intérpretes de la Escritura. No negamos que la autori-
dad de tantos sabios sea de grande peso; y si, como se trata de cosas
futuras, se tratase de sucesos pasados, sería una insigne necedad no
dar crédito a tantos testigos dignos de todo respeto y veneración; mas
como las cosas futuras pertenecen únicamente a la ciencia de Dios, y
de ningún modo al ingenio y ciencia del hombre, ninguno puede con
razón quejarse de que, en un negocio de tanta importancia que a todos
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 207
Artículo 1
Origen del Anticristo
[126] Se debe suponer como una verdad, por sí conocida, que nin-
gún hombre puede saber el origen del Anticristo sin revelación expresa
de Dios, así como ninguno pudiera saber que ha de haber el Anticristo,
si Dios no se hubiera dignado revelarlo. Los autores mismos que hacen
venir al Anticristo de los Judíos, y de la tribu de Dan, se hacen cargo
tácitamente de la verdad de esta suposición. Así, no satisfechos con la
mera autoridad extrínseca, que en estos asuntos nada prueba, señalan
el fundamento de la Revelación divina, citando tres lugares de la Escri-
tura, los únicos que han podido hallar. Veámoslos.
[127] El primero es el capítulo 49 del Génesis, en que, bendiciendo
Jacob a sus hijos, y llegando a Dan, le dice estas palabras (versículo
16): Dan juzgará a su pueblo como cualquiera otra tribu en Israel.
Sea Dan culebra en el camino, ceraste en la senda, que muerde las
pezuñas del caballo, para que caiga hacia atrás su jinete. Tu Salud
esperaré, Señor 1. De esta profecía de Jacob se sigue legítimamente es-
ta consecuencia: luego el Anticristo ha de nacer de la tribu de Dan;
luego ha de ser judío o hebreo. Si alguno se atreviese a negar una con-
secuencia tan justa, ¿qué se hará con él? Se le mostrará, dicen, la auto-
ridad de los Santos Padres, que entendieron unánimemente esta pro-
fecía del Anticristo, y al Anticristo la acomodaron; y esto deberá bas-
tar, aunque el texto no lo diga tan claramente. Bien. Pero si en este
punto no hay tal consentimiento unánime de los Santos Padres; si sólo
algunos pocos tocaron este punto; si entre estos pocos algunos enten-
dieron la profecía de otro modo; si aquellos mismos que la acomoda-
ron al Anticristo, ni hablaron asertivamente, sino por modo de mera
conjetura; en este caso, ¿no será lícito negar aquella consecuencia?
Pues, señor mío, así es. Los Padres que tocaron este punto conjetura-
ron dos cosas diversas, sin empeñarse mucho por la una ni por la otra
parte. Unos sospecharon que se hablaba del Anticristo; otros más lite-
ralmente pensaron que se hablaba de Sansón: San Jerónimo es uno de
estos últimos, a quien han seguido muchísimos intérpretes, entre ellos
Lira, el Tostado, Pereira, Del Río, etc.
critura se puede probar cualquiera otra cosa que se quiera, con sólo
decir que aquel texto, tomado en sentido alegórico, lo dice así.
[130] Ya que tocamos este punto, no perdamos la ocasión de decir
sobre él una palabra. Nos importa muchísimo para nuestro gobierno
entender bien, y tener bien presente, lo que quiere decir sentido alegó-
rico. Si esta advertencia es inútil respecto de muchos, pudiera no serlo
respecto de algunos, a quienes también somos deudores. Como alego-
ría y figura son dos palabras de dos lenguas que significan una misma
cosa, así, sentido alegórico no es otra cosa que sentido figurado. Por lo
cual, quien dice: Esto se entiende alegóricamente de aquello, lo que
quiere decir es: Esto es una figura o una sombra de aquello. Ahora bien,
para poder decir con verdad esto, se requiere, entre otras condiciones,
una absolutamente necesaria e indispensable, es a saber: que la cosa
figurada sea actualmente, o haya sido, o haya de ser ciertamente, al-
guna cosa real, verdadera y existente en la naturaleza; por consiguien-
te, esta existencia real debe constar por otra parte y saberse de cierto.
Sin esto, así como no se puede asegurar la cosa misma, tampoco se
podrá asegurar que es figurada por otra. ¿Con qué razón, por ejemplo,
se podrá decir, mostrando una pintura: Esta es la imagen o la figura
del Papa Pío XX? Pruébese primero, y pruébese con evidencia, res-
ponderá cualquiera, que ha de haber en los siglos venideros un Papa
de este nombre; y después que esto se pruebe, quedará todavía otra
cosa que probar, esto es, la conformidad del figurado con la figura. De
este modo me parece que se debía proceder con el Anticristo, así en el
punto de que hablamos como en otros más de que hablaremos. Se de-
bía probar en primer lugar, con aquella prueba que pide un suceso fu-
turo, que el Anticristo ha de nacer de la tribu de Dan. Probado esto, se
podía ya proceder sobre algún sólido fundamento. Entonces podían
mostrar las figuras, y hacer ver su conformidad con el original. Mas
traer por toda prueba de un suceso futuro, que esto o aquello lo figura,
parece que es exponer a un mismo peligro la figura y el figurado. Con
esta sola reflexión no sería muy difícil hacer volver a la nada, de donde
salieron, algunos otros figurados juntamente con sus figuras.
[131] El tercer lugar de la Escritura que se alega para hacer venir al
Anticristo de la tribu de Dan es el capítulo 7 del Apocalipsis, en el cual,
nombrándose todas las otras tribus de Israel, y sacándose de cada una
de ellas doce mil escogidos o sellados, de la tribu de Dan nada se saca,
ni aun siquiera se nombra, lo cual no puede ser por otro motivo, dicen,
sino porque de esta tribu ha de salir el Anticristo. A esta dificultad se
responde: lo primero, que si en este silencio de Dan hay algún misterio
particular, ninguno puede saber qué misterio sea, así como ninguno
puede saber por qué, nombrándose la tribu de Manasés, no se nombra
la tribu de Efraím su hermano, sino en lugar de Efraím se nombra su
210 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Apoc. 7, 4.
2 Ez. 47, 13.
3 Gen. 48, 22.
4 Apoc. 7, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 211
Artículo 2
Patria y principio del Anticristo
Artículo 3
El Anticristo será creído y recibido de los Judíos
como su verdadero Mesías, por cuyo motivo
pasará su corte de Babilonia a Jerusalén
[138] Esta noticia creída y recibida como verdadera entre los in-
térpretes de la Escritura, ¿qué fundamento puede tener? ¿Cuál podrá
1 SAN JERÓNIMO.
2 Jer. 1, 39-40.
214 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Jn. 5, 43.
2 Act. 21, 38.
3 Jn. 5, 43.
4 Num. 24, 17.
216 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[147] Caído, pues, este primer punto de la noticia, esto es, que el
Anticristo ha de ser creído y recibido de los Judíos por su verdadero
Mesías, el segundo punto cae de suyo, sin que nadie lo mueva. ¿De
dónde se prueba que el Anticristo ha de poner en Jerusalén la corte de
su imperio? ¿Sabéis de dónde? De que ha de ser recibido de los Judíos
por su rey y Mesías. Y esto, ¿de dónde se prueba? De que ha de ser ju-
dío. ¿Y esto de dónde? De que ha de ser de la tribu de Dan. Y esto… Es
cosa verdaderamente admirable lo que leemos del Anticristo. Las noti-
cias son innumerables, y todas se aseguran, unas más y otras menos,
con gran formalidad. Mas si llegamos por curiosidad a examinar el
fundamento en que estriban, nos hallamos con una maravilla, y la que
más sorprende de todas, quiero decir, que todas estas noticias no tie-
nen otro fundamento que ellas mismas: todas estriban sobre sí mis-
mas, y mutuamente se sostienen. Las primeras son fundamento de las
segundas, y las segundas lo son de las primeras. Estas estriban sobre
las que se siguen, y las que siguen sobre las que preceden, y todo ello
no parece otra cosa que un edificio magnífico, construido en el aire y
conservado milagrosamente, donde aparece nuestro Anticristo como
un fantasma terrible, como un espectro o como un ente de razón.
[148] Mas esta corte en Jerusalén, de este rey Anticristo, o de este
monarca fantástico, ¿no tiene por otra parte otros fundamentos? ¿No
hay en toda la Escritura divina algunos lugares de donde esto conste o
se pueda inferir? Amigo mío, esto es mucho pedir. Si estos fundamen-
tos los buscáis en la Escritura misma, os cansáis inútilmente. Sabed de
cierto que no los hay. Mas si los buscáis en otras fuentes, o en otros li-
bros que no son canónicos, hallaréis fácilmente con qué suplir en caso
de necesidad. ¿Cuáles son estos fundamentos? Ven y ve. Son aquellas
profecías las más magníficas favorables a Jerusalén, que hasta ahora no
han tenido ni han podido tener su cumplimiento. Estas profecías son
tantas, tan claras, tan expresivas, y anuncian a Jerusalén tanta gran-
deza, tanta prosperidad, y al mismo tiempo tanta justicia y santidad,
que por eso mismo se han hecho increíbles en el sistema ordinario de
los doctores. Así, algunas pocas se han procurado acomodar por los
mejores intérpretes que llamamos literales, a la vuelta de Babilonia en
sentido literal; otras a la Iglesia presente en sentido alegórico; otras,
más difíciles e impenetrables, a la Jerusalén celestial en sentido ana-
gógico; y otras, a cualquiera alma santa en sentido místico. Y otras, en
fin, que repugnan invenciblemente todos estos sentidos, y en que el
Espíritu Santo quiso quitar todo efugio, hablando expresamente de
aquella Jerusalén que fue corte de David, de Salomón, etc., y que por
sus pecados fue destruida por Nabuco, y después por los Romanos, y
ahora está y estará hasta su tiempo conculcada de las Gentes, etc.; es-
tas profecías, digo, se procuran acomodar (no se sabe en qué sentido)
218 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Artículo 4
Monarquía universal del Anticristo
[149] Pues este hombre tan singular, este mísero judío, este mago,
este seductor insigne, viéndose en el trono de Israel recibido por Me-
sías, amado y adorado de todas las tribus, entrará luego en los pensa-
mientos de sujetar a su dominación, no solamente las naciones circun-
vecinas, sino todos los reinos, principados y señoríos, todos los pue-
blos, tribus y lenguas de todo el orbe de la tierra, sin duda para verificar
en sí mismo aquellas profecías que anuncian esta grandeza del verda-
dero Mesías, hijo de David. Para poner en ejecución un proyecto como
éste, deberá enviar por todas las partes del mundo, ya predicadores lle-
nos de celo, ya ejércitos innumerables y fortísimos, acompañados y sos-
tenidos por todas las legiones de Satanás, que unos con persuasiones,
otros con milagros estupendos, otros con amenazas, otros con fuerza
abierta, obligarán en fin a todo el linaje humano a sujetarse y recibir el
yugo. El mismo rey de Israel, acompañado de su pseudoprofeta y de su
ángel de guarda Satanás, no dejará de andar como un rayo de una parte
a otra, unas veces hacia el oriente hasta las costas de la India y de la
China, sin perdonar una sola de las muchas islas de aquellos mares,
otras veces hacia el norte y noroeste contra los soberanos de la Europa,
otras hacia el mediodía contra todas las naciones del Africa hasta el ca-
bo de Buenaesperanza, otras hacia el occidente contra toda la América,
etc.; y siempre con tan feliz suceso, que en pocos años tendrá conclui-
da y perfeccionada la grande empresa, y se verá servido, honrado y
aun adorado como Dios de todos los pueblos de la tierra.
[150] Ahora bien: y de toda esta historia o de la sustancia de ella,
¿quién sale por fiador? ¿De qué archivos públicos o secretos se han sa-
cado unas noticias tan maravillosas? Se supone que no hay ni puede
haber otras que la revelación, porque es historia de lo futuro. ¿Cuál es,
pues, esta revelación? Examinémosla de cerca y con formalidad.
[151] Dos lugares de la divina Escritura se alegan comúnmente pa-
ra probar esta monarquía universal del Anticristo. El primero es el ca-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 219
1 Apoc. 13, 7.
2 Apoc. 13, 8.
220 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Apoc. 13, 8.
2 Gen. 23, 7.
3 Apoc. 17, 13 y 17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 221
un edificio tan vasto, como es una monarquía universal sobre toda tri-
bu, y pueblo, y lengua, y nación. Porque si el Anticristo con que esta-
mos amenazados no ha de ser un hombre individuo y singular, sino
otra cosa muy diversa, con esto solo desaparece la monarquía univer-
sal, con esto solo quedan falsificadas todas las noticias de que hemos
hablado, y con esto solo se desvanece enteramente nuestro fantasma.
PÁRRAFO 3
[155] Que ha de haber un Anticristo, que éste se ha de revelar y de-
clarar públicamente hacia los últimos tiempos, que ha de hacer en el
mundo los mayores males, haciendo guerra formal a Cristo y a todo
cuanto le pertenece, veis aquí tres cosas ciertas en que ningún cris-
tiano puede dudar: son clarísimas y repetidas de mil maneras en las
santas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento. Mas ¿qué cosa par-
ticular y determinada debemos entender por esta palabra Anticristo,
que es tan general y tan indeterminada, que sólo significa contra Cris-
to? ¿Qué especie de males ha de hacer? ¿De qué medios se ha de valer?
Son otras tres cosas que no deben estar tan claras en las Escrituras
como las tres primeras, pues las noticias o ideas que sobre ellas nos
dan los doctores son tan varias, tan oscuras y tan poco fundadas como
acabamos de observar.
[156] ¿Quién sabe si toda esta variedad de noticias (ciertamente
increíbles y aun ininteligibles) se habrán originado de algún principio
falso, que se haya mirado y recibido inocentemente como verdadero?
¿Quién sabe, digo, si todo el mal ha estado en haberse imaginado a es-
te Anticristo, o a este contra-Cristo, como a una persona singular e in-
dividua, y en este supuesto haber querido acomodar a esta persona to-
das las cosas generales y particulares que se leen en las Escrituras? Si
el principio fuese verdadero, parece imposible que, habiéndose traba-
jado tanto sobre él por los mayores ingenios, se hubiese adelantado
tan poco; mas si el principio no es verdadero, no hay por qué maravi-
llarse: cualquiera médico, o cualquiera abogado, por peritos que sean,
se hallan embarazados e insuficientes en una mala causa. Este princi-
pio, pues, o este supuesto (o falso, o poco seguro) sobre el cual veo que
proceden todos los doctores, así intérpretes como teólogos y miscelá-
neos, de que tengo noticia, me parece que es el que ha hecho oscuras,
inaccesibles e impenetrables muchísimas de la noticias que nos da la
divina Escritura. Este principio o supuesto, mirado como cierto e in-
222 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Sistema
[159] Según todas las señas y contraseñas que nos dan las santas
Escrituras, y otras nada equívocas que nos ofrece el tiempo, que suele
ser el mejor intérprete de las profecías, el Anticristo o el contra-Cristo
de que estamos tan amenazados para los tiempos inmediatos a la veni-
da del Señor, no es otra cosa que un cuerpo moral, compuesto de innu-
merables individuos, diversos y distantes entre sí, pero todos unidos
1 Is. 14.
2 Dan. 7 y 11.
3 Ez. 28 y 38.
4 Zac. 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 223
PÁRRAFO 4
[161] Lo primero que se entiende bien en un cuerpo moral, y lo
primero que no se entiende de modo alguno en una persona singular,
es la definición del Anticristo. En toda la Biblia sagrada, desde el Gé-
nesis hasta el Apocalipsis, no se halla esta palabra expresa y formal,
Anticristo, sino dos o tres veces en la epístola primera y segunda del
Apóstol San Juan, y aquí mismo es donde se halla su definición. Si
preguntamos al amado discípulo qué cosa es Anticristo, nos responde
1 Sal. 2, 2.
2 Mt. 24, 22.
224 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 1 Jn. 4, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 225
1 1 Tim. 4, 1.
2 2 Tes. 2, 3.
3 Lc. 18, 8.
4 1 Jn. 4, 3.
5 1 Jn. 4, 3.
6 1 Jn. 2, 18.
7 2 Tes. 2, 7.
226 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 5
[167] Si leemos toda la Escritura divina, con intención determina-
da de buscar en ella al Anticristo, y entender a fondo este grande e im-
portante misterio, me parece, señor mío, y estoy íntimamente persua-
dido, que en ninguna otra parte podremos hallar tantas noticias, ni tan
claras, ni tan ordenadas, ni tan circunstanciadas, como en el último li-
bro de la Escritura, que es el Apocalipsis de San Juan. Este libro divi-
no, digan otros lo que quieran, es una profecía admirable, dirigida to-
da manifiestamente a los tiempos inmediatos a la venida del Señor. En
ella se anuncian todas las cosas principales que la han de preceder in-
mediatamente. En ella se anuncia de un modo el más magnífico la
misma venida del Señor en gloria y majestad. En ella se anuncian los
sucesos admirables y estupendos que han de acompañar esta venida y
que la han de seguir. El título del libro muestra bien adónde se ende-
reza todo, y cuál es su argumento, su asunto y su fin determinado:
Apocalipsis de Jesucristo. Revelación de Jesucristo.
[168] Este título hasta ahora se ha tomado solamente en sentido
activo, como si solamente significase una revelación que Jesucristo ha-
ce a otro de algunas cosas ocultas o futuras; mas yo leo estas mismas
palabras: Revelación de Jesucristo, y las leo muchísimas veces en las
epístolas de San Pedro y San Pablo, y jamás las hallo en sentido activo,
sino siempre en sentido pasivo; ni admiten otro éstas: Revelación o
manifestación del mismo Jesucristo en el día grande de su segunda
venida. Sólo una vez dice San Pablo, a otro propósito, que recibió el
Evangelio que predicaba, no… de hombre… sino por revelación de Je-
sucristo 1. Fuera de esta vez, la palabra revelación de Jesucristo siem-
1 Gal. 1, 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 227
aquellos sucesos que se le han querido acomodar por los mayores in-
genios, son manifiestamente fuera del caso, son ajenos y distintísimos
del texto y contexto de la profecía; ha sido necesario, para acomodar-
se, no solamente el artificio y el ingenio, sino mucho más la fuerza y la
violencia declarada; y aún queda todavía manifiesta la improporción y
la insuficiencia, pues han quedado fuera, se han olvidado y pasado por
alto, muchas circunstancias esenciales o gravísimas, que no se dejaron
acomodar. Esto se ve con los ojos, me parece, en los doctores más res-
petables, por otra parte, por su elocuencia y erudición; especialmente
lo podéis observar en aquellos que han explicado el Apocalipsis con
mayor difusión, como son Luis de Alcázar, Tirino, Alápide, Arduino,
Calmet; también (si esto me es permitido) el sapientísimo Monseñor
Bossuet, de cuyo sistema hablaremos adelante.
[173] Es, pues, amigo mío, no solamente probable, sino visible y
casi evidente, que el Apocalipsis de San Juan, sin hablar por ahora de
los tres primeros capítulos, es una profecía admirable, enderezada
toda inmediatamente a la venida o a la revelación de Jesucristo. Las
palabras mismas con que empieza esta profecía después de la saluta-
ción a las Iglesias, hacen una prueba bien sensible de esta verdad: He
aquí (dice San Juan) que viene con las nubes, y le verá todo ojo, y los
que le traspasaron. Y se herirán los pechos al verle todos los linajes
de la tierra 1.
[174] Dicho todo esto como de paso, y no fuera de propósito, pues
nos ha de servir no pocas veces en adelante, volvamos al Anticristo.
Como esta profecía del Apocalipsis, según acabamos de decir, tiene
por objeto primario y principal la revelación de Jesucristo, o su venida
en gloria y majestad, se recogen en ella, se unen, se explican y se acla-
ran con admirable sabiduría, todas cuantas cosas hay en las Escrituras
pertenecientes a esta revelación o a esta venida del Señor. No es me-
nester grande ingenio, ni mucho estudio, para advertir en el Apocalip-
sis aquellas frecuentísimas y vivísimas alusiones a toda la Escritura. Se
ven alusiones clarísimas a los libros de Moisés, especialmente al Exo-
do, al libro de Josué, al de los Jueces, a los Salmos, a los Profetas, y en-
tre ellos con singularidad y con más frecuencia a los cuatro Profetas
mayores, Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel; tomando de ellos no so-
lamente los misterios sino las expresiones, y muchas veces las palabras
mismas, como observaremos en adelante.
[175] Pues como la tribulación del Anticristo, por confesión de to-
dos, debe ser uno de los sucesos principalísimos, o el principal de to-
dos, que ha de preceder inmediatamente a la venida o revelación de
Jesucristo, es consiguiente que en esta admirable profecía se recojan
1 Apoc. 1, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 229
todas las noticias del Anticristo que se hallan como esparcidas en toda
la Escritura divina, y en efecto así es. Aquí se recogen todas, y todas se
unen como en un punto de vista; aquí se ordenan, se explican y se
aclaran con otras más individuales, que no se hallan en otra parte.
Siendo esto así, como lo iremos viendo, y como ninguno se atreve for-
malmente a negarlo, aunque tiren algunos a prescindir de ello, bus-
quemos ya al Anticristo en esta última profecía.
[176] Casi todos los intérpretes del Apocalipsis convienen entre sí,
como en una verdad general, que la bestia terrible de siete cabezas y
diez cuernos, de que tanto se habla en esta profecía, cuya descripción
en toda forma se lee en el capítulo 13, y cuyo fin en el 19, es el Anticristo
mismo, de quien hemos oído que vendrá. Pues esta bestia, y todas las
cosas particulares que se dicen de ella, ¿cómo se podrán acomodar,
como se podrán concebir, si se habla de una persona individual y singu-
lar? Consultad sobre esto los doctores más sabios e ingeniosos que han
explicado el Apocalipsis. En ellos mismos hallaréis la prueba más con-
vincente de la imposibilidad de esta acomodación; pues, no obstante su
ingenio y sabiduría, que nadie les disputa, veréis claramente la dificul-
tad y embarazo con que proceden, y la gran confusión y oscuridad en
que nos dejan. La sola descripción de la bestia, aunque no se considera-
se otra cosa, parece inacomodable a una persona singular: repárese.
Apocalipsis, capítulo 13
PÁRRAFO 6
[177] La explicación de este gran misterio, que se halla común-
mente en los expositores y en algunos teólogos insignes, parece sin
duda otro misterio mayor o más impenetrable; para mí a lo menos lo
es tanto, que ya he perdido la esperanza de entenderla. Dicen prime-
ramente y en general, que la bestia de que aquí se habla no es otra cosa
que el Anticristo, cuyo reinado y principales operaciones se nos anun-
cian por esta metáfora terrible. Mas como este Anticristo debe ser en
su sistema una persona individua y singular, les es necesario acomo-
dar a esta persona siete cabezas, y explicar lo que esto significa; es ne-
cesario acomodarle al mismo tiempo diez cuernos, todos coronados, y
es necesario acomodarle otras particularidades que se leen en el texto
sagrado. Yo sólo busco por ahora la explicación de solas tres, sin cuya
inteligencia todas las demás me parecen inaccesibles: primera, las sie-
te cabezas de la bestia; segunda, sus diez cuernos; tercera, la cabeza
herida de muerte 1 y su milagrosa curación.
[178] Cuanto a lo primero, nos aseguran que la bestia en general es
el Anticristo; mas como este Anticristo ha de ser un monarca universal
de toda la tierra; como para llegar a esta grandeza ha de hacer guerra
formal a todos los reyes, que en aquel tiempo, dicen, serán solos diez en
todo el orbe; como de estos diez ha de matar tres, y los otros siete los ha
de sujetar a su dominación; por eso estos siete reyes, súbditos ya del
Anticristo y sujetos a su imperio, se representan en la bestia como ca-
bezas suyas: Tenía (se dice en el Apocalipsis) siete cabezas. Ahora bien,
estos tres reyes muertos por el Anticristo, y estos siete vencidos y suje-
tos a su dominación, debe de ser una noticia indubitable, y constar ex-
presamente de la Revelación, pues sobre ella se funda la explicación de
las siete cabezas de la bestia. No obstante, si leemos el lugar único de la
Escritura a donde nos remiten, nos quedamos con disgusto y descon-
suelo de no hallar en él tal noticia, o de no hallarla como la explicación
la había menester: una circunstancia que es la única que podía servirle,
ésa es puntualmente la que falta en el texto. Explícome. Hallamos en el
capítulo 7 de Daniel una bestia terrible con diez cuernos, los cuales fi-
guran otros tantos reyes, como allí mismo se dice; hallamos que entre
estos diez cuernos sale otro pequeño al principio, mas que con el tiem-
po crece y se hace mayor que todos; hallamos que, a la presencia de este
último cuerno ya crecido y robusto, caen y son arrancados tres de los
1 Apoc. 13, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 231
diez, lo cual, como se explica allí mismo, quiere decir que este cuerno o
esta potencia humillará tres reyes 1, y humillar no es lo mismo que
matar; buscamos después de esto lo que debe suceder con los otros
siete reyes que quedan, y no hallamos que se hable de ellos ni una sola
palabra. ¿Cómo, pues, se asegura sobre este solo fundamento, y se ase-
gura con tanta formalidad, que el Anticristo matará tres reyes, y suje-
tará a su dominación los otros siete? El texto sólo dice que este último
cuerno humillará tres; y si los otros siete son vencidos y obligados a
recibir el yugo de otra dominación, ¿qué mayor humillación pueden
sufrir? Luego en este caso debía decir que humillará no sólo tres 2, sino
todos los diez. Fuera de esto, ¿con qué razón, con qué fundamento,
con qué propiedad se puede decir que este cuerno terrible será el Anti-
cristo, y no la bestia misma espantosa y prodigiosa 3, que lo tiene en
su cabeza, y usa de él, y lo juega según su voluntad?
[179] Crece mucho más el embarazo de esta explicación, si consi-
derando la bestia del Apocalipsis, pedimos que nos muestren en ella
con distinción y claridad la persona misma del Anticristo. Por una par-
te nos dicen en general que es la bestia; por otra parte nos dicen que
sus siete cabezas son siete reyes súbditos suyos que él (Anticristo) ha
vencido y humillado, y que los tiene prontísimos a ejecutar todas sus
órdenes y voluntades. Y la persona misma de este Anticristo, digo yo,
¿cuál es? O es el cuerpo trunco de la bestia, solo y sin cabeza alguna (el
cual no puede llamarse bestia sin una suma impropiedad), o aquí falta
otra cabeza mayor que todas, que a todas las domine, y de todas se ha-
ga obedecer. Es más que visible el embarazo en que se hallan aquí to-
dos los doctores, y es igualmente más que visible que procuran disi-
mularlo como si no lo viesen, por lo cual no reparan en avanzar una
especie de contradicción, diciendo o suponiendo: que una de las siete
cabezas de la bestia es la persona misma del Anticristo; por otra parte,
las siete cabezas de la misma bestia son los siete reyes que han queda-
do vivos, aunque vencidos y sujetos a la dominación del Anticristo;
luego la persona misma del Anticristo es uno de los siete reyes, etc.;
luego siendo estos siete reyes, como son, las cabezas de la bestia, son
al mismo tiempo solas seis. ¡Enigma ciertamente difícil e inexplicable,
para cuya resolución no tenemos regla alguna en la aritmética, ni tam-
poco en el álgebra! Según esta cuenta, parece claro que o sobra aquí la
persona del Anticristo, o falta alguno de los siete reyes.
[180] La segunda cosa que se debe explicar son los diez cuernos
todos coronados que tiene la bestia 4. El texto sólo dice que la bestia
1 Dan. 7, 24.
2 Dan. 7, 24.
3 Dan. 7, 7.
4 Apoc. 13, 1.
232 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
tenía diez cuernos propios suyos: Y diez cuernos, y sobre sus cuernos
diez coronas; mas no dice si todos diez estaban en una sola cabeza, o
si estaban repartidos entre todas: esta circunstancia no se expresa. No
obstante, los doctores los ponen todos diez o los suponen en una sola
cabeza, a quien hacen la persona del Anticristo; y así dicen que los diez
cuernos son los diez reyes que entonces habrá en el mundo, todos
súbditos del Anticristo, y prontos a ejecutar sus órdenes. De aquí se si-
gue otra especie de contradicción u otro enigma, no menos oscuro y
difícil de resolver, esto es, que el Anticristo tendrá a su disposición diez
reyes todos coronados, y por consiguiente vivos y actualmente reinan-
tes, y al mismo tiempo sólo tendrá siete. ¿Por qué? Porque según nos
acaban de decir en la explicación de las siete cabezas, éstas significan
los siete reyes que han de quedar vivos y súbditos del Anticristo, des-
pués de la muerte de los otros tres. Si sólo han quedado siete vivos,
¿cómo aparecen en la cabeza de la bestia todos diez coronados? Podrá
decirse que, en lugar de los tres reyes muertos, pondrá de su mano el
Anticristo otros tres, que le quedarán obligados, y lo servirán con em-
peño y fidelidad, con los cuales se completará el número de diez. Pero
además que esto sólo podrá decirse libremente, sin apariencia de fun-
damento, en este caso fueran también diez y no siete las cabezas de la
bestia, pues según la explicación, lo mismo significan las cabezas que
los cuernos; luego si los cuernos son diez reyes, por haber entrado tres
de nuevo y ocupado el lugar de los tres muertos, por esta misma razón
deberán ser diez las cabezas.
[181] La tercera cosa que hay que explicar es la herida de muerte
de una de las siete cabezas, su maravillosa curación, y lo que de esto
resultó en toda la tierra: Y vi (dice el texto) una de sus cabezas como
herida de muerte, y fue curada su herida mortal. Y se maravilló toda
la tierra en pos de la bestia… y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién
hay semejante a la bestia? ¿Y quién podrá lidiar con ella? Los intér-
pretes se dividen aquí en dos opiniones. La primera dice que uno de
aquellos siete reyes súbditos ya del Anticristo, o morirá realmente, o
enfermará de muerte sin esperanza alguna de vida; y el Anticristo pú-
blicamente, a vista de todos y sabiéndolo todos, lo resucitará y lo sana-
rá por arte del diablo. La segunda opinión comunísima dice que la ca-
beza herida de muerte será el mismo Anticristo, que es una de las sie-
te, el cual morirá y resucitará al tercero día, todo fingidamente, para
imitar con esto (añaden con gran formalidad) la muerte y resurrección
de Cristo. De aquí resultará en toda la tierra una tan grande admira-
ción, que todos sus habitadores adorarán como a Dios al mismo Anti-
cristo que hizo aquel milagro, y también al Dragón o al diablo, que le
dio tan gran potestad. ¡Oh, qué ignorantes, qué rústicos, qué groseros,
qué brutales estarán en aquellos tiempos todos los habitadores de la
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 233
1 Rom. 6, 9.
234 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 7
[185] Figurémonos ahora de otro modo diverso al Anticristo o
contra-Cristo que esperamos, o por mejor decir, tememos, no ya como
un triste judío, recibido de sus hermanos por su rey y Mesías, no ya
como un monarca universal de toda la tierra, ni tampoco como una
persona singular, sino como un gran cuerpo moral, compuesto de mi-
llares de personas diversas y distintas entre sí, mas todas unidas y de
1 Apoc. 13, 1.
2 Dan. 7, 6.
3 Apoc. 13, 2.
4 Apoc. 13, 1.
5 Dan. 7, 3.
6 Apoc. 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 237
terio). Estos diez cuernos los vio Daniel en la cabeza de su última bes-
tia, que es visiblemente la que debe hacer el papel o figura principal en
esta tragedia; porque si esta bestia se considera en sí misma, prescin-
diendo de las otras, los cuernos parece que han de ser propios suyos;
ella los ha de criar, y sustentar, y arraigar con grandes cuidados, como
que le son infinitamente necesarios para poner en obra sus proyectos.
[190] Mas cuando esta bestia se trague las otras, es decir, cuando
traiga a su partido un número suficiente de individuos pertenecientes a
las otras bestias; cuando les haga entrar en sus impías ideas; cuando en
todas las partes del mundo haga declararse formalmente contra Cristo
muchos étnicos, muchos Mahometanos, y principalmente muchísimos
Cristianos de los que pertenecen al falso cristianismo, aquellos cuyos
nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero 1; cuando
en suma, todos estos formen con ella un solo cuerpo, y sean animados
de un mismo espíritu (que es el estado en que los considera San Juan);
entonces todos los cuernos serán comunes a todas las cabezas, o a todas
las bestias unidas; todas herirán o espantarán con ellos, y todo aquel
cuerpo de iniquidad estará como en seguro por los cuernos; será como
una consecuencia necesaria que tiemble en su presencia toda la tierra,
que se rindan sus habitadores, y que le hinquen la rodilla, diciendo:
¿Quién hay semejante a la bestia? ¿Y quién podrá lidiar con ella? 2.
El cuerno undécimo
PÁRRAFO 8
[191] Hasta aquí parece que van conformes las dos profecías, no ha-
llándose entre ellas otra diferencia, como acabamos de decir, sino que
la una considera todas las bestias en un cuerpo, y la otra las considera
divididas. Fuera de esto, es fácil notar otra diferencia que pudiera cau-
sar algún embarazo. Si el misterio de las cuatro bestias de Daniel (se
puede oponer) es lo mismo en sustancia que el del Apocalipsis, ¿por
qué San Juan no hace mención alguna de aquel cuerno insigne, que ha-
ce tanto ruido en la cabeza de la cuarta bestia, siendo éste un suceso tan
notable que los doctores piensan comúnmente que este cuerno es el
Anticristo mismo? A esta dificultad se responde, lo primero, que aun-
que el misterio sea en sustancia el mismo, no por eso es preciso que en
ambos lugares se noten todas sus circunstancias; esto es frecuentísimo
en todas las profecías que miran a un mismo objeto. En unas se apun-
tan unas circunstancias que faltan en otras, y, al contrario, aun en los
cuatro Evangelios se ve practicada casi continuamente esta economía.
1 Dan. 7, 8.
2 Apoc. 13, 4.
238 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 7, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 239
PÁRRAFO 9
[194] Yo debo suponer, y supongo por ahora, amigo mío, que ya
tenéis ideas bastante justas de la cuarta bestia de Daniel, y de los ma-
les que en ella se comprenden y anuncian al mísero linaje de Adán. Del
mismo modo, debo suponer que no sois tan corto de vista que no veáis
o no conozcáis, en medio de tantas señas, que esta misma bestia cuar-
ta de Daniel la tenemos ya nacida y existente en el mundo, aunque to-
davía cubierta con no sé qué piel finísima, agradable a todos los senti-
dos, que disimula no poco su ferocidad natural. No obstante, por poco
que se mire, es bien fácil reparar en ella cierta cualidad peculiar que
resalta sobre su misma piel, que no le es posible encubrir del todo, y
parece su propio y natural carácter: quiero decir, el odio formal a Cris-
to y a su cuerpo. A las otras religiones, sean las que fueren, cúbranse o
no se cubran con el nombre de cristianos, las mira con suma indife-
rencia, no las odia, no las injuria, no las insulta, antes muchas veces
las lisonjea con fingidos elogios. Buscad la verdadera razón de esta di-
ferencia, y me parece que la hallaréis al punto, es a saber, que todas las
otras religiones, por falsas y ridículas que sean, no le incomodan de
modo alguno; no son capaces de hacerle resistencia, antes pueden
ayudarle con servicios más oportunos. Las puede muy bien unir consi-
go, formar con ellas un mismo cuerpo, y hacer que este cuerpo se ani-
me de aquel espíritu terrible que a ella le agita. En esto no aparece re-
pugnancia ni dificultad.
[195] La dificultad y repugnancia está en unir a su cuerpo el cuer-
po de Cristo, y a su espíritu altivo y orgulloso, el espíritu dulce y pacífi-
co de Cristo. Esto sería lo mismo que unir la luz con las tinieblas, la
verdad con la mentira, y a Cristo con Belial. Esto sería animar un mis-
mo cuerpo con dos espíritus infinitamente diversos, opuestos y con-
trarios, como son uno que quiere a Jesús, otro que lo rechaza; uno que
lo ata, otro que lo desata; uno que lo ama, otro que lo aborrece. No ha-
240 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Reflexiones
PÁRRAFO 10
[203] Volviendo ahora a nuestro propósito, lo que a lo menos po-
demos concluir legítimamente de todo lo que hemos dicho sobre la
bestia del Apocalipsis, es esto: que siendo esta bestia, por confesión de
casi todos los doctores, el Anticristo que esperamos; que anunciándose
por esta metáfora terrible y admirable tantas cosas, tan nuevas, tan
grandes y tan estupendas, que deben suceder en aquellos tiempos en
toda nuestra tierra; debe ser este Anticristo que esperamos alguna otra
cosa infinitamente diversa, y mayor sin comparación, de lo que puede
ser un hombre, individuo y singular, aunque éste se imagine y se finja
un monarca universal de todo el orbe, como quien finge en su imagi-
nación un fantasma terrible que la misma imaginación lo desvanece y
aniquila. No hay duda que en estos tiempos tenebrosos se verá, ya un
rey, ya otro, ya muchos a un mismo tiempo en varias partes del orbe,
perseguir cruelmente al pequeño cuerpo de Cristo con guerra formal y
declarada; mas ni este rey, ni el otro, ni todos juntos serán otra cosa en
realidad que los cuernos de la bestia, o las armas del Anticristo; así co-
mo en un toro, por ejemplo, ni el primer cuerno, ni el otro, ni los dos
juntos son el toro, sino solamente las armas con que esta bestia ferocí-
sima acomete, hiere, mata y hace temblar a los que la miran. Esto es
clarísimo, y no necesita de más explicación.
[204] Si esperamos ver este hombre singular, este judío, este mo-
narca universal, este dios de todas las naciones; si esperamos ver cum-
plido en este hombre todo lo que se dice de la bestia, y lo que por tan-
tas otras partes nos anuncian las Escrituras, es muy de temer que su-
ceda todo lo que está escrito así como está escrito, y que su Anticristo
no parezca, y que lo estemos esperando aun después de tenerlo en ca-
sa. Asimismo, es muy de temer que esta idea que nos hemos formado
244 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 11
[210] Y vi otra bestia que subía de la tierra, y que tenía dos cuer-
nos semejantes a los del cordero, mas hablaba como el Dragón, y
ejercía todo el poder de la primera bestia en su presencia; e hizo que
la tierra y sus moradores adorasen a la primera bestia, cuya herida
mortal fue curada. E hizo grandes maravillas, de manera que aun
fuego hacía descender del cielo a la tierra a la vista de los hombres. Y
engañó a los moradores de la tierra con los prodigios que se le per-
mitieron hacer delante de la bestia, diciendo a los moradores de la
tierra, que hagan la figura de la bestia, que tiene la herida de espada,
y vivió. Y le fue dado que comunicase espíritu a la figura de la bestia,
y que hable la figura de la bestia; y que haga que sean muertos todos
aquellos que no adoraren la figura de la bestia. Y a todos los hom-
bres, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, hará tener
una señal en su mano derecha o en sus frentes, y que ninguno pueda
comprar, o vender, sino aquel que tiene la señal, o nombre de la bes-
tia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. Quien tiene inteli-
gencia calcule el número de la bestia. Porque es número de hombre; y
el número de ella es seiscientos sesenta y seis 1.
[211] Esta bestia de dos cuernos, nos dicen con gran razón los in-
térpretes del Apocalipsis, que será el pseudoprofeta del Anticristo.
Mas así como hacen al Anticristo, o lo conciben, como una persona in-
dividua y singular, así del mismo modo hacen o conciben a su falso
profeta. Muchos piensan que éste será algún obispo apóstata, pare-
ciéndoles ver en sus dos cuernos como de cordero un símbolo propio
1 2 Tes. 2, 9.
2 Mt. 24, 11 y 24.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 249
de la metáfora de una bestia con dos cuernos semejantes a los del cor-
dero. Nuestro sacerdocio que, como buen pastor, y no mercenario, de-
bía defender el rebaño de Cristo, y poner por él su propia vida, será en
aquellos tiempos su mayor escándalo, y su mayor y más próximo peli-
gro. ¿Qué tenéis que extrañar esta proposición? ¿Ignoráis acaso la his-
toria? ¿Ignoráis los principales y más ruidosos escándalos del sacerdo-
cio hebreo? ¿Ignoráis los escándalos horribles y casi continuados por
espacio de diecisiete siglos del sacerdocio cristiano? ¿Quién perdió en-
teramente a los Judíos, sino su sacerdocio? Este fue el que resistió de
todos modos al Mesías mismo, no obstante que lo tenía a la vista, oía su
voz, y admiraba sus obras prodigiosas. Este fue el que, cerrando sus
ojos a la luz, se opuso obstinadamente a los deseos y clamores de toda la
nación que estaba prontísima a recibirlo, y lo aclamaba a gritos por Hi-
jo de David y Rey de Israel. Este fue el que a todos les cerró los ojos con
miedos, con amenazas, con persecuciones, con calumnias groseras, pa-
ra que no viesen lo mismo que tenían delante, para que desconociesen a
la esperanza de Israel, para que olvidasen enteramente sus virtudes, su
doctrina, sus beneficios, sus milagros, de que todos eran testigos ocula-
res. Este, en fin, les abrió la boca para que lo negasen y reprobasen pú-
blicamente, y lo pidiesen a grandes voces para el suplicio de la cruz.
[217] Ahora digo yo: este sacerdocio, ¿lo era acaso de algún ídolo o
de alguna falsa religión? ¿Había apostatado formalmente de la verda-
dera religión que profesaba? ¿Había perdido la fe de sus Escrituras y la
esperanza de su Mesías? ¿No tenía en sus manos las Escrituras? ¿No
podía mirar en ellas, como en un espejo clarísimo, la verdadera ima-
gen de su Mesías, y cotejarla con el original que tenía presente? Sí, to-
do es verdad; mas en aquel tiempo y circunstancias, todo esto no bas-
taba, ni podía bastar. ¿Por qué? Porque la iniquidad de aquel sacerdo-
cio, generalmente hablando, había llegado a lo sumo. Estaba viciado
por la mayor y máxima parte; estaba lleno de malicia, de dolo, de hi-
pocresía, de avaricia, de ambición; y por consiguiente, lleno también
de temores y respetos puramente humanos, que son lo que se llaman
en la Escrituras la prudencia de la carne y el amor del siglo, incompa-
tibles con la amistad de Dios. Esta fue la verdadera causa de la repro-
bación del Mesías, y de todas sus funestas consecuencias, la cual no se
avergonzó aquel inicuo sacerdocio de producir en pleno concilio (pre-
guntando): ¿Qué hacemos? Porque este hombre hace muchos mila-
gros. Si lo dejamos así, creerán todos en él, y vendrán los Romanos, y
arruinarán nuestra ciudad y nación 1.
[218] ¿Qué tenemos, pues, que maravillarnos de que el sacerdocio
cristiano pueda en algún tiempo imitar en gran parte la iniquidad del
pensáis que será cuando, poniendo los ojos en sus pastores como en su
único refugio y esperanza, los vean temblando de miedo, mucho más
que ellos mismos, a vista de la bestia y de sus cuernos coronados; y por
consiguiente los vean aprobando prácticamente toda la conducta de la
primera bestia, aconsejando a todos que se acomoden con el tiempo
por el bien de la paz; y que por este bien de la paz (falsa a la verdad)
tomen el carácter de la bestia en las manos o en la frente, esto es, que
se declaren públicamente por ella, fingiendo para esto milagros y por-
tentos, para acabar de reducirlas con apariencia de religión? ¿Qué
pensáis que será cuando muchos fieles justos y bien instruidos en sus
obligaciones, conociendo claramente que no pueden en conciencia
obedecer a las órdenes que saldrán en aquel tiempo de la potestad se-
cular, se determinen a obedecer a Dios, arriesgarlo todo por Dios, y se
vean por esto abandonados de todos, arrojados de sus casas, despoja-
dos de sus bienes, separados de sus familias, privados de la sociedad y
comercio humano, sin hallar quien les dé ni quien les venda; y todo es-
to por orden y mandato de sus propios pastores, todo esto porque no
se les ve ni en las manos ni en la frente señal alguna de ser contra Cris-
to; todo esto porque no se declaran públicamente por Anticristos? Con
razón dice San Pablo que en los últimos días vendrán tiempos peli-
grosos… 1; y con razón dice el mismo Jesucristo que si no fuesen abre-
viados aquellos días, ninguna carne sería salva… 2.
[221] Persecuciones de la potencia secular las padeció la Iglesia de
Cristo terribilísimas y casi continuas por espacio de 300 años, y con
todo eso se salvaron tantos, que se cuentan no a centenares ni a milla-
res, sino a millones. Lejos de ser aquellos tiempos de persecución peli-
grosos para la Iglesia, fueron por el contrario los más a propósito, los
más conducentes, los más útiles para que la misma Iglesia creciese, se
arraigase, se fortificase y dilatase por toda la tierra. No fue necesario
ni conveniente abreviar aquellos días por temor de que pereciese toda
carne; antes fue convenientísimo dilatarlos para conseguir el efecto
contrario. Así los dilató el Señor muy cerca de tres siglos, muy cierto y
seguro de que por esta parte nada había que temer. Mas en la persecu-
ción o tribulación horrible de que vamos hablando, se nos anuncia cla-
ramente, por boca de la misma verdad, que deberá suceder todo lo
contrario: Porque habrá entonces grande tribulación, cual no fue des-
de el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abre-
viados aquellos días, ninguna carne sería salva 3. Pensad, amigo, con
formalidad, cuál podrá ser la verdadera razón de una diferencia tan
grande, y difícilmente hallareis otra que la bestia nueva de dos cuernos
1 2 Tim. 3, 1.
2 Mt. 24, 22.
3 Mt. 24, 21-22.
252 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Fil. 3, 18.
2 Apoc. 3, 17.
3 Mt. 24, 12.
4 Apoc. 13, 11.
5 Apoc. 13, 11.
6 Apoc. 13, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 253
adorar a la primera bestia, no puede aquí significar otra cosa, sino ha-
cer que se sujeten a ella; que obedezcan a sus órdenes, por inicuas que
sean; que no resistan como debían hacerlo; que den señales externas
de su respeto y sumisión, y todo esto por temor de sus cuernos. Tam-
poco es menester decir que el sacerdocio de que hablamos habrá ya
apostatado de la religión cristiana. Si hubiere en él algunos apóstatas
formales y públicos, que sí los habrá, y no pocos, éstos no deberán mi-
rarse como miembros de la segunda bestia, sino de la primera. Basta-
rá, pues, que el sacerdocio de aquellos tiempos peligrosos se halle ya
en aquel mismo estado y disposiciones en que se hallaba en tiempo de
Cristo el sacerdocio hebreo, quiero decir, tibio, sensual y mundano,
con la fe muerta o dormida, sin otros pensamientos, sin otros deseos,
sin otros afectos, sin otras máximas que de tierra, de mundo, de carne,
de amor propio, y olvido total de Cristo y del Evangelio. Todo esto pa-
rece que suena aquella expresión metafórica de que usa el Apóstol, di-
ciendo que vio a esta bestia salir o levantarse de la tierra 1.
[226] Añade, que la vio con dos cuernos semejantes a los de un
cordero 2; la cual semejanza, aun prescindiendo de la alusión a la mi-
tra, que reparan varios doctores, parece por otra parte, siguiendo la
metáfora, un distintivo propísimo del sacerdocio, que a él solo puede
competir. De manera que, así como los cuernos coronados de la pri-
mera bestia significan visiblemente la potestad, la fuerza y las armas
de la potencia secular, de que aquella bestia se ha de servir para herir y
hacer temblar toda la tierra; así los cuernos de la segunda, semejantes
a los de un cordero, no pueden significar otra cosa que las armas o la
fuerza de la potestad espiritual; las cuales, aunque de suyo son poco a
propósito para poder herir, para poder forzar o para espantar a los
hombres, mas por eso mismo se concilia esta potencia mansa y pacífi-
ca el respeto, el amor y la confianza de los pueblos; y por eso mismo es
infinitamente más poderosa y más eficaz para hacerse obedecer, no so-
lamente con la ejecución, como lo hace la potencia secular, sino con la
voluntad, y aun también con el entendimiento.
[227] Mas esta bestia en la apariencia mansa y pacífica (prosigue
el amado discípulo), esta bestia en la apariencia inerme, pues no se le
veían otras armas que dos pequeños cuernos semejantes a los de un
cordero, esta bestia tenía una arma horrible y ocultísima, que era su
lengua, la cual no era de cordero, sino de dragón: Hablaba como el
dragón 3. Lo que quiere decir esta similitud, y a lo que alude manifies-
tamente, lo podéis ver en el capítulo 3 del Génesis. Allí entenderéis
cuál es la lengua o la locuela del dragón, y por esta la locuela entende-
PÁRRAFO 12
[228] Esta bestia que acabamos de observar persuadirá a los hom-
bres, dice San Juan, que lleven en la mano o en la frente el carácter de
la primera bestia, o su nombre, o el número de su nombre, so pena de
no poder comprar ni vender, que es lo mismo que decir, so pena de
muerte. El mismo apóstol, para dar alguna luz o alguna esperanza de
entender toda esta metáfora, la cual evidentemente no convenía que se
entendiese antes de tiempo, concluye todo el capítulo con estas pala-
bras enigmáticas: Aquí hay sabiduría. Quien tiene inteligencia, calcu-
le el número de la bestia. Porque es número de hombre; y el número
de ella es seiscientos sesenta y seis 2.
[229] Casi desde los tiempos de San Juan, como testifica San Ire-
neo 3, se han hecho siempre las mayores diligencias para descifrar este
enigma y entender bien este gran misterio, persuadidos firmemente
los doctores de que aquí se encierra el nombre del Anticristo, o algún
distintivo propio suyo por donde conocerlo infaliblemente. El empeño
1 Jn. 9, 22.
2 Apoc. 13, 18.
3 Advers. hæres., lib. 5.
256 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
es sin duda laudable, y óptima la intención, pues una vez que se sepa
el nombre o distintivo propio de aquel hombre o persona, que llaman
Anticristo, será fácil conocerlo cuando aparezca en el mundo; y si se
conoce, será fácil no caer en el lazo. Este discurso justo en sí mismo,
en el sistema de los doctores no lo parece tanto. Los que esperan al
Anticristo en la forma en que se halla en toda suerte de escritores ecle-
siásticos, ¿qué necesidad pueden tener de saber su nombre, o algún
distintivo propio suyo para conocerlo? ¿Qué nueva luz se les puede
añadir con esto para distinguirlo de los otros hombres? Traed, amigo,
a la memoria siquiera alguna de aquellas noticias particulares de que
ya hemos hablado, y corren comúnmente por indubitables, y decidme:
¿Con ellas solas, sin otro distintivo, podréis desconocer al Anticristo?
¿Habrá algún hombre, por rudo que sea, que teniendo dichas noticias,
no lo conozca al punto?
[230] Imaginad, para esto, que ahora en nuestros días sale de Ba-
bilonia, o de donde os pareciere mejor, un príncipe nuevo, que nadie
sabía de él. Este nuevo príncipe, acompañado de una multitud infinita
de judíos, que lo han reconocido por su rey y Mesías, se va derecho a la
Palestina, la conquista toda sólo con dejarse ver, la evacúa de sus habi-
tadores actuales, establece en ella a todas las tribus de Israel, edifica
de nuevo a Jerusalén para corte de su imperio; de allí sale con innu-
merables tropas, compuestas ya de judíos, ya de otras naciones orien-
tales, hace guerra a todos los reyes de la tierra, mata tres de ellos, y a
los demás los sujeta a su dominación, trae siempre consigo un profeta
grande que hace continuos y estupendos milagros; en suma, este prín-
cipe nuevo, cuyo nombre todavía no se sabe, se ha hecho en breve
tiempo monarca universal de toda la tierra; todos los pueblos, tribus y
lenguas, lo reconocen y obedecen como a soberano… ¿Qué os parece,
amigo, de este gran personaje? ¿No es éste el Anticristo que esperá-
bamos? ¿No son éstas las noticias que habíamos leído en nuestros li-
bros? ¿Qué necesidad tenemos ahora de saber su carácter, ni su nom-
bre, ni el número de su nombre? Sin esto conocemos al Anticristo, y lo
conoce toda la tierra. Este monarca universal de toda ella, cuya corte
es Jerusalén, éste es ciertamente el Anticristo. De aquí se sigue una de
dos cosas: o que el enigma propuesto, o su inteligencia, es la cosa más
inútil del mundo; o que el Anticristo que esperamos debe ser alguna
otra cosa infinitamente diversa de lo que hasta ahora hemos imagina-
do. Si esto segundo se concediese, me parece que se pudiera adelantar
no poco en la inteligencia del enigma, como tentaremos más adelante.
Veamos lo que hasta ahora se ha adelantado en el sistema contrario.
[231] Primeramente, han hecho los doctores este discurso previo,
que parece justísimo, y lo fuera en realidad, si no tocara o supusiera el
principio mismo que se pide. Los números de que usan los griegos, di-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 257
cen con verdad, no son otros que sus mismas letras. Estas letras nu-
merales, juntas y combinadas entre sí, deben formar alguna palabra,
pues al fin son letras; luego el número 666 expresado en letras griegas
(en las cuales se escribió todo el Apocalipsis) deberá necesariamente
formar alguna palabra; pues esta palabra, concluyen, es ciertamente el
nombre, o el carácter, o el distintivo propio del Anticristo. Bien. Y si
las letras griegas que son necesarias para expresar el número 666 se
pueden combinar de treinta maneras diferentes, ¿podrán también o
deberán formar treinta palabras diferentes? Y en este caso, ¿cuál de
ellas será el nombre propio, o el propio distintivo de este hombre, o de
esta persona que llaman Anticristo? O éste tendrá todos los treinta
nombres y distintivos, o si ha de tener uno solo, éste no lo pueden en-
señar en particular las letras mismas numerales. En efecto, las pala-
bras o nombres del Anticristo que se han sacado del número 666, ex-
presado en letras griegas, son tan diversos y tan indeterminados, como
se puede ver en estos pocos que pongo aquí por muestra.
VOZ GRIEGA VOZ CASTELLANA VOZ LATINA
1. Teytan. 1. Gigante. 1. Gigas.
2. Lampertis. 2. Luciente. 2. Lucens.
3. Lateynus. 3. Latino. 3. Latinus.
4. Nichetes. 4. Vencedor. 4. Victor.
5. Evantas. 5. Floreciente. 5. Floridus.
6. Kakos odegos. 6. Pequeño capitán. 6. Parvus dux.
7. Aletes blaberos. 7. Verdaderamente nocivo. 7. Vere noxius.
8. Palebascanos. 8. Día envidioso. 8. Dies invidus.
9. Amnos adikos. 9. Cordero injusto. 9. Agnus injustus.
10. Oculpios. 10. Trajano. 10. Trajanus.
Algunos han hallado a Genserico, y otros a Mahoma.
[232] El erudito Calmet, que en su disertación Del Anticristo trae
las más de estas combinaciones, explica allí mismo el juicio que hace
de ellas por estas palabras: Estudio a la verdad vano, cifras insignifi-
cantes que el hecho solo de haberlas referido nos pesa. No obstante
esta justa censura, el mismo autor, en su exposición literal del Apoca-
lipsis sobre el capítulo 13, adopta como legítima, o como preferible a
todas las otras, la célebre combinación del ilustrísimo señor Bossuet,
el cual, dejando las letras numerales griegas, como que no hacían ni
podían hacer al propósito de su sistema, se sirvió de las letras latinas,
que comúnmente llamamos números romanos, y de ellas sacó, junto
con el número 666, estas dos palabras: Diocles Augustus, que es lo
mismo que decir: Diocles Augustus da en números romanos, o en sus
letras numerales, el número preciso de 666. Ved aquí el ingenio.
258 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
D 500
I 001
O 000
C 100
L 050
E 000
S 000
A 000
V 005
G 000
V 005
S 000
T 000
V 005
S 000
Suma 666
[233] Esta operación ha parecido a algunos no sé qué especie de
triunfo respecto del sistema de Monseñor Bossuet y del padre Calmet,
que es casi el mismo. Pretenden estos dos sabios, y se esfuerzan a pro-
barlo, armados de grande elocuencia y suma erudición (mas con vano
esfuerzo), pretenden, digo, acomodar casi todo el Apocalipsis a las pri-
meras persecuciones de la Iglesia, principalmente a la última y más te-
rrible de todas, que fue la de Diocleciano. Pues bien, en este sistema,
de que luego hablaremos, parece esta combinación un descubrimiento
de suma importancia: no se podía desear, ni aun pensar, cosa más a
propósito. Diocles (así dicen que se llamó Diocleciano antes de subir al
trono), Diocles Augustus, da en números romanos la suma de 666.
Luego éste es todo el gran misterio que encierra el enigma propuesto.
Luego el libro del Apocalipsis, especialmente cuando habla de la bestia
de siete cabezas y diez cuernos, no nos anuncia otra cosa, por estas me-
táforas terribles, que la terrible persecución de Diocleciano, pues Dio-
cleciano mismo viene aquí nombrado debajo de un enigma, etc.
[234] Para que veáis, señor, la suma debilidad de este discurso, y
la poca o ninguna razón que hay para cantar la victoria, yo voy a pro-
poner, en las mismas letras numerales romanas, otra operación o com-
binación mucho más fácil y breve que la de Monseñor Bossuet, la cual
tiene que quitar la mitad de Diocletianus, y añadir Augustus. ¿Por qué?
Porque la palabra Diocletianus no alcanza por sí sola al número pro-
puesto, le faltan nueve; mas quitándole la mitad, esto es, tianus, se le
quitan seis, las cuales seis, y las otras nueve que faltan, se suplen per-
fectamente con la palabra Augustus, que tiene por tres veces la V y da el
número 15. Mas la combinación que yo propongo nada tiene que qui-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 259
tar ni que añadir; y así pruebo del mismo modo, y en la misma forma,
que la bestia terrible del Apocalipsis significa y anuncia un príncipe te-
rrible (o pasado o futuro) por nombre Luis, y en latín Ludovicus.
L 050
V 005
D 500
O 000
V 005
I 001
C 100
V 005
S 000
Suma 666
propio de toda la bestia. Así, el tomar este carácter no será otra cosa que
un tomar partido por la libertad, un dividir a Jesús, público y manifies-
to, una formal apostasía de la religión cristiana que antes se profesaba.
Se dice que este carácter lo llevará en la frente o en las manos, para de-
notar la publicidad y descaro con que se profesará ya entonces el anti-
cristianismo; pues la frente y las manos son las partes más públicas del
hombre, y al mismo tiempo son dos símbolos propísimos, el primero
del modo de pensar, el segundo del modo de obrar. Desatados de Jesús,
desatados de la verdad y sabiduría eterna, no hay duda que quedarán la
frente y las manos, esto es, los pensamientos y operaciones, en una su-
ma libertad; mas libertad, no ya de racionales sino de brutos; y se podrá
decir entonces lo que se anuncia en el salmo 48: El hombre, cuando es-
taba en honor, no lo entendió; ha sido comparado a las bestias insen-
satas, y se ha hecho semejante a ellas 1.
[245] Se dice que no podrán comprar ni vender los que no lleven
este carácter, para denotar el estado lamentable de desprecio, de bur-
la, de odio, de abandono, en que quedarán los que quisieren conservar
intacta su fe; y también para denotar la tentación terrible, y el sumo pe-
ligro que será para ellos, este desprecio, burla, odio y abandono, vién-
dose excomulgados de todo el linaje humano. El mismo Jesucristo nos
asegura en particular que, en aquellos tiempos de tribulación, los mis-
mos parientes y domésticos serán los mayores enemigos de los que qui-
sieren ser fieles a Dios: Y el hermano entregará al hermano… y se le-
vantarán los hijos contra los padres, y los harán morir. Y seréis abo-
rrecidos de todos por mi nombre; mas el que perseverare hasta la fin,
éste será salvo 2. Esta tentación y peligro debe ser sin duda muy gran-
de; pues a los que perseveraren y salieren victoriosos se les anuncia y
promete un premio tan particular: Los que no adoraron la bestia (dice
San Juan) ni a su imagen, ni recibieron su marca en sus frentes o en
sus manos, y vivieron, y reinaron con Cristo mil años. Los otros muer-
tos no entraron en vida, etc. 3.
[246] Se dice, en fin, que la segunda bestia de dos cuernos, no la
primera, será la causa inmediata de esta grande tribulación: Y a to-
dos… hará tener una señal en su mano derecha o en sus frentes 4. De
lo cual se infieren dos buenas consecuencias. Primera: que así como la
bestia de dos cuernos es toda metáfora, como lo es la primera, así el
carácter de ésta, la acción de tomar este carácter y de llevarlo en la
frente y en las manos, son expresiones puramente metafóricas, que só-
lo pueden ser verdaderas por semejanza, no por propiedad. La segun-
Reflexión
PÁRRAFO 13
[248] Todas estas ideas que acabamos de dar del Anticristo, y de
todo su misterio de iniquidad, podrían ser utilísimas a todo los Cris-
tianos (aun entrando en este número todos los que pertenecen al falso
cristianismo) si les mereciesen alguna atención particular; si las mira-
sen desde ahora, no digo ya como ciertas e indubitables, sino a lo me-
nos como verosímiles. Preparados con ellas, y habiendo entrado si-
quiera en alguna sospecha, les sería ya bien fácil estudiar los tiempos,
confrontarlos con las Escrituras, advertir el verdadero peligro, y por
1 Miq. 2, 11.
2 Lc. 18, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 265
1 Mt. 7, 15.
2 Act. 4, 12.
266 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Zac. 9, 9.
2 Jn. 12, 16.
268 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
de Zacarías? ¿No les dijo el mismo Señor en este día, cuando preten-
dían que hiciese callar a la muchedumbre, que a gritos lo aclamaba por
hijo de David y Rey de Israel: Os digo, que si éstos callaren, las pie-
dras darán voces? 1. ¿Cómo, pues, podremos con verdad decir que se
verificó esta profecía de Zacarías sin que ninguno la entendiese?
[254] Así podremos también decir que se verificó la reprobación
del Mesías, su muerte, su resurrección, etc., de que hablan los Profetas
y Salmos, sin que ninguno lo entendiese. Mas esta falta de inteligencia
(si así se puede llamar) fue una de las culpas gravísimas del sacerdo-
cio, el cual, teniendo en sus manos las Escrituras (en este asunto clarí-
simas, no enigmáticas ni metafóricas) y pudiendo confrontarlas con lo
que tenían delante de sus ojos, no quisieron hacerlo, porque los cegó
su malicia e iniquidad 2. Esta iniquidad y malicia, juntamente con las
falsas ideas también culpables que tenían de su Mesías, fueron la ver-
dadera causa de que no lo conociesen, ni advirtiesen el cumplimiento
pleno de muchas profecías en aquella persona admirable que tenían
presente. Todo esto que acabamos de decir, parece claro que no com-
pete a los Cristianos en tiempo de la persecución de Diocleciano, res-
pecto de la inteligencia de las metáforas y enigmas de que está lleno el
Apocalipsis, al tiempo que florecían tantos doctores santísimos y sa-
pientísimos. Fuera de que, aun hablando de solos los discípulos, no se
puede decir que se verificó la profecía sin que éstos la conociesen a
tiempo, pues aunque no la conocieron sino dos meses después, enton-
ces era puntualmente cuando importaba esta noticia, para confirmar
más su predicación, mostrando a los Judíos así la profecía como su
pleno cumplimiento, de que toda Jerusalén era testigo.
[255] El mismo autor, como tan sabio y tan sensato, no solamente
penetró bien la disparidad, sino que tuvo la bondad de no disimularlo,
haciéndonos el gran bien de confesar ingenuamente sus verdaderos
sentimientos. Así dice aquí, y lo repite tres o cuatro veces en otras par-
tes, que la inteligencia o sentido que él procura dar al Apocalipsis en
su sistema, no impide ni se opone a otro sentido escondido y oculto 3
que puede tener toda la profecía, en el cual sentido se verificará cuan-
do sea su tiempo. Esta confesión, digna ciertamente de un verdadero
sabio, le hace un grande honor al gran Bossuet, y al Apocalipsis un ser-
vicio de suma importancia. Esta profecía admirable se verificará toda a
su tiempo en este sentido escondido 4; por consiguiente, así el sentido
en que la explica este mismo sabio, como el sentido en que se ha expli-
cado hasta aquí, no son verdaderos sentidos, sino acomodaticios, ni
PÁRRAFO 14
[258] Cansado me tiene el Anticristo, y todavía no está concluido.
Como este terrible misterio se debe componer de tantas piezas dife-
rentes, no parece menos difícil considerarlas todas, que omitir algunas
de las más principales después de conocidas. La pieza que ahora va-
mos a observar es por una parte tan delicada en sí misma, y por otra
parte de tan difícil acceso por otros impedimentos extrínsecos, que la
1 Ez. 33, 6.
2 Apoc. 17, 18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 271
1 Apoc. 19, 2.
2 Apoc. 17, 6.
3 Apoc. 17, 2.
4 Apoc. 18, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 273
1 Apoc. 17, 2.
2 Apoc. 18, 9.
274 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
<
SEGUNDA DIFICULTAD
[267] La segunda dificultad de esta opinión se funda en el castigo
que se anuncia a la meretriz, el cual, si se atiende a la profecía, parece
cierto que hasta ahora no se ha verificado. Las expresiones de que usa
San Juan son todas vivísimas, y todas suenan a exterminio pleno y
eterno. Reparad en éstas: Un ángel fuerte alzó una piedra como una
grande piedra de molino, y la echó en la mar, diciendo: Con tanto
ímpetu será echada Babilonia, aquella grande ciudad, y ya no será
hallada jamás 1. Si esta expresión os parece poco clara, proseguid le-
yendo las que se siguen hasta el fin de este capítulo 18 y parte del si-
guiente: Ni jamás en ti se oirá voz de tañedores de cítara, ni de músi-
cos, ni de tañedores de flauta, y trompeta no se oirá más en ti… y voz
de esposo ni de esposa no será oída más en ti 2. O todo esto es una
exageración llena de impropiedad y falsedad, o todavía no se ha verifi-
cado; por consiguiente, se verificará a su tiempo, como está escrito, sin
faltar un ápice.
[268] Fuera de esto, debe repararse en todo el contexto de la pro-
fecía desde el capítulo 16. Después de haber hablado de la última pla-
ga, o de las siete fíalas que derramaron siete ángeles sobre la tierra,
porque en ellas es consumada la ira de Dios 3, prosigue inmediata-
mente diciendo: Y Babilonia la grande vino en memoria delante de
Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira 4. Y luego
sigue refiriendo largamente los delitos y el castigo de esta Babilonia en
los dos capítulos siguientes, con la circunstancia notable que advierte
el mismo San Juan, esto es, que uno de los siete ángeles que acababan
de derramar las fíalas fue el que mostró los misterios de dicha Babilo-
nia: Y vino uno de los siete ángeles, que tenían las siete copas, y me
habló, diciendo: Ven acá, y te mostraré la condenación de la grande
ramera, etc. 5. En lo cual se ve que, así como las fíalas son unas seña-
les terribles que deben suceder hacia los últimos tiempos, así lo es el
castigo de dicha meretriz.
[269] A todo esto debemos añadir otra reflexión bien importante.
Si, como pretenden los autores de esta opinión, la profecía se endere-
zaba toda a la antigua Roma, idólatra e inicua; si a ésta se le da el nom-
bre de fornicaria y meretriz por su idolatría; si a ésta se le anuncia el
castigo terrible de que tanto se habla, y con expresiones tan vivas y
ruidosas, se pregunta: ¿Cuándo se verificó este castigo? Responden (ni
hay otra respuesta que dar, ni otro tiempo a que recurrir) que se verifi-
có el castigo de la meretriz cuando Alarico, con su ejército terrible, la
tomó, la saqueó, la incendió y la destruyó casi del todo. Optimamente.
Mas, lo primero: es cosa cierta que los males que hizo en Roma el ejér-
cito de Alarico no fueron tantos como los que hicieron los antiguos Ga-
los, ni como los que padeció en tiempo de las guerras civiles, ni como
los que padeció en tiempo de Nerón, según lo aseguran autores con-
temporáneos, como dicen Fleuri, y Milles, etc.; y, sobre todo, no fue-
ron tantos como todos los que aquí anuncia claramente la profecía, que
habla de la ruina total y exterminio eterno: Ya no será hallado jamás…
luz de antorcha no lucirá jamás en ti… voz de esposo ni de esposa no
será oída más en ti, etc. 1.
[270] Lo segundo: en tiempo de Alarico, esto es, en el quinto siglo
de la era cristiana, ¿qué Roma saqueó este príncipe bárbaro? ¿Qué Ro-
ma destruyó e incendió casi del todo? ¿Acaso a Roma idólatra, a Roma
inicua, a Roma fornicaria y meretriz por su idolatría? Cierto que no,
porque en este tiempo ya no había tal Roma. La Roma única que había
en este tiempo, y que persevera hasta hoy, era toda cristiana; ya había
arrojado de sí todos los ídolos; por consiguiente ya no merecía el nom-
bre de fornicaria y meretriz, ya adoraba al verdadero Dios y a su único
Hijo Jesucristo, ya estaba llena de iglesias o templos en que se celebra-
ban los divinos oficios, pues dice la historia que Alarico mandó a sus
soldados que no tocasen los edificios públicos ni los templos; ya, en
fin, era Roma una mujer cristiana, penitente y santa. Siendo esto así,
¿os parece ahora creíble que en esta mujer ya cristiana, penitente y
santa, se verificase el castigo terrible, anunciado contra la inicua mere-
triz? ¿Os parece creíble que los delitos de Roma, idólatra e inicua, los
viniese a pagar Roma cristiana, penitente y santa? ¿Os parece creíble
que esta Roma cristiana, penitente y santa, sea condenada como una
gran meretriz, sólo porque en otros tiempos había sido idólatra? Con-
sideradlo bien, y ved si lo podéis comprender, que yo confieso mi insu-
ficiencia. Aunque esta opinión no tuviese otro embarazo que éste, ¿no
bastaría este solo para desecharla del todo? Leed, no obstante, todo el
capítulo 18 y parte del 19, y hallaréis otros embarazos iguales o mayo-
res, en cuya observación yo no pienso detenerme un instante más.
Segunda opinión
[271] Considerando las graves dificultades que padece la primera
opinión, ciertamente inacordables con la profecía, han juzgado casi to-
dos los doctores que no se habla en ella de la antigua Roma, sino de otra
Roma todavía futura, confesando ingenuamente que en ella se verifica-
rán así todos los delitos, como el terrible castigo que se le anuncia.
¿Cuándo sucederá todo esto? Sucederá, dicen con gran razón, en los
tiempos del Anticristo, como se infiere y convence evidentemente de
todo el texto. Para componer ahora esta ingenua confesión con el honor
y consuelo de la ciudad sacerdotal y regia, que es lo que en ambas opi-
niones se tira a salvar a toda costa, ha parecido conveniente, o por me-
jor decir necesario, hacer primero algunas suposiciones, sin las cuales
se podría temer, con bueno y óptimo fundamento, que la composición
fuese no sólo difícil, sino imposible. Ved aquí las suposiciones, o las ba-
ses fundamentales sobre que estriba en la realidad todo este edificio.
[272] Primera: el imperio romano debe durar hasta el fin del mun-
do. Segunda: este imperio, que ahora y muchos siglos ha está tan dis-
minuido que apenas se ve una reliquia o una centella, volverá hacia los
últimos tiempos a su antigua grandeza, lustre y esplendor. Tercera: las
cabezas de este imperio serán en aquellos últimos tiempos, no sola-
mente infieles e inicuas, sino también idólatras de profesión. Cuarta:
se harán dueños de Roma sin gran dificultad; pondrán en ella de nue-
vo la corte del nuevo imperio romano; por consiguiente, volverá Roma
a toda aquella grandeza, riquezas, lujo, majestad y gloria que tuvo en
los pasados siglos, por ejemplo en tiempo de Augusto. Quinta: deste-
rrarán de Roma estos impíos emperadores al Sumo Sacerdote de los
Cristianos, y junto con él a todo su clero secular y regular, y también a
todos los Cristianos que no quisieren dejar de serlo, con lo cual, libre
Roma de este gran embarazo, establecerá de nuevo el culto de los ído-
los, y volverá a ser tan idólatra como antes.
[273] Hechas todas estas suposiciones, que como tales no necesi-
tan de prueba, es ya facilísimo concluir todo lo que se pretende, y pre-
tender todo cuanto se quiera; es fácil, digo, concluir que, aunque la
profecía habla ciertamente contra Roma futura, revelando sus delitos
también futuros, y anunciándole su condigno castigo, mas no habla de
modo alguno contra Roma cristiana; pues ésta, así como es incapaz de
tales delitos, así lo es de tales amenazas y de tal castigo. Con esta inge-
niosidad se salva la verdad de la profecía, se salva el honor de la gran-
de reina, y ella queda consolada, quieta, segura, sin que haya cosa al-
guna que pueda perturbar su paz o alterar su reposo; pues la indigna-
ción tan ponderada del esposo no es ni puede ser contra ella, sino so-
lamente contra sus enemigos. Estos enemigos, o esta nueva Roma así
considerada (prosigue la explicación), cometerá sin duda nuevos y ma-
yores delitos que la antigua Roma; volverá a ser fornicaria, meretriz y
prostituta, esto es, idólatra (porque en ambas opiniones se explica del
mismo modo la fornicación metafórica con los reyes de la tierra, sin
querer hacerse cargo de que los reyes y los ídolos son dos cosas infini-
tamente diversas); volverá a ser soberbia, orgullosa, injusta y cruel;
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 277
mento se asegura que el imperio romano volverá a ser lo que fue; que
Roma, nueva corte del imperio romano, volverá a la grandeza, majestad
y gloria que tuvo antiguamente? ¿Que las cabezas de este imperio, resi-
dentes en Roma, serán étnicas o idólatras? ¿Que desterrarán de Roma
la religión cristiana e introducirán de nuevo el culto de los ídolos? ¿Que
Roma ya idólatra se unirá con el Anticristo, rey de los Judíos, y favore-
cerá sus pretensiones? ¿Que diez reyes, en fin, o por odio del Anticris-
to antes de ser vencidos, o de mandato suyo después de vencidos, ha-
rán en Roma aquella terrible ejecución? ¿No es esto, propiamente ha-
blando, fabricar en el aire grandes edificios? ¿No podrá pensar alguno
sin temeridad, que todos estos modos de discurrir son una pura con-
templación y lisonja, con apariencia de piedad? Diréis, acaso, lo pri-
mero: que todo esto se hace prudentemente por no dar ocasión a los
herejes y libertinos a hablar más despropósitos de los que suelen con-
tra la Iglesia romana; mas esto mismo es darles mayor ocasión, y con-
vidarlos a que hablen con menos sinrazón, poniéndoles en las manos
nuevas armas, y provocándolos a que las jueguen con más suceso. La
Iglesia Romana, fundada sobre piedra sólida, no necesita de lisonja, o
de puntales falsos y débiles en sí, para mantener su dignidad, su pri-
macía sobre todas las Iglesias del orbe, y sus verdaderos derechos, a
los cuales no se opone de modo alguno la profecía de que hablamos.
[276] Acaso diréis, lo segundo: que este modo de discurrir de la
mayor parte de los doctores sobre esta profecía, es también prudentí-
simo por otro aspecto, pues también se endereza a no contristar fuera
de tiempo y de propósito a la soberana o madre común; mas por esto
mismo debía decirse con humildad y reverencia la pura verdad. Lo que
parece prudencia, y se llama con este nombre, muchas veces merece
más el nombre de imprudencia, y aun de verdadera traición y tiranía.
Por esto mismo, digo, debían sus verdaderos hijos y fieles súbditos
procurar contristar a la soberana madre común en este punto, y de-
bían alegrarse de verla contristada, si por ventura viesen alguna señal
de contristación: No porque os contristasteis, sino porque os contris-
tasteis a penitencia, como decía San Pablo a los de Corinto 1. Esta con-
tristación, que es según Dios, no puede causar sino grandes y verdade-
ros bienes; porque la tristeza que es según Dios (prosigue el Apóstol)
engendra penitencia estable para salud; mas la tristeza del siglo en-
gendra muerte 2. Cualquier siervo, cualquier vasallo, cualquiera hijo
hará siempre un verdadero obsequio y servicio a su señor, a su sobe-
rano, a su padre o madre, en contristarlos de este modo; y cualquier
señor o soberano, o padre o madre, que no hayan perdido el sentido
común, deberán estimar más esta contristación que todas las seguri-
1 2 Cor. 7, 9.
2 2 Cor. 7, 10.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 279
1 Apoc. 17, 3.
2 Apoc. 17, 6.
3 Apoc. 17, 6.
280 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Apoc. 18, 7.
2 Apoc. 18, 8.
3 Miq. 6, 7.
4 Sal. 49, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 281
1 Apoc. 18, 7.
2 Nah. 3, 4.
3 Nah. 3, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 283
1 Is. 3, 12.
2 Lc. 19, 12.
3 Rom. 11, 20-21.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 287
Se propone y resuelve
la mayor o la única dificultad
que hay contra nuestro sistema del Anticristo
PÁRRAFO 15
[293] Todo cuanto hemos trabajado hasta aquí en recoger y unir
en un cuerpo moral las diversas piezas de que se debe componer el An-
ticristo, o en armar esta grande máquina, parecerá sin duda un trabajo
perdido, si no respondemos de un modo natural, claro y perceptible, a
1 2 Tes. 2, 1-11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 289
1 2 Tes. 2, 4.
2 Gen. 6, 7.
3 Gen. 49, 1.
4 Gen. 49, 14.
5 Gen. 49, 27.
6 Gen. 49, 21.
7 Deut. 6, 3.
8 Deut. 32, 18.
290 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
tó? 1. ¿Quién dirá que David habla de un hombre individuo, cuando di-
ce en singular: Levántate, Señor, no se fortifique el hombre 2…; no
temeré lo que el hombre me haga 3, porque me pateó el hombre 4; Pan
de ángeles comió el hombre? 5. ¿Quién dirá que Isaías habla de algún
hombre individuo, llamado Egipto, cuando dice: El Egipto es hombre,
y no Dios? 6. De estos ejemplares pudiera citar con poco trabajo mate-
rial dos o tres millares, porque éste es un modo propio de hablar en
toda suerte de escrituras sagradas y profanas, cuando se habla de mu-
chos que moralmente componen un todo.
[297] El mismo San Pablo habló ciertamente con todas las gentes
cristianas entonces presentes y futuras, y no obstante casi siempre les
habla en singular, como si hablase con un solo individuo; por ejemplo: Y
tú, siendo acebuche, fuiste injerido en ellos, y has sido hecho partici-
pante de la raíz y de la grosura de la oliva. No te jactes contra los ra-
mos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti… Mas
tú por la fe estás en pie: pues no te engrías por eso, mas antes teme 7.
Supongamos ahora por un momento que el Anticristo ha de ser un
cuerpo moral, como lo hemos considerado; en este caso, ¿no serían ver-
daderas y propísimas las expresiones de San Pablo? ¿No le convendrían
perfectamente bien a este cuerpo moral los nombres de el hombre de
pecado, el hijo de perdición, etc.? Parece que sí, y mucho más que si se
hablase en plural, diciendo hombres de pecado, hijos de perdición.
Aunque las piedras que forman un palacio o un templo, consideradas en
sí mismas, sean muchísimas, y se hable de ellas en plural, mas después
que se ven unidas entre sí, después que se ven puestas en aquel orden a
que están destinadas, ya no se habla de ellas en plural, sino en singular;
ya no se habla de ellas sino como se habla de un individuo; ya todo aquel
conjunto, o agregado, se llama propiamente un palacio o un templo. Del
mismo modo, aunque todos los individuos que deben componer el Anti-
cristo, considerados en sí mismos, sean innumerables, mas considera-
dos en unión, en cuerpo, en aquella especie de orden necesario para
formar toda la máquina anticristiana, en este aspecto, digo, que todos
aquellos individuos son un todo, son un cuerpo, son un Anticristo o
contra-Cristo, y ya se puede hablar de todos ellos como se habla de una
persona, dando a todo aquel conjunto el nombre que le da el Apóstol
(cuando dice) el hombre de pecado, el hijo de perdición, etc. En todo es-
to, lejos de hallarse impropiedad alguna digna de reparo, se halla por el
1 Num. 21, 3.
2 Sal. 9, 20.
3 Sal. 117, 6.
4 Sal. 55, 2.
5 Sal. 77, 25.
6 Is. 31, 3.
7 Rom. 9, 17-18, 20.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 291
1 1 Cor. 3, 1-2.
2 Rom. 11, 30-31.
292 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sal. 2, 2.
2 2 Tes. 2, 4.
294 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Mt. 24, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 295
1 Dan. 9, 26-27.
2 2 Tes. 2, 4.
3 2 Tes. 2, 4.
296 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[307] Pues ¿de qué templo de Dios habla San Pablo? Los que dicen
que este texto es clarísimo, y por su claridad es decisivo en el asunto,
debían hacerse cargo de todos estos embarazos. Debían así mismo ha-
cerse cargo de otras cosas particulares del mismo texto, en que se ex-
plican tan poco, tan de prisa, tan en confuso, que nos dejan en la mis-
ma, y aun en mayor oscuridad. ¿Qué significado tienen, por ejemplo,
aquellas palabras: Y sabéis qué es lo que ahora le detiene, a fin que
sea manifestado a su tiempo. Porque ya está obrando el misterio de
la iniquidad, sólo que el que está firme ahora, manténgase, hasta que
sea quitado de en medio. Y entonces se descubrirá aquel perverso?…
Aquí confiesan que está oscuro el Apóstol; y como si hubiesen consul-
tado el punto con él mismo, señalan luego la razón que tuvo para ha-
blar con tanta oscuridad. ¿Cuál fue esta razón? Fue, dicen, por no oca-
sionar alguna persecución contra los Cristianos, si acaso esta epístola
llegase a manos del emperador Nerón, pues en esta cláusula oscura
habla del mismo Nerón, y de todo el imperio romano; y lo que en sus-
tancia quiere decir es que el fin y ruina de este grande imperio ha de
preceder inmediatamente, y ha de ser como una señal clara y mani-
fiesta, de la revelación del Anticristo y de su monarquía universal. ¿Y
será creíble, digo yo, que San Pablo hable aquí de Nerón, o del imperio
romano, después de sepultado y convertido en polvo? ¿Será creíble se
hable todavía de él en nuestra tierra como se hablaba en tiempo de
Constantino o de Teodosio? Cierto que leemos con nuestros ojos algu-
nas cosas tan extrañas, que aun después de leídas, nos parece imposi-
ble que puedan escribirse.
[308] Pero volvamos a nuestro propósito. ¿De qué templo de Dios
habla aquí San Pablo? Así como para entender bien la palabra aposta-
sía nos es necesario consultarlo con el mismo San Pablo en otros luga-
res de sus epístolas, así del mismo modo, para entender la palabra
templo de Dios, deberemos consultarlo con el mismo Apóstol. No ha-
biendo otro lugar en toda la Escritura que nos pueda dar sobre esto al-
guna luz, sería un óptimo expediente para inquirir la mente de San
Pablo consultar atentamente sus otros escritos, examinando entre
ellos estos dos puntos, que son los que por ahora necesitamos. Prime-
ro: si la palabra templo de Dios se halla alguna o algunas veces en los
escritos de este Apóstol. Segundo: en qué sentido se halla esta palabra
siempre que se halla. Hecho este examen con poco o mucho trabajo,
yo discurro así, y propongo mi discurso en forma de consulta a cual-
quier juez imparcial.
[309] En todas las 14 epístolas de San Pablo, solas siete veces se ha-
lla esta palabra templo de Dios. En las seis primeras el sentido es uno
mismo, y está manifiesto y clarísimo: siempre se toma en sentido figu-
rado y espiritual, nunca en sentido material, como luego veremos; mas
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 297
1 1 Cor. 3, 16-17.
2 1 Cor. 6, 19.
3 2 Cor. 6, 16.
4 1 Ped. 2, 5.
298 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 2 Tes. 2, 4.
2 2 Cor. 6, 16.
3 Apoc. 13, 6.
4 Apoc. 13, 7.
5 2 Tes. 2, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 299
1 2 Ped. 1, 19.
300 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
los doctores para que trabajen en él; jamás ha tomado partido por al-
guna de sus opiniones; jamás ha probado ésta como cierta, ni repro-
bado aquélla como errónea; jamás, en fin, ha hablado una palabra,
sino cuando algunas de estas opiniones se oponen por algún lado, o se
oponen manifiestamente, a algunas de las verdades fundamentales,
ciertas e indubitables que ha recibido. Así, lo que sobre estas profecías
han discurrido los doctores, se puede recibir o no recibir, según las ra-
zones buenas o no buenas en que se fundaren. Y aunque digan y afir-
men que esto o aquello es una verdad, y una verdad de fe (como tal vez
suelen avanzar, sin otra razón que citarse los unos a los otros), no por
eso dejamos de quedar en perfecta libertad para examinar la razón o
fundamento con que lo dicen. Si el fundamento, después de bien exa-
minado, se halla sólido y firme, deberemos estar con ellos, no… por-
que ellos así lo juzgan, sino porque lo persuaden o con la autoridad
de algún texto canónico, o con alguna razón de peso 1. La autoridad
extrínseca, en estas cosas de que hablamos, no tiene otra firmeza, ni la
puede tener, sino el fundamento sobre que estriba. Mas si el funda-
mento, después de bien examinado, no se halla suficiente; si el tiempo,
o las circunstancias, o la casualidad, o sobre todo la providencia, des-
cubren y muestran claramente otra cosa diversa, ¿no podremos en es-
te caso, o no deberemos en conciencia, apartarnos en aquellos puntos
particulares del sentimiento de los doctores? ¿No podremos a lo me-
nos apelar de los doctores muertos a los doctores vivos? ¿No podre-
mos proponerles a éstos nuestras dudas, y pedirles un nuevo, un más
atento y más maduro examen?
[315] Este solo fruto quisiera yo sacar de todas las observaciones
hechas hasta aquí, y que se han de ir haciendo en adelante. Con esto
solo me parece que quedaré contento. Lejos de querer ser creído sobre
mi palabra, lo que más deseo es ser examinado con todo aquel rigor
que prescriben las leyes de la crítica, o las leyes de la recta razón ilu-
minada con la lucerna de la fe: Porque andamos por fe, y no por vi-
sión 2. Las cosas particulares de que trato son innegablemente de su-
ma importancia, de sumo interés. Por otra parte, el sistema presente
del mundo, el estado actual de la Iglesia de Cristo en muchos de sus
miembros, muy semejantes a aquel ángel séptimo del Apocalipsis, ni
frío, ni caliente 3, parece que dan gritos a sus ministros, y les piden
instantemente que sacudan el sueño, que abran los ojos, y que miren y
observen con mayor atención.
[316] Tengo propuesto un nuevo Anticristo. Si éste es el verdadero
o no, yo no decido. Este juicio toca al juez, no a la parte. Así, no lo pro-
pongo como una aserción, sino como una mera consulta, sujetando de
buena fe todo este Anticristo, con todas las piezas de que se compone,
no solamente al juicio de la Iglesia, que esto se debe suponer, sino
también al juicio particular de los sabios que quisieren tomar el traba-
jo, no inútil, de examinarlo, de corregirlo, de ilustrarlo, de perfeccio-
narlo, y si les parece, también de impugnarlo. Sólo se les pide a éstos,
o por justicia, o por gracia, que su examen o su impugnación no venga
finalmente a reducirse a la autoridad puramente extrínseca. En este
caso protesto la violencia. Yo no ignoro que esta autoridad, por la ma-
yor parte, nada me favorece; por tanto, si por ella sola soy juzgado, la
sentencia contra mí será cierta, pero ¿será justa? El examen, pues, o la
impugnación, deberá hacerse por el fundamento en que estriba, o debe
estribar, esta autoridad extrínseca, no por la misma autoridad. El texto
de San Pablo, que es el único fundamento, no es tan claro a favor de
una persona singular, que no necesite de nuevo examen; y este exa-
men es el que deseamos y pedimos, si bien otros autores modernos,
que ya he indicado, han negado a su arbitrio, y procurado probar, que
por Anticristo no se entiende un individuo solo.
Dos anotaciones
PRIMERA ANOTACIÓN
[317] En el párrafo 4 se traen aquellas palabras de la epístola pri-
mera de San Juan, espíritu que divide a Jesús, como la propia defini-
ción del Anticristo, y se dice que estas palabras no suenan otra cosa, en
su propio y natural sentido, que la apostasía verdadera de la religión
cristiana que antes se profesaba. No obstante, desde el párrafo 7 se em-
pieza a hablar de una bestia de siete cabezas, como que ésta es el verda-
dero Anticristo; mas entre estas siete cabezas, sólo cinco hay a quienes
pueda competir el dividir a Jesús, o la apostasía, pues las otras dos, que
son el mahometismo y la idolatría, como no tienen atadura alguna con
Jesús, tampoco pueden desatarlo, o desatarse de él. O estas dos cabe-
zas de la bestia no vienen al caso, o no es justa la definición.
RESPUESTA
[318] En varias partes de este fenómeno hemos advertido que la
expresión dividir a Jesús, no solamente la tomamos en sentido pasivo,
sino también y principalmente en sentido activo. El dividir a Jesús, en
sentido pasivo, será como el fondo del Anticristo, y como la primera di-
ligencia necesaria para que sobre este fondo se forme todo el Anticristo;
más después de formado enteramente, después de unidas en un cuerpo
todas sus diferentes piezas, el dividir a Jesús será principalmente en
sentido activo, procurando desatarlo de todos cuantos se hallaren en el
mundo atados de algún modo con él, y haciendo para esto una guerra
302 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
viva al cuerpo del Cristianismo y a Cristo mismo. Por eso San Pablo po-
ne primeramente la apostasía, y después la revelación del hombre de
pecado, como que la apostasía es el primer paso necesario para que el
Anticristo se forme enteramente, y se revele o declare públicamente.
Ahora, para hacer esta guerra a Cristo con buen suceso en todas las par-
tes del mundo, le será absolutamente necesario al cuerpo de apóstatas,
fuera de las cinco cabezas que salieron de entre nosotros 1 y ya están
unidas, unir también otras dos más, esto es, muchísimos individuos
principales, que pertenecen al mahometismo y a la idolatría. Estos,
aunque no se verifique en ellos el dividir a Jesús pasivamente, mas lo
verificarán activamente: pues también desatarán a Jesús, o procura-
rán desatarlo, respecto de muchísimos cristianos que entonces se ha-
llarán entre ellos. Así, la definición general parece justa.
SEGUNDA ANOTACIÓN
[319] Las siete cabezas de la bestia del capítulo 13 del Apocalipsis
se explican diciendo que simbolizan siete falsas religiones, o muchos
individuos de cada una de ellas unidos moralmente en un cuerpo, y
animados de un mismo espíritu contra el Señor y contra su Cristo. No
obstante, en el mismo Apocalipsis, capítulo 17, se hallan explicadas en
otro modo estas cabezas: Las siete cabezas que viste en la bestia, se le
dice a San Juan, son siete montes, y también siete reyes 2.
RESPUESTA
[320] En el capítulo 13 del Apocalipsis se habla en general del An-
ticristo y de su misterio de iniquidad; mas en el capítulo 17 se habla en
particular de un solo suceso, perteneciente únicamente a la ciudad de
Roma. Para aquel misterio general, y para este suceso particular, se
usa de una misma metáfora, por la tal o cual relación o conexión que
debe tener lo uno con lo otro. Así, no es maravilla que las cabezas de la
bestia metafórica simbolicen una cosa en el misterio general del Anti-
cristo, y otra cosa diversa en el misterio particular de la mujer; pues
aun en este misterio particular vemos en el texto mismo dos símbolos
diversos de las mismas cabezas, esto es, siete montes, y al mismo tiem-
po siete reyes: Aquí hay sentido que tiene sabiduría, las siete cabezas
son siete montes, sobre los que está sentada la mujer; y también son
siete reyes 3. En el capítulo 13, donde no se habla de esta mujer, la cual
sólo a lo último de este misterio general vino en memoria delante de
Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira 4; en este
1 1 Jn. 2, 19.
2 Apoc. 17, 9 y 16.
3 Apoc. 17, 9.
4 Apoc. 16, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 303
1 MONSEÑOR BOSSUET.
2 Ez. 38, 22.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 305
Escritura divina dice que sí; y lo dice tantas veces, y con tanta claridad,
que es de maravillarse cómo ha podido caber sobre esto alguna duda.
Con todo eso, los intérpretes de la Escritura divina (unos resueltamente
y con presencia de ánimo, otros modestamente y con miedo) dicen o
suponen que no. Se exceptúan de esta regla general muchos varones
eclesiásticos y mártires, o un considerabilísimo número (expresiones
de San Jerónimo) de los cuatro primeros siglos de la Iglesia, los cuales
se desprecian días ha por los doctores peripatéticos; porque fueron Mi-
lenarios, o favorecieron de algún modo éste que llaman error, sueño,
delirio o extravagancia. El fundamento de estos antiguos es cierto que
no fue, ni pudo ser, su propia imaginación, sino la Escritura misma,
como lo es evidentemente. El fundamento de los contrarios, ni es la Es-
critura divina, ni lo puede ser; ya porque la Escritura no se puede opo-
ner a sí misma, siendo su autor el mismo Espíritu de verdad; ya porque
no producen a su favor ningún lugar de la Escritura misma, lo cual es
una prueba evidente de que no lo hay; pues si lo hubiera, así como pa-
rece imposible que no lo produjesen porque se les ocultase, parece mu-
cho más imposible que no lo produjesen como un triunfo. Tampoco
puede ser alguna tradición apostólica, cierta, constante, segura, uni-
forme, universal y declarada por la Iglesia (que son las condiciones ne-
cesarias para una verdadera tradición); porque ésta ni la hay, ni la pue-
de haber. Tradición verdadera de algunas cosas que no constan clara-
mente de la Escritura, la puede haber y la hay; mas de cosas contrarias
y contradictorias a las que constan claramente de la misma Escritura,
repugna absolutamente, y será imposible señalar alguna. No obstante,
un teólogo moderno, tocando el punto de Milenarios sólo en general y
con una suma brevedad, se atreve a pronunciar esta sentencia en tono
definitivo: La verdad opuesta se ha conservado siempre en la Iglesia
romana con las demás tradiciones divinas 1. Si ésta que llama verdad,
la ha conservado siempre la Iglesia romana con todas las otras tradi-
ciones divinas: luego ésta es una tradición divina; luego es una verdad
de fe, así como lo son todas las otras tradiciones divinas; luego todas las
otras tradiciones divinas son unas verdades de fe, así como lo es ésta;
luego ni ésta tiene más firmeza que aquéllas, ni aquéllas más que ésta;
luego… etc. ¡Qué consecuencias! Con razón se queja Monseñor Bossuet
de aquellos doctores que no tienen el menor embarazo en llamar a las
conjeturas de los Padres verdaderas tradiciones y artículos de fe.
[326] Entremos a observar este fenómeno realmente importantí-
simo, con toda la atención y exactitud posible, mirando bien y pesando
en fiel balanza lo que hay por una parte y por otra; y pues nadie nos da
prisa, vamos despacio.
Parábola
PÁRRAFO 1
[327] En cierta ciudad principal, como nos lo aseguran testigos fi-
dedignos, se excitó los años pasados una célebre controversia. La cues-
tión era si el papa Pío VI había ido verdaderamente en su propia per-
sona a la corte de Viena y pasado por esa misma ciudad. Lo que al
principio pareció una mera diversión, o una de aquellas sutilezas de
escuela, que en otros tiempos fueron tan del gusto de los hombres
ociosos, se vio pasar en pocos días a un empeño formal y declarado.
Los que estaban por la parte afirmativa (que a los principios eran los
más), no alegaban otra razón a su favor que el testimonio de sus ojos y
de sus oídos, pareciéndoles que, en una cuestión de hecho, y no de de-
recho, no podía haber otra razón más eficaz, ni más conveniente, ni
más decisiva.
[328] Esta razón, lejos de convencer a los contrarios, era recibida
con sumo desprecio, y tratada de insuficiente, de débil y también de
grosera, y por eso indigna de un hombre racional. Decían, y en esto in-
sistían, que el testimonio de los sentidos no siempre es seguro; que
puede fácilmente engañar aun a los más cuerdos, pues tantas veces los
ha engañado; que el ángel San Rafael no era hombre, y por hombre lo
tuvo el santo Tobías; que Cristo no era fantasma, y por fantasma lo tu-
vieron sus discípulos cuando lo vieron andar sobre las aguas en el mar
de Galilea; que el mismo Cristo no era hortelano, y por hortelano lo
tuvo su Santa discípula María Magdalena; de estos ejemplares citaban
muchísimos con facilidad.
[329] Es verdad, añadían, que el viaje de Pío VI a la corte de Viena
fue un suceso tan público y ruidoso, que no lo ignoraron los ciegos ni
los sordos: aquéllos porque lo oyeron, éstos porque lo vieron. Es ver-
dad que muchísimas ciudades de Alemania y de Italia, y entre ellas la
nuestra, lo recibieron con públicas aclamaciones, le hincaron la rodi-
lla, y recibieron su bendición. Muchas personas eclesiásticas y secula-
res le besaron el pie, lo adoraron como a vicario de Jesucristo, le ha-
blaron y oyeron su voz. También es verdad que los avisos públicos, y
las cartas de los particulares, casi no hablaban de otra cosa, etc.; mas
todo esto, ¿qué importa? (proseguían diciendo); todo esto, ¿qué prue-
ba? ¿No pudo haber sido todo esto una apariencia? ¿No pudo muy
bien haber sucedido que esa persona que todos vieron, y que a todos
pareció la persona misma del Papa, no lo fuese en la realidad? Pues en
efecto, concluían, así fue. Pareció a todos la persona misma del Papa;
mas todos se alucinaron y se engañaron, porque no era sino un minis-
308 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Aplicación
PÁRRAFO 2
[331] Un escritor antiguo, y de grande autoridad entre los Cristia-
nos, refiere prolijamente, con todas sus circunstancias las más indivi-
duales, un suceso de que él mismo fue testigo ocular. Este escritor céle-
bre es aquél mismo, el cual ha dado testimonio de la palabra de Dios,
y testimonio de Jesucristo, de todas las cosas que vio 1. Su relación es
como se sigue. Concluidos los 42 meses que debe durar la tribulación
horrible, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni se-
rá 2, de la cual tribulación se ha hablado tanto desde el capítulo 13 del
Apocalipsis, se seguirá luego inmediatamente lo que acabo de ver.
[332] Vi el cielo abierto, y lo primero que vi fue un caballo blanco,
sobre el cual venía sentado un personaje admirable, que tiene el nom-
1 Apoc. 1, 2.
2 Mt. 24, 21.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 309
bre, o por nombre, el Fiel, el Veraz, el que juzga y castiga con justicia.
Sus ojos, llenos de indignación, parecían dos llamas de fuego, y su ca-
beza se veía adornada, no con una sola, sino con muchas coronas. Te-
nía otro nombre escrito, que ninguno es capaz de comprender plena-
mente su significado, sino él solo. Su vestido se veía todo teñido en
sangre, y su propio nombre, con que debe ser llamado y conocido de
todos, es el Verbo de Dios 1. Seguían a este personaje admirable todos
los ejércitos del cielo, sentados asimismo en caballos blancos, y vesti-
dos de lino blanco y limpio. De su boca salía una espada terrible de dos
filos, para herir con ella a las Gentes. El es el que las ha de juzgar y
gobernar con vara de hierro, y él mismo es el que ha de calcar el lagar
del vino del furor y de la ira de Dios omnipotente. En suma, en el ves-
tido o manto real de este mismo personaje admirable, se leían claras, y
en varias partes, estas palabras: Rey de reyes y Señor de señores 2.
[333] Puesto en marcha este grande ejército, vi un ángel en el sol,
el cual a grandes voces convidaba a todas las aves del cielo: Venid, les
decía, y congregaos a la grande cena que os prepara el Señor. Comeréis
las carnes de los reyes, de los capitanes, de los soldados, de los caba-
llos y caballeros, de libres y esclavos, de grandes y pequeños. En esto
vi que aparecía por otra parte la bestia de siete cabezas, y con ella, o en
ella, los reyes de la tierra con todos sus ejércitos, que tenían congrega-
dos para hacer guerra al Rey de los reyes. La función se decidió desde
el primer encuentro. La bestia fue presa en primer lugar, y con ella el
pseudoprofeta, o la segunda bestia de dos cuernos, que era la que ha-
cía los milagros, y la que había seducido a los habitantes de la tierra,
haciéndoles tomar el carácter de la primera bestia, o declararse por
ella. Estas dos bestias, y todo lo que en ellas se comprende, fueron arro-
jadas vivas en un grande estanque de fuego, que arde y se alimenta con
azufre. La demás muchedumbre fue muerta con la espada del Rey de
los reyes, que salía de su boca, y todas las aves se hartaron este día con
sus carnes. Oigamos a la letra el texto de San Juan, que dice: Y vi el
cielo abierto, y pareció un caballo blanco, y el que estaba sentado so-
bre él, era llamado Fiel y Veraz, el cual con justicia juzga y pelea. Y
sus ojos eran como llama de fuego, y en su cabeza muchas coronas. Y
tenía un nombre escrito, que ninguno ha conocido sino él mismo. Y
vestía una ropa teñida en sangre, y su nombre es llamado el Verbo de
Dios. Y le seguían las huestes que hay en el cielo, en caballos blancos,
vestidos todos de lino finísimo, blanco y limpio. Y salía de su boca
una espada de dos filos, para herir con ella a las Gentes. Y él mismo
las regirá con vara de hierro, y él pisa el lagar del vino del furor de la
ira de Dios Todopoderoso. Y tiene en su vestidura, y en su muslo, es-
1 Is. 63, 2.
2 Apoc. 1, 14.
3 Apoc. 1, 16.
4 Sal. 2, 9.
5 Is. 63, 3-4.
312 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[339] Yo estoy muy lejos de creer, ni me parece creíble, que por es-
ta sola razón nieguen los doctores que sea Jesucristo mismo, en su
propia persona, el personaje sacrosanto de que vamos hablando. Pare-
ce imposible que no tengan otra razón oculta, la cual por justos moti-
vos no pueden declarar. Si alguna vez es lícito juzgar de las intenciones
del prójimo, en esta ocasión lo podemos hacer sin escrúpulo alguno,
así por ser claras y palpables, como por ser inocentes y justas, atendi-
das las circunstancias, de lo cual no dudamos. Otra razón, pues, hay
que es la verdadera y la única, pero pide una gran circunspección.
¿Cuál es ésta? Que su sistema general sobre la segunda venida del Me-
sías, en que han tomado partido (por las razones que se irán viendo en
adelante) y en que han procurado explicar todas las Escrituras, cae al
punto, se desvanece, se aniquila, sólo con este lugar del Apocalipsis,
sólo con admitir y confesar, como parece necesario, que se habla en él
de la persona de Jesucristo, y de su venida que esperamos en gloria y
majestad. Vedlo claro.
[340] Si una vez se concede que aquel personaje admirable, que
baja del cielo a la tierra con tanta gloria y majestad, es el mismo Jesu-
cristo en su propia persona, es necesario conceder que allí se habla ya
de su venida segunda, que creemos y esperamos todos los Cristianos
como un artículo esencial de nuestra religión. Sólo se han creído, se
creen y se creerán dos venidas del mismo Señor Jesucristo, de las cua-
les todas las Escrituras dan claros testimonios: una que ya sucedió,
otra que infaliblemente debe suceder. Digo esto, no al aire y fuera de
propósito, sino porque sé que muchos doctores (aun sin contar a
Adriano y Berruyer) admiten y suponen muchas otras venidas del Se-
ñor en gloria y majestad, aunque ocultas (lo cual me parece una ver-
dadera implicación in terminis); y con estas venidas ocultas que supo-
nen, pretenden explicar no pocos lugares de los Profetas y aun de los
Evangelios; pero lo cierto es que todo se avanza libremente, sólo por
huir la dificultad y salvar de algún modo el sistema. En suma: ni las
Escrituras, ni la Santa Madre Iglesia, nos enseñan más que dos únicas
venidas del mismo Hijo de Dios; y cualquiera otra cosa que sobre esto
se avance, lo podemos y aun debemos despreciar, no solamente como
mal fundado, sino como falso y perjudicial, pues con estas suposicio-
nes arbitrarias se cubren las Escrituras con nuevos velos, y se oculta
más la verdad. Prosigamos.
[341] Si se concede que el personaje sacrosanto de que hablamos es
Jesucristo en su propia persona, y que se habla ya de su segunda venida
en gloria y majestad, parece imposible (piénsese como se pensare), pa-
rece imposible separar un momento el fin del Anticristo de la venida
de Cristo, que creemos y esperamos en gloria y majestad. ¿Por qué?
Porque así el personaje sacrosanto, como todos los ejércitos celestiales
314 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
que lo siguen, como la espada de dos filos que trae en su boca, como en
suma todo aquel grande y magnífico aparato, se ve en el texto sagrado
encaminarse todo directa e inmediatamente contra la bestia, contra el
Anticristo, contra los reyes de la tierra, contra todos sus ejércitos con-
gregados para pelear con el que estaba sentado sobre el caballo, y co-
mo se dice en el salmo 2: Asistieron los reyes de la tierra, y se manco-
munaron los príncipes, contra el Señor y contra su Cristo; se ve en el
texto sagrado que toda la bestia, todo el Anticristo, todos los reyes que
lleva en la cabeza, con todos sus ejércitos, serán en aquel día destruidos
enteramente, y abandonada toda aquella multitud inmensa de cadáve-
res a todas las aves del cielo, ya congregadas a la grande cena de Dios.
[342] Ahora, pues, si todo esto se concede; si, por consiguiente, no
se separa el fin del Anticristo, y de todo su misterio de iniquidad, de la
venida de Cristo en gloria y majestad, ¿qué se sigue? ¡Oh, qué conse-
cuencia tan importuna y tan terrible! Se sigue evidentemente, según
todas las reglas de la sana lógica, así antigua como moderna, que todas
aquellas cosas particulares, y no ordinarias, que están anunciadas cla-
ramente en las Escrituras para después del Anticristo (las cuales con-
fiesan todos los doctores, confesando al mismo tiempo y del mismo
modo que piden tiempo, y no poco, para verificarse cómodamente),
estas cosas, digo, que deben verificarse después de destruido y aniqui-
lado el Anticristo, deberán igualmente verificarse después de la venida
del Señor Jesucristo en gloria y majestad. Más claro: aquel no pequeño
espacio de tiempo que todos los doctores se ven precisados a conceder
después de destruido el Anticristo, lo deberán conceder después de la
venida de Cristo en gloria y majestad, y con esto solo, adiós sistema.
[343] Para evitar el terrible golpe de una consecuencia tan clara o
tan oportuna, ¿qué remedio? Difícilmente se hallará otro más oportu-
no, ni más ingenioso, ni más eficaz, que el que vamos ahora conside-
rando, esto es: negar resueltamente que se hable en este lugar de la
venida de Cristo que esperamos, en su propia persona, concediéndola
liberalmente en su virtud o en su potestad. Sustituir en lugar de la per-
sona de Cristo al príncipe San Miguel (el cual como se dice en Daniel,
es uno de los primeros príncipes 1, no el primero de todos); sustituir,
digo, a este gran príncipe, sin otro fundamento que suponerlo así, es
prepararse para hacer lo mismo sin misericordia, con cualquiera otro
lugar de la Escritura que hable con la misma o mayor claridad, y que
se atreva a unir el fin del Anticristo con la venida del Señor en gloria y
majestad. De estos lugares hablaremos de propósito en el párrafo 4.
Ahora nos es necesario e indispensable asegurarnos primero de este
grande espacio de tiempo que debe haber después del Anticristo.
PÁRRAFO 3
[344] No hay intérprete alguno, que yo sepa, que no admita como
cierto e indubitable un espacio de tiempo, pequeño o grande, determi-
nado o indeterminado, después del Anticristo. La divina Escritura se
explica sobre esto con tanta claridad, que no deja lugar a otra interpre-
tación. Es verdad que muchas cosas (mejor diremos casi todas) de las
que están anunciadas para este tiempo, se procuran disimular y aun
encubrir por varios de ellos con el mayor empeño, acomodando las
que lo permiten, ya a la Iglesia presente en sentido alegórico, ya al cie-
lo en sentido anagógico, ya a cualquiera alma santa en sentido místi-
co, y omitiendo del todo las que no se dejan acomodar, que no son po-
cas, ni de poca consideración. No es mi ánimo examinar por ahora, ni
aun siquiera apuntar, todo lo que hay en las Escrituras reservado visi-
blemente para después del Anticristo. Estas cosas, o muchas de ellas,
tendrán en adelante su propio lugar. Para mi propósito actual me bas-
tan aquellas pocas que son concedidas de todos, pues por ellas tienen
por indubitable dicho espacio de tiempo. Algunos pretenden que este
tiempo durará solamente cuarenta y cinco días. Fúndanse en aquellas
palabras bien oscuras de Daniel: Y desde el tiempo en que fuere quita-
do el sacrificio perpetuo, y fuere puesta la abominación para desola-
ción, serán mil doscientos y noventa días. Bienaventurado el que espe-
ra, y llega hasta mil trescientos y treinta y cinco días 1. El residuo en-
tre uno y otro número son 45. Mas este tiempo les parece a los más po-
quísimo para los muchos y grandes sucesos que desean colocar en él.
[345] El primero de todos es la conversión de los Judíos, que tan-
tas veces y de tantas maneras se anuncia en las Escrituras, y que los
doctores no hallan dónde colocarla que no estorbe, sino después de la
muerte del Anticristo. Esta conversión, dicen o deciden, sucederá des-
pués que los Judíos vean muerto al Anticristo, que creían inmortal;
después que vean descubiertos y patentes a todo el mundo los embus-
tes y artificios diabólicos de aquel inicuo, que ellos habían recibido y
adorado por su Mesías. Con este desengaño, avergonzados y confusos,
abrirán finalmente los ojos, renunciarán a sus vanas esperanzas, y
abrazarán de veras el Cristianismo. Pasemos por alto (y con la mayor
1 2 Mac. 2, 4-5.
2 2 Mac. 2, 7-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 317
Mas leído todo este capítulo, hallamos otra cosa infinitamente diversa.
En él se habla únicamente del fuego del templo que escondieron algu-
nos píos sacerdotes en un pozo vecino, el cual, conservado por tradi-
ción de padres a hijos hasta el tiempo de Nehemías, esto es, por espa-
cio de 150 años poco más o menos, envió el mismo Nehemías a los
descendientes de dichos sacerdotes a que buscasen el pozo, y sacasen
fuera lo que hallasen en él: No hallaron el fuego, sino una agua cra-
sa 1; con la cual agua hizo rociar el sacrificio, y la leña que estaba pre-
parada; y sin otra diligencia se encendió la leña, y se consumió el sa-
crificio, y todos se maravillaron. Mas esto, ¿qué conexión tiene con lo
que se dice en el capítulo 2? ¿Es lo mismo el fuego que escondieron los
sacerdotes en un valle vecino, que el tabernáculo, el arca, el altar que
llevó Jeremías a la tierra de Moab, a la otra parte del Jordán, y que es-
condió en una cueva del monte Nebo? Este depósito sagrado, ¿se ha
descubierto jamás? ¿No es cierto que se ha de descubrir alguna vez?
¿Cuándo? Cuando reúna Dios la congregación del pueblo, y se le
muestre propicio; y entonces mostrará el Señor estas cosas, y apare-
cerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a
Moisés, y así como apareció a Salomón, cuando pidió que el templo
fuese santificado para el grande Dios 2.
[348] Aún será menester mucho más tiempo si, después de la
muerte del Anticristo, se verifica aquella nueva y exactísima reparti-
ción de toda la tierra prometida entre todas las tribus de Israel; la cual
repartición se halla anunciada con la mayor claridad y precisión en el
capítulo último de Ezequiel, y ni se ha verificado hasta ahora, como es
por sí conocido, ni es muy creíble que se verifique un suceso tan gran-
de, sólo para que dure cuatro días. Acaso se dirá que esta profecía se
verificará en tiempo del Anticristo, cuando éste sea reconocido por
Mesías, y ponga en Jerusalén la corte de su imperio universal; mas
fuera de lo que queda dicho contra este supuesto Mesías, y contra todo
su imperio imaginario, el texto mismo de la profecía, con todo su con-
texto, lo contradice manifiestamente. En el tiempo de dicha reparti-
ción de la tierra se suponen todas las tribus recogidas de todas las na-
ciones donde están esparcidas, no por manos de hombres, sino por el
brazo omnipotente de Dios vivo; se suponen en estado de confusión,
de llanto y de penitencia; se suponen humildes y dóciles a la voz de su
Dios, y obedientes a sus mandatos; se suponen bañadas con aquella
agua limpia (símbolo claro de la infusión del Espíritu Santo sobre
ellas) que se les promete en el capítulo 36 del mismo Profeta, desde
donde, hasta el fin de la profecía en los 14 capítulos siguientes, se ha-
bla ya seguidamente de su vocación a Cristo, y a la dignidad de pueblo
1 2 Mac. 1, 20.
2 2 Mac. 2, 7-8.
318 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
table que se lee expresa en esta profecía, esto es, que sucedida la muer-
te de Gog, y la ruina total de toda su infinita muchedumbre en la tierra
y montes de Israel, los Judíos, contra quienes habían venido injustísi-
mamente, quedarán ricos con los despojos de este ejército terrible, y
una de sus principales riquezas será la leña. Por espacio de siete años,
dice la profecía, no tendrán el trabajo de cortar árboles en sus bos-
ques, ni buscar leña por otras partes, porque la tendrán con abundan-
cia sólo con las armas del ejército de Gog: Y saldrán los moradores de
las ciudades de Israel, y encenderán y quemarán las armas, el escudo
y las lanzas, el arco y las saetas, y los báculos de las manos, y las pi-
cas, y los quemarán con fuego siete años. Y no llevarán leña de los
campos, ni la cortarán de los bosques, porque quemarán las armas al
fuego, y despojarán a aquéllos de quienes habían sido presa, y roba-
rán a los que los habían destruido, dice el Señor Dios 1. Según esto, te-
nemos después del Anticristo, y aun después de Gog, amigo y capitán
suyo, vengador de su muerte, un espacio de siete años cuando menos.
Digo, cuando menos: porque no es creíble que, acabada la leña del
ejército de Gog, se acabe con ella también el mundo. De esto parece se
hacen cargo no pocos doctores graves con San Jerónimo; los cuales
son de parecer que estos siete años de que habla este profeta significan
indeterminadamente muchos años; lo cual, lejos de negarlo, lo apro-
bamos de buena fe y lo recibimos con buena voluntad, concluyendo es-
to mismo: que después de la muerte del Anticristo es preciso conceder
un espacio de tiempo bien considerable, que a lo menos no sea más
breve que siete años determinados, esto es, de mucho o muchísimo
tiempo, según pareciere necesario para colocar en este tiempo lo que
no es posible colocar en otro según las Escrituras.
[351] Supuesto esto, en que vemos convenir unánimemente a to-
dos los doctores, de aquí mismo sacaremos una consecuencia (que es
la final) terrible y durísima, pero legítima y necesaria, y de fácil de-
mostración. Es ésta: que este mismo espacio de tiempo, sea cuanto
fuere, que se concede después del Anticristo, se debe conceder después
de la venida de Cristo, que creemos y esperamos en gloria y majestad.
¿Por qué? Porque estando a toda la divina Escritura, y hablando se-
riamente como pide un asunto tan grave, no hay razón alguna para se-
parar el fin del Anticristo de la venida de Cristo, pues la Escritura divi-
na, que es la única luz que debemos seguir en cosas de futuro, no sepa-
ra jamás estas dos cosas, sino que las une. Esto es lo que ahora debe-
mos observar. No hay que olvidar lo que queda observado en el párra-
fo antecedente; lo cual parece tan claro y tan evidente, que aunque no
hubiese otro lugar en toda la Escritura, este solo bastaba, si se mirase
PÁRRAFO 4
[352] San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, actualmente al-
borotados por la voz que se había esparcido entre ellos de que ya ins-
taba el día del Señor, les declara en primer lugar que aquélla era una
voz falsa sin fundamento alguno: Y no os dejéis seducir de nadie en
manera alguna 1: porque el día del Señor no vendrá si primero no se
verifican dos cosas principalísimas que deben preceder a este día. La
primera, la apostasía 2; la segunda, la revelación o manifestación del
hombre de pecado o del Anticristo. De éste, pues, dice en términos
formales que, llegado su tiempo, el Señor Jesucristo lo matará con el
espíritu de su boca, y lo destruirá con la ilustración de su venida 3.
Parece que el punto no podía decidirse con mayor claridad y precisión.
Si Jesucristo mismo ha de matar al Anticristo con el espíritu de su bo-
ca, si lo ha de destruir con la ilustración de su venida, luego la muerte
y destrucción del Anticristo no puede separarse ni mucho ni poco de la
venida de Cristo; y si se separa, no lo destruirá Cristo con la ilustra-
ción de su venida 4. La consecuencia parece buena, y lo fuera en otro
cualquier asunto de menos interés; mas en el presente parece imposi-
ble que se le dé lugar. ¿Por qué razón? ¿Para qué hemos de repetir la
verdadera razón, que está saltando a los ojos?
[353] Si Jesucristo mismo destruye al Anticristo con la ilustración
de su venida, quien concede un espacio de tiempo después de la des-
trucción del Anticristo, lo debe conceder forzosamente después de la
venida de Cristo. Esto no se puede conceder sin destruir y aniquilar el
1 2 Tes. 2, 3.
2 2 Tes. 2, 3.
3 2 Tes. 2, 8.
4 2 Tes. 2, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 321
sistema; luego es necesario una de dos cosas: o que ceda el texto, o que
ceda el sistema. Del sistema no hay que pensarlo, luego deberá ceder
el texto; y para que ceda con alguna especie de honor, ved aquí lo se ha
discurrido.
[354] El Apóstol dice que el Señor Jesús destruirá al Anticristo con
la ilustración de su venida 1: mas esto no quiere decir que el Señor
mismo vendrá en su propia persona a destruir al Anticristo, porque es-
to no es necesario; sino que lo destruirá sin moverse de su cielo, ya con
el espíritu de su boca, esto es, por su orden; ya con la ilustración de su
venida, esto es, con la aurora o crepúsculo del día grande de su veni-
da. Si preguntáis ahora qué aurora, qué crepúsculos son éstos del día
del Señor, os responden que no son otros que la venida gloriosa del ar-
cángel San Miguel con todos los ejércitos que son del cielo; el cual ma-
tará al Anticristo, y destruirá todo su imperio universal, por orden y
mandato expreso del mismo Jesucristo, que lo envía al mundo revesti-
do de toda su autoridad y de toda su omnipotencia. Lo más admirable
es que, como si esta explicación fuese la más natural, la más genuina y
la más clara, como si no quedase otra dificultad alguna, pasan luego
algunos doctores graves a hacer sobre esto una reflexión, o pondera-
ción, o no sé como llamarla. Si la aurora, dicen, si los crepúsculos solo
del día del Señor han de ser tan luminosos, ¿qué será el día mismo? Es
decir: si la venida al mundo del príncipe San Miguel, que no es más
que ministro de Cristo, ha de ser tan terrible contra el Anticristo y con-
tra todo su imperio universal, ¿qué será el día de la venida del mismo
Cristo, cuando él venga del cielo a la tierra con toda su gloria y majes-
tad? ¡Oh, a lo que puede obligar una mala causa, aun a los hombres
más sabios y más cuerdos!
[355] El segundo lugar que tenemos que examinar con gran cui-
dado es el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo, en el que, hablando
el Señor de propósito de la tribulación del Anticristo, la cual será nece-
sario abreviar por amor de los escogidos, etc., concluye así: Y luego
después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la
luna no dará su lumbre, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes
del cielo serán conmovidas. Y entonces parecerá la señal del Hijo del
Hombre en el cielo, y entonces plañirán todas las tribus de la tierra, y
verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con gran-
de poder y majestad 2. De modo que, concluida la tribulación de aque-
llos días, sucederá inmediatamente todo lo que se sigue: el sol y la luna
se oscurecerán, las estrellas caerán del cielo (o porque también se os-
curecerán, y por esto se perderán de vista como piensan unos; o por-
1 2 Tes. 2, 8.
2 Mt. 24, 29-30.
322 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
dad nos dejan en esta incertidumbre, y su poco tiempo nos parece muy
equívoco, y por eso no poco sospechoso. Para que podamos conocer
mejor este equívoco, y al mismo tiempo el misterio de esta expresión
equívoca, consideremos atentamente estas dos proposiciones, y vea-
mos si puede haber entre ellas alguna diferencia notable. Primera:
Cristo ha de venir (luego después) de la tribulación de aquellos días.
Segunda: Cristo ha de venir (no mucho después) de la tribulación de
aquellos días.
[358] No perdamos tiempo en consultar sobre ello a los dialécti-
cos. El problema no es tan difícil que no baste para resolverlo la dia-
léctica natural, o la sola lumbre de la razón. Primeramente, se concibe
bien que las dos proposiciones (moralmente hablando) pueden ser
verdaderas y significar una misma cosa: no se ve entre ellas oposición
alguna sustancial; no se destruyen mutuamente, pueden fácilmente
acordarse. Con todo esto, si atendidas bien las circunstancias, busca-
mos en ambas proposiciones aquel sentido, sencillo y claro, que nos
prescribe el Evangelio cuando dice: Vuestro hablar sea: Sí, sí; no, no 1,
es fácil divisar no sé que diferencia, la cual va creciendo mientras más
de cerca se va mirando. La primera proposición se ve clara, y se en-
tiende al punto sin otra reflexión; la segunda no tanto. La primera no
admite equívoco ni sofistería; la segunda puede muy bien admitirla, si
se la quieren dar. La primera nos da una idea sencilla y natural de que
no ha de mediar, entre el fin de aquella tribulación y la venida del Se-
ñor, algún espacio considerable de tiempo; por consiguiente, que entre
estas dos cosas no ha de haber algunos sucesos grandes y extraordina-
rios, que pidan tiempo considerable para verificarse; sino que, conclui-
dos aquellos días de tribulación, luego al punto, o físicamente o mate-
rialmente, o a lo menos moralmente, sucederá la venida del Señor con
todas las cosas que la deben acompañar, y están expresas en el texto.
Mas en la segunda proposición no se ve esta idea tan inocente, tan sen-
cilla, tan natural, antes por el contrario nos deja en una grande confu-
sión, sin poder saber determinadamente la verdadera significación de
las palabras no mucho después; pues aunque la intención sea exten-
derlas a cuanto tiempo se quiera o se haya menester, por ejemplo a
tres o cuatro siglos, siempre queda el efugio fácil de que tres o cuatro
siglos es un espacio de tiempo casi insensible, respecto de cuatro o cin-
co mil, mucho más respecto de la eternidad. Así que, la primera pro-
posición cierra enteramente la puerta a todo suceso, y a todo espacio
considerable de tiempo, mas la segunda no es así: parece que también
la cierra, pero es innegable que no la cierra bien; es innegable que la de-
ja como entreabierta; y quedando en este estado, es cosa bien fácil irla
1 Mt. 5, 37.
324 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 5
[361] Los tres lugares de la Escritura divina que acabamos de ob-
servar (dejando otros muchos por evitar prolijidad) combaten direc-
tamente el espacio de tiempo que pretenden comúnmente los doctores
no tanto probar como suponer. Estos tres lugares del Apocalipsis, de
San Pablo y del Evangelio, parece claro que no tienen otra respuesta,
ni otro efugio, que las inteligencias y explicaciones casi increíbles que
también hemos observado. Fuera de éstos, hay otros muchos que com-
baten indirectamente dicho espacio de tiempo, mas cuya fuerza y efi-
cacia parece todavía más sensible, por los gravísimos inconvenientes,
por las consecuencias duras e intolerables que se siguieran legítima-
mente, si una vez se concediese o tolerase este espacio de tiempo entre
el fin del Anticristo y la venida del Señor.
[362] Para que podamos ver con mayor claridad estos inconvenien-
tes, o estas consecuencias legítimas, aunque duras e intolerables, discu-
rramos, Cristófilo amigo, los dos solos. Prescindamos por este momen-
to de lo que dicen o no dicen todos los doctores; imaginemos que no hay
en el mundo otros hombres que quieran hablar de estas cosas, sino vos
y yo; con esta imaginación (verdadera o falsa) podremos hablar con
más licencia y con más libertad, y nos podremos explicar mejor.
[363] Yo sé bien, amigo mío, que según todos vuestros principios
habéis menester algún espacio de tiempo (no tan corto como queréis
dar a entender) entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo que es-
peramos en gloria y majestad. También sé con la misma certidumbre
para qué fin habéis menester aquel tiempo, y cuál es el verdadero moti-
vo de vuestra pretensión, porque todo esto lo he estudiado en vos mis-
mo, oyendo con toda la atención de que soy capaz vuestro modo de dis-
currir sobre estos asuntos. Certificado plenamente de vuestros pensa-
mientos, y también de vuestras intenciones, os pregunto en primer lu-
gar (empecemos por aquí): ¿Con qué derecho, con qué razón, sobre qué
fundamento queréis suponer un espacio de tiempo entre el fin del Anti-
cristo y la venida de Cristo? En la Escritura divina no lo hay, antes hay
fundamentos a centenares para todo lo contrario. Vos mismo no podéis
negarlo, pues, siendo tan versado en las Escrituras, y tan empeñado por
este espacio de tiempo, del cual tenéis una extrema necesidad, con todo
326 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
eso no podéis alegar algún lugar a vuestro favor. Cualquiera otro funda-
mento que no sea de la divina Escritura, mucho más si se opone a ella,
no puede tener firmeza alguna en un asunto de futuro. Pues ¿sobre qué
estriba vuestra suposición? ¿Solamente sobre vuestra palabra? Por otra
parte, yo os he mostrado tres lugares clarísimos de la misma Escritura,
que destruyen evidentemente vuestro espacio de tiempo. He oído con
asombro la explicación ciertamente inaudita que les habéis dado, y que
estáis resuelto a dar a muchos otros que pudiera mostraros en los Profe-
tas y en los Salmos; mas esto sería continuar eternamente la discordia.
[364] Por tanto, dejando ya este camino directo, o este argumento
a priori que parece áspero y molesto, probemos por el otro que llaman
a posteriori (excusad estas palabras un poco anticuadas); el cual ca-
mino, aunque algo más dilatado, suele ser más llano, y no menos efi-
caz. Yo os concedo, amigo, sin límite alguno todo el tiempo que quisie-
reis y hubiereis menester, entre el fin del Anticristo y la venida de Cris-
to. Haced cuenta que por ahora sois dueño del tiempo, que todo se ha
puesto en vuestras manos, y dejado a vuestra libre disposición. Repar-
tidlo, pues, como os pareciere más conveniente. Colocad en él todos
aquellos sucesos que os acomodaren, y que no halláis por otra parte
dónde ni cómo acomodarlos a vuestro gusto, así los revelados como
también los imaginados. Entre tanto, yo os pido solamente una gracia,
que no podéis negarme honestamente, es a saber, que me sea lícito ha-
llarme presente a la repartición que hiciereis de este tiempo, y ver por
mis ojos todos los sucesos que fuereis colocando en él. Así podré ob-
servar más fácilmente las resultas o las consecuencias que podrán se-
guirse, y después, con vuestra licencia, las podré ofrecer amigablemen-
te a vuestra consideración.
[365] Primeramente pedís tiempo suficiente entre el fin del Anti-
cristo y la venida de Cristo, para que muchísimos Cristianos (mejor di-
réis los más o casi todos, según las Escrituras) que habían sido enga-
ñados por el Anticristo, y entrado en su misterio de iniquidad, puedan
reconocer su engaño, llorar sus errores, y hacer una verdadera y since-
ra penitencia. Esto decís que se debe creer piadosamente de la bondad
y clemencia de Dios; y yo me maravillo cómo no pedís ese espacio de
penitencia para el mismo Anticristo, para su profeta, para toda aquella
infinita muchedumbre que en aquel día se ha de abandonar a las aves
del cielo, pues leemos que se hartaron todas las aves de las carnes de
ellos. Ahora, como vuestro Anticristo era un monarca universal de to-
do el orbe, como no hubo parte alguna del mismo orbe en que no hi-
ciese los mayores males, a todas partes se deberá extender aquella in-
dulgencia; así no habrá reino, ni provincia, ni ciudad en todas las cua-
tro partes del mundo, ni aun las islas más remotas, por ejemplo la
nueva Holanda, la nueva Celandia, las islas de Salomón, etc., que que-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 327
1 Sal. 71, 8.
2 Jn. 10, 11.
328 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Lc. 18, 8.
2 Mt. 24, 37.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 329
también la venida del Hijo del Hombre 1. De modo que, así como
cuando vino el diluvio estaba todo el mundo en sumo descuido y ol-
vido de Dios, y por buena consecuencia en una suma perfidia, iniqui-
dad y malicia, porque toda carne había corrompido su camino sobre
la tierra 2; así como el diluvio los cogió a todos de improviso, menos
aquellos pocos justos que Dios quiso salvar; asimismo dice el Señor
sucederá en la venida del Hijo del Hombre 3. Y por San Lucas: De es-
ta manera será el día en que se manifestará el Hijo del Hombre 4.
[372] Tercero: Jesucristo llama al día de su venida, día repenti-
no; y añade que este día será como un lazo para todos los habitadores
de la tierra 5. Y como dice el Apóstol a este mismo propósito: Cuando
dirán paz y seguridad, entonces les sobrecogerá una muerte repen-
tina, como el dolor a la mujer que está encinta, y no escaparán 6.
[373] Paremos aquí un momento, y hagamos alguna reflexión sobre
estos tres lugares del Evangelio. Y para entendernos mejor y evitar todo
equívoco y sofisma (como hombres que deseamos sinceramente cono-
cer la verdad para abrazarla), supongamos, amigo, que vos y yo, entre
otros muchos, nos hallamos vivos en todo aquel espacio de tiempo
que habéis pedido entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo. Es-
ta suposición no podéis mirarla como repugnante o imposible: lo
primero, porque nadie sabe cuándo vendrá este Anticristo, y su gran
tribulación: si dentro de doscientos años o de doscientos días, si den-
tro de más tiempo o de menos. A los que esto desean saber, no se les
da otra respuesta que ésta: Velad… Y lo que a vosotros digo, a todos
lo digo: Velad 7. Lo segundo, porque este espacio de tiempo después
del Anticristo no puede ser grande, según vos mismo, sino muy breve,
porque luego, o no mucho después, hemos de ver al Hijo del Hombre,
que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad 8.
[374] Habiendo, pues, en nuestra hipótesis sobrevivido al Anti-
cristo, hemos sido testigos oculares, así de los males gravísimos que ha
hecho en toda nuestra tierra, como de la venida de San Miguel con to-
dos los ejércitos del cielo, como también de todas las circunstancias
particulares de la muerte de nuestro monarca y de la ruina plena y to-
tal de su monarquía universal. Ya, gracias a Dios, nos hallamos libres
de este monstruo de iniquidad. Con su muerte goza toda la tierra de
una perfecta tranquilidad. Ya podemos con verdad decir lo que decían
1 Zac. 1, 11.
2 Mt. 24, 42.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 331
cristo con su falso profeta; los reyes de la tierra que tanto le ayudaban,
muertos todos con sus ejércitos; la muchedumbre de Gog muerta; el re-
sucitado imperio romano con su corte idólatra y sanguinaria, muerto;
todos los capitanes, gobernadores y soldados, secuaces del Anticristo,
muertos por San Miguel, y devorados por todas las aves del cielo. Por
otra parte, los obispos fugitivos han vuelto a sus iglesias, las ovejas a
sus pastores, los que estaban fuera de la Iglesia han entrado en ella, y
han sido recibidos con suma caridad, y la misma Iglesia se halla en
una grande paz, sin enemigos que la perturben ni dentro ni fuera, etc.
[377] Y no obstante todo esto, Jesucristo que ya viene, que ya está
casi a la puerta, ¿ha de hallar toda la tierra tan olvidada de Dios, tan co-
rrompida, tan inicua, así como en los días de Noé? 1. Jesucristo que ya
viene, ¿apenas ha de hallar en toda la tierra algún vestigio de fe: Pen-
sáis que hallará fe en la tierra? 2. Jesucristo que ya viene, ¿ha de coger
de improviso a todos los habitadores de la tierra? El día de su venida,
que ya insta, ¿ha de ser aquel día repentino: Y como un lazo vendrá so-
bre todos los que están sobre la haz de toda la tierra? 3. Si vos, señor, o
algún otro ingenio sublime, puede concebir estas cosas, y concordarlas
entre sí, yo confieso francamente mi pequeñez: no hallo cómo ni por
dónde salir de este laberinto, ni sé lo que hubieran respondido los doc-
tores mismos, si hubiese habido en su tiempo quien les propusiese es-
tas dudas, y les pidiese una respuesta categórica. Veis aquí, pues, las
consecuencias que naturalmente se siguen del espacio de tiempo que
pretendéis entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo.
[378] No ignoráis que de estas consecuencias os pudiera presentar
muchísimas, sin otro trabajo que copiar otros muchos lugares de las
Escrituras; mas esta diligencia sería tan inútil como encender muchas
lámparas para añadir con ellas más claridad al día más sereno. No
obstante, parece que no será del todo inútil, ni fuera de propósito, re-
presentaros brevemente otra buena consecuencia que infaliblemente
se seguiría, si el fin del Anticristo sucediese de otro modo que con la
venida misma de Cristo en gloria y majestad.
Otra consecuencia
PÁRRAFO 6
[379] Si se lee con alguna mayor atención lo que queda observado
en el párrafo 7 del fenómeno 1, se deberá reparar con alguna especie
Resumen y conclusión
PÁRRAFO 7
[385] Deseara, señor, si esto fuese posible, que quedásemos de
acuerdo, o que a lo menos nos formásemos una idea clara y precisa de
todas las cosas que acabamos de observar en este fenómeno. Nuestra
disputa, según parece, no consiste en la sustancia de la cosa misma,
sino solamente en una circunstancia que se cree gravísima por una y
otra parte; y en efecto lo es tanto, que ella sola basta para decidir y
terminar el pleito. Estamos perfectamente de acuerdo en la sustancia,
esto es, en el espacio de tiempo que, según las Escrituras, ha de haber
después del Anticristo (sea este Anticristo lo que quisiereis que sea);
este espacio de tiempo os lo he concedido, y os lo concedo de nuevo sin
límite alguno. Confieso que tenéis gran razón en pedirlo, porque es in-
negable. Conque la discordia está solamente en una circunstancia, es a
saber, si el espacio de tiempo debe ser después del Anticristo, muerto
y destruido por el príncipe San Miguel, antes de la venida de Cristo; o
muerto y destruido por Cristo mismo, en el día grande de su venida en
gloria y majestad. Vos decís lo primero, yo digo lo segundo, con esta
sola diferencia: que vos decís lo primero libremente sin fundamento
alguno, pues no alegáis, ni es posible alegar, la autoridad divina, que
es la que únicamente nos puede valer en asunto de futuro; al contra-
rio, yo digo lo segundo fundado en esta autoridad divina, de que me
dan testimonio claro e indubitable las santas Escrituras, en quienes yo
creo firmemente que los hombres santos de Dios hablaron siendo ins-
pirados del Espíritu Santo 1. Según estas santas Escrituras, me parece
imposible separar el fin del Anticristo de la venida del Señor que es-
tamos esperando.
[386] Lo habéis visto claro, con circunstancias las más individua-
les, en el capítulo 19 del Apocalipsis. Lo habéis visto claramente con-
firmado por el Apóstol de las Gentes, el cual dice expresamente que el
mismo Señor Jesús destruirá al Anticristo con la ilustración de su ve-
1 2 Ped. 1, 21.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 335
1 2 Tes. 2, 8.
2 Lc. 23, 48.
336 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Apéndice
1 Dan. 12, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 339
tiene poco tiempo! 1. Allí hallaréis, en fin, que el dragón, vencido y arro-
jado a la tierra con todos sus ángeles, convierte todas sus iras contra
cierta mujer que ha sido la causa de aquella gran batalla; que la mujer
huye al desierto con dos alas de águila grande que para esto se le dan;
que el dragón la sigue, y no pudiendo alcanzarla, se vuelve lleno de fu-
ror a hacer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los man-
damientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo 2. Y para hacer
esta guerra en toda forma, y sobre seguro, se va a las orillas del mar
(metafórico y figurado) a llamar en su ayuda a la bestia de siete cabe-
zas y diez cuernos, la cual se ve al punto salir del mar, y dar principio a
la gran tribulación 3.
[399] Que la expedición de San Miguel, de que se habla en este ca-
pítulo 12 del Apocalipsis, sea la misma que la del capítulo 12 de Daniel,
me parece que lo conceden todos los doctores, pues a uno y otro lugar
dan la misma explicación. No hablo aquí de aquellos pocos que, con la
mayor violencia e impropiedad, tiran a acomodar este capítulo 12 del
Apocalipsis a la persecución de Diocleciano; ni hablo de aquellos no
pocos que en sentido místico aplican a la santísima Virgen algunas po-
cas cosas de toda esta gran profecía, dejando todas las otras como que
no hacen a su propósito; hablo sólo de los intérpretes literales, quie-
nes, aunque conceden que el misterio es el mismo en el apóstol que en
el profeta, mas en uno y otro se explican tan poco, y con tanta oscuri-
dad, que no se puede formar idea de lo que quieren decir. Lo que úni-
camente se conoce es que confunden demasiado al dragón con la bes-
tia que sale del mar; y lo que es batalla de San Miguel con el dragón, lo
hacen igualmente batalla con la bestia, no advirtiendo, o no haciéndo-
se cargo, que la bestia no sale del mar sino después que el dragón ha
sido vencido en la batalla, después que ha sido arrojado a la tierra,
después que ha perseguido a la mujer metafórica, después que ésta ha
ganado el desierto, después que ha perdido la esperanza de alcanzarla.
A lo menos es cierto que esta batalla de San Miguel con el dragón la
ponen y suponen en los tiempos del Anticristo, pues dicen que será
para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo.
[400] No obstante esta certeza y seguridad tan poco fundada, tan
ajena, tan distante, tan opuesta al texto sagrado, ninguno nos dice una
palabra sobre algunas otras cosas que quisiéramos saber; por ejemplo,
si en esta batalla quedará también vencido el Anticristo, o solamente el
dragón; si en esta batalla morirá el Anticristo, y todo su imperio uni-
versal, o si será necesaria otra venida del mismo San Miguel para ma-
tar a este monarca. No hay que esperar sobre esto alguna idea precisa
los considera como restituidos con sumo honor, y con grandes ventajas,
a la dignidad de pueblo de Dios, aunque ya debajo de otro testamento
sempiterno: He aquí que yo… los volveré a este lugar, y haré que ha-
biten confiadamente en él. Y serán mi pueblo, y yo seré su Dios… Y
haré con ellos un pacto eterno 1. Tercero: los considera como una es-
posa de Dios, tan amada en otros tiempos, cuya desolación, cuyo tra-
bajo, cuya aflicción y cuyo llanto mueven en fin el corazón del esposo,
el cual, desenojado y aplacado, la llama a su antigua dignidad, la reci-
be con sumo agrado, se olvida de todo lo pasado, la restituye todos sus
honores, y abriendo sus tesoros la colma de nuevos y mayores dones,
la viste de nuevas galas, la adorna con nuevas e inestimables joyas,
más preciosas sin comparación que las que había perdido 2. Cuarto, en
fin: los considera como resucitados, como que aquellos huesos secos y
áridos, esparcidos por toda la tierra, se vuelven a unir entre sí por vir-
tud divina, cada uno a su coyuntura 3; se cubren otra vez de carne, de
nervios y de piel, y se les introduce de nuevo aquel espíritu de vida, de
que tantos siglos han estado privados. Estos tres estados de los Judíos,
corresponden perfectamente a los tres estados de la vida del santo
Job, la cual podemos decir o mirar como una figura, o como una histo-
ria en cifra, de las mudanzas principales del pueblo de Dios.
[7] Sobre los dos primeros estados, nada tenemos que observar de
nuevo. Los doctores los tienen observados con bastante prolijidad.
Como en ello no hay interés alguno que se ponga por medio, tampoco
hay dificultad alguna en tomar en su propio y natural sentido todas
aquellas Escrituras que hablan de ellos, o en historia, o en profecía.
Mas el tercer estado no es así. Este no puede gozar del mismo privile-
gio, o del mismo derecho. Las Escrituras que hablan de él, aunque
sean igualmente más claras y expresivas que las que hablan del prime-
ro y segundo estado, no por eso se deben ni pueden entender del mis-
mo modo, y en el mismo sentido propio y natural. ¿Por qué razón?
Porque se oponen, porque repugnan, porque perjudican, porque des-
truyen, porque aniquilan el vulgar sistema. En suma, la razón verda-
dera no se produce, porque no es necesario; son cosas éstas que se de-
ben suponer, y no probar. La observación, pues, exacta y fiel de este
tercer estado de los Judíos en los cuatro aspectos arriba dichos, en que
los considera la divina Escritura, es lo que ahora llama toda nuestra
atención. El punto es ciertamente gravísimo, y puede ser de suma uti-
lidad, no menos para los pobres e infelices judíos, que para el verdade-
ro y sólido bien de muchos cristianos que quisieren entrar dentro de
sí, y dar lugar a serias reflexiones.
Discurso previo
El estado futuro de los Judíos según se halla
ordinariamente en los doctores cristianos
1 Rom. 9, 3-5.
2 Rom. 9, 1.
346 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
todo el pueblo de Dios, a todo el pueblo santo. ¿Qué se hace, pues, con
estos anuncios? Creerlos y confesarlos, así como se hallan en los Profe-
tas, no se puede. ¿Por qué no se puede? Porque no son a favor del pue-
blo santo, porque son contrarios al pueblo de Dios, porque son en per-
juicio y deshonor del pueblo santo, porque Dios no puede arrojar de sí
a su único pueblo que tiene sobre la tierra, o a su esposa verdadera y
única, pues no puede quedar sin pueblo, sin esposa, sin iglesia, etc.
[14] En medio de estas falsas ideas, no quedaba otro partido que
tomar sino el que se tomó, en realidad propísimo y eficacísimo para
que las profecías se verificasen a la letra sin faltarles un ápice. ¿Qué
partido fue éste? No fue otro que embrollar las unas y endulzar las
otras; interpretándolas todas del modo posible, siempre a favor; dar
por cumplidas las unas en tiempo de Nabucodonosor, las otras en
tiempo de Antíoco, y las que no se pudiesen en estos tiempos (como es
evidente que no se pueden casi todas), contraerlas solamente a algu-
nos culpados más insignes de la nación, mas no a toda la nación en
general, porque esto hubiera sido una temeridad, una impiedad, un
error, una herejía. En una palabra, no hubo jamás rabino alguno, o es-
criba, o legisperito que viese, ni aun siquiera sospechase, que podían
verificarse a la letra todas aquellas profecías, tan expresamente con-
trarias al pueblo santo, después de haber reprobado y crucificado a su
Mesías; y en consecuencia de éste y de otros gravísimos delitos, había
de ser abandonado de su Dios, privado enteramente del honor de pue-
blo suyo, de esposa suya, de iglesia suya, etc., arrojado de la herencia
de sus padres, y esparcido hacia todos los vientos para ser el despre-
cio, el oprobio y la fábula de todas las gentes.
[15] Mucho menos les pasó por el pensamiento que, de estas Gen-
tes que tanto despreciaban, se había de sacar otro pueblo de Dios, otra
esposa, otra iglesia, sin comparación mayor, no sólo en número, sino
en justicia, en santidad, en dignidad, en fidelidad, infinitamente más
agradable a Dios, y más digna del mismo Dios. Tan lejos estaban de
estos pensamientos, y tan ajenos de estas ideas, que aun los primeros
cristianos, que tenían las primicias del espíritu 1, se escandalizaron y
reprendieron a San Pedro, porque había entrado en casa del centurión
Cornelio, y bautizado a toda su familia: ¿Por qué entraste a gentes que
no son circuncidadas, y comiste con ellas? 2. ¡Oh, cuánto daño puede
hacer el amor propio y el espíritu nacional!
[16] Os considero, amigo, con gran curiosidad de ver finalmente a
dónde va a parar o terminar este discurso contra mis doctores judíos.
Yo de buena gana lo cortara aquí, remitiéndome enteramente a vuestro
1 Rom. 8, 23.
2 Act. 9, 3.
348 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 1 Ped. 2, 10.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 349
o israelitas; se debe pensar que allí se encierra algún otro misterio mu-
cho mayor de lo que suenan las palabras; se debe entender la profecía
sólo en sentido figurado y espiritual; no de aquel Israel antiguo, sino
del nuevo Israel; no de aquella Jerusalén o Sión, que mató a los Profe-
tas 1, sino de la figurada por ésta, que es la Iglesia presente; no, en fin,
de la sinagoga de los Judíos, sino de la Iglesia de las Gentes.
[19] Esta regla general tan recibida, tan seguida, tan usada en to-
dos los intérpretes hasta ahora, no se sabe sobre qué fundamento pue-
de estribar; antes por el contrario, parece que claman contra ella todos
los derechos sagrados de la veracidad de Dios, de su fidelidad y de su
santidad; todos los derechos de la religión, que se funda en esta vera-
cidad de Dios, y aun también todos los de la sociedad, pues cada uno
tiene derecho a que no le quiten lo que es suyo para darlo a otro. Si el
mundo ya se hubiese acabado; si a lo menos se supiese de cierto que ya
no hay otro tiempo en que las profecías se puedan verificar en aquellas
mismas personas de quienes hablan expresamente; en este solo caso
quimérico, ¿qué podremos decir? Las profecías no se han verificado
hasta ahora en aquellas mismas personas de quienes hablan expresa y
nominadamente. Esta proposición es cierta e innegable; mas ¿qué se
sigue de ahí? ¿Luego no podrán jamás verificarse en estas mismas
personas de quienes hablan expresa y nominadamente? ¿Luego no
queda otra cosa que decir, sino que las profecías no hablan de aquellas
mismas personas de quienes hablan? ¿Luego estas personas de quie-
nes hablan, no podrán ya despertar algún día de su letargo, abrir los
ojos llenos de lágrimas, reconocer a la esperanza de Israel, y con todo
esto hacerse dignos de todo lo que anuncian las profecías? ¿A quién
me habéis asemejado e igualado?, dice el Santo 2. ¿Será Dios seme-
jante al hombre que miente, o al hijo del hombre que se muda? ¿Dijo
pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 3.
[20] Es verdad que los doctores cristianos no niegan a los Judíos,
antes les conceden sin dificultad, otro estado futuro, muy diverso del
que han tenido hasta el presente; no niegan que algún día han de ser
llamados de Dios; no niegan que ellos han de oír, y también obedecer a
este llamamiento, ni que Dios ha de usar con ellos de sus grandes mi-
sericordias; mas todo esto deberá ser, según nos aseguran, lo primero:
un momento antes de acabarse el mundo, como si dijéramos, en ar-
tículo de muerte; esto deberá ser, lo segundo: sin detrimento ni per-
juicio alguno de las Gentes, que forman ahora el pueblo de Dios, aun-
que la Escritura divina anuncie claramente todo lo contrario; esto de-
berá ser, lo tercero: con mayor gloria y honra de este pueblo actual de
Dios, al cual deberán agregarse los Judíos, y ser recibidos en él, como
por pura caridad y misericordia, sin que el pueblo actual pierda un so-
lo grado de su autoridad.
[21] No obstante esta satisfacción, y esta falsa y funestísima segu-
ridad, se encuentran por precisión con no pocos anuncios tristes y
amargos, al paso que claros e innegables. Por ejemplo: que las Gentes
cristianas serán en algún tiempo, o por la mayor parte, no menos infie-
les a su vocación que lo fueron los Judíos; que abundando entre ellas
la iniquidad, y resfriada la caridad, renunciarán también a su fe; que
desconocerán a Cristo, que aborrecerán a Cristo, que perseguirán a
Cristo; que cuando vuelva el Señor del cielo a la tierra, apenas hallará
entre ellas algún rastro de fe; que las hallará como… en los días de
Noé 1; que el día de su venida será como un lazo sobre todos los que
están sobre la haz de toda la tierra 2; que las ramas del oleastro silves-
tre, injertas con grande misericordia en buen olivo 3, pueden también
ser cortadas, como lo fueron las ramas naturales del olivo, cuando no
permanezcan en la bondad primera, o cuando ya los frutos no corres-
pondan al cultivo ni a las esperanzas.
[22] Por otra parte, encuentran a cada paso, sin poder excusar esta
molestia, que los Judíos, humillados tantos siglos ha, mortificados,
abatidos, despreciados, volverán algún día a la gracia de su Dios; que
el mismo Dios los recogerá algún día con su brazo omnipotente de to-
das las tierras o países donde los tiene desterrados y dispersos; que
volverán entonces con grandes ventajas a ser otra vez pueblo y esposa
de Dios; que su honor, su ensalzamiento, su felicidad, será tan grande,
que se olvidarán de todas las angustias pasadas en tantos siglos de tri-
bulación; que Dios se regocijará con ellos, como un buen padre que re-
cupera a un hijo, a quien ya consideraba muerto o perdido; que las
Gentes mirarán con asombro la gloria y ensalzamiento de este hijo (a
quien ahora tratan como a vilísimo esclavo), y se confundirán con todo
su poder; pondrán la mano sobre la boca 4. En suma, que en aquel
tiempo se buscará en ellos la iniquidad pasada, y no será hallada; se
buscará el pecado, y no existirá 5.
[23] Pues con estos anuncios importunos y otros semejantes, de
que tanto abundan las santas Escrituras, ¿qué harán? Recibirlos así
como se hallan no es posible, sin detrimento inevitable de las ideas fa-
vorables. Negarlos u omitirlos del todo, es una empresa muy difícil y
muy peligrosa; aunque el omitirlos no deja de hacerse algunas veces,
mente dentro de sí. Esta gran merced que hacen los doctores cristia-
nos, con tanta liberalidad, a la casa de Abraham, de Isaac y de Jacob
(los hombres más ilustres que ha tenido el mundo), no penséis, señor,
que todos la hacen del mismo modo, y con la misma generosidad. Los
más se contentan con decir, en general y en confuso, que al fin del
mundo se convertirán o todos o muchos; y San Gregorio da como por
supuesto que, aun al fin del mundo, apenas recibirá la Iglesia a los Ju-
díos que hallare 1.
[26] Algunos doctores, como Dionisio Cartujano, Barradas, etc.,
no atreviéndose a negar del todo, ni tampoco a conceder del todo, lo
que con tanta claridad y formalidad dice a las Gentes cristianas su pro-
pio Apóstol 2, añaden de suyo que, cuando los Judíos se conviertan a
Cristo, serán unos cristianos excelentes; que en los tiempos más cala-
mitosos, cuales deben ser los tiempos del Anticristo, serán el mayor
consuelo de la Iglesia cristiana; que defenderán la fe, y aun la propaga-
rán en todo el mundo, donde están esparcidos; que por su fervor y celo
atraerán contra sí toda la indignación del Anticristo, no obstante de
ser éste su propio rey y Mesías, amado y adorado de todos, etc. ¡Oh,
cuánto mejor fuera delante de Dios y delante de los hombres 3, que en
lugar de las noticias que no se hallan en la revelación, tomásemos fiel y
sencillamente las que se hallan, y nos contentásemos con ellas! Según
estos autores (que cuidan poco de guardar otras consecuencias, pues
no tratan de toda la Escritura), la conversión de los Judíos deberá pre-
ceder al Anticristo.
[27] Mas el común sentir de los intérpretes, a quienes es preciso
guardar consecuencia de algún modo posible, difiere este gran suceso
hasta después de la muerte de este monarca imaginario, como dijimos
en otra parte; suponiendo lo que no es posible probar, que ha de ser
judío de la tribu de Dan; que los Judíos lo han de recibir por su Me-
sías; que lo han de buscar y unirse con él; que le han de edificar de
nuevo, con suma grandeza y magnificencia, la ciudad de Jerusalén pa-
ra corte de su imperio universal, etc.; mas después que lo vean muerto,
destruido su imperio, y descubiertas sus ficciones diabólicas, desenga-
ñados y corridos, se volverán de todo corazón a su verdadero Mesías, y
creerán en él. Preguntad a este común de los intérpretes (dejando por
ahora otras preguntas que ya quedan hechas), si en los tiempos mis-
mos del Anticristo, y en medio de su persecución al cristianismo, su-
cederá la conversión que esperamos de los Judíos; y veréis cómo no se
atreven a negarlo del todo, ni tampoco a concederlo del todo. ¿Por qué
razón? Porque en este mismo tiempo ponen la venida de Elías, per-
suadidos que este profeta debe ser uno de aquellos dos testigos, de
quienes se habla en el capítulo 11 del Apocalipsis. Y como la Escritura
divina, cuando habla de la futura venida de Elías, que sólo es en cuatro
únicos lugares, no le señala otro destino u otro ministerio que la con-
versión de Israel y la restitución de todas sus tribus, como se puede ver
en el Eclesiástico, en Malaquías, en el Evangelio de San Mateo, y en el
de San Marcos 1, se hace cosa durísima decir que nada conseguirá Elías,
después de más de tres años de ministerio, pues esos dos testigos, como
consta expresamente del mismo texto, han de ser muertos por el Anti-
cristo; por consiguiente, han de acabar su ministerio antes del fin del
Anticristo. De aquí se sigue manifiestamente que, o ninguno de los dos
testigos es Elías, lo cual es contra la suposición común, o si alguno de
ellos es Elías, la conversión de los Judíos, su restitución, su asunción y
remedio pleno, de que habla San Pablo, y de que habla el Evangelio,
no puede ser o suceder después del Anticristo; pues a esto sólo dice la
Escritura que ha de venir Elías, y que para esto sólo está reservado.
[28] Este embarazo tan visible, que parecía capaz de desconcertar
muchas medidas, se ve quitado de por medio con gran facilidad. ¿Có-
mo? Diciendo secamente y como de paso que algunos judíos no deja-
rán de convertirse, aun en los tiempos del Anticristo, por la predica-
ción de Elías. ¿Y las palabras expresas del Hijo de Dios: Elías, cuando
vendrá primero, reformará todas las cosas 2, no tienen otro significa-
do que la conversión de algunos judíos? Por aquí podemos ya empezar
a divisar lo que en adelante hemos de ver, hasta hartura de vista 3, es-
to es, la indiferencia, la frialdad extrema y aun el disgusto con que ha-
blan los doctores cristianos de la vocación futura de los Judíos, del
mismo modo que lo hicieron éstos respecto de las Gentes. Paréceme
que oigo contra mí, cuando menos, aquella queja que dio a Cristo cier-
to legisperito: Diciendo estas cosas, nos afrentas también a noso-
tros 4; pues ningún doctor cristiano ha negado jamás la vocación futu-
ra de los Judíos, ni su verdadera y sincera conversión, antes todos con-
ceden unánimemente que algún día, esto es, al fin del mundo, se han
de convertir a Cristo, y han de ser admitidos al gremio de la Iglesia.
Bien. Mas ¿con esto solo se piensan verificar todas las profecías? ¿Con
esto sólo se podrán contentar y satisfacer plenamente nuestras espe-
ranzas? ¿No podremos todos los Judíos clamar a grandes voces y con
infinita razón, que no tenemos necesidad alguna de sus concesiones
liberales, teniendo para nuestro consuelo los santos libros, que están
en nuestras manos? 5.
Artículo 1
Primer aspecto
Primer instrumento
PÁRRAFO 1
[39] Desde el primer Profeta se empieza ya a divisar este gran mis-
terio. Habiendo anunciado Moisés, en palabra del Señor, a todo Israel
los diversos castigos con que Dios los amenazaba, si no eran fieles a
sus leyes; habiéndoles profetizado los diferentes estados de calamidad
y miseria extrema en que habían de caer por su iniquidad; habiéndoles
dicho con la mayor claridad e individualidad el estado mismo en que
se ven hoy día, y en que los ha visto todo el mundo, después de la
muerte de su Mesías, esto es, desterrados de su patria, dispersos entre
todas las naciones, despreciados, aborrecidos, perseguidos, mirados
como la hez de la plebe y como la risa y fábula de todas las gentes, etc.;
después de todo esto, llegando al capítulo 30 del Deuteronomio, les
dice así: Cuando vinieren, pues, sobre ti todas estas cosas, la bendi-
ción o la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en
tu corazón en medio de todas las gentes por las cuales te habrá es-
parcido el Señor Dios tuyo, y te convirtieres a él y obedecieres a sus
mandamientos con tus hijos, de todo tu corazón y de toda tu ánima,
como yo hoy te lo intimo; el Señor Dios tuyo te hará volver de tu cau-
tiverio, y tendrá misericordia de ti, y te congregará de nuevo, de to-
dos los pueblos a los que te había esparcido antes. Aun cuando hubie-
res sido arrojado hasta los polos de cielo, de allí te sacará el Señor
Dios tuyo, y te tomará e introducirá en la tierra que poseyeron tus
padres, y la disfrutarás; y dándote su bendición, te hará que seas en
mayor número que fueron tus padres. El Señor Dios tuyo circuncida-
1 Act. 7, 51.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 361
prometido, abren otro camino tal vez más difícil, más incómodo, más
incapaz de contentar a quien desea la verdad, que el camino ordinario
de la pura alegoría. ¿Qué camino es éste? Es el decir en general, y sin
explicarse mucho, que las promesas de Dios hechas a los Judíos por la
boca de los Profetas, especialmente aquellas grandes y extraordinarias
que hasta ahora no se han verificado, no fueron absolutas, sino condi-
cionadas; por tanto, el no haberse verificado ha sido culpa de los Ju-
díos mismos, por no haber verificado la condición.
[44] Preguntadles ahora, aunque os tengan por importuno: ¿Cuál
fue la condición?, y veréis las consecuencias que de aquí se siguen. Se-
gún insinúan, la condición fue: si eran fieles a Dios y observaban sus
santas leyes, si recibían a su Mesías con honor, si lo oían, si lo obede-
cían, etc. ¡Oh, qué descubrimiento tan importante! No se puede negar
que, en este caso, no se hubieran visto los Judíos, ni se vieran, en el es-
tado de miseria extrema en que se han visto, y se ven aún. Ojalá hu-
bieras atendido a mis mandamientos, les dice el Señor por Isaías: tu
paz hubiera sido como un río, y tu justicia como remolinos del mar. Y
hubiera sido tu posteridad como la arena, y los hijos de tu seno como
sus pedrezuelas; no hubiera perecido, ni fuera borrado su nombre de
mi presencia 1. Mas, en este caso, no hubiera sido necesario injertar en
buen olivo ramas de oleastro silvestre, en lugar de las ramas naturales
de olivo, que se secaron por su iniquidad, y fueron cortadas por su es-
terilidad. Pero dirás: Los ramos han sido quebrados, para que yo sea
injertado. Bien, por su incredulidad fueron quebrados; mas tú por la
fe estás en pie; pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si
Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti 2.
En este caso, vuelvo a decir, no hubiera sido tan necesario aquel mila-
gro grande de hacer de las piedras hijos de Abraham. Por el pecado de
ellos vino la salud a los Gentiles…; el pecado de ellos son las riquezas
del mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los Gentiles 3.
[45] Mas aunque todo esto no se puede negar, se puede bien ne-
gar, y se debe negar, que sea ésta la condición de aquellas promesas
grandes y magníficas, favorables a los Judíos, que leemos en la santa
Escritura. Estas promesas de que hablamos suponen evidentemente
los delitos de los Judíos, no sólo cometidos, sino castigados con la ma-
yor severidad. Una de estas promesas es que los sacará con su brazo
omnipotente de todos los pueblos y naciones donde él mismo los tiene
desterrados y atribulados por sus delitos. Esta promesa no queda en
esto solo, sino que es como el principio y fundamento de otras muchí-
simas, que deben seguirse inmediatamente después de ella, después
1 Is. 50, 2.
2 Mt. 21, 41.
3 Lc. 19, 41.
4 Lc. 21, 22 y 24.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 363
1 Jn. 7, 52.
2 Deut. 13, 3.
3 Sal. 144, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 365
Segundo instrumento
PÁRRAFO 2
[53] Sucederá que en aquel día herirá el Señor desde el cauce del
río (el Eufrates) hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Is-
1 Jer. 24, 6.
2 Amós 9, 15.
3 Ez. 36, 12 y 15.
366 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
rael, seréis congregados uno a uno; y sucederá que en aquel día re-
sonará una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido de
tierra de los Asirios, y los que habían sido echados en tierra de Egip-
to, y adorarán al Señor en el santo monte en Jerusalén 1.
[54] Sobre este texto de Isaías debemos hacer dos observaciones
principales, que parecen de suma importancia. Así, aunque nos deten-
gamos un minuto más, o salgamos dos o tres pasos fuera del asunto
principal, deberá mirarse este defecto como del todo inexcusable.
Primera observación
[55] Los límites de la tierra de promisión, que señala esta profecía,
son, sin duda alguna, mucho más amplios que las que poseyeron ja-
más los hijos de Israel; y no obstante son precisamente los mismos
que se leen expresos en la Escritura auténtica de la donación que hizo
Dios a nuestro santo y venerable padre Abraham, como consta clara-
mente por estas palabras: En aquel día concertó el Señor alianza con
Abraham, diciendo: A tu posteridad daré esta tierra desde el río de
Egipto hasta el grande río Eufrates 2. Conque no habiendo poseído
jamás los hijos Abraham toda aquella porción de tierra, que Dios les
prometió, podremos esperar de la bondad y santidad del mismo Dios,
que llegará tiempo en que la posean. ¿Cuándo? Cuando herirá el Se-
ñor desde el cauce del río hasta el torrente de Egipto; cuando resona-
rá una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido 3; pues,
como dice San Pablo, los dones y vocación de Dios son inmutables 4.
[56] Diréis acaso que esto se verificó en los días de Salomón, pues
de este célebre rey dice la divina Escritura: Tuvo también señorío so-
bre todos los reyes, desde el río Eufrates hasta la tierra de los Filis-
teos, y hasta los términos de Egipto 5. Mas esta potestad que ejercitó
Salomón, ¿a qué se reducía? La misma Escritura lo dice claramente,
así en el lugar citado, como en el libro tercero de los reyes: Todo el
mundo (habla manifiestamente de las tierras circunvecinas de la Asia)
deseaba ver la cara del rey Salomón 6. Todos los reyes o régulos que
entonces había entre el Nilo y el Eufrates, deseaban ver por sus ojos a
Salomón, que se había hecho famosísimo por su sabiduría. Así, unos
iban en persona a Jerusalén, como fue la reina de Saba desde lo más
austral de la Arabia; otros le enviaban frecuentemente embajadas,
proponiéndole sus enigmas, o consultándole sus dudas. Al mismo
tiempo le enviaban o le llevaban dones y regalos de oro y plata, y otras
cosas preciosas y raras que había en sus países: Y cada uno le llevaba
todos los años sus presentes, vasos de plata y de oro, vestidos y ar-
mas de guerra, y aromas también, y caballos y mulos 1. Esto es lo
único que se halla en la Escritura, tocante a la potestad de Salomón
sobre los otros reyes que había entonces, desde el río Eufrates hasta la
tierra de los Filisteos, y hasta los términos de Egipto. Puede ser tam-
bién (aunque la historia sagrada no lo dice) que alguno de estos régu-
los pagase algún tributo a Salomón, no porque él los hubiese vencido y
hecho tributarios, pues sabemos que Salomón fue un rey pacífico que
jamás sacó la espada contra sus vecinos, sino porque quedaron tribu-
tarios desde el tiempo de David su padre, lo cual leemos en el libro se-
gundo de los reyes. Mas todo esto, ¿qué puede probar en el asunto?
¿Es esto lo que contiene la promesa de Dios, concebida en estos tér-
minos: A tu posteridad daré esta tierra desde el río del Egipto hasta
el grande río Eufrates? Si hay otra cosa que responder a esta dificul-
tad, yo la ignoro absolutamente, ya porque no la hallo en los doctores,
ya porque no me ocurre lo que puede decirse contra una evidencia.
Así, tengo por cierto que la promesa de Dios, hecha a Abraham para su
descendencia, no se ha cumplido hasta ahora plenamente. Si no se ha
cumplido hasta ahora plenamente, puedo concluir, sin peligro de error,
que llegará tiempo en que se cumpla plenamente; pues ni el mundo se
ha acabado, ni tampoco se ha acabado la descendencia de Abraham, ni
aun se ha confundido siquiera con las otras naciones.
[57] Para certificarnos más de la bondad de esta conclusión, vol-
vamos los ojos a la profecía de Isaías. En aquel día, dice, herirá el
Señor, dará golpes terribles, destruirá y arruinará (que todo esto sue-
na el verbo herir) desde el río Eufrates hasta el torrente de Egipto,
esto es, hasta el Nilo, o hasta el Rinocorura, que está más al oriente.
Lo cual ejecutado, prosigue, entrarán y se congregarán en este país
los hijos de Israel uno a uno: Y vosotros, hijos de Israel, seréis con-
gregados uno a uno 2. ¿Qué quiere decir esto? La expresión, aunque
singular, parece propísima y naturalísima. Después de herido todo
aquel vasto país por la mano omnipotente de Dios; después de eva-
cuado y desembarazado enteramente de otros pueblos y naciones,
que en él habitan o habitarán entonces; no será necesario que entren
en él los hijos de Israel, como entraron la primera vez, esto es, con las
armas en la mano y en orden de batalla, no habiendo en todo el país
habitador alguno; pues, como también anuncia Zacarías: Volverá to-
da la tierra hasta el desierto (o volverá como llanura, como lee Va-
tablo), desde el collado Remmón hasta el Mediodía de Jerusalén 3;
ran hablado de otro día. Por lo cual queda el sabatismo para el pue-
blo de Dios 1.
[59] La segunda razón más inmediata de no habérseles cumplido
entonces plenamente, así éstas como las otras promesas de Dios, fue
porque ellos no quisieron exterminar todas aquellas gentes que Dios
expresamente les mandaba, antes se acomodaron con ellas, y aun se
unieron recíprocamente por medio de matrimonios ilícitos, que les
prohibía su ley. Por lo cual, pasados algunos años, estando congrega-
dos en cierto lugar, que después se llamó el lugar de los que lloran, les
envió el Señor un ángel, que les dio sobre esto como la última senten-
cia definitiva, por estas palabras: Yo os saqué de Egipto e introduje en
la tierra por la que juré a vuestros padres…, mas con la condición de
que no harías alianza con los habitadores de esta tierra, sino que de-
rribarías sus altares; y no habéis querido oír mi voz. ¿Por qué habéis
hecho esto? Por lo mismo no he querido exterminarlos de vuestra pre-
sencia, para que los tengáis por enemigos, y sus dioses sean para
vuestra ruina 2. Mas sea lo que fuere de este primer punto, vengamos
al segundo, que es el principal.
Segunda observación
[60] ¿Qué día o tiempo es éste de que habla esta profecía? Yo ob-
servo, en primer lugar, que en todo este capítulo 27 de Isaías se anun-
cian claramente cuatro misterios, o cuatro grandes sucesos, que pare-
cen todavía muy futuros. De todos cuatro se dice que sucederán en
aquel día, sin decirnos determinadamente el día en que deben suce-
der. Sólo parece cierto que todos cuatro deben suceder en un mismo
día (no se habla aquí de un día natural de doce o veinticuatro horas),
ya por estar todos cuatro juntos y seguidos en un mismo capítulo, que
empieza con estas palabras, en aquel día; ya también porque a cada
uno en particular se le anteponen las mismas palabras en aquel día, lo
cual parece una señal sensible y clara de que el mismo día sirve para
todos. Esto supuesto, discurrimos así.
[61] Cuatro sucesos o misterios, que hasta ahora no se han verifi-
cado, están claramente anunciados para un mismo día, sin saberse de
cierto para qué día. En medio de esta incertidumbre, tenemos la for-
tuna de hallar, en la Escritura de la verdad, el día preciso en que debe
suceder el uno de ellos, esto es, el primero. ¿No bastará esta noticia
para concluir al punto, que los otros tres sucederán el mismo día? Ved,
pues, ahora este descubrimiento. El primer misterio con que empieza
la profecía es éste: En aquel día visitará el Señor con su espada dura,
1 Heb. 4, 8-9.
2 Jue. 2, 1-3.
370 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 27, 1.
2 Apoc. 12, 9.
3 Apoc. 20, 3 y 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 371
1 Is. 27, 1.
2 Act. 4, 36.
3 Dan. 7, 3.
372 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sal. 79, 9.
2 Mt. 21, 41.
3 Mt. 21, 43.
4 Gal. 5, 19ss.
5 Is. 5, 4 y 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 373
Los frutos de esta viña, comparados con los que daba antes del Mesías,
no hay duda que se hallan muy superiores en número y en bondad;
mas si se atiende al cultivo que ha tenido constantemente después del
Mesías, como se debe atender; si se examinan fielmente las partidas
de gastos y recibo, como se deben examinar; entonces parecerá nece-
sario mudar de tono, confesando, con espíritu humillado, que no es
buena vuestra jactancia 1; por consiguiente, que el título glorioso e
ilustre de la viña del vino puro, no puede todavía competir a esta viña
en el estado y providencia presente. ¿Cómo ha de ser viña de vino pu-
ro, ni merecer este nombre con alguna propiedad, si no da este vino
puro de que se habla? ¿Cómo ha de dar este vino puro, generoso y óp-
timo, si las uvas óptimas son rarísimas, las buenas no muchas, las áci-
das e insípidas en abundancia, y las pésimas innumerables? Luego no
puede ser ésta la viña de la que habla la profecía.
[69] Se podrá acaso responder que el vino de esta viña presente
será puro y óptimo, si sólo se consideran las uvas buenas y se expri-
men éstas separadamente de la otra infinita muchedumbre; mas este
expediente, bueno en sí, se encuentra luego al punto con un embarazo
terrible, o con una consecuencia intolerable. ¿Cuál es ésta? Que con la
misma razón, con el mismo expediente, y con el mismo sentido, po-
dremos dar el título ilustre de viña del vino puro a la viña que tuvo
Dios en todos los tiempos anteriores al Mesías. ¿Y por qué no? ¿Puede
alguno dudar de la bondad, de la inocencia, de la simplicidad, de la
devoción y piedad, de la rectitud y justicia de nuestros Patriarcas, de
nuestros Profetas y de nuestros justos? Exprímanse, pues, estas uvas
solas, o estos frutos de la antigua viña, los cuales fueron más y mejores
de lo que se piensa comúnmente, y se hallará con admiración un vino
puro, excelente, óptimo, y digno de la aprobación del mismo Dios. ¿Y
bastará esto para llamar viña del vino puro a aquella antigua viña de
Dios? Luego tampoco puede bastar para darle este glorioso título a la
viña presente, ni para creer que se hable de ella, cuando se dice: En
aquel día la viña del vino puro le cantará a él.
[70] Pues ¿de qué viña se habla, y de qué tiempo? Si se repara con
la debida atención y formalidad en todo el contexto, tomando el hilo, a
lo menos desde el capítulo 24, se conocerá sin otra diligencia que se
habla de otros tiempos que todavía no hemos visto; que se habla de
otra viña, o mejor diremos, que se habla de la misma viña antigua y
presente, pero en otro estado, y aun con otro cultivo infinitamente di-
verso, tanto como lo es en el estado y cultivo actual respecto del estado
y cultivo que tuvo en los tiempos anteriores al Mesías, y tal vez mucho
más: Porque la mano del Señor no se ha encogido; se conocerá, digo,
que se habla de aquel tiempo y de aquella viña, de quien se dice más
1 Dan. 3, 9; 1 Cor. 5, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 375
1 Is 27, 12.
2 Is. 27, 13.
3 Jer. 31, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 377
chos los judíos de todas las tribus que vienen al sonido de la trompeta y
adoran al Señor en el santo monte en Jerusalén, esto es, en la Iglesia de
Cristo; y en el versículo antecedente, uno a uno, esto es, poquísimos.
Tercer instrumento
PÁRRAFO 3
[76] El instrumento que se sigue es una confirmación, y al mismo
tiempo una explicación, del antecedente. En él se anuncia claramente
la vocación futura de todo Israel y su verdadera conversión, con que se
ha de hacer honorable y glorioso en los ojos de Dios, y digno de su di-
lección. En consecuencia de lo cual, le promete el Señor para este tiem-
po dos cosas muy parecidas a las dos últimas que acabamos de obser-
var, o por decir mejor, las mismas con palabras más expresivas: Y aho-
ra esto dice el Señor tu Criador, oh Jacob, y tu formador, oh Israel:
No temas, porque te redimí, y te llamé por tu nombre; mío eres tú.
Cuando pasares por las aguas, contigo estaré, y no te cubrirán los
ríos; cuando anduvieres por el fuego, no te quemarás, ni la llama ar-
derá en ti; porque yo el Señor tu Dios, el Santo de Israel tu Salvador,
di por rescate tuyo a Egipto, a Etiopía, y a Saba por ti. Desde que te
hiciste digno de honra en mis ojos, y glorioso, yo te amé, y yo daré
hombres por ti, y pueblos por tu alma. No temas, porque yo estoy con-
tigo; del oriente traeré tus hijos, y del occidente te congregaré. Diré
al Aquilón: Da; y al Abrego: No lo estorbes, trae mis hijos de lejos, y
mis hijas de los extremos de la tierra 1.
[77] Para comprender bien así el misterio como el tiempo de que
aquí se habla, sin que nos quede sobre ello ni aun sospecha de duda,
nos puede ser de gran provecho la lección atenta de todo el capítulo
antecedente. En él se habla claramente de la primera venida del Me-
sías, de su carácter, de su ministerio, de sus virtudes, singularmente
de su paciencia y mansedumbre, y de todos los efectos admirables que
debían producir en el mundo su predicación, su doctrina, sus ejem-
plos, su espíritu, etc.; y todo ello en las Gentes, no en Israel, por su in-
credulidad. Aun aquella voz del cielo que se oyó después en el Jordán y
en el Tabor: Este es mi Hijo el amado, en quien me he complacido 2, se
lee anunciada en este capítulo 42, que empieza con ella misma: He
aquí mi siervo, le ampararé; mi escogido, mi alma tuvo su compla-
cencia en él; sobre él puse mi espíritu, él promulgará justicia a las
naciones 3. Después de lo cual, desde el versículo 20, se prosigue ha-
blando de la ceguedad de Israel, que lo había de desconocer y repro-
Otros instrumentos
PÁRRAFO 4
[80] Y yo congregaré las reliquias de mi rebaño de todas las tie-
rras a donde los hubiere echado, y los haré volver a sus campos; y
crecerán, y se multiplicarán. Y levantaré sobre ellos pastores, y los
apacentarán; de allí adelante no tendrán miedo, ni se asombrarán; y
de su número no será buscado ninguno, dice el Señor 5.
sión, les dice así: Pues cuando viereis a Jerusalén cercada de un ejér-
cito, entonces sabed que su desolación está cerca… Porque éstos son
días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están es-
critas… Porque habrá grande apretura sobre la tierra, e ira para este
pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a to-
das las naciones, y Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que
se cumplan los tiempos de las naciones 1.
[90] Estas últimas palabras, ¿qué quieren decir? Jerusalén será
hollada o conculcada de las Gentes hasta que se llenen los tiempos de
las naciones. Yo infiero de aquí una consecuencia, no sólo legítima y
justa, sino conforme con otros muchos lugares de la Escritura: luego
las naciones tienen sus tiempos fijos y precisos, los cuales concluidos,
Jerusalén dejará de ser hollada de las Gentes. A esto alude visiblemen-
te San Pablo, o esto mismo dice, hablando con las Gentes cristianas:
Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (porque no seáis
sabios en vosotros mismos): que la ceguedad ha venido en parte a Is-
rael hasta que haya entrado la plenitud de las Gentes, y que así todo
Israel se salvase, como está escrito 2.
[91] De modo que, cumplidos o llenos los tiempos de misericordia
para las Gentes, y habiendo entrado la plenitud de ellas (no cierto to-
das, sino las que han de entrar, según la presciencia de Dios), enton-
ces, dice el Apóstol, será salvo todo Israel, conforme está escrito; en-
tonces, dice el mismo Cristo, Jerusalén dejará de ser conculcada de las
Gentes, y esto en el mismo sentido en que ahora se dice con toda ver-
dad, hollada de los Gentiles, esto es, materialmente y formalmente;
materialmente cuanto al lugar donde estaba fabricada, formalmente
cuanto a sus propios y legítimos habitadores, o a la nación entera, de
quien Jerusalén era cabeza, según la institución de Dios; pues en am-
bos sentidos se ha cumplido y se está cumpliendo la profecía del Se-
ñor. No quisiera detenerme un momento más en la consideración de
este primer aspecto, que ha salido más difuso que lo que yo pensaba; y
no obstante, he dicho poquísimo respecto de lo que había que decir.
Mas se hace durísimo no decir una palabra sobre la explicación de es-
tos dos textos que acabo de citar, que se hallan en los mejores intér-
pretes de la Escritura, y a lo menos la propongo a vuestra reflexión.
[92] Jerusalén, dice Cristo, será conculcada de las Gentes hasta
que se llenen los tiempos de las naciones… Esto es, dice la explicación,
hasta el fin del mundo, o no mucho antes. ¿Cuándo? Cuando el Anti-
cristo, rey y Mesías de los Judíos, y monarca universal de todo el orbe,
edifique de nuevo esta ciudad, y ponga en ella la corte de su imperio
Artículo 2
Segundo aspecto
PÁRRAFO 1
[94] Todos saben que la descendencia del justo Abraham por Isaac
y Jacob fue más de dos mil años la única, entre todas las naciones de la
1 Amós 3, 2.
2 Is. 5, 4.
3 Jer. 2, 30.
4 Sof. 3, 2.
5 Is. 9, 2.
6 Dan. 9, 26.
7 Oseas 1, 9.
8 Oseas 1, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 387
1 Mal. 1, 10-11.
2 2 Cor. 11, 19.
3 Lc. 21, 22.
4 Mt. 8, 12.
388 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
con la primera ni con la segunda? ¿Nos sería lícito pasarla a otros sen-
tidos impropios y violentísimos, y por eso mismo infinitamente ajenos
de la veracidad de Dios? Pues, amigo mío, esta tercera se halla en las
santas Escrituras, no menos que la primera y la segunda; se halla
anunciada con la misma y mayor claridad; se halla, no sólo en Daniel,
en Oseas y Malaquías, sino en casi todos los Profetas, y en algunos dos
veces. ¿Cuál es esta tercera? Que la misma descendencia del justo
Abraham por Isaac y Jacob, la que desde Abraham hasta Cristo fue
pueblo único de Dios, y que desde Cristo hasta el día de hoy está pri-
vada de este honor, y arrojada en las tinieblas exteriores, esta misma
descendencia de Abraham volverá algún día a ser otra vez pueblo de
Dios, infinitamente mayor de lo que fue en otros tiempos, y esto en su
misma patria, de que fue desterrada, y bajo de otro testamento sempi-
terno, que no puede envejecerse ni acabarse como el primero. No me
preguntéis tan presto en qué sentido hablo, porque yo no soy capaz de
explicar muchas cosas a un mismo tiempo. El sentido en que hablo se
irá manifestando por sí mismo, sin otra diligencia. Si esto tercero así
como suena (que bien claro está) os parece duro y difícil de creer, da-
réis con esto una prueba bien sensible de que sólo creéis a Dios en
aquellas cosas que ya veis verificadas con vuestros propios ojos, mas
no en aquellas otras que no se han verificado, ni se sabe ni se entiende
cómo podrán verificarse; y en este caso no deberéis extrañar que os
apliquemos aquellas palabras de Cristo ya resucitado: Porque me has
visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron y creye-
ron 1. Esto tercero es lo que vamos ya a mostrar.
PÁRRAFO 2
[103] Para ver ahora con los ojos si esta interpretación es justa o no,
aunque fuera muy conducente el confrontarla con el texto mismo, y con
todas sus palabras; mas por abreviar, reparemos solamente en dos pa-
labras importantes, que contiene la primera cláusula: la una es, segun-
da; la otra es, para poseer… Y será en aquel día: Extenderá el Señor su
mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo, que quedará, etc.
De manera, que el Señor promete aquí, en términos claros y formales,
que para poseer el residuo de Israel, hará segunda vez, en aquel día,
aquello mismo que hizo en otros tiempos la primera vez; pues ninguna
cosa puede hacerse segunda vez, si no se ha hecho la vez primera. Se
pregunta ahora: ¿A qué suceso anterior alude esta palabra, segunda?
Si no recurrimos al Exodo, o a la salida de Egipto y paso del mar Rojo,
parece claro que nos cansaremos en vano. El texto mismo de esta pro-
fecía nos remite a este primer suceso, concluyendo con estas palabras:
Y habrá camino para el resto de mi pueblo que escapare de los Asirios,
así como lo hubo para Israel en aquel día que salió de tierra de Egip-
to 1. Siendo el primer suceso la salida de Egipto, en la cual sacó Dios su
mano omnipotente en favor de Israel, el segundo deberá ser alguna co-
sa semejante. Es decir, si la primera vez hizo Dios tan visible y tan ad-
mirable su mano omnipotente, en tanta multitud de prodigios, para sa-
car a Israel de Egipto, y poseerlo como pueblo suyo peculiar, prome-
tiendo el mismo Dios esta mano omnipotente para otra segunda vez,
esto es, para poseer el residuo de Israel, deberán renovarse esta segun-
da vez aquellos mismos prodigios, u otros semejantes o mayores. Digo
mayores, porque parece mucho menos difícil sacar un pueblo del poder
de un príncipe solo, y de la pequeña tierra de Gesén, que sacarlo del po-
der de todos los príncipes, y de todas las cuatro plagas de la tierra don-
de está disperso, y prodigiosamente multiplicado: Congregará los fugi-
tivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá.
[104] Si esto no se recibe, si se desprecia como increíble o como
displicente, deberá mostrarse en los siglos pasados este suceso segundo
en que Dios haya hecho manifestar su mano omnipotente, así como la
hizo manifestar la primera vez en Egipto. ¿Cuál, pues, habrá sido este
suceso? O fue la salida de Babilonia, o la cosa no ha sucedido hasta el
día de hoy; porque el sentido espiritual a que se recurre, y con que se ti-
ran a llenar tantos y tan grandes vacíos, apenas parece suficiente para
huir la dificultad, dejándola en pie. Que el segundo suceso de que aquí
se habla no fuese la salida de Babilonia, se prueba evidentemente por
tres razones sacadas del mismo texto sin salir de él. Primera: porque
aquellos pocos que salieron de Babilonia con licencia de su rey Ciro, no
salieron de todas las partes de la tierra, que nombra expresamente la
profecía; no salieron de la Asiria, de Egipto, de Fetros, o Arabia, de
1 1 Esd. 1, 2-3.
392 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Miq. 7, 4.
2 Jer. 29, 11 y 13-14.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 393
PÁRRAFO 3
[112] Hasta aquí hemos considerado solamente una parte del capí-
tulo 11 de Isaías. Quedan fuera de este lugar otros innumerables en ca-
si todos los Profetas, no menos claros y expresos en el asunto. Mas
porque el considerarlos todos o muchos de ellos sería un trabajo mo-
lestísimo, sin especial utilidad, debemos contentarnos con producir y
examinar algunos pocos, haciendo sobre ellos y sobre todos los demás
en general esta simple y brevísima reflexión. Es cierto e innegable que
en la Escritura divina se halla una promesa de Dios, repetida y confir-
mada de varios modos en los más de los Profetas, la cual promesa ha-
bla expresa y nominadamente con todo el residuo de los hijos de Is-
rael, cuando éstos sean recogidos de todas las naciones, plantados de
nuevo en la tierra de sus padres, bañados del Espíritu de Dios, lavados
con esta agua limpia de todos sus pecados, iluminados, santificados,
etc.; y todo esto, no bajo del Antiguo Testamento, sino debajo del otro
nuevo y sempiterno; palabras y expresiones todas de que usan los Pro-
fetas de Dios. La promesa de que hablo se halla, no solamente en esta
sustancia, sino también en estas formales palabras.
[113] En aquel día, en aquel tiempo, yo seré vuestro Dios, y voso-
tros seréis mi pueblo.
[114] Por si acaso esto se dudare, ved aquí algunos pocos ejempla-
res. Mirándolos juntos y de cerca, los podremos considerar mejor.
[115] Jeremías: Y pondré mis ojos sobre ellos para aplacarme, y
los volveré a traer a esta tierra; y los edificaré, y no los destruiré; y
los plantaré, y no los arrancaré. Y les daré corazón para que sepan
1 Zac. 8, 7-8.
2 Zac. 13, 8-9.
3 Os. 1, 9; Dan. 9, 26.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 397
Artículo 3
Tercer aspecto
más vil y despreciable de todas las mujeres, volverá a serlo algún día,
aunque lo repugne todo el mundo. El punto, aunque sumamente deli-
cado, es sin duda alguna gravísimo e importantísimo por todos sus as-
pectos. El ser delicado y crítico por alguna circunstancia extrínseca no
parece razón suficiente para encubrirlo o disimularlo, si realmente se
halla expreso en la Escritura de la verdad. Para algún fin particular lo
mandó escribir el Espíritu Santo; y es claro que su intención no pudo
ser que, después de escrito, se quedase siempre oculto, y que ninguno
se atreviese a tocarlo por su extrema delicadeza.
[135] Hágome cargo que es menester valor, y gran valor, para anun-
ciar prosperidades a la que fue reina Vasti, en presencia de la reina Es-
ter, la cual fue llamada graciosamente a ocupar su puesto, en conse-
cuencia de la sentencia terrible que se dio contra la primera: Reciba su
reino otra que sea mejor que ella 1. La cual sentencia concuerda perfec-
tamente con aquella otra no menos terrible: Quitado os será el reino de
Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él 2. Mucho más
valor sería necesario para avanzar esta proposición en tono de profecía.
[136] Llegará tiempo en que el rey Asuero se acuerde de Vasti, y
de lo que había hecho, y de lo que había padecido 3. Llegará tiempo en
que se acuerde de su primera esposa, a quien tanto amó, y a quien
apartó de sí por justas razones, y compadecido de sus trabajos, enter-
necido con sus lágrimas, satisfecho con su larga y durísima penitencia,
la llame otra vez así, no obstante la oposición de sus siete sabios y de
sus ministros 4, le restituya todos sus honores, y la corone de mayor
gloria que la que tuvo antes de su infortunio.
[137] Si para avanzar esta proposición en presencia de la reina Es-
ter, hubiese sido necesario un valor extraordinario, podréis ahora apli-
car la consecuencia con gran facilidad.
PÁRRAFO 1
[138] En la simple lectura de todo este capítulo: primero, lo que se
presenta como una verdad, es la persona que habla en él desde la pri-
mera hasta la última palabra, la que no puede ser otra, por todo el con-
texto, que el Mesías mismo, o el Espíritu de Dios en persona suya. Ha-
bla en primer lugar de su primera venida al mundo, como si fuese este
1 Est. 1, 19.
2 Mt. 21, 43.
3 Est. 2, 1.
4 Est. 1, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 401
1 Heb. 4, 13.
2 Lc. 21, 24.
3 Jn. 10, 16.
4 Jn. 11, 52.
5 Rom. 9, 5.
6 1 Tim. 5, 5.
7 Is. 49, 14.
8 Ez. 37, 11.
402 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Job 22, 2.
2 Is. 49, 16-17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 405
PÁRRAFO 3
Se examinan estas ideas a la luz de la profecía
[147] Para conocer con toda certeza si estas ideas son justas o no,
consideremos con alguna mayor atención el contexto de todo este ca-
pítulo. Esto es todo lo que precede a la queja de Sión; con esto solo en-
tenderemos al punto, así el tiempo de que se habla, como la ocasión y
circunstancias de esta queja; por consiguiente, el misterio de la profe-
cía todo entero. Lo primero que se presenta a los ojos clarísimamente
es que, desde la primera palabra, empieza hablando sin interrupción el
Espíritu de Dios, en persona del Mesías, y prosigue hablando hasta el
fin, y aun hasta el capítulo siguiente. Habla primeramente con todos
los pueblos de la tierra, a quienes pide toda su atención, como que son
cosas de suma importancia las que va a decirles: Oíd, islas, y atended,
pueblos de lejos… 1. Empieza dando una idea general, aunque grande y
magnífica, de la excelencia de su persona, de su dignidad, de su minis-
terio, de los grandes designios que Dios tiene sobre él, para los cuales
lo envía a la tierra: El Señor desde la matriz me llamó, desde el vien-
tre de mi madre se acordó de mi nombre. Y puso mi boca como espa-
da aguda; con la sombra de su mano me protegió, y púsome como
saeta escogida, escondióme en su aljaba 2.
[148] Dice luego la misión que tiene de Dios directa e inmediata-
mente para la casa de Jacob: Y ahora el Señor, que me formó desde la
matriz por su siervo, me dice que yo he de conducir a él a Jacob 3. Lo
cual concuerda perfectamente con lo que él mismo dijo después, ase-
gurando en términos formales que no había sido enviado de Dios sino
para las ovejas perdidas de la casa de Jacob: No soy enviado sino a las
ovejas que perecieron de la casa de Israel 4. Concuerda con lo que di-
ce a las Gentes cristianas su propio Apóstol: Digo pues, que Jesucristo
fue ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar
las promesas de los Padres 5; y con lo que dice en la epístola a los Gá-
latas: que el Señor eligió a San Pedro, y lo envió directamente para el
apostolado de la circuncisión 6.
[149] Prosigue el Mesías diciendo claramente lo que hemos visto
hasta ahora, y veremos después con nuestros ojos, es a saber, que aun-
que Dios lo enviaba directamente a las ovejas que perecieron de la casa
de Israel, o lo que es lo mismo, para conducir a él a Jacob, no se conse-
1 Is. 49, 1.
2 Is. 49, 1-2.
3 Is. 49, 5.
4 Mt. 25, 24.
5 Rom. 15, 8.
6 Gal. 2, 8.
406 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
guiría por entonces este fin primario e inmediato de su misión: Mas Is-
rael no se congregará. Y como mirando presente la resistencia que le
había de hacer este pueblo ingrato, y las terribles consecuencias que
debían seguirse contra el mismo pueblo, según las Escrituras, llora y se
lamenta de haber trabajado en vano, y de haber consumido sin fruto al-
guno toda su fortaleza: Y dije yo: En vano he trabajado sin motivo, y
en vano he consumido mi fuerza 1. Da muestra de aflicción y dolor,
por lo que mira a la perdición de Israel, y también de confusión y ru-
bor, por lo que toca a su propia persona; como si no tuviese que res-
ponder a su divino Padre, ni cómo excusarse de no haber sido recibido
de su pueblo escogido (por la suma iniquidad de que lo halló lleno),
mas (les fue) en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo…, en la-
zo y en ruina a los moradores de Jerusalén 2. Se consuela, no obstan-
te, con haber hecho con este pueblo cuanto estaba de su parte; por lo
cual será, no sólo excusado, sino aprobado y glorificado en los ojos de
Dios: Por tanto mi juicio con el Señor, y mi obra con mi Dios…; y glo-
rificado he sido en los ojos del Señor, y mi Dios ha sido mi fortaleza 3.
[150] Pasa luego inmediatamente a referir el consuelo que le da su
Padre en medio de tantas aflicciones, prometiéndole, en lugar de Is-
rael que se perdía por su incredulidad, otro pueblo mayor y mejor, el
cual se debía sacar de entre las naciones de la tierra. Dios me dice,
añade el Mesías: Poco es que seas mi siervo solamente, o mi enviado
para despertar o llamar las tribus de Jacob, y convertir las heces de Is-
rael; en falta de éstos, serás ahora la luz de las Gentes, y llevarás mi
salud hasta los extremos de la tierra 4. Estas últimas palabras, para
los Judíos las más terribles, las trajo a la memoria el apóstol San Pablo
cuando, desesperanzado de su conversión, en que tanto había trabaja-
do, se despidió de ellos, diciéndoles: A vosotros convenía que se ha-
blase primero la palabra de Dios; mas porque la desecháis, y os juz-
gáis indignos de la vida eterna, desde este punto nos volveremos a los
Gentiles. Porque el Señor así nos lo mandó: Yo te he puesto para lum-
bre de las Gentes, para que seas en salud hasta el cabo de la tierra 5.
Y en otra parte, capítulo último, versículo 28: Pues os hago saber a
vosotros que a los Gentiles es enviada esta salud de Dios, y ellos oi-
rán 6. En consecuencia de esto, prosigue el Mesías anunciando los
efectos admirables de la vocación de las Gentes, y el fruto copioso que
se recogería de entre ellas: los reyes y príncipes que reconocerían al
verdadero Dios, y le adorarían; y la multitud de pueblos, naciones y
1 Is. 49, 4.
2 Is. 8, 14.
3 Is. 49, 4-5.
4 Is. 49, 6.
5 Act. 13, 46-47.
6 Act. 28, 28.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 407
PÁRRAFO 4
[156] Hasta aquí hemos atendido solamente a las circunstancias de
esta profecía, es a saber, con quién habla, en qué ocasión, y para qué
tiempo. Hemos concluido, al parecer con evidencia, lo primero: que se
habla con Sión, antigua esposa de Dios, y que a ella sola se dirigen, no
una ni cuatro, sino todas las palabras consolatorias, y todas las prome-
sas que contiene la profecía. Lo segundo: que se habla con esta antigua
esposa de Dios, no en otro estado, sino en el estado de soledad, de viu-
dez, de abandono, en que quedó después del Mesías, y después que otra
esposa nueva ocupó su puesto. Lo tercero: que no habiéndose verifica-
do jamás en la Sión con quien se habla, cosa alguna de cuantas se le di-
cen y prometen, deberemos esperar otro tiempo, en que todas se verifi-
quen: La mano del Señor no se ha encogido para no poder salvar.
[157] Esto supuesto, veamos ahora brevemente las cosas mismas
que se dicen y prometen a esta antigua esposa de Dios. Ellas son tan
grandes, que por eso mismo se ha pensado que no pueden hablar con
ella. Sin esto no hubiera habido quien se las disputase; puesto que las
primeras palabras con que empieza el Señor su consolatoria son tan
amorosas, tan tiernas, tan expresivas, que ellas solas muestran clara-
mente que debe haber alguna grande y extraña novedad, así de parte
de Sión, que llora su soledad y desamparo, como de parte del Mesías,
que atiende a su llanto, y se pone de propósito a consolarla. ¿Puede
acaso una madre (empieza diciendo) olvidarse de su tierno infante?
¿Puede mirar con indiferencia el dolor y aflicción del fruto de su vien-
tre? Pues más fácil es esto, que no que yo me olvide de ti. Después de
este primer requiebro sumamente expresivo, para que no piense que
son únicamente buenas palabras, pasa luego a decirle toda la gloria y
honra que le tiene preparada. Y en primer lugar le habla de su próxima
reedificación, siguiendo siempre la metáfora de la ciudad de David; es
decir, le habla de su renovación, de su asunción, de su remedio pleno,
cuyo diseño o cuyo plan dice que lo tiene como grabado en sus propias
manos 1. Y como si ya estuviese concluida esta renovación, de que se
habla en todos los Profetas, la convida en espíritu a que levante sus
ojos, y mire por todas partes alrededor de sí 2. ¿Y qué es lo que ha de
mirar? Es aquello mismo que es toda la causa de su llanto. Lloras (co-
mo si dijera) porque me he pasado a las Gentes, y vivido entre ellas
1 Sal. 13, 5.
2 Act. 15, 11.
3 Bar. 2, 35.
412 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 55, 3.
2 Jer. 31, 31.
3 Jer. 32, 40.
4 Jn. 3, 10.
5 Gal. 3, 7 y 9.
6 Jn. 4, 22.
7 Jn. 3, 13; Rom. 11, 17.
8 Rom. 11, 18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 413
PÁRRAFO 5
[163] Sin salir de Isaías, hallamos tanto sobre el asunto presente
que parece imposible tocarlo todo, ni aun siquiera la centésima parte,
sin una prolija y molestísima difusión. Para suplir esta falta de algún
modo razonable, que nos traiga alguna utilidad, yo sólo quisiera adver-
tir o hacer reparar una cosa, que me parece clarísima en Isaías, sin la
cual no alcanzo cómo pueda entenderse este Profeta de un modo se-
guido y natural. Lo que deseo hacer reparar es que, desde el capítulo 49
cuando menos, hasta el 66, que es el último, se nota clara y distinta-
mente que todo es una conversación o una especie de diálogo, en que
se ven hablar tres personas, esto es, Dios, el Mesías, y Sión; y todo
cuanto hablan parece que es sobre un mismo asunto o interés, sin salir
de él, ni divertir la conversación a otra cosa.
[164] La primera persona que habla es Dios, y es bien fácil obser-
var que, siempre que habla (que es pocas veces, y pocas palabras), o
habla con el Mesías, o con Sión. La segunda es el Mesías mismo: él es
el que abre la conversación, y hace en toda ella como el papel princi-
pal. Empieza pidiendo atención a todos los países y a todos los pueblos
de la tierra: Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos; y desembarazado
brevemente de todo lo que pertenece a su primera venida al mundo,
tan favorable respecto de las Gentes como funesta para Sión, vuelve
sus ojos llenos de compasión a la misma Sión, que se representa allí
mismo como cubierta de luto y de tristeza, a vista de la felicidad de las
Gentes y de su propia infelicidad, diciendo estas solas palabras en me-
dio de su llanto: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvi-
dado de mí. Desde este punto para adelante, en los dieciocho capítulos
que se siguen, ya no se ve que hable una sola palabra con otras perso-
nas que con Sión; y esto no en cualquiera estado indeterminado, sino
precisamente de humillación, de soledad y de abandono en que quedó
después de su primera venida, y en consecuencia de su incredulidad.
Esto es tan claro, que casi no es menester otro estudio que la simple
lectura, con esta advertencia. Así se ve en todos estos dieciocho capítu-
los, que ya consuela a la infeliz Sión, ya la reprende, ya la exhorta a
penitencia, ya le trae a la memoria sus antiguos delitos, ya también el
mal recibimiento que le hizo cuando vino al mundo: Porque vine, y no
había hombre; llamé, y no había quien oyese 1. Ya se muestra algunas
1 Is. 50, 2.
414 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Porque esto dice el Señor: He aquí que yo derivaré sobre ella como
río de paz, y como arroyo que inunda la gloria de las gentes, la cual
mamaréis; llevados seréis a los pechos, y sobre las rodillas os acari-
ciarán. Como la madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré, y en
Jerusalén seréis consolados 1.
[174] Considerad por último todo el capítulo 2 de Oseas, en que
veréis abreviado todo el misterio de que actualmente hablamos, desde
el principio hasta el fin. Lo primero: le anuncia Dios a su esposa infiel,
que llegará el caso de privarla enteramente de su dignidad, que la
arrojará ignominiosamente de su casa, que la abandonará del todo,
que la mirará como si no fuera su esposa, ni él su marido, que no hará
caso de sus hijos, ni se moverá a compasión: Juzgad a vuestra madre
(o como leen los LXX, sed juzgados con vuestra madre), juzgadla;
porque ella no es mi mujer, ni yo su marido… Y no tendré misericor-
dia de sus hijos 2. Lo segundo: le anuncia los terribles trabajos y cala-
midades que padecerá en su soledad y desamparo, y todo de su mano y
por orden suya: He aquí yo cercaré tu camino con espinos, y lo cerca-
ré con paredes, y no hallará sus senderos… Manifestaré su locura a
los ojos de sus amadores; y nadie la sacará de mi mano. Y haré cesar
todo su gozo, su solemnidad, su Neomenia 3. Lo tercero: le anuncia y
le promete, así en este lugar como en el capítulo 2, que después de
bien castigada, trabajada y humillada hasta lo sumo, abrirá finalmente
los ojos, y dirá como el hijo pródigo del Evangelio: Iré, y volveré a mi
primer marido 4. Lo cuarto, en fin: le anuncia que entonces llamará a
su Dios, diciéndole: Mi primer marido; y le promete que entonces la
recibirá otra vez, y se desposará con ella como de nuevo, y no la apar-
tará jamás de sí: Y te desposaré conmigo para siempre; y te desposa-
ré conmigo en justicia, y juicio, y en misericordia, y en clemencia. Y
te desposaré conmigo en fe; y sabrás que yo soy el Señor 5.
[175] Estos lugares que acabo de apuntar, omitiendo otros innu-
merables que se pueden ver en los profetas, parece que prueban in-
venciblemente que aquella primera esposa de Dios (es decir la casa de
Jacob) que después de la muerte del Mesías fue arrojada ignominio-
samente de la casa del esposo por su iniquidad e incredulidad, ha de
ser llamada algún día y asunta, con infinitas ventajas, en otro estado y
bajo de otro testamento sempiterno, a su primera dignidad, para no
perderla jamás, que es todo lo que por ahora pretendíamos probar.
Examinemos en seguida atentamente lo que alega la parte contraria.
PÁRRAFO 6
[176] La parte contraria, que sin duda tiene fuertes motivos para
oponerse con todas sus fuerzas a la vocación y asunción de Sión, alega
contra ella dos impedimentos, en tono de gran seguridad; y cierto, que
mirados éstos desde cierta distancia, muestran un semblante verdade-
ramente terrible, capaz de acobardar y aun hacer temblar al más ani-
moso. El primer impedimento está, o se pretende estar, de parte de la
esposa actual de Dios; de aquélla, digo, que entró en lugar de Sión, y
ocupó el puesto que ella dejó vacío por su incredulidad 1; de aquélla de
quien dice el Apóstol, citando el de Oseas: Llamaré pueblo mío al que
no era mi pueblo; y amado, al que no era amado; y que alcanzó mi-
sericordia, al que no había alcanzado misericordia 2; de aquélla de
quien dice San Pedro: En algún tiempo erais no pueblo, mas ahora
sois pueblo de Dios; que no habíais alcanzado misericordia, mas aho-
ra habéis alcanzado misericordia 3. El segundo impedimento está, o
se pretende estar, de parte de la misma Sión, la cual se supone ya in-
capaz de otra cosa que de desprecio y vilipendio. Uno y otro impedi-
mento se presenta en tono tan decisivo, y con tan gran satisfacción,
que según ellos parece que no queda lugar a la duda o la sospecha. No
obstante, si nos acercamos un poco más, si los miramos con alguna
particular atención, si llegamos a tocarlos con la mano, descubrimos al
punto, con admiración y pasmo, que el primero estriba únicamente so-
bre un puro sofisma, y el segundo sobre una insigne falsedad.
Primer impedimento
[177] La sustancia de este primer impedimento se reduce en pocas
palabras a este discurso: Dios no puede tener dos esposas diversas, así
como no puede tener dos Iglesias diversas, porque la esencia de la
Iglesia y de la esposa de Dios, esto es, de la parte activa de la misma
Iglesia (que es la que propiamente se llama esposa madre, etc.) es la
unidad; luego Sión no puede ser llamada otra vez y asunta de nuevo a
la dignidad de esposa de Dios, que tuvo en otros tiempos. El antece-
dente es no sólo cierto sino dogma de fe. La consecuencia se prueba
así: Para que Sión pueda volver a ser esposa de Dios, es necesario que
la esposa actual, que entró en su lugar, caiga en algún tiempo en la
desgracia del esposo y en el mismo infortunio en que cayó Sión; así
como fue necesario que cayese Sión y fuese arrojada de casa, para que
del todo, como si para ellas solas se hubiese fundado. El centro de uni-
dad de la Iglesia cristiana, que el mismo esposo había puesto en Jeru-
salén, lo sacó de Jerusalén y lo puso en Roma, para mayor bien y co-
modidad de las mismas Gentes. Todo lo activo de la misma Iglesia se
quitó a los antiguos colonos o labradores, y se les dio a otros nuevos en
consecuencia de la sentencia que ya estaba dada: Arrendará su viña a
otros labradores 1. Ahora bien: en esta conmutación, ¿faltó el esposo a
su real palabra? ¿No quedaron tan intactas sus promesas como la Igle-
sia misma a quien se habían hecho? ¿No hubiera sido una insigne es-
tulticia en Jerusalén y en los Judíos, alegar estas promesas del esposo,
para probar que la Iglesia activa no podía pasarse a las Gentes, ni el
centro de unidad a Roma? Se espera con ansia la disparidad, y entre
tanto decimos resueltamente que el primer impedimento que se alega
contra Sión es nulo y de ningún valor, pues se funda en un equívoco o
juego de palabras. Demás de esto, se debe observar que la parte con-
traria pretende alegar a su favor aquellas promesas generales, hechas a
la Iglesia cristiana, formada de las Gentes, como si hablasen con ella
sola. Mas las promesas que hablan directa e inmediatamente con Sión,
de que están llenas las Escrituras, éstas se miran con otros ojos; éstas
son de ningún valor; éstas no pueden entenderse como se leen; éstas,
etc. Mas ¿por qué razón? ¿Con qué fundamento? ¿Con qué justicia?
[180] Pero amigo mío, éste es un punto gravísimo que pide una ob-
servación particular. Os remito por ahora al fenómeno siguiente, donde
procuraremos tratarlo más de propósito y más a fondo, no dejándolo
solamente en un puede ser. Traed a la memoria, entretanto, lo que que-
da dicho de las Gentes cristianas en el fenómeno 3, especialmente so-
bre la bestia de dos cuernos, y sobre la mujer sentada en la bestia, etc.
Segundo impedimento
EL REPUDIO DE SIÓN
[181] El segundo impedimento se pretende estar de parte de Sión
misma. Esta, dicen, no puede volver a ser esposa de Dios. ¿Por qué?
Porque es una esposa repudiada, y repudiada en toda forma, como
prescribía la ley. Preguntad ahora de dónde consta este repudio, y os
remiten por toda respuesta al capítulo 50 de Isaías, y al capítulo 3 de
Jeremías. Estos son los únicos instrumentos que se han podido hallar
en todos los archivos. Examinémoslos con atención y separadamente.
[182] Cuanto al primer instrumento, que es el primer versículo del
capítulo 50 de Isaías, se debe observar en primer lugar que este capítu-
lo no puede separarse de modo alguno, sin una manifiesta violencia, del
capítulo antecedente, porque no son dos asuntos diversos, sino uno so-
lo el que en ellos se trata. Ya hemos observado, poco ha, lo que se trata
en todo el capítulo 49. Hemos notado que quien habla en todo él, desde
la primera hasta la última palabra, es el Mesías mismo, o el Espíritu de
Dios en persona suya. Hemos notado, en particular, que primero habla
con todos los pueblos de la tierra, y a éstos no les habla de otra cosa que
de su primera venida y de todas sus resultas; mas llegando al versículo
14 vuelve los ojos y toda su atención a otra parte, esto es a Sión, que allí
mismo se representa como abandonada de Dios y de su Mesías, dicien-
do en medio de su llanto: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se
ha olvidado de mí 1. Se hace cargo de la causa de su dolor; da muestras
las menos equívocas de compasión y de ternura, y como olvidado de
todo otro interés, empieza luego a consolarla, y prosigue hablando con
ella siempre palabras de consuelo hasta el fin del capítulo.
[183] Es visible y clarísimo, por todo el contexto, que este discurso
del Mesías a Sión no se termina aquí, ni se divierte a otro asunto ni a
otra persona. El mismo Mesías prosigue el mismo discurso en el capí-
tulo 50. Solamente se nota esta pequeña diferencia, de ningún momen-
to para el caso, que, acabando de hablar con la madre Sión en el capí-
tulo 49, en el 50 se vuelve a sus hijos como si estuviesen allí presentes,
y les hace estas dos preguntas: primera: ¿Qué libelo de repudio es éste
(o cuál es éste) por el cual yo deseché a vuestra madre? 2; segunda: ¿O
quién es mi acreedor a quien os he vendido? 3. De estas dos preguntas,
si se separan de todo el contexto, o si no quieren mirarse como pre-
guntas, es bien fácil concluir que Dios ha repudiado a Sión y ha vendi-
do a sus hijos por esclavos; mas atendido todo el contexto, como debe
atenderse, se concluye evidentemente todo lo contrario, esto es, que
no ha habido tal repudio de la madre, ni tal venta de sus hijos. Los que
miran su estado actual de abandono, de abatimiento, de servidumbre,
y todo ello tan prolongado, podrán hacerlo o pensarlo así; mas ¿con
qué razón?, dice el Señor. Si he repudiado verdaderamente a vuestra
madre, ¿dónde está el libro o libelo de repudio que le di al despedirla
de mi casa? ¿Quién tiene este libelo? ¿Quién lo ha visto jamás? 4.
[184] Naturalmente salta aquí a los ojos la alusión al capítulo 24
del Deuteronomio. Mandaba la ley que si alguno, descontento de su le-
gítima mujer, quisiese repudiarla (lo cual, como explicó después el Me-
sías mismo, sólo se permitió a los Judíos, diciéndoles: Por la dureza
de vuestros corazones 5), no lo hiciese, ni pudiese hacerlo, sin dar a la
1 Is. 40, 2.
2 Sal. 43, 12-13.
3 Os. 3, 1.
4 Os. 3, 1.
5 Os. 3, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 423
1 Os. 3, 4-5.
2 Act. 1, 7.
3 Os. 2, 7.
4 Lc. 15, 18-19.
5 Lc. 15, 15 y 20.
6 Sal. 47, 3.
424 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Ag. 1, 2 y 4 y 9-10.
2 Ex. 34, 16.
3 1 Esd. 9, 1-3.
4 2 Esd. 13, 15.
426 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Jer. 3, 1.
2 Jer. 3, 7-9.
428 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
rras en donde habéis sido dispersos con mano robusta, y con furor
encendido reinaré sobre vosotros 1. Esta parece la verdadera razón
por la que, habiendo vuelto de su destierro la hermana menor, no vol-
vió la hermana mayor, ni se sabe hasta ahora con alguna distinción y
claridad dónde se halla; no porque se haya perdido enteramente, ni
porque se haya mezclado y confundido con las otras naciones, ni tam-
poco porque no haya de volver jamás, sino porque todavía no ha llega-
do su tiempo. ¿Y pensáis, señor, que este tiempo no llegará?
[204] Yo supongo, por un momento, que ya no os acordéis de to-
dos aquellos lugares de la Escritura que quedan notados y copiados en
este fenómeno de los Judíos. También quiero suponer, por otro mo-
mento, que se hayan perdido todas las profecías, y todos cuantos li-
bros o piezas diversas componen la Biblia sagrada, sin quedarnos otra
cosa en el día de hoy, sino solamente el capítulo 3 de Jeremías. Aun en
este caso tan deplorable, y con solo este instrumento, no podíamos mi-
rar a las diez tribus (mucho menos a Sión) como del todo abandona-
das, sin remedio y sin esperanza. Proseguid leyendo el mismo capítulo
y, antes de llegar a la mitad, empezaréis a ver con admiración en lo
que para al fin el repudio de la hermana mayor, y la bondad del Señor
para con ella. Anda (le dice a Jeremías), anda y da voces contra el
Aquilón (hacia donde había sido ventilada cien años antes esta her-
mana mayor), llámala, convídala, exhórtala que vuelva a su Dios con
todo su corazón. Dile que estoy pronto a recibirla, y la recibiré en efec-
to, no obstante haberle dado libelo de repudio. Dile en mi nombre, y
asegúrale de mi parte, que mi indignación contra ella, aunque grande
y justísima, no es irremediable, que no quiero de ella otra cosa, sino
que conozca su iniquidad, que conozca y confiese que ha pecado con-
tra su Dios: Anda y grita estas palabras contra el Aquilón, y dirás:
Vuélvete, rebelde Israel… y no apartaré mi cara de vosotros, porque
Santo soy yo… y no me enojaré por siempre. Con todo eso, reconoce
tu maldad, porque contra el Señor tu Dios has prevaricado… Volveos,
hijos que os retirasteis… porque yo soy vuestro marido 2.
[205] Si esto os parece todavía poco claro en favor de la hermana
mayor, seguid leyendo un poco más, y veréis cómo la exhortación pasa
luego, aunque insensiblemente, a profecía (lo cual es frecuentísimo en
todos los profetas). Así prosigue el Señor inmediatamente diciendo:
Volveos, hijos que os retirasteis (o rebeldes, como leen otras versio-
nes), porque yo soy vuestro marido; y tomaré de vosotros uno de ca-
da ciudad, y dos de cada parentela, y os introduciré en Sión. Ya desde
aquí empieza la profecía. Estas son las reliquias preciosas de Israel de
que tanto se habla en los Profetas; de que San Pablo habla en varias
1 Jer. 3, 17.
2 Jer. 3, 18.
3 4 Rey. 17, 24.
4 Is. 27, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 431
Artículo 4
Cuarto aspecto
1 Is. 8, 14-15.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 433
PÁRRAFO 1
[212] Habéis leído, señor mío, toda esta célebre profecía, y aunque
debo pensar que la habéis leído con grande atención, y con no menor
admiración, ya os suplico que volváis a leerla, no digo solamente dos o
tres veces, sino doscientas o trescientas. Estoy cierto que, mientras
cho más fácil y breve por lo que en ella se omite, que es casi todo. Las
dos varas o cetros que unidos entre sí forman uno solo, el cual se pone
estable y perpetuamente en la mano de un solo rey, a quien se da el
nombre de David, ¿qué significan? Significan, dicen, en sentido literal,
que después de la vuelta de Babilonia, las dos casas o reinos diversos
de Israel y de Judá se unirán entre sí bajo de un mismo príncipe des-
cendiente de David, el cual, como también dicen y confiesan, no puede
ser otro que Zorobabel (no obstante que Zorobabel ni fue rey, ni prín-
cipe, ni tuvo cetro, ni vara, ni autoridad alguna independiente). Bajo
de este príncipe, nos quieren dar a entender, aunque con voz muy ba-
ja, que sucedería esta unión de los reinos de Israel y Judá, siendo muy
verosímil, añaden, que algunos individuos de todas las otras diez tri-
bus volviesen juntos con los Judíos, y se agregasen a la casa y reino de
Judá. Y si nada de esto cuadra, como es cierto que nada cuadra, por
confesión inevitable de los mismos doctores, pues lo contradice mani-
fiestamente la historia sagrada y todo el contexto de la profecía; si na-
da de esto cuadra, significa, en sentido alegórico especialmente inten-
tado por el Espíritu Santo, que Judá e Israel, esto es, los Judíos y los
Gentiles, se unirían en una misma Iglesia bajo un mismo rey, hijo de
David, el cual reinaría sobre todos ellos por la fe de los creyentes. Este
es en breve todo el misterio general de la profecía, o a esto se reduce
toda la explicación. Las demás cosas particulares que se leen en ella, y
que destruyen visiblemente aquellas generalidades, no merecen espe-
cial atención, ni es bien perder el tiempo en cosas de tan poco interés.
Volved, señor, a leer la profecía, y estudiadla con mayor cuidado, prin-
cipalmente desde el versículo 15.
Reflexiones
PÁRRAFO 2
[219] El examen prolijo, y la impugnación formal de esta especie
de explicación que acabamos de oír, sería cuando menos un trabajo
inútil. Después de leída y considerada la profecía toda con verdad y
con sencillez de corazón, ¿qué necesidad tenemos de otro examen, ni
de otra impugnación? La profecía misma no sólo habla, sino que ex-
presa al mismo tiempo el sentido en que habla; propone enigmas, y al
punto los resuelve; usa de metáforas, y las explica. Con esta explica-
ción abre un camino recto, fácil y llano; y con ella misma cierra todo
otro camino o senda diversa que pudiera tomarse. No deja arbitrio ni
esperanza por ninguno de los treinta y dos rumbos: o habéis de pasar
por el camino que halláis abierto, o habéis de volveros a vuestra casa,
renunciando el empeño inútil de explicar la profecía de otra manera
diversa de la que ella se explica a sí misma.
438 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Job. 22, 2.
2 1 Cor. 15, 13-18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 439
pondo que no lo sé sino por la práctica, es decir, porque veo que se hace
de él un gran uso en ciertos asuntos. Es verdad que no se halla en la lista
de los diversos sentidos que se asientan para la inteligencia de las Es-
crituras. Estos son cuatro principales, y dos menos principales. El pri-
mero de los cuatro principales es el literal, esto es, el verdadero, a que
se debe atender ante todo; pues sólo este puede fundar una verdad, y
establecer un dogma. El segundo es el alegórico, esto es, el figurado;
porque alegoría y figura significan una misma cosa. El tercero es el ana-
gógico, que más pertenece al cielo que a la tierra. El cuarto es el tropo-
lógico o moral, por las buenas y excelentes doctrinas que se pueden
sacar de todas las Escrituras, para arreglar nuestras costumbres y san-
tificar nuestra vida. Los dos menos principales son el espiritual o mís-
tico, y el acomodaticio. Este último no ignoráis lo que significa, esto es,
acomodar a Pedro lo que realmente no es de Pedro, sino de Pablo.
[227] Fuera de estos seis sentidos, queda todavía otro no despre-
ciable; el cual, aunque no se nombra, no por eso deja de usarse en las
ocasiones, como que es el más cómodo de todos; éste es el que yo llamo
sentido mixto, que a todos los comprende, y de todos se sirve. ¿Qué
mayor comodidad que poder entender una misma profecía, que des-
truye enteramente mi sistema, parte en un sentido, parte en otro, par-
te en cinco o seis al mismo tiempo? No obstante esta gran comodidad,
que es fácil concebir en el sentido mixto, yo me atrevo a decir que, pa-
ra entender esta profecía de que hablamos, y otras muy semejantes, no
bastan todos los sentidos (ni todos los ingenios) juntos y unidos entre
sí. Parece necesario, demás de esto, echar mano del último recurso, fá-
cil e indefectible sobre todos; parece, digo, necesario e inevitable omi-
tir y pasar por alto muchísimas cosas que resisten invenciblemente a
todos los sentidos, y son aquellas puntualmente que son inacordables
con el sistema. Por ejemplo, éstas desde el versículo 21: He aquí que
yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones a donde
fueron; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y
los haré una nación sola en la tierra, en los montes de Israel, y será
solo un rey que los mande a todos… Y mi siervo David será rey sobre
ellos, y uno solo será el pastor de todos ellos; en mis juicios andarán,
y guardarán y cumplirán mis mandamientos… Y David mi siervo se-
rá príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos alianza de paz,
alianza eterna tendrán ellos… Y estará mi tabernáculo entre ellos; y
yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las Gentes que yo
soy el Señor, el santificador de Israel, cuando estuviere mi santifica-
ción en medio de ellos perpetuamente 1.
[228] De estas pocas reflexiones que acabamos de hacer, y de mu-
chísimas otras que puede hacer cualquiera con gran facilidad, la con-
clusión sea: que si la profecía de que hablamos (lo mismo digo de cual-
quiera otras) no puede entenderse seguidamente en este sentido, ni en
el otro, ni en todos juntos, la deberemos entender en aquel sentido
único, obvio, natural y sencillo, que muestra la misma profecía, repug-
ne o no repugne a nuestras miserables ideas. Si Dios ha hablado, él lo
hará, aunque a nosotros nos parezca difícil o imposible: ¿Dijo pues, y
no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 1. ¿Para qué, pues, nos cansa-
mos inútilmente en buscar otros caminos difíciles e impracticables,
cuando tenemos éste fácil, llano y seguro? ¿Acaso porque no pueden
pasar por este camino ciertas ideas? Luego ésta es una prueba eviden-
te, no de que el camino no sea bueno, sino de que estas ideas no son
buenas, sino de contrabando, pues no pueden pasar seguramente por
el camino real. Y si son de contrabando, luego las deberemos dejar,
obedeciendo fielmente a las órdenes del rey supremo, y cautivando
nuestro entendimiento en obsequio de la fe. Con esto solo, ya nada te-
nemos que temer; el camino queda fácil, llano y seguro; y la profecía
que se imaginaba tan obscura, se ve al punto llena de claridad, y se en-
tiende toda entera, desde la primera hasta la última palabra.
[229] No puedo detenerme más en este punto particular, porque
me llaman con gran instancia otros muchos de igual o mayor impor-
tancia, que tienen con éste una gran relación, y que por consiguiente
deben aclararlo y fortificarlo más. Todos ellos pertenecen y se encami-
nan directa e inmediatamente a un mismo asunto principal, esto es, a
la consumación del gran misterio de Dios, que encierran en sí las san-
tas Escrituras, o a la revelación de nuestro Señor Jesucristo, o a su ve-
nida segunda en gloria y majestad, que todos creemos y esperamos.
[230] Los dos puntos capitales, que ahora vamos a examinar, esto
es, la Iglesia cristiana y la cautividad de Babilonia, no merecen tanto el
nombre de fenómenos cuanto de antifenómenos, o de velos, o de nu-
bes, o de impedimentos para la observación de los verdaderos fenó-
menos. Estas son aquellas dos grandes y antiguas fortalezas que han
servido y sirven como de refugio y asilo contra toda clase de enemigos.
A ellas se acogen frecuentísimamente los intérpretes de la Escritura, y
en ellas aseguran a su parecer invenciblemente todas sus ideas sobre
la segunda venida del Mesías; haciendo desde aquí tanto fuego, o por
mejor decir, tanto ruido para ahuyentar las ideas enemigas, que el pa-
so queda, si no cerrado absolutamente, a lo menos sumamente difícil y
casi impracticable.
[231] Ya habréis reparado en todo el fenómeno antecedente la
gran dificultad y trabajo con que hemos caminado, siéndonos necesa-
rio casi a cada paso abrirnos camino a fuerza de brazos, y disputar lar-
go tiempo sobre un palmo de tierra, ya con la una, ya con la otra forta-
leza, ya con ambas a un mismo tiempo; pues como el paso frecuente
entre estas dos grandes fortalezas nos es inevitable, por estar situadas
a la una y a la otra parte del camino real que deseamos seguir, se hace
ya necesario dejar por algún tiempo toda otra ocupación, y convertir
todas nuestras atenciones a las fortalezas mismas, como si fuesen en la
realidad dos grandes fenómenos, dignos de la más atenta y más prolija
observación. Con esto, examinadas cada una de por sí, examinadas de
propósito sin divertirnos a otra cosa, examinadas de cerca cuanto nos
sea permitido, podremos saber de cierto si son inexpugnables o no, es
decir, si son capaces de defender las ideas contrarias, o no; o para ce-
der prudentemente y retirarnos del empeño, o para seguir nuestro ca-
mino sin temor alguno. Estas dos fortalezas son: primera, la cautivi-
dad de los Judíos en Babilonia, y su vuelta a Jerusalén y Judea. Esto es
lo que llaman sentido literal en las más de las profecías, a lo menos en
cuanto se puede. Mas como realmente se puede poco, y las más veces
nada, queda para suplirlo todo la segunda fortaleza, amplísima, fortí-
sima, inaccesible, que se hace respetar con sólo su nombre. Queda di-
go, en sentido alegórico, especialmente intentado por el Espíritu San-
to, la Iglesia cristiana. Empecemos por ésta, que es la más trabajosa.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 445
PÁRRAFO 1
1 1 Tim. 3, 15.
2 Rom. 8, 17.
446 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Segunda noción
[236] Esta Iglesia cristiana, esta Iglesia católica, única esposa del
verdadero Dios, no obstante ser esencialmente una e indivisible, se
compone necesariamente de dos partes diversas entre sí, sin lo cual
todo fuera en ella un desorden, una confusión ininteligible. Se compo-
ne, digo, necesariamente de dos partes, a saber, activa y pasiva; esto
es, de madre e hijos, de maestra y discípulos, de gobernadora y de go-
bernados, de directora y de dirigidos, etc. Por esta noción clara y pal-
1 Gal. 5, 6.
2 Col. 3, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 447
pable, parece bien fácil conocer con ideas claras y palpables la diferen-
cia que hay entre el verdadero significado de estas dos palabras: Igle-
sia de Dios, y esposa de Dios. La primera es una palabra general que
comprende a todos los fieles de uno y otro sexo, grandes y pequeños,
sabios e ignorantes, civiles y rústicos, sacerdotes y legos. La segunda
parece claro que sólo puede competir a la parte activa de la misma
Iglesia, que es el sacerdocio, o por hablar con mayor propiedad, el
cuerpo de los pastores. Esta parte activa es la que llamamos con ver-
dad nuestra Madre la Iglesia, y de esta sola hablamos cuando decimos:
la Iglesia lo enseña; la Iglesia lo decide; la Iglesia lo manda. Y si ésta
es propiamente nuestra Madre, ésta es también la esposa en la casa de
Dios, a quien toca parir hijos de Dios, a quien toca criarlos, sustentar-
los, enseñarlos, gobernarlos y corregirlos, etc.
[237] De aquí se sigue otra noción de gran importancia, que puede
aclarar mis ideas no poco confusas, esto es, la inteligencia verdadera y
genuina de algunos lugares del Evangelio los más terribles para los
Judíos. Quiero decir: ¿Qué es lo que realmente se les ha quitado a los
Judíos en consecuencia de aquella terrible profecía de Cristo, o de
aquella sentencia que pronunció contra ellos en estas palabras: Por
tanto os digo, que quitado os será el reino de Dios, y será dado a un
pueblo que haga los frutos de él 1; y de aquella otra que ellos pronun-
ciaron contra sí mismos, antes de saber de quiénes hablaba: A los ma-
los destruirá malamente, y arrendará su viña a otros labradores? 2.
Después de estas sentencias verificadas con toda plenitud, y ejecuta-
das con tanto rigor, es cosa cierta y de fe divina que a los Judíos no se
les ha quitado el ingreso a la Iglesia cristiana, ni el ser miembros de la
Iglesia cristiana. Desde que ésta se fundó, sus puertas les han estado
abiertas día y noche, así como lo han estado, y lo deben estar, para to-
das las otras naciones, tribus y lenguas. Lejos de impedirles la entrada,
ellos fueron los primeros convidados, y convidados con la mayor ter-
nura, instancia y empeño, por mandato expreso del padre de familias;
y este convite no se ha interrumpido jamás hasta el presente. Los que
han querido han entrado, y la Iglesia les ha recibido en su seno, y está
prontísima a recibir a los que en adelante quisieren entrar; porque al
fin es Iglesia católica y universal, y este nombre no le pudiera competir
si excluyese alguna nación o alguna raza de gentes.
[238] Siendo esto así, como lo es evidentemente, se pregunta de
nuevo: ¿Qué es lo que se ha quitado a los Judíos? O la sentencia de
Cristo: Quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo, etc.,
y la que ellos se dieron, obligados del mismo Cristo: Y arrendará su
Proposición
PÁRRAFO 3
[244] El fundamento único en que estriba todo este modo de pen-
sar, y de interpretar las profecías, es (según pretenden) la doctrina ex-
presa y clara del apóstol San Pablo, el cual en varias partes de sus es-
critos nos asegura formalmente, e inculca en ello como una verdad
esencial y fundamental del cristianismo, que los hijos verdaderos de
Abraham, con quienes hablan las promesas, no son los que descienden
de él según la carne o la naturaleza, sino los que descienden según el
espíritu; que estos últimos son todos los creyentes, de cualquiera na-
ción que sean; que los que son de la fe, los tales son hijos de Abra-
ham 1; que entre éstos no hay distinción alguna de judío y griego, de
bárbaro y escita, de libre y esclavo, puesto que uno mismo es el Señor
de todos, rico para con todos los que le invocan. Porque todo aquel
que invocare el nombre del Señor, será salvo 2. Y en otra parte: Por-
que en Jesucristo ni la circuncisión vale algo, ni el prepucio, sino la fe
que obra por caridad 3. Supuesta esta doctrina tan repetida del Após-
tol y Maestro de las Gentes, que ningún cristiano puede ignorar, argu-
mentan así. Las promesas que se leen en las Escrituras para después
de la venida del Mesías, hablan solamente, según San Pablo, con los
hijos verdaderos de Abraham, esto es, no con los hijos según la carne,
sino con los hijos según el espíritu; porque no todos los que son de Is-
rael, éstos son Israelitas; ni los que son linaje de Abraham, todos son
hijos 4. Estos hijos verdaderos de Abraham, según el mismo Apóstol,
son todos los creyentes de todas las naciones, sin distinción alguna de
judío y griego, de circuncisión y prepucio, de libre y esclavo, de bárba-
ro y no bárbaro, etc.: Los que son de fe, los tales son hijos de Abraham;
luego las promesas que se leen en las Escrituras para después de la ve-
1 Gal. 3, 7.
2 Rom. 10, 12-13.
3 Gal. 5, 6.
4 Rom. 9, 6-7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 451
nida del Mesías, hablan solamente con los creyentes de todas las na-
ciones, sin diferencia alguna de judío y gentil; luego hablan con la Igle-
sia presente, que se compone de todos los creyentes de todo el mundo
y orbe terráqueo, sin diferencia alguna de judío y gentil; luego no ha-
cen mal, sino muy bien, los doctores cristianos en entender y procurar
acomodar del modo posible a la Iglesia cristiana (ya militante, ya triun-
fante) las promesas que se leen en las Escrituras para después de la ve-
nida del Mesías, aunque éstas hablen nominadamente con los hijos de
Abraham, con los Israelitas, con Sión, con Jerusalén, con Judá, con Is-
rael, o con las reliquias preciosas de este pueblo infeliz.
[245] Este discurso, a primera vista justísimo, pues se supone fun-
dado sobre la doctrina de un Apóstol perfectamente instruido en todo
el misterio de Dios que encierran las Escrituras, ha sido por esto mismo
como un doble velo, que nos ha cubierto a lo menos la mitad del mismo
misterio de Dios. San Pablo dice que los verdaderos hijos de Abraham,
con quienes hablan las promesas, no son los hijos según la carne, o se-
gún la naturaleza, sino los hijos según el espíritu, esto es, los creyentes
de cualquiera nación que sean. Bien, ésta es una verdad clara, de que
sólo pueden dudar los que no son creyentes. Mas cuando San Pablo en-
seña esta verdad a todos los creyentes, y con ella los consuela y ani-
ma, ¿de qué promesas habla? ¿Acaso de todas cuantas se leen en las
Escrituras para después de la encarnación del Hijo de Dios? Falso y
falsísimo, por testimonio del mismo San Pablo, el cual, cuando habla
en particular y de propósito de la conversión a Cristo (todavía futura)
de los hijos de Abraham según la carne, cita otras promesas particu-
lares a ellos solos, que no pueden competer a los creyentes de todas
las naciones, como luego veremos. Y los doctores mismos reconocen y
confiesan a lo menos algunas de estas promesas particulares, y otras
muchas (y las más notables) parece que las reconocen y confiesan tá-
citamente, pues las omiten, o apenas las tocan por la superficie.
[246] Conque según eso, hay en las Escrituras promesas genera-
les, y promesas particulares; unas que hablan en general con todos los
hijos de Abraham según el espíritu, esto es, con todos los creyentes de
toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación, sin excluir a los Judíos que
quisieren entrar en este número; otras particulares a los mismos Ju-
díos o a los hijos de Abraham según la carne, o según la naturaleza; y
éstas para otro tiempo que todavía no ha llegado, para cuando sean hi-
jos de Abraham, no sólo según la carne, sino también y mucho más
según el espíritu, como ciertamente lo han de ser, según las mismas
promesas particulares de que hablamos. Las promesas generales que
comprenden a todos los creyentes de todas las naciones, se entiende si
tuvieren una fe viva, son: la remisión de los pecados, la salud, el espí-
ritu, la amistad de Dios, la filiación de Dios, y todo lo que de aquí debe
452 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
resultar, que es como dice el mismo San Pablo: Si hijos, también here-
deros; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo;
pero si padecemos con él, para que seamos también glorificados con
él 1. Todo esto habla indubitablemente con todos los hijos de Abraham
según el espíritu; con todos los verdaderos creyentes, pasados, pre-
sentes y futuros, de todos los pueblos, tribus y lenguas de todo el orbe;
todos éstos podrán decir con verdad: Nosotros somos hijos de la pro-
mesa 2; todos éstos podrán decir igualmente: Somos contados por des-
cendientes 3; y todos serán benditos con el Padre de todos los creyen-
tes: Y así, los que son de la fe serán benditos con el fiel Abraham 4. ¿Y
todo esto, amigo, os parece poco? ¿No debemos contentarnos todos los
creyentes con unas promesas tan grandes y de tanta dignidad?
[247] Mas estas promesas, grandes y magníficas, generales a todos
los creyentes, no son ciertamente todas las promesas que se leen en las
Escrituras para después del Mesías. Hay fuera de éstas otras particula-
res, que se enderezan inmediata y únicamente a los miserables hijos
de Abraham, por Isaac y Jacob, según la carne, o según la naturaleza,
para cuando lo sean también según el espíritu; para cuando se les qui-
te el corazón de piedra, y se les dé corazón de carne, y éste circuncida-
do; para cuando sean recogidos y congregados con grandes piedades
por el brazo omnipotente de Dios vivo, de todos los países y naciones
donde él mismo los tiene esparcidos; para cuando sean curados de sus
llagas y lavados de sus iniquidades; en suma, para cuando sean cre-
yentes, en lugar de las naciones de todo el orbe, que por la mayor y
máxima parte dejarán de serlo, como está escrito; de todo lo cual he-
mos hablado ya suficientemente en los fenómenos precedentes.
[248] Estas promesas particulares a solos los hijos de Abraham se-
gún la naturaleza, por ejemplo su vocación a Cristo, su verdadera y
sincera conversión, con todas las circunstancias con que está anunciada
la misión de Elías para este solo fin, pues la Escritura no señala otro, su
reposición y restablecimiento en la tierra prometida a sus padres, su
contrición y llanto íntimo y amarguísimo, su justicia, su santidad, su
asunción, su plenitud, que son los términos de que usa el mismo San
Pablo 5; estas promesas, digo, y todas sus consecuencias, no hay razón
alguna para querer acomodarlas a la Iglesia presente, extendiéndolas a
todos los creyentes de las naciones. Estos deben contentarse con lo que
han recibido, que no es poco. Deben alabar a Dios, y agradecerle ince-
santemente la suma misericordia que ha hecho con ellos. Deben traba-
1 Rom. 8, 17.
2 Rom. 9, 8.
3 Rom. 9, 8.
4 Gal. 3, 9.
5 Rom. 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 453
1 Jn. 8, 39.
2 Jn. 8, 40.
454 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Rom. 9, 3-5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 455
PÁRRAFO 5
[257] Yo hablo, amigo, por el presente con vos solo. Sé que sois sa-
bio, aunque poco inclinado al estudio de las santas Escrituras, según el
gusto de nuestro siglo; a lo menos no las ignoráis, ni tampoco las de-
jáis de respetar ni de creer. A vos, pues, os presento inmediatamente
1 Lc. 18, 8.
2 Mt. 24, 37.
3 Lc. 17, 28 y 30.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 457
do que éstos solos fuesen los sucesores de San Pedro, y heredasen to-
das sus preeminencias y prerrogativas. Tal vez hubiera sido así, si Je-
rusalén y Judea, o los Judíos en general, hubiesen oído a los apóstoles,
y hubieran recibido y no rechazado la palabra de Dios. Si acaso os pa-
rece esto muy embarazoso, y por eso muy difícil o muy duro de creer,
podéis considerar que esto mismo, a proporción, lo pudo hacer en
Roma, cabeza entonces del mayor imperio que ha habido en el mundo;
esto mismo, a proporción, lo pudo hacer entre las Gentes idólatras de
profesión, que no lo conocían, y a quienes no tenía obligación alguna,
ni por ellas, ni por la justicia de sus padres; esto mismo, a proporción,
lo pudo hacer también, a pesar de la potencia y empeño de los Césares,
a pesar de la repugnancia y oposición del senado y pueblo romano, a
pesar de las amenazas, de los terrores, de los tormentos, de las cruces
y de los ríos de sangre cristiana que inundaron a Roma. Lo pudo ha-
cer, y lo hizo, y se salió con ello.
Cuarta verdad
[261] En caso (no imposible ni difícil) de quedar en Jerusalén, y en
solos los Judíos, la sede apostólica, o el centro de unidad de toda la
Iglesia de Cristo, ésta hubiera sido tan católica, tan universal, como lo
es ahora sin diferencia alguna; pues antes que San Pedro tuviese orden
de pasarse a Roma y poner en ella su silla (y tal vez antes de saberse o
entenderse con ideas claras todo el gran misterio de la vocación de las
Gentes), ya se había definido esta verdad en Jerusalén, y se había
puesto en el símbolo público de fe; porque ninguno ignoraba el man-
dato expreso del Señor, que dijo a todos antes de subir al cielo: Id por
todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creye-
re y fuere bautizado será salvo; etc. 1.
Quinta verdad
[262] Queriendo Dios castigar a Jerusalén y a los Judíos con el úl-
timo y mayor castigo, entre tantos que le estaban anunciados, no so-
lamente por haber reprobado y crucificado a su Mesías (que este sumo
delito se les hubiera perdonado, si hubieran creído a los apóstoles de
Cristo), sino también por haberse obstinado en su incredulidad; por
haberse excusado con tanta incivilidad y descortesía de asistir a aque-
lla gran cena, a que ellos fueron los primeros convidados; y a más de
esto, por la oposición que hacían a la predicación del Evangelio, pro-
curando con sumo empeño que ninguno asistiese a dicha cena, con
tanto deshonor y afrenta del buen padre de familias; por éstos y otros
gravísimos delitos de que estaba llena Jerusalén, Sión, y generalmente
hablando, toda la casa de Jacob, llegó finalmente el caso de poner en
PÁRRAFO 6
Parte primera
[266] «Se piensa comúnmente entre los Cristianos que el Dios de
Abraham, de Isaac y Jacob, el cual agradase tanto en la inocencia y jus-
ticia de estos tres patriarcas, que quiso ser llamado eternamente con es-
te nombre, diciendo: Este es mi nombre para siempre, y éste es mi me-
morial por generación y generación 3; que este Dios infinitamente ve-
raz y fiel en todas sus palabras, ha abandonado eternamente la des-
cendencia de estos justos. Se piensa que la arrojó de sí para siempre,
por aquel gran delito que cometieron cuando clamaron: Crucifícale,
ción de la gracia…; y los demás fueron cegados, así como está escri-
to 1; dándoles Dios, en castigo de su iniquidad… ojos para que no vean,
y orejas para que no oigan, hasta hoy día 2.
Parte segunda
[268] »No hablando ya de aquellos primeros tiempos de la Iglesia,
ni de los pocos judíos que entonces creyeron, convirtamos ahora toda
nuestra atención a los que no creyeron y se obstinaron en su increduli-
dad, que fueron casi todos. Estos solos debemos considerar aquí, pues
éstos son los que se piensan olvidados enteramente de su Dios. Es in-
negable que estos infelices fueron cegados, así como estaba escrito;
dieron contra la piedra fundamental, y tropezaron en ella, como tam-
bién estaba escrito, siendo para ellos, por su ceguedad, piedra de tro-
piezo y piedra de escándalo. Mas ¿pensáis que de tal modo tropezaron,
que cayesen? ¿Que cayesen, digo, con toda su posteridad en la desgra-
cia y olvido eterno del Dios de Abraham? No por cierto 3. La verdad es
que Dios, por sus juicios altísimos, siempre llenos de sabiduría, de
bondad, de rectitud y justicia, lo permitió así, y así lo dispuso con gran-
de acuerdo, y con designios dignos de su grandeza, para sacar de este
mal innumerables bienes, como los ha sacado efectivamente. No tenéis
que preguntar qué bienes son éstos, pues no los ignoráis; pues los go-
záis con suma abundancia; pues ha pasado a vosotros lo que ellos no es-
timaron por su grosería, y despreciaron por su ignorancia; pues, en fin,
su delito, su incredulidad, su obstinación, ha sido vuestra salud: Por el
pecado de ellos (o por su caída) vino la salud a los Gentiles, para inci-
tarlos a la imitación 4.
[269] »Pues si el delito de los Judíos ha sido la salud del mundo; si
su incredulidad, su ceguedad, su castigo, su humillación, su disminu-
ción, han sido las riquezas de las gentes, ¿cuánto más lo será su pleni-
tud? 5. (De estas palabras del Apóstol se sigue natural y legítimamente,
que debemos esperar en lo futuro esa plenitud de Israel, la cual hará al
mundo todavía mayores bienes que los que ha hecho su delito, su incre-
dulidad, su obstinación, su castigo y su humillación; de lo cual se pueden
sacar otras consecuencias, no menos legítimas ni menos importantes).
bondad para con las Gentes (no menos que la severidad para con los
Judíos) es necesario entenderla bien, porque es muy fácil abusar de
una y de otra. Así como la severidad para con los Judíos debe durar
indispensablemente todo el tiempo que durare su infidelidad, y nada
más, así la bondad para con las Gentes deberá durar todo el tiempo
que éstas permanecieren en aquella fe y bondad, que Dios ha preten-
dido de ellas, y nada más. Si este tiempo se llena alguna vez, como está
escrito, así como se ha de llenar el tiempo de la incredulidad de los
Judíos, como también está escrito, ¿qué otra cosa, ni qué suerte mejor
pueden esperar los injertos, sino la misma severidad que han experi-
mentado las ramas naturales, y tal vez mayor? Mira, pues, la bondad
y la severidad de Dios: la severidad para con aquellos que cayeron, y
la bondad de Dios para contigo, si permanecieres en la bondad; de
otra manera serás tú también cortado. Y aun ellos, si no permanecie-
ren en la incredulidad, serán injertados, pues Dios es poderoso para
injertarlos de nuevo 1.
[276] »Si esto os causa gran novedad, si os parece dura cosa y difí-
cil de creer, volved los ojos a vosotros mismos, y haced esta breve, fácil
y justa reflexión. Yo fui sacado por la bondad de Dios de mi oleastro
inútil e infructuoso, que sólo era bueno para el fuego; fui injertado en
buen olivo por la sabia, omnipotente y benéfica mano del Padre celes-
tial. Por este beneficio quedé en estado de poder gozar abundantísi-
mamente del jugo pingüe de la raíz del árbol, y por consiguiente de dar
frutos dignos de Dios. Pues cuando las ramas propias y naturales del
mismo árbol le sean enteramente restituidas (como es cierto que lo han
de ser); cuando sea como injertadas de nuevo, según su naturaleza, por
la misma mano sabia, omnipotente y benéfica del Dios de Abraham,
¿qué frutos no podrán dar, y qué frutos no darán? Porque si tú fuiste
cortado del natural acebuche, y contra natura has sido injertado en
buen olivo, ¿cuánto más aquellos, que son naturales, serán injertados
en su propio olivo? 2.
Parte tercera
[277] »La incredulidad presente de los Judíos, su obstinación, su
dureza, su ceguedad en medio de tan gran luz, y el estado singular en
que por esto se hallan, es un fenómeno bien extraordinario, y como un
enigma o misterio, más digno de una atenta consideración que de una
inconsiderada indignación; porque el conocimiento de este gran mis-
terio, desde su principio hasta su fin, puede ser utilísimo a todos los
creyentes de todas las naciones. Yo, que no deseo otra cosa que vues-
tro verdadero bien, quiero descubriros este misterio y revelaros este
1 Ef. 2, 12.
2 Is. 65.
3 Rom. 11, 11 y 30-31.
4 Rom. 11, 30.
5 Rom. 11, 32.
468 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 7
[281] Por estas últimas palabras conoceréis ya claramente, si acaso
no lo habéis conocido desde el principio, quién es el autor de este dis-
curso. Si os parece duro y amargo, y por eso inacordable con las ideas
favorables, podéis dar vuestras quejas amorosas a vuestro propio após-
tol y doctor, el cual, inspirado por el Espíritu de Dios, lo predicó así a to-
dos los creyentes de las naciones, y no sin misterio lo envió directamen-
te a los Romanos; protestando sobre este punto particular, que aunque
Apóstol propio de las Gentes, no podía menos que honrar su ministerio.
[282] Y no he hecho otra cosa que traducir este discurso en mi pro-
pio idioma, con aquella especie de extensión o explanación que llama-
mos paráfrasis; atándome escrupulosamente, no tanto a las palabras o
sílabas, cuanto al fondo de la doctrina, y a la mente expresa del autor.
Lo cual me ha parecido tanto más importante y necesario, cuanto veo
con mis ojos y toco con las manos la gran oscuridad y tinieblas en que
nos dejan los intérpretes sobre este lugar de San Pablo, y sobre tantos
otros que tienen con éste, no sólo estrecha relación, sino verdadera
identidad. El punto que aquí trata el Apóstol es el misterio grande y
admirable de la vocación de las Gentes, tomado este misterio todo ente-
ro desde su principio hasta su fin, esto es, desde que a los Judíos se les
quitó enteramente el reino de Dios, se dio a las Gentes, hasta la voca-
ción y asunción y plenitud futura de los mismo Judíos, o hasta la con-
sumación del misterio de Dios, a donde se encaminan y a donde van a
parar todas las profecías. El Apóstol revela aquí claramente el misterio
diciendo que, como fiel ministro de Dios, no puede hacer otra cosa que
decir la pura verdad, y con ella honrar su ministerio: Porque con voso-
tros hablo, Gentiles: mientras que yo sea apóstol de las Gentes, honra-
ré mi ministerio 2.
[283] Con todo esto, parece innegable (a lo menos a quien quiera
mirar estas cosas con simplicidad, poniendo aparte por un momento
todos los efugios y las sutilezas), parece, digo, innegable, que este mis-
terio grande y cierto de la vocación de las Gentes, como se halla en las
Escrituras, y como aquí lo propone en compendio el Apóstol de las
mismas gentes, no se ha entendido hasta ahora, o no se ha querido en-
tender perfectamente. (Perdonad la descortesía, o la rusticidad, o la
audacia, o como queráis llamarla; con tal que no digáis la falsedad, no
pienso yo contradeciros). Han tomado, es verdad, las Gentes cristia-
nas, han creído, han abrazado, han ponderado, todo lo que en el mis-
terio admirable de su vocación les es favorable. Pensando buenamente
que los pérfidos Judíos ya están reprobados, y absolutamente abando-
nados de su Dios; pensando píamente que todo el misterio de Dios,
que contienen las Escrituras, debe encaminarse únicamente, debe ter-
minarse, debe concluirse y perfeccionarse en la vocación de las Gen-
tes; ha sido imposible que den entrada a otras ideas poco agradables,
aunque partes esenciales de este mismo misterio. Así se ve, y es bien
fácil repararlo, el esfuerzo grande que hacen los doctores, y las sutile-
zas e ingeniosidades que ponen en obra, especialmente sobre este lu-
gar de San Pablo, para separar lo amargo de lo dulce, y salir con felici-
dad del gran embarazo en que los pone su propio Apóstol. Tanto, que
muchos de ellos, no atreviéndose a disimular del todo lo que aquí dice
el Apóstol en favor de los Judíos, han creído, no obstante, que les era
lícito usar con estos miserables cierta especie de compensación; quiero
decir, negarles lo que dice San Pablo y anuncian los Profetas, porque
es demasiado para los viles y pérfidos Judíos, ni se puede entender ni
conceder sin deshonor de las Gentes cristianas, que son el verdadero
Israel de Dios; y para compensar esta pequeña falta, concederles gene-
rosamente otras muchas cosas bien ordinarias, de que no hablan ni los
Profetas ni San Pablo; las cuales se pueden muy bien conceder, sin
perjuicio alguno de los que creen ser dueños de los tesoros de Dios. Si
esta compensación es justa o no, a mí no me toca el decirlo; pues al fin
soy parte, y puede cegarme la pasión. En efecto, esto me parece lo mis-
mo que dar pedazos de vidrio en abundancia a aquella misma persona
a quien se le quitan sus diamantes.
[284] Si hacéis, amigo, alguna reflexión, no dejaréis de acordaros
que esto mismo, en sustancia, sucedió antiguamente a los doctores ju-
díos cuando llegaban a la explicación de algunos lugares de la Escritu-
ra, no menos contrarios a su pueblo que favorables a las Gentes. Ellos
concedían liberalmente, mas concedían lo que la Escritura no dice; y
negaban al mismo tiempo, o disimulaban, lo que dice, endulzándolo de
tal modo que no perjudicase al pueblo santo. Creo que ésta fue una de
las principales causas de su perdición: este amor desordenado de sí
mismo, esta confianza desmedida, esta nimia satisfacción, este rete-
nerlo todo para sí, este interpretarlo todo a su favor, etc.
470 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[285] Deseara, amigo, si esto fuera posible, que todas estas cosas se
considerasen con la mayor formalidad posible; no despreciando ni per-
diendo de vista cierta luz, que empieza ya a aclararnos todo el misterio,
mostrándonos el camino fácil y llano que conduce a la verificación ple-
na y perfecta de todas las profecías, y haciéndonos ver desde el princi-
pio hasta el fin el misterio grande de la vocación de las Gentes y cegue-
dad de los Judíos. Esta luz de que hablo no es otra que el sistema pre-
sente del mundo, y del estado en que ya se halla entre las naciones la
Iglesia de Cristo por la mayor parte, esto es, ni fría, ni caliente 1.
[286] Para que podáis ahora comparar con el texto mismo de San
Pablo la traducción y paráfrasis que acabáis de leer, os presento aquí
el mismo texto original, dividido así mismo en sus cuatro partes, que
son como cuatro rayos de luz que se unen en un mismo punto.
Parte primera
[287] Digo, pues: ¿Por ventura ha desechado Dios su pueblo? No
por cierto, porque también yo soy israelita, del linaje de Abraham, de
la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al que cono-
ció en su presciencia. ¿O no sabéis lo que dice de Elías la Escritura,
cómo se queja a Dios contra Israel? Señor, mataron tus Profetas, de-
rribaron tus altares, y yo he quedado solo, y me buscan para ma-
tarme. Mas ¿qué le dice la respuesta de Dios? Me he reservado siete
mil varones, que no han doblado las rodillas delante de Baal. Pues así
también en este tiempo, los que se han reservado de ellos, según la
elección de la gracia, se han hecho salvos. Y si por gracia, luego no
por obra; de otra manera la gracia ya no es gracia. ¿Pues qué? Lo
que buscaba Israel, esto no lo alcanzó, mas los escogidos lo alcanza-
ron; y los demás fueron cegados, así como está escrito: Les dio Dios
espíritu de remordimiento, ojos para que no vean, y orejas para que
no oigan hasta hoy día 2.
Parte segunda
[288] Pues digo: ¿Que tropezaron de manera que cayesen? No
por cierto. Mas por el pecado de ellos vino la salud a los Gentiles, pa-
ra incitarlos a la imitación. Y si el pecado de ellos son las riquezas del
mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los Gentiles, ¿cuánto
más la plenitud de ellos? Porque con vosotros hablo, Gentiles: Mien-
1 Apoc. 3, 15.
2 Rom. 11, 1-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 471
Reflexiones
PÁRRAFO 8
[291] Esta cuarta parte del discurso de San Pablo (empecemos por
aquí) no contiene otra cosa que una proposición y una exclamación. La
proposición descubre y afirma un misterio oculto que ninguno pudiera
saber, ni aun el mismo Apóstol, sin revelación expresa de Dios. Este
misterio debe ser sin duda muy grande, pues sólo propuesto en cuatro
palabras, ha producido dos efectos, ambos grandes y bien notables,
aunque muy diversos entre sí. Un efecto produjo en el Apóstol mismo,
luego al punto que reveló el misterio inspirado por el Espíritu Santo.
Otro efecto, al parecer infinitamente diverso, ha producido en los doc-
tores, que verosímilmente han mirado dicha proposición por todos sus
aspectos. El efecto que produjo en San Pablo fue hacerlo prorrumpir
inmediatamente en aquella célebre exclamación, que es una de las pie-
zas más sublimes, más expresivas y más religiosas que se leen en todas
las Escrituras: ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de
la ciencia de Dios! Mas el efecto que ha producido en los doctores,
¿cuál será? Confieso, amigo mío, que me falta el ánimo para decirlo; y
ciertamente omitiera esta verdad (como omito tantas otras que vos no
sabéis), si por otra parte no entendiese que en las presentes circuns-
tancias debo también honrar mi ministerio, no disimulando una ver-
dad tan importante por respetos puramente humanos. Hablando, pues,
francamente, y salvo el respeto que se les debe, el efecto que ha pro-
ducido en ellos, según el sistema favorable, ha sido no admitir dicha
proposición, ni el misterio contenido en ella según está, sino después
de bien acrisolado, después de bien limado, y después de haberle qui-
tado algunas superfluidades, no sólo molestas o incómodas, sino tam-
bién absolutamente insufribles. ¿No me entendéis?
[292] Así suavizada la proposición, y dulcificado el misterio, yo
pregunto ahora: ¿Qué juicio podremos hacer de la gran exclamación
de San Pablo? ¿Qué quiere decir, en la boca o pluma del Doctor de las
Gentes, una exclamación tan expresiva y tan llena de religioso entu-
siasmo, para una cosa respectivamente tan pequeña; para una propo-
sición, digo, que después de bien acrisolada, o pasada por el esto es, ya
no contiene misterio alguno digno de tal exclamación? ¿No podremos
con razón decir que el Doctor y Maestro de las Gentes podía haber re-
servado una pieza tan sublime para otro misterio mayor? ¿No podre-
mos con razón decir que su exclamación, por el mismo caso que es tan
sublime, parece un verdadero despropósito?
[293] En efecto, supongamos por un momento que la proposición,
así moderada y dulcificada como se halla en los doctores, sea en la rea-
lidad lo que intentó decirnos el apóstol San Pablo; supongamos que
esta proposición, reducida a sus justos quilates, sólo contenga, o sólo
deba contener, este pequeño misterio: Porque como también vosotros
(las Gentes) en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis al-
canzado misericordia por la incredulidad de ellos, así también éstos
ahora no han creído en vuestra misericordia, para que ellos alcancen
también misericordia. Porque Dios todas las cosas encerró en incre-
dulidad, para usar con todos de misericordia. Esto es: así como voso-
tros, Gentiles, no conocíais al verdadero Dios, ni creíais en él, y no obs-
tante, ahora habéis hallado misericordia sin buscarla, por la increduli-
dad de los Judíos; así éstos no creen ahora en vuestra misericordia, y
no obstante esta incredulidad y obstinación presente, hallarán tam-
bién misericordia en algún tiempo, esto es, al fin del mundo, porque
provocados de vuestro buen ejemplo, y avergonzados de haber creído
en el Anticristo, abrirán finalmente los ojos, creerán en Cristo, y la
Iglesia los recibirá en su seno. Ya veis que la proposición de que vamos
hablando no está todavía concluida: le falta una cláusula brevísima,
pero tan llena de sustancia, que ella sola aclara toda la proposición, y
produce al punto la exclamación: Porque Dios todas las cosas encerró
en incredulidad, para usar con todos de misericordia. ¿Qué quiere
decir esta breve cláusula? A San Pablo le pareció un misterio tan alto
que, confesando tácitamente su pequeñez, exclamó diciendo: ¡Oh, pro-
fundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos!
[294] Mas esta misma cláusula, después de pasada por el crisol, se
ve ya tan pequeña, y su misterio tan claro, que no parece digno de tal
exclamación. Parece que el Apóstol debía haber reservado una pieza tan
sublime para otro misterio mayor. Después de dulcificada la cláusula
con todo su misterio, el sentido único que le queda es éste: Porque Dios
todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de mise-
ricordia. Dios ha permitido que todos los hombres, así Gentiles como
Judíos, cayesen en el gravísimo delito de la infidelidad o incredulidad,
y que en él estuviesen todos comprendidos y como encarcelados, para
hacer ostentación de su misericordia con todos los hombres, así Genti-
les como Judíos, perdonando sucesivamente a los unos y a los otros, y
recibiéndolos en su gracia y amistad: a los Gentiles, conforme han ido
creyendo el Evangelio y agregándose a la Iglesia de Cristo; y a los Ju-
474 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Mt. 5, 17.
2 Mt. 5, 18.
3 Mt. 16, 18.
4 Lc. 22, 32.
5 Mt. 28, 20.
476 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
vocación de las Gentes. Parece que todavía pensáis que las Gentes lla-
madas, y recibidas con tan grandes misericordias en lugar de los incré-
dulos Judíos, perseverarán hasta la fin del mundo en aquella fe, en
aquella bondad y fidelidad, a que fueron llamadas. Parece que todavía
pensáis que los injertos contra la naturaleza en buen olivo, darán siem-
pre, constantemente, frutos abundantes y dignos de Dios; y aunque lle-
gue el tiempo en que no den tales frutos, así como está escrito, serán no
obstante respetados y privilegiados, mucho más de lo que lo fueron las
ramas naturales. Parece, en fin, que las promesas que hizo Cristo a su
Iglesia, os han hecho olvidar del todo aquella amenaza del Apóstol, en-
derezada a los mismos injertos: Si permanecieres en la bondad; de
otra manera serás tú también cortado; mirando esta sentencia como
cruda, áspera y amarga, y por consiguiente como vacía de significación,
como metal que suena, o campana que retiñe 1.
[299] Imaginad ahora que yo, imitando vuestro modo de discurrir,
y alegando las mismas promesas del Hijo de Dios, os propusiese esta
dificultad: Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, y en solos los Ju-
díos, pues así San Pedro, a quien entregó las llaves, como los demás
apóstoles y discípulos, a quienes dejó sus órdenes, con todas las facul-
tades necesarias para ejecutarlas, eran todos judíos, no habiendo entre
ellos uno solo que no lo fuese. El mismo Jesucristo, hablando con es-
tos santos judíos, sin nombrar expresamente a las Gentes, les hizo
aquellas promesas de que hablamos, y les empeñó su real palabra, di-
ciéndoles entre otras cosas, al despedirse de ellos, que estaría con ellos
hasta la consumación del siglo. No obstante estas promesas, es cierto
que pocos años después dejó a los Judíos, arrojándolos a las tinieblas
exteriores, y se pasó enteramente a las Gentes; sacó de Jerusalén el
candelero grande, y lo puso en Roma, etc. Se pregunta ahora: ¿Cómo
podremos componer esta conducta del Señor con sus promesas infali-
bles? ¿Cómo podremos salvar intacta la palabra real del Hijo de Dios?
[300] Yo no dudo que os reiréis de mi dificultad, creyendo facilí-
sima la solución. A mí también me parece fácil, absolutamente hablan-
do, pero si queréis guardar consecuencia, se me figura bien difícil. Mas
sea como fuere, yo la ofrezco al punto por solución de vuestra dificul-
tad. Si a ésta no satisface, tampoco puede satisfacer a la mía; pues am-
bas se fundan sobre un mismo principio, o por mejor decir, sobre un
mismo equívoco. Jesucristo, sin faltar a sus promesas, sacó el gran
candelero de Jerusalén, y lo puso en Roma; ¿y creéis que faltará a sus
promesas si en algún tiempo, por las mismas razones, saca de Roma el
mismo candelero, y después de bien purificado, lo vuelve a poner en
Jerusalén? Jesucristo, sin faltar a sus promesas, arrojó de sí a los Ju-
1 1 Cor. 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 477
Ultima observación.
El texto de Isaías citado por San Pablo
PÁRRAFO 9
[304] El sabio y juicioso autor que acabamos de citar, da grandes
muestras en el mismo lugar de haber comprendido perfectamente todo
el discurso del apóstol San Pablo, se hace cargo de casi todas sus expre-
siones, y de toda su fuerza y propiedad. Habla del estado futuro de los
Judíos (aunque brevemente, y sólo en general) como pudiera hablar el
más circuncidado. Representa entre otras cosas, con suma viveza y elo-
cuencia, aquel gran milagro que todo el mundo tiene a la vista, sin me-
recerle alguna atención particular, es a saber, que los Judíos, esparci-
dos tantos siglos ha entre todas las naciones, subsisten aún sin haberse
mezclado y confundido con ellas; y aun podemos decir (añade con gran
verdad y propiedad) que han sobrevivido a todas las naciones que en
varios tiempos los han oprimido y procurado exterminar. ¿Quién podrá
mostrar ahora los verdaderos descendientes de los antiguos Egipcios,
de los antiguos Asirios, de los antiguos Babilonios, de los antiguos
Griegos, ni aun de los antiguos Romanos; y pudiera añadirse: de todas
las naciones bárbaras que destruyeron este imperio? Todas estas razas
de gentes ya no se conocen, todas se han mezclado y confundido entre
sí. Sólo la descendencia del justo Abraham, sola la casa de Jacob, en
medio de tantas persecuciones, en medio de su extremo abatimiento y
vilipendio, subsiste hasta el día de hoy, y subsiste, no en algún ángulo
de la tierra, no en alguna isla incógnita, separada del comercio de las
otras naciones, sino a vista de ellas, en medio de ellas, y a pesar de ellas
mismas, sin haberles sido posible exterminarla, ni confundirla, ni aun
tre otros muchos lugares que podía citar, elige uno, atendiendo a la
brevedad, el cual le pareció el más acomodado a su asunto particular.
Considerémoslo todo entero. Vistióse de justicia como de loriga, y yel-
mo de salud en su cabeza; se puso vestidos de venganza, y cubrióse
de celo como de un manto, como para hacer venganza, como para re-
tornar indignación a sus enemigos, y volver las veces a sus adversa-
rios; a las islas dará su merecido. Y los que están al occidente teme-
rán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él,
cuando viniere como río impetuoso, a quien el espíritu del Señor im-
pele, y cuando viniere a Sión el Redentor. Y a aquellos que se vuelven
de la maldad en Jacob, dice el Señor: Esta será mi alianza con ellos 1.
[307] Sobre este texto que cita San Pablo, dice Monseñor de Meaux
estas precisas palabras: Así los Judíos entrarán algún día, y entrarán
para no desviarse jamás; pero no entrarán sino después que el orien-
te y el occidente, esto es, todo el universo, estará lleno del temor y del
conocimiento del Señor.
[308] Quien leyere esta sentencia de un hombre tan sabio, y por
tantos títulos grande y digno de este nombre, pensará sin duda que,
así el Profeta como el Apóstol que lo cita, no quieren decirnos otra co-
sa sino que Israel estará ciego, como lo está ahora, hasta que el oriente
y el occidente, esto es, todas las naciones del universo, estén dentro de
la Iglesia, llenas de religión, de piedad y de aquel santo temor de Dios,
que es uno de los dones del Espíritu Santo, y el propio distintivo de la
verdadera justicia, y por consiguiente de la verdadera fe. ¿Mas no es
ésta una inteligencia infinitamente ajena del texto, mucho más de su
contexto, y aun de todas las Escrituras? Los que están al occidente te-
merán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él.
Estas palabras por sí solas, sin atender a las que preceden, ni a las que
siguen en el mismo texto, es facilísimo acomodarlas a cuanto se qui-
siere; mas ¿cómo será esto posible, si se leen unidas con su contexto?
¿Cómo será posible no reconocer en todo el contexto entero la venida
del Señor en gloria y majestad, en la cual deberá temer el oriente y el
occidente, esto es, todo el universo? No ciertamente con aquel temor
religioso y santo, que es el principio de la sabiduría y el carácter de la
justicia (porque esta idea es diametralmente opuesta a todas las ideas
que nos dan sobre esto las Escrituras, como tantas veces hemos nota-
do), sino con aquella otra especie de temor, que es propio de los reos
en presencia de su rey, a quien tienen ofendido y agraviado. Turbados
quedarán a la presencia de él, se dice en el salmo 67, a la presencia
del padre de los huérfanos, y juez de viudas 2; y en el Evangelio: Que-
dando los hombres yertos por el temor y recelo de las cosas que so-
brevendrán a todo el universo, porque las virtudes de los cielos serán
conmovidas; y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una
nube con grande poder y majestad 1. Y en el Apocalipsis: Y los reyes
de la tierra, y los príncipes, y los tribunos, y los ricos, y los podero-
sos, y todo siervo y libre, se escondieron en las cavernas, y entre las
peñas de los montes. Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre
nosotros, y escondednos de la presencia del que está sentado sobre el
trono, y de la ira del Cordero, porque llegado es el grande día de la
ira de ellos, ¿y quién podrá sostenerse en pie? 2.
[309] Unid ahora el texto de Isaías con todo su contexto, y entende-
réis al punto lo que quiere decir, como también lo que quiere decir San
Pablo, cuando lo cita para probar la vocación futura de los Judíos: Los
que están al occidente temerán el nombre del Señor, y los que están al
oriente la gloria de él. Esta es la primera mitad, no echéis en olvido la
segunda: Cuando viniere como río impetuoso, a quien el espíritu del
Señor impele; y cuando viniere a Sión el Redentor, etc. De modo que
temerán los de oriente y occidente, cuando venga el Señor como un río
tempestuoso e impelido por el Espíritu de Dios, y cuando venga a Sión
su Redentor. Leído este texto así entero se ve claramente lo que dice, y
también lo que no dice. No dice: Vendrá a Sión su Redentor, cuando
tema el oriente y occidente, mucho menos cuando todo el universo es-
tará lleno del temor y del conocimiento del Señor; sino al contrario:
Temerán los de oriente y occidente, cuando venga a Sión su Redentor.
Temerán, dice, cuando viniere; no dice: Vendrá cuando hayan temido.
[310] Esto mismo que aquí dice Isaías, y San Pablo que lo cita, lo
había dicho David en varias partes de sus salmos. El salmo 101, por
ejemplo, parece una oración fervorosísima, en que el Espíritu Santo por
boca de David representa a la infeliz Sión en el estado en que actual-
mente se halla, y en que la misma Sión habla en espíritu, se lamenta
de su desamparo, y pide con gemidos inexplicables. Entre otras cosas
bien notables, le dice a Dios estas palabras: Tú, levantándote, tendrás
misericordia de Sión; porque tiempo es de apiadarte de ella, porque
ya viene el tiempo… Y temerán las naciones tu nombre, Señor, y to-
dos los reyes de la tierra tu gloria 3. Y para mayor claridad añade lue-
go la causa o la ocasión de este temor: Porque edificó el Señor a Sión,
y será visto en su gloria. Miró a la oración de los humildes, y no des-
preció el ruego de ellos. Escríbanse estas cosas a la otra generación
(o como leen las otras versiones, en la novísima generación). 4 Este
1 Is. 40, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 483
Conclusión
1 1 Ped. 2, 10.
486 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
blo mío, al que no era mi pueblo; y amado, al que no era amado; y que
alcanzó misericordia, al que no había alcanzado misericordia 1. Así, el
oficio o ministerio propio de estos santos doctores no era otro que ser-
vir con todas sus fuerzas y talentos a esta nueva dilecta, atender en todo
a su mayor utilidad, y mirar con verdadero celo y continuada vigilancia
por todos sus intereses. Debían, en primer lugar, darle ideas justas del
verdadero Dios, quitándole al mismo tiempo, y procurando borrarle
del todo, aquellas ideas miserables en que se había criado, de sus dio-
ses de palo y de piedra. Debían darle a conocer, y hacer digno concep-
to de la persona infinitamente admirable y amable del esposo, hacien-
do que entendiesen bien que era verdadero Dios, como Hijo natural de
Dios mismo, y juntamente verdadero Hombre, como Hijo natural de la
santísima virgen María, y por ella Hijo también de David y Abraham; y
esto sin confusión de las dos naturalezas, divina y humana. Este solo
punto tuvo bien ocupados a todos los doctores de los primeros siglos.
[321] Debían, fuera de esto, hacerle comprender la pureza y santi-
dad de vida a que era llamada, explicándole clara y distintamente toda
la moral de las Escrituras, máximamente de los Evangelios. Debían
alentarla con la esperanza cierta de un eterno galardón, y retraerla de
toda la gloria vana del mundo, y de todos sus venenosos placeres, con el
temor de un castigo asimismo eterno y terrible, que está aparejado pa-
ra el diablo y para sus ángeles 2. Debían exhortarla únicamente a la
práctica de todas las virtudes, como que son el ornamento único con
que puede aparecer graciosa y agradable a los ojos del esposo. Debían
inclinarla con la mayor prudencia, discreción y suavidad posible, al
amor verdadero e íntimo del esposo, como que éste es el principio de
todos los bienes, como que hace fáciles las cosas más difíciles, y como
que significa y santifica todas las acciones, por pequeñas y ordinarias
que sean. Debían celar con sumo cuidado y vigilancia que no aprendie-
se de falsos maestros algún error contrario o ajeno de la sana doctrina,
así en el dogma como en la moral. Debían, en fin, instruirla perfecta-
mente, y exhortarla continuamente a la práctica de todas las cosas per-
tenecientes a su nueva dignidad. Veis aquí en resumen la vocación de
los santos doctores, o el ministerio a que fueron llamados. Para este mi-
nisterio se les dieron los talentos, o dones y gracias del Espíritu Santo, a
unos más, a otros menos, según la medida de la donación de Cristo 3; y
ellos correspondieron fielmente, trabajando con ellos, y mirando siem-
pre en su trabajo la mayor gloria de Dios en la utilidad de la Iglesia.
[322] Es verdad que muchos de estos fieles y celosos ministros, es-
pecialmente los más célebres, no se contentaron con esto solo. Ha-
1 2 Tim. 3, 5.
2 Mt. 24, 12.
3 Mt. 25, 5.
4 Rom. 11, 20-22.
492 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Rom. 8, 24-25.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 493
adoren al verdadero Dios, que todos sean cristianos, que todos sean
justos y santos, etc., todo esto lo comprendo en mi petición, y todo lo
pido confiadamente sin salir de aquellas tres palabras: Venga el tu
reino. Digo confiadamente, porque sé por las mismas Escrituras que
este bien que deseo a todo el linaje humano, no puede ser en el estado
presente; pero será sin falta cuando venga el reino que pido. Por tanto,
lejos de temer la venida del rey en gloria y majestad, antes la deseo
con las mayores ansias, y la pido con todo el fervor de que soy capaz;
así por el remedio pleno de los miserables Judíos, como también por
todo el residuo de las Gentes; las cuales, después de acabada la ven-
dimia…, levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor
glorificado, alzarán la gritería desde el mar 1. De todo lo cual habla-
remos de propósito cuando sea su tiempo.
[336] Jesucristo, en su primera venida, fundó (dicen) un reino es-
piritual, que él mismo llamaba reino de los cielos, y reino de Dios. Aquí
se divisa fácilmente un equívoco de no pequeña consideración. Lo que
Jesucristo llama frecuentemente en sus parábolas reino de los cielos,
reino de Dios, no es otra cosa las más veces, por confesión de todos,
que lo que él mismo llama el reino del Evangelio, esto es, la noticia,
buena nueva, anuncio, predicación, del reino de Dios. Reino de los cie-
los (dice San Jerónimo) es la predicación del Evangelio, y la noticia
de las Escrituras, que conduce a la vida 2. Esta predicación y noticia
del reino parece claro que no puede ser el reino mismo, sino como un
pregón o convite general que se hace a todos, para que se alisten los
que quisieren bajo esta bandera; para que admitan o no, según su vo-
luntad, la filiación de Dios, que a todos se ofrece con ciertas condicio-
nes; y de esta suerte puedan tener parte y herencia perpetua en el reino
de Cristo y de Dios.
[337] Ahora bien, todos los que son llamados a este reino, son al
mismo tiempo obligados a poner de su parte ciertas condiciones indis-
pensables, comprendidas todas en estas dos palabras: fe y justicia, o se-
gún se explica San Pablo, fe que obra por caridad 3. Los que observaren
fielmente estas dos leyes con toda su extensión, pueden mirarse ya co-
mo hijos del reino, y esperar para su tiempo ser herederos verdade-
ramente de Dios, y coherederos de Cristo 4. Mas no podrán decir que
ya están en posesión de esta herencia; antes deberán siempre vivir en
solicitud, en vigilancia, en temor y temblor, teniendo presente aquella
sentencia del Señor: El que perseverare hasta el fin, éste será salvo 5.
1 Lc. 11, 2.
Fenómeno 7
Babilonia y sus cautivos
PÁRRAFO 1
[339] Cualquiera que lea con atención los Profetas, reparará fá-
cilmente dos cosas principales. Primera: grandes y terribles amenazas
contra Babilonia. Segunda: grandes y magníficas promesas en favor de
los cautivos, no solamente de la casa de Judá, o de los Judíos en parti-
cular, que fueron los propios cautivos de Babilonia, sino generalmente
de todo Israel, y de todas sus tribus, para cuando salgan de su cautive-
rio, y vuelvan a su patria de su destierro. Uno y otro con figuras y ex-
presiones tan vivas, que hacen formar una idea más que ordinaria, y
más que grande, así de la vuelta de los cautivos a su patria, como del
castigo inminente y terribilísimo de aquella capital.
[340] Si con esta idea volvemos los ojos a la historia, se lee en los
libros de Esdras todo lo que sucedió en la vuelta de Babilonia, y el es-
tado en que quedaron los que volvieron, aun después de restituidos a
su patria; se leen en los dos libros de los Macabeos los grandes traba-
jos, angustias y tribulaciones, que en diversos tiempos tuvieron que
sufrir, dominados enteramente por los príncipes griegos; se lee des-
pués de esto en los Evangelios el estado de vasallaje y opresión formal
en que se hallaban cuando vino el Mesías, no solamente dominados
por los Romanos, sino inmediatamente por un idumeo, cual era el cru-
delísimo Herodes; se lee por otra parte, ya en la historia profana, ya
también en la sagrada, que Babilonia, después de haber salido de ella
aquellos cautivos, se mantuvo en su ser, sin novedad alguna sustan-
cial, por espacio de muchos siglos; que no la destruyó Darío Medo, ni
Ciro Persa, ni alguno otro de sus sucesores; que no la destruyeron re-
pentinamente, en un solo día, aquellas dos grandes calamidades que
parece le anuncia Isaías, cuando le dice: Te vendrán estas dos cosas
súbitamente en un solo día: esterilidad y viudez 1. Con estas noticias
ciertas y seguras, no puede menos de maravillarse de ver empleadas
por los profetas de Dios vivo unas expresiones tan grandes para unas
cosas respectivamente tan pequeñas. Mucho más deberá maravillarse,
si advierte y conoce, sin poder dudarlo, que nada o casi nada se ha veri-
1 Is. 47, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 497
ficado, hasta el día de hoy, de lo que con tantas y tan vivas expresiones
parece que tenían anunciado sobre estos asuntos los profetas de Dios.
[341] Difícilmente se hallará otro punto, en toda la divina Escritu-
ra, que haya dado más cuidado, ni haya apurado más los ingenios, que
Babilonia y sus cautivos. El embarazo en que no pocas veces se hallan
los intérpretes, y la gran fuerza que hacen para salir con honor son tan
visibles, que puede fácilmente repararlos el hombre menos reflexivo.
Ya suponen cosas que debían no suponerse sino probarse en toda for-
ma; ya conceden a lo menos en parte en general y en confuso lo que en
otras ocasiones más inmediatas omiten o niegan absolutamente; ya
usan de un sentido, ya de otro, ya de muchos a un mismo tiempo, y esto
en un mismo individuo o texto; ya siguen el sentido literal hasta cierta
distancia, y hallándose atajados por el texto mismo, que visiblemente
protesta la violencia, vuelven un poco más atrás buscando por todos los
otros rumbos algún otro sentido menos incómodo, o menos inflexible.
Si éste se halla, éste solo basta para decir que, aunque aquel sentido
(que no se puede llevar adelante) es realmente el sentido literal, mas es-
te otro es el sentido especialmente intentado por el Espíritu Santo.
[342] Después de todas estas diligencias, no por eso queda resuelta
la gran dificultad. Se ve tan en pie y tan entera como si no se hubiese to-
cado. Las profecías son muchas y muy claras a favor de los miserables
hijos de Israel, para cuando vuelvan de su destierro y cautiverio, y por
eso mismo es igualmente claro que no se han verificado jamás. Los in-
térpretes suponen que ya todas se han verificado, o se están verificando
muchos siglos ha. Mas ¿cómo? Una pequeña parte literalmente en
aquellos pocos que salieron antiguamente de Babilonia con permiso de
Ciro; la mayor parte alegóricamente en los redimidos por Cristo de la
verdadera cautividad de Babilonia, esto es, del pecado y del demonio; y
otra parte, que no puede explicarse ni en el uno ni en el otro sentido, se
verifica, dicen, anagógicamente en aquellas almas santas que, rotas las
prisiones del cuerpo, vuelan al cielo su verdadera patria, donde gozan
en paz y quietud de todos los bienes. Nada decimos por ahora de aquella
otra parte bien considerable, que tal vez se omite por excusar prolijidad.
[343] Mas ¿sería creíble, digo yo, que el Espíritu de Dios, que ha-
bló por sus Profetas, hablase de este modo? ¿Sería creíble que hablase
por sus Profetas sobre un mismo asunto, parte en un sentido, parte en
otro, parte en muchos, parte en ninguno? ¿Sería creíble este modo de
hablar de la veracidad de Dios y de su santidad infinita? Aun en el
hombre más ordinario se tuviera esto, y con gran razón, por un defecto
intolerable. ¿Sería creíble, vuelvo a decir, que Dios vivo y verdadero,
hablando nominadamente con los hijos de Abraham, de Isaac, y de Ja-
cob, a quienes iba a desterrar, o había ya desterrado y esparcido entre
las naciones, les permitiese, no sólo recogerlos y restituirlos a su pa-
498 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 2
[345] Así como yo no repruebo absolutamente el sentido alegórico,
anagógico, etc., así tampoco puedo reprobar absolutamente la conse-
cuencia que acabamos de oír; antes por el contrario, mirada por cierto
aspecto, me parece buena y propísima para la utilidad y edificación. A
todos los creyentes nos importa saber y no olvidar que fuimos redimi-
dos y librados, por Cristo, del poder de las tinieblas; que este mundo es
un verdadero destierro; que nuestra patria es el cielo; que la justicia, y
santidad, y paz y gozo en el Espíritu Santo, empiezan aquí, y allá se
perfeccionan; que todos los fieles cristianos, de cualquiera nación que
sean, son el verdadero Israel de Dios. No obstante estas verdades, que
yo creo y confieso con todos los fieles cristianos, propongo a la conside-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 499
PÁRRAFO 3
[349] Ciento veintidós años después que las diez tribus, que com-
ponían el reino de Israel o de Samaria, salieron desterradas de su Dios,
y fueron llevadas cautivas a la Asiria por Salmanasar, rey de Nínive,
las dos tribus que restaban, y componían el reino de Judá, fueron del
1 Dan. 12, 7.
2 Dan. 12, 7.
3 Dan. 10, 14.
4 Dan. 12, 6.
5 Dan. 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 501
del cielo, que estaba antes en Jerusalén, y del culto del mismo Dios.
Por consiguiente, sólo habla con los Judíos y sacerdocio a quienes esto
pertenecía: Esto dice Ciro rey de los Persas (dice el edicto): Todos los
reinos de la tierra me los ha dado el Señor Dios del cielo, y él mismo
me ha mandado que le edificase casa en Jerusalén… Y todos los va-
rones que hubieren quedado en todos los lugares donde moran, desde
el lugar donde están, ayúdenle con plata y oro, y hacienda y bestias,
sin contar lo que voluntariamente ofrecen al templo del Dios que está
en Jerusalén 1.
[352] Después de muchos años (que según me parece, no pudieron
ser menos de sesenta), el año séptimo de Artajerjes, volvió de Babilo-
nia a Jerusalén, acompañado de seiscientas personas, el santo y sabio
sacerdote Esdras, enviado del mismo rey como de visitador de sus her-
manos, para que viese si éstos observaban fielmente las leyes de su
Dios, y las leyes regias, para hacer observar ambas leyes con toda per-
fección y puntualidad, y para que como hombre lleno de sabiduría, de
celo y de piedad, instruyese libremente y sin embarazo alguno a los ig-
norantes: Y tú, Esdras (le dice el rey), según la sabiduría de tu Dios,
que hay en tu mano, establece jueces y presidentes, para que juzguen
a todo el pueblo que está de la otra parte del río, conviene a saber, a
los que tienen noticia de la ley de tu Dios, y a los que la ignoran ense-
ñadla libremente. Y todo el que no cumpliere exactamente la ley de tu
Dios, y la ley del rey, será condenado, o a muerte, o a destierro, o a
una multa sobre sus bienes, o a lo menos a cárcel 2. A los trece años
después de Esdras, el año 20 del mismo Artajerjes, Nehemías, que era
su copero y favorito, consiguió licencia del rey para ir a Jerusalén, lle-
vando facultad amplia (que hasta entonces no se había dado a los Ju-
díos) para edificar de nuevo la ciudad, y ceñirla de muros en toda for-
ma, como lo hizo, no sin grandes oposiciones de todas las naciones
circunvecinas, como se puede ver en el libro del mismo Nehemías, que
llamamos el segundo de Esdras 3.
[353] Ahora bien, es cierto por la misma Escritura que los que vol-
vieron de Babilonia a Jerusalén, en estas tres partidas, apenas hicieron
la suma de 42.600, que es lo mismo que decir, sólo fueron una parte
no muy considerable de las tribus de Judá y Benjamín (las cuales po-
cos años antes de la cautividad, en tiempo del rey Josafat, podían dar
1.170.000 soldados, que estaban alistados y prontos bajo cinco capita-
nes generales, exentos los que guardaban los presidios, como se dice
expresamente en el libro segundo del Paralipómenos, capítulo 17); por
consiguiente, los más individuos de Judá y Benjamín se quedaron en su
1 1 Esd. 1, 2 y 4.
2 1 Esd. 7, 25-25.
3 2 Esd. 2, 7-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 503
1 2 Esd. 9, 36-37.
504 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 4 Rey. 25
2 1 Mac. 1, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 505
toda su rabia y furor contra los Judíos. Así, sin otro motivo que una leve
sospecha de su infidelidad, se fue derecho a Jerusalén con todas sus
tropas, se apoderó de ella sin oposición, la saqueó, la incendió, la des-
truyó casi enteramente, derramó la sangre inocente de ochenta mil per-
sonas, vendió otros tantos por esclavos, hizo cesar el sacrificio conti-
nuo, despojó el templo de Dios de todos sus ornamentos y riquezas, lo
profanó con la profanación la más sacrílega, ya colocando en él la esta-
tua de Júpiter Olímpico, ya permitiendo en él aquellos excesos que di-
suenan y causan horror aun a los oídos menos castos: Porque el templo
(dice la Escritura) estaba lleno de lascivias y glotonerías propias de
gentiles, y de hombres que pecaban con rameras 1; y sobre todo, como
si esto fuera poco, pretendió también con empeño que todos los Judíos
se hiciesen gentiles, y renunciasen a su Dios y a su religión, que adora-
sen a los dioses de palo y de piedra que adoraban las otras naciones, y
se acomodasen enteramente a sus costumbres y modo de vivir; y todo
esto bajo pena de muerte. Pero Dios, que velaba sobre la conservación
de su iglesia, al mismo tiempo que castigaba sus pecados, permitiendo
tan graves males para corregirnos y enmendarnos 2, hizo en esta oca-
sión una clarísima ostentación de su grandeza. Excitó su espíritu en
una familia sacerdotal; la vistió de la virtud de lo alto; la armó de celo y
de coraje sagrado; y por medio de esta familia hizo con pocos hombres
tantos prodigios, cuantos se leen con asombro en los dos libros de los
Macabeos. Pasado este intervalo, que no fue muy largo ni muy feliz,
pues todo él estuvo siempre lleno de guerras, de inquietud y de turba-
ción, y habiendo triunfado la verdadera religión de tantas y tan graves
oposiciones, lo demás prosiguió como antes con poquísima o ninguna
novedad en la sustancia. Los habitadores de Jerusalén y de Judea, no
menos que las naciones circunvecinas, prosiguieron sirviendo como va-
sallos y súbditos del imperio de los Griegos, pagando sus tributos y su-
friendo su dominación, hasta que los Romanos se hicieron dueños ab-
solutos de todo el oriente, como se habían hecho de todo el occidente.
[359] En este estado estaban las cosas cuando vino el Mesías, el
cual, lejos de sacarlos de aquella servidumbre en que estaban quinien-
tos años había desde Nabucodonosor, les declaró por el contrario, en
términos formales, que debían pagar al César lo que era del César, co-
mo a Dios lo que era de Dios, y él mismo pagó su tributo 3. Poco des-
pués, estando cerca de Jerusalén, donde iba a padecer, se declaró más
con sus discípulos y amigos que lo seguían, y que iban en la persuasión
de que luego se manifestaría el reino de Dios 4; se declaró, digo, con
1 2 Mac. 6, 4.
2 2 Mac. 7, 33.
3 Mt. 22.
4 Lc. 19, 11.
506 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
ria, ya para que se diese a Dios vivo el culto debido en su santo templo,
ya para que no se pervirtiese el pueblo de Dios entre la idolatría e ini-
quidades de Babilonia, ya también y principalmente para que pudiese
haber a su tiempo en la tierra santa un cuerpo considerable de la na-
ción y del sacerdocio, el cual, o recibiese al Mesías que estaba ya cerca,
o le reprobase y pusiese en una cruz, pues uno y otro extremo se debía
dejar en su libertad.
PÁRRAFO 4
[363] Lo que acabamos de decir sumariamente tocante a los suce-
sos principales de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro,
dispersión y cautiverio, hasta el presente, nos parece que es la pura
verdad. No se halla a lo menos otra idea ni en la historia sagrada, ni
tampoco en la profana. Las diez tribus que fueron llevadas a Asiria y
Media por Salmanasar, rey de Nínive, es ciertísimo a quien quiera mi-
rarlo, que hasta ahora no han vuelto de su destierro; y si no, dígase
cuándo; y no obstante, las profecías anuncian y aseguran clarísima-
mente que han de volver. Las otras dos tribus de Judá y Benjamín, que
fueron del mismo modo llevadas cautivas a Babilonia por Nabucodo-
nosor, volvieron, es verdad, a Jerusalén y Judea (no todos sus indivi-
duos, sino una parte bien pequeña respecto del todo); mas aun estos
pocos que quedaron volvieron tan cautivos como habían ido, vivieron
en Jerusalén y Judea en la misma opresión y servidumbre en que que-
daban en Babilonia y Caldea los que no volvieron. En suma, no volvie-
ron de Babilonia, ni vivieron en Jerusalén y Judea, como anuncian las
profecías.
[364] Esto último es tan claro que, para convencerse, basta una
simple lección de las Escrituras. Y para acabar de convencerse plena-
mente, sin que quede duda ni sospecha de lo contrario, basta leer con
algún examen lo que sobre estas cosas nos dicen los doctores. Después
de un sumo empeño, diligencia, estudio y meditación, como hombres
llenos de ciencia, de erudición y de ingenio, al fin se ven en la necesi-
dad inevitable de confesar, algunos expresamente y todos implícita-
mente, que es una empresa no sólo difícil, sino imposible al ingenio
humano, el acomodar o verificar las profecías, en la vuelta de Babilo-
nia que sucedió en tiempo de Ciro. Si esto fuese posible de algún mo-
do, con esto solo quedaba ahorrado todo el trabajo. No había necesi-
dad en este caso de dejar el sentido obvio y literal, y acogerse a cada
paso a aquellos recursos fríos, y a la verdad mal seguros, de que tantas
veces hemos hablado.
508 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
pasado; que todas las gentes que oyeren o supieren los bienes innume-
rables y estupendos que les ha de dar, se asombrarán, y se turbarán
por todos los bienes, y por toda la paz, que yo (dice el Señor) les haré
a ellos 1; que, en fin, los plantará de nuevo en la tierra misma que pro-
metió a sus padres, y esto con todo su corazón y con toda su alma: Pon-
dré mis ojos sobre ellos para aplacarme, y los volveré a traer a esta
tierra; y los edificaré y no los destruiré; y los plantaré y no los arran-
caré 2; que en aquellos tiempos ya no dirán: Vive el Señor, que sacó a
los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive el señor, que sacó
y trajo el linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las
tierras a las cuales los había… echado allá; y habitarán en su tierra 3;
porque vendrá tiempo, dice el Señor, en el cual levantaré para David
un pimpollo justo; y reinará rey, que será sabio; y hará el juicio y la
justicia en la tierra. En aquellos días, prosigue inmediatamente, se
salvará Judá, e Israel habitará confiadamente; y éste es el nombre
que le llamarán, el Señor nuestro justo 4; y para decirlo todo en una
palabra, en el capítulo 1 se lee: En aquellos días, y en aquel tiempo,
dice el Señor, vendrán los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos
de Judá… Vendrán, y se agregarán al Señor con una eterna alianza,
que ningún olvido la borrará 5; y más abajo: En aquellos días, y en
aquel tiempo, dice el Señor, será buscada la maldad de Israel, y no
existirá; y el pecado de Judá, y no será hallado 6.
[368] En Baruc se dice que los cautivos que salieron de su tierra
con ignominia, a pie llevados por los enemigos 7, volverán de oriente y
occidente conducidos con honor como hijos del reino: Mas el Señor te
los traerá (a Jerusalén) levantados con honra como hijos del reino 8;
lo cual concuerda perfectamente con lo que se lee en Isaías: que los
árboles les harán sombra por mandamiento de Dios; que el Señor los
traerá en la lumbre de su majestad, con la misericordia y con la justi-
cia que viene de él 9; que su justicia, santidad y fidelidad a su Dios será
entonces diez veces mayor de lo que había sido su iniquidad; que en
fin, los revocará a la tierra que prometió con juramento a sus padres
Abraham, Isaac y Jacob, y esto ya bajo otro testimonio firme y sempi-
terno, y que no los volverá otra vez a mover de la tierra que les dio: Los
volveré a la tierra, que juré a los padres de ellos, Abraham, Isaac, y
Jacob… Y asentaré con ellos otra alianza sempiterna, para que yo les
1 Jer. 33, 9.
2 Jer. 24, 6.
3 Jer. 23, 7-8.
4 Jer 23, 5-6.
5 Jer. 50, 4-5.
6 Jer. 50, 20.
7 Bar. 5, 6.
8 Bar. 5, 6.
9 Bar. 5, 8-9.
510 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Bar. 2, 34-35.
2 Ez. 11, 17 y 19.
3 Ez. 34, 27.
4 Ez. 34, 28-29.
5 Ez. 36, 25.
6 Ez. 37, 21-22 y 24.
7 Os. 1, 11.
8 Os. 1, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 511
1 Jue. 6, 33.
512 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
tiempo sonar sus trompetas y correr alrededor del campo. No fue me-
nester otra diligencia de parte de Gedeón y de sus fieles compañeros;
lo demás lo hizo Dios: Y el Señor hizo que tirasen de la espada en todo
el campo, y se mataban unos a otros, etc. 1.
[374] Todo esto, vuelvo a decir, sucedió en el valle de Jezrael, y es-
te suceso tan memorable toma aquí este Profeta como por recuerdo,
señal o parábola de lo que debe suceder cuando llegue el día del Señor,
o la revelación de Jesucristo, que es lo mismo; del cual día nos hablan
tanto y de tantas maneras todas las Escrituras. A esta misma expedi-
ción de Gedeón en el valle de Jezrael alude claramente Isaías, hablan-
do de la venida del Señor en gloria y majestad, cuando dice: He aquí
que el Dominador Señor de los ejércitos quebrará la cantarilla con
espanto, y los altos de estatura serán cortados, y los sublimes abati-
dos 2. A esto alude David en muchísimos salmos, en especial el 109,
cuando le dice al Mesías su Hijo: El Señor está a tu derecha, quebran-
tó a los reyes en el día de su ira. Juzgará a las naciones, multiplicará
las ruinas; castigará cabezas en tierra de muchos 3. A esto alude el
mismo Isaías, cuando dice en el capítulo 14: Quebró el Señor el báculo
de los impíos, la vara de los que dominaban 4. A esto alude todo el
cántico de Habacuc, en especial el versículo 12 (en el que dice): Con
estruendo hollarás la tierra, y espantarás con furor las Gentes. Salis-
te para salud de tu pueblo, para salud con tu Cristo… Maldijiste sus
cetros, a la cabeza de sus guerreros, que venían como un torbellino
para destrozarme 5. A esto alude en sustancia la caída de la piedra so-
bre los pies de la estatua; y a esto alude todo el capítulo 19 del Apoca-
lipsis. Con esta idea, volved a leer el texto de Oseas, y me parece que lo
entenderéis sin dificultad: Se congregarán en uno los hijos de Judá y
los hijos de Israel; y se elegirán una sola cabeza, y subirán de la tie-
rra, pues grande es el día de Jezrael. Excusad la digresión, y volvamos
a tomar el hilo que dejamos suelto.
[375] En Joel se dice, hablando con todo Israel en general: Os re-
compensaré los años que comió la langosta, el pulgón, y la roya, y la
oruga; mi ejército terrible, que yo envié contra vosotros 6. Los cuales
años no son otros, sino aquellos mismos que les anuncia el mismo
Profeta en el capítulo antecedente, por estas palabras: Lo que dejó la
oruga, comió la langosta, y lo que dejó la langosta, comió el pulgón,
y lo que dejó el pulgón, comió la roya 7. Y estos años o tiempos de tri-
1 Jue. 7, 22.
2 Is. 10, 33.
3 Sal. 109, 5-6.
4 Is. 14, 5.
5 Hab. 3, 12-14.
6 Joel 2, 25.
7 Joel 1, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 513
1 Amós 9, 15.
2 Abd. 1, 17.
3 Miq. 7, 15-17.
4 Sof. 3, 13.
5 Sof. 3, 19.
6 Zac. 14, 11.
514 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Tercera: luego esta vuelta y todas las cosas, así generales como parti-
culares, que se dicen de ella, no se han verificado hasta ahora. Cuarta:
en fin, luego una de tres, o los profetas erraron, o Dios no es veraz, o
todas se han de verificar en algún tiempo, ni más ni menos que como
están escritas. Yo suscribo a esto tercero, y dejo lo primero y lo segun-
do a quien lo quisiere.
PÁRRAFO 5
[379] Lo que hasta aquí hemos dicho de los cautivos de Babilonia,
podemos decir de Babilonia misma. Las profecías que hay contra ella
son tan terribles, tan admirables, tan enfáticas, y según parece, tan
ejecutivas, que por eso mismo es claro e innegable que no se han cum-
plido hasta el presente las que hay en favor de los cautivos. Yo me ima-
gino (y me sujeto en esto de buena fe al examen y juicio de los sabios)
que la Babilonia contra quien hablan directa e inmediatamente los
Profetas, es una Babilonia más general que particular; quiero decir, así
como los cautivos, en cuyo favor se habla tanto y de tantas maneras,
no pueden limitarse de modo alguno a aquellos solos que llevó a Babi-
lonia Nabucodonosor, y que volvieron a la Judea con licencia de Ciro,
como acabamos de probar; así la Babilonia contra quien se habla tam-
poco puede limitarse a aquella sola e individua Babilonia que fue otros
tiempos la capital del primer imperio del mundo. Parece que los Profe-
tas de Dios no hicieron otra cosa que tocar lo uno y lo otro de paso,
como un correo que, llegando a una ciudad intermedia, deja en ella al-
gunas órdenes del príncipe que le pertenecen inmediatamente; mas no
para, ni se detiene en ella, sino que al punto pasa adelante hasta el fin
y término de su misión. De este modo parece que lo hicieron los Profe-
tas de Dios. No pudiendo parar como en término último, ni en aque-
llos cautivos de Babilonia, ni tampoco en aquella Babilonia, como que
no eran el objeto primario y directo de su misión, aunque tocaron lo
uno y lo otro, mas no se detuvieron mucho; pasaron por ambas cosas
como por objetos intermedios, hasta dejar enteramente destruida a
Babilonia (con toda la extensión de esta palabra), y sus hermanos en
plena y perfecta libertad.
[380] El carácter propio del profeta Isaías es andarse casi siempre
por las cosas últimas, como que eran éstas su principal ministerio, y su
particular vocación: Con espíritu grande vio los últimos tiempos, y
alentó a los que lloraban en Sión 1, dice la misma Escritura. Así, se ve
este Profeta ocupado casi siempre, desde el principio hasta el fin, en las
cosas últimas, sin olvidarse de ellas, aun cuando parece que debían dis-
traerlo tantos otros asuntos de que trata. Con estas cosas últimas con-
suela frecuentemente a Sión y a sus miserables hijos en las tribulacio-
nes que él mismo les anuncia. De manera que, aunque toca muchos
puntos pertenecientes al estado en su tiempo del pueblo de Dios, ya re-
prendiendo, ya amenazando, ya exhortando, ya instruyendo, etc., y
siempre con una viveza y elegancia admirable; aunque habla no pocas
veces de la primera venida del Mesías, de su vida, de sus virtudes, de su
doctrina, de sus tormentos, de su pasión y de su muerte; aunque habla
del estado infelicísimo en que quedaría Israel después de la muerte del
Mesías, y en consecuencia de haberlo reprobado; aunque habla clara y
expresamente de la vocación de las Gentes en lugar de Israel, etc.; mas
en estos y otros muchos puntos que toca es fácil observar que casi siem-
pre se pasa insensiblemente, y da un vuelo suave, hacia donde lo llama
su propia vocación, o el espíritu que lo gobernaba, que era lo último.
[381] Esto que decimos en general de toda la profecía de Isaías, se
hace más notable, y casi se toca con las manos, cuando habla de Babilo-
nia al capítulo 13. Por ejemplo, le pone por título: Carga de Babilonia,
que vio Isaías 1; y todo el capítulo (exceptuados dos o tres versículos
cuando más) es absolutamente inacomodable a la antigua Babilonia;
todo él se endereza visiblemente a lo último, como puede verlo quien
tuviere ojos. Lo mismo sucede con el capítulo 14, en que sigue la misma
materia. En todo él dice de Babilonia y de su rey cosas tan grandes, tan
extraordinarias y tan nuevas, que es imposible acomodarlos a aquella
Babilonia, y a su rey Baltasar. Los expositores más literales, después de
haberse fatigado no poco en dicha acomodación, lo confiesan así, aun-
que de paso y en confuso; y muchos son de parecer que aquí se habla
del Anticristo, bajo del rey de Babilonia (y por eso tal vez lo hacen nacer
de Babilonia, y empezar a reinar en ella, como dijimos en el fenómeno
3, artículo 2). La verdad es que no se habla aquí de cosas ya pasadas,
sino de cosas mucho mayores y todavía futuras. Aunque no hubiera
otra contraseña que las últimas palabras con que se concluye la profe-
cía, esto solo bastaba para comprender todo el misterio: Este es el con-
sejo (dice el Señor) que acordé sobre toda la tierra, y ésta es la mano
extendida sobre todas las naciones 2. Del capítulo 47 del mismo Isaías,
en que vuelve a hablar de Babilonia, decimos lo mismo y mucho más.
[382] Jeremías, en sus dos capítulos 50 y 51, hace lo mismo que
Isaías, con más difusión y prolijidad; esto es, pasa por encima de aque-
lla Babilonia de Caldea, descarga sobre ella una tempestad de rayos, le
hace saber las órdenes de Dios que le pertenecen a ella inmediatamen-
1 Is. 13, 1.
2 Is. 14, 26.
516 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Jer. 50, 3.
2 1 Mac. 1, 10.
3 1 Mac. 6, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 517
PÁRRAFO 6
[389] Para entender bien todas las profecías que hay contra Babi-
lonia, y el fin y término verdadero a donde todas se enderezan, paré-
ceme a mí que basta tomar las llaves en las manos, y abrir las puertas.
La misma Escritura nos ofrece estas llaves, con las cuales todo se faci-
lita; sin ellas todo queda oscuro, difícil e inaccesible.
Primera llave
[390] El apóstol San Pedro, escribiendo desde Roma a todas las
Iglesias de Asia, concluye su primera epístola por estas palabras: Os
saluda la Iglesia que está en Babilonia 1. ¿Qué quiere decir esto? San
Pedro ciertamente no escribía desde el Eufrates, sino desde el Tíber;
no desde la Caldea, sino desde Roma. En tiempo de San Pedro, la anti-
gua Babilonia ya no existía, ya estaba casi tan olvidada como lo está
1 1 Ped. 5, 13.
520 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
ahora. Pues ¿de qué Babilonia habla? De Roma misma. Mas ¿por qué
razón le da este nombre a la capital del imperio romano? Fuera de es-
to, los Cristianos a quienes escribía debían sin duda estar bien entera-
dos de que Babilonia y Roma no eran dos cosas diversas, sino una mis-
ma. Sin esta noticia, la dicha salutación, como de personas incógnitas
e inciertas, hubiera sido inútil, y por lo mismo indigna del supremo
pastor. Si sabían esto los Cristianos, ¿de dónde lo sabían?
[391] A esta dificultad responden comúnmente los intérpretes que
el apóstol San Pedro puso Babilonia en lugar de Roma sólo por pre-
caución, esto es, para no ocasionar sin necesidad alguna persecución,
o contra sí, o contra los Cristianos, si esta epístola llegase por algún
accidente a manos de los étnicos, y a noticia del emperador. Mas ¿qué
tenían que temer en este caso, ni San Pedro, ni los Cristianos? ¿Qué
hubieran hallado en ello que reprender, ni por qué perseguir al cris-
tianismo? Antes hubieran hallado mucho que alabar en aquella parte
que ellos podían entender, que es la moral, por ejemplo: Someteos,
pues, a toda humana criatura, y esto por Dios, ya sea al rey, como
soberano que es, ya a los gobernadores… Porque así es la voluntad de
Dios… Honrad a todos, amad la hermandad, temed a Dios, dad hon-
ra al rey. Siervos, sed obedientes a los señores con todo temor, no tan
solamente a los buenos y moderados, sino aun a los de recia condi-
ción 1. Mancebos, obedeced a los ancianos 2. ¡No sé yo que algún prín-
cipe o república pueda reprender, o no alabar, esta doctrina del sumo
pastor de los Cristianos!
[392] Acaso se dirá que San Pedro no temía por la moral de su
epístola, sino porque en ella habla de Jesucristo y de la religión cris-
tiana. ¿Y es creíble, digo yo, que San Pedro temiese por esta parte? En
la misma epístola exhorta a los Cristianos a no temer la persecución
que les venga en cuanto cristianos, sino la que puede venirles en cuan-
to reos y delincuentes: Ninguno de vosotros padezca como homicida o
ladrón… Mas si padeciere como cristiano, no se avergüence; antes dé
loor a Dios en este nombre 3. Fuera de que, cuando San Pedro escribió
esta epístola, no había edicto alguno del emperador contra los Cristia-
nos, ni prohibición del cristianismo, pues los mismos autores afirman
que esta epístola la escribió San Pedro el año 13 después de la muerte
del Señor, que según parece, corresponde a los principios del empera-
dor Claudio, esto es, más de 20 años antes de la primera persecución
de la Iglesia, que fue la de Nerón. ¿A qué venía, pues, en este tiempo el
temor de San Pedro a la persecución? Y dado caso que quisiese usar de
alguna precaución, ¿no era más natural que dijese a los Cristianos, a
Alusiones o reclamos
de la Babilonia del Apocalipsis
a la Babilonia de los Profetas
PÁRRAFO 7
[394] Isaías, hablando de Babilonia, dice: Dura visión me ha sido
noticiada… Por esto se han llenado mis lomos de dolor; congoja me
tomó, como congoja de mujer que está de parto; me caí cuando lo oí,
quedé turbado cuando lo vi. Desmayóse mi corazón, me horrorizaron
las tinieblas; Babilonia, la mi amada, es para mí un asombro 1. ¿Os
parece verosímil que la toma de Babilonia por Darío y Ciro pudiese
causar en Isaías unos efectos tan grandes, como él mismo dice y pon-
dera con tanta viveza?
[395] San Juan, hablando de la Roma futura, dice con más breve-
dad, mirándola sentada sobre la bestia: Cuando la vi, quedé maravi-
1 Apoc. 17, 6.
2 Is. 47, 8-11.
3 Apoc. 17, 7-8.
4 Jer. 50, 29.
5 Apoc. 18, 6.
6 Jer. 51, 13.
7 Apoc. 17, 1.
8 Jer. 51, 8.
9 Apoc. 18, 1-2; 14, 8; Is. 21, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 523
Resumen o conclusión
PÁRRAFO 8
[401] En suma, aquella antigua Babilonia situada en el Eufrates ya
no existe en el mundo, días ha que murió, ni hay esperanza alguna que
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 525
1 1 Esd. 2, 1.
2 Rom. 3, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 527
acogen con todas sus ideas los intérpretes de la Escritura (es a saber,
Babilonia y sus cautivos, en cuanto se puede; y en cuanto no se puede,
que es casi todo, la Iglesia cristiana, compuesta de las Gentes que en-
traron en lugar de los Judíos), son en realidad dos fortalezas que tie-
nen mucho de perspectiva. No hay duda que, miradas de cierta distan-
cia, muestran una gran apariencia, e infunden no sé qué de pavor; mas
la apariencia y pavor van desapareciendo, al paso que los ojos o la re-
flexión se van acercando.
[408] Lo primero: la Iglesia cristiana no puede faltar. Es su edifi-
cio tan indestructible y eterno como lo es el fundamento sobre que es-
triba, que es Cristo Jesús; pero sin faltar la Iglesia cristiana, puede muy
bien ahora (como pudo en otros tiempos) mudarse el candelero de una
parte a otra, o inclinarse el cáliz para éste y para aquél 1; porque, co-
mo está escrito, sus heces no se han apurado; beberán todos los peca-
dores de la tierra 2; y como nos advierte el Apóstol, Dios todas las co-
sas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia 3.
[409] Lo segundo: salieron de Babilonia algunos cautivos, mas no
salieron como anuncian las profecías claramente; pues no salieron li-
bres, ni salieron santos, ni salieron con el corazón circuncidado, ni sa-
lieron de todos los países y naciones de la tierra, ni salieron todos sin
quedar alguno, ni salieron los hijos de Israel, ellos, y juntamente los
hijos de Judá, ni salieron para vivir en quietud y seguridad en la tierra
prometida a sus padres, ni salieron, en suma, para no ser otra vez mo-
vidos y desterrados de aquella tierra, cosas todas anunciadas y repeti-
das de mil maneras en toda la Escritura. Luego lo que entonces no su-
cedió, deberá suceder algún día así como está escrito, sin que le falte ni
un punto, ni una tilde, sin que todo sea cumplido 4.
Apéndice
1 Sal. 74, 9.
2 Sal. 74, 9.
3 Rom. 11, 32.
4 Mt. 5, 18.
528 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 9, 24.
2 PINAMONTI.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 529
1 2 Cor. 3, 6.
530 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
que estaba todo remediado por una y otra parte. No era menester otra
cosa, así para el verdadero y sólido bien de las Gentes cristianas, como
para remedio de los infelices Judíos; pero ahí está la dificultad, éste es
el trabajo. Si se uniesen bien estas dos mitades, podrá decirse: ¿Cómo
pudieran cumplirse las profecías? ¿Cómo pudiera cumplirse todo lo
que se lee en contra de los Judíos, y en favor de las Gentes, que ocupa-
ron su puesto? ¿Cómo pudiera cumplirse asimismo lo que se lee, para
otro tiempo, en contra de las Gentes y en favor de los Judíos? Conque
los segundos se hicieran cargo de las circunstancias que habían de
acompañar la primera venida del Mesías, según las Escrituras, y por
consiguiente la creyeran; y los primeros, que creen la primera ya cum-
plida, y esperan la segunda venida del Mesías en gloria y majestad, ha-
gan reflexión sobre tantas profecías que hablan manifiestamente de
ésta, y no de la primera, y por tanto sólo entonces tendrán su entero
cumplimiento.
Fenómeno 8
La señal grande,
o la mujer vestida del sol
Apocalipsis, capítulo 12
[1] Apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta del
sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce es-
trellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolo-
res por parir. Y fue vista otra señal en cielo, y he aquí un grande dra-
gón bermejo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas
siete diademas; y la cola de él arrastraba la tercera parte de las estre-
llas del cielo, y las hizo caer sobre la tierra; y el dragón se paró delante
de la mujer, que estaba de parto, a fin de tragarse al hijo, luego que ella
le hubiese parido. Y parió un hijo varón, que había de regir todas las
Gentes con vara de hierro, y su hijo fue arrebatado para Dios, y para
su trono; y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar apareja-
do de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos sesenta días. Y
hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lidiaban con
el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles; y no prevalecieron éstos, y
nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel
grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y Sata-
nás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tierra, y sus ánge-
les fueron lanzados con él. Y oí una grande voz en el cielo, que decía:
Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y
el poder de su Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros
hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos
le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testi-
monio, y no amaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual regocijaos,
cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra, y de la mar!, porque
descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco
tiempo. Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra,
persiguió a la mujer que parió el hijo varón. Y fueron dadas a la mujer
dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar, en
donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un
tiempo, de la presencia de la serpiente. Y la serpiente lanzó de su boca,
en pos de la mujer, agua como un río, con el fin de que fuese arrebata-
da de la corriente. Mas la tierra ayudó a la mujer, y abrió la tierra su
532 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 1
[2] Para poder observar este gran fenómeno con toda exactitud y
con conocimiento de causa, sería muy conducente saber primero, y te-
ner como a la vista, las varias inteligencias o explicaciones que hasta
ahora se le han dado, mirándolas todas con la atención y formalidad
que cada una pide. Sería del mismo modo conducente, si esto fuese
posible, entender bien lo que en realidad nos quieren decir, combi-
nando unas con otras, y todas con el texto sagrado, de modo que resul-
tase de esta combinación algún todo creíble o verosímil, y perceptible.
[3] Todo lo que sobre estos misterios se halla en los doctores, se re-
duce a tres opiniones o tres modos de discurrir, o a tres sendas diversas,
por donde se han dado algunos pasos, aunque no muchos. La primera,
frecuentísima en toda clase de escrituras eclesiásticas, especialmente
panegiristas, dice o supone que la mujer vestida del sol, etc., de que aquí
se habla, es la Santísima Virgen María, Madre de Cristo. En esta suposi-
ción que ninguno ha pensado probar, no hay aquí que hacer otra cosa
sino acomodar devota e ingeniosamente a nuestra Señora tres o cuatro
palabras de esta profecía, de aquellas que tienen algún lustre y muestran
alguna apariencia, olvidando todo lo demás, como que no hace a su pro-
pósito. Esta especie de inteligencia no ha menester otro examen que un
principio de reflexión. Cualquiera hombre sensato conoce bien, y se ha-
ce cargo, que semejantes acomodaciones han sido en tantos tiempos no
sólo permitidas, sino aplaudidas en los discursos panegíricos; los cuales,
aunque devotos y píos, siempre necesitan de algún poco de brillo. En
suma, no perdamos tiempo inútilmente. Los misterios de este capítulo
12 del Apocalipsis hablan tanto de la Santísima Virgen María, como ha-
blan los libros sapienciales, o lo que en ellos se dice de la sabiduría. Es
verdad que la Iglesia, en las festividades de la Madre de Cristo, lee algu-
nos lugares de estos Libros sagrados; mas su intención no es, ni lo puede
ser, el persuadirnos o insinuarnos que aquellos lugares que lee hablen
realmente de nuestra Señora, ni que éste sea su verdadero sentido.
[4] Vengamos, pues, a la explicación de los doctores no panegiristas,
sino literales, que son los que buscan el verdadero sentido de las santas
Explicación de la profecía
según los autores literales
PÁRRAFO 2
te, digo yo, el vestido del sol no se debe mirar como una gala nueva y ex-
traordinaria que se dará a la Iglesia en los tiempos del Anticristo, sino
como su vestido ordinario, propio y natural. La corona de doce estrellas
es símbolo de los doce apóstoles, que son sus maestros y doctores. La
luna bajo sus pies quiere decir que la Iglesia despreciará entonces con
un soberano desprecio todas las cosas corruptibles y mudables, o toda la
gloria vana del mundo, simbolizada por la luna. Tal vez se hablara con
mayor propiedad si se dijese que la Iglesia en aquellos tiempos deberá
despreciar todas estas cosas, como lo debe ahora, según su vocación y
profesión. Permitiendo, no obstante, todo esto (pues los Evangelios y
otras Escrituras nos anuncian todo lo contrario), la acomodación hasta
aquí es de algún modo tolerable, si aquí mismo se concluye toda la pro-
fecía con todos sus misterios; mas el trabajo es que ahora sólo empieza.
[6] Esta mujer (prosigue el texto sagrado) estaba preñada, y como
ya se acercaba la hora del parto, padecía grandes congojas, angustias y
dolores, que se manifiestan bien en las voces y clamores que daba 1. ¿Qué
quiere decir esto? Lo que quiere decir, según la explicación, es que la
Iglesia cristiana, la cual en los tiempos de paz pare sus hijos sin dolor, sin
incomodidad, sin embarazo los parirá con gran dificultad en los tiempos
borrascosos y terribles del Anticristo… Si se muda la palabra Anticristo
en la palabra Diocleciano, y al futuro se añade pretérito, esto mismo es lo
que añade la primera opinión, y tal vez con menor violencia. Pasemos
adelante. Fue vista otra señal en el cielo, y he aquí un grande dragón.
Estando la mujer en estas angustias, apareció por otra parte el cielo otra
señal, no menos digna de admiración, es a saber, un dragón de color rojo
con siete cabezas y diez cuernos, cuya cola traía la tercera parte de las es-
trellas del cielo, arrojándolas a la tierra; lo cual ejecutado, el dragón se
puso luego delante de la mujer, esperando la hora del parto para devorar
el fruto de su vientre. Lo que esto significa es que el dragón infernal, o
Satanás, con siete cabezas y diez cuernos, esto es, revestido del mismo
Anticristo (que así se describe en el capítulo siguiente), oyendo los cla-
mores de la mujer, o conociendo bien las grandes tribulaciones en que se
halla la Iglesia, procurará aprovecharse de tan bella ocasión para afligir-
la más, o acabar con ella del todo, devorándole el hijo que está para parir,
esto es, los hijos que pariere. Pero Dios, que no puede olvidarse de su
Iglesia, le enviará muy a propósito al arcángel San Miguel, con todos los
ejércitos del cielo, para que la defiendan del dragón y del Anticristo. Al
punto se trabará una gran batalla entre San Miguel y el dragón, y entre
los ángeles del uno y del otro, y quedando el dragón vencido y ahuyenta-
do con todos sus ángeles, la mujer o la Iglesia parirá ya sus hijos con me-
nos trabajo, sin tan grandes contradicciones: Y parió un hijo varón; y
1 Apoc. 12, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 535
estos hijos que la Iglesia parirá en aquellos tiempos, serán tan másculos,
o tan varoniles, que aun acabados de nacer, se opondrán al Anticristo, y
le resistirán con valor, por lo cual merecerán ser arrebatados al trono de
Dios, esto es, al cielo por medio del martirio: Y su hijo fue arrebatado
para Dios, y para su trono. Ahora bien, de este parto, o de este hijo
másculo, se dice que él es quien ha de regir o gobernar todas las Gentes
con vara de hierro. ¿Cuándo será esto? Será verosímilmente el día del
juicio, en el valle de Josafat. Prosigamos.
[7] Cuando el dragón se vio vencido y arrojado a la tierra con todos
sus ángeles, cuando supo que la mujer había parido felizmente y el hijo
había volado al trono de Dios, dice el texto sagrado que convirtió toda
su rabia y furor contra la madre, y la persiguió con todas sus fuerzas 1.
A la mujer se le dieron entonces dos alas de águila grande, para que vo-
lase al desierto al lugar que Dios le tenía preparado, donde será apacen-
tada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo… o mil
doscientos sesenta días, que todo suena tres años y medio. Todo esto
que aquí se anuncia (dice la explicación) se verificará cuando la Iglesia,
perseguida cruelmente por el Anticristo y el dragón, se vea precisada a
huir, y esconderse en los montes y desiertos más solitarios, para cuyo
efecto se le darán dos alas de águila grande (que unos entienden de un
modo, otros de otro, y otros de ninguno, que parece el mejor partido).
En este desierto y soledad estará la Iglesia mil doscientos sesenta días
(que son puntualmente los días que ha de durar la persecución del An-
ticristo), sustentándola Dios milagrosamente en lo corporal, como sus-
tentó a Elías y a tantos otros anacoretas, y en lo espiritual por medio de
sus pastores, etc. Quisiera proseguir y concluir el resto de la profecía
según la explicación, mas ¿para qué? ¿No basta esto solo para juzgar
prudentemente de todo lo demás? A quien esto no bastare, puede fá-
cilmente instruirse por sí mismo, consultando a los intérpretes litera-
les que le parecieren mejor. Esta especie de libros son los primeros
que se presentan a los curiosos en cualquier biblioteca.
PÁRRAFO 3
Primera reflexión
[8] Cuando decimos, u oímos decir, que la verdadera Iglesia cris-
tiana pare verdaderos hijos de Dios, lo que únicamente entendemos
por esta locución figurada es que la Iglesia activa, que es en propiedad
nuestra madre, habiendo admitido benignamente, y recibido dentro
madre no podrá apacentar los hijos, o las ovejas que no tiene consigo.
Conque a lo menos algunos adultos seguirán a sus pastores, y se escon-
derán con ellos en el desierto, quedando los otros con sus hermanos
mínimos, que acaban de nacer, sin tener quien les dé el sustento nece-
sario, y al mismo tiempo rodeados de peligros. Parecen estas cosas co-
mo unos verdaderos enigmas, aún más obscuros que el texto mismo.
Tercera reflexión
[11] Si la mujer vestida del sol es la Iglesia en los tiempos del Anti-
cristo, la Iglesia en aquellos tiempos deberá huir y esconderse en los
montes y cuevas; luego después del parto, sea este parto lo que quisie-
ren que sea: Y parió un hijo varón… Y la mujer huyó al desierto; debe-
rá huir, no sólo la Iglesia activa, o el cuerpo de los pastores, sino junto
con ella una parte, o grande o pequeña, de la Iglesia pasiva, o del común
de los fieles de ambos sexos y de todas condiciones. Deberá con su hui-
da dejar en sumo peligro otra parte no menos grande, y tal vez mayor,
de los mismos fieles; pues no parece verosímil que todos los fieles hu-
yan al desierto, ni que haya desierto para todos. Deberá, en suma, la
madre dejar al hijo másculo, o a los hijos que acaba de parir, no obstan-
te el amor y ternura de una madre, y tal madre respecto de sus párvulos
que quedan en la cuna. Es verdad que el texto mismo dice que este hijo
másculo fue luego arrebatado al trono de Dios; mas la explicación dice
que esto será por medio del martirio y de la muerte, lo cual, aunque
para el hijo, o los hijos másculos, será un bien inestimable, mas esto
no excusa ni hace honor a la tímida madre, que los abandonó por sal-
varse a sí misma… Aun las bestias más inermes y de menos espíritu,
en semejantes ocasiones parecen unos leones, y se hacen honor.
Cuarta reflexión
[12] Crece sobre todo la dificultad y el embarazo de esta inteligen-
cia, si se advierte bien el tiempo en que debe suceder la huida de esta
mujer. Los autores suponen que será en tiempo del Anticristo y por
causa de su persecución; pues a esta persecución atribuyen los dolores
del parto y las angustias para parir, y a esta misma persecución atribu-
yen la venida de San Miguel, y la batalla con el dragón. Mas si se
atiende al texto sagrado, parece evidente y clarísimo que así la batalla
de San Miguel con el dragón, como el parto de la mujer, como el rapto
de su hijo al trono de Dios, como también su huida a la soledad, son
unos sucesos que deben preceder al Anticristo y a su persecución.
[13] Primeramente: la mujer que, después del parto, huye a la sole-
dad, ha de estar en ella, dice el texto sagrado, 1260 días, que hacen 42
meses, o tres años y medio: Y parió un hijo varón… Y la mujer huyó al
desierto, en donde tenía un lugar aparejado de Dios, para que allí la
alimentasen mil doscientos y sesenta días. Concluidos estos días, nos
538 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
dicen los doctores que la mujer solitaria, esto es, la Iglesia, saldrá de su
soledad, por la muerte del Anticristo y ruina de su imperio universal. Por
otra parte, sabemos que la persecución del Anticristo ha de durar este
mismo espacio de tiempo, como se dice en el capítulo siguiente: Y le fue
dado poder de hacer aquello cuarenta y dos meses 1; luego la mujer, esto
es, la Iglesia, estará en la soledad escondida y segura todo el tiempo que
durare la persecución del Anticristo; luego esta persecución no puede
ser la causa de sus dolores y angustias en el parto; luego tampoco puede
ser la causa de la batalla de San Miguel con el dragón; luego esta batalla
no puede ser para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo.
[14] Lo segundo y principal: cuando la mujer después del parto huyó
a la soledad, dice el texto sagrado que el dragón, aunque ya vencido en la
batalla y arrojado a la tierra, no por eso dejó de perseguirla, y no pudien-
do alcanzarla, arrojó de su boca un río de agua, con el fin de que fuese
arrebatada de la corriente; y viendo que esta última diligencia le había
salido mal, pues la tierra abrió su boca y se tragó el río de agua, irritado
furiosamente, se volvió luego a hacer guerra formal contra los otros de
su linaje… Y se paró sobre la arena de la mar. Y luego inmediatamente
dice San Juan que vio salir del mar la bestia de siete cabezas y diez cuer-
nos, y prosigue en todo el capítulo siguiente anunciando los misterios
del Anticristo, y la terribilidad de su persecución: Y se paró sobre la are-
na de la mar. Y vi salir de la mar una bestia 2. De modo que cuando la
bestia o el Anticristo salió del mar, cuando se reveló o manifestó públi-
camente, cuando comenzó en toda forma su persecución, ya la mujer
había parido con grandes dolores; ya el hijo másculo había volado al
trono de Dios; ya había sucedido la batalla y victoria de San Miguel
contra el dragón; ya la misma mujer había huido a la soledad; ya el
dragón la había seguido, y desesperanzado de alcanzarla, se había vuel-
to lleno de furor a hacer guerra contra los otros de su linaje; y para ha-
cer esta guerra con el mayor y mejor efecto posible, se había ido a las
orillas del mar metafórico, como a llamar en su favor la bestia de siete
cabezas y diez cuernos, por medio de la cual esperaba hacer grandes
conquistas. Este es el orden claro y palpable de toda esta profecía. ¿Có-
mo, pues, nos suponen a la Iglesia en tiempo del Anticristo, y por causa
de su persecución, padeciendo grandes dolores y angustias para dar a
luz nuevos hijos, y huyendo después del parto a la soledad?, etc.
[15] Si alguno puede concordar todas estas cosas de un modo fácil
e inteligible, me parece que dará una prueba bien sensible de un talen-
to más que ordinario. Yo, que no me hallo capaz de tanto, y que veo
por otra parte muchísimas dificultades y embarazos, que omito por no
ser tan molesto, no puedo menos que abandonar enteramente esta in-
1 Apoc. 13, 5.
2 Apoc. 12, 18; 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 539
teligencia, y junto con ella todas las otras sendas igualmente difíciles
que hasta ahora se han pretendido abrir; mostrando al mismo tiempo
otra senda u otro camino fácil y llano, que aquí diviso; el cual, aunque
al principio podrá parecer impracticable, y figurarse como un precipi-
cio, espero no obstante que a pocos pasos, perdido el miedo, se empe-
zará a mirar con otros ojos. Si este punto hace o no a mi asunto princi-
pal, no se puede decidir tan presto, será necesario esperar un poco.
PÁRRAFO 4
[16] Ante todas cosas, debemos tener muy presente, sin olvidar, lo
único que hay en esta profecía célebre de claro y perceptible a cualquiera
que lea, es a saber, que toda ella, desde la primera hasta la última pala-
bra, es una metáfora, o una parábola, o una semejanza. Los sucesos que
se anuncian en ella tienen todo el aire de grandes, nuevos y extraordina-
rios, a proporción de la novedad y grandeza de las semejanzas con que
son anunciados; mas por esto mismo se nos presentan como unos enig-
mas impenetrables. La persona, o el sujeto, o el cuerpo moral de quien
se habla, y de quien se dicen tantas cosas particulares, es ciertamente
alguna cosa real, a la cual le conviene bien, aunque sólo por semejanza,
no por propiedad, el nombre de una mujer, y todas las otras cosas parti-
culares que dicen de ella; mas todas estas cosas particulares son tan me-
tafóricas como ella misma. Así como la palabra mujer es una metáfora o
una semejanza, así lo es el sol de que se ve vestida; así lo es la luna que
tiene a sus pies; así lo es la corona de doce estrellas; así lo es el cielo don-
de aparece esta gran señal; así lo es su preñez, sus dolores, su parto, etc.
[17] En esta suposición visible y manifiesta, se concibe al punto que,
para comprender bien las cosas particulares que se dicen de esta mujer,
es necesario conocer primero, con ideas claras, qué mujer es ésta, o qué
es lo que aquí se nos presenta bajo la semejanza de una mujer. Si esto
no se conoce, a lo menos con una certeza moral, mucho más si se en-
tiende en esta mujer otra cosa diversa de lo que en realidad significa,
será moralmente imposible explicar de un modo claro y perceptible
toda esta profecía. Cada paso que se diere como sobre un supuesto fal-
so, será consiguientemente paso falso. Al contrario, si una vez se cono-
ce dicha mujer, todo lo demás quedará accesible, todo se podrá ya ex-
plicar de un modo seguido y natural, sin artificio ni violencia, aunque
por otras razones y circunstancias accidentales cueste algún trabajo.
[18] Ahora, pues, como sobre el verdadero significado de esta mujer
ha habido y puede haber en adelante diversas opiniones o diversos sis-
temas, ¿cómo podremos conocer cuál de ellos es el verdadero, o si hay al-
540 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
guno entre ellos que lo sea? A esta pregunta yo no puedo responder otra
cosa sino que dentro de nosotros mismos tenemos todos, por don del
Criador, cierta balanza natural, bastante justa en sí (que suele llamarse
sentido común, o lumbre de razón) en la cual podemos pesar, sin gran
dificultad, estas diversas opiniones o sistemas, y saber por este medio el
peso y valor intrínseco de cada uno. La operación es fácil y simple, pues
sólo consiste en confrontar y comparar atentamente el sistema, cual-
quiera que sea, con el texto mismo y con todo su contexto; y también, si
esto se puede sin grave incómodo, con otras Escrituras que tengan con
ésta alguna relación. Si el sistema, puesto en esta balanza, y observado
con atención, es hallado falto, esto solo nos basta para mirarlo, no digo
como malo, sino como no bueno. Al contrario, si se halla en la balanza
exactamente conforme al texto de la profecía con todo su contexto; si to-
do lo explica sin omitir una sola palabra; si todo lo explica sin violencia
alguna, de un modo seguido, fácil, claro y perceptible; si, en suma, todo
lo explica de un modo plenamente conforme a otros muchísimos lugares
de la divina Escritura, a la cual alude visiblemente toda esta profecía,
etc.; en este caso cualquier juez imparcial deberá dar, según lo alegado y
probado, una sentencia favorable; pues ésta es la mayor prueba que pue-
de dar de su bondad un sistema, en cualquier asunto que sea.
[19] Yo no me atreveré a asegurar, como una verdad, que la mujer
que voy a proponer es precisamente la misma de que habla la profecía.
Lo que sí me atrevo a asegurar es que en este sistema la profecía se en-
tiende al punto toda entera; toda entera se puede explicar seguida-
mente sin embarazo alguno; todas sus metáforas, todas sus expresio-
nes, y aun todas sus palabras, sin omitir una sola, le competen a dicha
mujer según las Escrituras, ni se concibe otra cosa diversa a quien
puedan competer con igual propiedad. Si esto es así o no, sólo podrá
saberse después que el sistema mismo, y toda la explicación de la pro-
fecía que voy a proponer, hayan entrado en la fiel balanza, y se hayan
pesado y observado con la mayor y más escrupulosa exactitud.
Sistema
[20] La mujer de que habla San Juan en todo el capítulo 12 del Apo-
calipsis, es aquella misma de quien se habla para su tiempo en otros
muchísimos lugares de la divina Escritura, que deben ir saliendo en to-
do este discurso. Es aquella misma a quien se dice, por ejemplo: El Se-
ñor te llamó como a mujer desamparada y angustiada de espíritu, y
como a mujer que es repudiada desde la juventud, dijo tu Dios. Por un
momento, por un poco te desamparé, mas yo te recogeré con grandes
piedades. En el momento de mi indignación escondí por un poco de ti
mi cara, mas con eterna misericordia me he compadecido de ti, dijo el
Señor tu Redentor. Esto es para mí como en los días de Noé, a quien ju-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 541
ré que yo no traería más las aguas de Noé sobre la tierra; así juré que
no me enojaré contigo, ni te reprenderé. Porque los montes serán con-
movidos, y los collados se estremecerán; mas mi misericordia no se
apartará de ti, y la alianza de mi paz no se moverá, dijo el Señor com-
pasivo de ti. Pobrecilla combatida de la tempestad, sin ningún consue-
lo. Mira, que yo pondré por orden tus piedras, y te cimentaré sobre za-
firos…, y serás cimentada en justicia 1. Es aquella misma a quien se di-
ce: Levántate, esclarécete Jerusalén; porque ha venido tu lumbre, y la
gloria del Señor ha nacido sobre ti. Porque he aquí que las tinieblas cu-
brirán la tierra, y la oscuridad los pueblos; mas sobre ti nacerá el Se-
ñor, y su gloria se verá en ti… Porque fuiste desamparada, y aborreci-
da, y no había quien por ti pasase, te pondré por lozanía de los siglos 2.
Es aquella misma a quien se dice: Porque te cerraré la cicatriz, y te sa-
naré de tus heridas, dice el Señor. Porque te llamaron, oh Sión, la echa-
da afuera; ésta es la que no tenía quien la buscase 3. Es aquella misma a
quien se dice: Desnúdate, Jerusalén, de la túnica de luto, y de tu mal-
tratamiento; y vístete la hermosura, y la honra de aquella gloria sem-
piterna, que te viene de Dios. Te rodeará Dios con un manto forrado
de justicia, y pondrá sobre tu cabeza un bonetillo de honra eterna.
Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que están de-
bajo del cielo 4. Es, en suma, la antigua esposa de Dios, o la casa de Ja-
cob, arrojada de sí en cuanto esposa por su iniquidad y enorme ingra-
titud, para el tiempo en que sea llamada a su dignidad y restituida en
todos sus honores, según queda dicho y probado en el fenómeno 5, ar-
tículo 3. En esta mujer y en este tiempo se verificarán plenísimamente
todas las cosas que anuncia esta profecía, y tantas otras que están
anunciadas bajo tantas y tan magníficas pinturas. Este es el sistema.
[21] Para ver ahora si está de acuerdo con la profecía, parece nece-
sario seguir el orden de toda ella, explicando uno por uno todos los
dieciocho versículos que la componen; y para mayor brevedad y clari-
dad, paréceme bien dividir toda la explicación en algunos artículos,
comprendiendo en cada uno, ya dos, ya tres versículos, y tal vez uno
solo, según la necesidad.
Advertencia previa
PÁRRAFO 5
[22] Para la mejor inteligencia de estos misterios, como también
de todo el Apocalipsis, importaría mucho traer a la memoria lo que ya
Artículo 1
Se explica en este sistema
todo el capítulo 12 del Apocalipsis, versículos 1-2
PÁRRAFO 6
[25] Y apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta
del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de do-
ce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría
dolores por parir 1. La gran señal, el prodigio, el fenómeno nuevo y
1 Jer. 21, 5.
2 Is. 54, 7.
3 Is. 50.
4 Os. 2.
5 Is. 51.
6 Is. 65, 16.
7 Rom. 11.
8 Act. 1, 7.
9 Is, 40, 1-2.
10 Gal. 3, 2 y 5; Rom. 10, 17.
544 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Mal. 4, 2.
2 Miq. 7, 8-9.
3 Sal. 117, 27.
4 Sant. 1, 17.
5 Is. 51, 17 y 22-23.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 545
está hasta el día de hoy una gran parte de él, sino es la mayor. Ha con-
servado en esta larga noche el conocimiento del verdadero Dios; ha res-
petado sus leyes, y las ha observado en medio de sus tribulaciones con
mayor fidelidad que en los días más serenos; pues esta escasa luz, que
hasta ahora la ha acompañado, o para no adorar otros dioses de palo y
de piedra, o para no precipitarse en el ateísmo, o para observar la ley
que recibió de Dios, esta luz del luminar de la noche aparecerá en aque-
llos tiempos bajo sus pies, como una cosa del todo inútil e inservible en
medio de tantos resplandores. Dirá acaso alguno que esta explicación
tiene todo el aire de discurso predicable, y yo concederé que él tiene ra-
zón, cuando haya explicado esta metáfora: la luna debajo de sus pies,
de un modo más propio y natural, en cualquiera otro sistema.
[31] De este modo, a proporción, discurrimos de las doce estrellas
que forman la corona de la mujer. Estando vestida del sol, bañada y
circundada del padre de la luz, las estrellas nada pueden añadir a su
esplendor; pues sabemos por la experiencia cotidiana que éstas desa-
parecen, o se hacen del todo invisibles, en presencia del sol. ¿Qué sig-
nifica, pues, esta semejanza: En su cabeza una corona de doce estre-
llas? A mí me parece esto una clara y vivísima alusión a dos lugares de
la Escritura (sin considerar por ahora algunos otros). El primero es el
capítulo 37 del Génesis, o el sueño profético del patriarca José: He vis-
to en el sueño (dijo inocentemente a su padre y a sus once hermanos)
como que el sol, y la luna, y once estrellas me adoraban 1; donde, fue-
ra de significarse por el sol y la luna, Jacob y Raquel, se significan, con
la similitud de once estrellas, los once patriarcas, hermanos de José. La
duodécima estrella era el mismo José, así como, en la visión de los do-
ce manípulos, los once adoraban al duodécimo, que era el mismo José:
Parecíame que estábamos atando gavillas en el campo, y como que
mi gavilla se levantaba, y se tenía derecha, y que vuestras gavillas,
que estaban alrededor, adoraban a mi gavilla 2. El segundo lugar a
que alude San Juan, parece que es el capítulo 28 del Exodo, desde el
versículo 15, donde se describe el racional del sumo sacerdote, en el
cual mandó Dios a Moisés que se pusiesen doce piedras preciosas, en-
gastadas en oro purísimo, y en ellas se grabasen los nombres de los
doce patriarcas hijos de Jacob. En suma, el número doce es el jeroglí-
fico, el distintivo, o las armas propias de la casa de Israel. Si alguno
porfía en que las doce estrellas de la corona deben significar los doce
apóstoles de Cristo, le responderemos, por ahorrar disputas, que los
doce apóstoles de Cristo son y serán eternamente hijos verdaderos y le-
gítimos de esta misma mujer de quien hablamos, y como tales, bien po-
drán formar en aquellos tiempos la corona de la madre; mas la verda-
1 Gen. 37, 9.
2 Gen. 37, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 547
dera y propia significación nos parece que son los doce patriarcas, pues
éstos son significados en la Escritura misma por doce estrellas.
[32] Conocido ya (con aquella especie de conocimiento que puede
caber en esto), conocido, digo, todo lo que pertenece a lo externo de es-
ta prodigiosa mujer, esto es, el sol que la viste, la luna que tiene bajo sus
pies, y las doce estrellas que forman su corona, pasemos ahora a consi-
derar su interior, lo que encierra dentro de sí, lo cual parece el efecto, y
también la causa, de los resplandores que se manifiestan por de fuera.
[33] Dice inmediatamente el texto sagrado que la mujer estaba pre-
ñada, y acercándose la hora del parto, padecía terribles dolores y angus-
tias para dar a luz el fruto de su vientre, manifestándose éstas en las vo-
ces y clamores que daba: Y estando encinta, clamaba con dolores de
parto, y sufría dolores por parir. Parece aquí que San Juan, según sus
continuas alusiones, alude por esta semejanza al capítulo 26 de Isaías,
que todo entero es un cántico admirable que deberá cantarse en aquellos
días en la tierra de Judá: En aquel día (empieza el capítulo) será cantado
este cántico en tierra de Judá 1. Para saber ahora qué días son éstos de
que habla este Profeta, no es menester otra diligencia que leer seguida-
mente el cántico mismo. En él se verá, sin poder dudarlo, que el cántico
ni se ha cantado ni se ha podido cantar en todos cuantos días, años y si-
glos han pasado hasta el presente. Y para asegurarse todavía más, sería
bueno tomarle todo su gusto, leyendo los dos capítulos antecedentes, y
también el siguiente; pues todos ellos hablan manifiestamente de unos
mismos misterios, y de un mismo tiempo. Este cántico nuevo y admira-
ble sólo compete a las reliquias de Israel, congregadas en aquellos días
en la tierra de Judá con grandes piedades; pues de ellas se habla, o por
mejor decir, ellas son las que hablan en espíritu en todo el capítulo 25, y
ellas mismas prosiguen hablando en el cántico del capítulo 26. El decir:
Será cantado este cántico en tierra de Judá, esto es, en la Iglesia de
Cristo, no sé que pueda contentar mucho ni a quien lo oye ni a quien lo
dice, mucho menos si se hace cargo de todo el contexto.
[34] Pues entre las cosas que en este cántico profético dicen a su
Dios estas santas y preciosas reliquias, una de ellas es la que acaba de
sucederles en su vocación por la bondad y misericordia del mismo Dios:
Como la que concibe, cuando se acerca el parto, dolorida da gritos en
sus dolores; así hemos sido delante de ti, Señor. Concebimos, y como
que estuvimos con dolores de parto, y parimos espiritualmente; o co-
mo leen los LXX, que es la versión que usaban los apóstoles: Así hemos
sido para con tu amado; por tu temor, oh Señor, recibimos en el vien-
tre el espíritu de tu salud, lo hemos dado a luz, y lo hemos criado 2.
1 Is. 26, 1.
2 Is. 26, 17-18.
548 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Apoc. 7, 4.
2 Rom. 10, 17.
3 Is. 40, 2.
4 Prov. 4, 18.
5 Rom. 10, 10.
6 Mt. 24, 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 549
rías, serán las dos terceras partes, cuando menos: Y serán en toda la
tierra, dice el Señor: dos partes de ella serán dispersas, y perecerán;
y la tercera parte quedará en ella. Y pasaré por fuego la tercera par-
te, y los purificaré como se quema la plata, y los acrisolaré como es
acrisolado el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré. Diré: Pueblo
mío eres; y él dirá: Señor Dios mío 1. Dije que los no sellados con el
sello de Dios vivo serán las dos terceras partes, y añadí, cuando me-
nos, porque me parece muy natural, y muy conforme a otros lugares de
la Escritura, que en la prueba del fuego de la tribulación, por donde ha
de pasar esta tercera parte, quede mucha escoria, o estaño, que no per-
tenece al oro fino. Así se lo anuncia Dios por Isaías: Volveré mi mano
sobre ti, y acrisolaré tu escoria hasta lo puro, y quitaré de ti todo tu
estaño 2. Y en otra parte se dice claramente que, después que pase por
la prueba, saldrá diezmado (o dejando en el fuego, de diez uno, o como
piensan otros, sacando solamente uno de diez): Se multiplicará la que
había sido desamparada en medio de la tierra; y todavía en ella la
décima parte, y se convertirá, y servirá para muestra como terebin-
to, y como encina que extiende sus ramos; linaje santo será lo que
quedare en ella 3. Lo mismo se dice en el capítulo 65, versículo 8.
[38] Parece, pues, sumamente verosímil, que las dos terceras par-
tes de la casa de Jacob persigan con todas sus fuerzas a la otra parte
que ha creído, así como lo hicieron en los principios de la Iglesia. Mas
esta persecución (en caso que suceda) apenas podrá ser como una pin-
tura, o como una sombra, respecto de la que moverá el dragón por otra
vía más corta, y con armas sin comparación mayores, que ya en aque-
llos tiempos tendrá a su libre disposición; quiero decir, por medio de
aquellas siete bestias y diez cuernos, de que tanto hablamos en el fe-
nómeno 3. Estas siete bestias, esparcidas por todo el mundo, estarán
entonces, no solamente en amistad y buena armonía, sino en vísperas
de firmar el tratado de unión o liga formal contra el Señor y contra su
Cristo. Esta es la otra señal que aparece en el cielo al mismo tiempo.
Artículo 2
Versículos 3-4
1 Apoc. 12, 4.
2 Apoc. 12, 4.
3 Job 10,19.
4 Rom. 10, 17.
552 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Artículo 3
Versículo 5
[43] Y parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes
con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su
trono 2. No obstante la vista del dragón, no obstante las legiones que
tiene a su disposición, y que aparecen junto con él, no obstante los do-
lores y angustias, así externas como internas, que por todas partes la
cercan y la afligen de todos modos, la mujer da, en fin, a luz lo que en-
cerraba dentro de sí; pare felizmente un hijo másculo, destinado a re-
gir todas las Gentes con vara de hierro, el cual, luego que nace, es
arrebatado a Dios y presentado delante de su trono.
[44] Dos puntos principales tenemos aquí que considerar. Prime-
ro: ¿Quién es este hijo másculo, que da a luz esta mujer entre tantas
angustias y dolores? Segundo: ¿Qué misterio es éste de presentarse es-
te hijo, luego que nace, al trono de Dios? Estos dos puntos, mucho más
que todos los otros, han sido como dos murallas altísimas e inaccesi-
bles, que han cerrado el paso a todos los intérpretes del Apocalipsis.
1 Apoc. 12, 3.
2 Apoc. 12, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 553
lo que era, según las Escrituras, era realmente el Mesías mismo, tan
deseado y suspirado por todo el cuerpo de la nación. La misma iniqui-
dad, que tanto abundaba en aquellos tiempos en la misma nación, má-
ximamente en el sacerdocio, fue la que cerró los ojos y los oídos para
que no viesen ni oyesen lo mismo que veían y oían, según estaba anun-
ciado en sus mismas Escrituras 1; lo cual les acordó el Mesías mismo
cuando dijo, citando este lugar de Isaías: Se cumple en ellos la profe-
cía de Isaías, que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo ve-
réis, y no veréis 2.
[46] Este parece que es, según todas las contraseñas, aquel prodigio
grande e inaudito de que habla el mismo Isaías: Antes que estuviese de
parto, parió; antes que llegase su parto, parió un hijo varón. ¿Quién
jamás oyó cosa tal? ¿Y quién la vio semejante a ésta? 3. De modo que
la mujer de que hablamos parió ciertamente a su Mesías muchos siglos
ha; mas ¿cómo? Antes que estuviese de parto, parió… varón; lo pare
antes de concebirlo o conocerlo; lo parió sin dolor, antes de parirlo con
dolor; es decir, lo parió sin sentimiento, sin conocimiento, sin espíritu,
sin fe, etc. Por eso aquel parto no le pudo ser de utilidad alguna, antes
fue por eso mismo piedra de tropiezo, y piedra de escándalo… ¿Por
qué causa? Porque no por fe, sino como por obras; pues tropezaron
en la piedra del escándalo, así como está escrito 4.
[47] Mas cuando Dios use con esta misma mujer de aquellas gran-
des misericordias que le tiene prometidas; cuando la llame como a
mujer desamparada…, y como a mujer que es repudiada desde la ju-
ventud… 5; cuando la recoja con grandes piedades; cuando la ilumine,
y le abra los ojos y los oídos; cuando le envíe lengua erudita o maestros
ministros de la palabra, especialmente a Elías, quien en verdad ha de
venir, y restablecerá todas las cosas 6; entonces, entrándole por los
ojos la luz, y por los oídos la fe de su Mesías, lo concebirá al punto en
espíritu, es a saber, con conocimiento, con fe, con estimación, con un
entrañable y ardentísimo amor, y también con aquellas angustias y do-
lores, dentro y fuera, de una verdadera y amarga penitencia, que en
aquel tiempo y circunstancias serán inevitables.
[48] Este parto espiritual de Sión, esta fe y confesión de fe, este re-
conocer y publicar públicamente y a todo riesgo, que aquel mismo Je-
sús a quien reprobó en otro tiempo, a quien pidió para la cruz, a quien
siempre había detestado y aborrecido, etc., es su verdadero Mesías,
1 Is. 6, 10.
2 Mt. 13, 14.
3 Is. 66, 7-8.
4 Rom. 9, 32-33.
5 Is. 54, 6.
6 Mt. 17, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 555
1 Jer. 50, 7.
2 Apoc. 12, 5.
3 Apoc. 12, 5.
4 Dan. 7, 9 y 13-14.
556 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
cia fue presentado por otros (no se dice por quiénes): Y llegó hasta el
Anciano de Días, y presentáronle delante de él. La resulta de esta pre-
sentación al trono de Dios fue que, luego inmediatamente, le dio Dios
a esta persona admirable, o a este, por antonomasia, Hijo del Hombre
(que así se llama él mismo frecuentemente en todos los cuatro Evange-
lios), le dio luego inmediatamente la potestad, el honor y el reino 1; en
cuya consecuencia natural y legítima le servirán en adelante como súb-
ditos suyos todos los pueblos, tribus y lenguas 2.
[52] Sobre este lugar de Daniel puede cualquiera hacer una breve y
facilísima reflexión, haciéndose a sí mismo estas dos preguntas. Pri-
mera: estas cosas que aquí se dicen, ¿se han verificado ya, o no? Si ya
se han verificado, deberá mostrarse cuándo y cómo se han verificado,
sin perder de vista el texto de la profecía con todo su contexto, lo cual
parece tan imposible como la misma imposibilidad. Si no se han veri-
ficado hasta el día de hoy, luego debe llegar tiempo en que todas se ve-
rifiquen. Segunda pregunta: si todas estas cosas se han de verificar al-
guna vez, ¿cuándo podrá ser esto, sino después del parto de esta mu-
jer; después que dé a luz un fruto tan anunciado, tan esperado y tan
deseado, para cuyo tiempo están ya preparadas tantas riquezas en los
tesoros de Dios? Comparad ahora un texto con otro, el texto de Daniel
con el del Apocalipsis, y hallaréis entre ellos una tan gran analogía,
que el primero os parecerá una explicación del segundo, y el segundo
la inteligencia del primero.
[53] TEXTO DE DANIEL: Miraba yo, pues, en la visión de la noche, y
he aquí venía un como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó
hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la po-
testad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le
servirán a él. TEXTO DE SAN JUAN: Y parió un hijo varón, que había de
regir todas las Gentes con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado
para Dios, y para su trono.
[54] De manera que, verificado el parto de la mujer, y nacido el hi-
jo másculo del modo que hemos dicho, luego al punto vuela a Dios, y
se presenta o es presentado delante de su trono. Si preguntamos ahora
para qué fin, nos responde Daniel que es para recibir del mismo Dios
públicamente, en su gran Consejo, la potestad, el honor y el reino; pues
ésta es la resulta inmediata y única de su presentación al trono de Dios:
Y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y dio-
le la potestad, y la honra, y el reino; no cierto en acto primero, como
se explican los escolásticos, o en potencia, o en derecho (que de este
modo lo tiene ahora, y lo ha tenido siempre), sino en acto segundo, o
1 Dan. 7, 14.
2 Dan. 7, 14.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 557
1 Apoc. 3, 21.
2 Heb. 1, 2; 2, 10.
3 Heb. 2, 8.
4 Heb. 10. 12-13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 559
Apocalipsis, capítulo 4
[58] Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo, y la
primera voz que oí era como de trompeta, que hablaba conmigo, di-
ciendo: Sube acá, y te mostraré las cosas que es necesario sean he-
chas después de éstas. Y luego fui en espíritu; y he aquí un trono que
estaba puesto en el cielo, y sobre el trono estaba uno sentado… Y al-
rededor del trono veinticuatro sillas, y sobre las sillas veinticuatro
ancianos sentados, vestidos de ropas blancas, y en sus cabezas coro-
nas de oro, etc. 1.
[59] Lo que resta de esta profecía, que son cuando menos dos capí-
tulos enteros, se puede ver y considerar en su misma fuente, pues yo
no puedo detenerme tanto en un solo punto, cuando me llaman al mis-
mo tiempo otros muchos de igual o mayor importancia. Para mi inten-
to particular me basta hacer aquí una breve reflexión, comparando
una profecía con otra, para que se vea que el misterio de que hablan es
el mismo en sustancia, explicado solamente con diversas palabras, y
añadidas en la segunda profecía algunas circunstancias más que no se
hallan en la primera, como es frecuentísimo en todas las alusiones del
Apocalipsis.
[60] Primeramente, el tiempo de que hablan parece evidentemen-
te el mismo. Daniel vio formarse este gran Consejo en los tiempos de
su cuarta bestia, que, como dijimos en su lugar, y ninguno duda ni es
posible dudar, son ya tiempos muy inmediatos a la venida del Señor (y
esto, sea esta bestia lo que quisieren que sea), pues los doctores mis-
mos confiesan que éste será algún Consejo o juicio oculto que hará
Dios con sus ángeles y santos para condenar al Anticristo, y mirar por
el honor de Cristo y bien de su Iglesia; la cual explicación, aunque res-
pecto del misterio es oscurísima, mas respecto del tiempo es bastante
clara. Esto nos hasta por ahora. San Juan nos representa este mismo
Consejo y juicio conocidamente en los mismos tiempos. Lo primero,
por las razones generales que quedan apuntadas en otras partes, prin-
cipalmente en el fenómeno 3, párrafo 5, donde se dijo, y también se
probó, que el Apocalipsis, especialmente desde el capítulo 4, es una
profecía seguida, cuyo asunto principal es la segunda venida del Me-
sías, comprendidas todas las cosas más notables que la han de prece-
der, acompañar y seguir; lo cual no dejan de confesar, o expresa o táci-
tamente, en todo o en parte, casi todos los expositores. Lo segundo,
porque a lo menos parece cierto que este Consejo y juicio tan solemne
de que aquí se habla no se ha formado hasta el día de hoy, pues hasta
ahora no se ha visto resulta alguna de tantas y tan grandes cosas que
1 Apoc. 4, 1-2 y 4.
560 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 7, 10.
2 Apoc. 5, 11.
3 Apoc. 5, 6.
4 Fil. 2, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 561
1 Apoc. 5, 4.
2 1 Cor. 2, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 563
1 Heb. 2, 10.
2 Heb. 1, 2.
3 Heb. 1, 13.
4 Rom. 8, 28-29.
5 Rom. 11, 36.
6 Rom. 8, 19, 17 y 32.
7 Heb. 6, 18.
8 Mt. 26, 28.
564 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Heb. 9, 19-20.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 565
ces y testigos, como todos los espíritus angélicos? ¿Postrarse todos lle-
nos de verdadera devoción, de agradecimiento y del más profundo res-
peto, delante del trono de Dios, y también delante del Cordero mismo;
alabar a Dios, bendecirlo y darle gracias por lo que acaba de suceder,
esto es, porque ha puesto ya el libro en manos del Cordero, y el Corde-
ro lo ha abierto a vista de todos, y manifestado todos sus secretos?
¿Conocer y confesar todos unánimemente que el Cordero, que fue
muerto, es realmente digno de todo aquello que ha recibido con el li-
bro, y está encerrado en el mismo libro? ¿Difundirse esta exultación y
júbilo sagrado desde aquel supremo Consejo a todas las criaturas del
universo? ¿Oírse al punto las voces de todos, que gritan y aclaman a
una voz: Al que está sentado en el trono, y al Cordero: bendición, y
honra, y gloria, y poder en los siglos de los siglos? ¿No es esto mani-
fiestamente una confirmación, o una relación más extensa y más cir-
cunstanciada, del texto de Daniel?
[70] Una persona admirable, como Hijo de Hombre (dice este Pro-
feta), llegó como de las nubes del cielo, y entrando sin impedimento ni
oposición alguna en el gran Consejo de Dios, se presentó o fue presen-
tado delante de su trono, y allí recibió de mano de Dios la potestad, el
honor y el reino: Y he aquí (son sus palabras) venía un como Hijo de
Hombre con las nubes del cielo, y llegó hasta el Anciano de Días, y
presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino;
y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él. San Juan dice
que este mismo Hijo del Hombre, presentado delante del trono de
Dios en figura de Cordero así como muerto, recibió de su mano un li-
bro cerrado y sellado, que sólo él podía abrir, que lo abrió allí mismo a
vista de todos los conjueces y testigos, con admiración y exultación de
todos; y en consecuencia inmediata de esta apertura del libro, todos se
postraron delante de Dios y del Cordero, diciendo: Digno es el Corde-
ro, que fue muerto, de recibir el honor y la gloria, la virtud y la potes-
tad, la bendición, la sabiduría, la fortaleza, etc. Decidme ahora, señor
mío, con sinceridad: ¿No es éste el mismo misterio de que habla Da-
niel? ¿No es esto decirnos manifiestamente que, recibiendo el Cordero
un libro de mano de Dios, recibe en él la potestad, el honor y el reino?
¿No es esto decirnos manifiestamente que, recibiendo el libro y abrién-
dolo, se halla ser el Testamento de su divino Padre, en que lo constitu-
ye y declara heredero de todo? ¿No es esto decirnos manifiestamente
que, junto con el libro, y el libro mismo, se le da la posesión actual de
toda su herencia, esto es, la potestad, el honor y el reino? Si no es esto,
¿a qué propósito son tantas voces de júbilo y regocijo con que resuena
todo el universo a sola la apertura del libro? Considérese todo esto con
más formalidad, y examínese con mayor atención. Yo no puedo dete-
nerme más en esta consideración, porque me llama a grandes voces la
mujer misma que acaba de parir espiritualmente este hijo másculo, es-
566 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
te Hijo del Hombre, este Cordero; la cual, después del parto, queda en
la tierra en grandes conflictos.
[71] Volviendo ahora al punto particular que dejamos suspenso, lo
que decimos y concluimos es que a este mismo Consejo extraordinario,
a este mismo trono de Dios de que habla Daniel, y de que habla San
Juan, será arrebatado y presentado el hijo másculo de nuestra mujer
metafórica, luego al punto que se verifique su nacimiento también me-
tafórico; luego al punto, digo, que esta celebérrima mujer, vestida ya
del sol, lo conciba por la fe, y lo dé a luz por una pública confesión de la
misma fe: Y parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes
con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su
trono; pues, según todas las ideas que nos dan las santas Escrituras,
parece que esto sólo se espera para dar a este hijo de esta mujer, a este
Hijo de Dios, a este Hijo del Hombre, a este Cordero que fue muerto,
toda la potestad actual, todo el honor efectivo y real, y todo el reino y
principado universal, que por tantos títulos se le debe, y de que ya está
constituido heredero en el Testamento nuevo y eterno de su divino Pa-
dre. Por consiguiente, no se espera otra cosa para poner en sus manos
este libro, o este Testamento, y para comenzar a ponerse en ejecución
lo que en él se contiene.
[72] Entonces, señor mío, y sólo entonces, se empezarán a ver los
grandes y admirables misterios que contiene el Apocalipsis, y a verifi-
carse sus profecías, las cuales, digan otros lo que quisieren, hasta aho-
ra no se han verificado, no digo todas o muchas, pero ni una sola. En-
tonces se revelará, se manifestará, o saldrá a la pública luz, con todas
sus piezas y resortes, aquella gran máquina, o aquel gran misterio de
iniquidad, que llamamos Anticristo, el que se está formando tantos
tiempos ha, y en nuestros días vemos ya tan adelantado y tan crecido.
Artículo 4
Capítulo 12, versículo 6
1 Apoc. 12, 6.
2 2 Cor. 12, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 567
1 Mt. 24.
568 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Artículo 5
Capítulo 12, versículos 7-9
[79] Y hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles li-
diaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles. Y no prevale-
cieron éstos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanza-
do fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama
diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tie-
rra, y sus ángeles fueron lanzados con él 1. Esta batalla célebre entre
San Miguel y sus ángeles, y el dragón y los suyos, parece clarísimo por
todo el texto sagrado, y por todo su contexto, que debe suceder después
del parto no menos célebre de la mujer vestida del sol, y después que el
hijo másculo, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro,
haya volado a Dios, y presentádose delante de su trono. Asimismo pa-
rece clarísimo, por todo el contexto, que la batalla debe darse única-
mente por causa de la mujer, y en consecuencia de su parto, el que el
dragón no pudo impedir, ni pudo devorar. En este supuesto no arbitra-
rio, sino cierto, claro y perceptible a todos, no tenemos necesidad algu-
na, antes nos puede ser de sumo perjuicio, divertirnos a otras cosas, o
falsas, o a lo menos inciertas, dejando entre tanto sin explicación, y aun
sin atención, un suceso o un misterio tan grande como debe ser esta ba-
talla. Los intérpretes del Apocalipsis (hablo de los literales, que de los
otros no hay para qué hablar) recurren aquí, para decir algo y llenar con
esto algunos vacíos, a aquel caos oscurísimo o impenetrable del pecado
y castigo de los ángeles malos, imaginando y dando luego por cierta la
imaginación, que cuando el gran príncipe Satanás, abusando de su li-
bertad y de los dones del Criador, se rebeló en el cielo contra Dios, tra-
yendo a su partido (como dicen) la tercera parte de los ángeles, se le
opuso lleno de verdadero celo otro príncipe no menos grande, que la
Escritura llama Miguel, a quien se agregaron las otras dos terceras par-
tes de los espíritus angélicos. Con esto, encendidos los unos con un ver-
dadero celo de la honra de Dios, y los otros en ira y furor, trabaron en-
tre sí una gran disputa, que pasó naturalmente a una verdadera bata-
lla, en la que Miguel y sus fieles compañeros vencieron a Satanás y a
sus rebeldes, y los arrojaron del cielo a la tierra, esto es, al infierno.
[80] Si preguntamos ahora por curiosidad de qué fuentes, de qué
archivos públicos o secretos se han sacado una noticia como ésta, pa-
rece más que probable que con esta sola pregunta deban quedar, aun
los más eruditos, en un verdadero y no pequeño embarazo. Este suce-
so que suponen por cierto (podemos decirles) precedió ciertamente a
la creación del hombre, o mucho o poco, según varios modos de pen-
sar; pues de la Escritura divina nada consta. Por otra parte, es igual-
mente cierto que lo que ha pasado o puede pasar entre los entes pura-
mente espirituales, no es del resorte del hombre, aun cuando fuese de
una ciencia perfecta 2; son estas cosas muy superiores a su limitada
inteligencia. Es verdad que pueden llegar a su noticia, mas no por otro
conducto que el de la Revelación divina, cierta y segura. ¿De aquí se
sigue legítimamente que, si el suceso de que hablamos no nos lo ha re-
velado Dios en sus Escrituras, podremos no solamente no creerlo, sino
1 Gen. 1, 4-5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 571
luminares que crió Dios, uno para el día, y otro para la noche, su des-
tino a lo menos secundario sería éste: que el sol sirviese a los ángeles
buenos, y la luna a los malos. Y aquellas palabras del salmo 135: El sol
para presidir el día…, la luna y las estrellas para presidir la noche 1,
podrán también tener este sentido: que el sol tenga potestad o influya
sobre los ángeles buenos, y la luna y estrellas sobre los malos, etc.
[82] Hablando ahora simple y sencilla o seriamente, que parece un
mismo modo de hablar, es ciertísimo que en todas las santas Escrituras
no se halla ni una sola palabra de donde poder inferir, ni aun sospechar,
aquella supuesta batalla sucedida en el cielo, al principio de la crea-
ción, entre los ángeles buenos y malos; ni el pecado de unos, ni sus con-
secuencias; ni el tiempo y medios que les dio Dios, o que no les dio de
penitencia, etc. Nada de esto sabemos por la Revelación; y si nada sa-
bemos por la Revelación, ¿por cuál otro conducto lo podremos saber?
Al paso que ésta nos habla frecuentísimamente de los ángeles buenos, y
también de los malos, de los servicios reales que nos hacen los unos, y
de los perjuicios igualmente reales que nos hacen los otros, y que nos
desean y procuran hacer a todas horas; a este mismo paso observa un
profundísimo silencio sobre la caída de los ángeles malos, y sobre las
causas y circunstancias de su reprobación; o porque esta noticia no nos
es necesaria, o lo que parece más verosímil, porque en el estado presen-
te no somos capaces de entender lo que pasa, o puede pasar, entre cria-
turas puramente espirituales. A éstas no las concebimos sino bajo
aquellas especies poco justas que nos prestan nuestros sentidos.
[83] Nos basta, pues, saber en el estado presente dos cosas de gran
importancia. Primera: que hay ángeles, o criaturas puramente espiri-
tuales, a quienes llamamos con este nombre general, los cuales son
buenos, santos, píos, benéficos, bienaventurados, que siempre ven la
cara de mi Padre, que presentan a Dios nuestras oraciones, que nos
socorren y ayudan en nuestras tentaciones y necesidades, que nos pro-
curan todo el bien posible, como que son, o todos o muchísimos de
ellos, según la voluntad del Padre celestial, enviados para ministerio
en favor de aquellos que han de recibir la heredad de salud 2. Segun-
da: que hay también ángeles malos, perversos, inicuos, malignísimos,
arrojados para siempre de la gracia y amistad de Dios, sin duda por el
mal uso que hicieron de su libertad y de los dones de su Criador mien-
tras fueron viadores, los cuales no cesan de perseguirnos, de insidiar-
nos, y también de acusarnos ante el tribunal del justo juez; pidiendo y
alegando contra nosotros por el mal uso que también hacemos de
nuestra libertad, de nuestra razón, de nuestra fe, y de tantos bienes
naturales y espirituales que hemos recibido. Estas dos cosas nos basta
saber, y nos fuera una cosa utilísima el saberlas bien, y mucho más el
aprovecharnos de esta noticia. La ciencia de otras cosas más particula-
res no nos toca, ni nos es necesaria, ni asequible en el estado presente.
[84] Concluida esta digresión, no del todo inútil, entremos ya a ob-
servar de propósito el lugar del Apocalipsis que dejamos suspenso, pa-
ra cuya inteligencia no tenemos necesidad alguna de suposiciones ar-
bitrarias, ni de discursos artificiales. El mismo texto y contexto de esta
profecía nos abre el camino fácil y llano. No tenemos que hacer otra
cosa sino seguirlo, advirtiendo bien y llevando presente estas dos ver-
dades, no menos necesarias que innegables.
[85] Primera: que el dragón y sus ángeles, no obstante de estar
privados para siempre de la gracia y amistad de Dios, tienen todavía
algún acceso a él, real y personal; pueden todavía llegar a Dios, pre-
sentarse delante de su tribunal, hablar con él, pedir y acusar, alegar,
etc. Esto parece claro por las Escrituras, y me parece que ninguno lo
niega ni lo duda. Consta del capítulo 2 de Job. Consta del capítulo 22
del tercer libro de los Reyes. Consta del capítulo 22, versículo 31, del
Evangelio de San Lucas, y consta de este mismo lugar del Apocalipsis,
versículo 10, como veremos en el artículo siguiente. Este acceso a Dios,
que ha tenido y tiene todavía el dragón y sus ángeles, no es para ado-
rarlo y honrarlo como a su criador y Señor, ni para gozar de su vista, ni
para amarlo como a sumo bien; todo esto es infinitamente ajeno de su
estado presente, y aun contrario a sus inclinaciones. Según las ideas
que sobre esto nos dan las Escrituras, sólo podemos concebir este ac-
ceso a Dios de los espíritus malignos, como el que tiene acá en la tierra
cualquier hombre privado, por vil que sea, a su rey o príncipe en su
consejo o tribunal de justicia. Si el tribunal procede como debe, oye o
admite cualquiera acusación, de cualquier acusador que sea; y si, des-
pués de bien examinada, se halla verdadero el delito en el acusado, no
puede menos de dar la sentencia contra él, según lo alegado y proba-
do, aunque por otra parte deteste y abomine al vil acusado. Esta ley,
como fundada en la recta razón, se ha practicado universalmente en
todos tiempos y en todas las naciones, aun las menos civiles; y se prac-
ticará mientras hubiere en el mundo recto juicio.
[86] Ahora pues, como el gobierno y justicia de los hombres, que
como saben o deben saber todos los Cristianos, de Dios son ordena-
das 1, es una imagen o una emanación de la justicia y gobierno de
Dios, podemos decir seguramente que lo mismo sucede a proporción
en el sacrosanto y rectísimo tribunal del sumo Dios, respecto de Sata-
nás y de sus ángeles. Si a éstos se les concede acceso a Dios como a
1 Rom. 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 573
1 Dan. 7, 26-27.
574 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
En suma, de este Consejo o juicio supremo se ven salir tantas, tan nue-
vas, tan inauditas órdenes contra la tierra, que cualquiera las puede ob-
servar fácilmente si lee con cuidado el divino libro del Apocalipsis, des-
de el capítulo 4, en que se abre el Consejo y empieza la visión, hasta el
19, en que se ve bajar del cielo en su propia persona el Rey de los reyes.
[90] Supuestas y advertidas bien estas dos verdades, esto es, el ac-
ceso que tienen todavía a Dios los ángeles malos, y el Consejo o juicio
extraordinario que se ha de abrir en los tiempos de que hablamos, con
esto sólo queda fácil y llana la inteligencia de este misterio particular.
La batalla de San Miguel y sus ángeles con el dragón y los suyos, debe
de ser una consecuencia muy natural del estado nuevo a que ha pasa-
do la mujer después de su parto.
[91] Ya hemos visto desde el artículo 2 las sospechas, los temores e
inquietudes del dragón, al ver una tan gran novedad en aquella misma
mujer, a quien hasta entonces había mirado con el mayor desprecio.
Estas sospechas y temores crecen y se aumentan hasta llegar al su-
premo grado, al verla realmente preñada y ya para parir. Hemos visto
las diligencias que hace, y los expedientes que toma (haciendo entrar a
todo el mundo en sus propios intereses, y tocando al arma por todas
partes contra esta mujer) para impedir desde sus principios las resul-
tas terribles de su preñez y de su parto. Hemos visto sus deseos y es-
fuerzos inútiles para devorar el parto mismo, ya que no le es posible el
impedirlo, es decir, para que la mujer, después del parto, se arrepienta
de lo hecho; para que niegue y renuncie, desconozca y olvide entera-
mente el fruto mismo de su vientre, que acaba de dar a luz entre tantas
angustias. Hemos visto que la mujer, no obstante los artificios y las
violencias del dragón, parió un hijo varón, que había de regir todas
las Gentes con vara de hierro; que este hijo suyo voló al punto a Dios,
y se presentó delante de Dios y de su trono; que allí recibió de su mano
un libro cerrado y sellado; que lo abrió allí mismo con admiración y jú-
bilo plenísimo de todo el universo, etc. Hemos visto, en fin, que la mu-
jer después del parto, quedando victoriosa de tantos enemigos, se reti-
ra del mundo, y se encamina a la soledad.
[92] Pues en este conflicto tan importuno y terrible, ¿qué reme-
dio? En la tierra ninguno aparece. Todos se han tomado, y todos se
han frustrado. No hay, pues, otra esperanza que acudir al cielo. ¿Al
cielo? ¿El dragón, acudir al cielo contra una mujer manifiestamente
protegida del cielo? ¿Contra una mujer que ha creído y que ha confe-
sado públicamente su fe? Sí, dice el dragón, al cielo. No nos queda ya
otra áncora que arrojar al mar, para evitar el cierto naufragio. Al cielo,
al tribunal del justo Juez. Hasta ahora se han oído y despachado a
nuestro favor todas las acusaciones que hemos hecho contra esta mu-
jer (lo cual no ignora Dios), que ha sido en todos tiempos la más infiel,
576 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
la más ingrata, la más vil y perversa de todas las mujeres. Puede ser
que seamos oídos y atendidos también esta vez. No perdamos tiempo,
vamos al cielo, presentemos contra ella nuevas acusaciones, y si éstas
no se admiten, presentemos juntas, sin olvidar una sola, todas las an-
tiguas, que son gravísimas y casi infinitas. Consolado un momento con
estos pensamientos, y lisonjeado con estas esperanzas, se encamina al
punto para el cielo, seguido de todos sus ángeles, y abandonado por
entonces todo otro interés. Como el que lleva no sufre dilaciones, nin-
guna otra cosa es capaz de detenerlo, ni aun de divertirlo. No obstante
que halla mudado en el cielo todo el teatro; no obstante que halla otro
nuevo tribunal y juicio, cuyas puertas halla cerradas; no por eso se
turba, ni pierde el ánimo ni las esperanzas; se presenta a estas puertas
pidiendo audiencia, y pretendiendo, con aquel orgullo y audacia que es
su propio carácter, que se le dé entrada, como siempre, para proponer
y hacer valer sus acusaciones; y también, si acaso esto le es posible,
para investigar lo que allí se trata. No penséis, señor, que éste es al-
guno de aquellos vanos fantasmas que finge la imaginación, y que se
desvanecen más presto de lo que se formaron. De más de ser una cosa
naturalísima, en que por otra parte no se halla repugnancia alguna,
todo esto lo veréis claro en el artículo siguiente, y bien expreso.
[93] Estando, pues, el dragón y sus ángeles como tumultuando, di-
gámoslo así, o como batiendo atrevidamente las puertas de aquel nue-
vo juicio, se levanta por orden de Dios el príncipe grande San Miguel,
seguido de innumerables ángeles, y sale fuera a reprimir aquella auda-
cia: Y en aquel tiempo, se le dice a Daniel, capítulo 12, se levantará
Miguel, príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo.
De este texto hablaremos luego. El dragón furioso pretende entrar de
grado o por fuerza, San Miguel le resiste constantemente. El dragón
clama grandes voces ser oído en juicio, pues trae acusaciones gravísi-
mas contra la mujer que acaba de parir; San Miguel no cede un punto,
antes lo trata, no sólo de inicuo, sino de falso delator, pues la mujer a
quien viene a acusar ya no es la que era delante de Dios, sino otra infi-
nitamente diversa; ya no es aquella ingrata e infiel, aquella dura, pér-
fida y rebelde, sino otra fiel, humilde, bañada en lágrimas de verdade-
ra penitencia, que ha despertado de su letargo, que reconoce sus deli-
tos, que los detesta y abomina; que, en fin, ha concebido y ha parido,
esto es, ha creído y ha confesado públicamente a su Mesías, en medio
de tantas oposiciones, angustias y dolores, y lo adora y ama sobre to-
das las cosas. Por tanto, si trae nuevas acusaciones, éstas son eviden-
temente falsas. Si no trae otra novedad que sus antiguos delitos, ya és-
tos están sobradamente castigados de herida de enemigo con cruel
castigo 1; ya ha recibido esta miserable de la mano del Señor al doble
1 Is. 40, 2.
2 Miq. 7, 19.
578 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
dice: Ahora sí que está hecha o concluida la salud (modo de hablar, di-
fícil de trasladar bien de una lengua a otra). Ya están vencidos, como si
dijera, los mayores impedimentos que había para que se manifieste la
virtud y el reino de nuestro Dios, y la potestad de Cristo; porque ha si-
do arrojado para siempre, del tribunal del justo Juez, el perpetuo acu-
sador de nuestros hermanos, que los acusaba día y noche en la presen-
cia del Señor; ellos lo han vencido finalmente por la sangre del Corde-
ro, y por la palabra de su testimonio.
[102] Estas voces de júbilo universal, que se oyen en el cielo inme-
diatamente después de la victoria de San Miguel, denotan y prueban, lo
primero, el grande y ardentísimo deseo que tienen los habitadores del
cielo, ángeles y santos, no obstante la gloria de que gozan, de que lle-
gue y se manifieste plenamente el reino de Dios y la potestad de Cristo.
Denotan y prueban, lo segundo, el acceso libre que tiene el dragón y
sus ángeles al tribunal de Dios para acusar a los hombres y pedir con-
tra ellos, especialmente cuando son culpados: El acusador de nuestros
hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. De-
notan y prueban, lo tercero, que el reino de Dios y la potestad de Cris-
to no pueden manifestarse, o no se manifestarán, mientras no se veri-
fique la conversión de Israel, tan anunciada y prometida en las Escri-
turas. Así les dijo el Señor en cierta ocasión: No me veréis hasta que
digáis con verdad: Bendito el que vino en el nombre del Señor 1, y to-
do lo demás que ya está escrito y anunciado en el salmo 117, de donde
son estas palabras. Por eso, convertido Israel, y arrojado del tribunal
de Dios el acusador, que ya no tiene de qué acusar, se alegra todo el
cielo diciendo: Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino
de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, porque es ya derribado el
acusador de nuestros hermanos…
[103] Convertidos, pues, éstos en aquellos tiempos de que habla-
mos, desarmarán en esto a su acusador, lo vencerán, y pondrán la victo-
ria en manos de San Miguel, el cual sin este subsidio no pudiera vencer
ni pensar en dar la batalla; mas no lo vencerán, prosigue el texto, sino
por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio 2; es decir,
que la sangre misma del Cordero, que ellos derramaron, y que con tanta
imprudencia se echaron sobre sí, y sobre toda su posteridad, clamando
a grandes voces: Sea crucificado… Sea crucificado… Sobre nosotros y
sobre nuestros hijos sea su sangre 3; esta sangre preciosa que hasta
ahora ha clamado y clama contra ellos, como clamaba la del justo e
inocente Abel contra su impío y crudelísimo hermano, que la derramó
sin otra causa, sino porque sus obras eran malas, y las de su hermano
Artículo 7
Versículos 13-14
1 1 Jn. 3, 12.
582 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
jer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar,
en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un
tiempo, de la presencia de la serpiente 1. Viéndose el dragón arrojado
a la tierra irresistiblemente, cortadas las alas para volar al cielo, y pri-
vado para siempre del acceso libre que tenía al tribunal de Dios, entra
con esto en vehementes sospechas, o en una certidumbre más que mo-
ral, de que su fin debe estar ya muy cerca; digo su fin, no respecto de
su ser natural, sino respecto de su libertad para hacer mal a los hom-
bres, que parece su pasión dominante. Este pensamiento terrible, que
debía naturalmente hacerlo caer de ánimo, entristecerlo y oprimirlo,
éste es el que lo hace más diligente, llenándolo de nuevo odio y de ma-
yor furor contra Dios, contra Cristo, y contra todo cuanto le pertenece;
y desea por consiguiente emplear bien aquel poco tiempo, sin perder
un solo momento. Y, en primer lugar, la mujer que parió el hijo varón
es la que llama todas sus atenciones, como que ella ha sido la que ha
arruinado sus proyectos con un parto tan importuno, y como que ella
misma ha sido la causa de su desgracia y humillación actual.
[106] A ésta, pues, se resuelve y se dispone a perseguir de todos
modos y con todas las máquinas imaginables, o para arruinarla y ani-
quilarla del todo, o, a lo menos, para no dejarla gozar tranquilamente
del fruto de su vientre. Pero se engaña el infeliz, y su mismo furor apa-
ga u oscurece la luz de su razón. La mujer que voy a perseguir (debía
decirse a sí mismo) no es ya la que era; no es aquella antigua, sino otra
muy nueva; se ha renovado y mudado del todo, principalmente des-
pués del parto, por la sangre del Cordero, y por la palabra de su tes-
timonio; ya tiene de su parte al Omnipotente, y a su lado a su príncipe
Miguel. ¿Qué podré yo hacer contra ella, que no recaiga sobre mí?
Acercarme a ella personalmente no es posible, sin trabar otra nueva
batalla con su príncipe y protector, para lo cual ya no hay caudal ni
fuerzas, aunque sobre rabia y furor. Esta breve y fácil reflexión debiera
contener al astuto dragón, y hacerlo desistir de una empresa no menos
peligrosa que inútil; mas el orgullo y la cólera son siempre muy malos
consejeros. Resuelto, pues, a perseguirla a todo trance, y conociendo
bien que por sí mismo nada puede, vuelve a vestirse de aquellas armas
con que apareció vestido antes del parto de la mujer, a fin de tragarse
al hijo luego que ella le hubiese parido; vuelve, digo, a animar de nue-
vo sus siete cabezas y diez cuernos (todavía no unidos perfectamente
en un solo cuerpo moral, pero ya bien dispuestos a esta unión); vuelve
a tocar al arma en toda la tierra, con mayor prisa y empeño, contra la
terrible mujer, cuyo parto inopinado lo ha reducido a tantas angustias:
Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra, persiguió
a la mujer que parió el hijo varón.
[107] Bien pudiera Dios, sólo con quererlo, defender a la mujer, por
otra vía más corta, de las máquinas del dragón, y hacer inútiles todos
sus conatos; así como pudo defender a su propio Hijo de las asechan-
zas de Herodes, sin enviarlo desterrado a Egipto. Mas el altísimo y su-
mo Dios, que no sólo es omnipotente, sino también sabio y prudente,
con aquella su infinita sabiduría que alcanza de fin a fin con fortaleza,
y todo lo dispone con suavidad 1, observará entonces con la mujer per-
seguida la misma conducta suave y fuerte que observó en otros tiem-
pos con el perseguido infante, el Rey de los Judíos que ha nacido 2.
Cuando Herodes, turbado con la gran novedad que llevaron los Magos
a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha naci-
do? 3, determinó buscarlo y sofocarlo en la cuna, dispuso su divino Pa-
dre que huyese a Egipto, y allí se estuviese oculto hasta su tiempo, pa-
ra cuya huida le dio dos alas como de águila grande, proporcionadas al
estado de infancia en que actualmente estaba, es a saber, a su misma
Madre santísima, y a San José. Estas dos alas lo condujeron en sumo
silencio, y con una suavidad admirable, al lugar que Dios le tenía pre-
parado, y allí lo ocultaron de Herodes todo el tiempo que duró su des-
tierro, hasta que, difunto Herodes, se les dio orden de volver a la tierra
de Israel, donde ya no había por entonces perseguidores: Porque muer-
tos son los que querían matar al niño 4.
[108] De este modo mismo, cuando la mujer de que vamos ha-
blando, en los días de su mocedad 5, se vio tan cruelmente perseguida
del rey de Egipto, y buscada de tantos modos para la muerte, dispuso y
ordenó esta misma prudentísima sabiduría, suave y fuerte, que la jo-
ven mujer saliese luego de Egipto, y huyese a los desiertos de Arabia,
para lo que le dio también dos alas como de águila grande, esto es, dos
grandes y célebres conductores, Moisés y Aarón, que con prodigios
inauditos la condujeron al desierto, y allí la sustentaron con el pasto
conveniente todo el tiempo de su peregrinación. Con sola la memoria
de este gran suceso se hace luego visible, y aun salta naturalmente a
los ojos, la alusión del texto del Apocalipsis a la salida de Egipto, y es-
pecialmente al capítulo 19 del Exodo, versículo 4. Compárense entre sí
ambos lugares, y se hallará entre ellos una perfecta conformidad. Des-
pués de pasado el Mar Rojo, y estando ya todo Israel en el desierto del
monte Sinaí, les dice el Señor estas palabras:
[109] TEXTO DEL EXODO: Vosotros mismos habéis visto lo que he
hecho a los Egipcios, de qué manera os he llevado sobre alas de águi-
1 Sab. 8, 1.
2 Mt. 2, 2.
3 Mt. 2, 2.
4 Mt. 2, 20.
5 Os. 2, 25.
584 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
las (o como lee la paráfrasis caldea, como sobre alas de águila) y to-
mado para mí 1. TEXTO DEL APOCALIPSIS: Y fueron dadas a la mujer
dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar 2.
[110] De manera que, así como en otros tiempos remotísimos,
cuando se dignó Dios mismo de sublimar a esta joven a la dignidad de
esposa suya, la sacó primero de la esclavitud de Egipto con mano ro-
busta (y fuerte), y la condujo sobre alas de águilas (o como sobre alas
de águila) a la soledad del monte Sinaí, donde se celebraron solemní-
simamente los desposorios; así sucederá a proporción en otros tiem-
pos todavía futuros de que tanto hablan las Escrituras, cuando el mis-
mo misericordioso Dios, compadecido de sus trabajos, y aplacado con
tantos siglos de durísima penitencia, se digne de llamarla segunda vez
como a mujer desamparada y angustiada de espíritu, y como a mu-
jer que es repudiada desde la juventud 3, aunque bajo otro testamen-
to, u otro pacto nuevo y sempiterno. Entonces renovará el Señor aque-
llos antiguos prodigios, y obrará otros mayores para sacarla de la opre-
sión y servidumbre, no ya de sólo Egipto, sino de las cuatro plagas de
la tierra, y para poseerla segunda vez: Y será en aquel día, extenderá
el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo 4; y
para que salga de su actual servidumbre, y pueda huir con más facili-
dad, le dará también otras dos alas como de águila grande con que
pueda volar otra vez a la soledad, le dará otros dos conductores muy
semejantes a Moisés y Aarón, y proporcionados al nuevo ministerio.
[111] Qué alas, o qué conductores serán éstos, no lo podemos ase-
gurar de cierto, sino cuando más por vía de congruencia o de sospe-
chas, aunque vehementísimas. La primera ala o el primer conductor
parece ciertamente el profeta Elías. Lo que de él está escrito en el Ecle-
siástico, en Malaquías y en el Evangelio, es un fundamento que excede
la pura verosimilitud, y casi toca en la evidencia. Este hombre extraor-
dinario está todavía vivo, sin haber pasado por la muerte, por donde
debe pasar en algún tiempo. Está reservado únicamente, según las Es-
crituras, para bien de los Judíos, o de los hijos de Israel en general; es-
to es, como se dice en el Eclesiástico: Para aplacar la ira del Señor,
para reconciliar el corazón del padre con el hijo, y restituir las tribus
de Jacob 5. Lo mismo en sustancia se dice en Malaquías: He aquí que
yo os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande y tre-
mendo del Señor. Y convertirá el corazón de los padres a los hijos, y
el corazón de los hijos a sus padres 6; todo lo cual confirmó y explicó
1 Ex. 19, 4.
2 Apoc. 12, 14.
3 Is. 54, 6.
4 Is. 11, 11.
5 Eclo. 48, 10.
6 Mal. 4, 5-6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 585
1 Apoc. 11, 3.
2 Apoc. 11, 10.
3 Apoc. 11, 8.
4 Apoc. 11, 8.
5 Is. 46, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 587
Artículo 8
Versículos 15-16
1 Ex. 14, 7.
2 Is. 8, 7.
3 Ex. 14, 27-28.
4 Is. 11, 11.
590 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Joel 3, 11-12.
2 Zac. 14, 2.
3 Sal. 117, 10.
4 Joel 3, 7-8.
5 Miq. 7, 15.
592 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Miq. 7, 16-17.
2 Miq. 7, 18-20.
3 Apoc. 12, 14 y 6; 13, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 593
pieza desde el versículo 14, y sigue hasta el fin: Por tanto he aquí yo la
atraeré; expresión propísima y naturalísima, para significar el afecto
de compasión y ternura, y las palabras llenas de amor y cariño con que
será llamada; que por eso los LXX, y después de ellos Pagnini y Vata-
blo, en lugar de la atraeré, leen, la separaré: He aquí que yo la atrae-
ré, y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. Y le daré sus viña-
dores del mismo lugar, y el valle de Acor para entrar en esperanza (o
a la puerta de la esperanza); y cantará allí según los días de su mo-
cedad, y según los días en que salió de tierra de Egipto 1.
[132] Como si dijera: Yo llamaré a su tiempo a esta miserable, des-
pués que haya sufrido su doble confusión, y en primer lugar la haré
llevar a la soledad, donde le hablaré no solamente a los oídos, sino
también al corazón. Allí le daré operarios o ministros naturales de
aquel mismo lugar, esto es, Israelitas 2 de la misma estirpe de Jacob; le
daré también segunda vez el valle de Acor, el cual será para ella como
la puerta o el principio de su esperanza 3. Para entender bien toda la
fuerza y propiedad de estas últimas palabras, debemos saber o traer a
la memoria que este valle de Acor, ameno, fertilísimo (cerca del cual
estaba la antigua Jericó, y según dicen algunos, las mejores viñas de
Engaddi, de que se habla en los Cantares) fue la primera tierra donde
se acampó todo Israel, conducido ya por Josué, después de haber pa-
sado el Jordán, con prodigios muy semejantes al paso del mar Rojo.
En este valle se empezaron a abrir sus esperanzas, así por el paso mi-
lagroso del Jordán que detuvo sus corrientes, o las encaminó perpen-
dicularmente hacia el cielo, como por la milagrosa toma de Jericó, y
luego después de la de Hay, como se refiere en el libro de Josué, capí-
tulos 6, 7 y 8. Este valle, pues, dice el Señor, aludiendo manifiestamen-
te a aquella primera entrada en la tierra de promisión, que le dará en-
tonces a la mujer que ha de llevar a la soledad, para que allí se abran
sus esperanzas, viendo otra vez abierta para ella aquella primera puer-
ta de la tierra santa: Y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. Y
le daré sus viñadores (u operarios) del mismo lugar, y el valle de Acor
para entrar en esperanza (o en la puerta de la esperanza).
[133] En Miqueas, capítulo 7, se lee que aquella tierra será desola-
da por la iniquidad de habitadores 4; lo cual ejecutado, habitará en ella
la grey de la heredad del Señor, como en un desierto y soledad, o como
en las quebradas o bosques del monte Carmelo: Apacienta a tu pueblo
con tu cayado, la grey de tu heredad 5. Se le dice inmediatamente al
1 Os. 2, 14-15.
2 Os. 2, 15.
3 Os. 2, 15.
4 Miq. 7, 13.
5 Miq. 7, 14.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 597
1 Os. 2, 14.
2 Jn. 14, 17.
3 Is. 41, 21.
4 Is. 43, 18-19.
5 Is. 43, 22 y 24-26.
6 Is. 42, 16.
7 Rom. 11, 8; 2 Cor. 3, 14-15.
8 2 Cor. 3, 15-16.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 599
Artículo 9
Versículos 17-18
Conclusión
[144] Esto es, amigo y Señor mío, lo que juzgo en el Señor, según
las santas Escrituras, sobre la verdadera inteligencia del capítulo 12
del Apocalipsis. En esta inteligencia, como acabáis de ver, todo corre
naturalmente sin tropiezo, sin embarazo, sin artificio, sin violencia; y
todo corre según las Escrituras. Yo no niego que me puedo en esto en-
gañar, así como en otras muchas cosas en que me parece haber encon-
trado la verdad. Sé que soy, como todos, hijo de Adán, y no tengo privi-
legio alguno que pueda eximirme de la pensión general a todos los mor-
tales. Por tanto, me creo obligado a protestar, como lo hago en verdad,
que todas las cosas que sobre esto he dicho, mi intención no es afirmar
como una verdad, demostrada o demostrable, sino solamente proponer
y pedir. Proponer estas cosas a la consideración de los sabios, y pedir
instantemente consideración, como que la juzgo infinitamente intere-
sante. Para lo cual me parece buena disposición que cualquier juez,
aunque sea el ingenio más sublime, ponga primero aparte toda preo-
cupación, y procure quedar en una plena y perfecta indiferencia para
tomar o rechazar lo que hallare o no conforme a la verdad. Luego, to-
mando en las manos aquella fiel balanza que llamamos sentido co-
mún, pese en ella escrupulosamente todo este sistema, y toda la inteli-
gencia de la profecía que acabo de proponer; y ésta no solamente en sí
misma, según su peso y valor intrínseco, o según los fundamentos en
que estriba, que son las santas Escrituras; sino también respecto de los
otros sistemas o inteligencias que hasta ahora se han imaginado. He-
cho esto, yo espero la sentencia, y estoy prontísimo a sujetarme a ella.
[145] Si la mujer que hemos propuesto no es en la realidad la
misma de que habla la profecía (lo cual se deberá primero convencer
con buenas razones), a lo menos parece ciertísimo que todo cuanto di-
ce esta profecía se debe verificar, según otras muchas profecías, en es-
1 2 Tes. 2, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 603
1 Mt. 24.
2 1 Tes. 4, 16.
3 Rom. 11, 30-32.
4 Rom. 11, 23-24.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 605
1 2 Tes. 2, 3.
2 1 Jn. 4, 3.
3 Is. 60, 2.
4 Miq. 4, 6-7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 607
que había sido desechada; y los pondré por loor y por renombre en
toda la tierra de la confusión de ellos 1.
[154] Si deseáis ahora saber para qué fin primario y principal con-
gregará Dios en aquel día esta mujer claudicante, que había desecha-
do y afligido, lo podéis saber leyendo las palabras que siguen inmedia-
tamente en el texto de Miqueas: Y reinará el Señor sobre ellos en el
monte de Sión, desde ahora y hasta en el siglo; de modo que congrega-
rá Dios a la claudicante, con todas sus reliquias, para reinar sobre ellas
en el monte Sión, desde entonces hasta en el siglo; pues hecha esta
congregación, añade, vendrá la potestad primera, y el reino de la hija
de Jerusalén 2. Mas todo esto, ¿qué significa, qué sentido puede tener?
A mí me parece que todo esto no tiene otro sentido que el obvio y na-
tural, atendido el texto con todo su contexto; pues sólo en este sentido
es conforme a la profecía, con tantas otras que anuncian lo mismo con
diversas palabras. Me parece, digo, que con esta mujer claudicante,
aquella que Dios había desechado y afligido, y con todas sus reliquias
preciosas, selladas en la frente con el sello de Dios vivo, y congregadas
en aquel día… con grandes piedades, se va luego a preparar el taber-
náculo o el solio de David que cayó, y de cuya erección y reedificación
estable y permanente nos hablan tanto las santas Escrituras.
Discurso previo
PÁRRAFO 1
[155] El tabernáculo de David o su solio (se puede decir o se dice
confiadamente) cayó más de dos mil años ha de aquella altura en que
Dios mismo lo había colocado. No sólo cayó por su propio peso, como
caen todas las cosas frágiles y corruptibles de nuestro mundo, sino
también, y mucho más, por la iniquidad e ingratitud de los reyes sus su-
cesores, que se sentaron en el mismo solio; pues, exceptuando dos o
tres, todos los demás fueron pecadores: Excepto David, y Ezequías, y
Josías, todos cometieron pecado 3. Por lo cual el Dios de sus padres,
con indignación y con grande ira 4, no solamente depuso del solio de
David, y desheredó para siempre, a todos sus hijos y descendientes,
1 Sof. 3, 19.
2 Miq. 4, 8.
3 Eclo. 49, 5.
4 Jer. 21, 5.
608 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Gen. 3, 19.
2 Sal. 88, 39-40.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 609
cen, ni podrá ser según su primer sentido o aspecto material, sino so-
lamente según el segundo sentido o aspecto espiritual, verdadero y úni-
co. En fin, el tabernáculo o solio de David resucitará, y se levantará otra
vez, según las Escrituras, mas no en aquel sentido en que cayó y murió,
sino en otro sentido perfectísimo en que no ha caído ni muerto jamás.
[158] Yo estoy muy lejos de oponerme a este sentido o aspecto es-
piritual. Lo que aquí se dice o se quiere decir, yo también lo digo, lo
creo y lo confieso como una verdad. No hay duda que la Iglesia presen-
te se puede llamar en cierto sentido un reino, un tabernáculo, un solio,
donde reina espiritualmente Jesucristo por la fe de los creyentes, o
donde reina la verdadera fe, y también la verdadera justicia; mas estas
palabras, reino, tabernáculo, solio, etc., hablando de la Iglesia presen-
te, son unas palabras no propias, sino visiblemente prestadas. Se usa
de ellas con propiedad, mas con propiedad tomada de la semejanza, y
que está en la semejanza misma, no en la cosa. De este modo decía San
Pablo con verdad y propiedad: Reinó la muerte desde Adán hasta
Moisés 1. De este modo decimos con verdad que en una gran parte del
mundo reina Mahoma o el mahometismo, por la fe, aunque falsa y
errónea, de los que lo creen y siguen su doctrina. En otra parte no me-
nos grande reina la idolatría, en otra la herejía, en otra la filosofía, en
otra la barbarie, etc. Y en este mismo sentido es ciertísimo que en otra
gran parte del mundo reina el verdadero cristianismo, que constituye
la verdadera Iglesia de Cristo, y por consiguiente reina el mismo Cristo
espiritualmente por la fe de los creyentes, especialmente sobre aque-
llos que tienen una fe viva.
[159] Mas con este solo sentido espiritual, aunque verdadero, ¿se-
rá posible verificar plenamente las profecías? ¿La Iglesia presente es
en realidad aquel mismo reino, tabernáculo o solio de David, que fue
destruido enteramente por Nabucodonosor, que desde entonces hasta
ahora está sepultado en el olvido, y a quien anuncian los Profetas de
Dios su resurrección, su erección, su reedificación sólida y eterna? Mi-
rad, señor, no os equivoquéis, no queráis reducir por fuerza a una sola
idea dos ideas tan diversas entre sí. La Iglesia presente es un cuerpo
moral y místico, de quien Cristo mismo es la verdadera cabeza, en
quien es el soberano Pontífice, el sumo Sacerdote, el Príncipe de los
pastores, el Maestro, el Abogado para con el Padre, la luz, el camino, la
verdad, la vida, la propiciación, la redención, etc. Todos estos nombres
leemos frecuentemente en los escritos de los Apóstoles, y nunca el
nombre de Rey temporal o de la tierra, sino en la entrada triunfante de
los ramos, con las aclamaciones del pueblo, que presto se convirtieron
en gritos de rebelión y blasfemias contra el rey de Israel, pidiéndolo
1 Rom. 5, 14.
610 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[161] Del reino, pues, del tabernáculo, del solio del santo rey Da-
vid, que cayó del todo y se redujo a polvo desde los principios del pri-
mer imperio, de este mismo anuncian los Profetas de Dios que algún
día se levantará de nuevo en la persona del Mesías, hijo de David se-
gún la carne. Mas este reino, este tabernáculo, este trono, este solio
(que de estos cuatro nombres usan los Profetas), ¿era acaso algún
reino puramente espiritual? ¿Era acaso el tabernáculo de la religión, o
el solio del sumo sacerdote? Cierto que no. El sumo sacerdocio perte-
necía, por institución divina, a la tribu de Leví y familia de Aarón, no a
la tribu de Judá y familia de David: En la cual tribu (dice San Pablo)
nada habló Moisés tocante a los sacerdotes 1. Es verdad que el mismo
Apóstol añade en el lugar citado que el sumo sacerdocio se trasladó a
Cristo, y en Cristo se afirmó para siempre; mas también es verdad que
no se trasladó a Cristo por hijo de David, a quien el sumo sacerdocio
no pertenecía de modo alguno, ni tampoco por hijo de Aarón, aunque
realmente descendiente de Aarón por alguna línea; pues como observa
el mismo San Pablo, el sumo sacerdocio de Cristo no es según el orden
de Aarón (mucho menos según el orden de David), sino según el or-
den de Melquisedec. Se trasladó, pues, a Cristo el sumo sacerdocio, y en
él se afirmó para siempre, únicamente por voluntad expresa de Dios,
que así se lo tenía prometido y jurado en el salmo 109: Juró el Señor, y
no se arrepentirá: Tú eres Sacerdote eternamente según el orden de
Melquisedec 2; esto es, añade San Pablo, a semejanza de Melquisedec
se levanta otro sacerdote, el cual no fue hecho según la ley del man-
damiento carnal, sino según la virtud de vida inmortal 3.
[162] En suma, es ciertísimo que ni el sacerdocio de Aarón ni el de
Melquisedec pertenecían a David; luego ni el uno ni el otro se pueden
llamar el reino, el tabernáculo o el solio de David. Luego el sacerdocio
eterno que se puso en la persona de Cristo, y que ahora ejercita en la
Iglesia presente, que llaman reino espiritual de Cristo, no puede ser el
reino, el tabernáculo o solio de David de que hablan las profecías, que
cayó y se disolvió enteramente más de dos mil años ha; no puede ha-
berse verificado en un reino, tabernáculo o solio puramente espiritual,
en que David no tuvo parte alguna; pues este tabernáculo o solio espiri-
tual no es otra cosa en realidad que el sumo sacerdocio de Cristo.
[163] ¿Qué dijeran de mí si, imitando el modo de discurrir de los
doctores, dijese de David mismo lo que aquí dicen de su tabernáculo?
Si me atreviese, digo, a avanzar esta proposición: el santo rey David
cayó, murió, fue sepultado, se convirtió en polvo, etc.; y aunque es de
fe divina por las Escrituras que ha de resucitar (si acaso no ha resuci-
1 Heb. 7, 14.
2 Sal 109, 4.
3 Heb. 7, 15-16.
612 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 1 Ped. 1, 13-14.
2 Mt. 21, 18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 613
vid de que vamos hablando, esto es, su reino, su trono, su solio caído,
destruido y convertido en polvo desde el imperio de Nabucodonosor,
se levantará también algún día; que se levantará él mismo y no otro;
que se levantará de un modo perfectísimo, incorruptible y eterno.
Ahora bien, es ciertísimo, según las Escrituras, que el tabernáculo de
San Pedro se ha de levantar algún día de la tierra, no en sentido meta-
fórico y espiritual, sino en sentido propio, físico y real; luego bien po-
demos asegurar lo mismo del tabernáculo o solio de David, pues el
mismo Espíritu de verdad que promete en general lo primero, promete
también en particular esto segundo: En aquel día (se dice por ejemplo
en Amós), en aquel día levantaré el tabernáculo de David, que cayó;
y repararé los portillos de sus muros, y repararé lo que había caído;
y lo reedificaré como en los días antiguos 1.
[166] Mas estas y otras profecías semejantes de que hablaremos
más adelante, ¿por qué se echan a otros sentidos puramente espiritua-
les? ¿Por qué se pretenden verificar con una violencia tan visible en el
sacerdocio o reino espiritual de Cristo, que es la Iglesia presente, cuan-
do éste que llaman reino espiritual de Cristo no tiene conexión alguna,
ni la más mínima relación, con el tabernáculo, o reino, o solio de Da-
vid que cayó? ¿Por qué no se reciben, digo, estas profecías como se ha-
llan escritas, en su propio y natural sentido? ¿Acaso porque así recibi-
das, se recibe junto con ellas algún error claro y manifiesto? Así parece
que se tira a insinuar; poco he dicho, así se tira a persuadir, aunque
muy de prisa, y más suponiendo que probando. Mas era necesario mos-
trar para esto alguna verdad clara y manifiesta, e incompatible con lo
que tienen y quieren que se tenga por error, lo cual ni se hace, ni es
posible hacer. Si fuese de algún modo posible, ya lo hubieran hecho sin
duda alguna. ¿Acaso porque en este sentido propio y natural, la cosa
es absolutamente imposible? Muéstrese, pues, esta absoluta imposibi-
lidad, muéstrese en ello alguna repugnancia o contradicción. ¿Acaso
solamente porque, tomadas dichas profecías en su sentido propio y
natural, se concibe difícilmente, o no se concibe de modo alguno, có-
mo puedan verificarse? Leve fundamento por cierto, y sumamente leve
y levísimo, respecto de aquellos mismos que creen tantas otras cosas,
infinitamente superiores a la inteligencia del hombre en el estado pre-
sente. Si este fundamento fuera siquiera tolerable, con este solo que-
daban dueños del campo los filósofos de nuestro siglo, y les poníamos
en las manos las armas más terribles para vencernos y aniquilarnos;
mas léase lo que advierte Jeremías: He aquí que yo soy el Señor Dios
de toda carne; pues ¿hay cosa alguna difícil para mí? 2. Y por Zaca-
rías, hablando de estas mismas cosas, dice el Señor: Si parecerá cosa
1 Amós 9, 11.
2 Jer. 32, 27.
614 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
difícil en aquel tiempo a los ojos de las reliquias de este pueblo, ¿aca-
so será difícil a mis ojos? 1.
[167] ¿Será difícil a Dios el cumplir fielmente su palabra, sin bus-
car otros sentidos u otros efugios, indignos de su infinita grandeza y de
su suma veracidad? ¿No le cumplió fielmente a nuestro padre Abraham
en su propio y natural sentido aquella célebre promesa: Sara tu mujer
te parirá un hijo? 2; promesa que hizo reír, aunque no dudar al justo
Abraham, que ya contaba cerca de cien años, y a Sara, que ya contaba
cerca de noventa. ¿Acaso piensas (decía lleno de una verdadera devo-
ción y simplicidad), acaso piensas que de hombre de cien años nacerá
hijo? ¿Y Sara, de noventa años, ha de parir? 3. ¿No le cumplió fielmen-
te a Zacarías, padre de San Juan, una promesa del todo semejante: Tu
mujer Elisabet te parirá un hijo? 4. ¿No le cumplió fielmente a la santí-
sima Virgen María aquella promesa inaudita: He aquí que concebirás
en tu seno, y parirás un hijo… El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te
hará sombra la virtud del Altísimo? 5. ¿No nos ha cumplido, en suma,
a todos los creyentes aquella promesa admirable, inefable, incompren-
sible: Mi carne verdaderamente es comida; y mi sangre verdadera-
mente es bebida. El que come mi carne, y bebe mi sangre, en mí mora,
y yo en él… Así también el que me come, él mismo vivirá por mí? 6.
[168] Pues si estas y tantas otras promesas que ha hecho Dios a sus
siervos y amigos, las ha cumplido fidelísimamente según la letra, en
aquel mismo sentido, obvio, propio y natural en que ha hablado, ¿por
qué razón no podremos o no deberemos creer que cumplirá del mismo
modo lo que tiene prometido al tabernáculo, al solio del santo rey Da-
vid, que cayó? Mas dejando esta disputa, en que tal vez nos hemos de-
tenido más de lo que era necesario, vengamos ya a la observación aten-
ta y fiel de lo que sobre esto hallamos en las santas Escrituras.
PÁRRAFO 2
[169] Por el capítulo 15 de las Actas de los Apóstoles tenemos noti-
cias bastante individuales del primer concilio de la Iglesia, de la causa
1 Zac. 8, 6.
2 Gen. 17, 19.
3 Gen. 17, 17.
4 Lc. 1, 13.
5 Lc. 1, 31 y 35.
6 Jn. 6, 56-58.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 615
1 Act. 15, 1.
2 Act. 15, 5.
3 Act. 15, 5.
4 Act. 15, 6.
5 Act. 15, 7.
616 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
do con la fe sus corazones. Ahora pues, ¿por qué tentáis a Dios, po-
niendo un yugo sobre las cervices de los discípulos, que ni nuestros
padres, ni nosotros pudimos llevar? Mas creemos ser salvos por la
gracia del Señor Jesucristo, así como ellos 1.
[172] A la fuerza de este discurso en boca de San Pedro, dice el his-
toriador sagrado que callaron todos, que es lo mismo que decir: que-
daron convencidos. Y cayó toda la multitud; y escuchaban a Bernabé
y a Pablo, que les contaban cuán grandes señales y prodigios había
hecho Dios entre los Gentiles por ellos 2.
[173] Ultimamente habló San Jacobo, no para oponerse de modo
alguno al discurso de San Pedro, sino antes para confirmarlo, para
ilustrarlo, para aclararlo y consolidarlo de tal modo, que aquel negocio
gravísimo quedase entre los creyentes enteramente concluido, y los
Judíos cristianos, celosos todavía de su ley, se sosegasen y aquietasen
del todo, y no pusiesen embarazo a la conversión de las Gentes. Así,
pues, pidiendo atención a todo el concilio, habló en estos términos:
Varones hermanos, escuchadme. Simón ha contado cómo Dios pri-
mero visitó a los Gentiles para tomar de ellos un pueblo para su nom-
bre. Y con esto concuerdan las palabras de los Profetas, como está es-
crito: Después de esto, volveré y reedificaré el tabernáculo de David,
que cayó; y repararé sus ruinas, y lo alzaré, para que el resto de los
hombres busque a Dios, y todas las gentes sobre las que ha sido invo-
cado mi nombre, dice el Señor que hace estas cosas. Conocida es al
Señor su obra desde el siglo. Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a
los Gentiles que se convierten a Dios 3.
[174] Este texto se ha mirado siempre como oscurísimo, y no hay
duda que lo es, ya por su extremo laconismo, ya también porque es muy
difícil, después de bien considerado, acordarlo con las ideas sobre que
disputamos. El modo de explicarlo, y la explicación misma, no menos
lacónica, muestran claramente un extraordinario embarazo, y por bue-
na consecuencia alguna confusión más que ordinaria. Para poder en-
tender bien así la explicación como el texto mismo (de que hablaremos
en el párrafo siguiente), creo que sería una buena disposición saber pri-
mero y tener bien presente lo que nos dicen los mismos doctores, sobre
aquella célebre pregunta que hicieron al Señor todos los que asistieron
y fueron testigos de su admirable ascensión a los cielos: Los que se ha-
bían congregado le preguntaban, diciendo: Señor, ¿si restituirás en
este tiempo el reino a Israel? 4. Esta pregunta nos dicen ya clara y ex-
presamente que fue un error, originado de lo que habían oído a sus ra-
1 Act. 1, 3.
2 Mt. 28, 19.
3 Lc. 24, 45.
4 Jn. 15, 15.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 619
PÁRRAFO 3
[179] Como no puedo persuadirme que en tiempo de aquel conci-
lio estuviese todavía este santo, y los demás Apóstoles y señores, en el
ordinario error de su nación, no tengo otra cosa que hacer sino estu-
diar sus palabras, estudiar asimismo la profecía citada, y combinar lo
uno con lo otro: Simón ha contado cómo Dios primero visitó a los
1 Bar. 3, 38.
620 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
según dicen los mismos doctores, no es otra cosa que la Iglesia cristia-
na, se sigue necesariamente que Dios edificó o fundó la Iglesia cristia-
na, solamente después de la conversión del centurión Cornelio.
[182] Fuera de esto, ¿qué significan en el texto de Amós aquellas
palabras: Y lo reedificaré (el tabernáculo de David) como en los días
antiguos? 1. ¿La Iglesia cristiana la ha reedificado Dios como estaba en
los tiempos antiguos antes de caer: Levantaré el trono de David, que
cayó… y lo reedificaré como en los días antiguos? Después de reedifi-
cado el tabernáculo de David (prosigue el Profeta) alcanzará el que
ara al que siega, y el que pisa las uvas al que siembra; y los montes
destilarán dulzura, y todos los collados serán cultivados 2. ¿Qué quie-
re decir esto? Lo que quiere decir, responden, no puede ser otra cosa
sino que en la Iglesia de Cristo sus ministros u operarios tendrán siem-
pre sobre sí grandes y continuas ocupaciones, sucediéndose los minis-
terios unos a otros, sin dejarles un punto de reposo, como sucedió a
los Apóstoles y sucede hasta ahora a los hombres apostólicos. Que los
montes destilarán dulzura: esto es, que lloverán consuelos celestiales
sobre los verdaderos fieles. Que todos los collados estarán cultivados:
esto es, que no habrá pueblo o nación alguna donde no trabajen los
ministros de la Iglesia, y donde no recojan algunos frutos para Dios.
Ultimamente dice el Profeta (y ésta parece la propia llave, o la explica-
ción clarísima de todo lo que acaba de decir): Levantaré el cautiverio
de mi pueblo de Israel… Y los plantaré sobre su tierra; y nunca más
los arrancaré de su tierra que les di 3.
[183] Parece que aquí debiéramos esperar de la piedad de tantos
doctores cristianos alguna conmiseración y misericordia respecto de
los míseros Judíos; mas nuestras esperanzas quedan aquí tan desvane-
cidas como siempre. No hay que esperar consolación alguna hasta que
se cumplan los tiempos de las naciones 4. Los doctores, según su sis-
tema, no se atreven a abrir ni consentir la apertura de una sola puerta,
por el prudentísimo temor de alguna pésima e inevitable consecuen-
cia. Así pues, aquellas palabras con que acaba esta profecía: Levantaré
el cautiverio de mi pueblo de Israel… Y los plantaré sobre su tierra; y
nunca más los arrancaré de su tierra que les di; no tienen otro senti-
do sino éste: Yo sacaré de la cautividad del pecado y del demonio, así a
las Gentes como a los Judíos que creyeren, los plantaré sobre su tie-
rra, esto es, en mi Iglesia 5, y no los moveré jamás de esta tierra que
les he dado, si ellos no la dejan por su iniquidad, como la han dejado
tantos apóstatas y herejes, etc.
1 Amós 9, 11.
2 Amós 9, 13.
3 Amós 9, 14-15.
4 Lc. 21, 24.
5 Coment. in Amos, 9, 15.
622 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 4
[188] Simón ha contado cómo Dios primero visitó a los Gentiles
para tomar de ellos un pueblo para su nombre. Y con esto concuer-
dan las palabras de los Profetas, como está escrito: Después de esto
volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que cayó 1. Parece cla-
ro que San Jacobo dice aquí dos cosas muy diversas, que no es bien
confundir o disimular; pues él mismo las distingue clarísimamente, di-
ciendo que la una debe suceder primero que la otra 1. La primera (por
confesión unánime de todos los doctores) es la vocación de las Gentes,
la cual prueba confirmando el discurso de San Pedro, y asegurando, se-
gún las Escrituras, que Dios determinaba visitar primero a las Gentes
(pues los Judíos, aunque llamados los primeros, no querían oír) y sacar
primero de entre las Gentes un pueblo para su nombre 2. La segunda,
después de ésta, es la vocación, la congregación, la asunción de las reli-
quias de Israel, disperso entre todas las naciones por su incredulidad:
Después de esto volveré y reedificaré. De modo que la primera perte-
nece únicamente al asunto primario o único sobre que se había congre-
gado aquel concilio, esto es, a las Gentes visitadas y llamadas de Dios,
para formar un pueblo nuevo, mayor y mejor que el antiguo, pues éste,
llamado en primer lugar con tan grandes instancias, se había ya obsti-
nado en su incredulidad, y no quería congregarse; pues no se ignoraba
que debía suceder así según las Escrituras. No se ignoraba la profecía
de Daniel, que dice: No será más suyo el pueblo que le negará 3; ni la
de Oseas, que dice: Vosotros no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro 4;
ni la de Isaías, que dice: Israel no se congregará 5. La segunda se en-
derezaba a sosegar los Judíos cristianos celosos todavía de su ley y de
su pueblo, asegurándoles que, después del misterio de las Gentes, lle-
garía también su tiempo de misericordia para este pueblo infeliz, como
está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de
David, que cayó. Para esto son manifiestamente aquellas palabras ca-
pitales: primero… después de esto.
[189] San Jacobo dice que la profecía de Amós que cita, y gene-
ralmente las palabras de los Profetas, concuerdan con estas palabras:
Dios primero visitó a los Gentiles para tomar de ellos un pueblo para
su nombre; mas esta concordancia no está en el misterio de la voca-
ción de las Gentes considerado en sí mismo, sino considerado como
primero respecto de otro misterio que debe seguirse después de él; de
otro modo, las palabras, primero… después de esto, fueran no sólo inú-
tiles, sino algo más que bárbaras, y sería necesario omitirlas del todo
para poder dar a la cláusula algún sentido gramatical. Esta es, pues, la
concordancia de que aquí se habla, entre el misterio de la vocación de
las Gentes, y la reedificación del tabernáculo de David: que aquel mis-
terio es primero, y éste segundo; aquel ha de preceder, y éste seguir.
¿Cómo es posible que un misterio se preceda a sí mismo? ¿Que sea an-
terior, y al mismo tiempo posterior a sí mismo? Si la visitación o voca-
ción de las Gentes para sacar de entre ellas un pueblo de Dios, es lo
mismo que Dios quiere hacer; si después de las cosas que pertenecen a
este primer misterio, después de esto, se ha de reedificar el tabernácu-
lo de David, y han de suceder las demás cosas que anuncia la profecía
de Amós; luego éstos son dos misterios totalmente diversos; luego la
Iglesia presente no puede ser el tabernáculo de David, de que aquí se
habla; luego este segundo misterio, posterior al primero, no se ha veri-
ficado hasta el día de hoy, pues el primero todavía no se ha concluido;
luego se debe verificar en algún tiempo, y por consiguiente se debe
concluir en algún tiempo el primer misterio.
[190] De esta concordancia de un misterio con otro hablan fre-
cuentísimamente los Profetas, como tantas veces hemos notado en los
cuatro fenómenos antecedentes. De esta concordancia habla no pocas
veces San Pablo, especialmente cuando dice a las Gentes: Porque co-
mo también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora ha-
béis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos; así también
éstos 1. De esta concordancia habló muchísimas veces en parábolas el
mismo Mesías, especialmente cuando les dijo a los escribas y fariseos:
Por tanto, os digo que quitado os será el reino de Dios, y será dado a
un pueblo que haga los frutos de él 2; cuando les hizo darse a sí mis-
mos aquella justísima sentencia: A los malos destruirá malamente, y
arrendará su viña a otros labradores 3; cuando en la parábola de los
operarios y de los convidados a la gran cena, les anunció claramente
que serían los últimos los que debían ser los primeros, y al contrario,
serían los primeros los que debían ser los últimos 4; y en otra parte: En
verdad os digo que los publicanos y las rameras os irán delante al
reino de Dios 5; y, en fin, cuando dijo que Jerusalén sería destruida,
sin que quedase en ella piedra sobre piedra; que aquellos tiempos se-
rían sólo de venganza y de ira para todo el pueblo de Dios, de quien
ella era cabeza; que este pueblo, parte pasaría por el filo de la espada,
parte sería esparcido a todos los vientos y llevado cautivo a todas las
gentes, y que Jerusalén sería conculcada de las mismas Gentes, hasta
que se llenasen los tiempos de las naciones 6. Por abreviar, esta misma
concordancia se ve con los ojos en el cántico, no menos breve que ad-
mirable, del justo Simeón, el cual, teniendo en sus brazos a la esperanza
de Israel, y de todo el universo, en el estado todavía de infancia, anun-
ció lleno del Espíritu Santo que sería primero Lumbre para ser reve-
lada a los Gentiles, y, después, para gloria de tu pueblo Israel 7. A to-
das estas cosas, y otras semejantes que se leen en los Libros sagrados,
parece aluden aquellas dos palabras: primero… después de esto.
[191] Acaso se podrá oponer que, ni en la profecía de Amós, ni en
los otros Profetas, se leen jamás estas palabras: Después de esto volve-
ré; sino siempre o casi siempre estas otras: En aquel día… en aquellos
días… en aquel tiempo, etc. Bien. Y ¿qué inconveniente se halla en es-
to? El Profeta dice: En aquel día (sin señalar el día preciso de que ha-
bla), en aquel día, dice el Señor, yo resucitaré el tabernáculo de Da-
vid, que cayó o murió, y lo reedificaré como en los días antiguos. San
Jacobo, citando esta profecía, señala el día o tiempo de que habla éste
y otros Profetas, y lo señala con estas tres palabras: Después de esto
volveré; dando en ellas dos claras contraseñas. Primera: después de
estas cosas 1. ¿De cuáles? De las que actualmente se habla, esto es, de
las pertenecientes al gran misterio de la vocación de las Gentes, a
quienes Dios visitaba en primer lugar 2, para sacar de ellas y formar
con ellas un pueblo para su nombre 3. Segunda contraseña: yo volve-
ré 4. ¿Quién volverá? ¿Adónde, y a qué volverá? Quien volverá no pue-
de ser otro sino aquel mismo hombre noble, (que) fue a una tierra dis-
tante para recibir allí un reino, y después volverse 5; de quien se dije-
ron aquellas consolantes palabras: Varones galileos, ¿qué estáis mi-
rando al cielo? Este Jesús, que de vuestra vista se ha subido al cielo,
así vendrá, como le habéis visto ir al cielo 6. ¿Adónde volverá? Volverá
sin duda alguna a esta misma tierra que dejó, y de donde es en cuanto
Hombre, y juntamente a aquellos cuyos padres son los mismos, de
quienes desciende también Cristo según la carne 7; a aquellos mismos
que no quisieron reconocerlo, diciendo: No queremos que reine éste
sobre nosotros 8; y a quienes por esto se les está dando hasta ahora un
castigo tan sin ejemplar, mostrándoles Dios tantos siglos ha las espal-
das, y no la cara 9, como les había predicho y amenazado desde Moi-
sés. ¿A qué volverá? Volverá, según las Escrituras, a resucitar en su
propia persona, y a edificar, o reedificar, como en los días antiguos 10
(con aquella grandeza y justicia, dignas de un Hombre Dios) el taber-
náculo o solio de David su padre, que cayó: En aquel día levantaré el
tabernáculo de David, que cayó 11. Después de esto volveré, y reedi-
PÁRRAFO 5
Primero
[194] Isaías, hablando del Mesías, dice de él entre otras cosas: Se
sentará sobre el solio de David y sobre su reino, para afianzarlo y
consolidarlo en juicio y en justicia, desde ahora y para siempre; el ce-
lo del Señor de los ejércitos hará esto 1. Si se compara este texto con el
de Amós, citado por San Jacobo, y se pesan en balanza fiel, parece im-
posible hallar entre ellos alguna diferencia digna de consideración.
Isaías dice que el Mesías, como hijo de David, a quien están hechas las
promesas, se sentará algún día sobre su solio y sobre su reino, para
confirmarlo y corroborarlo en juicio y en justicia. San Jacobo, citando
en general las palabras de los Profetas, y en particular la profecía de
Amós, dice que el Mesías mismo, que ya entonces se había ido al cielo,
volverá a la tierra algún día, y reedificará el tabernáculo de David que
cayó, levantándolo del polvo de la tierra donde está sepultado, y que
esto será después. Amós dice que en aquel día 2 (el cual día se deter-
mina con aquellas tres palabras, después de esto volveré) el Señor re-
sucitará, y levantará de la tierra el tabernáculo de David, que cayó; el
mismo que cayó, que se arruinó, que se disolvió, etc., y lo edificará de
nuevo, como en los días antiguos.
[195] Por estas últimas palabras yo no pienso decir (ni se me po-
drá atribuir un tal despropósito sin una manifiesta injusticia) que el
reino del Mesías de que hablo, será o podrá ser como en los días anti-
guos, haciendo caer la palabra como sobre el modo, y no precisamente
sobre la sustancia. Yo pienso y tengo por cierto esto segundo. Si mis
judíos han pensado, y piensan hasta ahora lo primero, o alguna otra
cosa semejante, ciertamente han errado y yerran en lo más sustancial
de sus Escrituras; mas este y otros errores semejantes, manifiestamen-
te groseros, se les podrían fácilmente corregir con sus mismas Escritu-
ras, sin darles aquella respuesta dura y terrible, y no menos dura y te-
rrible que mal fundada: Niego todo.
1 Is. 9, 7.
2 Amós 9, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 629
Segundo
[196] La profecía de Isaías de que empezamos a hablar, la halla-
mos expresamente citada en el Evangelio 1. ¿Por quién? Por el ángel
San Gabriel, enviado extraordinario de Dios a la santísima Virgen, ele-
gida para Madre del Hombre Dios. Entre las cosas que el ángel le pro-
mete de parte de Dios, una de ellas es lo que contiene y anuncia espe-
cialmente la profecía de Isaías: Y le dará el Señor Dios el trono de Da-
vid su padre; y reinará en la casa de Jacob por siempre, y no tendrá
fin su reino 2. Esta solemnísima promesa, hecha a la santísima Virgen
para el Mesías su Hijo, parece cierto que hasta ahora no se le ha cum-
plido a nuestra Señora, y parece del mismo modo cierto que es la única
que no se le ha cumplido hasta ahora; pues todas las otras de que el
ángel la aseguró de parte de Dios, se cumplieron luego al punto perfec-
tísimamente en su sentido natural y propio, como es claro por todo el
texto sagrado, y por el dogma que se funda en él.
[197] Si esta única promesa no se ha cumplido hasta ahora a nues-
tra Señora, parece necesario que se le cumpla alguna vez en aquel mis-
mo sentido propio y natural en que se cumplieron las otras, pues no
hay más razón para aquellas que para ésta. Si ya se le ha cumplido esta
promesa, como se intenta suponer, deberá mostrarse con distinción y
claridad este perfecto cumplimiento, sin recurrir para esto al sumo sa-
cerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, con el cual el trono
de David no tiene conexión alguna, ni la más mínima relación, siendo
claro que la promesa no habla del sacerdocio, sino del trono de Da-
vid 3. Esta promesa, pues, ¿cuándo se ha cumplido o cuando se ha po-
dido cumplir? En toda la historia sagrada no hallamos otra cosa sino
que el Mesías hijo de David entró una vez públicamente en Jerusalén
entre las aclamaciones de la plebe, con aquella pompa nueva e inaudi-
ta que refieren los evangelistas, y que ya estaba registrada en Zacarías:
Mira que tu rey vendrá a ti justo y salvador; él vendrá pobre, y sen-
tado sobre una asna, y sobre un pollino hijo de asna 4; mas también
sabemos, que no fue recibido, sino desconocido y reprobado. Lejos de
ponerlo en el trono de David, lo pusieron seis días después en otro
trono de dolor y de ignominia, cual fue la cruz; y la plebe misma que lo
había aclamado por hijo de David, clamó contra él a grandes voces:
Crucifícale, crucifícale.
[198] Después de su muerte y resurrección, sabemos de cierto que
se fue al cielo, como él mismo había dicho, para recibir allí un reino, y
1 Lc. 1.
2 Lc. 1, 32-33.
3 Lc. 1, 32.
4 Zac. 9, 9.
630 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
denarán como dura esta proposición: «La Iglesia presente es una Igle-
sia terrena, y mundana». Mas no condenarán, antes aprobarán, ésta:
«La Iglesia presente es una Iglesia celestial y divina, no obstante que
existe física y realmente en este mundo».
[202] Aplíquese, pues, la semejanza, y con esto solo se verá desvane-
cido el equívoco, o mitigado el gran ruido. Practíquese la misma diligen-
cia con aquellas otras palabras tan displicentes como impropias: reino
temporal, reino carnal; leyendo en su lugar estas otras: reino eterno,
reino espiritual, sin dejar de ser corporal, pues el hombre se compone
esencialmente de cuerpo y espíritu. Con esta conmutación de solas las
palabras, el fantasma desaparece, y la disputa queda concluida.
[203] Con esta misma conmutación o distinción entre palabras
propias e impropias, es bien fácil responder a otra gran dificultad que
suele oponerse. Jesucristo, dicen, declaró al presidente Pilatos, ante
cuyo tribunal estaba como reo de lesa majestad, acusado falsamente de
haber querido hacerse rey y rebelarse contra el César, que su reino no
era de este mundo 1; luego no hay que esperar el reino de Cristo en este
mundo, por más que lo anuncien, o parezca que lo anuncian las Escri-
turas. Mas esta misma dificultad la deben resolver en primer lugar los
mismos que la proponen; pues la Iglesia presente, a quien llaman reino
de Cristo, ciertamente no es de otro mundo, sino de éste; ni se compone
de ángeles, o de otras criaturas incógnitas, sino de hombres racionales
del linaje de Adán, que realmente habitan en este mundo y son de este
mundo. Responden, y con razón, que Cristo no dijo que su reino no es-
taba en este mundo, sino que no era de este mundo; así, aunque la Igle-
sia cristiana está realmente en este mundo, pues se compone de hom-
bres vivos y viadores del linaje de Adán, con todo eso no es de este
mundo; ya porque no se conforma, ni es de institución humana, sino
divina; ya porque no se conforma, o no debe conformarse, con las cos-
tumbres y máximas del mundo, que propiamente llamamos mundanas.
Bien. Luego en este mismo sentido verdadero y por sí conocido puede
muy bien estar en este mundo, según las Escrituras, el reino de Cristo
de que vamos hablando, sin ser reino de este mundo, esto es, sin tener
semejanza alguna con los reinos de este mundo, ni conformarse en lo
más mínimo con sus máximas y costumbres. En este sentido, y sólo en
este sentido, dijo el mismo Señor de sí y de sus Apóstoles: No son del
mundo, así como tampoco yo soy del mundo 2.
[204] Fuera de esto, cuando se cita un lugar de la Escritura santa
para probar alguna cosa interesante, parece que debía citarse todo en-
tero, no dos o tres palabras solamente; pues muchas veces sucede (aun
en los escritos puramente humanos) que una cláusula no se entiende,
ni es posible entenderla bien, sino por sus últimas palabras. Ved aquí
el texto entero, que es breve: Mi reino no es de este mundo; si de este
mundo fuera mi reino, mis ministros sin duda pelearían, para que yo
no fuera entregado a los Judíos; mas ahora mi reino no es de aquí 1.
[205] Estas últimas palabras, mas ahora, ¿qué significan en reali-
dad? Yo temo mucho oscurecerlas si me meto a explicarlas. Por tanto,
las dejo sin tocarlas, pareciéndome que ellas se explican a sí mismas, y
explican al mismo tiempo todo el texto.
Tercero
[206] En el salmo 131 habla David (profeta y rey) de la promesa
que Dios le tenía hecha, confirmada con juramento, de que el Mesías
su hijo se sentaría algún día en su mismo trono; y para mayor confir-
mación añade que esta promesa de Dios es una verdad que no faltará
ni quedará frustrada: Juró el Señor verdad a David, y no dejará de
cumplirla: Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono 2. Esta pro-
mesa de Dios confirmada con juramento, ¿de quién habla? ¿Habla de
Salomón y de los otros reyes de Judá, o habla directa o indirectamente
de Cristo Jesús? Los intérpretes dicen o suponen comúnmente que la
promesa de Dios habla literal e inmediatamente de Salomón, y de los
reyes que siguieron hasta Jeconías o Sedecías, donde cayó el trono de
David, y desde cuya época no se ha vuelto a ver en nuestra tierra; y que
solamente habla del Mesías en sentido alegórico y espiritual. No obs-
tante, yo me atrevo a decir que la promesa de Dios, confirmada con ju-
ramento, habla literalmente, directa o inmediatamente de solo el Me-
sías, no de Salomón ni de los otros reyes de Judá. La razón en que me
fundo es el capítulo 2 de las Actas de los Apóstoles, desde el versículo
25 hasta el 31. Allí se lee que San Pedro, en el mismo día de Pentecos-
tés, a la hora de tercia del día 3, acabado de recibir plenísimamente el
Espíritu Santo, y hablando públicamente en medio de Jerusalén, no de
propia ciencia (que no la tenía), sino como el Espíritu Santo les daba
que hablasen 4, hizo aquel primer sermón divino y admirable, en que
convirtió a Cristo cerca de tres mil 5.
[207] En este primer sermón les probó a los Judíos, con tres luga-
res de los Salmos de David, tres verdades propias y peculiares del mis-
mo Mesías Jesucristo hijo de David, según la carne. Primera: que aquel
mismo Jesús, poderoso en obras y en palabras… que ellos mismos ha-
bían reprobado y condenado cincuenta y tres días antes, poniéndole en
tados del salmo 15 y del salmo 109 hablan literal, inmediata y única-
mente de Cristo, el uno de su resurrección, el otro de su ascensión a
los cielos; así el tercero, que dice: Del fruto de tu vientre pondré sobre
tu trono 1, debe hablar literal, inmediata y únicamente de Cristo, no de
Salomón, ni de los otros reyes de Judá; pues no hay más razón ni más
privilegio para aquéllos que para éste, siendo como aquéllos igualmen-
te dictado por el Espíritu Santo, en un mismo día y en un mismo dis-
curso. Segunda consecuencia: así como los dos primeros lugares cita-
dos se cumplieron perfectamente en Cristo, en su propio, natural y li-
teral sentido; así ni más ni menos se deberá cumplir el tercero, por
más que se repugne. Tal vez tuvo presente esta repugnancia el que to-
do lo sabe, pues no contento con afirmar esto tercero con su simple
palabra, como lo primero y lo segundo, quiso todavía asegurarlo más,
añadiendo un formal y solemne juramento: Juró el Señor verdad a
David, y no dejará de cumplirla: Del fruto de tu vientre pondré sobre
tu trono 2. Siendo, pues, profeta, y sabiendo que con juramento le ha-
bía Dios jurado que del fruto de sus lomos se sentaría sobre su trono;
previéndolo habló de la resurrección del Cristo 3.
Ultima observación
PÁRRAFO 6
[209] Esta última observación deberá ser inevitablemente algo más
difusa que todas las que han precedido en este fenómeno, ya por los va-
rios puntos que comprende, ya por la dificultad más que ordinaria en
aclararlos y unirlos entre sí, ya también porque su unión y plena inte-
ligencia nos parece de gran importancia.
[210] El capítulo 16 de Isaías empieza con esta misteriosa oración:
Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la piedra del de-
sierto al monte de la hija de Sión 4. Estas palabras, y todas las que si-
guen hasta el versículo 6, no hay duda que son oscurísimas, no sola-
mente consideradas en sí mismas, sino aun consideradas con todo su
contexto, que es el que suele abrir el verdadero sentido, y aclarar las
cosas más oscuras. Ni se conoce por ellas solas, con ideas claras, de
qué misterio se habla, ni de qué tiempos, ni a qué propósito se dicen.
La explicación que hallo en los intérpretes, confieso simplemente que
no me satisface. Dicen todos los que he podido consultar, que el Profe-
ta hace aquí una especie de paréntesis o brevísima digresión. Quieren
1 Sal. 131, 1.
2 Sal. 131, 1.
3 Act. 2, 30-31.
4 Is. 16, 1.
636 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
decir que, como acaba de hablar contra Moab en todo el capítulo ante-
cedente, que tiene por título: Carga de Moab 1, y todavía prosigue en el
presente, se le vino a la memoria con esta ocasión la célebre viuda Rut,
Moabita, la cual, dejando su patria, se vino a la Judea, siguiendo a su
suegra Noemí; y después de algún tiempo se casó con Booz, y fue bisa-
buela de David: Y Booz engendró de Rut a Obed. Y Obed engendró a
Jesé. Y Jesé engendró a David el rey 2. Acordándose el profeta de Rut,
Moabita, bisabuela de David, se acordó por consiguiente del Mesías
hijo de David, y por David hijo también de Rut. Con este recuerdo,
lleno de fe, de esperanza y de un ardentísimo deseo, pide a Dios que
envíe cuanto antes al Cordero que debe dominar espiritualmente la
tierra, y que lo envíe de la piedra del desierto, esto es, dicen, de Moab
o de la Arabia Pétrea, donde vivían los Moabitas, y donde estaba si-
tuada la antigua ciudad de Petra; no porque el Mesías hubiese de venir
realmente de la Arabia, o de la tierra de Moab; sino aludiendo, dicen, a
la patria de Rut, su progenitora, etc. Si proseguimos ahora leyendo el
capítulo hasta el versículo 6, nos hallamos no obstante, sin poder evi-
tarlo, con otras cosas bien diversas y bien ajenas de todo lo pasado.
[211] Yo propongo aquí otra inteligencia de este lugar de Isaías, y
pido para ser entendido, no solamente atención, sino también pacien-
cia; pues no me es posible explicarme bien sino a costa de muchas pa-
labras. Los talentos, aun naturales, los reparte el Criador de todos… a
cada uno como quiere 3.
[212] Primeramente, convengo con todos, y me parece claro e in-
negable, que el profeta, al empezar el capítulo 16, hace una especie de
paréntesis o breve digresión, en que extiende por un momento su vista
hacia otros tiempos muy futuros, y hacia otros sucesos muy diversos y
mucho mayores que aquellos de que va hablando. Esto es frecuentísi-
mo en Isaías, y se puede con verdad decir que es de su propio carácter.
Para esta breve digresión le da una ocasión bien oportuna, no la viuda
Rut, Moabita, sino el mismo Moab, contra quien va profetizando, y cu-
ya profecía se cumplió plenísimamente en tiempo de Nabucodonosor
(véase todo el capítulo 48 de Jeremías). Mas no puedo convenir en que
el paréntesis o digresión de Israel sea tan breve que comprenda sola-
mente el versículo 1; a mí me parece claro que pasa algo más adelante
hasta incluir dentro de sí todo el versículo 5, sin lo cual no sé cómo se
puede dar algún sentido razonable, y conforme en la historia sagrada,
a estos cinco primeros versículos del capítulo 16. Véase aquí el texto
seguido: Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la pie-
dra del desierto al monte de la hija de Sión. Y sucederá que como ave
1 Is. 15, 1.
2 Mt. 1, 5.
3 1 Cor. 12, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 637
que huye, y pollos que vuelan del nido, así serán las hijas de Moab en
el paso del Arnón. Toma alguna traza, junta el Ayuntamiento; pon
como noche tu sombra al mediodía; esconde a los que van huyendo, y
no descubras a los que andan errantes. Morarán contigo mis fugiti-
vos; Moab, sírveles de lugar en que se escondan de la presencia del
destruidor; porque fenecido es el polvo, ha sido rematado el misera-
ble (o el que hace miserables), que rehollaba la tierra. Y será estable-
cido el trono en misericordia, y se sentará sobre él en verdad, en el
tabernáculo de David, quien juzgará y demandará juicio, y dará
prontamente a cada uno lo que es justo 1.
[213] En la suposición, o cierta o sólo probable, de que todos estos
cinco versículos entran en el paréntesis o en la digresión del Profeta,
yo os digo, señor mío, que todo se entiende, o se puede entender natu-
ralísimamente, sin ser necesario recurrir a Rut, Moabita, antiquísima
aun en tiempo de Isaías, como ni a Rahab, ni a Tamar, ni a Lía, ni a
Rebeca, ni a Sara, todas progenitoras de Cristo según la carne. Mi mo-
do de discurrir es éste.
[214] Acababa Isaías de hablar contra Moab en todo el capítulo 15,
y todavía prosigue el mismo asunto en el capítulo 16. Mas como el ca-
rácter propio de este gran Profeta, según se dice en el Eclesiástico (ca-
pítulo 48), y queda notado en otras partes, es declinar insensible y casi
continuamente a las cosas últimas; con ocasión de hablar de Moab,
anunciándole su extrema humillación en castigo de su extrema sober-
bia, hace en medio de la profecía un como paréntesis o breve digresión,
y profetiza en cuatro palabras otras cosas bien singulares, que deben
suceder en otros tiempos remotísimos en la misma tierra o país de
Moab. Empieza pidiendo a Dios que envíe del cielo al Cordero destina-
do a dominar la tierra 2. ¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a
dominar la tierra, sino aquel mismo de quien se hablar en el capítulo 5
del Apocalipsis? El cual se presenta delante del trono de Dios, recibe
de su mano un libro cerrado y sellado, lo abre allí mismo en presencia
de todos los conjueces y de todos los ángeles, los llena a todos, con só-
lo abrirlo, de sumo regocijo que se difunde a todo el universo, etc. ¿Qué
otro Cordero puede ser éste, destinado a dominar la tierra, sino aquel
de quien se habla en el capítulo 7 de Daniel? El cual en los tiempos de
la cuarta bestia, esto es en los últimos tiempos, se presenta delante del
mismo trono de Dios como Hijo de Hombre 3, y allí recibe de su mano,
pública y solemnemente, la potestad, y la honra, y el reino; y todos
los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él 4 (véase el fenómeno an-
tecedente, artículo 3). ¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a
dominar la tierra, sino aquel mismo a quien se le dice en el salmo 109:
De Sión hará salir el Señor el cetro de tu poder; domina tú en medio
de tus enemigos. Contigo está el principado en el día de tu poder en-
tre los resplandores de los santos? 1. Esta misma petición se le hace a
este Cordero, destinado a dominar la tierra, en el capítulo 64 del mis-
mo Isaías: ¡Oh, si rompieras los cielos, y descendieras! A tu presencia
los montes se derretirían. Como quemazón de fuego se deshicieran,
las aguas ardieran en fuego, para que conociesen tus enemigos tu
nombre; a tu presencia las naciones se turbarían, etc. 2. Todo lo cual,
por más que quiera sutilizarse, es claro que no compete de modo al-
guno razonable a la primera venida del Señor, sino a la segunda, según
todas las Escrituras.
[215] Añade Isaías en su breve oración, pidiendo a Dios que envíe
al Cordero dominador de la tierra: De la piedra del desierto al monte
de la hija de Sión. Estas palabras, de la piedra del desierto, miradas
en sí mismas, no hay duda que son oscurísimas; mas si se combinan
con otros lugares de los Profetas y del mismo Isaías, pueden muy bien
entenderse sin violencia, antes con gran naturalidad y propiedad. En
Habacuc, por ejemplo, se dice: Dios vendrá del Austro, y el Santo del
monte de Farán. La gloria de él cubrió los cielos, y la tierra llena está
de su loor. Su claridad como la luz será, rayos de gloria en sus ma-
nos 3. ¿Quién puede desconocer aquí y en todo este capítulo la venida
del Señor en gloria y majestad? Ahora bien, el monte Farán está cier-
tamente en la Idumea, hacia el Austro, respecto de la Palestina; y por
esto los LXX, en lugar del Austro, leen: de Teman vendrá; porque
Teman era la metrópoli de Idumea. Por otra parte, en el capítulo 34 de
Isaías se dice clara y expresamente que el Señor, cuando venga en glo-
ria y majestad, vendrá primero directamente a la Idumea: He aquí que
bajará sobre la Idumea, y sobre el pueblo que yo mataré, para hacer
justicia. La espada del Señor llena está de sangre… porque la víctima
del Señor será en Bosra, y la gran matanza en tierra de Edom 4. A es-
te lugar parece que alude San Juan, cuando dice: Y fue hollado el lago
fuera de la ciudad, y salió sangre del lago hasta los frenos de los ca-
ballos por mil seiscientos estadios 5. Y en el capítulo 19 se dice del
mismo, cuando ya viene del cielo a la tierra: Y él pisa el lagar del vino
del furor de la ira de Dios Todopoderoso 6. Aquí, en la Idumea, hacia
el medio día de Jerusalén, tendrá tanto que hacer la espada de dos fi-
1 Is. 16, 4.
2 Is. 16, 4.
3 Num. 22, 1.
4 2 Mac. 2, 4.
5 Deut. 34, 5.
6 2 Mac. 2, 4.
7 3 Rey. 13, 9; 2 Mac. 2, 7-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 641
cido ya por Josué, pasó el Jordán, como había pasado el mar Rojo, en-
tró luego al punto en el valle fertilísimo de Acor, en donde se empezó a
dilatar su corazón, y a abrirse sus esperanzas con la milagrosa toma de
Jericó. Todo lo cual nos puede traer fácilmente a la memoria lo que ya
queda observado en el fenómeno antecedente, artículo 8, cuando ha-
blamos de la huida a la soledad de aquella mujer metafórica, a quien
deben darse dos alas de grande águila, para que volase al desierto a
su lugar, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la
mitad de un tiempo, de la presencia de la serpiente 1; o como añade
Isaías en el lugar de que vamos hablando, de la presencia del destrui-
dor. Esta mujer que huye al desierto, a su lugar, así como ha de ir direc-
tamente al valle de Acor, según le promete Dios por Oseas (capítulo 2),
así debe pasar segunda vez por la tierra de Moab, y detenerse en ella
algún poco de tiempo, como pasó y se detuvo la primera vez, cuando
salió de Egipto. Sin esto, ¿cómo podrá verificarse la profecía de Jere-
mías? Por esto, pues, se le aconseja a Moab de parte de Dios que no
cierre otra vez sus puertas a esta mujer que viene huyendo, sino que la
reciba con humanidad, y la esconda dentro de sí 2.
[220] Con estas tres advertencias se entiende ya sin dificultad el
último versículo de paréntesis de Isaías. Después de estas cosas, con-
cluye el Profeta, se preparará en misericordia un solio, que será el mis-
mo solio o tabernáculo de David, y en él se sentará el que debe sentar-
se, y se sentará en verdad…, juzgará y demandará juicio, y dará pron-
tamente a cada uno lo que es justo 3. Dos cosas de grande importancia
tenemos aquí que considerar, y sería de no pequeña utilidad el consi-
derarlas en juicio y en justicia. Primera: este solio o tabernáculo de
David de que aquí se habla, ¿para quién se deberá preparar? ¿Qué per-
sona es ésta que, después de preparado este solio, deberá sentarse en
él (según estas palabras): En verdad… juzgará y demandará juicio?
Segunda: ¿Cómo o con qué cosas previas, convenientes o necesarias,
se deberá hacer esta preparación?
[221] Cuanto a lo primero, suponen los intérpretes (y digo supo-
nen, porque hablan en el asunto como de una cosa que no necesita de
prueba; por consiguiente, hablan con una suma velocidad, sin hacerse
cargo de las grandes dificultades que padece dicha suposición), supo-
nen, digo, que aquí no hay otro misterio, sino anunciar el reinado del
santo rey Ezequías, que es uno de los tres reyes de Judá que canoniza
la Escritura 4. Para Ezequías, pues, y para sus sucesores, se prepara,
dicen, el solio de David de que habla Isaías en este lugar. Este buen rey
1 4 Rey. 20, 3.
2 Act. 1, 7.
3 Is. 16, 1.
644 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 16, 4.
2 2 Mac. 2, 4.
3 2 Mac. 2, 7-8.
4 2 Mac. 2, 8.
646 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
hablar de los misterios de la mujer vestida del sol, dice así: Y se abrió
el templo de Dios en el cielo; y el arca de su testamento fue vista en su
templo, y fueron hechos relámpagos, y voces, y terremoto, y grande
pedrisco 1. Acaso podrá repararse más de lo necesario en aquella pala-
bra, en el cielo, como si esto se hubiese ya verificado, o se hubiese de
verificar allá en el cielo. Mas esto sería no conocer el carácter o distin-
tivo propio y peculiar de la profecía admirable del Apocalipsis. De nin-
guno de los otros Profetas se dice que subiese al cielo en espíritu, para
ver allá lo que Dios quería manifestarle. Mas el mismo San Juan nos
advierte desde el principio del capítulo 4, desde donde empieza en
propiedad la profecía, que todas o las más de sus visiones las tuvo en
el cielo, a donde fue en espíritu por providencia o privilegio particular.
Después de esto, dice (después de concluidos los tres primeros capítu-
los, enderezados conocidamente a la Iglesia activa presente, en siete
tiempos o estados diversos, bajo la metáfora de siete ángeles, gober-
nadores de siete iglesias de Asia, o de sus siete luces sobre siete cande-
leros, etc.), después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo, y
la primera voz que oí era como de trompeta, que hablaba conmigo,
diciendo: Sube acá, y te mostraré las cosas que es necesario sean he-
chas después de éstas. Y luego fui en espíritu… 2.
[230] Ahora decidme, señor, con sinceridad: esta profecía de Je-
remías, tan clara en sí misma, aunque tan oscura y embarazosa en otros
principios, ¿se ha verificado o no? La Escritura divina da testimonio
claro y manifiesto de no haberse verificado hasta el día de hoy; tanto,
que lo confiesan de buena fe los autores más eruditos, diciendo, aun-
que muy de paso, que se verificará hacia el fin del mundo, cuando ven-
gan Elías y Enoc, los cuales descubrirán este tesoro escondido, para
facilitar la conversión de los Judíos. Mas difícilmente podrá concebirse
que el descubrimiento del arca, del tabernáculo y del altar, pueda ser
un medio proporcionado para convertir a Cristo a los Judíos, o para
facilitar su conversión, si éstos no se suponen ya convertidos y plena-
mente ilustrados. Contentémonos, no obstante, con lo que aquí se nos
concede, esto es, que la profecía de que hablamos hasta ahora no se ha
verificado. Luego tampoco se ha verificado la congregación del pueblo
de Israel, y la propiciación de Dios respecto de este pueblo infeliz: Has-
ta que reúna Dios la congregación del pueblo. Luego la congregación
de este pueblo célebre, del cual está escrito para la primera venida del
Mesías que no se congregará 3; la propiciación de Dios para con este
pueblo, y la manifestación del depósito sagrado con todas las circuns-
tancias que anuncia Jeremías, deberá todo verificarse en algún tiem-
1 Sab. 8, 1.
2 Os. 2, 15.
648 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Miq. 7, 15.
2 Os. 2, 16 y 15.
3 Is. 11, 11-12.
4 Deut. 7, 6.
5 Heb. 1, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 649
ta, es a saber, para probar, según las Escrituras, que debía haber otro
testamento nuevo y eterno, confirmado solemnemente y sellado irre-
vocablemente con la sangre del Mesías mismo, así como el antiguo se
había confirmado y sellado, en otro tiempo, con la sangre de animales;
Porque es imposible que con sangre de toros y de machos de cabrío se
quiten los pecados 1; por consiguiente, que el primer testamento debía
tener fin, para dar lugar al segundo. Esto es lo que únicamente intenta
San Pablo cuando cita esta profecía de Isaías.
[237] Sígase ahora leyendo enteramente lo que resta de ella; añáda-
se, para adquirir mayores luces, la consideración de todo el capítulo en-
tero, y aun del antecedente; y hallamos cosas tan grandes, tan admira-
bles y tan nuevas, que nos vemos precisados a confesar, en verdad, que
ni se han verificado, ni se han podido verificar hasta el día de hoy. Los
esfuerzos mismos que se hacen, y las violencias de que se usa para su-
ponerlas verificadas, son una prueba la más sensible de que ciertamen-
te no se han verificado hasta el día de hoy; si no se han verificado hasta
el día de hoy, luego son cosas reservadas, en los tesoros de Dios, para
otros tiempos y momentos todavía futuros; luego llegados tarde o tem-
prano estos tiempos y momentos que puso el Padre en su propio poder,
deberán verificarse todas ellas con toda plenitud; pues como dice la Es-
critura, y lo predica a grandes voces la razón natural, no es Dios como el
hombre, para que mienta, ni como el hijo del hombre, para que se mu-
de. ¿Dijo pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 2.
[238] Pues con esta mujer metafórica, vuelvo a decir, compuesta
toda de los prófugos de Dios, congregados con grandes piedades (los
cuales en su huida deben hospedarse por algún tiempo en la tierra de
Moab, para los fines que quedan insinuados, y pasar desde allí luego
inmediatamente al valle de Acor), se comenzará a hacer, y se prosegui-
rá haciendo, por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo,
aquella preparación del solio de David de que habla Isaías: Será esta-
blecido el trono en misericordia; y después que este solio esté bien
preparado en la forma dicha, se sentará sobre él en verdad, en el ta-
bernáculo de David, quien juzgará y demandará juicio, y dará pron-
tamente a cada uno lo que es justo.
Resumen y conclusión
1 Heb. 10, 4.
2 Num. 23, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 651
1 Amós 9, 11.
2 Miq. 4, 6-8.
3 Is. 9, 7; Lc. 1, 32.
4 Sal. 131, 11; Act. 2, 30-31.
5 Jer. 23, 5-8.
652 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[249] Palabra, que vio Isaías, hijo de Amós, sobre Judá y Jerusa-
lén. Y en los últimos días estará preparado el monte de la casa del
Señor en la cumbre de los montes, y se elevará sobre los collados, y
correrán a él todas las gentes. E irán muchos pueblos, y dirán: Venid,
y subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob, y nos
enseñará sus caminos, y andaremos en sus senderos; porque de Sión
saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén. Y juzgará a las na-
ciones, y convencerá a muchos pueblos; y de sus espadas forjarán
arados, y de sus lanzas hoces; no alzará la espada una nación contra
otra nación, ni se ensayarán más para la guerra 1.
[250] Lo mismo y casi con las mismas palabras se lee en el capítu-
lo 4 de Miqueas: En los últimos días el monte de la casa de Dios será
fundado sobre la cima de los montes, y ensalzado sobre los collados,
y correrán a él los pueblos. Y se apresurarán muchas gentes, y dirán:
Venid, subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob; y
nos enseñará sus caminos, y marcharemos en sus veredas; porque de
Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén. Y juzgará en-
tre muchos pueblos, y castigará a naciones poderosas hasta lejos; y
convertirán sus espadas en rejas de arados, y sus lanzas en azado-
nes; no empuñará espada gente contra gente; ni se ensayarán más
para hacer guerra. Y cada uno se sentará debajo de su vid, y debajo
de su higuera, y no habrá quien cause temor; pues lo ha pronunciado
por su boca el Señor de los ejércitos 2.
[251] Los intérpretes de la Escritura, llegando a tocar estas dos
profecías, en primer lugar se ríen mucho de la grosería de nuestros ra-
binos, los cuales entendieron estas cosas con una extrema materiali-
dad, diciendo que en la venida del Mesías crecería físicamente el mon-
te Sión, elevándose sobre todos los otros montes y collados vecinos a
Jerusalén. No nos metamos ahora a averiguar si esta inteligencia es
1 Is. 2, 1-4.
2 Miq. 4, 1-4.
654 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
tan absurda que sólo merezca la risa y el desprecio, no sea que se pien-
se que la queremos adoptar. No obstante, se pudiera aquí preguntar, lo
primero: la elevación física y material del monte Sión, ¿es alguna em-
presa imposible, o muy difícil, al que elevó, en el principio, los montes
de la tierra? Lo segundo: ¿Se opone esta física elevación del monte
Sión a los textos citados, o a algún otro lugar de la Escritura santa, o a
alguna verdad demostrada?
[252] Sin esperar la respuesta a estas dos preguntas, que no se ig-
nora cuál será, se pudiera preguntar, lo tercero: entre dos inteligencias
de un mismo texto (suponiendo por un momento que sea forzosa la
elección), ¿cuál de ellas deberá preferirse? ¿La que en nada se opone al
texto ni al contexto, antes por conformarse con él escrupulosamente
abraza un error material, pero inocente (si acaso lo es), o la que en na-
da se conforma con el mismo texto, antes en alguna cosa le repugna y
se le opone visiblemente? La respuesta a esta tercera pregunta no es
tan fácil adivinarla. Mas por ahorrar disputas, vamos a lo particular.
PÁRRAFO 1
[253] Abrid, señor mío, cualquiera expositor, digo cualquiera, por-
que partiendo todos de un mismo principio y caminando sobre un mis-
mo supuesto, es preciso que digan en sustancia lo mismo, aunque va-
ríen algo en los accidentes. Después de haber leído la explicación que
dan a dichas profecías, tomad el pequeño trabajo de confrontarlas con
el texto y con todo su contexto, y hallaréis, a mi parecer, dos cosas tan
diversas y tan distantes entre sí, cuanto dista el Oriente del Occidente 1.
[254] Dicen primeramente, o lo suponen, que en ambas profecías
se habla únicamente de la Iglesia presente; ésta es la casa del Señor, y
al mismo tiempo el monte de la casa del Señor 2, por estar elevada, co-
mo lo está un monte, sobre todas las cosas ínfimas de la tierra. De este
monte de la casa del Señor dicen ambos Profetas: En los últimos días
estará preparado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los
montes, y se elevará sobre los collados 3. ¿Qué quieren decir estas ex-
presiones tan singulares? No quieren decir otra cosa, sino que la Igle-
sia cristiana está fundada sobre montes y collados, como sobre firmes
y solidísimos fundamentos. ¿Cuáles son éstos? Son los Patriarcas, los
Profetas, los Apóstoles, y también los preceptos, consejos y máximas
1 Ef. 2, 20.
2 1 Tim. 1, 8.
3 Is. 2, 2; Miq. 4, 1.
656 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 2
[258] Dicen ambos Profetas que en aquellos tiempos de que ha-
blan, cuando Sión se prepare y eleve sobre los otros montes, sucederá,
entre otras muchas cosas, una bien singular y ciertamente inaudita
hasta el día de hoy, es a saber, que todas las gentes y pueblos de la tie-
rra, juzgados y corregidos por el Señor, y en consecuencia inmediata y
primaria de esta corrección y juicio, gozarán en adelante de una per-
fecta paz; que arrojarán de sí, como trastos inútiles, todas las armas
con que mutuamente se habían defendido y ofendido hasta entonces,
convirtiéndolas todas en instrumentos de agricultura; que ya no levan-
tará la espada una gente contra otra; que ya no aprenderán, ni habrá
quien enseñe el arte militar, ni habrá más ejercicio de armas para la
guerra; que todos y cada uno vivirán seguros y quietos sin temor de
enemigos: Y cada uno se sentará debajo de su vid, y debajo de su hi-
guera, y no habrá quien cause temor 4; porque el Señor ha hablado, y
lo ha ordenado así 5.
1 Sal. 85, 9.
2 Dan. 7, 14.
3 Zac. 14, 16.
4 Miq. 4, 4.
5 Miq. 4, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 657
1 Mt. 2, 16.
658 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
distinción por las leyes y máximas de la naturaleza, así como está pro-
hibido universalmente el hurto y el homicidio. Es más que visible que
esta respuesta huye muy lejos de la dificultad, en vez de acometerla;
tal vez puede ser por no ver una guerra injusta contra las leyes y má-
ximas del Evangelio. Si algunos herejes, fundados en estas profecías,
abrazaron aquel despropósito, erraron en ello manifiestamente. De-
bían haber advertido que dichas profecías nada prescriben, nada man-
dan, ni a los Cristianos, ni a los herejes, ni al resto de los hombres. Só-
lo anuncian simplemente lo que deberá suceder en esta nuestra tierra,
en otros tiempos que todavía no han llegado.
[262] La cuarta respuesta dice que el sentido propio de las profe-
cías es que los verdaderos cristianos y fieles hijos de la Iglesia, si algu-
no tiene queja del otro 1, no usará, o no podrá usar lícitamente de las
armas, sin haber primero procurado amistosa y pacíficamente alguna
honesta y razonable composición; lo cual se ha visto y se ve frecuen-
temente, no sólo entre los particulares, sino también entre los prínci-
pes y señores cristianos. Y esto mismo, ¿no se ha visto jamás, ni se ve
frecuentemente, ni es posible que se vea, fuera de la Iglesia? ¿No ha-
cen esto mismo los gentiles? 2.
[263] La quinta respuesta, del todo mística, dice que el verdadero
sentido de estas profecías es que los hijos verdaderos de la Iglesia, esto
es, los perfectamente justos y santos, sujetos enteramente a las máxi-
mas del Evangelio y llenos del espíritu de Cristo, éstos gozarán de una
tierna y verdadera paz; no paz del mundo, sino de Cristo; y esto aun en
medio de las perturbaciones y persecuciones de los malos, en medio de
los dolores, trabajos y molestias de la vida presente; pues como se dice
en el salmo 118: Mucha paz para los que aman tu ley 3.
[264] A esto se reduce en sustancia todo lo que hallamos en los
doctores en respuesta y como por solución de la gravísima dificultad.
Si confrontamos ahora todo esto, o dividido o junto, con el texto de las
profecías y con todo su contexto, no hemos menester otra diligencia ni
otro estudio para quedar plenamente convencidos de la impropiedad
de la acomodación; por consiguiente, de que las profecías hablan de
otros tiempos, y anuncian otros misterios infinitamente diversos, que
todavía no se han verificado. En medio de esta impropiedad, de esta
insuficiencia, de esta violencia tan clara y tan visible, se extraña mu-
cho más y se admira, con grande admiración 4, que haya valor (o no
sé cómo llamarlo) para decir y afirmar, como se dice y afirma por au-
tores graves y respetables por otra parte, que la inteligencia que dan a
1 Col. 3, 13.
2 Mt. 5, 47.
3 Sal. 118, 165.
4 Apoc. 17, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 659
1 Is. 2, 2.
2 SAN GREGORIO, Com. in lib. 1 Reg., 1.
660 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 3
[268] Primeramente, yo convengo de buena fe con todos los doc-
tores, así cristianos como judíos, en la inteligencia general de estas dos
profecías, y de otras semejantes, o en lo que éstas tienen de general;
quiero decir, que en ellas se habla manifiestamente y con evidencia de
los tiempos del Mesías: Y en los últimos días estará… Y acaecerá en
los últimos días; esto es (dicen todos los Judíos y Cristianos, y todos
con suma razón), esto es, en el tiempo del Mesías, en el de Cristo 1.
Mas este esto es, si no se explica más, parece muy equívoco por muy
general. El tiempo del Mesías, el tiempo de Cristo (según todas las Es-
crituras, antiguas y nuevas, y según todos los principios fundamenta-
1 Is. 2, 2; Miq. 4, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 661
1 2 Cor. 1, 14.
2 1 Cor. 1, 8.
3 1 Ped. 5, 4.
4 2 Tim. 4, 1.
662 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sal. 21 y 68.
2 Jer. 11, 19; Is. 53, 7.
3 Is. 53, 4.
4 Is. 53, 5 y 12.
5 Sal. 21; Zac. 13.
6 Sal. 15 y 109.
7 Lc. 24, 25.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 663
nester que el Cristo padeciese estas cosas, y que así entrase en su glo-
ria? 1. No tenéis, pues, razón alguna para reprobar mi consecuencia, ni
la suposición sobre que procede, pues todo se halla conforme con to-
das las cosas que hablaron los Profetas.
[275] Mala consecuencia (oigo por otra parte, no ya a los doctores
judíos, sino a los doctores cristianos). Mas ¿por qué mala? Porque ese
tiempo segundo del Mesías, que se cree y espera religiosamente, no es
a propósito ni lo puede ser, para que se verifique lo que anuncian estas
y otras profecías semejantes. ¿Por qué razón? Porque este tiempo se-
gundo del Mesías no se dejará ver sino al fin del mundo, esto es, cuan-
do todo el linaje humano y todos sus individuos, sin faltar uno solo, es-
temos no sólo muertos, sino resucitados y congregados en el valle (tan
grande como pequeño) de Josafat, para el juicio universal. Porque este
segundo tiempo del Mesías deberá ser únicamente para destruirlo to-
do y acabar con todo; para arrojar los malos al infierno, y llevar al cielo
a los buenos, etc.
[276] Mas esta idea (se pregunta una y muchas veces, pidiendo
una respuesta categórica), ¿de dónde se ha tomado? ¿De las santas Es-
crituras? Parece cierto que no, porque antes éstas la repugnan y con-
tradicen a cada paso, y nos ofrecen otra idea infinitamente diversa, se-
gún hemos observado hasta aquí, y todavía tenemos que observar.
¿Acaso de alguna verdadera tradición constante, uniforme, universal,
venida desde los apóstoles, y conservada fielmente hasta nuestros
tiempos? Falso del mismo modo, por confesión forzosa de los mismos
interesados, a lo menos de los más eruditos y sensatos; ya porque re-
pugna absolutamente tradición apostólica contra las Escrituras y con-
tra los escritos de los mismos Apóstoles; ya porque no se ignora el prin-
cipio, ni el tiempo, ni la ocasión, ni las razones, por las que dicha idea
se empezó a recibir como buena o pasable, y de mano en mano, a ha-
cerse universal. Aún en el quinto siglo de la Iglesia, como testifica San
Jerónimo, no estaba esta idea tan asentada que no fuese rechazada y
admitida la idea opuesta por una gran multitud de doctores católicos y
píos: También un considerabilísimo número de los nuestros (dice este
santo doctor) sigue solamente en esta parte 2; y en otro lugar añade:
Muchos varones eclesiásticos y mártires la llevan 3. ¿Quién podrá ha-
blar así de una tradición apostólica? Conque no hay razón alguna para
reprobar nuestra consecuencia, la cual parece perfectamente conforme
con todas las Escrituras antiguas y nuevas, y con los principios funda-
mentales del cristianismo. Luego bien podremos esperar sin temor al-
guno que las profecías de que hablamos, y otras innumerables semejan-
1 Miq. 4, 8.
2 2 Tim. 4, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 665
1 Dan. 2, 44 y 35.
2 Act. 4, 26.
3 Dan. 7, 11-12.
4 1 Tes. 4, 16.
666 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 4
[285] Para asegurarnos más en el conocimiento de los tiempos,
con toda aquella seguridad que puede pedir en estos asuntos la más rí-
gida crítica, sigamos primeramente el contexto de Isaías, que el de Mi-
queas lo seguiremos a su tiempo. Si la cosa no es en la realidad como
pensamos, será moralmente imposible no encontrar en todo el camino
algún embarazo que nos haga detener el paso. Mas si no encontramos
embarazo alguno; si todo lo hallamos quieto, pacífico, seguido y llano,
ésta será una señal moralmente indefectible de que el camino es bue-
no; no sólo bueno, sino el camino verdadero y el camino recto; pues
todas las sendas por donde se ha pretendido caminar se hallan a cada
paso llenas de obstáculos conocidamente insuperables. Esta será, digo,
una señal moralmente indefectible de que los dos Profetas hablan del
segundo tiempo del Mesías, no del primero.
[286] Habiendo hecho Isaías, hasta el versículo 5, un compendio
brevísimo y admirable de la felicidad de aquellos tiempos, convida en
primer lugar a toda la casa de Jacob, diciéndole inmediatamente: Casa
de Jacob, venid, y caminemos en la lumbre del Señor 1. Luego, vol-
viéndose, a Dios, y hablando con él hasta el versículo 10, refiere en
breve las justas razones que ha tenido para arrojar de sí a su antiguo
pueblo, para desconocerlo y olvidarlo por tantos siglos: Pues arrojaste
a tu pueblo, la casa de Jacob; porque se han llenado como en otro
tiempo (es a saber, de superstición e iniquidad, como lee Pagnini), y
así no los perdones (o no los perdonarás, etc.) 2. Después de este pa-
réntesis, bien importante, endereza otra vez la palabra a la casa de Ja-
cob, diciéndole en el nombre del Señor lo que se sigue hasta el fin del
capítulo: Entra en la peña, y en las aberturas de la tierra escóndete
de la presencia espantosa del Señor, y de la gloria de su majestad 3.
Este mismo consejo se le da, o esto mismo se anuncia como cosa que
debe suceder en algún tiempo, en el mismo capítulo 26, versículo 20,
de Isaías: Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tus puer-
tas tras ti, escóndete un poco por un momento, hasta que pase la in-
1 Is. 2, 5.
2 Is. 2, 6 y 9.
3 Is. 2, 10.
668 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Allí dolores como de la que está de parto. Con viento impetuoso harás
pedazos las naves de Tarsis 1.
[290] Podrá decirse, y se dice, lo primero: que no se habla aquí de
las naves propias de los Judíos, sino de los Tirios y Egipcios, que de-
seaban e intentaban socorrer a Jerusalén contra la potencia de los Cal-
deos. Mas dado caso que los Tirios y Egipcios tuviesen buena volun-
tad, y óptima intención de socorrer a Jerusalén, ¿cómo podrían soco-
rrerla con sus naves? ¿Jerusalén era acaso en aquellos tiempos algún
puerto de mar? Si querían socorrerla, ¿no podrían hacerlo por tierra,
los unos por la diestra, y los otros por la siniestra?
[291] Podrá decirse, y se dice, lo segundo: que la profecía no habla
solamente contra Jerusalén y los Judíos, sino también contra Tiro, la
cual, siendo en aquellos tiempos la reina del mar, y teniendo tantas
naves que cubrían el Mediterráneo, no pudo con todo eso defenderse
de la potencia del rey de Babilonia. Bien. Mas ¿a qué propósito se
traen a consideración las naves de Tarsis (aunque todas hubiesen sido
de sola Tiro) en la expedición de Nabucodonosor contra esta ciudad?
¿Quién ignora que el día o tiempo de este príncipe, aunque fue terrible
y funestísimo para Tiro, no lo fue de modo alguno respecto de sus na-
ves? Así como las naves de Tiro nada hicieron, ni podían hacer contra
el ejército de Nabuco, que obraba por la parte de tierra, así este ejérci-
to nada hizo, ni podía hacer contra las naves de Tiro; antes estas naves
le quitaron de las manos todo el fruto que podía esperar de su trabajo,
pues estas naves salvaron no solamente los habitadores, sino también
todas las riquezas y tesoros inmensos de la reina del mar.
[292] San Jerónimo, sobre el capítulo 26 de Ezequiel, citando las
historias antiguas de los Asirios, dice que los Tirios, viéndose ya sin
esperanza de poder resistir a los Caldeos, se embarcaron en sus naves,
embarcando consigo todas sus riquezas, y todo cuanto había en Tiro
digno de alguna estimación; y se retiraron, unos a Cartago, colonia de
Tiro, otros a la Jonia o Grecia, otros a otras partes de Europa y Africa;
dejando al rey de Babilonia solamente la ciudad destruida, o el lugar
donde había estado, como una piedra muy lisa 2. La verdad de esta
noticia, sin recurrir a la historia antigua de los Asirios, se colige clarí-
simamente del capítulo 29 del mismo Ezequiel: Hijo de hombre (le di-
ce el Señor a este Profeta), Nabucodonosor rey de Babilonia hizo ha-
cer una trabajosa campaña a su ejército contra Tiro; toda cabeza que-
dó calva, y todo hombre quedó pelado; y no se le ha dado recompensa
a él, ni a su ejército, acerca de Tiro, por el servicio que me ha hecho
contra ella. Por tanto, esto dice el Señor Dios: He aquí que yo pondré
1 Is. 2, 18.
2 Jos. 10, 13.
672 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 5
[299] Después que el Profeta nos ha representado con la mayor vi-
veza y elegancia la tribulación horrible de aquel día, la humillación de
los soberbios, la exaltación y elevación del Señor solo, el exterminio
pleno y total de los ídolos (en que se comprenden sin violencia alguna
todas las falsas religiones), el temor con que andarán entonces los hom-
bres, aun los más orgullosos, buscando por todas partes dónde escon-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 673
derse (pues dice el texto que entrará en las hendeduras de las pie-
dras, y en las cavernas de las peñas, por causa de la presencia for-
midable del Señor, y de la gloria de su majestad, cuando se levantare
para herir la tierra); después de todo esto, concluye todo el misterio
con estas palabras: Dejaos, pues, del hombre cuyo aliento está en sus
narices, por cuanto él mismo es reputado por el excelso 1. ¿Qué quiere
decir esto? ¿A quién se enderezan estas palabras? ¿Qué hombre es éste
a quien no se debe irritar en aquel día? 2.
[300] Dos modos de pensar se hallan sobre éste en los intérpretes.
El primero dice que estas palabras se enderezan a los Judíos para los
tiempos de Nabuco, el cual es el hombre cuyo aliento está en sus nari-
ces. En esta inteligencia las palabras tienen este sentido: Dejaos del
hombre…; esto es, dejad, oh Judíos, de resistir, o no resistáis a un hom-
bre tan grande como Nabuco, cuyo espíritu está en sus narices, esto es,
porque es un príncipe guerrero, espiritoso y lleno de fuego; es el azote
de Dios; y él se mira a sí mismo, y es mirado de todos, como un hom-
bre excelso 3, y superior a todos los hombres.
[301] El segundo modo de pensar pretende que las palabras se en-
derezan a los Judíos, no para los tiempos de Nabuco, sino para los
tiempos del Mesías, el cual es el hombre cuyo aliento está en sus nari-
ces. En esta inteligencia las palabras tienen este sentido: Dejaos del
hombre…; esto es, dejad, oh pérfidos Judíos, de resistir a vuestro Me-
sías; dejad de perseguirlo, de injuriarlo, de calumniarlo; porque aun-
que es un hombre manso, pacífico, es también un hombre superior a
todos los hombres, cuyo aliento está en sus narices. Es un Hombre
Dios, cuya omnipotencia os puede en un momento aniquilar.
[302] Entre estos modos de pensar se puede elegir el que parecie-
re más conforme al texto de la profecía con todo su contexto; mas si
esta conformidad no se halla ni en el uno ni en el otro, se puede exa-
minar otro tercero que voy a proponer.
[303] Para cuya mejor y más clara inteligencia se debe tener pre-
sente lo que hemos probado hasta aquí, esto es, que en toda esta pro-
fecía particular, o en todo este capítulo 2 de Isaías, se habla manifies-
tamente del día grande del Señor: Porque el día del Señor de los ejér-
citos será sobre todo soberbio, y altivo, y sobre todo arrogante, y se-
rá abatido; y sobre todos los cedros del Líbano altos, y erguidos…; y
sobre todos los montes altos, y sobre todos los collados elevados; y
sobre toda torre…, y sobre todas las naves de Tarsis, y sobre todo lo
1 Is. 2, 22.
2 El original traduce el Quiescite así: De quien se debe descansar; pero nosotros, atendiendo a la
traducción del Padre Scio y a la paráfrasis de Vence, hemos preferido nuestra exposición del Quiescite.
3 Is. 2, 22.
674 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 2, 12.
2 Sal. 109, 5.
3 Sal. 45, 7.
4 Dan. 7, 26.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 675
PÁRRAFO 6
[306] El profeta Miqueas, después de haber anunciado hasta el
versículo 6 el misterio general que anuncia Isaías, y casi con las mis-
mas palabras, lleva el misterio mismo por otro camino particular, mi-
rando en él únicamente lo que pertenece al estado futuro de su pueblo;
digo futuro, no solamente respecto de los tiempos de este Profeta, sino
también respecto de nuestros tiempos; pues las cosas que luego anun-
cia ciertamente no se han verificado hasta el día de hoy: En aquel día
(prosigue diciendo luego inmediatamente), en aquel día, dice el Señor,
reuniré aquella que cojeaba; y recogeré a aquella que ya había dese-
chado y afligido; y reservaré para residuos a la que cojeaba; y la que
era afligida, para formar un pueblo robusto; y reinará el Señor sobre
ellos en el monte de Sión, desde ahora y hasta en el siglo… Y vendrá el
primer imperio, el reino de la hija de Jerusalén 2. Esta misma claudi-
cante aparece con más ricas galas en el capítulo 3 de Sofonías: He aquí
(le dice el Señor) que yo mataré a todos aquellos que te afligieron en
aquel tiempo; y salvaré a la que cojeaba; y recogeré aquella que ha-
bía sido desechada; y los pondré por loor y por renombre en toda la
tierra de la confusión de ellos…; porque os daré por renombre, y por
loor a todos los pueblos de la tierra, cuando tornare vuestro cautive-
rio delante de vuestros ojos, dice el Señor 3.
[307] Dos cosas tenemos aquí que conocer, las cuales conocidas
queda entendido todo el misterio. Primera: ¿Quién es esta claudican-
te, a la que había desechado el Señor, y a la que había afligido? Se-
gunda: ¿De qué día o de qué tiempos se habla aquí? Ambas cosas las
resuelven los intérpretes con suma brevedad, diciendo o suponiendo
1 Is. 2, 22.
2 Miq. 4, 6-8.
3 Sof. 3, 19-20.
676 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Amós 9, 11.
2 Sof. 3, 19.
3 Sof. 3, 15-17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 677
PÁRRAFO 7
[310] La inteligencia de este salmo parece clara y facilísima, si se
combina lo que en él se dice con lo que acabamos de observar en las
dos profecías de Isaías y Miqueas. Todo camina naturalmente hacia un
misterio y un mismo tiempo. Y aunque para mi propósito actual bas-
taba la observación de dos o tres versículos de este salmo, me parece
conveniente observarlo todo, ya por ser brevísimo, pues sólo tiene do-
ce versículos (o por mejor decir, diez, siendo los dos últimos repetición
de lo que ya se ha dicho), ya porque es interesante en sí mismo, ya por-
1 Miq. 4, 1.
678 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sof. 3, 14-17.
2 Ez. 37.
3 Ez. 37, 25-28.
4 Sal. 45, 6.
5 Mt. 28, 20.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 683
habla San Pablo citando el salmo 24: Amonestaos vosotros mismos los
unos a los otros cada día, entre tanto que se nombra Hoy 1; entonces
ayudará Dios a esta miserable enferma, dándole la mano para que se le-
vante: La ayudará Dios por la mañana al rayar el alba. Con esta inte-
ligencia, podemos decir sin exageración, concuerdan las palabras de
los Profetas así como está escrito; y concuerdan tanto que, por esta
concordancia, han concluido los doctores como una verdad innegable
que los Judíos se han de convertir algún día; mas esto será, añaden se-
gún su sistema, al fin del mundo, y en vísperas de acabarse todo, como
si fuese lo mismo fin del mundo que fin del siglo; y como si el día del
Señor que debe amanecer en su venida, no se pudiese separar del fin
del mundo, o no se debiese separar, según las Escrituras. Dije el fin del
mundo, en lo cual sólo entiendo el fin de los viadores o de la genera-
ción y corrupción; porque yo no soy de parecer que el mundo, esto es,
los cuerpos materiales o globos celestes que Dios ha criado (entre los
cuales uno es el nuestro en que habitamos), haya de tener fin, o volver
al caos o nada de donde salió. Esta idea no la hallo en la Escritura; an-
tes hallo repetidas veces la idea contraria, y en esto convienen los me-
jores intérpretes. A su tiempo espero hablar sobre esto de propósito.
[326] Debemos ahora detenernos un momento más en la conside-
ración de la palabra por la mañana. Esta palabra se halla no pocas ve-
ces en los Profetas y Salmos; y es fácil reparar que se usa de ella cuando
se habla de la vocación futura de Israel, o de su congregación y asun-
ción con grandes piedades. Por ejemplo, el capítulo 26 de Isaías es un
cántico admirable, muy semejante en lo sustancial al salmo 45, el cual
cántico dice el mismo Isaías que se cantará en aquel día en la tierra de
Judá 2. Entre las cosas que dice proféticamente la persona que lo ha de
cantar, esto es, Sión, ahora enferma y claudicante, una de ellas es ésta:
Mi alma te desea en la noche; y con mi espíritu en mis entrañas ma-
drugaré a ti 3. Mi alma, le dice a su Mesías, te ha deseado siempre en
la noche. ¿En qué noche? Sin duda en la noche presente, pues respecto
de ella en este asunto todo es noche. No obstante, en medio de esta
noche lo desea, y suspira incesantemente por él, no pudiendo persua-
dirse, ya por falta de luz, ya por vicio del órgano interno, que es aquel
mismo, según las Escrituras, a quien ella reprobó y pidió para el su-
plicio de la cruz, obstinada siempre en aquella necia y funestísima ne-
gativa, profetizada por el mismo Mesías: No queremos que reine éste
sobre nosotros 4. Mas cuando esta noche esté para acabarse, con la ve-
cindad del siguiente día, entonces (dice en espíritu) que no se dormirá,
1 Heb. 3, 13.
2 Is. 26, 1.
3 Is. 26, 9.
4 Lc. 19, 14.
684 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Os. 6, 1-3.
2 Sal. 5, 4-5.
3 Sal. 58, 17.
4 Sal. 89, 14-15.
5 Sal. 87, 14.
6 Sal. 142, 8.
7 Sal. 45, 6.
8 Sal 45, 7.
9 Sal. 45, 4.
10 Sal. 45, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 685
1 Is. 11, 4.
2 Apoc. 19, 15.
3 Is. 24, 19-20.
4 Is. 24, 1.
5 Is. 24, 6 y 13-14.
6 Sal 45, 8.
686 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Apéndice
[336] Cualquiera que haya leído hasta aquí (si tiene alguna noticia
de las Escrituras) no tendrá dificultad en creer que los fenómenos que
hemos observado no son los únicos en las mismas Escrituras que me-
recen particular observación. Yo tenía notados desde el principio hasta
veinticuatro, con ánimo de observarlos cada uno de por sí; y de éstos
he observado sólo diez. Como en ellos me he detenido mucho más de
lo que había imaginado, me parece ya conveniente el parar aquí. Las
observaciones que quedan hechas parecen más que suficientes para
poder formar un juicio prudente sobre la causa general que he procu-
rado defender. Los que, no contentos con éstas, quisieren todavía nue-
vas observaciones, las pueden hacer por sí mismos con gran facilidad.
Las Escrituras ofrecen en este asunto abundantísima materia. No fal-
tan sino ojos atentos que, mirando cada cosa de por sí, y combinándo-
las con otras, o idénticas o semejantes, las expliquen en ambos siste-
mas, y pesen luego en fiel balanza ambas explicaciones. Yo no puedo
en esto detenerme más, así porque me llaman otras cosas algo más in-
teresantes, como porque me siento ya notablemente fatigado en esta
especie de trabajo, y pienso lo mismo respecto de quien lee. No obs-
tante, debo confesar que dejo con repugnancia la observación de algu-
nos puntos o fenómenos que ya tenía preparados, principalmente el de
Jerusalén. Permítaseme tocar aquí este punto con la mayor brevedad
posible, y dar alguna ligera idea de lo que en él hay de más sustancial y
de más interesante en el asunto que tratamos.
Jerusalén
1 Dan. 9, 26-27.
2 Jer. 19, 11.
690 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 9, 27.
2 Sal. 101, 17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 691
1 Jer. 3, 17.
2 Ez. 48, 35.
3 Is. 1, 26.
4 Is. 62, 2-4 y 12.
5 Is. 60, 15, 18 y 21; 66, 12.
6 Zac. 14, 11.
7 Dan. 9, 27.
692 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sal. 109, 3.
2 Lc. 21, 24; Dan. 9, 27.
3 Mt. 24, 39.
694 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Tobías, capítulo 13
did, señor, para esto alguna buena razón, y si no os responden sino por
la misma cuestión, me parece que tendréis que esperar la respuesta
hasta el día de la eternidad. Amén.
[364] Con esta profecía de Tobías concuerdan perfectamente, en-
tre otras innumerables profecías, todo el capítulo 60 de Isaías; todo el
capítulo 5 de Baruc; los capítulos 30 y 31 de Jeremías; el capítulo 14 de
Zacarías, etc.; todo lo cual lo hace servir San Juan en el capítulo 21 de
su Apocalipsis. La profecía de Baruc, por ser breve y notable, me pare-
ce bien ponerla aquí: Desnúdate, Jerusalén, de la túnica de luto, y de
tu maltratamiento; y vístete la hermosura, y la honra de aquella glo-
ria sempiterna, que te viene de Dios. Te rodeará Dios con un manto
forrado de justicia, y pondrá sobre tu cabeza un bonetillo de honra
eterna. Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que es-
tán debajo del cielo. Porque para siempre llamará Dios tu nombre:
La paz de la justicia, y la honra de la piedad. Levántale, Jerusalén, y
ponte en lo alto; y mira hacia el Oriente, y ve tus hijos congregados
desde el sol Oriente hasta el Occidente, a la palabra del Santo gozán-
dose en la memoria de Dios. Porque salieron de ti a pie llevados por
los enemigos; mas el Señor te los traerá levantados con honra como
hijos del reino. Porque Dios ha determinado abatir todo monte empi-
nado, y las rocas estables, y llenar los valles al igual de la tierra; pa-
ra que camine Israel con diligencia para honra de Dios. Aun las sel-
vas, y todo árbol suave, dieron sombra a Israel por mandamiento de
Dios. Porque traerá Dios a Israel con regocijo en la lumbre de su ma-
jestad, con la misericordia y con la justicia que viene de él 1.
1 Bar. 5, 1-9.
Parte Tercera
Algunos sucesos
principales
y más notables
del reino venturoso
de Cristo en la tierra
Introducción
1 Judas 14.
704 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Job 22, 2.
Capítulo 1
El día mismo de la venida del Señor
según las Escrituras
[1] De este día hemos hablado no poco en varias partes de este es-
crito, según ha ido ocurriendo. Por tanto, apenas tenemos que hacer
aquí otra cosa que un brevísimo resumen de esto mismo, no para aña-
dir algo a las claras y vivísimas expresiones de los Profetas y de los
Evangelios, sino para tomar el hilo y seguir la corriente de tantos mis-
terios desde su principio.
[2] Este día se llama en las Escrituras el día grande y tremendo
del Señor 1. Se llama día de la venganza del Señor…, día de la ira de
su furor 2. Se llama día de Madián 3, aludiendo a la célebre batalla de
Gedeón. Se llama día de ira, aquel día, día de tribulación y de congo-
ja, día de calamidad y de miseria, día de tinieblas y de oscuridad, día
de nublado y de tempestad, día de trompeta y de algazara 4. Se llama
grande aquel día, ni hay semejante a él 5. Se llama aquel día repen-
tino 6; el cual día, así como un lazo vendrá sobre todos los que están
sobre la haz de toda la tierra 7. Se llama el grande día de la ira de
Dios…; sí por cierto, día del Dios Todopoderoso… y de la ira del Cor-
dero 8. Se llama en suma, por abreviar, día del Señor 9: y se dice en
Isaías: Porque el día del Señor de los ejércitos será sobre todo sober-
bio y altivo, y sobre todo arrogante, y será abatido… Y entrarán en
las cavernas de las peñas, y en las profundidades de la tierra, por
causa de la presencia formidable del Señor, y de la gloria de su ma-
jestad, cuando se levantare para herir la tierra 10. Todo lo cual lo
comprende Daniel en estas breves palabras: Cuando sin mano alguna
se desgajó del monte una piedra: e hirió a la estatua en sus pies de
hierro, y de barro, y los desmenuzó 11: como queda suficientemente
explicado en el fenómeno 1, y también en el 10.
1 Mal. 4, 5.
2 Is. 34, 8; Is. 13, 13.
3 Is. 9, 4.
4 Sof. 1, 15-16.
5 Jer. 30, 7.
6 Lc. 21, 34.
7 Lc. 21, 35.
8 Apoc. 6, 17; 19, 15; 6, 16.
9 Is. 2, 12.
10 Is. 2, 12 y 19.
11 Dan. 2, 34.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 1 707
1 Act. 1, 7.
2 Mt. 24, 37; Lc. 17, 28.
3 Mt. 24, 30.
4 Apoc. 1, 7.
5 1 Tes. 4, 15.
6 Lc. 20, 35.
7 1 Tes. 4, 15.
8 1 Cor. 15, 52.
9 1 Tes. 4, 16.
708 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sab. 5, 22.
2 Dan. 7, 11; Apoc. 19, 20-21.
3 1 Tes. 4, 16.
4 Is. 24, 13-14.
5 Apoc. 14, 19.
710 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 13, 9.
2 2 Cor. 5, 15; 1 Tim. 2, 4.
3 Fil. 2, 21.
4 Mt. 21.
5 Mt. 24, 49.
6 Lc. 19, 14.
7 Apoc. 19, 19.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 1 711
1 Est. 1, 7.
2 Lc. 17, 30.
3 Gen. 6, 11.
4 Is. 49, 17-18.
5 Is. 63, 6.
6 Apoc. 19, 15.
7 Sal. 109, 5-6.
712 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[14] Estas dos palabras, reino y juicio, o rey y juez, en frase de to-
das las Escrituras canónicas, y en la inteligencia universal recibida de
todos los pueblos, tribus y lenguas que viven en sociedad, me parece a
mí que no significan, ni pueden significar, dos cosas diversas, sino una
sólo. Un rey o príncipe soberano, recibido y reconocido por tal de to-
dos sus respectivos súbditos, no es otra cosa que un juez en quien re-
side todo el juicio respecto de estos mismos súbditos, ni su reinado es
otra cosa que su juicio. Aunque no todo juez merece el nombre de rey,
ni de príncipe, ni de soberano; mas todo rey, todo príncipe soberano,
merece el nombre de juez, y se le debe de justicia, pues lo es en reali-
dad. Tú me escogiste, le decía a Dios el más sabio de los reyes, por rey
de tu pueblo, y por juez de tus hijos e hijas 1: y en el capítulo 6, ha-
blando con todos los reyes de la tierra, les da promiscuamente el nom-
bre de reyes y de jueces: Oíd, pues, reyes, y entended: aprended voso-
tros, jueces de toda la tierra 2. Lo mismo hace su padre David en el
salmo 2: Y ahora, reyes, entended: sed instruidos, los que juzgáis la
tierra 3; y es bien fácil observar esto mismo casi a cada paso en las Es-
crituras. La palabra misma rey se deriva evidentemente del verbo re-
gir, que significa gobernar, dirigir, ordenar, mandar, premiar, casti-
gar, etc., todo lo cual supone el juicio que debe preceder. Así, todos los
reyes o príncipes soberanos (sean personas particulares o cuerpos mo-
rales) son otros tantos jueces de sus respectivos dominios, a cuyo bien
y felicidad deben velar, dando a todos y a cada uno lo que merece se-
gún sus obras, sea de premio o de castigo, y procurando siempre un
buen orden y una buena armonía en todo el cuerpo del estado.
[15] Ahora bien, como los reyes y soberanos de la tierra no pueden
juzgarlo todo por sí mismos, porque excede infinitamente la limita-
ción del hombre; la razón natural, la experiencia y la necesidad les ha
enseñado, de tiempos antiguos, aquel óptimo expediente que aconse-
jó a Moisés su suegro Jetró, es a saber: repartir entre muchos, teme-
rosos de Dios, en quienes se halla verdad, y que aborrezcan la avari-
1 Sab. 9, 7.
2 Sab. 6, 2.
3 Sal. 2, 10.
714 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
cia 1, aquel juicio que reside en ellos, dando a cada uno aquella parte
determinada, o por tiempo determinado o indeterminado, según su
voluntad; mas con la condición indispensable de que todos reconozcan
su dependencia, pues el juicio no es suyo, sino prestado, y todos se
reúnan al fin en un solo punto o centro de unidad, esto es, en el sobe-
rano mismo, de quien todos recibieron la porción de juicio que cada
uno tiene, o la potestad de juzgar dentro de los límites de su jurisdic-
ción. Estos conjueces son, propiamente hablando, los correinantes, y
los que forman juntamente con el rey el reino activo, o la parte activa
del reino, que es la principal. Esta parece la verdadera idea sencilla y
clara de un rey y de una monarquía; y ésta parece, del mismo modo
(guardando la debida proporción), la verdadera idea del juicio de Cris-
to que nos anuncian para su tiempo las Escrituras.
[16] Este juicio no puede ser un juicio pasajero, ni limitado a algu-
nas horas, días, ni años, como quien se sienta en un tribunal, y exami-
nada y sustanciada la causa de un reo, da la sentencia definitiva. Esta
idea, tomada confusamente de una parábola del Evangelio, no es tan
justa que no necesite de una más atenta consideración. El juicio de
Cristo, desde que empiece en el día de su poder 2 y en el día de su ve-
nida en gloria y majestad, debe ser un juicio tan permanente y tan
eterno como el mismo Cristo. Así como Cristo, en calidad de rey, ha de
ser eterno, pues su reino ha de ser eterno: Y no tendrá fin su reino 3;
así ha de ser eterno en calidad de juez, pues el juicio es esencial al rey:
El honor del rey ama la justicia 4. Ni puede concebirse un rey o sobe-
rano, como rey o como soberano, sin concebirse junto con él y en él
mismo el juicio o la potestad de juzgar, de ordenar, de mandar, de re-
gir y gobernar, etc. Cristo, cuando vino la primera vez, no vino ciertí-
simamente como rey; por consiguiente, ni como juez; ni hay en todas
las Escrituras antiguas, ni en los Evangelios, ni en los escritos de los
Apóstoles, una sola palabra que persuada o indique de algún modo es-
ta idea; antes por el contrario, todo nos indica y persuade otra idea in-
finitamente diversa. Por resumirlo todo en una palabra (que cierta-
mente vale por mil), el mismo Señor nos lo aseguró así expresamente
con la mayor formalidad y claridad, que puede caber en el asunto, (di-
ciéndonos): No envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él 5. Conque es cosa diversísima
juzgar al mundo como rey o como juez, o salvar como salvador y re-
dentor a los que creyeren en él, y lo creyeren a él, y conformaren sus
obras con su fe, que es la verdadera creencia, sin la cual no puede ha-
ber salud.
[17] Mas cuando venga la segunda vez (que creemos y esperamos
con ansia todos los que le amamos), vendrá sin duda como Rey (dice
San Lucas): Volvió después de haber recibido el reino 1. Por consi-
guiente, vendrá como juez, porque el Padre… todo el juicio ha dado
al Hijo, y le dio poder de hacer juicio, porque es Hijo del hombre 2.
En esta potestad consiste sustancialmente el testamento nuevo y eter-
no de Dios, como que en él renuncia, o deposita enteramente el Padre
en el Hijo, y pone en sus manos todo el juicio; y esto porque se hizo
hombre, y en cuanto hombre le dio poder de hacer juicio, porque es
Hijo del Hombre 3. Y diole (dice Daniel) la potestad, y la honra, y el
reino: y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él; su po-
testad es potestad eterna, que no será quitada: y su reino, que no se-
rá destruido 4.
[18] Este juicio de Cristo se ve frecuentísimamente en todas las Es-
crituras, no sólo santo, recto y justísimo, sino sumamente magnífico,
admirable y lleno de todas aquellas perfecciones y excelencias que no
ha tenido jamás, ni ha podido tener, el juicio de los puros hombres.
Así, se dice de Cristo en el salmo 9, como una cosa nueva e inaudita en
todo el orbe de la tierra: Preparó su trono para juicio: y él mismo juz-
gará la redondez de la tierra en equidad, juzgará los pueblos con jus-
ticia 5. Y en los salmos 95 y 97 son convidadas todas las criaturas, aun
las irracionales e insensibles, a alegrarse y regocijarse, no sólo porque
viene, sino expresamente porque viene a juzgar la tierra: Alégrense los
cielos, y regocíjese la tierra; conmuévase el mar, y su plenitud; se go-
zarán los campos, y todas las cosas que en ellos hay. Entonces se re-
gocijarán todos los árboles de las selvas a la vista del Señor, porque
vino: porque vino a juzgar la tierra. Juzgará la redondez de la tierra
con equidad, y los pueblos con su verdad… Cantad alegres en la pre-
sencia del rey, que es el Señor; muévase el mar, y su plenitud; la re-
dondez de la tierra, y los que moran en ella. Los ríos aplaudirán con
palmadas; juntamente los montes se alegrarán a la vista del Señor:
porque vino a juzgar la tierra 6.
[19] En la idea ordinaria del juicio de Cristo y de su venida, no sé
cómo pueda tener lugar esta exultación. De estos lugares de la Escritu-
ra pudiera citar dos o tres centenares, pues no hay cosa más obvia en
los Profetas y en los Salmos; mas porque esta prolijitud sería tan enfa-
dosa como inútil, me contento por ahora con un solo lugar de Isaías.
En este profeta se halla casi siempre (en ciertos asuntos) compendiado
en poco, y con suma claridad y elegancia, cuanto se halla disperso, y de
un modo oscuro o poco claro, en otros Profetas.
Capítulo 3
Sigue el mismo asunto.
Examínase un texto importante de Isaías
lo criado, o como juez supremo o soberano en quien debe algún día fir-
marse para siempre todo juicio, así como todo principado, potestad y
dominación: El principado ha sido puesto sobre su hombro… Y diole
la potestad, y la honra, y el reino: y todos los pueblos, tribus y len-
guas le servirán a él 1. Del mismo modo entendieron en la flor que sa-
le, no de la vara, ni por medio de la vara, sino inmediatamente de la
raíz misma 2, la suavidad, la equidad, la felicidad de su reinado o de su
juicio, y juntamente la hermosura y amabilidad de su persona.
[23] Esta inteligencia les pareció a estos doctores la más natural, la
más propia, la más conforme a todo el contexto de este capítulo y de to-
das las Escrituras. La vara, decían, siempre se ha mirado desde los días
antiguos, y entre todas las naciones civiles, como un símbolo propio, y
aun como una insignia peculiar, de la potestad, del juicio o del gobierno
actual; y en la misma Escritura es frecuentísimo el uso de este símbolo,
no solamente cuando se habla de otros jefes, jueces o magistrados, así
de Israel como de otras naciones extranjeras, sino también cuando se
habla expresamente del Mesías en su venida gloriosa como rey y como
juez. Pídeme (le dice Dios en el salmo 2), y te daré las gentes en he-
rencia tuya, y en posesión tuya los términos de la tierra. Los gober-
narás con vara de hierro 3. Vara de rectitud es la vara de tu reino 4.
De Sión hará salir el Señor el cetro de tu poder: domina tú, en medio
de tus enemigos 5. Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de
los que dominaban 6. Y por abreviar, en esta misma profecía de Isaías
que comenzamos a observar, se representa y se ve el Mesías mismo
como que trae en la boca la vara de su dominación y potestad, con la
cual vara hiere la tierra y destruye y aniquila todo impío y toda impie-
dad: Y herirá a la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de
sus labios matará al impío 7. Por otra parte, ¿qué símbolo más propio
de la belleza, de la felicidad, de la amabilidad, que una flor? El mismo
dice de sí en espíritu: Yo soy la flor del campo, y el lirio de los valles 8.
[24] No obstante la propiedad de esta inteligencia, su claridad, su
simplicidad y su perfecta conformidad con todo el contexto de esta pro-
fecía y de tantas otras, los intérpretes, en su sistema, tan lejos están de
admitirla, cuanto de impugnarla directamente. Mas ¿por qué razón?
¿Acaso por el modo tan grosero y tan poco decente, con que éstos ha-
blaron del reino del Mesías y de su persona, como pudiera hablarse de
1 Is. 11, 1.
2 SAN JERÓNIMO, in Isai.
3 SAN LEÓN, Serm. 1 de Nativit.
720 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
apoyarán más sobre aquel que los hiere; sino que sinceramente se
apoyarán sobre el Señor, el Santo de Israel. Los residuos, los resi-
duos, digo, de Jacob, se convertirán al Dios fuerte 1. Allí se le dice y
promete a este residuo de Jacob que aquel yugo, que tantos siglos ha
llevado sobre su cuello, y aquel peso enorme que ha oprimido sus
hombros, le será en aquel día enteramente quitado: Y acaecerá en
aquel día: Será quitada su carga de tu hombro, y su yugo de tu cue-
llo 2; que es lo mismo que se había dicho poco antes hablando con el
Mesías: Porque el yugo de su carga, y la vara de su hombro, y el cetro
de su exactor tú lo quebraste, como en el día de Madián 3. Allí se dice
en suma, y se concluye todo este capítulo 10, con la humillación de los
soberbios, y ruina entera de toda la grandeza humana, bajo la seme-
janza del monte Líbano, con todos sus altísimos cedros, aludiendo vi-
siblemente a la célebre batalla de Gedeón contra el ejército innumera-
ble de Madián, de que se habla en el capítulo 7 del libro de los Jueces:
He aquí que el dominador Señor de los ejércitos quebrará la cantari-
lla con espanto, y los altos de estatura serán cortados, y los sublimes
abatidos. Y las espesuras del bosque serán derribadas con hierro, y el
Líbano caerá con sus alturas 4. Inmediatamente sigue el capítulo 11
diciendo: Y saldrá una vara de la raíz de Jesé.
[29] Con esta advertencia previa y bien importante proseguid aho-
ra la lección atenta de todo este capítulo, y el cántico de alabanza y ac-
ción de gracias que canta en el capítulo siguiente el mismo residuo de
Jacob, librado en aquel día con tantos prodigios, y recogido con gran-
des piedades; y yo me atrevo a asegurar resueltamente que no halla-
reis una sola expresión, ni aun siquiera una sola palabra, que, atendi-
das todas las circunstancias, se pueda acomodar de un modo razona-
ble y pasable a la primera venida del Señor, o a sus efectos en la Iglesia
presente. Y si queréis certificaros plenamente de esta verdad, sin que
os quede ni aun sospecha de duda, abrid cualquier expositor de la Es-
critura sobre este lugar: cotejad en juicio y en justicia lo que allí leáis
con la profecía; y esto solo, mucho más que otro argumento, os hará
fácilmente abrir los ojos, y pasar de las tinieblas a la luz.
[30] Fuera de esto, si no rehusáis algún poco de trabajo material,
abrid las concordancias de la Biblia; buscad en este índice admirable
la palabra vara; y después de haber examinado uno por uno todos los
lugares de la misma Biblia a que sois remitido, tengo por ciertísimo
(pues lo he probado diligentemente) que no hallareis uno solo donde
no se tome esta palabra en un mismo sentido general, esto es, por la
1 Is. 11, 4.
2 2 Tes. 2, 8.
3 Eclo. 48, 27.
4 Sal. 44, 7; Heb. 1, 8.
5 Is. 11, 6.
6 Is. 11, 9.
7 Dan. 2, 35.
724 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 11, 9.
2 Is. 11, 10.
3 Is. 11, 10.
4 Lc. 2, 34.
5 Rom. 15, 12.
6 Is. 11, 10.
7 Is. 11, 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 725
na requies; mas esta palabra requies, o descanso, digo yo, es muy ge-
neral, y se puede fácilmente aplicar o contraer a muchas cosas particu-
lares, según las circunstancias. Descanso se llama comúnmente el acto
de estar sentado o recostado, y también el asiento y la cama en que se
logra este descanso; descanso se llama el sueño o acto de dormir, o la
dormición; descanso se llama la simple cesación de todo trabajo, o
corporal o mental; descanso se llama la muerte misma, especialmente
cuando ha precedido una vida molesta, trabajosa y llena de dolores y
disgustos; se llama, en fin, descanso, aunque con una suma impropie-
dad, el lugar donde se deposita un cadáver, que es lo que tiene el nom-
bre de sepulcro. Por donde parece claro que quien eligió esto último,
tuvo por entonces muy presente el concurso grande de Cristianos que,
desde el cuarto o quinto siglo, iban a Jerusalén a visitar la iglesia del
santo sepulcro del Señor.
Capítulo 4
El cielo nuevo y la tierra nueva
[36] Con la venida en gloria y majestad del Señor Jesús, del Hom-
bre Dios, del Rey de los reyes, que esperamos de cierto todos los que
creemos, destruidos enteramente los cielos y la tierra que ahora son,
comenzarán otros nuevos cielos y otra nueva tierra, donde habitará en
adelante la justicia, dice San Pedro en su segunda epístola 1. ¿Qué quie-
re decir esto? ¿Acaso quiere decir que los cielos y la tierra, o el mundo
universo que ahora es, dejará entonces de ser, o será aniquilado, para
dar lugar a la creación de otros cielos y de otra tierra? Así pudiera tal
vez imaginarlo quien leyese solamente una parte, y no todo el texto se-
guido y continuado. No hay duda que aun así, parece siempre oscuro y
difícil, ya por sus expresiones extraordinariamente concisas, ya tam-
bién por la colocación de las palabras. Mas en medio de esta concisión
y aparente oscuridad, descubre fácilmente a quien quisiere mirarle to-
do entero y con la necesaria atención, su propio y natural sentido.
[37] De modo (dice San Pedro) que así como el cielo y la tierra que
eran antes del diluvio universal, perecieron por la palabra de Dios y
por el agua 2, asimismo el cielo o los cielos y tierra que ahora son, pe-
recerán también por la misma palabra de Dios, y por el fuego: Los cie-
los (son palabras del Santo) que son ahora, y la tierra, por la misma
palabra se guardan reservadas para el fuego en el día del juicio, y de
la perdición de los hombres impíos 3.
[38] Ahora bien, pregunto yo: los cielos y tierra, que perecieron
por el agua en el tiempo de Noé, ¿cuáles fueron? ¿Fueron acaso aque-
llos cielos de que habla insipientemente uno de los amigos de Job, di-
ciendo: Que son muy sólidos, como si fuesen vaciados de bronce? 4.
¿Serían aquellos cielos igualmente sólidos, que imaginaron los Cal-
deos, los Egipcios, los Griegos, y que de ellos tomaron los Romanos?
¿Serían los que en el sistema presente, en esta parte matemáticamente
demostrado, se llaman cielos, esto es, todos los cuerpos celestes, sol,
luna, planetas, cometas, y estrellas fijas? Y hablando de este nuestro
globo, que llamamos tierra, ¿pereció acaso la sustancia de ésta por el
1 2 Ped. 3, 13.
2 2 Ped. 3, 6.
3 2 Ped. 3, 7.
4 Job 37, 18.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 727
1 Gen. 1, 9.
2 2 Ped. 3, 5-7.
728 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 2 Ped. 3, 5-6.
2 2 Ped. 3, 7.
3 2 Ped. 3, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 729
otro habitará; no plantarán, y otro comerá; porque según los días del
árbol serán los días de mi pueblo, y las obras de las manos de ellos en-
vejecerán. Mis escogidos no trabajarán en vano, ni engendrarán hijos
para turbación (o, según los LXX, ni engendrarán hijos de maldición);
porque serán estirpe de benditos del Señor, y sus nietos con ellos. Y
acaecerá que antes que clamen, yo los escucharé; cuando aun estén
hablando, yo los oiré. El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el
buey comerán paja; y el polvo será el pan de la serpiente; no dañarán,
ni matarán en todo mi santo monte, dice el Señor 1.
[45] Veis aquí la grande y célebre profecía que cita evidentemente
San Pedro, cuando dice: Esperamos, según sus promesas, cielos nue-
vos y tierra nueva, en los que mora la justicia 2: y veis aquí también
una de aquellas profecías que han puesto en sumo cuidado, y como en
una verdadera tortura, los mayores ingenios. Estos, en su sistema, han
imaginado dos modos de explicarla, o diremos mejor, de eludirla; las
cuales explicaciones, aunque diversísimas, convienen en el solo punto
interesante de negar a esta profecía, así como a tantas otras, su propio
y natural sentido, que entienden al punto los que saben leer.
[46] La primera explicación, o el primer modo de eludirla, dice
confusamente (sin descender a las cosas particulares, expresas en la
misma profecía, ni aun siquiera mirarlas) que estos nuevos cielos y
nueva tierra de que habla Isaías, y después San Pedro y San Juan, son
para después de la resurrección universal; que entonces se renovarán
todas las cosas; que entonces, respecto de los bienaventurados, las co-
sas primeras no serán en memoria, y no subirán sobre el corazón;
que entonces no se oirá mas en ti voz de lloro, ni voz de lamento; que
entonces… Todo esto está bien: todo es tan verdadero como inútil por
ahora, y fuera de propósito. Y tantas otras cosas particulares que
anuncia expresamente esta profecía admirable, ¿qué sentido pueden
tener? Parece que ninguno, pues todas se disimulan, y todas se omi-
ten. No cito autores de esta opinión, porque siendo algunos de ellos
grandes y respetables por su santidad y antigüedad, no se diga o no se
piense que les falto al respeto.
[47] La segunda explicación comunísima, aun entre les intérpretes
más literales, o que tienen este nombre, no pudiendo acomodar la pro-
fecía entera con todo su contexto a la bienaventuranza eterna de los
santos después de la resurrección universal (pues se habla en ella de
generación y corrupción, de muerte o de pecado, de jóvenes y viejos,
de edificios, de viñas, de árboles, de leones, de bueyes, de serpientes,
etc.), se acogen finalmente, como al último refugio capaz de salvar el
1 2 Tim. 3, 12.
2 Jn. 16, 20.
3 Jn. 15, 20.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 733
recido por el fuego, lo cual es una condición esencial para que las pro-
mesas de Dios tengan lugar. Lo segundo: esta promesa de nuevos cie-
los y tierra nueva, no puede hablar para después de la resurrección uni-
versal, pues entonces ya no podrá haber muerte ni pecado, ya no po-
drá haber nuevas generaciones: Porque en la resurrección, ni se casa-
rán, ni serán dados en casamiento 1; ya no habrá necesidad de edificar
casas, ni plantar villas, etc., cosas todas expresas y claras en las pro-
mesas de Dios de nuevos cielos y tierra nueva; luego son cosas eviden-
temente reservadas para otra época muy semejante a la de Noé, esto
es, para la venida en gloria y majestad del Señor Jesús, pues él mismo
compara su venida con lo que sucedió en tiempo de Noé: Y así como
en las días de Noé, así será también la venida del Hijo del Hombre 2.
[57] Luego después de esta época que creemos y esperamos (cier-
tamente terrible, respecto de la tierra y cielos presentes) deberán veri-
ficarse plenísimamente las promesas de Dios, de nuevos cielos y nueva
tierra, y esto conforme se hallan y se leen en este lugar de Isaías; pues
realmente no hay otro lugar en toda la Escritura donde consten tales
promesas. Luego deberemos estudiar atentísimamente este lugar, sin
omitir ni desperdiciar la más mínima circunstancia. Esto es todo lo
que yo deseo y pido a todas aquellas personas, aun de mediano talen-
to, que quisieren emplear en este fácil estudio algunos instantes.
[58] Primeramente: los tiempos de que va hablando este gran Pro-
feta, así en éste capítulo 65 como en los veinticuatro antecedentes, son
evidentemente los tiempos próximos, y aun casi inmediatos, a la veni-
da del Señor (según queda dicho y probado en el fenómeno 5, aspecto
3, párrafo 5), lo cual sería bueno y utilísimo tenerlo bien presente; los
tiempos, digo, de la vocación y conversión, y congregación, con gran-
des piedades, de las reliquias de Israel. Después que el Señor se ha
mostrado como inexorable a la oración fervorosísima que en el capítu-
lo antecedente hace el mismo Israel, o el Espíritu, que pide por noso-
tros con gemidos inexplicables 3; de haberle respondido con dureza,
dándole en cara con su incredulidad, con su ingratitud y con todas sus
antiguas iniquidades; se deja al fin vencer, da muestras de haber oído
su oración, y condesciende benignamente, si no con todo Israel, a lo
menos con sus reliquias, diciendo: Como cuando se halla un grano en
un racimo, y se dice: No lo desperdicies, porque es una bendición; así
haré por amor de mis siervos, que no los destruiré del todo. Y sacaré
simiente de Jacob, y de Judá el que posee mis montes; y la heredarán
mis escogidos, y mis siervos morarán en ella 4. Pasa luego a hablar de
1 Is. 11, 9.
2 Bar. 4, 28-29.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 735
PÁRRAFO 1
[60] «Parece algo más que probable que esta nuestra tierra, o este
globo terráqueo en que habitamos, no está ahora ni en la misma forma,
ni en la misma situación en que estuvo desde su principio, hasta la gran
época del diluvio universal». Esta proposición bien importante se pue-
de fácilmente probar con el aspecto actual del mismo globo, y con cuan-
tas observaciones han hecho hasta ahora, y hacen cada día, los más cu-
riosos observadores de la naturaleza; mucho más si este aspecto y estas
observaciones se combinan con lo que nos dice la Escritura sagrada.
[61] Primeramente: la Escritura nos dice que Dios, antes de criar
viviente alguno, cuando todavía la tierra estaba desnuda y vacía (o in-
visible y sin adorno, dicen los LXX) 1, hizo que las aguas que la cubrían
toda (y que entonces eran más que suficientes para cubrirla toda) se
dividiesen en dos partes, o iguales o desiguales; que una parte de ellas,
tal vez la mayor, subiese por esos aires, rarificada, mas sin dejar de ser
parte de la misma tierra o globo terráqueo, y se extendiese por todo lo
que llamamos con verdad la atmósfera de la tierra, no solamente hasta
donde pueden llegar las aves del cielo, y aun las nubes visibles (que
parece es lo que el sagrado historiador llama el firmamento en medio
de las aguas, el cual divida aguas de aguas 2), sino mucho mas allá de
este firmamento, cuya altura y límites ninguno sabe hasta el día de
hoy; y la otra parte de las mismas aguas líquidas y pesantes se congre-
gase en un lugar determinado, al que se le dio el nombre de mares, o
de abismo, dejando libre y desembarazado todo lo demás, y capaz de
ser habitado: Júntense las aguas que están debajo del cielo, en un lu-
gar, y descúbrase la seca. Y fue hecho así. Y llamó Dios a la seca, Tie-
rra, y a las congregaciones de las aguas llamó Mares 3.
[62] Este lugar determinado que Dios les señaló entonces a las
aguas inferiores, no hay razón alguna para decir, ni aun para sospe-
char, que lo dejasen naturalmente antes del diluvio universal; ni tam-
1 Gen. 1, 2.
2 Gen. 1, 6.
3 Gen. 1, 9-10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 737
1 2 Ped. 3, 6.
2 Mt. 24, 39.
738 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Gen. 6, 11.
2 Gen. 7, 11.
3 Gen. 7, 11.
4 Gen. 7, 11-12.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 739
1 Rom. 14, 5.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 741
1 2 Ped. 3, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 743
[76] En este caso, que suponemos repentino y violento (no con su-
posición libre y arbitraria, sino fundada, como luego veremos), en este
caso, digo, deben seguirse naturalmente todas estas consecuencias
anunciadas en la Escritura de la verdad. Primera; que nuestra tierra o
nuestro globo, moviéndose de polo a polo, se mueva realmente de su
lugar, pues esto es lo que se lee en Isaías: Sobre esto turbaré el cielo, y
se moverá la tierra de su lugar, a causa de la indignación del Señor
de los ejércitos, y por el día de la ira de su furor 1. Y en el capítulo 24
dice: Conmovida sobremanera será la tierra, será agitada muy mu-
cho la tierra como un embriagado… y la agobiará su maldad 2.
[77] Segunda consecuencia: que moviéndose la tierra violentamen-
te de un polo a otro, piensen todos sus habitadores que los cielos o to-
dos los cuerpos celestes, sol, luna, planetas y estrellas, se muevan con la
misma violencia o ligereza, en sentido contrario. Esta apariencia o ilu-
sión es tan frecuente como natural: los que navegan con buen viento, a
vista de alguna tierra o peñasco, o nube fija o inmóvil, se figuran que su
navío o barco está quieto en un mismo lugar, y que los otros objetos que
tienen a la vista son los que se mueven hacia el rumbo diametralmente
opuesto; pues esto es lo que se lee en el texto de San Pedro tantas veces
citado: Vendrá, pues, como ladrón el día del Señor, en el cual pasarán
los cielos con grande ímpetu 3. Esto es lo que se lee en el Apocalipsis: El
cielo se recogió como un libro que se arrolla 4.
[78] Tercera consecuencia: que moviéndose la tierra violentamen-
te de un polo a otro, se turbe y oscurezca horriblemente toda nuestra
atmósfera, y que esta turbación y mezcla de tantas partículas hetero-
géneas que nadan en ella, nos impida por entonces el aspecto libre de
los cuerpos celestes; no como lo hacen ahora las nubes, las cuales,
aunque sean densísimas, siempre dejan pasar muchos rayos de luz, su-
ficientes para distinguir el día de la noche; sino de otro modo insólito e
infinitamente más horrible, que sin ocultarnos del todo estos cuerpos
celestes, nos los hagan aparecer, ya negros, ya pálidos, ya sanguíneos;
produciendo en nuestra superficie otra especie de oscuridad muy se-
mejante a las tinieblas de Egipto, de quienes se dice en el libro de la
Sabiduría: Ni las llamas puras de las estrellas podían alumbrar aque-
lla noche horrorosa 5; pues esto es lo que se anuncia en Isaías: Vestiré
los cielos de tinieblas, y les pondré un saco por cubierta 6. Esto es lo
que se anuncia en Zacarías: Habrá un día conocido del Señor, que no
1 Zac. 14, 7.
2 Lc. 21, 25.
3 Apoc. 6, 12.
4 Is. 30, 25.
5 Apoc. 16, 19-20.
6 Lc. 21, 25-26.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 745
1 2 Ped. 1, 18-21.
2 Sab. 5, 22.
3 Is. 24, 13.
4 Is. 13, 9 y 11.
5 Jer. 30, 23-24.
6 Mal. 4, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 747
1 Sab. 5, 18 y 21-24.
2 2 Ped. 3, 6.
3 Heb. 2, 10.
4 2 Ped. 3, 13; Apoc. 21, 5.
5 Ef. 1, 9-10.
748 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Mt. 6, 10.
2 Sal. 109, 3.
3 Heb. 1, 2.
4 Is. 9, 6.
5 Dan. 9, 24.
6 Sal. 92, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 749
1 Heb. 4, 12.
2 Dan. 12, 11.
3 Dan. 12, 12.
4 2 Tes. 2, 8.
750 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
ciese vivo cuarenta y cinco días más. ¿Por qué dichoso? Porque será
uno de los pocos a quienes no tocará la espada de dos filos, que trae en
su boca el Rey de los reyes; porque será uno de los pocos racimos que
restarán intactos en la gran viña, después de acabada la vendimia;
porque será uno de los que no se habrán hallado dignos de la ira del
Dios omnipotente, ni de la ira del Cordero; porque será uno de los po-
cos que, habiendo visto esta tierra y cielos presentes, merecerán ver
también el cielo nuevo y nueva tierra, que esperamos según sus pro-
mesas, etc. Esta me parece a mí la verdadera inteligencia y solución de
este enigma. Convido a todos los inteligentes a que lo examinen con
mayor atención, considerando, como debe ser, todo su contexto desde
el principio hasta el fin del capítulo.
[95] En este examen es muy natural que cualquiera repare en otra
especie de enigma, que aunque accidental al punto presente, podrá
causar algún embarazo, es a saber, que el profeta Daniel hace durar la
tribulación anticristiana 1290 días o 43 meses, cuando San Juan en su
Apocalipsis, capítulo 13, sólo le da de duración 1260 días, esto es, 30
días menos. Esta dificultad me tuvo en otros tiempos no poco embara-
zado, hasta que me acordé de aquellas palabras de Cristo: Y si no fue-
sen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva; mas por los
escogidos, aquellos días serán abreviados 1. Como San Juan escribió
después de esta profecía y promesa de Cristo, pone ya abreviado el
tiempo de esta gran tribulación, y así quita treinta días al tiempo que
debía durar, según la profecía de Daniel. En una pestilencia o incendio
tan grande y tan universal, ¿os parece pequeña misericordia apagar el
fuego treinta días antes de lo que debía durar, para que no perezca to-
da carne?
PÁRRAFO 1
[96] Habiendo perecido en la venida del Señor la tierra y cielo que
son ahora, o del modo que acabamos de explicar, o de algún otro modo
que se hallare mejor y más conforme a las Escrituras; habiendo entrado
en su lugar, según sus promesas, otra nueva tierra y nuevos cielos, otro
globo terráqueo del todo nuevo; lo primero que se presenta a nuestra
consideración es el Rey mismo que acaba de llegar a nuestra tierra de
una distante, después de haber recibido el reino; que acaba de llegar
por algunos días, según las Escrituras, en la gloria de su Padre con sus
ángeles 1; que acaba de llegar entre millares de sus santos 2, entre los
resplandores de los santos 3, contra los ancianos de su pueblo, y con-
tra sus príncipes 4, a ser glorificado en sus santos 5. Todo lo cual, como
declaró el mismo Señor, se entiende de aquellos solos santos que serán
juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos 6;
los cuales todos deben componer la corte, o el reino activo, del grande y
sumo Rey, que como tal tiene en su vestidura y en su muslo escrito:
Rey de reyes, y Señor de señores 7. Esta corte del Hijo natural de Dios,
del Hijo del Hombre, del Hijo de la Virgen, del Hijo de David, del Hijo
de Abraham, o del Hombre Dios, que según las Escrituras del Nuevo y
Antiguo Testamento, debe bajar algún día con el Rey mismo del cielo a
nuestra tierra, para que habite la gloria en ella 8, es lo que llama el
apóstol San Juan la ciudad santa y nueva de Jerusalén que baja del
cielo, o con otro nombre, la esposa que tiene al Cordero por esposo 9.
[97] Es verdad que este gran suceso lo pone el amado discípulo en
el capítulo 21 luego inmediatamente después que acaba de hablar en el
1 1 Cor. 2, 9.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 6 753
1 Apoc. 3, 12.
2 Sal. 86, 3.
3 Sal. 86, 7.
4 Gal. 4, 26.
754 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sal. 47, 3.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 6 755
de los antiguos Griegos). ¿Para qué es este muro alto? ¿Para qué son
estas doce puertas? ¿Para qué son estos doce Angeles uno a cada puer-
ta? ¿Para qué inscripto o esculpido en cada puerta el nombre de cada
una de las doce tribus de Israel? ¿Para qué vienen aquí nombrados el
Oriente y el Occidente, el Austro y el Aquilón? Aquí decís que no se
habla de juicio universal, ni tampoco del cielo empíreo, sino de la Igle-
sia cristiana, a la cual se pueden acomodar estas cosas, y se acomodan
bastante bien. Mas ¿cómo? ¿No acabáis de decir que la ciudad santa
de que habla la profecía, bajará del cielo a la tierra solamente el día del
juicio universal? Luego todavía no ha bajado. Si todavía no ha bajado,
¿a qué propósito se trae aquí la Iglesia cristiana? ¿No la tenemos ésta
en nuestra tierra dieciocho siglos ha? Yo sé y creo que muchos sucesos
ya pasados en los antiguos días fueron figuras o sombras de otros fu-
turos y mayores; mas ninguna cosa he podido hallar en las Escrituras
que, siendo futura o anunciada para otros tiempos remotísimos, sea
también figura y sombra de otra cosa pasada e inferior a ella.
Cuarto
[108] Y andarán las gentes en su lumbre, y los reyes de la tierra
llevarán a ella su gloria y honra 1. Estas palabras no solamente alu-
den, sino que son las mismas que leemos en Isaías, capítulo 60: Le-
vántate, esclarécete Jerusalén: porque ha venido tu lumbre, y la glo-
ria del Señor ha nacido sobre ti. Porque he aquí que las tinieblas cu-
brirán la tierra, y la oscuridad los pueblos; mas sobre ti nacerá el
Señor, y su gloria se verá en ti. Y andarán las gentes a tu lumbre, y
los reyes al resplandor de tu nacimiento 2. Lo mismo en sustancia se
dice en Jeremías: En aquel tiempo llamarán a Jerusalén trono del
Señor; y serán congregadas a ella todas las naciones en el nombre
del Señor en Jerusalén, y no andarán tras de la maldad de su cora-
zón pésimo 3. Lo mismo se lee en el salmo 71: Dominará de mar a
mar, y desde el río hasta los términos de la redondez de la tierra…
Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia
y de Sabá le traerán presentes; y le adorarán todos los reyes de la
tierra, todas las naciones le servirán 4. Lo mismo en Daniel, capítulo 7.
Lo mismo en Zacarías, capítulo 14; y generalmente hablando, la mis-
ma idea sustancial en todos los Profetas, y en la mitad de los salmos,
cuando menos. Decidme ahora, Cristófilo mío: en el juicio universal, o
después del juicio universal, allá en vuestro cielo empíreo, ¿podrán ve-
rificarse, o tener algún lugar todas estas cosas? Sé de cierto que aquí
1 Apoc. 22, 2.
2 Ez. 47, 12.
3 Mt. 5, 35.
4 Apoc. 3, 12.
5 Abd. 1, 21.
6 Zac. 14, 9.
7 Zac. 14, 9.
8 Sal. 21, 28-29.
758 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Sé solamente que así Cristo como sus santos estuvieron en nuestra tie-
rra cuarenta días, de un modo digno del estado en que ya se hallaban:
esto es, cuerpos gloriosos, o de personas resucitadas y bienaventura-
das. Si este modo no lo concibo con ideas claras, no por eso quedo li-
bre para negar el hecho. En lugar de negarlo infiero legítimamente, y
concluyo religiosamente, que en el estado presente no soy capaz de
comprender estas cosas, ni Dios me manda que las comprenda, sino
que las crea. Esta consecuencia es ciertamente la más digna de un
hombre racional que, por otra parte, no duda de la verdad de las Escri-
turas. Aplíquese ahora esta semejanza al asunto que tratamos, y ya no
se halla dificultad, todo se ve fácil y llano.
[114] Yo cierro aquí todo este punto, porque me reconozco incapaz
de decir más sobre él. Me parece que oigo aquella última sentencia que
se le intimó a Daniel, cuando preguntó: Señor mío, ¿qué acaecerá des-
pués de estas cosas? La respuesta fue esta: Anda, Daniel, que cerra-
das y selladas están estas palabras hasta el tiempo señalado 1. El que,
no contento con esto, quiere todavía más noticias, lea atentamente y
reflexione seriamente sobre esta última profecía contenida en los dos
últimos capítulos del Apocalipsis, con los cuales se concluyen todas las
Escrituras canónicas, y después de las cuales no tenemos otra escritu-
ra que sea digna de fe divina.
1 2 Cor. 12, 4.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 761
SEGUNDA
[117] En caso que se admita en nuestra tierra esta santa y celestial
ciudad, que descendió del cielo de mi Dios, ¿será realmente tan grande
en sus tres dimensiones como parece que la describe San Juan? Este le
da, así en latitud como en longitud, doce mil estadios, de los cuales en-
tran ocho en cada milla romana; por consiguiente, la ostensión de la
ciudad por cada uno de sus cuatro lados debe ser de mil quinientas
millas; y si su altura es igual a su longitud y latitud, como parece que
lo da a entender por aquellas palabras: La longura, y la altura, y la
anchura de ella son iguales 1, sale una ciudad de figura cúbica, de una
enorme ostensión en longitud y latitud, y de una altura tan elevada,
que pasa los límites de la atmósfera de nuestro globo.
[118] En esta segunda cuestiúncula tenemos dos cosas que decla-
rar. Primera: la longitud y latitud de la ciudad. Segunda: su altura y
elevación. Tocante a lo primero, a mí me parece, por el mismo texto,
que los doce mil estadios no deben entenderse seguidos en línea recta,
sino cuadrados: la ciudad es cuadrada, tan larga como ancha: Y midió
la ciudad con la caña de oro, y tenía doce mil estadios 2. No dice que
midió, y tenía doce mil estadios la longitud ni la latitud de la ciudad,
sino la ciudad misma; por donde podemos sospechar que los doce mil
estadios caen sobre toda la ciudad, no sobre cada uno de sus lados. En
esta suposición, no despreciable, la ciudad toda entera tiene doce mil
estadios cuadrados, o mil y quinientas millas cuadradas, que corres-
ponden a cada uno de sus lados trece millas y poco más de media: os-
tensión no tan extraordinaria que no la hayan tenido otras ciudades,
como Nínive, Babilonia, Menfis, Pequín, etc. Tocante a lo segundo, de-
cimos o sospechamos lo mismo a proporción. El texto no dice que la
ciudad y sus edificios serán tan altos, cuanta es la longitud o latitud de
la misma ciudad; sólo dice simplemente: La longura, y la altura, y la
anchura de ella son iguales; modo de hablar, que admite bien estos
dos sentidos. Primero: la altura de la ciudad o de sus edificios será tan-
ta, cuanta es su longitud y latitud; y en este sentido bien inverosímil, la
ciudad no será ya cuadrada sino cúbica. Segundo: la longitud, latitud y
altura serán iguales en sí mismas, de modo que así como la ciudad,
mirada por su longitud y latitud, muestra un mismo aspecto igual y
uniforme, así lo muestra mirada por su altura, pues sus edificios son
todos iguales y uniformes: ninguno más alto que otro, ninguno más
hermoso ni más rico que otro, ninguno más ancho ni más largo, etc.:
La longura, y la altura, y la anchura de ella son iguales. Este segun-
do sentido me parece el más natural, ni hay para qué elevar esta ciu-
dad sobre la altura de sus muros, esto es, sobre 144 codos; de otra
suerte sería fácil ver desde fuera casi todo lo que pasa dentro de la ciu-
dad, lo cual no compete a hombres mortales y viadores, que deben to-
davía andar por fe…, no por visión 1.
TERCERA
[119] Las doce puertas de esta ciudad siempre abiertas, el nombre
inscripto en ellas de las doce tribus de Israel, y los doce ángeles que es-
tán en ellas, ¿qué significan? Para saber lo que todo significa, basta
conocer a estos ángeles que están en las puertas, cada uno en la suya.
Parece claro que no significan doce guardias de la ciudad, para impe-
dir el paso a cualquiera viador que quisiere entrar; pues para esto era
fácil cerrar la entrada y las puertas, o murallas del todo. Parece del
mismo modo claro que estos doce ángeles son muy semejantes a aque-
llos siete de las siete Iglesias, con quienes se habla en el capítulo 2 y 3
del mismo Apocalipsis. De manera que, así como aquellos siete ánge-
les no significan otra cosa manifiestamente que el sacerdocio cristiano,
o la Iglesia activa presente en siete o muchos estados diversísimos que
ha tenido hasta el día de hoy, y alguno otro que tal vez le falta; así los
doce ángeles de las doce puertas de la santa y nueva Jerusalén, que
descendió del cielo de mi Dios, no significan otra cosa que el juicio de
Cristo o su reino activo, es decir, doce jueces supremos, uno en cada
puerta, en quienes debe residir todo el juicio, emanado del mismo Cris-
to en cuanto sumo Rey y sumo Sacerdote.
[120] Nadie ignora que el juicio antiguamente no estaba dentro de
las ciudades, sino en sus puertas; esto es obvio en la historia sagrada, y
también en la profana antigua. Tampoco es de ignorar aquella célebre
y magnífica profecía del Hijo de Dios a sus doce apóstoles: En verdad
os digo, que vosotros, que me habéis seguido en la regeneración… os
sentareis también vosotros sobre doce sillas, para juzgar a las doce
tribus de Israel 2, les dice por San Mateo; y por San Lucas les dice con
mayor expresión y claridad: Mas vosotros sois los que habéis perma-
necido conmigo en mis tentaciones; y por eso dispongo yo del reino
para vosotros, como mi Padre dispuso de él para mí, para que co-
máis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel 3. Así como estas últimas palabras: Y
os sentéis sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel, las en-
tienden todos sin dificultad, confesando que se han de verificar, no
allá en el cielo, sino aquí en nuestra tierra; así las que inmediatamente
preceden deberán verificarse del mismo modo en nuestra tierra, no en
1 2 Cor. 5, 7.
2 Mt. 19, 28.
3 Lc. 22, 28-30.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 763
el cielo; pues las unas y las otras componen una misma cláusula se-
guida, sencilla y clara. De estos tronos habla manifiestamente San
Juan cuando dice, luego inmediatamente después de la venida de Cris-
to, y prisión del diablo: Y vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue
dado juicio 1.
[121] Por todo lo cual, parece claro que las doce tribus de Israel, ya
congregadas en aquellos tiempos con grandes piedades, tendrán fácil
acceso hasta las puertas de la santa y celestial Jerusalén, cada tribu a
aquella puerta donde hallare escrito su nombre: Y en las puertas doce
ángeles, y los nombres escritos, que son los nombres de las doce tribus
de los hijos de Israel 2. Este acceso será sin duda, no para honrar y res-
petar a sus respectivos príncipes, sino para consultarlos en cualquier
duda, y para recibir por su medio las órdenes del sumo Rey, y comuni-
carlas a toda la tierra; pues entonces, como se lee en Isaías y Miqueas,
de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén 3.
[122] Este juicio de los doce apóstoles de Cristo sobre las doce tri-
bus de Jacob se halla, es verdad, oscurísimo en todos los intérpretes;
mas leídos sin preocupación los dos lugares del Evangelio que acabo
de citar, parece claro e innegable que los doce apóstoles de Cristo es-
tán destinados, según sus promesas, a ser los príncipes, o los jueces
inmediatos, sobre las doce tribus de Israel, cada uno sobre la que le se-
rá señalada; ni es creíble, ni aun sufrible a mi parecer, que una prome-
sa tan grande y tan expresa del Hijo de Dios, hecha nominadamente a
sus doce apóstoles, se reduzca finalmente a lo que se halla hasta ahora
reducida en el sistema vulgar, esto es, a nada. San Jerónimo, sobre es-
te lugar, expone así, o hace hablar al Señor en esta forma: Os sentaréis
sobre doce tronos (para condenar) a las doce tribus de Israel; porque
aquéllas no quisieron creer a vosotros que creíais 4. Mas este honor,
¿lo tendrán solamente los doce apóstoles de Cristo? ¿No será común a
todos los que hubieren creído, de toda tribu, y lengua, y pueblo, y na-
ción? 5. ¿No condenarán éstos en este mismo sentido a todos los in-
crédulos, porque aquellos no quisieron creer a vosotros que creíais?
Otros confunden demasiado la promesa de Cristo a sus apóstoles, con
la promesa que se lee en el mismo lugar a todos los que dejaren el pa-
dre y la madre, etc. Mas a estos últimos sólo se les dice: Y cualquiera
que dejare… recibirá ciento por uno, y poseerá la vida eterna 6; no se
les dice: Os sentaréis, etc. Otros van por otros caminos igualmente ás-
peros y oscuros, y todos van a parar confusamente al día de la resu-
1 Apoc. 20, 4.
2 Apoc. 21, 12.
3 Is. 2, 3; Miq. 4, 2.
4 SAN JERÓNIMO, in Luc., cap. 22, 30.
5 Apoc. 5, 9.
6 Mt. 19, 29.
764 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Lc. 9, 33.
2 Lc. 20, 36.
3 Sal. 8, 4.
4 Rom. 8, 17.
5 Heb. 1, 2.
6 Sab. 3, 7-8.
7 Sal. 149, 5.
8 Is. 60, 8.
9 Lc. 19, 12.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 765
1 Act. 1, 3.
2 Mt. 27, 53.
3 1 Tes. 4, 14.
4 1 Tes. 4, 16.
5 1 Tes. 4, 16.
6 Rom. 11, 29.
766 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 18, 2.
2 Is. 24, 13.
3 Is. 18, 7.
4 Sal. 95, 3 y 10.
5 2 Ped. 3, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 767
1 Sal. 71, 8.
2 Is. 24, 14-16.
3 Mc. 16, 15.
4 Apoc. 20, 4.
5 1 Tes. 4, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 769
dice Dios; despertaos y dad alabanza los que moráis en el polvo; por-
que tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los im-
píos) la reducirás a ruina… Porque he aquí que el Señor saldrá de su
lugar, para visitar la maldad del morador de la tierra contra él; y
descubrirá la tierra su sangre, y no cubrirá de aquí adelante a sus
muertos 1.
[136] Fuera de estos interfectos de Dios, que él mismo llama su-
yos, que murieron muerte violenta por el testimonio de Jesús y por la
palabra de Dios, habrá sin duda otros muchísimos de insigne santidad
y bondad, que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrec-
ción de los muertos 2. ¿Cuáles serán estos? Serán estos mismos, y no
otros, hombres de insigne santidad y bondad. Serán todos aquellos
que han obrado justicia, y la enseñan con sus palabras y con sus obras:
Mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de
los cielos 3; y en Daniel se lee: Y los que enseñan a muchos para la jus-
ticia (brillarán) como estrellas por toda la eternidad 4. De unos y
otros habla el Apóstol cuando dice: Las primicias, Cristo; después, los
que son de Cristo 5. Esta expresión, los que son de Cristo, para que
ninguno le dé una extensión latísima e indefinida, como si hablase con
todos los que entraren a la vida, la explica el mismo Apóstol en otra
parte por estas formales palabras: Y los que son de Cristo, crucificaron
su propia carne con sus vicios y concupiscencias 6. ¿Y pensáis, amigo,
que todos los Cristianos que han entrado hasta ahora a la vida, o po-
drán entrar en adelante, son o serán de Cristo de esta manera? ¿Os fal-
tarán ojos o discreción para juzgar entre ganado y ganado…, entre el
ganado grueso y el flaco? 7. ¿No veis la diferencia casi infinita entre
unos y otros?
[137] De estos últimos, que crucificaron su propia carne con sus
vicios y concupiscencias, y de los interfectos que padecieron muerte
violenta por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, habla el
mismo Señor en el sermón del monte en la primera y octava bienaven-
turanza: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos… Bienaventurados los que padecen persecución
por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos 8.
[138] Los primeros son evidentemente los humildes de corazón,
los cuales, crucificados con el mundo, y el mundo con ellos 9, viven
rior. ¿Cómo están ahora? Están sus almas con Cristo y donde está
Cristo; descansan en el seno de Dios; gozan de su vista (más o menos)
conforme a la capacidad de cada uno, etc. Pues esto mismo tendrán en
el siglo futuro de que vamos hablando, con sola la diferencia de mudar
de sitio o de ubicación, como se explican los escolásticos; esto es, de
venir con Cristo a nuestra tierra: Los otros muertos no entraron en
vida (dice San Juan), hasta que se cumplieron los mil años 1. Vendrán
estas almas bienaventuradas con Cristo a nuestra tierra; mas no resu-
citarán hasta la resurrección general de toda carne. ¿Por qué? Porque
no serán de aquellos que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la
resurrección de los muertos. ¿Y esto por qué? Porque habiendo sido
Cristianos, no fueron de aquellos que crucificaron su propia carne con
sus vicios y concupiscencias; no fueron de aquellos pobres de espíritu,
y humildes de corazón, que practicaron animosamente aquel consejo
del Señor: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; no fueron de
aquellos que padecieron persecución por la justicia; no fueron, en fin,
de aquellos a quienes promete el mismo Señor que serán sus conjueces
o correinantes, así como fueron en esta vida sus amadores e imitado-
res: Y al que venciere, dice él mismo, y guardare mis obras hasta el
fin, yo le daré potestad sobre las Gentes, etc. 2; a quien venciere, lo
haré columna en el templo de mi Dios, y no saldrá jamás fuera: y es-
cribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi
Dios, la nueva Jerusalén, que descendió del cielo de mi Dios, y mi
nombre nuevo 3; al que venciere, le haré sentar conmigo en mi trono:
así como yo también he vencido, y me he sentado con mi Padre en su
trono 4. Todas estas expresiones no suenan otra cosa obvia y racio-
nalmente, por más que se busque, sino lo activo del reino de Cristo, o
la corte o curia del sumo rey.
SÉPTIMA
[143] Fuera de los santos verdaderamente tales, de insigne santi-
dad y de sólidas virtudes, que se hallarán dignos de aquel siglo y de la
resurrección en la venida del Señor, ¿habrá también algunos otros de
insigne maldad e iniquidad, que tendrán parte en aquella primera re-
surrección?
[144] Se responde afirmativamente, según el testimonio claro e
innegable de varias Escrituras, a las cuales en el sistema o ideas ordi-
narias no se les halla sentido alguno, capaz de contentar al sentido
común, como luego veremos. Estos iniquísimos, resucitados en aquel
1 Apoc. 20, 5.
2 Apoc. 2, 26.
3 Apoc. 3, 12.
4 Apoc. 3, 21.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 773
día junto con los mayores santos, serán sin duda aquellos hombres que
habían puesto su terror en la tierra de los vivientes 1: soberbios, alti-
vos, inhumanos y crueles, que abusando de la potestad que se les dio
de arriba, y olvidándose de que eran hombres semejantes a nosotros,
sujetos a padecer 2, hicieron gemir al linaje humano. Oprimieron in-
justamente y persiguieron tiránicamente a los santos del Altísimo; hi-
cieron derramar serenamente ríos de lágrimas, y también torrentes de
sangre inocente, etc.
[145] De la resurrección de estos y otros semejantes, juntamente
con los mayores santos, se dice en Daniel: Y muchos de aquellos que
duermen en el polvo de la tierra, despertarán: unos para la vida
eterna, y otros para oprobio, para que lo vean siempre 3. Con este
texto concuerda perfectamente el capítulo 5 de la Sabiduría. Y otros
para oprobio, para que lo vean siempre, se dice en Daniel; aquí se di-
ce manifiestamente de estos mismos: Viéndolos serán turbados con
temor horrendo, y se maravillarán de la repentina salud, que ellos no
esperaban 4.
[146] A todo esto añade Isaías (capítulo 66, versículo 24) que estos
mismos infelices resucitados, a quienes da el nombre de cadáveres, no
sólo verán con temor horrendo la gloria de los hijos de Dios, a quienes
despreciaron y persiguieron; sino que ellos mismos serán vistos de to-
dos, y como expuestos a la vergüenza de todos los que tuvieren ojos.
¿Y esto cuándo? Cuando de todas las partes de la tierra irán los hom-
bres a visitar y a adorar a su Rey y Señor (del cual misterio hablaremos
de propósito cuando sea su tiempo). Según el Evangelio de San Mateo
(capítulo 26, versículo 64), parece que tendrán parte en esta primera
resurrección, entre los más inicuos, aquellos iniquísimos que en conci-
lio pleno sentenciaron a su Mesías, lo reprobaron, y lo llevaron hasta
la cruz, y aun hasta el sepulcro.
[147] Diréis acaso, como ciertamente se dice, que el texto de Da-
niel, que parece el más claro, el más decisivo, y por eso el más formi-
dable, puede explicarse de este modo: Muchos de aquellos que duer-
men en el polvo de la tierra, despertarán; esto es, todos, que serán
muchísimos 5. ¡Oh amigo! ¿Y en qué tribu, lengua, pueblo o nación,
aun la más rustica y grosera, podremos hallar este modo de hablar?
Oídme ahora estas dos proposiciones. Primera: muchos de éstos que
habitan en la tierra son Cristianos. Segunda: muchos de éstos que
habitan en la tierra son Mahometanos. Estas dos proposiciones son
1 Apoc. 12, 6.
2 Miq. 7, 15.
3 Os. 2, 15-16.
4 Is. 11, 11.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 777
los tiempos de las naciones 1, debe volver algún día, según las mismas
Escrituras, a la gracia del esposo; debe ser otra vez llamada en sus re-
liquias preciosas, congregada con grandes piedades, y también asun-
ta, según la expresión de San Pablo, a su antigua dignidad, como que-
da no sólo dicho, sino probado en varias partes de esta obra, princi-
palmente en el fenómeno 5, aspecto 3.
[152] Pues ésta es la primera cosa y la más admirable que debe su-
ceder en nuestro nuevo cielo y nueva tierra, luego inmediatamente des-
pués de la venida del Señor a la santa y celestial Jerusalén. Las profecías
que anuncian este gran suceso son innumerables, al paso que clarísi-
mas; las cuales será bien tener ahora presentes, principalmente aque-
llas pocas y más notables que quedan ya observadas, y que no es posible
repetirlas sin enfadar a los que leen. Entre éstas me atrevo solamente a
repetir o recordar en breve lo que se halla en el capítulo 2 de Oseas, el
más lacónico de todos los Profetas, pues en este capítulo 2 se lee en po-
quísimas palabras todo este gran misterio desde el principio hasta el fin.
[153] Empieza el Señor amenazando a su infiel e ingratísima espo-
sa, que llegará el caso de arrojarla de sí, de no mirarla ya como esposa
suya, ni compadecerse de ella ni de sus hijos. Juzgad, empieza la pro-
fecía (o como leen los LXX, sed juzgadas con vuestra madre), juzgad-
la: porque ella no es mi mujer, ni yo su marido… Y no tendré miseri-
cordia de sus hijos 2. Pasa luego a anunciarle los grandes e innumera-
bles trabajos que deberá sufrir en los tiempos de su destierro, de su
abandono total, de su viudez y soledad, y todos venidos de su mano y
dispuestos por su justicia: Por esto he aquí que yo cercaré tu camino
con espinas, y lo cercaré con paredes, y no hallará sus senderos… Y
ahora manifestaré su locura a los ojos de sus amadores…, y nadie la
sacará de mi mano; y haré cesar todo su gozo, su solemnidad, su
neomenia, su sábado, y todos sus días festivos. Y destruiré su viña, y
su higuera, etc. 3. ¿Y no es éste el estado en que ha visto y ve todavía el
mundo universo a esta infeliz esposa dieciocho siglos ha?
[154] Finalmente, desde el versículo 14 hasta el fin de todo este
capítulo, no le anuncia ya otra cosa sino misericordias, beneficencia y
prosperidades tan grandes, que su misma grandeza nos admira, como
son: su vocación y verdadera conversión; su conducción a otra soledad
semejante a la del monte Sinaí, para hablarle allí, no ya solamente a
los ojos y a los oídos, sino inmediatamente al corazón; su penitencia,
su llanto, su justificación y su perfecta satisfacción; y después de todo
esto, como una consecuencia necesaria de las promesas de Dios, su
nuevo desposorio bajo otro tratado, testamento o pacto sempiterno:
1 Os. 2, 14-15.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 779
ta: ¿Se sabe de cierto, sin que sea lícito dudarlo, que el autor o escritor
de este admirable epitalamio fuese el rey Salomón? Ni aun esto sabe-
mos de cierto, por más que lo aseguren tantos fundados en la opinión
de algunos rabinos. Dicen (como por una prueba o fundamento irre-
sistible) que en el Cántico mismo se ve nombrado cuatro veces el rey
Salomón. Mas sería bien advertir que estas cuatro veces que se nom-
bra, siempre se nombra en tercera persona, y siempre como una mera
parábola o semejanza, de las cuales semejanzas o parábolas se compo-
ne todo el Cántico divino, desde la primera hasta la última palabra.
Pues ¿quién es el autor o el escritor de este Cántico divino? Amigo, yo
no lo sé, ni lo deseo saber, porque esta noticia nada me importa. So-
lamente sé, y esto sin duda ni disputa, que su verdadero autor es el
Espíritu Santo, que habló por las Profetas; pues así la antigua sinago-
ga, como la Iglesia cristiana, no solo dispersa, sino también congrega-
da en el Espíritu Santo, lo ha tenido siempre entre sus libros canóni-
cos o divinos, y lo ha estimado y venerado no menos que a Moisés y a
los Profetas. Esta sola consideración me basta a mí para no creer (an-
tes reprobar como una idea insufrible) que el Cántico de los Cánticos
contenga los amores mutuos e impúdicos del joven Salomón con Abi-
sac Sumamitidis, última esposa del santo y decrépito rey David, como
pensaron imprudentemente muchos rabinos; ni tampoco con la hija
de Faraón, como han pensado tantos cristianos.
[158] Pero, a lo menos, ¿es cierto, decís, que el esposo del Cántico
(sea en figura o en realidad) no es otro que Jesucristo, ni la esposa
puede ser otra que la Iglesia de Cristo? Esta segunda parte de la pro-
posición yo la concedería sin gran dificultad, si no supiese de cierto lo
que queréis que entendamos por estas palabras, Iglesia de Cristo, es a
saber, la Iglesia presente de las Gentes, y el estado presente que ha te-
nido hasta el día de hoy, y que tendrá o podrá tener hasta la venida del
Señor. En esta inteligencia no podremos convenir jamás. ¿Por qué?
Porque es una inteligencia violentísima, y a más de esto falsa e impro-
bable. Sobre lo cual (por ahorrar disputas inútiles) yo no cito, ni pien-
so citar, otra autoridad ni otro testigo que a vos mismo.
[159] No ignoráis que hombres ingeniosísimos y sapientísimos
han trabajado infinito sobre esta idea general, con deseo y ansia de
acomodar y hacer servir este epitalamio divino a la Iglesia presente.
Tampoco podéis dudar (después de haberlos consultado) su modo de
proceder sobre este asunto, esto es, que dicen y no hacen, afirman y no
prueban. Dicen y afirman en general que la esposa del Cántico es la
Iglesia católica presente; mas llegando a lo particular, o a la explica-
ción o acomodación de las diversas particularidades que se leen en el
Cántico mismo, ya no se ve tal Iglesia católica presente. Se busca ésta y
no se halla, fuera de dos o tres veces, porque no parezca que la han ol-
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 781
1 Cant. 4, 7.
2 1 Tim. 3, 15.
782 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 1 Cor. 5, 6.
2 Jer. 2, 22-23.
3 Col. 3, 5.
4 Apoc. 12, 14.
784 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 54, 6 y 9.
2 Is. 51, 17.
3 Is. 52, 2; 60, 15 y 17.
4 Jer. 30, 17.
5 Bar. 5, 1-2.
6 Is. 49, 21.
7 Eclo. 36, 18.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 785
1 Is. 6, 12-13.
2 Lc. 8.
3 Is. 6, 13.
4 Jn. 8, 40.
5 Is. 60, 17-18 y 21.
6 Jer. 31, 2 y 34.
7 Jer. 50, 20.
786 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Bar. 4, 28-29.
2 Ez. 37, 24-28; 39, 29.
3 Sof. 3, 12 y 16-17.
4 Cant. 4, 7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 787
gún las Escrituras, según las historias, y según nuestro sentido común)
que a la esposa antigua, y entonces nueva, de que vamos hablando,
cuando ésta salga de su soledad.
PÁRRAFO 4
Lo primero
[177] Primeramente: el esposo de este divino Cántico, que no puede
ser otro sino el Mesías, el Hijo de David y de Abraham, el Hijo de Dios,
o el Hombre Dios, le da a la esposa varias veces el nombre de hermana,
juntamente con el de esposa 1. Esta expresión singular, ¿a quién puede
competer, con toda verdad y propiedad, sino a la mujer vestida del sol,
o a la esposa antigua en su nuevo desposorio? Esta también le da al
esposo el nombre de hermano, en el capítulo 8, versículo 1. Diréis cier-
tamente que Jesucristo llamó hermanos, hermanas, y aun madre, a
cualquiera que hiciese la voluntad de su Padre 2. Bien. Mas yo pregun-
to ahora: Jesucristo, por estas palabras dichas en aquellas circunstan-
cias, ¿negó acaso que era hijo verdadero, según la naturaleza, de la
santa Virgen María? ¿Negó que esta santísima y admirable criatura
hacía la voluntad de su Padre? ¿Negó que eran sus parientes, o en fra-
se ordinaria de la Escritura, sus hermanos, los que acompañaban en
aquella ocasión a su santísima Madre? Cierto que no. Conque estas pa-
labras de Cristo, lo que prueban únicamente es esto: que la esposa de
que hablamos tendrá en aquellos tiempos dos verdaderos títulos por
donde merecer el nombre de hermana que le da el esposo, y aun el de
madre, que también le da en el capítulo 3, versículo 11: lo uno, por ser-
lo en realidad, siendo ambos esposos hijos de Abraham y Sara, de
Isaac y de Jacob; lo otro, porque en aquel tiempo hará ya la esposa,
plena y perfectamente, la voluntad del Padre celestial, y de un modo
basta entonces inaudito. Así le dice y le anuncia para este tiempo el
mismo Espíritu de Dios: De allí adelante no serás llamada Desampa-
rada… mas serás llamada mi Voluntad en ella…; y en el versículo 12
añade: Y los nombrarán pueblo santo, redimidos por su Señor, etc. 3.
Lo segundo
[178] Prosigamos. A esta esposa de que hablamos, y en el tiempo y
circunstancias que vamos diciendo, le competen únicamente con toda
propiedad aquellas palabras: La voz de la tórtola se ha oído en nues-
tra tierra 4. La voz o canto de la tórtola no parece otra cosa que un
continuo llanto y gemido tristísimo; y ésta ha sido casi toda la ocupa-
1 Cant. 4, 9.
2 Mt. 12, 50.
3 Is. 62, 4 y 12.
4 Cant. 2, 12.
788 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sant. 1, 17.
2 Cant. 8, 5.
3 Is. 10, 20-21.
4 Apoc. 12, 6.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 789
1 Cant. 3, 6.
2 Cant. 4, 10 y 12-14 y 16.
3 Ez. 20, 41.
790 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Apoc. 12, 6.
2 Cant. 2, 10-11 y 13-14; 4, 8.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 791
PÁRRAFO 5
[187] Esta idea general que aquí propongo de la inteligencia literal
y genuina de los Cantares, me parece tal hablando simple y sincera-
mente. Leed, amigo, con esta idea todo este epitalamio divino, y me
atrevo a aseguraros que no hallaréis otra cosa más natural, ni más se-
guida, ni más clara, ni más conforme a las magníficas expresiones de
los Profetas y Salmos, y también de muchas Escrituras del Nuevo Tes-
tamento. No hay duda que os parecerán oscuras y difíciles muchas co-
sas particulares; ya porque no entenderéis luego al punto la significa-
ción verdadera de las metáforas, o semejanzas admirables con que ex-
plican estas cosas particulares; ya también porque, después de haber-
las entendido generalmente y en sustancia, no podréis contraerlas con
facilidad al misterio y tiempo de que hablamos. Estas cosas particula-
res (que no son muchas) me tuvieron también a mí no poco tiempo
suspenso e indeciso, hasta que advertí, o empecé a sospechar con ve-
hementísimo recelo, que la esposa, o el Espíritu Santo en persona su-
ya, refiere aquí todo cuanto le ha sucedido en los tiempos de su cegue-
dad, de sus tinieblas, de su viudez, de su esterilidad, de su transmigra-
ción y dispersión entre todas las naciones.
[188] Por ejemplo, cuando dice en el capítulo 3: En mi lecho (o en
mi aposento) por las noches busqué al que ama mi alma; le busqué, y
no le hallé. (Dije): Me levantaré, y daré vueltas a la ciudad; por las
calles y por las plazas buscaré al que ama mi alma; le busqué, y no le
hallé 1, ¿no es esto puntualmente lo que le ha sucedido a esta infeliz,
desde que se le escondió por su incredulidad e iniquidad el sol de jus-
ticia, y la dejó en tinieblas? ¿No es esto mismo lo que anunció clarísi-
mamente su Mesías, cuando le dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis;
y donde yo estoy, vosotros no podéis venir? 2. Los que oyeron estas
palabras, prosigue San Juan, decían entre sí (y decían la verdad sin
entenderla): ¿A dónde se ha de ir éste, que no le hallaremos? ¿Querrá
ir a las Gentes que están dispersas, y enseñar a los Gentiles? ¿Qué pa-
labra es ésta que dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis; y donde yo
estoy, vosotros no podéis venir? 3. En otra ocasión les dijo el mismo
Señor estas palabras, tomadas evidentemente del salmo 117: No me
veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor 4.
En el salmo 126 se les dice y notifica a este mismo propósito: Vano es
para vosotros levantaros antes de amanecer 5. Y San Pablo, plena-
mente instruido en la verdadera inteligencia de las Escrituras, dice ex-
1 Cant. 3, 1-2.
2 Jn. 7, 34.
3 Jn. 7, 35-36.
4 Mt. 23, 39.
5 Sal. 126, 2.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 793
1 Cant. 3, 4.
2 Mt. 17, 11.
3 Lc. 16, 31.
4 Lc. 19, 15.
Capítulo 9
División de la tierra santa entre las
reliquias de las doce tribus de Jacob.
Jerusalén de los profetas,
todavía viadora, y su templo
PÁRRAFO 1
[193] Habiendo salido del desierto la mujer solitaria, como el alba
al levantarse, hermosa como la luna, escogida como el sol, terrible
como un ejército de escuadrones ordenado 1, como varita de humo de
los aromas de mirra, y de incienso, y de todo polvo de perfumero 2, to-
da… hermosa 3, apoyada sobre su amado 4; habiendo celebrado su
nuevo desposorio con otra nueva alianza o pacto sempiterno, con una
solemnidad infinitamente mayor que la del desierto del monte Sinaí,
pacto que invalidaron 5; habiendo ungido y coronado a su hermano y
esposo como a rey propio suyo, no obstante que viene coronado del Pa-
dre como rey universal de todo lo criado, etc.; se debe luego seguir na-
turalmente, o diremos mejor, necesariamente, el cumplimiento pleno y
perfecto de tantas y tan magníficas promesas del Dios divino y verdade-
ro, fidelísimo en todas sus palabras y santo en todas sus obras 6, que
leemos expresas y claras en la Escritura de la verdad; las cuales mani-
fiestamente no han tenido hasta ahora, ni han podido tener, según la
misma Escritura, su pleno y perfecto cumplimiento.
[194] Aunque estas promesas de que hablo son poco menos que
innumerables, mas en el tiempo y circunstancias en que ya nos halla-
mos en espíritu, esto es, en el cielo nuevo y nueva tierra que espera-
mos según sus promesas 7, las que se ofrecen luego inmediatamente a
nuestra consideración son estas tres principales, de que dependen o se
siguen naturalmente todas las otras, y que por esto mismo son las más
oscuras (como dicen), y tal vez dijeran mejor, las más repugnantes, las
más enemigas, las más perjudiciales al sistema vulgar.
1 Cant. 6, 9.
2 Cant. 3, 6.
3 Cant. 4, 7.
4 Cant. 8, 5.
5 Jer. 31, 32.
6 Sal. 144, 13.
7 2 Ped. 3, 13.
796 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Lam. 1, 1.
2 Is. 54, 7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 797
vos mismo: ¿Todas estas cosas, o algunas de ellas, se han verificado ya?
Si todavía teméis daros a vos mismo una respuesta categórica, consultad
este punto gravísimo con alguno, o muchos sabios de vuestra mayor sa-
tisfacción, como debemos hacerlo, según todas las leyes de la prudencia,
en caso de duda. Abrid después un expositor (digo alguno, porque sé de
cierto que en estos puntos de que hablamos, lo mismo hallaréis en uno
que en ciento), y después de haberlo consultado diligentísimamente,
confrontadlo como debe ser con la profecía misma, y me parece a mí
que con esta sola diligencia abriréis los ojos, como un hombre a quien
se le despierta de un sueño 1, y veréis cosas que os parecían invisibles;
mas ¿cómo invisibles, siendo tan grandes, tan claras y tan obvias?
[201] Os dirán unos sobre estos capítulos últimos de Ezequiel cosas
buenas, verdaderas, pías y santas; mas si les preguntáis si son éstas,
realmente hablando, las que se dicen y anuncian en la misma profecía,
tengo por cierto por mi propia experiencia que habréis de esperar la
respuesta hasta el día de la eternidad. Otros, y los más, os dirán oscurí-
simamente que, aunque todas estas cosas se enderezaron a la letra a la
vuelta de Babilonia, en tiempo de Ciro; mas en otro sentido más alto,
esto es, alegórico, se enderezaron principalmente a nuestra Iglesia pre-
sente. Cómo se puedan estas cosas acomodar a nuestra Iglesia, yo no lo
sé, pues aun lo poquísimo que se dice, aun por doctores ingeniosísimos,
lo leo, y lo vuelvo a leer, y no lo entiendo. Me parece infinitamente más
claro el texto del profeta que su explicación. Os dirán, en fin, otros más
animosos (o más celosos del sistema vulgar), y aun tirarán a persua-
diros, que todas estas cosas de que hablamos, o las más de ellas, no ad-
miten sentido literal. Mas ¿por qué no? ¿Hay alguna cosa en la Escritu-
ra santa, ni la puede haber, que no admita, y que realmente no tenga
sentido literal? Si se me muestra alguna, yo abriré al punto la Biblia sa-
grada, y mostrando lo que primero ocurre, diré con la misma animosi-
dad que aquello que leo, sea lo que fuere, no admite sentido literal. ¿Por
qué? Porque no hay razón alguna, ni la puede haber, para que unas co-
sas admitan sentido literal (esto es, propio y genuino, como cualquiera
otra escritura humana en cualquiera lengua que sea), y otras no. Por-
que no hay razón alguna, ni la puede haber, y por eso no se produce, pa-
ra exceptuar a la voluntad ésta o aquélla de la regla general cierta, se-
gura e indubitable, establecida por los mismos doctores, y perfecta-
mente conforme a los principios de la recta razón.
[202] Todas estas cosas de que actualmente hablamos (os oigo re-
plicar, aunque con voz bajísima y que apenas se percibe) no admiten
ni pueden admitir sentido literal, propio y genuino, porque repugnan,
porque contradicen, porque chocan, porque aniquilan; en suma, por-
1 Zac. 4, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 799
1 Sal. 121, 1.
2 Sal. 146, 2.
3 Capítulos 3, 30, 31 y 32.
4 Jer. 31, 25-37.
802 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 2 Ped. 3, 13.
2 2 Ped. 3, 13.
3 2 Ped. 3, 13; Is. 65, 17.
806 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Dan. 9, 27.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 807
1 Mal. 1, 4.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 809
1 Is. 1, 11 y 13.
2 Gen. 8, 21.
3 CANON DE LA MISA.
4 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Ia IIæ, q. 102, art. 3.
5 Heb. 9 y 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 811
1 Rom. 8, 23.
2 Act. 6, 7.
812 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 7
[235] No temáis, oh Cristófilo, que en esta nuestra Iglesia presen-
te, antes de la venida gloriosa del Señor, se hayan de ofrecer alguna
vez al verdadero Dios los sacrificios legales de la antigua; ni tampoco
penséis, por un solo momento, que yo soy capaz de avanzar tan mani-
fiesto absurdo. Los profetas de Dios que anuncian tantas veces, y con
tanta claridad, otra Jerusalén todavía futura y ciertamente viadora,
otro templo (en parte, no en todo semejante al antiguo), y en este tem-
plo algunos de los antiguos sacrificios (no todos), evidentemente no
hablan de este tiempo, ni de esta Iglesia presente, ni de este día de los
hombres; o en suma, no hablan de esta tierra vieja, y cielos o climas vie-
jos en que nos hallamos desde el diluvio de Noé; hablan únicamente
de la tierra y cielos nuevos, que esperamos según sus promesas 1; pues
de otro modo se contradijeran entre sí, y se matarían unos a otros 2.
[236] Así como el antiguo templo de Jerusalén, y Jerusalén mis-
ma, no pueden edificarse, según las Escrituras, mientras durare este
siglo, o este tiempo de las naciones, o esta tierra vieja en que vivimos
desde Noé, segundo padre del linaje humano, etc.; así no hay que te-
mer por ahora dichos sacrificios en el templo de Jerusalén. ¿Qué te-
nemos que temer por ahora, cuando sabemos de cierto que Jerusalén y
su templo perseverarán destruidos hasta la consumación y el fin? 3.
[237] De aquí se infiere manifiestamente (y ésta es una verdadera
apología de casi todos los doctores cristianos que han tocado estos
puntos, desde el siglo IV hasta el día de hoy): se infiere, digo, manifies-
tamente, que todos los que, espantados del grande y terrible fantasma
de los Milenarios, no han recibido otro siglo futuro, otro día, otro es-
pacio grande de tiempo entre la venida gloriosa del Señor y el juicio o
resurrección universal; ni tampoco, por consiguiente, otra nueva tierra
y nuevo cielo, etc., han tenido todos suma razón para espantarse tam-
bién, y tirar a huir, o prescindir de todo cuanto leen en los profetas de
Dios, de la Jerusalén futura, de su templo, de sus sacrificios, etc.
[238] Mas desvanecido este verdadero fantasma, ¿qué tenemos ya
que temer? ¿Quién nos ha pedido nuestro dictamen, o nuestro bene-
plácito, para lo que Dios hará o no hará, o podrá hacer o no, en otro si-
glo diverso, o en otra tierra del todo nueva, cuyo gobierno no nos toca?
Hará Dios entonces todo cuanto quisiere, y todo con infinita sabiduría,
quietud y bondad. Hará cosas nuevas e inauditas hasta el día de hoy:
Dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que yo hago nuevas
1 2 Ped. 3, 13.
2 Jue. 7, 22.
3 Dan. 9, 27.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 813
todas las cosas 1. Hará cosas que no somos capaces ahora ni aun de
imaginar; y entre éstas hará también individualmente todas cuantas
tiene anunciadas y prometidas para aquel tiempo por sus siervos los
Profetas…, en las cuales es imposible que Dios falle 2.
[239] Por consiguiente, habrá en aquellos tiempos, y en aquella
nueva tierra, una ciudad llamada Jerusalén, capital y centro de uni-
dad, no solamente de las doce tribus de Jacob, recogidas con grandes
piedades, sino también de todas las tribus, pueblos y naciones de todo
nuestro orbe, como diremos a su tiempo. Habrá en esta ciudad capital
un templo magnífico, ni más ni menos como lo describe Ezequiel. Se
depositará otra vez en este nuevo templo la misma arca sagrada del
Antiguo Testamento, el tabernáculo y el altar que escondió Jeremías,
por una orden expresa que recibió de Dios 3, en una cueva del monte
Nebo, profetizando: Que será desconocido el lugar, hasta que reúna
Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces
mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y
habrá nube, como se manifestaba a Moisés, y así como apareció a
Salomón, cuando pidió que el templo fuese santificado para su gran-
de Dios 4. En suma: se volverán a ver en aquel templo, y únicamente
en él, lo que ahora tanto se teme, como si hablara con nosotros, a sa-
ber, algunos o muchos de los antiguos sacrificios y ceremonias.
PÁRRAFO 8
[240] Mas ¿para qué (os oigo replicar últimamente), para qué fin
en este nuevo templo, ya cristiano como se supone, estos antiquísimos
sacrificios y ceremonias de la antigua alianza? ¿Para qué fin se ha de
volver a colocar en él la misma arca, el mismo tabernáculo y altar que
se hizo en el desierto, según el modelo que a Moisés ha sido mostrado
en el Monte? 5. ¡Oh Cristófilo! Esta pregunta hacédsela al Espíritu San-
to, no a mí. ¿Qué queréis que yo sepa de los fines y consejos de Dios?
Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su conseje-
ro? 6. No obstante, permitidme que os diga con las palabras de Cristo:
Si puedes creer, todas las cosas son posibles para el que cree 7. Si po-
déis creer sinceramente todas estas cosas, y otras semejantes que leéis
claras y expresas en la Escritura de la verdad, no hallaréis tanta difi-
cultad en entenderlas. Mas si queréis primero entenderlas todas con
ideas claras; si para creerlas esperáis verlas todas conformes, o no re-
1 Apoc. 21, 5.
2 Apoc. 10, 7; Heb. 6, 18.
3 2 Mac. 2, 4.
4 2 Mac. 2, 7-8.
5 Ex. 25, 40.
6 Rom. 11, 34; 1 Cor. 2, 16.
7 Mc. 9, 22.
814 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Primero
[246] En el salmo 50 leo estas palabras: Haz bien, Señor, a Sión
con tu buena voluntad, para que se edifiquen los muros de Jerusalén.
Entonces aceptarás sacrificio de justicia, ofrendas, y holocaustos: en-
tonces pondrán sobre tu altar becerros 1. ¿Qué sacrificio de justicia
puede ser éste, que aceptará Dios juntamente con las oblaciones, holo-
caustos y becerros, cuando se edifiquen los muros de Jerusalén? La
respuesta a esta pregunta os parecerá sin duda a primera vista no muy
difícil; no obstante, yo la busco y no la hallo. Digo que no la hallo, por-
que lo poquísimo que hallo sobre este punto particular no lo entiendo,
y aun me parece ininteligible. Por ejemplo: Para que se edifiquen los
muros de Jerusalén… esto es: el templo que le falta. Entonces acepta-
rás sacrificio de justicia… esto es: el sacrificio que se origina de un
ánimo justo y pío. ¿Los muros Jerusalén, es lo mismo que su templo?
¿El sacrificio que procede de un ánimo justo y pío, no lo había acepta-
do Dios antes que hubiese templo en Jerusalén? ¿Los sacrificios de
animales, merecen el nombre ilustre de sacrificios de justicia? Otros,
penetrando bien la gran dificultad, juzgan (a mi parecer temeraria-
mente) que estas palabras las añadieron al salmo 50 los cautivos de
Babilonia. Mas esta noticia, ¿de qué historia fidedigna la tomaron? Y
aunque esto se permitiese, ¿qué sacrificio de justicia ofrecieron a Dios
los que volvieron de Babilonia? El mismo que antes sin novedad algu-
na. Otros, en fin, y los más, se acogen aquí al recurso ordinario, que es
la alegoría, diciendo: Para que se edifiquen los muros de Jerusalén…,
esto es, la Iglesia de Cristo, en la cual aceptará Dios el sacrificio de
justicia, que no puede ser otro que el que le ofrecen los Cristianos.
Ahora bien, ¿los holocaustos y becerros que se ponen sobre el altar de
Dios deberán ser también holocaustos y becerros alegóricos?
Segundo
[247] En Isaías, capítulo 60, se dicen cosas tan grandes de la Jeru-
salén futura, que es imposible leerlas con mediana atención, sin for-
mar una idea la más sublime así de la gloria o magnificencia de dicha
ciudad, como de la justicia de todos sus habitadores. Entre las muchas
cosas que le anuncia el Señor, una de ellas es ésta: Todo el ganado de
Cedar se recogerá para ti, los carneros de Nabayot serán para tu
servicio; serán ofrecidos sobre mi altar de propiciación, y haré glo-
riosa la casa de mi majestad 2. Decís aquí que todo este capítulo habla
en sentido alegórico de las glorias de nuestra Iglesia presente, y en
sentido anagógico de la Iglesia triunfante; y yo os respondo que no me
1 Mal. 3, 1-4.
2 Mt. 11, 10; Lc. 7, 27.
3 Lc. 1, 17.
4 Is. 40, 3.
818 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Lc. 1, 17.
2 Is. 40, 1-3.
3 Mt. 17, 12.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 819
1 Mal. 3, 3.
2 Cant. 7, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 821
PÁRRAFO 1
[259] Entre las grandes dificultades y embarazos que halla casi a
cada paso el sistema vulgar, uno de ellos es la resolución de cierto pro-
blema, en que las Escrituras se ven opuestas entre sí; pues hablando
de un mismo suceso, unas afirman, otras niegan; unas aseguran con
toda claridad y formalidad posible que la cosa sucederá infaliblemen-
te, otras aseguran con la misma formalidad todo lo contrario. No hay
duda que esta oposición y enemistad de unas Escrituras con otras sólo
puede ser aparente, pues el Espíritu Santo no puede oponerse ni ne-
garse a sí mismo. Mas esta apariencia, ¿cómo la podemos conocer en
el sistema vulgar? Ardua cosa me pides 1. Explícome.
[260] Muchas, y aun muchísimas Escrituras, nos aseguran en tér-
minos formales, claros e individuales (como pudiera pedir la más rígida
y escrupulosa delicadeza), que ha de llegar finalmente cierto día, o si-
glo, o tiempo (tres palabras de que usan promiscuamente los escritores
sagrados, como que significan una misma cosa) en que toda nuestra
tierra, todos sus fines o términos, por cualquiera rumbo que se mire;
todos sus habitadores, todas sus tribus, cognaciones, familias, parente-
las, y aun todos sus individuos, sean benditos en Cristo; todos crean y
esperen en él; todos lo conozcan, lo adoren, lo bendigan, lo amen; por
consiguiente, todos sean Cristianos, y buenos Cristianos, unidos en una
misma fe, animados del mismo espíritu, y como una sola grey, simple e
inocente, bajo el gobierno y dirección de un solo pastor, etc. Ved aquí
como en un punto de vista algunas de estas Escrituras.
[261] La primera que se presenta a nuestra consideración, como la
más antigua de todas, es la promesa que hizo Dios, y que repitió y con-
firmó varias veces a su fidelísimo amigo el justo Abraham: En ti SERÁN
BENDITOS todos los linajes de la tierra 2. Y en el capítulo 18: Debiendo
SER BENDITAS en él todas las naciones de la tierra 3. Y en el capítulo
22: En tu simiente SERÁN BENDITAS todas las naciones de la tierra 4.
1 CICERÓN.
2 Gen. 12, 3.
3 Gen. 18, 18.
4 Gen. 22, 18.
824 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Gal. 3, 16.
2 Sal. 21, 28-29.
3 Sal. 71, 8-11, 15, 17 y 19.
4 Sal. 85, 9.
5 Is. 11, 9.
6 Is. 66, 23.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 825
1 Dan. 7, 14 y 27.
2 Zac. 14, 9.
3 Lc. 1, 48.
4 Dan. 2, 35.
5 Heb. 2, 8.
6 Heb. 2, 8.
7 Heb. 2, 5.
8 Gen. 12, 3.
9 Sal 71, 11; Jn. 4, 23.
10 Is. 24, 14.
11 Sal. 71, 17.
12 Sal. 71, 15.
13 Dan. 7, 27.
826 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Sal. 144, 7.
2 Is. 11, 9.
3 3 Rey. 4, 25; Miq. 4, 4.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 827
1 Mt. 5, 18.
2 Sal. 71, 15.
3 Sal. 144, 7.
828 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 2, 4.
2 Mt. 24, 14.
3 Lc. 8, 5-7.
4 1 Cor. 5, 1.
5 Mt. 24, 24.
6 Mt. 8, 25.
7 2 Tim. 3, 12.
8 Jn. 15, 20.
9 Mt. 13, 30.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 829
los reyes y Señor de los señores: Y todos los pueblos, tribus y lenguas
le servirán a él 1, todos los reyes de la tierra: todas las naciones le
servirán… Y serán benditas en él todas las tribus de la tierra: todas
las gentes le engrandecerán 2. Y adorarán en su presencia todas las
familias de las gentes 3. Veréis en el Evangelio a toda nuestra tierra
(como) un solo aprisco, y un solo pastor 4. Veréis, en suma, una idea
infinitamente ajena, y una diametralmente opuesta a la idea que nos
ofrecen estas dos palabras: trigo y cizaña.
PÁRRAFO 4
[281] La concordia entre aquellas proposiciones se busca inútil-
mente en los libros; pues ni aun siquiera se halla quien reconozca la di-
ficultad, o la necesidad de esta concordia. Los que defienden con los
Profetas la verdad de la primera proposición, que no son pocos ni de ín-
fima clase, parece que se olvidan absolutamente de la verdad de la se-
gunda, pues ni aun siquiera la tocan. Los que defienden expresamente
la verdad de la segunda, que son todos los intérpretes o comentadores
de los Evangelios, jamás los vemos hacerse cargo de la verdad de la
primera, ni de la necesidad de concordar la una con la otra. ¿Por qué
puede ser esta omisión en hombres piísimos y sapientísimos, sino por-
que en el sistema que siguen son absolutamente inconcordables ambas
proposiciones? ¡Cómo, hablando el Espíritu Santo de un mismo suceso
y de un mismo tiempo, según se pretende, afirmar dicho suceso, y jun-
tamente negarlo! ¡Anunciar que sucederá y que no sucederá! ¡Anun-
ciar, digo, que en todo el tiempo que debe mediar entre la primera y se-
gunda venida del Señor, todo el orbe y todas sus familias serán cristia-
nas, justas y santas, y anunciar al mismo tiempo que las más serán
inicuas, perjudiciales y aun anticristianas! ¡Decir, por ejemplo: Serán
benditas en ti todas las tribus de la tierra; todas las gentes le engran-
decerán…, todo el día le bendecirán; y al mismo tiempo decir: Dejad
crecer lo uno y lo otro hasta la siega 5; imposible es que no vengan es-
cándalos 6; es necesario que haya también herejías 7; mas el que no
cree ya ha sido juzgado 8; mas el que no creyere será condenado 9!
[282] Uno y otro decís, oh Cristófilo, que consta clara y expresa-
mente de la Escritura santa, y es preciso que uno y otro sea verdadero;
pues esta Escritura santa es un libro todo divino, compuesto todo de
1 Dan. 7, 14.
2 Sal. 71, 11 y 17.
3 Sal. 21, 28.
4 Jn. 10, 16.
5 Mt. 13, 30.
6 Lc. 17, 1.
7 1 Cor. 11, 19.
8 Jn. 3, 18.
9 Mc. 16, 16.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 831
verdades, y cuyo propio carácter o distinción entre todos los otros li-
bros es que ella siempre dice verdad, y los otros no siempre. ¡Oh ben-
dito del Señor: qué verdad tan importante nos decís aquí! ¿Y uno y
otro debe ser verdadero, porque así lo uno como lo otro consta expre-
samente de la Escritura santa? Mas, amigo mío, no es verdadero lo
uno y lo otro, ni lo puede ser, si queréis que se hable de un solo tiem-
po, pues la Escritura santa no es capaz de anunciar para un solo tiem-
po que una cosa será y no será. Como en vuestro sistema no hay más
de un solo tiempo, esto es, el intermedio entre la primera y segunda
venida del Señor; como en vuestro sistema la consumación del siglo, o
la vendimia, o la mies, es lo mismo que el fin del mundo; como en
vuestro sistema no hay que esperar otro tiempo, u otro siglo, u otra
nueva tierra y nuevo cielo, después de la gran vendimia, después de la
mies, después de la consumación del siglo, etc.; tampoco tenemos que
esperar una concordia sólida y firme entre unas y otras profecías. Mas
si se hace la debida distinción entre tiempo y tiempo, como la hace la
Escritura santa, todo lo hallamos concorde, claro, fácil y llano: Distin-
gue los tiempos, y concordarás los derechos 1. Las cosas opuestas, di-
versas, enemigas entre sí, que no pueden concurrir en un mismo tiem-
po sin destruirse las unas a las otras, ¿no podrán comparecer en diver-
sos tiempos, cada cual en el suyo propio? Si antes de la consumación
del siglo, o de la vendimia, o de la mies, no pueden todas verificarse,
¿no podrán verificarse plenísimamente unas antes, otras después? Es-
te después (volvéis a replicar) se hace durísimo el admitirlo, porque
destruye desde los cimientos nuestro sistema. Bien. ¿Y qué inconve-
niente halláis en esto? ¿No es éste el asunto o fin principal adonde se
endereza toda esta obra? ¿No es esto lo que venimos haciendo desde el
principio hasta el presente? Yo saco, pues, de aquí una consecuencia
que vos mismo debíais sacar, no cierto durísima en sí misma, sino an-
tes suavísima, como una de las más legítimas y justas que se han saca-
do jamás. Luego vuestro sistema no es bueno, ni lo puede ser en nin-
gún tribunal; pues ni es capaz de concordar unas Escrituras con otras,
ni de concordarse con ellas mismas.
PÁRRAFO 5
[283] Ya hemos dicho y también probado (con la prueba legítima y
única con que pueden probarse las cosas todavía futuras, que es la sola
autoridad divina, auténtica y clara) que en la venida del Señor Jesús,
que estamos esperando, así como ha de perecer esta tierra presente,
para dar lugar a otra tierra nueva, que también esperamos según sus
promesas 2, así ha de perecer en este trastorno universal la mayor y
1 ADAGIO DE JURISPRUDENCIA.
2 2 Ped. 3, 13.
832 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
et benedicent omnes gentes Dominum (VERSION. SEPTUAG., sup. Tob. 14, 8).
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 833
1 2 Cor. 4, 16.
2 Prov. 4, 18; Is. 59, 1.
3 Lc. 1, 37.
4 Sal. 144, 13.
5 Heb. 6, 18.
Capítulo 11
Medios o providencias extraordinarias
propias de aquellos tiempos,
para conservar en toda la tierra
la fe y la justicia
PÁRRAFO 1
[288] Una fe y justicia tan grande y tan universal, anunciada tan-
tas veces a la nueva tierra, y con expresiones tan magníficas en la Es-
critura de la verdad, no puede ciertamente concebirse sin algunos me-
dios o providencias nuevas, grandes, extraordinarias, así positivas co-
mo negativas, y generales para todo el orbe. Cuando hablo de medios
nuevos, no pienso por eso excluir del todo los que ahora tenemos; mu-
cho menos los que son de institución divina, como los siete sacramen-
tos, la jerarquía eclesiástica, la doctrina, los preceptos y consejos de
Jesucristo, contenidos en los Evangelios, la doctrina de los Apóstoles,
y generalmente hablando toda la moral de las Escrituras. Estas cosas
no hay duda que son suficientes, y más que suficientes para nuestra
perfecta santificación, para aquél que usa de ellas legítimamente 1,
como lo han sido para tantos santos, ni faltarán jamás mientras hubie-
re viadores. Mas fuera de estos medios que ahora tenemos en conse-
cuencia de la muerte del Hombre Dios, de su resurrección y de la efu-
sión del Espíritu Santo, hallamos todavía otros en la Escritura santa
que ahora ciertamente no tenemos, y que están evidentemente reser-
vados para el siglo venturo, o para la nueva tierra que esperamos; así
como tenemos ahora tantos nuevos, que no tuvieron los antiguos, pues
jamás ha dado Dios en un solo tiempo todo cuanto puede dar.
[289] Entre estos nuevos medios de que hablamos, el primero que
se ofrece a nuestra consideración es la presencia de Cristo mismo en
nuestra tierra, no solamente como lo tenemos ahora en el misterio to-
do de fe, o en el sacramento de la Eucaristía (el cual sacramento o mis-
terio, o sacrificio incruento, no faltará en aquellos tiempos), sino tam-
bién en su propia presencia y majestad, como está ahora en los cielos.
Estos dos modos de la presencia real de Jesucristo, como diversísimos
entre sí, los distinguen bastante bien los teólogos, a los que me remito.
1 1 Tim. 1, 8.
836 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Is. 11, 9.
2 1 Cor. 15, 6.
3 Mt. 27, 53.
4 Mt. 27, 53.
5 Act. 1, 3.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 11 837
1 Apoc. 12, 9.
2 Apoc. 20, 3.
3 1 Jn. 3, 8.
4 Mt. 7, 15.
5 Mt. 13, 30.
6 Zac. 13, 2.
838 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 2
[293] Desde el principio del mundo hasta el día presente, así como
no se ha visto jamás una justicia universal en todo nuestro orbe, así no
se ha podido ver una paz universal. Estas dos cosas parecen absoluta-
mente inseparables, como que dependen mutuamente la una de la
otra: o las dos han de vivir en el mismo orbe, como dos buenas her-
manas en la misma casa, o las dos han de faltar del todo, porque es
imposible viva la una sin la otra. Aun entre los dos primeros hermanos
que hubo en el mundo, no pudo conservarse la paz, porque el uno era
justo y el otro no; y rota la paz, se debió ver luego la injusticia.
[294] Este es, pues, el tercer medio que tiene Dios reservado en
sus tesoros para la justicia universal de la nueva tierra, esto es, la paz
universal. Esta paz universal, según las expresiones de la Escritura
santa, debe ser como la base y como la ley primaria y fundamental del
reinado de Cristo. Así se halla anunciada y prometida para aquellos
tiempos, no menos que la justicia universal: La justicia y la paz se be-
saron (o como lee la versión arábiga: Se vieron cara a cara 1), y se
anuncia en el salmo 84, el cual leído con mediana atención, se halla
todo entero, desde la primera a la última palabra, inacomodable a otro
tiempo fuera de los tiempos futuros, o del orbe futuro del que se habla.
En el salmo 14 se ve la misma idea: Venid (dice), y ved las obras del
Señor, las maravillas que puso sobre la tierra; que aparta las gue-
rras hasta la extremidad de la tierra. Hará trizas el arco, y quebrará
las armas, y quemará al fuego los escudos 2. Lo mismo en el salmo 75:
Y está hecho su asiento en la paz, y su morada en Sión. Allí quebró las
fuerzas de los arcos, el escudo, la espada y la guerra 3. Sígase hasta el
fin la consideración de este breve salmo, y se entiende al punto así lo
que anuncia como los tiempos de que habla.
[295] En Isaías se dice del Mesías, indubitablemente para su se-
gunda venida (pues en la primera ni ha sucedido, ni ha podido suceder
según las mismas predicciones), que juzgará a las naciones, y con-
vencerá a muchos pueblos; y de sus espadas forjarán arados, y de
sus lanzas hoces; no alzará la espada una nación contra otra nación,
ni se ensayarán más para la guerra 4. Y en el capítulo 9, versículo 6,
dice: Será llamado su nombre… Príncipe de paz. Se extenderá su im-
perio, y la paz no tendrá fin (o término): se sentará sobre el solio de
David 5, etc.
1 Miq. 4, 3-4.
2 Gen. 11, 1 y 9.
840 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
nini y Vatablo, para del día que yo me levantaré para despojar), por-
que mi sentencia es recoger las naciones, y reunir los reinos; y de-
rramaré sobre ellos mi indignación, toda la ira de mi furor; porque
con el fuego de mi celo será devorada toda la tierra. Porque entonces
daré a los pueblos labio escogido, para que todos invoquen el nombre
del Señor, y le sirvan con un solo hombro 1 (o bajo un yugo, como
leen los LXX; o con un solo ascenso, como lee Pagnini; tres modos de
explicar una misma cosa).
[300] Decís aquí, aunque confusa y oscurísimamente, que toda es-
ta profecía se puede bien acomodar a la vocación de las Gentes que su-
cedió después de la resurrección de Cristo; pues hacia los principios de
esta gran época, cuando apenas habían pasado cuarenta años, congre-
gó Dios contra los Judíos las Gentes y los reinos, esto es, las legiones
romanas, con Vespasiano y Tito, y derramó sobre ellos, esto es, sobre
los Judíos, no sobre las Gentes y reinos, su indignación, toda la ira de
su furor; porque con el fuego de mi celo será devorada toda la tierra,
esto es, toda la tierra de Judea, etc. Ahora, en esta inteligencia violen-
tísima, ¿qué sentido pueden admitir aquellas palabras del mismo con-
texto: Daré a los pueblos labio escogido, para que todos invoquen el
nombre del Señor, y le sirvan con un solo hombro?
[301] A esta pregunta bien incómoda, respondéis lo primero: que el
verdadero sentido de estas palabras puede ser éste: En el día de mi re-
surrección, o desde este día para adelante 2, yo volveré a los pueblos,
o les daré… (¡oh Cristófilo! ¿Es lo mismo dar que volver? ¿Es lo mismo
dar que restituir? Del verbo reddo dice y prueba Faciolati que propia-
mente significa restituir lo que se había tomado o quitado 3) un labio
electo, esto es, puro y santo, para que todos invoquen unánimemente
el nombre del verdadero Dios, lo sirvan, lo alaben, y lo magnifiquen; y
esto cada uno en su propia lengua. Optimamente; mas yo veo que vos
mismo no quedáis satisfecho de esta inteligencia, pues inmediatamen-
te añadís otra, la cual debe suplir los defectos de la primera. Por tanto,
respondéis inmediatamente lo segundo: que este labio electo, o lengua
o idioma, se verificará plenamente allá en el cielo empíreo, después de
la resurrección universal, pues en aquel país felicísimo todos los pue-
blos, o todos los individuos de toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación
que entraren en él, hablarán enteramente una misma lengua; esto es,
la electa, o la que dio Dios en el Paraíso a nuestros primeros padres.
[302] El Tirino (autor sapientísimo) añade sobre este lugar cuatro
palabras, las cuales, aunque las deja sueltas, solas y como aisladas, sin
1 Sof. 3, 8-9.
2 Sof. 3, 8.
3 DICCIONARIO DE FACIOLATI, letra R.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 11 841
1 TIRINO.
2 2 Ped. 3, 13.
Capítulo 12
Confluencia de todas las gentes
de todo el orbe
hacia un centro común
PÁRRAFO 1
[305] Llegado finalmente el reino de Dios a nuestra tierra; reno-
vada ésta enteramente en lo físico y en lo moral; relegado, encarcelado
y encadenado en el abismo el tentador, que engaña a todo el mundo…
para que no engañe más a las gentes 1; convertidas a Cristo las reli-
quias de las Gentes; instruidas, pacificadas, bautizadas las que no lo
eran; santificadas todas por la sangre de su cruz 2 (o del modo bien
fácil e inteligible que insinuamos ya, o de otro modo igualmente bueno
o mejor, sobre lo que no disputamos); para conservar en estas reli-
quias y en toda su posteridad por muchos siglos una fe pura, una ino-
cencia de costumbres, una devoción, un fervor muy semejante al de
nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob; uno de los medios más efica-
ces parece que será, según las Escrituras, la peregrinación a Jerusalén,
entonces centro de unidad de toda la tierra.
[306] De esta peregrinación a la futura Jerusalén (viadora) hablan
muchas veces los Profetas y Salmos, como de una cosa frecuentísima
en aquellos tiempos, o como de una ley general e indispensable para
todos los pueblos de la tierra. Ved aquí algunos lugares de los más cla-
ros, sobre los cuales, después de bien considerados, podréis hacer las
más serias reflexiones, como también sobre la inteligencia puramente
acomodaticia y conocidamente violentísima que se les pretende dar en
el sistema vulgar: En los últimos días (se lee en Isaías) estará prepa-
rado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los montes, y se
elevará sobre los collados, y correrán a él todas las Gentes. E irán
muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, y a la
casa del Dios de Jacob, y nos enseñará sus caminos, y andaremos en
sus senderos; porque de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de
Jerusalén 3, etc. Lo mismo se lee en Miqueas, capítulo 4, y lo mismo
en el salmo 71 todo entero, y en el 64 y 65, etc. En el mismo Isaías, ca-
1 Jn. 2, 17.
2 Jn. 2, 15-16.
3 Zac. 14, 21.
4 Is. 25, 6.
5 Tob. 13, 20 y 22-23.
6 Jn. 1, 51.
848 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Ef. 4, 9.
2 Is. 66, 22.
3 Is. 66, 23-24.
4 Dan. 12, 2.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 12 849
1 Dan. 12, 2.
2 Zac. 14, 17.
3 Mal. 3, 18.
4 Sal. 144, 4-7 y 11-12.
Capítulo 13
Se satisface a varias cuestiones
y dificultades
PÁRRAFO 1
[328] Lo que queda escrito en esta tercera parte (os oigo decir con
cierta especie de disgusto) parece muy pobre; ni corresponde a nuestra
expectación, ni es capaz de llenar nuestra curiosidad. Esperábamos co-
sas grandes y maravillosas sobre el reino de Jesucristo en nuestra tie-
rra. Esperábamos noticias claras e individuales no solamente sobre la
sustancia, sino también, y mucho más, sobre las circunstancias y mo-
do de este reino de Jesucristo. Esperábamos que este modo y circuns-
tancias particulares no sólo se tocasen (dejándolas luego a la conside-
ración de los lectores), sino que se explicasen y aclarasen con ideas
claras: Mas nosotros esperábamos 1. Esperábamos, por ejemplo, ver y
entender perfectamente la economía y gobierno de un reino tan gran-
de, que debe comprender el orbe de la tierra todo entero: Y el Señor
será el Rey sobre toda la tierra 2; la piedra que había herido la esta-
tua se hizo un grande monte, henchía toda la tierra 3; su jerarquía así
eclesiástica como civil, sus leyes civiles y eclesiásticas, su liturgia, sus
ceremonias en el rito externo, su disciplina, los verdaderos límites o
confines entre la potestad eclesiástica y civil; si ambas potestades esta-
rán entonces en perfecta armonía y amistad, ayudándose mutuamente
y dándose sin interrupción ósculo de verdadera paz; si estarán unidas
en una sola persona, de modo que el pastor sea al mismo tiempo el rey
de toda aquella porción de país, que comprende su diócesis (cosa, de-
cís, que no es inverosímil, pues han de unirse perfectamente en el su-
premo Rey y sumo Sacerdote Cristo Jesús, así como estuvieron unidas
en su tiempo en Melquisedec, que fue al mismo tiempo rey de Salem, y
sacerdote del Dios Altísimo 4).
[329] De estas preguntas podéis hacer cuantas se ofrecieren a vues-
tra imaginación, pues el campo es ciertamente amplísimo; mas la res-
puesta a todas ellas me parece a mí tan fácil como breve y compendio-
sa. Si yo respondo que todas estas cosas las ignoro, porque no las ha-
llo en la revelación, ¿quedaréis por eso en derecho de negarlo todo?
PÁRRAFO 2
Parábola
[330] Pocos años antes del nacimiento de Jesucristo, cuando ya
todo el imperio romano, acabadas las guerras civiles con la muerte de
Antonio y de Cleopatra, había quedado en paz bajo Augusto, un pe-
queño rabino, reputado con razón por el ínfimo, o por uno de los ínfi-
mos, se puso a leer y estudiar con estudio formal los Libros sagrados,
añadiendo, para su mejor inteligencia, el estudio no menos principal
de cuantos escritores o legisdoctores le fueron accesibles. Habiendo
perseverado en este estudio más de veinte años, entendió finalmente
entre otras cosas tres puntos capitales, o tres misterios gravísimos, que
ya instaban, o que no podían tardar mucho tiempo, según las Escritu-
ras. Entendió lo primero, con ideas claras, sin poder ya dudarlo: que
venido el Mesías (cuya venida ya instaba, conforme a las semanas de
Daniel, capítulo 9), el pueblo de Dios, el pueblo santo, el pueblo he-
breo, que tantos siglos lo había esperado y deseado, sería su mayor
enemigo; que lo perseguiría, que lo reprobaría, que lo trataría como a
uno de los más inicuos delincuentes, poniéndolo al fin en el suplicio
infame y doloroso de la cruz 1.
[331] Entendió lo segundo: que por este sumo delito, y mucho más
por su incredulidad y obstinación, Israel sería reprobado de Dios, por
la mayor y máxima parte; que el Mesías sería, respecto del mismo Is-
rael, en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo a las dos casas
de Israel, en lazo y en ruina a los moradores de Jerusalén 2; que deja-
ría en fin de ser pueblo de Dios 3.
[332] Entendió lo tercero: que en lugar de Israel inicuo y por eso
incrédulo, que no querría congregarse, ni se congregaría 4, llamaría
Dios a todas las gentes, tribus y lenguas, de entre las cuales (las que
oyesen y obedeciesen al Evangelio) sacaría otro Israel, otro pueblo,
otra Iglesia suya sin comparación mayor y mejor; que en esta Iglesia o
pueblo suyo, esparcido sobre la tierra (y al mismo tiempo congregado
en un solo cuerpo moral, y animado y gobernado de un mismo Espíri-
tu de Dios), se le ofrecería por todas partes 5 un sacrificio de justicia
limpio, y puro, e infinitamente agradable al mismo Dios 6; y que este
1 Mal. 1, 10-11.
2 Mal. 1, 11.
3 Is. 46, 10.
4 Is. 53, 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 13 855
ellos 1… Este rociará muchas gentes 2. Sólo sé por el salmo 109 que,
habiéndose ofrecido a sí mismo por el pecado, será un Sacerdote eter-
no, y no ya según el orden de Aarón (sino) según el orden de Melqui-
sedec 3, cuya oblación o sacrificio fue el más simple de todos, pues se
redujo todo a pan y vino.
[339] De este modo respondía nuestro simple rabino a todas las
simples preguntas que se le hacían, y a todas las dificultades que se le
proponían. Y en efecto, ¿cómo era posible que un hombre ordinario (y
aunque hubiese sido de una perfecta ciencia), pudiese responder
treinta años antes del nacimiento de Jesucristo a tantas y tan diversas
preguntas sobre el modo de ser de nuestra Iglesia presente? ¿Quién
podría saber entonces con ideas claras y circunstancias individuales, lo
que debía suceder en el mundo después de la muerte del Mesías? La
sustancia de este gran misterio se halla ciertamente en las Escrituras,
y nuestra propia experiencia nos lo enseña así, y nos lo hace advertir
frecuentísimamente; mas las circunstancias particulares no se hallan.
Pues ¿cómo las podían saber ni aun sospechar, los que vivían en Jeru-
salén en tiempo de Augusto?
[340] ¿Podría entonces probarse con algún lugar de la Escritura,
que el Mesías elegiría doce hombres idiotas, humildes y simples, para
fundar su Iglesia y llamar y congregar en ella toda suerte de gentes?
¿Podría entonces probarse con algún lugar de la Escritura santa, que
uno de estos idiotas, constituido príncipe entre todos, sería enviado a
poner su silla en la misma capital del grande y soberbio imperio ro-
mano? ¿Que esta silla humilde se mantendría en Roma firme e inmu-
table, a pesar de todas las oposiciones, contradicciones y violencias del
mayor imperio del mundo? ¿Que este imperio, que parecía eterno, se
vería en fin precisado a ceder su puesto a la silla de un pobre pesca-
dor? ¿Que esta silla sería reconocida y respetada como el verdadero
centro de unidad de todos los creyentes verdaderos de todo el orbe?
¿Que estos verdaderos creyentes de todo el orbe edificarían en todas
sus ciudades, en sus villas, y aun en sus campiñas, templos innumera-
bles para dar culto en ellos al verdadero Dios? ¿Que en todos estos
templos innumerables se ofrecería incesantemente a Dios vivo un sa-
crificio continuo, esto es, el sacrificio y oblación munda de que se ha-
bla en Malaquías? ¿Que este sacrificio y oblación munda no sería otra
cosa sino el mismo cuerpo y sangre de Cristo que se ofreció en la cruz
una vez, y esto bajo las especies de pan y vino, según el orden de Mel-
quisedec? ¿Que este sacrificio, en fin, se ofrecería a Dios con estas o
con aquellas ceremonias? etc. Todas estas cosas particulares, que aho-
ra vemos y gozamos, ¿se podrían saber treinta años antes del naci-
miento de Jesucristo, solamente con la lección de la ley y de los profe-
tas? Pues aplíquese la semejanza en asunto de que ahora tratamos. La
aplicación no puede ser más fácil.
PÁRRAFO 3
[341] A todas cuantas preguntas me hicieren los curiosos, y a todas
cuantas cuestiones y dificultades excitaren los sapientísimos, yo no
puedo responder de otro modo. Confieso simplemente (ni tengo por
qué avergonzarme de esta confesión) que ignoro absolutamente infini-
tas cosas particulares que sucederán en aquel siglo feliz, de que las Es-
crituras no hablan palabra. Ignoro también el modo y circunstancias
con que deberán verificarse aun aquellas mismas que anuncian clarí-
simamente las Escrituras, y cuya sustancia o misterio general me pa-
rece innegable. No obstante, aun en medio de esta ignorancia y oscu-
ridad en lo que toca al modo, yo pienso todo cuanto bueno puedo pen-
sar, así en lo moral como en lo físico, y me extiendo cuando puedo, pa-
ra lo cual me parece que me veo como convidado y aun excitado de las
vivísimas expresiones de los Profetas de Dios. Mas, después de haber
imaginado y pensado cuanto puedo, o cuanto soy capaz de imaginar y
pensar en el estado presente, no por eso creo haber pensado o imagi-
nado justamente; pues no ignoro que todas mis imaginaciones, o mis
pobres ideas, las he tomado prestadas de todas aquellas cosas que has-
ta ahora han podido entrar en la sustancia de mi alma por medio de
mis cinco sentidos. Por tanto, me persuado que las cosas andarán en
aquellos tiempos de un modo mejor y más perfecto de lo que yo he po-
dido imaginar; pues, al fin, mis imaginaciones son tomadas del reino
de los hombres, y aquél será ya reino de Dios. ¡Qué diferencia! ¡Qué
distancia!
[342] Habrá, pues, en este reino de Dios y de su Hijo Cristo Jesús
(a quien dará entonces la potestad, y la honra, y el reino; y todos los
pueblos, tribus y lenguas le servirán a él 1), habrá, digo, un gobierno,
o un orden admirable; por consiguiente habrá una jerarquía, así como
la hay ahora en la Iglesia católica y en cualquiera estado secular; con
sola la diferencia bien notable, de ser entonces sin comparación más
perfecta y más conocida de todos: He aquí, que reinará un Rey con
justicia, y los príncipes presidirán con rectitud. Y este varón será co-
mo refugio para el que se esconde del viento, y se guarece de la tem-
pestad… El que es ignorante no será más llamado príncipe, ni el en-
gañador será llamado mayor 2. Serán entonces ciertos y palpables los
1 Dan. 7, 14.
2 Is. 32, 1-2 y 5.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 13 857
1 Zac. 14, 9.
2 Deut. 9, 10.
3 Zac. 8, 19.
4 Sant. 1, 22.
5 Is. 2, 3.
858 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Miq. 7, 16.
2 Apoc. 17, 6.
Capítulo 14
Fin de los mil años de que habla San Juan.
Soltura del Dragón.
Causas de esta soltura y sus efectos
PÁRRAFO 1
[346] Hemos llegado finalmente a la última, o diremos mejor, a la
penúltima época del globo que habitamos. Dije penúltima época, por-
que después de esta que vamos a considerar ahora, nos queda todavía
otra realmente eterna, después de la cual no hay otra. Hasta los con-
fines de esta época, mas sin tocarla, nos han acompañado y ayudado
infinito casi todos los antiguos Profetas. De aquí para adelante no te-
nemos ya que consultarlos, porque todos nos abandonan. Todos ter-
minan sus profecías en el reino de Dios y del Mesías su Hijo, aquí en
nuestra tierra, sobre los vivos y viadores. Todos paran aquí, y ninguno
pasa adelante, como si este reino o juicio de vivos o viadores hubiese
de durar eternamente, como si jamás hubiese de haber en ese reino al-
guna novedad digna de consideración, o alguna mudanza sustancial. A
lo menos es ciertísimo que sobre este punto particular nada se expli-
can, ni nos dejan alguna idea precisa y clara sobre el fin último de to-
dos los vivos y viadores, o de toda generación y corrupción.
[347] Solamente el último de los Profetas canónicos, que es el
apóstol San Juan, aquel discípulo a quien amaba Jesús 1, sigue hasta
su último fin este hilo, o esta grandísima cadena del misterio de Dios
con los hombres; la sigue, digo, hasta la consumación entera y perfecta
del mismo misterio de Dios; o lo que es lo mismo, hasta la resurrec-
ción y juicio universal: Y cuando fueren acabados los mil años, será
desatado Satanás, y saldrá de su cárcel, etc. 2.
[348] Ya he dicho en otras partes, y estoy plenamente persuadido
de ésta que creo una verdad incontestable: que el libro divino y admi-
rable del Apocalipsis es la llave verdadera y única de todos los Profe-
tas. A todos los explica, los aclara, los compendia, los extiende, y llena
frecuentísimamente no pocos vacíos que ellos dejaron. Esto último se
ve y aun se toca con las manos en los cuatro últimos capítulos del Apo-
1 Jn. 21, 7.
2 Apoc. 20, 7.
860 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
calipsis, los cuales podemos mirar con gran razón como un Paralipo-
menon, o como un suplemento brevísimo de muchas cosas particula-
res y bien sustanciales que ellos omitieron. Omitieron, digo, porque no
se les dieron; y no se les dieron, porque todavía no era su tiempo. Si
esta idea, después de bien examinada, se recibe y se mira a lo menos
como probable, todas las Escrituras antiguas se ven al instante llenas
de luz. Si no se quiere examinar, y por falta de este examen no se quie-
re admitir, me parece como una consecuencia necesaria que quedemos
perpetuamente sobre la inteligencia de las más de las antiguas Escritu-
ras, en la misma antigua oscuridad.
[349] No obstante esta verdad general (por tal la tengo), me es
preciso confesar, y lo confieso ingenuamente, que llegando al versículo
7 del capítulo 20 del Apocalipsis, se echa de menos, falta, se desea en
este Paralipomenon, o en este suplemento de los Profetas, una cosa
bien sustancial, cuya falta corta o interrumpe evidentemente la gran
cadena del misterio de Dios con los hombres. Explícome. El amado
discípulo habla solamente de lo que debe suceder en todo nuestro orbe
después de consumados sus mil años, o lo que es evidentemente lo
mismo, después de consumado aquel día o tiempo felicísimo de que
tanto hablan los Profetas de Dios, con estas expresiones: En aquel día,
en aquellos días, en los postreros días, en el fin de los días, en aquel
tiempo, etc.; mas no nos dice ni una sola palabra sobre las causas, ni
sobre el modo y circunstancias, con que se deberá acabar aquel mismo
día o tiempo que él llama mil años. Sólo nos dice brevísimamente que,
pasado este tiempo, se soltará otra vez el dragón, que puesto en su an-
tigua libertad, volverá a seducir de nuevo las Gentes, etc.: Y cuando
fueren acabados los mil años, será desatado Satanás, y saldrá de su
cárcel, y engañará a las gentes, que están en los cuatro ángulos de la
tierra… Mas ¿es creíble ni posible, digo yo, que pueda suceder esta
nueva soltura del dragón con todos los efectos terribles y admirables,
expresos en el mismo texto de San Juan, sin haber precedido en las
mismas Gentes algunas culpas generales y gravísimas, y por eso dig-
nas de la justísima indignación de Dios omnipotente? ¿Qué culpas po-
drán ser éstas en aquellos tiempos, gravísimas y universales? Este es
puntualmente el anillo o eslabón de la gran cadena del misterio de
Dios, que falta evidentemente en el texto del Apocalipsis.
[350] Como este anillo me ha parecido siempre una piedra de su-
ma importancia, lo he buscado con la mayor diligencia que me ha sido
posible en los antiguos Profetas, y finalmente me parece haberlo ha-
llado en el penúltimo de todos, que es Zacarías. Considérese atenta-
mente el texto de este profeta con todo su contexto, y considérese con
la misma atención la inteligencia realmente fría y aun conocidamente
falsa (por lo que tiene de historia antigua) que se le ha pretendido dar
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 861
desde los principios del siglo V basta el día de hoy: Todos los que que-
daren de todas las Gentes que vinieron contra Jerusalén (ténganse
aquí presentes los Asirios, los Caldeos, los Persas, los Griegos, los Ro-
manos, y últimamente la multitud de Gog de Ezequiel, o aquel gran río
que saldrá en los últimos tiempos de la boca del dragón, fenómeno 8),
subirán de año en año a adorar al Rey, que es el Señor de los ejérci-
tos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y acaecerá que aquél
que sea de las familias de la tierra, y no fuere a Jerusalén a adorar al
Rey, que es el Señor de los ejércitos, no vendrá lluvia sobre ellos; y si
alguna familia de Egipto no subiere, ni viniere, tampoco lloverá so-
bre ellos, y les vendrá la ruina, con la cual herirá el Señor a todas las
Gentes que no subieren a celebrar la fiesta de los tabernáculos 1. He-
cha esta amenaza general, signe inmediatamente el vaticinio diciendo:
Este será el pecado de Egipto, y este el pecado de todas las Gentes que
no subieren a celebrar la fiesta de los tabernáculos 2.
[351] De modo que, considerando atentísimamente el texto de este
Profeta con todo su contexto, y combinado con el texto del Apoca-
lipsis, se ve y aun se toca con las manos toda la sustancia del misterio
general de que vamos hablando, y también algunas de sus principales
circunstancias. Se ve, digo, lo primero: que este residuo de las Gentes,
y toda su posteridad por muchos siglos, será obligada como por una
ley fundamental e indispensable, a presentarse una vez al año en Jeru-
salén (sin duda por medio de dos o tres enviados de cada tribu, pueblo
o nación) a adorar al Rey, que es el Señor de los ejércitos, y a ce-
lebrar la fiesta de los tabernáculos. Esta festividad de los tabernácu-
los, y los fines que tuvo Dios en su institución, se pueden ver en el
Deuteronomio 3.
[352] Lo segundo: se ve que, pasados muchos y aun muchísimos
siglos, que San Juan encierra en el numero perfecto de mil, como lo
hacen otras Escrituras; pasado, digo, este tiempo feliz, en inocencia,
en simplicidad, en bondad, en fe, etc., comenzará a entrar poco a poco,
ya en este, ya en aquel país de nuestro globo, cierta especie de tibieza,
y por consiguiente, de flojedad o de tedio, en lo que toca a las peregri-
naciones anuales a Jerusalén. Esta tibieza, como es naturalísimo, irá
creciendo de día en día, pues no es verosímil ni creíble que el mundo
se pervierta de repente, ni en pocos años. La perversión o corrupción
del corazón humano no ha sucedido jamás, ni es posible que suceda,
sino por grados, mucho menos en aquellas personas que han sido en
algún tiempo inocentes y justas.
1 Apoc. 20, 3 y 7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 863
la tierra); mas no nos dice, ni aun siquiera insinúa, por qué razón, o por
qué causa, o por qué culpa nueva del linaje humano se dará otra vez li-
bertad a su mayor enemigo. Zacarías señala claramente la razón, la cau-
sa, la verdadera culpa, casi general a toda la tierra, de donde tendrán
origen otras muchísimas por consecuencia necesaria: Este será el pe-
cado de Egipto, y este será el pecado de todas las Gentes.
[356] Con estas palabras concluye el Profeta su pequeña cadena
sin dar un paso más adelante, sin decirnos una sola palabra sobre las
resultas de este pecado general a todas las Gentes; mas el amado dis-
cípulo, que omite absolutamente este pecado (no sabemos por qué ra-
zones), señala al punto sus resultas y todas sus funestísimas conse-
cuencias, es a saber, la soltura del dragón y la nueva seducción de todo
nuestro orbe, llevando luego desde aquí seguido y continuado hasta su
último fin, todo el misterio de Dios con los hombres: Y cuando fueren
acabados los mil años, será desatado Satanás, y saldrá de su cárcel,
y engañará a las Gentes que están en los cuatro ángulos de la tierra,
a Gog, y a Magog, y los congregará para batalla, cuyo número es
como la arena de la mar, etc.
[357] Ahora, amigo mío Cristófilo, para que podamos entendernos
bien y formar una idea clara de estos misterios, imaginemos aquí (vos
de un modo y yo de otro, o si es posible ambos de un mismo modo),
imaginemos, digo, que después de muchísimos siglos de paz, de ino-
cencia, de justicia y fervor, empiece a entrar en las Gentes, ya en este
país, ya en el otro, cierta especie de distracción en lo que toca al servi-
cio de Dios. A esta distracción deberá seguir naturalmente un poco de
tibieza; a esta tibieza, un poco de amor a la comodidad o sensualidad; a
esta comodidad o sensualidad seguirá naturalmente el amor al lujo, a la
vana ostentación; a ésta un poco de avaricia; a esta avaricia no pocas in-
justicias; finalmente, a todos los males, porque no se adviertan, deberá
seguirse una grande y bien estudiada hipocresía. ¿No es éste el orden
con que siempre ha ido creciendo el mal moral de día en día, en todas
las gentes, tribus y lenguas? La experiencia de las cosas ya pasadas nos
instruye admirablemente sobre lo que serán o podrán ser las venideras.
¿Qué es lo que fue? (se dice en el Eclesiastés) Lo mismo que ha de ser.
¿Qué es lo que fue hecho? Lo mismo que se ha de hacer 1; tan cierto es
que todos los hombres, todos los pueblos, tribus y naciones, dejados a
su libre albedrío (o a su propia y natural pobreza), y puestos en las mis-
mas circunstancias, deben naturalmente producir unas mismas ideas
sustanciales, aunque varíen tal vez algún poco sobre los accidentes.
[358] ¿Qué tenemos ahora que extrañar, qué tenemos que maravi-
llarnos (como de una cosa insólita, nueva, nunca vista y por eso in-
1 Ecl. 1, 9.
864 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
creíble) que después de mil años, o sean cien mil, o un millón de años,
de justicia e inocencia, se vuelva otra vez a pervertir el orbe de la tie-
rra? ¿No serán los hombres en el siglo venturo tan viadores como en el
siglo presente?
[359] ¿No serán como lo son ahora, dotados de su libre albedrío?
¿No andarán entonces como andamos ahora, por fe, y no por visión?
¿No serán por consiguiente árbitros del bien o del mal, de pecar o no
pecar, de merecer o desmerecer?
[360] Esta sola reflexión que ya apuntamos en el capítulo 4, basta
y aun sobra para satisfacer plenamente el argumento de algunos sa-
bios con Bossuet contra el reino milenario, que llaman terrible e indi-
soluble. El argumento, reducido a pocas palabras, se puede proponer
fidelísimamente con toda su fuerza o esplendor en estos términos:
[361] Si se entiende literalmente el capítulo 20 del Apocalipsis,
deberá Jesucristo mismo, con todos sus santos ya resucitados, reinar
efectivamente en Jerusalén sobre todo el orbe de la tierra, y esto por
mil años, o determinados o indeterminados. Si esto se admite, deberá
admitirse por necesaria consecuencia todo lo que se dice en el mismo
texto, pues no hay más razón para lo uno que para lo otro. Deberá,
pues, admitirse, que pasados estos mil años (sean determinados o in-
determinados) del reino pacífico de Jesucristo en inocencia, en simpli-
cidad, en bondad, en justicia, etc., se soltará otra vez el dragón, que
desde el principio hasta el día de hoy engaña a todo el mundo…, por-
que el diablo desde el principio peca 1; deberá admitirse que volverá a
seducir a todo nuestro orbe; que todo este orbe se volverá de nuevo
contra su legítimo Soberano; que tomará las armas contra él; que irá a
hacerle guerra formal en su misma corte; que rodeará o pondrá sitio
formal a esta misma corte, según aquellas palabras: Cercaron los rea-
les de los santos, y la ciudad amada… Todo lo cual (dicen estos sa-
bios) parece que lo anuncia el mismo capítulo 20, desde el versículo 7:
Y cuando fueren acabados los mil años, será desatado Satanás, y sal-
drá de su cárcel, y engañará a las Gentes que están en los cuatro án-
gulos de la tierra, a Gog y a Magog, y las congregará para la batalla,
cuyo número es como la arena de la mar. Y subieron sobre la anchu-
ra de la tierra, y cercaron los reales de los santos, y la ciudad amada.
Y Dios hizo descender fuego del cielo, y los tragó, etc. 2.
[362] Ahora bien (dicen estos doctores), ¿es concebible ni creíble
que, reinando Jesucristo mismo en Jerusalén sobre toda la tierra, se
atrevan los hombres a irlo a cercar en su misma corte? Este solo ar-
gumento, prosiguen diciendo, basta para mirar como fábula, como de-
1 Apoc. 20, 7.
2 2 Ped. 3, 4.
3 Apoc. 20, 9-10.
868 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
estas naciones juntas y unidas entre sí. Mas entre la oscuridad y tinie-
blas con que nos dejan todas estas diversas opiniones, nos sale al en-
cuentro la pequeña y clarísima luz del Apocalipsis, con estas brevísi-
mas palabras: Las Gentes que están en las cuatro ángulos de la tie-
rra; con las cuales palabras nos declara que no tenemos que cansar-
nos en buscar a Gog y a Magog en esta o en aquella otra parte de la tie-
rra, pues su verdadera significación es esta sola: las Gentes que están
en los cuatro ángulos de la tierra.
[375] En todo este texto del amado discípulo, nos consuela infinito
no leer en él la palabra todos. Leo en él que el dragón, saliendo de su
cárcel, engañará a las Gentes que están en los cuatro ángulos de la
tierra; mas no leo que engañará a todas las gentes, ni a todos sus indi-
viduos. Por donde puedo prudentemente sospechar, y piadosamente
creer, que muchos y aun muchísimos de los que entonces habitarán
sobre los cuatro ángulos de la tierra, no entrarán en la seducción gene-
ral, en la cual parece cierto que entrará la mayor y máxima parte; veri-
ficándose entonces, en esta mayor y máxima parte, aquella sentencia
del Espíritu Santo, que en todos tiempos la hemos visto plenamente
verificada: El número de los necios es infinito 1; y aquella otra de Jesu-
cristo: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y
espacioso el camino, que lleva a la perdición, y muchos son los que
entran por él 2.
[376] Si buscamos ahora (como por modo de erudición o diver-
sión) este Gog y Magog en la familia de Noé, segundo padre del linaje
humano, hallamos fácilmente a Magog, hijo segundo de Jafet; mas a
Gog no lo hallamos ni en el Génesis, ni en toda la Escritura, hasta el
capítulo 28 de Ezequiel, y después en el capítulo 20 del Apocalipsis.
Solamente en el primer libro del Paralipomenon 3 se nombra a un cier-
to Gog, nieto de Rubén, de quien nada se sabe, ni hace figura alguna
en la historia. Por tanto, yo sospecho que el Gog, así de Ezequiel como
del Apocalipsis, no es otro que Gomer, hermano mayor de Magog y
primogénito de Jafet. De la familia de estos dos y de sus cinco herma-
nos menores, dice la Escritura estas palabras: Por estos fueron repar-
tidas las islas gentes en sus territorios: cada uno conforme a su len-
gua y sus familias en sus naciones 4. Esto es lo único que sobre este
punto hallamos en la Escritura santa; lo cual parece que concuerda
perfectamente con el texto de San Juan: Las Gentes que están en los
cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog. Lo demás, fuera de es-
to, parece un poco adivinar.
1 Ecl. 1, 15.
2 Mt. 7, 13.
3 1 Par. 5, 4.
4 Gen. 10, 5.
870 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
PÁRRAFO 4
[377] Ahora, este Gog y Magog del Apocalipsis, ¿es acaso el mismo
misterio de que habla difusamente Ezequiel en sus dos capítulos 38 y
39? Los intérpretes es ciertísimo que así lo suponen; mas también es
ciertísimo que no sólo no prueban, pero ni aun siquiera dan muestras
de hallar en esto alguna dificultad. No obstante, la diferencia y distan-
cia entre uno y otro misterio es tan visible, que basta una simple lec-
ción de ambos lugares para conocerla al punto sin poder dudar. Pri-
meramente, los tiempos de uno y otro misterio son evidentemente di-
versísimos. El misterio de Ezequiel, por confesión de todos, y por con-
fesión necesaria, debe suceder mucho antes de la venida del Señor, y
aun antes del Anticristo, según otras varias Escrituras, que quedan ya
observadas especialmente en el fenómeno 8, artículo 8. A lo menos es
ciertísimo, por confesión de todos, que después de destruida la mu-
chedumbre de Gog, de que habla Ezequiel; después de sepultada en el
valle de la muchedumbre de Gog… hacia el Oriente de la mar 1, debe
quedar un tiempo grande e indeterminado, pues los Judíos ya resta-
blecidos en tierra de sus padres, contra quienes ha de ir esta gran mu-
chedumbre, recogerán los despojos de estos enemigos: las armas, el
escudo y las lanzas, el arco y las saetas, y los báculos de las manos, y
las picas; y los quemarán con fuego siete años. Y no llevarán leña de
los campos, ni la cortarán de los bosques; porque quemarán las ar-
mas al fuego 2, etc. Mas en el misterio y texto de San Juan se ve otra
idea infinitamente diversa; ya porque este misterio sólo puede verifi-
carse mil años (o sean mil siglos) después de la venida del Señor en
gloria y majestad, después de la muerte de la bestia, prisión del diablo,
etc.; ya porque luego al punto, sin mediar otra cosa alguna, pone la re-
surrección y juicio universal (y explica ambas cosas con estas pala-
bras): Dios hizo descender fuego del cielo, y los tragó… Y vi un gran-
de trono blanco 3.
[378] Lo segundo: el profeta Ezequiel habla solamente de Gog, y
con Gog, no con Magog; antes a este último lo supone quieto e inmóvil
en su país. Así dice de Magog (y es la única vez que lo nombra cuando
a Gog lo nombra once veces): Enviaré fuego sobre Magog, y sobre
aquellos que moran en las islas sin recelo; y sabrán que yo soy el Se-
ñor 4. Mas San Juan en su último misterio nombra a los dos, a Gog y a
Magog, (esto es) las Gentes que están en los cuatro ángulos de la tie-
rra 5: las cuales Gentes, (esto es) Gog y Magog, cercarán los reales de
los santos, y la ciudad amada. Y Dios hizo descender fuego del cielo, y
los tragó, etc. 1.
[379] Lo tercero: el misterio de Ezequiel es evidentemente el mis-
mo que anunciaron otros Profetas, como lo dice el mismo Profeta ex-
presamente en palabra del Señor, hablando con Gog, por estas pala-
bras: Esto dice el Señor su Dios: Tú, pues, eres aquél de quien hablé
en los días antiguos, por mano de mis siervos los Profetas de Israel,
que profetizaron en los días de aquellos tiempos, que te traería sobre
ellos. Y acaecerá en aquel día, en el día de la venida de Gog sobre la
tierra de Israel, dice el Señor Dios, subirá mi indignación en mi fu-
ror. Y en mi celo, en el fuego de mi ira, he hablado. Porque en aquel
día habrá una grande conmoción sobre la tierra de Israel 2. Estos
Profetas de Dios anteriores a Ezequiel, que hablaron de este mismo
misterio de que él habla, son éstos: el primero, David, en varios sal-
mos; Joel, capítulo 3; Habacuc, capítulo 3; Zacarías, capítulo 14; Mi-
queas, capítulo 7, etc. (véase lo que sobre esto queda observado en el
fenómeno 8, artículo 8). A todos estos lugares alude ciertísimamente
San Juan, mas no en el capítulo 20, sino en el capítulo 12, 15 y 16, en
donde nos representa esta muchedumbre bajo la metáfora admirable y
propísima de un río de agua que sale de la boca del dragón contra la
mujer que ha huido al desierto: La serpiente lanzó de su boca en pos
de la mujer, agua como un río, con el fin de que fuese arrebatada de
la corriente. Mas la tierra ayudó a la mujer, y abrió la tierra su boca,
y sorbió el río que había lanzado el dragón de su boca 3. Todo lo cual
se lee en Ezequiel sin metáfora alguna por estas palabras: Y sucederá
en aquel día: daré a Gog un lugar famoso para sepulcro en Israel, el
valle de los que van hacia el Oriente de la mar, que hará pasmar a los
que pasen; y encerrarán allí a Gog, y toda su muchedumbre, y será
llamado el valle de la muchedumbre de Gog 4, etc.
[380] En suma, no perdamos tiempo: léase toda esta profecía de
Ezequiel, contenida en los capítulo 38 y 39; léanse para mayor claridad
los dos capítulos antecedentes, y los nueve siguientes; y esto solo basta
para conocer al punto que todo habla visiblemente de la conversión,
restitución, asunción y plenitud de las reliquias preciosas de Jacob, a la
cual se opondrá con todas sus fuerzas la muchedumbre de Gog. Mas
destruida ésta; comidas sus carnes de las aves y fieras, que serán convi-
dadas a esta gran cena; y sepultados sus huesos en el valle de la multi-
tud de Gog, se ven en todo el texto continuado de este Profeta otros su-
cesos grandes, nuevos y extraordinarios, que piden tiempo, y tiempos
1 Gen. 7, 27.
2 2 Ped. 2, 3.
3 2 Ped. 2, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 873
PÁRRAFO 1
[386] Resucitada toda carne del linaje de Adán, concluido el juicio
universal, y ejecutada la sentencia irrevocable, para unos de vida, para
otros de suplicio eterno, según sus obras; os oigo decir, Cristófilo ami-
go, ¿qué será después de esto? A esta pregunta general, yo no puedo
responder sino con la respuesta también general del mismo Jesucris-
to: Irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna 1. Veo
también que, no satisfecho con estas generalidades, aunque ciertísi-
mas, deseáis saber algunas otras cosas particulares pertenecientes a
este misterio del modo que éstas se pueden ahora saber, esto es, o por
revelación divina, auténtica, expresa y clara, o a lo menos por un buen
raciocinio, o por una prudente conjetura fundada sólidamente en la
misma revelación. Por tanto, me preguntáis entre otras mil cosas estas
tres principales y fundamentales.
Primera
[387] ¿Qué es lo que yo pienso según las Escrituras sobre la suerte
o estado en que quedará nuestro miserable e iniquísimo orbe, en cuya
superficie habitamos, después de la resurrección y juicio universal?
Extendiendo desde aquí vuestra curiosidad a todos los otros orbes in-
numerables que se nos presentan a la vista en una noche serena, luego
al punto que levantamos los ojos desde la tierra al cielo, y esto en cual-
quiera parte de la tierra en que nos hallemos.
Segunda
[388] ¿Qué es lo que yo pienso según las Escrituras sobre el lugar
determinado de todo el universo mundo, donde deberán ir todos los
que resucitaren a vida, para gozar en este lugar determinado o en este
táis hasta qué distancia, os responden que hasta incluir el limbo de los
párvulos que murieron sin bautismo; porque no es creíble, añaden,
que estas pobres criaturas, que no tuvieron ni pudieron tener pecado
personal, sean condenadas después de su resurrección a perpetuas ti-
nieblas (otros no obstante les dan la sentencia crudelísima de fuego
eterno, aunque no tan activo). Mas la luz y claridad de este gran globo
de cristal no llegará (prosiguen diciendo) hasta el limbo o infierno de
los condenados; porque éstos, por su propia malicia, iniquidad, o pe-
cados personales y voluntarios, no verán lumbre jamás 1. Preguntad
ahora de dónde se ha podido tomar esa noticia tan singular, y esperad
la respuesta por toda la eternidad, o más allá si es posible. Consultad
después de esto este raro fenómeno con los que saben algo de física, es
a saber, si la acción de un fuego el más activo y violento que pueda
imaginarse, por ejemplo el del Etna y Vesubio, etc., será capan de cris-
talizar y dejar perfectamente diáfano o transparente un cuerpo entero,
heterogéneo, de una enorme grandeza, compuesto de diversísimas
materias, unas sólidas, otras líquidas, unas volátiles, otras fijas, unas
que se comprimen, otras que se dilatan a la acción del fuego, otras que
fluyen y se derriten, otras que se endurecen, etc.; y después de un ma-
duro examen sobre estas cosas, así generales como particulares, juz-
gad con buena crítica.
[393] La segunda opinión, que es de muchos antiguos y no anti-
guos, pretenden y sostienen que, así nuestro globo terráqueo como to-
dos los otros globos celestes, luna, sol, planetas, estrellas, etc., volve-
rán después del juicio universal a la nada de donde salieron, o a lo
menos al caos de las fábulas. Fúndase esta opinión en dos o tres luga-
res de la Escritura santa, poco bien meditados o leídos con demasiada
prisa, a los cuales añaden, para mayor confirmación, la autoridad de
algunos filósofos gentiles, y también algunos versos de las Sibilas. Los
lugares de la Escritura son estos: Alzad al cielo vuestros ojos, y mirad
hacia abajo a la tierra; porque los cielos como humo se desharán (o
faltarán, como leen Pagnini, y Vatablo; los LXX leen: El cielo como el
humo fue afirmado), y la tierra como vestidura será gastada, y sus
moradores como estas cosas perecerán; mas mi salud por siempre
será, y mi justicia no faltará (o no será consumida) 2.
[394] En el salmo 101 se dice: En el principio tú, Señor, fundaste
la tierra, y obras de tus manos son los cielos. Ellos perecerán, mas tú
permaneces; y todos se envejecerán como un vestido; y como ropa de
vestir los mudarás, y serán anulados. Mas tú el mismo eres, y tus
años no se acabarán 3. A lo cual aludió el Señor cuando dijo: El cielo y
1 Ecl. 3, 14.
2 SAN GREGORIO, lib. 17 Moral. in Job, 5.
3 SAN AGUSTÍN, De Civ. Dei, lib. 20, cap. 14.
4 SAN AGUSTÍN, De Civ. Dei, lib. 20, cap. 16.
5 Mt. 25, 46.
880 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Heb. 11, 5.
2 Mt. 17, 11.
3 Lc. 23, 43.
4 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 881
¡Oh Cristófilo mío! Permitidme que os diga aquí, que con esta palabra
cielo empíreo (palabra griega que significa ígneo o de fuego) preten-
déis explicarme una cosa oscura por otra más oscura; lo que los esco-
lásticos llaman ignotum per ignotius. Este cielo que llamamos empí-
reo, ¿dónde está? ¿Lo ha visto alguno entre los filósofos antiguos o
modernos, ni aun siquiera entre los videntes o Profetas de Dios? ¿Este
cielo es acaso sólido como vaciado de bronce? 1. ¿Es líquido como al-
gún metal derretido, que fluye a la acción de un fuego violentísimo?
Uno y otro suena la palabra empíreo.
[403] Ahora yo busco esta palabra o cosa equivalente en la Escri-
tura santa, y protesto, en verdad, que no la hallo. La busco con gran
deseo y curiosidad en los antiguos Padres y antiguos escritores ecle-
siásticos, no sólo latinos sino griegos, y protesto del mismo modo que
hasta ahora no he podido hallar el menor vestigio; por donde empiezo
a sospechar, y sigo adelante con mi sospecha, de que la palabra cielo
empíreo es más moderna de lo que se piensa; mas esto júzguenlo otros
más eruditos. Lo que únicamente he podido hallar sobre este asunto es
que algunos filósofos antiguos, especialmente Platón, o alguno de sus
innumerables discípulos, así como imaginaron muchos cielos sólidos,
ya tres, ya nueve, ya once, ya más; así imaginaron sobre todos ellos un
cielo altísimo y superior a todos, que llamaron empíreo o ígneo, al cual
consideraron como centro o región del fuego, y también como el alma
o vida de todo el universo, que todo lo anima y vivifica, etc. Los aristo-
télicos imaginaron este mismo empíreo, en cuanto región del fuego,
mucho más cerca de nosotros, pues lo pusieron entre la tierra y la lu-
na, habiendo observado que la llama, si no halla impedimento extrín-
seco, sube siempre hacia lo alto en forma de pirámide; lo cual les pare-
ció que no podía ser por otra causa física, sino por su innata inclina-
ción hacia su propia esfera o región del fuego.
[404] Volviendo a la Escritura santa, que es la autoridad más res-
petable, en ella no se halla otra cosa sobre el asunto que ahora consi-
deramos, sino palabras generales, es a saber: cielo, cielos, cielo del cie-
lo, cielos de los cielos, reino de los cielos; mas estas palabras, cierta-
mente generales e indeterminadas, se hallan bien explicadas en las
mismas Escrituras, y de un modo perfectamente conforme al dogma
de fe divina, y también a la recta razón iluminada con la lucerna de la
fe. Por ejemplo: Tú le oirás desde el cielo, esto es, desde tu alta mora-
da 2, le dice Salomón a Dios: y en el versículo 39: Tú oirás desde el cie-
lo, esto es, desde tu firme morada 3. Esta habitación de Dios firme y
sublime, ¿qué cosa es? ¿Es acaso algún gran palacio, o templo, o cielo
1 Sal. 71, 8.
2 Apoc. 5, 9.
884 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Ecl. 3, 10-11.
2 Is. 6, 1.
3 Rom. 11, 25.
4 1 Cor. 2, 14.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 889
1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
2 Lc. 24, 39.
3 1 Ped. 2, 4-6.
4 Apoc. 7, 9.
5 Heb. 5, 9.
6 Mt. 16, 27; Mc. 8, 38.
7 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
890 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Act. 7, 55.
2 Lc. 22, 69.
3 Ef. 4, 10.
Capítulo 16
Idea general de la bienaventuranza eterna
de todos los justos después de la
resurrección y juicio universal
PÁRRAFO 1
[431] Esta idea general, realmente magnífica, aunque sensible y
perceptible a toda suerte de gentes por su misma simplicidad, des-
ciende o se sigue naturalmente de todo lo que acabamos de decir. Si no
hay lugar alguno determinado en todo el universo donde se deba ma-
nifestar a los ángeles y santos la gloria de Dios, ni ahora, ni después de
la resurrección universal; luego deberá ser todo el universo mundo, y
todos los cuerpos innumerables que lo componen, sin excepción algu-
na, aun entrando en este número nuestro miserable e iniquísimo orbe
terráqueo; luego deberá ser indeterminadamente todo lugar. En efec-
to, éste es nuestro sistema, porque éste nos parece el verdadero siste-
ma de la Escritura santa. Vamos por partes.
[432] San Pablo, el Doctor y Maestro de las Gentes (tocando estos
mismos puntos que ahora tocamos), dice, lo primero: que Jesucristo
está constituido por su divino Padre heredero de todo lo criado; pues
por él, y para él, y por respeto de él, se ha hecho todo: Al cual consti-
tuyó heredero de todo, por quien hizo también las siglos… por quien
son todas las cosas, y para quien son todas las cosas 1. Lo cual repite
San Juan en el principio de su Evangelio: Todas las cosas fueron he-
chas por él, y nada de lo que fue hecho, se hizo sin él 2.
[433] Dice el Apóstol, lo segundo: que debe llegar algún día en que
todo lo criado se sujete entera y perfectamente a este Hombre Dios,
por quien son todas las cosas, y para quien son todas las cosas… En
esto mismo de haber sometido a él todas las cosas, ninguna dejó que
no fuese sometida a él. Mas ahora aún no vemos todas las cosas so-
metidas a él 3. Y en otra parte: Y cuando todo le estuviere sujeto, en-
tonces aun el mismo Hijo estará sometido a aquél que sometió a él
todas las cosas, para que Dios sea todo en todos 4. Es decir: cuando
1 Heb. 1, 2; 2, 10.
2 Jn. 1, 3.
3 Heb. 2, 10 y 8.
4 1 Cor. 15, 28.
892 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 1 Jn. 3, 2-3.
2 Rom. 8, 17.
3 Col. 3, 14.
4 1 Cor. 15, 28.
5 Mt. 2, 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 893
soy capaz, etc. Esta idea general, aunque apenas tocada brevísima-
mente, me parece verdadera, racional y justísima por todos sus aspec-
tos. Vengamos ahora a lo particular, principalmente sobre la gloria
que llamamos accidental.
PÁRRAFO 2
Extensión y grandeza material del reino de Dios
o del reino de los cielos
[436] Para que podamos hacer algún digno concepto de la gran-
deza y extensión del reino de los cielos, y del reino de Dios y de su fe-
licidad (por ahora incomprensible aun mirando solamente su acceso-
rio, accidental y material, etc.), levantad, oh Cristófilo, vuestros ojos
de la tierra al cielo, y esto en cualquier lugar, o país, o tribu, o pueblo,
o lengua donde os hallareis, o sea en el austro, o en el aquilón, o sea en
el oriente, o en el occidente, etc.: Alza tus ojos alrededor, y mira 1.
¿Qué os cuesta levantar los ojos hacia lo alto una noche serena? Ha-
biendo visto y contemplado por espacio de un cuarto de hora este es-
pectáculo magnífico, os vuelvo a decir: Mira al cielo, y cuenta las es-
trellas, si puedes 2.
[437] Me diréis acaso, que ya éstas están contadas y puestas en
exactísimos catálogos por los más diligentes observadores, los cuales
apenas han hallado tres mil en ambos hemisferios. Preguntad ahora a
estos mismos sabios, si realmente no hay más estrellas que las que se
hallan en sus catálogos, y os responderán todos unánimemente que és-
tas, respecto de las que quedan, no son sino como tres gotas de agua
respecto de todo el océano. Y en efecto, así es. Nuestros ojos por sí
mismos alcanzan poco, si no son ayudados de algún instrumento arti-
ficial. Pues con este instrumento que llamamos telescopio (invención
admirable que nos ha revelado millones de secretos), observad el cielo
en cualquiera parte que sea; hallaréis vuestro vidrio tan lleno de nue-
vas estrellas, que quedareis atónito y como en éxtasis, a vista de tantos
cuerpos luminosos, que antes se ocultaban a vuestros ojos.
[438] Yo me acuerdo bien que en sola la espada de Orión, com-
puesta de tres estrellas que mis paisanos llaman las tres Marías, y en el
espacio aparente que éstas dejan entre sí, conté una vez hasta 42, y es-
to usando de un telescopio apenas digno de este nombre, pues su vi-
drio objético no llegaba a ocho pies de foco. Casi otro tanto me sucedió
con las Híadas y Pléyadas, y generalmente en cualquiera parte del cie-
lo hacia donde enderezaba mi pequeño instrumento. Otros observado-
res, con telescopios sin comparación mayores y mejores, han visto mu-
cho más sin comparación. De lo cual han concluido, con suma razón,
que el mundo universo, si no es infinitamente extenso, a lo menos lo
es indefinidamente; y sus verdaderos límites sólo puede saberlos el
Criador de todo, que cuenta la muchedumbre de las estrellas, y las
llama a todas ellas por sus nombres 1.
[439] Paremos ahora un momento en la contemplación de todas
estas cosas. Si consultamos sobre ellas a los más sabios y diligentes ob-
servadores, no digo solamente puros filósofos, sino filósofos cristia-
nos, religiosos y píos, nos responden, lo primero: que la multitud de
los cuerpos celestes es verdaderamente incomprensible. Los mejores
telescopios que hasta ahora se han podido construir, por ejemplo de
50, de 100 y aun de 200 pies, nos descubren ciertamente un campo
inmenso sobre todo cuanto se había imaginado. Y no obstante, debe-
mos suponer y confesar racional y religiosamente que estos admira-
bles instrumentos, como obras del ingenio y manos del hombre, no es
posible que alcancen a revelarnos todas las obras del Altísimo. Cuando
pensamos haber penetrado muy adentro, tal vez apenas hemos pasado
de la superficie.
[440] Nos responden, lo segundo: que todos los innumerables
cuerpos celestes, que llamamos estrellas, deben ser luminosos por sí
mismos, pues en la distancia prodigiosa en que se hallan respecto de
nuestro sol, no pueden recibir de él tanta luz que puedan reflectarla a
nosotros con tanta claridad y brillantez. Lo tercero: que la grandeza de
estos innumerables cuerpos brillantes debe ser a lo menos tanta cuan-
ta es la del sol que nos alumbra; pues está demostrado por muchísi-
mos astrónomos insignes después de Huijens, que nuestro sol, puesto
en la distancia en que está respecto de nosotros la estrella Sirus, se
viera tan pequeño como ella; y puesto en la distancia de cualquiera
otra estrella, se vería a proporción como ella se ve; y puesto en la dis-
tancia de las que no se ven, no se vería.
[441] Lo cuarto: que la distancia de una estrella a otra debe ser
igual poco más o menos, siguiendo la analogía, de la que hay de nues-
tro sol a la estrella más vecina, que parece Sirus. ¿Qué distancia es és-
ta? Si se habla de una distancia geométrica y precisa, confiesan todos
sinceramente que es imposible determinarla: no alcanza a tanto la tri-
gonometría, ni el cálculo, pues no habiendo paralaje, no puede haber
principio cierto sobre que estribar. Mas si se habla por una conjetura
racional, fundada en buenas razones de congruencia, y fortificadas por
el cálculo mismo, se puede (dicen) asegurar que la distancia de nues-
tro sol a la estrella Sirus puede ser mayor, pero no menor, que la que
hallaron Huijens y Casani, y después de estos dos sapientísimos astró-
1 Sal. 146, 4.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 895
nomos, otros muchos que los han imitado; es a saber, no puede ser
menor la distancia de nuestro sol a la estrella Sirus, que 27 millones de
leguas; otros suben hasta 60 millones; y los más modernos hasta 200
millones de leguas.
[442] Responden, lo quinto: que estas estrellas luminosas por sí
mismas, y tan distantes la una de la otra como lo está el sol de la más
cercana, no pueden estar ociosas, esto es, no pueden gozar ellas solas
inútilmente de su luz y calor. Parece que deben comunicarlo sin esca-
sez a otros cuerpos fríos y opacos por sí mismos, así como lo hace cier-
tisímamente nuestro sol. Este alumbra y fomenta cuando menos a die-
ciséis globos opacos y fríos en sí mismos, como son Mercurio, Venus,
nuestra Tierra, Marte, Júpiter y Saturno, y fuera de estos seis globos
primarios, alumbra también y fomenta evidentemente a nuestro saté-
lite, que llamamos Luna, a los cuatro satélites de Júpiter, y a los cinco
de Saturno, con su anillo que rodea y se cree compuesto de millones de
otros satélites, y a muchos otros que no dejan de sospecharse, sin en-
trar en este número los cometas, el Herschel y otros.
[443] Responden, lo sexto: si cada estrella luminosa por sí misma
no puede considerarse ociosa, sino destinada a fomentar y alumbrar
otros cuerpos opacos y fríos que la circundan y giran en su contorno o
a su rededor; luego cada estrella es un sistema solar y planetario, así
como lo es ciertamente nuestro sol; luego cada estrella tiene muchos
cuerpos (más o menos) que la circundan como a centro común de mo-
vimiento, y que necesitan de su luz y calor.
[444] Responden, en fin: que esta luz y calor que cada estrella re-
parte libremente a otros cuerpos opacos y fríos que la circundan y ro-
dean, no puede parar solamente en los cuerpos mismos inanimados;
parece que debe alumbrar y calentar a criaturas vivas y animadas, ya
sólo sensitivas análogas a nuestras bestias, ya también y principalmen-
te a criaturas racionales compuestas de cuerpo y espíritu, análogas al
hombre habitador de este globo y señor de todas las otras especies,
que a todas las domina, etc. Todo esto han discurrido estos sabios; cu-
yo discurso, lejos de oponerse a nuestra creencia divina ni a la razón
natural, antes la sublima, la extiende, la ensalza, y la hace formar un
concepto magnífico del Criador de todo.
[445] Yo estoy muy lejos de tomar partido en la idea de otras cria-
turas racionales y corporales, que hay o puede haber en otros orbes. Las
razones especiosas que se alegan a su favor son todas de mera conjetura
y congruencia; por consiguiente, sólo pueden probar que la cosa no re-
pugna, ni es imposible, ni se opone a alguna verdad; nada pueden pro-
bar a favor de su existencia real; antes sería una temeridad, por no decir
una estulticia, pensar que el omnipotente, sapientísimo y fecundísimo
Dios, debía hacer y disponer todo su mundo universo según nuestras
896 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Col. 1, 19-20.
2 2 Ped. 3, 16.
3 Mt. 12, 35.
898 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Rom. 1, 20-22.
2 Judas 10-11.
3 Rom. 8, 17.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 899
de ver (dice David) tus cielos, obra de tus dedos; la luna y las estrellas,
que tú has establecido 1; y sin que esta visión y observación de las obras
de Dios les impida o distraiga un momento de la visión y fruición ina-
misible del sumo bien, a quien hallarán inmutable e igual a sí mismo en
todas partes. Por ahora, en el estado presente, el cuerpo corruptible
apesga al alma 2, y muchísimas veces nos sucede que el espíritu en ver-
dad pronto está, mas la carne enferma 3; y todos podemos con verdad
decir lo que decía San Pablo: Veo otra ley en mis miembros, que con-
tradice a la ley de mi voluntad, etc. 4. Mas en aquel estado felicísimo,
el cuerpo ya incorruptible y glorificado, lejos de perturbar al alma, ni
de impedirle un solo momento la contemplación, fruición y amor ín-
timo del sumo bien, antes le ayudará aun en esto mismo, pues partici-
pando de su gloria, le servirá de instrumento para gozar de todo, y pa-
ra alabar y bendecir en todo y por todo al Criador de todo.
[452] No me confundáis ahora, Cristófilo, esta idea sencilla y cla-
ra, y fundada solamente en la revelación, con aquellas ideas ridículas,
secas, injustas e insufribles, que hallaréis no pocas veces en tantos es-
critores, aun cristianos, de nuestro siglo tenebroso. Estos sabios in-
felices, por los que viene el escándalo 5, y a quienes importara no ha-
ber nacido, después de renunciar a Cristo, y con él a toda justicia y a
toda esperanza, se prometen no obstante, como gente que hubiese vi-
vido en justicia y que no hubiese desamparado la ley de su Dios 6, que
sus almas libres y expeditas después de su muerte andarán eterna-
mente de globo en globo, adquiriendo siempre nuevos conocimientos
en la ciencia filosófica hasta perfeccionarse en ella. Mas esto, ¿para
qué? ¿Acaso para ir subiendo por medio de estos conocimientos nue-
vos como de grado en grado, hasta llegar al conocimiento del Criador
de todo, y parar y descansar en él? ¡Oh que no, ni aun siquiera nom-
brar al Criador! ¿Por qué? Porque éste puede impedir, y perturbar, y
distraer al alma en la contemplación de sus muchas obras. Fuera de
esto, se pregunta: esta idea vana y esta esperanza conocidamente ridí-
cula, ¿en qué se funda? ¿Acaso en alguna autoridad infalible, o en al-
guna promesa indefectible de aquel Dios quimérico, que ellos mismos
se han hecho y ordenado a su gusto? ¿Acaso a lo menos en algún ra-
ciocinio bien ordenado, como debíamos esperar de buenos filósofos?
Ni lo uno, ni lo otro.
[453] De manera que, habiendo dejado voluntariamente y perdido
absolutamente el verdadero camino por la abundancia de su orgullo e
1 Sal. 8, 4.
2 Sab. 9, 15.
3 Mt. 26, 41; Mc. 14, 38.
4 Rom. 7, 23.
5 Mt. 18, 7.
6 Is. 58, 2.
900 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Judas 11.
2 Judas 13.
3 Mt. 25, 46.
4 Heb. 6, 17-18.
5 Sal. 99, 3.
6 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
7 Lam. 2, 17.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 901
1 Rom. 14, 5.
2 Jn. 6, 61.
3 Gen. 5, 29.
4 Heb. 1, 2; 2, 10.
5 Ecl. 3, 10.
6 Fil. 2, 7.
7 Is. 53, 12.
904 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
[464] A esto debe añadirse que los más y mejores doctores, así ex-
positores como teólogos, admiten una perfecta renovación de nuestro
orbe terráqueo después del juicio universal: Esperamos (dice San Pe-
dro) según sus promesas cielos nuevos y tierra nueva, en los que mo-
ra la justicia 1. Mas esta nueva tierra renovada perfectamente, en la
cual habitará la justicia, ¿como podremos concebirla, si Cristo y todos
los benditos de su Padre la abandonan del todo y se van a lo más alto
del cielo empíreo? Esta es la gran dificultad, obvia y visible, a que nin-
guno satisface. Digo que ninguno satisface a esta obvia y visible difi-
cultad, porque los más no se dan por entendidos de ella, como si no la
viesen; y algunos pocos, que no han querido disimularla del todo, han
opinado que se renovará enteramente nuestra tierra después de la re-
surrección y juicio universal, para que vivan en ella eternamente, go-
zando de una felicidad natural, los párvulos que han muerto y murie-
ren en adelante sin bautismo y sin pecado personal; como si el omni-
potente, justísimo y santísimo Dios no tuviese en todo su universo
mundo dónde colocar a estos párvulos, que no pertenecen al reino, o
no son hijos del reino; como si no fuese verdadera aquella sentencia de
Cristo: En la casa de mi Padre hay muchas moradas 2. Fuera de que,
¿cómo puede componerse esta opinión con aquellas palabras: Espera-
mos según sus promesas cielos nuevos y tierra nueva, en los que mo-
ra la justicia? ¿Es lo mismo la inocencia que la justicia? ¿Lo positivo
que lo negativo? El que hace justicia, justo es, dice San Juan 3. Conque
si nuestra tierra se debe renovar solamente para que sirva de habita-
ción a los párvulos incapaces de bien ni de mal personal, no podrá ha-
bitar en ella la justicia; luego si ésta ha de habitar en ella, su renova-
ción deberá ser para otros habitantes infinitamente diversos. De éstos
testifican las Escrituras, que son los que no quieren considerarse en el
sistema vulgar.
[465] Fuera de los lugares que quedan apuntados a favor de nues-
tra tierra, y fuera de tantos otros de que abundan los Profetas y los
Salmos, considerad por último este solo, que por su precisión y clari-
dad vale por mil: Los injustos serán castigados, y el linaje de los im-
píos perecerá. Mas los justos heredarán la tierra, y morarán sobre
ella por siempre 4. Y poco antes se había dicho en el mismo salmo: Los
que proceden malignamente, serán exterminados: mas los que aguar-
dan al Señor, ellos heredarán la tierra. Y aun de aquí a un poquito,
no existirá el pecador; y buscarás el lugar de él, y no lo hallarás. Mas
los mansos heredarán la tierra, y se deleitarán en muchedumbre de
1 2 Ped. 3, 13.
2 Jn. 14, 2.
3 1 Jn. 3, 7.
4 Sal. 36, 28 y 39.
906 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Jn. 1, 14.
2 Fil. 2, 7.
3 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
4 Is. 64, 4; 1 Cor. 2, 9.
908 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
1 Rom. 8, 18.
2 2 Cor. 5, 4.
3 Mt. 11, 12.
4 Mt. 7, 21.
5 Sant. 2, 26.
6 Rom. 8, 29.
7 Rom. 8, 17.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 909
1 Apoc. 5, 10.
2 CONCILIO DE TRENTO, sesión 4, Dz. 786.
3 Rom. 9, 1.
4 Col. 2, 2-3.
5 1 Ped. 5, 12.
Indice analítico
PARTE PRIMERA
Algunos preparativos necesarios
para una justa observación
PARTE SEGUNDA
Observación de algunos fenómenos
particulares sobre la Profecía de Daniel,
y venida del Anticristo
INTRODUCCIÓN .................................................................................... 147
FENÓMENO 1: LA ESTATUA DE CUATRO METALES DEL
CAPÍTULO 2 DE DANIEL .................................................. 148
Preparación..............................................................................................148
Párrafo 1, 148.
Se propone y examina la repartición que hasta ahora ha corrido
de estos cuatro reinos ........................................................... 149
Párrafo 2, 149.
Se propone otro orden y otra explicación de estos cuatro reinos ......... 153
Párrafo 3, 153. — PRIMER REINO, 154. — SEGUNDO REINO, 156.
— Párrafo 4, 156. — TERCER REINO, 157. — Párrafo 5, 157. —
CUARTO REINO, 159. — Párrafo 6, 159. — Primer distintivo,
INDICE ANALÍTICO 913
162. — Segundo distintivo, 162. — Tercer distintivo, 163. —
Cuarto distintivo, 163.
Segunda parte de la profecía: Caída de la piedra sobre los pies
de la estatua, y fundación de otro nuevo reino
sobre las ruinas de todos ...................................................... 163
Párrafo 7, 163. — Primera dificultad, 165. — Segunda difi-
cultad, 165. — EXAMEN DE LA PIEDRA, 165. — Párrafo 8, 165.
Conclusión 171
Párrafo 1, 175.
Descripción de las cuatro bestias y explicación de este misterio,
según se halla en los expositores .......................................... 176
Párrafo 2, 176.
Se propone otra explicación de estas cuatro bestias .............................182
Párrafo 3, 182. — EXPLICACIÓN DE LA PRIMERA BESTIA, 185. —
Párrafo 4, 185. — SEGUNDA BESTIA, 187. — Párrafo 5, 187. —
TERCERA BESTIA, 189. — Párrafo 6, 189. — CUARTA BESTIA TE-
RRIBLE Y ADMIRABLE, 194. — Párrafo 7, 194.
Segunda parte de la profecía: muerte de la cuarta bestia,
y sus resultas ......................................................................... 197
Párrafo 8, 197. — Párrafo 9, 198.
Conclusión 201
PARTE TERCERA
Algunos sucesos principales
y más notables del reino venturoso
de Cristo en la tierra
INTRODUCCIÓN ....................................................................................703
CAPÍTULO 1: EL DÍA MISMO DE LA VENIDA DEL SEÑOR
SEGÚN LAS ESCRITURAS .................................................706
CAPÍTULO 14: FIN DE LOS MIL AÑOS DE QUE HABLA SAN JUAN.
SOLTURA DEL DRAGÓN.
CAUSAS DE ESTA SOLTURA Y SUS EFECTOS ...................... 859
Párrafo 1, 859. — Párrafo 2, 862. — Párrafo 3, 867. — Párrafo
4, 870.