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ATENCIÓN

OBRA INCLUIDA EN EL INDICE DE LIBROS PROHIBIDOS

Padre Manuel Lacunza

LA VENIDA
DEL MESÍAS
en gloria
y majestad
R. ACKERMANN, STRAND
LONDRES, MÉJICO – 1826
I. H. S.

Si recibimos el testimonio de los hombres,


mayor es el testimonio de Dios.
(San Juan, Epístola I, versículo 9).

Si a Dios no creemos, ¿a quién creeremos?


(San Ambrosio sobre San Lucas, libro 4, capítulo 5).

Lo que podemos interpretar propiamente,


interpretarlo por figura, es propio de los incrédulos,
o de los que procuran apartarse de la fe.
(Maldonado sobre San Mateo, 8, 12).
Dedicatoria del autor

AL MESÍAS JESUCRISTO,
HIJO DE DIOS,
HIJO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA,
HIJO DE DAVID,
HIJO DE ABRAHAM
SEÑOR:

El fin que me he propuesto en esta obra (lo sabe bien Vuestra Mer-
ced) es dar a conocer un poco más la grandeza y excelencia de vuestra
adorable persona, y los grandes y adorables misterios, los nuevos y los
añejos 1, relativos al Hombre Dios, de que dan tan claros testimonios
las santas Escrituras. En la constitución presente de la Iglesia y del
mundo, he juzgado convenientísimo proponer algunas ideas, no nue-
vas sino de un modo nuevo, que por una parte me parecen expresas en
la Escritura de la verdad, y por otra parte se me figuran de una suma
importancia, principalmente para tres clases de personas.
Deseo y pretendo, en primer lugar, despertar por este medio, y aun
obligar a los sacerdotes a sacudir el polvo de las Biblias, convidándolos
a un nuevo estudio, a un examen nuevo, y a nueva y más atenta consi-
deración de este Libro divino, el cual siendo libro propio del sacerdo-
cio, como lo son respecto de cualquier artífice los instrumentos de su
facultad, en estos tiempos, respecto de no pocos, parece ya el más inú-
til de todos los libros. ¡Qué bienes no debiéramos esperar de este nue-
vo estudio, si fuese posible restablecerlo entre los sacerdotes hábiles, y
constituidos en la Iglesia por maestros y doctores del pueblo cristiano!
Deseo y pretendo, lo segundo, detener a muchos, y si fuese posible,
a todos los que veo con sumo dolor y compasión correr precipitada-
mente por la puerta ancha y espacioso camino 2 hacia el abismo ho-
rrible de la incredulidad; lo cual no tiene ciertamente otro origen sino
la falta de conocimiento de vuestra divina persona: y esto por verdade-
ra ignorancia de las Escrituras sagradas, que son las que dan testimo-
nio de Vuestra Merced 3.

1 Cant. 7, 13.
2 Mt. 7, 13.
3 Jn. 5, 39.
6 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Deseo y pretendo, lo tercero, dar alguna mayor luz, o algún otro


remedio más pronto y eficaz a mis propios hermanos los Judíos, cuyos
padres son los mismos de quienes desciende Cristo según la carne 1.
¿Qué remedio pueden tener estos miserables hombres, sino el conoci-
miento de su verdadero Mesías a quien aman, y por quien suspiran no-
che y día sin conocerlo? ¿Y cómo lo han de conocer, si no se les abre el
sentido? ¿Y cómo se les puede abrir suficientemente este sentido en el
estado de ignorancia y ceguedad en que actualmente se hallan, confor-
me a las Escrituras 2, si sólo se les muestra la mitad del Mesías, encu-
briéndoles y aun negándoles absolutamente la otra mitad; si sólo se les
predica, quiero decir, lo que hay en sus Escrituras perteneciente a vues-
tra primera venida en carne pasible, como redentor, como maestro,
como ejemplar, como sumo sacerdote, etc., y se les niega sin razón al-
guna lo que ellos creen y esperan, según las mismas Escrituras, aun con
ideas poco justas y aun groseras, perteneciente a la segunda?
¡Oh Señor mío Jesucristo, bondad y sabiduría inmensa! Todo esto
que pretendo por medio de este escrito, si algo se consigue por vuestra
gracia, debe redundar necesariamente en vuestra mayor gloria, pues
ésta la habéis puesto en el bien de los hombres. Por tanto debo esperar
de la benignidad de vuestro dulcísimo corazón, que no desecharéis es-
te pequeño obsequio que os ofrece mi profundo respeto, mi agradeci-
miento, mi amor, mi deseo intenso de algún servicio a mi buen Señor,
como quien me ha alcanzado misericordia para serle fiel 3.
Si como yo lo deseo, y me atrevo a esperarlo, se siguiese de aquí al-
gún verdadero bien, todo él lo ofrezco humildemente a vuestra gloria,
y lo pongo junto conmigo a vuestros pies; y en este caso pido, Señor,
con la mayor instancia, vuestra soberana protección, de la cual tengo
tanta mayor necesidad, cuanto temo, no sin fundamento, grandes con-
tradicciones, y cuanto soy un hombre oscuro e incógnito, sin gracia ni
favor humano, antes confundido con el polvo, y en cierto modo conta-
do con los malvados 4. Me reconozco, no obstante, y me confieso por
vuestro siervo, aunque indigno e inútil, etc.
JUAN JOSAFAT BEN-EZRA.

1 Rom. 9, 5.
2 Sant. 2, 8.
3 1 Cor. 7, 25.
4 Is. 53, 12.
Prólogo

No me atreviera a exponer este escrito a la crítica de toda suerte de


lectores, si no me hallase suficientemente asegurado; si no lo hubiese
hecho pesar una y muchas veces en las mejores y más fieles balanzas
que me han sido accesibles; si no hubiese, digo, consultado a muchos
sabios de primera clase, y sido por ellos asegurado, después de un pro-
lijo y riguroso examen, de no contener error alguno, ni tampoco algu-
na cosa de sustancia digna de justa reprensión.
Mas como este examen privado (que por mis grandes temores, bien
fundado en el claro conocimiento de mi nada, lo empecé a pedir tal vez
antes de tiempo) no pudo hacerse con tanto secreto que de algún modo
no se trasluciese, entraron con esto en gran curiosidad algunos otros
sabios de clase inferior, en quienes por entonces no se pensaba, y fue
necesario, so pena de no leves inconvenientes, condescender con sus
instancias. Esta condescendencia inocente y justa ha producido, no
obstante, algunos efectos poco agradables, y aun positivamente perju-
diciales; ya porque el escrito todavía informe se divulgó antes de tiem-
po y sazón; ya porque en este estado todavía informe se sacaron de él
algunas copias contra mi voluntad, y sin serme posible el impedirlo; ya
también, y principalmente, porque algunas de estas copias han volado
más lejos de lo que es razón, y una de ellas, según se asegura, ha volado
hasta la otra parte del océano, en donde dicen ha causado no pequeño
alboroto, y no lo extraño, por tres razones: primera, porque esa copia
que voló tan lejos estaba incompleta, siendo solamente una pequeña
parte de la obra; segunda, porque estaba informe, no siendo otra cosa
que los primeros borrones, las primeras producciones que se arrojan de
la mente al papel, con ánimo de corregirlas, ordenarlas y perfeccionar-
las a su tiempo; tercera, porque a esta copia, en sí misma informe, se le
habían añadido y quitado no pocas cosas al arbitrio y discreción del
mismo que la hizo volar, el cual, aun lleno de bonísimas intenciones, no
podía menos (según su natural carácter bien conocido de cuantos le co-
nocen) que cometer en esto algunas faltas bien considerables.
Yo debo, por tanto, esperar de todas aquellas personas cuerdas a
cuyas manos hubiese llegado esta copia infeliz, o tuviesen de ella algu-
na noticia, que se harán cargo de todas estas circunstancias, no juz-
gando de una obra por algunos pocos de papeles sueltos, manuscritos
e informes que, contra la voluntad de su autor, se arrojaron al aire im-
prudentemente, cuando debían más antes arrojarse al fuego. Esto úl-
8 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

timo pido yo, no sólo por gracia, sino también por justicia, a cualquie-
ra que los tuviese.
Hecha esta primera advertencia, que me ha parecido inevitable, de-
bo ahora prevenir alguna leve satisfacción a dos o tres reparos genera-
les y obvios, que ya se han hecho por personas nada vulgares, y por
consiguiente se pueden hacer.
Primer reparo
El primero y más ruidoso de todos es la novedad. Esta (dicen como
temblando, y sin duda con óptima intención), en puntos que pertene-
cen de algún modo a la religión, como es la inteligencia y explicación
de la Escritura santa, siempre se ha mirado y siempre debe mirarse
con recelo, y desecharse como peligro, mucho más en este siglo en que
hay tantas novedades, y en que apenas se gusta de otra cosa que de la
novedad, etc.
Respuesta
La primera parte de esta proposición ciertamente es justa y pru-
dentísima, así como la segunda parte parece imprudentísima, injustí-
sima, y por eso infinitamente perjudicial. La novedad en cualquier
asunto que sea, mucho más en la inteligencia y exposición de la Escri-
tura santa, debe mirarse siempre con recelo, y no admitirse ni tolerar-
se con ligereza; mas de aquí no se sigue que deba luego al punto dese-
charse como peligro, ni reprobarse ligeramente por solo el título de
novedad. Esto sería cerrar del todo la puerta a la verdad, y renunciar
para siempre a la esperanza de entender la Escritura divina. Todos los
intérpretes, así antiguos como no antiguos, confiesan ingenuamente (y
lo confiesan muchas veces, ya expresa, ya tácitamente, sin poder evitar
esta confesión) que en la misma Escritura hay todavía infinitas cosas
oscuras y difíciles que no se entienden, especialmente lo que es profe-
cía. Y aunque todos han procurado con el mayor empeño posible dar a
estas infinitas cosas algún sentido o alguna explicación, saben bien los
que tienen en esto alguna práctica, que este sentido y explicación real-
mente no satisface; pues las más veces no son otra cosa que una pura
acomodación gratuita y arbitraria, cuya impropiedad y violencia salta
luego a los ojos.
Ahora digo yo: estas cosas que hasta ahora no se entienden en la
Escritura santa, deben entenderse alguna vez, o a lo menos proponer-
se su verdadera inteligencia; pues no es creíble, antes repugna a la in-
finita santidad de Dios, que las mandase escribir inútilmente por sus
siervos los profetas 1. Si alguna vez se han de entender, o se ha de pro-
poner su verdadera inteligencia, será preciso esperar este tiempo, que

1 2 Rey. 24, 2; Dan. 9, 10; Apoc. 10, 7.


PRÓLOGO 9

hasta ahora ciertamente no ha llegado. Por consiguiente será preciso


esperar sobre esto en algún tiempo alguna novedad. Mas si esta nove-
dad halla siempre en todos tiempos cerradas absolutamente todas las
puertas, si siempre se ha de recibir y mirar como peligro, si siempre se
ha de reprobar por solo el título de novedad, ¿qué esperanza puede
quedarnos? El preciso título de novedad, aun en estos asuntos sagra-
dos, lejos de espantar a los verdaderos sabios, por píos y religiosos que
sean, debe por el contrario incitarlos más, y aun obligarlos a entrar en
un examen formal, atento, prolijo, circunstanciado, imparcial, de esta
que se dice novedad, para ver y conocer a fondo, lo primero: si real-
mente es novedad o no; si es alguna idea del todo nueva, de que jamás
se ha hablado ni pensado en la Iglesia católica desde los apóstoles has-
ta el día de hoy, o es solamente una idea seguida, propuesta, explicada
y probada con novedad; en lo cual no pueden ignorar los sabios católi-
cos, religiosos y píos, que hay una suma diferencia y una distancia casi
infinita. Lo segundo: si esta novedad o esta idea sólo propuesta, segui-
da, explicada y probada con novedad, es falsa o no; es decir, si se opo-
ne o no se opone a alguna verdad de fe divina, cierta, segura e indispu-
table, si es contraria o no contraria, sino antes conforme a aquellas
tres reglas únicas e infalibles de nuestra creencia, que son: primera, la
Escritura divina entendida en sentido propio y literal; segunda, la
tradición, no humana sino divina: la tradición, digo, no de opinión si-
no de fe divina, cierta, inmemorial, universal y uniforme (condiciones
esenciales de la verdadera tradición divina); tercera, la definición ex-
presa y clara de la Iglesia congregada en el Espíritu Santo.
Lejos de temer un examen formal por esta parte, o por las tres reglas
únicas e infalibles arriba dichas, es precisamente el que deseo y pido
con toda la instancia posible; ni temo otra cosa sino la falta de este
examen, exacto y fiel. Si las cosas que voy a proponer (llámense nuevas,
o sólo propuestas y tratadas con novedad) se hallaren opuestas o no
conformes con estas tres reglas infalibles, y si esto se prueba de un mo-
do claro y perceptible, con esto solo yo me daré al punto por vencido, y
confesaré mi ignorancia sin dificultad. Mas si a ninguna de estas tres
reglas se opone nuestra novedad, antes las respeta y se conforma con
ellas escrupulosamente: si la primera regla que es la Escritura santa no
sólo no se opone, sino que favorece y ayuda, positivamente, claramente,
universalmente; si por otra parte las dos reglas infalibles nada prohí-
ben, nada condenan, nada impiden, porque nada hablan, etc.; en este
caso ninguno puede condenar ni reprender justa y razonablemente esta
novedad, por solo el título de novedad, o porque no se conforma con el
común modo de pensar. Esto sería canonizar solemnemente como pun-
tos de fe divina las infinitas inteligencias y explicaciones puramente
acomodaticias con que hasta ahora se han contentado los intérpretes de
la Escritura, prescindiendo absolutamente de la inteligencia verdadera,
10 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

como saben, lloran y se lamentan los eruditos de esta sagrada facultad,


especialmente sobre las profecías.
Segundo reparo
El sistema o las ideas que yo llamo ordinarias sobre la segunda ve-
nida del Señor, se dice, y por consiguiente se puede decir, son la fe y
creencia de toda la Iglesia católica, propuesta y explicada por sus doc-
tores, los cuales en esta inteligencia y explicación no pueden errar,
cuando todos o los más concurren a ella unánimemente. Es verdad (se
añade con poca o ninguna reflexión) que en los tres o cuatro primeros
siglos de la Iglesia se expone de otro modo por algunos, y se diría me-
jor por muchos y aun por muchísimos de sus doctores, como veremos
a su tiempo; pero vale más, prosiguen diciendo, catorce siglos que cua-
tro, y catorce siglos más ilustrados, que cuatro oscuros, etc.
Respuesta
En toda esta declamación tan breve como despótica, yo no hallo otra
cosa que un equívoco constituido. Primeramente se confunde demasia-
do lo que es de fe y creencia divina de toda la Iglesia católica, con lo que
es de fe y creencia puramente humana, o mera opinión: lo que creemos
y confesamos todos los católicos como puntos indubitables de fe divina,
con las cosas particulares y accidentales que se han opinado y pueden
opinarse sobre estos mismos puntos indubitables de fe divina. Esta pa-
labra fe o creencia puede tener, y realmente tiene, dos sentidos tan di-
versos entre sí, y tan distante el uno del otro, cuanto dista Dios de los
hombres. Aun en cosas pertenecientes a Dios y a la revelación, no sola-
mente puede haber y hay entre los fieles dentro de la Iglesia católica
una fe y creencia toda divina, sino también una fe y creencia puramente
humana: aquélla infalible, ésta falible; aquélla obligatoria, ésta libre.
Esta última, en cosas accidentales al dogma, y que no lo niegan, an-
tes lo suponen, se llama con propiedad opinión, dictamen, conciencia,
buena fe, etc. En este sentido toma San Pablo la palabra fe, cuando di-
ce: Y al que es flaco en la fe, sobrellevadlo, no en contestaciones de
opiniones: cada uno abunde en su sentido 1. Una opinión, por común
y universal que sea, puede muy bien ser en la Iglesia una buena fe, sin
dejar por eso de ser una fe puramente humana, y sin salir del grado de
opinión: mas esta buena fe, o esta fe y creencia, por buena e inocente
que sea, no merece con propiedad el nombre sagrado de fe y creencia
de la Iglesia católica, si no es en caso que la misma Iglesia católica,
congregada en el Espíritu Santo, haya adoptado como cierta aquella
cosa particular de que se trata, declarando formalmente que no es de

1 Rom. 14, 1, 5.
PRÓLOGO 11

fe humana sino divina, o porque consta clara y expresamente en la Es-


critura santa, o porque así la recibió y así la ha conservado fielmente
desde sus principios.
De aquí se sigue legítimamente que aquellas palabras cuya sustan-
cia se halla en toda clase de escritores eclesiásticos de dos o tres siglos
a esta parte: Esto se pensó en los cuatro primeros siglos de la Iglesia;
pero valen más catorce siglos en que se ha pensado lo contrario, etc.,
son palabras de poca sustancia, y se adelanta poquísimo con ellas.
Cuatro siglos de una opinión, y catorce de la otra contraria opinión, si
no se produce otro fundamento u otra razón intrínseca, valen lo mis-
mo que cuatro autores de una opinión, y catorce de la opinión contra-
ria en un asunto todo de futuro, que no es del resorte de la pura razón
humana. Aunque aquellos cuatro siglos o aquellos cuatro autores se
multipliquen por 400, y aquellos catorce siglos se multipliquen por
4.000 o por 40.000, jamás podrán hacer un dogma de fe divina preci-
samente por haberse multiplicado por número mayor; ni por esta sola
razón podrán cautivar un entendimiento libre, que en estas cosas de
futuro se funda solamente en la autoridad divina, y de ella sola, mani-
festada claramente, o por la Escritura santa o por la decisión de la
Iglesia, se deja plenamente cautivar. Por consiguiente, los cuatro, y los
catorce así autores como siglos, si no se produce otra verdadera y sóli-
da razón, deberán quedar eternamente en el estado de mera opinión o
fe puramente humana, y nada más.
Ahora, estando las cosas de que hablamos en este estado de opi-
niones o de oscuridad, sin saberse de cierto dónde está la verdad,
¿quién nos prohíbe ni nos puede prohibir, en una causa tan interesan-
te, buscar diligentemente esta verdad? Buscarla, digo, así en los cator-
ce como en los cuatro. Y si en ninguno de ellos se halla clara y limpia,
pues al fin han sido opiniones y no han salido de esta esfera, ¿quién
nos puede prohibir buscar esta verdad en su propia fuente, que es la
divina Escritura? No se trata aquí de buscar en las Escrituras la sus-
tancia del dogma: éste ya se conoce, y se supone conocido, creído y
confesado expresa y públicamente en toda la Iglesia católica. Se trata
solamente de buscar en las Escrituras algunas cosas accidentales, cuya
noticia cierta y segura, aunque no es absolutamente necesaria para la
salud, puede ser de suma importancia, no solamente respecto de los
católicos, sino respecto de todos los Cristianos en general, y también
quizá mucho más respecto de los míseros Judíos. Aunque en estas co-
sas de que hablo accidentales al dogma, hay o puede haber en la Igle-
sia alguna buena fe, no siempre puede reputarse racional y cristiana-
mente por fe de la Iglesia, o por fe divina, que es lo mismo. Si este fal-
so principio se admitiese o tolerase alguna vez, ¿qué consecuencias tan
perjudiciales no debieran temerse?
12 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Tercer reparo
Pocos años ha salió a luz en italiano una obra intitulada Segunda
época de la Iglesia, cuyo autor se llama Enodio Papiá. Como en la obra
presente, cuyo título es La venida del Mesías en gloria y majestad, se
leen cosas muy semejantes a las que se leen en aquélla (aunque pro-
puestas y seguidas de otro modo diverso), es muy de temer que ambas
tengan una misma suerte; esto es, que esta última sea puesta luego co-
mo lo fue aquélla en el Indice romano. Por tanto, sería lo más acertado
obviar con tiempo a este inconveniente, oprimiéndola en la cuna, y ha-
ciéndola pasar del vientre al sepulcro 1 sin discreción ni misericordia.
Respuesta
Los que así discurren o pueden discurrir, me parece, salvo el res-
pecto que se les debe, que o no han leído la primera obra de que ha-
blamos, o no han leído la segunda; o lo que parece más probable, no
han leído ni la una ni la otra, sino que hablan al aire, y se meten a juz-
gar sin el debido examen, y sin conocimiento alguno de causa. La ra-
zón que tengo para esta sospecha, es la misma variedad de sentencias
que han llegado a mis oídos sobre este asunto casi por los 32 rumbos;
porque ya me acusan de plagiario, como que he tomado mis ideas de
Enodio Papiá; ya que sigo en la sustancia el mismo sistema; ya que me
conformo con él en los principios y en los fines, diferenciándome so-
lamente en los medios; ya en suma, por abreviar, que aunque discon-
vengo de este autor en casi todo, pero a lo menos convengo con él en el
modo audaz de pretender desatar el nudo sagrado e indisoluble del
capítulo 20 del Apocalipsis; como si no fuesen reos de este mismo de-
lito todos cuantos han intentado explicar el mismo Apocalipsis.
Ahora, para satisfacer en breve a tantas y tan diversas acusaciones,
me parece que puede bastar una respuesta general. Primeramente, yo
protesto con verdad ante Dios y los hombres, que de esta obra de que
hablamos, ni he tomado ni he podido tomar la más mínima especie. La
razón es única pero decisiva, a saber, porque no he leído tal obra, ni la
he visto aún por de fuera, ni tampoco he oído jamás hablar de ella a
persona que la haya leído. Lo único que he leído de este mismo autor
es la exposición del Apocalipsis, en la cual se remite algunas veces a
otra segunda obra que promete, esto es, a la Segunda época de la Igle-
sia. Mas esta exposición del Apocalipsis, lejos de contentarme, me de-
sagradó tanto, y aun más, que cuanto he leído de diversos autores,
porque aunque apunta algunas cosas buenas en sí mismas, no las fun-
da sólidamente, sino que las presenta informes, y aun disformes sin
explicación ni prueba. Algunas otras parecen duras e indigeribles,

1 Job 10, 19.


PRÓLOGO 13

otras extravagantes, otras no poco groseras y aun ridículas: por ejem-


plo, todo lo que dice sobre la batalla de San Miguel con el dragón del
capítulo 12, etc., a lo que se añade aquel error (que por tal lo tengo) de
poner tres venidas de Cristo, cuando todas las Escrituras del Antiguo y
Nuevo Testamento, y el símbolo apostólico, no nos hablan sino de dos
solas: una que ya sucedió en carne pasible, otra que debe suceder en
gloria y majestad, que los apóstoles San Pedro y San Pablo llaman fre-
cuentemente la revelación o manifestación de Jesucristo. De éstos y
otros defectos que he hallado en la exposición del Apocalipsis de este
autor, infiero bien que podrá haber otros, o iguales o mayores, en su
segunda obra, a que algunas veces se remite.
Aunque esta segunda obra ciertamente no la he leído, como protes-
té poco ha, mas por un breve extracto de ella que me acaba de enviar
un amigo cuatro días ha, comprendo bastante bien, que así el sistema
general de este autor, como su modo de discurrir, distan tanto del mío,
cuanto dista el oriente del ocaso. Exceptuando tal o cual extravagan-
cia, su sistema general me parece el mismo que propuso el siglo pasa-
do el sabio jesuita Antonio Vieira en una obra que intituló Del reino de
Dios establecido en la tierra; así como este sistema me parece el mis-
mo en sustancia que el de muchos Santos Padres y otros doctores que
cita, y también de otros que han escrito después. Todos los cuales su-
ponen como cierto que algún día todo el mundo, y todos los pueblos y
naciones, y aun todos sus individuos, se han de convertir a Cristo y en-
trar en la Iglesia, y cuando esto sucediere, añaden, entonces entrarán
también los Judíos, para que se verifique aquello de San Pablo: que la
ceguedad ha venido en parte a Israel, hasta que haya entrado la ple-
nitud de las Gentes; y que así todo Israel se salve, como está escrito 1;
y aquello del Evangelio: Y será hecho un solo aprisco, y un solo pas-
tor 2. Por consiguiente, suponen que ha de haber otro estado de la Igle-
sia mucho más perfecto que el presente, en que todos los habitadores
de la tierra han de ser verdaderos fieles, y en que ha de haber en la Igle-
sia una grande paz y justicia, y observancia de las divinas leyes, etc.
La diferencia que hay entre el sentimiento de los doctores sobre es-
te punto no es otra, en mi juicio, sino que unos ponen este estado feliz
mucho antes del Anticristo, pues dicen que el Anticristo vendrá a per-
turbar esta paz; otros, y creo que los más, lo ponen después del Anti-
cristo, por guardar del modo posible ciertas consecuencias de que ha-
blaremos a su tiempo; y así admiten, sin poder evitarlo, algún espacio
de tiempo entre el fin y el Anticristo, y la venida gloriosa de Cristo.
Enodio parece que sigue este último rumbo; y no había por qué re-
prenderlo de novedad si no pusiese, al empezar esta época, otra venida

1 Rom. 11, 25-26.


2 Jn. 10, 16.
14 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

media de Cristo a destruir la iniquidad, ordenar en otra mejor forma la


Iglesia y el mundo; haciéndolo venir otra vez al fin del mundo a juzgar
a los vivos y a los muertos 1, sobre lo cual parece que debía haberse
explicado más. Yo que no admito, antes repruebo todas estas ideas,
por parecerme opuestas al Evangelio y a todas las Escrituras, ¿cómo
podré seguir el mismo sistema? Pues ¿qué sistema sigo? Ninguno, sino
solamente el dogma de fe divina que dice: Y desde allí ha de venir a
juzgar a los vivos y a los muertos 2. Y sobre este dogma de fe divina
sigo el hilo de todas las Escrituras sin interrupción, sin violencia y sin
discursos artificiales, como podrá ver por sus ojos cualquiera que los
tuviese buenos.
Puede ser, no obstante, que yo convenga con Enodio Papiá, como
puedo convenir con otros autores, en algunas cosas o generales o parti-
culares. ¿Y qué? ¿Luego por esto solo podrá confundirse una obra con
otra? ¿En qué tribunal se puede dar semejante sentencia? La obra de
Enodio, como de autor católico y religioso, es de creer que contiene
muchísimas cosas buenas, inocentes, pías, verdaderas y probables; y
también es de creer que en éstas se hallen algunas otras conocidamente
falsas, duras, indigestas, sin explicación ni pruebas, etc.; pues por algo
ha sido reprendida. De este antecedente justo y racional, lo que se sigue
únicamente es que cualquiera que convenga con este autor en aquellas
mismas cosas que son reprensibles, merecerá sin duda la misma re-
prensión; la cual no merecerá, ni se le podrá dar sin injusticia, si sólo
conviene en cosas indiferentes o buenas, o verdaderas, o probables.
¿No lo dicta así invenciblemente la pura razón natural?
En suma, la conclusión sea, que la obra de Enodio y la mía, siendo
dos obras diversísimas y de diversos autores, deben examinarse sepa-
radamente, y dar a cada una lo que le toca, según su mérito o demérito
particular. Ni aquella se puede examinar ni juzgar por ésta, ni ésta por
aquélla. Esta especie de juicio repugna esencialmente a todas las leyes
naturales, divinas y humanas. Fuera de que yo nada afirmo de positi-
vo, sino que propongo solamente a la consideración de los inteligen-
tes; proponiéndoles al mismo tiempo, con la mayor claridad de que
soy capaz, las razones en que me fundo; y sujetándolo todo de buena fe
al juicio de la Iglesia, a quien toca juzgar del verdadero sentido de las
Escrituras 3. Al juicio de los doctores particulares también estoy pron-
to a sujetarme, después que haya oído sus razones.

1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
2 Ibíd.
3 CONCILIO VATICANO, 1788.
Discurso preliminar

Vencido ya de vuestras instancias, amigo y señor mío Cristófilo, y


determinado, aunque con suma repugnancia, a poner por escrito algu-
nas de las cosas que os he comunicado, me puse ayer a pensar qué co-
sas en particular había de escribir, y qué orden y método me podría ser
más útil, así para facilitar el trabajo, como para explicarme con liber-
tad. Después de una larga meditación en que vi presentarse confusa-
mente muchísimas ideas, y en que nada pude ver con distinción y cla-
ridad, conociendo que perdía el tiempo y me fatigaba inútilmente, pro-
curé por entonces mudar de pensamientos. Para esto abrí luego la Bi-
blia, que fue el libro que hallé más a la mano, y aplicando los ojos a lo
primero que se puso delante, leí estas palabras con que empieza el ca-
pítulo 9 de la epístola a los Romanos: Verdad digo en Cristo, no mien-
to, dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo: que tengo
muy grande tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseaba
yo mismo ser anatema por Cristo, por amor de mis hermanos, que
son mis deudos según la carne, que son los Israelitas, de los cuales es
la adopción de los hijos, y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el
culto, y las promesas: cuyos padres son los mismos de quienes des-
ciende también Cristo según la carne, etc. 1. Con la consideración de
estas palabras, no tardaron mucho en excitarse en mí aquellos senti-
mientos del apóstol; mas viendo que el corazón se me oprimía aviván-
dose con nueva fuerza aquel dolor, que casi siempre me acompaña, ce-
rré también el libro, y me salí a desahogar al campo. Allí, pasado aquel
primer tumulto, y mitigado un poco aquel ahogo, comencé a dar lugar
a varias reflexiones.
¿Conque es posible (me acuerdo que decía), conque es posible que
el pueblo de Dios, el pueblo santo, la casa de Abraham, de Isaac y de
Jacob, hombres los más ilustres, los más justos, los más amados y pri-
vilegiados de Dios, con cuyo nombre el mismo Dios es conocido de to-
dos los siglos posteriores, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac, y el Dios de Jacob… Este es mi nombre para siempre, y
éste es mi memorial, por generación y generación 2; un pueblo que
había nacido, se había sustentado y crecido con la fe y esperanza del
Mesías; un pueblo preparado de Dios para el Mesías, con providencias

1 Rom. 9, 1-5.
2 Ex. 3, 14-15.
16 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y prodigios inauditos, por espacio de dos mil años; que este pueblo de
Dios, este pueblo santo, tuviese en medio de sí a este mismo Mesías
por quien tantos siglos había suspirado, que lo viese por sus propios
ojos con todo el esplendor de sus virtudes; que oyese su voz y sus pa-
labras de vida, siempre admirado, suspenso y como encantado de las
palabras de gracia que salían de su boca 1; que admirase sus obras
prodigiosas, diciendo y confesando que bien lo ha hecho todo: a los
sordos los ha hecho oír, y a los mudos hablar 2; que recibiese de su
bondad toda suerte de beneficios, y de beneficios continuos así espiri-
tuales como corporales, etc.; y que con todo eso no lo recibiese, con
todo eso lo desconociese, con todo eso lo persiguiese con el mayor fu-
ror; con todo eso lo mirase como un seductor, como un inicuo, y como
tenía anunciado Isaías, lo hubiese con los malvados contado 3; con to-
do eso, en fin, lo pidiese a grandes voces para el suplicio de la cruz?
Cierto que han sucedido en esta nuestra tierra cosas verdaderamente
increíbles, al paso que ciertas y de la suprema evidencia.
Mas de este sumo mal, infinitamente funesto y lamentable (prose-
guía yo discurriendo), ¿quién sería la verdadera causa? ¿Serían acaso
los publicanos, los pecadores, las meretrices, por no poder sufrir la
santidad de su vida, ni la pureza y perfección de su doctrina? Parece
que no, pues el Evangelio mismo nos asegura que se acercaban a él los
publicanos y pecadores para oírle 4; y esto era lo que murmuraban los
escribas y fariseos: Y los fariseos y los escribas murmuraban dicien-
do: Este recibe pecadores y come con ellos 5; y en otra parte: Si este
hombre fuera profeta, bien sabría quién y cuál es la mujer que le to-
ca; porque pecadora es 6. ¿Sería acaso la gente ordinaria, o la ínfima
plebe siempre ruda, grosera y desatenta? Tampoco; porque antes esta
plebe no podía hallarse sin él; ésta lo buscaba, y lo seguía hasta en los
montes y desiertos más solitarios; ésta lo aclamaba a gritos por hijo de
David y rey de Israel; ésta lo defendía y daba testimonio de su justicia,
y por temor de esta plebe no lo condenaron antes de tiempo: Mas te-
mían al pueblo 7.
No nos quedan, pues, otros sino los sacerdotes, los sabios y docto-
res de la ley, en quienes estaba el conocimiento y el juicio de todo lo
que tocaba a la religión. Y en efecto, éstos fueron la causa y tuvieron
toda la culpa. Mas en esto mismo estaba mi mayor admiración: Cierto
que es esta cosa maravillosa, les decía aquel ciego de nacimiento, que

1 Lc. 4, 22.
2 Mc. 7, 37.
3 Is. 53, 12.
4 Lc. 15, 1.
5 Lc. 15, 2.
6 Lc. 7, 39.
7 Lc. 22, 2.
DISCURSO PRELIMINAR 17

vosotros no sabéis de dónde es, y abrió mis ojos 1. Estos sacerdotes,


estos doctores, ¿no sabían lo que creían? ¿No sabían lo que espera-
ban? ¿No leían las Escrituras de que eran depositarios? ¿Ignoraban, o
era bien que ignorasen, que aquéllos eran los tiempos en que debía
manifestarse el Mesías, según las mismas Escrituras? 2. ¿No eran tes-
tigos oculares de la santidad de su vida, de la excelencia de su doctri-
na, de la novedad, multitud y grandeza de sus milagros? Sí, todo esto
es verdad, mas ya el mal era incurable, porque era antiguo; no comen-
zaba entonces, sino que venía de más lejos; ya tenía raíces profundas.
En suma, el mal estaba en aquellas ideas, tan extrañas y tan ajenas
de toda la Escritura, que se habían formado del Mesías, las cuales
ideas habían bebido, y bebían frecuentemente, en los intérpretes de la
misma Escritura. Estos intérpretes, a quienes honraban con el título
de rabinos, o maestros por excelencia, o de señores, tenían ya más au-
toridad entre ellos que la Escritura misma. Y esto es lo que reprendió
el mismo Mesías, citándoles las palabras del capítulo 29 de Isaías: Hi-
pócritas, bien profetizó Isaías de vosotros… diciendo: Este pueblo con
los labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Y en vano me
honran, enseñando doctrinas y mandamientos de hombres, porque
dejando el mandamiento de Dios, os asís de la tradición de los hom-
bres. Bellamente hacéis vano el mandamiento de Dios, por guardar
vuestra tradición 3.
Pues éstos son, concluía yo, éstos son ciertamente los que nos cega-
ron y los que nos perdieron. Estos son aquellos doctores y legisperitos
que, habiendo recibido y teniendo en sus manos la llave de la ciencia, ni
ellos entraron, ni dejaron entrar a otros. ¡Ay de vosotros, doctores de la
ley, que os alzasteis con la llave de la ciencia! Vosotros no entrasteis, y
habéis prohibido a los que entraban 4. En las Escrituras están bien cla-
ras las señales de la venida del Mesías, y del Mesías mismo: su vida, su
predicación, su doctrina, su justicia, su santidad, su bondad, su manse-
dumbre, sus obras prodigiosas, sus tormentos, su cruz, su sepultura,
etc. Mas como al mismo tiempo se leen en las mismas Escrituras, y esto
a cada paso, otras cosas infinitamente grandes y magníficas de la mis-
ma persona del Mesías, tomaron nuestros doctores con suma indiscre-
ción éstas solas, componiéndolas a su modo, y se olvidaron de las otras,
y las despreciaron absolutamente como cosas poco agradables. ¿Y qué
sucedió? Vino el Mesías, se oyó su voz, se vio su justicia, se admiró su
doctrina, sus milagros, etc. El mismo los remitía a las Escrituras, en las
cuales, como en un espejo fidelísimo, lo podían ver retratado con suma

1 Jn. 9, 30.
2 Gen. 49, 10; Dan. 9, 25.
3 Mc. 7, 6-9.
4 Lc. 9, 52.
18 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

perfección: Escudriñad las Escrituras… y ellas son las que dan testi-
monio de mí 1. Pero todo en vano; como ya no había más Escritura que
los rabinos, ni más ideas del Mesías que las que nos daban nuestros
doctores, ni los mismos escribas y fariseos y legisperitos conocían otro
Mesías que el que hallaban en los libros y en las tradiciones de los hom-
bres, fue como una consecuencia necesaria que todo se errase, y que el
pueblo ciego, conducido por otro ciego, que era el sacerdocio, cayese
junto con él en el precipicio. ¿Acaso podrá un ciego guiar a otro ciego?
¿No caerán ambos en el hoyo? 2.
Ahora, amigo mío, dejando aparte y procurando olvidar del todo
unas cosas tan funestas y tan melancólicas, que no nos es posible reme-
diar, volvamos todo el discurso hacia otra parte. Si yo me atreviese a
decir que los Cristianos, en el estado presente, no estamos tan lejos co-
mo se piensa de este peligro, ni tan seguros de caer en otro precipicio
semejante, pensaríais sin duda que yo burlaba, o que acaso quería ten-
taros con enigmas, como la reina de Saba a Salomón. Mas si vierais que
hablaba seriamente sin equívoco ni enigma, y que me tenía en lo dicho,
paréceme que al punto firmaríais contra mí la sentencia de muerte,
clamando a grandes voces: Sea apedreado, y tirándome vos mismo, no
obstante nuestra amistad, la primera piedra. Pues señor, aunque llue-
van piedras por todas partes, lo dicho dicho: la proposición la tengo por
cierta, y el fundamento me parece el mismo sin diferencia alguna sus-
tancial. Oíd ahora con bondad, y no os asustéis tan al principio.
Así como es cierto y de fe divina que el Mesías prometido en las
santas Escrituras vino ya al mundo, así del mismo modo es cierto y de
fe divina que, habiéndose ido al cielo después de su muerte y resurrec-
ción, otra vez ha de venir al mismo mundo de un modo infinitamente
diverso. Según esto creemos los Cristianos dos venidas, como dos pun-
tos esenciales y fundamentales de nuestra religión: una que ya suce-
dió, y cuyos efectos admirables vemos y gozamos hasta el día de hoy;
otra que sucederá infaliblemente, no sabemos cuándo. De ésta, pues,
os pregunto yo si estas ideas son tan ciertas, tan seguras y tan justas,
que no haya cosa alguna que temer ni que dudar. Naturalmente me di-
réis que sí, creyendo buenamente que todas las ideas que tenemos de
esta segunda venida del Mesías son tomadas fielmente de las santas
Escrituras, de donde solamente se pueden tomar. Amén, así lo haga el
Señor: despierte el Señor las palabras que tú profetizaste 3.
No obstante yo os pregunto a vos mismo, con quien hablo en parti-
cular, si con vuestros propios estudios, trabajos y diligencia habéis sa-
cado estas ideas de las santas Escrituras. Así parece que lo debemos

1 Jn. 5, 39.
2 Lc. 6, 39.
3 Jer. 28, 6.
DISCURSO PRELIMINAR 19

suponer, pues siendo sacerdote, y teniendo como tal, o debiendo tener,


la llave de la ciencia, apenas podréis tener alguna excusa en iros a bus-
car otras cisternas no tan seguras, pudiendo abrir la puerta y beber el
agua pura en su propia fuente. Mas el trabajo es que no podemos su-
ponerlo así, porque sabemos todo lo contrario por vuestra propia con-
fesión. ¿Qué necesidad hay, decís confiadamente, de que cada uno en
particular se tome el grande y molestísimo trabajo de sacar en limpio
lo que hay encerrado en las santas Escrituras, cuando este trabajo nos
lo han ahorrado tantos doctores que trabajaron en esto toda su vida? Y
si yo os vuelvo a preguntar si estáis cierto y seguro, como lo pide un
negocio tan grave, que son ciertas y justas todas las ideas que halláis
en los doctores sobre la segunda venida del Mesías, temo mucho que
no os dignéis de responderme, tratándome de impertinente y de necio.
Mas yo, por eso mismo os muestro al punto como con la mano aquel
mismo peligro de que hablamos, y aquel precipicio mismo en que ca-
yeron mis Judíos.
Uno de los grandes males que hay ahora en la Iglesia, por no decir
el mayor de todos, paréceme que es la negligencia, el descuido y aun el
olvido casi total en que se ve el sacerdocio del estudio de la sagrada
Escritura. Del estudio, digo, formal, no de una lección superficial. Vos
mismo podéis ser buen testigo de esta verdad, pues siendo sabio, y
como tal aplicado a la bella literatura, habéis tratado y tratáis con toda
suerte de literatos. Entre todos éstos, ¿cuántos escriturarios habéis ha-
llado? ¿Cuántos que siquiera alguna vez abran este Libro divino?
¿Cuántos que le hagan el pequeño honor de darle lugar entre los otros
libros? Acuérdome a propósito de lo que en cierta ocasión oí decir a un
sabio de éstos; esto es: que la Escritura divina, aunque digna de toda
veneración, no era ya para estudio formal, especialmente en nuestro
siglo, en que se cultivan tantas ciencias admirables llenas de amenidad
y utilidad; que basta leer lo que cada día ocurre en el oficio, y caso que
se ofreciese dificultad sobre algún punto particular, se debía recurrir
no a la Escritura misma, sino a alguno de tantos intérpretes como hay;
en fin, concluyó este sabio diciendo y defendiendo que el estudio for-
mal de la Escritura le parecía tan inútil como seco e insulso. Palabras
que me hicieron temblar, porque me dieron a conocer, o me afirmaron
en el conocimiento que ya tenía del estado miserable en que están, ge-
neralmente hablando, nuestros sacerdotes, y, por consiguiente, los que
dependemos de ellos. Si la sal pierde su virtud, ¿qué cosa dará sabor
a las viandas? 1.
Mas volviendo a nuestro asunto, me atrevo, señor, a deciros, y
también a probaros en toda forma, que las ideas de la segunda venida

1 Mt. 5, 23.
20 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

del Mesías que nos dan los intérpretes, cuanto al modo, duración y cir-
cunstancias, y que tenemos por tan ciertas y tan seguras, no lo son
tanto que no necesitan de examen. Y este examen no parece que puede
hacerse de otro modo, sino comparando dichas ideas con la Escritura
misma, de donde las tomaron o las debieron tomar. Si esta diligencia
hubieran practicado nuestros escribas y fariseos, cuando el Señor
mismo los remitía a las Escrituras, ciertamente hubieran hallado otras
ideas infinitamente diversas de las que hallaban en los rabinos, y es
bien creíble que no hubieran errado tan monstruosamente.
¿Qué quieres, amigo, que te diga? Por grande que sea mi venera-
ción y respeto a los intérpretes de la Escritura, hombres verdadera-
mente grandes, sapientísimos, eruditísimos y llenos de piedad, no
puedo dejar de decir lo que, en el asunto particular de que tratamos,
veo y observo en ellos con grande admiración. Los veo, digo, ocupados
enteramente en el empeño de acomodar toda la Escritura santa, en es-
pecial lo que es profecía, a la primera venida del Mesías, y a los efectos
ciertamente grandes y admirables de esta venida, sin dejar o nada o
casi nada para la segunda, como si sólo se tratase de dar materia para
discursos predicables, o de ordenar algún oficio para tiempo de Ad-
viento. Y esto con tanto celo y fervor, que no reparan tal vez, ni en la
impropiedad, ni en la violencia, ni en la frialdad de las acomodaciones,
ni en las reglas mismas que han establecido desde el principio, ni tam-
poco (lo que parece más extraño), tampoco reparan en omitir algunas
cosas, olvidando ya uno, ya muchos versículos enteros, como que son
de poca importancia; y muchas veces son tan importantes, que destru-
yen visiblemente la exposición que se iba dando.
Por otra parte los veo asentar principios, y dar reglas o cánones pa-
ra mejor inteligencia de la Escritura; mas por poco que se mire, se co-
noce al punto que algunas de estas reglas, y no pocas, son puestas a
discreción, sin estribar en otro fundamento que en la exposición mis-
ma o inteligencia que ya han dado, o pretenden dar, a muchos lugares
de la Escritura bien notables. Y si esta exposición o inteligencia es po-
co justa, o muy ajena de la verdad (como sucede con bastante frecuen-
cia), ya tenemos reglas propísimas para no entender jamás lo que lee-
mos en la Escritura. De aquí han nacido aquellos sentidos diversos de
que muchos abusan para refugio seguro en las ocasiones; pues por cla-
ro que parezca el texto, si se opone a las ideas ordinarias, tienen siem-
pre a la mano su sentido alegórico. Y si éste no basta, viene luego a
ayudarlo el anagógico, a los cuales se añade el tropológico, místico,
acomodaticio, etc., haciendo un uso frecuentísimo, ya de uno, ya de
otro, ya de muchos a un mismo tiempo, subiendo de la tierra al cielo
con grande facilidad, y con la misma bajando del cielo a la tierra al ins-
tante siguiente, tomando en una misma individua profecía, en un mis-
DISCURSO PRELIMINAR 21

mo pasaje, y tal vez en un mismo versículo, una parte literal, otra ale-
górica, otra anagógicamente, y componiendo de varios retazos diver-
sísimos una cosa o un todo que al fin no se sabe lo que es. Y entre tan-
to la divina Escritura, el Libro verdadero, el más venerable, el más sa-
grado, queda expuesto al fuego o agudeza de los ingenios, a quién aco-
moda mejor, como si fuese libro de enigmas.
No por eso penséis, señor, que yo repruebo absolutamente el senti-
do alegórico o figurado (lo mismo digo a proporción de los otros senti-
dos). El sentido alegórico, en especial, es muchas veces un sentido
bueno y verdadero, al cual se debe atender en la misma letra, aunque
sin dejarla. Sabemos por testimonio del apóstol San Pablo que muchas
cosas que se hallan escritas en los libros de Moisés eran figura de otras
muchas, que después se verificaron en Cristo. Y el mismo apóstol, en
la epístola a los Gálatas, capítulo 4, habla de dos testamentos figura-
dos en las dos mujeres de Abraham, y en sus dos hijos Ismael e Isaac,
y añade: Las cuales cosas fueron dichas por alegoría 1: mas como sa-
bemos por otra parte que las epístolas de San Pablo son tan canónicas
como el Génesis y Exodo, quedamos ciertos y seguros no menos de la
historia que de su aplicación: ni por esta explicación, o alegoría, o figu-
ra, dejamos de creer que las dos mujeres de Abraham, Agar y Sara,
eran dos mujeres verdaderas, ni que las cosas que fueron figuradas de-
jasen de ser o suceder así a la letra, como se lee en los libros de Moisés.
No son así los sentidos figurados que leemos, no solamente en Oríge-
nes (a quien por esto llama San Jerónimo siempre intérprete alegóri-
co, y en otras partes, nuestro alegórico), sino en toda suerte de escri-
tores eclesiásticos, así antiguos como modernos; los cuales sentidos
muchísimas veces no dejan lugar alguno, antes parece que destruyen
enteramente el sentido historial, esto es, el obvio literal. Y aunque re-
gularmente dicen verdades, se ve no obstante con los ojos que no son
verdades contenidas en aquel lugar de la Escritura sobre que hablan,
sino tomadas de otros lugares de la misma Escritura, entendida en su
sentido propio, obvio y natural literal; y ellos mismos confiesan, como
una verdad fundamental, que sólo este sentido es el que puede esta-
blecer un dogma y enseñar una verdad.
Con todo esto, dice un autor moderno, la Escritura divina no se ha
explicado hasta ahora de otro modo de como se explicó en el cuarto y
quinto siglo, esto es, de un modo más concionatorio que propio y lite-
ral; o por un respeto no muy bien entendido a la antigüedad, o también
por ser un modo más fácil y cómodo, pues no hay texto alguno, por os-
curo que parezca, que no pueda admitir algún sentido, y esto basta. Es-
ta libertad de explicar la Escritura divina en otros mil sentidos, dejando

1 Gal. 4, 24.
22 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

el literal, ha llegado con el tiempo a tal exceso, que podemos decir sin
exageración que los escritores mismos la han hecho inaccesible, y en
cierto modo despreciable. Son estas expresiones no mías, sino del sabio
poco ha citado 1. Inaccesible a aquellas personas religiosas y pías que
tienen hambre y sed de las verdades que contienen los Libros sagrados,
por el miedo de caer en grandes errores, que los doctores mismos les
ponderan, si se atreven a leer estos Libros sagrados sin luz y socorro de
sus comentarios, tantos y tan diversos. Y como en estos mismos comen-
tarios lo que más falta y se echa menos es la Escritura misma, que no
pocas veces se ve sacada de su propio lugar, y puesta otra cosa diferen-
te, parece preciso que a lo menos una gran parte de la Escritura, en es-
pecial una parte tan principal como es la profecía, quede escondida y
como inaccesible a los que con buena fe y óptima intención desean es-
tudiarla: Vosotros no entrasteis y habéis prohibido a los que entra-
ban 2. Lo que si bien es falso hablando en general, a lo menos en el pun-
to presente me parece cierto por mi propia experiencia.
Los comentadores, hablando en general, no entraron ciertamente
en muchos misterios bien sustanciales y bien claros, que se leen y repi-
ten de mil maneras en los Libros sagrados. Esto es mal, y no pequeño;
mas el mayor mal está en que prohíban la entrada y cierren la puerta a
otros muchos que pudieran entrar, dándoles a entender, y tal vez per-
suadiéndoles con sumo empeño, que aquellos misterios de que hablo,
son peligro, son error, son sueños, son delirios, etc., que aunque en las
Escrituras parezcan expresos y claros, no se pueden entender así, sino
de otro modo, o de otros cien modos diversos, según diversas opinio-
nes, menos de aquel modo y en aquella forma en que los dictó el Espí-
ritu Santo. Y si a personas religiosas y pías la Escritura divina se ha
hecho en gran parte inaccesible por los comentadores mismos, a otras
menos religiosas y menos pías, en especial en el siglo que llamamos de
las luces, se ha hecho también nada menos que despreciable, pues se
les ha dado ocasión más que suficiente para pensar, y tal vez lo dicen
con suma libertad, que la Escritura divina es, cuando menos, un libro
inútil; pues nada significa por sí mismo, ni se ha de entender como se
lee, sino de otro modo diverso que es necesario adivinar. En fin, que
cada uno es libre para darle el sentido que le parece. Así el temor res-
petuoso de los unos, y el desprecio impío de los otros, han producido
por buena consecuencia un mismo efecto natural, esto es, renunciar
enteramente al estudio de la Escritura, lo que en nuestros días parece
que ha llegado a lo sumo.
Todo esto que acabo de apuntar, aunque en general y en confuso,
me persuado que os parecerá duro e insufrible, mucho más en la boca

1 FLEURI, Discurso 5 sobre la historia eclesiástica.


2 Lc. 11, 52.
DISCURSO PRELIMINAR 23

o pluma de un mísero judío. Vuestro enfado deberá crecer al paso que


fuéremos descendiendo al examen de aquellas cosas particulares, tam-
poco examinadas, aunque generalmente recibidas; pues en estas cosas
particulares de que voy a tratar, pienso, señor, apartarme del común
sentir, o de la inteligencia común de los expositores, y en tal cual cosa
también de los teólogos. Esta declaración precisa y formal que os hago
desde ahora, y que en adelante habéis de ver cumplida con toda pleni-
tud, me hace naturalmente temer el primer ímpetu de vuestra indigna-
ción, y me obliga a buscar algún reparo contra la tempestad, digo con-
tra la censura fuerte y dura, que ya me parece oigo antes de tiempo.
Paréceme una cosa naturalísima, y por eso muy excusable, que aun
antes de haberme oído suficientemente, aun antes de poder tener ple-
no conocimiento de causa, y aun sin querer examinar el proceso, me
condenéis a lo menos por un temerario y por un audaz; pues me atrevo
yo solo, hombrecillo de nada, a contradecir a tantos sabios que, ha-
biendo mirado bien las cosas, las establecieron así de común acuerdo.
Lejos sea de mí, si acaso no lo está, el pensar que soy algo respecto de
tantos y tan grandes hombres. Los venero y me humillo a ellos, como
creo que es no sólo razón, sino justicia. Mas esta veneración, este res-
peto, esta deferencia, no ignoráis, señor, que tienen sus límites justos y
precisos, a los cuales es laudable llegar, mas no el pasar muy adelante.
Los doctores mismos no nos piden, ni pueden pedirnos, que se propa-
sen estos límites con perjuicio de la verdad; antes nos enseñan con pa-
labra y obra todo lo contrario, pues apenas se hallará alguno entre mil
que no se aparte en algo del sentimiento de los otros. Digo en algo,
porque apartarse en todo, o en la mayor parte, sería cuando menos
una extravagancia intolerable.
Yo sólo trato un punto particular, que es la venida del Mesías, que
todos esperamos. Y si en las cosas que pertenecen a este punto parti-
cular hallo en los doctores algunos defectos, o algunas ideas poco jus-
tas, que me parecen de gran consecuencia, ¿qué pensáis, amigo, que
deberé hacer? ¿Será delito hallar estos defectos, advertirlos, y tenerlos
por tales? ¿Será temeridad y audacia el proponerlo a la consideración
de los inteligentes? ¿Será faltar al respeto debido a estos sapientísimos
doctores, el decir que, o no los advirtieron por estar repartida su aten-
ción en millares de cosas diferentes, o no les fue posible remediarlas
en el sistema que seguían? Pues esto es solamente lo que yo digo, o
pretendo decir. Si a esto queréis llamar temeridad y audacia, buscad,
señor, otras palabras más propias que les cuadren mejor. ¿Qué mara-
villa es que una hormiga que nada entre el polvo de la tierra, descubra
y se aproveche de algunos granos pequeños, sí, pero preciosos, que se
escapan fácilmente a la vista de una águila? ¿Qué maravilla es, ni qué
temeridad, ni qué audacia, que un hombre ordinario, aunque sea de la
24 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ínfima plebe, descubra en un grande edificio dirigido por los más sa-
bios arquitectos, descubra, digo, y avise a los interesados que el edifi-
cio flaquea y amenaza ruina por alguna parte determinada? No cier-
tamente porque el edificio en general no esté bien trabajado según las
reglas, sino porque el fundamento sobre que estriba una parte del mis-
mo edificio no es igualmente sólido y firme como debía ser.
¿Se podrá muy bien tratar a este hombre de ignorante y grosero?
¿Se podrá reprender de audaz y temerario? ¿Se le podrá decir con irri-
sión que piensa saber más que los arquitectos mismos, pues éstos, te-
niendo buenos ojos, edificaron sobre aquel fundamento? ¿Y no es ve-
rosímil que mirasen primero lo que hacían, etc.? Mas si por desgracia
los arquitectos en realidad no examinaron el fundamento por aquella
parte, o no lo examinaron con atención; si se fiaron de la pericia de
otros más antiguos, y éstos de otros; si en esta buena fe edificaron sin
recelo, no mirando otra cosa que a poner una piedra sobre otra; en es-
te caso nada imposible, ¿será maravilla que el hombre grosero e igno-
rante descubra el defecto, y diga en esto la pura verdad? Con este
ejemplo obvio y sencillo deberéis comprender cuanto yo tengo que
alegar en mi defensa. Todo se puede reducir a esto solo, ni me parece
necesaria otra apología.
Debo solamente advertiros que, como en todo este escrito que os
voy a presentar, he de hablar necesariamente, y esto a cada paso, de los
intérpretes de la Escritura, o, por hablar con más propiedad, de la in-
terpretación que dan a todos aquellos lugares de la Escritura pertene-
cientes a mi asunto particular, temo mucho que me sea como inevitable
el propasarme tal vez en algunas expresiones o palabras, que puedan
parecer poco respetuosas, y aun poco civiles. Las que hallareis en esta
forma, yo os suplico, señor, que tengáis la bondad de corregirlas, o sus-
tituyendo otras mejores, o si esto no se puede, quitándolas absoluta-
mente. Mi intención no puede ser otra que decir clara y sencillamente
lo que me parece verdad. Si para decir esta verdad no uso muchas veces
de aquella amable discreción, ni de aquella propiedad de palabras que
pide la modestia y la equidad, esta falta se deberá atribuir más a pobre-
za de palabras que a desprecio o poca estimación de los doctores, o a
cualquiera otro efecto menos ordenado. Tan lejos estoy de querer ofen-
der en lo más mínimo la memoria venerable de nuestros doctores y
maestros, que antes la miro con particular estimación, como que no ig-
noro lo que han trabajado en el inmenso campo de las Escrituras, ni
tampoco dudo de la bondad y rectitud de sus intenciones. Así mis ex-
presiones y palabras, sean las que fueren, no miran de modo alguno a
las personas de los doctores, ni a su ingenio, etc.; miran únicamente al
sistema que han abrazado. Este sistema es el que pretendo combatir,
mostrando con los hechos mismos, y con argumentos los más sencillos
DISCURSO PRELIMINAR 25

y perceptibles, que es insuficiente, por sumamente débil, para poder


sostener sobre sí un edificio tan vasto, cual es el misterio de Dios que
encierran las santas Escrituras; y proponiendo otro sistema, que me
parece solo capaz de sostenerlo todo. De este modo han procedido más
de un siglo nuestros físicos en el estudio de la naturaleza, y no ignoráis
lo que por este medio han adelantado.
Esta obra, o esta carta familiar, que tengo el honor de presentaros,
paréceme bien (buscando alguna especie de orden) que vaya dividida
en aquellas tres partes principales a que se reduce el trabajo de un la-
brador, esto es, preparar, sembrar y recoger. Por tanto, nuestra prime-
ra parte comprenderá solamente los preparativos necesarios, y tam-
bién los más conducentes, como son allanar el terreno, ararlo, quitar
embarazos, remover dificultades, etc. La segunda comprenderá las
observaciones, las cuales se pueden llamar con cierta semejanza el
grano que se siembra, y que debe naturalmente producir primeramen-
te hierba, después espiga, y por último, grano en la espiga 1. En la
tercera, en fin, procuraremos recoger todo el fruto que pudiéremos de
nuestro trabajo.
Yo bien quisiera presentaros todas estas cosas en aquel orden ad-
mirable, y con aquel estilo conciso y claro, que solo es digno del buen
gusto de nuestro siglo; mas no ignoráis que ese talento no es concedi-
do a todos. Entre la multitud innumerable de escritores que produce
cada día el siglo iluminado, no deja de distinguirse fácilmente la no-
bleza de la plebe; es decir, los pocos entre los muchos. ¿Qué orden ni
qué estilo podéis esperar de un hombre ordinario de plebe, de los po-
bres, a quien vos mismo obligáis a escribir? ¿No bastará entender lo
que dice, y penetrar al punto cuanto quiere decir? Pues esto es lo único
que yo pretendo, y a cuanto puede extenderse mi deseo. Si esto solo
consigo, ni a mí me queda otra cosa a que aspirar, ni a vos otra cosa
que pedir.

1 Mc. 4, 28.
Parte Primera
Algunos preparativos
necesarios para una
justa observación
Capítulo 1
De la letra de la sagrada Escritura

PÁRRAFO 1
[1] Todo lo que tengo que deciros, venerado amigo Cristófilo, se re-
duce al examen serio y formal de un solo punto, que en la constitución o
sistema presente de la Iglesia y del mundo me parece de un sumo inte-
rés; es a saber: si las ideas que tenemos de la segunda venida del Me-
sías, artículo esencial y fundamental de nuestra religión, son ideas ver-
daderas y justas, sacadas fielmente de la Divina Revelación, o no.
[2] Yo comprendo en esta segunda venida del Mesías, no solamen-
te su manifestación o su revelación, como la llaman frecuentemente
San Pedro y San Pablo, sino también todas las cosas que a ella se or-
denan inmediatamente o tienen con ella relación inmediata, así las
que deben precederla como las que deben acompañarla, como también
todas sus consecuencias. Si no me engañan mis ojos, me parece a mí
que veo todas estas cosas con la mayor distinción y claridad en la santa
Escritura, y en toda la Escritura. Me parece que las veo todas grandes
y magníficas, dignas de la grandeza de Dios y de la persona admirable
del hombre Dios. Lejos de hallar dificultad en componer y concordar
las unas con las otras, me parece que todas las veo coherentes y con-
formes, como que todas son dictadas por un mismo Espíritu de ver-
dad, que no puede oponerse a sí mismo. Es verdad que muchas de es-
tas cosas no las entiendo; quiero decir, no puedo formar una idea pre-
cisa y clara del modo con que deben todas suceder; mas esto, ¿qué im-
porta? La sabiduría de Dios, que es ante todas cosas, ¿quién la ras-
treó? 1. ¿Soy yo acaso capaz de comprender el modo admirable con
que está Cristo en la eucaristía? Con todo eso lo creo, sin entenderlo; y
esta creencia fiel y sencilla es la que me vale para hallar en este sacra-
mento el sustento y la vida del alma.
[3] Esta reflexión, que sin duda es el mayor y el más sólido consue-
lo, la extiendo sin temor alguno a todas cuantas cosas leo en las santas
Escrituras. Y lleno de confianza y seguridad, me propongo a mí mismo
este simple discurso. Dios es en todo infinito, y yo soy en todo peque-
ño; Dios puede hacer con suma facilidad infinito más de lo que yo soy
capaz de concebir; luego será un despropósito infinito que yo piense

1 Eclo. 1, 3.
30 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

poder medirlo por la pequeñez de mis ideas; luego cuando él habla, y


yo estoy cierto de que habla, deberé cautivar mi entendimiento y mi
razón en obsequio de la fe; luego deberé creer al punto cuanto me di-
ce, y esto no del modo con que a mí se me figura, sino precisamente de
aquel modo, y con todas aquellas circunstancias, que él se ha dignado
revelarme, pueda o no pueda yo comprenderlas; porque mi fe es la que
se me pide, no mi inteligencia. Con este discurso, no menos óptimo
que sencillo, yo siento, amigo, que se me dilata el corazón, mi fe se avi-
va, mi esperanza se fortifica, y siento en suma otros efectos conocida-
mente buenos, que no hay para qué decirlos aquí.
[4] Mas como el deseo de entender es naturalísimo al hombre, y
muchas veces laudabilísimo, si se contiene en sus justos límites, busco
la inteligencia de aquellas cosas que ya creo, y de que sólo hablo, esto
es, las pertenecientes a la segunda venida del Mesías, que en lo demás
no me meto. Busco, digo, la inteligencia de éstas en los intérpretes de
la Escritura. Y ¿qué sucede? Os parecerá increíble, y como el más so-
lemne despropósito, lo que voy a decir: Os digo delante de Dios, que
no engaño 1, a poco que he registrado los autores sobre los puntos de
que hablo, siento desaparecer casi del todo cuanto había leído y creído
en las Escrituras, quedando mi entendimiento tan oscurecido, mi co-
razón tan frío, y toda el alma tan disgustada, que ha menester mucho
tiempo y muchos esfuerzos para volver en sí.
[5] Como esto me sucedía muchas veces, o por decirlo con más
propiedad y verdad, siempre que leía los intérpretes sobre los puntos
arriba dichos, cansado un día de tanto disgusto, comencé a pensar en-
tre mí que sin duda podría ser un trabajo útil el aplicarme todo a un
examen atento y prolijo de las explicaciones e inteligencias que hallaba
en los intérpretes, confrontándolas una por una con la Escritura mis-
ma, digo, con el texto explicado y con todo su contexto, sin espantar-
me más de lo que es justo y debido del argumento por autoridad. Esto
que leo con mis ojos, decía yo, teniendo en las manos la Biblia sagrada,
es cierto y de fe divina. Dios mismo es el que aquí habla, es imposible
que Dios falte 2. Lo que leo en otros libros, sean los que sean, ni es de
fe, ni lo puede ser; ya porque en ellos habla el hombre, y no Dios; ya
porque unos me dicen una cosa, y otros otra, unos explican de una
manera, y otros de otra; ya en fin porque me dicen cosas muy distan-
tes, muy ajenas, y tal vez muy contrarias a las que me dice clara y ex-
presamente la Biblia sagrada. Hallando, pues, entre Dios y el hombre,
entre Dios que habla y el hombre que interpreta, una grande diferen-
cia y aun contrariedad, ¿a quién de los dos deberé creer? ¿Al hombre
dejando a Dios, o a Dios dejando al hombre? Diréis sin duda lo que di-

1 Gal. 1, 20.
2 Heb. 6, 18.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 31

cen y predican frecuentemente los mismos intérpretes, esto es, que


debo creer al uno y al otro; a Dios que habla, y al hombre que interpre-
ta; es decir, a Dios que habla, mas no en aquel sentido literal, sencillo
y claro que muestra la letra, y en que parece que habla, sino en otro
sentido recóndito y sublime que el intérprete descubre, y en que expli-
ca lo que Dios ha hablado. Y esto so pena de inminente peligro, so pe-
na de caer en grandes errores, como ha sucedido, dicen, a tantos here-
jes, y a tantos otros que no eran herejes, sino católicos y píos.
[6] Poco a poco, amigo, paremos aquí un momento. ¿Os parece,
hablando formalmente, que puede haber algún peligro real en creer
con sencillez y fidelidad lo que se lee tan claro en la divina Escritura?
Pienso que no os atrevierais a decir tanto de los escritos de San Jeró-
nimo, o de algún otro célebre doctor. ¿Peligro en la divina Escritura?
¿Peligro en entenderla y creerla como se entiende y cree a cualquier
escritor? ¿Peligro en creer a Dios infinitamente veraz, santo y fiel en
todas sus palabras 1, sin pedir primero licencia al hombre escaso y li-
mitado? No ignoro el ejemplar tan común y decantado con que se pre-
tende probar este peligro, es a saber, que la Escritura divina habla fre-
cuentísimamente de Dios como si realmente tuviese ojos, oídos, boca,
manos y pies, diestra y siniestra, etc.; todo lo cual dicen no puede en-
tenderse literalmente, o según la letra; pues siendo Dios un espíritu
puro, nada de esto le puede competer. Mas ¿por qué no le debe com-
peter? ¿Por qué no puede entenderse todo esto propísimamente según
la letra? ¿Qué error hay en creer y afirmar que Dios tiene realmente
ojos, oídos, boca, manos, etc.? Cualquiera que lee la Escritura sabe fá-
cilmente por ella misma, si es que no lo sabía de antemano, como lo
deben saber todos los Cristianos, que el verdadero Dios a quien adora,
es un espíritu puro y simplísimo, sin mezcla alguna de cuerpo o de ma-
teria. Si esto sabe, esto solo le basta, aunque sea de tenuísimo ingenio,
para concluir al punto y comprender con evidencia que los ojos, oídos,
boca y manos que la Escritura divina atribuye a Dios no pueden ser de
modo alguno corporales, sino puramente espirituales, del modo que
sólo pueden competer a un puro espíritu. Y si esto entiende, si esto
cree, ¿no entenderá y creerá una cosa infinitamente verdadera? ¿Có-
mo nos ha de hablar Dios para que le entendamos, sino con nuestro
lenguaje y con nuestras palabras? ¿Dónde está, pues, en este ejemplar
el peligro del sentido literal?
[7] El peligro, amigo, no digo sólo remoto y aparente, sino próximo
y real, está por el contrario en creer al hombre que interpreta, cuando
éste se aparta de aquel sentido propio, obvio y literal, que muestra la
letra con todo su contexto; cuando quita, o disimula, o añade alguna
cosa que se oponga, o se aleje, o no se conforme enteramente con el

1 Sal. 144, 13.


32 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sentido literal. Y si no, decidme: ¿Por qué no admiten, antes condenan


como peligrosa, o a lo menos como dura e indigesta, aquella célebre
proposición del doctísimo Teodoreto? Este, en la cuestión 39 expli-
cando el Génesis, sobre aquellas palabras: Hizo también el Señor Dios
a Adán y a su mujer unas túnicas de pieles, y vistiólos 1, para negar,
como lo hace, que Dios diese a Adán y a Eva tal vestido de pieles, dice
así: No conviene seguir el sentido literal desnudo de la Escritura san-
ta como verdadero; sino buscar la sustancia que en él se encierra,
porque la misma letra algunas veces dice una falsedad 2. O esta pro-
posición no es falsa, ni dura, ni reprensible, o lo son, junto con ella,
todas las amenazas que nos hacen, y los miedos que nos meten de pe-
ligro y precipicio en el sentido literal de la Escritura.
[8] Observad aquí de paso una cosa bien importante, pues la halla-
réis practicada con bastante frecuencia: este sabio obispo de Siro creyó
verosímilmente que era buena, cierta y segura aquella opinión, tan
común en su tiempo como en el nuestro, y tan sin fundamento ahora
como entonces, esto es, que la transgresión de nuestros primeros pa-
dres sucedió en el mismo día de su creación; algunos les hacen la gra-
cia hasta el día siguiente, y otros se extienden hasta el octavo, cuando
más. En esta suposición, le pareció increíble que tan presto hallase
Dios pieles verdaderas con qué vestirlos, lo cual sólo podía suceder en
una de dos maneras: o criando de nada dichas pieles, o quitándolas a
algunos animales. Lo primero no, porque ya había concluido su
obra 3. Lo segundo tampoco, porque los animales acabados de criar no
habían tenido tiempo para multiplicarse, ni es creíble que pereciese
aquella especie a quien le quitó la piel. Luego el vestido que dio Dios a
los delincuentes no pudo ser de verdaderas pieles, sino de alguna otra
cosa que no se sabe.
[9] Este discurso le pareció a este sabio bueno y concluyente, como
les parece a otros que lo siguen. Siendo el discurso bueno y concluyen-
te, que está muy lejos de serlo, como que estriba en una cosa falsa, o no
cierta suposición, se sigue forzosamente esta disyuntiva: luego o la di-
vina Escritura dice una cosa falsa, o la transgresión de nuestros padres
no sucedió tan presto como se supone. Esto último no se puede decir,
porque es contra la opinión común de los doctores, y esta opinión co-
mún es una cosa más sagrada que la Escritura misma; luego que lo pa-
gue la Escritura; luego la Escritura divina dice y afirma una cosa falsa.
Por tanto, para no oponerse a la opinión común, establézcase resuelta-
mente esta regla general: No conviene seguir el sentido literal desnudo
de la Escritura santa como verdadero; sino buscar la sustancia que en

1 Gen. 3, 21.
2 TEODORETO, q. 39.
3 Gen. 2, 2.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 33

él se encierra, porque la misma letra algunas veces dice una falsedad.


Tengo por cierto que esta regla general, según se presenta, la miraréis,
no sólo como falsa, no sólo como dura, no sólo como poco reverente,
sino también como peligrosa y perjudicial. No obstante, no dejo de te-
mer con gran fundamento que el uso de esta misma regla general os pa-
rezca tal vez conveniente, útil y aun necesario en las ocurrencias.
PÁRRAFO 2
[10] Pues ¿no han errado tantos, os oigo replicar, no han caído en
el peligro y perecido en él, por haber entendido la Escritura así como
suena según la letra? ¿No ha sido para muchos de gravísimo escándalo
el sentido literal de la Escritura? Os digo, amigo, resueltamente que
no, y otra vez y otras cien veces os digo que no. Los errores que han
adoptado tanto, así herejes como no herejes, no han nacido jamás del
sentido literal de la Escritura, antes han nacido evidentemente de todo
lo contrario, esto es, de haberse apartado de este sentido, de haber en-
tendido o pretendido entender otra cosa diversa de lo que muestra la
letra, de haber creído o pensado que hay o puede haber algún error en
la letra, y con este pensamiento haber quitado o añadido alguna cosa,
ya contraria, ya ajena y distante de la misma letra. Leed con atención
la historia de las herejías, por cualquier autor de los muchos que han
escrito sobre este asunto, y os veréis precisado a confesar que no ha
habido una sola originada del sentido obvio y literal de la Escritura;
hablo del origen verdadero y real, no pretextado maliciosamente. Ten-
go presente el catálogo de las herejías que trae San Agustín hasta su
tiempo, en que se comprenden todas, o las más de las que había im-
pugnado San Ireneo, y después de él San Epifanio. Y he reflexionado
no poco sobre las que han nacido después; lejos de hallar su origen en
la letra de la Escritura, lo hallo siempre en todo lo contrario, en no ha-
ber querido conformarse con esta letra, o con este sentido literal.
[11] Esta es la razón, como testifica San Agustín en el libro segundo
De doctrina cristiana, por la que la santa Iglesia, congregada en el Es-
píritu Santo, cuando ha hablado y condenado alguno de estos errores,
no ha hecho otra cosa que mirar la letra de la Escritura sobre aquel
asunto, esto es, el texto y el contexto tomado todo a la letra, según
aquel sentido que ocurre obvia, clara y naturalmente. Ni jamás la Igle-
sia ha definido verdad alguna (añado que ni lo ha podido ni lo puede
hacer) sacando el texto de su sentido obvio y literal, y pasando su inte-
ligencia a otro sentido diverso que se aparte de la letra, y mucho me-
nos que se oponga a la letra. ¿Qué más hubieran querido los herejes?
Hubieran triunfado irremediablemente.
[12] No solamente la Iglesia Santa, congregada en el Espíritu San-
to, sino también todos los antiguos Padres, y todos cuantos doctores
34 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

han escrito después contra los herejes, han observado siempre, o casi
siempre, la misma conducta. Digo casi siempre, porque es innegable
que tal vez, con el fervor de la disputa, salieron muy fuera de esta re-
gla, y muy fuera de este límite justo y preciso que no puede vadearse 1.
Mas entonces es puntualmente cuando nada concluyeron y nada hicie-
ron. Esto es visible y claro a cualquiera persona capaz de reflexión, que
lea estas disputas o controversias, así antiguas como nuevas. Y la ra-
zón misma muestra que así debía entonces, y siempre debe suceder,
porque si lo que se impugna es ciertamente error, o es error contra al-
guna de aquellas infinitas verdades de que la Escritura divina da tes-
timonio claro y manifiesto, o no. Si no, toda la divina Escritura de na-
da puede servir para impugnar y destruir aquel error, aunque se
amontonen textos a millares, porque ¿cómo se podrá conocer esta
verdad contraria a aquel error, sino precisamente por la letra, o por el
sentido literal de la Escritura? El decir: Esto se puede, esto significa o
se debe entender, no satisface y, por consiguiente, no basta, cuando no
se pruebe por otras razones hasta la evidencia, y esta prueba real y
formal no es razón que se tome solamente de este o de aquel otro au-
tor que así lo pensó, sino de la Escritura misma, o en este lugar, si la
letra lo dice claramente, o en otros lugares en que se explica más. De-
be, pues, decirse con verdad: Esto dice aquí la divina Escritura; de
otra suerte nada se concluye.
[13] Los herejes más corrompidos y más desviados de la verdad
pretendieron siempre confirmar sus errores con la Escritura, como si
fuese ésta alguna fuente universal de que todos pueden beber a su sa-
tisfacción, o como aquel maná de quien dice el Sabio, acomodándose a
la voluntad de cada uno, se volvía en lo que cada uno quería 2. Preten-
dían, digo, hacer creer que en la Escritura estaban, y que de ella los
habían sacado; mas en la realidad los llevaban de antemano, indepen-
diente de toda Escritura; y lo más ordinario, los llevaban más en el co-
razón que en el entendimiento. Y habiéndolos adoptado, y tal vez sin
adoptarlos ni creerlos, iban a la Escritura divina a buscar en ella algu-
na confirmación o alguna defensa, sólo por espíritu de malignidad, de
emulación, de odio, de independencia y de cisma. Y ¿qué sucedía? Su-
cedía, y es bien fácil que suceda así, que o hallaban en la Escritura al-
gún texto con tal o cual viso favorable, o ellos mismos le hacían fuerza
abierta para que se pusiese de su parte, ya quitando, ya añadiendo, ya
separando el texto de todo su contexto, para que dijese por fuerza lo
que realmente no decía. Los Maniqueos, por ejemplo, defendían sus
dos principios, o dos dioses, uno bueno y otro malo; uno causa de todo
el bien que hay en el mundo, otro causa de todos los males, así físicos

1 Ez. 47, 5.
2 Sab. 16, 21.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 35

como morales, que afligen y perturban a los míseros hijos de Adán.


Habiendo registrado para esto con sumo cuidado y diligencia toda la
divina Escritura, hallaron finalmente aquellas palabras de Cristo: To-
do árbol bueno lleva buenos frutos; y el mal árbol lleva malos frutos.
No puede el árbol bueno llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar
buenos frutos 1. El gozo de un hallazgo tan importante debió ser tan
grande para estos sabios, apenas racionales, que no les dio lugar para
leer otra línea más, que inmediatamente se sigue en grande deshonor
de su segundo principio: Todo árbol que no lleva buen fruto, será cor-
tado y metido en el fuego 2. Este segundo principio, que podían haber
discurrido, siempre hace males, y nunca bienes; luego alguna vez será
cortado y metido en el fuego; luego no puede ser ni llamarse Dios, ni
principio con propiedad alguna; luego no puede haber más que un so-
lo y verdadero Dios, principio y fin de todas las cosas, infinitamente
bueno, benéfico, sabio y santo; luego no puede haber otro principio, u
otro origen del mal que el mismo hombre, con el mal uso de su libre
albedrío, don inestimable que le dio el Criador, para que pudiese me-
recer su eterna felicidad; pues no era cosa digna de Dios llevar por
fuerza a su reino piedras frías, duras, inertes, sin movimiento y sin vi-
da. Todo esto podrían haber concluido aquellos doctores del mismo
texto que alegaban, si lo hubieran leído todo con buenos ojos. Mas
como estos ojos estaban tan viciados, era consecuencia necesaria que
todo se viciase. Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo será resplande-
ciente; mas si fuere malo, también tu cuerpo será tenebroso 3.
[14] Así se cumplió entonces a la letra en estos herejes, y se ha cum-
plido, se cumple y cumplirá siempre lo que dice la misma Escritura:
Quien busca la ley, lleno será de ella; y el que obra con hipocresía, tro-
pezará con ella 4. Leyendo la Escritura con tan malos ojos, o con inten-
ciones tan torcidas, ¿qué maravilla es que, en lugar de la verdad que no
buscan, hallen el error y el escándalo que buscan? ¿Qué maravilla es
que, hallado lo que buscan para ruina de sí mismos 5, en ello se obsti-
nen, como en un hallazgo de suma importancia, para poder defender de
algún modo y llevar adelante sus errores? Se les mostraba entonces, y
se les muestra hasta ahora su mala fe, en sacar el texto de su contexto, y
en darle otro sentido diversísimo y ajenísimo del obvio y literal; pero
todo en vano. Su respuesta no fue entonces, ni hasta ahora ha sido otra,
que avanzar otro y otros errores, mezclados siempre con calumnias y
con injurias. ¿Podremos con todo esto decir que estos y otros errores
semejantes han tenido su origen en la letra de la Escritura?

1 Mt. 7, 17-18.
2 Mt. 7, 19.
3 Lc. 11, 34.
4 Eclo. 32, 19.
5 2 Ped. 3, 16.
36 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[15] Demos un paso más adelante: avanzó Calvino, y algunos otros


que le precedieron y le siguieron, que Jesucristo no está real y verda-
deramente presente en el sacramento de la Eucaristía. Y como si esto
fuese claro y expreso en la Escritura, desafiaban a cualquiera que fuese
a la disputa, con tal que no llevase ni usase de otras armas que de la
misma Escritura, a quien protestaban un sumo respeto y veneración,
con hipocresía hablando mentira 1. Vos o yo, verbigracia, que soy ca-
tólico, y tengo suficiente conocimiento de causa, admito de buena ga-
na el desafío, y entro a la disputa con la Biblia en la mano; mas antes
de abrirla, les pido de gracia que muestren aquel lugar o lugares de la
Escritura de donde han sacado esta novedad. La presencia real de
Cristo en la Eucaristía, añado, cuenta ya tantos años de posesión,
cuantos tiene la Iglesia del mismo Cristo, la cual, como consta de la
tradición constante y universal, y también de todas las historias ecle-
siásticas, siempre lo ha creído, lo ha enseñado y lo ha practicado. Así
lo recibió de los Apóstoles, y así lo halla expreso en las mismas Escri-
turas. Yo pues, como todos los católicos, estamos en posesión legítima
de esta presencia real; y una posesión legítima inmemorial basta y so-
bra para fundar un derecho cierto.
[16] No basta, me responden tumultuosamente: cuando se halla y
se produce en juicio algún instrumento o escritura auténtica que prue-
ba lo contrario, va por tierra la posesión inmemorial. Bien: muéstrese,
pues, digo yo, este instrumento, esta escritura, para ver lo que dice, y
en qué términos habla. Por más esfuerzos que hacen, y por más que
vuelven y revuelven toda la Biblia, nada producen en realidad, nada
muestran, ni pueden mostrar, que destruya, que contradiga, que re-
pugne de algún modo a mi posesión y a mi derecho. ¿Dónde está,
pues, este lugar de la Escritura santa? ¿De dónde, por tomarlo lite-
ralmente, bebieron este error? Por el contrario, yo les muestro, no
uno, sino muchos lugares de la misma Escritura, que están claramen-
te a mi favor. Les muestro, en primer lugar, los cuatro Evangelistas 2,
que lo dicen con toda claridad, cuando hablan de la última cena. San
Juan, aunque nada dice en esta ocasión, ocupado enteramente en
otros misterios admirables que los otros Evangelistas habían omitido;
pero ya lo dejaba dicho y repetido en el capítulo 6 de su Evangelio: Mi
carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es
bebida. El que come mi carne, y bebe mi sangre, etc. El pan que yo
daré es mi carne por la vida del mundo 3. Les muestro, en fin, la ins-
trucción que sobre este punto da el Apóstol San Pablo a la Iglesia de
Corinto, y en ella a todas las demás, diciendo que lo que aquí les en-

1 1 Tim. 4, 2.
2 Mt. 26, 27-28; Mc. 14, 22-24; Lc. 22, 17-20.
3 Jn. 6, 56-57, 51.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 37

seña lo ha recibido inmediatamente del Señor: Porque yo recibí del


Señor, etc. 1, y amenazando con el juicio de Dios a los que reciben in-
dignamente este sacramento, no haciendo la debida distinción entre el
pan ordinario y el cuerpo del Señor: Porque el que come y bebe in-
dignamente, etc. 2.
[17] Mostrados todos estos lugares de la Escritura, claros e innega-
bles, sólo les pido, o por gracia o por justicia, que no les quiten su pro-
pio y natural sentido, que es aquel obvio y literal que muestran las pa-
labras; pues esto no es lícito hacer, ni aun con los escritos del mismo
Calvino. Si no atreviéndose a negar una petición tan justa, me conce-
den el sentido obvio y literal para los textos de que hablamos, con esto
solo, sin otra diligencia, tenemos disipado el error; no hay necesidad
de pasar a otros argumentos, está concluida la disputa. Mas si mi peti-
ción no halla lugar, si se obstinan en negar que la Escritura divina dice
lo que ven nuestros ojos; si pretenden que diciendo una cosa, se en-
tienda otra, etc., el error irá siempre adelante, y tendremos disputa pa-
ra muchos siglos.
[18] Lo que digo de este error en particular, digo generalmente de
todos cuantos errores y herejías han perturbado, afligido y escandali-
zado la Iglesia. Yo ninguno hallo en la historia y en la serie de diecisie-
te siglos, que no haya tenido el mismo principio. Una vez depravado el
corazón, es bien fácil que tras él se deprave el entendimiento, y facilí-
simo también depravar todas aquellas Escrituras auténticas que pue-
den hacer oposición. Esta depravación de las Escrituras, que tan co-
mún ha sido en todos tiempos, empezó ya desde el tiempo de los Após-
toles, como apunta San Pedro en su segunda epístola al capítulo 3, y
dice: Las que adulteran los indoctos e inconstantes, para ruina de sí
mismos 3. Y desde entonces hasta ahora, siempre se ha notado en es-
tos hombres inestables una de dos cosas, eso es, que o han alterado y
corrompido el texto, añadiendo o quitando alguna palabra, o si esto no
han podido, a lo menos impunemente se han obstinado no obstante en
negar que el texto dice lo mismo que dice, y lo que lee al punto el que
sabe leer. ¿Y por qué todos estos esfuerzos, sino por miedo de la letra?
¿Por qué tanto miedo a la letra, sino porque debe caer y desvanecerse
infaliblemente su opinión, si se cree y admite lo que dice la letra? Lue-
go no es la letra la que los ha hecho errar.
[19] No hablo ahora de aquellos otros inestables que han combati-
do otras verdades, las cuales, aunque no constan claramente de la Es-
critura, no por eso dejan de serlo; y este es todo su argumento. No
constan claramente de la Escritura; luego no son verdades; luego se

1 1 Cor. 11, 23.


2 1 Cor. 11, 29.
3 2 Ped. 3, 16.
38 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pueden negar y despreciar sin escrúpulo alguno. ¡Pésima consecuen-


cia!, se les responde; porque fuera de aquellas infinitas verdades que
constan claramente de la Escritura según la letra, hay todavía algunas
otras que recibió la Iglesia por la viva voz de sus primeros maestros,
los cuales las recibieron del mismo modo por la viva voz del Hijo de
Dios ya resucitado, apareciéndose por cuarenta días, y hablándoles
del reino de Dios 1, y también por inspiración del Espíritu Santo que
en ellos habitaba; las cuales verdades ha conservado siempre fiel y
constantemente desde sus principios: siempre las ha creído, las ha en-
señado, las ha practicado pública y universalmente en todas partes y
en todos tiempos, sin interrupción ni novedad sustancial, como son
estas cinco principales: primera, el símbolo de su fe; segunda, los siete
sacramentos; tercera, la jerarquía; cuarta, la perpetua virginidad de la
Santísima Madre del Mesías; quinta, la Escritura misma, como ahora
la tenemos, sin más variedad que la que es indispensable en las ver-
siones de una lengua a otra.
[20] Algunas otras verdades señalan los doctores, las cuales o no
son tan seguras, o no son tan interesantes, o se pueden reducir a estas
cinco, a quienes no se les halla otro principio que los Apóstoles. Así
decimos confiadamente con San Ambrosio: Despréciense los argu-
mentos cuando se trata de buscar la fe, y calle la dialéctica; porque
entonces se cree a la Iglesia y no a los filósofos. Importa, pues, poquí-
simo que no se hallen estas verdades en las Escrituras. Basta que no se
halle lo contrario clara y expresamente, que en este caso cualquiera
tradición dejará de serlo, o por mejor decir quedará convencida de fal-
sa tradición. Y basta que la Iglesia las haya siempre creído, siempre
enseñado, y siempre practicado. Los que a todo esto no se rindieren,
darán una prueba más que suficiente para pensar que todo el mal está
en el corazón. Por consiguiente, no queda para ellos otro remedio, si
acaso este nombre le puede competir, que aquel terrible y durísimo
que ya está registrado en el Evangelio: Y si no oyere a la Iglesia, tenlo
como un gentil y un publicano 2.

PÁRRAFO 3

[21] Cuanto a los católicos y píos, que alguna vez erraron, o mucho
o poco, decimos casi lo mismo que de los herejes; mas con esta grande
y notable diferencia que hace toda su apología: que si en algo erraron
alguna vez, su error no fue de corazón, sino de entendimiento, y cuan-
do llegaron a conocerlo, lo retractaron al punto con verdad y simplici-
dad. Mas si buscamos con mediana atención el verdadero origen de es-

1 Act. 1, 3.
2 Mt. 18, 17.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 39

tos errores, lejos de hallarlo en la letra o sentido literal de la Escritura,


lo hallamos siempre o casi siempre en todo lo contrario. Todos los
errores que se atribuyen a Orígenes, hombre por otra parte grande y
célebre por su sabiduría y santidad de vida, parece cierto que no tuvie-
ron otro principio. Siendo joven tuvo la desgracia de entender y prac-
ticar en sí mismo un texto del Evangelio, no digo ya según su sentido
obvio y literal, que esto es falsísimo, sino en un sentido grosero, ri-
dículo, ajeno del espíritu del Evangelio y de la letra misma, que no dice
ni aconseja tal cosa. Como esta mala inteligencia le costó cara, empezó
desde luego a mirar con otros ojos la Escritura, inclinando siempre su
inteligencia, no ya a lo que decía, sino a alguna cosa muy distante, que
no decía. Casi cada palabra debía tener otro sentido oculto, que era
preciso buscar o adivinar. Y la Escritura en sus manos no era ya otra
cosa más que un libro de enigmas.
[22] Alegaba para esto el texto de San Pablo: Porque la letra mata,
y el espíritu vivifica 1: el cual entendía del mismo modo, y con la mis-
ma grosería como había entendido aquel otro: Hay castrados que a sí
mismos se castraron por amor del reino de los cielos 2. Fundado en
un principio tan falso, como era que la inteligencia de la letra mata,
¿qué maravilla que errase? Maravilla hubiera sido lo contrario; como
lo es que sus errores no fuesen más y mayores de los que se hallan en
sus escritos, si acaso son suyos, y no prestados por los infinitos enemi-
gos que tuvo, todos los errores que corren en su nombre, que esto no
está todavía bien decidido.
[23] Este ejemplar que pongo de Orígenes, lo podéis aplicar sin
temor a todos cuantos han errado en la exposición de la Escritura, o
contra alguna verdad de la Escritura, que éstos son los errores de que
aquí hablamos, sean éstos antiguos o modernos, sean de santos o no lo
sean. Si erraron contra alguna verdad de la Escritura, este error parece
que no podía nacer sino de dos principios: o porque dejaron el sentido
literal de aquel lugar, en cuya inteligencia erraron, o porque lo siguie-
ron fielmente, y se acomodaron a él. Si lo primero: luego en esto está
el peligro y el precipicio. Si lo segundo: luego no es falsa, sino buena y
segura la regla de Teodoreto: La misma letra algunas veces dice una
falsedad. Luego no es verdadera, sino falsa y peligrosa, aquella regla
primaria y fundamental, que asientan todos los doctores con San
Agustín, es a saber: que la Escritura divina se debe entender en su
propio y natural sentido, según la letra o según la historia, cuando en
ello no se hallase alguna contradicción clara y manifiesta, lo cual está
muy lejos de suceder.

1 2 Cor. 3, 6.
2 Mt. 19, 12.
40 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 4

[24] Pues ¿no es verdadera aquella sentencia del Apóstol y Doctor


de las Gentes: La letra mata, y el espíritu vivifica? ¿No es verdad, se-
gún esta sentencia, que la Escritura divina, entendida a la letra, mata
al pobre simple que la entiende así, mas vivifica al sabio y espiritual
que la entiende espiritualmente? Os respondo, señor, con toda corte-
sía, que lo que dice San Pablo es una verdad, y una verdad de grande
importancia; mas no lo es, sino una falsedad grosera y aun ridícula, la
interpretación que acabáis de darle.
[25] La letra de que habla el Apóstol, como puede ver cualquiera
que tuviese ojos, no es otra que la ley grabada con letras sobre pie-
dras 1, que Dios dio a su pueblo por medio de Moisés. Esta letra, o esta
ley escrita, comparada con la ley de gracia, dice el santo que mata.
¿Por qué? No solamente porque mandaba con rigor y con amenazas
terribles, ya de muerte, ya de otros castigos y calamidades; no sola-
mente porque aquella ley descubrió muchas cosas que de suyo eran
pecado, las cuales, aunque habían hasta entonces reinado en el mun-
do, no todas se habían imputado, no habiendo ley expresa que las
prohibiese, como dice a los Romanos: Mas no era imputado el peca-
do, cuando no había ley 2. Mataba, pues, aquella ley, o no vivificaba
como lo hace la ley de gracia, porque no dio ni daba espíritu; es decir,
que cuando se promulgó en el monte Sinaí, no se dio junto con ella el
Espíritu vivificante. No era todavía su tiempo. Lo reservaba Dios para
otro tiempo más oportuno, en que el Mesías mismo, concluida la mi-
sión de su eterno Padre sobre la redención del mundo, resucitase y
fuese glorificado: Porque aún no había sido dado el Espíritu, por
cuanto Jesús no había sido aún glorificado 3.
[26] Por el contrario, la ley de gracia, en el día de su promulgación,
no se escribió otra vez en tablas de piedra, sino en las tablas del cora-
zón 4: no con letras formadas y materiales, sino con el Espíritu vivifi-
cante de Dios vivo, que en aquel día se difundió abundantemente por
Jesucristo en los corazones simples y puros de los creyentes, dejándo-
los iluminados, enseñados y fortalecidos para abrazar aquella ley y
cumplirla con toda perfección, no ya por temor como esclavos, sino
por amor como hijos de Dios, de que el mismo Espíritu les daba testi-
monio y prenda segura: Porque el mismo Espíritu da testimonio a
nuestro espíritu, etc. 5.

1 2 Cor. 3, 7.
2 Rom. 5, 13.
3 Rom. 7, 39.
4 2 Cor. 3, 3.
5 Rom. 8, 16.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 41

[27] Pues como este espíritu que entonces se dio, no fue una cosa
pasajera, limitada a aquel solo día, sino permanente y estable, que se
debía dar en todos tiempos, y a todos los creyentes que quisiesen darle
lugar, por eso dice el Apóstol que el espíritu de la ley de gracia vivifica;
y no vivifica, antes mata, la ley escrita, porque no había en ella tal es-
píritu. Esto es lo que sólo dice San Pablo, y esta es en sustancia la ex-
plicación que dan a este texto los autores juiciosos, cuando llegan a él.
Digo, cuando llegan a él, porque no siempre que lo citan proceden con
el mismo juicio. Muchas veces se ve que a la inteligencia literal de un
texto claro de la Escritura le dan el nombre de inteligencia según la le-
tra que mata, aludiendo sin duda al la letra mata de San Pablo, mas
lo entienden en aquel sentido que ni tiene ni puede tener. Leed el libro
sobre el espíritu y la letra de San Agustín, y allí hallaréis desde el prin-
cipio la censura que merecen los que pretenden defenderse con este
texto para dejar el sentido propio de la Escritura, y pasarse a la pura
alegoría. La alegoría es buena cuando se usa con moderación y sin per-
juicio alguno de la letra, la cual se debe salvar en primer lugar. Asegu-
rada ésta, alegorizad cuanto quisiereis, sacad figuras, moralidades,
conceptos predicables, etc., que puedan ser de edificación a los que le-
yeren, con tal que no se opongan a algún otro lugar de la Escritura, se-
gún su propio y natural sentido.
PÁRRAFO 5
[28] No se puede negar que muchas cosas se leen en la Escritura
que, tomadas según la letra, y aun estudiando prolijamente todo su
contexto, no se entienden. Pero ¿qué mucho que no se entiendan? ¿Os
parece preciso y de absoluta necesidad, que todo se entienda y en todos
tiempos? Si bien lo miráis, esta ignorancia o esta falta de inteligencia en
muchas cosas de la Escritura, máximamente en lo que es profecía, su-
cede por una de dos causas: o porque todavía no ha llegado su tiempo, o
porque no se acomodan bien, antes se oponen manifiestamente, a aquel
sistema o a aquellas ideas que ya habíamos adoptado como buenas. Si
para muchas no ha llegado el tiempo de entenderse, ni ser útil la inteli-
gencia, ¿cómo las pensamos entender? ¿Cómo hemos de entender
aquello de la sabiduría infinita que Dios quiso dejarnos revelado, sí, pe-
ro ocultísimo debajo de oscuras metáforas, para que no se entendiese
fuera de su tiempo? La inteligencia de estas cosas no depende, señor
mío, de nuestro ingenio, de nuestro estudio, ni de la santidad de nues-
tra vida; depende solamente de que Dios quiera darnos la llave, de que
quiera darnos el espíritu de inteligencia: Porque si el gran Señor qui-
siere, le llenará de espíritu de inteligencia 1, y Dios no acostumbra dar
sino a su tiempo; mucho menos aquellas cosas que fuera de su tiempo

1 Eclo. 39, 8.
42 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pudieran hacer más daño que provecho. Los antiguos es innegable que
no entendieron muchas cosas que ahora entendemos nosotros, y los
venideros entenderán muchas otras que nos parecen ahora ininteligi-
bles; porque al fin no se escribieron sino para algún fin determinado, y
este fin no pudiera conseguirse si siempre quedasen ocultas. Ocultas
estaban, y lo hubieran estado toda la eternidad sin escribirse, ni habría
para qué usar esta diligencia inútil e indigna de Dios.
[29] De un modo semejante discurrimos sobre la segunda causa de
nuestra falta de inteligencia. Si algunas cosas, y no pocas, de las que
leemos en las Escrituras no se acomodan con aquel sistema, o con
aquellas ideas que hemos adoptado, antes se les oponen manifiesta-
mente, ¿cómo será posible en este caso que las podamos entender? Al
paso que el sistema nos parezca único, y nuestras ideas evidentes, a esa
mismo paso deberá crecer la oscuridad de aquellas Escrituras que son
visiblemente contrarias, y algunas veces contradictorias. Se harán en
todos tiempos esfuerzos grandísimos por los mayores ingenios para
conciliar estos dos enemigos; mas serán inútiles necesariamente. ¿Por
qué razón? Por la misma que acabamos de apuntar. Porque nuestro sis-
tema nos parece único, y nuestras ideas evidentes. Y siendo así, todos
los esfuerzos que se hicieren no se encaminarán a otro fin que hacer ce-
der a las Escrituras para que se acomoden al sistema, quedando éste
victorioso sin haber perdido un punto de su puesto. Mas como la ver-
dad de Dios es esencialmente inmutable y eterna, incapaz de ceder a
todos los esfuerzos de las criaturas, esta misma firmeza inalterable ven-
drá a ser, por una consecuencia natural, toda la causa de su oscuridad;
como si dijéramos: Este lugar de la Escritura y otros semejantes no se
pueden acomodar a nuestro sistema con todos los esfuerzos que se han
hecho; luego son lugares oscuros; luego se deben entender en otro sen-
tido; luego será preciso buscar otro sentido, el más a propósito para que
se acomoden, a lo menos para que no se opongan al sistema.
[30] Este modo de argumentar os parecerá sin duda poco justo; y,
no obstante, es increíble el uso que tiene. Y ¿quién sabe, amigo (guar-
dad por ahora este secreto hasta que lo veáis por vuestros ojos en toda
la segunda parte), quién sabe si aquellas amenazas que nos hacen, de
error y peligro en el sentido literal de la Escritura, miran solamente a
estas cosas inacomodables al sistema que han adoptado? Estas ame-
nazas no se extienden ciertamente a toda la Escritura; pues ellos mis-
mos buscan, y admiten en cuanto les es posible, este sentido literal.
Conque sólo deben limitarse a algunas cosas particulares. ¿Cuáles son
éstas? Son aquéllas puntualmente, y a mi parecer únicamente, cuya
observación y examen es el asunto primario de este escrito, pertene-
cientes todas a la segunda venida del Señor.
Capítulo 2
De la autoridad extrínseca
sobre la letra de la santa Escritura

PÁRRAFO 1

[31] En la inteligencia y explicación de muchísimos lugares de los


Profetas, y casi únicamente en aquellos que de algún modo pertenecen
a nuestro asunto principal, es facilísimo notar que los intérpretes de la
Escritura, habiendo buscado y seguido por un momento el sentido li-
teral, o el que llaman con este nombre, no siéndoles posible llevar muy
adelante dicho sentido, se acogen en breve a la pura alegoría, preten-
diendo que éste es el sentido a que se dirige especialmente el Espíritu
Santo. Si les preguntamos con qué razón, y sobre qué fundamento nos
aseguran que aquél es el sentido literal, no obstante que a los dos o
tres pasos se ven precisados a dejarlo, y que aquel otro alegórico o fi-
gurado es el que intenta especialmente el Espíritu Santo, etc., nos re-
miten por toda respuesta a la autoridad puramente extrínseca, esto es,
que otros antiguos doctores los entendieron y explicaron así. Este ar-
gumento tomado de la autoridad, que en otros asuntos de dogma y de
moral puede y debe mirarse como bueno y legítimo, en el asunto de
que hablamos no parece tan justo. Así como sin agraviar a los doctores
más modernos, les podemos pedir razón de su inteligencia, cuando és-
ta no se conforma con la letra del texto; así del mismo modo podemos
pedirla a los antiguos, porque al fin la autoridad de éstos, por grande y
respetable que sea, no puede fundarse sobre sí misma. Este es un pri-
vilegio muy grande, que únicamente pertenece a Dios. Debe, pues,
fundarse esta autoridad, o en la Escritura misma, si ésta lo dice clara-
mente, o en la tradición universal, inmemorial, cierta, constante, o en
alguna decisión de la Iglesia congregada en el Espíritu Santo, o final-
mente en alguna buena y sólida razón.
[32] Todo esto en sustancia es lo que decía San Agustín a San Je-
rónimo en aquella célebre disputa epistolar que tuvieron estos dos
grandes doctores sobre la verdadera inteligencia del capítulo 2 de la
epístola de San Pablo a los Gálatas. Las razones que producía San
Agustín, y con que impugnaba el sentimiento de San Jerónimo, pare-
cían clarísimas y eficacísimas, tanto que el mismo San Jerónimo, no
hallando modo de eludir su fuerza, antes confesándola tácitamente, se
44 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

acogió por último recurso a la autoridad extrínseca, alegando en su fa-


vor la autoridad de San Juan Crisóstomo, de Orígenes, y de algunos
otros Padres griegos que habían sido de su misma opinión; a lo cual
responde San Agustín con estas palabras, dignas de toda considera-
ción: Te confieso que el estimar infalible a un escritor es un honor que
aprendí a tributarle solamente a los libros llamados canónicos; pero
si en otros escritos hallo algo que me parezca contrario a la verdad,
sin embarazo digo, o que el códice está errado, o que el intérprete no
penetró el sentido, o que yo no he podido entenderlo. Sea cual fuere la
santidad y doctrina de los autores, siempre los leo bajo el concepto de
no creer que sea verdadero lo que dicen porque ellos así lo juzgan,
sino porque me lo persuaden o con la autoridad de algún texto canó-
nico, o con alguna razón de peso 1.
[33] El mismo santo doctor, para no negarse a sí mismo, protesta
en otro lugar que él no quiere que se haga otra cosa con sus escritos,
sino lo que él mismo hace con los escritos de otros doctores, esto es,
tomar lo que le parece conforme a la verdad, y dejar o impugnar lo que
le parece contrario o ajeno de la misma verdad. Porque las disputas de
los hombres, por católicos y respetables que sean, no merecen la mis-
ma fe que los Escritos canónicos, de manera que no podamos, salvo el
honor que les es debido, apartarnos o impugnar sus sentencias, siem-
pre que viéremos en ellas algo que contradiga a la verdad, que con el
auxilio divino nosotros u otros hubiéremos alcanzado. Esta es mi
conducta con los escritos ajenos, y ésta es la que quiero se observe
con los míos 2.
[34] Pues como en las cosas particulares que vamos a tratar, la au-
toridad extrínseca es el único enemigo que tenemos que temer, y el
que casi a cada paso nos ha de hacer la más terrible oposición, parece
conveniente, y aun necesario, decir alguna palabra sobre esta autori-
dad, dejando desde ahora presupuesto y asentado lo que hay de cierto
y seguro en el asunto. La autoridad de los antiguos Padres de la Iglesia
es sin duda de sumo peso, y debemos no sólo respetarla, sino rendir-
nos a ella enteramente; no a ciegas, ni en todos los casos posibles, sino
en ciertos casos, y con ciertas precauciones y limitaciones que enseñan
los teólogos, y que practican ellos mismos frecuentemente. Ved aquí
una proposición general en que todos convienen. Cuando todos, o casi
todos los Padres de la Iglesia, concurren unánimemente en la expli-
cación o inteligencia de algún lugar de la Escritura, este consenti-
miento unánime hace un argumento teológico, y algunas veces de fe,
de que aquélla y no otra es la verdadera inteligencia de aquel lugar
de la Escritura.

1 SAN AGUSTÍN, Ep. 82 ad Hieron., nº 3.


2 SAN AGUSTÍN, Ep. 148, cap. 4, nº 15.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 2 45

[35] Esta proposición general, cierta y segura, admite no obstante


algunas limitaciones, no menos ciertas y seguras, en que del mismo
modo convienen los doctores. La primera es que el lugar de la Escritu-
ra de que se habla pertenezca inmediatamente a la sustancia de la reli-
gión, o a los dogmas universales de la Iglesia, como también a la mo-
ral. Esta limitación se lee expresa en el decreto del Concilio de Trento,
sesión cuarta, en que manda que ninguno se atreva a interpretar la
santa Escritura, haciéndole violencia para traerla a su propia opinión,
en cosas pertenecientes a la fe y a las costumbres, que miran a la pro-
pagación de la doctrina cristiana, violentando la sagrada Escritura
para apoyar sus dictámenes contra el sentido que le ha dado y da la
Santa Madre Iglesia, a la que privativamente toca determinar el ver-
dadero sentido e interpretación de las sagradas Letras; ni tampoco
contra el unánime consentimiento de los Santos Padres 1.
[36] Segunda limitación: que aquella explicación o inteligencia que
dan al lugar de la Escritura, la den todos o los más unánimemente, no
como una mera sospecha o conjetura, sino como una verdad de fe.
Tercera limitación: que aquel punto de que se habla, lo hayan tratado
todos o los más de los Padres, no de paso y sólo por incidencia en al-
gún sermón u homilía, sino de propósito determinado, probando, afir-
mando y resolviendo que aquello que dicen es una verdad, y lo contra-
rio un error. Algunas otras limitaciones ponen los doctores, que no hay
para qué apuntarlas aquí. Para nuestro propósito bastan estas tres,
que son las principales 2.

PÁRRAFO 2

[37] No temáis, amigo, que yo no respete la autoridad de los anti-


guos Padres, ni que quiera pasar los límites justos y precisos de esta
autoridad. Los puntos que voy a tratar: lo primero, no pertenecen in-
mediatamente al dogma ni a la moral. Lo segundo, los antiguos Padres
no los trataron de propósito; apenas los trataron de paso, y esto algu-
nos pocos, no todos ni los más. Lo tercero, los pocos que tocaron estos
puntos, no convinieron en un mismo sentimiento, sino que unos afir-
maron, y otros negaron. Esta circunstancia es de sumo interés. Cuarto,
en fin: ni los Padres que afirmaron, ni los que negaron, si se exceptúa
San Epifanio, de quien hablaremos a su tiempo, trataron de errónea la
sentencia contraria. Esta censura es muy moderna y por jueces muy
poco competentes. San Jerónimo, que era uno de los que negaban, di-
ce expresamente que no por eso condena, ni puede condenar, a los que

1 Dz. 786.
2 MELCHOR CANO, De Locis, lib. 7; PETAVIO, Prolegom. ad Theologiam; POSSEVINO, Apparato Sa-
cro; etc.
46 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la afirmaban: La que, aunque no sigamos, porque muchos varones


eclesiásticos y mártires la llevan…, reservamos al juicio del Señor 1.
[38] Por todo lo cual parece claro que quedamos en perfecta liber-
tad para seguir a unos y dejar a otros; para seguir, digo, aquella opinión
que, miradas todas las razones y pesadas en fiel balanza, nos pareciere
más conforme, mejor diré, únicamente conforme a la autoridad intrín-
seca, o a todas las santas Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento.
[39] Concluyamos este punto, para mayor confirmación, con las
palabras del gran Bossuet. Este sabio y juicioso escritor, en su prefacio
a la exposición del Apocalipsis, para allanar el paso al nuevo rumbo
que va a seguir, se propone primero algunas dificultades. Entre otras,
la primera es la autoridad de los antiguos Padres, y el común sentir de
los intérpretes, los cuales han entendido en el Apocalipsis, no las pri-
meras persecuciones de los tres primeros siglos de la Iglesia, sino las
últimas que deben preceder a la venida del Señor. A esta dificultad
responde de este modo, número 13:
[40] Pero los más novicios en la teología saben la resolución de
esta primera dificultad. Si fuese necesario para explicar el Apocalip-
sis reservarlo todo para el fin del mundo, y tiempos del Anticristo, ¿se
hubiera permitido a tantos sabios del siglo pasado entender en la
bestia del Apocalipsis, ya al Anticristo en Mahoma, ya otra cosa que
Enoc y Elías en los dos testigos del capítulo 11?… El sabio ex-jesuita
Luis del Alcázar, que escribió un gran comentario sobre el Apocalip-
sis, de donde Grocio tomó muchas de sus ideas, lo hace ver perfecta-
mente cumplido hasta el capítulo 20, y se ven los dos testigos sin ha-
blar una palabra de Elías ni de Enoc. Cuando le oponen la autoridad
de los Padres y de algunos doctores, los cuales con demasiada licen-
cia quieren hacer tradiciones y artículos de fe de las conjeturas de al-
gunos Padres, responde que otros doctores han sentido de otro modo
diverso, y que los Padres también variaron sobre estos asuntos, o so-
bre la mayor parte de ellos. Por consiguiente, que no hay ni puede
haber en ellos tradición constante y uniforme, así como en otros mu-
chos puntos donde los doctores, aun católicos, han pretendido hallar-
la. En suma, que éste es un asunto no de dogma, ni de autoridad, sino
de pura conjetura. Y todo esto se funda bien en la regla del Concilio
de Trento, el cual no establece ni la tradición constante, ni la inviola-
ble autoridad de los Santos Padres en la inteligencia de la Escritura,
sino en su unánime consentimiento, y esto solamente en materia de fe
y costumbres. Todo esto que dice Monseñor Bossuet, recibidlo, amigo,
como si yo mismo os lo dijese en respuesta a la única dificultad que
tengo contra mí. Entremos en materia.

1 SAN JERÓNIMO, In cap. 19 Jeremiæ.


Capítulo 3
Se propone el sistema ordinario
sobre la segunda venida del Mesías,
y el modo de examinarlo

PÁRRAFO 1
[41] Toda la Escritura divina tiene tanta y tan estrecha conexión
con la persona adorable del Mesías, que podemos con verdad decir
que toda habla de él, o en figura, o en profecía, o en historia; toda se
encamina a él, y toda se termina en él, como en su verdadero e íntimo
fin. Nuestros rabinos no dejaron de conocer muy bien esta grande e
importante verdad; mas como entre tantas cosas grandes y magníficas
que se leen casi a cada paso del Mesías en los Profetas y en los Salmos,
encontraban algunas poco agradables, y a su parecer indignas de aque-
lla grandeza y majestad, como no quisieron creer fiel y sencillamente
lo que leían, y esto porque no podían componer en una misma persona
la grandeza de las unas con la pequeñez de las otras; como, en fin, no
quisieron distinguir ni admitir en esta misma persona aquellos dos es-
tados y tiempos infinitamente diversos, que tan claros están en las Es-
crituras, tomaron finalmente un partido, que fue el principio de nues-
tra ruina y la raíz de todos nuestros males. Resolvieron, digo, declarar-
se por las primeras, y olvidar enteramente las segundas.
[42] En consecuencia de esta imprudente resolución formaron, ca-
si sin advertirlo, un sistema general que poco a poco todos fueron
abrazando, diciendo los unos lo que habían dicho los otros, y sin más
razón que porque los otros lo habían dicho, se aplicaron con grande
empeño a acomodar a este sistema, que ya parecía único, todas las
profecías, y todas cuantas cosas se dicen en ellas, resueltos a no dar
cuartel a alguna, fuese la que fuese, si no se dejaba acomodar. Quiero
decir, que aquellas que se hallasen absolutamente inacomodables al
sistema, o debían omitirse como inútiles, o lo que parecía más seguro,
debía negarse obstinadamente que hablasen del Mesías, pues había
otros profetas y justos a quienes, de grado o por fuerza, se podían
acomodar. Sistema verdaderamente infeliz y funestísimo, que redujo
al fin a todo el pueblo de Dios al estado miserable en que hasta ahora
lo vemos, que es la mayor ponderación. Mas dejando estas cosas como
ya irremediables, y volviendo a nuestro propósito, entremos desde
48 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

luego a proponer, y también a examinar atentamente, las ideas que


nos dan los doctores cristianos de la venida del mismo Mesías, que to-
dos estamos esperando. Dicen, o suponen como una cosa cierta, que
estas ideas son tomadas de las santas Escrituras, pero ¿será cierto es-
to? Ya que sea cierto en lo general, ¿será también cierto que son fiel-
mente tomadas, sin quitar ni añadir, ni disimular cosa alguna, y po-
niendo cada pieza en su propio lugar? Así me parece que lo debemos
suponer, cautivando nuestros juicios en obsequio de tantos sabios que
han edificado sobre este fundamento, suponiéndolo bueno, sólido y
firme. Yo también por el presente lo quiero suponer así, sin meterme a
negar o disputar antes de tiempo. No obstante, como el asunto se me
figura de sumo interés, y por otra parte nadie me lo prohíbe, quiero
tener el consuelo de beber el agua en su propia fuente; de ver, digo, to-
car y experimentar por mí mismo la conformidad que tienen o pueden
tener estas ideas con la Escritura misma, de donde se tomaron, pues
es cosa clara que causará mucho mayor placer el ver Roma, por ejem-
plo, con sus propios ojos, que verla en relación o en pintura.
PÁRRAFO 2
[43] Todas las cosas generales y particulares que sobre este asunto
hallamos en los libros, reducidas a pocas palabras, forman un sistema,
cuya sustancia se puede proponer en estos términos: Jesucristo volverá
del cielo a la tierra en gloria y majestad, no antes, sino precisamente al
fin del mundo, habiendo precedido a su venida todas aquellas señales
que se leen en los Evangelios, en los Profetas y en el Apocalipsis. Entre
estas señales, será una terribilísima la persecución del Anticristo, por
espacio de tres años y medio. Los autores no convienen enteramente en
todo lo que pertenece a esta persecución. Unos la ponen inmediata-
mente antes de la venida del Señor; otros, y creo que son los más, advir-
tiendo en esto un gravísimo inconveniente que puede arruinar todo el
sistema, se toman la licencia de poner este gran suceso algún tiempo
antes, de modo que dejan un espacio de tiempo, grande o pequeño, de-
terminado o indeterminado, entre el fin del Anticristo y la venida de
Cristo. En su lugar veremos las razones que para esto tienen 1.
[44] Poco antes de la venida del Señor, y al salir ya del cielo, suce-
derá en la tierra un diluvio universal de fuego, que matará a todos los
vivientes, sin dejar uno solo; lo cual concluido, y apagado el fuego, re-
sucitará en un momento todo el linaje humano, de modo que cuando el
Señor llegue a la tierra, hallará a todos los hijos de Adán, cuantos han
sido, son y serán, no solamente resucitados, sino también congregados
en el valle de Josafat, que está inmediato a Jerusalén. En este valle, di-

1 Fenómeno 4.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 3 49

cen, se debe hacer el juicio universal. ¿Por qué? Porque así lo asegura el
profeta Joel en el capítulo 3. Y aunque el profeta Joel no habla del juicio
universal, como parece claro de todo su contexto, pero así entendieron
este lugar algunos antiguos, y así ha corrido hasta ahora sin especial
contradicción. No obstan las medidas exactas que han tomado a este
valle algunos curiosos, para ver como podrán acomodarse en milla y
media de largo con cien pasos de ancho aquellos poquitos de hombres
que han de concurrir de todas las partes del mundo y de todos los si-
glos, porque al fin se acomodarán como pudieren, y la gente caída e in-
feliz, dice un sabio, cabe bien en cualquier lugar por estrecho que sea.
[45] Llegado, pues, el Señor al valle de Josafat, y sentado en un
trono de grande majestad, no en tierra, sino en el aire, pero muy cerca
de la tierra, y colocados también en el aire todos los justos, según su
grado, en forma de anfiteatro, se abrirán los libros de las conciencias,
y hecho público todo lo bueno y lo malo de cada uno, justificada en es-
to la causa de Dios, dará el Juez la sentencia final, a unos de vida, a
otros de muerte eterna. Se ejecutará al punto la sentencia, arrojando al
infierno a todos los malos junto con los demonios, y Jesucristo se vol-
verá otra vez al cielo, llevándose consigo a todos los buenos.
[46] Esto es, en suma, todo lo que hallamos en los libros; mas si mi-
ramos con alguna mediana atención lo que nos dicen y predican todas
las Escrituras, es fácil conocer que aquí faltan muchas cosas bien sustan-
ciales, y que las que hay, aunque verdaderas en parte, están muy fuera de
su legítimo lugar. Si esto es así o no, parece imposible poderlo aclarar y
decidir en poco tiempo, porque no sólo se deben producir las pruebas,
sino desenredar muchos enredos, y desatar o romper muchos nudos.
PÁRRAFO 3
[47] Todos saben con solos los primeros principios de la luz natu-
ral, que el modo más fácil y seguro, diremos mejor, el modo único de
conocer la bondad y verdad de un sistema, en cualquier asunto que
sea, es ver y experimentar si se explican en él bien todas las cosas par-
ticulares que le pertenecen; si se explican, digo, de un modo natural,
claro, seguido, verosímil, y si se explican todas, sin que queden algu-
nas que se opongan claramente y no puedan reducirse sin violencia al
mismo sistema. Pongamos un ejemplo.
[48] Yo quiero saber de cierto si es bueno o no el sistema celeste an-
tiguo, que vulgarmente se llama de Tolomeo. No tengo que hacer otra
cosa sino ver si se explican bien, de un modo físico, natural, fácil y per-
ceptible, todos los movimientos y fenómenos que yo observo clara y
distintamente en los cuerpos celestes. Yo observo clara y constante-
mente, sin mudanza ni variación alguna, que un planeta, verbigracia
50 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Marte, aparece a mis ojos sin comparación mayor cuando está en opo-
sición con el sol, que cuando está en sus cuadraturas; observo en este
mismo planeta que no siempre sigue su carrera natural, sino que algu-
nas veces, en determinado tiempo, vuelve atrás caminando un espacio
bien considerable en sentido contrario; otras veces, también en deter-
minado tiempo, se queda muchos días inmóvil y como clavado en un
mismo lugar del cielo; observo con la misma claridad al planeta Venus,
unas veces encima del sol, otras debajo entre el sol y la tierra; observo a
Júpiter rodeado de otros cuatro planetas, que lo tienen por centro, y
por consiguiente, ya están más altos, ya más bajos, ya en un lado, ya en
otro, etc. A este modo observo otras cien cosas, bien fáciles de observar,
las cuales, aunque ignoro como serán, no por eso puedo dudar que son.
[49] Quiero, pues, explicar éstas y otras cosas semejantes en el sis-
tema antiguo de Tolomeo. Pido esta explicación a los filósofos y astró-
nomos más celebrados: a los Egipcios, Griegos, Arabes y Latinos. Veo
los esfuerzos inútiles que hacen para darles alguna explicación, oigo
las suposiciones que procuran establecer, todas arbitrarias, inverosí-
miles e increíbles. Contemplo con admiración los excéntricos y los epi-
ciclos, a donde se acogen por último refugio. Después de todo, certifi-
cado en fin de que en realidad nada explican, de que todo es una con-
fusión inaclarable y una algarabía ininteligible, con esto solo quedo en
verdadero derecho para pronunciar mi sentencia definitiva, la más
justa que en todos los asuntos de pura física se ha dado jamás, dicien-
do que el sistema no puede subsistir, que es conocidamente falso, que
se debe proscribir y desterrar para siempre de la compañía de los sa-
bios, tenga los defensores o patronos que tuviere, sean tantos cuantos
sabios han florecido en dos o tres mil años, cítense autoridades a mi-
llares de todas las librerías del mundo; yo estoy en derecho de mante-
ner mi conclusión, cierto y seguro de que el sistema es falso, que nada
explica, y los mismos fenómenos lo destruyen.
[50] Si en lugar de este sistema sale otro, el cual, después de bien
examinado y confrontado con los fenómenos celestes, se ve que los ex-
plica bien de un modo claro y natural, que satisface a todas las dificul-
tades, y esto sin violencia, sin confusión, sin suposiciones arbitrarias,
etc., aunque este nuevo sistema no tenga más patrón que su propio au-
tor, ni más autoridades que las pruebas que trae consigo, esta sola au-
toridad pesará más en una balanza fiel que todos los volúmenes, por
gruesos que sean, y que todos los sabios que los escribieron; y cual-
quier hombre sensato que llegue a tener suficiente conocimiento de
causa, los abandonará al punto a todos con el honor y cortesía que por
otros títulos se merecen, admitiendo de buena fe la excusa justa y ra-
cional de que al fin, en su tiempo, no había otro sistema, y así trabaja-
ron sobre él, en la suposición de su bondad. No olvidéis, amigo, esta
especie de parábola.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 3 51

PÁRRAFO 4

[51] Sin apartarnos mucho de aquella propiedad que pide una se-
mejanza, podemos considerar a toda la Biblia sagrada como un cielo
grande y hermosísimo, adornado por el Espíritu de Dios con tanta va-
riedad y magnificencia, que parece imposible abrir los ojos sin que
quede arrebatada la atención. Esta vista primera, así en general y en
confuso, excita naturalmente la curiosidad o el deseo de saber qué co-
sas son aquellas, qué significan, cómo se entienden, qué conexión o
enlace tienen las unas con las otras, y a qué fin determinado se enca-
minan todas. Excitada esa curiosidad, lo primero que se ofrece natu-
ralmente es ir a buscar en los libros lo que han pensado y enseñado los
doctores, cómo han explicado aquellas cosas, y qué luces nos han de-
jado para su verdadera y plena inteligencia.
[52] Si después de muchos años de estudio formal en esta especie
de libros, si después de haberles pedido una explicación natural y clara
de algunos fenómenos particulares que nos parecen de suma impor-
tancia, si después de confrontadas estas explicaciones con los fenóme-
nos mismos, observados con toda exactitud, no hallamos otra cosa que
suposiciones y acomodaciones arbitrarias, y éstas las más veces violen-
tas, confusas, inconexas y visiblemente fuera del caso, ¿qué quieren
que hagamos, sino buscar otra senda más recta, aunque no sea tan tri-
llada; buscar, digo, otro sistema en que las cosas vayan mejor? Esto es
lo que voy luego a proponer 1 a vuestra consideración. Acaso me diréis
que para proponer otro nuevo sistema, había de haber impugnado el

1 Uno de los mayores sabios (el P. ANTONIO VIEIRA) del siglo pasado, cuyo ingenio, erudición y

piedad es bien conocido por sus admirables sermones, intentó hacer lo mismo que yo, aunque por
otro rumbo diversísimo. Después de treinta años de meditación y de estudio en toda suerte de escrito-
res eclesiásticos, dice él mismo que le sucedió puntualmente lo que a la paloma de Noé, la cual, no ha-
biendo hallado dónde poner su pie, se volvió al arca (Gen. 8, 9): no hallando en los intérpretes, en
punto de profecías, cosa alguna en que poder asentar el pie con seguridad, pues sólo han explicado la
Escritura, prosigue diciendo, en sentidos morales, figurados, acomodaticios, etc.; se vio precisado a
volver a la misma Escritura, para buscar en ella el sentido propio y literal en que descantar. Así lo pro-
curó hacer en una obra que no concluyó, y que por esto, y tal vez por otras razones, no ha salido a luz.
Yo no he leído de esta insigne obra sino un breve extracto, por el cual es fácil comprender así el sis-
tema como sus fundamentos. El sistema tiene algunos visos de nuevo, mas en la sustancia me parece
el mismo que el antiguo, con tal o cual novedad a mi parecer improbable. Así se ve precitado a supo-
ner cosas que debía probar, o recurrir a otros sentidos distantes del literal, y también a citar algunos
textos sin hacer mucho caso de su contexto. Su sistema es que la Iglesia presente, a la que llama reg-
num Christi in terris, se extenderá en los tiempos futuros por toda la tierra, abarcando dentro de sí a
todos los individuos del linaje humano, sin que quede uno solo fuera de ella. En este tiempo feliz, que
supone muy anterior al Anticristo, llegará toda la Iglesia con todos sus individuos a un estado tan
grande de santidad y perfección, que en ella se podrán verificar plenamente todas las profecías que
hablan del reino del Mesías. Por lo cual intitula su obra De regno Christi in terris consummato, que
otros llaman Clavis Prophetarum. El sistema queda plenamente destruido con sola la parábola de la
cizaña, la cual se ve en el Evangelio siempre mezclada con el trigo, y haciendo siempre daño hasta la
siega (Mt. 13, 30). Aunque no pienso seguir este sistema, ni en mucho ni en poco, me ha parecido ci-
tarlo aquí, solamente para que se vea lo que sintió un sabio como éste sobre la inteligencia de las pro-
fecías que se halla en los intérpretes de la Escritura. En este sentido me conformo con él.
52 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

antiguo en toda forma, y demostrado su insuficiencia. Yo también lo


había pensado así; mas después me ha parecido mejor tomar otro ca-
mino más corto, y sin comparación menos molesto. Quiero decir: pro-
puestos los dos sistemas, y quitados algunos embarazos al segundo,
entrar desde luego a la observación de algunos fenómenos particula-
res, pidiendo al uno y al otro una observación justa y clara. Así se aho-
rrará mucho trabajo, y al mismo tiempo se podrá ver de una sola ojea-
da cuál de los dos sistemas es el mejor, o cuál debe ser el único; por-
que es cosa clara que aquel sistema será el mejor, que explique mejor
los fenómenos; aquél deberá mirarse como único, en donde únicamen-
te se pudiesen bien explicar.
Capítulo 4
Se propone otro nuevo sistema

[53] Antes de proponer este sistema, Cristófilo amigo, deseo en


vuestro ánimo un poco de quietud, no sea que os ocasione algún susto
repentino, y, sin hacer la debida reflexión, deis voces contra un enemi-
go imaginario, haciendo tocar una falsa alarma. El sistema, aunque
propuesto y seguido con novedad, no es tan nuevo, como sin duda
pensaréis; antes os aseguro formalmente que, en la sustancia, es mu-
cho más antiguo que el ordinario, de modo que, cuando éste se empe-
zó a hacer común, que fue hacia los fines del siglo cuarto de la Iglesia y
principios del quinto, ya el otro contaba más de trescientos años de
antigüedad. No obstante, atendiendo a vuestra flaqueza o a vuestra
preocupación, no lo propongo de un modo asertivo, sino como una
mera hipótesis o suposición. Si ésta es arbitraria o no, lo iremos vien-
do más adelante, que por ahora es imposible decirlo. Mas sea como
fuere, esto es permitido sin dificultad, aun en sistemas a primera vista
los más disparatados; porque en esta permisión se arriesga poco, y se
puede avanzar mucho en el descubrimiento de la verdad.
[54] Jesucristo volverá del cielo a la tierra cuando llegue su tiem-
po, cuando lleguen aquellos tiempos y momentos que puso el Padre en
su propio poder 1. Vendrá acompañado, no solamente de sus ángeles,
sino también de sus santos ya resucitados; de aquéllos, digo, que serán
juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos 2.
He aquí, vino el Señor entre millares de sus santos 3. Vendrá no tan de
prisa, sino más despacio de lo que se piensa. Vendrá a juzgar no sola-
mente a los muertos, sino también y en primer lugar a los vivos. Por
consiguiente, este juicio de vivos y muertos no puede ser uno solo,
sino dos juicios diversísimos, no solamente en la sustancia y en el mo-
do, sino también en el tiempo. De donde se concluye (y esto es lo prin-
cipal a que debe atenderse) que debe haber un espacio de tiempo bien
considerable entre la venida del Señor que esperamos, y el juicio de los
muertos, o resurrección universal.
[55] Este es el sistema. Os parecerá muy general, y no obstante yo
no quisiera otra cosa, sino que se me concediese el espacio de tiempo

1 Act. 1, 7.
2 Lc. 20, 35.
3 Jud. 14.
54 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de que acabo de hablar; con esto solo yo tenía entendidas y explicadas


fácilmente todas las profecías. Mas ¿será posible conceder este espacio
de tiempo en el sistema de los intérpretes? ¿Y será posible negarlo en
el sistema de la Escritura? Esto es lo que principalmente hemos de
examinar y disputar en todo este escrito. Vos mismo seréis el juez, y
deberéis dar la sentencia definitiva, después de vistos y examinados
todos los procesos; que, antes de esta vista y examen, sería injusticia
manifiesta contra el derecho sagrado de las gentes.
[56] Y en primer lugar, yo me hago cargo de algunas graves dificul-
tades que hay para admitir o dar algún lugar a este sistema, las cuales
luego quisierais proponerme. Todo se andará con el favor de Dios, si
queréis oírme con bondad, y no condenarme antes de tiempo. Un as-
trónomo que quiere observar el cielo, entre otros muchos preparati-
vos, debe esperar con paciencia una noche serena, pues cualquiera
nube o niebla que enturbie la atmósfera, por poco que sea, impide ab-
solutamente una observación exacta y fiel. A este modo, pues, para
que nosotros podamos hacer quieta y exactamente nuestras observa-
ciones, deberemos esperar con paciencia, no digo ya que se aclare el
aire por sí mismo, porque esto sería un esperar eterno, sino esperar
que se aclare con nuestro trabajo y diligencia, procurando, en cuanto
está de nuestra parte, disipar algunas nubes, que pueden, no sólo in-
comodar, sino impedirlo todo. Yo no hago mucho caso de aquellas nu-
becillas sin agua que desaparecen al primer soplo; pero me es preciso
mirar con atención algunas otras que muestran un semblante terrible
con grande apariencia de solidez.
[57] La primera es que el sistema que acabo de proponer tiene
gran semejanza, si acaso no es identidad, con el error, o sueño, o fábu-
la de los chialistas, que otros llaman chiliastas o milenarios; y siendo
así, no merece ser escuchado, ni aun por diversión.
[58] La segunda es que yo pongo la venida del Señor en gloria y ma-
jestad mucho tiempo antes de la resurrección universal, y, por otra par-
te, digo y afirmo que vendrá con sus millares de santos ya resucitados.
De aquí se sigue evidentemente que debo admitir dos resurrecciones:
una, de los santos que vienen con Cristo; otra, mucho después, de todo
el resto de los hombres. Lo cual es contra el común sentir de todos los
teólogos, que tienen por una cosa ciertísima, y por una verdad sin dis-
puta, que la resurrección de la carne debe ser una y simultánea, esto es,
una sola vez y en todos los hijos de Adán, sin distinción, en un mismo
tiempo y momento. Las otras dificultades se verán en su lugar.
Capítulo 5
Primera dificultad.
Los Milenarios. Disertación

[59] Yo no puedo negar, ni me avergüenzo de confesarlo, que en


otros tiempos fue ésta una nube tan densa y tan pavorosa para mi pe-
queñez, que muchas veces me hizo dejar por un tiempo el estudio de la
Escritura santa, y algunas veces resolví dejarlo del todo. Como en la
lección de los intérpretes, en especial sobre los Profetas y los Salmos,
encontraba frecuentemente en tono decisivo éstas o semejantes expre-
siones: Este lugar no se puede entender según la letra, porque fue el
error de los Milenarios: ésta fue la herejía de Cerinto, ésta la fábula
de los rabinos, etc.; pensaba yo buenamente que este punto estaba de-
cidido, y que todo cuanto tuviese alguna relación, grande o pequeña,
con Milenarios, fuesen éstos o no lo fuesen, debía mirarse como un pe-
ligro cierto de error o de herejía.
[60] Con este miedo y pavor anduve muchos años casi sin atre-
verme a abrir la Biblia, a la que por una parte miraba con respeto e in-
clinación; y por otra parte me veía tentado fuertemente a mirarla co-
mo un libro inútil e insulso, y demás de esto peligroso, que era lo peor.
¡Ah, qué trabajos y angustias tuve que sufrir en estos tiempos! El Dios
y Padre de nuestro señor Jesucristo, me atrevo a decir con San Pablo,
sabe que no miento 1. Este sí que era el verdadero error y el verdadero
peligro, pensar que Dios mismo, cuyas palabras tienen por principio
la verdad, y cuya naturaleza es la bondad 2, podía alguna vez escon-
der el veneno dentro del pan que daba a sus hijos; y que, buscando és-
tos con simplicidad el pan o sustento del alma, que es la verdad, bus-
cando esta verdad en su propia fuente, que es la divina Escritura, po-
dían hallar en lugar de pan una piedra, en lugar de pez una serpiente,
y en lugar de huevo un escorpión 3.
[61] Esta reflexión, que algunas veces se me ofrecía con gran vive-
za, me hizo al fin cobrar un poco de ánimo, y aunque no del todo ase-
gurado, comencé un día a pensar que en todo caso sería menos mal
culpar al hombre que culpar a Dios; pues como dice San Pablo: Dios es

1 2 Cor. 11, 31.


2 Sal. 118, 60.
3 Lc. 11, 11-12.
56 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

verdad, y todo hombre falaz, como está escrito 1. Con esto se empezó
a renovar en mí cierta sospecha, que siempre había desechado como
poco fundada, mas que por entonces me pareció justa. Esta era que los
intérpretes de las Escrituras, lo mismo digo a proporción de los teólo-
gos y demás escritores eclesiásticos, teniendo la mente repartida en
una infinidad de cosas diferentes, no podían tratarlas todas y cada una
con aquella madurez y formalidad que tal vez pide alguna de ellas. Por
consiguiente, podía muy bien suceder que, en el grave y vastísimo
asunto de Milenarios, no fuese error ni fábula todo lo que se honra con
este nombre, sino que estuviesen mezcladas muchas verdades de suma
importancia con errores claros y groseros. Y, en este caso, sería más
conforme a razón separar la verdad de la mentira, y lo precioso de lo
vil, que confundirlo todo en una misma pasta, y arrojarla fuera, y
echarla a los perros 2, por miedo del error.
[62] Con este pensamiento empecé desde luego a estudiar seria-
mente este punto particular, registrando para esto con toda la aten-
ción y reflexión de que soy capaz, cuantos autores antiguos y moder-
nos me han sido accesibles, y en que he pensado hallar alguna luz; mas
confrontándolos siempre con la Escritura misma, como creo debemos
hacerlo, esto es, con los Profetas, con los Salmos, con los Evangelios,
con San Pablo y con el Apocalipsis. Después de todas las diligencias
que me ha sido posible practicar, yo os aseguro, amigo, que hasta aho-
ra no he podido hallar otra cosa cierta, sino una grande admiración, y
junto con ella un verdadero desengaño.
[63] Para que podamos proceder con algún orden y claridad en un
asunto tan grave y al mismo tiempo tan delicado, vamos por partes.
Tres puntos principales tenemos que observar aquí; y esta observación
la debemos hacer con tanta exactitud y prolijidad, que quedemos per-
fectamente enterados en el conocimiento de esta causa, y por consi-
guiente en estado de dar una sentencia justa. Lo primero, pues, debe-
mos examinar si la Iglesia ha decidido algo, o ha hablado alguna pala-
bra sobre el asunto. Este conocimiento nos es necesario, antes de todo,
para poder pasar adelante, pues la más mínima duda que sobre esto
quedase, era un impedimento gravísimo, que nos debía detener el pa-
so. Lo segundo, debemos conocer perfectamente las diferentes clases
que ha habido de Milenarios, lo que sobre todos ellos dicen los docto-
res, su modo de pensar en impugnarlos, y las razones en que se fundan
para condenarlos a todos. Lo tercero, en fin, debemos proponer fiel-
mente lo que nos dicen los mismos doctores, y el modo con que procu-
ran desembarazarse de aquella grande y terrible dificultad, que fue la
que dio ocasión, como también dicen, al error de los Milenarios, esto

1 Rom. 3, 4.
2 Mt. 15, 26.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 57

es, la explicación que dan, o pretenden dar, al capítulo 20 del Apoca-


lipsis. Al examen de estos tres puntos se reduce esta disertación.
[64] Pero antes de llegar a lo más inmediato, permitidme, amigo,
que os pregunte una cosa que ciertamente ignoro, es a saber, si entre
tantos doctores antiguos y modernos que han escrito contra los Mile-
narios, tenéis noticia de alguno que haya tratado este punto plena-
mente y a fondo. Verosímilmente me citaréis, entre los antiguos, a San
Dionisio Alejandrino, a San Epifanio, a San Jerónimo, a San Agustín; y
entre los modernos, a Suárez, Belarmino, Cano, Natal Alejandro, Goti,
etc. Mas esto sería no reparar ni hacer mucho caso de aquellas pala-
bras de que uso: plenamente y a fondo, por las cuales nada menos en-
tiendo que una discusión formal y rigurosa de todo el punto, y de todo
cuanto el punto comprende, es decir, no solamente de las circunstan-
cias puramente accidentales que con el tiempo se han ido agregando a
este punto, y que tanto lo han desfigurado, sino de la sustancia de él
mismo, sin otras relaciones; haciéndose cargo, digo, de todo lo que hay
sobre esto en las Escrituras, explicando estos lugares verdaderamente
innumerables de un modo propio, natural y perceptible, y satisfacien-
do del mismo modo a las dificultades.
[65] Sólo esto me parece que puede llamarse con propiedad tratar
un punto como éste plenamente y a fondo, y de este modo digo que
ignoro si lo ha tratado alguno. De otro modo diverso, sé que lo han tra-
tado muchos, no sólo los que acabáis de citarme, sino otros innumera-
bles doctores de todas clases. Lo tratan, o por mejor decir, lo tocan va-
rias veces los expositores, lo tocan muchísimos teólogos (los más de
paso, algunos pocos con alguna difusión), lo tocan los que han escrito
sobre las herejías, y en fin todos los historiadores eclesiásticos; con to-
do esto, me atrevo a decir que ninguno plenamente y a fondo, según el
sentido propio de estas palabras. Todos o casi todos convienen en que
es una fábula, un delirio, un sueño, un error formal; y esto no sólo en
cuanto a los accidentes, o relaciones y circunstancias accidentales (que
en esto convengo yo), sino también en cuanto a la sustancia. Mas nin-
guno nos dice con distinción y claridad en qué consiste este error; nin-
guno nos muestra, como debían hacerlo, alguna verdad clara, cierta y
segura, que se oponga y contradiga a la sustancia del reino milenario.
Mas de esto hablaremos de propósito, después que hayamos concluido
el primer punto de nuestra controversia.

Artículo 1
Examen del primer punto

[66] ¿La Iglesia ha decidido ya este punto? ¿Ha condenado a los


Milenarios? ¿Ha hablado sobre este asunto alguna palabra? Esta noti-
58 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

cia, que no hallamos en autores graves y de primera clase, por ejemplo


en los citados poco ha, la hallamos no obstante en otros de clase infe-
rior, los cuales por el mismo caso que son de clase inferior, ya por su
precio intrínseco, ya por su poco volumen, andan en manos de todos, y
pueden ocasionar un verdadero escándalo. Entre estos autores, unos
citan un concilio y otros otro. Los más nos remiten al Concilio Roma-
no, celebrado en tiempo de San Dámaso. Empecemos aquí.
[67] San Dámaso celebró en Roma, no uno solo, sino cuatro conci-
lios. ¿En cuál de ellos se decidió el punto de que hablamos? Las actas
de estos concilios, en especial de los tres primeros, las tenemos hasta
ahora, y se pueden ver en Labbé, en Dumesnil, en Fleuri, etc. El pri-
mer concilio de San Dámaso fue el año de 370, y en él se condenó a
Ursacio y a Valente, obstinados y peligrosísimos Arrianos. El segundo
fue el año de 372, y en él fue depuesto Auxencio de Milán, antecesor de
San Ambrosio, y se decidió la consustancialidad del Espíritu Santo. El
tercero fue el año de 375, y en él se condenó a Apolinar y Timoteo, su
discípulo, no por Milenarios, que de esto no se habla una sola palabra,
sino porque enseñaban que Jesucristo no había tenido entendimiento
humano, o alma racional humana, sino que la divinidad había suplido
la falta del alma. Igualmente, porque enseñaban que el cuerpo de Cris-
to era del cielo y, por consiguiente, de naturaleza diversa de la nuestra;
que después de la resurrección este cuerpo se había disipado, quedan-
do Jesucristo hombre en apariencia, no en realidad. El cuarto concilio
fue el año de 382, de cuyas actas no consta absolutamente, como dice
Dumesnil, y lo mismo Fleuri. Parece que el asunto principal de este
concilio fue decidir quién era el verdadero obispo de Antioquía, si Fla-
viano o Paulino, y así se ve que el concilio dirigió su letra sinodal a
Paulino, a cuya defensa parece verosímil que viniese a Roma San Je-
rónimo, que era presbítero suyo, como ciertamente vino con San Epi-
fanio, y se hospedaron ambos en casa de Santa Paula.
[68] Supuestas estas noticias que se hallan en la historia eclesiás-
tica, preguntad ahora a aquellos autores de que empezamos a hablar,
de dónde sacaron que en el Concilio Romano de San Dámaso se deci-
dió el punto general de los Milenarios. Y veréis como no os responden
otra cosa, sino que así lo hallaron en otros autores, y éstos en otros, los
cuales tal vez lo sacaron finalmente de los anales del cardenal Baronio
hacia el año 375. Mas este sabio cardenal, ¿de dónde lo sacó? Si lo sa-
có de algún archivo fidedigno, ¿por qué no lo dice claramente? ¿Por
qué no lo asegura de cierto, sino sólo como quien sospecha o supone
que así sería? Este modo de hablar es cuando menos muy sospechoso.
[69] La verdad es que la noticia es evidentemente falsa por todos
sus aspectos. Lo primero, porque no hay instrumento alguno que la
compruebe; y una cosa de hecho, y de tanta gravedad, no puede fun-
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 59

darse de modo alguno sobre una sospecha arbitraria, o sobre un puede


ser. Lo segundo, porque tenemos un fundamento positivo, y en el
asunto presente de sumo peso, para afirmar todo lo contrario, esto es,
que San Jerónimo, antimilenario, que muchos años después de San
Dámaso escribió sus comentarios sobre Isaías y Jeremías, y como afir-
ma el erudito Muratori en su libro Del Paraíso, no pudieron ser menos
de veinte, dice expresamente en el prólogo del libro 18 de Isaías, que
en este tiempo, esto es, a los principios del siglo quinto, una gran mu-
chedumbre de doctores católicos seguía el partido de los Milenarios; y
hablando de Apolinar, hereje y milenario, cuyos errores pertenecientes
a la persona de Jesucristo acabamos de ver condenados en el tercer
concilio de San Dámaso año de 375, dice: A quien no sólo los de su sec-
ta, sino también un considerabilísimo número de los nuestros sigue
solamente en esta parte 1. Y sobre el capítulo 19 de Jeremías, hablan-
do de estas mismas cosas, dice: Opinión que, aunque no sigamos, con
todo no podemos reprobar, porque muchos varones eclesiásticos y
mártires la llevan, y cada uno abunde en su sentido, y todas estas co-
sas reservamos al juicio del Señor 2. ¿Pensáis que San Jerónimo, des-
pués de una condenación expresa de la Iglesia, que acababa de suce-
der, era capaz de hablar con esta cortesía e indiferencia, de aquella
gran muchedumbre y considerabilísimo número de doctores católicos,
de los nuestros, que no se habían sujetado a sus decisiones? Esta refle-
xión es del mismo Muratori, y no es pequeña prueba en contrario,
pues es confesión de parte.
[70] Otros autores, tal vez advirtiendo lo que acabamos de notar,
recurren con la misma oscuridad al Concilio Florentino, celebrado en
tiempo de Eugenio IV, año 1439. Mas en este concilio no se halla otra
cosa, sino que en él se definió, como punto de fe, que las almas de los
justos que salen de este mundo sin reato de culpa, o que se han purifi-
cado en el purgatorio, van derechas al cielo a gozar de la visión de
Dios, y son verdaderamente felices antes de la resurrección. La opi-
nión contraria a esta verdad había sido de muchos doctores católicos,
y de muchos de los antiguos Padres, que se pueden ver en Sixto Senen-
se, y en el Muratori 3. Ahora, entre los autores de esta sentencia erró-
nea había habido algunos Milenarios, y ésta puede ser la razón por la
que nos remiten al Concilio Florentino; como si el ser milenario fuese
inseparable de aquel error. ¿Qué conexión tiene lo uno con lo otro? El
Concilio Lateranense IV es otro de los citados; y no falta quien se atre-
va a citar también al Tridentino, y todo ello sin decir en qué sesión, ni
en qué canon, ni cosa alguna determinada. ¿Por qué os parece será es-

1 SAN JERÓNIMO, Pref. in lib. 18 super Isaiam.


2 SAN JERÓNIMO, In cap. 19 Jeremiæ.
3 SIXTO SENENSE, Bibl. Sanctor., lib. 6, ann. 345; y MURATORI, Lib. de Par.
60 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ta omisión? Si la Iglesia en algún concilio hubiese hablado alguna pa-


labra en el asunto, ¿dejarían de copiarla con toda puntualidad? Y en
este caso, ¿lo ignorarán aquellos autores graves y eruditos que han es-
crito contra los Milenarios? Y no ignorándolo, ¿pudieran disimularlo?
Esta sola reflexión nos basta y sobra para quedar enteramente persua-
didos de la falsedad de la noticia, menos injuriosa respecto de los Mi-
lenarios que respecto de la Iglesia misma. ¡Oh, cuán lejos está el Espí-
ritu Santo, que habla por boca de la Iglesia, de condenar al mismo Es-
píritu Santo, que habló por sus Profetas! 1. Los autores particulares
podrán muy bien unirse entre sí, y fulminar anatemas contra alguna
cosa clara y expresa en las Escrituras que no se acomode con sus ideas;
mas la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, no hará tal, ni lo ha
hecho jamás, ni es posible que lo haga, porque no es posible que el Es-
píritu Santo deje de asistirla.
[71] Nos queda todavía otro concilio que examinar, el cual, según
pretenden, condenó expresamente el reino milenario, no sólo en cuan-
to a los accidentes, sino también en cuanto a la sustancia, y por consi-
guiente a todos los Milenarios sin distinción. Este es el primero de
Constantinopla, y segundo ecuménico, en el que se añadieron estas
palabras al símbolo Niceno: Cuyo reino no tendrá fin. Lo que supues-
to, argumentan así: la Iglesia ha definido que cuando el Señor venga
del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos, su reino no tendrá fin: Y
segunda vez vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos: cuyo reino
no tendrá fin 2. Es así que los Milenarios le ponen fin, pues dicen que
durará mil años, sea éste un tiempo determinado o indeterminado;
luego la Iglesia ha definido que es falsa y errónea la opinión de los Mi-
lenarios, y por consiguiente su reino milenario.
[72] Sin recurrir al concilio de Constantinopla, que no habla pala-
bra de los Milenarios, y que sólo añadió aquellas palabras a fin de
aclarar más una verdad que no estaba expresa en el símbolo niceno,
pudieran formar el mismo argumento con solo abrir la Biblia sagrada:
pues ésta es una de aquellas verdades de que da testimonio claro, así el
Nuevo como el Antiguo Testamento, y que no ha ignorado el más rudo
de los Milenarios. Mas los que proponen este argumento en tono tan
decisivo, con esto solo dan a entender que han mirado este punto muy
de prisa, y por la superficie solamente. Si algún milenario hubiese di-
cho que, concluidos los mil años, se acabaría con ellos el reino del Me-
sías, en este caso el argumento sería terrible e indisoluble; mas si nin-
guno lo ha dicho ni soñado, ¿a quién convencerá? Se convencerá a sí
mismo, a lo menos de importuno, como quien da golpes al aire 3. No

1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
2 Ibíd.
3 1 Cor. 9, 26.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 61

obstante, para quitar al argumento toda su apariencia, y el equívoco en


que se funda, se responde en breve que el reino del Mesías, considera-
do en sí mismo, sin otra relación extrínseca, no puede tener fin: es tan
eterno como el Rey mismo; mas considerado solamente como reino
milenario, es decir, como reino sobre los vivos y viadores, que todavía
no han pasado por la muerte, en este solo aspecto es preciso que tenga
fin. ¿Por qué? Porque esos vivos y viadores sobre quienes ha de reinar,
y a quienes como Rey ha de juzgar, han de morir todos alguna vez, sin
quedar uno solo que no haya pasado por la muerte. Llegado el caso de
que todos mueran, como infaliblemente debe llegar, es claro que ya no
podrá haber reino sobre los vivos y viadores, porque ya no los hay:
luego el reino en este aspecto solo tuvo fin, mas no por eso se podrá
decir que el reino tuvo fin y se acabó; pues siguiéndose inmediatamen-
te la resurrección universal, el reino deberá seguir sobre todos los
muertos ya resucitados, y esto eternamente y sin fin. Esto es en sus-
tancia lo que dijeron los Milenarios, y lo que dicen las Escrituras, co-
mo iremos observando. Si alguno, o los más de éstos, se propasaron en
los accidentes, si añadieron algunas circunstancias que no constan en
la Escritura, o que de algún modo se le oponen, yo soy el primero en
reprobar esta conducta. Mas para dar una sentencia justa, para saber
qué cosas han dicho dignas de reprensión, y qué cosas realmente no lo
son, es necesario entrar en un examen prolijo de toda esta causa.

Artículo 2
Diversas clases de Milenarios,
y la conducta de sus impugnadores

PÁRRAFO 1
[73] Una cosa me parece muy mal, generalmente hablando, en los
que impugnan a los Milenarios, es a saber, que habiendo impugnado a
algunos de éstos, y convencido de error en las cosas particulares que
añadieron de suyo, o ajenas de la Escritura, o claramente contra la Es-
critura, queden con solo esto como dueños del campo, y pretendan
luego, o directa o indirectamente, combatir y destruir enteramente la
sustancia del reino milenario, que está tan claro y expreso en la Escri-
tura misma. La pretensión es ciertamente singular. No obstante, se les
puede hacer esta pregunta: estas cosas particulares, que con tanta ra-
zón impugnan y convencen de fábula y error, ¿las dijeron acaso todos
los Milenarios? Y aun permitido por un momento que todos las dije-
sen, ¿son acaso inseparables de la sustancia del reino de que habla la
Escritura? Este examen serio y formal me parece que debía preceder a
62 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la impugnación, para poder seguramente arrancar la cizaña sin perjui-


cio del trigo; mas las impugnaciones mismas, aun las más difusas,
muestran claramente todo lo contrario.
[74] Parece cierto e innegable que los autores que tratan este pun-
to confunden demasiado (si no en la proposición, a lo menos en la im-
pugnación), confunden, digo, demasiado los errores de los antiguos
herejes, las ideas groseras de los Judíos, y las fábulas de los judaizan-
tes, con lo que pensaron y dijeron muchos doctores católicos y píos,
entre ellos algunos Santos Padres de primera clase, y también, lo que
es más extraño, con lo que clara y distintamente dicen las Escrituras.
Así confundido todo, y reducido por fuerza a una misma causa, es ya
facilísima la impugnación; entonces se descarga seguramente la cen-
sura sobre todo el conjunto; entonces se alegan textos claros del Evan-
gelio y de San Pablo que contradicen y condenan expresamente todo
aquel conjunto, que aunque compuesto de materias tan diversas, ya no
parece sino un solo supuesto; entonces, en fin, se alza la voz, y se toca
al arma contra aquellos errores. Pero ¿qué errores? ¿Los que enseña-
ron los herejes, o algunos de ellos los más ignorantes y carnales? Sí.
¿Los que enseñaron los rabinos judíos, y después de ellos algunos ju-
daizantes? También. Y si los católicos píos, llamados Milenarios, no
enseñaron ni admitieron tales errores, antes los condenaron y abomi-
naron, ¿deberán no obstante quedar comprendidos en el mismo ana-
tema? Y si la Escritura divina, cuando habla del reino del Mesías aquí
en la tierra (como ciertamente habla, y con suma frecuencia), no mez-
cla tales despropósitos, ¿deberá con todo esto violentarse, y sacarse
por fuerza de su propio y natural sentido? Dura cosa parece, mas en la
práctica así es. Esta es una cosa de hecho, que no ha menester ni dis-
curso ni ingenio: basta leer y reparar.
[75] En efecto, hallamos notados en las impugnaciones a San Jus-
tino y a San Ireneo, mártires, Padres y columnas del segundo siglo de
la Iglesia, como caídos miserablemente, no obstante su doctrina y san-
tidad de vida, en el error de los Milenarios. Hallamos a San Papías
mártir, obispo de Hierápolis, en Frigia, no sólo notado como milena-
rio, sino como el patriarca y fundador de este error, de quien dicen, sin
razón alguna, que lo tomaron los otros, y él lo tomó de su maestro San
Juan apóstol, a quien conoció, y con quien trató y habló; por haber en-
tendido mal, prosiguen diciendo, o por haber entendido demasiado li-
teralmente sus palabras. Hallamos notados a San Victorino Pictavien-
se mártir, a Severo Sulpicio, Tertuliano, Lactancio, Quinto Julio Hila-
rión, según refiere Suárez. Y pudiera notar en general a muchos Grie-
gos y Latinos, cuyos escritos no nos quedan, pues como testifica San
Jerónimo: Esta opinión muchos varones eclesiásticos y mártires la
llevan; a quienes llama en otra parte considerabilísimo número. Y
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 63

como dice Lactancio, ésta es, hasta los fines del cuarto siglo, la opinión
común de los Cristianos: Esta doctrina de los santos, de los Padres, de
los profetas, es a la que seguimos los Cristianos 1.
[76] Para saber lo que pensaban estos muchos varones eclesiásti-
cos y mártires sobre el reino del Mesías, no tenemos gran necesidad
de leer sus escritos, aunque no dejarían de aprovecharnos si hubiesen
llegado a nuestras manos. Los pocos que nos han quedado, es a saber,
de San Justino, San Ireneo, Lactancio, y un corto pasaje de Tertulia-
no 2 (pues el libro sobre la esperanza de los fieles, en que trataba el
asunto de propósito, se ha perdido), estos pocos, vuelvo a decir, nos
bastan para hacer juicio de los otros; pues si eran católicos y píos, si
eran hombres espirituales y no carnales, como debemos suponer, pa-
rece suficiente que hablasen en el asunto como hablaron estos cuatro,
y que estuviesen tan lejos como ellos de los errores y despropósitos en
que los quieren comprender. Esta es la inadvertencia de tantos autores
de todas clases, quienes, sin querer examinar la causa que ya suponen
examinada por otros, dan la sentencia general contra todo el conjunto,
con peligro de envolver a los inocentes con los culpados, y de matar al
justo y al impío 3.
[77] San Justino, milenario, impugna con tanta vehemencia los
errores de los Milenarios, que no duda decir a los Judíos, con quienes
habla, que no piensen son Cristianos los que creen y enseñan aquellas
fábulas, ni ellos los tengan por Cristianos, aunque los vean cubiertos
con este nombre, que tanto deshonran; pues, fuera de sus malas cos-
tumbres, enseñan cosas indignas de Dios, ajenas de la Escritura, que
ellos mismos han inventado, y aun opuestas a la misma Escritura; y
los trata, con razón, de hombres mundanos y carnales, que sólo gustan
de las cosas de la carne 4. Casi en el mismo tono habla San Ireneo; y es
fácil ver en todo su libro 5 Contra las herejías, donde toca este punto,
cuán lejos estaba de admitir en el reino de Cristo cosa alguna que olie-
se a carne o sangre; pues todo este libro parece puro espíritu bebido en
las epístolas de San Pablo y en el Evangelio. San Victorino, milenario,
se explica del mismo modo contra los Milenarios, por estas palabras
que trae Sixto Senense: Luego no debemos dar oído a los que, confor-
mados con el hereje Cerinto, establecen el reino milenario en cosas
terrenas 5. Pues ¿qué Milenarios son éstos que pelean unos con otros,
y sobre qué es este pleito? A esta pregunta, que es muy juiciosa, voy a
responder con brevedad.

1 LACTANCIO, Div. inst., lib. 7, cap. 26.


2 TERTULIANO, Adv. Marcion., lib. 3, cap. 24.
3 Gen. 18, 23.
4 SAN JUSTINO, Dialog. cont. Triph., v. fin.
5 SIXTO SENENSE, Bibl. Sanct., lib. 6, ann. 347.
64 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 2
[78] Tres clases de Milenarios debemos distinguir, dando a cada
uno lo que es propio suyo, sin lo cual parece imposible, no digo enten-
der la Escritura divina, pero ni aun mirarla; porque estas tres clases,
juntas y mezcladas entre sí, como se hallan comúnmente en las im-
pugnaciones, forman aquel velo denso y oscuro que la tiene cubierta e
inaccesible. En la primera clase entran los herejes, y sólo ellos deben
entrar enteramente, separados de los otros. No digo por esto que de-
ben entrar en esta clase todos los herejes que fueron Milenarios: esto
fuera hacer a muchos una grave injuria, y levantarles un falso testimo-
nio, pues nos consta que hablaron en el asunto con la misma decencia
que hablaron los católicos más santos y más espirituales. Buen testigo
de esto puede ser aquel célebre Apolinar, que respondió en dos volú-
menes al libro de San Dionisio Alejandrino contra Nepos, y como con-
fiesa San Jerónimo, fue aprobado y seguido, en este punto solo, de una
gran muchedumbre de católicos que, por otra parte, lo reconocieron
por hereje y detestaban sus errores: A quien (esto es a San Dionisio)
responde en dos volúmenes Apolinar, que no solamente sus discípu-
los, sino otros muchos de los nuestros, lo siguen en esta parte 1. Es de
creer que los católicos que siguieron a Apolinar como milenario, no lo
siguiesen ciegamente en todas las cosas que decía, pues entre ellas hay
algunas falsas y erróneas, como después veremos; sino que lo siguie-
sen precisamente en la sustancia, sin aquellos errores. Mas sea de esto
lo que fuese, ésta es una prueba bien sensible de que ni Apolinar, ni los
de su secta, eran tan ignorantes y carnales que se acomodasen bien
con las ideas groseras e indecentes de otros herejes más antiguos; de
estos, pues, deberemos hablar separadamente.
[79] Eusebio y San Epifanio 2 nombran a Cerinto como al inventor
de estas groserías. Como este heresiarca era dado a la gula y a los pla-
ceres, ponía en estas cosas toda la bienaventuranza del hombre. Así,
enseñaba a sus discípulos, dignos sin duda de un tal maestro, que des-
pués de la resurrección, antes de subir al cielo, habría mil años de des-
canso, en los cuales se daría a los que lo hubiesen merecido aquel ciento
por uno del Evangelio. En este tiempo, pues, tendrían todos licencia sin
límite alguno, para todas las cosas pertenecientes a los sentidos. Por lo
cual todo sería holganza y regocijo continuo entre los santos, todo con-
vites magníficos, todo fiestas, músicas, festines, teatros, etc. Y lo que
parecía más importante, cada uno sería dueño de un serrallo entero
como un sultán: Y él mismo era arrastrado por el deseo vehemente de
estas cosas, y siguiendo los incentivos de la carne, soñaba que en ellos

1 SAN JERÓNIMO, Lib. 18 super Isaiam.


2 EUSEBIO, Lib. 3 Hist.; y SAN EPIFANIO, Hæresi 28.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 65

consistía la bienaventuranza 1. ¿Qué os parece, amigo, de estas ideas?


¿Os parece verosímil ni posible que los santos que se llaman Milena-
rios, ni los otros doctores católicos y píos, siguiesen de modo alguno es-
te partido; que adoptasen unas groserías tan indignas y tan contrarias
al Evangelio? Leed por vuestros ojos los Milenarios que nos quedan, y
no hallaréis rastro ni sombra de tales estulticias; conque a lo menos es-
ta clase de Milenarios debe quedarse a un lado y no traerse a considera-
ción, cuando se trata del reino del Mesías.
[80] En la segunda clase entran, en primer lugar, los doctores ju-
díos o rabinos, con todas aquellas ideas miserables y funestas para to-
da la nación, que han tenido y tienen todavía de su Mesías, a quien mi-
ran y esperan como un gran conquistador, como otro Alejandro, suje-
tando a su dominación, con las armas en las manos, todos los pueblos
y naciones del orbe, y obligando a todos sus individuos a la observan-
cia de la ley de Moisés, y primeramente a la circuncisión, etc. Dije que
en esta segunda clase entran los rabinos en primer lugar, para denotar
que fuera de ellos hay todavía otros que han entrado, siguiendo sus pi-
sadas, o adoptando algunas de sus ideas. Estos son los que se llaman
con propiedad Milenarios judaizantes, cuyas cabezas principales fue-
ron Nepos, obispo africano, contra quien escribió San Dionisio Alejan-
drino sus dos libros sobre las promesas, y Apolinar, contra quien es-
cribió San Epifanio en la herejía 77. Estos Milenarios conocieron bien
en las Escrituras la sustancia del reino del Mesías; conocieron que su
venida del cielo a la tierra, que esperamos todos en gloria y majestad,
no había de ser tan de prisa, como se supone comúnmente; conocieron
que no tan luego se habían de acabar todos los vivos y viadores, ni tan
luego había de suceder la resurrección universal de todo el linaje hu-
mano; conocieron que Cristo había de reinar aquí en la tierra, acom-
pañado de muchísimos correinantes, esto es, de muchísimos santos y
resucitados; conocieron, en fin, que había de reinar en toda la tierra
sobre hombres vivos y viadores, que lo habían de creer y reconocer por
su legítimo Señor, y se habían de sujetar enteramente a sus leyes, en
justicia, en paz, en caridad, en verdad, como parece claro y expreso en
las mismas Escrituras. Todo esto conocieron estos doctores; a lo me-
nos lo divisaron como de lejos, oscuro y confuso. Si con esto solo se
hubieran contentado, ¡oh, cuán difícil cosa hubiera sido el impugnar-
los! Todas las Escrituras se hubieran puesto de su parte, y los hubieran
rodeado como un muro inexpugnable.
[81] La desgracia fue que no quisieron contenerse en aquellos lími-
tes justos que dicta la razón y prescribe la revelación. Añadieron de
suyo, o por ignorancia, o por inadvertencia, o por capricho, algunas

1 SAN DIONISIO ALEJANDRINO, Hist., lib. 7, cap. 20.


66 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

otras cosas particulares que no constan de la revelación, antes se le


oponen manifiestamente, diciendo y defendiendo obstinadamente que
en aquellos tiempos de que se habla, todos los hombres serían obliga-
dos a la ley de la circuncisión, como también a la observancia de la An-
tigua Ley y del antiguo culto; mirando todas estas cosas, que fueron,
como dice el apóstol, el ayo que nos condujo a Cristo 1, como necesa-
rias para la salud. Estas ideas ridículas, más dignas de risa que de im-
pugnación, fueron no obstante abrazadas por innumerables secuaces
de Nepos y de Apolinar, y ocasionaron, aún dentro de la Iglesia, gran-
des disputas y altercaciones, entre las cuales parece que quedó con-
fundido y olvidado del todo el asunto principal.
[82] Nos queda la tercera clase de Milenarios, en que entran los
católicos y píos, y entre éstos, aquellos santos que quedan citados, y
otros muchos de quienes apenas nos ha quedado noticia en general:
Pues muchos varones eclesiásticos y mártires son del mismo sentir 2.
Por los que nos quedan de esta clase, parece ciertísimo que ni admi-
tían los errores indecentes de Cerinto, antes expresamente los detes-
taban y abominaban, ni tampoco las fábulas de Nepos y Apolinar, pues
nada de esto se halla en sus escritos. Yo he leído a San Justino, San
Ireneo y Lactancio, y no hallo vestigio de tales despropósitos. Pues
¿qué es lo que dijeron, y por qué los notan de error? Lo que dijeron fue
lo mismo en sustancia que lo que se lee expreso en los Profetas, en los
Salmos, y generalmente en toda la Escritura, a quien abrieron con su
llave propia y natural. Si me preguntáis ahora qué llave era esta, os
respondo al punto resueltamente que es el Apocalipsis de San Juan, en
especial los cuatro capítulos últimos, que corren por los más oscuros
de todos, y no hay duda que lo son, respecto del sistema ordinario. En-
tre estos está el capítulo 20, que ha sido, con cierta semejanza, piedra
de tropiezo y piedra de escándalo 3.
[83] Esta llave preciosa e inestimable tuvo la desgracia de caer casi
desde el principio en las manos inmundas de tantos herejes, y aun no
herejes, pero ignorantes y carnales; y ésta parece la verdadera causa de
haber caído con el tiempo en el mayor desprecio y olvido el reino de
Jesucristo en su segunda venida, glorioso y duradero, quedando, como
margarita preciosa, confundida con el polvo, y escondida en él.
[84] Es verdad que no por eso ha estado del todo invisible: lo han
visto y observado bien, aunque algo de lejos por no contaminarse, los
que debían abrir ciertas puertas, hasta ahora absolutamente cerradas
en la Escritura; mas no atreviéndose a tomarlas en las manos, han
porfiado, y porfiarán siempre en vano, pensando abrir aquellas puer-

1 Gal. 3, 24.
2 SAN JERÓNIMO, Pref. in lib. 18 super Isaiam.
3 1 Ped. 2, 8.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 67

tas con violencia o con maña, o con otras llaves extrañas, que no se hi-
cieron para ellas. Los Padres y doctores milenarios de que hablamos
no tuvieron esas delicadezas; tomaron la llave con fe sencilla y con va-
lor intrépido; la limpiaron de aquel lodo e inmundicia que tanto la
desfiguraba; y con esta sola diligencia abrieron las puertas con gran
facilidad. Esta es toda la culpa.
[85] No obstante, es preciso confesar (pues aquí no pretendemos
hacer la apología de estos doctores, ni defender todo lo que dijeron, ni
pensamos fundarnos de modo alguno en su autoridad), es innegable,
digo, que a lo menos no se explicaron bien, y habiendo abierto las
puertas, no abrieron las ventanas; quiero decir, no se detuvieron a mi-
rar despacio, y examinar con atención, todas las cosas particulares que
había dentro. Pasaron la vista, sobre todo muy de prisa y muy superfi-
cialmente, porque tenían otras muchas cosas para aquellos primeros
tiempos de mayor importancia que les llamaban toda la atención. Esto
mismo observamos en los doctores más graves del cuarto y quinto si-
glo, que aunque sapientísimos y elocuentísimos, no siempre se expli-
caron en algunos puntos particulares cuanto ahora deseamos y había-
mos menester. También es innegable que muchos Milenarios, aun de
los católicos y píos, razas poco espirituales abusaron no poco del capí-
tulo 20 del Apocalipsis, añadiendo de su propia fantasía cosas que no
dice la Escritura, y pasando a escribir tratados y libros que más pare-
cen novelas, sólo buenas para divertir a ociosos.
[86] Mas al fin esas novelas, esas fábulas, esos errores groseros e
indecentes, o de herejes, o de judíos, o de judaizantes, o de católicos
ignorantes y carnales, por cuanto se quieran abultar y ponderar, no
son del caso. ¿Por qué? Porque ninguna de estas cosas se leen en la
Escritura. Nada de esto se lee en los Profetas, ni en los Salmos, ni en el
Apocalipsis, de donde se dice que sacaron aquellas novedades. Nada
de esto, en fin, dijeron, ni pensaron decir, aquellos santos doctores que
vemos notados y confundidos entre los otros con el nombre equívoco
de Milenarios. Pues ¿por qué los notan de error? ¿Por qué aseguran en
general que cayeron en el error o fábula de los Milenarios? El por qué
lo iremos viendo en adelante y poco a poco; pues verlo tan presto y de
una vez parece imposible.
PÁRRAFO 3
[87] No penséis, señor, por lo que acabo de decir, que yo también
quiera confundir entre la muchedumbre de escritores, aquellos graves
y eruditos que han escrito de propósito sobre el asunto. Sé que hay
muchos de ellos que hacen una especie de justicia, distinguiendo bien
la sentencia de los Padres y varones eclesiásticos, de la sentencia de
los herejes y judaizantes. Dije que hacen una especie de justicia, por-
68 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que la que hacen me parece una justicia nueva y diversa en especie, de


todo lo que puede merecer este nombre. Por una parte, veo que los se-
pararon con gran razón de toda la otra turba de Milenarios, que les
dan por esto el nombre de inocuos o inocentes; mas por otra parte,
cuando llegan a la censura y a la sentencia definitiva, entonces ya no se
ven separados de los otros, sigo unidos estrechamente para recibir
junto con ellos el mismo golpe. La sentencia general comprendida en
estas cuatro palabras: error, sueño, delirio, fábula, cae sobre todos sin
distinción ni misericordia. Ved aquí un ejemplo, y después de él no de-
jaréis de ver otros semejantes.
[88] Sixto Senense, que es autor erudito y juicioso, toca el punto
de los Milenarios, y después de haber hablado indiferentemente, dice
estas palabras: Hay sin embargo algunos que opinan que una y otra
sentencia dista muchísimo entre sí 1. Para probar esto, es a saber, que
la sentencia o doctrina de los Milenarios buenos y santos era diversí-
sima de la sentencia de los herejes, o tal vez para probar todo lo con-
trario, traslada un pasaje entero y bien largo de Lactancio Firmiano (el
cual concluido, confiesa ingenuamente que aquella doctrina es muy di-
ferente de la de Cerinto y sus secuaces) que todo lo reprueba. Y ¿con
qué razones? No lo creyera, si no lo viera por mis ojos. Con las mismas
y únicas razones con que se impugnan los herejes. Señal manifiesta de
que no hay otras armas. Ved aquí sus palabras: Hasta aquí la senten-
cia de Lactancio y otros, la que, aunque diversa del dogma de Cerin-
to, contiene, con todo, error ajeno de la doctrina evangélica, que en-
seña que después de la resurrección no ha de haber coito alguno de
marido y mujer, ningún uso de manjar y bebida, y finalmente ningún
deleite de vida carnal. Pues dice el Señor: En la resurrección, ni se
casarán, ni serán dados en casamiento. Y según la sentencia de San
Pablo, el reino de Dios no es comida ni bebida 2. ¿No hay más impug-
nación que ésta de la doctrina de Lactancio, ni de algún otro de aqué-
llos que ya hemos mencionado? No, amigo, no hay más, porque aquí
se concluye el punto.
[89] Sin duda os parecerá cosa increíble que un autor de juicio,
acabando no sólo de leer, sino de copiar un texto entero en que se con-
tiene la doctrina, no sólo de Lactancio, sino también de otros que
mencionaremos, no halle otra cosa que oponer a esta doctrina, sino
los dos textos de San Pablo y del Evangelio, como si éstos destruyesen
aquella doctrina o hablasen contra ella. Una de dos: o Lactancio dice
que entre los santos resucitados habrá estos casamientos y banquetes,
y deleite de la vida carnal (y en este caso su sentencia no será diversa
de la de Cerinto, sino una misma), o si no lo dice, toda la impugnación

1 SIXTO SENENSE, Bibl. Sanct., lib. 3, ann. 233.


2 SIXTO SENENSE.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 69

y los textos del Evangelio y de San Pablo, en que solo se funda, serán
fuera del caso, serán un cantar fuera del coro, serán un puro embro-
llar y no querer hacerse cargo de lo principal del asunto que se trata.
Ahora, pues, es cierto que Lactancio, ni indirecta ni directamente, dice
tal despropósito, ni en el lugar citado, ni en algún otro; ni Lactancio
era algún ignorante, o algún impío, que no supiese, o no creyese, una
decisión tan clara del Evangelio. Es cierto del mismo modo que ni San
Justino, ni San Ireneo, ni Tertuliano, ni alguno otro de aquéllos a
quienes mencionó este autor, han avanzado tal error, ni les ha pasado
por el pensamiento… Luego debían buscarse otros argumentos, o de-
bía guardarse en el asunto un profundo silencio. La consecuencia pa-
rece buena, mas no hay lugar.
[90] Lo que acabo de decir aquí de éste, lo podéis extender sin te-
mor alguno a todos cuantos han escrito contra los Milenarios. Yo, a lo
menos, ninguno hallo que no siga, o en todo o en gran parte, esta mis-
ma conducta. Todos se proponen el fin general de impugnar, destruir y
aniquilar un error; mas antes de descargar el gran golpe, distinguen
unos Milenarios de otros: los herejes torpes, de los judaizantes; éstos y
aquellos, de los inocuos. ¿Para qué? ¿Para condenar a los unos y absol-
ver a los otros? Parece que no, porque al fin el gran golpe cae sobre to-
dos. Todos deben quedar oprimidos bajo la sentencia general, y la cua-
lidad de inocuos solo puede servirles para tener el triste consuelo de
morir inocentes. Para justificar de algún modo esta cruel sentencia, ci-
tan la autoridad de cuatro Santos Padres muy respetables, esto es, San
Dionisio Alejandrino, San Epifanio, San Jerónimo y San Agustín, como
si éstos hubieran dado el ejemplo de una conducta tan sin ejemplar.
Mas después de vistos y examinados estos cuatro Padres (en quienes se
funda toda la autoridad extrínseca, con que nos piensan espantar), nos
quedamos con el deseo de saber para qué fin nos remiten a ellos, si para
que condenemos los errores de Cerinto, o los de Nepos, o los de Apoli-
nar, pues de éstos solos hablan dichos santos, y a éstos solos son a los
que impugnaron con muy buenas y sólidas razones. Aunque nos deten-
gamos algo más de lo que quisiéramos, se hace preciso aclarar este pun-
to, viendo lo que dijeron estos Padres, y también lo que no dijeron.
PÁRRAFO 4
[91] El más antiguo de éstos es San Dionisio Alejandrino, que es-
cribió hacia la mitad del tercer siglo. Este santo doctor escribió una
obra dividida en dos libros, que intituló De las promesas. En ella im-
pugnó, así los errores groseros de Cerinto, como principalmente un li-
bro que andaba entonces en manos de todos, cuyo autor era un obispo
de Africa llamado Nepos. Mas en esta impugnación, ¿cual fue su asun-
to principal o único? ¿Qué es lo que realmente impugnó y convenció
70 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de falso? Aunque no nos ha quedado ni el libro de Nepos, ni el de San


Dionisio, mas por tal cual fragmento de este último, que nos conservó
Eusebio en el libro 7 de su historia, capítulo 24, se ve evidentemente
que San Dionisio no tuvo en mira otra cosa que los excesos ridículos
de Nepos, y sus pretensiones particulares sobre la circuncisión y la ob-
servancia de la ley de Moisés, a que se añadían otros errores muy pa-
recidos a los de Cerinto. Sus palabras son las siguientes: Mas habién-
dose presentado una obra, según algunos, elocuentísima, cuya doc-
trina, como tengo dicho, aseguran ser muy recóndita, y que encierra
grandes misterios; y habiendo despreciado sus doctores la Ley y los
Profetas, depravado los escritos de los Apóstoles, sin querer obedecer
al Evangelio; y no dejando que nuestros hermanos (tal vez los más
sencillos e ignorantes) discurran sobre la admirable y verdadera-
mente divina venida del Señor, de nuestra resurrección, de nuestra
unión y compañía que haremos a Dios, y de nuestra semejanza con
su naturaleza inmortal, sino que han procurado persuadirles que el
reino de Dios nos ofrece unos premios terrenos, cuales solemos espe-
rar de los hombres en esta vida; hemos creído de la mayor necesidad
apurar todo nuestro esfuerzo contra este hombre llamado Nepos,
como si estuviera presente.
[92] Ya conocéis por estas palabras qué es lo que decía Nepos, y lo
que San Dionisio se propone para impugnar. Si queréis ahora ver con
más claridad toda la sustancia de esta impugnación, y por consiguien-
te la sustancia del libro de Nepos, leed a San Jerónimo sobre Isaías,
que hablando de San Dionisio dice así: Contra el cual el varón elo-
cuentísimo Dionisio, obispo de la Iglesia de Alejandría, escribió un
elegante libro burlándose de la fábula de los mil años, de la Jerusalén
de oro guarnecida de piedras preciosas en la tierra, de la reparación
del templo, de los sacrificios sangrientos, de la observancia del sába-
do, de la afrentosa circuncisión, casamientos, partos, educación de
los hijos, delicias de los banquetes, servidumbre de todas las nacio-
nes, nuevas guerras, ejércitos y triunfos, la matanza de los vencidos y
de la muerte de centenares de pecadores, etc. 1.
[93] Si el libro de San Dionisio no contenía otra cosa que la misión e
impugnación de todo esto que acabamos de leer, cierto que no hablaba
de modo alguno con los Milenarios inocuos, sino con los Judíos o ju-
daizantes. Es verdad que aquellas primeras palabras contra el cual, no
caen en el texto de San Jerónimo sobre Nepos, pues ni aun siquiera lo
nombra, sino sobre San Ireneo, de quien va hablando; mas éste es un
equívoco claro y manifiesto, no de San Jerónimo, sino de alguno de sus
antiguos copistas; pues nadie ignora, como que es una cosa de hecho,

1 SAN JERÓNIMO, Pref. in lib. 18 super Isaiam.


PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 71

contra quién escribió San Dionisio, y el mismo santo dice que escribe
contra este hermano a quien llamo Nepos. Diréis acaso que lo mismo
es escribir contra Nepos que contra San Ireneo, pues ambos fueron mi-
lenarios; mas esto sería bueno, si primero se probase que San Ireneo
había enseñado y sostenido los mismos despropósitos de Nepos, que
son expresamente los que San Dionisio impugna en su libro. Con un
equívoco semejante es bien fácil llevar a la horca a un inocente.
[94] El segundo Santo Padre que se cita es San Epifanio, que es-
cribió cien años después de San Dionisio Alejandrino. Este santo doc-
tor, en su libro Contra las herejías, es cierto que habla dos veces de los
Milenarios, y contra ellos. La primera, en la herejía 28, solamente ha-
bla de Cerinto, y habiendo propuesto sus particulares errores, los con-
futa fácilmente con el Evangelio y con San Pablo. La segunda, en la
herejía 77, habla de Apolinar y sus secuaces. Y ¿qué es lo que aquí im-
pugna? Vedlo claro en sus propias palabras: Porque si de nuevo resu-
citamos para circuncidarnos, ¿por qué no anticipamos la circunci-
sión? Y ¿qué inteligencia podrá tener la doctrina del Apóstol que di-
ce: Si os circuncidáis, Cristo no os aprovechará nada? También los
que os justificáis por la ley habéis caído de la gracia. Igualmente
aquella sentencia del Salvador: En la resurrección ni se casarán, ni
serán dados en casamiento, sino que serán como ángeles. Todo lo que
sigue va en este tono, y no contiene otra cosa. Conque toda la impug-
nación va a los judaizantes.
[95] Es verdad, y no se puede disimular, que antes de concluir este
punto, el santo da la sentencia general contra todos los Milenarios sin
distinción, y todo sin distinción lo condena por herejías, lo cual nota
con gran cuidado el padre Suárez, como si fuera alguna decisión ex-
presa de la Iglesia 1. Mas ¿quién ignora, dice el padre Calmet sobre el
capítulo 20 del Apocalipsis, que San Epifanio llama herejía muchas
cosas que en realidad no lo son, sólo porque no eran de su propia opi-
nión? Esto mismo notan en San Epifanio otros muchos sabios, que no
hay para qué nombrar aquí, siendo esto una cosa tan corriente. Fuera
de que si San Epifanio condena por herejía la opinión de los Milena-
rios, aun de los inocuos y santos, San Ireneo hace lo mismo respecto
de los que siguen la opinión contraria, llamándolos ignorantes y here-
jes, de lo cual se queja con razón Natal Alejandro 2. Según esto tene-
mos dos Santos Padres, uno del siglo segundo y otro del cuarto, los
cuales condenan por herejía dos cosas contradictorias. ¿A cuál de éstos
debemos creer? Diréis que en este punto a ninguno, y yo suscribo de
buena fe a vuestra sentencia, conformándome en esto con la conducta
de San Justino, el cual, aunque buen milenario, no se mete a condenar

1 SUÁREZ, De Incarnat., part. 2, disp. 5, ses. 8.


2 NATAL ALEJANDRO, Hist. eccles., ses. 1, disp. 27.
72 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

a los que no lo eran, antes le dice a Trifón estas palabras llenas de


equidad y claridad: No soy tan miserable, oh Trifón, que afirme lo
contrario de lo que siento. Te he dicho que así piensan muchos que
me siguen; pero también te he significado que otros Cristianos muy
piadosos son de diverso parecer.
[96] El tercer Santo Padre que se cita contra todos los Milenarios
sin distinción es San Jerónimo. Mas yo no sé por qué citan para esto a
San Jerónimo. Este santo doctor, lo primero, jamás habló de propósito
sobre el asunto, sino que apenas lo tocó de paso y como por incidencia,
ya en este, ya en aquel lugar, y siempre de un modo más historial que
discursivo. Lo segundo, jamás explica determinadamente de qué Mi-
lenarios habla. Parece tal vez a primera vista que habla de todos sin
distinción; mas por su mismo contexto se conoce evidentemente que
sólo habla de los secuaces de Cerinto, por ejemplo, cuando dice sobre
el prefacio de Isaías: A quienes no envidio, si son tan amantes de lo
terreno, que aun en el reino de Dios lo soliciten, y busquen, después
de la abundancia de manjares y de toda clase de excesos en la comida
y bebida, los deleites consiguientes a la gula 1. ¿A quién sino a Cerinto
le puede esto competir? En otra parte dice así: Con ocasión de esta
sentencia algunos introducen mil años después de la resurrección,
etc. 2. Si esta palabra, después de la resurrección, significa la general
resurrección, sólo a Cerinto y sus partidarios puede convenir, pues só-
lo a estos se atribuye este despropósito particular. Todos los otros po-
nen la resurrección general, no antes, sino después de los mil años.
Fuera de que en el mismo lugar explica el santo de qué Milenarios ha-
bla, cuando dice: No advirtiendo que si en las demás cosas es muy
justa la recompensa, es muy torpe quererla aplicar a las esposas, de
manera que se prometan ciento, por una que hayan renunciado 3.
Buscad algún milenario fuera de Cerinto, que haya avanzado esta bru-
talidad, y ciertamente no lo hallaréis. Luego es claro que San Jerónimo
habla aquí solamente de Cerinto.
[97] Finalmente, para que veáis que este santo doctor de ningún
modo favorece a los que a todos los Milenarios en general quieren suje-
tarlos a una misma sentencia, traed a la memoria lo que notamos en el
artículo; esto es, lo que dice sobre el capítulo 19 de Jeremías: Las cuales
cosas, aunque no las sigamos, con todo no podemos reprobarlas; por-
que muchos varones eclesiásticos y mártires las siguen 4. Si el santo
hablara aquí de la opinión de Cerinto, o de las cosas particulares en que
erraron tanto, así Nepos como Apolinar, parece claro que no solamente

1 SAN JERÓNIMO, Lib. 18 in Isaiam.


2 SAN JERÓNIMO, Comment. in Matth., cap. 19.
3 Ibíd.
4 SAN JERÓNIMO, In cap. 19 Jeremiæ.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 73

podía, sino que debía condenar todas estas cosas, porque así lo dijeron
y lo hicieron San Dionisio y San Epifanio. Conque diciendo, no pode-
mos condenar estas cosas, porque así lo dijeron muchos doctores cató-
licos, y entre ellos muchos mártires, con esto solo comprendemos bien
que por entonces no tenía en mira otros Milenarios sino los católicos y
santos; por consiguiente, que éstos no merecían ser comprendidos en la
sentencia general. Luego para este punto, que es de lo que hablamos, la
autoridad de San Jerónimo nada prueba, y si algo prueba, es todo lo
contrario de lo que intentan los que la citan.
[98] El cuarto Santo Padre, en fin, es San Agustín, el cual en el li-
bro 20 De la Ciudad de Dios, capítulo 7, habla de los Milenarios, y no
los deja del todo hasta el capítulo 10. Con todo eso, podemos decir de
San Agustín lo mismo a proporción que hemos dicho de los otros San-
tos Padres; esto es, que en todo lo que dice no aparece otra cosa, ni hay
de dónde inferirla, que los errores indecentes de Cerinto y de los que le
habían seguido. En el capítulo 7 refiere estos errores y propone el lu-
gar del Apocalipsis que pudo haberles dado alguna ocasión, y luego
añade estas palabras: La cual opinión sería de algún modo tolerable,
si se creyera que en aquel reinado solamente gozarán los santos deli-
cias espirituales por la presencia del Señor, pues yo también pensé en
otro tiempo lo mismo; pero afirmar que los que resuciten se entrega-
rán a excesivas viandas carnales, y que es mayor de lo que puede
creerse la abundancia y el modo de las bebidas y manjares, a esto no
pueden dar asenso sino los mismos hombres carnales, a quienes los
espirituales llaman chialistas (o chiliastas), nombre que, trasladado
literalmente del griego, significa milenarios 1. Esto es todo cuanto se
halla en San Agustín sobre el punto de Milenarios: pues lo que se sigue
en este capítulo 7, como en los dos siguientes, se reduce a la explica-
ción que el santo procura dar al capítulo 20 del Apocalipsis. Lo exami-
naremos más adelante.
[99] Ahora, pues, ¿qué conexión tiene todo esto, con lo que dijeron
los doctores milenarios, católicos y santos? Estos también reprobaron,
y con mucha mayor acrimonia, lo que reprueba San Agustín. Este san-
to doctor dice que la opinión de los Milenarios en general fuera tole-
rable, si se admitiesen o creyesen en los santos algunas delicias espi-
rituales en la presencia del Señor. Conque si los Milenarios buenos de
que hablamos, admitieron y creyeron en los santos ya resucitados, y
aun en los viadores, estas delicias espirituales, su opinión sería a lo
menos tolerable, y no digna de condenación ni reprensión. Y ¿podréis,
amigo, dudar de esto si leéis con vuestros ojos esos pocos Milenarios
que nos han quedado? No os cito ahora a San Ireneo ni a San Justino,

1 SAN AGUSTÍN, De Civitate Dei, lib. 20, cap. 7.


74 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

porque esto sería cosa muy larga; os cito un lugar breve de Tertuliano,
en el cual se hallan expresas esas delicias de San Agustín. Porque tam-
bién confesamos, dice, que en la tierra se nos ha prometido un reino,
anterior al celestial, aunque en otro estado, como que es para mil
años después de la resurrección en la Jerusalén que milagrosamente
bajará del cielo, a la cual llama el Apóstol nuestra celestial madre,
nuestra herencia, esto es decir, que somos habitadores del cielo, y
destinados para esa ciudad celestial. Esta fue conocida por Ezequiel,
la vio San Juan, y el libro de su Apocalipsis, que creemos ser una
nueva profecía, da testimonio de ella, predicando ser la imagen de la
ciudad santa que se le ha de revelar. En ésta decimos que se han de
recibir los santos en la resurrección, y se han de enriquecer con toda
clase de bienes; bienes a la verdad espirituales abundantísimos, co-
mo recompensa preparada por Dios por todo lo que renunciamos en
el mundo, pues es cosa muy justa y muy digna de su Majestad que se
gocen sus siervos allí mismo donde fueron afligidos por su nombre 1.
[100] Fuera de estos cuatro Santos Padres que acabamos de ver ci-
tados con los Milenarios en general, hallamos todavía otro en la diser-
tación de Natal Alejandro 2, esto es, a San Basilio. ¿Y qué dice San Ba-
silio? Se queja de los despropósitos de Apolinar, y nada más; sus pala-
bras son éstas: Y escribió de resurrección ciertas cosas fabulosas, más
bien diré judaicamente, en las que dice que nosotros por segunda vez
hemos de volver al culto que manda la ley, de modo que de nuevo nos
circuncidemos, guardemos el sábado, nos abstengamos de los man-
jares prohibidos en la ley, ofrezcamos sacrificios a Dios, lo adoremos
en el templo de Jerusalén, y enteramente nos convirtamos de Cristia-
nos en Judíos. ¿Qué cosa más ridícula podrá decirse, ni que más se
oponga al dogma evangélico? 3.
[101] Esta queja de San Basilio es bien fundada y justa. Mas no so-
lamente San Basilio, sino también San Justino, San Ireneo, San Victo-
rino, San Sulpicio Severo, Tertuliano, Lactancio y otra gran muche-
dumbre de doctores católicos y santos que fueron milenarios, podían
quejarse, y con mucha razón, por lo que tocaba a ellos mismos de Apo-
linar, de Nepos y de todos sus secuaces, pues los despropósitos que
ellos añadieron fueron la ocasión o la causa, mucho más que las grose-
rías de Cerinto, de que al fin todo se confundiese, y que, por castigar y
aniquilar a los culpados, no se reparase en tantos inocentes que con
ellos comunicaban únicamente en el asunto general; como a veces ha
sucedido que, por impugnar con demasiado ardor un extremo, han
caído algunos en el otro, siendo así que la verdad estaba en el medio.

1 TERTULIANO, Adversus Marcionem, lib. 3, cap. 24.


2 NATAL ALEJANDRO, In ep. 4 S. Basil. ad Episc. orient.
3 SAN BASILIO, In epist. citata.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 75

[102] En efecto: estas dos legiones de Milenarios judaizantes, par-


tidarios de Nepos y de Apolinar, y los libros que salieron contra ellos
así de San Dionisio, como de San Epifanio, etc., parece que forman la
época precisa de la mudanza entera y total de ideas sobre la venida del
Señor en gloria y majestad 1. Hasta entonces se había entendido la Es-
critura divina como suena, según su sentido propio, obvio y literal; por
consiguiente, se habían creído fiel y sencillamente todas las cosas que
sobre esta venida del Señor nos dice y anuncia la misma Escritura di-
vina. Y si había habido algunas disputas, éstas no tanto habían sido
sobre las cosas mismas, sino sobre el modo indecente y mundano con
que hablaban de ellas los herejes y los Judíos. Mas habiendo llegado
después de éstos las legiones de los judaizantes, que tomaban mucho
de los unos y de los otros, y que eran mucho más doctos o más dispu-
tadores que ellos, todo se empezó luego a desordenar, a oscurecer y a
confundir la verdad con el error, y las Escrituras mudaron entonces de
semblante. Las cosas claras y limpias, que antes se leían en ellas con
placer, y que se entendían sin dificultad, ahora ya no se entendían, ni
se conocían con la debida claridad, porque se veían mezcladas inge-
niosamente con otras que habían venido de nuevo, que con razón pa-
recían insufribles.
[103] En estos tiempos de oscuridad, se hallaban los doctores ca-
tólicos ocupados enteramente en resistir y confutar a los Arrianos, in-
finitamente más peligrosos que todos los Milenarios, pues tocaban in-
mediatamente a la persona del Mesías, y a la sustancia de la religión.
Por tanto, no les era posible aplicarse de propósito al examen formal y
circunstanciado de este punto, ni tomar sobre sí un trabajo tan grande,
como era separar, según las Escrituras, lo precioso de lo vil, que en los
Milenarios judaizantes estaba tan mezclado.
[104] No obstante, deseando alejarse y alejar a los fieles, así del
judaísmo como de las ideas indecentes de los herejes (pues ambas co-
sas parece que aceptaban en gran parte los judaizantes), les pareció
por entonces lo más acertado no consentir con ellos en cosa alguna,
sino cortar el nudo con la espada de Alejandro, negándolo todo sin dis-
tinción ni misericordia, o por mejor decir, dejando las cosas en el es-
tado en que las hallaban, no siendo necesario insistir en un punto que
no se controvertía.
[105] Esto fácil cosa era; quedaba, no obstante, la dificultad, gran-
de a la verdad, para los que saben de cierto que los hombres santos de
Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo 2, y que el mismo
Espíritu Santo es aquél que habló por sus Profetas 3; quedaba, digo, la

1 Hablo del modo, duración y circunstancias.


2 2 Ped. 1, 21.
3 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
76 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

gran dificultad de componer y concordar a los mismos Profetas, y a


todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, con la sentencia
corriente, o con una tan violenta resolución. Mas esta dificultad no pa-
reció por entonces tan insuperable que no quedase alguna esperanza.
Ya en este tiempo estaba abierta, y suficientemente trillada, aquella
senda que había descubierto Orígenes, el cual, aunque por esto había
sido murmurado de muchos, y lo era actualmente de no pocos, no por
eso dejaba de ser imitado en las ocurrencias, y en el asunto presente
parecía inevitable, porque no había otro recurso. Era necesario, o vol-
ver atrás y darse por vencido a lo menos en lo general y sustancial del
punto, o entrar y caminar por aquella senda áspera y tan poco segura
como es la pura alegoría. Efectivamente así sucedió. Desde luego se
empezó a pasar la inteligencia de aquellas cosas que se leen en los Pro-
fetas, en los Salmos, etc., a sentidos por la mayor parte espirituales,
alegóricos, acomodaticios, tirando a acomodar con grande empeño, y
con no menos violencia, unas cosas a la primera venida del Señor,
otras a la primitiva Iglesia, otras a la Iglesia en tiempo de sus persecu-
ciones, otras a la misma en tiempo de paz; y cuando ya no se podía
más, como debía suceder frecuentemente, quedaba el último refugio
bien fácil y llano, esto es, dar un vuelo mental hasta el cielo, para aco-
modar allá lo que por acá es imposible. Así se empezó a hacer en el
cuarto siglo, se prosiguió en el quinto, y se ha continuado hasta nues-
tros tiempos vulgarmente, sentado que siempre la Iglesia daba de be-
ber a todos las aguas puras en las fuentes de las Escrituras auténticas,
nunca corrompidas.
PÁRRAFO 5
[106] Vengamos ya a lo más inmediato. Concédase en buena hora,
os oigo decir, que los antiguos Padres Milenarios, y los otros doctores
católicos y píos, no adoptaron los errores groseros de Cerinto, ni las
ideas insufribles de los Judíos y judaizantes. A lo menos es innegable,
por sus mismos escritos, que creyeron y enseñaron y sostuvieron esta
proposición: Después de la venida del Señor, que esperamos en gloria
y majestad, habrá todavía un grande espacio de tiempo, esto es, mil
años, o indeterminados, o determinados, hasta la resurrección y jui-
cio universal.
[107] Y esto, ¿quién no ve, volvéis a decir, que es no sólo una fábu-
la, sino un error positivo y manifiesto? A lo cual yo confieso que no
tengo que responder sino estas dos palabras: ¿cómo y de dónde po-
dremos saber que esto es no sólo una fábula, sino un error positivo y
manifiesto? La proposición afirma ciertamente una cosa no pasada ni
presente, sino futura, y todos sabemos de cierto que, aunque lo ya pa-
sado y lo presente puede llegar naturalmente a la noticia y ciencia del
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 77

hombre, mas no lo futuro, porque esto pertenece únicamente a la cien-


cia de Dios. Conque si Dios mismo, que habló por sus Profetas 1, y que
es el que solo puede saber lo futuro, me dice clara y expresamente en
la Escritura que me presenta la Iglesia, lo mismo que afirma dicha
proposición, en este caso, ¿no haré muy mal en no creerlo? ¿No haré
muy mal en ponerlo en duda? ¿No haré muy mal en esperar para
creerlo, que primero me lo permitan los que nada pueden saber de lo
futuro? ¿No haré muy mal en afirmar, aunque lo afirmen otros, que lo
que contiene la proposición es una fábula y es un error? ¿Con qué ra-
zón, y sobre qué fundamento podré afirmarlo? Porque así les parece
algunos días ha a los intérpretes y a los teólogos, en el sistema que han
abrazado. Débil fundamento es éste mirado en sí mismo sin otro adi-
tamento. Sabemos bien que no son infalibles, sino cuando se fundan
sólidamente sobre firme piedra. La teología no tiene otro fundamento,
ni lo puede tener, que la Escritura divina, declarada auténtica por la
Iglesia, que es columna y apoyo de la verdad 2, fuera de algunas pocas
cosas que, aunque no constan expresamente de ella, están sólidamente
fundadas sobre una tradición cierta, constante y universal, como ya
queda dicho. Esto, pues, es lo que hace al caso, no la autoridad pura-
mente humana. No se habla aquí de la autoridad infalible de la Iglesia,
congregada en el Espíritu Santo; que cuando ésta habla, ya se sabe que
todos los particulares debemos callar.
[108] Muéstrese, pues, algún lugar de la Escritura, alguna tradi-
ción cierta, constante y universal, alguna decisión de la Iglesia que
condene por errónea o fabulosa nuestra proposición, y al punto la con-
denaremos también nosotros, reduciendo a cautiverio el entendimien-
to, en obsequio de la fe 3. Mas mostrar por toda prueba la autoridad de
algunos doctores particulares, y ésta sumamente equívoca, pues los
doctores que se citan, como acabamos de ver, no se atrevieron a con-
denar lo que dicha proposición dice y afirma, sino los abusos que se le
añadieron; atreverse después de esto a dar la sentencia general contra
todo el conjunto, como si ya quedase todo convencido de error, fábula,
delirio, sueño, etc., parece que esta conducta no prueba otra cosa, sino
que no quieren examinar de propósito, ni aun siquiera oír con pacien-
cia, una proposición que pone en gran riesgo, o por mejor decir, des-
truye enteramente todo su sistema. ¿Pensáis que si hubiese alguna pa-
labra definitiva o de la Escritura, o de la Iglesia, se la habían de tener
oculta sin producirla? ¿Pensáis que habiéndose atrevido algunos auto-
res, sin duda por inadvertencia, no por malicia, a producir instrumen-
tos evidentemente falsos, no produjeran los verdaderos si los hubiese?

1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
2 1 Tim. 3, 15.
3 2 Cor. 10, 15.
78 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Yo busco, pues, en los mismos autores, busco en la misma Escritura


divina, busco en los concilios algún instrumento auténtico, o alguna
buena razón en que pueda haberse fundado una opinión tan universal,
como es la contradictoria de nuestra proposición; y os aseguro formal-
mente que nada hallo que me satisfaga, ni aun siquiera que me haga
entrar en alguna sospecha. Los instrumentos y razones que se produ-
cen es claro que concluyen, y concluyen bien, contra los herejes, contra
los rabinos, contra los judaizantes, contra aquellos en fin que inventan
algo de sus cabezas, y lo añadieron atrevidamente a la proposición ge-
neral sin salir de ella, o lo que es lo mismo, contra lo que clara y expre-
samente dice la Escritura.
[109] Ahora, pues, yo veo claramente cosa de no poder dudar, que
la Escritura divina, y casi toda ella en lo que es profecía, me habla de es-
te intervalo que debe haber entre la venida del Señor en gloria y majes-
tad, y el juicio y resurrección universal; veo que a esto se encamina, y a
esto va a parar, casi toda la Escritura; veo que me dice y anuncia cosas
particulares, cosas grandes, cosas estupendas, cosas del todo nuevas e
inauditas, que deben suceder después de la venida gloriosa del Señor;
veo por otra parte que San Juan en su Apocalipsis me repite muchísi-
mas de estas cosas, casi con las mismas expresiones con que las dicen
los Profetas, y tal vez con las mismas palabras; veo que hace frecuentes
alusiones y reclamos a muchos lugares de los Profetas y de los Salmos,
etc., convidándome a que los note con cuidado; veo, en suma, que, lle-
gando al capítulo 19, me presenta primeramente con la mayor viveza y
magnificencia posible la venida del Señor del cielo a la tierra, y el des-
trozo y ruina entera de toda la impiedad; y pasando al capítulo 20, me
abre enteramente todas las puertas y todas las ventanas, me descifra
grandes misterios, me habla con la mayor claridad y precisión con que
puede hablar un hombre serio, me dice en fin expresamente que aquel
espacio de tiempo que debe seguirse después de la venida del Señor, el
cual los Profetas no señalaron en particular, aquél que llamaron día del
Señor, y con más frecuencia en aquel día, en aquel tiempo, etc., será un
día y un tiempo que durará mil años, repitiendo esta palabra mil años
nada menos que seis veces en este capítulo.
[110] Todo esto, y mucho más que observaremos a su tiempo, ve-
mos claramente en la divina Escritura, y en esto se fundaron los que
admitieron como cierta aquella proposición. Mas los que la reprueban
y condenan como falsa y errónea, ¿qué es lo que producen en contra?
Se supone que ya no hablamos de los absurdos conocidamente tales
que se le añadieron por Cerinto, por Nepos, por Apolinar, etc., sino de
la proposición considerada en sí misma, a primera vista, sin otro adi-
tamento. Contra ésta, pues, ¿qué es lo que producen? ¿Con qué fun-
damento se condena de falsa, fabulosa y errónea? Buscad, señor, este
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 79

fundamento por todas partes, y me parece que os cansaréis en vano.


Yo a lo menos no hallo otro que la palabra vaga y arbitraria de que la
Escritura divina no debe entenderse así, mucho menos el capítulo 20
del Apocalipsis. ¿Cómo, pues, se debe entender? Esto es lo que nos
queda que examinar en el artículo siguiente.

Artículo 3
La explicación que se pretende dar
al capítulo 20 del Apocalipsis

PÁRRAFO 1
[111] Como la proposición arriba dicha se lee expresa en términos
formales en este capítulo del Apocalipsis, parece claro que quien niega
aquella proposición, quien la condena de fábula y error, deberá hacer
lo mismo con el texto de este capítulo; o si esto no, deberá a lo menos
explicar de otro modo el texto sagrado, mas con una explicación tan
natural, tan genuina, tan seguida, tan clara, que nos deje plenamente
satisfechos y convencidos de que es otra cosa muy diversa la que afir-
ma el texto sagrado, de la que afirma la proposición. Esta es, pues, la
gran dificultad, en cuya resolución no ignoráis lo que han trabajado en
todos los tiempos grandes ingenios. Si el fruto ha correspondido al
trabajo, lo podréis solamente saber después que hayáis visto y exami-
nado la explicación, confrontándola fielmente con el texto y con todo
su contexto, que es lo que ya vamos a hacer.
[112] Los intérpretes del Apocalipsis (lo mismo digo de todos los
que han impugnado a los Milenarios), para facilitar de algún modo la
explicación de una empresa tan ardua, se preparan prudentemente
con dos diligencias, sin las cuales todo estaba perdido. La primera es
negar resueltamente que en el capítulo 19 se hable de la venida del Se-
ñor en gloria y majestad, que esperamos todos los Cristianos. Esta di-
ligencia, aunque bien importante, como después veremos, no basta
por sí sola; así que es menester pasar a la segunda, que es la principal,
para poder fundar sobre ella toda la explicación. Esta segunda diligen-
cia consiste en separar prácticamente el capítulo 20, no sólo del capí-
tulo 19, sino de todos los demás, considerándolo como una pieza apar-
te, o como una isla que, aunque vecina a otras tierras, nada comunica
con ellas. Si estas dos suposiciones (que así lo parecen, pues no se
prueban) se admiten como ciertas, o se dejasen pasar como tolerables,
no hay duda que la dificultad no sería tan grave, ni tan difícil alguna
solución. Mas si se lee el texto sagrado seguidamente con todo su con-
texto, ¿será posible admitir ni aun sufrir semejantes suposiciones?
80 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 2
[113] Ya sabéis, señor, el gran suceso contenido en el capítulo 19
del Apocalipsis desde el versículo 11 hasta el fin, es a saber, la venida
del cielo a la tierra de un personaje singular, terrible y admirable por
todos sus aspectos. Viene a la frente de todos los ejércitos que hay en
el cielo, y se representa como sentado en un caballo blanco, con una
espada, no en la mano, ni en la cintura, sino en la boca; con muchas
coronas sobre su cabeza; con vestido o manto real rociado o mancha-
do con sangre 1, en el cual se leen por varias partes estas palabras: Rey
de reyes, y Señor de señores 2. En suma, el nombre de este personaje
es éste: Verbo de Dios 3. Otras muchas cosas particulares se dicen
aquí, que vos mismo podéis leer y considerar. En consecuencia, pues,
de la venida del cielo a la tierra de este gran personaje, se sigue inme-
diatamente no tanto la batalla con la bestia, o Anticristo, y con todos
los reyes de la tierra, congregados para pelear con el que estaba sen-
tado en el caballo 4, cuanto el destrozo y ruina entera y total de todos
ellos y de todo su misterio de iniquidad; y así se concluye todo el capí-
tulo con estas palabras: Estos dos fueron lanzados vivos en un estan-
que de fuego ardiendo y de azufre. Y los otros murieron con la espada
que sale de la boca del que estaba sentado en el caballo, y se hartaron
todas las aves de las carnes de ellos 5.
[114] Nuestros doctores, llegando a este lugar del Apocalipsis no
pueden disimular del todo el grande embarazo en que se hallan. Si el
personaje de que se habla es Jesucristo mismo, como lo parece por to-
das sus señas, no sólo viene directamente contra el Anticristo, sino
también, aunque indirectamente, contra el sistema que habían abra-
zado. ¿Por qué? Porque después de destruido el Anticristo se sigue el
capítulo 20, y en él muchas y grandes cosas, todas opuestas e incon-
cordables con el sistema. Por tanto no aparece medio entre estos dos
extremos: o renunciar al sistema, o no reconocer a Cristo en el perso-
naje que aquí se representa. Esto último, pues, es lo que les ha pareci-
do menos duro. Así, mostrando no creer a sus propios ojos, y como
tomando en las manos un buen telescopio para observar bien aquel
gran fenómeno: No es Jesucristo, exclaman ya confiadamente, no es
Jesucristo, no hay necesidad de que el Señor se mueva de su cielo para
venir a destruir al Anticristo, y a todas las potestades de la tierra, a
quienes con sola una señal puede reducir a polvo y aniquilar 6. No

1 Apoc. 19, 13.


2 Apoc. 19, 16.
3 Apoc. 19, 13.
4 Apoc. 19, 19.
5 Apoc. 19, 20-21.
6 CORNELIO A LAPIDE.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 81

importa que venga con tanto aparato y majestad. No importa que se


vean sobre su cabeza muchas coronas 1. No importa que se lean en su
muslo y en varias partes de su manto real aquellas palabras: Rey de
reyes y Señor de señores 2. No importa que su nombre sea el Verbo de
Dios 3. Nada de esto importa; no es Jesucristo.
[115] Pues ¿quién es? Es, dicen volviendo a mirar por el telescopio,
es el príncipe de los ángeles, San Miguel, patrón y protector de la Igle-
sia, que viene con todos los ejércitos del cielo a defenderla de la perse-
cución del Anticristo, y matar a este inicuo, y a destruir todo su impe-
rio universal. Se le dan, es verdad, a San Miguel, nombres, señas y
contraseñas que no le competen a él, sino a Jesucristo; mas esto es
porque viene en su nombre, y con todas sus veces y autoridad, etc. No
nos detengamos por ahora, ni nos metamos a examinar antes de tiem-
po las razones que puedan tener los doctores para afirmar que la per-
sona admirable de que hablamos es San Miguel y no Cristo. Estas ra-
zones sería necesario adivinarlas, porque no se producen. ¿Y quién sa-
be (sea esto una mera sospecha, o sea un juicio temerario, o sea cosa
clara y manifiesta, se deja a vuestra consideración), quién sabe, digo,
si todas las razones se podrán finalmente reducir a una sola, esto es, al
miedo y pavor del capítulo siguiente? ¿Quién sabe si este miedo y pa-
vor es el que los obliga a prepararse a toda costa contra un enemigo
tan formidable? Dejemos, no obstante, el pleito indeciso hasta otra
ocasión, que será, queriendo Dios, cuando tratemos de propósito del
Anticristo; mas no por eso dejemos de recibir lo que nos conceden, es-
to es, que en este capítulo se habla ya del Anticristo y, por consiguien-
te, de los últimos tiempos. Con esto solo nos hasta por ahora; y así,
aunque digan y porfíen que este capítulo 19 no tiene conexión alguna
con el siguiente, nos haremos los desentendidos y lo tendremos muy
presente por lo que pueda suceder.
PÁRRAFO 3
[116] Pues concluida enteramente la ruina del Anticristo, con todo
cuanto se comprende bajo este nombre, y quedando el Rey de los reyes
dueño del campo, sigue inmediatamente San Juan en el capítulo 20
que empieza así: Y vi descender del cielo un ángel que tenía la llave
del abismo, y una grande cadena en su mano, y prendió al Dragón,
la Serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y le ató por mil años.
Y lo metió en el abismo, y lo encerró, y puso sello sobre él, para que
no engañe más a las Gentes hasta que sean cumplidos los mil años; y
después de esto conviene que sea desatado por un poco de tiempo. Y

1 Apoc. 19, 12.


2 Apoc. 19, 16.
3 Apoc. 19, 13.
82 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio; y las almas de
los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y
los que no adoraron la bestia ni a su imagen, ni recibieron su marca
en sus frentes o en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil
años. Bienaventurado y santo el que tenga parte en la primera resu-
rrección: en éstos no tiene poder la segunda muerte, antes serán sa-
cerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. Y cuando
fueren acabados los mil años será desatado Satanás 1.
[117] Este es, señor mío, aquel lugar celebérrimo del Apocalipsis,
de donde, como nos dicen, se originó el error de los Milenarios. Pedid-
les ahora, antes de pasar a otra cosa, que os digan determinadamente
cuál error se originó de aquí, pues la palabra error de los Milenarios
es demasiado general. No conocemos otro error de los Milenarios que
aquél que los mismos doctores han impugnado y convencido con bue-
nas razones en Cerinto, Nepos, Apolinar, y en todos sus partidarios.
Mas el error de éstos, o lo que en estos se convenció de error, ¿se ori-
ginó de este lugar del Apocalipsis? Volved a leerlo con más atención,
escudriñadlo a toda luz 2, a ver si halláis alguna palabra que favorezca
de algún modo las ideas indecentes de Cerinto, o las de Nepos, o las de
Apolinar; y no hallando vestigio ni sombra de tales despropósitos, pre-
guntad a todos los Milenarios, o herejes, o judaizantes, o novelistas:
¿Cómo se atrevieron a añadir al texto sagrado unas novedades tan aje-
nas del mismo texto? ¿Cómo no advirtieron o no temieron aquella te-
rrible amenaza que se lee en el capítulo último del mismo Apocalipsis:
Si alguno añadiere a ellas alguna cosa, pondrá Dios sobre él las pla-
gas que están escritas en este libro? 3. En fin, pelead con estos hom-
bres atrevidos, y dejad en paz a los que nada añaden al texto sagrado,
ni dicen otra cosa diversa de lo que el texto dice.
[118] En eso mismo está el error, replican los doctores; pues aun-
que nada añaden al texto sagrado, lo entienden, a lo menos los litera-
les, pensando buenamente o inocentemente que en él se dice lo que
suena, cuando bajo el sonido de las palabras se ocultan otros misterios
diversísimos, y sin comparación más altos, por más espirituales. ¿Cuá-
les son estos? Vedlos aquí.
[119] Tres son las cosas principales o únicas que se leen en este lu-
gar del Apocalipsis. Primera: la prisión del diablo o de Satanás por mil
años, y su soltura por poco tiempo pasados los mil años. Segunda: las
sillas y juicio, o potestad que se da a los que se sientan en ellas. Terce-
ra: todo lo que toca a la primera resurrección de los que viven y reinan
con Cristo mil años.

1 Apoc. 20, 1-4, 6-7.


2 Sof. 1, 12.
3 Apoc. 22, 18.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 83

[120] Cuanto a lo primero, nos aseguran con toda formalidad que


la prisión de Satanás de que aquí se habla no es un suceso futuro, sino
muy pasado; no una profecía, sino una historia; y aun cuando San
Juan tuvo esta visión, que fue en su destierro de Patmos, la cosa ya
había sucedido; según unos, más de cincuenta años antes; según otros,
más de noventa, esto es, antes del nacimiento del mismo San Juan.
Estos últimos nos enseñan que el ángel que bajó del cielo con la llave
del abismo en una mano, y con la gran cadena en la otra, para aprisio-
nar al diablo, no fue un ángel verdadero, sino el mismo Mesías Jesu-
cristo, que también se llama ángel en las Escrituras, el cual, en el día y
en el instante mismo de su encarnación, lo ató, lo condenó y lo encar-
celó en el abismo por mil años, esto es, por todo el tiempo que durase
la Iglesia cristiana en el mundo; y las palabras para que no engañe
más a las Gentes 1, quieren decir: Para que no engañe en adelante a los
escogidos, así de los Judíos como de las Gentes, etc. Notad aquí de pa-
so que los mismos doctores que en el capítulo antecedente acaban de
convertir en el ángel San Miguel al mismo Jesucristo, al mismo Verbo
de Dios, al mismo Rey de los reyes, aquí convierten al ángel en Cristo
con la misma facilidad.
[121] Otros doctores son de parecer (ésta parece la sentencia más
común) que el ángel de que aquí se habla es un verdadero ángel, que
tiene la superintendencia del infierno. Este ángel, dicen, bajó del cielo
con su llave y cadena el Viernes Santo a la hora de nona, en el mismo
instante en que el Señor expiró en la cruz, y ejecutó por orden suya
aquella justicia con el diablo, dejándolo desde entonces encadenado y
encerrado en el infierno hasta que se cumplan mil años, no determina-
da sino indeterminadamente, hasta los tiempos del Anticristo; que en-
tonces se le dará soltura por poco tiempo (y aunque esto sucedió el día
de la muerte del Señor, mas el amado discípulo, que se hallaba pre-
sente, no lo vio entonces, sino allá en Patmos, setenta años después).
[122] Cuanto a lo segundo, esto es, cuanto a las sillas y el juicio que
se dio a los que se sentaron en ellas, hallamos en los intérpretes dos di-
versas opiniones o modos de pensar. Unos dicen que son las sillas epis-
copales, o los pastores que se sientan en ellas, en los cuales está el juicio
de las cosas pertenecientes a la religión. Otros afirman que por las sillas
y juicio no debe entenderse otra cosa, sino los puestos de honor y dig-
nidad que las almas de los santos ocupan en el cielo, donde viven y
reinan con Cristo, etc. Cuanto a lo tercero nos aseguran como una ver-
dad, según dicen, más clara que la luz, que San Juan no habla aquí de
verdadera resurrección, sino de la vida nueva a que entran los mártires
y demás justos cuando salen de este mundo y van al cielo. Esta vida

1 Apoc. 20, 3.
84 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nueva y felicísima es, dicen, la que llama el amado discípulo primera


resurrección 1, la cual debe durar mil años, esto es, no ya hasta el Anti-
cristo, como la prisión del diablo, sino algo más, tomado indetermina-
damente hasta la resurrección universal; que entonces, tomando sus
cuerpos, empezaran a gozar de la segunda resurrección. Esto es, en su-
ma, todo lo que hallamos en los doctores sobre el capítulo 20 del Apo-
calipsis. Yo dudo mucho que la explicación os haya contentado, como
también me atrevo a dudar que haya podido contentar a sus propios au-
tores. Mas era preciso decir algo, y procurar salvar su sistema de algún
modo posible. Y pues nadie nos obliga a recibir ciegamente dicha expli-
cación, ni los doctores mismos pueden pedirnos un sacrificio tan gran-
de de nuestra fe, debido solamente a la autoridad divina, no tendrán a
mal que la miremos atentamente, dando algún lugar a la reflexión.
PÁRRAFO 4
[123] Primeramente: si los mil años de que habla San Juan en este
lugar, y lo repite seis veces, no significan otra cosa que todo el tiempo
que durare la Iglesia, o desde el día de la encarnación del Hijo de Dios,
o desde el día de su muerte hasta el Anticristo, nosotros nos hallamos
actualmente en este tiempo feliz. Ahora bien: ¿y vos creéis, amigo
Cristófilo, que en este nuestro siglo, lo mismo digo de los pasados, está
el dragón, serpiente antigua, que es el diablo y Satanás 2, atado con
una gran cadena, encerrado o encarcelado en el abismo, cerrada y se-
llada la puerta de su cárcel, para que no engañe más a las Gentes? Si lo
creéis así, porque así lo halláis escrito en gruesos volúmenes, permi-
tidme que os diga con llaneza que sois, o muy tímido, o demasiado
bueno. Si creéis con los autores de la primera sentencia que esta pri-
sión del diablo, con todas las circunstancias que se expresan en el tex-
to sagrado, sucedió el día de la encarnación del Hijo de Dios, tenéis
contra vos nada menos que toda la historia del Evangelio, en donde lo
hallareis tan suelto, tan libre, tan dueño de sus acciones, que entre
otras muchas cosas, pudo buscar y hallar a Cristo en el desierto; pudo
llevarlo al pináculo, o a lo más alto del templo; pudo después de esto
subirlo a un monte alto, mostrándole desde allí toda la gloria del mun-
do, y pedirle que lo adorase como a Dios. ¿Cómo se compone toda esta
libertad con aquella prisión?
[124] Si ésta sucedió en la muerte de Cristo, como afirman los au-
tores de la segunda sentencia, tenéis en contra a San Pedro y San Pa-
blo, que no podían ignorar un suceso tan interesante: uno nos exhorta
a todos los Cristianos a que seamos sobrios, y vivamos en vigilancia y
en cautela, porque el diablo, vuestro adversario (dice), anda como

1 Apoc. 20, 5.
2 Apoc. 12, 9.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 85

león rugiendo alrededor de vosotros, buscando a quién tragar 1. ¿Pa-


ra qué cautela y vigilancia contra un enemigo encadenado y sepultado
en el abismo? El otro se queja amargamente del ángel de Satanás que
lo molestaba o colafizaba 2: y en otra parte dice que le había impedido
una cosa que pensaba hacer: Mas Satanás nos lo estorbó 3. Tenéis en
contra, a más de esto, a toda la Iglesia, la cual, en sus preces públicas,
pide que nos libre Dios de las asechanzas del diablo, y usa de exor-
cismos y del agua bendita para ahuyentar los demonios.
[125] Vuelvo a deciros, amigo, que no seáis tan bueno. El diablo está
ahora tan suelto y tan libre como antes. La única novedad, aunque bien
notable, que ha habido y hay ahora respecto del diablo después de la
muerte del Mesías, es ésta: que ni Dios le concede tanta licencia como él
quisiera, ni los que creen en Cristo están tan desarmados que no puedan
resistirle y hacerle huir; pues por los méritos del mismo Cristo y por la
virtud de su cruz se nos conceden ahora, y se nos ponen en la mano, ex-
celentes armas, no sólo defensivas, sino también ofensivas, para que
podamos resistir a sus asaltos, y aun para traerlo debajo de los pies. Así
se ve, y es fácil observarlo, que los que quieren aprovecharse de estas
armas, es a saber, sobriedad, vigilancia, cautela, retiro de ocasiones, fe,
oración, etc., vencen fácilmente a este enemigo formidable, y aun llegan
a mirarlo con desprecio. Por el contrario, los que no quieren aprove-
charse de estas armas, al primer encuentro quedan miserablemente
vencidos. Por esto, el enemigo astuto y traidor procura en primer lugar
persuadir a todos, con toda suerte de artificios, que arrojen de sí aque-
llas armas, como que son un enorme peso, no menos inútil que insufri-
ble a las fuerzas humanas. Si el hallar ahora Satanás tanta resistencia en
algunos, por la bondad de sus armas y por la gracia y virtud de Cristo,
quieren que se llame estar encadenado, encerrado en el abismo, con la
puerta de su cárcel cerrada y sellada, para que no engañe más a las Gen-
tes, etc., se podrá decir lo mismo, y con la misma propiedad, de un la-
drón que, yendo de noche a robar una casa, halla la gente prevenida y
armada, de modo que le resiste, lo ahuyenta y libra su tesoro de las ma-
nos del injusto agresor: lo cual sería ciertamente un modo de hablar
bien extravagante, y bien digno del título de barbarismo o idiotismo.
Mas como de esas veces se hace hablar a la Escritura santa con lengua-
jes inauditos, para que hable según el deseo de quien la hace hablar,
bien fácil cosa es hacerle decir lo que se quiere con solo añadir el esto es.
[126] Negando, pues, con tanta razón, que la prisión del diablo, de
que se habla con tanta claridad y con circunstancias individuales en el
capítulo 20 del Apocalipsis, haya sucedido hasta ahora, parece necesa-

1 1 Ped. 5, 8.
2 2 Cor. 12, 7.
3 1 Tes. 2, 18.
86 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rio decir y confesar que sucederá a su tiempo. ¿Cuándo? Cuando venga


el Señor en gloria y majestad, que para entonces la pone clarísima la
Escritura; y a ninguno se ha dado, ni se ha podido dar la libertad de
mudar los tiempos, y sacar las cosas de aquel lugar y de aquel tiempo
determinado en que Dios las ha puesto. Leed el capítulo 24 de Isaías,
que todo él tiene una grandísima semejanza con el capítulo 19 del Apo-
calipsis y principio del 20. Allí hallareis, hacia el fin del versículo 21, el
mismo misterio de la prisión del diablo con todos sus ángeles y con
todas las potestades de la tierra. En aquel día visitará el Señor sobre
la milicia del cielo en lo alto, y sobre los reyes de la tierra que están
sobre la tierra. Y serán recogidos y atados en un solo haz para el la-
go…, y serán encerrados en cárcel 1. Si queréis ver un rastro bastante
claro de la soltura del diablo y de sus ángeles después de mucho tiem-
po, como lo dice San Juan, después de mil años, reparad en las pala-
bras que siguen inmediatamente: Y aun después de muchos días serán
visitados 2. El mismo Isaías, hablando del día del Señor, dice así: En
aquel día visitará el Señor con su espada dura, y grande, y fuerte,
sobre Leviatán serpiente rolliza, y sobre Leviatán serpiente tortuo-
sa… 3. Y por Zacarías dice el Señor: Y exterminaré de la tierra los fal-
sos profetas y el espíritu impuro 4; lo mismo que dice San Juan al fin
del capítulo 19 y principio del 20. Por donde se ve que el amado discí-
pulo alude aquí a estos y a otros lugares semejantes, de que hablare-
mos a su tiempo, dando la llave para la inteligencia.
[127] Después de la prisión del diablo, dice San Juan que vio sillas,
en las cuales se sentaron algunos que no nombra, a quienes se dio el
juicio o la potestad de juzgar: Y vi sillas y se sentaron sobre ellas, y les
fue dado juicio 5. La explicación o inteligencia que pretenden dar a es-
tas sillas y a los jueces que se sientan en ellas, diciendo unos que son
los obispos, y otros que son las almas de los bienaventurados en el cie-
lo, parece claro que en los tiempos de que se habla no viene al caso, ni
es creíble que estas dos cosas o alguna de ellas se le revelasen a San
Juan como dos cosas nuevas, y de un modo tan oscuro en un tiempo
en que ya el mundo estaba lleno de obispos, y el cielo poblado de al-
mas justas y santas. Esta sola reflexión basta y sobra para no admitir
dicha inteligencia. Acaso preguntareis: ¿Por qué no se colocan en estas
sillas los doce apóstoles, según la promesa que les hizo el Señor: Os
sentareis vosotros sobre doce sillas, para juzgar a las doce tribus de
Israel? 6. Mas la respuesta era fácil, si se dijese que una misma razón

1 Is. 24, 21-22.


2 Is. 24, 22.
3 Is. 27, 1.
4 Zac. 13, 2.
5 Apoc. 20, 4.
6 Mt. 19, 28.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 87

sirve para todo. Por esta razón el Rey de los reyes, el Verbo de Dios, no
es Jesucristo, sino San Miguel. Por esta razón la prisión del diablo por
mil años no es suceso futuro, sino pasado, y en el mismo Satanás se
han verificado, y se están verificando, dos cosas contradictorias, como
son estar atado, y suelto; estar encarcelado en el abismo, y cerrada y
sellada la puerta de su cárcel, y al mismo tiempo andar por el mundo
como león rugiendo… buscando a quién tragar 1; y esta misma razón
debe servir para lo que vamos a ver.
PÁRRAFO 5
[128] Sigue inmediatamente el texto sagrado diciendo: Y las almas
de los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios,
y los que no adoraron la bestia… y vivieron, y reinaron con Cristo mil
años. Los otros muertos no entraron en vida hasta que se cumplieron
los mil años. Esta es la primera resurrección 2.
[129] La explicación que hallamos en los intérpretes, la hallamos
ordinariamente acompañada de una circunstancia bien singular, que
no sé que se le haya añadido jamás a la explicación de ningún otro lu-
gar de la Escritura. Quiero decir: que se halla acompañada de la apro-
bación y elogio de ser más clara que la luz. Mas este elogio no parece
tan claro, ni tan unívoco, que no pueda admitir dos sentidos bien dife-
rentes. El primer sentido puede ser éste: las cosas que se dicen sobre
este texto son verdades más claras que la luz. El segundo sentido es és-
te: las verdades que se dicen sobre este texto son las mismas de que el
texto habla, y ésta es una verdad más clara que la luz. En el primer
sentido creo firmemente que el elogio es justísimo, así como creo (por
ejemplo) que todas o las más de las cosas que dice San Gregorio en sus
exposiciones sobre Ezequiel, sobre Job, etc., son unas verdades más
claras que la luz; más en el segundo sentido, que es el que hace al caso
y el que solo hemos menester, el elogio no puede ser más impropio ni
más impertinente.
[130] Explícome: yo creo firmemente con todos los fieles cristia-
nos que las almas resucitan (si se quiere hablar así por una locución
metafórica); que resucitan, digo, o por el bautismo, o por la peniten-
cia, de la muerte del pecado a la vida de la gracia. Creo que las almas
de los mártires, y de todos los demás santos aunque no hayan padeci-
do martirio, están con Cristo en el cielo, y allí gozan de la visión beatí-
fica. Creo que todos los fieles que mueren en gracia de Dios van a go-
zar de la misma felicidad, según el mérito de cada uno, después de ha-
ber pagado en el purgatorio todas las deudas que de aquí llevaron.

1 1 Ped. 5, 8.
2 Apoc. 20, 4-5.
88 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Igualmente, creo que todas las almas que han ido o han de ir al cielo,
volverán a su tiempo a tomar sus propios cuerpos, resucitando, no ya
metafóricamente, sino real y verdaderamente para una vida eterna-
mente feliz. Creo, en fin, que las almas de los malos no van al cielo
después de la muerte, sino al infierno, ni resucitarán para la vida, sino
para la muerte eterna, que la Escritura llama muerte segunda. Todo
esto es certísimo, y más claro que la luz.
[131] ¿Y qué? ¿Luego éstas son las verdades que aquí se revelan al
discípulo amado por una visión tan extraordinaria? ¿Luego son éstos
los misterios ocultos que aquí se nos descubren en tono de profecía?
Cuando San Juan tuvo esta visión cincuenta o sesenta años después
de la muerte de Cristo y venida del Espíritu Santo, ¿ignoraba acaso
estas verdades? ¿Se ignoraban en la Iglesia de Cristo? ¿No las sabían
y creían todos los fieles? ¿Era alguno admitido al bautismo, o a la co-
munión de los fieles, sin la noticia y fe de estas verdades? Pues si toda
la Iglesia estaba en esto; si toda la Iglesia, dilatada ya en aquel tiempo
por casi toda la tierra, vivía, se sustentaba y crecía con la fe de estas
verdades; si estas verdades eran todo su consuelo y esperanza, ¿qué
cosa más impropia se puede imaginar que una revelación nueva de las
mismas verdades, y una no tan clara, sino oscurísima, en términos
equívocos y debajo de metáforas, símbolos y figuras, que es necesario
adivinar? Cierto que no es éste el modo con que ha hablado el Espíritu
Santo en cosas pertenecientes a la fe y a las costumbres, que miran a
la propagación de la doctrina cristiana 1, ni se hallará algún ejemplar
en toda la Escritura.
[132] No es esto lo más. Si el capítulo 20 del Apocalipsis no con-
tiene otras cosas que aquellas verdades y misterios que quieren los
doctores, debía San Juan haber omitido una circunstancia gravísima,
que en este caso parece, ya no sólo superflua, sino del todo imperti-
nente. Tal vez por esta razón se toman la libertad de omitirla, o mirar-
la sin atención, los que nos dan la explicación más clara que la luz. Ved
aquí la circunstancia gravísima de que hablo: Y las almas de los dego-
llados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y los que
no adoraron a la bestia, ni a su imagen, ni recibieron su marca en
sus frentes…, vivieron y reinaron con Cristo mil años 2.
[133] De manera que los resucitados y reinantes con Cristo de que
aquí se habla no son solamente los degollados o los mártires, sino tam-
bién expresamente los que no adoraron a la bestia ni a su imagen, ni
tomaron su carácter en la frente ni en las manos, de todo lo cual se ha-
bla en el capítulo 13 del Apocalipsis. De aquí se sigue evidentemente

1 CONCILIO DE TRENTO, sesión 4, Dz. 786.


2 Apoc. 20, 4.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 89

que el misterio de la primera resurrección, de que vamos hablando,


debe suceder no antes, sino después de la bestia. Luego es un misterio
no pasado, ni presente, sino muy futuro: pues la bestia, que por confe-
sión de los mismos intérpretes es el Anticristo, está todavía por venir.
Luego realmente no se habla en este lugar de aquellas verdades que se
quisieran sustituir, esto es, de la resurrección metafórica a la vida de la
gracia, y de la gloria de las almas que salen de pecado, o que salen de
este mundo sin pecado; pues pasan por alto una circunstancia agra-
vantísima, que destruye infaliblemente toda su explicación. San Juan
señala claramente el tiempo preciso de esta primera resurrección, o la
supone evidentemente, diciendo: los degollados por Cristo, y los que
no adoraron a la bestia, éstos vivieron y reinaron con Cristo mil años;
los demás muertos no vivieron entonces, pero vivirán pasados los mil
años: Los otros muertos (son sus palabras) no entraron en vida, hasta
que se cumplieron mil años 1. Conque supone el amado discípulo que,
cuando se verifique la primera resurrección, ya la bestia ha venido al
mundo, y también ha salido del mundo; supone que ya ha sucedido la
batalla, y también el triunfo de los que por amor de Cristo no quisie-
ron adorarla u obedecerla.
[134] Así como cuando se dice en Daniel que los tres jóvenes he-
breos que rehusaron adorar la estatua de oro de sesenta codos de altu-
ra 2, como mandaba a todos el rey Nabucodonosor, fueron arrojados a
un horno de fuego, mas salieron sin lesión alguna, etc., si esta proposi-
ción es verdadera, como lo es, supone evidentemente que cuando estos
jóvenes salieron del horno con un milagro que espantó al rey y a toda
su corte, ya Nabuco había venido al mundo; ya había conquistado a su
dominación todo el Oriente; ya había erigido públicamente una esta-
tua de oro, o suya, o de alguno de sus falsos dioses; ya había mandado,
so pena de fuego, que todos la adorasen; ya, en fin, tres jóvenes he-
breos fieles a su Dios habían resistido constantemente aquel mandato
sacrílego. Pues de este mismo modo, sin diferencia alguna, supone San
Juan el tiempo preciso de la primera resurrección, diciendo: Los que
no adoraron a la bestia, vivieron y reinaron con Cristo mil años; los
demás muertos no vivieron hasta que pasen los mil años. Esta es la
primera resurrección 3. Quien quisiere, pues, explicar este misterio de
algún modo razonable, o siquiera pasable, debe hacerse cargo, antes
de todo, de esta gravísima circunstancia.
[135] De todo lo que hasta aquí hemos reflexionado, la conclusión
sea: que mientras no nos dieren otra explicación que del todo se con-
forme en todas sus partes con el texto y con todo su contexto, debe-

1 Apoc. 20, 5.
2 Dan. 3, 1.
3 Apoc. 20, 5.
90 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mos atenernos al texto mismo, según su sentido propio y natural. Los


que dijeren que esto es error, o fábula, o peligro, deberán probarlo
hasta la evidencia con aquella especie de demostración de que es ca-
paz el asunto, no respondiendo por la misma cuestión. Esto último es
bien fácil hacer; lo primero, ni se ha hecho, ni hay esperanza de que
pueda hacerse jamás. Hasta ahora no hemos visto otra cosa que la
impugnación buena, a la verdad, de muchos absurdos groseros que
mezclaron los herejes, los Judíos, los judaizantes, y si queréis, tam-
bién algunos católicos ignorantes y carnales: Y la verdad del Señor
permanece eternamente 1. Entre todas estas fábulas, entre todos es-
tos errores, entre todos estos absurdos indecentes que rodean y tiran
a confundir, y aun a oprimir la verdad de Dios, ella está y estará para
siempre intacta; por consiguiente, clara y patente para los que la bus-
caren sin preocupación, sin que ninguno pueda alegar alguna excusa
razonable para no conocerla. Digo excusa razonable, porque si bien se
mira todo el fundamento que hay en contra, se reduce a la pura auto-
ridad extrínseca, y ésta no clara, sino bien equívoca; y ya sabemos
cuánto peso puede tener esta autoridad, sea cual fuere, comparada
con la autoridad intrínseca que es la de Dios mismo: Porque Dios es
veraz, y todo hombre falaz, como está escrito: Para que seas recono-
cido fiel en tus palabras, y venzas cuando seas juzgado 2. Este texto
del Apóstol me ha sacado muchas veces de grandes dudas y temores.
Dios se justificará, dice San Pablo, en sus sermones, que no son otros
que sus Escrituras, en que él mismo habla por sus Profetas, y nos
vencerá cuando pensáremos juzgarlo; porque es innegable que mu-
chas veces, aun después de conocida la verdad, aun después de con-
vencidos nuestros entendimientos, sin tener nada que oponer, toda-
vía nos contiene la autoridad extrínseca, y tememos más contradecir
al hombre que a Dios.
[136] Os dirán, amigo, que es necesario romper la corteza dura de
la almendra, para poder comer el fruto bueno que está dentro ence-
rrado. Quieren decir que es necesario romper la letra de la santa Escri-
tura, y hacerla mil pedazos, para hallar el tesoro escondido en ella.
Mas, si hacéis alguna ligera reflexión, conoceréis al punto el equívoco
y el sofisma. ¿Qué tesoro pensamos hallar dentro de la letra de la Es-
critura? ¿Es acaso algún tesoro en general, o algún pedazo de materia
prima? ¿Es acaso algún tesoro a discreción y según el deseo o interés
de quien lo busca? ¿No bastará hallar aquel tesoro particular que
muestra claramente la letra misma, sea el que fuere, y contentarse con
él? Cualquier niño de pocos años no deja de saber que el fruto de una
almendra que desea comer, no es la corteza dura que se presenta la

1 Sal. 116, 2.
2 Rom. 3, 4.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 91

primera a su vista, sino lo que ésta encierra dentro de sí; mas también
sabe que la fruta específica que debe esperar, rompiendo la corteza, no
es la que a él le parece mejor, sino aquella precisamente que se llama
almendra. ¿Y de dónde lo sabe? Lo sabe por la corteza misma que tie-
ne delante, y por esta superficie exterior distingue fácilmente con toda
certidumbre la fruta que está dentro de todas las otras frutas. Quien
pensare, pues, hallar dentro de la letra de la divina Escritura otro teso-
ro diverso de aquél que muestra la letra misma, será muy semejante a
quien piensa hallar un diamante dentro de una almendra.
[137] Por último, observan los doctores, y hacen fuerza en esto
como si fuese la principal dificultad, que la palabra mil años, en frase
de la Escritura, no quiere decir precisa y determinadamente mil años,
sino mucho tiempo o muchos años, como cuando se dice: Mil años,
como un día 1: hasta mil generaciones 2: el menor valdrá por mil 3:
caerán mil a tu lado 4: hirió Saúl a mil 5. Todo esto está bien, y yo soy
del mismo dictamen. Siempre me ha parecido que la expresión mil
años, de que usa San Juan seis veces en este lugar, no significa otra
cosa que un grande espacio de tiempo, tal vez igual o mayor que el que
ha pasado hasta hoy día desde el principio del mundo, comprendido
todo en el número redondo y perfecto de mil. En este punto, pues, yo
concedo sin dificultad cuanto se quiere, no queriendo meterme en una
disputa que me parece del todo inútil. Mas con esta concesión, ¿qué se
adelanta? Nada, amigo, y otra vez nada. Los mil años de que hablamos
sean en hora buena un tiempo indeterminado, sean veinte mil o cien
mil, más o menos, como os pareciere mejor. Lo que yo pretendo úni-
camente es que estos mil años, o este tiempo indeterminado, no está
en nuestra mano, ni se ha dejado a nuestra libre disposición. Por tan-
to, ningún hombre privado, ni todos juntos, pueden poner este tiempo
donde les pareciere más cómodo, sino precisamente donde lo pone la
Escritura divina, esto es, después del Anticristo y venida de Cristo que
esperamos. Y si esto no podéis componerlo de modo alguno con vues-
tro sistema, o con vuestras ideas, yo me compadezco de vuestro traba-
jo, y propongo a vuestra elección una de estas dos consecuencias: pri-
mera: luego debéis negar vuestras ideas, si queréis creer a la divina
Escritura; segunda: luego debéis negar la divina Escritura a vista de
ojos, como dicen, si queréis seguir vuestras ideas.
[138] Hágome cargo que todavía no es tiempo de sacar, ni aun si-
quiera de proponer, unas consecuencias tan duras, porque todavía te-
nemos mucho que andar: hay muchas premisas que proponer y que

1 2 Ped. 3, 8.
2 Deut. 7, 9.
3 Is. 60, 2.
4 Sal. 90, 7.
5 1 Rey. 18, 7; 21, 11.
92 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

probar. Yo me contento, pues, por ahora, con otra consecuencia más


justa y menos dura, y éste es todo el fruto inmediato que pretendo de
esta disertación: luego el sistema propuesto se puede oír sin espanto,
recibir sin peligro, y dejar correr sin dificultad; luego no será un delito,
ni grave ni levísimo, ni tampoco una extravagancia, el proponer este
sistema como una llave verdadera y propia de toda la Escritura divina, y
en esta suposición ver y examinar si es así o no. Este examen es facilí-
simo: no ha menester más ingenio ni más artificio que tomar la llave y
probar si abre o no las puertas; las puertas, digo, que no obstante la su-
puesta bondad del otro sistema, tenemos ahora tan cerradas.
[139] Esto es todo lo que por ahora pretendemos. Si después de las
pruebas que iremos haciendo, hallamos, como yo lo espero, que este
sistema, o esta llave, abre las puertas más cerradas, y que parecen in-
vencibles; que las abre todas o casi todas; que las abre con facilidad,
sin fuerza ni violencia alguna; que la otra llave tenida por única, en lu-
gar de abrir las puertas, las deja más cerradas, etc.; entonces discurri-
remos de propósito sobre las consecuencias que se deben sacar. Mas
esto no será posible hasta que hayamos avanzado mucho en la obser-
vación de los fenómenos particulares, a quienes llamo, yo no sé si con
toda propiedad, las puertas cerradas de la santa Escritura; lo cual pro-
curaremos hacer en la segunda parte.
[140] No me pidáis, señor, que me explique más sobre este punto
del reino milenario, pues todavía no es su tiempo. Lo que he pretendi-
do por medio de esta disertación no ha sido tratar este punto gravísi-
mo plenamente y a fondo, pues para esto es necesaria, y a esto se en-
dereza, toda la obra. He pretendido, pues, únicamente abrir camino,
quitando un embarazo grande que me impedía el paso aun antes de
empezar a moverme, o disipar una nube oscurísima que no me permi-
tía observar el cielo.
[141] Todos o casi todos los antiguos Milenarios, según las noticias
que nos quedan, o se explicaron poco en el asunto, o se explicaron an-
tes de tiempo. No asentaron bases firmes en que fundarse sólidamen-
te. Añadieron demás de esto, con demasiada licencia, muchas ideas
particulares, unas informes, otras indiferentes, otras disformes, según
el talento, inclinación y gusto de cada uno. Así, todos o casi todos
abrazaron muy buenos despropósitos. Estas faltas, por la mayor parte
inexcusables, son al mismo tiempo una buena lección, que nos enseña
a proceder con más economía, con mayor cautela. Por tanto, yo estoy
determinado a no explicarme antes de tiempo; quiero decir, a no aña-
dir cosa alguna a la proposición general, hasta haber asentado con la
mayor firmeza posible todas las bases que me parecen necesarias. Del
mismo modo, estoy determinado a no añadir otras ideas sino aquéllas
que hallare claras y expresas en la divina Escritura, y que pudiere pro-
bar sólidamente con esta autoridad infalible.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 93

[142] Estas ideas, o este modo de ser de la proposición general, es


verosímil que quisierais verlo luego, o por mera curiosidad, o tal vez
por espíritu de oposición; mas esto sería querer ver el techo de una ca-
sa grande, cuando apenas se empieza a poner los cimientos. Esto sería
querer ir de París a Roma, sin pasar por los lugares intermedios; lo
cual disputan hasta ahora ciertos filósofos, si es posible o no. Tened
paciencia, amigo mío, que queriéndolo Dios, no dejareis de ver algo en
la segunda parte, y todo en la tercera.
Capítulo 6
Segunda dificultad.
La resurrección de la carne,
simultánea y única. Disertación

PÁRRAFO 1
[143] En fin, Cristófilo, hemos salido con vida de entre aquella nube
densa y tenebrosa, cuyo aspecto era horrible, donde tuvimos el valor o
la temeridad de entrar, y donde nos hemos detenido tal vez mucho más
de lo que era menester. Hemos examinado de cerca las materias diver-
sas de que se componía. Hemos separado con gran trabajo las unas de
las otras, certificados de que en esta mezcla y unión consistía únicamen-
te su oscuridad y su semblante terrible. No hay para qué temerla ahora.
Ella se irá desvaneciendo tanto más presto, cuanto más de cerca la fué-
remos mirando, y cuanto la miráremos con menos miedo.
[144] Nos quedan ahora que practicar las mismas diligencias con
otra nube semejante, que tiene con ésta una grandísima relación: co-
munica con ella por varias partes, le ayuda, la sostiene, y es recípro-
camente sostenida y ayudada, acrecentándose notablemente con esta
unión la oscuridad y el terror. Esta es la resurrección de la carne si-
multánea y única. Porque si es cierto y averiguado que la resurrección
de la carne, que creemos y esperamos todos los Cristianos como un ar-
tículo esencial y fundamental de nuestra santa religión, ha de suceder
en todos los individuos del linaje humano, simultáneamente y una so-
la vez, es decir, una sola vez y en un mismo instante y momento, con
esto solo quedan convencidos de error formal todos los antiguos Mile-
narios, sin distinción alguna: todos sin distinción se pueden y deben
condenar, y a ninguno de ellos se puede dar en conciencia el nombre
de inocuo; con esto solo debe mirarse con gran recelo, como una pieza
engañosa y peligrosísima, el capítulo 20 del Apocalipsis; y con esto so-
lo nuestro sistema cae al punto a tierra, a lo menos por una de sus par-
tes, y abierta esta brecha, es ya facilísimo saquearlo y arruinarlo del
todo. Pero ¿será esto cierto? ¿Será tan cierto, tan seguro, tan indubita-
ble, que un hombre católico, timorato y pío, capaz de hacer algunas re-
flexiones, no pueda prudentemente dudarlo, ni aun siquiera examinar-
lo a la luz de las Escrituras? Esto es lo que voy ya a proponer a vuestra
consideración.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 95

[145] Sé que los teólogos que tocan este punto (que no son todos ni
creo que muchos) están por la parte afirmativa, mas también sé con la
misma certidumbre que no lo prueban; a lo menos se explican poquí-
simo, y esto muy de prisa, sobre el punto particular de ser simultánea-
mente y una sola vez. Algunos dicen, o suponen sin probarlo, que esta
aserción es una consecuencia de fe. Otros, más animosos, añaden re-
sueltamente que es un artículo de fe. Si les preguntamos en qué se fun-
dan para sacar sólidamente una consecuencia de fe, o para hacer un
nuevo artículo de fe que no hallamos en nuestro símbolo, nos respon-
den con una gran muchedumbre de lugares de la Escritura santa, de los
cuales las dos partes prueban claramente que ha de haber resurrección
de la carne, y nada más, y la otra tercera parte prueba contra su propia
aserción. Si os pareciere que miento, o que pondero, bien fácil cosa os
será salir de la duda, registrando los teólogos que os pareciere. En cual-
quiera biblioteca hallareis con qué satisfacer vuestra curiosidad. Los
principales lugares de la Escritura que se alegan a favor son los siguien-
tes: Así el hombre, cuando durmiere, no resucitará hasta que el cielo
sea consumido; en el último día he de resucitar de la tierra 1; vivirán
tus muertos, mis muertos resucitarán: despertaos y dad alabanza los
que moráis en el polvo 2; de la resurrección de los muertos, ¿no habéis
leído las palabras que Dios os dice? 3; en verdad, en verdad os digo:
que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo
de Dios, y los que la oyeren vivirán; todos los que están en los sepul-
cros oirán la voz del Hijo de Dios; y los que hicieron bien irán a resu-
rrección de vida: mas los que hicieron mal a resurrección de juicio 4.
Resucitará tu hermano, dijo el Señor. Marta le dice: Bien sé que resu-
citará en la resurrección en el último día 5. Toda la visión de los huesos
del capítulo 37 de Ezequiel. Los muertos que resucitaron Elías y Eliseo.
Los malvados de quienes se dice: Por eso no se levantarán los impíos
en el juicio 6. Los muertos que resucitó el Señor. El mismo Señor, que
resucitó como primicia de los que duermen 7, y de quien dijo David: Ni
permitirás que tu santo vea la corrupción 8; y lo que afirma San Pablo:
En un momento, en un abrir de ojos, en la final trompeta: pues la
trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles 9.
[146] Este último lugar tiene alguna apariencia; a su tiempo vere-
mos que es sólo apariencia, examinando todo el contexto.

1 Job 14, 2; 19, 25.


2 Is. 26, 19.
3 Mt. 22, 31.
4 Jn. 5, 25, 28-29.
5 Jn. 11, 23-24.
6 Sal. 1, 5.
7 1 Cor. 15, 20.
8 Sal. 15, 10.
9 1 Cor. 15, 52.
96 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[147] De estos lugares de la Escritura se pudieran citar sin gran


trabajo cuando menos un par de centenares. Lo bueno y admirable es
que, habiendo citado estos y otros lugares semejantes, concluyen con
gran satisfacción que la resurrección de la carne, simultáneamente y
una sola vez, o es un artículo de fe, o a lo menos una consecuencia de
fe. Cuando quisiereis imitar este modo de discurrir, podréis probar fá-
cilmente esta proposición, o como consecuencia de fe, o también como
artículo de fe: Todos los hombres que actualmente viven, han de mo-
rir simultáneamente y una sola vez, en un instante y momento.
[148] Para probar esto, no tenéis que hacer otra diligencia sino
abrir las concordancias de la Biblia, buscar la palabra mors, juntar
treinta o cuarenta textos que hablen de esto; por ejemplo: Morirá de
muerte 1; está establecido a los hombres que mueran una sola vez 2;
todos moriremos, y nos deslizamos como el agua 3; ¿quién hay entre
los vivientes que no esté sujeto a la dura necesidad de haber de mo-
rir? 4. Hecho esto, sacáis al punto vuestra consecuencia de fe, o esta-
blecéis invenciblemente vuestro artículo de fe: Luego todos los hom-
bres que actualmente viven, han de morir simultáneamente y una so-
la vez, en un mismo instante y momento. No hay para qué detenernos
en la aplicación de esta semejanza, ni tampoco pensamos detenernos
en desenredar lo que hallamos tan enredado y confundido en los luga-
res de la Escritura ya citados, porque esto sería un trabajo igualmente
inútil que molesto.
PÁRRAFO 2
[149] Para que podamos, pues, entendernos en breve, sin el tu-
multo interminable de las disputas escolásticas, paréceme bien que
llevemos este nuestro pleito por otra vía más suave, y lo tratemos entre
los dos amigablemente, con puro deseo de conocer la verdad y de
abrazarla. Mas, antes de entrar en materia, sería muy conducente que
entrásemos mutuamente asegurados, no sólo de la sinceridad de nues-
tro corazón, sino también de la pureza de nuestra fe, en lo que toca a la
resurrección de la carne. Así como yo estoy perfectamente asegurado
de la vuestra, así quisiera del mismo modo aseguraros de la mía; pues
no dejo de temer que, mirándome como judío, deis algún lugar a la
sospecha o imaginación de que tal vez puedo ser, en el fondo del cora-
zón, de la secta de los Saduceos, o pensar alguna cosa contraria o ajena
de la fe y enseñanza de la Iglesia. Por tanto, recibid, amigo, con bon-
dad, y pasad los ojos por esta breve y sincera confesión de mi fe.

1 Gen. 20, 7.
2 Heb. 9, 27.
3 2 Rey. 14, 14.
4 Sal. 88, 49.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 97

[150] Primeramente: yo creo con verdad y sin hipocresía lo que


dicen en su propio y natural sentido los lugares de la santa Escritura
que citan los doctores, y otros muchos más que pudieran citar. Todos
ellos se encaminan directamente y van a parar a aquel artículo de fe
que tenemos expreso en nuestro símbolo apostólico en estas dos pala-
bras: resurrección de la carne. Descendiendo a lo particular, creo que
todos los individuos del linaje humano, hombres y mujeres, cuantos
han vivido, cuantos viven y cuantos vivirán en adelante, así como to-
dos han de morir, menos los que han muerto ya, así todos han de resu-
citar, menos los que han resucitado ya. Igualmente creo que ha de lle-
gar algún día, que el Señor sabe, en que suceda esta general resurrec-
ción, y en que el mar y la tierra, el limbo y el infierno den sus muertos,
sin ocultar alguno, por mínimo que sea 1. Creo que, así como Jesucris-
to resucitó en su propia carne, o en el cuerpo mismo que tenía antes de
morir, así ni más ni menos resucitará cada uno de los hombres, por
más deshecho que esté el cuerpo y confundido con la tierra; y esto por
la virtud y omnipotencia de Dios vivo, que pudo hacer de nada todo el
universo con un hágase, o con un acto de su voluntad. No sé que po-
dáis pretender de mí otra cosa sustancial, en lo que toca a la resurrec-
ción, pues esto es todo lo que creen los fieles cristianos. Si con esto es-
táis satisfecho de la pureza de mi fe, pasemos adelante.
[151] No hay que pasar adelante (me parece que os oigo decir) cre-
yendo buenamente que ya quedo convencido por mi propia confesión,
pues concedo con todos los fieles que ha de llegar un día y una hora, que
sólo Dios sabe, en que se verifique esta resurrección general de todos
cuantos han vivido, viven y vivirán, sin que quede uno solo que no resu-
cite. Sí, amigo, sí: me tengo en lo dicho y confieso otra vez, y otras veces,
que todo esto es cierto, y de fe divina. Mas ¿qué consecuencia preten-
déis sacar de mi confesión? Sin duda no habéis reparado bien en aque-
lla palabra que dejé caer como casual, diciendo expresamente: Así co-
mo todos han de morir, menos los que han muerto ya; así todos han de
resucitar, menos los que han resucitado ya. Conque es cierto, y de fe
divina, que en aquel día y hora resucitarán todos los que hasta entonces
hubieren muerto y no hubieren resucitado; mas no por esto se sigue
que también hayan de resucitar entonces los que hayan resucitado de
antemano. Me persuado, no sin gran fundamento, que esta excepción
que acabo de hacer os causará un verdadero disgusto y aún enfado. Yo
siento el disgustaros, pero ¿cómo puedo en conciencia hacer otra cosa?
Demás de ser esencial al asunto que ahora tratamos, parece cierta y
evidente, como fundada sólidamente sobre buenos principios.
[152] ¡Bueno fuera que entre los resucitados de aquel día y hora
contásemos también a la santísima Virgen María nuestra Señora, de

1 Jn. 5, 28; Apoc. 20, 13.


98 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

quien ha creído y cree toda la Iglesia que resucitó aun antes que su
santo cuerpo pudiese ver la corrupción, y que la hiciésemos volver a
morir para poder resucitar en aquel día! ¡Bueno fuera que entre los re-
sucitados en aquel día y hora contásemos también a aquellos muchos
santos de quienes nos dice el Evangelio: Y muchos cuerpos de santos
que habían muerto resucitaron! 1. Es verdad que no han faltado docto-
res, y no pocos, que nos aseguran, con razones fundadas sobre el aire,
que estos santos que resucitaron con Cristo, volvieron luego a morir,
pues sólo resucitaron (añaden en la cátedra) para dar testimonio de la
resurrección de Cristo, y también de la resurrección de la carne; mas
esto, ¿de dónde lo supieron? Porque ¿quién conoció el espíritu del Se-
ñor, o quién fue su consejero? 2. El Evangelio dice claramente que re-
sucitaron, no cierto en apariencia, sino en realidad; que por eso usa la
expresión muchos cuerpos, y no dice que volvieron a morir. ¿Por qué,
pues, se asegura que volvieron a morir? ¿Será sin duda porque habien-
do roto la corteza de la almendra, hallaron dentro de ella el tesoro es-
condido? ¡Bueno fuera que entre los resucitados de aquel día y hora
contásemos también aquellos dos profetas o testigos de cuya muerte,
resurrección y subida a los cielos se habla clarísimamente en el capítu-
lo 11 del Apocalipsis, y esto mucho antes de aquel día y hora, por con-
fesión precisa de todos los intérpretes!
[153] Verosímilmente responderéis que todos esos resucitados, de
quienes acabamos de hablar, no resucitarán en aquel día y hora; pues
nos consta y tenemos por cosa certísima que ya resucitaron, y los dos
últimos resucitarán a su tiempo antes de la general resurrección. ¿Y de
dónde sabemos esto?, pregunto yo. Lo sabemos, decís, de nuestra Se-
ñora la Madre de Dios, porque es una tradición antiquísima y universal;
lo ha creído y lo cree toda la Iglesia, sin contradicción alguna razonable;
lo sabemos de muchos santos que resucitaron con Cristo, porque así lo
dice clara y expresamente el Evangelio; y lo sabemos de los dos últimos
profetas, porque así lo anuncia el apóstol San Juan en su Apocalipsis,
que es tan canónico y tan de fe divina como el Evangelio. Todo esto me
parece un modo de hablar religioso y justo, en que va acorde la revela-
ción con la razón. Mas yo quisiera ahora saber: ¿Cómo se puede com-
poner todo esto con aquella multitud de lugares de la Escritura santa,
que se citan para probar la resurrección simultáneamente y una sola
vez, de todos los individuos del linaje humano, sin distinción alguna?
¿Cómo se compone todo esto con aquellas palabras de Job: El hombre,
cuando durmiere, no resucitará hasta que el cielo sea consumido… 3; o
con las palabras del Evangelio: Todos los que están en los sepulcros, oi-

1 Mt. 27, 52.


2 Rom. 11, 34.
3 Job 14, 12.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 99

rán la voz del Hijo de Dios 1; o con las palabras de Marta: Sé que resuci-
tará en el último día 2; o con las palabras de San Pablo: En un momen-
to, en un abrir de ojo, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y
los muertos resucitarán incorruptibles? 3.
[154] Conque sin perjuicio de la general resurrección, que debe
concluirse en aquel día y hora de que hablamos, pudo Dios resucitar
muchos siglos antes a la Santísima Virgen María; pudo resucitar a mu-
chos santos, para que acompañasen resucitados a Cristo resucitado, si
es que no los hacen morir otra vez, y a otros dos santos mucho tiempo
antes de la general resurrección; luego sin perjuicio de aquella ley ge-
neral, que debe concluirse en aquel día y hora, podrá Dios conceder
muy bien esta misma gracia a muchos santos, según su libre y santa
voluntad. Y ¿quién sabe si ya la ha concedido a muchos, sin pedirnos
nuestro consentimiento, ni darnos parte de su resolución? Yo sé que
algunos autores clásicos son de parecer que el Apóstol San Juan puede
y debe entrar en el número de los resucitados. Fúndanse para creer la
resurrección de este Apóstol, en que no se sabe de su cuerpo, ni se ha
sabido jamás, como se ha sabido y se sabe de los cuerpos de los otros
Apóstoles; pues aunque algunos antiguos hablaron de su sepulcro
trescientos años después, mas también han hablado del sepulcro de
Cristo y del de nuestra Señora; y San Pedro habló en su primer sermón
del sepulcro de David, diciendo: Su sepulcro está entre nosotros 4; y
no es lo mismo el sepulcro que el cuerpo sepultado en él. Todo esto
discurren estos autores. Si con razón o sin ella, no es de este lugar; ni
yo tomo partido, ni en pro ni en contra; porque aunque mi sentir es
diversísimo, tampoco es de este lugar. Lo que únicamente es de este
lugar, es esto: que según estos autores, podremos contar lícitamente
con otro santo más entre los resucitados, antes de la general resurrec-
ción, y esto sin perjuicio alguno de aquella ley universal.
[155] Esto supuesto, yo paso un poco más adelante, y pregunto: si
aquel mismo Dios, de quien está escrito: Fiel es el Señor en todas sus
palabras 5, que ya ha resucitado a Nuestra Señora y a otros muchos
santos, hubiera prometido resucitar a muchos más para cierto tiempo
antes de la general resurrección, en este caso, ¿no haremos muy mal
en no creerlo? ¿Será bastante razón para dudarlo, la ley general de la
resurrección del último día? ¿Será decente alegar contra esta promesa
de Dios el texto de Job, o las palabras de Marta, o todos los otros luga-
res de la Escritura que hablan de la resurrección general de la carne?
Tengo por cierto que me diréis que no, en caso que haya tal promesa

1 Jn. 5, 28.
2 Jn. 11, 29.
3 1 Cor. 15, 52.
4 Act. 2, 29.
5 Sal. 144, 13.
100 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de Dios, pues estos mismos lugares de la Escritura se pudieran alegar


con la misma razón para no creer la resurrección de la Madre de Cris-
to, y mucho menos la de otros santos que nos dice el Evangelio y el
Apocalipsis. Mas esta promesa de Dios, ¿de dónde consta? Tenéis gran
razón de preguntarlo. Consta, señor mío, de la misma Escritura divina,
entendida del mismo modo que se entiende cualquiera escritura hu-
mana que contenga obligación o promesa, esto es, en su sentido pro-
pio, obvio y literal, pues no hay otro modo de averiguar la verdad.
Conque toda nuestra controversia está ya reducida a esto solo, es a sa-
ber, a que yo os muestre los instrumentos auténticos y claros que ten-
go de la promesa de Dios, y habiéndolos visto entre los dos, y exami-
nándolos atentamente, juzguemos con recto juicio.

Primer instrumento

PÁRRAFO 3
[156] En primer lugar, debemos traer a la memoria, y considerar
de nuevo con mayor atención, todo lo que queda ya observado en la
disertación precedente, artículo 3, sobre el texto celebérrimo del capí-
tulo 20 del Apocalipsis; a lo cual nada tenemos que añadir ni que qui-
tar. Por más que clamen y porfíen los doctores, de que allí no se habla
de verdadera y propia resurrección de los cuerpos, sino de una resu-
rrección espiritual de las almas a la gracia y a la gloria, etc.; por más
que digan confusamente que lo contrario es un error, un sueño, un pe-
ligro, una fábula de los Milenarios; por más que pretendan que la ex-
plicación que dan al texto sagrado (y que ya observamos con asombro)
es más clara que la luz; por más que quieran persuadirnos que la pri-
sión del diablo ya sucedió, y que el Rey de los reyes no es Jesucristo
sino San Miguel, etc.; si no nos traen otra novedad, si no producen
otras razones, nos tenemos a lo dicho, ciertos y seguros de que el texto
sagrado, mirado por todos sus aspectos y con todas sus circunstancias
que preceden, que acompañan y que siguen hasta el fin del capítulo, y
aun hasta el fin de toda la profecía, es un instrumento auténtico y fiel
en que consta clarísimamente de la promesa de Dios, con que se obliga
a resucitar otros muchos santos antes de la general resurrección. Por
consiguiente, es éste un instrumento precioso que no podemos ni de-
bemos disimular.
[157] Si os parece ahora que el repetir y volver a hacer mención de
este lugar de la Escritura es por falta o escasez de otros instrumentos,
os digo amigablemente que no pensáis bien. Este lugar de la Escritura
es un instrumento claro y auténtico, que no podemos ni queremos di-
simular. Fuera de él hay algunos otros igualmente auténticos y claros,
que vamos ahora a producir; y todos ellos forman, a mi parecer, como
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 101

una prueba evidente o una certidumbre más que moral de la promesa


divina.
Segundo instrumento
PÁRRAFO 4
[158] El apóstol San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, les
dice: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que
duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen
esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también
Dios traerá con Jesús a aquéllos que durmieron por él. Esto, pues, os
decimos en palabra del Señor (sigue la promesa de Dios): que noso-
tros que vivimos, que hemos quedado aquí para la venida del Señor,
no nos adelantaremos a los que durmieron. Porque el mismo Señor,
con mandato, y con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descen-
derá del cielo: y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros.
Después nosotros, los que vivimos, los que quedamos aquí, seremos
arrebatados juntamente con ellos en las nubes a recibir a Cristo en
los aires; y así estaremos para siempre con el Señor. Por tanto, con-
solaos los unos con los otros con estas palabras 1.
[159] De estas palabras del Apóstol, que él mismo nos advierte, no
sin gran acuerdo, que las dice en palabra del Señor, sacamos dos ver-
dades de suma importancia. Primera: que cuando el Señor vuelva del
cielo a la tierra, como sabemos que ha de volver después de haber re-
cibido el reino 2, al salir del cielo, y mucho antes de llegar a la tierra,
dará sus órdenes, y mandará como Rey y Dios omnipotente, que todo
esto significan aquellas palabras con mandato, y con voz de arcángel,
y con trompeta de Dios 3. A esta voz del Hijo de Dios resucitarán al
punto los que la oyeren, como dice el evangelista San Juan: Los que la
oyeren vivirán 4. Mas ¿quiénes serán éstos? ¿Serán acaso todos los
muertos, buenos y malos sin distinción? ¿Serán todos los individuos
del linaje humano sin quedar uno solo? Parece cierto y evidente que
no; pues en este caso no nos enseñara San Pablo, en palabra del Se-
ñor, la grande novedad de dos cosas tan absolutamente incomprensi-
bles como contradictorias, es a saber: resucitar todos los individuos
del linaje humano, buenos y malos, lo cual no puede ser sin haber
muerto todos; y después de esta resurrección, después quedar todavía
algunos vivos y residuos para la venida del Señor.
[160] Fuera de que se debe reparar que el Apóstol sólo habla en
este lugar de la resurrección de los muertos que murieron en Cristo, o

1 1 Tes. 4, 12-17.
2 Lc. 19, 15.
3 1 Tes. 4, 15.
4 Jn. 5, 25.
102 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de aquellos que durmieron por él, y ni una sola palabra de la otra infi-
nita muchedumbre, sin duda porque todavía no ha llegado su tiempo.
De este mismo modo habla el Señor en el Evangelio, reparadlo: Y ve-
rán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con grande
poder y majestad. Y enviará sus ángeles con trompetas, y con grande
voz: y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos 1.
[161] Si comparáis este texto con el de San Pablo, no hallaréis otra
diferencia, sino que el Apóstol llama a los que han de resucitar en la
venida del Señor los que murieron en Cristo, que durmieron por él 2: y
el Señor los llama sus escogidos: Y allegarán sus escogidos de los cua-
tro vientos 3; mas en ambos lugares se habla únicamente de la resu-
rrección de estos solos, y ni una sola palabra de los otros. Y es bien,
amigo, que observéis aquí una circunstancia bien notable, esto es, que
cuando el Señor dijo estas palabras, no hablaba con el vulgo, ni con las
turbas, ni con los escribas y fariseos, con quienes solía hablar por pa-
rábolas; hablaba inmediatamente con sus Apóstoles, y esto a solas, en
el retiro y soledad del monte Olivete; hablaba no por incidencia, sino
de propósito, de su venida en gloria y majestad, y de las circunstancias
principales de esta venida; hablaba preguntado de los mismos Apósto-
les, que deseaban saber más en particular lo que decía a todos públi-
camente más en general y por parábolas; hablaba, en fin, con aque-
llos mismos a quienes había dicho en otra ocasión: A vosotros es dado
saber el misterio del reino de Dios; mas a los otros por parábolas 4.
Esta observación sería muy importante para aquellos mismos doctores,
los cuales haciendo tan poco caso del lugar del Evangelio de que ha-
blamos, quiero decir, de la circunstancia particular de la resurrección
de solos los electos en la venida del Señor, ponderan mucho lo que en
otros lugares del Evangelio se dice en general y por parábolas, como si
aquello poco que allí se toca, siempre enderezado a dar alguna doctrina
moral, fuese todo lo que hay que hacer en la venida del Señor. Por ejem-
plo: en la parábola de las diez vírgenes, cinco prudentes y cinco fa-
tuas 5; en la parábola de los talentos; y sobre todo en la parábola que
empieza: Y cuando viniere el Hijo del Hombre 6, del capítulo 25 de San
Mateo, de la cual hablaremos más adelante, como que es uno de los
grandes fundamentos, y tal vez el único, del sistema ordinario.
[162] La segunda verdad que sacamos del texto de San Pablo, a
donde volvemos, es ésta: que después de resucitados aquellos muertos
que murieron en Cristo, que durmieron por él 7, todos los vivos que en

1 Mt. 24, 30-31.


2 1 Tes. 4, 15-16.
3 Mt. 24, 31.
4 Lc. 8, 10.
5 Mt. 25, 1-13.
6 Mt. 25, 31.
7 1 Tes. 4, 15 y 13.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 103

aquel día fueren también de Cristo, los cuales, según otras noticias que
hallamos en los Evangelios, no pueden ser muchos, sino bien pocos,
como veremos en su lugar, todos éstos así vivos se juntarán con los
muertos de Cristo ya resucitados, se levantarán de la tierra, y subirán
en las nubes a recibir a Cristo: Después nosotros los que vivimos… (o
los que viven de nosotros), los que andamos aquí, seremos arrebata-
dos juntamente con ellos a recibir a Cristo en los aires 1. Por más es-
fuerzos que hayan hecho hasta ahora los intérpretes y teólogos para
eludir o suavizar la fuerza de este texto, es claro que nada nos dicen
que sea pasable, ni aun siquiera tolerable. Dicen unos que los santos
resucitarán primero, como enseña el Apóstol; mas esto no será con
prioridad de tiempo, sino solamente de dignidad; quieren decir, que
todos los hombres buenos y malos, santos e inicuos, resucitarán en un
mismo tiempo y momento, pero los santos tendrán en la resurrección
el primer lugar, esto es, serán más dignos o más honorables que los
malos; y pudieran añadir que serán los únicos dignos de honor delante
de Dios y de sus ángeles 2. Mas ¿es ésta la gran novedad que nos anun-
cia San Pablo, en palabra del Señor, que los santos serán más dignos
de honor que los malos, los Apóstoles más honorables que Judas el
traidor, y el mismo San Pablo más que el verdugo que le cortó la cabe-
za? Y para decirnos esta verdad, ¿no halló el apóstol otras palabras
que éstas: Y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros; des-
pués nosotros? 3. Leed, amigo, el texto sagrado, y haced más honor al
apóstol y a vuestra propia razón.
[163] Otros autores, menos rígidos, conceden francamente (y ésta
es la sentencia más común) que el Apóstol habla sin duda de prioridad
de tiempo; mas como si este tiempo fuese propio suyo, como si fuese
dinero en manos de un avaro, así lo escatiman, así lo escasean, así
aprietan la mano al quererlo dar, que es imposible que baste ni aun
para la centésima parte del gasto necesario. Conceden, pues, para veri-
ficar de algún modo las palabras claras y expresas, resucitarán los pri-
meros, que los santos realmente resucitarán primero; pero añaden
luego con una extrema economía, que bastarán para esto algunos mi-
nutos, por ejemplo cinco o seis, que en aquel tiempo tumultuoso será
cosa insensible, que nadie podrá reparar. Esto parece todavía mayor
milagro que saciar a cinco mil personas con cinco panes. Veamos, no
obstante, la facilidad admirable con que todo se hace.
[164] Viene ya Cristo del cielo a la tierra, en la gloria de su Padre
con sus ángeles 4: a su primera voz resucitarán al punto los que la

1 1 Tes. 4, 16.
2 Apoc. 3, 5.
3 1 Tes. 4, 15-16.
4 Mt. 16, 27.
104 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

oyen, esto es, todos sus santos: Y los que murieron en Cristo resucita-
rán los primeros 1. Resucitados éstos, luego inmediatamente se levan-
tan por el aire a recibir al Señor y gozar de su vista corporal; juntos
con ellos se levantan también, o son arrebatados, los santos vivos que
hubiere entonces en la tierra. Estos vivos, que todavía no han pasado
por la muerte, mueren momentáneamente allá en el aire, antes de lle-
gar a la presencia del Señor. Sus cuerpos, o se disuelven en un mo-
mento, o no se disuelven, porque no hay necesidad indispensable de
tal disolución. Si llevan algunas culpas leves que purgar, o las purgan
allí mismo en un instante, o van dos o tres instantes al purgatorio,
quedando entre tanto sus cuerpos muertos suspensos en el aire; o lo
que parece mucho más fácil, que todo se halla en diferentes autores, ni
los cuerpos se disuelven, ni las almas llevan reato alguno de culpa; y
así mueren en el aire en un instante, y resucitan al instante siguiente,
si es que no han muerto y resucitado antes de levantarse, que así lo
sienten otros muchos autores. Vamos adelante, y no perdamos tiempo,
que todavía lo hemos menester para lo mucho que queda que hacer.
[165] Mientras los resucitados santos van subiendo por el aire, y
entre tanto que sucede la muerte y resurrección de los vivos que le
acompañan, estando ya todos muy lejos de la tierra, sucede en ésta el
grande y universal diluvio de fuego, que mata a todos los vivientes,
desde el hombre hasta la bestia, y desde las aves del cielo hasta los
peces del mar 2; no obstante que en Ezequiel y en el Apocalipsis se ven
convidadas las aves, en el día de la venida del Señor, a la gran cena de
Dios 3, para que coman y se harten de las carnes de toda suerte de gen-
tes que el mismo Señor ha de sacrificar a su indignación: Venid, y con-
gregaos a la cena de Dios, para comer carnes de reyes, y carnes de
tribunos, y carnes de poderosos… Y se hartaron todas las aves de las
carnes de ellos 4. Pero de esto en otra parte. Muertos todos los vivien-
tes con el diluvio de fuego, se apaga en el momento siguiente todo
aquel incendio, resucitan al otro momento los muertos en toda la re-
dondez de la tierra, se ponen en camino luego al punto, y son llevados
en un momento de tiempo por los ángeles hacia Jerusalén. En suma:
cuando el Señor llega a la tierra con toda su comitiva, halla ya resuci-
tado todo el linaje humano, y congregado todo en el grande y pequeño
valle de Josafat. Esto es en sustancia todo cuanto nos dicen los exposi-
tores y teólogos sobre el texto de San Pablo, de que vamos hablando; y
por más librerías que visitéis, estad cierto, amigo, que no hallareis otra
cosa diversa de lo que acabáis de oír.

1 1 Tes. 4, 16.
2 Gen. 7, 23.
3 Apoc. 19, 17.
4 Apoc. 19, 17-18, 21.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 105

Reflexión
PÁRRAFO 5
[166] Habiendo visto lo que sobre el texto de San Pablo nos dicen
los doctores; habiendo considerado, con no sé que disgustillo interno,
su suma escasez y economía en la repartición de instantes y momen-
tos, decidme, amigo: ¿Para qué podrá servir tanta economía? ¿Para
qué fin tantos apuros y tantas prisas? ¿Nos sigue acaso alguno con la
espada desnuda? Si es para poder salvar de algún modo el sistema; si
es para poder mantener y llevar adelante la idea de una sola resurrec-
ción, y ésta simultánea, única y momentánea; así como esta idea que-
dará convencida de falsa, con mil años de diferencia entre la primera
resurrección de los muertos que murieron en Cristo, y la resurrección
del resto de los hombres; así queda convencida de falsa con algunas
horas o minutos de diferencia; pues una vez que se admita algún tiem-
po intermedio, como es necesario admitirlo, ya la resurrección del li-
naje humano, ni podrá ser juntamente, ni podrá ser una sola vez, ni
mucho menos en un momento, en un abrir de ojo 1.
[167] Fuera de esto sería bueno saber: ¿Con qué razón, o con qué
autoridad, se hace esta repartición tan escasa de instantes y momentos?
¿Con qué razón, por ejemplo, nos aseguran que los justos vivos después
de la resurrección de los santos se juntan con ellos, y suben también en
las nubes a recibir a Cristo en los aires 2, y que deben morir y resucitar
allá en el aire antes de llegar a la presencia del Señor? No me digáis ni
aleguéis para esto la pura autoridad extrínseca, porque esto sería caer
en aquel gran defecto que llaman los lógicos responder con lo mismo
que se disputa. Sabemos que así lo han pensado muchos doctores, mas
no sabemos por qué razón, ni sobre qué buen fundamento lo han pen-
sado así, ni de dónde pudieron tomar esta noticia. San Pablo nos asegu-
ra, en palabra del Señor, que los justos que se hallaren vivos cuando
venga el Señor, subirán por el aire a recibirlo en compañía de los santos
ya resucitados. Esta particularidad era bien excusada, si para parecer
en la presencia de Cristo fuese necesario que primero muriesen y resu-
citasen, o allá en el aire, o acá en la tierra antes de levantarse de ella;
pues con solo decir: Los muertos de Cristo resucitarán, y subirán a re-
cibirlo, estaba dicho todo; mas decirnos expresamente, y esto en pala-
bra del Señor, que no sólo los santos resucitados, sitio también los san-
tos vivos, se levantarán de la tierra y subirán juntos con ellos 3 a recibir
a Cristo, sin hacer mención la más mínima de muerte, ni de resurrec-

1 1 Cor. 15, 52.


2 1 Tes. 4, 16.
3 1 Tes. 4, 16.
106 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ción de estos últimos, parece una prueba clara y manifiesta, para quien
no tuviere algún empeño manifiesto, de que no hay tal muerte ni tal re-
surrección instantánea; que esta idea, tan ajena del texto sagrado, sólo
la pudo haber producido la necesidad de salvar de algún modo el siste-
ma, a lo menos por aquella parte, ya que por otra quedaba insalvable;
pues habiendo resucitado los muertos de Cristo en todas las partes del
mundo, habiéndose levantado de la tierra, habiendo subido juntamen-
te con ellos muchos vivos, habiendo éstos muerto, habiendo resucitado,
todavía no se ha verificado la resurrección, ni aun siquiera la muerte de
todo el resto de los hombres.
[168] A todo esto podemos añadir esta otra reflexión: el rapto de
los vivos de que hablamos es ciertamente una cosa futura; por consi-
guiente, no pudiéramos saberla sin revelación expresa de Dios, a quien
solo pertenece la ciencia de lo futuro. Del mismo modo, siendo tam-
bién una cosa futura, o sólo posible, la circunstancia que se pretende
en estos vivos, de morir y resucitar instantáneamente antes de llegar a
la presencia de Cristo, tampoco podrá saberse esta circunstancia sin
revelación expresa del que todo lo sabe. De aquí se sigue que cualquie-
ra hombre que nos añada esta circunstancia, aunque sea debajo de la
autoridad de otros mil, deberá junto con ellos mostrarnos alguna reve-
lación divina, cierta, clara y expresa, en donde conste de esta circuns-
tancia. Y si esta tal revelación ni la muestran ni la pueden mostrar,
porque no la hay, deberán contentarse, y tener por excusados a los que
no creyeren su noticia por no querer apartarse un punto de lo que dice
la revelación.
[169] Se ve muy bien, amigo mío, lo que hace a los doctores darse
tanta prisa en el asunto de que tratamos, es a saber, la idea que se han
formado (por las razones que iremos viendo en adelante) de que el Se-
ñor ha de volver del cielo a la tierra con la misma prisa; por consi-
guiente, que cuando llegue a la tierra ya ha de hallar muerto y resuci-
tado a todo el linaje humano, y congregado en cierto lugar para el jui-
cio universal. Esta idea, tomada como pretenden, de la parábola Cuan-
do viniere el Hijo del hombre, del capítulo 25 de San Mateo, sin querer
hacerse cargo que aquello es una mera parábola, cuyo fin único es una
doctrina moral (como observaremos a su tiempo): esta idea, digo, con-
traria a toda la Escritura, que casi a cada paso clama contra ella, ha si-
do, y es hasta ahora, un verdadero velo que la ha cubierto y dejado po-
co menos que invisible a quien está preocupado de contrarias ideas.
Mas de esto tenemos tiempo de hablar, y no pueden faltarnos en ade-
lante algunas ocasiones más oportunas.
[170] Nos basta, pues, por ahora sacar de todo lo dicho esta impor-
tante consecuencia. No obstante los esfuerzos que han hecho los más
sabios y más ingeniosos doctores para explicar el texto de San Pablo
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 107

de algún modo suave o más compatible con su sistema; no obstante


sus miedos, sus apuros, sus prisas, su solicitud; no obstante su grande
y aun extrema economía en la repartición de instantes y minutos; al
fin se ven precisados a concedernos algo, como acabáis de ver. Nos
conceden, primeramente, que los muertos que son con Cristo, y los
que murieron en Cristo, o aquéllos que murieron por él 1 (los cuales
parecen los mismos idénticos que se leen en el capítulo 20 del Apoca-
lipsis: Y las almas de los degollados por el testimonio de Jesús, y por
la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia… y vivieron y rei-
naron con Cristo mil años. Los otros muertos no entraron en vida,
hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrec-
ción 2. Comparad, señor, un texto con otro, y oíd lo que os dice vuestro
corazón); nos conceden que estos muertos resucitarán primero que los
demás. Nos conceden, lo segundo, que después de resucitados éstos,
morirán los santos que acaso se hallaren vivos, o en la tierra, o allá en
el aire, los cuales también resucitarán en segundo lugar. Nos conce-
den, lo tercero, que después de estos morirán, o serán muertos con un
diluvio de fuego, todos cuantos vivientes hubiere entonces sobre la tie-
rra. Nos conceden, finalmente, que, después de todo esto, después de
quemados todos los vivientes con todo cuanto se hallare sobre la tie-
rra, después de apagado o disipado todo aquel mar inmenso de fuego
(lo que ha menester, según parece, algunos minutos), resucitarán por
último todos los muertos que restaren, que sin duda serán los más.
[171] Contentémonos ahora con esto poco que nos dan (que a su
tiempo les pediremos algo más), y saquemos ya nuestra importante y
legítima consecuencia: luego la resurrección de la carne, simultánea-
mente y una sola vez, la resurrección de todos los individuos del linaje
humano, en un momento, en un abrir de ojo, lejos de ser un artículo o
una consecuencia de fe, es por el contrario, y debe mirarse, como una
aserción falsa y absolutamente indefendible, y esto por confesión de
los mismos que la propugnan. Por consiguiente, queda quitado con es-
to solo aquel embarazo que nos impedía el paso, y disipada aquella
grande nube que nos cubría el cielo. Fuera de este instrumento nos
quedan otros que no podemos disimular.

Tercer instrumento
PÁRRAFO 6
[172] El mismo Apóstol y Maestro de las Gentes habla de propósi-
to y difusamente, y llegando al versículo 23 dice así: Mas cada uno en
su orden: las primicias Cristo; después los que son de Cristo, que cre-

1 1 Tes. 4, 15 y 13.
2 Apoc. 20, 4-5.
108 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

yeron en su advenimiento. Luego será el fin, cuando hubiere entre-


gado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo prin-
cipado, y potestad, y virtud. Porque es necesario que él reine, hasta
que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y la enemiga
muerte será destruida la postrera. Porque todas las cosas sujetó de-
bajo de los pies de él 1.
[173] Sigamos el orden de estas palabras. El primer resucitado es
Cristo mismo: éstas son las primicias de la resurrección: Las primi-
cias, Cristo. Ningún hijo de Adán tuviera que esperar resurrección, si
no hubieran precedido estas primicias. Síguense después de Cristo,
añade San Pablo, los que son suyos, los que creyeron en él (se entiende
bien que aquí no se habla de cualquiera fe, sino de aquélla que obra
por la caridad, como él mismo lo dice en otra parte, pues esta sola
puede hacer a un hombre digno de Cristo): Después los que son de
Cristo. Comparad de paso estas palabras con aquellas otras: Y los que
murieron en Cristo, o aquéllos que durmieron por él; y veréis cómo
todo va bien, en una perfecta conformidad. Después de la resurrección
de los que son de Cristo, seguirá el fin 2.
[174] Paremos aquí un momento mientras hacemos dos brevísi-
mas observaciones. Primera: ¿Dónde esta aquí la resurrección del res-
to de los hombres? ¿Acaso éstos no han de resucitar alguna vez? Si,
como se piensa, han de resucitar juntamente con los que son de Cristo,
¿por qué San Pablo no habla de ellos ni una sola palabra? Resucitados
los muertos que son de Cristo, se sigue el fin 3: y los otros muertos, que
son los más, todavía no han resucitado. ¿Cómo podremos componer
esto con el simultáneamente y una sola vez, o con el artículo y conse-
cuencia de fe? Segunda observación: este fin de que habla el Apóstol,
¿debe seguirse luego inmediatamente a la resurrección de los santos?
Diréis necesariamente que sí, porque es preciso llevar adelante la eco-
nomía, y no perder un momento de tiempo. Mas San Pablo, que sin
duda lo sabía mejor, nos da a entender claramente que le sobra el
tiempo, pues entre la resurrección de los santos y el fin, pone todavía
grandes sucesos que piden tiempo, y no poco, para poderse verificar.
Reparad en sus palabras y en su modo de hablar: Las primicias, Cris-
to… Después los que son de Cristo… Después será el fin 4.
[175] Suponen comúnmente los doctores, a lo menos en la práctica,
que aquí se termina o hace sentido el texto del Apóstol, y lo que resta de
él sucederá después del fin. Parte ha sucedido ya, y se está verificando
desde que el Señor subió a los cielos. Considerad lo que resta del texto:

1 1 Cor. 15, 23-26.


2 1 Cor. 15, 24.
3 1 Cor. 15, 24.
4 1 Cor. 15, 23-24.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 109

Luego será el fin, cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre,


cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud. Por-
que es necesario que él reine hasta que ponga a todos sus enemigos
debajo de sus pies. Y la enemiga muerte será destruida la postrera 1.
Este texto, pues, así cortado y dividido en estas dos partes, lo que quiere
decir, según explican, es esto solo: el primer resucitado es Cristo 2: des-
pués, cuando él venga del cielo, los que son suyos 3; luego, al instante
siguiente, sucede el fin con el diluvio universal de fuego 4; al otro ins-
tante resucita el resto de los muertos, aunque San Pablo no los toma en
boca; últimamente sucede la evacuación de todo principado, potestad y
virtud. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que se destruye entera-
mente todo el imperio de Satanás y de sus ángeles; los cuales, añaden
con mucha satisfacción, conservan siempre el nombre de aquel coro a
que pertenecían antes de su pecado y de su caída. Optimamente. ¿Y no
hubo ángeles infieles de los otros coros, sino solamente de estos tres?
¿Y no hay aquí en la tierra otros principados, potestades y virtudes sino
los ángeles malos? ¿No está ahora, y ha estado, y estará siempre en
mano de muchos hombres el principado respecto de los otros, la potes-
tad emanada de Dios, y la virtud, esto es, la milicia o la fuerza, para ha-
cerse obedecer? ¿Por qué, pues, se recurre a los ángeles malos o a los
demonios, y a unas ideas cuando menos inciertas, dudosas y oscurísi-
mas, como son los coros a que pertenecían?
[176] Síguese en el texto del Apóstol la entrega del reino, que hará
Cristo a Dios su Padre 5. ¿Cuándo será ésta? Será, dicen, cuando des-
pués de concluido el juicio universal, se vuelva el Señor al cielo con to-
dos los suyos. Conque, según esto, la entrega del reino (aun en suposi-
ción que sea justa la idea de ir al cielo Cristo con todos sus santos, lo
cual examinaremos a su tiempo) deberá ser el último suceso en todo el
misterio de Dios; y, no obstante, San Pablo pone todavía tres grandes
sucesos después de éste, y en último lugar pone la destrucción de la
muerte, que no es otra cosa que la resurrección universal: Y la enemi-
ga muerte será destruida 6. Y aquel gran suceso que pone el Apóstol
en medio del texto, esto es: Porque es necesario que él reine, hasta
que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies 7, ¿dónde se coloca
con alguna propiedad y decencia? Este gran suceso es necesario po-
nerlo aparte, o volver muy atrás para poderle dar algún lugar, pues es-
to no podrá suceder en aquel tiempo, después de la resurrección de los

1 1 Cor. 15, 24-26.


2 1 Cor. 15, 23.
3 1 Cor. 15, 23.
4 1 Cor. 15, 24.
5 1 Cor. 15, 24.
6 1 Cor. 15, 24.
7 1 Cor. 15, 25.
110 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

santos que son de Cristo, aunque el Apóstol lo ponga para entonces (y


esto so pena de error y de peligro), sino que empezó a verificarse desde
que el Señor subió a los cielos, y hasta ahora se está verificando.
[177] Yo observo aquí, y me parece que cualquiera observará lo
mismo, una especie de desorden, de oscuridad, de confusión, y de un
trastorno de ideas tan extrañas, que me es preciso leer y releer el texto
muchas veces, temiendo entrar en la misma confusión de ideas; y aun
esta diligencia creo que no baste. ¿No me diréis, amigo, lo primero:
qué razón hay para poner el fin luego inmediatamente después, en el
instante siguiente a la resurrección de los santos? ¿Acaso porque sin
mediar otra palabra se dice: Luego será el fin? Lo mismo se dice de la
resurrección de los santos respecto de la de Cristo, y ya sabéis cuántos
siglos han pasado, y quizá pasarán entre una y otra resurrección: Las
primicias, Cristo; después, los que son de Cristo. ¿No me diréis lo se-
gundo: qué razón hay para no querer unir las palabras: Después será
el fin, con las que siguen inmediatamente, cuando en el texto sagrado
se leen unidas, ni se les puede dar sentido alguno, ni aun gramatical, si
no se unen? Luego será el fin, cuando hubiere entregado el reino a
Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potes-
tad, y virtud 1. Resucitados los que son de Cristo, dice San Pablo, su-
cederá el fin. Mas ¿cuándo? Cuando el Señor entregare, o hubiere en-
tregado, cuando evacuare, o hubiere evacuado, cuando… Conque es
claro que el fin no sucederá sino cuando sucedan todas estas cosas que
se leen expresas en el texto sagrado.
[178] Del mismo modo parece claro que, siendo Jesucristo cabeza
del linaje humano, y habiéndose encargado de su remedio, no puede
hacer a su Padre la oblación o la entrega del reino de que está consti-
tuido heredero, sino después de haberlo evacuado de toda dominación
extranjera: Después de haber destruido enteramente principado, y
potestad, y virtud (por lo cual se va directamente contra la bestia, con-
tra los reyes de la tierra, y contra sus ejércitos 2). Después de haber su-
jetado todo el orbe, no solamente a la fe estéril y sin vida, sino a las
obras propias de la fe, que es la piedad y la caridad; en suma, después
de haber convertido en reino propio de Dios, y digno de este nombre,
todos los diversos reinos de los hombres (para esto, prosigue el Após-
tol, es necesario que el mismo Hijo reine efectivamente hasta sujetar
todos los enemigos, y ponerlos todos debajo de sus pies 3); cuando to-
das las cosas estuvieren ya sujetas a este verdadero y legítimo rey, en-
tonces podrá ofrecer el reino a su Padre de un modo digno de Dios 4.

1 1 Cor. 15, 24.


2 Apoc. 19, 19.
3 1 Cor. 15, 25.
4 1 Cor. 15, 28.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 111

[179] Por que no se piense ahora, como se quiere dar a entender,


que todo esto se ha hecho, y se puede plenamente concluir por la pre-
dicación del Evangelio que empezaron los Apóstoles, se deben notar y
reparar bien dos cosas principales. Primera: que aquí no se habla de la
conversión a la fe de los principados y potestades de la tierra, antes
por el contrario se habla claramente de la evacuación de todo princi-
pado y de toda potestad 1; y es cierto y sabido de todos los Cristianos
que la predicación del Evangelio está tan lejos de tirar, ni aun indirec-
tamente, a esta evacuación, que antes es uno de sus puntos capitales el
sujetarnos más a todo principado y potestad, y el asegurar más a los
mismos principados y potestades con nuestra obediencia y fidelidad. A
esto no sólo nos exhorta, sino que nos obliga indispensablemente por
estas palabras: Pagad al César lo que es del César, y a Dios lo que es
de Dios 2. Toda alma esté sometida a las potestades superiores. Por-
que no hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordena-
das 3. Someteos, pues, a toda humana criatura, y esto por Dios; ya
sea al rey, como soberano que es; ya a los gobernadores… Temed a
Dios, dad honra al rey, etc. 4.
[180] La segunda cosa que se debe reparar es que, en esta evacua-
ción de todo principado, potestad y virtud, con todo lo demás que se ve
en el texto junto y unido, debe suceder no antes sino después de la re-
surrección de los santos que son de Cristo; por consiguiente, después
de la venida del mismo Cristo que esperamos en gloria y majestad.
Leed el texto cien veces, y volved a leerlo otras mil, y no hallareis otra
cosa, si no queréis de propósito negaros a vos mismo. Hecho, pues, to-
do esto con el orden que lo pone San Pablo, concluye él mismo todo el
misterio diciendo: Y la enemiga muerte será destruida la postrera 5; y
ved aquí el fin de todo con la resurrección universal, en la que debe
quedar vencida y destruida enteramente la muerte, de modo que en-
tonces, y sólo entonces, se cumplirá la palabra que está escrita: ¿Dón-
de está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? 6.
PÁRRAFO 7
[181] Todo lo que acabamos de observar en el texto de San Pablo,
lo hallamos de la misma manera y con el mismo orden, aunque con al-
guna mayor extensión y claridad, en el capítulo 20 del Apocalipsis.
Hagamos brevemente el confronto de todo, o paralelo de ambos tex-
tos, que puede sernos de grande importancia para aclarar un poco más

1 1 Cor. 15, 24.


2 Mt. 22, 21.
3 Rom. 13, 1.
4 1 Ped. 2, 13-14, 17.
5 1 Cor. 15, 26.
6 1 Cor. 15, 54-55.
112 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nuestras ideas. Primeramente, San Pablo habla en este lugar no sola-


mente de la resurrección, sino expresamente del orden con que ésta
debe hacerse: Mas cada uno en su orden 1; diciendo que el primero de
todos es Cristo 2; que, después de la resurrección de Cristo, se seguirá
la de sus santos 3; y aunque en este lugar no señala el tiempo preciso
de esta resurrección de los santos, mas la señala en otra parte, como
ya observamos, esto es, en la primera epístola a los Tesalonicenses, ca-
pítulo 4, diciendo que sucederá cuando el mismo Señor vuelva del cie-
lo a la tierra: Descenderá del cielo, y los que murieron por Cristo re-
sucitarán los primeros 4. Pues esto mismo dice San Juan con alguna
mayor extensión y con noticias más individuales, es a saber: que los
degollados por el testimonio de Jesús, por la palabra de Dios, y los que
no adoraron a la bestia, etc., éstos vivirán, o resucitarán en la venida
del Señor; que ésta será la primera resurrección; que serán beatos y
santos los que tuvieron parte en la primera resurrección; que los de-
más muertos no resucitarán entonces, sino después de mucho tiempo,
significado por el número de mil años; que, pasado este tiempo, suce-
derá el fin, y antes de este fin sucederá la destrucción de Gog, y caerá
fuego sobre Magog, etc. Yo supongo que tenéis presente todo el capítu-
lo 20 del Apocalipsis, y que actualmente lo consideráis con más aten-
ción. En él debéis reparar, entre otras cosas, ésta bien notable que na-
turalmente salta a los ojos; quiero decir, que los degollados por el tes-
timonio de Jesús y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la
bestia, etc. 5, no sólo resucitarán en la venida de Cristo, sino que reina-
rán con él mil años: Y vivieron y reinaron con Cristo mil años 6. Lo
que supone, evidentemente, que el mismo Cristo reinará todo este es-
pacio de tiempo, y para este tiempo son visiblemente las sillas y los
que se sientan en ellas con el oficio y dignidad de jueces: Y vi sillas, y
se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio 7.
[182] Según las claras y frecuentísimas alusiones del Apocalipsis a
toda la Escritura, como iremos notando en adelante, parece que este
lugar alude al capítulo 3 de la Sabiduría, y juntamente al salmo 149. El
primero dice: Resplandecerán los justos, y como centellas en el caña-
veral discurrirán. Juzgarán las naciones, y señorearán a los pueblos,
y reinará el Señor de ellos 8.
[183] El segundo, más individual y circunstanciado, dice: Se rego-
cijarán los santos en la gloria, se alegrarán en sus moradas. Los en-

1 1 Cor. 15, 23.


2 1 Cor. 15, 23.
3 1 Cor. 15, 23.
4 1 Tes. 4, 15.
5 Apoc. 20, 4.
6 Apoc. 20, 4.
7 Apoc. 20, 4.
8 Sab. 3, 7-8.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 113

salzamientos de Dios en su boca, y espada de dos filos en sus manos,


para hacer venganza en las naciones, reprensiones en los pueblos.
Para aprisionar los reyes de ellos con grillos, y sus nobles con espo-
sas de hierro. Para hacer sobre ellos el juicio decretado; esta gloria es
para todos sus santos 1.
[184] Decidme, amigo, con sinceridad y verdad: ¿Habéis reparado
alguna vez, o hecho algún caso de estas profecías? Decidme más: ¿Ha-
béis considerado atentamente lo que sobre ellas dicen los más sabios
intérpretes, o por hablar con más propiedad, lo que no dicen, que en
realidad nada dicen? Esto poco o nada que dicen sobre estas profecías,
¿podrá satisfacer vuestra razón, y dejar quieta vuestra curiosidad? ¿No
veis la prisa con que corren, como si se vieran obligados a caminar so-
bre las brasas? ¿No veis cómo tiran con toda presteza a sacar sus ideas
libres e indemnes de aquel incendio, ciertos y seguros de que todas que-
darían consumidas y reducidas a ceniza, si se detuvieran un momento
más? ¿No veis, decidme ahora, por el contrario, de qué sucesos o de qué
tiempos se puede hablar aquí, si no se habla de los tiempos y de los su-
cesos admirables que ahora consideramos? Reflexionadlo con vuestro
juicio y atención, que yo esperaré pacientemente vuestra respuesta.
[185] En suma, San Pablo pone después de todo y en último lugar,
la destrucción de la muerte, que no es otra cosa, como hemos dicho,
que la resurrección universal: Y la enemiga muerte será destruida la
postrera 2. San Juan hace lo mismo después de su reino milenario, y
después del fuego que cae sobre Gog y Magog, en que se comprende el
oriente y el occidente, y los vivientes de todo el orbe, diciendo: Y dio la
mar los muertos que estaban en ella… y fue hecho juicio de cada uno
de ellos según sus obras, y el infierno y la muerte fueron arrojados en
el estanque de fuego 3; expresiones todas propísimas para explicar la
destrucción entera de la muerte, con la resurrección universal: Y la
muerte será destruida.

Cuarto instrumento
PÁRRAFO 8
[186] El cuarto instrumento que presentamos en la promesa de
Dios de que vamos hablando, se halla registrado en el mismo capítulo
15, hacia el fin del versículo 51, donde el Apóstol nos pide toda nuestra
atención, como que va a revelarnos un misterio oculto, y de sumo inte-
rés para los que quieran aprovecharse de la noticia: He aquí, os digo,
un misterio: Todos ciertamente resucitaremos, mas no todos seremos

1 Sal. 149, 5-9.


2 1 Cor. 15, 26.
3 Apoc. 20, 13-14.
114 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mudados. En un momento, en un abrir de ojo, en la final trompeta,


pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles, y
nosotros seremos mudados 1.
[187] Os causará grande admiración que yo cite este texto a mi fa-
vor, cuando parece tan claro contra mí. La misma admiración tengo yo
de ver que los doctores citen este mismo texto a su favor, después de
haber concedido, aunque con tan gran economía, que los santos real-
mente resucitarán primero que el resto de los hombres. La inteligencia
que dan a este último lugar de San Pablo es bien difícil componerla
con aquella concesión. No obstante, convienen todos, como es necesa-
rio en su sistema, que el Apóstol habla aquí de la resurrección univer-
sal. Mas ¿será cierto esto? ¿El Apóstol habla aquí de la resurrección
universal? ¿Con qué razón se puede esto asegurar, cuando todo el con-
texto clama y da gritos contra esta inteligencia? ¿Os atreveréis a decir
que San Pablo, el Apóstol y Maestro de las Gentes, o el Espíritu Santo
que hablaba por su boca, se contradice a sí mismo? Pues no hay reme-
dio. Si queréis que hable aquí de la resurrección universal, deberéis
conceder que cae irremisiblemente en dos o tres contradicciones ma-
nifiestas. Vedlas aquí.
Primera contradicción
[188] Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos
los hombres sin distinción, buenos y malos, fieles e infieles, etc., deben
resucitar en un mismo momento, en un abrir y cerrar de ojos 2; luego
es falso lo que dice a los Tesalonicenses: Y los que murieron en Cristo
resucitarán los primeros 3. Y si no, componedme estas dos proposi-
ciones.
[189] Primera: Todos los hombres sin distinción, buenos y malos,
resucitarán en un mismo instante y momento 4.
[190] Segunda: Los muertos que son de Cristo resucitarán pri-
mero 5.
Segunda contradicción
[191] Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos
los hombres sin distinción deben resucitar en un momento, en un
abrir de ojo 6; luego antes de este momento, todos sin distinción de-
ben estar muertos, pues sólo los muertos pueden resucitar; luego no
hay ni puede haber tales vivos, que se levanten en las nubes a recibir a

1 1 Cor. 15, 51-52.


2 1 Cor. 15, 52.
3 1 Tes. 4, 16.
4 1 Cor. 15, 51-52.
5 1 Tes. 4, 16.
6 1 Cor. 15, 52.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 115

Cristo en compañía de los santos ya resucitados, juntamente con ellos.


Y si no, componedme estas dos proposiciones.
[192] Primera: Todos los hombres, sin distinción, deben resucitar
en un mismo punto y momento; por una consecuencia necesaria, to-
dos sin distinción deben estar realmente muertos, antes que suceda
esta resurrección instantánea.
[193] Segunda: Después de la resurrección de los santos, algunos
hombres, no muertos sino vivos, que todavía no han pasado por la
muerte, se juntarán con dichos santos ya resucitados, y junto con ellos
subirán en las nubes a recibir a Cristo.
Tercera contradicción
[194] Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos
los hombres, sin distinción de buenos y malos, de espirituales y carna-
les, puros e impuros, etc., deberán resucitar incorruptos en un mo-
mento, en un abrir de ojo, en la final trompeta: pues la trompeta so-
nará, y los muertos resucitarán incorruptibles 1; luego todos sin dis-
tinción poseerán desde aquel momento la incorrupción o la incorrup-
tela; luego es falso lo que dice el mismo Apóstol en el versículo prece-
dente: Mas digo esto, hermanos: que la carne y la sangre no pueden
poseer el reino de Dios, ni la corrupción poseerá la incorruptibili-
dad 2. Diréis, no obstante, que también los malos, por inicuos y per-
versos que sean, han de resucitar incorruptos, participar de la inco-
rruptela; pues una vez sus cuerpos resucitados, sus cuerpos no han de
volver a resolverse ni a convertirse en polvo, sino que han de perseve-
rar enteros, unidos siempre con sus tristes y miserables almas. Bien.
¿Y esto queréis llamar incorrupción o incorruptela? Cierto que no es
éste el sentir del Apóstol, cuando nos asegura formalmente, y aun nos
amenaza, de que la carne y sangre no pueden poseer el reino de Dios,
ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad. Pues ¿qué quiere decir
esta expresión tan singular? Lo que quiere decir manifiestamente es
que una persona, cualquiera que sea sin excepción alguna, que tuviese
el corazón o las costumbres corrompidas, y perseverare en esta co-
rrupción hasta la muerte, no tiene que esperar en la resurrección un
cuerpo puro, sutil, ágil, e impasible. Resucitará, sí, mas no para la vi-
da, sino para lo que llama San Juan muerte segunda; no para el gozo
propio de la incorruptela, sino para el dolor y miserias propios de la
corrupción. Así, aquel cuerpo no se consumirá jamás, y al mismo tiem-
po, jamás tendrá parte alguna en los efectos de la incorrupción, antes
sentirá eternamente los efectos propísimos de la corrupción, que son

1 1 Cor. 15, 51.


2 1 Cor. 15, 50.
116 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la pesadez, la fealdad, la inmundicia, la fetidez, y sobre todo, el dolor.


Esto supuesto, componedme ahora estas dos proposiciones.
[195] Primera: Todos los hombres sin distinción resucitarán inco-
rruptos: Pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán inco-
rruptibles 1.
[196] Segunda: No todos los hombres, sino solamente una peque-
ña parte respecto de la otra muchedumbre, poseerá la incorrupción o
la incorruptela: Ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad 2.
[197] Cuando todas estas cosas, que a nuestra pequeñez aparecen
inacordables, se acuerden y compongan de un modo natural, claro y
perceptible, entonces veremos lo que hemos de decir. Entretanto de-
cimos resueltamente que San Pablo no habla aquí, ni puede hablar, de
la resurrección universal. El contexto mismo de todo el capítulo, aun-
que no hubiera otro inconveniente, prueba hasta la evidencia todo lo
contrario. Observadlo todo con atención, especialmente desde el ver-
sículo 41: Una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna, y otra
la claridad de las estrellas; y aun hay diferencia de estrella a estrella
en la claridad. Así también la resurrección de los muertos. Se siembra
en corrupción, resucitará en incorrupción; es sembrado en vileza, re-
sucitará en gloria; es sembrado en flaqueza, resucitará en vigor; es
sembrado cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual… etc. 3.
[198] Ved ahora cómo podéis acomodar todo esto a la resurrección
de todos los hombres, sin distinción de santos e inicuos. Pues ¿de qué
resurrección habla aquí el Apóstol? Habla, amigo, innegablemente,
por más que lo queráis confundir, de aquella misma resurrección de
los santos de que habla a los Tesalonicenses. En uno y otro lugar habla
con los nuevos cristianos, exhortándolos a la pureza y santidad de vi-
da, junto con la fe, y proponiéndoles la recompensa plena en la resu-
rrección. En uno y otro lugar habla únicamente de la resurrección de
santos, cuando venga el Señor. En uno y otro lugar habla de otros san-
tos no muertos, ni resucitados, sino que todavía se hallarán vivos en
aquel día; y por eso añade aquí aquellas palabras: Los muertos resuci-
tarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados 4; las cuales co-
rresponden visiblemente a aquellas otras: Nosotros, los que vivimos,
los que quedamos aquí, seremos arrebatados juntamente con ellos en
las nubes, a recibir a Cristo en los aires 5; porque estos vivos que su-
ben por el aire a recibir al Señor es preciso que antes de aquel rapto
padezcan una grande inmutación.

1 1 Cor. 15, 52.


2 1 Cor. 15, 50.
3 1 Cor. 15, 41-44.
4 1 Cor. 15, 52.
5 1 Tes. 4, 16.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 117

[199] Los intérpretes y demás doctores que tocan este punto no


reconocen otro misterio en las palabras del Apóstol, sino sólo éste: Los
muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados 1,
esto es, todos los muertos, sin distinción de buenos y malos, resucita-
rán incorruptos, y esto en un momento, en un abrir de ojos 2; mas no
todos se inmutarán, ni todos serán glorificados, sino solamente los
buenos. Cierto, amigo, que si el Apóstol no intentó otra cosa que reve-
larnos este secreto, bien podría haber omitido, o reservado para otra
ocasión más oportuna, aquella grande salva que nos hace antes de re-
velarlo: He aquí, os digo un misterio 3. Del mismo modo, podría haber
advertido y remediado con tiempo las inconsecuencias o las contradic-
ciones en que caía. Si éstas no son absolutamente imposibles respecto
de otros doctores, yo pienso que lo son respecto del Doctor y Maestro
de las Gentes. Todo lo cual me persuade eficazmente, y aun me obliga
a creer, que San Pablo no habla aquí de la resurrección universal, sino
sólo y únicamente de la resurrección de los santos, que debe suceder
en la venida del Señor, como se lee en el capítulo 20 del Apocalipsis.
De donde se concluye que la resurrección a un mismo tiempo y una
vez, la resurrección en un momento, en un abrir de ojo 4, de todos los
individuos del linaje humano, no tiene otro verdadero fundamento
que el que tuvo antiguamente el sistema celeste de Tolomeo.

Otros instrumentos

PÁRRAFO 9
[200] Me quedaban todavía algunos otros instrumentos que pre-
sentar; mas veo que me alargo demasiado. No obstante los muestro
como con el dedo, señalando los lugares donde pueden hallarse, y pi-
diendo una juiciosa reflexión. Primeramente, en el salmo 1 leo estas
palabras: Por eso no se levantarán los impíos en el juicio, ni los peca-
dores en el concilio de los justos 5. Este texto lo hallo citado a favor de
la resurrección a un mismo tiempo y una vez; mas ignoro con qué ra-
zón. Esto prueba, dicen, que no hay más que un solo juicio, y por con-
siguiente una sola resurrección. Lo contrario parece que se infiere ma-
nifiestamente, porque si los impíos y pecadores no han de resucitar en
el juicio y concilio de los justos; luego, o no han de resucitar jamás (lo
que es contra la fe), o ha de haber otro juicio en que resuciten, y por
consiguiente otra resurrección. Segundo, en el capítulo 20 del Evange-

1 1 Cor. 15, 52.


2 1 Cor. 15, 52.
3 1 Cor. 15, 51.
4 1 Cor. 15, 52.
5 Sal. 1, 5.
118 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

lio de San Lucas, versículos 35 y 36, leo estas palabras del Señor: Mas
los que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de
los muertos, ni se casarán, ni serán dados en casamiento, porque no
podrán ya más morir, por cuanto son iguales a los ángeles, e hijos
son de Dios, cuando son hijos de la resurrección 1. Si en toda la Escri-
tura divina no hubiera otro texto que este solo, yo confieso que no me
atreviera a citarlo a mi favor; mas este texto, combinado con los otros,
me parece que tiene alguna fuerza más. De él, pues, infiero que en la
venida del Señor, con la cual ha de comenzar ciertamente aquel otro
siglo, habrá algunos que se hallarán dignos de este siglo, y de la resu-
rrección; y habrá otros más, que no se hallarán dignos de este siglo, ni
tampoco de la resurrección; luego habrá algunos que entonces resuci-
tarán, y otros que no resucitarán hasta otro tiempo, que es lo que dice
San Juan: Los otros muertos no entraron en vida, hasta que se cum-
plieron los mil años. Esta es la primera resurrección 2.
[201] Tercero: San Mateo dice que cuando el Señor vuelva del cie-
lo en gloria y majestad, enviará sus ángeles con trompetas y con
grande voz, y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos 3. Estos
electos parece claro que no serán otros sino los santos que han de re-
sucitar. Mas si queréis ver en este mismo lugar los vivos que han de
subir en las nubes a recibir a Cristo, observad lo que luego se dice en el
versículo 40: Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado,
y el otro será dejado 4. Estas dos últimas palabras, ¿qué significan,
qué sentido pueden tener? Si no queréis usar de suma violencia, debe-
réis confesar que aquí se habla manifiestamente de personas vivas y
viadoras, dos en campo, dos en molino, de las cuales, cuando venga el
Señor, unas serán asuntas, o sublimadas y honradas, y otras no: La
una será tomada, y la otra será dejada 5, porque unas serán dignas de
esta asunción, y otras no lo serán, y por eso serán dejadas. La una será
tomada, y la otra será dejada. Diréis que el sentido de estas palabras
es que, de un mismo oficio, estado y condición, unos hombres serán
salvos, y otros no; unos serán asuntos y sublimados a la gloria, y otros
serán dejados por su indignidad. Bien, habéis dicho en esto una ver-
dad, mas una verdad tan general, que no viene al caso. Yo pregunto:
esta verdad general, ¿cuándo tendrá su entero cumplimiento en vues-
tro sistema? ¿No decís que sólo después de la resurrección universal?
Pues, amigo, esto me basta para concluir que las palabras del Señor no
pueden hablar de esa verdad general que pretendéis, ni pueden admi-
tir ese sentido. ¿Por qué? Porque hablan visiblemente de personas, no

1 Lc. 20, 35-36.


2 Apoc. 20, 5.
3 Mt. 24, 31.
4 Mt. 24, 40.
5 Mt. 24, 41.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 119

resucitadas ni muertas, sino vivas y viadoras; hablan de personas que


en aquel día de su venida se hallarán descuidadas, trabajando en el
campo, en el molino, etc. Esta es la verdad particular a que se debe
atender en particular. Confrontad ahora esta verdad con aquella otra:
Descenderá del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán los
primeros; después nosotros, los que vivimos, etc. 1; y me parece que
hallaréis una misma verdad particular en San Pablo y el Evangelio:
Enviará sus ángeles… y allegarán sus escogidos de los cuatro vien-
tos 2; los cuales electos parece que no pueden ser otros sino los mis-
mos que murieron en Cristo, que durmieron por él 3. Lo cual ejecuta-
do, sucederá luego entre los vivos lo que añade el Señor: El uno será
tomado, y el otro será dejado; y lo que añade el Apóstol: Después no-
sotros, los que vivimos, etc.
[202] Cuarto. Leed estas palabras de Isaías: Vivirán tus muertos,
mis muertos resucitarán; despertaos y dad alabanza los que moráis
en el polvo, porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes
(o de los impíos, como se lee en los LXX) la reducirás a ruina. Porque
he aquí que el Señor saldrá de su lugar para visitar la maldad del
morador de la tierra contra él, y descubrirá la tierra su sangre, y no
cubrirá de aquí adelante sus muertos 4. Dicen que este lugar habla de
la resurrección universal, y lo más admirable es que este mismo lugar
sea uno de los citados para probar la resurrección de la carne a un mis-
mo tiempo y una vez. Mas, después de leído y releído todo este lugar,
después de observadas atentamente todas sus expresiones y palabras,
no hallamos una sola que pueda convenir a la resurrección universal,
antes hallamos que todas repugnan. Por el contrario, todas convienen
perfectamente a la resurrección de aquellos solos a quienes se endere-
zan inmediatamente, que son los santos, los electos, los muertos de
Cristo, los que durmieron por Jesús, los degollados por el testimonio
de Jesús y por la palabra de Dios, etc., de que tanto hemos hablado.
Observad, lo primero, que no se habla aquí de cualesquiera muertos,
sino únicamente de los que han padecido muerte violenta, o sea con
efusión de sangre o sin ella. Observad, lo segundo, que tampoco se ha-
bla en general de todos los que han padecido muerte violenta, sino de
aquellos solos que han padecido por Dios, que por eso el mismo Señor
los llama mis muertos. Observad, lo tercero, que la resurrección de és-
tos, de quienes únicamente se habla, deberá suceder cuando el Señor
venga de su lugar para visitar la maldad del morador de la tierra
contra él 5; y entonces, dice el profeta, revelará la tierra su sangre, y

1 1 Tes. 4, 15-16.
2 Mt. 24, 31.
3 1 Tes. 4, 15 y 13.
4 Is. 26, 19 y 21.
5 Is. 26, 21.
120 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

no cubrirá más a sus interfectos, que son los que llama el Señor mis
muertos. Observad, por último, que a estos muertos, de quienes se ha-
bla en este lugar, se les dicen aquellas palabras, ciertamente inacomo-
dables a todos los muertos: Despertaos, los que moráis en el polvo;
porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los
impíos) la reducirás a polvo 1; lo cual concuerda con el texto del Apo-
calipsis: Y las almas de los degollados… vivieron y reinaron con Cristo
mil años 2, y mucho más claramente con aquel otro texto del mismo
Apocalipsis: Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le
daré potestad sobre las Gentes, y las regirá con vara de hierro, y se-
rán quebrantadas como vaso de ollero, así como también yo la recibí
de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana 3. En esta estrella ma-
tutina, piensen otros como quieran, yo no entiendo otra cosa que la
primera resurrección con el principio del día del Señor.
[203] Ultimamente, en el capítulo 6 del Evangelio de San Juan,
leo esta promesa del Señor cuatro veces repetida: Y yo le resucitaré en
el último día 4. Promesa bien singular, que hace Jesucristo, no cierto a
todos los hombres sin distinción, ni tampoco a todos los Cristianos,
sino expresamente a aquellos solos que se aprovecharen de su doctri-
na, de sus ejemplos, de sus consejos, de su muerte, y en especial del
sacramento de su cuerpo y sangre. Ahora, pues: si todos los hombres
sin distinción han de resucitar a un mismo tiempo y una vez, en un
momento, en un abrir de ojo 5, ¿qué gracia particular se les promete a
éstos con quienes se habla? ¿No es el mismo Señor el que ha de resuci-
tar a todos los hombres? Si sólo se les promete en particular la resu-
rrección a la vida, tampoco esta gracia será tan particular para ellos
solos, que no la hayan de participar otros muchísimos, con quienes
ciertamente no se habla, como son los innumerables que mueren des-
pués del bautismo, antes de la luz de la razón; y fuera de éstos, todos
aquéllos que a la hora de la muerte hallan espacio de penitencia, ha-
biendo antes vivido muy lejos de Cristo y ajenísimos de su doctrina. Si
todos éstos también han de resucitar para la vida eterna, ¿qué gracia
particular se promete a aquéllos?
[204] Los instrumentos que hemos presentado en esta diserta-
ción, si se consideran seriamente y se combinan los unos con los otros,
nos parecen más que suficientes para probar nuestra conclusión, es a
saber: que Dios tiene prometido en sus Escrituras resucitar a otros
muchos santos, fuera de los ya resucitados antes de la general resu-
rrección; por consiguiente, la idea de la resurrección de la carne, a un

1 Is. 26, 19.


2 Apoc. 20, 4.
3 Apoc. 2, 26-28.
4 Jn. 6, 39-40, 44, 55.
5 1 Cor. 15, 52.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 121

mismo tiempo y una vez, en un momento, en un abrir de ojo 1, es una


idea tan poco justa, que parece imposible sostenerla. Esto es todo lo
que por ahora pretendemos, y con esto queda quitado el segundo em-
barazo que nos impedía el paso, y resuelta la segunda dificultad.

1 1 Cor. 15, 52.


Capítulo 7
Tercera dificultad.
Un texto del símbolo de San Atanasio.
Trátase del juicio de vivos. Disertación

PÁRRAFO 1
[205] Me acuerdo bien, venerado amigo Cristófilo, que en otros
tiempos (cuando yo tenía el honor de comunicaros mis primeras ideas,
y de consultaros sobre ellas) me propusisteis esta dificultad, como una
cosa tan decisiva en el asunto, que debía hacerme mudar de pensa-
mientos. Del mismo modo me acuerdo que, como vuestra dificultad me
halló desprevenido, pues hasta entonces no me había ocurrido al pen-
samiento, me hallé no poco embarazado en la respuesta. Ahora que he
tenido tiempo de pensarlo, voy a responderos con toda brevedad. Como
la dificultad es obvia, en especial respecto de los sacerdotes, que mu-
chas veces al año dicen este símbolo, me es necesario no disimularla.
[206] Fúndase, pues, en aquellas palabras del símbolo que llaman
de San Atanasio: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos. A cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus
mismos cuerpos, y han de dar cuenta de sus acciones. Estas palabras,
me decíais, deben entenderse como suenan, en su sentido propio, ob-
vio y literal; ni hay razón para sacarlas de este sentido, cuando todas
las cosas que se dicen en este símbolo son verdaderas en este mismo
sentido obvio y literal. Antes de responder de propósito a esta dificul-
tad, os advierto una cosa no despreciable, que puede sernos de alguna
utilidad, es a saber, que aunque todas las cosas que contiene este sím-
bolo son verdaderas y de fe divina, como que son tomadas, parte del
símbolo apostólico, parte de algunos concilios generales que así las
explicaron, con todo esto, algunos teólogos que tocaron este punto no
admiten ni reconocen por legítima y justa aquella expresión de que se
usa en el mismo símbolo: Porque así como la alma racional y la carne
es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo Cristo. Este así co-
mo, o esta similitud, dicen que no puede admitirse sin gran impropie-
dad 1. La razón es ésta: porque el alma racional y la carne de tal suerte

1 La paridad solamente se llama impropia, por cuanto no es perfectamente cabal la semejanza;

pues los extremos carne y alma jamás pueden concebirse separados; y no así los extremos Dios y
hombre, pues, no suponiéndose la encarnación, bien puede estar el uno sin el otro.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 123

son y componen al hombre, que la una sin la otra no pueden natural-


mente subsistir, subsistiendo el hombre. La carne se hizo para el alma,
y el alma para la carne. La carne nada puede obrar sin el alma, y el al-
ma, en cuando es sensitiva y animal (como lo es esencialmente), en es-
te sentido nada puede obrar sin la carne. La carne sin el alma se des-
hace y convierte en polvo, y el alma sin la carne queda en un estado de
violencia natural, como privada de la facultad sensitiva, o del uso de
esta facultad, que no le es menos propia y natural que la intelectual.
[207] Por el contrario, Dios de tal manera es hombre, y el hombre
de tal manera es Dios, que sin violencia alguna natural pudo muy bien
subsistir Dios eternamente sin hacerse hombre, y del mismo modo pu-
do subsistir el hombre sin la unión hipostática con Dios en la persona
de Cristo. Luego aquella expresión o similitud: Porque así como la al-
ma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un so-
lo Cristo, se debe mirar como muy impropia, y por consiguiente no se
debe admitir sin restricción. Si yo dijese ahora lo mismo de aquella
otra expresión: A cuya venida; si dijese que no es tan natural y tan jus-
ta, ni tan conforme a las Escrituras, que no se pudiera sustituir otra
mejor, ¿dijera en esto alguna cosa falsa? Lo cierto es que ni aquélla ni
ésta son expresiones tomadas de aquellos concilios generales de donde
se tomó la sustancia de la doctrina, sino que son puestas por elegancia,
y según la discreción particular del que, o de los que ordenaron este
símbolo en la forma que ahora lo tenemos, entre los cuales no entra,
según varios críticos, San Atanasio, sino cuando más como defensor
acérrimo de estas verdades contra los herejes de su tiempo. Con esta
respuesta bastantemente justa, quedaba concluida nuestra disputa.
[208] No obstante, si queréis y porfiáis que las palabras a cuya
venida, se entiendan como suenan y con todo el rigor imaginable, yo
os lo concedo, amigo, sin gran dificultad. Soy enemigo de disputas inú-
tiles, que las más veces confunden la verdad, en lugar de aclararla. No
por eso penséis que no pudiera negar vuestra demanda, y negarla jus-
tamente, siendo tan visible la inconsecuencia y aun la ridiculez de esta
pretensión que pide el sentido obvio y literal para la expresión del
símbolo, sin conceder este sentido a las expresiones más claras, más
vivas, más circunstanciadas, más repetidas de la divina Escritura. Con
todo eso vuelvo a decir que concedo sin gran dificultad el sentido lite-
ral y obvio para la expresión de que vamos hablando, mas con esta
condición, no menos justa que fácil, y por eso del todo indispensable,
esto es, que se me conceda la misma gracia del sentido literal y obvio
para cuatro palabras que preceden inmediatamente a la misma expre-
sión. ¿Cuáles son estas? Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a
los muertos 1. Estas cuatro palabras no sólo son del símbolo de San

1 SÍMBOLOS APOSTÓLICO Y CONSTANTINOPOLITANO.


124 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Atanasio, sino también, sin faltarles una sílaba, del símbolo de los
Apóstoles, y de otros lugares de la Escritura; por tanto merecen un po-
co de más equidad.
PÁRRAFO 2
[209] Admitida, pues, esta condición, y concedida esta gracia o es-
ta justicia, yo pregunto ahora: ¿Qué sentido queréis darle a la expre-
sión: A cuya venida? Diréis que lo que suenan las palabras obvia y li-
teralmente, lo que entiende luego al punto cualquiera que las lee: que
al venir el Señor del cielo, al llegar ya a la tierra, instante antes o des-
pués, sucederá la resurrección universal de todos los hijos de Adán, sin
quedar uno solo: A cuya venida todos los hombres han de resucitar. Y
a aquéllas otras cuatro palabras que preceden inmediatamente a éstas:
Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, ¿qué sentido
les daréis, haciendo la misma gracia? Diréis del mismo modo que el
que suena, y nada más; esto es, que el mismo Señor ha de venir en
persona, cuando sea su tiempo, a juzgar a los vivos y a los muertos.
Óptimamente. Conque, según esto, tenemos estas dos proposiciones,
ambas verdaderas en su sentido obvio y literal.
[210] Primera. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a
los vivos y a los muertos.
[211] Segunda. Al venir Jesucristo del cielo a la tierra sucederá en
ésta la resurrección universal de todos los hijos de Adán.
[212] Paréceme, señor mío, que todos los dialécticos juntos, des-
pués de haber unido toda la fuerza de sus ingenios, no son capaces de
conciliar estas dos proposiciones de modo que no peleen entre sí, y
que no se destruyan mutuamente. Vedlo claro.
[213] Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos
y a los muertos. Esta es la primera proposición, y ésta la verdad que
contiene claramente. De aquí se sigue esta consecuencia forzosa y evi-
dente: luego después que Jesucristo venga a la tierra, no sólo ha de ve-
nir a juzgar a los muertos, sino también a los vivos, pues a esto viene;
luego después que venga a la tierra, no sólo ha de hallar muertos, sino
también vivos a quienes juzgar. Si halla vivos a quienes juzgar, y en
efecto los juzga después de su venida, pues viene a juzgarlos, pues es-
tos vivos no pudieron resucitar a su venida, pues se suponen vivos y no
muertos, y sólo los muertos pueden resucitar; si no resucitaron ni pu-
dieron resucitar a su venida; luego es evidentemente falsa la segunda
proposición, pues afirma que todos los hijos de Adán, sin excepción,
han de resucitar a la venida del Señor: A cuya venida todos los hom-
bres han de resucitar 1.

1 SÍMBOLO DE SAN ATANASIO.


PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 125

[214] Y si queréis que ésta sea la verdadera, luego es evidentemen-


te falsa la primera proposición, pues afirma que el mismo Señor ha de
venir a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos 1; lo que no puede
ser, por haber resucitado todos a su venida, y por consiguiente por ha-
ber muerto todos, sin quedar uno solo vivo antes de su venida.
[215] No pudiendo, pues, conciliarse entre sí estas dos proposicio-
nes enemigas, no pudiendo ser ambas verdaderas en su sentido obvio
y literal, es necesario e inevitable que alguna ceda el puesto. Y en este
caso, ¿cuál de las dos deberá ceder? ¿Os parece decente, os parece to-
lerable, que por defender la expresión a cuya venida, que ni la pusie-
ron los Apóstoles, ni tampoco la ha puesto algún concilio general, se
haga ceder el puesto a un artículo de fe, claro y expreso en el símbolo
apostólico, símbolo que la Iglesia cristiana recibió inmediatamente de
sus primeros maestros, que desde entonces hasta hoy día ha conserva-
do siempre puro, y que pone en las manos a sus hijos, luego que tienen
uso de razón? Pues ¿qué sentido razonable, que no sea violento, sino
propio, obvio y literal, le daremos? Amigo, aquel sentido de que es ca-
paz y que solo puede admitir, aquél que solo se conforma con su pro-
pio contexto: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
A cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus mismos
cuerpos. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y
a los muertos, a cuya venida, o con ocasión de su venida (como una
condición sin la cual no), resucitarán todos los hombres, unos luego al
punto en un momento, en un abrir de ojo, que son todos aquellos san-
tos de quienes hemos hablado en la disertación precedente, y los de-
más a su tiempo, cuando también oyeren la voz del Hijo de Dios. Si es-
te sentido no os contentare mucho, como es fácil de creerlo, pensad
otro que os sea más obvio y literal, con tal que sea compatible o no
destruya la verdad de la primera proposición, la que, en todo caso y a
toda costa, se debe salvar, aunque sea con la propia vida.

PÁRRAFO 3

[216] No ignoro, señor, lo que a esto me podéis responder, y vues-


tros pensamientos en este punto particular no son tan ocultos que no
puedan adivinarse. Paréceme, pues, que os veo actualmente con algún
poco de inquietud, pensativo algunos instantes, y otros muy afanado en
revolver teólogos y registrar catecismos, para saber lo que dicen sobre
el juicio de vivos y muertos. No hay duda que esta diligencia es buena y
laudable, y deberemos esperar que halléis por este medio alguna hones-
ta composición entre aquellas dos proposiciones enemigas. Si queréis,
no obstante, ahorrar algún trabajo, y serviros del que yo he practicado,

1 SÍMBOLOS APOSTÓLICO Y CONSTANTINOPOLITANO.


126 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ved aquí en breve lo que se halla sobre el asunto en los mejores teólo-
gos, y lo que de ellos han tomado los catecismos. La dificultad debe ser
muy grande, pues para resolverla se han dividido en cuatro opiniones o
modos de pensar, todas cuatro diversas entre sí, pero que convienen y
se reúnen perfectamente en un solo punto, esto es, en negar a nuestro
artículo de fe (por lo que dice de vivos) su sentido obvio, propio y lite-
ral; en hacerle la mayor violencia para que ceda el puesto a su sistema, y
si me es lícito hablar así, en no admitir dicho artículo de fe, si no cede, si
no se inclina, si no se deja acomodar al mismo sistema. Os parecerá es-
to algún hipérbole, y no obstante lo vais a ver.
[217] La primera sentencia, y la más plausible por su ingenioso in-
ventor, aunque no por esto lo han seguido muchos, dice que por vivos
se entiendan todos los que actualmente vivían en el mundo cuando los
Apóstoles ordenaron el símbolo de fe; y por muertos los que ya lo eran
desde Abel hasta aquel tiempo. Y como este símbolo se había de decir
en la Iglesia en todos los siglos, años y días que durase el mundo,
siempre se ha dicho, y siempre se dirá con verdad, que Jesucristo ha
de venir a juzgar a los que han vivido, viven y vivirán, y a los que antes
de estos hubiesen muerto; por consiguiente a los vivos y a los muertos.
Me parece que esta sentencia, mirada atentamente, lo que quiere decir
en buenos términos es esto solo: que la palabra vivos que pusieron los
Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, es una palabra del todo inútil, que
pudiera haberse omitido sin que hiciese falta; que bastaba haber pues-
to la palabra muertos, pues con ella sola estaba dicho todo, y con mu-
cha mayor claridad y brevedad. Supongamos por un momento que los
Apóstoles hubiesen omitido la palabra vivos, y puesto solamente la pa-
labra muertos; en este caso, según el discurso de este doctor, nos que-
daba entero y perfecto nuestro artículo de fe, del mismo modo que
ahora lo tenemos, sólo con este simple discurso: Jesucristo ha de venir
del cielo a la tierra a juzgar solamente a los muertos; estos muertos
fueron en algún tiempo vivos, pues sin esto no pudieran ser ni llamar-
se muertos; luego Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar
a los vivos y a los muertos 1.
[218] La segunda sentencia dice que por vivos se entienden, o
como dice el cardenal Belarmino en su catecismo grande, se pueden
también entender todos aquellos que actualmente se hallaren vivos
cuando venga el Señor, los cuales morirán luego consumidos con el di-
luvio de fuego que debe preceder a su venida. Óptimamente. ¿Y éste es
el juicio de vivos que nos enseñan los Apóstoles? Sí, señor; en esta sen-
tencia éste es el juicio de vivos, y no hay aquí otro misterio que esperar:
Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos. Vendrá del cielo a la tierra a
juzgar a los vivos, nos dicen los Apóstoles; y esta sentencia nos pone y

1 SUÁREZ, t. 1 in 2ª part., dist. 50, s. 2; LUGO, De fide, dist. 13, s. 4, nº 108.


PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 127

nos supone muertos a todos los hombres, y hechos polvo y ceniza antes
que el Señor llegue a la tierra. Si cuando llega a la tierra los halla muer-
tos a todos, luego no halla vivos, luego no viene a juzgar a los vivos,
pues ya no hay tales vivos que puedan ser juzgados, luego la palabra vi-
vos es una palabra no sólo inútil, sino incómoda y perjudicial; y los
Apóstoles hubieran hecho un gran servicio al sistema de los doctores
omitiendo esta palabrita, que no es sino una verdadera espina, y bien
aguda. La tercera sentencia, indigna a mi parecer de ser recibida de
otro modo que o con risa o con indignación, dice que por vivos se en-
tienden las almas, y por muertos los cuerpos; así: Jesucristo ha de ve-
nir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos, no quiere
decir otra cosa, sino que ha de venir a juzgar a las almas y a los cuerpos.
Y como cuando venga ya halla resucitados a todos los hombres, y por
consecuencia, unidas todas las almas con sus cuerpos propios en una
misma persona, le será necesario dividir otra vez esta persona, y por
consiguiente matarla otra vez para pedir cuenta primero al alma, y des-
pués al cuerpo, como si el cuerpo fuese algo sin el alma. ¡Oh filosofía
verdaderamente admirable! ¡Oh, a lo que obliga una mala causa!
[219] Resta, pues, la cuarta sentencia comunísima, y casi universal
en los teólogos y catecismos, es a saber, que por vivos y muertos se en-
tienden buenos y malos, justos y pecadores. No me preguntéis, amigo,
sobre qué fundamento estriba esta sentencia tan común, porque yo no
puedo saberlo, pues no lo hallo en sus mismos autores. Como este pun-
to lo tocaron tan de prisa, como si tocaran un hierro sacado de la fra-
gua, no era posible que se detuviesen mucho tiempo en examinarlo con
toda la atención y prolijidad que habíamos menester. Yo no hallo otra
cosa, sino que se cita por este modo de pensar la autoridad de San
Agustín, y éste es el fundamento en que pretenden dejarla sólidamente
asegurada. Aunque San Agustín lo hubiese así pensado, aunque lo hu-
biese realmente asegurado y enseñado, ya veis cuán poca fuerza nos
debía hacer su parecer, sin otro fundamento, contra la verdad clara y
expresa de un artículo de fe. Mas ¿será cierto esto? ¿Será cierto y seguro
que este máximo doctor de la Iglesia creyese y enseñase determinada-
mente que el juicio de vivos y muertos, en la venida del Mesías, no quie-
re decir otra cosa que juicio de buenos y malos, de justos y pecadores?
[220] Yo lo había creído así sobre la buena fe de los que lo citan;
mas habiendo leído a San Agustín en el mismo San Agustín, habiendo
leído los lugares de este santo a que nos remiten, y tal que otro, donde
toca el mismo punto, estoy enteramente asegurado de que San Agustín
no enseñó tal cosa, ni la tuvo por cierta, ni de sus palabras se puede in-
ferir esto. A dos lugares de San Agustín nos remiten los doctores de es-
ta sentencia; el primero es el libro Sobre la fe y el símbolo, capítulo 8.
El segundo es el Enchiridion o manual, capítulo 4. En estos dos luga-
res es cierto que el santo doctor toca el punto brevísimamente; mas
128 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

también es cierto que nada determina ni toma partido. En el primero


dice: Creemos que de allí ha de venir, en tiempo oportunísimo, y que
ha de juzgar a los vivos y a los muertos, ya se signifiquen con estos
nombres los justos y pecadores, o ya los que ha de encontrar en el
mundo antes de la muerte, que se llaman vivos 1. Dice en el segundo
lugar: El juzgar a los vivos y a los muertos puede interpretarse de dos
maneras: o entendiendo por vivos los que aquí aún no han muerto, y
que hallará en su venida toda una viviendo en esta nuestra carne, y
por vivos a los justos, y por muertos a los pecadores 2.
[221] Por estos dos lugares de San Agustín, a que nos remiten los
autores de esta cuarta sentencia, se ve claramente que el santo doctor
nada determina, sino que dice muy de paso y sin tomar partido, o lo
uno o lo otro; o vivos, tomada esta palabra como suena, y como la to-
man todos, esto es, los que viven con vida corporal como la nuestra; o
tomada solamente por semejanza, y aplicada a la vida de la gracia con
que viven los justos en cuanto justos. Mas estos doctores nada de esto
nos dicen, sino que San Agustín entendió por vivos a los justos, y por
muertos a los pecadores. Conque este fundamento único con que se
pretende asegurar esta sentencia, cae de suyo o desaparece del todo,
por confesión del mismo San Agustín en los mismos lugares citados.
[222] Aquí se debe repetir que este santo doctor no tomó partido
cierto en estos dos lugares, en donde dice que por vivos no deben en-
tenderse solamente los justos, como pensó Diodoro, sino los hombres
vivos que el Señor ha de hallar en su venida, los cuales deberán tam-
bién morir a su tiempo como todos los otros: Creemos (son sus pala-
bras) que lo que decimos en el símbolo, que en la venida del Señor han
de ser juzgados los vivos y los muertos, no sólo significa los justos y
pecadores, como piensa Diodoro, sino también se entienden por vivos
aquellos que se han de hallar en carne, y que aún se reputan por
mortales 3. Yo creo firmemente lo que aquí se dice (sea este libro de
San Agustín o no), no tanto por lo que dice este o el otro doctor, sino
porque sólo esto es conforme a lo que me dice el símbolo de mi fe. Las
otras sentencias, tengan los patronos o defensores que tuvieren, las
tengo por improbables y por falsas, porque no son conformes, sino
muy repugnantes y contrarias, al mismo artículo de fe.
PÁRRAFO 4
[223] Verdaderamente que es cosa bien extraña, y para mí incom-
prensible, la gran facilidad y satisfacción con que los doctores más sa-
bios y religiosos han repugnado, y aun echado en olvido, este artículo

1 SAN AGUSTÍN, De fide et symbolo, c. 8.


2 SAN AGUSTÍN, Enchiridion seu de fide, spe et charitate, c. 55.
3 SAN AGUSTÍN (autor incierto), De ecclesiasticis dogmatibus, c. 8.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 129

de nuestro símbolo, habiéndolo sacado con fuerza abierta de aquella


base fundamental en que lo pusieron los Apóstoles. ¿Qué otra cosa es
negarle su sentido literal, y pasarlo ya a éste, ya al otro sentido, según
la voluntad o el ingenio de cada uno, sino quitarle la base firme en que
solo puede mantenerse, para que caiga en tierra? Hágase lo mismo con
los otros artículos del símbolo, y no es menester otra máquina para
arruinar todo el edificio del cristianismo. ¿Por qué, pues, se hace con
este solo, lo que no se hace ni se puede hacer con ninguno de los otros
artículos de fe? Los mismos teólogos convienen, y con suma razón, en
que los artículos contenidos en el símbolo se deben entender a la letra,
así como suenan, porque sólo así y no de otra suerte son artículos de
fe. ¿Quién, pues, les ha dado facultad para exceptuar este solo de esta
regla general?
[224] Dicen que no es necesaria para la salud la fe y confesión ex-
plícita de este artículo del símbolo, en cuanto a la palabra vivos; que
ninguno tiene obligación de saber de cierto lo que significa esta pala-
bra; que basta creer en general que todos los hombres sin excepción
han de ser juzgados por Jesucristo cuando vuelva del cielo. Preguntad-
les ahora si podremos hacer lo mismo con los otros artículos del sím-
bolo, y no sé qué puedan responder, guardando consecuencia. Si no
hay obligación de saber lo que significa en el símbolo la palabra vivos,
que parece tan clara, tampoco habrá obligación de saber lo que signifi-
ca la palabra muertos, ni lo que significa la palabra la resurrección de
la carne 1, ni lo que significa nació de santa María virgen 2, ni lo que
significa fue crucificado, muerto y sepultado 3; o deberá darse la dis-
paridad.
[225] Yo bien considero sin dificultad que el saber el verdadero
significado de la palabra vivos, o tener ideas claras del juicio de vivos,
de que tanto nos hablan las Escrituras, no es obligación necesaria res-
pecto del común de los fieles. ¿Cómo lo han de saber éstos si no lo
oyen? ¿Y cómo oirán sin predicador? 4. Me parece cosa durísima ex-
tender también esta indulgencia a todas aquellas personas que tienen
la llave de la ciencia, pues tratan las Escrituras. Y ya que se les conceda
la misma indulgencia que al común de la plebe, debían a lo menos de-
jar quieto el artículo de vivos; debían no tocarlo, ni mucho menos ha-
cerle tanta fuerza para inclinarlo a otros sentidos; debían enseñar a los
fieles que lo crean aunque no lo entiendan; debían abstenerse de dar-
nos a entender, como lo hacen en buenos términos, que la palabra vi-
vos nada significa, que es inútil, y pudiéramos pasar muy bien sin ella.

1 SÍMBOLOS APOSTÓLICO Y CONSTANTINOPOLITANO.


2 Ibíd.
3 Ibíd.
4 Rom. 10, 14.
130 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

No digo que lo enseñen así expresamente; mas ¿qué otra cosa es bus-
carle a esta palabra otro y otros sentidos acomodaticios, impropios,
violentos y aun ridículos, sin reparar en nada, y negarle solamente su
propio y natural sentido? ¿Os parece, amigo, que esta breve palabra se
puso en el símbolo sin inspiración, sin enseñanza, sin mandato expre-
so del Espíritu santo? ¿Os parece que el entenderla o no entenderla es
cosa de poca o ninguna consecuencia?
PÁRRAFO 5
[226] Parece cierto que los doctores lo piensan así, pues nos excu-
san de la obligación de saber y creer lo que significa en particular la
palabra vivos. Mas yo no puedo pensarlo así, porque veo en los mis-
mos doctores las extrañas y terribles consecuencias que se han seguido
necesariamente de sólo no admitir en su propio sentido esta palabrita
que parece nada. Sí, parece nada, y tiene una grande y estrecha rela-
ción con casi toda la Escritura en orden a la segunda venida del Señor.
Parece nada, y es una luz clarísima que alumbra en los pasos más os-
curos y difíciles de la misma Escritura. Parece nada, y es una llave
maestra que abre centenares de puertas. Esta es la verdadera razón, si
bien se considera, porque se ven precisados los intérpretes, aun los
más literales, a usar de toda aquella fuerza y violencia tan notoria en la
exposición de la divina Escritura, valiéndose de todo su ingenio, de su
erudición, de su elocuencia, para inclinarla donde ella repugna el in-
clinarse. Este parece el verdadero origen de todos aquellos sentidos,
tantos y tan diversos, de que tanto se usa o se abusa en la exposición
de la Escritura. Esta parece la verdadera razón de la mayor parte de
aquellas reglas, o cánones innumerables, que se han establecido como
ciertos y como necesarios, según dicen, para la inteligencia de la santa
Escritura, y quizá dijeran mejor, para no entenderla jamás. Todo o casi
todo, a mi parecer, ha dependido de aquí; de no haber hecho el aprecio
y el honor tan debido a la palabra vivos; de no haber querido entender
esta palabra como la entienden todos, esto es, los que viven; de no ha-
ber querido separar los muertos de los vivos; de no haber querido
creer, según las Escrituras, que ha de haber un juicio de vivos (o lo
que es lo mismo, un reino de Cristo sobre los vivos) diferentísimo del
juicio de los muertos, o del reino del mismo Cristo sobre los muertos,
tanto como difieren los muertos de los vivos.
[227] No es menester gran talento ni gran penetración, sino un
poco de estudio con reflexión y sin preocupación, para conocer, sin
poder dudarlo, que una gran parte de la Escritura santa, en lo que es
profecía, habla claramente del juicio de vivos, y del reino de Cristo so-
bre los vivos. A este juicio, o a este reino, se enderezan casi todas las
profecías, y en él se terminan como en un objeto principal; pues del
juicio de muertos sólo se habla con claridad en el nuevo Testamento.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 131

Mas como el juicio de vivos se halla en los doctores tan mezclado o


confundido con el juicio de muertos, que parece uno solo, es una con-
secuencia necesaria que se halle en los mismos doctores confundida e
impenetrable una gran parte de la misma Escritura. Quien tuviere al-
guna práctica en la lección y estudio de los expositores, entenderá lue-
go al punto lo que acabo de decir; quien no la tuviere, pensará que de-
liro o que sueño; mas de esto último, ¿qué caso deberemos hacer?
Dadme, amigo mío, quien crea fiel y sencillamente, como nos lo ense-
ña la religión cristiana, que después de la venida del Señor y Rey Jesu-
cristo ha de haber en esta nuestra tierra un juicio de vivos; dadme
quien no confunda este juicio de vivos con el de los muertos; dadme
quien al uno y al otro juicio les conceda de buena fe lo que a cada uno
le es propio y peculiar; y con esto solo, sin otra diligencia, tiene enten-
dida la mayor parte de la Escritura sagrada. Con esto solo entiende
muchísimos lugares de los Profetas, que parecen la misma oscuridad.
Con esto solo entiende muchos o los más de los Salmos, que parecen
enigmas impenetrables. Con esto solo entiende muchos lugares difíci-
les de San Pedro y San Pablo, del Apocalipsis y aun de los Evangelis-
tas, los cuales lugares, según nos aseguran los mismos doctores, no se
pueden entender sino en sentido alegórico o anagógico; que es lo mis-
mo que decir que no se pueden ni se podrán jamás entender, o que só-
lo se entenderán allá en el cielo.
Capítulo 8
Cuarta dificultad.
Un texto del Evangelio

PÁRRAFO 1
[228] En el Evangelio de San Mateo se leen estas palabras del Se-
ñor: Y cuando viniere el Hijo del Hombre en su majestad, y todos los
ángeles con él, se sentará entonces sobre el trono de su majestad. Y
serán todas las gentes ayuntadas ante él, y apartará los unos de los
otros, como el pastor aparta las ovejas de los cabritos. Y pondrá las
ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda. Entonces dirá el
Rey a los que están a su derecha, etc. 1.
[229] Este lugar del Evangelio es uno de los grandes fundamentos,
si acaso no es el único, en que estriba y pretende hacerse fuerte el sis-
tema ordinario. Porque lo primero, dicen, aquí se habla conocidamen-
te del juicio universal, y aún se describe el modo y circunstancias con
que se hará. Lo segundo, en este lugar se dice expresamente que el jui-
cio universal de que se habla, se hará entonces, esto es, cuando viniere
el Hijo del Hombre en su majestad: modo de hablar que junta, une y
ata estrechamente un suceso con otro, y por consiguiente no da lugar,
antes destruye enteramente todo espacio considerable de tiempo entre
la venida del Señor, y el juicio y resurrección universal.
[230] De manera que, según la propiedad del texto sagrado, o se-
gún la pretensión de los doctores, cuando el Señor venga a la tierra,
entonces se sentará en el trono de su majestad; entonces, esto es, luego
inmediatamente se congregarán en su presencia todas las gentes ya re-
sucitadas; entonces se hará la separación entre buenos y malos, po-
niendo aquéllos a la diestra y éstos a la siniestra; entonces se dará la
sentencia en favor de los unos, porque hicieron obras de caridad, y en
contra de los otros, porque no las hicieron; entonces finalmente se eje-
cutará la sentencia, yendo unos al cielo, y otros al infierno, y todo ello
se hará en este mismo día en que el Señor llegare.
[231] Para resolver esta gran dificultad, y hacer ver la debilidad
suma de este gran fundamento, casi no nos era necesaria otra diligen-
cia que repetir aquí lo que acabamos de decir sobre el texto del símbo-

1 Mt. 25, 31-34.


PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 8 133

lo de San Atanasio. Siendo la dificultad la misma en sustancia de am-


bos lugares, la solución de la una se puede fácilmente acomodar a la
otra. La única diferencia que acaso podrá notarse entre uno y otro lu-
gar es ésta: que la expresión a cuya venida, es ciertamente puesta por
manos de hombres; mas esta otra del Evangelio, y cuando viniere, es
de la boca del mismo Hijo de Dios, que es la suma verdad. Pero esta
diferencia, grande a la verdad, se recompensa sobradamente con sólo
advertir dos cosas bien fáciles de notar. La primera, que todo este lu-
gar del Evangelio (y todo entero del capítulo 25 de San Mateo) no pue-
de admitir otro verdadero sentido que el que es propio de una parábo-
la, pues en realidad lo es tanto como las dos que la preceden inmedia-
tamente en el mismo capítulo. La segunda advertencia, no menos ne-
cesaria ni menos fácil, es ésta: que aun concediendo que el lugar del
Evangelio de que hablamos no sea una parábola, sino una verdadera
profecía y una descripción del juicio universal, no por eso se podrá
concluir legítimamente que todo aquello que allí se anuncia para des-
pués de la venida de Cristo, deba suceder luego inmediatamente, sin
que quede lugar y tiempo suficiente para otras muchísimas cosas, no
menos grandes y notables, que están anunciadas en las Escrituras para
el mismo tiempo que debe seguirse después que venga el mismo Cristo
en gloria y majestad. Estos dos puntos debemos considerar ahora bre-
vemente, mas con atención y seriedad.
PÁRRAFO 2
[232] Todo el texto del Evangelio que empieza: Y cuando viniere
el Hijo del Hombre, hasta el fin del capítulo de San Mateo, decimos,
en primer lugar, que es una verdadera parábola, no menos que las dos
que la preceden inmediatamente. Por consiguiente, así ésta como
aquéllas no pueden admitir otro sentido que el que es propio de una
parábola, es a saber, no la semejanza misma de que se usa, sino aquel
objeto o aquel fin particular y determinado a que se endereza. Este ob-
jeto o fin particular es evidentemente el mismo en estas tres parábolas,
y tal vez por esto las pone el Evangelista seguidas y unidas en un mis-
mo capítulo, sin decirnos una sola palabra que indique alguna diferen-
cia, como que todas tres se encaminan al mismo fin y contienen en
sustancia la misma doctrina, esto es, exhortar a todos los creyentes, en
especial a los pastores, a las obras de caridad, a la vigilancia, al fervor,
a la práctica constante de las máximas, de los preceptos y de los conse-
jos evangélicos, proponiendo para esto, en general y brevísimamente,
así las recompensas como los castigos que cuando vuelva a la tierra ha
de dar a cada uno según sus obras.
[233] Así, aunque en estas tres parábolas, y en algunas otras, ha-
bla el Señor de su venida; aunque habla, y parece que habla en algunas
134 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

del juicio universal, mas no es éste su objeto directo e inmediato, no


pretende directamente referir su venida ni las circunstancias de ella, ni
el modo con que se ha de hacer el juicio universal, etc.; estas cosas las
toca de paso y sólo indirectamente, en cuanto conducen a la doctrina,
que es su fin principal. De lo demás que, según las Escrituras, ha de
acompañar y seguir su venida, prescinde el Señor en este lugar, así
como prescinde en todas las otras parábolas, diciendo solamente lo
que basta para el fin que directamente pretende, que es la doctrina. En
todas las parábolas donde indirectamente habla de su venida en gloria
y majestad, es fácil reparar que no siempre habla del mismo modo;
unas veces concluye el discurso de un modo, otras de otro; unas veces
usa de una similitud, otras de otra; unas veces, aunque pocas, parece
que sólo habla del juicio universal, como si no tuviese otra cosa que
hacer después de su venida; otras, y son las más o casi todas, parece
que habla de personas no muertas, sino vivas, ni resucitadas, sino via-
doras, que hallará cuando venga, especialmente aquéllas a quienes de-
jó encomendada su familia o grey. Reparad, entre otras parábolas, en
la de las diez vírgenes, la de los talentos, la de los siervos que deben
velar para abrir la puerta prontamente a su Señor a cualquiera hora
que llegare, pues no saben a qué hora llegará. Todas estas parábolas y
otras semejantes se concluyen sin dejarnos idea alguna expresa y clara
del juicio universal.
[234] En el Evangelio de San Lucas se lee una parábola endereza-
da a aquéllos que pensaban que, llegando el Señor a Jerusalén, a don-
de actualmente iba a padecer, luego al punto se manifestaría el reino
de Dios: Con ocasión (dice) de estar cerca de Jerusalén, y porque
pensaban que luego se manifestaría el reino de Dios 1. A éstos, pues,
les dijo el Señor: Un hombre noble fue a una tierra distante para re-
cibir allí un reino, y después volverse. Y habiendo llamado a diez de
sus siervos, les dio diez minas, y les dijo: Traficad entretanto que
vengo. Mas los de su ciudad le aborrecían, y enviando en pos de él
una embajada, le dijeron: No queremos que reine éste sobre nosotros.
Y cuando volvió después de haber recibido el reino, etc. 2. Ved ahora
lo que hace este rey cuando vuelva, recibido el reino, y no hallaréis
idea alguna del juicio universal. Lo primero que hace es premiar a los
siervos que negociaron con el talento, dando a uno el gobierno de diez
ciudades, y a otro de cinco; castigar a uno de ellos, que lo tuvo ocioso
aunque no lo perdió, quitándoselo; y después de esto, mandar traer y
matar en su presencia a aquellos enemigos suyos que no lo habían
querido por rey: Y en cuanto a aquellos mis enemigos, que no quisie-
ron que yo reinase sobre ellos, traédmelos acá, y matadlos delante de

1 Lc. 19, 11.


2 Lc. 19, 12-15.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 8 135

mí 1. ¿Halláis en todo esto alguna idea de resurrección de muertos, o


de juicio universal? ¿No halláis por el contrario otra idea infinitamente
diversa? ¿Cómo ha de dar a sus siervos el gobierno de cinco o de diez
ciudades en el juicio universal, cuando todas las ciudades del mundo
están ya reducidas a ceniza? ¿Cómo ha de matar a sus enemigos, que
no lo quisieron por rey, cuando estos enemigos, como todos los demás
hijos de Adán, han muerto, han resucitado, y ya se hallan en estado de
inmortalidad? Diréis, sin duda, que todo esto es hablar en parábolas o
semejanzas, las cuales, para que lo sean, no es necesario que corran en
todo, sino sólo en aquel punto particular a que se enderezan. Y yo,
confesando que tenéis razón, os pido la misma advertencia para el lu-
gar del Evangelio de que hablamos: Cuando viniere el Hijo del hom-
bre, entonces, etc. 2.

PÁRRAFO 3
[235] Si queréis, no obstante, que este lugar del Evangelio no sea
una verdadera parábola; si queréis que sea una profecía, una noticia,
una descripción, así de la venida del Señor como del juicio universal,
yo estoy muy lejos de empeñarme mucho por la parte contraria; esto
sería entrar en una disputa embarazosa y de poquísima o ninguna uti-
lidad. Si yo la llamo parábola, es porque la hallo puesta entre otras pa-
rábolas, y porque leído el texto con todo su contexto, me parece todo
dicho por semejanza, no por propiedad; ni parece verosímil que el
juicio universal se haya de reducir a aquello poco que aquí dice el Se-
ñor, ni que todos los buenos por una parte y todos los malos por otra
hayan de ser juzgados y sentenciados sólo por la razón que allí se
apunta; ni tampoco que los unos y los otros hayan de decir en realidad
aquellas palabras: Señor ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento,
etc.? 3. Y que el Señor les haya de responder: En cuanto lo hicisteis a
uno de estos mis pequeñitos, a mí me lo hicisteis; y en cuanto no lo hi-
cisteis, ni a mí lo hicisteis 4.
[236] Con todo eso, yo estoy pronto a concederos sobre este punto
particular todo cuanto quisiereis. No sea esto una parábola, sino una
profecía que anuncia directamente la venida del Señor y el juicio uni-
versal. Aun con esta concesión gratuita y liberal, ¿qué cosa se puede
adelantar? Jesucristo dice que cuando venga, entonces se sentará en
el trono de majestad; entonces se congregarán delante de él las gentes;
entonces separará los buenos de los malos, poniendo aquéllos a su
diestra y éstos a su siniestra; entonces alabará a los unos, y los llamará

1 Lc. 19, 27.


2 Mt. 25, 31.
3 Mt. 25, 44.
4 Mt. 25, 40 y 45.
136 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

a la vida eterna, y reprenderá a los otros, condenándolos al fuego eter-


no. Bien, todo esto es cierto, y todo se concede sin dificultad; mas ¿qué
consecuencia pensáis sacar de aquí? ¿Luego cuando venga Jesucristo
en gloria y majestad, sucederán luego al punto todas estas cosas?
¿Luego en aquel día (que los Profetas, y San Pedro y San Pablo, llaman
el día del Señor, y que según vuestra extraña inteligencia deberá ser
un día ordinario de diez o doce horas), luego en este día no habrá que
hacer otras cosas, sino sólo éstas? ¿Y las que anuncian para ese mismo
día casi todos los Profetas, y las que anuncian muchos, y tal vez los
más de los Salmos, y las que anuncia el Apocalipsis en los tres últimos
capítulos, éstas no podrán tener lugar en aquel día, éstas deberán ser
excluidas por la palabra entonces? Cierto que es ésta una consecuencia
o un modo de discurrir bien singular.
[237] Como si dijéramos: mil lugares de la Escritura anuncian cla-
ra y expresamente mil cosas grandes y admirables que deben suceder
en el día del Señor, después que venga a la tierra en gloria y majestad.
Ahora, entre estos lugares hay uno que, hablando de la venida del Se-
ñor, pone luego el juicio universal, sin hacer mención de otra cosa in-
termedia; pues dice: Cuando viniere, etc.; luego después que venga el
Señor no hay otra cosa que hacer, sino el juicio universal; luego esas
mil cosas que anuncian esos mil lugares de la Escritura, por claras y
expresas que parezcan, deberán echarse a otros sentidos, por impro-
pios y violentos que sean, pues no hay tiempo para que sucedan des-
pués de la venida del Señor. Por consiguiente, la palabra entonces de-
berá explicar mil lugares claros de la Escritura, y no ser explicada por
ellos. Consecuencia durísima y despótica, contra la que claman y dan
gritos todas las leyes de la justicia.
[238] Pues ¿qué sentido propio, verdadero y conforme a las Escri-
turas, le podremos dar a la palabra entonces, y a todo el texto del
Evangelio? Para responder en breve a esta pregunta, no me ocurre
otro modo más fácil que el uso de alguna semejanza o ejemplo, que
suele valer mucho más que un prolijo discurso. Leed el capítulo 9 del
Génesis, y hallaréis allí (versículo 20) que cuando Noé salió del arca
después del diluvio, comenzó a labrar la tierra y plantó una viña, y be-
biendo el vino se embriagó 1. Oíd ahora mi bella inteligencia de estas
palabras. Noé salió del arca al amanecer del día 27 de abril, y junto con
él todos sus prisioneros, y habiendo en primer lugar adorado a Dios,
ofreciéndole su sacrificio, se puso luego a labrar la tierra por no estar
ocioso; aquella misma mañana, ayudado de sus tres hijos, plantó una
viña, a la tarde hizo su vendimia, y antes de anochecer ya estaba bo-
rracho. ¿Qué os parece, amigo, de mi inteligencia? ¿Halláis qué re-
prender en ella, guardando consecuencia? Consideradlo bien.

1 Gen. 9, 20-21.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 8 137

[239] Yo no negaré que es bien reprensible, por infinitamente gro-


sera. Cualquiera que lee seguidamente este lugar del Génesis, conoce
al punto que el historiador sagrado va a referir directamente y de pro-
pósito lo que sucedió por ocasión de la embriaguez de Noé, esto es, las
bendiciones y maldiciones (o por hablar con más propiedad, las pre-
dicciones y profecías) que pronunció, ya en pro, ya en contra de su
posteridad, a favor de sus dos hijos Sem y Jafet, y en contra de Cam, y
mucho más de su nieto Canaán. Para referir todo esto de un modo cla-
ro y circunstanciado, como buen historiador, era necesario decir pri-
mero, en breve, que el justo Noé en cierta ocasión se propasó inocen-
temente en la bebida, y realmente se embriagó; segundo, que ya en
aquel tiempo había vino en el mundo; tercero, que también había viña;
cuarto, que esta viña no era de las antediluvianas, sino que el mismo
Noé la había plantado por sus manos. De todo esto era necesario hacer
mención como en un brevísimo compendio, para referir lo que el mis-
mo Noé habló en profecía luego que despertó de su sueño. Apliquemos
ahora la semejanza: Jesucristo, en esta especie de parábola, va direc-
tamente a dar una doctrina, va a exhortar a los hombres a las obras de
misericordia con sus prójimos: éste es su asunto principal. Para que
esta exhortación tenga mejor efecto, les da una idea general del juicio
universal, proponiéndoles con suma viveza y naturalidad así el premio
como el castigo que deben esperar los que hacen o no hacen obras de
misericordia. Mas para dar esta idea general del juicio universal, para
contraer esta idea general a su intento particular, le era necesaria al-
guna preparación; le era necesario decir en breve, y como de paso, que
él mismo había de venir otra vez a la tierra en gloria y majestad; que
cuando viniese, entonces se había de sentar en el solio de su majestad;
que había de congregar todas las gentes en su presencia, etc. Mas todo
esto que aquí apunta el Señor brevemente, ¿sucederá luego al punto
que llegue a la tierra? ¿Todo se ejecutará en el espacio de doce o de
veinticuatro horas? Pues ¿cómo se cumplirán las Escrituras? 1. ¿Cómo
se podrán verificar tantas otras cosas que hay en la Escritura, reserva-
das visiblemente para aquel mismo día o tiempo que debe comenzar
en la venida del Señor? ¿Estas también no son dictadas por el mismo
Espíritu de verdad?
[240] En suma, todas las expresiones y palabras del texto del
Evangelio de que hablamos son verdaderas, son propias, son naturales
y perfectamente acomodadas a su fin. Cuando viniere… se sentará en-
tonces 2, y entonces serán todas las gentes ayuntadas, y apartará los
unos de los otros 3, entonces dirá, etc. 4. Del mismo modo son verda-

1 Mt. 26, 54.


2 Mt. 25, 31.
3 Mt. 25, 32.
4 Mt. 25, 34.
138 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

deros, y deben verificarse en aquel mismo día, todos los anuncios de


los Profetas, y todas cuantas cosas hay en el Antiguo y Nuevo Testa-
mento, claramente reservadas para este día. Para concordar ahora
unas cosas con otras, para entenderlas todas con gran facilidad, y para
darles a todas y a cada una de ellas el lugar que les pertenece, sólo falta
una cosa, según parece, del todo necesaria, es a saber, que no estre-
chemos tanto el día del Señor como lo hace el sistema ordinario, sino
que le demos sin temor alguno toda aquella grandeza y extensión que
le es tan debida, según las Escrituras. Con esto solo tendremos tiempo
para todo.
Capítulo 9
Ultima dificultad

[241] El Apóstol San Pedro, hablando del día del Señor, dice que
vendrá este día repentinamente, cuando menos se pensare, y añade
que en él habrá un diluvio de fuego tan grande y tan voraz, que los
elementos mismos se disolverán, y la tierra y todas las obras que hay
en su superficie se abrasarán y consumirán. Vendrá, pues, como la-
drón el día del Señor, en el cual pasarán los cielos con grande ímpetu,
y los elementos con el calor serán deshechos, y la tierra y todas las
obras que hay en ella serán abrasadas 1. Si esto es verdad, no te-
nemos que esperar en el día del Señor, ni el cumplimiento de lo que
parece que anuncian para entonces las profecías, ni tampoco el juicio
de vivos, entendida esta palabra como suena; pues no es posible que
quede algún viviente después de un incendio tan universal que ha de
abrasar toda la superficie de la tierra. Por consiguiente, así el juicio de
vivos, como todas las otras profecías, no pueden entenderse según la
Escritura, sino en otros sentidos muy diversos del que parece obvio y
literal.
[242] Para resolver esta gran dificultad, que se ha mirado como
decisiva en el asunto, no tenemos que hacer otra diligencia que leer
con más atención el texto mismo de San Pedro sin salir de él. Se pre-
gunta: ¿San Pedro dice aquí que en la venida del Señor, o al venir el
Señor del cielo a la tierra, sucederá este incendio universal? Ni lo dice,
ni lo anuncia, ni de sus palabras y modo de hablar se puede inferir una
novedad tan grande y tan contraria a las ideas que nos dan todas las
Escrituras. Lo que únicamente dice es que sucederá en el día del Se-
ñor, que es cosa infinitamente diversa; y esto sin determinar si será al
principio, o al medio, o al fin de este mismo día. Vendrá, pues, como
ladrón el día del Señor: en el cual, etc. 2. Ahora, amigo, si todavía pen-
sáis que el día del Señor, de que habla San Pedro, y de que hablan casi
todos los Profetas, es algún día natural de doce o veinticuatro horas, os
digo amigablemente que no pensáis bien. Esta inteligencia pudiera pa-
recer a alguno muy semejante a aquella otra inteligencia mía, sobre el
día en que Noé salió del arca, en el cual día preparó la tierra, plantó
una viña, hizo la vendimia, bebió del vino, y se embriagó.

1 2 Ped. 3, 10.
2 Ibíd.
140 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[243] El día del Señor, de que tanto hablan las Escrituras, no hay
duda que comenzará con la venida del cielo a la tierra del Rey de los re-
yes. Con esta venida, o con el personaje que viene después de haber re-
cibido el reino 1, con todo el principado sobre sus hombros 2, amanece-
rá ciertamente y tendrá principio el día de su virtud en los esplendores
de los santos, como se anuncia en el salmo 109: Contigo está el princi-
pado en el día de tu poder entre los resplandores de los santos 3; mas
el día del Señor, que entonces amanecerá, no hay razón alguna que nos
obligue a medirlo por horas y minutos; antes por el contrario, toda la
divina Escritura nos da voces contra esta idea, y nos propone otra infi-
nitamente diversa, como iremos viendo en adelante. Toda ella nos ha-
bla de la venida del Señor como de una época la más célebre de todas, a
que debe seguirse un tiempo sumamente diverso de todos los que hasta
entonces habrán pasado; el cual tiempo se llama frecuentemente en los
Profetas, el día del Señor 4, aquel día 5, aquel tiempo 6, el siglo venide-
ro 7. Por tanto, en ese día, en ese tiempo, en ese siglo venturo, habrá sin
duda algún tiempo sobrado, para que se verifique plenamente todo
cuanto está escrito, y todo como está escrito 8. Habrá tiempo para el
juicio de vivos de que nos habla y nos manda creer el símbolo de nues-
tra fe; habrá tiempo para todos los anuncios de los Profetas de Dios; y
habrá tiempo para que se verifique plenamente lo que dice San Pedro 9,
y todo dentro del mismo día sin salir de él. San Agustín dice: No se sa-
ben los días que durará este juicio; pero ninguno que haya leído las
Escrituras, por poco que se haya versado en ellas, dejará de saber que
al tiempo llama la Escritura día 10.
[244] Volved un poco los ojos al capítulo 2 del Apocalipsis, y allí
hallaréis (versículo 9) que San Juan habla también del fuego que ha de
llover del cielo, enviado de Dios; mas este suceso lo pone al fin de su
día de mil años: Cuando fueren acabados los mil años, en los cuales
mil años (sea número determinado o indeterminado) ha habido tiem-
po más que suficiente para las muchas y grandes cosas que nos anun-
cian clarísimamente las Escrituras. Esta es toda la solución de esta di-
ficultad, ni hay para que detenernos más en este punto. Otras dificul-
tades iguales o mayores que puedan oponerse, esperamos resolverlas a
su tiempo conforme fueren ocurriendo.

1 Lc. 19, 15.


2 Is. 9, 6.
3 Sal. 109, 3.
4 Sof. 1, 14.
5 Secuencia del Oficio de Difuntos.
6 Dan. 12, 1.
7 Heb. 6, 5.
8 Mt. 26, 24.
9 2 Ped. 3, 10.
10 SAN AGUSTÍN, De civitate Dei, lib. 20, c. 1.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 9 141

Adición

[245] Por lo que acabamos de decir, no pretendemos negar que


haya de haber fuego del cielo en la venida misma del Señor, pues así lo
hallamos expreso en algunos lugares de la Escritura, especialmente en
el salmo 96: Fuego irá delante de él, y abrasará alrededor a sus ene-
migos. Alumbran sus relámpagos la redondez de la tierra: violos la
tierra, y fue conmovida. Los montes como cera se derritieron a la vis-
ta del Señor, a la vista del Señor toda la tierra 1. Este texto, en espe-
cial las últimas palabras, parece que suenan a un diluvio universal de
fuego, que debe preceder inmediatamente a la venida del Señor; mas
es bien advertir: lo primero, que estas últimas palabras, a la vista del
Señor toda la tierra, que son las que tienen más apariencia, no se leen
así en las otras versiones, sino: de toda la tierra; y así tienen otro sen-
tido diverso: no es toda la tierra la que fluye como cera a la vista y pre-
sencia del Señor, sino los montes son los que fluyen en presencia del
Señor de toda la tierra, dice la perífrasis caldea; de la presencia del
semblante del Señor toda la tierra, dice la antiquísima versión arábi-
ga; fuera de que ésta es conocidamente una expresión figurada, como
la del salmo siguiente: Los ríos aplaudirán con palmadas, juntamente
los montes se alegrarán a la vista del Señor, porque vino a juzgar la
tierra 2; y la del salmo 113: Oh montes, saltasteis de gozo como carne-
ros; y vosotros, collados, como corderos de ovejas 3.
[246] Lo segundo y principal que se debe advertir es que, así el
texto citado como todo el contexto de este salmo, nos da una idea muy
ajena de fuego universal. Desde las primeras palabras empieza convi-
dando a la tierra, y a muchas islas de ella, a que se alegren y regocijen
con la noticia del reino próximo del Señor: El Señor reinó, regocíjese
la tierra, alégrense las muchas islas 4. Esta alegría es claro que no
compete a la tierra, ni a las islas insensibles, sino sólo a los vivientes
que en ellas habitan; mas aunque la tierra y las islas fuesen capaces de
alegría, ¿cómo podrán alegrarse, esperando por momentos un diluvio
de fuego que les debe hacer fluir como cera? En el salmo antecedente
acaba de decir, hablando de la venida del Señor: Alégrense los cielos, y
regocíjese la tierra; conmuévase el mar, y su plenitud; se gozarán los
campos, y todas las cosas que en ellos hay. Entonces se regocijarán
todos los árboles de las selvas a la vista del Señor, porque vino, por-

1 Sal. 96, 3-5.


2 Sal. 97, 8-9.
3 Sal. 113, 6.
4 Sal. 96, 1.
142 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que vino a juzgar la tierra. Juzgará la redondez de la tierra con equi-


dad, y los pueblos con su verdad 1. ¿Cómo se compone esta exaltación
de campos y árboles, sólo por la noticia de que van a ser devorados por
el fuego? Todas estas reflexiones nos obligan a creer que no puede ser
universal el fuego de que se habla en este salmo, que debe preceder a
la venida del Señor 2, sino que es un fuego particular, enderezado so-
lamente a los enemigos, como sigue inmediatamente diciendo: Fuego
irá delante de él, y abrasará alrededor a sus enemigos 3.
[247] Esta misma idea se nos da en el libro de la Sabiduría, donde
hablando de la terribilidad del día del Señor contra los impíos, dice en-
tre otras cosas: Y aguzará su inexorable ira como a lanza, y peleará
con él todo el universo contra los insensatos. Irán derechamente los
tiros de los rayos, y como de un arco bien entesado de las nubes serán
arrojados, y resurtirán a lugar cierto 4. ¿Qué necesidad había de esta
dirección de rayos a lugar cierto y determinadas personas, si el fuego
hubiese de ser como un diluvio universal? En el salmo 17 se habla de la
misma manera contra los enemigos de Cristo en el día de su venida:
Inclinó los cielos, y descendió; (y apareció su gloria) y oscuridad de-
bajo de sus pies. Y subió sobre querubines, y voló; voló sobre alas de
viento. Y se ocultó en las tinieblas, como en un pabellón suyo (este ta-
bernáculo me parece que no es otra cosa sino sus santos que vienen
con él); a su contorno agua tenebrosa en las nubes del aire. Por el
resplandor de su presencia se deshicieron las nubes en pedrisco y
carbones de fuego… Y envió sus saetas, y los desbarató; multiplicó
relámpagos, y los aterró, etc. 5. Es claro que todo este aparato es con-
tra los enemigos, y nada más.
[248] ¿Cómo es posible que sea un diluvio universal de fuego el
que viene con Cristo o le precede, cuando al venir el Señor en gloria y
majestad, se convidan todas las aves a una grande cena, que Dios les
prepara con los cadáveres de todos aquellos enemigos suyos, que mu-
rieron con la espada que sale de la boca del que estaba sentado sobre
el caballo? 6. ¿Cómo es posible que las aves se regalen en efecto con
estos cadáveres: Y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos 7,
ni que haya quedado ave alguna en el mundo, después de un diluvio
universal de fuego? ¿Cómo es posible que sea éste un fuego universal,
cuando por Ezequiel se hace el mismo convite, no sólo a las aves, sino
a todas las bestias feroces, para la misma cena que Dios les prepara?

1 Sal. 95, 11-13.


2 Sal. 96, 3.
3 Sal. 96, 3.
4 Sab. 5, 21-22.
5 Sal. 17, 10-13, 15.
6 Apoc. 19, 21.
7 Apoc. 19, 21.
PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 9 143

Pues tú, hijo del hombre, esto dice el Señor Dios: Di a todo volátil, y a
todas las aves, y a todas las bestias del campo: Venid juntos, apresu-
raos y corred de todas partes a mi víctima que yo os ofrezco… Come-
réis las carnes de los fuertes, y beberéis la sangre de los príncipes de
la tierra 1. ¿Cómo es posible (por abreviar) que sea éste un fuego uni-
versal, cuando por Isaías se dice que, aún después de aquel terrible
día, quedarán todavía en la tierra algunos hombres vivos, aunque no
muchos? 2. Y más abajo dice que serán tan pocos como si algunas po-
cas aceitunas, que quedaron, se sacudieran de la oliva, y algunos re-
buscos después de acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y
darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la grite-
ría desde el mar 3. Pudiera aquí citar otros lugares de la Escritura, mas
¿para qué, cuando éstos han de ir saliendo en adelante a centenares y
aun a millares?

1 Ez. 39, 17-18.


2 Is. 24, 6.
3 Is. 24, 13-14.
Parte Segunda
Observación de algunos
fenómenos particulares
sobre la Profecía de
Daniel, y venida del
Anticristo
Introducción

[1] Hechos los preparativos que nos han parecido necesarios, qui-
tados los principales embarazos, y con esto aclarado el aire suficien-
temente, parece ya tiempo de empezar a observar muchos fenómenos
grandes y admirables que, o se ocultaban del todo entre las nubes, o
sólo se divisaban confusamente, se empiezan ya a descubrir con clari-
dad, y se dejan ver con todo esplendor. Sólo faltan ojos atentos e im-
parciales que, poniendo aparte toda preocupación, quieran mirarlos y
remirarlos con la debida formalidad; que quieran detenerse algunos
instantes en el examen de cada uno en particular, en la combinación
de los unos con los otros, y en la contemplación de todo el conjunto.
Esto es lo que ahora deseamos hacer.
[2] Para facilitar en gran parte este trabajo, y asegurarnos más un
buen suceso, nos ha parecido conveniente, no sólo llevar muy presente
nuestro sistema propuesto en el capítulo cuarto de la primera parte,
sino también, y en primer lugar, el sistema ordinario de los doctores,
procurando sacar de él todo el fruto que es capaz de dar, y hacerlo ser-
vir, aunque sea mal de su grado, al conocimiento de la verdad. Dos
manos nos ha dado Dios, como dos ojos y dos oídos, es decir, que po-
demos sin gran trabajo tomar en ambas manos ambos sistemas, y he-
cha la observación exacta y fiel de algún fenómeno particular, ver y oír
la explicación que da, o puede dar, el uno de los dos sistemas, reser-
vando, como es razón y justicia, el otro ojo y el otro oído para el otro
sistema. Si después de vista, oída y examinada seriamente la explica-
ción que da a la cosa propuesta el uno de los sistemas, no se hallare
tan propia, tan clara, tan natural, como la que da el otro sistema, antes
por el contrario, se hallare violenta, oscura, embarazosa y tal vez ma-
nifiestamente fuera del caso, etc., entonces tocará a los jueces justos
dar la sentencia definitiva. Este método, como el más simple de todos,
parece también el más a propósito para el fin único que nos hemos
propuesto, que es el descubrir la verdad y el fruto de la misma verdad,
que a todos debe igualmente aprovechar. No perdamos más tiempo, y
empecemos nuestras observaciones.
Fenómeno 1
La estatua de cuatro metales
del capítulo 2 de Daniel

Preparación
PÁRRAFO 1
[3] Propongo este punto en primer lugar, por ser una de las más
ilustres profecías que se hallan en toda la divina Escritura, cuyo perfecto
cumplimiento, exceptuando la última circunstancia, vemos ya con nues-
tros propios ojos, y debiéramos mirar con una religiosa admiración. Re-
preséntase aquí el Profeta de Dios, debajo de la figura de una estatua
grande y de aspecto terrible, compuesta de cuatro diferentes metales,
cuatro reinos o imperios grandes y célebres, que en diversos tiempos ha-
bían de afligir al mundo y dominarlo. A cada uno de ellos se le pone su
distintivo propio y peculiar, para que por él pueda conocerse con toda
certidumbre. Represéntase del mismo modo el fin y término de todos
estos reinos, el cual debe suceder con la caída de cierta piedra, que por sí
misma, sin que nadie la tire, se ha de desprender de un monte, y volar
directamente hacia los pies de la estatua; a cuyo golpe terrible e impro-
viso se quebrantan al punto, y se desmenuzan, no solamente los pies, so-
bre quienes cae, sino junto con ellos todas las otras partes de la estatua,
reduciéndose toda ella a una leve ceniza que desaparece con el viento.
En consecuencia de este gran suceso, la piedra misma que hirió la esta-
tua crece y se hace un monte tan grande, que ocupa y cubre toda la tierra.
Tú, oh Rey, veías, y te pareció como una grande estatua; aquella es-
tatua grande, y de mucha altura estaba derecha enfrente de ti, y su vis-
ta era espantosa. La cabeza de esta estatua era de oro muy puro, mas el
pecho y los brazos de plata, y el vientre y los muslos de cobre, las pier-
nas de hierro, y la una parte de los pies era de hierro, y la otra de ba-
rro. Así la veías tú, cuando sin mano alguna se desgajó del monte una
piedra e hirió la estatua en sus pies de hierro y de barro, y los desme-
nuzó. Entonces fueron asimismo desmenuzados el hierro, el barro, el
cobre, la plata y el oro, y reducidos como a tamo de una era de verano,
lo que arrebató el viento, y no parecieron más; pero la piedra que ha-
bía herido la estatua se hizo un grande monte e hinchió toda la tierra 1.

1 Dan. 2, 31-35.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 149

[4] La explicación que da el Profeta mismo a toda esta visión se re-


duce a esto: que los cuatro metales de que la estatua se compone signi-
fican cuatro imperios o reinos, que unos tras de otros han de ir apare-
ciendo en el mundo, y haciendo en él un gran ruido y una gran figura.
El primero, simbolizado por la cabeza de oro, lo señala con su propio
nombre, diciendo que es aquel mismo que acababa de fundar Nabuco-
donosor con sus prodigiosas y rápidas conquistas, y de que el mismo
Nabuco era actualmente la cabeza. Los otros tres no los nombra, sólo
dice que el segundo reino será de plata, y por consiguiente menor que
el primero, el tercero de bronce, que mandará sobre la tierra, y el cuar-
to de hierro mezclado con greda, etc. Tú, pues, eres la cabeza de oro. Y
después de ti se levantará otro reino menor que tú, de plata, y otro
tercer reino de cobre, el cual mandará toda la tierra. Y el cuarto reino
será como el hierro, etc. 1. En su lugar iremos copiando lo que resta del
texto de esta gran profecía, conforme fuere necesario.
[5] En ella tenemos que examinar dos puntos que creemos de una
suma importancia. Así nuestro examen debe ser atento y prolijo, sin
dejar pasar por alto la más mínima circunstancia. El primero es la re-
partición que hasta ahora se ha hecho de estos cuatro reinos, si es jus-
ta y conforme al texto y a la historia o no; si debemos pasar por ella o
repugnarla. En suma, debemos conocer estos reinos célebres, y seña-
larlos por sus propios distintivos sin salir un punto del texto sagrado.
Este conocimiento claro e individual nos es absolutamente necesario
para poder observar el segundo punto y entenderlo bien, es a saber:
¿Qué piedra es ésta que ha de caer a su tiempo sobre los pies de la es-
tatua, y convertirla toda en polvo y ceniza? ¿Si esta piedra ha caído ya
del monte, o debemos todavía esperarla? Por consiguiente, ¿si ya ha
sucedido en el mundo lo que debe seguirse después de que caiga según
la profecía, esto es, la fundación de otro reino sobre toda la tierra inco-
rruptible y eterno?

Se propone y examina la repartición


que hasta ahora ha corrido de estos cuatro reinos

PÁRRAFO 2
[6] La admiración que siempre me ha causado esta repartición, en
que veo que todos convienen, a lo menos cuanto a la sustancia, me ha
hecho también pensar muchísimas veces cuál puede haber sido la ver-
dadera causa que ha obligado a los doctores a unirse en este parecer, no
obstante que lo repugna tanto, no sólo la Escritura divina, sino también

1 Dan. 2, 38-40.
150 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la historia y la experiencia misma. Os diré, amigo, simplemente lo que


se me ofrece: tal vez lo tomaréis a mal, mas ¿quién podrá detener la
palabra una vez concebida? 1. La causa en sustancia, y guardada toda
aquella proporción que se debe guardar en la semejanza, me parece la
misma que tuvo Herodes para degollar a los inocentes; quiero decir, el
miedo y pavor del reino de Cristo. Este reino con todas las circunstan-
cias tan claras y tan individuales que señala esta profecía, y que se halla
en millares de otras, como iremos observando, este reino, digo, no lo
pueden sufrir en su sistema; los turba, los asusta, y tal vez los hace en-
trar en cierta especie de furor, el cual, aunque religioso y santo, no por
eso deja de ocasionar la muerte a muchos inocentes, esto es, a tantos
lugares de la Escritura, a quienes se quita con tan manifiesta violencia
su sentido propio y literal, con que sólo pueden vivir.
[7] Este reino, vuelvo a decir, repugna terriblemente a todas sus
ideas. No es posible admitirlo sino en sentido metafórico, o puramente
espiritual. Aun así es necesario llegar a algunos malos pasos, y ver el
modo o de pasarlos, o de evitarlos; lo cual también repugna a las mis-
mas ideas, tómese el partido que se tomare. Por ejemplo: el tiempo en
que debe comenzar el último reino, que según expresa la profecía, debe
ser cuando la estatua caiga al golpe de la piedra, y se reduzca toda a pol-
vo y ceniza, y esto tampoco se puede componer, ni aun en sentido espi-
ritual, con las ideas ordinarias. ¿Qué se hará pues, para poder salir de
un embarazo tan terrible? No se ha hallado otro expediente, por más
que se ha buscado por los mayores ingenios, que invertir un poco el or-
den de los cuatro reinos figurados en la estatua, repartirlos de modo
que no hagan mucho daño, olvidar del todo, como si no se viesen, algu-
nas circunstancias bien notables, y con esto ir preparando insensible-
mente el camino para colocar el quinto reino, donde pareciere menos
incómodo, y para espiritualizarlo del todo. Pienso que apenas entende-
réis lo que acabo de decir, mas no tardaré mucho en explicarme.
[8] Otra cosa quisiera deciros en el asunto, muy semejante a un
enigma. Paréceme que nuestros doctores han contado los cuatro
reinos que figura la estatua, en esta forma: primero, cuarto, tercero,
segundo. Explícome. En el primer reino no hay dificultad ni tampoco
interés de consideración, claramente lo señala el Profeta, y es el único
que señala por su propio nombre, diciendo que es aquel reino celebé-
rrimo fundado por Nabucodonosor, y de quien él mismo era actual-
mente la cabeza: Tú, pues, eres la cabeza de oro. Conocido este primer
reino, antes de conocer perfectamente los dos siguientes, parece que
les arrebató toda la atención lo que se dice del cuarto, figurándose que
era, sin duda alguna, el imperio romano, así por tal cual seña equívoca
que pudieron acomodarle, como por la persuasión en que estaban (fal-

1 Job 4, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 151

sa a la verdad) de que el imperio romano había de durar hasta el fin


del mundo. Creyendo, pues, buenamente que ya tienen conocidos dos
reinos, esto es, el primero y el cuarto, faltaba conocer los dos interme-
dios; mas como entre el imperio romano y el que fundó Nabuco no se
hallaba otro claro y cierto que el de los Griegos, pareció un buen expe-
diente dividir el primero por dos partes bien desiguales, llamando a la
parte menor el reino de los Babilonios o Caldeos, y a la otra mayor el
reino de los Persas. Así se empezó a hacer en el siglo de Teodosio el
grande, cuando el imperio romano estaba en tanta grandeza y esplen-
dor, que parecía incorruptible y eterno, y así ha corrido hasta nuestros
tiempos por las razones que luego veremos, con lo cual sale bien la
cuenta enigmática, uno, cuatro, tres, dos.
[9] Consideremos ahora brevemente el orden de estos cuatro rei-
nos como se halla en los doctores, mas sin perder de vista el texto de la
profecía. El primer reino, dicen, es el de los Babilonios o Caldeos, cuyo
fundador fue Nabuco, a quien sucedió su hijo Evilmerodac, y a éste
Baltasar, en quien el reino tuvo fin. Lo más común es confundir a Evil-
merodac con Baltasar, haciendo de los dos una sola persona, y en caso
que esto sea verdad, que parece muy lejos de serlo, sólo hubo dos re-
yes, padre e hijo en el primer reino. ¡Qué reino tan corto! ¡Parece que
debía durar mucho más siendo de oro, y oro óptimo! La cabeza (dice
el texto) era de oro muy puro. Ahora pregunto yo: este primer reino, a
quien llaman de los Babilonios o Caldeos, ¿se limitó solamente a la
Caldea? Es evidente que no. En la Caldea estaba la corte del reino, que
era la gran ciudad de Babilonia; mas su dominación se extendía a to-
dos cuantos reinos particulares, principados y señoríos había entonces
en el Asia, entrando en este número todo el Egipto. Sin recurrir a la
historia profana, la misma Escritura divina nos lo dice claramente en
profecía y en historia. Todos los pueblos de la Siria, Mesopotamia, Pa-
lestina, Tiro, Egipto, las Arabias, etc., eran conquistados por Nabuco;
la Media y la Persia, aunque tuviesen sus príncipes particulares e in-
mediatos, mas todas reconocían al gran rey de Babilonia por príncipe
supremo, y como a tal le obedecían y tributaban vasallaje. Los cautivos
que sacó este príncipe de Jerusalén y Judea, no sólo fueron conduci-
dos a Babilonia y a otras ciudades de Caldea, sino también a la Media y
a la Persia, como a provincias del imperio. De los que fueron a la Me-
dia nos habla todo el libro de Ester (si acaso es cierto que Asuero era
rey de Media). De los que fueron a Persia nos dice dos palabras el libro
segundo de los Macabeos: Cuando nuestros padres (son sus palabras)
fueron llevados a la Persia. Todas estas noticias nos servirán bien
presto. Pasemos adelante.
[10] El segundo reino, figurado en el pecho y brazos de plata de la
estatua, dicen que fue el de los Persas, los cuales unidos con los Me-
dos, bajo las dos cabezas de Darío Medo y Ciro Persa, conquistaron a
152 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Babilonia, y hechos dueños del imperio se coronaron uno después de


otro en la misma ciudad de Babilonia. No se detienen mucho en una
gran dificultad que luego salta a los ojos, es a saber, que este nuevo
reino (que llaman de los Persas, para distinguirlo del de los Caldeos), o
creció y se hizo mucho mayor por la agregación de los Medos y Persas,
o a lo menos quedó tan grande como estaba, si esta agregación no se
hizo entonces, sino que ya estaba hecha en tiempo de Nabuco; y no
obstante la profecía dice que el segundo reino será menor que el pri-
mero: Y después de ti se levantará otro… menor que tú, de plata. A
esta gran dificultad responden en breve diciendo que el verdadero sen-
tido de estas palabras es que el segundo reino será menor, no en ex-
tensión ni en gente, sino en valor y gloria militar. Y como si esto mis-
mo, aun prescindiendo de la suma violencia de este sentido, no se pu-
diese revocar en duda y convencer de falso, pasan adelante con gran
satisfacción, tanto, que un intérprete de los más clásicos se pone de
propósito a probar con grande aparato de erudición, que la Persia fue
antiguamente muy rica en minas de plata, y por eso es aquí simboliza-
da por este metal. Y la Caldea, que no tenía minas de oro, ¿por qué se
simboliza por el oro?
[11] El tercer reino, figurado en el vientre y muslos de bronce de la
estatua, quieren que sea el de los Griegos, fundado por Alejandro. Mas
¿cómo? ¿Al reino de los Griegos, conocidamente el menor de todos, le
compete el distintivo particular que señala el Profeta al tercer reino,
esto es, que mandará sobre toda la tierra? 1. Diréis necesariamente
que sí, haciéndome observar por todo fundamento aquellas palabras
de la Escritura que, hablando de Alejandro, dice: Calló la tierra delan-
te de él; mas lo primero, estas palabras hablan de Alejandro, no del
reino de los Griegos; ni de Alejandro se puede decir con propiedad que
fundó el reino de los Griegos, sino que destruyó el de los Persas. Lo se-
gundo: estas palabras de la Escritura no dicen que Alejandro imperó
sobre toda la tierra, sino que la tierra calló en su presencia, expresión
vivísima para explicar el terror y espanto que causó Alejandro en toda
la tierra comprendida en el imperio de los Persas, por donde anduvo
como un rayo, arruinándolo todo, sin que nadie le resistiese. En ade-
lante examinaremos más de propósito el distintivo particular del ter-
cer reino de bronce, y se lo daremos a quien alegare mejor derecho.
[12] Finalmente, el cuarto reino de hierro mezclado con greda, di-
cen que no puede ser otro que el imperio romano, del cual se verifica
propiamente lo que dice la profecía del reino cuarto: Y el cuarto reino
será como el hierro. Al modo que el hierro desmenuza y doma todas
las cosas, así desmenuzará y quebrantará a todos éstos 2. Hasta aquí

1 Dan. 2, 39.
2 Dan. 2, 40.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 153

no había dificultad; la semejanza se podía muy bien acomodar al im-


perio romano, si el texto de la profecía se acabase aquí; si no diese
otras señales y distintivos propios del cuarto reino, que no pueden
competer al imperio romano. Lo que se sigue del texto sagrado es el
gran trabajo; y ésta es sin duda la verdadera causa de variar tanto los
doctores en la explicación o acomodación de estas cosas al imperio
romano, como que la dificultad es grande, y necesita de discurso e in-
genio. Ved aquí el texto todo entero, pues luego hemos de volver a él.
Y el cuarto reino será como el hierro. Al modo que el hierro des-
menuza y doma todas las cosas, así desmenuzará y quebrantará a
todos éstos. Y lo que viste de los pies y de los dedos, una parte de ba-
rro de alfarero, y otra parte de hierro: el reino será dividido, el cual
no obstante tendrá origen de vena de hierro, según lo que has visto
de hierro mezclado con tiesto de barro. Y los dedos de los pies en par-
te de hierro, y en parte de barro cocido: en parte el reino será firme,
y en parte quebradizo. Y el haber visto el hierro mezclado con el tiesto
de barro: se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el
uno con el otro, así como el hierro no se puede ligar con el tiesto. Mas
en los días de aquellos reinos el Dios del cielo levantará un reino que
no será jamás destruido, y este reino no pasará a otro pueblo, sino
que quebrantará y acabará todos estos reinos, y él mismo subsistirá
para siempre. Según lo que viste, que del monte se desgajó sin mano
una piedra, y desmenuzó el tiesto, y el hierro, y el cobre, y la plata, y
el oro, el grande Dios mostró al rey las cosas que han de venir des-
pués. Y el sueño es verdadero, y su interpretación fiel 1.

Se propone otro orden y otra explicación


de estos cuatro reinos

PÁRRAFO 3
[13] Aunque el orden que voy a proponer, y la explicación que voy
a dar, me parece justa en todas sus partes, como enteramente confor-
me con la profecía y con la historia, todavía, porque no tengo razón al-
guna para fiarme de mi dictamen, lo sujeto de buena fe a cualquier
examen, por rígido que sea, con tal que no pase de aquellos límites jus-
tos que prescribe la verdadera crítica. Esto mismo protesto y deseo
que se tenga por dicho respecto de todos y de cada uno de los puntos
que he tratado y pienso tratar en toda esta obra. Lo cual supuesto y no
olvidado, entremos en materia.

1 Dan. 2, 40-45.
154 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Primer reino

[14] El primer reino figurado por la cabeza de oro de la estatua, fue


sin controversia el de los Caldeos o Babilonios, de quien Nabuco, que
lo había fundado con sus prodigiosas y rápidas conquistas, era actual-
mente la cabeza o el rey. Es evidente, no sólo por la Escritura santa,
sino también por la historia profana, que el rey Nabuco no había con-
quistado ni fundado el reino particular de Babilonia o Caldea; este
reino particular lo había heredado de sus padres, y contaba tantos
años o siglos de antigüedad, cuantos habían pasado hasta entonces
desde Nemrod, que fue su fundador y su primer soberano, como se di-
ce en el capítulo 10, versículo 10, del Génesis; no fue éste, pues, el rei-
no de que habla la profecía, no es el figurado por la cabeza de oro de la
estatua, ni le pueden competer a este reino particular las cosas que
aquí se dicen del primero.
¿Cuál es, pues, este reino primero? Es el que fundó con sus armas
siempre victoriosas el mismo Nabuco, sujetando en poco tiempo a su
dominación todos cuantos reinos y señoríos particulares se conocían
en aquel tiempo en todo el oriente. Por esta razón lo llama el mismo
Profeta rey de reyes 1. Lo cual concuerda perfectamente con lo que
dice el Señor por Jeremías: que todas las gentes, pueblos y naciones
(se entiende del oriente, pues éstas acaba de nombrar) se las había
dado él mismo a Nabucodonosor. Yo he puesto… todas estas tierras
en mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia mi siervo; además le
he dado también las bestias del campo, para que le sirvan. Y le ser-
virán todas las naciones a él, y a su hijo, y al hijo de su hijo, hasta
que venga el tiempo de su tierra y de él mismo; y le servirán mu-
chas naciones y reyes grandes. Mas la gente y el reino que no sirvie-
re a Nabucodonosor rey de Babilonia, y cualquiera que no encorva-
re su cuello bajo el yugo del rey de Babilonia, visitaré aquel pueblo,
dice el Señor, con cuchillo, y con hambre, y con peste, hasta que yo
los consuma por su mano 2. Este solo lugar de la Escritura parece
que basta, sin recurrir a la historia, para ver claramente el primer rei-
no de oro con toda su extensión.
[15] Del mismo modo parece evidente por la Escritura y por la his-
toria, que este reino o imperio, fundado por Nabuco, ni se destruyó, ni
se mudó, ni se alteró en cosa alguna sustancial, cuando Darío Medo y
Ciro Persa sacudieron el yugo de Baltasar, hijo o nieto del mismo Na-
buco, y se apoderaron de la capital del imperio. La única novedad que
hubo entonces fue mudar el mismo imperio de cabeza o de rey, sen-

1 Dan. 2, 37.
2 Jer. 27, 6-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 155

tándose en aquel trono Darío Medo en lugar de Baltasar Caldeo. Expre-


samente lo dice así Daniel, testigo ocular, al fin del capítulo 5: Aquella
misma noche mataron a Baltasar rey caldeo. Y Darío, que era Medo,
le sucedió en el reino 1; que es lo mismo que si dijéramos: Murió Car-
los II, rey de España, de la casa de Austria; y Felipe V francés, de la ca-
sa de Borbón, le sucedió en el reino. ¿En qué reino? No en otro sino en
el mismo reino de España, de modo que, así como Felipe V, sentándo-
se en el trono de España, no fundó otro reino nuevo, sino que imperó
sobre el mismo de su antecesor, así Darío Medo, sentándose en el
reino de Babilonia, no hizo otra cosa que imperar sobre el reino sobre
el cual imperaba Baltasar. El mismo Daniel lo vuelve a decir en estos
precisos términos al principio del capítulo 9: En el año primero de
Darío, hijo de Asuero, de la estirpe de los Medos, que tuvo el mando
en el reino de los Caldeos 2. Y como Ciro Persa y todos sus sucesores
hasta Darío Comano, no imperaron sobre otro reino que sobre el que
les dejó Darío Medo, sucesor inmediato de Baltasar, se sigue legítima-
mente que hasta Darío Comano, vencido por Alejandro, duró el primer
reino de oro que fundó Nabuco. Llámese este reino de Caldeos, o de
Medos, o de Persas, importa poquísimo o nada, pues los nombres no
mudan las cosas.
[16] Demás de esto es cosa cierta que ni Darío, ni Ciro su nieto, ni
algún otro de sus sucesores destruyeron a Babilonia, antes en ella mis-
ma se sentaron como en la capital del imperio, y Babilonia fue por mu-
cho tiempo la corte de muchos reyes descendientes de Ciro, los cuales
se llamaban indiferentemente reyes de Media y Persia, y también reyes
de Babilonia. El año 32 de Artajerjes, cerca de cien años después de
Ciro, el sacerdote Nehemías, que era su copero y favorito, no lo llama
sino con el nombre de rey de Babilonia. Así dice: Mas a todas estas
cosas yo no me hallé en Jerusalén, porque el año treinta y dos de Ar-
tajerjes, rey de Babilonia, fui a presentarme al rey 3. Andando el tiem-
po, parece que la corte se pasó a otras partes, según la voluntad de sus
reyes; mas el reino o imperio quedó siempre el mismo, sin novedad al-
guna, hasta Alejandro. Ni en el gobierno, ni en las leyes, ni en las cos-
tumbres, ni en la religión, nos consta que hubiese mudanza de consi-
deración. Darío dejó la Media, y se pasó a Babilonia. Siguió allí mismo
Ciro, Cambises, Artajerjes, etc.; después de algunos años permaneció
el nombre de Persia o imperio de los Persas, porque la corte se había
pasado más de asiento a la provincia particular que se llamaba Persia,
la cual en aquel tiempo era mucho menor del que después se ha lla-
mado con este nombre.

1 Dan. 5, 30-31.
2 Dan. 9, 1.
3 2 Esd. 13, 6.
156 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

No tenemos, pues, razón alguna para dividir el reino de los Persas


del de los Caldeos o Babilonios, porque es evidentemente el mismo
reino de oro, fundado por Nabuco, que con el tiempo mudó de nom-
bre, y nada más. Sobre todo (y ésta es una circunstancia que no debe-
mos disimular) el reino de los Persas, que quieren que empiece desde
Ciro, jamás fue menor, sino igual o mayor que el de los Caldeos, fun-
dado por Nabuco; luego no puede ser el segundo reino figurado en la
estatua, pues expresamente dice la profecía que será menor que el pri-
mero, y quizá tanto menor cuanto lo es la plata respecto del oro: Y des-
pués de ti se levantará otro reino menor que tú, de plata 1.

Segundo reino
PÁRRAFO 4
[17] El segundo reino, figurado por el pecho y brazos de plata de la
estatua, decimos que no puede ser otro que el de los Griegos, así por el
distintivo particular que pone el Profeta al segundo reino, de ser me-
nor que el primero, como por su misma constitución, es decir, por
componerse todo de pecho y brazos. En el pecho podemos considerar
el reino principal de los Griegos, que después se llamó de Siria, y en
los brazos las dos ramas que se extendieron de los mismos Griegos,
una hasta la Macedonia en Europa, y otra hasta Egipto en Africa, don-
de fundaron dos reinos particulares del todo independientes. Este rei-
no, pues, o este imperio célebre de los Griegos no lo podemos mirar
como ya formado en los días de Alejandro; éste no hizo otra cosa que
destruir, no edificar. Apenas podemos decir con alguna propiedad que
abrió las zanjas, y puso una u otra piedra para que sobre ella se levan-
tase después el edificio.
[18] En esto trabajó diez o doce años andando por el Asia como un
rayo, o mejor diremos como un loco furioso, matando gente por todas
partes, robando y destruyendo ciudades que en nada le habían ofendi-
do, casi sin sistema o designio formado; tanto que, al morir, dividió to-
das sus conquistas en tantas partes cuantos eran sus capitanes más fa-
voritos, los cuales después de su muerte intentaron todos llamarse re-
yes y se coronaron como tales: Y repartió entre ellos su reino, cuando
estaba aún en vida. Y sus cortesanos ocuparon el reino, cada cual en
su lugar; y después de su muerte se ciñeron la corona 2. Es verdad que
esta división o testamento de Alejandro no tuvo efecto, ni era posible
que lo tuviese, en aquellas circunstancias. A pocos días comenzó la dis-
cordia, y la guerra viva entre los nuevos reyes; y habiéndose quebrado

1 Dan. 2, 39.
2 1 Mac. 1, 7, 9-10.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 157

las cabezas junto con las coronas, se redujo todo a solos cuatro pre-
tendientes, que fueron Antígono, Seleuco, Ptolomeo y Casandro. Este
último vino a Macedonia, donde apenas hizo una triste figura. Ptolo-
meo se hizo fuerte en Egipto, donde Alejandro lo había dejado de go-
bernador. Antígono y Seleuco vinieron a las manos y disputaron largo
tiempo sobre el pecho de la estatua, hasta que Seleuco, por muerte de
su competidor, quedó dueño absoluto de la principal parte del reino o
imperio que acababa de destruir; digo de la parte principal, y no del
todo, porque es certísimo que no todo lo que comprendía el imperio de
los Persas quedó sujeto a la dominación de Seleuco. Muchas ciudades,
así de Persia como de Media, no lo reconocieron por soberano. En el
Asia menor se levantaron otros reyes que al fin se hicieron indepen-
dientes, y todo el Egipto quedó enteramente libre debajo de otra cabe-
za particular. De esta suerte se verificó plenamente el distintivo que
señala el Profeta al segundo reino, diciendo que sería menor que el
primero, como lo es la plata respecto del oro: Menor que tú, de plata.
[19] Este reino o imperio, que empezó en Seleuco, es propiamente
el reino de los Griegos, absolutamente diverso del primero en exten-
sión, en gente, en riquezas, en leyes, en costumbres, en dioses, y aun
en la lengua misma, que en toda el Asia, como el Egipto, se empezó
luego a hacer común la de los nuevos dominantes.

Tercer reino
PÁRRAFO 5
[20] El tercer reino o imperio célebre, figurado en el vientre y
muslos de bronce de la estatua, es evidentemente el romano. La cir-
cunstancia o distintivo particular, el cual mandará a toda la tierra, no
sólo es notablemente agravante, sino que lo hace mudar de especie, y
casi lo señala por su propio nombre. ¿De qué otro imperio se puede
decir con verdad que dominó sobre toda la tierra conocida, sino del
romano? Considerad este imperio en tiempo de Augusto, o de Trajano,
o de Constantino, o de Teodosio; lo veréis tan grande, y de una tan
vasta capacidad, que encierra dentro de su vientre todos cuantos rei-
nos, principados y potestades se conocían entonces en el mundo viejo,
esto es en Asia, Africa y Europa, sin quedar libres aún las islas del mar.
Considerad el metal mismo que lo figura, que es el bronce, no sólo du-
ro y fortísimo, sino también sonoro, porque no sólo sujetó tantos y tan
diversos pueblos con la dureza y fuerza de sus armas, sino también
quizá mucho más con el sonido y eco de su nombre. El Profeta dice del
tercer reino, que será de bronce hasta los muslos: El vientre y los mus-
los de cobre; otro distintivo claro del imperio romano, que tantos
tiempos estuvo dividido en imperio de oriente y occidente.
158 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[21] Llegando aquí, señor, paréceme que os veo sorprendido no


poco con esta novedad. Siendo esto así, me replicáis, ¿dónde está el
cuarto reino de la profecía? Si el imperio romano es el realmente figu-
rado en el vientre y muslos de bronce de la estatua, ¿cuál podrá ser el
reino o imperio de hierro, figurado en las piernas, pies y dedos de la
misma estatua? A esta pregunta, yo os respondo en primer lugar con
otra pregunta, que tal vez os causará mayor admiración. Decidme, se-
ñor, con formalidad: ¿Cuál es vuestro sentimiento en orden al imperio
romano? Más claro: el imperio romano, ¿dónde está? ¿Se ha subido
acaso a la luna, o a los espacios imaginarios? Lo que ahora se llama o
lo que es en realidad un imperio en Alemania, éste es propiamente el
imperio romano. Este, decís, es una reliquia del imperio romano, la
cual, después de destruido todo, se ha conservado, ya en Constantino-
pla, ya en Francia, ya en Alemania, hasta nuestros tiempos. Bien. ¿Y a
una reliquia, y reliquia tan pequeña, le queréis dar el nombre tan gran-
de y tan sonoro, como de verdadero imperio romano? Esta reliquia,
¿queréis que sea todavía uno de los cuatro reinos célebres de que ha-
bla la profecía? Mirad, amigo, no os equivoquéis.
[22] De este modo deberéis decir que todavía dura y persevera
hasta nuestros días el imperio célebre de los Babilonios y Persas, seña-
lando como con la mano aquella gran reliquia en que domina el Sofí, y
que se llama reino de Persia. De este modo deberéis decir que perseve-
ra hasta nuestros días el imperio célebre de los Griegos, señalando
otra reliquia mucho mayor en que domina el gran Señor de Constanti-
nopla. Mas estas reliquias no son, amigo mío, los reinos o imperios cé-
lebres de que habla la profecía. Estos imperios célebres se acabaron
ya; si queda alguna reliquia, esa reliquia no es imperio, ni merece con
alguna propiedad este nombre. Si queréis, no obstante, dar el nombre
de imperio romano a esa reliquia que queda en Alemania, yo no con-
tradigo, antes me conformo con el uso común; mas no por eso dejo de
conocer que para el asunto de que hablamos, es éste un nombre o títu-
lo incapaz de llenar la profecía. Preguntad a todos los soberanos de
Europa, si pertenecen de algún modo al imperio de Alemania, y vere-
mos lo que responden. Preguntad al mismo imperio de Alemania qué
fuera, y a qué viniera a reducirse, si su digna cabeza no fuese, por otra
parte, un príncipe tan grande, si no tuviese tantos estados, reinos y
señoríos hereditarios de su propia casa. No tenéis, pues, que recurrir a
esta reliquia, como si fuese todavía el uno de los cuatro reinos céle-
bres, figurados en la estatua.
[23] Así como el imperio de los Griegos se edificó sobre las ruinas
del primer imperio, y el de todos los Romanos sobre las ruinas del se-
gundo, y de cuantos otros señoríos particulares se conocían en el mun-
do, así puntualmente se edificó el cuarto imperio de que habla la profe-
cía sobre las ruinas del imperio romano, que a todos se los había traga-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 159

do. Para ver este cuarto y último imperio con toda claridad y con todas
sus contraseñas o distintivos particulares, no tenemos que encender
muchas lámparas y linternas, ni tampoco nos es necesario navegar al
oriente o al occidente. Nos basta abrir los ojos y mirar con alguna refle-
xión; mirar, digo, el estado presente de toda aquella gran porción de
países que encerraba la estatua dentro de su vientre. Portugal, España,
Francia, Inglaterra, Alemania, Polonia, Hungría, Italia, Grecia; en su-
ma casi toda Europa. La Asia menor con todos sus reinos, la Siria, la
Mesopotamia, Palestina, las tres Arabias, la Caldea, la Persia, el Egipto,
todas las costas de Africa desde el Egipto hasta Marruecos, etc., todo es-
to comprendía y todo esto era el imperio romano. Mas ahora y algunos
siglos ha, todo esto, ¿qué es? Volved los ojos a la profecía, y estudiadla
bien; y al punto descubriréis el cuarto imperio de hierro con tanta dis-
tinción y claridad, que os será imposible desconocerlo, por más violen-
cia que queráis hacer a vuestros ojos y a vuestra propia razón.

Cuarto reino
PÁRRAFO 6
[24] Este cuarto reino o imperio de hierro empezó a formarse desde
el quinto siglo de la era cristiana, con la irrupción que llaman de los
bárbaros, los cuales, como un torrente impetuoso y universal, inunda-
ron y arruinaron todas las provincias del imperio romano; o, siguiendo
la semejanza de que usa la profecía, así como el hierro doma y quebran-
ta todas las cosas por duras que sean, así esta multitud innumerable de
gentes, unas por el oriente, otras por el occidente, casi nada dejaron
que no quebrantasen, domasen y desmenuzasen: Y el cuarto reino será
como el hierro. Al modo que el hierro desmenuza y doma todas las co-
sas, así desmenuzará y quebrantará a todos éstos 1. Este es el primer
distintivo. En consecuencia, pues, de este destrozo casi universal, estas
mismas gentes se dividieron entre sí todo el terreno, y formaron entre
todas un reino o imperio del todo nuevo, diferentísimo de los otros tres.
¿Cuál es éste? Es el mismo que actualmente vemos, y que hemos visto
muchos siglos ha. Y éste es el segundo distintivo: El reino será dividido.
Un reino será dividido; un reino de muchas cabezas, un reino compues-
to de muchos reinos particulares, todos independientes, un reino cuyas
partes confinan entre sí, como los dedos en los pies; comercian entre sí,
se comunican, se ayudan mutuamente, pero jamás se unen de un modo
que formen una misma masa. En una palabra: estas partes componen
un todo, y al mismo tiempo conservan escrupulosamente su división y
su total independencia.

1 Dan. 2, 40.
160 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[25] Los tres primeros reinos de la estatua, aunque compuestos de


diferentes partes, o de diferentes pueblos y naciones, todas ellas se reu-
nían bajo una sola cabeza, o física o moral, a quien reconocían, y a cu-
yas órdenes se movían. El reino cuarto no es así. Se compone, es ver-
dad, de muchas partes diversas entre sí, de muchos reinos, repúblicas,
principados y señoríos; pero cada cual es aparte, es una pieza que se
mueve por sí misma con movimiento particular, es absoluta e indepen-
diente, reconoce su cabeza propia y peculiar. No obstante esta división,
no obstante este movimiento particular de cada una, todas ellas se reú-
nen al fin, casi sin advertirlo, o a lo menos sin poder resistirlo, en unos
mismos principios, en unos mismos intereses, en unas mismas leyes
generales, necesarias para la conservación de todo el compuesto, y de
todas y cada una de las partes que lo componen. Estos principios y leyes
generales se reducen a una sola palabra, que todo lo comprende y todo
lo explica con suma propiedad, esto es, el equilibrio propísimo y nece-
sarísimo para que las partes no se destruyan, antes se sostengan mu-
tuamente por el interés general de todas; y así se conserva indemne to-
do el compuesto en la misma división e independencia de sus partes.
Sin esto pudiera con razón temerse que alguna de las partes, con la
agregación de otras, se hiciese tan grande que dominase sobre todas, y
ya teníamos en este caso otro reino o imperio, semejante a los tres pri-
meros, el cual falsificara ciertamente la profecía. Mas no hay que te-
merlo; la profecía se cumplirá infaliblemente, porque Dios ha hablado,
y las partes mismas que componen este todo singular tendrán buen
cuidado, como hasta ahora lo han tenido, de mantener su independen-
cia y conservarse divididas. El reino será dividido.
[26] Dice más el Profeta de Dios, y éste es el tercer distintivo, que
este cuarto reino, aunque nacido de vena de hierro, de aquel hierro
fortísimo que a fuerza de golpes reiterados había hecho vomitar a la
estatua todo cuanto había devorado y encerraba en su vientre, aunque
su origen y raíz fuese el hierro mismo, no por eso sería sólido y duro
como el hierro, sino parte sólido, y parte quebradizo. Esto significa,
dice él mismo, estar mezclado el hierro con la greda en los dedos de los
pies: Y los dedos de los pies en parte de hierro, y en parte de barro
cocido: en parte el reino será firme, y en parte quebradizo. ¿Y qué
otra cosa nos ha mostrado hasta ahora la experiencia? En la agitación
y movimiento de todas las partes de este reino, en el choque casi con-
tinuo de unas con otras, en los golpes terribles que se han dado entre
sí, ninguna otra cosa ha sucedido, sino que lo que era de hierro, ha
quedado sólido y duro; y lo que era de greda, ha padecido necesaria-
mente algunas quiebras, uniéndose después, ya con una, ya con otra,
según la mayor o menor fuerza de la parte chocante.
[27] Mas las partes sólidas, o los reinos particulares, lejos de unirse
entre sí, después de los golpes que se han dado, por eso mismo se han
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 161

endurecido y consolidado más, y han quedado más divididos y más in-


dependientes. ¡Qué guerras tan sangrientas y tan obstinadas! ¡Qué ba-
tallas por mar y por tierra! ¡Qué máquinas! ¡Qué invenciones! ¡Qué
preparativos! ¡Qué gastos! Parecía muchas veces que las partes del rei-
no se iban a destruir infaliblemente. Parecía que alguna o algunas de
ellas crecerían notablemente, convirtiendo a las otras en su propia sus-
tancia; mas el efecto mostraba bien presto la verdad de la profecía: El
reino será dividido, en parte firme, y en parte quebradizo.
[28] Finalmente, concluye el Profeta señalando el último distintivo:
estas partes o reinos particulares, que componen el cuarto reino o im-
perio célebre, se unirán muchas veces entre sí con aquella especie de
unión que parece la más estrecha e indisoluble, cual es el matrimonio;
mas no por eso dejarán de quedar tan divididas como estaban antes.
Se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el uno con el
otro. Este distintivo parece tan claro, y tan conforme con el evento, que
no ha menester otra explicación que una mediana noticia de la historia.
Quien vio, por ejemplo, a Felipe II, rey de España, contraer matrimonio
con la reina propietaria de Inglaterra, pensaría sin duda que aquellos
dos reinos, duros y sólidos, se iban a unir entre sí para formar entre
los dos un solo reino; mas a pocos días mostró el suceso todo lo con-
trario. Quedaron aquellos reinos tan divididos como antes, y mucho
más que antes. De este modo podemos discurrir por innumerables
uniones de éstas que nos ofrece la historia, y no son de este lugar.
[29] En suma: desde que se fundó este cuarto reino, se fundó divi-
dido. Las partes que lo componen, aunque todas tienen un mismo ori-
gen, que es el hierro 1, aunque todas confinan entre sí, como confinan
los dedos en los pies, divididas empezaron, y divididas han persevera-
do sin interrupción. No se ha podido hasta ahora, ni se podrá jamás,
hacer de todas ellas un reino o un imperio, semejante a los tres prime-
ros, que reconozca y se sujete a una sola cabeza. El reino será dividi-
do… Se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el uno
con el otro; o como leen las otras versiones, no se unirá esto a eso
otro, o el uno con el otro 2.
[30] Porque el conocimiento de este reino cuarto nos es absoluta-
mente necesario para poder entender la segunda y principal parte de la
profecía, a donde ella se dirige, parece necesario tener presente lo que
sobre esto se halla en los doctores, y el modo con que pretenden aco-
modar al imperio romano los cuatro distintivos de que acabamos de
hablar. Con esto podremos fácilmente comparar una explicación con
otra, y pesadas ambas en fiel balanza, hacer una prudente elección.

1 Dan. 2, 41.
2 Dan. 2, 41 y 43.
162 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Primer distintivo
[31] El cuarto reino será como el hierro. Al modo que el hierro
desmenuza y doma todas las cosas, así desmenuzará y quebrantará
a todos estos. Esta semejanza, dicen, le cuadra perfectamente sólo al
imperio romano, el cual creció y se engrandeció tanto como sabemos,
quebrantando y domando todos los otros reinos, pueblos y naciones,
como el hierro doma y quebranta todas las otras cosas. Si esto es ver-
dad o no, lo pueden decidir los que tuvieren suficiente noticia de la
historia romana. A nosotros nos parece claro que los dos verbos que-
brantar y desmenuzar, hablando de los Romanos y de sus conquistas,
son muy impropios, y su verdadero significado no concuerda con los
hechos. ¿Con qué propiedad ni con qué razón se puede decir de los
Romanos que sujetaron a los otros pueblos a su dominación a fuerza
de duros golpes de martillo? ¿Que los quebrantaron, que los desmenu-
zaron, que los molieron al modo que el hierro desmenuza y doma to-
das las cosas? Otra idea muy diversa nos da la historia, y aun la mis-
ma Escritura divina nos dice, hablando de los Romanos, cómo eran
poderosos en fuerzas, y que venían en todo lo que se les pedía, y que
cuantos se llegaron a ellos, habían ajustado con ellos amistad… y ha-
bían conquistado toda la región por su consejo y prudencia 1. Cotejad
estas últimas palabras: Poseyeron los Romanos todo lugar con su con-
sejo y prudencia, con aquellas otras: Todo lo poseyeron golpeando,
quebrantando, desmenuzando, moliendo; y veréis qué diferencia y
qué contrariedad. ¿Cuánto mejor le compete todo esto a aquella in-
numerable multitud de bárbaros, que acometieron por todas partes al
mismo imperio romano y lo destruyeron? De estos sí que podemos de-
cir con toda verdad y propiedad: todo lo domaron, lo quebrantaron, lo
desmenuzaron, lo molieron, al modo que el hierro desmenuza y doma
todas las cosas; y también que todo lo poseyeron sin más prudencia ni
consejo que su propio furor y su propia y natural barbarie. Ahora,
amigo, si este primer distintivo del cuarto reino, que es el que mostra-
ba alguna apariencia, se halla, mirado de cerca, inacomodable al impe-
rio romano, ¿qué pensáis será de los otros tres?
Segundo distintivo
[32] El reino será dividido. Esto se verificó, según unos, en los dos
imperios, o en las dos partes del mismo imperio, dividido en imperio
de oriente y de occidente; que el primero duró más que el segundo; sin
duda porque el primero era de hierro, y el segundo de greda. Según
otros esto se verificó en las cabezas de partido que fomentaron con
tanta obstinación las guerras civiles; pues unos se rompieron como un
vaso de barro, y otros permanecieron duros como el hierro.

1 1 Mac. 8, 1 y 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 163

Tercer distintivo
[33] En parte el reino será firme, y en parte quebradizo. Esto se
verificó, según unos, cuando el imperio romano se dividió en imperio
de oriente y de occidente. Esto se verificó, según otros, que son los
más, en tiempo de las guerras civiles entre Mario y Sila, entre César y
Pompeyo, entre Augusto y Antonio. En ese tiempo el imperio romano
fue como un reino dividido.
Cuarto distintivo
[34] Se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el
uno con el otro. Esto se verificó, según unos, cuando César y Pompeyo
se reconciliaron e hicieron amigos; y para que la amistad fuese durable,
Pompeyo le dio a César su hija en matrimonio. Lo mismo hizo después
Augusto con Antonio; y no obstante estos casamientos, siempre fue ade-
lante la división y la discordia. Yo no me detengo en hacer nuevas refle-
xiones sobre la acomodación de estos tres últimos distintivos, porque
algo hemos de dejar a los lectores. Me contento solamente con pedir a
todos los intérpretes de la Escritura, y a otros muchos escritores que han
tocado este punto, que me señalen en el imperio romano, y esto con dis-
tinción y claridad, los pies y dedos de la estatua, en parte de hierro, en
parte de barro cocido, de modo que todos ellos estén juntos, coexisten-
tes y en estado de recibir todos a un mismo tiempo el golpe de cierta
piedra que debe caer sobre ellos y hacerlos polvo. Este es, señor mío, el
gran trabajo, la gran dificultad, el sumo embarazo. Lo que hasta aquí
hemos visto y observado es realmente nada respecto de lo que queda.

Segunda parte de la profecía: Caída de la piedra


sobre los pies de la estatua, y fundación de otro
nuevo reino sobre las ruinas de todos

PÁRRAFO 7
[35] No me hubiera detenido tanto en esta primera parte de la pro-
fecía, si no viese la necesidad que hay de su plena inteligencia para la
inteligencia plena de la segunda parte, que es la que hace inmediata-
mente a nuestro propósito. Mas en los días de aquellos reinos el Dios
del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, y este reino
no pasará a otro pueblo, sino que quebrantará y acabará todos estos
reinos, y él mismo subsistirá para siempre 1. Este último reino, dice la
profecía, lo fundará establemente cierta piedra desprendida de un
monte, sin manos, esto es por sí misma, sin que ninguno la desprenda

1 Dan. 2, 44.
164 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ni le dé movimiento, impulso y dirección; la cual bajará a su tiempo di-


rectamente contra la estatua, le dará el más terrible golpe que se ha
dado jamás, no en la cabeza, ni en el pecho, ni en el vientre, pues allí ya
no estará el reino o el imperio, sino en sus pies de hierro y de greda,
adonde actualmente se hallará todo, habiendo ido bajando de la cabeza
al pecho, del pecho al vientre, del vientre a las piernas y pies. Al primer
golpe los quebrantará, y aun los hará polvo: Cuando sin mano alguna
se desgajó del monte una piedra (dice Daniel), e hirió a la estatua en
sus pies de hierro y de barro, y los desmenuzó. Entonces, al mismo
golpe de la piedra, sin ser necesario repetir otro golpe, todo el coloso
vendrá a tierra, reduciéndose todo a una como leve ceniza, que desapa-
recerá con el viento: Entonces fueron asimismo desmenuzados el hie-
rro, el barro, el cobre, la plata y el oro, y reducidos como a tamo de
una era de verano, lo que arrebató el viento, y no parecieron más; y la
piedra misma que dio el golpe se hará al punto un monte tan grande
que ocupará toda la tierra: Pero la piedra que había herido la estatua
se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 1. Este es el hecho
anunciado en la profecía. Veamos ahora la explicación.
[36] Todos los intérpretes de la Escritura, en cuanto yo he podido
averiguar, dan por cumplida plenamente esta profecía y verificado este
gran suceso. Todos suponen, citándose por toda prueba los unos a los
otros, que la piedra de que aquí se habla ya bajó del monte siglos ha.
¿Cuándo? Cuando bajó del cielo a la tierra el Hijo de Dios… que fue con-
cebido por el Espíritu Santo y nació de santa María Virgen 2. Esta en-
carnación del Hijo de Dios de María Virgen por obra del Espíritu Santo,
quieren que signifique aquella expresión, sin mano alguna se desgajó
del monte una piedra…, esto es (dicen) sin consorcio de varón, que hi-
rió ya la estatua, y la convirtió toda en polvo y ceniza. ¿Cuándo? Cuando
con su doctrina, con su pasión, con su muerte de cruz, con su resurrec-
ción, con la predicación del Evangelio, etc., destruyó el imperio del dia-
blo, de la idolatría y del pecado. Suponen que la misma piedra comenzó
entonces a crecer, y poco a poco ha ido creciendo tanto, que se ha hecho
un monte de una desmesurada grandeza, y ha llenado casi toda la tie-
rra. ¿Qué monte es éste? No es otro que la Iglesia cristiana, la cual es el
quinto y último reino de la profecía, incorruptible y eterno.
[37] No se puede negar que todo está bien discurrido. Aquí podéis
ya ver con vuestros propios ojos lo que os decía al principio, esto es, la
verdadera razón que ha obligado a nuestros doctores a dar al imperio
romano el cuarto lugar en el orden de los reinos que figura la estatua.
Mas yo no quiero ya reparar en esto, dejándolo todo a vuestras refle-
xiones, pues me llama toda la atención otra cosa que hallo aquí, mu-

1 Dan. 2, 35.
2 CREDO DEL CONCILIO DE CONSTANTINOPLA.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 165

cho más admirable y digna de reparo; quiero decir, el salto repentino y


prodigioso que veo dar en un momento desde lo material hasta lo espi-
ritual. Sobre este salto tan repentino se me ofrecen naturalmente dos
dificultades, cuya solución no se halla en los doctores ni me parece po-
sible hallarla, a lo menos del modo que la habíamos menester; no cier-
to porque no vean dichas dificultades, ni porque no den muestras de
querer resolverlas; sino porque su respuesta me parece como de una
persona que habla entre dientes, o con voz tan baja que no es fácil en-
tender lo que quiere decir.
Primera dificultad
[38] Si la piedra de que habla la profecía se desprendió ya del
monte, y cayó o bajó sobre esta nuestra tierra en tiempo de Augusto,
debió haber bajado o caído, directa o indirectamente, sobre los pies y
dedos de la grande estatua, y desmenuzarlos a ellos en primer lugar;
porque esta circunstancia de la profecía, tan particular y tan ruidosa,
debe significar algún suceso particular. Se pregunta, pues: ¿Qué pies y
dedos pueden ser éstos, parte de hierro y parte de greda, que había en
el mundo en tiempo de Augusto, o sea en el mismo imperio romano, o
en el imperio del diablo, los cuales quebrantó la piedra con su golpe?
Segunda dificultad
[39] Los cuatro metales de la estatua, oro, plata, bronce y hierro,
¿figuraban cuatro reinos sólo metafóricos o espirituales, o cuatro rei-
nos materiales, corporales, visibles, que físicamente habían de apare-
cer en el mundo? Si lo primero: ¿Para qué nos cansamos, y se han can-
sado tanto los doctores, en buscar estos reinos entre los Caldeos, Per-
sas, Griegos y Romanos? ¿No ha sido este un trabajo perdido? Si lo se-
gundo: a estos reinos materiales, corporales, visibles, de que solamen-
te se habla, debía haber quebrantado y desmenuzado ya la piedra, no a
reinos metafóricos y espirituales de que no se habla: Quebrantará y
acabará todos los reinos, dice la profecía hablando de la piedra, y lue-
go añade: Quebrantará el hierro, el barro, el cobre, la plata y el oro.
Parece un modo de explicar la santa Escritura bien fácil y cómodo:
tomar la mitad de un texto en un sentido, y la otra mitad en otro tan
diverso y distante, cuanto lo es el oriente del occidente. Mientras se
responde a estas dos dificultades de algún modo, siquiera perceptible,
yo voy a satisfacer a otra, o a mostrar el equívoco en que se funda.

Examen de la piedra
PÁRRAFO 8
[40] La piedra de que habla esta profecía, nos dicen con suma ra-
zón, es evidentemente el mismo Jesucristo Hijo de Dios e Hijo de la
166 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Virgen. Del mismo modo es evidente que esta piedra preciosa ya bajó
del monte, o del cielo, al vientre de la Virgen en el siglo de Augusto,
cuando el imperio romano estaba en su mayor grandeza y esplendor.
Del mismo modo es evidente que, en consecuencia de esta bajada en el
vientre de la Virgen, aunque no luego al punto, como parece que lo da
a entender la profecía, mas poco a poco, se ha ido arruinando el impe-
rio del diablo, el cual estaba en los imperios de los hombres, y era sos-
tenido por ellos. Con lo cual también es evidente que poco a poco ha
ido creciendo la misma piedra, y ha llenado casi todo el mundo por
medio de la predicación del Evangelio y establecimiento del cristianis-
mo. Todo esto en sustancia es lo que anuncia esta grande profecía ya
cumplida, y no tenemos otra cosa que esperar, ni que temer en ella.
Todo esto en sustancia es también lo que se halla en los intérpretes de
la Escritura, y a este solo sofisma se reduce todo su modo de discurrir.
[41] La piedra de que habla esta profecía, se responde, es eviden-
temente el mismo Mesías Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen.
Esta proposición general es cierta e indubitable. Mas como todos los
Cristianos sabemos y creemos de la misma persona de Jesucristo, no
una sola, sino dos venidas infinitamente diversas, para no confundir lo
que es de la una con lo que es de la otra, tenemos una regla cierta e in-
defectible dictada por la lumbre de la razón, y también por la lumbre
de la fe, es a saber, que si lo que anuncia una profecía para la venida
del Señor no tuvo lugar, ni lo pudo tener en su primera venida, lo es-
peramos seguramente para la segunda, que entonces tendrá lugar y se
cumplirá con toda plenitud. Todo esto, pues, que nos dicen, de que la
piedra, esto es, Cristo, bajó ya del cielo al vientre de la Virgen, que
predicó, que enseñó, que murió, que resucitó, que alumbró al mundo
con la predicación del Evangelio, que poco a poco ha ido destruyendo
en el mundo el imperio del diablo, etc., todo esto es cierto e innegable,
lo creemos y confesamos todos los Cristianos, penetrados del más vivo
reconocimiento; mas todo eso pertenece únicamente a la venida del
Mesías que ya sucedió. Fuera de ésta esperamos otra no menos admi-
rable, en la cual sucederá infaliblemente lo que sólo a ella pertenece, y
está anunciado para ella clarísimamente; y entre otras cosas sucederá
en primer lugar todo lo que anuncia esta grande profecía que actual-
mente observamos.
[42] Del Mesías, en su primera venida, se habla claramente en mu-
chísimos lugares de la Escritura, y en ellos se anuncia su vida santísi-
ma, su predicación, su doctrina, sus milagros, su muerte, su resurrec-
ción, la perdición de Israel y la vocación de las Gentes, etc. Mas no, no
es preciso que siempre se hable de estos misterios, por grandes y ad-
mirables que sean, habiendo otros igualmente grandes y admirables
que piden su propio y natural lugar. Aun debajo de la similitud de pie-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 167

dra se habla en Isaías, capítulo 28, de la primera venida del Mesías, y


las consecuencias terribles para Israel. He aquí (dice) que yo pondré
en los cimientos de Sión una piedra, piedra escogida, angular, pre-
ciosa, fundada en el cimiento 1. Y en el capítulo 8 había anunciado que
el Mesías sería para el mismo Israel, por su incredulidad y por su ini-
quidad, como una piedra de ofensión y de escándalo, y como un lazo y
una ruina para los habitadores de Jerusalén 2.
[43] Mas esta piedra preciosa, electa, probada, que bajó al vientre
de la Virgen, ni bajó con ruido ni terror, sino con una blandura y sua-
vidad admirable; ni bajó para hacer mal a nadie, sino antes para hacer
bien a todos: Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él 3. Decía el mismo Se-
ñor, que lo envió Dios a este mundo, y lo puso en él como una piedra
angular y fundamental, para que sobre esta piedra, como sobre el más
firme y sólido fundamento, se levantase hasta el cielo el grande edifi-
cio de la Iglesia. Así, lejos de hacer daño alguno con su caída o con su
bajada del cielo, lejos de caer sobre alguna cosa y quebrantarla con el
golpe, fue por el contrario, y lo es hasta ahora, una piedra bien golpea-
da y bien martillada; una piedra sobre quien cayeron muchos, y caen
todavía con pésima intención, con intención de quebrantarla, y des-
menuzarla, y reducirla a polvo, si les fuese posible. Y no obstante la
experiencia de su dureza, no obstante la experiencia de lo poco que se
avanza, y de lo mucho que se arriesga en golpear esta piedra preciosa,
hasta ahora no ha faltado ni faltará gente ociosa y perversa que quiera
tomar sobre sí el empeño inútil y vano de dar contra ella y perseguirla.
[44] ¿Nunca leísteis en las Escrituras (les decía él mismo a los Ju-
díos): La piedra que desecharon los que edificaban, ésta fue puesta
por cabeza de esquina… El que cayere sobre esta piedra será que-
brantado, y sobre quien ella cayere, lo desmenuzará? 4. Veis aquí cla-
ramente las dos venidas del Mesías, y las consecuencias inmediatas de
la una y de la otra; lo que ha hecho y hace con ella, y lo que hará cuando
baje del monte contra la estatua, y contra todo lo que en ella se incluye.
De manera que, habiendo bajado la primera vez pacíficamente, sin
ruido ni terror, habiendo sufrido con infinita paciencia todos los golpes
que le quisieron dar, se puso luego por base fundamental del edificio
grande y eterno que sobre ella se había de levantar. El que cree de fe no
fingida 5, el que quiere de veras ajustarse a esta piedra fundamental, el
que para esto se labra a sí mismo, y se deja labrar, devastar y golpear,

1 Is. 28, 16.


2 Is. 8, 14.
3 Jn. 3, 17.
4 Mt. 21, 42 y 44.
5 1 Tim. 1, 5.
168 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

etc., éste es salvo seguramente, éste es una piedra viva, infinitamente


más preciosa de lo que el mundo es capaz de estimar; éste se edifica
sobre fundamento eterno, y hará eternamente parte del edificio sagra-
do: Al cual allegándoos, que es la piedra viva, desechada en verdad
por los hombres, mas escogida de Dios, y honrada; y sobre ella como
piedras vivas sed edificados como casa espiritual 1, les decía San Pe-
dro a los primeros fieles. Al contrario, el que no cree, o sólo cree con
aquella especie de fe que sin obras es muerta 2, mucho más el que per-
sigue a la piedra fundamental y da contra ella, él tendrá toda la culpa, y
a sí mismo se deberá imputar todo el mal si se rompe la cabeza, las
manos y pies: El que cayere sobre esta piedra será quebrantado 3.
[45] Esto es puntualmente lo que sucedió a mis Judíos en primer
lugar. Después de haber reprobado y arrojado de sí esta piedra precio-
sa, después que, no obstante su reprobación, la vieron ponerse por ca-
beza de esquina 4, después que vieron el nuevo y admirable edificio,
que a gran prisa se iba levantando sobre ella, llenos de celo, o de furor
diabólico, comenzaron a dar golpes y más golpes a la piedra funda-
mental, pensando romperla, despedazarla, y hacer caer sobre ella mis-
ma el edificio que sustentaba; mas a poco tiempo se vio verificada en
estos primeros perseguidores la primera parte de la profecía del Señor:
El que cayere sobre esta piedra será quebrantado. Salieron de aquel
empeño tan descalabrados, que ya veis por vuestros ojos, y ha visto y
ve todo el mundo, el estado miserable en que han quedado; no han po-
dido sanar, ni aun volver en sí en tantos siglos.
[46] Siguieron los Gentiles el mismo empeño, armados con toda la
potencia de los Césares, y habiéndola golpeado en diferentes tiempos, y
cada vez con nuevo furor, nada consiguieron al fin, sino hacerse peda-
zos ellos mismos, y servir, sin saberlo, a la construcción de la obra, la-
brando piedras a millares, para que creciese más presto. Después acá,
¿qué máquinas no se han imaginado y puesto en movimiento para ven-
cer la dureza de esta piedra? Tantas cuantas han sido las herejías. ¿Con
qué empeño, con qué obstinación, con qué violencia, con qué artificios,
con qué fraudes han trabajado tantos para arruinar lo que ya está edifi-
cado sobre piedra sólida? Pero todo en vano. No han sacado otro fruto
de su trabajo que el que se lee en Jeremías: Trabajaron para proceder
injustamente 5, y la piedra ha quedado incorrupta e inmóvil como el
edificio que sustenta. Y no obstante la experiencia de tantos siglos,
piensan todavía algunos, que se dan a sí mismos el nombre bien im-

1 1 Ped. 2, 4-5.
2 Sant. 2, 20.
3 Mt. 21, 44.
4 Mt. 21, 42.
5 Jer. 9, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 169

propio de espíritus fuertes, que bastará su filosofía y su coraje para sa-


lir con la empresa. Veremos al fin en lo que para su coraje y su filosofía:
El que cayere sobre esta piedra será quebrantado. Lo que sobre esto
han visto los siglos pasados, eso mismo en sustancia deberán ver los
venideros, como está escrito. La piedra que bajó del cielo al vientre de
la Virgen, cuanto es de su parte, a nadie ha hecho daño, porque no bajó
sino para bien de todos, para que tengan vida, y para que la tengan
en más abundancia 1. Si muchos se han quebrado en ella la cabeza, la
culpa ha sido toda suya, no de la piedra. El Hijo del hombre no ha ve-
nido a perder las almas, sino a salvarlas 2.
[47] El profeta Isaías, hablando del Mesías en su primera venida,
dice: La caña cascada no la quebrará, y la torcida que humea no la
apagará 3. Expresiones admirables y propísimas para explicar el mo-
do pacífico, amistoso, modesto y cortés con que vino al mundo, con
que vivió entre los hombres, y con que hasta ahora se ha portado con
todos, sin hacer violencia a ninguno, sin quitar a ninguno lo que es su-
yo, y sin entrometerse en otra cosa que en procurar hacer todo el bien
posible a cualquiera que quiera recibirlo, sufriendo al mismo tiempo
con profundo silencio, y con infinita paciencia, descortesías, ingratitu-
des, injurias y persecuciones. Pero llegará tiempo, y llegará infalible-
mente, en que esta misma piedra, llenas ya las medidas del sufrimien-
to y del silencio, baje segunda vez con el mayor estruendo, espanto y
rigor imaginable, y se encamine directamente hacia los pies de la gran-
de estatua. El Señor como fuerte saldrá, como varón guerrero des-
pertará su celo, voceará y gritará, sobre sus enemigos se esforzará.
Callé siempre, estuve en silencio, sufrí; hablaré como la que está de
parto, destruiré, y devoraré al mismo tiempo 4. Entonces se cumplirá
con toda plenitud la segunda parte de aquella sentencia: El que cayere
sobre esta piedra será quebrantado, y sobre quien ella cayere lo des-
menuzará; y entonces se cumplirá del mismo modo la segunda parte
de nuestra profecía, cuya observación y verdadera inteligencia nos ha
tenido hasta aquí suspensos y ocupados: Cuando sin mano alguna se
desgajó del monte una piedra, e hirió a la estatua en sus pies de hie-
rro y de barro, y los desmenuzó, etc. 5.
[48] No tenemos, pues, razón alguna para confundir un misterio
con otro. Aunque la piedra en sí es una misma, esto es, Cristo Jesús,
mas las venidas, o caídas, o bajadas a esta nuestra tierra son cierta-
mente dos muy diversas entre sí, y tan de fe divina la una como la otra.
Así, lo que no se verificó, ni pudo verificarse en la primera, se verifica-

1 Jn. 10, 10.


2 Lc. 9, 56.
3 Is. 42, 3.
4 Is. 42, 13-14.
5 Dan. 2, 34.
170 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rá infaliblemente en la segunda. Esto es lo que andan huyendo los doc-


tores, sin duda, para no exponer su sistema a un peligro tan evidente.
Esto los ha obligado a invertir el orden de los reinos, dando al de los
Griegos el lugar y el distintivo que no es suyo ni puede competerle, que
es éste: El cual mandará toda la tierra; y dándole al imperio romano
el último lugar, para que se halle presente a lo menos a la primera ve-
nida del Señor; y a esto se enderezan, en fin, tantas ingeniosas acomo-
daciones, tan visiblemente arbitrarias, violentas y fuera del caso. Se ve
claramente que temen, y exceptuando el peligro de su sistema, no se
sabe por qué temen, ni qué es lo que temen.
[49] Pues bajando la piedra del monte, y habiendo desmenuzado y
convertido en polvo la grande estatua, dice el texto sagrado que la pie-
dra misma se hizo luego un monte tan grande, que cubrió y ocupó toda
la tierra 1. El cual enigma explica el Profeta por estas palabras (ved si
las podéis acomodar a la Iglesia presente): Mas en los días de aquellos
reinos (de los que acaba de hablar, que son figurados en los dedos de
la estatua, o si queréis de los figurados en toda ella) el Dios del cielo le-
vantará un reino que no será jamás destruido, y este reino no pasará
a otro pueblo; sino que quebrantará y acabará todos estos reinos, y
él mismo subsistirá para siempre.
[50] Ahora decidme de paso: ¿La Iglesia presente es realmente
aquel reino de Dios de quien se dice: Y no pasará a otro pueblo? 2.
¿Cómo, cuando sabemos de cierto que, habiéndose fundado este reino
en solos los Judíos, y habiendo estado algún tiempo en este pueblo so-
lo la potestad o lo activo de este reino, después de algunos años se en-
tregó a otro pueblo diverso, cual es el de las Gentes? Decidme más:
¿La Iglesia presente es en realidad aquel reino célebre, que ha arrui-
nado ya, ha desmenuzado, ha convertido en polvo y consumido ente-
ramente todos los reinos figurados en la estatua, o en los dedos de sus
pies? Pues esto asegura la profecía de este reino célebre: que quebran-
tará y acabará todos estos reinos. Aunque no hubiera otras pruebas
que esto solo, bastaba para hacernos conocer hasta la evidencia la po-
ca bondad de vuestra explicación y, por consiguiente, de vuestro sis-
tema. Pues ¿qué será, si a esto se añaden todas las otras observaciones
generales y particulares que quedan hechas sobre el asunto?
[51] Comparad ahora, por último, estas palabras que se dicen de la
piedra cuando bajó del monte: que quebrantará y acabará todos estos
reinos, con aquella evacuación de que habla San Pablo: Cuando hubie-
re destruido todo principado, y potestad, y virtud, y veréis un mismo
suceso, anunciado con diversas palabras. San Pablo dice, hablando de

1 Dan. 2, 35.
2 Dan. 2, 44.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 171

propósito de la resurrección de los santos, y por consiguiente de la ve-


nida de Cristo, en que ésta debe suceder, que cuando el Señor venga,
evacuará la tierra, en primer lugar, de todo principado, potestad y vir-
tud. Daniel dice que destruirá y consumirá todos los reinos figurados
en la estatua. ¿No dicen una misma cosa el Apóstol y el Profeta? Com-
parad del mismo modo estos dos lugares con lo que se dice en el salmo
109, hablando con Cristo mismo: El Señor está a tu derecha, quebran-
tó a los reyes en el día de su ira 1; con lo que se dice en el salmo 2: En-
tonces les hablará él en su ira, y los conturbará en su furor 2; con lo
que se dice en Isaías en varias partes: que en aquel día visitará el Se-
ñor… sobre los reyes de la tierra, que están sobre la tierra. Y serán
cogidos y atados en un solo haz para el lago, etc. 3; con lo que se dice
en Habacuc, capítulo 3: Maldijiste sus cetros 4; y por abreviar, con lo
que se dice de todos los reyes de la tierra en el capítulo 19 del Apocalip-
sis, y esto al venir ya del cielo el Rey de los reyes. Todo esto, y muchas
más cosas que sobre esto hay en las Escrituras, es necesario que se ve-
rifiquen algún día, pues hasta el día de hoy no se han verificado, y es
necesario que se verifiquen cuando la piedra baje del monte, pues para
entonces están todas anunciadas manifiestamente. Entonces deberá
comenzar otro nuevo reino sobre toda la tierra, absolutamente diverso
de todos cuantos hemos visto hasta aquí, el cual reino lo formará la
misma piedra que ha de destruir y consumir toda la estatua: La piedra
que había herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió toda la
tierra. A lo que alude visiblemente San Pablo cuando añade luego, des-
pués de la evacuación de todo principado, potestad y virtud: que es ne-
cesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de
sus pies 5. Y veis aquí, señor mío, claramente comenzado el juicio de los
vivos, que nos enseña el símbolo de nuestra fe, y que tanto nos anun-
cian y predican las Escrituras.

Conclusión

[52] La seria consideración de este gran fenómeno, después de ob-


servado con tanta exactitud, podría ser utilísima, en primer lugar, para
aquellas personas religiosas y pías que, lejos de contentarse con apa-
riencias, ni deleitarse con discursos ingeniosos y artificiales, buscan
solamente la verdad, no pudiendo descansar en otra cosa. Mucho más

1 Sal. 109, 5.
2 Sal. 2, 5.
3 Is. 24, 21-22.
4 Abac. 3, 14.
5 1 Cor. 15, 25.
172 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

útil pudiera ser respecto de otras personas, de que tanto abunda nues-
tro siglo, que afectan un soberano desprecio de las Escrituras, en espe-
cial de las profecías, diciendo ya públicamente que no son otra cosa
que palabras al aire, sin otro sentido que el que quieren darle los in-
térpretes. Unas y otras podrían quedar, en la consideración de esta so-
la profecía, y en el confronto de ella con la historia, penetradas del más
religioso temor, y del más profundo respeto a Dios y su palabra.
[53] Desde Nabucodonosor hasta el día de hoy, esto es, por un es-
pacio de más de dos mil trescientos años, se ha venido verificando
puntualmente lo que comprende y anuncia esta antiquísima profecía.
Todo el mundo ha visto por sus ojos las grandes revoluciones que han
sucedido para que la estatua se formase y se completase desde la cabe-
za hasta los pies. La vemos ya formada y completa, según la profecía,
sin que haya faltado la menor circunstancia. Lo formal de la estatua, es
decir, el imperio y la dominación, que primero estuvo en la cabeza, se
ha ido bajando a vista de todos, por medio de grandes revoluciones, de
la cabeza al pecho y brazos, del pecho y brazos al vientre y muslos, del
vientre y muslos a las piernas, pies y dedos, donde actualmente se ha-
lla. No falta ya sino la última época, o la más grande revolución, que
nos anuncia esta misma profecía, con quien concuerdan perfectamen-
te otras muchísimas que en adelante iremos observando. Mas esta úl-
tima, ¿por qué no se recibe como se halla? Quien ha dicho la verdad en
tantos y tan diversos sucesos que vemos plenamente verificados, ¿po-
drá dejar de decirla en uno solo que queda por verificarse? ¿Por qué,
pues, se mira este suceso con tanta indiferencia? ¿Por qué se afecta no
conocerlo? ¿Por qué se pretende equivocar y confundir la caída de la
piedra sobre los pies de la estatua, y el fin y término de todo imperio y
dominación, con lo que sucedió en la primera venida quieta y pacífica
del Hijo de Dios?
[54] No sé, amigo, qué es lo que tememos, qué es lo que nos obliga
a volver las espaldas tan de repente, y recurrir a cosas tan pasadas y
tan ajenas de todo el contexto. ¿Acaso tememos la caída o bajada de la
piedra, la venida del Señor en gloria y majestad? Mas este temor no
compete a los siervos de Cristo, a los fieles de Cristo, a los amadores de
Cristo; porque la caridad… echa fuera el temor 1. Estos, por el contra-
rio, deben desear en esta vida, y clamar día y noche con el profeta: ¡Oh
si rompieras los cielos y descendieras! A tu presencia los montes se
derretirían. Como quemazón de fuego se deshicieran, las aguas ar-
dieran en fuego, para que conociesen tus enemigos tu nombre 2. A és-
tos se les dice en el salmo 2: Cuando en breve se enardeciere su ira,

1 1 Jn. 4, 18.
2 Is. 64, 1-2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 173

bienaventurados todos los que confían en él 1. A éstos se les dice en el


Evangelio: Entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube
con gran poder y majestad. Cuando comenzaren, pues, a cumplirse
estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está
vuestra redención 2. A éstos les dice en el Apocalipsis: Y el Espíritu y
la Esposa dicen: Ven. Y el que lo oye diga: Ven 3. A éstos, en fin, les
dice San Pablo: Esperamos al Salvador nuestro Señor Jesucristo, el
cual reformará nuestro cuerpo abatido, para hacerlo conforme a su
cuerpo glorioso, según la operación con que también puede sujetar a
sí todas las cosas 4. Estos, pues, nada tienen que temer, deben arrojar
fuera de sí todo temor, y dejarlo para los enemigos de Cristo, a quienes
compete únicamente temer, porque contra ellos viene.
[55] ¿Acaso tememos las consecuencias de la caída y bajada de la
piedra, esto es, que la piedra se haga un monte tan grande, que cubra
toda esta nuestra tierra? O por hablar con los términos que habla casi
toda la divina Escritura, ¿tememos aquí al reino o al juicio de Cristo
sobre la tierra? Mas ¿por qué? ¿No están convidadas todas las criatu-
ras, aun las insensibles, a alegrarse y regocijarse, porque vino, porque
vino a juzgar la tierra? 5. ¿No estamos certificados de que juzgará al
orbe de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad 6; que juz-
gará el orbe de la tierra en justicia, y los pueblos en equidad 7; que
juzgará la tierra, y no juzgará según vista de ojos, ni argüirá por oído
de orejas (que ahora falla muchas veces), sino que juzgará a los po-
bres con justicia, y reprenderá con equidad en defensa de los mansos
de la tierra? 8. ¿No nos dan los Profetas unas ideas admirables de la
bondad de este Rey, y de la paz, quietud, justicia y santidad de todos
los habitadores de la tierra debajo del pacífico Salomón? Pues ¿qué
tienen que temer los inocentes un Rey infinitamente sabio, y un juicio
perfectamente justo?
[56] ¿Acaso tememos (y éste puede ser motivo aparente de temor),
acaso tememos el afligir, desconsolar, ofender y faltar al respeto y aca-
tamiento debido a las cabezas sagradas y respetables del cuarto reino
de la estatua? ¡Oh, qué temor tan mal entendido! El decir clara y sen-
cillamente lo que está declarado en la Escritura de la verdad 9; el de-
cir a todos los soberanos actuales que sus reinos, sus principados, sus

1 Sal. 2, 13.
2 Lc. 21, 27-28.
3 Apoc. 22, 17.
4 Fil. 3, 20-21.
5 Sal. 95, 13.
6 Sal. 95, 13.
7 Sal. 97, 9.
8 Is. 11, 3-4.
9 Dan. 10, 21.
174 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

señoríos, son conocidamente los figurados en los pies y dedos de la


grande estatua, haciéndoselos ver por sus ojos en la Escritura de la
verdad; el decirles que estos mismos reinos son los inmediatamente
amenazados del golpe de la piedra, ¿se podrá mirar como una falta de
respeto, y no antes como un servicio de suma importancia? Lo contra-
rio sería faltarles al respeto, faltarles a la fidelidad, faltarles al amor
que les debemos como a imágenes de Dios, ocultándoles una verdad
tan interesante después de conocida. Para decir esta verdad, no hay
necesidad de tomar en boca a las personas sagradas que actualmente
reinan. Esto sí que sería una falta reprensible; pues no es lo mismo los
reinos actuales, que las cabezas actuales de los reinos; las cabezas se
mudan, por cuanto la muerte no permitía que durasen 1; mas los
reinos van adelante. Así como ninguno sabe cuándo bajará la piedra,
ni Dios lo ha revelado, ni lo revelará jamás; así ninguno puede saber
quiénes serán entonces las cabezas de los reinos, ni las novedades que
en ellos habrá en los siglos venideros. Por eso el mismo Señor con fre-
cuencia nos exhorta en los Evangelios a la vigilancia en todo tiempo,
porque no sabemos cuándo vendrá. Velad… porque no sabéis a qué
hora ha de venir vuestro Señor 2. Velad… en todo tiempo 3. Y lo que a
vosotros digo, a todos lo digo: Velad 4.
[57] Ni a los soberanos presentes, ni a sus sucesores, ni a sus mi-
nistros, ni a sus consejeros, ni a sus grandes, les puede ser esta noticia
del menor perjuicio; antes por el contrario, les puede ser de infinito
provecho si la creen. Y dichosos mil veces los que la creyeren; dichosos
los que le dieren la atención y consideración que pide un negocio tan
grave; ellos procurarán ponerse a cubierto, ellos se guardarán del gol-
pe de la piedra, ciertos y seguros que nada tienen que temer los ami-
gos; pues sólo están amenazados los enemigos. Mas si la noticia, o no
se cree, o se desprecia y echa en olvido, ¿qué hemos de decir, sino lo
que decía el Apóstol de la venida del Señor? Que el día del Señor ven-
drá como un ladrón de noche. Porque cuando dirán paz y seguridad,
entonces les sobrecogerá una muerte repentina 5. Las profecías no de-
jarán de verificarse porque no se crean, ni porque se haga poco caso de
ellas; por eso mismo se verificarán con toda plenitud.

1 Heb. 7, 23.
2 Mt. 24, 42.
3 Lc. 21, 36.
4 Mc. 13, 37.
5 1 Tes. 5, 2-3.
Fenómeno 2
Las cuatro bestias
del capítulo 7 del mismo Daniel

PÁRRAFO 1

[58] El misterio de estas cuatro bestias dicen todos los intérpretes


de la Escritura que es el mismo que el de la estatua, representado so-
lamente por diversos símbolos o figuras. En esta suposición, que les
parece cierta, no tienen que hacer aquí otra diligencia que procurar
acomodar del modo posible a los cuatro reinos célebres de la estatua
todo lo que dice de las cuatro bestias, con esta sola diferencia, bien
digna de particular atención, a saber, que este último misterio, no obs-
tante de ser el mismo que el de la estatua, según dicen, no lo conclu-
yen como el primero, en la primera venida del Mesías, así les fuera de
algún modo posible, sino que pasan muy adelante, y lo llevan hasta la
segunda; llevando por consiguiente hasta aquel tiempo su imperio ro-
mano, bajado de la luna, o resucitado. Este imperio romano, prosiguen
diciendo, es el que aquí se representa bajo la figura de una bestia nue-
va y ferocísima, esto es, la cuarta, coronada de diez cuernos terribles,
que el Profeta mismo explica diciendo que significan otros tantos re-
yes, los cuales, aunque en el imperio romano, mientras vivía en este
mundo, nadie los ha podido señalar, mas es cosa fácil señalarlos, a lo
menos en general, para otros tiempos todavía futuros.
[59] Estos diez reyes, pues (nos advierten con gran formalidad),
hasta ahora no han venido al mundo; pero vendrán infaliblemente ha-
cia el fin del mismo mundo. Aunque el Profeta los pone en la cabeza de
la cuarta bestia, esto es, del imperio romano (nos advierten segunda
vez), no por eso serán reyes del imperio romano, sino que saldrán de es-
te imperio, y habiendo salido de este imperio, irán a reinar a otras par-
tes, y en ellas harán todos aquellos males y estragos horribles que anun-
cia la profecía. Esto es lo mismo que si dijéramos, según me parece, los
cuernos que vemos en la cabeza, por ejemplo de un toro, no son en rea-
lidad cuernos de un toro, sino cuernos que han salido del toro y, ha-
biendo salido del toro, hacen grandes males, y matan mucha gente, sin
que el toro tenga en esto la menor parte; lo cual no dejará de parecer
una novedad bien singular. Veis aquí, señor, una prueba bastante bue-
na de lo que acabamos de apuntar al fin del fenómeno antecedente; di-
176 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

go, del respeto y acatamiento mal entendido a los soberanos, que obliga
a los doctores a disfrazar algunas verdades, o tal vez a no conocerlas.
Como piensan por una parte que la cuarta bestia de diez cuernos es el
imperio romano que suponen vivo; como piensan por otra parte que
todos los soberanos de la Europa, del Asia y del Africa, donde antigua-
mente dominaba Roma, son reyes del imperio romano (y no se alcanza
cómo puedan caber ideas tan falsas en hombres tan cuerdos); como
piensan, en suma, del mismo modo que se pensaba en el cuarto siglo,
cuando el imperio romano estaba en su mayor esplendor y grandeza, no
quieren que se piense que hablan de aquella reliquia del imperio ro-
mano que queda en Alemania, ni tampoco de los reyes que se han divi-
dido entre sí, muchos siglos ha, lo que era antiguamente imperio ro-
mano. Pues ¿cómo será? No hay otro remedio para poder cumplir con
tantas y tan graves obligaciones, sino hacer salir del imperio romano
(¿de cuál?) diez reyes que vayan a reinar por ese mundo, y hagan por
allá lo que les pareciere. Mas dejando estas cosas, que parecen tan poco
serias, atendamos ya a la observación de nuestro fenómeno.
[60] Dos puntos principales contiene este misterio, que piden toda
nuestra atención, ni más ni menos que el misterio de la estatua. El
primero es las bestias mismas, o el conocimiento y verdadera inteli-
gencia de lo que en ellas se simboliza. El segundo, la venida en las nu-
bes de cierto personaje admirable, que al profeta le pareció como Hijo
de Hombre, y todas las resultas de su venida. Aunque este segundo
punto es el principal, y el que hace inmediatamente a nuestro propósi-
to, no por eso deja de ser importante, y aun necesaria, la inteligencia
del primero.

Descripción de las cuatro bestias


y explicación de este misterio,
según se halla en los expositores

PÁRRAFO 2

[61] Veía de noche en mi visión, y he aquí los cuatro vientos del


cielo combatían en el mar grande. Y cuatro grandes bestias subían de
la mar diversas entre sí. La primera como leona, y tenía alas de
águila; mientras yo la miraba le fueron arrancadas las alas, y se al-
zó de tierra y se tuvo sobre sus pies como un hombre, y se le dio cora-
zón de hombre. Y vi otra bestia semejante a un oso, que se paró a un
lado; y tenía en su boca tres órdenes de dientes, y decíanle así: Le-
vántate, come carnes en abundancia. Después de esto estaba miran-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 177

do, y he aquí como un leopardo, y tenía sobre sí cuatro alas como de


ave, y tenía cuatro cabezas la bestia, y le fue dado el poder. Después
de esto miraba yo en la visión de la noche, y he aquí una cuarta bes-
tia espantosa, y prodigiosa, y fuerte en extremo; tenía grandes dien-
tes de hierro, comía y despedazaba, y lo que le sobraba lo hollaba con
sus pies; y era desemejante a las otras bestias que yo había visto an-
tes de ella, y tenía diez astas. Contemplaba las astas, y he aquí otra
asta pequeña, que nació de en medio de ellas; y de las primeras astas
fueron arrancadas tres delante de ella, y en aquella asta había ojos,
como ojos de hombre, y boca, que hablaba cosas grandes, etc. 1.
[62] Este es el texto de la primera parte de la profecía; considere-
mos ahora la explicación común de los intérpretes.
[63] La primera bestia, dice el Profeta, era semejante a una leona
con alas de águila. A esta bestia, añade, la estuve mirando con aten-
ción, hasta que vi que le arrancaban las alas, la levantaron de tierra,
ella se puso en pie como hombre, y se le dio corazón de hombre.
[64] Esta primera bestia, nos dice la explicación, corresponde a la
cabeza de oro de la estatua, o al primer imperio de los Caldeos; se re-
presenta en figura de leona con alas, por su generosidad, valor e intre-
pidez, y por la suma ligereza con que hizo sus conquistas. Lo demás
que se dice de esta leona, esto es, que le arrancaron las alas, que la le-
vantaron de la tierra, que se puso en pie como hombre, y se le dio co-
razón de hombre, no significa otra cosa sino aquel célebre y justísimo
castigo que dio el Señor a Nabuco, primer monarca de este primer
reino, quitándole por fuerza las alas, esto es, el reino mismo, transfor-
mándolo en bestia, y después de algún tiempo volviéndolo a su juicio,
dándole corazón de hombre, y restituyéndolo a su antiguo honor y
dignidad.
[65] Esta explicación no hay duda que tiene muy bellas aparien-
cias, y aunque pudieran notarse en ella algunas impropiedades e inco-
nexiones bien visibles, yo me contento con haceros notar una sola,
porque no puedo disimular. Ya sabéis el tiempo preciso en que este
Profeta tuvo esta visión, que fue, como él mismo lo dice, en el año pri-
mero de Baltasar, rey de Babilonia 2. Según esto, es evidente que el
trabajo de Nabuco (llamo así esta transformación en bestia, o lo que
parece más verosímil, pérdida de su juicio, demencia, locura, frenesí,
etc.) fue muy anterior a la visión. Este trabajo duró cuando menos sie-
te años, después de los cuales volvió otra vez a reinar, no sabemos
cuánto tiempo, hasta que por su muerte se sentó en el trono Baltasar,
en cuyo tiempo sucedió la visión. Ahora ¿os parece creíble que Dios

1 Dan. 7, 2-8.
2 Dan. 7, 1.
178 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

revelase a este Profeta, debajo de un símbolo o figura tan oscura, un


suceso público que ya había pasado algunos años antes? ¿Un suceso
que el mismo Profeta había visto por sus ojos, como que estaba en Ba-
bilonia, y con oficio en palacio? ¿Un suceso, en fin, que el mismo Da-
niel se lo había anunciado al rey de parte de Dios un año antes que se
verificase? La cosa es realmente difícil de creer; mas será necesario
creerlo así, si creemos buena la explicación. Desde aquí podemos ya
empezar a sospechar que el misterio de esta bestia acaso es muy diver-
so de lo que hasta ahora se ha pensado; la cual sospecha deberá crecer
al paso que la fuéremos mirando más de cerca, confrontándola con la
explicación. La que acabáis de oír de la primera bestia no parece la
más difícil, ni la más impropia de todas.
[66] Algunos autores se dan por entendidos de la dificultad que
hemos apuntado; mas responden, en breve, que la visión de esta pri-
mera bestia, con todas las circunstancias con que se describe, no fue
para revelar algún suceso nuevo, oculto, o futuro, sino solamente para
tomar el hilo de aquel misterio, esto es, de los cuatro imperios, desde
su principio. Yo dudo mucho que os pueda contentar esta decisión, por
más que se presente con figura de explicación.
[67] La segunda, prosigue el Profeta, era semejante a un disforme
oso, el cual se puso a una parte, o a un lado. Tenía en su boca y en sus
dientes tres órdenes, y le decían estas palabras: Levántate y come mu-
chas carnes 1. Esta bestia, nos dicen, figura el imperio de los Persas, y
corresponde al pecho y brazos de la estatua. ¿Cómo y en qué? ¿Qué
similitud puede tener el imperio de los Persas, aun permitido que fue-
se un imperio diverso del de los Caldeos, con una bestia tan feroz y tan
horrible a la vista como el oso? ¿Con qué propiedad se puede decir del
imperio de los Persas, que se puso a una parte, o a un lado 2, como lee
Pagnini? ¿A qué propósito se le dice a este imperio: Levántate, y come
carnes en abundancia? Ved aquí lo único que sobre esto se halla, no
en todos, sino en algunos intérpretes de los más ingeniosos y eruditos.
La semejanza con el oso, dicen, no deja de cuadrarle bien al imperio de
los Persas; pues como dice Plinio, la osa pare sus hijos tan informes,
que no se les ve figura de osos, ni casi de animales, hasta que la madre,
a fuerza de lamerlos y frotarlos con su lengua, les va dando la forma y
figura de lo que son en realidad. De esta suerte, añaden, Ciro, funda-
dor de este imperio, viendo a los Persas informes, bárbaros y salvajes,
les dio con su lengua, esto es, con sus exhortaciones e instrucciones, la
forma y figura de hombres racionales, los hizo después de esto solda-
dos, los llenó de valor y coraje militar, y conquistó con ellos tres órde-

1 Dan. 7, 5.
2 Dan. 7, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 179

nes de presas o de comidas, esto es, la Caldea, la Media y la Persia mis-


ma. ¡Cosa admirable! Aunque fuese cierto todo lo que aquí se dice de
Ciro, tomado en gran parte de su panegirista Jenofonte (a quien nin-
gún hombre sensato ha tenido jamás en esto por historiador), ¿será
creíble a algún hombre sensato, que el Espíritu Santo tuviese en mira
el parto de la osa, ni las supuestas instrucciones de Ciro, para figurar
con esta bestia el imperio de los Persas? ¡Oh, con cuánta mayor razón
y prudencia proceden otros doctores, los cuales, suponiendo que en el
oso se figura el imperio de los Persas, no se detienen en probarlo con
proporciones y congruencias, que les podrían hacer poquísimo honor!
Vamos adelante.
[68] La tercera bestia parecía un pardo o tigre: Tenía cuatro alas
como ave, y cuatro cabezas, y se le dio potestad 1. Este es, dicen, el
imperio de los Griegos, correspondiente al vientre y muslos de la esta-
tua. Viene aquí figurado en un pardo o tigre por la variedad de colores,
esto es, por la variedad de gobiernos, y también por la variedad de ar-
tes y ciencias que florecían entre los Griegos. También porque, como
dice Aristóteles y Plinio, el pardo atrae a sí otras bestias inocentes con
sus juegos, diversiones y halagos fingidos; y los Griegos, con su elo-
cuencia, con su industria, con sus juegos públicos, con sus poesías, con
sus artes y ciencias, que cada día inventaban, atraían a sí otras nacio-
nes sencillas e inocentes, y seguramente les bebían la sangre, esto es,
el dinero. Ahora, las cuatro alas de este pardo, y sus cuatro cabezas,
deben significar una misma cosa, esto es, que el imperio que fundó
Alejandro se dividiría después de su muerte en cuatro cabezas y hacia
los cuatro vientos, como sucedió, o por mejor decir, como no sucedió,
pues los sucesores de Alejandro sólo fueron dos, Seleuco y Ptolomeo,
que el mismo Daniel llama rey de Aquilón, y rey de Austro. Mas esto
parece nada en comparación de otras mil impropiedades y frialdades
que yo dejo a vuestra reflexión. Volved a leer lo que queda observado
en el fenómeno antecedente sobre el imperio de los Griegos.
[69] La cuarta bestia, en fin, como la más terrible de todas, es tam-
bién la que más resiste a la explicación del sistema ordinario. Como
todas las cosas que dicen de ella pertenecen manifiestamente a los úl-
timos tiempos, por confesión de los mismos doctores; como por otra
parte el imperio romano (en quien todas se deben acomodar según el
sistema) días ha que ha desaparecido del mundo, y nadie sabe dónde
se halla; es una consecuencia natural y forzosa que la acomodación al
imperio romano sea infinitamente difícil y embarazosa; pero al fin no
hay otro recurso; todo se debe acomodar al imperio romano, cueste lo
que costare. Por consiguiente, este imperio no sólo existe, sino que de-

1 Dan. 7, 6.
180 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

be durar hasta el fin del mundo. En efecto, todos lo suponen así. Pre-
guntadles ahora sobre qué fundamento, y quedaréis llenos de admira-
ción, al ver que os remiten por toda respuesta a esta cuarta bestia, y os
hacen notar los estragos que ha de hacer hacia los últimos tiempos, su
castigo, su muerte, su sepultura, etc. ¿Y no hay otro fundamento que
éste? No, amigo, no hay otro. ¿Y si por desgracia esta cuarta bestia no
significa el imperio romano, sino otra cosa diversísima? En este caso,
¿no caerá todo el edificio por falta de fundamento? Sí, en este caso
caerá; mas no hay que temer este caso, porque algunos antiguos sos-
pecharon que el imperio romano (que en su tiempo se hallaba en la
mayor grandeza y esplendor) duraría hasta el fin del mundo, creyendo
que estaba figurado en esta cuarta bestia, y así lo han creído y sospe-
chado después casi todos los doctores.
[70] No obstante esta persuasión común, yo voy a proponer una
razón que tengo (dejando otras por brevedad) para no creer que en la
cuarta bestia se figure el imperio romano, aun prescindiendo de su
existencia o no existencia actual. Esta misma razón comprende a las
tres primeras bestias, para tampoco creer que en ellas se figuran los
otros tres imperios. Argumento así, y pido toda vuestra atención. Si la
cuarta bestia figura el imperio romano, y las otras tres figuran los
otros tres imperios, no solamente el imperio romano, sino también los
otros tres imperios de Caldeos, Persas y Griegos, deben estar vivos y
coexistentes en los últimos tiempos. O conceden esta proposición, o la
niegan. Si la conceden (lo que parece duro de creer), se les pide alguna
buena razón para hacer salir del sepulcro aquellos tres imperios, de
quienes apenas nos queda alguna memoria por los libros. Si la niegan,
se les muestra al punto el texto expreso de esta misma profecía, el cual
no pueden negar sin negarse a sí mismos. Y vi (dice el Profeta, versícu-
lo 11) que había sido muerta la bestia, y había perecido su cuerpo,
había sido entregado al fuego para ser quemado. Y que a las otras
bestias se les había también quitado el poder, y se les habían señala-
do tiempos de vida hasta tiempo y tiempo 1.
[71] De modo que, según la explicación de los doctores, la cuarta
bestia, esto es, el imperio romano, morirá muerte violenta en los últi-
mos tiempos: su cuerpo perecerá y será arrojado al fuego, sin que pue-
dan librarle los diez cuernos que tiene en la cabeza, y después de eje-
cutada esta justicia, las otras tres bestias, esto es, los tres primeros im-
perios de Caldeos, Persas y Griegos, serán despojados de su potestad:
Y vi que había muerto la bestia… y que a las otras bestias se les había
también quitado el poder… De aquí se sigue evidentemente que los
tres primeros imperios, no menos que el romano, estarán en aquel

1 Dan. 7, 11-12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 181

mismo tiempo vivos, coexistentes, y cada uno con toda su potestad; y


si no, ¿qué potestad se les podrá entonces quitar?
[72] Apuro un poco más el argumento. Si las tres primeras bestias
figuran los tres imperios de Caldeos, Persas y Griegos, como la cuarta
el imperio romano, parece necesario que aquellos tres imperios prime-
ros no sólo duren tanto tiempo cuanto el romano, sino que le sobrevi-
van y alcancen en días. ¿Por qué? Porque expresamente dice la profe-
cía que, muerta la cuarta bestia, a las otras tres se les quitó solamente
la potestad, mas no se les quitó la vida, antes se les señaló algún tiem-
po o tiempos en que debían todavía vivir 1; el cual tiempo o tiempos no
sabemos precisamente cuánto tiempo significa. Ahora pregunto yo:
¿Qué sentido tienen estas palabras? ¿Cómo se pueden acomodar a los
cuatro imperios de los últimos tiempos? Empresa verdaderamente di-
fícil, imposible, y al mismo tiempo la más fácil de todas en el modo or-
dinario de exponer la Escritura. Algunos autores, clásicos por otra
parte, tocan este punto, y dan muestras de querer resolver esta dificul-
tad, o a lo menos de querer desembarazarse de ella del modo posible;
mas ¿qué es lo que responden? Apenas lo creyera si no lo viera por mis
ojos. Lo que responden es que, aunque el Profeta vio estas cosas des-
pués de la cuarta bestia; aunque entonces vio que despojaban de su
potestad a las tres primeras bestias, y les señalaban cierto espacio de
vida; no por eso se sigue que sólo entonces se haya de verificar, así el
despojo de la potestad de las bestias, o de los imperios, como la asig-
nación o limitación precisa de tiempo que debían vivir; pues estas son
cosas muy anteriores. A estas bestias, prosiguen, se les quitó la potes-
tad; no a todas en un mismo tiempo, sino a cada cual en el suyo. A la
primera, esto es, al imperio de los Caldeos, se les quitó en tiempo de
Darío y Ciro. A la segunda, esto es, al imperio de los Persas, en tiempo
de Alejandro. A la tercera, esto es, al imperio de los Griegos, en tiempo
de los Romanos. Y al imperio romano se le quitará la potestad en los
últimos tiempos. Lo que añade el Profeta, esto es, que a las tres prime-
ras bestias, despojadas de su potestad, se les señaló algún espacio más
de vida, hasta tiempo y tiempo, no tiene otro misterio, sino que estos
tres primeros imperios, así como todas las cosas caducas de este mun-
do, tuvieron su tiempo de vida fijo y limitado desde la eternidad por la
providencia. Leed otra vez el texto y juzgad: Y vi que había sido muer-
ta la bestia, y había perecido su cuerpo, y había sido entregado al
fuego para ser quemado. Y que a las otras bestias se les había tam-
bién quitado el poder, y se les habían señalado tiempos de vida.
[73] El poco caso que se hace, o que se afecta hacer de este texto,
omitiéndolo unos como cosa de poco momento, dándole otros la inau-

1 Dan. 7, 12.
182 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dita explicación que acabáis de oír, ¿os parece, amigo, que será sin
misterio? Por más que se quiera disimular, es visible y claro que debe
poner en gran cuidado lo que aquí se dice sobre el fin de las bestias,
conocidamente incompatible con las ideas ordinarias. Porque ¿qué
quiere decir que, muerta la cuarta bestia, quedarán las tres primeras
sin potestad, pero con vida? ¿Qué quiere decir lo que se añade poco
después, esto es, que la potestad, reino o imperio, se dé al que acaba
de llegar en las nubes como Hijo de Hombre, y junto con él a todo el
pueblo de los santos del Altísimo? ¿Qué quiere decir que la potestad,
reino o imperio que se da entonces a Cristo y a sus santos, comprende
todo cuanto esta debajo de todo el cielo? 1. Todo esto es necesario que
ponga en gran cuidado a los que piensan y dan por supuesto que el
Señor ha de venir a la tierra por muy breve tiempo para volverse luego,
que a su venida ha de hallar resucitado a todo el linaje humano, que
luego al punto ha de hacer su juicio de vivos y muertos, y antes de ano-
checer se ha de volver al cielo con todos sus santos, etc. Por tanto, no
hay otro remedio más oportuno que, o despreciar este cuidado, no
dándose por entendidos de estas menudencias, o darles alguna especie
de explicación, la primera que ocurra, que el pío y benigno lector les
pasará por todo.

Se propone otra explicación


de estas cuatro bestias

PÁRRAFO 3

[74] Habiendo visto y considerado lo que sobre este misterio nos


dicen los doctores, y quedando poco o nada satisfechos de su explica-
ción, es bien que busquemos otra más verosímil, que se conforme en-
teramente con el texto sagrado y con el contexto de la profecía. Yo voy
a proponer una que me parece tal. Si después de bien mirada y exami-
nada, intrínseca y extrínsecamente, no se hallare digna de particular
atención, ni proporcionada a la grandeza de las metáforas que usa aquí
el Espíritu Santo, fácil cosa es desecharla y reprobarla, poniéndola en
el número de tantas otras, que en otros asuntos semejantes han mere-
cido esta censura. Así como yo no admito, antes tengo por impropia,
por violenta, por falsa e improbable, la explicación que hasta ahora se
ha dado a estas bestias metafóricas, así del mismo modo cualquiera es
libre y perfectamente libre para admitir la que voy a proponer. Esta yo
no puedo probarla con evidencia con la autoridad de la divina Escritu-

1 Dan. 7, 27.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 183

ra, porque se trata de una metáfora oscura, que la Escritura misma no


explica, como suele hacerlo con otras metáforas. Así, sólo la propongo
como una mera sospecha vehementísima, y a mi parecer fundada en
buenas razones de congruencia, cuyo examen y decisión no me toca a
mí, sino al que leyere. Aun en caso de reprobarse o no admitirse esta
explicación, no por eso perderá alguna cosa sustancial nuestro sistema
general, pues sea de estas bestias lo que yo pienso, o sea otra cosa dife-
rente que hasta ahora no se ha pensado, a lo menos es evidente que
todo ello se encamina, y todo se concluye perfectamente, en la segunda
parte de esta profecía, que es la que hace inmediatamente a mi asunto
principal.
[75] Y, primeramente, yo no puedo convenir en que el misterio de
las cuatro bestias sea el mismo que el de los cuatro metales de la esta-
tua, si a lo menos no se considera este último por otro aspecto muy di-
verso, o no se le añade alguna circunstancia sustancial y gravísima que
lo haga mudar de especie absolutamente. El Profeta mismo dice de sí,
acabando de referir esta última visión, versículo 15: Se horrorizó mi
espíritu; yo, Daniel, fui consternado de estas cosas, y me conturba-
ron las visiones de mi cabeza 1. Si hubiese visto el mismo misterio,
¿qué razón había para horrorizarse y conturbarse? ¿Este misterio no lo
sabía muchos años antes? ¿No se lo había revelado Dios en su juven-
tud? ¿El mismo no se lo había explicado individualmente a Nabuco,
sin dar muestra de horror ni conturbación? Pues ¿por qué se horroriza
y conturba en otra visión del mismo misterio? Luego o el misterio no
es el mismo, o a lo menos en esta segunda visión se le mostró el miste-
rio por otro aspecto muy diverso, y él vio otras cosas de mayor conse-
cuencia, capaces de conturbar y horrorizar a un Profeta, en aquel
tiempo ya viejo y acostumbrado a grandes visiones. Fuera de esto, a
poca reflexión que se haga, comparando los cuatro metales con las
cuatro bestias, se halla una diferencia tan sensible cuanto difiere un
cuerpo muerto de un cuerpo vivo, o cuanto va de una estatua inmóvil y
fría a un viviente que se mueve y obra.
[76] No por eso decimos, que las cuatro bestias no simbolicen cua-
tro reinos, y los mismos reinos de la estatua, si así se quiere, pues ex-
presamente se le dijo al Profeta en medio de la visión: Estas cuatro
bestias grandes son cuatro reinos que se levantarán de la tierra 2. Lo
que únicamente decimos es que simbolizan los cuatro reinos mirados
por otro aspecto diversísimo del que se miran en la estatua. En ésta se
miran los reinos solamente por su aspecto material, es decir, por lo
que toca a lo físico y material de ellos mismos, sin respecto o relación

1 Dan. 7, 15.
2 Dan. 7, 17.
184 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

con lo espiritual. En las bestias, al contrario, se miran los reinos por el


aspecto formal, esto es, en cuanto dicen relación a lo espiritual, como
lo dicen todos por precisión. Más claro: en el misterio de la estatua se
prescinde absolutamente de la religión de los reinos, ni hay señal al-
guna en toda la profecía de donde poder inferir alguna relación, o res-
pecto, o comercio de los reinos mismos con la divinidad. Sólo se habla
de grandezas materiales, de conquistas, de pleitos, de dominación de
unos hombres sobre otros, de fuerza, de violencia, de destrozos, de
enemistades, de amistades, de casamientos, etc., y todo ello figurado
por metales de la tierra, por sí mismos fríos e inertes. Mas en el miste-
rio de las bestias no es así: se divisan algunas señales nada equívocas
de religión, o de relación a la divinidad, por ejemplo, el corazón de
hombre que se le da a la primera bestia, las blasfemias contra el ver-
dadero Dios, la persecución de sus santos, la opresión y humillación
de estos mismos, el consejo, en fin, y tribunal extraordinario que se
junta, en que preside el Anciano de días, para juzgar una causa tan
grave que parece por todas sus señas una causa de religión, que inme-
diatamente pertenece a Dios.
[77] En suma, en el misterio de la estatua solamente se habla de
los reinos por la parte que éstos tienen de tierra, o de terrenos, sin otro
respecto o relación que a la tierra misma; mas en el misterio de las
bestias ya se representan estos reinos con espíritu y con vida, por el
respecto y relación que dicen a la divinidad; pero con espíritu y vida de
bestias salvajes y feroces, porque este respecto y relación a la divinidad
no se endereza a darle el culto y honor que le es debido, sino antes a
quitarle este culto, y a privarle de aquel honor. Estas dos cosas de que
vamos hablando parecen necesarias y esenciales en un reino, cualquie-
ra que sea, esto es, lo material y terreno, que es todo lo que pertenece
al gobierno político y civil, y lo formal o espiritual, que pertenece a la
religión.
[78] Según esto, podemos ahora discurrir, sin gran peligro de ale-
jarnos mucho de la verdad, que estas cuatro bestias grandes y diver-
sas entre sí no significan otra cosa que cuatro religiones grandes y fal-
sas, que se habían de establecer en los diversos reinos de la tierra fi-
gurados en la estatua. Todas cuatro grandes en la extensión, todas
cuatro diversas entre sí 1; mas todas cuatro muy semejantes y muy
hermanas en ser todas falsas, brutales, disformes y feroces, las cuales,
como otras tantas bestias salidas del infierno, habían de hacer presa
en el mísero linaje de Adán, habían de hacer en él los mayores estra-
gos, y lo habían de conducir a su última ruina, y perdición irremedia-
ble y eterna.

1 Dan. 7, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 185

[79] Aquí, según parece, no se trata ya en particular de Caldeos, ni


de Persas, ni de Griegos, ni de Romanos. No es éste el aspecto de los
reinos que aquí se considera. Ya este aspecto queda considerado en el
misterio de la estatua. Se considera, pues, en general todo reino, todo
principado, toda potestad, todo gobierno de hombres, comprendido
todo en los cuatro reinos o imperios célebres que se han visto en esta
nuestra tierra, sin atender en ellos a otra cosa que a la religión domi-
nante de ellos mismos.
[80] Estas religiones falsas y disformes, aunque en los accidentes y
en el modo han sido y son innumerables, todas ellas se reducen fácil-
mente a solas cuatro grandes y diversas entre sí. El Profeta de Dios las
representa aquí con la mayor puntualidad y propiedad posible: las tres
bestias conocidas de todos, y conocidas por las más salvajes, las más
feroces y más dignas de horror y de temor; la cuarta debajo de la se-
mejanza de otra bestia del todo nueva, inaudita en los siglos anterio-
res, diferentísima de todas las otras, y que une en sí sola la ferocidad
de todas las demás.

Explicación de la
primera bestia
PÁRRAFO 4
[81] La primera como leona, y tenía alas de águila; mientras yo
la miraba, le fueron arrancadas las alas, y se alzó de tierra, y se tuvo
sobre sus pies como un hombre, y se le dio corazón de hombre 1. Esta
primera bestia, o esta leona con alas de águila, parece un símbolo pro-
pio y natural de la primera y más antigua de todas las falsas religiones,
quiero decir, de la idolatría. Represéntase aquí esta falsa religión co-
mo una leona terrible, a la cual, aunque de suyo ligera, se le añaden
alas de águila, con que queda no sólo capaz de correr con ligereza, sino
de volar con rapidez y velocidad; expresiones todas propísimas para
denotar, ya la rapidez con que voló la idolatría y se extendió por toda
la tierra, ya también los estragos horribles que hizo en poco tiempo en
todos sus habitadores, sujetándolos a su duro, tiránico y cruel imperio.
Aun el pequeño pueblo de Dios, aun la ciudad santa, aun el templo
mismo, lugar el más respetable, el más sagrado que había entonces so-
bre la tierra, no fueron inaccesibles a sus alas de águila, ni respetados
de su voracidad, y fue bien necesaria la protección constante, y los es-
fuerzos continuos de un brazo omnipotente, para poder salvar algunas
reliquias, y en ellas la Iglesia de Dios vivo, o la verdadera religión. To-
da la Escritura divina nos da testimonio de esta verdad.

1 Dan. 7, 4.
186 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[82] No quedó en esto solo la visión. Prosiguió el Profeta contem-


plando esta bestia hasta otro tiempo en que vio que le arrancaban las
alas, la levantaban de la tierra, la ponían sobre sus pies como hombre,
y le daban corazón de hombre. Veis aquí puntualmente lo que sucedió
en el mundo al comenzar la época feliz de la vocación de las Gentes. Lo
primero que sucedió a la idolatría con la predicación de los Apóstoles,
que por todas partes le dieron tan fuertes batallas, fue que se le caye-
ron las alas, o le fueron arrancadas a viva fuerza, para que ya no volase
más en adelante 1. Estas dos alas, me parece (otros pueden pensar otra
cosa mejor) que son símbolos propios de aquellos dos principios o raí-
ces de todos los males que produjeron la idolatría, y la hicieron exten-
derse por toda la tierra, quiero decir, la ignorancia por una parte, y la
fábula por otra: la ignorancia del verdadero Dios, de quien las Gentes
brutales y corrompidas se habían alejado tanto, y la fábula que había
sustituido tantos dioses falsos y ridículos, de quienes se contaban tan-
tos prodigios. A estas dos alas acometieron en primer lugar los hom-
bres apostólicos; dieron noticias al mundo del verdadero Dios, dieron
ideas claras, palpables, innegables de la divinidad, enseñaron lo que
sobre esto acababan de oír de la boca del Hijo de Dios, y lo que les en-
señaba e inspiraba el mismo Espíritu de Dios que en ellos hablaba;
descubrieron por otra parte la falsedad y la ridiculez de todos aquellos
dioses absurdos que hasta entonces habían tenido los hombres, y en
quienes habían esperado; y con esto solo la bestia quedó ya incapaz de
volar, y empezó a caer en tan gran desprecio entre las Gentes que,
avergonzada y corrida como un águila sin plumas, se fue retirando ha-
cia los ángulos más remotos y más escondidos de la tierra.
[83] Arrancadas las alas a la leona, todo lo demás que vio el Profeta
debía luego seguirse sin gran dificultad, y realmente así sucedió. Una
parte bien grande y bien considerable del linaje humano en quien esta
bestia dominaba, y que ya era ella misma, como que estaba convertida
en su propia sustancia, fue levantada de la tierra, dándole la mano y
ayudándola los Apóstoles mismos. Con este socorro, puesta en pie como
un hombre racional, se le dio al punto corazón de hombre, quitándole
con esto la sustancia, y aun los accidentes de bestia: Mientras yo la mi-
raba (dice Daniel), le fueron arrancadas las alas, y se alzó de tierra, y
se tuvo sobre sus pies como un hombre, y se le dio corazón de hombre.
Leed las Actas de los Apóstoles y la historia eclesiástica de los primeros
siglos, y veréis verificado esto con toda propiedad. No será inútil ni fue-
ra de propósito observar aquí una circunstancia que nos servirá bien a
su tiempo, es a saber, que a esta primera bestia no le quitaron la vida,
sino solamente las alas, y con ellas la libertad de volar. Así, aunque per-
dió por esto una gran parte de sí misma, y la mayor y máxima parte de

1 Dan. 7, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 187

sus dominios, ella quedó viva, y viva está aún, y lo estará sin duda hasta
que se le quite enteramente la potestad, lo cual, según esta misma pro-
fecía, no sucederá sino después de la muerte de la cuarta bestia: Vi
(añade el mismo Daniel) que había sido muerta la bestia… y que a las
otras bestias se les habla también quitado el poder. Y aunque entonces,
quitada la potestad, se les dará algún tiempo de vida, mas no ya vida
bestial, sino vida racional; del cual privilegio no gozará ciertamente la
cuarta bestia, como veremos a su tiempo.

Segunda bestia
PÁRRAFO 5
[84] Y vi a otra bestia semejante a un oso, que se paró a un lado, y
tenía en su boca tres órdenes de dientes, y decíanle así: Levántate, co-
me carnes en abundancia 1. La segunda bestia era semejante a un oso.
Este no tenía alas para volar y extenderse por toda la tierra como la leo-
na, por lo cual se puso solamente a un lado, o hacia una parte determi-
nada de la tierra en donde fijó su habitación, para moverse de allí a una
parte, y como lee Pagnini, que se paró a un lado; mas en lugar de alas
tenía esta bestia tres órdenes en su boca y en sus dientes. Estos tres ór-
denes no parece que pueden significar tres especies de viandas o car-
nes, como se dice comúnmente, en la suposición de que el oso simboli-
za el imperio de los Persas, pues este imperio no sólo tuvo los tres órde-
nes de viandas que le señalan, esto es, la Asiria, la Caldea y la Persia
misma, sino otras muchas más, que no hay para qué olvidarlas, cuales
fueron la Media, toda la Asia Menor, la Siria, la Palestina, el Egipto, las
Arabias y una parte considerable de la India, etc., según lo cual el oso
debía tener en su boca y en sus dientes, no solo tres órdenes, sino diez o
doce, y tal vez veinte o treinta. Fuera de esto, si en su boca tres órdenes
de dientes significan tres especies de viandas o de carnes, ¿a qué propó-
sito se le dice a esta bestia: Levántate, come carnes en abundancia?
¿Con qué propiedad se podrá convidar a un perro, o a un hombre que
ya tiene en su boca y entre sus dientes tres especies de viandas, dicién-
dole: Levántate, come carnes en abundancia? Parece, pues, mucho más
natural que estos tres órdenes en la boca y en los dientes de esta segun-
da bestia signifiquen solamente tres modos de comer, o tres especies de
armas con que hace su presa y atiende a su sustento y conservación.
[85] Todas estas enseñanzas y circunstancias tan individuales lle-
van naturalmente toda nuestra atención hacia otra religión grande y
disforme, que se levantó de la tierra cuando ya la primera estaba sin
alas, quiero decir, el mahometismo. De esta falsa religión se verifica

1 Dan. 7, 5.
188 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

con toda propiedad: lo primero, la semejanza con el oso, que es la bes-


tia más disforme y horrorosa a la vista. Lo segundo, la circunstancia o
distintivo particular de ponerse hacia una parte, o hacia un lado de la
tierra: A un lado… a una parte; porque es cierto que esta bestia no ha
dominado jamás sobre toda la tierra como la leona, sino solamente en
aquella parte, y hacia aquel lado, donde se estableció desde su juven-
tud, esto es, hacia el mediodía del Asia, y a la parte septentrional del
Africa. Habiendo nacido en Arabia cerca del Mar Rojo, creció desde
allí al oriente y al occidente; al oriente hasta la Persia e India; al occi-
dente por las costas de Africa hasta el océano. En esta parte o hacia es-
te lado se ha estado el mahometismo más de mil años casi sin dar un
paso ni moverse de allí; pues aunque los príncipes otomanos, que pro-
fesan esta religión, han trecho grandes conquistas en Asia, Africa y Eu-
ropa, mas el mahometismo ha hecho pocas o ningunas. Todos los do-
minios del gran Señor están llenos de Cristianos y de Judíos, hacen la
mayor parte de sus habitadores, y unos y otros están muy lejos de
abrazar esta religión. Mas aunque el mahometismo no ha hecho más
progresos de los que hizo en su juventud, tampoco ha perdido alguna
parte considerable de sus dominios.
[86] Lo tercero, se verifican propiamente en el mahometismo aque-
llos tres órdenes que vio el Profeta en la boca y en los dientes de la se-
gunda bestia, es decir, los tres modos de comer, o las tres especies de
armas de que ha usado esta religión brutal para mirar por su conser-
vación. El primer orden, o la primera arma, fue la ficción, suficientí-
sima a los principios para hacer presa y devorar una tropa de ladrones,
vagamundos, ignorantes y groseros. Mas como era no sólo difícil, sino
imposible que la ficción durase mucho tiempo sin descubrirse, ni to-
dos habían de ser tan rudos que creyesen siempre cosas tan increíbles,
le eran necesarios a la bestia, para poder vivir, otros dos órdenes más
u otras dos maneras de comer. Estas son, a mi parecer, la espada y la
licencia. La primera, para hacer creer por fuerza lo que por persuasión
parece imposible, para defender de todo insulto la ficción misma, para
responder a todo argumento con la espada, para resolver con ella
misma toda dificultad, y para que esta espada quedase en los siglos
venideros como una señal de credibilidad clara, patente e irresistible.
[87] Aun con estos dos primeros órdenes, aun con estas dos armas
o modos de comer, la bestia no podía naturalmente sustentarse ni vivir
largo tiempo. Su vitalicio quedaba a lo menos contingente e incierto,
pues al fin una visión grosera se descubre con el tiempo, y a una espa-
da se puede muy bien oponer otra espada igual o mejor.
[88] Erale, pues, necesario al mahometismo otro orden más u otra
manera más de comer, sin lo cual en pocos años hubiera muerto de
hambre, y se hubiera desvanecido infaliblemente. Erale, digo, necesa-
ria para poder vivir, la licencia sin límite en todo lo que toca al sentido.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 189

Con este orden, mucho mejor que con la espada, se hacía creíble, res-
petable y amable todo el símbolo de esta monstruosa religión: no que-
daba ya dificultad en creer cuanto se quisiese, el entendimiento que-
daba cautivo, y cautiva la voluntad, ni había que temer herejías ni cis-
mas, ni mucho menos apostasías. Así armada la bestia con estos tres
órdenes, y con estos tres modos de comer, se le podían ya decir, y real-
mente se le dijeron, aquellas palabras irónicas: Levántate, bestia fe-
roz, come y hártate de muchas carnes 1.
[89] A esta bestia horrible y espantable no se le ha podido dar hasta
ahora corazón de hombre, ni hay apariencia ni esperanza alguna razo-
nable de que ella quiera recibirlo jamás. Así como fue necesario, antes
de todo, arrancarle las alas a la leona para disponerla con esta diligen-
cia a querer recibir, y a recibir en realidad, un corazón de hombre, de-
jando el de fiera, así ni más ni menos era necesario arrancar al oso los
tres órdenes que tiene en su boca y en sus dientes, a lo menos los dos úl-
timos; y si ambos no se pueden a un tiempo, a lo menos el último de to-
dos, que, por desgracia suya, es el más duro y el más inflexible. Bien se
necesitaban para esta difícil empresa aquellas primicias del espíritu
que, despreciando generosamente la propia vida, se presentaron delan-
te de la leona, se llegaron a ella, la acometieron, y no sin heridas, consi-
guieron en fin arrancarle las alas, y después, llenos de caridad y miseri-
cordia, la ayudaron a levantarse de la tierra. Paréceme más que verosí-
mil, y poco menos que cierto, que esta segunda bestia, o esta falsa y
monstruosa religión de que hablamos, perseverará en este mismo esta-
do en que la hemos visto tantos siglos ha, hasta que juntamente con la
primera y la tercera (de que luego vamos a hablar) se le quite toda la po-
testad 2; lo cual parece del mismo modo, o cierto o verosímil, que sólo
podrá suceder, según las Escrituras, cuando venga el Señor en gloria y
majestad, como iremos viendo en todo el discurso de estas observacio-
nes. Para este tiempo feliz espera toda la tierra, y espera todo el mísero
linaje de Adán el remedio de todos sus males: Y será muy llena de su
majestad toda la tierra; así sea, así sea 3; porque la tierra está llena de
la ciencia del Señor, así como las aguas del mar que la cubren 4.

Tercera bestia
PÁRRAFO 6
[90] Después de esto estaba mirando, y he aquí como un leopar-
do, y tenía sobre sí cuatro alas como de ave, y tenía cuatro cabezas la

1 Dan. 7, 12.
2 Dan. 7, 12.
3 Sal. 71, 19.
4 Is. 11, 9.
190 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

bestia, y le fue dado el poder 1. La tercera bestia era semejante a un


pardo o tigre, en cuya piel o superficie exterior se nota alguna especie
de hermosura por la variedad de colores. En esta bestia se veían cuatro
alas como de ave, y también cuatro cabezas, y se le dio potestad. Todas
estas señales y distinciones parece que nos muestran como con la ma-
no, y nos convidan a reparar con más atención, lo mismo que tenemos
a la vista. Esta tercera bestia, señor (¡quien lo creyera!), esta tercera
bestia es el cristianismo. No penséis que hablo del cristianismo verda-
dero, de aquel que es la única y verdadera religión. Esto no tiene seme-
janza alguna con las bestias, antes a las bestias las convierte en hom-
bres, como a las piedras en hijos de Abraham. Hablo, pues, únicamen-
te del cristianismo falso, del cristianismo sólo en la piel, en la superfi-
cie, en la apariencia, en el nombre: ved la propiedad.
[91] Este cristianismo falso: lo primero, es muy vario en la superfi-
cie, como lo es el pardo, se ve en él una gran variedad y diversidad de
colores, los cuales no dejan de formar alguna perspectiva agradable a
los ojos superficiales. Lo segundo, ha volado el falso cristianismo hacia
los cuatro vientos cardinales, y ha extendido su dominación en todas
las cuatro partes de la tierra; para esto son, y a esto aluden, las cuatro
alas como de ave que se ven sobre la bestia. Lo tercero, se ven en el fal-
so cristianismo cuatro cabezas, que es cosa bien singular y bien mons-
truosa: Y tenía cuatro cabezas la bestia. ¿Qué quieren decir cuatro ca-
bezas en una misma bestia? Lo que quieren decir visiblemente es que,
aunque aquélla parece una sola individua bestia, mas en realidad son
cuatro bestias muy diversas, unidas todas cuatro en un cuerpo, cubier-
tas en una misma piel, y como en seguro debajo del nombre sagrado y
venerable de cristianismo. Lo que quiere decir es que cuatro bestias
muy diversas se han unido entre sí, casi sin entenderlo, para despeda-
zar y devorar, cada una por su lado, el verdadero cristianismo, y con-
vertirlo todo (si esto fuese posible) en la sustancia de todas. Conside-
remos ahora con distinción estas cuatro bestias, o estas cuatro cabezas
del falso cristianismo.
[92] La primera de todas es la que llamamos con propiedad here-
jía, en que debemos comprender todas cuantas herejías particulares se
han visto y oído en el mundo, desde la fundación del cristianismo. To-
das ellas son partes de esta bestia, y pertenecen a esta cabeza. La se-
gunda es el cisma, que no se ignora ser un mal muy diverso de la here-
jía. A esta cabeza pertenece todo lo que se sabe (¿y os parece poco?):
toda la Grecia, la Asia Menor, la Armenia, la Georgia, la Palestina, el
Egipto; en una palabra, todo lo que se llamaba antiguamente el impe-
rio de oriente, donde floreció en los primeros siglos el verdadero cris-

1 Dan. 7, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 191

tianismo, y fuera de todo esto, un vastísimo imperio hacia el norte de


la Europa y del Asia. Todo este cristianismo, sin cabeza, es el que for-
ma la segunda cabeza de la bestia.
[93] La tercera cabeza del falso cristianismo es la hipocresía. Le
doy aquí este nombre equívoco, aunque no impropio, porque no me
parece conveniente darle su propio nombre. Mi atención es servirla
con un servicio real y oportuno, no ofenderla ni exasperarla. Basta para
mí propio que ella me entienda, y que me entiendan los que la conocen
a fondo. Como hablamos actualmente de falsas religiones, figuradas en
las bestias, ninguno se podrá persuadir que aquí no se hable del vicio
de la hipocresía en punto de religión; de aquella, digo, que tiene anun-
ciada el Apóstol para los últimos tiempos, con estas palabras: Mas el
espíritu manifiestamente dice que en los postrimeros tiempos aposta-
tarán algunos de la fe, dando oídos a espíritus de error, y a doctrinas
de demonios, que con hipocresía hablarán mentira… (o como la ver-
sión siríaca, que engañan con hipocresía) 1. De ésta vuelve a hablar en
otra parte, diciendo: Mas has de saber esto, que en los últimos días
vendrán tiempos peligrosos… Habrá hombres… teniendo apariencia
de piedad, pero negando la virtud de ella… 2. En suma, no hace a mi
propósito el decir quiénes son, o quiénes serán estos hombres cubier-
tos con la piel de cristianos, y aun escondidos en el seno de la verdade-
ra Iglesia, para despedazar este seno más a su salvo; me basta mostrar
esta tercera cabeza, y pedir atención a los inteligentes.
[94] Nos queda ahora que mostrar la cuarta y última cabeza de esta
bestia, digo del falso cristianismo. No obstante de ser ésta la más anti-
gua y como madre de las tres primeras, que a sus tiempos las ha ido pa-
riendo; no obstante de ser la más perjudicial y la más cruel, en medio de
un semblante halagüeño y de una cara de risa, es al mismo tiempo la
menos conocida, y por eso es la menos temida de todas. No os canséis,
señor, en buscar esta bestia fuera de casa; es bestia muy casera y muy
sociable, llena por otra parte de gracias, de dulzuras y de atractivos.
Con ellos ha divertido, ha descuidado, ha encantado en todos tiempos
la mayor parte de los hijos de Adán, y con ellos mismos ha hecho tam-
bién, y hará todavía en adelante, grandes presas y daños sin número, en
lo que pasa por verdadero cristianismo. Dad una vista por todo el orbe
cristiano. Visitad en espíritu, con particular atención, todos aquellos
países católicos que pertenecen a la verdadera Iglesia cristiana. ¿Y qué
veréis? Veréis sin duda, con admiración y pasmo, tantas cosas univer-
salmente recibidas, no sólo ajenas, no sólo contrarias al verdadero cris-
tianismo, que os dará gana de cerrar luego los ojos, y de no volverlos a

1 1 Tim. 4, 1-2.
2 2 Tim. 3, 1-2, 5.
192 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

abrir jamás. No hablo de los pecados, flaquezas y miserias propias de


nuestro barro; hablo sólo, o principalmente, de aquellas cosas (tantas y
tan graves) que, siendo conocidamente monedas falsas, reprobadas y
prohibidas en el Evangelio, corren, no obstante, sin contradicción, y
son miradas como indiferentes, y tal vez como necesarias.
[95] ¿No os parece, señor mío, cosa durísima, después de haber
leído los Evangelios y estar bien instruido en la doctrina de los Após-
toles de Cristo, dar el nombre de verdadero cristianismo a todo aque-
llo donde apenas se divisa otra cosa, por más que se desee, que aque-
llas tres de que habla San Juan: Concupiscencia de carne, y concu-
piscencia de ojos, y soberbia de vida? 1. ¿Y pensáis que ésta es alguna
cosa nunca vista, o muy rara en el mundo católico? ¿Pensáis que no
corre esta falsa moneda aún en el sacerdocio? ¿No os parece cosa du-
rísima dar el nombre de verdadero cristianismo a todo aquello donde
apenas se ve otra cosa que un poco de fe, y esta fe, o muerta del todo,
sin dar señal alguna de vida, o tan distraída y adormecida, que casi
nada obra de provecho, fuera de tal o cual acto externo que se lleva el
viento? ¿No os parece cosa durísima dar el nombre de verdadero cris-
tianismo a todo aquello donde por maravilla se ve alguno de aquellos
doce frutos que debe producir el Espíritu Santo, esto es, caridad, go-
zo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedum-
bre, fe, modestia, continencia, castidad? 2. ¿No os parece, en fin, cosa
durísima dar el nombre de verdadero cristianismo a todo aquello
donde, en lugar de frutos del Espíritu, apenas se ve otra cosa que los
frutos o las obras propias de la carne? Mas las obras de la carne es-
tán patentes, como son: fornicación, impureza, deshonestidad, luju-
ria, enemistades, contiendas, celos, iras, riñas, discordias, sectas,
envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías, y otras cosas como
éstas, sobre las cuales os denuncio, como ya lo dije, que los que tales
cosas hacen, no alcanzarán el reino de Dios 3.
[96] Si quieren que a todo esto le demos el nombre de verdadero
cristianismo, sólo porque todo esto sucede dentro de la verdadera Igle-
sia de Cristo, sólo porque los que tales cosas hacen 4 creen al mismo
tiempo los principales misterios del cristianismo, cuya fe seca y estéril
en nada perjudica a su sensualidad y vanidad, yo no me atrevo a darle
este nombre, ni me parece que puedo hacerlo en conciencia, porque sé
de cierto que la fe que prescribe el verdadero cristianismo es aquélla
sola que obra por caridad 5, aquélla que, como principio de vida, por-

1 1 Jn. 2, 16.
2 Gal. 5, 22-23.
3 Gal. 5, 19-21.
4 Gal. 5, 21.
5 Gal. 5, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 193

que el justo vive de la fe 1, hace vivir al hombre en cuanto cristiano, y


vivifica y anima todas sus acciones para la vida eterna. Es, pues, éste
un cristianismo evidentemente falso, como tan ajeno y tan contrario a
la institución del Hijo de Dios. Es verdad que ahora está mezclado con
el verdadero, y tan mezclado que lo molesta, lo oprime, y casi no lo de-
ja crecer, ni más ni menos como lo hace la cizaña con el grano; mas ya
sabemos el fin y destino del uno y del otro: Coged primero la cizaña
(dijo el Señor), y atadla en manojos para quemarla; mas el trigo re-
cogedlo en mi granero 2.
[97] Parece muy difícil explicar con una palabra, o con un sólo
nombre, esta cuarta cabeza del falso cristianismo. Ya sabéis cuántas
cosas comprende la concupiscencia de la carne, cuando no se niega y
crucifica, como deben hacerlo los verdaderos cristianos, pues, según el
Apóstol, los que son de Cristo crucificaron su propia carne con sus vi-
cios y concupiscencias 3. Ya sabéis cuántas cosas comprende la concu-
piscencia de los ojos; no digo de los ojos propios, que ésta pertenece a
la concupiscencia de la carne, sino de los ojos de otros, en que entra
toda la gloria vana del mundo, y toda su pompa y ornato, a que todos
los Cristianos renunciamos desde el bautismo; todo lo cual no tiene
otro fin que buscar la gloria que recibís los unos con los otros… para
ser vistos de los hombres 4. Ya sabéis cuántas cosas comprende la so-
berbia de la vida, que hace a los hombres verdaderos hijos del diablo,
cuyo principal carácter es la soberbia, según esta expresión de Job: Es
el rey de todos los hijos de soberbia 5. No hallo, pues, otro nombre
más propio, ni que más se acomode a esta cuarta cabeza del falso cris-
tianismo, que el que acabamos de decir: Concupiscencia de carne, y
concupiscencia de ojos, y soberbia de vida. Todo lo cual no sé si pu-
diera comprenderse con propiedad bajo el nombre de libertinaje.
[98] Esta tercera bestia con sus cuatro cabezas, de que acabamos
de hablar, parece cierto que perseverará viva, y haciendo cada día más
daño, hasta que venga el Señor a remediarlo todo; pues expresamente
se dice en el Evangelio que, habiéndose ofrecido los operarios para ir a
arrancar la cizaña que crecía con el trigo, respondió: No, no sea que,
cogiendo la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer
lo uno y lo otro hasta la siega… 6. Ahora bien, el mismo Señor explica
lo que debemos entender por cizaña, diciendo: La cizaña son los hijos
de la iniquidad 7, así como el buen grano son los hijos del reino 8.

1 Gal. 3, 11.
2 Mt. 13, 30.
3 Gal. 5, 24.
4 Mt. 6, 5.
5 Job 41, 25.
6 Mt. 13, 29-30.
7 Mt. 13, 38.
8 Mt. 13, 38.
194 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Cuarta bestia terrible y admirable

PÁRRAFO 7
[99] Después de esto miraba yo en la visión de la noche, y he aquí
una cuarta bestia espantosa y prodigiosa, y fuerte en extremo; tenía
grandes dientes de hierro, comía y despedazaba, y lo que le sobraba
lo hollaba con sus pies, y era desemejante a las otras bestias que yo
había visto antes de ella, y tenía diez astas, etc. 1. Os considero, ami-
go, con gran curiosidad de saber quién es esta bestia, o qué es lo que
aquí se nos anuncia. Si las tres primeras bestias, os oigo decir, simbo-
lizan tres falsas religiones, esto es, idolatría, mahometismo y falso cris-
tianismo, ¿qué religión falsa nos queda todavía que ver, figurada por
unas semejanzas tan terribles? A esta pregunta yo no puedo responder
en particular, porque no sé con ideas claras e individuales lo que será
esta bestia en aquellos tiempos, para los cuales está anunciada. Sobre
lo que ya es actualmente podré decir cuatro palabras, y pienso que se-
ré entendido desde la primera. Esta bestia terrible parece hija legítima
de las dos últimas que forman el pardo: a ellas dicen que debe su ser y
su crianza, y no falta quien diga que también debe no poco a la prime-
ra. Mas ella descubre un natural tan impío, tan feroz, tan inhumano
(aunque lleno por otra parte de humanidad), que aun estando todavía
en su primera infancia, ya no respeta ni conoce a los que la engendra-
ron. Elevada en la contemplación de sí misma, y considerándose supe-
rior a todas las cosas, piensa de sí que es única en la especie, que a na-
die tiene obligación alguna, que todo lo tiene de sí misma o del fondo
de su razón, y que todo se lo debe a sí misma. Por este carácter tan sin
ejemplar, que ya descubre desde la cuna, es fácil inferir lo que será
después, cuando llegue a la edad varonil. Ahora está todavía como un
cachorro dentro de la cueva, y si tal vez se asoma a la puerta y sale fue-
ra de ella, no se aleja mucho por pura prudencia, considerando su
tierna edad, sus débiles armas, y la multitud de enemigos que pueden
asaltarla. Ahora se halla todavía casi sin dientes, porque aunque los ha
de tener de hierro, grandes y durísimos, éstos le empiezan solamente a
salir, y no están en estado de acometer a todo sin discreción. Por otra
parte, los diez cuernos que ha de tener en su cabeza, y con que ha de
hacer temblar a todo el mundo, no los tiene aún; a lo menos, no los
tiene como propios suyos, de modo que pueda jugarlos libremente y a
su satisfacción.
[100] Con todo eso, aún en este estado de infancia ya se lleva las
atenciones de todos, ya se hace temer, a lo menos de los que son capa-

1 Dan. 7, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 195

ces de temor; ya se hace admirar, y casi adorar, de toda suerte de gen-


tes; ya se ven éstas dejar su campo, y correr a tributarle sus obsequios,
y ofrecerle sus servicios. Principalmente observaréis que, de todas
aquellas cuatro cabezas que componen el pardo, salen cada día deser-
tores a centenares, con lo cual el cachorro va creciendo, y se va fortifi-
cando más presto de lo que se piensa. Pues si ahora, sin salir de la cue-
va, sin dientes grandes, sin cuernos duros y crecidos, hace tantos ma-
les cuantos ven y lloran los que tienen ojos, ¿qué pensamos que hará
cuando se rebele, cuando se declare, cuando se deje ver en público,
llena de coraje, vigor y fortaleza, y bien armada, ya de dientes grandes
de hierro, ya también de diez cuernos terribles, que pueda manejar a
su satisfacción? Y ¿qué hará cuando le nazca el undécimo cuerno,
cuando este cuerno se arraigue, crezca y fortifique, cuando la bestia
pueda usar de él a su voluntad, y manejar sin embarazo aquella arma,
la más terrible que se ha visto?
[101] Verdaderamente que se hace no sólo creíble, sino visible, por
lo que ya vemos, todo cuanto se dice de esta bestia misma (aunque
unida ya con las otras) desde el capítulo 13 del Apocalipsis hasta el 19,
y todo cuanto está anunciado a este mismo propósito en tantas otras
partes de la Escritura santa, en los Profetas, en los Salmos, en las epís-
tolas de San Pedro y San Pablo, y en el Evangelio mismo. Verdadera-
mente que ya se hace no sólo creíble, sino visible, por lo que ya vemos,
lo que de esta bestia se le dijo al Profeta en medio de la visión, esto es,
que devorará toda la tierra, y la hollará, y desmenuzará. Leed lo que
se sigue desde el versículo 24, y no hallaréis otra cosa que horrores y
destrozos.
[102] Acaso me preguntaréis: ¿Cuál es el nombre propio de esta
cuarta bestia, o de esta monstruosa religión? Yo me maravillo que ig-
noréis una cosa tan pública en el mundo, que apenas ignora aun la ín-
fima plebe. Años ha que se leen por todas partes públicos carteles, por
los cuales se convida a todo el linaje humano a la dulce, humana, sua-
ve y cómoda religión natural. Si a esta religión natural le queréis dar
el nombre de deísmo, o de anticristianismo, me parece que lo podréis
hacer sin escrúpulo alguno, porque todos estos tres nombres significan
una misma cosa; aunque algunos son de sentir, y esto parece lo más
cierto, que este último nombre es el más propio de todos, siendo los
dos primeros vacíos de significación. No obstante, se llama religión: lo
primero, porque no se niega en ella la existencia de un Dios, aunque
un Dios ciertamente hecho con la mano que no adoraron sus padres 1;
un Dios insensible a todo lo que pasa sobre la tierra; un Dios sin pro-
videncia, sin justicia, sin santidad; un Dios, en fin, con todas la cuali-

1 Deut. 32, 17.


196 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dades necesarias para la comodidad de la nueva religión. Lo segundo,


se llama religión, porque no se impide, antes se aconseja que se dé a
Dios alguna especie de culto interno, que como tan bueno, con este so-
lo se contenta, sin querer incomodar a sus adoradores. Aunque éstos
dicen que su Dios no les ha puesto otra ley, ni otro dogma de fe, que su
propia razón (la cual en todos debe estar en toda su perfección); con
todo eso, si hemos de creer a nuestros ojos, parece que tienen un dog-
ma especial, y una ley fundamental, a que todos deben asentir y obe-
decer efectivamente. Este dogma, y esta ley, es todo cuanto significa la
palabra anticristianismo con toda su extensión. Es decir, se profesa en
esta religión terrible y admirable, no sólo el abandono total, sino el
desprecio, la burla, el odio y la guerra viva, no digo ya a las religiones
falsas de que hemos hablado, sino a la verdadera religión, al verdadero
cristianismo, y a todo lo que hay en él de venerable, de santo, de di-
vino. Comía, dice el Profeta, y desmenuzaba, y lo que quedaba lo ho-
llaba con sus pies 1.
[103] El falso cristianismo con sus cuatro cabezas, mucho menos
el mahometismo y la idolatría, no le dan gran cuidado a esta bestia fe-
roz. Sabe muy bien que le bastan sus dientes de hierro, aunque todavía
pequeños, para desmenuzarlos y convertirlos en su propia sustancia.
Ya vemos que lo hace en gran parte, y debemos pensar que hará infini-
to más, cuando los dientes hayan llegado a su perfección. Mas el cris-
tianismo verdadero es demasiadamente duro; no hay bronce, ni már-
mol, ni diamante que se le pueda comparar. Son poca cosa los dientes
de hierro para poder vencer su dureza. Para éste, pues, no hay otra
arma que pueda hacer algún efecto, ni más fácil de manejar, que los
pies. Por tanto, ya ha empezado la joven bestia a servirse de ellos des-
de la cueva; ya ha empezado a conculcar con grande empeño el verda-
dero cristianismo, a burlarlo, a ridiculizarlo, sin perdonar a la persona
sacrosanta, infinitamente respetable y adorable y amable de Jesucris-
to. Así lo vemos ya con nuestros ojos en nuestro mismo siglo, de donde
inferimos legítimamente, según las Escrituras, lo que será esta bestia
cuando llegue a su perfecta edad, y cuando los dientes y cuernos estén
bien crecidos y arraigados, y todos a su libre disposición. El mismo Je-
sucristo, hablando de estos tiempos, dice que será menester abreviar-
los, y que se abreviarán en efecto por amor de los escogidos: Y si no
fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva; mas por
los escogidos, aquellos días serán abreviados 2.
[104] Esto es, señor mío, lo que se me ofrece sobre el misterio de
estas cuatro bestias, a quienes puedo decir con verdad que he estudia-

1 Dan. 7, 19.
2 Mt. 24, 22.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 197

do muchos años con todo el cuidado y atención de que soy capaz. Si la


inteligencia que he propuesto no es en realidad la verdadera, a lo me-
nos puede servir como de ensayo para pensar otra cosa mejor, que se
conforme enteramente con la profecía, con la historia, y con otros lu-
gares de la Escritura que iremos observando. No penséis por esto que
ya tenéis concluida la observación de estas cuatro bestias, y que no nos
queda otra cosa que decir en el asunto. Las veréis salir de nuevo en el
fenómeno siguiente, en donde, combinadas con la bestia del Apocalip-
sis, se darán mejor a conocer. Lo que a lo menos parece evidente es
que este misterio no es el mismo que el de la estatua, ya por las razo-
nes que hemos apuntado, ya por otras más que fácilmente pueden
ocurrir a cualquiera que quiera entrar en este examen, ya también y
mucho más por lo que se sigue.

Segunda parte de la profecía:


muerte de la cuarta bestia, y sus resultas

PÁRRAFO 8
[105] Nos queda ahora que observar brevemente lo más claro que
hay en esta visión, que es lo que hace inmediatamente a nuestro asun-
to principal, es a saber, el fin de las bestias, en especial de la cuarta, y
todo lo que después de esto debe suceder.
[106] Lo que vio el Profeta en los tiempos de la mayor prepotencia
de la cuarta bestia; en los tiempos, digo, en que ya se veía en público,
armada con todas sus armas, en que hacía en el mundo impunemente
los mayores estragos, en que perseguía furiosamente a los santos, o al
verdadero cristianismo, y podía más que ellos 1; lo que vio fue que se
pusieron sillas o tronos como para jueces, que iban luego a conocer
aquella causa, y poner el remedio más pronto y oportuno a tantos ma-
les. Estaba mirando (dice Daniel) hasta tanto que fueron puestas si-
llas, y sentóse el Anciano de días, etc. 2. (Este mismo consejo o tribu-
nal, con las mismas circunstancias, y con otras todavía más individua-
les, lo veréis formarse para los mismos fines en el capítulo 4 del Apo-
calipsis, como observaremos a su tiempo). Sentado, pues, Dios mismo,
y con él otros conjueces, y habiéndose producido y declarado toda la
causa, se dio inmediatamente la sentencia final, cuya ejecución se le
mostró también al Profeta. La sentencia fue ésta: que la cuarta bestia,
y todo lo que en ella se comprende, muriese con muerte violenta, sin
remedio ni apelación; que su cuerpo (no ciertamente físico, sino mo-

1 Dan. 7, 21.
2 Dan. 7, 9.
198 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ral, compuesto de innumerables individuos) se disolviese del todo, pe-


reciese todo, y fuese todo entregado a las llamas, para ser quemado 1;
que a las otras tres bestias, cuyos individuos no se habían agregado a
la cuarta y hecho un cuerpo con ella, se les quitase solamente la potes-
tad que hasta entonces habían tenido, mas no la vida, concediéndoles
algún espacio de vida, hasta tiempo y tiempo 2.
[107] Dada esta sentencia irrevocable (y antes de su ejecución,
como consta de otros lugares de la Escritura que se irán observando),
dice el mismo Profeta que vio venir en las nubes del cielo una persona
admirable que parecía Hijo de Hombre, el cual, entrando en aquella
venerable asamblea, se avanzó hasta el mismo trono de Dios, ante cu-
ya presencia fue presentado; que allí recibió solemnemente de mano
de Dios mismo la potestad, el honor y el reino, y que, en consecuencia
de esta investidura, le servirán en adelante todos los pueblos, tribus y
lenguas, como a su único y legítimo soberano. Miraba yo, pues, en la
visión de la noche, y he aquí venía como Hijo de Hombre con las nu-
bes del cielo, y llegó hasta el Anciano de días, y presentáronle delante
de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino, y todos los pueblos,
tribus y lenguas le servirán a él… 3. Más adelante, versículo 26, expli-
cando los males que hará en el mundo la cuarta bestia, especialmente
por medio de su último cuerno, se le dice al Profeta el fin para que se
juntará aquel consejo tan majestuoso y tan solemne, por estas pala-
bras: Y se sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebran-
tado y perezca para siempre. Y que el reino, y la potestad, y la gran-
deza del reino, que está debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de
los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los reyes le
servirán y obedecerán 4.
PÁRRAFO 9
[108] Ahora, amigo mío, después de haber leído y considerado
atentamente, así este texto como el antecedente con todo su contexto,
decidme con sinceridad: ¿Qué os parece de lo que aquí se anuncia con
tanta claridad? ¿Se verificará todo esto alguna vez, o no? ¿Podremos
creerlo y esperarlo todo así como lo hallamos escrito, o será necesario
borrarlo o arrancarlo de la Biblia como una cosa no sólo inútil sino peli-
grosa, y que puede confirmar y fomentar el error de los Milenarios?
¿Podremos creer, lo primero: que en aquellos tiempos de que aquí se
habla (que por confesión precisa de todos los doctores son ya los tiem-
pos del Anticristo) hará Dios una especie de consejo solemne para qui-

1 Dan. 7, 11.
2 Dan. 7, 12.
3 Dan. 7, 13-14.
4 Dan. 7, 26-27.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 199

tar a los hombres toda la potestad que habían recibido de su mano: Y se


sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebrantado y pe-
rezca para siempre? Y como los consejos de Dios y sus decretos no
pueden quedar sin efecto, parece que también podremos creer que en
aquellos mismos tiempos serán despojados enteramente de su potestad
los que la tuvieren; a lo cual alude manifiestamente aquella evacuación
de todo principado, potestad y virtud de que habla el Apóstol 1.
[109] ¿Podremos creer, lo segundo: que quitada la potestad a los
hombres, se pondrá toda en aquel mismo consejo en manos del Hijo
del Hombre, o del hombre Dios Jesucristo, y ésta, no en acto primero
o en derecho, como ahora la tiene, sino en acto segundo o en ejercicio:
Y llegó hasta el Anciano de días, y presentáronle delante de él. Y diole
la potestad, y la honra, y el reino? ¿Podremos creer, lo tercero: que
toda la potestad que se acaba de quitar a los hombres, todo el reino,
toda la grandeza de un reino tal, que comprende todo entero el orbe de
la tierra, que está no encima sino debajo de todo el cielo, se dará en-
tonces, junto con Jesucristo que es el supremo Rey, a otros muchos
correinantes, esto es, al pueblo de los santos del Altísimo? 2. A lo cual
alude claramente aquel texto célebre del Apocalipsis que, hablando de
los mártires y de los que no adoraron a la bestia, dice: Vivieron y rei-
naron con Cristo mil años.
[110] ¿Podremos creer, lo cuarto: que tomada la posesión por Cris-
to y sus santos de todo el reino que está debajo de todo el cielo, le servi-
rán en adelante todos los pueblos, tribus y lenguas? 3. ¿Podremos creer
en suma que, después de la venida del Hijo del Hombre, que creemos
y esperamos todos los Cristianos; después del castigo y muerte de la
cuarta bestia, o del Anticristo, después del destrozo y ruina entera de
todo el misterio de iniquidad, han de quedar todavía en esta nuestra
tierra pueblos, tribus y lenguas que sirvan y obedezcan al supremo
Rey y a sus santos, y también reyes, puestos sin duda de su mano, en
diferentes países de la tierra, y sujetos enteramente a sus leyes? 4.
[111] Todo esto leemos expreso y claro en esta profecía, y en otros
mil lugares de la divina Escritura que iremos observando. Y si todo es-
to no es cierto ni creíble, ¿qué hemos de decir, sino que o nos engañan
nuestros ojos, o nos engaña la divina Escritura? Si ésta no nos engaña
ni puede engañarnos, si tampoco nos engañan nuestros ojos, parece
necesario confesar de buena fe aquel gran espacio de tiempo que pro-
pusimos en nuestro sistema entre la venida del Señor y la resurrección
y juicio universal; parece necesario mirar con más atención el capítulo

1 1 Cor. 15, 24.


2 Dan. 7, 27.
3 Dan. 7, 14.
4 Dan. 7, 27.
200 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

19 y 20 del Apocalipsis, donde se dice esto mismo con mayor claridad;


parece necesario reflexionar un poco más sobre el misterio grande de
la piedra, que debe destruir y aniquilar toda la estatua, y cubrir luego
toda la tierra; parece en fin necesario distinguir bien el juicio de los vi-
vos del de los muertos, dando a cada uno lo que es propio suyo, dando
vivos al primero, y muertos al segundo. Si no se hace esta distinción,
no se sabe ni entiende cómo ni en qué puedan servir a Jesucristo, des-
pués que vuelva del cielo a la tierra, todos los pueblos, tribus y len-
guas 1; no se sabe ni entiende cómo o en qué puedan obedecerle y ser-
virle todos los reyes de la tierra 2; no se sabe ni entiende para qué fin
se les concede a las tres primeras bestias algún espacio más de vida
(no cierto de vida brutal, sino de vida racional), quitándoles primero
toda la potestad que hasta entonces se les había dado o permitido: Vi
(dice el texto) que había sido muerta la bestia… (la cuarta). Y que a
las otras bestias se les había también quitado el poder, y se les habían
señalado tiempos de vida hasta tiempo y tiempo. Al contrario, si se
hace la debida distinción entre uno y otro juicio, todo se entiende al
punto, sin más dificultad que abrir los ojos, y sin más trabajo que to-
mar la llave y abrir la puerta.
[112] Así se entiende seguidamente, sin que quede ni aun sospecha
de duda, todo el salmo 71 y todas las cosas que en él se dicen del Mesías;
por ejemplo, éstas: Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los
términos de la redondez de la tierra. Delante de él se postrarán los de
Etiopía (o como lee la paráfrasis Caldea, se humillarán los de primer
rango), y sus enemigos lamerán la tierra. Los reyes de Tarsis y las is-
las le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y de Saba le traerán pre-
sentes, y le adorarán todos los reyes de la tierra, todas las naciones le
servirán, etc. 3. Con este salmo, y con otros lugares semejantes que se
hallan a cada paso en los Profetas, se han defendido siempre los Judíos
para no creer, antes negar absolutamente, la venida de su Mesías, pues
hasta ahora no se ha verificado lo que en ellos se anuncia. Mas los Cris-
tianos, ¿qué les responden? Palabras en tono decisivo y nada más, esto
es, que este salmo, y esos otros lugares de los Profetas, sólo pueden en-
tenderse en sentido espiritual; y en este sentido espiritual, parte se han
cumplido ya en las gentes y reyes que han creído, parte se cumplirán en
adelante, cuando crea lo restante de la tierra. Y si estos lugares de la Es-
critura, mirados con todo su contexto, hablan conocidamente para des-
pués de la venida del Mesías en gloria y majestad, como lo acabamos de
ver en el texto de Daniel, y como lo hemos de ver en otros muchísimos,
en este caso, ¿qué se les responde a los Judíos?

1 Dan. 7, 14.
2 Dan. 7, 27.
3 Sal. 71, 8-11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 201

[113] ¡Oh, cuánto bien se pudiera haber hecho a estos míseros


hombres, y se les pudiera hacer en adelante, si se les concediese o no
se les negase tan del todo lo que ellos creen o esperan, para que ellos
por su parte conociesen también lo que creen los Cristianos, y lo que
es tan necesario y esencial para su salud y remedio; si se les concediese
o no se les negase tan del todo lo que pertenece a la segunda venida
del Mesías en gloria y majestad, que ellos piensan ser la única, para
que ellos por su parte, desengañados, abracen lo que pertenece a la
primera! Todo esto parece que estaba compuesto y allanado con sólo
distinguir el juicio de vivos del de los muertos.

Conclusión

[114] A todas las reflexiones que acabamos de hacer, principal-


mente sobre la segunda parte de la profecía, yo no ignoro la única res-
puesta que se puede dar, esto es, que aunque todo lo que dice este pro-
feta es cierto e indubitable; aunque todo se cree, como que es una Es-
critura canónica, en que no habla el hombre sino Dios; mas eso que
nos dice el espíritu de Dios, no debe ni puede entenderse como está
escrito, sino en otro sentido diverso, conforme lo entienden común-
mente los doctores. Que es lo mismo que decir en término equivalente:
no puede, ni debe entenderse como lo mandó escribir el Espíritu de
Dios, sino como le pareció a este o a aquel hombre particular, a quie-
nes han seguido otros, siguiendo el mismo sistema, como si fuese úni-
co y definido por verdadero. ¿Qué hemos de decir a esta respuesta de-
cisiva, sino llorar la cautividad en que nos hallamos, sin sernos lícito
dar un paso adelante, aun cuando ya el tiempo y todas las circunstan-
cias nos convidan a darlo? ¡Qué! ¿Hemos de cautivar nuestro enten-
dimiento en obsequio de un sistema conocidamente inacordable con
los hechos? ¡Qué! ¿Hemos de ver la verdad casi a dos pasos de noso-
tros, sin poderla abrazar ni confesar, por la atadura tiránica de respe-
tos puramente humanos? Si es justo delante de Dios, les decía San Pe-
dro a los príncipes de los sacerdotes, oíros a vosotros antes que a
Dios, juzgadlo vosotros 1.

1 Act. 4, 19.
Fenómeno 3
El Anticristo

[115] El formarnos una idea del Anticristo la más clara, la más


justa, la más verdadera que nos sea posible, parece no sólo conve-
niente, sino de una absoluta necesidad. Sin esto podremos con razón
temer que este Anticristo se nos entre en el mundo, que lo veamos
con nuestros ojos, oigamos su voz y recibamos su ley o su doctrina,
que admiremos sus obras y prodigios, sin haberlo conocido por Anti-
cristo, ni aun siquiera entrado en la menor sospecha. San Pablo, ha-
blando de estos tiempos, nos dice que serán unos tiempos peligro-
sos 1. Y en otra parte amenaza de parte de Dios a los que no quisieren
recibir la caridad de la verdad (o lo que es lo mismo, las obras de la
fe, que obra por la caridad 2) con el castigo terrible, aunque justísi-
mo, que Dios les enviará, permitiendo la operación del error, para
que crean la mentira 3. Y el mismo Jesucristo nos asegura que el peli-
gro será tan grande, y la seducción tan general, que será necesario
abreviar aquellos días para que no perezca toda carne, y se salven si-
quiera algunos pocos escogidos 4.
[116] Ahora, amigo, ¿os parece fácil, os parece verosímil o creíble,
que pueda caer el mundo entero en este lazo, y entrar en una seduc-
ción universal, teniendo de antemano ideas claras y noticias ciertas del
Anticristo? ¿Os parece creíble que, viendo al Anticristo, que conocien-
do al Anticristo, con todo eso se le rinda todo el mundo, y todo el
mundo se deje engañar? Yo por mí protesto que no lo entiendo ni
puedo concebirlo. La perdición y ruina de casi todos los Cristianos su-
cederá infaliblemente en los días del Anticristo: así está anunciado cla-
ramente en las santas Escrituras, y confirmado de mil maneras por el
mismo Hijo de Dios; el mundo cristiano merecerá ya aquel castigo te-
rrible, por la malicia e iniquidad de que estará lleno en los ojos de
Dios. Mas la causa inmediata de esta perdición no parece que podrá
ser otra que la ignorancia del mismo Anticristo, o la falta de noticias
ciertas y seguras de este gran personaje. Por tanto, sería convenientí-
simo trabajar con tiempo en adquirir estas noticias, para que por ellas

1 2 Tim. 3, 1.
2 Gal. 5, 6.
3 2 Tes. 2, 10.
4 Mt. 24, 22.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 203

podamos conocerlo con toda certidumbre, para que podamos mostrar-


lo y darlo a conocer a otros muchos. Salvad a los otros, arrebatándo-
los del fuego, decía el apóstol San Judas 1.

Noticias que tenemos del Anticristo


hasta el presente

PÁRRAFO 1
[117] Aunque este punto parecerá algo extraño a mi asunto princi-
pal, que es la venida del Señor, mas ya advertí al principio que mi
ánimo era comprender en esta venida del Señor todas aquellas cosas
más principales que inmediatamente pertenecen a ella, se enderezan a
ella, o tienen con ella relación inmediata. Uno de estos es el Anticristo;
pues, como dice San Pablo, el Señor no vendrá sin que antes venga la
apostasía, y sea manifestado el hombre de pecado 2; fuera de que,
aunque algunas cosas sean algún tanto ajenas del asunto principal,
hay otras muchísimas que no lo son, y no parece fácil entender éstas si
se dejan del todo aquéllas.
[118] Las noticias, pues, que hasta ahora tenemos del Anticristo
son las que se hallan esparcidas acá y allá en los expositores de la Es-
critura, conforme van ocurriendo aquellos lugares que parece hablan
de esto. Algunos sabios han escrito de propósito sobre el asunto, entre
ellos Tomás Malvenda, Leonardo Lesio y Agustín Calmet. El primero
escribió un grueso volumen, el segundo un difuso tratado, el tercero
una breve y erudita disertación. En estos tres doctores se halla recogi-
do cuanto se ha pensado sobre el Anticristo, ni parece queda alguna
otra noticia que añadir. Con todo eso, nos atrevemos a decir que de
todo ello resulta un conjunto de ideas tan extrañas, tan inconexas, tan
confusas, que parece imposible sentar el pie en cosa determinada.
[119] Represéntase universalmente este Anticristo como un rey o
monarca potentísimo, y al mismo tiempo como un insigne seductor, el
cual ya con las armas en la mano, ya con prodigios fingidos y aparen-
tes, ha de sujetar a su dominación a todos los pueblos y naciones del
orbe, exigiendo de ellas, entre otros tributos, el de la adoración de la-
tría, como a Dios. Se dice comúnmente que debe traer su origen de los
Judíos, y de la tribu de Dan. Muchos doctores citados por Malvenda y
Calmet son de parecer que no ha de tener padre, sino madre solamen-
te, y ésta la más impura y la más inicua de todas las mujeres, así como

1 Jud. 23.
2 2 Tes. 2, 3.
204 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Cristo en cuanto hombre no tuvo más que madre, ésta la más pura y la
más santa de todas las criaturas. Y así como la madre de Cristo lo con-
cibió por obra del Espíritu Santo, así la madre del Anticristo lo conce-
birá por obra del mismo Satanás, lo cual dicen y defienden que es muy
posible. Algunos añaden que Satanás se unirá con él, de tal modo, que
el Anticristo no será un puro hombre, sino un hombre-diablo, aunque
esta sentencia es contraria a toda sana teología, y por consiguiente re-
cusada de los doctores católicos. Otros conceden que será un puro
hombre con padre y madre, mas concebido en pecado y por pecado,
esto es, o por adulterio, o por incesto, o por sacrilegio, a lo cual dicen
que alude San Pablo cuando lo llama el hombre de pecado.
[120] Aunque será dotado de su libre albedrío, como todos los
hombres, mas según unos, no tendrá otro ángel de guarda sino el mis-
mo Satanás, el cual por permisión divina lo acompañará toda su vida,
sin apartarse de él un momento. De este sapientísimo maestro y fiel
compañero aprenderá el Anticristo toda suerte de prestigios y magias,
con que hará prodigios en el mundo. Otros le conceden ángel de guar-
da; mas este ángel lo abandonará enteramente, cuando él empiece ya a
abrogarse los honores divinos.
[121] El lugar de su nacimiento y el principio de su grandeza dicen
que será Babilonia, en cuyas ruinas y en cuyas cercanías deberá estar
establecida, si no toda la tribu de Dan, a lo menos alguna familia de esta
tribu, que debe producir un fruto tan singular. Aquí en Babilonia el An-
ticristo, ya de edad varonil, se fingirá el Mesías, y comenzará a hacer
tantas y tan estupendas maravillas que, esparcida luego la fama, vola-
rán los Judíos de todas las partes del mundo, y de todas las tribus, a
unirse con él y ofrecerle sus servicios. Viéndose reconocido por el Me-
sías, y adorado de todas las tribus de Israel, dejando a Babilonia su pa-
tria, partirá con este ejército formidable a la conquista de la Palestina.
Esta se le rendirá al punto con poca o ninguna resistencia. Las doce tri-
bus se volverán a establecer en la tierra de sus padres, y en breve tiem-
po edificarán para su Mesías la ciudad de Jerusalén, que debe ser la ca-
pital o la corte de su imperio universal. Desde Jerusalén conquistará el
Anticristo con gran facilidad todo lo restante de la tierra, si es que no la
va conquistando antes de ir a Jerusalén, que así lo piensan otros con
igual fundamento. Para la conquista de todo el mundo no sólo será
ayudado de sus fieles hebreos y otras naciones orientales, mas también
de todos los diablos del infierno, que llamados de su príncipe Satanás,
vendrán al punto, dejando toda otra ocupación. Entre otros servicios
que harán los diablos al Anticristo, el más importante de todos será el
descubrir cuantas riquezas están escondidas en la tierra y en el mar, y
ponerlas todas en sus manos. Con este subsidio, ¿qué dificultad habrá
que no se venza, o cerradura que no se abra?
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 205

[122] Hecho, pues, este mísero y vilísimo judío, rey universal de


toda la tierra, y sujetos a su imperio todos los pueblos, tribus y len-
guas, no por eso quedará satisfecha su ambición. Inmediatamente en-
trará en el pensamiento impío y sacrílego de hacerse Dios, y el único
Dios de todo el orbe. Para esto prohibirá en primer lugar con severísi-
mas penas, no sólo el culto de los falsos dioses y el ejercicio de todas
las falsas religiones, sino principalmente el culto del verdadero Dios de
sus padres, y sobre todo, el ejercicio de la religión cristiana. Con esto
empezará luego la más terrible, la más cruel, la más peligrosa persecu-
ción contra la Iglesia de Jesucristo, que durará tres años y medio. En
este tiempo se dejarán ver en el mundo Enoc y Elías, reservados por la
providencia divina para resistir al Anticristo y contener de algún modo
aquel torrente de iniquidad. Estos dos Profetas le harán tan grande
oposición, y pondrán en tantos conflictos, que traerán contra sí la in-
dignación y furor de este monarca: los perseguirá con todo su poder, y
aunque con gran trabajo, y sólo después de cuarenta y dos meses, al
fin los habrá a las manos, y los hará morir cruelísimamente en la mis-
ma ciudad de Jerusalén, como se dice en el capítulo 11 del Apocalipsis.
(Si en este lugar del Apocalipsis se habla de Elías y Enoc, o de otra co-
sa muy diversa, lo veremos en otra parte). Seguirá a pocos días la
muerte del Anticristo, que unos refieren de un modo, y otros de otro,
como si fuese un suceso ya pasado, escrito por diversos historiadores;
con la cual muerte, la Iglesia y el mundo entero empezará a respirar,
quedando todo en una perfecta calma y en una alegría universal. Los
obispos que se hubiesen escondido en los montes y cuevas, y escapado
por este medio de aquel naufragio, volverán a tomar sus sillas, acom-
pañados de su clero y de algunas otras familias cristianas que los hu-
biesen seguido en su destierro voluntario. En este tiempo sucederá la
conversión de los Judíos, según la opinión universal entre los intérpre-
tes, los cuales en su sistema no hallan, ni es posible que hallen, dónde
colocar este suceso tan claramente anunciado de toda la Escritura; y
entonces, dicen, se acabará de predicar el Evangelio en toda la tierra, y
el Señor vendrá a juzgar, cuando sea su tiempo.
[123] Esta es en compendio toda la historia del futuro Anticristo
que hallamos en los mejores historiadores, y a esto se reducen todas
las noticias que tenemos de este gran personaje. Algunas otras quedan
fuera de éstas que no son tan interesantes, como por ejemplo su nom-
bre, su carácter, su fisonomía, sus milagros en particular, y el tiempo
preciso en que ha de aparecer en el mundo, que muchos se atrevieron
a señalar. El tiempo ha falsificado ya los más de estos pronósticos, en-
tre los cuales quedan todavía dos por falsificarse: el de Juan Pico Mi-
randulano, que promete al Anticristo para el año de 1794, y el de Jeró-
nimo Cardano para el de 1800. En todas estas noticias, y otras que
omito por la brevedad, y se pueden ver en Malvenda y Calmet, yo no
206 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

hallo otra cosa más verdadera, ni más bien fundada, que lo que dice y
confiesa el mismo Calmet hacia el fin de su disertación, por estas pala-
bras: Del cual perdidísimo varón apenas tenemos algunas cosas cier-
tas; inciertas y problemáticas, innumerables; por lo cual el tiempo de-
terminado de su venida, su patria, origen, parientes, infancia, nom-
bre, extensión de su imperio y género de su muerte, todo es dudoso.

Se pide y examina
el fundamento de estas noticias

PÁRRAFO 2
[124] El examen prolijo de todas las noticias que acabamos de re-
coger sería, cuando menos, un trabajo perdido. Se sabe de cierto, aun
por confesión de los mismos interesados, que las más de ellas, o casi
todas, no tienen otro fundamento que la imaginación viva de algunos,
que así lo meditaron, y que después de la meditación se atrevieron
también a escribirlo, ciertos y seguros de que en aquellos siglos en que
todo pasaba no había que temer contradicción. No obstante, entre esta
muchedumbre de noticias, hay algunas pocas que se presentan con al-
gún aire o apariencia de verdad, ya por la autoridad de algunos Padres,
que las adoptaron, o a lo menos las sospecharon, ya por el consenti-
miento casi universal de los doctores, ya también por fundarse (como
dicen) en algunos lugares de la Escritura, que es lo principal. Parece
que a estas pocas alude el padre Calmet, cuando dice: Apenas tenemos
algunas pocas cosas ciertas…, modo de hablar no poco equívoco, que
no deja de mostrar bien la mente del autor.
[125] Pues estas pocas apenas ciertas, o estas ciertas apenas po-
cas, se reducen a cuatro principales, de donde pueden haber nacido
todas las otras: primera, el origen del Anticristo; segunda, su patria y
principios de su grandeza; tercera, su corte en Jerusalén como rey
propio de los Judíos, creído y recibido por su verdadero Mesías; cuar-
ta, su monarquía universal sobre toda la tierra. En estos cuatro artícu-
los parece que convienen casi cuantos doctores han tratado del Anti-
cristo, y sobre esta suposición, como si fuese indubitable, hablan co-
múnmente los intérpretes de la Escritura. No negamos que la autori-
dad de tantos sabios sea de grande peso; y si, como se trata de cosas
futuras, se tratase de sucesos pasados, sería una insigne necedad no
dar crédito a tantos testigos dignos de todo respeto y veneración; mas
como las cosas futuras pertenecen únicamente a la ciencia de Dios, y
de ningún modo al ingenio y ciencia del hombre, ninguno puede con
razón quejarse de que, en un negocio de tanta importancia que a todos
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 207

nos interesa, suspendamos por un momento nuestro asenso hasta ase-


gurarnos cuanto nos sea posible de la verdad; hasta ver, digo, si las no-
ticias de que hablamos las ha dado el que solo puede saberlas, o son
conformes a lo que hallamos en los Libros sagrados.

Artículo 1
Origen del Anticristo

[126] Se debe suponer como una verdad, por sí conocida, que nin-
gún hombre puede saber el origen del Anticristo sin revelación expresa
de Dios, así como ninguno pudiera saber que ha de haber el Anticristo,
si Dios no se hubiera dignado revelarlo. Los autores mismos que hacen
venir al Anticristo de los Judíos, y de la tribu de Dan, se hacen cargo
tácitamente de la verdad de esta suposición. Así, no satisfechos con la
mera autoridad extrínseca, que en estos asuntos nada prueba, señalan
el fundamento de la Revelación divina, citando tres lugares de la Escri-
tura, los únicos que han podido hallar. Veámoslos.
[127] El primero es el capítulo 49 del Génesis, en que, bendiciendo
Jacob a sus hijos, y llegando a Dan, le dice estas palabras (versículo
16): Dan juzgará a su pueblo como cualquiera otra tribu en Israel.
Sea Dan culebra en el camino, ceraste en la senda, que muerde las
pezuñas del caballo, para que caiga hacia atrás su jinete. Tu Salud
esperaré, Señor 1. De esta profecía de Jacob se sigue legítimamente es-
ta consecuencia: luego el Anticristo ha de nacer de la tribu de Dan;
luego ha de ser judío o hebreo. Si alguno se atreviese a negar una con-
secuencia tan justa, ¿qué se hará con él? Se le mostrará, dicen, la auto-
ridad de los Santos Padres, que entendieron unánimemente esta pro-
fecía del Anticristo, y al Anticristo la acomodaron; y esto deberá bas-
tar, aunque el texto no lo diga tan claramente. Bien. Pero si en este
punto no hay tal consentimiento unánime de los Santos Padres; si sólo
algunos pocos tocaron este punto; si entre estos pocos algunos enten-
dieron la profecía de otro modo; si aquellos mismos que la acomoda-
ron al Anticristo, ni hablaron asertivamente, sino por modo de mera
conjetura; en este caso, ¿no será lícito negar aquella consecuencia?
Pues, señor mío, así es. Los Padres que tocaron este punto conjetura-
ron dos cosas diversas, sin empeñarse mucho por la una ni por la otra
parte. Unos sospecharon que se hablaba del Anticristo; otros más lite-
ralmente pensaron que se hablaba de Sansón: San Jerónimo es uno de
estos últimos, a quien han seguido muchísimos intérpretes, entre ellos
Lira, el Tostado, Pereira, Del Río, etc.

1 Gen. 49, 16-18.


208 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[128] Ahora, si se mira el texto con alguna atención particular,


además de hallarse oscurísimo (como casi todas las profecías del santo
patriarca, enderezadas a sus otros hijos, las cuales tal vez no han teni-
do hasta ahora su perfecto cumplimiento, mas lo tendrán a su tiempo),
si se mira el texto, digo, con particular atención, se concibe mucha me-
nor dificultad en acomodarlo a Sansón, que en acomodarlo al Anticris-
to; porque al fin sabemos de cierto, por la misma Escritura, que San-
són, aquel hombre tan singular, tan extraordinario, tan único, fue de la
tribu de Dan; sabemos que juzgó a su pueblo, como anuncia la profe-
cía 1; sabemos en suma, otros sucesos particulares de la vida de San-
són, que tienen gran semejanza con lo que dice la profecía. Siendo esto
así, ¿qué necesidad tenemos de recurrir para el cumplimiento de la
profecía a otra cosa futura, infinitamente incierta, de la que por otra
parte nada consta, como es el origen del Anticristo?
[129] El segundo lugar de la Escritura que se alega para probar el
origen del Anticristo de la tribu de Dan, y por consiguiente de los Ju-
díos, es el capítulo 8 de Jeremías, en donde se leen estas palabras, ver-
sículo 16: Desde Dan ha sido oído el bufido de los caballos de él; a la
voz de los relinchos guerreros de él se estremeció toda la tierra. Y vi-
nieron, y devoraron la tierra y cuanto había en ella, la ciudad y sus
moradores 2. Yo convido a cualquiera que sepa leer, a que lea este ca-
pítulo 8 de Jeremías. Después que lo haya leído con mediana atención,
le preguntaré: ¿De qué misterio se habla en él? Y al punto me respon-
derá sin que le quede duda, ni aun sospecha de duda, que se habla ma-
nifiestamente de la venida de Nabuco contra Jerusalén. Se dice que
desde Dan se oye el relincho de los caballos, y la voz y estrépito formi-
dable de armas y de soldados, porque la ciudad de Dan, la cual antes
se decía Lais 3, fue conquista de seiscientos hombres de la tribu de
Dan, que le pusieron el nombre de su padre, y habitaron en ella hasta
el día de su cautiverio 4. Y esta ciudad de Dan era la primera hacia el
norte, por donde debía entrar necesariamente el ejército caldeo. Este
es todo el misterio de esta profecía, claro y palpable. Los expositores
mismos lo entienden así en su propio lugar, aunque no dejan muchos
de añadir (no se sabe para qué) que en sentido alegórico se entiende, o
puede entenderse todo esto, del Anticristo; con la cual advertencia pa-
rece que pretenden una de dos cosas (si acaso no son las dos a un
mismo tiempo): o que el origen del Anticristo de la tribu de Dan es
una verdad bien comprobada por otra parte, o que el sentido alegórico
es un mentido a discreción; de modo que con cualquier texto de la Es-

1 Gen. 49, 16.


2 Jer. 8, 16.
3 Jue. 18, 29.
4 Jue. 18, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 209

critura se puede probar cualquiera otra cosa que se quiera, con sólo
decir que aquel texto, tomado en sentido alegórico, lo dice así.
[130] Ya que tocamos este punto, no perdamos la ocasión de decir
sobre él una palabra. Nos importa muchísimo para nuestro gobierno
entender bien, y tener bien presente, lo que quiere decir sentido alegó-
rico. Si esta advertencia es inútil respecto de muchos, pudiera no serlo
respecto de algunos, a quienes también somos deudores. Como alego-
ría y figura son dos palabras de dos lenguas que significan una misma
cosa, así, sentido alegórico no es otra cosa que sentido figurado. Por lo
cual, quien dice: Esto se entiende alegóricamente de aquello, lo que
quiere decir es: Esto es una figura o una sombra de aquello. Ahora bien,
para poder decir con verdad esto, se requiere, entre otras condiciones,
una absolutamente necesaria e indispensable, es a saber: que la cosa
figurada sea actualmente, o haya sido, o haya de ser ciertamente, al-
guna cosa real, verdadera y existente en la naturaleza; por consiguien-
te, esta existencia real debe constar por otra parte y saberse de cierto.
Sin esto, así como no se puede asegurar la cosa misma, tampoco se
podrá asegurar que es figurada por otra. ¿Con qué razón, por ejemplo,
se podrá decir, mostrando una pintura: Esta es la imagen o la figura
del Papa Pío XX? Pruébese primero, y pruébese con evidencia, res-
ponderá cualquiera, que ha de haber en los siglos venideros un Papa
de este nombre; y después que esto se pruebe, quedará todavía otra
cosa que probar, esto es, la conformidad del figurado con la figura. De
este modo me parece que se debía proceder con el Anticristo, así en el
punto de que hablamos como en otros más de que hablaremos. Se de-
bía probar en primer lugar, con aquella prueba que pide un suceso fu-
turo, que el Anticristo ha de nacer de la tribu de Dan. Probado esto, se
podía ya proceder sobre algún sólido fundamento. Entonces podían
mostrar las figuras, y hacer ver su conformidad con el original. Mas
traer por toda prueba de un suceso futuro, que esto o aquello lo figura,
parece que es exponer a un mismo peligro la figura y el figurado. Con
esta sola reflexión no sería muy difícil hacer volver a la nada, de donde
salieron, algunos otros figurados juntamente con sus figuras.
[131] El tercer lugar de la Escritura que se alega para hacer venir al
Anticristo de la tribu de Dan es el capítulo 7 del Apocalipsis, en el cual,
nombrándose todas las otras tribus de Israel, y sacándose de cada una
de ellas doce mil escogidos o sellados, de la tribu de Dan nada se saca,
ni aun siquiera se nombra, lo cual no puede ser por otro motivo, dicen,
sino porque de esta tribu ha de salir el Anticristo. A esta dificultad se
responde: lo primero, que si en este silencio de Dan hay algún misterio
particular, ninguno puede saber qué misterio sea, así como ninguno
puede saber por qué, nombrándose la tribu de Manasés, no se nombra
la tribu de Efraím su hermano, sino en lugar de Efraím se nombra su
210 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

padre José, siendo cierto que en la tribu de José se comprenden sus


dos hijos Efraím y Manasés.
[132] Dije, si hay en esto algún misterio particular; porque tal vez
no hay aquí otro misterio que algún descuido o equívoco inocente de
alguno de los antiquísimos copistas del Apocalipsis, que en lugar de
Dan puso Manasés. La sospecha no carece enteramente de fundamen-
to, si se atiende bien a todo el contexto. Primeramente: San Juan, antes
de nombrar las tribus en particular, dice que los sellados con el sello de
Dios vivo serán de todas las tribus de los hijos de Jacob: De todas las
tribus de los hijos de Israel 1; y luego añade inmediatamente que de
cada una de dichas tribus, llamando a cada una por su nombre, se se-
ñalarán doce mil. Conque si queda excluida la tribu de Dan, que fue
uno de los hijos de Jacob, no puede ser verdad que los sellados serán
de todas las tribus de los hijos de Israel. Lo segundo: Manasés se halla
nombrado en sexto lugar entre los hijos de Balá, después de Neftalí,
donde precisamente debía hallarse Dan, pues Neftalí y Dan fueron hi-
jos de Balá, esclava de Raquel. Lo tercero: Manasés no fue hijo sino
nieto de Jacob, y el texto dice que los sellados serán de todas las tribus
de los hijos; por lo cual se nombra la tribu de José, que fue hijo, y no la
tribu de Efraím, que sólo fue nieto. Diráse que, nombrado José, debe
darse por nombrado Efraím, pues la tribu de Efraím, y la de José su
padre, eran una misma cosa. Mas también podemos nosotros añadir
que, una vez nombrado José, se deben entender y dar por nombrados
sus dos hijos Efraím y Manasés; pues como se lee en el capítulo 47 de
Ezequiel, José tiene doble medida 2, lo cual alude claramente a la do-
nación que le hizo su padre de otra parte más, fuera de la que debía te-
ner entre sus hermanos: Te doy (le dice) sobre tus hermanos una por-
ción… 3. Según esto, parece claro que, así como nombrado José ya no
era necesario nombrar a Efraím, como en efecto no se nombra, así
tampoco era necesario nombrar a Manasés. Por consiguiente, en este
lugar del Apocalipsis, conforme lo tenemos, parece que falta una cosa y
sobra otra. Sobra Manasés, que no fue hijo sino nieto de Jacob, y falta
Dan, que fue propiamente hijo, como todos los otros que se nombran:
Y oí (dice el texto) el número de los señalados, que eran ciento y cua-
renta y cuatro mil señalados, de todas las tribus de los hijos de Is-
rael 4. En el capítulo 48 de Ezequiel, nombrándose todas las doce tri-
bus a este mismo propósito, la primera que se nombra es la de Dan.
[133] Si esta sospecha no se recibe, no nos empeñaremos mucho ni
poco en llevarla adelante. La dificultad no es tan grave que no haya otro

1 Apoc. 7, 4.
2 Ez. 47, 13.
3 Gen. 48, 22.
4 Apoc. 7, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 211

modo de resolverla que por una mera sospecha. Respondemos, pues, lo


segundo: que el silencio del Apocalipsis respecto de la tribu de Dan, ha-
ya en esto algún misterio o no lo haya, nada puede probar en el asunto
de que hablamos. Aunque se supiese por otra parte, y se supiese de cier-
to que el Anticristo ha de venir de la tribu de Dan, aun en esta suposi-
ción, siempre debía mirarse como ilegítima y absurda esta consecuen-
cia: luego por esta razón no se nombra esta tribu entre las otras; luego
por esta razón no se ha de sellar en ella con el sello de Dios vivo; luego
por esta razón ha de quedar excluida enteramente esta misma tribu de
aquel bien y misericordia a que todas las otras han de ser llamadas a su
tiempo. ¿Qué conexión tiene lo uno con lo otro? ¿Qué proporción entre
aquella culpa y este castigo? El Anticristo ha de nacer de la tribu de
Dan. ¿Luego por esta culpa, que todos los individuos de esta tribu ha-
brán cometido involuntariamente, sin saberlo ni aun sospecharlo, por
esta culpa fantástica e imaginaria, toda la tribu con todos sus indivi-
duos han de quedar absolutamente reprobados? Aunque Dan mismo,
padre de esta tribu, hubiese sido un hombre tan perverso como se su-
pone el Anticristo, no por eso se podía creer sin temeridad que Dios cas-
tigase con un castigo tan terrible a toda su descendencia. ¿Cuánto me-
nos se podrá presumir este castigo por la iniquidad de uno de sus hijos?
[134] Acaso se dirá que la reprobación de toda esta tribu no será
precisamente por haber producido, o deber producir, al Anticristo, sino
porque toda ella se declarará por él, y entrará en sus proyectos de
iniquidad. Mas fuera de que esto se dirá libremente, sin la menor apa-
riencia de fundamento, por esta misma razón se deberán reprobar to-
das las demás tribus; pues, como nos aseguran comúnmente los mis-
mos doctores, y veremos en el artículo tercero, todas las tribus, no me-
nos que la de Dan, se han de declarar por el Anticristo, todas lo han de
creer y recibir por su Mesías, todas lo han de acompañar y servir contra
el verdadero Mesías. Si esto es así, como así se supone, no queda otra
culpa particular en la tribu de Dan, para ser excluida y reprobada, que
la de haber de producir al Anticristo. Hasta aquí hablamos sobre la su-
posición de que el origen del Anticristo de la tribu de Dan fuese una co-
sa bien comprobada por otra parte; mas ¿qué será si no estriba sobre
otros fundamentos que los que acabamos de ver? Si hubiese otros me-
jores, es claro que no dejaran de producirse. Si éstos son suficientes o
no, a cualquiera le será fácil decidirlo, si quiere mirar este punto con
formalidad. El Padre Calmet, hablando de esto mismo, confiesa al fin
ingenuamente la verdad: Confesamos, dice, que nada cierto hemos po-
dido adelantar en las varias conjeturas sobre el origen y nacimiento
del Anticristo; y, no obstante, en los intérpretes más clásicos de la divi-
na Escritura se habla frecuentemente de los danistas hermanos del An-
ticristo, como si la noticia fuese indubitable. No extrañéis, amigo, que
212 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

yo me declare en favor de los danistas, y me empeñe tanto por ellos;


pues aunque no soy de la tribu de Dan, la debo mirar con ternura como
a hermana mía, y con mayor ternura debo mirar la equidad y verdad.

Artículo 2
Patria y principio del Anticristo

[135] Acabamos de ver todos los fundamentos que se han podido


hallar en la Escritura santa para hacer al Anticristo un judío o hebreo de
la tribu de Dan. Ahora, para hacerlo nacer en Babilonia, y empezar allí a
reinar entre prodigios y milagros los más inauditos, ¿qué fundamentos
se habrán hallado? Yo los busco por todas partes, y de ninguna manera
los hallo. Pregunto a los doctores más eruditos que han escrito sobre el
asunto y han abrazado esta noticia, y parece que tampoco le han halla-
do algún fundamento; pues no es creíble que guardasen tanto silencio
si hubiesen hallado alguno, aunque fuese muy semejante a los del ar-
tículo antecedente. El erudito Padre Calmet, en su ya citada diserta-
ción, se hace cargo y se da por entendido de este gran embarazo. Con-
fiesa que en la realidad no se halla fundamento alguno en la Revelación,
y si no fuese, añade, por la autoridad extrínseca, o por el común sentir
de tantos escritores, así modernos como antiguos, la noticia no merecía
atención alguna. Mas como la autoridad extrínseca, o el común sentir,
en cualquiera asunto que sea (mucho más en asuntos de futuro), debe
estribar sobre algún fundamento real, sólido y firme, quedamos des-
pués de esto en el mismo embarazo, como si nos respondieran por la
misma cuestión. La autoridad extrínseca, aunque sea un común sentir,
principalmente cuando se trata de una cosa futura, no puede de modo
alguno estribar sobre sí misma: éste es un privilegio que sólo a Dios le
puede competer. La misma lumbre de la razón nos lo persuade así, y
nos lo persuade invenciblemente. Se pregunta, pues: ¿Cuál es el fun-
damento de este común sentir en un asunto tan ajeno de la ciencia del
hombre como es lo futuro? El mismo autor se hace cargo de este se-
gundo embarazo, y aunque mostrando alguna repugnancia, señala en
fin modestamente el verdadero fundamento, diciéndonos que los que
han escrito después de San Jerónimo tomaron de él esta noticia.
[136] Si subimos ahora de autor en autor hasta San Jerónimo, y le
preguntamos reverentemente al santo doctor: ¿De dónde tomó una
noticia tan singular?, nos responderá al punto con toda verdad e inge-
nuidad, que él no ha asegurado jamás que la noticia sea cierta, ni la
produjo como opinión propia suya, sino como opinión de otros docto-
res de su tiempo, que así lo pensaban; para lo cual nos mostrará sus
propias palabras sobre el capítulo 11 de Daniel, diciendo: Los nuestros
interpretan todas estas cosas del Anticristo, que ha de nacer del pue-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 213

blo judaico, y ha de venir de Babilonia 1. De aquí se sigue que no hay


otro fundamento en la realidad sino que a los principios del siglo quin-
to, cuando San Jerónimo escribía, se pensaba así. Mas si en este tiem-
po se pensaba así, es cierto que en todos los tiempos anteriores no se
había pensado tal cosa. Más de cien años antes, en tiempo de Diocle-
ciano, se pensaba que el mismo Diocleciano era el Anticristo. Lo mis-
mo se pensaba en tiempo de Marco Aurelio, de Trajano, de Domicia-
no, y sobre todo en tiempo de Nerón, pues aún después de muerto
pensaban los Cristianos que no había muerto, sino que estaba escon-
dido para venir luego a ser el Anticristo; mas como vieron que tardaba
mucho, mudaron de pensamiento, y pensaron que presto resucitaría
para ser el Anticristo. Todas estas cosas, y otras semejantes, se pensa-
ron antes del cuarto siglo, como consta de la historia eclesiástica, y a
ninguno le pasó por la imaginación que Diocleciano, o Marco Aurelio,
o Trajano, o Domiciano, o Nerón, fuesen naturales de Babilonia, ni
mucho menos que fuesen hebreos de la tribu de Dan. Conque el pen-
sarse así en un siglo, y el pensarse de otro modo en otro, si no se alega
otro fundamento, nada prueba en la realidad, y quedamos en perfecta
libertad para pensar otra cosa.
[137] En cuyo supuesto, lo que yo pienso es que Babilonia no sólo
no será patria del Anticristo, pero ni lo podrá ser. Fúndome entre otras
cosas en la profecía de Jeremías que, hablando de propósito contra
Babilonia, dice así: Y no será habitada en adelante para siempre, ni
será edificada hasta en generación y generación. Así como destruyó
el Señor a Sodoma, y a Gomorra, y a sus vecinos, dice el Señor, no
morará allí varón, ni la habitará hijo de hombre 2. Diréis acaso que
esta profecía habla solamente de la antiquísima Babilonia, situada so-
bre el Eufrates, que fue la corte del imperio Caldeo; no de otra Babilo-
nia que se edificó después sobre el Tigris, y subsiste hoy día; ni tampo-
co de la Babilonia de Egipto; y así la una como la otra puede ser la pa-
tria del Anticristo; mas de esto mismo os pediré yo alguna prueba o al-
gún fundamento razonable.

Artículo 3
El Anticristo será creído y recibido de los Judíos
como su verdadero Mesías, por cuyo motivo
pasará su corte de Babilonia a Jerusalén

[138] Esta noticia creída y recibida como verdadera entre los in-
térpretes de la Escritura, ¿qué fundamento puede tener? ¿Cuál podrá

1 SAN JERÓNIMO.
2 Jer. 1, 39-40.
214 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ser su verdadero origen? ¿Habrá sobre ello alguna cosa en la Revela-


ción? No os canséis, señor, inútilmente en revolver para esto toda la
Biblia sagrada; tampoco os canséis en preguntar a los mismos intér-
pretes, porque no hallaréis otro fundamento que una suposición, sobre
la cual, como si fuese indubitable, proceden ya con gran seguridad.
¿Cuál es esta suposición? La que queda ya examinada y negada en el
artículo primero, esto es, que el Anticristo ha de ser un judío o hebreo
de la tribu de Dan. En esta suposición, mirada como cierta, es ya facilí-
simo seguir adelante con la historia. Las consecuencias son tan natu-
rales, que por sí mismas se van presentando una tras otra a la imagi-
nación. Vedlas aquí.
[139] ¿El Anticristo judío? Luego por los Judíos deberá comenzar;
luego para hacer entre ellos una gran figura, deberá persuadirles, en
primer lugar, que él es el verdadero Mesías que ellos esperan (según
sus Escrituras); y deberá también ocultarles, digo yo, debajo del más
profundo secreto, su origen de la tribu de Dan, porque si esto se llega a
saber o sospechar, se habrá errado el tiro, y quedará todo perdido sin
esperanza de remedio; pues no hay judío alguno, aun entre la más ín-
fima plebe, que no sepa y crea que su Mesías ha de venir de la tribu de
Judá, y de la familia de David. ¿Mas este secreto se guardará fielmen-
te? Prosigamos con nuestras consecuencias.
[140] ¿El Anticristo judío, creído Mesías, y reconocido por tal de
los Judíos? Luego todos los millares o millones de Judíos, que están
esparcidos entre todas las naciones del mundo, volarán al punto a bus-
carlo y unirse con él. ¿El Anticristo judío, creído Mesías, escoltado de
millares o millones de soldados voluntarios, llenos todos de coraje y de
celo? Luego su primer pensamiento y su primera expedición deberá
ser la conquista de la tierra de sus padres, para evacuarla de sus usur-
padores, y volver a establecer en ella a todas las tribus de Jacob. En
suma: ¿El Anticristo judío, creído y reconocido por Mesías, conquista-
dor y vecino de la Palestina? Luego es naturalísimo que se olvide de
Babilonia, y ponga su corte en Jerusalén, donde estuvo en tiempo de
David, de Salomón y de todos los reyes sus sucesores. Luego esta ciu-
dad, arruinada primero por los Caldeos y después por los Romanos,
volverá a edificarse de nuevo con mayor grandeza y magnificencia, por
el trabajo, celo y furor de todas las tribus, ayudadas de todas las legio-
nes del ángel de guarda del mismo Anticristo, esto es, de Satanás. ¡Qué
consecuencias tan naturales! Mas si por desgracia se halla falsa, y cae
como tal aquella suposición sobre la cual se ha edificado con tan nimia
confianza, ¿no será también una consecuencia naturalísima que caiga
sobre ella todo el edificio?
[141] Este temor, que no es fácil disimular, ha obligado a algunos
doctores graves a buscar en la Escritura divina algunos otros funda-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 215

mentos, o siquiera algunos pilares con que sostener un edificio tan


vasto, y al mismo tiempo tan poco fundado. Los que se han hallado
hasta ahora, después de infinitas diligencias, se miran comúnmente
por suficientes, si no para asegurar el edificio, a lo menos para suplir
por algún tiempo, mientras se discurre otra cosa mejor. Veámoslos.
[142] Dos puntos principales contiene toda esta noticia de que ha-
blamos. Primero, que los Judíos creerán y recibirán por su verdadero
Mesías al Anticristo. Segundo, que el Anticristo recibido de los Judíos
por Mesías pondrá la corte de su imperio en Jerusalén. El primer pun-
to se pretende sostener con aquellas palabras del Señor, que se leen en
el Evangelio de San Juan: Yo vine en nombre de mi Padre (les dice a
los Judíos), y no me recibís; si otro viniere en su nombre, a aquel re-
cibiréis 1: las cuales palabras, nos dicen, aunque no nombran expre-
samente al Anticristo, se entiende bien que hablan de él, y lo que
anuncian es que los Judíos recibirán al Anticristo por su Mesías, en
castigo de no haber querido recibir a Cristo.
[143] Optimamente. Y si estas palabras, o esta profecía del Señor,
ha tenido ya su perfecto cumplimiento, ¿será bien en este caso dejar lo
cierto por lo incierto, lo que sabemos por lo que ignoramos, lo que ya
sucedió por lo que puede suceder? ¿Será bien disimular el cumpli-
miento real y verdadero de la profecía, y esperar una cosa incertísima
para que la profecía pueda cumplirse? Y si no hay tal Anticristo judío,
ni tal Anticristo falso Mesías, ¿cómo quedará una profecía del Hijo de
Dios? Quedará convencida de falsa, sin poder verificarse en toda la
eternidad. Este inconveniente gravísimo está evitado con decir y con-
fesar lo que nadie ignora, esto es, que la profecía de que hablamos ya
se cumplió con tanta plenitud que nada más nos queda que esperar.
Dejo aparte la turba de falsos y pequeños Mesías que, en varios tiem-
pos, han engañado a los Judíos, y ocasionádoles nuevos y mayores tra-
bajos. En las Actas de los Apóstoles 2 se hace mención de uno, y en la
historia consta de varios.
[144] Mas aunque no hubiera habido otro que aquel insigne Bar-
Cochebas, que apareció en tiempo de Adriano, en éste solo estaba lle-
na la profecía: Si otro viniere en su nombre, a aquel recibiréis 3. Este
falso Mesías vino tan en su nombre, que todos los títulos o credencia-
les que presentó a los Judíos se redujeron a sola la significación de su
nombre; pues Bar-Cochebas quiere decir hijo de la estrella. Por ser o
llamarse hijo de la estrella, debía ser creído y recibido por Mesías, se-
gún la profecía de Balaán, que dice: De Jacob nacerá una estrella 4.

1 Jn. 5, 43.
2 Act. 21, 38.
3 Jn. 5, 43.
4 Num. 24, 17.
216 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

En efecto fue recibido de todos los que moraban en la Palestina, y es-


parcida luego la voz por todas las provincias del imperio romano, en
todas partes se alborotaron los Judíos, entrando en grandes esperan-
zas de sacudir el yugo de las Gentes. La cosa pasó tan adelante, que
puso en cuidado a todo el imperio, y fue bien necesaria toda la vigilan-
cia y plenitud de Adriano, que era buen soldado, para quitar y conte-
ner a los Judíos de las provincias de occidente, mientras se preparaba
para la guerra formal que era preciso hacer a Bar-Cochebas.
[145] Este había engrosado tanto, no sólo con los Judíos que habi-
taban en la Palestina, sino con otros muchísimos que cada día se le
agregaban, que se había apoderado de las plazas fuertes de Judea, pa-
sando a cuchillo toda la guarnición romana, y todo cuanto pertenecía a
los Romanos, y aprovechándose de todas las armas y de todas las rique-
zas del país; de modo que fue menester tres años de guerra viva, y no
poca sangre romana, para sujetar aquellos rebeldes, que despreciaban
la vida por la defensa de su Mesías. Muerto éste, y con él nada menos
de 480.000 judíos, los que quedaron vivos fueron vendidos por escla-
vos, y esparcidos otra vez a todos vientos 1. Estos fueron los bienes que
trajo a nuestra nación el hijo de la estrella. Castigo terrible pero bien
merecido: Yo vine en nombre de mi Padre (dijo Jesucristo), y no me
recibís; si otro viniere en su nombre, a aquel recibiréis. No tenemos,
pues, necesidad de esperar un Anticristo judío, sólo imaginario, y en él
otro falso Mesías sin comparación mayor que Bar-Cochebas, para que
se verifique la profecía del Señor; pues en este falso Mesías, conocido
de todos, la hemos visto plenamente verificada.
[146] Parece una verdadera crueldad (ni me ocurre otro nombre
más propio que poderle dar) lo que vemos con nuestros ojos frecuen-
temente practicado por los doctores cristianos, respecto de los misera-
bles Judíos; de manera que no solamente les niegan o escasean aque-
llos anuncios favorables que se leen claros y expresos en sus Escrituras,
los cuales hasta ahora no se han verificado; no solamente les ponderan,
y agravan más los que son conocidamente contrarios; no solamente les
añaden sin escrúpulo otros anuncios amargos y tristísimos, como si
fuesen tomados de la Revelación; sino que, como si esto fuera poco,
pretenden tal vez que todavía se deben verificar con mayor rigor aun
aquellos anuncios contrarios que ya se han verificado, aunque sea ne-
cesario añadir para esto noticias y circunstancias de que la Escritura
divina no habla palabra. Perdonad, amigo, esta breve digresión, por-
que de la abundancia del corazón habla la boca 2. Cuando lleguemos
al fenómeno 5 empezaréis a ver si me lamento con razón.

1 Véase la historia de Adriano por Chevrier, Escaligero, Filemont, etc.


2 Mt. 12, 34.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 217

[147] Caído, pues, este primer punto de la noticia, esto es, que el
Anticristo ha de ser creído y recibido de los Judíos por su verdadero
Mesías, el segundo punto cae de suyo, sin que nadie lo mueva. ¿De
dónde se prueba que el Anticristo ha de poner en Jerusalén la corte de
su imperio? ¿Sabéis de dónde? De que ha de ser recibido de los Judíos
por su rey y Mesías. Y esto, ¿de dónde se prueba? De que ha de ser ju-
dío. ¿Y esto de dónde? De que ha de ser de la tribu de Dan. Y esto… Es
cosa verdaderamente admirable lo que leemos del Anticristo. Las noti-
cias son innumerables, y todas se aseguran, unas más y otras menos,
con gran formalidad. Mas si llegamos por curiosidad a examinar el
fundamento en que estriban, nos hallamos con una maravilla, y la que
más sorprende de todas, quiero decir, que todas estas noticias no tie-
nen otro fundamento que ellas mismas: todas estriban sobre sí mis-
mas, y mutuamente se sostienen. Las primeras son fundamento de las
segundas, y las segundas lo son de las primeras. Estas estriban sobre
las que se siguen, y las que siguen sobre las que preceden, y todo ello
no parece otra cosa que un edificio magnífico, construido en el aire y
conservado milagrosamente, donde aparece nuestro Anticristo como
un fantasma terrible, como un espectro o como un ente de razón.
[148] Mas esta corte en Jerusalén, de este rey Anticristo, o de este
monarca fantástico, ¿no tiene por otra parte otros fundamentos? ¿No
hay en toda la Escritura divina algunos lugares de donde esto conste o
se pueda inferir? Amigo mío, esto es mucho pedir. Si estos fundamen-
tos los buscáis en la Escritura misma, os cansáis inútilmente. Sabed de
cierto que no los hay. Mas si los buscáis en otras fuentes, o en otros li-
bros que no son canónicos, hallaréis fácilmente con qué suplir en caso
de necesidad. ¿Cuáles son estos fundamentos? Ven y ve. Son aquellas
profecías las más magníficas favorables a Jerusalén, que hasta ahora no
han tenido ni han podido tener su cumplimiento. Estas profecías son
tantas, tan claras, tan expresivas, y anuncian a Jerusalén tanta gran-
deza, tanta prosperidad, y al mismo tiempo tanta justicia y santidad,
que por eso mismo se han hecho increíbles en el sistema ordinario de
los doctores. Así, algunas pocas se han procurado acomodar por los
mejores intérpretes que llamamos literales, a la vuelta de Babilonia en
sentido literal; otras a la Iglesia presente en sentido alegórico; otras,
más difíciles e impenetrables, a la Jerusalén celestial en sentido ana-
gógico; y otras, a cualquiera alma santa en sentido místico. Y otras, en
fin, que repugnan invenciblemente todos estos sentidos, y en que el
Espíritu Santo quiso quitar todo efugio, hablando expresamente de
aquella Jerusalén que fue corte de David, de Salomón, etc., y que por
sus pecados fue destruida por Nabuco, y después por los Romanos, y
ahora está y estará hasta su tiempo conculcada de las Gentes, etc.; es-
tas profecías, digo, se procuran acomodar (no se sabe en qué sentido)
218 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

a los tiempos del Anticristo, cuando este fantasma ponga en Jerusalén


la corte de su fantástico imperio. Si alguno se atreve a preguntar: ¿Con
qué razón se hace todo esto, con qué fundamento, con qué autoridad, y
con qué licencia?, se puede esperar, no sin gran fundamento, que la
respuesta tenga mucho más de sonido que de sustancia. Estas profe-
cías de que hablamos, favorables a Jerusalén, forman un fenómeno
muy grande, que deberemos observar atentamente cuando sea su
tiempo. El detenernos ahora en esto fuera un verdadero desorden, y
nos hiciera más daño que provecho.

Artículo 4
Monarquía universal del Anticristo

[149] Pues este hombre tan singular, este mísero judío, este mago,
este seductor insigne, viéndose en el trono de Israel recibido por Me-
sías, amado y adorado de todas las tribus, entrará luego en los pensa-
mientos de sujetar a su dominación, no solamente las naciones circun-
vecinas, sino todos los reinos, principados y señoríos, todos los pue-
blos, tribus y lenguas de todo el orbe de la tierra, sin duda para verificar
en sí mismo aquellas profecías que anuncian esta grandeza del verda-
dero Mesías, hijo de David. Para poner en ejecución un proyecto como
éste, deberá enviar por todas las partes del mundo, ya predicadores lle-
nos de celo, ya ejércitos innumerables y fortísimos, acompañados y sos-
tenidos por todas las legiones de Satanás, que unos con persuasiones,
otros con milagros estupendos, otros con amenazas, otros con fuerza
abierta, obligarán en fin a todo el linaje humano a sujetarse y recibir el
yugo. El mismo rey de Israel, acompañado de su pseudoprofeta y de su
ángel de guarda Satanás, no dejará de andar como un rayo de una parte
a otra, unas veces hacia el oriente hasta las costas de la India y de la
China, sin perdonar una sola de las muchas islas de aquellos mares,
otras veces hacia el norte y noroeste contra los soberanos de la Europa,
otras hacia el mediodía contra todas las naciones del Africa hasta el ca-
bo de Buenaesperanza, otras hacia el occidente contra toda la América,
etc.; y siempre con tan feliz suceso, que en pocos años tendrá conclui-
da y perfeccionada la grande empresa, y se verá servido, honrado y
aun adorado como Dios de todos los pueblos de la tierra.
[150] Ahora bien: y de toda esta historia o de la sustancia de ella,
¿quién sale por fiador? ¿De qué archivos públicos o secretos se han sa-
cado unas noticias tan maravillosas? Se supone que no hay ni puede
haber otras que la revelación, porque es historia de lo futuro. ¿Cuál es,
pues, esta revelación? Examinémosla de cerca y con formalidad.
[151] Dos lugares de la divina Escritura se alegan comúnmente pa-
ra probar esta monarquía universal del Anticristo. El primero es el ca-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 219

pítulo 7 de Daniel, en el cual nos señalan, y nos hacen observar, no ya


la cuarta bestia terrible y admirable (porque ésta quieren que sea el
imperio romano), sino uno de los cuernos que tiene esta bestia en su
cabeza, que es el mayor de todos, de quien se dicen y anuncian cosas
nada ordinarias. Mas después de leído y considerado todo lo que se
anuncia de este cuerno terrible, así como no hallamos vestigio alguno
por donde poder siquiera sospechar que el cuerno insigne, o esta po-
tencia, o este rey, haya de ser judío ni falso Mesías, así tampoco lo ha-
llamos para creer ni sospechar su monarquía universal. Lo que halla-
mos únicamente es que esta potencia o este rey será mayor que los
otros diez que están como él en la cabeza de la terrible bestia, y le sir-
ven de cuernos o de armas. Asímismo, que humillará tres de estos diez
reyes (de los otros siete nada se dice, ni de los que quedan en lo res-
tante de la tierra). Igualmente, que lleno de altivez, orgullo y soberbia,
hablará blasfemias contra el Altísimo, y perseguirá a sus santos. En
suma, que su presunción será tan grande, que le parecerá posible y fá-
cil mudar los tiempos y las leyes, etc., para todo lo cual se le dará li-
cencia por algún tiempo. Esto es todo lo que se lee de esta potencia o
de este rey en el capítulo 7 de Daniel. Todo lo cual, así como puede su-
ceder en Asia o en Africa (donde efectivamente lo ponen muchos in-
térpretes, señalando también los tres reyes que han de ser humillados,
esto es, el de Libia, el de Egipto y el de Etiopía), así puede suceder en
Europa o en América, sin ser necesario hacer a este rey, sea quien fue-
re, monarca universal de todo el orbe. Demás de esto, ¿cómo se prueba
que este cuerno insigne, que nace, crece y se fortifica en la cabeza de la
bestia, es propiamente el Anticristo que esperamos, y no la bestia mis-
ma? Pero de esto hablaremos más adelante.
[152] El segundo lugar que se alega es el capítulo 13 del Apocalip-
sis, en el cual se habla manifiestamente del Anticristo debajo de la me-
táfora de una bestia terrible de siete cabezas y diez cuernos. Aquí,
pues, se dice que a esta bestia se le dará potestad sobre toda tribu, y
pueblo, y lengua, y nación 1, y que la adorarán todos los habitadores
de la tierra 2. Yo creo firmemente lo que anuncia esta profecía, que en
el asunto de que hablamos me parece clarísima; mas del mismo modo
me parecen clarísimos dos equívocos que se ven en su explicación. Pri-
mero: el texto no dice que la potestad sobre toda tribu, y pueblo, y
lengua, y nación, se le dará a un rey, o a un hombre individuo y singu-
lar, que es lo que se intenta probar; sólo dice que esta potestad se le
dará a la bestia de que se va hablando, y esta bestia por todas sus se-
ñas y contraseñas está infinitamente distante de simbolizar un rey,
una persona singular o una cabeza de monarquía. Segundo equívoco:

1 Apoc. 13, 7.
2 Apoc. 13, 8.
220 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

el texto no dice que todos los habitadores de la tierra adorarán a esta


bestia con adoración formal de latría como a Dios; sólo dice simple-
mente que la adorarán 1, y todos sabemos que es lícito adorar a una
criatura, mas no es lícito adorarla como a Dios. Nuestro padre Abra-
ham, por ejemplo, adoró a los jueces de la ciudad de Het: Levantóse
Abraham (se dice en el Génesis) y se inclinó al pueblo de la tierra, es
a saber, a los Hijos de Het 2. ¡Oh, cuán lejos estuvo el padre de todos
los creyentes de adorar otro Dios que al Dios de Abraham! Este punto
lo tocamos ahora con tanta brevedad, así por ser facilísimo de com-
prenderse sólo con insinuarlo, como porque luego hemos de volver a
él, cuando consideremos la bestia del Apocalipsis.
[153] Entre tanto, para no creer esta monarquía universal, que no
consta de la misma Revelación, nos puede ayudar mucho otra cosa que
consta de la misma Revelación, es decir, la estatua de cuatro metales
que dejamos observada en el fenómeno 1: allí se habla de solas cuatro
monarquías, o reinos o imperios célebres que habrá en nuestra tierra,
y el último de todos se lleva hasta la caída de la piedra, o hasta la veni-
da segunda del Mesías, como allí probamos. Ahora bien, si fuera de es-
tos cuatro imperios hubiese de haber otro, y éste mayor que todos los
cuatro, no sólo divididos sino juntos, parece natural que se dijese de él
alguna palabra, y no se pasase tan en silencio un suceso tan maravillo-
so. Demás de esto, la piedra debe caer directamente sobre los pies y
dedos de la grande estatua, es decir, sobre el cuarto y último reino di-
vidido en muchos, y convertirlo en polvo junto con toda la estatua.
Conque este cuarto reino deberá estar existente y entero cuando venga
el Señor, porque de otra suerte la piedra errará el golpe, y la profecía
no podrá cumplirse. Si este reino está existente y entero hasta la veni-
da del Señor, ¿adónde reinará el Anticristo? ¿Cómo podrá ser monarca
universal de toda la tierra? Dicen que todos los reyes de la tierra, sin
dejar de serlo, se le sujetarán a su voluntad, o él los sujetará por fuer-
za, y le servirán con todo su poder. Para lo cual alegan el capítulo 17
del Apocalipsis, donde hablándose de los diez reyes, se dice: Estos tie-
nen un mismo designio, y darán su fuerza y poder a la bestia. Porque
Dios ha puesto en sus corazones… que den su reino a la bestia 3. Mas
esta bestia de que se habla, a quien los reyes darán su potestad, no por
fuerza sino voluntariamente, como se infiere claramente del mismo
texto, esta bestia, ¿será acaso otro rey como ellos, o algún hombre in-
dividuo y singular?
[154] Esto era necesario que se probase antes con buenas razones, y
ésta debía ser como base fundamental, para poder elevar seguramente

1 Apoc. 13, 8.
2 Gen. 23, 7.
3 Apoc. 17, 13 y 17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 221

un edificio tan vasto, como es una monarquía universal sobre toda tri-
bu, y pueblo, y lengua, y nación. Porque si el Anticristo con que esta-
mos amenazados no ha de ser un hombre individuo y singular, sino
otra cosa muy diversa, con esto solo desaparece la monarquía univer-
sal, con esto solo quedan falsificadas todas las noticias de que hemos
hablado, y con esto solo se desvanece enteramente nuestro fantasma.

Se propone otro sistema


del Anticristo

PÁRRAFO 3
[155] Que ha de haber un Anticristo, que éste se ha de revelar y de-
clarar públicamente hacia los últimos tiempos, que ha de hacer en el
mundo los mayores males, haciendo guerra formal a Cristo y a todo
cuanto le pertenece, veis aquí tres cosas ciertas en que ningún cris-
tiano puede dudar: son clarísimas y repetidas de mil maneras en las
santas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento. Mas ¿qué cosa par-
ticular y determinada debemos entender por esta palabra Anticristo,
que es tan general y tan indeterminada, que sólo significa contra Cris-
to? ¿Qué especie de males ha de hacer? ¿De qué medios se ha de valer?
Son otras tres cosas que no deben estar tan claras en las Escrituras
como las tres primeras, pues las noticias o ideas que sobre ellas nos
dan los doctores son tan varias, tan oscuras y tan poco fundadas como
acabamos de observar.
[156] ¿Quién sabe si toda esta variedad de noticias (ciertamente
increíbles y aun ininteligibles) se habrán originado de algún principio
falso, que se haya mirado y recibido inocentemente como verdadero?
¿Quién sabe, digo, si todo el mal ha estado en haberse imaginado a es-
te Anticristo, o a este contra-Cristo, como a una persona singular e in-
dividua, y en este supuesto haber querido acomodar a esta persona to-
das las cosas generales y particulares que se leen en las Escrituras? Si
el principio fuese verdadero, parece imposible que, habiéndose traba-
jado tanto sobre él por los mayores ingenios, se hubiese adelantado
tan poco; mas si el principio no es verdadero, no hay por qué maravi-
llarse: cualquiera médico, o cualquiera abogado, por peritos que sean,
se hallan embarazados e insuficientes en una mala causa. Este princi-
pio, pues, o este supuesto (o falso, o poco seguro) sobre el cual veo que
proceden todos los doctores, así intérpretes como teólogos y miscelá-
neos, de que tengo noticia, me parece que es el que ha hecho oscuras,
inaccesibles e impenetrables muchísimas de la noticias que nos da la
divina Escritura. Este principio o supuesto, mirado como cierto e in-
222 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dubitable, parece que es el que ha hecho imaginar, adivinar y añadir


infinitas cosas y noticias que no constan de la Revelación, para que
suplan el lugar de las que constan. Este principio en suma, ha hecho
buscar al Anticristo, y aun hallarlo y verlo con los ojos de la imagina-
ción, donde ciertamente no está, y al mismo tiempo no verlo o no co-
nocerlo donde está.
[157] Casi no hay rey alguno insigne por su crueldad y tiranía con
el pueblo de Dios, de quien se hable en las Escrituras, o en historia o
en profecía, en el cual no vean los doctores al Anticristo, o en profecía
o en figura. Faraón, por ejemplo, Nabucodonosor rey de Nínive, su ge-
neral Holofernes, Salmanasar, Senaquerib, Nabuco rey de Babilonia,
Antíoco Epífanes, Herodes, etc., todos estos muestran al Anticristo en
figura. El rey de Babilonia, de quien sólo se habla en parábola 1, el rey
de Tiro, el príncipe Gog 2, el cuerno undécimo de la cuarta bestia, el
rey descripto 3, el pastor estulto, etc. 4, todos éstos muestran al Anti-
cristo en profecía. ¿Qué se sigue de todo esto? Se sigue naturalmente
que con este principio, con esta idea y con este supuesto, llegamos a
leer aquellos lugares de la Revelación donde se nos habla de propósito
del Anticristo, y no le conocemos, y nos parecen dichos lugares llenos
de confusión y de tinieblas, y pasamos sobre ellos sin haber entendido
ni aun sospechado lo que realmente nos anuncian.
[158] Habiendo, pues, considerado las noticias que parten de este
principio, y no hallando en ellas cosa alguna en que asentar el pie, nin-
guno puede tener a mal que en punto de tanta importancia, en que se
trata de la salvación o perdición de muchos, no solamente de los veni-
deros, sino quizá también de los presentes, busquemos otro sistema y
procuremos asentar otro principio, con el cual puedan acordarse bien
y fundarse sólidamente las noticias que nos da la Revelación, propo-
niéndolo en cualidad de una mera consulta al examen y juicio de los
interesados.

Sistema

[159] Según todas las señas y contraseñas que nos dan las santas
Escrituras, y otras nada equívocas que nos ofrece el tiempo, que suele
ser el mejor intérprete de las profecías, el Anticristo o el contra-Cristo
de que estamos tan amenazados para los tiempos inmediatos a la veni-
da del Señor, no es otra cosa que un cuerpo moral, compuesto de innu-
merables individuos, diversos y distantes entre sí, pero todos unidos

1 Is. 14.
2 Dan. 7 y 11.
3 Ez. 28 y 38.
4 Zac. 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 223

moralmente, y animados de un mismo espíritu, contra el Señor, y con-


tra su Cristo 1. Este cuerpo moral, después que haya crecido cuanto de-
be crecer por la agregación de innumerables individuos; después que se
vea fuerte, robusto y provisto con abundancia de todas las armas nece-
sarias; después que se vea en estado de no temer las potencias de la tie-
rra, por ser ya éstas sus partes principales; este cuerpo, digo, en este es-
tado, será el verdadero y único Anticristo que nos anuncian las Escritu-
ras. Peleará este cuerpo anticristiano con el mayor furor, y con toda
suerte de armas, contra el cuerpo místico de Cristo, que en aquellos
tiempos se hallará sumamente debilitado; hará en él los mayores y más
lamentables estragos; y si no acaba de destruirlo enteramente, no será
por falta de voluntad, ni por falta de empeño, sino por falta de tiempo;
pues según la promesa del Señor, aquellos días serán abreviados… Y
si no fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva 2.
Por tanto, se hallará nuestro Anticristo, cuando menos lo piense, en
el fin y término de sus días, y en el principio del día del Señor. Se ha-
llará con Cristo mismo que ya baja del cielo con aquella grandeza,
majestad y potencia terrible y admirable con que se describe en el ca-
pítulo 19 del Apocalipsis, en San Pablo, en el Evangelio, en los Sal-
mos, y en casi todos los Profetas, como lo veremos en su lugar.
[160] Para examinar este sistema, y asegurarnos de su bondad, no
hemos menester otra cosa que leer con mediana atención aquellos lu-
gares de la Escritura donde se habla del Anticristo, y de aquella última
tribulación; especialmente aquellos pocos donde se habla, no de paso y
como por incidencia, sino determinadamente y de propósito. Si todos
estos lugares se entienden bien, y se explican fácilmente en un cuerpo
moral, sin ser necesario usar de violencia ni de discursos artificiales; si
nada se explica de un modo siquiera perceptible en una persona singu-
lar, con esto solo deberá darse por concluida nuestra disputa.

Definición del Anticristo

PÁRRAFO 4
[161] Lo primero que se entiende bien en un cuerpo moral, y lo
primero que no se entiende de modo alguno en una persona singular,
es la definición del Anticristo. En toda la Biblia sagrada, desde el Gé-
nesis hasta el Apocalipsis, no se halla esta palabra expresa y formal,
Anticristo, sino dos o tres veces en la epístola primera y segunda del
Apóstol San Juan, y aquí mismo es donde se halla su definición. Si
preguntamos al amado discípulo qué cosa es Anticristo, nos responde

1 Sal. 2, 2.
2 Mt. 24, 22.
224 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

por estas palabras: Todo espíritu que divide a Jesús, no es de Dios, y


este tal es un Anticristo, de quien habéis oído que viene, y que ahora
ya está en el mundo 1.
[162] Os parecerá sin duda, a primera vista, que yo voy a usar aquí
de algún equívoco pueril, o de alguna especie de sofisma, pues a estas
palabras de San Juan les doy el nombre de verdadera definición del
Anticristo, siendo cierto (como decís equivocadamente) que San Juan
habla aquí sólo del espíritu, mas no de la persona del Anticristo. Mas
si consideráis este texto con alguna mayor atención, si con la misma
consideráis la explicación que se le da, se puede con razón esperar que
el sofisma desaparezca por una parte, y se deje ver por otra donde no
se esperaba.
[163] Dos cosas claras dice aquí este Apóstol a todos los Cristia-
nos: primera, que el Anticristo, de quien han oído que vendrá cuando
sea su tiempo, es todo espíritu que divide a Jesús. La expresión es
ciertamente muy singular, y por eso digna de singular reparo. Dividir
a Jesús, según su propia y natural significación, no suena otra cosa,
por más que otros digan, que la apostasía verdadera y formal de la re-
ligión cristiana, que antes se profesaba; mas considerada esta aposta-
sía con toda su extensión, esto es, no solamente en sentido pasivo, sino
también y principalmente en sentido activo, esto es, el magisterio de
doctrinas blasfemas contra Cristo. La razón parece evidente y clara por
su misma simplicidad: todos los Cristianos, pertenezcan al verdadero
o falso cristianismo, están de algún modo atados a Jesús, y tienen a
Jesús de algún modo atado consigo, pues la atadura de dos cosas es
preciso que sea mutua. Esta atadura no es otra, hablando en general,
que la fe en Jesús; la cual, así como puede ser una cuerda fortísima, y
realmente lo es, como una cuerda de tres dobleces, cuando la acom-
paña la esperanza y la caridad; así puede ser una cuerda débil e insufi-
ciente cuando se halla sola, pues sin las obras es muerta, y así puede
ser también una cuerda debilísima, y casi del todo inservible, si por al-
guna parte está ya tocada de corrupción. Mas, o sea fuerte o fortísima
la fe en Jesús, como la que tiene un buen católico; o sea la recibida en
el bautismo, como la de muchos herejes; o sea debilísima, como la que
tiene un verdadero hereje, o un mal católico; todas ellas son verdade-
ras ataduras, que de algún modo los liga con Jesús, y forma entre ellos
y Jesús cierta relación, o cierta unión mayor o menor, según la mayor
o menor fortaleza de la cuerda.
[164] Ahora pues, ¿quién desata del todo a Jesús, o se desata de
Jesús, que es una misma cosa? Sólo es aquél que, estando de algún
modo atado con él, o teniendo con él alguna relación, renuncia ente-

1 1 Jn. 4, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 225

ramente aquella fe en que se funda esta relación; y si antes creía en Je-


sús, ya no cree; si antes creía que Jesús es Hijo de Dios hecho hombre,
que es el Mesías, que es el Cristo del Señor prometido en las Escritu-
ras, etc., ya nada de esto cree, ya se burla de todo y de las mismas Es-
crituras, ya se avergüenza del nombre cristiano. Esto es lo que llama-
mos propiamente apostasía de la religión cristiana, la cual ninguno
puede dudar que está anunciada en términos bien claros para los últi-
mos tiempos: El espíritu manifiestamente dice que en los postrimeros
tiempos apostatarán algunos de la fe 1, dice San Pablo, y en otra par-
te, que el Señor no vendrá sin que suceda primero esta apostasía 2. Es-
ta anuncia San Pedro en todo el capítulo 2 de su segunda epístola, y en
la católica de San Judas, y por abreviar, ésta anuncia el mismo Jesu-
cristo, cuando dice como preguntando: Mas cuando viniere el Hijo del
Hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tierra? 3. Pues esta apostasía de
la religión cristiana, este dividir a Jesús, cuando ya sea público y casi
universal, cuando ya sea con guerra declarada contra Jesús, cuando no
contentos muchos con haber desatado a Jesús respecto de sí mismos,
procuren con todas sus fuerzas desatarlo también respecto de los
otros, éste es, nos dice el amado discípulo, el verdadero Anticristo, de
quien habéis oído que vendrá 4.
[165] La segunda cosa que nos dice es que este mismo Anticristo,
de quien hemos oído que vendrá, estaba ya en su tiempo en el mun-
do 5, porque aún en tiempo de San Juan ya comenzaba a verse en el
mundo el carácter inquieto, duro y terrible del espíritu que divide a
Jesús; ya muchos apostataban de la fe, renunciaban a Jesús, y eran
después sus mayores enemigos, a los cuales el mismo Apóstol les da el
nombre de Anticristo: Así ahora muchos se han hecho Anticristos 6; y
para que ninguno piense que habla de los Judíos o de los étnicos, que
en algún tiempo perseguían a Cristo y a su cuerpo místico, añade luego
que estos Anticristos habían salido de entre los Cristianos: Salieron de
entre nosotros. Lo mismo en sustancia dice San Pablo, hablando de la
apostasía de los últimos tiempos, esto es, que en su tiempo ya comen-
zaba a obrarse este misterio de iniquidad 7.
[166] De esta definición del Anticristo, que es lo más claro y expre-
so que sobre este asunto se halla en las Escrituras, parece que pode-
mos sacar legítimamente esta consecuencia: que el Anticristo, de quien
hemos oído que ha de venir, no puede ser un hombre o persona indi-

1 1 Tim. 4, 1.
2 2 Tes. 2, 3.
3 Lc. 18, 8.
4 1 Jn. 4, 3.
5 1 Jn. 4, 3.
6 1 Jn. 2, 18.
7 2 Tes. 2, 7.
226 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

vidual y singular, sino un cuerpo moral que empezó a formarse en


tiempo de los apóstoles, juntamente con el cuerpo místico de Cristo;
que desde entonces empezó a existir en el mundo, y que ahora ya está
en el mundo, porque ya se está obrando el misterio de la iniquidad;
que ha existido hasta nuestros tiempos; que existe actualmente, y bien
crecido y robusto; y que, en fin, se dejará ver en el mundo entero, y
perfecto en todas sus partes, cuando esté concluido enteramente el
misterio de iniquidad. Esta consecuencia se verá más clara en la ob-
servación que vamos a hacer de las ideas que nos da la Escritura del
Anticristo mismo, con que nos tiene amenazados.

Ideas del Anticristo


que nos da la divina Escritura

PÁRRAFO 5
[167] Si leemos toda la Escritura divina, con intención determina-
da de buscar en ella al Anticristo, y entender a fondo este grande e im-
portante misterio, me parece, señor mío, y estoy íntimamente persua-
dido, que en ninguna otra parte podremos hallar tantas noticias, ni tan
claras, ni tan ordenadas, ni tan circunstanciadas, como en el último li-
bro de la Escritura, que es el Apocalipsis de San Juan. Este libro divi-
no, digan otros lo que quieran, es una profecía admirable, dirigida to-
da manifiestamente a los tiempos inmediatos a la venida del Señor. En
ella se anuncian todas las cosas principales que la han de preceder in-
mediatamente. En ella se anuncia de un modo el más magnífico la
misma venida del Señor en gloria y majestad. En ella se anuncian los
sucesos admirables y estupendos que han de acompañar esta venida y
que la han de seguir. El título del libro muestra bien adónde se ende-
reza todo, y cuál es su argumento, su asunto y su fin determinado:
Apocalipsis de Jesucristo. Revelación de Jesucristo.
[168] Este título hasta ahora se ha tomado solamente en sentido
activo, como si solamente significase una revelación que Jesucristo ha-
ce a otro de algunas cosas ocultas o futuras; mas yo leo estas mismas
palabras: Revelación de Jesucristo, y las leo muchísimas veces en las
epístolas de San Pedro y San Pablo, y jamás las hallo en sentido activo,
sino siempre en sentido pasivo; ni admiten otro éstas: Revelación o
manifestación del mismo Jesucristo en el día grande de su segunda
venida. Sólo una vez dice San Pablo, a otro propósito, que recibió el
Evangelio que predicaba, no… de hombre… sino por revelación de Je-
sucristo 1. Fuera de esta vez, la palabra revelación de Jesucristo siem-

1 Gal. 1, 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 227

pre siempre significa la venida del Señor que estamos esperando. En el


día del advenimiento, o en el día de la manifestación de Jesucristo,
son dos palabras ordinarias de que usan promiscuamente los Apósto-
les, como que significan una misma cosa. ¿Por qué, pues, no podrán te-
ner este mismo sentido verdadero y propísimo, en el título de un libro
enderezado todo a la venida o a la revelación del mismo Jesucristo?
[169] Digo que este libro divino se endereza todo a la venida del Se-
ñor; lo cual, aunque en gran parte lo conceden los expositores, sin ser-
les posible dejar de concederlo, mas en el todo no parece que pueden
según sus principios. Por tanto, se han esforzado en todos tiempos,
unos por un camino y otros por otro, a verificar algunas o muchas pro-
fecías de este libro en los sucesos ya pasados de la Iglesia, pensando que
todo debe estar allí anunciado, aunque debajo de metáforas oscuras.
Mas estos mismos esfuerzos de hombres tan grandes, y el poco o nin-
gún efecto que han producido, parecen una prueba la más luminosa de
que en la realidad nada hay en este libro de lo que se ha buscado, ni de
lo que se pretende haber hallado. Una profecía, después que ha tenido
su cumplimiento, no ha menester esfuerzos ni discursos ingeniosos pa-
ra hacerse sentir: el suceso mismo, comparado con la profecía, persua-
de clara y eficazmente que de él se hablaba, y a él se enderezaba.
[170] Es verdad que, trayéndose a la memoria algunos grandes su-
cesos que se han visto en el mundo después que se escribió el Apocalip-
sis, nos hacen observar aquellos lugares de este libro donde pretenden
que están anunciados. Nos muestran, por ejemplo: ya la predicación de
los Apóstoles y propagación del cristianismo; ya las persecuciones de la
Iglesia, y la muchedumbre de mártires que derramaron su sangre y die-
ron su vida por Cristo; ya el escándalo y tribulación horrible de las here-
jías; ya también la fundación y propagación del mahometismo; y nos
remiten para todo esto al capítulo 6, haciéndonos observar lo que se di-
ce en la apertura de los cuatro primeros sellos del libro.
[171] Nos muestran la conturbación y decadencia del imperio ro-
mano, la irrupción de los bárbaros a todas sus provincias, la presa y
destrucción de Roma, capital del imperio, etc.; y nos remiten unos a
las plagas del capítulo 8 y 9, otros a las fíalas del capítulo 16, y todos a
la meretriz y su castigo del capítulo 17 y 18. Nos muestran la fundación
de las religiones mendicantes, y los grandes servicios que han hecho a
la Iglesia y al mundo; y nos remiten a las siete tubas o trompetas del
capítulo 8 y 9.
[172] Mas si, por asegurarnos de la verdad, vamos a leer estos lu-
gares a que nos remiten; si teniendo presentes todos estos sucesos ya
pasados, los confrontamos con el texto de la profecía, y con todo su
contexto, nos hallamos en la triste necesidad de confesar ingenuamen-
te que la profecía no ha tenido hasta ahora su cumplimiento; pues
228 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

aquellos sucesos que se le han querido acomodar por los mayores in-
genios, son manifiestamente fuera del caso, son ajenos y distintísimos
del texto y contexto de la profecía; ha sido necesario, para acomodar-
se, no solamente el artificio y el ingenio, sino mucho más la fuerza y la
violencia declarada; y aún queda todavía manifiesta la improporción y
la insuficiencia, pues han quedado fuera, se han olvidado y pasado por
alto, muchas circunstancias esenciales o gravísimas, que no se dejaron
acomodar. Esto se ve con los ojos, me parece, en los doctores más res-
petables, por otra parte, por su elocuencia y erudición; especialmente
lo podéis observar en aquellos que han explicado el Apocalipsis con
mayor difusión, como son Luis de Alcázar, Tirino, Alápide, Arduino,
Calmet; también (si esto me es permitido) el sapientísimo Monseñor
Bossuet, de cuyo sistema hablaremos adelante.
[173] Es, pues, amigo mío, no solamente probable, sino visible y
casi evidente, que el Apocalipsis de San Juan, sin hablar por ahora de
los tres primeros capítulos, es una profecía admirable, enderezada
toda inmediatamente a la venida o a la revelación de Jesucristo. Las
palabras mismas con que empieza esta profecía después de la saluta-
ción a las Iglesias, hacen una prueba bien sensible de esta verdad: He
aquí (dice San Juan) que viene con las nubes, y le verá todo ojo, y los
que le traspasaron. Y se herirán los pechos al verle todos los linajes
de la tierra 1.
[174] Dicho todo esto como de paso, y no fuera de propósito, pues
nos ha de servir no pocas veces en adelante, volvamos al Anticristo.
Como esta profecía del Apocalipsis, según acabamos de decir, tiene
por objeto primario y principal la revelación de Jesucristo, o su venida
en gloria y majestad, se recogen en ella, se unen, se explican y se acla-
ran con admirable sabiduría, todas cuantas cosas hay en las Escrituras
pertenecientes a esta revelación o a esta venida del Señor. No es me-
nester grande ingenio, ni mucho estudio, para advertir en el Apocalip-
sis aquellas frecuentísimas y vivísimas alusiones a toda la Escritura. Se
ven alusiones clarísimas a los libros de Moisés, especialmente al Exo-
do, al libro de Josué, al de los Jueces, a los Salmos, a los Profetas, y en-
tre ellos con singularidad y con más frecuencia a los cuatro Profetas
mayores, Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel; tomando de ellos no so-
lamente los misterios sino las expresiones, y muchas veces las palabras
mismas, como observaremos en adelante.
[175] Pues como la tribulación del Anticristo, por confesión de to-
dos, debe ser uno de los sucesos principalísimos, o el principal de to-
dos, que ha de preceder inmediatamente a la venida o revelación de
Jesucristo, es consiguiente que en esta admirable profecía se recojan

1 Apoc. 1, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 229

todas las noticias del Anticristo que se hallan como esparcidas en toda
la Escritura divina, y en efecto así es. Aquí se recogen todas, y todas se
unen como en un punto de vista; aquí se ordenan, se explican y se
aclaran con otras más individuales, que no se hallan en otra parte.
Siendo esto así, como lo iremos viendo, y como ninguno se atreve for-
malmente a negarlo, aunque tiren algunos a prescindir de ello, bus-
quemos ya al Anticristo en esta última profecía.
[176] Casi todos los intérpretes del Apocalipsis convienen entre sí,
como en una verdad general, que la bestia terrible de siete cabezas y
diez cuernos, de que tanto se habla en esta profecía, cuya descripción
en toda forma se lee en el capítulo 13, y cuyo fin en el 19, es el Anticristo
mismo, de quien hemos oído que vendrá. Pues esta bestia, y todas las
cosas particulares que se dicen de ella, ¿cómo se podrán acomodar,
como se podrán concebir, si se habla de una persona individual y singu-
lar? Consultad sobre esto los doctores más sabios e ingeniosos que han
explicado el Apocalipsis. En ellos mismos hallaréis la prueba más con-
vincente de la imposibilidad de esta acomodación; pues, no obstante su
ingenio y sabiduría, que nadie les disputa, veréis claramente la dificul-
tad y embarazo con que proceden, y la gran confusión y oscuridad en
que nos dejan. La sola descripción de la bestia, aunque no se considera-
se otra cosa, parece inacomodable a una persona singular: repárese.

Apocalipsis, capítulo 13

Y vi salir de la mar una bestia que tenía siete cabezas y diez


cuernos, y sobre sus cuernos diez coronas, y sobre sus cabezas nom-
bres de blasfemia. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y
sus pies como pies de oso, y su boca como boca de león. Y le dio el
Dragón su poder y grande fuerza. Y vi una de sus cabezas como he-
rida de muerte: y fue curada su herida mortal. Y se maravilló toda
la tierra en pos de la bestia. Y adoraron al Dragón, que dio poder a
la bestia, diciendo: ¿Quién hay semejante a la bestia? ¿Y quién po-
drá lidiar con ella? Y le fue dada boca con que hablaba altanerías y
blasfemias: y le fue dado poder de hacer aquello cuarenta y dos me-
ses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar su
nombre y su tabernáculo, y a los que moran en el cielo. Y le fue dado
que hiciese guerra a los Santos, y que los venciese. Y le fue dado po-
der sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación. Y le adoraron to-
dos los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están es-
critos en el Libro de la vida del Cordero, que fue muerto desde el
principio del mundo. Si alguno tiene oreja, oiga 1.

1 Apoc. 13, 1-9.


230 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Explicación de este misterio,


supuesto que el Anticristo sea una persona singular

PÁRRAFO 6
[177] La explicación de este gran misterio, que se halla común-
mente en los expositores y en algunos teólogos insignes, parece sin
duda otro misterio mayor o más impenetrable; para mí a lo menos lo
es tanto, que ya he perdido la esperanza de entenderla. Dicen prime-
ramente y en general, que la bestia de que aquí se habla no es otra cosa
que el Anticristo, cuyo reinado y principales operaciones se nos anun-
cian por esta metáfora terrible. Mas como este Anticristo debe ser en
su sistema una persona individua y singular, les es necesario acomo-
dar a esta persona siete cabezas, y explicar lo que esto significa; es ne-
cesario acomodarle al mismo tiempo diez cuernos, todos coronados, y
es necesario acomodarle otras particularidades que se leen en el texto
sagrado. Yo sólo busco por ahora la explicación de solas tres, sin cuya
inteligencia todas las demás me parecen inaccesibles: primera, las sie-
te cabezas de la bestia; segunda, sus diez cuernos; tercera, la cabeza
herida de muerte 1 y su milagrosa curación.
[178] Cuanto a lo primero, nos aseguran que la bestia en general es
el Anticristo; mas como este Anticristo ha de ser un monarca universal
de toda la tierra; como para llegar a esta grandeza ha de hacer guerra
formal a todos los reyes, que en aquel tiempo, dicen, serán solos diez en
todo el orbe; como de estos diez ha de matar tres, y los otros siete los ha
de sujetar a su dominación; por eso estos siete reyes, súbditos ya del
Anticristo y sujetos a su imperio, se representan en la bestia como ca-
bezas suyas: Tenía (se dice en el Apocalipsis) siete cabezas. Ahora bien,
estos tres reyes muertos por el Anticristo, y estos siete vencidos y suje-
tos a su dominación, debe de ser una noticia indubitable, y constar ex-
presamente de la Revelación, pues sobre ella se funda la explicación de
las siete cabezas de la bestia. No obstante, si leemos el lugar único de la
Escritura a donde nos remiten, nos quedamos con disgusto y descon-
suelo de no hallar en él tal noticia, o de no hallarla como la explicación
la había menester: una circunstancia que es la única que podía servirle,
ésa es puntualmente la que falta en el texto. Explícome. Hallamos en el
capítulo 7 de Daniel una bestia terrible con diez cuernos, los cuales fi-
guran otros tantos reyes, como allí mismo se dice; hallamos que entre
estos diez cuernos sale otro pequeño al principio, mas que con el tiem-
po crece y se hace mayor que todos; hallamos que, a la presencia de este
último cuerno ya crecido y robusto, caen y son arrancados tres de los

1 Apoc. 13, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 231

diez, lo cual, como se explica allí mismo, quiere decir que este cuerno o
esta potencia humillará tres reyes 1, y humillar no es lo mismo que
matar; buscamos después de esto lo que debe suceder con los otros
siete reyes que quedan, y no hallamos que se hable de ellos ni una sola
palabra. ¿Cómo, pues, se asegura sobre este solo fundamento, y se ase-
gura con tanta formalidad, que el Anticristo matará tres reyes, y suje-
tará a su dominación los otros siete? El texto sólo dice que este último
cuerno humillará tres; y si los otros siete son vencidos y obligados a
recibir el yugo de otra dominación, ¿qué mayor humillación pueden
sufrir? Luego en este caso debía decir que humillará no sólo tres 2, sino
todos los diez. Fuera de esto, ¿con qué razón, con qué fundamento,
con qué propiedad se puede decir que este cuerno terrible será el Anti-
cristo, y no la bestia misma espantosa y prodigiosa 3, que lo tiene en
su cabeza, y usa de él, y lo juega según su voluntad?
[179] Crece mucho más el embarazo de esta explicación, si consi-
derando la bestia del Apocalipsis, pedimos que nos muestren en ella
con distinción y claridad la persona misma del Anticristo. Por una par-
te nos dicen en general que es la bestia; por otra parte nos dicen que
sus siete cabezas son siete reyes súbditos suyos que él (Anticristo) ha
vencido y humillado, y que los tiene prontísimos a ejecutar todas sus
órdenes y voluntades. Y la persona misma de este Anticristo, digo yo,
¿cuál es? O es el cuerpo trunco de la bestia, solo y sin cabeza alguna (el
cual no puede llamarse bestia sin una suma impropiedad), o aquí falta
otra cabeza mayor que todas, que a todas las domine, y de todas se ha-
ga obedecer. Es más que visible el embarazo en que se hallan aquí to-
dos los doctores, y es igualmente más que visible que procuran disi-
mularlo como si no lo viesen, por lo cual no reparan en avanzar una
especie de contradicción, diciendo o suponiendo: que una de las siete
cabezas de la bestia es la persona misma del Anticristo; por otra parte,
las siete cabezas de la misma bestia son los siete reyes que han queda-
do vivos, aunque vencidos y sujetos a la dominación del Anticristo;
luego la persona misma del Anticristo es uno de los siete reyes, etc.;
luego siendo estos siete reyes, como son, las cabezas de la bestia, son
al mismo tiempo solas seis. ¡Enigma ciertamente difícil e inexplicable,
para cuya resolución no tenemos regla alguna en la aritmética, ni tam-
poco en el álgebra! Según esta cuenta, parece claro que o sobra aquí la
persona del Anticristo, o falta alguno de los siete reyes.
[180] La segunda cosa que se debe explicar son los diez cuernos
todos coronados que tiene la bestia 4. El texto sólo dice que la bestia

1 Dan. 7, 24.
2 Dan. 7, 24.
3 Dan. 7, 7.
4 Apoc. 13, 1.
232 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tenía diez cuernos propios suyos: Y diez cuernos, y sobre sus cuernos
diez coronas; mas no dice si todos diez estaban en una sola cabeza, o
si estaban repartidos entre todas: esta circunstancia no se expresa. No
obstante, los doctores los ponen todos diez o los suponen en una sola
cabeza, a quien hacen la persona del Anticristo; y así dicen que los diez
cuernos son los diez reyes que entonces habrá en el mundo, todos
súbditos del Anticristo, y prontos a ejecutar sus órdenes. De aquí se si-
gue otra especie de contradicción u otro enigma, no menos oscuro y
difícil de resolver, esto es, que el Anticristo tendrá a su disposición diez
reyes todos coronados, y por consiguiente vivos y actualmente reinan-
tes, y al mismo tiempo sólo tendrá siete. ¿Por qué? Porque según nos
acaban de decir en la explicación de las siete cabezas, éstas significan
los siete reyes que han de quedar vivos y súbditos del Anticristo, des-
pués de la muerte de los otros tres. Si sólo han quedado siete vivos,
¿cómo aparecen en la cabeza de la bestia todos diez coronados? Podrá
decirse que, en lugar de los tres reyes muertos, pondrá de su mano el
Anticristo otros tres, que le quedarán obligados, y lo servirán con em-
peño y fidelidad, con los cuales se completará el número de diez. Pero
además que esto sólo podrá decirse libremente, sin apariencia de fun-
damento, en este caso fueran también diez y no siete las cabezas de la
bestia, pues según la explicación, lo mismo significan las cabezas que
los cuernos; luego si los cuernos son diez reyes, por haber entrado tres
de nuevo y ocupado el lugar de los tres muertos, por esta misma razón
deberán ser diez las cabezas.
[181] La tercera cosa que hay que explicar es la herida de muerte
de una de las siete cabezas, su maravillosa curación, y lo que de esto
resultó en toda la tierra: Y vi (dice el texto) una de sus cabezas como
herida de muerte, y fue curada su herida mortal. Y se maravilló toda
la tierra en pos de la bestia… y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién
hay semejante a la bestia? ¿Y quién podrá lidiar con ella? Los intér-
pretes se dividen aquí en dos opiniones. La primera dice que uno de
aquellos siete reyes súbditos ya del Anticristo, o morirá realmente, o
enfermará de muerte sin esperanza alguna de vida; y el Anticristo pú-
blicamente, a vista de todos y sabiéndolo todos, lo resucitará y lo sana-
rá por arte del diablo. La segunda opinión comunísima dice que la ca-
beza herida de muerte será el mismo Anticristo, que es una de las sie-
te, el cual morirá y resucitará al tercero día, todo fingidamente, para
imitar con esto (añaden con gran formalidad) la muerte y resurrección
de Cristo. De aquí resultará en toda la tierra una tan grande admira-
ción, que todos sus habitadores adorarán como a Dios al mismo Anti-
cristo que hizo aquel milagro, y también al Dragón o al diablo, que le
dio tan gran potestad. ¡Oh, qué ignorantes, qué rústicos, qué groseros,
qué brutales estarán en aquellos tiempos todos los habitadores de la
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 233

tierra, pues un juego de manos de un charlatán bastará para llenarlos


a todos de admiración, para hacerlos hincar las rodillas al mismo char-
latán como a Dios, y también para adorar como a Dios al mismo Sata-
nás! Es de creer que en aquellos tiempos ya no habrá en el mundo ni
filósofo, ni filosofía; ya no habrá crítica; ya no habrá sentido común;
ya no habrá lumbre de razón. ¡Qué mucho que entre gente tan bárbara
se haga el astuto judío monarca universal, y Dios de toda la tierra!
[182] Ahora bien, esta imitación de la muerte y resurrección de
Cristo, ¿para qué la habrá menester el Anticristo? ¿Acaso para que lo
tengan por el verdadero Mesías prometido en las Escrituras? Sí, pun-
tualmente para esto. ¿Pero quiénes? Todos los habitadores de la tierra
se reducen fácilmente a cuatro clases de personas: cristianos, tomada
esta palabra latísimamente con toda su extensión, otros étnicos, otros
mahometanos, otros judíos. ¿Para cuál de estas cuatro clases de gentes
podrá ser a propósito aquel milagro? ¿A cuál de ellas pretenderá per-
suadir el Anticristo que es el verdadero Mesías? ¿A los Cristianos?
Cierto que no; respecto de éstos el milagro probará lo contrario: pro-
bará, digo, que no puede ser Cristo verdadero, sino fingido, un hombre
que muere, aunque resucite luego, pues que, habiendo Cristo resuci-
tado de entre los muertos, ya no muere: la muerte no se enseñoreará
más de él 1. Cristo verdadero que murió y resucitó una vez, no puede
volver a morir. Ninguno supone al Anticristo tan necio y estulto, que
no sea capaz de ver inconveniente tan palpable. ¿Será acaso el milagro
para los étnicos o gentiles? Tampoco. Como éstos no tienen idea algu-
na del Mesías, ni de lo que de él está escrito, ni de las Escrituras que lo
anuncian, podrán admirarse, cuando más, de ver resucitar un muerto,
sin pasar por esto a adorar como a Dios al mismo muerto, ni al diablo
que lo resucitó; mucho menos podrán pasar a adorar a este muerto re-
sucitado como al Mesías y Cristo prometido en las Escrituras, las cua-
les son para ellos como un libro cerrado y sellado, como se debe supo-
ner. Lo mismo digo de los mahometanos.
[183] No nos queda, pues sino la última clase de gentes, que son los
Judíos. Así la muerte y resurrección del Anticristo será solamente para
engañar a los Judíos, los cuales por sus mismas Escrituras podrán tener
alguna luz de la muerte y resurrección de su Mesías; mas, no obstante
esta luz de las Escrituras, que en otros tiempos de menos ceguedad los
debía haber alumbrado mucho más, es cierto que esa muerte y resu-
rrección del verdadero Mesías fue para ellos piedra de tropiezo, y pie-
dra de escándalo, el cual escándalo no se les pudo quitar ni mitigar con
decirles y probarles luego que había resucitado según las Escrituras.
Al mismo Mesías, cuando les habló claramente de su muerte, le res-

1 Rom. 6, 9.
234 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pondieron como escandalizados: Nosotros hemos oído de la ley, que el


Cristo permanece para siempre; pues ¿cómo dices tú: Conviene que
sea alzado el Hijo del Hombre? 1. Tan lejos como esto estaban de pen-
sar que su Mesías podía morir, aunque fuese para luego resucitar. ¿Y
creemos que recibirán por su Mesías al Anticristo por verlo morir y re-
sucitar? ¿Y creemos que recibirán al Anticristo, que se fingirá muerto y
resucitado para que los Judíos lo crean y reciban por su Mesías?
[184] A todo esto se añade, y debe añadirse, otra reflexión, esto es,
que en el tiempo de la herida y curación de una de las cabezas de la
bestia, los más de los doctores suponen ya al Anticristo monarca uni-
versal de toda la tierra; ya suponen muertos tres reyes, y sujetos a su
obediencia todos los demás; por consiguiente ya lo suponen creído
mucho antes de los Judíos, y recibido por su rey y Mesías; pues, según
ellos mismos, ésta ha de ser la primera empresa del Anticristo, aun an-
tes de salir de Babilonia. ¿Para qué, pues, podrá ser buena esta ficción
de muerte, y de muerte no natural sino violenta (porque el texto dice:
como herida de muerte), cuando ya los Judíos lo adoran como a su
Mesías, y lo restante del linaje humano como a su rey y como a su
Dios? Verdaderamente que la explicación, mirada por todos sus aspec-
tos, parece bien difícil de comprenderse. Por una parte, la bestia de
siete cabezas y diez cuernos es el Anticristo; por otra parte, el Anticris-
to no es más que una de las siete cabezas de la bestia; por una parte,
las siete cabezas son siete reyes vencidos del Anticristo y súbditos su-
yos; por otra parte, el Anticristo mismo es uno de los siete; por una
parte, los diez cuernos son diez reyes coronados, vivos y sanos, que
sirven al Anticristo; por otra parte, no pueden señalarse arriba de sie-
te, pues el Anticristo mismo mató tres, que no quisieron servirle de
cuernos, etc. ¡Qué oscuridad! La causa de todo no parece que pueda
ser otra, sino el sistema o principio sobre que se ha procedido, miran-
do a este Anticristo como a una persona individua y singular.

Se propone otra explicación


de todo este misterio en otro principio

PÁRRAFO 7
[185] Figurémonos ahora de otro modo diverso al Anticristo o
contra-Cristo que esperamos, o por mejor decir, tememos, no ya como
un triste judío, recibido de sus hermanos por su rey y Mesías, no ya
como un monarca universal de toda la tierra, ni tampoco como una
persona singular, sino como un gran cuerpo moral, compuesto de mi-
llares de personas diversas y distintas entre sí, mas todas unidas y de

1 Jn. 12, 34.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 235

acuerdo para ciertos fines; todas animadas de aquel espíritu fuerte,


inquieto, audaz y terrible, que divide a Jesús; todas armadas, y ya co-
mo en orden de batalla, contra el Señor y contra su Cristo. En este
Anticristo, así considerado, se entienden al pronto con gran facilidad
todas las cosas que para los tiempos últimos nos anuncian en general
las Escrituras, y se entiende en particular todo el misterio de la bestia
de que vamos hablando.
[186] En este Anticristo se comprende bien, lo primero, la metáfora
de siete cabezas en una bestia; se concibe, digo, cómo siete cabezas di-
versas entre sí, o siete falsas religiones, que pueden entrar en una mis-
ma idea o proyecto particular, se unirán para esto en un solo cuerpo, es-
to es, para hacer guerra en toda forma al cuerpo y Cristo, y a Cristo
mismo, no en alguna parte determinada de la tierra, sino en toda ella y
a un mismo tiempo. Se comprende bien, lo segundo, la metáfora de los
diez cuernos todos coronados; y se concibe sin dificultad cómo diez o
más reyes, o por seducción o por malicia, pueden entrar en el mismo
sistema o misterio de iniquidad, prestando a la bestia, compuesta ya de
siete, toda su autoridad y potestad 1, ayudándola para aquella empresa
del mismo modo que ayudan sus cuernos a un toro para herir y hacerse
temer. Se concibe en fin, cómo una de las siete cabezas, o una de las sie-
te bestias unidas, puede recibir algún golpe mortal, y no obstante ser
curada la llaga metafórica por la caridad y solicitud, industrias y lágri-
mas de sus hermanas. Todo esto se concibe sin dificultad, y si no pode-
mos asegurarlo con toda certidumbre, podemos a lo menos sospecharlo
como sumamente verosímil, y de la sospecha vehemente pasar a una
más atenta y más vigilante observación. Esto es lo que yo pretendo en
todo este escrito, y lo que tantas veces nos encarga el Evangelio: Velad
pues… para que seáis dignos de evitar todas estas cosas que han de
ser, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre 2.
[187] Para no repetir aquí lo que queda dicho en otra parte, sería
conveniente y aún necesario leer otra vez todo el párrafo 7 del fenó-
meno antecedente, trayendo también a la memoria lo que dijimos so-
bre las cuatro bestias de Daniel. Estas cuatro bestias tienen una rela-
ción tan estrecha con la bestia del Apocalipsis, que más parece identi-
dad que parentesco. El misterio es seguramente el mismo sin diferen-
cia sustancial; de modo que aquellas cuatro, una vez conocidas, nos
abren la inteligencia de esta última; y esta última, conocida por aque-
llas cuatro, las explica más, las aclara más, y les da un cierto aire de vi-
veza tan natural, que parece imposible moralmente desconocerlas; por
consiguiente, también parece imposible, moralmente hablando, dis-

1 Apoc. 17, 13.


2 Lc. 21, 36.
236 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tinguir el un misterio del otro. Yo, a lo menos, no hallo otra diferencia,


sino que el Profeta toma a las bestias cada una de por sí, mirando a
cada una separadamente desde su nacimiento, y siguiéndola en espíri-
tu desde su tiempo hasta otro; San Juan, por el contrario, las toma to-
das juntas y unidas en un mismo cuerpo, como que solamente las con-
sidera en el estado de madurez y perfección brutal que han de tener en
los últimos tiempos, pues estos últimos tiempos son el asunto inme-
diato y único de su profecía. En lo demás el Profeta y el Apóstol van
perfectamente conformes.
[188] San Juan dice que la bestia que vio tenía siete cabezas 1, que es
lo mismo que decir, ni sé qué otra cosa se pueda decir más natural, que a
siete bestias, diversas entre sí, las vio unidas en un mismo cuerpo, y
animadas de un mismo espíritu. Daniel, aunque sólo nombra cuatro,
mas estas cuatro son siete en la realidad, pues la tercera, que es el pardo,
se compone de cuatro 2; y estas cuatro con las dos primeras, leona y oso,
y con la última terrible, hacen siete. San Juan dice de su bestia que era
semejante a un pardo con boca de león y pies de oso 3; conque la compa-
ra al mismo tiempo, y la asemeja, al león, oso y pardo. Estas son pun-
tualmente las tres primeras bestias de Daniel: mejor diremos las seis
primeras, pues en el pardo se incluyen cuatro, escondidas y cubiertas
con una misma piel, que no se conocen si no sacaran fuera las cabezas.
A la bestia que falta no se le halla semejanza con las otras bestias co-
nocidas, y por eso no se le pone nombre, ni en el Apocalipsis, ni en Da-
niel; sólo dice este Profeta que no tenía semejanza alguna con las otras:
Y era desemejante a las otras bestias que yo había visto antes de ella.
[189] San Juan dice de su bestia que la vio salir del mar 4; lo mis-
mo dice Daniel de sus cuatro bestias, y casi con las mismas palabras 5.
San Juan nos representa su bestia con diez cuernos todos coronados 6;
lo mismo en sustancia hace Daniel, con esta sola diferencia: que pone
los diez cuernos en la cabeza de la última bestia, porque a ésta la con-
sidera en sí misma, y como separada de las otras; mas San Juan, que la
considera unida con las otras, y formando entre todas un solo cuerpo,
o una sola bestia, pone todos los diez cuernos en esta bestia, o en este
conjunto, sin decirnos en particular si están todos en una cabeza, o re-
partidos entre todas, o todos en cada una. Los diez cuernos, dice Da-
niel, y lo mismo dice San Juan, significan diez reyes (sea éste un nú-
mero determinado o indeterminado, hace poco a la sustancia del mis-

1 Apoc. 13, 1.
2 Dan. 7, 6.
3 Apoc. 13, 2.
4 Apoc. 13, 1.
5 Dan. 7, 3.
6 Apoc. 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 237

terio). Estos diez cuernos los vio Daniel en la cabeza de su última bes-
tia, que es visiblemente la que debe hacer el papel o figura principal en
esta tragedia; porque si esta bestia se considera en sí misma, prescin-
diendo de las otras, los cuernos parece que han de ser propios suyos;
ella los ha de criar, y sustentar, y arraigar con grandes cuidados, como
que le son infinitamente necesarios para poner en obra sus proyectos.
[190] Mas cuando esta bestia se trague las otras, es decir, cuando
traiga a su partido un número suficiente de individuos pertenecientes a
las otras bestias; cuando les haga entrar en sus impías ideas; cuando en
todas las partes del mundo haga declararse formalmente contra Cristo
muchos étnicos, muchos Mahometanos, y principalmente muchísimos
Cristianos de los que pertenecen al falso cristianismo, aquellos cuyos
nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero 1; cuando
en suma, todos estos formen con ella un solo cuerpo, y sean animados
de un mismo espíritu (que es el estado en que los considera San Juan);
entonces todos los cuernos serán comunes a todas las cabezas, o a todas
las bestias unidas; todas herirán o espantarán con ellos, y todo aquel
cuerpo de iniquidad estará como en seguro por los cuernos; será como
una consecuencia necesaria que tiemble en su presencia toda la tierra,
que se rindan sus habitadores, y que le hinquen la rodilla, diciendo:
¿Quién hay semejante a la bestia? ¿Y quién podrá lidiar con ella? 2.

El cuerno undécimo

PÁRRAFO 8
[191] Hasta aquí parece que van conformes las dos profecías, no ha-
llándose entre ellas otra diferencia, como acabamos de decir, sino que
la una considera todas las bestias en un cuerpo, y la otra las considera
divididas. Fuera de esto, es fácil notar otra diferencia que pudiera cau-
sar algún embarazo. Si el misterio de las cuatro bestias de Daniel (se
puede oponer) es lo mismo en sustancia que el del Apocalipsis, ¿por
qué San Juan no hace mención alguna de aquel cuerno insigne, que ha-
ce tanto ruido en la cabeza de la cuarta bestia, siendo éste un suceso tan
notable que los doctores piensan comúnmente que este cuerno es el
Anticristo mismo? A esta dificultad se responde, lo primero, que aun-
que el misterio sea en sustancia el mismo, no por eso es preciso que en
ambos lugares se noten todas sus circunstancias; esto es frecuentísimo
en todas las profecías que miran a un mismo objeto. En unas se apun-
tan unas circunstancias que faltan en otras, y, al contrario, aun en los
cuatro Evangelios se ve practicada casi continuamente esta economía.

1 Dan. 7, 8.
2 Apoc. 13, 4.
238 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Lo segundo que se responde es que este mismo silencio del Apocalipsis


respecto del undécimo cuerno es una prueba clara y sensible de que es-
te cuerno no es el Anticristo; pues hablando San Juan de propósito del
Anticristo, dando tantas noticias y tan individuales de esta gran tribu-
lación, con todo eso omite este suceso particular, como si fuese ajeno
del Anticristo, o no tan esencial al misterio de iniquidad. Síguese de
aquí que, si este cuerno último, o este rey, o esta potencia, es propia-
mente el Anticristo, luego no es la bestia del Apocalipsis; y si esta bes-
tia es el Anticristo, como parece innegable por el contexto de toda la
profecía, luego no es el cuerno undécimo de que se habla en Daniel.
[192] El Anticristo, señor mío, no es ni puede ser un cuerno solo
de la bestia, ni aun todos juntos. El Anticristo perfecto y completo,
como lo esperamos para los últimos tiempos y como lo considera San
Juan, es la bestia misma del Apocalipsis con sus siete cabezas y diez
cuernos. Las siete cabezas no son otra cosa, como acabamos de decir,
que las siete bestias unidas, diversas, unidas en un cuerpo, y animadas
de un mismo espíritu, o muchísimos individuos de cada una de ellas.
Los cuernos son únicamente las armas de la bestia para defenderse y
ofender: ni pueden significar otra cosa. Si Daniel, pues, nombra otro
cuerno más, fuera de los diez; si de éste se dice que tenía ojos como
ojos de hombre, y boca que hablaba cosas grandes 1; que será mayor o
más fuerte que los otros; que humillará tres de ellos, etc.; lo que quiere
decirnos es que su bestia cuarta, en cuya cabeza se ve este cuerno, co-
mo todos los otros, se servirá más de él, y hará más daño con él solo
que con los otros diez. Tal vez la bestia misma se valdrá de este cuerno
para humillar tres de los diez que no viere tan arraigados en su cabeza,
o tan prontos a servirla como ella los quisiera. Digámoslo todo. ¿Quién
sabe, amigo, si este cuerno terrible, o esta potencia, producción propia
de la cuarta bestia, la tenemos ya en el mundo, y por verla todavía en
su infancia no la conocemos? Pero no nos metamos a profetas. Esto el
tiempo lo puede aclarar. No obstante, parece que sería grande cordura
estar en vigilancia y atender a todo, porque todo puede conducir al co-
nocimiento de los tiempos.
[193] Nos queda ahora que explicar en nuestro principio lo más
oscuro y difícil de este misterio, esto es, la herida mortal que ha de re-
cibir la bestia en una de sus cabezas, y su curación prodigiosa e inespe-
rada con admiración de toda la tierra. No esperéis, señor, que yo os di-
ga sobre esto alguna cosa cierta, o que pueda probarla con algún fun-
damento real. El misterio no solamente es futuro, sino oculto debajo
de una metáfora, no menos oscura que admirable; la cual metáfora, ni
se explica en la profecía, ni hay en toda la Escritura santa algún otro

1 Dan. 7, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 239

lugar que pueda abrirnos la inteligencia. Si queréis recibir y contenta-


ros por ahora con meras conjeturas o sospechas, pero vehementes, pe-
ro verosímiles, pero inteligibles, esto es todo lo que en el estado pre-
sente podemos ofrecer. En un asunto de tanta importancia, parece
bueno y seguro estar siempre sobre aviso, para que el suceso no nos
halle tan descuidados, que no lo hayamos divisado, antes que llegue,
por alguna de sus señas.

Se explica la herida y curación


de una de las cabezas de la bestia,
y todas sus resultas

PÁRRAFO 9
[194] Yo debo suponer, y supongo por ahora, amigo mío, que ya
tenéis ideas bastante justas de la cuarta bestia de Daniel, y de los ma-
les que en ella se comprenden y anuncian al mísero linaje de Adán. Del
mismo modo, debo suponer que no sois tan corto de vista que no veáis
o no conozcáis, en medio de tantas señas, que esta misma bestia cuar-
ta de Daniel la tenemos ya nacida y existente en el mundo, aunque to-
davía cubierta con no sé qué piel finísima, agradable a todos los senti-
dos, que disimula no poco su ferocidad natural. No obstante, por poco
que se mire, es bien fácil reparar en ella cierta cualidad peculiar que
resalta sobre su misma piel, que no le es posible encubrir del todo, y
parece su propio y natural carácter: quiero decir, el odio formal a Cris-
to y a su cuerpo. A las otras religiones, sean las que fueren, cúbranse o
no se cubran con el nombre de cristianos, las mira con suma indife-
rencia, no las odia, no las injuria, no las insulta, antes muchas veces
las lisonjea con fingidos elogios. Buscad la verdadera razón de esta di-
ferencia, y me parece que la hallaréis al punto, es a saber, que todas las
otras religiones, por falsas y ridículas que sean, no le incomodan de
modo alguno; no son capaces de hacerle resistencia, antes pueden
ayudarle con servicios más oportunos. Las puede muy bien unir consi-
go, formar con ellas un mismo cuerpo, y hacer que este cuerpo se ani-
me de aquel espíritu terrible que a ella le agita. En esto no aparece re-
pugnancia ni dificultad.
[195] La dificultad y repugnancia está en unir a su cuerpo el cuer-
po de Cristo, y a su espíritu altivo y orgulloso, el espíritu dulce y pacífi-
co de Cristo. Esto sería lo mismo que unir la luz con las tinieblas, la
verdad con la mentira, y a Cristo con Belial. Esto sería animar un mis-
mo cuerpo con dos espíritus infinitamente diversos, opuestos y con-
trarios, como son uno que quiere a Jesús, otro que lo rechaza; uno que
lo ata, otro que lo desata; uno que lo ama, otro que lo aborrece. No ha-
240 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

biendo, pues, repugnancia alguna ni gran dificultad, en que la bestia


cuarta una consigo las otras bestias, o un número suficiente de indivi-
duos de todas ellas, y haciéndose por otra parte las diligencias que pa-
ra esto se hacen, podemos ya profetizar, sin ser profetas, que final-
mente lo conseguirá, y que llegará tiempo en que el mundo vea entera
y perfecta una bestia monstruosa compuesta de siete, conforme la des-
cribe San Juan en el capítulo 13 de su profecía. Con esta idea sencilla y
clara, se concibe al punto cómo pueda suceder naturalmente la cir-
cunstancia particular de que habla San Juan, diciendo que vio una de
sus cabezas como herida de muerte: y fue curada su herida mortal,
etc.: y cómo esta bestia, compuesta ya de siete, pueda recibir un golpe
terrible en una de sus cabezas, y sanar después de algún tiempo con
asombro de toda la tierra.
[196] Imaginad, para esto, que alguna de las bestias unidas no se
acomode bien con aquella mezcla; que le desagraden y le causen un
verdadero enfado alguna o muchas de aquellas ideas ciertamente bes-
tiales; que resista de algún modo, o no quiera dejarse gobernar de
aquel espíritu inquieto y tumultuoso, que debe animar a todo el cuer-
po; que en fin, descontenta y desengañada, dé muestras de querer oír
la verdad, de querer para esto desatarse de aquel cuerpo y de aquel es-
píritu que lo ama, y se desata efectivamente; veis aquí con esto solo al-
terada y desconcertada toda la bestia, y como en peligro de perderlo
todo; veis aquí puestos en movimiento la tierra y el infierno, para ha-
ber modo de curar aquella llaga, y remediar aquel mal; veis aquí pues-
tas, en mayor y más acelerado movimiento, todas aquellas máquinas
ingeniosas que hasta ahora se han movido, y no cesan de moverse, pa-
ra volver a unir al cuerpo común aquella cabeza que ya casi muere,
(muere, digo, respecto del cuerpo de iniquidad). Si esto se consigue, ya
tenemos hecho el milagro que debe admirar a toda la tierra, y llenarla
de nuevo espanto y temblor, haciendo decir a sus habitadores: ¿Quién
hay semejante a la bestia? ¿Y quién podrá lidiar con ella? Esta cabeza
herida puede ser verosímilmente alguna de las cuatro del falso cristia-
nismo, por ejemplo, la segunda; mas esto no es posible asegurarlo,
porque así como puede ser una, así puede ser otra.
[197] Yo me inclino más, por ciertas señales (llevando el misterio
por otra vía que creo más recta), a pensar o sospechar que este golpe
duro y terrible lo ha de recibir de la mano omnipotente de Dios vivo la
cabeza más culpada de todas, la más impía, la más audaz, la que mue-
ve o ha de mover toda la máquina, y parece que esto deberá suceder
hacia los principios de la impía unión. Dios tiene medios o modos que
no somos capaces de prever. Acaso este golpe terrible se lo dará por
medio de aquellos tres reyes que han de ser humillados por el cuerno
undécimo, y acaso esta humillación de estos tres reyes será una resulta
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 241

de su fidelidad y celo por la defensa de la religión. Y acaso, en fin, esta


misma humillación de tres reyes cristianos y píos, que podían hacer
alguna oposición, será todo el bálsamo necesario y eficaz para curar
aquella herida. En todo esto no se ve repugnancia, ni embarazo, ni in-
verosimilitud alguna, pues en este caso parece una consecuencia nece-
saria que, herida la cabeza principal de la bestia, se disuelva al punto,
y desaparezca por algún tiempo, todo aquel cuerpo de iniquidad; que
las otras cabezas se separen unas de otras, y que se escondan donde
pudieren, mientras se pone en cura formal la cabeza enferma, es decir,
mientras la filosofía, ayudada de todo el infierno, halla modo de reme-
diar aquel mal, volviendo a trabajar de nuevo sobre fundamentos más
sólidos y más infernales.
[198] Así se entiende de algún modo otro texto o enigma oscurísi-
mo del capítulo 17 del Apocalipsis: La bestia que has visto, se le dice a
San Juan, fue, y no es, y saldrá del abismo, e irá en muerte; y se ma-
ravillarán los moradores de la tierra, aquéllos cuyos nombres no es-
tán en el libro de la vida desde la creación del mundo, cuando vean la
bestia que era, y no es… Y la bestia que era, y no es, y ella es la octa-
va, y no es de las siete… 1. Para mejor y más clara inteligencia de este
enigma, conviene tener presente una cosa fácil de observar en muchí-
simas profecías, es a saber, que muchas veces hablan los Profetas de
un suceso futuro como si lo tuviesen presente, como si ellos mismos se
hallasen presentes en aquel tiempo mismo en que han de suceder, y
fuesen testigos oculares. No me detengo en citar ejemplares, por ser
esto tan frecuente y tan obvio, que cualquiera lo puede reparar; lo cual
supuesto, podemos ahora imaginar que aquellas palabras enigmáticas
se las dice el ángel a San Juan en aquel espacio de tiempo que debe co-
rrer entre la herida de la bestia y su curación, como si hubiesen sido
testigos oculares de aquel golpe mortal. En este tiempo y en estas cir-
cunstancias se verifica, lo primero: que la bestia fue, y no es 2, porque
el golpe terrible que cayó sobre la cabeza principal debió necesaria-
mente asustar las otras; y este susto repentino e inesperado debió na-
turalmente hacerlas huir, y separarse las unas de las otras, y por con-
siguiente disolver todo aquel cuerpo que ellas formaban con su unión.
[199] Se verifica, lo segundo: que esta misma bestia que ha desa-
parecido por el golpe mortal de una de sus cabezas, volverá a salir del
abismo, donde debe tratarse con gran calor de su restitución y resta-
blecimiento, aplicando para esto, en primer lugar, prontos y eficaces
remedios a la cabeza enferma. Saldrá del abismo: y luego que salga
del abismo, y se deje ver otra vez en el mundo, se maravillarán los

1 Apoc. 17, 8 y 11.


2 Apoc. 17, 8.
242 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

moradores de la tierra…, cuando vean la bestia que era, y no es… Se


verifica, lo tercero: que se concibe bien cómo esta bestia herida, y res-
tablecida a su entera salud, saliendo del abismo y dejándose ver de
nuevo en el mundo, aparecerá como una bestia nueva, como una bes-
tia resucitada; por lo cual, siendo la misma, aun siendo una de las sie-
te, se podrá llamar con toda verdad y propiedad la octava 1, porque
vendrá del abismo con nuevos bríos, con nuevos proyectos, con nuevo
y mayor furor, y armada de nueva fortaleza. Diréis, sin duda, que aun-
que todo esto puede suceder así, pues en ello no aparece repugnancia
alguna, pero a lo menos es incierto, y puede suceder de otro modo, que
por ahora no alcanzamos. Yo lo confieso, amigo mío, sin dificultad.
¿Qué certidumbre podemos tener en cosas que, aunque reveladas, ha
querido Dios tenerlas ocultas hasta su tiempo debajo de metáforas os-
curas? Mas no por esto se sigue que se deba todo despreciar, cuando
nada se arriesga en tener presentes estas ideas, antes se puede avanzar
infinito, estando con ellas a la mira, para ver por dónde asoma un mis-
terio que interesa tanto a todos los que tienen alguna lumbre de fe, y
desean asegurar una eternidad.
[200] Fuera de que, si comparáis la explicación que acabamos de
dar al enigma en otro principio, con la que se halla en los intérpretes
del Apocalipsis en el suyo, deberéis ver con vuestros ojos la grande y
notable diferencia.
[201] Dado caso que se entienda, o se pueda concebir, de algún
modo seguido y verosímil, lo que nos dicen o quieren decirnos (lo cual,
en su Anticristo individuo y personal, nos parece imposible moral-
mente), a lo menos no hallamos en esta explicación ni apariencia de
fundamento, ni tampoco esperanza de utilidad. Ved aquí toda la expli-
cación reducida a pocas palabras. La bestia que has visto, fue, y no
es… Esto significa, nos dicen, la poca duración del reino, o monarquía
universal del Anticristo, que sólo será de tres años y medio, el cual es-
pacio de tiempo es tan corto en la realidad, que se puede contar por
nada, y así se puede decir con verdad, fue y no fue; esto es, fue, y no
fue, o será, y no será; y saldrá del abismo… Estas palabras, prosiguen
explicando, no quieren decir que el Anticristo saldrá otra vez del abis-
mo, después que ya fue, y no es; sino simplemente que saldrá del abis-
mo, y habiendo salido del abismo, esto es, del consejo o conciliábulo
de Satanás y sus ángeles, durará tan poco su monarquía que se podrá
decir con cierta propiedad, fue, y no fue; o fue, y no es… Leed el texto
cien veces, y siempre hallaréis todo lo contrario.
[202] Y ella es la octava… Quiere decir, concluyen, que el Anti-
cristo, en cuanto rey particular de los Judíos, será una de las siete ca-

1 Apoc. 17, 11.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 243

bezas de la bestia; pero en cuanto rey universal de toda la tierra será la


octava. Mas como nos dicen por otra parte que las siete cabezas de la
bestia son siete reyes vencidos por el Anticristo y sujetos a su domina-
ción, podremos concluir legítimamente que el Anticristo, en cuanto
rey universal de toda la tierra, habrá ya vencido y sujetado a su domi-
nación al mismo Anticristo, en cuanto rey particular de los Judíos. Si
toda esta explicación del enigma propuesto no tiene otro defecto que
la mera incertidumbre de las cosas que dice, o que pretende suponer,
yo lo dejo enteramente a vuestro examen y a vuestra decisión; después
de lo cual también espero que nos podréis decir en particular el fruto
que de ella podremos sacar.

Reflexiones

PÁRRAFO 10
[203] Volviendo ahora a nuestro propósito, lo que a lo menos po-
demos concluir legítimamente de todo lo que hemos dicho sobre la
bestia del Apocalipsis, es esto: que siendo esta bestia, por confesión de
casi todos los doctores, el Anticristo que esperamos; que anunciándose
por esta metáfora terrible y admirable tantas cosas, tan nuevas, tan
grandes y tan estupendas, que deben suceder en aquellos tiempos en
toda nuestra tierra; debe ser este Anticristo que esperamos alguna otra
cosa infinitamente diversa, y mayor sin comparación, de lo que puede
ser un hombre, individuo y singular, aunque éste se imagine y se finja
un monarca universal de todo el orbe, como quien finge en su imagi-
nación un fantasma terrible que la misma imaginación lo desvanece y
aniquila. No hay duda que en estos tiempos tenebrosos se verá, ya un
rey, ya otro, ya muchos a un mismo tiempo en varias partes del orbe,
perseguir cruelmente al pequeño cuerpo de Cristo con guerra formal y
declarada; mas ni este rey, ni el otro, ni todos juntos serán otra cosa en
realidad que los cuernos de la bestia, o las armas del Anticristo; así co-
mo en un toro, por ejemplo, ni el primer cuerno, ni el otro, ni los dos
juntos son el toro, sino solamente las armas con que esta bestia ferocí-
sima acomete, hiere, mata y hace temblar a los que la miran. Esto es
clarísimo, y no necesita de más explicación.
[204] Si esperamos ver este hombre singular, este judío, este mo-
narca universal, este dios de todas las naciones; si esperamos ver cum-
plido en este hombre todo lo que se dice de la bestia, y lo que por tan-
tas otras partes nos anuncian las Escrituras, es muy de temer que su-
ceda todo lo que está escrito así como está escrito, y que su Anticristo
no parezca, y que lo estemos esperando aun después de tenerlo en ca-
sa. Asimismo, es muy de temer que esta idea que nos hemos formado
244 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

del Anticristo, y que hallamos en toda suerte de libros, menos en la Es-


critura santa, sea la causa principal o la verdadera de aquel descuido
tan grande en que estarán los hombres, cuando llegue el día del Señor.
Haced, amigo, esta breve e importante reflexión. Este día lo llama el
mismo Hijo de Dios repentino…, y añade que vendrá como un lazo so-
bre todos los habitadores de la tierra 1; y en otra parte dice que sucede-
rá en su venida lo mismo que sucedió en la venida del diluvio: Co-
mían, y bebían; los hombres tomaban mujeres, y las mujeres mari-
dos, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio, y aca-
bó con todos. Asimismo como fue en los días de Lot…, de esta manera
será el día en que se manifestará el Hijo del Hombre 2.
[205] A quien lee, por otra parte, en los Profetas, en el Apocalipsis
y en los Evangelios, aquellas grandes señales que deben preceder in-
mediatamente a la venida del Señor, y en ellas la tribulación del Anti-
cristo, naturalmente se le hace difícil de concebir el cómo pueda caber
un descuido tan grande en medio de señales tan manifiestas.
[206] Paréceme (piensen otros lo que quieran) que una de las cau-
sas de este descuido, y tal vez la mayor o la más inmediata, será sin
duda la que vamos considerando, quiero decir las falsas ideas, no me-
nos de la venida de Cristo que de la venida o manifestación del Anti-
cristo, y del Anticristo mismo. De modo que se verán todas las señales,
y se cumplirán todas las profecías, y su Anticristo no parecerá. Y como,
por otra parte, se sabe y se cree que Cristo no vendrá sin que antes
venga la apostasía, y sea manifestado el hombre de pecado… 3, estará
ya Cristo a la puerta, y el verdadero Anticristo en vísperas de acabar
sus días, y los Cristianos descuidados enteramente por la falsa persua-
sión de que todavía hay mucho que tirar. ¿Por qué? Porque el Anticris-
to ha de venir primero que Cristo; y este Anticristo, este Mesías y rey
de los Judíos, este monarca de todo el orbe todavía no se ve, ni aun se
divisa alguna señal o vestigio de la persona en todo el círculo del hori-
zonte. Por tanto, podrá cada uno decirse a sí mismo dos o tres horas
antes de la venida de Cristo: Alma, muchos bienes tienes allegados
para muchísimos años; descansa, come, bebe, ten banquetes 4.
[207] Por lo que hemos dicho hasta aquí del Anticristo, explicando
la bestia del Apocalipsis, podrá tal vez imaginarse que ya la máquina te-
rrible está concluida, que es en nuestro sistema todo el Anticristo, ente-
ro y perfecto, con que estamos amenazados, y que ya no queda otra pie-
za digna de consideración en este cuerpo moral. No hay duda que eso
solo bastaba para formarnos una idea de la última tribulación la más

1 Lc. 21, 35.


2 Lc. 17, 27-28, 30.
3 2 Tes. 2, 3.
4 Lc. 12, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 245

formidable y la más conforme a las expresiones de la Escritura: Porque


habrá entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del
mundo hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abreviados aquellos días,
ninguna carne sería salva; mas por los escogidos, aquellos días serán
abreviados 1, nos dice el mismo Jesucristo; y, verdaderamente, ¿qué
cosa más grande se puede imaginar, ni más terrible, ni más espantable,
que la unión en un solo cuerpo de siete bestias todas ferocísimas? ¿De
siete bestias, digo, cada una de las cuales ha podido hacer por sí sola, ha
hecho, y está haciendo males gravísimos e irreparables en el mísero li-
naje de Adán? Considérense estos males, no confusamente y a bulto,
sino separados los unos de los otros, mirando al mismo tiempo con par-
ticular atención aquella bestia particular a quien se deben atribuir.
¡Qué males no hizo y hace todavía la idolatría, y esto por espacio de tan-
tos siglos, y esto antiguamente en todas las partes de la tierra, en todos
los pueblos, tribus y lenguas, y aun en el pequeño pueblo o Iglesia del
verdadero Dios! ¡Qué males no ha hecho y está haciendo en una gran
parte de la tierra el mahometismo, y esto impunemente a su satisfac-
ción, a su libertad, a su arbitrio, sin que haya quien se atreva a socorrer
aquellos infelices, ni sacar uno solo de la terrible boca de esta bestia!
¡Qué males no han hecho, hacen, y harán en adelante, aun dentro del
mismo cristianismo, la herejía, el sistema de la hipocresía religiosa, y el
libertinaje! Sobre todo, ¡qué males no ha comenzado a hacer, aun desde
la cuna, la bestia última terrible y admirable, esto es, el deísmo puro, la
filosofía, la apostasía de la verdadera religión, o en suma, el espíritu
fuerte y audaz, el espíritu soberbio y orgulloso que divide a Jesús!
[208] Pues cuando todas estas bestias, por sí mismas ferocísimas,
hagan entre sí una liga formal, o un tratado solemne de amistad, de
unión, de compañía; cuando todas se unan en un solo cuerpo moral,
de modo que todas juntas parezcan una sola bestia; cuando esta bestia
septiforme aparezca en el mundo armada de uñas de hierro, de dientes
grandes de hierro, y también de diez cuernos terribles, o de toda la po-
tencia de los reyes; cuando abra su boca horrorosa, en blasfemias con-
tra Dios, para blasfemar su nombre y su tabernáculo, y a los que mo-
ran en el cielo; cuando, en fin, se vea toda esta nube tenebrosa y es-
pantable encaminarse directamente contra el Señor y contra su Cris-
to, con intención determinada, con firmísima resolución de no dejar
en toda la tierra vestigio alguno ni memoria de Cristo, etc.; ¡qué tem-
pestad! ¡qué temor! ¡qué tribulación! Más es esto para considerarse,
que para ponderarse con palabras.
[209] No obstante, yo me atrevo a decir, sin que me quede duda,
que si todo el Anticristo que esperamos, y con que estamos amenaza-

1 Mt. 24, 21-22.


246 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dos, quedase solamente en la potencia y en el furor de esta bestia te-


rrible, no habría ciertamente por qué temerla; no nos pudiera hacer
tanto daño como está profetizado; no hubiera necesidad de abreviar
aquellos días; y el cuerpo de Cristo, lejos de padecer algún detrimento
real, por eso mismo creciera más, se fortificara más, y adquiriera nue-
vos grados de perfección. El gran trabajo es que el Anticristo que nos
anuncian las Escrituras no es solamente la bestia de diez cabezas y
diez cuernos; le falta a esta bestia, o a esta máquina, para su total com-
plemento, una pieza importante y esencial, sin la cual la gran máquina
quedara sin efecto, y no tardara mucho en disolverse. Esta pieza im-
portante necesita una observación particular.

La bestia de dos cuernos,


del mismo capítulo 13 del Apocalipsis

PÁRRAFO 11
[210] Y vi otra bestia que subía de la tierra, y que tenía dos cuer-
nos semejantes a los del cordero, mas hablaba como el Dragón, y
ejercía todo el poder de la primera bestia en su presencia; e hizo que
la tierra y sus moradores adorasen a la primera bestia, cuya herida
mortal fue curada. E hizo grandes maravillas, de manera que aun
fuego hacía descender del cielo a la tierra a la vista de los hombres. Y
engañó a los moradores de la tierra con los prodigios que se le per-
mitieron hacer delante de la bestia, diciendo a los moradores de la
tierra, que hagan la figura de la bestia, que tiene la herida de espada,
y vivió. Y le fue dado que comunicase espíritu a la figura de la bestia,
y que hable la figura de la bestia; y que haga que sean muertos todos
aquellos que no adoraren la figura de la bestia. Y a todos los hom-
bres, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, hará tener
una señal en su mano derecha o en sus frentes, y que ninguno pueda
comprar, o vender, sino aquel que tiene la señal, o nombre de la bes-
tia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. Quien tiene inteli-
gencia calcule el número de la bestia. Porque es número de hombre; y
el número de ella es seiscientos sesenta y seis 1.
[211] Esta bestia de dos cuernos, nos dicen con gran razón los in-
térpretes del Apocalipsis, que será el pseudoprofeta del Anticristo.
Mas así como hacen al Anticristo, o lo conciben, como una persona in-
dividua y singular, así del mismo modo hacen o conciben a su falso
profeta. Muchos piensan que éste será algún obispo apóstata, pare-
ciéndoles ver en sus dos cuernos como de cordero un símbolo propio

1 Apoc. 13, 11-18.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 247

de la mitra. Pues bien, este hombre nuevo y extraordinario será toda la


confianza y todo el amor del Anticristo; siempre lo tendrá a su lado en
calidad de su consejero y de su Profeta, y lo llevará consigo en todas
sus expediciones. A la confianza del soberano corresponderá el fiel mi-
nistro y fervoroso misionero, con servicios reales y de suma importan-
cia; pues ya con su elocuencia admirable, ya con su exterior de santi-
dad, ya con milagros continuos e inauditos, ya con promesas, ya con
amenazas, hará creer a todos los habitadores de la tierra que el Anti-
cristo es su verdadero y legítimo rey. No contento con esto solo, les ha-
rá creer que también es el verdadero Dios, y hará que todos lo adoren
como a tal; hará que todos, grandes y pequeños, traigan siempre en la
mano o en la frente cierta señal o carácter que los dé a conocer por fie-
les adoradores de este nuevo dios; hará que ninguno sea admitido a la
sociedad o comercio humano, ni pueda comprar ni vender, si no lleva
públicamente dicha señal; hará morir en los tormentos a aquellos po-
cos que tuviesen la audacia de resistir a la fuerza de su predicación.
[212] En suma: un hombre solo, en menos de cuatro años de mi-
nisterio, conseguirá lo que millares de hombres no han conseguido en
muchos siglos. Convertirá, digo, a la nueva religión y al culto del nuevo
dios a todos los pueblos, tribus y lenguas, haciendo en todas las cuatro
partes del mundo que los idólatras renuncien a sus ídolos, los Maho-
metanos a su Mahoma, los Judíos al Dios de Abraham, y los Cristianos
a Cristo. ¡Este sí que es fervor, y espíritu más que apostólico! Los doce
Apóstoles de Cristo, llenos del Espíritu Santo, y haciendo verdaderos y
continuos milagros, no pudieron hacer otro tanto en sola la Judea. Es-
ta es, señor, la idea que nos dan de esta segunda bestia los intérpretes
del Apocalipsis; aquellos, digo, que reconocen al Anticristo en la pri-
mera bestia, que son casi todos. Este es, según ellos, el misterio ence-
rrado en esta metáfora; ni hay otra cosa que poder pensar ni sospe-
char. Mas los que no podemos concebir al Anticristo como una indivi-
dua persona, pareciéndonos que pasa todos los límites de lo verosímil,
y que repugna manifiestamente a las grandes ideas que sobre esto nos
dan las Escrituras, ¿cómo podremos concebir en esta forma a su pseu-
doprofeta? Los que miramos en la primera bestia un cuerpo moral, o
una gran máquina compuesta de muchas piezas diferentes, ¿cómo po-
dremos, guardando consecuencia, mirar otra cosa en la segunda?
[213] Será bien notar aquí que, en toda la historia profética del An-
ticristo que leemos en el Apocalipsis, y en otras partes de la Escritura,
no hallamos que se hable ni una sola palabra de prestigios, de magias, o
de aquella gracia de hacer milagros, que los doctores atribuyen a la per-
sona de su Anticristo. San Juan pone esta gracia solamente en el pseu-
doprofeta, o en la segunda bestia, no en la primera. Es verdad que San
Pablo dice de su hombre de pecado, que se revelará o manifestará al
248 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mundo en señales y en prodigios mentirosos 1; mas esto puede muy


bien verificarse sin que él mismo haga los milagros, pues ciertamente
no faltarán en aquellos tiempos muchos pseudoprofetas que descubran
y empleen bien este talento, recibido del padre de la mentira. Y digo
ciertamente, porque así lo hallo expreso y claro en el Evangelio: que se
levantarán muchos falsos profetas, y engañarán a muchos… y darán
grandes señales y prodigios, de modo que, si puede ser, caigan en
error aun los escogidos 2. Estas palabras del Hijo de Dios, son una ex-
plicación la más natural y la más clara, así del lugar de San Pablo (del
cual hablaremos de propósito en el párrafo último) como de la bestia de
dos cuernos que ahora consideramos. Esta bestia nueva, lejos de signi-
ficar un obispo particular, o un hombre individuo y singular, significa y
anuncia, según la expresión clara del mismo Cristo, un cuerpo iniquí-
simo y peligrosísimo, compuesto de muchos seductores: Se levantarán
(dice) muchos falsos profetas… y darán grandes señales y prodigios…
[214] Pues esta bestia nueva, este cuerpo moral, compuesto de
tantos seductores, será sin duda en aquellos tiempos infinitamente
más perjudicial que toda la primera bestia, compuesta de siete cabezas
y armada con diez cuernos todos coronados. No espantará tanto al
cuerpo o al rebaño de Cristo la muerte, los tormentos, los terrores y
amenazas de la primera bestia, cuanto el mal ejemplo de los que de-
bían darlo bueno, la persuasión, la mentira, las órdenes, las insinua-
ciones directas o indirectas; y todo con aire de piedad y máscara de re-
ligión, todo confirmado con fingidos milagros, que el común de los fie-
les no es capaz de distinguir de los verdaderos.
[215] Es más que visible a cualquiera que se aplique a considerar
seriamente esta bestia metafórica, que toda ella es una profecía formal
y clarísima del estado miserable en que estará en aquellos tiempos la
Iglesia cristiana, y del peligro en que se hallarán aun los más de los fie-
les, aun los más inocentes, y aun los más justos. Considerad, amigo, con
alguna atención todas las cosas generales y particulares que nos dice
San Juan de esta bestia terrible, y me parece que no tendréis dificultad
en entender lo que realmente significa, y lo que será o podrá ser, en
aquellos tiempos de que hablamos, la bestia de dos cuernos. El respeto
y veneración con que miro, y debemos mirar todos los fieles cristianos,
a nuestro sacerdocio, me obliga a andar con estos rodeos, y cierto que
no me atreviera a tocar este punto, si no estuviese plenamente persua-
dido de su verdad, de su importancia, y aun de su extrema necesidad.
[216] Sí, amigo mío, nuestro sacerdocio; éste es, y no otra cosa, el
que viene aquí significado y anunciado para los últimos tiempos debajo

1 2 Tes. 2, 9.
2 Mt. 24, 11 y 24.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 249

de la metáfora de una bestia con dos cuernos semejantes a los del cor-
dero. Nuestro sacerdocio que, como buen pastor, y no mercenario, de-
bía defender el rebaño de Cristo, y poner por él su propia vida, será en
aquellos tiempos su mayor escándalo, y su mayor y más próximo peli-
gro. ¿Qué tenéis que extrañar esta proposición? ¿Ignoráis acaso la his-
toria? ¿Ignoráis los principales y más ruidosos escándalos del sacerdo-
cio hebreo? ¿Ignoráis los escándalos horribles y casi continuados por
espacio de diecisiete siglos del sacerdocio cristiano? ¿Quién perdió en-
teramente a los Judíos, sino su sacerdocio? Este fue el que resistió de
todos modos al Mesías mismo, no obstante que lo tenía a la vista, oía su
voz, y admiraba sus obras prodigiosas. Este fue el que, cerrando sus
ojos a la luz, se opuso obstinadamente a los deseos y clamores de toda la
nación que estaba prontísima a recibirlo, y lo aclamaba a gritos por Hi-
jo de David y Rey de Israel. Este fue el que a todos les cerró los ojos con
miedos, con amenazas, con persecuciones, con calumnias groseras, pa-
ra que no viesen lo mismo que tenían delante, para que desconociesen a
la esperanza de Israel, para que olvidasen enteramente sus virtudes, su
doctrina, sus beneficios, sus milagros, de que todos eran testigos ocula-
res. Este, en fin, les abrió la boca para que lo negasen y reprobasen pú-
blicamente, y lo pidiesen a grandes voces para el suplicio de la cruz.
[217] Ahora digo yo: este sacerdocio, ¿lo era acaso de algún ídolo o
de alguna falsa religión? ¿Había apostatado formalmente de la verda-
dera religión que profesaba? ¿Había perdido la fe de sus Escrituras y la
esperanza de su Mesías? ¿No tenía en sus manos las Escrituras? ¿No
podía mirar en ellas, como en un espejo clarísimo, la verdadera ima-
gen de su Mesías, y cotejarla con el original que tenía presente? Sí, to-
do es verdad; mas en aquel tiempo y circunstancias, todo esto no bas-
taba, ni podía bastar. ¿Por qué? Porque la iniquidad de aquel sacerdo-
cio, generalmente hablando, había llegado a lo sumo. Estaba viciado
por la mayor y máxima parte; estaba lleno de malicia, de dolo, de hi-
pocresía, de avaricia, de ambición; y por consiguiente, lleno también
de temores y respetos puramente humanos, que son lo que se llaman
en la Escrituras la prudencia de la carne y el amor del siglo, incompa-
tibles con la amistad de Dios. Esta fue la verdadera causa de la repro-
bación del Mesías, y de todas sus funestas consecuencias, la cual no se
avergonzó aquel inicuo sacerdocio de producir en pleno concilio (pre-
guntando): ¿Qué hacemos? Porque este hombre hace muchos mila-
gros. Si lo dejamos así, creerán todos en él, y vendrán los Romanos, y
arruinarán nuestra ciudad y nación 1.
[218] ¿Qué tenemos, pues, que maravillarnos de que el sacerdocio
cristiano pueda en algún tiempo imitar en gran parte la iniquidad del

1 Jn. 11, 47-48.


250 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sacerdocio hebreo? ¿Qué tenemos que maravillarnos de que sea el


únicamente simbolizado en esta bestia de dos cuernos? Los que ahora
se admiren de esto, o se escandalizaren de oírlo, o lo tuvieren por un
despropósito increíble, es muy de temer que, llegada la ocasión, sean
los primeros que entren en el escándalo, y los primeros presos en el la-
zo. Por lo mismo que tendrán por increíble tanta iniquidad en perso-
nas tan sagradas, tendrán también por buena la misma iniquidad.
¿Qué hay que maravillarse después de tantas experiencias? Así como
en todos tiempos han salido del sacerdocio cristiano bienes verdaderos
e inestimables, que han edificado y consolado la Iglesia de Cristo, así
han salido innumerables y gravísimos males, que la han escandalizado
y afligido. ¿No gimió todo el orbe cristiano en tiempo de los Arrianos?
¿No se admiró de verse arriano casi sin entenderlo, según esta expre-
sión viva de San Jerónimo: Lamentándose el mundo todo, se admiró
al reconocerse arriano? ¿Y de dónde le vino todo este mal, sino del
sacerdocio?
[219] ¿No ha gemido en todos tiempos la Iglesia de Dios entre tan-
tas herejías, cismas y escándalos, nacidos todos del sacerdocio, soste-
nidos por él obstinadamente? Y ¿qué diremos de nuestros tiempos?
Consideradlo bien, y entenderéis fácilmente cómo la bestia de dos
cuernos puede hacer tantos males en los últimos tiempos. Entende-
réis, digo, cómo el sacerdocio de los últimos tiempos, corrompido por
la mayor parte, pueda corromperlo todo y arruinarlo todo, como lo hi-
zo el sacerdocio hebreo. Entenderéis, en suma, cómo el sacerdocio
mismo de aquellos tiempos, con su pésimo ejemplo, con persuasiones,
con amenazas, con milagros fingidos, etc., podrá alucinar a la mayor
parte de los fieles, podrá deslumbrarlos, podrá cegarlos, podrá hacer-
los desconocer a Cristo, y declararse en fin por sus enemigos: Se le-
vantarán muchos falsos profetas, y engañarán a muchos. Y darán
grandes señales. Y porque se multiplicará la iniquidad, se resfriará
la caridad de muchos 1. ¡Oh, qué tiempos serán aquéllos! ¡Qué oscuri-
dad! ¡Qué temor! ¡Qué tentación! ¡Qué peligro! Si no fuesen abrevia-
dos aquellos días, ninguna carne sería salva 2.
[220] ¿Qué pensáis que será cuando las simples ovejas de Cristo
de toda edad, de todo sexo, de toda condición, viéndose perseguidas
de la primera bestia, y amenazadas con la potencia formidable de sus
cuernos, se acojan al abrigo de sus pastores, implorando su auxilio, y
los encuentren con la espada en la mano, no cierto para defenderlas,
como era su obligación, sino para afligirlas más, para espantarlas más,
para obligarlas a rendirse a la voluntad de la primera bestia? ¿Qué

1 Mt. 24, 11, 24 y 12.


2 Mt. 24, 22.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 251

pensáis que será cuando, poniendo los ojos en sus pastores como en su
único refugio y esperanza, los vean temblando de miedo, mucho más
que ellos mismos, a vista de la bestia y de sus cuernos coronados; y por
consiguiente los vean aprobando prácticamente toda la conducta de la
primera bestia, aconsejando a todos que se acomoden con el tiempo
por el bien de la paz; y que por este bien de la paz (falsa a la verdad)
tomen el carácter de la bestia en las manos o en la frente, esto es, que
se declaren públicamente por ella, fingiendo para esto milagros y por-
tentos, para acabar de reducirlas con apariencia de religión? ¿Qué
pensáis que será cuando muchos fieles justos y bien instruidos en sus
obligaciones, conociendo claramente que no pueden en conciencia
obedecer a las órdenes que saldrán en aquel tiempo de la potestad se-
cular, se determinen a obedecer a Dios, arriesgarlo todo por Dios, y se
vean por esto abandonados de todos, arrojados de sus casas, despoja-
dos de sus bienes, separados de sus familias, privados de la sociedad y
comercio humano, sin hallar quien les dé ni quien les venda; y todo es-
to por orden y mandato de sus propios pastores, todo esto porque no
se les ve ni en las manos ni en la frente señal alguna de ser contra Cris-
to; todo esto porque no se declaran públicamente por Anticristos? Con
razón dice San Pablo que en los últimos días vendrán tiempos peli-
grosos… 1; y con razón dice el mismo Jesucristo que si no fuesen abre-
viados aquellos días, ninguna carne sería salva… 2.
[221] Persecuciones de la potencia secular las padeció la Iglesia de
Cristo terribilísimas y casi continuas por espacio de 300 años, y con
todo eso se salvaron tantos, que se cuentan no a centenares ni a milla-
res, sino a millones. Lejos de ser aquellos tiempos de persecución peli-
grosos para la Iglesia, fueron por el contrario los más a propósito, los
más conducentes, los más útiles para que la misma Iglesia creciese, se
arraigase, se fortificase y dilatase por toda la tierra. No fue necesario
ni conveniente abreviar aquellos días por temor de que pereciese toda
carne; antes fue convenientísimo dilatarlos para conseguir el efecto
contrario. Así los dilató el Señor muy cerca de tres siglos, muy cierto y
seguro de que por esta parte nada había que temer. Mas en la persecu-
ción o tribulación horrible de que vamos hablando, se nos anuncia cla-
ramente, por boca de la misma verdad, que deberá suceder todo lo
contrario: Porque habrá entonces grande tribulación, cual no fue des-
de el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abre-
viados aquellos días, ninguna carne sería salva 3. Pensad, amigo, con
formalidad, cuál podrá ser la verdadera razón de una diferencia tan
grande, y difícilmente hallareis otra que la bestia nueva de dos cuernos

1 2 Tim. 3, 1.
2 Mt. 24, 22.
3 Mt. 24, 21-22.
252 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que ahora consideramos, o lo que es lo mismo, el sacerdocio cristiano,


ayudando a los perseguidores de la Iglesia y de acuerdo con ellos, por
la abundancia de su iniquidad.
[222] En las primeras persecuciones hallaban los fieles en su sa-
cerdocio o en sus pastores, no solamente buenos consejos, instruccio-
nes justas y santas, exhortaciones fervorosas, etc., sino también la
práctica de su doctrina. Los veían ir delante con el ejemplo; los veían
ser los primeros en la batalla; los veían no estimar ni descanso, ni ha-
cienda, ni vida, por la honra de su Señor y por la defensa de su grey. Si
leéis el Martirologio romano, apenas hallareis algún día del año que no
esté ennoblecido y consagrado con el sacrificio de estos santos pasto-
res. Mas en la persecución anticristiana, en que el sacerdocio estará ya,
por la mayor y máxima parte, enemigo de la cruz de Cristo 1; en que
estará mundano, sensual, y por eso provocando a vómito, como lo
anuncia claramente San Juan 2; en que estará resfriado enteramente
en la caridad por la abundancia de la iniquidad 3; será ya imposible
que los fieles hallen en él lo que no tiene, esto es, espíritu, valor, desin-
terés, desprecio del mundo y celo de la honra de Dios; y será necesario
que hallen lo que sólo tiene, esto es, vanidad, sensualidad, avaricia,
cobardía, y todo lo que de aquí resulta en perjuicio del mísero rebaño,
esto es, seducción, tropiezo, escándalo y peligro. No por esto se dice
que no habrá en aquellos tiempos algunos pastores buenos, que no
sean mercenarios. Sí, los habrá; ni se puede creer menos de la bondad
y providencia del sumo pastor. Mas estos pastores buenos serán tan
pocos y tan poco atendidos respecto de los otros, como lo fue Elías
respecto de los profetas de su tiempo, en el que unos y otros resistie-
ron obstinadamente y persiguieron a los profetas de Dios; unos y otros
hicieron inútil su celo e infructuosa su predicación; unos y otros fue-
ron la causa inmediata, así de la corrupción de Israel, como de la ruina
de Jerusalén.
[223] Si todavía os parece difícil de creer que el sacerdocio cris-
tiano de aquellos tiempos sea el únicamente figurado en la terrible
bestia de dos cuernos, reparad con nueva atención en todas las pala-
bras y expresiones de la profecía; pues ninguna puede estar de más.
Dice San Juan que vio esta bestia salir o levantarse de la tierra 4; que
tenía dos cuernos como de cordero 5; pero que su voz o modo de ha-
blar era, no de cordero sencillo e inocente, sino de un maligno y astuto
dragón 6. Dice más: que con esta apariencia de cordero manso y pacífi-

1 Fil. 3, 18.
2 Apoc. 3, 17.
3 Mt. 24, 12.
4 Apoc. 13, 11.
5 Apoc. 13, 11.
6 Apoc. 13, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 253

co, y con la realidad de dragón, persuadió a todos los habitadores de la


tierra, que adorasen o se rindiesen y tomasen partido por la primera
bestia; que para este fin hizo grandes señales o milagros, todos apa-
rentes y fingidos, con los cuales, y al mismo tiempo con su voz de dra-
gón, o con sus palabras seductivas, engañó a toda la tierra; que obligó
en fin a todos los habitadores de la tierra a traer públicamente en la
frente o en la mano el carácter de la primera bestia, so pena de no po-
der comprar ni vender, etc. Decidme ahora, amigo, con sinceridad: ¿A
quién pueden competir todas estas cosas, piénsese como se pensare,
sino a un sacerdocio inicuo y perverso, como lo será el de los últimos
tiempos? Los doctores mismos lo reconocen así, lo conceden en parte;
y esta parte una vez concedida, nos pone en derecho de pedir el todo.
No hallando otra cosa a que poder acomodar lo que aquí se dice de la
segunda bestia (a la cual en el capítulo 16 y 19 se le da el nombre de
pseudoprofeta), convienen comúnmente en que esta bestia, o este
pseudoprofeta, será algún obispo apóstata, lleno de iniquidad y mali-
cia diabólica, que se pondrá de parte del Anticristo, y lo acompañará
en todas sus empresas.
[224] Mas este obispo singular (sea tan inicuo, tan astuto, tan dia-
bólico como se quisiere o pudiere imaginar), ¿será capaz de alucinar
con sus falsos milagros, y pervertir con sus persuasiones, a todos los
habitantes de la tierra? ¿Y esto en el corto tiempo de tres años y me-
dio? ¿Y esto en un asunto tan duro, como es que todos los habitadores
de la tierra tengan al Anticristo no sólo por su rey, sino por su dios?
¿No choca esto manifiestamente al sentido común? ¿No pasa esto fue-
ra de los límites de lo increíble? Si en la Escritura santa hubiese sobre
esto alguna revelación expresa y clara, yo cautivaría mi entendimiento
en obsequio de la fe; mas no habiendo tal revelación, antes repugnan-
do esta noticia todas las ideas que nos da la misma Escritura, parece
preciso tomar otro partido. Lo que no puede concebirse en una perso-
na singular, se puede muy bien concebir y se concibe al punto en un
cuerpo moral, compuesto de muchos individuos repartidos por toda la
tierra; se concibe al punto en el sacerdocio mismo, o en su mayor y
máxima parte, en el estado de tibieza y relajación en que estará en
aquellos tiempos infelices.
[225] No es menester decir, para esto, que el sacerdocio de aque-
llos tiempos persuadirá a los fieles que adoren a la primera bestia con
adoración de latría como a Dios. El texto no dice tal cosa, ni hay en to-
do él una sola palabra de donde poderlo inferir. Sólo habla de simple
adoración, y nadie ignora lo que significa en las Escrituras esta palabra
general, cuando no se nombra a Dios, o cuando no se infiere manifies-
tamente del contexto: E hizo (ésta es la expresión de San Juan) que la
tierra y sus moradores adorasen a la primera bestia… Así, el hacer
254 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

adorar a la primera bestia, no puede aquí significar otra cosa, sino ha-
cer que se sujeten a ella; que obedezcan a sus órdenes, por inicuas que
sean; que no resistan como debían hacerlo; que den señales externas
de su respeto y sumisión, y todo esto por temor de sus cuernos. Tam-
poco es menester decir que el sacerdocio de que hablamos habrá ya
apostatado de la religión cristiana. Si hubiere en él algunos apóstatas
formales y públicos, que sí los habrá, y no pocos, éstos no deberán mi-
rarse como miembros de la segunda bestia, sino de la primera. Basta-
rá, pues, que el sacerdocio de aquellos tiempos peligrosos se halle ya
en aquel mismo estado y disposiciones en que se hallaba en tiempo de
Cristo el sacerdocio hebreo, quiero decir, tibio, sensual y mundano,
con la fe muerta o dormida, sin otros pensamientos, sin otros deseos,
sin otros afectos, sin otras máximas que de tierra, de mundo, de carne,
de amor propio, y olvido total de Cristo y del Evangelio. Todo esto pa-
rece que suena aquella expresión metafórica de que usa el Apóstol, di-
ciendo que vio a esta bestia salir o levantarse de la tierra 1.
[226] Añade, que la vio con dos cuernos semejantes a los de un
cordero 2; la cual semejanza, aun prescindiendo de la alusión a la mi-
tra, que reparan varios doctores, parece por otra parte, siguiendo la
metáfora, un distintivo propísimo del sacerdocio, que a él solo puede
competir. De manera que, así como los cuernos coronados de la pri-
mera bestia significan visiblemente la potestad, la fuerza y las armas
de la potencia secular, de que aquella bestia se ha de servir para herir y
hacer temblar toda la tierra; así los cuernos de la segunda, semejantes
a los de un cordero, no pueden significar otra cosa que las armas o la
fuerza de la potestad espiritual; las cuales, aunque de suyo son poco a
propósito para poder herir, para poder forzar o para espantar a los
hombres, mas por eso mismo se concilia esta potencia mansa y pacífi-
ca el respeto, el amor y la confianza de los pueblos; y por eso mismo es
infinitamente más poderosa y más eficaz para hacerse obedecer, no so-
lamente con la ejecución, como lo hace la potencia secular, sino con la
voluntad, y aun también con el entendimiento.
[227] Mas esta bestia en la apariencia mansa y pacífica (prosigue
el amado discípulo), esta bestia en la apariencia inerme, pues no se le
veían otras armas que dos pequeños cuernos semejantes a los de un
cordero, esta bestia tenía una arma horrible y ocultísima, que era su
lengua, la cual no era de cordero, sino de dragón: Hablaba como el
dragón 3. Lo que quiere decir esta similitud, y a lo que alude manifies-
tamente, lo podéis ver en el capítulo 3 del Génesis. Allí entenderéis
cuál es la lengua o la locuela del dragón, y por esta la locuela entende-

1 Apoc. 13, 11.


2 Apoc. 13, 11.
3 Apoc. 13, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 255

réis también fácilmente la locuela de la bestia de dos cuernos en los úl-


timos tiempos, de la cual se dice que, como habló el dragón en los pri-
meros tiempos, y engañó a la mujer, así hablará en los últimos la bes-
tia de dos cuernos, o por medio de ella el dragón mismo. Hablará con
dulzura, con halagos, con promesas, con artificio, con astucias, con
apariencias de bien, abusando de la confianza y simplicidad de las po-
bres ovejas, para entregarlas a los lobos, para hacerlas rendirse a la
primera bestia, para obligarlas a que la adoren, la obedezcan, la admi-
ren, y entren a participar o a ser iniciadas en su misterio de iniquidad.
Y si algunas se hallaren entre ellas tan entendidas que conozcan el en-
gaño, y tan animosas que resistan a la tentación (como ciertamente las
habrá), contra éstas se usarán, o se pondrán en gran movimiento, las
armas de la potestad espiritual, o los cuernos como de cordero, prohi-
biendo que ninguno pueda comprar o vender, sino aquél que tiene la
señal o el nombre de la bestia. Estas serán separadas de la sociedad y
comunicación con las otras, a éstas nadie les podrá comprar ni vender,
si no traen públicamente alguna señal de apostasía: Porque ya habían
acordado los Judíos, dice el Evangelista, que si alguno confesase a Je-
sús por Cristo, fuese echado de la sinagoga 1. Aplíquese la semejanza.

Carácter de la bestia, su nombre,


o el número de su nombre

PÁRRAFO 12
[228] Esta bestia que acabamos de observar persuadirá a los hom-
bres, dice San Juan, que lleven en la mano o en la frente el carácter de
la primera bestia, o su nombre, o el número de su nombre, so pena de
no poder comprar ni vender, que es lo mismo que decir, so pena de
muerte. El mismo apóstol, para dar alguna luz o alguna esperanza de
entender toda esta metáfora, la cual evidentemente no convenía que se
entendiese antes de tiempo, concluye todo el capítulo con estas pala-
bras enigmáticas: Aquí hay sabiduría. Quien tiene inteligencia, calcu-
le el número de la bestia. Porque es número de hombre; y el número
de ella es seiscientos sesenta y seis 2.
[229] Casi desde los tiempos de San Juan, como testifica San Ire-
neo 3, se han hecho siempre las mayores diligencias para descifrar este
enigma y entender bien este gran misterio, persuadidos firmemente
los doctores de que aquí se encierra el nombre del Anticristo, o algún
distintivo propio suyo por donde conocerlo infaliblemente. El empeño

1 Jn. 9, 22.
2 Apoc. 13, 18.
3 Advers. hæres., lib. 5.
256 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

es sin duda laudable, y óptima la intención, pues una vez que se sepa
el nombre o distintivo propio de aquel hombre o persona, que llaman
Anticristo, será fácil conocerlo cuando aparezca en el mundo; y si se
conoce, será fácil no caer en el lazo. Este discurso justo en sí mismo,
en el sistema de los doctores no lo parece tanto. Los que esperan al
Anticristo en la forma en que se halla en toda suerte de escritores ecle-
siásticos, ¿qué necesidad pueden tener de saber su nombre, o algún
distintivo propio suyo para conocerlo? ¿Qué nueva luz se les puede
añadir con esto para distinguirlo de los otros hombres? Traed, amigo,
a la memoria siquiera alguna de aquellas noticias particulares de que
ya hemos hablado, y corren comúnmente por indubitables, y decidme:
¿Con ellas solas, sin otro distintivo, podréis desconocer al Anticristo?
¿Habrá algún hombre, por rudo que sea, que teniendo dichas noticias,
no lo conozca al punto?
[230] Imaginad, para esto, que ahora en nuestros días sale de Ba-
bilonia, o de donde os pareciere mejor, un príncipe nuevo, que nadie
sabía de él. Este nuevo príncipe, acompañado de una multitud infinita
de judíos, que lo han reconocido por su rey y Mesías, se va derecho a la
Palestina, la conquista toda sólo con dejarse ver, la evacúa de sus habi-
tadores actuales, establece en ella a todas las tribus de Israel, edifica
de nuevo a Jerusalén para corte de su imperio; de allí sale con innu-
merables tropas, compuestas ya de judíos, ya de otras naciones orien-
tales, hace guerra a todos los reyes de la tierra, mata tres de ellos, y a
los demás los sujeta a su dominación, trae siempre consigo un profeta
grande que hace continuos y estupendos milagros; en suma, este prín-
cipe nuevo, cuyo nombre todavía no se sabe, se ha hecho en breve
tiempo monarca universal de toda la tierra; todos los pueblos, tribus y
lenguas, lo reconocen y obedecen como a soberano… ¿Qué os parece,
amigo, de este gran personaje? ¿No es éste el Anticristo que esperá-
bamos? ¿No son éstas las noticias que habíamos leído en nuestros li-
bros? ¿Qué necesidad tenemos ahora de saber su carácter, ni su nom-
bre, ni el número de su nombre? Sin esto conocemos al Anticristo, y lo
conoce toda la tierra. Este monarca universal de toda ella, cuya corte
es Jerusalén, éste es ciertamente el Anticristo. De aquí se sigue una de
dos cosas: o que el enigma propuesto, o su inteligencia, es la cosa más
inútil del mundo; o que el Anticristo que esperamos debe ser alguna
otra cosa infinitamente diversa de lo que hasta ahora hemos imagina-
do. Si esto segundo se concediese, me parece que se pudiera adelantar
no poco en la inteligencia del enigma, como tentaremos más adelante.
Veamos lo que hasta ahora se ha adelantado en el sistema contrario.
[231] Primeramente, han hecho los doctores este discurso previo,
que parece justísimo, y lo fuera en realidad, si no tocara o supusiera el
principio mismo que se pide. Los números de que usan los griegos, di-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 257

cen con verdad, no son otros que sus mismas letras. Estas letras nu-
merales, juntas y combinadas entre sí, deben formar alguna palabra,
pues al fin son letras; luego el número 666 expresado en letras griegas
(en las cuales se escribió todo el Apocalipsis) deberá necesariamente
formar alguna palabra; pues esta palabra, concluyen, es ciertamente el
nombre, o el carácter, o el distintivo propio del Anticristo. Bien. Y si
las letras griegas que son necesarias para expresar el número 666 se
pueden combinar de treinta maneras diferentes, ¿podrán también o
deberán formar treinta palabras diferentes? Y en este caso, ¿cuál de
ellas será el nombre propio, o el propio distintivo de este hombre, o de
esta persona que llaman Anticristo? O éste tendrá todos los treinta
nombres y distintivos, o si ha de tener uno solo, éste no lo pueden en-
señar en particular las letras mismas numerales. En efecto, las pala-
bras o nombres del Anticristo que se han sacado del número 666, ex-
presado en letras griegas, son tan diversos y tan indeterminados, como
se puede ver en estos pocos que pongo aquí por muestra.
VOZ GRIEGA VOZ CASTELLANA VOZ LATINA
1. Teytan. 1. Gigante. 1. Gigas.
2. Lampertis. 2. Luciente. 2. Lucens.
3. Lateynus. 3. Latino. 3. Latinus.
4. Nichetes. 4. Vencedor. 4. Victor.
5. Evantas. 5. Floreciente. 5. Floridus.
6. Kakos odegos. 6. Pequeño capitán. 6. Parvus dux.
7. Aletes blaberos. 7. Verdaderamente nocivo. 7. Vere noxius.
8. Palebascanos. 8. Día envidioso. 8. Dies invidus.
9. Amnos adikos. 9. Cordero injusto. 9. Agnus injustus.
10. Oculpios. 10. Trajano. 10. Trajanus.
Algunos han hallado a Genserico, y otros a Mahoma.
[232] El erudito Calmet, que en su disertación Del Anticristo trae
las más de estas combinaciones, explica allí mismo el juicio que hace
de ellas por estas palabras: Estudio a la verdad vano, cifras insignifi-
cantes que el hecho solo de haberlas referido nos pesa. No obstante
esta justa censura, el mismo autor, en su exposición literal del Apoca-
lipsis sobre el capítulo 13, adopta como legítima, o como preferible a
todas las otras, la célebre combinación del ilustrísimo señor Bossuet,
el cual, dejando las letras numerales griegas, como que no hacían ni
podían hacer al propósito de su sistema, se sirvió de las letras latinas,
que comúnmente llamamos números romanos, y de ellas sacó, junto
con el número 666, estas dos palabras: Diocles Augustus, que es lo
mismo que decir: Diocles Augustus da en números romanos, o en sus
letras numerales, el número preciso de 666. Ved aquí el ingenio.
258 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

D 500
I 001
O 000
C 100
L 050
E 000
S 000
A 000
V 005
G 000
V 005
S 000
T 000
V 005
S 000
Suma 666
[233] Esta operación ha parecido a algunos no sé qué especie de
triunfo respecto del sistema de Monseñor Bossuet y del padre Calmet,
que es casi el mismo. Pretenden estos dos sabios, y se esfuerzan a pro-
barlo, armados de grande elocuencia y suma erudición (mas con vano
esfuerzo), pretenden, digo, acomodar casi todo el Apocalipsis a las pri-
meras persecuciones de la Iglesia, principalmente a la última y más te-
rrible de todas, que fue la de Diocleciano. Pues bien, en este sistema,
de que luego hablaremos, parece esta combinación un descubrimiento
de suma importancia: no se podía desear, ni aun pensar, cosa más a
propósito. Diocles (así dicen que se llamó Diocleciano antes de subir al
trono), Diocles Augustus, da en números romanos la suma de 666.
Luego éste es todo el gran misterio que encierra el enigma propuesto.
Luego el libro del Apocalipsis, especialmente cuando habla de la bestia
de siete cabezas y diez cuernos, no nos anuncia otra cosa, por estas me-
táforas terribles, que la terrible persecución de Diocleciano, pues Dio-
cleciano mismo viene aquí nombrado debajo de un enigma, etc.
[234] Para que veáis, señor, la suma debilidad de este discurso, y
la poca o ninguna razón que hay para cantar la victoria, yo voy a pro-
poner, en las mismas letras numerales romanas, otra operación o com-
binación mucho más fácil y breve que la de Monseñor Bossuet, la cual
tiene que quitar la mitad de Diocletianus, y añadir Augustus. ¿Por qué?
Porque la palabra Diocletianus no alcanza por sí sola al número pro-
puesto, le faltan nueve; mas quitándole la mitad, esto es, tianus, se le
quitan seis, las cuales seis, y las otras nueve que faltan, se suplen per-
fectamente con la palabra Augustus, que tiene por tres veces la V y da el
número 15. Mas la combinación que yo propongo nada tiene que qui-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 259

tar ni que añadir; y así pruebo del mismo modo, y en la misma forma,
que la bestia terrible del Apocalipsis significa y anuncia un príncipe te-
rrible (o pasado o futuro) por nombre Luis, y en latín Ludovicus.
L 050
V 005
D 500
O 000
V 005
I 001
C 100
V 005
S 000
Suma 666

[235] El señor de Chetardie, citado por Calmet, sacó con el mismo


artificio a Juliano apóstata, y no fuera muy difícil sacar otras cien co-
sas, haciendo otras combinaciones, las que serían al fin tan fuera de
propósito, y tan inútiles, como las que hemos apuntado.
[236] Convienen, no obstante, los doctores, y lo confiesa el mismo
Calmet, aunque interesado por Diocleciano, que la solución del enig-
ma se debe buscar en letras numerales griegas, pues en ellas, y no en
las latinas, se escribió el Apocalipsis. Ahora bien, la solución del enig-
ma se ha buscado en las letras numerales griegas, casi desde los prin-
cipios del segundo siglo de la Iglesia; pues San Ireneo, que escribió ha-
cia el año 70 de este siglo, trae algunas combinaciones que se habían
hecho antes de él, y después acá el empeño no ha cesado, ni se han
omitido las diligencias. ¿Y qué se ha conseguido con ellas? Lo que úni-
camente se ha conseguido es que nos hallamos con muchos nombres
que, según diversos autores, ha de tener el Anticristo. ¿Cuál de ellos es
el verdadero? No se sabe. ¿Y se sabe a lo menos si entre todos ellos es-
tará el verdadero? Tampoco se sabe, y aunque se hagan otras muchas
más combinaciones, siempre quedaremos en la misma perplejidad.
¿Cómo, pues, podremos conocer por su nombre, o carácter, o distinti-
vo, a esta bestia o este Anticristo?
[237] Yo saco de aquí una consecuencia que me parece buena y na-
turalísima, a lo menos en línea de sospecha vehemente, es a saber: que
mientras se buscare (sea en letras griegas o latinas) el nombre o distin-
tivo de una persona individua y singular, parece muy probable que el
enigma se quede eternamente sin solución. El texto sagrado habla del
nombre, o carácter, o distintivo de una bestia metafórica de siete cabe-
zas y diez cuernos; conque si dicha bestia no significa una persona sin-
gular, como parece algo más que probable, todas las operaciones que
260 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

se hicieren sobre este principio irán ciertamente desviadas, ni podrán


jamás tocar el fin que se proponen. Así lo ha mostrado hasta ahora la
experiencia. Después de grandes diligencias, y por grandes ingenios,
nos hallamos todavía como en el principio; y confiesan los doctores
juiciosos que todo cuanto se ha discurrido y trabajado hasta ahora so-
bre el asunto, ha sido, cuando menos, un trabajo perdido: Estudio a la
verdad vano, cifras insignificantes.
[238] No quedándonos, pues, esperanza alguna racional de enten-
der el enigma en la idea ordinaria de una persona singular, parece ya
conveniente y aun necesario mudar de rumbo; trabajar, digo, sobre
otra idea o principio diverso, y ver si por aquí se puede avanzar algo
que nos contente, y nos pueda traer alguna utilidad. Esto es lo que
ahora vamos a tentar, deseando a lo menos abrir camino para que
otros trabajen, y hagan nuevos descubrimientos, en un asunto que
ciertamente no es de mera curiosidad, sino de sumo interés. No hay
duda que la inteligencia la ha de dar Dios; mas sería una verdadera
temeridad esperar que Dios diese la inteligencia a quien no trabaja, a
quien no hace lo que está de su parte, a quien apenas sabe que hay en
la Escritura tal enigma, etc.
[239] Mudada, pues, por un momento la idea del Anticristo de una
persona singular a un cuerpo moral, para proceder con algún orden y
claridad en el estudio del enigma, me preparo con una diligencia pre-
via, o con un discurso propio, o con un discurso general. Pienso prime-
ramente, en profunda meditación, cuál puede ser el carácter más pro-
pio, o el distintivo más preciso, de un cuerpo moral anticristiano, com-
puesto de muchos individuos. Si hallo este carácter o distintivo el más
propio, aunque sea sólo probablemente, paso a la segunda diligencia
no menos necesaria, esto es, a comparar lo que he hallado con el texto
mismo y con todo su contexto, y también para asegurarme más con
otras ideas y noticias que he hallado en otras partes de la santa Escri-
tura. Si después de este examen atento y prolijo, hallo dicho carácter o
distintivo perfectamente conforme a la idea que me da el texto con to-
do su contexto, y a la idea que me da en otras partes la divina Escritu-
ra, no por eso debo quedar plenamente satisfecho, ni mucho menos
cantar la victoria, pues me queda que practicar la última diligencia, sin
la cual nada puede concluirse. Me queda, digo, que examinar si dicho
carácter o distintivo que he hallado en mi meditación, y que después
he hallado también conforme al texto y a toda la Escritura, correspon-
de del mismo modo al número 666, o a las letras numerales griegas
que componen este número. Si a todo esto lo hallo perfectamente con-
forme, si todo camina naturalmente sin artificio, sin violencia, sin difi-
cultad, sin embarazo alguno, me parece que en este caso podré con-
cluir, con toda aquella seguridad que cabe en el asunto, que ésta es la
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 261

verdadera solución del enigma; y cualquier hombre sensato deberá re-


cibir y contentarse con esta solución, mientras no se le presente otra
que, atendidas todas las circunstancias, pareciere mejor.
[240] Supuesto este discurso general, que por su misma simplici-
dad parece justísimo, procedamos ya a nuestra operación. Yo discurro
así. En la idea de un cuerpo moral anticristiano, compuesto de muchí-
simos individuos, se concibe al punto, ni puede dejar de concebirse,
que ese cuerpo, para que lo sea, debe estar animado todo de algún es-
píritu. Sin esto será imposible que subsista, así como sucede en un
cuerpo físico. ¿Cómo podrá subsistir una república, ni cómo podrá lla-
marse con propiedad cuerpo moral, si las personas que la componen
no están unidas entre sí, y animadas todas de un mismo espíritu gene-
ral, por ejemplo, de libertad y de independencia? Pues este espíritu
general, o este principio de vida, que une, anima y conserva un cuerpo
moral, cualquiera que sea, es lo que llamamos con toda verdad y pro-
piedad el carácter o el distintivo propio de este mismo cuerpo, no con-
siderado solamente como cuerpo moral, sino como tal cuerpo moral,
particular y determinado.
[241] Ahora pues, ¿qué otro espíritu puede unir y animar un cuerpo
moral anticristiano, como tal, sino aquel mismo que apuntamos en el
párrafo 4, con su propia definición, esto es, el espíritu que divide a Je-
sús? En toda la divina Escritura no hallamos del Anticristo otra palabra
más expresa que ésta, y todo cuanto hallamos en ella corresponde y se
conforma perfectamente a esta definición. La misma palabra Anticristo
o contra-Cristo esto suena, y no suena otra cosa sino sólo esto. De aquí
se sigue manifiestamente que el carácter o distintivo propio de este
cuerpo moral, en cuanto es contra-Cristo, debe ser del todo conforme a
la palabra Anticristo, y al espíritu que lo debe animar en cuanto tal.
Más claro: el carácter y distintivo propio de este cuerpo moral no pue-
de ser otro que el mismo espíritu que lo anima; no puede ser otro que
dividir a Jesús activa y pasivamente; no puede ser otro que el odio
formal a Jesús, el oponerse a Jesús, perseguir a Jesús, procurar des-
truirlo o desterrarlo del mundo, borrando del todo su nombre y su me-
moria. Esto parece clarísimo, ni hay para qué detenernos en ello.
[242] Lo que falta solamente es que este carácter o distintivo pro-
pio de la bestia que ya se ha conocido, se halle también en el número
666 del mismo modo que se escribe en griego, esto es, que las letras
griegas que componen dicho número den al mismo tiempo este mismo
carácter, o distintivo expreso y claro. Si esto sucediese, ¿no parecería
alguna operación geométrica, o alguna especie de demostración? ¿No
fundaría a lo menos un grado de probabilidad o de certeza moral,
cuanta pueda caber en el asunto? Vedlo pues aquí. Entre las varias
combinaciones que se han hecho de las letras griegas que forman el
262 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

número 666, se halla una que es la de Primacio, de la cual se ha hecho


tan poco caso como de las otras, sin duda porque en la idea ordinaria
del Anticristo no se ha hallado en qué hacerla servir. Esta combinación
da puntualmente la palabra griega ARNOUME o ARNOUMA, que corres-
ponde a la palabra latina ABRENUNTIO, y a la española RENIEGO.
[243] Hallada esta palabra, comparémosla luego con el texto de la
profecía y con todo su contexto, para ver si corresponde a todo con pro-
piedad. Primeramente, dice San Juan que en los tiempos de la bestia o
del Anticristo serán obligados los hombres, so pena de no poder com-
prar ni vender, a traer en la mano o en la frente el carácter de la bestia
misma, o su nombre, o el número de su nombre. Sobre lo cual, para evi-
tar desde luego todo equívoco, debemos notar ante todas cosas, y tener
muy presente, una que parece clara e innegable, es a saber: que todas
estas expresiones de que usa San Juan, esto es, el carácter de la bestia,
frente, manos, etc., son puramente metafóricas, así como lo es la bestia
misma, sus cabezas, y sus cuernos. Ni parece creíble, ni aun sufrible lo
que piensan muchos autores y ponderan con gran formalidad, esto es,
que en aquellos tiempos, por orden del Anticristo o de su profeta, de-
berán los hombres sufrir en la frente o en las manos la impresión de
un hierro ardiendo, o, como piensan otros más benignos, la impresión
de un sello, bañado en alguna tinta estable y permanente, en el cual
sello estará grabado, según unos, un dragón; según otros, una bestia
con siete cabezas y diez cuernos; y según otros, la imagen o el nombre
del monarca. Otros piensan, con igual fundamento, que todos los
hombres en todo el mundo serán obligados a llevar públicamente, en
la frente o en la mano, alguna medalla con la imagen o con las armas
del Anticristo, como por mostrar que son sus fieles adoradores, etc.
[244] Mas todos estos modos de pensar, que son los únicos que
vulgarmente hallamos, parecen muy ajenos y muy distantes del sentido
propio y literal que puede admitir una pura metáfora, en la cual siem-
pre se habla por semejanza, no por propiedad. ¿No se reiría de mí todo
el mundo, si yo dijese, por ejemplo, que los ciento cuarenta y cuatro mil
sellados en la frente, de que se habla en el capítulo 7 del mismo Apoca-
lipsis, han de ser sellados con algún sello material? ¿No se reiría de mí
todo el mundo, y no tendría razón para reírse, si yo dijese que el Anti-
cristo y su pseudoprofeta han de ser dos hombres con la figura exterior
de bestias, como los describe San Juan? Pues aplicad la semejanza, o
dadme la disparidad. Tan metáfora es la una como la otra. Siendo,
pues, toda una metáfora, parecerá sin duda, visible y claro a cualquiera
que quisiere mirarlo, que el carácter, o nombre, o distintivo de que ha-
bla la profecía, no puede significar otra cosa, obvia y naturalmente, que
una profesión pública y descarada de aquel ABRENUNTIO, o hago profe-
sión de renegado, que parece el carácter, o el espíritu, o el distintivo
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 263

propio de toda la bestia. Así, el tomar este carácter no será otra cosa que
un tomar partido por la libertad, un dividir a Jesús, público y manifies-
to, una formal apostasía de la religión cristiana que antes se profesaba.
Se dice que este carácter lo llevará en la frente o en las manos, para de-
notar la publicidad y descaro con que se profesará ya entonces el anti-
cristianismo; pues la frente y las manos son las partes más públicas del
hombre, y al mismo tiempo son dos símbolos propísimos, el primero
del modo de pensar, el segundo del modo de obrar. Desatados de Jesús,
desatados de la verdad y sabiduría eterna, no hay duda que quedarán la
frente y las manos, esto es, los pensamientos y operaciones, en una su-
ma libertad; mas libertad, no ya de racionales sino de brutos; y se podrá
decir entonces lo que se anuncia en el salmo 48: El hombre, cuando es-
taba en honor, no lo entendió; ha sido comparado a las bestias insen-
satas, y se ha hecho semejante a ellas 1.
[245] Se dice que no podrán comprar ni vender los que no lleven
este carácter, para denotar el estado lamentable de desprecio, de bur-
la, de odio, de abandono, en que quedarán los que quisieren conservar
intacta su fe; y también para denotar la tentación terrible, y el sumo pe-
ligro que será para ellos, este desprecio, burla, odio y abandono, vién-
dose excomulgados de todo el linaje humano. El mismo Jesucristo nos
asegura en particular que, en aquellos tiempos de tribulación, los mis-
mos parientes y domésticos serán los mayores enemigos de los que qui-
sieren ser fieles a Dios: Y el hermano entregará al hermano… y se le-
vantarán los hijos contra los padres, y los harán morir. Y seréis abo-
rrecidos de todos por mi nombre; mas el que perseverare hasta la fin,
éste será salvo 2. Esta tentación y peligro debe ser sin duda muy gran-
de; pues a los que perseveraren y salieren victoriosos se les anuncia y
promete un premio tan particular: Los que no adoraron la bestia (dice
San Juan) ni a su imagen, ni recibieron su marca en sus frentes o en
sus manos, y vivieron, y reinaron con Cristo mil años. Los otros muer-
tos no entraron en vida, etc. 3.
[246] Se dice, en fin, que la segunda bestia de dos cuernos, no la
primera, será la causa inmediata de esta grande tribulación: Y a to-
dos… hará tener una señal en su mano derecha o en sus frentes 4. De
lo cual se infieren dos buenas consecuencias. Primera: que así como la
bestia de dos cuernos es toda metáfora, como lo es la primera, así el
carácter de ésta, la acción de tomar este carácter y de llevarlo en la
frente y en las manos, son expresiones puramente metafóricas, que só-
lo pueden ser verdaderas por semejanza, no por propiedad. La segun-

1 Sal. 48, 13.


2 Mt. 10, 21-22.
3 Apoc. 20, 4-5.
4 Apoc. 13, 16.
264 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

da cosa que se infiere es que el tomar y llevar públicamente este carác-


ter debe ser un acto libre y voluntario, no forzado. La razón es porque
la potencia de esta bestia no puede consistir en otra cosa que en sus
armas, y estas armas, que son de cordero, esto es, sus cuernos, y las
del dragón, milagros, etc., no son a propósito para obligar por fuerza y
violencia, sino para mover y persuadir con suavidad. En suma, lo que
se nos dice por todas estas semejanzas no parece otra cosa, sino que la
segunda bestia tendrá la mayor parte, y la máxima culpa, en la perdi-
ción de los Cristianos. Ella será la causa inmediata, con sus obras ini-
cuas y sus palabras seductivas, de que los Cristianos entren en la moda
y se acomoden al gusto del siglo, rompiendo aquella cuerda de la fe
que los tenía atados con Jesús, y declarándose por el Anticristo.
[247] Ahora, amigo mío, este reniego, este dividir a Jesús, este
abandonar la fe, esta formal apostasía de las gentes cristianas, ¿os pa-
rece que será algún fantasma imaginario semejante a vuestro Anticris-
to? ¿Os parece que será a lo menos alguna cosa incierta, dudosa y opi-
nable? ¿Os parece que yo lo avanzo aquí libremente sin fundamento,
sin razón, sólo por llevar adelante mis ideas? Ojalá fuera yo un hom-
bre que no tuviese espíritu, y que antes hablase mentira 1. La cosa es
tan clara, y tan repetida en las santas Escrituras, que no lo niegan del
todo, aunque procuran mitigarlo cuanto les es posible, aun aquellos
mismos doctores empeñados con óptima intención en beatificar de to-
dos modos al pueblo de Dios que ahora se recoge de entre las gentes, y
en anunciarle segurísimamente la perpetuidad de su fe. De esto habla-
mos ya, aunque de paso, en el párrafo 4, y hablaremos más de propósi-
to en el fenómeno 6. Por ahora nos basta tener presente aquella pre-
gunta del Señor: Cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que ha-
llará fe en la tierra? 2.

Reflexión

PÁRRAFO 13
[248] Todas estas ideas que acabamos de dar del Anticristo, y de
todo su misterio de iniquidad, podrían ser utilísimas a todo los Cris-
tianos (aun entrando en este número todos los que pertenecen al falso
cristianismo) si les mereciesen alguna atención particular; si las mira-
sen desde ahora, no digo ya como ciertas e indubitables, sino a lo me-
nos como verosímiles. Preparados con ellas, y habiendo entrado si-
quiera en alguna sospecha, les sería ya bien fácil estudiar los tiempos,
confrontarlos con las Escrituras, advertir el verdadero peligro, y por

1 Miq. 2, 11.
2 Lc. 18, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 265

consiguiente no perecer en él. No se perdieran tantos como ya se pier-


den, y como ciertamente se han de perder; estuvieran en mayor vigi-
lancia contra los falsos profetas que vienen… con vestidos de ovejas, y
dentro son lobos robadores 1; sobre todo, se llegaran más a Jesús, se
unieran más estrechamente con Jesús, procuraran asegurarse más con
Jesús, ciertos de que no hay salud en ningún otro 2. Se aplicaran, en
fin, más seriamente a redoblar y fortificar siempre más aquella cuerda
tan necesaria y tan precisa, en que consiste el ser cristianos; sin la cual
es imposible agradar a Dios. Mas el trabajo es que, no siendo estas las
ideas del Anticristo que se hallan en los doctores, no tenemos gran fun-
damento para prometernos este bien.
[249] Este temor parece, sin duda, más bien fundado respecto de
aquellos doctores que ya habían tomado su partido sobre la inteligen-
cia general del Apocalipsis. Por ejemplo, los que hubieren adoptado co-
mo bueno aquel sistema que propuso con su sólida elocuencia Monse-
ñor Bossuet, a quien siguió el padre Calmet, buscando, como él dice, el
sentido literal de esta profecía. Estos doctores, por tantos títulos gran-
des y respetables, pretenden, con grande aparato de erudición, que di-
cha profecía se verificó ya toda, o casi toda, en las antiguas persecu-
ciones de la Iglesia y en sus perseguidores; especialmente todo cuanto
se dice desde el capítulo 12 hasta el 20 inclusive, esto es, la mujer ves-
tida de sol, los misterios de la bestia, tantos y tan grandes, las fíalas, la
meretriz, la venida del Rey de los reyes con todos los ejércitos del cie-
lo, la ruina entera de la bestia, la prisión del diablo, la vida y reino de
los degollados por mil años, etc.; todo esto, dicen, se verificó en la úl-
tima persecución de Diocleciano, y en Diocleciano mismo. Este empe-
rador, prosiguen diciendo, es el que viene aquí significado y anunciado
en una bestia terrible de siete cabezas y diez cuernos.
[250] Si preguntamos: ¿Qué significan en un mismo emperador
siete cabezas?, nos responden que significan siete emperadores, que ya
juntamente con Diocleciano, ya después de su muerte, persiguieron a la
Iglesia de Cristo, continuando la misma persecución. Estos fueron Dio-
cleciano, Maximiano, Galerio, Maximino, Severo, Majencio y Licinio.
Reparad aquí dos cosas importantes. Primera: que en esta lista falta
Constancio Cloro, el cual fue emperador juntamente con Diocleciano,
Maximiano y Galerio, y dominó en las provincias más occidentales del
imperio, esto es, España, Francia, Inglaterra, etc. ¿Por qué, pues, se
omite este emperador? ¿Acaso porque no quiso admitir el edicto de
persecución ni persiguió a la Iglesia en su departamento con persecu-
ción formal y declarada? Sí, amigo, por esto; porque esto no puede

1 Mt. 7, 15.
2 Act. 4, 12.
266 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

componerse bien con lo que dice el texto sagrado de la bestia: Y le fue


dado poder sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación; y le adora-
ron todos los moradores de la tierra… 1. Segundo reparo: si las siete
cabezas de la bestia significan los siete emperadores que persiguieron a
la Iglesia junto con Diocleciano, y después de Diocleciano continuando
la persecución; luego duró muchísimo más de lo que anuncia expresa-
mente la profecía, que dice de la bestia: Le fue dado poder de hacer
aquello cuarenta y dos meses 2; y la persecución de los tiranos duró
cerca de 20 años. Luego nada se concluye con probarnos con tanta eru-
dición que los edictos públicos de persecución sólo duraron cuarenta y
dos meses. Si la persecución duró veinte años, ¿qué importa que los
edictos no durasen tanto? ¿Es creíble que la profecía tuviese por objeto
lo material de los edictos, y no la forma de la persecución?
[251] Prosigamos. Los diez cuernos de la bestia, ¿qué significan en
este sistema? Aquí se topa con otro embarazo mucho mayor y más insu-
perable. El texto dice claramente que significan diez reyes, que darán a
la bestia toda su potestad 3; y este sistema lo que dice es que significan o
pueden significar las naciones bárbaras, que destruyeron el imperio ro-
mano, las cuales, como afirman muchos autores, fueron diez. Mas ¿es-
tas naciones destruyeron o acometieron al imperio romano en tiempo
de Diocleciano? ¿Estas naciones le dieron a Diocleciano, y a sus seis
compañeros, toda su potestad? ¿Estas naciones que aparecieron des-
pués de Diocleciano, le pudieron servir como sirven a una bestia sus
cuernos? Mas la bestia de dos cuernos que hace tanto ruido en la pro-
fecía, ¿qué significa? Significa, o puede significar, ya la filosofía, o los
filósofos que en aquellos tiempos escribieron contra los Cristianos e
impugnaron el cristianismo; ya también, y más propiamente, significa
o simboliza a Juliano apóstata, el cual con voz de dragón, esto es, con
artificio y dolo, obligó a los Cristianos a tomar el carácter de la primera
bestia, esto es, suscitó la persecución, y en este sentido hizo aquel gran
milagro de curar la cabeza herida de muerte; y de Juliano se puede en-
tender el otro enigma: Y ella es la octava; y es de las siete 4, porque
fue el octavo respecto de los siete emperadores arriba dichos que per-
siguieron la Iglesia; mas en cuanto perseguidor se puede contar por
uno de los siete, etc. Ultimamente, el enigma propuesto en el número
666 no contiene otro misterio, en este sistema, que el nombre de Dio-
cleciano, añadiéndole Augustus, que parece lo mismo que decir: el ca-
rácter de los siete emperadores que, ya con Diocleciano, ya después de
él, persiguieron a la Iglesia, fue el nombre del mismo Diocleciano.

1 Apoc. 13, 7-8.


2 Apoc. 13, 5.
3 Apoc. 17, 13.
4 Apoc. 17, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 267

[252] No hace a mi propósito una observación más prolija de este


sistema. Cualquiera que lea estos autores, y confronte lo que dicen con
el texto de la profecía, será imposible, a mi parecer, que no repare casi
a cada paso en la impropiedad suma de las acomodaciones, la fuerza
que tal vez es menester hacer, la omisión total de muchas circunstan-
cias bien notables, la ligereza en fin con que apenas se tocan algunos
puntos, dejándolos luego al instante siguiente para poner otros, como
si ya quedasen suficientemente explicados. Demás de esto, yo hago es-
ta breve reflexión. Todos los misterios de la bestia del Apocalipsis se
verificaron, según este sistema, en la persecución de Diocleciano; y
con todo eso, ninguno los entendió en aquel tiempo, ni aun en el siglo
siguiente, que fue tan fecundo de doctores. El enigma de que hemos
hablado no contenía otra cosa que el nombre del príncipe perseguidor,
sin duda para que los fieles lo conociesen, y con esta noticia se prepa-
rasen y animasen para no desfallecer en aquella gran tribulación; y
con todo eso, los fieles no supieron en aquel tiempo lo que contenía el
enigma, y tal vez no tuvieron noticia de tal enigma, el cual sólo se vino
a entender más de mil y trescientos años después de pasada la necesi-
dad, cuando su inteligencia no puede ya ser de provecho alguno. ¿Es
esto verosímil? ¿Es esto creíble? ¿Es esto digno de la grandeza de Dios,
de su sabiduría, de su bondad, de su providencia?
[253] El sapientísimo autor de este sistema se hace cargo en su
prefacio de esta dificultad, de la cual procura desembarazarse, dicien-
do brevemente que puede muy bien verificarse una profecía sin que
por esto se entienda que se ha verificado, sino que esto venga a enten-
derse mucho tiempo después. Y como si esta proposición general (y
para el asunto oscurísima) se la negase alguno, la prueba con un he-
cho: éste es que, cuando Cristo entró públicamente en Jerusalén, sen-
tado… sobre un pollino hijo de asna 1, se verificó la profecía de Zaca-
rías, que así lo tenía anunciado; y, no obstante, dice el evangelista San
Juan: Esto no entendieron sus discípulos al principio; mas cuando
fue glorificado Jesús, entonces se acordaron que estaban estas cosas
escritas de él, y que le hicieron estas cosas 2. Bien. ¿Y porque los dis-
cípulos, que eran hombres simples e ignorantes, no conocieron por en-
tonces que aquellas cosas estaban escritas del Mesías, por eso no lo
conocieron, o no debían haberlo conocido, los sacerdotes, los sabios y
doctores de la ley? ¿No sabían éstos, o no debían saber, que aquel rui-
doso suceso que acababan de ver por sus ojos, estaba escrito de él?
¿No debía ser para ellos este mismo suceso una prueba más, entre tan-
tas otras, de que aquél era el Mesías? ¿Podían tener alguna excusa ra-
zonable en no haber entendido que entonces se verificaba la profecía

1 Zac. 9, 9.
2 Jn. 12, 16.
268 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de Zacarías? ¿No les dijo el mismo Señor en este día, cuando preten-
dían que hiciese callar a la muchedumbre, que a gritos lo aclamaba por
hijo de David y Rey de Israel: Os digo, que si éstos callaren, las pie-
dras darán voces? 1. ¿Cómo, pues, podremos con verdad decir que se
verificó esta profecía de Zacarías sin que ninguno la entendiese?
[254] Así podremos también decir que se verificó la reprobación
del Mesías, su muerte, su resurrección, etc., de que hablan los Profetas
y Salmos, sin que ninguno lo entendiese. Mas esta falta de inteligencia
(si así se puede llamar) fue una de las culpas gravísimas del sacerdo-
cio, el cual, teniendo en sus manos las Escrituras (en este asunto clarí-
simas, no enigmáticas ni metafóricas) y pudiendo confrontarlas con lo
que tenían delante de sus ojos, no quisieron hacerlo, porque los cegó
su malicia e iniquidad 2. Esta iniquidad y malicia, juntamente con las
falsas ideas también culpables que tenían de su Mesías, fueron la ver-
dadera causa de que no lo conociesen, ni advirtiesen el cumplimiento
pleno de muchas profecías en aquella persona admirable que tenían
presente. Todo esto que acabamos de decir, parece claro que no com-
pete a los Cristianos en tiempo de la persecución de Diocleciano, res-
pecto de la inteligencia de las metáforas y enigmas de que está lleno el
Apocalipsis, al tiempo que florecían tantos doctores santísimos y sa-
pientísimos. Fuera de que, aun hablando de solos los discípulos, no se
puede decir que se verificó la profecía sin que éstos la conociesen a
tiempo, pues aunque no la conocieron sino dos meses después, enton-
ces era puntualmente cuando importaba esta noticia, para confirmar
más su predicación, mostrando a los Judíos así la profecía como su
pleno cumplimiento, de que toda Jerusalén era testigo.
[255] El mismo autor, como tan sabio y tan sensato, no solamente
penetró bien la disparidad, sino que tuvo la bondad de no disimularlo,
haciéndonos el gran bien de confesar ingenuamente sus verdaderos
sentimientos. Así dice aquí, y lo repite tres o cuatro veces en otras par-
tes, que la inteligencia o sentido que él procura dar al Apocalipsis en
su sistema, no impide ni se opone a otro sentido escondido y oculto 3
que puede tener toda la profecía, en el cual sentido se verificará cuan-
do sea su tiempo. Esta confesión, digna ciertamente de un verdadero
sabio, le hace un grande honor al gran Bossuet, y al Apocalipsis un ser-
vicio de suma importancia. Esta profecía admirable se verificará toda a
su tiempo en este sentido escondido 4; por consiguiente, así el sentido
en que la explica este mismo sabio, como el sentido en que se ha expli-
cado hasta aquí, no son verdaderos sentidos, sino acomodaticios, ni

1 Lc. 19, 40.


2 Sab. 2, 21.
3 Au sens caché.
4 Dans ce sens caché.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 269

pueden impedir que se verifique en el sentido oculto de la profecía 1,


esto es, en su propio y natural sentido.
[256] La reflexión general que acabamos de hacer sobre este sis-
tema la podéis aplicar con mucha mayor razón al extraño sistema del
doctísimo Arduino, el cual, con no menor aparato de erudición y de in-
genio, pretende acomodar todo el Apocalipsis a la destrucción de Jeru-
salén por los Romanos. Y esta misma reflexión general la podéis ex-
tender con gran facilidad a cualquiera otro sistema que reconozca en el
Apocalipsis una profecía enderezada inmediatamente a la segunda ve-
nida del Señor, comprendidas las otras principales que la han de pre-
ceder, acompañar y seguir, como lo persuaden eficazmente todas las
señales, las notas, las circunstancias, las locuciones y alusiones de la
misma profecía, desde el principio hasta el fin, y como lo reconocen y
confiesan, a lo menos en la mayor parte, casi todos los doctores.
[257] Por último (y esto es lo principal a que debemos atender),
¿qué fruto real y sólido podremos esperar de todas estas ingeniosas
acomodaciones? Yo no dudo de la óptima intención de sus autores, y
comprendo bien el fin honesto, religioso y pío, que se propusieron con-
tra el abuso enorme que hacían del Apocalipsis algunos herejes de su
tiempo; mas con todas estas buenas y óptimas intenciones, las resultas
pueden ser muy perjudiciales. Si las cosas tan grandes que se nos
anuncian en esta profecía, tan conformes con los Evangelios y con
otras muchas Escrituras; si estas cosas grandes, capaces por sí solas de
infundir, en quien cree y considera, un santo y religioso temor; si estas
cosas ya se verificaron en los primeros siglos de la Iglesia; luego ya na-
da tenemos que temer; luego podremos vivir sin cuidado respecto de
otros anuncios tristes; luego podremos dormir seguramente; luego ya
no habrá en adelante cosa de consideración que pueda interrumpir
nuestro falso reposo; luego… ¡Qué consecuencias! Estas parecerán to-
davía más funestas por lo que vamos a observar.

La mujer sobre la bestia

PÁRRAFO 14
[258] Cansado me tiene el Anticristo, y todavía no está concluido.
Como este terrible misterio se debe componer de tantas piezas dife-
rentes, no parece menos difícil considerarlas todas, que omitir algunas
de las más principales después de conocidas. La pieza que ahora va-
mos a observar es por una parte tan delicada en sí misma, y por otra
parte de tan difícil acceso por otros impedimentos extrínsecos, que la

1 Dans le sens caché.


270 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

operación se hace embarazosa y poco menos que imposible. Yo la omi-


tiera toda de buena gana, si no temiera hacer traición a la verdad. Si el
que la conoce por don de Dios no se atreve a decirla, y no la dice por
respeto puramente humano, ¿le valdrá esta excusa delante de la suma
verdad? Si el centinela viere venir la espada, y no sonare la bocina; y
el pueblo no se guardare, y viniere la espada, y quitare la vida a al-
guno de ellos; éste tal en verdad en su culpa fue sorprendido; mas yo
demandaré su sangre de mano del centinela 1. Este temor me obliga a
no omitir del todo este punto, y a decir sobre él cuatro palabras. Si es-
tas cuatro palabras os parecieren mal, o no convenientes, en vuestra
mano está el borrarlas o arrancarlas, que yo me conformaré con vues-
tra sentencia, con sola la condición indispensable de que en este caso
tocará a vos, y no a mí, responder a Dios.
[259] El suceso de que voy a hablar parece la última circunstancia
necesaria para la perfección y complemento del misterio de iniquidad,
es a saber, que la bestia de siete cabezas y diez cuernos reciba, en fin,
sobre sus espaldas a cierta mujer, que por todas sus señas y contrase-
ñas parece una reina, y una reina grande, de quien en tiempo de San
Juan se decía con verdad que tiene señorío sobre los reyes de la tie-
rra 2; la cual se representa en el Apocalipsis como una infame mere-
triz, y entre otros grandes delitos se le atribuye uno que parece el ma-
yor de todos, esto es, un comercio ilícito y público con los reyes de la
tierra. Leed y considerad los capítulos 17 y 18, que yo no copio aquí
por ser muy largos. Tampoco pienso detenerme mucho en esta obser-
vación, sino dar solamente una ligera idea, pero suficiente para mu-
chos días de meditación.
[260] Dos cosas principales debemos conocer aquí. Primera:
¿Quién es esta mujer sentada sobre la bestia? Segunda: ¿De qué tiem-
pos se habla en la profecía, si ya pasados respecto de nosotros, o toda-
vía futuros? Cuanto a lo primero, convienen todos los doctores, sin
que haya alguno que lo dude, a lo menos con fundamento razonable,
que la mujer de que aquí se habla es la ciudad misma de Roma, capital
en otros tiempos del mayor imperio del mundo, y capital ahora, y cen-
tro de unidad, de la verdadera Iglesia cristiana. En este primer punto,
como indubitable, no hay para qué detenernos. Cuanto a lo segundo,
hallamos solas dos opiniones en que se dividen los doctores cristianos.
La primera sostiene que la profecía se cumplió ya toda en los siglos pa-
sados en la Roma idólatra y pagana. La segunda confiesa que no se ha
cumplido hasta ahora plenamente, y afirma que se cumplirá en los
tiempos del Anticristo en otra Roma, dicen, todavía futura, muy seme-

1 Ez. 33, 6.
2 Apoc. 17, 18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 271

jante a la antigua idólatra y pagana, pero muy diversa de la presente,


como veremos luego.
[261] Consideradas atentamente ambas opiniones, y el modo os-
curo y embarazoso con que se explican sus autores, no es muy difícil
averiguar el fin honesto que se propusieron, ni la verdadera causa de
su embarazo, ni tampoco sus pías intenciones, de que no podemos du-
dar. El punto es el más delicado y crítico que puede imaginarse. Por
una parte, la profecía es bastantemente terrible y admirable por todas
sus circunstancias. Así los delitos de la mujer, que claramente se reve-
lan, como el castigo que por ellos se anuncia, son innegables. Por otra
parte, el respeto, el amor, la ternura, el buen concepto y estimación
con que siempre ha estado esta misma mujer, abolida la idolatría, res-
pecto de sus hijos y súbditos, hace increíble e inverosímil que de ella
se hable, o que en ella puedan jamás verificarse tales delitos, ni tal cas-
tigo. Pues en esta constitución tan crítica, ¿qué partido se podrá to-
mar? Salvar la verdad de la profecía es necesario, pues nadie duda de
su autenticidad; mas también parece necesario salvar el honor de la
grande reina, y calmar todos sus temores. Como ella no ignora lo que
está declarado en la Escritura de la verdad 1; como esto que está ex-
preso en la Escritura de la verdad, la debe o la puede poner en grandes
inquietudes, ha parecido conveniente a sus fieles vasallos librarla en-
teramente de este cuidado. Por tanto, le han dicho unos, por un lado,
que no hay que temer, porque la terrible profecía ya se verificó plena-
mente muchos siglos ha en la Roma idólatra o pagana, contra quien
hablaba. Otros, no pudiendo entrar en esta idea, que repugna al texto
y al contexto, le han dicho no obstante, por otro lado, que no hay mu-
cho que temer, pues aunque la profecía se endereza visiblemente a
otros tiempos todavía futuros, mas no se verificará en la Roma presen-
te, en la Roma cristiana, en la Roma cabeza de la Iglesia de Cristo, sino
en otra Roma infinitamente diversa, en otra Roma compuesta enton-
ces de idólatras e infieles, los cuales se habrán hecho dueños de Roma,
echando fuera al Sumo Sacerdote, y junto con él a toda su corte y a to-
dos los Cristianos. En esta Roma así considerada se verificarán (con-
cluyen llenos de confianza) los delitos y el castigo anunciado en esta
profecía. Examinemos brevemente estas dos opiniones, o estas dos
consolatorias, confrontándolas con el texto de la profecía.
Primera opinión
[262] Esta pretende que la profecía tiene por objeto la antigua
Roma, idólatra e inicua, y que en ella se verificó plenamente muchos
años ha. Esta Roma, dicen, fue la grande Babilonia, la reina del orbe,

1 Dan. 10, 21.


272 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la meretriz sobre la bestia, la que se ensalzó y glorificó sobre las otras


ciudades, la que corrompió la tierra con su prostitución 1, la que de-
rramó tanta sangre inocente, que quedó como ebria de la sangre de
los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús 2. Esta, en fin, es la
que recibió el merecido castigo cuando los bárbaros la saquearon, la
incendiaron y la destruyeron casi del todo. Veis aquí verificada la pro-
fecía doce siglos ha; por consiguiente nada queda que temer en ade-
lante: todo debe correr tranquilamente hasta el fin del mundo.
[263] Esta opinión tiene sin duda su apariencia, o su poco de bri-
llante mirada desde cierta distancia; mas si se compara con el texto, se
conoce al punto la suma improporción. Se echa de menos en ella la ex-
plicación de muchísimas cosas particulares que se omiten del todo, y
otras que no se omiten, apenas se tocan por la superficie. Entre otras
grandes dificultades que padece, yo sólo propongo dos principales: una
que pertenece a los delitos de la mujer, otra al castigo que se le anuncia.
PRIMERA DIFICULTAD
[264] El mayor delito de que la mujer viene acusada es la fornica-
ción; y para cerrar la puerta a todo equívoco o efugio, se nombran cla-
ramente los cómplices de esta fornicación metafórica, esto es, los reyes
de la tierra 3; y así los reyes con la meretriz, como ella con los reyes, vi-
vieron en delicias 4. Se pregunta ahora: ¿Cómo pudo verificarse este de-
lito en la antigua Roma? Según todas las noticias que nos da la historia,
tan lejos estuvo la antigua Roma de esta infamia que, antes por el con-
trario, siempre miró a todos los reyes de la tierra con un soberano des-
precio, ni hubo alguno en todo el mundo conocido a quien no humillase
y pusiese debajo de sus pies. Muchas veces se vieron éstos entrar carga-
dos de cadenas por la puerta triunfal, y salir por otra puerta a ser dego-
llados o encarcelados; otras muchas veces se veían entrar temblando
por las puertas de Roma llamados a juicio como reos. ¿Con qué pro-
piedad, pues, ni con qué apariencia de verdad se puede acusar a la an-
tigua Roma de una fornicación metafórica con los reyes de la tierra?
[265] A esta dificultad, que salta a los ojos y no es posible disimu-
lar, responden: lo primero, que la palabra fornicación, en frase de la
Escritura, no significa otra cosa que la idolatría, como es frecuentísimo
en Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, etc.; y como la antigua Roma,
viéndose señora del mundo, obligaba a los reyes de la tierra a que ado-
rasen sus falsos dioses, o ellos los adoraban por lisonjearla y compla-
cerla, por eso se dice que fornicaba con los reyes, entendiendo por esta

1 Apoc. 19, 2.
2 Apoc. 17, 6.
3 Apoc. 17, 2.
4 Apoc. 18, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 273

expresión figurada la idolatría. Esta primera respuesta parece no sólo


oscura sino claramente sofística. Aunque fuese cierto que la antigua
Roma obligaba a los reyes de la tierra a que adorasen sus falsas divini-
dades (lo cual es tan falso, que antes ella adoraba todas las falsas divi-
nidades de las naciones que conquistaba), no por eso se podrá decir
que fornicaba con los reyes. Débil fundamento, porque lo más que po-
drá decirse en este caso es que, así Roma como los reyes, fornicaban
con los ídolos a quienes adoraban; pues esta adoración a los ídolos es
lo que llaman los profetas fornicación; y esto no siempre, sino cuando
hablan de la idolatría de Israel y de Jerusalén. Mas no es esto lo que
leemos en nuestra profecía: Con quien fornicaron (dice) los reyes de
la tierra 1, y vivieron en deleites 2. Habla aquí manifiestamente de un
comercio criminal, no entre Roma y los ídolos, pues este suceso no era
tan propio y peculiar de sólo Roma, que no incurriesen en él todas las
otras ciudades de las gentes, desde la más pequeña a la más grande;
ni tampoco entre los reyes de la tierra y los ídolos de Roma, pues sien-
do estos reyes idólatras de profesión, el mismo mal era adorar los ído-
los de Roma que los ídolos propios de sus países. Habla, pues, nuestra
profecía clara y expresamente de un comercio ilícito con nombre de
fornicación, no entre Roma y sus ídolos, ni entre los reyes y los ídolos
de Roma, sino entre Roma misma y los reyes de la tierra. Esta es una
cosa infinitamente diversa, y ésta es la que se debe explicar con pro-
piedad y verdad; lo demás es visiblemente huir la dificultad saliendo
muy fuera de la cuestión.
[266] Poco satisfechos de esta primera respuesta (mas sin confe-
sarlo, pues en realidad ésta es la principal en ambas opiniones), aña-
den otra como accesoria y menos principal, es a saber, que en la anti-
gua Roma, cuando era señora del mundo, se vieron venir a ella mu-
chos reyes llamados a juicio, y aunque los delitos de éstos eran verda-
deros y realmente gravísimos, se vieron no obstante salir libres, y aun
declarados y honrados como inocentes y justos, por haber corrompido
a sus jueces con grandes liberalidades; tanto que Yugurta, tirano de
Numidia, al salir de Roma le dijo estas palabras: ¡Oh Roma, no falta
para que te vendas, sino que haya quien te compre! Mas esta res-
puesta accesoria, o esta explicación del texto sagrado, ¿quién no ve
que es la más fría y la más impropia que se ha dado jamás? Según ella,
difícilmente se habrá hallado, ni se hallará en toda la tierra, alguna
corte que no merezca por la misma razón el nombre de meretriz y for-
nicaria con sus propios reos; pues el componer éstos todas sus quie-
bras con el dinero, no es fenómeno tan raro que sólo se haya visto en
la antigua Roma.

1 Apoc. 17, 2.
2 Apoc. 18, 9.
274 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
<

SEGUNDA DIFICULTAD
[267] La segunda dificultad de esta opinión se funda en el castigo
que se anuncia a la meretriz, el cual, si se atiende a la profecía, parece
cierto que hasta ahora no se ha verificado. Las expresiones de que usa
San Juan son todas vivísimas, y todas suenan a exterminio pleno y
eterno. Reparad en éstas: Un ángel fuerte alzó una piedra como una
grande piedra de molino, y la echó en la mar, diciendo: Con tanto
ímpetu será echada Babilonia, aquella grande ciudad, y ya no será
hallada jamás 1. Si esta expresión os parece poco clara, proseguid le-
yendo las que se siguen hasta el fin de este capítulo 18 y parte del si-
guiente: Ni jamás en ti se oirá voz de tañedores de cítara, ni de músi-
cos, ni de tañedores de flauta, y trompeta no se oirá más en ti… y voz
de esposo ni de esposa no será oída más en ti 2. O todo esto es una
exageración llena de impropiedad y falsedad, o todavía no se ha verifi-
cado; por consiguiente, se verificará a su tiempo, como está escrito, sin
faltar un ápice.
[268] Fuera de esto, debe repararse en todo el contexto de la pro-
fecía desde el capítulo 16. Después de haber hablado de la última pla-
ga, o de las siete fíalas que derramaron siete ángeles sobre la tierra,
porque en ellas es consumada la ira de Dios 3, prosigue inmediata-
mente diciendo: Y Babilonia la grande vino en memoria delante de
Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira 4. Y luego
sigue refiriendo largamente los delitos y el castigo de esta Babilonia en
los dos capítulos siguientes, con la circunstancia notable que advierte
el mismo San Juan, esto es, que uno de los siete ángeles que acababan
de derramar las fíalas fue el que mostró los misterios de dicha Babilo-
nia: Y vino uno de los siete ángeles, que tenían las siete copas, y me
habló, diciendo: Ven acá, y te mostraré la condenación de la grande
ramera, etc. 5. En lo cual se ve que, así como las fíalas son unas seña-
les terribles que deben suceder hacia los últimos tiempos, así lo es el
castigo de dicha meretriz.
[269] A todo esto debemos añadir otra reflexión bien importante.
Si, como pretenden los autores de esta opinión, la profecía se endere-
zaba toda a la antigua Roma, idólatra e inicua; si a ésta se le da el nom-
bre de fornicaria y meretriz por su idolatría; si a ésta se le anuncia el
castigo terrible de que tanto se habla, y con expresiones tan vivas y
ruidosas, se pregunta: ¿Cuándo se verificó este castigo? Responden (ni

1 Apoc. 18, 21.


2 Apoc. 18, 22-23.
3 Apoc. 15, 1.
4 Apoc. 16, 19.
5 Apoc. 17, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 275

hay otra respuesta que dar, ni otro tiempo a que recurrir) que se verifi-
có el castigo de la meretriz cuando Alarico, con su ejército terrible, la
tomó, la saqueó, la incendió y la destruyó casi del todo. Optimamente.
Mas, lo primero: es cosa cierta que los males que hizo en Roma el ejér-
cito de Alarico no fueron tantos como los que hicieron los antiguos Ga-
los, ni como los que padeció en tiempo de las guerras civiles, ni como
los que padeció en tiempo de Nerón, según lo aseguran autores con-
temporáneos, como dicen Fleuri, y Milles, etc.; y, sobre todo, no fue-
ron tantos como todos los que aquí anuncia claramente la profecía, que
habla de la ruina total y exterminio eterno: Ya no será hallado jamás…
luz de antorcha no lucirá jamás en ti… voz de esposo ni de esposa no
será oída más en ti, etc. 1.
[270] Lo segundo: en tiempo de Alarico, esto es, en el quinto siglo
de la era cristiana, ¿qué Roma saqueó este príncipe bárbaro? ¿Qué Ro-
ma destruyó e incendió casi del todo? ¿Acaso a Roma idólatra, a Roma
inicua, a Roma fornicaria y meretriz por su idolatría? Cierto que no,
porque en este tiempo ya no había tal Roma. La Roma única que había
en este tiempo, y que persevera hasta hoy, era toda cristiana; ya había
arrojado de sí todos los ídolos; por consiguiente ya no merecía el nom-
bre de fornicaria y meretriz, ya adoraba al verdadero Dios y a su único
Hijo Jesucristo, ya estaba llena de iglesias o templos en que se celebra-
ban los divinos oficios, pues dice la historia que Alarico mandó a sus
soldados que no tocasen los edificios públicos ni los templos; ya, en
fin, era Roma una mujer cristiana, penitente y santa. Siendo esto así,
¿os parece ahora creíble que en esta mujer ya cristiana, penitente y
santa, se verificase el castigo terrible, anunciado contra la inicua mere-
triz? ¿Os parece creíble que los delitos de Roma, idólatra e inicua, los
viniese a pagar Roma cristiana, penitente y santa? ¿Os parece creíble
que esta Roma cristiana, penitente y santa, sea condenada como una
gran meretriz, sólo porque en otros tiempos había sido idólatra? Con-
sideradlo bien, y ved si lo podéis comprender, que yo confieso mi insu-
ficiencia. Aunque esta opinión no tuviese otro embarazo que éste, ¿no
bastaría este solo para desecharla del todo? Leed, no obstante, todo el
capítulo 18 y parte del 19, y hallaréis otros embarazos iguales o mayo-
res, en cuya observación yo no pienso detenerme un instante más.
Segunda opinión
[271] Considerando las graves dificultades que padece la primera
opinión, ciertamente inacordables con la profecía, han juzgado casi to-
dos los doctores que no se habla en ella de la antigua Roma, sino de otra
Roma todavía futura, confesando ingenuamente que en ella se verifica-

1 Apoc. 18, 21 y 23.


276 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rán así todos los delitos, como el terrible castigo que se le anuncia.
¿Cuándo sucederá todo esto? Sucederá, dicen con gran razón, en los
tiempos del Anticristo, como se infiere y convence evidentemente de
todo el texto. Para componer ahora esta ingenua confesión con el honor
y consuelo de la ciudad sacerdotal y regia, que es lo que en ambas opi-
niones se tira a salvar a toda costa, ha parecido conveniente, o por me-
jor decir necesario, hacer primero algunas suposiciones, sin las cuales
se podría temer, con bueno y óptimo fundamento, que la composición
fuese no sólo difícil, sino imposible. Ved aquí las suposiciones, o las ba-
ses fundamentales sobre que estriba en la realidad todo este edificio.
[272] Primera: el imperio romano debe durar hasta el fin del mun-
do. Segunda: este imperio, que ahora y muchos siglos ha está tan dis-
minuido que apenas se ve una reliquia o una centella, volverá hacia los
últimos tiempos a su antigua grandeza, lustre y esplendor. Tercera: las
cabezas de este imperio serán en aquellos últimos tiempos, no sola-
mente infieles e inicuas, sino también idólatras de profesión. Cuarta:
se harán dueños de Roma sin gran dificultad; pondrán en ella de nue-
vo la corte del nuevo imperio romano; por consiguiente, volverá Roma
a toda aquella grandeza, riquezas, lujo, majestad y gloria que tuvo en
los pasados siglos, por ejemplo en tiempo de Augusto. Quinta: deste-
rrarán de Roma estos impíos emperadores al Sumo Sacerdote de los
Cristianos, y junto con él a todo su clero secular y regular, y también a
todos los Cristianos que no quisieren dejar de serlo, con lo cual, libre
Roma de este gran embarazo, establecerá de nuevo el culto de los ído-
los, y volverá a ser tan idólatra como antes.
[273] Hechas todas estas suposiciones, que como tales no necesi-
tan de prueba, es ya facilísimo concluir todo lo que se pretende, y pre-
tender todo cuanto se quiera; es fácil, digo, concluir que, aunque la
profecía habla ciertamente contra Roma futura, revelando sus delitos
también futuros, y anunciándole su condigno castigo, mas no habla de
modo alguno contra Roma cristiana; pues ésta, así como es incapaz de
tales delitos, así lo es de tales amenazas y de tal castigo. Con esta inge-
niosidad se salva la verdad de la profecía, se salva el honor de la gran-
de reina, y ella queda consolada, quieta, segura, sin que haya cosa al-
guna que pueda perturbar su paz o alterar su reposo; pues la indigna-
ción tan ponderada del esposo no es ni puede ser contra ella, sino so-
lamente contra sus enemigos. Estos enemigos, o esta nueva Roma así
considerada (prosigue la explicación), cometerá sin duda nuevos y ma-
yores delitos que la antigua Roma; volverá a ser fornicaria, meretriz y
prostituta, esto es, idólatra (porque en ambas opiniones se explica del
mismo modo la fornicación metafórica con los reyes de la tierra, sin
querer hacerse cargo de que los reyes y los ídolos son dos cosas infini-
tamente diversas); volverá a ser soberbia, orgullosa, injusta y cruel;
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 277

volverá a derramar sangre de cristianos, y a embriagarse con ella; y


otros nuevos delitos, junto con los de la antigua Roma, llenarán en fin
todas las medidas, y atraerán contra esta ciudad, entonces infiel, todo
el peso de la ira e indignación de un Dios omnipotente. Os parecerá
que ya no hay necesidad de más suposiciones, creyendo buenamente
que las que quedan hechas deben bastar para conseguir el intento
principal. No obstante, quedan todavía algunos cabos sueltos, que es
necesario atar; y para atarlos bien, se necesitan todavía otras suposi-
ciones, pues es cosa probada que la suposición es el medio más fácil y
seguro para allanar toda dificultad, por grande que sea. Ved ahora el
modo fácil y llano con que sucederá, en esta opinión, el gran castigo de
Roma ya idólatra y meretriz, de que habla la profecía.
[274] Aquellos diez reyes que, según suponen los mismos autores,
han de ser vencidos por su Anticristo y sujetos a su dominación, que-
dando muertos en el campo como arriba dijimos; estos diez reyes, antes
de su infortunio (mas estando ya en enemistad y en guerra formal con
el Anticristo), sabiendo que Roma idólatra e inicua favorece las preten-
siones del Anticristo, su enemigo, se indignarán terriblemente contra
ella, y la aborrecerán, como dice el texto 1. En consecuencia de este
odio, se coligarán entre sí y, unidas sus fuerzas, ejecutarán por voluntad
de Dios todo lo que anuncia la profecía: Éstos aborrecerán a la rame-
ra, y la reducirán a desolación, y la dejarán desnuda, y comerán sus
carnes, y a ella la quemarán con fuego 2. A poco tiempo después de es-
ta ejecución, estos mismos diez reyes serán vencidos por el Anticristo y
sujetos a su dominación, menos tres que habrán quedado no sólo ven-
cidos, sino muertos; con lo cual, así estos diez reinos, como el mismo
imperio romano, también vencido por el Anticristo, no obstante que un
momento antes se supone aliado y amigo, y por serlo perdió su capital,
todo esto, digo, quedará agregado al imperio de oriente o Jerusalén,
quedando con esto vencidos todos los obstáculos, y abiertas todas las
puertas para la monarquía universal de este vilísimo judío. El padre
Alápide se aparta un poco de la opinión común, pues dice que la des-
trucción de Roma sucederá por orden expresa del mismo Anticristo, el
cual enviará para esto los diez reyes, después de vencidos y sujetados a
su imperio; mas así esto como aquello estriba sobre un mismo funda-
mento. A esto se reduce lo que hallamos en los doctores de la segunda
opinión, sobre el misterio grande de la ciudad meretriz y su castigo.
[275] Ahora bien: y toda esta agradable historia o todas estas supo-
siciones, ¿sobre qué fundamento estriban, sobre qué profecía, sobre
qué razón, sobre qué congruencia o verosimilitud? ¿Con qué funda-

1 Apoc. 17, 16.


2 Apoc. 17, 16.
278 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mento se asegura que el imperio romano volverá a ser lo que fue; que
Roma, nueva corte del imperio romano, volverá a la grandeza, majestad
y gloria que tuvo antiguamente? ¿Que las cabezas de este imperio, resi-
dentes en Roma, serán étnicas o idólatras? ¿Que desterrarán de Roma
la religión cristiana e introducirán de nuevo el culto de los ídolos? ¿Que
Roma ya idólatra se unirá con el Anticristo, rey de los Judíos, y favore-
cerá sus pretensiones? ¿Que diez reyes, en fin, o por odio del Anticris-
to antes de ser vencidos, o de mandato suyo después de vencidos, ha-
rán en Roma aquella terrible ejecución? ¿No es esto, propiamente ha-
blando, fabricar en el aire grandes edificios? ¿No podrá pensar alguno
sin temeridad, que todos estos modos de discurrir son una pura con-
templación y lisonja, con apariencia de piedad? Diréis, acaso, lo pri-
mero: que todo esto se hace prudentemente por no dar ocasión a los
herejes y libertinos a hablar más despropósitos de los que suelen con-
tra la Iglesia romana; mas esto mismo es darles mayor ocasión, y con-
vidarlos a que hablen con menos sinrazón, poniéndoles en las manos
nuevas armas, y provocándolos a que las jueguen con más suceso. La
Iglesia Romana, fundada sobre piedra sólida, no necesita de lisonja, o
de puntales falsos y débiles en sí, para mantener su dignidad, su pri-
macía sobre todas las Iglesias del orbe, y sus verdaderos derechos, a
los cuales no se opone de modo alguno la profecía de que hablamos.
[276] Acaso diréis, lo segundo: que este modo de discurrir de la
mayor parte de los doctores sobre esta profecía, es también prudentí-
simo por otro aspecto, pues también se endereza a no contristar fuera
de tiempo y de propósito a la soberana o madre común; mas por esto
mismo debía decirse con humildad y reverencia la pura verdad. Lo que
parece prudencia, y se llama con este nombre, muchas veces merece
más el nombre de imprudencia, y aun de verdadera traición y tiranía.
Por esto mismo, digo, debían sus verdaderos hijos y fieles súbditos
procurar contristar a la soberana madre común en este punto, y de-
bían alegrarse de verla contristada, si por ventura viesen alguna señal
de contristación: No porque os contristasteis, sino porque os contris-
tasteis a penitencia, como decía San Pablo a los de Corinto 1. Esta con-
tristación, que es según Dios, no puede causar sino grandes y verdade-
ros bienes; porque la tristeza que es según Dios (prosigue el Apóstol)
engendra penitencia estable para salud; mas la tristeza del siglo en-
gendra muerte 2. Cualquier siervo, cualquier vasallo, cualquiera hijo
hará siempre un verdadero obsequio y servicio a su señor, a su sobe-
rano, a su padre o madre, en contristarlos de este modo; y cualquier
señor o soberano, o padre o madre, que no hayan perdido el sentido
común, deberán estimar más esta contristación que todas las seguri-

1 2 Cor. 7, 9.
2 2 Cor. 7, 10.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 279

dades vanas, fundadas únicamente en suposiciones arbitrarias, y co-


nocidamente inverosímiles e increíbles. Con la noticia anticipada del
peligro, podrán fácilmente ponerse a cubierto, y evitar el perecer en él;
mas si por no contristarlos se les hace creer que no hay tal peligro, la
ruina será inevitable, y tanto mayor cuanto menos se tema.
[277] Es bien fácil de notar, a quien quiera dar algún lugar a la re-
flexión, la conducta extraña y singular con que se procede en este
asunto, ciertamente gravísimo; quiero decir, la gran liberalidad y suma
profusión con que se suponen, como ciertas, muchas cosas que no
constan de la revelación; por otra parte, la suma economía y escasez
con que se retienen otras muchísimas cosas, en que la misma revela-
ción se explica tanto. Nadie nos dice, por ejemplo, qué significa en rea-
lidad sentarse la mujer de que hablamos sobre una bestia bermeja,
llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuer-
nos 1; y no obstante, el misterio parece tan grande, tan nuevo, tan ex-
traño, tan increíble, naturalmente hablando, que el mismo San Juan
confiesa de sí que, al ver a la mujer en aquel estado tan infeliz y tan
ajeno de su dignidad, se admiró con una grande admiración: Y cuando
la vi (dice) quedé maravillado de grande admiración 2. Si, como se
pretende, estar sentada la mujer sobre la bestia no significa otra cosa
que la supuesta alianza y amistad entre Roma idólatra y el Anticristo,
parece que el amado discípulo no tuvo razón para tan grande admira-
ción. ¿Qué maravilla es que una ciudad idólatra e inicua favorezca y
ayude a un enemigo de Cristo?
[278] Nadie nos dice lo que significa en realidad y propiedad la
embriaguez de la mujer, que a San Juan se hizo tan notable: Vi (son
sus palabras) aquella mujer embriagada de la sangre de los santos, y
de la sangre de los mártires de Jesús 3. Solamente nos acuerdan por
toda explicación que en Roma se derramó antiguamente mucha sangre
de Cristianos, y suponen que será lo mismo cuando vuelva a ser idóla-
tra, y se una en amistad con el Anticristo. Mas ¿esto basta para llamar-
la ebria? Lo que produce la ebriedad, y la ebriedad misma, ¿son acaso
dos cosas inseparables? ¿No puede concebirse muy bien la una sin la
otra? Cierto que, si no hay aquí otro misterio, la palabra ebria parece
la cosa más impropia del mundo. Yo no puedo creer, ni tengo por creí-
ble, que la profecía solamente hable de lo material de Roma, o de sus
piedras y tierra que recibieron la sangre de los mártires; pues la ebrie-
dad no puede competer a una cosa inanimada, aunque esté llena de lo
que causa la ebriedad. ¿Quién ha llamado jamás ebria de vino a una
ciudad, sólo porque tiene mucho dentro de sus muros? Mas se podrá

1 Apoc. 17, 3.
2 Apoc. 17, 6.
3 Apoc. 17, 6.
280 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

llamar propiamente ebria de vino, si sus habitadores hacen de este


vino un uso inmoderado y excesivo, de modo que produzca en ellos
aquel efecto que se llama embriaguez, esto es, que los desvanezca, que
los turbe, que les impida el uso recto de su razón.
[279] Lo mismo, pues, decimos a proporción de la ebriedad de la
sangre de los santos, que reparó San Juan en la mujer. Esta ebriedad
metafórica no puede consistir precisamente en que haya dentro de Ro-
ma mucha sangre de santos, sino en que sus habitadores hagan de esta
sangre un uso inmoderado y excesivo; en que esta sangre se les suba a
la cabeza y los desvanezca, los desconcierte, los turbe; en que esta san-
gre los llene de presunción, de nimia confianza, de vana seguridad, y por
buena consecuencia los llene de insipiencia, de temeridad, o también de
soñolencia y descuido, que son los efectos propísimos de la ebriedad. La
misma profecía explica estos efectos y esta vana seguridad de la mujer,
la cual, embriagada de la sangre de los santos, y al mismo tiempo su-
mergida en gloria y delicias, decía dentro de sí: Yo estoy sentada reina,
y no soy viuda, y no veré llanto 1. Y por esta misma seguridad vanísima
(prosigue la profecía), vendrá sobre ella todo lo que está escrito: Por es-
to en un día vendrán sus plagas, muerte, y llanto, y hambre, y será
quemada con fuego, porque es fuerte el Dios que la juzgará 2.
[280] En este sentido, que parece único, estuvo ebria en otros
tiempos Jerusalén, la cual era entonces nada menos que lo que es aho-
ra Roma, la ciudad santa, y la corte o centro de la verdadera Iglesia de
Dios. Estuvo ebria, digo, no solamente de la sangre de sus profetas y
justos, que ella misma había derramado, como si esta sangre la debie-
se poner en seguro, e impedir el condigno castigo que merecía por sus
delitos. Así la reprende Dios por sus Profetas de esta confianza inor-
denada y sumamente perjudicial, que la hacía descuidar tanto de sí
misma, y multiplicar los pecados sin temor alguno, diciéndoles: ¿Pues
qué, puede el Señor aplacarse con millares de carneros, o con muchos
millares de gruesos machos de cabrío? 3… ¿Por ventura comeré car-
nes de toros? ¿O beberé sangre de machos de cabrío? 4. Y por lo que
toca a la confianza inordenada y vana de la sangre de sus profetas y
justos, el mismo Mesías se explicó bien claramente, cuando les dijo:
¡Ay de vosotros, que edificáis y adornáis con gran cuidado y devoción
los monumentos o sepulcros de los profetas y justos, y no os acordáis
que vuestros padres los persiguieron y mataron, y no consideráis que
vosotros sois dignos hijos de tales padres, muy semejantes a ellos en la
iniquidad! ¡Ay de vosotros… que edificáis los sepulcros de los profe-

1 Apoc. 18, 7.
2 Apoc. 18, 8.
3 Miq. 6, 7.
4 Sal. 49, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 281

tas, y adornáis los monumentos de los justos! Y decís: Si hubiéramos


vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus com-
pañeros en la sangre de los profetas… Llenad vosotros la medida de
vuestros padres 1. Es claro que el Señor no condena aquí la piedad de
los que edificaban y adornaban los monumentos de los profetas y jus-
tos, sino su nimia confianza en estas cosas, como si con ellas quedasen
ya en plena libertad para ser inicuos impunemente. Así, concluye el
mismo Señor diciéndoles que, no obstante esta sangre y estos monu-
mentos de tantos profetas y justos, vendrán infaliblemente sobre ellos
todas las cosas que están profetizadas. En verdad os digo, que todas
estas cosas vendrán sobre esta generación 2.
[281] Nadie nos dice, en suma, lo que significa en realidad y pro-
piedad la fornicación de la mujer con los reyes de la tierra. ¡Oh, qué
punto tan delicado! Y, no obstante, este punto tan delicado, esta for-
nicación metafórica, debía explicarse en primer lugar, como que es el
delito principal y la raíz de todos los otros delitos de que la mujer es
acusada. Por este delito se le da el nombre de fornicaria, meretriz y
prostituta, y por este delito se le anuncia un castigo tan público y ruido-
so. En este punto tan sustancial de la profecía es clarísimo el equívoco o
sofisma con que se huye de la dificultad, sin duda por suma delicadeza,
dejando encubierta la verdad. La fornicación, en frase de la Escritura
(nos dicen todos, como que van muy de prisa, y no pueden detenerse
en estas menudencias), no es otra cosa que la idolatría. De esta idola-
tría con nombre de fornicación reprenden frecuentemente los Profetas
a Jerusalén, y por ella la llaman meretriz, fornicaria y prostituta: con-
que el acusar de fornicación a Roma futura, concluyen seguramente,
no es otra cosa que darle en cara con su antigua idolatría, y anunciarle
para otros tiempos otra nueva, y por una y otra el mismo castigo.
[282] Mas ¿será creíble, digo yo, será posible, que los que así dis-
curren, aunque vayan de prisa, no vean ellos mismos la suma diferen-
cia entre una y otra acusación? ¿Será posible que siquiera no reparen
en la diferencia de cómplices, que tan claramente se nombran en los
Profetas y en el Apocalipsis? La fornicación de Jerusalén, dicen los
Profetas, era con los reyes de palo y de piedra; la fornicación de Roma,
dice el Apocalipsis, será con los reyes de la tierra: Adulteró con la pie-
dra y con el leño 3, dice Jeremías; mientras que el Apocalipsis, ha-
blando de la mujer, dice: Con quien fornicaron los reyes de la tierra 4.
¿Es lo mismo dioses o ídolos de palo y de piedra, que reyes de la tie-
rra? La fornicación de Jerusalén no es ciertamente otra cosa que la

1 Mt. 23, 29-30, 32.


2 Mt. 23, 36.
3 Jer. 3, 9.
4 Apoc. 17, 2.
282 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

idolatría. Y la fornicación de Roma, ¿cuál será? Será, si así quiere lla-


marse, alguna otra especie de idolatría, mas no terminada en dioses
falsos de palo y de piedra, sino en reyes de la tierra vivos y verdaderos;
pues éstos son los cómplices, clara y expresamente nombrados. ¿A qué
viene, pues, aquí la idolatría? ¿E idolatría en frase de la Escritura, y en
el sentido en que la entiende todo el mundo? ¿No es éste un equívoco y
sofisma claro y manifiesto? ¿No es del mismo modo manifiesto y claro
el motivo que tienen los doctores para no explicarse en este punto? ¿Y
no es asimismo claro y palpable el daño gravísimo, y las pésimas conse-
cuencias que pueden venir de aquí? Mientras la reina no viere dentro
de sí ídolo alguno, le parecerá que está segurísima, que nada hay que
temer, que todo camina óptimamente, porque así se lo dicen sus doc-
tores con óptima intención, y dirá confiadamente en su corazón: Yo es-
toy sentada reina, y no soy viuda, y no veré llanto 1: pues la idolatría
antigua de Roma es un delito ya muy pasado, y suficientemente pur-
gado. Consolada con estas reflexiones, parece muy posible y muy fácil
que se descuide en algún tiempo, y que, resfriada la caridad, dé lugar a
pensamientos indignos de su dignidad, sin hacer mucho escrúpulo en
cometer aquellos mismos excesos de que el texto habla, no teniendo
por fornicación lo que no es en realidad. ¡Oh, qué consecuencia!
[283] La idolatría de Jerusalén, que fue la principal causa de su
ruina en tiempo de Nabuco, es ciertísimo que la llaman fornicación los
Profetas de Dios; mas ¿por qué razón le dan este nombre? ¿Acaso pre-
cisamente porque adoraba los ídolos? Parece que no, porque los mis-
mos Profetas, hablando muchas veces de la idolatría de otras ciudades
de las gentes, jamás le dan el nombre de fornicación. Solamente en el
profeta Nahum se halla esta palabra hablando de Nínive, a quien llama
ramera bella y agraciada 2; mas, por todo el contexto, se conoce cla-
ramente que las fornicaciones de esta meretriz no se toman aquí por el
culto de los ídolos, sino en otro sentido muy diverso, esto es, por los
atractivos, las gracias, los artificios, el dolo y engaño con que Nínive se
hacía mirar y admirar de otras naciones circunvecinas, con que las
atraía a sí, les daba la ley, las sujetaba a su dominación, y las trataba
después con suma crueldad. A todo esto llama el profeta las fornica-
ciones de Nínive: Por las muchas fornicaciones de la ramera, bella y
agraciada, y que tiene hechizos, que vendió las gentes con sus forni-
caciones… 3. Mas la idolatría de Jerusalén, y de todo Israel, tenía una
circunstancia gravísima que la hacía mudar de especie; y por esta cir-
cunstancia merecía el nombre de fornicación o de adulterio, que de
ambos nombres usan indiferentemente los Profetas.

1 Apoc. 18, 7.
2 Nah. 3, 4.
3 Nah. 3, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 283

[284] Un autor gravísimo 1 pretende defender a Roma por otro


camino bien singular. Dice que la profecía no puede hablar de Roma
cristiana, y lo prueba con esta única razón: si la profecía hablara de
Roma cristiana, no la llamara meretriz, ni prostituta, ni fornicaria,
sino solamente adúltera, que es el nombre que merece una mujer ca-
sada infiel; así como, añade (y esto es lo más digno de reparo), así co-
mo cuando los Profetas hablan de la idolatría de Jerusalén, que era
mujer casada no menos que Roma, le dan el nombre de adulterio, y a
ella el de adúltera. Este sabio, digno por tantos títulos de toda venera-
ción, parece que aquí no consideró bien lo que avanzaba. Es cierto que
a la idolatría de Jerusalén, esposa de Dios, le dan los Profetas algunas
veces el nombre de adulterio, y a ella de adúltera; mas también es cier-
tísimo que, si una vez le dan este nombre, veinte veces le dan el nom-
bre de fornicación, y a ella de fornicaria. Léase, por ejemplo, todo el
capítulo 16 de Ezequiel, en que se habla sobre esto de propósito. En es-
te solo capítulo se halla 18 veces la palabra fornicación, y sólo una vez
la palabra adulterio; y otra vez, cuando la amenaza que la juzgará con
juicio de adúlteras 2. Si se lee en los otros Profetas, se hallará cierta-
mente lo mismo. Casi siempre llaman a la idolatría fornicación, y rarí-
sima vez la llaman adulterio. De modo que la palabra adúltera o adul-
terio, hablando de la idolatría de Jerusalén, apenas se halla diez veces
en todos los Profetas juntos; y la palabra fornicación, fornicaria, mere-
triz, prostituta, y otras semejantes a éstas, se hallan más de cien ve-
ces; lo cual es tan obvio y tan fácil de observar a cualquiera, que se me
hace duro el detenerme más en esto. Parece sumamente inverosímil
que Roma misma se contente jamás con esta especie de defensa.
[285] Esta circunstancia gravísima era la dignidad misma de la ciu-
dad. Jerusalén era la capital, la corte y el asiento de la religión. Era el
centro de unidad de la iglesia del verdadero Dios, y como tal esposa de
Dios mismo, que este nombre le dan las Escrituras mismas. Era, pues,
Jerusalén mujer casada, tenía marido propio y legítimo, a quien toda se
debía, de quien había recibido lo que era, y de quien únicamente debía
esperar lo que faltaba. No obstante este vínculo sagrado, y estas obliga-
ciones indispensables, Jerusalén se resfrió con el tiempo en el amor del
esposo; se olvidó de lo que era, y empezó a dar lugar a pensamientos y
deseos muy ajenos de su dignidad. Resfriada en la caridad, y perdido
por consiguiente el gusto de Dios que en ella se funda, no tardó en mirar
con envidia la gloria vana y aparente de las otras naciones, deseando ya
ser como ellas, y diciendo dentro de su corazón lo que el mismo esposo,
que escudriña el corazón, le repite por Ezequiel, capítulo 20: Seremos
como las gentes, y como los pueblos de la tierra, para adorar los leños

1 MONSEÑOR BOSSUET, sobre los capítulos 13 y 18 del Apocalipsis.


2 Ez. 23, 45.
284 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y las piedras 1. Como las otras naciones pensaban y se gloriaban de te-


ner en sus ídolos aquel vislumbre de felicidad, pensó también Jerusa-
lén, ya tibia y relajada, que le sería fácil tener parte en aquella felicidad
vana, que envidiaba por medio de los ídolos. Así, empezó a mirarlos
con otros ojos: con ojos, digo, lascivos y de concupiscencia, haciendo
sin duda una gran violencia a su entendimiento, para poder creer que
los ídolos eran alguna cosa real; pues no podía ignorar que el ídolo es
nada en el mundo, y que no hay otro Dios, sino sólo uno 2. En esta
creencia forzada de que los ídolos eran algo, empezó a hincarles la rodi-
lla, empezó a acariciarlos y a obsequiarlos, a esperar en ellos, a pedirles
de aquellos bienes que ya tenía falsamente por tales; empezó, en fin, a
temerlos, ya por temor, ya por interés, dos razones fortísimas para una
mujer de bajos pensamientos; entabló con ellos aquel comercio abomi-
nable que tanto la deshonró, y que fue la causa de todos sus trabajos.
[286] Ahora, señor mío, respondedme con sinceridad: si hubiese
otra Jerusalén, otra esposa del verdadero Dios, asunta a esta dignidad
en lugar de aquélla; otra Ester elegida graciosamente en lugar de la in-
feliz Vasti; otra dilecta y mucho más que la primera; si esta nueva Je-
rusalén, si esta nueva dilecta llegase con el tiempo a resfriarse en la ca-
ridad, a descuidarse en sus verdaderas obligaciones, a envilecer su dig-
nidad; si fuese notada y acusada formalmente de un comercio ilícito,
no ya con dioses de palo y de piedra como la primera esposa, sino con
los reyes de la tierra; si el mismo esposo, por alguno de sus Profetas, le
diese a este tal comercio el nombre de fornicación, ¿qué otra cosa pu-
diera ni debiera entenderse en este caso sino aquello mismo en sus-
tancia, mudados solamente los cómplices que señalan los Profetas al
explicar la fornicación de la primera Jerusalén? Si esto no se entendie-
ra, o no quisiera entenderse, ¿no mereceríamos que nos repitiese el
Señor aquellas mismas palabras que dijo a sus discípulos: Aun tam-
bién vosotros sois sin entendimientos? 3. La fornicación de la primera
esposa era con ídolos, era con dioses vilísimos de palo y de piedra. Y
¿en qué consistía esta fornicación? Consistía en tenerlos por algo,
siendo nada en realidad; consistía en preferirlos o igualarlos al legíti-
mo esposo; consistía en pedirles, en esperar en ellos, en temerlos, en…
Pues aplicad la semejanza, y aplicadla según lo que sabéis: no queráis
cerrar los ojos voluntariamente, no queráis haceros los desentendidos,
y esconder y desfigurar una verdad de tan graves consecuencias.
[287] Lejos está por ahora la piísima y prudentísima madre de in-
dignarse contra quien le dice, con suma reverencia y con íntimo afecto,
la pura verdad. Esto sería indignarse contra Dios mismo. Mucho menos

1 Ez. 20, 32.


2 1 Cor. 8, 4.
3 Mt. 15, 16.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 285

deberá indignarse si considera que aquí no se habla de modo alguno de


Roma presente, sino solamente de Roma futura, que es puntualmente
de la que habla la profecía. No tenemos razón alguna para temer que la
cátedra de la verdad sea capaz de pronunciar aquella estulticia que de-
cía Jerusalén a sus profetas: Habladnos cosas que nos gusten, ved para
nosotros cosas falsas 1: ni mucho menos de dar aquella sentencia ini-
cua que dieron los sacerdotes y profetas contra Jeremías, de quienes él
se queja por estas palabras: Y hablaron los sacerdotes y los profetas a
los príncipes, y a todo el pueblo, diciendo: Sentencia de muerte tiene
este hombre, porque ha profetizado contra esta ciudad, como lo ha-
béis oído con vuestras orejas 2. ¡Oh, cuántos males más que ordina-
riamente pudieran haberse evitado, y pudieran evitarse en adelante, si
los que conocen una verdad no la ocultasen o desfigurasen por una
contemplación, o respeto, o piedad conocidamente mal entendida; y
si, a lo menos, no se empeñasen tanto contra la verdad!
[288] No ignoramos que muchos de aquéllos que llama el Evange-
lio hijos de la iniquidad 3, por odio de la Iglesia romana, a quien ha-
bían negado la debida obediencia, han abusado monstruosa e impru-
dentemente de este lugar de la Escritura santa. Pero ¿qué cosa hay,
por verdadera y por santa que sea, de que no se pueda abusar? Los
malos hijos, en lo que han dicho de Roma sobre esta profecía, han di-
cho injurias, calumnias e invectivas; han mezclado con infinitas fábu-
las una u otra verdad poco bien entendidas; han avanzado cosas que
no es posible que ellos mismos creyesen. Mas todo esto, ¿qué hace ni
qué puede hacer al asunto presente? Porque algunos han oscurecido
algunas verdades, mezclándolas violentamente con fábulas y errores,
¿por eso no deberá ya trabajarse en sacar en limpio estas mismas ver-
dades? ¿Por eso no se podrá ya separar lo precioso de lo vil? ¿Por eso
deberemos negarlo todo, pasándonos enteramente al extremo contra-
rio? ¿Por eso no podremos ya tomar un partido medio, que nos aleje
igualmente del error funesto y de la lisonja perjudicial? ¿Mayormente
cuando estos insensatos aplicaban a la Roma presente con calumnias,
lo que sólo se puede entender con verdad de la Roma futura?
[289] Lo que decimos de los delitos de la mujer, decimos consi-
guientemente de su castigo. Roma, no idólatra, sino cristiana; no cabe-
za de un imperio romano, sólo imaginario, sino cabeza del cristianismo,
y centro de unidad de la verdadera Iglesia de Dios vivo, puede muy
bien, sin dejar de serlo, incurrir alguna vez, y hacerse rea delante de
Dios mismo, del crimen de fornicación con los reyes de la tierra, y de
todas sus resultas. En esto no se ve repugnancia alguna, por más que

1 Is. 30, 10.


2 Jer. 26, 11.
3 Mt. 13, 38.
286 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

muevan la cabeza sus defensores. Y la misma Roma, en este mismo as-


pecto, puede recibir sobre sí el horrendo castigo de que habla la profe-
cía. No es menester para esto que sea tomada de los étnicos; no es me-
nester para esto que vuelva a ser corte del mismo imperio romano, sali-
do del sepulcro con nuevos y mayores bríos; no es menester para esto
que los nuevos emperadores destierren de Roma la religión cristiana e
introduzcan de nuevo la idolatría. Todas estas ideas extrañas, todas es-
tas suposiciones imaginarias, son en realidad unas vanas consolatorias,
que no pueden ser sino de sumo perjuicio para Roma, si se fía en ellas.
El gran trabajo es (y trabajo digno de llanto inconsolable) que la profe-
cía se cumplirá, según parece, por esto mismo; quiero decir, porque
nuestra buena madre se fiará más de lo que debiera de palabras conso-
latorias, no queriendo advertir que nacen solamente del respeto y amor
de sus fieles súbditos, los cuales han mirado y miran como un punto de
piedad, y aun de religión, el beatificarla a todas horas y de todos modos.
¡Oh, si nos fuese posible decirle al oído, de modo que aprovechase,
aquellas palabras que decía Dios a su antigua esposa (hablo solamente
en este punto particular): Pueblo mío, los que te llaman bienaventura-
do, esos mismos te engañan, y malean el camino de tus pasos 1.
[290] No, señora; no, madre nuestra: no caeréis otra vez en el de-
lito de idolatría. No es ésta ciertamente la fornicación que aquí se os
anuncia; no os debe dar esto cuidado alguno, está muy lejos de vos, no
menos que del texto y contexto de toda la terrible profecía. Vuestra fe
no faltará, y en esto os dicen la verdad todos vuestros doctores; pero
mirad, señora, que sin faltar vuestra fe, puede muy bien faltar algún
día vuestra fidelidad; sin faltar vuestra fe, puede muy bien verificarse
en vos algún día otra especie de fornicación tan metafórica como la
fornicación de los ídolos de la primera esposa de Dios, mas no menos
abominable en sus divinos ojos, ni menos peligrosa para vos, ni menos
funesta para vuestros fieles hijos, ni tampoco menos digna de castigo,
y de un castigo tanto mayor cuanto son mayores vuestras obligaciones,
y mayor el honor y grandeza verdadera a que os ha sublimado vuestro
esposo, el cual, habiéndose ido a una tierra distante para recibir allí
un reino, y después volverse 2, os confió y encomendó tanto el gobier-
no de su casa, y el verdadero bien de su gran familia. Si en esto os des-
cuidáis algún día por atender a vos misma, y cuidar de otra grandeza
que ciertamente no os compete, podéis temer, señora, con gran razón,
que caiga sobre vos infaliblemente todo el peso de la profecía: Mas tú
por la fe estás en pie. Pues no te engrías por eso, mas antes teme.
Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdo-
nará a ti 3, escribía San Pablo a los Romanos.

1 Is. 3, 12.
2 Lc. 19, 12.
3 Rom. 11, 20-21.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 287

[291] Cuando el Mesías se dejó ver en Jerusalén, es cosa cierta que


no halló en toda ella ídolo alguno. Este delito abominable de la antigua
Jerusalén estaba ya corregido, enmendado y purgado suficientemente.
Demás de esto, el culto externo, o el ejercicio externo de la religión, es-
taba corriente: el sacrificio continuo, la oración a sus tiempos, los ayu-
nos prescriptos, las fiestas solemnes, el sábado, etc., todo se observaba
escrupulosamente, tanto que algunas observaciones pasaban al extre-
mo de nimiedad: había en ella muchos justos, de que hacen mención
los Evangelios; toda la ciudad, en suma, era y se llamaba con propie-
dad la ciudad santa, pues este nombre le da el Santo Evangelio aun
después de la muerte del Mesías 1; con todo eso, Jerusalén estaba en-
tonces en tan mal estado en los ojos de Dios, que el Mesías mismo llo-
ró sobre ella, y no solamente la halló digna de sus lágrimas, sino tam-
bién de aquel terrible anatema que fulminó contra ella en forma de
profecía (diciéndole): Vendrán días contra ti, en que tus enemigos te
cercarán de trincheras, y te pondrán cerco, y te estrecharán por to-
das partes. Y te derribarán en tierra, y a tus hijos que están dentro de
ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra… 2.
[292] Esta profecía del Hijo de Dios se verificó plenamente pocos
años después, ni fue necesario para su perfecto cumplimiento que la
ciudad volviese a la antigua idolatría, ni que fuese tomada por algunos
príncipes étnicos que desterrasen de ella la verdadera religión y substi-
tuyesen el culto de los ídolos. Nada de esto fue necesario. Jerusalén fue
castigada, no por idólatra, sino por inicua; no por sus antiguos delitos,
sino por aquellos mismos que el Señor le había reprendido máxima-
mente en su sacerdocio, los cuales se pueden ver en los Evangelios, que
bien claros están. La semejanza, pues, corre libremente por todas par-
tes sin embarazo alguno, y la explicación por sí misma se manifiesta.

Se propone y resuelve
la mayor o la única dificultad
que hay contra nuestro sistema del Anticristo

PÁRRAFO 15
[293] Todo cuanto hemos trabajado hasta aquí en recoger y unir
en un cuerpo moral las diversas piezas de que se debe componer el An-
ticristo, o en armar esta grande máquina, parecerá sin duda un trabajo
perdido, si no respondemos de un modo natural, claro y perceptible, a

1 Mt. 27, 53.


2 Lc. 19, 43-44.
288 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

una gravísima dificultad que se halla en la Escritura; la cual ha pareci-


do tan decisiva en favor de la persona individua y singular del Anti-
cristo, que éste ha sido en realidad todo el fundamento de la opinión
común. La dificultad se puede proponer brevemente en esta sustancia.
[294] El Apóstol San Pablo, en todo el capítulo 2 de su segunda
epístola a los Tesalonicenses, habla ciertamente del Anticristo, aunque
no lo nombre con esta palabra expresa y formal. Siendo esto así, como
ninguno duda, tampoco se debe ni puede dudar que hable de una per-
sona singular; ya porque esto suena en todas sus expresiones, y su mo-
do de hablar; ya porque siempre habla en singular, y nunca en plural;
ya en fin, porque dice del Anticristo algunas cosas particulares, una en
especial que no puede competer a muchos individuos, sino precisa-
mente a uno solo. Ved aquí el texto entero del Apóstol: Os rogamos,
hermanos, por el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, y de
nuestra reunión con él, que no os mováis fácilmente de vuestra inte-
ligencia, ni os perturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta,
como enviada de nos, como si el día del Señor estuviese ya cerca. Y no
os dejéis seducir de nadie en manera alguna, porque no será sin que
antes venga la apostasía, y sea manifestado el hombre de pecado, el
hijo de perdición, el cual se opone y se levanta sobre todo lo que se
llama Dios, o que es adorado; de manera que se sentará en el templo
de Dios, mostrándose como si fuese Dios. ¿No os acordáis que cuando
estaba todavía con vosotros os decía estas cosas? Y sabéis qué es lo
que ahora le detiene, a fin de que sea manifestado a su tiempo. Por-
que ya está obrando el misterio de la iniquidad; sólo que el que está
firme ahora, manténgase, hasta que sea quitado de en medio. Y en-
tonces se descubrirá aquel perverso, a quien el Señor Jesús matará
con el aliento de su boca, y le destruirá con el resplandor de su veni-
da. La venida de aquél es según operación de Satanás, en toda poten-
cia, y en señales, y en prodigios mentirosos, y en toda seducción de la
iniquidad para aquéllos que perecen, porque no recibieron el amor de
la verdad para ser salvos. Por eso les enviará Dios operación de
error, para que crean a la mentira, y sean condenados todos los que
no creyeron a la verdad, antes consintieron a la iniquidad 1.
[295] Esto es todo lo que dice San Pablo del Anticristo, lo cual he-
mos reservado de propósito para lo último, por examinarlo aparte con
mayor atención. En toda la divina Escritura, aunque se lea cien veces,
y se vuelva a leer otras mil, no hay otro lugar sino este solo, que parez-
ca favorecer la persona individua y singular del Anticristo, habiendo
tantos otros que claramente combaten y destruyen esta persona singu-
lar. Por tanto, este solo texto, como decíamos poco ha, es todo el fun-

1 2 Tes. 2, 1-11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 289

damento real en que estriba y se hace fuerte la común opinión. Dicen


que este texto es claro y los otros son oscuros; lo cual, aunque fuese
cierto en cuanto a la sustancia de los misterios del Anticristo (que ni
aun en esto es claro), podemos decir seguramente todo lo contrario, en
cuanto a la unidad o pluralidad de individuos en el mismo Anticristo.
En este punto determinado, que es lo que ahora tratamos, el texto de
San Pablo es oscurísimo, y los otros son tan claros, que los mayores
ingenios, empeñados formalmente en acomodarlos a una persona sin-
gular, no lo han podido hasta ahora conseguir. Para responder, pues, a
esta gran dificultad de un modo formal e inteligible, vamos por partes.
Dos son los puntos únicos sobre que estriba toda ella. Primero: San
Pablo habla del Anticristo en singular, no en plural, llamándolo el
hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual… se levanta…, aquél
perverso… Segundo: San Pablo dice de este hombre de pecado… que
se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuese Dios 1:
luego habla de una persona individua y singular.
Se satisface al primer punto de la dificultad
[296] Primeramente: parece innegable y fuera de disputa que el
hablar del Anticristo en singular y no en plural, como lo hace San Pa-
blo, precisamente por hablar en singular, nada puede probar contra el
asunto ni en provecho ni en contra. Tan en singular se habla ordina-
riamente de un cuerpo moral, compuesto de muchos individuos, como
de una sola persona; y ambos modos de hablar son igualmente bue-
nos. En la Escritura divina tenemos de esto ejemplares sin número, y
el mismo San Pablo nos ofrece no pocos. ¿Quién dirá, por ejemplo,
que Dios habla de la persona singular de Adán cuando dice: Raeré…
de la haz de la tierra al hombre, que he criado? 2. ¿Quién dirá que Ja-
cob habla de la persona singular de cada uno de sus hijos, cuando les
dice antes de morir: Congregaos, para que anuncie lo que os ha de ve-
nir en los últimos días 3; cuando, hablando con cada uno de ellos en
singular, les anuncia su suerte futura, por ejemplo: Isacar, asno fuer-
te 4… Benjamín lobo robador 5… Neftalí, ciervo suelto 6, etc.? ¿Quién
dirá que Moisés habla con la persona singular de su padre Jacob, cuan-
do dice en sus libros frecuentemente: Oye Israel… ten cuidado 7…
Abandonaste al Dios que te engendró, y te olvidaste 8; cuando dice en
singular que Dios entregó en sus manos al Cananeo, y que él lo ma-

1 2 Tes. 2, 4.
2 Gen. 6, 7.
3 Gen. 49, 1.
4 Gen. 49, 14.
5 Gen. 49, 27.
6 Gen. 49, 21.
7 Deut. 6, 3.
8 Deut. 32, 18.
290 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tó? 1. ¿Quién dirá que David habla de un hombre individuo, cuando di-
ce en singular: Levántate, Señor, no se fortifique el hombre 2…; no
temeré lo que el hombre me haga 3, porque me pateó el hombre 4; Pan
de ángeles comió el hombre? 5. ¿Quién dirá que Isaías habla de algún
hombre individuo, llamado Egipto, cuando dice: El Egipto es hombre,
y no Dios? 6. De estos ejemplares pudiera citar con poco trabajo mate-
rial dos o tres millares, porque éste es un modo propio de hablar en
toda suerte de escrituras sagradas y profanas, cuando se habla de mu-
chos que moralmente componen un todo.
[297] El mismo San Pablo habló ciertamente con todas las gentes
cristianas entonces presentes y futuras, y no obstante casi siempre les
habla en singular, como si hablase con un solo individuo; por ejemplo: Y
tú, siendo acebuche, fuiste injerido en ellos, y has sido hecho partici-
pante de la raíz y de la grosura de la oliva. No te jactes contra los ra-
mos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti… Mas
tú por la fe estás en pie: pues no te engrías por eso, mas antes teme 7.
Supongamos ahora por un momento que el Anticristo ha de ser un
cuerpo moral, como lo hemos considerado; en este caso, ¿no serían ver-
daderas y propísimas las expresiones de San Pablo? ¿No le convendrían
perfectamente bien a este cuerpo moral los nombres de el hombre de
pecado, el hijo de perdición, etc.? Parece que sí, y mucho más que si se
hablase en plural, diciendo hombres de pecado, hijos de perdición.
Aunque las piedras que forman un palacio o un templo, consideradas en
sí mismas, sean muchísimas, y se hable de ellas en plural, mas después
que se ven unidas entre sí, después que se ven puestas en aquel orden a
que están destinadas, ya no se habla de ellas en plural, sino en singular;
ya no se habla de ellas sino como se habla de un individuo; ya todo aquel
conjunto, o agregado, se llama propiamente un palacio o un templo. Del
mismo modo, aunque todos los individuos que deben componer el Anti-
cristo, considerados en sí mismos, sean innumerables, mas considera-
dos en unión, en cuerpo, en aquella especie de orden necesario para
formar toda la máquina anticristiana, en este aspecto, digo, que todos
aquellos individuos son un todo, son un cuerpo, son un Anticristo o
contra-Cristo, y ya se puede hablar de todos ellos como se habla de una
persona, dando a todo aquel conjunto el nombre que le da el Apóstol
(cuando dice) el hombre de pecado, el hijo de perdición, etc. En todo es-
to, lejos de hallarse impropiedad alguna digna de reparo, se halla por el

1 Num. 21, 3.
2 Sal. 9, 20.
3 Sal. 117, 6.
4 Sal. 55, 2.
5 Sal. 77, 25.
6 Is. 31, 3.
7 Rom. 9, 17-18, 20.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 291

contrario una suma propiedad; ni se concibe de qué modo más natural


ni más propio se podía hablar de un agregado anticristiano, de muchos
individuos unidos entre sí y animados de un mismo espíritu, de un
mismo interés, de unas mismas intenciones. De este modo se habla
con propiedad de una religión, de una república, de una monarquía; y
de este modo se habla del cuerpo místico de Cristo, que son todos los
fieles unidos entre sí y animados del espíritu mismo de Cristo. Si en
este cuerpo falta la unidad, ¿qué bien podremos esperar?
[298] Fuera de esto, si se consideran atentamente las circunstan-
cias y el tiempo en que San Pablo habla del Anticristo, me atrevo a decir
que se ve con los ojos, y se toca con las manos, la razón que tuvo para no
explicarse plenamente en este asunto, para hablar con alguna oscuri-
dad, para usar de palabras y explicaciones igualmente acomodables a
una individua persona que a un cuerpo moral, compuesto de muchas.
San Pablo era el Apóstol, el Doctor, el Maestro propio de las Gentes; era
en aquellos primeros tiempos como una verdadera madre llena de
amor y de ternura, y al mismo tiempo llena de discreción y de pruden-
cia, que da a sus hijos el necesario y conveniente alimento, y les esconde
de algún modo lo que por entonces no les conviene. El mismo dice que
los sustentaba con leche como a párvulos, porque todavía no eran capa-
ces de manjares más fuertes: Como a párvulos en Cristo, leche os di a
beber, no vianda; porque entonces no podíais, y ni aun ahora podéis 1.
En muchísimas partes de sus epístolas se observa esta contemplación, o
esta bondad y ternura de madre, con que trata a los nuevos cristianos.
Aunque siempre les dice la verdad, aunque nada les oculta de lo que les
importa saber, mas algunas verdades, cuya noticia clara e individual no
les era tan necesaria por entonces, se las dice con grande economía,
mostrándoles claramente lo necesario, y como ocultándoles de algún
modo lo menos necesario que pudiera ocasionar alguna turbación. Así
se ve que muchas veces corta la cláusula, dejándola casi sin sentido, por
no explicarlo todo, o porque no se entendiese todo fuera de tiempo.
[299] Entre otros muchos ejemplares, que me fuera fácil haceros
notar, observad solamente aquel texto de la epístola a los Romanos (en
el que les dice): Porque como también vosotros en algún tiempo no
creísteis a Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia por la incre-
dulidad de ellos (los Judíos), así también éstos ahora no han creído
en vuestras misericordias, para que ellos alcancen también miseri-
cordia 2. En esta segunda parte de la proposición falta manifiestamen-
te la causal de la primera parte, sin la cual la semejanza no puede co-
rrer; y parece claro que el prudentísimo Apóstol la omitió de propósi-

1 1 Cor. 3, 1-2.
2 Rom. 11, 30-31.
292 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

to, por no contristar por entonces o desanimar a los nuevos fieles. La


causal de la primera parte es ésta: Por la incredulidad de ellos; con-
que para que corriese bien la semejanza debía hallarse otra causal se-
mejante en la segunda parte, y así debía añadirse: Por vuestra incre-
dulidad. De modo que si vosotros (les dice) conseguisteis misericordia
por la incredulidad de los Judíos, éstos la conseguirán por vuestra in-
credulidad. Estas últimas palabras, que faltan en el texto, se coligen
evidentemente de todo lo que precede, y mucho más de lo que se sigue
inmediatamente: Porque Dios todas las cosas encerró en la increduli-
dad, para usar con todos de misericordia 1: en la incredulidad de los
Judíos, para hacer grandes misericordias con las Gentes; y en la incre-
dulidad de éstas (cuando suceda como está escrito), para hacer iguales
o mayores misericordias con los Judíos. ¡Misterio verdaderamente
grande e inescrutable, digno sólo de la grandeza de Dios, y de las ri-
quezas incomprensibles de su sabiduría! Así concluye el punto el
Apóstol con esta exclamación: ¡Oh profundidad de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus jui-
cios, e impenetrables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente
del Señor? ¿O quién fue su consejero? 2, etc.
[300] De este modo podemos discurrir, mirando con atención to-
do lo que el mismo Apóstol dice del Anticristo en el lugar citado. Todo
este capítulo, por más que se diga o se pretenda, es oscurísimo; algu-
nas cláusulas no tienen sentido, o no se les ve, porque no están con-
cluidas; otras parecen verdaderos enigmas muy parecidos a los del
Apocalipsis; en otras se remite a lo que ya les había dicho de palabra,
lo cual no tenemos por dónde saberlo. ¿Quién entendiera, por ejem-
plo, que aquella palabra la apostasía, que es tan general: Sin que an-
tes venga la apostasía, significa aquí la apostasía, si el mismo Apóstol
no se hubiese explicado en otras partes? Por ejemplo, en la epístola pri-
mera a Timoteo, donde se hallan estas palabras: Mas el Espíritu ma-
nifiestamente dice que en los postrimeros tiempos apostatarán algu-
nos de la fe 3; y en la epístola a los Hebreos, donde llama a la apostasía
corazón malo de incredulidad, apartándoos del Dios vivo 4.
[301] Ahora, si el hombre de pecado, el hijo de perdición, de quien
dice que se revelará o manifestará antes que venga el Señor; si este
hombre de pecado no es en la realidad otra cosa que la apostasía de la
fe, o una consecuencia de la apostasía; si no ha de ser otra cosa (a lo
menos en su principio y fundamento) que un cuerpo de cristianos
apóstatas, animados de aquel espíritu terrible que divide a Jesús (pa-

1 Rom. 11, 32.


2 Rom. 11, 33-34.
3 1 Tim. 4, 1.
4 Heb. 3, 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 293

siva y activamente), y unidos todos contra el Señor y contra su Cris-


to 1; en este caso parece algo más que verosímil que el Apóstol se expli-
case en este punto con suma discreción y economía, para no hacer al-
gún daño a aquellas tiernas plantas, que apenas empezaban a brotar,
por no afligirlas y desconsolarlas más de lo que era necesario en aque-
llos principios. No sabemos qué uso hicieron de este lugar de San Pa-
blo los Tesalonicenses, ni cómo lo entendieron, ni si lo entendieron.
Parece lo más verosímil que por entonces se contentasen con la noticia
clara y cierta que les da el Apóstol, tocante al asunto principal o único
de toda la epístola, es a saber, que el día del Señor no estaba tan cerca
como entre ellos se había divulgado (no se sabe con qué ocasión), pues
primero había de suceder la apostasía, y la revelación del hombre de
pecado. Después, andando el tiempo, se ha pensado tanto, y tanto se
ha adelantado sobre este lugar de San Pablo, que el hombre de pecado
ha llegado en fin a formar aquel fantasma o aquel monstruo que no se
puede mirar sin admiración, ni leer sin asombro.
[302] Yo veo bien, y confieso de buena fe, que con esto solo no es-
tá resuelta la gran dificultad. Aunque el primer punto de apoyo sobre
que estriba (esto es, el hablar el Apóstol del Anticristo, no en plural,
sino en singular) no sea tan sólido y fuerte que baste por sí solo para
sustentarla, mas queda el otro punto sólido y firmísimo que parece
imposible hacerlo ceder; y mientras éste no cediese, toda la dificultad
queda en pie, y por consiguiente cae todo el grande edificio que se ha
levantado hasta las nubes sobre este solo fundamento. Aun permitido
y concedido, se podrá decir, que las palabras y expresiones de que usa
el Apóstol pueden acomodarse igualmente bien a un cuerpo moral que
a un individuo singular, mas entre ellas hay una que no admite otro
sentido que el de la persona individua y singular, y siendo esto así, ésta
sola debe explicar a todas las otras. Si ésta sola habla ciertamente de
una persona individua y singular, se debe concluir legítima y eviden-
temente que todas las demás hablan en el mismo sentido, pues todas
caminan a un mismo objeto. Examinemos, pues, este gran fundamen-
to con atención particular.
Se satisface al segundo punto de la dificultad
[303] Entre las cosas particulares que dice San Pablo del hombre
de pecado, del hijo de iniquidad, o del Anticristo, una es que no sólo se
opondrá, sino que se elevará sobre todo lo que se llama Dios, o que es
adorado…, de tal modo que se sentará en el templo de Dios, mostrán-
dose como si fuese Dios 2. Este sentarse en el templo de Dios, mos-
trándose como si fuese Dios, solamente puede competir a una persona

1 Sal. 2, 2.
2 2 Tes. 2, 4.
294 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

individua y singular; luego el hombre de pecado, el hijo de iniquidad, o


el Anticristo, debe ser, según San Pablo, un hombre individuo, o per-
sona singular. A este solo punto de apoyo se reduce el fundamento de
la opinión común. Ahora pregunto yo: esta parte del texto de San Pa-
blo, o esta noticia particular: De manera que se sentará en el templo
de Dios, mostrándose como si fuese Dios, ¿es clara o inteligible en to-
das sus partes, o no lo es? Si no es perfectamente clara e inteligible, no
puede servir de apoyo, ni ser fundamento para afirmar una cosa tan
grande, tan repugnante al sentido común, y tan opuesta a todas las
ideas que en tantas otras partes nos da del Anticristo la divina Escritu-
ra. Mucho menos podrá ser suficiente fundamento para fundar esta
sola noticia un dogma, o una verdad de fe, como pretenden o suponen
algunos teólogos insignes, diciendo, sin más razón que ésta, que la
persona individua y singular del Anticristo es una aserción no sola-
mente probable, sino ciertamente de fe. Mas ¿cómo ciertamente de fe
una proposición fundada únicamente sobre un texto oscuro, o no ex-
plicado por el común sentir de los Padres y teólogos, ni menos defini-
do por la Iglesia? No es oscuro, responden, sino claro y perceptible a
todos; ni admite otro sentido literal y obvio que el de una persona sin-
gular. Los otros lugares que se hallan en la Escritura, y que parecen
hablan de muchas personas, estos sí son oscuros, y muchos de ellos
puras metáforas, cuyo verdadero sentido es reservado a Dios.
[304] Ahora bien, ¿conque el texto de San Pablo que ahora consi-
deramos, es claro y perceptible a todos? Si es claro y perceptible a to-
dos, deberá ser clara y perceptible la explicación. En este supuesto, se
pregunta en primer lugar: ¿De qué templo de Dios habla San Pablo? O
habla de templo sólo espiritual, figurado y metafórico, o habla de algún
templo material y manufacto. Entre estos dos templos no parece que
haya medio. Si habla en el primer sentido, el texto nada prueba en fa-
vor, antes prueba en contra; pues en el mismo sentido en que se tomase
la palabra templo, se deberá tomar el hombre de pecado, que se sienta
en él, y también el asiento mismo, y la acción de sentarse, etc. Si se ha-
bla de templo material y manufacto, se vuelve a preguntar: ¿Qué tem-
plo será éste? Resuelven que será el templo mismo de Jerusalén; pues
en tiempo de San Pablo no había en toda la tierra otro templo material
de Dios. Se debe suponer, antes de pasar a otra reflexión, que San Pablo
no habla aquí de aquel mismo individuo templo que existía en su tiem-
po, pues en este caso hubiera sido mal profeta: ni San Pablo podía igno-
rar que aquel individuo templo de Dios debía destruirse en breve, así
por la profecía de Daniel, capítulo 9, que es bien clara, como por la pro-
fecía clarísima del mismo Cristo que dijo, hablando del templo: No
quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada 1. Conque si el

1 Mt. 24, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 295

Apóstol habla del templo de Jerusalén, es preciso que hable de otro


templo todavía futuro. ¿Cuál es éste? Es, dicen con gran formalidad, el
que edificará el mismo Anticristo, cuando ponga su corte en Jerusalén.
[305] Optimamente. ¿Y esta noticia es cierta y segura? ¿Se ha sa-
cado de algún público archivo conocido por infalible? Sabemos que no
hay otro archivo de donde sacar noticias de futuro, que la revelación
contenida en la Biblia sagrada. ¿Cuál es, pues, la revelación sobre esta
noticia particular? ¿Será acaso este mismo lugar de San Pablo, des-
pués de entendido y acomodado al intento? Increíble parece, mas la
verdad es que no se señala otro ni parece posible señalarlo, porque no
lo hay en toda la Biblia sagrada; antes hay no pocos para afirmar todo
lo contrario. Ved aquí uno que vale por mil. El profeta Daniel, capítulo
9, hablando de la muerte del Mesías y de sus resultas, dice así: Será
muerto el Cristo, y no será más suyo el pueblo que le negará. Y un
pueblo con un caudillo que vendrá, destruirá la ciudad y el santuario,
y su fin será el estrago, y después del fin de la guerra vendrá la de-
solación decretada… y durará la desolación hasta la consumación y
el fin 1. Si la desolación de Jerusalén y de su templo debe perseverar
hasta la consumación y hasta el fin, ¿en qué tiempo edificará este judío
Anticristo la ciudad y el templo que desolaron los Romanos? Si antes
de la consumación y del fin, falsificará la profecía, y será ésta una de
sus mayores proezas. Si después, será todavía mayor proeza, como es
salir del infierno para edificar el templo y la ciudad. ¿No veis, Señor,
con vuestros ojos la suposición e inconsecuencia?
[306] No es esto lo más: aun dado caso, y permitido por un mo-
mento, que el pérfido judío Anticristo será quien edifique otra vez el
templo de Jerusalén, se pregunta: ¿Este templo edificado por el Anti-
cristo será realmente un templo de Dios? Dura cosa parece el conce-
derlo; pues no aparece razón, ni título alguno, para poderle dar este
nombre. ¿Cómo ha de ser un templo de Dios vivo; cómo le hemos de
dar este nombre a un edificio construido por el mayor enemigo de
Dios, por un hombre de pecado, hijo de la iniquidad, el cual se opone y
se levanta sobre todo lo que se llama Dios, o que es adorado? 2. ¡Y es-
to de propia autoridad, sin mandato ni beneplácito de Dios! ¡Y esto no
para Dios, sino para sí mismo! ¿Cómo ha de habitar Dios en este tem-
plo, de modo que merezca con propiedad el nombre de templo de
Dios, si no merece este nombre, si no es de modo alguno propio y ra-
cional, templo de Dios? Luego el Apóstol no habla de este templo ima-
ginario, pues dice expresamente que el hombre de pecado se sentará
en el templo de Dios 3.

1 Dan. 9, 26-27.
2 2 Tes. 2, 4.
3 2 Tes. 2, 4.
296 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[307] Pues ¿de qué templo de Dios habla San Pablo? Los que dicen
que este texto es clarísimo, y por su claridad es decisivo en el asunto,
debían hacerse cargo de todos estos embarazos. Debían así mismo ha-
cerse cargo de otras cosas particulares del mismo texto, en que se ex-
plican tan poco, tan de prisa, tan en confuso, que nos dejan en la mis-
ma, y aun en mayor oscuridad. ¿Qué significado tienen, por ejemplo,
aquellas palabras: Y sabéis qué es lo que ahora le detiene, a fin que
sea manifestado a su tiempo. Porque ya está obrando el misterio de
la iniquidad, sólo que el que está firme ahora, manténgase, hasta que
sea quitado de en medio. Y entonces se descubrirá aquel perverso?…
Aquí confiesan que está oscuro el Apóstol; y como si hubiesen consul-
tado el punto con él mismo, señalan luego la razón que tuvo para ha-
blar con tanta oscuridad. ¿Cuál fue esta razón? Fue, dicen, por no oca-
sionar alguna persecución contra los Cristianos, si acaso esta epístola
llegase a manos del emperador Nerón, pues en esta cláusula oscura
habla del mismo Nerón, y de todo el imperio romano; y lo que en sus-
tancia quiere decir es que el fin y ruina de este grande imperio ha de
preceder inmediatamente, y ha de ser como una señal clara y mani-
fiesta, de la revelación del Anticristo y de su monarquía universal. ¿Y
será creíble, digo yo, que San Pablo hable aquí de Nerón, o del imperio
romano, después de sepultado y convertido en polvo? ¿Será creíble se
hable todavía de él en nuestra tierra como se hablaba en tiempo de
Constantino o de Teodosio? Cierto que leemos con nuestros ojos algu-
nas cosas tan extrañas, que aun después de leídas, nos parece imposi-
ble que puedan escribirse.
[308] Pero volvamos a nuestro propósito. ¿De qué templo de Dios
habla aquí San Pablo? Así como para entender bien la palabra aposta-
sía nos es necesario consultarlo con el mismo San Pablo en otros luga-
res de sus epístolas, así del mismo modo, para entender la palabra
templo de Dios, deberemos consultarlo con el mismo Apóstol. No ha-
biendo otro lugar en toda la Escritura que nos pueda dar sobre esto al-
guna luz, sería un óptimo expediente para inquirir la mente de San
Pablo consultar atentamente sus otros escritos, examinando entre
ellos estos dos puntos, que son los que por ahora necesitamos. Prime-
ro: si la palabra templo de Dios se halla alguna o algunas veces en los
escritos de este Apóstol. Segundo: en qué sentido se halla esta palabra
siempre que se halla. Hecho este examen con poco o mucho trabajo,
yo discurro así, y propongo mi discurso en forma de consulta a cual-
quier juez imparcial.
[309] En todas las 14 epístolas de San Pablo, solas siete veces se ha-
lla esta palabra templo de Dios. En las seis primeras el sentido es uno
mismo, y está manifiesto y clarísimo: siempre se toma en sentido figu-
rado y espiritual, nunca en sentido material, como luego veremos; mas
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 297

la séptima vez el sentido no está claro: no se conoce con tanta certeza si


habla también de templo espiritual, o de templo material. A esta duda se
añade que el sentido material sufre grandes dificultades, y el espiritual
ninguna. Pues en este caso, propuesto con toda fidelidad y verdad, se
pregunta: ¿Podremos entender este último lugar oscuro en aquel mismo
sentido claro en que entendemos los seis primeros, luego al punto que
los leemos? Si se dice que no, deberá mostrarse algún fundamento real,
o alguna buena razón, para exceptuar este solo lugar oscuro de aquel
sentido claro y cierto en que se toman los otros; y este fundamento, es-
ta buena razón, ni se muestra, ni hay apariencia de que pueda mostrar-
se, si no es acaso respondiendo por la misma cuestión. Si se dice que sí,
con esto solo está resuelta la dificultad, y concluida la disputa.
[310] Por si acaso se dudare del sentido cierto en que toma San
Pablo la palabra templo de Dios las seis primeras veces, se pueden ver
éstas en sus propios lugares, que son: tres veces en el capítulo 3 de la
epístola primera a los Corintios, donde dice: ¿No sabéis que sois tem-
plo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno
violare el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios,
que sois vosotros, santo es 1. En el capítulo 6 de la misma epístola se
halla otra vez esta palabra: ¿O no sabéis que vuestros miembros son
templo del Espíritu Santo, que está en vosotros? 2. En la epístola se-
gunda a los mismos Corintios, capítulo 6, se halla otras dos veces esta
misma palabra: ¿Qué concierto tiene el templo de Dios con los ído-
los? 3. ¿Qué os parece ahora del sentido de estos lugares de San Pablo?
¿Lo podéis dudar? No nos queda, pues, otro que el que ahora dispu-
tamos; y de éste decimos lo mismo, esto es, que no hay razón para en-
tenderlo en otro sentido, no hay razón alguna para entenderlo del tem-
plo material, antes por el contrario, todo el contexto del capítulo es
conocidamente oscuro, y estando lleno todo, desde el principio al fin,
de expresiones figuradas, nos convida al sentido figurado y nos aparta
del material, así en el hombre de pecado como en el templo de Dios.
[311] Siendo, pues, sólo figurado y espiritual el templo de Dios de
que aquí se habla, con esta sola idea se entiende al punto todo el miste-
rio. El templo de Dios, de que siempre ha hablado San Pablo, no es otro
que la Iglesia de Cristo, no es otro que la congregación de todos los fie-
les, no es otro que los mismos fieles unidos entre sí, los cuales, como les
dice San Pedro: Como piedras vivas, sed edificados en casa espiri-
tual… 4. Pues éste es el templo de Dios, en que formalmente se sentará
el hombre de pecado, el hijo de la iniquidad, mostrándose públicamen-

1 1 Cor. 3, 16-17.
2 1 Cor. 6, 19.
3 2 Cor. 6, 16.
4 1 Ped. 2, 5.
298 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

te y obrando libremente en él, como si fuese Dios 1. ¿Qué quiere decir


esto? Lo que quiere decir, parece bien claro y bien conforme a todo lo
que hemos observado. Todo camina bien sin dificultad ni embarazo. El
hombre de pecado, el hijo de perdición de que habla San Pablo, no es
otra cosa en su raíz, en su fundamento, en su principio, que una multi-
tud de verdaderos apóstatas (llámense estos deístas o materialistas,
importa poco para la sustancia del misterio), los cuales, habiendo pri-
mero desatado a Jesús o desatádose de Jesús, y con esto verificado en sí
mismos lo que anuncia el Apóstol en primer lugar por estas palabras:
Sin que antes venga la apostasía, se han de unir en un cuerpo moral,
han de trabajar en acrecentar y fortificar este cuerpo cuanto sea posi-
ble; y después que esto se haya conseguido, se han de revelar y declarar
contra el mismo Jesús, y contra Dios su Padre. Por esto se le da a este
hombre de pecado, el nombre de Anticristo o contra-Cristo.
[312] Pues este hombre de pecado, este hijo de perdición, este
cuerpo moral, cuerpo de pecado cargado de ellos, cuando se vea cre-
cido y en perfecta madurez; cuando ya no tenga impedimento alguno
para salir al público; cuando ciertos cuernos, que le han de nacer, ha-
yan crecido hasta la perfección; cuando, en fin, haya ganado y puesto
de su parte una bestia terrible de dos cuernos con todo su talento de
hacer milagros, etc.; entonces este hombre de pecado, el hijo de perdi-
ción, el cual se opone y se levanta sobre todo lo que se llama Dios, se
sentará en la Iglesia de Cristo, que es el templo del verdadero Dios: Y
vosotros sois el templo de Dios 2. Entonces mandará en este templo, y
se hará obedecer, ya con el terror y fuerza de sus cuernos, ya también
con los cuernos como de cordero de la otra bestia, y con su locuela de
dragón. Entonces dispondrá libremente en este mismo templo de lo
más sagrado, de lo más venerable, de lo más divino, ya impidiendo el
sacrificio continuo, ya alterando, ya mezclando, ya mudando, ya con-
fundiendo lo sagrado con lo profano, la luz con las tinieblas, y a Cristo
con Belial. Entonces se verá este monstruo de iniquidad abrir públi-
camente su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar su nom-
bre, y su tabernáculo, y a los que moran en el cielo 3. Entonces se verá
que hiciese guerra a los santos, y que los venciese 4. Entonces, en su-
ma, se verá hecho dueño y señor de la casa y templo de Dios, que sois
vosotros, mostrándose dentro de este templo, en su conducta, en sus
operaciones, en su despotismo, como si fuese Dios 5.
[313] Esta última expresión del Apóstol, o por mejor decir la inte-
ligencia tan material que se le ha dado, es sin duda la que ha produci-

1 2 Tes. 2, 4.
2 2 Cor. 6, 16.
3 Apoc. 13, 6.
4 Apoc. 13, 7.
5 2 Tes. 2, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 299

do tantas noticias fabulosas, inverosímiles e increíbles, que se han


imaginado en todos tiempos, y que han pasado con suma facilidad de
la imaginación a la pluma. Esta inteligencia tan material es la que ha
producido aquella idea verdaderamente extraña de un monarca uni-
versal que pretende ser adorado como Dios de todos los pueblos, tri-
bus y lenguas; que edifica la ciudad y templo de Jerusalén, a pesar de
una profecía; que en este templo se sienta sobre un alto y magnífico
trono; que allí espera con gran paciencia el concurso y la adoración de
todos los pueblos, sufriendo el humo del incienso y el olor de los sacri-
ficios, etc. Pero hablemos con formalidad. ¿No son estas ideas infini-
tamente distantes del hombre de pecado, del hijo de la perdición, y del
templo de Dios de que habla San Pablo? ¿No son ajenas de todo el
contexto de este capítulo? Casi todas sus expresiones son figuradas, y
por eso unas muy oscuras, otras poco claras; y es fácil pensar que se
escribieron así con grande acuerdo, para que no se entendiesen antes
de tiempo. Ni era necesario, ni conveniente, que se entendiesen clara e
individualmente en los principios de la Iglesia, ni es creíble que San
Pablo escribiese todo lo que dice en este lugar solamente para los Cris-
tianos de Tesalónica, sino en cuanto conducía al asunto principal de su
epístola, que era sacarlos del error en que actualmente estaban, espe-
rando por momentos la venida del Señor. ¿Qué les importaba a los
Cristianos del primer siglo el saber con ideas claras lo que había de su-
ceder en el mundo, por ejemplo dos mil años después? Pero importaba
infinito que todo esto quedase escrito, aunque con algún disfraz, para
que sirviese cuando fuera necesario, cuando el tiempo y los sucesos
mismos empezasen a abrir el sentido, y a alumbrar en la oscuridad:
Como… una antorcha que luce en un lugar tenebroso 1.
[314] Esta es la verdadera causa de la oscuridad de muchas profe-
cías. Esta es la verdadera causa de que muchos sucesos futuros, aun-
que ya revelados, se vean como escondidos y encubiertos debajo de
metáforas oscuras, para que no se entiendan antes de tiempo. La sabi-
duría infinita de Dios, su providencia y su bondad, relucen claramente
en esta economía. Al contrario, las cosas que no son profecía, las cosas
que pertenecen a la sustancia de la religión, esto es, al dogma y a la
moral, éstas se ven escritas con la mayor simplicidad y claridad; y si
algunas se hallan menos claras, la misma sabiduría y providencia de
Dios ha dispuesto o permitido que se ofrezcan dudas, que se exciten
disputas, y aun que se avancen errores y herejías, para que la Iglesia
las examine de propósito, las aclare y las enseñe en su verdadero sen-
tido. Mas en las cosas que no pertenecen al dogma ni a la moral, en las
profecías que anuncian sucesos futuros, jamás se ha metido la Iglesia
en declarar cuál es su verdadero sentido; ha dejado el campo libre a

1 2 Ped. 1, 19.
300 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

los doctores para que trabajen en él; jamás ha tomado partido por al-
guna de sus opiniones; jamás ha probado ésta como cierta, ni repro-
bado aquélla como errónea; jamás, en fin, ha hablado una palabra,
sino cuando algunas de estas opiniones se oponen por algún lado, o se
oponen manifiestamente, a algunas de las verdades fundamentales,
ciertas e indubitables que ha recibido. Así, lo que sobre estas profecías
han discurrido los doctores, se puede recibir o no recibir, según las ra-
zones buenas o no buenas en que se fundaren. Y aunque digan y afir-
men que esto o aquello es una verdad, y una verdad de fe (como tal vez
suelen avanzar, sin otra razón que citarse los unos a los otros), no por
eso dejamos de quedar en perfecta libertad para examinar la razón o
fundamento con que lo dicen. Si el fundamento, después de bien exa-
minado, se halla sólido y firme, deberemos estar con ellos, no… por-
que ellos así lo juzgan, sino porque lo persuaden o con la autoridad
de algún texto canónico, o con alguna razón de peso 1. La autoridad
extrínseca, en estas cosas de que hablamos, no tiene otra firmeza, ni la
puede tener, sino el fundamento sobre que estriba. Mas si el funda-
mento, después de bien examinado, no se halla suficiente; si el tiempo,
o las circunstancias, o la casualidad, o sobre todo la providencia, des-
cubren y muestran claramente otra cosa diversa, ¿no podremos en es-
te caso, o no deberemos en conciencia, apartarnos en aquellos puntos
particulares del sentimiento de los doctores? ¿No podremos a lo me-
nos apelar de los doctores muertos a los doctores vivos? ¿No podre-
mos proponerles a éstos nuestras dudas, y pedirles un nuevo, un más
atento y más maduro examen?
[315] Este solo fruto quisiera yo sacar de todas las observaciones
hechas hasta aquí, y que se han de ir haciendo en adelante. Con esto
solo me parece que quedaré contento. Lejos de querer ser creído sobre
mi palabra, lo que más deseo es ser examinado con todo aquel rigor
que prescriben las leyes de la crítica, o las leyes de la recta razón ilu-
minada con la lucerna de la fe: Porque andamos por fe, y no por vi-
sión 2. Las cosas particulares de que trato son innegablemente de su-
ma importancia, de sumo interés. Por otra parte, el sistema presente
del mundo, el estado actual de la Iglesia de Cristo en muchos de sus
miembros, muy semejantes a aquel ángel séptimo del Apocalipsis, ni
frío, ni caliente 3, parece que dan gritos a sus ministros, y les piden
instantemente que sacudan el sueño, que abran los ojos, y que miren y
observen con mayor atención.
[316] Tengo propuesto un nuevo Anticristo. Si éste es el verdadero
o no, yo no decido. Este juicio toca al juez, no a la parte. Así, no lo pro-

1 SAN AGUSTÍN, Ep. 82 ad Hyer., nº 3.


2 2 Cor. 5, 7.
3 Apoc. 3, 15.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 301

pongo como una aserción, sino como una mera consulta, sujetando de
buena fe todo este Anticristo, con todas las piezas de que se compone,
no solamente al juicio de la Iglesia, que esto se debe suponer, sino
también al juicio particular de los sabios que quisieren tomar el traba-
jo, no inútil, de examinarlo, de corregirlo, de ilustrarlo, de perfeccio-
narlo, y si les parece, también de impugnarlo. Sólo se les pide a éstos,
o por justicia, o por gracia, que su examen o su impugnación no venga
finalmente a reducirse a la autoridad puramente extrínseca. En este
caso protesto la violencia. Yo no ignoro que esta autoridad, por la ma-
yor parte, nada me favorece; por tanto, si por ella sola soy juzgado, la
sentencia contra mí será cierta, pero ¿será justa? El examen, pues, o la
impugnación, deberá hacerse por el fundamento en que estriba, o debe
estribar, esta autoridad extrínseca, no por la misma autoridad. El texto
de San Pablo, que es el único fundamento, no es tan claro a favor de
una persona singular, que no necesite de nuevo examen; y este exa-
men es el que deseamos y pedimos, si bien otros autores modernos,
que ya he indicado, han negado a su arbitrio, y procurado probar, que
por Anticristo no se entiende un individuo solo.
Dos anotaciones
PRIMERA ANOTACIÓN
[317] En el párrafo 4 se traen aquellas palabras de la epístola pri-
mera de San Juan, espíritu que divide a Jesús, como la propia defini-
ción del Anticristo, y se dice que estas palabras no suenan otra cosa, en
su propio y natural sentido, que la apostasía verdadera de la religión
cristiana que antes se profesaba. No obstante, desde el párrafo 7 se em-
pieza a hablar de una bestia de siete cabezas, como que ésta es el verda-
dero Anticristo; mas entre estas siete cabezas, sólo cinco hay a quienes
pueda competir el dividir a Jesús, o la apostasía, pues las otras dos, que
son el mahometismo y la idolatría, como no tienen atadura alguna con
Jesús, tampoco pueden desatarlo, o desatarse de él. O estas dos cabe-
zas de la bestia no vienen al caso, o no es justa la definición.
RESPUESTA
[318] En varias partes de este fenómeno hemos advertido que la
expresión dividir a Jesús, no solamente la tomamos en sentido pasivo,
sino también y principalmente en sentido activo. El dividir a Jesús, en
sentido pasivo, será como el fondo del Anticristo, y como la primera di-
ligencia necesaria para que sobre este fondo se forme todo el Anticristo;
más después de formado enteramente, después de unidas en un cuerpo
todas sus diferentes piezas, el dividir a Jesús será principalmente en
sentido activo, procurando desatarlo de todos cuantos se hallaren en el
mundo atados de algún modo con él, y haciendo para esto una guerra
302 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

viva al cuerpo del Cristianismo y a Cristo mismo. Por eso San Pablo po-
ne primeramente la apostasía, y después la revelación del hombre de
pecado, como que la apostasía es el primer paso necesario para que el
Anticristo se forme enteramente, y se revele o declare públicamente.
Ahora, para hacer esta guerra a Cristo con buen suceso en todas las par-
tes del mundo, le será absolutamente necesario al cuerpo de apóstatas,
fuera de las cinco cabezas que salieron de entre nosotros 1 y ya están
unidas, unir también otras dos más, esto es, muchísimos individuos
principales, que pertenecen al mahometismo y a la idolatría. Estos,
aunque no se verifique en ellos el dividir a Jesús pasivamente, mas lo
verificarán activamente: pues también desatarán a Jesús, o procura-
rán desatarlo, respecto de muchísimos cristianos que entonces se ha-
llarán entre ellos. Así, la definición general parece justa.
SEGUNDA ANOTACIÓN
[319] Las siete cabezas de la bestia del capítulo 13 del Apocalipsis
se explican diciendo que simbolizan siete falsas religiones, o muchos
individuos de cada una de ellas unidos moralmente en un cuerpo, y
animados de un mismo espíritu contra el Señor y contra su Cristo. No
obstante, en el mismo Apocalipsis, capítulo 17, se hallan explicadas en
otro modo estas cabezas: Las siete cabezas que viste en la bestia, se le
dice a San Juan, son siete montes, y también siete reyes 2.
RESPUESTA
[320] En el capítulo 13 del Apocalipsis se habla en general del An-
ticristo y de su misterio de iniquidad; mas en el capítulo 17 se habla en
particular de un solo suceso, perteneciente únicamente a la ciudad de
Roma. Para aquel misterio general, y para este suceso particular, se
usa de una misma metáfora, por la tal o cual relación o conexión que
debe tener lo uno con lo otro. Así, no es maravilla que las cabezas de la
bestia metafórica simbolicen una cosa en el misterio general del Anti-
cristo, y otra cosa diversa en el misterio particular de la mujer; pues
aun en este misterio particular vemos en el texto mismo dos símbolos
diversos de las mismas cabezas, esto es, siete montes, y al mismo tiem-
po siete reyes: Aquí hay sentido que tiene sabiduría, las siete cabezas
son siete montes, sobre los que está sentada la mujer; y también son
siete reyes 3. En el capítulo 13, donde no se habla de esta mujer, la cual
sólo a lo último de este misterio general vino en memoria delante de
Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira 4; en este

1 1 Jn. 2, 19.
2 Apoc. 17, 9 y 16.
3 Apoc. 17, 9.
4 Apoc. 16, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 303

capítulo, digo, ¿queréis que las cabezas de la bestia signifiquen siete


montes y siete reyes? Otras dificultades que pueden ocurrir, debemos
esperar que no faltará quien las resuelva.
Fenómeno 4
El fin del Anticristo

[321] Haya de ser el Anticristo que esperamos un hombre indivi-


duo o persona singular, o haya de ser un cuerpo moral compuesto de
muchos individuos (como lo acabamos de proponer al examen y juicio
de los inteligentes), lo que hace inmediatamente a nuestro asunto
principal es la observación de su fin. Esta observación exacta y fiel nos
es absolutamente necesaria para entender bien, o a lo menos para po-
der mirar más de cerca, con más atención y con nuestros propios ojos,
muchísimas profecías, que podemos llamar innumerables, cubiertas
siglos ha con cierto velo sagrado, que ya podemos alzar seguramente.
[322] No perdamos el tiempo inútilmente en averiguar qué espe-
cie de muerte, o qué fin, ha de tener esta persona o este cuerpo moral.
Los autores mismos no están de acuerdo. Los más nos aseguran (no se
sabe sobre qué fundamento) que el ángel o arcángel San Miguel bajará
del cielo con todos los ejércitos que son del cielo, y los matará, por or-
den de Dios, a él y a todos sus secuaces. Lo que aquí se dice expresa-
mente de Cristo mismo, del Rey de los reyes, del Verbo de Dios, se lo
aplican con mucho valor 1, dice un intérprete acreditado, a San Mi-
guel, mirando sin duda por la vida de su sistema, que sin este violento
remedio infaliblemente perece, como veremos más adelante. Otros,
creyendo o sospechando que aquel príncipe Gog, de que habla Eze-
quiel, es el Anticristo mismo, le dan por consiguiente el mismo fin que
dice la profecía: Y le juzgaré con peste, y con sangre, y con lluvia im-
petuosa, y con grandes piedras: fuego y azufre lloveré sobre él, y so-
bre su ejército, y sobre los muchos pueblos que están con él 2. Otros,
citando a Santo Tomás, que verosímilmente lo tomó de otros más an-
tiguos, sin tomar partido por ellos, refieren el fin de su Anticristo con
circunstancias más individuales. Ved aquí en breve toda la historia,
que por ser tan interesante y tan curiosa, no es bien omitirla del todo.
[323] No contento el vilísimo judío con toda aquella grandeza, fe-
licidad y gloria a que se ve elevado; no contento de verse tan superior a
todos los héroes de la fábula y de la historia; no contento con verse
mayor sin comparación que Nabuco, Alejandro, que César, que Augus-

1 MONSEÑOR BOSSUET.
2 Ez. 38, 22.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 305

to, etc.; no satisfecho con su monarquía universal, ni con los honores


divinos que le tributan todos los pueblos, tribus y lenguas; viendo que
por acá ya no hay otra cosa a que aspirar, entrará finalmente en él
gran pensamiento de subir al cielo, sin duda para imitar la ascensión
de Cristo, así como imitó su resurrección. Para esto, acompañado de
su pseudoprofeta, y a vista de innumerables gentes que habrán concu-
rrido a aquella solemnidad, subirá hasta lo más alto del monte Olivete,
y puestos los pies en el mismo lugar en que los puso Cristo, empezará
a levantarse por el aire, cabalgando sobre su ángel de guarda Satanás,
y sobre todas las legiones del infierno. A poca distancia de la tierra, y
tal vez antes que alguna nube pueda ocultarlo, se encontrará a deshora
con otras legiones más numerosas, que bajarán del cielo a impedirle el
paso: San Miguel y sus ángeles traban batalla con Satanás y los suyos;
ya vencidos éstos, y puestos en fuga, queda en el aire nuestro gran
monarca, abandonado a su peso natural. ¿Qué ha de hacer, sino empe-
zar al punto a bajar con mayor ligereza de aquélla con que subió? La
tierra, que ya se creía libre de la dominación del hombre de pecado,
viendo que vuelve a ella con tanta prisa, abre su boca antes que llegue,
y le dará paso franco para el infierno.
[324] La historia es ciertamente bien singular. Yo dudo mucho, y
aun me parece increíble, que el angélico doctor, a quien se cita, habla-
se aquí de propia sentencia, y no de sentencia de otros, como lo hace
comúnmente en su brevísimo comentario. El fundamento de toda esta
historia es el capítulo 11 de Daniel, en donde nos hacen observar estas
palabras, que son las últimas: Y sentará su tienda real entre los ma-
res, sobre el noble y santo monte, y llegará hasta la cima de él, y na-
die le dará auxilio 1. Si pedimos ahora que nos digan formalmente de
quién se habla en este lugar, nos responden comúnmente los doctores
que, aunque en sentido literal parece que habla del rey Antíoco, mas
en sentido alegórico se habla del Anticristo como antitipo de Antíoco,
que sólo fue tipo. Y esto, ¿cómo se prueba? No se sabe. Y aunque se
permitiese o se concediese que aquí se habla en figura del Anticristo,
¿dónde están en el texto, ni en todo el capítulo el monte Olivete, ni los
diablos, ni la subida al cielo, ni la bajada al infierno, etc.? Todo esto es
preciso que se supla de gracia, o que el sentido alegórico mal entendi-
do supla por todo.
[325] Mas dejando estas cosas, en que no tenemos interés alguno,
convirtamos nuestra atención al examen quieto y atento de un solo pun-
to, que es el que únicamente nos interesa. Se pregunta: el fin del Anti-
cristo, sea como fuere, ¿sucederá con la venida misma de Cristo en glo-
ria y majestad, que creemos y esperamos todos los Cristianos, o no? La

1 Dan. 11, 45.


306 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Escritura divina dice que sí; y lo dice tantas veces, y con tanta claridad,
que es de maravillarse cómo ha podido caber sobre esto alguna duda.
Con todo eso, los intérpretes de la Escritura divina (unos resueltamente
y con presencia de ánimo, otros modestamente y con miedo) dicen o
suponen que no. Se exceptúan de esta regla general muchos varones
eclesiásticos y mártires, o un considerabilísimo número (expresiones
de San Jerónimo) de los cuatro primeros siglos de la Iglesia, los cuales
se desprecian días ha por los doctores peripatéticos; porque fueron Mi-
lenarios, o favorecieron de algún modo éste que llaman error, sueño,
delirio o extravagancia. El fundamento de estos antiguos es cierto que
no fue, ni pudo ser, su propia imaginación, sino la Escritura misma,
como lo es evidentemente. El fundamento de los contrarios, ni es la Es-
critura divina, ni lo puede ser; ya porque la Escritura no se puede opo-
ner a sí misma, siendo su autor el mismo Espíritu de verdad; ya porque
no producen a su favor ningún lugar de la Escritura misma, lo cual es
una prueba evidente de que no lo hay; pues si lo hubiera, así como pa-
rece imposible que no lo produjesen porque se les ocultase, parece mu-
cho más imposible que no lo produjesen como un triunfo. Tampoco
puede ser alguna tradición apostólica, cierta, constante, segura, uni-
forme, universal y declarada por la Iglesia (que son las condiciones ne-
cesarias para una verdadera tradición); porque ésta ni la hay, ni la pue-
de haber. Tradición verdadera de algunas cosas que no constan clara-
mente de la Escritura, la puede haber y la hay; mas de cosas contrarias
y contradictorias a las que constan claramente de la misma Escritura,
repugna absolutamente, y será imposible señalar alguna. No obstante,
un teólogo moderno, tocando el punto de Milenarios sólo en general y
con una suma brevedad, se atreve a pronunciar esta sentencia en tono
definitivo: La verdad opuesta se ha conservado siempre en la Iglesia
romana con las demás tradiciones divinas 1. Si ésta que llama verdad,
la ha conservado siempre la Iglesia romana con todas las otras tradi-
ciones divinas: luego ésta es una tradición divina; luego es una verdad
de fe, así como lo son todas las otras tradiciones divinas; luego todas las
otras tradiciones divinas son unas verdades de fe, así como lo es ésta;
luego ni ésta tiene más firmeza que aquéllas, ni aquéllas más que ésta;
luego… etc. ¡Qué consecuencias! Con razón se queja Monseñor Bossuet
de aquellos doctores que no tienen el menor embarazo en llamar a las
conjeturas de los Padres verdaderas tradiciones y artículos de fe.
[326] Entremos a observar este fenómeno realmente importantí-
simo, con toda la atención y exactitud posible, mirando bien y pesando
en fiel balanza lo que hay por una parte y por otra; y pues nadie nos da
prisa, vamos despacio.

1 ANT., De Deo Uno, c. IV, art. 3.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 307

Parábola

PÁRRAFO 1
[327] En cierta ciudad principal, como nos lo aseguran testigos fi-
dedignos, se excitó los años pasados una célebre controversia. La cues-
tión era si el papa Pío VI había ido verdaderamente en su propia per-
sona a la corte de Viena y pasado por esa misma ciudad. Lo que al
principio pareció una mera diversión, o una de aquellas sutilezas de
escuela, que en otros tiempos fueron tan del gusto de los hombres
ociosos, se vio pasar en pocos días a un empeño formal y declarado.
Los que estaban por la parte afirmativa (que a los principios eran los
más), no alegaban otra razón a su favor que el testimonio de sus ojos y
de sus oídos, pareciéndoles que, en una cuestión de hecho, y no de de-
recho, no podía haber otra razón más eficaz, ni más conveniente, ni
más decisiva.
[328] Esta razón, lejos de convencer a los contrarios, era recibida
con sumo desprecio, y tratada de insuficiente, de débil y también de
grosera, y por eso indigna de un hombre racional. Decían, y en esto in-
sistían, que el testimonio de los sentidos no siempre es seguro; que
puede fácilmente engañar aun a los más cuerdos, pues tantas veces los
ha engañado; que el ángel San Rafael no era hombre, y por hombre lo
tuvo el santo Tobías; que Cristo no era fantasma, y por fantasma lo tu-
vieron sus discípulos cuando lo vieron andar sobre las aguas en el mar
de Galilea; que el mismo Cristo no era hortelano, y por hortelano lo
tuvo su Santa discípula María Magdalena; de estos ejemplares citaban
muchísimos con facilidad.
[329] Es verdad, añadían, que el viaje de Pío VI a la corte de Viena
fue un suceso tan público y ruidoso, que no lo ignoraron los ciegos ni
los sordos: aquéllos porque lo oyeron, éstos porque lo vieron. Es ver-
dad que muchísimas ciudades de Alemania y de Italia, y entre ellas la
nuestra, lo recibieron con públicas aclamaciones, le hincaron la rodi-
lla, y recibieron su bendición. Muchas personas eclesiásticas y secula-
res le besaron el pie, lo adoraron como a vicario de Jesucristo, le ha-
blaron y oyeron su voz. También es verdad que los avisos públicos, y
las cartas de los particulares, casi no hablaban de otra cosa, etc.; mas
todo esto, ¿qué importa? (proseguían diciendo); todo esto, ¿qué prue-
ba? ¿No pudo haber sido todo esto una apariencia? ¿No pudo muy
bien haber sucedido que esa persona que todos vieron, y que a todos
pareció la persona misma del Papa, no lo fuese en la realidad? Pues en
efecto, concluían, así fue. Pareció a todos la persona misma del Papa;
mas todos se alucinaron y se engañaron, porque no era sino un minis-
308 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tro suyo, un príncipe de su corte, revestido de su autoridad, de sus or-


namentos, y aun de su propia figura. Era el papa Pío VI en cierto sen-
tido; mas en otro sentido no lo era. Era el Papa figurada y simbólica-
mente, mas no lo era física y realmente. Era el Papa en virtud, mas no
lo era en persona.
[330] Preguntados estos doctores con qué razón, y sobre qué fun-
damento, se atrevían a avanzar una especie tan extraña contra el testi-
monio de los ojos del mundo, y aun de los suyos propios, no se les pudo
por entonces sacar otra respuesta, sino esta sola: ¿Qué necesidad hay
de que el Papa mismo se mueva de Roma y haga un viaje tan dilatado,
cuando le es tan fácil el tratar y concluir cualquier negocio, por grave
que sea, por medio de algún ministro suyo, de algún nuncio o enviado
extraordinario, dándole su autoridad y plenipotencia? Aunque real-
mente no se les oía otra respuesta, por más que se desease y se les pidie-
se, mas después se ha sabido con plena certidumbre la verdadera y úni-
ca razón que los movía, que era… Pero dejémosla por ahora oculta has-
ta que ella se revele por sí misma. Por abreviar: el efecto de esta gran
disputa fue que, habiéndose sabido que algunos doctores de gran fama
favorecían de algún modo la parte negativa, esto bastó para que poco a
poco y casi insensiblemente fuese prevaleciendo esta opinión; y se fue
mirando la parte afirmativa como una estulticia, como una necedad,
como grosería, como un error, como un sueño. De modo que ya hoy día
apenas se halla en dicha ciudad quien no tenga por una verdadera fá-
bula el viaje del papa Pío VI en su propia persona a la corte de Viena.

Aplicación

PÁRRAFO 2
[331] Un escritor antiguo, y de grande autoridad entre los Cristia-
nos, refiere prolijamente, con todas sus circunstancias las más indivi-
duales, un suceso de que él mismo fue testigo ocular. Este escritor céle-
bre es aquél mismo, el cual ha dado testimonio de la palabra de Dios,
y testimonio de Jesucristo, de todas las cosas que vio 1. Su relación es
como se sigue. Concluidos los 42 meses que debe durar la tribulación
horrible, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni se-
rá 2, de la cual tribulación se ha hablado tanto desde el capítulo 13 del
Apocalipsis, se seguirá luego inmediatamente lo que acabo de ver.
[332] Vi el cielo abierto, y lo primero que vi fue un caballo blanco,
sobre el cual venía sentado un personaje admirable, que tiene el nom-

1 Apoc. 1, 2.
2 Mt. 24, 21.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 309

bre, o por nombre, el Fiel, el Veraz, el que juzga y castiga con justicia.
Sus ojos, llenos de indignación, parecían dos llamas de fuego, y su ca-
beza se veía adornada, no con una sola, sino con muchas coronas. Te-
nía otro nombre escrito, que ninguno es capaz de comprender plena-
mente su significado, sino él solo. Su vestido se veía todo teñido en
sangre, y su propio nombre, con que debe ser llamado y conocido de
todos, es el Verbo de Dios 1. Seguían a este personaje admirable todos
los ejércitos del cielo, sentados asimismo en caballos blancos, y vesti-
dos de lino blanco y limpio. De su boca salía una espada terrible de dos
filos, para herir con ella a las Gentes. El es el que las ha de juzgar y
gobernar con vara de hierro, y él mismo es el que ha de calcar el lagar
del vino del furor y de la ira de Dios omnipotente. En suma, en el ves-
tido o manto real de este mismo personaje admirable, se leían claras, y
en varias partes, estas palabras: Rey de reyes y Señor de señores 2.
[333] Puesto en marcha este grande ejército, vi un ángel en el sol,
el cual a grandes voces convidaba a todas las aves del cielo: Venid, les
decía, y congregaos a la grande cena que os prepara el Señor. Comeréis
las carnes de los reyes, de los capitanes, de los soldados, de los caba-
llos y caballeros, de libres y esclavos, de grandes y pequeños. En esto
vi que aparecía por otra parte la bestia de siete cabezas, y con ella, o en
ella, los reyes de la tierra con todos sus ejércitos, que tenían congrega-
dos para hacer guerra al Rey de los reyes. La función se decidió desde
el primer encuentro. La bestia fue presa en primer lugar, y con ella el
pseudoprofeta, o la segunda bestia de dos cuernos, que era la que ha-
cía los milagros, y la que había seducido a los habitantes de la tierra,
haciéndoles tomar el carácter de la primera bestia, o declararse por
ella. Estas dos bestias, y todo lo que en ellas se comprende, fueron arro-
jadas vivas en un grande estanque de fuego, que arde y se alimenta con
azufre. La demás muchedumbre fue muerta con la espada del Rey de
los reyes, que salía de su boca, y todas las aves se hartaron este día con
sus carnes. Oigamos a la letra el texto de San Juan, que dice: Y vi el
cielo abierto, y pareció un caballo blanco, y el que estaba sentado so-
bre él, era llamado Fiel y Veraz, el cual con justicia juzga y pelea. Y
sus ojos eran como llama de fuego, y en su cabeza muchas coronas. Y
tenía un nombre escrito, que ninguno ha conocido sino él mismo. Y
vestía una ropa teñida en sangre, y su nombre es llamado el Verbo de
Dios. Y le seguían las huestes que hay en el cielo, en caballos blancos,
vestidos todos de lino finísimo, blanco y limpio. Y salía de su boca
una espada de dos filos, para herir con ella a las Gentes. Y él mismo
las regirá con vara de hierro, y él pisa el lagar del vino del furor de la
ira de Dios Todopoderoso. Y tiene en su vestidura, y en su muslo, es-

1 Apoc. 19, 13.


2 Apoc. 19, 16.
310 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

crito: Rey de reyes y Señor de señores. Y vi un ángel, que estaba en el


sol, y clamó en voz alta, diciendo a todas las aves que volaban por
medio del cielo: Venid y congregaos a la grande cena de Dios, para
comer carnes de reyes, y carnes de tribunos, y carnes de poderosos, y
carnes de caballos, y de los que en ellos cabalgan, y carnes de todos,
libres y esclavos, pequeños y grandes. Y vi la bestia, y los reyes de la
tierra, y las huestes de ellos, congregadas para pelear con el que es-
taba sentado sobre el caballo, y con su hueste. Y fue presa la bestia, y
con ella el falso profeta que hizo en su presencia las señales con que
había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y adora-
ron su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos en un estanque de
fuego ardiendo, y de azufre; y los otros murieron con la espada que
sale de la boca del que estaba sentado sobre el caballo, y se hartaron
todas las aves de las carnes de ellos 1.
[334] Sobre esta relación, que todos tenemos por indubitable, se
excitó muchos días ha una disputa muy semejante a la pasada, y pare-
ce cierto que ha producido el mismo efecto. En los primeros siglos de
la Iglesia se pensaba y creía buenamente, lo primero: que la persona
admirable de que aquí se habla no era, no podía ser otra que el mismo
Jesucristo Hijo de Dios, e Hijo de la Virgen, en su propia persona y ma-
jestad. Se pensaba y creía, lo segundo: que toda esta visión tan magní-
fica, representada con tantos símbolos y figuras admirables, era una
profecía clara, era una pintura vivísima, era una descripción exacta y
circunstanciada de la venida del cielo a la tierra del mismo Jesucristo,
la cual venida en su propia persona, y en suma gloria y majestad, nos
predican todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, y te-
nemos expresa en nuestro símbolo de la fe. Se pensaba y creía, lo ter-
cero: que viniendo aquel personaje del cielo a la tierra con tanto apa-
rato, y encaminándose todo directa e inmediatamente contra la bestia
y contra el Anticristo, este Anticristo, y todo cuanto se comprende de-
bajo de este nombre, debía fenecer en aquel día, y quedar enteramente
destruido y aniquilado con la venida del Señor; por consiguiente, que
la venida misma del Señor, había de ser la ruina y el fin del Anticristo.
[335] La razón y fundamento para todo esto parecía entonces evi-
dente y clarísimo. Fuera de la persona adorable del Hombre-Dios, de-
cían entonces, no hay ni puede haber, en el cielo ni en la tierra, perso-
na alguna a quien puedan competir los nombres o títulos que se dan a
esta persona, ni las señales y circunstancias tan particulares con que
se describe su venida y su expedición. Los nombres o títulos son: el
Fiel por esencia, el Veraz, el que juzga y pelea con justicia, el Verbo de
Dios, el Rey de los reyes, el Señor de los señores. Las otras señales y

1 Apoc. 19, 11-21.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 311

circunstancias son: las muchas coronas que trae en la cabeza; su vesti-


do rociado con sangre, como se ve el mismo Cristo en el capítulo 63 de
Isaías, a donde alude visiblemente todo este paso del Apocalipsis: ¿Pues
por qué (pregunta el mismo Isaías) es bermejo tu vestido, y tus ropas
como las de los que pisan en un lagar? 1; sus ojos como dos llamas de
fuego, del mismo modo que se describe el mismo Cristo en el capítulo 1
del Apocalipsis 2; la espada de dos filos en su boca, como también se
describe en el mismo capítulo 1 3; el ser esta persona misma la que ha
de regir y gobernar a las Gentes con vara de hierro, como se lo prome-
te su divino Padre en el salmo 2: Los gobernarás con vara de hierro, y
como a vaso de alfarero los quebrantarás 4; el ser esta persona la que
ha de calcar metafóricamente el lagar metafórico del vino de la ira e
indignación de Dios Omnipotente, como lo dice el mismo Cristo: El
lagar pisé yo solo…, los pisé en mi furor, y los rehollé en mi ira; y se
salpicaron con su sangre mis vestidos, y manché todas mis ropas.
Porque el día de la venganza está en mi corazón, el año de mi reden-
ción ha venido 5.
[336] No obstante todos estos nombres, y todas estas circunstan-
cias tan claras, tan individuales, tan propias y peculiares de sola la per-
sona de Cristo, y tan ajenas, tan distantes de cualquiera otra pura cria-
tura; no obstante de hallarse todas estas expresiones, o las más de
ellas, en otros muchos lugares de la Escritura, en los cuales, por confe-
sión expresa de todos los doctores, se habla ciertamente de Cristo; mas
llegando a este capítulo 19 del Apocalipsis, se nota en ellos no sé que
grande novedad. Como si viesen ya de cerca un escollo inminente, y un
próximo peligro, se les ve aferrar velas con suma prisa, y como en un
grande alboroto, turbación y temor. No hay duda que su temor es justo
y bien fundado. El escollo, aunque desde alguna distancia es casi im-
perceptible a los ojos más linces, mas en la realidad es un verdadero
escollo, y de pésimas consecuencias. Es necesario evitarlo del modo
posible, cueste lo que costare, o perecer en él. No tardaré mucho en ex-
plicarme más.
[337] Llegando, pues, a este lugar del Apocalipsis, nos dicen y ase-
guran resueltamente (¿y qué otra cosa les es posible en su sistema?)
que no se habla aquí de la venida de Cristo en gloria y majestad, que
todos creemos como un artículo de fe; por consiguiente, que el perso-
naje admirable que viene sentado sobre un caballo blanco con una es-
pada de dos filos en la boca, con muchísimas coronas en la cabeza,

1 Is. 63, 2.
2 Apoc. 1, 14.
3 Apoc. 1, 16.
4 Sal. 2, 9.
5 Is. 63, 3-4.
312 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

con… aunque es un símbolo propio de Jesucristo, mas no es Jesucristo


mismo; y si lo es, solamente lo es en su virtud, en su potestad, no en
su persona. Quieren decir, según todo lo que yo puedo comprender,
que por todos estos símbolos y figuras se representan admirablemente
toda la virtud, la grandeza, la omnipotencia de Cristo mismo, el cual
envía al arcángel San Miguel, como arquiestratego 1 suyo, con todos
los ejércitos que hay en el cielo, para que mate al Anticristo, y destruya
enteramente su imperio universal.
[338] Ahora, si yo o cualquiera otro, asombrados de una expresión
tan ingeniosa, les pedimos con toda cortesía que nos den alguna buena
razón; que nos muestren algún fundamento positivo para persuadirnos
que el sol que luce a medio día no es el sol mismo, sino un planeta suyo
que él ha enviado en su lugar revestido de todos sus resplandores, etc.;
nos quedamos más asombrados de ver que unos se hacen sordos del to-
do a nuestra petición, y otros (dudo que sean muchos), no queriendo
parecer tan desatentos, responden dos palabras, como personas que
van muy de prisa y no pueden detenerse en cosas de tan poco interés.
¿Qué necesidad tiene (dice un autor de los más advertidos y juiciosos,
en nombre de todos), qué necesidad tiene el Señor de cielo y tierra de
moverse de su lugar para combatir contra unos hombrecillos, a quie-
nes con la menor insinuación puede arruinar y aniquilar, y echar por
tierra millaradas de ellos en solo un momento por medio del menor de
los ángeles? Veis aquí, amigo, con toda claridad aquella misma razón,
y aquel único fundamento, con que negaban los doctores de nuestra
parábola el viaje del papa Pío VI a la corte de Viena 2. No nos deten-
gamos ahora en ponderar la fuerza invencible de esta razón, que por sí
misma se manifiesta. Tal vez no se alega otra, porque ella sola basta y
sobra; y verdaderamente basta y sobra para combatir cualquiera ver-
dad, por clara que sea. ¿Qué necesidad había de que el Hijo unigénito
de Dios se hiciese hombre, ni de que el Hombre-Dios muriese desnudo
en una cruz, cuando se podía remediar el linaje humano por otra vía
más suave? ¿Qué necesidad había de que Cristo fuese en persona a re-
sucitar a Lázaro, hallándose actualmente tan lejos de Betania, a la
otra ribera del Jordán… en donde primero estaba bautizando Juan 3,
cuando esto lo podía haber hecho con una palabra, o con un acto de su
voluntad? ¿Ni qué necesidad puede haber de que el mismo Cristo en-
víe desde el cielo a San Miguel con todos los ejércitos del cielo, para
combatir contra unos hombrecillos, a quienes con la menor insinua-
ción puede arruinar y aniquilar? Si hay necesidad o no, es claro que
esto no toca al hombre enfermo, escaso y limitado, por docto que sea.

1 Significa el emperador del ejército, o el principal de los capitanes de él.


2 Ver [330].
3 Jn. 10, 40.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 313

[339] Yo estoy muy lejos de creer, ni me parece creíble, que por es-
ta sola razón nieguen los doctores que sea Jesucristo mismo, en su
propia persona, el personaje sacrosanto de que vamos hablando. Pare-
ce imposible que no tengan otra razón oculta, la cual por justos moti-
vos no pueden declarar. Si alguna vez es lícito juzgar de las intenciones
del prójimo, en esta ocasión lo podemos hacer sin escrúpulo alguno,
así por ser claras y palpables, como por ser inocentes y justas, atendi-
das las circunstancias, de lo cual no dudamos. Otra razón, pues, hay
que es la verdadera y la única, pero pide una gran circunspección.
¿Cuál es ésta? Que su sistema general sobre la segunda venida del Me-
sías, en que han tomado partido (por las razones que se irán viendo en
adelante) y en que han procurado explicar todas las Escrituras, cae al
punto, se desvanece, se aniquila, sólo con este lugar del Apocalipsis,
sólo con admitir y confesar, como parece necesario, que se habla en él
de la persona de Jesucristo, y de su venida que esperamos en gloria y
majestad. Vedlo claro.
[340] Si una vez se concede que aquel personaje admirable, que
baja del cielo a la tierra con tanta gloria y majestad, es el mismo Jesu-
cristo en su propia persona, es necesario conceder que allí se habla ya
de su venida segunda, que creemos y esperamos todos los Cristianos
como un artículo esencial de nuestra religión. Sólo se han creído, se
creen y se creerán dos venidas del mismo Señor Jesucristo, de las cua-
les todas las Escrituras dan claros testimonios: una que ya sucedió,
otra que infaliblemente debe suceder. Digo esto, no al aire y fuera de
propósito, sino porque sé que muchos doctores (aun sin contar a
Adriano y Berruyer) admiten y suponen muchas otras venidas del Se-
ñor en gloria y majestad, aunque ocultas (lo cual me parece una ver-
dadera implicación in terminis); y con estas venidas ocultas que supo-
nen, pretenden explicar no pocos lugares de los Profetas y aun de los
Evangelios; pero lo cierto es que todo se avanza libremente, sólo por
huir la dificultad y salvar de algún modo el sistema. En suma: ni las
Escrituras, ni la Santa Madre Iglesia, nos enseñan más que dos únicas
venidas del mismo Hijo de Dios; y cualquiera otra cosa que sobre esto
se avance, lo podemos y aun debemos despreciar, no solamente como
mal fundado, sino como falso y perjudicial, pues con estas suposicio-
nes arbitrarias se cubren las Escrituras con nuevos velos, y se oculta
más la verdad. Prosigamos.
[341] Si se concede que el personaje sacrosanto de que hablamos es
Jesucristo en su propia persona, y que se habla ya de su segunda venida
en gloria y majestad, parece imposible (piénsese como se pensare), pa-
rece imposible separar un momento el fin del Anticristo de la venida
de Cristo, que creemos y esperamos en gloria y majestad. ¿Por qué?
Porque así el personaje sacrosanto, como todos los ejércitos celestiales
314 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que lo siguen, como la espada de dos filos que trae en su boca, como en
suma todo aquel grande y magnífico aparato, se ve en el texto sagrado
encaminarse todo directa e inmediatamente contra la bestia, contra el
Anticristo, contra los reyes de la tierra, contra todos sus ejércitos con-
gregados para pelear con el que estaba sentado sobre el caballo, y co-
mo se dice en el salmo 2: Asistieron los reyes de la tierra, y se manco-
munaron los príncipes, contra el Señor y contra su Cristo; se ve en el
texto sagrado que toda la bestia, todo el Anticristo, todos los reyes que
lleva en la cabeza, con todos sus ejércitos, serán en aquel día destruidos
enteramente, y abandonada toda aquella multitud inmensa de cadáve-
res a todas las aves del cielo, ya congregadas a la grande cena de Dios.
[342] Ahora, pues, si todo esto se concede; si, por consiguiente, no
se separa el fin del Anticristo, y de todo su misterio de iniquidad, de la
venida de Cristo en gloria y majestad, ¿qué se sigue? ¡Oh, qué conse-
cuencia tan importuna y tan terrible! Se sigue evidentemente, según
todas las reglas de la sana lógica, así antigua como moderna, que todas
aquellas cosas particulares, y no ordinarias, que están anunciadas cla-
ramente en las Escrituras para después del Anticristo (las cuales con-
fiesan todos los doctores, confesando al mismo tiempo y del mismo
modo que piden tiempo, y no poco, para verificarse cómodamente),
estas cosas, digo, que deben verificarse después de destruido y aniqui-
lado el Anticristo, deberán igualmente verificarse después de la venida
del Señor Jesucristo en gloria y majestad. Más claro: aquel no pequeño
espacio de tiempo que todos los doctores se ven precisados a conceder
después de destruido el Anticristo, lo deberán conceder después de la
venida de Cristo en gloria y majestad, y con esto solo, adiós sistema.
[343] Para evitar el terrible golpe de una consecuencia tan clara o
tan oportuna, ¿qué remedio? Difícilmente se hallará otro más oportu-
no, ni más ingenioso, ni más eficaz, que el que vamos ahora conside-
rando, esto es: negar resueltamente que se hable en este lugar de la
venida de Cristo que esperamos, en su propia persona, concediéndola
liberalmente en su virtud o en su potestad. Sustituir en lugar de la per-
sona de Cristo al príncipe San Miguel (el cual como se dice en Daniel,
es uno de los primeros príncipes 1, no el primero de todos); sustituir,
digo, a este gran príncipe, sin otro fundamento que suponerlo así, es
prepararse para hacer lo mismo sin misericordia, con cualquiera otro
lugar de la Escritura que hable con la misma o mayor claridad, y que
se atreva a unir el fin del Anticristo con la venida del Señor en gloria y
majestad. De estos lugares hablaremos de propósito en el párrafo 4.
Ahora nos es necesario e indispensable asegurarnos primero de este
grande espacio de tiempo que debe haber después del Anticristo.

1 Dan. 10, 13.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 315

Se establece, con el consentimiento unánime


de todos los doctores, un espacio de tiempo
después del Anticristo

PÁRRAFO 3
[344] No hay intérprete alguno, que yo sepa, que no admita como
cierto e indubitable un espacio de tiempo, pequeño o grande, determi-
nado o indeterminado, después del Anticristo. La divina Escritura se
explica sobre esto con tanta claridad, que no deja lugar a otra interpre-
tación. Es verdad que muchas cosas (mejor diremos casi todas) de las
que están anunciadas para este tiempo, se procuran disimular y aun
encubrir por varios de ellos con el mayor empeño, acomodando las
que lo permiten, ya a la Iglesia presente en sentido alegórico, ya al cie-
lo en sentido anagógico, ya a cualquiera alma santa en sentido místi-
co, y omitiendo del todo las que no se dejan acomodar, que no son po-
cas, ni de poca consideración. No es mi ánimo examinar por ahora, ni
aun siquiera apuntar, todo lo que hay en las Escrituras reservado visi-
blemente para después del Anticristo. Estas cosas, o muchas de ellas,
tendrán en adelante su propio lugar. Para mi propósito actual me bas-
tan aquellas pocas que son concedidas de todos, pues por ellas tienen
por indubitable dicho espacio de tiempo. Algunos pretenden que este
tiempo durará solamente cuarenta y cinco días. Fúndanse en aquellas
palabras bien oscuras de Daniel: Y desde el tiempo en que fuere quita-
do el sacrificio perpetuo, y fuere puesta la abominación para desola-
ción, serán mil doscientos y noventa días. Bienaventurado el que espe-
ra, y llega hasta mil trescientos y treinta y cinco días 1. El residuo en-
tre uno y otro número son 45. Mas este tiempo les parece a los más po-
quísimo para los muchos y grandes sucesos que desean colocar en él.
[345] El primero de todos es la conversión de los Judíos, que tan-
tas veces y de tantas maneras se anuncia en las Escrituras, y que los
doctores no hallan dónde colocarla que no estorbe, sino después de la
muerte del Anticristo. Esta conversión, dicen o deciden, sucederá des-
pués que los Judíos vean muerto al Anticristo, que creían inmortal;
después que vean descubiertos y patentes a todo el mundo los embus-
tes y artificios diabólicos de aquel inicuo, que ellos habían recibido y
adorado por su Mesías. Con este desengaño, avergonzados y confusos,
abrirán finalmente los ojos, renunciarán a sus vanas esperanzas, y
abrazarán de veras el Cristianismo. Pasemos por alto (y con la mayor

1 Dan. 12, 11-12.


316 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

paciencia y disimulo que nos sea posible) el modo y circunstancias con


que se atreven a referirnos la conversión futura de los Judíos, de todo
lo cual no se halla el menor vestigio en las Escrituras todas. Sin aten-
der por ahora a otra cosa, recibamos lo que aquí nos dan, y contenté-
monos con el espacio de tiempo que es necesario, lo primero, para que
tantos millares de hombres, ignorantes y durísimos, entren en verda-
deros sentimientos de penitencia; lo segundo, para que sean instrui-
dos suficientemente en los principios esenciales y máximas fundamen-
tales de la religión cristiana; lo tercero y principal, para hallar en aque-
llos tiempos y circunstancias tantos ministros celosos y hábiles que
puedan instruir, bautizar y arreglar toda aquella infinita muchedum-
bre. Parece que todo esto requiere tiempo, y no poco.
[346] Mucho más tiempo será menester, si después de la conver-
sión de los Judíos se descubre el arca del Testamento, el tabernáculo y
el altar del incienso, que escondió Jeremías en una cueva del monte
Nebo, situada en la tierra de Moab, como sabemos de cierto que en-
tonces se ha de descubrir para los fines que Dios solo sabe, y que no ha
querido revelarlos. Esta noticia la hallamos expresa en el capítulo 2 del
segundo libro de los Macabeos, que está recibido y definido por tan
canónico como todas las otras Escrituras. En él se cita un lugar de las
descripciones, o de las actas de Jeremías (las cuales se han perdido,
como algunos otros Libros sagrados), y dice así: Se hallaba también
en aquella escritura cómo el Profeta, por una orden expresa que reci-
bió de Dios, mandó llevar consigo el tabernáculo y el arca, hasta que
llegó al monte en el que subió Moisés y vio la heredad del Señor. Y
habiendo llegado allí Jeremías, halló en aquel lugar una cueva, y me-
tió en ella el tabernáculo, y el arca, y el altar de los perfumes, y cerró
la entrada 1. Y habiendo ido después de todo algunos curiosos a notar
el lugar donde quedaba escondido el precioso depósito, no lo pudieron
hallar; lo cual, sabido por el Profeta de Dios, los reprendió, y dijo que
será desconocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del
pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas
cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se ma-
nifestaba a Moisés 2, etc. Todo lo cual, no habiéndose verificado ja-
más, es necesario que se verifique algún día, el cual debe ser el mismo
que señala la profecía: esto es, cuando reúna Dios la congregación del
pueblo, y se le muestre propicio.
[347] Sobre este lugar dicen muchos doctores, aunque con voz muy
baja y casi imperceptible, que todo esto se verificó ya en tiempo de Ne-
hemías, como consta del capítulo 1 del mismo libro de los Macabeos.

1 2 Mac. 2, 4-5.
2 2 Mac. 2, 7-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 317

Mas leído todo este capítulo, hallamos otra cosa infinitamente diversa.
En él se habla únicamente del fuego del templo que escondieron algu-
nos píos sacerdotes en un pozo vecino, el cual, conservado por tradi-
ción de padres a hijos hasta el tiempo de Nehemías, esto es, por espa-
cio de 150 años poco más o menos, envió el mismo Nehemías a los
descendientes de dichos sacerdotes a que buscasen el pozo, y sacasen
fuera lo que hallasen en él: No hallaron el fuego, sino una agua cra-
sa 1; con la cual agua hizo rociar el sacrificio, y la leña que estaba pre-
parada; y sin otra diligencia se encendió la leña, y se consumió el sa-
crificio, y todos se maravillaron. Mas esto, ¿qué conexión tiene con lo
que se dice en el capítulo 2? ¿Es lo mismo el fuego que escondieron los
sacerdotes en un valle vecino, que el tabernáculo, el arca, el altar que
llevó Jeremías a la tierra de Moab, a la otra parte del Jordán, y que es-
condió en una cueva del monte Nebo? Este depósito sagrado, ¿se ha
descubierto jamás? ¿No es cierto que se ha de descubrir alguna vez?
¿Cuándo? Cuando reúna Dios la congregación del pueblo, y se le
muestre propicio; y entonces mostrará el Señor estas cosas, y apare-
cerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a
Moisés, y así como apareció a Salomón, cuando pidió que el templo
fuese santificado para el grande Dios 2.
[348] Aún será menester mucho más tiempo si, después de la
muerte del Anticristo, se verifica aquella nueva y exactísima reparti-
ción de toda la tierra prometida entre todas las tribus de Israel; la cual
repartición se halla anunciada con la mayor claridad y precisión en el
capítulo último de Ezequiel, y ni se ha verificado hasta ahora, como es
por sí conocido, ni es muy creíble que se verifique un suceso tan gran-
de, sólo para que dure cuatro días. Acaso se dirá que esta profecía se
verificará en tiempo del Anticristo, cuando éste sea reconocido por
Mesías, y ponga en Jerusalén la corte de su imperio universal; mas
fuera de lo que queda dicho contra este supuesto Mesías, y contra todo
su imperio imaginario, el texto mismo de la profecía, con todo su con-
texto, lo contradice manifiestamente. En el tiempo de dicha reparti-
ción de la tierra se suponen todas las tribus recogidas de todas las na-
ciones donde están esparcidas, no por manos de hombres, sino por el
brazo omnipotente de Dios vivo; se suponen en estado de confusión,
de llanto y de penitencia; se suponen humildes y dóciles a la voz de su
Dios, y obedientes a sus mandatos; se suponen bañadas con aquella
agua limpia (símbolo claro de la infusión del Espíritu Santo sobre
ellas) que se les promete en el capítulo 36 del mismo Profeta, desde
donde, hasta el fin de la profecía en los 14 capítulos siguientes, se ha-
bla ya seguidamente de su vocación a Cristo, y a la dignidad de pueblo

1 2 Mac. 1, 20.
2 2 Mac. 2, 7-8.
318 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de Dios, diciéndoles: Os sacaré de entre las Gentes, y os recogeré de


todas las tierras, os conduciré a vuestra tierra. Y derramaré sobre
vosotros agua pura, y os purificaréis de todas vuestras inmundicias.
Y os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo en medio de
vosotros…, y moraréis en la tierra que di a vuestros padres, y seréis
mi pueblo, y yo seré vuestro Dios. Y haréis memoria de vuestros ca-
minos perversos, y de vuestros depravados afectos, y os serán amar-
gos vuestros pecados y vuestras maldades 1. Dejemos estas cosas para
su tiempo, pues de esta vocación y conversión de los Judíos, compren-
didas todas las tribus de Israel debajo de este nombre, tenemos infini-
to que hablar en todo el fenómeno siguiente, y todavía más adelante.
[349] El segundo suceso que, según los doctores, debe verificarse
después de la muerte del Anticristo, es el que se halla latísimamente
anunciado en los capítulos 38 y 39 de Ezequiel, es a saber, la expedi-
ción de Gog, con toda su infinita muchedumbre, contra los hijos de Is-
rael ya establecidos en la tierra de sus padres, y todas las resultas de
esta expedición. Dije, ya establecidos en la tierra de sus padres, porque
así lo hallo expreso en la misma profecía, no una vez sola sino muchas:
Al fin de los años, le dice Dios a este Gog, vendrás a la tierra que se ha
salvado de la espada, y muchos pueblos (o como leen con más clari-
dad Pagnini, Vatablo y los LXX, vendrás a la tierra aniquilada con la
espada, trillada con la espada, la que fue derribada por la espada, y
se ha recogido de muchos pueblos), a los montes de Israel, que estu-
vieron mucho tiempo desiertos; ésta ha sido sacada de los pueblos; y
morarán todos en ella sin recelo… sobre aquéllos que habían sido
abandonados y después restablecidos, y sobre el pueblo que ha sido
recogido de las Gentes, que comenzó a poseer, y ser morador del om-
bligo de la tierra 2. Este Gog, dicen unos que será el Anticristo mismo
(por consiguiente, digo yo, no será una persona singular); otros dicen
que será un príncipe amigo o aliado suyo; otros, que será alguno de
sus principales capitanes, el cual vendrá a la tierra de Israel a vengar la
muerte de su soberano. Mas esta venganza, ¿sobre quiénes vendrá?
¿Sobre los Judíos? Estos son dignos más de lástima que de castigo,
pues han perdido a su Mesías, sin culpa suya y contra su voluntad; la
culpa toda la tiene San Miguel. ¿No será mejor que este príncipe Gog
llame otra vez todas las legiones del infierno, y con ellas suba al cielo,
presente batalla a San Miguel, lo venza, lo humille, y vengue con esto
la muerte del Anticristo?
[350] Mas sea de esto lo que fuere, que esto pide observación par-
ticular, lo que hace ahora a nuestro propósito es una circunstancia no-

1 Ez. 36, 24-26, 28 y 31.


2 Ez. 38, 8 y 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 319

table que se lee expresa en esta profecía, esto es, que sucedida la muer-
te de Gog, y la ruina total de toda su infinita muchedumbre en la tierra
y montes de Israel, los Judíos, contra quienes habían venido injustísi-
mamente, quedarán ricos con los despojos de este ejército terrible, y
una de sus principales riquezas será la leña. Por espacio de siete años,
dice la profecía, no tendrán el trabajo de cortar árboles en sus bos-
ques, ni buscar leña por otras partes, porque la tendrán con abundan-
cia sólo con las armas del ejército de Gog: Y saldrán los moradores de
las ciudades de Israel, y encenderán y quemarán las armas, el escudo
y las lanzas, el arco y las saetas, y los báculos de las manos, y las pi-
cas, y los quemarán con fuego siete años. Y no llevarán leña de los
campos, ni la cortarán de los bosques, porque quemarán las armas al
fuego, y despojarán a aquéllos de quienes habían sido presa, y roba-
rán a los que los habían destruido, dice el Señor Dios 1. Según esto, te-
nemos después del Anticristo, y aun después de Gog, amigo y capitán
suyo, vengador de su muerte, un espacio de siete años cuando menos.
Digo, cuando menos: porque no es creíble que, acabada la leña del
ejército de Gog, se acabe con ella también el mundo. De esto parece se
hacen cargo no pocos doctores graves con San Jerónimo; los cuales
son de parecer que estos siete años de que habla este profeta significan
indeterminadamente muchos años; lo cual, lejos de negarlo, lo apro-
bamos de buena fe y lo recibimos con buena voluntad, concluyendo es-
to mismo: que después de la muerte del Anticristo es preciso conceder
un espacio de tiempo bien considerable, que a lo menos no sea más
breve que siete años determinados, esto es, de mucho o muchísimo
tiempo, según pareciere necesario para colocar en este tiempo lo que
no es posible colocar en otro según las Escrituras.
[351] Supuesto esto, en que vemos convenir unánimemente a to-
dos los doctores, de aquí mismo sacaremos una consecuencia (que es
la final) terrible y durísima, pero legítima y necesaria, y de fácil de-
mostración. Es ésta: que este mismo espacio de tiempo, sea cuanto
fuere, que se concede después del Anticristo, se debe conceder después
de la venida de Cristo, que creemos y esperamos en gloria y majestad.
¿Por qué? Porque estando a toda la divina Escritura, y hablando se-
riamente como pide un asunto tan grave, no hay razón alguna para se-
parar el fin del Anticristo de la venida de Cristo, pues la Escritura divi-
na, que es la única luz que debemos seguir en cosas de futuro, no sepa-
ra jamás estas dos cosas, sino que las une. Esto es lo que ahora debe-
mos observar. No hay que olvidar lo que queda observado en el párra-
fo antecedente; lo cual parece tan claro y tan evidente, que aunque no
hubiese otro lugar en toda la Escritura, este solo bastaba, si se mirase

1 Ez. 39, 9-10.


320 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sin preocupación y sin empeño declarado. Mas no es solamente el ca-


pítulo 19 del Apocalipsis el que une estrechamente el fin del Anticristo
con la venida de Cristo; hay, fuera de éste, otros muchos lugares que se
explican en el asunto con la misma o mayor claridad, que los intérpre-
tes mismos, cuando llegan a ellos, y cuando miran todavía muy distan-
tes, o tal vez no miran la terrible consecuencia, no dejan de reconocer-
los. ¡Oh, cuánto importaba aquí que nuestro Cristófilo estuviese me-
dianamente versado en la lección de esta especie de libros!

Se examinan los lugares de la Escritura


enteramente conformes
al capítulo 19 del Apocalipsis

PÁRRAFO 4
[352] San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, actualmente al-
borotados por la voz que se había esparcido entre ellos de que ya ins-
taba el día del Señor, les declara en primer lugar que aquélla era una
voz falsa sin fundamento alguno: Y no os dejéis seducir de nadie en
manera alguna 1: porque el día del Señor no vendrá si primero no se
verifican dos cosas principalísimas que deben preceder a este día. La
primera, la apostasía 2; la segunda, la revelación o manifestación del
hombre de pecado o del Anticristo. De éste, pues, dice en términos
formales que, llegado su tiempo, el Señor Jesucristo lo matará con el
espíritu de su boca, y lo destruirá con la ilustración de su venida 3.
Parece que el punto no podía decidirse con mayor claridad y precisión.
Si Jesucristo mismo ha de matar al Anticristo con el espíritu de su bo-
ca, si lo ha de destruir con la ilustración de su venida, luego la muerte
y destrucción del Anticristo no puede separarse ni mucho ni poco de la
venida de Cristo; y si se separa, no lo destruirá Cristo con la ilustra-
ción de su venida 4. La consecuencia parece buena, y lo fuera en otro
cualquier asunto de menos interés; mas en el presente parece imposi-
ble que se le dé lugar. ¿Por qué razón? ¿Para qué hemos de repetir la
verdadera razón, que está saltando a los ojos?
[353] Si Jesucristo mismo destruye al Anticristo con la ilustración
de su venida, quien concede un espacio de tiempo después de la des-
trucción del Anticristo, lo debe conceder forzosamente después de la
venida de Cristo. Esto no se puede conceder sin destruir y aniquilar el

1 2 Tes. 2, 3.
2 2 Tes. 2, 3.
3 2 Tes. 2, 8.
4 2 Tes. 2, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 321

sistema; luego es necesario una de dos cosas: o que ceda el texto, o que
ceda el sistema. Del sistema no hay que pensarlo, luego deberá ceder
el texto; y para que ceda con alguna especie de honor, ved aquí lo se ha
discurrido.
[354] El Apóstol dice que el Señor Jesús destruirá al Anticristo con
la ilustración de su venida 1: mas esto no quiere decir que el Señor
mismo vendrá en su propia persona a destruir al Anticristo, porque es-
to no es necesario; sino que lo destruirá sin moverse de su cielo, ya con
el espíritu de su boca, esto es, por su orden; ya con la ilustración de su
venida, esto es, con la aurora o crepúsculo del día grande de su veni-
da. Si preguntáis ahora qué aurora, qué crepúsculos son éstos del día
del Señor, os responden que no son otros que la venida gloriosa del ar-
cángel San Miguel con todos los ejércitos que son del cielo; el cual ma-
tará al Anticristo, y destruirá todo su imperio universal, por orden y
mandato expreso del mismo Jesucristo, que lo envía al mundo revesti-
do de toda su autoridad y de toda su omnipotencia. Lo más admirable
es que, como si esta explicación fuese la más natural, la más genuina y
la más clara, como si no quedase otra dificultad alguna, pasan luego
algunos doctores graves a hacer sobre esto una reflexión, o pondera-
ción, o no sé como llamarla. Si la aurora, dicen, si los crepúsculos solo
del día del Señor han de ser tan luminosos, ¿qué será el día mismo? Es
decir: si la venida al mundo del príncipe San Miguel, que no es más
que ministro de Cristo, ha de ser tan terrible contra el Anticristo y con-
tra todo su imperio universal, ¿qué será el día de la venida del mismo
Cristo, cuando él venga del cielo a la tierra con toda su gloria y majes-
tad? ¡Oh, a lo que puede obligar una mala causa, aun a los hombres
más sabios y más cuerdos!
[355] El segundo lugar que tenemos que examinar con gran cui-
dado es el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo, en el que, hablando
el Señor de propósito de la tribulación del Anticristo, la cual será nece-
sario abreviar por amor de los escogidos, etc., concluye así: Y luego
después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la
luna no dará su lumbre, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes
del cielo serán conmovidas. Y entonces parecerá la señal del Hijo del
Hombre en el cielo, y entonces plañirán todas las tribus de la tierra, y
verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con gran-
de poder y majestad 2. De modo que, concluida la tribulación de aque-
llos días, sucederá inmediatamente todo lo que se sigue: el sol y la luna
se oscurecerán, las estrellas caerán del cielo (o porque también se os-
curecerán, y por esto se perderán de vista como piensan unos; o por-

1 2 Tes. 2, 8.
2 Mt. 24, 29-30.
322 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que caerán a la tierra muchísimas centellas, o exhalaciones encendidas


que parecerán estrellas, como piensan los más con San Agustín y San
Jerónimo), las virtudes, o los quicios, o los fundamentos de los cielos
se conmoverán, parecerá en el cielo la señal o el estandarte real del Hi-
jo del Hombre, llorarán a vista de todo esto todas las tribus de la tie-
rra, y en fin, lo que hace más al caso, verán todos venir en las nubes del
cielo al mismo Hijo del Hombre Jesucristo en su propia persona con
gran virtud y majestad 1, las cuales palabras corresponden perfecta-
mente a aquéllas con que empieza el Apocalipsis: He aquí que viene con
las nubes, y le verá todo ojo 2. Todas estas cosas dice el mismo Señor,
que sucederán luego después de la tribulación de aquellos días 3.
[356] Ahora bien, antes de pasar adelante, sería convenientísimo el
saber de cierto la verdadera y propia significación de la palabra luego; a
lo menos saber de cierto si esta palabra tiene alguna vez otra significa-
ción diversa de aquella ordinaria que todos sabemos, y que tenemos
por única. Digo que sería buena esta noticia en el punto presente, por-
que son muy diversas las sentencias de los autores 4. En algunos, espe-
cialmente en aquellos que no exponen toda la Escritura, sino solamente
los Evangelios, y que, por consiguiente, no tienen que atender a otras
consecuencias, se halla la palabra luego en su sentido natural, sin no-
vedad alguna; conceden francamente que todo lo que contiene el texto
citado, incluido en ello la venida misma del Señor, sucederá infalible-
mente luego después de la tribulación de aquellos días. Mas otros doc-
tores más advertidos, divisando bien el inconveniente, no son tan libe-
rales con la palabra luego, la cual se halla en ellos con más novedad de
lo que parece a primera vista. Es verdad que la dejan pasar, mas con
mucha discreción y economía, suavizándola primero, de modo que no
pueda hacer mucho daño. Así pues, la palabra luego, según su explica-
ción, no se debe entender con tanto rigor, sino en sentido más lato, o
más benigno, como si dijera: en breve, presto, no mucho después.
[357] Yo estoy muy lejos de contradecir esta pequeña violencia, ni
de formar disputa sobre palabras. El sentido que aquí se le da a la pa-
labra luego después, fuera bastante natural y obvio, si no se pusiese de
por medio un gravísimo interés; si a lo menos nos declarasen los doc-
tores un poco más su mente; si nos dijesen qué es lo que realmente
pretenden con esta economía; si su expresión no mucho después es
absoluta o solamente respectiva; si significa pocos días, o pocas horas
después, absolutamente hablando, o significa poco tiempo, comparado
con otro mayor, por ejemplo de mil o dos mil años, porque en la reali-

1 Mt. 24, 30.


2 Apoc. 1, 7.
3 Mt. 24, 29.
4 SAN JERÓNIMO.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 323

dad nos dejan en esta incertidumbre, y su poco tiempo nos parece muy
equívoco, y por eso no poco sospechoso. Para que podamos conocer
mejor este equívoco, y al mismo tiempo el misterio de esta expresión
equívoca, consideremos atentamente estas dos proposiciones, y vea-
mos si puede haber entre ellas alguna diferencia notable. Primera:
Cristo ha de venir (luego después) de la tribulación de aquellos días.
Segunda: Cristo ha de venir (no mucho después) de la tribulación de
aquellos días.
[358] No perdamos tiempo en consultar sobre ello a los dialécti-
cos. El problema no es tan difícil que no baste para resolverlo la dia-
léctica natural, o la sola lumbre de la razón. Primeramente, se concibe
bien que las dos proposiciones (moralmente hablando) pueden ser
verdaderas y significar una misma cosa: no se ve entre ellas oposición
alguna sustancial; no se destruyen mutuamente, pueden fácilmente
acordarse. Con todo esto, si atendidas bien las circunstancias, busca-
mos en ambas proposiciones aquel sentido, sencillo y claro, que nos
prescribe el Evangelio cuando dice: Vuestro hablar sea: Sí, sí; no, no 1,
es fácil divisar no sé que diferencia, la cual va creciendo mientras más
de cerca se va mirando. La primera proposición se ve clara, y se en-
tiende al punto sin otra reflexión; la segunda no tanto. La primera no
admite equívoco ni sofistería; la segunda puede muy bien admitirla, si
se la quieren dar. La primera nos da una idea sencilla y natural de que
no ha de mediar, entre el fin de aquella tribulación y la venida del Se-
ñor, algún espacio considerable de tiempo; por consiguiente, que entre
estas dos cosas no ha de haber algunos sucesos grandes y extraordina-
rios, que pidan tiempo considerable para verificarse; sino que, conclui-
dos aquellos días de tribulación, luego al punto, o físicamente o mate-
rialmente, o a lo menos moralmente, sucederá la venida del Señor con
todas las cosas que la deben acompañar, y están expresas en el texto.
Mas en la segunda proposición no se ve esta idea tan inocente, tan sen-
cilla, tan natural, antes por el contrario nos deja en una grande confu-
sión, sin poder saber determinadamente la verdadera significación de
las palabras no mucho después; pues aunque la intención sea exten-
derlas a cuanto tiempo se quiera o se haya menester, por ejemplo a
tres o cuatro siglos, siempre queda el efugio fácil de que tres o cuatro
siglos es un espacio de tiempo casi insensible, respecto de cuatro o cin-
co mil, mucho más respecto de la eternidad. Así que, la primera pro-
posición cierra enteramente la puerta a todo suceso, y a todo espacio
considerable de tiempo, mas la segunda no es así: parece que también
la cierra, pero es innegable que no la cierra bien; es innegable que la de-
ja como entreabierta; y quedando en este estado, es cosa bien fácil irla

1 Mt. 5, 37.
324 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

abriendo más cuanto fuere necesario, y hacer entrar insensiblemente y


sin ruido todos los sucesos que se quisiere, por grandes que sean.
[359] En efecto, esto es lo que se pretende, y éste es, según parece,
todo el misterio. Y si no, ¿por qué fin se convierte la palabra luego des-
pués, que es tan clara, en las palabras, no tan claras, brevemente, al ins-
tante, no mucho después? El espacio de tiempo que deben significar es-
tas palabras no puede ser tan corto, en la intención de los doctores, que
no sea suficiente para abarcar cómodamente los muchos y grandes su-
cesos que pretenden colocar en él. Ved aquí algunos de los principales,
fuera de los que quedan apuntados en el párrafo antecedente.
[360] Ha de haber tiempo, dicen, lo primero, para que muchísi-
mos cristianos de uno y otro sexo, de todas clases y condiciones, que
ya por flaqueza, ya por temor, ya por ignorancia, ya por seducción, ha-
bían renunciado a Cristo y adorado al Anticristo, reconozcan su culpa,
hagan frutos dignos de penitencia, y sean otra vez admitidos al gremio
de la Iglesia y a la comunión de los santos. Ha de haber tiempo, lo se-
gundo, para que los obispos de todo el orbe, que en tiempo de la gran
tribulación habían huido al desierto, y escondídose en los montes y
cuevas (que esto quieren que signifique la huida al desierto de aquella
célebre mujer, vestida del sol, del capítulo 12 del Apocalipsis, como ve-
remos en su lugar), tengan noticia cierta de la muerte del Anticristo, y
ruina total de su imperio universal. Ha de haber tiempo, lo tercero, pa-
ra que estos obispos vuelvan a sus iglesias, recojan las reliquias de su
antiguo rebaño, curen sus llagas, las exhorten, las enseñen de nuevo, y
les den todo el pasto necesario y conveniente en aquellas circunstan-
cias. Ha de haber tiempo, lo cuarto, para aquellos sucesos de que ha-
blamos, esto es, para que se conviertan los Judíos, para que sean ins-
truidos, bautizados, arreglados, etc.; y también para que se recojan y
consuman todas las armas del ejército de Gog, lo cual no pueden hacer
en menos de siete años, según la profecía; y si estos siete años signifi-
can un número grande de años indeterminado, tanto mejor: mucho
más tiempo será necesario conceder. Y veis aquí señor mío, descifrado
todo el misterio. Veis aquí en lo que viene finalmente a parar el luego,
el brevemente, al instante, no mucho después. Esta parece que es la
razón verdadera y única que ha obligado a convertir las palabras claras
y sencillas del Apóstol: El Señor Jesús destruirá al Anticristo con la
ilustración de su venida, en las palabras sumamente oscuras y poco
sinceras: Lo destruirá con la aurora, o crepúsculos de su venida, dan-
do el nombre de aurora, o crepúsculos del día del Señor, a una venida
imaginaria de San Miguel, para huir de este modo la dificultad. Esta
es, en fin, la razón verdadera y única que los ha obligado a convertir en
el príncipe San Miguel aquel grande y admirable personaje del capítu-
lo 19 del Apocalipsis, esto es, al Rey de los reyes, y al Verbo de Dios.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 325

Consecuencias duras y pésimas


de este espacio de tiempo
que pretenden los doctores
entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo

PÁRRAFO 5
[361] Los tres lugares de la Escritura divina que acabamos de ob-
servar (dejando otros muchos por evitar prolijidad) combaten direc-
tamente el espacio de tiempo que pretenden comúnmente los doctores
no tanto probar como suponer. Estos tres lugares del Apocalipsis, de
San Pablo y del Evangelio, parece claro que no tienen otra respuesta,
ni otro efugio, que las inteligencias y explicaciones casi increíbles que
también hemos observado. Fuera de éstos, hay otros muchos que com-
baten indirectamente dicho espacio de tiempo, mas cuya fuerza y efi-
cacia parece todavía más sensible, por los gravísimos inconvenientes,
por las consecuencias duras e intolerables que se siguieran legítima-
mente, si una vez se concediese o tolerase este espacio de tiempo entre
el fin del Anticristo y la venida del Señor.
[362] Para que podamos ver con mayor claridad estos inconvenien-
tes, o estas consecuencias legítimas, aunque duras e intolerables, discu-
rramos, Cristófilo amigo, los dos solos. Prescindamos por este momen-
to de lo que dicen o no dicen todos los doctores; imaginemos que no hay
en el mundo otros hombres que quieran hablar de estas cosas, sino vos
y yo; con esta imaginación (verdadera o falsa) podremos hablar con
más licencia y con más libertad, y nos podremos explicar mejor.
[363] Yo sé bien, amigo mío, que según todos vuestros principios
habéis menester algún espacio de tiempo (no tan corto como queréis
dar a entender) entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo que es-
peramos en gloria y majestad. También sé con la misma certidumbre
para qué fin habéis menester aquel tiempo, y cuál es el verdadero moti-
vo de vuestra pretensión, porque todo esto lo he estudiado en vos mis-
mo, oyendo con toda la atención de que soy capaz vuestro modo de dis-
currir sobre estos asuntos. Certificado plenamente de vuestros pensa-
mientos, y también de vuestras intenciones, os pregunto en primer lu-
gar (empecemos por aquí): ¿Con qué derecho, con qué razón, sobre qué
fundamento queréis suponer un espacio de tiempo entre el fin del Anti-
cristo y la venida de Cristo? En la Escritura divina no lo hay, antes hay
fundamentos a centenares para todo lo contrario. Vos mismo no podéis
negarlo, pues, siendo tan versado en las Escrituras, y tan empeñado por
este espacio de tiempo, del cual tenéis una extrema necesidad, con todo
326 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

eso no podéis alegar algún lugar a vuestro favor. Cualquiera otro funda-
mento que no sea de la divina Escritura, mucho más si se opone a ella,
no puede tener firmeza alguna en un asunto de futuro. Pues ¿sobre qué
estriba vuestra suposición? ¿Solamente sobre vuestra palabra? Por otra
parte, yo os he mostrado tres lugares clarísimos de la misma Escritura,
que destruyen evidentemente vuestro espacio de tiempo. He oído con
asombro la explicación ciertamente inaudita que les habéis dado, y que
estáis resuelto a dar a muchos otros que pudiera mostraros en los Profe-
tas y en los Salmos; mas esto sería continuar eternamente la discordia.
[364] Por tanto, dejando ya este camino directo, o este argumento
a priori que parece áspero y molesto, probemos por el otro que llaman
a posteriori (excusad estas palabras un poco anticuadas); el cual ca-
mino, aunque algo más dilatado, suele ser más llano, y no menos efi-
caz. Yo os concedo, amigo, sin límite alguno todo el tiempo que quisie-
reis y hubiereis menester, entre el fin del Anticristo y la venida de Cris-
to. Haced cuenta que por ahora sois dueño del tiempo, que todo se ha
puesto en vuestras manos, y dejado a vuestra libre disposición. Repar-
tidlo, pues, como os pareciere más conveniente. Colocad en él todos
aquellos sucesos que os acomodaren, y que no halláis por otra parte
dónde ni cómo acomodarlos a vuestro gusto, así los revelados como
también los imaginados. Entre tanto, yo os pido solamente una gracia,
que no podéis negarme honestamente, es a saber, que me sea lícito ha-
llarme presente a la repartición que hiciereis de este tiempo, y ver por
mis ojos todos los sucesos que fuereis colocando en él. Así podré ob-
servar más fácilmente las resultas o las consecuencias que podrán se-
guirse, y después, con vuestra licencia, las podré ofrecer amigablemen-
te a vuestra consideración.
[365] Primeramente pedís tiempo suficiente entre el fin del Anti-
cristo y la venida de Cristo, para que muchísimos Cristianos (mejor di-
réis los más o casi todos, según las Escrituras) que habían sido enga-
ñados por el Anticristo, y entrado en su misterio de iniquidad, puedan
reconocer su engaño, llorar sus errores, y hacer una verdadera y since-
ra penitencia. Esto decís que se debe creer piadosamente de la bondad
y clemencia de Dios; y yo me maravillo cómo no pedís ese espacio de
penitencia para el mismo Anticristo, para su profeta, para toda aquella
infinita muchedumbre que en aquel día se ha de abandonar a las aves
del cielo, pues leemos que se hartaron todas las aves de las carnes de
ellos. Ahora, como vuestro Anticristo era un monarca universal de to-
do el orbe, como no hubo parte alguna del mismo orbe en que no hi-
ciese los mayores males, a todas partes se deberá extender aquella in-
dulgencia; así no habrá reino, ni provincia, ni ciudad en todas las cua-
tro partes del mundo, ni aun las islas más remotas, por ejemplo la
nueva Holanda, la nueva Celandia, las islas de Salomón, etc., que que-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 327

de excluida de este espacio de penitencia. Es fácil concebir cuánto


tiempo es necesario para que llegue, desde Palestina hasta los térmi-
nos de la redondez de la tierra 1, la noticia de la muerte del monarca, y
después de esto, para que produzca unos efectos tan buenos.
[366] Lo segundo, pedís tiempo suficiente para que aquellos pasto-
res, que habían huido a vista de los lobos, desamparando su grey, es-
condiéndose en los montes y cuevas, tengan también noticia cierta de la
muerte y destrucción del hombre de pecado, y de la paz, tranquilidad y
alegría en que ha quedado todo el mundo, para que puedan volver a sus
iglesias, o a los lugares donde antes estaban; para que puedan buscar,
llamar y recoger el residuo de su grey; para que puedan curar este resi-
duo de sus heridas, y ayudarlo a levantarse de la tierra, sustentarlo,
apacentarlo, acrecentarlo, etc. Y como se debe suponer que muchos de
estos pastores, no queriendo o no pudiendo huir, quedaron muertos en
la batalla; y como también se puede o debe suponer, que muchos de los
que huyeron a los montes y cuevas murieron de hambre, de frío, de in-
comodidad, etc.; deberá haber tiempo suficiente para elegir y consagrar
nuevos obispos y enviarlos a todas aquellas partes donde han faltado, y
donde son tan necesarios (lo cual Roma ya no podría hacer, por haber
muerto antes el Anticristo); y después de esto debería haber tiempo su-
ficiente para que estos nuevos obispos, así como los antiguos, ejercie-
sen su ministerio, pues no parece justo ni verosímil que queden exclui-
das de este socorro tan necesario solamente aquellas iglesias cuyos pas-
tores, como buenos, dieron la vida por sus ovejas 2, o muriendo de otra
manera, mas siempre debajo de la cruz.
[367] Lo tercero, pedís tiempo, ¿para qué?, para la conversión de
los Judíos, si no con todas, a lo menos con algunas de las circunstan-
cias gravísimas con que se anuncia este gran suceso en todas las Escri-
turas del Antiguo y Nuevo Testamento, lo cual es tan claro, que es im-
posible disimularlo del todo. Digo del todo, porque no ignoro que en la
mayor y máxima parte se procura disimular, y aun también despre-
ciar; y no solo despreciar, mas también burlar con irrisión formal y de-
clarada, como empezaremos a observar desde el fenómeno siguiente, a
donde por ahora me remito. Lo cuarto, en fin, pedís tiempo, o deter-
minado o indeterminado (pero que no sea menos de siete años) para
que los mismos Judíos, después de convertidos a Cristo, puedan con-
sumir las armas del ejército innumerable de Gog, destruido entera-
mente por el brazo omnipotente de Dios en la tierra y montes de Is-
rael; el cual ejército había ido contra ellos, después de estar estableci-
dos en su tierra; todo lo cual veremos en adelante, porque no es posi-
ble verlo todo de un golpe.

1 Sal. 71, 8.
2 Jn. 10, 11.
328 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[368] Habiendo, pues, estado el tiempo a vuestra libre disposi-


ción, habiendo colocado en él todos los sucesos que os ha parecido, to-
ca a mí ahora decir una palabra, y mostraros una consecuencia justí-
sima que se sigue de todo esto, la cual no podéis negar ni prescindir de
ella, estando de acuerdo con vos mismo. La consecuencia es ésta: lue-
go cuando venga el Señor, que será, según el Evangelio, luego después,
y según vuestra explicación no mucho después de la tribulación del
Anticristo, deberá estar todo el mundo quieto y tranquilo: la Iglesia, en
suma paz, en religión, en piedad, en observancia de las leyes divinas;
todos los hombres, atónitos y compungidos, con la venida a la tierra
del príncipe San Miguel con todos sus ángeles, con el castigo y muerte
del monarca, con la ruina de su imperio universal y con la desgracia de
tantos otros cuyas carnes se abandonaron a las aves del cielo, congre-
gadas a la grande cena de Dios. Todos en suma, estarán desengaña-
dos, iluminados y penetrados de los más vivos sentimientos de peni-
tencia, aun entrando en este número, no solamente los étnicos, los
mahometanos, herejes, ateos, etc., sino también los duros, obstinados
y pérfidos Judíos. ¿Qué os parece, amigo, de esta consecuencia? ¿Os
atreveréis a negarla? ¿Podréis omitirla o prescindir de ella? ¿No habéis
pedido el espacio de tiempo determinadamente para todo esto? ¿Qué
tenéis ahora que temer ni que recelar?
[369] Concedida, pues, la consecuencia, pasemos luego a confron-
tarla con solos tres lugares del Evangelio, que, dejando otros muchos,
os pongo a la vista.
[370] Primero: Jesucristo hablando de su venida, dice así: Mas
cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tie-
rra? 1. Las cuales palabras, aunque parecen una simple pregunta, mas
ninguno duda que en su divina boca son una verdadera profecía, son
una afirmación clarísima del estado de perfidia y de iniquidad en que
hallará toda la tierra cuando vuelva del cielo; pues si no ha de hallar fe,
que es el fundamento de todo lo bueno, ¿qué pensáis que hallará? Sí-
guese de aquí que, o las palabras del Señor nada significan, o que son
falsos y algo más que falsos los sucesos que habéis colocado en vuestro
espacio imaginario de tiempo: por consiguiente, el espacio mismo.
[371] Segundo: Jesucristo dice que, cuando vuelva del cielo a la
tierra, hallará el mundo como estaba en tiempo de Noé: Así como en
los días de Noé, así será también la venida del Hijo del Hombre 2.
Reparad ahora la propiedad de la semejanza: Y así como en los días
antes del diluvio se estaban comiendo y bebiendo, casándose y dán-
dose en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no lo
entendieron hasta que vino el diluvio, y los llevó a todos; así será

1 Lc. 18, 8.
2 Mt. 24, 37.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 329

también la venida del Hijo del Hombre 1. De modo que, así como
cuando vino el diluvio estaba todo el mundo en sumo descuido y ol-
vido de Dios, y por buena consecuencia en una suma perfidia, iniqui-
dad y malicia, porque toda carne había corrompido su camino sobre
la tierra 2; así como el diluvio los cogió a todos de improviso, menos
aquellos pocos justos que Dios quiso salvar; asimismo dice el Señor
sucederá en la venida del Hijo del Hombre 3. Y por San Lucas: De es-
ta manera será el día en que se manifestará el Hijo del Hombre 4.
[372] Tercero: Jesucristo llama al día de su venida, día repenti-
no; y añade que este día será como un lazo para todos los habitadores
de la tierra 5. Y como dice el Apóstol a este mismo propósito: Cuando
dirán paz y seguridad, entonces les sobrecogerá una muerte repen-
tina, como el dolor a la mujer que está encinta, y no escaparán 6.
[373] Paremos aquí un momento, y hagamos alguna reflexión sobre
estos tres lugares del Evangelio. Y para entendernos mejor y evitar todo
equívoco y sofisma (como hombres que deseamos sinceramente cono-
cer la verdad para abrazarla), supongamos, amigo, que vos y yo, entre
otros muchos, nos hallamos vivos en todo aquel espacio de tiempo
que habéis pedido entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo. Es-
ta suposición no podéis mirarla como repugnante o imposible: lo
primero, porque nadie sabe cuándo vendrá este Anticristo, y su gran
tribulación: si dentro de doscientos años o de doscientos días, si den-
tro de más tiempo o de menos. A los que esto desean saber, no se les
da otra respuesta que ésta: Velad… Y lo que a vosotros digo, a todos
lo digo: Velad 7. Lo segundo, porque este espacio de tiempo después
del Anticristo no puede ser grande, según vos mismo, sino muy breve,
porque luego, o no mucho después, hemos de ver al Hijo del Hombre,
que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad 8.
[374] Habiendo, pues, en nuestra hipótesis sobrevivido al Anti-
cristo, hemos sido testigos oculares, así de los males gravísimos que ha
hecho en toda nuestra tierra, como de la venida de San Miguel con to-
dos los ejércitos del cielo, como también de todas las circunstancias
particulares de la muerte de nuestro monarca y de la ruina plena y to-
tal de su monarquía universal. Ya, gracias a Dios, nos hallamos libres
de este monstruo de iniquidad. Con su muerte goza toda la tierra de
una perfecta tranquilidad. Ya podemos con verdad decir lo que decían

1 Mt. 24, 38-39.


2 Gen. 6, 12.
3 Mt. 24, 37 y 39.
4 Lc. 17, 30.
5 Lc. 21, 35.
6 1 Tes. 5, 3.
7 Mc. 13, 35 y 37.
8 Mt. 24, 30.
330 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

aquellos ángeles: Hemos recorrido la tierra, y he aquí toda la tierra


está poblada y en reposo 1; ya vemos con sumo júbilo que los obispos
fugitivos vuelven a sus iglesias, y son recibidos del residuo de su grey
con las mayores muestras de devoción, de piedad y de ternura; que los
templos, parte profanados, parte arruinados, se purifican, o se edifican
de nuevo; vemos con edificación muchos hombres apostólicos salir
acompañando a sus obispos, a predicar penitencia entre los Cristianos
que se habían pervertido; otros, más animosos, los vemos volar hacia
las partes más remotas del mundo a predicar el Evangelio, donde an-
tes no se había predicado, o donde no había tenido tan buen efecto su
predicación. Vemos a los míseros Judíos bañados en lágrimas, com-
pungidos, desengañados y convertidos de todo corazón a su verdadero
y único Mesías, por quien tantos siglos habían suspirado. Vemos en
suma, con nuestros propios ojos, verificados plenamente todos los su-
cesos que vos mismo habíais anunciado para este tiempo.
[375] Con todo eso, oídme, señor mío, una palabra. El espacio de
tiempo que habíais pedido para todos estos sucesos grandes y admira-
bles, no fue, ni pudo ser tan grande, que pasase todos los límites de la
discreción y aun de la revelación. ¿Qué límites son éstos? Son, amigo, el
luego después del Evangelio, y también el en breve, presto, no mucho
después de vuestra misma explicación. Según vos mismo, la venida del
Señor con grande poder y majestad, debe estar ya tan cerca, que la po-
demos y aun debemos esperar por días o por horas. Todos los que he-
mos quedado vivos después del Anticristo estamos en esta expectación.
Todos sabemos que el Señor ha de venir, o luego al punto, si esto signi-
fica la palabra luego, o a lo menos no mucho después de la gran tribula-
ción que hemos visto y experimentado en los días del Anticristo. Esto
nos enseñan como un punto de suma importancia nuestros obispos ve-
nidos del desierto, y nuestros misioneros llenos del Espíritu Santo. Ya
casi no hay persona alguna que no lo sepa; todos, en fin, estamos en ve-
la, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor 2.
[376] Esto supuesto, decidme ahora, mi buen Cristófilo: ¿Os parece
creíble, ni posible, que en tan corto espacio de tiempo, no sólo se hayan
podido hacer en todo el mundo cosas tan gloriosas, sino que el mismo
mundo se haya otra vez pervertido como en tiempo del Anticristo?
¿Que se haya olvidado tan presto de la venida de San Miguel, de su es-
panto y terror en el castigo de tanta muchedumbre, de su llanto, de su
penitencia, y también de la cercanía del día del Señor? ¿Cómo ha podi-
do suceder una mudanza tan extraña y tan universal? ¿Qué otro Anti-
cristo ha venido de nuevo, mayor que el que acaba de matar San Mi-
guel? En este tiempo en que ahora nos hallamos, vemos muerto al Anti-

1 Zac. 1, 11.
2 Mt. 24, 42.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 331

cristo con su falso profeta; los reyes de la tierra que tanto le ayudaban,
muertos todos con sus ejércitos; la muchedumbre de Gog muerta; el re-
sucitado imperio romano con su corte idólatra y sanguinaria, muerto;
todos los capitanes, gobernadores y soldados, secuaces del Anticristo,
muertos por San Miguel, y devorados por todas las aves del cielo. Por
otra parte, los obispos fugitivos han vuelto a sus iglesias, las ovejas a
sus pastores, los que estaban fuera de la Iglesia han entrado en ella, y
han sido recibidos con suma caridad, y la misma Iglesia se halla en
una grande paz, sin enemigos que la perturben ni dentro ni fuera, etc.
[377] Y no obstante todo esto, Jesucristo que ya viene, que ya está
casi a la puerta, ¿ha de hallar toda la tierra tan olvidada de Dios, tan co-
rrompida, tan inicua, así como en los días de Noé? 1. Jesucristo que ya
viene, ¿apenas ha de hallar en toda la tierra algún vestigio de fe: Pen-
sáis que hallará fe en la tierra? 2. Jesucristo que ya viene, ¿ha de coger
de improviso a todos los habitadores de la tierra? El día de su venida,
que ya insta, ¿ha de ser aquel día repentino: Y como un lazo vendrá so-
bre todos los que están sobre la haz de toda la tierra? 3. Si vos, señor, o
algún otro ingenio sublime, puede concebir estas cosas, y concordarlas
entre sí, yo confieso francamente mi pequeñez: no hallo cómo ni por
dónde salir de este laberinto, ni sé lo que hubieran respondido los doc-
tores mismos, si hubiese habido en su tiempo quien les propusiese es-
tas dudas, y les pidiese una respuesta categórica. Veis aquí, pues, las
consecuencias que naturalmente se siguen del espacio de tiempo que
pretendéis entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo.
[378] No ignoráis que de estas consecuencias os pudiera presentar
muchísimas, sin otro trabajo que copiar otros muchos lugares de las
Escrituras; mas esta diligencia sería tan inútil como encender muchas
lámparas para añadir con ellas más claridad al día más sereno. No
obstante, parece que no será del todo inútil, ni fuera de propósito, re-
presentaros brevemente otra buena consecuencia que infaliblemente
se seguiría, si el fin del Anticristo sucediese de otro modo que con la
venida misma de Cristo en gloria y majestad.

Otra consecuencia

PÁRRAFO 6
[379] Si se lee con alguna mayor atención lo que queda observado
en el párrafo 7 del fenómeno 1, se deberá reparar con alguna especie

1 Mt. 24, 37.


2 Lc. 18, 8.
3 Lc. 21, 35.
332 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de terror el gran fracaso y el terrible estrago que debe hacer en el


mundo cierta piedra cuando baje del monte. Se deberá reparar que di-
cha piedra, desprendida de un alto monte sin mano alguna, o sin que
nadie la toque ni la tire, ella se desprende por sí misma, ella se mueve,
ella se encamina directamente hacia los pies de la grande estatua: al
primer golpe los quebranta y reduce a polvo, y todo el coloso terrible
cae a tierra y se desvanece como humo.
[380] Ahora pregunto yo: ¿Después del fin y ruina del Anticristo
quedará en esta tierra existente, entero y en pie este gran coloso, o no?
Según los principios ordinarios, o según todas las ideas que nos dan
los doctores del Anticristo, parece claro que no. Lo primero, porque
suponen como cierto que el Anticristo ha de ser un monarca universal
de todo el orbe; y esta monarquía universal no puede concebirse si la
estatua queda en pie, o por hablar con mayor propiedad, si los pies y
dedos de la estatua quedan todavía divididos e independientes. Para la
monarquía universal es preciso que todos los reinos y señoríos parti-
culares se reduzcan a una misma masa, y si acaso quedan algunos, que
éstos queden súbditos, no libres e independientes; por consiguiente, es
necesario que la monarquía universal se haya tragado e incorporado
en sí misma todos cuantos reinos, principados y señoríos particulares
se conocían en la tierra. Lo segundo, porque no niegan los doctores,
antes lo suponen como una verdad (y esto con suma razón) que, jun-
tamente con el Anticristo, han de morir del mismo accidente todos los
reyes de la tierra, todos los príncipes, grandes, capitanes y soldados de
todo su imperio universal, pues todos estos son nombrados expresa-
mente en el convite general que se hace a todas las aves del cielo (di-
ciéndoles): Venid y congregaos a la grande cena de Dios, para comer
carnes de reyes, y carnes de tribunos, y carnes de poderosos, y car-
nes de caballos, y de los que en ellos cabalgan 1. Lo tercero, porque
suponen que el imperio romano (no obstante que debe durar hasta el
fin del mundo, como nos aseguran tantas veces con gran formalidad;
mas aquí no guardan consecuencia), suponen, digo, y nos aseguran,
que este imperio romano, bajado en aquellos tiempos de los espacios
imaginarios, y vuelto a su antigua grandeza y esplendor, deberá tam-
bién ceder al Anticristo, y agregarse al imperio de oriente o de Jerusa-
lén, que debe ser el único. Lo cual sucederá, dicen, cuando Roma idó-
latra y sanguinaria sea destruida por diez reyes enemigos del Anticris-
to, y éstos sean vencidos poco después por el mismo Anticristo.
[381] Según esto, parece que deben confesar aquí de buena fe que,
muerto el Anticristo, y destruido enteramente su imperio universal, y
con él todos los reyes y príncipes, con todos sus ejércitos congregados

1 Apoc. 19, 17-18.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 333

para pelear con el que estaba sentado sobre el caballo 1, no puede


quedar en el mundo reliquia alguna del gran coloso; pues, estando to-
do incorporado en el imperio universal del Anticristo, destruido este
imperio universal, es consiguiente que quede destruido y aniquilado el
coloso mismo.
[382] Ved ahora la consecuencia, y juzgad rectamente: luego la
piedra que ha de bajar del monte sobre el coloso, y reducirlo todo a ta-
mo de era de verano, lo que arrebató el viento 2, no puede ser Cristo
mismo, sino San Miguel; por consiguiente, San Miguel crecerá enton-
ces, y se hará un monte tan grande, que cubrirá toda la tierra: Porque la
piedra que había herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió
toda la tierra 3. Si la piedra debe ser Cristo mismo (como no se puede
dudar): luego cuando esta piedra baje del monte, cuando Cristo mismo
baje del cielo, que según dicen, será poco después de San Miguel, ya no
hallará tal coloso donde dar el golpe, y adiós profecía. Si halla todavía el
coloso y, en efecto, lo destruye cayendo sobre él; luego no lo destruye
San Miguel; luego fue inútil la venida de este príncipe con todos los
ejércitos que hay en el cielo; luego todo el capítulo 19 del Apocalipsis no
tiene significado alguno; mejor diremos: luego la venida de San Miguel
es una pura imaginación, y un puro efugio de la dificultad.
[383] De otro modo. Si la piedra de que habla la profecía es Cristo
mismo indubitablemente: luego Cristo mismo, al bajar del cielo a la
tierra, hallará toda la estatua en pie, dará contra ella, y la convertirá en
polvo; luego no puede haber espacio alguno de tiempo entre la ruina
de la estatua y la venida de Cristo. Y como toda la estatua, o todos los
reinos, principados y señoríos, según nos dicen, deberán estar enton-
ces no solamente incluidos, sino identificados con el imperio universal
del Anticristo, que debe componerse de todos juntos, quien destruye la
estatua, destruye forzosamente este imperio universal; y quien destru-
ye este imperio universal, destruye forzosamente toda la estatua.
Quien destruye todo esto debe ser Cristo mismo cuando baje del mon-
te; luego no puede haber un instante de tiempo entre la venida de
Cristo y la destrucción de todo esto, y por consiguiente del Anticristo,
a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, y le destruirá
con el resplandor de su venida 4.
[384] El argumento, aunque me parece bueno, no por eso pienso
que no puede tener alguna solución. Se puede responder, lo primero:
que la piedra que ha de bajar sobre la estatua será Cristo mismo, mas
no en su propia persona, sino en virtud. Se puede responder, lo se-

1 Apoc. 19, 19.


2 Dan. 2, 35.
3 Dan. 2, 35.
4 2 Tes. 2, 8.
334 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

gundo (volviendo a las antiguas): que la piedra de que se habla es Cris-


to mismo, mas no en la segunda venida, sino en la primera; por consi-
guiente, esta piedra ya bajó del monte siglos ha, y destruyó entonces la
grande estatua, esto es, el imperio de Satanás, etc. Será preciso tenerse
en esto, cueste lo que costare, sin ceder un punto; ni yo pienso hablar
sobre esto una palabra más. Me remito enteramente a vuestras serias
reflexiones.

Resumen y conclusión

PÁRRAFO 7
[385] Deseara, señor, si esto fuese posible, que quedásemos de
acuerdo, o que a lo menos nos formásemos una idea clara y precisa de
todas las cosas que acabamos de observar en este fenómeno. Nuestra
disputa, según parece, no consiste en la sustancia de la cosa misma,
sino solamente en una circunstancia que se cree gravísima por una y
otra parte; y en efecto lo es tanto, que ella sola basta para decidir y
terminar el pleito. Estamos perfectamente de acuerdo en la sustancia,
esto es, en el espacio de tiempo que, según las Escrituras, ha de haber
después del Anticristo (sea este Anticristo lo que quisiereis que sea);
este espacio de tiempo os lo he concedido, y os lo concedo de nuevo sin
límite alguno. Confieso que tenéis gran razón en pedirlo, porque es in-
negable. Conque la discordia está solamente en una circunstancia, es a
saber, si el espacio de tiempo debe ser después del Anticristo, muerto
y destruido por el príncipe San Miguel, antes de la venida de Cristo; o
muerto y destruido por Cristo mismo, en el día grande de su venida en
gloria y majestad. Vos decís lo primero, yo digo lo segundo, con esta
sola diferencia: que vos decís lo primero libremente sin fundamento
alguno, pues no alegáis, ni es posible alegar, la autoridad divina, que
es la que únicamente nos puede valer en asunto de futuro; al contra-
rio, yo digo lo segundo fundado en esta autoridad divina, de que me
dan testimonio claro e indubitable las santas Escrituras, en quienes yo
creo firmemente que los hombres santos de Dios hablaron siendo ins-
pirados del Espíritu Santo 1. Según estas santas Escrituras, me parece
imposible separar el fin del Anticristo de la venida del Señor que es-
tamos esperando.
[386] Lo habéis visto claro, con circunstancias las más individua-
les, en el capítulo 19 del Apocalipsis. Lo habéis visto claramente con-
firmado por el Apóstol de las Gentes, el cual dice expresamente que el
mismo Señor Jesús destruirá al Anticristo con la ilustración de su ve-

1 2 Ped. 1, 21.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 335

nida 1. Lo habéis visto claramente en el Evangelio, en que declara el


mismo Señor que su venida del cielo a la tierra con grande poder y
majestad sucederá luego después de la tribulación de aquellos días; la
cual palabra luego se halla en las cuatro versiones sin alteración alguna,
esto es, en la Siríaca, en la de Arias Montano, y en la de Erasmo. Des-
pués de todo esto, lo habéis visto todavía más claro por las consecuen-
cias intolerables que se seguirían legítimamente si se separase el fin del
Anticristo de la venida de Cristo, como queda observado en el párrafo 5
y 6. Por otra parte, los sucesos que habéis imaginado, con los cuales
queréis llenar este espacio de tiempo, son evidentemente incompati-
bles con los que nos anuncia con tanta claridad el mismo Señor.
[387] Después del Anticristo, y antes de la venida de Cristo, supo-
néis a todos los hombres (y esto sin prueba alguna) no solamente atóni-
tos y espantados de lo que acaba de suceder en el mundo con la venida
de San Miguel, y del castigo del Anticristo con todos los reyes, príncipes
y grandes de su corte, y de todo su imperio universal; sino también
compungidos y llorosos, que se volvían dándose golpes en los pechos 2,
haciendo penitencia y pidiendo misericordia; pues para esto en primer
lugar, según vos mismo, se concederá este espacio de tiempo. Supo-
néis del mismo modo, sin prueba alguna, a todos los obispos que se
habían escondido en los montes y cuevas, restituidos a sus iglesias, y
recibidos de sus antiguas ovejas con lágrimas de devoción y de ternu-
ra. Suponéis todo el mundo desengañado, iluminado, y arrepentido,
sin excluir de este gran bien a los duros y obstinados Judíos. Suponéis,
en fin, así a éstos como a todo el residuo de los hombres, esperando
por momentos la venida del Señor, en su propia persona y majestad; la
cual debe ser presto, en breve, no mucho después, según vos mismo, y
según el Evangelio, luego. Ahora, si una vez admitimos estas ideas,
¿cómo podremos componerlas con las que hallamos en los Evange-
lios? ¿Cómo será posible, en estas suposiciones, que el día grande de la
venida del Señor, que ya insta, halle a todo el mundo tan descuidado y
tan inicuo, así como en los días de Noé? ¿Cómo será posible que lo ha-
lle casi enteramente sin fe? ¿Cómo será posible que aquel día sea para
todos los habitadores de la tierra, día repentino, y como un lazo im-
previsto en que queden prendidos, porque así como un lazo vendrá
sobre todos los que están sobre la haz de toda la tierra? Amigo mío,
consideradlo bien, poniendo aparte por un momento toda preocupa-
ción. Entre tanto, la conclusión sea que, según todas las Escrituras, pa-
rece todavía mucho más difícil separar el fin del Anticristo de la venida
de Cristo, que separar el fin de la noche del principio del día.

1 2 Tes. 2, 8.
2 Lc. 23, 48.
336 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[388] No pudiendo, pues, de modo alguno hacerse esta separación,


¿qué se sigue? Me parece que se sigue al punto inevitablemente la dura
y terrible consecuencia: luego si se concede y aun se pide un espacio
de tiempo después del fin del Anticristo, se debe forzosamente conce-
der y pedir después de la venida de Cristo; luego si después del fin del
Anticristo ha de haber tiempo suficiente para que puedan verificarse
cómodamente los muchos y grandes sucesos que pretenden los docto-
res, lo deberá haber necesariamente después de la venida de Cristo.
[389] Y veis aquí, con esto solo, arruinado desde los cimientos to-
do el sistema. Veis aquí, con esto solo, claro, manifiesto y concedido
por los mismos doctores, aunque contra su voluntad, aquel espacio de
tiempo que, con tantos temores, temblores y recelos, propusimos al
principio 1 sólo como una mera hipótesis o suposición. Veis aquí ya
más de cerca los mil años de San Juan, y todos los misterios nuevos y
admirables del capítulo 20 del Apocalipsis. Veis aquí el juicio de los
vivos separado enteramente del de los muertos. En suma, veis aquí,
con esto solo, abiertas todas las puertas y también todas las ventanas,
corridas todas las cortinas y alzados todos los velos, para ver y enten-
der innumerables profecías, que sin esto nos parecen no solamente os-
curas sino la misma oscuridad.

Apéndice

[390] Cualquiera que lea las observaciones que acabamos de hacer


sobre este fenómeno, y no tenga por otra parte suficiente conocimien-
to de esta causa, es fácil y muy natural que piense dentro de sí una de
dos cosas: o que es falso que los doctores separen el fin del Anticristo
de la venida de Cristo, haciendo venir en su lugar al arcángel San Mi-
guel; o que, si realmente han tomado este partido (que según parece es
muy antiguo), habrán hallado en la Escritura divina algún fundamento
sólido e incontrastable; pues no es creíble que hombres tan sensatos y
tan eruditos avanzasen una especie como ésta, sin estar primero per-
fectamente asegurados. Esta reflexión, a lo menos cuanto a la segunda
parte de la disyuntiva, me parece óptima; y yo confieso que esta mis-
ma es la que me ha hecho buscar con toda diligencia este fundamento.
Vamos por partes.
[391] Primeramente, es innegable que los intérpretes de la Escritu-
ra, según su sistema, procuran del modo posible separar el fin del Anti-
cristo de la venida de Cristo que esperamos en gloria y majestad, ha-

1 Primera Parte, capítulo 4.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 337

ciendo venir en lugar de Cristo al arcángel San Miguel a la frente de to-


das las legiones celestiales. Esta proposición se puede probar de dos
maneras, ambas claras, fáciles y perceptibles a todos por su simplici-
dad. La primera es remitir a los que dudaren a que lo vean por sus ojos
en la mayor y más noble parte de los mismos intérpretes; y para mino-
rarles el trabajo, y suavizarles la gran molestia, pedirles solamente que
vean por sus ojos lo que dicen sobre el capítulo 19 del Apocalipsis, sobre
el 38 y 39 de Ezequiel, sobre el capítulo 12 de Daniel, sobre el capítulo
24 de San Mateo, y sobre el capítulo 2 de la epístola segunda a los Tesa-
lonicenses. Dije, en la mayor y más noble parte de los intérpretes; por-
que algunos otros, gravísimos por otra parte, penetrando bien la gran
dificultad, procuran prescindir de ella, y alejarse todo lo posible; como
que no consideran toda la Escritura, sino solamente una parte. Véase lo
que queda dicho en el fenómeno 3, párrafo 13.
[392] El segundo modo de probar aquella proposición para los que
no pueden o no quieren registrar autores, puede ser este llano y simple
discurso: o conceden los doctores que Cristo mismo en su propia per-
sona ha de venir a destruir al Anticristo, o no. Si lo conceden, luego
aquel espacio de tiempo que también conceden inevitablemente des-
pués de destruido el Anticristo, lo deberán conceder después de la ve-
nida de Cristo en su propia persona; por consiguiente deberán renun-
ciar a su sistema. Si no lo conceden, luego en lugar de la persona de
Cristo deberá venir alguna otra persona a la frente de todos los ejérci-
tos del cielo a destruir al Anticristo; pues sin éste todo el capítulo 19
del Apocalipsis será una visión sin significado, o será, por decirlo me-
jor, una pura ilusión. Si en lugar de Cristo viene otra persona con to-
dos los ejércitos del cielo, ¿quién puede ser sino el príncipe grande San
Miguel? Conque aun sin el trabajo de registrar muchos libros, la ver-
dad de aquella proposición queda indubitable.
[393] Satisfecha la primera parte de la disyuntiva, nos queda que
satisfacer a la segunda, que es la principal; en la cual se pueden hacer
estas dos preguntas. Primera: ¿Con qué fundamento se niega que Je-
sucristo en su propia persona, y en el día grande de su venida que es-
peramos, ha de destruir al Anticristo, estando esto tan claro y expreso
en las Escrituras? Segunda: ¿Con qué fundamento se le da este honor
al príncipe grande San Miguel? El fundamento para lo primero lo he-
mos ya visto por nuestros ojos, ni concibo cómo pueda quedarnos so-
bre esto alguna duda. Hablando francamente, no hay otro fundamento
real que el miedo y pavor del capítulo 12 del Apocalipsis, o del espacio
de tiempo que es necesario conceder, y que se concede aunque a más
no poder, después del fin del Anticristo. Si fuera de este fundamento
hubiese otro siquiera pasable, es claro que se debía producir, y mucho
más claro que no se dejara de hacer.
338 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[394] El fundamento para lo segundo, es el que ahora voy a expo-


ner, que al fin lo hallé después de alguna diligencia. No digo que lo ha-
llé en la Escritura misma, sino en la Escritura explicada del modo que
se explican los tres lugares de que hemos hablado, principalmente en
este fenómeno. Es, pues, todo el fundamento para hacer venir a San
Miguel a destruir al Anticristo, el capítulo 12 de Daniel, que empieza
así: Y en aquel tiempo se levantará Miguel, príncipe grande, que es el
defensor de los hijos de tu pueblo, y vendrá tiempo cual no fue desde
que las gentes comenzaron a ser hasta aquel tiempo. Y en aquel tiem-
po será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito en el libro 1.
[395] Consideremos este texto con particular atención, porque no
hay duda que, mirándolo sólo a bulto, superficialmente y de prisa, no
deja de mostrar alguna apariencia. Para que este texto favorezca de al-
gún modo la expedición de San Miguel que se pretende contra el Anti-
cristo, es necesario que aquellas primeras palabras: Y en aquel tiempo
se levantará Miguel, aludan al tiempo mismo del Anticristo; porque si
realmente aluden a otro tiempo anterior, de nada pueden servir para
el intento. Más claro. Si la expedición de San Miguel de que se habla
en este lugar, debe suceder antes del Anticristo, antes de los tiempos
borrascosos y terribles de la grande tribulación, con esto solo estará
concluida la disputa, pues ésta se prueba fácilmente con el mismo tex-
to sin salir de él. Es claro que aquí se habla de dos tiempos diversos: Y
en aquel tiempo se levantará Miguel; éste es el primero. El segundo
tiempo es posterior, y como una consecuencia de él se levantará Mi-
guel; y de este tiempo que se ha de seguir después de la expedición de
San Miguel, se dice que será tan terrible cual nunca se habrá visto has-
ta entonces: Y vendrá tiempo cual no fue desde que las gentes comen-
zaron a ser hasta aquel tiempo.
[396] Ahora se pregunta: este tiempo tan terrible, posterior y con-
siguiente a la expedición de San Miguel, ¿cual será? ¿Será acaso el
tiempo que debe seguirse, por confesión de los doctores, después de la
muerte del Anticristo? Cierto que no: porque este espacio de tiempo lo
suponen como el más quieto y pacífico de todos los tiempos. ¿Será el
tiempo que puede emplear San Miguel con todos los ejércitos del cielo
en matar al Anticristo, y destruir su imperio universal? Tampoco: ya
porque para esto sobra un minuto, pues sabemos que un ángel solo
destruyó todo el ejército de Senaquerib, matando en una noche, o en
un momento de esta noche, 185.000 soldados; ya porque no es creíble
que la terribilidad tan ponderada de aquel tiempo hable solamente con
el Anticristo y con sus secuaces. En este caso no dijera el Señor: Habrá
entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del mundo

1 Dan. 12, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 339

hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abreviados aquellos días, ningu-


na carne sería salva: mas por los escogidos serán abreviados aque-
llos días 1. ¿Qué daño puede hacer San Miguel a los escogidos? ¿Es
creíble que Dios abrevió aquellos días, o aquel tiempo de tribulación
que causa San Miguel en el Anticristo y en sus amigos, para que no se
perviertan ni se pierdan aun los mismos escogidos? ¿Es creíble que es-
ta tribulación causada por San Miguel sea tan peligrosa, de modo que,
si puede ser, caigan en error aun los escogidos? 2. Luego no es éste el
tiempo de que habla Daniel, cuando dice: Se levantará Miguel… y ven-
drá tiempo cual no fue, etc. Luego este vendrá tiempo, alude a otro
tiempo posterior a la expedición de San Miguel. Luego es el tiempo
mismo de la tribulación que causará en el mundo el Anticristo, el cual
será necesario abreviar para que no se pierdan aun los escogidos. Lue-
go la expedición de San Miguel no puede ser contra el Anticristo, pues
éste no ha venido.
[397] Pues ¿a qué viene San Miguel, y contra quién viene, si no
viene contra el Anticristo? Esta pregunta procede sobre una falsa su-
posición. Aquí se supone que San Miguel ha de venir con sus ángeles a
esta nuestra tierra contra alguno; mas esto, ¿de dónde se prueba? El
texto no lo dice ni insinúa, ni da señal por donde sospecharlo. Sólo di-
ce: Y en aquel tiempo se levantará Miguel. En aquel tiempo de que
acaba de hablar el capítulo antecedente, se levantará San Miguel, no
solo, sino con otros ángeles, pues el verbo consurgo esto significa; mas
no dice a qué se levantará, ni contra quién, ni adónde irá, ni qué cosas
hará, etc. Todo esto lo deja en un profundo silencio.
[398] Mas lo que no dice este antiquísimo Profeta, lo dice clara-
mente circunstanciado el último de los Profetas, que es San Juan, que
es el que en ciertos puntos particulares los explica a todos. Leed el ca-
pítulo 12 del Apocalipsis, y allí hallaréis este mismo misterio con todas
las noticias que podéis desear. Allí hallaréis esta misma expedición de
San Miguel explicada y aclarada. Allí hallaréis contra quién es, adónde
es, y para que fin. Allí veréis que no es contra el Anticristo, sino contra
el dragón, o contra el diablo; que no es en la tierra, sino en el cielo; que
no es en los tiempos del Anticristo, sino antes que éste aparezca en el
mundo. Allí hallaréis que el Anticristo, con todo su misterio de iniqui-
dad, y toda la gran tribulación de aquellos días, será sólo una resulta y
como consecuencia de la expedición de San Miguel; pues arrojado el
dragón a la tierra después de la batalla, se oyen luego en el cielo unas
voces de compasión y lástima que dicen: ¡Ay de la tierra y de la mar,
porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que

1 Mt. 24, 21-22.


2 Mt. 24, 24.
340 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tiene poco tiempo! 1. Allí hallaréis, en fin, que el dragón, vencido y arro-
jado a la tierra con todos sus ángeles, convierte todas sus iras contra
cierta mujer que ha sido la causa de aquella gran batalla; que la mujer
huye al desierto con dos alas de águila grande que para esto se le dan;
que el dragón la sigue, y no pudiendo alcanzarla, se vuelve lleno de fu-
ror a hacer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los man-
damientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo 2. Y para hacer
esta guerra en toda forma, y sobre seguro, se va a las orillas del mar
(metafórico y figurado) a llamar en su ayuda a la bestia de siete cabe-
zas y diez cuernos, la cual se ve al punto salir del mar, y dar principio a
la gran tribulación 3.
[399] Que la expedición de San Miguel, de que se habla en este ca-
pítulo 12 del Apocalipsis, sea la misma que la del capítulo 12 de Daniel,
me parece que lo conceden todos los doctores, pues a uno y otro lugar
dan la misma explicación. No hablo aquí de aquellos pocos que, con la
mayor violencia e impropiedad, tiran a acomodar este capítulo 12 del
Apocalipsis a la persecución de Diocleciano; ni hablo de aquellos no
pocos que en sentido místico aplican a la santísima Virgen algunas po-
cas cosas de toda esta gran profecía, dejando todas las otras como que
no hacen a su propósito; hablo sólo de los intérpretes literales, quie-
nes, aunque conceden que el misterio es el mismo en el apóstol que en
el profeta, mas en uno y otro se explican tan poco, y con tanta oscuri-
dad, que no se puede formar idea de lo que quieren decir. Lo que úni-
camente se conoce es que confunden demasiado al dragón con la bes-
tia que sale del mar; y lo que es batalla de San Miguel con el dragón, lo
hacen igualmente batalla con la bestia, no advirtiendo, o no haciéndo-
se cargo, que la bestia no sale del mar sino después que el dragón ha
sido vencido en la batalla, después que ha sido arrojado a la tierra,
después que ha perseguido a la mujer metafórica, después que ésta ha
ganado el desierto, después que ha perdido la esperanza de alcanzarla.
A lo menos es cierto que esta batalla de San Miguel con el dragón la
ponen y suponen en los tiempos del Anticristo, pues dicen que será
para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo.
[400] No obstante esta certeza y seguridad tan poco fundada, tan
ajena, tan distante, tan opuesta al texto sagrado, ninguno nos dice una
palabra sobre algunas otras cosas que quisiéramos saber; por ejemplo,
si en esta batalla quedará también vencido el Anticristo, o solamente el
dragón; si en esta batalla morirá el Anticristo, y todo su imperio uni-
versal, o si será necesaria otra venida del mismo San Miguel para ma-
tar a este monarca. No hay que esperar sobre esto alguna idea precisa

1 Apoc. 12, 12.


2 Apoc. 12, 17.
3 Apoc. 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 341

y clara. Todo se halla confuso e ininteligible. Que en esta batalla de


que hablamos muera también el Anticristo, o quede vencido, o des-
truido por San Miguel, parece imposible que se atrevan a decirlo, a lo
menos de modo que se entienda claramente que así lo dicen. ¿Por
qué? Porque después de esta batalla, después de vencido el dragón con
todos sus ángeles, arrojados a la tierra, se ve claramente en el texto sa-
grado que el dragón mismo convierte toda su indignación contra la
mujer vestida del sol, la cual quieren, o suponen, sea la Iglesia; se ve
que esta mujer (sea lo que quisieren por ahora) se libra del dragón hu-
yendo al desierto; se ve que en el desierto se está escondida de la pre-
sencia de la serpiente, todo el tiempo que dura la persecución del An-
ticristo, esto es, mil doscientos y sesenta días, que son los días que de-
be durar la gran tribulación, como se dice en el capítulo siguiente (por
estas palabras): Y le fue dado poder de hacer aquello cuarenta y dos
meses (42 meses, y 1260 días, es lo mismo). De todo lo cual se conclu-
ye evidentemente que la batalla de San Miguel con el dragón debe su-
ceder antes de los cuarenta y dos meses de tribulación; por consi-
guiente, antes de la revelación del Anticristo. Luego no puede ser con-
tra el Anticristo; luego la venida de San Miguel a destruir al Anticristo
es puramente imaginaria; luego el personaje admirable que se descri-
be en el capítulo 19 del Apocalipsis, con todas las señales y circunstan-
cias de que tanto hemos hablado, no puede ser el príncipe San Miguel,
sino el mismo Jesucristo, Hijo de Dios e hijo de la Virgen, en su propia
persona; luego, etc.
[401] Esta expedición del príncipe grande San Miguel, de que se
habla en Daniel y en el Apocalipsis, con todos los misterios nuevos y
admirables de la mujer vestida del sol, etc., pide una observación muy
particular y muy prolija, la cual deberemos hacer cuando sea su tiem-
po. Os la prometo, queriendo Dios, para el fenómeno 8, después que
hayamos observado los tres siguientes, no sólo interesantes en sí, sino
necesarios para que éste pueda entenderse.
Fenómeno 5
Los Judíos

[1] En las ideas ordinarias sobre la venida del Mesías en gloria y


majestad, parecerá sin duda un despropósito nombrar a los Judíos, o
traerlos a consideración. Como estas ideas son todas favorables (ni se
admite alguna que de algún modo no lo sea), así como deben quedar
excluidas muchísimas cosas, aunque se hallen expresas en la Escritura
de la verdad, así deben entre ellas quedar también excluidos los Ju-
díos. Así, deben mirarse estos infelices como absolutamente abando-
nados del Dios de sus padres; así, deben considerarse como un árbol
del todo seco, incapaz de reflorecer, y sólo bueno para el fuego; así, de-
be creerse o suponerse que Dios no tiene ya sobre ellos algún designio
particular, digno de su grandeza; así, debe concluirse en tono de segu-
ridad que estos semihombres nada tienen ya que esperar para esta ve-
nida de su Mesías, pues no habiendo creído la primera, deberán temer
la segunda, no desearla.
[2] Mas los que, no admitiendo ciegamente las ideas ordinarias;
los que, poniendo aparte toda preocupación, quisieren ver por sus ojos
lo que hay sobre los Judíos en la Escritura, a la verdad, parece poco
menos que imposible que no entren en otros pensamientos muy diver-
sos, o cuando menos, en grandes y vehementísimas sospechas. Sí, ami-
go mío: los Judíos, esos míseros, esos vilísimos hombres, mirados ape-
nas como hombres, y casi como hombres de otra especie inferior, de-
ben hacer, según todas las Escrituras, una gran figura, y una de las fi-
guras más principales en el misterio grande de la venida del Mesías
que todos esperamos. Casi en todas las observaciones que en adelante
tenemos que hacer, nos es preciso no perderlos de vista; pues aunque
no queramos, se nos ponen delante. Por tanto, parece conveniente, y
aun esencial al asunto que tratamos, hacer primero algunas observa-
ciones sobre los Judíos, considerando atentamente y con toda forma-
lidad, siquiera alguna de las muchas y grandes cosas que sobre ellos
nos dicen las santas Escrituras.
[3] De tres modos, o en tres estados infinitamente diversos entre
sí, podemos considerar a los Judíos. El primero es el que tuvieron an-
tes del Mesías, ya se tome su principio desde la vocación de Abraham,
o desde la salida de Egipto y promulgación de la ley, o desde su esta-
blecimiento en la tierra prometida a sus padres. El segundo es el que
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 343

han tenido y tienen todavía después de la muerte del Mesías, y en con-


secuencia de haberlo reprobado, y mucho más de haberse obstinado
en su incredulidad. El tercero es aún futuro, ni se sabe cuándo será. En
estos tres estados los considera y habla de éstos frecuentísimamente la
Escritura, y en cada uno de ellos los considera en cuatro maneras, o en
cuatro aspectos principales.
[4] En el primer estado, antes del Mesías, los considera, primero:
como propietarios y legítimos dueños de toda aquella porción de tie-
rra, de que el mismo Dios hizo a sus padres una solemne y perpetua
donación: A tu posteridad daré esta tierra 1; toda la tierra que regis-
tras, daré a ti y a tu posteridad para siempre 2. Segundo: los conside-
ra como pueblo único de Dios, o iglesia suya, que es lo mismo. Terce-
ro: como una verdadera y legítima esposa del mismo Dios, cuyos des-
posorios se celebraron solemnísimamente en el desierto del monte Si-
naí, con pleno consentimiento de ambas partes, y con escritura autén-
tica y publica (que se conserva intacta e incorruptible hasta nuestros
días) en que constaban las obligaciones recíprocas de ambos contra-
yentes 3. Cuarto: los considera como vivos, con otra especie de vida in-
finitamente más estimable que la vida natural.
[5] En el segundo estado, después del Mesías, los considera, pri-
mero: como desterrados de su patria y esparcidos a todos vientos, y
como abandonados al desprecio, a la irrisión, al odio y barbarie de to-
das las naciones. Segundo: como privados del honor y dignidad de
pueblo de Dios, y como si Dios mismo no fuese ya su Dios. Tercero:
como una esposa infiel o ingratísima, arrojada ignominiosísimamente
de la casa del esposo, despojada de todas sus galas y joyas preciosas
que se le habían dado con tanta profusión, y padeciendo los mayores
trabajos y miserias en su soledad, en su deshonor, en su abandono to-
tal del cielo y de la tierra. Cuarto: los considera como privados de
aquella vida que tanto los distinguía de los otros vivientes, cuyos hue-
sos (consumidas las carnes) quedan secos, áridos, y esparcidos en el
gran campo de este mundo, como si fuesen huesos de bestias.
[6] En el tercer estado todavía futuro, pero que se cree y espera infa-
liblemente, los considera la divina Escritura, lo primero: como recogi-
dos por el brazo omnipotente de Dios vivo de entre todos los pueblos y
naciones del mundo, donde él mismo los tiene esparcidos, y como resti-
tuidos a su patria, y restablecidos en ella, para no moverlos jamás: Y los
plantaré (dice por Jeremías) y no los arrancaré… Y los plantaré sobre
su tierra; y nunca más los arrancaré de su tierra que les di 4. Segundo:

1 Gen. 15, 18.


2 Gen. 13, 15.
3 Ex. 21, 16-17; Ez. 16, 60.
4 Jer. 24, 6; Amós 9, 15.
344 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

los considera como restituidos con sumo honor, y con grandes ventajas,
a la dignidad de pueblo de Dios, aunque ya debajo de otro testamento
sempiterno: He aquí que yo… los volveré a este lugar, y haré que ha-
biten confiadamente en él. Y serán mi pueblo, y yo seré su Dios… Y
haré con ellos un pacto eterno 1. Tercero: los considera como una es-
posa de Dios, tan amada en otros tiempos, cuya desolación, cuyo tra-
bajo, cuya aflicción y cuyo llanto mueven en fin el corazón del esposo,
el cual, desenojado y aplacado, la llama a su antigua dignidad, la reci-
be con sumo agrado, se olvida de todo lo pasado, la restituye todos sus
honores, y abriendo sus tesoros la colma de nuevos y mayores dones,
la viste de nuevas galas, la adorna con nuevas e inestimables joyas,
más preciosas sin comparación que las que había perdido 2. Cuarto, en
fin: los considera como resucitados, como que aquellos huesos secos y
áridos, esparcidos por toda la tierra, se vuelven a unir entre sí por vir-
tud divina, cada uno a su coyuntura 3; se cubren otra vez de carne, de
nervios y de piel, y se les introduce de nuevo aquel espíritu de vida, de
que tantos siglos han estado privados. Estos tres estados de los Judíos,
corresponden perfectamente a los tres estados de la vida del santo
Job, la cual podemos decir o mirar como una figura, o como una histo-
ria en cifra, de las mudanzas principales del pueblo de Dios.
[7] Sobre los dos primeros estados, nada tenemos que observar de
nuevo. Los doctores los tienen observados con bastante prolijidad.
Como en ello no hay interés alguno que se ponga por medio, tampoco
hay dificultad alguna en tomar en su propio y natural sentido todas
aquellas Escrituras que hablan de ellos, o en historia, o en profecía.
Mas el tercer estado no es así. Este no puede gozar del mismo privile-
gio, o del mismo derecho. Las Escrituras que hablan de él, aunque
sean igualmente más claras y expresivas que las que hablan del prime-
ro y segundo estado, no por eso se deben ni pueden entender del mis-
mo modo, y en el mismo sentido propio y natural. ¿Por qué razón?
Porque se oponen, porque repugnan, porque perjudican, porque des-
truyen, porque aniquilan el vulgar sistema. En suma, la razón verda-
dera no se produce, porque no es necesario; son cosas éstas que se de-
ben suponer, y no probar. La observación, pues, exacta y fiel de este
tercer estado de los Judíos en los cuatro aspectos arriba dichos, en que
los considera la divina Escritura, es lo que ahora llama toda nuestra
atención. El punto es ciertamente gravísimo, y puede ser de suma uti-
lidad, no menos para los pobres e infelices judíos, que para el verdade-
ro y sólido bien de muchos cristianos que quisieren entrar dentro de
sí, y dar lugar a serias reflexiones.

1 Jer. 32, 37-38 y 40.


2 Is. 40 y 49; Oseas 2, 18; Miq. 7.
3 Ez. 37, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 345

[8] No extrañéis, señor, si en este punto, como en causa tan pro-


pia, me explico con alguna más libertad; ni os admiréis, si acaso me
propaso en alguna palabra menos civil; mirad por ahora, no tanto a los
accidentes, cuanto a la sustancia, que es lo que principalmente debe
mirar un hombre racional. Soy cristiano, es verdad, y reconozco con el
mayor agradecimiento de que soy capaz, este sumo beneficio que he
recibido de la bondad de Dios; mas no por eso dejo de ser judío, ni me
avergüenzo de serlo. Como cristiano, soy deudor a los Cristianos de
cualquiera tribu, o pueblo, o gente, o nación que éstos sean; mas como
cristiano judío, soy también deudor con particular obligación a aque-
llos infelices hombres, que son mis deudos según la carne, que son los
israelitas, de los cuales es la adopción de los hijos, y la gloria, y la
alianza, y la legislación, y el culto, y las promesas; cuyos padres son
los mismos de quienes desciende también Cristo según la carne 1.
[9] Si las cosas que voy a decir, después de bien examinadas con
toda aquella entereza, rectitud y justicia que pide un asunto tan serio,
no se hallaren plenamente conformes a las santas Escrituras (regla
única en cosas todavía futuras), en este caso, será justa y bien mereci-
da la sentencia que se diere contra mí. En este caso, yo mismo, des-
pués de convencido, pediré esta justa sentencia, y yo mismo seré el
ejecutor. Así como sé y confieso con verdad que puedo errar en mucho
o en poco, en todo o en parte, así también sé, con igual o mayor certi-
dumbre, que estoy muy lejos de querer perseverar un momento en el
error, después de conocido: Dándome testimonio mi conciencia en el
Espíritu Santo 2.

Discurso previo
El estado futuro de los Judíos según se halla
ordinariamente en los doctores cristianos

[10] En este punto particular de que hablan tanto las Escrituras,


parece que ha sucedido a varios doctores cristianos lo mismo que su-
cedió antiguamente a nuestros rabinos o doctores hebreos; quiero de-
cir, que hablan de la vocación futura de los Judíos, con la misma frial-
dad e indiferencia con que éstos hablan de la vocación de las Gentes,
no obstante que se quejan de ellos, y los reprenden con razón de esta
falta tan considerable.
[11] Los doctores hebreos, en la lección de sus Escrituras, debían
encontrar no pocas veces (y no despreciar ni disimular) lo que en ellas

1 Rom. 9, 3-5.
2 Rom. 9, 1.
346 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

se dice y anuncia en contra del mismo pueblo hebreo, y en favor de las


Gentes. Debían encontrar y no disimular el rigor y severidad extrema
con que estaba amenazado el mismo pueblo de Dios, el mismo pueblo
santo. Debían encontrar, y reparar en ello con un santo y religioso te-
mor, que este mismo pueblo santo, no obstante que vivía y se susten-
taba con la fe y esperanza del Mesías, había de ser, cuando éste viniese
al mundo, su mayor y más cruel enemigo, que lo había de reprobar,
que lo había de perseguir, y lo había de hacer morir en la ignominia y
tormento de la cruz. Debían encontrar, y reparar en ello con temor y
temblor, que por este sumo delito, el pueblo único de Dios había de
dejar de serlo, había de ser esparcido hacia todos los vientos, para que
fuese en todas partes el desprecio, el odio y la fábula de todas las na-
ciones, entrando en su lugar otro pueblo de Dios, llamado y recogido
de entre las mismas naciones que se pensaban reprobadas. Debían, en
suma, encontrar y no disimular, que la verdadera esposa de Dios había
de ser arrojada de casa del esposo, con suma ignominia y con suma ra-
zón, llevando consigo no otra cosa que el peso enorme de sus iniqui-
dades, entrando en su lugar otra nueva que se había de llevar todas las
atenciones y todos los cariños del esposo.
[12] Estas cosas y otras semejantes, era necesario e inevitable que
encontrasen nuestros doctores en la lección de sus Escrituras, espe-
cialmente en los Profetas y en los Salmos; mas todas estas cosas que
encontraban eran para ellos, y lo son hasta ahora, como las palabras
de un libro sellado 1; como lo que está escrito dentro de un libro (pro-
sigue el Profeta), puesto en manos de quien sabe leer, se le dirá: Lee
aquí; y responderá: No puedo, porque está sellado 2; y puesto en ma-
nos de quien no sabe leer, se le dirá: Léelo; y responderá: No sé leer 3.
[13] No negaban absolutamente nuestros rabinos que las Gentes
habían de ser también llamadas y entrar en parte de la justicia, santi-
dad y felicidad del reino del Mesías. Esto hubiera sido demasiado ne-
gar, tanto como negar la luz del mediodía; mas esta vocación de las
Gentes, según todos ellos, debía ser sin perjuicio alguno de ellos mis-
mos, antes con mayor honra y ensalzamiento suyo. Esta satisfacción de
sí mismos, esta confianza desmedida, era puntualmente la que les hacía
ininteligibles sus Escrituras, la que les hacía increíble lo mismo que
leían por sus ojos, pareciéndoles que el solo dudarlo sería una impie-
dad, o una especie de sacrilegio. Con todo eso, los anuncios de los Pro-
fetas de Dios, al paso que frecuentes, eran clarísimos, y por eso innega-
bles; los anuncios, digo, tristes y amargos, de rigor, de severidad, de ira,
de indignación, de furor, de olvido, de abandono; y todo esto general a

1 Is. 29, 11.


2 Is. 29, 11.
3 Is. 29, 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 347

todo el pueblo de Dios, a todo el pueblo santo. ¿Qué se hace, pues, con
estos anuncios? Creerlos y confesarlos, así como se hallan en los Profe-
tas, no se puede. ¿Por qué no se puede? Porque no son a favor del pue-
blo santo, porque son contrarios al pueblo de Dios, porque son en per-
juicio y deshonor del pueblo santo, porque Dios no puede arrojar de sí
a su único pueblo que tiene sobre la tierra, o a su esposa verdadera y
única, pues no puede quedar sin pueblo, sin esposa, sin iglesia, etc.
[14] En medio de estas falsas ideas, no quedaba otro partido que
tomar sino el que se tomó, en realidad propísimo y eficacísimo para
que las profecías se verificasen a la letra sin faltarles un ápice. ¿Qué
partido fue éste? No fue otro que embrollar las unas y endulzar las
otras; interpretándolas todas del modo posible, siempre a favor; dar
por cumplidas las unas en tiempo de Nabucodonosor, las otras en
tiempo de Antíoco, y las que no se pudiesen en estos tiempos (como es
evidente que no se pueden casi todas), contraerlas solamente a algu-
nos culpados más insignes de la nación, mas no a toda la nación en
general, porque esto hubiera sido una temeridad, una impiedad, un
error, una herejía. En una palabra, no hubo jamás rabino alguno, o es-
criba, o legisperito que viese, ni aun siquiera sospechase, que podían
verificarse a la letra todas aquellas profecías, tan expresamente con-
trarias al pueblo santo, después de haber reprobado y crucificado a su
Mesías; y en consecuencia de éste y de otros gravísimos delitos, había
de ser abandonado de su Dios, privado enteramente del honor de pue-
blo suyo, de esposa suya, de iglesia suya, etc., arrojado de la herencia
de sus padres, y esparcido hacia todos los vientos para ser el despre-
cio, el oprobio y la fábula de todas las gentes.
[15] Mucho menos les pasó por el pensamiento que, de estas Gen-
tes que tanto despreciaban, se había de sacar otro pueblo de Dios, otra
esposa, otra iglesia, sin comparación mayor, no sólo en número, sino
en justicia, en santidad, en dignidad, en fidelidad, infinitamente más
agradable a Dios, y más digna del mismo Dios. Tan lejos estaban de
estos pensamientos, y tan ajenos de estas ideas, que aun los primeros
cristianos, que tenían las primicias del espíritu 1, se escandalizaron y
reprendieron a San Pedro, porque había entrado en casa del centurión
Cornelio, y bautizado a toda su familia: ¿Por qué entraste a gentes que
no son circuncidadas, y comiste con ellas? 2. ¡Oh, cuánto daño puede
hacer el amor propio y el espíritu nacional!
[16] Os considero, amigo, con gran curiosidad de ver finalmente a
dónde va a parar o terminar este discurso contra mis doctores judíos.
Yo de buena gana lo cortara aquí, remitiéndome enteramente a vuestro

1 Rom. 8, 23.
2 Act. 9, 3.
348 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

juicio y dictamen. El temor natural de ser notado de incivil, o de poco


reverente a nuestros mayores, me hace no pocas veces omitir algunas
reflexiones, y aun disimular algunas verdades, si no sustanciales, a lo
menos bien importantes. Mas, pues me habéis animado tantas veces, y
ahora mismo, sabiendo que voy a tratar de los Judíos, me hacéis nuevas
y mayores instancias sobre que escriba sin recelo; y pues las palabras y
expresiones menos justas se pueden fácilmente corregir; en este su-
puesto voy a explicarme con toda llaneza y simplicidad, sin cuidar ya de
otra cosa, que de trasladar fielmente al papel aquello mismo que tengo
en la mente, y de que estáis íntimamente persuadido.
[17] Parece innegable, y cualquiera puede certificarse de ello por
medio de sus propios ojos, que muchos doctores cristianos han segui-
do a proporción el mismo camino, han correspondido a los Judíos en
la misma especie, y pagádoles puntualmente en la misma moneda.
Toda la divina Escritura la interpretan a favor de su pueblo. Todas las
profecías, menos las que hablan de rigor, de reprensiones, de amena-
zas, de castigos, etc., las suponen verificadas en este mismo pueblo su-
yo, que en algún tiempo era no pueblo… de Dios 1. Nada quieren dejar,
o casi nada, para los Judíos, sino lo que en ellas se halla duro, áspero y
amargo. Si la profecía anuncia rigores, si anuncia tribulaciones, si
anuncia plagas, se entiende al punto literalmente de los Judíos; no hay
en este caso por qué disputarles lo que es suyo. Mas si anuncia favores
y misericordias, máximamente si éstas son grandes y extraordinarias,
entonces ya no puede entenderse literalmente de los Judíos, sino ale-
góricamente de los Cristianos. Y si, como sucede frecuentísimamente,
una misma profecía, hablando nominadamente de los Judíos y con los
Judíos, anuncia lo uno y lo otro, primero castigos, severidad y rigor,
después misericordia y beneficios; en este caso se deberá partir la pro-
fecía en dos partes iguales, como se parte una herencia entre dos bue-
nos hermanos, dando la primera parte a los Judíos, y la segunda a los
Cristianos; y todo esto con tanta sinceridad y con tantas muestras de
rectitud y justicia, como les parece observan en conformidad cuando
dan la parte favorable a los Cristianos, que algunos doctores católicos
muy célebres, para mejor inteligencia de la sagrada Escritura, estable-
cen sobre esto canon o regla general, que los más siguen en la práctica,
cuya sustancia es ésta.
[18] Cuando una profecía hable, aunque sea nominadamente, de
las cosas de Israel, de Judá, de Jerusalén, de Sión, etc., y anuncie cosas
nuevas, grandes y magníficas, las cuales cosas se sabe, por otra parte,
no haberse verificado en Israel antiguo, ni en Judá, ni en Jerusalén, ni
en Sión, en suma, se sabe de cierto no haberse verificado en los Judíos

1 1 Ped. 2, 10.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 349

o israelitas; se debe pensar que allí se encierra algún otro misterio mu-
cho mayor de lo que suenan las palabras; se debe entender la profecía
sólo en sentido figurado y espiritual; no de aquel Israel antiguo, sino
del nuevo Israel; no de aquella Jerusalén o Sión, que mató a los Profe-
tas 1, sino de la figurada por ésta, que es la Iglesia presente; no, en fin,
de la sinagoga de los Judíos, sino de la Iglesia de las Gentes.
[19] Esta regla general tan recibida, tan seguida, tan usada en to-
dos los intérpretes hasta ahora, no se sabe sobre qué fundamento pue-
de estribar; antes por el contrario, parece que claman contra ella todos
los derechos sagrados de la veracidad de Dios, de su fidelidad y de su
santidad; todos los derechos de la religión, que se funda en esta vera-
cidad de Dios, y aun también todos los de la sociedad, pues cada uno
tiene derecho a que no le quiten lo que es suyo para darlo a otro. Si el
mundo ya se hubiese acabado; si a lo menos se supiese de cierto que ya
no hay otro tiempo en que las profecías se puedan verificar en aquellas
mismas personas de quienes hablan expresamente; en este solo caso
quimérico, ¿qué podremos decir? Las profecías no se han verificado
hasta ahora en aquellas mismas personas de quienes hablan expresa y
nominadamente. Esta proposición es cierta e innegable; mas ¿qué se
sigue de ahí? ¿Luego no podrán jamás verificarse en estas mismas
personas de quienes hablan expresa y nominadamente? ¿Luego no
queda otra cosa que decir, sino que las profecías no hablan de aquellas
mismas personas de quienes hablan? ¿Luego estas personas de quie-
nes hablan, no podrán ya despertar algún día de su letargo, abrir los
ojos llenos de lágrimas, reconocer a la esperanza de Israel, y con todo
esto hacerse dignos de todo lo que anuncian las profecías? ¿A quién
me habéis asemejado e igualado?, dice el Santo 2. ¿Será Dios seme-
jante al hombre que miente, o al hijo del hombre que se muda? ¿Dijo
pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 3.
[20] Es verdad que los doctores cristianos no niegan a los Judíos,
antes les conceden sin dificultad, otro estado futuro, muy diverso del
que han tenido hasta el presente; no niegan que algún día han de ser
llamados de Dios; no niegan que ellos han de oír, y también obedecer a
este llamamiento, ni que Dios ha de usar con ellos de sus grandes mi-
sericordias; mas todo esto deberá ser, según nos aseguran, lo primero:
un momento antes de acabarse el mundo, como si dijéramos, en ar-
tículo de muerte; esto deberá ser, lo segundo: sin detrimento ni per-
juicio alguno de las Gentes, que forman ahora el pueblo de Dios, aun-
que la Escritura divina anuncie claramente todo lo contrario; esto de-
berá ser, lo tercero: con mayor gloria y honra de este pueblo actual de

1 Mt. 23, 37.


2 Is. 40, 25.
3 Num. 23, 19.
350 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Dios, al cual deberán agregarse los Judíos, y ser recibidos en él, como
por pura caridad y misericordia, sin que el pueblo actual pierda un so-
lo grado de su autoridad.
[21] No obstante esta satisfacción, y esta falsa y funestísima segu-
ridad, se encuentran por precisión con no pocos anuncios tristes y
amargos, al paso que claros e innegables. Por ejemplo: que las Gentes
cristianas serán en algún tiempo, o por la mayor parte, no menos infie-
les a su vocación que lo fueron los Judíos; que abundando entre ellas
la iniquidad, y resfriada la caridad, renunciarán también a su fe; que
desconocerán a Cristo, que aborrecerán a Cristo, que perseguirán a
Cristo; que cuando vuelva el Señor del cielo a la tierra, apenas hallará
entre ellas algún rastro de fe; que las hallará como… en los días de
Noé 1; que el día de su venida será como un lazo sobre todos los que
están sobre la haz de toda la tierra 2; que las ramas del oleastro silves-
tre, injertas con grande misericordia en buen olivo 3, pueden también
ser cortadas, como lo fueron las ramas naturales del olivo, cuando no
permanezcan en la bondad primera, o cuando ya los frutos no corres-
pondan al cultivo ni a las esperanzas.
[22] Por otra parte, encuentran a cada paso, sin poder excusar esta
molestia, que los Judíos, humillados tantos siglos ha, mortificados,
abatidos, despreciados, volverán algún día a la gracia de su Dios; que
el mismo Dios los recogerá algún día con su brazo omnipotente de to-
das las tierras o países donde los tiene desterrados y dispersos; que
volverán entonces con grandes ventajas a ser otra vez pueblo y esposa
de Dios; que su honor, su ensalzamiento, su felicidad, será tan grande,
que se olvidarán de todas las angustias pasadas en tantos siglos de tri-
bulación; que Dios se regocijará con ellos, como un buen padre que re-
cupera a un hijo, a quien ya consideraba muerto o perdido; que las
Gentes mirarán con asombro la gloria y ensalzamiento de este hijo (a
quien ahora tratan como a vilísimo esclavo), y se confundirán con todo
su poder; pondrán la mano sobre la boca 4. En suma, que en aquel
tiempo se buscará en ellos la iniquidad pasada, y no será hallada; se
buscará el pecado, y no existirá 5.
[23] Pues con estos anuncios importunos y otros semejantes, de
que tanto abundan las santas Escrituras, ¿qué harán? Recibirlos así
como se hallan no es posible, sin detrimento inevitable de las ideas fa-
vorables. Negarlos u omitirlos del todo, es una empresa muy difícil y
muy peligrosa; aunque el omitirlos no deja de hacerse algunas veces,

1 Lc. 19, 26.


2 Lc. 21, 35.
3 Rom. 9, 24.
4 Miq. 7, 16.
5 Jer. 50, 20.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 351

cuando ya el peligro se ve evidente, e inevitable de otro modo. No que-


da, pues, otro partido que tomar sino el que tomaron nuestros rabinos,
esto es, endulzar los unos, alegorizar los otros o espiritualizarlos, y ha-
cerlos hablar a todos, de modo que no perjudiquen ni hagan mucho
daño a las ideas favorables. Acaso pensaréis que ésta es alguna insigne
falsedad, o alguna gran ponderación; y yo, por todo descargo, os remi-
to a los mismos doctores, sobre estos puntos de que hablo. En ellos po-
dréis ver, y quedar plenamente convencido, de que ni miento ni pon-
dero, sino que antes quedo cortísimo en mis expresiones.
[24] Estas cosas que acabo de apuntar, y otras muy semejantes a
ellas, son sin duda alguna las que únicamente tienen en mira, cuando
nos dicen y ponderan el gran peligro que hay en leer las Escrituras sin
la luz y socorro de sus comentarios; no sea vayamos a creer lo que so-
bre esto leemos con nuestros ojos; no sea que, como creemos sin difi-
cultad todo cuanto hallamos en las Escrituras contra los Judíos, y en
favor de las Gentes cristianas, así también creamos simplemente lo
que hallamos en contra y en deshonor de las Gentes cristianas, y en fa-
vor de los Judíos; no sea que caigamos en el error de pensar o sospe-
char que aquel gran trabajo que sucedió al mismo pueblo de Dios, o a
su primera esposa, pueda también suceder al nuevo pueblo, recogido y
formado de varias gentes y naciones, o a la segunda esposa tan amada
del mismo Dios; no sea, en fin, que abramos los ojos y miremos, aun
como posible, que la primera esposa de Dios, o la casa de Jacob, arro-
jada con tanta ignominia y castigada con tanta severidad, pueda algún
día volver a la gracia de su esposo; pueda algún día ser llamada y asun-
ta con grandes ventajas a su antigua dignidad; pueda algún día ocupar
el puesto que ahora ocupa la que entró en su lugar, cuando ésta sea tan
infiel y tan ingrata como ella, cuando la supere en malicia, y la justifi-
que con la abundancia de su iniquidad. Todas estas cosas que acabo de
apuntar, sólo como en cifra o en diseño, en adelante se irán desenvol-
viendo poco a poco, pues no es posible explicar en pocas palabras unos
misterios tan grandes, y al mismo tiempo tan delicados.
[25] Volviendo ahora a lo que habíamos comenzado, parece cierto
e innegable que el estado futuro de los Judíos lo tocan los doctores
cristianos (cuando se ven precisados a tocarlo) con tanta indiferencia,
con tanta frialdad y con tanta prisa, que si hemos de juzgar por lo poco
que nos dicen, y por el modo con que nos hablan, casi, casi vienen a
parar en nada. Según lo que nos dicen, y según el modo con que lo di-
cen, todo cuanto anuncian las Escrituras sobre este asunto, con térmi-
nos y expresiones tan claras, tan vivas, tan magníficas, debe reducirse
solamente a esto: que hacia los fines del mundo, y en vísperas de aca-
barse todo, los Judíos que entonces quedaren conocerán la verdad,
abrazarán la fe de los Cristianos, y la Iglesia los recibirá benigna-
352 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mente dentro de sí. Esta gran merced que hacen los doctores cristia-
nos, con tanta liberalidad, a la casa de Abraham, de Isaac y de Jacob
(los hombres más ilustres que ha tenido el mundo), no penséis, señor,
que todos la hacen del mismo modo, y con la misma generosidad. Los
más se contentan con decir, en general y en confuso, que al fin del
mundo se convertirán o todos o muchos; y San Gregorio da como por
supuesto que, aun al fin del mundo, apenas recibirá la Iglesia a los Ju-
díos que hallare 1.
[26] Algunos doctores, como Dionisio Cartujano, Barradas, etc.,
no atreviéndose a negar del todo, ni tampoco a conceder del todo, lo
que con tanta claridad y formalidad dice a las Gentes cristianas su pro-
pio Apóstol 2, añaden de suyo que, cuando los Judíos se conviertan a
Cristo, serán unos cristianos excelentes; que en los tiempos más cala-
mitosos, cuales deben ser los tiempos del Anticristo, serán el mayor
consuelo de la Iglesia cristiana; que defenderán la fe, y aun la propaga-
rán en todo el mundo, donde están esparcidos; que por su fervor y celo
atraerán contra sí toda la indignación del Anticristo, no obstante de
ser éste su propio rey y Mesías, amado y adorado de todos, etc. ¡Oh,
cuánto mejor fuera delante de Dios y delante de los hombres 3, que en
lugar de las noticias que no se hallan en la revelación, tomásemos fiel y
sencillamente las que se hallan, y nos contentásemos con ellas! Según
estos autores (que cuidan poco de guardar otras consecuencias, pues
no tratan de toda la Escritura), la conversión de los Judíos deberá pre-
ceder al Anticristo.
[27] Mas el común sentir de los intérpretes, a quienes es preciso
guardar consecuencia de algún modo posible, difiere este gran suceso
hasta después de la muerte de este monarca imaginario, como dijimos
en otra parte; suponiendo lo que no es posible probar, que ha de ser
judío de la tribu de Dan; que los Judíos lo han de recibir por su Me-
sías; que lo han de buscar y unirse con él; que le han de edificar de
nuevo, con suma grandeza y magnificencia, la ciudad de Jerusalén pa-
ra corte de su imperio universal, etc.; mas después que lo vean muerto,
destruido su imperio, y descubiertas sus ficciones diabólicas, desenga-
ñados y corridos, se volverán de todo corazón a su verdadero Mesías, y
creerán en él. Preguntad a este común de los intérpretes (dejando por
ahora otras preguntas que ya quedan hechas), si en los tiempos mis-
mos del Anticristo, y en medio de su persecución al cristianismo, su-
cederá la conversión que esperamos de los Judíos; y veréis cómo no se
atreven a negarlo del todo, ni tampoco a concederlo del todo. ¿Por qué
razón? Porque en este mismo tiempo ponen la venida de Elías, per-

1 SAN GREGORIO, lib. IV de Mor., c. 4.


2 Rom. 11.
3 Rom. 12, 17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 353

suadidos que este profeta debe ser uno de aquellos dos testigos, de
quienes se habla en el capítulo 11 del Apocalipsis. Y como la Escritura
divina, cuando habla de la futura venida de Elías, que sólo es en cuatro
únicos lugares, no le señala otro destino u otro ministerio que la con-
versión de Israel y la restitución de todas sus tribus, como se puede ver
en el Eclesiástico, en Malaquías, en el Evangelio de San Mateo, y en el
de San Marcos 1, se hace cosa durísima decir que nada conseguirá Elías,
después de más de tres años de ministerio, pues esos dos testigos, como
consta expresamente del mismo texto, han de ser muertos por el Anti-
cristo; por consiguiente, han de acabar su ministerio antes del fin del
Anticristo. De aquí se sigue manifiestamente que, o ninguno de los dos
testigos es Elías, lo cual es contra la suposición común, o si alguno de
ellos es Elías, la conversión de los Judíos, su restitución, su asunción y
remedio pleno, de que habla San Pablo, y de que habla el Evangelio,
no puede ser o suceder después del Anticristo; pues a esto sólo dice la
Escritura que ha de venir Elías, y que para esto sólo está reservado.
[28] Este embarazo tan visible, que parecía capaz de desconcertar
muchas medidas, se ve quitado de por medio con gran facilidad. ¿Có-
mo? Diciendo secamente y como de paso que algunos judíos no deja-
rán de convertirse, aun en los tiempos del Anticristo, por la predica-
ción de Elías. ¿Y las palabras expresas del Hijo de Dios: Elías, cuando
vendrá primero, reformará todas las cosas 2, no tienen otro significa-
do que la conversión de algunos judíos? Por aquí podemos ya empezar
a divisar lo que en adelante hemos de ver, hasta hartura de vista 3, es-
to es, la indiferencia, la frialdad extrema y aun el disgusto con que ha-
blan los doctores cristianos de la vocación futura de los Judíos, del
mismo modo que lo hicieron éstos respecto de las Gentes. Paréceme
que oigo contra mí, cuando menos, aquella queja que dio a Cristo cier-
to legisperito: Diciendo estas cosas, nos afrentas también a noso-
tros 4; pues ningún doctor cristiano ha negado jamás la vocación futu-
ra de los Judíos, ni su verdadera y sincera conversión, antes todos con-
ceden unánimemente que algún día, esto es, al fin del mundo, se han
de convertir a Cristo, y han de ser admitidos al gremio de la Iglesia.
Bien. Mas ¿con esto solo se piensan verificar todas las profecías? ¿Con
esto sólo se podrán contentar y satisfacer plenamente nuestras espe-
ranzas? ¿No podremos todos los Judíos clamar a grandes voces y con
infinita razón, que no tenemos necesidad alguna de sus concesiones
liberales, teniendo para nuestro consuelo los santos libros, que están
en nuestras manos? 5.

1 Eclo. 48; Mal. 4; Mt. 17; Marc. 9.


2 Mc. 9, 11.
3 Is. 64, 24.
4 Lc. 11, 45.
5 1 Mac. 12, 9.
354 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[29] La conversión futura de los Judíos, que admiten y conceden


unánimemente todos los doctores cristianos, ¿de dónde la han sacado?,
preguntamos todos los Judíos. ¿Acaso la han sacado de solo su discur-
so, o de su ingenio? ¡Pobres de nosotros, si no hubiera más principio
que éste! Deben, pues, responder necesariamente, que la han sacado
de la revelación auténtica y pública, esto es, de las santas Escrituras,
pues no hay otra fuente segura de donde poder sacar cosas futuras. Si
la han sacado de las santas Escrituras, se pregunta de nuevo: ¿Cómo o
por qué no han sacado, ni hecho caso alguno, de tantas cosas admira-
bles que se leen en las mismas Escrituras, tan conjuntas, tan conexas y
estrechamente unidas con la conversión futura de los Judíos? ¿Cómo o
por qué han tomado solamente esta conversión de los Judíos, dejando
y aun despreciando todas las otras circunstancias gravísimas que la
acompañan y la siguen? O estas circunstancias son igualmente ciertas
y seguras, o no lo es la conversión de los Judíos; porque no hay razón
alguna, ni la puede haber, para creer ésta más bien que aquéllas.
[30] Imagínese por ahora que yo negase contra todos los doctores
la conversión futura de los Judíos; en este caso, ¿cómo podrían con-
vencerme? ¿Con mostrarme textos clarísimos de la Escritura? Con
ellos mismos me defendería yo, con ellos mismos me haría fuerte e in-
vencible, sin oponer otro escudo que este simple discurso: Estos textos
clarísimos de la Escritura que se citan a favor de la conversión futura
de los Judíos, o se deben creer plenamente, esto es, todo lo que cada
uno de ellos dice y afirma, o nada debe creerse; porque esto tiene de
singular la divina Escritura sobre todas las escrituras que no son divi-
nas, que o todo cuanto dice y afirma es cierto y seguro, o nada lo es.
Ahora pues, según el sentir casi universal de los doctores (hablo en la
práctica), no se debe creer, pues no se cree ni admite, todo lo que di-
cen y afirman esos mismos textos de la Escritura que se alegan a favor
de la conversión futura de los Judíos; es un suceso ad libitum, que se
puede afirmar o negar, conforme el gusto o genio de cada uno.
[31] De otro modo: Esos textos clarísimos de la santa Escritura,
que se alegan a favor de la conversión futura de los Judíos, no sólo
afirman dicha conversión, sino que con la misma claridad afirman
muchas circunstancias gravísimas, nuevas, admirables y magníficas,
que deben acompañar y seguir la misma conversión. De esto segundo
se ríen universalmente los doctores cristianos (conforme a su sistema
favorable), no sólo sin escrúpulo alguno, sino con grandes muestras de
rectitud y piedad; luego con la misma razón y con la misma piedad y
rectitud, podremos reírnos de lo primero. El discurso aunque rústico y
simple, por eso mismo me parece justo. Sólo puede quedar alguna du-
da sobre lo que afirma la proposición mayor, y esto es lo que nos toca
ahora probar y demostrar, y lo que luego vamos a hacer.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 355

[32] Ya queda notado al principio de este fenómeno, que cuando la


Escritura divina anuncia a los Judíos las mayores calamidades, espe-
cialmente después de la muerte del Mesías, y en consecuencia de su
incredulidad, que también anuncia clarísimamente, los considera bajo
de cuatro aspectos principales. Primero: como desterrados de su pa-
tria, esparcidos hacia todos los vientos, y cautivos entre todas las na-
ciones. Segundo: como degradados de su puesto, despojados de sus
prerrogativas, y privados del honor de pueblo de Dios. Tercero: como
esposa de Dios, infiel e ingratísima, arrojada con suma ignominia de
casa del esposo, abandonada del cielo y de la tierra, olvidada, deshon-
rada y humillada hasta lo sumo. Cuarto, en fin: como un cadáver des-
trozado, cuyos huesos, dispersos por todo el campo de este mundo, no
ofrecen otra cosa a la vista que desprecio, aversión, disgusto y horror.
Debajo de estos cuatro aspectos principales quiero yo también consi-
derar ahora a los Judíos; pues todo el mundo sabe que éste es pun-
tualmente el estado en que se halla toda esta mísera nación, desde la
muerte de su Mesías, o poco después, hasta nuestros tiempos; y todo
esto según las Escrituras.

Artículo 1
Primer aspecto

Se consideran los Judíos, después de la muerte del


Mesías, como desterrados de su patria
y dispersos hacia todos los vientos;
y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no

[33] Pues cuando vieren a Jerusalén cercada de un ejército, enton-


ces sabed que su desolación está cerca… Porque éstos son días de ven-
ganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas… Por-
que habrá grande apretura sobre la tierra, e irá para este pueblo. Y
caerán a filo de espada; y serán llevados en cautiverio a todas las
naciones; y Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que se cum-
plan los tiempos de las naciones 1.
[34] Según todo lo que sobre este punto hemos podido averiguar,
los doctores cristianos no reconocen en realidad, ni admiten otro fin al
destierro presente de los Judíos, que el fin del mundo; pues todos los
innumerables lugares de la Escritura que hablan de esto, o los tiran a
acomodar, en cuanto se puede, a la vuelta de Babilonia, o en cuanto no

1 Lc. 21, 20 y 22-24.


356 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

se puede, que es lo más, los alegorizan y espiritualizan del todo. Es


verdad que dicen y afirman que el Anticristo, su rey y Mesías, los res-
tablecerá en la tierra de sus padres; mas este supuesto restablecimien-
to no merece entrar en consideración; ya por ser tan supuesto y tan
falso como lo es el mismo rey y Mesías que llaman Anticristo; ya por-
que este mismo restablecimiento supuesto, lo destruyen en otras par-
tes, como luego veremos; y ya principalmente porque no es éste el res-
tablecimiento en justicia y santidad, y por la mano omnipotente de
Dios, de que hablan las Escrituras.
[35] También es verdad que, llegando a explicar el capítulo 38 de
Ezequiel, muestran alguna especie de benignidad o de menos rigor;
pues las cosas que se dicen en este capítulo y en el siguiente, así como
son inacomodables a la vuelta de Babilonia, así son incapaces de la
alegoría. Allí se anuncia con suma claridad y simplicidad la expedi-
ción de cierto Gog, el cual, llevando consigo una multitud innumera-
ble de varias gentes y naciones, ha de ir, al fin de los años, a la tierra
y montes de Israel, contra el mismo Israel, ya restablecido en la tierra
de sus padres: Cuando morare mi pueblo de Israel, como una nube,
para cubrir la tierra… sobre aquellos que habían sido abandonados
y después restablecidos, y sobre el pueblo que ha sido recogido de
las gentes, que comenzó a poseer y ser morador del ombligo de la
tierra 1. Allí se dice cómo Dios protegerá a su pueblo, destrozando to-
da aquella infinita muchedumbre con tempestades y fuego del cielo.
Allí se dice que los hijos de Israel, viéndose libres de aquel gran peli-
gro, saldrán a recoger las armas de aquel ejército innumerable, y con
ellas solas tendrán suficiente leña para siete años. Allí se dice que
apenas les bastarán los siete primeros meses para sepultar tantos ca-
dáveres, no obstante que serán ayudados de las aves y las bestias. Allí
se dice que el lugar donde se enterrarán todos aquellos huesos será
cerca del mar, y se llamará el valle de la muchedumbre de Gog 2. Por
abreviar, toda esta célebre profecía se concluye con estas palabras,
que piden a gritos nuestra mayor atención: Y sabrán que yo soy el
Señor Dios de ellos, porque los transporté a las naciones, y los con-
gregué sobre su tierra, y no dejé allí ninguno de ellos. Y no esconde-
ré más mi rostro de ellos, porque he derramado mi espíritu sobre
toda la casa de Israel, dice el Señor Dios 3.
[36] De todo esto parece que se sigue legítimamente que, antes de
la expedición de Gog, ya se les habrá alzado el destierro a todos los hijos
de Israel; ya habrán salido, o Dios los habrá sacado, de entre las nacio-
nes, donde el mismo Dios los tiene desterrados; ya los habrá congrega-

1 Ez. 38, 14, 16 y 12.


2 Ez. 39, 11.
3 Ez. 39, 28-29.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 357

do y restablecido en su misma tierra, porque los transporté a las na-


ciones (dice el mismo Señor) y los congregué sobre su tierra; y todo
esto en gracia de Dios y llenos de su divino espíritu, porque he de-
rramado mi espíritu sobre toda la casa de Israel. Esta sola profecía,
aunque no hubiera otra, ¿no bastaba para creer que el destierro pre-
sente de los Judíos es un castigo no perpetuo, sino temporal? Con todo
eso, en el sistema de los doctores cristianos no basta ni puede bastar.
Aunque el embarazo es terrible, no por eso es insuperable. Debe, pues,
decirse, condescendiendo en algo, por exceso de benignidad, que aun-
que la profecía habla de los Judíos, o de los hijos de Israel en general,
mas no habla solamente de ellos. ¿Pues de quiénes otros? Habla tam-
bién y principalmente de los Cristianos de todos los pueblos, tribus y
lenguas; los cuales, en los tiempos terribles del Anticristo, huirán de
sus respectivos países, y se congregarán en la Palestina. ¡En la Palesti-
na! ¡Los cristianos, perseguidos del Anticristo o sus ministros, se han
ido a refugiar a la Palestina! ¡Se han congregado en la Palestina, donde
suponen la corte o residencia del monarca universal que los persigue!
No os admiréis, señor, porque esto debe suceder, según nos lo asegu-
ran, por orden expresa de Dios, o por providencia particular, con estas
palabras: Transporté a las naciones, y los congregué sobre su tierra 1.
[37] Si queréis ahora saber los designios de Dios en una providen-
cia tan extraordinaria, si queréis saber para qué fin congregará Dios en
la Palestina tantos cristianos de todas las gentes, pueblos y lenguas,
entrando también en este número algunos judíos, convertidos por la
predicación de Elías; responden unos, como bravos, que esto será para
hacer guerra viva al monarca universal en su misma corte; lo cual, en
aquel tiempo, dicen que será lícito a los Cristianos. Si esto no se admi-
te, os responden otros que será para que sean testigos oculares del cas-
tigo grande y estrepitoso que ya va a descargar sobre el Anticristo, y
luego inmediatamente sobre la muchedumbre de Gog, que viene a
vengar la muerte del Anticristo en los Cristianos de la Palestina, con-
gregados allí. Si tampoco esto se admite, ni puede concebirse, os res-
ponden otros más prudentes que será para los fines que Dios sólo sa-
be, y no ha querido revelarnos. ¡Quién pensara, sino lo viese por sus
ojos, que estas especies, o estas… no sé cómo llamarlas, se podían ha-
llar escritas en los intérpretes de las santas Escrituras, hombres por
tantos títulos ilustres, estimables, y respetables! Y todos estos esfuer-
zos violentísimos, ¿para qué? Leed, amigo, otra vez y otras mil veces
toda la profecía, y no hallaréis en toda ella cómo ni por dónde sustituir
estas ideas tan extrañas, en lugar de las que da la misma profecía, tan
claras, tan sencillas y tan naturales; no solamente en los dos capítulos

1 Ez. 39, 28.


358 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

38 y 39, donde se habla de propósito de la expedición de Gog sobre


aquellos que habían sido abandonados, y después restablecidos 1,
sino en los cuatro capítulos antecedentes, y en los nueve siguientes,
que todo es claro y manifiestamente un mismo asunto, esto es, el esta-
do futuro de los Judíos.
[38] Ahora bien, si una profecía tan clara, tan expresiva, tan cir-
cunstanciada, se explica o se elude del modo tan extraño o tan inge-
nioso que acabamos de ver, y esto haciendo a los Judíos alguna gracia,
¿qué otra suerte mejor podremos anunciar a las otras profecías? Con
todo eso, yo voy a mostraros algunas otras, valgan lo que valieren, co-
mo quien produce delante de un juez sabio, recto e incorrupto, algu-
nos de sus instrumentos que tiene auténticos, en que se fundan sus
derechos o sus esperanzas.

Primer instrumento

PÁRRAFO 1
[39] Desde el primer Profeta se empieza ya a divisar este gran mis-
terio. Habiendo anunciado Moisés, en palabra del Señor, a todo Israel
los diversos castigos con que Dios los amenazaba, si no eran fieles a
sus leyes; habiéndoles profetizado los diferentes estados de calamidad
y miseria extrema en que habían de caer por su iniquidad; habiéndoles
dicho con la mayor claridad e individualidad el estado mismo en que
se ven hoy día, y en que los ha visto todo el mundo, después de la
muerte de su Mesías, esto es, desterrados de su patria, dispersos entre
todas las naciones, despreciados, aborrecidos, perseguidos, mirados
como la hez de la plebe y como la risa y fábula de todas las gentes, etc.;
después de todo esto, llegando al capítulo 30 del Deuteronomio, les
dice así: Cuando vinieren, pues, sobre ti todas estas cosas, la bendi-
ción o la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en
tu corazón en medio de todas las gentes por las cuales te habrá es-
parcido el Señor Dios tuyo, y te convirtieres a él y obedecieres a sus
mandamientos con tus hijos, de todo tu corazón y de toda tu ánima,
como yo hoy te lo intimo; el Señor Dios tuyo te hará volver de tu cau-
tiverio, y tendrá misericordia de ti, y te congregará de nuevo, de to-
dos los pueblos a los que te había esparcido antes. Aun cuando hubie-
res sido arrojado hasta los polos de cielo, de allí te sacará el Señor
Dios tuyo, y te tomará e introducirá en la tierra que poseyeron tus
padres, y la disfrutarás; y dándote su bendición, te hará que seas en
mayor número que fueron tus padres. El Señor Dios tuyo circuncida-

1 Ez. 38, 12.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 359

rá tu corazón, y el corazón de tus descendientes, para que ames al


Señor Dios tuyo de todo tu corazón y de toda tu alma, para que pue-
das vivir. Y convertirá todas estas maldiciones contra tus enemigos,
y contra aquellos que te aborrecen y persiguen. Mas tú te converti-
rás, y oirás la voz del Señor Dios tuyo 1.
[40] Esta promesa, si es de Dios, o se ha cumplido ya plenamente, o
si no se ha cumplido, es necesario que se cumpla algún día, porque Dios
no puede faltar a su palabra: No es Dios como el hombre, para que
mienta; ni como el hijo del hombre, para que se mude. ¿Dijo, pues, y
no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 2. Que no se haya cumplido has-
ta ahora, parecerá evidente a cualquiera que, teniendo presente todo el
texto sagrado, diere una ojeada breve a toda la Escritura y a toda la his-
toria. Podrá decirse, y en realidad se dice o se insinúa, que todo esto se
cumplió ya en tiempo de Ciro, cuando volvieron de Babilonia algunos
pocos con Zorobabel; ni hay otra cautividad, ni otra vuelta a que recu-
rrir. Ahora bien, es evidente, por el mismo texto y por toda la Escritura,
que entonces no se cumplió la promesa de Dios. Vedlo claro.
[41] Primero: esta promesa no habla ciertamente con una sola tri-
bu, ni con dos o tres, sino con todo Israel en general, y con todas sus
tribus; así como la amenaza de dispersión y cautiverio con todos habla,
y con todos se ha cumplido y se está cumpliendo. Los que volvieron de
Babilonia, como se dice individualmente en el libro primero de Esdras,
sólo eran de la tribu de Judá y Benjamín, con algunos pocos de Leví;
luego por este solo capítulo, aunque no hubiese otros, la promesa de
Dios no se cumplió en aquel tiempo; por consiguiente no era éste el su-
ceso de que habla. Segundo y principal: Dios promete en términos for-
males que, cuando los recoja con su brazo omnipotente de todos los
pueblos y naciones adonde él mismo los había esparcido por sus deli-
tos, les circuncidará el corazón, en primer lugar, para que de esta suerte
amen a su Dios con todo su corazón y con toda su alma, y puedan vivir
en adelante una vida sobrenatural y divina: El Señor Dios tuyo circun-
cidará tu corazón, y el corazón de tus descendientes, para que ames al
Señor Dios tuyo de todo tu corazón, y de toda tu alma, para que pue-
das vivir. Conque promete el Señor una circuncisión de corazón, gene-
ral a todo Israel, cuando lo recoja de entre las naciones, y lo introduzca
de nuevo en la tierra de sus padres; y esta circuncisión de corazón,
¿cuándo ha sucedido? ¿Acaso en la vuelta de Babilonia? Leed los dos li-
bros de Esdras y Nehemías, y hallaréis todo lo contrario. Leed des-
pués, para aseguraros más, el capítulo 7 de los Hechos de los Apósto-
les, y hallaréis al versículo 51 que San Esteban, lleno del Espíritu San-

1 Deut. 30, 1-8.


2 Num. 23, 19.
360 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

to, los reprende en público concilio, y les da en cara con la incircunci-


sión del corazón, así de ellos como de sus padres: Duros de cerviz (les
dice) e incircuncisos de corazones y de orejas, vosotros resistís siem-
pre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros 1.
Conque hasta la muerte de San Esteban no había sucedido en Israel tal
circuncisión de corazón. Y después acá, ¿de dónde la podremos sacar?
[42] Síguese de aquí que la promesa de que vamos hablando es de
Dios mismo, como no se duda; si hasta ahora no ha tenido su cumpli-
miento, como tampoco se puede dudar, deberemos confesar de buena
fe que alguna vez lo ha de tener. Deberemos, digo, confesar, que los
míseros Judíos, dispersos tantos siglos ha entre las naciones, han de
ser algún día llamados, recogidos y congregados por el brazo omnipo-
tente de Dios vivo, estén donde estuvieren, y quisieren o no las potes-
tades de la tierra: Aun cuando hubieres sido arrojado hasta los polos
del cielo, de allí te sacará el Señor Dios tuyo; y han de ser del mismo
modo introducidos y plantados de nuevo establemente en aquella mis-
ma tierra que fue la herencia y la posesión de sus padres: Y te tomará
e introducirá en la tierra que poseyeron tus padres, y la disfrutarás.
Parece que esto es claro, y lo fuera sin duda en cualquiera otro asunto
de menos interés; mas en el asunto presente no lo es tanto que no se
pueda fácilmente oscurecer con alguna brillante solución.
[43] Puede, pues, oponerse, lo que oponen modernamente algunos
sabios, como una solución sin réplica, no sólo al lugar del Deuterono-
mio que actualmente consideramos, sino generalmente a todas las
profecías favorables a los Judíos, que hasta ahora no se han verificado
en ellos. Confiesan estos sabios que muchas, o las más de las profecías
que tienen promesas de Dios a favor de la casa de Jacob, no se verifi-
caron ni pudieron haberse verificado en la vuelta de Babilonia. Esta
misma confesión la hacen todos los intérpretes de la Escritura, a lo
menos tácitamente; pues, no obstante los grandes esfuerzos que pro-
curan hacer para acomodar estas profecías a la vuelta de Babilonia, ca-
si siempre se ven precisados, aun los más literales, a recurrir por últi-
mo refugio a la pura alegoría. Confiesan más (y esto prudentísima-
mente con todos los doctores eclesiásticos más sabios y más sensatos
de nuestro siglo): que el sentido puramente alegórico y espiritual real-
mente no satisface a quien desea la verdad, y sólo en ella puede des-
cansar. Esta segunda confesión es ciertamente digna de estimación;
mas por esto mismo se hace más extraña en estos sabios, que en lugar
de ver la verdad que por sí misma se manifiesta, en lugar de confesarla
y descansar en ella, en lugar de dar a Dios la gloria y honra que le es
tan debida, creyendo y esperando que hará infaliblemente lo que tiene

1 Act. 7, 51.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 361

prometido, abren otro camino tal vez más difícil, más incómodo, más
incapaz de contentar a quien desea la verdad, que el camino ordinario
de la pura alegoría. ¿Qué camino es éste? Es el decir en general, y sin
explicarse mucho, que las promesas de Dios hechas a los Judíos por la
boca de los Profetas, especialmente aquellas grandes y extraordinarias
que hasta ahora no se han verificado, no fueron absolutas, sino condi-
cionadas; por tanto, el no haberse verificado ha sido culpa de los Ju-
díos mismos, por no haber verificado la condición.
[44] Preguntadles ahora, aunque os tengan por importuno: ¿Cuál
fue la condición?, y veréis las consecuencias que de aquí se siguen. Se-
gún insinúan, la condición fue: si eran fieles a Dios y observaban sus
santas leyes, si recibían a su Mesías con honor, si lo oían, si lo obede-
cían, etc. ¡Oh, qué descubrimiento tan importante! No se puede negar
que, en este caso, no se hubieran visto los Judíos, ni se vieran, en el es-
tado de miseria extrema en que se han visto, y se ven aún. Ojalá hu-
bieras atendido a mis mandamientos, les dice el Señor por Isaías: tu
paz hubiera sido como un río, y tu justicia como remolinos del mar. Y
hubiera sido tu posteridad como la arena, y los hijos de tu seno como
sus pedrezuelas; no hubiera perecido, ni fuera borrado su nombre de
mi presencia 1. Mas, en este caso, no hubiera sido necesario injertar en
buen olivo ramas de oleastro silvestre, en lugar de las ramas naturales
de olivo, que se secaron por su iniquidad, y fueron cortadas por su es-
terilidad. Pero dirás: Los ramos han sido quebrados, para que yo sea
injertado. Bien, por su incredulidad fueron quebrados; mas tú por la
fe estás en pie; pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si
Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti 2.
En este caso, vuelvo a decir, no hubiera sido tan necesario aquel mila-
gro grande de hacer de las piedras hijos de Abraham. Por el pecado de
ellos vino la salud a los Gentiles…; el pecado de ellos son las riquezas
del mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los Gentiles 3.
[45] Mas aunque todo esto no se puede negar, se puede bien ne-
gar, y se debe negar, que sea ésta la condición de aquellas promesas
grandes y magníficas, favorables a los Judíos, que leemos en la santa
Escritura. Estas promesas de que hablamos suponen evidentemente
los delitos de los Judíos, no sólo cometidos, sino castigados con la ma-
yor severidad. Una de estas promesas es que los sacará con su brazo
omnipotente de todos los pueblos y naciones donde él mismo los tiene
desterrados y atribulados por sus delitos. Esta promesa no queda en
esto solo, sino que es como el principio y fundamento de otras muchí-
simas, que deben seguirse inmediatamente después de ella, después

1 Is. 48, 18-19.


2 Rom. 11, 19-21.
3 Rom. 11, 11-12.
362 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que hayan sido recogidos y congregados con grandes piedades, y plan-


tados de nuevo en la tierra de sus padres.
[46] Decidme ahora, amigo mío, con sinceridad: esta promesa (lo
mismo digo de las otras que son consecuencias suyas), ¿se hubiera ya
cumplido, o se cumpliera, si no hubieran precedido los delitos de los
Judíos? ¿No veis la implicación o el absurdo tan manifiesto? Los Ju-
díos se hallan hoy día, y muchos siglos ha, desterrados de su patria,
dispersos entre las naciones, abatidos, despreciados y atribulados, etc.
Y todo esto, ¿por qué? ¿Por sus virtudes, o por sus delitos? Diréis ne-
cesariamente que por sus delitos, comprendiendo en esta palabra todo
lo malo que sabemos de cierto ha habido en ellos, así antes como des-
pués del Mesías: porque fueron infieles a su Dios; porque fueron in-
gratísimos a su Dios; porque no observaron las leyes de su Dios. Esto
mismo lo confiesan ellos francamente, y ninguno de sus doctores se ha
atrevido a negarlo… ¿Y no más de por esto? Sí, todavía hay otra causa
mayor, más particular y más inmediata: porque reprobaron a su Me-
sías; porque lo persiguieron cruelísimamente hasta hacerlo morir en
una cruz; porque no quisieron admitir, antes se negaron con una suma
descortesía, al convite que aun después de esto se les hizo a ellos en
primer lugar; porque resistieron obstinadamente a la predicación de
los Apóstoles, y cerraron sus ojos a la luz. Esta misma razón, como si
fuese la única, es la que se lee en Isaías: Porque vine, y no había hom-
bre; llamé, y no había quien oyese 1. Esta es la que señaló el mismo
Mesías en la parábola de la viña 2, y después cuando, al ver la ciudad,
lloró sobre ella 3; y más claramente cuando les dijo a sus Apóstoles,
hablando de la ruina de Jerusalén: Porque éstos son días de vengan-
za, para que se cumplan todas las cosas que están escritas… Y caerán
a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones 4.
[47] Conque si no hubieran precedido estos delitos de los Judíos
(vuelvo a preguntar), ¿ya Dios les hubiera cumplido, o les cumpliera sus
promesas? Conque si no hubieran precedido estos delitos de los Judíos,
¿ya Dios los hubiera sacado de su destierro, de su tribulación, y de su
miseria extremada? Conque si no hubieran precedido estos delitos, ¿no
obstante hubieran sido castigados, desterrados y atribulados? Y si no,
¿cómo podía Dios sacarlos de su destierro, de su tribulación, de su mi-
seria? Luego, aun verificada la condición que se pretende, no podía
Dios cumplirles sus promesas; mejor diremos, no podía haber hecho
Dios tales promesas, no sólo inútiles, sino implicatorias. Ved aquí en
este caso cómo debían ser las promesas de Dios… Os prometo sacaros

1 Is. 50, 2.
2 Mt. 21, 41.
3 Lc. 19, 41.
4 Lc. 21, 22 y 24.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 363

de vuestro cautiverio y destierro; os prometo volveros a vuestra patria;


os prometo libraros de todas vuestras tribulaciones, y colmaros de nue-
vos y mayores bienes, etc.; mas todo esto debajo de la condición indis-
pensable de que no habéis de cometer aquellos mismos delitos, por los
cuales habéis de ser desterrados, humillados y atribulados… ¡Qué im-
plicación! Aun en el hombre más rústico, apenas se pudiera creer… La
condición, pues, de las promesas de Dios de que vamos hablando, no
pudo ser la inocencia de los Judíos, sino su penitencia. Esta condición
señala expresamente el texto de Moisés, y ésta señalan expresa o táci-
tamente las otras profecías por estas palabras: Cuando vinieren, pues,
sobre ti todas estas cosas… y te arrepintieres en tu corazón en medio
de todas las gentes, por las cuales te habrá esparcido el Señor Dios tu-
yo, y te convirtieres a él…, el Señor Dios tuyo te hará volver de tu cau-
tiverio, y tendrá misericordia de ti, y congregará de nuevo de todos
los pueblos a los que te había esparcido antes…; y te tomará, e intro-
ducirá en la tierra que poseyeron tus padres, y la disfrutarás 1.
[48] Es indubitable, ni yo puedo pretender otra cosa, que las pro-
mesas de Dios grandes y extraordinarias hechas a los Judíos, que lee-
mos en los profetas, no se verificarán de modo alguno, si primero no
se verifica la condición con que sólo se hicieron, y con que sólo se pue-
den hacer. Asimismo, es igualmente indubitable que se verificarán con
toda plenitud cuando se verifique la condición; pues lo contrario re-
pugna infinitamente a la infinita veracidad y santidad de Dios… ¿Y
dudáis, señor, que esta condición necesaria e indispensable se ha de
verificar algún día? ¿Lo ha dudado jamás alguno? ¿No está este punto
clarísimamente anunciado, no una, sino muchísimas veces en los Pro-
fetas, en San Pablo, y aun en los Evangelios? ¿No convienen en este
punto general todos los doctores cristianos? Sí, todo esto es verdad;
mas llegando al cumplimiento de las promesas de Dios, entonces ya es
otra cosa, entonces se les ve retirar al punto la mano, como que aque-
llo es demasiado para los viles y pérfidos Judíos; entonces vienen bien
los diversos sentidos de la Escritura; entonces deben entenderse Moi-
sés y los profetas en sentido alegórico, especialmente intentado por el
Espíritu Santo; entonces… entonces sí son buenas y justas las ideas,
que sobre estas cosas nos dan los doctores. Las promesas condiciona-
das de un Dios infinitamente santo vienen todas a reducirse a la verifi-
cación de la condición, y nada más, esto es, a que los Judíos abrirán un
día los ojos, se volverán de todo corazón a Dios, reconocerán a su ver-
dadero Mesías, llorarán con amargo llanto su ceguedad y dureza pasa-
da, y la Iglesia los recibirá en su seno, poco antes de acabarse el mun-
do, y esto apenas 2.

1 Deut. 30, 1-3 y 5.


2 SAN GREGORIO, lib. IV de Mor. c. 4.
364 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[49] Si les decís ahora que ésta es la condición y no el condiciona-


do; si les representáis con toda cortesía, que una vez puesta la condi-
ción que Dios les pide de su parte, se debe necesariamente seguir lo
que está de la parte de Dios, esto es, el pleno cumplimiento de sus pro-
mesas; os responderán unos, con semblante lleno de indignación, que
los Judíos se han hecho indignos de todo bien; otros, que las promesas
de Dios no hablan con ellos, sino con las gentes cristianas, que son el
verdadero Israel de Dios; otros, que las promesas de Dios no pueden
entenderse según la letra que mata, sino en otro sentido alegórico y
espiritual; otros, que realmente se cumplirán en los Judíos mismos,
cuando se conviertan a Cristo, porque entonces, entrando en la Iglesia,
podrán también entrar en el cielo, que es la verdadera tierra de promi-
sión; otros, en fin, y gravísimos doctores os dirán que sí, que los Ju-
díos, o los hijos de Israel en general, volverán otra vez a establecerse
de nuevo en aquella misma tierra, por la que tanto suspiran; mas esto
será siguiendo al Anticristo, que ha de ser judío de la tribu de Dan, y
ha de ser creído y recibido de ellos como su verdadero Mesías. Y si
acaso, no pudiendo contener vuestra justa indignación, tuviereis la im-
prudencia de preguntarles de dónde han sacado una especie tan extra-
ña, tan fabulosa, tan ridícula, y por eso tan indigna de hombres tan
cuerdos, es muy probable que la respuesta no sea otra que la que se
dio en otros tiempos, en pleno concilio, al príncipe Nicodemo: ¿Eres
tú también Galileo? 1.
[50] Mas digan lo que dijeren, el restablecimiento de los Judíos, o
de todas las tribus de Jacob, en aquella misma tierra suya, de la que
fueron arrojados por sus delitos, es una cosa tan clara, tan expresa, tan
repetida de la Escritura de la verdad, como lo es su conversión, y como
lo es su dispersión y cautiverio actual, de que todo el mundo es testigo
ocular; pues el mismo Espíritu de verdad que anunció esto segundo,
anuncia también lo primero, y con la misma propiedad y claridad. Casi
no hay profeta, desde Moisés hasta Malaquías, que no toque de algún
modo estos tres puntos capitales. Primero: el destierro, dispersión y
cautiverio de Israel entre todos los pueblos y naciones, con todas las
circunstancias, así generales como particulares, que nos enseña la his-
toria y la experiencia. Segundo: su conversión verdadera, con todo su
corazón y con toda su alma 2, su penitencia y llanto. Tercero: su res-
tablecimiento fijo y estable en aquella misma tierra de que fueron
arrojados, y esto debajo de la palabra real infalible e indefectible que
les da aquel mismo Dios, que es fiel… en todas sus palabras 3, de que
no volverá a desterrarlos jamás: Y no los destruiré; y los plantaré, y

1 Jn. 7, 52.
2 Deut. 13, 3.
3 Sal. 144, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 365

no los arrancaré, dice por Jeremías 1; y los plantaré sobre su tierra; y


nunca más los arrancaré de su tierra, que les di, dice por Amós 2; y
hablando con la tierra y montes de Israel, le dice por Ezequiel: Y les
serás por heredad, y nunca más estarás sin ellos… Ni haré más oír en
ti la confusión de las gentes, ni tendrás que llevar jamás el oprobio de
los pueblos, y no perderás más tu gente 3.
[51] Ahora pues, el primero de estos puntos capitales lo ve todo el
mundo, y lo ve puntualmente del mismo modo que está anunciado en
las Escrituras. El segundo lo confiesan unánimemente todos los docto-
res, aun los más alegóricos. Y el tercero, digo yo, ¿por qué no se reci-
be? ¿Acaso porque no consta de la Escritura, como los dos primeros?
No, amigo, no; consta claramente de la Escritura; si no, bien excusa-
dos eran los esfuerzos que se hacen para desfigurar aquellos lugares de
la misma Escritura que hablan de esto; bien excusado era el recurso
tan frecuente a sentidos puramente alegóricos; y bien excusado era en
este caso aquel último refugio que se nota, aun en autores prolijos y di-
fusos, que es omitir no pocos, y pasarlos por alto. Si preguntáis ahora:
¿Por qué no se usa esta violencia con aquellos lugares que anuncian a
los Judíos ira, indignación, destierro, castigos y plagas, ni tampoco
con los que anuncian su futura conversión?, la respuesta es fácil y bre-
ve: porque ni lo primero ni lo segundo choca las ideas favorables; mas
lo tercero las choca tanto y con tanta fuerza, que hay peligro evidente
de que las quebrante y aniquile.
[52] Yo no puedo copiar aquí todos los lugares de la Escritura que
hablan claramente de esto tercero, ni mucho menos hacer sobre ellos
las debidas reflexiones. Para esto solo sería necesario un grueso volu-
men, aunque no considerásemos otro profeta que Isaías. Algunos de
estos lugares quedan ya notados, y otros muchos más han de ir salien-
do por precisión. Apuntaremos no obstante algunos pocos, que prue-
ban directa e inmediatamente el fin y término del destierro presente
de los Judíos, y es el asunto particular de este primer aspecto. Importa
mucho que quedemos sobre esto plenamente asegurados, pues de aquí
depende la inteligencia de los otros.

Segundo instrumento

PÁRRAFO 2
[53] Sucederá que en aquel día herirá el Señor desde el cauce del
río (el Eufrates) hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Is-

1 Jer. 24, 6.
2 Amós 9, 15.
3 Ez. 36, 12 y 15.
366 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rael, seréis congregados uno a uno; y sucederá que en aquel día re-
sonará una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido de
tierra de los Asirios, y los que habían sido echados en tierra de Egip-
to, y adorarán al Señor en el santo monte en Jerusalén 1.
[54] Sobre este texto de Isaías debemos hacer dos observaciones
principales, que parecen de suma importancia. Así, aunque nos deten-
gamos un minuto más, o salgamos dos o tres pasos fuera del asunto
principal, deberá mirarse este defecto como del todo inexcusable.
Primera observación
[55] Los límites de la tierra de promisión, que señala esta profecía,
son, sin duda alguna, mucho más amplios que las que poseyeron ja-
más los hijos de Israel; y no obstante son precisamente los mismos
que se leen expresos en la Escritura auténtica de la donación que hizo
Dios a nuestro santo y venerable padre Abraham, como consta clara-
mente por estas palabras: En aquel día concertó el Señor alianza con
Abraham, diciendo: A tu posteridad daré esta tierra desde el río de
Egipto hasta el grande río Eufrates 2. Conque no habiendo poseído
jamás los hijos Abraham toda aquella porción de tierra, que Dios les
prometió, podremos esperar de la bondad y santidad del mismo Dios,
que llegará tiempo en que la posean. ¿Cuándo? Cuando herirá el Se-
ñor desde el cauce del río hasta el torrente de Egipto; cuando resona-
rá una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido 3; pues,
como dice San Pablo, los dones y vocación de Dios son inmutables 4.
[56] Diréis acaso que esto se verificó en los días de Salomón, pues
de este célebre rey dice la divina Escritura: Tuvo también señorío so-
bre todos los reyes, desde el río Eufrates hasta la tierra de los Filis-
teos, y hasta los términos de Egipto 5. Mas esta potestad que ejercitó
Salomón, ¿a qué se reducía? La misma Escritura lo dice claramente,
así en el lugar citado, como en el libro tercero de los reyes: Todo el
mundo (habla manifiestamente de las tierras circunvecinas de la Asia)
deseaba ver la cara del rey Salomón 6. Todos los reyes o régulos que
entonces había entre el Nilo y el Eufrates, deseaban ver por sus ojos a
Salomón, que se había hecho famosísimo por su sabiduría. Así, unos
iban en persona a Jerusalén, como fue la reina de Saba desde lo más
austral de la Arabia; otros le enviaban frecuentemente embajadas,
proponiéndole sus enigmas, o consultándole sus dudas. Al mismo
tiempo le enviaban o le llevaban dones y regalos de oro y plata, y otras

1 Is. 27, 12-13.


2 Gen. 15, 18.
3 Is. 27, 12.
4 Rom. 11, 29.
5 2 Par. 9, 26.
6 3 Rey. 10, 24.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 367

cosas preciosas y raras que había en sus países: Y cada uno le llevaba
todos los años sus presentes, vasos de plata y de oro, vestidos y ar-
mas de guerra, y aromas también, y caballos y mulos 1. Esto es lo
único que se halla en la Escritura, tocante a la potestad de Salomón
sobre los otros reyes que había entonces, desde el río Eufrates hasta la
tierra de los Filisteos, y hasta los términos de Egipto. Puede ser tam-
bién (aunque la historia sagrada no lo dice) que alguno de estos régu-
los pagase algún tributo a Salomón, no porque él los hubiese vencido y
hecho tributarios, pues sabemos que Salomón fue un rey pacífico que
jamás sacó la espada contra sus vecinos, sino porque quedaron tribu-
tarios desde el tiempo de David su padre, lo cual leemos en el libro se-
gundo de los reyes. Mas todo esto, ¿qué puede probar en el asunto?
¿Es esto lo que contiene la promesa de Dios, concebida en estos tér-
minos: A tu posteridad daré esta tierra desde el río del Egipto hasta
el grande río Eufrates? Si hay otra cosa que responder a esta dificul-
tad, yo la ignoro absolutamente, ya porque no la hallo en los doctores,
ya porque no me ocurre lo que puede decirse contra una evidencia.
Así, tengo por cierto que la promesa de Dios, hecha a Abraham para su
descendencia, no se ha cumplido hasta ahora plenamente. Si no se ha
cumplido hasta ahora plenamente, puedo concluir, sin peligro de error,
que llegará tiempo en que se cumpla plenamente; pues ni el mundo se
ha acabado, ni tampoco se ha acabado la descendencia de Abraham, ni
aun se ha confundido siquiera con las otras naciones.
[57] Para certificarnos más de la bondad de esta conclusión, vol-
vamos los ojos a la profecía de Isaías. En aquel día, dice, herirá el
Señor, dará golpes terribles, destruirá y arruinará (que todo esto sue-
na el verbo herir) desde el río Eufrates hasta el torrente de Egipto,
esto es, hasta el Nilo, o hasta el Rinocorura, que está más al oriente.
Lo cual ejecutado, prosigue, entrarán y se congregarán en este país
los hijos de Israel uno a uno: Y vosotros, hijos de Israel, seréis con-
gregados uno a uno 2. ¿Qué quiere decir esto? La expresión, aunque
singular, parece propísima y naturalísima. Después de herido todo
aquel vasto país por la mano omnipotente de Dios; después de eva-
cuado y desembarazado enteramente de otros pueblos y naciones,
que en él habitan o habitarán entonces; no será necesario que entren
en él los hijos de Israel, como entraron la primera vez, esto es, con las
armas en la mano y en orden de batalla, no habiendo en todo el país
habitador alguno; pues, como también anuncia Zacarías: Volverá to-
da la tierra hasta el desierto (o volverá como llanura, como lee Va-
tablo), desde el collado Remmón hasta el Mediodía de Jerusalén 3;

1 3 Rey. 10, 25.


2 Is. 27, 12.
3 Zac. 14, 10.
368 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

no habiendo quien les haga resistencia ni les dispute la entrada, po-


drán muy bien entrar entonces uno a uno, es decir, sin temor ni rece-
lo, sin oposición, como puede entrar una familia en su propia casa.
Porque entonces (sigue diciendo), después de evacuado el país y pre-
parada la habitación, se tocará una trompeta metafórica, grande y so-
nora, a cuya voz vendrán y se congregaran aun los que se pensaban
perdidos en la tierra de los Asirios, que no pueden ser otros que las
reliquias de las diez tribus que llevó cautivas Salmanasar, las cuales,
ni volvieron en tiempo de Ciro, ni se sabe precisamente dónde están;
sólo se sabe, en general, que toda el Asia, no menos que la Europa,
está llena de Judíos, conocidos solamente por este nombre general: Y
sucederá que en aquel día resonará una grande trompeta, y ven-
drán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que ha-
bían sido echados en Tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el
santo monte en Jerusalén 1. Ved ahora si tenemos razón los míseros
hijos de Abraham para creer y esperar que algún día cumplirá Dios
plenamente aquella promesa que hizo a su mayor y más fiel amigo,
por estas precisas palabras: A tu posteridad daré esta tierra desde el
río de Egipto hasta el grande río Eufrates.
[58] Naturalmente desearéis saber: ¿Por qué no les cumplió Dios
plenamente esta promesa cuando los sacó de Egipto? A lo cual os res-
pondo en breve, remitiéndoos a la relación de su viaje por el desierto,
que hallaréis en los libros de Moisés, y también en los dos libros de
Josué y de los Jueces; lo primero: sus pecados en el desierto fueron
tan frecuentes, tan graves y tan inexcusables, que el Señor dio mues-
tras un día de quererlos exterminar del todo, y para no hacerlo, como
ellos ciertamente lo merecían, movió el corazón de su fiel siervo para
que intercediese por ellos, y lo aplacase con aquella sencilla y animosa
disyuntiva: O perdónales esta culpa, o si no lo haces, bórrame de tu
libro… A lo cual el gran Dios, lejos de indignarse, le respondió con
una blandura admirable, digna de un verdadero amigo: Al que pecare
contra mí, le borraré de mi libro. Mas tú anda, y lleva ese pueblo a
donde te he dicho 2. Y aunque por entonces quedó aplacado, como no
por eso cesaron los pecados del ingratísimo pueblo, antes fueron cada
día más y mayores, les juró un día, en medio de su indignación, que
no entrarían en su descanso, o no les daría todo lo que pensaba dar-
les 3. Este juramento de Dios lo trae a la memoria San Pablo, y con él
les prueba que, aunque Josué los introdujo en la Palestina, no se les
cumplieron por entonces las promesas de Dios con toda plenitud:
Porque si Jesús les hubiera dado el reposo, jamás en adelante hubie-

1 Is. 27, 13.


2 Ex. 32, 31-34.
3 Sal. 94, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 369

ran hablado de otro día. Por lo cual queda el sabatismo para el pue-
blo de Dios 1.
[59] La segunda razón más inmediata de no habérseles cumplido
entonces plenamente, así éstas como las otras promesas de Dios, fue
porque ellos no quisieron exterminar todas aquellas gentes que Dios
expresamente les mandaba, antes se acomodaron con ellas, y aun se
unieron recíprocamente por medio de matrimonios ilícitos, que les
prohibía su ley. Por lo cual, pasados algunos años, estando congrega-
dos en cierto lugar, que después se llamó el lugar de los que lloran, les
envió el Señor un ángel, que les dio sobre esto como la última senten-
cia definitiva, por estas palabras: Yo os saqué de Egipto e introduje en
la tierra por la que juré a vuestros padres…, mas con la condición de
que no harías alianza con los habitadores de esta tierra, sino que de-
rribarías sus altares; y no habéis querido oír mi voz. ¿Por qué habéis
hecho esto? Por lo mismo no he querido exterminarlos de vuestra pre-
sencia, para que los tengáis por enemigos, y sus dioses sean para
vuestra ruina 2. Mas sea lo que fuere de este primer punto, vengamos
al segundo, que es el principal.
Segunda observación
[60] ¿Qué día o tiempo es éste de que habla esta profecía? Yo ob-
servo, en primer lugar, que en todo este capítulo 27 de Isaías se anun-
cian claramente cuatro misterios, o cuatro grandes sucesos, que pare-
cen todavía muy futuros. De todos cuatro se dice que sucederán en
aquel día, sin decirnos determinadamente el día en que deben suce-
der. Sólo parece cierto que todos cuatro deben suceder en un mismo
día (no se habla aquí de un día natural de doce o veinticuatro horas),
ya por estar todos cuatro juntos y seguidos en un mismo capítulo, que
empieza con estas palabras, en aquel día; ya también porque a cada
uno en particular se le anteponen las mismas palabras en aquel día, lo
cual parece una señal sensible y clara de que el mismo día sirve para
todos. Esto supuesto, discurrimos así.
[61] Cuatro sucesos o misterios, que hasta ahora no se han verifi-
cado, están claramente anunciados para un mismo día, sin saberse de
cierto para qué día. En medio de esta incertidumbre, tenemos la for-
tuna de hallar, en la Escritura de la verdad, el día preciso en que debe
suceder el uno de ellos, esto es, el primero. ¿No bastará esta noticia
para concluir al punto, que los otros tres sucederán el mismo día? Ved,
pues, ahora este descubrimiento. El primer misterio con que empieza
la profecía es éste: En aquel día visitará el Señor con su espada dura,

1 Heb. 4, 8-9.
2 Jue. 2, 1-3.
370 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y grande, y fuerte, sobre Leviatán serpiente rolliza, y sobre Leviatán


serpiente tortuosa, y matará la ballena que está en el mar 1. El texto,
considerado en sí mismo, parece ciertamente oscurísimo: ni se sabe de
qué misterio habla, ni de qué tiempo; mas si tomamos en la mano aque-
lla clarísima antorcha que en otra parte dejamos encendida, al punto
se aclara todo, al punto se conoce y se ve con los ojos, así el misterio
como el tiempo en que debe suceder. Traed a la memoria lo que queda
dicho en nuestra primera disertación sobre los Milenarios, artículo
tercero, párrafo cuarto. Allí se dijo que el libro divino y admirable del
Apocalipsis es una verdadera luz que alumbra y guía en los pasos más
oscuros y difíciles de los Profetas, y como una llave maestra que abre
las puertas más cerradas. Allí se dijo, y también se probó con toda la
evidencia que cabe en el asunto, que la prisión del dragón o serpiente,
que se llama diablo y Satanás 2, con todas las circunstancias que dice
San Juan en el capítulo 20, no es un suceso muy pasado, sino todavía
futuro, reservado visiblemente para después de la muerte de la bestia,
o ruina total del Anticristo. Y como esta bestia o este Anticristo, como
también queda probado y aun demostrado en el fenómeno 4, ha de ser
muerto y destruido enteramente en el día grande del Señor, cuando
venga en gloria y majestad, en este mismo día deberá suceder la pri-
sión del dragón, o lo que es lo mismo, de la serpiente tortuosa, con la
espada del Señor, dura, y grande, y fuerte.
[62] Comparad ahora los dos textos de Isaías y de San Juan: veréis
en ambos el mismo misterio, anunciado con diversas palabras, y que
San Juan, según sus continuas alusiones a todas las Escrituras, alude
aquí manifiestamente a este lugar de Isaías. Isaías dice que en aquel
día, sin decir en cual día, visitará el Señor a la serpiente con su espada
dura, grande, y fuerte. San Juan, nombrando claramente el día de la
venida del Señor, y representándolo con una espada de dos filos en su
boca, dice que la misma serpiente, que se llama diablo y Satanás, que
engaña a todo el mundo, será entonces visitada, encadenada y ence-
rrada en el abismo hasta cierto tiempo, para que no engañe más a las
Gentes hasta que sean cumplidos los mil años 3. Decidme ahora con
sinceridad: ¿Veis aquí dos misterios diversos? ¿No es claro y palpable
el mismo misterio de ambas profecías? ¿Qué visita puede haber más
sensible para el diablo, ni qué espada más dura, ni más grande, ni más
fuerte puede experimentar este espíritu soberbio, inquieto y maligní-
simo, que verse encadenado con cadenas bien proporcionadas a su na-
turaleza, verse encarcelado en el abismo, cerrada y sellada la puerta de
su cárcel, sin noticia alguna de todo lo que pasa en el mundo, y priva-

1 Is. 27, 1.
2 Apoc. 12, 9.
3 Apoc. 20, 3 y 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 371

do enteramente del ejercicio de su más violenta pasión, que es hacer a


los hombres todo el mal posible?
[63] Isaías dice que en aquel día no sólo visitará el Señor a la ser-
piente con su espada dura, y grande, y fuerte; sino que matará tam-
bién el ceto o el pez grande que está en el mar 1. ¿Qué ceto es este que
está en el mar? Leed el capítulo 13 del Apocalipsis, y lo veréis claro con
noticias más individuales. Dice San Juan que su bestia de siete cabezas
y diez cuernos, a quienes hemos considerado en el fenómeno tercero
como un cuerpo moral, compuesto de muchos individuos unidos entre
sí contra el Señor, y contra su Cristo 2, esta bestia, dice, estaba en el
mar y salía del mar; por consiguiente era de especie cetácea por su
grandeza. Lo mismo dice Daniel de sus cuatro bestias, de que se com-
pone visiblemente la bestia del Apocalipsis: Y cuatro grandes bestias
subían de la mar 3. Dice San Juan que esta bestia terrible que salía del
mar irá en muerte, pues será muerta y destruida enteramente con la
espada del Rey de los reyes, en el día solemnísimo de su venida del cie-
lo a la tierra. Ved ahora y juzgad si todo esto corresponde perfecta-
mente, y aun abre la inteligencia de aquella expresión oscurísima de
Isaías: Y matará la ballena que está en el mar.
[64] Conociendo, pues, el día en que ha de suceder el primer mis-
terio, podemos ya decir que conocemos el día o tiempo en que deben
suceder los otros tres. En efecto, su misma grandeza y novedad parece
que nos llama a otro tiempo todavía futuro infinitamente diverso del
presente. Ved aquí por su orden los cuatro misterios que contiene este
capítulo 27 de Isaías. El primero es el que acabamos de observar, esto
es, la visita de la serpiente, con su espada dura, y grande, y fuerte…, y
al mismo tiempo la muerte, la destrucción, la ruina total, del ceto que
está en el mar, o de la muchedumbre de peces grandes y monstruosos,
unidos contra el Cristo del Señor, o de la bestia de siete cabezas y diez
cuernos, o del Anticristo, o del hombre de pecado, etc. Todo me parece
una misma cosa, explicada con diversas palabras: En aquel día visita-
rá el Señor con su espada dura, y grande, y fuerte, sobre Leviatán…,
y matará la ballena que está en el mar.
[65] El segundo misterio es éste: En aquel día la viña del vino pu-
ro le cantará a él. En estas cuatro palabras se divisa bien un misterio
del todo nuevo, inaudito hasta el día de hoy, y sólo digno de aquel
tiempo feliz. En aquel día la viña del vino puro cantará las alabanzas
del Señor. ¿Qué viña es ésta, de vino puro, de vino generoso, de vino
óptimo? Nadie ignora que en todos tiempos ha tenido Dios en esta
nuestra tierra una viña, o una Iglesia que le ha dado el debido culto;

1 Is. 27, 1.
2 Act. 4, 36.
3 Dan. 7, 3.
372 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que lo ha reconocido, lo ha adorado, lo ha alabado; que siempre ha pro-


ducido algunos frutos de justicia, dignos de Dios; o pocos o muchos,
buenos o mejores, según los tiempos y el cultivo. La tuvo desde Adán
por Set hasta Noé. La tuvo desde Noé por Sem hasta Abraham; estos
dos tiempos son sin duda los más infecundos. La tuvo desde Abraham
por Isaac y Jacob hasta Moisés; por cuyo ministerio se trasplantó la
viña, y se le dio un nuevo cultivo, que hasta entonces no se le había
dado, esto es, la ley y las ceremonias fijas y estables del culto externo:
Trasladaste de Egipto una viña, echaste fuera las naciones, y la plan-
taste 1. Con este cultivo es cierto que la viña dio más y mejores frutos
que en todos los tiempos anteriores, y los prosiguió dando sin interrup-
ción hasta el Mesías, aunque nunca tantos ni tan buenos como se debía
esperar. La tiene en fin, infinitamente mejorada después del Mesías, en
consecuencia de sus sudores, de su sangre, de sus méritos, de su doctri-
na y de la efusión de su divino Espíritu. Y también (que esto no puede
disimularse) en consecuencia de haber licenciado y arrojado fuera de
la viña a sus antiguos colonos, y puesto en su lugar otros nuevos, con-
forme a la sentencia que ellos mismos se dieron, cuando el Señor les
propuso la parábola de la viña: Estos dijeron: A los malos destruirá
malamente, y arrendará su viña a otros labradores 2; la cual senten-
cia confirmó el Señor luego al punto diciéndoles con toda claridad, que
bien presto sucedería así: Por tanto, os digo que quitado os será el
reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él 3.
[66] No es posible negar, sin negar la misma evidencia, que esta vi-
ña, que después del Mesías tiene Dios en el mundo, ha dado en todos
tiempos frutos admirables, excelentes, óptimos, y en una grande y pro-
digiosa cantidad; mas tampoco es posible negar, sin negar la misma
evidencia, que en todos tiempos se ha visto en esta misma viña de Dios
una mayor y más prodigiosa multitud de plantas, no digo solamente es-
tériles, infecundas, sin fruto alguno razonable; no digo solamente car-
gadas de agrazones silvestres, ásperos y duros, que jamás llegan a ma-
durar; sino lo que parece más extraño, cargados en lugar de uvas, de
otros frutos incógnitos, mal sanos, llenos de peligro y aun de veneno,
ajenos, contrarios y contradictorios a los frutos propios del Espíritu 4.
De modo que, con la misma o con mayor razón, se puede quejar ahora
el Señor como se quejaba en otros tiempos muy anteriores al Mesías:
¿Qué es lo que debí hacer más de esto a mi viña, y no lo hice? ¿Es
porque esperé que llevase uvas, y las llevó silvestres… y esperé que
hiciese juicio, y he aquí iniquidad? 5.

1 Sal. 79, 9.
2 Mt. 21, 41.
3 Mt. 21, 43.
4 Gal. 5, 19ss.
5 Is. 5, 4 y 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 373

[67] Diráse, no obstante, que la viña de vino puro, generoso y ópti-


mo de que aquí habla este profeta, no puede ser otra que la Iglesia pre-
sente, renovada y aun plantada de nuevo por el Mesías mismo, regada
con su sangre, fecundada con su Espíritu; cuyas leyes son excelentes,
como que no paran en la superficie, sino que pasan directamente a lo
más interior del corazón; cuya creencia es altísima; cuya doctrina es
ciertamente divina; cuya moral es purísima; cuyo culto no consiste so-
lamente en templos hechos de mano… sino en espíritu y verdad 1; cu-
yas ceremonias son graves, majestuosas, significativas; cuyo sacrificio
es perfectamente santo, como que en él está real y verdaderamente la
fuente misma de toda santidad; en suma, cuyos medios de santifica-
ción, al paso que abundantes, son eficacísimos, etc. Todas estas cosas, y
otras muchas más que pudieran añadirse, son ciertamente grandes y
magníficas, y por eso dignas todas de nuestro más profundo respeto y
agradecimiento. Mas debiéramos reflexionar, antes de cantar la victo-
ria, que todas estas cosas, y otras semejantes, no pertenecen de modo
alguno al fruto de la viña, sino solamente a su cultivo. Nos dicen y pre-
dican todo lo que Dios ha hecho con la viña, no la bondad de la viña pa-
ra con Dios. Nos dicen y predican todo lo que Dios ha hecho para con la
viña, que no podía ser más, y no nos dicen una sola palabra de lo que la
viña ha hecho y ha de hacer para con Dios. ¿Quién puede ignorar que la
bondad de una viña consiste, no en que tenga el mejor cultivo posible,
ni tampoco en que tenga plantas a millares, sino en que el fruto corres-
ponda, así en abundancia como en bondad, a la muchedumbre de sus
plantas y la excelencia de su cultivo? Este parece sin duda el mayor de
los males: que una viña cultivada con tanto cuidado, con tantas indus-
trias, con tantos gastos, no haya correspondido siempre, ni correspon-
da a proporción a las esperanzas. Exceptuando algunas plantas, que
siglos ha han sido pocas respecto de la otra muchedumbre, es innega-
ble, sin negar la misma evidencia, que todas las otras no han dado fru-
to alguno, sino cuando más, hojas inútiles; o lo han dado escasísimo y
de ínfima calidad; o han dado solamente agrazones silvestres, que de-
ben contarse más entre los frutos de la carne que del espíritu.
[68] Siendo esto así, como lo es en realidad, ¿os parece que tendrá
gran razón esta viña presente para gloriarse de la excelencia y de la mu-
chedumbre de sus frutos? ¿Os parece que tendrán gran razón sus pro-
pios labradores, que no dejan de conocerla por dentro y fuera, para en-
salzarla y beatificarla a todas horas, para ponderar su gran fecundidad,
y para darle el título ilustre supremo de la viña del vino puro? ¿No les
podremos repetir a estos labradores aquellas palabras que a este mis-
mo propósito les decía el Apóstol: No es buena vuestra jactancia? 2.

1 Act. 17, 24; Jn. 4, 28.


2 1 Cor. 5, 6.
374 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Los frutos de esta viña, comparados con los que daba antes del Mesías,
no hay duda que se hallan muy superiores en número y en bondad;
mas si se atiende al cultivo que ha tenido constantemente después del
Mesías, como se debe atender; si se examinan fielmente las partidas
de gastos y recibo, como se deben examinar; entonces parecerá nece-
sario mudar de tono, confesando, con espíritu humillado, que no es
buena vuestra jactancia 1; por consiguiente, que el título glorioso e
ilustre de la viña del vino puro, no puede todavía competir a esta viña
en el estado y providencia presente. ¿Cómo ha de ser viña de vino pu-
ro, ni merecer este nombre con alguna propiedad, si no da este vino
puro de que se habla? ¿Cómo ha de dar este vino puro, generoso y óp-
timo, si las uvas óptimas son rarísimas, las buenas no muchas, las áci-
das e insípidas en abundancia, y las pésimas innumerables? Luego no
puede ser ésta la viña de la que habla la profecía.
[69] Se podrá acaso responder que el vino de esta viña presente
será puro y óptimo, si sólo se consideran las uvas buenas y se expri-
men éstas separadamente de la otra infinita muchedumbre; mas este
expediente, bueno en sí, se encuentra luego al punto con un embarazo
terrible, o con una consecuencia intolerable. ¿Cuál es ésta? Que con la
misma razón, con el mismo expediente, y con el mismo sentido, po-
dremos dar el título ilustre de viña del vino puro a la viña que tuvo
Dios en todos los tiempos anteriores al Mesías. ¿Y por qué no? ¿Puede
alguno dudar de la bondad, de la inocencia, de la simplicidad, de la
devoción y piedad, de la rectitud y justicia de nuestros Patriarcas, de
nuestros Profetas y de nuestros justos? Exprímanse, pues, estas uvas
solas, o estos frutos de la antigua viña, los cuales fueron más y mejores
de lo que se piensa comúnmente, y se hallará con admiración un vino
puro, excelente, óptimo, y digno de la aprobación del mismo Dios. ¿Y
bastará esto para llamar viña del vino puro a aquella antigua viña de
Dios? Luego tampoco puede bastar para darle este glorioso título a la
viña presente, ni para creer que se hable de ella, cuando se dice: En
aquel día la viña del vino puro le cantará a él.
[70] Pues ¿de qué viña se habla, y de qué tiempo? Si se repara con
la debida atención y formalidad en todo el contexto, tomando el hilo, a
lo menos desde el capítulo 24, se conocerá sin otra diligencia que se
habla de otros tiempos que todavía no hemos visto; que se habla de
otra viña, o mejor diremos, que se habla de la misma viña antigua y
presente, pero en otro estado, y aun con otro cultivo infinitamente di-
verso, tanto como lo es en el estado y cultivo actual respecto del estado
y cultivo que tuvo en los tiempos anteriores al Mesías, y tal vez mucho
más: Porque la mano del Señor no se ha encogido; se conocerá, digo,
que se habla de aquel tiempo y de aquella viña, de quien se dice más

1 Dan. 3, 9; 1 Cor. 5, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 375

adelante en el mismo Profeta: Porque fuiste desamparada y aborre-


cida, y no había quien por ti pasase, te pondré por lozanía (o para
alegría) de los siglos 1; de aquélla de quien se dice: No se oirá más ha-
blar de iniquidad en tu tierra 2; de aquélla, en suma, de quien se dice:
Tu pueblo todos justos 3; todo lo cual, y mucho más que esto, se puede
ver en el capítulo 60 de Isaías. Y aunque dicen que todo esto habla de
la viña presente, y que todo se ha verificado y se verifica en ella, parte
alegórica, parte anagógicamente, esto es, parte en la tierra, y parte
en el cielo; mas la verdad es que todas éstas son voces al aire, que nada
significan, ni pueden contentar de modo alguno a quien desea since-
ramente la verdad. Por consiguiente, podemos y aun debemos decir
con la mayor sinceridad posible, que nada de esto se ha visto jamás en
nuestra tierra; y si no se ha visto jamás, luego deberá verse alguna
vez, pues está anunciado tan claramente en la Escritura de la verdad.
¿Cuándo será esto? Será sin duda cuando el Señor nos conceda final-
mente lo que tantas veces le pedimos, enseñados y animados de su
propio Hijo, esto es, que venga a nosotros su reino, y que su santa vo-
luntad se haga en nuestra tierra, así como se hace en el cielo 4.
[71] Por si acaso quisiereis dar un vuelo hasta lo más alto del cielo,
para buscar allí esta viña de vino puro, que por acá no se ha visto ja-
más, os advierto dos cosas importantes. Primera: que reparéis bien en
todas las palabras que siguen inmediatamente al texto de Isaías: En
aquel día la viña del vino puro le cantará a él. Yo el Señor, que la
guardo, de repente le daré a beber (como leen Pagnini y Vatablo de
un modo más claro: al momento, o en cada instante la haré regar); de
noche y de día la guardo, para que no reciba daño 5. ¿Os parece que
allá en el cielo podrá haber algún temor de enemigos; os parece que
allá en el cielo deberá estar el Señor en gran vigilancia guardando su
viña día y noche, para que no reciba daño? La segunda cosa que os
advierto es que todo cuanto hay ahora en el cielo, o cuanto puede ha-
ber de aquí en adelante, desde Cristo mismo hasta el último bienaven-
turado, no es, ni se llama, ni puede llamarse, sin una suma impropie-
dad, viña de Dios, sino el fruto de la viña de Dios. La viña de Dios está
acá bajo en nuestra tierra, y siempre necesita y necesitará vigilancia,
solicitud, cultivo y trabajo para que dé mucho fruto y bueno. Este fruto
que da no se queda en la tierra, sino que se va llevando al cielo, en
donde se congrega y deja depositado en eterna seguridad; mas la viña
se queda en nuestra tierra, sin moverse de ella. Así el sentido anagógi-
co, hablando de la viña de Dios, no viene al caso, como tampoco viene

1 Is. 60, 15.


2 Is. 9, 18.
3 Is. 60, 21.
4 Mt. 6, 10.
5 Is. 27, 2-3.
376 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

al caso en tantos otros lugares de la Escritura, para cuya inteligencia se


recurre frecuentemente a este sentido celestial.
[72] Si se quiere mirar sin preocupación, se hallarán a cada paso
en los Profetas y en los Salmos cosas admirables, nuevas e inauditas,
que tiene Dios reservadas en sus tesoros. Especialmente son dignos de
particular atención todos aquellos lugares donde se habla de cántico
nuevo, que son muchos y bien notables, los cuales por todo su contex-
to pertenecen visiblemente a otros tiempos todavía futuros. En el capí-
tulo 14 del Apocalipsis se ve comenzar este cántico nuevo, y es fácil ver
la alusión clara a dichos lugares de los Profetas y los Salmos. Pero de
esto trataremos en otra parte cuando sea su tiempo.
[73] Tenemos, pues, en la profecía de Isaías de que vamos hablan-
do, conocidos los dos primeros misterios, y el tiempo en que deben ve-
rificarse, como efectos propios de la segunda venida del Mesías, no de
la primera. Estos misterios son: primero: la prisión del diablo, o la vi-
sita que se le ha de hacer, con la espada del Señor dura, y grande, y
fuerte, y juntamente la muerte del ceto que está en el mar, y que saldrá
a su tiempo de este mar metafórico. Segundo: el cántico de la viña de
vino puro. Nos quedan los otros dos que hablan expresa y nominada-
mente de los Judíos, anunciándoles el fin del destierro presente, y el
término de sus trabajos; y de éstos decimos lo mismo que de los pri-
meros, esto es, que son misterios no pasados, sino futuros, que se han
de verificar en aquel mismo día moral, de que empieza a hablar, y pro-
sigue hablando, la profecía: Y sucederá que en aquel día (dice el uno)
herirá el Señor desde el cauce del río hasta el torrente de Egipto, y
vosotros, hijos de Israel, seréis congregados uno a uno 1. Y sucederá
que en aquel día (dice el otro) resonará una grande trompeta, y ven-
drán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que ha-
bían sido echados en tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el san-
to monte en Jerusalén 2. Con lo cual concuerda Jeremías (diciendo):
Porque vendrá el día en que gritarán los guardas en el monte de
Efraím: Levantaos, y subamos a Sión al Señor Dios nuestro 3.
[74] La explicación de estos dos últimos misterios, que se halla en
los intérpretes de la Escritura, me parece a mí que es la mayor confir-
mación de todo lo que acabamos de observar. Todos pretenden aco-
modarlos del modo posible a la vuelta de Babilonia; mas como esta
empresa es no sólo ardua y difícil, sino imposible, pues el texto mismo,
y el contexto, y toda la historia sagrada, la repugna y la contradice, se
ven luego precisados a recurrir a la alegoría, diciendo que, aunque to-
do esto se verificó de algún modo en sentido literal en la vuelta de Ba-

1 Is 27, 12.
2 Is. 27, 13.
3 Jer. 31, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 377

bilonia, mas su plena verificación, en el sentido especialmente inten-


tado por el Espíritu Santo, sucedió después de la muerte del Mesías, y
venida del Espíritu Santo. Ved aquí con qué facilidad.
Primer misterio
Y sucederá que en aquel día herirá el Señor desde el cauce del río
hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Israel, seréis congre-
gados uno a uno.
Explicación
El Señor en aquel día herirá o afligirá todo el país comprendido en-
tre el Eufrates y el Egipto. Así lo hizo el Señor: ya por medio de Nabu-
codonosor; ya por medio de los Romanos, que sujetaron todo aquel
vasto país a su dominación; ya también y más propiamente, después
de la muerte de Cristo, por medio de Vespasiano, de Tito y de Adriano.
Y vosotros, hijos de Israel, os congregaréis uno a uno (o uno por uno,
como leen Pagnini y Vatablo). ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué quiere de-
cir? Prosigue la explicación: que después de la muerte de Cristo, ya an-
tes, ya también después de Vespasiano y Tito, entrarán los Judíos a la
Iglesia uno a uno, esto es, poquísimos.
Segundo misterio
[75] Y sucederá que en aquel día resonará una grande trompeta,
y vendrán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que
habían sido echados en tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el
santo monte en Jerusalén.
Explicación
En aquel día que comenzó la pascua de Pentecostés, cuando vino el
Espíritu Santo sobre los discípulos, se tocará una trompeta grande, que
será la predicación del Evangelio, a cuya voz vendrán a la Iglesia de
Cristo no solamente muchísimos gentiles, sino también muchos judíos,
aun de aquéllos que estaban como perdidos en la tierra de los Asirios,
desde Salmanasar, y en Egipto, desde Nabuco; porque es muy verosímil
que muchos individuos de todas las doce tribus creyesen a los Apósto-
les y se hiciesen cristianos. Ahora bien, para que no parezca que dejan
del todo el sentido literal, añaden aquí una palabra con la que todo
queda remediado, es a saber, que el profeta de Dios, por estas expresio-
nes, alude ciertamente a la salida de Babilonia, y la considera solamen-
te como una figura o sombra de la liberación por Cristo de la cautividad
del demonio, etc. Entre otras muchas cosas que se ofrecerían a vuestra
reflexión en este modo tan confuso y tan apresurado de explicar esta
profecía, reparad esto solamente: que en este último versículo son mu-
378 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

chos los judíos de todas las tribus que vienen al sonido de la trompeta y
adoran al Señor en el santo monte en Jerusalén, esto es, en la Iglesia de
Cristo; y en el versículo antecedente, uno a uno, esto es, poquísimos.

Tercer instrumento

PÁRRAFO 3
[76] El instrumento que se sigue es una confirmación, y al mismo
tiempo una explicación, del antecedente. En él se anuncia claramente
la vocación futura de todo Israel y su verdadera conversión, con que se
ha de hacer honorable y glorioso en los ojos de Dios, y digno de su di-
lección. En consecuencia de lo cual, le promete el Señor para este tiem-
po dos cosas muy parecidas a las dos últimas que acabamos de obser-
var, o por decir mejor, las mismas con palabras más expresivas: Y aho-
ra esto dice el Señor tu Criador, oh Jacob, y tu formador, oh Israel:
No temas, porque te redimí, y te llamé por tu nombre; mío eres tú.
Cuando pasares por las aguas, contigo estaré, y no te cubrirán los
ríos; cuando anduvieres por el fuego, no te quemarás, ni la llama ar-
derá en ti; porque yo el Señor tu Dios, el Santo de Israel tu Salvador,
di por rescate tuyo a Egipto, a Etiopía, y a Saba por ti. Desde que te
hiciste digno de honra en mis ojos, y glorioso, yo te amé, y yo daré
hombres por ti, y pueblos por tu alma. No temas, porque yo estoy con-
tigo; del oriente traeré tus hijos, y del occidente te congregaré. Diré
al Aquilón: Da; y al Abrego: No lo estorbes, trae mis hijos de lejos, y
mis hijas de los extremos de la tierra 1.
[77] Para comprender bien así el misterio como el tiempo de que
aquí se habla, sin que nos quede sobre ello ni aun sospecha de duda,
nos puede ser de gran provecho la lección atenta de todo el capítulo
antecedente. En él se habla claramente de la primera venida del Me-
sías, de su carácter, de su ministerio, de sus virtudes, singularmente
de su paciencia y mansedumbre, y de todos los efectos admirables que
debían producir en el mundo su predicación, su doctrina, sus ejem-
plos, su espíritu, etc.; y todo ello en las Gentes, no en Israel, por su in-
credulidad. Aun aquella voz del cielo que se oyó después en el Jordán y
en el Tabor: Este es mi Hijo el amado, en quien me he complacido 2, se
lee anunciada en este capítulo 42, que empieza con ella misma: He
aquí mi siervo, le ampararé; mi escogido, mi alma tuvo su compla-
cencia en él; sobre él puse mi espíritu, él promulgará justicia a las
naciones 3. Después de lo cual, desde el versículo 20, se prosigue ha-
blando de la ceguedad de Israel, que lo había de desconocer y repro-

1 Is. 43, 1-6.


2 Mt. 3, 17.
3 Is. 42, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 379

bar, de la indignación de Dios para con este pueblo ingrato, de su cas-


tigo, de su tribulación, de su dispersión entre las Gentes, y también de
su dureza y obstinación en medio de tantos trabajos, concluyéndose
todo con estas palabras: Y derramó sobre él la indignación de su fu-
ror, y guerra fuerte, y quemóle en rededor, y no lo conoció; y le in-
cendió, y no lo entendió 1. Y es así, que hasta ahora no han querido ni
quieren reconocer la verdadera causa de sus trabajos.
[78] Hecha esta importante observación, y quitado con ella todo re-
curso, así a la vuelta de Babilonia como a la alegoría, es ya fácil enten-
der todo el texto citado, con que sigue inmediatamente el capítulo 43,
esto es, que se habla de Israel, considerado en el estado presente de cas-
tigo, de tribulación, de ceguedad, en que quedó después del Mesías; por
consiguiente, que las cosas que aquí se le anuncian no son cosas pasa-
das, de ningún modo y en ningún sentido, sino evidentemente futuras,
que se verificarán a su tiempo con toda plenitud. Esto supuesto, consi-
deremos ahora brevemente estas cosas que se anuncian y prometen al
residuo de Israel: Y ahora dice el Señor tu criador, oh Jacob, y tu for-
mador, oh Israel: No temas, porque te redimí, y te llamé por tu nom-
bre; mío eres tú, etc. Veis aquí en primer lugar la vocación de Dios, pri-
mer paso absolutamente necesario para la conversión de un pecador,
que Dios lo llame como por su nombre; que le calme sus temores; que
aliente su confianza, para que oiga y obedezca a la voz de su Dios, para
que se ponga en sus manos, y consienta voluntariamente en la nueva
creación o renovación según el hombre interior (a quien le dice): Des-
de que te hiciste digno de honra en mis ojos, y glorioso, yo te amé 2.
[79] ¿De qué otro modo puede un pecador hacerse honorable y glo-
rioso en los ojos de Dios, que por medio de una verdadera penitencia, y
de una sincera conversión? Veis aquí, pues, anunciada claramente la
conversión de Israel, que tantas veces, y de tantos modos, se anuncia en
todas las Escrituras. Si no queréis reconocer aquí la conversión futura
de Israel, deberéis mostrar otro tiempo, desde Isaías hasta el día pre-
sente, en que Israel, generalmente hablando, haya comparecido hono-
rable y glorioso en los ojos de Dios, y por eso digno de su dilección. Lo
contrario hallaréis en toda la Escritura, y el mismo Mesías lo confirmó,
cuando les dijo: ¿Cuántas veces quise allegar tus hijos, como la gallina
allega sus pollos debajo de las alas, y no quisiste? 3. Lo confirmó el
Espíritu Santo, cuando les dijo por boca de San Esteban: Vosotros re-
sistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también
vosotros 4. Lo confirmó San Pablo, cuando les dijo, citando el capítulo

1 Is. 42, 25.


2 Rom. 7, 22; Is. 43, 4.
3 Mt. 23, 37.
4 Act. 7, 51.
380 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

65 de Isaías: Y a Israel dice: Todo el día abrí mis manos a un pueblo


incrédulo y rebelde 1. Mas de aquí mismo se sigue que ha de haber to-
davía otro tiempo en que Dios mismo pueda decir, hablando con Is-
rael: Desde que te hiciste digno de honra en mis ojos, y glorioso, yo te
amé. Leed el salmo 71, y hallaréis en él todo este honor y gloria de Is-
rael, después de su vocación y conversión, que allí mismo se anuncia:
Librará al pobre del poderoso, y al pobre, que no tenía ayudador. Se
lastimará del pobre y del desvalido, y hará salvas las almas de los
pobres. Rescatará sus almas de la usura y de la iniquidad, y será
honrado en su presencia el nombre de ellos 2. Lo mismo se lee, y con
términos mucho más expresivos, en todo el capítulo 5 de Baruc. Verifi-
cada, pues, la conversión de Israel, como que esto solo espera Dios pa-
ra cumplirle sus promesas, prosigue inmediatamente diciéndole: Yo
daré hombres por ti, y pueblos por tu alma. ¿Qué quiere decir esto?
Volved los ojos a lo que queda dicho sobre aquel otro texto del capítulo
27 (que en aquel día herirá el Señor desde el cauce del río hasta el to-
rrente de Egipto, y vosotros, hijos de Israel, seréis congregados uno a
uno), y veréis, a mi parecer, el mismo misterio; y para certificarnos
más, atended a lo que se sigue: Del Oriente traeré tus hijos, y del Oc-
cidente te congregaré. Diré al Aquilón: Da; y al Abrego: No lo estor-
bes, trae mis hijos de lejos, y mis hijas de los extremos de la tierra.
Para dar lugar a tantos hijos e hijas que trae con su brazo omnipotente
de todos los cuatro vientos, bien será menester desembarazar primero
la posada, dando por ellos aquellos hombres y pueblos que la ocupa-
ban 3. Así se les anuncia a éstos en el salmo 9: Seréis exterminadas, oh
naciones, de la tierra de él 4; o como leen los LXX y la versión arábiga:
Serán exterminados los pueblos de la tierra de él. De todo esto se ha-
llará muchísimo en Isaías, si se lee sin preocupación, especialmente
desde el capítulo 40 hasta el fin.

Otros instrumentos

PÁRRAFO 4
[80] Y yo congregaré las reliquias de mi rebaño de todas las tie-
rras a donde los hubiere echado, y los haré volver a sus campos; y
crecerán, y se multiplicarán. Y levantaré sobre ellos pastores, y los
apacentarán; de allí adelante no tendrán miedo, ni se asombrarán; y
de su número no será buscado ninguno, dice el Señor 5.

1 Rom. 10, 21.


2 Sal. 71, 12-14.
3 Is. 43, 4.
4 Sal. 9, 16.
5 Jer. 23, 3-4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 381

[81] Bastan estas últimas palabras para comprender al punto que


ni se habla aquí de la vuelta de Babilonia, ni tampoco puede tener lu-
gar la alegoría de la Iglesia presente. Con esta advertencia, proseguid
leyendo el texto de Jeremías: Mirad que vienen los días, dice el Señor,
y levantaré para David un pimpollo justo, y reinará rey, que será sa-
bio, y hará el juicio y la justicia en la tierra. En aquellos días se sal-
vará Judá, e Israel habitará confiadamente; y éste es el nombre que
le llamarán, el Señor nuestro justo. Por esto, he aquí que vienen días,
dice el Señor, y no dirán ya más: Vive el Señor, que sacó a los hijos de
Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive el Señor, que sacó y trajo el
linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las tierras a
las cuales los había yo echado allá; y habitarán en su tierra 1. Esta es
palabra que vino del Señor a Jeremías, diciendo: Escribe tú en un li-
bro todas las palabras que te he hablado. Porque he aquí que vienen
los días, dice el Señor, y haré que vuelvan los que hayan de volver de
mi pueblo de Israel y de Judá, dice el Señor; y les haré volver a la tie-
rra que di a sus padres, y la poseerán 2.
[82] Todo este capítulo y el siguiente, en que se continúa el mismo
asunto, son sin duda dignos de la más atenta consideración. Como son
tan difusos, y yo voy ya de prisa en lo que pertenece a este primer as-
pecto, me contento por ahora con hacer sobre ellos dos o tres adverten-
cias importantes. Primera: que aquí se habla expresamente, no sólo con
Judá, sino también con Israel, y a ambos se enderezan las palabras del
Señor: Haré que vuelvan los que hayan de volver de mi pueblo de Is-
rael y de Judá…; y luego al versículo 4: Y éstas son las palabras que
habló el Señor a Israel y a Judá 3. Con esta primera advertencia parece
que queda cerrada la puerta al recurso ordinario de la vuelta de Babilo-
nia; pues sabemos de cierto que de Babilonia volvió Judá, o una parte
de él bien pequeña, mas no volvió Israel, el cual no había ido a Babilo-
nia, ni a la Caldea, sino a Nínive y a la Asiria. Segunda advertencia: que
aquí se habla ya del día del Señor, grande y terrible, que no tiene seme-
jante; se habla de la confusión y espanto de los impíos; se habla del pa-
vor y terror de todas las naciones, lo cual no viene al caso en la vuelta de
Babilonia: Preguntad, dice el Señor, y ved si pare el varón; pues ¿por
qué he visto la mano de todo varón sobre su lomo, como de la que está
de parto, y se han vuelto todas las caras en amarillez? ¡Ay, que es
grande aquel día!, ni hay semejante a él; y tiempo es de tribulación
para Jacob, y de él será librado 4. Tercera advertencia: En aquel día
(prosigue el Señor inmediatamente, versículo 8) haré pedazos el yugo

1 Jer. 23, 5-8.


2 Jer. 30, 1-3.
3 Jer. 30, 3-4.
4 Jer. 30, 6-7.
382 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y las cadenas de Jacob, y no permitiré que en adelante sean domina-


dos por otros señores; servirán solamente a su Dios, y a su rey David 1
(que no puede ser otro que el Mesías hijo de David).
[83] Todo esto, y todo cuanto sigue en esta larga profecía, estuvo
tan lejos de verificarse en la vuelta de Babilonia, que los doctores más
ingeniosos, aun tirando a esto con el mayor empeño, como que tanto
importaba a su sistema, si esto fuera posible, se hallan atajados casi a
cada paso, y para poder salir de algún modo del gran embarazo, les es
inevitable recurrir con frecuencia a la pura alegoría; y del mismo modo
les es inevitable decirnos aquí que esta alegoría a la Iglesia presente es
el sentido especialmente intentado por el Espíritu Santo. Si esta pura
alegoría es el sentido verdadero, intentado especialmente por el Espí-
ritu Santo, del día del Señor, grande y terrible, que no tiene semejante,
¿a qué propósito nos habla tanto el mismo Espíritu Santo del espanto
y terror de todas las Gentes? ¿A qué propósito nos habla tanto de la
conversión y penitencia de Israel y de Judá, y de la curación y remedio
de sus llagas, siendo esto un suceso que los doctores lo reservan para
después del Anticristo? ¿A qué propósito, en fin, se concluye todo el
capítulo 30 con estas palabras, enderezadas nominadamente a Israel y
a Judá: En lo último de los días entenderéis? 2. Este en lo último de los
días quieren que signifique el fin del mundo; mas, según las Escritu-
ras, no puede significar sino el fin del siglo, como hemos dicho y dire-
mos más en adelante. ¡Oh, amigo!, leed toda esta profecía, contenida
en estos dos capítulos, y después de haberla considerado, preguntaos a
vos mismo: ¿Cuándo se han verificado las cosas que anuncia? Porque
si hasta ahora no se han verificado, es necesario que se verifiquen al-
guna vez, para que los Profetas sean hallados fieles 3.
[84] El mismo profeta: He aquí que yo los traeré de tierra del
Norte, y los recogeré de los extremos de la tierra; estarán entre ellos
el ciego y el cojo, la preñada y la parida juntamente; grande será la
multitud de los que acá volverán. Con llanto vendrán, mas con mise-
ricordia los volveré; y los traeré por arroyos de aguas por camino
derecho, y no tropezarán en él; porque padre soy yo de Israel, y
Efraím es mi primogénito 4.
[85] Y como divisando el Profeta de Dios que las Gentes, aun cris-
tianas, podían no solamente dudar, sino aun despreciar como increí-
bles tantas misericordias para con los viles, pérfidos y malditos Judíos,
se vuelve inmediatamente a las mismas Gentes y les dice que no se
maravillen, que todo esto lo dice quien lo puede hacer; que todo esto

1 Jer. 30, 8-9.


2 Jer. 30, 24.
3 Ecles. 26, 18.
4 Jer. 31, 8-9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 383

no es palabra de Jeremías, sino del mismo Dios, que tiene esparcido a


Israel entre las Gentes; que este mismo Dios lo congregará algún día
de los extremos de la tierra, lo redimirá, lo librará de la mano del más
poderoso, y lo guardará como un buen pastor a su grey: Oíd, naciones,
la palabra del Señor… El que esparció a Israel, lo congregará, y lo
guardará como el pastor su ganado; porque el Señor redimió a Ja-
cob, y le libró de la mano del más poderoso. Y vendrán, y darán ala-
banza en el monte de Sión, etc. 1.
[86] Y después: He aquí que yo los congregaré de todas las tie-
rras a donde los eché con mi furor, y con mi ira, y con mi grande in-
dignación; y los volveré a este lugar, y haré que habiten confiada-
mente en él. Y serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Y les daré un cora-
zón, y un camino para que me teman todos los días, y les vaya bien a
ellos, y a sus hijos después de ellos. Y haré con ellos un pacto eterno, y
no dejaré de hacerles bien; y pondré mi temor en el corazón de ellos,
para que no se aparten de mí. Y me alegraré con ellos, cuando les hi-
ciere bien; y los plantaré en esta tierra en verdad, con todo mi cora-
zón y con toda mi alma 2.
[87] Y finalmente: He aquí que yo les cicatrizaré la llaga, y daré
sanidad, y los curaré; y les mostraré la paz y la verdad que pidieron.
Y haré volver los que vuelvan de Judá, y los que vuelvan de Jerusa-
lén; y los edificaré como desde el principio. Y los limpiaré de toda su
iniquidad, en que pecaron contra mí; y seré propicio a todas sus mal-
dades, con que pecaron contra mí, y me despreciaron. Y me será a mí
de nombre, y de gozo, y de alabanza, y de regocijo para con todas las
naciones de la tierra, que oyeren todos los bienes que yo les he de ha-
cer; y se asombrarán, y se turbarán por todos los bienes, y por toda
la paz, que yo les haré a ellos 3.
[88] O todas éstas son unas exageraciones desmedidas, llenas de
impropiedad, y aun de falsedad, o el Espíritu Santo no habla aquí de la
vuelta de Babilonia; porque sabemos de cierto, por la misma Escritura,
que nada de esto se verificó, ni se pudo verificar en aquel tiempo; si no
es que se diga que se habla aquí, no de la antigua Babilonia de los Cal-
deos, sino de la vuelta de otra grande Babilonia, llamada así por los
dos apóstoles más amados, San Pedro y San Juan; con lo cual nos con-
formaremos enteramente, según se verá en su lugar, cuando observe-
mos de propósito esta vuelta de Babilonia y a Babilonia misma.
[89] Por último, considerad quieta y atentamente aquella profecía
del Señor que, hablando con sus discípulos pocos días antes de su pa-

1 Jer. 31, 10-12.


2 Jer. 32, 37-41.
3 Jer. 33, 6-9.
384 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sión, les dice así: Pues cuando viereis a Jerusalén cercada de un ejér-
cito, entonces sabed que su desolación está cerca… Porque éstos son
días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están es-
critas… Porque habrá grande apretura sobre la tierra, e ira para este
pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a to-
das las naciones, y Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que
se cumplan los tiempos de las naciones 1.
[90] Estas últimas palabras, ¿qué quieren decir? Jerusalén será
hollada o conculcada de las Gentes hasta que se llenen los tiempos de
las naciones. Yo infiero de aquí una consecuencia, no sólo legítima y
justa, sino conforme con otros muchos lugares de la Escritura: luego
las naciones tienen sus tiempos fijos y precisos, los cuales concluidos,
Jerusalén dejará de ser hollada de las Gentes. A esto alude visiblemen-
te San Pablo, o esto mismo dice, hablando con las Gentes cristianas:
Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (porque no seáis
sabios en vosotros mismos): que la ceguedad ha venido en parte a Is-
rael hasta que haya entrado la plenitud de las Gentes, y que así todo
Israel se salvase, como está escrito 2.
[91] De modo que, cumplidos o llenos los tiempos de misericordia
para las Gentes, y habiendo entrado la plenitud de ellas (no cierto to-
das, sino las que han de entrar, según la presciencia de Dios), enton-
ces, dice el Apóstol, será salvo todo Israel, conforme está escrito; en-
tonces, dice el mismo Cristo, Jerusalén dejará de ser conculcada de las
Gentes, y esto en el mismo sentido en que ahora se dice con toda ver-
dad, hollada de los Gentiles, esto es, materialmente y formalmente;
materialmente cuanto al lugar donde estaba fabricada, formalmente
cuanto a sus propios y legítimos habitadores, o a la nación entera, de
quien Jerusalén era cabeza, según la institución de Dios; pues en am-
bos sentidos se ha cumplido y se está cumpliendo la profecía del Se-
ñor. No quisiera detenerme un momento más en la consideración de
este primer aspecto, que ha salido más difuso que lo que yo pensaba; y
no obstante, he dicho poquísimo respecto de lo que había que decir.
Mas se hace durísimo no decir una palabra sobre la explicación de es-
tos dos textos que acabo de citar, que se hallan en los mejores intér-
pretes de la Escritura, y a lo menos la propongo a vuestra reflexión.
[92] Jerusalén, dice Cristo, será conculcada de las Gentes hasta
que se llenen los tiempos de las naciones… Esto es, dice la explicación,
hasta el fin del mundo, o no mucho antes. ¿Cuándo? Cuando el Anti-
cristo, rey y Mesías de los Judíos, y monarca universal de todo el orbe,
edifique de nuevo esta ciudad, y ponga en ella la corte de su imperio

1 Lc. 21, 20 y 22-24.


2 Rom. 11, 25-26.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 385

universal… La ceguedad de Israel, dice el Apóstol, debe durar hasta


que entre la plenitud de las Gentes. Cuando haya entrado esta pleni-
tud, o lo que parece lo mismo, cuando se hayan llenado o concluido los
tiempos de las naciones, entonces todo Israel será salvo, según está es-
crito… Esto es (prosigue la explicación), Israel será salvo un poquito
antes de acabarse el mundo… Esto es, Israel será salvo después de la
muerte de su falso Mesías, y ruina de su imperio universal. ¡Oh, si fue-
se posible cerrar enteramente esta puerta, o esta abertura, y quitar del
todo este efugio tan ordinario! ¿Qué bienes no pudieran resultar de
aquí para la verdadera y llanísima inteligencia de tantas y tan graves
profecías? Yo imploro para esto, y para otras mil cosas de que trato, el
favor y la protección de los sabios de nuestro siglo, cuyo principal ca-
rácter es la inquisición de la verdad en cualquier asunto que sea, sin
negarse a ella después de conocida.
[93] No dejéis, señor, de reparar bien, aunque sea de paso, aquella
especie de salva o preparación que hace el Apóstol, antes de revelar es-
te secreto, como pidiendo a las Gentes cristianas, con quienes habla,
una atención particular: Mas no quiero, hermanos míos (dice), que
ignoréis este misterio (porque no seáis sabios en vosotros mismos).
¡Qué salva tan inútil y tan fuera de propósito, si el misterio que va a
revelar no es otro, sino que los Judíos se convertirán al fin del mundo,
y que la Iglesia presente apenas recibirá entonces a los Judíos que ha-
llare! Esto quiere el Apóstol que no ignoren las Gentes cristianas, para
que no se envanezcan, para que no se engrían, para que no se fíen de-
masiado, para que no sean sabios solamente para sí mismos 1. Pero de
esto hablaremos en otra parte, que todavía no es su tiempo.

Artículo 2
Segundo aspecto

Se consideran los Judíos, después de la muerte del


Mesías, como desconocidos de su Dios,
y horror de pueblo suyo;
y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no

PÁRRAFO 1
[94] Todos saben que la descendencia del justo Abraham por Isaac
y Jacob fue más de dos mil años la única, entre todas las naciones de la

1 Rom. 11, 25.


386 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tierra, que conociese y adorase al verdadero Dios, la única escogida de


Dios, consagrada a Dios, unida a Dios, la única que entrase en comer-
cio y sociedad con Dios, que recibiese leyes y ceremonias de Dios, que
tratase con Dios, que se obligase a Dios, y a quien el mismo Dios se
obligase; la única, en suma, que mereciese llamarse con verdad pueblo
de Dios: Sólo os conocí a vosotros de todos los linajes de la tierra 1, les
decía el mismo Dios por el profeta Amós.
[95] Del mismo modo saben todos que este pueblo de Dios, tan dis-
tinguido, tan honrado, tan amado, tan beneficiado, fue siempre por la
mayor y máxima parte el más duro, el más infiel, el más ingrato de to-
dos los pueblos. Para conservar este pueblo, para instruirlo, para ilus-
trarlo, para santificarlo, ¡qué prodigios no hizo el Señor, qué excesos,
qué providencias, qué beneficios, qué promesas, qué amenazas, qué
castigos! Pero todo en vano, y tan en vano, que el mismo Dios se queja-
ba continuamente por sus Profetas, como un buen padre que ya no ha-
lla qué hacer para corregir un hijo perverso: ¿Qué es lo que debí hacer
más de esto a mi viña, y no lo hice? 2. En vano castigué a vuestros hi-
jos, no recibieron la corrección, les decía por Jeremías, capítulo 2 3. No
escuchó voz, ni recibió amonestación, decía por Sofonías, capítulo 3 4.
[96] Llegando, en fin, la ingratitud e iniquidad de este pueblo hasta
el supremo grado, esto es, hasta desconocer, hasta crucificar, a la espe-
ranza de Israel, hasta cerrar voluntariamente los ojos a aquella grande
luz que vieron los ciegos de nacimiento, esto es, aun el mismo pueblo de
las Gentes, que andaba en tinieblas… en la región de la sombra de
muerte 5, llegó también hasta el supremo grado la justa indignación de
Dios, esto es, hasta privarlo enteramente del honor y prerrogativas de
pueblo suyo; hasta arrojarle de sí, abandonarlo y desconocerlo, como si
ya no fuese su padre ni su Dios; hasta reputarlo y mirarlo como cual-
quiera otro pueblo extraño y salvaje, a quien no tiene obligación alguna,
y aun a quien reputa entre sus enemigos. Así se lo tenía anunciado cla-
ramente por Daniel (diciendo): Y después de sesenta y dos semanas se-
rá muerto el Cristo, y no será más suyo el pueblo que le negará 6. Así
se lo tenía anunciado por Oseas cuando le mandó a este profeta que a
un hijo que acababa de nacerle le pusiese por nombre Longhammí, esto
es: No pueblo mío 7, explicando luego el enigma por estas palabras:
Porque vosotros no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro 8. Así lo tenía

1 Amós 3, 2.
2 Is. 5, 4.
3 Jer. 2, 30.
4 Sof. 3, 2.
5 Is. 9, 2.
6 Dan. 9, 26.
7 Oseas 1, 9.
8 Oseas 1, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 387

anunciado por Malaquías: No está mi voluntad en vosotros…, ni reci-


biré ofrenda alguna de vuestra mano. Porque desde donde nace el sol
hasta donde se pone, grande es mi nombre entre las Gentes, y en todo
lugar se sacrifica y ofrece a mi nombre ofrenda pura 1.
[97] Esta amenaza terrible que los Judíos, sabios en sí mismos 2,
jamás creyeron plenamente, se empezó a verificar (no obstante su va-
na confianza y su estulta seguridad) después de la muerte del Mesías,
y se ha verificado con tanta plenitud, que más de diecisiete siglos ha
que la descendencia del justo Abraham, ni es pueblo de Dios, ni aun
siquiera pueblo, habiendo quedado desde entonces en un estado tan
singular como lo ha visto y lo ve todo el mundo, y como todo el mundo
debiera mirarlo con los mayores sentimientos de religión, si mirase
también que todo esto está anunciado en la Escritura, del mismo mo-
do y en la misma forma en que lo ve. Por lo que el mismo Mesías,
anunciando la próxima ruina de Jerusalén, y el castigo inminente del
pueblo de Dios, dice que aquellos días serán ya sólo de ira y de ven-
ganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas 3.
[98] Según esto, tenemos en el asunto de que vamos hablando dos
cosas ciertas e indubitables, de que nos da testimonio la divina Escri-
tura; de la una en historia, de la otra en profecía, mas en profecía ya
plenamente verificada en presencia de todo el mundo, y con ciencia
cierta de todos los que son capaces de saber. La primera en historia es
que la descendencia del justo Abraham, por Isaac y Jacob, fue por es-
pacio de muchos siglos el pueblo único de Dios, fue la viña de Dios, la
heredad de Dios, la iglesia de Dios, la sinagoga de Dios; que todas es-
tas diversas palabras, que usa la misma Escritura, significan una mis-
ma cosa. La segunda en profecía, ya plenísimamente verificada, es que
este mismo pueblo de Dios, después de la muerte del Mesías, ha sido
despojado enteramente de su dignidad, como estaba escrito, y como el
mismo Mesías lo confirmó diciendo: Mas los hijos del reino serán
echados a las tinieblas exteriores 4.
[99] Ahora, si fuera de estas dos cosas ciertas e indubitables, de
que tanto nos ha hablado la divina Escritura, hallásemos en ella mis-
ma otra tercera, que todavía no se ha verificado; y esto no oscuramen-
te, sino con la mayor claridad posible; no una o dos veces, sino innu-
merables; no en uno o dos profetas, sino en casi todos; en este caso,
suponiéndolo cierto e innegable, ¿qué deberíamos hacer? ¿Nos sería
lícito dudar de esta tercera, o despreciarla o desfigurarla? ¿Nos sería
lícito hacer en esta tercera lo que no hacemos, ni nos es posible hacer,

1 Mal. 1, 10-11.
2 2 Cor. 11, 19.
3 Lc. 21, 22.
4 Mt. 8, 12.
388 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

con la primera ni con la segunda? ¿Nos sería lícito pasarla a otros sen-
tidos impropios y violentísimos, y por eso mismo infinitamente ajenos
de la veracidad de Dios? Pues, amigo mío, esta tercera se halla en las
santas Escrituras, no menos que la primera y la segunda; se halla
anunciada con la misma y mayor claridad; se halla, no sólo en Daniel,
en Oseas y Malaquías, sino en casi todos los Profetas, y en algunos dos
veces. ¿Cuál es esta tercera? Que la misma descendencia del justo
Abraham por Isaac y Jacob, la que desde Abraham hasta Cristo fue
pueblo único de Dios, y que desde Cristo hasta el día de hoy está pri-
vada de este honor, y arrojada en las tinieblas exteriores, esta misma
descendencia de Abraham volverá algún día a ser otra vez pueblo de
Dios, infinitamente mayor de lo que fue en otros tiempos, y esto en su
misma patria, de que fue desterrada, y bajo de otro testamento sempi-
terno, que no puede envejecerse ni acabarse como el primero. No me
preguntéis tan presto en qué sentido hablo, porque yo no soy capaz de
explicar muchas cosas a un mismo tiempo. El sentido en que hablo se
irá manifestando por sí mismo, sin otra diligencia. Si esto tercero así
como suena (que bien claro está) os parece duro y difícil de creer, da-
réis con esto una prueba bien sensible de que sólo creéis a Dios en
aquellas cosas que ya veis verificadas con vuestros propios ojos, mas
no en aquellas otras que no se han verificado, ni se sabe ni se entiende
cómo podrán verificarse; y en este caso no deberéis extrañar que os
apliquemos aquellas palabras de Cristo ya resucitado: Porque me has
visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron y creye-
ron 1. Esto tercero es lo que vamos ya a mostrar.

Se considera el capítulo 11 de Isaías

PÁRRAFO 2

[100] La primera parte de esta profecía hasta el versículo 10, aun-


que hacía admirablemente al asunto general de esta obra, mas respec-
to del asunto particular de que actualmente hablamos, no viene tan al
caso. En ella hay tanto que observar, que era necesaria una difusa y
casi importuna digresión. Por cuyo motivo nos vemos precisados a
omitirla por ahora, reservándola para su propio y natural lugar, que
debe tener en la tercera parte. No obstante, parece conveniente adver-
tir aquí como de paso, mas a grandes voces, que no es cierto, ni aun si-
quiera probable, con verdadera probabilidad, que se hable en esta pro-
fecía de la primera venida del Mesías, ni de la Iglesia presente, a don-
de tiran los intérpretes, según su sistema, usando para esto, ya de su-

1 Jn. 20, 29.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 389

mo ingenio, ya de suma violencia; sino que habla, y manifiestamente,


de la venida del Señor en gloria y majestad, como es facilísimo, no di-
go solamente probarlo, sino demostrarlo con suma evidencia, así por
el texto mismo y por todas sus expresiones y palabras, como por todo
su contexto, tomado desde el capítulo 10, continuado por todo el 11, y
seguido hasta el 12. Confieso ingenuamente que dejo este punto con
suma repugnancia; no lo dejara tan del todo, si no tuviera esperanza
de volverlo a tomar con más quietud en otra ocasión más oportuna.
Vengamos, pues, a la observación de la segunda parte de la misma
profecía, que es la que ahora se ha de menester.
Versículo 11
[101] Y será en aquel día: Extenderá el Señor su mano segunda vez
para poseer el resto de su pueblo que quedará de los Asirios, y de Egip-
to, y de Fetros, y de Etiopía, y de Elam, y de Senaar, y de Emat, y de
las islas del mar. Y alzará bandera a las naciones, y congregará los
fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá de las cuatro pla-
gas de la tierra. Y será quitada la emulación de Efraím, y perecerán
los enemigos de Judá; Efraím no envidiará a Judá, y Judá no peleará
contra Efraím. Y volarán a los hombros de los Filisteos por mar, etc. 1.
[102] Os parecerá sin duda, a primera vista, que esta profecía que
acabáis de leer con vuestros ojos no pide interpretación, bastando leer-
la para entenderla; y no obstante, ésta es una de las muchas profecías
que no pueden pasar sin grandes precauciones; no puede salir al públi-
co sin haber entrado en el crisol, y dejado en él todo lo que se tiene por
escoria; no sea que se entienda como se lee, y con esto solo se descon-
cierten, o se pongan en peligro, algunas medidas. Para evitar, pues, es-
te gran peligro, debe interpretarse la profecía diciendo resueltamente
que, aunque en sentido literal anuncia la salida de Babilonia, y en este
sentido se verificó entonces, si no en todo, a lo menos en parte; mas en
otro sentido más alto anuncia otra cosa mucho mayor. ¿Cuál es ésta?
Es, dicen, la conversión de muchísimos judíos, no ya uno a uno, esto
es, poquísimos, sino de millares de ellos, y verosímilmente de todas las
doce tribus, que sucedió con la predicación de los Apóstoles, así en Je-
rusalén y Judea, como en todas las otras partes del mundo por donde
discurrieron los mismos Apóstoles 2. En este sentido altísimo, y por
eso especialmente intentado por el Espíritu Santo, se acabó de verifi-
car la profecía, que sólo se había verificado en parte en la salida de Ba-
bilonia, y esto como un tipo o figura de la liberación por Cristo de otra
cautividad mayor, que era la del demonio y del pecado, etc.

1 Is. 11, 11-14.


2 Mc. 16, 15.
390 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[103] Para ver ahora con los ojos si esta interpretación es justa o no,
aunque fuera muy conducente el confrontarla con el texto mismo, y con
todas sus palabras; mas por abreviar, reparemos solamente en dos pa-
labras importantes, que contiene la primera cláusula: la una es, segun-
da; la otra es, para poseer… Y será en aquel día: Extenderá el Señor su
mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo, que quedará, etc.
De manera, que el Señor promete aquí, en términos claros y formales,
que para poseer el residuo de Israel, hará segunda vez, en aquel día,
aquello mismo que hizo en otros tiempos la primera vez; pues ninguna
cosa puede hacerse segunda vez, si no se ha hecho la vez primera. Se
pregunta ahora: ¿A qué suceso anterior alude esta palabra, segunda?
Si no recurrimos al Exodo, o a la salida de Egipto y paso del mar Rojo,
parece claro que nos cansaremos en vano. El texto mismo de esta pro-
fecía nos remite a este primer suceso, concluyendo con estas palabras:
Y habrá camino para el resto de mi pueblo que escapare de los Asirios,
así como lo hubo para Israel en aquel día que salió de tierra de Egip-
to 1. Siendo el primer suceso la salida de Egipto, en la cual sacó Dios su
mano omnipotente en favor de Israel, el segundo deberá ser alguna co-
sa semejante. Es decir, si la primera vez hizo Dios tan visible y tan ad-
mirable su mano omnipotente, en tanta multitud de prodigios, para sa-
car a Israel de Egipto, y poseerlo como pueblo suyo peculiar, prome-
tiendo el mismo Dios esta mano omnipotente para otra segunda vez,
esto es, para poseer el residuo de Israel, deberán renovarse esta segun-
da vez aquellos mismos prodigios, u otros semejantes o mayores. Digo
mayores, porque parece mucho menos difícil sacar un pueblo del poder
de un príncipe solo, y de la pequeña tierra de Gesén, que sacarlo del po-
der de todos los príncipes, y de todas las cuatro plagas de la tierra don-
de está disperso, y prodigiosamente multiplicado: Congregará los fugi-
tivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá.
[104] Si esto no se recibe, si se desprecia como increíble o como
displicente, deberá mostrarse en los siglos pasados este suceso segundo
en que Dios haya hecho manifestar su mano omnipotente, así como la
hizo manifestar la primera vez en Egipto. ¿Cuál, pues, habrá sido este
suceso? O fue la salida de Babilonia, o la cosa no ha sucedido hasta el
día de hoy; porque el sentido espiritual a que se recurre, y con que se ti-
ran a llenar tantos y tan grandes vacíos, apenas parece suficiente para
huir la dificultad, dejándola en pie. Que el segundo suceso de que aquí
se habla no fuese la salida de Babilonia, se prueba evidentemente por
tres razones sacadas del mismo texto sin salir de él. Primera: porque
aquellos pocos que salieron de Babilonia con licencia de su rey Ciro, no
salieron de todas las partes de la tierra, que nombra expresamente la
profecía; no salieron de la Asiria, de Egipto, de Fetros, o Arabia, de

1 Is. 11, 16.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 391

Etiopía, de Elam, de Amat, que eran todas regiones conocidas de los


Judíos; mucho menos salieron de aquellas regiones que sólo se nom-
bran en general, como son las islas del mar; mucho menos aun de las
cuatro plagas de la tierra, o de los cuatro vientos cardinales. Lo único
que se puede decir de los que salieron de Babilonia es que salieron de
Senaar, o Caldea, que también está en esta lista, y tal vez por esto sólo
se dice que la profecía se cumplió entonces en parte, y en esta parte pe-
queñísima sólo como una figura de otra cosa mayor, que debe ser pu-
ramente espiritual. Algunos doctores (creo que no son muchos) dan
muestras de quedar poco satisfechos, y aun con grandes escrúpulos, de
la violencia de su explicación. Así, añaden una palabra con que todo
queda remediado, es a saber, que toda esta profecía, y otras semejantes,
se acabarán de cumplir con toda su plenitud hacia el fin del mundo, es-
to es, después del Anticristo, cuando los Judíos dispersos entre las na-
ciones sean llamados de Dios, así a la Iglesia de Cristo como a su tie-
rra. Estas últimas palabras fueran dignas de estimación, si sobre ellas
se explicasen un poquito más; el gran trabajo es que las dicen tan de pa-
so, tan en general, tan en confuso, que nos dejan con el deseo de saber
qué es lo que nos conceden en realidad; pues aun esto poco que parece
que conceden, lo deshacen del todo en otras partes.
[105] La segunda razón es porque, en la salida de Babilonia, no tu-
vo Dios que hacer milagro alguno extraordinario; no tuvo para qué
mostrar públicamente su mano omnipotente, como lo había hecho en
Egipto; sólo movió secretamente el corazón de Ciro, inspirándole que
permitiese a los Judíos, y aun los convidara, a que volviesen a Jerusa-
lén, y edificasen de nuevo el templo de Dios. El mismo Ciro lo dice así
en su decreto o edicto real: Esto dice Ciro, rey de los Persas: Todos los
reinos de la tierra me los ha dado el Señor Dios del cielo, y él mismo
me ha mandado que le edificase casa en Jerusalén, que está en la Ju-
dea…, y que edifique la casa del Señor Dios de Israel 1. ¡Qué cosa tan
diversa de lo que sucedió con Faraón!
[106] La tercera razón, y a mi parecer la más decisiva, es la causa,
o el motivo, o el fin directo o inmediato, para que sacará Dios segunda
vez su mano omnipotente. Será, dice el profeta de Dios, para poseer el
residuo de su pueblo, que entonces se hallare en todas las naciones de
la tierra: Para poseer el resto de su pueblo que quedará de los Asi-
rios… De aquí se infiere manifiestamente que la profecía no puede ha-
blar, ni en todo ni en parte, de la salida de Babilonia. ¿Por qué? Por-
que los que salieron de Babilonia fueron algunos individuos de aquella
misma descendencia del justo Abraham, que todavía era pueblo de
Dios, y único pueblo suyo; ni por estar desterrado este pueblo de su

1 1 Esd. 1, 2-3.
392 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

patria, y penitenciado de su Dios, dejó de ser pueblo suyo, ni Dios dejó


de poseerlo como tal, ni de mirarlo y tratarlo como la única posesión o
heredad que tenía sobre la tierra. En toda la larga profecía de Jeremías
se ve lo que hizo el Señor para no desterrarlo; se ve que al fin lo castigó
con éste y otros castigos, como con repugnancia y dolor, y hablando a
nuestro modo, a más no poder; y todo enderezado a edificación, y no
a destrucción, para solicitar por este medio su enmienda, no su ruina;
pues la idolatría en unos, y la iniquidad en casi todos, máximamente
en el sacerdocio, se habían hecho tan generales, que como decía el
mismo Dios por Miqueas, capítulo 7, el mejor entre ellos es como ca-
brón; y el que es recto, como espino de cerca 1.
[107] Después de desterrado, no dejó Dios de asistir a este pueblo
suyo, de consolarlo, de protegerlo con providencias no sólo generales,
sino bien singulares, y muchas de ellas bien extraordinarias, como un
buen padre que, por una parte, castiga con rigor a un hijo perverso, le
muestra un semblante inexorable, lo priva de su presencia, lo aflige, lo
destierra, y al mismo tiempo no puede olvidarse de que es padre, no
puede disimular su amor y su ternura. En este tiempo de destierro y de
indignación sucedió aquella providencia milagrosa en que libró a la
inocente Susana de las piedras, que ya iban a oprimirla por el falso tes-
timonio de los jueces inicuos. En este tiempo sucedió aquella otra pro-
videncia admirable con que libró a todo su pueblo de la tiranía del so-
berbio Amán, por medio de Ester y Mardoqueo. En este tiempo sacó sin
lesión alguna del horno de fuego ardiendo, a aquellos tres justos que
resistieron constantemente al impío decreto de Nabucodonosor, que
quería adorasen por Dios a una estatua, obra de las manos de los hom-
bres, y esto a vista del mismo rey y de toda su corte. En este tiempo les
envió aquellos dos grandes profetas, Daniel y Ezequiel, los cuales, en
todo el tiempo del destierro, les hicieron servicios de suma importan-
cia, el uno en lo espiritual, y el otro aun en lo temporal, por el gran cré-
dito que tenían en la corte y en todo el imperio. En suma, en este tiem-
po de destierro, de ira, de indignación, les escribió una carta por medio
de Jeremías, que había quedado en Jerusalén, en la que les dice, entre
otras cosas, estas amorosas palabras, dignas de un verdadero padre.
Porque yo sé los pensamientos que yo tengo sobre vosotros…, pensa-
mientos de paz, y no de aflicción, para daros el fin y la paciencia… Me
buscaréis, y me hallaréis, cuando me buscareis de todo vuestro cora-
zón. Y seré hallado de vosotros, dice el Señor 2. Señales todas las más
sensibles de que, aun después de desterrados y expatriados, los miraba
Dios como pueblo suyo, y que no dejaban de serlo, por hallarse fuera de
su patria, aunque tan abatidos y humillados en tierra extraña.

1 Miq. 7, 4.
2 Jer. 29, 11 y 13-14.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 393

[108] Por abreviar, si se lee toda la Escritura, desde el capítulo 12


del Génesis, esto es, desde la vocación de Abraham, hasta la muerte
del Mesías, o algunos años adelante, siempre se hallará a Israel con el
honor y dignidad de pueblo de Dios; siempre se hallará en este pue-
blo la viña de Dios, la heredad de Dios, la iglesia de Dios; por consi-
guiente, siempre se hallará este pueblo poseído de Dios, no obstante
su iniquidad y los terribles castigos que sufrió por ella. De otra suerte
pudiera decirse que en algún tiempo faltó del mundo la iglesia de
Dios; pues no es otra cosa poseer Dios un pueblo, que ser este pueblo
la iglesia de Dios. Este inconveniente no pequeño cesó enteramente
cuarenta años después de la muerte del Mesías. Ya en este tiempo se
había Dios preparado, por la predicación del Evangelio y por la efu-
sión abundante de su divino Espíritu, otro pueblo nuevo, que se reco-
gía en gran prisa de entre las Gentes; ya tenía en él bien asegurada su
Iglesia y, por usar de la similitud admirable del Apóstol 1, ya había
Dios injertado en aquel mismo olivo, cuyas ramas propias se iban a
cortar, otras ramas de oleastro silvestre, las cuales, participando de la
virtud de la raíz, y gozando plenamente de todo el jugo nutricio, de-
bían dar excelentes frutos, como ciertamente los han dado, aunque no
tantos como se debía esperar. Con esto se podían ya cortar sin incon-
veniente alguno las ramas propias del olivo, y en efecto así sucedió,
según que estaba escrito; y desde entonces (y solamente desde enton-
ces) toda la descendencia del justo Abraham dejó de ser pueblo de
Dios, y Dios lo dejó de poseer en calidad de pueblo suyo, o heredad su-
ya, o iglesia suya, etc.
[109] De modo que, desde Abraham hasta el día de hoy, es imposi-
ble señalar otra época en que Dios dejase de poseer a Israel (en todo o
en parte), y en que Israel dejase de ser pueblo de Dios, sino solamente
después de la muerte del Mesías. De aquí se sigue una consecuencia le-
gítima y justa: luego la promesa que hace Dios de sacar segunda vez su
mano omnipotente, como la sacó la primera vez en Egipto, para poseer
el residuo de Israel que en aquel día quedare entre todas las naciones, y
en todas las cuatro plagas de la tierra, es una promesa que hasta ahora
no se ha verificado; si hasta ahora no se ha verificado, luego debe haber
otro tiempo en que se verifique. ¿Cuándo? Cuando extienda el Señor su
mano segunda vez, para poseer el resto de su pueblo que quedará de
los Asirios, y de Egipto… y de las islas del mar.
[110] Esta posesión, o esta posesión por segunda vez, es toda la es-
peranza y el consuelo único de los miserables Judíos; y aunque las
ideas que sobre esto tienen son ciertamente groseras y aun absurdas,
conformes al estado de ceguedad y de ignorancia extrema en que ac-

1 Rom. 11, 17.


394 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tualmente se hallan, según las Escrituras; mas podían los doctores


cristianos corregirles estas ideas, y darles otras más justas y más con-
formes a sus Escrituras, sin negarles la sustancia misma, con tanta du-
reza y con tan poca razón.
[111] A todo esto se debe añadir lo que añade inmediatamente la
profecía, diciendo que, en este mismo día de que habla, elevará el Señor
cierta señal (o real, o metafórica) no ciertamente en favor de las nacio-
nes, como se tira a suponer o insinuar con gran disimulo, sino contra
las naciones mismas 1, y con esta señal congregará los prófugos de Is-
rael, y los dispersos de Judá, de todas las cuatro plagas de la tierra 2.

Se confirma todo lo dicho


con otros lugares de los profetas

PÁRRAFO 3
[112] Hasta aquí hemos considerado solamente una parte del capí-
tulo 11 de Isaías. Quedan fuera de este lugar otros innumerables en ca-
si todos los Profetas, no menos claros y expresos en el asunto. Mas
porque el considerarlos todos o muchos de ellos sería un trabajo mo-
lestísimo, sin especial utilidad, debemos contentarnos con producir y
examinar algunos pocos, haciendo sobre ellos y sobre todos los demás
en general esta simple y brevísima reflexión. Es cierto e innegable que
en la Escritura divina se halla una promesa de Dios, repetida y confir-
mada de varios modos en los más de los Profetas, la cual promesa ha-
bla expresa y nominadamente con todo el residuo de los hijos de Is-
rael, cuando éstos sean recogidos de todas las naciones, plantados de
nuevo en la tierra de sus padres, bañados del Espíritu de Dios, lavados
con esta agua limpia de todos sus pecados, iluminados, santificados,
etc.; y todo esto, no bajo del Antiguo Testamento, sino debajo del otro
nuevo y sempiterno; palabras y expresiones todas de que usan los Pro-
fetas de Dios. La promesa de que hablo se halla, no solamente en esta
sustancia, sino también en estas formales palabras.
[113] En aquel día, en aquel tiempo, yo seré vuestro Dios, y voso-
tros seréis mi pueblo.
[114] Por si acaso esto se dudare, ved aquí algunos pocos ejempla-
res. Mirándolos juntos y de cerca, los podremos considerar mejor.
[115] Jeremías: Y pondré mis ojos sobre ellos para aplacarme, y
los volveré a traer a esta tierra; y los edificaré, y no los destruiré; y
los plantaré, y no los arrancaré. Y les daré corazón para que sepan

1 Is. 11, 12.


2 Is. 11, 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 395

que yo soy el Señor; y serán mi pueblo, y yo les seré su Dios; porque


lo convertirán a mí de todo su corazón 1.
[116] Del mismo: Y vosotros me seréis mi pueblo, y yo seré vues-
tro Dios 2. El tiempo en que esto sucederá luego lo explica el Profeta,
diciendo: En lo último de los días entenderéis estas cosas 3. En aquel
tiempo, dice el Señor, seré el Dios de todas las parentelas de Israel, y
ellas serán mi pueblo 4.
[117] Baruc: Y asentaré con ellos otra alianza sempiterna, para
que yo les sea a ellos Dios, y ellos a mí me sean pueblo; y no remove-
ré jamás a mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di 5.
[118] Este texto clama a voces pidiendo una atención particular.
Ezequiel: Esto dice el Señor Dios: Yo os congregaré de los pueblos, y
os reuniré de las tierras en que habéis sido dispersos, y os daré la tie-
rra de Israel… Y les daré un solo corazón, y un espíritu nuevo pondré
en sus entrañas; y quitaré de la carne de ellos el corazón de piedra, y
les daré corazón de carne; para que anden en mis mandamientos, y
guarden mis juicios, y los cumplan; y a mí me sean pueblo, y yo les
sea a ellos Dios 6.
[119] Del mismo: Y sabrán que yo soy el Señor, cuando quebran-
tare las cadenas del yugo de ellos, y los librare de la mano de los que
los dominan. Y no serán más expuestos a la presa de las Gentes, ni
serán devorados de las bestias de la tierra; sino que morarán confia-
dos sin ningún espanto… Y sabrán que yo, el Señor, seré su Dios con
ellos, y ellos, casa de Israel, serán mi pueblo, dice el Señor Dios 7.
[120] Del mismo: Por cuanto os sacaré de entre las Gentes, y os
recogeré de todos las tierras, y os conduciré a vuestra tierra. Y de-
rramaré sobre vosotros agua pura, y os purificaréis de todas vues-
tras inmundicias… Y moraréis en la tierra que di a vuestros padres;
y seréis su pueblo, y yo seré vuestro Dios 8.
[121] Del mismo: He aquí que yo tomaré a los hijos de Israel de en
medio de las naciones a donde fueron; y los recogeré de todas partes,
y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra, en
los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos… y
ellos serán mi pueblo, y yo les seré su Dios. Y mi siervo David será
rey sobre ellos 9.

1 Jer. 24, 6-7.


2 Jer. 30, 22.
3 Jer. 30, 24.
4 Jer. 31, 1.
5 Bar. 2, 25.
6 Ez. 11, 17 y 19-20.
7 Ez. 34, 27-28 y 30.
8 Ez. 36, 24-25 y 28.
9 Ez. 36, 21-24.
396 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[122] Zacarías: He aquí que yo salvaré a mi pueblo de las tierras


del Oriente, y de las tierras del Occidente. Y los conduciré, y morarán
en medio de Jerusalén; y serán mi pueblo, y yo les seré su Dios en
verdad y en justicia 1.
[123] Sería bien observar aquí, de paso, que Zacarías profetizó des-
pués de la vuelta de Babilonia; como también que los que volvieron de
Babilonia, volvieron de las tierras del Oriente, mas no de las tierras
del Occidente. Del mismo: Y serán en toda la tierra, dice el Señor; dos
partes de ella serán dispersas, y perecerán; y la tercera parte queda-
rá en ella. Y pasaré por fuego la tercera parte, y los purificaré como
se quema la plata, y los acrisolaré como es acrisolado el oro. El invo-
cará mi nombre, y yo le oiré. Diré: Pueblo mío eres; y él dirá: Señor
Dios mío 2.
[124] Parece que estos pocos lugares, aunque no hubiese otros,
bastan y sobran para asegurarnos de la promesa divina de que habla-
mos. Oídme ahora, amigo, dos palabras, y dadme atención. Lo que se
dice y promete en estos y otros lugares semejantes de la divina Escri-
tura, o se cumplió ya plenamente en los tiempos anteriores al Mesías,
o no se ha cumplido de modo alguno hasta el día de hoy. Entre estas
dos cosas, no hay medio alguno razonable; porque ni en los días del
Mesías, ni en los siglos que han corrido después del Mesías, se ha po-
dido esto cumplir, piénsese como se pensare; antes por el contrario se
ha cumplido en este tiempo posterior al Mesías todo lo que estaba es-
crito en contra de Israel: Porque éstos son días de venganza, para que
se cumplan todas las cosas que están escritas. Entre otras cosas, una
de ellas es ésta, que también está escrito, y ninguno se la disputa: Is-
rael dejará de ser pueblo de Dios, y Dios mismo dejará de ser su Dios:
Vosotros no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro… Será muerto el Cris-
to, y no será más suyo el pueblo que le negará 3.
[125] No queda, pues, otra cosa que decir, sino que todo se cum-
plió en los tiempos anteriores al Mesías. Mas ¿cuándo? ¿Acaso en la
vuelta de Babilonia en tiempo de Ciro o Artajerjes? Sí, en este tiempo,
pues no hay otro recurso en el sentido que llaman literal. Ved ahora la
consecuencia natural y legítima que de aquí se sigue. Todas estas pro-
fecías, decís, hablan literalmente de la vuelta de Babilonia, y en ella se
cumplieron literalmente en sentido literal; luego todas estas profecías,
digo yo, y tantas otras del todo semejantes, son profecías apócrifas,
son fingidas, son falsas, y los que se atrevieron a publicarlas en el
nombre santo de Dios vivo, fueron en esto unos verdaderos seducto-

1 Zac. 8, 7-8.
2 Zac. 13, 8-9.
3 Os. 1, 9; Dan. 9, 26.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 397

res. La consecuencia parece legítima y forzosa. Para conocer un profe-


ta falso, por quien no habla el Espíritu Santo, nos da una regla general,
cierta e indubitable, el mismo Espíritu Santo: Tendrás esto por señal,
nos dice en el capítulo 18 del Deuteronomio: Si lo que aquel profeta
hubiere vaticinado en el nombre del Señor no se verificare, esto no lo
habló el Señor, sino que se lo forjó el profeta por orgullo de su cora-
zón 1. Conque si las profecías de que hablamos anuncian y prometen
en el nombre del Señor, para la vuelta de Babilonia, cosas que enton-
ces no se vieron ni se han visto jamás, con esto solo podemos concluir
seguramente que todas son falsas y fingidas; que el Espíritu de Dios no
habló ni pudo hablar en ellas; y que éstos que se llaman profetas las
fingieron todas por orgullo de su corazón. Si el decir esto se juzga con
suma razón una verdadera blasfemia sólo digna de algún filósofo anti-
cristiano, deberemos confesar de buena fe que dichas profecías no se
enderezan de modo alguno a la vuelta de Babilonia, sino que anuncian
para otros tiempos todavía futuros.
[126] Si queréis ahora aseguraros más de esta verdad, y quedar
plenamente satisfecho y enteramente convencido, volved a leer las
profecías que acabamos de apuntar; en ellas mismas hallaréis al pun-
to, sin otro estudio, la suma improporción y la dificultad insuperable.
[127] Primero: los que volvieron de Babilonia no fueron cierta-
mente todas las congregaciones, o familias, o tribus de Israel, pues las
diez tribus pertenecientes al reino de Samaria, que llevó cautivas a la
Siria Salmanasar, no volvieron entonces, ni han vuelto jamás. Apenas
se puede colegir de toda la historia sagrada que volviese algún indivi-
duo (cuyo padre o abuelo se hallaba verosímilmente en Judea, cuando
sucedió el cautiverio de las diez tribus, y después fue llevado a Babilo-
nia junto con los Judíos); y no obstante, las profecías anuncian, en el
nombre del Señor, y prometen esta vuelta, y todos los otros bienes que
deben acompañarla y seguirla, a todas las tribus, cognaciones, o fami-
lias de Israel: En aquel tiempo, dice el Señor, seré el Dios de todas las
parentelas de Israel, y ellas serán mi pueblo. Esto dice el Señor: Ha-
lló gracia en el desierto el pueblo que había quedado de la espada;
irá Israel a su reposo 2.
[128] Lo segundo: los que volvieron de Babilonia, no volvieron li-
bres, sino del todo sujetos al rey de Babilonia, y a sus ministros, a sus
gobernadores, a sus exactores; volvieron cargados del mismo yugo, y
arrastrando las mismas cadenas que cargaban en Babilonia, y con que
quedaron los que no volvieron, que fue la mayor y máxima parte. Y no
obstante, las profecías anuncian, en el nombre del Señor, y prometen a

1 Deut. 18, 22.


2 Jer. 31, 1-2.
398 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

todas las cognaciones de Israel todo lo contrario: Cuando quebrantare


las cadenas del yugo de ellos, y los librare de los que los dominan…,
no le dominarán más los extraños, sino que servirán al Señor su
Dios, y a David su rey, al que levantaré para ellos 1.
[129] Tercero: los que salieron de Babilonia padecieron grandes
oposiciones de todos sus vecinos, siéndoles necesario, para edificar el
templo y la ciudad, trabajar con una mano y pelear con otra. Después
de esto, siempre vivieron entre inquietudes, temores y sobresaltos;
siempre tuvieron enemigos terribles, que tal vez intentaron extermi-
narlos enteramente, y poco les faltó para conseguirlo; y no obstante,
los Profetas anuncian, en el nombre del Señor, y prometen a todo Is-
rael todo lo contrario: Morarán confiados sin ningún espanto 2.
[130] Cuarto: los que volvieron de Babilonia no tuvieron jamás rey
propio de la familia de David, pues Zorobabel, que volvió con ellos, ni
fue su rey, ni tuvo otro puesto ni otro título que el de mero conductor,
y todos sus hijos y descendientes fueron en adelante hombres particu-
lares, de quienes nada se sabe, hasta San José, que fue un carpintero; y
no obstante, las profecías anuncian, en el nombre del Señor, y prome-
ten a todo Israel todo lo contrario: Y será solo un rey que los mande a
todos… Y mi siervo David será rey sobre ellos 3.
[131] Quinto: los que volvieron de Babilonia fueron otra vez arran-
cados de su patria, y desterrados de nuevo, y esparcidos a todos vien-
tos, en el cual estado perseveran desde Tito o Adriano hasta el día pre-
sente; y no obstante, las profecías anuncian, en el nombre del Señor, y
prometen a todo Israel todo lo contrario: Y los edificaré, y no los des-
truiré; y los plantaré, y no los arrancaré 4; y no removeré jamás a mi
pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di 5.
[132] Ultimamente: los que volvieron de Babilonia fueron algunos
individuos del pueblo de Dios, los cuales, por estar en Babilonia, no ha-
bían dejado de ser pueblo de Dios, ni Dios había dejado de ser su Dios;
por consiguiente volvieron tan pueblo de Dios como habían ido, sin di-
ferencia alguna sustancial; y no obstante, las profecías anuncian, en el
nombre del Señor, y prometen a todos los hijos de Israel, como una co-
sa nueva y singular, que cuando vuelvan serán pueblo de Dios: Y ellos
serán mi pueblo, y yo seré su Dios 6. ¿Qué significado real puede tener
esta promesa, si sólo se habla de la vuelta de Babilonia? Sabemos de
cierto, sin sospecha de duda, que Israel desde su infancia fue siempre

1 Ez. 34, 27; Jer. 30, 8-9.


2 Ez. 34, 28.
3 Ez. 37, 22 y 24.
4 Jer. 24, 6.
5 Amós 9, 15.
6 Jer. 24, 7; Zac. 8, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 399

constantemente pueblo único de Dios, sin dejar de serlo un solo mo-


mento, y que sólo dejó de serlo después de la muerte del Mesías, o des-
pués que ya se obstinó en su incredulidad. En este supuesto indubita-
ble, ¿qué cosa más impropia puede imaginarse, ni más inverosímil, que
una promesa de Dios concebida en estos términos: Cuando volvieron
de Babilonia algunos pocos de mi pueblo, entonces serán mi pueblo,
así estos pocos como todas las cognaciones o familias de Israel, y yo
seré su Dios? En aquel tiempo, dice el Señor, seré el Dios de todas las
parentelas de Israel, y ellas serán mi pueblo. Semejante promesa su-
pone evidentemente que, cuando se haya de cumplir, se hallará todo
Israel en estado de no pueblo de Dios. Sin esto, así la promesa como su
cumplimiento, será una implicación o una verdadera insulsez.
[133] En suma, consideradas seriamente estas seis observaciones
que acabamos de hacer, parece que podremos ya concluir con plena
seguridad, que todas las profecías citadas poco ha, y otras semejantes
que hemos omitido, no pueden mirar a la vuelta de Babilonia, ni a to-
dos los tiempos que precedieron al Mesías; por consiguiente, las cosas
que en ellas se anuncian y prometen al residuo de Israel, son todas re-
servadas para otros tiempos que todavía no han llegado, en los cuales
se cumplirán plenamente sin faltarles un ápice. Esto es todo lo que por
ahora pretendemos. Tiempo tenemos, queriéndolo Dios, para expli-
carnos más.

Artículo 3
Tercer aspecto

Se consideran los Judíos, después de la muerte del


Mesías, como la esposa de Dios
arrojada por justas razones de casa del esposo,
y despojada enteramente de su dignidad;
y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no

[134] Este punto tiene grande relación con el antecedente, y aun


parece el mismo, a lo menos cuanto a la sustancia; pues todos estos
nombres: pueblo de Dios, iglesia de Dios, sinagoga de Dios, esposa de
Dios, etc., todos en sustancia suenan y significan casi una misma cosa.
Por tanto, si es cierto y seguro lo que acabamos de probar, esto es, que
aquel que, desde Abraham hasta el Mesías, fue pueblo de Dios, y ahora
no lo es, ha de volver a serlo en algún tiempo, podremos asegurar del
mismo modo, y en el mismo sentido, que aquella que fue la verdadera
esposa de Dios, esto es, la casa de Jacob, y ahora no lo es, sino antes la
400 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

más vil y despreciable de todas las mujeres, volverá a serlo algún día,
aunque lo repugne todo el mundo. El punto, aunque sumamente deli-
cado, es sin duda alguna gravísimo e importantísimo por todos sus as-
pectos. El ser delicado y crítico por alguna circunstancia extrínseca no
parece razón suficiente para encubrirlo o disimularlo, si realmente se
halla expreso en la Escritura de la verdad. Para algún fin particular lo
mandó escribir el Espíritu Santo; y es claro que su intención no pudo
ser que, después de escrito, se quedase siempre oculto, y que ninguno
se atreviese a tocarlo por su extrema delicadeza.
[135] Hágome cargo que es menester valor, y gran valor, para anun-
ciar prosperidades a la que fue reina Vasti, en presencia de la reina Es-
ter, la cual fue llamada graciosamente a ocupar su puesto, en conse-
cuencia de la sentencia terrible que se dio contra la primera: Reciba su
reino otra que sea mejor que ella 1. La cual sentencia concuerda perfec-
tamente con aquella otra no menos terrible: Quitado os será el reino de
Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él 2. Mucho más
valor sería necesario para avanzar esta proposición en tono de profecía.
[136] Llegará tiempo en que el rey Asuero se acuerde de Vasti, y
de lo que había hecho, y de lo que había padecido 3. Llegará tiempo en
que se acuerde de su primera esposa, a quien tanto amó, y a quien
apartó de sí por justas razones, y compadecido de sus trabajos, enter-
necido con sus lágrimas, satisfecho con su larga y durísima penitencia,
la llame otra vez así, no obstante la oposición de sus siete sabios y de
sus ministros 4, le restituya todos sus honores, y la corone de mayor
gloria que la que tuvo antes de su infortunio.
[137] Si para avanzar esta proposición en presencia de la reina Es-
ter, hubiese sido necesario un valor extraordinario, podréis ahora apli-
car la consecuencia con gran facilidad.

Se considera todo el capítulo 49 de Isaías:


«Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos», etc.

PÁRRAFO 1
[138] En la simple lectura de todo este capítulo: primero, lo que se
presenta como una verdad, es la persona que habla en él desde la pri-
mera hasta la última palabra, la que no puede ser otra, por todo el con-
texto, que el Mesías mismo, o el Espíritu de Dios en persona suya. Ha-
bla en primer lugar de su primera venida al mundo, como si fuese este

1 Est. 1, 19.
2 Mt. 21, 43.
3 Est. 2, 1.
4 Est. 1, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 401

suceso ya pasado; pues para Dios lo mismo es lo futuro, que lo pasado,


y que lo presente: Y todas las cosas están desnudas y descubiertas a los
ojos de él 1. Habla de la misión que tiene de Dios; del fin primario e in-
mediato de esta misión; de sus efectos, ya prósperos, ya también adver-
sos; habla de la vocación de las gentes; de la misericordia que consegui-
rán sin buscarla; de la conversión al verdadero Dios de muchos reyes y
príncipes; y junto con ellos de sus reinos y principados, etc. Después de
lo cual, como si ya estuviese concluido este gran misterio de la vocación
y salud de las Gentes; como si ya se llenasen o estuviesen muy cerca de
llenarse los tiempos de las naciones 2; como si se hubiese ya conseguido
plenamente lo que dijo después a los Judíos: Tengo también otras ove-
jas que no son de este aprisco; es necesario que yo las traiga 3; como si
ya hubiese conseguido entre las mismas Gentes el fruto de su pasión y
de su muerte, esto es, morir para juntar en uno los hijos de Dios que es-
taban dispersos 4; en estas circunstancias, digo, vuelve sus ojos llenos
de compasión y de ternura a sus propios hermanos, a su propia sangre,
a su antiguo y miserable pueblo, cuyos padres son los mismos, de quie-
nes desciende también Cristo según la carne 5.
[139] Represéntase aquí todo este pueblo, o toda esta familia del
justo Abraham, en figura de una triste mujer viuda, sola, sin consuelo,
sin refugio, sin esperanza, abandonada enteramente del cielo y de la
tierra; a quien no obstante se le da el nombre de Sión, que es el mismo
con que fue conocida y honrada en los tiempos de su mayor prosperi-
dad. Pues esta Sión, verdaderamente… viuda, y desamparada 6, opri-
mida ahora de tristeza, sumergida en un profundo y amarguísimo llan-
to, a vista de la felicidad del pueblo de las Gentes, que han ocupado su
puesto, suspira y se lamenta diciendo que su Dios la ha desamparado
del todo, que la ha abandonado, que la ha echado en un perpetuo olvi-
do, como si nunca la hubiera conocido: Y dijo Sión: Me ha desampa-
rado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí 7. Esta misma queja y
lamento se lee en el capítulo 37 de Ezequiel: Ellos dicen: Secáronse
nuestros huesos, y pereció nuestra esperanza, y hemos sido corta-
dos 8. Mas así como allí los consuela el Señor con las promesas y espe-
ranza cierta de que los huesos secos y áridos, y esparcidos por el cam-
po, volverán a unirse entre sí, cada uno a su coyuntura, se cubrirán de
carne, de nervios, y piel, y se les dará otra vez el espíritu de vida; así
los consuela en este lugar con promesas todavía mayores, y con expre-

1 Heb. 4, 13.
2 Lc. 21, 24.
3 Jn. 10, 16.
4 Jn. 11, 52.
5 Rom. 9, 5.
6 1 Tim. 5, 5.
7 Is. 49, 14.
8 Ez. 37, 11.
402 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

siones llenas de amor y de ternura. Sión se lamenta diciendo: Me ha


desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí; y el Señor le
responde al punto estas palabras, sólo dignas de una infinita bondad:
¿Cómo puede olvidar la mujer a su chiquito, sin compadecerse del hi-
jo de sus entrañas? Y si ella le olvidare, pero yo no me olvidaré de ti 1.
[140] Desde este versículo 15 hasta el fin del capítulo, se ve clara-
mente, sin poder dudarlo, que habla el Mesías, no con otra persona,
sino únicamente con la misma Sión, llorosa y afligida, y que todo cuan-
to habla son palabras de consuelo, de esperanza, de amor, mezclando
tantas y tan grandes promesas, que su misma grandeza las ha hecho in-
creíbles. Para hacer digno concepto de estas cosas, y poder observarlas
con más exactitud, se hace necesario copiar aquí todo el texto, a lo me-
nos desde el versículo 14, poniéndolo a la vista del que lee.
[141] Y dijo Sión: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha
olvidado de mí 2. Esta es la queja y el lamento de Sión, a vista de la fe-
licidad de las Gentes que ocupan su puesto; a la cual queja le responde
el Señor inmediatamente con estas palabras: ¿Cómo puede olvidar la
mujer a su chiquito, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Y si
ella le olvidare, pero yo no me olvidaré de ti. He aquí que te he gra-
bado en mis manos; tus muros están siempre delante de mis ojos. Vi-
nieron tus reedificadores; los que te destruían y asolaban, se irán
fuera de ti. Alza tus ojos alrededor, y mira: todos éstos se han con-
gregado, a ti vinieron; vivo yo, dice el Señor, que de todos éstos serás
vestida como de vestidura de honra, y te los rodearás como una es-
posa. Porque tus desiertos, y tus soledades, y la tierra de tu ruina,
ahora serán angostos para los muchos moradores, y serán echados
lejos los que te sorbían. Aun dirán en tus oídos los hijos de tu esterili-
dad: Angosto es para mí el lugar, hazme espacio para que yo habite.
Y dirás en tu corazón: ¿Quién me engendró éstos? Yo, estéril y sin
parir, echada de mi patria y cautiva; y éstos, ¿quién los crió? Yo
desamparada y sola; y éstos, ¿en dónde estaban? Esto dice el Señor
Dios: He aquí que yo alzaré mi mano a las Gentes, y a los pueblos le-
vantaré mi bandera. Y traerán a tus hijos en brazos, y a tus hijas lle-
varán sobre los hombros. Y reyes serán los que te alimenten, y reinas
tus nodrizas; con el rostro inclinado hasta la tierra te adorarán, y
lamerán el polvo de tus pies. Y sabrás que yo soy el Señor, sobre el
cual no se avergonzarán los que le aguardan. ¿Por ventura será qui-
tada la presa al fuerte? ¿O lo que apresare el valiente, podrá ser sal-
vo? Porque esto dice el Señor: Ciertamente el cautiverio será quitado
al fuerte; y lo que haya sido quitado por el valiente, se salvará. Mas a
aquellos que a ti te juzgaron, yo los juzgaré, y a tus hijos yo los salva-

1 Is. 49, 15.


2 Is. 49, 14.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 403

ré. Y a tus enemigos daré a comer sus carnes; y se embriagarán con


su sangre, así como con mosto; y sabrá toda carne, que yo soy el Se-
ñor tu Salvador, y tu Redentor el fuerte de Jacob 1.
[142] Las palabras no pueden ser más claras, ni más expresivas, ni
más tiernas, ni más consolantes. No nos es posible observarlas todas
en particular; lo puede hacer cualquiera por sí mismo, después de ha-
ber examinado y entendido bien estos dos puntos capitales. Primero:
¿Quién es esta Sión que aquí se lamenta de haber sido abandonada, y
olvidada de su Dios? Segundo: ¿De qué tiempo se habla aquí?
PÁRRAFO 2
Lo que sobre estos dos puntos se halla en los doctores
[143] Cuanto a lo primero estamos bien seguros, sin sospecha de
temor, que en este lugar los doctores no nos dirán lo que nos dicen en
tantos otros donde se habla de Sión (digo donde se habla a favor), esto
es, que Sión significa la Iglesia presente. Esto fuera decir que la Iglesia
presente es la que se lamenta de que Cristo su esposo la ha desampa-
rado y olvidado del todo: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se
ha olvidado de mí; confiesan pues aquí, como en otros muchos luga-
res nada envidiables, que la Sión que llora y se lamenta no es otra cosa
que la casa de Jacob, en cuanto pueblo, o iglesia, o esposa, o sinago-
ga del verdadero Dios. Confiesan más, aunque en general y confusa-
mente: que a ella le responde el Señor aquellas palabras amorosas y de
tanta consolación.
[144] Preguntadles ahora, pidiendo una respuesta categórica, si to-
das estas palabras consolantes, y todas estas magníficas promesas, que
acabáis de leer, hablan con la misma Sión que llora y se lamenta; y ve-
réis, con admiración y pasmo, la negativa sin misericordia. No obstan-
te, como por un exceso de bondad, y por el respeto tan debido al senti-
do literal de la Escritura santa, se conceden algunas pocas a la misma
Sión que llora y se lamenta, esto es la vigésima o trigésima parte; las
demás no pueden ser para ella, sino para la Iglesia o la esposa presen-
te, aunque ésta no se ha lamentado ni hablado una palabra. Son estas
cosas demasiado grandes, dice un doctor de los más clásicos (y ¿quién
no dice lo mismo en la práctica, aunque tácitamente?), son estas cosas
demasiado grandes para que podamos entenderlas, en sentido literal,
de la Sinagoga o de la nación infiel y reprobada de los Judíos, sino so-
lamente en cuanto sombra y figura de la Iglesia presente. Y esto lo dice
el buen hombre con satisfacción, como si fuese el plenipotenciario de
Dios o el dispensador de sus tesoros; como si Dios mismo no pudiese
prometer y dar de lo que es suyo propio, sino con el conocimiento y

1 Is. 49, 15-26.


404 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

beneplácito del hombre enfermo, escaso y limitado. ¿Puede por ventu-


ra compararse con Dios un hombre, aun cuando fuese de una ciencia
perfecta? 1. Yo sé que a esto se da comúnmente el nombre honorable y
glorioso de celo y de piedad cristiana; mas también sé con mayor cer-
tidumbre que el verdadero celo, y la verdadera piedad cristiana, piden
en primer lugar creer no sólo en Dios, sino también a Dios, y esperar
que cumplirá infaliblemente lo que dice y promete, aunque yo, pobre y
limitado, no alcance ni entienda cómo podrá ser.
[145] Cuanto a lo segundo, esto es, cuanto a los tiempos de que se
habla en la profecía, nos dicen, buscando de algún modo el sentido lite-
ral, que el lamento de Sión, y la respuesta consolatoria de Dios (no toda,
sino aquella pequeñísima parte que se puede conceder sin perjuicio de
las ideas favorables), se verificó, ya durante la cautividad de Babilonia,
ya en la salida de esta cautividad; por lo cual le dice Dios a Sión estas
palabras, que no se le disputan: He aquí que te he grabado en mis ma-
nos; tus muros están siempre delante de mis ojos. Vinieron tus reedifi-
cadores; los que te destruían y asolaban se irán fuera de ti 2; las cuales
palabras, según su explicación literal, tienen este sentido: Tengo en mis
manos, oh Sión, el diseño de tu reedificación; vinieron o vendrán presto
los que te han de edificar de nuevo, esto es, Zorobabel, Esdras y Nehe-
mías; y los Caldeos, que te han destruido, saldrán de tus confines, y se-
rán castigados. ¿Quién creyera que, aun esto poco que aquí conceden a
la Sión llorosa, se verificó en la salida de Babilonia? Lo veréis más des-
pacio en el fenómeno 7, adonde me remito por ahora.
[146] Mas no es esto lo más singular. En el versículo antecedente
nos dicen que quien habla y se lamenta en espíritu es la Sinagoga, es la
Iglesia, es la esposa antigua del verdadero Dios; y no obstante, la res-
puesta que le da el Señor se endereza solamente a la Sión material, o a
la ciudad y fortaleza de David; y toda la consolación se reduce a que
será reedificada de nuevo materialmente. Digo toda la consolación,
porque lo que se sigue desde aquí hasta el fin del capítulo ya no se
puede conceder ni a la Sión espiritual, ni mucho menos a la material,
ni a los tiempos de Zorobabel, Esdras y Nehemías. Son cosas demasia-
do grandes las que se dicen. Así, deben ser para otros tiempos, y para
otra Sión, esto es, para la Iglesia presente. No hay que preguntar por
qué razón, o con qué justicia, se quita a una pobre viuda, llena de tra-
bajos, aquello poco que le queda, que es la esperanza; y esto para darlo
a otra, que no es viuda ni pobre, sino opulentísima, a quien todo le so-
bra. Esta razón no se produce, o porque no la hay, o porque no es ne-
cesaria; son cosas que no pueden entenderse de otro modo, sin gran
detrimento del sistema.

1 Job 22, 2.
2 Is. 49, 16-17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 405

PÁRRAFO 3
Se examinan estas ideas a la luz de la profecía
[147] Para conocer con toda certeza si estas ideas son justas o no,
consideremos con alguna mayor atención el contexto de todo este ca-
pítulo. Esto es todo lo que precede a la queja de Sión; con esto solo en-
tenderemos al punto, así el tiempo de que se habla, como la ocasión y
circunstancias de esta queja; por consiguiente, el misterio de la profe-
cía todo entero. Lo primero que se presenta a los ojos clarísimamente
es que, desde la primera palabra, empieza hablando sin interrupción el
Espíritu de Dios, en persona del Mesías, y prosigue hablando hasta el
fin, y aun hasta el capítulo siguiente. Habla primeramente con todos
los pueblos de la tierra, a quienes pide toda su atención, como que son
cosas de suma importancia las que va a decirles: Oíd, islas, y atended,
pueblos de lejos… 1. Empieza dando una idea general, aunque grande y
magnífica, de la excelencia de su persona, de su dignidad, de su minis-
terio, de los grandes designios que Dios tiene sobre él, para los cuales
lo envía a la tierra: El Señor desde la matriz me llamó, desde el vien-
tre de mi madre se acordó de mi nombre. Y puso mi boca como espa-
da aguda; con la sombra de su mano me protegió, y púsome como
saeta escogida, escondióme en su aljaba 2.
[148] Dice luego la misión que tiene de Dios directa e inmediata-
mente para la casa de Jacob: Y ahora el Señor, que me formó desde la
matriz por su siervo, me dice que yo he de conducir a él a Jacob 3. Lo
cual concuerda perfectamente con lo que él mismo dijo después, ase-
gurando en términos formales que no había sido enviado de Dios sino
para las ovejas perdidas de la casa de Jacob: No soy enviado sino a las
ovejas que perecieron de la casa de Israel 4. Concuerda con lo que di-
ce a las Gentes cristianas su propio Apóstol: Digo pues, que Jesucristo
fue ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar
las promesas de los Padres 5; y con lo que dice en la epístola a los Gá-
latas: que el Señor eligió a San Pedro, y lo envió directamente para el
apostolado de la circuncisión 6.
[149] Prosigue el Mesías diciendo claramente lo que hemos visto
hasta ahora, y veremos después con nuestros ojos, es a saber, que aun-
que Dios lo enviaba directamente a las ovejas que perecieron de la casa
de Israel, o lo que es lo mismo, para conducir a él a Jacob, no se conse-

1 Is. 49, 1.
2 Is. 49, 1-2.
3 Is. 49, 5.
4 Mt. 25, 24.
5 Rom. 15, 8.
6 Gal. 2, 8.
406 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

guiría por entonces este fin primario e inmediato de su misión: Mas Is-
rael no se congregará. Y como mirando presente la resistencia que le
había de hacer este pueblo ingrato, y las terribles consecuencias que
debían seguirse contra el mismo pueblo, según las Escrituras, llora y se
lamenta de haber trabajado en vano, y de haber consumido sin fruto al-
guno toda su fortaleza: Y dije yo: En vano he trabajado sin motivo, y
en vano he consumido mi fuerza 1. Da muestra de aflicción y dolor,
por lo que mira a la perdición de Israel, y también de confusión y ru-
bor, por lo que toca a su propia persona; como si no tuviese que res-
ponder a su divino Padre, ni cómo excusarse de no haber sido recibido
de su pueblo escogido (por la suma iniquidad de que lo halló lleno),
mas (les fue) en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo…, en la-
zo y en ruina a los moradores de Jerusalén 2. Se consuela, no obstan-
te, con haber hecho con este pueblo cuanto estaba de su parte; por lo
cual será, no sólo excusado, sino aprobado y glorificado en los ojos de
Dios: Por tanto mi juicio con el Señor, y mi obra con mi Dios…; y glo-
rificado he sido en los ojos del Señor, y mi Dios ha sido mi fortaleza 3.
[150] Pasa luego inmediatamente a referir el consuelo que le da su
Padre en medio de tantas aflicciones, prometiéndole, en lugar de Is-
rael que se perdía por su incredulidad, otro pueblo mayor y mejor, el
cual se debía sacar de entre las naciones de la tierra. Dios me dice,
añade el Mesías: Poco es que seas mi siervo solamente, o mi enviado
para despertar o llamar las tribus de Jacob, y convertir las heces de Is-
rael; en falta de éstos, serás ahora la luz de las Gentes, y llevarás mi
salud hasta los extremos de la tierra 4. Estas últimas palabras, para
los Judíos las más terribles, las trajo a la memoria el apóstol San Pablo
cuando, desesperanzado de su conversión, en que tanto había trabaja-
do, se despidió de ellos, diciéndoles: A vosotros convenía que se ha-
blase primero la palabra de Dios; mas porque la desecháis, y os juz-
gáis indignos de la vida eterna, desde este punto nos volveremos a los
Gentiles. Porque el Señor así nos lo mandó: Yo te he puesto para lum-
bre de las Gentes, para que seas en salud hasta el cabo de la tierra 5.
Y en otra parte, capítulo último, versículo 28: Pues os hago saber a
vosotros que a los Gentiles es enviada esta salud de Dios, y ellos oi-
rán 6. En consecuencia de esto, prosigue el Mesías anunciando los
efectos admirables de la vocación de las Gentes, y el fruto copioso que
se recogería de entre ellas: los reyes y príncipes que reconocerían al
verdadero Dios, y le adorarían; y la multitud de pueblos, naciones y

1 Is. 49, 4.
2 Is. 8, 14.
3 Is. 49, 4-5.
4 Is. 49, 6.
5 Act. 13, 46-47.
6 Act. 28, 28.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 407

lenguas, que vendrían de las cuatro plagas de la tierra, a la unidad de


una Iglesia, de un culto, y de una religión: Los reyes verán, y se levan-
tarán los príncipes, y adorarán por el Señor, porque es fiel, y por el
Santo de Israel, que te escogió. He aquí como unos vendrán de lejos, y
otros del Aquilón, y del mar, y aquéllos de la tierra del mediodía 1.
[151] En este tiempo, pues, y en estas circunstancias en que se mira
como presente, y en que se supone ya propagada la fe, y establecida en-
tre las gentes la Iglesia de Dios; en este tiempo en que se mira, gene-
ralmente hablando, todo el cuerpo de la nación israelítica como no con-
gregado a la voz de su Mesías, y por consiguiente como no suyo ni digno
de sí: Mas Israel no se congregará; en este tiempo, vuelvo a decir, es
cuando llora y se lamenta Sión, o el Espíritu de Dios en persona suya,
con gemidos inexplicables 2, de que su Mesías mismo la ha abandonado
y olvidado del todo, pasándose enteramente a las Gentes: Y dijo Sión:
Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí.
[152] Siendo esto así, como lo es, con toda la certeza que cabe en el
asunto, ¿a qué viene en este tiempo de que se va hablando, en que se
supone venido el Mesías, arrojada Sión, llamadas las Gentes, predicado
el Evangelio en las cuatro plagas del orbe, etc.; a qué propósito viene en
este tiempo el llanto de los cautivos de Babilonia, ni la consolación que
se les da de que Sión, la ciudad o fortaleza de David, será materialmente
edificada de nuevo, y los Caldeos castigados? Y todas las otras cosas que
se le dicen a la misma Sión que llora y se lamenta, ¿por qué no se aco-
modan también a los cautivos de Babilonia, y a la vuelta de esta cautivi-
dad? ¿Acaso porque ésta es una empresa imposible? Sí, amigo, porque
es una empresa imposible. Si fuese de algún modo posible, no se dejara
tan presto aquel tiempo, aquella cautividad, aquella Sión; no se diera
un salto tan repentino y tan prodigioso desde lo material hasta lo espi-
ritual, desde aquellos tiempos hasta estos nuestros, desde aquella Sión
hasta otra Sión, a quien se le da este nombre graciosamente, la cual ni
habla en la profecía ni se habla con ella. Bien fácil cosa es acomodar a
un párvulo de dos o tres años una pequeña parte de vestido que se hizo
para un hombre de madura edad, y de estatura más que mediana; mas
el acomodarlo todo justamente, sin artificio ni violencia, esto es, sin
cortar ni plegar, parece algo más que difícil, y esta misma dificultad es
la prueba más convincente de que aquel vestido realmente no se hizo
para el párvulo. La semejanza es de bien fácil aplicación.
[153] Fuera de esto, sería bueno examinar aquí con la mayor for-
malidad posible, hasta saberlo de cierto, si nos es lícito, si se ha dejado
en nuestras manos y a nuestra libre disposición, el cortar, el dividir, el

1 Is. 49, 7 y 12.


2 Rom. 8, 26.
408 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

despedazar como nos pareciere la divina Escritura. Si somos dueños


absolutos de dividir en varias piezas una misma profecía, y disponer
de estas piezas, según nos pareciere mejor, dando unas piezas a un
tiempo, y otras a otros; unas a los tiempos de la más remota antigüe-
dad, otras (y las mejores que se hallan) a los tiempos en que vivimos;
unas como de limosna a los míseros Judíos, y éstas absolutamente in-
servibles, y todas las demás a las Gentes, que son las que hacen esta
repartición; digo que sería bueno saber esto de cierto, porque a mí me
parece cosa durísima, y algunas veces intolerable; y no obstante, lo veo
practicado así con suma frecuencia en los doctores.
[154] Si la queja de Sión (volviendo a mi proposición), si toda la
causa de su lamento no es otra, según todo el contexto de la profecía,
sino que Dios la ha desamparado, y su Mesías se ha olvidado de ella,
pasándose enteramente a las Gentes, ¿qué consuelo es decirle que será
edificada materialmente, o que ya lo fue en otros tiempos, o los Caldeos
castigados? Cuando éstos son unos sucesos tan pasados, tan poco dig-
nos de consideración, tan fuera de propósito, tan ajenos de los tiempos
de que se habla, ¿qué consuelo es decirle y prometerle tantas otras co-
sas, si al fin estas cosas no son para ella, como pretenden los doctores,
sino para otra nueva dilecta, por quien ella ha sido dejada y olvidada?
[155] El caso es, amigo mío (y excusad la libertad con que tal vez
me es necesario hablar), el caso es, lo primero: que los Cristianos tie-
nen ahora delante de sus ojos a pérfidos Judíos, que éste es su ordina-
rio sobrenombre; ven su estado presente de vileza, de abatimiento y de
miseria extrema; ven su dureza, su obstinación, su ceguedad y su igno-
rancia actual; y les parece imposible que puedan verificarse en ellos
unas promesas de tanta dignidad. ¡Como si el que promete no fuese
aquel mismo Dios (de quien se dice): Fiel es el Señor en todas sus pa-
labras, y santo en todas sus obras! 1. ¡Como si el que pudo de estas
piedras levantar hijos a Abraham 2, no pudiese ya hacer otro milagro
semejante, y mucho más fácil, haciéndose hijos verdaderos de Abra-
ham a los que ya lo eran según la carne! ¡Como si el que anuncia y
promete cosas tan grandes a las reliquias de Israel, no fuese aquel mis-
mo Espíritu de verdad, que anunció y amenazó, con términos igual-
mente claros y expresivos, el estado miserable en que ha visto y ve to-
do el mundo a todo Israel! El caso es, lo segundo (y ésta parece la
principal causa, y el verdadero motivo iba a decir; mas temo sacar a
luz una verdad, y revelar un secreto antes de tiempo)… Me explicaré
plenamente en todo el fenómeno siguiente, cuyo título debe ser: LA
IGLESIA CRISTIANA.

1 Sal. 144, 13.


2 Lc. 3, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 409

Se considera más en particular y más de cerca


la profecía de Isaías

PÁRRAFO 4
[156] Hasta aquí hemos atendido solamente a las circunstancias de
esta profecía, es a saber, con quién habla, en qué ocasión, y para qué
tiempo. Hemos concluido, al parecer con evidencia, lo primero: que se
habla con Sión, antigua esposa de Dios, y que a ella sola se dirigen, no
una ni cuatro, sino todas las palabras consolatorias, y todas las prome-
sas que contiene la profecía. Lo segundo: que se habla con esta antigua
esposa de Dios, no en otro estado, sino en el estado de soledad, de viu-
dez, de abandono, en que quedó después del Mesías, y después que otra
esposa nueva ocupó su puesto. Lo tercero: que no habiéndose verifica-
do jamás en la Sión con quien se habla, cosa alguna de cuantas se le di-
cen y prometen, deberemos esperar otro tiempo, en que todas se verifi-
quen: La mano del Señor no se ha encogido para no poder salvar.
[157] Esto supuesto, veamos ahora brevemente las cosas mismas
que se dicen y prometen a esta antigua esposa de Dios. Ellas son tan
grandes, que por eso mismo se ha pensado que no pueden hablar con
ella. Sin esto no hubiera habido quien se las disputase; puesto que las
primeras palabras con que empieza el Señor su consolatoria son tan
amorosas, tan tiernas, tan expresivas, que ellas solas muestran clara-
mente que debe haber alguna grande y extraña novedad, así de parte
de Sión, que llora su soledad y desamparo, como de parte del Mesías,
que atiende a su llanto, y se pone de propósito a consolarla. ¿Puede
acaso una madre (empieza diciendo) olvidarse de su tierno infante?
¿Puede mirar con indiferencia el dolor y aflicción del fruto de su vien-
tre? Pues más fácil es esto, que no que yo me olvide de ti. Después de
este primer requiebro sumamente expresivo, para que no piense que
son únicamente buenas palabras, pasa luego a decirle toda la gloria y
honra que le tiene preparada. Y en primer lugar le habla de su próxima
reedificación, siguiendo siempre la metáfora de la ciudad de David; es
decir, le habla de su renovación, de su asunción, de su remedio pleno,
cuyo diseño o cuyo plan dice que lo tiene como grabado en sus propias
manos 1. Y como si ya estuviese concluida esta renovación, de que se
habla en todos los Profetas, la convida en espíritu a que levante sus
ojos, y mire por todas partes alrededor de sí 2. ¿Y qué es lo que ha de
mirar? Es aquello mismo que es toda la causa de su llanto. Lloras (co-
mo si dijera) porque me he pasado a las Gentes, y vivido entre ellas

1 Is. 49, 16.


2 Is. 49, 18.
410 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tantos siglos, obligado de tu incredulidad y de tu extrema ingratitud;


ved aquí el fruto copiosísimo que se ha recogido por mi solicitud. To-
dos estos hijos de Dios, que estaban dispersos, se han congregado en
uno 1; todas estas ovejas, que no eran de este aprisco 2, han sido traí-
das a este ovil, o a este rebaño sobre mis propios hombros; y todos se
han congregado y venido, no solamente para mí, sino también para ti.
No tienes que mirarlos como extraños: tú eres su propia madre, y ellos
son tus propios hijos. Yo te juro que de todos ellos te vestirás algún
día, y todos te servirán de galas y de joyas preciosísimas: Vivo yo, dice
el Señor, que de todos estos serás vestida como de vestidura de hon-
ra, y te los rodearás como una esposa 3.
[158] Estos hijos tuyos (prosigue diciendo), no obstante que son
hijos de tu esterilidad; estos hijos que te han nacido, sin saberlo tú, en
aquellos mismos tiempos en que has vivido como viuda, y verdade-
ramente viuda y desamparada 4; estos hijos tuyos serán tantos que,
no pudiendo caber en tus confines, desde el río de Egipto hasta el
grande río Eufrates 5, te pedirán un espacio mayor en que habitar (ex-
presiones todas conocidamente figuradas). Aún dirán en tus oídos los
hijos de tu esterilidad: Angosto es para mí el lugar, hazme espacio
para que yo habite. Entonces dirás, oh Sión, dentro de tu corazón:
¿Quién me ha parido estos hijos? ¡Yo estéril, yo viuda, yo leño seco, in-
capaz tantos siglos ha de parir hijos de Dios! ¡Yo desterrada, cautiva,
abominada de Dios y de los hombres, olvidada, destituida y sola! Y es-
tos hijos míos, ¿de dónde han salido? Y éstos, ¿dónde estaban? Y és-
tos, ¿quién me los ha criado, sustentado y educado? 6.
[159] Paremos aquí un momento. Estas palabras, ¿quién las dirá, o
a quién pueden competer? ¿Acaso a la Iglesia cristiana, a la esposa ac-
tual del verdadero Dios? ¿No veis la impropiedad y la repugnancia? La
esposa actual no puede ni ha podido jamás decir con verdad: Yo estéril
y sin parir, echada de mi patria y cautiva… desamparada y sola…
Pues si esto no compete de modo alguno a la esposa actual; luego no se
habla con ella de modo alguno; luego se habla con su antecesora. No
hay medio entre estas dos cosas. Sabemos de cierto que Dios sólo ha
tenido dos esposas. La primera la apartó de sí por justas razones, con
indignación y con grande ira 7; la segunda, que entró en su lugar, es la
que ahora reina; a ésta no le competen las palabras de que hablamos,
luego a la primera; luego esta misma es la que las dirá algún día, a vis-

1 Jn. 11, 52.


2 Jn. 10, 16.
3 Is. 49, 18.
4 1 Tim. 5, 5.
5 Gen. 15, 18.
6 Is. 49, 21.
7 Jer. 21, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 411

ta de los innumerables hijos de Dios que le han nacido en el tiempo


mismo de su esterilidad.
[160] Síguese de aquí, lo primero: que esta antigua esposa de
Dios, actualmente estéril, desterrada, cautiva, destruida y sola, ha de
salir algún día de su estado actual, ha de salir de su destierro, de su
cautiverio, de su soledad, de su esterilidad; ha de ser llamada otra
vez, y asunta a su antigua dignidad. Y si no, ¿cuándo, ni cómo podrá
decir estas palabras? Y dirás en tu corazón: ¿Quién me engendró és-
tos? Yo estéril y sin parir, echada de mi patria y cautiva; y éstos,
¿quién los crió? Yo desamparada y sola… éstos ¿en dónde estaban?
Síguese, lo segundo: que todos los hijos de Dios que han nacido, y en
adelante nacieren y se congregaren de entre las Gentes, todos son en
la realidad hijos de aquella primera esposa; pues a ella se han de atri-
buir, a ella se han de agregar, a ella han de reconocer por madre, y le
han de servir de ornamento y de gloria: Vivo yo, dice el Señor, que de
todos estos serás vestida como de vestidura de honra, y te los rodea-
rás como una esposa.
[161] Se puede ahora temer, no sin gran fundamento, que estas co-
sas que acabo de decir os causen alguna gran novedad, y tal vez alguna
especie de escándalo, pareciéndoos (aunque todavía muy confuso) que
ya me acerco al precipicio, y que al fin, como judío, no estoy muy lejos
de judaizar. No, amigo mío, no temáis donde no hay que temer; no
seáis uno de aquellos de quienes se dice en el salmo 13: Allí temblaron
de miedo, donde no había motivo de temor 1. Estoy muy lejos y ajení-
simo de esta estulticia. Lo que es judaizar, y lo que únicamente merece
este nombre, no ignoro. Así, creo firmemente como una verdad de fe,
definida en el primer concilio de la Iglesia, que la circuncisión y las
otras observancias puramente legales de la ley de Moisés, no obligan
de modo alguno a los Cristianos, ni son necesarias ni aun conducentes
para la salud: Mas creemos ser salvos por la gracia del Señor Jesu-
cristo 2. El creer alguna cosa contraria a esta verdad, es lo que única-
mente se llama judaizar. Si fuera de esto hay otra cosa que merezca es-
te odioso nombre, yo la ignoro absolutamente, ni me parece posible
señalarla. En consecuencia de esto, habréis reparado ya, o deberéis re-
pararlo, que cuando digo que la casa de Jacob, la cual fue antiguamen-
te pueblo de Dios y esposa suya, y ya ahora no lo es, lo volverá a ser en
algún tiempo, no hablo de otro modo que como habla la divina Escri-
tura, esto es, que volverá a serlo en otro estado infinitamente diverso,
y bajo de otro testamento nuevo y sempiterno: Y asentaré con ellos
otra alianza sempiterna 3; haré con vosotros un pacto sempiterno, las

1 Sal. 13, 5.
2 Act. 15, 11.
3 Bar. 2, 35.
412 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

misericordias firmes a David 1; y haré nueva alianza con la casa de


Israel, y con la casa de Judá… 2; y haré con ellos un pacto eterno, y
no dejaré de hacerles bien; y pondré mi temor en el corazón de ellos,
para que no se aparten de mí 3.
[162] Si aun con esta limitación os causan todavía novedad y ex-
trañeza las cosas que voy hablando, me será necesario aplicaros aque-
llas palabras que decía Cristo, en ocasión muy semejante, al legisperito
y pío Nicodemo: ¿Tú eres Maestro en Israel, y esto ignoras? 4. ¿Pue-
des ignorar que todos los hijos de Dios, que después del Mesías se han
recogido y se recogerán de entre las Gentes, son todos del linaje de
aquella mujer? Y si todos son de su linaje, luego todos son sus verda-
deros hijos, y todos realmente le pertenecen; así como hablando según
la naturaleza, todos los hombres somos hijos de Eva, y todos pertene-
cemos a esta común madre de todos. ¿Puedes ignorar que ninguno
puede ser salvo, ni ser admitido a la dignidad de hijo de Dios, sin la fe?
¿Y puede haber verdadera fe sino en los hijos verdaderos de Abraham?
Reconoced, pues, que los que son de la fe, los tales son hijos de Abra-
ham… Y así los que son de la fe, serán benditos con el fiel Abraham 5.
¿Puedes ignorar que no hay salud, ni la puede haber en la presente
providencia, sino la que ha venido a las gentes por medio de los Ju-
díos? 6. Es decir, no hay salud sino para los hijos verdaderos del fiel
Abraham que, por medio de una fe verdadera y sincera, se han agrega-
do a su familia. ¿Puedes ignorar que todos los creyentes de las nacio-
nes no son ya en realidad aquellas mismas ramas silvestres, cortadas
de los bosques e injertadas en buena oliva por la sabia mano de Dios?
¿Puedes ignorar que todo el fruto que han dado y pueden dar estas
ramas silvestres, ni es ni son de su propia sustancia, ni de la sustancia
de los árboles salvajes de donde fueron misericordiosamente sacadas,
sino de la pingüe y preciosa sustancia de la buena oliva donde han sido
injertos? ¿Tú eres Maestro en Israel, y esto ignoras?… Y tú, siendo
acebuche, fuiste injertado en ellos, y has sido hecho participante de la
raíz y de la grosura de la oliva 7. Los que pensaren de otro modo de-
ben esperar que luego inmediatamente les diga al oído su propio Após-
tol: No te jactes contra los ramos (los propios de la buena oliva, corta-
dos por la incredulidad), porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz,
sino la raíz a ti 8. No me detengo en lo que resta de la profecía de

1 Is. 55, 3.
2 Jer. 31, 31.
3 Jer. 32, 40.
4 Jn. 3, 10.
5 Gal. 3, 7 y 9.
6 Jn. 4, 22.
7 Jn. 3, 13; Rom. 11, 17.
8 Rom. 11, 18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 413

Isaías, porque algo se ha de dejar a la reflexión de quien lee; ello es tan


claro, que no será menester mucho tiempo, ni mucho trabajo.

Otros lugares de la Escritura

PÁRRAFO 5
[163] Sin salir de Isaías, hallamos tanto sobre el asunto presente
que parece imposible tocarlo todo, ni aun siquiera la centésima parte,
sin una prolija y molestísima difusión. Para suplir esta falta de algún
modo razonable, que nos traiga alguna utilidad, yo sólo quisiera adver-
tir o hacer reparar una cosa, que me parece clarísima en Isaías, sin la
cual no alcanzo cómo pueda entenderse este Profeta de un modo se-
guido y natural. Lo que deseo hacer reparar es que, desde el capítulo 49
cuando menos, hasta el 66, que es el último, se nota clara y distinta-
mente que todo es una conversación o una especie de diálogo, en que
se ven hablar tres personas, esto es, Dios, el Mesías, y Sión; y todo
cuanto hablan parece que es sobre un mismo asunto o interés, sin salir
de él, ni divertir la conversación a otra cosa.
[164] La primera persona que habla es Dios, y es bien fácil obser-
var que, siempre que habla (que es pocas veces, y pocas palabras), o
habla con el Mesías, o con Sión. La segunda es el Mesías mismo: él es
el que abre la conversación, y hace en toda ella como el papel princi-
pal. Empieza pidiendo atención a todos los países y a todos los pueblos
de la tierra: Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos; y desembarazado
brevemente de todo lo que pertenece a su primera venida al mundo,
tan favorable respecto de las Gentes como funesta para Sión, vuelve
sus ojos llenos de compasión a la misma Sión, que se representa allí
mismo como cubierta de luto y de tristeza, a vista de la felicidad de las
Gentes y de su propia infelicidad, diciendo estas solas palabras en me-
dio de su llanto: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvi-
dado de mí. Desde este punto para adelante, en los dieciocho capítulos
que se siguen, ya no se ve que hable una sola palabra con otras perso-
nas que con Sión; y esto no en cualquiera estado indeterminado, sino
precisamente de humillación, de soledad y de abandono en que quedó
después de su primera venida, y en consecuencia de su incredulidad.
Esto es tan claro, que casi no es menester otro estudio que la simple
lectura, con esta advertencia. Así se ve en todos estos dieciocho capítu-
los, que ya consuela a la infeliz Sión, ya la reprende, ya la exhorta a
penitencia, ya le trae a la memoria sus antiguos delitos, ya también el
mal recibimiento que le hizo cuando vino al mundo: Porque vine, y no
había hombre; llamé, y no había quien oyese 1. Ya se muestra algunas

1 Is. 50, 2.
414 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

veces indignado e incapaz de aplacarse, sin duda para darle a conocer


la grandeza de su mal; ya la avergüenza y la confunde más con el ejem-
plo de las Gentes que han oído su voz, lo han conocido, lo han busca-
do, y lo han hallado: Buscáronme los que antes no preguntaban por
mí, halláronme los que no me buscaron. Dije: Vedme, vedme a una
nación que no invocaba mi nombre. (Mas de Israel por el contrario
dice): Extendí mis manos todo el día a un pueblo incrédulo 1; ya en fin
la consuela, la alienta, le renueva las antiguas promesas, le hace otras
de nuevo mucho mayores, se compadece de sus trabajos, se enternece
con ella, etc.
[165] La tercera persona que habla es la misma Sión, con quien se
habla, en la cual se ve una grande y prodigiosa variedad de afectos, to-
dos buenos, todos santos, todos conducentes para la salud, o que ya la
suponen. Se ven en ella afectos de confusión, de penitencia, de llanto,
de confesión sincera y franca de sus delitos, de admiración, de agrade-
cimiento, de esperanza, y también de amor y caridad perfecta. Como
una persona que despierta de un profundo sueño, o como un sordo y
ciego que empieza a oír y ver, y todo le coge de nuevo. Entre otras co-
sas dignas de atención, podéis reparar y comprender al punto, por el
contexto mismo, que todo el capítulo 53, que parece una historia abre-
viada y completa de la pasión y muerte del Mesías, no es otra cosa que
lo que dice Sión en medio de su llanto, después que ha conocido al mis-
mo Mesías, que ella reprobó y puso en una cruz: ¿Quién ha creído lo
que nos ha oído? (empieza diciendo); y el brazo del Señor, ¿a quién ha
sido revelado? 2. ¿Quién de nosotros (como si dijera) creyó a sus pro-
pios oídos? Y el brazo del Señor (o lo que es lo mismo, el Verbo de
Dios o el Mesías), ¿quién lo conoció? Lo oímos a él mismo que nos ha-
bló palabras de vida, y no lo creímos, ni lo conocimos siquiera por la
voz, como debíamos conocerlo según las Escrituras, de lo cual se que-
jaba él mismo, diciendo: ¿Por qué no entendéis este mi lenguaje? 3.
Oímos después a sus discípulos, y lejos de creerlos los despreciamos, y
aun los perseguimos del mismo modo. Hemos oído hablar de él en to-
das las partes del mundo, donde hemos estado dispersos, por espacio
de tantos siglos, y no hemos creído jamás a nuestros oídos. Lo vimos
con nuestros ojos cuando fue visto en la tierra, y conversó con los
hombres 4, y tampoco creímos a nuestros ojos, no viendo en él aquella
grandeza y majestad mundana que nos habíamos figurado, y que nos
habían anunciado nuestros doctores. Le vimos, y no era de mirar, y le
echamos menos. Despreciado, y el postrero de los hombres, varón de

1 Is. 65, 1-2.


2 Is. 53, 1.
3 Jn. 8, 43.
4 Bar. 3, 38.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 415

dolores, y que sabe de trabajos; y como escondido su rostro y despre-


ciado, por lo que no hicimos aprecio de él… Nosotros le reputamos
como leproso, y herido de Dios, y humillado. Mas él fue llagado por
nuestras iniquidades, quebrantado fue por nuestros pecados… Todos
nosotros como ovejas nos extraviamos, cada uno se desvió por su ca-
mino; y cargó el Señor sobre él la iniquidad de todos nosotros… 1. Yo
no tengo tiempo para detenerme en estas observaciones particulares,
que puede hacer cualquiera con sólo una poca de atención.
[166] Entre tantas cosas y tan diversas como dice el Mesías a Sión
en esta larga conversación, se deben notar especialmente aquellas que
hacen a nuestro propósito actual, esto es, las que son de consuelo y es-
peranza, y contienen alguna promesa extraordinaria; por ejemplo, es-
tas que aquí apunto, como por muestra de otras muchísimas, del todo
semejantes, que pudiera mostrar.
[167] Primero: en el capítulo 51, versículo 16, hablando Dios con el
Mesías, le dice estas palabras: Puse mis palabras en tu boca, y con la
sombra de mi mano te cubrí, para que plantes los cielos, y cimientes
la tierra, y digas a Sión: Mi pueblo eres tú 2. En consecuencia de esto,
toma al punto las palabras el mismo Mesías, y vuelto a Sión, y viéndola
tan abatida y confundida con el polvo de la tierra, le dice así desde el
versículo 17:
[168] Alzate, álzate, levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano
del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste,
y bebiste hasta las heces… Tus hijos fueron echados por tierra, dur-
mieron en los cabos de todas las calles, como orige enlazado; llenos
de la indignación del Señor, del castigo de tu Dios. Por tanto oye esto,
pobrecilla, y embriagada no de vino. Esto dice el Dominador, tu Se-
ñor y tu Dios, que peleará por su pueblo: Mira que he quitado de tu
mano el cáliz de adormecimiento… no lo volverás a beber en adelan-
te. Y lo pondré en manos de aquellos que te abatieron, y dijeron a tu
alma: Encórvate, para que pasemos; y pusiste tu cuerpo como tierra,
y como camino a los pasajeros 3.
[169] Segundo: capítulo 52: Levántate, levántate, vístete de tu for-
taleza, Sión, vístete de los vestidos de tu gloria, Jerusalén, ciudad del
Santo; porque no volverá a pasar por ti en adelante incircunciso ni
inmundo. Sacúdete del polvo, levántate, siéntate, Jerusalén; suelta
las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sión. Porque esto dice el Se-
ñor: De balde fuisteis vendidos, y sin plata redimidos 4.

1 Is. 53, 2-6.


2 Is. 51, 16.
3 Is. 51, 17 y 20-23.
4 Is. 52, 1-3.
416 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[170] Tercero: capítulo 54: No temas, porque no serás avergon-


zada ni sonrojada; pues no tendrás de qué afrentarte, porque te olvi-
darás de la confusión de la mocedad, y no te acordarás más del opro-
bio de tu viudez. Porque reinará en ti el que te crió, el Señor de los
ejércitos es el nombre de él; y tu Redentor, el Santo de Israel, será
llamado el Dios de toda la tierra. Porque el Señor te llamó como a
mujer desamparada y angustiada de espíritu, y como a mujer que es
repudiada desde la juventud, dijo tu Dios. Por un momento, por un
poco te desamparé, mas yo te recogeré con grandes piedades. En el
momento de mi indignación escondí por un poco de ti mi cara, mas
con eterna misericordia me he compadecido de ti, dijo el Señor tu Re-
dentor. Esto es para mí como en los días de Noé, quien juré que yo no
traería más las aguas de Noé sobre la tierra; así juré que no me eno-
jaré contigo, ni te reprenderé. Porque los montes serán conmovidos,
y los collados se estremecerán; mas mi misericordia no se apartará
de ti, y la alianza de mi paz no se moverá, dijo el Señor, compasivo de
ti. Pobrecilla, combatida de la tempestad, sin ningún consuelo. Mira
que yo pondré por orden tus piedras, y te cimentaré sobre zafiros… Y
serás cimentada en justicia; ponte lejos de la opresión, pues no teme-
rás, y del espanto, que no llegará a ti 1.
[171] Cuarto: capítulo 60: Y vendrán a ti encorvados los hijos de
aquellos que te abatieron, y adorarán las huellas de tus pies todos los
que te desacreditaban, y te llamarán la ciudad del Señor, la Sión del
Santo de Israel. Porque fuiste desamparada, y aborrecida, y no ha-
bía quien por ti pasase, te pondré por lozanía de los siglos, para gozo
en generación y generación. Y mamarás leche de las naciones, y se-
rás amamantada por el pecho de los Reyes; y sabrás, que yo soy el
Señor tu Salvador y tu Redentor, el fuerte de Jacob… No se oirá más
hablar de iniquidad en tu tierra, ni habrá estrago ni quebranta-
miento en tus términos, y ocupará la salud tus muros, y tus puertas
la alabanza 2.
[172] Quinto: capítulo 62: De allí adelante no serás llamada de-
samparada; y tu tierra no será ya más llamada desierta… Y los lla-
marán Pueblo santo, redimidos por el Señor. Mas tú serás llamada:
La ciudad buscada, y no la Desamparada 3.
[173] Sexto: capítulo 66: Alegraos con Jerusalén, y regocijaos con
ella todos los que la amáis; gozaos con ella de gozo todos los que llo-
ráis sobre ella, para que maméis, y seáis llenos de la teta de su conso-
lación; para que chupéis, y abundéis en delicias de toda su gloria.

1 Is. 54, 4-11 y 14.


2 Is. 55, 14-16 y 18.
3 Is. 62, 4 y 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 417

Porque esto dice el Señor: He aquí que yo derivaré sobre ella como
río de paz, y como arroyo que inunda la gloria de las gentes, la cual
mamaréis; llevados seréis a los pechos, y sobre las rodillas os acari-
ciarán. Como la madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré, y en
Jerusalén seréis consolados 1.
[174] Considerad por último todo el capítulo 2 de Oseas, en que
veréis abreviado todo el misterio de que actualmente hablamos, desde
el principio hasta el fin. Lo primero: le anuncia Dios a su esposa infiel,
que llegará el caso de privarla enteramente de su dignidad, que la
arrojará ignominiosamente de su casa, que la abandonará del todo,
que la mirará como si no fuera su esposa, ni él su marido, que no hará
caso de sus hijos, ni se moverá a compasión: Juzgad a vuestra madre
(o como leen los LXX, sed juzgados con vuestra madre), juzgadla;
porque ella no es mi mujer, ni yo su marido… Y no tendré misericor-
dia de sus hijos 2. Lo segundo: le anuncia los terribles trabajos y cala-
midades que padecerá en su soledad y desamparo, y todo de su mano y
por orden suya: He aquí yo cercaré tu camino con espinos, y lo cerca-
ré con paredes, y no hallará sus senderos… Manifestaré su locura a
los ojos de sus amadores; y nadie la sacará de mi mano. Y haré cesar
todo su gozo, su solemnidad, su Neomenia 3. Lo tercero: le anuncia y
le promete, así en este lugar como en el capítulo 2, que después de
bien castigada, trabajada y humillada hasta lo sumo, abrirá finalmente
los ojos, y dirá como el hijo pródigo del Evangelio: Iré, y volveré a mi
primer marido 4. Lo cuarto, en fin: le anuncia que entonces llamará a
su Dios, diciéndole: Mi primer marido; y le promete que entonces la
recibirá otra vez, y se desposará con ella como de nuevo, y no la apar-
tará jamás de sí: Y te desposaré conmigo para siempre; y te desposa-
ré conmigo en justicia, y juicio, y en misericordia, y en clemencia. Y
te desposaré conmigo en fe; y sabrás que yo soy el Señor 5.
[175] Estos lugares que acabo de apuntar, omitiendo otros innu-
merables que se pueden ver en los profetas, parece que prueban in-
venciblemente que aquella primera esposa de Dios (es decir la casa de
Jacob) que después de la muerte del Mesías fue arrojada ignominio-
samente de la casa del esposo por su iniquidad e incredulidad, ha de
ser llamada algún día y asunta, con infinitas ventajas, en otro estado y
bajo de otro testamento sempiterno, a su primera dignidad, para no
perderla jamás, que es todo lo que por ahora pretendíamos probar.
Examinemos en seguida atentamente lo que alega la parte contraria.

1 Is. 64, 10-13.


2 Os. 2, 2 y 4.
3 Os. 2, 6 y 10-11.
4 Os. 2, 7.
5 Os. 2, 19-20.
418 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Se proponen y examinan dos impedimentos

PÁRRAFO 6
[176] La parte contraria, que sin duda tiene fuertes motivos para
oponerse con todas sus fuerzas a la vocación y asunción de Sión, alega
contra ella dos impedimentos, en tono de gran seguridad; y cierto, que
mirados éstos desde cierta distancia, muestran un semblante verdade-
ramente terrible, capaz de acobardar y aun hacer temblar al más ani-
moso. El primer impedimento está, o se pretende estar, de parte de la
esposa actual de Dios; de aquélla, digo, que entró en lugar de Sión, y
ocupó el puesto que ella dejó vacío por su incredulidad 1; de aquélla de
quien dice el Apóstol, citando el de Oseas: Llamaré pueblo mío al que
no era mi pueblo; y amado, al que no era amado; y que alcanzó mi-
sericordia, al que no había alcanzado misericordia 2; de aquélla de
quien dice San Pedro: En algún tiempo erais no pueblo, mas ahora
sois pueblo de Dios; que no habíais alcanzado misericordia, mas aho-
ra habéis alcanzado misericordia 3. El segundo impedimento está, o
se pretende estar, de parte de la misma Sión, la cual se supone ya in-
capaz de otra cosa que de desprecio y vilipendio. Uno y otro impedi-
mento se presenta en tono tan decisivo, y con tan gran satisfacción,
que según ellos parece que no queda lugar a la duda o la sospecha. No
obstante, si nos acercamos un poco más, si los miramos con alguna
particular atención, si llegamos a tocarlos con la mano, descubrimos al
punto, con admiración y pasmo, que el primero estriba únicamente so-
bre un puro sofisma, y el segundo sobre una insigne falsedad.
Primer impedimento
[177] La sustancia de este primer impedimento se reduce en pocas
palabras a este discurso: Dios no puede tener dos esposas diversas, así
como no puede tener dos Iglesias diversas, porque la esencia de la
Iglesia y de la esposa de Dios, esto es, de la parte activa de la misma
Iglesia (que es la que propiamente se llama esposa madre, etc.) es la
unidad; luego Sión no puede ser llamada otra vez y asunta de nuevo a
la dignidad de esposa de Dios, que tuvo en otros tiempos. El antece-
dente es no sólo cierto sino dogma de fe. La consecuencia se prueba
así: Para que Sión pueda volver a ser esposa de Dios, es necesario que
la esposa actual, que entró en su lugar, caiga en algún tiempo en la
desgracia del esposo y en el mismo infortunio en que cayó Sión; así
como fue necesario que cayese Sión y fuese arrojada de casa, para que

1 Rom. 11, 20.


2 Rom. 9, 25.
3 1 Ped. 2, 10.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 419

entrase a reinar la esposa actual. A este propósito se dice en Isaías: Es-


trecha es la cama, de modo que uno de los dos ha de caer; y una
manta corta no puede cubrir al uno y al otro 1. Ahora bien, es cierto e
innegable, según las promesas infalibles del esposo mismo, que la es-
posa actual, que entró en lugar de Sión, no puede jamás caer de su
gracia, ni ser tratada con el mismo rigor; luego es imposible que Sión
vuelva jamás a la dignidad de esposa de Dios. Si alguno duda de las
promesas del esposo, vedlas aquí: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella 2. Mas yo he rogado por ti (le dijo el Señor a San Pedro), que no
falte tu fe 3. Y mirad (añade) que yo estoy con vosotros todos los días
hasta la consumación del siglo 4.
[178] ¡Oh, amigo! ¿No ves ya con tus ojos lo que te decía poco ha?
¿Será posible que pases sobre un sofisma tan grosero sin advertirlo o
sin darte por entendido? ¿Ignoras que este mismo sofisma fue el que
alucinó a mis Judíos, el que les hizo increíbles las amenazas de su Dios,
el que les hizo ininteligibles y aun invisibles sus Escrituras? Oyeme aho-
ra solamente estas dos palabras. Primera: las promesas del esposo que
alega a su favor y contra Sión la parte contraria, ¿a quién se hicieron?
Diréis sin duda, ni podéis decir otra cosa, que se hicieron a la Iglesia que
debía establecerse y como fundarse de nuevo, desde este punto y hasta
en siglo 5, después del Mesías, y en consecuencia de su doctrina, de sus
ejemplos, de su pasión y muerte, de su resurrección, de su ascensión al
cielo, y de la efusión del Espíritu Santo. Yo paso un poco más adelante y
pregunto: mas esta iglesia cristiana fundada por el Mesías ¿no estuvo
mucho tiempo en solos los Judíos? La parte activa y principal de esta
Iglesia, que es la que llamamos nuestra Madre santa, y por consiguiente
la esposa de Dios, ¿no estuvo muchos años en Jerusalén y en solos los
Judíos? ¿No se les dio a estos solos, inmediatamente de mano del espo-
so, toda la potestad espiritual, toda la jurisdicción de ligar y desatar 6,
todo el gobierno y disposición, y dirección de la misma Iglesia? ¿No
floreció esta Iglesia en Jerusalén y en solos los Judíos con una santi-
dad y perfección tan admirables y tan conformes a la institución de
Cristo, cual nunca se ha visto después de ellos en todos los siglos pos-
teriores? Todo esto es cierto e innegable por la historia sagrada.
[179] Con todo esto, la Iglesia santa, fundada por el Mesías en Je-
rusalén y en solos los Judíos, dejó poco después a los Judíos (o ellos la
dejaron, no queriendo entrar en ella) y se pasó a las Gentes, y esto tan

1 Is. 28, 20.


2 Mt. 16, 18.
3 Lc. 22, 32.
4 Mt. 28, 20.
5 Sal. 120, 8.
6 Mt. 16, 19.
420 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

del todo, como si para ellas solas se hubiese fundado. El centro de uni-
dad de la Iglesia cristiana, que el mismo esposo había puesto en Jeru-
salén, lo sacó de Jerusalén y lo puso en Roma, para mayor bien y co-
modidad de las mismas Gentes. Todo lo activo de la misma Iglesia se
quitó a los antiguos colonos o labradores, y se les dio a otros nuevos en
consecuencia de la sentencia que ya estaba dada: Arrendará su viña a
otros labradores 1. Ahora bien: en esta conmutación, ¿faltó el esposo a
su real palabra? ¿No quedaron tan intactas sus promesas como la Igle-
sia misma a quien se habían hecho? ¿No hubiera sido una insigne es-
tulticia en Jerusalén y en los Judíos, alegar estas promesas del esposo,
para probar que la Iglesia activa no podía pasarse a las Gentes, ni el
centro de unidad a Roma? Se espera con ansia la disparidad, y entre
tanto decimos resueltamente que el primer impedimento que se alega
contra Sión es nulo y de ningún valor, pues se funda en un equívoco o
juego de palabras. Demás de esto, se debe observar que la parte con-
traria pretende alegar a su favor aquellas promesas generales, hechas a
la Iglesia cristiana, formada de las Gentes, como si hablasen con ella
sola. Mas las promesas que hablan directa e inmediatamente con Sión,
de que están llenas las Escrituras, éstas se miran con otros ojos; éstas
son de ningún valor; éstas no pueden entenderse como se leen; éstas,
etc. Mas ¿por qué razón? ¿Con qué fundamento? ¿Con qué justicia?
[180] Pero amigo mío, éste es un punto gravísimo que pide una ob-
servación particular. Os remito por ahora al fenómeno siguiente, donde
procuraremos tratarlo más de propósito y más a fondo, no dejándolo
solamente en un puede ser. Traed a la memoria, entretanto, lo que que-
da dicho de las Gentes cristianas en el fenómeno 3, especialmente so-
bre la bestia de dos cuernos, y sobre la mujer sentada en la bestia, etc.
Segundo impedimento
EL REPUDIO DE SIÓN
[181] El segundo impedimento se pretende estar de parte de Sión
misma. Esta, dicen, no puede volver a ser esposa de Dios. ¿Por qué?
Porque es una esposa repudiada, y repudiada en toda forma, como
prescribía la ley. Preguntad ahora de dónde consta este repudio, y os
remiten por toda respuesta al capítulo 50 de Isaías, y al capítulo 3 de
Jeremías. Estos son los únicos instrumentos que se han podido hallar
en todos los archivos. Examinémoslos con atención y separadamente.
[182] Cuanto al primer instrumento, que es el primer versículo del
capítulo 50 de Isaías, se debe observar en primer lugar que este capítu-
lo no puede separarse de modo alguno, sin una manifiesta violencia, del

1 Mt. 21, 41.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 421

capítulo antecedente, porque no son dos asuntos diversos, sino uno so-
lo el que en ellos se trata. Ya hemos observado, poco ha, lo que se trata
en todo el capítulo 49. Hemos notado que quien habla en todo él, desde
la primera hasta la última palabra, es el Mesías mismo, o el Espíritu de
Dios en persona suya. Hemos notado, en particular, que primero habla
con todos los pueblos de la tierra, y a éstos no les habla de otra cosa que
de su primera venida y de todas sus resultas; mas llegando al versículo
14 vuelve los ojos y toda su atención a otra parte, esto es a Sión, que allí
mismo se representa como abandonada de Dios y de su Mesías, dicien-
do en medio de su llanto: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se
ha olvidado de mí 1. Se hace cargo de la causa de su dolor; da muestras
las menos equívocas de compasión y de ternura, y como olvidado de
todo otro interés, empieza luego a consolarla, y prosigue hablando con
ella siempre palabras de consuelo hasta el fin del capítulo.
[183] Es visible y clarísimo, por todo el contexto, que este discurso
del Mesías a Sión no se termina aquí, ni se divierte a otro asunto ni a
otra persona. El mismo Mesías prosigue el mismo discurso en el capí-
tulo 50. Solamente se nota esta pequeña diferencia, de ningún momen-
to para el caso, que, acabando de hablar con la madre Sión en el capí-
tulo 49, en el 50 se vuelve a sus hijos como si estuviesen allí presentes,
y les hace estas dos preguntas: primera: ¿Qué libelo de repudio es éste
(o cuál es éste) por el cual yo deseché a vuestra madre? 2; segunda: ¿O
quién es mi acreedor a quien os he vendido? 3. De estas dos preguntas,
si se separan de todo el contexto, o si no quieren mirarse como pre-
guntas, es bien fácil concluir que Dios ha repudiado a Sión y ha vendi-
do a sus hijos por esclavos; mas atendido todo el contexto, como debe
atenderse, se concluye evidentemente todo lo contrario, esto es, que
no ha habido tal repudio de la madre, ni tal venta de sus hijos. Los que
miran su estado actual de abandono, de abatimiento, de servidumbre,
y todo ello tan prolongado, podrán hacerlo o pensarlo así; mas ¿con
qué razón?, dice el Señor. Si he repudiado verdaderamente a vuestra
madre, ¿dónde está el libro o libelo de repudio que le di al despedirla
de mi casa? ¿Quién tiene este libelo? ¿Quién lo ha visto jamás? 4.
[184] Naturalmente salta aquí a los ojos la alusión al capítulo 24
del Deuteronomio. Mandaba la ley que si alguno, descontento de su le-
gítima mujer, quisiese repudiarla (lo cual, como explicó después el Me-
sías mismo, sólo se permitió a los Judíos, diciéndoles: Por la dureza
de vuestros corazones 5), no lo hiciese, ni pudiese hacerlo, sin dar a la

1 Is. 49, 14.


2 Is. 50, 1.
3 Is. 50, 1.
4 Is. 50, 1.
5 Mt. 19, 8.
422 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mujer, antes de despedirla, un libelo o una escritura auténtica en que


declarase que aquella mujer quedaba libre; que el contrato matrimonial
quedaba disuelto; que él cedía de todo su derecho; por consiguiente,
que aquella mujer podía casarse con otro, según su voluntad. A esta ley
alude aquí manifiestamente el Señor cuando, hablando con todos los
hijos de Sión, les pregunta por el libro o escritura de repudio que dio a
su madre al despedirla de su casa. Como si dijera: Es verdad que yo
eché de mi casa a vuestra madre en el momento de mi indignación, por
la enormidad de sus delitos; mas no es lo mismo echarla de casa que
repudiarla. Si cuando la eché de casa no le di libelo de repudio, como
está mandado en vuestra ley, con esto sólo di a entender que no la echa-
ba para siempre, que no cedía de mi derecho, que no disolvía el matri-
monio, que ella no quedaba libre para desposarse con otro Dios, sino
del todo sujeta a mi dominio; por consiguiente, que podía llamarla otra
vez, y que en efecto mi intención era llamarla cuando me pareciese,
cuando hubiese sufrido su doble confusión, cuando hubiese recibido
según su mérito 1. Tampoco os he vendido a vosotros, prosigue el Se-
ñor, y si no, que comparezca el comprador, muestre la escritura de con-
trato, o mi recibo, del precio que dio: ¿O quién es mi acreedor a quien
os he vendido? Si os he vendido, ha sido de balde, ha sido sin precio, lo
cual no merece con propiedad el nombre de venta. Por eso les dice en
el salmo 43: Nos entregaste como ovejas de vianda, y nos esparciste
entre las naciones. Vendiste tu pueblo sin precio 2.
[185] Todo este misterio, conforme lo vamos viendo en el texto de
Isaías, lo leemos más en breve, y pintado con colores más vivos y más
claros, en el Profeta más lacónico, que por eso mismo parece el más
oscuro de todos. Mandó Dios al profeta Oseas que buscase una mujer,
amada de su amigo, y adúltera 3, que se desposase con ella, y la ama-
se: Así como el Señor ama a los hijos de Israel, y ellos vuelven los ojos
a dioses ajenos, y aman el orujo de las uvas 4. Hallada esta mujer sin
gran dificultad, hecho el contrato y desposado con ella, el profeta tuvo
orden de Dios de apartarla de sí, y de ponerle en las manos, no libelo
de repudio, sino otra especie de libelo mucho más breve, o una decla-
ración formal en estas precisas palabras: Muchos días me aguarda-
rás; no fornicarás, ni te desposarás con otro; y también yo te aguar-
daré a ti 5. El Profeta mismo explica luego al punto el enigma, dicien-
do: Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey y sin prín-
cipe, y sin sacrificio y sin altar, y sin efod y sin terafines. Y después
de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios, y a

1 Is. 40, 2.
2 Sal. 43, 12-13.
3 Os. 3, 1.
4 Os. 3, 1.
5 Os. 3, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 423

David su rey; y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el


fin de los días 1.
[186] Veis aquí el estado miserable de soledad y de verdadera viu-
dez en que quedó Sión después del Mesías, y en que la ha visto y ve to-
davía todo el mundo. Este estado se representa aquí con la mayor vi-
veza y propiedad posible. Desde que el Señor la apartó de sí, no ha he-
cho otra cosa que esperar; y esta esperanza, esta expectación, ha sido
su único consuelo en medio de sus grandes tribulaciones (como se le
encarga en su especie de libelo): Muchos días me aguardarás. En es-
tos muchos días que ya se pueden contar por millares, ni se ha casado
Sión con otro Dios, ni tampoco ha caído jamás en alguno de aquellos
excesos que tanto la deshonraron en otros tiempos (como también se
le encarga en su libelo): No fornicarás, ni te desposarás con otro. Aun
sus mayores enemigos se ven precisados a confesar la verdad, y dar
testimonio de su honradez en este punto particular. Todos la acusan,
la reprenden, la condenan, por su dureza, por su ceguedad, por su obs-
tinación, y por otros delitos, o verdaderos o supuestos; mas ninguno la
acusa, ni la ha acusado jamás, desde el Mesías hasta el día de hoy, de
aquel exceso horrible que la Escritura divina llama fornicación, esto
es, de idolatría; mucho menos de irreligión, o de ateísmo. Estas dos
cosas, que se le encargan o se le anuncian en su especie de libelo, las
ha observado y las está observando con toda aquella fidelidad y per-
fección de que es capaz en el estado presente. Primera: Muchos días
me aguardarás. Segunda: No fornicarás, ni te desposarás con otro.
[187] Queda la tercera, que no toca a ella, sino a Dios: Y también yo
te aguardaré a ti; la cual debemos creer que el mismo Dios ha cumpli-
do y está cumpliendo por su parte. Es decir, que la está esperando, y la
espera hasta aquellos tiempos y momentos que puso el Padre en su
propio poder 2; los cuales llegados, la llamará otra vez a sí, y ella oirá su
voz dentro de su corazón: Iré, y volveré a mi primer marido 3; y tal vez
dirá también bajo de otra similitud: Me levantaré, e iré a mi padre y le
diré: Padre, pequé contra el cielo, y delante de ti. Ya no soy digno de
ser llamado hijo tuyo; hazme como a uno de tus jornaleros 4. Volverá,
digo, a casa del esposo (el cual se movió a misericordia 5), la recibirá
entre sus brazos, se olvidará de todo lo pasado, la restituirá con infini-
tas ventajas a su primera dignidad, la fundará y establecerá de nuevo
con regocijo de toda la tierra 6, le dará la posesión de todos sus dere-
chos, le cumplirá tantas promesas que por tantos siglos han estado sus-

1 Os. 3, 4-5.
2 Act. 1, 7.
3 Os. 2, 7.
4 Lc. 15, 18-19.
5 Lc. 15, 15 y 20.
6 Sal. 47, 3.
424 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pensas, y en suma, se acabarán todos sus trabajos: Y después de esto


volverán los hijos de Israel y buscarán al Señor su Dios, y a David su
rey; y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los
días. Y como dice el mismo Profeta en el capítulo antecedente, versículo
15 y siguientes: Cantará allí según los días de su mocedad, y según los
días en que salió de tierra de Egipto. Y acaecerá en aquel día, dice el
Señor, me llamará marido mío… Y te desposaré conmigo para siem-
pre; y te desposaré conmigo en justicia, y juicio, y en misericordia, y en
clemencia. Y te desposaré conmigo en fe; y sabrás que yo soy el Señor 1.
[188] Yo no ignoro, amigo, ni vos podéis ignorar, que todo este mis-
terio admirable, contenido en el brevísimo capítulo 3 de Oseas, se tira a
acomodar del modo posible a la cautividad de Babilonia, y a los que vol-
vieron con Zorobabel; mas tampoco ignoro, ni vos podéis ignorar, que
esta acomodación, por más esfuerzos que se hagan, sólo puede llegar
hasta la mitad. La otra mitad debe quedar fuera irremediablemente, así
por su enorme grandeza como por su absoluta inflexibilidad.
[189] Muchos días estarán los hijos de Israel sin rey y sin prínci-
pe, y sin sacrificio y sin altar, y sin efod y sin terafines. Esta primera
mitad del texto, separada de la otra mitad, es fácil hacerla servir a la
cautividad de Babilonia; pues, al fin, en todo este tiempo estuvieron
los hijos de Israel sin rey propio (y lo están desde entonces hasta aho-
ra), estuvieron sin altar, sin sacrificio, etc. Mas si se unen las dos mi-
tades como deben unirse, pues no son dos piezas diversas, sino una
misma, con esto solo se conoce al punto, y aun se toca con la mano,
que toda entera (la brevísima profecía) mira a otro tiempo y a otro su-
ceso infinitamente mayor. Ved aquí la otra mitad, y no queráis separar
lo que Dios ha unido: Y después de esto volverán los hijos de Israel, y
buscarán al Señor su Dios… y se acercarán con temor al Señor, y a
sus bienes en el fin de los días.
[190] Unidas estas dos mitades, acomodad el todo que de ellas re-
sulta a la cautividad de Babilonia y a la vuelta, y tocaréis con las manos
la repugnancia e imposibilidad.
[191] En primer lugar, los que volvieron de Babilonia, lejos de bus-
car a su Dios, como lo anuncia la profecía, diciendo: Después de esto
volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios, no pensaron
en otra cosa que en buscarse a sí mismos, y en establecerse cómoda-
mente; tanto que, pasados algunos años, fue necesario que Dios les en-
viase dos profetas, Ageo y Zacarías, para acordarles el fin principal de
su venida, que era la reedificación del templo destruido por Nabuco-
donosor. Así los reprende el Señor por Ageo, capítulo 1: Este pueblo
dice: No es llegado aún el tiempo de que la casa del Señor se edifi-

1 Os. 2, 15-16 y 19-20.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 425

que… ¿Conque tenéis vosotros tiempo para morar en casas artesona-


das, y esta casa será desierta?… Porque mi casa está abandonada, y
la prisa que mostráis cada uno es para su casa. Por esto se prohibió a
los cielos que diesen agua para vosotros, y se prohibió a la tierra que
diese su fruto 1.
[192] En segundo lugar, los que volvieron de Babilonia, lejos de
buscar a su Dios, empezaron luego a quebrantar una de sus leyes más
sagradas y más fundamentales, cuya inobservancia había sido siempre
funestísima para la mayor parte de la nación, su escándalo, su ruina, y
la causa principal de todos sus trabajos. Empezaron, digo, a casarse con
mujeres extranjeras e idólatras, como si ya no les obligase aquella ley
que dice: Ni tomarás de sus hijas mujeres para tus hijos 2. Esta trans-
gresión fue tan universal en los que volvieron de Babilonia, como se
puede ver en el capítulo 9 del primer libro de Esdras, que empieza así:
Y acabadas que fueron estas cosas se llegaron a mí los príncipes, di-
ciendo: El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas no se han sepa-
rado de los pueblos de estas tierras, ni de sus abominaciones… Por-
que han tomado de sus hijas para sí y para sus hijos… y la mano de
los principales y de los magistrados ha sido la primera en esta pre-
varicación. Y luego que oí estas palabras, rasgué mi manto y mi túni-
ca, y mesé los cabellos de mi cabeza y de mi barba, y me senté triste 3.
[193] Y es de notar aquí que este santo sacerdote Esdras vino a Je-
rusalén, enviado de Artajerjes, sesenta años poco más o menos después
de Ciro; y por consiguiente, después de la época célebre de la vuelta de
Babilonia. Conque todo este largo espacio de tiempo habían buscado
admirablemente a Dios, quebrantado sus leyes más sagradas, los hijos
de Israel (siendo así que de ellos dice Oseas): Volverán los hijos de Is-
rael, y buscarán al Señor su Dios. Nada digo de la observancia del sá-
bado, que apenas había quien respetase este día tan sagrado, como lo
lloró y procuró remediar Nehemías, enviado del mismo Artajerjes, tre-
ce años después de Esdras: En aquel día, dice el mismo Nehemías, vi
en Judá que pisaban lagares en sábado, que acarreaban haces, y car-
gaban sobre asnos vino, y uvas, e higos, y toda carga, y lo entraban
en Jerusalén en día de sábado, etc. 4.
[194] En tercer lugar, ¿cuál sería aquel su rey David que buscaron
los hijos de Israel cuando volvieron de Babilonia? Buscarán al Señor
su Dios, y a David su rey. ¿Sería acaso Zorobabel, hijo de David, que
volvió con ellos? Sí, éste sería, ni hay otro rey David a quien poder re-
currir en aquellos tiempos. ¿Mas para qué buscar a quien tenían con-

1 Ag. 1, 2 y 4 y 9-10.
2 Ex. 34, 16.
3 1 Esd. 9, 1-3.
4 2 Esd. 13, 15.
426 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sigo? ¿Acaso para sentarlo en el trono de su padre? ¿Para ponerle el


cetro en la mano y la corona en la cabeza? ¿Para honrarlo y obedecerlo
como legítimo soberano? ¡Oh, cuán lejos estaban en aquel tiempo, así
los Judíos como el mismo Zorobabel, de semejantes pensamientos! Y
las palabras que se siguen: Y se acercarán con temor al Señor, y a sus
bienes, ¿cómo se verificaron en la vuelta de Babilonia? Y (estas otras):
En el fin de los días, que son como la llave de toda la profecía, ¿dónde
se colocan, ni qué uso pueden tener en aquellos tiempos? Todas estas
cosas son sin duda demasiado grandes, duras e inflexibles; ni basta la
fuerza, ni tampoco el ingenio para hacerlas ceder.
[195] Volvamos ahora a Isaías, a quien dejamos un momento para
entenderlo mejor en Oseas. No habiendo, pues, tal repudio de Sión, ni
tal venta de sus hijos (prosigue hablando el Mesías), la razón por que
he usado con vosotros, y con vuestra madre, de tanto rigor y severidad,
ha sido la muchedumbre y gravedad de vuestros delitos: Ved que por
vuestras maldades habéis sido vendidos, y por vuestros pecados he
repudiado a vuestra madre. Entre estos delitos, con ser tantos y tan
graves, no nombra otro en particular, sino el mal recibimiento que le
hicieron en su venida: Porque vine, y no había hombre; llamé, y no
había quien oyese; otra señal clara de los tiempos de que aquí se ha-
bla. Hecha esta declaración de no haber repudiado a la madre, ni ven-
dido a los hijos, prosigue inmediatamente la consolatoria diciéndoles:
¿Por ventura se ha acortado y achicado mi mano, que no pueda re-
dimir? ¿O no hay poder en mí para libraros? Y para que vean que lo
puede hacer, y que lo hará infaliblemente como lo tiene prometido, les
acuerda en pocas palabras, así lo que hizo cuando los sacó de Egipto,
como lo que está anunciado en las Escrituras para los tiempos de su
segunda venida: Ved que a mi amenaza haré desierto el mar, y pon-
dré en seco los ríos; se pudrirán los peces sin agua, y morirán en se-
co. Vestiré los cielos de tinieblas, y les pondré un saco por cubierta 1.
[196] Visto, pues, y examinado este primer instrumento, la conclu-
sión sea que, lejos de probar algo contra Sión, antes prueba a su favor.
Prueba que es una esposa penitenciada de Dios, no repudiada, pues
cuando el Señor la arrojó de sí, aunque con ira y con grande indigna-
ción, no le dio libelo de repudio; por consiguiente, no cedió de su dere-
cho ni disolvió el matrimonio.
[197] Búsquese este libelo en todos los archivos públicos y dignos
de fe, que son todos los Libros sagrados, y no se hallará otro que aquel
solo de que acabamos de hablar, registrado en el capítulo 3 de Oseas:
Muchos días me aguardarás; no fornicarás, ni te desposarás con
otro; y también yo te aguardaré a ti. Cuya verdadera inteligencia es la

1 Is. 50, 2-3.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 427

que le da al mismo profeta diciendo: Porque muchos días estarán los


hijos de Israel sin rey y sin príncipe, y sin sacrificio y sin altar, y sin
efod y sin terafines. Y después de esto volverán los hijos de Israel y
buscarán al Señor su Dios, y a David su rey; y se acercarán con te-
mor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días.

Se examina en breve el segundo instrumento

[198] Para conocer la insuficiencia y nulidad de este instrumento,


basta leer el capítulo 3 de Jeremías, a donde nos remiten. En él halla-
mos todo lo contrario de lo que se pretende; y hallamos, fuera de esto,
que todo este capítulo es una confirmación de lo que hemos dicho hasta
aquí sobre los Judíos, y también de lo que todavía nos queda que decir.
[199] Se dice comúnmente (empieza el Señor hablando con la casa
de Judá, y tratándola de esposa suya, aunque infiel y adúltera): Si un
marido repudiare a su mujer, y separándose ella de él, tomare otro
marido, ¿acaso volverá más aquél a ella? ¿Acaso no será aquella mu-
jer amancillada y contaminada? Mas tú has fornicado con muchos
amadores; esto no obstante, vuélvete a mí… y yo te recibiré 1.
[200] Por estas primeras palabras se empieza ya a conocer cuán
ajeno estaba el Señor de repudiar a Sión, pues en medio de sus adulte-
rios, con que estaba tan contaminada, la llama, la exhorta, le ruega que
se vuelva a él, prometiéndole de recibirla y olvidarse de todo: Esto no
obstante, vuélvete a mí… y yo te recibiré. En toda esta exhortación, que
sigue haciendo el Señor a la casa de Judá, se ve lo que deseaba su peni-
tencia y enmienda, para no verse precisado a desterrarla a Babilonia.
[201] Entre las cosas que dice el Señor, quejándose de la ingratitud
de Judá, una es que, aun habiendo visto por sus ojos el castigo terrible
que acababa de dar a su hermana mayor (esto es, a la casa de Israel
compuesta de diez tribus), a quien había desterrado a la Asiria y Media,
dándole libelo de repudio; con todo eso no había escarmentado, ni en-
trado en temor; antes parece que esto mismo le había servido de mayor
incentivo para soltar la rienda a sus excesos, y multiplicar sus adulte-
rios: Y vio la prevaricadora Judá su hermana, que porque había adul-
terado la rebelde Israel, la había yo desechado y dado libelo de repu-
dio; y no tuvo temor la prevaricadora Judá su hermana, mas se fue, y
ella también fornicó… y adulteró con la piedra y con el leño 2. ¿Quién
pensara que estas palabras se trajesen a consideración, y que con ellas
se intentase probar que Sión es una esposa repudiada? ¿Con qué justi-
cia? ¿Con qué razón? ¿Con qué apariencia? ¿Acaso por aquellas pala-

1 Jer. 3, 1.
2 Jer. 3, 7-9.
428 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

bras: La había yo desechado, y dado libelo de repudio? Mas esto, ¿de


quién se dice? ¿De qué tiempo se habla, y en qué sentido?
[202] Cualquiera que lea este texto seguidamente, conocerá al pun-
to, lo primero: que no se habla de los tiempos posteriores al Mesías,
sino muy anteriores aún a la cautividad de Babilonia, pues Jeremías
empezó a profetizar en tiempos de Josías, esto es, más de seiscientos
años antes del Mesías, y aquí habla de la idolatría de Judá, que sucedía
en su tiempo. Lo segundo: que se habla del libelo de repudio dado a la
casa de Israel, adúltera y juntamente cismática, que se había separado
de su hermana, la casa de Judá, donde estaba Sión, o la corte y centro de
unidad de la verdadera religión. Lo tercero y principal: que se habla de
la casa de Israel, no considerada como iglesia de Dios (pues antes se ha-
bía salido de la iglesia), sino considerada solamente como reino y como
cosa diversa de la casa y reino de Judá. Estos dos reinos o estas dos ca-
sas se llaman en la Escritura dos hermanas, esposas de Dios: una ma-
yor, porque comprendía diez tribus; otra menor, porque comprendía
solas dos. A la primera se le da el nombre de Oola, a la segunda de Ooli-
ba, mas esto no se dice porque Dios tuviese en aquel tiempo dos espo-
sas o dos iglesias diversas, sino porque las dos hermanas, ambas reinas
independientes en cuanto al reino terreno, debían componer una reina,
una iglesia, una esposa del verdadero Dios. Y no obstante, la mayor se
había separado de la menor (dejándola la menor con su separación), y
esto no solamente en cuanto al reino terreno, sino también en cuanto a
la religión, separándose (por pura política mundana, que es la verdade-
ra peste del mundo), separándose, digo, al mismo tiempo de su Dios, de
sus leves, de su culto, de su fe, de su esperanza y de sus obligaciones.
[203] Pues a esta hermana mayor, cismática, adúltera y prostituta
de profesión, dice el Señor que al fin la arrojó de sí y le dio libelo de
repudio; mas no dice esto de la hermana menor, de la casa de Judá, de
Sión, donde estaba y debía estar por institución suya la esposa pro-
piamente dicha, esto es, lo activo de la religión, o la corte y centro de la
verdadera Iglesia de Dios. A ésta la desterró también a Babilonia des-
pués de algunos años, mas no le dio libelo de repudio, no se disolvió el
matrimonio, no la dejó en libertad para casarse con otros dioses; antes
por el contrario, deseando ella este libelo de repudio, deseando quedar
en plena libertad por la suma corrupción de su corazón, le declara el
Señor por el profeta Ezequiel, enviado extraordinario en aquellos tiem-
pos de su destierro, que no conseguiría de modo alguno lo que deseaba
y pensaba: Y no se cumplirá el designio de vuestro ánimo, cuando de-
cís: Seremos como las gentes, y como los pueblos de la tierra, para
adorar los leños y las piedras. Vivo yo, dice el Señor Dios, que con
mano fuerte, y con brazo extendido, y con furor encendido reinaré
sobre vosotros. Y os sacaré de los pueblos, y os congregaré de las tie-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 429

rras en donde habéis sido dispersos con mano robusta, y con furor
encendido reinaré sobre vosotros 1. Esta parece la verdadera razón
por la que, habiendo vuelto de su destierro la hermana menor, no vol-
vió la hermana mayor, ni se sabe hasta ahora con alguna distinción y
claridad dónde se halla; no porque se haya perdido enteramente, ni
porque se haya mezclado y confundido con las otras naciones, ni tam-
poco porque no haya de volver jamás, sino porque todavía no ha llega-
do su tiempo. ¿Y pensáis, señor, que este tiempo no llegará?
[204] Yo supongo, por un momento, que ya no os acordéis de to-
dos aquellos lugares de la Escritura que quedan notados y copiados en
este fenómeno de los Judíos. También quiero suponer, por otro mo-
mento, que se hayan perdido todas las profecías, y todos cuantos li-
bros o piezas diversas componen la Biblia sagrada, sin quedarnos otra
cosa en el día de hoy, sino solamente el capítulo 3 de Jeremías. Aun en
este caso tan deplorable, y con solo este instrumento, no podíamos mi-
rar a las diez tribus (mucho menos a Sión) como del todo abandona-
das, sin remedio y sin esperanza. Proseguid leyendo el mismo capítulo
y, antes de llegar a la mitad, empezaréis a ver con admiración en lo
que para al fin el repudio de la hermana mayor, y la bondad del Señor
para con ella. Anda (le dice a Jeremías), anda y da voces contra el
Aquilón (hacia donde había sido ventilada cien años antes esta her-
mana mayor), llámala, convídala, exhórtala que vuelva a su Dios con
todo su corazón. Dile que estoy pronto a recibirla, y la recibiré en efec-
to, no obstante haberle dado libelo de repudio. Dile en mi nombre, y
asegúrale de mi parte, que mi indignación contra ella, aunque grande
y justísima, no es irremediable, que no quiero de ella otra cosa, sino
que conozca su iniquidad, que conozca y confiese que ha pecado con-
tra su Dios: Anda y grita estas palabras contra el Aquilón, y dirás:
Vuélvete, rebelde Israel… y no apartaré mi cara de vosotros, porque
Santo soy yo… y no me enojaré por siempre. Con todo eso, reconoce
tu maldad, porque contra el Señor tu Dios has prevaricado… Volveos,
hijos que os retirasteis… porque yo soy vuestro marido 2.
[205] Si esto os parece todavía poco claro en favor de la hermana
mayor, seguid leyendo un poco más, y veréis cómo la exhortación pasa
luego, aunque insensiblemente, a profecía (lo cual es frecuentísimo en
todos los profetas). Así prosigue el Señor inmediatamente diciendo:
Volveos, hijos que os retirasteis (o rebeldes, como leen otras versio-
nes), porque yo soy vuestro marido; y tomaré de vosotros uno de ca-
da ciudad, y dos de cada parentela, y os introduciré en Sión. Ya desde
aquí empieza la profecía. Estas son las reliquias preciosas de Israel de
que tanto se habla en los Profetas; de que San Pablo habla en varias

1 Ez. 20, 32-34.


2 Jer. 3, 12-14.
430 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

partes, especialmente en la epístola a los Romanos, capítulo 11; de que


se habla en el Apocalipsis, capítulo 7, cuando se sacan de cada una de
las tribus doce mil sellados con el sello de Dios vivo, etc. De este modo
prosigue Jeremías en lo restante del capítulo 3, anunciando cosas del
todo nuevas, que hasta ahora ciertamente no han sucedido. Por ejem-
plo, versículo 17: En aquel tiempo llamarán a Jerusalén Trono del
Señor; y serán congregadas a ella todas las naciones en el nombre
del Señor en Jerusalén, y no andarán tras la maldad de su corazón
pésimo 1. El misterio que aquí se empieza a divisar lo observaremos en
otra parte. En aquellos días (prosigue diciendo, versículo 18) la casa
de Judá irá a la casa de Israel, y vendrán a una de la tierra del Aqui-
lón (y de todas las regiones, como se halla en los LXX) a la tierra que
di a vuestros padres 2.
[206] Esto último, ¿cuándo sucedió? ¿Acaso en la vuelta de Babi-
lonia? Falso y falsísimo, por la misma historia sagrada, y por todos los
monumentos que nos quedan de este suceso. La casa de Judá, que fue
desterrada a Babilonia en tiempo de Nabucodonosor, ésta volvió de
Babilonia con licencia del rey Ciro, sin habérsele pasado por el pensa-
miento el ir primero a buscar a su hermana mayor (con quien había
vivido siempre en suma enemistad) para venir junto con ella a la tierra
de sus padres. Esta hermana mayor quedó en su destierro, en su cauti-
vidad, en su dispersión; ni hubo entonces, ni hubo después, quien la
fuese a llamar. Y aunque la hubiese llamado alguno, estaba escusada
legítimamente por no haber lugar para ella en la tierra de sus padres,
estando tan ocupada, menos Judá y Benjamín, con las naciones que
había enviado a poblarla Salmanasar 200 años antes de Ciro 3. En este
destierro ha estado hasta ahora como perdida, y lo estará hasta su
tiempo. En aquellos días la casa de Judá irá a la casa de Israel, y
vendrán a una de la tierra del Aquilón, (y de todas las regiones) a la
tierra, que di a vuestros padres. Es cierto que no sabemos cuándo ni
cómo podrá esto suceder; mas esta ignorancia propia nuestra respecto
de lo futuro no puede ser una razón suficiente para negarlo o despre-
ciarlo, o echarlo a otros sentidos conocidamente violentos, o puramen-
te acomodaticios. Traed a la memoria aquella trompeta grande de que
hablamos en otra parte, que, como se dice en Isaías, se debe tocar en
algún día para este fin: En aquel día resonará una grande trompeta,
y vendrán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que
habían sido echados en tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el
santo monte en Jerusalén 4. También podéis acordaros de aquel otro

1 Jer. 3, 17.
2 Jer. 3, 18.
3 4 Rey. 17, 24.
4 Is. 27, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 431

lugar del mismo Isaías: Y alzará bandera a las naciones, y congrega-


rá los fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá de las cua-
tro plagas de la tierra 1.
[207] En suma, no perdamos tiempo inútilmente; todo el capítulo
3 de Jeremías nada prueba contra Sión, antes confirma y corrobora
todos los instrumentos (tantos y tan claros) que tiene a su favor. Por
consiguiente, no hay razón alguna para decir que es una esposa repu-
diada, sino una esposa penitenciada, que está cumpliendo su peniten-
cia, hasta que acabe de recibir enteramente de la mano del Señor el
doble por todos sus pecados 2. Y como ella misma dice en espíritu por
Miqueas: No te huelgues, enemiga mía, sobre mí, porque caí; me le-
vantaré cuando estuviere sentado en tinieblas, el Señor es mi luz.
Llevaré sobre mí la ira del Señor, porque pequé contra él, hasta que
juzgue mi causa, y se declare a mi favor; me sacará a luz, veré su jus-
ticia. Y lo verá mi enemiga, y será cubierta de confusión la que me di-
ce: ¿En dónde está el Señor Dios tuyo? 3. Considerad, amigo, estas pa-
labras del Espíritu Santo, que habló por sus profetas, y consideradlas
con atención, dando lugar a serias reflexiones. Si las leéis en su propia
fuente con todo su contexto, hallaréis ciertamente mucho más de lo
que soy capaz de reflexionar.

Artículo 4
Cuarto aspecto

Se consideran los Judíos, después de la muerte del


Mesías, como privados de la vida espiritual y divina
que estaba antes en ellos solos;
por consiguiente, como muertos cuyos huesos,
consumidas las carnes 4, se ven áridos y secos,
y dispersos sobre el gran campo de este mundo;
y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no

[208] En este cuarto y último aspecto poco tenemos que observar


de nuevo; ya porque las cosas principales que pudiéramos observar
quedan suficientemente observadas en los tres aspectos precedentes;
ya también porque nos ahorra todo el trabajo una célebre y admirable
profecía que hallamos en los Libros sagrados, la cual sola comprende y

1 Is. 11, 12.


2 Is. 40, 2.
3 Miq. 7, 8-10.
4 Job 19, 20.
432 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

reúne, con admirable simplicidad y claridad, todo cuanto se halla es-


parcido en las otras profecías que anuncian misericordias a la casa de
Jacob. Así, toda nuestra observación debe convertirse únicamente a
esta misma profecía célebre que vamos a copiar aquí.
[209] El estado miserable en que quedó toda la casa de Jacob des-
pués del Mesías (el cual debía ser para ella, por su malicia e iniquidad,
piedra de tropiezo, como estaba anunciado en Isaías, capítulo 8, con
estas palabras: Mas en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo, a
las dos casas de Israel, en lazo y en ruina a los moradores de Jerusa-
lén. Y tropezarán muchos de entre ellos, y caerán, y serán quebran-
tados, y enlazados, y presos 1); este estado, digo, en que ve todo el
mundo a la casa de Jacob, y juntamente el otro estado todavía futuro,
a que debe pasar después de este presente, lo mostró Dios en una vi-
sión extraordinaria, y bajo unas semejanzas las más propias y natura-
les, al profeta Ezequiel, como él mismo lo refiere en todo el capítulo 37
de su profecía por estas palabras:
[210] Vino sobre mí la mano del Señor, y me sacó fuera en espíri-
tu del Señor, y me dejó en medio de un campo que estaba lleno de
huesos. Y me llevó alrededor de ellos, y eran en más gran número so-
bre la haz del campo, y secos en extremo. Y díjome: Hijo de hombre,
¿crees tú acaso, que vivirán estos huesos? Y dije: Señor Dios, tú lo sa-
bes. Y díjome: Profetiza sobre estos huesos, y les dirás: Huesos secos,
oíd la palabra del Señor. Esto dice el Señor Dios a estos huesos: He
aquí yo haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis. Y pondré sobre
vosotros nervios, y haré crecer carnes sobre vosotros, y extenderé
piel sobre vosotros, y os daré espíritu, y viviréis, y sabréis que yo soy
el Señor. Y profeticé como me lo había mandado; mas cuando yo pro-
fetizaba, hubo ruido, y he aquí una conmoción; y ayuntáronse huesos
a huesos, cada uno a su coyuntura. Y miré, y vi que subieron nervios
y carnes sobre ellos; y se extendió en ellos piel por encima, mas no
tenían espíritu. Y díjome: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hom-
bre, y dirás al espíritu: Esto dice el Señor Dios: De los cuatro vientos
ven, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos, y revivan. Y profeticé
como me lo había mandado, y entró en ellos espíritu, y vivieron, y se
levantaron sobre sus pies un ejército numeroso en extremo. Y me di-
jo: Hijo de hombre, todos estos huesos, la casa de Israel es; ellos di-
cen: Secáronse nuestros huesos, y pereció nuestra esperanza, y he-
mos sido cortados. Por tanto profetiza, y les dirás: Esto dice el Señor
Dios: He aquí yo abriré vuestras sepulturas, y os sacaré de vuestros
sepulcros, pueblo mío, y os conduciré a la tierra de Israel. Y sabréis
que yo soy el Señor, cuando abriere vuestros sepulcros, y os sacare

1 Is. 8, 14-15.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 433

de vuestras sepulturas, pueblo mío, y pusiere mi espíritu en vosotros,


y viviereis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo,
el Señor, hablé e hice, dice el Señor Dios 1.
[211] Segunda parte, desde el versículo 15: Y vino a mí la palabra
del Señor, diciendo: Y tú, hijo del hombre, tómate un leño (o una vara)
y escribe en él: A Judá, y a los hijos de Israel, sus compañeros… Y jún-
talos el un leño con el otro, para que sean uno solo, y se harán uno en
tu mano. Y cuando te hablaren los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No
nos dirás lo que quieres significar con estas cosas?, les dirás: Esto dice
el Señor Dios: He aquí que yo tomaré el leño de José, que está en la
mano de Efraím, y las tribus de Israel que le están unidas, y las pon-
dré juntas con el leño de Judá, y las haré un solo leño, y serán uno en
su mano. Y estarán en tu mano, a vista de ellos, los leños en que es-
cribieres. Y les dirás: Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo tomaré a
los hijos de Israel de en medio de las naciones a donde fueron, y los
recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una
nación sola en la tierra en los montes de Israel, y será solo un rey que
los mande a todos; y nunca más serán dos pueblos, ni se dividirán en
lo venidero en dos reinos. Ni se contaminarán más con sus ídolos, y
con sus abominaciones, y con todas sus maldades; y los sacaré salvos
de todas las moradas en que pecaron, y los purificaré, y ellos serán mi
pueblo, y yo les seré su Dios. Y mi siervo David será rey sobre ellos, y
uno solo será el pastor de todos ellos; en mis juicios andarán, y guar-
darán y cumplirán mis mandamientos. Y morarán sobre la tierra que
di a mi siervo Jacob, en la cual moraron vuestros padres; y morarán
en ella ellos, y sus hijos, y los hijos de sus hijos por siempre; y David
mi siervo será príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos alian-
za de paz, alianza eterna tendrán ellos; y los cimentaré, y multiplica-
ré, y pondré mi santificación en medio de ellos por siempre. Y estará
mi tabernáculo entre ellos, y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Y sabrán las Gentes que yo soy el Señor, el santificador de Israel,
cuando estuviere mi santificación en medio de ellos perpetuamente 2.

Lo que se halla sobre esto en los intérpretes

PÁRRAFO 1
[212] Habéis leído, señor mío, toda esta célebre profecía, y aunque
debo pensar que la habéis leído con grande atención, y con no menor
admiración, ya os suplico que volváis a leerla, no digo solamente dos o
tres veces, sino doscientas o trescientas. Estoy cierto que, mientras

1 Ez. 37, 1-14.


2 Ez. 37, 15-28.
434 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

más la leyereis, hallaréis más que entender, y entenderéis mejor. Esta


es una de aquellas muchas profecías, verdaderamente terribles y ad-
mirables, en que el Espíritu Santo se explica de un modo tan señoril,
tan decisivo, tan claro, tan circunstanciado, que nada queda que hacer
al ingenio humano. Todos los esfuerzos que éste hiciere en contra no
servirán para otra cosa que para dar a conocer su pequeñez o insufi-
ciencia. En cuantos autores he podido ver sobre este punto, hallo ma-
nifiestas señales de embarazo y temor, que no les es posible disimular
del todo, por más que lo pretenden. Empiezan a engolfarse al principio
con gran suavidad, como que el mar está quieto, y los escollos, aunque
no se ignoran, no se ven tan cerca que amenace peligro; mas apenas
han navegado algunas pocas millas, apenas han pasado algunos pocos
versículos de la profecía, cuando se hallan rodeados de escollos terri-
bles, que impiden el paso y amenazan con un naufragio inevitable.
[213] Empiezan a acomodar la profecía a los Judíos en el tiempo
de la cautividad de Babilonia. Estos son, dicen, los huesos secos y ári-
dos, esparcidos por el campo; y estos mismos huesos, vestidos de ner-
vios, de carne y de piel, a quienes se introduce de nuevo el espíritu de
vida, son los mismos Judíos que volvieron de Babilonia. Mas como es
imposible (cuanto puede extenderse esta palabra) seguir esta acomo-
dación, y llevar adelante esta idea sin que perezca y se aniquile entre
tantos escollos, ved lo que hacen para librarla del inminente naufragio
(paréceme que haré un gran servicio a la verdad, en descubrir o no di-
simular este artificio). Lo primero: dar muestra de no ver tal peligro ni
tales escollos, o a lo menos no temerlos; pues delante del enemigo no
es bueno mostrar flaqueza. Lo segundo: como, no obstante esta intre-
pidez, el peligro se ve cierto o inevitable si se da un paso más adelante,
para no dar este paso más, y al mismo tiempo para no volver atrás con
deshonor, ved la ingeniosidad. Fingen (digámoslo así para explicarnos
con toda propiedad), fingen prácticamente haber descubierto un ene-
migo terrible, a quien es preciso presentar la batalla; por consiguiente,
es necesario mudar de rumbo, porque este asunto es sin comparación
más interesante que los cautivos de Babilonia. Este enemigo terrible,
que obliga a mudar enteramente de rumbo, ¿cuál es? Es aquel error
antiquísimo de la secta de los Saduceos, que dicen que no hay resu-
rrección, a quienes siguieron algunos herejes de los más ignorantes y
groseros del primero y segundo siglo. Este error tan perjudicial es pre-
ciso combatir aquí hasta destruirlo y aniquilarlo. Por tanto, dejados
aparte los cautivos de Babilonia, y con ellos toda la profecía con todos
sus escollos, se ve convertir en un momento toda la explicación en una
controversia formal sobre la resurrección de la carne, pretendiendo
probar y corroborar este artículo esencial de nuestra religión con este
lugar de la Escritura.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 435

[214] No falta quien pase un poco más adelante, y saque de esta


misma profecía, no solamente la verdad de la resurrección, sino tam-
bién otra noticia bien singular, es a saber, que poco antes de la resu-
rrección universal tendrán orden los ángeles de recoger todos los hue-
sos, partículas y cenizas de todos los muertos, esparcidos en todo el
orbe, y conducirlos todos al gran campo de Senaar, donde estaba si-
tuada Babilonia, y donde el profeta Ezequiel tuvo esta visión. ¿Para
qué? Para que todos los hijos de Adán resuciten en un momento, en un
abrir de ojo, y puedan desde allí encaminarse todos juntos, y llegar
presto al valle de Josafat, que es viaje de pocos días, y entonces será
mucho más breve, pues no tendrán que parar a comer ni dormir, etc.
[215] Es verdad que el común de los doctores no pasa tan adelan-
te, ni admite ni aprueba un despropósito tan solemne; mas también es
verdad que el común de los doctores se divierte y se detiene mucho
más de lo que era menester, en probar la resurrección de la carne con
esta célebre profecía, como si en ella no hubiese misterio directo e in-
mediato, y por eso digno de sus primeras atenciones. De aquí se sigue
que, como ya fatigados de una disputa tan grave, pasan con suma lige-
reza, y a no pequeña distancia, por lo que resta de la profecía, seña-
lando algunas cosas sólo en general y confusamente, suponiendo otras
sin pensar en probarlas, y omitiendo del todo las más sustanciales, co-
mo si fuesen de ninguna importancia.
[216] Aunque esto que acabo de decir me parece la pura verdad
(como lo puede examinar por sí mismo el que pensare lo contrario), no
por eso pienso acusar de mala fe a los intérpretes de la Escritura. No
ignoro la grande y notable diferencia que hay entre una mala fe y una
mala causa, fundada en un principio falso, que se tiene inocentemente
por verdadero. Lo primero supone malicia, artificio y dolo; lo segundo
sólo arguye impotencia. En este principio, pues, en este supuesto no
verdadero, en este sistema no bueno, está todo el mal. ¿Qué otra cosa
me es posible hacer, cuando veo que una profecía (o ciento o mil) falsi-
fica formalmente, destruye, aniquila mi principio, mi supuesto, mi sis-
tema, que yo tengo por único, y por consiguiente por indubitable? Ne-
gar la profecía, o arrancarla de la Biblia sagrada, no es lícito. Acomo-
darla toda, o gran parte de ella, a los cautivos de Babilonia, es imposi-
ble; porque los escollos que impiden el paso son tantos, y tan unidos
entre sí, cuantas son las expresiones y palabras de que se compone la
misma profecía. Alegorizarla toda, o a lo menos alguna parte conside-
rable, parece una empresa sumamente ardua e inasequible al ingenio
humano. Pues en este conflicto, en esta situación, en estas circunstan-
cias tan críticas, ¿qué se hará, qué partido se podrá tomar para salvar
de algún modo, y librar del naufragio inminente, el principio, el su-
puesto y el sistema? Discurrid, amigo, cuanto alcanzare vuestro inge-
436 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nio, y yo me atrevo a profetizar que no hallaréis otra cosa mejor que


lo que ya está discurrido. Quiero decir, divertirse en primer lugar
(mucho o poco, según el carácter del autor, mas siempre con muestras
de un grandísimo celo) a probar y confirmar y roborar con esta profe-
cía nuestro artículo de fe sobre la resurrección de la carne. En segundo
lugar, para dar una prueba real de sinceridad y buena fe, confesar
francamente que dicha profecía no tiene por objeto, directo e inme-
diato, la resurrección de los muertos, que creemos y esperamos todos
los Cristianos, sino que es una pura metáfora o semejanza, tomada de
la verdadera resurrección que ha de suceder, para explicar la cautivi-
dad de los Judíos en Babilonia, y anunciar la salida de esta cautivi-
dad; y también (aunque de paso, y en sentido alegórico) la cautividad
del linaje humano por el pecado, y la liberación por Cristo de esta
misma cautividad.
[217] En tercer lugar, como si ésta fuera la verdadera inteligencia
de la metáfora, como si esta inteligencia quedase ya probada y demos-
trada, como si no la repugnase abiertamente todo el texto sagrado, vol-
ver a insistir de nuevo en la disputa de la resurrección; no ya porque la
profecía mire directamente a la resurrección de la carne, sino porque
esta resurrección de la carne se infiere manifiestamente de la misma
profecía; pues no usara Dios de una metáfora tomada de la resurrec-
ción, si no hubiera de haber verdadera resurrección: Pues nadie con-
firma lo incierto por medio de cosas que no constan de cierto. ¡Qué
lástima que unas cosas tan verdaderas y tan buenas en sí sean tan fue-
ra del caso! Y la explicación de la profecía, ¿donde está? ¿No se había
empezado a acomodar a los cautivos de Babilonia? ¿Por qué, pues, no
se prosigue esta acomodación, hasta dejarla enteramente concluida?
¿Acaso porque lo impidieron los Saduceos enemigos de la resurrec-
ción? Bien, mas ya estos Saduceos han quedado vencidos en la dispu-
ta, han enmudecido del todo, han desaparecido. Parece ya tiempo
oportuno para seguir quietamente la explicación que se había comen-
zado. ¡Oh, qué petición tan importuna! ¿Cómo es posible seguir la ex-
plicación de una profecía tan difusa después de las fatigas de una bata-
lla tan reñida? Bastará, pues, decir en general, en pocas palabras, y
desde cierta distancia, que los huesos áridos y secos de que se ve lleno
todo el campo, son los Judíos en el tiempo de la cautividad de Babilo-
nia; y estos mismos huesos vestidos de nervios, de carne y de piel, en
quienes se introduce de nuevo el espíritu de vida, son los mismos Ju-
díos que salieron de Babilonia y volvieron a su patria. Luego veremos
cómo aun esto poco que aquí se dice tan en general, es incompatible
con la explicación de la metáfora que se lee en la misma profecía.
[218] Por lo que toca a la segunda parte, que es la principal y la
más llena de escollos, la explicación es igualmente fácil y breve, y mu-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 437

cho más fácil y breve por lo que en ella se omite, que es casi todo. Las
dos varas o cetros que unidos entre sí forman uno solo, el cual se pone
estable y perpetuamente en la mano de un solo rey, a quien se da el
nombre de David, ¿qué significan? Significan, dicen, en sentido literal,
que después de la vuelta de Babilonia, las dos casas o reinos diversos
de Israel y de Judá se unirán entre sí bajo de un mismo príncipe des-
cendiente de David, el cual, como también dicen y confiesan, no puede
ser otro que Zorobabel (no obstante que Zorobabel ni fue rey, ni prín-
cipe, ni tuvo cetro, ni vara, ni autoridad alguna independiente). Bajo
de este príncipe, nos quieren dar a entender, aunque con voz muy ba-
ja, que sucedería esta unión de los reinos de Israel y Judá, siendo muy
verosímil, añaden, que algunos individuos de todas las otras diez tri-
bus volviesen juntos con los Judíos, y se agregasen a la casa y reino de
Judá. Y si nada de esto cuadra, como es cierto que nada cuadra, por
confesión inevitable de los mismos doctores, pues lo contradice mani-
fiestamente la historia sagrada y todo el contexto de la profecía; si na-
da de esto cuadra, significa, en sentido alegórico especialmente inten-
tado por el Espíritu Santo, que Judá e Israel, esto es, los Judíos y los
Gentiles, se unirían en una misma Iglesia bajo un mismo rey, hijo de
David, el cual reinaría sobre todos ellos por la fe de los creyentes. Este
es en breve todo el misterio general de la profecía, o a esto se reduce
toda la explicación. Las demás cosas particulares que se leen en ella, y
que destruyen visiblemente aquellas generalidades, no merecen espe-
cial atención, ni es bien perder el tiempo en cosas de tan poco interés.
Volved, señor, a leer la profecía, y estudiadla con mayor cuidado, prin-
cipalmente desde el versículo 15.

Reflexiones

PÁRRAFO 2
[219] El examen prolijo, y la impugnación formal de esta especie
de explicación que acabamos de oír, sería cuando menos un trabajo
inútil. Después de leída y considerada la profecía toda con verdad y
con sencillez de corazón, ¿qué necesidad tenemos de otro examen, ni
de otra impugnación? La profecía misma no sólo habla, sino que ex-
presa al mismo tiempo el sentido en que habla; propone enigmas, y al
punto los resuelve; usa de metáforas, y las explica. Con esta explica-
ción abre un camino recto, fácil y llano; y con ella misma cierra todo
otro camino o senda diversa que pudiera tomarse. No deja arbitrio ni
esperanza por ninguno de los treinta y dos rumbos: o habéis de pasar
por el camino que halláis abierto, o habéis de volveros a vuestra casa,
renunciando el empeño inútil de explicar la profecía de otra manera
diversa de la que ella se explica a sí misma.
438 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[220] La prueba más sensible de esta verdad es el ningún efecto


sensible de estas diligencias, practicadas por los mayores ingenios, pa-
ra abrirse otro camino diverso, no queriendo entrar por éste que les
parece impracticable; y cierto que lo es en su sistema. Este ningún fru-
to de tantas diligencias habla todavía más claro, y en voz más alta y
más sonora, en favor de la verdad de Dios, confirmando prácticamente
aquella sentencia divina: ¿Puede por ventura compararse con Dios un
hombre, aun cuando fuese de una ciencia perfecta? 1. El ingenio hu-
mano, limitado y pobre, ¿podrá jamás prevalecer contra la sabiduría
divina? Para hacer esto un poco más sensible, hagamos algunas pocas
y breves reflexiones.
Primera reflexión
[221] La resurrección de la carne es una verdad, y una de las ver-
dades o artículos de fe esenciales y fundamentales del cristianismo.
Esta verdad está tan sólidamente asegurada en todas las Escrituras del
Antiguo y Nuevo Testamento, que más parece una verdadera injusti-
cia, que un servicio real, querer asegurarla con puntales postizos y de-
bilísimos en sí: Pues si no hay resurrección de muertos, dice San Pa-
blo, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, luego vana nues-
tra predicación, y también es vana vuestra fe. Y somos asimismo ha-
llados por falsos testigos de Dios, porque dimos testimonio contra
Dios, diciendo que resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si los muertos
no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo re-
sucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe, porque aún estáis
en vuestros pecados. Y por consiguiente también los que durmieron
en Cristo han perecido 2. La profecía que ahora consideramos no se
endereza de modo alguno, por confesión de los mismos doctores, a la
resurrección de los muertos; es una pura metáfora, que tiene por obje-
to real otro misterio muy diverso del cual se habla por semejanza, no
por propiedad. Este misterio particular se señala y se explica clara-
mente en la misma profecía; así, debía considerarse este misterio de
propósito y a fondo, sin divertirse tanto a aquellas otras cosas de las
que se traen estas semejanzas, no propiedades. Debía examinarse, en
primer lugar: ¿Qué misterio es éste tan grande, a quien pueda compe-
ter con toda propiedad, según las Escrituras, una metáfora tan nueva
y tan magnífica, de que el mismo Dios se sirve para anunciarlo? Debía
examinarse, en segundo lugar: ¿De qué tiempos se habla aquí, si ya
pasados, o todavía futuros? Ambas cosas debían estudiarse en la mis-
ma profecía, atendiendo a todo su contexto, y a todas sus expresiones
y explicaciones, sin omitir alguna; atendiendo del mismo modo a todo

1 Job. 22, 2.
2 1 Cor. 15, 13-18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 439

lo que precede en los tres capítulos antecedentes, y a todo lo que se si-


gue en los once siguientes. Por todo lo cual se ve tan claro, así el miste-
rio como el tiempo, que su misma claridad parece que ha hecho cerrar
los ojos, o volverlos hacia otra parte.
Segunda reflexión
[222] La metáfora de los huesos, en más gran número sobre la haz
del campo, y secos en extremo, los cuales a la voz de Dios se unen en-
tre sí, se cubren de nervios, de carne y piel, y reciben de nuevo el espí-
ritu de vida, etc., no tiene alguna significación arbitraria que se haya
dejado a nuestro ingenio, ni es algún enigma oscuro de que se nos pida
la solución. El mismo Espíritu de verdad, que usa de la metáfora, ex-
plica al mismo tiempo lo que por ella debemos entender: Todos estos
huesos (dice), la casa de Israel es; todos estos huesos, sin exceptuar
alguno, son los miserables hijos de Israel; ellos dicen: Secáronse nues-
tros huesos, y pereció nuestra esperanza, y hemos sido cortados.
¿Quiénes dicen esto: los mismos huesos áridos y secos, o los significa-
dos por esta similitud? Si son los huesos mismos, luego estos huesos
tenían otros huesos propios suyos de que se componían; pues sin esto
no pudieran decir: Secáronse nuestros huesos. Si son los significados
por ellos, luego a éstos se debe convertir toda la atención, no a la simi-
litud de que se usa; y ya que se atiende a la similitud, y que esta aten-
ción no se reprueba, no por eso debe desatenderse también el asunto
principal, a donde se endereza la similitud.
Tercera reflexión
[223] Los tiempos de que habla esta profecía no pueden ser los de
la cautividad de Babilonia, y vuelta a Jerusalén. El texto mismo, y todo
el contexto, y la grandeza de las metáforas, etc., no sólo repugnan esta
inteligencia, sino que la contradicen formalmente, casi a cada palabra,
más desde el versículo 15 hasta el fin. Esta parece la verdadera razón
por que los intérpretes apenas tocan ligeramente, y como de muy lejos,
esta segunda parte de la profecía; y algunos, aun de los más difusos, la
omiten toda. Cierto que no había necesidad de tanta prisa, si nada hu-
biera que temer.
Cuarta reflexión
[224] Los huesos áridos y secos, y secos en extremo, de que se ve
lleno el campo, nos dicen los doctores que no significan otra cosa, en
sentido literal, que los Judíos cautivos en Babilonia; y los mismos
huesos unidos entre sí, cada uno a su coyuntura, que después de ves-
tidos de nervios, carne y piel, reciben de nuevo el espíritu de vida, etc.,
tampoco significan otra cosa, en el mismo sentido literal, que los mis-
440 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mos Judíos que salen de Babilonia y vuelven a su patria. De aquí se si-


gue, digo yo, una consecuencia algo dura, pero justísima e innegable,
es a saber, que aun después de verificada la salida de Babilonia, y vuel-
ta de los cautivos a su patria, el campo dicho queda todavía lleno de
huesos, en más gran número… y secos en extremo, casi tanto como lo
estaban antes de este suceso. ¿Por qué? Porque sabemos de cierto que
los cautivos que, sin dejar de serlo, salieron de Babilonia y volvieron a
su patria, fueron como cuatro respecto de mil; fueron poquísimos res-
pecto de los que no volvieron; y esto, no solamente comparados con
toda la casa de Jacob, o con todas sus doce tribus, de que habla mani-
fiestamente la profecía, diciendo: Todos estos huesos, la casa de Israel
es; sino aun respecto de sola la casa de Judá, o de los Judíos propia-
mente dichos, que eran los propios cautivos de Babilonia. Esta casa de
Judá, aunque sólo se componía de dos tribus, Judá y Benjamín, y del
necesario sacerdocio, perteneciente a la tribu de Leví, no era tan pe-
queña que no contase algunos millones de individuos. El número pre-
ciso yo no lo sé, mas se puede fácilmente computar por lo que se dice
en el libro segundo del Paralipómenos, capítulo 17; esto es, que en
tiempo de Josafat, tenía este rey, bajo cinco capitanes generales, un
millón ciento y setenta mil soldados, fuera de otros muchísimos que
guardaban los presidios o plazas fuertes: Todos éstos estaban prontos
a las órdenes del rey, sin contar otros que había puesto en las ciuda-
des muradas por todo Judá 1. El número de individuos entre hombres,
mujeres y niños que resultare del cómputo, se puede comparar con el
número de individuos entre hombres, mujeres y niños que salieron de
Babilonia y volvieron a la Judea, los cuales, como se dice en el libro
primero de Esdras, capítulo 2, sólo llegaron a cuarenta y dos mil. Lue-
go estos que volvieron a su patria, aun hablando solamente de la casa
de Judá, fueron una parte pequeñísima respecto de los que no volvie-
ron. ¿Qué sería si se hablara, como debe hablarse, de toda la casa de
Jacob? Todos estos huesos, la casa de Israel es. Luego si los huesos
áridos, que se visten de nervios, carne y piel, y reviven, son los que sa-
len de Babilonia y vuelven a su patria, como pretenden los doctores;
los que no salen de Babilonia, o del lugar de su destierro, ni vuelven a
su patria, deberán quedar en el estado y condición de huesos áridos y
secos. Luego siendo éstos, poco más o menos, como mil respecto de
cuatro (o si se quiere de cuarenta), el campo que vio Ezequiel quedó
necesariamente casi tan lleno de huesos áridos y secos como estaba
antes. Luego cuando el Profeta les dice a todos los huesos en general:
Huesos secos, oíd la palabra del Señor. Esto dice el Señor Dios a estos
huesos: He aquí yo haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis…, sólo
se habla con un puñado de aquellos huesos, no con todos; sólo un pu-

1 2 Par. 17, 19.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 441

ñado de ellos volvió a su patria, quedando la mayor y máxima parte,


no sólo de la casa de Jacob, sino también de la casa de Judá, en su des-
tierro. A todo esto se debe añadir lo que añade el Profeta (versículo 10)
hablando de todos los huesos en más gran número sobre la haz del
campo, es a saber, que después de vestidos de nervios, carne y piel, en-
tró en ellos espíritu, y vivieron; y se levantaron sobre sus pies un
ejército numeroso en extremo. Cuarenta y dos mil personas entre
hombres, mujeres, niños, hablando de una nación que se componía de
muchos millones, ¿merece con alguna propiedad el nombre de un
ejército numeroso en extremo? Consideradlo bien, y esto solo, aun
prescindiendo de otros mil embarazos, os hará entrar cuando menos
en grandes sospechas. No me detengo más en esta reflexión, porque
espero tratar este punto capital más de propósito y más a fondo en el
fenómeno 7; por ahora, al buen entendedor pocas palabras.

Quinta y última reflexión

[225] O se cree que la profecía mira directamente, en sentido lite-


ral, a la vuelta de Babilonia, o no se cree. Si lo primero: ¿Por qué no se
explica toda seguidamente, en este sentido que llaman literal? ¿Por
qué no se lleva adelante esta idea hasta hacerla reposar en su fin?
¿Acaso porque ésta es una empresa imposible? Luego esta misma im-
posibilidad debía mirarse como una prueba real y demostrativa de que
el sentido no es bueno, ni la idea justa. Si lo segundo: ¿Con qué razón
o con qué equidad se insinúa, más suponiendo que probando, que éste
es el sentido literal de la profecía? ¿Cómo es posible que sea el sentido
literal, esto es, el verdadero sentido de una profecía en que habla el
Espíritu de verdad, aunque lo repugne o lo contradiga casi a cada pa-
labra la misma profecía? Luego, o el misterio de que habla es otro muy
diverso, o no habla en ella el Espíritu de verdad, sino que se lo forjó el
Profeta por orgullo de su corazón 1.
[226] Lo que decimos del sentido literal que se pretende, o se insi-
núa, o se tira a suponer, decimos del mismo modo del sentido alegórico,
con que se procuran llenar los infinitos vacíos que deja necesariamente
el que llaman literal. Si el sentido alegórico es aquí el especialmente in-
tentado por el Espíritu Santo, explíquese la profecía en este sentido;
mas explíquese toda seguidamente, atendiendo a todo y dando razón
de todo; a lo menos llénense bien con este sentido alegórico todos los
vacíos que dejó el sentido literal. Si ni aun esto se puede (como es cierto
que no se puede, pues si se pudiera, no es creíble que no se hubiera he-
cho), se podrá conseguir el intento en el sentido mixto. Acaso me pre-
guntaréis con admiración qué quiere decir sentido mixto; y yo os res-

1 Deut. 18, 22.


442 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pondo que no lo sé sino por la práctica, es decir, porque veo que se hace
de él un gran uso en ciertos asuntos. Es verdad que no se halla en la lista
de los diversos sentidos que se asientan para la inteligencia de las Es-
crituras. Estos son cuatro principales, y dos menos principales. El pri-
mero de los cuatro principales es el literal, esto es, el verdadero, a que
se debe atender ante todo; pues sólo este puede fundar una verdad, y
establecer un dogma. El segundo es el alegórico, esto es, el figurado;
porque alegoría y figura significan una misma cosa. El tercero es el ana-
gógico, que más pertenece al cielo que a la tierra. El cuarto es el tropo-
lógico o moral, por las buenas y excelentes doctrinas que se pueden
sacar de todas las Escrituras, para arreglar nuestras costumbres y san-
tificar nuestra vida. Los dos menos principales son el espiritual o mís-
tico, y el acomodaticio. Este último no ignoráis lo que significa, esto es,
acomodar a Pedro lo que realmente no es de Pedro, sino de Pablo.
[227] Fuera de estos seis sentidos, queda todavía otro no despre-
ciable; el cual, aunque no se nombra, no por eso deja de usarse en las
ocasiones, como que es el más cómodo de todos; éste es el que yo llamo
sentido mixto, que a todos los comprende, y de todos se sirve. ¿Qué
mayor comodidad que poder entender una misma profecía, que des-
truye enteramente mi sistema, parte en un sentido, parte en otro, par-
te en cinco o seis al mismo tiempo? No obstante esta gran comodidad,
que es fácil concebir en el sentido mixto, yo me atrevo a decir que, pa-
ra entender esta profecía de que hablamos, y otras muy semejantes, no
bastan todos los sentidos (ni todos los ingenios) juntos y unidos entre
sí. Parece necesario, demás de esto, echar mano del último recurso, fá-
cil e indefectible sobre todos; parece, digo, necesario e inevitable omi-
tir y pasar por alto muchísimas cosas que resisten invenciblemente a
todos los sentidos, y son aquellas puntualmente que son inacordables
con el sistema. Por ejemplo, éstas desde el versículo 21: He aquí que
yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones a donde
fueron; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y
los haré una nación sola en la tierra, en los montes de Israel, y será
solo un rey que los mande a todos… Y mi siervo David será rey sobre
ellos, y uno solo será el pastor de todos ellos; en mis juicios andarán,
y guardarán y cumplirán mis mandamientos… Y David mi siervo se-
rá príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos alianza de paz,
alianza eterna tendrán ellos… Y estará mi tabernáculo entre ellos; y
yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las Gentes que yo
soy el Señor, el santificador de Israel, cuando estuviere mi santifica-
ción en medio de ellos perpetuamente 1.
[228] De estas pocas reflexiones que acabamos de hacer, y de mu-
chísimas otras que puede hacer cualquiera con gran facilidad, la con-

1 Ez. 37, 21-22 y 24-28.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 443

clusión sea: que si la profecía de que hablamos (lo mismo digo de cual-
quiera otras) no puede entenderse seguidamente en este sentido, ni en
el otro, ni en todos juntos, la deberemos entender en aquel sentido
único, obvio, natural y sencillo, que muestra la misma profecía, repug-
ne o no repugne a nuestras miserables ideas. Si Dios ha hablado, él lo
hará, aunque a nosotros nos parezca difícil o imposible: ¿Dijo pues, y
no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 1. ¿Para qué, pues, nos cansa-
mos inútilmente en buscar otros caminos difíciles e impracticables,
cuando tenemos éste fácil, llano y seguro? ¿Acaso porque no pueden
pasar por este camino ciertas ideas? Luego ésta es una prueba eviden-
te, no de que el camino no sea bueno, sino de que estas ideas no son
buenas, sino de contrabando, pues no pueden pasar seguramente por
el camino real. Y si son de contrabando, luego las deberemos dejar,
obedeciendo fielmente a las órdenes del rey supremo, y cautivando
nuestro entendimiento en obsequio de la fe. Con esto solo, ya nada te-
nemos que temer; el camino queda fácil, llano y seguro; y la profecía
que se imaginaba tan obscura, se ve al punto llena de claridad, y se en-
tiende toda entera, desde la primera hasta la última palabra.
[229] No puedo detenerme más en este punto particular, porque
me llaman con gran instancia otros muchos de igual o mayor impor-
tancia, que tienen con éste una gran relación, y que por consiguiente
deben aclararlo y fortificarlo más. Todos ellos pertenecen y se encami-
nan directa e inmediatamente a un mismo asunto principal, esto es, a
la consumación del gran misterio de Dios, que encierran en sí las san-
tas Escrituras, o a la revelación de nuestro Señor Jesucristo, o a su ve-
nida segunda en gloria y majestad, que todos creemos y esperamos.

1 Num. 23, 19.


Fenómeno 6
La Iglesia cristiana

[230] Los dos puntos capitales, que ahora vamos a examinar, esto
es, la Iglesia cristiana y la cautividad de Babilonia, no merecen tanto el
nombre de fenómenos cuanto de antifenómenos, o de velos, o de nu-
bes, o de impedimentos para la observación de los verdaderos fenó-
menos. Estas son aquellas dos grandes y antiguas fortalezas que han
servido y sirven como de refugio y asilo contra toda clase de enemigos.
A ellas se acogen frecuentísimamente los intérpretes de la Escritura, y
en ellas aseguran a su parecer invenciblemente todas sus ideas sobre
la segunda venida del Mesías; haciendo desde aquí tanto fuego, o por
mejor decir, tanto ruido para ahuyentar las ideas enemigas, que el pa-
so queda, si no cerrado absolutamente, a lo menos sumamente difícil y
casi impracticable.
[231] Ya habréis reparado en todo el fenómeno antecedente la
gran dificultad y trabajo con que hemos caminado, siéndonos necesa-
rio casi a cada paso abrirnos camino a fuerza de brazos, y disputar lar-
go tiempo sobre un palmo de tierra, ya con la una, ya con la otra forta-
leza, ya con ambas a un mismo tiempo; pues como el paso frecuente
entre estas dos grandes fortalezas nos es inevitable, por estar situadas
a la una y a la otra parte del camino real que deseamos seguir, se hace
ya necesario dejar por algún tiempo toda otra ocupación, y convertir
todas nuestras atenciones a las fortalezas mismas, como si fuesen en la
realidad dos grandes fenómenos, dignos de la más atenta y más prolija
observación. Con esto, examinadas cada una de por sí, examinadas de
propósito sin divertirnos a otra cosa, examinadas de cerca cuanto nos
sea permitido, podremos saber de cierto si son inexpugnables o no, es
decir, si son capaces de defender las ideas contrarias, o no; o para ce-
der prudentemente y retirarnos del empeño, o para seguir nuestro ca-
mino sin temor alguno. Estas dos fortalezas son: primera, la cautivi-
dad de los Judíos en Babilonia, y su vuelta a Jerusalén y Judea. Esto es
lo que llaman sentido literal en las más de las profecías, a lo menos en
cuanto se puede. Mas como realmente se puede poco, y las más veces
nada, queda para suplirlo todo la segunda fortaleza, amplísima, fortí-
sima, inaccesible, que se hace respetar con sólo su nombre. Queda di-
go, en sentido alegórico, especialmente intentado por el Espíritu San-
to, la Iglesia cristiana. Empecemos por ésta, que es la más trabajosa.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 445

Algunos presupuestos necesarios

PÁRRAFO 1

[232] Antes de acercarnos a esta fortaleza sagrada, y digna de


nuestro más profundo respeto, para que podamos entendernos bien, y
proceder sin confusión, y aun sin sospecha de temor, debemos indis-
pensablemente presuponer dos cosas indispensables. Primera: la no-
ción o la idea clara de todo lo que se significa y comprende en esta pa-
labra, Iglesia cristiana, es decir, lo que hay de cierto y de fe divina en
este punto, lo cual deberá mirarse como una breve, sincera y religiosa
confesión de nuestra fe. Segunda: la noción o la idea igualmente clara
del sentido y de los términos en que solamente pensamos hablar. Sin
estas dos nociones, parece moralmente imposible cerrar del todo la
puerta a sutilezas, o equívocos, o sofismas, ya directos, ya reflejos, que
puedan fácilmente incomodarnos, enredarnos y aun oprimirnos.
Primera noción
[233] La Iglesia cristiana o católica, que es de la que hablo (ni pue-
do hablar de otra, pues a ésta solamente reconozco por verdadera Igle-
sia de Cristo), la Iglesia cristiana, digo, fundada por el Mesías mismo,
por el Hijo de Dios, por el Hombre Dios, regada con su sangre y fe-
cundada con su Espíritu, etc., es la verdadera y única Iglesia de Dios
vivo en esta nuestra tierra. Esta es, como dice el Apóstol, columna y
apoyo de la verdad 1, la depositaria incorruptible y fiel de la verdad, a
quien toca enseñarla según la recibió; a quien toca por consiguiente el
juicio y sentencia definitiva sobre el real y verdadero sentido de las
santas Escrituras; y lo que ella ha resuelto, enseñado y mandado en es-
tos asuntos, y lo que resolviere, enseñare y mandare en adelante como
verdad de fe, debe ser recibido de todos sin contradicción ni disputa.
Esta Iglesia es santa, y merece este nombre con toda propiedad, no so-
lamente por la santidad de Dios a quien está consagrada, y a quien se
encamina directamente, sino también por la santidad del Espíritu que
la une y anima; por la santidad de su fundamento y de su cabeza, que
es Cristo mismo; por la santidad de su culto, de sus sacramentos, de su
moral, de sus leyes; y en suma, porque sólo dentro de ella se puede ha-
llar aquella justicia y santidad, que hace a los hombres hijos de Dios: Y
si hijos, también herederos; herederos verdaderamente de Dios, y co-
herederos de Cristo 2.

1 1 Tim. 3, 15.
2 Rom. 8, 17.
446 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[234] Esta Iglesia es católica o universal, porque siendo esencial-


mente una, comprende y abarca dentro de sí todos los pueblos, tribus
y lenguas, que han querido y quisieren entrar en adelante, y agregarse
a ella. A ninguna nación excluye, ni a ninguno de sus individuos, ni
aun a los viles y míseros Judíos, los cuales sin la fe, que es el estado en
que actualmente se hallan, son mirados del Dios de sus padres como
cualquiera otra nación infiel, y lo serían eternamente si no hubiesen de
salir de este estado infeliz, como ciertamente han de salir según las Es-
crituras. Porque en Jesucristo ni la circuncisión vale algo, ni el pre-
pucio, sino la fe que obra por caridad 1. Esta fe pura o incorrupta es la
que hace al caso; ésta es la que hace hijos verdaderos de Abraham; és-
ta es la que constituye el verdadero cristianismo, o la verdadera Iglesia
cristiana, en donde no hay gentil y judío, circuncisión y prepucio,
bárbaro y escita, siervo y libre; mas Cristo es todo en todos 2.
[235] Esta Iglesia es asimismo apostólica, y también se dice con
propiedad romana, porque toda la autoridad y jurisdicción, o potestad
espiritual, la puso el Hijo de Dios mismo en sus apóstoles, y sobre to-
dos en el príncipe de ellos, San Pedro; toda está y estará, hasta que él
venga, en sus legítimos sucesores, que son los obispos, y sobre todo en
el sucesor del príncipe de los Apóstoles, San Pedro, que es el obispo de
Roma, al cual llamamos todos los católicos el papa, o padre común, o
el sumo pontífice, y a quien reconocemos por vicario de Cristo en la
tierra, y cabeza visible de la verdadera y universal Iglesia. Por consi-
guiente reconocemos a este obispo de Roma por el verdadero centro
de unidad, a donde deben encaminarse, y llegar y comunicar con él to-
das las líneas que parten de la circunferencia de todo el orbe cristiano;
y los que no se encaminaren a este centro, ni comunicaren con él, van
ciertamente desviados, y no pertenecen a la unidad esencial del cuerpo
de Cristo, o a la verdadera Iglesia cristiana. Otras mil cosas había aquí
que decir, las cuales o se disputan hasta ahora, o no son de este lugar.
Bastan estas pocas, que son las sustanciales para una confesión de fe.

Segunda noción
[236] Esta Iglesia cristiana, esta Iglesia católica, única esposa del
verdadero Dios, no obstante ser esencialmente una e indivisible, se
compone necesariamente de dos partes diversas entre sí, sin lo cual
todo fuera en ella un desorden, una confusión ininteligible. Se compo-
ne, digo, necesariamente de dos partes, a saber, activa y pasiva; esto
es, de madre e hijos, de maestra y discípulos, de gobernadora y de go-
bernados, de directora y de dirigidos, etc. Por esta noción clara y pal-

1 Gal. 5, 6.
2 Col. 3, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 447

pable, parece bien fácil conocer con ideas claras y palpables la diferen-
cia que hay entre el verdadero significado de estas dos palabras: Igle-
sia de Dios, y esposa de Dios. La primera es una palabra general que
comprende a todos los fieles de uno y otro sexo, grandes y pequeños,
sabios e ignorantes, civiles y rústicos, sacerdotes y legos. La segunda
parece claro que sólo puede competir a la parte activa de la misma
Iglesia, que es el sacerdocio, o por hablar con mayor propiedad, el
cuerpo de los pastores. Esta parte activa es la que llamamos con ver-
dad nuestra Madre la Iglesia, y de esta sola hablamos cuando decimos:
la Iglesia lo enseña; la Iglesia lo decide; la Iglesia lo manda. Y si ésta
es propiamente nuestra Madre, ésta es también la esposa en la casa de
Dios, a quien toca parir hijos de Dios, a quien toca criarlos, sustentar-
los, enseñarlos, gobernarlos y corregirlos, etc.
[237] De aquí se sigue otra noción de gran importancia, que puede
aclarar mis ideas no poco confusas, esto es, la inteligencia verdadera y
genuina de algunos lugares del Evangelio los más terribles para los
Judíos. Quiero decir: ¿Qué es lo que realmente se les ha quitado a los
Judíos en consecuencia de aquella terrible profecía de Cristo, o de
aquella sentencia que pronunció contra ellos en estas palabras: Por
tanto os digo, que quitado os será el reino de Dios, y será dado a un
pueblo que haga los frutos de él 1; y de aquella otra que ellos pronun-
ciaron contra sí mismos, antes de saber de quiénes hablaba: A los ma-
los destruirá malamente, y arrendará su viña a otros labradores? 2.
Después de estas sentencias verificadas con toda plenitud, y ejecuta-
das con tanto rigor, es cosa cierta y de fe divina que a los Judíos no se
les ha quitado el ingreso a la Iglesia cristiana, ni el ser miembros de la
Iglesia cristiana. Desde que ésta se fundó, sus puertas les han estado
abiertas día y noche, así como lo han estado, y lo deben estar, para to-
das las otras naciones, tribus y lenguas. Lejos de impedirles la entrada,
ellos fueron los primeros convidados, y convidados con la mayor ter-
nura, instancia y empeño, por mandato expreso del padre de familias;
y este convite no se ha interrumpido jamás hasta el presente. Los que
han querido han entrado, y la Iglesia les ha recibido en su seno, y está
prontísima a recibir a los que en adelante quisieren entrar; porque al
fin es Iglesia católica y universal, y este nombre no le pudiera competir
si excluyese alguna nación o alguna raza de gentes.
[238] Siendo esto así, como lo es evidentemente, se pregunta de
nuevo: ¿Qué es lo que se ha quitado a los Judíos? O la sentencia de
Cristo: Quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo, etc.,
y la que ellos se dieron, obligados del mismo Cristo: Y arrendará su

1 Mt. 21, 43.


2 Mt. 21, 41.
448 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

viña a otros labradores, no tienen significado alguno, o es otra cosa


muy diversa y mucho más notable que el simple ingreso a la Iglesia
cristiana, la que se ha quitado a los Judíos. ¿Cuál es ésta? No es otra,
amigo, ni puede ser otra que el reino activo; el ser hijos del reino, o
reinantes, que es lo mismo; la Iglesia activa, la dignidad de esposa, de
madre, de gobernadora de la familia; la administración de la viña de
Dios; el ser colonos o labradores de esta viña, etc. Si ellos, por su in-
credulidad y malicia, no han querido entrar en la Iglesia, tampoco han
querido entrar otros muchos pueblos, tribus y lenguas, y de ningunos
de éstos se puede decir con verdad que se les ha quitado el reino de
Dios, o la administración de la viña de Dios. ¿Cómo se ha de quitar a
un hombre lo que no tiene, ni le pertenece de modo alguno? Conque si
a los Judíos se les ha quitado el reino de Dios, este reino lo tenían
cuando se les quitó, y lo hubieran tenido, y lo tuvieran, si no se les hu-
biese quitado. Yo deseo que se tengan presentes todas estas nociones,
para que, cuando hable de la Iglesia cristiana, no se equivoque y con-
funda la parte principal con el todo, ni la activa con la pasiva, ni las
ideas generales de Iglesia con las particulares de esposa.
PÁRRAFO 2
[239] Supuestas y entendidas bien todas estas cosas, oídme aho-
ra, amigo, con menos escrúpulo y con más atención. La primera pro-
posición que voy a anticipar, no hay duda que os parecerá increíble,
improbable, y como un despropósito de los más solemnes que se han
adelantado jamás. No obstante, con vuestra licencia, a lo menos pre-
sunta, yo me atrevo a adelantarla y también a probarla.

Proposición

[240] «Esta palabra, santa y venerable Iglesia cristiana, en la bo-


ca y pluma de los doctores cristianos, es no pocas veces, en ciertos
puntos particulares, una palabra muy equívoca, que tiene mucho de
sofisma, aunque muy oculto y muy disimulado».
[241] Deseo explicarme con toda claridad, de modo que cualquiera
me entienda, sin que sea necesaria otra explicación que la que suenan y
significan obvia y literalmente las palabras, las cuales no tienen, o no
deben tener, otro uso que manifestar el concepto de la mente. Ya veis,
pues, en primer lugar, que la proposición no es universal, sino contraí-
da expresamente a ciertos puntos particulares. Si me preguntáis ahora
qué puntos particulares son éstos, os respondo en breve que son todos
aquellos lugares de la divina Escritura conocidamente favorables a los
Judíos, en que se leen clara y distintamente anuncios alegres, promesas
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 449

magníficas, extraordinarias, nuevas, admirables, que hace el mismo


Dios a Sión, a Jerusalén, a la casa de Jacob; y esto no como quiera, no
indeterminadamente; no a bulto y en confuso, sino expresamente a
Sión, estéril, y sin parir, echada de su patria, y cautiva… desampara-
da y sola… como mujer desamparada y angustiada de espíritu… a Sión,
considerada como mujer repudiada desde la juventud 1; a Jerusalén,
destruida y conculcada de las Gentes; a la casa de Jacob, esparcida a
todos los vientos, y hecha el ludibrio de todas las naciones; las cuales
promesas sabemos con toda certidumbre no haberse verificado jamás.
[242] Estos lugares de la Escritura, verdaderamente innumerables
y clarísimos, se procuran todos acomodar, en cuanto es posible al in-
genio humano, a la Iglesia cristiana (hablo en el sentido mismo en que
hablan los doctores), esto es, en el estado presente; comprendidos en
este estado presente todos los diecisiete siglos que han pasado desde
los apóstoles hasta el día de hoy; pues no reconocen, ni les parece po-
sible, otro estado mejor, por más que lo anuncien las Escrituras. Así
pues, Sión, cuando se habla de ella en bueno, es decir, cuando se habla
de ella, no como mujer repudiada desde la juventud, ni como mujer
desamparada y aborrecida 2, sino en cuanto curada de sus llagas, lla-
mada de su Dios, recibida, acariciada, sublimada, ensalzada, significa
la Iglesia cristiana presente. Jerusalén, no en cuanto destruida y con-
culcada, sino en cuanto reedificada y honrada de todas las naciones,
significa la Iglesia cristiana presente. Y la casa de Israel o de Jacob, no
en cuanto ventilada hacia todos los rumbos, con indignación y con
grande ira, sino en cuanto recogida por el brazo omnipotente de su
Dios con grandes piedades, no puede significar otra cosa que la Iglesia
cristiana en el estado presente.
[243] Sucede no obstante, y con suma frecuencia, que en medio de
la acomodación que se iba haciendo del texto sagrado a la Iglesia cris-
tiana presente, se encuentra con alguno o muchos embarazos, que cie-
rran el camino e impiden el paso absolutamente. Pues en este caso,
¿qué remedio? El remedio es pronto y facilísimo. ¿Qué cosa más fácil
que dar un vuelo mental de la tierra al cielo, y dar por acomodado allá lo
que por acá es imposible? Efectivamente así se hace, o así se procura
hacer, en cuanto se puede; porque la Iglesia triunfante y la militante
(añaden y ponderan), son una misma Iglesia, sin otra diferencia que es-
tar la una en el puerto y la otra en la mar. Bien, y si lo que dice el texto
sagrado tampoco se puede competer de modo alguno a la Iglesia triun-
fante; si a ésta repugna visiblemente tanto o más que a la Iglesia mili-
tante lo que se le quisiera acomodar, en este caso, no raro sino conti-
nuo, ¿qué se hará? El embarazo, aunque grande y continuo, no por eso

1 Is. 49, 21; 54, 6.


2 Is. 54, 6; 60, 15.
450 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

es irremediable. Deberá, pues, en este caso frecuentísimo, explicarse el


texto del modo posible: si no puede explicarse cómodamente en este
sentido, ni en el otro, ni en muchos juntos, o deberá omitirse del todo,
como cosa de poco momento, o tocarse apenas por la superficie, que es
casi lo mismo que omitirlo. Todo es permitido en la práctica, con tal
que no se piense en lo que suenan y significan, en su propio y natural
sentido, éstas y semejantes palabras: Sión, Jerusalén, Israel, Judá, la
casa de Jacob, las tribus de Israel, el tabernáculo de David, etc. Son es-
tas cosas demasiado grandes para los pequeños, viles y pérfidos Judíos.

Se empieza a mover el equívoco

PÁRRAFO 3
[244] El fundamento único en que estriba todo este modo de pen-
sar, y de interpretar las profecías, es (según pretenden) la doctrina ex-
presa y clara del apóstol San Pablo, el cual en varias partes de sus es-
critos nos asegura formalmente, e inculca en ello como una verdad
esencial y fundamental del cristianismo, que los hijos verdaderos de
Abraham, con quienes hablan las promesas, no son los que descienden
de él según la carne o la naturaleza, sino los que descienden según el
espíritu; que estos últimos son todos los creyentes, de cualquiera na-
ción que sean; que los que son de la fe, los tales son hijos de Abra-
ham 1; que entre éstos no hay distinción alguna de judío y griego, de
bárbaro y escita, de libre y esclavo, puesto que uno mismo es el Señor
de todos, rico para con todos los que le invocan. Porque todo aquel
que invocare el nombre del Señor, será salvo 2. Y en otra parte: Por-
que en Jesucristo ni la circuncisión vale algo, ni el prepucio, sino la fe
que obra por caridad 3. Supuesta esta doctrina tan repetida del Após-
tol y Maestro de las Gentes, que ningún cristiano puede ignorar, argu-
mentan así. Las promesas que se leen en las Escrituras para después
de la venida del Mesías, hablan solamente, según San Pablo, con los
hijos verdaderos de Abraham, esto es, no con los hijos según la carne,
sino con los hijos según el espíritu; porque no todos los que son de Is-
rael, éstos son Israelitas; ni los que son linaje de Abraham, todos son
hijos 4. Estos hijos verdaderos de Abraham, según el mismo Apóstol,
son todos los creyentes de todas las naciones, sin distinción alguna de
judío y griego, de circuncisión y prepucio, de libre y esclavo, de bárba-
ro y no bárbaro, etc.: Los que son de fe, los tales son hijos de Abraham;
luego las promesas que se leen en las Escrituras para después de la ve-

1 Gal. 3, 7.
2 Rom. 10, 12-13.
3 Gal. 5, 6.
4 Rom. 9, 6-7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 451

nida del Mesías, hablan solamente con los creyentes de todas las na-
ciones, sin diferencia alguna de judío y gentil; luego hablan con la Igle-
sia presente, que se compone de todos los creyentes de todo el mundo
y orbe terráqueo, sin diferencia alguna de judío y gentil; luego no ha-
cen mal, sino muy bien, los doctores cristianos en entender y procurar
acomodar del modo posible a la Iglesia cristiana (ya militante, ya triun-
fante) las promesas que se leen en las Escrituras para después de la ve-
nida del Mesías, aunque éstas hablen nominadamente con los hijos de
Abraham, con los Israelitas, con Sión, con Jerusalén, con Judá, con Is-
rael, o con las reliquias preciosas de este pueblo infeliz.
[245] Este discurso, a primera vista justísimo, pues se supone fun-
dado sobre la doctrina de un Apóstol perfectamente instruido en todo
el misterio de Dios que encierran las Escrituras, ha sido por esto mismo
como un doble velo, que nos ha cubierto a lo menos la mitad del mismo
misterio de Dios. San Pablo dice que los verdaderos hijos de Abraham,
con quienes hablan las promesas, no son los hijos según la carne, o se-
gún la naturaleza, sino los hijos según el espíritu, esto es, los creyentes
de cualquiera nación que sean. Bien, ésta es una verdad clara, de que
sólo pueden dudar los que no son creyentes. Mas cuando San Pablo en-
seña esta verdad a todos los creyentes, y con ella los consuela y ani-
ma, ¿de qué promesas habla? ¿Acaso de todas cuantas se leen en las
Escrituras para después de la encarnación del Hijo de Dios? Falso y
falsísimo, por testimonio del mismo San Pablo, el cual, cuando habla
en particular y de propósito de la conversión a Cristo (todavía futura)
de los hijos de Abraham según la carne, cita otras promesas particu-
lares a ellos solos, que no pueden competer a los creyentes de todas
las naciones, como luego veremos. Y los doctores mismos reconocen y
confiesan a lo menos algunas de estas promesas particulares, y otras
muchas (y las más notables) parece que las reconocen y confiesan tá-
citamente, pues las omiten, o apenas las tocan por la superficie.
[246] Conque según eso, hay en las Escrituras promesas genera-
les, y promesas particulares; unas que hablan en general con todos los
hijos de Abraham según el espíritu, esto es, con todos los creyentes de
toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación, sin excluir a los Judíos que
quisieren entrar en este número; otras particulares a los mismos Ju-
díos o a los hijos de Abraham según la carne, o según la naturaleza; y
éstas para otro tiempo que todavía no ha llegado, para cuando sean hi-
jos de Abraham, no sólo según la carne, sino también y mucho más
según el espíritu, como ciertamente lo han de ser, según las mismas
promesas particulares de que hablamos. Las promesas generales que
comprenden a todos los creyentes de todas las naciones, se entiende si
tuvieren una fe viva, son: la remisión de los pecados, la salud, el espí-
ritu, la amistad de Dios, la filiación de Dios, y todo lo que de aquí debe
452 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

resultar, que es como dice el mismo San Pablo: Si hijos, también here-
deros; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo;
pero si padecemos con él, para que seamos también glorificados con
él 1. Todo esto habla indubitablemente con todos los hijos de Abraham
según el espíritu; con todos los verdaderos creyentes, pasados, pre-
sentes y futuros, de todos los pueblos, tribus y lenguas de todo el orbe;
todos éstos podrán decir con verdad: Nosotros somos hijos de la pro-
mesa 2; todos éstos podrán decir igualmente: Somos contados por des-
cendientes 3; y todos serán benditos con el Padre de todos los creyen-
tes: Y así, los que son de la fe serán benditos con el fiel Abraham 4. ¿Y
todo esto, amigo, os parece poco? ¿No debemos contentarnos todos los
creyentes con unas promesas tan grandes y de tanta dignidad?
[247] Mas estas promesas, grandes y magníficas, generales a todos
los creyentes, no son ciertamente todas las promesas que se leen en las
Escrituras para después del Mesías. Hay fuera de éstas otras particula-
res, que se enderezan inmediata y únicamente a los miserables hijos
de Abraham, por Isaac y Jacob, según la carne, o según la naturaleza,
para cuando lo sean también según el espíritu; para cuando se les qui-
te el corazón de piedra, y se les dé corazón de carne, y éste circuncida-
do; para cuando sean recogidos y congregados con grandes piedades
por el brazo omnipotente de Dios vivo, de todos los países y naciones
donde él mismo los tiene esparcidos; para cuando sean curados de sus
llagas y lavados de sus iniquidades; en suma, para cuando sean cre-
yentes, en lugar de las naciones de todo el orbe, que por la mayor y
máxima parte dejarán de serlo, como está escrito; de todo lo cual he-
mos hablado ya suficientemente en los fenómenos precedentes.
[248] Estas promesas particulares a solos los hijos de Abraham se-
gún la naturaleza, por ejemplo su vocación a Cristo, su verdadera y
sincera conversión, con todas las circunstancias con que está anunciada
la misión de Elías para este solo fin, pues la Escritura no señala otro, su
reposición y restablecimiento en la tierra prometida a sus padres, su
contrición y llanto íntimo y amarguísimo, su justicia, su santidad, su
asunción, su plenitud, que son los términos de que usa el mismo San
Pablo 5; estas promesas, digo, y todas sus consecuencias, no hay razón
alguna para querer acomodarlas a la Iglesia presente, extendiéndolas a
todos los creyentes de las naciones. Estos deben contentarse con lo que
han recibido, que no es poco. Deben alabar a Dios, y agradecerle ince-
santemente la suma misericordia que ha hecho con ellos. Deben traba-

1 Rom. 8, 17.
2 Rom. 9, 8.
3 Rom. 9, 8.
4 Gal. 3, 9.
5 Rom. 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 453

jar en hacerse hijos dignos de Abraham, imitando su santidad y su jus-


ticia: Si sois hijos de Abraham, decía Cristo, haced las obras de Abra-
ham 1; mas apropiarse a sí mismos, para ser más ricos también, lo que
para otros tiempos está prometido a otros pobres que ahora se hayan
en extrema miseria, no parece obra propia del justo Abraham 2.
PÁRRAFO 4
[249] Con la distinción que acabamos de hacer de promesas gene-
rales y particulares, es fácil ya empezar a ver el equívoco de que vamos
hablando, sobre el cual estriba únicamente el modo ordinario de pensar
sobre la inteligencia de las más de las profecías. Para que este equívoco
se conozca mejor, y juntamente para llegar en breve a lo más inmedia-
to, paréceme bien proponer aquí una hipótesis o suposición, prescin-
diendo por un momento de que sea verdadera o falsa, dulce o amarga,
creíble o increíble. Esta hipótesis se puede proponer en estos términos:
[250] «La Iglesia cristiana (hablo principalmente de la activa), que
ahora está ciertamente en las Gentes que fueron llamadas en lugar de
los Judíos, o de los hijos de Abraham según la naturaleza; a las cuales
Gentes se entregó el reino de Dios, o la administración de la viña de
Dios, que es una misma cosa, según aquella sentencia fulminada contra
los mismos Judíos: Quitado os será el reino de Dios, y será dado a un
pueblo que haya los frutos de él… Y arrendará su viña a otros labra-
dores; esta Iglesia cristiana, principalmente la parte activa, este reino
de Dios activo, esta administración de la viña de Dios, etc., volverá en
algún tiempo a los Judíos, a quienes se quitó, los cuales serán llamados
por misericordia a ocupar aquel puesto que perdieron por su increduli-
dad. Asimismo, el centro de unidad de la Iglesia cristiana, católica y uni-
versal (que entonces lo será efectivamente, comprendiendo dentro de sí
a todos los habitadores de la tierra), este centro de unidad que ahora es-
tá en Roma y en las Gentes, estará entonces en Sión, en Jerusalén, y en
los hijos de Abraham según la carne, que lo serán también perfectísi-
mamente según el espíritu». No nos metamos tan presto en el examen
prolijo de esta suposición; ella se irá manifestando por sí misma, sin
mucho trabajo ni mucho ruido. Nos basta por ahora saber que no es su-
posición imposible, ni tampoco contraria a alguna verdad de fe.
[251] Pues en esta suposición, admitida por un solo momento, ¿no
se entienden en este mismo momento todas las Escrituras? ¿No se pue-
den entender y explicar, con una suma facilidad y propiedad, las profe-
cías innumerables de que hablamos? Todos aquellos grandes bienes y
misericordias, tantas veces prometidas nominadamente a Sión, en el
estado de soledad y miseria en que se halla tantos siglos ha, a Jerusalén

1 Jn. 8, 39.
2 Jn. 8, 40.
454 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

destruida y conculcada, a la casa de Jacob, y descendencia de Abraham


cautiva entre todas las naciones, etc.; todas estas promesas, digo, que
hasta ahora no se han verificado, y que su misma grandeza las ha hecho
parecer increíbles aun a los mejores creyentes de las naciones, ¿no se ve
con los ojos cómo pueden verificarse? Y si la suposición, aunque es un
poco dura y amarga, es realmente una verdad clara e innegable, en este
caso, ¿podremos todavía decir que las profecías no hablan de aquellas
mismas personas de quienes hablan expresa y nominadamente? ¿Re-
husaremos todavía en este caso dar nuestro consentimiento, que no se
nos pide ni se ha menester? Veis, pues, aquí el equívoco, que ya se des-
cubre hasta su raíz. Sión, Jerusalén, y la casa de Jacob, cuando se habla
de ellas en bueno, es decir, cuando se les anuncian cosas muy grandes,
nuevas y extraordinarias, no pueden significar otra cosa, nos dicen, que
la Iglesia de Cristo. Bien, yo también lo digo, y lo creo así. Mas ¿cuándo,
en qué estado, y con qué circunstancias?
[252] No, cierto, ahora en el estado presente, sino en otro tiempo y
en otro estado infinitamente diverso. No ahora, digo, cuando Sión, y Je-
rusalén, están destruidas en lo material y en lo formal, y la casa de Jacob
se halla, según las Escrituras, esparcida a todos vientos, y cautiva entre
todas las Gentes. No ahora, cuando toda la casa de Jacob, por justos jui-
cios de Dios, se halla ciega, sorda, y muda; que ni ve, ni oye, ni habla, ni
da señal alguna de vida verdadera, pues le falta el principio de vida que
es la fe. No ahora, cuando toda la casa de Jacob se halla como un cadá-
ver destrozado, cuyos huesos áridos y secos se miran con horror en to-
dos los pueblos y naciones donde están dispersos. No ahora, en fin,
cuando toda la casa de Jacob yace postrada en aquella especie de letar-
go, de demencia, de frenesí, de contradicción, digna más de lástima que
de indignación, como es aborrecer y detestar aquella misma persona a
quien ama por otra parte, a quien espera, a quien desea, y por quien sus-
pira noche y día como su mayor y único bien. ¿Pues cuándo?
[253] Cuando la misma casa de Jacob, a quien se han hecho las pro-
mesas de que hablamos, que son mis deudos según la carne, dice San
Pablo, que son los Israelitas, de los cuales es la adopción de los hijos, y
la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y las promesas; cuyos
padres son los mismos de quienes desciende también Cristo según la
carne 1; cuando esta casa de Jacob según la carne, con quien hablan di-
recta e inmediatamente estas promesas, sea llamada de Dios, y recogi-
da con su brazo omnipotente de todos los países del mundo donde se
halla dispersa; cuando sea introducida y como plantada de nuevo en
aquella tierra, que llamamos de promisión, porque fue prometida para
ellos a sus padres (diciéndoles): Los edificaré, y no los destruiré; y los

1 Rom. 9, 3-5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 455

plantaré, y no los arrancaré, dice por Jeremías; y no removeré jamás


a mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di, dice por Baruc;
y los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tie-
rra, que les di, dice últimamente por Amós, etc.; cuando se les quite el
corazón de piedra, y se les dé el corazón de carne; cuando los huesos
secos y áridos se unan entre sí, se vistan de carne, nervios y piel, y se
les introduzca el espíritu de vida; cuando despierte de su profundo
sueño; cuando abra sus ojos llenos de lágrimas; cuando reconozca a su
Mesías, a quien tantos siglos ha estado amando y juntamente aborre-
ciendo, deseando y detestando; cuando, en fin, sea lavada y blanquea-
da con aquella agua pura y limpia que se le promete en el capítulo 36
de Ezequiel: Por cuanto os sacaré de entre las Gentes, y os recogeré
de todas las tierras, y os conduciré a vuestra tierra. Y derramaré so-
bre vosotros agua pura, y os purificaréis de todas vuestras inmundi-
cias; y pondré mi espíritu en medio de vosotros; cosas todas que lee-
mos frecuentísimamente en la Escritura de los Profetas.
[254] Pero ¿cuándo serán estas cosas?, os oigo decir con especie de
irrisión o de frialdad extrema. ¿Cuándo serán estas cosas? ¿Es creíble
que estas cosas se puedan verificar jamás? ¿Que se puedan verificar así
como se lee en las Escrituras? ¿Que puedan verificarse en los viles Ju-
díos, en los pérfidos Judíos, en los ciegos, duros y obstinados Judíos?
No se puede negar, amigo, que pensáis como hombre prudente. Es
ciertísimo que, para los hombres, cosa es ésta que no puede ser 1; mas
¿os atreveréis a decir que también es imposible o difícil para Dios? 2.
Si parecerá cosa difícil en aquel tiempo a los de las reliquias de este
pueblo, ¿acaso será difícil a mis ojos? 3. Y en caso que Dios mismo di-
jese y prometiese todo lo que contiene nuestra hipótesis, ¿sería sufi-
ciente razón para dudarlo, el que para los hombres cosa es ésta que no
puede ser? Cosa durísima es tirar coces contra el aguijón.
[255] No es esto lo más. Cuando conceden los doctores, como lo
conceden todos con gran benignidad, que los Judíos al fin del mundo
se convertirán, lo que quieren decir, y dicen expresamente, es que
cuando se conviertan, entrarán en la Iglesia cristiana presente, es de-
cir, en la Iglesia cristiana, cuya parte activa y principal está solamente
en las Gentes; pues no hallan otro modo de concebir la Iglesia cristia-
na. Por consiguiente, que esta parte activa de la Iglesia, como buena y
piadosa madre, dilatará su seno al fin del mundo, y recibirá misericor-
diosamente a los Judíos que entonces se hallaren sobre la tierra. Con
lo cual nos dan a entender, y nos suponen como ciertas e indubitables,
dos cosas bien dignas de la mayor atención. Primera: que cuando ven-

1 Mc. 10, 27.


2 Mc. 10, 27.
3 Zac. 8, 6.
456 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ga el Señor en gloria y majestad (que ellos mismos dicen y suponen


deberá ser al fin del mundo), hallará esta parte activa de la Iglesia pre-
sente, llena de aquella verdadera fe que obra por caridad; y por consi-
guiente, llena de verdadera caridad; pues hallará dentro de su seno ma-
terno, no solamente algunos o muchos hijos fieles de varias gentes y
naciones, sino también a todos los Judíos de todas las tribus de los hi-
jos de Israel, que no deja de sumar muchos millones. La cual idea de-
berá componerse con la idea infinitamente diversa que nos da el Señor
en diversas partes del Evangelio; por ejemplo, con aquellas palabras:
Cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tie-
rra? 1; y con aquellas otras: Y así como en los días de Noé, así será
también la venida del Hijo del Hombre 2; y con aquellas: Asimismo
como fue en los días de Lot…, de esta manera será el día en que se
manifestará el Hijo del Hombre 3. Véase lo que sobre esto queda ob-
servado en el fenómeno 4, párrafo 6.
[256] La segunda cosa que nos dan a entender, y nos suponen co-
mo cierta e indubitable, es ésta: que la Iglesia cristiana activa de que
hablamos, que ahora está ciertamente en las Gentes, lo deberá estar
siempre en esta misma forma hasta el fin del mundo, sin que pueda
haber en esto mudanza o novedad alguna, debiendo Dios dejar siem-
pre las cosas como se están. Mas esto segundo (olvidando por ahora, o
haciendo que olvidamos lo primero), ¿sobre qué fundamento estriba?
¿No podremos ver este fundamento? ¿No podremos, sin ser racional-
mente notados de impiedad, examinarlo de cerca? ¿No podremos pro-
poner nuestras dudas a los sabios, y las razones grandes o pequeñas
que tenemos para dudar? ¿Y en caso que éstos, mostrándonos un sem-
blante severo, terrible o inexorable, no se dignen de oírnos, o no nos
den otra respuesta que clamar: Ha blasfemado… Sentencia de muerte
tiene este hombre… Sea apedreado; no podremos, lícita, pía y religio-
samente, examinar este punto gravísimo o importantísimo a la luz de
las Escrituras, que nos pone la Iglesia misma en las manos?

Examen de la hipótesis propuesta

PÁRRAFO 5
[257] Yo hablo, amigo, por el presente con vos solo. Sé que sois sa-
bio, aunque poco inclinado al estudio de las santas Escrituras, según el
gusto de nuestro siglo; a lo menos no las ignoráis, ni tampoco las de-
jáis de respetar ni de creer. A vos, pues, os presento inmediatamente

1 Lc. 18, 8.
2 Mt. 24, 37.
3 Lc. 17, 28 y 30.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 457

esta mi consulta, os propongo mis dudas y las razones en que se fun-


dan. Para que podáis darme una respuesta categórica, sin confusión y
sin equívoco reflejo, oíd primero con bondad, y considerad atentamen-
te, cinco puntos previos que ofrezco a vuestra reflexión. A mí me pare-
cen cinco verdades. Si acaso no lo fuesen en vuestro juicio, yo estoy
pronto a condenarlas o corregirlas, luego al punto que me lo deis a co-
nocer. Yo he protestado otras veces, y protesto de nuevo, que todo este
escrito, y cuanto en él se contiene, lo sujeto de buena fe, no sólo al jui-
cio de la Iglesia, sino también al juicio y corrección de los sabios, que
quieran examinarlo con formalidad.
Primera verdad
[258] Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, y por entonces en
solos los Judíos; mas como él, según las órdenes de su divino Padre, de-
bía partirse luego a una tierra distante para recibir allí un reino, y des-
pués volverse 1, eligió en su lugar a uno de los doce apóstoles, que fue
San Pedro, a quien hizo su vicario en la tierra, y consiguientemente ca-
beza verdadera y visible de la misma Iglesia; dejándole para esto todas
las llaves de la casa, y encomendando a su cuidado, fidelidad y vigilan-
cia, la conservación, el aumento, la enseñanza y buen gobierno de toda
la familia, por sí y por sus legítimos sucesores, hasta que él volviese.
Segunda verdad
[259] Todo lo activo de la Iglesia de Cristo, es decir, toda la autori-
dad, jurisdicción y potestad espiritual, necesaria para la conservación,
aumento y buen gobierno de esta Iglesia, la puso el mismo Hijo de Dios
en sus apóstoles, dándole a uno de ellos la primacía sobre todos; lo
cual era convenientísimo, para que se conservase y perpetuase el buen
orden en toda la jerarquía eclesiástica. Entre estos apóstoles de Cristo,
y aun entre los otros discípulos de clase inferior, es cosa cierta y averi-
guada que no hubo uno solo que no fuese judío, o perteneciente, según
la carne, a la casa de Jacob y descendencia de Abraham; así como es
cosa cierta y averiguada que, entre todos los 72 libros o piezas separa-
das que componen la Biblia sagrada (45 antes, y 27 después del Me-
sías), no hay uno solo cuyo escritor fuese llamado por el Espíritu San-
to, de otra nación o pueblo, que del pueblo de Israel, y casa de Jacob.
Tercera verdad
[260] Pudo muy bien el Señor, si así lo hubiera querido, conservar
y perpetuar en Jerusalén la primacía, la corte, el asiento, la sede apos-
tólica, o centro de la unidad de toda la Iglesia de Cristo; y además de
esto, la autoridad, y potestad suprema en solos los Judíos, disponien-

1 Lc. 19, 12.


458 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

do que éstos solos fuesen los sucesores de San Pedro, y heredasen to-
das sus preeminencias y prerrogativas. Tal vez hubiera sido así, si Je-
rusalén y Judea, o los Judíos en general, hubiesen oído a los apóstoles,
y hubieran recibido y no rechazado la palabra de Dios. Si acaso os pa-
rece esto muy embarazoso, y por eso muy difícil o muy duro de creer,
podéis considerar que esto mismo, a proporción, lo pudo hacer en
Roma, cabeza entonces del mayor imperio que ha habido en el mundo;
esto mismo, a proporción, lo pudo hacer entre las Gentes idólatras de
profesión, que no lo conocían, y a quienes no tenía obligación alguna,
ni por ellas, ni por la justicia de sus padres; esto mismo, a proporción,
lo pudo hacer también, a pesar de la potencia y empeño de los Césares,
a pesar de la repugnancia y oposición del senado y pueblo romano, a
pesar de las amenazas, de los terrores, de los tormentos, de las cruces
y de los ríos de sangre cristiana que inundaron a Roma. Lo pudo ha-
cer, y lo hizo, y se salió con ello.
Cuarta verdad
[261] En caso (no imposible ni difícil) de quedar en Jerusalén, y en
solos los Judíos, la sede apostólica, o el centro de unidad de toda la
Iglesia de Cristo, ésta hubiera sido tan católica, tan universal, como lo
es ahora sin diferencia alguna; pues antes que San Pedro tuviese orden
de pasarse a Roma y poner en ella su silla (y tal vez antes de saberse o
entenderse con ideas claras todo el gran misterio de la vocación de las
Gentes), ya se había definido esta verdad en Jerusalén, y se había
puesto en el símbolo público de fe; porque ninguno ignoraba el man-
dato expreso del Señor, que dijo a todos antes de subir al cielo: Id por
todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creye-
re y fuere bautizado será salvo; etc. 1.
Quinta verdad
[262] Queriendo Dios castigar a Jerusalén y a los Judíos con el úl-
timo y mayor castigo, entre tantos que le estaban anunciados, no so-
lamente por haber reprobado y crucificado a su Mesías (que este sumo
delito se les hubiera perdonado, si hubieran creído a los apóstoles de
Cristo), sino también por haberse obstinado en su incredulidad; por
haberse excusado con tanta incivilidad y descortesía de asistir a aque-
lla gran cena, a que ellos fueron los primeros convidados; y a más de
esto, por la oposición que hacían a la predicación del Evangelio, pro-
curando con sumo empeño que ninguno asistiese a dicha cena, con
tanto deshonor y afrenta del buen padre de familias; por éstos y otros
gravísimos delitos de que estaba llena Jerusalén, Sión, y generalmente
hablando, toda la casa de Jacob, llegó finalmente el caso de poner en

1 Mc. 16, 15-16.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 459

ejecución aquella sentencia terrible que ya estaba anunciada en el


Evangelio: Os digo, que ninguno de aquellos hombres que fueron lla-
mados gustará mi cena 1; y aquella otra un poco más amarga, por más
expresiva y más clara: Por tanto, os digo que quitado os será el reino
de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él.
[263] Para dar lugar a la ejecución de esta sentencia, y juntamente
para hacer con las Gentes una suma e inestimable misericordia, lo pri-
mero que hizo el Señor fue sacar de Jerusalén el candelero, y la antorcha
grande y primitiva que había puesto en él; sacar, digo, de Jerusalén a su
vicario, sacar la Sede Apostólica, sacar el centro de unidad de la verda-
dera Iglesia cristiana, y pasarlo todo a Roma, para mayor bien y como-
didad de las Gentes, llamadas en lugar de Israel; determinando, a lo me-
nos tácitamente, que en adelante las Gentes mismas sucediesen a San
Pedro, así como a los otros apóstoles, y que los hijos del reino fuesen
desheredados y arrojados hasta su tiempo a las tinieblas exteriores: Os
digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente, y se sentarán con
Abraham, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos; mas los hijos del
reino serán echados en las tinieblas exteriores 2. Y para quitar a estos
hijos del reino toda ocasión de disputa, y dejarlos enteramente en la ca-
lle, según les estaba anunciado, lo segundo que hizo el Señor fue enviar
contra ellos sus ejércitos, y destruir enteramente su templo y su ciu-
dad 3; lo cual se ejecutó por medio de Vespasiano y Tito, y se completó
enteramente por medio de Adriano; verificándose con toda plenitud
aquella otra profecía del mismo Señor: Habrá grande apretura sobre
la tierra, e ira para este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán lle-
vados en cautiverio a todas las naciones; y Jerusalén será hollada de
los Gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones 4.
[264] Supuesta la buena inteligencia de estos cinco puntos, y en la
buena fe de no hallarse en ellos cosa alguna que no sea verdad, según
las Escrituras, vuelvo ahora a mi consulta: cuando Dios, por justísi-
mas causas, abandonó a Jerusalén, y pasó a Roma la corte o el centro
de su Iglesia, ¿se ató acaso las manos tan del todo, que ya no pueda
trocar estas suertes sin negarse a sí mismo, y esto en ningún tiempo,
en ningún caso y por ningún motivo? ¿Pudo Dios, sin negarse a sí
mismo, sacar de Jerusalén no sólo la candela, sino también el candele-
ro, y ponerlo en Roma; y ya no podrá, sin negarse a sí mismo, en nin-
gún tiempo, en ningún caso y por ningún motivo, sacarlo de Roma y
volverlo a Jerusalén? ¿Pudo quitar a los Judíos la administración de la
viña, o lo que es lo mismo, el reino de Dios activo, y darlo a las Gentes,

1 Lc. 14, 24.


2 Mt. 8, 11-12.
3 Mt. 22, 7.
4 Lc. 2, 10 y 23-24.
460 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

por las razones que se apuntan en la parábola de la viña 1; y ya no po-


drá por las mismas razones, o por otras semejantes o mayores, quitar-
lo a las Gentes y volverlo a dar a los Judíos? ¿Pudo cortar a la buena
oliva sus ramas propias y naturales, e injertar en lugar de éstas, contra
la naturaleza, otras ramas extrañas y silvestres; y ya no podrá en nin-
gún tiempo, ni por ningún motivo (aun cuando los injertos se hayan
viciado por la mayor y máxima parte), no podrá, digo, cortar éstos, y
volver a injertar aquéllas según la naturaleza?
[265] Hágome cargo del embarazo más que ordinario que os po-
drá ocasionar esta consulta. La respuesta, a primera vista fácil y llana,
no lo es tanto que no necesite de algún estudio. Fuera de los doctores
ordinarios que podéis consultar a vuestro gusto, creo que os dará
grandes luces un antiquísimo y célebre doctor, seguido de todos los ca-
tólicos, y de todas las escuelas de teología, sin excepción alguna, que
trata este mismo punto plenamente y a fondo. Yo hallo entre sus escri-
tos un discurso admirable, dirigido inmediatamente a las gentes cris-
tianas, tan claro, tan circunstanciado, tan sólidamente fundado, que
nada queda que desear a quien busca la pura verdad, y a quien, sea
dulce o amarga, en ella descansa. Por tanto, dignaos, amigo, de leer es-
te discurso con paciencia, y consideradlo con atención. Si os pareciere
algo difuso, y como una molesta digresión, ofreced a Dios vuestro tra-
bajo, esperando de él un fruto abundantísimo. Mirad cómo el labra-
dor espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia
hasta recibir la lluvia temprana y tardía 2. Como de estos discursos,
habréis leído infinitamente más difusos y de ninguna utilidad.

Discurso a las gentes cristianas


de un doctor antiguo y célebre

PÁRRAFO 6
Parte primera
[266] «Se piensa comúnmente entre los Cristianos que el Dios de
Abraham, de Isaac y Jacob, el cual agradase tanto en la inocencia y jus-
ticia de estos tres patriarcas, que quiso ser llamado eternamente con es-
te nombre, diciendo: Este es mi nombre para siempre, y éste es mi me-
morial por generación y generación 3; que este Dios infinitamente ve-
raz y fiel en todas sus palabras, ha abandonado eternamente la des-
cendencia de estos justos. Se piensa que la arrojó de sí para siempre,
por aquel gran delito que cometieron cuando clamaron: Crucifícale,

1 Mt. 21, 33.


2 Sant. 5, 7.
3 Ex. 3, 15.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 461

crucifícale… Sea su sangre sobre nosotros, y sobre nuestros hijos 1. Se


piensa que este delito es irremisible, sin que pueda valerles el castigo y
penitencia durísima de tantos siglos, ni aun aquella misma sangre de
infinito valor que ellos derramaron, sin saber lo que hacían. Se piensa,
que este Dios grande e infinito, cuyos juicios, aunque inescrutables,
sin embargo son verdaderos y justos en sí mismos 2, no tiene ya algu-
nos designios, dignos de su grandeza, sobre estos hijos infelices, ingra-
tos y rebeldes, sino solamente que se conviertan al fin del mundo los
que entonces quedaren. Mas este modo de pensar, ¿en qué se funda?
¿Acaso en alguna revelación tomada de los Libros sagrados, o en algu-
na buena y sólida razón? Digo pues, decía el Doctor y Maestro de las
Gentes: ¿Por ventura, ha desechado Dios a su pueblo? No por cierto…
No ha desechado Dios a su pueblo, al que conoció en su presciencia 3.
[267] »Primeramente, debemos traer a la memoria todo lo sucedi-
do con este pueblo ingrato, en los primeros años después de la muerte
del Mesías. Tan lejos estuvo Dios de vengar la muerte de su Hijo, ni el
Hijo de vengarse a sí mismo con el abandono total de los hijos de
Abraham, que antes por el contrario, éstos fueron los primeros llama-
dos y convidados con instancia a la gran cena; a éstos se ofreció, en
primer lugar, con infinita generosidad, todo el fruto precioso de aque-
lla muerte en que ellos mismos habían tenido toda la culpa. Los sier-
vos que luego fueron enviados por todo el mundo 4, a convidar a todo
el linaje humano, tuvieron orden expresa de empezar por Jerusalén,
por los hijos de Israel, y de trabajar en ellos con el mayor empeño has-
ta que aceptasen el convite, o hasta que su dureza y obstinación llegase
al extremo de no dejar arbitrio ni esperanza. Si se leen los Hechos de
los Apóstoles, allí se verá lo que hizo el Señor por medio de sus envia-
dos para vencer su obstinación. Allí se verá que no se pasó del todo a
las Gentes sino después que ellos repelieron del todo la palabra o el
convite de Dios, y se enfurecieron contra sus enviados, como lo había
anunciado todo en términos clarísimos el mismo Señor en la parábola
de las nupcias 5, con lo cual se hicieron indignos del bien que se les
ofrecía, y llenaron todas las medidas del sufrimiento. A vosotros con-
venía que se hablase primero la palabra de Dios (les dijo al fin San
Pablo, y San Bernabé); mas porque la desecháis, y os juzgáis indignos
de la vida eterna, desde este punto nos volvemos a los Gentiles; por-
que el Señor así lo mandó 6. No obstante esta obstinación general de
toda la nación, no dejaron de salvarse algunas reliquias, según la elec-

1 Lc. 23, 21; Mt. 27, 25.


2 Sal. 18, 10.
3 Rom. 11, 1-2.
4 Mc. 16, 15.
5 Mt. 22.
6 Act. 13, 46-47.
462 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ción de la gracia…; y los demás fueron cegados, así como está escri-
to 1; dándoles Dios, en castigo de su iniquidad… ojos para que no vean,
y orejas para que no oigan, hasta hoy día 2.
Parte segunda
[268] »No hablando ya de aquellos primeros tiempos de la Iglesia,
ni de los pocos judíos que entonces creyeron, convirtamos ahora toda
nuestra atención a los que no creyeron y se obstinaron en su increduli-
dad, que fueron casi todos. Estos solos debemos considerar aquí, pues
éstos son los que se piensan olvidados enteramente de su Dios. Es in-
negable que estos infelices fueron cegados, así como estaba escrito;
dieron contra la piedra fundamental, y tropezaron en ella, como tam-
bién estaba escrito, siendo para ellos, por su ceguedad, piedra de tro-
piezo y piedra de escándalo. Mas ¿pensáis que de tal modo tropezaron,
que cayesen? ¿Que cayesen, digo, con toda su posteridad en la desgra-
cia y olvido eterno del Dios de Abraham? No por cierto 3. La verdad es
que Dios, por sus juicios altísimos, siempre llenos de sabiduría, de
bondad, de rectitud y justicia, lo permitió así, y así lo dispuso con gran-
de acuerdo, y con designios dignos de su grandeza, para sacar de este
mal innumerables bienes, como los ha sacado efectivamente. No tenéis
que preguntar qué bienes son éstos, pues no los ignoráis; pues los go-
záis con suma abundancia; pues ha pasado a vosotros lo que ellos no es-
timaron por su grosería, y despreciaron por su ignorancia; pues, en fin,
su delito, su incredulidad, su obstinación, ha sido vuestra salud: Por el
pecado de ellos (o por su caída) vino la salud a los Gentiles, para inci-
tarlos a la imitación 4.
[269] »Pues si el delito de los Judíos ha sido la salud del mundo; si
su incredulidad, su ceguedad, su castigo, su humillación, su disminu-
ción, han sido las riquezas de las gentes, ¿cuánto más lo será su pleni-
tud? 5. (De estas palabras del Apóstol se sigue natural y legítimamente,
que debemos esperar en lo futuro esa plenitud de Israel, la cual hará al
mundo todavía mayores bienes que los que ha hecho su delito, su incre-
dulidad, su obstinación, su castigo y su humillación; de lo cual se pueden
sacar otras consecuencias, no menos legítimas ni menos importantes).

Sigue el discurso de este doctor

[270] »Con vosotros hablo, Gentes cristianas, creyentes de todas


las naciones, tribus y lenguas. Siendo yo vuestro predicador y maestro,

1 Rom. 11, 5 y 7-8.


2 Rom. 11, 8.
3 Rom. 11, 11.
4 Rom. 11, 11.
5 Rom. 11, 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 463

a quien se ha fiado el ministerio de la palabra, debo honrar este minis-


terio sagrado, diciendo y enseñando a todos lo que aprendí del Señor
Jesús, esto es, la pura verdad; oídme pues, hermanos, y dad atención.
[271] »Si la ceguedad de los Judíos, si su incredulidad, si su obsti-
nación, si la pérdida que Dios ha hecho de ellos, ha sido la reconcilia-
ción del mundo, ¿qué pensáis será su asunción? 1. ¿Qué pensáis será
cuando el misericordioso Dios de sus padres, que levanta de la tierra
al desvalido, y alza del estiércol al pobre 2, les dé la mano, y los levan-
te del polvo de la tierra; cuando les abra los ojos y los oídos; cuando
los llame; cuando los traiga a sí; cuando los reciba entre sus brazos
como aquel buen padre de la parábola del hijo pródigo? ¿Qué pensáis
será esta asunción y esta plenitud de los Judíos, sino vida de los muer-
tos? Entonces verá el mundo con admiración y pasmo, no sólo vivos a
los que tenía por muertos (habiéndose introducido en los huesos ári-
dos y secos el espíritu de vida), sino que de estos muertos sale la vida,
dando ellos la vida verdadera al mundo muerto; muerto digo, en el
mismo sentido en que ellos están ahora. Porque si la pérdida de ellos
es la reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento, sino
vida de los muertos?
[272] »¿Qué tenéis que maravillaros? Si el primer fruto es santo, lo
es también la masa; y si la raíz es santa, también los ramos 3. Es decir,
habiendo sido tan santos y tan agradables a Dios todos aquellos frutos
que en varios tiempos se le han ofrecido de toda la masa de la casa de
Jacob, como son, fuera de los patriarcas, tantos profetas y justos, como
son los apóstoles de Cristo, los discípulos de la clase inferior, los fieles
de la primitiva Iglesia, la santa Madre del Mesías, y sobre todo el Me-
sías mismo; debe también mirarse como santa, como consagrada a
Dios, y como herencia suya, toda esta casa de Jacob, que es la masa de
donde salieron frutos tan preciosos. Del mismo modo, siendo santa la
raíz de un árbol, es santo todo el árbol con todas sus ramas 4. ¿Y qué di-
remos si algunas o muchas de las ramas de este árbol tan santo se han
quebrado? Oídme otra vez, Gentes, y no olvidéis esta gran verdad.
[273] »Todo el gentilismo de donde habéis sido elegidos y entresa-
cados con tanta misericordia, ¿qué otra cosa era sino un monte de
oleastros infructíferos, que no daban fruto alguno digno de Dios, ni lo
hubieran dado jamás, dejados a su natural rusticidad? Vosotros, pues,
a quienes no tenía Dios obligación alguna, ni por pacto, ni por prome-
sa, ni por vuestra justicia, ni por la justicia de vuestros padres, fuisteis
sacados de vuestros bosques por pura bondad del Dios de Israel; fuis-

1 Rom. 11, 15.


2 Sal. 112, 7.
3 Rom. 11, 16.
4 Rom. 11, 16.
464 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

teis injertados, por su sabia y omnipotente mano, en aquel mismo ár-


bol santo, en aquella misma oliva buena, cuyas ramas naturales se ha-
bían quebrado, y entrasteis a ocupar su lugar. Con esto, participando
del jugo pingüe de la raíz, quedasteis ya en estado de dar aquellos fru-
tos que no llevaba vuestra naturaleza: Tú, siendo acebuche (dice San
Pablo), fuiste injertado en ellos, y has sido hecho participante de la
raíz, y de la grosura de la oliva 1. De aquí se sigue inmediata y legíti-
mamente que no tenéis razón alguna, ni apariencia de razón, para glo-
riaros, para engreíros, para despreciar e insultar a las ramas naturales,
aunque quebradas, secas y estériles, por su infelicidad. Y si acaso entra
en vosotros alguna elación, algún engreimiento, alguna vana seguri-
dad, sabed, hermanos, que no lleváis vosotros a la raíz, sino la raíz os
lleva a vosotros. Que es lo mismo que decir: vuestro sustento, vuestro
verdor, vuestra fecundidad, vuestra vida, os viene de la raíz del árbol
donde estáis injertados, y no al contrario. No te jactes contra los ra-
mos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti 2.
[274] »Dirás acaso: Los ramos han sido quebrados para que yo
sea injertado 3. Las ramas naturales de esta buena oliva se quebraron,
y fueron arrojadas por su inutilidad, para injertarnos a nosotros en su
lugar. Bien, alabad por ello al Dios de Israel, y sed agradecidos a esta
suma misericordia. Esta es la consecuencia legítima y justa que debéis
sacar de aquella verdad; no elación, no seguridad, no propia satisfac-
ción, mucho menos desprecio de las ramas, y odio de las ramas que-
bradas. Estas se han secado y hecho inútiles por su incredulidad; voso-
tros, que ahora estáis injertados en el mismo árbol por la fe, no pre-
sumáis tanto de vosotros mismos, no deis lugar a pensamientos de
elación y de vana seguridad; obrad vuestra salud con temor y temblor,
porque no hay razón alguna para persuadirse que Dios ha de contem-
plar más a las ramas extrañas, por estar injertas en buena oliva, que lo
que contempló a las ramas naturales: Mas tú por la fe estás en pie;
pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdo-
nó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti 4. De aquí se si-
gue que no es imposible que suceda a los injertos aquel mismo trabajo
que sucedió a las ramas naturales.
[275] »En este consejo de Dios, admirable o inescrutable, debemos
considerar, por una parte, la bondad y misericordia del Señor, y por
otra, su justicia y severidad. La severidad para con los Judíos ingratos,
que fueron infieles a su vocación, y se obstinaron en su infidelidad; la
bondad para con las Gentes, que fueron llamadas en su lugar. Mas esta

1 Rom. 11, 17.


2 Rom. 11, 18.
3 Rom. 11, 19.
4 Rom. 11, 20-21.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 465

bondad para con las Gentes (no menos que la severidad para con los
Judíos) es necesario entenderla bien, porque es muy fácil abusar de
una y de otra. Así como la severidad para con los Judíos debe durar
indispensablemente todo el tiempo que durare su infidelidad, y nada
más, así la bondad para con las Gentes deberá durar todo el tiempo
que éstas permanecieren en aquella fe y bondad, que Dios ha preten-
dido de ellas, y nada más. Si este tiempo se llena alguna vez, como está
escrito, así como se ha de llenar el tiempo de la incredulidad de los
Judíos, como también está escrito, ¿qué otra cosa, ni qué suerte mejor
pueden esperar los injertos, sino la misma severidad que han experi-
mentado las ramas naturales, y tal vez mayor? Mira, pues, la bondad
y la severidad de Dios: la severidad para con aquellos que cayeron, y
la bondad de Dios para contigo, si permanecieres en la bondad; de
otra manera serás tú también cortado. Y aun ellos, si no permanecie-
ren en la incredulidad, serán injertados, pues Dios es poderoso para
injertarlos de nuevo 1.
[276] »Si esto os causa gran novedad, si os parece dura cosa y difí-
cil de creer, volved los ojos a vosotros mismos, y haced esta breve, fácil
y justa reflexión. Yo fui sacado por la bondad de Dios de mi oleastro
inútil e infructuoso, que sólo era bueno para el fuego; fui injertado en
buen olivo por la sabia, omnipotente y benéfica mano del Padre celes-
tial. Por este beneficio quedé en estado de poder gozar abundantísi-
mamente del jugo pingüe de la raíz del árbol, y por consiguiente de dar
frutos dignos de Dios. Pues cuando las ramas propias y naturales del
mismo árbol le sean enteramente restituidas (como es cierto que lo han
de ser); cuando sea como injertadas de nuevo, según su naturaleza, por
la misma mano sabia, omnipotente y benéfica del Dios de Abraham,
¿qué frutos no podrán dar, y qué frutos no darán? Porque si tú fuiste
cortado del natural acebuche, y contra natura has sido injertado en
buen olivo, ¿cuánto más aquellos, que son naturales, serán injertados
en su propio olivo? 2.
Parte tercera
[277] »La incredulidad presente de los Judíos, su obstinación, su
dureza, su ceguedad en medio de tan gran luz, y el estado singular en
que por esto se hallan, es un fenómeno bien extraordinario, y como un
enigma o misterio, más digno de una atenta consideración que de una
inconsiderada indignación; porque el conocimiento de este gran mis-
terio, desde su principio hasta su fin, puede ser utilísimo a todos los
creyentes de todas las naciones. Yo, que no deseo otra cosa que vues-
tro verdadero bien, quiero descubriros este misterio y revelaros este

1 Rom. 11, 22-23.


2 Rom. 11, 24.
466 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

secreto, porque no seáis sabios en vosotros mismos 1; para que mode-


réis vuestra nimia confianza, que puede fácilmente pasar a presun-
ción, y aun a temeridad, y deis lugar a un santo y religioso temor. Sa-
bed, hermanos, que la ceguedad presente de los Judíos, con todas sus
consecuencias, es un misterio grande, unido estrechísimamente con el
misterio no menos grande de vuestra vocación; de modo que aquel
primero depende de este segundo, y durará tanto, cuanto éste durare,
es a saber, hasta que entre la plenitud de las Gentes; no cierto todas,
sino las que han de entrar según la presciencia y elección de Dios:
Porque muchos son los llamados, más pocos los escogidos 2; hasta que
ya no se halle entre las Gentes quien quiera entrar; hasta que los que
estaban dentro se vayan saliendo, y los que quedaren se vayan res-
friando en la caridad, por la abundancia de la iniquidad; hasta que, en
fin, se llenen los tiempos de las naciones.
[278] »Llegado este tiempo, y concluido este misterio, tiene deter-
minado el misericordioso y justo Dios de llamar a los Judíos, y recoger
todas sus reliquias con grandes piedades, así como está escrito, anun-
ciado y prometido en sus Escrituras. Y porque no es posible citar aquí
todos los lugares de las Escrituras que hablan de esto, bastará por aho-
ra el capítulo 59 de Isaías, donde se dice: Cuando viniere a Sión (o co-
mo leen todas las versiones, vendrá a Sión, o por Sión) el Redentor…
(y el de San Pablo que dice: Vendrá de Sión el Libertador) que deste-
rrará la impiedad de Jacob. Y ésta será mi alianza con ellos, cuando
quitare sus pecados 3. Por tanto, si Dios los trata ahora como a enemi-
gos, esta enemistad no sólo es justísima respecto de ellos, sino tam-
bién llena de bondad respecto de vosotros. Mejor diré, esta enemistad
con los Judíos es solamente por causa de vosotros, por vuestro amor,
por vuestra contemplación, por vuestro mayor bien; pues en la presen-
te providencia, estrecha es la cama, de modo que uno de los dos ha de
caer; y una manta corta no puede cubrir al uno y al otro 4. Mas si por
este respecto son ahora enemigos, por otro respecto no lo son, sino an-
tes carísimos a Dios, que no puede negarlo del todo sin negarse a sí
mismo, pues tiene empeñada su real palabra, que es ésta: En verdad,
según el Evangelio, son enemigos por causa de vosotros; mas según
la elección, son muy amados por causa de sus padres 5. Si ellos son
ahora dignos de ira por su incredulidad, por su obstinación y por cau-
sa de vosotros, también son dignos de misericordia por la justicia de
sus padres, por los méritos de sus padres, por las promesas hechas a
sus padres; pues los dones y vocación de Dios son inmutables 6. No

1 Rom. 11, 25.


2 Mt. 20, 16.
3 Is. 59, 20; Rom. 11, 26-27.
4 Is. 28, 20.
5 Rom. 11, 28.
6 Rom. 11, 29.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 467

puede Dios arrepentirse de haber prometido, ni niega sus promesas, ni


deja de cumplirlas con toda plenitud.
Parte cuarta
[279] »Así como vosotros estabais en aquel tiempo sin Cristo, se-
parados de la comunicación de Israel, y extranjeros de los testamen-
tos (del antiguo y del nuevo), no teniendo esperanza de la promesa, y
sin Dios en este mundo 1; así como vosotros no conocíais al verdadero
Dios, y ahora le habéis hallado sin buscarlo 2, y habéis conseguido mi-
sericordia por la incredulidad de los Judíos; así éstos ahora no creen,
ni quieren oír hablar de la misericordia que vosotros habéis hallado,
creyendo en aquel que ellos reprobaron y crucificaron. ¿Y pensáis que
no habrá en esto algún gran misterio digno de la grandeza, sabiduría y
bondad de Dios? No, por cierto… Porque como también vosotros en
algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanzado miseri-
cordia por la incredulidad de ellos; así también éstos ahora no han
creído en vuestra misericordia, para que ellos alcancen también mi-
sericordia 3. El gran misterio es que quiere Dios, y lo tiene así deter-
minado, que los Judíos hallen misericordia de aquel mismo modo, y
por aquel mismo camino, por donde la hallaron las Gentes. Estas ha-
llaron misericordia sin buscarla, por la incredulidad de los Judíos: Y
ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos 4.
Pues aplicad la semejanza, y sacad fielmente la buena y legítima con-
secuencia: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para
usar con todos de misericordia 5. Dios, por su infinita grandeza y por
sus juicios incomprensibles, ha encerrado todo este gran misterio (de
las Gentes y de los Judíos) en la incredulidad de los unos y de los otros,
para hacer misericordia con todos. En la incredulidad de los Judíos,
para llamar a las Gentes en su lugar, y hacer con ellas grandes miseri-
cordias; y en la incredulidad de las Gentes, cuando ésta suceda, y está
anunciada y llegue a cierto punto, para volver a llamar a los Judíos, y
hacer con ellos todas aquellas misericordias que ya están escritas. Mis-
terio verdaderamente grande o incomprensible, al paso que cierto o
innegable, del cual nos dan ideas bien claras todas las Escrituras».
[280] El autor mismo de este discurso, siendo uno de los hombres
más sabios y más ilustrados del cielo, da muestras, llegando aquí, de
hallarse todo sumergido, y como perdido, en el abismo insondable de
los juicios de Dios; y no pudiendo pasar adelante, concluye con aquella
célebre exclamación, tan llena de piedad como de verdad: «¡Oh, pro-

1 Ef. 2, 12.
2 Is. 65.
3 Rom. 11, 11 y 30-31.
4 Rom. 11, 30.
5 Rom. 11, 32.
468 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

fundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán


incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos! Porque
¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O
quién le dio a él primero, para que le sea recompensado? Porque de
él, y por él, y en él son todas las cosas; a él sea gloria en los siglos.
Amen» 1.

Se declara quién es el autor


del precedente discurso

PÁRRAFO 7
[281] Por estas últimas palabras conoceréis ya claramente, si acaso
no lo habéis conocido desde el principio, quién es el autor de este dis-
curso. Si os parece duro y amargo, y por eso inacordable con las ideas
favorables, podéis dar vuestras quejas amorosas a vuestro propio após-
tol y doctor, el cual, inspirado por el Espíritu de Dios, lo predicó así a to-
dos los creyentes de las naciones, y no sin misterio lo envió directamen-
te a los Romanos; protestando sobre este punto particular, que aunque
Apóstol propio de las Gentes, no podía menos que honrar su ministerio.
[282] Y no he hecho otra cosa que traducir este discurso en mi pro-
pio idioma, con aquella especie de extensión o explanación que llama-
mos paráfrasis; atándome escrupulosamente, no tanto a las palabras o
sílabas, cuanto al fondo de la doctrina, y a la mente expresa del autor.
Lo cual me ha parecido tanto más importante y necesario, cuanto veo
con mis ojos y toco con las manos la gran oscuridad y tinieblas en que
nos dejan los intérpretes sobre este lugar de San Pablo, y sobre tantos
otros que tienen con éste, no sólo estrecha relación, sino verdadera
identidad. El punto que aquí trata el Apóstol es el misterio grande y
admirable de la vocación de las Gentes, tomado este misterio todo ente-
ro desde su principio hasta su fin, esto es, desde que a los Judíos se les
quitó enteramente el reino de Dios, se dio a las Gentes, hasta la voca-
ción y asunción y plenitud futura de los mismo Judíos, o hasta la con-
sumación del misterio de Dios, a donde se encaminan y a donde van a
parar todas las profecías. El Apóstol revela aquí claramente el misterio
diciendo que, como fiel ministro de Dios, no puede hacer otra cosa que
decir la pura verdad, y con ella honrar su ministerio: Porque con voso-
tros hablo, Gentiles: mientras que yo sea apóstol de las Gentes, honra-
ré mi ministerio 2.
[283] Con todo esto, parece innegable (a lo menos a quien quiera
mirar estas cosas con simplicidad, poniendo aparte por un momento

1 Rom. 11, 33-36.


2 Rom. 11, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 469

todos los efugios y las sutilezas), parece, digo, innegable, que este mis-
terio grande y cierto de la vocación de las Gentes, como se halla en las
Escrituras, y como aquí lo propone en compendio el Apóstol de las
mismas gentes, no se ha entendido hasta ahora, o no se ha querido en-
tender perfectamente. (Perdonad la descortesía, o la rusticidad, o la
audacia, o como queráis llamarla; con tal que no digáis la falsedad, no
pienso yo contradeciros). Han tomado, es verdad, las Gentes cristia-
nas, han creído, han abrazado, han ponderado, todo lo que en el mis-
terio admirable de su vocación les es favorable. Pensando buenamente
que los pérfidos Judíos ya están reprobados, y absolutamente abando-
nados de su Dios; pensando píamente que todo el misterio de Dios,
que contienen las Escrituras, debe encaminarse únicamente, debe ter-
minarse, debe concluirse y perfeccionarse en la vocación de las Gen-
tes; ha sido imposible que den entrada a otras ideas poco agradables,
aunque partes esenciales de este mismo misterio. Así se ve, y es bien
fácil repararlo, el esfuerzo grande que hacen los doctores, y las sutile-
zas e ingeniosidades que ponen en obra, especialmente sobre este lu-
gar de San Pablo, para separar lo amargo de lo dulce, y salir con felici-
dad del gran embarazo en que los pone su propio Apóstol. Tanto, que
muchos de ellos, no atreviéndose a disimular del todo lo que aquí dice
el Apóstol en favor de los Judíos, han creído, no obstante, que les era
lícito usar con estos miserables cierta especie de compensación; quiero
decir, negarles lo que dice San Pablo y anuncian los Profetas, porque
es demasiado para los viles y pérfidos Judíos, ni se puede entender ni
conceder sin deshonor de las Gentes cristianas, que son el verdadero
Israel de Dios; y para compensar esta pequeña falta, concederles gene-
rosamente otras muchas cosas bien ordinarias, de que no hablan ni los
Profetas ni San Pablo; las cuales se pueden muy bien conceder, sin
perjuicio alguno de los que creen ser dueños de los tesoros de Dios. Si
esta compensación es justa o no, a mí no me toca el decirlo; pues al fin
soy parte, y puede cegarme la pasión. En efecto, esto me parece lo mis-
mo que dar pedazos de vidrio en abundancia a aquella misma persona
a quien se le quitan sus diamantes.
[284] Si hacéis, amigo, alguna reflexión, no dejaréis de acordaros
que esto mismo, en sustancia, sucedió antiguamente a los doctores ju-
díos cuando llegaban a la explicación de algunos lugares de la Escritu-
ra, no menos contrarios a su pueblo que favorables a las Gentes. Ellos
concedían liberalmente, mas concedían lo que la Escritura no dice; y
negaban al mismo tiempo, o disimulaban, lo que dice, endulzándolo de
tal modo que no perjudicase al pueblo santo. Creo que ésta fue una de
las principales causas de su perdición: este amor desordenado de sí
mismo, esta confianza desmedida, esta nimia satisfacción, este rete-
nerlo todo para sí, este interpretarlo todo a su favor, etc.
470 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[285] Deseara, amigo, si esto fuera posible, que todas estas cosas se
considerasen con la mayor formalidad posible; no despreciando ni per-
diendo de vista cierta luz, que empieza ya a aclararnos todo el misterio,
mostrándonos el camino fácil y llano que conduce a la verificación ple-
na y perfecta de todas las profecías, y haciéndonos ver desde el princi-
pio hasta el fin el misterio grande de la vocación de las Gentes y cegue-
dad de los Judíos. Esta luz de que hablo no es otra que el sistema pre-
sente del mundo, y del estado en que ya se halla entre las naciones la
Iglesia de Cristo por la mayor parte, esto es, ni fría, ni caliente 1.
[286] Para que podáis ahora comparar con el texto mismo de San
Pablo la traducción y paráfrasis que acabáis de leer, os presento aquí
el mismo texto original, dividido así mismo en sus cuatro partes, que
son como cuatro rayos de luz que se unen en un mismo punto.

Epístola de San Pablo Apóstol a los Romanos,


capítulo 11

Parte primera
[287] Digo, pues: ¿Por ventura ha desechado Dios su pueblo? No
por cierto, porque también yo soy israelita, del linaje de Abraham, de
la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al que cono-
ció en su presciencia. ¿O no sabéis lo que dice de Elías la Escritura,
cómo se queja a Dios contra Israel? Señor, mataron tus Profetas, de-
rribaron tus altares, y yo he quedado solo, y me buscan para ma-
tarme. Mas ¿qué le dice la respuesta de Dios? Me he reservado siete
mil varones, que no han doblado las rodillas delante de Baal. Pues así
también en este tiempo, los que se han reservado de ellos, según la
elección de la gracia, se han hecho salvos. Y si por gracia, luego no
por obra; de otra manera la gracia ya no es gracia. ¿Pues qué? Lo
que buscaba Israel, esto no lo alcanzó, mas los escogidos lo alcanza-
ron; y los demás fueron cegados, así como está escrito: Les dio Dios
espíritu de remordimiento, ojos para que no vean, y orejas para que
no oigan hasta hoy día 2.
Parte segunda
[288] Pues digo: ¿Que tropezaron de manera que cayesen? No
por cierto. Mas por el pecado de ellos vino la salud a los Gentiles, pa-
ra incitarlos a la imitación. Y si el pecado de ellos son las riquezas del
mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los Gentiles, ¿cuánto
más la plenitud de ellos? Porque con vosotros hablo, Gentiles: Mien-

1 Apoc. 3, 15.
2 Rom. 11, 1-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 471

tras que yo sea Apóstol de las gentes, honraré mi ministerio, por si de


algún modo puedo mover a emulación a los de mi nación, y hacer que
se salven algunos de ellos. Porque si la pérdida de ellos es la reconci-
liación del mundo, ¿qué será su restablecimiento, sino vida de los
muertos? Y si el primer fruto es santo, lo es también la masa; y si la
raíz es santa, también los ramos. Y si algunos de los ramos fueron
quebrados, y tú siendo acebuche, fuiste injertado en ellos, y has sido
hecho participante de la raíz, y de la grosura de la oliva, no te jactes
contra los ramos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la
raíz a ti. Pero dirás: Los ramos han sido quebrados, para que yo sea
injertado. Bien, por su incredulidad fueron quebrados, mas tú por la
fe estás en pie; pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si
Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti.
Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad para con
aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo, si permane-
cieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado. Y aun
ellos, si no permanecieren en la incredulidad, serán injertados; pues
Dios es poderoso para injertarlos de nuevo. Porque si tú fuiste corta-
do del natural acebuche, y contra natura has sido injertado en buen
olivo, ¿cuánto más aquellos, que son naturales, serán injertados en
su propio olivo? 1.
Parte tercera
[289] Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (por-
que no seáis sabios en vosotros mismos): que la ceguedad ha venido
en parte a Israel, hasta que haya entrado la plenitud de las Gentes, y
que así todo Israel se salvase, como está escrito: Vendrá de Sión (o a
Sión) el libertador que desterrará la impiedad de Jacob; y ésta será
mi alianza con ellos, cuando quitare sus pecados. En verdad, según el
Evangelio, son enemigos por causa de vosotros; mas según la elec-
ción, son muy amados por causa de sus padres; pues los dones y vo-
cación de Dios son inmutables 2.
Parte cuarta
[290] Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis
a Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de
ellos, así también éstos ahora no han creído en vuestras misericor-
dias, para que ellos realicen también misericordia. Porque Dios todas
las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericor-
dia. ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia
de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus

1 Rom. 11, 11-24.


2 Rom. 11, 25-29.
472 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su


consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le sea recompensa-
do? Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas; a él sea gloria
en los siglos. Amen 1.

Reflexiones

PÁRRAFO 8
[291] Esta cuarta parte del discurso de San Pablo (empecemos por
aquí) no contiene otra cosa que una proposición y una exclamación. La
proposición descubre y afirma un misterio oculto que ninguno pudiera
saber, ni aun el mismo Apóstol, sin revelación expresa de Dios. Este
misterio debe ser sin duda muy grande, pues sólo propuesto en cuatro
palabras, ha producido dos efectos, ambos grandes y bien notables,
aunque muy diversos entre sí. Un efecto produjo en el Apóstol mismo,
luego al punto que reveló el misterio inspirado por el Espíritu Santo.
Otro efecto, al parecer infinitamente diverso, ha producido en los doc-
tores, que verosímilmente han mirado dicha proposición por todos sus
aspectos. El efecto que produjo en San Pablo fue hacerlo prorrumpir
inmediatamente en aquella célebre exclamación, que es una de las pie-
zas más sublimes, más expresivas y más religiosas que se leen en todas
las Escrituras: ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de
la ciencia de Dios! Mas el efecto que ha producido en los doctores,
¿cuál será? Confieso, amigo mío, que me falta el ánimo para decirlo; y
ciertamente omitiera esta verdad (como omito tantas otras que vos no
sabéis), si por otra parte no entendiese que en las presentes circuns-
tancias debo también honrar mi ministerio, no disimulando una ver-
dad tan importante por respetos puramente humanos. Hablando, pues,
francamente, y salvo el respeto que se les debe, el efecto que ha pro-
ducido en ellos, según el sistema favorable, ha sido no admitir dicha
proposición, ni el misterio contenido en ella según está, sino después
de bien acrisolado, después de bien limado, y después de haberle qui-
tado algunas superfluidades, no sólo molestas o incómodas, sino tam-
bién absolutamente insufribles. ¿No me entendéis?
[292] Así suavizada la proposición, y dulcificado el misterio, yo
pregunto ahora: ¿Qué juicio podremos hacer de la gran exclamación
de San Pablo? ¿Qué quiere decir, en la boca o pluma del Doctor de las
Gentes, una exclamación tan expresiva y tan llena de religioso entu-
siasmo, para una cosa respectivamente tan pequeña; para una propo-
sición, digo, que después de bien acrisolada, o pasada por el esto es, ya
no contiene misterio alguno digno de tal exclamación? ¿No podremos

1 Rom. 11, 30-36.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 473

con razón decir que el Doctor y Maestro de las Gentes podía haber re-
servado una pieza tan sublime para otro misterio mayor? ¿No podre-
mos con razón decir que su exclamación, por el mismo caso que es tan
sublime, parece un verdadero despropósito?
[293] En efecto, supongamos por un momento que la proposición,
así moderada y dulcificada como se halla en los doctores, sea en la rea-
lidad lo que intentó decirnos el apóstol San Pablo; supongamos que
esta proposición, reducida a sus justos quilates, sólo contenga, o sólo
deba contener, este pequeño misterio: Porque como también vosotros
(las Gentes) en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis al-
canzado misericordia por la incredulidad de ellos, así también éstos
ahora no han creído en vuestra misericordia, para que ellos alcancen
también misericordia. Porque Dios todas las cosas encerró en incre-
dulidad, para usar con todos de misericordia. Esto es: así como voso-
tros, Gentiles, no conocíais al verdadero Dios, ni creíais en él, y no obs-
tante, ahora habéis hallado misericordia sin buscarla, por la increduli-
dad de los Judíos; así éstos no creen ahora en vuestra misericordia, y
no obstante esta incredulidad y obstinación presente, hallarán tam-
bién misericordia en algún tiempo, esto es, al fin del mundo, porque
provocados de vuestro buen ejemplo, y avergonzados de haber creído
en el Anticristo, abrirán finalmente los ojos, creerán en Cristo, y la
Iglesia los recibirá en su seno. Ya veis que la proposición de que vamos
hablando no está todavía concluida: le falta una cláusula brevísima,
pero tan llena de sustancia, que ella sola aclara toda la proposición, y
produce al punto la exclamación: Porque Dios todas las cosas encerró
en incredulidad, para usar con todos de misericordia. ¿Qué quiere
decir esta breve cláusula? A San Pablo le pareció un misterio tan alto
que, confesando tácitamente su pequeñez, exclamó diciendo: ¡Oh, pro-
fundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos!
[294] Mas esta misma cláusula, después de pasada por el crisol, se
ve ya tan pequeña, y su misterio tan claro, que no parece digno de tal
exclamación. Parece que el Apóstol debía haber reservado una pieza tan
sublime para otro misterio mayor. Después de dulcificada la cláusula
con todo su misterio, el sentido único que le queda es éste: Porque Dios
todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de mise-
ricordia. Dios ha permitido que todos los hombres, así Gentiles como
Judíos, cayesen en el gravísimo delito de la infidelidad o incredulidad,
y que en él estuviesen todos comprendidos y como encarcelados, para
hacer ostentación de su misericordia con todos los hombres, así Genti-
les como Judíos, perdonando sucesivamente a los unos y a los otros, y
recibiéndolos en su gracia y amistad: a los Gentiles, conforme han ido
creyendo el Evangelio y agregándose a la Iglesia de Cristo; y a los Ju-
474 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

díos, cuando crean también ellos y se agreguen a la misma Iglesia, lo


cual sucederá algún día, esto es, al fin del mundo. ¿Y no hay más mis-
terio que éste en la cláusula que vamos observando? No, amigo, no hay
más misterio que éste, por cuanto yo he podido averiguar. Esto es lo
único que, según los intérpretes de San Pablo, se puede conceder. To-
do lo demás que se presenta obvia y naturalmente a cualquiera que
lee, no es posible que halle lugar. ¿Por qué razón? Porque entonces se
siguieran obvia y naturalmente, sin poder evitarlas, algunas conse-
cuencias sumamente duras, que no dicen bien con su sistema.
[295] Siguiera, lo primero: que así como las Gentes hallaron mise-
ricordia sin buscarla, así como estaba escrito: Halláronme los que no
me buscaron. Dije: Vedme, vedme, a una nación que no invocaba mi
nombre 1, y esto por la incredulidad de los Judíos 2; así los Judíos han
de hallar misericordia sin buscarla, por la incredulidad de las mismas
Gentes; por consiguiente, que esta general incredulidad de las Gentes
se puede algún día verificar. Se siguiera, lo segundo: que así como por
la incredulidad de los Judíos llamó Dios a las Gentes, las hizo entrar a
la cena, y ocupar el puesto de los incrédulos (cumpliéndose puntual-
mente lo que ya había dicho Moisés, y nota San Pablo: Yo os provoca-
ré a celos con una que no es gente; yo os moveré a ira con una gente
ignorante 3); así, dejando de creer las Gentes en algún tiempo, volverá
Dios a llamar a los Judíos, y les hará ocupar con grandes ventajas aquel
mismo puesto que habían perdido; trocándose las suertes, pasando de
unos a otros la triste emulación, e inclinándose el cáliz de la una a la
otra parte. Se siguiera, lo tercero: que así como las Gentes entraron a
ser el pueblo de Dios, y también la esposa de Dios, por la incredulidad
de los Judíos; así éstos, por el contrario, entrarán algún día por la
misma causa a ser otra vez pueblo de Dios, Israel de Dios, esposa de
Dios: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar
con todos de misericordia. Se siguiera…
[296] Bien. ¿Y qué dificultad hay en todo esto? ¿Qué repugnancia?
¿Qué contradicción? ¿No es esto mismo lo que dice el texto del Após-
tol, y lo que predica claramente todo su contexto? ¿No es esto mismo
lo que anuncian otras muchas Escrituras de que ya hemos hablado?
¿No es esto mismo lo que hizo prorrumpir al Apóstol en aquella reli-
giosa exclamación? ¿Por qué no queremos recibirlo? ¿Acaso porque no
es favorable? ¡Dura cosa parece! Mas la verdad es que a esta sola razón
se reduce todo. Temo no obstante, que todavía os parezca buena aque-
lla razón que apuntamos en otra parte, y que queráis proponerla de
nuevo, como un misterio sagrado que no se puede escudriñar sin te-

1 Rom. 11, 8; Is. 65, 1.


2 Rom. 11, 30.
3 Rom. 10, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 475

meridad. Si se admitiese (pensáis decirme) la proposición de San Pa-


blo, así cruda, áspera y amarga según está, sería necesario, guardando
consecuencia, admitir del mismo modo dos o tres centenares de pro-
posiciones semejantes, que se leen frecuentemente en los Profetas, en
los Salmos y aun en las Escrituras del Nuevo Testamento; y en este ca-
so, ¿qué se siguiera? Se siguiera (decís con gran formalidad) que las
promesas tan grandes y tan absolutas que Jesucristo tiene hechas a su
Iglesia, no pudieran tener lugar; se falsificaran infaliblemente, faltara
el Hijo de Dios a su real palabra.
[297] ¿Cómo faltara el Hijo de Dios en este caso a su real palabra?
¿Sus promesas infalibles no pudieran verificarse? ¿Y vos creéis, señor,
que el Hijo de Dios era capaz de prometer alguna cosa contraria a lo
que tenían anunciado los Profetas? ¿No declaró él mismo todo lo con-
trario, diciendo en términos formales: No penséis que he venido a
abrogar la ley, o los Profetas; no he venido a abrogarlos, sino a dar-
les cumplimiento? 1. ¿No añadió luego para mayor claridad: Porque en
verdad os digo, que hasta que pase el cielo y la tierra, no pasará de la
ley ni un punto, ni un tilde, sin que todo sea cumplido? 2. ¿Y vos creéis
que el apóstol San Pablo era capaz de adelantar inconsideradamente
alguna proposición incompatible con las promesas del Hijo de Dios,
que él no podía ignorar?
[298] Vengamos, no obstante, al examen de estas promesas, y ve-
remos que no hay nada en lo dicho contra ellas. Las que se hallan a este
propósito en todos los cuatro Evangelios son éstas. Primera: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del in-
fierno no prevalecerán contra ella 3. Segunda: Mas yo he rogado por ti
(Simón), que no falte tu fe 4. Tercera: Mirad que yo estoy con vosotros
todos los días hasta la consumación del siglo 5. Si hay alguna otra pro-
mesa a este propósito, no me ocurre; mas téngase por cierto que no será
mejor que estas tres. Mas de todas ellas, ¿qué se concluye? Nada, ami-
go, a vuestro favor, y menos que nada; porque son conocidamente muy
fuera de propósito. En alegar aquí dichas promesas, nos dais a entender
que todavía no habéis advertido bien el gran equívoco que han ocasio-
nado. Parece que todavía pensáis que las promesas de Cristo a su Igle-
sia, que se hallan registradas en los Santos Evangelios, hablan solamen-
te con las Gentes que fueron llamadas en lugar de los Judíos, por su in-
credulidad. Parece que todavía pensáis que todo el misterio de Dios, de
que hablan las Escrituras, se encierra, se concluye y se perfecciona en la

1 Mt. 5, 17.
2 Mt. 5, 18.
3 Mt. 16, 18.
4 Lc. 22, 32.
5 Mt. 28, 20.
476 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

vocación de las Gentes. Parece que todavía pensáis que las Gentes lla-
madas, y recibidas con tan grandes misericordias en lugar de los incré-
dulos Judíos, perseverarán hasta la fin del mundo en aquella fe, en
aquella bondad y fidelidad, a que fueron llamadas. Parece que todavía
pensáis que los injertos contra la naturaleza en buen olivo, darán siem-
pre, constantemente, frutos abundantes y dignos de Dios; y aunque lle-
gue el tiempo en que no den tales frutos, así como está escrito, serán no
obstante respetados y privilegiados, mucho más de lo que lo fueron las
ramas naturales. Parece, en fin, que las promesas que hizo Cristo a su
Iglesia, os han hecho olvidar del todo aquella amenaza del Apóstol, en-
derezada a los mismos injertos: Si permanecieres en la bondad; de
otra manera serás tú también cortado; mirando esta sentencia como
cruda, áspera y amarga, y por consiguiente como vacía de significación,
como metal que suena, o campana que retiñe 1.
[299] Imaginad ahora que yo, imitando vuestro modo de discurrir,
y alegando las mismas promesas del Hijo de Dios, os propusiese esta
dificultad: Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, y en solos los Ju-
díos, pues así San Pedro, a quien entregó las llaves, como los demás
apóstoles y discípulos, a quienes dejó sus órdenes, con todas las facul-
tades necesarias para ejecutarlas, eran todos judíos, no habiendo entre
ellos uno solo que no lo fuese. El mismo Jesucristo, hablando con es-
tos santos judíos, sin nombrar expresamente a las Gentes, les hizo
aquellas promesas de que hablamos, y les empeñó su real palabra, di-
ciéndoles entre otras cosas, al despedirse de ellos, que estaría con ellos
hasta la consumación del siglo. No obstante estas promesas, es cierto
que pocos años después dejó a los Judíos, arrojándolos a las tinieblas
exteriores, y se pasó enteramente a las Gentes; sacó de Jerusalén el
candelero grande, y lo puso en Roma, etc. Se pregunta ahora: ¿Cómo
podremos componer esta conducta del Señor con sus promesas infali-
bles? ¿Cómo podremos salvar intacta la palabra real del Hijo de Dios?
[300] Yo no dudo que os reiréis de mi dificultad, creyendo facilí-
sima la solución. A mí también me parece fácil, absolutamente hablan-
do, pero si queréis guardar consecuencia, se me figura bien difícil. Mas
sea como fuere, yo la ofrezco al punto por solución de vuestra dificul-
tad. Si a ésta no satisface, tampoco puede satisfacer a la mía; pues am-
bas se fundan sobre un mismo principio, o por mejor decir, sobre un
mismo equívoco. Jesucristo, sin faltar a sus promesas, sacó el gran
candelero de Jerusalén, y lo puso en Roma; ¿y creéis que faltará a sus
promesas si en algún tiempo, por las mismas razones, saca de Roma el
mismo candelero, y después de bien purificado, lo vuelve a poner en
Jerusalén? Jesucristo, sin faltar a sus promesas, arrojó de sí a los Ju-

1 1 Cor. 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 477

díos, les quitó el reino de Dios, principalmente lo activo de él, y se lo


dio enteramente a las Gentes; ¿y creéis que faltará a sus promesas si
en algún tiempo, por las mismas razones, y tal vez mayores, arroja de
sí a las Gentes ingratas, les quita el reino de Dios que les había dado, y
lo vuelve a dar a los Judíos? Si acaso lo creéis, deberéis mostrarnos al-
guna Escritura auténtica y clara de donde conste este privilegio; la cual
os será tan difícil de hallar, que antes hallaréis en su lugar no pocas
que prueban expresamente todo lo contrario, según hemos observado
hasta aquí, y todavía iremos observando. Y aunque no hubiera otra
que el discurso de San Pablo, ¿no debía bastar esto solo para hacernos
abrir los ojos, y confesar sinceramente vuestra equivocación?
[301] Fuera de esta primera reflexión, podemos fácilmente hacer
otras muchas, atendiendo bien a algunas expresiones bien notables del
mismo apóstol. Por ejemplo, estas cuatro (del capítulo 11 de su epístola
a los Romanos). Primera: Si el pecado de ellos son las riquezas del
mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los Gentiles, ¿cuánto
más la plenitud de ellos? Segunda: Porque si la pérdida de ellos es la
reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento sino vida de
los muertos? Tercera: Mas no quiero, hermanos, ignoréis este misterio
(porque no seáis sabios en vosotros mismos). Cuarta: Enemigos por
causa de vosotros…, muy amados por causa de sus padres. Todas es-
tas expresiones en boca del Apóstol propio de las Gentes, del predica-
dor de la verdad, del hombre más ilustrado del cielo y más amante de
las mismas Gentes, deben tener alguna propia significación, proporcio-
nada a la grandeza de las expresiones, y al contexto mismo de todo el
discurso. Mas si se miran estas expresiones después de haber salido del
crisol, ya no se halla en ellas otra cosa que disonancia o impropiedad.
Aquellas palabras que en el texto de San Pablo parecen tan llenas de
sustancia, por ejemplo plenitud de Israel, asunción de Israel, la vida
de los muertos, etc., después de haber pasado por él, se ve con los ojos
que han perdido toda su sustancia, no quedándoles otra cosa que aire,
sonido y pompa.
[302] ¿Qué plenitud de Israel, ni qué asunción de Israel, ni qué vi-
da de los muertos (podía decir cualquiera) es el convertirse a Cristo los
Judíos que sobrevivieren al Anticristo; el ser admitidos como de li-
mosna en la Iglesia de las Gentes, la víspera de acabarse el mundo; el
golpearse los pechos, y pedir misericordia estos miserables poco antes
que se acabe el mundo, y caiga sobre toda la tierra un diluvio de fuego?
¿Esto merece el nombre de plenitud de Israel? ¿Esto llama San Pablo
asunción de Israel? ¿Esta asunción podrá ser en algún sentido la vida
de los muertos? ¿Merece esto el nombre de misterio que le da San Pa-
blo? ¿Este es el gran misterio que revela a las Gentes, diciéndoles que
no quiere que lo ignoren para que no se envanezcan, para que no se
478 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

engrían, para que se conserven en temor y caridad cristiana, añadién-


doles: Porque no seáis sabios en vosotros mismos? Cierto que parece
difícil, por no decir imposible, conciliar unas ideas con otras, sin que
mutuamente se aniquilen.
[303] ¡Quién no temblará (decía pocos años ha uno de los sabios y
más celosos prelados de Francia, considerando el discurso mismo de
San Pablo, que hemos considerado), quién no temblará al oír estas
cosas de la boca del Apóstol y doctor de las gentes! ¿Podemos mirar
con indiferencia aquella venganza o aquel castigo terrible, que tantos
siglos ha se manifiesta contra los Judíos, cuando el mismo Apóstol
nos anuncia de parte de Dios que nuestra ingratitud e infidelidad nos
atraerá algún día un semejante tratamiento? 1.

Ultima observación.
El texto de Isaías citado por San Pablo

PÁRRAFO 9
[304] El sabio y juicioso autor que acabamos de citar, da grandes
muestras en el mismo lugar de haber comprendido perfectamente todo
el discurso del apóstol San Pablo, se hace cargo de casi todas sus expre-
siones, y de toda su fuerza y propiedad. Habla del estado futuro de los
Judíos (aunque brevemente, y sólo en general) como pudiera hablar el
más circuncidado. Representa entre otras cosas, con suma viveza y elo-
cuencia, aquel gran milagro que todo el mundo tiene a la vista, sin me-
recerle alguna atención particular, es a saber, que los Judíos, esparci-
dos tantos siglos ha entre todas las naciones, subsisten aún sin haberse
mezclado y confundido con ellas; y aun podemos decir (añade con gran
verdad y propiedad) que han sobrevivido a todas las naciones que en
varios tiempos los han oprimido y procurado exterminar. ¿Quién podrá
mostrar ahora los verdaderos descendientes de los antiguos Egipcios,
de los antiguos Asirios, de los antiguos Babilonios, de los antiguos
Griegos, ni aun de los antiguos Romanos; y pudiera añadirse: de todas
las naciones bárbaras que destruyeron este imperio? Todas estas razas
de gentes ya no se conocen, todas se han mezclado y confundido entre
sí. Sólo la descendencia del justo Abraham, sola la casa de Jacob, en
medio de tantas persecuciones, en medio de su extremo abatimiento y
vilipendio, subsiste hasta el día de hoy, y subsiste, no en algún ángulo
de la tierra, no en alguna isla incógnita, separada del comercio de las
otras naciones, sino a vista de ellas, en medio de ellas, y a pesar de ellas
mismas, sin haberles sido posible exterminarla, ni confundirla, ni aun

1 BOSSUET, Discurso sobre la historia universal, cap. 20.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 479

siquiera desconocerla. Todo esto en sustancia reflexiona este gran


hombre, y cierto que con gran razón. A lo cual pudiera añadirse otra
brevísima y utilísima reflexión, es a saber, que todo esto en sustancia, y
otras mil cosas más particulares, están ya registradas desde los días an-
tiguos, anunciadas, amenazadas y prometidas a toda la casa de Jacob
en sus santas Escrituras. En suma, Monseñor Bossuet concede aquí a
los Judíos (acomodándose al texto de San Pablo) aun algo más de lo
que puede permitir el sistema general, y mucho más de lo que conce-
den los otros doctores. Asimismo da grandes y manifiestas señales de
haber penetrado bien el misterio entero de la vocación de las Gentes,
desde su principio hasta su fin; pues dice y confiesa, aunque muy de
paso, lo que ningún otro, que yo sepa, ha confesado jamás, esto es, que
el Apóstol amenaza de parte de Dios a las Gentes cristianas con aquel
mismo tratamiento y severidad extrema con que vemos tratados a los
Judíos: Mirad, pues, la bondad y la severidad de Dios, dice San Pa-
blo: la severidad para con aquellos que cayeron, y la bondad de Dios
para contigo, si permanecieres en la bondad; de otra manera serás
tú también cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en la increduli-
dad, serán injertados, etc. Estas palabras del Apóstol las recibe con
toda su amargura este gran sabio, cuando otros, en su modo de hablar
confuso, nos tiran a insinuar que esta sentencia del Apóstol habla so-
lamente con algunos cristianos los más criminales, no en general con
la Iglesia de las Gentes. Y lo tiran a insinuar porque, aunque se infiera
de su contexto, no se atreven a decirlo en términos formales.
[305] No obstante todo esto, Monseñor Bossuet, llegando a lo más
inmediato y sustancial de los misterios que aquí revela el Apóstol, se
ve que al punto muda de tono, y cómo contemporizando con el sistema
general, o con el favorable modo de discurrir, nos deja al fin en la mis-
ma perplejidad, y en la misma confusión de ideas; hablando como to-
dos, con voz tan baja, y pasando con tanta prisa por lo más sustancial
del discurso de San Pablo, que parece imposible entender aquí aquel
mismo escritor, cuyo propio carácter es la claridad. Sin duda le pareció
a este gran hombre que no era todavía tiempo de explicar con más cla-
ridad sus propios sentimientos.
[306] Aunque pudiera notar aquí algunas otras cosas particulares,
no poco interesantes, lo que por ahora me lleva toda la atención es la in-
teligencia que da, siguiendo a otros intérpretes, a aquel lugar de Isaías
que cita San Pablo, cuando dice, hablando con las Gentes cristianas:
Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (porque no seáis
sabios en vosotros mismos): que la ceguedad ha venido en parte a Is-
rael hasta que haya entrado la plenitud de la Gentes, y que así todo
Israel se salvase, como está escrito. Para probar que lo que dice está
registrado en las Escrituras, para verificar este como está escrito, en-
480 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tre otros muchos lugares que podía citar, elige uno, atendiendo a la
brevedad, el cual le pareció el más acomodado a su asunto particular.
Considerémoslo todo entero. Vistióse de justicia como de loriga, y yel-
mo de salud en su cabeza; se puso vestidos de venganza, y cubrióse
de celo como de un manto, como para hacer venganza, como para re-
tornar indignación a sus enemigos, y volver las veces a sus adversa-
rios; a las islas dará su merecido. Y los que están al occidente teme-
rán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él,
cuando viniere como río impetuoso, a quien el espíritu del Señor im-
pele, y cuando viniere a Sión el Redentor. Y a aquellos que se vuelven
de la maldad en Jacob, dice el Señor: Esta será mi alianza con ellos 1.
[307] Sobre este texto que cita San Pablo, dice Monseñor de Meaux
estas precisas palabras: Así los Judíos entrarán algún día, y entrarán
para no desviarse jamás; pero no entrarán sino después que el orien-
te y el occidente, esto es, todo el universo, estará lleno del temor y del
conocimiento del Señor.
[308] Quien leyere esta sentencia de un hombre tan sabio, y por
tantos títulos grande y digno de este nombre, pensará sin duda que,
así el Profeta como el Apóstol que lo cita, no quieren decirnos otra co-
sa sino que Israel estará ciego, como lo está ahora, hasta que el oriente
y el occidente, esto es, todas las naciones del universo, estén dentro de
la Iglesia, llenas de religión, de piedad y de aquel santo temor de Dios,
que es uno de los dones del Espíritu Santo, y el propio distintivo de la
verdadera justicia, y por consiguiente de la verdadera fe. ¿Mas no es
ésta una inteligencia infinitamente ajena del texto, mucho más de su
contexto, y aun de todas las Escrituras? Los que están al occidente te-
merán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él.
Estas palabras por sí solas, sin atender a las que preceden, ni a las que
siguen en el mismo texto, es facilísimo acomodarlas a cuanto se qui-
siere; mas ¿cómo será esto posible, si se leen unidas con su contexto?
¿Cómo será posible no reconocer en todo el contexto entero la venida
del Señor en gloria y majestad, en la cual deberá temer el oriente y el
occidente, esto es, todo el universo? No ciertamente con aquel temor
religioso y santo, que es el principio de la sabiduría y el carácter de la
justicia (porque esta idea es diametralmente opuesta a todas las ideas
que nos dan sobre esto las Escrituras, como tantas veces hemos nota-
do), sino con aquella otra especie de temor, que es propio de los reos
en presencia de su rey, a quien tienen ofendido y agraviado. Turbados
quedarán a la presencia de él, se dice en el salmo 67, a la presencia
del padre de los huérfanos, y juez de viudas 2; y en el Evangelio: Que-

1 Is. 59, 17-21.


2 Sal. 67, 5-6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 481

dando los hombres yertos por el temor y recelo de las cosas que so-
brevendrán a todo el universo, porque las virtudes de los cielos serán
conmovidas; y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una
nube con grande poder y majestad 1. Y en el Apocalipsis: Y los reyes
de la tierra, y los príncipes, y los tribunos, y los ricos, y los podero-
sos, y todo siervo y libre, se escondieron en las cavernas, y entre las
peñas de los montes. Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre
nosotros, y escondednos de la presencia del que está sentado sobre el
trono, y de la ira del Cordero, porque llegado es el grande día de la
ira de ellos, ¿y quién podrá sostenerse en pie? 2.
[309] Unid ahora el texto de Isaías con todo su contexto, y entende-
réis al punto lo que quiere decir, como también lo que quiere decir San
Pablo, cuando lo cita para probar la vocación futura de los Judíos: Los
que están al occidente temerán el nombre del Señor, y los que están al
oriente la gloria de él. Esta es la primera mitad, no echéis en olvido la
segunda: Cuando viniere como río impetuoso, a quien el espíritu del
Señor impele; y cuando viniere a Sión el Redentor, etc. De modo que
temerán los de oriente y occidente, cuando venga el Señor como un río
tempestuoso e impelido por el Espíritu de Dios, y cuando venga a Sión
su Redentor. Leído este texto así entero se ve claramente lo que dice, y
también lo que no dice. No dice: Vendrá a Sión su Redentor, cuando
tema el oriente y occidente, mucho menos cuando todo el universo es-
tará lleno del temor y del conocimiento del Señor; sino al contrario:
Temerán los de oriente y occidente, cuando venga a Sión su Redentor.
Temerán, dice, cuando viniere; no dice: Vendrá cuando hayan temido.
[310] Esto mismo que aquí dice Isaías, y San Pablo que lo cita, lo
había dicho David en varias partes de sus salmos. El salmo 101, por
ejemplo, parece una oración fervorosísima, en que el Espíritu Santo por
boca de David representa a la infeliz Sión en el estado en que actual-
mente se halla, y en que la misma Sión habla en espíritu, se lamenta
de su desamparo, y pide con gemidos inexplicables. Entre otras cosas
bien notables, le dice a Dios estas palabras: Tú, levantándote, tendrás
misericordia de Sión; porque tiempo es de apiadarte de ella, porque
ya viene el tiempo… Y temerán las naciones tu nombre, Señor, y to-
dos los reyes de la tierra tu gloria 3. Y para mayor claridad añade lue-
go la causa o la ocasión de este temor: Porque edificó el Señor a Sión,
y será visto en su gloria. Miró a la oración de los humildes, y no des-
preció el ruego de ellos. Escríbanse estas cosas a la otra generación
(o como leen las otras versiones, en la novísima generación). 4 Este

1 Lc. 21, 26-27.


2 Apoc. 6, 15-17.
3 Sal. 101, 14 y 16.
4 Sal. 101, 17-19.
482 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mismo temor se lee en el salmo 9, en el 47, y frecuentemente en casi


todos los Profetas, como podéis haber notado en los lugares que he-
mos observado hasta aquí.
[311] Fuera de esto, si Isaías en el lugar citado habla del temor
santo de Dios que supone la verdadera fe; si de esta fe y temor santo
de Dios estará lleno el oriente y el occidente, esto es, todo el universo,
cuando los Judíos se conviertan a Cristo, y cuando venga su Redentor,
¿a qué propósito se nos representa este Redentor vestido de venganza,
y cubierto de celo como de un manto? ¿A qué propósito se dice que vie-
ne como para retornar indignación a sus enemigos, y volver las veces
a sus adversarios? ¿A qué propósito se añade: A las islas daré su me-
recido? ¿Contra quién puede ser esta indignación y esta venganza?
¿Contra Sión? No, pues antes viene como su Redentor, para librarla de
su cautiverio; el tiempo de venganza, para esta miserable, ya entonces
se ha llenado: Recibió de la mano del Señor al doble por todos sus pe-
cados 1. ¿Contra el oriente y occidente, o contra todas las naciones del
universo? Tampoco puede ser, porque todas se suponen ya llenas del
temor y del conocimiento del Señor, que parece lo mismo que llenas
de fe y sabiduría. Pues ¿contra quién tanta ira, y tanto aparato de ven-
ganza? Si vos, señor, lo podéis concebir, yo confieso simplemente mi
pequeñez. En este caso no hallo sentido o significado alguno a todo el
texto de Isaías; sus expresiones, por el mismo caso que vivísimas, me
parecen la misma impropiedad; y por otra parte, no hallo para qué fin
pueda citar San Pablo este mismo lugar de Isaías.
[312] Parece que estos inconvenientes los consideraron bien otros
muchos doctores, los cuales, huyendo de ellos, tiraron por otro rumbo
diverso, que les pareció menos embarazoso y mucho más breve, di-
ciendo que el Profeta habla aquí, no de la segunda, sino de la primera
venida del Mesías, y de sus efectos admirables. Así, el verdadero senti-
do de esta profecía es éste (reparadlo bien). El Mesías vendrá con todo
el aparato y majestad, representado por estas semejanzas, es a saber:
Se puso vestidos de venganza, y cubrióse de celo como de un manto,
como para hacer venganza, como para retornar indignación a sus
enemigos, y volver las veces a sus adversarios; a las islas dará su me-
recido. Y… temerán, etc. Todo lo cual, ¿qué sentido tiene? Vedlo aquí.
El sentido es que así como varias gentes y naciones, esto es, Egipcios,
Asirios, Caldeos, Griegos y Romanos, sujetaron, afligieron, oprimieron
en varios tiempos al pueblo de Dios; así, por el contrario, todas estas
naciones se sujetarán al Mesías, y serán dominadas por él, porque cre-
yendo en él, recibirán su yugo suave, y observarán sus leyes con fideli-
dad y bondad, etc. ¡Oh, amigo!, todas estas violencias, tan notorias que
las puede reparar el hombre más distraído, se hacen necesarias, y ne-

1 Is. 40, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 483

cesarias con demasiada frecuencia, para poder mantener el sistema fa-


vorable; para poder, digo, explicar o acomodar las santas Escrituras,
siempre a favor de la nueva plebe y de la nueva dilecta, y siempre en
contra de la otra antigua, desamparada y aborrecida.

Conclusión

[313] De todo lo que hemos observado en este fenómeno parece ya


tiempo de sacar la última consecuencia, sin esperar otras noticias, ni
detenernos inútilmente en más observaciones. La consecuencia sea:
que habiendo todavía otro tiempo para los Judíos; habiendo de llegar
infaliblemente este tiempo de misericordia, por más que se repugne;
habiendo de suceder en este tiempo la plenitud de Israel, la asunción de
Israel, etc.; en este mismo tiempo se verificarán plenísimamente, según
la letra, todas cuantas profecías hay a su favor, por grandes e increíbles
que parezcan. Por consiguiente, el recurso tan frecuente de los doctores
a la primera fortaleza, esto es, a la Iglesia cristiana presente, en sentido
alegórico, para explicar dichas profecías (echando fuera de ellas a los
Judíos como si no hablaran con ellos), es un recurso a lo menos poco
seguro, donde parece imposible defender largo tiempo las ideas favo-
rables, e impedir el paso a las contrarias. Pasemos ahora a examinar
de cerca y más de propósito, la segunda fortaleza que está a la otra
parte del camino real. Aunque ésta parece mucho menor o menos res-
petable, ordinariamente incomoda más, pues en ella se hacen fuertes,
no ya con la pura alegoría, sino con la letra misma o sentido literal de
la Escritura. Mas antes de llegar a esta operación, debemos como por
especie de paréntesis responder a dos objeciones.
Anotación primera
[314] Las ideas que se proponen en este fenómeno, así del misterio
grande de la vocación de las Gentes, como del misterio no menos gran-
de de la vocación futura de los Judíos, aunque parecen muy conformes
a las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, ciertamente no se
hallan en los intérpretes sagrados, ni en los teólogos, ni en los Padres
antiguos de la Iglesia; luego son, o pueden ser, unas ideas falsas con
apariencia de verdad; pues no parece verosímil que, siendo verdaderas
y justas, se hubiesen ocultado a tantos sabios que pasaron toda su vida
en el estudio y meditación de las mismas Escrituras, ni mucho menos
que éstos las hubiesen disimulado después de conocidas.
Respuesta
[315] En otros tiempos confieso francamente que esta reflexión me
hacía temblar; mas queriendo luego sacar aquella consecuencia, sentía
484 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

clara y distintamente (y lo siento cada día más) que la repugnaba toda


el alma, como si fuese una injuria a Dios, o una falta de respeto a su
veracidad, por respetos puramente humanos, y éstos no tanto positi-
vos cuanto negativos; digo negativos, porque aunque las ideas de que
hablamos no se hallan ciertamente en los doctores, mas tampoco se
hallan expresa y formalmente contradichas con pruebas y razones ca-
paces de destruirlas, ni aun siquiera de hacerles alguna directa y for-
mal oposición. No obstante, como este argumento, aunque puramente
negativo, puede fácilmente ocasionar algún embarazo o algún escrú-
pulo (grande o pequeño según diversas complexiones), nos es necesa-
rio examinarlo de cerca, y decir sobre él tres o cuatro palabras.
[316] Dos cosas debemos considerar aquí. La primera es un hecho
de que no se puede dudar. La segunda es la causa o el origen verdade-
ro de este mismo hecho. El hecho es que ni los antiguos Padres de la
Iglesia, ni los otros doctores eclesiásticos que han escrito después, han
tratado este punto particular de que hablamos, de propósito y a fondo.
Ninguno, que yo sepa, ha mirado el misterio entero de la vocación de
las Gentes, desde su verdadero principio hasta su verdadero fin, ha-
ciéndose cargo, digo, de todo lo que hay sobre esto en las Escrituras,
así del Antiguo como del Nuevo Testamento, explicando de un modo
claro y natural dichos lugares, comparando los unos con los otros,
atendiendo a todo su contexto y respondiendo a las dificultades, etc.
[317] Por una consecuencia natural, tampoco se han aplicado a
examinar de cerca aquellos lugares de la Escritura, tantos y tan nota-
bles, que hablan del estado futuro de los Judíos, y de los grandes de-
signios que Dios tiene todavía sobre ellos; el cual estado futuro de los
Judíos parece absolutamente inseparable del misterio entero y com-
pleto de la vocación de las Gentes. Es verdad que muchos tocan el pun-
to de la conversión de los Judíos, y algunos dan tal o cual señal nada
equívoca de haber divisado todo el misterio, especialmente cuando lle-
gan a ciertos lugares más notables que no es posible disimular; mas,
según todo lo que yo puedo alcanzar, me parece que apenas lo tocan
por la superficie, y siempre con tanta prisa, con tanta indiferencia, con
tanto disgusto, que es capaz de advertirlo el hombre menos reflexivo.
Confiesan en general, sobre alguno de estos lugares, que allí se encie-
rran grandes misterios, mas no nos dicen qué misterios son, ni de qué
personas se habla, ni para qué tiempos, etc.
[318] Muchísimas veces hablan como en suposición, es decir, como
si fuese cierta e indubitable alguna suposición implícita sobre que pro-
ceden manifiestamente, o como si esta implícita suposición quedase ya
probada y sólidamente asegurada; mas no es difícil conocer que real-
mente están muy lejos de entrar en el examen de la misma suposición,
ni aun siquiera de confesar que proceden sobre ella. Suponen, por
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 485

ejemplo (para explicarnos un poco más), que la Iglesia cristiana debe


durar indefectiblemente hasta el fin, o hasta que ya no haya hombres
vivos y viadores en esta nuestra tierra. Esta suposición es ciertísima y
de fe divina. Al mismo tiempo suponen, aunque implícitamente, sin ex-
plicarse mucho, que la Iglesia cristiana deberá siempre estar y perma-
necer en las Gentes como está ahora, sin novedad alguna. Suponen,
demás de esto, que los Judíos, conservados de Dios entre las naciones,
sin confundirse con ellas, con una providencia tan admirable, serán al-
guna vez llamados del mismo Dios, y se convertirán de todo corazón a
su Mesías, que ahora no quieren reconocer. Mas en la suposición implí-
cita, que ninguno piensa examinar de cerca, de que la Iglesia estará
siempre entre las Gentes como lo está ahora, se guardan bien de entrar
en el examen prolijo y exacto de aquellos mismos lugares de la Escritu-
ra con que establecen la conversión futura de los Judíos, muchos de los
cuales, mirados de cerca, parece que destruyen y aniquilan su implícita
suposición. Todo esto que acabo de decir me parece la pura verdad, sin
quedarme sobre ello alguna duda o sospecha racional. Cualquiera que
tuviere alguna práctica, entenderá al punto lo que quiero decir; quien
no la tuviere, quién sabe lo que podrá entender.
[319] Siendo, pues, este hecho cierto e innegable, es preciso que
esto haya dependido de algún principio, o de alguna causa legítima y
justa, con la cual los doctores se puedan no solamente excusar, sino
justificar plenamente delante de Dios y de los hombres. Porque pensar
que hombres tan cuerdos, tan píos, tan santos, han procedido en estos
asuntos, o por pasión, o por algún otro afecto menos ordenado, lo ten-
go por un pensamiento injusto y formalmente temerario. ¿Cuál, pues,
habrá sido la verdadera causa del silencio de los doctores eclesiásticos,
especialmente de los antiguos Padres, sobre el misterio entero y com-
pleto de la vocación de las Gentes, como también sobre el gran miste-
rio de la vocación futura de los Judíos? Esto es lo que voy ahora a pro-
poner. Y para no detenerme en preámbulos inútiles, me parece que no
hay que buscar esta verdadera causa sino en la misma vocación de los
santos doctores, o en el ministerio propio e inmediato a que fueron
llamados. Hablo en primer lugar y principalmente de los antiguos, y a
proporción de todos los otros que, en diversos tiempos, han servido a
la Iglesia con sus escritos.
[320] Los antiguos Padres fueron en su tiempo aquella lengua eru-
dita, o de disciplina y enseñanza, que después de los apóstoles dio el
Señor a la nueva plebe, a la nueva dilecta, a la nueva esposa, a aquélla
de quien decía San Pedro: Que en algún tiempo erais no pueblo, mas
ahora sois pueblo de Dios 1; y San Pablo citando a Oseas: Llamaré pue-

1 1 Ped. 2, 10.
486 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

blo mío, al que no era mi pueblo; y amado, al que no era amado; y que
alcanzó misericordia, al que no había alcanzado misericordia 1. Así, el
oficio o ministerio propio de estos santos doctores no era otro que ser-
vir con todas sus fuerzas y talentos a esta nueva dilecta, atender en todo
a su mayor utilidad, y mirar con verdadero celo y continuada vigilancia
por todos sus intereses. Debían, en primer lugar, darle ideas justas del
verdadero Dios, quitándole al mismo tiempo, y procurando borrarle
del todo, aquellas ideas miserables en que se había criado, de sus dio-
ses de palo y de piedra. Debían darle a conocer, y hacer digno concep-
to de la persona infinitamente admirable y amable del esposo, hacien-
do que entendiesen bien que era verdadero Dios, como Hijo natural de
Dios mismo, y juntamente verdadero Hombre, como Hijo natural de la
santísima virgen María, y por ella Hijo también de David y Abraham; y
esto sin confusión de las dos naturalezas, divina y humana. Este solo
punto tuvo bien ocupados a todos los doctores de los primeros siglos.
[321] Debían, fuera de esto, hacerle comprender la pureza y santi-
dad de vida a que era llamada, explicándole clara y distintamente toda
la moral de las Escrituras, máximamente de los Evangelios. Debían
alentarla con la esperanza cierta de un eterno galardón, y retraerla de
toda la gloria vana del mundo, y de todos sus venenosos placeres, con el
temor de un castigo asimismo eterno y terrible, que está aparejado pa-
ra el diablo y para sus ángeles 2. Debían exhortarla únicamente a la
práctica de todas las virtudes, como que son el ornamento único con
que puede aparecer graciosa y agradable a los ojos del esposo. Debían
inclinarla con la mayor prudencia, discreción y suavidad posible, al
amor verdadero e íntimo del esposo, como que éste es el principio de
todos los bienes, como que hace fáciles las cosas más difíciles, y como
que significa y santifica todas las acciones, por pequeñas y ordinarias
que sean. Debían celar con sumo cuidado y vigilancia que no aprendie-
se de falsos maestros algún error contrario o ajeno de la sana doctrina,
así en el dogma como en la moral. Debían, en fin, instruirla perfecta-
mente, y exhortarla continuamente a la práctica de todas las cosas per-
tenecientes a su nueva dignidad. Veis aquí en resumen la vocación de
los santos doctores, o el ministerio a que fueron llamados. Para este mi-
nisterio se les dieron los talentos, o dones y gracias del Espíritu Santo, a
unos más, a otros menos, según la medida de la donación de Cristo 3; y
ellos correspondieron fielmente, trabajando con ellos, y mirando siem-
pre en su trabajo la mayor gloria de Dios en la utilidad de la Iglesia.
[322] Es verdad que muchos de estos fieles y celosos ministros, es-
pecialmente los más célebres, no se contentaron con esto solo. Ha-

1 Rom. 11, 25.


2 Mt. 25, 41.
3 Ef. 4, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 487

biendo registrado cuidadosamente todas las galas y joyas preciosas


que se hallaban en los tesoros de la primera esposa (los cuales habían
quedado en poder de la que había ocupado su puesto), les pareció en-
galanar a ésta con todas ellas, creyendo buenamente que, arrojada
aquélla por sus gravísimos delitos, debía ya mirarse como realmente
muerta y sepultada en la tierra del olvido. Por consiguiente, que aque-
llas galas pertenecían todas a la nueva esposa, y podía ésta servirse de
todas según su voluntad. Entre ellas no hay duda que se hallaban al-
gunas que le armaban bien y le venían justas; por tanto, parecía claro
que para ella se habían hecho y guardado; otras se hallaban de no muy
difícil acomodación; con un poco de trabajo e industria se podían ha-
cer servir. La gran dificultad estaba en otras muchísimas (las más y me-
jores) que, llegando a la prueba, se hallaban visiblemente despropor-
cionadas, y por eso inservibles. ¿Qué se hace, pues, con éstas? Dejarlas
dobladas, sin algún uso, no puede ser, pues al fin no se hicieron sin gran
acuerdo, ni se guardaron para que no sirviesen. Es necesario, pues, ha-
cerlas servir todas del modo posible. Esto que intentaron algunos po-
cos de los antiguos, los más ingeniosos y elocuentes, lo han proseguido
con mayor empeño otros muchos doctores, animados del mismo celo
por la gloria y utilidad de la nueva dilecta. Mas después de tantas y tan
ingeniosas diligencias, es bien fácil conocer al punto, por varias señas
infalibles, que aquéllas son galas prestadas, no propias; que no se hi-
cieron realmente para el uso que se les quiere dar, sino que son aco-
modadas con industria y con artificio.
[323] Mas volviendo a nuestro propósito actual, es ciertísimo que
los antiguos Padres, como maestros y ministros de la Iglesia presente,
llamados de Dios para aquel ministerio, no miraron otra cosa que su
mayor servicio y utilidad. Se ve frecuentemente que casi siempre en
todos sus escritos, trayendo a consideración varios lugares de la Escri-
tura santa (ya de profecía, ya también de historia) y hablando sobre
ellos, prescinden absolutamente del verdadero historial y literal senti-
do de aquellos lugares de la Escritura sobre que hablan, declinando
luego a sentidos morales y puramente místicos, para buscar en ellos
alguna mayor utilidad y edificación de los fieles. Así les decía a éstos
San Agustín: Porque si sólo queremos entender esto literalmente, muy
poco o ningún fruto sacaremos de las lecciones divinas 1.
[324] Siendo esto así, ¿cómo era posible que los celosos y pruden-
tísimos Padres hablasen una sola palabra en favor de la primera espo-
sa de Dios? ¿Cómo era posible que se divirtiesen a otras cosas, que po-
dían ser en aquellos tiempos perjudiciales? ¿Cómo era posible que se
atreviesen a anunciar prosperidades a la primera esposa en presencia

1 SAN AGUSTÍN, Serm. 101 de Temp.


488 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de la que ocupaba su puesto? ¿Cómo era posible que no temiesen afli-


girla, desconsolarla, desanimarla y aun resfriarla en la caridad? ¿Cómo
era posible, por consiguiente, que no procurasen interpretar o acomo-
dar las Escrituras todo a su favor, a su edificación, a su utilidad? Lo
contrario hubiera sido, atendidas las circunstancias, una suma im-
prudencia. ¿Por qué? Porque en las circunstancias en que se hallaban
los antiguos doctores, no había razón alguna para esperar de esto al-
guna utilidad, hubieran hecho más daño que provecho. En aquellos
primeros tiempos estaba la esposa en su juventud, y como joven en sus
primeros amores y fervores. Así, era necesario confirmarla en ellos, no
amedrentarla con amenazas importunas; era necesario animarla más y
más, no desanimarla; nutrirla con alimentos de vida, proporcionados a
su edad y a su complexión delicada, no con alimentos difíciles de dige-
rir, aun a las personas muy robustas; era necesario alegrarla en el Se-
ñor, y dilatarle el corazón para que creciese cada día más en número y
fervor, no desconsolarla y desanimarla con anuncios tristes y amargos,
que por entonces no podían tener sino pésimas consecuencias.
[325] Así lo pensaron sin duda, y así lo practicaron los santos y
prudentes doctores. Tan lejos estuvieron de hablar una palabra favo-
rable a la antigua esposa de Dios que, antes por el contrario, se nota
facilísimamente en todos sus escritos que, siempre que se ofrece algu-
na ocasión (y no pocas veces sin ocasión alguna), hablan mal de ella, y
dicen sin faltar a la verdad todo el mal posible; ya ponderando sus an-
tiguos delitos, sus infidelidades, sus adulterios; ya trayendo a conside-
ración el mal recibimiento que hizo a su Mesías, y la bárbara crueldad
con que lo trató; ya reprendiendo su ingratitud, su dureza, su obstina-
ción presente, etc. Y todo esto, ¿para qué? Para que sirva de lección, de
escarmiento y de edificación de la esposa actual, y ésta se anime y en-
fervorice más en ejercicio de todas las virtudes contrarias, correspon-
diendo fidelísimamente a su vocación. Por esta razón no se explicaron
los prudentísimos Padres, ni aun siquiera tocaron muchos puntos ver-
daderamente delicados y críticos, temiendo las consecuencias legíti-
mas y justas que naturalmente debían inferirse, las cuales por enton-
ces parecían más propias para la destrucción que para la edificación.
Por esta razón hablaron tan poco, y esto en términos muy generales,
de la segunda venida del Señor, sin descender a tantas otras cosas par-
ticulares que sobre esto hay en las Escrituras. Por esta razón jamás se
explicaron clara y distintamente sobre el juicio de vivos. Por esta razón
el Anticristo con que estamos amenazados para los últimos tiempos,
les pareció que no podía salir de las Gentes sin gran deshonor de éstas
y desconsuelo de los fieles; por tanto debía salir de los Judíos; debía
ser creído y recibido de éstos; debía ser un monarca universal, que con
todo su poder hiciese la más sangrienta guerra a la Iglesia, o a la nueva
dilecta. Por esta razón el cuarto reino de la gran estatua fue el romano,
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 489

y la piedra ya bajó del monte al vientre de la Virgen, y entonces des-


truyó la estatua, destruyendo o empezando a destruir el imperio del
diablo, y formando otro nuevo imperio, esto es, la Iglesia presente o la
nueva esposa. Por esta razón, en suma, hasta ahora no sabemos bien
qué es lo que pedimos al Señor por aquellas palabras: Venga el tu
reino. (Véase la anotación siguiente).
[326] Debo ahora satisfacer en breve a esta réplica o admonición,
que se me puede hacer, pues ya se me ha hecho. Aunque estas ideas, oi-
go decir, fuesen realmente buenas y justísimas; aunque fuesen tan con-
formes a las Escrituras, como ciertamente lo parecen; debía yo no obs-
tante, y todo fiel cristiano, observar el mismo silencio, y proceder con la
misma prudencia y circunspección, con que en estos asuntos han pro-
cedido los doctores; no negando expresa y formalmente lo que está de-
clarado en la Escritura de verdad, lo cual es cierto que no es permiti-
do, mas interpretándolo de algún modo no imposible ni difícil a favor
de la nueva dilecta, pues al fin es nuestra señora, nuestra reina, nuestra
madre, a quien tenemos tantas y tan grandes obligaciones. La antigua
esposa de Dios, infiel y adúltera, y por esto tan justamente desampara-
da y aborrecida, debe contentarse con que sus reliquias sean recogidas
hacia el fin de los siglos, y agregadas misericordiosamente a la Iglesia
de las Gentes. Tanto más dicen que debería yo proceder en este modo
cortés y prudente, cuanto debo mirarme como un triste judío que no
tengo otra esperanza, ni puedo tenerla, de salud, sino en cuanto he si-
do llamado y agregado a la nueva plebe, o nuevo pueblo de Dios, etc.
[327] Dos descargos tengo que dar a esta admonición; los cuales se
deben mirar como dos disparidades, o como dos razones que tengo
propias y peculiares, que no tuvieron otros escritores. Por estas dos ra-
zones (no divididas, sino juntas y unidas entre sí) creo que no debo
guardar el silencio que ellos guardaron, ni proceder con la misma cir-
cunspección y prudencia con que ellos procedieron.
PRIMERA RAZÓN
[328] Yo soy un cristiano y un católico, por la gracia y misericordia
de Dios; mas no por eso dejo de ser judío; así, aunque pertenezco in-
mediatamente a la esposa actual, y la reconozco y venero por mi seño-
ra y madre, no por esto dejo de pertenecer de algún modo propio y na-
tural a la esposa antigua de Dios, madre común de todos los creyentes;
no por eso puedo olvidarla, ni dejar de amarla con ternura (sin temer
que por esto me llamen judaizante); no por esto puedo negar sin im-
piedad a esta madre mía, aunque por el presente tan deshonrada y en-
vilecida. En esta consideración, ¡qué mucho que no guarde aquel si-
lencio, que por justísimas causas han guardado otros escritores! ¡Qué
mucho que mire por el consuelo, y por el verdadero bien, de esta ma-
490 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dre infeliz, actualmente combatida de tempestad, sin ningún consue-


lo! 1. ¡Qué mucho que pretenda hacer valer a su favor tantas Escrituras
auténticas y claras, que suelen ser ordinariamente todo el caudal de las
viudas! Fuera de esto, no dejo de temer ser comprendido en aquella
queja amarguísima del Mesías, el cual, en el capítulo 51 de Isaías, mi-
rando a esta paupércula en el estado de viudez, de soledad y desampa-
ro en que ahora se halla, abatida y casi confundida con el polvo, le da
la mano, lleno de compasión y de ternura, diciéndole: Alzate, álzate,
levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor el cáliz de su
ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste, y bebiste hasta las he-
ces 2. Luego como mirando a todas partes, y como extrañando la indi-
ferencia y frialdad de tantos hijos respecto de su propia madre, se la-
menta de ellos, y los culpa y reprende, diciendo: No hay quien la sos-
tenga a ella (o no tiene quien la guíe), de todos los hijos que engen-
dró; y no hay quien la tome por la mano, de todos los hijos que crió 3.
SEGUNDA RAZÓN
[329] La segunda razón de disparidad, mucho más inmediata o más
sensible, es el tiempo mismo en que nos hallamos, infinitamente diverso
del tiempo de los antiguos Padres, y a proporción del de los otros escri-
tores eclesiásticos. En cuya consideración discurro así. Yo, aunque judío
del linaje de Abraham, soy por la bondad de Dios un cristiano, un cató-
lico, un hijo, un súbdito de la esposa de Dios, que actualmente reina;
luego debo servirla con todas mis fuerzas y talentos, no puramente con
cortesías y palabras estériles, sino mucho más con servicios reales y
oportunos, según los tiempos y circunstancias; luego según estos tiem-
pos y circunstancias, debo no lisonjearla vanamente, sino decirle con
toda reverencia la verdad pura; luego debo atender en mis obsequios y
servicios, no ya a lo que en otros tiempos y circunstancias le pudo ha-
ber sido conveniente y útil, por ejemplo en los tiempos de su juventud y
primeros amores, sino a lo que entiendo le es útil, conveniente y aun
necesario en el estado presente. Esta es una regla de verdadera pruden-
cia que dicta la recta razón, y que el Espíritu Santo no dejó de enseñar-
nos en particular: Todas las cosas tienen su tiempo, y por sus espacios
pasan todas ellas debajo del cielo. Hay tiempo de nacer, y tiempo de
morir… Tiempo de matar, y tiempo de sanar. Tiempo de derribar, y
tiempo de edificar… Tiempo de callar, y tiempo de hablar 4.
[330] Ahora bien, yo no puedo saber lo que se pensará entre los
sabios sobre la oportunidad de estas ideas. Lo que a mí me parece es lo

1 Is. 54, 11.


2 Is. 51, 17.
3 Is. 51, 18.
4 Ecl. 3, 1-3 y 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 491

que únicamente puedo decir, remitiéndome enteramente a su juicio y


discreción. A mí me parece, hablando en verdad y simplicidad de co-
razón, que en estos asuntos ya es pasado el tiempo de callar o de pres-
cindir, que fue el tiempo de los antiguos Padres y de los doctores que
les sucedieron, y que ya nos hallamos en los tiempos de hablar. La re-
velación o manifestación de aquellas cosas, que en otros tiempos hu-
bieran sido poco convenientes y aun dañosas a la joven esposa, ahora
en estos tiempos parecen ya convenientes, y casi absolutamente nece-
sarias. Cualquiera que lo dudare no tiene otra cosa que hacer, sino
abrir los ojos y mirar. Con esta sola diligencia podrá fácilmente salir
de toda duda.
[331] ¿Cómo es posible confundir los tiempos presentes con los
pasados; los tiempos de la juventud de la esposa, con los de la mayor
edad; los tiempos de inocencia y de simplicidad, con los tiempos de
sagacidad y aun de malicia; los tiempos de amor y de fervor, con los
tiempos que ya parece amenazan, prenunciados por San Pablo? Ven-
drán tiempos peligrosos 1, de tibieza y aun de frío en la caridad. Por-
que se multiplicará la iniquidad, dice el esposo mismo, se resfriará la
caridad de muchos 2; y en otra parte: Tardándose el Esposo, comen-
zaron a cabecear, y se durmieron todas (las vírgenes) 3. Pues, muda-
das ya las circunstancias en que se hallaban los Santos Padres, en esta
sensualidad, en esta delicadeza y pompa mundana, en esta distracción,
en esta soñolencia, descuido y aun tedio formal de los verdaderos in-
tereses del esposo (que ven y lloran los que tienen ojos), ¿no será ya
tiempo de decirle, de advertirle, de acordarle lo que está declarado en
la Escritura de verdad? ¿No será ya tiempo de decirle lo que en otros
tiempos no convenía? ¿Se podrá mirar como un delito, y no antes co-
mo un verdadero servicio, el decirle con reverencia, mas clara y distin-
tamente, que está amenazada del esposo con aquel mismo castigo, y
tal vez mayor, con que fue castigada la primera esposa? Tú por la fe
estás en pie. Pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si
Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti.
Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad para con
aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo, si permane-
cieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado 4.
Anotación segunda
[332] En dos o tres lugares de esta obra se insinúa, y en el último
se dice claramente, que hasta ahora no sabemos bien lo que pedimos

1 2 Tim. 3, 5.
2 Mt. 24, 12.
3 Mt. 25, 5.
4 Rom. 11, 20-22.
492 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

al Señor por aquellas palabras: Venga el tu reino; lo cual parece falso,


o poco conforme a la verdad, por esta razón: Jesucristo, en su primera
venida, fundó un reino espiritual de justicia y santidad, que él mismo
llamaba frecuentemente reino de los cielos, y reino de Dios. Aunque
después, en su segunda venida, haya de fundar otro reino, según las
Escrituras, o haya de hacer lo que quisiere, como Señor absoluto de
todo, no por eso ha de destruir el reino de justicia ya fundado; luego si
hasta ahora se ha pedido este reino, se ha entendido muy bien lo que
se ha pedido. Yo confieso que no entiendo bien, sino confusamente, lo
que pretende esta anotación. No obstante, a esto poco que me parece
entiendo en general, voy a responder con toda brevedad.
Respuesta
[333] Jesucristo, en su primera venida, fundó un reino espiritual
de justicia y santidad, que él mismo llamaba frecuentemente reino de
los cielos, y reino de Dios. Bien, luego este reino ya vino al mundo, ya
lo tenemos con nosotros en nuestra tierra. Si ya vino, y ya lo tenemos,
¿para qué pedimos que venga? ¿No será ésta una petición inútil o inju-
riosa a Dios? O creemos que ya vino al mundo el reino que pedimos, o
no lo creemos. Si lo primero, luego no tenemos ya que esperarlo; por
consiguiente, deberemos excusar ya esta petición; porque lo que uno
ve, ¿cómo lo espera?… Lo que no vemos, esperamos 1. Si lo segundo,
¿por qué no nos explicamos un poco más?
[334] Este embarazo parece que obligó a otros sabios a tirar por
otro camino. Así, dicen que lo que pedimos a Dios por estas palabras:
Venga el tu reino, es que la Iglesia presente (que es sin duda el reino
de Dios) crezca y se extienda a todo el linaje humano, y que todos sus
individuos entren en la Iglesia y sean justos y santos, etc. Esta petición
no hay duda que es buena, y digna de un verdadero cristiano; mas pa-
ra pedir este bien no parecen tan propias las palabras: Venga el tu
reino; antes parecen sumamente impropias, oscuras, y nada acomo-
dadas al fin. Venga tu reino, esto es, el reino que ya vino, crezca y se
extienda por toda la tierra. Venir y crecer son ciertamente dos pala-
bras cuyo diverso significado no podía ignorar el que nos enseñó a
orar con esta admirable oración.
[335] Mas si por ellas entiendo el reino que ha de venir, cuando
venga el rey, según me lo anuncian las santas Escrituras, las palabras
con que pido las hallo claras, simples, propias y escogidas entre milla-
res de otras que pudieran imaginarse. Con ellas pido, y entiendo clarí-
simamente lo que pido; y si tengo verdadero celo del bien de mis pró-
jimos, si deseo con verdad que todos los pueblos, tribus y lenguas,

1 Rom. 8, 24-25.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 493

adoren al verdadero Dios, que todos sean cristianos, que todos sean
justos y santos, etc., todo esto lo comprendo en mi petición, y todo lo
pido confiadamente sin salir de aquellas tres palabras: Venga el tu
reino. Digo confiadamente, porque sé por las mismas Escrituras que
este bien que deseo a todo el linaje humano, no puede ser en el estado
presente; pero será sin falta cuando venga el reino que pido. Por tanto,
lejos de temer la venida del rey en gloria y majestad, antes la deseo
con las mayores ansias, y la pido con todo el fervor de que soy capaz;
así por el remedio pleno de los miserables Judíos, como también por
todo el residuo de las Gentes; las cuales, después de acabada la ven-
dimia…, levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor
glorificado, alzarán la gritería desde el mar 1. De todo lo cual habla-
remos de propósito cuando sea su tiempo.
[336] Jesucristo, en su primera venida, fundó (dicen) un reino es-
piritual, que él mismo llamaba reino de los cielos, y reino de Dios. Aquí
se divisa fácilmente un equívoco de no pequeña consideración. Lo que
Jesucristo llama frecuentemente en sus parábolas reino de los cielos,
reino de Dios, no es otra cosa las más veces, por confesión de todos,
que lo que él mismo llama el reino del Evangelio, esto es, la noticia,
buena nueva, anuncio, predicación, del reino de Dios. Reino de los cie-
los (dice San Jerónimo) es la predicación del Evangelio, y la noticia
de las Escrituras, que conduce a la vida 2. Esta predicación y noticia
del reino parece claro que no puede ser el reino mismo, sino como un
pregón o convite general que se hace a todos, para que se alisten los
que quisieren bajo esta bandera; para que admitan o no, según su vo-
luntad, la filiación de Dios, que a todos se ofrece con ciertas condicio-
nes; y de esta suerte puedan tener parte y herencia perpetua en el reino
de Cristo y de Dios.
[337] Ahora bien, todos los que son llamados a este reino, son al
mismo tiempo obligados a poner de su parte ciertas condiciones indis-
pensables, comprendidas todas en estas dos palabras: fe y justicia, o se-
gún se explica San Pablo, fe que obra por caridad 3. Los que observaren
fielmente estas dos leyes con toda su extensión, pueden mirarse ya co-
mo hijos del reino, y esperar para su tiempo ser herederos verdade-
ramente de Dios, y coherederos de Cristo 4. Mas no podrán decir que
ya están en posesión de esta herencia; antes deberán siempre vivir en
solicitud, en vigilancia, en temor y temblor, teniendo presente aquella
sentencia del Señor: El que perseverare hasta el fin, éste será salvo 5.

1 Is. 24, 13-14.


2 SAN JERÓNIMO, Com. in cap. 13 Mat., lib. 2.
3 Gal. 5, 6.
4 Rom. 8, 17.
5 Mt. 24, 13.
494 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Por eso el mismo Señor, preguntándole los fariseos: ¿Cuándo vendrá


el reino de Dios? 1, les dio aquella divina respuesta: El reino de Dios
está dentro de vosotros 2; como si dijera: pensad en haceros dignos del
reino de Dios con lo que está dentro de vosotros y de vuestra parte, no
en inquirir curiosamente cuándo vendrá. Esta justicia o disposición
para el reino de Dios, este convite al reino, esta predicación de la fe y
justicia necesaria para conseguirlo, no es ciertamente el reino mismo;
y si se llama reino, es solamente en sentido latísimo, así como se llama
templo o palacio un edificio que se está haciendo. La noticia de este
reino ya la tenemos por la predicación de los Apóstoles; lo que se nos
pide de nuestra parte no lo ignoramos; por consiguiente creemos este
reino, lo esperamos y deseamos; si lo creemos, esperamos y deseamos,
luego todavía no lo tenemos, luego podemos y debemos pedirlo con
aquellas divinas palabras: Venga el tu reino; luego podemos y debe-
mos esperar que a su tiempo se nos concederá lo que pedimos. Dicen
que esto sucederá en el cielo, después de la general resurrección y fin
del mundo; mas si las Escrituras dicen clara y expresamente, como
tantas veces hemos observado, que sucederá en esta nuestra tierra, ¿a
quién deberemos creer? El explicar estas cosas diciendo: Sucederá en
la tierra, esto es, en la tierra de los que viven; esto es, en el cielo, ¿son
palabras que deben hacer poca impresión a quien las considera de cer-
ca, y las confronta con las Escrituras?
[338] En suma, el reino de Dios, o el reino de los cielos, no ha ve-
nido hasta ahora, y por eso pedimos ahora que venga. Lo que única-
mente ha venido es la noticia, la relación, la fe, el convite, el Evangelio
del reino, con las condiciones arriba dichas. Todo esto nos trajo el Me-
sías en su primera venida; lo demás lo esperamos para la segunda: La
piedra que había herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió
toda la tierra 3. Si todo lo que nos dicen las Escrituras del reino de
Dios debe verificarse allá en el cielo, parece que debiéramos pedir, ir
nosotros o ser llevados al cielo, al reino de Dios; no que el reino de
Dios viniese a nuestra tierra, a nosotros. En este mismo caso, el Maes-
tro bueno nos hubiera enseñado otras palabras con que pedir. Y así
concluyo, con el doctísimo padre Maldonado, que el verdadero senti-
do es el que insinúan Teofilacto y Ruperto, cuando afirman que se
llama reino de Dios aquél en que, haciendo de sus enemigos escabel
de sus pies, reinará en todas partes, y será, en expresión de San Pa-
blo, el todo en todas las cosas 4; pues aunque actualmente en todas
partes domina, no decimos que reina, porque no lo hace en paz, sino

1 Lc. 17, 20.


2 Lc. 17, 21.
3 Dan. 2, 35.
4 1 Cor. 15, 28.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 495

en guerra, a la frente de enemigos y de rebeldes que le resisten. Pero,


subyugados sus contrarios, libres ya sus amigos y condenados sus
enemigos, su imperio será completo. Que éste sea el verdadero senti-
do, se colige claramente, así del texto ya citado del Apóstol, como de
que aquí pedimos que venga a nosotros, no nuestro reino, sino el de
Dios. Esto no significa, pues, que Dios reine en nuestros corazones, o
que nosotros reinemos con los bienaventurados (que es nuestra prin-
cipal petición); sino que Dios reine absolutamente y libre de contra-
rios. Por eso decimos: Venga el tu reino 1, como hijos que al rey nues-
tro padre le deseamos el reino pacífico y la victoria de sus enemigos,
no para nuestro reino, sino para el suyo. Deseamos, pues, que venga,
como desean que venga Jesucristo los que le aman. Esto es lo que yo
digo, ni más ni menos.

1 Lc. 11, 2.
Fenómeno 7
Babilonia y sus cautivos

PÁRRAFO 1

[339] Cualquiera que lea con atención los Profetas, reparará fá-
cilmente dos cosas principales. Primera: grandes y terribles amenazas
contra Babilonia. Segunda: grandes y magníficas promesas en favor de
los cautivos, no solamente de la casa de Judá, o de los Judíos en parti-
cular, que fueron los propios cautivos de Babilonia, sino generalmente
de todo Israel, y de todas sus tribus, para cuando salgan de su cautive-
rio, y vuelvan a su patria de su destierro. Uno y otro con figuras y ex-
presiones tan vivas, que hacen formar una idea más que ordinaria, y
más que grande, así de la vuelta de los cautivos a su patria, como del
castigo inminente y terribilísimo de aquella capital.
[340] Si con esta idea volvemos los ojos a la historia, se lee en los
libros de Esdras todo lo que sucedió en la vuelta de Babilonia, y el es-
tado en que quedaron los que volvieron, aun después de restituidos a
su patria; se leen en los dos libros de los Macabeos los grandes traba-
jos, angustias y tribulaciones, que en diversos tiempos tuvieron que
sufrir, dominados enteramente por los príncipes griegos; se lee des-
pués de esto en los Evangelios el estado de vasallaje y opresión formal
en que se hallaban cuando vino el Mesías, no solamente dominados
por los Romanos, sino inmediatamente por un idumeo, cual era el cru-
delísimo Herodes; se lee por otra parte, ya en la historia profana, ya
también en la sagrada, que Babilonia, después de haber salido de ella
aquellos cautivos, se mantuvo en su ser, sin novedad alguna sustan-
cial, por espacio de muchos siglos; que no la destruyó Darío Medo, ni
Ciro Persa, ni alguno otro de sus sucesores; que no la destruyeron re-
pentinamente, en un solo día, aquellas dos grandes calamidades que
parece le anuncia Isaías, cuando le dice: Te vendrán estas dos cosas
súbitamente en un solo día: esterilidad y viudez 1. Con estas noticias
ciertas y seguras, no puede menos de maravillarse de ver empleadas
por los profetas de Dios vivo unas expresiones tan grandes para unas
cosas respectivamente tan pequeñas. Mucho más deberá maravillarse,
si advierte y conoce, sin poder dudarlo, que nada o casi nada se ha veri-

1 Is. 47, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 497

ficado, hasta el día de hoy, de lo que con tantas y tan vivas expresiones
parece que tenían anunciado sobre estos asuntos los profetas de Dios.
[341] Difícilmente se hallará otro punto, en toda la divina Escritu-
ra, que haya dado más cuidado, ni haya apurado más los ingenios, que
Babilonia y sus cautivos. El embarazo en que no pocas veces se hallan
los intérpretes, y la gran fuerza que hacen para salir con honor son tan
visibles, que puede fácilmente repararlos el hombre menos reflexivo.
Ya suponen cosas que debían no suponerse sino probarse en toda for-
ma; ya conceden a lo menos en parte en general y en confuso lo que en
otras ocasiones más inmediatas omiten o niegan absolutamente; ya
usan de un sentido, ya de otro, ya de muchos a un mismo tiempo, y esto
en un mismo individuo o texto; ya siguen el sentido literal hasta cierta
distancia, y hallándose atajados por el texto mismo, que visiblemente
protesta la violencia, vuelven un poco más atrás buscando por todos los
otros rumbos algún otro sentido menos incómodo, o menos inflexible.
Si éste se halla, éste solo basta para decir que, aunque aquel sentido
(que no se puede llevar adelante) es realmente el sentido literal, mas es-
te otro es el sentido especialmente intentado por el Espíritu Santo.
[342] Después de todas estas diligencias, no por eso queda resuelta
la gran dificultad. Se ve tan en pie y tan entera como si no se hubiese to-
cado. Las profecías son muchas y muy claras a favor de los miserables
hijos de Israel, para cuando vuelvan de su destierro y cautiverio, y por
eso mismo es igualmente claro que no se han verificado jamás. Los in-
térpretes suponen que ya todas se han verificado, o se están verificando
muchos siglos ha. Mas ¿cómo? Una pequeña parte literalmente en
aquellos pocos que salieron antiguamente de Babilonia con permiso de
Ciro; la mayor parte alegóricamente en los redimidos por Cristo de la
verdadera cautividad de Babilonia, esto es, del pecado y del demonio; y
otra parte, que no puede explicarse ni en el uno ni en el otro sentido, se
verifica, dicen, anagógicamente en aquellas almas santas que, rotas las
prisiones del cuerpo, vuelan al cielo su verdadera patria, donde gozan
en paz y quietud de todos los bienes. Nada decimos por ahora de aquella
otra parte bien considerable, que tal vez se omite por excusar prolijidad.
[343] Mas ¿sería creíble, digo yo, que el Espíritu de Dios, que ha-
bló por sus Profetas, hablase de este modo? ¿Sería creíble que hablase
por sus Profetas sobre un mismo asunto, parte en un sentido, parte en
otro, parte en muchos, parte en ninguno? ¿Sería creíble este modo de
hablar de la veracidad de Dios y de su santidad infinita? Aun en el
hombre más ordinario se tuviera esto, y con gran razón, por un defecto
intolerable. ¿Sería creíble, vuelvo a decir, que Dios vivo y verdadero,
hablando nominadamente con los hijos de Abraham, de Isaac, y de Ja-
cob, a quienes iba a desterrar, o había ya desterrado y esparcido entre
las naciones, les permitiese, no sólo recogerlos y restituirlos a su pa-
498 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tria, sino junto con esto, otros innumerables bienes y misericordias


que no habían de verificarse en ellos, sino en las Gentes, y esto en un
sentido puramente espiritual? ¿Y esto o muchísimo de esto en sentido
parte espiritual, parte alegórico, parte anagógico, parte místico y espi-
ritual? No puedo negar que todo esto me parece duro y difícil de creer.
Y no obstante, sé de cierto que en el sistema ordinario no hay otro
modo de resolver la gran dificultad.
[344] El modo ordinario de discurrir es éste en sustancia, y sobre
él no faltan algunas reglas generales. Las profecías, dicen, y con gran
razón, son verdaderas y de fe divina; Dios es quien habla en ellas, y no
el hombre; estas profecías no se han verificado plenamente según la
letra, como es claro y por sí conocido, y consta de la Escritura; luego…
(repárese con cuidado en esta consecuencia) luego es preciso decir que
en ellas se encierra algún gran misterio, mucho mayor que la salida
material de Babilonia de los Caldeos, el cual misterio no puede ser otro
que la liberación por Cristo de la verdadera cautividad de Babilonia,
esto es, del pecado y del demonio. Por consiguiente, todo lo que anun-
cian las profecías, tocante a la justicia, a la santidad, a la paz, a la feli-
cidad estable y permanente de los que vuelven de su destierro, y son
restablecidos de nuevo en la tierra prometida a sus padres, etc., se de-
be entender de los hijos de la Iglesia presente, que son el verdadero Is-
rael de Dios, la cual justicia, santidad, paz, justificación y felicidad,
empiezan en la tierra, y se consuman y perfeccionan enteramente en el
cielo. Esta consecuencia, o este modo de discurrir, como si fuese justí-
simo en todas sus partes, es de gran uso para desembarazarse sin opo-
sición alguna, antes con sumo honor, de toda suerte de dificultades.

Se propone otra consecuencia

PÁRRAFO 2
[345] Así como yo no repruebo absolutamente el sentido alegórico,
anagógico, etc., así tampoco puedo reprobar absolutamente la conse-
cuencia que acabamos de oír; antes por el contrario, mirada por cierto
aspecto, me parece buena y propísima para la utilidad y edificación. A
todos los creyentes nos importa saber y no olvidar que fuimos redimi-
dos y librados, por Cristo, del poder de las tinieblas; que este mundo es
un verdadero destierro; que nuestra patria es el cielo; que la justicia, y
santidad, y paz y gozo en el Espíritu Santo, empiezan aquí, y allá se
perfeccionan; que todos los fieles cristianos, de cualquiera nación que
sean, son el verdadero Israel de Dios. No obstante estas verdades, que
yo creo y confieso con todos los fieles cristianos, propongo a la conside-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 499

ración y juicio de los sabios otra consecuencia sacada de las mismas


premisas que supongo ciertas y evidentes, y pido que se compare esta
segunda consecuencia con la primera, en sencillez y verdad. Discurro,
pues, así: las profecías de que hablamos son ciertas y seguras, pues en
ellas no habla el hombre sino Dios mismo; estas profecías no se han
cumplido hasta ahora plenamente según la letra; luego debe llegar
tiempo en que todas se cumplan plenamente según la letra. Digo según
la letra plenamente, para comprender, así las cosas mismas que anun-
cian, como las personas de quienes hablan expresa y nominadamente.
[346] Más claro: las profecías hablan expresa y nominadamente
de los Judíos en general, o de todas las tribus de Israel sin excluir a
ninguna, para cuando vuelvan de su cautividad y destierro, y sean in-
troducidas y plantadas de nuevo en la tierra prometida a sus padres.
Ahora, pues, es cierto y evidente que los Judíos desterrados a Babilo-
nia, y cautivos en Babilonia, volvieron muchos días ha de su cautividad
y destierro; es cierto y evidente que entonces edificaron de nuevo su
templo y su ciudad de Jerusalén; es cierto y evidente que entonces se
establecieron de nuevo en aquella tierra de donde habían sido deste-
rrados; por otra parte, también es cierto y evidente (por confesión for-
zosa e innegable de todos los intérpretes) que las profecías innumera-
bles, que hablan de la vuelta de la cautividad y destierro de los hijos de
Israel, no se han verificado ni de ciento una, no se han verificado ple-
namente según la letra, no se han verificado ni en lo que anuncian cla-
ra y distintamente, ni en las personas de quienes hablan expresa y no-
minadamente, etc. Luego… Luego… (ved ya la consecuencia que ofrez-
co a vuestra consideración). Luego la cautividad y destierro de los hi-
jos de Israel, de que hablan las profecías, no puede ser la cautividad y
destierro de Babilonia, a que fueron llevados por Nabucodonosor.
[347] De aquí se sigue otra consecuencia, o por mejor decir una
cadena de consecuencias. Luego la cautividad y destierro de que ha-
blan las profecías no se ha concluido hasta el tiempo presente, pues si
se hubiese ya concluido, ya se hubieran verificado las profecías; luego
los hijos de Israel no han vuelto hasta ahora de la cautividad y destie-
rro de que hablan las profecías; luego deberemos esperar otro tiempo
en que los hijos de Israel vuelvan de su cautividad y destierro, y en que
por consiguiente se verifiquen en ellos las profecías; luego el descanso,
el sabatismo, la independencia de toda potestad y dominación de la
tierra, la justicia, la santidad, la paz, la felicidad estable y permanente
bajo un solo rey, a quien se da el nombre de David, anunciado todo
clara y distintamente a los hijos dispersos de Jacob para cuando vuel-
van de su dispersión, de su cautividad, de su destierro, se verificará en
ellos plenamente, cuando se verifique esta vuelta, la cual está anuncia-
da del mismo modo que todo lo demás.
500 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[348] En efecto, esta última consecuencia no sólo se infiere de


aquellas premisas, sino que se lee expresamente en el capítulo 12 de
Daniel: Cuando fuere cumplida la dispersión de la congregación del
pueblo santo, serán cumplidas todas estas cosas 1. Después que el án-
gel que, vestido de ropas de lino 2, reveló a este Profeta muchos y gran-
des misterios contenidos en todo el largo capítulo antecedente, en es-
pecial lo que debía suceder al pueblo de Israel en los últimos tiempos,
pues a esto sólo le dice que viene determinadamente: He venido a mos-
trarte las cosas que han de acontecer a tu pueblo en los últimos días,
porque la visión es aún para días 3; después de todo esto, preguntan-
do el mismo Profeta: ¿Cuándo se cumplirán estas maravillas? 4, le res-
pondió al punto levantando las manos al cielo, y jurando por el que
siempre vive, diciendo que en tiempo y tiempos, y mitad de tiempo 5;
y concluye inmediatamente su respuesta, o la explica y aclara, dicien-
do que todas aquellas cosas de que acaba de hablar tendrán su perfec-
to cumplimiento cuando se complete o concluya enteramente la dis-
persión del pueblo santo hecha por la mano de Dios. Estas palabras,
combinadas con aquellas otras del capítulo 10: He venido a mostrarte
las cosas que han de acontecer a tu pueblo en los últimos días, porque
la visión es aún para días, parecen la verdadera llave de todos los mis-
terios del capítulo 11 y 12 de este Profeta, los cuales misterios se verifi-
carán y entenderán perfectamente cuando se acaben los trabajos de
los hijos de Israel, y cuando tenga fin su destierro, su dispersión y cau-
tiverio. De un modo semejante podemos discurrir en lo que toca a las
amenazas terribles que se leen en las santas Escrituras contra Babilo-
nia, como veremos más adelante.

Sumario de la historia de los hijos de Israel,


desde el principio de su destierro y dispersión
hasta la época presente

PÁRRAFO 3
[349] Ciento veintidós años después que las diez tribus, que com-
ponían el reino de Israel o de Samaria, salieron desterradas de su Dios,
y fueron llevadas cautivas a la Asiria por Salmanasar, rey de Nínive,
las dos tribus que restaban, y componían el reino de Judá, fueron del

1 Dan. 12, 7.
2 Dan. 12, 7.
3 Dan. 10, 14.
4 Dan. 12, 6.
5 Dan. 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 501

mismo modo, y por las mismas causas, desterradas y conducidas a Ba-


bilonia por Nabucodonosor. Esta transmigración se concluyó perfecta-
mente once años después, cuando el mismo Nabuco, irritado por la re-
belión de Sedecías, tío del último rey (a quien había fiado la regencia
del reino y honrado con el título de rey), volvió con más furor contra
Jerusalén, y habiéndola saqueado y arruinado enteramente, y ejecuta-
do casi lo mismo con todas las ciudades de Judea, se llevó consigo a
sus habitadores, no dejando en toda la tierra sino algunos pocos de la
plebe de los pobres, que absolutamente no tenían cosa alguna 1; los
cuales, no dándose por seguros, no tardaron mucho en desterrarse a sí
mismos, huyendo a Egipto.
[350] Cumplidos los setenta años que había predicho Jeremías, ca-
pítulo 29, el rey Ciro, que por muerte de Darío acababa de sentarse en el
trono del imperio, movido e inspirado de Dios (como él mismo lo dice
en su edicto público, y como lo había anunciado Isaías, capítulo 45, lla-
mando a este príncipe con su propio nombre Ciro, doscientos años an-
tes), concedió licencia a los Judíos que quisieran, y aun los exhortó a
volver a Jerusalén, y a edificar de nuevo el templo del verdadero Dios,
mandando que se les restituyesen los vasos sagrados que había trans-
portado Nabucodonosor, y se les ayudase con todo lo necesario para el
edificio sagrado. Con esta licencia volvieron algunos con Zorobabel, se-
ñalado del mismo rey Ciro por conductor de aquella tropa de volunta-
rios (los cuales todos fueron de la tribu de Judá y Benjamín) con algu-
nos sacerdotes y levitas, como se lee expreso en el libro primero de Es-
dras, capítulo 1: Levantáronse los príncipes de los padres de Judá y de
Benjamín, y los sacerdotes, y los levitas 2. En el capítulo 2, para mayor
claridad, se dice que los que volvieron a Jerusalén eran descendientes
de aquellos mismos que había llevado cautivos a Babilonia Nabucodo-
nosor: Que subieron del cautiverio que había hecho trasladar a Babi-
lonia Nabucodonosor rey de Babilonia, y volvieron a Jerusalén y a Ju-
dá 3. De las otras diez tribus no se habla jamás una palabra.
[351] Aunque las ciudades y provincias de la Media, donde dichas
tribus habían sido colocadas, eran en aquel tiempo de la jurisdicción
de Ciro, que hacían una parte considerable de su imperio, es cierto que
a éstas no se les dio facultad para volver a sus respectivos países; ya
porque estos países estaban ocupados por otras naciones que el mismo
Salmanasar había enviado en lugar de Israel, como se dice en el cuarto
libro de los Reyes, capítulo 17, versículo 24; ya porque la intención de
Ciro sólo miraba al templo del verdadero Dios. Así se ve que su edicto
o cédula real habla solamente de la reedificación del templo del Dios

1 Jer. 39, 10.


2 1 Esd. 1, 5.
3 1 Esd. 2, 1.
502 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

del cielo, que estaba antes en Jerusalén, y del culto del mismo Dios.
Por consiguiente, sólo habla con los Judíos y sacerdocio a quienes esto
pertenecía: Esto dice Ciro rey de los Persas (dice el edicto): Todos los
reinos de la tierra me los ha dado el Señor Dios del cielo, y él mismo
me ha mandado que le edificase casa en Jerusalén… Y todos los va-
rones que hubieren quedado en todos los lugares donde moran, desde
el lugar donde están, ayúdenle con plata y oro, y hacienda y bestias,
sin contar lo que voluntariamente ofrecen al templo del Dios que está
en Jerusalén 1.
[352] Después de muchos años (que según me parece, no pudieron
ser menos de sesenta), el año séptimo de Artajerjes, volvió de Babilo-
nia a Jerusalén, acompañado de seiscientas personas, el santo y sabio
sacerdote Esdras, enviado del mismo rey como de visitador de sus her-
manos, para que viese si éstos observaban fielmente las leyes de su
Dios, y las leyes regias, para hacer observar ambas leyes con toda per-
fección y puntualidad, y para que como hombre lleno de sabiduría, de
celo y de piedad, instruyese libremente y sin embarazo alguno a los ig-
norantes: Y tú, Esdras (le dice el rey), según la sabiduría de tu Dios,
que hay en tu mano, establece jueces y presidentes, para que juzguen
a todo el pueblo que está de la otra parte del río, conviene a saber, a
los que tienen noticia de la ley de tu Dios, y a los que la ignoran ense-
ñadla libremente. Y todo el que no cumpliere exactamente la ley de tu
Dios, y la ley del rey, será condenado, o a muerte, o a destierro, o a
una multa sobre sus bienes, o a lo menos a cárcel 2. A los trece años
después de Esdras, el año 20 del mismo Artajerjes, Nehemías, que era
su copero y favorito, consiguió licencia del rey para ir a Jerusalén, lle-
vando facultad amplia (que hasta entonces no se había dado a los Ju-
díos) para edificar de nuevo la ciudad, y ceñirla de muros en toda for-
ma, como lo hizo, no sin grandes oposiciones de todas las naciones
circunvecinas, como se puede ver en el libro del mismo Nehemías, que
llamamos el segundo de Esdras 3.
[353] Ahora bien, es cierto por la misma Escritura que los que vol-
vieron de Babilonia a Jerusalén, en estas tres partidas, apenas hicieron
la suma de 42.600, que es lo mismo que decir, sólo fueron una parte
no muy considerable de las tribus de Judá y Benjamín (las cuales po-
cos años antes de la cautividad, en tiempo del rey Josafat, podían dar
1.170.000 soldados, que estaban alistados y prontos bajo cinco capita-
nes generales, exentos los que guardaban los presidios, como se dice
expresamente en el libro segundo del Paralipómenos, capítulo 17); por
consiguiente, los más individuos de Judá y Benjamín se quedaron en su

1 1 Esd. 1, 2 y 4.
2 1 Esd. 7, 25-25.
3 2 Esd. 2, 7-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 503

destierro, o porque no pudieron venir, o porque no quisieron, mirando


con indiferencia la tierra de sus padres y el culto de su Dios. Todas estas
noticias ciertas y seguras nos deben servir para conocer o para advertir
una verdad importantísima en el asunto que tratamos, es a saber: que
los Judíos que volvieron en aquellos tiempos de Babilonia a Judea, no
volvieron más libres que los que quedaron, ni vivieron más libres en la
tierra de sus padres que lo que habían vivido en la Caldea. Salieron de
Babilonia con licencia del príncipe, mas no salieron de la servidumbre
de Babilonia. Mudaron de terreno, mas no mudaron de condición, casi
del mismo modo que si hubiesen pasado de una provincia a otra del
mismo imperio. De esto se lamentaban ellos mismos más de setenta
años después de haber salido de Babilonia, cuando congregados en Je-
rusalén por Nehemías y Esdras a celebrar las fiestas de los tabernácu-
los, y oír la lectura de la ley, prorrumpieron un día en un amargo llan-
to, a que se siguió una fervorosa oración, y entre otras cosas le decían
al Señor estas palabras: He aquí que nosotros mismos hoy somos es-
clavos; y la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su
pan, y los bienes que produce, y nosotros mismos, somos en ella es-
clavos. Y sus frutos se multiplican para los reyes que has puesto sobre
nosotros por nuestros pecados, y tienen dominio sobre nuestros cuer-
pos y sobre nuestras bestias a su voluntad, y estamos en grande tri-
bulación 1.
[354] ¡Qué buena libertad! ¡Qué república tan digna de este nom-
bre! Este es, amigo mío, el título ilustre con que honran los doctores
cristianos comúnmente a los Judíos que volvieron de Babilonia con
Zorobabel, Esdras y Nehemías. La razón que tienen para darle el nom-
bre de república es tan clara, que la puede ver el más corto de vista. En
suma, les es preciso suavizar un poco del mejor modo posible la inter-
pretación (durísima a la verdad) de tantas, y tan claras, y tan magnífi-
cas profecías, que hablan de la vuelta de todos los hijos de Israel a la
tierra de promisión, de donde fueron desterrados, como si estas mag-
níficas profecías se hubiesen ya cumplido en aquellos pocos esclavos,
que sin dejar de serlo volvieron a la Judea.
[355] Después de edificado el templo y la ciudad; después que se
establecieron, los que volvieron, en Judea, que verosímilmente halla-
ron desierta, pues no se dice que los reyes de Babilonia enviasen algu-
na otra nación para que la poblase, como se dice respecto de las tierras
que ocupaban las otras diez tribus; después de todo esto, hasta las re-
voluciones causadas por Alejandro, parece evidente e innegable que,
así Jerusalén como toda la Judea, quedaron como antes sin novedad
alguna, en cuanto a la sujeción y dependencia total del imperio de Ba-

1 2 Esd. 9, 36-37.
504 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

bilonia. Ni se sabe que los habitadores de Judea tuviesen otra exen-


ción, respecto de los habitadores de la Caldea, Media o Persia, etc.,
sino la facultad que le dieron Ciro, Darío, y Artajerjes de poder dar a
su Dios un culto público en Jerusalén, y vivir según las leyes que ha-
bían recibido del mismo Dios, sin dejar por eso de observar puntual-
mente las leves regias: Y todo el que no cumpliere exactamente la ley
de tu Dios (le dice el rey a Esdras), y la ley del rey, será condenado o a
muerte, o a destierro, etc.
[356] El príncipe Zorobabel era, no sólo de la casa y familia de Da-
vid, sino nieto por línea recta del último rey de Judá (digo último, por-
que Sedecías, que reinó últimamente, no tenía derecho alguno a la co-
rona, sino que fue puesto con violencia por Nabucodonosor; mas Zo-
robabel tenía derecho legítimo, por ser hijo legítimo primogénito de
Salatiel, el cual lo había sido de Jeconías o Joaquín, que fue llevado a
Babilonia y encerrado en ella hasta que subió al trono Evilmerodac 1).
Con todo eso, ni Zorobabel, ni los que con él fueron, pensaron jamás
en tal reino ni en tal corona; ni se sabe que tuviese entre ellos más
mando ni más autoridad que la que le había dado Ciro, sumamente es-
casa, limitada a sola la reedificación del templo, y también la que le
daba el respeto y cortesía de los que sabían quién era.
[357] Después que el imperio de Caldeo o Persia (que es lo mismo),
fundado por Nabucodonosor, y acrecentado por sus sucesores, fue en-
teramente destruido por los Griegos, que se apoderaron de él, lo divi-
dieron en varias piezas, y lo hicieron mudar enteramente de semblante.
No por eso quedaron libres los Judíos que habitaban en Jerusalén y
Judea; no por eso pensaron poner en el trono algún descendiente de
David; no por eso pensaron en alzarse en república libre, ni aun siquie-
ra en negar su tributo y vasallaje a los nuevos amos. Siempre fueron
siervos y súbditos de los príncipes griegos, ya de éste, ya del otro, según
el partido dominante. Estos príncipes, así como mandaban y disponían
de todo en las otras provincias de su imperio, así disponían también en
Jerusalén y Judea, metiendo la mano aun en lo más sagrado; pues se
sabe por los dos libros de los Macabeos, que quitaban y ponían a su ar-
bitrio el sumo Sacerdote, y se apoderaban de los tesoros del templo,
destinados para el culto divino y para el sustento de los pobres.
[358] La única novedad de consideración que hubo en aquellos
tiempos fue la que ocasionó la impiedad o imprudencia de uno de estos
reyes, a quien llama la divina Escritura una raíz pecadora, Antíoco el
ilustre 2. Este rey inicuo e insensato, habiendo salido mal de su expedi-
ción contra el Egipto, pensó consolarse de algún modo, convirtiendo

1 4 Rey. 25
2 1 Mac. 1, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 505

toda su rabia y furor contra los Judíos. Así, sin otro motivo que una leve
sospecha de su infidelidad, se fue derecho a Jerusalén con todas sus
tropas, se apoderó de ella sin oposición, la saqueó, la incendió, la des-
truyó casi enteramente, derramó la sangre inocente de ochenta mil per-
sonas, vendió otros tantos por esclavos, hizo cesar el sacrificio conti-
nuo, despojó el templo de Dios de todos sus ornamentos y riquezas, lo
profanó con la profanación la más sacrílega, ya colocando en él la esta-
tua de Júpiter Olímpico, ya permitiendo en él aquellos excesos que di-
suenan y causan horror aun a los oídos menos castos: Porque el templo
(dice la Escritura) estaba lleno de lascivias y glotonerías propias de
gentiles, y de hombres que pecaban con rameras 1; y sobre todo, como
si esto fuera poco, pretendió también con empeño que todos los Judíos
se hiciesen gentiles, y renunciasen a su Dios y a su religión, que adora-
sen a los dioses de palo y de piedra que adoraban las otras naciones, y
se acomodasen enteramente a sus costumbres y modo de vivir; y todo
esto bajo pena de muerte. Pero Dios, que velaba sobre la conservación
de su iglesia, al mismo tiempo que castigaba sus pecados, permitiendo
tan graves males para corregirnos y enmendarnos 2, hizo en esta oca-
sión una clarísima ostentación de su grandeza. Excitó su espíritu en
una familia sacerdotal; la vistió de la virtud de lo alto; la armó de celo y
de coraje sagrado; y por medio de esta familia hizo con pocos hombres
tantos prodigios, cuantos se leen con asombro en los dos libros de los
Macabeos. Pasado este intervalo, que no fue muy largo ni muy feliz,
pues todo él estuvo siempre lleno de guerras, de inquietud y de turba-
ción, y habiendo triunfado la verdadera religión de tantas y tan graves
oposiciones, lo demás prosiguió como antes con poquísima o ninguna
novedad en la sustancia. Los habitadores de Jerusalén y de Judea, no
menos que las naciones circunvecinas, prosiguieron sirviendo como va-
sallos y súbditos del imperio de los Griegos, pagando sus tributos y su-
friendo su dominación, hasta que los Romanos se hicieron dueños ab-
solutos de todo el oriente, como se habían hecho de todo el occidente.
[359] En este estado estaban las cosas cuando vino el Mesías, el
cual, lejos de sacarlos de aquella servidumbre en que estaban quinien-
tos años había desde Nabucodonosor, les declaró por el contrario, en
términos formales, que debían pagar al César lo que era del César, co-
mo a Dios lo que era de Dios, y él mismo pagó su tributo 3. Poco des-
pués, estando cerca de Jerusalén, donde iba a padecer, se declaró más
con sus discípulos y amigos que lo seguían, y que iban en la persuasión
de que luego se manifestaría el reino de Dios 4; se declaró, digo, con

1 2 Mac. 6, 4.
2 2 Mac. 7, 33.
3 Mt. 22.
4 Lc. 19, 11.
506 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

aquella parábola admirable y clarísima, que se lee en el capítulo 19 del


Evangelio de San Lucas: Un hombre noble fue a una tierra distante
para recibir allí un reino, y después volverse 1. Con lo cual les dio bien
claro a conocer que lo que ellos pensaban y esperaban, aunque expreso
en las Escrituras, estaba todavía muy lejos; que primero se debían cum-
plir otras muchas Escrituras, igualmente claras y expresas, que habla-
ban de su pasión, de su muerte y de todas sus consecuencias: Mas pri-
mero es menester que él padezca mucho, y que sea reprobado de esta
generación 2.
[360] Finalmente, muerto el Mesías, glorificado y resucitado, no
por esto se acabó ni mitigó la servidumbre y cautividad de los hijos de
Israel; antes ésta se agravó más, y se hizo más dura sin comparación,
en castigo de haber reprobado a su Mesías, como lo anunciaban las
Escrituras, y como el mismo Señor lo había predicho pocos días antes
de su pasión: Porque éstos son días de venganza, para que se cum-
plan todas las cosas que están escritas… Y caerán a filo de espada, y
serán llevados en cautiverio a todas las naciones, etc. 3. En efecto, po-
cos años después de la muerte del Mesías, fueron otra vez arrojados de
Jerusalén y de Judea por los Romanos; el templo y la ciudad fueron
destruidos desde los cimientos; y su cautiverio y su servidumbre, sus
angustias, sus tribulaciones, no sólo siguieron como antes, sino que
crecieron y se agravaron notablemente, y después acá no han dejado
de crecer y a tiempos agravarse más en todas las naciones.
[361] Mas esta cautividad presente, esta servidumbre en que ve to-
do el mundo a los Judíos después de la destrucción de Jerusalén por
los Romanos, no puede llamarse con propiedad una cautividad y ser-
vidumbre nueva, aunque se considerasen solamente los que entonces
habitaban en la Judea, que era una parte bien pequeña respecto de la
que en aquel tiempo se llamaba dispersión de las doce tribus; aun ha-
blando, digo, de estos solos, parece cierto que los Romanos no hicie-
ron otra cosa en la realidad, sino revocar la licencia que les había dado
el rey Ciro, Darío, y Artajerjes, para edificar el templo de su Dios, y vi-
vir en Jerusalén y en Judea. Así como Dios movió el corazón de estos
príncipes para que concediesen aquella licencia, así movió después el
corazón a Vespasiano y Tito, y mucho más a Adriano, para que la revo-
casen del todo, confirmando el primer decreto de Nabuco, y haciéndo-
lo ejecutar sin misericordia.
[362] Aquella licencia de Ciro, anunciada por el Espíritu Santo
doscientos años antes 4, había sido sin duda conveniente y aun necesa-

1 Lc. 19, 12.


2 Lc. 19, 17 y 25.
3 Lc. 21, 22 y 24.
4 Is. 44.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 507

ria, ya para que se diese a Dios vivo el culto debido en su santo templo,
ya para que no se pervirtiese el pueblo de Dios entre la idolatría e ini-
quidades de Babilonia, ya también y principalmente para que pudiese
haber a su tiempo en la tierra santa un cuerpo considerable de la na-
ción y del sacerdocio, el cual, o recibiese al Mesías que estaba ya cerca,
o le reprobase y pusiese en una cruz, pues uno y otro extremo se debía
dejar en su libertad.

Se confrontan estas noticias con las profecías

PÁRRAFO 4
[363] Lo que acabamos de decir sumariamente tocante a los suce-
sos principales de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro,
dispersión y cautiverio, hasta el presente, nos parece que es la pura
verdad. No se halla a lo menos otra idea ni en la historia sagrada, ni
tampoco en la profana. Las diez tribus que fueron llevadas a Asiria y
Media por Salmanasar, rey de Nínive, es ciertísimo a quien quiera mi-
rarlo, que hasta ahora no han vuelto de su destierro; y si no, dígase
cuándo; y no obstante, las profecías anuncian y aseguran clarísima-
mente que han de volver. Las otras dos tribus de Judá y Benjamín, que
fueron del mismo modo llevadas cautivas a Babilonia por Nabucodo-
nosor, volvieron, es verdad, a Jerusalén y Judea (no todos sus indivi-
duos, sino una parte bien pequeña respecto del todo); mas aun estos
pocos que quedaron volvieron tan cautivos como habían ido, vivieron
en Jerusalén y Judea en la misma opresión y servidumbre en que que-
daban en Babilonia y Caldea los que no volvieron. En suma, no volvie-
ron de Babilonia, ni vivieron en Jerusalén y Judea, como anuncian las
profecías.
[364] Esto último es tan claro que, para convencerse, basta una
simple lección de las Escrituras. Y para acabar de convencerse plena-
mente, sin que quede duda ni sospecha de lo contrario, basta leer con
algún examen lo que sobre estas cosas nos dicen los doctores. Después
de un sumo empeño, diligencia, estudio y meditación, como hombres
llenos de ciencia, de erudición y de ingenio, al fin se ven en la necesi-
dad inevitable de confesar, algunos expresamente y todos implícita-
mente, que es una empresa no sólo difícil, sino imposible al ingenio
humano, el acomodar o verificar las profecías, en la vuelta de Babilo-
nia que sucedió en tiempo de Ciro. Si esto fuese posible de algún mo-
do, con esto solo quedaba ahorrado todo el trabajo. No había necesi-
dad en este caso de dejar el sentido obvio y literal, y acogerse a cada
paso a aquellos recursos fríos, y a la verdad mal seguros, de que tantas
veces hemos hablado.
508 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[365] Porque la confrontación de las profecías con la historia es un


punto de suma importancia en el asunto que tratamos, aunque ya que-
dan notadas muchas de estas cosas en todo el fenómeno de los Judíos,
especialmente en el aspecto 2, párrafo 4, todavía me parece necesario
apuntar en breve, y poner a la vista algunas de estas profecías, para
que teniéndolas presentes, se empiece a ver con los ojos, y se prosiga
viendo con la lección de las demás, la distancia suma y la despropor-
ción infinita que hay entre ellas, y la vuelta de la antigua Babilonia.
[366] Primeramente, en Isaías se dice que Dios congregará a los
prófugos de Israel, y a los dispersos de Judá, de todas las cuatro plagas
de la tierra 1; que congregados éstos en sus propias tierras, serán seño-
res de aquellos mismos de quienes habían sido esclavos 2; que el Señor
les dará entonces descanso de sus trabajos, de su opresión, y de aque-
lla servidumbre en que han estado por tantos siglos; que no se oirá ya
entre ellos el nombre de exactor, ni de tributo; que dirán entonces lle-
nos de regocijo: ¿Cómo cesó el exactor, se acabó el tributo? Quebró el
Señor el báculo de los impíos, la vara de los que dominaban 3; que
quebrantada, y hecha mil pedazos esta vara de la dominación de los
hombres, toda la tierra quedará quieta y en silencio, y al mismo tiem-
po, llena de gozo y exultación 4; que en aquel día, en fin, el Señor qui-
tará del cuello y de los hombros de Israel aquel yugo y aquella carga
tan pesada que ha llevado en su largo cautiverio 5.
[367] En Jeremías se dice que Dios congregará las reliquias de su
grey de todas las tierras donde estuvieren dispersas, y las conducirá
con su brazo omnipotente a sus campos; que allí crecerán y multiplica-
rán en paz y quietud, sin miedo ni pavor de las malas bestias, tanto
que ninguno faltará ni se echará menos en la cuenta 6; y en los capítu-
los 32, 33 y 34 se dice que Dios congregará a todos los hijos de Israel
de todas las naciones, tierras y lugares a donde los arrojó en medio de
su furor, de su ira, de su indignación grande y justísima, y los reducirá
otra vez a su propia tierra, donde habitarán confiadamente; que serán
entonces su pueblo; que les dará a todos un corazón y una alma; que
celebrará con ellos un pacto sempiterno; que en adelante no dejará
jamás de beneficiarlos; que se gozará en sus beneficios, y no tendrá
por qué arrepentirse de haberlos hecho; que les infundirá en sus cora-
zones su santo temor, para que ya no ofendan a su Dios, ni se aparten
de él; que sanará sus heridas, y cerrará del todo las cicatrices; que per-
donará sus pecados e iniquidades, y echará en perpetuo olvido todo lo

1 Is. 11, 12.


2 Is. 14, 2.
3 Is. 14, 4-5.
4 Is. 14, 7.
5 Is. 10, 27.
6 Jer. 23, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 509

pasado; que todas las gentes que oyeren o supieren los bienes innume-
rables y estupendos que les ha de dar, se asombrarán, y se turbarán
por todos los bienes, y por toda la paz, que yo (dice el Señor) les haré
a ellos 1; que, en fin, los plantará de nuevo en la tierra misma que pro-
metió a sus padres, y esto con todo su corazón y con toda su alma: Pon-
dré mis ojos sobre ellos para aplacarme, y los volveré a traer a esta
tierra; y los edificaré y no los destruiré; y los plantaré y no los arran-
caré 2; que en aquellos tiempos ya no dirán: Vive el Señor, que sacó a
los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive el señor, que sacó
y trajo el linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las
tierras a las cuales los había… echado allá; y habitarán en su tierra 3;
porque vendrá tiempo, dice el Señor, en el cual levantaré para David
un pimpollo justo; y reinará rey, que será sabio; y hará el juicio y la
justicia en la tierra. En aquellos días, prosigue inmediatamente, se
salvará Judá, e Israel habitará confiadamente; y éste es el nombre
que le llamarán, el Señor nuestro justo 4; y para decirlo todo en una
palabra, en el capítulo 1 se lee: En aquellos días, y en aquel tiempo,
dice el Señor, vendrán los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos
de Judá… Vendrán, y se agregarán al Señor con una eterna alianza,
que ningún olvido la borrará 5; y más abajo: En aquellos días, y en
aquel tiempo, dice el Señor, será buscada la maldad de Israel, y no
existirá; y el pecado de Judá, y no será hallado 6.
[368] En Baruc se dice que los cautivos que salieron de su tierra
con ignominia, a pie llevados por los enemigos 7, volverán de oriente y
occidente conducidos con honor como hijos del reino: Mas el Señor te
los traerá (a Jerusalén) levantados con honra como hijos del reino 8;
lo cual concuerda perfectamente con lo que se lee en Isaías: que los
árboles les harán sombra por mandamiento de Dios; que el Señor los
traerá en la lumbre de su majestad, con la misericordia y con la justi-
cia que viene de él 9; que su justicia, santidad y fidelidad a su Dios será
entonces diez veces mayor de lo que había sido su iniquidad; que en
fin, los revocará a la tierra que prometió con juramento a sus padres
Abraham, Isaac y Jacob, y esto ya bajo otro testimonio firme y sempi-
terno, y que no los volverá otra vez a mover de la tierra que les dio: Los
volveré a la tierra, que juré a los padres de ellos, Abraham, Isaac, y
Jacob… Y asentaré con ellos otra alianza sempiterna, para que yo les

1 Jer. 33, 9.
2 Jer. 24, 6.
3 Jer. 23, 7-8.
4 Jer 23, 5-6.
5 Jer. 50, 4-5.
6 Jer. 50, 20.
7 Bar. 5, 6.
8 Bar. 5, 6.
9 Bar. 5, 8-9.
510 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sea a ellos Dios, y ellos a mí me sean pueblo; y no removeré jamás a


mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di 1.
[369] En Ezequiel se dice que Dios congregará los dispersos de Is-
rael de todas las tierras donde se hallaren, y les dará su propia tierra;
que entonces dará a todos un corazón y un espíritu nuevo, quitándoles
el corazón de piedra, y dándoles corazón de carne 2; que romperá y ha-
rá pedazos su yugo y sus cadenas, librándolos enteramente de la mano
de los que los dominan 3, y que en adelante habitarán en su tierra con-
fiados sin ningún espanto…, ni llevarán más el oprobio de las gen-
tes 4; que derramará sobre ellos una agua pura y limpia, con que los
lavará de todas sus iniquidades pasadas 5. En suma, en el capítulo 37
se leen estas palabras: He aquí que yo tomaré a los hijos de Israel de
en medio de las naciones a donde fueron; y los recogeré de todas par-
tes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra,
en los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos… Y
mi siervo David será rey sobre ellos, etc. 6.
[370] En Oseas se dice que los hijos de Judá y de Israel, que antes
eran dos reinos enemigos entre sí, se congregarán después de su des-
tierro y se unirán otra vez, como lo estuvieron en tiempo de David y
Salomón, y que entonces se elegirán una sola cabeza, y subirán de la
tierra; pues grande es el día de Jezrael 7. La interpretación que se da
comúnmente a este texto de Oseas es verdaderamente curiosa, y por
eso digna de alguna atención. Se congregarán en uno los hijos de Ju-
dá y los hijos de Israel 8. Los hijos de Judá y de Israel (nos dicen) sig-
nifican aquí los Judíos y los Gentiles que creyeron por la predicación
de los apóstoles. Unos y otros, prosigue la explicación, reconocieron de
común acuerdo a Jesucristo por hijo de David e Hijo de Dios; por con-
siguiente, lo miraron como a su cabeza, como a su Señor, como a su
verdadero y legítimo rey. Unos y otros se levantarán de la tierra, esto
es, de los pensamientos, afectos y deseos terrenos, porque será grande
el día de Jezrael. ¿Qué querrá decirnos este Profeta con estas cuatro
palabras? ¿Qué día de Jezrael será éste? El día de Jezrael (concluye la
explicación) no quiere decir otra cosa, sino el día de la muerte de Cris-
to, el día de su resurrección, el de su ascensión a los cielos, el día de la
venida del Espíritu Santo, etc. Todos estos días sagrados vienen aquí
significados por el día de Jezrael: Pues grande es el día de Jezrael.

1 Bar. 2, 34-35.
2 Ez. 11, 17 y 19.
3 Ez. 34, 27.
4 Ez. 34, 28-29.
5 Ez. 36, 25.
6 Ez. 37, 21-22 y 24.
7 Os. 1, 11.
8 Os. 1, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 511

[371] Ahora bien, y toda esta explicación, se puede aquí preguntar,


¿sobre qué fundamento estriba? ¿Con qué razón se asegura que los hi-
jos de Judá significan en general los Judíos creyentes, y los hijos de Is-
rael los Gentiles? ¿Con qué razón se asegura que el día grande de Jez-
rael de que habla el Profeta son aquellos cuatro días de la muerte, re-
surrección, ascensión de Cristo, y venida del Espíritu Santo? ¿Acaso
porque esto se sabe y se cree, y lo otro, o no se quiere creer, o no se
quiere que se sepa?
[372] Oíd ahora otra explicación sencilla, sí, pero bien fundada y
por eso clara y natural. Los hijos de Judá, y los hijos de Israel, no sólo
significan, sino que son real y verdaderamente los que se llaman así en
toda la Escritura, esto es, los reinos diversos y siempre enemigos de
Israel y Judá: el primero, que comprendía diez tribus, y cuya capital
era Samaria; el segundo, que comprendía solas dos, y cuya capital era
Jerusalén. Estos reinos, que antes de la cautividad no sólo eran dos
reinos diversos, sino dos enemigos, llegará tiempo, dice el Profeta, en
que se unan entre sí, y formen un solo reino bajo una sola cabeza o un
solo rey, descendiente de David (que es lo mismo que acaba de decir-
nos Ezequiel); entonces, prosigue, se levantarán ambos de la tierra
donde han estado como muertos y sepultados, el uno desde Salmana-
sar, el otro desde Nabucodonosor, y subirán de la tierra.
[373] Este gran milagro, concluye el profeta, sucederá en el mundo
infaliblemente, porque el día de Jezrael será grande. Estas últimas pa-
labras, aunque a primera vista no ofrecen otra cosa que la misma os-
curidad, mas si queréis tomar el pequeño trabajo de leer el capítulo 7
del libro de los Jueces, con esto solo creo firmemente quedaréis del
todo satisfecho. Allí leeréis con admiración, y con no pequeña diver-
sión, lo que sucedió antiguamente en el gran valle de Jezrael, a donde
clara y visiblemente alude Oseas. Leeréis, digo, la célebre batalla, o por
mejor decir, el horrible destrozo que hizo Gedeón en el ejército innu-
merable y formidable de Madianitas, Amalecitas y otras naciones
orientales, que como langostas venían a desolar la tierra; los cuales to-
dos estaban acampados y cubrían el gran valle de Jezrael 1. A este ejér-
cito formidable, en su mismo campo, acometió Gedeón por orden de
Dios con solos 300 soldados, todos ellos tan bien armados, que nin-
guno de ellos llevaba espada, ni lanza, ni alguna otra arma ofensiva, ni
aun defensiva. En lugar de armas llevaba cada uno una trompeta en la
mano diestra, y en la siniestra una hidria o vaso de tierra, que escon-
día dentro una lámpara encendida. Dada la señal, debían todos rom-
per los vasos, chocándolos mutuamente cada uno con el que tenía a su
lado, con lo cual, apareciendo las luces, debían todos a un mismo

1 Jue. 6, 33.
512 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tiempo sonar sus trompetas y correr alrededor del campo. No fue me-
nester otra diligencia de parte de Gedeón y de sus fieles compañeros;
lo demás lo hizo Dios: Y el Señor hizo que tirasen de la espada en todo
el campo, y se mataban unos a otros, etc. 1.
[374] Todo esto, vuelvo a decir, sucedió en el valle de Jezrael, y es-
te suceso tan memorable toma aquí este Profeta como por recuerdo,
señal o parábola de lo que debe suceder cuando llegue el día del Señor,
o la revelación de Jesucristo, que es lo mismo; del cual día nos hablan
tanto y de tantas maneras todas las Escrituras. A esta misma expedi-
ción de Gedeón en el valle de Jezrael alude claramente Isaías, hablan-
do de la venida del Señor en gloria y majestad, cuando dice: He aquí
que el Dominador Señor de los ejércitos quebrará la cantarilla con
espanto, y los altos de estatura serán cortados, y los sublimes abati-
dos 2. A esto alude David en muchísimos salmos, en especial el 109,
cuando le dice al Mesías su Hijo: El Señor está a tu derecha, quebran-
tó a los reyes en el día de su ira. Juzgará a las naciones, multiplicará
las ruinas; castigará cabezas en tierra de muchos 3. A esto alude el
mismo Isaías, cuando dice en el capítulo 14: Quebró el Señor el báculo
de los impíos, la vara de los que dominaban 4. A esto alude todo el
cántico de Habacuc, en especial el versículo 12 (en el que dice): Con
estruendo hollarás la tierra, y espantarás con furor las Gentes. Salis-
te para salud de tu pueblo, para salud con tu Cristo… Maldijiste sus
cetros, a la cabeza de sus guerreros, que venían como un torbellino
para destrozarme 5. A esto alude en sustancia la caída de la piedra so-
bre los pies de la estatua; y a esto alude todo el capítulo 19 del Apoca-
lipsis. Con esta idea, volved a leer el texto de Oseas, y me parece que lo
entenderéis sin dificultad: Se congregarán en uno los hijos de Judá y
los hijos de Israel; y se elegirán una sola cabeza, y subirán de la tie-
rra, pues grande es el día de Jezrael. Excusad la digresión, y volvamos
a tomar el hilo que dejamos suelto.
[375] En Joel se dice, hablando con todo Israel en general: Os re-
compensaré los años que comió la langosta, el pulgón, y la roya, y la
oruga; mi ejército terrible, que yo envié contra vosotros 6. Los cuales
años no son otros, sino aquellos mismos que les anuncia el mismo
Profeta en el capítulo antecedente, por estas palabras: Lo que dejó la
oruga, comió la langosta, y lo que dejó la langosta, comió el pulgón,
y lo que dejó el pulgón, comió la roya 7. Y estos años o tiempos de tri-

1 Jue. 7, 22.
2 Is. 10, 33.
3 Sal. 109, 5-6.
4 Is. 14, 5.
5 Hab. 3, 12-14.
6 Joel 2, 25.
7 Joel 1, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 513

bulación y calamidades, significados por estas expresiones tan natura-


les y tan vivas, es cierto que hasta ahora no se los ha vuelto el Señor,
como aquí se los promete.
[376] En Amós se dice, capítulo 9: Los plantaré sobre su tierra; y
nunca más los arrancaré de su tierra que les di, dice el Señor 1. En
Abdías se dice: La casa de Jacob poseerá a los que la habían poseí-
do 2. En Miqueas se dice: Según los días de tu salida de la tierra de
Egipto, te haré ver maravillas. Lo verán las Gentes, y serán confun-
didas con todo su poder… Al Señor Dios nuestro respetarán, y te te-
merán 3. En Sofonías se dice: Las reliquias de Israel no harán injusti-
cia, ni hablarán mentira, y no será hallada en la boca de ellos lengua
engañosa 4; y hablando con la madre Sión, le dice: He aquí que yo
mataré a todos aquellos que te afligieron en aquel tiempo; y salvaré
a la que cojeaba; y recogeré aquella que había sido desechada; y los
pondré por loor y por renombre en toda la tierra de la confusión de
ellos 5. Finalmente, en Zacarías, que profetizó después de la vuelta de
Babilonia, se dice: Morarán en ella, y no será más anatema, sino que
reposará Jerusalén sin recelo 6. De estas cosas hallaréis a cada paso
en los Profetas todos, empezando desde Moisés.
[377] Ahora, decidme, amigo, con sinceridad y verdad: ¿Qué os pa-
rece de estas profecías? Supongamos por un momento que no hubiese
otras en toda la Escritura divina, sino estas pocas que aquí hemos
apuntado. Aun hablando de estas solas, ¿será posible verificarlas en
aquellos pocos esclavos que volvieron, con licencia de Ciro, de Babilo-
nia a la Judea? Reflexionad, señor mío, este punto capital con toda
vuestra atención y con todo vuestro juicio. Yo esperaré con paciencia
vuestra respuesta. Entre tanto debéis contentaros de que yo saque co-
mo legítimas y forzosas aquellas consecuencias, que me quedaron sus-
pensas en el párrafo 2.
[378] Primera: luego la cautividad y destierro y dispersión de los
hijos de Israel, de que hablan las profecías, no puede ser la que pade-
cieron solas dos tribus en tiempo de Nabucodonosor. Segunda: luego
la vuelta de la cautividad, destierro y dispersión de los hijos de Israel
de que hablan las profecías, no puede ser la vuelta de algunos indivi-
duos de solas dos tribus, que sucedió en tiempo de Ciro, y con su li-
cencia y beneplácito; mucho más cuando dichas profecías no nombran
a Babilonia, sino que sólo dicen en general, que volverán de todas las
tierras, de Oriente y Occidente, de las cuatro plagas de la tierra, etc.

1 Amós 9, 15.
2 Abd. 1, 17.
3 Miq. 7, 15-17.
4 Sof. 3, 13.
5 Sof. 3, 19.
6 Zac. 14, 11.
514 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Tercera: luego esta vuelta y todas las cosas, así generales como parti-
culares, que se dicen de ella, no se han verificado hasta ahora. Cuarta:
en fin, luego una de tres, o los profetas erraron, o Dios no es veraz, o
todas se han de verificar en algún tiempo, ni más ni menos que como
están escritas. Yo suscribo a esto tercero, y dejo lo primero y lo segun-
do a quien lo quisiere.

Amenazas contra Babilonia

PÁRRAFO 5
[379] Lo que hasta aquí hemos dicho de los cautivos de Babilonia,
podemos decir de Babilonia misma. Las profecías que hay contra ella
son tan terribles, tan admirables, tan enfáticas, y según parece, tan
ejecutivas, que por eso mismo es claro e innegable que no se han cum-
plido hasta el presente las que hay en favor de los cautivos. Yo me ima-
gino (y me sujeto en esto de buena fe al examen y juicio de los sabios)
que la Babilonia contra quien hablan directa e inmediatamente los
Profetas, es una Babilonia más general que particular; quiero decir, así
como los cautivos, en cuyo favor se habla tanto y de tantas maneras,
no pueden limitarse de modo alguno a aquellos solos que llevó a Babi-
lonia Nabucodonosor, y que volvieron a la Judea con licencia de Ciro,
como acabamos de probar; así la Babilonia contra quien se habla tam-
poco puede limitarse a aquella sola e individua Babilonia que fue otros
tiempos la capital del primer imperio del mundo. Parece que los Profe-
tas de Dios no hicieron otra cosa que tocar lo uno y lo otro de paso,
como un correo que, llegando a una ciudad intermedia, deja en ella al-
gunas órdenes del príncipe que le pertenecen inmediatamente; mas no
para, ni se detiene en ella, sino que al punto pasa adelante hasta el fin
y término de su misión. De este modo parece que lo hicieron los Profe-
tas de Dios. No pudiendo parar como en término último, ni en aque-
llos cautivos de Babilonia, ni tampoco en aquella Babilonia, como que
no eran el objeto primario y directo de su misión, aunque tocaron lo
uno y lo otro, mas no se detuvieron mucho; pasaron por ambas cosas
como por objetos intermedios, hasta dejar enteramente destruida a
Babilonia (con toda la extensión de esta palabra), y sus hermanos en
plena y perfecta libertad.
[380] El carácter propio del profeta Isaías es andarse casi siempre
por las cosas últimas, como que eran éstas su principal ministerio, y su
particular vocación: Con espíritu grande vio los últimos tiempos, y
alentó a los que lloraban en Sión 1, dice la misma Escritura. Así, se ve
este Profeta ocupado casi siempre, desde el principio hasta el fin, en las

1 Eclo. 48, 27.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 515

cosas últimas, sin olvidarse de ellas, aun cuando parece que debían dis-
traerlo tantos otros asuntos de que trata. Con estas cosas últimas con-
suela frecuentemente a Sión y a sus miserables hijos en las tribulacio-
nes que él mismo les anuncia. De manera que, aunque toca muchos
puntos pertenecientes al estado en su tiempo del pueblo de Dios, ya re-
prendiendo, ya amenazando, ya exhortando, ya instruyendo, etc., y
siempre con una viveza y elegancia admirable; aunque habla no pocas
veces de la primera venida del Mesías, de su vida, de sus virtudes, de su
doctrina, de sus tormentos, de su pasión y de su muerte; aunque habla
del estado infelicísimo en que quedaría Israel después de la muerte del
Mesías, y en consecuencia de haberlo reprobado; aunque habla clara y
expresamente de la vocación de las Gentes en lugar de Israel, etc.; mas
en estos y otros muchos puntos que toca es fácil observar que casi siem-
pre se pasa insensiblemente, y da un vuelo suave, hacia donde lo llama
su propia vocación, o el espíritu que lo gobernaba, que era lo último.
[381] Esto que decimos en general de toda la profecía de Isaías, se
hace más notable, y casi se toca con las manos, cuando habla de Babilo-
nia al capítulo 13. Por ejemplo, le pone por título: Carga de Babilonia,
que vio Isaías 1; y todo el capítulo (exceptuados dos o tres versículos
cuando más) es absolutamente inacomodable a la antigua Babilonia;
todo él se endereza visiblemente a lo último, como puede verlo quien
tuviere ojos. Lo mismo sucede con el capítulo 14, en que sigue la misma
materia. En todo él dice de Babilonia y de su rey cosas tan grandes, tan
extraordinarias y tan nuevas, que es imposible acomodarlos a aquella
Babilonia, y a su rey Baltasar. Los expositores más literales, después de
haberse fatigado no poco en dicha acomodación, lo confiesan así, aun-
que de paso y en confuso; y muchos son de parecer que aquí se habla
del Anticristo, bajo del rey de Babilonia (y por eso tal vez lo hacen nacer
de Babilonia, y empezar a reinar en ella, como dijimos en el fenómeno
3, artículo 2). La verdad es que no se habla aquí de cosas ya pasadas,
sino de cosas mucho mayores y todavía futuras. Aunque no hubiera
otra contraseña que las últimas palabras con que se concluye la profe-
cía, esto solo bastaba para comprender todo el misterio: Este es el con-
sejo (dice el Señor) que acordé sobre toda la tierra, y ésta es la mano
extendida sobre todas las naciones 2. Del capítulo 47 del mismo Isaías,
en que vuelve a hablar de Babilonia, decimos lo mismo y mucho más.
[382] Jeremías, en sus dos capítulos 50 y 51, hace lo mismo que
Isaías, con más difusión y prolijidad; esto es, pasa por encima de aque-
lla Babilonia de Caldea, descarga sobre ella una tempestad de rayos, le
hace saber las órdenes de Dios que le pertenecen a ella inmediatamen-

1 Is. 13, 1.
2 Is. 14, 26.
516 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

te, después de lo cual, desembarazado en breve de un interés respecti-


vamente tan pequeño, pasa luego más adelante hasta llegar en espíritu
a otra Babilonia, dicha así por semejanza, no por propiedad, de donde
finalmente saca libres a todos los cautivos, así de Judea como también
de Israel; y no sólo libres, sino justos, santos, reconciliados enteramen-
te con su Dios, y restituidos con grandes ventajas al honor y dignidad
de pueblo suyo; los planta de nuevo en la tierra prometida a sus pa-
dres, y les promete de parte de Dios que ya no volverán otra vez a ser
dominados por alguna potestad de la tierra. Para que esto se haga más
sensible, hagamos dos o tres observaciones, como por muestra de las
que se pudieran hacer.
Primera observación
[383] En el capítulo 50 dice así: Porque subió contra ella (contra
Babilonia) una nación del Norte, que pondrá su tierra en soledad; y
no habrá quien la habite, desde el hombre hasta la bestia; y se mo-
vieron, y se fueron, etc. 1. Si el Profeta habla aquí de la antigua Babilo-
nia caldea, parece claro que nada de esto se verificó cuando fue contra
ella la gente del Aquilón con Darío y Ciro. Esta gente, lejos de destruir
a Babilonia, lejos de ponerla a ella y a toda la Caldea en desierto y so-
ledad, no hizo en ella otra mudanza de consideración que poner en el
trono del imperio, en lugar del hijo o nieto de Nabucodonosor, prime-
ro a Darío Medo, y después a Ciro Persa. Babilonia, después de esta
época, quedó de corte principal del mismo imperio muchos años, y se
mantuvo en pie muchos más sin novedad alguna. Alejandro Magno,
que destruyó este primer imperio doscientos años después de Darío
Medo, tampoco destruyó a Babilonia, ni puso su tierra en soledad; an-
tes en ella vivió, y en ella acabó sus días. En tiempo de Antíoco, que
empezó a reinar el año ciento treinta y siete del imperio de los Grie-
gos 2, Babilonia era todavía ciudad considerable, donde habitaban
cuando les parecía los reyes sucesores de Alejandro; pues expresamen-
te dice la Escritura que, no habiendo podido el rey Antíoco despojar de
sus riquezas el templo y la ciudad de Climaide en Persia, se retiró con
gran pesar, y se volvió a Babilonia 3.
Segunda observación
[384] El mismo Jeremías, en el mismo lugar citado, prosigue in-
mediatamente diciendo: En aquellos días y en aquel tiempo, dice el
Señor, vendrán los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos de Ju-
dá; andando y llorando se apresurarán y buscarán al Señor su Dios.

1 Jer. 50, 3.
2 1 Mac. 1, 10.
3 1 Mac. 6, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 517

Preguntarán el camino para Sión, hacia acá sus rostros. Vendrán, y


se agregarán al Señor con una eterna alianza, que ningún olvido la
borrará 1. Si se habla aquí de la antigua Babilonia, y de los tiempos en
que fue tomada por los Medos y Persas, es cierto cuanto puede caber
en la certeza, que en aquellos días, y en aquel tiempo, nada de esto se
verificó. Después que los Medos y Persas se hicieron dueños de Babi-
lonia, volvieron algunos hijos de Judá; mas no volvieron los que en to-
da la Escritura se llaman hijos de Israel, a contradistinción de los de
Judá; no volvieron ellos, y juntamente los hijos de Judá. De los que
volvieron con licencia de Ciro, tampoco se verificó entonces, ni se ha
verificado hasta el presente, lo que se sigue: Vendrán, y se agregarán
al Señor con una eterna alianza.
Tercera observación
[385] En aquellos días, y en aquel tiempo, dice el Señor, será bus-
cada la maldad de Israel, y no existirá; y el pecado de Judá, y no será
hallado. En aquellos días y tiempos de Darío y Ciro, ni en todos los
que han pasado hasta el presente, ¿cómo podremos verificar estas pa-
labras? Volved los ojos a todos los tiempos pasados hasta tocar con Ci-
ro y Darío, buscando en todos estos tiempos la iniquidad en Israel, y la
hallaréis; buscad el pecado de Judá, y también lo hallaréis; ni será ne-
cesaria mucha diligencia ni mucho estudio para hallar lo que ha estado
y está patente a los ojos de todos: Duros de cerviz, e incircuncisos de
corazones y de orejas, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; co-
mo vuestros padres, así también vosotros 2, se les dijo con gran ver-
dad más de quinientos años después de Ciro. Con la misma verdad les
dijo el Mesías mismo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías,
diciendo: Este pueblo con los labios me honra, mas el corazón de ellos
lejos está de mí 3; y en otra parte: Así también vosotros, de fuera os
mostráis en verdad justos a los hombres, mas de dentro estáis llenos
de hipocresía y de iniquidad 4.
[386] Podrá decirse lo que sobre este texto de Jeremías dicen co-
múnmente los intérpretes, es a saber, que el Profeta, con estas pala-
bras, maldad de Israel… pecado de Judá, sólo habla de la idolatría; la
cual, dicen, cesó enteramente después de la vuelta de Babilonia. ¿Quién
creyera que en una cosa tan clara no había de faltar algún efugio? Mas
este efugio, si se mira de cerca, se halla muy semejante a una perspecti-
va. La apariencia se desvanece al punto, si se da algún lugar a la refle-
xión. Primeramente: ¿Con qué fundamento se asegura en tono decisivo

1 Jer. 50, 4-5.


2 Act. 7, 51.
3 Mt. 15, 7-8.
4 Mt. 23, 28.
518 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que la iniquidad y pecado de que habla este Profeta es solamente la ido-


latría? Cierto que con ninguno. Estas palabras, iniquidad y pecado, no
solamente en la Escritura divina, sino en todas las naciones y en todas
las lenguas, son y han sido siempre unas palabras universales que com-
prenden todo mal moral, ya respecto de Dios, ya respecto del prójimo;
¿por qué, pues, se contraen aquí a sola la idolatría? La idolatría es cierto
que es iniquidad y pecado gravísimo; mas todo pecado y toda iniqui-
dad, ¿deberá reputarse por idolatría? Lo segundo: expresamente habla
el Profeta de Israel y de Judá, como que vuelven juntos a la tierra de sus
padres, sin llevar consigo el pecado y la iniquidad que antes los opri-
mía; y es cierto y claro que, aunque volvió Judá en aquel tiempo sin ido-
latría, mas Israel no volvió sin idolatría, ni con ella, porque no volvió.
Lo tercero: aun hablando solamente de los que volvieron, éstos no estu-
vieron tan libres de idolatría, que no fueran idólatras casi todos en
tiempo de Antíoco; y Judas Macabeo, que los persiguió con tanto celo y
fervor, no tuvo gran necesidad de encender lámparas y antorchas para
encontrarlos; por todas partes se le presentaban. ¿Y qué diremos del
resto de los hijos de Judá? Que no volvieron, sino que quedaron en Ba-
bilonia y en toda la Caldea. ¿Qué diremos de los hijos de Israel, o de las
diez tribus? Que tampoco volvieron, sino que quedaron dispersos en la
Media y en otras provincias del imperio. ¿Sería necesario encender
muchas lámparas y linternas, para hallar su iniquidad y su pecado?
[387] Síguese de aquí (y de otras mil observaciones que podrían
hacerse sobre estas profecías), síguese, digo, que o las profecías se han
falsificado, o no tienen por objeto primario y directo la antigua Babi-
lona de Caldea, sino que en ellas se encierra otro misterio mayor y más
general que pide toda nuestra atención. La antigua Babilonia no pare-
ce que entra en dichas profecías, sino como una señal, o semejanza, o
parábola de todo lo que ha sucedido, y se ha continuado desde Nabuco
hasta ahora, y está todavía por concluirse. En efecto, así se lee expreso
en Isaías, capítulo 14, en que hablando con todo Israel en general, y
anunciándole la vuelta de su destierro y el fin de sus trabajos, le dice
estas palabras: Y será en aquel día, cuando te diere Dios descanso de
tu trabajo, y de tu apremio, y de tu dura servidumbre, en que antes
serviste; tomarás esta parábola contra el rey de Babilonia, y dirás:
¿Cómo cesó el exactor, se acabó el tributo? Quebró el Señor el báculo
de los impíos, la vara de los que dominaban 1.
[388] Si este texto,, seriamente considerado, se pudiera aplicar o
acomodar de algún modo razonable a la antigua Babilonia y a su rey
Baltasar, y a aquellos pocos cautivos que, sin dejar de serlo, volvieron
con Zorobabel, etc., parece que no hubiera gran dificultad en creer que

1 Is. 14, 3-5.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 519

la palabra parábola no tiene aquí otro misterio ni otro significado, que


el de cántico elegante y festivo, como pretenden insinuarnos; mas el
trabajo es que, no siendo posible lo primero, quedamos en nuestra po-
sesión sobre lo segundo. La palabra parábola debe significar aquí lo
mismo que en tantas otras partes de la Escritura, esto es, locución por
semejanza, no por propiedad. Así, este cántico que pone Isaías para
cierto tiempo en boca de Israel, sin dejar de ser festivo y elegante, es al
mismo tiempo una verdadera parábola; y todo lo que se dice en él, se
dice por semejanza, no por propiedad. Por consiguiente, el rey de Ba-
bilonia, y Babilonia misma, se deben mirar como una verdadera simili-
tud, no como propiedad. ¿Con qué propiedad, y con qué verdad, pudo
Israel decir este cántico en tiempo de Ciro? Ni aun siquiera sus prime-
ras palabras, que son éstas: ¿Como cesó el exactor, se acabó el tributo?
Si alguno las hubiere dicho, o al salir de Babilonia, o después de estar
en Judea, cierto que no hubiera sido creído sobre su palabra; todos lo
hubieran desmentido al punto, diciendo con verdad lo que decían en
tiempo de Nehemías: He aquí que nosotros mismos hoy somos escla-
vos; y la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su pan,
y los bienes que produce, y nosotros mismos, somos en ella esclavos. Y
sus frutos se multiplican para los reyes que has puesto sobre nosotros
por nuestros pecados, y tienen dominio sobre nuestros cuerpos y so-
bre nuestras bestias a su voluntad, y estamos en grande tribulación.
Comparad este texto con aquel otro: ¿Cómo cesó el exactor, se acabó el
tributo?, y ved si los podéis concordar en un mismo tiempo y personas.

Se confirma y aclara más este modo de discurrir

PÁRRAFO 6
[389] Para entender bien todas las profecías que hay contra Babi-
lonia, y el fin y término verdadero a donde todas se enderezan, paré-
ceme a mí que basta tomar las llaves en las manos, y abrir las puertas.
La misma Escritura nos ofrece estas llaves, con las cuales todo se faci-
lita; sin ellas todo queda oscuro, difícil e inaccesible.
Primera llave
[390] El apóstol San Pedro, escribiendo desde Roma a todas las
Iglesias de Asia, concluye su primera epístola por estas palabras: Os
saluda la Iglesia que está en Babilonia 1. ¿Qué quiere decir esto? San
Pedro ciertamente no escribía desde el Eufrates, sino desde el Tíber;
no desde la Caldea, sino desde Roma. En tiempo de San Pedro, la anti-
gua Babilonia ya no existía, ya estaba casi tan olvidada como lo está

1 1 Ped. 5, 13.
520 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ahora. Pues ¿de qué Babilonia habla? De Roma misma. Mas ¿por qué
razón le da este nombre a la capital del imperio romano? Fuera de es-
to, los Cristianos a quienes escribía debían sin duda estar bien entera-
dos de que Babilonia y Roma no eran dos cosas diversas, sino una mis-
ma. Sin esta noticia, la dicha salutación, como de personas incógnitas
e inciertas, hubiera sido inútil, y por lo mismo indigna del supremo
pastor. Si sabían esto los Cristianos, ¿de dónde lo sabían?
[391] A esta dificultad responden comúnmente los intérpretes que
el apóstol San Pedro puso Babilonia en lugar de Roma sólo por pre-
caución, esto es, para no ocasionar sin necesidad alguna persecución,
o contra sí, o contra los Cristianos, si esta epístola llegase por algún
accidente a manos de los étnicos, y a noticia del emperador. Mas ¿qué
tenían que temer en este caso, ni San Pedro, ni los Cristianos? ¿Qué
hubieran hallado en ello que reprender, ni por qué perseguir al cris-
tianismo? Antes hubieran hallado mucho que alabar en aquella parte
que ellos podían entender, que es la moral, por ejemplo: Someteos,
pues, a toda humana criatura, y esto por Dios, ya sea al rey, como
soberano que es, ya a los gobernadores… Porque así es la voluntad de
Dios… Honrad a todos, amad la hermandad, temed a Dios, dad hon-
ra al rey. Siervos, sed obedientes a los señores con todo temor, no tan
solamente a los buenos y moderados, sino aun a los de recia condi-
ción 1. Mancebos, obedeced a los ancianos 2. ¡No sé yo que algún prín-
cipe o república pueda reprender, o no alabar, esta doctrina del sumo
pastor de los Cristianos!
[392] Acaso se dirá que San Pedro no temía por la moral de su
epístola, sino porque en ella habla de Jesucristo y de la religión cris-
tiana. ¿Y es creíble, digo yo, que San Pedro temiese por esta parte? En
la misma epístola exhorta a los Cristianos a no temer la persecución
que les venga en cuanto cristianos, sino la que puede venirles en cuan-
to reos y delincuentes: Ninguno de vosotros padezca como homicida o
ladrón… Mas si padeciere como cristiano, no se avergüence; antes dé
loor a Dios en este nombre 3. Fuera de que, cuando San Pedro escribió
esta epístola, no había edicto alguno del emperador contra los Cristia-
nos, ni prohibición del cristianismo, pues los mismos autores afirman
que esta epístola la escribió San Pedro el año 13 después de la muerte
del Señor, que según parece, corresponde a los principios del empera-
dor Claudio, esto es, más de 20 años antes de la primera persecución
de la Iglesia, que fue la de Nerón. ¿A qué venía, pues, en este tiempo el
temor de San Pedro a la persecución? Y dado caso que quisiese usar de
alguna precaución, ¿no era más natural que dijese a los Cristianos, a

1 1 Ped. 2, 13-15 y 17-18.


2 1 Ped. 5, 5.
3 1 Ped. 4, 15-16.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 521

quienes escribía: Os saluda esta Iglesia, sin nombrar a Roma, ni a Ba-


bilonia, ni alguna otra ciudad determinada? ¿No sabrían los Cristianos
en qué parte del mundo se hallaba en aquel tiempo el príncipe de los
Apóstoles y el vicario de Cristo?
Segunda llave
[393] Después de algunos años (y no pocos, pues pasaron a lo me-
nos treinta) escribió San Juan su Apocalipsis; y en los capítulos 16, 17,
18 y 19, habla expresa y nominadamente de Babilonia, profetizando
contra ella cosas nada ordinarias. Y para que ninguno desconozca la
Babilonia de que habla, para que ninguno se equivoque pensando que
habla de la antigua, que ya no existía, le pone tantas señas y distintivos,
que es preciso conocerla por más que se repugne. De modo que aun los
doctores más corteses o más apasionados por Roma se ven en la nece-
sidad inevitable de confesar y conceder en este punto la pura verdad. Lo
que se debe notar principalmente sobre estos lugares del Apocalipsis,
es el reclamo, o la alusión clarísima, que hacen a todas las profecías que
hay contra Babilonia. Todas son llamadas aquí, todas se hacen compa-
recer, todas son obligadas a servir contra la nueva Babilonia. No sólo se
traen las expresiones vivas de los Profetas, sino tal vez sus mismas pa-
labras, como luego veremos. Y es bien fácil notar que el amado discípu-
lo se sirve puntualmente de aquellas palabras y expresiones vivísimas
de los Profetas, que no tuvieron lugar ni pudieron tenerlo en la antigua
Babilonia. Para que no se piense que queremos ser creídos sobre nues-
tra palabra, será bien poner aquí a algunos ejemplares.

Alusiones o reclamos
de la Babilonia del Apocalipsis
a la Babilonia de los Profetas

PÁRRAFO 7
[394] Isaías, hablando de Babilonia, dice: Dura visión me ha sido
noticiada… Por esto se han llenado mis lomos de dolor; congoja me
tomó, como congoja de mujer que está de parto; me caí cuando lo oí,
quedé turbado cuando lo vi. Desmayóse mi corazón, me horrorizaron
las tinieblas; Babilonia, la mi amada, es para mí un asombro 1. ¿Os
parece verosímil que la toma de Babilonia por Darío y Ciro pudiese
causar en Isaías unos efectos tan grandes, como él mismo dice y pon-
dera con tanta viveza?
[395] San Juan, hablando de la Roma futura, dice con más breve-
dad, mirándola sentada sobre la bestia: Cuando la vi, quedé maravi-

1 Is. 21, 2-4.


522 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

llado de grande admiración 1. Leed este capítulo 17 y el siguiente, y


allí veréis cuán gran razón tenía el amado discípulo para admirarse
con tan gran admiración, de ver a Roma en el estado infelicísimo que
él mismo anuncia.
[396] El mismo Isaías le dice a Babilonia: Ahora, pues, escucha
esto, tú delicada, y que habitas confiadamente, la que dices en tu co-
razón: Yo soy, y fuera de mí no hay más; no me sentaré viuda, ni co-
noceré esterilidad. Te vendrán estas dos cosas subitáneamente en un
solo día, esterilidad y viudez. Todas estas cosas vinieron sobre ti…
Este tu saber y ciencia te engañó. Y dijiste en tu corazón: Yo soy, y
fuera de mí no hay otra. Vendrá mal sobre ti, y no sabrás de dónde
nacerá; y se desplomará sobre ti una calamidad que no podrás es-
piar; vendrá sobre ti repentinamente una miseria que no sabrás 2.
[397] ¿Cómo es posible acomodar todo esto a la antigua Babilonia,
tomada por Darío y Ciro? Leed, amigo, cualquier expositor; comparad
lo que os dijere con el texto, y con la historia de este suceso que no ig-
noráis, y con esto solo podéis salir de toda duda; mucho más si repa-
ráis en el texto del Apocalipsis, que hablando de Roma futura, dice así:
Cuanto ella se ha glorificado, y ha vivido en deleites, tanto le daréis
de tormento y llanto; porque dice en su corazón: Yo estoy sentada
reina, y no soy viuda, y no veré llanto. Por esto en un día vendrán sus
plagas, muerte, y llanto, y hambre, y será quemada con fuego; por-
que es fuerte el Dios que la juzgará 3.
JEREMÍAS: Retornadle según su obra, según todas las cosas que hi-
zo, hacedle a ella 4. APOCALIPSIS: Tornadle a dar así como ella os ha
dado, y pagadle al doble según sus obras 5.
JEREMÍAS: La que moras sobre muchas aguas, rica en tesoros 6.
APOCALIPSIS: Ven acá, y te mostraré la condenación de la grande ra-
mera, que está sentada sobre las aguas 7.
JEREMÍAS: Súbitamente cayó Babilonia, y fue desmenuzada 8. APO-
CALIPSIS: Y después de esto vi descender del cielo otro ángel, que tenía
gran poder, y la tierra fue esclarecida de su gloria. Y exclamó fuerte-
mente, diciendo: Cayó, cayó Babilonia la grande… Lo mismo se dice
en el capítulo 14: Y otro ángel le siguió diciendo: Cayó, cayó aquella
Babilonia la grande… Lo cual también alude al capítulo 21 de Isaías,
donde se lee: Cayó, cayó, Babilonia 9.

1 Apoc. 17, 6.
2 Is. 47, 8-11.
3 Apoc. 17, 7-8.
4 Jer. 50, 29.
5 Apoc. 18, 6.
6 Jer. 51, 13.
7 Apoc. 17, 1.
8 Jer. 51, 8.
9 Apoc. 18, 1-2; 14, 8; Is. 21, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 523

JEREMÍAS: Huid de en medio de Babilonia, y salve cada uno su al-


ma… Salid de en medio de ella, pueblo mío, para que salve cada uno
su alma de la ira del furor del Señor 1. APOCALIPSIS: Y oí otra voz del
cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no tengáis parte
en sus pecados, y que no recibáis de sus plagas 2.
JEREMÍAS: Cáliz de oro Babilonia en la mano del Señor, que em-
briaga toda la tierra; del vino de ella bebieron todas las naciones, y
por esto fueron conmovidas 3. APOCALIPSIS: Y se embriagaron los mo-
radores de la tierra con el vino de su prostitución 4; porque todas las
gentes han bebido del vino de la ira de su fornicación, y los reyes de la
tierra han fornicado con ella 5.
JEREMÍAS: Así será sumergida Babilonia, y no se levantará de la
aflicción 6. APOCALIPSIS: Y un Angel fuerte alzó una piedra como una
grande piedra de molino, y la echó en la mar, diciendo: Con tanto
ímpetu será echada Babilonia, aquella grande ciudad, y ya no será
hallada jamás 7.
JEREMÍAS: Y los cielos, y la tierra, y todas las cosas que hay en
ellos, darán alabanza sobre lo de Babilonia 8. APOCALIPSIS: Regocíjate
sobre ella, cielo, y vosotros, santos Apóstoles y Profetas; porque Dios
ha juzgado vuestra causa cuanto a ella 9. Y en el capítulo 19 prosigue
diciendo: Después de esto oí como voz de muchas gentes en el cielo,
que decían: Aleluya, la salud, y la gloria, y el poder es a nuestro Dios.
Porque sus juicios verdaderos son y justos, que ha condenado a la
grande ramera, que pervirtió la tierra con su prostitución, y ha ven-
gado la sangre de sus siervos de las manos de ella. Y otra vez dijeron:
Aleluya. Y el humo de ella sube en los siglos de los siglos 10.
[398] Basten estas pocas alusiones que acabamos de notar, para
conocer, o a lo menos entrar en grandes y vehementes sospechas, de
que la Babilonia de los Profetas no puede limitarse a aquella antigua e
individua ciudad, que fue la corte del primer imperio. Así como aquel
primer imperio, que al principio estuvo en la cabeza de oro de la esta-
tua, se ha ido bajando, con el tiempo, de la cabeza al pecho y brazos,
después al vientre y muslos, y últimamente del vientre y muslos a las
piernas, pies y dedos (como actualmente lo vemos); así aquella prime-

1 Jer. 51, 6 y 45.


2 Apoc. 17, 4.
3 Jer. 51, 7.
4 Apoc. 17, 2.
5 Apoc. 18, 3.
6 Jer. 51, 64.
7 Apoc. 17, 21.
8 Jer. 51, 48.
9 Apoc. 18, 20.
10 Apoc. 19, 1-3.
524 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ra Babilonia, considerada no en lo material, sino en lo formal, ha ido


siguiendo los mismos pasos; no digo solamente desde Nabucodonosor,
o desde el primer imperio de los cuatro más célebres, sino aun desde
que comenzó el imperio, o el principado de un hombre solo sobre mu-
chos, que llamamos monarquía; lo cual, como se lee en el capítulo 10,
versículo 10, del Génesis, tuvo su primer principio en Babilonia.
[399] En este aspecto, pues, me parece a mí que consideran los
Profetas a Babilonia, cuando le anuncian con tantas, tan vivas y tan
magníficas expresiones, cosas que hasta ahora no se han visto en el
mundo, ni se han verificado de modo alguno en aquella primera y an-
tigua Babilonia. Considerada Babilonia en este aspecto, se entienden
al punto sin embarazo alguno dichas profecías, las cuales sin esto que-
dan ciertamente algo más que difíciles, oscuras e inaccesibles. Este
mismo aspecto parece que es el que tuvieron muy presente los apósto-
les San Pedro y San Juan, cuando le dieron el nombre propio de Babi-
lonia a aquella gran ciudad, que en su tiempo era la señora del mundo,
como la capital del imperio romano. Es verdad que este imperio ha ba-
jado muchos días ha, desde el vientre hasta los pies y dedos de la esta-
tua; mas con todo eso podemos decir que persevera, no física sino mo-
ralmente, en uno de sus efectos principales, dignos por cierto de todas
las atenciones de los Apóstoles y Profetas. Persevera, digo, moralmen-
te en lo que es relativo al pueblo de Israel (pueblo propio de los unos y
de los otros); persevera, vuelvo a decir, en cuanto al cautiverio y dis-
persión entera y completa de este pueblo infeliz, ejecutada por los Ro-
manos después de la muerte del Mesías, y continuada, confirmada y
agravada por el cuarto imperio; y persevera también moralmente per-
severando en su lustre, gloria y esplendor aquella misma ciudad, que
fue corte y capital del mismo imperio, y ahora lo es de un estado o im-
perio pequeño en lo material, mas de un imperio o estado mayor en lo
espiritual, cual es, o debía ser, todo el orbe cristiano.
[400] No sé, amigo mío, si en este último punto me he explicado
bien; pienso que no, mas no por eso quedo sin consuelo o sin esperan-
za cierta y segura. Lo que falta a mi explicación lo puede suplir muy
bien abundante y copiosamente vuestra juiciosa reflexión. Os remito
de nuevo al fenómeno 3, párrafo 14, cuyo título es LA MUJER SOBRE LA
BESTIA.

Resumen o conclusión

PÁRRAFO 8
[401] En suma, aquella antigua Babilonia situada en el Eufrates ya
no existe en el mundo, días ha que murió, ni hay esperanza alguna que
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 525

resucite jamás: Ni será edificada, hasta en generación y generación…


No morará allí varón, ni la habitará hijo de hombre 1. Con todo eso,
las profecías que hay contra Babilonia no se han verificado hasta ahora
plenamente. Digo plenamente, porque aunque Babilonia se destruyó
(que es una de las cosas que anuncian claramente los Profetas), mas
no se destruyó de aquel modo, y con aquellas circunstancias particula-
res, que se leen expresas en sus profecías.
[402] Muchos autores, no solamente de los intérpretes de la Escri-
tura, mas también los historiadores, entre ellos el sabio y pío Monse-
ñor Rolin, en su historia antigua, hablan de la destrucción de Babilo-
nia, y citan las profecías con una especie de confianza y seguridad, co-
mo si dicha destrucción y dichas profecías estuviesen perfectamente
de acuerdo. Mas si les preguntamos por curiosidad de qué monumen-
tos, de qué archivos y de qué fuentes han sacado unas noticias tan sin-
gulares, nos hallamos con la extraña y gran novedad de que realmente
no han tenido otras fuentes, ni otros archivos, ni otros monumentos,
sino las mismas profecías, las cuales han suplido por todo. Bien. Y si
hay monumentos en contra, ciertos y seguros, no digo solamente en la
historia profana (que esto importa poco), sino mucho más en la histo-
ria sagrada; en este caso, ¿no sería cosa justísima no hacernos desen-
tendidos de dichos monumentos? Pues así es.
[403] Por lo que toca a la historia sagrada, os he hecho ya notar en
varias partes de este fenómeno algunos monumentos y noticias ciertas,
del todo incompatibles con las profecías. Pudiera haber notado otras
muchas más con poco trabajo material, mas ¿para qué? ¿No bastan y
aun sobran las que quedan notadas? Por lo que toca a la historia pro-
fana, me parece que bastará deciros o acordaros que Alejandro Magno
murió en Babilona 200 años después que Babilonia debía estar ente-
ramente destruida, si los Profetas hubiesen hablado de ella directa o
inmediatamente.
[404] Fuera de esto, también os he hecho notar (y debéis notarlo
con especial cuidado y exactitud) que todas aquellas cosas y circuns-
tancias más graves que, miradas las profecías, ciertamente faltaron en
la destrucción de la antigua Babilonia, se ven aparecer y como resuci-
tar, después de algunos siglos, en el Apocalipsis de San Juan; y esto
como unas cosas propias y peculiares, no de aquella antigua y difunta
Babilonia, sino de otra nueva que todavía existe, para cuando llegue
para aquel tiempo y momentos que puso el Padre en su propio poder.
[405] Del mismo modo discurrimos de los cautivos de Babilonia,
según las profecías. Muchos días o muchos siglos ha que salieron de
aquella antigua Babilonia algunos cautivos de Judá. Muchos siglos ha

1 Jer. 50, 39-40.


526 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que se establecieron de nuevo en la Judea, muchos siglos ha que edifi-


caron de nuevo su templo y ciudad de Jerusalén. Mas con todo, es
cierto e innegable (cuanto puede extenderse esta palabra certeza en
asuntos semejantes) que las profecías innumerables que hablan en ge-
neral de la vuelta de los cautivos a su tierra, no se han verificado, ni
una entre mil. No hay duda que algunos de los cautivos que había he-
cho trasladar a Babilonia Nabucodonosor rey de Babilonia, volvie-
ron a Jerusalén y Judá 1; mas ni aquella salida de Babilonia, ni aque-
lla vuelta, ni aquel nuevo establecimiento en Jerusalén y Judea, suce-
dió entonces de aquel modo y con aquellas circunstancias gravísimas,
que anuncian clara y distintamente las profecías.
[406] Pues a todo esto, ¿qué podremos decir? ¿Que las profecías se
han falsificado? ¿Que los Profetas erraron, o el Espíritu Santo que ha-
bló por los Profetas? ¿Que los Profetas fingieron aquellas cosas por or-
gullo de su corazón? ¿Que Dios ha faltado a su palabra? Todos estos
despropósitos se presentan naturalmente y como de tropel, o es muy
fácil que se presenten, a cualquier hombre reflexivo, por pío que sea, si
por otra parte no tiene ni admite otras ideas que las que puede dar el
sistema ordinario. Mas estos mismos despropósitos u otros semejan-
tes se desvanecen al punto si, dejado por un momento el sistema ordi-
nario de los doctores e intérpretes, nos atenemos al sistema ordinario
de la Escritura. En este sistema (si es lícito darle este nombre) todo se
compone sin la menor dificultad. Es cierto que las profecías no se han
cumplido hasta el presente; mas también es cierto que todavía no se
ha acabado el mundo. También es cierto que los cautivos de quienes se
habla existen todavía en el mundo, y existen en calidad de cautivos.
También es cierto que no ha sido posible exterminarlos, ni confundir-
los con las otras naciones, ni iluminarlos, ni abrirles el oído interno, ni
quitarles el corazón de piedra, ni el velo del corazón, etc., cosas todas
que están clarísimamente anunciadas en las mismas profecías. ¿Quién,
pues, nos impide el pensar y decir libremente lo que de suyo se pre-
senta a la razón, ilustrada con la lumbre de la fe? ¿Quién nos impide el
pensar y decir libremente que, así como ya se han cumplido muchísi-
mas profecías de las que se leen en las Escrituras, así se cumplirán a su
tiempo otras muchas que todavía quedan? ¿Hay cosa más conforme a
razón, ni más digna de Dios? Piensen, pues, los hombres como pensa-
ren, y acomoden como les fuere posible o imposible; siempre será ver-
dadera aquella sentencia del Apóstol: Dios es veraz, y todo hombre fa-
laz, como está escrito 2.
[407] De todo lo que hemos observado en estos dos últimos fenó-
menos, la conclusión sea: que aquellas dos grandes fortalezas donde se

1 1 Esd. 2, 1.
2 Rom. 3, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 527

acogen con todas sus ideas los intérpretes de la Escritura (es a saber,
Babilonia y sus cautivos, en cuanto se puede; y en cuanto no se puede,
que es casi todo, la Iglesia cristiana, compuesta de las Gentes que en-
traron en lugar de los Judíos), son en realidad dos fortalezas que tie-
nen mucho de perspectiva. No hay duda que, miradas de cierta distan-
cia, muestran una gran apariencia, e infunden no sé qué de pavor; mas
la apariencia y pavor van desapareciendo, al paso que los ojos o la re-
flexión se van acercando.
[408] Lo primero: la Iglesia cristiana no puede faltar. Es su edifi-
cio tan indestructible y eterno como lo es el fundamento sobre que es-
triba, que es Cristo Jesús; pero sin faltar la Iglesia cristiana, puede muy
bien ahora (como pudo en otros tiempos) mudarse el candelero de una
parte a otra, o inclinarse el cáliz para éste y para aquél 1; porque, co-
mo está escrito, sus heces no se han apurado; beberán todos los peca-
dores de la tierra 2; y como nos advierte el Apóstol, Dios todas las co-
sas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia 3.
[409] Lo segundo: salieron de Babilonia algunos cautivos, mas no
salieron como anuncian las profecías claramente; pues no salieron li-
bres, ni salieron santos, ni salieron con el corazón circuncidado, ni sa-
lieron de todos los países y naciones de la tierra, ni salieron todos sin
quedar alguno, ni salieron los hijos de Israel, ellos, y juntamente los
hijos de Judá, ni salieron para vivir en quietud y seguridad en la tierra
prometida a sus padres, ni salieron, en suma, para no ser otra vez mo-
vidos y desterrados de aquella tierra, cosas todas anunciadas y repeti-
das de mil maneras en toda la Escritura. Luego lo que entonces no su-
cedió, deberá suceder algún día así como está escrito, sin que le falte ni
un punto, ni una tilde, sin que todo sea cumplido 4.

Apéndice

[410] Las cosas que acabamos de observar en este fenómeno for-


man en sustancia la dificultad más grave de todas cuantas han opuesto
y oponen hasta ahora los Judíos, a los que les hablan de la venida del
Mesías. Después que se ven rodeados y atacados por todas partes con
sus mismas Escrituras; después que ya no hallan qué responder a los
argumentos clarísimos y eficacísimos que les hacen los doctores cris-
tianos; después que se ven convencidos y concluidos con suma eviden-
cia; se acogen, al fin, a aquella última fortaleza, que sin razón han te-

1 Sal. 74, 9.
2 Sal. 74, 9.
3 Rom. 11, 32.
4 Mt. 5, 18.
528 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nido en todos tiempos por inexpugnable; se acogen, quiero decir, a las


profecías. Su modo de discurrir, reducido a cuatro palabras, es éste.
Las profecías (digan lo que dijeren los Cristianos e intérpretes, y aco-
moden como mejor les pareciere), las profecías es cierto que no se han
cumplido; luego el Mesías no ha venido. El antecedente lo prueban,
mostrando una por una (con grande y molestísima prolijidad) no so-
lamente aquellas pocas que nosotros hemos observado, sino otras mu-
chas más que hemos omitido. La consecuencia la deducen, a su pare-
cer, clarísimamente de las mismas profecías; pues entre éstas es fácil
notar que unas anuncian expresamente, otras suponen evidentemente,
que toda visión y profecía se habrá ya cumplido cuando venga el Me-
sías, o se acabará de cumplir plena y perfectamente en su venida. Bas-
ta leer el capítulo 9 de Daniel, en donde se hallan juntas, y unidas, y
como inseparables, estas dos cosas entre otras, a saber, el cumplimien-
to pleno y perfecto de toda profecía y visión, y la unción del Santo de
los santos 1. Conque si el Mesías ha venido, deberá ya haber sucedido
la unción del Santo de los santos. Si ésta ha sucedido, deberá ya haber-
se cumplido plena y perfectamente toda visión y profecía. Esto último
es evidentemente falso, luego también lo primero, pues no hay más ra-
zón para lo uno que para lo otro; luego el ungido o Cristo del Señor no
ha venido, etc.
[411] Este argumento de los doctores judíos es el único entre todos
a que no han podido responder hasta ahora los doctores cristianos, a
lo menos de un modo perceptible, capaz de contentar y satisfacer a
quien desea la verdad, y sólo en ella puede reposar. En todo lo demás
tengo por cierto e indubitable que convencen evidentemente a los doc-
tores judíos, los confunden y los hacen enmudecer; y esto con tanta
eficacia y evidencia, que algunos rabinos más modernos (y sin duda
más doctos y sinceros que los antiguos) se han visto precisados a decir,
en fuerza de los argumentos, que el Mesías debía haber venido muchos
siglos ha, según las Escrituras; mas que ha dilatado su venida por los
pecados de su pueblo. Otros, todavía más doctos y más sinceros, han
dicho (y parece que en esto han dicho la pura verdad sin entenderla)
que el Mesías ya vino; pero que está oculto por la misma razón, esto
es, por los pecados de su pueblo 2.
[412] Mas aunque en todo lo demás convencen los doctores cris-
tianos, y confunden a los Judíos, en el punto particular que ahora tra-
tamos parece cierto que no han hecho otra cosa, según su sistema, que
hablar en tono decisivo, ponderar, suponer mucho, y al fin dejar intac-
ta la dificultad, o por mejor decir, dejarla más visible y más indisolu-

1 Dan. 9, 24.
2 PINAMONTI.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 529

ble. Ved aquí toda la respuesta, y toda la solución de la gravísima difi-


cultad. Lo primero: saludan a los doctores judíos con la salutación
acostumbrada, llamándolos groseros y carnales, pues se han imagina-
do que las profecías, dictadas por el Espíritu Santo, se habían de cum-
plir así como suenan, o según su modo grosero de entender (en esto
último no dejan de tener razón, y gran razón). Lo segundo: les añaden
que han entendido las Escrituras según la letra que mata, y no según
el espíritu que vivifica 1 (lo cual también puede ser verdad, y lo es en
gran parte, mas en su verdadero sentido). Lo tercero: les enseñan, co-
mo si fueran capaces de admitir o de entender una doctrina tan extra-
ña y tan repugnante al sentido común, que las profecías se deben en-
tender, no como suenan, o según el sentido que aparece; pues en este
sentido, añaden, sería necesario admitir en Dios manos, pies, ojos y
oídos materiales, todo lo cual se lee frecuentemente en las profecías;
sino que se deben entender solamente en aquel sentido verdadero en
que Dios habló. ¿Cuál es este sentido verdadero? Es, dicen, el sentido
espiritual y figurado. Y en este verdadero sentido se han verificado ya,
en la Iglesia presente, casi todas aquellas profecías que no pudieron
verificarse ni tener lugar en los Judíos, exceptuando algunas pocas cu-
yo cumplimiento perfecto se reserva para el fin del mundo, cuando
vuelva el Señor del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muer-
tos, esto es, a todo entero el linaje humano, que lo espera en el gran
valle de Josafat, ya muerto y resucitado, etc. ¿Y no hay más respuesta
que ésta, ni más solución de una tan grave dificultad? No, amigo, no
hay más, según todo lo que yo he podido averiguar. No por eso niego
la posibilidad absoluta de alguna solución más probable o perceptible;
mas en el sistema ordinario no comprendo cómo pueda ser.
[413] ¡Oh, verdaderamente pobres e infelices Judíos! Por todas
partes os sigue y acompaña el reato de vuestros delitos, y la justa in-
dignación de vuestro Dios. ¡Oh, sistema no menos funesto y perjudi-
cial para vosotros, que el que abrazaron imprudentemente vuestros
doctores! Aquél os hizo desconocer, reprobar y crucificar a la esperan-
za de Israel, y os redujo por buena consecuencia al estado miserable en
que os halláis tantos siglos ha, anunciado clarísimamente en vuestras
profecías; y este otro sistema, en que os quieren hacer entrar con una
violencia tan manifiesta, os ha cegado mucho más. Al sistema de vues-
tros doctores es evidente que les faltó la mitad de las profecías, o la
mitad del Mesías mismo; y a este segundo sistema es no menos evi-
dente que le falta la otra mitad. Una y otra falta ha recaído sobre voso-
tros, y ha completado vuestra infelicidad. ¡Oh, si fuese posible unir en-
tre sí estas dos mitades, según las Escrituras! Con esto solo parece

1 2 Cor. 3, 6.
530 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que estaba todo remediado por una y otra parte. No era menester otra
cosa, así para el verdadero y sólido bien de las Gentes cristianas, como
para remedio de los infelices Judíos; pero ahí está la dificultad, éste es
el trabajo. Si se uniesen bien estas dos mitades, podrá decirse: ¿Cómo
pudieran cumplirse las profecías? ¿Cómo pudiera cumplirse todo lo
que se lee en contra de los Judíos, y en favor de las Gentes, que ocupa-
ron su puesto? ¿Cómo pudiera cumplirse asimismo lo que se lee, para
otro tiempo, en contra de las Gentes y en favor de los Judíos? Conque
los segundos se hicieran cargo de las circunstancias que habían de
acompañar la primera venida del Mesías, según las Escrituras, y por
consiguiente la creyeran; y los primeros, que creen la primera ya cum-
plida, y esperan la segunda venida del Mesías en gloria y majestad, ha-
gan reflexión sobre tantas profecías que hablan manifiestamente de
ésta, y no de la primera, y por tanto sólo entonces tendrán su entero
cumplimiento.
Fenómeno 8
La señal grande,
o la mujer vestida del sol

Apocalipsis, capítulo 12

[1] Apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta del
sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce es-
trellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolo-
res por parir. Y fue vista otra señal en cielo, y he aquí un grande dra-
gón bermejo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas
siete diademas; y la cola de él arrastraba la tercera parte de las estre-
llas del cielo, y las hizo caer sobre la tierra; y el dragón se paró delante
de la mujer, que estaba de parto, a fin de tragarse al hijo, luego que ella
le hubiese parido. Y parió un hijo varón, que había de regir todas las
Gentes con vara de hierro, y su hijo fue arrebatado para Dios, y para
su trono; y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar apareja-
do de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos sesenta días. Y
hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lidiaban con
el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles; y no prevalecieron éstos, y
nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel
grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y Sata-
nás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tierra, y sus ánge-
les fueron lanzados con él. Y oí una grande voz en el cielo, que decía:
Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y
el poder de su Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros
hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos
le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testi-
monio, y no amaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual regocijaos,
cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra, y de la mar!, porque
descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco
tiempo. Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra,
persiguió a la mujer que parió el hijo varón. Y fueron dadas a la mujer
dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar, en
donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un
tiempo, de la presencia de la serpiente. Y la serpiente lanzó de su boca,
en pos de la mujer, agua como un río, con el fin de que fuese arrebata-
da de la corriente. Mas la tierra ayudó a la mujer, y abrió la tierra su
532 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

boca, y sorbió el río que había lanzado el dragón de su boca. Y se airó el


dragón contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra los otros de su
linaje, que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio
de Jesucristo. Y se paró sobre la arena de la mar 1.

Lo que sobre esto se halla en los doctores

PÁRRAFO 1
[2] Para poder observar este gran fenómeno con toda exactitud y
con conocimiento de causa, sería muy conducente saber primero, y te-
ner como a la vista, las varias inteligencias o explicaciones que hasta
ahora se le han dado, mirándolas todas con la atención y formalidad
que cada una pide. Sería del mismo modo conducente, si esto fuese
posible, entender bien lo que en realidad nos quieren decir, combi-
nando unas con otras, y todas con el texto sagrado, de modo que resul-
tase de esta combinación algún todo creíble o verosímil, y perceptible.
[3] Todo lo que sobre estos misterios se halla en los doctores, se re-
duce a tres opiniones o tres modos de discurrir, o a tres sendas diversas,
por donde se han dado algunos pasos, aunque no muchos. La primera,
frecuentísima en toda clase de escrituras eclesiásticas, especialmente
panegiristas, dice o supone que la mujer vestida del sol, etc., de que aquí
se habla, es la Santísima Virgen María, Madre de Cristo. En esta suposi-
ción que ninguno ha pensado probar, no hay aquí que hacer otra cosa
sino acomodar devota e ingeniosamente a nuestra Señora tres o cuatro
palabras de esta profecía, de aquellas que tienen algún lustre y muestran
alguna apariencia, olvidando todo lo demás, como que no hace a su pro-
pósito. Esta especie de inteligencia no ha menester otro examen que un
principio de reflexión. Cualquiera hombre sensato conoce bien, y se ha-
ce cargo, que semejantes acomodaciones han sido en tantos tiempos no
sólo permitidas, sino aplaudidas en los discursos panegíricos; los cuales,
aunque devotos y píos, siempre necesitan de algún poco de brillo. En
suma, no perdamos tiempo inútilmente. Los misterios de este capítulo
12 del Apocalipsis hablan tanto de la Santísima Virgen María, como ha-
blan los libros sapienciales, o lo que en ellos se dice de la sabiduría. Es
verdad que la Iglesia, en las festividades de la Madre de Cristo, lee algu-
nos lugares de estos Libros sagrados; mas su intención no es, ni lo puede
ser, el persuadirnos o insinuarnos que aquellos lugares que lee hablen
realmente de nuestra Señora, ni que éste sea su verdadero sentido.
[4] Vengamos, pues, a la explicación de los doctores no panegiristas,
sino literales, que son los que buscan el verdadero sentido de las santas

1 Apoc. 12, 1-18.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 533

Escrituras. Estos, según su sistema general, son de parecer que la mujer


misteriosa de que habla San Juan no puede ser otra que la Iglesia de
Cristo. Aunque en esta proposición general convienen todos, mas en lo
particular se dividen en dos opiniones. La primera sostiene que los mis-
terios contenidos en esta profecía son unos misterios ya pasados, que
tuvieron su pleno cumplimiento quince siglos ha. La segunda, comuní-
sima, afirma todo lo contrario. La primera dice que la profecía ya se
cumplió en toda la Iglesia cristiana, en los tiempos terribles de la perse-
cución de Diocleciano. La segunda dice que se cumplirá toda en otros
tiempos todavía futuros y mucho más terribles, cuales deben ser los de
la tribulación del Anticristo. La primera de estas dos opiniones, aunque
propuesta y defendida por autores modernos, graves, píos y doctísimos,
no por eso la creemos digna de especial atención, sino, cuando más, dig-
na de alguna especial admiración, de ver que unos hombres tan grandes
hayan producido en este asunto particular unos frutos tan pequeños.
Mas esta misma admiración, lejos de hacernos perder un punto de la
estimación y respeto debido por tantos títulos a estos grandes sabios,
nos conduce por el contrario a estimarlos más, teniendo por cierto que
no entraron en esta idea sino después que ya no pudieron tolerar la ex-
plicación verdaderamente ininteligible de los otros autores literales.
Esta sola reflexión hace toda su apología. Nos queda, pues, el examen
un poco más prolijo de la principal opinión, que corre casi como única
entre los que buscan la verdad en el sentido literal.

Explicación de la profecía
según los autores literales

PÁRRAFO 2

[5] La Iglesia cristiana presente, cuando lleguen los tiempos críticos


y terribles de la persecución del Anticristo, nos dicen los autores litera-
les, es todo el misterio, o misterios, que contiene el capítulo 12 del Apo-
calipsis. Represéntase la Iglesia en aquellos tiempos como una señal o
prodigio grande, bajo la semejanza de una mujer vestida del sol, con la
luna bajo sus pies, y coronada de doce estrellas. Por estas figuras tan
magníficas, lo que se nos dice es que Jesucristo, sol de justicia, según sus
promesas infalibles, vestirá entonces a su Iglesia y la iluminará con sus
resplandores, del mismo modo que la ha vestido e iluminado hasta el
presente; pues él mismo dijo antes de partirse: Mirad que yo estoy con
vosotros todos los días hasta la consumación del siglo 1. Por consiguien-

1 Mt. 28, 30.


534 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

te, digo yo, el vestido del sol no se debe mirar como una gala nueva y ex-
traordinaria que se dará a la Iglesia en los tiempos del Anticristo, sino
como su vestido ordinario, propio y natural. La corona de doce estrellas
es símbolo de los doce apóstoles, que son sus maestros y doctores. La
luna bajo sus pies quiere decir que la Iglesia despreciará entonces con
un soberano desprecio todas las cosas corruptibles y mudables, o toda la
gloria vana del mundo, simbolizada por la luna. Tal vez se hablara con
mayor propiedad si se dijese que la Iglesia en aquellos tiempos deberá
despreciar todas estas cosas, como lo debe ahora, según su vocación y
profesión. Permitiendo, no obstante, todo esto (pues los Evangelios y
otras Escrituras nos anuncian todo lo contrario), la acomodación hasta
aquí es de algún modo tolerable, si aquí mismo se concluye toda la pro-
fecía con todos sus misterios; mas el trabajo es que ahora sólo empieza.
[6] Esta mujer (prosigue el texto sagrado) estaba preñada, y como
ya se acercaba la hora del parto, padecía grandes congojas, angustias y
dolores, que se manifiestan bien en las voces y clamores que daba 1. ¿Qué
quiere decir esto? Lo que quiere decir, según la explicación, es que la
Iglesia cristiana, la cual en los tiempos de paz pare sus hijos sin dolor, sin
incomodidad, sin embarazo los parirá con gran dificultad en los tiempos
borrascosos y terribles del Anticristo… Si se muda la palabra Anticristo
en la palabra Diocleciano, y al futuro se añade pretérito, esto mismo es lo
que añade la primera opinión, y tal vez con menor violencia. Pasemos
adelante. Fue vista otra señal en el cielo, y he aquí un grande dragón.
Estando la mujer en estas angustias, apareció por otra parte el cielo otra
señal, no menos digna de admiración, es a saber, un dragón de color rojo
con siete cabezas y diez cuernos, cuya cola traía la tercera parte de las es-
trellas del cielo, arrojándolas a la tierra; lo cual ejecutado, el dragón se
puso luego delante de la mujer, esperando la hora del parto para devorar
el fruto de su vientre. Lo que esto significa es que el dragón infernal, o
Satanás, con siete cabezas y diez cuernos, esto es, revestido del mismo
Anticristo (que así se describe en el capítulo siguiente), oyendo los cla-
mores de la mujer, o conociendo bien las grandes tribulaciones en que se
halla la Iglesia, procurará aprovecharse de tan bella ocasión para afligir-
la más, o acabar con ella del todo, devorándole el hijo que está para parir,
esto es, los hijos que pariere. Pero Dios, que no puede olvidarse de su
Iglesia, le enviará muy a propósito al arcángel San Miguel, con todos los
ejércitos del cielo, para que la defiendan del dragón y del Anticristo. Al
punto se trabará una gran batalla entre San Miguel y el dragón, y entre
los ángeles del uno y del otro, y quedando el dragón vencido y ahuyenta-
do con todos sus ángeles, la mujer o la Iglesia parirá ya sus hijos con me-
nos trabajo, sin tan grandes contradicciones: Y parió un hijo varón; y

1 Apoc. 12, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 535

estos hijos que la Iglesia parirá en aquellos tiempos, serán tan másculos,
o tan varoniles, que aun acabados de nacer, se opondrán al Anticristo, y
le resistirán con valor, por lo cual merecerán ser arrebatados al trono de
Dios, esto es, al cielo por medio del martirio: Y su hijo fue arrebatado
para Dios, y para su trono. Ahora bien, de este parto, o de este hijo
másculo, se dice que él es quien ha de regir o gobernar todas las Gentes
con vara de hierro. ¿Cuándo será esto? Será verosímilmente el día del
juicio, en el valle de Josafat. Prosigamos.
[7] Cuando el dragón se vio vencido y arrojado a la tierra con todos
sus ángeles, cuando supo que la mujer había parido felizmente y el hijo
había volado al trono de Dios, dice el texto sagrado que convirtió toda
su rabia y furor contra la madre, y la persiguió con todas sus fuerzas 1.
A la mujer se le dieron entonces dos alas de águila grande, para que vo-
lase al desierto al lugar que Dios le tenía preparado, donde será apacen-
tada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo… o mil
doscientos sesenta días, que todo suena tres años y medio. Todo esto
que aquí se anuncia (dice la explicación) se verificará cuando la Iglesia,
perseguida cruelmente por el Anticristo y el dragón, se vea precisada a
huir, y esconderse en los montes y desiertos más solitarios, para cuyo
efecto se le darán dos alas de águila grande (que unos entienden de un
modo, otros de otro, y otros de ninguno, que parece el mejor partido).
En este desierto y soledad estará la Iglesia mil doscientos sesenta días
(que son puntualmente los días que ha de durar la persecución del An-
ticristo), sustentándola Dios milagrosamente en lo corporal, como sus-
tentó a Elías y a tantos otros anacoretas, y en lo espiritual por medio de
sus pastores, etc. Quisiera proseguir y concluir el resto de la profecía
según la explicación, mas ¿para qué? ¿No basta esto solo para juzgar
prudentemente de todo lo demás? A quien esto no bastare, puede fá-
cilmente instruirse por sí mismo, consultando a los intérpretes litera-
les que le parecieren mejor. Esta especie de libros son los primeros
que se presentan a los curiosos en cualquier biblioteca.

Reflexiones sobre esta inteligencia

PÁRRAFO 3
Primera reflexión
[8] Cuando decimos, u oímos decir, que la verdadera Iglesia cris-
tiana pare verdaderos hijos de Dios, lo que únicamente entendemos
por esta locución figurada es que la Iglesia activa, que es en propiedad
nuestra madre, habiendo admitido benignamente, y recibido dentro

1 Apoc. 12, 13.


536 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de su espaciosísimo seno algunos infieles que piden este beneficio, los


instruye primero plenamente en los misterios que deben creer, y en las
leyes que deben observar. Todo el tiempo que dura esta instrucción, se
dice con propiedad que están éstos como en el vientre de la madre; la
cual, como dice San Agustín, cría a sus hijos con oportunos alimentos,
y los lleva alegre en su mente, hasta que llega el momento de darlos a
luz 1. Este día de parto no es otro que el día del bautismo, después del
cual la misma Iglesia los reconoce por hijos suyos, como que ya son hi-
jos de Dios por la regeneración en espíritu, etc.
[9] Esto supuesto, discurramos así. Si la mujer vestida del sol es la
Iglesia en los tiempos del Anticristo, lo que se anuncia por aquellas pa-
labras: Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría do-
lores por parir, es esto solamente: que la Iglesia, en aquellos tiempos,
tendrá grandes embarazos, dificultades y contradicciones para instruir,
y mucho más para bautizar a los catecúmenos (y si se quiere también
para bautizar a los párvulos de las mujeres cristianas); y no obstante
estas dificultades, al fin los parirá para Cristo, o los bautizará: Parió
un hijo varón, esto es, sus hijos; por consiguiente, estos catecúmenos
serán los que espera el dragón para devorarlos luego al punto que sean
bautizados: El dragón se paró delante de la mujer, a fin de tragarse
al hijo luego que ella lo hubiese parido. Estos catecúmenos serán los
que, acabados de nacer o de ser bautizados, serán arrebatados al trono
de Dios, como dice la explicación, por medio del martirio. Estos cate-
cúmenos serán los que han de regir todas las Gentes con vara de hie-
rro 2. ¿No veis, señor, aun desde el principio, la impropiedad y oscuri-
dad extrema? ¿Y todos los otros hijos de la misma madre? Digo los hi-
jos mayores que ya eran nacidos y adultos antes del Anticristo. ¿Estos
no tendrán parte en los bienes tan grandes que se anuncian al hijo
menor? ¿Estos no volarán al trono de Dios por medio del martirio?
¿Estos no regirán las Gentes con vara de hierro?
Segunda reflexión
[10] Acaso se dirá (y así se dice en la realidad, o se supone) que los
hijos mayores, o una gran parte de ellos, saldrán huyendo con la madre,
o con el cuerpo de los pastores, dejando por consiguiente entre las lla-
mas de la persecución a los hijos párvulos, acabados de nacer. A lo me-
nos es cierto, según la explicación, que la madre debe huir al desierto
luego después del parto; y debe huir, no sola, sino con alguno o muchos
de sus hijos adultos, pues nos dicen que la Iglesia será apacentada en el
desierto por medio de sus pastores; y siendo éstos con propiedad, la

1 SAN AGUSTÍN, De serm. ad Cathecumenos.


2 Apoc. 12, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 537

madre no podrá apacentar los hijos, o las ovejas que no tiene consigo.
Conque a lo menos algunos adultos seguirán a sus pastores, y se escon-
derán con ellos en el desierto, quedando los otros con sus hermanos
mínimos, que acaban de nacer, sin tener quien les dé el sustento nece-
sario, y al mismo tiempo rodeados de peligros. Parecen estas cosas co-
mo unos verdaderos enigmas, aún más obscuros que el texto mismo.
Tercera reflexión
[11] Si la mujer vestida del sol es la Iglesia en los tiempos del Anti-
cristo, la Iglesia en aquellos tiempos deberá huir y esconderse en los
montes y cuevas; luego después del parto, sea este parto lo que quisie-
ren que sea: Y parió un hijo varón… Y la mujer huyó al desierto; debe-
rá huir, no sólo la Iglesia activa, o el cuerpo de los pastores, sino junto
con ella una parte, o grande o pequeña, de la Iglesia pasiva, o del común
de los fieles de ambos sexos y de todas condiciones. Deberá con su hui-
da dejar en sumo peligro otra parte no menos grande, y tal vez mayor,
de los mismos fieles; pues no parece verosímil que todos los fieles hu-
yan al desierto, ni que haya desierto para todos. Deberá, en suma, la
madre dejar al hijo másculo, o a los hijos que acaba de parir, no obstan-
te el amor y ternura de una madre, y tal madre respecto de sus párvulos
que quedan en la cuna. Es verdad que el texto mismo dice que este hijo
másculo fue luego arrebatado al trono de Dios; mas la explicación dice
que esto será por medio del martirio y de la muerte, lo cual, aunque
para el hijo, o los hijos másculos, será un bien inestimable, mas esto
no excusa ni hace honor a la tímida madre, que los abandonó por sal-
varse a sí misma… Aun las bestias más inermes y de menos espíritu,
en semejantes ocasiones parecen unos leones, y se hacen honor.
Cuarta reflexión
[12] Crece sobre todo la dificultad y el embarazo de esta inteligen-
cia, si se advierte bien el tiempo en que debe suceder la huida de esta
mujer. Los autores suponen que será en tiempo del Anticristo y por
causa de su persecución; pues a esta persecución atribuyen los dolores
del parto y las angustias para parir, y a esta misma persecución atribu-
yen la venida de San Miguel, y la batalla con el dragón. Mas si se
atiende al texto sagrado, parece evidente y clarísimo que así la batalla
de San Miguel con el dragón, como el parto de la mujer, como el rapto
de su hijo al trono de Dios, como también su huida a la soledad, son
unos sucesos que deben preceder al Anticristo y a su persecución.
[13] Primeramente: la mujer que, después del parto, huye a la sole-
dad, ha de estar en ella, dice el texto sagrado, 1260 días, que hacen 42
meses, o tres años y medio: Y parió un hijo varón… Y la mujer huyó al
desierto, en donde tenía un lugar aparejado de Dios, para que allí la
alimentasen mil doscientos y sesenta días. Concluidos estos días, nos
538 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dicen los doctores que la mujer solitaria, esto es, la Iglesia, saldrá de su
soledad, por la muerte del Anticristo y ruina de su imperio universal. Por
otra parte, sabemos que la persecución del Anticristo ha de durar este
mismo espacio de tiempo, como se dice en el capítulo siguiente: Y le fue
dado poder de hacer aquello cuarenta y dos meses 1; luego la mujer, esto
es, la Iglesia, estará en la soledad escondida y segura todo el tiempo que
durare la persecución del Anticristo; luego esta persecución no puede
ser la causa de sus dolores y angustias en el parto; luego tampoco puede
ser la causa de la batalla de San Miguel con el dragón; luego esta batalla
no puede ser para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo.
[14] Lo segundo y principal: cuando la mujer después del parto huyó
a la soledad, dice el texto sagrado que el dragón, aunque ya vencido en la
batalla y arrojado a la tierra, no por eso dejó de perseguirla, y no pudien-
do alcanzarla, arrojó de su boca un río de agua, con el fin de que fuese
arrebatada de la corriente; y viendo que esta última diligencia le había
salido mal, pues la tierra abrió su boca y se tragó el río de agua, irritado
furiosamente, se volvió luego a hacer guerra formal contra los otros de
su linaje… Y se paró sobre la arena de la mar. Y luego inmediatamente
dice San Juan que vio salir del mar la bestia de siete cabezas y diez cuer-
nos, y prosigue en todo el capítulo siguiente anunciando los misterios
del Anticristo, y la terribilidad de su persecución: Y se paró sobre la are-
na de la mar. Y vi salir de la mar una bestia 2. De modo que cuando la
bestia o el Anticristo salió del mar, cuando se reveló o manifestó públi-
camente, cuando comenzó en toda forma su persecución, ya la mujer
había parido con grandes dolores; ya el hijo másculo había volado al
trono de Dios; ya había sucedido la batalla y victoria de San Miguel
contra el dragón; ya la misma mujer había huido a la soledad; ya el
dragón la había seguido, y desesperanzado de alcanzarla, se había vuel-
to lleno de furor a hacer guerra contra los otros de su linaje; y para ha-
cer esta guerra con el mayor y mejor efecto posible, se había ido a las
orillas del mar metafórico, como a llamar en su favor la bestia de siete
cabezas y diez cuernos, por medio de la cual esperaba hacer grandes
conquistas. Este es el orden claro y palpable de toda esta profecía. ¿Có-
mo, pues, nos suponen a la Iglesia en tiempo del Anticristo, y por causa
de su persecución, padeciendo grandes dolores y angustias para dar a
luz nuevos hijos, y huyendo después del parto a la soledad?, etc.
[15] Si alguno puede concordar todas estas cosas de un modo fácil
e inteligible, me parece que dará una prueba bien sensible de un talen-
to más que ordinario. Yo, que no me hallo capaz de tanto, y que veo
por otra parte muchísimas dificultades y embarazos, que omito por no
ser tan molesto, no puedo menos que abandonar enteramente esta in-

1 Apoc. 13, 5.
2 Apoc. 12, 18; 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 539

teligencia, y junto con ella todas las otras sendas igualmente difíciles
que hasta ahora se han pretendido abrir; mostrando al mismo tiempo
otra senda u otro camino fácil y llano, que aquí diviso; el cual, aunque
al principio podrá parecer impracticable, y figurarse como un precipi-
cio, espero no obstante que a pocos pasos, perdido el miedo, se empe-
zará a mirar con otros ojos. Si este punto hace o no a mi asunto princi-
pal, no se puede decidir tan presto, será necesario esperar un poco.

Se propone otra inteligencia de esta profecía

PÁRRAFO 4
[16] Ante todas cosas, debemos tener muy presente, sin olvidar, lo
único que hay en esta profecía célebre de claro y perceptible a cualquiera
que lea, es a saber, que toda ella, desde la primera hasta la última pala-
bra, es una metáfora, o una parábola, o una semejanza. Los sucesos que
se anuncian en ella tienen todo el aire de grandes, nuevos y extraordina-
rios, a proporción de la novedad y grandeza de las semejanzas con que
son anunciados; mas por esto mismo se nos presentan como unos enig-
mas impenetrables. La persona, o el sujeto, o el cuerpo moral de quien
se habla, y de quien se dicen tantas cosas particulares, es ciertamente
alguna cosa real, a la cual le conviene bien, aunque sólo por semejanza,
no por propiedad, el nombre de una mujer, y todas las otras cosas parti-
culares que dicen de ella; mas todas estas cosas particulares son tan me-
tafóricas como ella misma. Así como la palabra mujer es una metáfora o
una semejanza, así lo es el sol de que se ve vestida; así lo es la luna que
tiene a sus pies; así lo es la corona de doce estrellas; así lo es el cielo don-
de aparece esta gran señal; así lo es su preñez, sus dolores, su parto, etc.
[17] En esta suposición visible y manifiesta, se concibe al punto que,
para comprender bien las cosas particulares que se dicen de esta mujer,
es necesario conocer primero, con ideas claras, qué mujer es ésta, o qué
es lo que aquí se nos presenta bajo la semejanza de una mujer. Si esto
no se conoce, a lo menos con una certeza moral, mucho más si se en-
tiende en esta mujer otra cosa diversa de lo que en realidad significa,
será moralmente imposible explicar de un modo claro y perceptible
toda esta profecía. Cada paso que se diere como sobre un supuesto fal-
so, será consiguientemente paso falso. Al contrario, si una vez se cono-
ce dicha mujer, todo lo demás quedará accesible, todo se podrá ya ex-
plicar de un modo seguido y natural, sin artificio ni violencia, aunque
por otras razones y circunstancias accidentales cueste algún trabajo.
[18] Ahora, pues, como sobre el verdadero significado de esta mujer
ha habido y puede haber en adelante diversas opiniones o diversos sis-
temas, ¿cómo podremos conocer cuál de ellos es el verdadero, o si hay al-
540 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

guno entre ellos que lo sea? A esta pregunta yo no puedo responder otra
cosa sino que dentro de nosotros mismos tenemos todos, por don del
Criador, cierta balanza natural, bastante justa en sí (que suele llamarse
sentido común, o lumbre de razón) en la cual podemos pesar, sin gran
dificultad, estas diversas opiniones o sistemas, y saber por este medio el
peso y valor intrínseco de cada uno. La operación es fácil y simple, pues
sólo consiste en confrontar y comparar atentamente el sistema, cual-
quiera que sea, con el texto mismo y con todo su contexto; y también, si
esto se puede sin grave incómodo, con otras Escrituras que tengan con
ésta alguna relación. Si el sistema, puesto en esta balanza, y observado
con atención, es hallado falto, esto solo nos basta para mirarlo, no digo
como malo, sino como no bueno. Al contrario, si se halla en la balanza
exactamente conforme al texto de la profecía con todo su contexto; si to-
do lo explica sin omitir una sola palabra; si todo lo explica sin violencia
alguna, de un modo seguido, fácil, claro y perceptible; si, en suma, todo
lo explica de un modo plenamente conforme a otros muchísimos lugares
de la divina Escritura, a la cual alude visiblemente toda esta profecía,
etc.; en este caso cualquier juez imparcial deberá dar, según lo alegado y
probado, una sentencia favorable; pues ésta es la mayor prueba que pue-
de dar de su bondad un sistema, en cualquier asunto que sea.
[19] Yo no me atreveré a asegurar, como una verdad, que la mujer
que voy a proponer es precisamente la misma de que habla la profecía.
Lo que sí me atrevo a asegurar es que en este sistema la profecía se en-
tiende al punto toda entera; toda entera se puede explicar seguida-
mente sin embarazo alguno; todas sus metáforas, todas sus expresio-
nes, y aun todas sus palabras, sin omitir una sola, le competen a dicha
mujer según las Escrituras, ni se concibe otra cosa diversa a quien
puedan competer con igual propiedad. Si esto es así o no, sólo podrá
saberse después que el sistema mismo, y toda la explicación de la pro-
fecía que voy a proponer, hayan entrado en la fiel balanza, y se hayan
pesado y observado con la mayor y más escrupulosa exactitud.

Sistema

[20] La mujer de que habla San Juan en todo el capítulo 12 del Apo-
calipsis, es aquella misma de quien se habla para su tiempo en otros
muchísimos lugares de la divina Escritura, que deben ir saliendo en to-
do este discurso. Es aquella misma a quien se dice, por ejemplo: El Se-
ñor te llamó como a mujer desamparada y angustiada de espíritu, y
como a mujer que es repudiada desde la juventud, dijo tu Dios. Por un
momento, por un poco te desamparé, mas yo te recogeré con grandes
piedades. En el momento de mi indignación escondí por un poco de ti
mi cara, mas con eterna misericordia me he compadecido de ti, dijo el
Señor tu Redentor. Esto es para mí como en los días de Noé, a quien ju-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 541

ré que yo no traería más las aguas de Noé sobre la tierra; así juré que
no me enojaré contigo, ni te reprenderé. Porque los montes serán con-
movidos, y los collados se estremecerán; mas mi misericordia no se
apartará de ti, y la alianza de mi paz no se moverá, dijo el Señor com-
pasivo de ti. Pobrecilla combatida de la tempestad, sin ningún consue-
lo. Mira, que yo pondré por orden tus piedras, y te cimentaré sobre za-
firos…, y serás cimentada en justicia 1. Es aquella misma a quien se di-
ce: Levántate, esclarécete Jerusalén; porque ha venido tu lumbre, y la
gloria del Señor ha nacido sobre ti. Porque he aquí que las tinieblas cu-
brirán la tierra, y la oscuridad los pueblos; mas sobre ti nacerá el Se-
ñor, y su gloria se verá en ti… Porque fuiste desamparada, y aborreci-
da, y no había quien por ti pasase, te pondré por lozanía de los siglos 2.
Es aquella misma a quien se dice: Porque te cerraré la cicatriz, y te sa-
naré de tus heridas, dice el Señor. Porque te llamaron, oh Sión, la echa-
da afuera; ésta es la que no tenía quien la buscase 3. Es aquella misma a
quien se dice: Desnúdate, Jerusalén, de la túnica de luto, y de tu mal-
tratamiento; y vístete la hermosura, y la honra de aquella gloria sem-
piterna, que te viene de Dios. Te rodeará Dios con un manto forrado
de justicia, y pondrá sobre tu cabeza un bonetillo de honra eterna.
Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que están de-
bajo del cielo 4. Es, en suma, la antigua esposa de Dios, o la casa de Ja-
cob, arrojada de sí en cuanto esposa por su iniquidad y enorme ingra-
titud, para el tiempo en que sea llamada a su dignidad y restituida en
todos sus honores, según queda dicho y probado en el fenómeno 5, ar-
tículo 3. En esta mujer y en este tiempo se verificarán plenísimamente
todas las cosas que anuncia esta profecía, y tantas otras que están
anunciadas bajo tantas y tan magníficas pinturas. Este es el sistema.
[21] Para ver ahora si está de acuerdo con la profecía, parece nece-
sario seguir el orden de toda ella, explicando uno por uno todos los
dieciocho versículos que la componen; y para mayor brevedad y clari-
dad, paréceme bien dividir toda la explicación en algunos artículos,
comprendiendo en cada uno, ya dos, ya tres versículos, y tal vez uno
solo, según la necesidad.

Advertencia previa

PÁRRAFO 5
[22] Para la mejor inteligencia de estos misterios, como también
de todo el Apocalipsis, importaría mucho traer a la memoria lo que ya

1 Is. 54, 6-11 y 14.


2 Is. 60, 1-2 y 15.
3 Jer. 30, 17.
4 Bar. 5, 1-3.
542 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

hemos notado en varias ocasiones, especialmente en el fenómeno 3,


párrafo 5, es a saber: primero, que el libro divino del Apocalipsis es
una profecía admirable, enderezada toda a la segunda venida del Me-
sías; segundo, que esta admirable profecía es toda, o casi toda, una
continuada alusión a toda la Escritura, o como un extracto o análisis
de la misma Escritura. Se ven principalmente estas alusiones a todo
cuanto hay en ella de más singular, de más grande, de más interesante
en el asunto gravísimo de la venida del Hombre Dios en gloria y ma-
jestad; comprendiendo en este asunto gravísimo, así las cosas más no-
tables que han de preceder a esta venida, como las que la han de acom-
pañar, como también todas sus consecuencias.
[23] Si estas dos consecuencias que parecen tan claras, o no se ad-
vierten o se desprecian, ¿qué mucho se mire el Apocalipsis como la
misma oscuridad? ¿Cómo se ha de entender este libro divino, si los lu-
gares más notables a que alude frecuentísimamente, ya de los libros de
Moisés, ya de los Salmos, ya de los Profetas, si estos lugares, digo, no
se reciben sino en cuanto puedan ser favorables, si no se trabaja en
otra cosa que en hacerlos hablar siempre a favor, o cuando menos en
dulcificarlos todo lo posible?
[24] El Apocalipsis, señor mío, no es tan oscuro, si se quiere aten-
der a sus vivas y casi continuas alusiones. Toda su oscuridad, o la ma-
yor y máxima parte, pudiera pasar de la noche al día, si se estudiasen
dichas alusiones y se recibiesen sin preocupación, recibiendo del mis-
mo modo los lugares de la Escritura a donde visiblemente se endere-
zan. Mas como estos lugares no hablan a favor, como son absoluta-
mente inacordables con el sistema favorable, parece una consecuencia
necesaria que, así el Apocalipsis como las Escrituras a que alude, que-
den del todo inaccesibles o impenetrables, contentándonos con haber
sacado de ellas algunas figuras y moralidades, etc. Esta advertencia
puede en adelante importarnos mucho.

Artículo 1
Se explica en este sistema
todo el capítulo 12 del Apocalipsis, versículos 1-2

PÁRRAFO 6
[25] Y apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta
del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de do-
ce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría
dolores por parir 1. La gran señal, el prodigio, el fenómeno nuevo y

1 Apoc. 12, 1-2.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 543

admirable que aparecerá en el cielo, o a la vista de todos, poco antes de


la revelación del Anticristo, no es otra cosa, como decíamos, que la an-
tigua esposa de Dios arrojada tantos siglos ha ignominiosamente de ca-
sa del esposo con indignación y con grande ira 1, y llamada entonces,
recogida y congregada con grandes piedades 2. Esta esposa infeliz, a
quien todos miran como repudiada de Dios, no obstante que el mismo
Dios asegura formalmente que no lo está, pues no le ha dado libelo de
repudio 3, y por otra parte le tiene prometido que la llamará otra vez a
sí, y se desposará de nuevo con ella, aunque con otro nuevo pacto, y
nuevas condiciones 4; ésta que, por sus liviandades, por su desobedien-
cia, por su enormísima ingratitud, ha bebido hasta las heces el cáliz de
la indignación de Dios, hasta quedar como embriagada y fuera de sí 5;
ésta a quien el esposo mismo amenazó tantas veces por sus siervos los
Profetas (y aun por su propio Hijo) con los trabajos y miserias en que
actualmente se halla, y a quien del mismo modo tiene prometido otro
estado infinitamente diverso, en el cual quedarán en olvido las prime-
ras angustias 6; esta misma es, vuelvo a decir, la que aquí nos represen-
ta San Juan hacia los principios de su primera vocación, o de su futura
asunción, o de su plenitud, que son los términos precisos de que usa a
este mismo propósito el Apóstol San Pablo 7; quiero decir, cuando el
misericordioso Dios de sus padres, llegados aquellos tiempos y mo-
mentos que puso… en su propio poder 8, aplacado con su larga y durí-
sima penitencia, y enternecido con sus lágrimas, pronuncie al fin aque-
llas palabras que ya están registradas para esto mismo en el capítulo 40
de Isaías: Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad
al corazón de Jerusalén, y llamadla; porque se ha acabado su afán,
perdonada es su maldad; recibió de la mano del Señor al doble por to-
dos sus pecados 9. Cuando la llame, digo, o la envíe a llamar, cuando la
ilumine, cuando le abra los ojos y oídos; cuando le envíe lengua erudita
o lengua de disciplina y enseñanza a quien pueda oír como un discípulo
a su maestro; cuando, en suma, haya concebido espiritualmente a Cris-
to, y Cristo se haya formado en ella, por el ministerio de la palabra, o
por el oído de la fe 10; entonces se dejará ver en el cielo esta grande pro-
digiosa señal; entonces será bien visible, a lo menos a los que tuvieren
ojos sanos; entonces se verá con admiración lo que en las Escrituras ha
parecido oscuro e increíble por su misma grandeza.

1 Jer. 21, 5.
2 Is. 54, 7.
3 Is. 50.
4 Os. 2.
5 Is. 51.
6 Is. 65, 16.
7 Rom. 11.
8 Act. 1, 7.
9 Is, 40, 1-2.
10 Gal. 3, 2 y 5; Rom. 10, 17.
544 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[26] Represéntase, pues, esta esposa antigua de Dios en el tiempo


de su futura vocación, bajo la metáfora de una mujer, no ya pobre, mi-
serable, desnuda, despreciable y abominable, como la ha visto todo el
mundo, y como la ve aún en los tiempos de su viudez, de su desolación,
de su miseria, de su oprobio; sino vestida y engalanada con el vestido
más precioso y brillante que puede caber en la imaginación, pues para
explicarlo no se halla otra semejanza más propia que el mismo sol:
Una mujer cubierta del sol. Esto parece que es lo que se promete por
Malaquías: Nacerá para vosotros, los que teméis mi nombre, el sol de
justicia, y la salud bajo sus alas 1. Saldrá a su tiempo para vosotros el
sol de justicia, el cual en sus plumas, o en sus resplandores, os llevará
la sanidad; o de otro modo, saldrá para vosotros el sol de justicia, el
cual os dará alas, y por medio de ellas la sanidad. De estas alas habla-
remos más adelante. Esto es lo que dice ella misma en espíritu por Mi-
queas: Me levantaré cuando estuviere sentada en tinieblas, el Señor
es mi luz. Llevaré sobre mí la ira del Señor, porque pequé contra él,
hasta que juzgue mi causa, y se declare a mi favor; me sacará a luz,
veré su justicia 2. Esto es lo que dice ella misma en espíritu en el salmo
117 (que todo es visiblemente para este tiempo): Dios es el Señor, y
nos ha manifestado su luz 3. Así, no podemos entender otra cosa por el
vestido del sol de esta mujer, que la misma luz celestial que desciende
del Padre de las lumbres 4; y nos parece la expresión más propia, más
viva, más natural, para poder explicar de algún modo, según las Escri-
turas, aquel torrente de luces que deberán entonces inundar y circular
por todas partes a la esposa, a quien el esposo mismo despierta ya mi-
sericordiosamente de su profundísimo letargo, a quien llama y convida
con aquella multitud de consolaciones y anuncios alegrísimos, que ya
están preparados en la Escritura de la verdad; por ejemplo, éstos:
[27] Alzate, álzate, levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano
del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste,
y bebiste hasta las heces… Esto dice el Dominador, tu Señor y tu Dios,
que peleará por su pueblo: Mira que he quitado de tu mano el cáliz
de adormecimiento, el fondo del cáliz de mi indignación; no lo volve-
rás a beber en adelante. Y lo pondré en mano de aquellos que te aba-
tieron y dijeron a tu alma: Encórvate, para que pasemos; y pusiste tu
cuerpo como tierra, y como camino a los pasajeros 5. Levántate, le-
vántate, vístete de tu fortaleza, Sión, vístete de los vestidos de tu
gloria, Jerusalén, ciudad del santo… Sacúdete del polvo, levántate;
siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de

1 Mal. 4, 2.
2 Miq. 7, 8-9.
3 Sal. 117, 27.
4 Sant. 1, 17.
5 Is. 51, 17 y 22-23.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 545

Sión 1. Levántate, esclarécete, Jerusalén; porque ha venido tu lumbre,


y la gloria del Señor ha nacido sobre ti 2. No temas, porque no serás
avergonzada ni sonrojada; pues no tendrás de qué afrentarte, por-
que te olvidarás de la confusión de tu mocedad, y no te acordarás
más del oprobio de tu viudez 3. Brillarás con luz resplandeciente, y
todos los términos de la tierra te adorarán 4. Porque Dios mostrará
su resplandor en ti, a todos los que están debajo del cielo 5.
[28] Fuera de la vestidura del sol, aparece nuestra mujer con la luna
bajo sus pies 6. Esta similitud parece claro que no pertenece de modo
alguno al ornamento y galas de la esposa. ¿Qué ornamento, qué clari-
dad, qué nuevo esplendor puede añadir la luz de la luna en la presencia
del sol, y a una persona vestida y circundada del sol? Si es para denotar,
como algunos piensan, un calzado correspondiente a la riqueza del ves-
tido, en este caso la expresión: debajo de sus pies, no parece tan propia,
pues el calzado no es solamente para debajo de los pies, sino para ves-
tirlos y cubrirlos enteramente; debiera en este caso decirse en sus pies;
lo cual denota otra cosa mucho más inferior que el calzado mismo.
[29] Parécenos, pues, siguiendo la metáfora, y buscando en ella to-
da la propiedad que nos sea posible, que la expresión: la luna debajo de
sus pies, no es otra cosa que una consecuencia naturalísima del estado
nuevo y admirable en que se halla la mujer, esto es, vestida del sol 7. Si
está vestida del sol, luego el sol respecto de ella está ya sobre el horizon-
te, y no sólo sobre el horizonte, sino en el meridiano, y aun en el zenit,
perpendicular a ella misma. De otra suerte no pudiera bañarla toda con
sus luces, o cubrirla enteramente a manera de vestido: cubierta del sol.
Si el sol, respecto de ella, está en el zenit; luego respecto de ella, ya es
perfecto día, luego respecto de ella ya es pasada la noche. Si respecto de
ella ya es pasada la noche, luego la luna, que es un luminar menor, des-
tinado de Dios no para el día sino para la noche 8, no debe estar en otra
parte que bajo sus pies, como una cosa tan inútil en un día tan claro.
[30] Observad, fuera de esto, que esta infeliz mujer, aunque real-
mente ha quedado en una verdadera y perfecta noche después que se
le ha escondido el sol de justicia, por la incredulidad; mas esta noche
no ha sido para ella tan oscura que no haya tenido alguna luz, a lo me-
nos del luminar menor. Quiero decir, no ha quedado en tan grandes ti-
nieblas como estaba antes del Mesías todo el linaje humano, y como lo

1 Is. 52, 1-2.


2 Is. 60, 1.
3 Is. 54, 4.
4 Tob. 13, 13.
5 Bar. 5, 3.
6 Apoc. 12, 1.
7 Apoc. 12, 1.
8 Gen. 1, 16.
546 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

está hasta el día de hoy una gran parte de él, sino es la mayor. Ha con-
servado en esta larga noche el conocimiento del verdadero Dios; ha res-
petado sus leyes, y las ha observado en medio de sus tribulaciones con
mayor fidelidad que en los días más serenos; pues esta escasa luz, que
hasta ahora la ha acompañado, o para no adorar otros dioses de palo y
de piedra, o para no precipitarse en el ateísmo, o para observar la ley
que recibió de Dios, esta luz del luminar de la noche aparecerá en aque-
llos tiempos bajo sus pies, como una cosa del todo inútil e inservible en
medio de tantos resplandores. Dirá acaso alguno que esta explicación
tiene todo el aire de discurso predicable, y yo concederé que él tiene ra-
zón, cuando haya explicado esta metáfora: la luna debajo de sus pies,
de un modo más propio y natural, en cualquiera otro sistema.
[31] De este modo, a proporción, discurrimos de las doce estrellas
que forman la corona de la mujer. Estando vestida del sol, bañada y
circundada del padre de la luz, las estrellas nada pueden añadir a su
esplendor; pues sabemos por la experiencia cotidiana que éstas desa-
parecen, o se hacen del todo invisibles, en presencia del sol. ¿Qué sig-
nifica, pues, esta semejanza: En su cabeza una corona de doce estre-
llas? A mí me parece esto una clara y vivísima alusión a dos lugares de
la Escritura (sin considerar por ahora algunos otros). El primero es el
capítulo 37 del Génesis, o el sueño profético del patriarca José: He vis-
to en el sueño (dijo inocentemente a su padre y a sus once hermanos)
como que el sol, y la luna, y once estrellas me adoraban 1; donde, fue-
ra de significarse por el sol y la luna, Jacob y Raquel, se significan, con
la similitud de once estrellas, los once patriarcas, hermanos de José. La
duodécima estrella era el mismo José, así como, en la visión de los do-
ce manípulos, los once adoraban al duodécimo, que era el mismo José:
Parecíame que estábamos atando gavillas en el campo, y como que
mi gavilla se levantaba, y se tenía derecha, y que vuestras gavillas,
que estaban alrededor, adoraban a mi gavilla 2. El segundo lugar a
que alude San Juan, parece que es el capítulo 28 del Exodo, desde el
versículo 15, donde se describe el racional del sumo sacerdote, en el
cual mandó Dios a Moisés que se pusiesen doce piedras preciosas, en-
gastadas en oro purísimo, y en ellas se grabasen los nombres de los
doce patriarcas hijos de Jacob. En suma, el número doce es el jeroglí-
fico, el distintivo, o las armas propias de la casa de Israel. Si alguno
porfía en que las doce estrellas de la corona deben significar los doce
apóstoles de Cristo, le responderemos, por ahorrar disputas, que los
doce apóstoles de Cristo son y serán eternamente hijos verdaderos y le-
gítimos de esta misma mujer de quien hablamos, y como tales, bien po-
drán formar en aquellos tiempos la corona de la madre; mas la verda-

1 Gen. 37, 9.
2 Gen. 37, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 547

dera y propia significación nos parece que son los doce patriarcas, pues
éstos son significados en la Escritura misma por doce estrellas.
[32] Conocido ya (con aquella especie de conocimiento que puede
caber en esto), conocido, digo, todo lo que pertenece a lo externo de es-
ta prodigiosa mujer, esto es, el sol que la viste, la luna que tiene bajo sus
pies, y las doce estrellas que forman su corona, pasemos ahora a consi-
derar su interior, lo que encierra dentro de sí, lo cual parece el efecto, y
también la causa, de los resplandores que se manifiestan por de fuera.
[33] Dice inmediatamente el texto sagrado que la mujer estaba pre-
ñada, y acercándose la hora del parto, padecía terribles dolores y angus-
tias para dar a luz el fruto de su vientre, manifestándose éstas en las vo-
ces y clamores que daba: Y estando encinta, clamaba con dolores de
parto, y sufría dolores por parir. Parece aquí que San Juan, según sus
continuas alusiones, alude por esta semejanza al capítulo 26 de Isaías,
que todo entero es un cántico admirable que deberá cantarse en aquellos
días en la tierra de Judá: En aquel día (empieza el capítulo) será cantado
este cántico en tierra de Judá 1. Para saber ahora qué días son éstos de
que habla este Profeta, no es menester otra diligencia que leer seguida-
mente el cántico mismo. En él se verá, sin poder dudarlo, que el cántico
ni se ha cantado ni se ha podido cantar en todos cuantos días, años y si-
glos han pasado hasta el presente. Y para asegurarse todavía más, sería
bueno tomarle todo su gusto, leyendo los dos capítulos antecedentes, y
también el siguiente; pues todos ellos hablan manifiestamente de unos
mismos misterios, y de un mismo tiempo. Este cántico nuevo y admira-
ble sólo compete a las reliquias de Israel, congregadas en aquellos días
en la tierra de Judá con grandes piedades; pues de ellas se habla, o por
mejor decir, ellas son las que hablan en espíritu en todo el capítulo 25, y
ellas mismas prosiguen hablando en el cántico del capítulo 26. El decir:
Será cantado este cántico en tierra de Judá, esto es, en la Iglesia de
Cristo, no sé que pueda contentar mucho ni a quien lo oye ni a quien lo
dice, mucho menos si se hace cargo de todo el contexto.
[34] Pues entre las cosas que en este cántico profético dicen a su
Dios estas santas y preciosas reliquias, una de ellas es la que acaba de
sucederles en su vocación por la bondad y misericordia del mismo Dios:
Como la que concibe, cuando se acerca el parto, dolorida da gritos en
sus dolores; así hemos sido delante de ti, Señor. Concebimos, y como
que estuvimos con dolores de parto, y parimos espiritualmente; o co-
mo leen los LXX, que es la versión que usaban los apóstoles: Así hemos
sido para con tu amado; por tu temor, oh Señor, recibimos en el vien-
tre el espíritu de tu salud, lo hemos dado a luz, y lo hemos criado 2.

1 Is. 26, 1.
2 Is. 26, 17-18.
548 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[35] Mas este concepto metafórico, estos dolores y clamores para


darlo a luz, y el parto mismo con todas sus consecuencias, ¿qué signi-
fican en ambas profecías? El parto lo consideraremos más adelante
(artículo 3); el concepto, y los dolores y angustias para darlo a luz, pa-
rece claro, siguiendo el mismo hilo de la metáfora que hemos comen-
zado. De manera que, llamada misericordiosamente del esposo la ma-
dre Sión con todas sus reliquias (las cuales, sea número determinado o
indeterminado, deben ser ciento y cuarenta y cuatro mil señalados de
todas las tribus de los hijos de Israel 1), iluminada o vestida de la luz
celestial que viene del Padre de las luces; abiertos los ojos y los oídos
internos, para que vea y oiga lo que hasta ahora, por justos juicios de
Dios, no ha visto ni oído, según las Escrituras; le entrará la luz por los
ojos y por los oídos de la fe: La fe es por el oído 2; con lo cual, no ha-
biendo ya impedimento alguno por su parte, porque se ha acabado su
afán, perdonada es su maldad 3, concebirá al punto en el vientre, por
semejanza, a Cristo Jesús (y este crucificado, el cual ha sido siempre
para ella, por culpa de sus doctores, un verdadero escándalo), y Cristo
Jesús se empezará a formar en ella en el mismo vientre, por semejan-
za, y allí mismo va adelante y crece hasta el día perfecto 4. Esto es cla-
ro, y no necesita más explicación.
[36] Mas como no basta para la salud concebir a Cristo Jesús en el
secreto del corazón, sino que es necesario parirlo, digamos así, darlo a
luz, manifestar en público este concepto, y declararse por él: Porque de
corazón se cree para justicia, mas de boca se hace la confesión para
salud 5, llegando aquí la esposa, empezarán naturalmente las angustias,
los dolores y los clamores, por las grandes dificultades, contradicciones
y embarazos que opondrán entonces la tierra y el infierno para que que-
de sin efecto aquella preñez. ¡Qué persecuciones no se levantarán en
aquellos días contra la mujer! ¡Qué extrañeza, qué disgusto, qué enfado
no causará en aquellos días una novedad tan importuna en que nadie
pensaba, una novedad bien capaz de alterar el público reposo y pertur-
bar la paz, no de Cristo, sino del mundo; en aquellos días, vuelvo a de-
cir, en los cuales la caridad, y por buena consecuencia también la fe, es-
tarán tan tibias y tan escasas, por la abundancia de la iniquidad! 6.
[37] Los primeros que se opondrán al parto de la mujer serán ve-
rosímilmente los Judíos mismos de todas las tribus de los hijos de Is-
rael; aquellos, digo, que no entrarán por culpa suya en el número de
los sellados con el sello de Dios vivo; los cuales, como se dice en Zaca-

1 Apoc. 7, 4.
2 Rom. 10, 17.
3 Is. 40, 2.
4 Prov. 4, 18.
5 Rom. 10, 10.
6 Mt. 24, 12.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 549

rías, serán las dos terceras partes, cuando menos: Y serán en toda la
tierra, dice el Señor: dos partes de ella serán dispersas, y perecerán;
y la tercera parte quedará en ella. Y pasaré por fuego la tercera par-
te, y los purificaré como se quema la plata, y los acrisolaré como es
acrisolado el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré. Diré: Pueblo
mío eres; y él dirá: Señor Dios mío 1. Dije que los no sellados con el
sello de Dios vivo serán las dos terceras partes, y añadí, cuando me-
nos, porque me parece muy natural, y muy conforme a otros lugares de
la Escritura, que en la prueba del fuego de la tribulación, por donde ha
de pasar esta tercera parte, quede mucha escoria, o estaño, que no per-
tenece al oro fino. Así se lo anuncia Dios por Isaías: Volveré mi mano
sobre ti, y acrisolaré tu escoria hasta lo puro, y quitaré de ti todo tu
estaño 2. Y en otra parte se dice claramente que, después que pase por
la prueba, saldrá diezmado (o dejando en el fuego, de diez uno, o como
piensan otros, sacando solamente uno de diez): Se multiplicará la que
había sido desamparada en medio de la tierra; y todavía en ella la
décima parte, y se convertirá, y servirá para muestra como terebin-
to, y como encina que extiende sus ramos; linaje santo será lo que
quedare en ella 3. Lo mismo se dice en el capítulo 65, versículo 8.
[38] Parece, pues, sumamente verosímil, que las dos terceras par-
tes de la casa de Jacob persigan con todas sus fuerzas a la otra parte
que ha creído, así como lo hicieron en los principios de la Iglesia. Mas
esta persecución (en caso que suceda) apenas podrá ser como una pin-
tura, o como una sombra, respecto de la que moverá el dragón por otra
vía más corta, y con armas sin comparación mayores, que ya en aque-
llos tiempos tendrá a su libre disposición; quiero decir, por medio de
aquellas siete bestias y diez cuernos, de que tanto hablamos en el fe-
nómeno 3. Estas siete bestias, esparcidas por todo el mundo, estarán
entonces, no solamente en amistad y buena armonía, sino en vísperas
de firmar el tratado de unión o liga formal contra el Señor y contra su
Cristo. Esta es la otra señal que aparece en el cielo al mismo tiempo.

Artículo 2
Versículos 3-4

[39] Y fue vista otra señal en el cielo, y he aquí un grande dragón


bermejo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete
diademas. Y la cola de él arrastraba la tercera parte de las estrellas
del cielo, y las hizo caer sobre la tierra; y el dragón se paró delante de
la mujer que estaba de parto, a fin de tragarse al hijo luego que ella le

1 Zac. 13, 8-9.


2 Is. 1, 25.
3 Is. 6, 12-13.
550 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

hubiese parido 1. Represéntase aquí la antigua serpiente, que se llama


diablo y Satanás, llena de vehementísimas sospechas, y por consi-
guiente de temores y sobresaltos, por la gran novedad de aquella mu-
jer, a quien hasta entonces había mirado, como la mira todo el mundo,
con un soberano desprecio. Lo que le da mayor cuidado no es el sol, ni
la luna, ni las estrellas, sino la circunstancia terrible de verla preñada,
sin haber podido impedir este mal, y tal vez sin haberlo sabido, y sin
poder ahora impedir el parto que ya va a suceder. Para remediar del
modo posible un mal tan grave, y de tan pésimas consecuencias, ¿qué
otro partido puede tomar, ni más pronto, ni más eficaz, que declararse
con sus amigos, e implorar su socorro? Con aquéllos, digo, a quienes
tiene tan obligados con toda suerte de lisonjas, halagos y servicios. A
éstos, pues, recurre al punto, sin perder instante; todos los pone en
movimiento, y aun se viste de ellos mismos, para agitarlos y animarlos
más contra aquella mujer terrible y admirable, capaz de arruinarle to-
dos sus proyectos. Esta es la razón por que se deja ver en figura de un
monstruoso dragón, de color rojo o lleno de fuego, de ira y furor, y con
siete cabezas y diez cuernos, cuya cifra no necesita de nueva explica-
ción, quedando bastantemente explicada en el fenómeno 3.
[40] Como si estos ejércitos fuesen todavía insuficientes para pe-
lear contra una mujer, no dándose el dragón por seguro, por la gran-
deza de sus temores, bien fundados a la verdad, llama también en su
socorro otra especie de soldados, mucho más peligrosos que todos los
ejércitos del mundo. Trae con su cola (símbolo propio de la lisonja, del
halago, de la seducción; pues como se lee en Isaías: El profeta que en-
seña mentira, ése es la cola 2), trae, digo, con la cola, nada menos que
la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arroja a la tierra, para
que le sirvan a él, en lugar de lucir en el cielo, como era su destino y
obligación. Por estas estrellas metafóricas arrancadas del cielo con la
cola del dragón, yo no entiendo otra cosa sino lo que hallo en algunos
autores graves, que citan y siguen en esto a San Jerónimo y a Teodore-
to: Y la cola de él (dice este último) arrastraba la tercera parte de las
estrellas del cielo… esto es, de aquellos varones príncipes de la Igle-
sia, no solamente políticos, sino también doctores eclesiásticos y reli-
giosos, que a manera de estrellas brillan y se aventajan en el orbe a
los demás 3; lo cual no deja de concordar con lo que dijimos en otra
parte, hablando de la bestia de dos cuernos (fenómeno 3, párrafo 9).
Es verdad que así la caída de estas estrellas, como todos los otros mis-
terios que contiene esta profecía, la ponen estos doctores en los tiem-
pos mismos del Anticristo, pues dicen que el príncipe San Miguel baja-

1 Apoc. 12, 3-4.


2 Is. 9, 15.
3 SAN JERÓNIMO, in Apoc., c. 12, v. 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 551

rá del cielo, y peleará con el dragón, para defender a la Iglesia de la


persecución del Anticristo; y en otra parte, sobre el capítulo 12 del
mismo Apocalipsis, dicen que bajará a matar al Anticristo, y destruir
su imperio universal; mas si se quiere atender al texto sagrado y a todo
su contexto, como debe atenderse, parece claro que en los tiempos de
que se habla en todo este capítulo 12, el Anticristo todavía no ha veni-
do al mundo, o no se ha revelado públicamente, aunque se espera por
momentos. Es necesario que la mujer dé primero a luz lo que tiene
dentro de sí, y después huya a la soledad y se ponga en salvo, porque
así conviene para los designios de Dios, como veremos después.
[41] Armado, pues, el dragón con todas las armas, esto es, con los
Judíos no sellados, con la potencia terrible de las siete bestias, aunque
todavía no unidas perfectamente en un solo cuerpo, y armado también
con tantas estrellas que con su cola ha traído del cielo y arrojado a la
tierra, se presentará delante de la mujer que está por parir 1, o para
impedir el parto, si esto fuese posible, o a lo menos para devorarlo lue-
go que suceda 2, es decir, para hacerlo inútil o infructuoso; para impe-
dir que tenga aquellas terribles consecuencias que con tanta razón sos-
pecha y teme; para hacer que sea desde el vientre trasladado al sepul-
cro 3; para dejar, en fin, a la triste mujer en mayor soledad y desampa-
ro, y en miseria más irremediable, aun después de un parto tan desea-
do y tan esperado: Para tragarse al hijo luego que ella le hubiese pa-
rido. Mas todo esto, ¿qué quiere decir en realidad? ¿Qué misterio par-
ticular se encierra en esta similitud? Seguid la metáfora, y no tendréis
gran dificultad de comprender este misterio.
[42] Primeramente, se debe suponer, y se colige bien claramente
del mismo texto, que el dragón, o no ha sabido, porque Dios se lo ha
ocultado, como le oculta infinitas cosas, o no ha podido impedir que la
mujer conciba dentro de sí a Cristo, y que Cristo se forme en ella: La fe
es por el oído 4; en lo cual ha trabajado, o Elías solo, pues es éste su
propio ministerio a que está destinado, o junto con Elías algunos otros
operarios elegidos de Dios de entre las Gentes cristianas (lo que parece
no poco verosímil, así como los Judíos cristianos trabajaron al princi-
pio en la conversión de las Gentes). Lo segundo, se debe suponer que
en aquel tiempo y circunstancias, en que el dragón que tenía siete ca-
bezas y diez cuernos, y también la tercera parte de las estrellas del
cielo, se presenta con estas armas terribles delante de la mujer, tam-
poco puede impedir su parto metafórico, esto es, que la mujer confiese
públicamente su fe, y se declare públicamente por Cristo Jesús; pues

1 Apoc. 12, 4.
2 Apoc. 12, 4.
3 Job 10,19.
4 Rom. 10, 17.
552 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

este parto en aquel tiempo ya insta, ya se espera por momentos, ya va


a suceder. Pues en esta constitución tan crítica, en este conflicto, en
esta urgencia, ¿qué remedio? No hay otro que devorar el parto mismo,
es decir, trabajar con todo el empeño posible, ya con amenazas, ya con
seducción, ya con la fuerza abierta, en que la mujer se arrepienta de lo
hecho; que desconozca, como si no fuese suyo, el fruto de su vientre,
que acaba de dar a luz entre tantos dolores; que lo sacrifique a la pú-
blica tranquilidad; que lo niegue, que lo repruebe, que lo olvide; que
rompa o desate aquella cuerda intolerable con que lo ha ligado, reci-
biendo en recompensa el espíritu de plena libertad, esto es, el espíritu
dulce y humano que divide a Jesús, de que en aquellos tiempos estará
llena casi toda la tierra. Para esto son sin duda aquellos ejércitos y
aquellas armas terribles de que el dragón aparece vestido, como que
tiene o tendrá entonces a su disposición siete cabezas y diez cuernos 1,
en que se simboliza la fuerza y la violencia, y por otra parte innumera-
bles estrellas que ha arrancado del cielo con su cola, símbolo propio
del engaño y de la seducción. Esto es todo lo que puedo comprender o
sospechar en aquella admirable similitud: Y el dragón se paró delante
de la mujer… a fin de tragarse al hijo luego que ella le hubiese parido.
No creo que el dragón sea tan insensato que pueda imaginarse capaz
de devorar realmente el hijo mismo de que se habla.

Artículo 3
Versículo 5

[43] Y parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes
con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su
trono 2. No obstante la vista del dragón, no obstante las legiones que
tiene a su disposición, y que aparecen junto con él, no obstante los do-
lores y angustias, así externas como internas, que por todas partes la
cercan y la afligen de todos modos, la mujer da, en fin, a luz lo que en-
cerraba dentro de sí; pare felizmente un hijo másculo, destinado a re-
gir todas las Gentes con vara de hierro, el cual, luego que nace, es
arrebatado a Dios y presentado delante de su trono.
[44] Dos puntos principales tenemos aquí que considerar. Prime-
ro: ¿Quién es este hijo másculo, que da a luz esta mujer entre tantas
angustias y dolores? Segundo: ¿Qué misterio es éste de presentarse es-
te hijo, luego que nace, al trono de Dios? Estos dos puntos, mucho más
que todos los otros, han sido como dos murallas altísimas e inaccesi-
bles, que han cerrado el paso a todos los intérpretes del Apocalipsis.

1 Apoc. 12, 3.
2 Apoc. 12, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 553

Digo a todos, no solamente porque no tengo noticia de alguno, sino


porque en el sistema ordinario me parece imposible que haya alguno
que reconozca en este hijo másculo al mismo Jesucristo, no obstante
de no haber otra persona, ni en el cielo ni en la tierra, a quien pueda
competer el distintivo de regir todas las Gentes con vara de hierro.
Estas palabras son tomadas del salmo 2, y se repiten otras veces en el
mismo Apocalipsis, y ciertamente son inacomodables a otra persona.
Del mismo modo, parece imposible explicar con alguna propiedad lo
que significa en el texto ser arrebatado este hijo, luego que nace, al tro-
no de Dios. Mas en el sistema que seguimos, ambas cosas parecen tan
claras, que basta sólo proponerlas, para comprender al punto que todo
debe suceder así, según las Escrituras, y esto sin usar de violencia, ni
de discurso artificial.
[45] No olvidéis, señor, aquella verdad indubitable que dejamos
propuesta en el párrafo 4, que aquí no se habla ni puede hablarse de
madre natural ni de parto material. La mujer que pare con tantos do-
lores, y el parto mismo, son conocidamente una metáfora o una seme-
janza; mas esta semejanza no impide, antes supone, que así la madre
como el hijo deben ser alguna cosa física y real, a quienes competen
propísimamente estas semejanzas. Esto supuesto, decimos: lo prime-
ro, que aunque el parto de esta mujer es tan metafórico como ella mis-
ma, mas el hijo que nace, que había de regir todas las Gentes con va-
ra de hierro, no puede ser por semejanza otro que el mismo Mesías
Jesucristo, Hijo de Dios, e Hijo de la Virgen; no, cierto, concebido y
nacido entonces material y físicamente; sino concebido y nacido espi-
ritualmente por la fe, y nacido del mismo modo, por una pública con-
fesión de la misma fe; concebido, digo, y nacido espiritualmente de
aquella misma madre que muchos siglos antes lo había concebido y
parido sólo materialmente, y que por una suma ceguedad, efecto pro-
pio de su actual iniquidad, no había hecho la debida distinción entre
este hijo de la promisión, y los otros hijos según la carne; no había co-
nocido su valor y precio infinito; antes lo había confundido con la ín-
fima plebe, y reputado como uno de los más inicuos de su familia, se-
gún estaba anunciado en Isaías: Y con los malvados fue contado 1. En
suma, lo había concebido y parido; lo había visto y oído; lo había visto
crecer dentro de su casa, en sabiduría y en gracia, delante de Dios y
de los hombres 2; lo había contemplado, y admirado sus obras prodi-
giosas; mas sin aquella fe que justifica al impío 3, y que es el principio
de todos los bienes; sin aquella fe de que aquel hijo suyo que tenía de-
lante, y que en todas sus obras y palabras manifestaba evidentemente

1 Is. 53, 12.


2 Lc. 2, 52.
3 Rom. 4, 5.
554 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

lo que era, según las Escrituras, era realmente el Mesías mismo, tan
deseado y suspirado por todo el cuerpo de la nación. La misma iniqui-
dad, que tanto abundaba en aquellos tiempos en la misma nación, má-
ximamente en el sacerdocio, fue la que cerró los ojos y los oídos para
que no viesen ni oyesen lo mismo que veían y oían, según estaba anun-
ciado en sus mismas Escrituras 1; lo cual les acordó el Mesías mismo
cuando dijo, citando este lugar de Isaías: Se cumple en ellos la profe-
cía de Isaías, que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo ve-
réis, y no veréis 2.
[46] Este parece que es, según todas las contraseñas, aquel prodigio
grande e inaudito de que habla el mismo Isaías: Antes que estuviese de
parto, parió; antes que llegase su parto, parió un hijo varón. ¿Quién
jamás oyó cosa tal? ¿Y quién la vio semejante a ésta? 3. De modo que
la mujer de que hablamos parió ciertamente a su Mesías muchos siglos
ha; mas ¿cómo? Antes que estuviese de parto, parió… varón; lo pare
antes de concebirlo o conocerlo; lo parió sin dolor, antes de parirlo con
dolor; es decir, lo parió sin sentimiento, sin conocimiento, sin espíritu,
sin fe, etc. Por eso aquel parto no le pudo ser de utilidad alguna, antes
fue por eso mismo piedra de tropiezo, y piedra de escándalo… ¿Por
qué causa? Porque no por fe, sino como por obras; pues tropezaron
en la piedra del escándalo, así como está escrito 4.
[47] Mas cuando Dios use con esta misma mujer de aquellas gran-
des misericordias que le tiene prometidas; cuando la llame como a
mujer desamparada…, y como a mujer que es repudiada desde la ju-
ventud… 5; cuando la recoja con grandes piedades; cuando la ilumine,
y le abra los ojos y los oídos; cuando le envíe lengua erudita o maestros
ministros de la palabra, especialmente a Elías, quien en verdad ha de
venir, y restablecerá todas las cosas 6; entonces, entrándole por los
ojos la luz, y por los oídos la fe de su Mesías, lo concebirá al punto en
espíritu, es a saber, con conocimiento, con fe, con estimación, con un
entrañable y ardentísimo amor, y también con aquellas angustias y do-
lores, dentro y fuera, de una verdadera y amarga penitencia, que en
aquel tiempo y circunstancias serán inevitables.
[48] Este parto espiritual de Sión, esta fe y confesión de fe, este re-
conocer y publicar públicamente y a todo riesgo, que aquel mismo Je-
sús a quien reprobó en otro tiempo, a quien pidió para la cruz, a quien
siempre había detestado y aborrecido, etc., es su verdadero Mesías,

1 Is. 6, 10.
2 Mt. 13, 14.
3 Is. 66, 7-8.
4 Rom. 9, 32-33.
5 Is. 54, 6.
6 Mt. 17, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 555

hermosura de justicia, y… esperanza de sus padres 1; esto parece que


es lo que únicamente espera Dios para juntar aquel gran Consejo, y
formar aquel majestuoso tribunal, de que tanto se habla en los dos ca-
pítulos 4 y 5 del mismo Apocalipsis, que son una manifiesta y vivísima
alusión al capítulo 7 de Daniel, como luego veremos. Y éste es el se-
gundo punto que vamos a considerar.
[49] Y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono 2. Habien-
do parido la mujer un hijo varón, que había de regir todas las Gentes
con vara de hierro 3, dice el texto sagrado que este hijo fue luego como
arrebatado a Dios, y presentado delante de su trono. ¿Qué quiere decir
esto? Sigamos en espíritu a este hijo que acaba de nacer; sigámosle con
humildad, mas sin miedo, hasta el mismo trono de Dios, y seamos tes-
tigos oculares, en cuanto pueda permitir nuestro estado presente, de lo
que allí se hace, y de los misterios nuevos y admirables que ya van a
empezar. La entrada en este supremo Consejo no es tan imposible ni
tan difícil, si queremos aprovecharnos de las llaves que se nos dan.
[50] Estaba mirando hasta tanto que fueron puestas sillas, y sen-
tóse el Anciano de Días… Miraba yo, pues, en la visión de la noche, y
he aquí venía un como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó
hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la po-
testad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus, y lenguas le
servirán a él; su potestad es potestad eterna, que no será quitada; y
su reino, que no será destruido 4.
[51] Después de haber concluido este Profeta el gran misterio de
las cuatro bestias, y llevado todo desde su principio hasta su fin, como
observamos en el fenómeno 2, vuelve cuatro pasos atrás para referir
de propósito otro misterio principalísimo, el cual, aunque tiene no po-
ca relación con el primero y con su fin, no había podido tener lugar,
por no interrumpir los sucesos de las bestias. Este método practicado
hasta ahora entre los buenos historiadores, es comunísimo entre los
profetas (y se hace mucho más notable, y casi palpable, en todo el libro
del Apocalipsis, como quizá demostraremos alguna vez). El misterio
principalísimo de que hablo es éste: que junto al gran Consejo, senta-
do en su trono el Anciano de Días, o el mismo Dios vivo y verdadero, y
con él los otros conjueces en sus respectivos tronos (expresiones todas
metafóricas, acomodadas a nuestra inteligencia), se vio luego venir co-
mo en las nubes del cielo una persona admirable como Hijo de Hom-
bre, el cual se encaminó directamente a dicho Consejo, y entrando en
él, se avanzó inmediatamente hasta el trono de Dios, ante cuya presen-

1 Jer. 50, 7.
2 Apoc. 12, 5.
3 Apoc. 12, 5.
4 Dan. 7, 9 y 13-14.
556 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

cia fue presentado por otros (no se dice por quiénes): Y llegó hasta el
Anciano de Días, y presentáronle delante de él. La resulta de esta pre-
sentación al trono de Dios fue que, luego inmediatamente, le dio Dios
a esta persona admirable, o a este, por antonomasia, Hijo del Hombre
(que así se llama él mismo frecuentemente en todos los cuatro Evange-
lios), le dio luego inmediatamente la potestad, el honor y el reino 1; en
cuya consecuencia natural y legítima le servirán en adelante como súb-
ditos suyos todos los pueblos, tribus y lenguas 2.
[52] Sobre este lugar de Daniel puede cualquiera hacer una breve y
facilísima reflexión, haciéndose a sí mismo estas dos preguntas. Pri-
mera: estas cosas que aquí se dicen, ¿se han verificado ya, o no? Si ya
se han verificado, deberá mostrarse cuándo y cómo se han verificado,
sin perder de vista el texto de la profecía con todo su contexto, lo cual
parece tan imposible como la misma imposibilidad. Si no se han veri-
ficado hasta el día de hoy, luego debe llegar tiempo en que todas se ve-
rifiquen. Segunda pregunta: si todas estas cosas se han de verificar al-
guna vez, ¿cuándo podrá ser esto, sino después del parto de esta mu-
jer; después que dé a luz un fruto tan anunciado, tan esperado y tan
deseado, para cuyo tiempo están ya preparadas tantas riquezas en los
tesoros de Dios? Comparad ahora un texto con otro, el texto de Daniel
con el del Apocalipsis, y hallaréis entre ellos una tan gran analogía,
que el primero os parecerá una explicación del segundo, y el segundo
la inteligencia del primero.
[53] TEXTO DE DANIEL: Miraba yo, pues, en la visión de la noche, y
he aquí venía un como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó
hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la po-
testad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le
servirán a él. TEXTO DE SAN JUAN: Y parió un hijo varón, que había de
regir todas las Gentes con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado
para Dios, y para su trono.
[54] De manera que, verificado el parto de la mujer, y nacido el hi-
jo másculo del modo que hemos dicho, luego al punto vuela a Dios, y
se presenta o es presentado delante de su trono. Si preguntamos ahora
para qué fin, nos responde Daniel que es para recibir del mismo Dios
públicamente, en su gran Consejo, la potestad, el honor y el reino; pues
ésta es la resulta inmediata y única de su presentación al trono de Dios:
Y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y dio-
le la potestad, y la honra, y el reino; no cierto en acto primero, como
se explican los escolásticos, o en potencia, o en derecho (que de este
modo lo tiene ahora, y lo ha tenido siempre), sino en acto segundo, o

1 Dan. 7, 14.
2 Dan. 7, 14.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 557

en ejercicio, que por eso se añade inmediatamente: Y todos los pue-


blos, tribus y lenguas le servirán a él; con lo cual concuerda perfec-
tamente la expresión del texto de San Juan: Que había de regir todas
las Gentes con vara de hierro.
[55] De aquí se sigue naturalmente que esta potestad, este honor,
este reino, que en aquel tiempo se le ha de dar al Hijo del Hombre, no
lo ha recibido hasta el presente (por más que lo repugnen las ideas or-
dinarias, que en este punto son oscurísimas). Es verdad que, después
de su resurrección, les dijo el Señor a sus apóstoles: Se me ha dado to-
da potestad en el cielo y en la tierra 1; mas por el contexto mismo se
conoce al punto, aunque no hubiera otros fundamentos, que el Señor
sólo habló de la potestad espiritual de sumo sacerdote; pues esta mis-
ma potestad es la que les comunica allí mismo a los apóstoles, en con-
secuencia de haberla recibido de su Padre; y prosigue inmediatamente
diciéndoles: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, etc. 2. Como si di-
jera: Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, y por esta
potestad que tengo, yo os envío a todo el mundo, no a dominarlo como
señores, sino a enseñarlo como maestros. Andad, pues, y enseñad a to-
das las gentes, bautizando a los que creyeren en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo, y persuadiéndoles que observen todas
las cosas particulares que os he mandado 3. ¿Quién no ve que estas pa-
labras son propias, no de un rey, sino de un sumo sacerdote, y quién
no ve que estas cosas son las que únicamente pertenecen al sumo sa-
cerdote? No por esto decimos que Jesucristo no tenga ahora plena po-
testad para hacer y deshacer según su voluntad; mas como esta volun-
tad es santa y bien ordenada, no se mete por ahora en otras cosas, sino
en las que son propias de un sumo sacerdote. Esta plena potestad de
hacer y deshacer la tuvo aun cuando vivía en carne mortal, y no obs-
tante, en toda su vida santísima no hizo otra cosa que enseñar con
obras y palabras. Tan lejos estuvo de usar de la potestad de rey, que a
uno que le dijo: Di a mi hermano que parta conmigo la herencia 4, le
respondió con extrañeza: Hombre, ¿quién me ha puesto por juez o re-
partidor entre vosotros? 5.
[56] Es verdad, vuelvo a decir, que después de su resurrección se
fue este Hijo del Hombre al cielo, o a una tierra distante para recibir
allí un reino, y después volverse 6. Es verdad que entonces se sentó
con suma gloria y honor a la diestra del Padre (no cierto en trono

1 Mt. 28, 18.


2 Mt. 28, 19.
3 Mt. 18, 19-20.
4 Lc. 12, 13.
5 Lc. 12, 14.
6 Lc. 19, 12.
558 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

aparte, sino en el mismo trono del Padre, como él mismo lo dice en el


capítulo 3 del Apocalipsis: Y me he sentado con mi Padre en su tro-
no 1). Es verdad que en el cielo, a la diestra del Padre, está honrado y
glorificado de Dios, y de todos los ángeles y santos; está ciertamente
constituido rey, y heredero universal de todas las cosas criadas, pues
por él y para él se hicieron todas: Al cual (el mismo Padre) constituyó
heredero de todo, por quien hizo también los siglos…, por quien son
todas las cosas, y para quien son todas las cosas 2. Mas también es
igualmente verdad que esta herencia, esta potestad actual, este reino,
este honor tan propio y tan debido al Hombre Dios, hasta ahora no lo
ha recibido, porque hasta ahora no se le ha dado: Mas ahora (decía
San Pablo, y nosotros lo decimos ahora con la misma verdad), mas
ahora aún no vemos todas las cosas sometidas a él 3. Si todavía no se
ven sujetas a él todas las cosas; luego todavía no ha recibido en acto
segundo la potestad, el honor y el reino, pues la sujeción y obediencia
de todas las cosas a él debe ser una consecuencia necesaria e inmedia-
ta de su potestad, honor y reino: En esto mismo de haber sometido a
él todas las cosas, ninguna dejó que no fuese sometida a él. Y si no,
¿qué potestad, honor y reino se le podrá dar en aquel tiempo de que
habla Daniel? Así, aunque actualmente se halla ya el Hijo del Hombre,
Cristo Jesús, en estado de gloria y de impasibilidad, no por eso deja de
estar al mismo tiempo en una real y verdadera expectación, hasta que
llegue el tiempo en que se le dé efectivamente toda la potestad, honor
y reino, de que ya está constituido heredero irrevocablemente, po-
niendo sobre sus hombros todo el principado, y todas las cosas bajo
sus pies: Está sentado… a la diestra de Dios, dice el Apóstol mismo,
esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos por es-
trado de sus pies 4.
[57] Para acabar de comprender con mayor claridad lo que acaba-
mos de decir sobre este Hijo del Hombre, presentado delante del trono
de Dios, abramos otra ventana, y miremos este mismo misterio con
otra nueva luz. Leamos, digo, con alguna mayor atención los capítulos
4 y 5 del Apocalipsis, en los cuales se repite manifiestamente, se expli-
ca y se aclara, todo el texto de Daniel. Combinadas estas dos Escritu-
ras, no parece sino que ambos Profetas se hallaron presentes en espíri-
tu a este mismo Consejo (el uno quinientos años antes que el otro), y
fueron testigos oculares de lo que allí se hacía, o se había de hacer, a su
tiempo; aunque a este último, como a discípulo tan amado, se le mani-
festaron en la misma visión algunas cosas más particulares.

1 Apoc. 3, 21.
2 Heb. 1, 2; 2, 10.
3 Heb. 2, 8.
4 Heb. 10. 12-13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 559

Apocalipsis, capítulo 4
[58] Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo, y la
primera voz que oí era como de trompeta, que hablaba conmigo, di-
ciendo: Sube acá, y te mostraré las cosas que es necesario sean he-
chas después de éstas. Y luego fui en espíritu; y he aquí un trono que
estaba puesto en el cielo, y sobre el trono estaba uno sentado… Y al-
rededor del trono veinticuatro sillas, y sobre las sillas veinticuatro
ancianos sentados, vestidos de ropas blancas, y en sus cabezas coro-
nas de oro, etc. 1.
[59] Lo que resta de esta profecía, que son cuando menos dos capí-
tulos enteros, se puede ver y considerar en su misma fuente, pues yo
no puedo detenerme tanto en un solo punto, cuando me llaman al mis-
mo tiempo otros muchos de igual o mayor importancia. Para mi inten-
to particular me basta hacer aquí una breve reflexión, comparando
una profecía con otra, para que se vea que el misterio de que hablan es
el mismo en sustancia, explicado solamente con diversas palabras, y
añadidas en la segunda profecía algunas circunstancias más que no se
hallan en la primera, como es frecuentísimo en todas las alusiones del
Apocalipsis.
[60] Primeramente, el tiempo de que hablan parece evidentemen-
te el mismo. Daniel vio formarse este gran Consejo en los tiempos de
su cuarta bestia, que, como dijimos en su lugar, y ninguno duda ni es
posible dudar, son ya tiempos muy inmediatos a la venida del Señor (y
esto, sea esta bestia lo que quisieren que sea), pues los doctores mis-
mos confiesan que éste será algún Consejo o juicio oculto que hará
Dios con sus ángeles y santos para condenar al Anticristo, y mirar por
el honor de Cristo y bien de su Iglesia; la cual explicación, aunque res-
pecto del misterio es oscurísima, mas respecto del tiempo es bastante
clara. Esto nos hasta por ahora. San Juan nos representa este mismo
Consejo y juicio conocidamente en los mismos tiempos. Lo primero,
por las razones generales que quedan apuntadas en otras partes, prin-
cipalmente en el fenómeno 3, párrafo 5, donde se dijo, y también se
probó, que el Apocalipsis, especialmente desde el capítulo 4, es una
profecía seguida, cuyo asunto principal es la segunda venida del Me-
sías, comprendidas todas las cosas más notables que la han de prece-
der, acompañar y seguir; lo cual no dejan de confesar, o expresa o táci-
tamente, en todo o en parte, casi todos los expositores. Lo segundo,
porque a lo menos parece cierto que este Consejo y juicio tan solemne
de que aquí se habla no se ha formado hasta el día de hoy, pues hasta
ahora no se ha visto resulta alguna de tantas y tan grandes cosas que

1 Apoc. 4, 1-2 y 4.
560 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

anuncia la misma profecía, como consecuencias inmediatas de aquel


mismo Consejo. Lo tercero, porque el contexto mismo nos da a cono-
cer los tiempos, como luego veremos.
[61] Daniel dice que en los tiempos de sus cuatro bestias vio que
se ponían muchos tronos, y se sentaba en ellos el juicio; primeramen-
te Dios mismo, a quien llama el Anciano de Días, y después, en otros
tronos inferiores, otros conjueces: Estaba mirando hasta tanto que
fueron puestas sillas, y sentóse el Anciano de Días. San Juan dice lo
mismo con diversas palabras; en lugar de el Anciano de Días, dice:
Sobre el trono estaba uno sentado; y por lo que mira a los otros con-
jueces, señala su número preciso: Y sobre las sillas veinticuatro an-
cianos sentados. Daniel vio millares de millares de ángeles alrededor
del trono de Dios: Millares de millares le servían, y diez mil veces
cien mil estaban delante de él 1. San Juan no sólo vio todos estos mi-
llares de millares de ángeles alrededor del trono, sino también oyó
sus voces: Y vi, y oí voz de muchos ángeles… y era el número de ellos
millares de millares 2.
[62] Por abreviar, Daniel nos representa una persona singular y
admirable, como Hijo de Hombre, la cual, entrando en aquel grande y
supremo Consejo, se presenta delante del trono de Dios mismo, que
allí preside, y recibe de él inmediatamente la potestad, el honor y el
reino: Y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él,
y diole la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus y
lenguas le servirán a él. San Juan nos representa esta misma persona
singular y admirable bajo otra semejanza, y con otras circunstancias
más particulares y todavía más admirables, esto es, bajo la semejanza
de un inocentísimo Cordero que se presenta, y está en pie delante del
trono de Dios así como muerto 3, como alegando el mérito infinito de
su obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz 4; por lo cual recibe
de mano del mismo Dios cierto libro cerrado y sellado con siete sellos,
que ninguno es digno de abrir ni puede abrir sino él solo. Lo abre allí
mismo a vista de aquella numerosa y respetable asamblea, que espera
con vivas ansias aquel momento feliz, el cual llegado, se sigue luego
inmediatamente en todo el universo una tan gran admiración, una ale-
gría, un júbilo, una exultación tan sagrada y tan universal, que no sólo
los ángeles, y los conjueces y testigos, sino junto con ellos todas las
criaturas del universo, aun las irracionales e insensibles, todas claman
a una voz, todas dan gloria a Dios, y se regocijan de ver abierto el libro
en manos del Cordero.

1 Dan. 7, 10.
2 Apoc. 5, 11.
3 Apoc. 5, 6.
4 Fil. 2, 8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 561

[63] El mismo discípulo amado, que da testimonio de estas cosas,


y escribió estas cosas, y sabemos que su testimonio es verdadero 1,
nos asegura que oyó en todo el universo todas estas voces de júbilo sa-
grado, luego al punto que el Cordero recibió el libro de la mano dere-
cha del que estaba sentado en el trono 2, y lo abrió públicamente en
aquel Consejo extraordinario. Los consejeros mismos y conjueces se
postraron delante del Cordero… Y cantaban un nuevo cántico, dicien-
do: Digno eres, Señor, de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque
fuiste muerto, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de toda
tribu, y lengua, y pueblo, y nación; y nos has hecho para nuestro
Dios reino y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra 3. Los millares y
millares de ángeles dijeron: Digno es el Cordero, que fue muerto, de
recibir virtud, y divinidad, y sabiduría, y fortaleza, y honra, y gloria,
y bendición 4. Las demás criaturas del universo clamaron a una voz: Al
que está sentado en el trono, y al Cordero: bendición, y honra, y glo-
ria, y poder en los siglos de los siglos 5. Todo lo cual concuerda admi-
rablemente con infinitas cosas semejantes, que ya están anunciadas y
preparadas para aquellos tiempos en los Profetas y en los Salmos.
[64] Leed, entre otros muchísimos lugares que no podemos por
ahora citar, todo el salmo 71, y reparad especialmente sus últimas pa-
labras: Bendito el nombre de la majestad de él para siempre; y será
muy llena de su majestad toda la tierra, así sea, así sea 6. Y el salmo
95: Alégrense los cielos, y regocíjese la tierra, conmuévase el mar, y
su plenitud; se gozarán los campos, y todas las cosas que en ellos
hay. Entonces se regocijarán todos los árboles de las selvas a la vista
del Señor, porque vino, porque vino a juzgar la tierra. Juzgará la re-
dondez de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad… Can-
tad alegres en la presencia del Rey, que es el Señor; muévase el mar,
y su plenitud; la redondez de la tierra, y los que moran en ella. Los
ríos aplaudirán con palmadas, juntamente los montes se alegrarán a
la vista del Señor, porque vino a juzgar la tierra 7.
Observación de este libro que abre el Cordero
[65] Llegando aquí, parece naturalísimo el deseo de saber (con
aquella ciencia, a lo menos, que nos es posible en el estado presente)
qué libro es éste que en aquel Consejo extraordinario se pone en ma-
nos del Cordero, tan cerrado y tan sellado, que ninguna pura criatura
es digna ni capaz de abrirlo, sino él solo. ¿Qué libro es éste que el Cor-

1 Jn. 21, 24.


2 Apoc. 5, 7.
3 Apoc. 5, 8-10.
4 Apoc. 5, 12.
5 Apoc. 5, 13.
6 Sal. 71, 19.
7 Sal. 95, 11-13; 97, 6-9.
562 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dero recibe inmediatamente de la mano derecha del que estaba sen-


tado en el trono; que abre allí mismo en medio de toda aquella nume-
rosa y venerable asamblea; que la llena toda, con sólo abrirlo, de tanto
regocijo y alegría, que no cabiendo en el cielo, se difunde a todas las
criaturas del universo? Sin duda debe figurarse y significarse por este
libro alguna cosa muy grande, pues las resultas de su apertura son tan
grandes, tan extraordinarias y tan nuevas. Yo confieso que siempre he
tenido el mismo deseo, pareciéndome que una vez que esto se enten-
diese, sería ya fácil sacar muchas y muy útiles consecuencias. Lo que
sobre esto hallo en los intérpretes, hablando francamente, no me satis-
face, o porque no entiendo lo que quieren decir, o porque no le hallo
proporción alguna con lo que dice el texto sagrado. ¿Quién podrá per-
suadirse, por ejemplo, después de haber considerado el texto con todo
su contexto, que el libro de que aquí se habla es la misma Escritura di-
vina? ¿Cómo y a qué propósito? Esta, dicen oscuramente, se abrió, o se
entendió con la muerte y resurrección de Cristo. Y no obstante esta
supuesta apertura, digo yo, los doctores han trabajado infinito en bus-
car la inteligencia de la misma Escritura, diciendo las más veces unos
una, y otros otra cosa sobre un mismo lugar.
[66] ¿Quién podrá persuadirse que el libro de que aquí se habla es
el mismo libro del Apocalipsis? ¿Cómo, y a qué propósito, cuando es
cierto que no había tal libro en el mundo, en el tiempo que San Juan
tuvo esta visión? Y aun prescindiendo de este anacronismo, ¿el libro
del Apocalipsis es el que recibe el Cordero de mano de Dios, el que
abre delante de todos los ángeles y santos, el que con su apertura llena
de júbilo y regocijo al cielo y a la tierra? Cierto que no lo entiendo, sino
es acaso que quieran decirnos que, así en el Apocalipsis como en otras
muchas Escrituras, se nos dan grandes ideas del libro de que habla-
mos, y de algunas cosas de las que contiene, a lo cual no pienso repug-
nar. ¿Pues qué libro puede ser éste, al que competan con propiedad las
cosas tan nuevas y admirables que se dicen de él? Yo bien creo, señor,
que no me preguntáis sobre las cosas particulares que están escritas en
el libro; pues no ignoráis lo que se dice en el mismo texto: No fue ha-
llado ninguno digno de abrir el libro, ni de mirarlo 1. Si ninguno es
digno de abrir el libro, ni de mirarlo, ¿quién podrá decir lo que contie-
ne? Seguramente contiene lo que dice San Pablo, que ojo no vio, ni
oreja oyó, ni en corazón de hombre subió 2. Mas si sólo me preguntáis
sobre el título del libro, esto es, sobre su argumento o asunto general,
voy luego a proponer simplemente mi pensamiento, pidiendo no sólo
atención, sino consideración y examen formal, y todo ello poniendo a
un lado por un momento toda preocupación.

1 Apoc. 5, 4.
2 1 Cor. 2, 9.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 563

[67] El libro, pues, de que hablamos, me parece a mí, atendidas las


circunstancias, que no es otro sino el mismo Testamento nuevo y eter-
no de Dios, en el cual sabemos de cierto que está llamado en primer lu-
gar, y constituido heredero, Rey y Señor universal de todo, aquel mis-
mo Unigénito de Dios, por quien son todas las cosas, y para quien son
todas las cosas 1, al cual constituyó heredero de todo, por quien hizo
también los siglos 2; aquel que siendo Unigénito de Dios, resplandor de
la gloria, y la figura de su sustancia, y sustentándolo todo con la pala-
bra de su virtud 3, es al mismo tiempo, por su infinita dignación, el
primogénito entre todos los que son y serán llamados hijos de Dios:
Que según su decreto son llamados santos… para que él sea el primo-
génito entre muchos hermanos 4. Dije en primer lugar, porque también
sabemos con la misma certidumbre que, juntamente con el primogéni-
to, y por él, de él y en él 5, están llamados a la herencia, como coherede-
ros suyos, todos sus hermanos menores, los cuales muchos días ha que
se llaman y convidan con las mayores instancias; muchos días ha que
se buscan por todas partes, y entre todas las gentes, tribus y lenguas,
para que quieran admitir la dignidad de hijos de Dios, y tener parte en
la herencia de que habla el mismo Testamento nuevo y eterno; pidién-
doles de su parte solamente dos condiciones indispensables, que son
fe y justicia, esto es, que crean en verdad a su Dios, y sigan sin temor
alguno, obedezcan, imiten, amen, y se conformen todo lo posible con
la imagen viva del mismo Dios, que es su propio Hijo: Porque los que
conoció en su presciencia, a éstos también predestinó, para ser he-
chos conformes a la imagen de su Hijo… Y si hijos, también herede-
ros; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo… El
que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos
nosotros; ¿cómo no nos donó también con él todas las cosas? 6.
[68] Es ciertísimo que este Testamento nuevo y eterno de Dios, tan
anunciado en las antiguas Escrituras, está ya hecho muchos tiempos
ha; está firmado irrevocablemente; está sellado y asegurado por dos co-
sas infalibles, en las cuales es imposible que Dios falte 7, esto es, con la
palabra de Dios, y con la sangre del Cordero, con la sangre del Hombre
Dios, la sangre del nuevo (y eterno) Testamento 8, así como el Antiguo
Testamento, que era solamente por algún tiempo, y como ayo que nos
condujo a Cristo, se selló y aseguró con la sangre de animales: Porque
Moisés, habiendo leído a todo el pueblo todo el mandamiento de la

1 Heb. 2, 10.
2 Heb. 1, 2.
3 Heb. 1, 13.
4 Rom. 8, 28-29.
5 Rom. 11, 36.
6 Rom. 8, 19, 17 y 32.
7 Heb. 6, 18.
8 Mt. 26, 28.
564 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ley, tomando sangre de becerros, y de machos de cabrío, con agua, y


con lana bermeja, y con hisopo, roció al mismo libro, y también a to-
do el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del Testamento que Dios os
ha mandado 1. Mas aunque este Testamento de Dios, nuevo y eterno,
está ciertamente hecho, aunque está firmado y asegurado irrevoca-
blemente, parece del mismo modo cierto e indubitable que todavía no
se ha abierto, sino que está cerrado y sellado, hasta que llegue el tiem-
po de abrirse. Lo que ahora llamamos Testamento nuevo, esto es, las
nuevas Escrituras, canónicas, auténticas, divinas, que se han hecho
después del Mesías, no son, propiamente hablando, el Testamento mis-
mo; son solamente la noticia, el anuncio, el convite general que se hace
a todos los pueblos, tribus y lenguas, para que concurran todos los que
quisieren a la gran cena, y procuren entrar en parte del Testamento
nuevo y eterno de Dios, verificando cada uno en sí mismo aquellas dos
condiciones que se piden a todos, y a cada uno en particular, esto es, fe
y justicia. Estas nuevas Escrituras se llaman con mayor propiedad el
Evangelio del reino, que es el nombre que dio el Mesías a la misión y
predicación de los apóstoles: Evangelio, o anuncio, o buenas nuevas
del reino, el cual reino es todo lo que contiene el Testamento mismo.
No hay, pues, razón alguna para confundir la noticia de estar ya hecho
el Testamento de Dios, nuevo y eterno, con el Testamento mismo. La
noticia es cierta y segura, y sobre esta certidumbre y seguridad se tra-
baja muchos siglos ha, en que todos la crean y se aprovechen de ella;
mas el Testamento mismo ninguno lo ha leído hasta ahora, y ninguno
es capaz de leerlo; ya porque ninguno es capaz de entender lo que ojo
no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre subió; ya principalmen-
te porque está todavía en manos de Dios, cerrado y sellado con siete
sellos, hasta que lleguen los tiempos y momentos que el Padre puso en
su propio poder; hasta que se ponga el Testamento en manos del Cor-
dero; hasta que el Cordero mismo rompa los sellos; hasta que lo abra
públicamente en el supremo y pleno Consejo de Dios mismo, y con es-
to entre jurídicamente en la posesión actual de toda su herencia, con el
hágase, hágase, o con el consentimiento y aclamación, deseo, y júbilo,
y exultación unánime de todo el universo.
[69] En efecto, ¿qué quiere decir presentarse el Unigénito de Dios
como Hijo de Hombre, como Cordero así como muerto; presentarse,
digo, delante del trono de su divino Padre en aquel Consejo extraordi-
nario, y en aquel tiempo de que vamos hablando? ¿Recibir de mano
del Padre un libro cerrado y sellado, que ninguno puede abrir sino él
solo; abrirlo allí públicamente en presencia de Dios, y a vista de todos
los ángeles, y de todos los conjueces y testigos; llenarse de admiración,
y de un júbilo extraordinario con la apertura del libro, así los conjue-

1 Heb. 9, 19-20.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 565

ces y testigos, como todos los espíritus angélicos? ¿Postrarse todos lle-
nos de verdadera devoción, de agradecimiento y del más profundo res-
peto, delante del trono de Dios, y también delante del Cordero mismo;
alabar a Dios, bendecirlo y darle gracias por lo que acaba de suceder,
esto es, porque ha puesto ya el libro en manos del Cordero, y el Corde-
ro lo ha abierto a vista de todos, y manifestado todos sus secretos?
¿Conocer y confesar todos unánimemente que el Cordero, que fue
muerto, es realmente digno de todo aquello que ha recibido con el li-
bro, y está encerrado en el mismo libro? ¿Difundirse esta exultación y
júbilo sagrado desde aquel supremo Consejo a todas las criaturas del
universo? ¿Oírse al punto las voces de todos, que gritan y aclaman a
una voz: Al que está sentado en el trono, y al Cordero: bendición, y
honra, y gloria, y poder en los siglos de los siglos? ¿No es esto mani-
fiestamente una confirmación, o una relación más extensa y más cir-
cunstanciada, del texto de Daniel?
[70] Una persona admirable, como Hijo de Hombre (dice este Pro-
feta), llegó como de las nubes del cielo, y entrando sin impedimento ni
oposición alguna en el gran Consejo de Dios, se presentó o fue presen-
tado delante de su trono, y allí recibió de mano de Dios la potestad, el
honor y el reino: Y he aquí (son sus palabras) venía un como Hijo de
Hombre con las nubes del cielo, y llegó hasta el Anciano de Días, y
presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino;
y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él. San Juan dice
que este mismo Hijo del Hombre, presentado delante del trono de
Dios en figura de Cordero así como muerto, recibió de su mano un li-
bro cerrado y sellado, que sólo él podía abrir, que lo abrió allí mismo a
vista de todos los conjueces y testigos, con admiración y exultación de
todos; y en consecuencia inmediata de esta apertura del libro, todos se
postraron delante de Dios y del Cordero, diciendo: Digno es el Corde-
ro, que fue muerto, de recibir el honor y la gloria, la virtud y la potes-
tad, la bendición, la sabiduría, la fortaleza, etc. Decidme ahora, señor
mío, con sinceridad: ¿No es éste el mismo misterio de que habla Da-
niel? ¿No es esto decirnos manifiestamente que, recibiendo el Cordero
un libro de mano de Dios, recibe en él la potestad, el honor y el reino?
¿No es esto decirnos manifiestamente que, recibiendo el libro y abrién-
dolo, se halla ser el Testamento de su divino Padre, en que lo constitu-
ye y declara heredero de todo? ¿No es esto decirnos manifiestamente
que, junto con el libro, y el libro mismo, se le da la posesión actual de
toda su herencia, esto es, la potestad, el honor y el reino? Si no es esto,
¿a qué propósito son tantas voces de júbilo y regocijo con que resuena
todo el universo a sola la apertura del libro? Considérese todo esto con
más formalidad, y examínese con mayor atención. Yo no puedo dete-
nerme más en esta consideración, porque me llama a grandes voces la
mujer misma que acaba de parir espiritualmente este hijo másculo, es-
566 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

te Hijo del Hombre, este Cordero; la cual, después del parto, queda en
la tierra en grandes conflictos.
[71] Volviendo ahora al punto particular que dejamos suspenso, lo
que decimos y concluimos es que a este mismo Consejo extraordinario,
a este mismo trono de Dios de que habla Daniel, y de que habla San
Juan, será arrebatado y presentado el hijo másculo de nuestra mujer
metafórica, luego al punto que se verifique su nacimiento también me-
tafórico; luego al punto, digo, que esta celebérrima mujer, vestida ya
del sol, lo conciba por la fe, y lo dé a luz por una pública confesión de la
misma fe: Y parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes
con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su
trono; pues, según todas las ideas que nos dan las santas Escrituras,
parece que esto sólo se espera para dar a este hijo de esta mujer, a este
Hijo de Dios, a este Hijo del Hombre, a este Cordero que fue muerto,
toda la potestad actual, todo el honor efectivo y real, y todo el reino y
principado universal, que por tantos títulos se le debe, y de que ya está
constituido heredero en el Testamento nuevo y eterno de su divino Pa-
dre. Por consiguiente, no se espera otra cosa para poner en sus manos
este libro, o este Testamento, y para comenzar a ponerse en ejecución
lo que en él se contiene.
[72] Entonces, señor mío, y sólo entonces, se empezarán a ver los
grandes y admirables misterios que contiene el Apocalipsis, y a verifi-
carse sus profecías, las cuales, digan otros lo que quisieren, hasta aho-
ra no se han verificado, no digo todas o muchas, pero ni una sola. En-
tonces se revelará, se manifestará, o saldrá a la pública luz, con todas
sus piezas y resortes, aquella gran máquina, o aquel gran misterio de
iniquidad, que llamamos Anticristo, el que se está formando tantos
tiempos ha, y en nuestros días vemos ya tan adelantado y tan crecido.

Artículo 4
Capítulo 12, versículo 6

[73] Y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar apare-


jado de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos sesenta
días 1. Habiendo la mujer dado a luz, aunque con grandes angustias y
dolores, lo que encerraba dentro de sí; habiendo volado a Dios y a su
trono el fruto de su vientre, que había de regir todas las Gentes con
vara de hierro; mientras se obraban los misterios grandes y admira-
bles que acabamos de observar, y otros más que observaremos luego,
fuera de otros infinitos que al hombre no le es lícito hablar 2; dice el

1 Apoc. 12, 6.
2 2 Cor. 12, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 567

texto sagrado que la mujer huyó luego inmediatamente a la soledad,


donde Dios le tenía preparado un lugar cómodo y seguro para que allí
viviese, y se le diese el sustento necesario y conveniente, por espacio
de 1260 días, que son puntualmente 42 meses, y según el calendario
antiguo, tres años y medio, tiempo necesario que debe durar la gran
tribulación del Anticristo entre las Gentes, y en que debe pervertirlas
casi enteramente, como se dice en todo el capítulo siguiente, y también
en el Evangelio 1.
[74] Parece moralmente imposible comprender bien lo que aquí se
nos dice, si no advertimos, o si hacemos poco caso, de la alusión tan
clara y tan sensible que contienen estas pocas palabras; si no volve-
mos, digo, los ojos a los tiempos pasados, trayendo a la memoria aquel
célebre suceso de que se habla en el libro del Exodo, al cual aluden
también frecuentemente los Profetas, cuando anuncian la vocación fu-
tura de Israel, como hemos observado, y todavía hemos de observar.
[75] Cuando Dios determinó dar a su pueblo aquella ley que lla-
mamos escrita; cuando determinó entrar él en pacto y sociedad públi-
ca con este pueblo; cuando se dignó sublimarlo a la dignidad de espo-
sa, y celebrar solemnísimamente aquel contrato en que ambos queda-
ron ligados y obligados perpetuamente; fue conveniente ante todas co-
sas sacar de Egipto a este pueblo o a esta esposa, redimirla del cautive-
rio, esclavitud y miseria en que entonces se hallaba, separarla entera-
mente del trato y comunicación de aquella gente supersticiosa, y con-
ducirla en primer lugar, aun a costa de prodigios inauditos, al desierto
y soledad del monte Sinaí; fue conveniente tenerla por algún tiempo
en aquella soledad, sustentándola en alma y cuerpo con maná del cie-
lo, para que allí, libre de toda ocupación, desembarazada de todo otro
cuidado y lejos de toda distracción, pudiese oír quietamente la voz de
su Dios, y ser enseñada e instruida, así en el rito y ceremonias del nue-
vo culto, como en todas las otras leyes que debía observar.
[76] Del mismo modo podemos discurrir y discurrimos confiada-
mente, según las Escrituras, que sucederá cuando llegue aquel tiempo
feliz anunciado con tan magníficas expresiones por los Profetas de Dios;
cuando llegue aquel tiempo feliz de la vocación, conversión, congrega-
ción y asunción de las reliquias preciosas de este pueblo, y de esta espo-
sa, a quien todos miran como repudiada y abandonada; cuando esta an-
tigua esposa de Dios, no repudiada, sino castigada, afligida y peniten-
ciada por su enorme ingratitud, conciba en espíritu, y dé a pública luz
aquel mismo hijo infinitamente amable y apreciable, que en otros tiem-
pos había parido, según la carne, sin haber querido, hasta el presente,
reconocerlo por lo que es, ni distinguirlo del resto de los hombres.

1 Mt. 24.
568 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[77] Entonces, pues, sacará Dios segunda vez de Egipto, o de to-


das las tierras, a su antigua esposa: Y será en aquel día, extenderá el
Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo que
quedará de los Asirios, y de Egipto…, y de las islas del mar. Y alzará
bandera a las naciones, y congregará los fugitivos de Israel, y reco-
gerá los dispersos de Judá de las cuatro playas de la tierra… Y ha-
brá camino para el resto de mi pueblo que escapare de los Asirios
(esto es, al residuo de las diez tribus), así como lo hubo para Israel
en aquel día que salió de tierra de Egipto 1. Entonces sacará Dios a
su antigua esposa de todas las tierras y naciones donde él mismo la
tiene dispersa, desterrada, cautiva y llena de todo aquel oprobio y con-
fusión que ella misma se ha merecido. Entonces la sacará con los mis-
mos o mayores prodigios con que la sacó de Egipto, pues así le está
anunciado y prometido en casi todos los Profetas: Según los días de
tu salida de la tierra de Egipto, le haré ver maravillas (o como leen
los LXX: ved las maravillas). Lo verán las gentes (prosigue), y serán
confundidas con todo su poder 2. Y por Jeremías se les dice a estas
santas reliquias: No dirán ya más: Vive el Señor, que sacó a los hijos
de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive el Señor, que sacó, y trajo
el linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las tie-
rras a las cuales los había yo echado allá; y habitarán en su tierra 3.
[78] De la huida de esta mujer al desierto, y de sus ocupaciones en
aquella dulce soledad, hablamos de propósito en el capítulo 8; y como
no es preciso seguir el orden mismo de la profecía, San Juan toca aquí
este misterio sólo en general, y al punto lo deja, o lo reserva para me-
jor lugar, substituyendo otro misterio no menos grande que debe su-
ceder en el mismo tiempo, sin cuya noticia no se puede entender bien
el misterio de la huida de la mujer y de su habitación en la soledad. Si-
gamos, pues, el orden del texto sagrado, que sin duda alguna es el más
conveniente y el mejor.

Artículo 5
Capítulo 12, versículos 7-9

[79] Y hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles li-
diaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles. Y no prevale-
cieron éstos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanza-
do fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama
diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tie-

1 Is. 11, 11-12 y 16.


2 Miq. 7, 15-16.
3 Jer. 23, 7-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 569

rra, y sus ángeles fueron lanzados con él 1. Esta batalla célebre entre
San Miguel y sus ángeles, y el dragón y los suyos, parece clarísimo por
todo el texto sagrado, y por todo su contexto, que debe suceder después
del parto no menos célebre de la mujer vestida del sol, y después que el
hijo másculo, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro,
haya volado a Dios, y presentádose delante de su trono. Asimismo pa-
rece clarísimo, por todo el contexto, que la batalla debe darse única-
mente por causa de la mujer, y en consecuencia de su parto, el que el
dragón no pudo impedir, ni pudo devorar. En este supuesto no arbitra-
rio, sino cierto, claro y perceptible a todos, no tenemos necesidad algu-
na, antes nos puede ser de sumo perjuicio, divertirnos a otras cosas, o
falsas, o a lo menos inciertas, dejando entre tanto sin explicación, y aun
sin atención, un suceso o un misterio tan grande como debe ser esta ba-
talla. Los intérpretes del Apocalipsis (hablo de los literales, que de los
otros no hay para qué hablar) recurren aquí, para decir algo y llenar con
esto algunos vacíos, a aquel caos oscurísimo o impenetrable del pecado
y castigo de los ángeles malos, imaginando y dando luego por cierta la
imaginación, que cuando el gran príncipe Satanás, abusando de su li-
bertad y de los dones del Criador, se rebeló en el cielo contra Dios, tra-
yendo a su partido (como dicen) la tercera parte de los ángeles, se le
opuso lleno de verdadero celo otro príncipe no menos grande, que la
Escritura llama Miguel, a quien se agregaron las otras dos terceras par-
tes de los espíritus angélicos. Con esto, encendidos los unos con un ver-
dadero celo de la honra de Dios, y los otros en ira y furor, trabaron en-
tre sí una gran disputa, que pasó naturalmente a una verdadera bata-
lla, en la que Miguel y sus fieles compañeros vencieron a Satanás y a
sus rebeldes, y los arrojaron del cielo a la tierra, esto es, al infierno.
[80] Si preguntamos ahora por curiosidad de qué fuentes, de qué
archivos públicos o secretos se han sacado una noticia como ésta, pa-
rece más que probable que con esta sola pregunta deban quedar, aun
los más eruditos, en un verdadero y no pequeño embarazo. Este suce-
so que suponen por cierto (podemos decirles) precedió ciertamente a
la creación del hombre, o mucho o poco, según varios modos de pen-
sar; pues de la Escritura divina nada consta. Por otra parte, es igual-
mente cierto que lo que ha pasado o puede pasar entre los entes pura-
mente espirituales, no es del resorte del hombre, aun cuando fuese de
una ciencia perfecta 2; son estas cosas muy superiores a su limitada
inteligencia. Es verdad que pueden llegar a su noticia, mas no por otro
conducto que el de la Revelación divina, cierta y segura. ¿De aquí se
sigue legítimamente que, si el suceso de que hablamos no nos lo ha re-
velado Dios en sus Escrituras, podremos no solamente no creerlo, sino

1 Apoc. 12, 7-9.


2 Job 22, 2.
570 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

reprobarlo como apócrifo? A esta pregunta o consulta no hay duda qué


responden; mas la repuesta no es otra que remitirnos, como quien está
de prisa, a este mismo lugar del Apocalipsis que ahora observamos.
Mas este lugar del Apocalipsis, ¿de qué tiempos habla: de pasados o de
futuros? ¿Es una historia o una profecía? Es profecía, dicen, que anun-
cia innegablemente para otros tiempos todavía futuros una grande y
terrible entre los ángeles malos y buenos. Mas esta batalla futura que
se anuncia alude a la que se dio en el cielo entre los mismos ángeles
antes de la creación del hombre. ¡Oh, válgame Dios! ¿No es esto, pro-
piamente hablando, responder por la cuestión? Para que un suceso
cierto y seguro (sea presente o futuro) aluda o pueda aludir a otro su-
ceso semejante ya pasado, es necesario que aquel suceso ya pasado sea
igualmente cierto y seguro, y que esto esté por otra parte bien proba-
do, con aquella especie de prueba que pide el asunto. Esta proposición
parece un axioma, y lo es en realidad. ¿Quién no se reiría, por ejemplo,
de un historiador que nos refiriese ahora una gran batalla naval entre
africanos y europeos, sucedida en los tiempos anteriores a Noé? Y si
preguntado de dónde había tomado una noticia tan plausible, nos re-
mitiese a la historia romana; si nos asegurase e hiciese ver en esta his-
toria la batalla naval entre cartaginenses y romanos, sucedida en la
primera guerra púnica; si nos asegurase con formalidad que esta bata-
lla naval alude o aludió a otra semejante que sucedió en los tiempos
antediluvianos, ¿sobre este solo fundamento pudiéramos creer aquella
noticia? Aplíquese, pues, la semejanza.
[81] No me parece conveniente disimular aquí lo que algunos au-
tores no ordinarios, ni de la clase inferior, han discurrido para confir-
mar o fundar de algún modo posible aquella noticia. Estos nos remiten
al capítulo 1 del Génesis, donde nos hacen observar aquellas palabras
del versículo 4: Y vio Dios la luz que era buena. Y separó a la luz de
las tinieblas. Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche 1; las cuales
palabras, consideradas profundamente, pueden tener (dicen), fuera de
su sentido literal, este otro sentido: Vio Dios la fidelidad y bondad del
príncipe Miguel y de todos los ángeles que eligieron con él la mejor
parte, y aprobando esta fidelidad, y canonizándola por buena, los divi-
dió de los ángeles infieles: Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche;
esto es, a los primeros les dio el nombre de día, esto es, les dio la luz y
claridad de la visión beatífica; y a los segundos los llamó noche, esto
es, los arrojó de sí a la noche eterna del infierno. La sustancia de lo que
aquí se dice es una verdad de la que el texto no habla, y en donde se
echa menos (porque sin duda no se ha podido más) la batalla entre los
ángeles fieles e infieles. Si proseguimos ahora leyendo en esta inteli-
gencia este lugar del Génesis, hallamos a pocos pasos que aquellos dos

1 Gen. 1, 4-5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 571

luminares que crió Dios, uno para el día, y otro para la noche, su des-
tino a lo menos secundario sería éste: que el sol sirviese a los ángeles
buenos, y la luna a los malos. Y aquellas palabras del salmo 135: El sol
para presidir el día…, la luna y las estrellas para presidir la noche 1,
podrán también tener este sentido: que el sol tenga potestad o influya
sobre los ángeles buenos, y la luna y estrellas sobre los malos, etc.
[82] Hablando ahora simple y sencilla o seriamente, que parece un
mismo modo de hablar, es ciertísimo que en todas las santas Escrituras
no se halla ni una sola palabra de donde poder inferir, ni aun sospechar,
aquella supuesta batalla sucedida en el cielo, al principio de la crea-
ción, entre los ángeles buenos y malos; ni el pecado de unos, ni sus con-
secuencias; ni el tiempo y medios que les dio Dios, o que no les dio de
penitencia, etc. Nada de esto sabemos por la Revelación; y si nada sa-
bemos por la Revelación, ¿por cuál otro conducto lo podremos saber?
Al paso que ésta nos habla frecuentísimamente de los ángeles buenos, y
también de los malos, de los servicios reales que nos hacen los unos, y
de los perjuicios igualmente reales que nos hacen los otros, y que nos
desean y procuran hacer a todas horas; a este mismo paso observa un
profundísimo silencio sobre la caída de los ángeles malos, y sobre las
causas y circunstancias de su reprobación; o porque esta noticia no nos
es necesaria, o lo que parece más verosímil, porque en el estado presen-
te no somos capaces de entender lo que pasa, o puede pasar, entre cria-
turas puramente espirituales. A éstas no las concebimos sino bajo
aquellas especies poco justas que nos prestan nuestros sentidos.
[83] Nos basta, pues, saber en el estado presente dos cosas de gran
importancia. Primera: que hay ángeles, o criaturas puramente espiri-
tuales, a quienes llamamos con este nombre general, los cuales son
buenos, santos, píos, benéficos, bienaventurados, que siempre ven la
cara de mi Padre, que presentan a Dios nuestras oraciones, que nos
socorren y ayudan en nuestras tentaciones y necesidades, que nos pro-
curan todo el bien posible, como que son, o todos o muchísimos de
ellos, según la voluntad del Padre celestial, enviados para ministerio
en favor de aquellos que han de recibir la heredad de salud 2. Segun-
da: que hay también ángeles malos, perversos, inicuos, malignísimos,
arrojados para siempre de la gracia y amistad de Dios, sin duda por el
mal uso que hicieron de su libertad y de los dones de su Criador mien-
tras fueron viadores, los cuales no cesan de perseguirnos, de insidiar-
nos, y también de acusarnos ante el tribunal del justo juez; pidiendo y
alegando contra nosotros por el mal uso que también hacemos de
nuestra libertad, de nuestra razón, de nuestra fe, y de tantos bienes

1 Sal. 135, 8-9.


2 Heb. 1, 14.
572 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

naturales y espirituales que hemos recibido. Estas dos cosas nos basta
saber, y nos fuera una cosa utilísima el saberlas bien, y mucho más el
aprovecharnos de esta noticia. La ciencia de otras cosas más particula-
res no nos toca, ni nos es necesaria, ni asequible en el estado presente.
[84] Concluida esta digresión, no del todo inútil, entremos ya a ob-
servar de propósito el lugar del Apocalipsis que dejamos suspenso, pa-
ra cuya inteligencia no tenemos necesidad alguna de suposiciones ar-
bitrarias, ni de discursos artificiales. El mismo texto y contexto de esta
profecía nos abre el camino fácil y llano. No tenemos que hacer otra
cosa sino seguirlo, advirtiendo bien y llevando presente estas dos ver-
dades, no menos necesarias que innegables.
[85] Primera: que el dragón y sus ángeles, no obstante de estar
privados para siempre de la gracia y amistad de Dios, tienen todavía
algún acceso a él, real y personal; pueden todavía llegar a Dios, pre-
sentarse delante de su tribunal, hablar con él, pedir y acusar, alegar,
etc. Esto parece claro por las Escrituras, y me parece que ninguno lo
niega ni lo duda. Consta del capítulo 2 de Job. Consta del capítulo 22
del tercer libro de los Reyes. Consta del capítulo 22, versículo 31, del
Evangelio de San Lucas, y consta de este mismo lugar del Apocalipsis,
versículo 10, como veremos en el artículo siguiente. Este acceso a Dios,
que ha tenido y tiene todavía el dragón y sus ángeles, no es para ado-
rarlo y honrarlo como a su criador y Señor, ni para gozar de su vista, ni
para amarlo como a sumo bien; todo esto es infinitamente ajeno de su
estado presente, y aun contrario a sus inclinaciones. Según las ideas
que sobre esto nos dan las Escrituras, sólo podemos concebir este ac-
ceso a Dios de los espíritus malignos, como el que tiene acá en la tierra
cualquier hombre privado, por vil que sea, a su rey o príncipe en su
consejo o tribunal de justicia. Si el tribunal procede como debe, oye o
admite cualquiera acusación, de cualquier acusador que sea; y si, des-
pués de bien examinada, se halla verdadero el delito en el acusado, no
puede menos de dar la sentencia contra él, según lo alegado y proba-
do, aunque por otra parte deteste y abomine al vil acusado. Esta ley,
como fundada en la recta razón, se ha practicado universalmente en
todos tiempos y en todas las naciones, aun las menos civiles; y se prac-
ticará mientras hubiere en el mundo recto juicio.
[86] Ahora pues, como el gobierno y justicia de los hombres, que
como saben o deben saber todos los Cristianos, de Dios son ordena-
das 1, es una imagen o una emanación de la justicia y gobierno de
Dios, podemos decir seguramente que lo mismo sucede a proporción
en el sacrosanto y rectísimo tribunal del sumo Dios, respecto de Sata-
nás y de sus ángeles. Si a éstos se les concede acceso a Dios como a

1 Rom. 13, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 573

justo juez, por razones que no son de nuestro resorte, es consiguiente


que se admita la acusación. Si ésta se admite, es consiguiente que se
examine, o que se vea si es verdadera o falsa. Si se halla verdadera, in-
negable e indisimulable, es consiguiente y aun necesario que se dé lue-
go la sentencia contra el culpado, aunque el acusador haya procedido
con intenciones tan perversas como las que puede tener el mismo Sa-
tanás; pues en un juicio justo, o en un recto tribunal de justicia, no se
atiende a la intención buena o mala del acusador, sino solamente a la
verdad o falsedad de la acusación. La mala intención tendrá a su tiem-
po su juicio y su sentencia.
[87] La segunda cosa que debemos advertir aquí y no olvidar, es
aquel Consejo extraordinario y juicio supremo de que hablamos en el
artículo 4, el cual, como se dice expresamente en Daniel, se debe abrir
en aquellos tiempos, para quitar a los hombres toda la potestad que
habían recibido, y de que tanto han abusado: Y se sentará el juicio pa-
ra quitarle el poder, y que sea quebrantado, y perezca para siempre.
Y que el reino, y la potestad, y la grandeza del reino que está debajo
de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo 1. En el
cual supremo Consejo se sienta, en primer lugar, en su trono el Ancia-
no de Días, y en sus tronos respectivos otros conjueces; en el que asis-
ten millares de millares de ángeles, prontos a ejecutar lo que allí se or-
dena; en el que se presenta el Mesías mismo, según Daniel, como Hijo
de Hombre, y según San Juan, un Cordero así como muerto, en que
tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono,
según dice San Juan, y según Daniel, recibe la potestad, y la honra, y
el reino, etc. Este Consejo o Juicio supremo, que se abre, como queda
notado, después del parto de la mujer, persevera abierto y en continua
operación todo el tiempo que la mujer misma está retirada en la sole-
dad, es decir, los mismos cuarenta y dos meses que debe durar entre
las Gentes la gran tribulación del Anticristo, o del misterio de iniqui-
dad, ya consumado y revelado, hasta que del mismo Consejo o tribunal
supremo se desprenda la piedra, y se encamine directamente hacia la
estatua, hiriéndola en sus pies de hierro, y de barro; hasta que el Hijo
del Hombre o el Cordero mismo, Cristo Jesús, llegada aquella hora y
momentos que puso el Padre en su propio poder, y que espera con las
mayores ansias el cielo y la tierra, vuelva a ésta después de haber reci-
bido el reino, con toda aquella gloria y majestad con que se describe en
el capítulo 19 del mismo Apocalipsis.
[88] Esta verdad no sólo se colige, sino que se ve con los ojos, le-
yendo con alguna mediana atención el mismo Apocalipsis, desde el ca-
pítulo 4 hasta el 19. Después de abierto aquel Consejo extraordinario,

1 Dan. 7, 26-27.
574 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y sentado el juicio, para quitarle el poder, y que sea quebrantado, y


perezca para siempre; después que el Hijo del Hombre, o el Cordero
supremo, se presenta en dicho juicio, y recibe el libro de mano de Dios
mismo, etc., se ve y se palpa en el Apocalipsis que de este mismo Con-
sejo y juicio supremo empiezan luego a salir, y prosiguen saliendo has-
ta la venida del Señor, nuevas, repetidas y casi continuas órdenes con-
tra la tierra, contra la bestia en especial, contra los adoradores de la
bestia, contra los que traen ya en la frente o en las manos su carácter,
o su nombre, o el número de su nombre; todo lo cual, como queda no-
tado en otra parte, no es otra cosa que el reniego o la formal apostasía.
De este Consejo o juicio se ven salir primeramente, conforme se van
abriendo los siete sellos del libro, aquellos siete misterios cuya inteli-
gencia, aunque la ignore por la mayor parte, mas no ignoro que son
verdaderos males, y verdaderas plagas, para éstos que moraban sobre
la tierra 1. De este Consejo o juicio se ven salir aquellos cuatro ángeles
que estaban sobre los cuatro ángulos de la tierra…, a quienes era da-
do poder dañar a la tierra y a la mar 2.
[89] De este Consejo o juicio, después de abierto el último sello del
libro, y habiendo precedido un silencio como de media hora, se ven sa-
lir luego inmediatamente siete ángeles, a quienes les fueron dadas siete
trompetas 3, a cuyo sonido y a cuyas voces sucesivas van sucediendo y
efectuándose en la tierra aquellas siete plagas horribles de que se habla
en los capítulos 8, 9 y parte del 10. De este Consejo o juicio se ve salir un
ángel con un incensario en la mano lleno de brasas de fuego, las cuales
arroja sobre la tierra: Y fueron hechos truenos, y voces, y relámpagos,
y terremoto grande 4. Poco después se ven salir del mismo Consejo
otros siete ángeles, cada uno con su fíala o redoma, en las cuales llevan
las siete plagas postreras, porque en ellas es consumada la ira de
Dios 5; y a quienes se dice: Id y derramad las siete copas de la ira de
Dios sobre la tierra 6. De este Consejo o juicio, después de sustanciada
la causa, y dada la sentencia, sale también la orden de su ejecución con-
tra la grande Babilonia, que allí mismo vino en memoria delante de
Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira 7; la que
se ve ya en aquel tiempo sentada sobre la bestia, y no obstante, llena
de presunción y seguridad vanísima, diciendo dentro de su corazón:
Yo estoy sentada reina, y no soy viuda, y no veré llanto 8. De todo lo
cual se habla difusamente en los dos capítulos 17 y 18 y parte del 19.

1 Apoc. 11, 10.


2 Apoc. 7, 1-2.
3 Apoc. 8, 2.
4 Apoc. 8, 5.
5 Apoc. 15, 1.
6 Apoc. 16, 1.
7 Apoc. 16, 19.
8 Apoc. 18, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 575

En suma, de este Consejo o juicio supremo se ven salir tantas, tan nue-
vas, tan inauditas órdenes contra la tierra, que cualquiera las puede ob-
servar fácilmente si lee con cuidado el divino libro del Apocalipsis, des-
de el capítulo 4, en que se abre el Consejo y empieza la visión, hasta el
19, en que se ve bajar del cielo en su propia persona el Rey de los reyes.
[90] Supuestas y advertidas bien estas dos verdades, esto es, el ac-
ceso que tienen todavía a Dios los ángeles malos, y el Consejo o juicio
extraordinario que se ha de abrir en los tiempos de que hablamos, con
esto sólo queda fácil y llana la inteligencia de este misterio particular.
La batalla de San Miguel y sus ángeles con el dragón y los suyos, debe
de ser una consecuencia muy natural del estado nuevo a que ha pasa-
do la mujer después de su parto.
[91] Ya hemos visto desde el artículo 2 las sospechas, los temores e
inquietudes del dragón, al ver una tan gran novedad en aquella misma
mujer, a quien hasta entonces había mirado con el mayor desprecio.
Estas sospechas y temores crecen y se aumentan hasta llegar al su-
premo grado, al verla realmente preñada y ya para parir. Hemos visto
las diligencias que hace, y los expedientes que toma (haciendo entrar a
todo el mundo en sus propios intereses, y tocando al arma por todas
partes contra esta mujer) para impedir desde sus principios las resul-
tas terribles de su preñez y de su parto. Hemos visto sus deseos y es-
fuerzos inútiles para devorar el parto mismo, ya que no le es posible el
impedirlo, es decir, para que la mujer, después del parto, se arrepienta
de lo hecho; para que niegue y renuncie, desconozca y olvide entera-
mente el fruto mismo de su vientre, que acaba de dar a luz entre tantas
angustias. Hemos visto que la mujer, no obstante los artificios y las
violencias del dragón, parió un hijo varón, que había de regir todas
las Gentes con vara de hierro; que este hijo suyo voló al punto a Dios,
y se presentó delante de Dios y de su trono; que allí recibió de su mano
un libro cerrado y sellado; que lo abrió allí mismo con admiración y jú-
bilo plenísimo de todo el universo, etc. Hemos visto, en fin, que la mu-
jer después del parto, quedando victoriosa de tantos enemigos, se reti-
ra del mundo, y se encamina a la soledad.
[92] Pues en este conflicto tan importuno y terrible, ¿qué reme-
dio? En la tierra ninguno aparece. Todos se han tomado, y todos se
han frustrado. No hay, pues, otra esperanza que acudir al cielo. ¿Al
cielo? ¿El dragón, acudir al cielo contra una mujer manifiestamente
protegida del cielo? ¿Contra una mujer que ha creído y que ha confe-
sado públicamente su fe? Sí, dice el dragón, al cielo. No nos queda ya
otra áncora que arrojar al mar, para evitar el cierto naufragio. Al cielo,
al tribunal del justo Juez. Hasta ahora se han oído y despachado a
nuestro favor todas las acusaciones que hemos hecho contra esta mu-
jer (lo cual no ignora Dios), que ha sido en todos tiempos la más infiel,
576 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la más ingrata, la más vil y perversa de todas las mujeres. Puede ser
que seamos oídos y atendidos también esta vez. No perdamos tiempo,
vamos al cielo, presentemos contra ella nuevas acusaciones, y si éstas
no se admiten, presentemos juntas, sin olvidar una sola, todas las an-
tiguas, que son gravísimas y casi infinitas. Consolado un momento con
estos pensamientos, y lisonjeado con estas esperanzas, se encamina al
punto para el cielo, seguido de todos sus ángeles, y abandonado por
entonces todo otro interés. Como el que lleva no sufre dilaciones, nin-
guna otra cosa es capaz de detenerlo, ni aun de divertirlo. No obstante
que halla mudado en el cielo todo el teatro; no obstante que halla otro
nuevo tribunal y juicio, cuyas puertas halla cerradas; no por eso se
turba, ni pierde el ánimo ni las esperanzas; se presenta a estas puertas
pidiendo audiencia, y pretendiendo, con aquel orgullo y audacia que es
su propio carácter, que se le dé entrada, como siempre, para proponer
y hacer valer sus acusaciones; y también, si acaso esto le es posible,
para investigar lo que allí se trata. No penséis, señor, que éste es al-
guno de aquellos vanos fantasmas que finge la imaginación, y que se
desvanecen más presto de lo que se formaron. De más de ser una cosa
naturalísima, en que por otra parte no se halla repugnancia alguna,
todo esto lo veréis claro en el artículo siguiente, y bien expreso.
[93] Estando, pues, el dragón y sus ángeles como tumultuando, di-
gámoslo así, o como batiendo atrevidamente las puertas de aquel nue-
vo juicio, se levanta por orden de Dios el príncipe grande San Miguel,
seguido de innumerables ángeles, y sale fuera a reprimir aquella auda-
cia: Y en aquel tiempo, se le dice a Daniel, capítulo 12, se levantará
Miguel, príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo.
De este texto hablaremos luego. El dragón furioso pretende entrar de
grado o por fuerza, San Miguel le resiste constantemente. El dragón
clama grandes voces ser oído en juicio, pues trae acusaciones gravísi-
mas contra la mujer que acaba de parir; San Miguel no cede un punto,
antes lo trata, no sólo de inicuo, sino de falso delator, pues la mujer a
quien viene a acusar ya no es la que era delante de Dios, sino otra infi-
nitamente diversa; ya no es aquella ingrata e infiel, aquella dura, pér-
fida y rebelde, sino otra fiel, humilde, bañada en lágrimas de verdade-
ra penitencia, que ha despertado de su letargo, que reconoce sus deli-
tos, que los detesta y abomina; que, en fin, ha concebido y ha parido,
esto es, ha creído y ha confesado públicamente a su Mesías, en medio
de tantas oposiciones, angustias y dolores, y lo adora y ama sobre to-
das las cosas. Por tanto, si trae nuevas acusaciones, éstas son eviden-
temente falsas. Si no trae otra novedad que sus antiguos delitos, ya és-
tos están sobradamente castigados de herida de enemigo con cruel
castigo 1; ya ha recibido esta miserable de la mano del Señor al doble

1 Jer. 30, 14.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 577

por todos sus pecados 1; ya estos pecados están perdonados, y arroja-


dos en el profundo de la mar 2.
[94] En esto, creciendo por momentos el fervor, y no siendo proba-
ble que ceda alguna de las partes, se viene fácilmente de las palabras a
las obras, y de las razones a la fuerza de las armas. Se traba, digo, entre
el príncipe Miguel y el dragón, y entre los ángeles del uno y del otro,
una verdadera batalla, del modo que puede haberla entre puros espíri-
tus; no solamente con voces intelectuales, o meras razones, sino tam-
bién con violencia, y con fuerza real; lo cual, aunque no comprendemos
cómo pueda ser, mas esto sólo prueba que somos pequeños, y nuestras
ideas muy escasas para poder salir de los entes puramente materiales, y
pasar a entender cómo obran los puros espirituales. Nuestro estado
presente no alcanza a tanto. Esperamos otro estado mejor en que todo
nos será inteligible. Y hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus
ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles. En
esta verdadera batalla, no pasada, sino todavía futura, deben quedar el
dragón y sus ángeles plena y perfectamente vencidos, deben todos ser
arrojados a la tierra irresistiblemente, y quedar privados desde enton-
ces para siempre del acceso que tenían a Dios como a justo juez, para
acusar, alegar y pedir contra los hombres: Y nunca más fue hallado su
lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel dragón, aquella antigua
serpiente, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mun-
do; y fue arrojada en tierra, y sus ángeles fueron lanzados con él.
[95] Esta célebre batalla debe ser sin duda un suceso gravísimo y
de gravísimas consecuencias, pues está anunciado para aquellos tiem-
pos con tantas, tan claras y tan magníficas expresiones. En ella deberá
decidirse, y quedar decidida, la suerte de la mujer, por lo cual cierta-
mente se pelea según todo el contexto; esto es, si ésta ha de quedar en-
teramente libre, o sujeta de algún modo a las violencias, asechanzas,
artificios y máquinas del dragón; lo que parece que interesa igualmen-
te al cielo, a la tierra y al infierno.
Texto de Daniel, capítulo 12
[96] Entendido ya el misterio de esta gran batalla, sus causas, sus
fines, sus circunstancias del tiempo y del lugar, etc., se entiende al pun-
to con ideas clarísimas todo el capítulo 12 de Daniel, al cual alude ma-
nifiestamente, y no sólo alude, sino que lo explica y aclara toda esta
profecía admirable, contenida en el capítulo 12 del Apocalipsis. Y en
aquel tiempo (se le dice a Daniel) se levantará Miguel príncipe gran-
de, que es el defensor de los hijos de tu pueblo; y vendrá tiempo cual
no fue desde que las gentes comenzaron a ser hasta aquel tiempo. Y

1 Is. 40, 2.
2 Miq. 7, 19.
578 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

en aquel tiempo será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito en


el libro… (de los escogidos…). Muchos serán escogidos, y blanquea-
dos, y probados como por fuego (o como por medio del fuego); etc. 1.
[97] Sobre este texto de Daniel debemos reparar, lo primero, que
aquí se dice clara y expresamente, que el príncipe grande San Miguel
está señalado de Dios por príncipe y protector del pueblo de Israel 2.
Lo mismo se dice en el capítulo 10, versículo último: Miguel, que es
vuestro príncipe. Esta circunstancia o esta advertencia, ¿para qué pue-
de aquí añadirse, si la expedición de San Miguel, o el se levantará Mi-
guel, no es por causa de este mismo pueblo, y para defenderlo y prote-
gerlo? Debemos reparar, lo segundo, el tiempo preciso de que aquí se
habla: En aquel tiempo se levantará Miguel príncipe grande, que es el
defensor de los hijos de tu pueblo. Este tiempo se presenta de suyo sin
otra diligencia que abrir los ojos; basta leer el texto para conocer, sin
poder dudarlo, que es el tiempo mismo de la vocación y asunción futu-
ra de Israel, de que habla San Pablo, y de que hablan casi todos los
Profetas. Pues de este mismo tiempo se le dice a Daniel: Y en aquel
tiempo será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito en el libro
(de los escogidos); y se añade poco después, que muchos de este pue-
blo serán elegidos y dealbados, y probados como por el fuego 3; los
cuales son visiblemente aquellos mismos de que hablamos hacia el fin
del artículo 1, de quienes se dice en Zacarías: Y pasaré por fuego la
tercera parte, y los purificaré como se quema la plata, y los acrisola-
ré como es acrisolado el oro… 4. ¿Y éstos son otros que los que apare-
cen en el Apocalipsis, sellados en la frente con el sello de Dios vivo?
[98] Debemos observar, lo tercero, que este tiempo de la batalla de
San Miguel con el dragón, o del se levantará Miguel, debe preceder
necesaria y evidentemente a la tribulación del Anticristo, así por el tex-
to del Apocalipsis como por el texto de Daniel; pues expresamente se
dice a este Profeta que, después de la expedición de San Miguel, en con-
secuencia de lo que ha de haber (lo que aquí se calla y se revela en el
Apocalipsis), se seguirá en la tierra un tiempo tan tenebroso, tan terri-
ble, cual nunca se ha visto en todos los siglos anteriores: Y vendrá tiem-
po, cual no fue desde que las gentes comenzaron a ser; que es la ex-
presión misma de que usa el Señor en el Evangelio hablando de la tri-
bulación del Anticristo: Porque habrá entonces grande tribulación,
cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si no
fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva 5. Todo lo

1 Dan. 12, 1 y 10.


2 Dan. 12, 1.
3 Dan. 12, 10.
4 Zac. 13, 9.
5 Mt. 24, 21-22.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 579

repite San Juan, y lo trae a la memoria en esta misma profecía que


ahora observamos, al versículo 12 y 17, como luego veremos.
[99] De aquí se sigue legítimamente que la explicación que hasta
ahora se ha dado, así al texto de Daniel como al de San Juan, diciendo
que el se levantará Miguel, o su batalla con el dragón será para defender
a la Iglesia de la persecución del Anticristo; esta explicación, digo, que es
la común entre los intérpretes literales, no puede subsistir; la repugnan
y contradicen unánimemente ambas profecías: la de Daniel por lo que
acabamos de decir, y queda dicho más difusamente en el apéndice al fe-
nómeno 4; la del Apocalipsis, porque en ella se ve claro que el dragón,
vencido y arrojado a la tierra, no pudiendo alcanzar a la mujer que huye,
la que ha sido la causa de su desgracia presente, convierte todas sus iras
contra lo poco que habrá entonces de verdadera Iglesia cristiana: Se fue
a hacer guerra contra los otros de su linaje (de la mujer), que guardan
los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo. Y se
paró sobre la arena de la mar. Con lo cual, saliendo del mar la bestia de
siete cabezas y diez cuernos, y de la tierra la bestia de dos cuernos, em-
pieza desde luego la gran tribulación del Anticristo, y se revela todo el
misterio de iniquidad, como se anuncia en todo el capítulo siguiente.
[100] No siendo, pues, ni pudiendo ser esta batalla de San Miguel
con el dragón, para defender a la Iglesia de la persecución del Anticris-
to, que todavía no ha empezado, es consiguiente que sea otro el miste-
rio. Yo propongo otro que es el que acabo de explicar. Cualquiera que
repugnare esta sentencia o inteligencia, deberá producir otra mejor,
que sea más propia, más seguida, más natural y más conforme a las Es-
crituras.
Artículo 6
Versículos 10-12

[101] Y oí una grande voz en el cielo, que decía: Ahora se ha cum-


plido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su
Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros hermanos,
que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han
vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio,
y no amaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual regocijaos, cielos,
y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y de la mar, porque descen-
dió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiem-
po! 1. Vencido el dragón en la batalla, arrojado a la tierra con todos sus
ángeles, y privado para siempre del acceso que tenía a Dios, se oye lue-
go en el cielo una gran voz, como de aclamación y júbilo universal, que

1 Apoc. 12, 10-12.


580 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dice: Ahora sí que está hecha o concluida la salud (modo de hablar, di-
fícil de trasladar bien de una lengua a otra). Ya están vencidos, como si
dijera, los mayores impedimentos que había para que se manifieste la
virtud y el reino de nuestro Dios, y la potestad de Cristo; porque ha si-
do arrojado para siempre, del tribunal del justo Juez, el perpetuo acu-
sador de nuestros hermanos, que los acusaba día y noche en la presen-
cia del Señor; ellos lo han vencido finalmente por la sangre del Corde-
ro, y por la palabra de su testimonio.
[102] Estas voces de júbilo universal, que se oyen en el cielo inme-
diatamente después de la victoria de San Miguel, denotan y prueban, lo
primero, el grande y ardentísimo deseo que tienen los habitadores del
cielo, ángeles y santos, no obstante la gloria de que gozan, de que lle-
gue y se manifieste plenamente el reino de Dios y la potestad de Cristo.
Denotan y prueban, lo segundo, el acceso libre que tiene el dragón y
sus ángeles al tribunal de Dios para acusar a los hombres y pedir con-
tra ellos, especialmente cuando son culpados: El acusador de nuestros
hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. De-
notan y prueban, lo tercero, que el reino de Dios y la potestad de Cris-
to no pueden manifestarse, o no se manifestarán, mientras no se veri-
fique la conversión de Israel, tan anunciada y prometida en las Escri-
turas. Así les dijo el Señor en cierta ocasión: No me veréis hasta que
digáis con verdad: Bendito el que vino en el nombre del Señor 1, y to-
do lo demás que ya está escrito y anunciado en el salmo 117, de donde
son estas palabras. Por eso, convertido Israel, y arrojado del tribunal
de Dios el acusador, que ya no tiene de qué acusar, se alegra todo el
cielo diciendo: Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino
de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, porque es ya derribado el
acusador de nuestros hermanos…
[103] Convertidos, pues, éstos en aquellos tiempos de que habla-
mos, desarmarán en esto a su acusador, lo vencerán, y pondrán la victo-
ria en manos de San Miguel, el cual sin este subsidio no pudiera vencer
ni pensar en dar la batalla; mas no lo vencerán, prosigue el texto, sino
por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio 2; es decir,
que la sangre misma del Cordero, que ellos derramaron, y que con tanta
imprudencia se echaron sobre sí, y sobre toda su posteridad, clamando
a grandes voces: Sea crucificado… Sea crucificado… Sobre nosotros y
sobre nuestros hijos sea su sangre 3; esta sangre preciosa que hasta
ahora ha clamado y clama contra ellos, como clamaba la del justo e
inocente Abel contra su impío y crudelísimo hermano, que la derramó
sin otra causa, sino porque sus obras eran malas, y las de su hermano

1 Mt. 23, 39.


2 Apoc. 12, 11.
3 Mt. 27, 23 y 25.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 581

buenas 1; esta sangre, digo, de infinito valor, clamará en aquellos tiem-


pos, no contra ellos, sino a su favor; intercederá por ellos, los reconci-
liará con Dios, y los lavará enteramente de todas sus iniquidades anti-
guas y nuevas: Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero. A esta
sangre preciosa deberá atribuirse aquella victoria; mas para que esta
sangre les pueda aprovechar, les será necesario poner alguna cosa de
su parte, como es necesario a todo cristiano; pues no todo ha de ser a
costa del buen Jesús. Les será necesaria la palabra del testimonio del
mismo Jesús, o del mismo Cordero, es a saber, declararse públicamente
por él, confesarlo delante de Dios y de los hombres por su verdadero
Mesías, hijo de David, Hijo de Dios; y defender su fe, y confirmar este
testimonio con su vida y sangre sin temor alguno. Lo cual, aunque en
todo tiempo es necesario a todo fiel cristiano, mas en aquel tiempo y
circunstancias será necesario con especialidad, pues como se colige cla-
ramente de las palabras que se siguen, la persecución de la mujer, de
que hablamos en el artículo 2, no quedará solamente en palabras, o en
amenazas y temores, sino que pasará hasta el derramamiento de no po-
ca sangre: Y no amaron sus vidas hasta la muerte. Y las primicias pa-
ra Dios, y para el Cordero, de que se habla en el capítulo 14, son bue-
na prueba de que no faltarán en aquellos tiempos Faraones, o Hero-
des, que sacrificarán a sus pasiones la sangre de los inocentes.
[104] Este gran suceso de la conversión de Israel, y de la batalla de
San Miguel, debe ser sin duda de grandes consecuencias, y producir al-
guna grande y extraña novedad. Las voces que se oyen en el cielo, lue-
go después de la batalla, muestran clarísimamente que van luego a se-
guirse cosas muy grandes y de sumo gozo para los habitantes del cielo:
Por lo cual regocijaos, cielos, los que moráis en ellos; aunque por otra
parte van también a seguirse por breve tiempo otras cosas no menos
grandes, mas de sumo trabajo y tributación para los habitadores de la
tierra. Así concluyen con las mismas voces diciendo: ¡Ay de la tierra y
de la mar!, porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sa-
biendo, que tiene poco tiempo. Las cosas que deben luego seguirse en
la tierra, por la ira grande con que baja el dragón después de vencido,
se notan brevísimamente en lo que resta de este capítulo, y después
más en particular y más por extenso en los siete capítulos siguientes.

Artículo 7
Versículos 13-14

[105] Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra,


persiguió a la mujer que parió el hijo varón. Y fueron dadas a la mu-

1 1 Jn. 3, 12.
582 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

jer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar,
en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un
tiempo, de la presencia de la serpiente 1. Viéndose el dragón arrojado
a la tierra irresistiblemente, cortadas las alas para volar al cielo, y pri-
vado para siempre del acceso libre que tenía al tribunal de Dios, entra
con esto en vehementes sospechas, o en una certidumbre más que mo-
ral, de que su fin debe estar ya muy cerca; digo su fin, no respecto de
su ser natural, sino respecto de su libertad para hacer mal a los hom-
bres, que parece su pasión dominante. Este pensamiento terrible, que
debía naturalmente hacerlo caer de ánimo, entristecerlo y oprimirlo,
éste es el que lo hace más diligente, llenándolo de nuevo odio y de ma-
yor furor contra Dios, contra Cristo, y contra todo cuanto le pertenece;
y desea por consiguiente emplear bien aquel poco tiempo, sin perder
un solo momento. Y, en primer lugar, la mujer que parió el hijo varón
es la que llama todas sus atenciones, como que ella ha sido la que ha
arruinado sus proyectos con un parto tan importuno, y como que ella
misma ha sido la causa de su desgracia y humillación actual.
[106] A ésta, pues, se resuelve y se dispone a perseguir de todos
modos y con todas las máquinas imaginables, o para arruinarla y ani-
quilarla del todo, o, a lo menos, para no dejarla gozar tranquilamente
del fruto de su vientre. Pero se engaña el infeliz, y su mismo furor apa-
ga u oscurece la luz de su razón. La mujer que voy a perseguir (debía
decirse a sí mismo) no es ya la que era; no es aquella antigua, sino otra
muy nueva; se ha renovado y mudado del todo, principalmente des-
pués del parto, por la sangre del Cordero, y por la palabra de su tes-
timonio; ya tiene de su parte al Omnipotente, y a su lado a su príncipe
Miguel. ¿Qué podré yo hacer contra ella, que no recaiga sobre mí?
Acercarme a ella personalmente no es posible, sin trabar otra nueva
batalla con su príncipe y protector, para lo cual ya no hay caudal ni
fuerzas, aunque sobre rabia y furor. Esta breve y fácil reflexión debiera
contener al astuto dragón, y hacerlo desistir de una empresa no menos
peligrosa que inútil; mas el orgullo y la cólera son siempre muy malos
consejeros. Resuelto, pues, a perseguirla a todo trance, y conociendo
bien que por sí mismo nada puede, vuelve a vestirse de aquellas armas
con que apareció vestido antes del parto de la mujer, a fin de tragarse
al hijo luego que ella le hubiese parido; vuelve, digo, a animar de nue-
vo sus siete cabezas y diez cuernos (todavía no unidos perfectamente
en un solo cuerpo moral, pero ya bien dispuestos a esta unión); vuelve
a tocar al arma en toda la tierra, con mayor prisa y empeño, contra la
terrible mujer, cuyo parto inopinado lo ha reducido a tantas angustias:
Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra, persiguió
a la mujer que parió el hijo varón.

1 Apoc. 12, 13-14.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 583

[107] Bien pudiera Dios, sólo con quererlo, defender a la mujer, por
otra vía más corta, de las máquinas del dragón, y hacer inútiles todos
sus conatos; así como pudo defender a su propio Hijo de las asechan-
zas de Herodes, sin enviarlo desterrado a Egipto. Mas el altísimo y su-
mo Dios, que no sólo es omnipotente, sino también sabio y prudente,
con aquella su infinita sabiduría que alcanza de fin a fin con fortaleza,
y todo lo dispone con suavidad 1, observará entonces con la mujer per-
seguida la misma conducta suave y fuerte que observó en otros tiem-
pos con el perseguido infante, el Rey de los Judíos que ha nacido 2.
Cuando Herodes, turbado con la gran novedad que llevaron los Magos
a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha naci-
do? 3, determinó buscarlo y sofocarlo en la cuna, dispuso su divino Pa-
dre que huyese a Egipto, y allí se estuviese oculto hasta su tiempo, pa-
ra cuya huida le dio dos alas como de águila grande, proporcionadas al
estado de infancia en que actualmente estaba, es a saber, a su misma
Madre santísima, y a San José. Estas dos alas lo condujeron en sumo
silencio, y con una suavidad admirable, al lugar que Dios le tenía pre-
parado, y allí lo ocultaron de Herodes todo el tiempo que duró su des-
tierro, hasta que, difunto Herodes, se les dio orden de volver a la tierra
de Israel, donde ya no había por entonces perseguidores: Porque muer-
tos son los que querían matar al niño 4.
[108] De este modo mismo, cuando la mujer de que vamos ha-
blando, en los días de su mocedad 5, se vio tan cruelmente perseguida
del rey de Egipto, y buscada de tantos modos para la muerte, dispuso y
ordenó esta misma prudentísima sabiduría, suave y fuerte, que la jo-
ven mujer saliese luego de Egipto, y huyese a los desiertos de Arabia,
para lo que le dio también dos alas como de águila grande, esto es, dos
grandes y célebres conductores, Moisés y Aarón, que con prodigios
inauditos la condujeron al desierto, y allí la sustentaron con el pasto
conveniente todo el tiempo de su peregrinación. Con sola la memoria
de este gran suceso se hace luego visible, y aun salta naturalmente a
los ojos, la alusión del texto del Apocalipsis a la salida de Egipto, y es-
pecialmente al capítulo 19 del Exodo, versículo 4. Compárense entre sí
ambos lugares, y se hallará entre ellos una perfecta conformidad. Des-
pués de pasado el Mar Rojo, y estando ya todo Israel en el desierto del
monte Sinaí, les dice el Señor estas palabras:
[109] TEXTO DEL EXODO: Vosotros mismos habéis visto lo que he
hecho a los Egipcios, de qué manera os he llevado sobre alas de águi-

1 Sab. 8, 1.
2 Mt. 2, 2.
3 Mt. 2, 2.
4 Mt. 2, 20.
5 Os. 2, 25.
584 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

las (o como lee la paráfrasis caldea, como sobre alas de águila) y to-
mado para mí 1. TEXTO DEL APOCALIPSIS: Y fueron dadas a la mujer
dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar 2.
[110] De manera que, así como en otros tiempos remotísimos,
cuando se dignó Dios mismo de sublimar a esta joven a la dignidad de
esposa suya, la sacó primero de la esclavitud de Egipto con mano ro-
busta (y fuerte), y la condujo sobre alas de águilas (o como sobre alas
de águila) a la soledad del monte Sinaí, donde se celebraron solemní-
simamente los desposorios; así sucederá a proporción en otros tiem-
pos todavía futuros de que tanto hablan las Escrituras, cuando el mis-
mo misericordioso Dios, compadecido de sus trabajos, y aplacado con
tantos siglos de durísima penitencia, se digne de llamarla segunda vez
como a mujer desamparada y angustiada de espíritu, y como a mu-
jer que es repudiada desde la juventud 3, aunque bajo otro testamen-
to, u otro pacto nuevo y sempiterno. Entonces renovará el Señor aque-
llos antiguos prodigios, y obrará otros mayores para sacarla de la opre-
sión y servidumbre, no ya de sólo Egipto, sino de las cuatro plagas de
la tierra, y para poseerla segunda vez: Y será en aquel día, extenderá
el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo 4; y
para que salga de su actual servidumbre, y pueda huir con más facili-
dad, le dará también otras dos alas como de águila grande con que
pueda volar otra vez a la soledad, le dará otros dos conductores muy
semejantes a Moisés y Aarón, y proporcionados al nuevo ministerio.
[111] Qué alas, o qué conductores serán éstos, no lo podemos ase-
gurar de cierto, sino cuando más por vía de congruencia o de sospe-
chas, aunque vehementísimas. La primera ala o el primer conductor
parece ciertamente el profeta Elías. Lo que de él está escrito en el Ecle-
siástico, en Malaquías y en el Evangelio, es un fundamento que excede
la pura verosimilitud, y casi toca en la evidencia. Este hombre extraor-
dinario está todavía vivo, sin haber pasado por la muerte, por donde
debe pasar en algún tiempo. Está reservado únicamente, según las Es-
crituras, para bien de los Judíos, o de los hijos de Israel en general; es-
to es, como se dice en el Eclesiástico: Para aplacar la ira del Señor,
para reconciliar el corazón del padre con el hijo, y restituir las tribus
de Jacob 5. Lo mismo en sustancia se dice en Malaquías: He aquí que
yo os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande y tre-
mendo del Señor. Y convertirá el corazón de los padres a los hijos, y
el corazón de los hijos a sus padres 6; todo lo cual confirmó y explicó

1 Ex. 19, 4.
2 Apoc. 12, 14.
3 Is. 54, 6.
4 Is. 11, 11.
5 Eclo. 48, 10.
6 Mal. 4, 5-6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 585

más el Hijo de Dios diciendo: Elías en verdad ha de venir, y restable-


cerá todas las cosas 1. Según esto, parece más que probable que el pro-
feta Elías ha de ser uno de los conductores o una de las alas.
[112] La gran dificultad está en conocer, con la misma verosimili-
tud, la segunda ala o el segundo conductor: Y fueron dadas a la mujer
dos alas. No hay duda que aquel antiquísimo profeta, Enoc, que fue el
séptimo después de Adán 2, está todavía vivo como Elías, sin que se-
pamos ni del uno ni del otro el lugar determinado donde se hallan,
pues la Escritura santa dice, ya en el cielo, ya al paraíso, palabras más
generales que particulares. Y anduvo con Dios (dice de Enoc), y desa-
pareció; porque le llevó Dios; y como añade la paráfrasis Caldea, ni
aun murió con Dios 3. Mas en el Eclesiástico se lee: Fue trasladado al
paraíso 4. Y de Elías se dice: Subió Elías al cielo en un torbellino 5. Es-
te texto del Eclesiástico es el único en toda la Escritura por donde po-
demos conocer el destino de Enoc, o el fin para que Dios le tiene reser-
vado: Enoc agradó a Dios, y fue trasladado al paraíso, para predicar
a las Gentes penitencia 6. Por estas últimas palabras es fácil compren-
der que el destino de este santo hombre no es para los Judíos, como el
de Elías, sino para las Gentes; o sea para los tiempos terribles de la tri-
bulación del Anticristo (como se infiere del capítulo 14, versículo 6, del
Apocalipsis), o sea para las Gentes que quedaren vivas en la tierra des-
pués de la venida del Señor, como es ciertísimo que han de quedar, se-
gún las Escrituras, de lo que hablaremos más de propósito a su tiem-
po. Por esta razón, o por este destino del santo Enoc, para predicar a
las Gentes penitencia (que es lo único que hallamos de él en toda la
Escritura), no veo cómo pueda ser la otra ala, o el otro conductor de
nuestra mujer, con la cual no tiene otra relación que la que tiene el
común padre de todos los hombres.
[113] Los intérpretes del Apocalipsis, exceptuando algunos pocos,
sienten o sospechan comúnmente que aquellos dos testigos vestidos de
sacos, de quienes se habla en el capítulo 11 que se han de oponer a la
bestia, y ser perseguidos y muertos por ella, etc., serán Elías y Enoc;
mas por el contexto mismo es fácil conocer que estos dos testigos están
tan lejos de significar dos personas singulares e individuales, como lo
está la bestia misma, a la que se han de oponer, y que los ha de perse-
guir hasta la muerte. Basta leer atentamente lo que se dice de estos dos
testigos, desde el versículo 7 hasta el 14, para mirarlos como dos cuer-
pos religiosos y píos, o como dos congregaciones de fieles ministros de

1 Mt. 17, 11.


2 Judas, 14.
3 Gen. 5, 24.
4 Eclo. 44, 16.
5 4 Rey. 2, 11.
6 Eclo. 44, 16.
586 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Dios; los cuales, llenos de su divino Espíritu, se deberán oponer por


providencia suya a la general iniquidad: Y daré a mis dos testigos, y
profetizarán mil doscientos sesenta días, vestidos de sacos 1. A éstos,
prosigue el texto, perseguirá furiosamente la bestia; pero Dios los pro-
tegerá visiblemente con prodigios extraordinarios, hasta que llenen los
días de su profecía, y entonces serán vencidos o muertos por la bestia
misma, con alegría y aplauso universal de los habitadores de la tierra:
Y los moradores de la tierra se gozarán por la muerte de ellos, y se
alegrarán; y se enviarán presentes los unos a los otros, porque estos
dos profetas atormentaban a los que moraban sobre la tierra 2. Des-
pués de vencidos y muertos, concluye el texto, sus cuerpos yacerán in-
sepultos por tres días y medio en las plazas de la ciudad grande, que se
llama espiritualmente Sodoma y Egipto 3. Estas palabras parecen la
llave de todo el misterio. Si los dos testigos son dos personas singula-
res, ¿no basta para sus dos cadáveres una sola plaza? ¿Dos solos cadá-
veres han de estar tendidos en las plazas de una ciudad tan grande?
[114] Ahora bien, ¿qué ciudad es ésta que merece el nombre de
Sodoma y Egipto? ¿No se conoce, por estas contraseñas, que se dice
ciudad así como se dice Sodoma y Egipto, esto es, por semejanza, no
por propiedad? ¿No es éste el modo de hablar de todo el libro divino
del Apocalipsis? Muchos doctores graves, reparando bien en estas ex-
presiones y modo de hablar, son de parecer que aquí no se habla de al-
guna ciudad determinada (ni de Jerusalén futura, ni de Roma futura,
según diversos modos de pensar) sino generalmente de todo el mundo
o de toda la tierra; pues aunque el texto añade: Donde el Señor de ellos
fue también crucificado 4, esta circunstancia no es menos verdadera,
hablando de todo el orbe de la tierra, que hablando sólo de Jerusalén;
fuera de que el Señor no fue crucificado en la ciudad de Jerusalén, sino
fuera de ella. Yo me conformo casi enteramente sobre este punto con
el parecer de estos doctores; y digo casi enteramente, porque no me
parece necesario darle una gran extensión a esta ciudad metafórica,
que es llamada espiritualmente Sodoma y Egipto. Basta considerar su
grandeza dentro de aquellos límites (bien espaciosos y celebérrimos)
donde han florecido los cuatro grandes imperios de que hablan las Es-
crituras; donde ha florecido el cristianismo, y donde florecerá en otros
tiempos con increíble vigor el anticristianismo. De los otros países de
nuestro globo, de aquellos principalmente de quienes dice Dios por
Isaías: Que no oyeron de mí, y no vieron mi gloria 5; de quienes dice
en el mismo Isaías: Porque estas cosas serán en medio de la tierra, en

1 Apoc. 11, 3.
2 Apoc. 11, 10.
3 Apoc. 11, 8.
4 Apoc. 11, 8.
5 Is. 46, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 587

medio de los pueblos; como si algunas pocas aceitunas, que quedaron,


se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de acabada la
vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere
el Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar 1; de aquéllos de
quienes se habla en Daniel: Y vi que había sido muerta la bestia…, y
que a las otras bestias se les había también quitado el poder, y se les
habían señalado tiempos de vida… 2; de estos países, digo, gentes y
lenguas, tenemos que decir cuatro palabras en otra ocasión más opor-
tuna, pues ya ésta parece una verdadera digresión.
[115] Volviendo ahora a nuestros dos testigos, considerados como
dos cuerpos morales, decimos en suma y brevísimamente que de ellos
deberán salir todos o los más de aquellos mártires que todavía falten pa-
ra completar el número de los correinantes; de los cuales se dice expre-
samente, en el capítulo 20, que han de resucitar en la venida de Cristo,
juntamente con los otros mártires más antiguos: Y las almas de los de-
gollados… y los que no adoraron la bestia… y vivieron y reinaron con
Cristo mil años. Los otros muertos no entraron en vida 3. Así, cuando
a la apertura del cuarto sello del libro claman las almas de los mártires,
pidiendo justicia de su sangre derramada por Cristo, se les da a cada
uno una estola blanca, que parece un nuevo grado de gloria, con la no-
ticia de estar ya muy próxima su resurrección: Y fueron dadas a cada
uno de ellos unas ropas blancas 4; y se les dice que descansen y espe-
ren todavía un momento, mientras se completa el número de sus con-
siervos y hermanos, que van luego a ser muertos como ellos lo fueron 5.
[116] Aunque por las razones que acabo de apuntar me parece que
el santo Enoc no es la segunda ala que se ha de dar a la mujer, no por
eso me atrevo a negarlo del todo; pues los dos ministerios, el uno de
dar penitencia a las Gentes 6 (o antes o después de la venida del Se-
ñor), y el otro de conducir las tribus de Israel a la soledad, no son ab-
solutamente incompatibles. No obstante, siguiendo la alusión, que pa-
rece tan clara, a la salida de Egipto, se halla fácilmente una gran seme-
janza y proporción entre Moisés y Elías, y no es fácil hallar alguna en-
tre Aarón y Enoc. Si se me pregunta ahora: ¿Quién será, o quién podrá
ser esta segunda ala, según las Escrituras?, respondo con verdad que
no lo sé. Las sospechas que sobre esto tengo, aunque vehementísimas,
no me atrevo a proponerlas aquí. Esto sería excitar inoportunamente
una disputa inútil, capaz de distraernos a otra cosa, y hacer olvidar el
asunto principal. Por ahora basta decir, que esta segunda ala, compa-

1 Is. 24, 13-14.


2 Dan. 7, 11-12.
3 Apoc. 20, 4-5.
4 Apoc. 6, 11.
5 Apoc. 6, 11.
6 Eclo. 44, 16.
588 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ñera de Elías, como lo fue Aarón de Moisés, será infaliblemente la que


Dios ya tiene elegida.

Artículo 8
Versículos 15-16

[117] Y la serpiente lanzó de su boca en pos de la mujer agua como


un río, con el fin de que fuese arrebatada de la corriente. Mas la tierra
ayudó a la mujer; y abrió la tierra su boca, y sorbió el río que había
lanzado el dragón de su boca 1. Estas cuatro palabras, como la corrien-
te de un gran río, nos llevan naturalmente, sin poder resistirlo, al paso
del mar Rojo. Si se lee con esta advertencia el capítulo 14 del Exodo,
en él se halla la explicación de todo lo que aquí nos dice San Juan, en
él se entienden al punto las dos metáforas de que usa. Primera: el agua
como río que sale con violencia de la boca del dragón para alcanzar a
la mujer que huye, para detenerla y hacerla volver atrás. Segunda: la
boca que abre la tierra en favor de la mujer fugitiva, tragándose todo el
gran río de agua que va contra ella. Leído este capítulo del Exodo, no
necesitamos de más explicación; todo el enigma queda disuelto.
[118] Cuando la mujer misma de que hablamos, en los días de su
juventud, viéndose tan perseguida y afligida en Egipto, voló hacia el de-
sierto sobre las dos alas como de águila que se le dieron, ¿qué hizo Fa-
raón? Yo voy, señor, a referir este gran suceso con la misma metáfora, y
con las mismas expresiones y palabras de que usa San Juan, sin otra al-
teración que poner Faraón donde dice Dragón, y mar donde tierra.
Ved si podéis dejar de entenderme. Viendo Faraón que los hijos de Is-
rael huían efectivamente de Egipto, y se encaminaban para el desierto,
ayudados y conducidos por aquellas dos alas que Dios les había dado,
lleno de un nuevo furor o indignación, arrojó de su boca una gran copia
de agua, como un gran río, para alcanzar por este medio a los fugitivos,
y hacerlos volver a su servicio: Y Faraón lanzó de su boca agua como
un río, con el fin de que fuesen arrebatados de la corriente. Pero el
mar ayudó a los hijos de Israel, porque, abriendo su boca, se tragó to-
da el agua que Faraón había echado de la suya 2. ¿No lo entendéis?
Confrontad ahora esta metáfora con el texto mismo del Exodo, y veréis
toda la propiedad. Dice Moisés que, luego que Faraón supo de cierto
que huía todo Israel hacia el desierto, se inmutó su corazón y con él
toda su corte: Mudóse el corazón de Faraón y el de sus siervos 3; y sin
perder tiempo, dio luego orden a sus capitanes que juntasen todos sus

1 Apoc. 12, 15-16.


2 Apoc. 12, 16.
3 Ex. 14, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 589

ejércitos, y él mismo, montando en su carro, hizo que le siguiesen seis-


cientos carros escogidos: Y todos los carros que se hallaron en Egipto,
y los capitanes de todo el ejército 1. ¿Para qué todo este aparato? Para
seguir a Israel que huye, y hacerlo volver a su servicio: Con el fin de
que fuese arrebatado de la corriente. Veis aquí, pues, el gran río de
agua que Faraón arrojó de su boca, esto es, por orden y mandato suyo,
expresado con su palabra. Si acaso extrañáis que los ejércitos de Fa-
raón se expliquen con la metáfora de un río de agua, podéis traer a la
memoria que en Isaías se usa de la misma metáfora para anunciar la
venida de los ejércitos del rey de Asiria contra todo Israel: Por esto he
aquí que el Señor traerá sobre ellos aguas del río fuertes y abundan-
tes, al rey de los Asirios, y todo su poder; y subirá sobre todos sus
arroyos, y correrá sobre todas sus riberas 2.
[119] Dice más Moisés: que estando las tropas de Faraón, o el río
que había salido de su boca, a vista de Israel, que estaba acampado en
las orillas del mar Rojo, el mismo mar lo ayudó en aquel terrible con-
flicto; porque, abriendo su boca, o dividiéndose en dos partes, dio paso
franco a los fugitivos, y cuando éstos llegaron a la otra parte, cerró su
boca sobre los enemigos que los seguían: Los envolvió el Señor en me-
dio de las olas. Y se volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la ca-
ballería de todo el ejército de Faraón, que habían entrado en la mar en
su seguimiento; ni uno solo quedó de ellos 3. Comparad ahora este texto
con aquel otro: Mas la tierra ayudó a la mujer; y abrió la tierra su bo-
ca, y sorbió el río que había lanzado el dragón de su boca; y me parece
que no podréis menos que reconocer dos misterios del mismo Israel,
uno ya pasado y otro todavía futuro, cuando el mismo Dios saque se-
gunda vez su mano omnipotente para poseer las reliquias de Israel 4.
[120] Con la combinación atenta y juiciosa de estos dos lugares del
Apocalipsis y del Exodo, salta luego a los ojos, y se presenta como de
suyo, la inteligencia fácil y llana de muchísimas profecías que anun-
cian claramente, a las reliquias de Israel, cosas muy semejantes y aun
mayores que las que sucedieron en su salida de Egipto. Primeramente,
se entiende al punto, sólo con leerlo, todo el misterio de la expedición
de la muchedumbre de Gog, de que se habla difusamente en los dos
capítulos 38 y 39 de Ezequiel. Esta expedición la pone este profeta lue-
go inmediatamente después de la resurrección metafórica de los hue-
sos áridos y secos de todo el capítulo 37, en el cual, explicando el mis-
mo Dios la metáfora, acaba con decir entre otras cosas: He aquí que yo
tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones adonde fue-

1 Ex. 14, 7.
2 Is. 8, 7.
3 Ex. 14, 27-28.
4 Is. 11, 11.
590 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ron; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra 1. Con-


cluido este misterio de la vocación y asunción de Israel, empieza luego
a profetizar la muchedumbre de gentes de varias partes y naciones,
que han de ir contra el mismo Israel, a la tierra que se ha salvado de
la espada, y se ha recogido de muchos pueblos a los montes de Is-
rael… Y (hablando con el mismo Israel le dice) subiendo vendrás co-
mo tempestad, y como nube, para que cubras la tierra tú y todas tus
huestes, y muchos pueblos contigo 2. ¿Quién no ve aquí el gran río de
agua que arroja de su boca el dragón contra la mujer que huye? La tie-
rra ayudó a la mujer, dice San Juan, porque abriendo su boca se tragó
toda el agua del gran río. Esto mismo dice Ezequiel anunciando el fin
de toda aquella infinita muchedumbre: Y sucederá en aquel día (dice
el Señor): daré a Gog un lugar famoso para sepulcro en Israel; el va-
lle de los que van hacia el Oriente de la mar, que hará pasmar a los
que pasen; y enterrarán allí a Gog, y toda su muchedumbre, y será
llamado el valle de la muchedumbre de Gog 3. Otras muchas observa-
ciones se pueden hacer fácilmente sobre esta profecía, si se lee con es-
ta advertencia, en lo cual ya no puedo ahora detenerme.
[121] Demás de esto, se entienden asimismo otros lugares de los
Profetas, como el capítulo 16 de Isaías, que observaremos de propósito
en el fenómeno siguiente, párrafo último. Se entiende todo el cántico
de Habacuc, capítulo 3; se entiende todo el capítulo último de Zaca-
rías; y por abreviar, se entiende también la célebre profecía de Joel,
capítulo 3, la cual se ha pensado que habla del juicio universal, que se
ha de hacer en el valle de Josafat; mas si se lee todo el capítulo segui-
do, parece necesario hallar otro misterio infinitamente diverso. El te-
mor de este misterio, y de las cosas particulares que aquí se anuncian
con tanta claridad, parece que es el que ha hecho sustituir en su lugar
el juicio universal, del que piensan que habla Joel en estas palabras:
He aquí, en aquellos días y en aquel tiempo, dice el Señor, cuando yo
levantare el cautiverio de Judá y de Jerusalén, juntaré todas las Gen-
tes y las llevaré al valle de Josafat; y allí disputaré con ellas en favor
de Israel mi pueblo, y de mi heredad, que pusieron dispersa entre las
naciones; y repartieron mi tierra, etc. 4. En este texto, y en todo lo
que se sigue hasta el fin de la profecía, reparan muchos en aquellas
tres palabras: Juntaré todas las Gentes; y después en aquellas otras:
Salid fuera, y venid todas las Gentes del contorno, y congregaos; allí
hará Dios caer tus valientes. Levántense, y vayan las Gentes al valle
de Josafat, porque allí me sentaré para juzgar a todas las Gentes al

1 Ez. 37, 21.


2 Ez. 38, 8-9.
3 Ez. 39, 11.
4 Joel 3, 1-2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 591

contorno 1. Mas, lo primero: estas palabras, todas las Gentes, en frase


ordinaria de la Escritura santa, ¿significan otra cosa las más veces que
una gran muchedumbre de varios pueblos, tribus y lenguas? ¿No se
dice, por ejemplo, en Zacarías, capítulo 14: Reuniré todas las Gentes
en batalla contra Jerusalén, y será tomada la ciudad? 2. ¿No dicen las
reliquias de Israel en el salmo 117: Todas las naciones me cercaron,
mas yo tomé venganza de ellas en el nombre del Señor? 3. ¿No nos
enseñan los mismos doctores, sobre otros mil lugares de la Escritura,
que estas palabras de: todos los hijos de Israel, todas las naciones, to-
das las gentes, todas las familias de las gentes, etc., no siempre signi-
fican todos los individuos, sino algunos o muchos de cada pueblo, o de
cada nación? ¿Por qué, pues, entienden aquí todos los individuos del
linaje humano, y éstos no vivos, sino ya muertos y resucitados? Lo se-
gundo: después de la resurrección universal, ¿podrán los Judíos, ya
restituidos a su tierra, vender a las Gentes que a ellos los vendieron en
otro tiempo? Pues ésta es una de las cosas que dice Dios a estas Gentes
en esta misma profecía, o en este juicio que hará de ellas sentado en el
valle de Josafat: He aquí que yo los levantaré (a los Judíos) del lugar
en que los vendisteis, y vuestra paga volveré contra vuestra cabeza. Y
venderé vuestros hijos y vuestras hijas por mano de los hijos de Judá,
y los venderán a los Sabeos, pueblo apartado, porque el Señor ha-
bló 4. Oh, señor mío, no perdamos tiempo, leed por vuestros ojos toda
esta célebre profecía, contenida en el capítulo 3 de Joel. Considerad
atentamente, no una u otra palabra de por sí, sino todas sus palabras
por su orden, unidas las unas con las otras, como debe hacerse con
cualquiera otra Escritura, por humana que sea; y creo firmemente que
con esta sola diligencia quedaremos perfectamente de acuerdo.
[122] En suma, con la combinación de este lugar del Apocalipsis y
del Exodo, se entiende todo el capítulo 7 de Miqueas, donde promete
el que no puede mentir, que las maravillas que hará cuando saque a
Israel de entre las naciones, donde lo tiene desterrado y disperso, se-
rán muy semejantes a las que hizo antiguamente cuando lo sacó de
Egipto 5; que verán las Gentes estas maravillas, como las vieron los
Egipcios, y por más esfuerzos que hagan, no conseguirán otra cosa que
su propia confusión: Lo verán las Gentes, y serán confundidas con
todo su poder; pondrán la mano sobre la boca, serán sordas las ore-
jas de ellos. El polvo lamerán como las serpientes, como los reptiles
de la tierra se estremecerán dentro de sus casas; al Señor Dios nues-

1 Joel 3, 11-12.
2 Zac. 14, 2.
3 Sal. 117, 10.
4 Joel 3, 7-8.
5 Miq. 7, 15.
592 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tro respetarán y temerán 1. Finalmente, así como cuando se vio todo


Israel a la otra parte del mar Rojo, cuando vio por sus ojos devorado y
sumergido, en aguas impetuosas, todo aquel grande y formidable río
que iba contra él, salido de la boca de Faraón; cuando vio tan clara-
mente a su favor la mano omnipotente de su Dios, etc., cantó, lleno de
un júbilo sagrado y de un religioso pavor, aquel cántico sublime que
siempre se lee con admiración en el capítulo 15 del Exodo; así, de un
modo perfectamente semejante, cuando la tierra se haya tragado toda
el agua del río grande, salida de la boca del dragón, que va contra la
mujer que huye al desierto (metáfora clarísima, anunciada por la mis-
ma alusión), viéndose ya libre y puesta en seguro por medio de tantas
maravillas, cantará también a su Dios aquel otro cántico profético,
más sublime en la sustancia que en los accidentes, que ya está prepa-
rado en el mismo Miqueas, y con que concluye este profeta toda su
profecía: ¿Quién es, oh Dios, semejante a ti, que quitas la maldad, y
olvidas el pecado de las reliquias de tu heredad? No enviará más su
furor, porque es amador de misericordia. Se tornará, y tendrá mise-
ricordia de nosotros; sepultará nuestras maldades, y echará en el
profundo de la mar todos nuestros pecados. Harás verdad con Jacob,
con Abraham misericordia, como lo juraste a nuestros padres desde
los días antiguos 2.
La soledad de la mujer, según las Escrituras
[123] Llegada finalmente la mujer al lugar que Dios le tiene prepa-
rado, será allí apacentada con el pasto conveniente en aquellas cir-
cunstancias, por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo…
o mil doscientos y sesenta días… o cuarenta y dos meses 3, que todo
suena el espacio de tres años y medio. Sobre este retiro y soledad de la
célebre mujer, parece naturalísimo el deseo de algunas noticias más
individuales; ya pertenecientes al lugar determinado de la tierra adon-
de la han de conducir sus alas por orden de Dios; ya también pertene-
cientes a sus ocupaciones en la soledad, y a los designios de Dios en
una providencia tan extraordinaria.
[124] Cuanto a lo primero decimos que, aunque el texto del Apoca-
lipsis nada nos dice en particular, pues sólo anuncia el misterio en pa-
labras muy generales, mas combinado este texto con otras noticias
bastantemente claras que se hallan en los Profetas de Dios, podemos
discurrir, sin temor de alejarnos mucho de la verdad, que el lugar de-
terminado de la tierra, en aquel tiempo desierto y solo, donde Dios ha
de llevar a esa mujer, será aquel mismo país prometido con juramento

1 Miq. 7, 16-17.
2 Miq. 7, 18-20.
3 Apoc. 12, 14 y 6; 13, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 593

a sus padres para su descendencia: Desde el río de Egipto hasta el


grande río Eufrates 1. Dadme atención, y considerad con formalidad
las razones en que me fundo.
[125] Primeramente, dice San Juan, versículo 6, que la mujer, des-
pués del parto, huyó luego a la soledad, donde tenía ya lugar prepara-
do por Dios mismo 2; y en los versículos 13 y 14, donde vuelve a hablar
más de propósito de esta huida, por haberla interrumpido con la bata-
lla de San Miguel con el dragón, dice que este lugar preparado de Dios,
ya desierto y solo, es un lugar propio de la mujer, y preparado de an-
temano por Dios mismo: Y que fueron dadas a la mujer dos alas de
grande águila, para que volase al desierto a su lugar. Ahora bien, un
lugar propio de la mujer, y preparado de antemano por Dios mismo,
¿cuál os parece que podrá ser? Yo no negaré que este reparo, mirado
en sí mismo, tiene todo el aire de aquellas sutilezas sólo buenas o pa-
sables en un discurso panegírico. Por tanto, si en toda la divina Escri-
tura no hubiera otra luz que ésta, yo fuera el primero en confesar que
es una luz muy escasa, insuficiente e inservible; por consiguiente, que
el lugar determinado de la tierra donde la mujer debe huir, es una de
las cosas que ignoramos. Mas si combinamos esto poco que aquí dice
San Juan, con lo que se dice sobre esto mismo en otros muchos luga-
res de la Escritura de los Profetas, parece que no hay necesidad alguna
de esta confesión, y que podremos sin recelo afirmar aquella proposi-
ción, produciendo las razones que tenemos.
[126] Para lo cual debemos, antes de todo, traer a la memoria, a lo
menos en general y en confuso, todas aquellas profecías clarísimas con
que hemos probado en varias partes, principalmente en los fenómenos
5 y 7, que el destierro y dispersión actual de los hijos de Jacob es un cas-
tigo de Dios, predicho de mil maneras por sus profetas, y confirmado
por la boca del mismo Mesías: Porque éstos son días de venganza, pa-
ra que se cumplan todas las cosas que están escritas… Y caerán a filo
de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones 3. Asi-
mismo, que este castigo no debe ser eterno, sino limitado a un determi-
nado tiempo que sólo Dios sabe; que alguna vez se ha de aplacar la justa
indignación de Dios respecto de estos miserables, y convertirse la ira en
misericordia; que, llegado este tiempo, los sacará el mismo Dios con su
brazo omnipotente de todas las tierras y naciones donde él mismo los
tiene dispersos, así como los sacó antiguamente de Egipto, y los planta-
rá de nuevo establemente en aquella misma tierra, prometida para ellos
a sus padres, y esto a pesar de todas las potestades de la tierra: Aun
cuando hubieres sido arrojado hasta los polos del cielo, de allí te saca-

1 Gen. 15, 18.


2 Apoc. 12, 6.
3 Lc. 21, 22 y 24.
594 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rá el Señor Dios tuyo, y te tomará, e introducirá en la tierra que pose-


yeron tus padres, y la disfrutarás… Y alzará bandera a las naciones,
y congregará los fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá
de las cuatro plagas de la tierra 1. De estos anuncios y promesas ha-
llaréis infinitos en los profetas, desde Moisés hasta Malaquías.
[127] Pues en esta suposición cierta e innegable discurrimos así.
Para que Dios introduzca y plante de nuevo las reliquias de Jacob en la
tierra prometida para ellos a sus padres, es necesario que primero les
prepare esta misma tierra, y esto es lo que dice San Juan: La mujer hu-
yó al desierto, en donde tenía un lugar aparejado de Dios. Esta pre-
paración, según las Escrituras, y según la razón natural, debe comen-
zar necesariamente por la evacuación de la misma tierra; como quien
prepara un palacio o casa para una grande y numerosa familia que se
espera de nuevo, a quien la casa misma pertenece en propiedad, lo pri-
mero que hace es evacuarla de todas las otras personas que habitan en
ella, como que no son ellos los verdaderos y legítimos dueños, y de es-
ta suerte reducir la casa a una verdadera soledad. Esta, pues, es, según
las Escrituras, la primera cosa que ha de hacer la mano omnipotente
del Dios de Abraham, antes de llamar y congregar todas sus reliquias,
o antes de dar alas a la mujer para que huya a la soledad, a su lugar…,
a un lugar aparejado de Dios. Así lo tiene claramente anunciado el
mismo Dios, en el capítulo 27 de Isaías, como queda observado en el
fenómeno 5, primer aspecto, segunda instrucción. Repárese con nueva
y mayor atención en esta profecía, atendiendo bien a todo su contexto,
o a los tiempos de que se habla: Y sucederá que en aquel día herirá el
Señor desde el cauce del río (el Eufrates) hasta el torrente de Egipto,
y vosotros, hijos de Israel, seréis congregados uno a uno. Y sucederá
que en aquel día resonará una grande trompeta, y vendrán los que se
habían perdido 2.
[128] Lo cual concuerda perfectamente con lo que se dice en el
salmo 9: Seréis exterminadas, oh naciones, de la tierra de él 3. Ahora
bien, si esta profecía se ha de cumplir alguna vez, ¿cuándo podrá ser
esto, sino en el tiempo y circunstancias de que vamos hablando? Con-
sideradlo bien. Conque es a lo menos sumamente verosímil que, en el
tiempo de la vocación y asunción futura de Israel, o de la huida de la
mujer a la soledad, se verifique o esté ya plenamente verificada esta
profecía; por consiguiente, que esté reducida a un verdadero desierto y
soledad toda la tierra de promisión, por aquel mismo Señor que no só-
lo es omnipotente, sino también infinitamente veraz; y es igualmente
verosímil que ésta sea la preparación del lugar de que habla San Juan;

1 Deut. 30, 4; Is. 11, 12.


2 Is. 27, 12-13.
3 Sal. 9, 16.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 595

la preparación, digo, de un lugar propio de la mujer que ha de huir a


él: En donde tenía un lugar aparejado de Dios… para que volase al
desierto a su lugar.
[129] Fuera de esto, si se quiere dar alguna mayor atención a los
Profetas, en ellos se hallan, no digo solamente vestigios, sino luces
bien claras de este mismo misterio. Primeramente, en Ezequiel se leen
estas palabras: Vivo yo, dice el Señor Dios, que con mano fuerte, y con
brazo extendido, y con furor encendido reinaré sobre vosotros. (Son
las expresiones de que usa el Señor hablando de la salida de Egipto). Y
os sacaré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en donde ha-
béis sido dispersos… Y os conduciré a un desierto despoblado, y allí
entraré en juicio con vosotros cara a cara. Como disputé en juicio
contra vuestros padres en el desierto de la tierra de Egipto, así os juz-
garé, dice el Señor Dios. Y os someteré a mi cetro, y os haré entrar en
los lazos de la alianza… En olor de suavidad os recibiré, cuando os
sacare de los pueblos y os congregare de las tierras en donde estáis
dispersos, y seré santificado entre vosotros a vista de las naciones. Y
sabréis que yo soy el Señor, cuando os llevare a la tierra de Israel, a
la tierra por la que alcé mi mano para darla a vuestros padres. Y allí
os acordaréis de vuestros caminos, y de todas vuestras maldades con
las que os habéis contaminado, y os desagradaréis de vosotros en
vuestros ojos, por todas las maldades que cometisteis. Y sabréis que
yo soy el Señor, cuando os hiciere bien por mi nombre, y no según
vuestros malos caminos, ni según vuestras detestables maldades, ca-
sa de Israel, dice el Señor Dios 1.
[130] Dejando por ahora, no sin repugnancia, las muchas reflexio-
nes que sobre este texto se pudieran hacer, yo reparo solamente en dos
expresiones, que son las que hacen a mi propósito actual. Primera: Os
sacaré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en donde habéis
sido dispersos… Y os conduciré a un desierto despoblado. Segunda:
Cuando os llevare a la tierra de Israel. Estas dos cláusulas, siguiendo el
hilo del contexto, suenan visiblemente una misma cosa. Así, el desierto
de los pueblos, o la tierra evacuada de los pueblos que en ella habita-
ban, adonde Dios ha de llevar las reliquias de Israel, será la misma tie-
rra de Israel por la que alzó su mano para darla a los padres de ellos.
[131] En Oseas, capítulo 2, habla el Señor de la casa de Jacob,
usando de la misma metáfora de una mujer, esposa de Dios, arrojada
por sus delitos de casa del esposo; y después de haber anunciado los
grandes trabajos con que la había de castigar (los cuales vemos ya veri-
ficados con toda plenitud), pasa luego a hablar de su futura vocación, y
de lo que ha de hacer con ella cuando sea tiempo. Esta consolación em-

1 Ez. 20, 33-37 y 41-44.


596 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pieza desde el versículo 14, y sigue hasta el fin: Por tanto he aquí yo la
atraeré; expresión propísima y naturalísima, para significar el afecto
de compasión y ternura, y las palabras llenas de amor y cariño con que
será llamada; que por eso los LXX, y después de ellos Pagnini y Vata-
blo, en lugar de la atraeré, leen, la separaré: He aquí que yo la atrae-
ré, y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. Y le daré sus viña-
dores del mismo lugar, y el valle de Acor para entrar en esperanza (o
a la puerta de la esperanza); y cantará allí según los días de su mo-
cedad, y según los días en que salió de tierra de Egipto 1.
[132] Como si dijera: Yo llamaré a su tiempo a esta miserable, des-
pués que haya sufrido su doble confusión, y en primer lugar la haré
llevar a la soledad, donde le hablaré no solamente a los oídos, sino
también al corazón. Allí le daré operarios o ministros naturales de
aquel mismo lugar, esto es, Israelitas 2 de la misma estirpe de Jacob; le
daré también segunda vez el valle de Acor, el cual será para ella como
la puerta o el principio de su esperanza 3. Para entender bien toda la
fuerza y propiedad de estas últimas palabras, debemos saber o traer a
la memoria que este valle de Acor, ameno, fertilísimo (cerca del cual
estaba la antigua Jericó, y según dicen algunos, las mejores viñas de
Engaddi, de que se habla en los Cantares) fue la primera tierra donde
se acampó todo Israel, conducido ya por Josué, después de haber pa-
sado el Jordán, con prodigios muy semejantes al paso del mar Rojo.
En este valle se empezaron a abrir sus esperanzas, así por el paso mi-
lagroso del Jordán que detuvo sus corrientes, o las encaminó perpen-
dicularmente hacia el cielo, como por la milagrosa toma de Jericó, y
luego después de la de Hay, como se refiere en el libro de Josué, capí-
tulos 6, 7 y 8. Este valle, pues, dice el Señor, aludiendo manifiestamen-
te a aquella primera entrada en la tierra de promisión, que le dará en-
tonces a la mujer que ha de llevar a la soledad, para que allí se abran
sus esperanzas, viendo otra vez abierta para ella aquella primera puer-
ta de la tierra santa: Y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. Y
le daré sus viñadores (u operarios) del mismo lugar, y el valle de Acor
para entrar en esperanza (o en la puerta de la esperanza).
[133] En Miqueas, capítulo 7, se lee que aquella tierra será desola-
da por la iniquidad de habitadores 4; lo cual ejecutado, habitará en ella
la grey de la heredad del Señor, como en un desierto y soledad, o como
en las quebradas o bosques del monte Carmelo: Apacienta a tu pueblo
con tu cayado, la grey de tu heredad 5. Se le dice inmediatamente al

1 Os. 2, 14-15.
2 Os. 2, 15.
3 Os. 2, 15.
4 Miq. 7, 13.
5 Miq. 7, 14.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 597

Mesías o a Dios mismo: Apacienta a tu pueblo… la grey de tu heredad


a los que moran solos en el bosque en medio del Carmelo. Los tiempos
de que habla aquí este profeta es fácil conocerlos por todo su contexto.
[134] En Isaías se lee que los pastos propios de esta misma grey,
donde ella debía vivir y ser apacentada, según las intenciones de Dios,
serán por largo tiempo la habitación y el gozo de los onagros o bestias
salvajes 1; y para que no se piense que aquí se habla de la cautividad de
Babilonia, añade inmediatamente el Profeta que esto durará hasta que
se derrame sobre esta misma grey el espíritu de lo alto: Gozo de asnos
monteses, pasto de rebaños, hasta que sea derramado sobre nosotros
el espíritu de lo alto 2; que derramado este espíritu, prosigue, sobre es-
ta misma grey de que se habla, entonces el desierto será como un Car-
melo, y lo que antes parecía un Carmelo, o un lugar ameno y delicioso,
será reputado por un bosque 3; metáfora bien expresiva y bien clara
del estado actual de la casa de Jacob en comparación de la Iglesia de
las Gentes, que son ahora la casa del mismo Jacob por la fe; y al con-
trario, de lo que deberá suceder en otros tiempos: Porque aún habrá
otro tiempo 4. En aquel tiempo, prosigue el Profeta, habitará el juicio
en la soledad, y allí mismo se sentará la justicia y se dejará ver con to-
da su hermosura: Y morará el juicio en el desierto, y la justicia residi-
rá en el Carmelo 5; que la obra o el fruto de la justicia será la paz; que
el culto o adorno de la justicia será el silencio; todo lo cual producirá
una verdadera paz y una seguridad inalterable 6.
[135] Habiendo conocido, a lo menos probablemente, el lugar de-
sierto y solo a donde ha de conducir Dios a la mujer después de su par-
to misterioso, se sigue ahora naturalmente la consideración, según las
Escrituras, de lo que debe pasar en aquella soledad, esto es, de los fi-
nes que Dios pretende en llevar allí a la mujer, y tenerla como escon-
dida de la presencia de la serpiente, por espacio de cuarenta y dos me-
ses, que son puntualmente los que debe durar entre las Gentes la gran
tribulación anticristiana; hasta que, luego después de la tribulación de
aquellos días 7, se desprenda del monte la piedra, y vuelva del cielo el
Rey de los reyes. La inteligencia de este punto nos la ofrecen y facilitan
casi todos los Profetas, a donde nos remite visiblemente el amado dis-
cípulo con sus continuas alusiones.
[136] No solamente, pues, ha de sacar Dios segunda vez de Egipto
o de todas las naciones a su antigua esposa, según sus promesas infa-

1 Is. 32, 14.


2 Is. 23, 14-15.
3 Is. 32, 15.
4 Dan. 11, 35.
5 Is. 32, 16.
6 Is. 32, 17-18.
7 Mt. 24, 29.
598 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

libles, sino que, según las mismas promesas, la ha de conducir en pri-


mer lugar a la soledad 1, así como lo hizo la primera vez; para que allí,
libre de toda distracción, y desembarazada de todo otro cuidado, dé lu-
gar al espíritu de Dios, a quien no puede recibir el mundo 2, y empiece
a oír y entender lo que se le dice al corazón; para que allí vea y con-
temple, como reducido a un punto de vista, todo cuanto Dios ha hecho
con ella desde que la sublimó graciosamente a la dignidad de esposa
suya; y por otra parte, reducido asimismo a otro punto de vista, todo lo
que ella ha hecho con su Dios: Os conduciré a un desierto despoblado,
y allí entraré en juicio con vosotros cara a cara; expresión vivísima y
naturalísima, para significar un juicio mutuo, donde se manifiesta cla-
ramente la conducta de ambos esposos, y las razones que pueden pro-
ducirse de una y otra parte.
[137] Por eso les dice el mismo Señor por Isaías: Acercaos a defen-
der vuestra causa…; alegad, si acaso tenéis alguna razón poderosa,
dijo el Rey de Jacob 3. Y en el capítulo 43, después de acordarles las
maravillas que hizo para sacarlos de Egipto, añade estas palabras: No
os acordéis de las cosas pasadas, y no miréis a las antiguas. Ved que
yo las hago nuevas, y ahora saldrán a luz, ciertamente las conoceréis;
pondré camino en desierto, y ríos en despoblado 4. Pasa luego a hacer-
les presentes los grandes y continuos beneficios que han recibido de su
mano, y la suma e increíble ingratitud con que ha sido siempre corres-
pondido: No me invocaste, Jacob, ni te cuidaste de mí, Israel… Antes
me hiciste servir en tus pecados, me has dado pena con tus iniquida-
des. Yo soy, yo soy el mismo que borró tus iniquidades por amor de
mí, y no me acordaré de tus pecados. Tráeme a la memoria, y entre-
mos en juicio a una; relata si alguna cosa tienes para justificarte 5.
[138] Pues en esta soledad, en esta quietud, en este juicio mutuo,
abiertos ya los oídos y los ojos de la esposa, y convertidas sus tinieblas
en luz, como también le está prometido por estas palabras: Haré que
delante de ellos las tinieblas se cambien en luz 6; se correrá con esto
aquella cortina, o se alzará aquel velo denso y tenebroso, que hasta
ahora tiene cubierto su corazón: Hasta el día de hoy 7, dice el Apóstol,
y nosotros lo decimos hoy con la misma verdad: El velo está puesto so-
bre el corazón de ellos. Mas cuando se convirtiere al Señor, será qui-
tado el velo 8. Corrida, digo, esta cortina, y alzado este velo, comenzará

1 Os. 2, 14.
2 Jn. 14, 17.
3 Is. 41, 21.
4 Is. 43, 18-19.
5 Is. 43, 22 y 24-26.
6 Is. 42, 16.
7 Rom. 11, 8; 2 Cor. 3, 14-15.
8 2 Cor. 3, 15-16.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 599

a ver, y también a entender, sus santas Escrituras; las cuales, por su


propia iniquidad, madre natural de la ceguedad, y mucho más por cul-
pa manifiesta e innegable de sus doctores, han sido y son hasta ahora,
respecto de ella, como las palabras de un libro sellado 1. Con esta inte-
ligencia, y con la noticia y recuerdo de todo lo pasado, máximamente
de aquel tratamiento inicuo, cruel y bárbaro, con que fue recibido en la
santa ciudad su mismo Mesías, que era todo su amor y toda su espe-
ranza, comenzará sin dudar aquel tierno, amargo e inconsolable llanto
de que se habla en Zacarías, capítulo 12, y proseguirá sin interrupción
hasta que se complete en Jerusalén: En aquel día (dice este profeta)
será grande el llanto en Jerusalén… Y plañirá la tierra, familias y fa-
milias a solas… y lo plañirán con llanto, como sobre un unigénito, y
harán duelo sobre él, como se suele hacer en la muerte de un primo-
génito 2. Allí, con el corazón enternecido, y al mismo tiempo contrito y
humillado, y con los ojos llenos de lágrimas, comenzará a decirle a su
Mesías, más con el corazón que con la boca, aquellas tiernas palabras
que ya están registradas en el mismo Profeta: ¿Pues qué llagas son és-
tas en medio de tus manos? 3. Y el Señor le responderá, y le hará sentir
la respuesta en lo más íntimo del corazón: De éstas he sido llagado en
la casa de aquellos que me amaban (o en la casa de mi amada, como
leen los LXX) 4.
[139] Allí, en aquella quietud y soledad, se le mudará del todo el
corazón, derramándose sobre ella aquella agua pura y limpia (símbolo
propio del bautismo y del Espíritu de Dios) que se le promete en el ca-
pítulo 36 de Ezequiel, desde el versículo 24: Por cuanto os sacaré de
entre las Gentes, y os recogeré de todas las tierras, y os conduciré a
vuestra tierra. Y derramaré sobre vosotros agua pura, y os purifica-
réis de todas vuestras inmundicias… Y os daré un corazón nuevo, y
pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros; y quitaré el corazón
de piedra de vuestra carne, y os daré corazón de carne. Y pondré mi
espíritu en medio de vosotros, etc. 5. Allí les dará el Señor aquellos
pastores buenos y excelentes que se les prometen por Oseas y por Je-
remías, los cuales les darán el pasto conveniente de doctrina, de ins-
trucción y de exhortación, de aliento, de fervor, para que ninguno de
sus individuos desfallezca y se eche menos en el número: Y les daré
sus viñadores del mismo lugar… Y levantaré sobre ellos pastores, y
los apacentarán; de allí adelante no tendrán miedo, ni se asombra-
rán; y de su número no será buscado ninguno 6. Estos pastores pare-

1 Is. 29, 11.


2 Zac. 12, 11-12 y 10.
3 Zac. 13, 6.
4 Zac. 13, 6.
5 Ez. 36, 24-27.
6 Os. 2, 15; Jer, 23, 4.
600 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ce serán sus mismas alas, que la han de conducir a la soledad: En don-


de tenía un lugar aparejado de Dios, para que allí la alimentasen mil
doscientos sesenta días. Allí se santificará con aquella perfecta santifi-
cación que se le tiene anunciada y prometida para después de la resu-
rrección metafórica de los huesos áridos y secos: Y pondré mi santifi-
cación en medio de ellos por siempre 1. Allí derramará sobre ella el
Padre celestial, con infinita bondad y profusión, espíritu de gracia y
de oración 2; y junto con el don de oración, también el espíritu bueno y
sumamente necesario, para un pecador, de llanto, de contrición y pe-
nitencia: Y haréis memoria de vuestros caminos perversos, y de vues-
tros depravados afectos; y os serán amargos vuestros pecados y vues-
tras maldades. No lo haré yo por vosotros, dice el Señor Dios, tenedlo
entendido; confundíos y avergonzaos sobre vuestros caminos, casa
de Israel 3.
[140] Allí, en aquella soledad, o al entrar en ella, descubrirá el Se-
ñor (para los fines que él solo sabe, y no tocan a nuestra ignorancia y
pequeñez) el arca sagrada de la antigua alianza, y junto con ella el an-
tiguo altar y tabernáculo, que Jeremías, por una orden expresa que
recibió de Dios 4, sacó del templo, después de destruida Jerusalén por
Nabucodonosor, y escondió en una cueva del monte Nebo, situado a la
otra parte del Jordán, en la tierra de Moab. Lo cual ejecutado, el mis-
mo Jeremías profetizó que será desconocido el lugar, hasta que reúna
Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces
mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y
habrá nube, como se manifestaba a Moisés, etc. 5.
[141] Allí, en suma, se verificarán otras innumerables profecías, de
que están llenos los Profetas, especialmente los Salmos, que nos anun-
cian la conversión, la restitución y asunción futura de las reliquias de
Israel, y la mudanza de su estado presente en otro infinitamente diver-
so, que su misma novedad y grandeza ha hecho increíble. Volved a leer
con mayor atención la profecía de Oseas, que poco ha apuntamos: He
aquí yo la atraeré, y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. Y
le daré sus viñadores del mismo lugar, y el valle de Acor para entrar
en esperanza, y cantar allí según los días de su mocedad, y según los
días en que salió de tierra de Egipto. Y acaecerá en aquel día, dice el
Señor, me llamará: Marido mío… Y te desposaré conmigo para siem-
pre, y te desposaré conmigo en justicia y juicio, y en misericordia, y
en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe, etc. 6.

1 Ez. 37, 26.


2 Zac. 12, 10.
3 Ez. 36, 31-32.
4 2 Mac. 2, 4.
5 2 Mac. 2, 7-8.
6 Os. 2, 14-16 y 19-20.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 601

Artículo 9
Versículos 17-18

[142] Y se airó el dragón contra la mujer; y se fue a hacer guerra


contra los otros de su linaje, que guardan los mandamientos de Dios,
y tienen el testimonio de Jesucristo. Y se paró sobre la arena de la
mar 1. Este último suceso que anuncia aquí San Juan, parece la conse-
cuencia también última, o la resulta final, de la vocación y asunción de
las reliquias de Jacob. No habiendo el dragón podido impedir el parto
de la mujer, ni tampoco devorarlo; no habiendo después de esto podi-
do conseguir entrada ni audiencia en el tribunal del justo Juez; no ha-
biendo podido resistir al príncipe grande San Miguel, que lo arrojó a la
tierra con todos sus ángeles; no habiendo podido, en fin, después que
fue vencido y arrojado a la tierra, alcanzar a la mujer que huía, ni por
sí, ni por medio de aquel gran río, que como otro Faraón arrojó de su
boca, con el fin de que fuese arrebatada de la corriente, esto es, para
hacerla volver a la servidumbre y cadenas de Egipto; dice el texto sa-
grado que se irritó furiosamente contra la mujer, y quedó como abra-
sado y ardiendo en vivas llamas de furor: Y se airó el dragón contra la
mujer. Mas considerando, a pesar suyo, que aquel mal era ya irreme-
diable, y que el pájaro no solamente se le había volado de entre las ma-
nos, sino que había volado a cierta soledad, para él ciertamente inac-
cesible (de la presencia de la serpiente), no quiso perder inútilmente
aquel poco tiempo que le quedaba. Tomó, pues, para consolarse de al-
gún modo, el último partido y resolución que puede tomar un desespe-
rado. Convirtió toda su indignación, su rabia y su furor, contra lo que
quedaba en la tierra de su linaje, que no puede ser otra cosa sino las
reliquias del verdadero cristianismo entre las Gentes; pues expresa-
mente se dice que estas reliquias del linaje de la mujer, contra quienes
convierte el dragón todas su iras, son aquellos que observan los man-
damientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo: Y se fue a ha-
cer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los mandamien-
tos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo; los cuales, por la fe
pura e incorrupta, son linaje de Abraham, y por una consecuencia ne-
cesaria, son del linaje de aquella mujer.
[143] Y veis aquí con esto solo mudado todo el teatro o aspecto pre-
sente de nuestra tierra. Veis aquí el verdadero principio de la tribula-
ción anticristiana, de que estamos amenazados en todas las Escrituras,
y de que nos hablan con tanta claridad, y con expresiones tan vivas, así
los apóstoles como el Hijo de Dios, según los Evangelios. Veis aquí re-

1 Apoc. 12, 17-18.


602 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

velado, manifiesto, perfecto y consumado aquel mismo misterio de ini-


quidad, que ya se comenzaba a obrar aun en los tiempos de San Pablo 1.
Del cual misterio de iniquidad, ya revelado públicamente, sigue luego
hablando San Juan en todo el capítulo siguiente, bajo la metáfora de
una bestia terrible con siete cabezas y diez cuernos, y de otra bestia aún
más terrible de dos solos cuernos, semejantes a los de un cordero, mas
con voz o locuela de dragón. Todo lo cual se puede ver de nuevo y con-
siderar con mayor atención en el fenómeno 3, desde el párrafo 3, a
donde me remito por el presente para el perfecto cumplimiento de este
fenómeno.

Conclusión

[144] Esto es, amigo y Señor mío, lo que juzgo en el Señor, según
las santas Escrituras, sobre la verdadera inteligencia del capítulo 12
del Apocalipsis. En esta inteligencia, como acabáis de ver, todo corre
naturalmente sin tropiezo, sin embarazo, sin artificio, sin violencia; y
todo corre según las Escrituras. Yo no niego que me puedo en esto en-
gañar, así como en otras muchas cosas en que me parece haber encon-
trado la verdad. Sé que soy, como todos, hijo de Adán, y no tengo privi-
legio alguno que pueda eximirme de la pensión general a todos los mor-
tales. Por tanto, me creo obligado a protestar, como lo hago en verdad,
que todas las cosas que sobre esto he dicho, mi intención no es afirmar
como una verdad, demostrada o demostrable, sino solamente proponer
y pedir. Proponer estas cosas a la consideración de los sabios, y pedir
instantemente consideración, como que la juzgo infinitamente intere-
sante. Para lo cual me parece buena disposición que cualquier juez,
aunque sea el ingenio más sublime, ponga primero aparte toda preo-
cupación, y procure quedar en una plena y perfecta indiferencia para
tomar o rechazar lo que hallare o no conforme a la verdad. Luego, to-
mando en las manos aquella fiel balanza que llamamos sentido co-
mún, pese en ella escrupulosamente todo este sistema, y toda la inteli-
gencia de la profecía que acabo de proponer; y ésta no solamente en sí
misma, según su peso y valor intrínseco, o según los fundamentos en
que estriba, que son las santas Escrituras; sino también respecto de los
otros sistemas o inteligencias que hasta ahora se han imaginado. He-
cho esto, yo espero la sentencia, y estoy prontísimo a sujetarme a ella.
[145] Si la mujer que hemos propuesto no es en la realidad la
misma de que habla la profecía (lo cual se deberá primero convencer
con buenas razones), a lo menos parece ciertísimo que todo cuanto di-
ce esta profecía se debe verificar, según otras muchas profecías, en es-

1 2 Tes. 2, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 603

ta misma individua mujer de que hemos hablado. Y si todo eso se ha


de verificar en ella en algún tiempo, según las Escrituras, ¿qué razón
puede haber para repugnar o dudar de que sea ella misma? No se pue-
de negar que esta inteligencia no se conforma, antes repugna mani-
fiestamente, a las ideas ordinarias; se pueden seguir de ellas muchas
consecuencias, no menos legítimas que desagradables. Mas tampoco
se puede negar, por más que se desee, que esta misma inteligencia no
repugna, antes se conforma enteramente, con todas las Escrituras del
Viejo y Nuevo Testamento.
[146] Por estas Escrituras sabemos, lo primero: que las naciones
llamadas de Dios con tan grandes misericordias tienen sus tiempos fi-
jos y precisos, señalados ya en la presciencia divina, y en su altísima e
inescrutable providencia; los cuales tiempos de misericordia (según
dice a las mismas naciones su propio Apóstol con la mayor formalidad
y claridad posible) serán solamente para aquellos que permanezcan en
bondad, dando, como buenos injertos en la buena oliva, aquellos fru-
tos buenos y abundantes que se deben esperar después de un beneficio
o de un cultivo tan extraordinario: Si permanecieres en la bondad; de
otra manera serás tú también cortado 1; la cual permanencia en bon-
dad, esto es, en fe y en justicia, se nos anuncia por otra parte, o por
otras mil partes, que no se verificará, como queda notado en varias
partes de este escrito.
[147] Sabemos, lo segundo, por las mismas Escrituras: que las tri-
bus de Jacob, arrojadas de su Dios con… ira, y con… grande indigna-
ción 2, y castigadas con tan gran severidad, de herida de enemigo con
cruel castigo 3, tienen del mismo modo sus tiempos de severidad y ri-
gor señalados en la presciencia y providencia admirable y altísima del
mismo Dios; los cuales tiempos, como predica el mismo Apóstol, serán
precisamente aquellos en que no durare en las naciones la bondad;
pues así como éstas consiguieron misericordia sin buscarla, por la in-
credulidad de los Judíos, así alternativamente la conseguirán los Ju-
díos: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar
con todos de misericordia. ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sa-
biduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios,
e impenetrables sus caminos! 4.
[148] Ahora bien, como la verdadera Iglesia cristiana es ciertamen-
te indefectible, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella 5,
deberá Dios dar alguna providencia, nueva y extraordinaria, hacia el
fin de los tiempos de las naciones, para que no falte del todo la caridad,

1 Rom. 11, 22.


2 Jer. 21, 5, 32 y 37.
3 Jer. 30, 14.
4 Rom. 11, 32-33.
5 Mt. 16, 18.
604 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

aun cuando se haya resfriado, y apagado casi enteramente la lumbre


de la fe por la abundancia de la iniquidad 1. ¿Qué providencia será es-
ta? Los doctores, llegando a esta estrechura, y confesando el hecho,
aunque a más no poder, procuran no obstante llevar hasta el fin la idea
favorable. Así, dicen que la verdadera Iglesia cristiana, en los tiempos
terribles de la tribulación del Anticristo, se conservará en aquellos po-
cos o poquísimos fieles que quedarán incorruptos en medio de la gene-
ral iniquidad. Bien, ésta es una verdad por sí conocida, que no puede
negar quien cree que la Iglesia es indefectible. ¿Cómo ha de ser inde-
fectible, si en algún tiempo faltan todos los fieles, sin quedar algunos
que puedan constituirla? Quedarán, pues, algunos fieles, en quienes se
conservará la Iglesia hasta la venida del Señor, y éstos serán indubita-
blemente (o todos o muchos) los que después de la resurrección de los
santos subirán juntamente con ellos en las nubes a recibir a Cristo en
los aires 2. Todo esto, vuelvo a decir, es una verdad. Mas esta verdad,
¿es lo único que hay aquí que considerar? Fuera de esta verdad, ¿no
hay todavía otra de mayor consideración? ¿Por qué se olvida, pues, es-
ta verdad? ¿Por qué se olvida, digo, la vocación, la asunción, la restitu-
ción, la plenitud de los Judíos, tan clara, tan visible, tan patente en to-
das las Escrituras? ¿Por qué se desprecian tanto estos miserables? Veis
aquí de paso la verdadera causa de la oscuridad, a mi parecer, de los
Profetas; quiero decir, el desprecio de los Judíos, el no querer traerlos
a consideración sino en las cosas que les son contrarias, el olvidarlos
absolutamente en las favorables; y no obstante, con ellos todo se en-
tiende, y sin ellos nada.
[149] La providencia, pues, que según las Escrituras dará el Señor
hacia el fin de los tiempos de las naciones para que no falte la Iglesia,
antes se aumente, se mejore, se perfeccione y se dilate por toda la tie-
rra, será la vocación tan anunciada de las reliquias de Israel; así como
cuando faltó Israel, o se negó casi todo al convite del gran padre de fa-
milias, su providencia fue llamar a las naciones: Porque como también
vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanza-
do misericordia por la incredulidad de ellos; así también éstos… al-
canzarán misericordia. Porque Dios todas las cosas encerró en incre-
dulidad, para usar con todos de misericordia 3. La providencia será,
según las Escrituras, injertar de nuevo en la buena oliva sus ramas
propias y naturales: Pues Dios es poderoso para injertarlos de nuevo.
Porque si tú fuiste cortado del natural acebuche, y contra natura has
sido injertado en buen olivo, ¿cuánto más aquellos, que son natura-
les, serán injertados en su propio olivo? 4.

1 Mt. 24.
2 1 Tes. 4, 16.
3 Rom. 11, 30-32.
4 Rom. 11, 23-24.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 605

[150] La ceguedad de Israel, prosigue el Apóstol, es un misterio


que no deben ignorar ni tampoco olvidar las Gentes cristianas, a quie-
nes el mismo Apóstol dice: Porque no seáis sabios en vosotros mis-
mos 1; el cual misterio no puede concluirse plenamente hasta que en-
tre la plenitud de las Gentes que han de entrar (no cierto todos los lla-
mados, sino los escogidos); y entonces, cuando ya no se halle quien
quiera entrar, cuando los que estaban dentro se hayan salido fuera,
cuando los que quedaren no queden por la mayor y máxima parte en
verdadera bondad, etc.; entonces todo Israel se salvará, como está es-
crito 2; entonces el misericordioso y omnipotente Dios de nuestros pa-
dres extenderá… su mano segunda vez para poseer el resto de su pue-
blo que quedará de los Asirios, y de Egipto, y de Fetros, y de Etiopía,
y de Elam, y de Senaar, y de Amat, y de las islas del mar. Y alzará
bandera a las naciones, y congregará los fugitivos de Israel, y reco-
gerá los dispersos de Judá de las cuatro plagas de la tierra 3.
[151] Entonces llamará segunda vez las reliquias de Abraham, de
Isaac y de Jacob, cumpliéndoles fielmente a estos fidelísimos siervos
todas las promesas que les hizo aun con juramento: Harás verdad con
Jacob, con Abraham misericordia, como lo juraste a nuestros padres
desde los días antiguos 4. Entonces sacará estas reliquias preciosas de
entre las naciones todas, donde él mismo las tiene dispersas, las con-
ducirá en primer lugar sobre alas de águilas (o como sobre alas de
águila) al desierto de los pueblos, con prodigios iguales o mayores de
los que hizo antiguamente para sacarlos de Egipto y conducirlos a la
soledad del monte Sinaí; los lavará allí de todas sus iniquidades anti-
guas y nuevas con la sangre del Cordero; los llenará de su espíritu; los
renovará enteramente según el hombre interior 5; y obrará en ellos
aquella perfecta santificación, y todas aquellas maravillas tan grandes,
tan nuevas y tan extraordinarias, que con tanta frecuencia y claridad
se encuentran en los profetas de Dios.
[152] A todo esto parece que alude aquella voz que se oye del cielo,
poco antes de ejecutarse la sentencia que acaba de darse en el Consejo
extraordinario de Dios contra la grande Babilonia: Salid de ella, pue-
blo mío, para que no tengáis parte en sus pecados, y que no recibáis
de sus plagas. Porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y se ha
acordado el Señor de sus maldades 6.

1 Rom. 11, 25.


2 Rom. 11, 26.
3 Is. 11, 11-12.
4 Miq. 7, 20.
5 Rom. 7, 22.
6 Apoc. 18, 4-5.
Fenómeno 9
El tabernáculo de David

[153] Acabamos de observar la gran señal del capítulo 12 del Apo-


calipsis con todos sus misterios. En esta observación hemos visto lla-
mada, iluminada y congregada, con grandes piedades, a la antigua es-
posa de Dios con todas sus reliquias, y conducida a la soledad después
de su parto, lleno de peligros y angustias, sobre dos alas de águila
grande, así como sucedió antiguamente en los días de su juventud.
Hemos notado de paso en esta observación algunas profecías que se
enderezan visiblemente a este mismo suceso, aquellas con especiali-
dad que hablan con alusión expresa y clara a la salida de Egipto, al pa-
so milagroso del mar Rojo, y a la soledad del monte Sinaí de esta mis-
ma célebre mujer. En suma, habiéndola seguido hasta la soledad, a su
lugar… aparejado de Dios, la dejamos allí retirada y segura de la pre-
sencia de la serpiente, libre de toda distracción, y ocupada enteramen-
te en nutrirse con aquel pasto espiritual que Dios le ha preparado, y de
que tiene una extrema necesidad, para que allí la alimentasen mil
doscientos sesenta días; ocupada, digo, en oír la lengua erudita, o la
doctrina y enseñanza de sus conductores y pastores, y juntamente en
oír lo que Dios le habla al corazón; y por consiguiente, en afectos de
verdadera penitencia, de agradecimiento, de amor, y de continuo y
amarguísimo llanto; y todo esto mientras lo restante de la tierra se
abrasa en aquel fuego o peste voracísima que tiene por nombre, según
San Pablo, apostasía 1; según San Juan, todo espíritu que divide a Je-
sús 2; según Isaías, oscuridad… y tinieblas: Porque he aquí que las ti-
nieblas (el anticristianismo, según otro nombre más obvio y más vul-
gar) cubrirán la tierra, y la oscuridad los pueblos; mas sobre ti (se le
dice y anuncia a esta misma mujer) nacerá el Señor, y su gloria se ve-
rá en ti 3. En aquel día, dice el Señor, reuniré aquella que cojeaba, y
recogeré a aquella que había desechado y afligido. Y reservaré para
residuos a la que cojeaba, y la que era afligida, para formar un pue-
blo robusto 4. He aquí que yo mataré a todos aquellos que te afligie-
ron en aquel tiempo, y salvaré a la que cojeaba, y recogeré aquella

1 2 Tes. 2, 3.
2 1 Jn. 4, 3.
3 Is. 60, 2.
4 Miq. 4, 6-7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 607

que había sido desechada; y los pondré por loor y por renombre en
toda la tierra de la confusión de ellos 1.
[154] Si deseáis ahora saber para qué fin primario y principal con-
gregará Dios en aquel día esta mujer claudicante, que había desecha-
do y afligido, lo podéis saber leyendo las palabras que siguen inmedia-
tamente en el texto de Miqueas: Y reinará el Señor sobre ellos en el
monte de Sión, desde ahora y hasta en el siglo; de modo que congrega-
rá Dios a la claudicante, con todas sus reliquias, para reinar sobre ellas
en el monte Sión, desde entonces hasta en el siglo; pues hecha esta
congregación, añade, vendrá la potestad primera, y el reino de la hija
de Jerusalén 2. Mas todo esto, ¿qué significa, qué sentido puede tener?
A mí me parece que todo esto no tiene otro sentido que el obvio y na-
tural, atendido el texto con todo su contexto; pues sólo en este sentido
es conforme a la profecía, con tantas otras que anuncian lo mismo con
diversas palabras. Me parece, digo, que con esta mujer claudicante,
aquella que Dios había desechado y afligido, y con todas sus reliquias
preciosas, selladas en la frente con el sello de Dios vivo, y congregadas
en aquel día… con grandes piedades, se va luego a preparar el taber-
náculo o el solio de David que cayó, y de cuya erección y reedificación
estable y permanente nos hablan tanto las santas Escrituras.

Modo de discurrir sobre este asunto


en el sistema ordinario

Discurso previo

PÁRRAFO 1
[155] El tabernáculo de David o su solio (se puede decir o se dice
confiadamente) cayó más de dos mil años ha de aquella altura en que
Dios mismo lo había colocado. No sólo cayó por su propio peso, como
caen todas las cosas frágiles y corruptibles de nuestro mundo, sino
también, y mucho más, por la iniquidad e ingratitud de los reyes sus su-
cesores, que se sentaron en el mismo solio; pues, exceptuando dos o
tres, todos los demás fueron pecadores: Excepto David, y Ezequías, y
Josías, todos cometieron pecado 3. Por lo cual el Dios de sus padres,
con indignación y con grande ira 4, no solamente depuso del solio de
David, y desheredó para siempre, a todos sus hijos y descendientes,

1 Sof. 3, 19.
2 Miq. 4, 8.
3 Eclo. 49, 5.
4 Jer. 21, 5.
608 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sino que al mismo solio le dio un impulso violentísimo contra la tierra


por medio de Nabucodonosor; lo quebrantó, lo desmenuzó, y lo redujo
a polvo y ceniza, como si hubiese pronunciado contra él aquella terrible
sentencia: Polvo eres, y en polvo te convertirás 1. El mismo David, ha-
blando con Dios en el salmo 88, después de hacerle presentes sus pro-
mesas, que en este asunto le había hecho aun con juramento, le dice no
obstante estas proféticas palabras: Mas tú desechaste y despreciaste,
alejaste a tu Cristo. Has volcado la alianza de tu siervo, has echado
por tierra su Santuario (o su corona, como lee Pagnini; y la paráfrasis
caldea: Su corona, su asiento sacudiste contra la tierra) 2. Y es así ver-
dad que el golpe que dio contra la tierra el tabernáculo o solio de David
fue tan terrible por la violencia con que cayó, que desde Nabucodono-
sor hasta el día presente no se ha podido levantar, ni hay apariencia ni
esperanza alguna de que pueda levantarse jamás. Parece una pieza no
sólo quebrantada y desmenuzada, sino perfectamente aniquilada.
[156] Es verdad (prosiguen diciendo, pues no es posible disimular-
lo todo), es verdad que muchas profecías anuncian clara y expresa-
mente la reedificación y erección del mismo tabernáculo o solio de Da-
vid, que cayó y se arruinó del todo hacia los principios del primer im-
perio; mas estas profecías, añaden, no deben ni pueden entenderse
sino en sentido espiritual; y en este sentido verdadero y único, ya to-
das se han verificado y se están actualmente verificando en la Iglesia
presente, la cual es el verdadero tabernáculo de David, o su verdadero
solio, donde se sienta y reina espiritualmente el hijo de David, Cristo
Jesús, etc. Paréceme que he resumido fielmente en pocas palabras to-
do el modo de discurrir, y todo el discurso ordinario de los doctores,
así intérpretes como teólogos, en el asunto de que tratamos.
[157] De manera, digo yo, que según este modo de discurrir, el ta-
bernáculo o solio de David (de que hablan las Escrituras, ya en contra,
ya también en favor) tiene o debe tener dos sentidos, o dos aspectos in-
finitamente diversos entre sí: uno puramente material, otro puramente
espiritual; uno para recibir castigos y plagas, otro para recibir favores y
misericordias; uno para caer, para quebrantarse y desmenuzarse, otro
para levantarse después de la caída, entero y sano; uno, en suma, para
morir, y otro infinitamente diverso para resucitar. Así, aunque las pro-
fecías anuncian con toda formalidad y claridad posible que aquel mis-
mo solio de David, caído, muerto, sepultado y convertido en polvo, re-
sucitará algún día, y se levantará del polvo de la tierra; que se levantará
de nuevo sobre las ruinas de todos los otros solios de la tierra; que se le-
vantará de un modo incorruptible y eterno, etc.; mas esto no será, di-

1 Gen. 3, 19.
2 Sal. 88, 39-40.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 609

cen, ni podrá ser según su primer sentido o aspecto material, sino so-
lamente según el segundo sentido o aspecto espiritual, verdadero y úni-
co. En fin, el tabernáculo o solio de David resucitará, y se levantará otra
vez, según las Escrituras, mas no en aquel sentido en que cayó y murió,
sino en otro sentido perfectísimo en que no ha caído ni muerto jamás.
[158] Yo estoy muy lejos de oponerme a este sentido o aspecto es-
piritual. Lo que aquí se dice o se quiere decir, yo también lo digo, lo
creo y lo confieso como una verdad. No hay duda que la Iglesia presen-
te se puede llamar en cierto sentido un reino, un tabernáculo, un solio,
donde reina espiritualmente Jesucristo por la fe de los creyentes, o
donde reina la verdadera fe, y también la verdadera justicia; mas estas
palabras, reino, tabernáculo, solio, etc., hablando de la Iglesia presen-
te, son unas palabras no propias, sino visiblemente prestadas. Se usa
de ellas con propiedad, mas con propiedad tomada de la semejanza, y
que está en la semejanza misma, no en la cosa. De este modo decía San
Pablo con verdad y propiedad: Reinó la muerte desde Adán hasta
Moisés 1. De este modo decimos con verdad que en una gran parte del
mundo reina Mahoma o el mahometismo, por la fe, aunque falsa y
errónea, de los que lo creen y siguen su doctrina. En otra parte no me-
nos grande reina la idolatría, en otra la herejía, en otra la filosofía, en
otra la barbarie, etc. Y en este mismo sentido es ciertísimo que en otra
gran parte del mundo reina el verdadero cristianismo, que constituye
la verdadera Iglesia de Cristo, y por consiguiente reina el mismo Cristo
espiritualmente por la fe de los creyentes, especialmente sobre aque-
llos que tienen una fe viva.
[159] Mas con este solo sentido espiritual, aunque verdadero, ¿se-
rá posible verificar plenamente las profecías? ¿La Iglesia presente es
en realidad aquel mismo reino, tabernáculo o solio de David, que fue
destruido enteramente por Nabucodonosor, que desde entonces hasta
ahora está sepultado en el olvido, y a quien anuncian los Profetas de
Dios su resurrección, su erección, su reedificación sólida y eterna? Mi-
rad, señor, no os equivoquéis, no queráis reducir por fuerza a una sola
idea dos ideas tan diversas entre sí. La Iglesia presente es un cuerpo
moral y místico, de quien Cristo mismo es la verdadera cabeza, en
quien es el soberano Pontífice, el sumo Sacerdote, el Príncipe de los
pastores, el Maestro, el Abogado para con el Padre, la luz, el camino, la
verdad, la vida, la propiciación, la redención, etc. Todos estos nombres
leemos frecuentemente en los escritos de los Apóstoles, y nunca el
nombre de Rey temporal o de la tierra, sino en la entrada triunfante de
los ramos, con las aclamaciones del pueblo, que presto se convirtieron
en gritos de rebelión y blasfemias contra el rey de Israel, pidiéndolo

1 Rom. 5, 14.
610 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

para la muerte, y protestando: No tenemos rey sino a César 1. Pero en


el Apocalipsis, cuando ya viene del cielo a la tierra en gloria y majes-
tad, entonces ya trae escrito en su vestidura y en su muslo: Rey de re-
yes, y Señor de señores 2, y por tal será reconocido del universo.
[160] Es, pues, Jesucristo, como soberano Pontífice y sumo Sacer-
dote, la verdadera cabeza de la Iglesia; mas cabeza del todo invisible
en sí misma, y sólo visible en su vicario, sucesor legítimo de San Pe-
dro, que el mismo Señor dejó en su lugar, con todas las llaves, y con
todas sus veces y autoridad. Ahora bien, ¿es lo mismo ser soberano
pontífice, cabeza visible o invisible de un cuerpo moral y místico, que
ser rey de este mismo cuerpo? ¿No hay alguna diferencia grande y no-
table, aun dentro del cuerpo místico de la Iglesia, entre el sacerdocio y
el imperio? ¿Es lo mismo ser en la Iglesia de Cristo sumo sacerdote,
supremo pastor, soberano pontífice, cabeza visible o invisible, etc., que
ser rey o monarca? Todos los católicos creemos y confesamos como
una verdad indubitable que el obispo de Roma, como sucesor legítimo
de San Pedro, es el vicario de Cristo, es el sumo sacerdote, el soberano
pontífice, el supremo pastor; por consiguiente, es el superior y la cabe-
za visible del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia; mas ningún
católico cree, a lo menos en estos tiempos, como ni en los siete a ocho
primeros siglos, que sea rey o monarca temporal de la misma Iglesia,
ni que su potestad sea tan sin límites que se extienda indiferentemente
a todo, así espiritual como civil. Lo espiritual toca privadamente al sa-
cerdocio, unido estrechamente con su cabeza visible e invisible. Lo ci-
vil (y el sacerdocio mismo en lo que es civil) toca al imperio, al rey, al
príncipe, o a la potestad secular. Así como toda la potestad espiritual
que hay en la verdadera Iglesia viene de Dios, así viene de Dios toda la
civil que hay en el mundo: Porque no hay potestad sino de Dios; y las
que son, de Dios son ordenadas 3. Si tal vez se ha abusado de la una,
también se ha abusado igualmente de la otra, y no hay que maravillar-
se; pues son efectos propios y naturales de la enfermedad del hombre,
en cuyas manos ha puesto Dios así la una como la otra potestad. Para
todos los accidentes posibles se nos ha dejado este remedio único, pe-
ro infalible: Con vuestra paciencia poseeréis vuestras almas 4. Esta es
la idea clara y segurísima que nos dan los Evangelios, y conforme a
ellos, toda la doctrina de los Apóstoles, así escrita por ellos mismos,
como conservada en la Iglesia por una tradición y práctica de muchos
siglos, constante, uniforme y universal. El querer salir de aquí es que-
rer confundir las ideas más claras.

1 Jn. 19, 15.


2 Apoc. 19, 16.
3 Rom. 13, 1.
4 Lc. 21, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 611

[161] Del reino, pues, del tabernáculo, del solio del santo rey Da-
vid, que cayó del todo y se redujo a polvo desde los principios del pri-
mer imperio, de este mismo anuncian los Profetas de Dios que algún
día se levantará de nuevo en la persona del Mesías, hijo de David se-
gún la carne. Mas este reino, este tabernáculo, este trono, este solio
(que de estos cuatro nombres usan los Profetas), ¿era acaso algún
reino puramente espiritual? ¿Era acaso el tabernáculo de la religión, o
el solio del sumo sacerdote? Cierto que no. El sumo sacerdocio perte-
necía, por institución divina, a la tribu de Leví y familia de Aarón, no a
la tribu de Judá y familia de David: En la cual tribu (dice San Pablo)
nada habló Moisés tocante a los sacerdotes 1. Es verdad que el mismo
Apóstol añade en el lugar citado que el sumo sacerdocio se trasladó a
Cristo, y en Cristo se afirmó para siempre; mas también es verdad que
no se trasladó a Cristo por hijo de David, a quien el sumo sacerdocio
no pertenecía de modo alguno, ni tampoco por hijo de Aarón, aunque
realmente descendiente de Aarón por alguna línea; pues como observa
el mismo San Pablo, el sumo sacerdocio de Cristo no es según el orden
de Aarón (mucho menos según el orden de David), sino según el or-
den de Melquisedec. Se trasladó, pues, a Cristo el sumo sacerdocio, y en
él se afirmó para siempre, únicamente por voluntad expresa de Dios,
que así se lo tenía prometido y jurado en el salmo 109: Juró el Señor, y
no se arrepentirá: Tú eres Sacerdote eternamente según el orden de
Melquisedec 2; esto es, añade San Pablo, a semejanza de Melquisedec
se levanta otro sacerdote, el cual no fue hecho según la ley del man-
damiento carnal, sino según la virtud de vida inmortal 3.
[162] En suma, es ciertísimo que ni el sacerdocio de Aarón ni el de
Melquisedec pertenecían a David; luego ni el uno ni el otro se pueden
llamar el reino, el tabernáculo o el solio de David. Luego el sacerdocio
eterno que se puso en la persona de Cristo, y que ahora ejercita en la
Iglesia presente, que llaman reino espiritual de Cristo, no puede ser el
reino, el tabernáculo o solio de David de que hablan las profecías, que
cayó y se disolvió enteramente más de dos mil años ha; no puede ha-
berse verificado en un reino, tabernáculo o solio puramente espiritual,
en que David no tuvo parte alguna; pues este tabernáculo o solio espiri-
tual no es otra cosa en realidad que el sumo sacerdocio de Cristo.
[163] ¿Qué dijeran de mí si, imitando el modo de discurrir de los
doctores, dijese de David mismo lo que aquí dicen de su tabernáculo?
Si me atreviese, digo, a avanzar esta proposición: el santo rey David
cayó, murió, fue sepultado, se convirtió en polvo, etc.; y aunque es de
fe divina por las Escrituras que ha de resucitar (si acaso no ha resuci-

1 Heb. 7, 14.
2 Sal 109, 4.
3 Heb. 7, 15-16.
612 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tado ya), mas esta resurrección ya está verificada plenamente, ni hay


que esperar otra cosa. ¿Cómo? Espiritualmente. ¿Cuándo? Cuando el
Mesías su hijo recibió el sumo sacerdocio según el orden de Melquise-
dec, o también cuando el alma de David salió del Limbo y fue glorifi-
cada con Cristo el día de la resurrección del Señor, etc. Si este modo de
discurrir pareciera insufrible en los principios fundamentales del cris-
tianismo, se puede fácilmente aplicar la semejanza, no digo en todo,
sino en el punto particular y preciso en que está la controversia.
[164] Si esta semejanza no parece tan justa, puede añadirse esta
otra para mayor claridad. San Pedro, en su segunda epístola, hablando
de su cercana muerte, les dice a los Cristianos estas palabras: Porque
tengo por cosa justa, mientras que estoy en este tabernáculo, de exci-
taros con amonestaciones; estando cierto de que luego tengo de dejar
mi tabernáculo, según que también me lo ha dado a entender nuestro
Señor Jesucristo 1. Ahora bien, el tabernáculo de San Pedro, que cuan-
do esto escribía estaba ya muy cerca de caer, efectivamente cayó, fue
sepultado, se disolvió y convirtió en polvo; no obstante, todos sabemos,
y como cristianos creemos y esperamos, que el mismo tabernáculo de
San Pedro, de que él mismo habla en este lugar, ha de resucitar algún
día, y se ha de levantar entero del polvo de la tierra en que yace; mas es-
to no debe ni puede entenderse materialmente, sino en otro sentido
metafórico y espiritual; y en este sentido verdadero y único ya esto se ha
verificado, y se está verificando muchos siglos ha. ¿Dónde y cómo? No
solamente en el templo magnífico del Vaticano, sino en toda la univer-
sal Iglesia, que se puede muy bien mirar como un tabernáculo de San
Pedro, donde es venerado y honrado de todos los fieles, como que es el
Vicario de Cristo, a quien se dijeron inmediatamente aquellas palabras:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia 2. Siendo éste el
verdadero y único sentido de la resurrección y erección del tabernáculo
de San Pedro, que cayó en tiempo de Nerón, no tenemos que esperar
otra resurrección y erección material del mismo tabernáculo de San
Pedro; y el Príncipe de los Apóstoles deberá contentarse con esto sólo.
[165] Yo no pretendo que estas semejanzas o paridades corran en
todo; me basta que corran en el punto particular y preciso sobre que
disputamos. Así como nos dicen las santas Escrituras que el taberna-
culo de San Pedro, de que él mismo habla, aunque caído, disuelto y he-
cho polvo desde el imperio de Nerón, se levantará algún día del polvo;
que se levantará el mismo que cayó, y no otro; que se levantará de un
modo más perfecto, y para no volver a caer jamás, etc.; así nos dicen
las mismas Escrituras con la misma claridad que el tabernáculo de Da-

1 1 Ped. 1, 13-14.
2 Mt. 21, 18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 613

vid de que vamos hablando, esto es, su reino, su trono, su solio caído,
destruido y convertido en polvo desde el imperio de Nabucodonosor,
se levantará también algún día; que se levantará él mismo y no otro;
que se levantará de un modo perfectísimo, incorruptible y eterno.
Ahora bien, es ciertísimo, según las Escrituras, que el tabernáculo de
San Pedro se ha de levantar algún día de la tierra, no en sentido meta-
fórico y espiritual, sino en sentido propio, físico y real; luego bien po-
demos asegurar lo mismo del tabernáculo o solio de David, pues el
mismo Espíritu de verdad que promete en general lo primero, promete
también en particular esto segundo: En aquel día (se dice por ejemplo
en Amós), en aquel día levantaré el tabernáculo de David, que cayó;
y repararé los portillos de sus muros, y repararé lo que había caído;
y lo reedificaré como en los días antiguos 1.
[166] Mas estas y otras profecías semejantes de que hablaremos
más adelante, ¿por qué se echan a otros sentidos puramente espiritua-
les? ¿Por qué se pretenden verificar con una violencia tan visible en el
sacerdocio o reino espiritual de Cristo, que es la Iglesia presente, cuan-
do éste que llaman reino espiritual de Cristo no tiene conexión alguna,
ni la más mínima relación, con el tabernáculo, o reino, o solio de Da-
vid que cayó? ¿Por qué no se reciben, digo, estas profecías como se ha-
llan escritas, en su propio y natural sentido? ¿Acaso porque así recibi-
das, se recibe junto con ellas algún error claro y manifiesto? Así parece
que se tira a insinuar; poco he dicho, así se tira a persuadir, aunque
muy de prisa, y más suponiendo que probando. Mas era necesario mos-
trar para esto alguna verdad clara y manifiesta, e incompatible con lo
que tienen y quieren que se tenga por error, lo cual ni se hace, ni es
posible hacer. Si fuese de algún modo posible, ya lo hubieran hecho sin
duda alguna. ¿Acaso porque en este sentido propio y natural, la cosa
es absolutamente imposible? Muéstrese, pues, esta absoluta imposibi-
lidad, muéstrese en ello alguna repugnancia o contradicción. ¿Acaso
solamente porque, tomadas dichas profecías en su sentido propio y
natural, se concibe difícilmente, o no se concibe de modo alguno, có-
mo puedan verificarse? Leve fundamento por cierto, y sumamente leve
y levísimo, respecto de aquellos mismos que creen tantas otras cosas,
infinitamente superiores a la inteligencia del hombre en el estado pre-
sente. Si este fundamento fuera siquiera tolerable, con este solo que-
daban dueños del campo los filósofos de nuestro siglo, y les poníamos
en las manos las armas más terribles para vencernos y aniquilarnos;
mas léase lo que advierte Jeremías: He aquí que yo soy el Señor Dios
de toda carne; pues ¿hay cosa alguna difícil para mí? 2. Y por Zaca-
rías, hablando de estas mismas cosas, dice el Señor: Si parecerá cosa

1 Amós 9, 11.
2 Jer. 32, 27.
614 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

difícil en aquel tiempo a los ojos de las reliquias de este pueblo, ¿aca-
so será difícil a mis ojos? 1.
[167] ¿Será difícil a Dios el cumplir fielmente su palabra, sin bus-
car otros sentidos u otros efugios, indignos de su infinita grandeza y de
su suma veracidad? ¿No le cumplió fielmente a nuestro padre Abraham
en su propio y natural sentido aquella célebre promesa: Sara tu mujer
te parirá un hijo? 2; promesa que hizo reír, aunque no dudar al justo
Abraham, que ya contaba cerca de cien años, y a Sara, que ya contaba
cerca de noventa. ¿Acaso piensas (decía lleno de una verdadera devo-
ción y simplicidad), acaso piensas que de hombre de cien años nacerá
hijo? ¿Y Sara, de noventa años, ha de parir? 3. ¿No le cumplió fielmen-
te a Zacarías, padre de San Juan, una promesa del todo semejante: Tu
mujer Elisabet te parirá un hijo? 4. ¿No le cumplió fielmente a la santí-
sima Virgen María aquella promesa inaudita: He aquí que concebirás
en tu seno, y parirás un hijo… El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te
hará sombra la virtud del Altísimo? 5. ¿No nos ha cumplido, en suma,
a todos los creyentes aquella promesa admirable, inefable, incompren-
sible: Mi carne verdaderamente es comida; y mi sangre verdadera-
mente es bebida. El que come mi carne, y bebe mi sangre, en mí mora,
y yo en él… Así también el que me come, él mismo vivirá por mí? 6.
[168] Pues si estas y tantas otras promesas que ha hecho Dios a sus
siervos y amigos, las ha cumplido fidelísimamente según la letra, en
aquel mismo sentido, obvio, propio y natural en que ha hablado, ¿por
qué razón no podremos o no deberemos creer que cumplirá del mismo
modo lo que tiene prometido al tabernáculo, al solio del santo rey Da-
vid, que cayó? Mas dejando esta disputa, en que tal vez nos hemos de-
tenido más de lo que era necesario, vengamos ya a la observación aten-
ta y fiel de lo que sobre esto hallamos en las santas Escrituras.

Se considera el primer concilio


de la Iglesia cristiana

PÁRRAFO 2
[169] Por el capítulo 15 de las Actas de los Apóstoles tenemos noti-
cias bastante individuales del primer concilio de la Iglesia, de la causa

1 Zac. 8, 6.
2 Gen. 17, 19.
3 Gen. 17, 17.
4 Lc. 1, 13.
5 Lc. 1, 31 y 35.
6 Jn. 6, 56-58.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 615

o motivo porque se congregó, del modo con que se celebró, de lo que


en él se definió, etc. Lo que dio ocasión a aquel primer concilio, dice
San Lucas, fue la pretensión extravagante y empeño declarado de algu-
nos doctores judíos ya cristianos; los cuales, con buena intención y con
gran celo, mas no según la ciencia, perturbaban no poco el ministerio
de San Pablo y de San Bernabé entre las Gentes, diciendo a éstas: Si no
os circuncidáis según el rito de Moisés, no podéis ser salvos 1. Lo peor
de todo era que esta pretensión ridícula la aprobaban y sostenían en
Jerusalén misma (esto es, en la corte o centro que entonces era de la
Iglesia cristiana) otros muchos doctores, también cristianos, de la sec-
ta de los Fariseos, que habían creído 2, los cuales eran de sentir, y lo
decían públicamente, que era necesario que ellos fuesen circuncida-
dos (los Gentiles que creían), y que se les mandase también guardar
la ley de Moisés 3. Como ni los Apóstoles, ni los otros discípulos, ni los
más de los señores o presbíteros de la Iglesia de Jerusalén aprobaban
aquella pretensión verdaderamente durísima y conocidamente inutilí-
sima, determinaron, en fin, juntarse todos en pleno concilio para exa-
minar, resolver y establecer lo que sobre este asunto les dictase el Es-
píritu Santo: Y se congregaron los Apóstoles y presbíteros para tratar
de esta controversia 4.
[170] Habiendo precedido varias altercaciones y disputas, sin con-
cluirse nada por aquella vía, se levantó San Pedro lleno del Espíritu
Santo; y callando todos, habló en favor de las gentes 5, haciendo en
sustancia este simple y admirable discurso:
[171] A los que han creído hasta ahora de las Gentes, sin haberse
circuncidado ni pensado en la ley de Moisés, les ha dado Dios el Espí-
ritu Santo, como a los que hemos creído de la circuncisión, y no ha ha-
bido en esto diferencia alguna sustancial entre ellos y nosotros; pues
Dios, que conoce los corazones, los ha purificado por la fe, así como a
nosotros; luego la circuncisión y las otras observancias puramente le-
gales no pueden ser necesarias para la salud, pues vemos que Dios no
ha hecho caso de estas cosas, sino que ha mirado, así en la circuncisión
como en el prepucio, solamente la fe; luego será una temeridad, o un
tentar a Dios, el querer poner sobre las cervices de los nuevos discípu-
los un yugo durísimo, que ni nuestros padres ni nosotros hemos podi-
do llevar: Y Dios, que conoce los corazones (éste es el texto a la letra),
dio testimonio, dándoles a ellos también el Espíritu Santo, como a no-
sotros. Y no hizo diferencia entre nosotros y ellos, habiendo purifica-

1 Act. 15, 1.
2 Act. 15, 5.
3 Act. 15, 5.
4 Act. 15, 6.
5 Act. 15, 7.
616 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

do con la fe sus corazones. Ahora pues, ¿por qué tentáis a Dios, po-
niendo un yugo sobre las cervices de los discípulos, que ni nuestros
padres, ni nosotros pudimos llevar? Mas creemos ser salvos por la
gracia del Señor Jesucristo, así como ellos 1.
[172] A la fuerza de este discurso en boca de San Pedro, dice el his-
toriador sagrado que callaron todos, que es lo mismo que decir: que-
daron convencidos. Y cayó toda la multitud; y escuchaban a Bernabé
y a Pablo, que les contaban cuán grandes señales y prodigios había
hecho Dios entre los Gentiles por ellos 2.
[173] Ultimamente habló San Jacobo, no para oponerse de modo
alguno al discurso de San Pedro, sino antes para confirmarlo, para
ilustrarlo, para aclararlo y consolidarlo de tal modo, que aquel negocio
gravísimo quedase entre los creyentes enteramente concluido, y los
Judíos cristianos, celosos todavía de su ley, se sosegasen y aquietasen
del todo, y no pusiesen embarazo a la conversión de las Gentes. Así,
pues, pidiendo atención a todo el concilio, habló en estos términos:
Varones hermanos, escuchadme. Simón ha contado cómo Dios pri-
mero visitó a los Gentiles para tomar de ellos un pueblo para su nom-
bre. Y con esto concuerdan las palabras de los Profetas, como está es-
crito: Después de esto, volveré y reedificaré el tabernáculo de David,
que cayó; y repararé sus ruinas, y lo alzaré, para que el resto de los
hombres busque a Dios, y todas las gentes sobre las que ha sido invo-
cado mi nombre, dice el Señor que hace estas cosas. Conocida es al
Señor su obra desde el siglo. Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a
los Gentiles que se convierten a Dios 3.
[174] Este texto se ha mirado siempre como oscurísimo, y no hay
duda que lo es, ya por su extremo laconismo, ya también porque es muy
difícil, después de bien considerado, acordarlo con las ideas sobre que
disputamos. El modo de explicarlo, y la explicación misma, no menos
lacónica, muestran claramente un extraordinario embarazo, y por bue-
na consecuencia alguna confusión más que ordinaria. Para poder en-
tender bien así la explicación como el texto mismo (de que hablaremos
en el párrafo siguiente), creo que sería una buena disposición saber pri-
mero y tener bien presente lo que nos dicen los mismos doctores, sobre
aquella célebre pregunta que hicieron al Señor todos los que asistieron
y fueron testigos de su admirable ascensión a los cielos: Los que se ha-
bían congregado le preguntaban, diciendo: Señor, ¿si restituirás en
este tiempo el reino a Israel? 4. Esta pregunta nos dicen ya clara y ex-
presamente que fue un error, originado de lo que habían oído a sus ra-

1 Act. 15, 8-11.


2 Act. 15, 12.
3 Act. 15, 13-19.
4 Act. 1, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 617

binos sobre el reino del Mesías: Fingieron, por el ordinario error de


aquella gente, que el reino del Mesías sería temporal y mundano, cual
fue el de David y Salomón; siendo así que los Profetas predijeron que
sería espiritual, debiéndose comenzar en el mundo por la fe, y tener su
complemento en el cielo por la fruición de Dios.
[175] Sobre esta tan formal decisión, permítasenos hacer estas dos
brevísimas preguntas. Primera: ¿Dónde están estas predicciones de los
profetas, o qué profetas son éstos hasta ahora tan incógnitos, que no
se han injertado en la Biblia sagrada? Segunda: ¿Por qué razón, y con
qué equidad se confunden tanto las ideas groseras que han tenido y
tienen los Judíos sobre el reino de su Mesías, con las predicciones de
los Profetas de Dios, que están tan lejos de aquellas groserías? Si la
pregunta que los discípulos hicieron al Señor en aquellas circuns-
tancias hubiese sido algún error, u originada de algún error vulgar en-
tre los suyos, ¿no era naturalísimo, por no decir absolutamente nece-
sario, que el buen maestro les hubiese dicho siquiera aquellas tres pre-
cisas palabras que dijo en ocasión semejante a los Saduceos: Erráis,
no sabiendo las Escrituras? 1. ¿No era naturalísimo y aun necesario
sacarlos luego al punto de aquel error, explicándoles, antes de dejar-
los, un punto de tan grande interés y de tan graves consecuencias?
¿No era naturalísimo y aun necesario (ya que nada les enseñaba posi-
tivamente sobre este punto gravísimo) que a lo menos no los confir-
mase con su respuesta en aquel error? Considérese la respuesta del
Señor, y se verá, sin poder excusarlo, que aunque el Señor no les revela
el secreto particular y determinado que ellos deseaban saber, esto es,
el tiempo preciso de la restitución del reino de Israel, mas los confirma
evidentemente en la sustancia de este misterio. Lo que ellos pregun-
taban era: ¿Si el reino de Israel, que según los Profetas se debía resti-
tuir por el Mesías, se restituiría luego en aquel tiempo, o no? 2. Y el
Señor les responde que no se metan en averiguar los tiempos y mo-
mentos que el Padre ha puesto en su potestad 3; que es lo mismo que
les había dicho en otra ocasión, hablando de propósito de su venida:
Mas de aquel día ni de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles de los
cielos, sino sólo el Padre 4. Luego concede el Señor, no sólo tácita sino
clara y expresamente, que hay en realidad tiempos y momentos pues-
tos en la potestad del Padre para restituir el reino de Israel. Y si no,
¿qué sentido decente y racional pueden tener sus palabras? ¿Qué
tiempos y momentos son éstos que el Padre ha puesto en su potestad,
o ha reservado a sí solo?

1 Mt. 22, 29.


2 Act. 1, 6.
3 Act. 1, 7.
4 Mt. 24, 36.
618 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[176] Si la restitución del reino de Israel por el Mesías es realmen-


te una fábula y un error, como se asegura con tanta franqueza; luego
sobre esta restitución, que es de la que se habla, no puede haber tiem-
pos ni momentos reservados en la potestad del Padre. ¿Qué tiempos y
momentos se ha de reservar el Padre a sí solo, sin querer que nadie lo
sepa, para que suceda una cosa que jamás ha de suceder? ¿Una cosa
que no puede suceder? ¿Una cosa que sólo pensarla y esperarla es una
estulticia y un error? Entre nosotros, naturalmente poco sinceros, no
sería muy de extrañar este modo de hablar, ciertamente doblado; mas
en el maestro bueno, en el maestro de toda justicia y santidad, en el
maestro de toda verdad, rectitud y sinceridad, se figura no sólo duro y
difícil, sino algo más que imposible. Esta imposibilidad se ve crecer
sensiblemente en el caso y circunstancias de que vamos hablando, es a
saber, que cuando el Señor dijo estas palabras, hablaba solamente con
sus discípulos, hablaba con sus amigos, hablaba con unos hombres
que realmente lo amaban y veneraban, y que estaban prontísimos a re-
cibir y creer cualquiera cosa que les dijese, como que eran hombres
simples y rectos, sin malicia, ni artificio, ni preocupación. Hablaba con
aquellos hombres que él mismo había elegido para maestros del mun-
do; a quienes había instruido todo el tiempo de su predicación, y aun
después de su resurrección no había cesado de instruirlos, aparecién-
doseles por cuarenta días, y hablándoles del reino de Dios 1; a quienes
acababa de decir: Id pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándo-
las 2; a quienes les abrió el sentido, para que entendiesen las Escritu-
ras 3; y a quienes había dicho la noche antes de su pasión: A vosotros
os he llamado amigos, porque os he hecho conocer todas las cosas
que he oído de mi Padre 4. Hablaba, en fin, con hombres incapaces de
resistirle, ni de disputar con él sobre las cosas que habían oído, o po-
dían haber oído, por el ordinario error de aquella gente.
[177] Pues ¿es verdad verosímil, ni creíble, ni posible, que el maes-
tro bueno, que era la misma verdad y sinceridad, hablase de este modo
a unos hombres como éstos? ¿Es creíble ni posible que en aquellas cir-
cunstancias en que ya se ausentaba de ellos, preguntado por ellos mis-
mos sobre un punto tan grave y de tan graves consecuencias, no les
hablase con claridad, no los sacase de su error, no les reprendiese su
estulticia, no les explicase en cuatro palabras lo que quieren decir los
Profetas cuando anuncian la restitución del reino de Israel? ¿Es creí-
ble que hablase solamente de los tiempos y momentos que el Padre
tiene reservados, para que suceda lo que no ha de suceder, ni puede

1 Act. 1, 3.
2 Mt. 28, 19.
3 Lc. 24, 45.
4 Jn. 15, 15.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 619

suceder? Cierto que nos hallamos no pocas veces en grandes conflic-


tos, y en angustias casi mortales. Dos escollos terribles e inevitables se
ven aquí, mayores sin comparación que Escila y Caribdis. Estos últi-
mos se pueden las más veces evitar, ya prescindiendo de ellos absolu-
tamente o volviendo para atrás, ya navegando por en medio de ellos a
igual distancia del uno y del otro; mas respecto de aquellos otros, no
aparece medio, ni remedio, ni esperanza alguna. O habéis de tomar
rumbo por la diestra o por la siniestra. Por consiguiente, habéis de
naufragar sobre un escollo o sobre otro.
[178] Si la restitución del reino de Israel por el Mesías es una estul-
ticia y un error, luego el Mesías mismo, cuando fue visto en la tierra y
conversó con los hombres 1, engañó conocidamente a sus mayores ami-
gos que tenía sobre la tierra, hablándoles en este asunto gravísimo con
equívoco y doblez, dejándolos voluntariamente en el ordinario error
de su nación. Si esto no es creíble ni posible, luego el error estará por
la parte contraria; es decir, luego será un verdadero error el afirmar,
aunque sea en tono decisivo, que la restitución del reino de Israel por
el Mesías es un error. Si esta última consecuencia se oye con espanto,
con indignación y con cierta especie de escándalo, luego deberemos
tener por buena y legítima la primera consecuencia; luego será preciso
decir y confesar aquí que Jesucristo, el Maestro bueno por excelencia,
el Santo de los santos, llamado Fiel y Veraz, no se portó en esta oca-
sión como quien era; no se portó ni aun siquiera como un hombre
honrado; no se portó con aquella franqueza y sinceridad que debían
esperar de él sus mayores y sus únicos amigos que tenía en este mun-
do, a quienes había elegido para maestros del mismo mundo y predi-
cadores de la verdad. Yo busco entre estos dos extremos algún medio
razonable, y protesto que no lo hallo. En caso de no hallarse, me in-
clino sin temor alguno hacia la diestra. Quiero más errar con los após-
toles, y quedar confirmado en el error por el maestro de toda verdad.

Se considera de cerca la explicación


del texto de San Jacobo, y de la profecía que cita

PÁRRAFO 3
[179] Como no puedo persuadirme que en tiempo de aquel conci-
lio estuviese todavía este santo, y los demás Apóstoles y señores, en el
ordinario error de su nación, no tengo otra cosa que hacer sino estu-
diar sus palabras, estudiar asimismo la profecía citada, y combinar lo
uno con lo otro: Simón ha contado cómo Dios primero visitó a los

1 Bar. 3, 38.
620 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Gentiles para tomar de ellos un pueblo para su nombre. Y con esto


concuerdan las palabras de los Profetas, como está escrito: Después
de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que cayó 1.
[180] Todos los intérpretes suponen aquí, lo primero: que San Ja-
cobo habla de la vocación de las Gentes, a quienes en aquel tiempo vi-
sitaba el Señor por su infinita misericordia, para sacar de entre ellas
un pueblo santo. Esta primera suposición es cierta e innegable por to-
do el contexto. Suponen, lo segundo (no se sabe sobre qué fundamen-
to): que la profecía de Amós que cita San Jacobo habla del mismo mis-
terio de la vocación de las Gentes, como si para esto solo la citase, y no
para otra cosa. Por consiguiente suponen, lo tercero: que la reedifica-
ción y erección del tabernáculo de David, que cayó, y todas las otras
cosas que anuncia seguidamente esta profecía, se han verificado y se
están todavía verificando en el misterio mismo de la vocación de las
Gentes; las cuales, dicen, han formado principalmente, con algunos
pocos judíos que han creído, el nuevo espiritual tabernáculo de David,
que cayó, esto es, la Iglesia presente, donde reina espiritualmente el
Mesías mismo, hijo de David. A esto se reduce en sustancia toda la ex-
plicación, y en vano se esperará otra cosa, porque realmente no la hay.
[181] Si preguntamos ahora, no satisfechos con estas generalida-
des, qué significan algunas y muchas cosas bien notables que leemos,
así en este texto de San Jacobo como en el de Amós, con esto sólo po-
dremos empezar a abrir los ojos, o entrar en alguna duda o sospecha
sobre la bondad de esta explicación. ¿Qué significa, por ejemplo, aque-
lla palabra, primero, hablando de la vocación de las Gentes? ¿Qué sig-
nifican aquellas otras: Después de esto volveré? Estas cuatro palabras,
que parecen capitales, las omiten no obstante los más de los doctores
que he podido ver. Sólo uno hallo que se hace cargo de ellas; mas ¿qué
es lo que dice? Dice brevísimamente que aluden a la conversión del
centurión Cornelio, llamado de Dios el primero de todos los Gentiles,
como se refiere en el capítulo 10 de las Actas de los Apóstoles; después
de lo cual 2 quedó abierta la puerta, y empezaron a entrar, y hasta aho-
ra están entrando, Gentes a millares, que son las que forman princi-
palmente el tabernáculo espiritual de David. Compárese ahora esta ex-
plicación con el texto, y se conocerá fácilmente su poca coherencia. De
modo que primero visitó Dios a las Gentes para sacar de entre ellas un
pueblo para su nombre 3, lo cual sucedió en la conversión de Cornelio
con toda su familia; y después de estas cosas que sucedieron en casa
de Cornelio, después de esto, entonces volvió Dios, y edificó de nuevo
el tabernáculo espiritual de David 4. Y como este tabernáculo de David,

1 Act. 15, 14-16.


2 Act. 15, 16.
3 Act. 15, 14.
4 Act. 15, 16.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 621

según dicen los mismos doctores, no es otra cosa que la Iglesia cristia-
na, se sigue necesariamente que Dios edificó o fundó la Iglesia cristia-
na, solamente después de la conversión del centurión Cornelio.
[182] Fuera de esto, ¿qué significan en el texto de Amós aquellas
palabras: Y lo reedificaré (el tabernáculo de David) como en los días
antiguos? 1. ¿La Iglesia cristiana la ha reedificado Dios como estaba en
los tiempos antiguos antes de caer: Levantaré el trono de David, que
cayó… y lo reedificaré como en los días antiguos? Después de reedifi-
cado el tabernáculo de David (prosigue el Profeta) alcanzará el que
ara al que siega, y el que pisa las uvas al que siembra; y los montes
destilarán dulzura, y todos los collados serán cultivados 2. ¿Qué quie-
re decir esto? Lo que quiere decir, responden, no puede ser otra cosa
sino que en la Iglesia de Cristo sus ministros u operarios tendrán siem-
pre sobre sí grandes y continuas ocupaciones, sucediéndose los minis-
terios unos a otros, sin dejarles un punto de reposo, como sucedió a
los Apóstoles y sucede hasta ahora a los hombres apostólicos. Que los
montes destilarán dulzura: esto es, que lloverán consuelos celestiales
sobre los verdaderos fieles. Que todos los collados estarán cultivados:
esto es, que no habrá pueblo o nación alguna donde no trabajen los
ministros de la Iglesia, y donde no recojan algunos frutos para Dios.
Ultimamente dice el Profeta (y ésta parece la propia llave, o la explica-
ción clarísima de todo lo que acaba de decir): Levantaré el cautiverio
de mi pueblo de Israel… Y los plantaré sobre su tierra; y nunca más
los arrancaré de su tierra que les di 3.
[183] Parece que aquí debiéramos esperar de la piedad de tantos
doctores cristianos alguna conmiseración y misericordia respecto de
los míseros Judíos; mas nuestras esperanzas quedan aquí tan desvane-
cidas como siempre. No hay que esperar consolación alguna hasta que
se cumplan los tiempos de las naciones 4. Los doctores, según su sis-
tema, no se atreven a abrir ni consentir la apertura de una sola puerta,
por el prudentísimo temor de alguna pésima e inevitable consecuen-
cia. Así pues, aquellas palabras con que acaba esta profecía: Levantaré
el cautiverio de mi pueblo de Israel… Y los plantaré sobre su tierra; y
nunca más los arrancaré de su tierra que les di; no tienen otro senti-
do sino éste: Yo sacaré de la cautividad del pecado y del demonio, así a
las Gentes como a los Judíos que creyeren, los plantaré sobre su tie-
rra, esto es, en mi Iglesia 5, y no los moveré jamás de esta tierra que
les he dado, si ellos no la dejan por su iniquidad, como la han dejado
tantos apóstatas y herejes, etc.

1 Amós 9, 11.
2 Amós 9, 13.
3 Amós 9, 14-15.
4 Lc. 21, 24.
5 Coment. in Amos, 9, 15.
622 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[184] Veis aquí, Señor mío, toda la explicación, o como dicen, el


verdadero sentido intentado por el Espíritu Santo, así de la profecía de
Amós como del discurso de San Jacobo en el concilio de Jerusalén. Si
este sentido puramente acomodaticio es suficiente o no para contentar
plenamente a quien busca en las Escrituras la verdad, no me toca el re-
solverlo. Cualquiera se lo puede preguntar a sí mismo, pesándolo fiel-
mente en la balanza del sentido común. El mayor trabajo es que, en el
modo de hablar de los doctores, decisivo e indubitable, no dejan lugar,
antes dan señales claras de no querer oír réplica alguna, sino que con
esto solo debe quedar este punto gravísimo enteramente decidido y
concluido. Si alguno se atreve, no obstante, a alzar la voz, pidiendo al-
guna buena razón de toda esta inteligencia o sentido, que llaman ver-
dadero y único, no tiene que esperar otra respuesta que tres, o cuatro, o
más renglones de citas; esto es, que otros muchísimos doctores han en-
tendido así todas estas cosas, y asimismo las han explicado. Bien. Mas
esto, ¿quién lo duda? Si todos estos muchísimos doctores han partido
desde un mismo principio, y trabajado sobre un mismo sistema, ¿qué
mucho que hayan dicho lo mismo? ¿No es esto responder por la cues-
tión? Lo que aquí se pide no es lo que han pensado otros doctores, que
esto no se ignora, sino la razón y fundamentos que han tenido para pen-
sarlo. Si esta razón o fundamentos no se producen, ¿de qué sirve llenar
páginas enteras con citas de autores? Bien pudieran citarse dos o tres
mil autores, para probar, por ejemplo, que el agua sube en la bomba por
el horror que la naturaleza tiene al vacío; mas no por eso dejará de ser
falsa esta opinión, y de mirarse esta prueba como insuficiente e inútil.
[185] Algunos añaden una palabra ciertamente de gran peso, si vi-
niera al caso. Esta inteligencia, dicen, es de todos los intérpretes orto-
doxos. Mas esta palabra ortodoxos, ¿a qué propósito se trae aquí? ¿Qué
quiere decir esto en el asunto de que hablamos? ¿Acaso que sólo los in-
térpretes heterodoxos o herejes pueden pensar otra cosa diversa? ¿Aca-
so que dicha inteligencia es de fe católica, es ortodoxa, es verdadera e
indisputable? ¿No veis, señor, la pretensión y el empeño? ¿No veis el
miedo y escrúpulo con que nos quieren espantar?
[186] Crece todavía más el empeño y la pretensión. Un autor grave
(y con razón estimado por uno de los mejores intérpretes) dice formal-
mente, citando a otro, que la sobredicha inteligencia de la profecía de
Amós, y por consiguiente del texto de San Jacobo, está ya definida co-
mo verdadera y literal contra Teodoro, obispo de Mopsuesta, por el pa-
pa Vigilio en el concilio romano. Cualquiera que lea estas palabras en
un autor como éste, erudito y juicioso, es naturalísimo que las crea al
punto, sin querer tomar sobre sí el gran trabajo de examinar su verdad;
por consiguiente, que dé por concluida esta disputa. Yo también la die-
ra al punto por concluida, si esto fuese cierto, o si no fuese evidente-
mente falso. Digo evidentemente falso, lo primero: porque no consta de
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 623

la historia que en tiempo de Vigilio, ni cuando fue antipapa, ni cuando


fue papa, se haya celebrado en Roma algún concilio. Lo segundo: por-
que las altercaciones que tanto perturbaron la paz de la Iglesia sobre los
tres célebres capítulos, es a saber, sobre algunos escritos de Ibas, obis-
po de Edesa, de Teodoreto, obispo de Ciro, y mucho más de Teodoro,
obispo de Mopsuesta, no pasaron en occidente, sino en oriente; no en
Roma, sino en Constantinopla. Lo tercero y principal: porque aunque
en Constantinopla, no en Roma, se condenaron al fin dichos tres capí-
tulos, y con ellos sesenta proposiciones extraídas de los escritos de Teo-
doro, mas ninguna de ellas tiene alguna conexión, ni la más mínima re-
lación, con el asunto que ahora tratamos. En todas las sesenta proposi-
ciones que ponen los historiadores, no se lee jamás tabernáculo de Da-
vid, ni profecía de Amós, ni concilio de Jerusalén, ni discurso de San
Jacobo, ni otra cosa alguna que con esto pueda equivocarse. Lo más que
se halla en la historia (y tal vez de aquí nacería el equívoco) es esto: que
los enemigos de Teodoro lo acusaban, entre otras cosas, de que adhería
mucho a algunas opiniones de los rabinos, pues decía que el salmo 21
no habla de Cristo; mas esta acusación general ni sabemos que se pre-
sentase al concilio de Constantinopla, ni tampoco que el concilio habla-
se sobre ella alguna palabra; pues las sesenta proposiciones nada de
esto contenían. Yo desafío formalmente a todos los eruditos que me
verifiquen de algún modo razonable esta proposición: Que así a la le-
tra deba explicarse (el texto de Amós) está definido bajo de excomu-
nión en el concilio Romano, contra Teodoro, obispo de Mopsuesta.
[187] Concluyo este punto con estas dos preguntas. Primera: si es-
ta noticia fuese cierta, ¿es creíble que la ignorasen otros doctores? Se-
gunda: no ignorándola y teniéndola por segura, ¿es creíble que no la
produjesen como una prueba la más decisiva de la bondad de su inter-
pretación?

Se propone otra explicación del texto


de San Jacobo con todo su contexto

PÁRRAFO 4
[188] Simón ha contado cómo Dios primero visitó a los Gentiles
para tomar de ellos un pueblo para su nombre. Y con esto concuer-
dan las palabras de los Profetas, como está escrito: Después de esto
volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que cayó 1. Parece cla-
ro que San Jacobo dice aquí dos cosas muy diversas, que no es bien
confundir o disimular; pues él mismo las distingue clarísimamente, di-

1 Act. 15, 14-16.


624 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ciendo que la una debe suceder primero que la otra 1. La primera (por
confesión unánime de todos los doctores) es la vocación de las Gentes,
la cual prueba confirmando el discurso de San Pedro, y asegurando, se-
gún las Escrituras, que Dios determinaba visitar primero a las Gentes
(pues los Judíos, aunque llamados los primeros, no querían oír) y sacar
primero de entre las Gentes un pueblo para su nombre 2. La segunda,
después de ésta, es la vocación, la congregación, la asunción de las reli-
quias de Israel, disperso entre todas las naciones por su incredulidad:
Después de esto volveré y reedificaré. De modo que la primera perte-
nece únicamente al asunto primario o único sobre que se había congre-
gado aquel concilio, esto es, a las Gentes visitadas y llamadas de Dios,
para formar un pueblo nuevo, mayor y mejor que el antiguo, pues éste,
llamado en primer lugar con tan grandes instancias, se había ya obsti-
nado en su incredulidad, y no quería congregarse; pues no se ignoraba
que debía suceder así según las Escrituras. No se ignoraba la profecía
de Daniel, que dice: No será más suyo el pueblo que le negará 3; ni la
de Oseas, que dice: Vosotros no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro 4;
ni la de Isaías, que dice: Israel no se congregará 5. La segunda se en-
derezaba a sosegar los Judíos cristianos celosos todavía de su ley y de
su pueblo, asegurándoles que, después del misterio de las Gentes, lle-
garía también su tiempo de misericordia para este pueblo infeliz, como
está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de
David, que cayó. Para esto son manifiestamente aquellas palabras ca-
pitales: primero… después de esto.
[189] San Jacobo dice que la profecía de Amós que cita, y gene-
ralmente las palabras de los Profetas, concuerdan con estas palabras:
Dios primero visitó a los Gentiles para tomar de ellos un pueblo para
su nombre; mas esta concordancia no está en el misterio de la voca-
ción de las Gentes considerado en sí mismo, sino considerado como
primero respecto de otro misterio que debe seguirse después de él; de
otro modo, las palabras, primero… después de esto, fueran no sólo inú-
tiles, sino algo más que bárbaras, y sería necesario omitirlas del todo
para poder dar a la cláusula algún sentido gramatical. Esta es, pues, la
concordancia de que aquí se habla, entre el misterio de la vocación de
las Gentes, y la reedificación del tabernáculo de David: que aquel mis-
terio es primero, y éste segundo; aquel ha de preceder, y éste seguir.
¿Cómo es posible que un misterio se preceda a sí mismo? ¿Que sea an-
terior, y al mismo tiempo posterior a sí mismo? Si la visitación o voca-
ción de las Gentes para sacar de entre ellas un pueblo de Dios, es lo

1 Act. 15, 16.


2 Act. 15, 14.
3 Dan. 9, 26.
4 Os. 1, 9.
5 Is. 49, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 625

mismo que Dios quiere hacer; si después de las cosas que pertenecen a
este primer misterio, después de esto, se ha de reedificar el tabernácu-
lo de David, y han de suceder las demás cosas que anuncia la profecía
de Amós; luego éstos son dos misterios totalmente diversos; luego la
Iglesia presente no puede ser el tabernáculo de David, de que aquí se
habla; luego este segundo misterio, posterior al primero, no se ha veri-
ficado hasta el día de hoy, pues el primero todavía no se ha concluido;
luego se debe verificar en algún tiempo, y por consiguiente se debe
concluir en algún tiempo el primer misterio.
[190] De esta concordancia de un misterio con otro hablan fre-
cuentísimamente los Profetas, como tantas veces hemos notado en los
cuatro fenómenos antecedentes. De esta concordancia habla no pocas
veces San Pablo, especialmente cuando dice a las Gentes: Porque co-
mo también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora ha-
béis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos; así también
éstos 1. De esta concordancia habló muchísimas veces en parábolas el
mismo Mesías, especialmente cuando les dijo a los escribas y fariseos:
Por tanto, os digo que quitado os será el reino de Dios, y será dado a
un pueblo que haga los frutos de él 2; cuando les hizo darse a sí mis-
mos aquella justísima sentencia: A los malos destruirá malamente, y
arrendará su viña a otros labradores 3; cuando en la parábola de los
operarios y de los convidados a la gran cena, les anunció claramente
que serían los últimos los que debían ser los primeros, y al contrario,
serían los primeros los que debían ser los últimos 4; y en otra parte: En
verdad os digo que los publicanos y las rameras os irán delante al
reino de Dios 5; y, en fin, cuando dijo que Jerusalén sería destruida,
sin que quedase en ella piedra sobre piedra; que aquellos tiempos se-
rían sólo de venganza y de ira para todo el pueblo de Dios, de quien
ella era cabeza; que este pueblo, parte pasaría por el filo de la espada,
parte sería esparcido a todos los vientos y llevado cautivo a todas las
gentes, y que Jerusalén sería conculcada de las mismas Gentes, hasta
que se llenasen los tiempos de las naciones 6. Por abreviar, esta misma
concordancia se ve con los ojos en el cántico, no menos breve que ad-
mirable, del justo Simeón, el cual, teniendo en sus brazos a la esperanza
de Israel, y de todo el universo, en el estado todavía de infancia, anun-
ció lleno del Espíritu Santo que sería primero Lumbre para ser reve-
lada a los Gentiles, y, después, para gloria de tu pueblo Israel 7. A to-

1 Rom. 11, 30-31.


2 Mt. 21, 43.
3 Mt. 21, 41.
4 Mt. 19, 30.
5 Mt. 21, 31.
6 Lc. 21.
7 Lc. 2, 32.
626 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

das estas cosas, y otras semejantes que se leen en los Libros sagrados,
parece aluden aquellas dos palabras: primero… después de esto.
[191] Acaso se podrá oponer que, ni en la profecía de Amós, ni en
los otros Profetas, se leen jamás estas palabras: Después de esto volve-
ré; sino siempre o casi siempre estas otras: En aquel día… en aquellos
días… en aquel tiempo, etc. Bien. Y ¿qué inconveniente se halla en es-
to? El Profeta dice: En aquel día (sin señalar el día preciso de que ha-
bla), en aquel día, dice el Señor, yo resucitaré el tabernáculo de Da-
vid, que cayó o murió, y lo reedificaré como en los días antiguos. San
Jacobo, citando esta profecía, señala el día o tiempo de que habla éste
y otros Profetas, y lo señala con estas tres palabras: Después de esto
volveré; dando en ellas dos claras contraseñas. Primera: después de
estas cosas 1. ¿De cuáles? De las que actualmente se habla, esto es, de
las pertenecientes al gran misterio de la vocación de las Gentes, a
quienes Dios visitaba en primer lugar 2, para sacar de ellas y formar
con ellas un pueblo para su nombre 3. Segunda contraseña: yo volve-
ré 4. ¿Quién volverá? ¿Adónde, y a qué volverá? Quien volverá no pue-
de ser otro sino aquel mismo hombre noble, (que) fue a una tierra dis-
tante para recibir allí un reino, y después volverse 5; de quien se dije-
ron aquellas consolantes palabras: Varones galileos, ¿qué estáis mi-
rando al cielo? Este Jesús, que de vuestra vista se ha subido al cielo,
así vendrá, como le habéis visto ir al cielo 6. ¿Adónde volverá? Volverá
sin duda alguna a esta misma tierra que dejó, y de donde es en cuanto
Hombre, y juntamente a aquellos cuyos padres son los mismos, de
quienes desciende también Cristo según la carne 7; a aquellos mismos
que no quisieron reconocerlo, diciendo: No queremos que reine éste
sobre nosotros 8; y a quienes por esto se les está dando hasta ahora un
castigo tan sin ejemplar, mostrándoles Dios tantos siglos ha las espal-
das, y no la cara 9, como les había predicho y amenazado desde Moi-
sés. ¿A qué volverá? Volverá, según las Escrituras, a resucitar en su
propia persona, y a edificar, o reedificar, como en los días antiguos 10
(con aquella grandeza y justicia, dignas de un Hombre Dios) el taber-
náculo o solio de David su padre, que cayó: En aquel día levantaré el
tabernáculo de David, que cayó 11. Después de esto volveré, y reedi-

1 Act. 15, 16.


2 Act. 15, 14.
3 Act. 15, 14.
4 Act. 15, 16.
5 Lc. 19, 12.
6 Act. 1, 11.
7 Rom. 9, 5.
8 Lc. 19, 14.
9 Jer. 18, 17.
10 Amós 9, 11.
11 Amós 9, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 627

ficaré el tabernáculo de David, que cayó 1. Y vendrá el primer im-


perio, el reino de la hija de Jerusalén 2. Estas últimas palabras del
profeta Miqueas corresponden visiblemente a aquellas otras de Amós:
Lo reedificaré como en los días antiguos; y ambas anuncian clara-
mente el juicio de los vivos, o lo que es lo mismo, el reino del Mesías
sobre los vivos.
[192] De todo esto que acabamos de decir, se sigue en conclusión
que primero ha de recoger Dios de entre las Gentes un pueblo suyo en
lugar de Israel, que no quiso congregarse, y por eso fue arrojado y dis-
perso entre todas las Gentes; primero ha de llamar y congregar otras
ovejas, que no son de este aprisco 3; primero ha de recoger y congre-
gar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Y después que
estos hijos de Dios estén recogidos; después que estas ovejas estén
aseguradas; después que ya no se halle más que recoger; después que
aun lo que estaba recogido se vaya o saliendo fuera por falta de fe, o
corrompiendo dentro por sobra de iniquidad; en suma, después que se
llenen los tiempos de las naciones, que son puntualmente aquellos en
que estos hijos deben permanecer en bondad, pues con esta precisa
condición fueron injertados en la buena oliva: Si permanecieres en la
bondad; de otra manera serás tú también cortado 4; después de todo
esto empezará a amanecer otro día, de que tanto hablan los Profetas
de Dios, en el cual empezará el mismo Señor a pasarse de las Gentes a
los Judíos, y preparados éstos, o sus reliquias preciosas, con las prepa-
raciones convenientes de que ya hemos hablado, volverá también en
su propia persona de aquella región longincua a donde fue días ha, pa-
ra recibir allí un reino, y después volverse 5. Volverá, digo, cuando
haya recibido del mismo Padre la potestad, y el honor, y el reino; cuan-
do haya recibido solemnísimamente en el supremo Consejo de Dios la
investidura del mismo reino; y cuando volvió, después de haber reci-
bido el reino 6, y destruida en primer lugar la gran estatua, cuyo as-
pecto era terrible, evacuado todo principado, potestad y virtud, edifi-
cará sobre sus ruinas el tabernáculo de David su padre, o el último
reino incorruptible y eterno: La piedra que había herido la estatua, se
hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 7. Y se sentará el juicio
para quitarle el poder, y que sea quebrantado, y perezca para siem-
pre. Y que el reino, y la potestad, y la grandeza del reino, que está
debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo 8.

1 Act. 15, 16.


2 Miq. 4, 8.
3 Jn. 10, 16.
4 Rom. 9, 22.
5 Lc. 19, 15.
6 Lc. 19, 15.
7 Dan. 2, 35.
8 Dan. 7, 26-27.
628 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[193] Excusad, señor, este defecto en que incurro frecuentemente,


de repetir varias veces en diversos lugares ciertos textos particulares
de la Escritura. Si éstos se tienen presentes cuando conviene, yo admi-
to con gusto la nota de repetidor.

Se confirma todo lo dicho


con otros lugares de la Escritura

PÁRRAFO 5
Primero
[194] Isaías, hablando del Mesías, dice de él entre otras cosas: Se
sentará sobre el solio de David y sobre su reino, para afianzarlo y
consolidarlo en juicio y en justicia, desde ahora y para siempre; el ce-
lo del Señor de los ejércitos hará esto 1. Si se compara este texto con el
de Amós, citado por San Jacobo, y se pesan en balanza fiel, parece im-
posible hallar entre ellos alguna diferencia digna de consideración.
Isaías dice que el Mesías, como hijo de David, a quien están hechas las
promesas, se sentará algún día sobre su solio y sobre su reino, para
confirmarlo y corroborarlo en juicio y en justicia. San Jacobo, citando
en general las palabras de los Profetas, y en particular la profecía de
Amós, dice que el Mesías mismo, que ya entonces se había ido al cielo,
volverá a la tierra algún día, y reedificará el tabernáculo de David que
cayó, levantándolo del polvo de la tierra donde está sepultado, y que
esto será después. Amós dice que en aquel día 2 (el cual día se deter-
mina con aquellas tres palabras, después de esto volveré) el Señor re-
sucitará, y levantará de la tierra el tabernáculo de David, que cayó; el
mismo que cayó, que se arruinó, que se disolvió, etc., y lo edificará de
nuevo, como en los días antiguos.
[195] Por estas últimas palabras yo no pienso decir (ni se me po-
drá atribuir un tal despropósito sin una manifiesta injusticia) que el
reino del Mesías de que hablo, será o podrá ser como en los días anti-
guos, haciendo caer la palabra como sobre el modo, y no precisamente
sobre la sustancia. Yo pienso y tengo por cierto esto segundo. Si mis
judíos han pensado, y piensan hasta ahora lo primero, o alguna otra
cosa semejante, ciertamente han errado y yerran en lo más sustancial
de sus Escrituras; mas este y otros errores semejantes, manifiestamen-
te groseros, se les podrían fácilmente corregir con sus mismas Escritu-
ras, sin darles aquella respuesta dura y terrible, y no menos dura y te-
rrible que mal fundada: Niego todo.

1 Is. 9, 7.
2 Amós 9, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 629

Segundo
[196] La profecía de Isaías de que empezamos a hablar, la halla-
mos expresamente citada en el Evangelio 1. ¿Por quién? Por el ángel
San Gabriel, enviado extraordinario de Dios a la santísima Virgen, ele-
gida para Madre del Hombre Dios. Entre las cosas que el ángel le pro-
mete de parte de Dios, una de ellas es lo que contiene y anuncia espe-
cialmente la profecía de Isaías: Y le dará el Señor Dios el trono de Da-
vid su padre; y reinará en la casa de Jacob por siempre, y no tendrá
fin su reino 2. Esta solemnísima promesa, hecha a la santísima Virgen
para el Mesías su Hijo, parece cierto que hasta ahora no se le ha cum-
plido a nuestra Señora, y parece del mismo modo cierto que es la única
que no se le ha cumplido hasta ahora; pues todas las otras de que el
ángel la aseguró de parte de Dios, se cumplieron luego al punto perfec-
tísimamente en su sentido natural y propio, como es claro por todo el
texto sagrado, y por el dogma que se funda en él.
[197] Si esta única promesa no se ha cumplido hasta ahora a nues-
tra Señora, parece necesario que se le cumpla alguna vez en aquel mis-
mo sentido propio y natural en que se cumplieron las otras, pues no
hay más razón para aquellas que para ésta. Si ya se le ha cumplido esta
promesa, como se intenta suponer, deberá mostrarse con distinción y
claridad este perfecto cumplimiento, sin recurrir para esto al sumo sa-
cerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, con el cual el trono
de David no tiene conexión alguna, ni la más mínima relación, siendo
claro que la promesa no habla del sacerdocio, sino del trono de Da-
vid 3. Esta promesa, pues, ¿cuándo se ha cumplido o cuando se ha po-
dido cumplir? En toda la historia sagrada no hallamos otra cosa sino
que el Mesías hijo de David entró una vez públicamente en Jerusalén
entre las aclamaciones de la plebe, con aquella pompa nueva e inaudi-
ta que refieren los evangelistas, y que ya estaba registrada en Zacarías:
Mira que tu rey vendrá a ti justo y salvador; él vendrá pobre, y sen-
tado sobre una asna, y sobre un pollino hijo de asna 4; mas también
sabemos, que no fue recibido, sino desconocido y reprobado. Lejos de
ponerlo en el trono de David, lo pusieron seis días después en otro
trono de dolor y de ignominia, cual fue la cruz; y la plebe misma que lo
había aclamado por hijo de David, clamó contra él a grandes voces:
Crucifícale, crucifícale.
[198] Después de su muerte y resurrección, sabemos de cierto que
se fue al cielo, como él mismo había dicho, para recibir allí un reino, y

1 Lc. 1.
2 Lc. 1, 32-33.
3 Lc. 1, 32.
4 Zac. 9, 9.
630 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

después volverse 1. Sabemos de cierto que allá en el cielo está sentado a


la diestra de Dios 2. Sabemos de cierto que allá está sentado en el trono
mismo de su Padre 3. Sabemos de cierto que allá estará sentado hasta
su tiempo, hasta que ponga (le dijo su Padre) a tus enemigos por pea-
na de tus pies 4; y como añade el Apóstol, esperando lo que resta 5.
Sabemos, en fin, con la misma certidumbre, que volverá algún día a es-
ta nuestra tierra, a juzgar los vivos y los muertos… Y no tendrá fin su
reino 6. Mas ni el trono de Dios, adonde ahora está, ni el trono de ig-
nominia donde lo pusieron los suyos, se puede llamar, sin una mani-
fiesta violencia, el trono, o solio, o tabernáculo de David su padre, que
le está tan expresamente prometido. No quiero perder la oportunidad
que aquí se me ofrece de decir dos palabras sobre cierta noticia que
vulgarmente corre por verdadera, como que se halla expresa en mu-
chísimos intérpretes de la Escritura, es a saber, que aquellas palabras
del salmo 95: Decid en las naciones que el Señor reinó, están corrom-
pidas o truncadas maliciosamente por los Judíos, los cuales les quita-
ron la palabra latina a ligno, pues debía leerse: Dicite in gentibus quia
Dominus regnavit… a ligno. Yo no me admirara mucho que los Judíos
hubiesen quitado al texto la palabra a ligno, que tanto podía incomo-
darlos. Lo que me admira con grande admiración es que, sabiendo es-
to los doctores cristianos (pues si no lo supiesen, no es creíble que se
atreviesen a publicar esta noticia en sus escritos, que deben o pueden
andar en manos de todos, con peligro de levantar un falso testimonio a
los míseros e inermes Judíos), que sabiendo, digo, los doctores que los
Judíos quitaron al texto sagrado la palabra a ligno, no se la hayan res-
tituido hasta ahora en tantas correcciones que se han hecho de la Es-
critura; ni se halle esta palabra en las otras versiones que corren como
buenas, fuera de la Vulgata. Esta es una cosa que no puedo compren-
der. Los Judíos quitaron al texto la palabra a ligno. Bien. O esta noti-
cia es cierta, o no. Si es cierta, luego debe restituirse al texto mismo
una palabra tan sustancial y tan interesante. Si no es cierta, luego debe
borrarse la noticia de todos los escritos públicos donde se hallare, pues
los Judíos, por muy judíos que sean, no pueden ser condenados sino
según lo alegado y probado, pues son hombres como todos nosotros.
Fuera de esto, léase todo el salmo 95 con ojos imparciales, y se conoce-
rá al punto que la palabra a ligno no viene al caso, pues todo él habla
manifiestamente de la venida segunda del Señor en gloria y majestad:
Conmuévase toda la tierra a su presencia, decid en las naciones que

1 Lc. 19, 12.


2 Mc. 16, 19.
3 Apoc. 3, 21.
4 Sal. 109, 1; Heb. 1, 13; 10, 13.
5 Heb. 10, 13.
6 SÍMBOLO CONSTANTINIPOLITANO; Luc. 1, 33.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 631

el Señor reinó. Porque enderezó la redondez de la tierra, que no será


conmovida; juzgará los pueblos con equidad. Alégrense los cielos, y
regocíjese la tierra; conmuévase el mar, y su plenitud… a la vista del
Señor, porque vino, porque vino a juzgar a la tierra. Juzgará la re-
dondez de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad 1.
[199] Responden a esto que el reino del Mesías de que hablan las
Escrituras no es terreno ni mundano, sino celestial y divino; no tempo-
ral, sino eterno; no carnal, sino espiritual. Así, aunque se dice que al
Mesías se le dará el trono de David su padre, que se sentará en este
trono después de reedificado y levantado del polvo de la tierra, que
reinará eternamente en la casa de Jacob, etc., mas todo esto no puede
entenderse literalmente, sino en otro sentido perfectísimo, cual es el
alegórico y espiritual: en cuanto el trono de David, sobre todo Israel,
fue una figura o sombra del trono espiritual de Cristo sobre todos los
creyentes (que no es otra cosa que su sumo sacerdocio según el orden
de Melquisedec). Yo he protestado en otras partes que no pienso opo-
nerme de modo alguno a lo que se dice o se quiere decir en este sentido
alegórico y espiritual; lo cual yo también lo digo y lo creo como todos
los fieles. A lo que sí me opongo con todas mis débiles fuerzas es al em-
peño y pretensión de los que quieren despóticamente que éste sea el
único sentido de las santas Escrituras, y que el pensar otra fuera de esto
es un error, es un sueño, es un despropósito grosero, etc. Mas esto,
¿cómo lo prueban? Yo a lo menos no hallo prueba que me satisfaga.
[200] Es ciertísimo que el reino del Mesías de que hablan las Escri-
turas no puede ser un reino terreno y mundano, sino celestial y divino;
no puede ser un reino temporal, sino eterno; no puede ser un reino car-
nal, sino espiritual (bien que deba ser no puramente espiritual, sino es-
piritual y corporal). Es decir, no puede ser el reino del Mesías como los
reinos que hasta ahora hemos visto en nuestro mundo. Esto repugna
infinitamente, según las Escrituras, al reino de un hombre que no es
puro hombre, sino Hombre Dios, en cuya persona están estrechamente
unidas las dos naturalezas divina y humana. Por tanto, en lugar de
aquellas palabras equívocas que tienen un sonido tan desagradable:
reino terreno, reino mundano, se podían sustituir estas otras: reino ce-
lestial, reino divino, mas existente físicamente en esta nuestra tierra.
Sustituidas estas palabras, que son visiblemente las propias, según to-
das las ideas que nos dan las santas Escrituras, se viera cesar al punto el
gran ruido, o convertirse en una suave melodía, nada disonante aun a
los oídos más delicados.
[201] Los que quieren que la Iglesia presente sea el reino del Me-
sías, hijo de David, de que hablan las Escrituras, ciertísimamente con-

1 Sal. 95, 9ss.


632 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

denarán como dura esta proposición: «La Iglesia presente es una Igle-
sia terrena, y mundana». Mas no condenarán, antes aprobarán, ésta:
«La Iglesia presente es una Iglesia celestial y divina, no obstante que
existe física y realmente en este mundo».
[202] Aplíquese, pues, la semejanza, y con esto solo se verá desvane-
cido el equívoco, o mitigado el gran ruido. Practíquese la misma diligen-
cia con aquellas otras palabras tan displicentes como impropias: reino
temporal, reino carnal; leyendo en su lugar estas otras: reino eterno,
reino espiritual, sin dejar de ser corporal, pues el hombre se compone
esencialmente de cuerpo y espíritu. Con esta conmutación de solas las
palabras, el fantasma desaparece, y la disputa queda concluida.
[203] Con esta misma conmutación o distinción entre palabras
propias e impropias, es bien fácil responder a otra gran dificultad que
suele oponerse. Jesucristo, dicen, declaró al presidente Pilatos, ante
cuyo tribunal estaba como reo de lesa majestad, acusado falsamente de
haber querido hacerse rey y rebelarse contra el César, que su reino no
era de este mundo 1; luego no hay que esperar el reino de Cristo en este
mundo, por más que lo anuncien, o parezca que lo anuncian las Escri-
turas. Mas esta misma dificultad la deben resolver en primer lugar los
mismos que la proponen; pues la Iglesia presente, a quien llaman reino
de Cristo, ciertamente no es de otro mundo, sino de éste; ni se compone
de ángeles, o de otras criaturas incógnitas, sino de hombres racionales
del linaje de Adán, que realmente habitan en este mundo y son de este
mundo. Responden, y con razón, que Cristo no dijo que su reino no es-
taba en este mundo, sino que no era de este mundo; así, aunque la Igle-
sia cristiana está realmente en este mundo, pues se compone de hom-
bres vivos y viadores del linaje de Adán, con todo eso no es de este
mundo; ya porque no se conforma, ni es de institución humana, sino
divina; ya porque no se conforma, o no debe conformarse, con las cos-
tumbres y máximas del mundo, que propiamente llamamos mundanas.
Bien. Luego en este mismo sentido verdadero y por sí conocido puede
muy bien estar en este mundo, según las Escrituras, el reino de Cristo
de que vamos hablando, sin ser reino de este mundo, esto es, sin tener
semejanza alguna con los reinos de este mundo, ni conformarse en lo
más mínimo con sus máximas y costumbres. En este sentido, y sólo en
este sentido, dijo el mismo Señor de sí y de sus Apóstoles: No son del
mundo, así como tampoco yo soy del mundo 2.
[204] Fuera de esto, cuando se cita un lugar de la Escritura santa
para probar alguna cosa interesante, parece que debía citarse todo en-
tero, no dos o tres palabras solamente; pues muchas veces sucede (aun
en los escritos puramente humanos) que una cláusula no se entiende,

1 Jn. 18, 36.


2 Jn. 17, 16.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 633

ni es posible entenderla bien, sino por sus últimas palabras. Ved aquí
el texto entero, que es breve: Mi reino no es de este mundo; si de este
mundo fuera mi reino, mis ministros sin duda pelearían, para que yo
no fuera entregado a los Judíos; mas ahora mi reino no es de aquí 1.
[205] Estas últimas palabras, mas ahora, ¿qué significan en reali-
dad? Yo temo mucho oscurecerlas si me meto a explicarlas. Por tanto,
las dejo sin tocarlas, pareciéndome que ellas se explican a sí mismas, y
explican al mismo tiempo todo el texto.
Tercero
[206] En el salmo 131 habla David (profeta y rey) de la promesa
que Dios le tenía hecha, confirmada con juramento, de que el Mesías
su hijo se sentaría algún día en su mismo trono; y para mayor confir-
mación añade que esta promesa de Dios es una verdad que no faltará
ni quedará frustrada: Juró el Señor verdad a David, y no dejará de
cumplirla: Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono 2. Esta pro-
mesa de Dios confirmada con juramento, ¿de quién habla? ¿Habla de
Salomón y de los otros reyes de Judá, o habla directa o indirectamente
de Cristo Jesús? Los intérpretes dicen o suponen comúnmente que la
promesa de Dios habla literal e inmediatamente de Salomón, y de los
reyes que siguieron hasta Jeconías o Sedecías, donde cayó el trono de
David, y desde cuya época no se ha vuelto a ver en nuestra tierra; y que
solamente habla del Mesías en sentido alegórico y espiritual. No obs-
tante, yo me atrevo a decir que la promesa de Dios, confirmada con ju-
ramento, habla literalmente, directa o inmediatamente de solo el Me-
sías, no de Salomón ni de los otros reyes de Judá. La razón en que me
fundo es el capítulo 2 de las Actas de los Apóstoles, desde el versículo
25 hasta el 31. Allí se lee que San Pedro, en el mismo día de Pentecos-
tés, a la hora de tercia del día 3, acabado de recibir plenísimamente el
Espíritu Santo, y hablando públicamente en medio de Jerusalén, no de
propia ciencia (que no la tenía), sino como el Espíritu Santo les daba
que hablasen 4, hizo aquel primer sermón divino y admirable, en que
convirtió a Cristo cerca de tres mil 5.
[207] En este primer sermón les probó a los Judíos, con tres luga-
res de los Salmos de David, tres verdades propias y peculiares del mis-
mo Mesías Jesucristo hijo de David, según la carne. Primera: que aquel
mismo Jesús, poderoso en obras y en palabras… que ellos mismos ha-
bían reprobado y condenado cincuenta y tres días antes, poniéndole en

1 Jn. 18, 36.


2 Sal. 131, 11.
3 Act. 2, 15.
4 Act. 2, 4.
5 Act. 2, 41.
634 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

un madero 1, realmente había resucitado, según las Escrituras; de lo


cual él mismo y todos los otros apóstoles y discípulos eran testigos ocu-
lares; pero lo habían visto después de resucitado, no una sola, sino mu-
chísimas veces, por cuarenta días; habían comido y bebido con él; ha-
bían oído su voz; habían recibido sus instrucciones y mandatos antes de
partirse para el cielo. Y era imposible, según esto, y según las Escritu-
ras, que el infierno lo retuviese mucho tiempo dentro de sí 2. Para esto
les cita el texto del salmo 15: Y además también mi carne reposará en
esperanza; porque no dejarás mi alma en el infierno, ni permitirás
que tu santo vea la corrupción 3. Les prueba que estas palabras no
pueden hablar de la persona misma de David, pues éste había sido se-
pultado muchos siglos antes, y su sepulcro era todavía conocido de to-
dos, sin que a ninguno se le hubiese pasado por el pensamiento que Da-
vid hubiese resucitado antes de experimentar la corrupción: Varones
hermanos, séame lícito deciros con libertad del patriarca David, que
murió, y fue enterrado; y su sepulcro está entre nosotros hasta el día
de hoy 4. Lo segundo: les prueba que el mismo Jesús, hijo de David,
después de resucitado, había subido a los cielos, según las Escrituras, y
esto en presencia del mismo San Pedro, y de todos los apóstoles y discí-
pulos, que daban testimonio público de aquella verdad, para lo cual les
cita el salmo 109, diciendo que no puede hablar del mismo David: Por-
que David no subió a los cielos, y dice con todo eso: Dijo el Señor a mi
Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por tari-
ma de tus pies 5. Lo tercero: les prueba que este mismo Jesús, que había
resucitado y subido al cielo, debía volver algún día a esta nuestra tierra,
según las Escrituras, y ocupar entonces el trono de David su Padre. Pa-
ra esto les cita el salmo 131, añadiendo expresamente una circunstancia
notable, que no es lícito disimular, es a saber: que para esto último se
prepara el mismo profeta David, hablando de antemano en el salmo 15
de la resurrección del Mesías su hijo: Siendo, pues, Profeta, y sabien-
do que con juramento le había Dios jurado que del fruto de sus lomos
se sentaría sobre su trono; previéndolo habló de la resurrección del
Cristo, que ni fue dejado en el sepulcro, ni su carne vio corrupción 6.
[208] De estos tres lugares de los Salmos que cita San Pedro, co-
mo el Espíritu Santo les daba (a sus apóstoles) que hablasen 7, yo sólo
necesito estas dos consecuencias, que me parecen legítimas y justas
por todos sus aspectos. Primera: así como los dos primeros lugares ci-

1 Lc. 24, 19; Act. 5, 30.


2 Act. 2, 24.
3 Sal. 15, 9-10.
4 Act. 2, 29.
5 Act. 2, 34-35.
6 Act. 2, 30-31.
7 Act. 2, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 635

tados del salmo 15 y del salmo 109 hablan literal, inmediata y única-
mente de Cristo, el uno de su resurrección, el otro de su ascensión a
los cielos; así el tercero, que dice: Del fruto de tu vientre pondré sobre
tu trono 1, debe hablar literal, inmediata y únicamente de Cristo, no de
Salomón, ni de los otros reyes de Judá; pues no hay más razón ni más
privilegio para aquéllos que para éste, siendo como aquéllos igualmen-
te dictado por el Espíritu Santo, en un mismo día y en un mismo dis-
curso. Segunda consecuencia: así como los dos primeros lugares cita-
dos se cumplieron perfectamente en Cristo, en su propio, natural y li-
teral sentido; así ni más ni menos se deberá cumplir el tercero, por
más que se repugne. Tal vez tuvo presente esta repugnancia el que to-
do lo sabe, pues no contento con afirmar esto tercero con su simple
palabra, como lo primero y lo segundo, quiso todavía asegurarlo más,
añadiendo un formal y solemne juramento: Juró el Señor verdad a
David, y no dejará de cumplirla: Del fruto de tu vientre pondré sobre
tu trono 2. Siendo, pues, profeta, y sabiendo que con juramento le ha-
bía Dios jurado que del fruto de sus lomos se sentaría sobre su trono;
previéndolo habló de la resurrección del Cristo 3.

Ultima observación

PÁRRAFO 6
[209] Esta última observación deberá ser inevitablemente algo más
difusa que todas las que han precedido en este fenómeno, ya por los va-
rios puntos que comprende, ya por la dificultad más que ordinaria en
aclararlos y unirlos entre sí, ya también porque su unión y plena inte-
ligencia nos parece de gran importancia.
[210] El capítulo 16 de Isaías empieza con esta misteriosa oración:
Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la piedra del de-
sierto al monte de la hija de Sión 4. Estas palabras, y todas las que si-
guen hasta el versículo 6, no hay duda que son oscurísimas, no sola-
mente consideradas en sí mismas, sino aun consideradas con todo su
contexto, que es el que suele abrir el verdadero sentido, y aclarar las
cosas más oscuras. Ni se conoce por ellas solas, con ideas claras, de
qué misterio se habla, ni de qué tiempos, ni a qué propósito se dicen.
La explicación que hallo en los intérpretes, confieso simplemente que
no me satisface. Dicen todos los que he podido consultar, que el Profe-
ta hace aquí una especie de paréntesis o brevísima digresión. Quieren

1 Sal. 131, 1.
2 Sal. 131, 1.
3 Act. 2, 30-31.
4 Is. 16, 1.
636 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

decir que, como acaba de hablar contra Moab en todo el capítulo ante-
cedente, que tiene por título: Carga de Moab 1, y todavía prosigue en el
presente, se le vino a la memoria con esta ocasión la célebre viuda Rut,
Moabita, la cual, dejando su patria, se vino a la Judea, siguiendo a su
suegra Noemí; y después de algún tiempo se casó con Booz, y fue bisa-
buela de David: Y Booz engendró de Rut a Obed. Y Obed engendró a
Jesé. Y Jesé engendró a David el rey 2. Acordándose el profeta de Rut,
Moabita, bisabuela de David, se acordó por consiguiente del Mesías
hijo de David, y por David hijo también de Rut. Con este recuerdo,
lleno de fe, de esperanza y de un ardentísimo deseo, pide a Dios que
envíe cuanto antes al Cordero que debe dominar espiritualmente la
tierra, y que lo envíe de la piedra del desierto, esto es, dicen, de Moab
o de la Arabia Pétrea, donde vivían los Moabitas, y donde estaba si-
tuada la antigua ciudad de Petra; no porque el Mesías hubiese de venir
realmente de la Arabia, o de la tierra de Moab; sino aludiendo, dicen, a
la patria de Rut, su progenitora, etc. Si proseguimos ahora leyendo el
capítulo hasta el versículo 6, nos hallamos no obstante, sin poder evi-
tarlo, con otras cosas bien diversas y bien ajenas de todo lo pasado.
[211] Yo propongo aquí otra inteligencia de este lugar de Isaías, y
pido para ser entendido, no solamente atención, sino también pacien-
cia; pues no me es posible explicarme bien sino a costa de muchas pa-
labras. Los talentos, aun naturales, los reparte el Criador de todos… a
cada uno como quiere 3.
[212] Primeramente, convengo con todos, y me parece claro e in-
negable, que el profeta, al empezar el capítulo 16, hace una especie de
paréntesis o breve digresión, en que extiende por un momento su vista
hacia otros tiempos muy futuros, y hacia otros sucesos muy diversos y
mucho mayores que aquellos de que va hablando. Esto es frecuentísi-
mo en Isaías, y se puede con verdad decir que es de su propio carácter.
Para esta breve digresión le da una ocasión bien oportuna, no la viuda
Rut, Moabita, sino el mismo Moab, contra quien va profetizando, y cu-
ya profecía se cumplió plenísimamente en tiempo de Nabucodonosor
(véase todo el capítulo 48 de Jeremías). Mas no puedo convenir en que
el paréntesis o digresión de Israel sea tan breve que comprenda sola-
mente el versículo 1; a mí me parece claro que pasa algo más adelante
hasta incluir dentro de sí todo el versículo 5, sin lo cual no sé cómo se
puede dar algún sentido razonable, y conforme en la historia sagrada,
a estos cinco primeros versículos del capítulo 16. Véase aquí el texto
seguido: Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la pie-
dra del desierto al monte de la hija de Sión. Y sucederá que como ave

1 Is. 15, 1.
2 Mt. 1, 5.
3 1 Cor. 12, 11.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 637

que huye, y pollos que vuelan del nido, así serán las hijas de Moab en
el paso del Arnón. Toma alguna traza, junta el Ayuntamiento; pon
como noche tu sombra al mediodía; esconde a los que van huyendo, y
no descubras a los que andan errantes. Morarán contigo mis fugiti-
vos; Moab, sírveles de lugar en que se escondan de la presencia del
destruidor; porque fenecido es el polvo, ha sido rematado el misera-
ble (o el que hace miserables), que rehollaba la tierra. Y será estable-
cido el trono en misericordia, y se sentará sobre él en verdad, en el
tabernáculo de David, quien juzgará y demandará juicio, y dará
prontamente a cada uno lo que es justo 1.
[213] En la suposición, o cierta o sólo probable, de que todos estos
cinco versículos entran en el paréntesis o en la digresión del Profeta,
yo os digo, señor mío, que todo se entiende, o se puede entender natu-
ralísimamente, sin ser necesario recurrir a Rut, Moabita, antiquísima
aun en tiempo de Isaías, como ni a Rahab, ni a Tamar, ni a Lía, ni a
Rebeca, ni a Sara, todas progenitoras de Cristo según la carne. Mi mo-
do de discurrir es éste.
[214] Acababa Isaías de hablar contra Moab en todo el capítulo 15,
y todavía prosigue el mismo asunto en el capítulo 16. Mas como el ca-
rácter propio de este gran Profeta, según se dice en el Eclesiástico (ca-
pítulo 48), y queda notado en otras partes, es declinar insensible y casi
continuamente a las cosas últimas; con ocasión de hablar de Moab,
anunciándole su extrema humillación en castigo de su extrema sober-
bia, hace en medio de la profecía un como paréntesis o breve digresión,
y profetiza en cuatro palabras otras cosas bien singulares, que deben
suceder en otros tiempos remotísimos en la misma tierra o país de
Moab. Empieza pidiendo a Dios que envíe del cielo al Cordero destina-
do a dominar la tierra 2. ¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a
dominar la tierra, sino aquel mismo de quien se hablar en el capítulo 5
del Apocalipsis? El cual se presenta delante del trono de Dios, recibe
de su mano un libro cerrado y sellado, lo abre allí mismo en presencia
de todos los conjueces y de todos los ángeles, los llena a todos, con só-
lo abrirlo, de sumo regocijo que se difunde a todo el universo, etc. ¿Qué
otro Cordero puede ser éste, destinado a dominar la tierra, sino aquel
de quien se habla en el capítulo 7 de Daniel? El cual en los tiempos de
la cuarta bestia, esto es en los últimos tiempos, se presenta delante del
mismo trono de Dios como Hijo de Hombre 3, y allí recibe de su mano,
pública y solemnemente, la potestad, y la honra, y el reino; y todos
los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él 4 (véase el fenómeno an-

1 Is. 16, 1-5.


2 Is. 16, 1.
3 Dan. 7, 13.
4 Dan. 7, 14.
638 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tecedente, artículo 3). ¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a
dominar la tierra, sino aquel mismo a quien se le dice en el salmo 109:
De Sión hará salir el Señor el cetro de tu poder; domina tú en medio
de tus enemigos. Contigo está el principado en el día de tu poder en-
tre los resplandores de los santos? 1. Esta misma petición se le hace a
este Cordero, destinado a dominar la tierra, en el capítulo 64 del mis-
mo Isaías: ¡Oh, si rompieras los cielos, y descendieras! A tu presencia
los montes se derretirían. Como quemazón de fuego se deshicieran,
las aguas ardieran en fuego, para que conociesen tus enemigos tu
nombre; a tu presencia las naciones se turbarían, etc. 2. Todo lo cual,
por más que quiera sutilizarse, es claro que no compete de modo al-
guno razonable a la primera venida del Señor, sino a la segunda, según
todas las Escrituras.
[215] Añade Isaías en su breve oración, pidiendo a Dios que envíe
al Cordero dominador de la tierra: De la piedra del desierto al monte
de la hija de Sión. Estas palabras, de la piedra del desierto, miradas
en sí mismas, no hay duda que son oscurísimas; mas si se combinan
con otros lugares de los Profetas y del mismo Isaías, pueden muy bien
entenderse sin violencia, antes con gran naturalidad y propiedad. En
Habacuc, por ejemplo, se dice: Dios vendrá del Austro, y el Santo del
monte de Farán. La gloria de él cubrió los cielos, y la tierra llena está
de su loor. Su claridad como la luz será, rayos de gloria en sus ma-
nos 3. ¿Quién puede desconocer aquí y en todo este capítulo la venida
del Señor en gloria y majestad? Ahora bien, el monte Farán está cier-
tamente en la Idumea, hacia el Austro, respecto de la Palestina; y por
esto los LXX, en lugar del Austro, leen: de Teman vendrá; porque
Teman era la metrópoli de Idumea. Por otra parte, en el capítulo 34 de
Isaías se dice clara y expresamente que el Señor, cuando venga en glo-
ria y majestad, vendrá primero directamente a la Idumea: He aquí que
bajará sobre la Idumea, y sobre el pueblo que yo mataré, para hacer
justicia. La espada del Señor llena está de sangre… porque la víctima
del Señor será en Bosra, y la gran matanza en tierra de Edom 4. A es-
te lugar parece que alude San Juan, cuando dice: Y fue hollado el lago
fuera de la ciudad, y salió sangre del lago hasta los frenos de los ca-
ballos por mil seiscientos estadios 5. Y en el capítulo 19 se dice del
mismo, cuando ya viene del cielo a la tierra: Y él pisa el lagar del vino
del furor de la ira de Dios Todopoderoso 6. Aquí, en la Idumea, hacia
el medio día de Jerusalén, tendrá tanto que hacer la espada de dos fi-

1 Sal. 109, 2-3.


2 Is. 64, 1-2.
3 Hab. 3, 3-4.
4 Is. 34, 5-6.
5 Apoc. 14, 20.
6 Apoc. 19, 15.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 639

los que trae en su boca, cuanto se puede ver y considerar despacio en


todo este capítulo 34 de Isaías, digno ciertamente de toda considera-
ción, y cuanto se puede ver con mayor claridad en el capítulo 36 del
mismo Profeta; los cuales lugares y otros semejantes los toma manifies-
tamente San Juan, y los hace servir todos juntos en el capítulo 19 de su
Apocalipsis, como puede fácilmente convencerse de ello cualquiera
que quisiere tomar el pequeño trabajo de combinar entre sí estos luga-
res, en juicio y en justicia, en lo cual yo no puedo detenerme más.
[216] Con todas estas advertencias parece ya fácil, o no muy difícil,
comprender bien todo el paréntesis con que empieza el capítulo 16 de
Isaías: Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la piedra
del desierto al monte de la hija de Sión. Después de esta breve oración,
empieza luego, dentro del mismo paréntesis, la profecía particular
comprendida en los cuatro versículos siguientes: Y sucederá (que es lo
mismo que si dijera: Sucederá en estos tiempos inmediatos a la venida
del Cordero dominador de la tierra), y sucederá que como ave que hu-
ye, y pollos que vuelan del nido, así serán las hijas de Moab en el paso
del Arnón. Parece, a primera vista, que aquí se anuncia una huida ver-
dadera de los Moabitas; los cuales, por temor de algún enemigo formi-
dable que viene contra ellos, desamparan su país y pasan a la otra parte
del río o del torrente Arnón. En efecto, así lo suponen los intérpretes,
insinuando muy en confuso que todo esto pudo haber sucedido, y suce-
dería en las expediciones de Senaquerib o de Nabucodonosor.
[217] Mas ¿cómo podremos componer una huida verdadera de
Moab fuera de su país, con las palabras que inmediatamente se le di-
cen? Toma alguna fuerza, junta el Ayuntamiento; pon como noche tu
sombra al mediodía; esconde a los que van huyendo, y no descubras
a los que andan errantes. Morarán contigo mis fugitivos; Moab, sír-
veles de lugar en que se escondan de la presencia del destruidor.
[218] Por estas palabras se ve claramente que Moab, asustado, en-
trará en pensamientos de huir fuera de sus confines, y en parte empe-
zará a moverse, no ciertamente por temor de algún príncipe enemigo
que venga contra él, sino por temor de los prófugos que ya se acercan a
su tierra, y que vienen huyendo de la presencia del destruidor. Lo cual
alude visiblemente a lo que había sucedido en otros tiempos en la mis-
ma tierra de Moab, cuando estos mismos prófugos venían huyendo de
Egipto, como se puede ver en el capítulo 22 y 23 del libro de los Nú-
meros. Así, se le dice aquí a Moab que no tema como temió la primera
vez; que no se alborote; que no se asuste; que entre primero en conse-
jo antes que huir; mas que no tome el consejo, ni imite la conducta de
su antiguo rey Balac, el cual cerró sus puertas, y no quiso hospedar, ni
dejar pasar por sus tierras a estos mismos prófugos de Dios; sino que
tome ahora otro consejo más humano y más prudente, que se le pro-
640 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pone de parte del Señor: Toma alguna traza, junta el Ayuntamiento.


¿Qué consejo es éste? Pon como noche tu sombra al mediodía; escon-
de a los que van huyendo, y no descubras a los que andan errantes.
Prepara para mis prófugos un asilo o una sombra, que sea como la de
la noche más oscura en la mitad del día, y escóndelos de modo que
sean como invisibles; no los descubras, ni les hagas traición. Ahora
bien, ¿cómo ha de esconder Moab dentro de sí a los prófugos de Dios,
si el mismo Moab ha huido fuera de sí a la otra parte del torrente de
Arnón? Morarán contigo mis fugitivos. Prosigue el Señor: Moab, sír-
veles de lugar en que se escondan de la presencia del destruidor; por-
que fenecido es el polvo, ha sido rematado el miserable que rehollaba
la tierra. Habitarán o se hospedarán en tu país mis prófugos por algún
poco de tiempo; recíbelos, oh Moab, y escóndelos dentro de ti. No te-
mas que este oficio de humanidad te pueda ocasionar algún perjuicio;
porque te hago saber que ya pasa, ya se acaba, o va luego a acabarse el
gran polvo de los ejércitos que los persiguen (salidos sin duda de la
boca del dragón), y acaba sus días, o los acabará en breve el misera-
ble 1, o como leen Pagnini y Vatablo, el opresor, esto es, el que oprime
a otros y los hace miserables, y por esto mismo es más miserable que
todos; ya se acaba, o va luego a acabarse el que conculcaba la tierra 2;
el cual, según todo el contexto, parece claro que no puede ser otro sino
el figurado en la gran estatua de Daniel.
[219] Sería conducente, para la plena inteligencia de este lugar de
Isaías, advertir aquí y no despreciar estas tres cosas entre otras. Pri-
mera: que la tierra o país de Moab está tan cerca de la tierra de Israel o
de promisión, que sólo las divide el río Jordán: Y habiendo partido
(dice Moisés), acamparon en las llanuras de Moab, donde a la otra
parte del Jordán está situada Jericó 3. Segunda: que en esta tierra o
país de Moab está el célebre monte Nebo, en el que subió Moisés, y vio
la heredad del Señor 4, donde él mismo murió, mandándolo el Se-
ñor 5, y donde el profeta Jeremías escondió por orden de Dios 6, des-
pués de destruida Jerusalén, el arca grande del Antiguo Testamento, el
tabernáculo y el altar; profetizando de parte del Señor… que será des-
conocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del pueblo, y
se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y
aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba
a Moisés 7. Tercera: que cuando todo Israel, prófugo de Egipto, condu-

1 Is. 16, 4.
2 Is. 16, 4.
3 Num. 22, 1.
4 2 Mac. 2, 4.
5 Deut. 34, 5.
6 2 Mac. 2, 4.
7 3 Rey. 13, 9; 2 Mac. 2, 7-8.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 641

cido ya por Josué, pasó el Jordán, como había pasado el mar Rojo, en-
tró luego al punto en el valle fertilísimo de Acor, en donde se empezó a
dilatar su corazón, y a abrirse sus esperanzas con la milagrosa toma de
Jericó. Todo lo cual nos puede traer fácilmente a la memoria lo que ya
queda observado en el fenómeno antecedente, artículo 8, cuando ha-
blamos de la huida a la soledad de aquella mujer metafórica, a quien
deben darse dos alas de grande águila, para que volase al desierto a
su lugar, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la
mitad de un tiempo, de la presencia de la serpiente 1; o como añade
Isaías en el lugar de que vamos hablando, de la presencia del destrui-
dor. Esta mujer que huye al desierto, a su lugar, así como ha de ir direc-
tamente al valle de Acor, según le promete Dios por Oseas (capítulo 2),
así debe pasar segunda vez por la tierra de Moab, y detenerse en ella
algún poco de tiempo, como pasó y se detuvo la primera vez, cuando
salió de Egipto. Sin esto, ¿cómo podrá verificarse la profecía de Jere-
mías? Por esto, pues, se le aconseja a Moab de parte de Dios que no
cierre otra vez sus puertas a esta mujer que viene huyendo, sino que la
reciba con humanidad, y la esconda dentro de sí 2.
[220] Con estas tres advertencias se entiende ya sin dificultad el
último versículo de paréntesis de Isaías. Después de estas cosas, con-
cluye el Profeta, se preparará en misericordia un solio, que será el mis-
mo solio o tabernáculo de David, y en él se sentará el que debe sentar-
se, y se sentará en verdad…, juzgará y demandará juicio, y dará pron-
tamente a cada uno lo que es justo 3. Dos cosas de grande importancia
tenemos aquí que considerar, y sería de no pequeña utilidad el consi-
derarlas en juicio y en justicia. Primera: este solio o tabernáculo de
David de que aquí se habla, ¿para quién se deberá preparar? ¿Qué per-
sona es ésta que, después de preparado este solio, deberá sentarse en
él (según estas palabras): En verdad… juzgará y demandará juicio?
Segunda: ¿Cómo o con qué cosas previas, convenientes o necesarias,
se deberá hacer esta preparación?
[221] Cuanto a lo primero, suponen los intérpretes (y digo supo-
nen, porque hablan en el asunto como de una cosa que no necesita de
prueba; por consiguiente, hablan con una suma velocidad, sin hacerse
cargo de las grandes dificultades que padece dicha suposición), supo-
nen, digo, que aquí no hay otro misterio, sino anunciar el reinado del
santo rey Ezequías, que es uno de los tres reyes de Judá que canoniza
la Escritura 4. Para Ezequías, pues, y para sus sucesores, se prepara,
dicen, el solio de David de que habla Isaías en este lugar. Este buen rey

1 Apoc. 12, 14.


2 Is. 16, 4.
3 Is. 16, 5.
4 4 Rey. 18, 3; 2 Par. 32; Eclo. 49.
642 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

se sentará sobre él en verdad; éste buscará o ejercitará con sus súbdi-


tos el juicio y la justicia: Dará prontamente a cada uno lo que es justo.
Para saber ahora de cierto si esta suposición es bien fundada o no, se
pregunta: esta preparación del solio de David de que aquí se habla,
¿cuándo se hizo? Sin duda debió hacerse después que se verificó ple-
namente lo que se anuncia en los tres versículos que preceden inme-
diatamente, esto es, después que los prófugos de Dios se hospedaron
en la tierra de Moab, y en ella se escondieron de la presencia del des-
truidor, después que pasó el gran polvo que levantaba el mismo vasta-
dor, y después que acabó sus días el que conculcaba la tierra. Todo es-
to se lee seguido, con este mismo orden, en la brevísima profecía.
[222] Siendo esto así, se pregunta otra vez: ¿Qué vastador es éste
que, en aquellos tiempos de que quieren que hable la profecía, concul-
caba la tierra, levantaba tanto polvo, oprimía y hacia miserables a mu-
chos, y cuya ruina precedió a la preparación del solio de David? El vas-
tador, responden (ni hay otra cosa a qué recurrir en aquellos tiempos
antiquísimos), fue ya la Asiria, ya también la Caldea, ésta con Nabuco-
donosor, aquélla con Salmanasar; pero más propia y literalmente con
Senaquerib. Ahora bien, vamos por partes. Primeramente, los Caldeos
con Nabucodonosor no pueden venir al caso respecto de Ezequías.
¿Por qué? Porque éstos devastaron la Judea, y también a Moab, cerca
de cien años después de la muerte de Ezequías, y desde aquella época
hasta el día presente, en que contamos más de veintidós siglos, el solio
de David no se ha preparado para persona alguna; antes desde enton-
ces hasta ahora parece yace sepultado en el olvido. Sólo queda, pues, la
Asiria con Salmanasar y Senaquerib, y de ésta debemos decir lo mismo
a proporción, esto es, que para el punto particular de que ahora ha-
blamos no viene al caso.
[223] Salmanasar, rey de Nínive o de Asiria, es cierto que conculcó
todo el reino de Israel o de Samaria, llevándose cautivas las diez tribus
que lo componían; mas ¿cuándo? La historia sagrada dice que esto su-
cedió el año sexto de Ezequías 1. Senaquerib, sucesor de Salmanasar,
es cierto que conculcó también una gran parte de la Judea, y puso en
un gran conflicto y consternación a Jerusalén; mas ¿cuándo? La mis-
ma historia sagrada dice que esto sucedió el año decimocuarto del rey
Ezequías 2; y es bien observar aquí que no consta por instrumento al-
guno que este príncipe entrase en la tierra de Moab, ni que los Moabi-
tas huyesen de su tierra. Lo que sólo consta es que, antes de llegar a
Jerusalén, un ángel enviado de Dios arruinó todo su ejército, matando
en una noche ciento ochenta y cinco mil soldados; con lo cual el prín-

1 4 Rey. 18, 10.


2 4 Rey. 18, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 643

cipe se volvió apresuradamente para su reino. Siendo cierto todo esto,


¿cómo podremos acomodar al rey Ezequías aquellas palabras: Y será
establecido el trono en misericordia? Estas palabras, unidas con las
que preceden, como debe ser, suponen evidentemente que cuando se
siente en el solio de David la persona de quien se habla, y para quien el
solio se debe preparar, ya habrá pasado el gran polvo del que concul-
caba la tierra, y acabado sus días el vastador. Conque si este vastador
era Senaquerib, el solio se preparó después que Senaquerib huyó para
Nínive, dejando su ejército destrozado y muerto. Conque se preparó en
el año 14 o 15 del reinado de Ezequías. Conque se preparó para Eze-
quías 14 años después que Ezequías estaba sentado en él. Conque Eze-
quías empezó a ser rey de Judá 14 años después que ya lo era legíti-
mamente, y… en verdad. Digo, en verdad, porque esos primeros ca-
torce años del reinado de Ezequías fueron a lo menos tan laudables
como los que se siguieron; y así le dice el mismo Ezequías a Dios en su
enfermedad, que sucedió luego: Ruégote, Señor, acuérdate te suplico,
de cómo he andado delante de ti en verdad, y con un corazón perfec-
to, y que he hecho lo que es agradable en tus ojos 1.
[224] No siendo, pues, ni pudiendo ser Ezequías la persona de
quien se habla en aquellas palabras: Y será establecido el trono en mi-
sericordia, y se sentará sobre él en verdad en el tabernáculo de Da-
vid; es preciso buscar otra persona a quien esto pueda competer, sin
hacer violencia al texto con su contexto, y también sin caer en un ver-
dadero anacronismo. ¿Qué persona puede ser ésta? Buscadla, señor,
como quisiereis, y me parece a mí que no hallaréis otra en que descan-
sar que la persona misma del Mesías, hijo de David según la carne,
cuando lleguen aquellos tiempos y momentos que puso el Padre en su
propio poder 2. Esto es lo que se repugna, y lo que se huye de todos
modos en el sistema que examinamos; mas esto mismo parece inevi-
table, considerando el texto con su contexto, y combinándolo con otras
innumerables Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento. Al rey Eze-
quías nada compete, según la historia sagrada, ni del texto, ni del con-
texto, ni mucho menos de tantas otras Escrituras, perfectamente con-
formes a ésta de que hablamos. Al Mesías, hijo de David, le compete
todo, y todo según ésta y según las otras Escrituras. Desde el principio
de este capítulo 16 empieza hablando Isaías (por confesión de todos)
no de Ezequías, sino del Mesías 3. Este Cordero, destinado a dominar
la tierra, dicen todos que es ciertamente el Mesías; y a ninguno le ha
pasado por el pensamiento que pueda ser Ezequías, no obstante que
este rey era descendiente de Rut Moabita, así como lo fueron los otros

1 4 Rey. 20, 3.
2 Act. 1, 7.
3 Is. 16, 1.
644 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

reyes de Judá. Conque para el Mesías, no para Ezequías, será estable-


cido el trono en misericordia, y se sentará sobre él en verdad, en el
tabernáculo de David, quien juzgará y demandará juicio, y dará
prontamente a cada uno lo que es justo.
[225] Este texto concuerda perfectamente con el capítulo 32 del
mismo Isaías, que empieza así: He aquí que reinará un rey con justicia,
y los príncipes presidirán con rectitud. Y este varón será como refu-
gio para el que se esconde del viento, y se guarece de la tempestad 1
(expresiones propísimas y semejanzas admirables, que indican aquella
paz y verdadera felicidad del reino del Mesías, de que tanto hablan
otros Profetas y el mismo Isaías, como observaremos de propósito en
su propio lugar). Así prosigue diciendo: Y (este rey) será… como arro-
yos de aguas en sed, y sombra de peña que sobresale en tierra yer-
ma. No se ofuscarán los ojos de los que ven, y las orejas de los que
oyen oirán atentamente. Y el corazón de los necios entenderá ciencia,
y la lengua de los tartamudos hablará con expedición y claridad. El
que es ignorante no será más llamado príncipe, ni el engañador será
llamado mayor, etc. 2. Dicen que todo esto habla también de Ezequías,
que anuncia su reinado feliz; mas ¿con qué razón se dice esto? ¿Con
qué propiedad? ¿Con qué equidad? Si se lee el texto cien veces y se
consideran todas sus expresiones, apenas se hallará alguna acomoda-
ble al rey Ezequías, ni aun a ninguno otro de los reyes del mundo. Bas-
ta leer sus últimas palabras: El que es ignorante no será más llamado
príncipe; y, no obstante, sin salir del reino de Judá, el sucesor inme-
diato de Ezequías fue el más insipiente y el más inicuo de todos los
príncipes. En suma, léanse con este cuidado los tres capítulos siguien-
tes; en ellos se verá que todo camina seguido, y perfectamente con-
forme al reino del Mesías que nos anuncian todas las Escrituras, sin
que pueda, ni aun de paso, ofrecerse a la imaginación Ezequías.
[226] Habiendo observado, y si es lícito hablar así, habiendo cono-
cido la persona para quien se debe preparar, en misericordia, el solio
de David, nos queda ahora que observar el otro punto que tenemos
suspenso, es a saber: ¿Cómo y con qué cosas se deberá hacer esta pre-
paración? Para cuya inteligencia sería conveniente volver a leer con
nueva atención los cinco primeros versículos del capítulo 16 de Isaías,
advirtiendo en ellos estas tres cosas principales que quedan ya nota-
das. Primera: la oración misteriosa con que empieza este paréntesis, o
esta profecía particular: Envía, Señor, el Cordero dominador de la tie-
rra; digo oración misteriosa, porque así se me figura por lo que en ella
se pide, y esto cuando se va hablando de Moab. Segunda: en el consejo

1 Is. 32, 1-2.


2 Is. 32, 2-5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 645

que aquí se le da al mismo Moab: Toma alguna traza, junta el Ayun-


tamiento; pon como noche tu sombra al mediodía; esconde a los que
van huyendo, y no descubras a los que andan errantes. Tercera: que
estos mismos vagos o prófugos, que el Señor llama suyos, habitarán
por algún tiempo escondidos en la tierra de Moab 1. Observadas estas
tres cosas capitales del texto de Isaías, podemos ya sin embarazo al-
guno dar dos pasos más adelante, sacando de ellas dos conclusiones
bien importantes, con la mayor verosimilitud, propiedad y consecuen-
cia que parece posible en estos asuntos.
Primera conclusión
[227] En este tiempo de que hablamos, en que los prófugos de
Dios, que vienen huyendo de la presencia del destruidor, se hospeda-
rán en la tierra de Moab, descubrirá Dios en esta tierra (donde cierta-
mente está en una cueva del monte Nebo) el arca sagrada del Antiguo
Testamento, el tabernáculo y el altar que escondió Jeremías por orden
de Dios 2, después de destruida Jerusalén por Nabucodonosor. Se des-
cubrirá, digo, este depósito sagrado para los fines que Dios solo sabe, y
que no hay necesidad de que los sepamos los curiosos. El no saberse
los fines de Dios no parece razón, ni es causa suficiente, para mirar
con tanta indiferencia y aun frialdad una profecía tan clara. Será des-
conocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del pueblo, y
se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y
aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba
a Moisés… 3.
[228] El lugar donde queda depositada por orden de Dios el arca
sagrada, el tabernáculo y el altar (dice Jeremías), será en los siglos ve-
nideros un lugar incógnito y del todo inaccesible, hasta que congregue
Dios, según sus promesas infalibles, la congregación de su pueblo, y se
muestre propicio y favorable al mismo pueblo; y entonces el mismo
Señor manifestará estas cosas, y también sus fines o designios 4; y en-
tonces el monte Nebo, situado en la tierra de Moab, será como otro
nuevo y admirable teatro donde se renovarán todos aquellos prodigios
que se vieron antiguamente en el monte Sinaí: Y entonces mostrará el
Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube,
como se manifestaba a Moisés.
[229] A esta célebre profecía parece que alude San Juan, según sus
continuas alusiones a todas las Escrituras, cuando en el versículo úl-
timo de su Apocalipsis, capítulo 11, un momento antes de empezar a

1 Is. 16, 4.
2 2 Mac. 2, 4.
3 2 Mac. 2, 7-8.
4 2 Mac. 2, 8.
646 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

hablar de los misterios de la mujer vestida del sol, dice así: Y se abrió
el templo de Dios en el cielo; y el arca de su testamento fue vista en su
templo, y fueron hechos relámpagos, y voces, y terremoto, y grande
pedrisco 1. Acaso podrá repararse más de lo necesario en aquella pala-
bra, en el cielo, como si esto se hubiese ya verificado, o se hubiese de
verificar allá en el cielo. Mas esto sería no conocer el carácter o distin-
tivo propio y peculiar de la profecía admirable del Apocalipsis. De nin-
guno de los otros Profetas se dice que subiese al cielo en espíritu, para
ver allá lo que Dios quería manifestarle. Mas el mismo San Juan nos
advierte desde el principio del capítulo 4, desde donde empieza en
propiedad la profecía, que todas o las más de sus visiones las tuvo en
el cielo, a donde fue en espíritu por providencia o privilegio particular.
Después de esto, dice (después de concluidos los tres primeros capítu-
los, enderezados conocidamente a la Iglesia activa presente, en siete
tiempos o estados diversos, bajo la metáfora de siete ángeles, gober-
nadores de siete iglesias de Asia, o de sus siete luces sobre siete cande-
leros, etc.), después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo, y
la primera voz que oí era como de trompeta, que hablaba conmigo,
diciendo: Sube acá, y te mostraré las cosas que es necesario sean he-
chas después de éstas. Y luego fui en espíritu… 2.
[230] Ahora decidme, señor, con sinceridad: esta profecía de Je-
remías, tan clara en sí misma, aunque tan oscura y embarazosa en otros
principios, ¿se ha verificado o no? La Escritura divina da testimonio
claro y manifiesto de no haberse verificado hasta el día de hoy; tanto,
que lo confiesan de buena fe los autores más eruditos, diciendo, aun-
que muy de paso, que se verificará hacia el fin del mundo, cuando ven-
gan Elías y Enoc, los cuales descubrirán este tesoro escondido, para
facilitar la conversión de los Judíos. Mas difícilmente podrá concebirse
que el descubrimiento del arca, del tabernáculo y del altar, pueda ser
un medio proporcionado para convertir a Cristo a los Judíos, o para
facilitar su conversión, si éstos no se suponen ya convertidos y plena-
mente ilustrados. Contentémonos, no obstante, con lo que aquí se nos
concede, esto es, que la profecía de que hablamos hasta ahora no se ha
verificado. Luego tampoco se ha verificado la congregación del pueblo
de Israel, y la propiciación de Dios respecto de este pueblo infeliz: Has-
ta que reúna Dios la congregación del pueblo. Luego la congregación
de este pueblo célebre, del cual está escrito para la primera venida del
Mesías que no se congregará 3; la propiciación de Dios para con este
pueblo, y la manifestación del depósito sagrado con todas las circuns-
tancias que anuncia Jeremías, deberá todo verificarse en algún tiem-

1 Apoc. 11, 19.


2 Apoc. 4, 1-2.
3 Is. 49, 5.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 647

po, so pena de falsificarse la profecía. Si todo se ha de verificar en al-


gún tiempo, ¿cuándo mejor, según las Escrituras, y según un justo ra-
ciocinio, que en el tiempo de que vamos hablando; en el tiempo, digo,
en que los prófugos de Dios, congregados con grandes piedades, que
vienen huyendo, no ya solamente de Egipto, sino también de las cua-
tro plagas de la tierra, lleguen a hospedarse en la tierra de Moab?
¿Cuando habiten por algún poco de tiempo en esta tierra: Morarán
contigo mis fugitivos escondidos de la presencia del destruidor… o de
la presencia de la serpiente, como dice San Juan? ¿No parece esto tan
verosímil, que casi se ve con los ojos y se toca con las manos?
Segunda conclusión
[231] Con estos prófugos de Dios que llegan a la tierra de Moab,
buscando en ella lugar en que se escondan de la presencia del des-
truidor, o (lo que parece un mismo misterio) con la mujer del capítulo
12 del Apocalipsis, que huye a la soledad, a su lugar… aparejado de
Dios…, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mi-
tad de un tiempo, de la presencia de la serpiente, empezará a levan-
tarse de la tierra, y a prepararse en toda forma, el tabernáculo o solio
de David, que cayó. Esta erección del solio de David no es verosímil ni
creíble que suceda en un momento, en un abrir de ojo, como la resu-
rrección de los muertos, la cual no necesita de esta preparación, bas-
tando un hágase de la voluntad del que es Omnipotente. Mas con las
criaturas libres obra el Omnipotente con mucha lentitud, contemplan-
do su libertad, pues (su sabiduría) alcanza de fin a fin con fortaleza, y
todo lo dispone con suavidad 1. Así, pues, será necesario para esto al-
guna preparación, y para esta preparación será también necesario, co-
mo dice San Juan, tiempo y tiempos, y la mitad de un tiempo (alusión
clarísima al capítulo 12, versículo 7, de Daniel), el cual tiempo y tiem-
pos, y mitad de un tiempo, dice el mismo Apóstol, corresponde a 1260
días, o 42 meses, o tres años y medio; no empleados todos en el latíbu-
lo de la tierra de Moab y cercanías del monte Nebo, sino parte en esta
tierra (mientras se verifican en ella plenamente los misterios de la pro-
fecía de Jeremías, renovándose los prodigios antiguos del monte Si-
naí), parte en el valle de Acor pasado el Jordán 2, y parte en otros luga-
res de la Tierra santa, según otras profecías, y según las varias ocu-
rrencias de que no es necesario que se nos hable en particular.
[232] Para probar esta segunda conclusión, no me ocurre otro mo-
do más breve, ni más fácil, ni más eficaz, que remitirme enteramente a
todo lo que queda observado en el fenómeno antecedente; y si esto, no
obstante, no basta, me parece que podrán suplir abundantemente

1 Sab. 8, 1.
2 Os. 2, 15.
648 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

aquellos cuatro aspectos en que consideramos a los Judíos en todo el


fenómeno 5, y después en el 7. A todo lo cual añadimos aquí, compen-
diando todo lo dicho, esta simple reflexión:
[233] La mujer metafórica del Apocalipsis, o la claudicante de So-
fonías y Miqueas, compuesta visiblemente de los prófugos de Dios, con-
gregados con grandes piedades, es claro que huye a la soledad, o es
conducida por el brazo omnipotente de su Dios, con gran acuerdo, con
grandes designios, y para fines más que ordinarios, proporcionados
sin duda a la novedad y grandeza de los sucesos maravillosos que de-
ben preceder y acompañar su huida. ¿Qué fines o designios pueden ser
éstos? No otros, señor mío, sino los que hallamos expresos y claros en la
Escritura de la verdad, es a saber, aquellos mismos en sustancia, y
guardada proporción, con los cuales y para los cuales sacó el mismo
Dios antiguamente de Egipto a esta misma mujer, compuesta y formada
de estos mismos prófugos suyos, y la condujo con tantos prodigios al de-
sierto y soledad del monte Sinaí: Según los días de tu salida de la tierra
de Egipto, te haré ver maravillas 1. Y acaecerá que en aquel día, dice el
Señor, me llamará: Marido mío… y cantará allí (en el valle de Acor)
según los días de su mocedad, y según los días en que salió de tierra de
Egipto 2. Y será en aquel día: Extenderá el Señor su mano segunda vez
para poseer el resto de su pueblo… y congregará los fugitivos de Israel,
y recogerá los dispersos de Judá de las cuatro plagas de la tierra 3.
[234] En aquel primer tiempo o aquella primera vez sacó Dios de
Egipto a esta mujer, y la condujo, como sobre alas de águila, al desierto
y soledad del monte Sinaí. ¿Para qué fin y con qué designios? Primero:
para que allí, lejos de todo tumulto, y desembarazada de todo otro cui-
dado, pudiese oír quietamente la voz de Dios. Segundo: para que allí
fuese apacentada con el pasto de doctrina, e instruida en las nuevas le-
yes y ceremonias con que Dios quería ser servido. Tercero: para prepa-
rar en ella un pueblo digno de Dios: Para que seas a él un pueblo pecu-
liar 4, le decía Moisés; un pueblo consagrado a Dios, conjunto a Dios,
que le tributase aquel culto interno y externo que le era tan debido, ya
que todos los otros pueblos y naciones lo habían enteramente olvidado.
Cuarto, en fin: para celebrar con ella un pacto, un contrato, una alianza
solemne y estrechísima, que el mismo Dios, habiendo hablado a los
padres por los Profetas 5, llamó desposorio formal.
[235] De este modo, pues, a proporción, y con los mismos fines y
designios, sacará Dios segunda vez a esta misma mujer, compuesta de

1 Miq. 7, 15.
2 Os. 2, 16 y 15.
3 Is. 11, 11-12.
4 Deut. 7, 6.
5 Heb. 1, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 649

los mismos prófugos suyos, no ya solamente de Egipto, sino de las cua-


tro plagas de la tierra, y la conducirá con los mismos y mayores prodi-
gios a otra soledad que ya le tendrá preparada, para que allí la alimen-
tasen mil doscientos sesenta días… en donde es guardada… de la pre-
sencia de la serpiente 1; y como dice por Oseas, para hablarle no sola-
mente a los oídos y a los ojos, sino mucho más al corazón 2; y para cele-
brar con ella en misericordia, y en justicia, y con fidelidad, otro nuevo
pacto estable y permanente: Y te desposaré conmigo en justicia y jui-
cio, y en misericordia, y en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe (o
en fidelidad) 3. No cierto (prosigue diciendo por Jeremías, capítulo 31),
no cierto según aquel primer pacto o alianza que celebré con vuestros
padres, cuando los saqué de la servidumbre de Egipto, pacto que ellos
mismos hicieron írrito o inútil con sus frecuentes infidelidades; sino
según otro pacto nuevo y sempiterno, que tengo preparado para las dos
casas de Israel y de Judá, o para las doce tribus de Jacob: He aquí que
vendrá el tiempo, dice el Señor; y haré nueva alianza con la casa de
Israel, y con la casa de Judá; no según el pacto que hice con los padres
de ellos, en el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de
Egipto; pacto que invalidaron, y yo dominé sobre ellos (o los despre-
cié, como leen los LXX), dice el Señor. Mas éste será el pacto que haré
con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mi
ley en las entrañas de ellos (lo cual corresponde perfectamente a la ex-
presión de Oseas, capítulo 2, versículo 14: Le hablaré al corazón…), y
la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pue-
blo. Y no enseñará en adelante hombre a su prójimo, y hombre a su
hermano, diciendo: Conoce al Señor, porque todos me conocerán,
desde el más pequeño de ellos hasta el mayor, dice el Señor, porque
perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado 4.
[236] Acaso se opondrá que San Pablo 5 cita este mismo texto de
Jeremías, como si ya en su tiempo se hubiese plenamente verificado. A
lo cual se responde que San Pablo cita este texto de Jeremías única-
mente para probar a los Judíos que el Antiguo Testamento no podía
ser eterno, sino que debía tener fin, como es clarísimo por todo su con-
texto. Esto mismo les prueba en el capítulo 8 de la misma epístola por
estas palabras, diciendo: Pues llamándolo nuevo, dio por anticuado el
primero. Y lo que se da por anticuado y viejo, cerca está de perecer 6.
Mas esto no es decir que la profecía que cita se había ya verificado ple-
namente, sino en aquel punto particular y determinado para que la ci-

1 Apoc. 12, 6 y 14.


2 Os. 2, 14.
3 Os. 2, 19-20.
4 Jer. 31, 31-34.
5 Heb. 10, 16.
6 Heb. 8, 13.
650 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ta, es a saber, para probar, según las Escrituras, que debía haber otro
testamento nuevo y eterno, confirmado solemnemente y sellado irre-
vocablemente con la sangre del Mesías mismo, así como el antiguo se
había confirmado y sellado, en otro tiempo, con la sangre de animales;
Porque es imposible que con sangre de toros y de machos de cabrío se
quiten los pecados 1; por consiguiente, que el primer testamento debía
tener fin, para dar lugar al segundo. Esto es lo que únicamente intenta
San Pablo cuando cita esta profecía de Isaías.
[237] Sígase ahora leyendo enteramente lo que resta de ella; añáda-
se, para adquirir mayores luces, la consideración de todo el capítulo en-
tero, y aun del antecedente; y hallamos cosas tan grandes, tan admira-
bles y tan nuevas, que nos vemos precisados a confesar, en verdad, que
ni se han verificado, ni se han podido verificar hasta el día de hoy. Los
esfuerzos mismos que se hacen, y las violencias de que se usa para su-
ponerlas verificadas, son una prueba la más sensible de que ciertamen-
te no se han verificado hasta el día de hoy; si no se han verificado hasta
el día de hoy, luego son cosas reservadas, en los tesoros de Dios, para
otros tiempos y momentos todavía futuros; luego llegados tarde o tem-
prano estos tiempos y momentos que puso el Padre en su propio poder,
deberán verificarse todas ellas con toda plenitud; pues como dice la Es-
critura, y lo predica a grandes voces la razón natural, no es Dios como el
hombre, para que mienta, ni como el hijo del hombre, para que se mu-
de. ¿Dijo pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 2.
[238] Pues con esta mujer metafórica, vuelvo a decir, compuesta
toda de los prófugos de Dios, congregados con grandes piedades (los
cuales en su huida deben hospedarse por algún tiempo en la tierra de
Moab, para los fines que quedan insinuados, y pasar desde allí luego
inmediatamente al valle de Acor), se comenzará a hacer, y se prosegui-
rá haciendo, por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo,
aquella preparación del solio de David de que habla Isaías: Será esta-
blecido el trono en misericordia; y después que este solio esté bien
preparado en la forma dicha, se sentará sobre él en verdad, en el ta-
bernáculo de David, quien juzgará y demandará juicio, y dará pron-
tamente a cada uno lo que es justo.

Resumen y conclusión

[239] Lo que acabamos de observar en este último párrafo corres-


ponde perfectamente a todo cuanto queda observado en todo este fe-

1 Heb. 10, 4.
2 Num. 23, 19.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 651

nómeno. Corresponde, lo primero, al texto de Amós, y al de San Jaco-


bo que lo cita: En aquel día levantaré el tabernáculo de David, que
cayó; y repararé los portillos de sus muros, y repararé lo que había
caído; y lo reedificaré como en los días antiguos 1.
[240] Corresponde, lo segundo, al texto de Sofonías y Miqueas: En
aquel día… reuniré aquella que cojeaba; y recogeré a aquella que ya
había desechado y afligido… y reinará el Señor sobre ellos en el mon-
te de Sión, desde ahora y hasta en el siglo… y vendrá el primer impe-
rio, el reino de la hija de Jerusalén 2.
[241] Corresponde, lo tercero, al texto de Isaías que, hablando cier-
tamente del Mesías, dice: Se sentará sobre el solio de David, y sobre
su reino, para afianzarlo y consolidarlo en juicio y en justicia, desde
ahora y para siempre… Y le dará el Señor Dios el trono de David su
padre 3.
[242] Corresponde, lo cuarto, al salmo 131, en que el mismo rey
David refiere la promesa que Dios le tiene hecha y confirmada con ju-
ramento, de que el Mesías su hijo se sentaría en su mismo trono: Juró
el Señor verdad a David, y no dejará de cumplirla: Del fruto de tu
vientre pondré sobre tu trono… Siendo, pues, Profeta, y sabiendo que
con juramento le había Dios jurado que del fruto de sus lomos se sen-
taría sobre su trono, previéndolo, habló de la resurrección de Cristo 4.
[243] Corresponde, lo quinto, al capítulo 23 de Jeremías, digno
ciertamente de la mayor atención y reflexión: Mirad que vienen los
días, dice el Señor, y levantaré para David un pimpollo justo; y reina-
rá rey que será sabio, y hará el juicio y la justicia en la tierra. En
aquellos días se salvará Judá, e Israel habitará confiadamente… y no
dirán ya más: Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra
de Egipto; sino: Vive el Señor, que sacó y trajo el linaje de la casa de
Israel de la tierra del Norte, y de todas las tierras a las cuales los ha-
bía yo echado allá; y habitarán en su tierra 5.
[244] Corresponde, lo sexto, a todo el capítulo 37 de Ezequiel, ma-
yormente desde el versículo 20 hasta el fin, donde se leen entre otras
estas palabras: Y morarán sobre la tierra que di a mi siervo Jacob… y
David mi siervo será príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos
alianza de paz, alianza eterna tendrán ellos; los cimentaré, y multipli-
caré, y pondré mi santificación en medio de ellos por siempre. Y estará
mi tabernáculo entre ellos; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y

1 Amós 9, 11.
2 Miq. 4, 6-8.
3 Is. 9, 7; Lc. 1, 32.
4 Sal. 131, 11; Act. 2, 30-31.
5 Jer. 23, 5-8.
652 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sabrán las gentes que yo soy el Señor, el santificador de Israel, cuando


estuviere mi santificación en medio de ellos perpetuamente 1.
[245] Del mismo modo habla el mismo Profeta en el capítulo 39:
Por tanto esto dice el Señor Dios: Ahora levantaré el cautiverio de
Jacob, y me apiadaré de toda la casa de Israel, y me revestiré de celo
por mi santo nombre. Y llevarán (o como lee Vatablo: después lleva-
rán) su confusión, y toda su prevaricación con que prevaricaron con-
tra mí, cuando moraren en su tierra confiados, sin temer a nadie. Y
cuando los hiciere volver de los pueblos, y los congregare de las tierras
de sus enemigos, y fuere santificado en ellos, a los ojos de muchísimas
gentes. Y sabrán que yo soy el Señor Dios de ellos, porque los trans-
porté a las naciones, y los congregué sobre su tierra, y no dejé allí nin-
guno de ellos. Y no esconderé más mi rostro de ellos, porque he derra-
mado mi espíritu sobre toda la casa de Israel, dice el Señor Dios 2.
[246] Esto mismo había dicho el Señor en el capítulo 34 del mis-
mo Profeta desde el versículo 22: Salvaré mi grey, y no será más ex-
puesta a la presa, y juzgaré entre ganado y ganado. Y LEVANTARÉ SO-
BRE ELLAS UN SOLO PASTOR que las apaciente, a mi siervo David; él
mismo las apacentará, y él mismo será su pastor. Y yo el Señor seré
su Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos; yo el Señor he
hablado. Y haré con ellos alianza de paz… y sabrán que yo soy el Se-
ñor, cuando quebrantare las cadenas del yugo de ellos, y los librare
de la mano de los que los dominan. Y no serán más expuestos a la
presa de las gentes, ni serán devorados de las bestias de la tierra;
sino que morarán confiados sin ningún espanto 3.
[247] A todo lo cual corresponde, en fin, la brevísima y admirable
profecía del capítulo 3 de Oseas: Porque muchos días estarán los hi-
jos de Israel sin rey… y sin sacrificio, y sin altar, y sin efod, y sin te-
rafines. Y después de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al
Señor su Dios… y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en
el fin de los días 4.
[248] O todas estas cosas, y otras innumerables que omitimos, son
sueños o ficciones de los Profetas de Dios, o deberemos esperar su ple-
no y perfecto cumplimiento.

1 Ez. 37, 25-28.


2 Ez. 39, 25-29.
3 Ez. 34, 22-25 y 27-28.
4 Os. 3, 4-5.
Fenómeno 10
El monte Sión sobre los montes

Texto de Isaías, capítulo 2

[249] Palabra, que vio Isaías, hijo de Amós, sobre Judá y Jerusa-
lén. Y en los últimos días estará preparado el monte de la casa del
Señor en la cumbre de los montes, y se elevará sobre los collados, y
correrán a él todas las gentes. E irán muchos pueblos, y dirán: Venid,
y subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob, y nos
enseñará sus caminos, y andaremos en sus senderos; porque de Sión
saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén. Y juzgará a las na-
ciones, y convencerá a muchos pueblos; y de sus espadas forjarán
arados, y de sus lanzas hoces; no alzará la espada una nación contra
otra nación, ni se ensayarán más para la guerra 1.
[250] Lo mismo y casi con las mismas palabras se lee en el capítu-
lo 4 de Miqueas: En los últimos días el monte de la casa de Dios será
fundado sobre la cima de los montes, y ensalzado sobre los collados,
y correrán a él los pueblos. Y se apresurarán muchas gentes, y dirán:
Venid, subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob; y
nos enseñará sus caminos, y marcharemos en sus veredas; porque de
Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén. Y juzgará en-
tre muchos pueblos, y castigará a naciones poderosas hasta lejos; y
convertirán sus espadas en rejas de arados, y sus lanzas en azado-
nes; no empuñará espada gente contra gente; ni se ensayarán más
para hacer guerra. Y cada uno se sentará debajo de su vid, y debajo
de su higuera, y no habrá quien cause temor; pues lo ha pronunciado
por su boca el Señor de los ejércitos 2.
[251] Los intérpretes de la Escritura, llegando a tocar estas dos
profecías, en primer lugar se ríen mucho de la grosería de nuestros ra-
binos, los cuales entendieron estas cosas con una extrema materiali-
dad, diciendo que en la venida del Mesías crecería físicamente el mon-
te Sión, elevándose sobre todos los otros montes y collados vecinos a
Jerusalén. No nos metamos ahora a averiguar si esta inteligencia es

1 Is. 2, 1-4.
2 Miq. 4, 1-4.
654 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tan absurda que sólo merezca la risa y el desprecio, no sea que se pien-
se que la queremos adoptar. No obstante, se pudiera aquí preguntar, lo
primero: la elevación física y material del monte Sión, ¿es alguna em-
presa imposible, o muy difícil, al que elevó, en el principio, los montes
de la tierra? Lo segundo: ¿Se opone esta física elevación del monte
Sión a los textos citados, o a algún otro lugar de la Escritura santa, o a
alguna verdad demostrada?
[252] Sin esperar la respuesta a estas dos preguntas, que no se ig-
nora cuál será, se pudiera preguntar, lo tercero: entre dos inteligencias
de un mismo texto (suponiendo por un momento que sea forzosa la
elección), ¿cuál de ellas deberá preferirse? ¿La que en nada se opone al
texto ni al contexto, antes por conformarse con él escrupulosamente
abraza un error material, pero inocente (si acaso lo es), o la que en na-
da se conforma con el mismo texto, antes en alguna cosa le repugna y
se le opone visiblemente? La respuesta a esta tercera pregunta no es
tan fácil adivinarla. Mas por ahorrar disputas, vamos a lo particular.

La inteligencia común de estas profecías

PÁRRAFO 1
[253] Abrid, señor mío, cualquiera expositor, digo cualquiera, por-
que partiendo todos de un mismo principio y caminando sobre un mis-
mo supuesto, es preciso que digan en sustancia lo mismo, aunque va-
ríen algo en los accidentes. Después de haber leído la explicación que
dan a dichas profecías, tomad el pequeño trabajo de confrontarlas con
el texto y con todo su contexto, y hallaréis, a mi parecer, dos cosas tan
diversas y tan distantes entre sí, cuanto dista el Oriente del Occidente 1.
[254] Dicen primeramente, o lo suponen, que en ambas profecías
se habla únicamente de la Iglesia presente; ésta es la casa del Señor, y
al mismo tiempo el monte de la casa del Señor 2, por estar elevada, co-
mo lo está un monte, sobre todas las cosas ínfimas de la tierra. De este
monte de la casa del Señor dicen ambos Profetas: En los últimos días
estará preparado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los
montes, y se elevará sobre los collados 3. ¿Qué quieren decir estas ex-
presiones tan singulares? No quieren decir otra cosa, sino que la Igle-
sia cristiana está fundada sobre montes y collados, como sobre firmes
y solidísimos fundamentos. ¿Cuáles son éstos? Son los Patriarcas, los
Profetas, los Apóstoles, y también los preceptos, consejos y máximas

1 Sal. 102, 12.


2 Is. 2, 2.
3 Is. 2, 2.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 655

evangélicas; el mismo Jesucristo, que es la principal piedra angular 1.


Todo esto no hay duda que es una verdad, para aquel que usa de ella
legítimamente; mas el uso legítimo de una verdad, cualquiera que sea,
pide esencialmente su propio lugar y su propio tiempo. De otra suerte,
sin dejar de ser una verdad, podrá muy bien ser un verdadero despro-
pósito. San Pablo, hablando de la ley de Moisés, decía: Sabemos, pues,
que la ley es buena para aquel que usa de ella legítimamente 2. La ley
buena es en sí; mas en tiempo de San Pablo ya no era del caso, según
toda su extensión, especialmente respecto de los Cristianos. Aplíquese
la semejanza.
[255] A esta Iglesia, pues, se procuran acomodar y se van acomo-
dando, en cuanto se puede, las palabras y expresiones de las dos profe-
cías. Digo en cuanto se puede, porque algunas hay, aunque pocas, que
sin hacer notable resistencia se dejan acomodar bastante bien, otras
que necesitan de verdadera violencia y coacción, y las más no lo permi-
ten de modo alguno. Mas en el principio general de que estas profecías
no pueden mirar a otra cosa que a la Iglesia presente, importa poco que
no se pueda todo acomodar, ni es necesaria tanta prolijidad.
[256] Para dar a esta acomodación cierta especie de brillo, reparan
mucho en aquella expresión nueva y admirable de fluir las gentes y
pueblos hacia lo alto del monte Sión 3; siendo esto, dicen, contra la na-
turaleza de los fluidos, los cuales naturalmente bajan, no suben; co-
rren ligeramente de lo alto hacia lo bajo, no al contrario. Con la cual
similitud se anuncia que las Gentes y los pueblos de todo el orbe ven-
drían a la Iglesia de Cristo, no bajando, sino subiendo; no siguiendo
las inclinaciones de la naturaleza, sino peleando contra ellas, y supe-
rando con la divina gracia toda su oposición y resistencia. Vuelvo a de-
cir que todo esto es una verdad más clara que la luz; y la concordancia
de esta verdad con las profecías fuera sin duda mucho más luminosa,
si la suposición en que estriba fuera también alguna verdad; quiero
decir, si el fluir hacia lo alto fuese una maravilla tan contraria a la na-
turaleza, que no se viese de mil maneras practicada continuamente por
la misma naturaleza. ¿Quién ignora, por ejemplo, que nuestra sangre
fluye naturalmente no sólo de la cabeza hasta los pies, sino también
desde los pies hasta la cabeza? ¿Quién ignora que los jugos del más al-
to cedro del Líbano fluyen naturalmente desde la raíz hasta lo más alto
de las ramas? ¿Quién ignora que el rocío y aun las lluvias más copiosas
no pudieran fluir de lo alto hacia lo bajo, si primero no hubiesen fluido
de lo bajo hacia lo alto? etc. Conque el fluir las gentes, por semejanza,
hacia lo alto de un monte, no es un milagro tan nuevo que merezca es-

1 Ef. 2, 20.
2 1 Tim. 1, 8.
3 Is. 2, 2; Miq. 4, 1.
656 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pecial reparo. La palabra fluir, que es la que da ocasión a dicho reparo,


se halla en los LXX sin misterio alguno, pues leen simplemente ven-
drán; y Pagnini y Vatablo leen correrán juntamente; que no suena
otra cosa que un gran concurso de todas las gentes al monte de la casa
del Señor, lo cual está anunciado en el salmo 85: Todas las gentes,
cuantas hiciste, vendrán, y te adorarán, Señor, y glorificarán tu nom-
bre 1; y en Daniel: Todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a
él 2. Y mucho más claro en Zacarías: Y todos los que quedaren de to-
das las gentes que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año
a adorar al Rey, que es el Señor de los ejércitos 3.
[257] Mas volviendo a lo más inmediato e interesante, parece claro
que la acomodación de nuestras profecías a la Iglesia presente, y la
gran facilidad con que esta se comienza, no dura mucho; apenas llega
a tocar los confines del versículo 4, donde es preciso parar un poco,
pues aquí se presenta cierto embarazo, no menos importuno que insu-
perable. Parece imposible dar un paso más adelante, si primero no se
trabaja en allanarlo de algún modo.

Dificultad del versículo 4 de Isaías,


y 3 de Miqueas

PÁRRAFO 2
[258] Dicen ambos Profetas que en aquellos tiempos de que ha-
blan, cuando Sión se prepare y eleve sobre los otros montes, sucederá,
entre otras muchas cosas, una bien singular y ciertamente inaudita
hasta el día de hoy, es a saber, que todas las gentes y pueblos de la tie-
rra, juzgados y corregidos por el Señor, y en consecuencia inmediata y
primaria de esta corrección y juicio, gozarán en adelante de una per-
fecta paz; que arrojarán de sí, como trastos inútiles, todas las armas
con que mutuamente se habían defendido y ofendido hasta entonces,
convirtiéndolas todas en instrumentos de agricultura; que ya no levan-
tará la espada una gente contra otra; que ya no aprenderán, ni habrá
quien enseñe el arte militar, ni habrá más ejercicio de armas para la
guerra; que todos y cada uno vivirán seguros y quietos sin temor de
enemigos: Y cada uno se sentará debajo de su vid, y debajo de su hi-
guera, y no habrá quien cause temor 4; porque el Señor ha hablado, y
lo ha ordenado así 5.

1 Sal. 85, 9.
2 Dan. 7, 14.
3 Zac. 14, 16.
4 Miq. 4, 4.
5 Miq. 4, 4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 657

[259] Los intérpretes, llegando a este mal paso, confiesan a lo me-


nos tácitamente, la dificultad de pasarlo bien. Preguntan comúnmen-
te: ¿Cómo se entiende esto? Es decir: ¿Cómo se podrá vencer un im-
pedimento tan notorio que absolutamente cierra el camino? La razón
de dudar parece clara, porque la Iglesia presente, a quien se empeza-
ban a acomodar las profecías, cuenta dieciocho siglos, y hasta ahora no
se ha visto en ella el más mínimo vestigio de lo que aquí se anuncia; y
la Iglesia triunfante, o el cielo, que es el ordinario refugio en las gran-
des urgencias, en el presente nada puede ayudar, pues allá no hay ne-
cesidad de labrar los campos, ni mucho menos de llevar de acá los ins-
trumentos necesarios para la agricultura.
[260] La respuesta a esta gran dificultad no es una sola, sino mu-
chas, según varios modos de discurrir. Yo hallo a lo menos cinco; y to-
das ellas, o divididas o juntas, me parece que dejan en pie la dificultad.
La primera nos acuerda que, cuando nació Jesucristo, que fue el año
39 o 40 del imperio de Octaviano Augusto, estaba todo el orbe en paz;
y esta paz fue anunciada desde entonces a todos los hombres de buena
voluntad. Mas ¿qué conexión puede tener esto con las profecías de que
hablamos? Compárense éstas con aquella paz octaviana, que fue sólo
de cuatro días (en los cuales no dejaron de levantar la espada las gen-
tes de Herodes contra los inocentes de Belén, de dos años y abajo 1), y
hecha la comparación con toda la formalidad y rectitud que pide el
asunto, júzguese con imparcialidad. La segunda respuesta nos tira a
persuadir que, después de la venida de Cristo y fundación de la Iglesia
cristiana, ya no hay entre los hombres tantas guerras, ni tan obstina-
das y sangrientas, como antes de esta época feliz. Mas aun dado caso
que esta noticia fuese cierta, y no falsa por todas las historias, ¿qué
proporción podremos hallar entre las guerras menos frecuentes, me-
nos obstinadas, menos sangrientas, que quieren suponer en estos die-
ciocho siglos, con lo que anuncian nuestras profecías? No alzará la
espada una nación contra otra nación, ni se ensayarán más para la
guerra… No se ensayarán más para hacer guerra… Convertirán sus
espadas en rejas de arados, y sus lanzas en azadones.
[261] La tercera respuesta nos hace reparar que en estas profecías
no se dice que no habrá o no podrá haber entre los príncipes cristianos
guerras justas, o uso legítimo de las armas. Este fue, añaden, un error
de Calvino y de otros herejes, los cuales pretendieron que no era lícito
a los Cristianos el uso de las armas. Hablan, pues, las profecías sola-
mente contra las guerras injustas y tiránicas; pues éstas, y no aquéllas,
están prohibidas por las leyes y máximas del Evangelio; y pudiera aña-
dirse que están del mismo modo prohibidas a todos los hombres sin

1 Mt. 2, 16.
658 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

distinción por las leyes y máximas de la naturaleza, así como está pro-
hibido universalmente el hurto y el homicidio. Es más que visible que
esta respuesta huye muy lejos de la dificultad, en vez de acometerla;
tal vez puede ser por no ver una guerra injusta contra las leyes y má-
ximas del Evangelio. Si algunos herejes, fundados en estas profecías,
abrazaron aquel despropósito, erraron en ello manifiestamente. De-
bían haber advertido que dichas profecías nada prescriben, nada man-
dan, ni a los Cristianos, ni a los herejes, ni al resto de los hombres. Só-
lo anuncian simplemente lo que deberá suceder en esta nuestra tierra,
en otros tiempos que todavía no han llegado.
[262] La cuarta respuesta dice que el sentido propio de las profe-
cías es que los verdaderos cristianos y fieles hijos de la Iglesia, si algu-
no tiene queja del otro 1, no usará, o no podrá usar lícitamente de las
armas, sin haber primero procurado amistosa y pacíficamente alguna
honesta y razonable composición; lo cual se ha visto y se ve frecuen-
temente, no sólo entre los particulares, sino también entre los prínci-
pes y señores cristianos. Y esto mismo, ¿no se ha visto jamás, ni se ve
frecuentemente, ni es posible que se vea, fuera de la Iglesia? ¿No ha-
cen esto mismo los gentiles? 2.
[263] La quinta respuesta, del todo mística, dice que el verdadero
sentido de estas profecías es que los hijos verdaderos de la Iglesia, esto
es, los perfectamente justos y santos, sujetos enteramente a las máxi-
mas del Evangelio y llenos del espíritu de Cristo, éstos gozarán de una
tierna y verdadera paz; no paz del mundo, sino de Cristo; y esto aun en
medio de las perturbaciones y persecuciones de los malos, en medio de
los dolores, trabajos y molestias de la vida presente; pues como se dice
en el salmo 118: Mucha paz para los que aman tu ley 3.
[264] A esto se reduce en sustancia todo lo que hallamos en los
doctores en respuesta y como por solución de la gravísima dificultad.
Si confrontamos ahora todo esto, o dividido o junto, con el texto de las
profecías y con todo su contexto, no hemos menester otra diligencia ni
otro estudio para quedar plenamente convencidos de la impropiedad
de la acomodación; por consiguiente, de que las profecías hablan de
otros tiempos, y anuncian otros misterios infinitamente diversos, que
todavía no se han verificado. En medio de esta impropiedad, de esta
insuficiencia, de esta violencia tan clara y tan visible, se extraña mu-
cho más y se admira, con grande admiración 4, que haya valor (o no
sé cómo llamarlo) para decir y afirmar, como se dice y afirma por au-
tores graves y respetables por otra parte, que la inteligencia que dan a

1 Col. 3, 13.
2 Mt. 5, 47.
3 Sal. 118, 165.
4 Apoc. 17, 6.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 659

estas dos profecías, o la acomodación vaga, inacomodable e ininteligi-


ble a la Iglesia presente, es no solamente buena, sino cierta y de fe di-
vina; y por consiguiente, la verdadera y la única, que no admite duda
ni disputa. Si preguntamos a estos sabios con qué razón, y sobre qué
fundamento sólido y bueno, nos quieren obligar a un nuevo artículo de
fe, no solamente superior, sino contrario a la razón natural, aun des-
pués de iluminada con la luz de la fe, nos responden aquí a una voz,
con todos los otros doctores de las cinco diversas opiniones que aca-
bamos de ver y de admirar, que esta inteligencia es un consentimiento
unánime de todos los doctores y Santos Padres.
[265] ¡Oh, válganos Dios, y válganos la reflexión y la razón! ¡Este
consentimiento unánime de doctores y Santos Padres, que tantas veces
oímos repetir (aun en cosas que no pertenecen al dogma ni a la moral),
se nos figura muchas veces, o es muy fácil que así se nos figure, como un
muro altísimo o inaccesible, que debe detenernos el paso y obligarnos
a volver atrás! Mas si por curiosidad o por atrevimiento llegamos a to-
car este muro sagrado, hallamos no pocas veces con grande admiración
y con no pequeño consuelo, que el muro sagrado no es otra cosa en rea-
lidad que una verdadera perspectiva; ya porque no todos, ni muchos, ni
los más de los antiguos Padres tocaron aquel punto particular de que se
trata; ya porque los que lo tocaron de propósito, no era buscando y en-
señando su verdadera inteligencia, sino solamente para sacar alguna
moralidad, o algún concepto de edificación; ya también porque ningu-
no de los dichos Padres se atrevió a asegurar que aquel sentido moral y
místico, o puramente acomodaticio en que hablaba, fuese el verdadero
sentido. Todo esto se ve claro en la inteligencia de las dos profecías que
actualmente observamos, y casi lo mismo podemos decir de otras innu-
merables que quedan ya observadas, y pueden fácilmente observarse.
[266] Lo primero: es falso que todos los Padres (aun hablando so-
lamente de los que tocaron este punto) convengan unánimemente en
la inteligencia y aplicación de dichas profecías a la Iglesia presente.
San Gregorio papa es Santo Padre, y uno de los máximos, y dice expre-
samente que el monte sobre los montes de que aquí habla Isaías, es la
Virgen María: Porque Isaías, vaticinando la muy excelente dignidad
de este monte, dice: En los últimos días estará preparado el monte de
la casa del Señor en la cumbre de los montes 1; como que (María) fue
el monte en la cumbre de los montes, porque la alteza de María relu-
ce sobre todos los santos 2. San Jerónimo, San Basilio, y Ruperto dicen
que el monte sobre los montes es Cristo mismo. San Bernardo dice
que es el cielo, donde todo está en perfecta paz. Conque tenemos a lo

1 Is. 2, 2.
2 SAN GREGORIO, Com. in lib. 1 Reg., 1.
660 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

menos cuatro o cinco Padres que, tocando estas profecías, no convie-


nen unánimemente en su inteligencia. ¿Cuántos más hallaríamos si
nos fuese posible leerlos todos con todo su contexto?
[267] Lo segundo y principal: porque los Padres que tocaron estas
dos profecías, las tocaron solamente de paso y como por incidencia; y
así las tomaron en aquel sentido acomodaticio que convenía a su pro-
pósito actual, el cual propósito, generalmente hablando, no era otro en
los antiguos Padres (cuando se trataba de alguna controversia formal
sobre el dogma) que la edificación y provecho espiritual de los fieles, ni
más ni menos como lo hacen hasta el día de hoy nuestros más celosos
predicadores. Así se ve, y es bien fácil notarlo, y lo confiesan nuestros
doctores más eruditos, que los antiguos Padres, en puntos no sustan-
ciales de la religión, cuando citaban algunas profecías y hablaban so-
bre ellas, cuidaban poco de si aquel sentido en que las tomaban era el
literal y verdadero, o no; ni jamás pensaron en asegurar y hacer creer a
los fieles que aquello que decían sobre las profecías era ciertamente lo
que en ellas había intentado el Espíritu Santo. No lo hacían así en
otros asuntos pertenecientes inmediatamente al dogma, o a lo sustan-
cial de la religión, y también a la moral. En estos asuntos se explicaban
siempre en tono de seguridad; y cuando para esto citaban algunos lu-
gares de la Escritura, se guardaban bien de darles otra inteligencia que
la obvia y literal; no solamente cuando hablaban o de palabra, o por
escrito, con solos los fieles; sino mucho más cuando hablaban o dispu-
taban con los herejes. Los que tuvieren algún estudio en los escritos de
los antiguos Padres, podrán reparar fácilmente en esta diferencia.

Se propone otra inteligencia


de estas dos profecías

PÁRRAFO 3
[268] Primeramente, yo convengo de buena fe con todos los doc-
tores, así cristianos como judíos, en la inteligencia general de estas dos
profecías, y de otras semejantes, o en lo que éstas tienen de general;
quiero decir, que en ellas se habla manifiestamente y con evidencia de
los tiempos del Mesías: Y en los últimos días estará… Y acaecerá en
los últimos días; esto es (dicen todos los Judíos y Cristianos, y todos
con suma razón), esto es, en el tiempo del Mesías, en el de Cristo 1.
Mas este esto es, si no se explica más, parece muy equívoco por muy
general. El tiempo del Mesías, el tiempo de Cristo (según todas las Es-
crituras, antiguas y nuevas, y según todos los principios fundamenta-

1 Is. 2, 2; Miq. 4, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 661

les del cristianismo), no es uno solo, sino dos tiempos infinitamente


diversos entre sí: uno que ya pasó, y que persevera hasta ahora en sus
efectos, ciertamente grandes y admirables; otro que todavía no ha lle-
gado, pero que se cree y espera, con fe y esperanza divina, el cual tiem-
po segundo parece todavía más grande y admirable, según las mismas
Escrituras, que se enderezan a él manifiestamente, y en él se terminan.
Este es el tiempo de que tanto hablan los Profetas, cuando dicen: En
aquel día; en aquel tiempo; en los últimos días; en el otro siglo; en el
siglo venturo. Este es el tiempo de que tanto hablan en sus epístolas
San Pedro y San Pablo, diciendo frecuentísimamente: Para el día de
nuestro Señor Jesucristo 1; en el día del advenimiento de nuestro Se-
ñor 2; (en el día) cuando apareciere 3; (en el día) de su venida y de su
reino 4. Y éste es el tiempo mismo de que tanto habló en parábolas y
sin ellas el mismo Mesías, como se puede ver en los Evangelios.
[269] El primer tiempo del Mesías, de que hablan las profecías,
ciertamente ya está verificado, y el mundo ha gozado, goza, y puede
gozar a satisfacción de sus efectos admirables; mas con todo eso, las
profecías no se han verificado plenamente, pues no sólo hablan del
primer tiempo del Mesías, sino también, y mucho más, del segundo
tiempo, que todavía se espera. Esto es tan evidente y tan claro que, se-
gún los diversos principios o sistemas, se han sacado dos diversísimas
consecuencias; y aunque la una más funesta que la otra, no por eso de-
jan de ser ambas a dos ilegítimas y falsas.
Primera consecuencia
[270] «Luego el Mesías no ha venido, pues las profecías cierta-
mente no se han verificado. Si no ha venido el Mesías, luego no ha lle-
gado su tiempo, y debemos esperarlo».
Segunda consecuencia
[271] «Luego las profecías no pueden entenderse como suenan, o
según la letra que mata, sino en otro sentido mejor, como es el alegó-
rico y espiritual; y en este sentido ya se han verificado, y se están veri-
ficando en la Iglesia presente».
[272] Si fuese necesario e inevitable tomar partido por alguna de
estas dos consecuencias, si no hubiese esperanza de hallar otra tercera
más legítima y más conforme a las Escrituras, yo suscribiría al punto
por la segunda, cautivando mi entendimiento en obsequio de la fe. Mas
esta tercera consecuencia, ¿será muy difícil hallarla? ¿Será necesario,

1 2 Cor. 1, 14.
2 1 Cor. 1, 8.
3 1 Ped. 5, 4.
4 2 Tim. 4, 1.
662 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

para hallarla, ir al oriente o navegar al occidente? ¿No se presenta de


suyo a cualquier entendimiento libre de preocupación, o de empeño
formal y declarado? Por todas las Escrituras sabemos con toda certi-
dumbre que el tiempo del Mesías, considerado en general, tiene prime-
ro, y tiene segundo; que no es uno solo, sino dos tiempos o dos épocas
diversas, luego… (ved la tercera consecuencia).
[273] «Luego las profecías de que hablamos, y otras muchas seme-
jantes a ellas, que no se han verificado, ni se han podido verificar, en el
primer tiempo del Mesías, podrán muy bien verificarse, y se deberán
verificar, en el segundo; el cual tiempo no es menos de fe divina que el
primero».
[274] Mala consecuencia, aunque por otra parte buena, dicen obs-
tinadamente los doctores judíos. ¿Por qué mala? Porque procede so-
bre un falso supuesto, esto es, sobre dos tiempos diversos del Mesías,
no habiendo ni pudiendo haber otro que el que anuncian los Profetas
en gloria y majestad. Optimamente. ¿Y no anuncian los Profetas con la
misma claridad el otro tiempo que debe preceder a éste? ¿No hablan
del Mesías como de maestro y ejemplar de toda justicia, como de un
hombre manso, pacífico y humilde, como de un hombre injustamente
perseguido, lleno de oprobios y de injurias, y pacientísimo en medio
de grandes tribulaciones? 1. ¿No hablan de él, y lo consideran como un
Cordero manso e inocente, que es llevado al degolladero…; (que) de-
lante del que lo trasquila enmudecerá? 2. ¿No lo consideran como le-
proso, y herido de Dios, y humillado? 3. ¿No lo representan llagado
por nuestras iniquidades, quebrantado… por nuestros pecados…, con
los malvados contado? 4. ¿No hablan de sus llagas de manos y de pies,
de su desnudez en la cruz, de su afrenta, confusión y dolor? 5. ¿No ha-
blan, en fin, de su muerte, de su resurrección, de su ascensión a los cie-
los, de su descanso y gloria a la diestra de Dios, hasta otro tiempo? 6.
¡Oh ciegos, tardos e infelices Judíos! No tenéis, hermanos, que buscar
por otra parte la causa y origen de vuestros trabajos. Esta es evidente-
mente la verdadera causa y el único origen de todo, de lo cual nuestros
doctores tienen toda la culpa: el haberse, digo, imaginado y obstinado
en esta imaginación, tan ajena y tan contraria a las Escrituras, que el
tiempo del Mesías debía ser uno solo, y éste en gloria y majestad. ¡Oh
necios y tardos de corazón para creer todo lo que los Profetas han di-
cho! 7, os digo con palabras de vuestro Mesías; pues qué, ¿no fue me-

1 Sal. 21 y 68.
2 Jer. 11, 19; Is. 53, 7.
3 Is. 53, 4.
4 Is. 53, 5 y 12.
5 Sal. 21; Zac. 13.
6 Sal. 15 y 109.
7 Lc. 24, 25.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 663

nester que el Cristo padeciese estas cosas, y que así entrase en su glo-
ria? 1. No tenéis, pues, razón alguna para reprobar mi consecuencia, ni
la suposición sobre que procede, pues todo se halla conforme con to-
das las cosas que hablaron los Profetas.
[275] Mala consecuencia (oigo por otra parte, no ya a los doctores
judíos, sino a los doctores cristianos). Mas ¿por qué mala? Porque ese
tiempo segundo del Mesías, que se cree y espera religiosamente, no es
a propósito ni lo puede ser, para que se verifique lo que anuncian estas
y otras profecías semejantes. ¿Por qué razón? Porque este tiempo se-
gundo del Mesías no se dejará ver sino al fin del mundo, esto es, cuan-
do todo el linaje humano y todos sus individuos, sin faltar uno solo, es-
temos no sólo muertos, sino resucitados y congregados en el valle (tan
grande como pequeño) de Josafat, para el juicio universal. Porque este
segundo tiempo del Mesías deberá ser únicamente para destruirlo to-
do y acabar con todo; para arrojar los malos al infierno, y llevar al cielo
a los buenos, etc.
[276] Mas esta idea (se pregunta una y muchas veces, pidiendo
una respuesta categórica), ¿de dónde se ha tomado? ¿De las santas Es-
crituras? Parece cierto que no, porque antes éstas la repugnan y con-
tradicen a cada paso, y nos ofrecen otra idea infinitamente diversa, se-
gún hemos observado hasta aquí, y todavía tenemos que observar.
¿Acaso de alguna verdadera tradición constante, uniforme, universal,
venida desde los apóstoles, y conservada fielmente hasta nuestros
tiempos? Falso del mismo modo, por confesión forzosa de los mismos
interesados, a lo menos de los más eruditos y sensatos; ya porque re-
pugna absolutamente tradición apostólica contra las Escrituras y con-
tra los escritos de los mismos Apóstoles; ya porque no se ignora el prin-
cipio, ni el tiempo, ni la ocasión, ni las razones, por las que dicha idea
se empezó a recibir como buena o pasable, y de mano en mano, a ha-
cerse universal. Aún en el quinto siglo de la Iglesia, como testifica San
Jerónimo, no estaba esta idea tan asentada que no fuese rechazada y
admitida la idea opuesta por una gran multitud de doctores católicos y
píos: También un considerabilísimo número de los nuestros (dice este
santo doctor) sigue solamente en esta parte 2; y en otro lugar añade:
Muchos varones eclesiásticos y mártires la llevan 3. ¿Quién podrá ha-
blar así de una tradición apostólica? Conque no hay razón alguna para
reprobar nuestra consecuencia, la cual parece perfectamente conforme
con todas las Escrituras antiguas y nuevas, y con los principios funda-
mentales del cristianismo. Luego bien podremos esperar sin temor al-
guno que las profecías de que hablamos, y otras innumerables semejan-

1 Lc. 24, 26.


2 SAN JERÓNIMO, Præf. in lib. 18 super Isai.
3 SAN JERÓNIMO, in cap. 19 Jerem.
664 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tes a ellas, se verifiquen plenamente, según la letra, en el segundo


tiempo del Mesías; pues en el primero no han podido tener lugar.
[277] Llegando, pues, este segundo tiempo, que todos creemos y
esperamos religiosamente, sucederá, luego, entre otras cosas prima-
rias y principales, la elevación del monte Sión sobre todos los montes y
collados; expresión visiblemente figurada, pero admirable y propísima
para explicar, según las Escrituras, la dignidad altísima y suprema, el
honor y la gloria a que será entonces sublimada la ciudad de David, y
con ella toda la casa de Jacob, después que resucite y se ponga en ella,
como en los días antiguos (o como en los días del cielo), el tabernácu-
lo o solio del mismo David, que cayó, y después que vuelva la potestad
primera, y el reino de la hija de Jerusalén 1. Entonces se verificarán ple-
namente, según la letra, las dos profecías en cuestión, y otras innume-
rables que anuncian lo mismo con diversas palabras; por consiguiente,
deberán fluir en aquel tiempo las gentes y los pueblos hacia lo alto del
monte Sión.
[278] ¿Qué gentes y qué pueblos? Sin duda los que quedaren vivos
después de la venida del Señor, como parece ciertísimo que han de
quedar, así por estas Escrituras expresas y claras, como por nuestro
artículo de fe; el cual nos enseña que Jesucristo ha de venir a juzgar a
los vivos y a los muertos; lo cual sucederá, dice San Pablo, por su ve-
nida y su reino 2; o como lee la versión Siríaca, en la manifestación de
su reino; Arias Montano, durante su manifestación y su reino; Eras-
mo, en su manifestación y su reino. ¿Cómo ha de juzgar a los vivos, si
no los halla?
[279] ¿Qué gentes y qué pueblos? Sin duda las gentes y los pueblos
que quedaren vivos después de la ruina entera del Anticristo, o de la
bestia de siete cabezas y diez cuernos, como es ciertísimo que han de
quedar; y tan cierto que lo confiesan tácitamente, sin poder hacer otra
cosa, casi todos los intérpretes del Apocalipsis; los cuales, para salvar
de algún modo su sistema general, han discurrido aquel efugio tan ex-
traño de separar a toda costa el fin del Anticristo de la venida de Cris-
to, aunque sea necesario decir que el Rey de los reyes y el Verbo de
Dios, que con tanto aparato y majestad baja del cielo, directamente
contra la bestia, no es Jesucristo, sino San Miguel. Dije casi todos los
intérpretes del Apocalipsis, para exceptuar aquellos modernos que, di-
visando bien estos inconvenientes, han tirado por otro camino igual-
mente difícil e impracticable, diciendo que la bestia no es el Anticristo,
sino Diocleciano, con los príncipes que continuaron la persecución de
la Iglesia; y así, que la venida del cielo del Rey de los reyes con tanto

1 Miq. 4, 8.
2 2 Tim. 4, 1.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 665

aparato y majestad contra la bestia, ya sucedió en los principios del


cuarto siglo, aunque tan oculta que nadie la vio, etc. Esto mismo dicen
en su sistema Arduino y Berruyer, esto es, que la venida del Rey de los
reyes se verificó, aunque ocultísimamente, en la destrucción de Jeru-
salén por los Romanos; y no obstante, en este tiempo todavía no se ha-
bía escrito el Apocalipsis, pues la destrucción de Jerusalén sucedió en
el imperio de Vespasiano, a quien sucedió Tito, y a éste Domiciano, el
cual desterró a Patmos a San Juan, como consta de todas las historias,
desde Tertuliano, citado por San Jerónimo.
[280] ¿Qué gentes y qué pueblos? Sin duda los que quedaren vi-
vos, después que la piedra baje del monte sobre la estatua y, converti-
da toda en polvo y ceniza, se forme sobre sus ruinas otro reino inco-
rruptible y eterno, no encima, sino bajo todo el cielo: Quebrantará,
dice Daniel, y acabará todos estos reinos…, pero la piedra que había
herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 1.
[281] ¿Qué gentes y qué pueblos? Sin duda los que quedaren vivos,
después de arrojada al fuego la cuarta bestia terrible y admirable, con
todo su cuerpo de iniquidad; no cierto los que compondrán este cuerpo
como miembros suyos (que de éstos parece claro por todo el contexto,
así de Daniel, como del Apocalipsis, que no quedará uno solo vivo), sino
de los pertenecientes a las tres primeras bestias, consideradas en sí
mismas, que no se hubiesen unido con la cuarta, contra el Señor y con-
tra su Cristo 2; pues de estas tres primeras bestias asegura el Profeta
que, después de muerta la cuarta, fueron despojadas de la potestad que
tenían, mas no de la vida: Y vi que había sido muerta la bestia…, y que
a las otras bestias se les había también quitado el poder, y se les ha-
bían señalado tiempos de vida 3. Fuera de estos vivos, quedarán tam-
bién algunos otros que no tendrán entonces relación alguna con las bes-
tias, sino que constituirán el verdadero cristianismo, no solamente de
los Judíos, sino también de las Gentes; entre los cuales merecerán mu-
chos aquella inmutación y rapto de que habla San Pablo, esto es, jun-
tarse con los santos que acaban de resucitar, y levantarse de la tierra
junto con ellos, subiendo en las nubes a recibir a Cristo en los aires 4.
[282] Estas reliquias de las gentes y pueblos que quedarán vivas
después de la venida del Señor, es cierto e innegable por las Escrituras
que no podrán ser muchas, sino pocas (pocas, digo, comparadas con los
millones que cubren la tierra), así como fueron pocas y poquísimas, es
a saber, ocho, las que quedaron después del diluvio: Y así como en los
días de Noé (dice el mismo Señor), así será también la venida del Hijo

1 Dan. 2, 44 y 35.
2 Act. 4, 26.
3 Dan. 7, 11-12.
4 1 Tes. 4, 16.
666 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

del Hombre 1. Léase, entre otras Escrituras, todo el capítulo 24 de


Isaías, y se hallarán noticias bien claras e individuales de lo que debe
suceder en la tierra con la venida del Señor. Y por lo que hace a nuestro
propósito actual, repárese con especialidad en estas palabras: Lloró la
tierra, y cayó, y desfalleció; cayó el orbe, y desfalleció la alteza del
pueblo de la tierra. Y la tierra fue inficionada por sus moradores, por-
que traspasaron las leyes, mudaron el derecho, rompieron la alianza
sempiterna. Por esto la maldición devorará la tierra, y pecarán los
moradores de ella; y por esto darán en locuras los que moran en ella,
y quedarán pocos hombres… Porque estas cosas serán en medio de la
tierra, en medio de los pueblos; como si algunas pocas aceitunas que
quedaron se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de
acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza;
cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar 2.
[283] De estas reliquias de las gentes y pueblos que quedaren vi-
vas, cuando vendrá el Señor mi Dios, y todos los santos con él, se dice
en Zacarías: Y todos los que quedaren de todas las Gentes que vinie-
ron contra Jerusalén, subirán de año en año a adorar al Rey, que es
el Señor de los ejércitos 3, porque en este tiempo, dice poco antes, el
mismo Señor será Rey sobre toda la tierra; (y añade que) en aquel
día uno solo será el Señor, y uno solo será su nombre 4.
[284] Pues en este día (decimos en conclusión), en este tiempo se-
gundo del Mesías, se verificarán plena y perfectamente, sin faltarles ni
un punto, ni un tilde 5, las profecías de que vamos hablando, y todas
las demás que no se han verificado en el primer tiempo. Entonces, lle-
gado el día de su virtud, y volviendo del cielo a la tierra después de ha-
ber recibido el reino, evacuará perfectamente, en primer lugar, todo
principado, potestad y virtud 6; argüirá, corregirá, castigará severí-
simamente a las gentes y pueblos, según su mérito: Y juzgará a las
naciones, y convencerá a muchos pueblos…, y castigará a naciones
poderosas hasta lejos 7. Y en consecuencia de este juicio, de esta co-
rrección, de este castigo, los que quedaren vivos y su posteridad, por
muchos siglos, arrojarán de sí por orden de su soberano todas sus ar-
mas, como una carga intolerable y ya del todo inútil, bajo el pacífico
Salomón; las convertirán todas en instrumentos de agricultura, y ya no
pensarán en otra cosa que en emplear bien su tiempo en inocencia, en
justicia y en piedad: Y cada uno se sentará debajo de su vid, y debajo

1 Mt. 24, 37.


2 Is. 24, 4-6 y 13-14.
3 Zac. 14, 5 y 16.
4 Zac. 14, 9.
5 Mt. 5, 18.
6 1 Cor. 15, 24.
7 Is. 2, 4; Miq. 4, 3.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 667

de su higuera, y no habrá quien cause temor; pues lo ha pronunciado


por su boca el Señor de los ejércitos. Esta me parece, salvo meliori, la
única inteligencia que se puede dar a estas profecías, según las Es-
crituras.

El contexto de estas profecías

PÁRRAFO 4
[285] Para asegurarnos más en el conocimiento de los tiempos,
con toda aquella seguridad que puede pedir en estos asuntos la más rí-
gida crítica, sigamos primeramente el contexto de Isaías, que el de Mi-
queas lo seguiremos a su tiempo. Si la cosa no es en la realidad como
pensamos, será moralmente imposible no encontrar en todo el camino
algún embarazo que nos haga detener el paso. Mas si no encontramos
embarazo alguno; si todo lo hallamos quieto, pacífico, seguido y llano,
ésta será una señal moralmente indefectible de que el camino es bue-
no; no sólo bueno, sino el camino verdadero y el camino recto; pues
todas las sendas por donde se ha pretendido caminar se hallan a cada
paso llenas de obstáculos conocidamente insuperables. Esta será, digo,
una señal moralmente indefectible de que los dos Profetas hablan del
segundo tiempo del Mesías, no del primero.
[286] Habiendo hecho Isaías, hasta el versículo 5, un compendio
brevísimo y admirable de la felicidad de aquellos tiempos, convida en
primer lugar a toda la casa de Jacob, diciéndole inmediatamente: Casa
de Jacob, venid, y caminemos en la lumbre del Señor 1. Luego, vol-
viéndose, a Dios, y hablando con él hasta el versículo 10, refiere en
breve las justas razones que ha tenido para arrojar de sí a su antiguo
pueblo, para desconocerlo y olvidarlo por tantos siglos: Pues arrojaste
a tu pueblo, la casa de Jacob; porque se han llenado como en otro
tiempo (es a saber, de superstición e iniquidad, como lee Pagnini), y
así no los perdones (o no los perdonarás, etc.) 2. Después de este pa-
réntesis, bien importante, endereza otra vez la palabra a la casa de Ja-
cob, diciéndole en el nombre del Señor lo que se sigue hasta el fin del
capítulo: Entra en la peña, y en las aberturas de la tierra escóndete
de la presencia espantosa del Señor, y de la gloria de su majestad 3.
Este mismo consejo se le da, o esto mismo se anuncia como cosa que
debe suceder en algún tiempo, en el mismo capítulo 26, versículo 20,
de Isaías: Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tus puer-
tas tras ti, escóndete un poco por un momento, hasta que pase la in-

1 Is. 2, 5.
2 Is. 2, 6 y 9.
3 Is. 2, 10.
668 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dignación. Porque he aquí que el Señor saldrá de su lugar, para visi-


tar la maldad del morador de la tierra contra él; y descubrirá la tie-
rra su sangre, y no cubrirá de aquí adelante a sus muertos 1.
[287] Dado este consejo, pasa luego a representar, con la mayor
viveza, lo que deberá suceder en nuestra tierra con la venida del Señor,
es a saber, la destrucción de los imperios, reinos o potestades, la ruina
entera de toda la impiedad, la humillación de los soberbios, el temor y
temblor con que estarán entonces los hombres más altivos y más lle-
nos de sí; en suma, la angustia y tribulación de todos los pueblos, tri-
bus y lenguas, que debe preceder a la quietud y paz de la tierra: Los
ojos altivos del hombre han sido abatidos, y encorvada será la altivez
de los varones; y sólo el Señor será ensalzado en aquel día. Porque el
día del Señor de los ejércitos será sobre todo soberbio, y altivo, y so-
bre todo arrogante, y será abatido; y sobre todos los cedros del Lí-
bano, altos y erguidos…, y sobre todos los collados elevados; y sobre
toda torre eminente, y sobre todo muro fortificado, y sobre todas las
naves de Tarsis, y sobre todo lo que es hermoso a la vista 2.
[288] Todas estas expresiones metafóricas tan vivas y magníficas
de que usa este Profeta, diciendo expresamente que son cosas todas
reservadas para el día del Señor, cuando se levantare para herir la
tierra 3, es bien fácil decir, huyendo de la dificultad, que se verificaron
en la destrucción de Jerusalén y Judea por Nabucodonosor; mas el
probar esto de algún modo razonable, conforme al texto y al contexto,
no parece tan fácil. Aun mirado sólo el texto, no se halla proporción al-
guna entre aquel suceso y estas expresiones; aquél fue particular a Je-
rusalén y Judea; éstas son visiblemente generales a toda la tierra: Por-
que el día del Señor de los ejércitos será sobre todo soberbio, y altivo,
y sobre todo arrogante…; sobre todos los cedros del Líbano, altos y
erguidos…; sobre todos los montes altos, y sobre todos los collados
elevados…; sobre todo muro fortificado… sobre toda torre… sobre to-
das las naves de Tarsis.
[289] Estas últimas palabras, aunque no se considerasen las otras,
bastaban para conocer que no se habla aquí de Nabucodonosor, ni
contra Jerusalén y Judea. ¿Qué naves de Tarsis o del mar occidental
tenían en aquellos tiempos los Judíos? Esta misma expresión y la sus-
tancia de las otras se leen en el salmo 47, que manifiestamente habla
del día del Señor: Porque he aquí que los reyes de la tierra se congre-
garon, se mancomunaron. Ellos, cuando la vieron así, se maravilla-
ron, se conturbaron, se conmovieron. Temblor se apoderó de ellos.

1 Is. 26, 20-21.


2 Is. 2, 11-15 y 17.
3 Is. 2, 19 y 21.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 669

Allí dolores como de la que está de parto. Con viento impetuoso harás
pedazos las naves de Tarsis 1.
[290] Podrá decirse, y se dice, lo primero: que no se habla aquí de
las naves propias de los Judíos, sino de los Tirios y Egipcios, que de-
seaban e intentaban socorrer a Jerusalén contra la potencia de los Cal-
deos. Mas dado caso que los Tirios y Egipcios tuviesen buena volun-
tad, y óptima intención de socorrer a Jerusalén, ¿cómo podrían soco-
rrerla con sus naves? ¿Jerusalén era acaso en aquellos tiempos algún
puerto de mar? Si querían socorrerla, ¿no podrían hacerlo por tierra,
los unos por la diestra, y los otros por la siniestra?
[291] Podrá decirse, y se dice, lo segundo: que la profecía no habla
solamente contra Jerusalén y los Judíos, sino también contra Tiro, la
cual, siendo en aquellos tiempos la reina del mar, y teniendo tantas
naves que cubrían el Mediterráneo, no pudo con todo eso defenderse
de la potencia del rey de Babilonia. Bien. Mas ¿a qué propósito se
traen a consideración las naves de Tarsis (aunque todas hubiesen sido
de sola Tiro) en la expedición de Nabucodonosor contra esta ciudad?
¿Quién ignora que el día o tiempo de este príncipe, aunque fue terrible
y funestísimo para Tiro, no lo fue de modo alguno respecto de sus na-
ves? Así como las naves de Tiro nada hicieron, ni podían hacer contra
el ejército de Nabuco, que obraba por la parte de tierra, así este ejérci-
to nada hizo, ni podía hacer contra las naves de Tiro; antes estas naves
le quitaron de las manos todo el fruto que podía esperar de su trabajo,
pues estas naves salvaron no solamente los habitadores, sino también
todas las riquezas y tesoros inmensos de la reina del mar.
[292] San Jerónimo, sobre el capítulo 26 de Ezequiel, citando las
historias antiguas de los Asirios, dice que los Tirios, viéndose ya sin
esperanza de poder resistir a los Caldeos, se embarcaron en sus naves,
embarcando consigo todas sus riquezas, y todo cuanto había en Tiro
digno de alguna estimación; y se retiraron, unos a Cartago, colonia de
Tiro, otros a la Jonia o Grecia, otros a otras partes de Europa y Africa;
dejando al rey de Babilonia solamente la ciudad destruida, o el lugar
donde había estado, como una piedra muy lisa 2. La verdad de esta
noticia, sin recurrir a la historia antigua de los Asirios, se colige clarí-
simamente del capítulo 29 del mismo Ezequiel: Hijo de hombre (le di-
ce el Señor a este Profeta), Nabucodonosor rey de Babilonia hizo ha-
cer una trabajosa campaña a su ejército contra Tiro; toda cabeza que-
dó calva, y todo hombre quedó pelado; y no se le ha dado recompensa
a él, ni a su ejército, acerca de Tiro, por el servicio que me ha hecho
contra ella. Por tanto, esto dice el Señor Dios: He aquí que yo pondré

1 Sal. 47, 5-8.


2 Ez. 26, 4.
670 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

a Nabucodonosor rey de Babilonia en tierra de Egipto; y tomará su


multitud, y arrebatará su botín, y robará sus despojos; y habrá paga
para su ejército, y por el servicio que me ha hecho contra ella 1.
[293] De manera que, habiendo trabajado tanto y padecido tanto
el ejército de Nabuco en la expugnación de Tiro; habiendo servido a
Dios con una trabajosa campaña, en abatir el orgullo de la reina del
mar; y queriendo el mismo Dios premiar a este príncipe y a su ejército
el gran servicio que le habían hecho, sin saber lo que hacían, le fue ne-
cesario echar mano de otro erario, o de otro ramo de su erario, cual fue
el Egipto, pues de Tiro no habían sacado utilidad alguna: Y no se le ha
dado recompensa (dice el Señor) a él, ni a su ejército, acerca de Tiro.
¿Y por qué no había sacado utilidad alguna de una ciudad tan rica co-
mo Tiro, sino porque sus naves habían librado a sus habitadores con
todas sus riquezas? Luego aquellas palabras del Profeta, tan expresivas
y tan vivas: Porque el día del Señor será… sobre todas las naves de
Tarsis, no vienen al caso, ni son de modo alguno acomodables a los
tiempos de Nabucodonosor, ni a su expedición contra los Judíos ni
contra los Tirios. ¿Cuánto menos se podrán acomodar a aquellos tiem-
pos todas las otras expresiones de la misma profecía? Porque el consi-
derarlas todas en particular fuera una cosa molestísima y de poca o
ninguna utilidad, yo sólo deseo que se repare en el versículo 11: Y en-
corvada será la altivez de los varones; y sólo el Señor será ensalzado
en aquel día; lo cual se vuelve a repetir en el versículo 17: Y será en-
corvada la arrogancia de los hombres, y será abatida la altivez de los
varones, y sólo el Señor será ensalzado en aquel día. Y los ídolos se-
rán del todo desmenuzados. ¿Todo esto se verificó, hablando formal-
mente, en tiempo de Nabucodonosor? ¿En tiempo de este príncipe fue
exaltado, elevado y glorificado el Señor solo: Será ensalzado… y sólo el
Señor será ensalzado en aquel día? Sólo que quiera acomodarse a Na-
buco la palabra Señor, y no al que llama Señor toda la Escritura.
[294] Sobre todo aquellas palabras: Y los ídolos serán del todo
desmenuzados, ¿cómo se acomodan al día o tiempo de Nabucodono-
sor? Los intérpretes se dividen para esto en dos opiniones o modos de
pensar. Unos dicen que aquí no se habla de los ídolos de toda la tierra
en general, sino solamente de los ídolos de los Judíos. Estos ídolos,
añaden, se acabaron del todo 2, respecto de los Judíos, porque desde la
cautividad de Babilonia dejaron de ser idólatras. Mas ¿con qué razón
se contraen a sólo los ídolos de los Judíos aquellas palabras tan abso-
lutas y universales: En aquel día… los ídolos serán del todo desmenu-
zados? ¿Con qué razón se asegura después de esto que los Judíos des-

1 Ez. 29, 18-20.


2 Is. 2, 18.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 671

de aquella época dejaron de ser idólatras? Lo contrario nos dice la Es-


critura misma. Muchísimos lo fueron en su cautividad, y casi todos en
Jerusalén y Judea en los tiempos del rey Antíoco. Otros confiesan que
se habla aquí en general de los ídolos de toda la tierra, los cuales, aun-
que en el imperio o día de Nabuco no se exterminaron plena y perfec-
tamente, a lo menos se empezaron a exterminar entonces; es decir, en-
tonces empezó el exterminio por los ídolos de los Judíos, y prosiguió
después de algún tiempo por los ídolos de las otras naciones, ya con la
predicación del Evangelio, ya también con los edictos del emperador
Teodosio, en cuyo tiempo se acabó de verificar plenamente la profecía:
Los ídolos serán del todo desmenuzados.
[295] En este modo de acomodar parece fácil reparar, entre otros,
en dos defectos capitales. Primero: el Profeta habla ciertamente de un
día, o tiempo, o época célebre, en la cual deberán suceder todas las co-
sas que él mismo anuncia; entre estas cosas, una es el exterminio ple-
no y total de los ídolos 1. Ahora bien, este día, o tiempo o época, quie-
ren los doctores que fuese el día o tiempo de Nabuco. Mas como en es-
te día no se verificó la ruina o exterminio de los ídolos, ni aun siquiera
respecto de los Judíos; así como nada se verificó de cuanto dice esta
profecía (ved la ingeniosidad), alargan este día de Nabuco muy cerca
de mil años, que fueron los que pasaron hasta Teodosio, y esto única-
mente para acomodar de algún modo el punto particular de los ídolos.
Así, alargando aquel día mil veces más que el día célebre de Josué, que
fue solamente por el espacio de un día 2, hay ya tiempo suficiente para
seguir a este enemigo y acabar con él. En este día, pues, de Nabuco, se
comenzó a verificar la profecía, esto es, se empezó a verificar en los
ídolos de los Judíos. Pasados 600 años, se verificó mucho más en los
ídolos de otras naciones, que creyeron al Evangelio por la predicación
de los Apóstoles; y 400 años después se acabó de verificar por los edic-
tos de Teodosio contra los ídolos.
[296] Segundo defecto: aun después de hecho el gran milagro de
parar el sol y alargar aquel día cerca de mil años, ¿qué cosa se puede
concluir contra aquel (texto) enemigo: Los ídolos serán del todo des-
menuzados? ¿Los edictos de Teodosio exterminaron del todo los ído-
los de toda la tierra? Los exterminaron, dicen, en el imperio romano.
Mas aunque esto fuese verdad (que no lo es), ¿no había más ídolos en
toda la tierra que los del imperio romano? ¿De estos solos habla la
profecía? ¿No eran idólatras, y lo son hasta el día de hoy, los habitado-
res de los vastísimos países del Asia, desde el Eufrates hasta la China?
¿Los habitadores de lo interior del Africa, hasta el Cabo de Buena Es-

1 Is. 2, 18.
2 Jos. 10, 13.
672 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

peranza? ¿Los habitadores de la América, y de todas las islas del Océa-


no? Y aun en la Europa misma, ¿no eran idólatras tres o cuatro siglos
después de Teodosio casi todas las regiones septentrionales, desde el
río de los Alpes hasta el Glacial? Conque aquellas palabras: Los ídolos
serán del todo desmenuzados, ni se verificaron en el día de Nabucodo-
nosor, ni en el día de Teodosio, ni tampoco en el día que ha corrido des-
de Teodosio hasta el presente. Luego deberá llegar algún día en que se
verifiquen, que será sin duda el mismo día en que deben verificarse to-
das las palabras que preceden: Y será encorvada la arrogancia de los
hombres, y será abatida la altivez de los varones, y sólo el Señor será
ensalzado en aquel día. Y los ídolos serán del todo desmenuzados.
[297] Fuera de esto, se puede hacer aquí una reflexión tan breve
como interesante. Los doctores mismos, desde el principio de esta pro-
fecía, nos aseguran como una verdad indisputable, o como un artículo
de fe, que se habla en ella del tiempo de Cristo, y de la Iglesia presente.
Ahora bien, si esto es tan cierto y tan indisputable, ¿por qué no expli-
can seguidamente toda esta profecía particular en este mismo supues-
to, o sobre este nuevo artículo de fe? ¿Por qué dejan tan presto el
tiempo de Cristo, y la predicación del Evangelio? ¿Por qué desde el ver-
sículo 6 retroceden cerca de 600 años, recurriendo tan repentinamen-
te al día de Nabuco? ¿Por qué dan luego un salto tan prodigioso desde
Nabuco hasta Teodosio?
[298] Después de haber hecho estas y otras reflexiones, volved,
Señor, a leer con más cuidado toda esta profecía particular, contenida
en el capítulo 2 de Isaías. Si en esta lección ponéis los ojos únicamente
en el segundo tiempo del Mesías, yo me atrevo a decir que con esta so-
la diligencia al punto la entenderéis toda, desde la primera hasta la úl-
tima palabra; y esto seguida y llanamente, sin hallar tropiezo ni emba-
razo alguno que os obligue a retroceder, ni mucho ni poco, a otros días
o tiempos ya pasados. Del mismo modo entenderéis al punto el último
versículo de esta profecía particular que ha parecido tan oscuro.

Se consideran las últimas palabras


de esta profecía

PÁRRAFO 5
[299] Después que el Profeta nos ha representado con la mayor vi-
veza y elegancia la tribulación horrible de aquel día, la humillación de
los soberbios, la exaltación y elevación del Señor solo, el exterminio
pleno y total de los ídolos (en que se comprenden sin violencia alguna
todas las falsas religiones), el temor con que andarán entonces los hom-
bres, aun los más orgullosos, buscando por todas partes dónde escon-
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 673

derse (pues dice el texto que entrará en las hendeduras de las pie-
dras, y en las cavernas de las peñas, por causa de la presencia for-
midable del Señor, y de la gloria de su majestad, cuando se levantare
para herir la tierra); después de todo esto, concluye todo el misterio
con estas palabras: Dejaos, pues, del hombre cuyo aliento está en sus
narices, por cuanto él mismo es reputado por el excelso 1. ¿Qué quiere
decir esto? ¿A quién se enderezan estas palabras? ¿Qué hombre es éste
a quien no se debe irritar en aquel día? 2.
[300] Dos modos de pensar se hallan sobre éste en los intérpretes.
El primero dice que estas palabras se enderezan a los Judíos para los
tiempos de Nabuco, el cual es el hombre cuyo aliento está en sus nari-
ces. En esta inteligencia las palabras tienen este sentido: Dejaos del
hombre…; esto es, dejad, oh Judíos, de resistir, o no resistáis a un hom-
bre tan grande como Nabuco, cuyo espíritu está en sus narices, esto es,
porque es un príncipe guerrero, espiritoso y lleno de fuego; es el azote
de Dios; y él se mira a sí mismo, y es mirado de todos, como un hom-
bre excelso 3, y superior a todos los hombres.
[301] El segundo modo de pensar pretende que las palabras se en-
derezan a los Judíos, no para los tiempos de Nabuco, sino para los
tiempos del Mesías, el cual es el hombre cuyo aliento está en sus nari-
ces. En esta inteligencia las palabras tienen este sentido: Dejaos del
hombre…; esto es, dejad, oh pérfidos Judíos, de resistir a vuestro Me-
sías; dejad de perseguirlo, de injuriarlo, de calumniarlo; porque aun-
que es un hombre manso, pacífico, es también un hombre superior a
todos los hombres, cuyo aliento está en sus narices. Es un Hombre
Dios, cuya omnipotencia os puede en un momento aniquilar.
[302] Entre estos modos de pensar se puede elegir el que parecie-
re más conforme al texto de la profecía con todo su contexto; mas si
esta conformidad no se halla ni en el uno ni en el otro, se puede exa-
minar otro tercero que voy a proponer.
[303] Para cuya mejor y más clara inteligencia se debe tener pre-
sente lo que hemos probado hasta aquí, esto es, que en toda esta pro-
fecía particular, o en todo este capítulo 2 de Isaías, se habla manifies-
tamente del día grande del Señor: Porque el día del Señor de los ejér-
citos será sobre todo soberbio, y altivo, y sobre todo arrogante, y se-
rá abatido; y sobre todos los cedros del Líbano altos, y erguidos…; y
sobre todos los montes altos, y sobre todos los collados elevados; y
sobre toda torre…, y sobre todas las naves de Tarsis, y sobre todo lo

1 Is. 2, 22.
2 El original traduce el Quiescite así: De quien se debe descansar; pero nosotros, atendiendo a la
traducción del Padre Scio y a la paráfrasis de Vence, hemos preferido nuestra exposición del Quiescite.
3 Is. 2, 22.
674 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que es hermoso a la vista. Y será encorvada la arrogancia de los


hombres, y será abatida la altivez de los varones, y sólo el Señor será
ensalzado en aquel día, etc. Querer contraer todas estas expresiones
tan generales y tan grandes a solos los Judíos, a sola Jerusalén y Ju-
dea, y cuando más al Egipto y a Tiro; querer que el día del Señor 1 de
que aquí se habla, fuese el día o tiempo de Nabuco, parece lo sumo a
que puede llegar la violencia en la explicación de la Escritura santa. De
este modo pudiéramos también decir que hablan con Nabuco aquellas
palabras del salmo 109: El Señor está a tu derecha, quebrantó a los
reyes en el día de su ira 2; pues este príncipe mató, despojó y aprisio-
nó muchos reyes; y aquellas otras del salmo 45: Las naciones se con-
turbaron, y los reinos bambolearon; dio su voz, movióse la tierra 3;
pues todo esto sucedió en parte en el día de Nabuco. Si esta acomoda-
ción se mirara como una violencia intolerable, ¿qué otra cosa podre-
mos decir de aquélla guardando consecuencia?
[304] Hablándose, pues, aquí del día grande del Señor que todos
esperamos, no tenemos que buscar alguna persona singular de quien
hablen aquellas últimas palabras: Dejaos, pues, del hombre. Este hom-
bre no es otra cosa que todo hombre en cuyas manos ha estado y estará
hasta aquel tiempo toda la potestad emanada de Dios, todo el mando,
todo el imperio, todo el juicio. Contra este hombre, o contra estos hom-
bres que han formado la gran estatua y todo cuanto en ella se incluye,
debe bajar directamente la piedra, y quebrantarla del primer golpe, y
reducirla a polvo. Contra este hombre, o contra estos hombres, dice
Daniel: Se sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebran-
tado, y perezca para siempre 4. Este hombre, o estos hombres, son los
más amenazados de toda la Escritura; especialmente se puede consul-
tar a este propósito todo el libro admirable de la sabiduría, que se dirige
a ellos inmediatamente. Este hombre, o estos hombres, son evidente-
mente los que en esta profecía de Isaías vienen figurados por los cedros
del Líbano, por los altos robles de Basán, por los montes y collados, por
las torres elevadas, etc., diciendo que el día del Señor será directa o in-
mediatamente sobre ellos: Porque el día del Señor de los ejércitos, etc.
[305] Humillado, pues, este hombre, encorvado, quebrantado con
el golpe terrible de la piedra, y como dice San Pablo, evacuado todo
principado, potestad y virtud, se dirigen las últimas palabras de la pro-
fecía de Isaías, no solamente a los Judíos en particular, sino general-
mente a toda la tierra, o a todo el resto del linaje humano que no ha
pasado por el filo de la espada del Rey de los reyes: Dejaos, pues, del

1 Is. 2, 12.
2 Sal. 109, 5.
3 Sal. 45, 7.
4 Dan. 7, 26.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 675

hombre cuyo aliento está en sus narices, por cuanto él mismo es


reputado por el excelso 1. Descansad ya, oh pobres Judíos, y descansad
también todo el residuo de las Gentes; descansad de la potestad y do-
minación del hombre, cuyo espíritu, cuya fuerza, cuya grandeza con-
sistía solamente en un poco de aire, que inspiraba y respiraba por sus
narices; y no obstante esta necesidad, tan común a los hombres como
a las bestias, él pensaba de sí que era excelso, o de otra clase superior
al resto de los hombres, envaneciéndose en su potestad recibida de
Dios como si fuese propia suya y no recibida: Por cuanto él mismo es
reputado por el excelso.

Contexto de Miqueas, capítulo 4

PÁRRAFO 6
[306] El profeta Miqueas, después de haber anunciado hasta el
versículo 6 el misterio general que anuncia Isaías, y casi con las mis-
mas palabras, lleva el misterio mismo por otro camino particular, mi-
rando en él únicamente lo que pertenece al estado futuro de su pueblo;
digo futuro, no solamente respecto de los tiempos de este Profeta, sino
también respecto de nuestros tiempos; pues las cosas que luego anun-
cia ciertamente no se han verificado hasta el día de hoy: En aquel día
(prosigue diciendo luego inmediatamente), en aquel día, dice el Señor,
reuniré aquella que cojeaba; y recogeré a aquella que ya había dese-
chado y afligido; y reservaré para residuos a la que cojeaba; y la que
era afligida, para formar un pueblo robusto; y reinará el Señor sobre
ellos en el monte de Sión, desde ahora y hasta en el siglo… Y vendrá el
primer imperio, el reino de la hija de Jerusalén 2. Esta misma claudi-
cante aparece con más ricas galas en el capítulo 3 de Sofonías: He aquí
(le dice el Señor) que yo mataré a todos aquellos que te afligieron en
aquel tiempo; y salvaré a la que cojeaba; y recogeré aquella que ha-
bía sido desechada; y los pondré por loor y por renombre en toda la
tierra de la confusión de ellos…; porque os daré por renombre, y por
loor a todos los pueblos de la tierra, cuando tornare vuestro cautive-
rio delante de vuestros ojos, dice el Señor 3.
[307] Dos cosas tenemos aquí que conocer, las cuales conocidas
queda entendido todo el misterio. Primera: ¿Quién es esta claudican-
te, a la que había desechado el Señor, y a la que había afligido? Se-
gunda: ¿De qué día o de qué tiempos se habla aquí? Ambas cosas las
resuelven los intérpretes con suma brevedad, diciendo o suponiendo

1 Is. 2, 22.
2 Miq. 4, 6-8.
3 Sof. 3, 19-20.
676 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que la claudicante no es otra que la casa de Judá, que Nabuco llevó


cautiva a Babilonia; la cual, setenta años después, congrega Dios en
Jerusalén y Judea, con licencia y beneplácito del rey Ciro. Mas ¿será
posible ni aun tener por buena, ni aun por pasable, esta inteligencia,
después de haber leído la profecía de Miqueas y Sofonías, y combi-
nándolos con la historia sagrada? En tiempo de Ciro, dicen, congregó
Dios algunas reliquias de la claudicante, que había afligido y arrojado
de sí. Bien. ¿Y no hay más cláusula que ésta en ambas profecías? Si
esta cláusula, mirada en sí misma y separada de todas las otras, se
puede acomodar a los tiempos de Ciro, ¿será posible acomodarla a es-
tos tiempos, si se une con las que preceden y con las que se siguen?
En tiempo de Ciro, por ejemplo, cuando volvieron de Babilonia aque-
llas reliquias, ¿reinó Dios sobre ellas en el monte Sión, desde enton-
ces para siempre sin fin? Pues esto es lo que añade inmediatamente
Miqueas: Y reinará el Señor sobre ellos en el monte de Sión, desde
ahora y hasta en el siglo. En este tiempo, ¿volvió a esas reliquias la
potestad primera y el reino de la hija de Jerusalén? Pues esto sigue
anunciando el mismo profeta: Y vendrá el primer imperio, el reino
de la hija de Jerusalén; que es lo mismo que había anunciado Amós:
En aquel día levantaré el tabernáculo de David, que cayó… y lo ree-
dificaré como en los días antiguos 1. En aquel día o tiempo de Ciro,
¿puso Dios estas reliquias, que volvieron de Babilonia, por loor y por
renombre en toda la tierra? 2. Pues esto promete Dios por Sofonías,
versículos 19 y 20; y poco antes había dicho a la misma claudicante,
versículo 15: Rey de Israel, el Señor en medio de ti, nunca más teme-
rás mal. En aquel día se dirá a Jerusalén: No temas, Sión, no se des-
coyunten tus manos. El Señor Dios tuyo en medio de ti, el Fuerte, él
te salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará por su amor, se
regocijará sobre ti con loor, etc. 3. ¡Qué cosas tan diversas y tan aje-
nas de las que sucedieron en la vuelta de Babilonia, como de todas las
que han sucedido hasta el presente!
[308] Fuera de esto, los intérpretes nos dicen de esta profecía de
Miqueas lo mismo que de la de Isaías, esto es, que una y otra empiezan
hablando del tiempo del Mesías y de la Iglesia cristiana. Siendo esto
así, ¿por qué no prosiguen la explicación en este supuesto? ¿Por qué
dejan tan presto el tiempo del Mesías, y retroceden repentinamente
más de 500 años a buscar el tiempo de Ciro y a refugiarse en él? ¿Por
qué cortan desde el versículo 6 la narración seguida del profeta de Dios,
tomando libremente unas cosas para un tiempo y otras para otro?
¿Por qué se hacen dos o más días diversos, cuando la profecía, desde el

1 Amós 9, 11.
2 Sof. 3, 19.
3 Sof. 3, 15-17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 677

principio hasta el fin, habla seguidamente de un mismo día? 1. Sucede-


rá en el último de los días; y luego va anunciando en particular todo lo
que ha de suceder en este día novísimo. Primero: se preparará el mon-
te de la casa del Señor sobre la cima de los montes, y fluirán hacia este
monte las gentes y los pueblos. Segundo: el Señor los juzgará a todos,
los argüirá, los corregirá, y en consecuencia de esta corrección y de es-
te juicio, quedarán todos desarmados; convertirán sus armas en ins-
trumentos de agricultura; no tomarán la espada en adelante la una
gente contra otra, ni aprenderán más a pelear; sino que todos vivirán
como buenos hermanos en paz y quietud; pues lo ha pronunciado por
su boca el Señor de los ejércitos. Tercero: en este mismo día novísimo
congregará el Señor a la claudicante, a quien había afligido, y arrojado
de sí por justísimas causas. Cuarto: reinará el Señor sobre las reliquias
de esta claudicante en el monte Sión, desde entonces hasta en el siglo;
ni la arrojará otra vez de sí. Quinto: vendrá la potestad primera, o el
reino de la hija de Jerusalén, etc.
[309] Ahora, en toda esta narración seguida, ¿se ve vestigio alguno
de muchos días, o tiempos, o épocas diversas? ¿No se ve, por el contra-
rio, que todo habla seguidamente de aquel mismo día, o tiempo, o épo-
ca novísima de que empieza a hablar, diciendo: Acaecerá en los últi-
mos días? Conque si este día o tiempo es el tiempo primero del Me-
sías, como quieren los intérpretes, deberán explicar toda esta profecía
particular, sin salir de este mismo tiempo. Y si esto no les es posible,
deberán contentarse, y no tener a mal, que se explique toda, desde el
principio hasta el fin, en el segundo tiempo del Mesías, sin salir de él, y
sin claudicar en dos partes.

Se confirma todo este punto


con el salmo 45

PÁRRAFO 7
[310] La inteligencia de este salmo parece clara y facilísima, si se
combina lo que en él se dice con lo que acabamos de observar en las
dos profecías de Isaías y Miqueas. Todo camina naturalmente hacia un
misterio y un mismo tiempo. Y aunque para mi propósito actual bas-
taba la observación de dos o tres versículos de este salmo, me parece
conveniente observarlo todo, ya por ser brevísimo, pues sólo tiene do-
ce versículos (o por mejor decir, diez, siendo los dos últimos repetición
de lo que ya se ha dicho), ya porque es interesante en sí mismo, ya por-

1 Miq. 4, 1.
678 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que su inteligencia abre el sentido de otros muchos salmos, y de otras


muchísimas profecías.

Exposición del salmo 45

[311] El Dios nuestro es refugio y fuerza, ayudador en las tribula-


ciones que han dado con nosotros sobremanera. Por eso no temere-
mos mientras que sea conmovida la tierra, y trasladados los montes
al medio del mar 1. ¿Quién habla en esta profecía? ¿De qué tiempo o
para qué tiempo se habla en ella? Los doctores cristianos (según su
sistema, o empeño formal de acomodarlo todo en cuanto es posible a
la Iglesia presente) dicen, por consiguiente, que aquí habla la Iglesia,
cuando pasados los trescientos años de la persecución, quedó victorio-
sa de todos sus enemigos, a lo menos de los externos, y en una paz
universal con la conversión, y bajo la protección del gran Constantino.
[312] Esta inteligencia fuera bastante buena, a lo menos en aquel
sentido no tan bueno, que se llama acomodaticio, si todo el salmo se
concluyese en el versículo 6. El gran trabajo es que ésta es solamente
la mitad del salmo, la cual, debiendo unirse con la otra mitad, en esta
inteligencia no se une, antes se le opone y la rechaza, sin esperanza ra-
zonable de acomodación. Esta parece la verdadera razón por que los
intérpretes de los salmos, aun los más difusos por otra parte, apenas
tocan con suma prisa esta segunda mitad, como si en ella no hubiese
cosa alguna digna de consideración. Algunos otros tiran a explicarla
brevísimamente, y pretenden haberla explicado suficientemente con
sólo insinuar una manifiesta violencia con una extrema satisfacción,
diciendo, o suponiendo, que desde Constantino hasta la era presente
se ha verificado todo cuanto dicen los Profetas de la paz y felicidad del
reino del Mesías; a lo que debe añadirse que los unos y los otros no de-
jan de omitir del todo algunas palabras, como si fuesen de ninguna im-
portancia, y aquéllas precisamente que no se dejan acomodar.
[313] Por todo lo cual, y por otras razones más inmediatas que lue-
go veremos, decimos resuelta y confiadamente, según las Escrituras,
que quien habla en este salmo y en los dos siguientes (así como en mu-
chos otros, que a mi parecer pasan de la mitad) es la claudicante mis-
ma, no en cualquier estado o tiempo indeterminado, sino precisamen-
te en el tiempo y estado de su futura vocación, de su congregación, de
plenitud, etc.
[314] Esta claudicante, esta pobre enferma, está abandonada del
cielo y de la tierra, aunque cubierta toda de llagas horribles, desde la

1 Sal. 44, 2-3.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 679

planta del pie hasta la coronilla de la cabeza 1, es ciertísimo que algún


día ha de ser curada de sus llagas, y restituida a una perfecta sanidad.
Es verdad que por Jeremías le dice el Señor que su rotura es incurable,
y pésima su llaga, porque la ha herido como a enemiga, y la ha castiga-
do con crueldad 2; mas también es verdad que le dice estas palabras tan
expresivas únicamente para que conozca la grandeza de su mal, y por
ella la grandeza del bien que le está preparado; pues luego la consuela
con la promesa de su perfecta sanidad: Porque te cerraré la cicatriz, y
te sanaré de tus heridas… Porque te llamaron, oh Sión, la echada a
fuera, ésta es la que no tenía quien la buscase, etc. 3.
[315] Pues esta claudicante, vuelvo a decir, a la que había dese-
chado el Señor, y a la que había afligido, sanada enteramente de to-
das sus llagas, cubiertas del todo aún las cicatrices, y congregada ya
con todas sus reliquias, con grandes piedades, es la que empieza a ha-
blar, o en persona de quien empieza y prosigue hablando el Espíritu
Santo, por boca de David, en todo el salmo 45, y en los dos siguientes.
[316] VERSÍCULO 2. El Dios nuestro es refugio y fuerza, ayudador
en las tribulaciones que han dado con nosotros sobremanera 4. El Se-
ñor es nuestro refugio, y nuestra fortaleza; su brazo omnipotente nos
ha sacado libres de tantas angustias y tribulaciones antiguas y nuevas,
que han dado con nosotros sobremanera; no tenemos ya que temer,
aunque se turbe y desconcierte toda la tierra, aunque los montes sean
arrancados de su sitio y hundidos en lo más profundo del mar; modo
de hablar que denota una verdadera confianza y plena seguridad, bajo
la protección del omnipotente. Pasa luego a decir proféticamente y muy
en breve lo que debe suceder, según todas las Escrituras, en la venida
gloriosa del Señor; mejor diremos lo que en aquel tiempo de que habla
en espíritu deberá suceder.
[317] VERSÍCULO 4. Sonaron y turbáronse sus aguas; se estreme-
cieron los montes a la fortaleza de él 5. Estas expresiones son conoci-
damente metafóricas, tomándose aquí, por las aguas turbadas y so-
nantes, la agitación, ruido confuso y espantable de todas las gentes,
pueblos y lenguas, por causa de la presencia formidable del Señor, y
de la gloria de su majestad, cuando se levantare para herir la tierra 6
(lo cual se explica luego en este mismo sentido en el versículo 7); to-
mándose del mismo modo por la conturbación de los montes, la con-
turbación y temblor de los hombres más altos y sublimes, que prece-

1 Deut. 28, 35; Job 2, 7; Is. 1, 6.


2 Jer. 30, 12 y 14.
3 Jer. 30, 17.
4 Sal. 45, 2.
5 Sal. 45, 4.
6 Is. 2, 19 y 21.
680 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

den en dignidad, y se elevan sobre los otros hombres; lo cual se dice


claramente en la profecía de Isaías que poco ha observamos: Porque el
día del Señor de los ejércitos será sobre todo soberbio, y altivo, y so-
bre todo arrogante, y será abatido; y sobre todos los montes altos… y
los collados elevados. Esto mismo se dice de la claudicante después de
sanada de sus llagas y cubiertas las cicatrices: He aquí que el torbe-
llino del Señor, el furor impetuoso, la tempestad deshecha, en la ca-
beza de los impíos reposará. No desviará el Señor la ira de indigna-
ción, hasta que haga y cumpla el pensamiento de su corazón 1. Y para
que no se ignore el misterio ni el tiempo de que se habla, añade inme-
diatamente que estas cosas las entenderá la claudicante solamente en
el día novísimo 2. Yo supongo a cualquiera que lee plenamente entera-
do de lo que significan propia y rigurosamente, en frase de la Escritu-
ra, ésta y semejantes expresiones: En lo último de los días; en los úl-
timos días; en aquel día; en aquel tiempo; para el día de nuestro Se-
ñor, etc.; de las cuales expresiones usan frecuentemente en sus epísto-
las San Pedro y San Pablo, cuando hablan de la venida del Señor en
gloria y majestad.
[318] VERSÍCULO 5. El ímpetu del río alegrará la ciudad de Dios;
santificó su tabernáculo el Altísimo 3. Para entender bien estas pala-
bras, que a primera vista parece que no vienen al caso, yo no hallo otro
mejor intérprete que la paráfrasis Caldea; la cual, así entre los Judíos
como entre los Cristianos, se ha mirado siempre con extraordinario
respeto. A lo menos es cierto que su autoridad pesa más, según pare-
ce, que la de cualquier doctor particular. Esta, pues, explica así este
versículo: los pueblos como ríos, y sus arroyos vendrán, y alegrarán
la ciudad de Dios, y orarán en la casa del santuario del Señor, en los
tabernáculos del Altísimo.
[319] En esta inteligencia concuerda este texto con innumerables
otros de que están llenas las Escrituras, entre ellos: con el texto de
Isaías: Correrán a él (al monte Sión) todas las gentes; con el de Mi-
queas: Y correrán a él los pueblos; con el de Zacarías: Y todos los que
quedaren de todas las Gentes que vinieron contra Jerusalén, subirán
de año en año a adorar al Rey, que es el Señor de los ejércitos 4; con
lo que se le dice a Jerusalén en todo el capítulo 60 de Isaías, máxima-
mente desde el versículo 4: Tus hijos vendrán de lejos, y tus hijas del
lado se levantarán. Entonces verás y te enriquecerás, y tu corazón se
maravillará y ensanchará, cuando se convirtiere a ti la muchedum-
bre del mar, y la fortaleza de las naciones viniere a ti; inundación de

1 Jer. 30, 23-24.


2 Jer. 30, 24.
3 Sal. 45, 5.
4 Zac. 14, 16.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 681

camellos te cubrirá, etc. 1; concuerda, en suma, con el salmo 85: Todas


las Gentes, cuantas hiciste, vendrán y te adorarán, Señor, y glorifica-
rán tu nombre 2. Si no obstante alguno pretende que el ímpetu del río
deba significar aguas materiales propiamente dichas, no nos queremos
oponer a este sentido, pues no hay en ello inconveniente alguno. Para
lo cual se puede considerar el capítulo 47 de Ezequiel, en donde se ha-
llan aguas vivas en abundancia, que deben salir en aquellos tiempos
debajo del umbral de la casa, y formar aquel delicioso torrente, pobla-
do por una y otra parte de árboles frutales: Y sobre el arroyo nacerá
en sus riberas de una y otra parte todo árbol que lleve fruto; no caerá
de él la hoja, ni faltará su fruto; cada mes llevará frutos nuevos, por-
que sus aguas saldrán del santuario; y sus frutos servirán de comida,
y sus hojas para medicina 3. Estas mismas aguas se hallan en el capí-
tulo 14 de Zacarías: Acaecerá en aquel día: Saldrán aguas vivas de
Jerusalén; la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la mitad de ellas
hacia el mar último; en verano y en invierno serán 4. Todo lo cual lo
toma San Juan, lo extiende, lo explica, lo aclara, y lo hace servir en el
capítulo último de su Apocalipsis, como observaremos a su tiempo.
[320] VERSÍCULO 6. Dios, en medio de ella, no será conmovido (o
no se apartará); la ayudará Dios por la mañana al rayar el alba 5.
Dios no se moverá en adelante, o no se apartará de en medio de ella.
¿De quién? Manifiestamente de la claudicante misma, a la que había
desechado el Señor, y a la que había afligido; de la cual se apartó, o a
quien apartó de sí después que ella reprobó a su Mesías, y cerró obsti-
nadamente los ojos a la gran luz, y los oídos a las voces de sus envia-
dos. A la Iglesia presente en tiempo de Constantino no pueden compe-
ter estas palabras con alguna propiedad; pues Dios no se había apar-
tado ni movido de en medio de ella en los tres siglos anteriores, aun en
medio de sus mayores persecuciones, dirigidas por su sabia y benéfica
mano; antes estas persecuciones habían sido como un óptimo cultivo
que la hicieron dar frutos excelentes, y en una prodigiosa cantidad. Es-
ta promesa del Señor de no apartarse jamás de Sión, ahora claudican-
te, después que la llame y recoja todas sus reliquias con grandes pie-
dades, se halla repetida de mil maneras y con suma claridad en otros
muchos lugares de la Escritura santa, que tantas veces hemos obser-
vado; ni hay para qué repetirlos aquí. Debo, no obstante, repetir uno o
dos, por si se hubiesen olvidado todos los demás. En Sofonías, por
ejemplo, hablando con la claudicante misma, y llamándola con este
nombre, se le dicen estas palabras: Da loor, hija de Sión; canta, Is-

1 Is. 60, 4-6.


2 Sal. 85, 9.
3 Ez. 47, 12.
4 Zac. 14, 8.
5 Sal. 45, 6.
682 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rael; alégrate y gózate de todo corazón, hija de Jerusalén. El Señor


ha borrado tu condenación, ahuyentó tus enemigos. Rey de Israel, el
Señor en medio de ti, nunca más temerás mal. En aquel día se dirá a
Jerusalén: No temas, Sión, no se descoyunten tus manos. El Señor
Dios tuyo en medio de ti, el Fuerte, él te salvará; se gozará sobre ti
con alegría, callará por su amor, se regocijará sobre ti con loor 1.
[321] Lo mismo en sustancia se anuncia en Ezequiel 2, después que
revivan los huesos áridos y secos, y se les introduzca el espíritu de vida:
Y morarán sobre la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual mora-
ron vuestros padres…; y David mi siervo será príncipe de ellos perpe-
tuamente. Y haré con ellos alianza de paz, alianza eterna tendrán
ellos; y los cimentaré, y multiplicaré, y pondré mi santificación en
medio de ellos por siempre. Y estará mi tabernáculo entre ellos; y yo
seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las gentes que yo soy
el Señor, el santificador de Israel, cuando estuviere mi santificación
en medio de ellos perpetuamente 3.
[322] Compárense ahora estas dos profecías (como si fuesen úni-
cas, y no hubiese otras muy semejantes) con las palabras del salmo,
que actualmente observamos: Dios en medio de ella no será conmovi-
do, y me parece que se hallará el mismo misterio y en el mismo tiem-
po, sin poder dudarlo.
[323] A más de la promesa que hace aquí el Señor de no apartarse
más de Sión, después que la recoja y la sane de todas sus llagas, señala
inmediatamente el tiempo en que estas cosas se empezarán a verificar,
diciendo que esto sucederá al amanecer o al venir el día: La ayudará
Dios por la mañana al rayar el alba 4.
[324] ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué día es éste de cuyo principio se
habla aquí? ¿Es acaso algún día natural de diez o doce horas? ¿No sal-
ta luego a los ojos, y se presenta de suyo aquel mismo día de que tanto
hablan los Profetas de Dios, los Apóstoles, y aun los Evangelios? ¿El
día, digo, del Señor, a distinción del día de los hombres? Si no es éste
el día de que se habla, ¿cuál podrá ser? El decir: Ayudó Dios a su Igle-
sia por la mañana al rayar el día…, esto es, oportuna y prontamente,
son palabras que en realidad nada explican; pues a su Iglesia, siempre
y a todas horas la ha ayudado el Señor, y no dejará de ayudarla hasta
la consumación del siglo 5.
[325] Hablando, pues, del día del Señor, dice David que, muy al al-
ba de este día, o al acabarse el día antecedente, esto es, el Hoy de que

1 Sof. 3, 14-17.
2 Ez. 37.
3 Ez. 37, 25-28.
4 Sal. 45, 6.
5 Mt. 28, 20.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 683

habla San Pablo citando el salmo 24: Amonestaos vosotros mismos los
unos a los otros cada día, entre tanto que se nombra Hoy 1; entonces
ayudará Dios a esta miserable enferma, dándole la mano para que se le-
vante: La ayudará Dios por la mañana al rayar el alba. Con esta inte-
ligencia, podemos decir sin exageración, concuerdan las palabras de
los Profetas así como está escrito; y concuerdan tanto que, por esta
concordancia, han concluido los doctores como una verdad innegable
que los Judíos se han de convertir algún día; mas esto será, añaden se-
gún su sistema, al fin del mundo, y en vísperas de acabarse todo, como
si fuese lo mismo fin del mundo que fin del siglo; y como si el día del
Señor que debe amanecer en su venida, no se pudiese separar del fin
del mundo, o no se debiese separar, según las Escrituras. Dije el fin del
mundo, en lo cual sólo entiendo el fin de los viadores o de la genera-
ción y corrupción; porque yo no soy de parecer que el mundo, esto es,
los cuerpos materiales o globos celestes que Dios ha criado (entre los
cuales uno es el nuestro en que habitamos), haya de tener fin, o volver
al caos o nada de donde salió. Esta idea no la hallo en la Escritura; an-
tes hallo repetidas veces la idea contraria, y en esto convienen los me-
jores intérpretes. A su tiempo espero hablar sobre esto de propósito.
[326] Debemos ahora detenernos un momento más en la conside-
ración de la palabra por la mañana. Esta palabra se halla no pocas ve-
ces en los Profetas y Salmos; y es fácil reparar que se usa de ella cuando
se habla de la vocación futura de Israel, o de su congregación y asun-
ción con grandes piedades. Por ejemplo, el capítulo 26 de Isaías es un
cántico admirable, muy semejante en lo sustancial al salmo 45, el cual
cántico dice el mismo Isaías que se cantará en aquel día en la tierra de
Judá 2. Entre las cosas que dice proféticamente la persona que lo ha de
cantar, esto es, Sión, ahora enferma y claudicante, una de ellas es ésta:
Mi alma te desea en la noche; y con mi espíritu en mis entrañas ma-
drugaré a ti 3. Mi alma, le dice a su Mesías, te ha deseado siempre en
la noche. ¿En qué noche? Sin duda en la noche presente, pues respecto
de ella en este asunto todo es noche. No obstante, en medio de esta
noche lo desea, y suspira incesantemente por él, no pudiendo persua-
dirse, ya por falta de luz, ya por vicio del órgano interno, que es aquel
mismo, según las Escrituras, a quien ella reprobó y pidió para el su-
plicio de la cruz, obstinada siempre en aquella necia y funestísima ne-
gativa, profetizada por el mismo Mesías: No queremos que reine éste
sobre nosotros 4. Mas cuando esta noche esté para acabarse, con la ve-
cindad del siguiente día, entonces (dice en espíritu) que no se dormirá,

1 Heb. 3, 13.
2 Is. 26, 1.
3 Is. 26, 9.
4 Lc. 19, 14.
684 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sino que se alzará pronta y fervorosamente, y estará despierta al ama-


necer: Y con mi espíritu en mis entrañas madrugaré a ti. Lo mismo y
con circunstancias más particulares dice por Miqueas en el capítulo 7,
versículo 7, lo que es bien digno de una profunda consideración.
[327] Por Oseas, capítulo 6, dice el Señor, hablando de la conver-
sión futura de Israel, como parece claro por todo el contexto: En su tri-
bulación por la mañana se levantarán a mí (diciendo): Venid, y vol-
vámonos al Señor. Porque él nos tomó, y nos sanará; herirá (o hirió,
como leen Pagnini y Vatablo), y nos curará. Nos dará la vida después
de dos días; al tercero día nos resucitará, y viviremos en su presen-
cia. Conoceremos al Señor, y le seguiremos para conocerle. Como el
alba está preparada su salida, etc. 1.
[328] En el salmo 6 se dice: En la mañana… oirás mi voz. En la
mañana me pondré en tu presencia y veré, etc. 2. En el salmo 89: Ala-
baré con regocijo de mañana tu misericordia 3. En el salmo 39: Hemos
sido colmados de tu misericordia desde la mañana… Nos hemos ale-
grado por los días que nos humillaste, por los años en que vimos ma-
les 4. Y en otras partes: Mi oración madrugará a ti… 5. Hazme oír por
la mañana tu misericordia 6. Todo lo cual concuerda con el salmo 45
que actualmente observamos: La ayudará Dios por la mañana, etc. 7.
[329] VERSÍCULO 7. Las naciones se conturbaron, y los reinos bam-
bolearon; dio su voz, movióse la tierra 8. En el versículo 4 había dicho
Sión esto mismo con la metáfora de la agitación y sonido de las aguas
del mar, y de la moción y conturbación de los montes: Sonaron y tur-
báronse sus aguas; se estremecieron los montes a la fortaleza de él 9;
aquí lo dice ya claramente, sin metáfora alguna. Las gentes todas se han
conturbado, e inclinado los reinos, sin duda con el golpe de la piedra.
Todo lo cual acaba de suceder en el tiempo de que se habla, y lo ha visto
Sión, aunque de lejos, y lo ha sabido y sentido desde el retiro de su sole-
dad. El Señor, prosigue diciendo, ha hecho sentir su voz, y la tierra to-
da se ha movido 10. Este movióse la tierra se halla con más fuerza y vi-
veza en las otras versiones. Pagnini lee: Dejó de ser la tierra. Vatablo:
Se amedrentó la tierra. La paráfrasis Caldea: Se disolvieron los habi-
tadores de la tierra. Esta voz del Señor, tan grande y tan operativa, no

1 Os. 6, 1-3.
2 Sal. 5, 4-5.
3 Sal. 58, 17.
4 Sal. 89, 14-15.
5 Sal. 87, 14.
6 Sal. 142, 8.
7 Sal. 45, 6.
8 Sal 45, 7.
9 Sal. 45, 4.
10 Sal. 45, 7.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 685

es otra cosa manifiestamente que aquella vara de su boca de que habla


Isaías: Y herirá a la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de
sus labios matará al impío 1; o lo que es lo mismo, aquella espada de
dos filos que ha de traer en su boca el Rey de los reyes, para herir con
ella a las Gentes 2.
[330] A este propósito se puede leer todo el capítulo 24 de Isaías,
en que se habla, por confesión de todos, de la venida del Señor que es-
peramos; y entre otras cosas, se debe reparar en aquella viva y elegan-
te descripción que hace el Profeta, del espanto, conmoción y conturba-
ción de toda la superficie de la tierra, por estas palabras: Totalmente
será quebrantada la tierra; desmenuzada enteramente será la tie-
rra; conmovida sobremanera será la tierra, será agitada muy mucho
la tierra como un embriagado, y será quitada como tienda de una
noche; y la agobiará su maldad, y caerá, y no volverá a levantarse 3.
Ninguno que lea este capítulo puede ignorar que aquí no se habla de lo
material de nuestro globo en que habitamos, sino de sus habitadores,
que han corrompido su superficie con su iniquidad, y la corromperán
todavía mucho más. De esta superficie de la tierra empieza hablando
desde las primeras palabras: He aquí que el Señor desolará la tierra,
y la despojará, y afligirá el aspecto de ella, y esparcirá sus morado-
res 4; y aquí mismo dice que después de esta aflicción, agitación y con-
moción de la superficie de la tierra, quedarán en ella algunas reliquias
del linaje humano: Y quedarán pocos hombres…, como si algunas po-
cas aceitunas que quedaron, se sacudiesen de la oliva; y algunos re-
buscos, después de acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y
darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la grite-
ría desde el mar 5.
[331] Habiendo, pues, sucedido este movimiento, agitación y con-
turbación de la superficie de la tierra, prosigue Sión con todas sus pre-
ciosas reliquias, diciendo llena de un sagrado júbilo y penetrada del
más vivo reconocimiento:
[332] VERSÍCULO 8. El Señor de los poderíos con nosotros; nues-
tro amparador el Dios de Jacob 6. El Señor de las virtudes (este nom-
bre se le da al Mesías en varias partes de la Escritura, por ejemplo en
el salmo 20), el Señor de las virtudes está ya con nosotros, y nos ha
llamado, iluminado, perdonado y recibido entre sus brazos el Dios de
Jacob.

1 Is. 11, 4.
2 Apoc. 19, 15.
3 Is. 24, 19-20.
4 Is. 24, 1.
5 Is. 24, 6 y 13-14.
6 Sal 45, 8.
686 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[333] Luego, mirando el estado actual de la tierra, y comparándolo


con todos los tiempos ya pasados, ciertamente oscuros y tenebrosos en
su comparación, convida al residuo de las Gentes a ver, admirar y ala-
bar al común Señor, por tantos prodigios nuevos e inauditos que ha
obrado en nuestra tierra con su presencia; uno de los cuales, y el más
admirable y estimable entre todos, es la paz universal, la cual se anun-
cia y describe por estas breves y expresivas palabras:
[334] VERSÍCULO 9. Venid, y ved las obras del Señor, las maravi-
llas que puso sobre la tierra. Que aparta las guerras hasta la extre-
midad de la tierra. Hará trizas el arco, y quebrará las armas; y que-
mará al fuego los escudos 1. El confronto de este texto con el de Isaías
y Miqueas forma, según parece, su propia y legítima explicación, a la
cual nada tenemos que añadir, persuadidos en verdad que no puede
admitir otra, según las Escrituras. Si con esta idea clara y sencilla se
leen inmediatamente los salmos siguientes, podrán servir de mayor
confirmación, y facilitar la inteligencia de otros muchos salmos y de
otras muchísimas profecías. Especialmente se entenderá al punto, sólo
con leerlo, todo el salmo 75, muy semejante al 45, aunque con noticias
todavía más particulares: Conocido es Dios en la Judea; en Israel es
grande su nombre. Y está hecho su asiento en la paz, y su morada en
Sión. Allí quebró las fuerzas de los arcos, el escudo, la espada y la
guerra, etc. 2.
[335] No hay duda que estas cosas y otras muchas del todo seme-
jantes se procuran acomodar del modo posible a algunos sucesos anti-
quísimos que se leen en la historia sagrada; mas como esta acomoda-
ción, aunque intentada con empeño, y empezada tal vez con felicidad,
no es fácil ni posible llevarla adelante por los graves y continuos emba-
razos que a cada paso se presentan, se ven al fin precisados los intér-
pretes más literales a recurrir frecuentísimamente a sentidos figurados
y puramente acomodaticios, y parar en ellos. Sin este recurso, a lo me-
nos en parte, les sería necesario admitir el nuestro; pues, lejos de ha-
llar en él algún embarazo insuperable, todo lo hallarían fácil y llano, y
tanto más cuanto más nos avanzamos. Así como entendemos obvia y
literalmente, y en este sentido recibimos religiosamente, todo cuanto
hay en las Escrituras, perteneciente a la primera venida del Mesías y a
sus efectos admirables; así entendemos y recibimos lo que está escrito
y claramente anunciado para la segunda, que es sin comparación mu-
cho más. Para lo uno y para lo otro nos acompañan del mismo modo
las Escrituras, nos instruyen, nos ayudan, nos alumbran, y ninguna de
ellas se nos opone.

1 Sal. 45, 9-10.


2 Sal. 75, 2-4.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 687

Apéndice

[336] Cualquiera que haya leído hasta aquí (si tiene alguna noticia
de las Escrituras) no tendrá dificultad en creer que los fenómenos que
hemos observado no son los únicos en las mismas Escrituras que me-
recen particular observación. Yo tenía notados desde el principio hasta
veinticuatro, con ánimo de observarlos cada uno de por sí; y de éstos
he observado sólo diez. Como en ellos me he detenido mucho más de
lo que había imaginado, me parece ya conveniente el parar aquí. Las
observaciones que quedan hechas parecen más que suficientes para
poder formar un juicio prudente sobre la causa general que he procu-
rado defender. Los que, no contentos con éstas, quisieren todavía nue-
vas observaciones, las pueden hacer por sí mismos con gran facilidad.
Las Escrituras ofrecen en este asunto abundantísima materia. No fal-
tan sino ojos atentos que, mirando cada cosa de por sí, y combinándo-
las con otras, o idénticas o semejantes, las expliquen en ambos siste-
mas, y pesen luego en fiel balanza ambas explicaciones. Yo no puedo
en esto detenerme más, así porque me llaman otras cosas algo más in-
teresantes, como porque me siento ya notablemente fatigado en esta
especie de trabajo, y pienso lo mismo respecto de quien lee. No obs-
tante, debo confesar que dejo con repugnancia la observación de algu-
nos puntos o fenómenos que ya tenía preparados, principalmente el de
Jerusalén. Permítaseme tocar aquí este punto con la mayor brevedad
posible, y dar alguna ligera idea de lo que en él hay de más sustancial y
de más interesante en el asunto que tratamos.

Jerusalén

[337] De dos modos hablan las Escrituras de Jerusalén, esto es, en


historia y en profecía. Lo que pertenece a la historia no hace a nuestro
propósito, ni ha menester observación particular. Todos los Cristianos
creemos fielmente todos aquellos sucesos conforme los hallamos escri-
tos, los entendemos a la letra sin gran dificultad, y a ninguno le ha pa-
sado por el pensamiento darles otro sentido diverso del que suenan
obvia y literalmente las palabras. No sucede así con Jerusalén en pro-
fecía. Según la práctica común, lo que en ella se anuncia no siempre
puede entenderse literalmente, sino ya en éste, ya en aquél, ya en otro
sentido diversísimo, según las circunstancias. Estas circunstancias, si-
guiendo la misma práctica común, ¿deben tomarse de las mismas pro-
fecías, o de las cosas particulares que se anuncian en ellas? Porque
unas son manifiestamente contrarias a Jerusalén, otras manifiesta-
688 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mente favorables (y entre ellas, no pocas, grandes en extremo). Unas


le anuncian tantos castigos y tan horribles, cuantos y cuales ha visto y
ve todo el mundo plena y perfectamente verificados; otras le anuncian
tantos favores y beneficios tan extraordinarios, que han parecido y pa-
recen todavía del todo increíbles. Unas le anuncian ira y venganza, no
solamente para los tiempos anteriores, sino mucho más para los tiem-
pos posteriores al Mesías: Porque éstos son días de venganza (dice el
mismo Mesías), para que se cumplan todas las cosas que están escri-
tas… Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas
las naciones, y Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que se
cumplan los tiempos de las naciones 1; otras le anuncian amor, com-
pasión y misericordia. Unas le anuncian terror, ruina, desolación;
otras, bondad y paz, reedificación y creación. Unas, muertes e ignomi-
nia; otras, resurrección y gloria.
[338] Las primeras se entienden sin dificultad en su sentido pro-
pio, obvio y literal; tanto que, como dicen (y con suma razón), éste es
su único sentido, que no admite ni puede admitir el consorcio de otros
sentidos, pues en este verdadero sentido todas se han verificado ya
plenísimamente, sin haberles faltado ni un punto, ni un tilde. Dios lo
dijo por sus profetas, y todo se ha cumplido como lo dijo 2. La última
profecía contra esta inicua e ingrata ciudad fue la del Mesías mismo,
(cuando) al ver la ciudad lloró sobre ella 3; y esta profecía (registrada
ya en el capítulo 9, versículo 26, de Daniel) se cumplió perfectamente
cuarenta años después de la muerte del Señor, como es notorio a todo
el mundo. Es, pues, constante que todas cuantas profecías hay en las
Escrituras contrarias a Jerusalén se deben tomar a la letra, y entender
en este sentido, pues así las vemos ya todas plenamente verificadas;
mas las favorables no. ¿Por qué razón? Porque éstas no se han verifi-
cado hasta ahora, ni se han podido verificar, ni hay ya tiempo ni espe-
ranza de que puedan jamás verificarse literalmente, en especial aque-
llas grandes y magníficas, cuya grandeza misma muestra bien que ocul-
tan en su corazón grandes tesoros.
[339] Veis aquí reducido a pocas palabras el modo práctico de
discurrir en el asunto de Jerusalén, así como en tantos otros de que ya
hemos hablado. Y veis aquí, vuelvo a repetir, aquel gran supuesto que
ha hecho ininteligible una gran parte de las profecías; pues en dicho
supuesto no hay otra cosa en el misterio grande de Dios que la Iglesia
presente y el cielo, es decir, la vocación de las Gentes en lugar de Is-
rael, por la incredulidad de ellos, y el fin del mundo. Por una buena
consecuencia, parece imposible la verificación propia y literal de aque-

1 Lc. 21, 22 y 24.


2 Sal. 32, 9.
3 Lc. 19, 41.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 689

llas magníficas profecías que anuncian a Jerusalén tanta grandeza,


majestad y gloria, y al mismo tiempo tanta justicia y santidad cual
nunca se ha visto, ni se ha podido ver, en los siglos anteriores. Así, los
que han mirado aquel supuesto como una verdad, no solamente han
desechado el sentido propio y literal en la explicación de todas estas
profecías favorables, sino que, con grande y ardentísimo celo, repren-
den durísimamente a los Judíos, y tratan de judaizantes, de groseros,
de imbéciles, y tal vez de herejes, a los que en este y otros puntos se-
mejantes han creído más a la afirmación de Dios que a las suposicio-
nes humanas.
[340] El gran argumento y el único que oponen contra todas las
profecías favorables a Jerusalén, es una profecía de Daniel, en que, ha-
blando de la muerte del Mesías (según la Vulgata) y de las resultas te-
rribles para Jerusalén y para todo el pueblo de Israel, dice así: Y un pue-
blo con un caudillo que vendrá, destruirá la ciudad y el santuario; y
su fin estrago, y después del fin de la guerra vendrá la desolación de-
cretada…, y durará la desolación hasta la consumación y el fin 1. Su-
puesta la verdad de esta profecía, que no se disputa, argumentan así:
La ruina y desolación de Jerusalén de que aquí se habla es evidente-
mente la que sucedió imperando Vespasiano cerca de cuarenta años
después de la muerte del Mesías; de ésta dice el Profeta que persevera-
rá hasta la consumación y hasta el fin; luego es vana, y aun errónea, la
esperanza de otra Jerusalén; luego han errado manifiestamente cuan-
tos han creído o sospechado que aquellas grandes y magníficas profe-
cías que anuncian otra futura Jerusalén en esta nuestra tierra, se de-
ban o puedan entender literalmente. Confírmase esto con el capítulo
19 de Jeremías, versículo 11, en que se lee esta sentencia contra Jeru-
salén: Así quebraré yo a este pueblo y a esta ciudad, como se quiebra
una vasija de alfarero, que no se puede ya más restaurar 2; la cual
sentencia, como explica San Jerónimo, no se verificó en aquella prime-
ra Jerusalén que destruyeran los Caldeos, pues ésta se volvió a reedifi-
car pocos años después; pero se ha verificado, según la letra, en la que
destruyeron los Romanos, pues ésta ni se ha instaurado, ni podrá ja-
más instaurarse, como sucede a un vaso de barro que, una vez que-
brantado y desmenuzado, no se puede ya más restaurar. ¿Quién cre-
yera que este argumento, tomado de la profecía de Daniel, no es otra
cosa, con todas sus bellas apariencias, que un verdadero sofisma? To-
do él estriba sobre un equívoco que, aclarados los términos, queda re-
ducido a la misma cuestión.
[341] Mas antes de remover este equívoco, no será fuera de propó-
sito advertir aquí una inconsecuencia bien notable en que caen, según

1 Dan. 9, 26-27.
2 Jer. 19, 11.
690 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

parece, los mejores intérpretes de la Escritura; de manera que aquellos


mismos que, para quitarnos toda esperanza de otra nueva Jerusalén,
nos ponen delante esta profecía de Daniel, estos mismos nos aseguran
en varias partes que el Anticristo judío de la tribu de Dan edificará de
nuevo a Jerusalén, y en ella pondrá la corte de su imperio universal.
De la grandeza de este imperio se puede fácilmente inferir cuánta será
en aquellos tiempos la grandeza, la opulencia, la riqueza y la magnifi-
cencia de su corte. Mas en este caso, ¿cómo quedará la profecía de Da-
niel? O quedará falsificada, o el argumento tomado de esta profecía no
es tan concluyente como se había imaginado. El profeta dice expresa-
mente que la ruina y desolación actual de Jerusalén, que ya cuenta
más de diecisiete siglos, perseverará hasta la consumación y el fin 1;
por otra parte el Anticristo, con todo su imperio universal, no puede
sobrevivir a esta consumación y fin, como es necesario que confiesen
todos; luego… etc.
[342] Hecha esta advertencia de paso, vengamos ya a lo que más
importa, que es la respuesta al único argumento que ofrece, a lo me-
nos, una gran apariencia. De dos modos se puede responder: uno por
línea recta, otro por línea curva, o por algún corto rodeo. Aunque el
primero basta por sí solo, no por eso tenemos por inútil el segundo;
antes podrá ayudarnos no poco para la mejor y más fácil inteligencia,
así de éste como de otros puntos muy semejantes. Este segundo modo,
pues, se reduce a proponer una duda en forma de consulta, y pedir su
resolución. Esta duda es bastante obvia en la lectura de la Escritura, y
aunque comprende muchos casos particulares, yo elijo ahora el punto
de que actualmente hablamos, esto es, Jerusalén. Así, propongo mi
consulta en estos términos:
[343] Cien profecías cuando menos me hablan expresa y nomina-
damente de Jerusalén, no en cualquier estado indeterminado, sino de
Jerusalén destruida por sus pecados, desolada, conculcada y sepultada
en el olvido; de ésta, pues, me dicen con toda la claridad posible que
algún día se levantará del polvo de la tierra, que resucitará, que se edi-
ficará de nuevo, y será vista en su gloria 2; y para que no equivoquen
esta Jerusalén de que hablan, con aquella otra que se edificó en tiempo
de angustia por los que volvieron de Babilonia con permisión de Ciro,
me dan unas señales tan claras, tan individuales, tan nuevas e inaudi-
tas, que es imposible acomodarlas a aquellos tiempos, y a aquella anti-
gua Jerusalén. Por ejemplo, una profecía me dice que, en aquel tiempo
de que habla, Jerusalén será llamada el solio del Señor: En aquel tiem-
po llamarán a Jerusalén trono del Señor; y serán congregadas a ella
todas las naciones en el nombre del Señor en Jerusalén, y no andarán

1 Dan. 9, 27.
2 Sal. 101, 17.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 691

tras la maldad de su corazón pésimo 1. Otra me dice que su nombre,


desde aquel día en que se edifique de nuevo, será éste: El Señor está
aquí. Y el nombre de la ciudad desde aquel día, el Señor allí 2. Otra le
dice a la misma Jerusalén que, después de las grandes tribulaciones
que se le anuncian por sus iniquidades, se llamará ya Ciudad del justo,
Ciudad fiel 3. Y en otra parte: Te será puesto un nombre nuevo, que el
Señor nombrará con su boca. Y serás corona de gloria en la mano del
Señor, y diadema de reino en la mano de tu Dios. De allí adelante no
serás llamada Desamparada; y tu tierra no será ya más llamada de-
sierta… Y los nombrarán Pueblo santo, redimidos por el Señor. Mas
tú serás llamada: La ciudad buscada, y no la desamparada 4.
[344] El mismo le dice en otra parte: Porque fuiste desamparada
y aborrecida, y no había quien por ti pasase, te pondré por lozanía de
los siglos… No se oirá más hablar de iniquidad en tu tierra, ni habrá
estrago ni quebrantamiento en tus términos… Y tu pueblo todos jus-
tos…; derivaré sobre ella como río de paz 5. Y por abreviar, pues son
cosas que se leen frecuentísimamente en los Profetas de Dios, otra pro-
fecía dice, hablando de Jerusalén y de los Judíos: Morarán en ella, y
no será más anatema, sino que reposará Jerusalén sin recelo 6.
[345] Yo confieso ingenuamente que estas y otras profecías seme-
jantes, que realmente pasan de ciento, me habían hecho concebir gran-
des y alegrísimas esperanzas de otra Jerusalén todavía futura, pare-
ciéndome incomponible creer a los Profetas de Dios, o al Espíritu San-
to que habló por los Profetas, sin creer con la misma sinceridad lo que
tantas veces y con tanta claridad me dicen de Jerusalén; cuando veis
aquí que, en medio de estos alegres pensamientos, me sale al encuen-
tro a deshora una única profecía, mas de un aspecto tan terrible, que
parece que a todas se opone, que a todas contradice, y que todas deben
desaparecer en su presencia. Esta es la profecía de Daniel, la cual ase-
gura que la desolación de Jerusalén, que debe comenzar después de la
muerte del Mesías, perseverará irrevocablemente hasta la consuma-
ción y el fin 7.
[346] Este es el hecho, en cuyo supuesto se pregunta: ¿Qué se ha
de hacer? Así aquellas cien profecías, como esta última, son dictadas
por el Espíritu de verdad; por consiguiente, son todas igualmente cier-
tas y de fe divina; con todo eso, las cien primeras afirman unánime-
mente, la última parece que niega. Aquéllas muestran unánimemente

1 Jer. 3, 17.
2 Ez. 48, 35.
3 Is. 1, 26.
4 Is. 62, 2-4 y 12.
5 Is. 60, 15, 18 y 21; 66, 12.
6 Zac. 14, 11.
7 Dan. 9, 27.
692 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

un semblante dulce y benigno respecto de la futura Jerusalén, ésta pa-


rece del todo inexorable. ¿Qué partido, pues, debemos tomar?
[347] La resolución de esta duda no es una misma en dos diversos
tribunales. El uno decide prácticamente que debemos estar por la úl-
tima profecía, aunque sea una sola; y todas las otras, aunque sean
ciento o mil, se deben explicar en otros sentidos. Si alguno clamare pi-
diendo alguna razón de una sentencia tan dura, difícilmente podrá ser
otra que el eco de su misma pregunta. El otro tribunal decide que de-
bemos estar por las cien profecías, y explicar una por ciento, no ciento
por una; para lo cual produce tres brevísimas razones. Primera: por-
que aquéllas son muchas, y ésta una sola. Segunda: porque aquéllas
son claras, y ésta no tanto. Tercera: porque aquéllas son ciertamente
favorables a Jerusalén, y ésta parece contraria, y en caso de duda lo
favorable se ha de ampliar, y lo odioso restringir, etc. Sin meterme yo
a resolver cuál de estas dos sentencias es la más conforme a razón,
pues esto toca a jueces imparciales, sólo pregunto si será lícito seguir
la segunda sentencia, o no, así como es lícito seguir la primera. Si se
dice que no, se pide la disparidad, mas una disparidad que no sea res-
ponder por la cuestión. Si se dice que sí, se concluye al punto: luego la
profecía de Daniel nada prueba contra la futura Jerusalén;y así como
en la primera sentencia nada prueban a su favor cien profecías. Estas
nada prueban a favor, porque se les dan otros sentidos ajenos del ob-
vio y literal; y aquélla, digo yo, nada prueba en contra, porque es bien
fácil hacer con una sola lo que se hace con ciento.
[348] No por esto se piense que yo pretendo dar a la profecía de
Daniel otro sentido diverso del obvio y literal. Esto sería no estar de
acuerdo conmigo mismo. El mismo sentido en que entiendo las cien
profecías, en este mismo sin diferencia alguna entiendo la última; y
por ella tengo por cierto e infalible que la desolación presente de Jeru-
salén perseverará hasta la consumación y el fin. Mas de aquí, ¿qué se
sigue? ¿Luego no tenemos que esperar otra nueva Jerusalén? Esta con-
secuencia que sacan los intérpretes en su sistema es puntualmente la
que se niega como ilegítima y falsa; parece que debía sacarse esta otra
justísima por todos sus aspectos: luego la Jerusalén futura, que tantas
veces anuncian los Profetas de Dios, no podrá edificarse antes, sino
después de la consumación y el fin. Antes no, porque en este caso se
falsificará la profecía de Daniel; después sí, porque sin esto se falsifica-
rán cien profecías. Esta consecuencia, que yo admito y abrazo como
verdadera y como tan conforme a las Escrituras, es también mi segun-
da respuesta por línea recta.
[349] La consumación y el fin de que habla Daniel no puede ser
otra, sino aquella misma de que hablan otros muchos Profetas, espe-
cialmente Isaías, Jeremías, Nahum, Sofonías y Zacarías, etc., y de que
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 693

se habla en varias partes de los Evangelios; por consiguiente, no puede


ser la consumación y fin del mundo, como se piensa en el sistema or-
dinario; sino la consumación y fin del siglo.
[350] Estas dos palabras, mundo y siglo, aunque muchas veces se
toman en un mismo sentido y significan una misma cosa, mas real-
mente hay entre ellas una grande y notable diferencia, y en el asunto
que actualmente tratamos, de gran importancia. Mundo se llama pro-
piamente toda la inmensa máquina del universo, y también más in-
mediatamente este globo terráqueo, en cuya superficie habitamos. Si-
glo se llama, no solamente la revolución de cien años, sino también, y
con más propiedad, todo el aparato externo de nuestro mundo o de
nuestro globo: su fausto, su lujo, su engaño, su vanidad, su mentira, su
pecado; en suma, se llama siglo el día actual de los hombres, de su po-
testad, de su dominación de su virtud, de su juicio, de su gobierno,
etc.; a distinción del día del Señor. Yo hallo muchas veces en las Escri-
turas, principalmente en los Evangelios, estas palabras: Consumación
del siglo; jamás hallo éstas: Consumación del mundo.
[351] En este sentido, pues, en que hablan otras Escrituras, dice
Daniel que la desolación actual de Jerusalén, que empezó después de
la muerte del Mesías, deberá permanecer hasta la consumación y el
fin, es decir, hasta que se concluya y llegue a su fin el día presente, y
empiece a amanecer el día del Señor; hasta que venga el Mesías en
gloria y majestad, y con su segunda venida tenga principio el día de su
virtud en los esplendores de los santos 1; hasta que se ejecute en la
bestia aquella justicia terrible de que se habla en el mismo Daniel y en
el Apocalipsis; hasta que la gran estatua caiga en tierra al golpe de la
piedra, y desaparezca como una leve ceniza en medio de un gran vien-
to; hasta que suceda aquella evacuación de todo principado, potestad
y virtud, de que habla San Pablo; hasta que, en fin, se llenen los tiem-
pos de las naciones. Comparad de paso estas últimas palabras del Se-
ñor con las de Daniel, y me parece que hallaréis el mismo misterio sin
diferencia alguna: Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que se
cumplan los tiempos de las naciones… y durará la desolación hasta
la consumación y el fin 2.
[352] Esta es evidentemente la consumación y el fin de que habla
Daniel, la cual deberá suceder con la venida misma del Señor; y por
esto el mismo Señor compara su venida con el día de Noé: Hasta que
vino el diluvio, y los llevó a todos 3. Esta consumación y fin anuncian
también otros Profetas con expresiones vivísimas, y con circunstancias
bien particulares, como tantas veces hemos observado; y no obstante,

1 Sal. 109, 3.
2 Lc. 21, 24; Dan. 9, 27.
3 Mt. 24, 39.
694 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

estos mismos Profetas nos aseguran expresamente, en nombre del Se-


ñor, que Jerusalén, destruida y conculcada de las Gentes, volverá a
edificarse de nuevo, con tanta grandeza, con tanto esplendor, con tan-
ta justicia, y con tales y tantas circunstancias, que no habiéndose veri-
ficado hasta el día de hoy, ni pudiendo verificarse antes de la consu-
mación y el fin, o antes que se llenen los tiempos de las naciones, de-
beremos esperar que todo se verifique después de la consumación y el
fin del siglo, para que (como se dice en el Eclesiástico) tus Profetas
sean hallados fieles 1.
[353] Digamos ahora cuatro palabras sobre el texto de Jeremías,
que sirve de confirmación al argumento: Esto dice el Señor de los ejér-
citos: Así quebraré yo a este pueblo y a esta ciudad, como se quiebra
una vasija de alfarero, que no se puede ya más restaurar 2. Estas pa-
labras (dicen algunos, siguiendo a San Jerónimo, aunque otros son de
contrario parecer) no pueden entenderse propia y rigurosamente de
aquella primera Jerusalén que destruyeron los Caldeos, pues ésta se
volvió a edificar pocos años después; mas se entiende con toda propie-
dad de la Jerusalén que destruyeron los Romanos después de la muer-
te de Cristo, la cual hasta hoy persevera destruida y desolada, y debe
perseverar en esta forma hasta el fin del mundo. Las palabras de San
Jerónimo son éstas: Claramente no se dice esto de la cautividad ba-
bilónica, sino de la romana; como que después de los Babilonios la
ciudad fue restablecida, el pueblo llevado de nuevo a la Judea, y res-
tituido a la abundancia antigua. Mas después de la cautividad que
acaeció bajo el imperio de Vespasiano y Tito, y después en el de
Adriano, las ruinas de Jerusalén han de permanecer hasta la consu-
mación del siglo.
[354] Esto último, ¿quién puede negarlo? Cualquiera que lea el
versículo último del capítulo 9 de Daniel, deberá confesar como una
verdad indisputable que las ruinas de Jerusalén han de permanecer
hasta la consumación del siglo. Mas lo primero, esto es, que Jeremías
habla, no de la Jerusalén destruida por los Babilonios, sino de la que
destruyeron los Romanos 600 años después, ¿cómo podrá admitirse,
si se lee seguidamente el texto del Profeta que dice: Las casas de Jeru-
salén, y las casas de los reyes de Judá, serán inmundas como el lugar
de Tofet; todas las casas, en cuyos terrados sacrificaron a toda la mi-
licia del cielo, y ofrecieron libaciones a los dioses extranjeros? 3. Esta
sola contraseña, aunque no hubiera otra, parece más que suficiente pa-
ra conocer al punto los tiempos de que se habla, y la Jerusalén contra
quien se habla. Cuando los Romanos, bajo el imperio de Vespasiano y

1 Eclo. 36, 18.


2 Jer. 19, 11.
3 Jer. 19, 13.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 695

Tito, destruyeron a Jerusalén, ¿destruyeron también junto con ella las


casas y palacios de los reyes de Judá? ¿Qué reyes de Judá había en este
tiempo, ni los había habido jamás después de la cautividad de Babilo-
nia? ¿Destruyeron asimismo todas aquellas casas donde se ofrecían sa-
crificios a los ídolos? ¿Qué ídolos hallaron los Romanos en Jerusalén,
sino los que ellos llevaron y colocaron en ella después de destruida?
Mas si ponemos los ojos en aquella primera Jerusalén que, viviendo Je-
remías, destruyeron los Babilonios, hallamos casas y palacios de los re-
yes de Judá, y hallamos ídolos a millares en los terrados, y en lo más al-
to de casi todas las casas de la inicua Jerusalén; luego es claro por esta
sola contraseña que se habla de la primera Jerusalén destruida por los
Babilonios, no de la que destruyeron los Romanos. Si esto es así, se po-
drá replicar: ¿Cómo entenderemos con propiedad aquella similitud de
que usa Jeremías: Quebraré yo… a esta ciudad, como se quiebra una
vasija de alfarero, que no se puede ya más restaurar?
[355] La propia inteligencia de esta semejanza nos la ofrecen otros
doctores, y éstos no pocos, que se apartan del sentir de San Jerónimo:
Debe interpretarse (dice uno de ellos) de la reparación que se haga
por propio poder; porque después de concluidos setenta años, la va-
sija judaica se reparará, y al fin del siglo volverá a restaurarse; mas
esto por el poder de Dios, a quien es fácil lo que parece imposible al
hombre.
[356] Os considero, señor, lleno de admiración al ver que uno de
los más sabios y más juiciosos expositores conceda francamente otra
Jerusalén todavía futura, diciendo: Al fin del siglo volverá a restau-
rarse. Crecerá mucho más vuestra admiración, si se considera que este
mismo autor, así como los otros, niega absolutamente como falsa e im-
plicatoria otra nueva Jerusalén, cuando llega a la explicación de aque-
llos lugares de la Escritura, tantos y tan claros, donde se anuncia, se
promete, y se habla de ella, como si ya existiese. ¿Luego se contradicen
unos hombres tan sabios y tan advertidos? No, señor mío, no se con-
tradicen, antes van conformes cuanto es posible en su sistema. Es ver-
dad que niegan como absurda aquella Jerusalén de que hablan tanto
las Escrituras; mas no niegan, antes conceden liberalísimamente, otra
Jerusalén de que las mismas Escrituras no hablan palabra. ¿Cuál es
ésta? Es la que edificará el Anticristo judío para corte de su imperio
universal. Así lo dicen expresamente sobre el capítulo 31, versículo úl-
timo, de Jeremías; sobre el capítulo 38 de Ezequiel; sobre el capítulo 9
de Daniel, etc.; y así lo dicen implícitamente en otras muchas partes,
hablando siempre que ocurre en esta suposición.
[357] Mas aun permitida por un momento esta suposición, o esta
supuesta Jerusalén, ¿cómo podrán decirse de ella aquellas palabras
del autor citado: Al fin del siglo volverá a restaurarse; mas esto por el
696 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

poder de Dios, a quien es fácil lo que parece imposible al hombre? La


potencia que suponen en su Anticristo, toda diabólica, ¿se podrá tam-
bién llamar potencia divina? Mas el mismo autor, sobre el capítulo 9
de Daniel, hablando de la Jerusalén que destruyeron los Romanos, di-
ce así: Ciertamente esta desolación del templo y ciudad jerosolimita-
na perseverará no por pocos años, como aquella de la Caldea, sino
hasta el fin del mundo y de los siglos. ¿Cómo podremos componer es-
ta proposición con aquella otra: Al fin del siglo volverá a restaurarse?
Finalmente, concluye este sabio con esta terrible sentencia: También la
ciudad de Jerusalén estará sujeta a un perpetuo anatema. Y no obs-
tante, en Jeremías se leen estas palabras: He aquí que vienen los días,
dice el Señor; y será edificada al Señor la ciudad… No será arranca-
da, ni destruida por siempre jamás 1. Y en Zacarías, capítulo 14, se
leen éstas: Morarán en ella, y no será más anatema; sino que reposa-
rá Jerusalén sin recelo 2. Conque de la misma Jerusalén se pueden
con verdad decir estas dos cosas. Primera: será edificada al Señor la
ciudad… No será arrancada ni destruida por siempre jamás… No se-
rá más anatema; sino que reposará Jerusalén sin recelo. Segunda:
Estará sujeta a un perpetuo anatema.
[358] Si estas dos proposiciones son inacordables entre sí y perpe-
tuamente enemigas, ¿por cuál de ellas nos deberemos declarar? ¿Crees,
oh rey Agripa, a los Profetas? Yo sé que sí crees 3, decía San Pablo con
toda libertad, aunque cargado de cadenas.
[359] Otras muchas cosas generales y particulares teníamos que
decir sobre Jerusalén, mas éstas pertenecen inmediatamente a la ter-
cera parte, donde procuraremos darles lugar, así como a otros muchos
puntos que no lo han podido tener hasta aquí. Me contento, pues, con
transcribir aquí la profecía célebre del santo Tobías, y concluiré con
ella esta segunda parte, ofreciendo este gran punto para una profunda
meditación.

Tobías, capítulo 13

[360] Jerusalén, ciudad de Dios, el Señor te castigó por las obras


de tus manos. Alaba al Señor en tus bienes, y bendice al Dios de los si-
glos, para que reedifique en ti su tabernáculo, y vuelva a ti todos los
cautivos, y te goces por todos los siglos de los siglos. Brillarás con luz
resplandeciente, y todos los términos de la tierra te adorarán. Ven-
drán a ti las naciones de lejos; y trayendo dones, adorarán en ti al Se-
ñor, y tendrán tu tierra por santuario. Porque dentro de ti invocarán

1 Jer. 31, 38 y 40.


2 Zac. 14, 11.
3 Act. 26, 27.
PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 697

el grande nombre. Malditos serán los que te despreciaren, y serán


condenados todos los que te blasfemaren, y serán benditos los que te
edificaren. Y tú te alegrarás en tus hijos, porque todos serán benditos,
y se reunirán con el Señor. Bienaventurados todos los que te aman, y
los que se gozan de tu paz. Alma mía, bendice al Señor, porque libró a
Jerusalén, su ciudad, de todas sus tribulaciones, el Señor nuestro Dios.
Bienaventurado seré, si quedaren reliquias de mi linaje para ver la
claridad de Jerusalén. De zafiro y de esmeralda serán edificadas las
puertas de Jerusalén, y de piedras preciosas todo el recinto de sus
muros. De piedras blancas y limpias serán enlosadas todas sus ca-
lles, y por sus barrios se cantará Aleluya. Bendito el Señor, que la ha
ensalzado, y sea su reino en ella por los siglos de los siglos. Amén 1.
[361] Esta célebre profecía es sin duda una de aquellas muchas y
grandes, de quienes al mismo tiempo se pueden afirmar dos cosas
contradictorias; es a saber, que es una profecía clara y oscura, fácil y
difícil, inteligible e ininteligible. Si la idea del reino de Cristo aquí en la
tierra, y de otra Jerusalén todavía futura es, como quieren, una idea
falsa y errónea, la profecía de Tobías es ciertamente la cosa más oscu-
ra, la más difícil o la más ininteligible de cuantas pueden imaginarse.
Al contrario, si aquella idea es verdadera y justa, como tan conforme a
las Escrituras, la profecía se entiende al punto toda entera sin más tra-
bajo que leerla. Conque el entenderla o no entenderla consiste sola-
mente en admitir o no admitir aquella idea. Los intérpretes pretenden
que no hay necesidad de tal idea para entender la profecía; por tanto
han hecho los mayores esfuerzos imaginables para darle por otra par-
te alguna explicación. Si lo han conseguido, o no, lo podrá fácilmente
juzgar cualquiera que lea dicha explicación, y la confronte fielmente
con la profecía.
[362] Dicen en general, y esto de un modo definitivo sin prueba
alguna, que toda esta profecía, exceptuando sus cuatro primeras lí-
neas, no puede admitir otro sentido que el alegórico, mezclado con el
anagógico, pues Tobías como profeta hizo lo mismo, dicen, que hacen
otros profetas, esto es, mirar al mismo tiempo la Iglesia militante y la
triunfante, hablar de ambas bajo el nombre y figura de Jerusalén. En
este supuesto, la explicación necesita de tres sentidos, y aun éstos no
alcanzan para todo. El primer sentido es el literal; mas éste sólo sirve
para las cuatro primeras líneas. ¿Por qué? Porque estas cuatro prime-
ras líneas son contrarias a Jerusalén. En ellas se anuncia su castigo, su
ruina, su exterminio, todo lo cual se verificó plenamente pocos años
después. El segundo sentido es el alegórico, que debe luego entrar en
lugar del literal. ¿Por qué tan presto? Porque pasadas estas cuatro lí-

1 Tob. 13, 11-23.


698 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

neas contrarias a Jerusalén, se empieza luego a hablar en su favor, y se


dicen de ella o se le prometen tantas y tales cosas, que ni se han verifi-
cado, ni es posible que se verifiquen jamás en el sistema ordinario,
pues son infinitamente incómodas, no hay tiempo donde colocarlas.
Así, deben acomodarse en cuanto se pueda a la Iglesia presente. El
tercer sentido que debe suplir abundantemente todos los defectos del
segundo es el anagógico. ¿Por qué? Porque el alegórico, o la acomoda-
ción a la Iglesia presente, apenas puede llegar a una pequeña distan-
cia, pasada la cual queda como inservible, y se pierde luego de vista.
Por tanto, es necesario, para no volver atrás, tomar prontamente alas
de águila grande, y dar un vuelo hasta lo más alto del cielo, para aco-
modar allá lo que por acá no es posible. Mas como tampoco es posible
acomodar allá alguna parte considerable y seguida de la profecía, es
necesario en la explicación subir y bajar continuamente; subir cuando
acá no se puede más; bajar cuando allá más no se puede. Y como en las
profecías están mezcladas, según dicen, las cosas de la Iglesia militan-
te con las de la triunfante, es necesario por consiguiente subir y bajar,
en un momento, en un abrir de ojo, casi a cada palabra. A lo que debe
añadirse que, después de un trabajo tan grande, queda visible acá y
allá la violencia o impropiedad de las acomodaciones.
[363] Si dejamos ahora por un momento la algarabía incómoda e
ininteligible del triple sentido, con esto solo entendemos al punto toda
la profecía, distinguiendo en ella clarísimamente sus dos puntos capi-
tales, esto es, lo que hay en contra, y lo que hay a favor de la misma Je-
rusalén. Entendemos, lo primero: cómo desde el principio se anuncia
a esta ciudad ingrata y delincuente aquel castigo horrible, que vino so-
bre ella pocos años después, y la dispersión y cautiverio del residuo de
Israel, esto es, del reino de Judá. Entendemos, lo segundo: que hablan-
do con la misma Jerusalén castigada y destruida, se le anuncia por or-
den del Señor, para otros tiempos, que ciertamente no han llegado,
toda aquella majestad, esplendor, y gloria, que se puede colegir de es-
tas solas palabras, aunque no hubiese otras: Brillarás con luz resplan-
deciente; y todos los términos de la tierra te adorarán 1. Estas pala-
bras, y todas las que siguen hasta el fin, ¿con quién hablan o a quién se
dicen? ¿No es manifiesto que se dicen a la misma Jerusalén castigada
y destruida por sus iniquidades, con quien se empieza a hablar y se
prosigue hablando sin interrupción? ¿No es manifiesto que se dicen a
la misma Jerusalén, a quien se anuncia su castigo inminente y ruina
total? Si este castigo y ruina no habla ni con la Iglesia militante ni con
la triunfante, ¿con qué razón se puede asegurar que todas las cosas
prósperas que siguen inmediatamente, no hablan ya de Jerusalén cas-
tigada y destruida, sino con la Iglesia ya militante, ya triunfante? Pe-

1 Tob. 13, 13.


PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 699

did, señor, para esto alguna buena razón, y si no os responden sino por
la misma cuestión, me parece que tendréis que esperar la respuesta
hasta el día de la eternidad. Amén.
[364] Con esta profecía de Tobías concuerdan perfectamente, en-
tre otras innumerables profecías, todo el capítulo 60 de Isaías; todo el
capítulo 5 de Baruc; los capítulos 30 y 31 de Jeremías; el capítulo 14 de
Zacarías, etc.; todo lo cual lo hace servir San Juan en el capítulo 21 de
su Apocalipsis. La profecía de Baruc, por ser breve y notable, me pare-
ce bien ponerla aquí: Desnúdate, Jerusalén, de la túnica de luto, y de
tu maltratamiento; y vístete la hermosura, y la honra de aquella glo-
ria sempiterna, que te viene de Dios. Te rodeará Dios con un manto
forrado de justicia, y pondrá sobre tu cabeza un bonetillo de honra
eterna. Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que es-
tán debajo del cielo. Porque para siempre llamará Dios tu nombre:
La paz de la justicia, y la honra de la piedad. Levántale, Jerusalén, y
ponte en lo alto; y mira hacia el Oriente, y ve tus hijos congregados
desde el sol Oriente hasta el Occidente, a la palabra del Santo gozán-
dose en la memoria de Dios. Porque salieron de ti a pie llevados por
los enemigos; mas el Señor te los traerá levantados con honra como
hijos del reino. Porque Dios ha determinado abatir todo monte empi-
nado, y las rocas estables, y llenar los valles al igual de la tierra; pa-
ra que camine Israel con diligencia para honra de Dios. Aun las sel-
vas, y todo árbol suave, dieron sombra a Israel por mandamiento de
Dios. Porque traerá Dios a Israel con regocijo en la lumbre de su ma-
jestad, con la misericordia y con la justicia que viene de él 1.

1 Bar. 5, 1-9.
Parte Tercera
Algunos sucesos
principales
y más notables
del reino venturoso
de Cristo en la tierra
Introducción

Hasta aquí hemos estado casi enteramente ocupados en establecer


un espacio grande de tiempo entre la venida gloriosa del Señor, que es-
tamos esperando, y el juicio y resurrección general, persuadidos ínti-
mamente que, con esto solo, sin otra diligencia, queda fácil y llana la in-
teligencia de toda la Biblia sagrada, aun en lo que corre por lo más os-
curo y difícil, que es la profecía. Si este espacio de tiempo queda sufi-
cientemente establecido o no, lo pueden solamente decidir jueces sa-
bios, atentos, sensatos e imparciales, después de vista y revista toda es-
ta gran causa por todos sus aspectos. Tan lejos estamos de temer esta
vista y revista, o lo que es lo mismo, una discusión atenta y juiciosa, qui-
tado todo velo de preocupación, que ésta es puntualmente la que desea-
mos y pedimos; temiendo mucho menos una oposición manifiesta, o
una impugnación en toda forma, que cierta frialdad, o indiferencia, o ri-
sa afectada, que suele suplir no pocas veces la falta de buenas razones.
Fuera de este espacio de tiempo, que es lo sustancial de nuestro sis-
tema, y que en primer lugar debe combatir cualquiera que quisiere ha-
cer una buena impugnación, hemos también propuesto, examinado y
probado algunos otros puntos bien importantes, relativos a este mismo
espacio de tiempo, unidos con él estrechísimamente, o que evidente-
mente le suponen. Sería hacer injuria a los lectores sensatos, que son
los que únicamente buscamos, el repetirles aquí lo que debemos supo-
ner; que ellos han leído y considerado atentamente todos los fenóme-
nos que quedan observados, y aun los preparativos de la primera parte.
Ahora, este espacio grande de tiempo, después de la venida glorio-
sa del Señor, una vez admitido y concedido, sin poder razonablemente
negarlo, ni aun dudarlo, parece naturalísimo el deseo de acercarse a él,
de conocerlo con alguna distinción y claridad; y si esto no es posible,
de divisar a lo menos, aun de lejos, algunos sucesos principales y más
notables de este siglo venturo. Esto es lo que ya vamos a proponer, se-
gún las noticias que hallamos en la Escritura de la verdad.
No se trata ya de probar el reino de Cristo aquí en nuestra tierra, o
lo que es lo mismo, el reino de Dios que ha de venir, y que pedimos
que venga, según el mandato del mismo Cristo. No se trata de probar
su venida gloriosísima entre millares de sus santos 1, ni la resurrec-

1 Judas 14.
704 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ción de estos millares de santos que serán juzgados dignos de aquel


siglo, y de la resurrección de los muertos 1, mucho antes de la general
resurrección. No se trata de probar el juicio o reinado de Cristo sobre
los vivos, ni el tiempo que requiere este juicio según las Escrituras. Es-
tas cosas quedan ya probadas con toda la evidencia que puede caber
en estos asuntos.
Se trata únicamente del modo y circunstancias con que todo esto
debe suceder. Este modo de ser de una cosa grandísima ciertamente,
aunque por otra parte probada, no hay duda que es difícil, y aun impo-
sible en el estado presente, concebirlo bien con claridad de ideas. No
alcanza a tanto el ingenio o la razón humana; mas el no poder concebir
con claridad de ideas el modo y circunstancias particulares de un suce-
so futuro, grande y extraordinario, que anuncia de mil maneras el que
solo sabe lo futuro, y el que solo dice verdad, ¿podrá mirarse jamás
como una buena y suficiente razón para negar dicho suceso, o para
atreverse a dudarlo? Aun en cosas puramente físicas se reputará por
inepto y aun como insufrible tal modo de concebir o discurrir.
No obstante, si buscamos por todas partes, aun con la más escru-
pulosa diligencia, otra buena y sólida razón, nos hallamos con el dis-
gusto de haber perdido nuestro trabajo. No hallamos en la realidad
otra buena razón, sino sola ésta (parece imposible que no se hallase
otra en tantos escritores sapientísimos y eruditísimos, si fuese posible
hallarla en la naturaleza): lo que hallamos únicamente (como tantas
veces hemos observado, y como no pueden ignorar aun los novicios en
la teología expositiva en punto de profecía) es la expresión esto es, que
todo lo suple, lo ajusta y lo compone con la mayor facilidad. Por ejem-
plo: Reino de Dios, reino de Cristo, trono de David, Jerusalén, Sión,
casa de Judá, casa de Israel, etc., se entiende cuando se habla conoci-
damente, no en contra, sino en favor, y en favor extraordinario, singu-
lar e inaudito: Esto es: la Iglesia de Cristo (la presente Iglesia), la
Iglesia de las Gentes; la Iglesia, digo, ya militante en la tierra, o ya
triunfante en el cielo.
Si pedimos ahora la razón inmediata y precisa de este esto es, o no
hallamos quién nos responda una sola palabra; o a lo menos, no halla-
mos quién nos responda al caso. El que algo responde, responde por la
misma cuestión, diciendo por toda respuesta que otros muchísimos
doctores lo han entendido así, y así lo han explicado; mas esto es evi-
dentemente lo mismo que se les pide. Estos muchísimos doctores (se
pregunta una y mil veces), ¿con qué razón y sobre qué sólido funda-
mento lo han entendido así? En cosas de futuro solamente accesibles a
la ciencia de Dios, ¿qué otro fundamento puede ser bueno, sino sola su

1 Lc. 20, 35.


PARTE TERCERA — INTRODUCCIÓN 705

autoridad, o lo que llamamos revelación divina, auténtica y clara? ¿Qué


sabe, ni qué puede saber el hombre de lo futuro, aun cuando fuese de
una ciencia perfecta 1, si Dios no habla, o si él no atiende, o no quiere
atender a la voz de Dios? Mas dejando estas reflexiones tan obvias
como fáciles a cualquiera que tenga sentido común y no les cierre ab-
solutamente las puertas, vengamos ya a proponer y aclarar, con toda
llaneza y simplicidad, algunas cosas que nos quedan todavía que pro-
poner y que aclarar en el gravísimo asunto de que tratamos.

1 Job 22, 2.
Capítulo 1
El día mismo de la venida del Señor
según las Escrituras

[1] De este día hemos hablado no poco en varias partes de este es-
crito, según ha ido ocurriendo. Por tanto, apenas tenemos que hacer
aquí otra cosa que un brevísimo resumen de esto mismo, no para aña-
dir algo a las claras y vivísimas expresiones de los Profetas y de los
Evangelios, sino para tomar el hilo y seguir la corriente de tantos mis-
terios desde su principio.
[2] Este día se llama en las Escrituras el día grande y tremendo
del Señor 1. Se llama día de la venganza del Señor…, día de la ira de
su furor 2. Se llama día de Madián 3, aludiendo a la célebre batalla de
Gedeón. Se llama día de ira, aquel día, día de tribulación y de congo-
ja, día de calamidad y de miseria, día de tinieblas y de oscuridad, día
de nublado y de tempestad, día de trompeta y de algazara 4. Se llama
grande aquel día, ni hay semejante a él 5. Se llama aquel día repen-
tino 6; el cual día, así como un lazo vendrá sobre todos los que están
sobre la haz de toda la tierra 7. Se llama el grande día de la ira de
Dios…; sí por cierto, día del Dios Todopoderoso… y de la ira del Cor-
dero 8. Se llama en suma, por abreviar, día del Señor 9: y se dice en
Isaías: Porque el día del Señor de los ejércitos será sobre todo sober-
bio y altivo, y sobre todo arrogante, y será abatido… Y entrarán en
las cavernas de las peñas, y en las profundidades de la tierra, por
causa de la presencia formidable del Señor, y de la gloria de su ma-
jestad, cuando se levantare para herir la tierra 10. Todo lo cual lo
comprende Daniel en estas breves palabras: Cuando sin mano alguna
se desgajó del monte una piedra: e hirió a la estatua en sus pies de
hierro, y de barro, y los desmenuzó 11: como queda suficientemente
explicado en el fenómeno 1, y también en el 10.

1 Mal. 4, 5.
2 Is. 34, 8; Is. 13, 13.
3 Is. 9, 4.
4 Sof. 1, 15-16.
5 Jer. 30, 7.
6 Lc. 21, 34.
7 Lc. 21, 35.
8 Apoc. 6, 17; 19, 15; 6, 16.
9 Is. 2, 12.
10 Is. 2, 12 y 19.
11 Dan. 2, 34.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 1 707

[3] Pues concluidos los tiempos y momentos que puso el Padre en


su propio poder 1; estando todo el orbe de la tierra, y la Iglesia misma,
exceptuando algunos pocos individuos, así como en los días de Noé…
y como fue en los días de Lot 2, llegará finalmente aquel día de que
tanto se habla en los Profetas, en los Evangelios, en los escritos de los
Apóstoles, y más de propósito, y con noticias y circunstancias las más
individuales, en la última profecía canónica, que es el Apocalipsis de
San Juan; volverá, digo, del cielo a la tierra el Hombre Dios, y se mani-
festará en su propia persona con toda su majestad y gloria, amable y
deseable respecto de pocos, terrible y admirable respecto de los más: Y
verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con gran-
de poder y majestad 3… He aquí que viene con las nubes, y le verá to-
do ojo, y los que le traspasaron (o hirieron): y se herirán los pechos al
verle todos los linajes de la tierra 4. Esta venida gloriosa del Señor Je-
sús es una verdad divina, tan esencial y fundamental en el cristianismo
como lo es su primera venida en carne pasible. Dicen que esta segunda
venida sucederá solamente al fin del mundo, cuando ya no haya en to-
do él viviente alguno, habiendo todo sido consumido por el fuego, y
habiendo sucedido la resurrección universal; mas si la Escritura divina
dice frecuentísimamente y supone evidentemente todo lo contrario, ¿a
quién debemos creer?
[4] Llegado, pues, este gran día que espera con las mayores ansias
el cielo y la tierra, el mismo Señor con mandato, y con voz de arcán-
gel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo 5. Entonces, al venir
ya del cielo a la tierra (y como yo me figuro, al punto mismo de tocar
ya la atmósfera de nuestro globo), sucederá en él en primer lugar la re-
surrección de todos aquellos santos que serán juzgados dignos de
aquel siglo, y de la resurrección de los muertos 6, de los cuales, prosi-
gue diciendo inmediatamente San Pablo, los que murieron en Cristo
resucitarán los primeros 7. Sucedida en un momento, en un abrir de
ojo 8, esta primera resurrección de santos (y santos no ordinarios o
mediocres, sino grandes y a toda prueba), los pocos dignos de este
nombre que entonces se hallaren vivos sobre la tierra por su fe y justi-
cia incorrupta, serán arrebatados juntamente con los santos muertos
que acaban de resucitar, y subirán juntamente con ellos en las nubes a
recibir a Cristo en los aires 9. Todo esto es clarísimo y de bien fácil in-

1 Act. 1, 7.
2 Mt. 24, 37; Lc. 17, 28.
3 Mt. 24, 30.
4 Apoc. 1, 7.
5 1 Tes. 4, 15.
6 Lc. 20, 35.
7 1 Tes. 4, 15.
8 1 Cor. 15, 52.
9 1 Tes. 4, 16.
708 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

teligencia, y me parece a mí que ningún hombre capaz de reflexión, y


capaz también de deponer, siquiera por un momento, toda preocupa-
ción, lo puede razonablemente dudar. No obstante, pueden muchos, y
muchísimos, explicar todo esto, y con su explicación hacer lo que a otro
propósito bien semejante decía San Agustín: Si explico, es oscuro; con-
fundirlo, digo, oscurecerlo, enredarlo y dejarlo absolutamente ininteli-
gible, como queda observado y ponderado principalmente en nuestra
primera parte, disertación segunda.
[5] Estando, pues, las cosas en esta situación, no teniendo ya el
Señor que contemplar a nadie en todo el orbe de la tierra, exceptuando
solamente a cierta mujer solitaria, que llora en el desierto su ceguedad
y culpas pasadas, a la cual salvará en aquel día según sus promesas,
aunque para esto sea necesario algún gran milagro, empezarán luego a
verificarse en este orbe de la tierra todas aquellas cosas grandes y ho-
rribles que para este día están anunciadas; todas las cuales, por evitar
prolijidad, yo las comprendo en estas cuatro palabras del más elegante
de todos los Profetas, de quien se dice en el Eclesiástico: Con espíritu
grande vio los últimos tiempos, y alentó a los que lloraban en Sion 1.
[6] Para ti, que eres morador de la tierra, está el espanto, y el ho-
yo, y el lazo. Y acaecerá que el que huyere de la voz del espanto, caerá
en el hoyo; y el que escapare del hoyo, será preso en el lazo; porque las
compuertas de los cielos fueron abiertas, y serán sacudidos los ci-
mientos de la tierra. Totalmente será quebrantada la tierra; desme-
nuzada enteramente será la tierra; conmovida sobremanera será la
tierra, será agitada muy mucho la tierra como un embriagado, y será
quitada como tienda de una noche; y la agobiará su maldad, y caerá,
y no volverá a levantarse 2. Léase todo este capítulo hasta el fin. Ya ad-
vertí en otra parte (y es bien que se tenga presente) que aquí no habla
de la sustancia de nuestro globo, sino de sus habitadores racionales
(como se colige de estas palabras: Que eres morador de la tierra 3), y de
todo este aparato externo que llamamos mundo, que cubre su superfi-
cie, y la infestó desde el principio con su iniquidad y malicia; lo cual se
conoce evidentemente, no sólo por otras muchísimas Escrituras, sino
por el contexto de este mismo capítulo, y aun por las palabras con que
empieza: He aquí que el Señor desolará la tierra y la despojará, y afli-
girá el aspecto de ella, y esparcirá sus moradores 4.
[7] Pues en esta conturbación de todo lo que hay en la superficie de
nuestro globo, en esta conmoción y agitación, en esta oscuridad y ti-
nieblas, en este espanto y pavor, en esta como lluvia de rayos, que el

1 Eclo. 48, 27.


2 Is. 24, 17-20.
3 Is. 24, 17.
4 Is. 24, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 1 709

Evangelio llama estrellas (las cuales, como se dice en el libro de la Sa-


biduría, irán derechamente los tiros como los de los rayos, y como de
un arco bien entesado de las nubes serán arrojados, y resurtirán a
lugar cierto 1), no hay duda que perecerá la mayor y máxima parte del
linaje humano, y en primer lugar aquéllos que, de algún modo, se hu-
biesen agregado a la cuarta bestia de Daniel, o pertenecieron a las dos
bestias del capítulo 19 del Apocalipsis. De éstos tengo por ciertísimo
que no quedará vivo uno solo, porque así lo veo expreso en ambas pro-
fecías: Y vi (dice Daniel) que había sido muerta la bestia (la cuarta), y
había perecido su cuerpo, y había sido entregado al fuego para ser
quemado… Estos dos (dice San Juan de las dos bestias) fueron lanza-
dos vivos en un estanque de fuego ardiendo, y de azufre; y los otros
murieron con la espada que sale de la boca del que estaba sentado
sobre el caballo 2; lo cual hallo confirmado de mil maneras en las Pro-
fecías y en los Salmos, como he dicho; y pudiera todavía añadir a todo
lo dicho, si no temiera molestar a los lectores con cosas tan obvias y
tan fáciles de observar en toda la Escritura.
[8] Mas así como tengo por ciertísimo que de esta clase de gente
no quedará vivo un solo individuo, así del mismo modo, y con el mis-
mo fundamento, me parece ciertísimo que quedarán vivos muchos in-
dividuos, no sólo de los que entonces pertenecerán al verdadero cris-
tianismo (como serán los que han de subir en las nubes a recibir a
Cristo 3, y los que han de componer la mujer solitaria), sino también
de los pertenecientes a las tres primeras bestias, que de algún modo,
pasiva o activamente, no se hayan agregado a la cuarta, como queda
dicho y probado en otras partes; los cuales vivos, comparados con los
muertos, serán poquísimos. Así lo leo expreso en el mismo capítulo 24,
versículo 13, de Isaías: Porque estas cosas serán en medio de la tierra,
en medio de los pueblos: como si algunas pocas aceitunas, que que-
daron, se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de aca-
bada la vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza, etc. 4.
En el capítulo 14 del Apocalipsis, versículo 19, se habla de esta vendi-
mia metafórica, de un modo capaz de hacer temblar al más animoso: Y
metió el ángel su hoz aguda en la tierra, y vendimió la viña de la tie-
rra, y echó la vendimia en el grande lago de la ira de Dios 5.
[9] Esta vendimia horrible, dejando intactos algunos racimos, que
no serán dignos de la ira de Dios Omnipotente, ni de la ira del Corde-
ro, parece necesaria e indispensable en la venida del Señor, y en el es-

1 Sab. 5, 22.
2 Dan. 7, 11; Apoc. 19, 20-21.
3 1 Tes. 4, 16.
4 Is. 24, 13-14.
5 Apoc. 14, 19.
710 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tado miserable en que se hallará, según las Escrituras, la viña de la tie-


rra; así para evacuar todo principado, potestad y virtud, o lo que es lo
mismo, para destruir y convertir en polvo la gran estatua; como para
evacuar tanta iniquidad, para acabar con el pecado en toda la tierra, y
para destrizar de ella a los pecadores 1; para plantar de nuevo la justi-
cia, dando a aquellas pocas plantas que quedaron servibles el último y
más excelente cultivo, y recoger por consiguiente aquellos frutos co-
piosísimos y óptimos, dignos de Dios, que hasta ahora no se han reco-
gido, contra la intención del mismo Dios, y del Redentor, que murió
por todos… y que quiere que todos los hombres sean salvos 2, y por
culpa innegable de los colonos, que por la mayor y máxima parte han
atendido en primer lugar a aquellas cosas que son propias, y no las
que son de Jesucristo 3, según lo dejó anunciado él mismo, ya expre-
samente, ya mucho más en parábolas 4.
[10] Imagínese por un momento, para que podamos entendernos
mejor, que un gran monarca, habiendo estado por largo tiempo ausen-
te de su reino, y siendo ya tiempo de volver a él, vuelve lleno de gloria
a la frente de un poderosísimo ejército. Al llegar a los confines de su
reino, lo halla todo, por noticias ciertas e indubitables, en un sumo
desorden y en una deplorable confusión: las leyes del estado, y aun las
naturales y divinas, despreciadas y aun conculcadas; los tribunales co-
rrompidos, oprimida la inocencia, la iniquidad protegida, la injusticia
y la prepotencia entronizadas; y los grandes del reino, que había deja-
do en su lugar con todas sus veces y autoridad, unos dormidos, des-
cuidados o distraídos; otros que comen y beben con los que se embria-
gan 5; otros ocupados enteramente en bagatelas y puerilidades; y los
más declarados contra su legítimo señor, diciendo formal y pública-
mente: No queremos que reine éste sobre nosotros 6. En este caso, pa-
rece necesario que este monarca, que suponemos sapientísimo y po-
tentísimo, entre en su reino con la espada desnuda; que empiece su
juicio por los más culpados o por las cabezas principales de la rebe-
lión, congregadas para pelear con él 7; que exterminados éstos, ex-
termine del mismo modo a los infieles ministros, que en lugar de opo-
nerse a ellos como un muro fortísimo, se coligaron con ellos, y les die-
ron un auxilio potentísimo, que ellos mismos apenas podían esperar; a
estos ministros, digo, cuya ambición, cuya avaricia, cuya negligencia,
cuyos intereses particulares fueron la causa principal de tantos desór-

1 Is. 13, 9.
2 2 Cor. 5, 15; 1 Tim. 2, 4.
3 Fil. 2, 21.
4 Mt. 21.
5 Mt. 24, 49.
6 Lc. 19, 14.
7 Apoc. 19, 19.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 1 711

denes; que castigue del mismo modo a proporción de la muchedumbre


atrevida, perdonando al mismo tiempo benignamente una gran parte
de ella, en quien la culpa había sido más de ignorancia que de malicia;
que honre, en fin, y premie, como correspondía a la magnificencia de
un rey 1, aquellos pocos siervos fieles y verdaderos amigos que halla
declarados por él, y por esta única causa perseguidos, oprimidos y atri-
bulados; y hecho este primer acto de su juicio, que pertenece a la justi-
cia vindicativa, parece también necesario, en el caso y circunstancias
de que hablamos, que nuestro sabio y potentísimo rey empiece al pun-
to a poner en el mejor orden y armonía todas las cosas, promulgando
suave y pacíficamente nuevas leyes, renovando y perfeccionando mu-
chas de las antiguas, y produciendo nuevos medios, nuevas y sabias
precauciones, para que estas leyes se observen en adelante con mayor
perfección, en bien universal, sólido y verdadero de todo el estado.
[11] Ahora bien, si estudiamos con mediana atención las Escritu-
ras, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, nos será preciso de-
cir y confesar que de esta manera será el día en que se manifestará el
Hijo del Hombre 2. Jesucristo, cuando hallará ciertísimamente toda
nuestra tierra en la misma forma, pues así lo dejó anunciado él mismo,
y después de él sus discípulos, confirmando lo que ya habían anuncia-
do los Profetas; hallará, digo, toda la tierra como estaba poco antes del
diluvio, esto es, corrompida delante de Dios, e hinchada de iniqui-
dad 3; por consiguiente, sin fe, sin justicia, sin religión, en un sumo
desorden y en un lamentable descuido. Así le será como inevitable y
necesario entrar en su reino como lo describe Isaías, capítulo 59: Se
puso vestidos de venganza, y cubrióse de celo como de un manto, co-
mo para hacer venganza, como para retornar indignación a sus ene-
migos 4; y en el capítulo 63 dice el mismo Señor: Y rehollé a los pue-
blos en mi furor, y los embriagué de mi indignación, y derribé en tie-
rra la fuerza de ellos 5; entrar, digo, en su reino con la espada desnu-
da: Y salía de su boca una espada de dos filos para herir con ella a las
Gentes 6. Y como lo dice su padre David, hablando con él en espíritu:
El Señor está a tu derecha, quebrantó a los reyes en el día de su ira.
Juzgará a las naciones, multiplicará las ruinas; castigará cabezas en
tierra de muchos 7. Dice muchos, no todos; y aunque la explicación de
este lugar, así como la de otros semejantes, por ejemplo el versículo 2
del capítulo 12 de Daniel, explican algunos: De muchos: esto es: de to-

1 Est. 1, 7.
2 Lc. 17, 30.
3 Gen. 6, 11.
4 Is. 49, 17-18.
5 Is. 63, 6.
6 Apoc. 19, 15.
7 Sal. 109, 5-6.
712 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dos, qué serán muchísimos; mas esta explicación es conocidamente


violentísima, ni estriba sobre otro fundamento que sobre una suposi-
ción arbitraria y falsa, que ni se prueba, ni es posible probar.
[12] Concluido este primero y necesario acto del juicio de Cristo
sobre los vivos, o esta especie de vendimia terrible (de que se habla de
propósito en el capítulo 24 de Isaías, y en el capítulo 14 del Apocalip-
sis), aunque la viña de la tierra, y la tierra toda, quedará despoblada
casi tanto como quedó después del diluvio; no por eso dejarán de que-
dar dispersos acá y allá algunos pequeños racimos, así como sucede
siempre en una gran vendimia: Como si algunas pocas aceitunas, que
quedaron, se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de
acabada la vendimia 1. Estos pocos residuos (prosigue Isaías en el lu-
gar citado), pasada la gran borrasca, levantarán la voz y alabarán a su
Señor 2. Cuando éste fuere glorificado con la destrucción y ruina de to-
dos los inicuos, clamarán y suspirarán por él, con deseo y ansia de co-
nocerlo y adorarlo, aun los que se hallaren en los últimos fines de la
tierra, separados de este continente por vastísimos mares: Cuando fue-
re el Señor glorificado, alzaran la gritería desde el mar… Desde los
términos de la tierra oímos alabanzas, la gloria del justo 3. Este lugar
de Isaías, unido con todo el contexto de este capítulo, no comprendo
cómo se pueda acomodar a la predicación de los Apóstoles y vocación
de las Gentes, que parece el único asunto interesante que tienen en
mira los intérpretes de la Escritura.
[13] Pues en estos pocos que quedarán vivos sobre la tierra, y en
toda su numerosísima posteridad, proseguirá por muchos siglos (que
San Juan llama con el número redondo de mil años) el juicio de Cristo
sobre los vivos, o lo que parece lo mismo, su reino sobre los vivos y
viadores, hasta que éstos falten del todo, según veremos a su tiempo.

1 Is. 24, 13.


2 Is. 24, 14.
3 Is. 24, 14 y 16.
Capítulo 2
Idea general del juicio de Cristo
según las Escrituras

[14] Estas dos palabras, reino y juicio, o rey y juez, en frase de to-
das las Escrituras canónicas, y en la inteligencia universal recibida de
todos los pueblos, tribus y lenguas que viven en sociedad, me parece a
mí que no significan, ni pueden significar, dos cosas diversas, sino una
sólo. Un rey o príncipe soberano, recibido y reconocido por tal de to-
dos sus respectivos súbditos, no es otra cosa que un juez en quien re-
side todo el juicio respecto de estos mismos súbditos, ni su reinado es
otra cosa que su juicio. Aunque no todo juez merece el nombre de rey,
ni de príncipe, ni de soberano; mas todo rey, todo príncipe soberano,
merece el nombre de juez, y se le debe de justicia, pues lo es en reali-
dad. Tú me escogiste, le decía a Dios el más sabio de los reyes, por rey
de tu pueblo, y por juez de tus hijos e hijas 1: y en el capítulo 6, ha-
blando con todos los reyes de la tierra, les da promiscuamente el nom-
bre de reyes y de jueces: Oíd, pues, reyes, y entended: aprended voso-
tros, jueces de toda la tierra 2. Lo mismo hace su padre David en el
salmo 2: Y ahora, reyes, entended: sed instruidos, los que juzgáis la
tierra 3; y es bien fácil observar esto mismo casi a cada paso en las Es-
crituras. La palabra misma rey se deriva evidentemente del verbo re-
gir, que significa gobernar, dirigir, ordenar, mandar, premiar, casti-
gar, etc., todo lo cual supone el juicio que debe preceder. Así, todos los
reyes o príncipes soberanos (sean personas particulares o cuerpos mo-
rales) son otros tantos jueces de sus respectivos dominios, a cuyo bien
y felicidad deben velar, dando a todos y a cada uno lo que merece se-
gún sus obras, sea de premio o de castigo, y procurando siempre un
buen orden y una buena armonía en todo el cuerpo del estado.
[15] Ahora bien, como los reyes y soberanos de la tierra no pueden
juzgarlo todo por sí mismos, porque excede infinitamente la limita-
ción del hombre; la razón natural, la experiencia y la necesidad les ha
enseñado, de tiempos antiguos, aquel óptimo expediente que aconse-
jó a Moisés su suegro Jetró, es a saber: repartir entre muchos, teme-
rosos de Dios, en quienes se halla verdad, y que aborrezcan la avari-

1 Sab. 9, 7.
2 Sab. 6, 2.
3 Sal. 2, 10.
714 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

cia 1, aquel juicio que reside en ellos, dando a cada uno aquella parte
determinada, o por tiempo determinado o indeterminado, según su
voluntad; mas con la condición indispensable de que todos reconozcan
su dependencia, pues el juicio no es suyo, sino prestado, y todos se
reúnan al fin en un solo punto o centro de unidad, esto es, en el sobe-
rano mismo, de quien todos recibieron la porción de juicio que cada
uno tiene, o la potestad de juzgar dentro de los límites de su jurisdic-
ción. Estos conjueces son, propiamente hablando, los correinantes, y
los que forman juntamente con el rey el reino activo, o la parte activa
del reino, que es la principal. Esta parece la verdadera idea sencilla y
clara de un rey y de una monarquía; y ésta parece, del mismo modo
(guardando la debida proporción), la verdadera idea del juicio de Cris-
to que nos anuncian para su tiempo las Escrituras.
[16] Este juicio no puede ser un juicio pasajero, ni limitado a algu-
nas horas, días, ni años, como quien se sienta en un tribunal, y exami-
nada y sustanciada la causa de un reo, da la sentencia definitiva. Esta
idea, tomada confusamente de una parábola del Evangelio, no es tan
justa que no necesite de una más atenta consideración. El juicio de
Cristo, desde que empiece en el día de su poder 2 y en el día de su ve-
nida en gloria y majestad, debe ser un juicio tan permanente y tan
eterno como el mismo Cristo. Así como Cristo, en calidad de rey, ha de
ser eterno, pues su reino ha de ser eterno: Y no tendrá fin su reino 3;
así ha de ser eterno en calidad de juez, pues el juicio es esencial al rey:
El honor del rey ama la justicia 4. Ni puede concebirse un rey o sobe-
rano, como rey o como soberano, sin concebirse junto con él y en él
mismo el juicio o la potestad de juzgar, de ordenar, de mandar, de re-
gir y gobernar, etc. Cristo, cuando vino la primera vez, no vino ciertí-
simamente como rey; por consiguiente, ni como juez; ni hay en todas
las Escrituras antiguas, ni en los Evangelios, ni en los escritos de los
Apóstoles, una sola palabra que persuada o indique de algún modo es-
ta idea; antes por el contrario, todo nos indica y persuade otra idea in-
finitamente diversa. Por resumirlo todo en una palabra (que cierta-
mente vale por mil), el mismo Señor nos lo aseguró así expresamente
con la mayor formalidad y claridad, que puede caber en el asunto, (di-
ciéndonos): No envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él 5. Conque es cosa diversísima
juzgar al mundo como rey o como juez, o salvar como salvador y re-
dentor a los que creyeren en él, y lo creyeren a él, y conformaren sus

1 Ex. 18, 21.


2 Sal. 109, 3.
3 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO; Lc. 1, 33.
4 Sal. 98, 4.
5 Jn. 3, 17.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 2 715

obras con su fe, que es la verdadera creencia, sin la cual no puede ha-
ber salud.
[17] Mas cuando venga la segunda vez (que creemos y esperamos
con ansia todos los que le amamos), vendrá sin duda como Rey (dice
San Lucas): Volvió después de haber recibido el reino 1. Por consi-
guiente, vendrá como juez, porque el Padre… todo el juicio ha dado
al Hijo, y le dio poder de hacer juicio, porque es Hijo del hombre 2.
En esta potestad consiste sustancialmente el testamento nuevo y eter-
no de Dios, como que en él renuncia, o deposita enteramente el Padre
en el Hijo, y pone en sus manos todo el juicio; y esto porque se hizo
hombre, y en cuanto hombre le dio poder de hacer juicio, porque es
Hijo del Hombre 3. Y diole (dice Daniel) la potestad, y la honra, y el
reino: y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él; su po-
testad es potestad eterna, que no será quitada: y su reino, que no se-
rá destruido 4.
[18] Este juicio de Cristo se ve frecuentísimamente en todas las Es-
crituras, no sólo santo, recto y justísimo, sino sumamente magnífico,
admirable y lleno de todas aquellas perfecciones y excelencias que no
ha tenido jamás, ni ha podido tener, el juicio de los puros hombres.
Así, se dice de Cristo en el salmo 9, como una cosa nueva e inaudita en
todo el orbe de la tierra: Preparó su trono para juicio: y él mismo juz-
gará la redondez de la tierra en equidad, juzgará los pueblos con jus-
ticia 5. Y en los salmos 95 y 97 son convidadas todas las criaturas, aun
las irracionales e insensibles, a alegrarse y regocijarse, no sólo porque
viene, sino expresamente porque viene a juzgar la tierra: Alégrense los
cielos, y regocíjese la tierra; conmuévase el mar, y su plenitud; se go-
zarán los campos, y todas las cosas que en ellos hay. Entonces se re-
gocijarán todos los árboles de las selvas a la vista del Señor, porque
vino: porque vino a juzgar la tierra. Juzgará la redondez de la tierra
con equidad, y los pueblos con su verdad… Cantad alegres en la pre-
sencia del rey, que es el Señor; muévase el mar, y su plenitud; la re-
dondez de la tierra, y los que moran en ella. Los ríos aplaudirán con
palmadas; juntamente los montes se alegrarán a la vista del Señor:
porque vino a juzgar la tierra 6.
[19] En la idea ordinaria del juicio de Cristo y de su venida, no sé
cómo pueda tener lugar esta exultación. De estos lugares de la Escritu-
ra pudiera citar dos o tres centenares, pues no hay cosa más obvia en

1 Lc. 19, 15.


2 Jn. 5, 22 y 27.
3 Jn. 5, 27.
4 Dan. 7, 14.
5 Sal. 9, 8-9.
6 Sal. 95, 11-13; 97, 6-9.
716 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

los Profetas y en los Salmos; mas porque esta prolijitud sería tan enfa-
dosa como inútil, me contento por ahora con un solo lugar de Isaías.
En este profeta se halla casi siempre (en ciertos asuntos) compendiado
en poco, y con suma claridad y elegancia, cuanto se halla disperso, y de
un modo oscuro o poco claro, en otros Profetas.
Capítulo 3
Sigue el mismo asunto.
Examínase un texto importante de Isaías

[20] En el fenómeno 5, aspecto 1, instrumento 2, me acuerdo bien


que dejé suspensa la observación de cierto fenómeno particular, esto
es, la mitad del capítulo 11 de Isaías, pareciéndome que no era enton-
ces tan necesaria para aquel punto particular que allí se trataba, sino
solamente la segunda mitad, que empieza desde el versículo 11; por lo
cual reservé esta observación particular para otro lugar y tiempo más
propio y oportuno; éste me parece que ha llegado ya.
[21] Saldrá una vara de la raíz de Jesé, y de su raíz subirá una
flor. Y reposará sobre él el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y
de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de cien-
cia y de piedad, y le llenará el espíritu del temor del Señor. No juzga-
rá según vista de ojos, ni argüirá por oída de orejas; sino que juzga-
rá a los pobres con justicia, y reprenderá con equidad en defensa de
los mansos de la tierra; y herirá a la tierra con la vara de su boca, y
con el espíritu de sus labios matará al impío. Y la justicia será cíngu-
lo de sus lomos; y la fe (o la fidelidad) ceñidor de sus riñones. Habi-
tará el lobo con el cordero, y el pardo se echará con el cabrito; el be-
cerro, y el león, y la oveja, andarán juntos, y un niño pequeñito los
conducirá. El becerro y el oso serán apacentados juntos, y sus crías
juntamente descansarán; y el león comerá paja como el buey, y el ni-
ño de teta se divertirá sobre la cueva del áspid; y el destetado meterá
su mano en la caverna del basilisco. No dañarán, ni matarán en todo
mi santo monte: porque la tierra está llena de la ciencia del Señor (o
del conocimiento del Señor), así como las aguas del mar que la cu-
bren. En aquel día la raíz de Jesé, que está puesta por bandera (o es-
tandarte) de los pueblos, le invocarán a él las naciones, y será glorio-
so su sepulcro 1.
[22] Es ciertísimo que los doctores judíos, a lo menos los más doc-
tos y sensatos, entendieron únicamente en la vara y flor que salen de la
raíz de Jesé (o de la familia de Jesé) dos cosas propias, peculiares y
esenciales de la misma persona de Cristo. En la vara entendieron su
potestad absoluta y universal como rey o monarca verdadero de todo

1 Is. 11, 1-10.


718 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

lo criado, o como juez supremo o soberano en quien debe algún día fir-
marse para siempre todo juicio, así como todo principado, potestad y
dominación: El principado ha sido puesto sobre su hombro… Y diole
la potestad, y la honra, y el reino: y todos los pueblos, tribus y len-
guas le servirán a él 1. Del mismo modo entendieron en la flor que sa-
le, no de la vara, ni por medio de la vara, sino inmediatamente de la
raíz misma 2, la suavidad, la equidad, la felicidad de su reinado o de su
juicio, y juntamente la hermosura y amabilidad de su persona.
[23] Esta inteligencia les pareció a estos doctores la más natural, la
más propia, la más conforme a todo el contexto de este capítulo y de to-
das las Escrituras. La vara, decían, siempre se ha mirado desde los días
antiguos, y entre todas las naciones civiles, como un símbolo propio, y
aun como una insignia peculiar, de la potestad, del juicio o del gobierno
actual; y en la misma Escritura es frecuentísimo el uso de este símbolo,
no solamente cuando se habla de otros jefes, jueces o magistrados, así
de Israel como de otras naciones extranjeras, sino también cuando se
habla expresamente del Mesías en su venida gloriosa como rey y como
juez. Pídeme (le dice Dios en el salmo 2), y te daré las gentes en he-
rencia tuya, y en posesión tuya los términos de la tierra. Los gober-
narás con vara de hierro 3. Vara de rectitud es la vara de tu reino 4.
De Sión hará salir el Señor el cetro de tu poder: domina tú, en medio
de tus enemigos 5. Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de
los que dominaban 6. Y por abreviar, en esta misma profecía de Isaías
que comenzamos a observar, se representa y se ve el Mesías mismo
como que trae en la boca la vara de su dominación y potestad, con la
cual vara hiere la tierra y destruye y aniquila todo impío y toda impie-
dad: Y herirá a la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de
sus labios matará al impío 7. Por otra parte, ¿qué símbolo más propio
de la belleza, de la felicidad, de la amabilidad, que una flor? El mismo
dice de sí en espíritu: Yo soy la flor del campo, y el lirio de los valles 8.
[24] No obstante la propiedad de esta inteligencia, su claridad, su
simplicidad y su perfecta conformidad con todo el contexto de esta pro-
fecía y de tantas otras, los intérpretes, en su sistema, tan lejos están de
admitirla, cuanto de impugnarla directamente. Mas ¿por qué razón?
¿Acaso por el modo tan grosero y tan poco decente, con que éstos ha-
blaron del reino del Mesías y de su persona, como pudiera hablarse de

1 Is. 9, 6; Dan. 7, 14.


2 Is. 11, 1.
3 Sal. 2, 8-9.
4 Sal. 44, 7; Heb. 1, 8.
5 Sal. 109,2.
6 Is. 14, 5.
7 Is. 11, 4.
8 Cant. 2, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 719

un héroe de las fábulas o de un puro hombre? ¿Acaso porque es inteli-


gencia de rabinos? Sí, este es el pretexto, mas no la verdadera razón.
Esta queda ya señalada en varias partes de esta obra, y aquí manifiesta
por sí misma. En este lugar, así como en millares de otros, es necesario
uno de dos extremos: o alegorizar y espiritualizar toda entera la profe-
cía, contenida en este capítulo y en el siguiente, acomodándola toda,
cueste lo que costare, a la Iglesia presente; o mudar enteramente de sis-
tema. Esto último no hay que pensarlo; conque lo primero, que es el re-
curso ordinario en todas las urgencias. Siendo, pues, forzoso acomodar
a la Iglesia presente toda la profecía en sentido puramente espiritual y
alegórico, es también forzoso allanar el camino desde sus primeras pa-
labras, quitando este primer embarazo, con dar otra inteligencia diver-
sísima a la vara y flor que deben salir de la raíz de Jesé. Veamos esta in-
teligencia y comparémosla con la primera en la balanza fiel.
[25] Y saldrá una vara de la raíz de Jesé, y de su raíz subirá una
flor 1. La vara y flor (dicen) simbolizan dos personas diversas, ambas
grandes y admirables (a proporción) de la casa o familia del rey David,
y por eso pertenecientes al padre del mismo David, que fue Jesé. En la
vara se debe entender la Santa Virgen María, Madre de Cristo, y en la
flor el mismo Cristo: Mas nosotros (dice un antiguo doctor, a quien to-
dos o los más suscriben en el mismo sistema) por la vara de la raíz de
Jesé entendamos que es la Virgen Santa María que no tuvo mata al-
guna unida a ella; y por flor al Señor Salvador, que dice en el Cántico
de los cánticos: Yo flor del campo, y lirio de los valles. Sobre esta flor,
pues, que del tronco y raíz de Jesé levantará por medio de María Vir-
gen, y en ella descansará el espíritu del Señor, etc. 2.
[26] Yo no me opongo, ni puedo oponerme sin impiedad a la ver-
dad de fe divina que aquí nos dice o nos recuerda este santo doctor con
ocasión de estas primeras palabras del capítulo 11 de Isaías, que ac-
tualmente observamos. Esta es ciertamente una verdad indisputable, a
saber, que Cristo nació de la Santísima Virgen María, la cual era de la
sangre real de David 3. Esta verdad debemos saber y creer firmísima-
mente todos los Cristianos. Mas esta verdad de fe divina, cierta e in-
dubitable, ¿es la mima que se anuncia, o de que se habla en estas pri-
meras palabras de la profecía? Esta simple pregunta pide naturalmen-
te espera, y desea una respuesta no sólo categórica, sino racional, bien
fundada, clara, sin artificios de puro ingenio (que llámenlos sofisma),
y también sin aquel otro mal mucho peor que el sofisma, que merece
con propiedad el nombre de despotismo, o de prepotencia teológica.
Después de haber leído y meditado la profecía entera, unida con el ca-

1 Is. 11, 1.
2 SAN JERÓNIMO, in Isai.
3 SAN LEÓN, Serm. 1 de Nativit.
720 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pítulo antecedente y el siguiente (que todo debe entrar en considera-


ción), así como se halla infinitamente violenta y llena de falsedades
palpables la acomodación que se pretende hacer a la Iglesia presente,
así no se sabe a qué propósito viene aquí el nacimiento de Cristo de la
Santa Virgen María. Aunque se atendiese únicamente a la primera
cláusula de este capítulo, separándola enteramente de todo lo que pre-
cede y de todo lo que sigue, que es lo sumo a que puede extenderse la
indulgencia en estos asuntos, aun así la inteligencia vulgar no puede
subsistir: se ve en ella y se presenta de suyo un inconveniente gravísi-
mo o una consecuencia intolerable.
[27] Si la vara de que aquí se habla (pudiera oponer algún incrédu-
lo) es realmente hablando la Santa Virgen María; luego según este lu-
gar de la Escritura, Cristo no nació de la Santa Virgen María, ni ésta
pudo ser verdadera Madre de Cristo. ¿Por qué? Porque expresamente
se dice que la flor debía nacer, no de la vara, sino inmediatamente de
la raíz, así como la vara misma, ni por la vara: Saldrá una vara de la
raíz de Jesé, y de su raíz subirá una flor. Conque o la Santa Virgen
María no tuvo más parte en la generación de Cristo que la que dice es-
ta profecía, esto es, ninguna; o la Santa Virgen María no viene signifi-
cada aquí por la vara; y si se quiere que venga significada por la vara,
será necesario alterar un texto tan claro, añadiéndole libremente dos
palabras para que diga lo que se pretende, y leerlo así: Y de su raíz (se
levantará por la vara) una flor; lo cual, aunque hablando del naci-
miento de Cristo es una verdad, mas una verdad conocidamente ajena
del texto, que no dice tal cosa, ni la insinúa de modo alguno.
[28] Crece más la dificultad si se atiende a todo el contexto, como
debe atender quien busca y desea la verdad; pues sin esta atención las
cosas más claras deberán quedar, en cualquier escrito que sea, en la
más profunda oscuridad. Desde el capítulo antecedente se empiezan
ya a notar, y es bien fácil notarlo, los tiempos de que se habla, no me-
nos que los sucesos y las personas. Allí se habla claramente del resi-
duo, o de las reliquias últimas y más preciosas de la casa de Jacob, las
cuales (como se anuncia en otras mil partes de la Escritura santa, que
ya hemos observado) se convertirán perfectamente a Dios, antes que
venga el día del Señor. Allí se dice de este residuo, o de estas preciosas
reliquias, que ya no confiarán en los hombres, ni estribarán en adelan-
te en los príncipes o potestades de la tierra, por cuyo medio han sido
castigadas de su Dios, abatidas y humilladas hasta lo sumo, sino que
estribarán únicamente en el Santo de Israel, y esto en sinceridad y en
verdad: Y acaecerá en aquel día que los que quedaren de Israel, y los
que escaparen de la casa de Jacob (sería bueno traer aquí a la memo-
ria la mujer que huye a la soledad, con ciento y cuarenta y cuatro mil
sellados en la frente con el sello de Dios vivo, del fenómeno 8), no se
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 721

apoyarán más sobre aquel que los hiere; sino que sinceramente se
apoyarán sobre el Señor, el Santo de Israel. Los residuos, los resi-
duos, digo, de Jacob, se convertirán al Dios fuerte 1. Allí se le dice y
promete a este residuo de Jacob que aquel yugo, que tantos siglos ha
llevado sobre su cuello, y aquel peso enorme que ha oprimido sus
hombros, le será en aquel día enteramente quitado: Y acaecerá en
aquel día: Será quitada su carga de tu hombro, y su yugo de tu cue-
llo 2; que es lo mismo que se había dicho poco antes hablando con el
Mesías: Porque el yugo de su carga, y la vara de su hombro, y el cetro
de su exactor tú lo quebraste, como en el día de Madián 3. Allí se dice
en suma, y se concluye todo este capítulo 10, con la humillación de los
soberbios, y ruina entera de toda la grandeza humana, bajo la seme-
janza del monte Líbano, con todos sus altísimos cedros, aludiendo vi-
siblemente a la célebre batalla de Gedeón contra el ejército innumera-
ble de Madián, de que se habla en el capítulo 7 del libro de los Jueces:
He aquí que el dominador Señor de los ejércitos quebrará la cantari-
lla con espanto, y los altos de estatura serán cortados, y los sublimes
abatidos. Y las espesuras del bosque serán derribadas con hierro, y el
Líbano caerá con sus alturas 4. Inmediatamente sigue el capítulo 11
diciendo: Y saldrá una vara de la raíz de Jesé.
[29] Con esta advertencia previa y bien importante proseguid aho-
ra la lección atenta de todo este capítulo, y el cántico de alabanza y ac-
ción de gracias que canta en el capítulo siguiente el mismo residuo de
Jacob, librado en aquel día con tantos prodigios, y recogido con gran-
des piedades; y yo me atrevo a asegurar resueltamente que no halla-
reis una sola expresión, ni aun siquiera una sola palabra, que, atendi-
das todas las circunstancias, se pueda acomodar de un modo razona-
ble y pasable a la primera venida del Señor, o a sus efectos en la Iglesia
presente. Y si queréis certificaros plenamente de esta verdad, sin que
os quede ni aun sospecha de duda, abrid cualquier expositor de la Es-
critura sobre este lugar: cotejad en juicio y en justicia lo que allí leáis
con la profecía; y esto solo, mucho más que otro argumento, os hará
fácilmente abrir los ojos, y pasar de las tinieblas a la luz.
[30] Fuera de esto, si no rehusáis algún poco de trabajo material,
abrid las concordancias de la Biblia; buscad en este índice admirable
la palabra vara; y después de haber examinado uno por uno todos los
lugares de la misma Biblia a que sois remitido, tengo por ciertísimo
(pues lo he probado diligentemente) que no hallareis uno solo donde
no se tome esta palabra en un mismo sentido general, esto es, por la

1 Is. 10, 20-21.


2 Is. 10, 27.
3 Is. 9, 4.
4 Is. 10, 33-34.
722 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

potestad actual de juzgar, de gobernar, de mandar, de corregir, de cas-


tigar, etc., y algunas pocas veces por el instrumento mismo de la co-
rrección o del castigo; lo cual en sus propios lugares ninguno ha pen-
sado jamás poner en duda. Desde los tiempos de Moisés se lee, ha-
blando expresamente del Mesías, la célebre profecía de Balaán: De Ja-
cob nacerá una estrella, y de Israel se levantará una vara… De Jacob
saldrá el que domine 1. En esta profecía, aunque algunos rabinos más
moderados y muy ignorantes (a cuyo sentimiento se inclina el Tosta-
do) pretendieron acomodarla a David, a Salomón y demás reyes de Is-
rael y de Judá, mas todos los intérpretes juiciosos se ríen con razón de
la impropiedad e insulsez de esta inteligencia, defendiendo con todo
empeño que en ella se habla evidentemente del Mesías; y que éste, y
no otra persona, viene aquí significado, así por la vara como por la es-
trella; y a ninguno le ha pasado por el pensamiento entender por esta
vara la Santa Virgen María, ni decir que de esta vara debía nacer la es-
trella, sino leyendo el texto como quieren leer el de Isaías: Se levanta-
rá una estrella por la vara. En suma, hablando expresamente de Cris-
to, se ve esta misma vara, y se ve frecuentísimamente en los Profetas,
en los Salmos, en los escritos de San Pablo, en el Apocalipsis, y siem-
pre se ve en el mismo sentido sin mudanza ni novedad alguna. ¿Por
qué, pues, solamente en este lugar de Isaías ha de significar otra cosa
diversa? ¿Por qué, pues, solamente en este lugar se ha de convertir la
vara en la Santa Virgen María? Si hemos de hablar francamente, como
pide la gravedad del asunto, parece claro que no hay otra verdadera
razón, sino el miedo y pavor de la vara misma, y de las cosas tan gran-
des, tan individuales, tan ajenas y contrarias al sistema vulgar, que se
dicen de esta vara en este lugar.
[31] De la raíz de Jesé, o de la casa y familia de David, a quien se
hizo la promesa, saldrá, dice este Profeta, la vara y la flor. Sobre esta
flor y vara, es decir, sobre este imperio, sobre esta potestad, sobre esta
persona admirable a quien pertenece todo imperio, toda potestad, des-
cansará con permanencia eterna el Espíritu septiforme del Señor, y
por estar esta persona, o este príncipe soberano, lleno de este Espíritu
septiforme, no juzgará el mundo como lo han juzgado, y como sólo
pueden juzgarlo, los reyes o jueces que son puros hombres; esto es,
según lo alegado y probado, o por el testimonio de los ojos y de los
oídos 2. La vara de su dominación (prosigue Isaías) la traerá, no en la
mano, sino en su boca, para denotar la prontitud y facilidad con que
será al punto ejecutado todo cuanto mandare. Con esta vara (que San
Juan llama espada de dos filos) herirá en primer lugar toda la tierra,
matará todo impío, y destruirá enteramente todo el misterio de iniqui-

1 Num. 24, 17 y 19.


2 Is. 11, 3.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 723

dad: Y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus


labios matará al impío 1. A este lugar de Isaías alude visiblemente to-
do el capítulo 11 del Apocalipsis, como también San Pablo cuando ha-
bla del hombre de pecado, a quien el Señor Jesús matará con el alien-
to de su boca, y le destruirá con el resplandor de su venida 2.
[32] Después de este primer golpe de la vara (que al principio será
ciertamente vara de hierro), después de este primer acto necesaria-
mente severo y riguroso del juicio de Cristo, empieza luego el Profeta
de Dios, el cual con espíritu grande vio los últimos tiempos 3, a des-
cribir la felicidad de otro siglo o de otro tiempo del todo nuevo, que
debe seguirse inmediatamente en esta nuestra tierra: su paz, su quie-
tud, su justicia, su santidad, con la presencia o bajo la vara y gobierno
del sabio y pacífico Salomón, de quien se dicen aquellas palabras del
salmo 44 que cita San Pablo: Vara de rectitud… o vara de equidad, la
vara de tu reino 4: usando para esto de semejanzas y expresiones tan
vivas, tan admirables, tan nuevas e inauditas en todos los tiempos an-
teriores, que su misma novedad y grandeza las ha hecho increíbles,
aun respecto de los hombres mas píos y más crédulos de cosas increí-
bles que no constan de la revelación. Ved aquí algunas de ellas.
[33] Habitará en aquel tiempo el lobo con el cordero, y el pardo
dormirá con el cabrito. El becerro, el león y la oveja morarán juntos en
una misma habitación, y un niño pequeñito los conducirá 5. El oso y el
becerro pastarán en un mismo prado en buena armonía y perfecta
concordia, y los hijos de ambos, aunque de inclinaciones tan diversas,
dormirán en un mismo lugar sin temor ni recelo. El león se contentará
entonces con aquel simple alimento de que usa el buey. Un infante
tierno e inocente podrá divertirse sobre la cueva de un áspid, y aun
meter dentro la mano sin peligro alguno; porque en aquellos tiempos
no matarán ni harán mal todas las bestias ponzoñosas que ahora son
tan temibles; y esto no en una parte determinada de la tierra, sino ge-
neralmente en todo mi santo monte 6. ¿Qué monte santo de Dios pue-
de ser éste? A mí me parece por todas sus señas, combinadas con otros
lugares de la Escritura, que se habla aquí de aquel mismo monte tan
grande que debe cubrir algún día toda la tierra, de que hablamos en el
fenómeno 1 (diciendo con Daniel): La piedra que había herido la esta-
tua se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 7. Lo cual se co-
noce claramente por las palabras que luego añade, señalando la causa

1 Is. 11, 4.
2 2 Tes. 2, 8.
3 Eclo. 48, 27.
4 Sal. 44, 7; Heb. 1, 8.
5 Is. 11, 6.
6 Is. 11, 9.
7 Dan. 2, 35.
724 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y origen de tantas maravillas, esto es, porque toda la tierra se llenará


entonces de la ciencia del Señor, así como están llenas de agua todas
aquellas partes de la misma tierra que cubre el mar 1. Todas estas co-
sas, y otras iguales o mayores, las repite varias veces este mismo Pro-
feta con igual viveza y claridad, especialmente en los capítulos 35 y 36,
de los cuales decimos lo mismo que de este 11, esto es, que todas son
cosas no pasadas ni presentes, sino reservadas visiblemente en los te-
soros de Dios, para otros tiempos todavía futuros, como lo muestra y
hace palpable su misma novedad y grandeza.
[34] En fin, concluye el Profeta este punto, diciendo: En aquel día
de la raíz de Jesé (o como leen Pagnini y Vatablo: que saldrá de la raíz
de Isaí) que está puesta por bandera de los pueblos, le invocarán a él
las naciones 2. Este mismo que ahora está por bandera (o estandarte)
de los pueblos 3, para que se alisten bajo esta bandera los que quisieren
tener parte con él, y está también, según la profecía de Simeón, para
señal a la que se hará contradicción 4; este mismo será entonces reve-
renciado y adorado de todas las Gentes; todas le hincarán las rodillas,
esperarán en él, y dependerán enteramente de él: Le invocarán a él las
naciones, y como añade San Pablo conforme a los LXX, en él esperarán
las Gentes 5: y su descanso, su asiento, su tabernáculo, su trono, será no
solamente glorioso, sino la misma gloria: Y será su descanso honor,
leen los LXX: Y será su descanso gloria 6, leen Pagnini y Vatablo.
[35] Ninguno puede extrañar (a lo menos con razón y justicia) que
yo lea estas últimas palabras de esta célebre profecía de Isaías, según
los LXX, y según Pagnini y Vatablo. No ignoro que San Jerónimo las
lee de otra manera, dándoles otro aspecto infinitamente diverso, esto
es: Y será glorioso su sepulcro 7. Esta palabra sepulcro, os causará sin
duda un extremo disgusto; os parecerá ajenísima de los tiempos de
que vamos hablando, no menos que del texto y contexto de toda la
profecía; y casi os hará retroceder confusamente a los tiempos pasa-
dos, sin saber por qué, ni para qué; como una persona a quien hacen
entrar repentinamente de una gran luz en que se hallaba, a una cáma-
ra oscura. Mas esperad un poco. Los intérpretes más sinceros y más
inteligentes de la lengua hebrea, confiesan ingenuamente contra San
Jerónimo, que la palabra sepulcro no es la que corresponde con pro-
piedad al original, sino cuando más en un sentido latísimo e impropio.
La palabra hebrea, dicen, corresponde perfectamente a la palabra lati-

1 Is. 11, 9.
2 Is. 11, 10.
3 Is. 11, 10.
4 Lc. 2, 34.
5 Rom. 15, 12.
6 Is. 11, 10.
7 Is. 11, 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 725

na requies; mas esta palabra requies, o descanso, digo yo, es muy ge-
neral, y se puede fácilmente aplicar o contraer a muchas cosas particu-
lares, según las circunstancias. Descanso se llama comúnmente el acto
de estar sentado o recostado, y también el asiento y la cama en que se
logra este descanso; descanso se llama el sueño o acto de dormir, o la
dormición; descanso se llama la simple cesación de todo trabajo, o
corporal o mental; descanso se llama la muerte misma, especialmente
cuando ha precedido una vida molesta, trabajosa y llena de dolores y
disgustos; se llama, en fin, descanso, aunque con una suma impropie-
dad, el lugar donde se deposita un cadáver, que es lo que tiene el nom-
bre de sepulcro. Por donde parece claro que quien eligió esto último,
tuvo por entonces muy presente el concurso grande de Cristianos que,
desde el cuarto o quinto siglo, iban a Jerusalén a visitar la iglesia del
santo sepulcro del Señor.
Capítulo 4
El cielo nuevo y la tierra nueva

[36] Con la venida en gloria y majestad del Señor Jesús, del Hom-
bre Dios, del Rey de los reyes, que esperamos de cierto todos los que
creemos, destruidos enteramente los cielos y la tierra que ahora son,
comenzarán otros nuevos cielos y otra nueva tierra, donde habitará en
adelante la justicia, dice San Pedro en su segunda epístola 1. ¿Qué quie-
re decir esto? ¿Acaso quiere decir que los cielos y la tierra, o el mundo
universo que ahora es, dejará entonces de ser, o será aniquilado, para
dar lugar a la creación de otros cielos y de otra tierra? Así pudiera tal
vez imaginarlo quien leyese solamente una parte, y no todo el texto se-
guido y continuado. No hay duda que aun así, parece siempre oscuro y
difícil, ya por sus expresiones extraordinariamente concisas, ya tam-
bién por la colocación de las palabras. Mas en medio de esta concisión
y aparente oscuridad, descubre fácilmente a quien quisiere mirarle to-
do entero y con la necesaria atención, su propio y natural sentido.
[37] De modo (dice San Pedro) que así como el cielo y la tierra que
eran antes del diluvio universal, perecieron por la palabra de Dios y
por el agua 2, asimismo el cielo o los cielos y tierra que ahora son, pe-
recerán también por la misma palabra de Dios, y por el fuego: Los cie-
los (son palabras del Santo) que son ahora, y la tierra, por la misma
palabra se guardan reservadas para el fuego en el día del juicio, y de
la perdición de los hombres impíos 3.
[38] Ahora bien, pregunto yo: los cielos y tierra, que perecieron
por el agua en el tiempo de Noé, ¿cuáles fueron? ¿Fueron acaso aque-
llos cielos de que habla insipientemente uno de los amigos de Job, di-
ciendo: Que son muy sólidos, como si fuesen vaciados de bronce? 4.
¿Serían aquellos cielos igualmente sólidos, que imaginaron los Cal-
deos, los Egipcios, los Griegos, y que de ellos tomaron los Romanos?
¿Serían los que en el sistema presente, en esta parte matemáticamente
demostrado, se llaman cielos, esto es, todos los cuerpos celestes, sol,
luna, planetas, cometas, y estrellas fijas? Y hablando de este nuestro
globo, que llamamos tierra, ¿pereció acaso la sustancia de ésta por el

1 2 Ped. 3, 13.
2 2 Ped. 3, 6.
3 2 Ped. 3, 7.
4 Job 37, 18.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 727

diluvio de agua? Parece ciertísimo que ni lo uno ni lo otro. Por lo que


toca a los cuerpos celestes, a éstos no pudo alcanzar ni tocar el diluvio
de agua. Por lo que toca a nuestro globo, a éste lo cubrieron las aguas,
como lo cubrían cuando dijo Dios aquellas palabras: Júntense las
aguas que están debajo del cielo, en un lugar; y descúbrase la seca 1.
Pues ¿qué fue lo que pereció por el diluvio de agua en frase de San Pe-
dro? A esta pregunta no hallo otra cosa que responder, ni más natural,
ni más conforme a la verdad conocida, sino sola ésta, es a saber, que
pereció en la tierra todo cuanto había en su superficie. Perecieron to-
dos sus habitadores, hombres y bestias, exceptuando solamente los
pocos de cada especie que se salvaron en el arca de Noe, y exceptuados
también o todos o muchos de los vivientes que había en las aguas. Pe-
recieron todas las obras que los hombres habían trabajado hasta en-
tonces sobre la tierra, de las cuales no nos ha quedado monumento al-
guno. Pereció toda la belleza, toda la fertilidad, la disposición y orden
admirable con que Dios la había criado, para el hombre justo e inocen-
te, no para el ingrato y pecador.
[39] Si hablamos ahora del cielo o de los cielos, de que también
habla San Pedro, diciendo: Cierto, ellos ignoran voluntariamente que
los cielos eran primeramente, y la tierra de agua, y por agua estaba
asentada por palabra de Dios; por las cuales cosas aquel mundo de
entonces pereció anegado en agua. Mas los cielos que son ahora, y la
tierra, etc. 2; de este cielo o cielos decimos lo mismo que acabamos de
decir de nuestra tierra, esto es, que pereció en el diluvio el cielo o cie-
los que había antes de esta época o de este gran suceso. ¿Qué cielo o
qué cielos eran éstos? No otro, ni otros (en mi pobre juicio) que toda la
atmósfera que circunda nuestro globo como parte suya esencial, la
cual atmósfera, en el común modo de hablar de las Escrituras canóni-
cas, y también de todas las naciones, así bárbaras como civilizadas, se
llama general y universalmente cielo. Y como este cielo, o esta atmós-
fera, se divide y diversifica en tantos climas diferentes, cuantos son los
pueblos, tribus y lenguas que pueblan de norte a sur toda la latitud de
la tierra; así como cualquiera puede darle el nombre de cielo en singu-
lar a aquel clima particular en que habita; así puede con la misma ver-
dad y propiedad llamar cielos en plural a todos los otros climas diver-
sísimos, donde habitan otras naciones.
[40] Estos climas, o estas diferentes partes de la atmósfera de la
tierra, son sin duda en mi opinión los cielos de que habla San Pedro,
porque no hay en la naturaleza otros cielos de quienes se pueda con
verdad decir que perecieron en el diluvio. Estos de que hablamos, sí
perecieron en el diluvio, mas en el mismo sentido en que pereció la

1 Gen. 1, 9.
2 2 Ped. 3, 5-7.
728 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tierra, es decir, se alteraron, se deformaron, se deterioraron, se muda-


ron de bien en mal; como sucede tal vez con un hombre sano y robus-
tísimo, que después de una grave enfermedad, ya no parece el mismo
que era: su antigua robustez, sus buenos colores, su agilidad, sus fuer-
zas, se ven convertidos en una casi extrema flaqueza, en una palidez
desagradable, y en una como inercia casi total.
[41] Hasta el diluvio universal, parece más que verosímil que nues-
tro globo, con toda su atmósfera y todo lo que llamamos la naturaleza,
había perseverado en el mimo estado físico en que había salido de las
manos del Criador, pues no nos consta de algún suceso grande, extra-
ordinario y universal, capaz de alterar notablemente todas estas cosas;
antes tenemos en contra un fundamento positivo, esto es, las vidas lar-
guísimas de los hombres, para lo cual no aparece otra razón física, sino
la óptima disposición de la tierra y de su atmósfera. Mas habiendo lle-
gado esta época terrible, parece igualmente cierto que todo se alteró,
tierra, mar, y atmósfera, y todo quedó en esta atención y desconcierto
hasta el día de hoy. Se alteró la superficie de la tierra, ocupando las
aguas desde entonces hasta el presente una gran parte de lo que antes
era un continente árido; lo cual parece claro a cualquiera que observe
con suficientes luces el orden y disposición de las islas del mar, espe-
cialmente el de las del Archipiélago, que han dejado desocupado y libre
lo que antes ocupaban; lo cual parece del mismo modo claro y evidente
por las infinitas producciones marinas que encuentran cada día los cu-
riosos, aun en los países más lejanos del mar. Se alteró también, y por la
misma causa general (que propondremos a su tiempo), toda la atmós-
fera de la tierra, pasando generalmente todos los climas o cielos dife-
rentes, de la benignidad al rigor, de la templanza a la intemperie, de la
uniformidad quieta y pacífica a la inquietud y mudanza casi continua.
[42] Así que el apóstol San Pedro habló en términos los más pro-
pios y naturales cuando dijo: La tierra y los siglos que eran antes del
diluvio, perecieren por la palabra de Dios y por el agua 1. Añade que
los cielos y la tierra que ahora son (ciertamente inferiores a los antedi-
luvianos) perecerán también a su tiempo, ya no por el agua, sino por el
fuego 2; viniendo en su lugar otros nuevos que excedan en bondad y
perfección, así física como moral, a los presentes y pasados: Pero es-
peramos según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los que
mora la justicia 3. En suma, así como estos cielos y tierra presentes,
siendo en su sustancia los mismos que los que había antes del diluvio,
son no obstante diversísimos en su orden, en su disposición, en su
hermosura, en sus efectos; así los cielos y tierra nueva que esperamos,

1 2 Ped. 3, 5-6.
2 2 Ped. 3, 7.
3 2 Ped. 3, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 729

aunque sean en sustancia los mismos que ahora, serán infinitamente


diversos en todo lo demás. Esta me parece a mí la verdadera inteligen-
cia, y la única que puede admitir el texto de San Pedro; lo cual supues-
to, pasemos a otra observación importante.
[43] Los nuevos cielos y nueva tierra que esperamos (dice este prín-
cipe de los apóstoles) los esperamos según las promesas de Dios. Mas
estas promesas de Dios, ¿de dónde constan, o dónde se hallan claras y
expresas? Si registramos con cuidado todas las Escrituras sagradas, en
todas ellas no hallamos otro lugar que el capítulo 65 de Isaías, y el 66,
donde se vuelve a hacer de lo que se había dicho en el antecedente. Es
verdad que en el capítulo 21 del Apocalipsis se habla también magnífi-
camente de estos nuevos cielos y nueva tierra; mas, lo primero: San
Pedro no podía citar el Apocalipsis de San Juan, que ciertamente se
escribió muchos años después de su muerte; lo segundo: San Juan, se-
gún sus continuas alusiones a toda la Escritura, alude aquí magnífica-
mente a este lugar de Isaías. Ahora bien: como en todas las Escrituras
no hay otro lugar donde consten expresamente las promesas de nue-
vos cielos y nueva tierra, que este capítulo 65 de Isaías, parece claro
que a este lugar nos remite San Pedro y también San Juan; y parece
del mismo modo claro, que para entender bien el texto conciso de San
Pedro, y también el de San Juan, deberemos estudiar primero el texto
de Isaías, donde se hallan, como en su propia fuente, las promesas de
Dios, de que ahora hablamos. Estas hablan manifiesta y evidentemen-
te con la Jerusalén futura, y con las reliquias preciosas de los Judíos,
como es fácil ver y comprender al punto, así por todo lo que precede
en este mismo capítulo 65, como por todo cuanto se dice en los dieci-
séis capítulos antecedentes. Entremos, pues, al examen atento e im-
parcial de este instrumento fundamental de las promesas de Dios.
Texto de Isaías, capítulo 65
[44] Porque he aquí que yo crío nuevos cielos y nueva tierra; y las
cosas primeras no serán en memoria, y no subirán sobre el corazón.
Mas os gozaréis, y os regocijaréis por siempre (o hasta el siglo de si-
glos, como leen Pagnini y Vatablo) en aquellas cosas que yo crío: por-
que ved aquí que yo crío a Jerusalén por regocijo, y a su pueblo por
gozo. Y me regocijaré en Jerusalén, y me gozaré en mi pueblo; y no se
oirá más en él voz de lloro, ni voz de lamento. No habrá allí más niño
de días, ni anciano que no cumpla sus días: porque el chico de cien
años morirá, y el pecador de cien años maldito será (o como lee más
claramente Pagnini conforme a los LXX, el niño de días o inmaturo, no
saldrá en adelante de allí al sepulcro, y el viejo que no haya llenado su
tiempo, porque será joven el de cien años, etc.). Y labrarán casas, y las
habitarán; y plantarán viñas, y comerán sus frutos. No edificarán, y
730 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

otro habitará; no plantarán, y otro comerá; porque según los días del
árbol serán los días de mi pueblo, y las obras de las manos de ellos en-
vejecerán. Mis escogidos no trabajarán en vano, ni engendrarán hijos
para turbación (o, según los LXX, ni engendrarán hijos de maldición);
porque serán estirpe de benditos del Señor, y sus nietos con ellos. Y
acaecerá que antes que clamen, yo los escucharé; cuando aun estén
hablando, yo los oiré. El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el
buey comerán paja; y el polvo será el pan de la serpiente; no dañarán,
ni matarán en todo mi santo monte, dice el Señor 1.
[45] Veis aquí la grande y célebre profecía que cita evidentemente
San Pedro, cuando dice: Esperamos, según sus promesas, cielos nue-
vos y tierra nueva, en los que mora la justicia 2: y veis aquí también
una de aquellas profecías que han puesto en sumo cuidado, y como en
una verdadera tortura, los mayores ingenios. Estos, en su sistema, han
imaginado dos modos de explicarla, o diremos mejor, de eludirla; las
cuales explicaciones, aunque diversísimas, convienen en el solo punto
interesante de negar a esta profecía, así como a tantas otras, su propio
y natural sentido, que entienden al punto los que saben leer.
[46] La primera explicación, o el primer modo de eludirla, dice
confusamente (sin descender a las cosas particulares, expresas en la
misma profecía, ni aun siquiera mirarlas) que estos nuevos cielos y
nueva tierra de que habla Isaías, y después San Pedro y San Juan, son
para después de la resurrección universal; que entonces se renovarán
todas las cosas; que entonces, respecto de los bienaventurados, las co-
sas primeras no serán en memoria, y no subirán sobre el corazón;
que entonces no se oirá mas en ti voz de lloro, ni voz de lamento; que
entonces… Todo esto está bien: todo es tan verdadero como inútil por
ahora, y fuera de propósito. Y tantas otras cosas particulares que
anuncia expresamente esta profecía admirable, ¿qué sentido pueden
tener? Parece que ninguno, pues todas se disimulan, y todas se omi-
ten. No cito autores de esta opinión, porque siendo algunos de ellos
grandes y respetables por su santidad y antigüedad, no se diga o no se
piense que les falto al respeto.
[47] La segunda explicación comunísima, aun entre les intérpretes
más literales, o que tienen este nombre, no pudiendo acomodar la pro-
fecía entera con todo su contexto a la bienaventuranza eterna de los
santos después de la resurrección universal (pues se habla en ella de
generación y corrupción, de muerte o de pecado, de jóvenes y viejos,
de edificios, de viñas, de árboles, de leones, de bueyes, de serpientes,
etc.), se acogen finalmente, como al último refugio capaz de salvar el

1 Is. 65, 17-25.


2 2 Ped. 3, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 731

sistema, a la pura alegoría. Mas es cosa verdaderamente admirable ver


el modo embarazoso, confuso y oscurísimo con que se explican, o con
que no se explican unos hombres tan grandes. El sistema tiene sin du-
da toda la culpa.
[48] He aquí que yo (dice Dios) crío nuevos cielos, y nueva tie-
rra 1. Esto es (dice la explicación), crío un nuevo mundo metafórico,
conviene o saber, la Iglesia de Cristo, que es mucho más amplia, más
adornada y más augusta que la sinagoga, y es como un nuevo mun-
do. ¡Qué verdad! Mas ¡qué verdad tan fuera de tiempo y lugar, tan aje-
na de esta profecía!
[49] Porque ved aquí que yo (dice Dios) crío a Jerusalén por re-
gocijo, y a su pueblo por gozo 2. Esto es (dice la explicación), crío a la
Iglesia de Cristo que se alegra y se goza en el Espíritu Santo.
[50] No se oirá mas en él voz de lloro, ni voz de lamento (dice
Dios). No habrá allí más niño de días, ni anciano que no cumpla sus
días; porque el chico de cien años morirá, y el pecador de cien años
maldito será 3. Esto es (dice la explicación), en mi Iglesia todos llena-
rán sus días viviendo bien, y desempeñando rectamente los oficios y
cargos de su edad; pero el que fuere en ella pecador, aun cuando ten-
ga cien años, en nada se estimará, sino que será reprobado y maldito
delante de todos. ¡Qué idea tan contraria a las que nos dan nuestras
historias, y también nuestros ojos y nuestros oídos!
[51] Según los días del árbol (dice Dios) serán los días de mi pue-
blo, y las obras de las manos de ellos envejecerán. Mis escogidos no
trabajarán en vano, ni engendrarán hijos para turbación (o no en-
gendrarán hijos en maldición), porque serán estirpe de benditos del
Señor, y sus nietos con ellos 4. El sentido es (dice la explicación) que
mis fieles serán de larga vida, alegres, y bien sanos, lo mismo que si
estuviesen en el estado primitivo de la inocencia, y comiesen los frutos
del árbol de la vida.
[52] Como la sustancia de esta explicación es la misma con diver-
sas palabras en los autores de ella, yo he elegido dos de los más doctos
y más literales, de quienes he copiado algunas palabras, para que por
ellas se haga concepto de toda la explicación. Quien quisiere asegurar-
se más, lo puede fácilmente ver por sus propios ojos.
[53] Ahora se pregunta: las cosas que aquí se tiran a acomodar a la
Iglesia presente, bajo el nombre de Jerusalén, ¿le competen a ella en
realidad? ¿Estas cosas, hablando de la Iglesia, son verdaderas? ¿No

1 Is. 65, 17.


2 Is. 65, 18.
3 Is. 65, 19-20.
4 Is. 65, 22-23.
732 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

son todas visiblemente falsas? ¿Una profecía en que habla el Espíritu


de Dios, puede anunciar a la Iglesia presente, bajo el nombre de Jeru-
salén, cosas que no ha habido jamás en ella, ni las puede haber en la
presente providencia; por ejemplo: que no se oirá en ella el llanto ni
clamor; que no habrá joven ni viejo que no llene sus días, viviendo
bien, y desempeñando rectamente los oficios y cargos de su edad; que
todos sus fieles hijos vivirán muchos años, sanos y alegres, como si
comiesen del árbol de la vida; que el que edificare una casa vivirá en
ella, el que plantare una viña o un árbol gozará pacíficamente de sus
frutos, sin temor de enemigos, etc.?
[54] Anuncios diametralmente opuestos hallamos a cada paso en
los Evangelios, y la larga experiencia nos ha enseñado que estos anun-
cios de Cristo a su Iglesia, y aun a sus más fieles siervos, no se han veri-
ficado con toda plenitud. Fuera de que las miserias de la vida humana,
la enfermedad, el dolor, el disgusto, la aflicción, el clamor, el llanto,
etc., son unos males generales a todos los hijos de Adán, aun entrando
en este número los más inocentes entre ellos, los Católicos Romanos,
los más fieles a Dios, los más justos y santos, a quienes se enderezan
inmediatamente aquellas palabras del Apóstol: Los que quieren vivir
píamente en Jesucristo, padecerán persecución 1: y aquéllas del mis-
mo Cristo: Mas el mundo se gozará, y vosotros estaréis tristes 2… Si a
mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros 3.
[55] San Pedro apóstol, que sin duda entendía mejor todas estas
cosas, cita evidentemente esta profecía de Isaías de que hablamos, de
la cual constan únicamente las promesas de los cielos y tierra nueva,
diciendo: Esperamos según sus promesas, cielos nuevos y tierra nue-
va; y el mismo Apóstol pone estos nuevos cielos y nueva tierra, según
sus promesas, no ahora, sino después que perezca esta tierra y estos
cielos presentes, así como éstos no entraron, sino después que perecie-
ron los antediluvianos; aquéllos perecieron por la palabra de Dios y
por el agua, y estos presentes perecerán (del mismo modo y en el
mismo sentido) por la palabra de Dios y por el fuego: Por las cuales
cosas aquel mundo de entonces pereció anegado en agua. Mas los
cielos que son ahora, y la tierra, por la misma palabra se guardan
reservados para el fuego, etc.
[56] Conque estos nuevos cielos y tierra nueva, que Dios promete,
lo primero: no pueden ser metafóricos y figurados: Esto es, el nuevo
mundo metafórico, conviene a saber, la Iglesia de Cristo; pues días ha
que está en nuestro mundo la Iglesia de Cristo, y el cielo y tierra pre-
sentes, que son los mismos desde Noé hasta el día de hoy, no han pe-

1 2 Tim. 3, 12.
2 Jn. 16, 20.
3 Jn. 15, 20.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 733

recido por el fuego, lo cual es una condición esencial para que las pro-
mesas de Dios tengan lugar. Lo segundo: esta promesa de nuevos cie-
los y tierra nueva, no puede hablar para después de la resurrección uni-
versal, pues entonces ya no podrá haber muerte ni pecado, ya no po-
drá haber nuevas generaciones: Porque en la resurrección, ni se casa-
rán, ni serán dados en casamiento 1; ya no habrá necesidad de edificar
casas, ni plantar villas, etc., cosas todas expresas y claras en las pro-
mesas de Dios de nuevos cielos y tierra nueva; luego son cosas eviden-
temente reservadas para otra época muy semejante a la de Noé, esto
es, para la venida en gloria y majestad del Señor Jesús, pues él mismo
compara su venida con lo que sucedió en tiempo de Noé: Y así como
en las días de Noé, así será también la venida del Hijo del Hombre 2.
[57] Luego después de esta época que creemos y esperamos (cier-
tamente terrible, respecto de la tierra y cielos presentes) deberán veri-
ficarse plenísimamente las promesas de Dios, de nuevos cielos y nueva
tierra, y esto conforme se hallan y se leen en este lugar de Isaías; pues
realmente no hay otro lugar en toda la Escritura donde consten tales
promesas. Luego deberemos estudiar atentísimamente este lugar, sin
omitir ni desperdiciar la más mínima circunstancia. Esto es todo lo
que yo deseo y pido a todas aquellas personas, aun de mediano talen-
to, que quisieren emplear en este fácil estudio algunos instantes.
[58] Primeramente: los tiempos de que va hablando este gran Pro-
feta, así en éste capítulo 65 como en los veinticuatro antecedentes, son
evidentemente los tiempos próximos, y aun casi inmediatos, a la veni-
da del Señor (según queda dicho y probado en el fenómeno 5, aspecto
3, párrafo 5), lo cual sería bueno y utilísimo tenerlo bien presente; los
tiempos, digo, de la vocación y conversión, y congregación, con gran-
des piedades, de las reliquias de Israel. Después que el Señor se ha
mostrado como inexorable a la oración fervorosísima que en el capítu-
lo antecedente hace el mismo Israel, o el Espíritu, que pide por noso-
tros con gemidos inexplicables 3; de haberle respondido con dureza,
dándole en cara con su incredulidad, con su ingratitud y con todas sus
antiguas iniquidades; se deja al fin vencer, da muestras de haber oído
su oración, y condesciende benignamente, si no con todo Israel, a lo
menos con sus reliquias, diciendo: Como cuando se halla un grano en
un racimo, y se dice: No lo desperdicies, porque es una bendición; así
haré por amor de mis siervos, que no los destruiré del todo. Y sacaré
simiente de Jacob, y de Judá el que posee mis montes; y la heredarán
mis escogidos, y mis siervos morarán en ella 4. Pasa luego a hablar de

1 Mt. 22, 30.


2 Mt. 24, 37.
3 Rom. 8, 26.
4 Is. 65, 8-9.
734 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la suerte infelicísima que tendrán todos aquellos que no oyeren su voz,


los cuales (como dijimos en el fenómeno 8, artículo 2) serán a lo me-
nos las dos terceras partes. Después de lo cual vuelve otra vez los ojos
a las reliquias preciosas del mismo Israel, a quienes anuncia y prome-
te, desde el versículo 17 hasta el fin del capítulo, los nuevos cielos y
nueva tierra, y todas las demás cosas particulares que deberán suceder
en esos tiempos, así en Jerusalén y en Israel, como en todo el residuo
de las Gentes; a saber, la paz, la quietud, la seguridad, la justicia y san-
tidad, la inocencia y simplicidad, las vidas largas de los hombres, como
en los tiempos antediluvianos.
[59] En aquellos tiempos (en los cuales, como dice San Pedro, ha-
bitará la justicia) no morirá ninguno antes de la edad madura, dice
Isaías; si alguno muriere de cien años, se dirá que ha muerto aun jo-
ven; si en esta edad muriere pecador, será maldito entonces, como lo
es ahora, y como es necesario que sea en todo tiempo. De donde se co-
lige manifiestamente, que aun en medio de tanta justicia y conoci-
miento del Señor, que en aquel siglo venturo inundará toda nuestra
tierra, así como las aguas del mar, que la cubren 1, no por eso faltarán
del todo el pecado y los pecadores; pues al fin, todos serán entonces
tan libres como lo son ahora, y todos podrán hacer un uso bueno o
malo de su libre albedrío. El llanto y el clamor, prosigue Isaías, que
ahora son tan frecuentes en toda clase de gentes, no se oirán, o se oi-
rán rarísima vez en aquellos tiempos felices. El que edificare una casa,
vivirá en ella; el que plantare un árbol o una viña, gozará de sus frutos;
no sucederá entonces lo que tantas veces ha sucedido en los siglos an-
teriores, esto es, que quien no ha edificado una casa, ni plantado una
viña, se haga dueño y poseedor de ella, o por prepotencia o por dere-
cho que llaman de conquista. Los días de mi pueblo, prosigue el Señor,
serán iguales o mayores que los del árbol que ha plantado, y el trabajo
de sus manos lo verá envejecerse delante de sus ojos. Mis escogidos no
trabajarán en aquellos tiempos inútilmente, ni engendrarán hijos para
la esclavitud y maldición, antes serán una generación bendita del Se-
ñor, y sus hijos y nietos como ellos, etc. Porque así como (se dice en
Baruc) fue vuestro pensamiento el descarriaros de Dios, diez tantos
más le buscareis, cuando de nuevo os convirtiereis. Porque el que os
envió los males, él mismo os traerá de nuevo un regocijo sempiterno
con vuestra salud 2. Es verdad que todas estas cotas y otras semejan-
tes, difíciles de numerar por su prodigiosa multitud, se dicen expresa,
directa y nominadamente de la Jerusalén futura, y de las reliquias pre-
ciosas de los Judíos; mas por otros muchos lugares de la Escritura y
del mismo Isaías, que ya hemos apuntado, parece claro que las reli-

1 Is. 11, 9.
2 Bar. 4, 28-29.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 735

quias de todos los otros pueblos, tribus y lenguas, participarán abun-


dantísimamente de todos estos bienes naturales y sobrenaturales, que
primariamente se prometen a las reliquias de Abraham, de Isaac y de
Jacob; ni los Judíos somos en este asunto tan avaros que lo queramos
todo para nosotros, con la exclusiva de todas las Gentes. Aquella que
llaman ley de represalia (tal vez necesaria para reprimir de algún mo-
do la barbarie de ciertos hombres indignos de este nombre, y más dig-
nos del nombre de bestias feroces), generalmente hablando, parece
diametralmente opuesta al Espíritu de Cristo.
Capítulo 5
Sigue el mismo asunto y conjetura sobre
estos nuevos cielos y nueva tierra

PÁRRAFO 1
[60] «Parece algo más que probable que esta nuestra tierra, o este
globo terráqueo en que habitamos, no está ahora ni en la misma forma,
ni en la misma situación en que estuvo desde su principio, hasta la gran
época del diluvio universal». Esta proposición bien importante se pue-
de fácilmente probar con el aspecto actual del mismo globo, y con cuan-
tas observaciones han hecho hasta ahora, y hacen cada día, los más cu-
riosos observadores de la naturaleza; mucho más si este aspecto y estas
observaciones se combinan con lo que nos dice la Escritura sagrada.
[61] Primeramente: la Escritura nos dice que Dios, antes de criar
viviente alguno, cuando todavía la tierra estaba desnuda y vacía (o in-
visible y sin adorno, dicen los LXX) 1, hizo que las aguas que la cubrían
toda (y que entonces eran más que suficientes para cubrirla toda) se
dividiesen en dos partes, o iguales o desiguales; que una parte de ellas,
tal vez la mayor, subiese por esos aires, rarificada, mas sin dejar de ser
parte de la misma tierra o globo terráqueo, y se extendiese por todo lo
que llamamos con verdad la atmósfera de la tierra, no solamente hasta
donde pueden llegar las aves del cielo, y aun las nubes visibles (que
parece es lo que el sagrado historiador llama el firmamento en medio
de las aguas, el cual divida aguas de aguas 2), sino mucho mas allá de
este firmamento, cuya altura y límites ninguno sabe hasta el día de
hoy; y la otra parte de las mismas aguas líquidas y pesantes se congre-
gase en un lugar determinado, al que se le dio el nombre de mares, o
de abismo, dejando libre y desembarazado todo lo demás, y capaz de
ser habitado: Júntense las aguas que están debajo del cielo, en un lu-
gar, y descúbrase la seca. Y fue hecho así. Y llamó Dios a la seca, Tie-
rra, y a las congregaciones de las aguas llamó Mares 3.
[62] Este lugar determinado que Dios les señaló entonces a las
aguas inferiores, no hay razón alguna para decir, ni aun para sospe-
char, que lo dejasen naturalmente antes del diluvio universal; ni tam-

1 Gen. 1, 2.
2 Gen. 1, 6.
3 Gen. 1, 9-10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 737

poco que lo dejasen por algún accidente grande y extraordinario, del


cual no consta, ni por la historia sagrada, ni aun siquiera por las fábu-
las de los Egipcios ni de los Griegos. Conque podemos creer y asegurar
prudentísimamente que las aguas inferiores se conservaron hasta el
diluvio de Noé, sin mudanza alguna notable, en el mismo lugar que
Dios les señaló desde el principio. Esto supuesto, pasemos luego a ob-
servar la superficie de todo nuestro globo o de nuestra árida, ahora ha-
bitada, y no solamente ahora, sino desde los días antiguos, o de tiem-
pos inmemoriales.
[63] El aspecto actual de esta superficie, y todos los descubrimien-
tos de sus curiosos observadores, nos obligan a creer, sin poder racio-
nalmente dudarlo, que las aguas del mar ocuparon ésta que ahora es
árida, o a lo menos una gran parte de ella, en otros tiempos muy ante-
riores; y esto no de paso, sino establemente por muchos siglos. ¿Por
qué? Porque en todo, o casi todo lo que ahora se llama árida o tierra
habitable (exceptuando solamente los montes, que con razón llaman
los físicos primitivos) se hallan a cada paso despojos claros y palpables
de los vivientes del mar, no solamente en la superficie de la tierra, o a
poca distancia, sino hasta 60 y 80 pies, y tal vez más de profundidad; y
esto no solamente en los valles o tierras llanas, sino también en las co-
linas y montes secundarios, a los cuales se les da este nombre porque
parecen hechos después accidentalmente, por el movimiento y concur-
so violento y confuso de diversas materias.
[64] De este principio cierto e innegable, combinado con la histo-
ria sagrada, se sigue legítimamente, y se concluye evidentemente, que
nuestro globo terráqueo no está ahora como estuvo en los primeros
tiempos, o en los tiempos de su juventud. Por consiguiente, que ha su-
cedido en él en tiempos remotísimos, respecto de nosotros, algún ac-
cidente grande y extraordinario, o algún trastorno universal de todas
sus cosas, que lo hizo mudar enteramente de semblante; que obligó a
las aguas inferiores a mudar de sitio; que convirtió el mar en seca, y
también la seca en mar; que hizo formarse nuevos mares, nuevos ríos,
nuevos valles, nuevas colinas, nuevos montes; en suma, una nueva tie-
rra, o un nuevo orbe diversísimo de lo que había sido hasta entonces.
Este accidente no puede ser otro, por más que se fatiguen los filósofos,
que el diluvio universal de Noé; en el cual, como dice el apóstol San
Pedro, aquel mundo de entonces pereció anegado en agua 1; y como
dice el mismo Cristo: Vino el diluvio, y los llevó a todos 2.
[65] La misma causa general que produjo en todo nuestro globo
un nuevo mar y una nueva árida, mudó también necesariamente todo

1 2 Ped. 3, 6.
2 Mt. 24, 39.
738 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

el aspecto del cielo; quiero decir, no solamente el antiguo orden y


temperamento de nuestra atmósfera, sino el antiguo orden y disposi-
ción del sol, de la luna, y de todos los cuerpos celestes, respecto del
globo terráqueo. ¿Qué causa general fue ésta? A mí me parece (en la
opinión que sigo) que no fue algún encuentro casual de nuestro globo
con algún cometa (como han imaginado posible y aun fácil muchos
sabios calculadores de nuestro siglo, como si ya supiesen todos los re-
sortes de la máquina admirable del universo), sino la misma mano
omnipotente y sapientísima, aunque invisible, del Criador y Goberna-
dor de toda la máquina; el cual, indignado con toda la tierra, extre-
mamente corrompida y henchida de iniquidad 1, la hizo mover repen-
tinamente de un polo a otro; quiero decir, inclinó el eje de la tierra 38
grados y medio, haciéndolo mirar por una de sus extremidades hacia
la estrella que ahora llamamos Polar, o hacia la extremidad de la cola
de la Ursa menor.
[66] Con esta repentina inclinación del eje de la tierra se debieron
seguir al punto dos consecuencias necesarias. Primera: que todo cuan-
to había en la superficie del globo, así líquido como sólido, perdiese su
equilibrio; el cual perdido, todo quedase en sumo desorden y confu-
sión, no menos horrible que universal; que todo se desordenase, todo
se trastornase, todo se confundiese, cayendo todas las cosas unas so-
bre otras, y mezclándose todas entre sí: Rompiéndose, como dice la
historia sagrada 2, las fuentes del grande abismo; rompiendo también
el mar todos sus límites, y derramando sus aguas sobre lo que enton-
ces era árida o tierra. Acaso se dirá (y se dice por muchos en tono de
victoria contra Moisés) que todas cuantas aguas hay en nuestro globo
no son suficientes para cubrirlo todo de modo que puedan exceder o
elevarse quince codos sobre los montes más altos, como dice el histo-
riador sagrado que sucedió en el diluvio de Noé; mas esto será no ad-
vertir a todo, sino solamente a una parte de lo que aquí se dice. No so-
lamente se dice, hablando de las aguas inferiores, líquidas y pesantes
que hay en nuestro globo: Se rompieron todas las fuentes del grande
abismo 3, sino también se añade inmediatamente, como una de las
causas principales del diluvio universal: Se abrieron las cataratas del
cielo. Y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches 4.
¿Qué quieren decir estas últimas palabras? Yo no me meto ahora (ni
hace esto a mi propósito) en lo que han dicho o pensado otros sobre
este asunto particular. Como éste es un asunto de mera opinión (cuan-
do se trate solamente del modo, y no de la sustancia de lo que dice cla-

1 Gen. 6, 11.
2 Gen. 7, 11.
3 Gen. 7, 11.
4 Gen. 7, 11-12.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 739

ramente la historia sagrada), cualquiera es libre para pensar sobre este


modo, y proponer lo que ha pensado a los inteligentes.
[67] Yo pienso, pues (y ésta es mi opinión), que lo que en el capítulo
7, versículo 11, del Génesis llama la historia sagrada cataratas del cielo,
no es otra cosa que lo que en el capítulo 1, versículo 6, llama firmamen-
to en medio de las aguas; el cual firmamento divida aguas de aguas.
En todo lo cual se me figura como una muralla, por semejanza, una
como trinchera, o como un límite, justo y preciso, que puso Dios en la
atmósfera misma de nuestro globo, sin salir de ella, para que ni las
aguas inferiores, esto es, las que continuamente suben y bajan en la
parte inferior y más crasa de la atmósfera, subiesen más arriba, ni las
superiores, extremadamente rarificadas, que ocupan un espacio sin
comparación mayor, pudiesen bajar más abajo sin expreso mandato del
Criador. Así considero, y me parece que veo en el globo que habito dos
atmósferas: una alta solamente dos o tres millas, y ésta siempre crasa,
turbia, confusa, llena de vapores salitrosos, sulfúreos, bituminosos,
etc., los cuales, mezclados con los vapores ácueos, suben y bajan perpe-
tuamente; otra más sutil, alta 300 o 400 leguas (pues hasta esta distan-
cia se han observado algunas auroras boreales), la cual goza de una su-
ma quietud, claridad y diafanidad, sin que lleguen a ella, ni perturben
su quietud, todas las turbulencias horribles y continuas de la parte infe-
rior. Este firmamento en medio de las aguas, o estas cataratas del cielo
que dividen las aguas superiores de las inferiores, estuvieron cerradas
absolutamente, como lo están ahora, hasta el diluvio universal de Noé,
en el que se abrieron por orden de Dios, y condensadas por el mismo
orden o mandato de Dios, las aguas superiores cayeron naturalmente
por su propio peso, y ayudaron a las inferiores a cubrir enteramente to-
do nuestro globo, así como lo cubrían al principio, antes que Dios divi-
diese las aguas de las aguas, que es todo lo que dice la historia sagrada.
Los que han imaginado que el firmamento en medio de las aguas, que
divide las aguas de las aguas, es el firmamento del cielo, o aquel espacio
inmenso que ocupan las estrellas fijas, parece cierto que se han enga-
ñado físicamente. En el sistema celeste antiguo no hay que esperar
otras ideas. Tan cierto es que la mala física influye no pocas veces en la
inteligencia poco justa de la Escritura santa.
[68] La segunda consecuencia que debió seguirse necesariamente
de la inclinación del eje de la tierra (sobre cuyo supuesto vamos ha-
blando) fue que el círculo o línea equinoccial, que hasta entonces había
sido una misma con la eclíptica, se dividiese en dos, y que esta última
cortase a la primera en dos puntos diametralmente opuestos, que lla-
mamos nodos; esto es, en el primer grado de Aries, y en el primero de
Libra. De lo cual resultó que nuestro globo no mirase ya directamente
al sol por su ecuador, sino solamente dos días cada año, el 21 de marzo y
740 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

el 22 de septiembre, presentando siempre, en todos los demás días del


año, nuevos puntos de su superficie al rayo directo del sol. Y de aquí,
¿que resultó? Resultaron necesariamente las cuatro estaciones, que lla-
mamos primavera, verano, otoño, e invierno; las cuales, desde los días
de Noé hasta el del Señor, han sido, son y serán la ruina de la salud del
hombre, y como un castigo, o pestilencia universal, que ha acortado
nuestros días, y los ha hecho penosísimos, y aun casi insufribles.
[69] Pues ¿no había antes del diluvio estas cuatro estaciones? No,
amigo, no las había, según yo pienso y según han pensado antes de mí
algunos otros autores graves, religiosos y píos (véase entre otros al re-
ligiosísimo y elegante autor del espectáculo de la naturaleza, tomo 6,
edición de Nápoles, desde la página 256). Es verdad que muchos otros
no han querido adoptar esta opinión, pareciéndoles que el mundo de-
bía haber estado siempre como está ahora; mas también es verdad que
las razones que oponen son débiles, oscuras, inconcluyentes, y tal vez
prueban todo lo contrario. Como es un asunto físico de pura conjetura,
no hará mal ninguno en seguir esta o aquella opinión: cada uno abun-
de en su sentido 1. Yo soy de parecer que antes del diluvio universal de
Noé no había estas cuatro estaciones del año, que en lo presente son
nuestra turbación y nuestra ruina; sino que nuestro globo gozaba
siempre de un perpetuo equinoccio. En esta hipótesis, que no pienso
ni puedo probar hasta la evidencia, porque esto es sobre mis fuerzas y
sobre mi propósito actual; en esta hipótesis, digo, todo me es fácil, y
me parece que lo entiendo todo, así las observaciones de los naturalis-
tas, como todo lo que leo en las santas Escrituras.
[70] En esta hipótesis, lo primero: todos los climas, y aun todos los
círculos paralelos al ecuador, aunque diversos entre sí, debía cada uno
ser siempre uniforme consigo mismo, lo mismo en el mes de marzo
que en el de junio; y lo mismo en éste que en septiembre y en diciem-
bre. Lo segundo: la atmósfera de la tierra, siendo en todas partes uni-
forme, debía en todas partes estar quieta, no cierto con aquella quie-
tud que tiene el nombre de inercia o de inmovilidad, como está quieto
un peñasco o un monte en el lugar que Dios le ha señalado, sino con
aquella especie de quietud natural y respectiva que compete a un flui-
do, cuando no es agitado violentamente por alguna causa externa que
le obligue a perder su paz, su quietud, o lo que es lo mismo, su equili-
brio; el cual equilibrio no impide, antes fomenta en todos los fluidos
un movimiento interno, suave, pacífico y benéfico de todas sus partes.
Lo tercero: en aquellos tiempos no había ni podía haber huracanes o
vientos violentísimos; no había ni podía haber naturalmente nubes ho-
rribles, densas, oscuras por el concurso y mezcla de diversos vapores y

1 Rom. 14, 5.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 741

exhalaciones de toda especie; no había frotamiento violento de unas


con otras por la contrariedad de los vientos; no se encendía con este
frotamiento el fuego eléctrico; por consiguiente, no había aquellas llu-
vias gruesas y violentas, ni aquellas tempestades, ni aquellos truenos,
ni aquellos rayos que ahora nos causan tanto pavor, y no sólo pavor,
sino daños y ruinas reales y verdaderas, así en los habitadores de la
tierra, como en todas las obras de sus manos.
[71] De aquí resulta, y debía resultar naturalmente, sin milagro al-
guno, que las constipaciones, las pestilencias, las enfermedades de to-
da especie, que ahora son sin número, eran entonces o pocas o ningu-
nas; y que los hombres, y aun las bestias, vivían naturalmente diez o
doce veces más de lo que ahora viven, muriendo de pura vejez, des-
pués de haber vivido sanos y robustos, unos 700, otros 800, y algunos
mas de 900 años, como consta de la historia sagrada, esto es, de la
única historia auténtica que tenemos de aquellos tiempos.
PÁRRAFO 2
[72] Volvamos ahora dos pasos atrás. San Pedro, en el lugar citado,
dice expresamente que aquel antiguo mundo antediluviano pereció
anegado en agua, y que éste presente, que le sucedió o entró en su lu-
gar, perecerá (del mismo modo y en el mismo sentido) por el fuego.
Los cielos que son ahora, y la tierra, por la misma palabra se guar-
dan, reservados para el fuego. De aquí se sigue legítimamente, lo pri-
mero: que del mismo modo, y en el mismo sentido verdadero, en que
aquel antiguo mundo pereció por el agua, éste presente perecerá por el
fuego. Se sigue legítimamente, lo segundo: que así como aquel antiguo
mundo no pereció en lo sustancial, sino solamente en lo accidental, es-
to es, se deformó horriblemente, mudándose de bien en mal, y apare-
ciendo después del diluvio como otro mundo nuevo diversísimo del
antiguo, o como aparece un hombre después de una larga enfermedad;
así este mundo que ahora es, tampoco perecerá en lo sustancial por el
fuego, sino que se mudará solamente de mal en bien, recobrando por
este medio su antigua sanidad, y volviendo a aparecer, tal vez con
grandes mejoras, con toda aquella hermosura y perfección con que sa-
lió al principio de las manos de su Criador. Esta última consecuencia
os parecerá a primera vista poco buena, y aun positivamente ilegítima
y mala; mas si queréis hallarla buena y óptima, considerad las pala-
bras que se siguen inmediatamente en el mismo texto de San Pedro:
Esperamos según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los
que mora la justicia.
[73] Conque los nuevos cielos y nueva tierra, o el mundo nuevo
que esperamos después del presente, debe ser sin comparación mejor
que el presente, y esto no solamente en lo moral, sino también en lo fí-
742 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sico y material. En lo moral, porque en él habitará la justicia 1 (las cua-


les palabras generales no se pueden decir con verdad ni del mundo
presente, ni mucho menos del antiguo); también en lo físico y mate-
rial, porque el mundo nuevo que esperamos, lo esperamos según las
promesas de Dios; y estas promesas, que sólo constan del capítulo 65
da Isaías, hablan expresa y claramente de una bondad moral, y tam-
bién física y material.
[74] Esta gran mudanza que esperamos de nuestro mundo presen-
te de mal en bien, me parece a mí, según mi sistema, que debe comen-
zar por donde comenzó en tiempo de Noé, de bien en mal; quiero de-
cir, por la restitución del eje de la tierra a aquel mismo sitio donde es-
taba antes del diluvio, o lo que es lo mismo, por la unión de la eclíptica
con el ecuador; sin la cual unión o identidad, así como no puede haber
un perpetuo equinoccio, así no pueden faltar las cuatro estaciones del
año; las cuales estaciones son enemigas perpetuas e implacables de la
salud del hombre. Por consiguiente, no se concibe alguna felicidad na-
tural, grande, extraordinaria, y digna de una nueva tierra, y nuevos
cielos. No se halla cómo puedan entonces volver naturalmente, sin un
continuo milagro, las vidas largas de los hombres, que se acabaron con
el diluvio; ni cómo puedan verificarse tantas otras cosas admirables y
magníficas que sobre esta felicidad natural, acompañada ya de la justi-
cia, se leen frecuentemente en los profetas de Dios. Al contrario: si el
perpetuo equinoccio vuelve a nuestra tierra, desterradas para siempre
las cuatro estaciones enemigas, todo queda llano y facilísimo de con-
cebirse y explicarse.
PÁRRAFO 3
[75] Lo primero que se comprende al punto, en esta hipótesis, son
los anuncios terribles que para el día grande del Señor se hallan a cada
paso en los Profetas, en los Salmos, en los Evangelios, en los escritos de
los Apóstoles y en el Apocalipsis. Todos estos anuncios concuerdan en-
tre sí, y concuerdan perfectamente con la hipótesis misma. Para ver con
los ojos esta concordancia, imaginemos por un momento que ahora en
nuestros días sucede esta inclinación del eje de la tierra, necesaria para
que la eclíptica y la equinoccial se unan entre sí y formen una misma lí-
nea individual; imaginemos también, pues somos dueños de nuestra
imaginación, que desde cierta altura competente y segura (sea la que
fuere) observamos con buenos telescopios todas las cosas particulares
que suceden aquí abajo, de resulta natural y forzosa de la unión de estas
dos líneas o círculos máximos, que ahora se cortan mutuamente, y pro-
ducen en este corte oblicuo las cuatro estaciones enemigas.

1 2 Ped. 3, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 743

[76] En este caso, que suponemos repentino y violento (no con su-
posición libre y arbitraria, sino fundada, como luego veremos), en este
caso, digo, deben seguirse naturalmente todas estas consecuencias
anunciadas en la Escritura de la verdad. Primera; que nuestra tierra o
nuestro globo, moviéndose de polo a polo, se mueva realmente de su
lugar, pues esto es lo que se lee en Isaías: Sobre esto turbaré el cielo, y
se moverá la tierra de su lugar, a causa de la indignación del Señor
de los ejércitos, y por el día de la ira de su furor 1. Y en el capítulo 24
dice: Conmovida sobremanera será la tierra, será agitada muy mu-
cho la tierra como un embriagado… y la agobiará su maldad 2.
[77] Segunda consecuencia: que moviéndose la tierra violentamen-
te de un polo a otro, piensen todos sus habitadores que los cielos o to-
dos los cuerpos celestes, sol, luna, planetas y estrellas, se muevan con la
misma violencia o ligereza, en sentido contrario. Esta apariencia o ilu-
sión es tan frecuente como natural: los que navegan con buen viento, a
vista de alguna tierra o peñasco, o nube fija o inmóvil, se figuran que su
navío o barco está quieto en un mismo lugar, y que los otros objetos que
tienen a la vista son los que se mueven hacia el rumbo diametralmente
opuesto; pues esto es lo que se lee en el texto de San Pedro tantas veces
citado: Vendrá, pues, como ladrón el día del Señor, en el cual pasarán
los cielos con grande ímpetu 3. Esto es lo que se lee en el Apocalipsis: El
cielo se recogió como un libro que se arrolla 4.
[78] Tercera consecuencia: que moviéndose la tierra violentamen-
te de un polo a otro, se turbe y oscurezca horriblemente toda nuestra
atmósfera, y que esta turbación y mezcla de tantas partículas hetero-
géneas que nadan en ella, nos impida por entonces el aspecto libre de
los cuerpos celestes; no como lo hacen ahora las nubes, las cuales,
aunque sean densísimas, siempre dejan pasar muchos rayos de luz, su-
ficientes para distinguir el día de la noche; sino de otro modo insólito e
infinitamente más horrible, que sin ocultarnos del todo estos cuerpos
celestes, nos los hagan aparecer, ya negros, ya pálidos, ya sanguíneos;
produciendo en nuestra superficie otra especie de oscuridad muy se-
mejante a las tinieblas de Egipto, de quienes se dice en el libro de la
Sabiduría: Ni las llamas puras de las estrellas podían alumbrar aque-
lla noche horrorosa 5; pues esto es lo que se anuncia en Isaías: Vestiré
los cielos de tinieblas, y les pondré un saco por cubierta 6. Esto es lo
que se anuncia en Zacarías: Habrá un día conocido del Señor, que no

1 Is. 13, 13.


2 Is. 24, 19-20.
3 2 Ped. 3, 10.
4 Apoc. 6, 14.
5 Sab. 17, 5.
6 Is. 50, 3.
744 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

será ni día ni noche, mas al tiempo de la tarde habrá luz 1. Esto es lo


que se anuncia en el Evangelio: Habrá señales en el sol, y en la luna, y
en las estrellas; y en la tierra consternación de las gentes 2. Esto es lo
que se anuncia en el Apocalipsis: He aquí que fue hecho un grande te-
rremoto, y se tornó el sol negro como un saco de cilicio, y la luna fue
hecha toda como sangre 3.
[79] Cuarta consecuencia: que moviéndose la tierra violentamente
de un polo a otro, todas cuantas cosas se hallan en su superficie, pier-
dan su equilibrio; el cual perdido, todas caigan unas sobre otras confu-
sa e irremediablemente, así como sucedió en los días de Noé; pues esto
es lo que se anuncia en Isaías: En el día de la mortandad de muchos,
cuando cayeren las torres 4. Esto es lo que se anuncia en el Apocalip-
sis: Cayeron las ciudades de las gentes… Y toda isla huyó, y los mon-
tes no fueron hallados 5.
[80] Quinta consecuencia: que muriéndose la tierra de un polo a
otro, pierdan también su equilibrio, por la misma causa general, las
aguas del mar; el cual perdido, se alboroten, se conturben, se derramen
sobre muchos lugares de lo que ahora es árida, y espanten con sus bra-
midos horribles aun a los que se hallan distantes de las playas; pues es-
to es lo que se anuncia expresamente en el Evangelio: Y en la tierra
consternación de las gentes por la confusión que causará el ruido del
mar y de sus ondas; quedando los hombres yertos por el temor y rece-
lo de las cosas que sobrevendrán a todo el universo 6. No hay que te-
mer por esto que suceda en nuestra tierra otro diluvio de agua como el
de Noé. Para éste, como ya dijimos, no bastó que se rompiesen las fuen-
tes del grande abismo, o que las aguas del mar se derramasen sobre la
árida; fue necesaria demás de esto una lluvia continua de cuarenta días
y cuarenta noches; fue necesario que se abriesen las cataratas del cielo,
y que las aguas superiores bajasen por orden del Omnipotente, y ayu-
dasen a las inferiores a cubrir enteramente la tierra; lo cual no sucederá
otra vez, según la promesa expresa y clara del mismo Dios.
[81] Sexta consecuencia: que moviéndose la tierra violentamente
de un polo a otro, no solamente se conturbe toda la atmósfera, se en-
turbie, se oscurezca por la multitud de vapores y exhalaciones de toda
especie, como vimos en la tercera consecuencia; sino que mezclándose
estas entre sí, y chocando violenta y confusamente las unas con las
otras, exciten con este frotamiento el fuego eléctrico, y produzcan por
consiguiente una prodigiosa multitud de rayos, los cuales consuman y

1 Zac. 14, 7.
2 Lc. 21, 25.
3 Apoc. 6, 12.
4 Is. 30, 25.
5 Apoc. 16, 19-20.
6 Lc. 21, 25-26.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 745

conviertan en ceniza la mayor y máxima parte de los hombres, y de las


obras de sus manos; pues esto es lo que se anuncia frecuentísimamente
en las Escrituras. Esto es lo que se lee en el salmo 17: Tronó desde el cie-
lo el Señor, y el Altísimo dio su voz: pedrisco y carbones de fuego. Y
envió sus saetas, y los desbarató; multiplicó relámpagos, y los ate-
rró 1. Esto en lo que se lee en el salmo 96: Fuego irá delante de él, y
abrasará alrededor a sus enemigos. Alumbrarán sus relámpagos la
redondez de la tierra; violes la tierra, y fue conmovida 2. Esto es lo que
se lee en el Evangelio, cuando se dice: Las estrellas caerán del cielo 3;
las cuales palabras, según yo pienso con otros muchísimos, no pueden
tener otro verdadero sentido. En fin, esto mismo es lo que se lee en el
Apocalipsis: Las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la hi-
guera deja caer sus higos, cuando es movida de grande viento 4; y por
temor de estas estrellas metafóricas, prosigue San Juan, se esconderán
los hombres, aun los más animosos, en los subterráneos, en las cuevas,
en las aberturas de los más grandes peñascos, a quienes dirán: Caed
sobre nosotros, y escondednos de la presencia del que está sentado so-
bre el trono, y de la ira del Cordero; porque llegado es el grande día de
la ira de ellos, ¿y quién podrá sostenerse en pie? 5.
[82] Este fuego, que anuncian tantas veces las Escrituras para el
día grande y horrible de la venida del Señor, no puede ser, según las
mismas Escrituras, un fuego universal, que inunde todo nuestro globo,
como lo inundaron las aguas del tiempo de Noé; ni que lo consuma y
reduzca a humo y ceniza, como tantos han imaginado. Esta idea poco
justa, y aun conocidamente falsa, no estriba sobre otro fundamento
que sobre el texto del apóstol San Pedro, poco bien examinado. Algu-
nos autores, y no pocos, no se avergüenzan de citar para esto tres o
cuatro versos de las falsas Sibilas; como si éstas fuesen dignas de algu-
na estimación entre los Cristianos. El texto de San Pedro, oscuro o po-
co claro en esta parte, debe explicarse (según todas las reglas de la
buena crítica, pía y religiosa) por centenares de textos claros y perspi-
cuos de la Escritura santa; no centenares de textos claros y perspicuos
por un texto único, oscuro y poco claro. El mismo San Pedro, en la
misma epístola, hablando de la transfiguración de Cristo, de que él
mismo fue testigo, y de la voz del Padre que allí oyó, etc., dice estas pa-
labras llenas de sinceridad y de verdad: Y nosotros oímos esta voz en-
viada del cielo, estando con él en el Monte santo. Y aun tenemos más
firme la palabra de los Profetas, a la cual hacéis bien de atender, co-
mo a una antorcha que luce en un lugar tenebroso. Entendiendo pri-

1 Sal. 17, 14-15.


2 Sal. 96, 3.
3 Mt. 24, 29.
4 Apoc. 6, 13.
5 Apoc. 6, 16-17.
746 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mero esto, que ninguna profecía de la Escritura se hace por interpre-


tación propia. Porque en ningún tiempo fue dada la profecía por vo-
luntad de hombre; mas los hombres santos de Dios hablaron siendo
inspirados del Espíritu Santo 1.
[83] ¿Cómo puede ser un fuego universal, que abrase y consuma
indiferentemente todas las cosas de nuestro globo y al globo mismo,
cuando dice la Escritura: Irán derechamente los tiros de los rayos… y
resurtirán a lugar cierto? 2. ¿Cómo puede ser un fuego universal, que
consuma indiferentemente todas las cosas de nuestro globo, y al globo
mismo, cuando dice la Escritura que quedarán vivos e indemnes algu-
nos individuos del linaje humano, como si algunas pocas aceitunas
que quedaron, se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después
de acabada la vendimia? 3. Este punto lo he tratado en otras partes;
véase la adición que está al fin de la primera parte, a donde me remito,
y también al fenómeno 10, párrafo 8.
[84] En suma, el día del Señor, según todas las Escrituras, es úni-
camente contra sus enemigos declarados, que en aquellos tiempos de
que hablamos serán los más o casi todos, como queda notado en todo
el fenómeno del Anticristo. Esta idea se halla constante y uniforme en
todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento; y cualquiera que
las leyere con este cuidado, lo podrá fácilmente reparar. Ved aquí tres
o cuatro lugares de éstos, como por muestra de otros muchísimos del
todo semejantes que pudieran citarse.
[85] En Isaías se dice: He aquí que vendrá el día del Señor, cruel y
lleno de indignación y de ira y de furor, para poner la tierra en sole-
dad, y para destrizar de ella a los pecadores… Y visitaré sobre los
males del mundo, y contra los impíos la iniquidad de ellos, y haré ce-
sar la soberbia de los infieles, y abatiré la arrogancia de los fuertes 4.
[86] En Jeremías se lee: He aquí que el torbellino del Señor, el fu-
ror impetuoso, la tempestad deshecha, en la cabeza de los impíos re-
posará… En lo último de los días entenderéis estas cosas 5.
[87] En Malaquías se dice: Porque he aquí vendrá un día encendi-
do como horno; y todos los soberbios, y todos los que hacen impiedad
serán como estopa; y los abrasará el día que debe venir, dice el Señor
de los ejércitos, sin dejar de ellos ni raíz ni renuevo 6.
[88] Por abreviar, en el libro de la Sabiduría se dice: Su celo toma-
rá la armadura, y armará a las criaturas para la venganza de los

1 2 Ped. 1, 18-21.
2 Sab. 5, 22.
3 Is. 24, 13.
4 Is. 13, 9 y 11.
5 Jer. 30, 23-24.
6 Mal. 4, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 747

enemigos… Y aguzará su inexorable ira como a lanza, y peleará con


él todo el universo contra los insensatos. Irán derechamente los tiros
de los rayos, y como de un arco bien entesado de las nubes serán
arrojados, y resurtirán a lugar cierto. Y la ira que apedrea lanzará
espeso granizo, se embravecerá contra ellos el agua del mar, y los
ríos correrán juntos con furia. El espíritu de virtud se levantará con-
tra ellos, y como torbellino de viento los esparcirá; y su iniquidad re-
ducirá a yermo toda la tierra, y la malicia trastornará las sillas de
los poderosos 1.
PÁRRAFO 4
[89] Terminado finalmente este gran día, el cual no sabemos cuán-
to tiempo durará; pasada la horrible tempestad; exterminados en ella
todos los impíos y pecadores, sin dejar de ellos ni raíz ni renuevo;
unidas perfectamente en una misma individual línea la eclíptica y el
ecuador; sosegada toda la atmósfera, aclarado el aire, quieto el mar, y
congregadas todas sus aguas en el lugar que les fuere entonces señala-
do; debe luego necesariamente aparecer otra nueva tierra, otro nuevo
cielo, otro nuevo orbe terráqueo, diversísimo en todo de lo que es al
presente, así como este presente apareció diversísimo en todo después
de pasado el diluvio de Noé, en el cual quedó anegado y pereció el orbe
primitivo 2; debe aparecer otro orbe nuevo, otra atmósfera nueva,
otros nuevos climas, y también otro nuevo aspecto aun en el cielo sidé-
reo; y todo tan bueno, a lo menos, como lo fue en su estado primitivo.
Digo a lo menos, porque me parece, no sólo posible, sino sumamente
verosímil, que por respeto y honor de una persona de infinita santi-
dad, cual es un Hombre Dios, por quien y para quien, como dice San
Pablo, fueron criadas todas las cosas 3, se renueve y se mejore todo en
nuestro orbe, dándosele a éste en lo natural (así como se le ha de dar
en lo moral) un nuevo y sublime grado de perfección: Pero esperamos
según sus promesas cielos nuevos y tierra nueva, en los que mora la
justicia… Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que yo ha-
go nuevas todas las cosas 4. Con todo lo cual concuerda el Apóstol,
cuando dice: Según su beneplácito, que había propuesto en sí mismo,
para restaurar en Cristo todas las cosas en la dispensación del cum-
plimiento de los tiempos 5.
[90] Y veis aquí concluido el siglo presente, y llegado a su fin el día
de los hombres. Veis aquí la consumación y fin del siglo, de que se ha-

1 Sab. 5, 18 y 21-24.
2 2 Ped. 3, 6.
3 Heb. 2, 10.
4 2 Ped. 3, 13; Apoc. 21, 5.
5 Ef. 1, 9-10.
748 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

bla tanto en las Escrituras, especialmente en los Evangelios. Veis aquí


amanecido el día claro del Señor, y el principio del siglo venturo, del
cual se habla mucho más, y con igual o mayor claridad. Aquí empieza
ya a manifestarse en nuestra tierra aquel reino de Dios, que tantas ve-
ces pedimos que venga 1. Aquí empieza la revelación o manifestación
de Jesucristo, y el día de su virtud en los resplandores de los santos 2.
Aquí empieza la revelación de los hijos de Dios, que no son otros sino
los santos, que vienen con Cristo resucitados, o los correinantes, sobre
cuyo gran misterio se puede consultar al apóstol San Pablo (y sería
bien consultarlo luego) en todo el capítulo 8 de la epístola a los Roma-
nos. Aquí empiezan los mil años de San Juan, en cuyo principio debe
suceder, en primer lugar, la prisión del diablo, con todas las circuns-
tancias que se leen expresas en todo el capítulo 20 del Apocalipsis.
Aquí, abierto ya el Testamento nuevo y eterno del Padre, en que cons-
tituye al Hijo, en cuanto Hombre, heredero de todo 3; evacuado todo
principado, potestad y virtud, y sujetas a este Hombre Dios todas la
cosas, empieza a reinar verdaderamente o a ejercitar su virtud, su jui-
cio y su potestad absoluta, mas llena de sabiduría, de bondad y equi-
dad: El principado ha sido puesto sobre su hombro; y será llamado
su nombre, Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre del siglo veni-
dero, Príncipe de paz 4. Aquí empieza a manifestarse más de cerca el
misterio grande e incomprensible de haberse hecho Hombre el mismo
Verbo de Dios, el mismo Unigénito de Dios, el mismo Dios. Aquí, en
suma, se empieza a ver y conocer con mayor claridad el fin y término a
donde se enderezaba la visión y la profecía 5.
[91] Lleno de estas ideas (y sin darles tiempo a que se evaporen del
todo, y se confundan con otras), andad ahora a leer la Biblia sagrada;
leed principalmente lo que se halla de profecía, esto es, los Salmos y
los Profetas; y me atrevo a asegurar que todo lo entenderéis seguida-
mente sin especial dificultad, a lo menos el asunto general. Leed el
salmo 92, en el que se dice: El Señor reinó, vistióse de hermosura 6, y
lo leeréis ya con inteligencia y con gusto; lo mismo digo del salmo 71.
A mí no me es posible hablar de todo, mas a vos será facilísimo leerlo
todo, y examinarlo todo a vuestra satisfacción. Por este medio me pro-
meto conseguir lo que no puedo esperar por solas mis palabras o refle-
xiones. Para esta lección y examen de que hablo, no es menester gran
ingenio, ni una grande erudición, ni una gran noticia de la lengua he-
brea. Todas estas cosas son buenas, y pueden ser utilísimas si se busca

1 Mt. 6, 10.
2 Sal. 109, 3.
3 Heb. 1, 2.
4 Is. 9, 6.
5 Dan. 9, 24.
6 Sal. 92, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 5 749

sinceramente la verdad, y si esta verdad (sea dulce o amarga) se recibe


y abraza después de conocida: Porque la palabra de Dios es viva y efi-
caz, y más penetrante que toda espada de dos filos…, y que discierne
los pensamientos e intenciones del corazón 1.
[92] Como esta nueva tierra y nuevos cielos, a que ya hemos llega-
do, y en que ya nos hallamos en espíritu, comprende también nuevos
sucesos, o nuevos misterios proporcionados a un siglo del todo nuevo,
no nos es posible considerarlos todos en un mismo lugar. Los Profetas
mismos, inspirados por el Espíritu Santo, no lo hicieron así. Debere-
mos, pues, considerar separadamente, si no todos estos misterios, a lo
menos algunos de los principales, de donde se pueden inferir legíti-
mamente otros infinitos.
ADICIÓN
[93] Aunque dije al principio del párrafo 4 que es incierto cuánto
tiempo durará el día grande y horrible de la venida del Señor, o lo que
es lo mismo, la conmoción, conturbación y agitación de nuestro globo,
palabras todas de que usa Isaías, capítulo 24; mas habiendo ahora leí-
do con mayor reflexión el capítulo 12 del profeta Daniel, me parece
cierto que no puede durar menos que el espacio de 45 días naturales.
Cualquiera que lee este capítulo conoce al punto, sin poder dudarlo,
que todo es una profecía enderezada a los últimos tiempos bien inme-
diatos a la venida del Señor, pues en él se anuncian únicamente estos
dos puntos capitales. Primero: la vocación y conversión de los Judíos.
Segundo: la tentación y tribulación anticristiana entre las Gentes. De
ésta dice el profeta, o el ángel que habla con él, que durará en toda su
fuerza 1290 días, que hacen 43 meses: Y desde el tiempo en que fuere
quitado el sacrificio perpetuo, y fuere puesta la abominación para
desolación, serán mil doscientos y noventa días 2; los cuales días con-
cluidos (sin duda en el principio del día del Señor), añade estas pala-
bras, que siempre se han mirado como un enigma indisoluble: Biena-
venturado el que espera, y llega hasta mil trescientos y treinta y cin-
co días 3. El residuo entre estos dos números es puntualmente 45.
[94] Se pregunta ahora: estos cuarenta y cinco residuos, ¿qué uso
tienen, en qué se emplean, qué se hace de ellos? ¿No lo veis, amigo, con
vuestros ojos? Concluidos con la venida del Señor los tiempos de la
tribulación anticristiana, concluido con ella el día de los hombres, des-
truido con el resplandor de su venida 4 el hombre de pecado con todo
su misterio de iniquidad, etc., será dichoso el que esperare o permane-

1 Heb. 4, 12.
2 Dan. 12, 11.
3 Dan. 12, 12.
4 2 Tes. 2, 8.
750 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ciese vivo cuarenta y cinco días más. ¿Por qué dichoso? Porque será
uno de los pocos a quienes no tocará la espada de dos filos, que trae en
su boca el Rey de los reyes; porque será uno de los pocos racimos que
restarán intactos en la gran viña, después de acabada la vendimia;
porque será uno de los que no se habrán hallado dignos de la ira del
Dios omnipotente, ni de la ira del Cordero; porque será uno de los po-
cos que, habiendo visto esta tierra y cielos presentes, merecerán ver
también el cielo nuevo y nueva tierra, que esperamos según sus pro-
mesas, etc. Esta me parece a mí la verdadera inteligencia y solución de
este enigma. Convido a todos los inteligentes a que lo examinen con
mayor atención, considerando, como debe ser, todo su contexto desde
el principio hasta el fin del capítulo.
[95] En este examen es muy natural que cualquiera repare en otra
especie de enigma, que aunque accidental al punto presente, podrá
causar algún embarazo, es a saber, que el profeta Daniel hace durar la
tribulación anticristiana 1290 días o 43 meses, cuando San Juan en su
Apocalipsis, capítulo 13, sólo le da de duración 1260 días, esto es, 30
días menos. Esta dificultad me tuvo en otros tiempos no poco embara-
zado, hasta que me acordé de aquellas palabras de Cristo: Y si no fue-
sen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva; mas por los
escogidos, aquellos días serán abreviados 1. Como San Juan escribió
después de esta profecía y promesa de Cristo, pone ya abreviado el
tiempo de esta gran tribulación, y así quita treinta días al tiempo que
debía durar, según la profecía de Daniel. En una pestilencia o incendio
tan grande y tan universal, ¿os parece pequeña misericordia apagar el
fuego treinta días antes de lo que debía durar, para que no perezca to-
da carne?

1 Mt. 24, 22.


Capítulo 6
La ciudad santa y nueva de Jerusalén,
que baja del cielo,
del capítulo 21 del Apocalipsis

PÁRRAFO 1
[96] Habiendo perecido en la venida del Señor la tierra y cielo que
son ahora, o del modo que acabamos de explicar, o de algún otro modo
que se hallare mejor y más conforme a las Escrituras; habiendo entrado
en su lugar, según sus promesas, otra nueva tierra y nuevos cielos, otro
globo terráqueo del todo nuevo; lo primero que se presenta a nuestra
consideración es el Rey mismo que acaba de llegar a nuestra tierra de
una distante, después de haber recibido el reino; que acaba de llegar
por algunos días, según las Escrituras, en la gloria de su Padre con sus
ángeles 1; que acaba de llegar entre millares de sus santos 2, entre los
resplandores de los santos 3, contra los ancianos de su pueblo, y con-
tra sus príncipes 4, a ser glorificado en sus santos 5. Todo lo cual, como
declaró el mismo Señor, se entiende de aquellos solos santos que serán
juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos 6;
los cuales todos deben componer la corte, o el reino activo, del grande y
sumo Rey, que como tal tiene en su vestidura y en su muslo escrito:
Rey de reyes, y Señor de señores 7. Esta corte del Hijo natural de Dios,
del Hijo del Hombre, del Hijo de la Virgen, del Hijo de David, del Hijo
de Abraham, o del Hombre Dios, que según las Escrituras del Nuevo y
Antiguo Testamento, debe bajar algún día con el Rey mismo del cielo a
nuestra tierra, para que habite la gloria en ella 8, es lo que llama el
apóstol San Juan la ciudad santa y nueva de Jerusalén que baja del
cielo, o con otro nombre, la esposa que tiene al Cordero por esposo 9.
[97] Es verdad que este gran suceso lo pone el amado discípulo en
el capítulo 21 luego inmediatamente después que acaba de hablar en el

1 Mt. 26, 27.


2 Judas 14.
3 Sal. 109, 3.
4 Is. 3, 14.
5 2 Tes. 1, 10.
6 Lc. 20, 35.
7 Apoc. 19, 16.
8 Sal. 84, 10.
9 Apoc. 21, 9.
752 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

capítulo 20 de la resurrección y juicio universal. Esta circunstancia ac-


cidental, que a primera vista parece favorable al sistema vulgar, es evi-
dentemente la que ha ocasionado el grande equívoco de que luego ha-
blaremos. Mas ¿qué importa contra el asunto general y sustancial, cla-
ro y palpable, una circunstancia puramente accidental? San Juan ob-
serva y sigue en este mismo lugar el mismo orden y método que ha ob-
servado constantemente en su profecía, es a saber, cuando dos, o tres,
o más misterios concurren en un mismo tiempo, los divide o separa el
uno del otro; habla del uno como si no hubiese otro, y éste lo lleva has-
ta su fin. Concluido éste, vuelve cuatro pasos atrás, y tomando el otro,
lo lleva del mismo modo hasta su fin; y así de los demás. Y ¿qué buen
historiador no observa este mismo orden? Este orden y método del
Apocalipsis, desde el principio hasta el fin, es facilísimo y sería conve-
nientísimo; observadlo bien; sin cuya observación y conocimiento no
concibo cómo pueda entenderse bien este libro divino, que comprende
en tan poco volumen tantos y tan grandes misterios, pertenecientes to-
dos, a lo menos desde el capítulo 4, a la revelación de Jesucristo, o lo
que es lo mismo, a su segunda venida en gloria y majestad.
[98] No esperéis, amigo Cristófilo, que yo os diga aquí cosas gran-
des y extraordinarias, nuevas y nunca oídas, sobre la gloria eterna de
esta nueva corte, o de esta santa y nueva Jerusalén, que debe bajar del
cielo algún día a nuestra tierra; ni tampoco sobre lo que pertenece a lo
exterior de ella. Todas estas cosas son infinitamente mayores que yo;
no cierto contra mi razón, a quien no ofenden ni chocan de modo al-
guno, sino superiores a mi razón escasa y limitada, y muy ajenas y leja-
nas de toda la esfera de su actividad. De todas ellas habla San Pablo
cuando dice, citando el capítulo 64 de Isaías: Antes como está escrito:
Que ojo no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre subió, lo que
preparó Dios para aquellos que le aman 1. Así, no pienso detenerme
en estas cosas que no entiendo, ni pertenecen a mi asunto principal.
[99] Convengo de buena fe, con todos los intérpretes del Apocalip-
sis, en que este capítulo 21 está lleno de metáforas o semejanzas, así
como lo está todo el libro divino y admirable del mismo Apocalipsis;
mas estas metáforas o semejanzas, digo yo, ¿significan algo, o nada?
¿Significan alguna cosa particular y determinada, real y verdadera; o
son vacías absolutamente de toda significación determinada y particu-
lar? Esta cosa particular y determinada, significada necesariamente
por estas semejanzas, ¿qué cosa es? ¿Es acaso puramente alegórica y
espiritual, y está al antojo de todos los ingenios; o es también material
o corporal, visible y palpable? ¿Esta cosa determinada, visible o no vi-
sible (sea por ahora la que fuere) ha bajado ya del cielo a la tierra? Si

1 1 Cor. 2, 9.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 6 753

no ha bajado hasta ahora, como parece evidente, ¿bajará real y verda-


deramente algún día? ¿Estará con los hombres vivos y viadores toda-
vía, y habitará con ellos en nuestra tierra? Después que baje, ¿andarán
todas las gentes que hayan quedado en todo nuestro orbe, no ya en ti-
nieblas sino a la luz o claridad (o lo que es lo mismo, al gobierno y di-
rección) de esta misma ciudad? Los reyes, o príncipes, o cabezas de to-
das tribus y naciones que hayan quedado por toda la tierra, ¿llevarán
o enviarán toda su gloria y honor a esta misma ciudad, que ha bajado
del cielo a nuestra tierra?
[100] Pues, amigo, todo esto se dice y afirma, clara y expresamen-
te, en este lugar del Apocalipsis; todo esto se dice y afirma en otros mu-
chísimos lugares de los Profetas y Salmos, de esta misma ciudad san-
ta y nueva de Jerusalén, que descendió del cielo de mi Dios 1; a quien
sin duda se enderezan aquellas palabras del salmo 86: Cosas glorio-
sas se han dicho de ti, Ciudad de Dios 2: y aquellas otras con que
concluye el mismo salmo: Ciertamente todos los que moran en ti, vi-
ven en alegría 3.
PÁRRAFO 2
[101] Los intérpretes del Apocalipsis, siguiendo su sistema gene-
ral, han trabajado infinito en el empeño grande e imposible, por su
enorme grandeza, de acomodar todas estas cosas a su sistema, o a lo
menos de explicarlas de modo que no perjudiquen al mismo sistema;
en acomodarlas, digo, y explicarlas de aquel mismo modo (de que tan-
to hemos hablado en otras partes) con que tiran a acomodar y explicar
otras innumerables profecías; es a saber: parte, a la Iglesia triunfante
o a aquella Jerusalén que está arriba 4, según la expresión del Após-
tol; y parte, a la militante; fuera de aquella otra parte que se omite y
desprecia, porque no es posible hacerla servir ni a la una ni a la otra.
[102] Dicen en general que la ciudad santa de que vamos hablando
no es otra cosa que la patria celestial, o la gloria y felicidad eterna de
los santos. Esta proposición general me parece justísima; ni yo puedo
ni pienso repugnarla, mientras no sale de los límites de pura y mera
generalidad; pues yo también siento y digo lo mismo. Con todo eso, si
la proposición no se explica más, queda necesariamente confusa y os-
curísima. La profecía habla clara y expresamente de una ciudad, que
después de edificada de piedras vivas y escogidas, en el cielo o en los
cielos, o en los cielos de los cielos (palabras todas y expresiones gene-
rales, que significan una misma cosa general, muy fuera y lejana de

1 Apoc. 3, 12.
2 Sal. 86, 3.
3 Sal. 86, 7.
4 Gal. 4, 26.
754 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nuestro globo, como explicaremos, en su propio lugar), debe bajar al


mismo globo nuestro, y asentarse en él, firmarse y establecerse sóli-
damente: y esto con regocijo de toda la tierra 1. Este es el punto capi-
tal que, en cualquier sistema que sea, se debe examinar y explicar en
primer lugar.
[103] Sobre este punto capital (fuera del cual, aunque se trabaje
mucho, nada se hace) confieso ingenuamente que hallo casi nada en
todos cuantos intérpretes he leído del Apocalipsis. Algunos dicen o su-
ponen, sin explicarse más, que dicha ciudad, esto es, la patria celestial
y la gloria de los santos, se le mostró a San Juan como en acto de ba-
jar del cielo, para que la viese mejor, y pudiese descubrir su grandeza,
su longitud y latitud, su estructura, su felicidad y gloria, etc. Bien: ésta
es una verdad que ninguno disputa; mas ¿no hay aquí otro misterio
que éste? ¿La ciudad se le mostró a San Juan como en acto de bajar
del cielo solamente, para que la viese a su satisfacción? ¿No bajará al-
gún día, real y verdaderamente, del cielo a nuestra tierra? ¡Oh, qué pre-
gunta tan imprudente! Movidos tal vez del temor de esta imprudentí-
sima pregunta, responden otros confesando y afirmando sin dificultad
que la ciudad bajará real y verdaderamente del cielo a la tierra. Mas
¿cuándo y cómo? ¿No lo sabéis, amigo? ¿No lo habéis oído y leído tan-
tas veces? Bajará, dicen, la ciudad del cielo a nuestra tierra el día del
juicio universal, y por pocas horas. Quieren decir: que el día del juicio y
resurrección universal, todas las almas de los justos vendrán con Cris-
to a nuestra tierra, y tomando sus propios cuerpos, formarán en el ai-
re, encima del pequeño y al mismo tiempo grandísimo valle de Josafat,
una especie de ciudad a manera de anfiteatro; el cual anfiteatro, a ma-
nera de ciudad, se volverá al cielo el mismo día, antes de anochecer.
[104] ¿No es esta, amigo mío, la idea general y casi universalmen-
te recibida? Mas esta idea general, ¿no es evidentemente falsa? ¿No es
inacordable con la profecía misma que actualmente observamos, con
todo su contexto y son todas sus expresiones y palabras? Veis aquí al-
gunos pocos ejemplares, por los cuales os será fácil advertir y observar
muchísimos otros.
Primero
[105] Dice San Juan que la ciudad santa y nueva de Jerusalén, de
que habla en todo el capítulo 21, la vio bajar a nuestra tierra del cielo
de Dios, en el mismo tiempo en que vio una nueva tierra y un nuevo
cielo: Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Porque el primer cielo y
la primera tierra se fueron, y la mar ya no es. Y yo, Juan, vi la ciu-
dad santa, la Jerusalén nueva, que de parte de Dios descendía del cie-

1 Sal. 47, 3.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 6 755

lo 1. Según esto, es claro y palpable que, llegando el tiempo feliz en que


se cumplan las promesas de Dios, de una nueva tierra y nuevo cielo (lo
cual esperamos según sus promesas 2), se deberá ver en nuestra tie-
rra, lo primero de todo, la corte del nuevo Rey, o la ciudad santa y nue-
va de Jerusalén, que baja del cielo a nuestra tierra, En este supuesto,
volved a leer, caro Cristófilo, nuestro capítulo 4. En él hallaréis, sin
poder racionalmente negarlo, que las promesas de Dios, de nueva tie-
rra y nuevo cielo, no son ni pueden ser para el día de la resurrección y
juicio universal. ¿Por qué? Porque estas promesas, que constan sola-
mente del capítulo 65 de Isaías, versículo 17, hablan para este mismo
tiempo de generación y corrupción, de vida y muerte, de justicia y pe-
cado, de vidas largas y cortas (y las más cortas de 100 años), de edifi-
cación de casas, de plantío, de árboles y viñas; de bueyes, de leones, de
serpientes, que vivirán amigablemente, comiendo en una misma mesa,
y sustentándose de unas mismas viandas, etc. Todo lo cual no tiene lu-
gar, ni puede tenerlo, en el día de la resurrección y juicio universal, ni
mucho menos después de este día último, como es claro y conocido
por sí mismo. De donde se infiere legítimamente que si la tierra nueva
y nuevo cielo no se anuncian en la Escritura santa para después de la
resurrección y juicio universal, tampoco puede anunciarse para esta úl-
tima época la ciudad santa y nueva de Jerusalén, que verificado el cielo
nuevo y tierra nueva, debe bajar al punto del cielo a nuestra tierra.
Segundo
[106] Y oí una grande voz del trono, que decía: Ved aquí el taber-
náculo de Dios con los hombres, y morará con ellos 3. Esta expresión,
morará con ellos, no suena ciertamente una visita de pocos momen-
tos, como la que suelen hacer los médicos, sino una demora, o un do-
micilio estable y permanente. ¿Quién ignora que habitar en una ciu-
dad no es pasar por ella, ni hospedarse en ella una noche o un día?
Tercero
[107] Y tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las
puertas doce Angeles, y los nombres escritos que son los nombres de
las doce tribus de los hijos de Israel. Por el Oriente tenía tres puertas,
etc. 4. ¿Qué quiere decir esto? En el juicio universal, o después del jui-
cio universal, ni aun siquiera allá en el último cielo, que llamáis empí-
reo, o lo que es lo mismo ígneo y lúcido (palabra que no se halla en la
Escritura divina, y que es tomada evidentemente de las doctas fábulas

1 Apoc. 21, 1-2.


2 2 Ped. 3, 13.
3 Apoc. 21, 3.
4 Apoc. 21, 12-13.
756 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de los antiguos Griegos). ¿Para qué es este muro alto? ¿Para qué son
estas doce puertas? ¿Para qué son estos doce Angeles uno a cada puer-
ta? ¿Para qué inscripto o esculpido en cada puerta el nombre de cada
una de las doce tribus de Israel? ¿Para qué vienen aquí nombrados el
Oriente y el Occidente, el Austro y el Aquilón? Aquí decís que no se
habla de juicio universal, ni tampoco del cielo empíreo, sino de la Igle-
sia cristiana, a la cual se pueden acomodar estas cosas, y se acomodan
bastante bien. Mas ¿cómo? ¿No acabáis de decir que la ciudad santa
de que habla la profecía, bajará del cielo a la tierra solamente el día del
juicio universal? Luego todavía no ha bajado. Si todavía no ha bajado,
¿a qué propósito se trae aquí la Iglesia cristiana? ¿No la tenemos ésta
en nuestra tierra dieciocho siglos ha? Yo sé y creo que muchos sucesos
ya pasados en los antiguos días fueron figuras o sombras de otros fu-
turos y mayores; mas ninguna cosa he podido hallar en las Escrituras
que, siendo futura o anunciada para otros tiempos remotísimos, sea
también figura y sombra de otra cosa pasada e inferior a ella.
Cuarto
[108] Y andarán las gentes en su lumbre, y los reyes de la tierra
llevarán a ella su gloria y honra 1. Estas palabras no solamente alu-
den, sino que son las mismas que leemos en Isaías, capítulo 60: Le-
vántate, esclarécete Jerusalén: porque ha venido tu lumbre, y la glo-
ria del Señor ha nacido sobre ti. Porque he aquí que las tinieblas cu-
brirán la tierra, y la oscuridad los pueblos; mas sobre ti nacerá el
Señor, y su gloria se verá en ti. Y andarán las gentes a tu lumbre, y
los reyes al resplandor de tu nacimiento 2. Lo mismo en sustancia se
dice en Jeremías: En aquel tiempo llamarán a Jerusalén trono del
Señor; y serán congregadas a ella todas las naciones en el nombre
del Señor en Jerusalén, y no andarán tras de la maldad de su cora-
zón pésimo 3. Lo mismo se lee en el salmo 71: Dominará de mar a
mar, y desde el río hasta los términos de la redondez de la tierra…
Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia
y de Sabá le traerán presentes; y le adorarán todos los reyes de la
tierra, todas las naciones le servirán 4. Lo mismo en Daniel, capítulo 7.
Lo mismo en Zacarías, capítulo 14; y generalmente hablando, la mis-
ma idea sustancial en todos los Profetas, y en la mitad de los salmos,
cuando menos. Decidme ahora, Cristófilo mío: en el juicio universal, o
después del juicio universal, allá en vuestro cielo empíreo, ¿podrán ve-
rificarse, o tener algún lugar todas estas cosas? Sé de cierto que aquí

1 Apoc. 21, 24.


2 Is. 60, 1-3.
3 Jer. 3, 17.
4 Sal. 71, 8 y 10-11.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 6 757

recurrís otra vez a la Iglesia presente, mas en aquel sentido alegórico,


arbitrario, acomodaticio, y por eso levísimo, por las cuales cosas nues-
tra alma ya padece bascas.
Quinto
[109] En medio de su plaza, y de la una y de la otra parte del río,
el árbol de la vida, que da doce frutos, en cada mes su fruto; y las ho-
jas del árbol para sanidad de las Gentes 1. Lo mismo se lee en Ezequiel:
Y sus hojas para medicina 2. En el juicio universal, o después del jui-
cio y resurrección universal, allá en el cielo, ¿qué uso pueden ya tener
estas hojas medicinales para sanidad de las Gentes? Las diversas ex-
plicaciones o acomodaciones ingeniosas que han procurado dar a to-
das estas cosas, podrían tal vez deleitar a quien gustase de conceptos
predicables; mas parece imposible que puedan satisfacer a quien bus-
ca en las Escrituras la verdad.
[110] De estas pocas reflexiones que acabamos de hacer, parece
claro (y éste es el punto capital del cual depende la inteligencia de toda
esta profecía), parece, digo, claro, que la ciudad santa de que habla-
mos, debe bajar algún día real y verdaderamente del cielo a nuestra
tierra; no cierto el día del juicio y resurrección universal, sino el día de
la venida del Señor, entre millares de sus santos. Debe establecerse y
como fundarse sólidamente, con regocijo de toda la tierra, como corte
o solio del grande y sumo Rey 3. El mismo Señor, en el capítulo 3 del
Apocalipsis, mucho antes que San Juan viese bajar del cielo esta ciu-
dad santa, dice estas palabras, que afirman o suponen el mismo punto
capital: A quien venciere…, escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y
el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que descendió
del cielo de mi Dios 4.
[111] Venida esta celestial Jerusalén a nuestra tierra, quedará el
reino del Señor 5, y el Señor será el rey sobre toda la tierra 6; en aquel
día uno solo será el Señor, y uno solo será su nombre 7. Entonces, dice
David, adorarán en su presencia todas las familias de las Gentes; por
cuanto del Señor es el reino, y él mismo se enseñoreará de las Gen-
tes 8. Entonces se verificará lo que se dice en el salmo 95: Conmuévase
toda la tierra a su presencia; decid en las naciones que el Señor
reina. Porque enderezó la redondez de la tierra, que no será conmo-

1 Apoc. 22, 2.
2 Ez. 47, 12.
3 Mt. 5, 35.
4 Apoc. 3, 12.
5 Abd. 1, 21.
6 Zac. 14, 9.
7 Zac. 14, 9.
8 Sal. 21, 28-29.
758 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

vida: juzgará los pueblos con equidad 1. Entonces, como se lee en


Isaías, se pondrá roja la luna, y se confundirá el sol, cuando reinare
el Señor de los ejércitos en el monte de Sión, y en Jerusalén, y fuere
glorificado delante de sus ancianos. Entonces…, etc. 2.
PÁRRAFO 3
[112] Yo no puedo negar, antes confieso sencillamente, que a las
preguntas que sobre esta santa ciudad se me podrán hacer, no soy ca-
paz de responder una por mil. Sé muy bien que no es lo mismo poder
probar con las Escrituras la sustancia de algún suceso particular que
ellas anuncian, que poder explicar, ni aun concebir con ideas claras, el
modo de ser, o las circunstancias que deberán acompañar este suceso
particular. Si este modo de ser no se halla en las Escrituras, o porque
Dios no quiso revelarlo, o porque en el estado presente no somos ca-
paces de entenderlo, ¿cómo lo podremos saber? Podremos cuando más
hacer sobre esto algunas conjeturas, y si ni aun estas nos satisfacen,
deberemos conformarnos religiosamente con los límites que Dios ha
puesto a nuestra razón.
[113] Este supuesto es racional, justo, y sobre él deberemos proce-
der, sin perderlo jamás de vista, siempre que nos viésemos precisados
a responder a ciertas preguntas de ciertos curiosos, muy semejantes a
aquel Apóstol que decía: Si no viere en sus manos la hendidura de los
clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano
en su costado, no lo creeré 3; de aquellos, digo, que aun después de
convencidos plenísimamente de la realidad sustancial de una cosa, sin
hallar modo alguno de contradecirla, la rechazan no obstante, le cie-
rran la puerta, o a lo menos vuelven los ojos hacia otra parte, como ti-
rando a prescindir de ella, sólo porque no pueden concebir cómo será.
Mas esta razón, ¿puede mirarse como buena, ni aun como tolerable?
Con esta misma razón podré yo concluir que Jesucristo, después de re-
sucitado, no estuvo aquí en nuestra tierra cuarenta días, aunque lo di-
ga la Escritura. ¿Por qué? Porque no sé, ni concibo cómo estuvo, ni
dónde estuvo. No sé, ni concibo qué hizo, ni en qué se ocupó todo este
tiempo, fuera de los pocos instantes en que se dejó ver de sus discípu-
los. No sé si estuvo o desnudo, o con qué vestidos se aparecía, pues los
que tenía antes de su muerte se los repartieron entre sí los soldados
que lo crucificaron, y la sábana y sudario quedaron en el sepulcro. No
sé como entró en el cenáculo, cerradas las puertas 4. No sé cómo esta-
ban, ni qué hacían, los muchos santos que resucitaron con él. No sé…

1 Sal. 95, 9-10.


2 Is. 24, 23.
3 Jn. 20, 25.
4 Jn. 20, 26.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 6 759

Sé solamente que así Cristo como sus santos estuvieron en nuestra tie-
rra cuarenta días, de un modo digno del estado en que ya se hallaban:
esto es, cuerpos gloriosos, o de personas resucitadas y bienaventura-
das. Si este modo no lo concibo con ideas claras, no por eso quedo li-
bre para negar el hecho. En lugar de negarlo infiero legítimamente, y
concluyo religiosamente, que en el estado presente no soy capaz de
comprender estas cosas, ni Dios me manda que las comprenda, sino
que las crea. Esta consecuencia es ciertamente la más digna de un
hombre racional que, por otra parte, no duda de la verdad de las Escri-
turas. Aplíquese ahora esta semejanza al asunto que tratamos, y ya no
se halla dificultad, todo se ve fácil y llano.
[114] Yo cierro aquí todo este punto, porque me reconozco incapaz
de decir más sobre él. Me parece que oigo aquella última sentencia que
se le intimó a Daniel, cuando preguntó: Señor mío, ¿qué acaecerá des-
pués de estas cosas? La respuesta fue esta: Anda, Daniel, que cerra-
das y selladas están estas palabras hasta el tiempo señalado 1. El que,
no contento con esto, quiere todavía más noticias, lea atentamente y
reflexione seriamente sobre esta última profecía contenida en los dos
últimos capítulos del Apocalipsis, con los cuales se concluyen todas las
Escrituras canónicas, y después de las cuales no tenemos otra escritu-
ra que sea digna de fe divina.

1 Dan. 12, 8-9.


Capítulo 7
Se responde a algunas cuestiones

[115] Cerrado ya este punto, y con él algunas cosas que al hombre


no le es lícito hablar 1, debemos no obstante responder a algunas cues-
tiúnculas, cuya respuesta se pide por modo de mera conjetura.
PRIMERA
[116] Esta ciudad que ha de bajar del cielo a nuestra tierra, ¿será
una ciudad material, con toda la estructura y dimensión que se leen
expresas en la profecía? Se responde que sí: ni hay necesidad ni razón
alguna que nos obligue a alegorizarla ni a espiritualizarla, tanto que
quede reducida a puras tinieblas una cosa tan clara. La figura cuadra-
da o cúbica, y las tres dimensiones geométricas de longitud, latitud y
profundidad o solidez, no competen ciertamente a cosas puramente
espirituales, sino a cosas materiales o corporales. El espíritu ni tiene
figura ni dimensiones. Esta santa ciudad es sin duda para habitación,
no de espíritus puros, sino de personas compuestas de espíritu y cuer-
po: esto es, de los millares o millones de santos que vienen con Cristo
ya resucitados. Si éstos han de ser materiales o corporales, ¿por qué no
será también su habitación? Muchísimos autores graves sienten y afir-
man lo mismo que yo, con sola la diferencia accidental del sitio donde
la ciudad debe colocarse, como si este sitio se hubiese dejado a nuestra
voluntad. Algunos, como buenos geómetras, han calculado que des-
pués de la resurrección universal podrán habitar cómodamente en di-
cha ciudad material todos los que se han de salvar. Mas este número,
¿les puede ser de algún modo conocido? ¿Por qué principios? Es ver-
dad que aunque admiten la ciudad material, no la quieren en nuestra
tierra donde la pone la Escritura, sino allá en un cielo sólido, que se
han imaginado muy superior a todo el universo, y al que llamaron an-
tiguamente primer móvil, y el más inmediato a los espacios imagina-
rios. Si en este cielo imaginado no repugna esta ciudad material con
toda su estructura y dimensiones, ¿por qué ha de repugnar en un sitio
no imaginado, sino real y verdadero y conocido de todos? Si se admite
en un lugar incierto, donde no la pone la Escritura, ¿por qué no po-
dremos nosotros admitirla en un lugar cierto y determinado, donde la
pone la Escritura divina claramente?

1 2 Cor. 12, 4.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 761

SEGUNDA
[117] En caso que se admita en nuestra tierra esta santa y celestial
ciudad, que descendió del cielo de mi Dios, ¿será realmente tan grande
en sus tres dimensiones como parece que la describe San Juan? Este le
da, así en latitud como en longitud, doce mil estadios, de los cuales en-
tran ocho en cada milla romana; por consiguiente, la ostensión de la
ciudad por cada uno de sus cuatro lados debe ser de mil quinientas
millas; y si su altura es igual a su longitud y latitud, como parece que
lo da a entender por aquellas palabras: La longura, y la altura, y la
anchura de ella son iguales 1, sale una ciudad de figura cúbica, de una
enorme ostensión en longitud y latitud, y de una altura tan elevada,
que pasa los límites de la atmósfera de nuestro globo.
[118] En esta segunda cuestiúncula tenemos dos cosas que decla-
rar. Primera: la longitud y latitud de la ciudad. Segunda: su altura y
elevación. Tocante a lo primero, a mí me parece, por el mismo texto,
que los doce mil estadios no deben entenderse seguidos en línea recta,
sino cuadrados: la ciudad es cuadrada, tan larga como ancha: Y midió
la ciudad con la caña de oro, y tenía doce mil estadios 2. No dice que
midió, y tenía doce mil estadios la longitud ni la latitud de la ciudad,
sino la ciudad misma; por donde podemos sospechar que los doce mil
estadios caen sobre toda la ciudad, no sobre cada uno de sus lados. En
esta suposición, no despreciable, la ciudad toda entera tiene doce mil
estadios cuadrados, o mil y quinientas millas cuadradas, que corres-
ponden a cada uno de sus lados trece millas y poco más de media: os-
tensión no tan extraordinaria que no la hayan tenido otras ciudades,
como Nínive, Babilonia, Menfis, Pequín, etc. Tocante a lo segundo, de-
cimos o sospechamos lo mismo a proporción. El texto no dice que la
ciudad y sus edificios serán tan altos, cuanta es la longitud o latitud de
la misma ciudad; sólo dice simplemente: La longura, y la altura, y la
anchura de ella son iguales; modo de hablar, que admite bien estos
dos sentidos. Primero: la altura de la ciudad o de sus edificios será tan-
ta, cuanta es su longitud y latitud; y en este sentido bien inverosímil, la
ciudad no será ya cuadrada sino cúbica. Segundo: la longitud, latitud y
altura serán iguales en sí mismas, de modo que así como la ciudad,
mirada por su longitud y latitud, muestra un mismo aspecto igual y
uniforme, así lo muestra mirada por su altura, pues sus edificios son
todos iguales y uniformes: ninguno más alto que otro, ninguno más
hermoso ni más rico que otro, ninguno más ancho ni más largo, etc.:
La longura, y la altura, y la anchura de ella son iguales. Este segun-
do sentido me parece el más natural, ni hay para qué elevar esta ciu-

1 Apoc. 21, 16.


2 Apoc. 21, 16.
762 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dad sobre la altura de sus muros, esto es, sobre 144 codos; de otra
suerte sería fácil ver desde fuera casi todo lo que pasa dentro de la ciu-
dad, lo cual no compete a hombres mortales y viadores, que deben to-
davía andar por fe…, no por visión 1.
TERCERA
[119] Las doce puertas de esta ciudad siempre abiertas, el nombre
inscripto en ellas de las doce tribus de Israel, y los doce ángeles que es-
tán en ellas, ¿qué significan? Para saber lo que todo significa, basta
conocer a estos ángeles que están en las puertas, cada uno en la suya.
Parece claro que no significan doce guardias de la ciudad, para impe-
dir el paso a cualquiera viador que quisiere entrar; pues para esto era
fácil cerrar la entrada y las puertas, o murallas del todo. Parece del
mismo modo claro que estos doce ángeles son muy semejantes a aque-
llos siete de las siete Iglesias, con quienes se habla en el capítulo 2 y 3
del mismo Apocalipsis. De manera que, así como aquellos siete ánge-
les no significan otra cosa manifiestamente que el sacerdocio cristiano,
o la Iglesia activa presente en siete o muchos estados diversísimos que
ha tenido hasta el día de hoy, y alguno otro que tal vez le falta; así los
doce ángeles de las doce puertas de la santa y nueva Jerusalén, que
descendió del cielo de mi Dios, no significan otra cosa que el juicio de
Cristo o su reino activo, es decir, doce jueces supremos, uno en cada
puerta, en quienes debe residir todo el juicio, emanado del mismo Cris-
to en cuanto sumo Rey y sumo Sacerdote.
[120] Nadie ignora que el juicio antiguamente no estaba dentro de
las ciudades, sino en sus puertas; esto es obvio en la historia sagrada, y
también en la profana antigua. Tampoco es de ignorar aquella célebre
y magnífica profecía del Hijo de Dios a sus doce apóstoles: En verdad
os digo, que vosotros, que me habéis seguido en la regeneración… os
sentareis también vosotros sobre doce sillas, para juzgar a las doce
tribus de Israel 2, les dice por San Mateo; y por San Lucas les dice con
mayor expresión y claridad: Mas vosotros sois los que habéis perma-
necido conmigo en mis tentaciones; y por eso dispongo yo del reino
para vosotros, como mi Padre dispuso de él para mí, para que co-
máis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel 3. Así como estas últimas palabras: Y
os sentéis sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel, las en-
tienden todos sin dificultad, confesando que se han de verificar, no
allá en el cielo, sino aquí en nuestra tierra; así las que inmediatamente
preceden deberán verificarse del mismo modo en nuestra tierra, no en

1 2 Cor. 5, 7.
2 Mt. 19, 28.
3 Lc. 22, 28-30.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 763

el cielo; pues las unas y las otras componen una misma cláusula se-
guida, sencilla y clara. De estos tronos habla manifiestamente San
Juan cuando dice, luego inmediatamente después de la venida de Cris-
to, y prisión del diablo: Y vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue
dado juicio 1.
[121] Por todo lo cual, parece claro que las doce tribus de Israel, ya
congregadas en aquellos tiempos con grandes piedades, tendrán fácil
acceso hasta las puertas de la santa y celestial Jerusalén, cada tribu a
aquella puerta donde hallare escrito su nombre: Y en las puertas doce
ángeles, y los nombres escritos, que son los nombres de las doce tribus
de los hijos de Israel 2. Este acceso será sin duda, no para honrar y res-
petar a sus respectivos príncipes, sino para consultarlos en cualquier
duda, y para recibir por su medio las órdenes del sumo Rey, y comuni-
carlas a toda la tierra; pues entonces, como se lee en Isaías y Miqueas,
de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén 3.
[122] Este juicio de los doce apóstoles de Cristo sobre las doce tri-
bus de Jacob se halla, es verdad, oscurísimo en todos los intérpretes;
mas leídos sin preocupación los dos lugares del Evangelio que acabo
de citar, parece claro e innegable que los doce apóstoles de Cristo es-
tán destinados, según sus promesas, a ser los príncipes, o los jueces
inmediatos, sobre las doce tribus de Israel, cada uno sobre la que le se-
rá señalada; ni es creíble, ni aun sufrible a mi parecer, que una prome-
sa tan grande y tan expresa del Hijo de Dios, hecha nominadamente a
sus doce apóstoles, se reduzca finalmente a lo que se halla hasta ahora
reducida en el sistema vulgar, esto es, a nada. San Jerónimo, sobre es-
te lugar, expone así, o hace hablar al Señor en esta forma: Os sentaréis
sobre doce tronos (para condenar) a las doce tribus de Israel; porque
aquéllas no quisieron creer a vosotros que creíais 4. Mas este honor,
¿lo tendrán solamente los doce apóstoles de Cristo? ¿No será común a
todos los que hubieren creído, de toda tribu, y lengua, y pueblo, y na-
ción? 5. ¿No condenarán éstos en este mismo sentido a todos los in-
crédulos, porque aquellos no quisieron creer a vosotros que creíais?
Otros confunden demasiado la promesa de Cristo a sus apóstoles, con
la promesa que se lee en el mismo lugar a todos los que dejaren el pa-
dre y la madre, etc. Mas a estos últimos sólo se les dice: Y cualquiera
que dejare… recibirá ciento por uno, y poseerá la vida eterna 6; no se
les dice: Os sentaréis, etc. Otros van por otros caminos igualmente ás-
peros y oscuros, y todos van a parar confusamente al día de la resu-

1 Apoc. 20, 4.
2 Apoc. 21, 12.
3 Is. 2, 3; Miq. 4, 2.
4 SAN JERÓNIMO, in Luc., cap. 22, 30.
5 Apoc. 5, 9.
6 Mt. 19, 29.
764 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rrección y fuego universal, sobre la cual idea (falsa a la verdad, o poco


justa) bastante hemos hablado hasta aquí.
CUARTA
[123] Los habitadores de esta santa y celestial ciudad, ¿vivirán en
ella tan encerrados y tan invisibles, que no puedan salir fuera de sus
muros y dejarse ver de los viadores? Se responde que gozarán sobre
esto de una perfecta libertad. Estarán o saldrán de la santa ciudad
cuando quisieren, y por el tiempo que quisieren. Cuando estuvieren, se
hallarán también que todos podrán decir con suma verdad: Bueno es
que nos estemos aquí 1. Cuando salieren, se llevarán consigo toda feli-
cidad sin temor de perderla, ni disminuirla un punto por accidente al-
guno: Porque no podrán ya más morir: por cuanto son iguales a los
ángeles, e hijos son de Dios, cuando son hijos de la resurrección 2. No
sólo saldrán a ver y visitar personalmente todo el orbe de la tierra, sino
también todos los cuerpos celestes, y todas las obras del Criador; pues
(como decía de sí David), yo he de ver tus cielos, obra de tus dedos: la
luna y las estrellas, que tú has establecido 3. Siendo ya herederos ver-
daderamente de Dios, y coherederos de Cristo 4, todo el universo será
suyo, como lo es de Cristo, que es heredero de todo 5. Entonces, y sólo
entonces, se cumplirá en estos santos lo que se dice de ellos en el libro
de la Sabiduría: Resplandecerán los justos, y como centellas en el ca-
ñaveral discurrirán. Juzgarán las naciones, y señorearán a los pue-
blos, y reinará el Señor de ellos para siempre 6. Entonces y sólo en-
tonces se cumplirá lo que dice el salmo 149: Se regocijarán los santos
en la gloria, etc. 7; y sólo entonces se podrá responder seguramente a
aquella pregunta de Isaías: ¿Quiénes son éstos que vuelan como nu-
bes, y como palomas a sus ventanas? 8.
[124] Lo que decimos de los santos de Cristo, coherederos suyos y
correinantes, decimos a proporción del mismo Rey. Así como ahora,
después que dejó nuestra tierra y fue a una tierra distante para reci-
bir allí un reino, y después volverse 9, no lo debemos considerar liga-
do a un lugar determinado del cielo, sino libre y expedito para estar
donde quisiere, y siempre a la diestra del Padre; asimismo, sin dife-
rencia alguna sustancial, lo debemos considerar cuando vuelva a nues-
tra tierra, de una tierra distante… después de haber recibido el reino,

1 Lc. 9, 33.
2 Lc. 20, 36.
3 Sal. 8, 4.
4 Rom. 8, 17.
5 Heb. 1, 2.
6 Sab. 3, 7-8.
7 Sal. 149, 5.
8 Is. 60, 8.
9 Lc. 19, 12.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 765

y cuando ponga en nuestra tierra (de donde es en cuanto hombre) la


corte de su reino incorruptible y eterno. Estará en su corte, y saldrá de
ella según su voluntad. Se dejará ver cuando quisiere y como quisiere
de los viadores, del mismo modo que se dejó ver de sus discípulos des-
pués de su resurrección. ¿Hay en esto repugnancia o inconveniente al-
guno? Jesucristo cuando venga, ¿será acaso menos bueno, menos be-
nigno, respecto de sus fieles amadores, de lo que fue después de su re-
surrección, apareciéndoseles por cuarenta días? 1. Estos cuarenta días
y lo que en ellos sucedió, según los Evangelios, nos basta y sobra para
conocer el carácter de nuestro Rey, esto es, su benignidad y bondad
respecto de sus amigos. De los santos resucitados con Cristo, dice el
Evangelio que aparecieron a muchos 2. Lo mismo debemos pensar
que sucederá en los tiempos de que hablamos: se dejarán ver, o no, se-
gún les pareciere necesario o conveniente.
QUINTA
[125] Aquellos vivos residuos para la venida del Señor 3, de que
habla el Apóstol, los cuales se juntarán con los santos que acaban de
resucitar, y subirán juntamente con ellos en las nubes a recibir a Cris-
to en los aires 4, ¿habitarán también en la santa ciudad, que descendió
del cielo de mi Dios? Si (como todavía mortales y viadores) no perte-
necen a dicha ciudad, ¿a dónde pertenecen? ¿Cuál será su suerte?
¿Cuál su oficio, cuál su ministerio?
[126] San Pablo, hablando en persona de estos felicísimos vivos,
no resuelve claramente esta grande e importante cuestión; el misterio
todo lo concluye con estas solas palabras: Seremos arrebatados jun-
tamente con ellos en las nubes a recibir a Cristo en los aires; y así es-
taremos para siempre con el Señor 5. Mas estas últimas palabras, en
mi pobre juicio, no quieren decir que estos vivos, antes de pasar por la
ley general e indispensable de la muerte, gozarán de la visión beatífica
y de toda la completa bienaventuranza de los santos resucitados; sino
que, habiéndoseles concedido una vez la inmutación o el dote de agili-
dad, habiendo subido por esos aires hasta lo más alto de nuestra at-
mósfera, habiendo visto por sus ojos la sacrosanta humanidad de Je-
sucristo en toda su gloria y majestad, etc., quedarán con esto confir-
mados en gracia, y confirmados también en el dote que acaban de re-
cibir de agilidad; pues los dones de Dios, como nos enseña el Apóstol,
son inmutables 6. Por consiguiente, quedarán aptos y expeditos para

1 Act. 1, 3.
2 Mt. 27, 53.
3 1 Tes. 4, 14.
4 1 Tes. 4, 16.
5 1 Tes. 4, 16.
6 Rom. 11, 29.
766 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

servir a su Señor prontísimamente en cualquier ministerio que les fue-


re entonces señalado o insinuado. ¿Cuál será este ministerio según las
Escrituras? Yo no hallo otro más claramente expreso, que el que se
apunta en Isaías por estas palabras: Id, mensajeros veloces (o nuncios
ligeros, como leen los LXX), a una nación desgajada y despedazada;
a un pueblo terrible (o sin domicilio), después del cual no fue otro,
gente sin esperanza, y hollada 1.
[127] En esta gente y pueblo yo no entiendo otra cosa, sino las re-
liquias de todas las naciones, que quedarán en varias partes de nuestro
orbe, hasta los últimos términos de la tierra, como si algunas pocas
aceitunas que quedaron, se sacudieren de la oliva; y algunos rebus-
cos, después de acabada la vendimia 2; de lo cual habla el mismo
Isaías en el capítulo 18, y prosigue diciendo: En aquel tiempo se lleva-
rán dones al Señor de los ejércitos por el pueblo desgajado y despe-
dazado; por el pueblo terrible, después del cual no fue otro, por una
nación que espera, y más espera, y sopeada, cuya tierra la robaron
los ríos, al lugar del nombre del Señor de los ejércitos, el monte de
Sión 3. Sobre todo este brevísimo capítulo de Isaías hallo gran varie-
dad, no solamente en la explicación, sino también en la versión; lo
cual, así aquí como en otras mil partes, lo reputo por uno de nuestros
mayores trabajos.
[128] No obstante, por todo el contexto de este brevísimo capítulo,
miradas bien, y combinadas entre sí las cuatro versiones, me parece
algo más verosímil, que estos ángeles veloces o nuncios ligeros de que
ahora hablamos serán los enviados o ministros del sumo Rey y de su
corte, a quienes se dará por entonces la misión, o el orden general, que
se lee en el salmo 95: Anunciad entre las naciones su gloria, en todos
los pueblos sus maravillas… Decid en las naciones que el Señor reinó.
Porque enderezó la redondez de la tierra, que no será conmovida;
juzgará los pueblos con equidad 4.
[129] De estos ángeles veloces o nuncios ligeros se habla también,
según yo pienso, en el capítulo 66 de Isaías, versículo 19. Todo este ca-
pítulo, junto con el antecedente, forman evidentemente un mismo con-
texto, o una misma narración de un mismo misterio seguida y conti-
nuada; esto es, de lo que debe suceder en nuestra tierra, en el siglo ve-
nidero, o en el nuevo cielo y nueva tierra, que esperamos según sus
promesas 5. Una de las cosas que aquí se dicen es ésta: Pondré una se-
ñal en ellos, y de los que fueron salvos yo enviaré a las gentes al mar

1 Is. 18, 2.
2 Is. 24, 13.
3 Is. 18, 7.
4 Sal. 95, 3 y 10.
5 2 Ped. 3, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 767

(o a Tarsis, y Ful o Fut, y Lud, y Mosoc, y a Tobel o Tubal, y Javán): a


las islas de lejos, a aquellos que no oyeron de mí, y no vieron mi glo-
ria. Y anunciarán mi gloria a las Gentes 1.
[130] Estos serán verosímilmente aquellos siervos buenos y fieles,
aunque pocos, de quienes habla el Señor, en varias parábolas, que ha-
llará, cuando venga, en vela y con lucernas en las manos, y de quienes
se dice: Bienaventurados aquellos siervos que hallare velando el Se-
ñor cuando viniere… En verdad os digo, que les pondrá sobre todos
sus bienes 2. Lo cual por abreviar, se explica más en particular en el
capítulo 19 de San Lucas: Está bien, buen siervo: pues que en lo poco
has sido fiel, tendrás potestad sobre diez ciudades… Tú tenla sobre
cinco ciudades 3.
[131] Estas expresiones, y tantas otras del todo semejantes de que
abundan los Evangelios, se deben entender en un sentido real y per-
ceptible a todos, y explicarse según la letra, de algún modo accesible a
nuestra inteligencia, sin salir de la letra o del sentido literal, propio de
una parábola; el cual sentido se busca por todas partes, aun en los es-
critos más doctos y píos, y no se halla. Los siervos buenos y fieles, de
que habla el Señor frecuentísimamente, pueden bien ser, en el sentido
puramente acomodaticio, todos aquellos que se han hallado, se hallan
y se hallarán preparados (bien o mejor, suficientemente o abundante-
mente) a la hora de su muerte. Este sentido puramente acomodaticio
es ciertamente una verdad, de que ningún católico puede dudar, por-
que consta de otros lugares de la Escritura santa expresos y claros;
mas esta verdad, de que ninguno duda, no es preciso que conste per-
petuamente de todos los lugares de ella y de cada uno de ellos.
[132] Hay otras verdades, fuera de ésta, que piden en sus propios
lugares la misma atención y reflexión. El Señor habla en estas parábo-
las expresa y evidentemente, no de cualesquiera siervos suyos, buenos
y fieles, que hubiese tenido en otros tiempos anteriores, sino de aque-
llos precisamente que hallare velando el Señor cuando viniere 4. De
los otros anteriores, que perseveraron en justicia hasta la muerte, se
habla en otras partes; a éstos se les promete la primera resurrección.
De los siervos buenos y fieles que el mismo Señor hallare vivos cuando
viniere, es de los que aquí se habla, y no hay razón alguna para con-
fundir los unos con los otros.
[133] Estos segundos parece que serán como unos segundos após-
toles o maestros nuevos de la nueva tierra, que enviados a todas las re-

1 Is. 66, 19.


2 Lc. 12, 37; Mt. 24, 47.
3 Lc. 19, 17 y 19.
4 Lc. 12, 36.
768 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

liquias de las gentes hasta los términos de la redondez de la tierra 1,


deberán recogerlas, instruirlas, civilizarlas, santificarlas y como criar-
las de nuevo; no ya con aquellas contradicciones y persecuciones que
hallaron y sufrieron los primeros apóstoles de Cristo, sino al contrario,
con bendiciones y aclamaciones generales, llenas de sinceridad y de
verdad; pues como se lee en Isaías, estas felicísimas reliquias de todas
las naciones levantaran su voz, y darán alabanza: cuando fuere el
Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar. Por tanto (se dice
a estos nuevos apóstoles y maestros de esta nueva tierra), glorificad al
Señor con doctrinas, en las islas del mar el nombre del Señor Dios de
Israel. Desde los términos de la tierra oímos alabanzas, la gloria del
justo 2. No ignoro que todas estas cosas se procuran acomodar (de
grado o fuerza) a la primera venida de Cristo, o a la misión de sus doce
apóstoles por todo el mundo 3; mas la impropiedad o imposibilidad de
esta pretendida acomodación la conocerá al punto cualquiera que con
mediana atención y reflexión leyese todo este capítulo desde la prime-
ra hasta la última palabra. Apelo aquí de nuevo de los sabios muertos a
los vivos.
SEXTA
[134] Las habitaciones de esta santa y celestial ciudad, o de esta
corte o curia, o reino del santo Rey, o lo que es lo mismo, los santos
que vendrán con él a nuestra tierra, resucitados y plenamente biena-
venturados, ¿serán acaso todos cuantos se hayan salvado hasta enton-
ces, o habrán entrado a la vida, sin excepción alguna?
[135] Según el testimonio claro y uniforme de todas cuantas Escri-
turas tocan este punto, o en general o en particular, parece claro y ma-
nifiesto que San Juan, al capítulo 20 del Apocalipsis, sólo habla de los
mártires de Cristo, degollados o muertos violentamente por el testimo-
nio de Jesús, y por la palabra de Dios 4, y de los que no adoraron a la
bestia, aunque por esto no derramasen su sangre efectivamente. Lo
mismo insinúa claramente el capítulo 6, versículo 9. Lo mismo en el ca-
pítulo 7, versículo 9, hasta el fin. Estos lugares que cito pido yo a cual-
quiera que sepa leer, que los lea y examine por sí mismo; pues yo no
puedo detenerme tanto en estas cosas particulares, visibles y accesibles
a todo el mundo. San Pablo habla del mismo modo, diciendo por ejem-
plo: Porque si creemos que Jesús murió y resucitó; así también Dios
traerá con Jesús a aquellos que durmieron por él 5. En Isaías se ve la
misma idea, o el mismo misterio particular: Mis muertos resucitarán,

1 Sal. 71, 8.
2 Is. 24, 14-16.
3 Mc. 16, 15.
4 Apoc. 20, 4.
5 1 Tes. 4, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 769

dice Dios; despertaos y dad alabanza los que moráis en el polvo; por-
que tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los im-
píos) la reducirás a ruina… Porque he aquí que el Señor saldrá de su
lugar, para visitar la maldad del morador de la tierra contra él; y
descubrirá la tierra su sangre, y no cubrirá de aquí adelante a sus
muertos 1.
[136] Fuera de estos interfectos de Dios, que él mismo llama su-
yos, que murieron muerte violenta por el testimonio de Jesús y por la
palabra de Dios, habrá sin duda otros muchísimos de insigne santidad
y bondad, que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrec-
ción de los muertos 2. ¿Cuáles serán estos? Serán estos mismos, y no
otros, hombres de insigne santidad y bondad. Serán todos aquellos
que han obrado justicia, y la enseñan con sus palabras y con sus obras:
Mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de
los cielos 3; y en Daniel se lee: Y los que enseñan a muchos para la jus-
ticia (brillarán) como estrellas por toda la eternidad 4. De unos y
otros habla el Apóstol cuando dice: Las primicias, Cristo; después, los
que son de Cristo 5. Esta expresión, los que son de Cristo, para que
ninguno le dé una extensión latísima e indefinida, como si hablase con
todos los que entraren a la vida, la explica el mismo Apóstol en otra
parte por estas formales palabras: Y los que son de Cristo, crucificaron
su propia carne con sus vicios y concupiscencias 6. ¿Y pensáis, amigo,
que todos los Cristianos que han entrado hasta ahora a la vida, o po-
drán entrar en adelante, son o serán de Cristo de esta manera? ¿Os fal-
tarán ojos o discreción para juzgar entre ganado y ganado…, entre el
ganado grueso y el flaco? 7. ¿No veis la diferencia casi infinita entre
unos y otros?
[137] De estos últimos, que crucificaron su propia carne con sus
vicios y concupiscencias, y de los interfectos que padecieron muerte
violenta por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, habla el
mismo Señor en el sermón del monte en la primera y octava bienaven-
turanza: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos… Bienaventurados los que padecen persecución
por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos 8.
[138] Los primeros son evidentemente los humildes de corazón,
los cuales, crucificados con el mundo, y el mundo con ellos 9, viven

1 Is. 24, 19 y 21.


2 Lc. 20, 35.
3 Mt. 5, 19.
4 Dan. 12, 3.
5 1 Cor. 15, 23.
6 Gal. 5, 24.
7 Ez. 34, 22 y 20.
8 Mt. 5, 3 y 10.
9 Gal. 6, 14.
770 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

una vida inocente y pura; observan puntualísimamente los preceptos


de Dios; en nada se conforman con las máximas del mundo, antes re-
prueban y contradicen con sus obras todo cuanto el mundo ama y
abraza, deseando conformarse enteramente con la imagen viva del
mismo Dios, que es su único Hijo Jesucristo, a quien aman intensa-
mente, y por quien suspiran noche y día. Los segundos son propia-
mente los que llamamos mártires o testigos, sea este martirio o testi-
monio de Cristo y de la justicia, con efusión efectiva de sangre o pérdi-
da efectiva de su vida, o no lo sea. Esta circunstancia parece puramen-
te accidental, y tal la ha considerado siempre la Iglesia con suma ra-
zón; pues el derramar efectivamente la sangre, o morir efectivamente
por Cristo o por la justicia, no está ciertamente en manos del mártir,
sino en manos del tirano; y el honor del martirio se debe buscar, no
tanto en la mala voluntad del perseguidor, cuanto en la buena volun-
tad del perseguido, que a todo se ofrece por amor de la justicia.
[139] De estas dos clases de santos dice el Señor, no simplemente
que entrarán en la vida o en el reino de los cielos, sino que el reino de
los cielos será suyo. ¿Qué significa esta expresión tan singular? ¡Oh
Cristófilo amigo! ¿No veis aquí la diferencia? ¿No veis aquí clarísima-
mente la activa y pasiva? ¿Será lo mismo entrar yo en un reino y esta-
blecerme en él, que ser mío este reino donde entro, y donde se me
permite establecerme por pura misericordia? ¿No veis aquí al Rey su-
premo con su corte, con su curia, con sus conjueces, con sus correi-
nantes, que tienen parte en el señorío, en la dominación, en el go-
bierno, en el imperio y potestad, etc.; y a los que deben obedecer a este
imperio, y ser mandados y gobernados? ¿Queréis que no haya jerar-
quía en el reino de Cristo? ¿Queréis que no haya un orden legítimo, es-
table y permanente, de la suprema cabeza (que es Cristo Jesús) a sus
conjueces y correinantes; de éstos a otros inferiores; y de éstos a los
ínfimos de su reino, que serán ciertamente los más? ¿No admiten aho-
ra todos los teólogos esta jerarquía o este orden, aun entre los ángeles
bienaventurados, que siempre ven la cara de mi Padre? 1.
[140] Por aquí podemos llegar a conocer (entrando al menos en
vehementísimas sospechas) si es o no verdadera, posible o tolerable,
aquella idea vulgar de que en el cielo o en el reino de Dios todos serán
reyes. ¿Todos serán reyes? Luego ninguno lo será ni podrá ser. ¿Todos
serán reyes? Luego todos querrán mandar y ninguno obedecer; luego
todos serán superiores y ninguno inferior; luego en el reino de los cie-
los no podrá haber orden alguno, sino un horror sempiterno 2; no po-
drá haber conformidad, ni paz, sino guerra y discordia. Diréis, amigo,

1 Mt. 18, 10.


2 Job. 10, 22.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 771

que la idea vulgar de que en el reino de Dios, o en el cielo empíreo, to-


dos serán reyes, no se debe entender en un sentido tan estrecho y rigu-
roso, que excluya todo orden y jerarquía; sino en un sentido latísimo,
en cuanto todos los que entraren en este reino, sean los que fueren, se-
rán enteramente felices, tomando como prestada esta idea de felici-
dad, del honor y gloria de que gozan, o han gozado en otro tiempo, los
reyes o soberanos de la tierra. Mas aun con esta limitación (no despre-
ciable), la idea general parece puramente vulgar, parece poco justa,
poco fundada, visiblemente falsa, y también infinitamente perjudicial.
Digo perjudicial, porque favorece casi insensiblemente todas nuestras
pasiones, y por tanto sólo parece buena para formar cristianos de nom-
bre, esto es, sensuales, vanos, mundanos, inútiles y algo más (y mucho
más que algo, según nos lo muestra la experiencia cotidiana); para for-
mar, digo, cristianos que, no aspirando a otra cosa que entrar en el cie-
lo (sea esto como fuere), pasan toda su vida sirviendo al mundo y a sus
pasiones, y no obstante esperan entrar en la vida por tal o cual práctica
externa y debilísima, con peligro cierto o casi cierto de perderlo todo.
Esto no enseñó Cristo.
[141] No se niega por esto, ni puede negarse, porque es ciertísimo
y de fe divina, que todos los fieles cristianos que observaren los pre-
ceptos de Dios, o a lo menos hicieren verdadera penitencia de sus pe-
cados, aunque esto sea a la hora de la muerte, entrarán alguna vez al
reino de Dios. Mas se puede muy bien negar que los que de esta suerte
apenas entraron en la vida o en el reino de Dios, sean o puedan ser en
este reino reyes o correinantes con Cristo; se puede y debe negar que
será suyo el reino de Dios; se puede y se debe negar que puedan tener
éstos parte alguna en la primera resurrección, y por consiguiente en la
santa y celestial Jerusalén que descendió del cielo de mi Dios. Esta
santa ciudad se debe componer únicamente de santos de insigne san-
tidad, que son de Cristo…, que durmieron por él…, que crucificaron su
propia carne con sus vicios y concupiscencias 1, que padecieron per-
secución por la justicia, y resistieron constantemente hasta derramar
la sangre, si no en efecto, a lo menos en afecto; de los cuales el mundo
no era digno 2. No debe componerse de personas tibias y frías, que
apenas entraron en la vida por misericordia, sin llevar de aquí otra co-
sa que un poco de fe casi enteramente sin obras.
[142] Pues estos Cristianos de que hablamos, ¿qué suerte correrán
en aquel día? Si no tendrán parte con los grandes santos en la primera
resurrección, ¿qué será de ellos? Se responde: que quedarán entonces
como están ahora los que se han salvado de esta clase ínfima o infe-

1 1 Cor. 15, 23; 1 Tes 4, 13; Gal. 5, 24.


2 Heb. 11, 38.
772 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rior. ¿Cómo están ahora? Están sus almas con Cristo y donde está
Cristo; descansan en el seno de Dios; gozan de su vista (más o menos)
conforme a la capacidad de cada uno, etc. Pues esto mismo tendrán en
el siglo futuro de que vamos hablando, con sola la diferencia de mudar
de sitio o de ubicación, como se explican los escolásticos; esto es, de
venir con Cristo a nuestra tierra: Los otros muertos no entraron en
vida (dice San Juan), hasta que se cumplieron los mil años 1. Vendrán
estas almas bienaventuradas con Cristo a nuestra tierra; mas no resu-
citarán hasta la resurrección general de toda carne. ¿Por qué? Porque
no serán de aquellos que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la
resurrección de los muertos. ¿Y esto por qué? Porque habiendo sido
Cristianos, no fueron de aquellos que crucificaron su propia carne con
sus vicios y concupiscencias; no fueron de aquellos pobres de espíritu,
y humildes de corazón, que practicaron animosamente aquel consejo
del Señor: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; no fueron de
aquellos que padecieron persecución por la justicia; no fueron, en fin,
de aquellos a quienes promete el mismo Señor que serán sus conjueces
o correinantes, así como fueron en esta vida sus amadores e imitado-
res: Y al que venciere, dice él mismo, y guardare mis obras hasta el
fin, yo le daré potestad sobre las Gentes, etc. 2; a quien venciere, lo
haré columna en el templo de mi Dios, y no saldrá jamás fuera: y es-
cribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi
Dios, la nueva Jerusalén, que descendió del cielo de mi Dios, y mi
nombre nuevo 3; al que venciere, le haré sentar conmigo en mi trono:
así como yo también he vencido, y me he sentado con mi Padre en su
trono 4. Todas estas expresiones no suenan otra cosa obvia y racio-
nalmente, por más que se busque, sino lo activo del reino de Cristo, o
la corte o curia del sumo rey.
SÉPTIMA
[143] Fuera de los santos verdaderamente tales, de insigne santi-
dad y de sólidas virtudes, que se hallarán dignos de aquel siglo y de la
resurrección en la venida del Señor, ¿habrá también algunos otros de
insigne maldad e iniquidad, que tendrán parte en aquella primera re-
surrección?
[144] Se responde afirmativamente, según el testimonio claro e
innegable de varias Escrituras, a las cuales en el sistema o ideas ordi-
narias no se les halla sentido alguno, capaz de contentar al sentido
común, como luego veremos. Estos iniquísimos, resucitados en aquel

1 Apoc. 20, 5.
2 Apoc. 2, 26.
3 Apoc. 3, 12.
4 Apoc. 3, 21.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 773

día junto con los mayores santos, serán sin duda aquellos hombres que
habían puesto su terror en la tierra de los vivientes 1: soberbios, alti-
vos, inhumanos y crueles, que abusando de la potestad que se les dio
de arriba, y olvidándose de que eran hombres semejantes a nosotros,
sujetos a padecer 2, hicieron gemir al linaje humano. Oprimieron in-
justamente y persiguieron tiránicamente a los santos del Altísimo; hi-
cieron derramar serenamente ríos de lágrimas, y también torrentes de
sangre inocente, etc.
[145] De la resurrección de estos y otros semejantes, juntamente
con los mayores santos, se dice en Daniel: Y muchos de aquellos que
duermen en el polvo de la tierra, despertarán: unos para la vida
eterna, y otros para oprobio, para que lo vean siempre 3. Con este
texto concuerda perfectamente el capítulo 5 de la Sabiduría. Y otros
para oprobio, para que lo vean siempre, se dice en Daniel; aquí se di-
ce manifiestamente de estos mismos: Viéndolos serán turbados con
temor horrendo, y se maravillarán de la repentina salud, que ellos no
esperaban 4.
[146] A todo esto añade Isaías (capítulo 66, versículo 24) que estos
mismos infelices resucitados, a quienes da el nombre de cadáveres, no
sólo verán con temor horrendo la gloria de los hijos de Dios, a quienes
despreciaron y persiguieron; sino que ellos mismos serán vistos de to-
dos, y como expuestos a la vergüenza de todos los que tuvieren ojos.
¿Y esto cuándo? Cuando de todas las partes de la tierra irán los hom-
bres a visitar y a adorar a su Rey y Señor (del cual misterio hablaremos
de propósito cuando sea su tiempo). Según el Evangelio de San Mateo
(capítulo 26, versículo 64), parece que tendrán parte en esta primera
resurrección, entre los más inicuos, aquellos iniquísimos que en conci-
lio pleno sentenciaron a su Mesías, lo reprobaron, y lo llevaron hasta
la cruz, y aun hasta el sepulcro.
[147] Diréis acaso, como ciertamente se dice, que el texto de Da-
niel, que parece el más claro, el más decisivo, y por eso el más formi-
dable, puede explicarse de este modo: Muchos de aquellos que duer-
men en el polvo de la tierra, despertarán; esto es, todos, que serán
muchísimos 5. ¡Oh amigo! ¿Y en qué tribu, lengua, pueblo o nación,
aun la más rustica y grosera, podremos hallar este modo de hablar?
Oídme ahora estas dos proposiciones. Primera: muchos de éstos que
habitan en la tierra son Cristianos. Segunda: muchos de éstos que
habitan en la tierra son Mahometanos. Estas dos proposiciones son

1 Ez. 32, 24.


2 Sant. 5, 17.
3 Dan. 12, 2.
4 Sab. 5, 2.
5 Dan. 12, 2.
774 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

verdaderas y perspicuas; añadid ahora a cada una de ellas vuestro sen-


tido o vuestro esto es, y hallareis dos proposiciones falsas y repugnan-
tes e implicatorias.
[148] No obstante, me replicáis (y es preciso oíros con paciencia)
que la palabra muchos en frase de la Escritura significa, a lo menos al-
guna vez, lo mismo que la palabra todos, para lo cual, después de ha-
ber hojeado toda la Biblia sagrada, me citáis aquel único lugar del
Evangelio en que dice Cristo, hablando de su sangre, que será derra-
mada por muchos, siendo por otra parte ciertísimo (añadís con razón)
que la sangre de Cristo se derramó por todos; luego la palabra muchos
puede, y aun debe tomarse alguna vez, por todos. Mas lo primero: el
Señor no dijo por muchos de éstos, sino simplemente por muchos; así
es visible la diferencia o disparidad entre sus palabras y las de su pro-
feta. Lo segundo: es ciertísimo y de fe divina que la sangre del Hombre
Dios, sangre de precio infinito, se derramó por todos, para remisión
de los pecados 1, sin que quedase excluida de esta misericordia nación
alguna, ni tampoco algún individuo particular. Con todo eso, es tam-
bién ciertísimo que no todos los individuos del linaje humano, ni todas
las naciones, tribus y lenguas, han conseguido efectivamente la remi-
sión de sus pecados por la sangre de Jesucristo. ¿Y por qué no todos?
Porque no todos han creído, ni todos los que han creído han confor-
mado sus obras con su fe, ni todos han hecho verdadera penitencia de
sus pecados (condiciones esenciales para conseguir la remisión de los
pecados por la sangre del Hombre Dios). Pues de este efecto de la efu-
sión de su sangre (que han conseguido muchos, no todos), habla aquí
manifiestamente el Señor, cuando dice: Será derramada por muchos
para remisión de los pecados 2. Lo cual se había dicho ya en Isaías:
Este rociará muchas gentes 3; y en Zacarías: Tú también, por la san-
gre de tu testamento, hiciste salir tus cautivos del lago en que no hay
agua 4. En suma, el amado discípulo en su Evangelio dice expresa-
mente que Cristo debía morir y derramar su sangre, no solamente por
la nación, mas también para juntar en uno los hijos de Dios, que es-
taban dispersos 5; entre los cuales ciertísimamente no podemos contar
a todos los individuos del linaje humano.
[149] La respuesta a otras varias preguntas que podrán excitarse
sobre esta ciudad santa, o sobre toda esta gran profecía contenida en
los dos últimos capítulos de la Biblia, la dejamos de buena gana a to-
dos aquellos doctos y píos, y libres de toda vulgar preocupación, que se

1 Mt. 26, 28.


2 Mt. 26, 28.
3 Is. 52, 15.
4 Zac. 9, 11.
5 Jn. 11, 52.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 7 775

dignaren oírnos con bondad y paciencia, y examinar por sí mismos to-


da esta gran causa. A éstos (que son los que únicamente buscamos, y
con quienes hablamos ahora inmediatamente), les pedimos solamen-
te, o por gracia o por justicia, que sin buenas y sólidas razones que los
convenzan a ellos mismos, no nos nieguen con tono magistral, o nos
disputen o embrollen escolásticamente, nuestro punto capital, es a sa-
ber, que la santa y celestial Jerusalén de que hemos hablado, debe ba-
jar algún día con Cristo mismo del cielo (donde ahora se está edifican-
do, de vivas y elegidas piedras) a nuestra tierra ahora miserable, y es-
tablecerse en ella de un modo permanente y eterno. No nos es posible
por ahora explicarnos más en este punto particular, ya porque no es
todavía su tiempo ni sazón, ya porque nos llaman a grandes voces
otros asuntos no menos interesantes, vecinos conjuntos o inmediatos
a esta misma santa y celestial ciudad.
Capítulo 8
Salida del desierto de la mujer solitaria
y su nuevo desposorio

Inteligencia literal a este propósito


del Cántico de las Cánticos
PÁRRAFO 1
[150] La mujer vestida del sol que con dos alas de águila grande ha
de volar algún día a la soledad, a un lugar aparejado de Dios, para que
allí la alimenten mil doscientos y sesenta días 1, ha de salir algún día de
esta misma soledad; pues se señala expresamente el tiempo fijo y de-
terminado que debe estar en ella, esto es, 42 meses. Debe por consi-
guiente, pasado este espacio de tiempo, manifestarse al mundo nuevo
de un modo absolutamente nuevo, de un modo digno de la grandeza de
Dios, digno de las magníficas expresiones de la gran profecía contenida
en todo el capítulo 12 del Apocalipsis, digno también de tantas otras
que dejamos notadas y observadas en todo el tomo segundo. Para algún
fin realmente grande, cierto y determinado la conducirá Dios a esta so-
ledad, y la apacentará en ella con no menores prodigios que los que hizo
cuando la sacó de Egipto y la condujo, como sobre alas de águila, a la
soledad del monte Sinaí: Según los días de tu salida de la tierra de
Egipto, te haré ver maravillas 2; y cantará allí (en la soledad) según
los días de su mocedad, y según los días que salió de la tierra de Egip-
to. Y acaecerá en aquel día, dice el Señor, me llamará Marido mío 3…
Extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su
pueblo, que quedará de los Asirios, y de Egipto, y de Fetros, y de Etio-
pía, y de Alam, y de Senaar, y de Emat, y de las islas del mar 4.
[151] Esta célebre mujer, antigua esposa de Dios (no menos céle-
bre en sus prosperidades que en sus adversidades), preparada desde
los primeros días para el Mesías con providencias y aun con milagros
casi continuos, y últimamente arrojada ignominiosa y funestísima-
mente hacia todos los vientos, despreciada y conculcada, según las Es-
crituras, de todos los pueblos, tribus y lenguas, hasta que se cumplan

1 Apoc. 12, 6.
2 Miq. 7, 15.
3 Os. 2, 15-16.
4 Is. 11, 11.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 777

los tiempos de las naciones 1, debe volver algún día, según las mismas
Escrituras, a la gracia del esposo; debe ser otra vez llamada en sus re-
liquias preciosas, congregada con grandes piedades, y también asun-
ta, según la expresión de San Pablo, a su antigua dignidad, como que-
da no sólo dicho, sino probado en varias partes de esta obra, princi-
palmente en el fenómeno 5, aspecto 3.
[152] Pues ésta es la primera cosa y la más admirable que debe su-
ceder en nuestro nuevo cielo y nueva tierra, luego inmediatamente des-
pués de la venida del Señor a la santa y celestial Jerusalén. Las profecías
que anuncian este gran suceso son innumerables, al paso que clarísi-
mas; las cuales será bien tener ahora presentes, principalmente aque-
llas pocas y más notables que quedan ya observadas, y que no es posible
repetirlas sin enfadar a los que leen. Entre éstas me atrevo solamente a
repetir o recordar en breve lo que se halla en el capítulo 2 de Oseas, el
más lacónico de todos los Profetas, pues en este capítulo 2 se lee en po-
quísimas palabras todo este gran misterio desde el principio hasta el fin.
[153] Empieza el Señor amenazando a su infiel e ingratísima espo-
sa, que llegará el caso de arrojarla de sí, de no mirarla ya como esposa
suya, ni compadecerse de ella ni de sus hijos. Juzgad, empieza la pro-
fecía (o como leen los LXX, sed juzgadas con vuestra madre), juzgad-
la: porque ella no es mi mujer, ni yo su marido… Y no tendré miseri-
cordia de sus hijos 2. Pasa luego a anunciarle los grandes e innumera-
bles trabajos que deberá sufrir en los tiempos de su destierro, de su
abandono total, de su viudez y soledad, y todos venidos de su mano y
dispuestos por su justicia: Por esto he aquí que yo cercaré tu camino
con espinas, y lo cercaré con paredes, y no hallará sus senderos… Y
ahora manifestaré su locura a los ojos de sus amadores…, y nadie la
sacará de mi mano; y haré cesar todo su gozo, su solemnidad, su
neomenia, su sábado, y todos sus días festivos. Y destruiré su viña, y
su higuera, etc. 3. ¿Y no es éste el estado en que ha visto y ve todavía el
mundo universo a esta infeliz esposa dieciocho siglos ha?
[154] Finalmente, desde el versículo 14 hasta el fin de todo este
capítulo, no le anuncia ya otra cosa sino misericordias, beneficencia y
prosperidades tan grandes, que su misma grandeza nos admira, como
son: su vocación y verdadera conversión; su conducción a otra soledad
semejante a la del monte Sinaí, para hablarle allí, no ya solamente a
los ojos y a los oídos, sino inmediatamente al corazón; su penitencia,
su llanto, su justificación y su perfecta satisfacción; y después de todo
esto, como una consecuencia necesaria de las promesas de Dios, su
nuevo desposorio bajo otro tratado, testamento o pacto sempiterno:

1 Lc. 21, 24.


2 Os. 2, 2 y 4.
3 Os. 2, 6 y 10-12.
778 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Por tanto he aquí que yo la atraeré, y la llevaré al desierto, y le ha-


blaré al corazón. Y le daré sus viñadores del mismo lugar, y el valle
de Acor para entrar en esperanza; y cantará allí según los días de su
mocedad, y según los días en que salió de la tierra de Egipto 1. Si es-
tas cosas, y tantas otras del todo semejantes, no se han verificado, ni
se han podido verificar hasta el día de hoy (como es clarísimo e indu-
bitable), ¿no deberán verificarse algún día plenísimamente?
PÁRRAFO 2
[155] En este día de que hablamos, y con ocasión de este nuevo y
solemnísimo desposorio, parece que solo podrá tener su verdadero y
perfecto cumplimiento aquel Cántico divino, aquel epitalamio sublime
de aquella profecía admirable, cuyo título es: El Cantar de los Canta-
res. Este Cántico, digo, una de las composiciones más celebradas entre
todas las que se leen en los Libros sagrados, que no son pocas; este
Cántico sensiblemente divino, pues siempre se lee, aun sin entenderlo,
con un cierto deleite interno, que no puede producir la carne y la san-
gre; este Cántico, digo, es perfectamente ininteligible, si no somos con-
ducidos por unas luces verdaderas. No hay duda que algunas cosas de
este cántico se han acomodado bastante bien a la pasión de Cristo,
otras a la santa Virgen María Madre de Cristo, otras a la Iglesia cris-
tiana presente, otras (y las más) a cualquiera alma que entre y camine
por la vía del espíritu. ¿Quién no lee con gusto y devoción los sermo-
nes sobre los Cantares, del devotísimo Padre San Bernardo? ¿Quién no
lee con el mismo gusto y edificación lo que sobre este Cántico escribió
San Francisco de Sales, el jesuita Luis de la Puente, y algunos otros
místicos que han seguido a estos maestros insignes de espíritu? Todos
dicen cosas buenas, pías, religiosas y santas, como que son tomadas de
lugares de la Escritura y conformes a la moral del Evangelio. Mas no
es fácil conocer al punto, sin poder dudarlo, que todas estas cosas in-
geniosas, verdaderas, pías y santas, etc., son ajenas visiblemente del
texto sagrado; y casi todas absolutamente inacomodables, sin una ma-
nifiesta violencia a aquello mismo a que se pretenden acomodar.
[156] No hablando ya de los doctores místicos (los cuales casi
siempre prescinden del sentido literal y verdadero de aquellos lugares
de la Escritura que traen a consideración), vengamos a los intérpretes
que llaman literales. Estos dicen comúnmente, o a lo menos suponen
sin oposición, que aunque Salomón compuso este epitalamio sublime
para sus nupcias con la hija de Faraón, rey de Egipto; mas el Espíritu
Santo, que movía su pluma, tomó a esta hija de Faraón como una figu-
ra de la Iglesia cristiana (se entiende de esta presente de las Gentes), y

1 Os. 2, 14-15.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 779

a Salomón como una figura de Cristo. Esta proposición general (en


cuanto a su primera parte), vulgarmente recibida como buena o pasa-
ble, parece no sólo falsa, no sólo improbable, sino también intolerable.
El Espíritu Santo, que habló por sus Profetas, ¿movió realmente la
pluma del rey Salomón, en la composición de su cántico para sus nup-
cias con la hija de Faraón? ¿Nupcias ilícitas, como prohibidas por la
ley? ¿Y esto porque Salomón y la hija de Faraón figuraban o podían fi-
gurar a Cristo, y a la Iglesia presente? Diréis acaso lo que dicen muchí-
simos, esto es, que el matrimonio de Salomón con la princesa de Egip-
to no fue ilícito, ya porque la ley no habla expresamente de las mujeres
de Egipto, sino de las Cananeas, Amorreas, Jebuseas, etc., ya también
porque esta princesa renunció a sus ídolos, y abrazó la verdadera reli-
gión; mas lo uno y lo otro me parece falso e improbable. Falso lo pri-
mero: porque la Escritura reprende a Salomón igualmente por su
alianza con la hija de Faraón, como por su alianza con tantas otras
mujeres extranjeras: Mas el rey Salomón amó apasionadamente mu-
chas mujeres extranjeras, y a la hija de Faraón, y a las de Moab, y de
Amón, de la Idumea, y de Sidón, y de los Heteos: de las gentes sobre
las que dijo el Señor a los hijos de Israel: No tomaréis sus mujeres, ni
ellos tomarán las vuestras, porque ciertísimamente trastornarán
vuestro corazón para que sigáis sus dioses 1. Falso lo segundo, o cuan-
do menos improbable: porque este hecho histórico no se halla en la
historia sagrada, y parece inverosímil y aun imposible que no se halla-
se, si hubiese sucedido. Si no se halla en la historia sagrada, ¿de dónde
se ha tomado? Con el mismo fundamento podré yo decir que todas las
demás mujeres que tomó Salomón, Moabitas, Amonitas, Idumeas, Si-
donias, Heteas, etc., todas renunciaron a sus ídolos y abrazaron la ver-
dadera religión, no obstante que el sapientísimo y sensualísimo rey a
todas y a cada una les edificó sus fanos o templos, donde sacrificaban y
oraban a sus ídolos, y el mismo rey de Israel, afeminado ya, y perver-
tido su corazón por las mujeres hasta seguir los dioses ajenos 2, no
dejaba de honrar con su presencia las fiestas y sacrificios de sus muje-
res, y de adorar también, a lo menos exteriormente, aquellas falsas di-
vinidades. No niego lo que dice la santa Escritura.
[157] Fuera de esto, ¿a qué viene aquí (en el libro divino del Cánti-
co de los Cánticos) la hija de Faraón? ¿A ésta le compete, ni le puede
competer de modo alguno, lo que habla la esposa de este diálogo di-
vino, ni lo que de ella dice el esposo? Léase todo con este cuidado, y
apenas se hallará una u otra palabra que, separada de todo el contexto,
se pueda acomodar, sin gran violencia, a la princesa de Egipto, siendo
todas las otras absolutamente inacomodables. Finalmente se pregun-

1 3 Rey. 11, 1-2.


2 3 Rey. 11, 4.
780 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ta: ¿Se sabe de cierto, sin que sea lícito dudarlo, que el autor o escritor
de este admirable epitalamio fuese el rey Salomón? Ni aun esto sabe-
mos de cierto, por más que lo aseguren tantos fundados en la opinión
de algunos rabinos. Dicen (como por una prueba o fundamento irre-
sistible) que en el Cántico mismo se ve nombrado cuatro veces el rey
Salomón. Mas sería bien advertir que estas cuatro veces que se nom-
bra, siempre se nombra en tercera persona, y siempre como una mera
parábola o semejanza, de las cuales semejanzas o parábolas se compo-
ne todo el Cántico divino, desde la primera hasta la última palabra.
Pues ¿quién es el autor o el escritor de este Cántico divino? Amigo, yo
no lo sé, ni lo deseo saber, porque esta noticia nada me importa. So-
lamente sé, y esto sin duda ni disputa, que su verdadero autor es el
Espíritu Santo, que habló por las Profetas; pues así la antigua sinago-
ga, como la Iglesia cristiana, no solo dispersa, sino también congrega-
da en el Espíritu Santo, lo ha tenido siempre entre sus libros canóni-
cos o divinos, y lo ha estimado y venerado no menos que a Moisés y a
los Profetas. Esta sola consideración me basta a mí para no creer (an-
tes reprobar como una idea insufrible) que el Cántico de los Cánticos
contenga los amores mutuos e impúdicos del joven Salomón con Abi-
sac Sumamitidis, última esposa del santo y decrépito rey David, como
pensaron imprudentemente muchos rabinos; ni tampoco con la hija
de Faraón, como han pensado tantos cristianos.
[158] Pero, a lo menos, ¿es cierto, decís, que el esposo del Cántico
(sea en figura o en realidad) no es otro que Jesucristo, ni la esposa
puede ser otra que la Iglesia de Cristo? Esta segunda parte de la pro-
posición yo la concedería sin gran dificultad, si no supiese de cierto lo
que queréis que entendamos por estas palabras, Iglesia de Cristo, es a
saber, la Iglesia presente de las Gentes, y el estado presente que ha te-
nido hasta el día de hoy, y que tendrá o podrá tener hasta la venida del
Señor. En esta inteligencia no podremos convenir jamás. ¿Por qué?
Porque es una inteligencia violentísima, y a más de esto falsa e impro-
bable. Sobre lo cual (por ahorrar disputas inútiles) yo no cito, ni pien-
so citar, otra autoridad ni otro testigo que a vos mismo.
[159] No ignoráis que hombres ingeniosísimos y sapientísimos
han trabajado infinito sobre esta idea general, con deseo y ansia de
acomodar y hacer servir este epitalamio divino a la Iglesia presente.
Tampoco podéis dudar (después de haberlos consultado) su modo de
proceder sobre este asunto, esto es, que dicen y no hacen, afirman y no
prueban. Dicen y afirman en general que la esposa del Cántico es la
Iglesia católica presente; mas llegando a lo particular, o a la explica-
ción o acomodación de las diversas particularidades que se leen en el
Cántico mismo, ya no se ve tal Iglesia católica presente. Se busca ésta y
no se halla, fuera de dos o tres veces, porque no parezca que la han ol-
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 781

vidado del todo. En su lugar se ve substituida cualquiera alma buena


que quiera entrar a la vida devota y aspira a la perfección cristiana.
Mas esto, ¿por qué? Sin duda porque a la Iglesia presente, o se tome
latísimamente con su activa y pasiva, o se considere solamente su par-
te principal, que es el sacerdocio, nada le compete, o casi nada de lo
que aquí dice el esposo de la esposa, ni lo que ella dice de sí misma. Si
esta acomodación fuese posible, ¿dejarían a la Iglesia universal, y se
pasarían a una persona particular?
[160] No hace a propósito probar aquí con los hechos mismos, o
con las expresiones y palabras del Cántico mismo, que no se habla en él
ni una sola palabra de la Iglesia o esposa presente de las Gentes. Para
esto sería necesario un gran volumen, mas volumen no menos enfadoso
que inútil. Para quedar plenamente convencidos, no es necesario tanto.
Nos basta considerar atentamente, en juicio y en justicia, o una u otra
expresión entre las innumerables que nos ofrece el Cántico divino, por
ejemplo: Toda eres hermosa, amiga mía, y mancilla no hay en ti 1. Si
esta sola alabanza (aunque no hubiese otras semejantes) que da aquí
el esposo a la esposa, es ciertamente inacomodable a la Iglesia, esposa
presente de las Gentes, con esto solo quedamos en derecho de concluir
que no se habla de ella en todo este Cántico divino, sino de otra cosa
mucho mayor y mejor que, según las Escrituras, debemos esperar.
[161] Acaso diréis, lo primero: que esta verdadera alabanza, que da
aquí el esposo a la esposa del Cántico divino, le cuadra bien (a lo me-
nos en cierto sentido verdadero) a la Iglesia católica presente, a lo que
llama el apóstol columna y apoyo de la verdad 2; pues en ella sola se
enseña y se practica la verdadera fe, que obra por la caridad. En este
verdadero sentido (proseguís diciendo) puede bien decirle Cristo aque-
llas palabras: Toda eres hermosa, amiga mía, y mancilla no hay en ti.
A lo cual se responde en breve que, si esto solo basta para dar esta ver-
dadera alabanza a la Iglesia o esposa presente, deberá también bastar
para dar la misma alabanza a la Iglesia o esposa antigua, que vulgar-
mente llamamos Sinagoga. Esta, en su tiempo, mientras reinó, enseñó
siempre sin interrupción la verdadera fe y la verdadera justicia (y tam-
bién la practicó en muchísimos de sus miembros), y de ella, o por me-
dio de ella, hemos recibido y aprendido casi cuanto bueno tenemos. Si
no hubiese enseñado siempre la verdadera fe y la verdadera justicia,
parece imposible que el Mesías mismo, justísimo apreciador de todo,
hubiese remitido a esta enseñanza, así a las turbas como a sus mismos
discípulos: Entonces Jesús habló a la multitud y a sus discípulos, di-
ciendo: Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los Escribas y los Fa-

1 Cant. 4, 7.
2 1 Tim. 3, 15.
782 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

riseos. Guardad, pues, y haced todo lo que os dijeren: mas no hagáis


según las obras de ellos: porque dicen, y no hacen 1.
[162] Diréis acaso, lo segundo: que el Apóstol y maestro de las Gen-
tes dice que Cristo se entregó a la muerte acerba e ignominiosa de la
cruz, para presentársela a sí misma como Iglesia gloriosa, que no
tenga mancha, ni arruga, ni cosa semejante, sino que sea santa y sin
mancilla 2. Aquí pudierais añadir también que el mismo Apóstol, en la
misma epístola, dice a todos y a cada uno de los Cristianos (de los cua-
les consta y se compone la Iglesia) que Dios nos eligió a todos para que
fuésemos santos y sin mancilla delante de él en caridad 3. Mas ¿qué
cristiano puede dudar de esta verdad? Esta fue ciertísimamente, es y
será la voluntad de Dios, y la intención y deseo del Redentor. Por con-
siguiente, ésta es la vocación y obligación de toda la Iglesia, y de todos
y de cada uno de sus miembros. Con todo eso, es no menos cierto y vi-
sible, aun a los ciegos, que esta voluntad de Dios, esta intención y de-
seo del Redentor, esta vocación y obligación de toda la Iglesia y de to-
dos los individuos que la componen, no ha tenido su efecto pleno has-
ta el día de hoy; así como parece ciertísimo que lo tendrá en algún
tiempo, según las Escrituras.
[163] En suma, Cristófilo mío, no confundamos las ideas, ni que-
ramos cegarnos voluntariamente: la Iglesia presente de Cristo es sin
duda un cuerpo moral y místico, cuya cabeza, que es Cristo, es perfec-
tamente santa, santo el Espíritu que la anima y dirige, santa su creen-
cia, su moral, sus leyes, sus sacramentos, sus medios de satisfacción, si
alguno usare de ellos legítimamente, etc. Mas lo primero: todas estas
cosas no pertenecen a la pulcritud, a la hermosura, a la justicia y santi-
dad de la esposa; no prueban su pulcritud, su hermosura, justicia y san-
tidad; sólo prueban la bondad y liberalidad del esposo para con ella;
por consiguiente, prueban muchísimo a favor del esposo, y nada a favor
de la esposa. Lo segundo, y más claro: este cuerpo moral y místico, cuya
cabeza es Cristo, se compone de innumerables miembros, entre los cua-
les los perfectamente sanos son y han sido siempre pocos y rarísimos,
los débiles y enfermos muchísimos, los inútiles e inservibles sin núme-
ro, y los pésimos y perjudiciales de todo género, ¿quién los podrá con-
tar? ¿No es esto así, mi buen Cristófilo? ¿No ha sido siempre así (ya
más, ya menos, con poca diferencia) en todos los siglos, años y meses de
la era cristiana? ¿No se han visto siempre, y se ven aun (tal vez ahora
mayores, y aun con mayor claridad) excesos y vicios torpísimos, críme-
nes y escándalos horribles, cuales ni aun entre gentiles? 4.

1 Mt. 23, 1-3.


2 Ef. 5, 27.
3 Ef. 1, 4.
4 1 Cor. 5, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 783

[164] Pues a este cuerpo moral, compuesto de vírgenes prudentes


y necias, de peces buenos y malos, de ciertos fieles e infieles, de poco
trigo y mucha paja, y también de mucha cizaña, ¿os atreveréis a apro-
piarle aquella suma alabanza, y tantas otras semejantes de que abunda
el Cántico divino: Toda eres hermosa, amiga mía, y mancha no hay
en ti? Me atrevo a deciros con el Apóstol y Maestro de las Gentes: No
es buena vuestra jactancia 1. Parece que con mayor fundamento le po-
dréis apropiar aquellas otras palabras que se dijeron a la primera es-
posa, no menos satisfecha de sí misma: Aunque te laves con nitro, y
amontones hierba de borit sobre ti, manchada estás en tu iniquidad
delante de mí, dice el Señor Dios. ¿Cómo dices: No he sido amancilla-
da…? 2. Diréis que aquí se habla de la idolatría de la primera esposa;
mas lo primero: la idolatría no era general en toda la esposa, sino en
muchos de los miembros que constituían aquel cuerpo moral; lo se-
gundo: no solamente mancha y afea el alma la idolatría, sino toda
suerte de iniquidad. San Pablo, hablando en general de toda iniquidad,
y en particular de la avaricia, dice que es servicio de ídolos 3.
PÁRRAFO 3
[165] Pues ¿de quién se dicen estas palabras, y tantas otras del to-
do semejantes? ¿Quién es esta esposa tan santa, a quien puedan com-
peter, según el texto y contexto de todo el Cántico divino, unas alaban-
zas tan grandes, que difícilmente se podrán imaginar otras mayores?
Yo busco esta esposa santa en todas las historias, así sagradas como
eclesiásticas, y no la hallo. La busco en los Profetas desde Moisés hasta
el Apocalipsis, y no hallo otra, por más que la busque, sino aquella so-
la, todavía futura, vestida del sol, que consideramos difusamente en
todo el fenómeno 8, que acompañamos hasta la soledad, y que allí de-
jamos retirada, quieta y segura de la presencia de la serpiente 4, cuan-
do ésta salga de la soledad y se despose de nuevo, bajo otro testamento
o pacto sempiterno; lo cual, según los mismos profetas, no puede su-
ceder sino en el siglo venturo, que ellos mismos anuncian, o lo que es
lo mismo, en la tierra nueva y cielo nuevo.
[166] Esta es visiblemente aquella misma de quien se habla en el
capítulo 54, versículo 6, de Isaías: Porque el Señor le llamó como a
mujer desamparada y angustiada de espíritu, y como a mujer que es
repudiada desde la juventud, dijo tu Dios… Esto es para mí como en
los días de Noé, a quien juré que ya no traería más las aguas de Noé
sobre la tierra: así juré que no me enojaré contigo, ni te reprehende-

1 1 Cor. 5, 6.
2 Jer. 2, 22-23.
3 Col. 3, 5.
4 Apoc. 12, 14.
784 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ré 1. Léase atentamente todo este capítulo, y reflexiónense en juicio y


en justicia todas sus expresiones y palabras, y se hallará claro y palpa-
ble lo que no se halla en sentido puramente acomodaticio y violentísi-
mo, a que se acogen aquí todos los intérpretes de la Escritura sagrada.
[167] Esta es aquella misma de quien se dice: Alzate, álzate, leván-
tate, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor el cáliz de su ira;
hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste, y bebiste hasta las heces 2.
Esta es aquella misma a quien se dice: Sacúdete del polvo, levántate;
siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello cautivo, hija de
Sión… Porque fuiste desamparada y aborrecida, y no había quien
por ti pasase, te pondré por lozanía (o regocijo) de los siglos, para
gozo en generación y generación, y pondré en tu gobierno la paz, y
en tus presidentes la justicia 3. Porque te cerraré la cicatriz, y te sa-
naré de tus heridas, dice el Señor. Porque te llamaron, oh Sión, la
echada a fuera: Esta es la que no tenía quien la buscase 4… Desnúda-
te, Jerusalén, de la túnica de luto, y de tu maltratamiento; y vístete la
hermosura y la honra de aquella gloria sempiterna que te viene de
Dios. Te rodeará Dios con un manto forrado de justicia, y pondrá so-
bre tu cabeza un bonetillo de honra eterna 5.
[168] Estas y otras mil cosas muy semejantes le están ciertamente
prometidas para su tiempo a esta misma mujer, ahora estéril y sin pa-
rir, echada de su patria y cautiva, desamparada y sola 6; para los
tiempos, digo, todavía futuros, de su plenitud, de su asunción, o de su
nuevo desposorio; y todas concuerdan perfectamente con las que se
leen en el Cántico de los Cánticos. Yo no puedo aquí producirlas todas,
porque esto no hace a mi propósito; bástame dar una idea general, no-
tando algunas de las más sensibles y luminosas.
[169] Primeramente: la santidad que anuncian los profetas para su
tiempo a esta mujer metafórica, o a esta esposa antigua de que ha-
blamos, es tan grande, que hasta ahora no se ha visto en nuestra tie-
rra. Si hasta ahora no se ha visto en nuestra tierra, es necesario, y ab-
solutamente necesario, que se vea en algún tiempo, para que los Pro-
fetas de Dios sean hallados fieles 7. Las expresiones de estos Profetas
parece que no pueden ser mayores ni más claras. Ved algunas pocas
entre millares.
[170] ISAÍAS, CAPÍTULO 6, VERSÍCULOS 12 Y 13: Y se multiplicará la
que había sido desamparada en medio de la tierra. Y todavía en ella

1 Is. 54, 6 y 9.
2 Is. 51, 17.
3 Is. 52, 2; 60, 15 y 17.
4 Jer. 30, 17.
5 Bar. 5, 1-2.
6 Is. 49, 21.
7 Eclo. 36, 18.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 785

la décima parte, y se convertirá, y servirá para muestra como terebin-


to, y como encina que extiende sus ramos; linaje santo será lo que
quedare en ella 1. Si queréis ahora saber de cierto de quién se habla
aquí, no tenéis que hacer otra diligencia, sino leer este capítulo con me-
diana atención, a lo menos desde el versículo 8. En él veréis anunciada
clarísimamente la ceguedad, sordera y dureza presente de Israel; la du-
ración de esta dureza, ceguedad y sordera; y también el fin y término
de todo. Esta profecía cita Cristo 2; esta misma cita San Pablo al mis-
mo propósito a los Romanos, capítulo 11, versículos 8 y 25; por donde
veréis, sin poder dudarlo, que la misma que había sido desamparada,
y que ha estado y está todavía ciega, sorda y durísima, esta misma es la
que se convertirá, y servirá para muestra 3. Por consiguiente, veréis
también con la misma claridad, que la inteligencia común de este tex-
to, que acabo de copiar, es no menos falsa que injusta y durísima. De
modo que a esta miserable, que había sido desamparada en medio de
la tierra, se le concede liberalísimamente todo cuanto se le anuncia de
triste y amargo, esto es, su ceguedad, su sordera, su dureza y obstina-
ción presente; mas otra mejor fortuna, que aquí mismo se le anuncia
para otro tiempo, ésta se le quita con mano armada para dársela a
otra, de quien la profecía no habla palabra. Abraham no hizo esto 4.
DEL MISMO, CAPÍTULO 60, VERSÍCULOS 17, 18 Y 21: Pondré en tu gobierno
la paz, y en tus presidentes la justicia. No se oirá mas hablar de
iniquidad en tu tierra… Y tu pueblo todos justos 5. Acomodad también
estas cosas a la Iglesia presente. Mas ¿cómo? ¿En ella son todos jus-
tos? ¿Lo han sido jamás? ¿Lo serán todos alguna vez?
[171] JEREMÍAS, CAPÍTULO 31, VERSÍCULO 2: Halló gracia en el de-
sierto el pueblo, que había quedado de la espada: Irá Israel a su re-
poso… Y no enseñará en adelante hombre a su prójimo, y hombre a
su hermano, diciendo: Conoce al Señor: porque todos me conocerán
desde el más pequeño de ellos hasta el mayor, dice el Señor: porque
perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado 6.
DEL MISMO, CAPÍTULO 50, VERSÍCULO 20: En aquellos días, y en aquel
tiempo, dice el Señor: será buscada la maldad de Israel, y no existi-
rá: y el pecado de Judá, y no será hallado: porque seré propicio a los
que hubiere reservado 7.
[172] BARUC, CAPÍTULO 4, VERSÍCULO 28: Porque así como fue vues-
tro pensamiento el descarriaros de Dios, diez tantos más le buscaréis,

1 Is. 6, 12-13.
2 Lc. 8.
3 Is. 6, 13.
4 Jn. 8, 40.
5 Is. 60, 17-18 y 21.
6 Jer. 31, 2 y 34.
7 Jer. 50, 20.
786 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

cuando de nuevo os convirtiereis. Porque el que os envió los males, él


mismo os traerá de nuevo un regocijo sempiterno con vuestra salud 1.
[173] EZEQUIEL, CAPÍTULO 37, VERSÍCULO 24: En mis juicios anda-
rán, y quedarán, y cumplirán mis mandamientos. Y morarán sobre
la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual moraron vuestros pa-
dres… Y haré con ellos alianza de paz, alianza eterna tendrán ellos; y
los cimentaré, y multiplicaré, y pondré mi santificación en medio de
ellos por siempre. Y estará mi tabernáculo entre ellos; y yo seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo… Y sabrán las Gentes (sin duda las cris-
tianas; pues entonces todos lo serán) que yo soy el Señor, el santifica-
dor de Israel, cuando estuviere mi santificación en medio de ellos per-
petuamente… Y no esconderé más mi rostro de ellos, porque he de-
rramado mi espíritu sobre toda la casa de Israel, dice el Señor Dios 2.
[174] SOFONÍAS, CAPÍTULO 3, VERSÍCULOS 13 Y 16: Las reliquias de
Israel no harán injusticia, ni hablarán mentira, y no será hallada en
la boca de ellos lengua engañosa… En aquel día se dirá a Jerusalén:
No temas; Sión, no se descoyunten tus manos. El Señor Dios tuyo en
medio de ti, el fuerte, él te salvará; se gozará sobre ti con alegría, ca-
llará por su amor, se regocijará sobre ti con loor, etc. 3.
[175] Comparad ahora estos pocos lugares de los Profetas y tantos
otros del todo semejantes, con todo lo que se lee, bajo figuras y seme-
janzas admirables, en todo el Cántico de las Cánticos; y hallaréis que
todo va conforme y en una perfecta concordancia o concordia. Por
consiguiente, hallaréis, o por lo menos entraréis en grandes y vehe-
mentísimas sospechas, de que la esposa de los Cantares no es otra, ni
puede ser otra, que la de los Profetas. Si ésta ha de ser algún día tan
santa, que todos sus miembros e individuos que la componen sean jus-
tos; si ésta ha de ser un día tan santa, que en todos sus confines no se
ha de oír jamás la palabra iniquidad, con todo lo que comprende una
palabra tan general: No se oirá más hablar de iniquidad en tu tierra;
si ésta ha de ser algún día tan santa, que si se busca en ella el pecado,
no será hallado… porque no existirá; ¿no podrá en este mismo tiempo
decirle el esposo con suma verdad y propiedad: Toda eres hermosa,
amiga mía, y mancilla no hay en ti? 4. ¿No podrá decirle en este mis-
mo tiempo, con suma propiedad y verdad, otras infinitas alabanzas
muy semejantes a ésta de que está lleno todo el Cántico?
[176] Descendamos ahora, para mayor claridad, a la observación
de algunas cosas más particulares, inacomodables a otra esposa (se-

1 Bar. 4, 28-29.
2 Ez. 37, 24-28; 39, 29.
3 Sof. 3, 12 y 16-17.
4 Cant. 4, 7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 787

gún las Escrituras, según las historias, y según nuestro sentido común)
que a la esposa antigua, y entonces nueva, de que vamos hablando,
cuando ésta salga de su soledad.
PÁRRAFO 4
Lo primero
[177] Primeramente: el esposo de este divino Cántico, que no puede
ser otro sino el Mesías, el Hijo de David y de Abraham, el Hijo de Dios,
o el Hombre Dios, le da a la esposa varias veces el nombre de hermana,
juntamente con el de esposa 1. Esta expresión singular, ¿a quién puede
competer, con toda verdad y propiedad, sino a la mujer vestida del sol,
o a la esposa antigua en su nuevo desposorio? Esta también le da al
esposo el nombre de hermano, en el capítulo 8, versículo 1. Diréis cier-
tamente que Jesucristo llamó hermanos, hermanas, y aun madre, a
cualquiera que hiciese la voluntad de su Padre 2. Bien. Mas yo pregun-
to ahora: Jesucristo, por estas palabras dichas en aquellas circunstan-
cias, ¿negó acaso que era hijo verdadero, según la naturaleza, de la
santa Virgen María? ¿Negó que esta santísima y admirable criatura
hacía la voluntad de su Padre? ¿Negó que eran sus parientes, o en fra-
se ordinaria de la Escritura, sus hermanos, los que acompañaban en
aquella ocasión a su santísima Madre? Cierto que no. Conque estas pa-
labras de Cristo, lo que prueban únicamente es esto: que la esposa de
que hablamos tendrá en aquellos tiempos dos verdaderos títulos por
donde merecer el nombre de hermana que le da el esposo, y aun el de
madre, que también le da en el capítulo 3, versículo 11: lo uno, por ser-
lo en realidad, siendo ambos esposos hijos de Abraham y Sara, de
Isaac y de Jacob; lo otro, porque en aquel tiempo hará ya la esposa,
plena y perfectamente, la voluntad del Padre celestial, y de un modo
basta entonces inaudito. Así le dice y le anuncia para este tiempo el
mismo Espíritu de Dios: De allí adelante no serás llamada Desampa-
rada… mas serás llamada mi Voluntad en ella…; y en el versículo 12
añade: Y los nombrarán pueblo santo, redimidos por su Señor, etc. 3.
Lo segundo
[178] Prosigamos. A esta esposa de que hablamos, y en el tiempo y
circunstancias que vamos diciendo, le competen únicamente con toda
propiedad aquellas palabras: La voz de la tórtola se ha oído en nues-
tra tierra 4. La voz o canto de la tórtola no parece otra cosa que un
continuo llanto y gemido tristísimo; y ésta ha sido casi toda la ocupa-

1 Cant. 4, 9.
2 Mt. 12, 50.
3 Is. 62, 4 y 12.
4 Cant. 2, 12.
788 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ción de la esposa en todo el tiempo de su retiro y soledad, en el que el


esposo le ha hablado a los oídos por medio de sus conductores, y al co-
razón por sí mismo. Este ha sido, digo, el efecto inmediato y naturalí-
simo de estas dos locuciones, esto es, llanto y gemido continuo y amar-
guísimo. Sanada perfectamente de su ceguedad, sordera y dureza pa-
sada, que le está anunciada hasta aquel tiempo en el capítulo 6 de
Isaías, versículo 8; quitado de su corazón aquel velo denso y tenebroso
de que habla San Pablo en su segunda carta a los de Corinto; bañada al
mismo tiempo, y circundada, como de manto, de toda la luz celestial,
que desciende del Padre de las lumbres 1; conocido en suma distinta-
mente todo el misterio de su Mesías, y al Mesías mismo, según las Es-
crituras, etc., ¿qué otra cosa han de hacer estas santas y preciosas reli-
quias, sino llorar y lamentarse, imitando la voz y gemido de la tórtola?
Llorar, digo, y gemir, ya por la memoria y recuerdo de todo lo pasado
antes del Mesías; ya por aquel exceso horrible de su pasión y muerte
ignominiosa y dolorosísima, que se completó en la misma santa ciu-
dad; ya por un íntimo agradecimiento de la misericordia actual que se
hace con ellas; ya en fin, por un amor entrañable y deseo ardentísimo
del mismo Mesías.
[179] Este llanto y gemido está bien claramente anunciado para su
tiempo, en la Escritura de la verdad. Véase lo que queda dicho en el
fenómeno 8, donde se trató de propósito de la soledad de esta mujer.
Lo tercero
[180] A esta le competen únicamente, con toda verdad y propie-
dad, aquellas palabras que, hablando de ella, dice el esposo: ¿Quién es
ésta que sube del desierto, llena de delicias, apoyada sobre su ama-
do? 2. A esta pregunta (a la que en el Cántico no se responde) responde
bien Isaías por estas palabras: Y acaecerá en aquel día que los que
quedaren de Israel, y los que escaparen de la casa de Jacob, no se
apoyarán más sobre aquel que los hiere, sino que sinceramente se
apoyarán sobre el Señor, el Santo de Israel. Los residuos, los resi-
duos, digo, de Jacob, se convertirán al Dios fuerte 3. Combinad ahora
aquellas palabras: Los que escaparen de fe casa de Jacob, con aque-
llas otras del capítulo 12 del Apocalipsis: La mujer huyó al desierto 4, y
hallaréis el mismo misterio que contienen las que ahora observamos
en los Cantares: ¿Quién es ésta que sube del desierto, llena de delicias,
apoyada sobre su amado? Ahora bien, la afluencia de delicias con que
sale la esposa del desierto es una consecuencia natural y necesaria de

1 Sant. 1, 17.
2 Cant. 8, 5.
3 Is. 10, 20-21.
4 Apoc. 12, 6.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 789

salir apoyada sobre su amado… o sobre el Señor, el Santo de Israel.


De esta misma afluencia hablan frecuentemente los Profetas y los Sal-
mos, como observaremos a su tiempo.
Lo cuarto
[181] ¿Quién es ésta que sube por el desierto, como varita de hu-
mo de los aromas de mirra, y de incienso, y de todo polvo de perfu-
mero? 1. ¿Quién no ve en esta metáfora admirable la justicia y las vir-
tudes heroicas con que la esposa aparece adornada del desierto? Con
otras metáforas semejantes, y no menos admirables, describe el espo-
so esta misma justicia y virtudes de la esposa, en varias partes de este
divino epitalamio, singularmente en el capítulo 4, versículo 10: ¡Cuán
hermosos son tus pechos (o tus amores, como se lee en Pagnini y Va-
tablo, y como debe ser, según testifica el moderno Señor Matei, erudi-
tísimo en la lengua hebrea), cuán hermosos son tus amores, hermana
mía esposa… huerto cerrado, fuente sellada! Tus renuevos son vergel
de granadas con frutos de los manzanos. Cipros con nardo, nardo y
azafrán, caña aromática y cinamomo con todos los árboles del Lí-
bano, mirra y áloe con todos los primeros perfumes… Levántate, Cier-
zo, y ven, Austro; sopla por mi huerto, y corran los aromas de él 2.
[182] Todo lo cual lo comprende el Profeta o el Espíritu Santo que
habló por medio suyo, en estas palabras, o en esta promesa formal,
hecha a esta esposa, o a estas santas y preciosas reliquias: En olor de
suavidad os recibiré, cuando os sacare de las pueblos, y os congrega-
re de las tierras en donde estáis dispersos, etc. 3.
Lo quinto
[183] Finalmente, hagamos esta simple y brevísima reflexión. El
esposo de este Cántico, siempre que habla con la esposa, la supone evi-
dentemente no en otra parte, sino precisamente en el desierto y sole-
dad, en montes, en quebradas, en bosques y cuevas, etc. Esta circuns-
tancia es gravísima, y de sumo peso. Si ésta se busca y no se halla en to-
das cuantas esposas se han imaginado hasta ahora por los mayores in-
genios, esto solo basta (aunque no tuviésemos otras pruebas, que se nos
presentan a centenares) para concluir al punto que ninguna de estas
esposas que hasta ahora se han imaginado es la esposa de los Cantares.
Mas si esta circunstancia gravísima se halla clara y palpable, según las
Escrituras, en esta esposa; si en esta concurren otras muchas circuns-
tancias igualmente graves, según las mismas Escrituras, y al mismo

1 Cant. 3, 6.
2 Cant. 4, 10 y 12-14 y 16.
3 Ez. 20, 41.
790 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tiempo todas las expresiones, locuciones, y aun palabras del Cántico


mismo, ¿no será esto una prueba clara y sensible de que la esposa de es-
te Cántico es la misma que la de los Profetas? Si es la misma que la de
los Profetas, es también visiblemente la misma que la del capítulo 12
del Apocalipsis, como observamos en el fenómeno 8; la cual, según este
lugar del Apocalipsis, y según otros lugares de los Profetas que ya he-
mos observado, debe algún día huir, volar o ser conducida a la soledad,
para que Dios le pueda hablar allí al corazón, instruirla, enseñarla, san-
tificarla, como se dice en Isaías, Oseas, Miqueas y Ezequiel, y como se
dice en este lugar del Apocalipsis: Para que allí la alimentasen mil dos-
cientos y sesenta días 1. En esta sola esposa todo se entiende, y todo se-
gún las Escrituras; y sin ella, o fuera de ella, nada.
[184] De este desierto y soledad (pasados sin duda 1260 días) la
llama muchas veces el esposo, siempre con palabras y expresiones lle-
nas de amor y ternura, diciéndole que salga afuera para ser coronada,
porque ya han pasado los días rígidos del invierno, o los tiempos del
castigo, de oscuridad, de tribulación, y también los días de prueba: Le-
vántate, apresúrate, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven.
Porque ya pasó el invierno, se fue la lluvia, y se retiró… Levántate,
amiga mía, hermosa mía, y ven: paloma mía, en los agujeros de la
peña, en la concavidad de la albarrada… Ven del Líbano, esposa mía,
ven del Líbano, ven: serás coronada de la cima del Amaná, de la
cumbre del Sanir y del Hermón (montes todos de la Palestina, altos,
ásperos, y por eso solitarios), de las cuevas de los leones, de los mon-
tes de los leopardos 2.
[185] Esta coronación a que el esposo llama con tanta instancia a la
esposa de su desierto y soledad, parece, según el Cántico mismo, y se-
gún otras Escrituras, que ha de ser mutua, así como lo debe ser el nuevo
desposorio; quiero decir, que el esposo ha de coronar a la esposa su
hermana, pues para esto la llama del desierto, diciéndole: Ven, serás
coronada; y al mismo tiempo ha de ser coronado de ella. Uno y otro se
halla clarísimo en las Escrituras, como luego veremos. Parece del mis-
mo modo que este desposorio y coronación de ambos hermanos ha de
ser público y solemnísimo, cual nunca se ha visto en nuestra tierra. To-
do cuanto sucedió antiguamente a esta misma esposa, en el día de su
juventud, en su primer desposorio en el desierto del monte Sinaí, todo
fue como un preliminar, o como una sombra bien oscura de lo que debe
suceder, según las Escrituras, en el segundo desposorio de que habla-
mos ahora, bajo otro tratado, o pacto firme y sempiterno. Allá, todo fue
temor, pavor, terror, con que se hacía entonces un trato, o un pacto, con

1 Apoc. 12, 6.
2 Cant. 2, 10-11 y 13-14; 4, 8.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 791

personas rudísimas, y apenas superiores a las bestias; tanto que estas


personas que componían aquella esposa, pidieron por gracia que no les
hablase el esposo por sí mismo, sino por medio de Moisés: Y todo el
pueblo veía las voces y los resplandores, y el sonido de la bocina, y el
monte humeando; y atemorizados, y agitados de pavor, se estuvieron
a lo lejos, diciendo a Moisés: Háblanos tú, y oiremos; no nos hable el
Señor, no sea que muramos 1. Acá será todo lo contrario: porque el
amor solo ocupará todo el lugar del temor y pavor: En la caridad no
hay temor; mas la caridad perfecta echa fuera el temor 2.
[186] Allá, en aquel primer desposorio, fueron testigos y ministros
solamente los ángeles, enviados para ministerio; acá, en el segundo
desposorio, serán ministros, testigos y participes de la alegría y júbilo
de aquel solemnísimo día, no solamente los ángeles, enviados para
ministerio, sino también toda la corte del Rey, toda la santa y celestial
Jerusalén, que acaba de bajar del cielo a nuestra tierra. Así se entien-
den naturalmente, sin violencia ni artificio alguno, aquellas palabras
del epitalamio o cántico nupcial: Salid y ved, hijas de Sion, al rey Sa-
lomón con la corona con que le coronó su madre en el día de su des-
posorio, y en el día de la alegría de su corazón 3. Por las cuales pala-
bras se comprende al punto, no solamente el nuevo y festivísimo des-
posorio entre los dos hermanos, sino también la nueva coronación,
como rey peculiar de los Judíos, de aquel mismo por quien son todas
las cosas, y para quien son todas las cosas 4, que acaba de llegar a
nuestra tierra después de haber recibido el reino 5, coronado del Padre
como Rey y Señor de todo lo criado. Una y otra corona (universal y
particular) se lee clara y distintamente en las Escrituras. La universal
es frecuentísima en los Salmos y en los Profetas, y fuera una cosa ver-
gonzosa el ignorarlo o dudarlo. La particular se puede ver en Isaías,
capítulo 9; en Amós, capítulo 9, versículo 11; en los Salmos 88 y 131, y
por abreviar, en el Evangelio de San Lucas, capítulo 1, versículo 32. La
particular de la esposa misma de que hablamos, se puede ver en todo
el capítulo 5 de Baruc, en donde, entre otras cosas, se leen estas pala-
bras: Te rodeará Dios con un manto forrado de justicia, y pondrá so-
bre tu cabeza un bonetillo de honra eterna. Porque Dios mostrará su
resplandor en ti, a todos los que están debajo del cielo 6. Estas pala-
bras suenan muchísimo, y no hay razón alguna para despreciarlas, y
mucho menos para acomodarlas a otra esposa, de quien y con quien
ciertamente no se habla aquí.

1 Ex. 20, 18-19.


2 1 Jn. 4, 18.
3 Cant. 3, 11.
4 Heb. 2, 10.
5 Lc. 19, 15.
6 Bar. 5, 2-3.
792 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 5
[187] Esta idea general que aquí propongo de la inteligencia literal
y genuina de los Cantares, me parece tal hablando simple y sincera-
mente. Leed, amigo, con esta idea todo este epitalamio divino, y me
atrevo a aseguraros que no hallaréis otra cosa más natural, ni más se-
guida, ni más clara, ni más conforme a las magníficas expresiones de
los Profetas y Salmos, y también de muchas Escrituras del Nuevo Tes-
tamento. No hay duda que os parecerán oscuras y difíciles muchas co-
sas particulares; ya porque no entenderéis luego al punto la significa-
ción verdadera de las metáforas, o semejanzas admirables con que ex-
plican estas cosas particulares; ya también porque, después de haber-
las entendido generalmente y en sustancia, no podréis contraerlas con
facilidad al misterio y tiempo de que hablamos. Estas cosas particula-
res (que no son muchas) me tuvieron también a mí no poco tiempo
suspenso e indeciso, hasta que advertí, o empecé a sospechar con ve-
hementísimo recelo, que la esposa, o el Espíritu Santo en persona su-
ya, refiere aquí todo cuanto le ha sucedido en los tiempos de su cegue-
dad, de sus tinieblas, de su viudez, de su esterilidad, de su transmigra-
ción y dispersión entre todas las naciones.
[188] Por ejemplo, cuando dice en el capítulo 3: En mi lecho (o en
mi aposento) por las noches busqué al que ama mi alma; le busqué, y
no le hallé. (Dije): Me levantaré, y daré vueltas a la ciudad; por las
calles y por las plazas buscaré al que ama mi alma; le busqué, y no le
hallé 1, ¿no es esto puntualmente lo que le ha sucedido a esta infeliz,
desde que se le escondió por su incredulidad e iniquidad el sol de jus-
ticia, y la dejó en tinieblas? ¿No es esto mismo lo que anunció clarísi-
mamente su Mesías, cuando le dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis;
y donde yo estoy, vosotros no podéis venir? 2. Los que oyeron estas
palabras, prosigue San Juan, decían entre sí (y decían la verdad sin
entenderla): ¿A dónde se ha de ir éste, que no le hallaremos? ¿Querrá
ir a las Gentes que están dispersas, y enseñar a los Gentiles? ¿Qué pa-
labra es ésta que dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis; y donde yo
estoy, vosotros no podéis venir? 3. En otra ocasión les dijo el mismo
Señor estas palabras, tomadas evidentemente del salmo 117: No me
veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor 4.
En el salmo 126 se les dice y notifica a este mismo propósito: Vano es
para vosotros levantaros antes de amanecer 5. Y San Pablo, plena-
mente instruido en la verdadera inteligencia de las Escrituras, dice ex-

1 Cant. 3, 1-2.
2 Jn. 7, 34.
3 Jn. 7, 35-36.
4 Mt. 23, 39.
5 Sal. 126, 2.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 8 793

presamente que la ceguedad ha venido en parte a Israel, hasta que


haya entrado la plenitud de las Gentes, y que así todo Israel se salva-
se, como está escrito 1.
[189] Sigue la esposa refiriendo lo que ha pasado en estas noches de
su ceguedad, tribulación y dolor: Me hallaron los centinelas que guar-
dan la ciudad 2. De estos vigiles, o centinelas, que guardan la ciudad,
habla la esposa dos veces y de un modo bien diverso; por donde pode-
mos sospechar que habla de dos ciudades y centinelas, ambos metafó-
ricos pero diversísimos. ¿Cuáles son éstos? La historia y la experiencia
cuotidiana parece que nos los muestran como con el dedo. De los unos
dice: Halláronme las guardias, que rondan la ciudad; me hirieron, y
me llagaron; lleváronme mi manto las guardas de los muros 3. Estos,
según yo pienso, no parece que pueden ser otros que las Gentes mismas
entre quienes está dispersa esta infeliz, sean étnicas, o mahometanas, o
cristianas. ¿Quién ignora, si sabe algo de historia, las grandes persecu-
ciones, tribulaciones, concusiones, crueldades y barbarie, que ha tenido
que sufrir esta triste viuda en todas las tierras de su dispersión y cauti-
verio? ¿Quién ignora que se han verificado en ella plenísimamente tan-
tas y tan claras profecías, que le anuncian esto mismo desde Moisés
hasta Malaquías? Todos los que los hallaron (a los hijos de esta mujer)
se los comieron; y los enemigos de ellos dijeron: No hemos pecado;
porque ellos pecaron contra el Señor hermosura de justicia, y contra
el Señor esperanza de sus padres 4. Estas tribulaciones es claro e inne-
gable que han sido mayores y más crueles entre los Cristianos, princi-
palmente en tiempos de ignorancia y barbarie, en que los custodes, ig-
norando el espíritu de lenidad que debía animarlos, se encrudecían,
mataban, quemaban y pedían más fuego del cielo, pensando que hacen
servicio a Dios 5. A esto parece que alude la esposa de este Cántico di-
ciendo: Los hijos de mi madre lidiaron contra mí 6.
[190] De los otros vigiles o custodes dice únicamente que, habién-
dose encontrado con ellos, les preguntó: ¿Visteis por ventura al que
ama mi alma? 7. Se ve aquí la pregunta; mas la respuesta se desea. Se ve
el encuentro con los vigiles; mas no se ven concusiones, ni crueldades,
sino por toda respuesta un profundo silencio. ¿Quiénes pueden ser es-
tos vigiles, o custodes de esta otra ciudad metafórica? A mí se me figu-
ran los rabinos, o doctores hebreos. A estos dice la esposa (capítulo 3)
que les preguntó por su dilecto, o les pidió noticias ciertas del Mesías;

1 Rom. 11, 25-26.


2 Cant. 3, 3.
3 Cant. 5, 7.
4 Jer. 50, 7.
5 Jn. 16, 2.
6 Cant. 1, 5.
7 Cant. 3, 3.
794 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mas no tuvo noticia, ni respuesta alguna determinada. ¿Y no es esto lo


que pasa, y lo que ha pasado hasta el día de hoy? Por tanto, concluye di-
ciendo: Cuando hube pasado de ellos un poquito, hallé al que ama mi
alma: yo le así; y no le dejaré 1. Como si dijera: Después que vi que mis
doctores nada me decían, que no me daban de mi dilecto idea alguna
clara ni tolerable según las Escrituras; después que los dejé y desprecié
como a falsos e ignorantísimos maestros; después que en lugar de oír-
los a ellos, oí a Elías, el que ha de venir, y restablecerá todas las cosas 2,
y juntamente con Elías, a Moisés, y a los Profetas 3; entonces, luego al
punto hallé lo que deseaba: Cuando hube pasado de ellos un poquito,
hallé al que ama mi alma: yo le así; y no le dejaré…
[191] Si con esta idea general se lee todo este Cántico nupcial, o
todo este epitalamio (palabra griega que significa lo mismo que cánti-
co o verso nupcial); si este se combina en juicio y justicia con los Pro-
fetas y Salmos, y con otras no pocas y oscuras Escrituras del nuevo
Testamento; me parece cierto que no se hallará dificultad alguna inac-
cesible en todo este Cántico de los Cánticos, antes se hallará todo fácil
y llano, desde la primera hasta la última palabra. Lo cual no sucede, ni
es fácil, ni posible que suceda, en todas cuantas ideas, o sistemas, o
modos de pensar hasta ahora se han imaginado sobre este Cántico, no
ciertamente carnal, sino espiritual; no humano, sino divino; a lo cual
me parece añadir esta sola palabra: no cántico de este siglo, o para este
siglo, sino del siglo venturo, en el nuevo cielo y nueva tierra, después
que el Mesías vuelva del cielo a nuestra tierra, después de haber reci-
bido el reino (en gloria y majestad 4). Leed ahora el salmo 44 y lo en-
tenderéis todo.
[192] ¡Oh, cuántas cosas se me quedan por decir, y cuántas refle-
xiones bien importantes me veo precisado a omitir! Mas ¿no podrán
suplir esta falta los lectores doctos y sensatos? A éstos me remito por
ahora, pues yo no tengo tiempo ni talento para tanto.

1 Cant. 3, 4.
2 Mt. 17, 11.
3 Lc. 16, 31.
4 Lc. 19, 15.
Capítulo 9
División de la tierra santa entre las
reliquias de las doce tribus de Jacob.
Jerusalén de los profetas,
todavía viadora, y su templo

PÁRRAFO 1
[193] Habiendo salido del desierto la mujer solitaria, como el alba
al levantarse, hermosa como la luna, escogida como el sol, terrible
como un ejército de escuadrones ordenado 1, como varita de humo de
los aromas de mirra, y de incienso, y de todo polvo de perfumero 2, to-
da… hermosa 3, apoyada sobre su amado 4; habiendo celebrado su
nuevo desposorio con otra nueva alianza o pacto sempiterno, con una
solemnidad infinitamente mayor que la del desierto del monte Sinaí,
pacto que invalidaron 5; habiendo ungido y coronado a su hermano y
esposo como a rey propio suyo, no obstante que viene coronado del Pa-
dre como rey universal de todo lo criado, etc.; se debe luego seguir na-
turalmente, o diremos mejor, necesariamente, el cumplimiento pleno y
perfecto de tantas y tan magníficas promesas del Dios divino y verdade-
ro, fidelísimo en todas sus palabras y santo en todas sus obras 6, que
leemos expresas y claras en la Escritura de la verdad; las cuales mani-
fiestamente no han tenido hasta ahora, ni han podido tener, según la
misma Escritura, su pleno y perfecto cumplimiento.
[194] Aunque estas promesas de que hablo son poco menos que
innumerables, mas en el tiempo y circunstancias en que ya nos halla-
mos en espíritu, esto es, en el cielo nuevo y nueva tierra que espera-
mos según sus promesas 7, las que se ofrecen luego inmediatamente a
nuestra consideración son estas tres principales, de que dependen o se
siguen naturalmente todas las otras, y que por esto mismo son las más
oscuras (como dicen), y tal vez dijeran mejor, las más repugnantes, las
más enemigas, las más perjudiciales al sistema vulgar.

1 Cant. 6, 9.
2 Cant. 3, 6.
3 Cant. 4, 7.
4 Cant. 8, 5.
5 Jer. 31, 32.
6 Sal. 144, 13.
7 2 Ped. 3, 13.
796 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[195] Primera: la nueva división de la tierra santa entre las doce


tribus de Jacob, la cual no se ha visto jamás en nuestra tierra. Segun-
da: la futura Jerusalén, no cierto la que debe bajar del cielo a nuestra
tierra, que ya consideramos en el capítulo 6, sino la que según las Es-
crituras debe ser todavía viadora, y como tal ciudad sacerdotal, ciudad
regia, y como la llama Jeremías, la princesa de las provincias…, la se-
ñora de las naciones 1, capital y centro de unidad, no solamente de las
doce tribus de Jacob, sino también de todos los habitadores viadores
de toda nuestra tierra. Tercera: el templo magnífico y único en su es-
pecie de esta nueva ciudad, y lo que en él, y sólo en él, deberá hacerse
en aquellos tiempos según el mandamiento de Dios mismo.
[196] Estos tres puntos gravísimos, de que hablan frecuentemente
los Profetas (y de que todos tiran a prescindir, temiendo la ruina total
de su sistema, sin atreverse no obstante a negarlos absolutamente, ni
aun mucho menos a impugnarlos directamente), estos tres puntos, di-
go, debemos examinar en este capítulo con toda la brevedad que nos
fuere posible, remitiendo para esto no pocas veces a los lectores, para
no abusar de su paciencia, a lo que sobre estas cosas y otras muy se-
mejantes queda ya observado en casi todo nuestro segundo tomo.
PÁRRAFO 2
[197] Una nueva división de la tierra santa entre las santas reli-
quias de las doce tribus de Jacob, recogidas por el brazo omnipotente
de Dios vivo con grandes piedades 2, está anunciada clara y expresa-
mente, con circunstancias las más individuales, en la Escritura de la
verdad. Esta nueva división no se ha verificado hasta el día de hoy;
luego debe verificarse en algún tiempo. La conclusión parece inevita-
ble, si la primera y segunda proposición son verdaderas, innegables,
indisputables. Y ¿no lo son en realidad?
[198] La verdad de la primera proposición la veréis con vuestros
propios ojos, y la tocaréis con vuestras propias manos, si leéis sola-
mente el capítulo 48 de Ezequiel; si queréis entenderlo mejor, tomán-
dole todo su gusto, empezad esta lección desde el capítulo 36: halla-
réis, sin poderlo dudar, que todos estos trece capítulos contienen se-
guida y clarísimamente un mismo misterio general, esto es, la futura
vocación y conversión de las reliquias de Israel, con todos los sucesos
generales, y muchísimos bien particulares, que la deben preceder,
acompañar y seguir, según queda dicho y probado en otras partes, es-
pecialmente cuando observamos la visión de los huesos del capítulo 37
(fenómeno 5, aspecto 4). Conocida esta primera verdad, pasad luego a

1 Lam. 1, 1.
2 Is. 54, 7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 797

examinar y conocer la segunda. Este examen, y este conocimiento ple-


no, es todavía mas fácil; no es menester para esto navegar al oriente o
al occidente; basta que os hagáis a vos mismo esta simple pregunta, y
atendáis bien a vuestra propia respuesta: el capítulo último de Eze-
quiel (lo mismo podréis preguntar de los doce que le preceden), ¿se ha
verificado hasta el día de hoy? ¿Cómo? ¿Cuándo?
[199] Sabemos de cierto, sin sospecha de duda, que la división de la
tierra prometida que se hizo en tiempo de Josué (fuera de la cual no se
ha hecho jamás otra), es infinitamente diversa de la que aquí anuncia y
prescribe Ezequiel. Aquella fue como en círculos o espacios diversos y
bien distinguidos entre sí, en que unas tribus tuvieron más, otras me-
nos; unas se establecieron cerca del mar Mediterráneo y tocando con él,
otras quedaron no poco distantes del mismo mar; una a esta parte, otra
a la otra del Jordán, etc. Mas la división que anuncia Ezequiel es perfec-
tamente igual entre todas las tribus: todas se extienden como un cua-
drilongo de oriente a poniente, todos estos cuadrilongos parten desde
cierta altura recta muy oriental respecto del mar, y paralela con sus
playas, hasta terminarse en el mismo mar; todas van como zonas o fa-
jas iguales entre sí, pues a todas y a cada una se les señala la misma
porción de país, exceptuando la tribu de José por sus dos hijos, Efraím
y Manasés: Porque José (dice el mismo Profeta) tiene doble medida 1,
el cual privilegio se le conservaba hasta entonces al patriarca José, es-
to es, la donación particular que le hizo su padre poco antes de morir:
Te doy sobre tus hermanos una porción 2. También se exceptúa la tribu
de Leví, a quien se le señala en Ezequiel doble medida (desde el versícu-
lo 8 hasta el 28), no obstante que esta tribu jamás tuvo antiguamente,
ni podía tener según la ley, posesión algún entre sus hermanos, pues
Dios solo era su posesión: Por lo cual no tuvo Leví porción 3. A todo es-
to se debe añadir que, en la antigua división de la tierra prometida, la
tribu de Judá y de Benjamín eran las más australes, por consiguiente
Jerusalén y su templo; mas en la división de Ezequiel, la tribu de Judá
y Jerusalén quedan en medio de todas las tribus, y la tierra santa debe
extenderse más hacia el austro, hasta las aguas de contradicción de
Cades 4, para dar lugar a cinco tribus que deben establecerse al austro
de Judá, que son las de Benjamín, de Simeón, de Isacar, de Zabulón y
de Gad; todas las cuales, en la antigua división, eran parte septentrio-
nales, parte occidentales respecto de Judá.
[200] Supuestas estas noticias ciertas y seguras, y otras semejantes,
que podréis ver en la misma profecía de Ezequiel, preguntaos otra vez a

1 Ez. 47, 13.


2 Gen. 48, 22.
3 Deut. 10, 9.
4 Ez. 47, 19.
798 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

vos mismo: ¿Todas estas cosas, o algunas de ellas, se han verificado ya?
Si todavía teméis daros a vos mismo una respuesta categórica, consultad
este punto gravísimo con alguno, o muchos sabios de vuestra mayor sa-
tisfacción, como debemos hacerlo, según todas las leyes de la prudencia,
en caso de duda. Abrid después un expositor (digo alguno, porque sé de
cierto que en estos puntos de que hablamos, lo mismo hallaréis en uno
que en ciento), y después de haberlo consultado diligentísimamente,
confrontadlo como debe ser con la profecía misma, y me parece a mí
que con esta sola diligencia abriréis los ojos, como un hombre a quien
se le despierta de un sueño 1, y veréis cosas que os parecían invisibles;
mas ¿cómo invisibles, siendo tan grandes, tan claras y tan obvias?
[201] Os dirán unos sobre estos capítulos últimos de Ezequiel cosas
buenas, verdaderas, pías y santas; mas si les preguntáis si son éstas,
realmente hablando, las que se dicen y anuncian en la misma profecía,
tengo por cierto por mi propia experiencia que habréis de esperar la
respuesta hasta el día de la eternidad. Otros, y los más, os dirán oscurí-
simamente que, aunque todas estas cosas se enderezaron a la letra a la
vuelta de Babilonia, en tiempo de Ciro; mas en otro sentido más alto,
esto es, alegórico, se enderezaron principalmente a nuestra Iglesia pre-
sente. Cómo se puedan estas cosas acomodar a nuestra Iglesia, yo no lo
sé, pues aun lo poquísimo que se dice, aun por doctores ingeniosísimos,
lo leo, y lo vuelvo a leer, y no lo entiendo. Me parece infinitamente más
claro el texto del profeta que su explicación. Os dirán, en fin, otros más
animosos (o más celosos del sistema vulgar), y aun tirarán a persua-
diros, que todas estas cosas de que hablamos, o las más de ellas, no ad-
miten sentido literal. Mas ¿por qué no? ¿Hay alguna cosa en la Escritu-
ra santa, ni la puede haber, que no admita, y que realmente no tenga
sentido literal? Si se me muestra alguna, yo abriré al punto la Biblia sa-
grada, y mostrando lo que primero ocurre, diré con la misma animosi-
dad que aquello que leo, sea lo que fuere, no admite sentido literal. ¿Por
qué? Porque no hay razón alguna, ni la puede haber, para que unas co-
sas admitan sentido literal (esto es, propio y genuino, como cualquiera
otra escritura humana en cualquiera lengua que sea), y otras no. Por-
que no hay razón alguna, ni la puede haber, y por eso no se produce, pa-
ra exceptuar a la voluntad ésta o aquélla de la regla general cierta, se-
gura e indubitable, establecida por los mismos doctores, y perfecta-
mente conforme a los principios de la recta razón.
[202] Todas estas cosas de que actualmente hablamos (os oigo re-
plicar, aunque con voz bajísima y que apenas se percibe) no admiten
ni pueden admitir sentido literal, propio y genuino, porque repugnan,
porque contradicen, porque chocan, porque aniquilan; en suma, por-

1 Zac. 4, 1.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 799

que no se conciben. Mas este no concebirse, esta contradicción, esta


repugnancia, ¿en qué consisten, o en qué finalmente vienen a parar?
¿Acaso en que estas cosas de que hablamos, entendidas literalmente,
chocan, o contradicen, o repugnan a algún dogma de fe divina, o a al-
guna otra verdad ya conocida e indubitable? ¡Oh que no, Cristófilo, oh
que no! Si esto fuera, no digo yo cierto, pero a lo menos probable, con
alguna probabilidad siquiera suficiente, todos los doctores católicos
hablaran sobre estas cosas en alta y altísima voz, o lo que es lo mismo,
en tono de seguridad, así como lo hacen, y con suma razón, en todos
los puntos de dogma. Todos nos dijeran, nos enseñaran, nos mostra-
ran como con la mano, aquella verdad de fe divina cierta e indubitable
a la cual se oponen y contradicen estas mismas cosas de que hablamos.
Todos se detuvieran en ellas, siquiera dos o tres minutos, y no pasaran
sobre ellas con tanta prisa; y, en suma, no omitieran las más de ellas
(tal vez las mayores y mejores; diremos mejor, las más repugnantes al
sistema vulgar) como lo hacen ciertamente aun los autores más difu-
sos y más literales, o que se llaman con este nombre.
[203] Conque toda la dificultad y repugnancia consiste solamente
en el sistema vulgar, sobre el cual todos proceden, y del cual todos par-
ten, como de un principio sólido y firme. Alcese, pues, alguna vez este
velo, y córrase sin miedo esta cortina, y al punto desaparecerán todas
las dificultades, las repugnancias, las contradicciones; y la verdad de
Dios, que estaba cubierta con este velo, y parecía invisible detrás de su
cortina, se ve ya clara y manifiesta son todo su esplendor. El erudito y
pío Cornelio Alápide (que en la clase de los píos y eruditos ocupa con
gran razón uno de los primeros puestos) dice estas palabras hablando
de la división de la tierra santa del capítulo 48 de Ezequiel: Mas de
qué modo se ha de entender esta división de Ezequiel, por suertes, y
cómo se haya hecho, ninguno lo explica, ni yo me atrevo a adivinar-
lo 1. Por las cuales palabras de este eruditísimo intérprete, cualquiera
entiende bien que todos hasta su tiempo habían prescindido de estas
cosas: Ninguno lo explica; y yo añado que, desde el tiempo de este sa-
bio hasta el día de hoy, esto es, en el espacio de 200 años, ha sucedido
lo mismo sin novedad alguna; ninguno lo explica, todos prescinden,
todos huyen, como si el Espíritu Santo hubiese mandado escribir todas
estas cosas para que huyesen y prescindieren de ellas los que las leen.
Para esto, ¿qué necesidad había de escribirlas? ¿No estaban mejor
ocultas y escondidas en el seno de Dios?
PÁRRAFO 3
[204] El simple discurso que acabamos de hacer sobre este primer
punto, lo extendemos confiadamente a los dos siguientes. La ciudad

1 CORNELIO ALÁPIDE, in cap 48 Ezech.


800 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

capital de que habla Ezequiel desde el capítulo 40 hasta el 48, es evi-


dentemente la misma de que hablan casi todos los otros Profetas, y
más que todos el santo rey y profeta David, y después de él, Isaías. Es-
ta ciudad de los Profetas no puede ser la que consideramos ya en el
capítulo 6, bajada del cielo a nuestra tierra. La diferencia es palpable,
si se comparan con mediana atención ambas ciudades. San Juan da de
la suya todas las señales posibles. Dice que es una ciudad compuesta
toda de santos ya resucitados y perfectamente bienaventurados. Eze-
quiel, al contrario, da todas las señales posibles (así como las dan los
otros Profetas), de que la ciudad de que habla se compone toda de via-
dores, justos y santos, sí, mas que no han visto la muerte, ni pasado
por ella. San Juan dice de su ciudad: Y no vi templo en ella, porque el
Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero 1. Eze-
quiel, al contrario, no sólo le pone templo a la ciudad de que habla,
sino que se detiene no poco en describir prolijamente este templo con
toda su estructura, con todas sus medidas, y con todas sus leyes, y con
todas las cosas particulares que se deberán practicar en él por orden
de Dios. San Juan dice de su ciudad bajada del cielo: Sus puertas no
serán cerradas de día, porque no habrá allí noche 2. Mas Ezequiel,
hablando de las puertas orientales de su ciudad, dice ser una de ellas
por donde entró la gloria del Señor: Esta puerta está cerrada: no se
abrirá, y hombre no pasará por ella: porque el Señor Dios de Israel
ha entrado por ella, y quedará cerrada para el Príncipe. El Príncipe
mismo se sentará en ella, para comer pan delante del Señor 3. ¡Qué
ideas tan ajenas y tan contrarias a las que nos da San Juan de la ciu-
dad bajada del cielo! Otros muchos distintivos podréis fácilmente ad-
vertir en la consideración y confronto de una profecía con otra.
[205] De esta ciudad de Ezequiel se habla tanto en otros Profetas,
que sería una cosa interminable el citarlos aquí. Muchos lugares de és-
tos quedan ya citados en varias partes de esta obra, especialmente en
el fenómeno 5 y 10, a los que me remito, y mucho más a la Escritura
misma. Obsérvense por ahora unos pocos que me parece conveniente
apuntar aquí.
[206] En el salmo 101, dice: Temerán las naciones tu nombre, Se-
ñor, y todos los reyes de la tierra tu gloria. Porque edificó el Señor a
Sión, y será visto en su gloria. Miró a la oración de los humildes, y no
despreció el ruego de ellos. Escríbanse estas cosas a la otra genera-
ción (o como leen Pagnini y la paráfrasis Caldea, en la última genera-
ción), y el pueblo que será criado alabará al Señor, porque miró des-
de lo alto de su santuario, etc. 4.

1 Apoc. 21, 22.


2 Apoc. 21, 25.
3 Ez. 44, 2-3.
4 Sal. 101, 16-20.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 801

[207] En el salmo 121, dice: Me he alegrado en esto que se me ha


dicho 1; es bien digno de consideración, como también el salmo 146 y
147. Las cosas que se dicen en ellos, y en otros no pocos, ni cuadran al
tiempo de David, ni a la vuelta de Babilonia, como es clarísimo por la
misma historia sagrada. Por ejemplo: El Señor que edifica a Jerusalén,
congregará las dispersiones de Israel 2. En tiempo de David, Jerusalén
estaba edificada, y no había tales dispersiones de Israel. En la vuelta de
Babilonia, aunque se edificó de nuevo Jerusalén, mas no se congrega-
ron las dispersiones de Israel, ni se han congregado hasta el día de hoy;
sólo se congregaron algunos pocos pertenecientes al reino de Judá.
[208] En Isaías hallaréis tantas cosas, tan grandes, tan claras, tan
nuevas e inauditas, sobre la futura Jerusalén de que hablamos, todavía
viadora, que os hará olvidar este solo profeta casi todo cuanto hemos
leído en los demás. Leed a lo menos el capítulo 60 y 62, sin espantaros
ni temer demasiado aquellos sentidos, no digo yo alegóricos sino pu-
ramente acomodaticios, arbitrarios y estrenuamente impropios, con
que hasta ahora se han contentado nuestros doctores, prescindiendo
absolutamente del verdadero sentido. En esta lección, y después de
una atenta consideración, yo os suplico, carísimo Cristófilo, que no ce-
rréis voluntariamente los ojos a una luz tan clara. Ya veis que yo no
uso aquí de reflexión ni de discurso alguno artificial; sólo os convido a
que leáis por vuestros ojos el texto sagrado, con todo su contexto.
[209] En Jeremías 3 hallaréis cosas bien particulares, grandes y no-
tables. Entre ellas, reparad bien en estas palabras que os pongo a la vis-
ta: Esto dice el Señor, que da el sol para lumbre del día, el orden de la
luna y de las estrellas para lumbre de la noche; el que turba el mar, y
suenan sus ondas, el Señor de los ejércitos es su nombre. Si faltaren es-
tas leyes delante de mí, dice el Señor, entonces faltará también el lina-
je de Israel, para que no sea nación delante de mí todos los días. Esto
dice el Señor: Si pudieren ser medidos los cielos hacia arriba, e inves-
tigados los cimientos de la tierra hacia abajo, yo también desecharé a
todo el linaje de Israel, por todas las cosas que hicieron, dice el Señor 4.
[210] Decís aquí precipitadamente que todo esto lo cumplió Dios
en la vuelta de Babilonia en tiempo de Ciro, de lo cual hablaba; mas
esperad un poco, que todavía no se ha concluido el texto: leed lo que
sigue diciendo inmediatamente, sin interrumpir el misterio ni aun si-
quiera con una sílaba: He aquí que vienen los días, dice el Señor, y se-
rá edificada al Señor la ciudad desde la torre de Hananeel hasta la
puerta del rincón. Y saldrá más adelante la norma de la medida a su

1 Sal. 121, 1.
2 Sal. 146, 2.
3 Capítulos 3, 30, 31 y 32.
4 Jer. 31, 25-37.
802 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

vista sobre el collado de Gareb; y dará vuelta a Goata (o Gólgota), y


a todo el valle de los cadáveres, y de la ceniza, y a toda la región de la
muerte, hasta el torrente de Cedrón, y hasta el rincón de la puerta
oriental de los caballos, el Santuario del Señor; no será arrancado, ni
destruido por siempre jamás 1.
[211] Estas últimas palabras parecen la llave propia y natural de
toda esta profecía, aunque no considerásemos tantas otras que se nos
vienen a las manos; por ejemplo, la grande extensión que da Jeremías
a la ciudad de que habla, la cual no tuvo jamás la antigua Jerusalén;
pues el monte Calvario, el Gareb, los valles de las sepulcros y de las
cenizas donde se arrojaba la ceniza del templo, todo esto estuvo siem-
pre fuera, no dentro de los muros de Jerusalén. Esta dificultad es tan
grave, que todos la reconocen, y ninguno la resuelve.
[212] Finalmente, por abreviar, leed todo el capítulo 8 de Zacarías,
teniendo presente que se escribió mucho después de la vuelta de Babi-
lonia, como consta clarísimamente del mismo capítulo en varias par-
tes, y como ninguno duda; por consiguiente, el recurso a la vuelta de
Babilonia y a aquella Jerusalén que se edificó entonces en tiempos de
angustia 2, sería aquí muy fuera de propósito. Considerad, pues, estas
palabras.
[213] Esto dice el Señor de los ejércitos (o el Señor Omnipotente,
como siempre leen los LXX en lugar de de los ejércitos). He vuelto a
Sión (o volveré a Sión), y moraré en medio de Jerusalén: y se llama-
rá Jerusalén la ciudad de la verdad, y el monte del Señor de los ejér-
citos, monte santificado (o santo)… Si parecerá cosa difícil en aquel
tiempo a los ojos de las reliquias de este pueblo, ¿acaso será difícil a
mis ojos?… He aquí que yo salvaré a mi pueblo de las tierras del
Oriente y de las tierras del Occidente. Y los conduciré, y morarán en
medio de Jerusalén 3. ¿No reparáis aquí en las palabras decisivas: De
las tierras del Oriente y de las tierras del Occidente? Los pocos que
volvieron de Babilonia volvieron únicamente de las tierras del Orien-
te, mas ninguno volvió de las tierras del Occidente. Este suceso, que
otros profetas llamaban: de todas partes, de los polos de la tierra, de
los cuatro vientos, del Oriente, del Occidente, del Aquilón, del Austro,
de los extremos de la tierra, etc., es evidentemente todavía futuro:
pues los intérpretes, dejando aquí a Babilonia, que no puede acompa-
ñarlo de modo alguno, recurren, para decir algo, a la pura alegoría. Y
acaecerá (prosigue el Profeta): así como erais maldición entre las
Gentes, casa de Judá e Israel, así os salvaré, y seréis bendición 4.

1 Jer. 31, 38-40.


2 Dan. 9, 25.
3 Zac. 8, 3 y 6-8.
4 Zac. 8 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 803

[214] Seguid la lección de este capítulo hasta el fin, y me parece cier-


to que no hallaréis cosa alguna verificada plenamente hasta el día de
hoy. Y si llegareis hasta el capítulo 14, hallaréis (en el versículo 8 hasta
el fin) otra llave u otra señal más cierta de los tiempos de que se habla;
por ejemplo: Morarán en ella, y no serán más anatema; sino que repo-
sará Jerusalén sin recelo 1. Aseguradme la verdad de esta última propo-
sición, en cualquiera otro tiempo pasado, presente, fuera del siglo ven-
turo, y yo daré al punto las manos como reo, o de error, o de ignorancia.
[215] La gran dificultad y única que se opone a esta Jerusalén de
que hablamos, y de que hablan tanto las Escrituras, es el texto de Da-
niel (capítulo 9, versículo 27), que dice de Jerusalén, destruida por los
Romanos después de la muerte y reprobación del Mesías: Durará la
desolación hasta la consumación y el fin 2. Mas esta única dificultad
queda ya resuelta más que suficientemente, así por línea curva como
por línea recta, en el fenómeno de Jerusalén, a lo que nada tengo que
añadir ni que quitar. Me remito a él enteramente.
PÁRRAFO 4
[216] Yo no ignoro Cristófilo, que estos dos puntos que acabamos
de considerar, aunque gravísimos, no son los que os dan más cuidado,
ni los que os parecen más absurdos o más repugnantes en toda esta
larga profecía de Ezequiel. La nueva división de la tierra santa entre
las reliquias de las doce tribus de Jacob, y la nueva Jerusalén en medio
de ella, fueran a vuestro parecer de algún modo tolerables, en otro
tiempo futuro, si no se añadiese por el mismo Profeta, y con la misma
o mayor claridad, otra tercera, esto es, el templo que describe con una
exactitud y prolijidad tan grande, que parece nimia; y mucho más lo
que parece que anuncia y aun prescribe para aquellos tiempos en aquel
mismo templo: a saber, algunos o muchos de los antiguos sacrificios y
ceremonias.
[217] Este templo (decís como temblando), este nuevo templo con
estos augustos sacrificios y ceremonias, si se quiere entender esto en
sentido literal, tiene gravísimos inconvenientes, los cuales han obliga-
do en todos tiempos a los doctores cristianos, a prescindir absoluta-
mente de este sentido literal, sin negarlo o impugnarlo directamente; y
podéis aquí añadir, con la misma verdad, que estos inconvenientes los
han obligado, no solamente a prescindir del sentido literal, sino tam-
bién de la mayor y máxima parte de la profecía de Ezequiel, tomada
desde el capítulo 36 hasta el 48, que es el último. Mas ¿por qué tantos
temores en creer y esperar lo que el mismo Dios, Santo, y Veraz, y Fiel

1 Zac. 14, 11.


2 Dan. 9, 27.
804 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

en todas sus palabras, tiene anunciado y prometido para otro tiempo


con tanta claridad? ¿Por qué tantos temores, oh Cristófilo, donde no
hay que temer? Dios mismo dice con toda la claridad imaginable: Eso
será entonces con estas y las otras circunstancias particulares. El hom-
bre dice, aun confesando que quien habla aquí es Dios mismo: Esto no
puede suceder. ¿A quién creemos? Dura pregunta por cierto, pero ne-
cesaria no pocas veces, en los grandes conflictos en que nos hallamos
frecuentemente.
[218] Esto no puede ser, os oigo replicar, porque aun dado caso
que se tolere otro nuevo templo de otra futura Jerusalén, mas parecen
del todo intolerables los sacrificios, ritos y ceremonias antiguas, que
aparecen como resucitadas y como restablecidas de nuevo en este mis-
mo templo. La razón de esta repugnancia (proseguís diciendo) consis-
te y se funda en una verdad, a saber, que los antiguos sacrificios del
templo antiguo de Jerusalén, y aun todos los que se ofrecieron al ver-
dadero Dios, desde el justo Abel hasta el justo Noé, y desde éste hasta
Moisés, están ya reprobados por Dios mismo, como que fueron todos
unas meras figuras del sacrificio de Cristo en la cruz, el cual una vez
consumado, debieron luego cesar y desaparecer del todo las cosas que
lo figuraban, etc. Paréceme que no podré yo reprenderme con justicia
de no haber compendiado fielmente vuestro principal o único argu-
mento, o de no haberle dado toda aquella luz y esplendor que pueda
admitir. Más adelante procuraré darle en cuanto me fuere posible al-
gún poco de más claridad.
[219] No me metáis por ahora en cuestiones puramente especula-
tivas y disputas realmente inútiles con los teólogos escolásticos, sobre
los antiguos sacrificios, porque esto no hace a mi propósito; por ejem-
plo, si estos sacrificios están formalmente prohibidos en la ley de gra-
cia, o no; si están prohibidos por alguna ley divina positiva, expresa y
clara, o no; si solamente son prohibidos por ley eclesiástica, y por cuál;
si después que se verificó lo que figuraban, esto es, la muerte de Cristo
en la cruz, quedaron, no solamente muertos, sino mortíferos, como
pretendía San Jerónimo, o solamente muertos, como defendía San
Agustín contra el mismo San Jerónimo; si la Iglesia puede alguna vez
dispensar en ellos por justas causas, o no puede; si estas justas causas
las habrá, o podrá haber en algún tiempo o no. Como que hay autores
por una y otra parte, etc. etc., todas estas cuestiones, y otras semejan-
tes, me parecen inútiles respecto del asunto que ahora tratamos.
[220] Como los intérpretes y teólogos hablan solamente según su
sistema, es decir, como hablan solamente de la Iglesia cristiana, consi-
derada desde la primera a la segunda venida del mismo Señor; como
después de esta segunda venida del Señor en gloria y majestad no reco-
nocen, según su sistema, otro tiempo u otro siglo infinitamente diverso
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 805

del presente, o lo que es lo mismo, otra nueva tierra, o nuevo cielo, no


obstante que esperamos esta gran novedad, como dice San Pedro, se-
gún sus promesas 1; no debemos maravillarnos de que hallen en todas
estas cosas de que actualmente hablamos (como en tantas otras que ya
hemos considerado) grandes e insuperables dificultades. Mas los que
no hablamos del estado presente de la Iglesia cristiana, que ha tenido y
tendrá hasta la venida gloriosa del Señor; los que esperamos, según sus
promesas, otro estado diversísimo; los que esperamos otro siglo, otra
tierra y cielos nuevos, en los que mora la justicia 2; y esto no según
nuestras ideas arbitrarias, sino solamente según sus promesas 3; no ha-
llamos repugnancia ni dificultad alguna que no desaparezca al primer
soplo o a la primera reflexión. Vamos por partes.
PÁRRAFO 5
[221] En primer lugar se pregunta: ¿Los sacrificios y demás legales
que por institución divina se debían ofrecer al verdadero Dios en el
templo de Jerusalén, están absolutamente prohibidos en la Iglesia pre-
sente? Dicen todos que sí; y yo con todos digo y creo lo mismo. Se pre-
gunta más: ¿Están prohibidos absolutamente y para siempre por algu-
na ley, o divina o eclesiástica, positiva, directa, expresa y clara? Parece
ciertísimo que no; pues ni de los escritos de los Apóstoles, ni de los cá-
nones de la Iglesia consta tal ley, ni jamás ha habido necesidad de ella.
Por otra parte, sabemos con toda certidumbre que, mientras duró el
templo de Jerusalén, esto es, cerca de cuarenta años, después de fun-
dada la Iglesia cristiana, los sacrificaos legales prosiguieron como
siempre sin novedad alguna. Los Cristianos que vivían en aquella ciu-
dad, y los que venían de fuera, los Apóstoles mismos y aun el Apóstol
de las Gentes, entraban frecuentemente en aquel templo, como en
templo del verdadero Dios y casa de oración; oraban en él, asistían a
los diversos sacrificios, se purificaban según la ley, y se conformaban
enteramente sin escrúpulo alguno con lo que hacían todos según la
ley, etc.; lo cual no hubieran podido hacer, ni hubieran hecho, si hu-
biesen tenido alguna ley positiva en contra.
[222] Pues ¿como están prohibidos y son ilícitos en nuestra Iglesia
los antiguos sacrificios, y demás legales del antiguo templo de los Ju-
díos? A mí me parece, amigo mío, que están ahora prohibidos y son
ilícitos, del mismo modo que lo fueron en todo el tiempo que duró la
cautividad de Babilonia, desde la destrucción del templo por Nabu-
codonosor, hasta su reedificación por orden de Ciro y Artajerjes. Ex-
plícome.

1 2 Ped. 3, 13.
2 2 Ped. 3, 13.
3 2 Ped. 3, 13; Is. 65, 17.
806 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[223] Todos saben, y los Judíos mismos no lo ignoran, ni lo han


ignorado jamás, que desde la fundación del templo de Jerusalén por
David y Salomón, quedaron prohibidos, e ilícitos, los sacrificios legales
instituidos por Dios mismo en el monte Sinaí, en otra parte fuera de
aquel templo individuo de la misma Jerusalén. Conque destruida esta
ciudad, y con ella su templo, debían por necesaria consecuencia cesar
los sacrificios, y debía perseverar esta cesación de sacrificios mientras
este templo perseveraba destruido, o mientras no había tal templo de
Jerusalén. Así sucedió puntualmente en todo el tiempo de la primera
cautividad de la Babilonia de los Caldeos; así ha sucedido hasta el pre-
sente en la segunda cautividad de la Babilonia de los Romanos; y así
debiera suceder eternamente, si Jerusalén y su templo hubiesen de
quedar eternamente destruidos. Mas esto no puede llamarse con algu-
na propiedad, prohibición directa y absoluta, sino cuando más, indi-
recta y respectiva.
[224] Después que los Romanos destruyeron a Jerusalén y su tem-
plo, esparciendo a los Judíos hacia todos vientos, cesaron por consi-
guiente todos los sacrificios legales que estaban aligados a aquel único
lugar. Y como esta destrucción de la ciudad y su santuario debe perse-
verar, según el decreto expreso de Dios, hasta la consumación y el fin 1,
hasta esta consumación y fin deberán cesar indubitablemente los sa-
crificios. Mas si después de esta grande época se vuelve a edificar la
ciudad y su templo, como parece clarísimo por las Escrituras, y queda
suficientemente demostrado; en este mismo tiempo, del todo nuevo,
podrán volver sin repugnancia alguna al mismo templo los sacrificios
legales que en él se practicaban, si acaso no se opone alguna prohibi-
ción nueva de Dios, por la que manifieste su voluntad. Y esta prohibi-
ción, ¿la habrá entonces o no? Es indubitable que esto no lo podemos
saber por otra vía que por revelación expresa de Dios, es decir, por me-
dio de alguno o algunos de aquellos intérpretes fidelísimos de la volun-
tad de Dios, por los cuales sabemos de cierto que el mismo Dios ha ha-
blado, y que son sus Profetas. Si éstos, pues, nos aseguran formalmen-
te, en términos claros y precisos, que en aquel tiempo, y en aquel tem-
plo que también anuncian, no solamente no se prohibirán los sacrifi-
cios, sino que se harán con beneplácito de Dios, y aun mandato suyo,
¿no bastará esto solo para aquietar nuestros temores o escrúpulos va-
nos? ¿Queremos acaso poner leyes a Dios mismo, y atarle las manos?
[225] Así como cuando Dios mandó los sacrificios a su pueblo con
ciertas leyes y ceremonias, y en cierto lugar determinado, obligó a los
hombres, no a sí mismo, quedando en plena y perfecta libertad para
mandar otra cosa, cuando y como quisiese; así del mismo modo, cuan-

1 Dan. 9, 27.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 807

do prohibió indirectamente dichos sacrificios, mandando destruir el


lugar único a que los tenía aligados, los prohibió a los hombres, no a sí
mismo, quedando en la misma plena y perfectísima libertad para vol-
verlos a mandar en el tiempo y circunstancias que él quisiese: Dios
mandó legítimamente aquellas cosas, mas de modo que no se impuso
la ley a sí mismo, sino a los hombres 1. Conque cuando ordenó aquellos
legales, no se obligó a no quitarlos. Y cuando los quitó por justísimas
causas, ¿por qué queréis obligarlo a no volver a darlos, y esto, no obs-
tante que él mismo lo diga y lo prometa por boca de los Profetas? 2.
PÁRRAFO 6
[226] No ignoro, oh Cristófilo, lo que a todo esto respondéis, ni
tampoco ignoro los diversos modos sutiles, ingeniosos, y también reli-
giosos y píos con que procuráis prescindir aquí, o huir con honor, del
peso enormísimo de la autoridad divina, que por otra parte respetáis y
no podéis negar. Respondéis, pues, lo primero, buscando el sentido li-
teral, aunque con cierta especie de desconfianza, y aun de rubor: que
así la grande y prolija profecía de Ezequiel, como algunas otras, que
parece que anuncian sacrificios legales para otro tiempo futuro, de
otra futura Jerusalén, sólo miraron a la vuelta de Babilonia, y a aquella
Jerusalén y templo que entonces se edificó. Mas yo veo que este senti-
do que llamáis literal, no lo podéis seguir ni aun siquiera cuatro pasos,
y vos mismo confesáis, ya tácita, ya expresamente, que esta es una em-
presa absolutamente imposible, pues se oponen a esta inteligencia to-
da la historia sagrada, y aun vuestro sentido común. Si fuese posible
acomodar estas cosas a aquella vuelta de Babilonia, con esto solo esta-
ba superada la grande y aun máxima dificultad. En este caso no hubie-
ra razón alguna para ponderar tanto la gran dificultad y oscuridad de
los nueve últimos capítulos de Ezequiel, los cuales en sí mismos son
clarísimos. En este caso no había para qué recurrir a otros sentidos, ni
para qué omitir lo más, y aun lo principal de esta larga profecía. En
suma, ¿no explicará alguno siquiera este último capítulo, esto es, cómo
se verificó, en la vuelta de Babilonia, aquella tan clara y tan exacta di-
visión de la tierra santa entre las doce tribus de Jacob? Esto último,
decía, ninguno lo explica, y podéis decir lo mismo con la misma ver-
dad de los ocho y aun de los doce capítulos antecedentes.
[227] Viendo, pues, negado aquí y aun absolutamente cerrado to-
do recurso a la vuelta de Babilonia, y esto por vuestra experiencia pro-
pia y por vuestra propia confesión, recurrís en segundo lugar a la pura
alegoría, para a lo menos decir alguna cosa brillante que sea de edifi-
cación. Nos aseguráis, es a saber: que así la ciudad como el templo de

1 SAN AGUSTÍN, quæst. 36 in Jud.


2 Zac. 8, 9.
808 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Ezequiel, como también todo cuanto se anuncia y se prescribe en él, lo


tomó el Espíritu Santo solamente, o a lo menos principalmente, como
una sombra o figura de nuestra Iglesia presente, y con esta figura y ba-
jo estas semejanzas intentó principalmente anunciar nuestra Iglesia, y
lo que en ella se había de practicar basta el fin del mundo, etc.; para lo
que me citáis por toda prueba algunas homilías de San Gregorio co-
mentando a Ezequiel. Sí, amigo: he leído estas homilías y estos pane-
gíricos de nuestra Iglesia, y he hallado en ellos muchísimas cosas bue-
nas, pías e ingeniosas, sinceramente acomodadas, y llenas todas de
buenas moralidades. Esto mismo he hallado, aunque de diversa mane-
ra, en la exposición de San Jerónimo; mas hablando la verdad, ni en
uno ni en otro de estos máximos doctores se halla el profeta Ezequiel,
ni su profecía. Lo que dicen de esta larga profecía, no hay duda que es
santo, bueno, verdadero, edificativo; mas parece del mismo modo in-
dubitable que todo ello es muy ajeno de la misma profecía, e incapaz
de contentar a quien busca en ella lo que realmente anuncia. Esto mis-
mo lo reconocen y confiesan los mejores intérpretes, y con ellos vos
mismo, pues poco o nada satisfecho, ni de esta pura alegoría, ni mu-
cho menos de aquel impracticable recurso a la vuelta de Babilonia, re-
currís finalmente al último castillo que os parece fortísimo e inexpug-
nable, esto es, al raciocinio. Argumentáis así.
[228] Los sacrificios legales, y todos cuantos se ofrecieron al ver-
dadero Dios desde Adán hasta Moisés, fueron figuras del sacrificio de
Cristo en la cruz; luego verificado este sacrificio figurado por todos los
que le precedieron, debieron estos cesar del todo, y quedar no solo
inútiles, sino proscritos e ilícitos desde entonces para siempre 1; no
pudiendo ya figurar como futuro, sin una insigne mentira, lo que ya no
era futuro, sino presente, o pasado, etc. A este terrible argumento (que
así ha parecido a muchos) yo respondo brevísimamente con estas dos
preguntas. Primera: los antiguos sacrificios legales o no legales, ¿fue-
ron solamente figuras del sacrificio de Cristo en la cruz, y nada más?
Segunda: lo que fue figura de una cosa futura, ¿no puede jamás en nin-
gún caso quedar vivo y coexistente con lo que figuraba? Tan falso pa-
rece lo uno como lo otro.
[229] Cuanto a lo primero: si leemos la historia sagrada y las his-
torias de todas las naciones, no hallamos otro origen de los sacrificios,
sino la íntima persuasión del hombre de la existencia de un Dios, y de
su dependencia total de este Ser infinito que lo había criado, y de cuya
beneficencia recibía todo cuanto tenía. Así se ve que los sacrificios
empezaron con el hombre, y Dios los recibió con agrado siempre,
mientras nacieron de aquel principio, esto es, de un corazón simple,

1 Mal. 1, 4.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 809

fiel, agradecido, religioso y pío. Dios, como infinitamente grande y fe-


licísimo en sí mismo, no tiene ciertamente necesidad alguna de los ob-
sequios y sacrificios del hombre: ¿Por ventura (dice por David) come-
ré carnes de toros? ¿O beberé sangre de machos de cabrío? Si tuviere
hambre, no te lo diré; porque mía es la redondez de la tierra, y su
plenitud 1. Mas el hombre siempre tiene obligación y necesidad de ob-
sequiar a su Dios, y darle señales externas de su entera dependencia.
¿Y de qué otro modo más simple y más natural podía dar estas señales
externas, sino ofreciendo sacrificios en honor y culto de Dios, o ha-
ciendo sagrada alguna parte de lo que recibía de su mano?
[230] Es verdad, ¿y quién puede dudarlo?, que los antiguos sacri-
ficios, fuesen o no con efusión de sangre de animales, y de éstos no so-
lamente los que precedieron a la ley, sino también los que ordenó Dios
a su pueblo con ciertas leyes y ceremonias, nada tenían y nada obra-
ban por sí mismos, o por su misma naturaleza, como se explican los
escolásticos; todo su buen efecto dependía de la fe, piedad y sincero
corazón del oferente. Así dice la Escritura: Miró el Señor a Abel, y a
sus presentes; mas a Caín, y a sus presentes, no miró 2. Y esto, ¿por
qué? No cierto por la diversidad de ofrendas y sacrificios, sino por la
diversidad de corazones. Aun en el templo de Jerusalén, nos dice la
historia sagrada, que unas veces aceptó Dios, y dio muestras bien cla-
ras de serle agradables los sacrificios que allí se le ofrecían, como en
los tiempos de Salomón, de Ezequías, de Josías, de Nehemías, etc.; y
en otros tiempos dio muestras claras de todo lo contrario,
[231] De aquí se sigue, a mi parecer, que los sacrificios con que an-
tiguamente se le daba culto externo al verdadero Dios, así antes como
después de Moisés, no fueron solamente figuras, ni fueron instituidos
y ordenados únicamente para figurar, o significar, o anunciar el sacri-
ficio de Cristo en la cruz; sino también y primariamente para otros fi-
nes justos, religiosos y píos, y en aquellos tiempos necesarios. Si sola-
mente hubiesen sido instituidos para figurar el sacrificio de Cristo en
la cruz; lo primero: Dios hubiera revelado este secreto a alguno de sus
antiguos amigos, por ejemplo a Noé, a Abraham, a Moisés, a David, o a
alguno de los Profetas; y en este caso nos quedaran en las Escrituras
siquiera algunos vestigios claros e indubitables de esta institución y
del fin único a donde ésta se enderezaba; los cuales vestigios claros o
indubitables se buscan y no se hallan. Lo segundo y principal: en este
caso los antiguos sacrificios siempre hubieran sido aceptos a Dios;
siempre los hubiera recibido y agradádose en ellos por lo que figura-
ban, aunque le desagradase por otra parte la iniquidad e indignidad de

1 Sal. 49, 13 y 12.


2 Gen. 4, 4-5.
810 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

los oferentes; por consiguiente, no hubiera dicho por Isaías: ¿Qué me


sirve a mí la muchedumbre de vuestros sacrificios?… Harto estoy. No
quiero holocaustos de carneros, ni sebo de animales gruesos, ni san-
gre de becerros y de corderos, y de machos de cabrío… No ofrezcáis
más sacrificios en vano; el incienso es abominación para mí 1. Y cier-
to que no dijo esto Dios del sacrificio del justo Abel, ni del de Noé, ni
del de Abraham, ni del de Melquisedec, etc.; antes dice la Escritura,
hablando del sacrificio de Noé: Olió el Señor olor de suavidad 2; y la
Iglesia, en el canon de la misma Misa, ora a Dios que acepte aquel sa-
crificio así como aceptaste (le dice) los dones del justo Abel tu siervo,
y el sacrificio de nuestro patriarca Abraham, y el que te ofreció Mel-
quisedec tu sumo Sacerdote, etc. 3. Por todo lo cual (y por otras razo-
nes no tan inmediatas, que omito por no alargarme inútilmente en su
explicación) yo tengo por ciertísimo con Santo Tomás, que el fin pri-
mario e inmediato de la institución de los antiguos sacrificios fue el
culto divino y la elevación de nuestra mente a Dios 4. No por esto nie-
go, antes confieso con todos y con el mismo Santo Tomás, el otro fin
secundario e indirecto, que fue la significación o figura del sacrificio de
Cristo en la cruz, pues éste lo hallo expreso en la Escritura misma 5. Si
alguno, no obstante, quiere persuadirnos que este último fin fue el pri-
mario en la mente de Dios, y aquél el secundario, yo no pienso entrar
en esta disputa, no menos molesta que inútil, pues para mi propósito
nada importa.
[232] Mi segunda pregunta es ésta: lo que fue figura de una cosa
futura, ¿no puede jamás en ningún caso posible coexistir con aquello
mismo que figuraba? Yo no hallo en esto repugnancia alguna, antes
me parece una cosa bien obvia y bien fácil de suceder; y aunque pudie-
ra producir aquí no pocos ejemplares (que no tardaré mucho en apun-
tar), me basta por ahora el templo mismo de Jerusalén y sus legales, o
los sacrificios que en él se ofrecían por institución divina al verdadero
Dios. Aquel templo (decís con todos) fue figura de nuestra Iglesia pre-
sente, y los sacrificios que en él se ofrecían a Dios fueron figuras del
sacrificio de Cristo en la cruz. Bien: yo creo lo mismo, y lo tengo por
indubitable; mas con todo eso, sé de cierto que este mismo templo,
que tantos siglos había figurado nuestra Iglesia, coexistió con ella ya
fundada, establecida y propagada en Asia, Africa y Europa, muy cerca
de cuarenta años. Sé del mismo modo que, aun habiéndose verificado
plenísimamente el sacrificio de Cristo en la cruz, los sacrificios de
aquel templo no cesaron, sino que prosiguieron sin novedad alguna

1 Is. 1, 11 y 13.
2 Gen. 8, 21.
3 CANON DE LA MISA.
4 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Ia IIæ, q. 102, art. 3.
5 Heb. 9 y 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 811

con la misma solemnidad, y con las mismas ceremonias instituidas y


mandadas por el mismo Dios.
[233] Diréis sin duda que en aquellos cuarenta años, ni el templo,
ni sus sacrificios significaban o figuraban cosa alguna futura, pues lo
que tantos siglos antes habían significado o figurado, ya no era futuro,
sino presente o pasado; por consiguiente, ya eran como si no fuesen,
etc. Con todo eso, digo yo: aquel mismo templo que tantos años había
figurado, y ya no figuraba cosa futura, existía entonces; era realmente
templo de Dios; era casa de oración; los Cristianos, que tenían las pri-
micias del Espíritu 1, entraban en él, oraban en él, adoraban en él al
verdadero Dios. Del obispo mismo de Jerusalén, San Jacobo, dice su
historia: A éste solo le era permitido entrar al Sancta Sanctorum. Si
esto es verdad, ¿a qué entraba al templo este santo obispo, si ya el
templo era entonces como si no fuese? Del mismo modo discurrimos
de los sacrificios. Lo que éstos habían significado o figurado, estaba ya
verificado plenamente, y con todo los sacrificios prosiguieron siempre
en honor y culto del verdadero Dios, hasta que los Romanos destruye-
ron el templo; ni los Cristianos tuvieron jamás escrúpulo de asistir a
dichos sacrificios. A todo esto se puede añadir lo que dice San Lucas:
Una grande multitud de los sacerdotes obedecían también a la fe 2. Si
estos sacerdotes (o alguno de ellos) tenían oficio o ministerio en el
templo, ¿lo dejarían, o lo deberían dejar por haberse hecho cristianos?
¿Acaso disimularían en el templo, o con los otros sacerdotes no cris-
tianos, que ellos lo eran? Y si no lo disimulaban, lo cual ciertamente
les seria ilícito, ¿serían privados de su ministerio y arrojados del tem-
plo? Nada de esto nos dice el historiador sagrado, y parece inverosímil
que no insinuase algo, si hubiera habido alguna novedad.
[234] De todo lo cual, y de otras mil reflexiones que es fácil hacer
sobre este asunto, me parece que podemos concluir legítimamente,
que así el templo de Jerusalén, como sus sacrificios y demás legales,
no fueron solamente figuras o meras significaciones de lo futuro, pues
pudieron permanecer y perseverar en su ser natural (religioso y pío),
aun después de haberse llenado enteramente lo que habían figurado.
Fuera de que yo no hallo repugnancia alguna, ni el más mínimo incon-
veniente, de que también perseverasen aquellos cuarenta años aun en
calidad de figura, no cierto de cosas todavía futuras, sino de cosas pre-
sentes y plenamente verificadas, como testificando con su presencia, y
mostrando como con el dedo, así la verdad del figurado como la fideli-
dad de las figuras. Si todo esto pudo entonces suceder, ¿por qué no
podrá suceder, y con infinita mayor claridad en otro tiempo?

1 Rom. 8, 23.
2 Act. 6, 7.
812 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 7
[235] No temáis, oh Cristófilo, que en esta nuestra Iglesia presen-
te, antes de la venida gloriosa del Señor, se hayan de ofrecer alguna
vez al verdadero Dios los sacrificios legales de la antigua; ni tampoco
penséis, por un solo momento, que yo soy capaz de avanzar tan mani-
fiesto absurdo. Los profetas de Dios que anuncian tantas veces, y con
tanta claridad, otra Jerusalén todavía futura y ciertamente viadora,
otro templo (en parte, no en todo semejante al antiguo), y en este tem-
plo algunos de los antiguos sacrificios (no todos), evidentemente no
hablan de este tiempo, ni de esta Iglesia presente, ni de este día de los
hombres; o en suma, no hablan de esta tierra vieja, y cielos o climas vie-
jos en que nos hallamos desde el diluvio de Noé; hablan únicamente
de la tierra y cielos nuevos, que esperamos según sus promesas 1; pues
de otro modo se contradijeran entre sí, y se matarían unos a otros 2.
[236] Así como el antiguo templo de Jerusalén, y Jerusalén mis-
ma, no pueden edificarse, según las Escrituras, mientras durare este
siglo, o este tiempo de las naciones, o esta tierra vieja en que vivimos
desde Noé, segundo padre del linaje humano, etc.; así no hay que te-
mer por ahora dichos sacrificios en el templo de Jerusalén. ¿Qué te-
nemos que temer por ahora, cuando sabemos de cierto que Jerusalén y
su templo perseverarán destruidos hasta la consumación y el fin? 3.
[237] De aquí se infiere manifiestamente (y ésta es una verdadera
apología de casi todos los doctores cristianos que han tocado estos
puntos, desde el siglo IV hasta el día de hoy): se infiere, digo, manifies-
tamente, que todos los que, espantados del grande y terrible fantasma
de los Milenarios, no han recibido otro siglo futuro, otro día, otro es-
pacio grande de tiempo entre la venida gloriosa del Señor y el juicio o
resurrección universal; ni tampoco, por consiguiente, otra nueva tierra
y nuevo cielo, etc., han tenido todos suma razón para espantarse tam-
bién, y tirar a huir, o prescindir de todo cuanto leen en los profetas de
Dios, de la Jerusalén futura, de su templo, de sus sacrificios, etc.
[238] Mas desvanecido este verdadero fantasma, ¿qué tenemos ya
que temer? ¿Quién nos ha pedido nuestro dictamen, o nuestro bene-
plácito, para lo que Dios hará o no hará, o podrá hacer o no, en otro si-
glo diverso, o en otra tierra del todo nueva, cuyo gobierno no nos toca?
Hará Dios entonces todo cuanto quisiere, y todo con infinita sabiduría,
quietud y bondad. Hará cosas nuevas e inauditas hasta el día de hoy:
Dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que yo hago nuevas

1 2 Ped. 3, 13.
2 Jue. 7, 22.
3 Dan. 9, 27.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 813

todas las cosas 1. Hará cosas que no somos capaces ahora ni aun de
imaginar; y entre éstas hará también individualmente todas cuantas
tiene anunciadas y prometidas para aquel tiempo por sus siervos los
Profetas…, en las cuales es imposible que Dios falle 2.
[239] Por consiguiente, habrá en aquellos tiempos, y en aquella
nueva tierra, una ciudad llamada Jerusalén, capital y centro de uni-
dad, no solamente de las doce tribus de Jacob, recogidas con grandes
piedades, sino también de todas las tribus, pueblos y naciones de todo
nuestro orbe, como diremos a su tiempo. Habrá en esta ciudad capital
un templo magnífico, ni más ni menos como lo describe Ezequiel. Se
depositará otra vez en este nuevo templo la misma arca sagrada del
Antiguo Testamento, el tabernáculo y el altar que escondió Jeremías,
por una orden expresa que recibió de Dios 3, en una cueva del monte
Nebo, profetizando: Que será desconocido el lugar, hasta que reúna
Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces
mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y
habrá nube, como se manifestaba a Moisés, y así como apareció a
Salomón, cuando pidió que el templo fuese santificado para su gran-
de Dios 4. En suma: se volverán a ver en aquel templo, y únicamente
en él, lo que ahora tanto se teme, como si hablara con nosotros, a sa-
ber, algunos o muchos de los antiguos sacrificios y ceremonias.
PÁRRAFO 8
[240] Mas ¿para qué (os oigo replicar últimamente), para qué fin
en este nuevo templo, ya cristiano como se supone, estos antiquísimos
sacrificios y ceremonias de la antigua alianza? ¿Para qué fin se ha de
volver a colocar en él la misma arca, el mismo tabernáculo y altar que
se hizo en el desierto, según el modelo que a Moisés ha sido mostrado
en el Monte? 5. ¡Oh Cristófilo! Esta pregunta hacédsela al Espíritu San-
to, no a mí. ¿Qué queréis que yo sepa de los fines y consejos de Dios?
Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su conseje-
ro? 6. No obstante, permitidme que os diga con las palabras de Cristo:
Si puedes creer, todas las cosas son posibles para el que cree 7. Si po-
déis creer sinceramente todas estas cosas, y otras semejantes que leéis
claras y expresas en la Escritura de la verdad, no hallaréis tanta difi-
cultad en entenderlas. Mas si queréis primero entenderlas todas con
ideas claras; si para creerlas esperáis verlas todas conformes, o no re-

1 Apoc. 21, 5.
2 Apoc. 10, 7; Heb. 6, 18.
3 2 Mac. 2, 4.
4 2 Mac. 2, 7-8.
5 Ex. 25, 40.
6 Rom. 11, 34; 1 Cor. 2, 16.
7 Mc. 9, 22.
814 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pugnantes a vuestro sistema, en este caso me parece imposible su inte-


ligencia. Por el contrario: una vez creídas todas estas cosas, aun sin
entender los fines de Dios, esta fe simple y humilde vendrá ya a ser co-
mo una cosa fundamental, o como un principio sólido y firme, sobre el
cual se podrá trabajar con buenas esperanzas sobre la inteligencia de
estos fines o consejos de Dios, a lo menos por medio de algunas razo-
nes de congruencia o de algunas prudentes conjeturas. A mí se me
ofrece una que me parece tal, y que voy luego a proponer a vuestra
consideración, dejando abierto el gran campo para que discurráis
otras mejores. Vedla aquí.
[241] Los antiguos sacrificios que, según las Escrituras, volverán a
aparecer en el siglo venturo, en la nueva tierra, en el nuevo y último
templo de Jerusalén todavía futura, no serán entonces otra cosa que
una nueva y sapientísima liturgia, instituida y ordenada por el sumo y
eterno Sacerdote, Cristo Jesús. No serán, digo, otra cosa que unas ce-
remonias, no sólo significativas, sino claramente demostrativas, que
deberán entonces preceder, en aquel solo individuo templo, al sacrifi-
cio incruento de la Eucaristía, o a la cena del Señor, o a la sustancia de
la Misa. Y esto, ¿para qué? Para que concurran alguna vez, se abracen,
y se den ósculo de paz todas las antiguas figuras con lo que habían fi-
gurado; para que estas figuras se vean alguna vez de cerca, y, confron-
tadas con el original allí presente, se entiendan todas con ideas claras,
y se admire y bendiga la sabiduría infinita de Dios en su institución.
[242] ¿Qué tenéis que reprender ni que extrañar en esta conjetura?
En la liturgia presente, instituida sabiamente por la Iglesia, ¿no prece-
de muchas veces la lección de las profecías que lo anunciaban, o expre-
samente o en figuras? ¿No preceden muchas veces a nuestro sacrosanto
Sacrificio muchas ceremonias antiguas y nuevas, más o menos signifi-
cativas del mismo sacrificio? En la última cena del Señor, ¿no precedie-
ron inmediatamente los legales a la institución de la Eucaristía? ¿No
instituyó Jesucristo este sacramento admirable, después de observada
plenamente la ley en la cena legal? Pues ¿qué repugnancia, ni qué ab-
surdo puede imaginarse en que en aquellos tiempos, en aquel siglo, en
aquel solo templo, se ofrezca a Dios el verdadero y sacrosanto sacrificio
del cuerpo y sangre de Jesucristo, precediendo los legales que lo habían
figurado? ¿Qué repugnancia en que el arca misma de la antigua alianza
(donde se depositaron antiguamente, no sólo las dos tablas de piedra
escritas con el dedo de Dios 1, sino también un vaso de maná, figura de
nuestro sacramento) sirva entonces para depositar y conservar perpe-
tuamente el mismo sacramento? ¿Qué repugnancia, en fin, en que se
verifique en aquel tiempo, y en aquel siglo del todo nuevo, todo cuanto

1 Ex. 31, 18.


PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 815

anuncia el profeta Ezequiel con tanta difusión y prolijidad? Si entonces


no se verifica, ¿cuándo podrá ser?
[243] Decís aquí (pues todo se dice, y es menester ocurrir a todo)
que San Pablo dice, o supone, que el sacrificio del cuerpo y sangre de
Cristo durará solamente hasta que él venga: Porque (son sus palabras)
cuantas veces comiereis este pan, y bebiereis este cáliz, anunciaréis la
muerte del Señor, hasta que venga 1. Luego después que él venga, ya no
podrá ofrecerse a Dios este sacrificio de justicia, y por consiguiente ni
los antiguos legales. Esta pequeña dificultad se resuelve fácilmente con
solo advertir la propia y genuina significación del adverbio hasta que,
así en frase de los latinos, como mucho más en frase de la Escritura san-
ta, por ejemplo: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos
por peana de tus pies 2. Estas palabras del salmo 109, es ciertísimo que
no quieren decir que, después de estar puestos los enemigos de Cristo
bajo sus pies, entonces el mismo Cristo dejará de estar sentado a la
diestra de Dios; pues esta sesión, o descanso, u honor y gloria, debe ser
eterna. En el mismo sentido dice San Mateo, hablando de San José: Re-
cibió a su mujer; y no la conoció hasta que parió a su Hijo primogéni-
to 3; y no obstante es de fe divina la perpetua virginidad de nuestra Se-
ñora; por consiguiente, el hasta que no significa aquí, ni puede signifi-
car, que la conociese después del nacimiento de Cristo; sólo muestra la
Escritura lo que no sucedió 4; ni el asunto del Evangelista era otro, sino
decir de Cristo lo que dice el símbolo apostólico: Fue concebido por
obra del Espíritu Santo, y nació de santa María Virgen 5.
[244] Del mismo modo podemos decir del hasta que venga 6 de
San Pablo: no quiere decir que cuando venga el Señor faltará del todo
el sacrificio de su cuerpo y sangre, sino simplemente que no faltará
jamás en todo el espacio de tiempo que debe mediar entre su institu-
ción y la venida gloriosa del Señor. Este es, a mi parecer, ni puede ser
otro, el sentido literal del texto de San Pablo.
PÁRRAFO 9
[245] Volviendo ahora a lo que decíamos, esto es, a la concurrencia
que habrá o podrá haber en aquel tiempo y en aquel solo templo, del sa-
crificio incruento del cuerpo y sangre de Cristo, y de los antiguos lega-
les: me parece que veo anunciada bien claramente esta concurrencia en
algunos lugares de la Escritura. Ved aquí dos o tres con brevedad.

1 1 Cor. 11, 26.


2 Sal. 109, 1.
3 Mt. 1, 24-25.
4 SAN JERÓNIMO.
5 SÍMBOLO APOSTÓLICO.
6 1 Cor. 11, 26.
816 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Primero
[246] En el salmo 50 leo estas palabras: Haz bien, Señor, a Sión
con tu buena voluntad, para que se edifiquen los muros de Jerusalén.
Entonces aceptarás sacrificio de justicia, ofrendas, y holocaustos: en-
tonces pondrán sobre tu altar becerros 1. ¿Qué sacrificio de justicia
puede ser éste, que aceptará Dios juntamente con las oblaciones, holo-
caustos y becerros, cuando se edifiquen los muros de Jerusalén? La
respuesta a esta pregunta os parecerá sin duda a primera vista no muy
difícil; no obstante, yo la busco y no la hallo. Digo que no la hallo, por-
que lo poquísimo que hallo sobre este punto particular no lo entiendo,
y aun me parece ininteligible. Por ejemplo: Para que se edifiquen los
muros de Jerusalén… esto es: el templo que le falta. Entonces acepta-
rás sacrificio de justicia… esto es: el sacrificio que se origina de un
ánimo justo y pío. ¿Los muros Jerusalén, es lo mismo que su templo?
¿El sacrificio que procede de un ánimo justo y pío, no lo había acepta-
do Dios antes que hubiese templo en Jerusalén? ¿Los sacrificios de
animales, merecen el nombre ilustre de sacrificios de justicia? Otros,
penetrando bien la gran dificultad, juzgan (a mi parecer temeraria-
mente) que estas palabras las añadieron al salmo 50 los cautivos de
Babilonia. Mas esta noticia, ¿de qué historia fidedigna la tomaron? Y
aunque esto se permitiese, ¿qué sacrificio de justicia ofrecieron a Dios
los que volvieron de Babilonia? El mismo que antes sin novedad algu-
na. Otros, en fin, y los más, se acogen aquí al recurso ordinario, que es
la alegoría, diciendo: Para que se edifiquen los muros de Jerusalén…,
esto es, la Iglesia de Cristo, en la cual aceptará Dios el sacrificio de
justicia, que no puede ser otro que el que le ofrecen los Cristianos.
Ahora bien, ¿los holocaustos y becerros que se ponen sobre el altar de
Dios deberán ser también holocaustos y becerros alegóricos?
Segundo
[247] En Isaías, capítulo 60, se dicen cosas tan grandes de la Jeru-
salén futura, que es imposible leerlas con mediana atención, sin for-
mar una idea la más sublime así de la gloria o magnificencia de dicha
ciudad, como de la justicia de todos sus habitadores. Entre las muchas
cosas que le anuncia el Señor, una de ellas es ésta: Todo el ganado de
Cedar se recogerá para ti, los carneros de Nabayot serán para tu
servicio; serán ofrecidos sobre mi altar de propiciación, y haré glo-
riosa la casa de mi majestad 2. Decís aquí que todo este capítulo habla
en sentido alegórico de las glorias de nuestra Iglesia presente, y en
sentido anagógico de la Iglesia triunfante; y yo os respondo que no me

1 Sal. 50, 20-21.


2 Is. 60, 7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 817

opongo a estos sentidos, mas en sentido verdadero y propio (que es el


que se llama literal, y el que solo buscamos al presente) la profecía ha-
bla claramente de una Jerusalén que hasta ahora no se ha visto en
nuestra tierra, ni puede verse, según las Escrituras, sino en otra tierra
nueva, o renovada, que esperamos según sus promesas.
Tercero
[248] En Malaquías se dice: He aquí que viene… ¿Y quién podrá
pensar en el día de su venida, y quién se parará para mirarlo? Por-
que él será como fuego derretidor, y como hierba de bataneros. Y se
sentará para derretir, y para limpiar la plata, y purificará a los hijos
de Leví, y los afinará como oro y como plata, y ofrecerán al Señor
sacrificios con justicia. Y será agradable al Señor el sacrificio de Judá
y de Jerusalén, como los días del siglo, y como los años antiguos 1. No
ignoro, Cristófilo, la inteligencia tan oscura como violenta que preten-
déis dar a estas palabras, para acomodarlas del modo posible a la pri-
mera venida del Señor. Vuestro principal y único fundamento que
muestra alguna apariencia favorable es éste: que Jesucristo mismo, ha-
blando de San Juan Bautista, citó el primer versículo de este mismo ca-
pítulo 3 de Malaquías, diciendo expresamente que habla de San Juan:
Porque este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi ángel
ante tu faz, que aparejará tu camino delante de ti 2.
[249] A este argumento fundamental se responde que Jesucristo
citó el primer versículo de este Profeta con suma razón, y con suma
propiedad y verdad, pues en él se habla manifiestamente de San Juan
Bautista. Esto ¿quién lo puede dudar? Mas en este primer versículo,
¿se habla únicamente de San Juan Bautista? Esto es lo que yo niego, y
lo que se debería probar y establecer sólidamente antes de edificar so-
bre este único fundamento. Pues ¿de qué otro ángel o enviado extra-
ordinario se habla aquí? Se habla, señor mío, manifiesta y propiamen-
te del profeta Elías, y de su misión todavía futura, y al mismo tiempo,
aunque indirecta y secundariamente, de la misión de San Juan Bautis-
ta, el cual vino, como dice el Evangelio, con el espíritu y virtud de
Elías 3. San Marcos empieza su Evangelio con la predicación de San
Juan Bautista, para lo cual cita no solamente el texto de Malaquías del
que ahora hablamos, sino también el versículo 8 del capítulo 40 de
Isaías: Voz del que clama en el desierto: Aparejad el camino del Se-
ñor, enderezad en la soledad las sendas de nuestro Dios 4. Esta cita de
San Marcos del texto de Isaías es verdadera y fiel, no menos que la del

1 Mal. 3, 1-4.
2 Mt. 11, 10; Lc. 7, 27.
3 Lc. 1, 17.
4 Is. 40, 3.
818 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

texto del primer versículo del capítulo 3 de Malaquías, pues en ambos


textos se anuncia la misión de San Juan Bautista (no cierto con el espí-
ritu y virtud de sí mismo, sino con el espíritu y virtud de Elías); así
como es cierto que en ambos textos se anuncia primariamente la mi-
sión de Elías, el cual vendrá a su tiempo, no en espíritu y virtud de
Juan Bautista, como éste vino con el espíritu y virtud de Elías.
[250] ¿Y dudáis, Cristófilo, que en ambos textos de Malaquías y de
Isaías, se anuncian ambas misiones de Elías y de Juan; del primero di-
recta y primariamente, del segundo indirecta y secundariamente? Leed
todo el contexto de uno y otro Profeta, y me persuado que con esto so-
lo abriréis los ojos. El contexto de Malaquías lo acabáis de leer en lo
que sigue al versículo 1 hasta el 5; el contexto de Isaías lo podéis ver en
lo que precede y sigue al texto particular que cita San Marcos, que es el
versículo 3 del dicho capítulo 40. Basta leer estos tres primeros ver-
sículos, para conocer al punto los tiempos de que habla este profeta di-
recta e indirectamente; esto es, de los tiempos de la misión futura de
Elías, y secundaria e indirectamente, de los tiempos ya pasados de la
misión de San Juan, que apareció en el mundo con el espíritu y virtud
de Elías 1.
[251] Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad
al corazón de Jerusalén, y llamadla: porque se ha acabado su afán,
perdonada es su maldad; recibió de la mano del Señor el doble por
todos sus pecados. Voz del que clama en el desierto: Aparejad el ca-
mino del Señor, enderezad en la soledad las sendas de nuestro Dios 2.
En tiempo de San Juan Bautista no se había concluido la malicia de
Jerusalén (o de Israel de donde era capital), ni se le había remitido su
iniquidad, ni había recibido al doble por todos sus pecados, pues este
al doble lo sufre hasta el día de hoy, y todavía sigue sin saber hasta
cuándo deberá durar. Voz del que clama en el desierto, etc.: se verificó
ciertamente en la misión de San Juan, y se verificará mejor todavía en
la misión de Elías, por medio de la cual será llamada Jerusalén, y todo
lo que se comprende bajo de este nombre. Se le hablará entonces al
corazón, y se le perdonará toda su iniquidad pasada, como que ya ha-
brá recibido al doble por todos sus pecados.
[252] Este parece el sentido manifiesto y palpable de esta profecía
(lo mismo digo de la de Malaquías), el cual sentido lo confirmó expre-
samente el mismo Jesucristo cuando dijo, hablando de San Juan Bau-
tista: Ya vino Elías, y no le conocieron, antes hicieron con él cuanto
quisieron 3; mas para que ninguno equivocase el espíritu y virtud de
Elías con que vino San Juan, como precursor de su primera venida,

1 Lc. 1, 17.
2 Is. 40, 1-3.
3 Mt. 17, 12.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 819

con la persona misma de Elías, que vendrá como precursor de la se-


gunda, añadió: Elías en verdad ha de venir, y restablecerá todas las
cosas 1; con lo cual, prosigue San Mateo, conocieron los discípulos que,
hablando de Elías, hablaba también de Juan: Entonces entendieron
los discípulos, que de Juan el Bautista les había hablado 2. Así que el
primer versículo de Malaquías habla ciertamente de la predicación de
San Juan, y al mismo tiempo de la predicación futura de Elías: los cua-
tro versículos siguientes ya no pueden competer a los tiempos de Juan,
o a la primera venida del Señor, porque en estos tiempos no se verifi-
có, ni se ha verificado hasta ahora, nada de lo que anuncian: He aquí
que viene… ¿Y quién podrá pensar (o como leen los LXX, quién podrá
resistir) en el día de su venida, y quién se parará para mirarlo? Por-
que él será como fuego derretidor, etc.; y purificará a los hijos de Le-
ví, y los afinará como oro y como plata, y ofrecerán al Señor sacrifi-
cios con justicia. Y será agradable, etc. 3.
[253] Todas estas expresiones parecen muy impropias y ajenas
sumamente de aquel modo dulce y pacífico, humilde y llano, con que
apareció el Señor en la tierra la primera vez, cuando vino en carne pa-
sible. Entonces, lejos de purificar a los hijos de Leví como se purifica el
oro y la plata, los dejó por la mayor parte en toda su inmundicia, en la
cual perseveran hasta el día de hoy. Entonces no ofrecieron a Dios sa-
crificios en justicia; entonces los sacrificios que ofrecían a Dios no le
agradaban tanto como en otros tiempos anteriores; y esto por la
iniquidad y malicia que abundaba casi universalmente en los hijos de
Leví, etc. Poned ahora los ojos en la segunda venida del Señor, a la
cual debe preceder la misión y predicación de Elías: al punto entendéis
con ideas claras todas estas cosas particulares, viéndolas perfectamen-
te de acuerdo con todas las Escrituras; al punto entendéis cuándo y
cómo purificará el Señor a los hijos de Leví como el oro en el crisol, es-
to es, en los 42 meses de soledad y penitencia en que las reliquias de
Leví serán verosímilmente las más privilegiadas, o las más atendidas,
como que deben ser la parte principal de la mujer vestida del sol: De-
rramaré (les dice Dios) sobre vosotros agua pura, y os purificaréis de
todas vuestras inmundicias 4; y en Isaías (hablando inmediatamente
con la ciudad sacerdotal y regia, después de haberle anunciado su rui-
na) la consuela el Señor con estas palabras: Volveré mi mano sobre ti,
y acrisolaré tu escoria hasta lo puro, y quitaré de ti todo tu estaño…
Después de esto serás llamada la ciudad del justo, la ciudad fiel 5. En-
tonces estas reliquias de Leví, ya purificadas y santificadas, ofrecerán a

1 Mt. 17, 11.


2 Mt. 17, 13.
3 Mal. 3, 1-4.
4 Ez. 36, 25.
5 Is. 1, 25-26.
820 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Dios (prosigue Malaquías) sacrificios en justicia 1. Sería bueno reparar


aquí que el Profeta habla en plural, sacrificios, y es cierto; que en la
Iglesia presente (a quien se pretende acomodar todo esto) no ha habi-
do, ni hay, ni puede haber sino un solo sacrificio, que es el del cuerpo y
sangre de Cristo; mas en los tiempos futuros de que habla esta profe-
cía, podrá bien haber en aquel solo templo este sacrificio presente jun-
tamente con el antiguo, y uno y otro en verdadera justicia; por todo lo
cual podrá en aquel tiempo decir la esposa antigua, y entonces nueva;
podrá, digo, decirle al esposo con toda verdad y propiedad, aquellas
palabras que ya están registradas en el Cántico de los Cánticos: Las
nuevas y las añejas, amado mío, he guardado para ti 2.
[254] Concluyo este punto con un pasaje laminoso del sapientísimo
autor Antonio Vieyra, cuya obra manuscrita Del reino de Cristo y de
Dios consumado en la tierra, al fin he podido leer. En el segundo tomo,
capítulo 11, trata difusamente del templo de Ezequiel y de todo cuanto
en él se anuncia, y entre los seis modos que propone sobre la inteligen-
cia literal de este templo, el tercero es en sustancia el que yo acabo de
conjeturar. Es verdad que en su sistema, o en el templo en que pone la
verificación de esta gran profecía, esto es, muchos siglos antes de la ve-
nida del Señor, todos estos sus modos son conocidamente inútiles, co-
mo que todos parten de un principio falso y absolutamente improbable,
cual es que Jerusalén y su templo se pueden volver a edificar antes de la
venida del Señor, y aun muchos siglos antes de la revelación del Anti-
cristo. No obstante, me parece poner aquí este pasaje, así para que se
vea el carácter e ingenio de este gran sabio, como también porque, mu-
dados sólo los tiempos, hace admirablemente a mi propósito.
[255] A la verdad, dice, ¿quién duda que, quitada la significación
del futuro, pueden convenir y estar juntos la figura y lo figurado (lo
cual comúnmente se niega)? ¿No es verdad que en una misma sala
pudieron verse a un mismo tiempo Alejandro el Grande y su retrato,
en una estatua de Lisipo, o en una pintura de Apeles?… Del mismo
modo no dudamos que, mudada la condición de los tiempos, en su
templo mismísimo pueden juntarse y estar presentes el sacrificio an-
tiguo y el nuevo, aquél como figura, y este otro como figurado. Y a la
manera que una esposa que está para casarse puede tener en una
pieza a la persona de su esposo futuro, y la imagen del mismo, refi-
riendo a aquél todo en amor, y a ésta solamente la admiración de la
semejanza y del arte; así la Iglesia podrá a un mismo tiempo conser-
var en alguna parte los sacrificios de la antigua ley, y el adorable Sa-
cramento del cuerpo de Jesús, admirando en aquéllos únicamente la

1 Mal. 3, 3.
2 Cant. 7, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 9 821

figura y la semejanza, y venerando y adorando en éste la verdad y


presencia de su sacratísimo Esposo.
[256] Diré lo que me acuerdo haber visto. Corriendo el año del
Señor de 1650, gobernando el Señor Inocencio X, se levantó en Roma,
en nuestro templo de la Casa Profesa, un amplísimo teatro, para so-
lemnizar con la magnificencia que se acostumbra, la indulgencia de
40 horas, aumentando su perspectiva con furtivos fuegos, como es
propio del arte; en el cual representaba admirablemente el templo de
Salomón. En su parte inferior era de ver a Salomón mismo sacrifi-
cando según los ritos de su patria, y sirviendo, como ministros, los
sacerdotes y levitas. En la superior sobresalía de en medio de una
nube, rodeada de rayos por todas partes, el Pan verdadero, que bajó
de los cielos, consagrado con el rito cristiano, al cual solo, golpeán-
dose los pechos e hincadas las rodillas, adoraba profundísimamente
una inmensa multitud que concurría del pueblo, ciudadanos y pere-
grinos. Nada ciertamente se pudo fingir o pensar más bello que esta
imagen, para formar concepto del templo de Ezequiel, y para con-
cordar las sacrificios de aquella ley con la fe presente de la Iglesia y
con la ley de gracia. Porque allí se veían juntamente la figura y lo fi-
gurado, el sol y la sombra, un sacrificio y muchos sacrificios; aquél
verdadero, éstos sombreados; aquél para el culto y adoración, éstos
solamente para pompa y para espectáculo.
[257] Ahora bien, si en aquel teatro los sacrificios legales de Sa-
lomón no mostraban el sacrificio de Jesucristo como futuro todavía,
sino como prefigurado en otro tiempo, pero presente ya; ¿por qué no
podremos filosofar del mismo modo, sin que la fe peligre, del templo
de Ezequiel y de sus sacrificios? Pero tenemos aun otro mayor y más
fuerte ejemplo, si recurrimos a la cena misma del Señor; porque allí,
en un mismo cenáculo y en la misma mesa, que fue el primer altar de
nuestro cristiano sacrificio, no sólo se inmoló el Cordero Pascual,
sino que fue instituido el Divinísimo Sacramento. En un mismo lugar,
y en un tiempo mismo, se juntaron allí la figura y el figurado, y la
sombra de la ley antigua con el misterio máximo de la nueva, esto es,
con el cuerpo de Jesucristo.
[258] Mas ¿a qué fin, replicará alguno, o para qué necesidad esta
conjunción del cuerpo y de la sombra, de la figura y del figurado?
Ciertamente será oportuna, para que por aquella recíproca represen-
tación se hagan por último patentes los misterios ocultos en aquellas
figuras y sombras; para que enteramente se manifiesten, y para que
con toda claridad se perciba y venere, la idea toda del Autor sobe-
rano con grande alabanza del mismo. A la verdad, siendo casi infini-
ta la variedad y muchedumbre de las ceremonias legales; habiendo
sido ordenadas todas para significar los misterios de la ley nueva; y
822 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

habiendo Dios en ellas intentado principalmente la dicha significa-


ción; ciertamente pensaría con menos rectitud del consejo y provi-
dencia del Señor cualquiera que juzgase que nunca había de revelar-
los plenamente. Porque ¿qué cosa hay más ajena de una mente, no
digo divina, mas de cualquiera que use de la razón, que instituir una
ley entera con el fin de significar, y que sus significados hubiesen no
obstante de ignorarse perpetuamente? Yo bien sé que de la tal signi-
ficación han escrito, bien esparcidamente o bien en plenos comenta-
rios, ya los Padres antiguos, ya otros varios intérpretes, y con mayor
exactitud que todos el eruditísimo Rivera. Mas ¿cuántas cosas hay en
ellos difíciles, cuántas oscuras, cuántas poco coherentes y muchas ve-
ces repugnantes, y lo que es más, todas inciertas y dudosas, como
conjeturas al fin de la mente humana falible, y según cada uno abun-
da en su propio sentido?
Capítulo 10
El residuo de las Gentes

PÁRRAFO 1
[259] Entre las grandes dificultades y embarazos que halla casi a
cada paso el sistema vulgar, uno de ellos es la resolución de cierto pro-
blema, en que las Escrituras se ven opuestas entre sí; pues hablando
de un mismo suceso, unas afirman, otras niegan; unas aseguran con
toda claridad y formalidad posible que la cosa sucederá infaliblemen-
te, otras aseguran con la misma formalidad todo lo contrario. No hay
duda que esta oposición y enemistad de unas Escrituras con otras sólo
puede ser aparente, pues el Espíritu Santo no puede oponerse ni ne-
garse a sí mismo. Mas esta apariencia, ¿cómo la podemos conocer en
el sistema vulgar? Ardua cosa me pides 1. Explícome.
[260] Muchas, y aun muchísimas Escrituras, nos aseguran en tér-
minos formales, claros e individuales (como pudiera pedir la más rígida
y escrupulosa delicadeza), que ha de llegar finalmente cierto día, o si-
glo, o tiempo (tres palabras de que usan promiscuamente los escritores
sagrados, como que significan una misma cosa) en que toda nuestra
tierra, todos sus fines o términos, por cualquiera rumbo que se mire;
todos sus habitadores, todas sus tribus, cognaciones, familias, parente-
las, y aun todos sus individuos, sean benditos en Cristo; todos crean y
esperen en él; todos lo conozcan, lo adoren, lo bendigan, lo amen; por
consiguiente, todos sean Cristianos, y buenos Cristianos, unidos en una
misma fe, animados del mismo espíritu, y como una sola grey, simple e
inocente, bajo el gobierno y dirección de un solo pastor, etc. Ved aquí
como en un punto de vista algunas de estas Escrituras.
[261] La primera que se presenta a nuestra consideración, como la
más antigua de todas, es la promesa que hizo Dios, y que repitió y con-
firmó varias veces a su fidelísimo amigo el justo Abraham: En ti SERÁN
BENDITOS todos los linajes de la tierra 2. Y en el capítulo 18: Debiendo
SER BENDITAS en él todas las naciones de la tierra 3. Y en el capítulo
22: En tu simiente SERÁN BENDITAS todas las naciones de la tierra 4.

1 CICERÓN.
2 Gen. 12, 3.
3 Gen. 18, 18.
4 Gen. 22, 18.
824 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Tenemos, pues, aquí en buenas palabras, todas las cognaciones o fami-


lias de la tierra benditas, o bendicendas en algún tiempo, en la simien-
te de Abraham, esto es, en Cristo, como explica San Pablo 1.
[262] Diréis aquí, y decís con suma verdad, que todas estas pro-
mesas hechas al Padre de todos los creyentes, se están verificando die-
ciocho siglos ha en las muchas gentes, naciones y cognaciones de la
tierra que han creído y obedecido al Evangelio; a lo cual yo os respon-
do que tenéis razón, añadiendo no obstante una palabra que no podéis
negar, es a saber, que todo cuanto se ha hecho en dieciocho siglos es
todavía poquísimo, confrontado con las promesas de Dios vivo, santo,
y fidelísimo en todas sus palabras; por consiguiente, falta todavía mu-
cho que hacer para que estas promesas lleguen a su entera y perfecta
plenitud. Si acaso estas antiquísimas promesas no os parecen tan
grandes, ni tan claras, ni tan universales, ni tan decisivas, pasemos un
poco más adelante.
[263] En el salmo 21, que todo es de Cristo evidentemente, en que
él mismo habla en espíritu, y según parece habla desde la cruz, pues
habla de sus angustias, de su desamparo, de su desnudez, de sus llagas
de pies y manos, etc., dice él mismo estas palabras como una conse-
cuencia necesaria en algún tiempo de su muerte y pasión: Se acorda-
rán y se convertirán al Señor todos los términos de la tierra, y ado-
rarán en su presencia todas las familias de las gentes. Por cuanto del
Señor es el reino, y él mismo se enseñoreará de las gentes 2.
[264] En el salmo 71 se dice de Cristo: Dominará de mar a mar, y
desde el río hasta los términos de la redondez de la tierra. Delante de
él se postrarán los de Etiopía, y sus enemigos lamerán la tierra. Los
reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones, los reyes de Arabia y de
Saba le traerán presentes; y le adorarán todos los reyes de la tierra,
todas las naciones le servirán… Todo el día le bendecirán… Y serán
benditas en él todas las tribus de la tierra, todas las gentes le engran-
decerán… Y será muy llena de su majestad toda la tierra: así sea, así
sea 3. En el salmo 85 se dice: Todas las gentes, cuantas hiciste, ven-
drán, y te adorarán, Señor, y glorificarán tu nombre 4.
[265] En Isaías, capítulo 11, versículo 9, se dice: Porque la tierra
está llena de la ciencia del Señor, así como las aguas del mar que la
cubren 5. Y en el capítulo 68, versículo 28: Vendrá toda carne para
adorar ante mi rostro, dice el Señor 6.

1 Gal. 3, 16.
2 Sal. 21, 28-29.
3 Sal. 71, 8-11, 15, 17 y 19.
4 Sal. 85, 9.
5 Is. 11, 9.
6 Is. 66, 23.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 825

[266] En Daniel capítulo 7, versículo 14, se dice: Diole la potestad,


y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán
a él… y todos los reyes le servirán y obedecerán 1.
[267] En Zacarías capítulo 14, versículo 9, se dice: Y el Señor será el
Rey sobre toda la tierra: en aquel día uno solo será el Señor, y uno so-
lo será su nombre 2. Por abreviar: en el cántico admirable del Magnifi-
cat profetiza la santísima Virgen entre otras cosas ésta: Me dirán bie-
naventurada todas las generaciones 3. Todo lo cual concuerda perfec-
tamente con lo que observamos en el fenómeno 1: La piedra que había
herido la estatua se hizo un grande monte, y henchía toda la tierra 4.
[268] En todos estos lugares de la Escritura santa, y en otros se-
mejantes que pudiéramos citar, se debe observar, lo primero: la gene-
ralidad o universalidad con que hablan de todo nuestro orbe, de todos
sus fines o términos, de todas las gentes, de todas las naciones, tribus
o pueblos, de todas las cognaciones o familias, sin excepción alguna.
[269] Esta misma observación hace San Pablo sobre la palabra to-
das del salmo 8, diciendo: En esto mismo de haber sometido a él to-
das las cosas, ninguna dejó que no fuese sometida a él 5: lo cual, como
añade el mismo Apóstol, no había sucedido hasta su tiempo; y noso-
tros podemos añadir, que ni hasta el nuestro: Mas ahora aun no ve-
mos todas las cosas sometidas a él 6. Si todavía no vemos sujetas a él
todas las cosas, luego deberemos esperar otro tiempo en que lo sean:
Porque no sometió Dios a los ángeles el mundo venidero del que ha-
blamos 7, dice el mismo Apóstol en el lugar citado.
[270] Lo segundo que se debe observar en los lugares de la Escri-
tura poco ha citados, es que no solamente anuncian la fe en Cristo de
todos los habitantes de la tierra, sino juntamente con la fe una justicia
universal, nunca vista ni oída en nuestra tierra. Las vivísimas palabras
y expresiones de que usan los Profetas de Dios, todo esto suenan y sig-
nifican obvia y claramente; por ejemplo: Serán benditos todos los li-
najes de la tierra 8, le adorarán 9, darán alabanza 10, engrandece-
rán 11, todo el día le bendecirán 12, le servirán y obedecerán 13; y en el

1 Dan. 7, 14 y 27.
2 Zac. 14, 9.
3 Lc. 1, 48.
4 Dan. 2, 35.
5 Heb. 2, 8.
6 Heb. 2, 8.
7 Heb. 2, 5.
8 Gen. 12, 3.
9 Sal 71, 11; Jn. 4, 23.
10 Is. 24, 14.
11 Sal. 71, 17.
12 Sal. 71, 15.
13 Dan. 7, 27.
826 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

salmo 144: Rebosarán la abundancia de tu suavidad, y saltarán de


contento por tu justicia 1. ¿Con qué palabras más propias ni más ex-
presivas se pudiera describir una justicia universal? Esta fe y justicia
universal en toda la tierra, inundada ya de la ciencia del Señor, así co-
mo las aguas del mar, que la cubren 2, es ciertísimo, cuanto puede ex-
tenderse esta palabra certidumbre, que no se ha visto jamás en nuestra
tierra; antes se ha visto siempre todo lo contrario; luego si se cree a los
Profetas, es preciso decir y confesar que se ha de ver alguna vez. Mas
¿cuándo? Este es, oh mi Cristófilo, el gran trabajo, la grande e insupe-
rable dificultad en vuestro sistema.
PÁRRAFO 2
[271] No podéis ignorar, Cristófilo, que muchísimos doctores cató-
licos (antiguos y no antiguos) han reconocido bien, han confesado y
sostenido como una verdad innegable, este tiempo feliz, en que con-
vertidas a Cristo todas las gentes de todo el orbe, reinará con él uni-
versalmente una fe, una religión, una justicia, una concordia o paz
universal: Cada uno debajo de su vid, y debajo de su higuera…, y no
habrá quien cause temor 3. Es verdad que muchos otros, con San Je-
rónimo, divisando sin duda en esto algún gravísimo inconveniente pa-
ra su sistema, ni lo confiesan expresamente, ni tampoco se atreven ex-
presamente a negarlo; y no obstante, cuando llegan a ciertos lugares
de los Profetas, de los Salmos, de los Evangelios y de San Pablo, lo su-
ponen así, y hablan bajo esta suposición como si no hubiese en esto
inconveniente alguno.
[272] Ahora bien: este tiempo felicísimo, nunca visto ni oído en
nuestra tierra, ¿dónde se coloca? Seguramente debe colocarse en el
sistema vulgar antes de la venida del Señor, pues después de ésta no se
admite espacio alguno de tiempo. Y en efecto así es. Unos lo colocan
antes del Anticristo, otros después, y unos y otros parece que se olvi-
dan de tantas Escrituras que se oponen clara, expresa y evidentemente
a su modo de discurrir. Antes del Anticristo no puede ser, según la
idea que nos dan los Evangelios y los escritos de los Apóstoles, como
vamos a observar; después del Anticristo mucho menos, como queda
demostrado en el fenómeno 4; luego nunca.
[273] Demos no obstante, por un momento, como una mera per-
misión, que este tiempo feliz haya de ser antes de la venida gloriosa
del Señor, y consideremos atentamente las consecuencias legítimas y
necesarias que de aquí se deberán seguir. Primera: luego antes de la
venida del Señor (o sea antes o después del Anticristo) se habrán ya

1 Sal. 144, 7.
2 Is. 11, 9.
3 3 Rey. 4, 25; Miq. 4, 4.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 827

verificado plena y perfectamente todas las profecías poco ha citadas, y


otras semejantes que pudieran citarse. Segunda: luego antes de la ve-
nida del Señor ya se habrán convertido a él todos los pueblos, todas las
naciones, todas las congregaciones o familias de toda la tierra. Terce-
ra: luego antes de la venida del Señor se habrá llenado toda nuestra
tierra de la ciencia o conocimiento de Dios, así como están llenos de
agua todos los lugares que ocupa el mar. Cuarta: luego antes de la ve-
nida del Señor ya habrán sido todos los pueblos, tribus y lenguas, y to-
dos sus individuos, no solamente Cristianos, sino cristianos excelentes
(entrando también en este número todos los Judíos); por consiguien-
te, la conversión de éstos no puede dilatarse hasta el fin del mundo,
como vulgarmente se piensa con tan poca o ninguna razón. Quinta:
luego antes de la venida del Señor ya habrá habido un siglo, o un tiem-
po determinado o indeterminado, pero muy grande, en que todos los
habitadores de la tierra habrán servido y obedecido a Cristo, y todos
habrán sido fieles, justos y santos, que es lo que anuncian las profe-
cías. Sexta finalmente: luego en este siglo o tiempo feliz, ya no habrá
en toda nuestra tierra ni idolatría, ni superstición, ni falsa religión; ya
no habrá herejías, ni cismas, ni escándalos, ni cizaña; no habrá siervos
buenos y malos; no habrá vírgenes prudentes y necias; no habrá en la
gran red peces buenos y malos; no habrá, en fin, lo que el mismo Cris-
to dice y asegura tantas veces que siempre ha de haber hasta que él
venga; lo cual siempre se ha visto hasta el día de hoy puntualísima-
mente verificado, sin faltarle ni un punto, ni una tilde 1.
PÁRRAFO 3
[274] Para ver la dificultad en toda su luz, confrontemos breve-
mente unas profecías con otras, y veamos si pueden acordarse entre sí,
en el sistema vulgar, los Profetas con los Evangelios. Lo que anuncian
los unos y los otros sobre el punto particular de que ahora hablamos,
se puede fácilmente reducir a estas dos proposiciones:
Primera proposición
[275] Antes de la venida del Señor que esperamos, en gloria y ma-
jestad, se convertirán a él todos los pueblos, tribus y lenguas, todas las
cognaciones y familias de toda la tierra; todas adorarán al verdadero
Dios; todas entrarán en la Iglesia de Cristo; todas serán benditas en él;
todas lo amarán, lo obedecerán, lo servirán; todas todo el día le ben-
decirán 2; todas saltarán de contento por su justicia 3; todas vivirán
en mutua paz y en concordia admirable, uniéndose finalmente y be-

1 Mt. 5, 18.
2 Sal. 71, 15.
3 Sal. 144, 7.
828 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sándose la justicia y la paz, dos enemigos irreconciliables hasta ahora;


todas arrojarán de sí como del todo inútiles toda especie de armas
ofensivas y defensivas, ni se ensayarán más para la guerra 1; todas,
en suma, compondrán una grey mansa, pacífica, inocente, bajo el cui-
dado y dirección de un pastor mismo.
[276] ¿No es esta la idea que nos dan las profecías que apuntamos
en el párrafo primero? Veamos ahora la idea que nos dan otras profe-
cías, principalmente los Evangelios.
Segunda proposición
[277] Antes de la venida del Señor que esperamos, en gloria y ma-
jestad (y en todo el tiempo que debe mediar entre su primera y segunda
venida), aunque se predicará el Evangelio por todo el mundo 2, mas no
todas las gentes lo recibirán, sino pocas, comparadas con la muche-
dumbre. Aun entre estas pocas que recibirán el Evangelio, no todas lo
observarán, cayendo frecuentemente el buen grano, una parte… junto
al camino…, otra… sobre piedra…, otra… entre espinas 3: habrá entre
ellas sin interrupción grandes y terribles escándalos, habrá herejías,
habrá cismas, habrá apostasías formales; habrá odios mutuos, emula-
ciones, envidias y guerras sangrientas e interminables; habrá costum-
bres antievangélicas, muchas de ellas cuales ni aun entre los gentiles 4,
y no pocas sentadas pacíficamente y miradas como justas, o a lo menos
como indiferentes; habrá siempre una gran oposición y una guerra
formal y continua entre la justicia y la paz; habrá sin cesar, ya por una
parte, ya por otro, ya por muchas a un tiempo, vientos furiosos y tem-
pestades horribles, con que la nave de Pedro será combatida de las on-
das 5, y será necesario clamar diciendo: Señor, sálvanos, que perece-
mos 6; habrá casi siempre una gran prosperidad en los caminos de los
malvados, y una casi continua adversidad, tribulación y persecución
(en aquellos) que quieren vivir piadosamente en Jesucristo 7: pues co-
mo anuncia el mismo Señor: Si a mí me han perseguido, también os
perseguirán a vosotros 8. En una palabra: habrá siempre cizaña que
oprima y no deje crecer ni madurar el trigo, y todo esto hasta la siega 9.
[278] Todo lo que contiene esta segunda proposición se lee fre-
cuentemente en los Evangelios y en los escritos de los Apóstoles, y

1 Is. 2, 4.
2 Mt. 24, 14.
3 Lc. 8, 5-7.
4 1 Cor. 5, 1.
5 Mt. 24, 24.
6 Mt. 8, 25.
7 2 Tim. 3, 12.
8 Jn. 15, 20.
9 Mt. 13, 30.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 829

nuestra larga experiencia nos ha enseñado siempre la verdad y divini-


dad de estas profecías. No las cito en particular, porque son cosas sa-
bidas de todos; y cualquiera que lea las Escrituras del nuevo Testa-
mento, las encontrará a cada paso. No obstante, me parece convenien-
te no omitir del todo una sola, pues en ella se contiene y se explica en
breve todo este misterio. Esta es la parábola de la cizaña.
[279] En esta parábola, o profecía clarísima, propuesta y explicada
por el mismo Cristo, se ve siempre sin interrupción la cizaña junta con
el trigo, y siempre haciendo daño; pues habiendo propuesto los opera-
rios al dueño del campo que, si le parecía, irían a arrancarla, respon-
dió: No…, no sea que cogiendo la cizaña, arranquéis también con ella
el trigo. Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega, y en el tiempo de
la siega diré a los segadores: Coged primeramente la cizaña 1, etc. La
explicación que da el mismo Señor a esta parábola es ésta: El que
siembra la buena simiente es el Hijo del Hombre. Y el campo es el
mundo. Y la buena simiente son los hijos del reino. Y la cizaña son los
hijos de la iniquidad. Y el enemigo que la sembró es el diablo. Y la
siega es la consumación del siglo 2.
[280] De manera que, desde la predicación de Cristo hasta la con-
sumación del siglo deberá estar siempre en el mundo el buen grano
junto con la cizaña y mezclado con ella. Conque hasta la consumación
del siglo deberá suceder siempre constantemente lo mismo (poco más
o menos) que ha sucedido hasta el presente. Conque hasta la consu-
mación del siglo deberán estar siempre juntos y mezclados entre sí los
hijos del reino… y los hijos de la iniquidad, y estos últimos haciendo
siempre todo aquel daño que siempre hace la cizaña. Si esto debe
siempre suceder así hasta la consumación del siglo; si no se admite al-
gún espacio de tiempo desde la consumación del siglo hasta el fin del
mundo, antes se mira este espacio de tiempo como un error, o como
un sueño, delirio y fábula, etc.; decidme ahora, mi buen Cristófilo,
¿cuándo y cómo podrán tener algún lugar decente todas aquellas pro-
fecías que quedan ya citadas, y tantas otras semejantes que pudieran
citarse? Volved a leerlas con alguna mayor atención: en ellas veréis,
sin poder dudarlo, una fe y una justicia universal, no solamente en to-
das las naciones, sino también en todas las familias de todo el orbe.
Veréis una suma paz y hermandad entre todas las gentes, sin inquie-
tarse las unas a las otras, ni pensar en ejercitarse para la guerra: No
alzará la espada una nación contra otra nación… ni se ensayarán
más para hacer guerra 3. Veréis una sumisión y una obediencia gene-
ral de todas las gentes, y de todos los reyes de toda la tierra, al Rey de

1 Mt. 13, 29-30.


2 Mt. 13, 37-39.
3 Miq. 4, 3.
830 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

los reyes y Señor de los señores: Y todos los pueblos, tribus y lenguas
le servirán a él 1, todos los reyes de la tierra: todas las naciones le
servirán… Y serán benditas en él todas las tribus de la tierra: todas
las gentes le engrandecerán 2. Y adorarán en su presencia todas las
familias de las gentes 3. Veréis en el Evangelio a toda nuestra tierra
(como) un solo aprisco, y un solo pastor 4. Veréis, en suma, una idea
infinitamente ajena, y una diametralmente opuesta a la idea que nos
ofrecen estas dos palabras: trigo y cizaña.
PÁRRAFO 4
[281] La concordia entre aquellas proposiciones se busca inútil-
mente en los libros; pues ni aun siquiera se halla quien reconozca la di-
ficultad, o la necesidad de esta concordia. Los que defienden con los
Profetas la verdad de la primera proposición, que no son pocos ni de ín-
fima clase, parece que se olvidan absolutamente de la verdad de la se-
gunda, pues ni aun siquiera la tocan. Los que defienden expresamente
la verdad de la segunda, que son todos los intérpretes o comentadores
de los Evangelios, jamás los vemos hacerse cargo de la verdad de la
primera, ni de la necesidad de concordar la una con la otra. ¿Por qué
puede ser esta omisión en hombres piísimos y sapientísimos, sino por-
que en el sistema que siguen son absolutamente inconcordables ambas
proposiciones? ¡Cómo, hablando el Espíritu Santo de un mismo suceso
y de un mismo tiempo, según se pretende, afirmar dicho suceso, y jun-
tamente negarlo! ¡Anunciar que sucederá y que no sucederá! ¡Anun-
ciar, digo, que en todo el tiempo que debe mediar entre la primera y se-
gunda venida del Señor, todo el orbe y todas sus familias serán cristia-
nas, justas y santas, y anunciar al mismo tiempo que las más serán
inicuas, perjudiciales y aun anticristianas! ¡Decir, por ejemplo: Serán
benditas en ti todas las tribus de la tierra; todas las gentes le engran-
decerán…, todo el día le bendecirán; y al mismo tiempo decir: Dejad
crecer lo uno y lo otro hasta la siega 5; imposible es que no vengan es-
cándalos 6; es necesario que haya también herejías 7; mas el que no
cree ya ha sido juzgado 8; mas el que no creyere será condenado 9!
[282] Uno y otro decís, oh Cristófilo, que consta clara y expresa-
mente de la Escritura santa, y es preciso que uno y otro sea verdadero;
pues esta Escritura santa es un libro todo divino, compuesto todo de

1 Dan. 7, 14.
2 Sal. 71, 11 y 17.
3 Sal. 21, 28.
4 Jn. 10, 16.
5 Mt. 13, 30.
6 Lc. 17, 1.
7 1 Cor. 11, 19.
8 Jn. 3, 18.
9 Mc. 16, 16.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 831

verdades, y cuyo propio carácter o distinción entre todos los otros li-
bros es que ella siempre dice verdad, y los otros no siempre. ¡Oh ben-
dito del Señor: qué verdad tan importante nos decís aquí! ¿Y uno y
otro debe ser verdadero, porque así lo uno como lo otro consta expre-
samente de la Escritura santa? Mas, amigo mío, no es verdadero lo
uno y lo otro, ni lo puede ser, si queréis que se hable de un solo tiem-
po, pues la Escritura santa no es capaz de anunciar para un solo tiem-
po que una cosa será y no será. Como en vuestro sistema no hay más
de un solo tiempo, esto es, el intermedio entre la primera y segunda
venida del Señor; como en vuestro sistema la consumación del siglo, o
la vendimia, o la mies, es lo mismo que el fin del mundo; como en
vuestro sistema no hay que esperar otro tiempo, u otro siglo, u otra
nueva tierra y nuevo cielo, después de la gran vendimia, después de la
mies, después de la consumación del siglo, etc.; tampoco tenemos que
esperar una concordia sólida y firme entre unas y otras profecías. Mas
si se hace la debida distinción entre tiempo y tiempo, como la hace la
Escritura santa, todo lo hallamos concorde, claro, fácil y llano: Distin-
gue los tiempos, y concordarás los derechos 1. Las cosas opuestas, di-
versas, enemigas entre sí, que no pueden concurrir en un mismo tiem-
po sin destruirse las unas a las otras, ¿no podrán comparecer en diver-
sos tiempos, cada cual en el suyo propio? Si antes de la consumación
del siglo, o de la vendimia, o de la mies, no pueden todas verificarse,
¿no podrán verificarse plenísimamente unas antes, otras después? Es-
te después (volvéis a replicar) se hace durísimo el admitirlo, porque
destruye desde los cimientos nuestro sistema. Bien. ¿Y qué inconve-
niente halláis en esto? ¿No es éste el asunto o fin principal adonde se
endereza toda esta obra? ¿No es esto lo que venimos haciendo desde el
principio hasta el presente? Yo saco, pues, de aquí una consecuencia
que vos mismo debíais sacar, no cierto durísima en sí misma, sino an-
tes suavísima, como una de las más legítimas y justas que se han saca-
do jamás. Luego vuestro sistema no es bueno, ni lo puede ser en nin-
gún tribunal; pues ni es capaz de concordar unas Escrituras con otras,
ni de concordarse con ellas mismas.
PÁRRAFO 5
[283] Ya hemos dicho y también probado (con la prueba legítima y
única con que pueden probarse las cosas todavía futuras, que es la sola
autoridad divina, auténtica y clara) que en la venida del Señor Jesús,
que estamos esperando, así como ha de perecer esta tierra presente,
para dar lugar a otra tierra nueva, que también esperamos según sus
promesas 2, así ha de perecer en este trastorno universal la mayor y

1 ADAGIO DE JURISPRUDENCIA.
2 2 Ped. 3, 13.
832 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

máxima parte del linaje humano, quedando no obstante vivos e in-


demnes algunos pequeños racimos después de la gran vendimia, o al-
gunas pequeñas espigas después de la mies, o lo que es lo mismo, al-
gunos pocos individuos de la plebe de los pobres 1, de entre todos los
pueblos, tribus y lenguas de todo el orbe; los cuales, por su inocencia y
simplicidad, no se hallarán dignos de la ira de Dios omnipotente (co-
mo no se halló en otros tiempos el justo Noé y su familia), ni de la ira
del Cordero, ni de la espada de dos filos que ha de traer en su boca el
Rey de los reyes para herir con ella a las Gentes 2. Estos pocos y pe-
queños racimos (prosigue Isaías), después de acabada la vendimia…
levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorifi-
cado, alzarán la gritería desde el mar… Desde los términos de la tie-
rra oímos alabanzas, la gloria del justo 3.
[284] De este solo texto de Isaías, aunque no hubiesen tantos
otros que lo confirman y aun lo aclaran, como veremos a su tiempo, se
colige evidentemente que todo este residuo de las Gentes, que queda-
rán dispersas acá y allá, en todos los países o términos de nuestro or-
be, no quedarán en adelante en la misma ignorancia o distracción en
que antes estaban, respecto del verdadero Dios y de su Hijo el justo;
sino que creerán en él, lo alabarán, lo desearán y se sujetarán a su do-
minación con sumo gozo y complacencia, diciendo como el Apóstol,
después de humillado y postrado en tierra: Señor, ¿qué es lo que debo
yo hacer? 4. Esta misma idea sustancial se lee en Jeremías: En aquel
tiempo llamarán (dice) a Jerusalén Trono del Señor; y serán congre-
gadas a ella todas las naciones en el nombre del Señor en Jerusalén,
y no andarán tras la maldad de su corazón pésimo 5. La misma idea
se registra en Tobías: Y todas las gentes se convertirán verdadera-
mente, para temer al Señor Dios, y enterrarán sus ídolos, y todas las
gentes bendecirán al Señor 6. La misma en toda la Escritura.
[285] La primera noticia (después de concluida la vendimia y la
gran borrasca) que tendrán estas felices reliquias de haber llegado a
nuestra tierra, después de haber recibido el reino el sabio y pacífico
Salomón, o el santo Rey, les será intimada verosímilmente por aque-
llos ángeles veloces, o nuncios ligeros, de que hablamos en la cuestión
5 del capítulo 7, cuya misión o asunto general se apunta en el mismo
Isaías (capítulo 24, versículo 15), y más claramente en el salmo 95:
Anunciad entre las naciones su gloria, en todos los pueblos sus ma-

1 Jer. 39, 10.


2 Apoc. 19, 15.
3 Is. 24, 13-14 y 16.
4 Act. 16, 30.
5 Jer. 3, 17.
6 Et omnes gentes convertentur veraciter, ad timendum Deum Dominum, et defolient idola sua,

et benedicent omnes gentes Dominum (VERSION. SEPTUAG., sup. Tob. 14, 8).
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 10 833

ravillas… Decid en las naciones que el Señor reinó; porque enderezó


la redondez de la tierra, que no será conmovida; juzgará los pueblos
con equidad. Alégrense los cielos, etc. 1.
[286] Pues estos ángeles veloces, o nuncios ligeros, según yo sos-
pecho (dejando libre el campo a cualquiera otro que quisiere trabajar
en él), irán libre y expeditamente a todas partes, sin necesidad de ca-
rruaje, ni de las naves, e instruirán perfectamente en el misterio de
Dios a estas simples y felices reliquias de todas las naciones, que se ha-
llarán llenas de temor y temblor por lo que acaba de suceder en nues-
tro orbe, y por eso mismo en óptima disposición para recibir y abrazar
la palabra de Dios. Las instruirán perfectamente en la historia antigua
desde Adán hasta Noé, desde Noé hasta Abraham, desde Abraham
hasta Moisés, desde Moisés hasta la primera venida del Hijo de Dios
en carne pasible, con todas sus circunstancias y misterios y resultas,
según las Escrituras, y desde ésta hasta su segunda venida en gloria y
majestad, que acaba de suceder, como también estaba anunciado en
las mismas Escrituras. Estos mismos nuncios ligeros (y tal vez junta-
mente con ellos muchos de los santos ya resucitados), con autoridad
del supremo Rey y sumo Sacerdote, constituirán en todas partes, no
solamente obispos o pastores para lo espiritual y religioso, sino tam-
bién príncipes, o reyes, o jueces, o magistrados, para el buen orden y
quietud en todo lo que toca a lo civil; mas todos súbditos, subordina-
dos y dependientes del Supremo Rey y de su corte, etc. Estos, en fin,
intimarán las leyes inmutables, así antiguas, por ejemplo el Decálogo,
como nuevas y propias de aquel tiempo, con que el Señor quiere ser
servido uniformemente de todos.
[287] Y veis aquí con esto solo (aunque propuesto con tanta gene-
ralidad) renovada enteramente toda nuestra tierra y todo el mísero li-
naje de Adán. Veis aquí tiradas todas las líneas y puestos todos los
fundamentos para establecer sólidamente aquí en nuestra tierra el
reino de Dios, que esperamos y pedimos, o el quinto reino incorrupti-
ble y eterno, el cual, como se lee en Daniel, quebrantará y acabará
todos estos reinos, y él mismo subsistirá para siempre 2. Este residuo
de las Gentes, instruido perfectamente, santificado y como criado de
nuevo, no menos que el residuo de Israel, compondrá junto con él,
aquel un solo aprisco y un solo pastor 3 del Evangelio; se multiplicará
pacíficamente y llenará otra vez la tierra, pasando de generación en
generación por muchos y muchísimos siglos (que San Juan explica con
el número perfecto de mil) la fe, la simplicidad, la inocencia, el temor y
conocimiento del Señor. Esto último os parece difícil de creer, consi-

1 Sal. 95, 3 y 10-11.


2 Dan. 2, 44.
3 Jn. 10, 16.
834 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

derando lo que ha pasado siempre entre los hombres, desde el princi-


pio hasta el presente; mas a esta consideración debéis oponer estas
otras: que no todos los tiempos han sido iguales y uniformes; que Dios
ha dado más en estos tiempos que en otros; que siempre ha dado más
después que lo que había dado antes; que su misterio para con los
hombres siempre ha ido creciendo de día en día 1; que este misterio
llegará alguna vez hasta el día perfecto… (porque) la mano del Señor
no se ha encogido 2, porque no hay cosa alguna imposible para Dios 3,
(porque) Fiel es el Señor en todas sus palabras, y Santo en todas sus
obras 4, (porque) es imposible que Dios falte 5; en suma: que él predijo
el misterio de la vocación de las gentes, con todos sus efectos buenos y
malos que actualmente vemos plenísimamente verificados. ¿No basta
la experiencia de la veracidad de Dios en lo pasado y en lo presente,
para creerlo también en lo futuro?

1 2 Cor. 4, 16.
2 Prov. 4, 18; Is. 59, 1.
3 Lc. 1, 37.
4 Sal. 144, 13.
5 Heb. 6, 18.
Capítulo 11
Medios o providencias extraordinarias
propias de aquellos tiempos,
para conservar en toda la tierra
la fe y la justicia

PÁRRAFO 1
[288] Una fe y justicia tan grande y tan universal, anunciada tan-
tas veces a la nueva tierra, y con expresiones tan magníficas en la Es-
critura de la verdad, no puede ciertamente concebirse sin algunos me-
dios o providencias nuevas, grandes, extraordinarias, así positivas co-
mo negativas, y generales para todo el orbe. Cuando hablo de medios
nuevos, no pienso por eso excluir del todo los que ahora tenemos; mu-
cho menos los que son de institución divina, como los siete sacramen-
tos, la jerarquía eclesiástica, la doctrina, los preceptos y consejos de
Jesucristo, contenidos en los Evangelios, la doctrina de los Apóstoles,
y generalmente hablando toda la moral de las Escrituras. Estas cosas
no hay duda que son suficientes, y más que suficientes para nuestra
perfecta santificación, para aquél que usa de ellas legítimamente 1,
como lo han sido para tantos santos, ni faltarán jamás mientras hubie-
re viadores. Mas fuera de estos medios que ahora tenemos en conse-
cuencia de la muerte del Hombre Dios, de su resurrección y de la efu-
sión del Espíritu Santo, hallamos todavía otros en la Escritura santa
que ahora ciertamente no tenemos, y que están evidentemente reser-
vados para el siglo venturo, o para la nueva tierra que esperamos; así
como tenemos ahora tantos nuevos, que no tuvieron los antiguos, pues
jamás ha dado Dios en un solo tiempo todo cuanto puede dar.
[289] Entre estos nuevos medios de que hablamos, el primero que
se ofrece a nuestra consideración es la presencia de Cristo mismo en
nuestra tierra, no solamente como lo tenemos ahora en el misterio to-
do de fe, o en el sacramento de la Eucaristía (el cual sacramento o mis-
terio, o sacrificio incruento, no faltará en aquellos tiempos), sino tam-
bién en su propia presencia y majestad, como está ahora en los cielos.
Estos dos modos de la presencia real de Jesucristo, como diversísimos
entre sí, los distinguen bastante bien los teólogos, a los que me remito.

1 1 Tim. 1, 8.
836 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Pues esta presencia real y personal de Jesucristo, como sumo Sacerdo-


te, como Rey o Juez universal de toda nuestra tierra, y la presencia
también de sus santos ya resucitados, como jueces o correinantes, no
puede menos que producir grandes y maravillosos efectos en toda la
tierra, y llenarla toda, como anuncia Isaías, de la ciencia del Señor, así
como las aguas del mar, que la cubren 1.
[290] Es bien creíble, y algo más que verosímil, que el benigno y
humanísimo Rey (y a su ejemplo todos sus santos) se deje ver algunas
veces de los viadores, ya en una, ya en otra parte de la tierra, ya de una
persona, ya de muchas; y esto, o por visión corporal en su propia per-
sona, o a lo menos por aquella especie de visión no menos clara y cier-
ta, que llaman los místicos imaginaria, como aun ahora lo ha hecho
tantas veces, según nos dicen las historias fidedignas de muchísimos
santos. Estas apariciones, o del uno o del otro modo, parece que serán
mucho más frecuentes en aquellos tiempos. La experiencia de lo que
sucedió en todo el tiempo que el Señor estuvo en nuestra tierra des-
pués de resucitado, nos enseña bien, y nos da a conocer, su carácter
propio y natural, que no puede jamás mudar. En aquellos cuarenta
días apareció muchas veces ya a uno solo, ya a dos, ya a los once Após-
toles, ya también, como añade San Pablo, después fue visto por más
de quinientos hermanos estando juntos, etc. 2. De los santos que resu-
citaron entonces con Cristo nos dice San Mateo que, después de su re-
surrección, aparecieron a muchos. Estas son sus palabras: Saliendo de
los sepulcros después de la resurrección de él, vinieron o la santa ciu-
dad, y aparecieron a muchos 3. No dice el evangelista que esto sucedió
en el mismo día o mañana de la resurrección de Cristo, y sólo en aquel
día (como se han figurado tantos doctores, especialmente, aquellos
que les dan a estos santos resucitados la injusta y cruel sentencia de
segunda muerte); sólo dice simplemente que estas apariciones suce-
dieron después de la resurrección de Cristo 4: por las cuales palabras
nos deja libres todos los cuarenta días, en todos los cuales o en mu-
chos de ellos pudieron haber sucedido, así como sucedieron las apari-
ciones del mismo Cristo, apareciéndoseles por cuarenta días 5. Esta
reflexión no es inútil, sino bien importante, contra los doctores de que
acabamos de hablar, que hacen morir segunda vez a estos santos en la
misma mañana de su resurrección. Mas sea de esto lo que fuere, Jesu-
cristo y sus santos que han de venir con él, ¿serán en el siglo venturo,
cuando vuelvan del cielo a la tierra, menos humanos, menos benignos,

1 Is. 11, 9.
2 1 Cor. 15, 6.
3 Mt. 27, 53.
4 Mt. 27, 53.
5 Act. 1, 3.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 11 837

menos caritativos de lo que fueron aquel poco tiempo que estuvieron


en nuestra tierra, antes de subir a los cielos?
[291] El segundo medio, aunque negativo, no por eso será menos
conducente; quiero decir, la ausencia del dragón, que se llama diablo
y Satanás, que engaña a todo el mundo 1; el cual en aquellos tiempos
estará bien asegurado en el abismo, atado estrechamente con una
grande y fortísima cadena proporcionada a su naturaleza, cerrada y se-
llada la puerta de su cárcel, para que no engañe más a las Gentes,
hasta que sean cumplidos los mil años 2. El cual misterio se lee tam-
bién en el capítulo 24 de Isaías, versículo 21, como observamos en otra
parte. El gran bien que debe resultar a toda la tierra de la falta total de
este enemigo, no necesita de gran ponderación: basta considerar los
infinitos males que ha hecho siempre en el mísero linaje de Adán, des-
de el principio del mundo hasta hoy, los que hace al presente, y los que
todavía debe hacer, según las Escrituras, hasta la venida del Señor;
porque el diablo desde el principio peca 3.
[292] Juntamente con el dragón y sus ángeles, faltarán del todo en
la nueva tierra los que llama la Escritura pseudoprofetas, por los cua-
les se entiende bien toda suerte de falsos maestros, de seductores, de
hipócritas iniquísimos, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, y
dentro son lobos robadores 4. Estos han sido en todos tiempos los
principales instrumentos, o los ministros tenebrosos, de la potestad de
las tinieblas. Estos han hecho a su príncipe conquistas admirables, que
sólo después de vistas se ha podido creer que eran posibles. Estos han
hecho, hacen y harán en adelante, hasta la siega 5, daños lamentables
e irreparables, así como está escrito, pues éstos son, y no otros, los que
Jesucristo llama cizaña. Pues éstos, sin quedar sobre la tierra uno so-
lo, juntamente con su príncipe y con toda suerte de ídolos (bajo cuyo
nombre se comprende bien toda suerte de falsas religiones), faltarán
absolutamente en aquellos tiempos, así como está escrito: Y será en
aquel día, dice el Señor de los ejércitos: Borraré de la tierra los nom-
bres de los ídolos, y no se nombrarán más; y exterminaré de la tierra
los falsos profetas, y el espíritu impuro 6. Esta promesa de Dios, ¿se
ha verificado jamás? ¿Cuándo? Si jamás se ha verificado, ¿no deberá
llegar algún tiempo en que se verifique plenísimamente? Este tiempo,
¿podrá ser, según las Escrituras, antes de la vendimia, o de la mies, o
de la consumación del siglo?

1 Apoc. 12, 9.
2 Apoc. 20, 3.
3 1 Jn. 3, 8.
4 Mt. 7, 15.
5 Mt. 13, 30.
6 Zac. 13, 2.
838 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 2
[293] Desde el principio del mundo hasta el día presente, así como
no se ha visto jamás una justicia universal en todo nuestro orbe, así no
se ha podido ver una paz universal. Estas dos cosas parecen absoluta-
mente inseparables, como que dependen mutuamente la una de la
otra: o las dos han de vivir en el mismo orbe, como dos buenas her-
manas en la misma casa, o las dos han de faltar del todo, porque es
imposible viva la una sin la otra. Aun entre los dos primeros hermanos
que hubo en el mundo, no pudo conservarse la paz, porque el uno era
justo y el otro no; y rota la paz, se debió ver luego la injusticia.
[294] Este es, pues, el tercer medio que tiene Dios reservado en
sus tesoros para la justicia universal de la nueva tierra, esto es, la paz
universal. Esta paz universal, según las expresiones de la Escritura
santa, debe ser como la base y como la ley primaria y fundamental del
reinado de Cristo. Así se halla anunciada y prometida para aquellos
tiempos, no menos que la justicia universal: La justicia y la paz se be-
saron (o como lee la versión arábiga: Se vieron cara a cara 1), y se
anuncia en el salmo 84, el cual leído con mediana atención, se halla
todo entero, desde la primera a la última palabra, inacomodable a otro
tiempo fuera de los tiempos futuros, o del orbe futuro del que se habla.
En el salmo 14 se ve la misma idea: Venid (dice), y ved las obras del
Señor, las maravillas que puso sobre la tierra; que aparta las gue-
rras hasta la extremidad de la tierra. Hará trizas el arco, y quebrará
las armas, y quemará al fuego los escudos 2. Lo mismo en el salmo 75:
Y está hecho su asiento en la paz, y su morada en Sión. Allí quebró las
fuerzas de los arcos, el escudo, la espada y la guerra 3. Sígase hasta el
fin la consideración de este breve salmo, y se entiende al punto así lo
que anuncia como los tiempos de que habla.
[295] En Isaías se dice del Mesías, indubitablemente para su se-
gunda venida (pues en la primera ni ha sucedido, ni ha podido suceder
según las mismas predicciones), que juzgará a las naciones, y con-
vencerá a muchos pueblos; y de sus espadas forjarán arados, y de
sus lanzas hoces; no alzará la espada una nación contra otra nación,
ni se ensayarán más para la guerra 4. Y en el capítulo 9, versículo 6,
dice: Será llamado su nombre… Príncipe de paz. Se extenderá su im-
perio, y la paz no tendrá fin (o término): se sentará sobre el solio de
David 5, etc.

1 Sal. 84, 11.


2 Sal. 45, 9-10.
3 Sal. 75, 3-4.
4 Is. 2, 4.
5 Is. 9, 6-7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 11 839

[296] En Miqueas: Juzgará entre muchos pueblos, y castigará a


naciones poderosas hasta lejos; y convertirán sus espadas en rejas de
arados, y sus lanzas en azadones; no empuñará espada gente contra
gente, ni se ensayarán más para hacer guerra. Y cada uno se sentará
debajo de su vid, y debajo de su higuera, y no habrá quien cause te-
mor: pues lo ha pronunciado por su boca el Señor de los ejércitos 1.
[297] Querer ya dar por verificadas todas estas cosas en la primera
venida del Mesías o en la Iglesia presente, aún después de haber visto
todo lo contrario en todos los dieciocho siglos que nos han precedido,
parece lo sumo a que puede llegar el despotismo y la violencia, o dire-
mos mejor, el miedo o pavor del fantasma milenario. De este asunto
tratamos difusamente en todo el fenómeno 10, al cual nada ocurre por
ahora que añadir ni quitar. Examínese éste con mayor atención.
[298] El cuarto medio conducentísimo para la unidad de fe, de
costumbres, de unión y fraterna caridad entre todas las gentes y fami-
lias de la tierra, será sin duda la uniformidad en el idioma o en la len-
gua: ésta será entonces una sola en todo nuestro orbe, al que restituirá
Dios la lengua primitiva que se habló desde Adán hasta Noé, o la que
se habló desde Noé hasta la época de la confusión o multiplicación de
lenguas, que sucedió en la construcción de la torre de Babel, cuando
todavía era la tierra de un solo lenguaje, y de unas mismas pala-
bras… Y por esto fue llamado su nombre Babel, porque allí fue con-
fundido el lenguaje de toda la tierra; y desde allí las esparció el Señor
sobre la haz de todas las regiones 2. Pues esta confusión o esta innu-
merable multitud y diversidad de lenguas, que hasta ahora divide y
separa unas gentes de otras, como si no fuesen todas hijas de un mis-
mo padre y de una misma madre, ésta, digo, cesará del todo, se acaba-
rá, se aniquilará, y no habrá memoria de ella en el siglo venturo, que-
dando solamente una, elegida del sumo Rey, que en breve hablarán
expeditamente todas las reliquias de todos los pueblos, tribus y len-
guas, y consiguientemente toda su posteridad o descendencia.
[299] Es ciertísimo que esta noticia no se halla clara y expresa,
sino solamente en un Profeta, que es Sofonías: mas esto, ¿qué impor-
ta? ¿Será menos cierto lo que el Espíritu santo habló por un Profeta,
que lo que habló por muchos? ¿Será menos cierta la venida de los ma-
gos a Belén y la muerte crudelísima de los inocentes, porque un solo
Evangelista refiere este suceso? Ved aquí, pues, el texto todo entero de
Sofonías, por el cual parece indubitable así la promesa de Dios como
los tiempos de que habla: Por tanto espérame, dice el Señor, en el día
venidero de mi resurrección (o como leen conocidamente mejor Pag-

1 Miq. 4, 3-4.
2 Gen. 11, 1 y 9.
840 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nini y Vatablo, para del día que yo me levantaré para despojar), por-
que mi sentencia es recoger las naciones, y reunir los reinos; y de-
rramaré sobre ellos mi indignación, toda la ira de mi furor; porque
con el fuego de mi celo será devorada toda la tierra. Porque entonces
daré a los pueblos labio escogido, para que todos invoquen el nombre
del Señor, y le sirvan con un solo hombro 1 (o bajo un yugo, como
leen los LXX; o con un solo ascenso, como lee Pagnini; tres modos de
explicar una misma cosa).
[300] Decís aquí, aunque confusa y oscurísimamente, que toda es-
ta profecía se puede bien acomodar a la vocación de las Gentes que su-
cedió después de la resurrección de Cristo; pues hacia los principios de
esta gran época, cuando apenas habían pasado cuarenta años, congre-
gó Dios contra los Judíos las Gentes y los reinos, esto es, las legiones
romanas, con Vespasiano y Tito, y derramó sobre ellos, esto es, sobre
los Judíos, no sobre las Gentes y reinos, su indignación, toda la ira de
su furor; porque con el fuego de mi celo será devorada toda la tierra,
esto es, toda la tierra de Judea, etc. Ahora, en esta inteligencia violen-
tísima, ¿qué sentido pueden admitir aquellas palabras del mismo con-
texto: Daré a los pueblos labio escogido, para que todos invoquen el
nombre del Señor, y le sirvan con un solo hombro?
[301] A esta pregunta bien incómoda, respondéis lo primero: que el
verdadero sentido de estas palabras puede ser éste: En el día de mi re-
surrección, o desde este día para adelante 2, yo volveré a los pueblos,
o les daré… (¡oh Cristófilo! ¿Es lo mismo dar que volver? ¿Es lo mismo
dar que restituir? Del verbo reddo dice y prueba Faciolati que propia-
mente significa restituir lo que se había tomado o quitado 3) un labio
electo, esto es, puro y santo, para que todos invoquen unánimemente
el nombre del verdadero Dios, lo sirvan, lo alaben, y lo magnifiquen; y
esto cada uno en su propia lengua. Optimamente; mas yo veo que vos
mismo no quedáis satisfecho de esta inteligencia, pues inmediatamen-
te añadís otra, la cual debe suplir los defectos de la primera. Por tanto,
respondéis inmediatamente lo segundo: que este labio electo, o lengua
o idioma, se verificará plenamente allá en el cielo empíreo, después de
la resurrección universal, pues en aquel país felicísimo todos los pue-
blos, o todos los individuos de toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación
que entraren en él, hablarán enteramente una misma lengua; esto es,
la electa, o la que dio Dios en el Paraíso a nuestros primeros padres.
[302] El Tirino (autor sapientísimo) añade sobre este lugar cuatro
palabras, las cuales, aunque las deja sueltas, solas y como aisladas, sin

1 Sof. 3, 8-9.
2 Sof. 3, 8.
3 DICCIONARIO DE FACIOLATI, letra R.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 11 841

explicarse mucho ni poco, no obstante se conoce por ellas mismas,


aunque en medio de su oscuridad, que penetró bien, o a lo menos sos-
pechó vehementemente, todo este misterio; pues confiesa expresamen-
te que este labio electo, o esta lengua universal en toda la tierra, se veri-
ficará plenamente antes de acabarse el mundo. Sus palabras son éstas:
Mas hacia el fin del mundo se perfeccionará completamente (el idio-
ma) en la general conversión a Cristo de todos los Judíos 1. Lo que este
sabio dice y confiesa con tanta brevedad y oscuridad (pues en su siste-
ma no podía explicarse más), esto mismo en sustancia es lo que yo digo,
sin otra diferencia que poner después del fin del siglo el mismo suceso
que él pretende poner, sin razón alguna, hacia el fin del mundo.
[303] Leed, oh Cristófilo, seguidamente el texto sagrado, y prose-
guid leyendo hasta el fin del capítulo. No hallaréis en él otra idea que
la vocación futura de todo Israel, y juntamente con este gran suceso,
anunciado en casi todas las Escrituras, hallaréis también el fin de esta
tierra presente, o lo que es lo mismo, el fin del día de los hombres, que
el Señor llama tantas veces la consumación del siglo; y luego después
de este día, el día del Señor, el siglo venturo, el reino de Dios, o la tie-
rra nueva y nuevo cielo, que esperamos según sus promesas…, en los
que mora la justicia 2; para cuya justicia, paz, caridad, y uniformidad
en la misma fe, en el mismo culto, en las mismas leyes y costumbres,
etc., deberá servir y ayudar infinitamente la uniformidad de la lengua
en todos los pueblos, tribus y familias de toda la tierra.
[304] Nos queda considerar otro medio propio y peculiar de
aquellos tiempos, el cual, o se mire en sí mismo, o también (y mucho
más) en las circunstancias que lo deben acompañar, parece de suma
importancia, y por tanto pide una observación particular, o un capítu-
lo separado.

1 TIRINO.
2 2 Ped. 3, 13.
Capítulo 12
Confluencia de todas las gentes
de todo el orbe
hacia un centro común

PÁRRAFO 1
[305] Llegado finalmente el reino de Dios a nuestra tierra; reno-
vada ésta enteramente en lo físico y en lo moral; relegado, encarcelado
y encadenado en el abismo el tentador, que engaña a todo el mundo…
para que no engañe más a las gentes 1; convertidas a Cristo las reli-
quias de las Gentes; instruidas, pacificadas, bautizadas las que no lo
eran; santificadas todas por la sangre de su cruz 2 (o del modo bien
fácil e inteligible que insinuamos ya, o de otro modo igualmente bueno
o mejor, sobre lo que no disputamos); para conservar en estas reli-
quias y en toda su posteridad por muchos siglos una fe pura, una ino-
cencia de costumbres, una devoción, un fervor muy semejante al de
nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob; uno de los medios más efica-
ces parece que será, según las Escrituras, la peregrinación a Jerusalén,
entonces centro de unidad de toda la tierra.
[306] De esta peregrinación a la futura Jerusalén (viadora) hablan
muchas veces los Profetas y Salmos, como de una cosa frecuentísima
en aquellos tiempos, o como de una ley general e indispensable para
todos los pueblos de la tierra. Ved aquí algunos lugares de los más cla-
ros, sobre los cuales, después de bien considerados, podréis hacer las
más serias reflexiones, como también sobre la inteligencia puramente
acomodaticia y conocidamente violentísima que se les pretende dar en
el sistema vulgar: En los últimos días (se lee en Isaías) estará prepa-
rado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los montes, y se
elevará sobre los collados, y correrán a él todas las Gentes. E irán
muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, y a la
casa del Dios de Jacob, y nos enseñará sus caminos, y andaremos en
sus senderos; porque de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de
Jerusalén 3, etc. Lo mismo se lee en Miqueas, capítulo 4, y lo mismo
en el salmo 71 todo entero, y en el 64 y 65, etc. En el mismo Isaías, ca-

1 Apoc. 12, 9; 20, 3.


2 Col. 1, 20.
3 Is. 2, 2-3.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 12 843

pítulo 9, le anuncia a Jerusalén evidentemente futura, entre otras co-


sas, ésta: Entonces verás, y te enriquecerás, y tu corazón se maravi-
llará y ensanchará, cuando se convirtiere a ti la muchedumbre del
mar, y la fortaleza de las naciones viniere a ti… Inundación de came-
llos te cubrirá 1.
[307] Y en el capítulo 49 se le había anunciado, versículo 21: Dirás
en tu corazón: ¿Quién me engendró éstos? Yo estéril, y sin parir,
echada de mi patria, y cautiva. ¿Y éstos, quién los crió? Yo desampa-
rada y sola. ¿Y éstos, en donde estaban? 2. Y en el versículo 18: Vivo
yo, dice el Señor, que de todos éstos serás vestida como de vestidura
de honra, y te los rodearás como una esposa. Porque tus desiertos, y
tus soledades, y la tierra de tu ruina, ahora serán angostos para los
muchos moradores, y serán echados lejos los que te sorbían 3. Todo lo
cual observamos difusamente en el fenómeno 5, aspecto 3.
[308] En Tobías, capítulo 13, versículo 13, se le dice a la misma Je-
rusalén: Brillarás con luz resplandeciente: y todos los términos de la
tierra te adorarán. Vendrán a ti las naciones de lejos; y trayendo do-
nes, adorarán en ti al Señor, y tendrán tu tierra por santuario. Por-
que dentro de ti invocarán el grande nombre 4.
[309] Finalmente, por abreviar, en Zacarías, capítulo 8, versículo
20, se dice: Hasta que vengan los pueblos, y moren en muchas ciuda-
des (o como leen los LXX, y con poca diferencia Pagnini y Vatablo, de
un modo mas claro y más inteligible: Hasta ahora vendrán muchos
pueblos, y los habitantes de muchas ciudades); y vayan los morado-
res cada uno diciendo al otro: Vamos a orar, y oremos en la presen-
cia del Señor, y busquemos al Señor de los ejércitos: iré yo también. Y
vendrán muchos pueblos, y gentes fuertes a buscar al Señor de los
ejércitos en Jerusalén, y a orar en la presencia del Señor. Esto dice el
Señor de los ejércitos: En aquellos días, en que diez hombres de todas
las lenguas de las Gentes tomarán a un judío, y le asirán de la franja
de su ropa, y le dirán: Iremos con vosotros; porque hemos oído que
Dios está con vosotros 5.
[310] Y en el capítulo 14, acabada de anunciar la consumación y
ruina total de nuestro siglo o tierra presente, anuncia luego inmedia-
tamente, no sólo que quedarán reliquias de todas las Gentes, sino tam-
bién lo que estas reliquias y su descendencia deberán hacer en el siglo
venturo: Todos los que quedaren de todas las Gentes que vinieron
contra Jerusalén (o todo el residuo de todas las Gentes, como lee Pa-

1 Is. 60, 5-6.


2 Is. 49, 21.
3 Is. 49 18-19.
4 Tob. 13, 13-15.
5 Zac. 8, 20-23.
844 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

gnini; o cualesquiera que hubieren sido dejados de todas las naciones,


como leen los LXX), subirán de año en año a adorar al Rey, que es el
Señor de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos 1, etc.
[311] Por esta última profecía, leída y considerada hasta el fin del
capítulo, y por tantas otras, parece algo más que verosímil que esta
confluencia de todas las reliquias de las Gentes a Jerusalén, será libre
a todos los individuos que quisieren ir por su devoción; mas será tam-
bién obligatoria, y como una ley fundamental a todos los pueblos, o
tribus, o reinos, de presentarse cada año en Jerusalén, por medio de
algunos diputados, para que éstos adoren en nombre de toda la nación
al supremo Rey, le protesten su vasallaje, y reciban sus órdenes parti-
culares por medio de sus legítimos ministros.
[312] Así, a los unos como a los otros les será en aquellos tiempos
facilísimo el viaje a Jerusalén; ya porque la tierra nueva y nuevo cielo
quedarán en mejor disposición y en mejor temperamento de lo que
ahora están; ya porque ni por mar ni por tierra hallarán embarazo al-
guno, pues ya no habrá en todo el orbe ni piratas, ni ladrones, ni mili-
cias extranjeras que impidan el paso; ya también porque la mutua ca-
ridad y hospitalidad entre todas las gentes estará entonces en toda su
perfección, principalmente en Jerusalén y en Judá, en donde, como
añade el mismo Zacarías, todas las ollas o calderos serán santificados
al Señor, esto es, destinados a la hospitalidad, o comunes para todos
los forasteros: Toda caldera en Jerusalén y en Judá será santificada
al Señor…, y no habrá más mercader en la casa del Señor de los ejér-
citos en aquel día 2. Este será, a mi parecer, uno de los fines y frutos de
los sacrificios de animales; los cuales, después de ofrecidos al Señor,
servirán para el sustento necesario de tantos peregrinos. En cierta oca-
sión dijo el Señor: Compasión tengo de estas gentes, porque tres días
ha que están conmigo, y no tienen qué comer; y si los enviare en ayu-
nas a su casa, desfallecerán en el camino, pues algunos de ellos han
venido de lejos 3. Y no habiendo entonces otra esperanza por medios
ordinarios, les puso, no obstante, la mesa en el desierto con un gran
milagro. ¿Será entonces menos misericordioso y próvido en aquel día?
Jesucristo ayer y hoy: él mismo también en los siglos 4.
PÁRRAFO 2
[313] Estas peregrinaciones de las gentes a Jerusalén, a adorar al
Rey que es el Señor de los ejércitos, no serán entonces estériles o de
poco fruto, como lo han sido siempre, por la mayor y máxima parte,

1 Zac. 14, 16.


2 Zac. 14, 21.
3 Mc. 8, 2-3.
4 Heb. 13, 8.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 12 845

las peregrinaciones de ahora, de las cuales dice no sin gran razón el


venerable Tomás de Kempis: Los que andan en tierras extrañas, rara
vez o nunca se santifican 1. El fruto en aquel siglo feliz deberá ser tan
grande, cuanto lo serán las cosas nuevas y estupendas de que serán
testigos oculares. ¿Qué cosas serán estas?
[314] ¡Oh Cristófilo mío! Serán sin duda muchísimas que no están
escritas en la Biblia sagrada, y que el Espíritu Santo deja a nuestra
consideración; mas fuera de éstas, serán en primer lugar aquellas po-
cas que están escritas, y que no hay necesidad alguna de quitarles su
propio sentido obvio y literal. Entre éstas yo sólo considero tres prin-
cipales y bien notables, de las cuales se pueden inferir otras muchas.
Primera
[315] Verán a lo menos alguna vez estos santos peregrinos la per-
sona misma infinitamente amable y admirable del Hombre Dios, o de
un modo llano y familiar, como lo vieron los Apóstoles después de re-
sucitado, o en toda su gloria y majestad, como en el Tabor. Esto suenan
obvia y naturalmente las vivas expresiones de los Profetas; examine-
mos algunas: Se descubrirá la gloria del Señor, y verá toda carne al
mismo tiempo, lo que habló la boca del Señor (o como leen los LXX:
Toda carne verá el salvador de Dios, porque el Señor habló) 2; verán
las gentes a su justo, y todos los reyes a su ínclito 3; será visto el Dios
de los dioses en Sión…, vieron todos los pueblos su gloria…, vieron
todos los términos de la tierra al salvador del Dios nuestro 4, etc.
Segunda
[316] Verán y experimentarán por sí mismos la santidad de Jeru-
salén y de todos sus habitadores, con quienes hablarán en una misma
lengua, de quienes recibirán toda suerte de obsequios con sencillez de
corazón 5, y en quienes no verán otra cosa universalmente sino ópti-
mos ejemplos, infinitamente más eficaces para persuadir que todas las
palabras. De esta santidad de Jerusalén futura hemos hablado ya en
varias partes, especialmente en el capítulo 8, y no hay que repetirlo
aquí. Estos devotísimos peregrinos de todas las naciones o pueblos de
la tierra nueva, parece que son aquellos mismos con quienes se habla
en el capítulo 66 de Isaías, versículo 10: Alegraos con Jerusalén, y re-
gocijaos con ella todos los que la amáis; gozaos con ella de gozo todos
los que lloráis sobre ella (por ahora), para que maméis, y seáis llenos

1 TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, lib. 1, cap. 23.


2 Is. 40, 5.
3 Is. 62, 2.
4 Sal. 83, 8; 96, 6; 97, 3.
5 Sab. 1, 1.
846 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de la teta de su consolación; para que chupéis, y abundéis en delicias


de toda su gloria. Porque esto dice el Señor: He aquí que yo derivaré
sobre ella como río de paz 1, etc.
[317] En el templo mismo, donde entrarán frecuentemente como
en casa de oración (pues como se lee en Isaías: Mi casa será llamada
casa de oración para todos los pueblos 2), verán lo que anuncia Eze-
quiel para su nuevo templo: Miré, y he aquí que la gloria del Señor
henchía la casa del Señor: y me postré sobre mi rostro 3. Verán lo que
se anuncia en los escritos del profeta Jeremías: Aparecerá la majestad
del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés, y así como
apareció a Salomón, cuando pidió que el templo fuese santificado pa-
ra el grande Dios 4. Entonces se entenderá bien, pues se verá perfec-
tamente cumplida, la célebre profecía de Ageo, cuya explicación ha si-
do siempre bien incómoda: Aun falta un poco (o como lee San Pablo
con los LXX en la epístola a los Hebreos, capítulo 12, versículo 26: Aun
una vez…) yo conmoveré el cielo, y la tierra, y la mar, y todo el uni-
verso. Y moveré todas las Gentes; y vendrá el Deseado de todas las
Gentes; y henchiré esta casa de gloria… Mía es la plata, y mío es el
oro… Grande será la gloria de esta última casa, más que la de la
primera, y en este lugar daré yo la paz 5.
[318] Decís aquí que todo esto se verificó literalmente en aquel
segundo que edificaron los que vinieron de Babilonia, pues en él se
dejó ver muchas veces el Mesías mismo, y allí predicó, habló, enseñó,
etc. A lo cual respondo en breve que no tenéis razón: lo primero, por-
que aquel templo, aunque fue el segundo, no fue el novísimo o el úl-
timo, ni le puede competer este nombre con propiedad; contra esta
idea universalmente recibida en el sistema vulgar, clama a grandes
voces la verdad de las Escrituras, las cuales prometen para lo futuro
otro templo infinitamente mejor, así en lo material como en lo for-
mal. Lo segundo: porque en aquel segundo templo, en todos los 600
años que duró, no se cumplió aquella promesa del Señor: En este lu-
gar daré yo la paz. Lo tercero: porque la gloria de aquel segundo
templo no fue mayor, ni aun siquiera igual a la del primero que edifi-
có Salomón; vos mismo lo confesáis así en otras partes, pues es inne-
gable según toda la historia sagrada. Si leemos el libro de Nehemías y
los dos de los Macabeos, hallamos todo lo contrario. Si leemos los
Evangelios, hallamos aquel segundo templo en tanta profanación y
tanta ignominia, que el Mesías mismo, entrando en él, se sintió abra-

1 Is. 66, 10-12.


2 Is. 66, 7.
3 Ez. 44, 4.
4 2 Mac. 2, 1 y 8.
5 Ag. 2, 7-10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 12 847

sado del celo de la casa del Señor 1: Y haciendo de cuerda como un


azote, los echó a todos del templo, y las ovejas, y los bueyes, y arrojó
por tierra el dinero de los cambistas, y derribó las mesas. Y dijo a
los que vendían las palomas: Quitad esto de aquí, y la casa de mi
Padre no la hagáis casa de tráfico, etc. 2. Confrontad ahora, como de
paso, este suceso con aquellas últimas palabras de la profecía de Za-
carías: No habrá más mercader en la casa del Señor de los ejércitos
en aquel día 3; y hecha esta confrontación en juicio y en justicia, juz-
gad con buena crítica.
[319] Mas ya sea en el templo o fuera de él, en toda la gran Jerusa-
lén y en sus confines, verán estos dichosos pasajeros, y gozarán de cer-
ca, de aquel magnífico convite que se anuncia y promete a todos los
pueblos en el capítulo 25 de Isaías: El Señor de los ejércitos hará a to-
dos los pueblos en este monte convite de manjares mantecosos, convi-
te de vendimia, de manjares mantecosos con tuétanos, de vino sin he-
ces 4; expresiones y semejanzas vivísimas, que prueban mucho, y dicen
más de lo que podemos ahora imaginar. Con razón decía el Santo To-
bías: Bienaventurado seré si quedaren reliquias de mi linaje para ver
la claridad de Jerusalén… Por sus barrios se cantará Aleluya. Bendi-
to el Señor, que la ha ensalzado, y sea su reino en ella por los siglos
de los siglos. Amén 5.
[320] No es inverosímil que vean por defuera la ciudad santa ba-
jada del cielo; y si acaso ésta se les oculta, como yo sospecho, por estar
cubierta por defuera de alguna nube, de un modo semejante a lo que
sucedió antiguamente en el monte Sinaí, que vean a lo menos esta nu-
be, y entre ella algunas señales externas y nada equívocas de la santi-
dad y gloria inefable de aquel lugar. Jesucristo dijo una vez a algunos
de sus discípulos, presente Nicodemo: Veréis el cielo abierto, y los án-
geles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre 6. Esta pro-
mesa visiblemente alusiva a la escala de Jacob, y que no consta haber-
se verificado jamás, ¿no podrá verificarse plenísimamente en aquellos
tiempos?
PÁRRAFO 3
[321] Finalmente, para radicar más profundamente en todas las
gentes, tribus y familias de todo el orbe, un santo y religioso temor de
Dios, que es el principio de la verdadera sabiduría y de todos los bie-

1 Jn. 2, 17.
2 Jn. 2, 15-16.
3 Zac. 14, 21.
4 Is. 25, 6.
5 Tob. 13, 20 y 22-23.
6 Jn. 1, 51.
848 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nes, deberán todos los diputados, antes de volver a sus respectivos


países, bajar también al infierno, y ver por sus propios ojos esta horri-
ble visión. ¿Bajar al infierno? Sí, Cristófilo, deberán bajar personal-
mente al infierno. No penséis por esto que habrán de bajar al centro de
la tierra, o según la expresión de San Pablo, a los lugares más bajos de
la tierra 1: el infierno de que hablo estará entonces bien visible, aun
con los ojos materiales, sobre la superficie de la tierra. El texto de
Isaías, con que pone fin a toda su profecía (fuera de lo que ya queda
observado en la cuestión 7, capítulo 7, que sería bien tenerlo aquí pre-
sente), este texto, digo, de Isaías, no admite otra inteligencia, por más
que se busque o se desee. En él vuelve a tocar la nueva tierra y nuevo
cielo, de que habló difusamente en el capítulo antecedente; y endere-
zando la palabra primeramente a las reliquias de Israel, les vuelve a
asegurar de parte de Dios todo cuanto está escrito en su favor, y todo
cuanto él mismo les ha anunciado en toda su larga profecía: Porque
como los cielos nuevos y la tierra nueva, que yo hago subsistir delan-
te de mí, dice el Señor, así subsistirá vuestra posteridad y vuestro
nombre 2. Atended ahora y considerad lo que se sigue inmediatamen-
te: Vendrá toda carne para adorar ante mi rostro, dice el Señor. Y
saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que prevaricaron con-
tra mí; el gusano de ellos no morirá, y el fuego de ellos no se apaga-
rá; y serán hasta hartura de vista a toda carne 3.
[322] Por estas palabras parece claro: lo primero, la peregrinación
de todas las gentes a Jerusalén, no digo yo de todos los individuos, que
esto parece no sólo moral, sino físicamente imposible; sino de todas las
gentes por medio de algunos enviados de cada gente, o país, o reino,
fuera de los que quisieren o pudieren ir por su propia devoción o cu-
riosidad, que no dejarán de ser innumerables: Vendrá toda carne pa-
ra adorar ante mi rostro. Lo segundo: la visión horrible del infierno y
de sus condenados de que vamos hablando: Y serán hasta hartura de
vista a toda carne. Lo tercero: que el lugar donde estarán encarcela-
dos estos insignes delincuentes resucitados entonces para oprobio 4,
no estará distante, sino muy vecino a Jerusalén. Esto suenan obvia y
naturalmente aquellas palabras: Saldrán, y verán.
[323] Yo sospecho vehementemente, por otro lugar del mismo
Isaías, que esta horrible cárcel no será otra cosa que el valle sombrío
de Tofet, vecino a Jerusalén y contiguo al valle de Cedrón. Este valle
de Tofet fue bien célebre en otros tiempos, por los horrores que allí se
ejecutaron y que tanto deshonraron al pueblo de Dios; esto es, que los

1 Ef. 4, 9.
2 Is. 66, 22.
3 Is. 66, 23-24.
4 Dan. 12, 2.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 12 849

padres y madres sacrificaban sus propios hijos párvulos de un modo


crudelísimo al ídolo de Moloc. Dice Tirino, citando al Abulense y a San
Jerónimo, que en unas estatuas huecas de metal, hechas ascua por el
fuego que les aplicaban, metían vivos a los niños los sacerdotes, can-
tando entre tanto en voz muy alta, y tocando con el mayor ruido va-
rios instrumentos músicos, para impedir con este artificio que el cla-
mor y llanto de aquellos miserables infantes fuese oído de sus padres
y parientes, a quienes persuadían que, por medio de esta muerte, pa-
saban aquellos niños a mejor vida. Este Tofet e infernal carnicería es-
taba en Ge-Ennon o valle Ennon, que es parte del valle Cedrón; y del
nombre Ge-Ennon se tomó la palabra latina geenna, que significa el
infierno 1. De este valle habla algunas veces Jeremías como de un lugar
el más abominable del mundo, y parece que estas abominaciones se
efectuaban ya desde los tiempos anteriores a David, pues de ellas ha-
bla en el salmo 105, y que duraron hasta los tiempos del santo rey Jo-
sías; del cual dice la historia sagrada: Profanó asimismo a Tofet, que
está en el valle del hijo de Ennon, para que ninguno consagrara su
hijo o hija por el fuego a Moloc 2.
[324] Pues de este valle dice Isaías estas palabras: Porque apare-
jado está Tofet desde ayer, aparejado por el Rey, profundo y espacio-
so. Sus cebos, fuego y mucha leña; el aliento del Señor como torrente
de azufre es el que lo enciende 3. Para tomar a estas palabras todo su
gusto, y conocer de qué suceso hablan y de qué tiempo, sería conve-
nientísimo leer atentamente todo este capítulo 30 de Isaías, a lo me-
nos desde el versículo 18, desde donde se empieza a hablar manifies-
tamente de la conversión y estado futuro de los Judíos, y también de la
venida gloriosa del Señor. Después de esto, sería del mismo modo con-
venientísimo confrontar un texto con otro, esto es, el versículo último
del capítulo 30 con los dos últimos versículos del capítulo 66 del mis-
mo Profeta, con que pone fin a toda su profecía. Confrontad un lugar
con otro, y considerado el contexto de ambos, se vería ya como con los
ojos, que en el uno se anuncia la sustancia del suceso ciertamente fu-
turo, y en el otro se señala el lugar. Cotéjense el versículo último del
capítulo 30 con el versículo último del capítulo 66 de dicho Profeta:
Vendrá toda carne para adorar ante mi rostro, dice el Señor. Y sal-
drán, y verán los cadáveres de los hombres, que prevaricaron contra
mí: el gusano de ellos no morirá, y el fuego de ellos no se apagará; y
serán hasta hartura de vista a toda carne.
[325] Mas sea lo que fuere del lugar de esta cárcel o de este Geen-
non, o de esta Geenna, a lo menos parece indubitable que estos insig-

1 TIRINO, in lib. 4 Rey. 23, 10.


2 4 Rey. 23, 10.
3 Is. 30, 33.
850 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nes e infelicísimos delincuentes, como resucitados únicamente para


oprobio 1, estarán en aquellos tiempos puestos a la vergüenza, o a la
vista pública de toda carne; y que este horrendo espectáculo deberán
ver con sus propios ojos todos los que fueren a Jerusalén a adorar al
Rey, que es el Señor de los ejércitos 2, para que se vea alguna vez pa-
tente en la superficie de nuestro globo la providencia y la justicia de
Dios, y la infinita diferencia que hay entre el justo y el injusto, y entre
el que sirve a Dios y el que no le sirve 3. Del mismo modo parece in-
dubitable que esta horrible visión hará temblar a toda carne, produ-
ciendo en todos cuantos la vieren, y en cuantos la oyeren de estos tes-
tigos oculares, todos aquellos efectos saludables que produce siempre
el religioso y verdadero temor de Dios.
[326] Con la memoria e imagen viva de esta horrible visión (bien
difícil de borrarse del todo), y con la memoria e imágenes igualmente
vivas de todo cuanto habrán visto y oído en Jerusalén, según apunta-
mos antes, volverán estos religiosos peregrinos a sus respectivos paí-
ses, erutando todos aquellos sentimientos y afectos saludables que el
Espíritu Santo quiso que quedasen escritos en el salmo 144: La gene-
ración y generación alabarán tus obras, y publicarán tu poder. Ha-
blarán la magnificencia de tu santa gloria, y contarán tus maravi-
llas. Y dirán la virtud de tus cosas terribles, y contarán tu grandeza.
Rebosarán la abundancia de tu suavidad, y saltarán de contento por
tu justicia… La gloria de tu reino dirán, y de tu poder hablarán, para
hacer conocer a los hijos de los hombres tu poder, y la gloria de la
magnificencia de tu reino 4.
[327] ¡Qué medio tan excelente y tan eficaz en sí mismo es esta pe-
regrinación a Jerusalén, para conservar en toda su perfección la fe, el
temor de Dios, la justicia, la paz y la inocencia en todos los habitadores
de la tierra! Mientras esta ley se observare, no hay que temer quiebra
alguna de consideración, o de difícil remedio; no hay que temer, digo,
ni herejías, ni cismas, ni apostasías, ni ninguno de aquellos grandes
escándalos que han sido tan frecuentes en la Iglesia de Cristo desde su
principio hasta el presente, y que deberán continuar sin interrupción
hasta la siega. Mas el gran trabajo es que la observancia de esta ley
fundamental no será perpetua, según veremos a su tiempo. Entre tan-
to nos es necesaria aquí, para llenar algunos vacíos, una especie de di-
gresión.

1 Dan. 12, 2.
2 Zac. 14, 17.
3 Mal. 3, 18.
4 Sal. 144, 4-7 y 11-12.
Capítulo 13
Se satisface a varias cuestiones
y dificultades

PÁRRAFO 1
[328] Lo que queda escrito en esta tercera parte (os oigo decir con
cierta especie de disgusto) parece muy pobre; ni corresponde a nuestra
expectación, ni es capaz de llenar nuestra curiosidad. Esperábamos co-
sas grandes y maravillosas sobre el reino de Jesucristo en nuestra tie-
rra. Esperábamos noticias claras e individuales no solamente sobre la
sustancia, sino también, y mucho más, sobre las circunstancias y mo-
do de este reino de Jesucristo. Esperábamos que este modo y circuns-
tancias particulares no sólo se tocasen (dejándolas luego a la conside-
ración de los lectores), sino que se explicasen y aclarasen con ideas
claras: Mas nosotros esperábamos 1. Esperábamos, por ejemplo, ver y
entender perfectamente la economía y gobierno de un reino tan gran-
de, que debe comprender el orbe de la tierra todo entero: Y el Señor
será el Rey sobre toda la tierra 2; la piedra que había herido la esta-
tua se hizo un grande monte, henchía toda la tierra 3; su jerarquía así
eclesiástica como civil, sus leyes civiles y eclesiásticas, su liturgia, sus
ceremonias en el rito externo, su disciplina, los verdaderos límites o
confines entre la potestad eclesiástica y civil; si ambas potestades esta-
rán entonces en perfecta armonía y amistad, ayudándose mutuamente
y dándose sin interrupción ósculo de verdadera paz; si estarán unidas
en una sola persona, de modo que el pastor sea al mismo tiempo el rey
de toda aquella porción de país, que comprende su diócesis (cosa, de-
cís, que no es inverosímil, pues han de unirse perfectamente en el su-
premo Rey y sumo Sacerdote Cristo Jesús, así como estuvieron unidas
en su tiempo en Melquisedec, que fue al mismo tiempo rey de Salem, y
sacerdote del Dios Altísimo 4).
[329] De estas preguntas podéis hacer cuantas se ofrecieren a vues-
tra imaginación, pues el campo es ciertamente amplísimo; mas la res-
puesta a todas ellas me parece a mí tan fácil como breve y compendio-

1 Lc. 24, 21.


2 Zac. 14, 9.
3 Dan. 2, 35.
4 Gen. 14, 18.
852 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sa. Si yo respondo que todas estas cosas las ignoro, porque no las ha-
llo en la revelación, ¿quedaréis por eso en derecho de negarlo todo?
PÁRRAFO 2
Parábola
[330] Pocos años antes del nacimiento de Jesucristo, cuando ya
todo el imperio romano, acabadas las guerras civiles con la muerte de
Antonio y de Cleopatra, había quedado en paz bajo Augusto, un pe-
queño rabino, reputado con razón por el ínfimo, o por uno de los ínfi-
mos, se puso a leer y estudiar con estudio formal los Libros sagrados,
añadiendo, para su mejor inteligencia, el estudio no menos principal
de cuantos escritores o legisdoctores le fueron accesibles. Habiendo
perseverado en este estudio más de veinte años, entendió finalmente
entre otras cosas tres puntos capitales, o tres misterios gravísimos, que
ya instaban, o que no podían tardar mucho tiempo, según las Escritu-
ras. Entendió lo primero, con ideas claras, sin poder ya dudarlo: que
venido el Mesías (cuya venida ya instaba, conforme a las semanas de
Daniel, capítulo 9), el pueblo de Dios, el pueblo santo, el pueblo he-
breo, que tantos siglos lo había esperado y deseado, sería su mayor
enemigo; que lo perseguiría, que lo reprobaría, que lo trataría como a
uno de los más inicuos delincuentes, poniéndolo al fin en el suplicio
infame y doloroso de la cruz 1.
[331] Entendió lo segundo: que por este sumo delito, y mucho más
por su incredulidad y obstinación, Israel sería reprobado de Dios, por
la mayor y máxima parte; que el Mesías sería, respecto del mismo Is-
rael, en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo a las dos casas
de Israel, en lazo y en ruina a los moradores de Jerusalén 2; que deja-
ría en fin de ser pueblo de Dios 3.
[332] Entendió lo tercero: que en lugar de Israel inicuo y por eso
incrédulo, que no querría congregarse, ni se congregaría 4, llamaría
Dios a todas las gentes, tribus y lenguas, de entre las cuales (las que
oyesen y obedeciesen al Evangelio) sacaría otro Israel, otro pueblo,
otra Iglesia suya sin comparación mayor y mejor; que en esta Iglesia o
pueblo suyo, esparcido sobre la tierra (y al mismo tiempo congregado
en un solo cuerpo moral, y animado y gobernado de un mismo Espíri-
tu de Dios), se le ofrecería por todas partes 5 un sacrificio de justicia
limpio, y puro, e infinitamente agradable al mismo Dios 6; y que este

1 Sal. 21; Is. 53; Dan. 9.


2 Is. 8, 14.
3 Dan. 9; Os. 1 y 2; Is. 6.
4 Is. 49, 5.
5 Mal. 1, 11; 1 Tes. 1, 8; etc. etc.
6 Mal. 1, 11.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 13 853

sacrificio no sería ya según el orden de Aarón, sino según el orden de


Melquisedec 1.
[333] Sobre estos tres puntos capitales que había entendido con
ideas claras en la lección y estudio de los Libros santos, escribió nues-
tro rabino un opúsculo pobre y simple, mas por eso mismo tan convin-
cente, que aun los más doctos y eruditos, que parecían ser las colum-
nas 2, no hallaron modo alguno razonable, aunque lo buscaron con to-
do el empeño posible, de impugnarlo directamente. ¿Por qué? Porque
citaba fielmente en todo su contexto lugares clarísimos de la Escritura
santa, comenzando desde Moisés, y de todos los Profetas 3. Porque
combinaba unos lugares con otros, y con esta combinación hacía más
patente la verdad de Dios. Porque con esta verdad de Dios clara e in-
negable convencía de arbitrarias, de impropias, de violentas, y por
consiguiente de falsas, las inteligencias que se pretendían dar a dichos
lugares clarísimos de la Escritura santa. Porque…
[334] No obstante, como estas ideas, aunque concordes perfecta y
manifiestamente con las Escrituras, parecían diametralmente opues-
tas a las ideas vulgarmente recibidas, fue como una consecuencia na-
tural que se alborotasen no pocos (unos más, otros menos, según el ta-
lento y erudición de cada uno). Decían los más (y los menos cuerdos):
¿No es este el ínfimo, o uno de los ínfimos entre todos nuestros escri-
bas? Pues ¿es creíble que este ínfimo haya venido a descubrir unos
misterios tan grandes y tan nuevos, que hasta ahora se habían oculta-
do a nuestros doctísimos? Y se escandalizaban en él 4. Otros, más
cuerdos o más sagaces, conociendo bien la dificultad de combatir di-
rectamente la sustancia de aquel escrito (en el cual no hallaban otra
cosa que la Escritura misma fielmente citada y combinada), se convir-
tieron enteramente a las circunstancias.
[335] Empegaron desde luego a oprimir al pequeño autor con
preguntas no menos importunas que irrisorias, a que ni él ni otro al-
guno era capaz de responder. Le preguntaban por ejemplo, cómo se-
ría este nuevo pueblo de Dios, este nuevo Israel, o esta nueva Iglesia
compuesta de tantas gentes, pueblos y lenguas; cuál su orden, o su je-
rarquía; cuál sería su ciudad capital, o el centro de unidad de una
Iglesia tan vasta; cuáles sus leyes, sus costumbres, su disciplina, su
culto exterior, su sacerdocio, sus sacrificios, sus ceremonias, etc. Le
instaban algunos fuertemente (y no pocos, tentándole, para poderle
acusar 5) que se explicase más sobre la inteligencia literal que pre-

1 Heb. 7, 11; Sal. 109, 4.


2 Gal. 2, 9.
3 Lc. 24, 27.
4 Mt. 13, 57.
5 Jn. 8, 6.
854 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tendía dar a aquel texto de Malaquías: No está mi voluntad en voso-


tros…, ni recibiré ofrenda alguna de vuestra mano. Porque desde
donde nace el sol hasta donde se pone, grande es mi nombre entre
las Gentes, y en todo lugar se sacrifica y ofrece a mi nombre ofrenda
pura; porque grande es mi nombre entre las Gentes, dice el Señor de
los ejércitos 1.
[336] Le pedían que explicase con ideas claras qué sacrificio sería
éste; con qué ritos o ceremonias se ofrecería al verdadero Dios; si ha-
bría en todas partes 2 templos tan magníficos como el de Jerusalén; si
habría sacerdotes tomados indiferentemente de todos los pueblos, tri-
bus y lenguas, o de alguna tribu o familia particular; qué vestidos usa-
rían éstos, así en los templos como fuera de ellos; si sería obligado el
nuevo Israel de Dios a circuncidarse efectivamente y a observar toda la
ley de Moisés; si en lugar de esta ley se daría otra, y cuál, etc. etc.
[337] El pequeño escriba o rabino, apenas digno de este nombre,
se sentía no sólo embarazado, sino oprimido con tantas preguntas. Su
respuesta a todas ellas era general (ni podía ser de otra manera); pues
el modo y las circunstancias particulares de nuestra Iglesia presente
no se hallan ciertamente en la revelación, no obstante que se halla
clarísima toda la sustancia de este gran misterio. Así decía a grandes
voces, sin temor de la tempestad de piedras que veía en las manos de
la ínfima plebe: La cosa sucederá puntualmente así como está escrita,
pues, como dice el Señor, aunque a otro propósito, mi consejo subsis-
tirá, y toda mi voluntad será hecha 3. Israel dejará de ser pueblo de
Dios por su incredulidad, y las Gentes serán llamadas a ocupar su lu-
gar. El modo y circunstancias particulares con que se obrará este gran
misterio, yo no lo sé, porque no lo hallo expreso y claro en las Escri-
turas sagradas.
[338] Sólo sé por ellas (proseguía diciendo) que el Mesías, cuando
venga, se ofrecerá a sí mismo en sacrificio a Dios su Padre por los pe-
cados de todo el mundo: Si ofreciere su alma por el pecado (dice
Isaías), verá una descendencia muy duradera, y la voluntad del Se-
ñor será prosperada por su mano 4. Sólo sé que esta descendencia
muy duradera, o lo que parece lo mismo, esta sucesión continuada de
hijos de Dios, engendrados por el Mesías mismo con su muerte dolo-
rosísima, con su sangre y con la efusión de su divino Espíritu, serán
tantos en toda la tierra, que será imposible numerarlos y contarlos: Su
generación, ¿quién la contará?… Aquel mismo justo mi siervo justifi-
cará a muchos con su ciencia, y él llevará sobre sí los pecados de

1 Mal. 1, 10-11.
2 Mal. 1, 11.
3 Is. 46, 10.
4 Is. 53, 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 13 855

ellos 1… Este rociará muchas gentes 2. Sólo sé por el salmo 109 que,
habiéndose ofrecido a sí mismo por el pecado, será un Sacerdote eter-
no, y no ya según el orden de Aarón (sino) según el orden de Melqui-
sedec 3, cuya oblación o sacrificio fue el más simple de todos, pues se
redujo todo a pan y vino.
[339] De este modo respondía nuestro simple rabino a todas las
simples preguntas que se le hacían, y a todas las dificultades que se le
proponían. Y en efecto, ¿cómo era posible que un hombre ordinario (y
aunque hubiese sido de una perfecta ciencia), pudiese responder
treinta años antes del nacimiento de Jesucristo a tantas y tan diversas
preguntas sobre el modo de ser de nuestra Iglesia presente? ¿Quién
podría saber entonces con ideas claras y circunstancias individuales, lo
que debía suceder en el mundo después de la muerte del Mesías? La
sustancia de este gran misterio se halla ciertamente en las Escrituras,
y nuestra propia experiencia nos lo enseña así, y nos lo hace advertir
frecuentísimamente; mas las circunstancias particulares no se hallan.
Pues ¿cómo las podían saber ni aun sospechar, los que vivían en Jeru-
salén en tiempo de Augusto?
[340] ¿Podría entonces probarse con algún lugar de la Escritura,
que el Mesías elegiría doce hombres idiotas, humildes y simples, para
fundar su Iglesia y llamar y congregar en ella toda suerte de gentes?
¿Podría entonces probarse con algún lugar de la Escritura santa, que
uno de estos idiotas, constituido príncipe entre todos, sería enviado a
poner su silla en la misma capital del grande y soberbio imperio ro-
mano? ¿Que esta silla humilde se mantendría en Roma firme e inmu-
table, a pesar de todas las oposiciones, contradicciones y violencias del
mayor imperio del mundo? ¿Que este imperio, que parecía eterno, se
vería en fin precisado a ceder su puesto a la silla de un pobre pesca-
dor? ¿Que esta silla sería reconocida y respetada como el verdadero
centro de unidad de todos los creyentes verdaderos de todo el orbe?
¿Que estos verdaderos creyentes de todo el orbe edificarían en todas
sus ciudades, en sus villas, y aun en sus campiñas, templos innumera-
bles para dar culto en ellos al verdadero Dios? ¿Que en todos estos
templos innumerables se ofrecería incesantemente a Dios vivo un sa-
crificio continuo, esto es, el sacrificio y oblación munda de que se ha-
bla en Malaquías? ¿Que este sacrificio y oblación munda no sería otra
cosa sino el mismo cuerpo y sangre de Cristo que se ofreció en la cruz
una vez, y esto bajo las especies de pan y vino, según el orden de Mel-
quisedec? ¿Que este sacrificio, en fin, se ofrecería a Dios con estas o
con aquellas ceremonias? etc. Todas estas cosas particulares, que aho-

1 Is. 53, 8 y 11.


2 Is. 52, 15.
3 Heb. 7, 11; Sal. 109, 4.
856 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ra vemos y gozamos, ¿se podrían saber treinta años antes del naci-
miento de Jesucristo, solamente con la lección de la ley y de los profe-
tas? Pues aplíquese la semejanza en asunto de que ahora tratamos. La
aplicación no puede ser más fácil.

PÁRRAFO 3
[341] A todas cuantas preguntas me hicieren los curiosos, y a todas
cuantas cuestiones y dificultades excitaren los sapientísimos, yo no
puedo responder de otro modo. Confieso simplemente (ni tengo por
qué avergonzarme de esta confesión) que ignoro absolutamente infini-
tas cosas particulares que sucederán en aquel siglo feliz, de que las Es-
crituras no hablan palabra. Ignoro también el modo y circunstancias
con que deberán verificarse aun aquellas mismas que anuncian clarí-
simamente las Escrituras, y cuya sustancia o misterio general me pa-
rece innegable. No obstante, aun en medio de esta ignorancia y oscu-
ridad en lo que toca al modo, yo pienso todo cuanto bueno puedo pen-
sar, así en lo moral como en lo físico, y me extiendo cuando puedo, pa-
ra lo cual me parece que me veo como convidado y aun excitado de las
vivísimas expresiones de los Profetas de Dios. Mas, después de haber
imaginado y pensado cuanto puedo, o cuanto soy capaz de imaginar y
pensar en el estado presente, no por eso creo haber pensado o imagi-
nado justamente; pues no ignoro que todas mis imaginaciones, o mis
pobres ideas, las he tomado prestadas de todas aquellas cosas que has-
ta ahora han podido entrar en la sustancia de mi alma por medio de
mis cinco sentidos. Por tanto, me persuado que las cosas andarán en
aquellos tiempos de un modo mejor y más perfecto de lo que yo he po-
dido imaginar; pues, al fin, mis imaginaciones son tomadas del reino
de los hombres, y aquél será ya reino de Dios. ¡Qué diferencia! ¡Qué
distancia!
[342] Habrá, pues, en este reino de Dios y de su Hijo Cristo Jesús
(a quien dará entonces la potestad, y la honra, y el reino; y todos los
pueblos, tribus y lenguas le servirán a él 1), habrá, digo, un gobierno,
o un orden admirable; por consiguiente habrá una jerarquía, así como
la hay ahora en la Iglesia católica y en cualquiera estado secular; con
sola la diferencia bien notable, de ser entonces sin comparación más
perfecta y más conocida de todos: He aquí, que reinará un Rey con
justicia, y los príncipes presidirán con rectitud. Y este varón será co-
mo refugio para el que se esconde del viento, y se guarece de la tem-
pestad… El que es ignorante no será más llamado príncipe, ni el en-
gañador será llamado mayor 2. Serán entonces ciertos y palpables los

1 Dan. 7, 14.
2 Is. 32, 1-2 y 5.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 13 857

verdaderos límites entre el sacerdocio y el imperio, los cuales, en el es-


tado presente, han sido, son y verosímilmente serán ocasión de gran-
des disputas, sin esperanza alguna razonable de que se dé lo que no es
suyo a alguna de las partes, pues entonces el sumo sacerdote Cristo
Jesús será al mismo tiempo Rey sobre toda la tierra…, y uno solo será
el Señor, y uno solo será su nombre 1.
[343] Habrá ciertamente leyes, así eclesiásticas como civiles, y unas
y otras sapientísimas y proporcionadas a aquellos tiempos. Estas leyes,
según lo que podemos colegir de las Escrituras, serán pocas y claras,
comprendiendo no obstante muchísimo en pocas palabras. Fuera de
las que son de derecho natural, comprendidas en el decálogo, o en las
dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios vivo 2, apenas se ha-
llan en los Profetas dos fundamentales y generales a toda la tierra, es a
saber: la prohibición expresa y absoluta de toda especie de armas y de
todo ejercicio militar, de que hablan Isaías y Miqueas, y de que se ha-
bla en el salmo 45 y 75, y la ley importantísima de que se habla en Za-
carías capítulo 14, y en otros varios lugares de la Escritura, como aca-
bamos de observar en todo el capítulo antecedente. A las cuales se
puede añadir la que se halla en el mismo Zacarías: Que vosotros améis
la verdad y la paz 3. Si la verdad y la paz se viesen alguna vez en la tie-
rra practicadas universalmente entre todos sus habitadores, ¿qué ma-
yor felicidad se puede imaginar? Es verdad que ahora también tene-
mos esta ley; mas no es lo mismo tener una ley que observarla: Sed,
pues hacedores de la palabra, y no oidores tan solamente, engañán-
doos a vosotros mismos 4. Yo hablo aquí principalmente de leyes bien
observadas. Aunque en las Escrituras no se hallan otras leyes conoci-
damente propias de aquellos tiempos, me persuado, no obstante, que
para el buen orden y reglamento, así en lo civil como en lo eclesiástico,
de todo nuestro orbe, conforme éste se fuere poblando, saldrá de Sión
la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén.
[344] Sobre este texto: De Sión saldrá la ley, y la palabra del Se-
ñor de Jerusalén 5, y sobre su verdadera inteligencia o sentido, veo, mi
Cristófilo, que quedáis no poco descontento. Volvéis a insistir de nue-
vo en que se puede muy bien entender de la predicación de los Apósto-
les de Jesucristo, que salió de Sión y de Jerusalén, y de allí se propagó
por toda la tierra. A lo cual os respondo en breve que es cosa bien fácil
sacar o arrancar una cláusula de la Biblia sagrada, y habiéndola sepa-
rado enteramente de todo cuanto la precede y la sigue, acomodarla

1 Zac. 14, 9.
2 Deut. 9, 10.
3 Zac. 8, 19.
4 Sant. 1, 22.
5 Is. 2, 3.
858 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

luego al suceso que se quiere; mas si esta misma cláusula se considera


unida estrechamente con las que la preceden y la siguen, ¿cómo será
posible salir de este empeño con honor? Si el texto de que hablamos lo
miráis atentamente con todo su contexto, así en Isaías capítulo 2, co-
mo en Miqueas capítulo 4 (donde únicamente se halla), con esta sola
diligencia estoy cierto, sin quedarme sospecha de duda, que os veréis
como precisado a poner la mano sobre la boca 1.
[345] Lo mismo digo de tantos otros lugares de la Escritura santa,
sobre los cuales os quejáis del mismo modo de que yo no quiera en-
tenderlos de la primera venida del Mesías (tan gloriosa decís para el
mismo Señor), sino que todo, o casi todo, se deba en mi sistema ende-
rezar inmediatamente a la segunda. ¡Oh Cristófilo mío! Permitidme
que os diga, siquiera por esta vez, que vuestros lamentos son injustos.
Lo que hay de cierto en las Escrituras perteneciente a la primera veni-
da del Señor, lejos de querer usurparlo para la segunda, lo he propues-
to, lo he explicado, lo he confesado y aclarado en varias partes de esta
obra, conforme ha ocurrido y sido necesario; pues no creo menos, ni
venero, ni amo menos esta primera venida, que la segunda que espe-
ramos, siendo ambas venidas dos artículos esenciales y fundamentales
del verdadero Cristianismo. Si después de esto pretendéis todavía que
yo entienda o acomode, aunque sea violentísimamente, a la primera
venida del Señor y a la Iglesia presente, aun aquello mismo que veo y
palpo que habla de la segunda, en esto sí que no puedo ceder, sin hacer
una gravísima injuria a la verdad conocida, y por consiguiente a la ve-
racidad de Dios. Por tanto, me admiro con grande admiración 2 de ver
los grandes e inútiles esfuerzos que procuráis hacer, no digo para ne-
gar, sino para prescindir absolutamente de esta verdad de Dios, que ya
conocéis, no menos que yo; lo cual infiero evidentemente de vuestras
pretensiones, y mucho más de la ineficacia y aun frialdad extrema de
vuestros argumentos. De manera que, sin alguna razón ni fundamento
alguno, sino solamente porque así conviene a vuestro debilísimo siste-
ma, quisierais que todos prescindiéramos del sentido literal, claro y
palpable de innumerables Escrituras, y que en lugar de este verdadero
sentido, recibiésemos otro puramente acomodaticio, y nos contentá-
semos con él. Mas esto, ¿cómo se puede hacer? ¿No repugna al sentido
común? ¿No lo prohíben todas las leyes naturales, divinas y humanas?
¿No lo prohíbe expresamente el Concilio Tridentino, sesión cuarta?

1 Miq. 7, 16.
2 Apoc. 17, 6.
Capítulo 14
Fin de los mil años de que habla San Juan.
Soltura del Dragón.
Causas de esta soltura y sus efectos

PÁRRAFO 1
[346] Hemos llegado finalmente a la última, o diremos mejor, a la
penúltima época del globo que habitamos. Dije penúltima época, por-
que después de esta que vamos a considerar ahora, nos queda todavía
otra realmente eterna, después de la cual no hay otra. Hasta los con-
fines de esta época, mas sin tocarla, nos han acompañado y ayudado
infinito casi todos los antiguos Profetas. De aquí para adelante no te-
nemos ya que consultarlos, porque todos nos abandonan. Todos ter-
minan sus profecías en el reino de Dios y del Mesías su Hijo, aquí en
nuestra tierra, sobre los vivos y viadores. Todos paran aquí, y ninguno
pasa adelante, como si este reino o juicio de vivos o viadores hubiese
de durar eternamente, como si jamás hubiese de haber en ese reino al-
guna novedad digna de consideración, o alguna mudanza sustancial. A
lo menos es ciertísimo que sobre este punto particular nada se expli-
can, ni nos dejan alguna idea precisa y clara sobre el fin último de to-
dos los vivos y viadores, o de toda generación y corrupción.
[347] Solamente el último de los Profetas canónicos, que es el
apóstol San Juan, aquel discípulo a quien amaba Jesús 1, sigue hasta
su último fin este hilo, o esta grandísima cadena del misterio de Dios
con los hombres; la sigue, digo, hasta la consumación entera y perfecta
del mismo misterio de Dios; o lo que es lo mismo, hasta la resurrec-
ción y juicio universal: Y cuando fueren acabados los mil años, será
desatado Satanás, y saldrá de su cárcel, etc. 2.
[348] Ya he dicho en otras partes, y estoy plenamente persuadido
de ésta que creo una verdad incontestable: que el libro divino y admi-
rable del Apocalipsis es la llave verdadera y única de todos los Profe-
tas. A todos los explica, los aclara, los compendia, los extiende, y llena
frecuentísimamente no pocos vacíos que ellos dejaron. Esto último se
ve y aun se toca con las manos en los cuatro últimos capítulos del Apo-

1 Jn. 21, 7.
2 Apoc. 20, 7.
860 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

calipsis, los cuales podemos mirar con gran razón como un Paralipo-
menon, o como un suplemento brevísimo de muchas cosas particula-
res y bien sustanciales que ellos omitieron. Omitieron, digo, porque no
se les dieron; y no se les dieron, porque todavía no era su tiempo. Si
esta idea, después de bien examinada, se recibe y se mira a lo menos
como probable, todas las Escrituras antiguas se ven al instante llenas
de luz. Si no se quiere examinar, y por falta de este examen no se quie-
re admitir, me parece como una consecuencia necesaria que quedemos
perpetuamente sobre la inteligencia de las más de las antiguas Escritu-
ras, en la misma antigua oscuridad.
[349] No obstante esta verdad general (por tal la tengo), me es
preciso confesar, y lo confieso ingenuamente, que llegando al versículo
7 del capítulo 20 del Apocalipsis, se echa de menos, falta, se desea en
este Paralipomenon, o en este suplemento de los Profetas, una cosa
bien sustancial, cuya falta corta o interrumpe evidentemente la gran
cadena del misterio de Dios con los hombres. Explícome. El amado
discípulo habla solamente de lo que debe suceder en todo nuestro orbe
después de consumados sus mil años, o lo que es evidentemente lo
mismo, después de consumado aquel día o tiempo felicísimo de que
tanto hablan los Profetas de Dios, con estas expresiones: En aquel día,
en aquellos días, en los postreros días, en el fin de los días, en aquel
tiempo, etc.; mas no nos dice ni una sola palabra sobre las causas, ni
sobre el modo y circunstancias, con que se deberá acabar aquel mismo
día o tiempo que él llama mil años. Sólo nos dice brevísimamente que,
pasado este tiempo, se soltará otra vez el dragón, que puesto en su an-
tigua libertad, volverá a seducir de nuevo las Gentes, etc.: Y cuando
fueren acabados los mil años, será desatado Satanás, y saldrá de su
cárcel, y engañará a las gentes, que están en los cuatro ángulos de la
tierra… Mas ¿es creíble ni posible, digo yo, que pueda suceder esta
nueva soltura del dragón con todos los efectos terribles y admirables,
expresos en el mismo texto de San Juan, sin haber precedido en las
mismas Gentes algunas culpas generales y gravísimas, y por eso dig-
nas de la justísima indignación de Dios omnipotente? ¿Qué culpas po-
drán ser éstas en aquellos tiempos, gravísimas y universales? Este es
puntualmente el anillo o eslabón de la gran cadena del misterio de
Dios, que falta evidentemente en el texto del Apocalipsis.
[350] Como este anillo me ha parecido siempre una piedra de su-
ma importancia, lo he buscado con la mayor diligencia que me ha sido
posible en los antiguos Profetas, y finalmente me parece haberlo ha-
llado en el penúltimo de todos, que es Zacarías. Considérese atenta-
mente el texto de este profeta con todo su contexto, y considérese con
la misma atención la inteligencia realmente fría y aun conocidamente
falsa (por lo que tiene de historia antigua) que se le ha pretendido dar
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 861

desde los principios del siglo V basta el día de hoy: Todos los que que-
daren de todas las Gentes que vinieron contra Jerusalén (ténganse
aquí presentes los Asirios, los Caldeos, los Persas, los Griegos, los Ro-
manos, y últimamente la multitud de Gog de Ezequiel, o aquel gran río
que saldrá en los últimos tiempos de la boca del dragón, fenómeno 8),
subirán de año en año a adorar al Rey, que es el Señor de los ejérci-
tos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y acaecerá que aquél
que sea de las familias de la tierra, y no fuere a Jerusalén a adorar al
Rey, que es el Señor de los ejércitos, no vendrá lluvia sobre ellos; y si
alguna familia de Egipto no subiere, ni viniere, tampoco lloverá so-
bre ellos, y les vendrá la ruina, con la cual herirá el Señor a todas las
Gentes que no subieren a celebrar la fiesta de los tabernáculos 1. He-
cha esta amenaza general, signe inmediatamente el vaticinio diciendo:
Este será el pecado de Egipto, y este el pecado de todas las Gentes que
no subieren a celebrar la fiesta de los tabernáculos 2.
[351] De modo que, considerando atentísimamente el texto de este
Profeta con todo su contexto, y combinado con el texto del Apoca-
lipsis, se ve y aun se toca con las manos toda la sustancia del misterio
general de que vamos hablando, y también algunas de sus principales
circunstancias. Se ve, digo, lo primero: que este residuo de las Gentes,
y toda su posteridad por muchos siglos, será obligada como por una
ley fundamental e indispensable, a presentarse una vez al año en Jeru-
salén (sin duda por medio de dos o tres enviados de cada tribu, pueblo
o nación) a adorar al Rey, que es el Señor de los ejércitos, y a ce-
lebrar la fiesta de los tabernáculos. Esta festividad de los tabernácu-
los, y los fines que tuvo Dios en su institución, se pueden ver en el
Deuteronomio 3.
[352] Lo segundo: se ve que, pasados muchos y aun muchísimos
siglos, que San Juan encierra en el numero perfecto de mil, como lo
hacen otras Escrituras; pasado, digo, este tiempo feliz, en inocencia,
en simplicidad, en bondad, en fe, etc., comenzará a entrar poco a poco,
ya en este, ya en aquel país de nuestro globo, cierta especie de tibieza,
y por consiguiente, de flojedad o de tedio, en lo que toca a las peregri-
naciones anuales a Jerusalén. Esta tibieza, como es naturalísimo, irá
creciendo de día en día, pues no es verosímil ni creíble que el mundo
se pervierta de repente, ni en pocos años. La perversión o corrupción
del corazón humano no ha sucedido jamás, ni es posible que suceda,
sino por grados, mucho menos en aquellas personas que han sido en
algún tiempo inocentes y justas.

1 Zac. 14, 16-18.


2 Zac. 14, 19.
3 Deut. 16.
862 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[353] Llegada, pues, esta tibieza de las Gentes a cierto término ya


indisimulable, empezará el Señor a castigarlas suavemente, con aque-
lla especie de castigos de que suele usar un buen padre con un hijo
inobediente y rebelde. Empezará, digo, a escasearles y aun negarles
casi todo el sustento necesario, o lo que parece un mismo modo de ha-
blar, les enviará la carestía. Esta carestía la explica el Profeta con estas
simples palabras, fuera de las cuales difícilmente se hallarán otras más
proporcionales: Y acaecerá que aquel que sea de las familias de la tie-
rra, y no fuere a Jerusalén a adorar al Rey, que es el Señor de los
ejércitos, no vendrá lluvia sobre ellos. ¿Qué quiere decir esto? ¿La fal-
ta de lluvias no se ha mirado siempre como una tribulación, como una
plaga, como uno de los mayores castigos de nuestro padre Dios? ¿A es-
ta tribulación horrible, no siguen natural y necesariamente otras igua-
les y aun mayores? Pues todas estas se comprenden en aquellas breví-
simas palabras: No vendrá lluvia sobre ellos.
[354] Lo tercero: se ve, unido un texto con el otro, que no bastando
estos castigos personales para hacer volver a las Gentes a su antigua
devoción y fervor (ni bastando otros muchísimos medios suaves y fuer-
tes de que usará la bondad infinita del padre Dios, como debemos su-
poner, aunque no lo hallemos expreso en la Escritura santa), llegará fi-
nalmente el tiempo en que, llenas todas las medidas del sufrimiento, se
use con ellos el último rigor; es decir, llegará el tiempo de abrir las
puertas del abismo, y dar otra vez al dragón entera libertad: Después de
esto conviene que sea desatado por un poco de tiempo… Y cuando fue-
ren acabados los mil años, será desatado Satanás, y saldrá de su cár-
cel, y engañará a las Gentes, etc. 1. ¿No veis ya, oh amigo, por todo lo
que acabamos de observar, el eslabón o anillo que falta indubitable-
mente en el texto de San Juan? ¿Os parece factible ni posible que, per-
severando las Gentes en la misma justicia y en la misma inocencia y
fervor con que habían comenzado, y en que habían vivido mil o sean
cien mil años, pueda suceder esta soltura del dragón, y esta nueva se-
ducción de todas las Gentes que están en los cuatro ángulos de la tierra?
PÁRRAFO 2
[355] Habiendo hallado en Zacarías el anillo que falta en el texto
del Apocalipsis, unidlo ahora con este mismo texto en su propio lugar, y
veréis con esto solo seguida y continuada la cadena de todo el misterio.
San Juan nos dijo que, después de concluidos sus mil años, se dará otra
vez libertad al dragón (el cual habrá estado todo este tiempo encerrado
en el abismo, cerrada y sellada la puerta de su cárcel, sin saber cosa al-
guna de todo cuanto debe pasar en esos mil años sobre la superficie de

1 Apoc. 20, 3 y 7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 863

la tierra); mas no nos dice, ni aun siquiera insinúa, por qué razón, o por
qué causa, o por qué culpa nueva del linaje humano se dará otra vez li-
bertad a su mayor enemigo. Zacarías señala claramente la razón, la cau-
sa, la verdadera culpa, casi general a toda la tierra, de donde tendrán
origen otras muchísimas por consecuencia necesaria: Este será el pe-
cado de Egipto, y este será el pecado de todas las Gentes.
[356] Con estas palabras concluye el Profeta su pequeña cadena
sin dar un paso más adelante, sin decirnos una sola palabra sobre las
resultas de este pecado general a todas las Gentes; mas el amado dis-
cípulo, que omite absolutamente este pecado (no sabemos por qué ra-
zones), señala al punto sus resultas y todas sus funestísimas conse-
cuencias, es a saber, la soltura del dragón y la nueva seducción de todo
nuestro orbe, llevando luego desde aquí seguido y continuado hasta su
último fin, todo el misterio de Dios con los hombres: Y cuando fueren
acabados los mil años, será desatado Satanás, y saldrá de su cárcel,
y engañará a las Gentes que están en los cuatro ángulos de la tierra,
a Gog, y a Magog, y los congregará para batalla, cuyo número es
como la arena de la mar, etc.
[357] Ahora, amigo mío Cristófilo, para que podamos entendernos
bien y formar una idea clara de estos misterios, imaginemos aquí (vos
de un modo y yo de otro, o si es posible ambos de un mismo modo),
imaginemos, digo, que después de muchísimos siglos de paz, de ino-
cencia, de justicia y fervor, empiece a entrar en las Gentes, ya en este
país, ya en el otro, cierta especie de distracción en lo que toca al servi-
cio de Dios. A esta distracción deberá seguir naturalmente un poco de
tibieza; a esta tibieza, un poco de amor a la comodidad o sensualidad; a
esta comodidad o sensualidad seguirá naturalmente el amor al lujo, a la
vana ostentación; a ésta un poco de avaricia; a esta avaricia no pocas in-
justicias; finalmente, a todos los males, porque no se adviertan, deberá
seguirse una grande y bien estudiada hipocresía. ¿No es éste el orden
con que siempre ha ido creciendo el mal moral de día en día, en todas
las gentes, tribus y lenguas? La experiencia de las cosas ya pasadas nos
instruye admirablemente sobre lo que serán o podrán ser las venideras.
¿Qué es lo que fue? (se dice en el Eclesiastés) Lo mismo que ha de ser.
¿Qué es lo que fue hecho? Lo mismo que se ha de hacer 1; tan cierto es
que todos los hombres, todos los pueblos, tribus y naciones, dejados a
su libre albedrío (o a su propia y natural pobreza), y puestos en las mis-
mas circunstancias, deben naturalmente producir unas mismas ideas
sustanciales, aunque varíen tal vez algún poco sobre los accidentes.
[358] ¿Qué tenemos ahora que extrañar, qué tenemos que maravi-
llarnos (como de una cosa insólita, nueva, nunca vista y por eso in-

1 Ecl. 1, 9.
864 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

creíble) que después de mil años, o sean cien mil, o un millón de años,
de justicia e inocencia, se vuelva otra vez a pervertir el orbe de la tie-
rra? ¿No serán los hombres en el siglo venturo tan viadores como en el
siglo presente?
[359] ¿No serán como lo son ahora, dotados de su libre albedrío?
¿No andarán entonces como andamos ahora, por fe, y no por visión?
¿No serán por consiguiente árbitros del bien o del mal, de pecar o no
pecar, de merecer o desmerecer?
[360] Esta sola reflexión que ya apuntamos en el capítulo 4, basta
y aun sobra para satisfacer plenamente el argumento de algunos sa-
bios con Bossuet contra el reino milenario, que llaman terrible e indi-
soluble. El argumento, reducido a pocas palabras, se puede proponer
fidelísimamente con toda su fuerza o esplendor en estos términos:
[361] Si se entiende literalmente el capítulo 20 del Apocalipsis,
deberá Jesucristo mismo, con todos sus santos ya resucitados, reinar
efectivamente en Jerusalén sobre todo el orbe de la tierra, y esto por
mil años, o determinados o indeterminados. Si esto se admite, deberá
admitirse por necesaria consecuencia todo lo que se dice en el mismo
texto, pues no hay más razón para lo uno que para lo otro. Deberá,
pues, admitirse, que pasados estos mil años (sean determinados o in-
determinados) del reino pacífico de Jesucristo en inocencia, en simpli-
cidad, en bondad, en justicia, etc., se soltará otra vez el dragón, que
desde el principio hasta el día de hoy engaña a todo el mundo…, por-
que el diablo desde el principio peca 1; deberá admitirse que volverá a
seducir a todo nuestro orbe; que todo este orbe se volverá de nuevo
contra su legítimo Soberano; que tomará las armas contra él; que irá a
hacerle guerra formal en su misma corte; que rodeará o pondrá sitio
formal a esta misma corte, según aquellas palabras: Cercaron los rea-
les de los santos, y la ciudad amada… Todo lo cual (dicen estos sa-
bios) parece que lo anuncia el mismo capítulo 20, desde el versículo 7:
Y cuando fueren acabados los mil años, será desatado Satanás, y sal-
drá de su cárcel, y engañará a las Gentes que están en los cuatro án-
gulos de la tierra, a Gog y a Magog, y las congregará para la batalla,
cuyo número es como la arena de la mar. Y subieron sobre la anchu-
ra de la tierra, y cercaron los reales de los santos, y la ciudad amada.
Y Dios hizo descender fuego del cielo, y los tragó, etc. 2.
[362] Ahora bien (dicen estos doctores), ¿es concebible ni creíble
que, reinando Jesucristo mismo en Jerusalén sobre toda la tierra, se
atrevan los hombres a irlo a cercar en su misma corte? Este solo ar-
gumento, prosiguen diciendo, basta para mirar como fábula, como de-

1 Apoc. 12, 9; 1 Jn. 3, 8.


2 Apoc. 20, 7-9.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 865

lirio, como sueño, todo el reino milenario; pues si esto no es creíble,


tampoco puede ser creíble todo lo demás, etc. ¡Oh santo Dios! ¿Dónde
estamos? ¡Hasta dónde puede conducirnos una idea falsa, recibida una
vez como verdadera!
[363] Este argumento, que llaman terrible e indisoluble, tiene no
obstante tres respuestas o soluciones, las cuales, ya se miren unidas
entre sí, ya separada la una de la otra, lo convencen visiblemente de
argumento débil, de oscuro, de mal fundado, y consiguientemente de
mal formado.
[364] Se responde, pues, lo primero: que el argumento supone
como cierta una cosa, o falsa, o a lo menos incierta y dudosa. Supone,
digo, como cierto que las Gentes ya seducidas, conmovidas y alboro-
tadas por el dragón, irán a cercar y combatir la ciudad santa y nueva
de Jerusalén, bajada del cielo, como se dice en el Apocalipsis: Cerca-
ron los reales de los santos, y la ciudad amada. Mas esta suposición,
¿es verdadera, es indubitable, es siquiera suficientemente fundada?
Mas ¿sobre qué fundamentos o principios? ¿No es mucho más vero-
símil, como apuntamos poco ha, que aquellas palabras, los reales de
los santos, y la ciudad amada, miren únicamente a la Jerusalén via-
dora (que entonces será el centro de unidad visible y accesible a todo
el orbe) y a todos los santos judíos, también viadores, que según las
promesas de Dios habitarán entonces desde el río de Egipto hasta el
grande río Eufrates? 1.
[365] Se responde, lo segundo: que el no concebirse con ideas cla-
ras el modo y circunstancias particulares con que podrá verificarse
una cosa, cualquiera que sea, anunciada expresamente en la Escritura
santa, ni ha sido, ni es, ni podrá ser jamás un fundamento suficiente
para negarla. Si esto se mirase alguna vez como pasable o como tole-
rable, ¿qué pudiéramos responder a tantos incrédulos, cuyo total fun-
damento para negar y para impugnar nuestros misterios más sacro-
santos, no es otro, sino el que ellos no pueden concebirlos?
[366] Se responde, lo tercero: que el misterio particular de que
ahora hablamos no es tan difícil de concebirse con ideas claras, como
nos dicen y ponderan. No es tan difícil, digo, concebirse con ideas cla-
ras, que las Gentes seducidas otra vez por el dragón (al cual, por las
justísimas causas que quedan apuntadas, se le dará otra vez entera li-
bertad) se alboroten, se inquieten y se rebelen formalmente contra el
legítimo principado, potestad y dominación instituidas evidentemente
por Dios mismo. ¿Cómo podrá ser esto? Habiendo perdido por el mal
uso de su libre albedrío, primeramente la inocencia y simplicidad; ha-

1 Gen. 15, 18.


866 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

biendo después de esto doblado, maleado y corrompido el corazón


(tres modos de hablar que significan una misma cosa); y por una con-
secuencia bien natural y demasiado frecuente, habiendo oscurecido la
lucerna de la fe, o perdídola o apagádola enteramente. Estas cosas, ¿son
tan inconcebibles, que puedan juzgarse por increíbles?
[367] Para concebir con ideas aún más claras todo este misterio,
imaginemos ahora de nuevo lo que ya apuntamos en el párrafo ante-
cedente (estas repeticiones, como tan necesarias, se deben excusar, o a
lo menos sufrir): imaginemos, digo, que pasados ciento o doscientos
mil años, o ciento o doscientas mil generaciones, empiece a entibiarse
por alguna parte (sea ésta la que fuere) la caridad. Esta caridad ya ti-
bia, es bien fácil que en poco tiempo se enfríe del todo; una vez enfria-
da, se debe seguir naturalmente, primero la iniquidad, y poco después
la abundancia de la iniquidad; si esta abundancia de iniquidad sigue
adelante, parece una consecuencia natural que la fe siga todos sus pa-
sos, y que ésta se vaya disminuyendo, enfriando, debilitando, y aun
agonizando al mismo paso que la iniquidad fuere creciendo; crecida
ésta hasta cierto tiempo, hasta cierto punto, y disminuida y amortigua-
da la fe, ¿qué deberá seguirse? Deberá seguirse, en primer lugar, que
las peregrinaciones anuales a Jerusalén, de que ya hemos hablado, a
adorar al Rey, que es el Señor de los ejércitos, medio capital y el más
eficaz de todos para conservar en todo el orbe la fe y la justicia, serán
pocas y tibias, y sus efectos o frutos serán a proporción hasta que se
omitan del todo, o casi del todo: Este será el pecado de Egipto, y esté
el pecado de todas las Gentes; esta omisión, o este pecado general de
todas las gentes, ¿no será un verdadero cisma? ¿No será un cortar la
comunicación con el verdadero centro de unidad, que estará entonces
visible en Jerusalén viadora? Y si esta comunicación se interrumpe o
se corta, ¿qué otra cosa podemos esperar sino anarquía y disolución,
libertad brutal, desorden, horror y confusión?
[368] Pues en este tiempo y circunstancias (de cisma y disolución
respecto de muchos; de tibieza o de indiferencia respecto de las más
de las Gentes) se suelta el dragón y sale de su cárcel con toda aquella
libertad que ha tenido y tiene hasta el día de hoy. Viéndose otra vez en
libertad, sin saber cómo ni por qué, discurre en breve por toda la su-
perficie de la tierra. Examina atentísimamente el estado y disposicio-
nes en que se hallan los hombres. Los halla con poca diferencia en el
mismo estado en que él los dejó cuando lo ataron y encarcelaron, ce-
rraron y sellaron sobre él la puerta de su cárcel; es decir, unos conoci-
damente disolutos, libertinos, cismáticos; otros, y los más, no clara-
mente cismáticos ni libertinos, sino sensuales, y por eso tibios e indife-
rentes a todo lo que no se oponga a su sensualidad y comodidad; y
otros, aunque poquísimos, realmente fieles, justos y santos.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 867

[369] Conocido en general el estado en que se halla todo el orbe de


la tierra, o todos los hombres que cubren su superficie, tienta de nuevo
a seducirlos a todos; lo consigue plenamente respecto de no pocos; de
estos no pocos, se sirve fácilmente para conquistar otros muchos; con-
quistados éstos, crece naturalmente el incendio, que finalmente abrasa
a todas las Gentes que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog
y a Magog 1. Les persuade que todo hasta aquel tiempo ha sido una
fábula inventada por los Judíos. Les dice lo que ya dejó escrito en sus-
tancia el apóstol San Pedro: ¿Dónde está la promesa o venida de él?
Porque desde que los padres durmieron, todo permanece así como en
el principio de la creación 2. Los incita y enfurece contra los Judíos
que los han tenido engañados tantos siglos; y en fin, los congrega y
anima a vengarse de ellos con una venganza la más pública y más
ejemplar: Los congregará para batalla, cuyo número es como la are-
na de la mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y cercaron los
reales de los santos, y la ciudad amada. Y Dios hizo descender fuego
del cielo, y los tragó, etc. Veis aquí todo el orden y todo el modo fácil y
llano con que pueden suceder todas estas cosas, fundado todo no so-
bre sofismas, ni sobre discursos artificiosos, ni sobre acomodaciones
ingeniosas y pías (que llamamos conceptos predicables), sino sobre el
texto clarísimo del Apocalipsis, combinado con el texto no menos claro
de Zacarías. Veis aquí (en Zacarías) las causas verdaderas de la soltura
del dragón, que omite San Juan: y veis aquí (en San Juan) todos los
efectos de aquellas causas hasta su último fin, que omite Zacarías.
PÁRRAFO 3
[370] Acabamos de ver el primer efecto de la soltura del dragón:
esto es, la seducción, el alboroto y rebelión formal de todas las Gentes,
o las más de ellas, que están en los cuatro ángulos de la tierra. Nos
queda ahora considerar brevísimamente el fin de este alboroto con to-
das sus resultas: Dios hizo descender fuego del cielo, y los tragó. Y el
diablo, que los engañaba, fue metido en el estanque de fuego y de
azufre; en donde también la bestia y el falso profeta serán atormen-
tados día y noche en los siglos de los siglos 3. Por estas palabras expli-
ca el amado discípulo, en breve y como en compendio, todo el miste-
rio, que luego inmediatamente se pone a explicar con más difusión e
individualidad; lo cual es bien frecuente en toda su profecía.
[371] Sobre este último texto se pueden hacer estas dos preguntas.
Primera: ¿Quién es, o qué cosa es este Gog y Magog de que habla aquí
San Juan con tanta brevedad? ¿Este misterio es acaso el mismo que

1 Apoc. 20, 7.
2 2 Ped. 3, 4.
3 Apoc. 20, 9-10.
868 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

describe difusamente el profeta Ezequiel en sus dos capítulos 38 y 39,


como se piensa y se insinúa comúnmente? Segunda: este fuego de que
habla San Juan, que caerá y consumirá la muchedumbre de Gog y Ma-
gog, la cual cercó los reales de los santos, y la ciudad amada, ¿será
acaso universal a todo nuestro orbe? ¿Consumirá enteramente a todos
sus vivientes y al orbe mismo?
[372] Cuanto a lo primero, decimos: que el Gog y Magog de San
Juan no significan otra cosa sino estas Gentes que están en los cuatro
ángulos de la tierra; pues esta es la explicación precisa que el mismo
Apóstol da a aquellas dos palabras Gog y Magog. Mas esto mismo (de-
cís), ¿qué cosa significa, qué sentido tiene claro y perceptible? ¿Nues-
tra tierra, en cuya superficie habitamos, es acaso algún cuadro cuadri-
longo, o rombo, o romboide, que tenga cuatro ángulos rectos o agudos,
u obtusos, etc., como pensaron insipientemente algunos antiguos, y
como todavía piensa mucho más de la mitad del linaje humano? ¿No
es ciertamente una esfera o globo casi perfecto, cuyo diámetro de un
polo a otro se halla un poco menor que el de oriente a poniente, tirado
por el ecuador?
[373] Tenéis razón, amigo mío; mas todas vuestras preguntas o di-
ficultades se desvanecen al primer asomo de reflexión. Gog y Magog,
dice San Juan, son las Gentes que habitan sobre los cuatro ángulos de
la tierra. ¿Qué ángulos son estos? Para formaros de esto una idea cla-
ra, tirad solamente dos líneas, que se corten o crucen bajo vuestros
pies: una de oriente a poniente, otra de norte a sur. Con esta sola dili-
gencia, facilísima en cualquiera parte del mundo donde os hallareis,
veis ya bajo vuestros pies cuatro ángulos rectos, cada uno de noventa
grados. Si continuáis con vuestra imaginación estas dos líneas por
ambos lados, veréis necesariamente que se van curvando o doblando
insensiblemente hasta formar dos círculos máximos, o dos grandes
anillos, que se van a unir o cortar mutuamente en otro punto diame-
tralmente opuesto al que vos ocupáis. Por consiguiente, habéis dividi-
do todo nuestro orbe en cuatro partes perfectamente iguales, y con es-
ta división habéis formado bajo vuestros pies cuatro ángulos, y otros
cuatro en vuestras antípodas. Pues esto es lo que llama San Juan las
Gentes que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog.
[374] Con esta inteligencia fácil y simplísima, nos libramos aquí de
entrar en aquella cuestión o disputa (no menos embarazosa que inútil)
sobre el verdadero origen de estas dos palabras a Gog y a Magog, o
sobre el país y lugar determinado de la tierra donde habitaron, habitan
y habitarán hasta aquellos tiempos estas dos tribus, naciones o gene-
raciones. Sobre lo cual nos dicen unos, que son los Escitas; otros, que
son los Tártaros asiáticos; otros, que son los Godos; otros señalan ya
los Turcos, ya los Persas, ya los habitadores del Tíber, ya en fin todas
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 869

estas naciones juntas y unidas entre sí. Mas entre la oscuridad y tinie-
blas con que nos dejan todas estas diversas opiniones, nos sale al en-
cuentro la pequeña y clarísima luz del Apocalipsis, con estas brevísi-
mas palabras: Las Gentes que están en las cuatro ángulos de la tie-
rra; con las cuales palabras nos declara que no tenemos que cansar-
nos en buscar a Gog y a Magog en esta o en aquella otra parte de la tie-
rra, pues su verdadera significación es esta sola: las Gentes que están
en los cuatro ángulos de la tierra.
[375] En todo este texto del amado discípulo, nos consuela infinito
no leer en él la palabra todos. Leo en él que el dragón, saliendo de su
cárcel, engañará a las Gentes que están en los cuatro ángulos de la
tierra; mas no leo que engañará a todas las gentes, ni a todos sus indi-
viduos. Por donde puedo prudentemente sospechar, y piadosamente
creer, que muchos y aun muchísimos de los que entonces habitarán
sobre los cuatro ángulos de la tierra, no entrarán en la seducción gene-
ral, en la cual parece cierto que entrará la mayor y máxima parte; veri-
ficándose entonces, en esta mayor y máxima parte, aquella sentencia
del Espíritu Santo, que en todos tiempos la hemos visto plenamente
verificada: El número de los necios es infinito 1; y aquella otra de Jesu-
cristo: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y
espacioso el camino, que lleva a la perdición, y muchos son los que
entran por él 2.
[376] Si buscamos ahora (como por modo de erudición o diver-
sión) este Gog y Magog en la familia de Noé, segundo padre del linaje
humano, hallamos fácilmente a Magog, hijo segundo de Jafet; mas a
Gog no lo hallamos ni en el Génesis, ni en toda la Escritura, hasta el
capítulo 28 de Ezequiel, y después en el capítulo 20 del Apocalipsis.
Solamente en el primer libro del Paralipomenon 3 se nombra a un cier-
to Gog, nieto de Rubén, de quien nada se sabe, ni hace figura alguna
en la historia. Por tanto, yo sospecho que el Gog, así de Ezequiel como
del Apocalipsis, no es otro que Gomer, hermano mayor de Magog y
primogénito de Jafet. De la familia de estos dos y de sus cinco herma-
nos menores, dice la Escritura estas palabras: Por estos fueron repar-
tidas las islas gentes en sus territorios: cada uno conforme a su len-
gua y sus familias en sus naciones 4. Esto es lo único que sobre este
punto hallamos en la Escritura santa; lo cual parece que concuerda
perfectamente con el texto de San Juan: Las Gentes que están en los
cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog. Lo demás, fuera de es-
to, parece un poco adivinar.

1 Ecl. 1, 15.
2 Mt. 7, 13.
3 1 Par. 5, 4.
4 Gen. 10, 5.
870 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 4
[377] Ahora, este Gog y Magog del Apocalipsis, ¿es acaso el mismo
misterio de que habla difusamente Ezequiel en sus dos capítulos 38 y
39? Los intérpretes es ciertísimo que así lo suponen; mas también es
ciertísimo que no sólo no prueban, pero ni aun siquiera dan muestras
de hallar en esto alguna dificultad. No obstante, la diferencia y distan-
cia entre uno y otro misterio es tan visible, que basta una simple lec-
ción de ambos lugares para conocerla al punto sin poder dudar. Pri-
meramente, los tiempos de uno y otro misterio son evidentemente di-
versísimos. El misterio de Ezequiel, por confesión de todos, y por con-
fesión necesaria, debe suceder mucho antes de la venida del Señor, y
aun antes del Anticristo, según otras varias Escrituras, que quedan ya
observadas especialmente en el fenómeno 8, artículo 8. A lo menos es
ciertísimo, por confesión de todos, que después de destruida la mu-
chedumbre de Gog, de que habla Ezequiel; después de sepultada en el
valle de la muchedumbre de Gog… hacia el Oriente de la mar 1, debe
quedar un tiempo grande e indeterminado, pues los Judíos ya resta-
blecidos en tierra de sus padres, contra quienes ha de ir esta gran mu-
chedumbre, recogerán los despojos de estos enemigos: las armas, el
escudo y las lanzas, el arco y las saetas, y los báculos de las manos, y
las picas; y los quemarán con fuego siete años. Y no llevarán leña de
los campos, ni la cortarán de los bosques; porque quemarán las ar-
mas al fuego 2, etc. Mas en el misterio y texto de San Juan se ve otra
idea infinitamente diversa; ya porque este misterio sólo puede verifi-
carse mil años (o sean mil siglos) después de la venida del Señor en
gloria y majestad, después de la muerte de la bestia, prisión del diablo,
etc.; ya porque luego al punto, sin mediar otra cosa alguna, pone la re-
surrección y juicio universal (y explica ambas cosas con estas pala-
bras): Dios hizo descender fuego del cielo, y los tragó… Y vi un gran-
de trono blanco 3.
[378] Lo segundo: el profeta Ezequiel habla solamente de Gog, y
con Gog, no con Magog; antes a este último lo supone quieto e inmóvil
en su país. Así dice de Magog (y es la única vez que lo nombra cuando
a Gog lo nombra once veces): Enviaré fuego sobre Magog, y sobre
aquellos que moran en las islas sin recelo; y sabrán que yo soy el Se-
ñor 4. Mas San Juan en su último misterio nombra a los dos, a Gog y a
Magog, (esto es) las Gentes que están en los cuatro ángulos de la tie-
rra 5: las cuales Gentes, (esto es) Gog y Magog, cercarán los reales de

1 Ez. 39, 15 y 11.


2 Ez. 39, 9-10.
3 Apoc. 20, 9 y 11.
4 Ez. 39, 6.
5 Apoc. 20, 7.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 871

los santos, y la ciudad amada. Y Dios hizo descender fuego del cielo, y
los tragó, etc. 1.
[379] Lo tercero: el misterio de Ezequiel es evidentemente el mis-
mo que anunciaron otros Profetas, como lo dice el mismo Profeta ex-
presamente en palabra del Señor, hablando con Gog, por estas pala-
bras: Esto dice el Señor su Dios: Tú, pues, eres aquél de quien hablé
en los días antiguos, por mano de mis siervos los Profetas de Israel,
que profetizaron en los días de aquellos tiempos, que te traería sobre
ellos. Y acaecerá en aquel día, en el día de la venida de Gog sobre la
tierra de Israel, dice el Señor Dios, subirá mi indignación en mi fu-
ror. Y en mi celo, en el fuego de mi ira, he hablado. Porque en aquel
día habrá una grande conmoción sobre la tierra de Israel 2. Estos
Profetas de Dios anteriores a Ezequiel, que hablaron de este mismo
misterio de que él habla, son éstos: el primero, David, en varios sal-
mos; Joel, capítulo 3; Habacuc, capítulo 3; Zacarías, capítulo 14; Mi-
queas, capítulo 7, etc. (véase lo que sobre esto queda observado en el
fenómeno 8, artículo 8). A todos estos lugares alude ciertísimamente
San Juan, mas no en el capítulo 20, sino en el capítulo 12, 15 y 16, en
donde nos representa esta muchedumbre bajo la metáfora admirable y
propísima de un río de agua que sale de la boca del dragón contra la
mujer que ha huido al desierto: La serpiente lanzó de su boca en pos
de la mujer, agua como un río, con el fin de que fuese arrebatada de
la corriente. Mas la tierra ayudó a la mujer, y abrió la tierra su boca,
y sorbió el río que había lanzado el dragón de su boca 3. Todo lo cual
se lee en Ezequiel sin metáfora alguna por estas palabras: Y sucederá
en aquel día: daré a Gog un lugar famoso para sepulcro en Israel, el
valle de los que van hacia el Oriente de la mar, que hará pasmar a los
que pasen; y encerrarán allí a Gog, y toda su muchedumbre, y será
llamado el valle de la muchedumbre de Gog 4, etc.
[380] En suma, no perdamos tiempo: léase toda esta profecía de
Ezequiel, contenida en los capítulo 38 y 39; léanse para mayor claridad
los dos capítulos antecedentes, y los nueve siguientes; y esto solo basta
para conocer al punto que todo habla visiblemente de la conversión,
restitución, asunción y plenitud de las reliquias preciosas de Jacob, a la
cual se opondrá con todas sus fuerzas la muchedumbre de Gog. Mas
destruida ésta; comidas sus carnes de las aves y fieras, que serán convi-
dadas a esta gran cena; y sepultados sus huesos en el valle de la multi-
tud de Gog, se ven en todo el texto continuado de este Profeta otros su-
cesos grandes, nuevos y extraordinarios, que piden tiempo, y tiempos

1 Apoc. 20, 7-9.


2 Ez. 38, 17-19.
3 Apoc. 12, 15-16.
4 Ez. 39, 11.
872 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

grandísimos para que puedan verificarse; mejor diremos, desde enton-


ces debe comenzar otra época, y otro siglo infinitamente diverso de to-
do lo pasado. No sucede así en este texto continuado de San Juan, ya
porque habla solamente del fin de esta misma época, ya porque, entre
el fin de ella y la resurrección y juicio universal nada, se ve intermedio:
Dios hizo descender fuego del cielo, y los tragó. Y el diablo, que las
engañaba, fue metido en el estanque de fuego y de azufre, en donde
también la bestia y el falso profeta serán atormentados día y noche
en los siglos de los siglos. Y vi un grande trono blanco, etc.
[381] Por este último texto que acabamos de copiar (que es el úni-
co de todas las Escrituras canónicas que habla clara y expresamente
del fin de todos los vivientes viadores, y de la resurrección de todos y
juicio universal), se ha sospechado prudentemente que este fuego úl-
timo, que caerá y consumirá todas aquellas gentes atrevidas, las cuales
subirán sobre la anchura de la tierra y cercarán los reales de las san-
tos, y la ciudad amada; que este fuego, digo, será universal en todo
nuestro orbe, y que consumirá en él a todos sus vivientes, desde el
hombre hasta la bestia, y desde los reptiles hasta los peces del mar 1.
Yo también lo he pensado así algunas veces, mas siempre con miedo o
sospecha de la idea contraria, pues esta noticia o circunstancia parti-
cular no la hallo tan clara en el texto sagrado, que me obligue a pasar
los límites de una mera sospecha. No es tan cierto (vuelvo a decir) co-
mo se piensa comúnmente, que este fuego de que habla San Juan, ha-
ya de consumir a todos los vivientes de nuestro globo, pues el texto
habla solamente de aquellos furiosos que, congregados y animados por
el dragón, cercarán los reales de los santos, y la ciudad amada: (Y
sobre ellos) Dios hizo descender fuego del cielo, y los tragó. Mucho
menos puede ser universal a todo nuestro globo, y consumir a todos
sus vivientes aquel fuego de que habla San Pedro 2, que parece el mis-
mo fuego de que se habla en el salmo 17 y 96, pues consta expresa-
mente del mismo texto de este apóstol, que después de este fuego se
debe seguir otra nueva tierra y nuevo cielo, en los que mora la justi-
cia 3, y esto según sus promesas: las cuales promesas de Dios, leídas
en el capítulo 65 de Isaías, versículo 17 (pues no se hallan en otra par-
te), suponen y aun afirman clarísimamente otra idea diametralmente
opuesta; suponen, digo, y aun afirman clarísimamente, que en la nue-
va tierra y nuevo cielo habrá generación y corrupción, habrá vidas lar-
gas y cortas, habrá justicia casi universal, y no faltarán pecados, etc.
Véase lo que sobre esto queda observado en los capítulos 4 y 5 de esta
tercera parte, a donde me remito.

1 Gen. 7, 27.
2 2 Ped. 2, 3.
3 2 Ped. 2, 13.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 14 873

[382] Pues ¿cómo se acabará este mundo y todos sus vivientes?


¿No es cierto y de fe que todo se ha de acabar alguna vez? ¿No es cier-
to y de fe que alguna vez ha de cesar toda generación y corrupción? Sí,
amigo, todo esto es ciertísimo y de fe divina, y yo lo creo y confieso
religiosamente con todos los fieles cristianos; mas el modo y circuns-
tancias particulares con que todo esto debe suceder, yo lo ignoro ab-
solutamente, porque no lo hallo claro en las Escrituras. Por tanto, no
pienso entretenerme en disputas inútiles, que no convienen a la sus-
tancia de mi asunto particular. Lo mismo digo sobre el modo y cir-
cunstancias particulares que leemos en infinitos libros: las buscamos
en el libro de la verdad y no las hallamos. En los Profetas es ciertísi-
mo que nada se halla claro y expreso, exceptuando solamente la sus-
tancia del misterio. En los Evangelios y en todas las Escrituras del
Nuevo Testamento sucede lo mismo, pues lo poco que hay sobre esto
en el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, parece una mera pará-
bola, cuyo fin primario y principal es una doctrina importantísima, y
aun muy necesaria a todos los creyentes, cual es la caridad con el pró-
jimo (según estas expresiones): Que en cuanto lo hicisteis a uno de
estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis…; que en cuanto no
lo hicisteis…, ni a mí lo hicisteis, etc. 1; sobre lo cual hablamos en el
capítulo 8 de la primera parte.
[383] No nos queda, pues, otro lugar más claro ni más expresivo
que el capítulo 20 del Apocalipsis, desde el versículo 7 hasta el fin, en
donde se habla ya con toda claridad, así de la resurrección universal de
todos los individuos del linaje humano (por consiguiente de la muerte
de todos, que ya ha precedido, pues solamente pueden resucitar los
que han pasado por la muerte) como del juicio universal de todos, en
que a todos y a cada uno se le dará la última sentencia irrevocable y
eterna. Como yo no soy capaz de representar estas cosas con la pro-
piedad y viveza con que lo hace San Juan, antes temo con gran razón
obscurecerlas con mis explicaciones o ponderaciones, leed, oh Cristófi-
lo, el texto entero de este Apóstol y último Profeta, y leedlo con toda la
atención y reverencia de que sois capaz, y contentaos con él; pues cier-
tamente no hay en toda la Escritura santa cosa alguna sobre este pun-
to, ni más expresa, ni más clara, ni más viva, ni más definida.
[384] Y vi un grande trono blanco, y uno que estaba sentado so-
bre él, de cuya vista huyó la tierra y el cielo, y no fue hallado el lugar
de ellos 2. Expresión admirable, vivísima y propísima para denotar la
grandeza, la majestad, la soberanía infinita de aquel trono, y del su-
premo Príncipe que en él se sienta; ante cuya presencia, y a cuya vista

1 Mt. 25, 40 y 45.


2 Apoc. 20, 11.
874 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

quisiera huir y esconderse el cielo y la tierra, y todos los que en ellos


habitan; y no hallan dónde: Y no fue hallado el lugar de ellos. Y vi los
muertos, grandes y pequeños, que estaban en pie delante del trono, y
fueron abiertos los libros; y fue abierto otro libro, que es el de la vi-
da; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas
en los libros, según sus obras. Y dio la mar los muertos que estaban
en ella; y la muerte y el infierno dieron los muertos que estaban en
ellos; y fue hecho juicio de cada uno de ellos según sus obras. Y el in-
fierno y la muerte fueron arrojados en el estanque del fuego. Esta es
la muerte segunda. Y el que no fue hallado escrito en el libro de la vi-
da, fue lanzado en el estanque del fuego 1.
[385] Yo creo firmemente con todos los fieles Cristianos todo lo
que aquí leo en su sentido propio, obvio y literal; mas no por eso dejo
de conocer, sin poder dudarlo, que aquí se anuncia únicamente la sus-
tancia del misterio, no su modo ni sus circunstancias particulares. So-
bre este modo y circunstancias, así del fin de todos los vivientes viado-
res, como de la resurrección de todos y juicio universal, ninguno me
importune 2. Como estas cosas particulares no las hallo en la revela-
ción, es preciso que las ignore y que me contente con mi ignorancia.
No obstante, entre estas cosas particulares pertenecientes al mismo
misterio, hallo una sola que no ignoro, ni puedo dejar de conocerla: és-
ta es la circunstancia del tiempo en que el misterio entero debe suce-
der; quiero decir, que el misterio entero, o lo que es lo mismo, la resu-
rrección de todos los individuos del linaje de Adán, el juicio último, la
sentencia última, y la ejecución de esta última sentencia, no pueden
suceder luego inmediatamente en el mismo día natural de la venida en
gloria y majestad de nuestro Señor Jesucristo, porque esta idea repug-
na visible y evidentemente al texto mismo de San Juan. Mucho más
repugna si se considera y examina con todo su contexto, como debe
ser. Y repugna todavía muchísimo más, si se considera unido este mis-
terio y combinado con todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Tes-
tamento. Todo lo cual, como que es el asunto primario y principal de
toda esta obra, hemos venido declarando y tal vez demostrando hasta
el presente misterio, o hasta la resurrección de la carne y juicio univer-
sal. Preguntareis acaso: ¿Qué será después de esto? Esto es lo que úl-
timamente voy a proponer en el capítulo siguiente.

1 Apoc. 20, 12-15.


2 2 Tit. 4, 2.
Capítulo 15
Estado de nuestro orbe terráqueo
y de todo el universo mundo
después de la resurrección
y juicio universal

PÁRRAFO 1
[386] Resucitada toda carne del linaje de Adán, concluido el juicio
universal, y ejecutada la sentencia irrevocable, para unos de vida, para
otros de suplicio eterno, según sus obras; os oigo decir, Cristófilo ami-
go, ¿qué será después de esto? A esta pregunta general, yo no puedo
responder sino con la respuesta también general del mismo Jesucris-
to: Irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna 1. Veo
también que, no satisfecho con estas generalidades, aunque ciertísi-
mas, deseáis saber algunas otras cosas particulares pertenecientes a
este misterio del modo que éstas se pueden ahora saber, esto es, o por
revelación divina, auténtica, expresa y clara, o a lo menos por un buen
raciocinio, o por una prudente conjetura fundada sólidamente en la
misma revelación. Por tanto, me preguntáis entre otras mil cosas estas
tres principales y fundamentales.
Primera
[387] ¿Qué es lo que yo pienso según las Escrituras sobre la suerte
o estado en que quedará nuestro miserable e iniquísimo orbe, en cuya
superficie habitamos, después de la resurrección y juicio universal?
Extendiendo desde aquí vuestra curiosidad a todos los otros orbes in-
numerables que se nos presentan a la vista en una noche serena, luego
al punto que levantamos los ojos desde la tierra al cielo, y esto en cual-
quiera parte de la tierra en que nos hallemos.
Segunda
[388] ¿Qué es lo que yo pienso según las Escrituras sobre el lugar
determinado de todo el universo mundo, donde deberán ir todos los
que resucitaren a vida, para gozar en este lugar determinado o en este

1 Mt. 25, 46.


876 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

paraíso, así de la vista fruitiva de Dios, como de otras cosas accesorias


que les están igualmente prometidas?
Tercera
[389] En consecuencia de estas dos primeras me pedís la última
(que requiere capítulo aparte), es a saber: que os dé en breve y según
las Escrituras una idea verdadera, clara, sensible y perceptible a todos,
sobre la felicidad y bienaventuranza eterna que está prometida a los
que se salvarán, principalmente después de la resurrección universal,
a cada uno según sus obras 1; no tanto (decís con gran razón) sobre su
gloria y bienaventuranza sustancial, que consiste en la fruitiva visión
de Dios y posesión del sumo bien, la cual es inefable e inexplicable,
cuanto sobre aquella gloria y felicidad que llamamos accidental, la cual
compete a nuestra alma, no ya separada del cuerpo, sino unida con él
estrechísimamente; no ya como puramente racional o intelectual, sino
también como sensitiva, por medio de los órganos del cuerpo; no ya en
fin como puro espíritu, sino unida inseparablemente con aquel mismo
cuerpo para el cual fue criada.
[390] ¡Oh amigo mío! Ardua cosa me pides. ¿Quién es capaz en el
estado presente de satisfacer plenamente a estas tres preguntas? Bus-
cad esta plena satisfacción en tantos sapientísimos y eruditísimos que
han tocado estos puntos, y me parece cierto por mi propia experiencia
que no la hallaréis.
PÁRRAFO 2
[391] Empezando por el primer punto, hallareis fácilmente una
gran diversidad de opiniones o modos de pensar, hallaréis una prodi-
giosa multitud de cuestiones que sobre esto se han excitado, y os pare-
cerá todo como un laberinto de donde apenas podréis salir. Si todas o
las más de estas cuestiones inútiles, si todas estas diversas opiniones o
modos de pensar se han fundado sobre algún principio realmente fal-
so, o sobre alguna ciencia física poco fundada, ¿qué queréis que suce-
da? Necesariamente debía suceder así, y efectivamente así ha sucedi-
do. Yo no pienso meterme en este laberinto y perder mi tiempo inú-
tilmente en cosas que no hacen a mi propósito, ni en pro ni en contra.
Sólo quiero considerar en breve tres opiniones principales, la última
de las cuales es la que yo abrazo con ambas manos.
[392] Pensaron unos, y no de ínfima clase, que con la acción del
fuego de que habla San Pedro, quedará nuestro orbe terráqueo perfec-
tamente cristalizado; por consiguiente, diáfano o transparente hasta
cierta distancia de su superficie o circuito hasta su centro. Si pregun-

1 Mt. 26, 27.


PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 877

táis hasta qué distancia, os responden que hasta incluir el limbo de los
párvulos que murieron sin bautismo; porque no es creíble, añaden,
que estas pobres criaturas, que no tuvieron ni pudieron tener pecado
personal, sean condenadas después de su resurrección a perpetuas ti-
nieblas (otros no obstante les dan la sentencia crudelísima de fuego
eterno, aunque no tan activo). Mas la luz y claridad de este gran globo
de cristal no llegará (prosiguen diciendo) hasta el limbo o infierno de
los condenados; porque éstos, por su propia malicia, iniquidad, o pe-
cados personales y voluntarios, no verán lumbre jamás 1. Preguntad
ahora de dónde se ha podido tomar esa noticia tan singular, y esperad
la respuesta por toda la eternidad, o más allá si es posible. Consultad
después de esto este raro fenómeno con los que saben algo de física, es
a saber, si la acción de un fuego el más activo y violento que pueda
imaginarse, por ejemplo el del Etna y Vesubio, etc., será capan de cris-
talizar y dejar perfectamente diáfano o transparente un cuerpo entero,
heterogéneo, de una enorme grandeza, compuesto de diversísimas
materias, unas sólidas, otras líquidas, unas volátiles, otras fijas, unas
que se comprimen, otras que se dilatan a la acción del fuego, otras que
fluyen y se derriten, otras que se endurecen, etc.; y después de un ma-
duro examen sobre estas cosas, así generales como particulares, juz-
gad con buena crítica.
[393] La segunda opinión, que es de muchos antiguos y no anti-
guos, pretenden y sostienen que, así nuestro globo terráqueo como to-
dos los otros globos celestes, luna, sol, planetas, estrellas, etc., volve-
rán después del juicio universal a la nada de donde salieron, o a lo
menos al caos de las fábulas. Fúndase esta opinión en dos o tres luga-
res de la Escritura santa, poco bien meditados o leídos con demasiada
prisa, a los cuales añaden, para mayor confirmación, la autoridad de
algunos filósofos gentiles, y también algunos versos de las Sibilas. Los
lugares de la Escritura son estos: Alzad al cielo vuestros ojos, y mirad
hacia abajo a la tierra; porque los cielos como humo se desharán (o
faltarán, como leen Pagnini, y Vatablo; los LXX leen: El cielo como el
humo fue afirmado), y la tierra como vestidura será gastada, y sus
moradores como estas cosas perecerán; mas mi salud por siempre
será, y mi justicia no faltará (o no será consumida) 2.
[394] En el salmo 101 se dice: En el principio tú, Señor, fundaste
la tierra, y obras de tus manos son los cielos. Ellos perecerán, mas tú
permaneces; y todos se envejecerán como un vestido; y como ropa de
vestir los mudarás, y serán anulados. Mas tú el mismo eres, y tus
años no se acabarán 3. A lo cual aludió el Señor cuando dijo: El cielo y

1 Sal. 48, 20.


2 Is. 51, 6.
3 Sal. 101, 26-28.
878 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán 1. Aquí se vuelve a ci-


tar el texto de San Pedro, segunda epístola, capítulo 3, cuya verdadera
inteligencia, según las Escrituras, queda ya propuesta en otras partes,
especialmente en el capítulo 5 de esta tercera parte, hacia el fin del pá-
rrafo 3, a lo cual nada tenemos que añadir ni que quitar.
[395] A estos pocos lugares de la Escritura santa y tan poco bien
meditados, responden los más y mejores de los intérpretes teólogos, y
yo con ellos, que el sentido que se les pretende dar de perfecta aniquila-
ción o destrucción total, no es ni puede ser su sentido propio, obvio y li-
teral, sino cuando más un sentido puramente gramatical. La diferencia
que hay grande y notable (prosiguen diciendo con suma razón) entre el
sentido propio, obvio y literal de la Escritura santa, y un sentido pura-
mente gramatical, lo podrá bien ignorar el vulgo de los hombres; mas
sería una lástima, por no decir una vergüenza, que también ignorasen
esta suma diferencia, o prescindiesen de ella, los que tienen o deben te-
ner la llave de la ciencia, y estar perfectamente instruidos, o a lo menos
bien iniciados en la facultad o ciencia expositiva; la cual facultad, como
todas las otras, tiene sus voces o términos propios con que explicarse;
las cuales voces o términos entienden al punto los que son de la misma
facultad. Así que los textos citados, lo primero: deben tomarse y enten-
derse literalmente, por semejanza, no por propiedad, pues realmente
hablan por metáforas o semejanzas; el cual modo de hablar ordinario
entre todos los pueblos, tribus y lenguas, es también ordinario entre to-
dos los Profetas de Dios, por ejemplo: Los montes saltaron de gozo
como carneros; y los collados como corderos de ovejas… Mas los ene-
migos del Señor, luego que fueren honrados y ensalzados, serán des-
hechos enteramente como el humo… Porque ellos como heno se seca-
rán prontamente, y como hortaliza y hierbas luego decaerán… Como
polluelo de golondrina así gritaré, gemiré como paloma 2.
[396] Lo segundo: los textos citados por los autores de esta opi-
nión no hablan, ni pueden hablar, de aquellos cielos sólidos que ellos
imaginan, siguiendo las antiquísimas y también falsísimas imagina-
ciones de nuestros mayores (las cuales no se han podido borrar hasta
ahora enteramente); tampoco hablan de los planetas, estrellas, etc.;
sino de la grande atmósfera, que por todas partes circunda el globo en
que habitamos, el cual globo es el que únicamente consideran los Pro-
fetas de Dios.
[397] Lo tercero y principal: los textos citados no hablan afirman-
do absolutamente, sino solo hipotéticamente. Es decir, comparando o
confrontando el ser de todo lo criado con el ser del Criador de todo, y

1 Mt. 24, 35.


2 Sal. 113, 4; 36, 20 y 2; Is. 38 14.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 879

en este confronto diciendo y afirmando que todo lo criado respecto del


Criador es como si no fuese, que todo podrá bien mudarse, alterarse,
corromperse, perecer y aun aniquilarse, si el Criador lo manda; mas el
Criador mismo no, ni su verdad, ni su palabra: El cielo y la tierra pa-
sarán, etc.
[398] En esta inteligencia racional, literal y justísima, confirmada
expresamente por otros lugares de la misma Escritura, que se explican
sobre este mismo asunto particular con toda precisión y claridad, sos-
tienen los más de los doctores, con San Gregorio Magno y San Agustín,
que no ha de haber jamás tal aniquilación, ni destrucción total, ni de
nuestra tierra, ni de lo que vemos sobre nosotros; sino una grande y
bien notable mudanza de mal en bien, o de bueno en mejor, princi-
palmente en todo lo que toca a nuestro globo.
[399] Esta tercera opinión es la que yo abrazo con ambas manos,
porque la hallo conforme a todas las Escrituras, y no pocas veces afir-
mada positiva y absolutamente en términos expresos y clarísimos. En-
tre otros muchos lugares que pudiera citar, y que citaré más adelante,
elijo por ahora este solo que me parece decisivo: Aprendí que todas las
obras que hizo Dios, perseveraron perpetuamente 1. Este solo texto,
aunque no hubiera otros, explica bien, así el texto oscuro de San Pedro,
como los otros dos o tres que citan los aniquiladores. San Gregorio
Magno parece que lo tuvo presente cuando dijo: Los cielos pasan por
aquella imagen que no tienen; mas con todo por su esencia subsisten
para siempre 2. Y San Agustín: Porque este mundo pasará, mudándose
las cosas, no pereciendo del todo… Así que la figura es la que pasa, no
la naturaleza 3. Y en el capítulo 16 añade: Para que el mundo renovado
y mejorado se acomode a los hombres renovados también, y mejora-
dos en la carne 4. Tened bien presente esta sentencia expresa y clara de
estos dos máximos doctores, para no reprenderme ligeramente de no-
vedad en las cosas que voy a proponer y considerar.
PÁRRAFO 3
El lugar determinado donde irán los justos
después de la resurrección universal
[400] Concluido el juicio universal de la manera que se hará (lo cual
no somos por ahora capaces de concebir con ideas claras), dice Jesucris-
to que los justos irán a la vida eterna 5. Sobre estas palabras del Señor,
o sobre este dogma de fe divina, esencial y fundamental en el verdadero

1 Ecl. 3, 14.
2 SAN GREGORIO, lib. 17 Moral. in Job, 5.
3 SAN AGUSTÍN, De Civ. Dei, lib. 20, cap. 14.
4 SAN AGUSTÍN, De Civ. Dei, lib. 20, cap. 16.
5 Mt. 25, 46.
880 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

cristianismo, se pregunta: ¿A dónde, a qué parte o lugar determinado y


material de todo el universo mundo irán los justos ya resucitados a go-
zar de la vida eterna? A esta pregunta veo, Cristófilo, que respondéis al
punto lleno de satisfacción y seguridad, que irán todos al cielo, abando-
nando absolutamente esta miserable tierra, o este valle de lágrimas.
Mas yo os digo, amigo, con toda la formalidad y verdad de que soy ca-
paz, que no entiendo vuestra respuesta. La palabra cielo, en frase de la
Escritura santa, y en frase también de todos los pueblos, tribus y len-
guas, es muy general. Cielo se llama cuanto rodea nuestro orbe y está
fuera de él, no solamente nuestra atmósfera, sino el espacio inmenso
que lo circunda. Así, decimos con gran verdad que la luna, el sol, los pla-
netas y todas las estrellas están en el cielo; y pudiéramos añadir con la
misma propiedad y verdad, que nuestra tierra o nuestro globo terráqueo
está del mismo modo en el cielo; y si no está en el cielo, ¿dónde está?
[401] Para aclarar más vuestra primera repuesta, y acomodarla
más a una pregunta no general sino particular, respondéis lo segundo:
que todos los justos ya resucitados irán al paraíso celestial. Y yo os di-
go con la misma formalidad y verdad, que esta vuestra segunda res-
puesta no es otra cosa que responder por la cuestión. La cuestión rue-
da únicamente sobre el lugar determinado donde irán los justos ya re-
sucitados; y vos respondéis que irán al paraíso celeste. Si han de ir a la
vida eterna, como dice Cristo, es consiguiente y aun necesario que va-
yan a un paraíso celeste, esto es, a una felicidad y gloria que no es po-
sible hallar en nuestra tierra en el estado presente; mas esta palabra
paraíso, o sea paraíso celeste, es tan general e indeterminada, como la
palabra cielo. Paraíso llama la Escritura aquel lugar donde fue trasla-
dado el justo Enoc para que no viese la muerte 1, así como la misma
Escritura llama cielo aquel lugar donde fue conducido en un carro de
fuego el grande Elías, (el que) ha de venir, y restablecerá todas las co-
sas 2. Paraíso llamó Jesucristo, poco antes de espirar en la cruz, al in-
fierno mismo, cuando le dijo al ladrón penitente: Hoy serás conmigo
en el paraíso 3; y es cierto y de fe divina, que Jesucristo este mismo día
(y luego después de él el santo ladrón) descendió a los infiernos 4, y no
salió hasta el tercero día. Conque parece necesario que aquellas dos
palabras generales, cielo y paraíso, se expliquen más, de modo que sa-
tisfagan a la pregunta particular.
[402] Para satisfacer a ésta plenamente, y explicar las dos pala-
bras generalísimas cielo y paraíso, respondéis lo tercero: que todos los
justos ya resucitados irán a gozar de la vida eterna al cielo empíreo.

1 Heb. 11, 5.
2 Mt. 17, 11.
3 Lc. 23, 43.
4 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 881

¡Oh Cristófilo mío! Permitidme que os diga aquí, que con esta palabra
cielo empíreo (palabra griega que significa ígneo o de fuego) preten-
déis explicarme una cosa oscura por otra más oscura; lo que los esco-
lásticos llaman ignotum per ignotius. Este cielo que llamamos empí-
reo, ¿dónde está? ¿Lo ha visto alguno entre los filósofos antiguos o
modernos, ni aun siquiera entre los videntes o Profetas de Dios? ¿Este
cielo es acaso sólido como vaciado de bronce? 1. ¿Es líquido como al-
gún metal derretido, que fluye a la acción de un fuego violentísimo?
Uno y otro suena la palabra empíreo.
[403] Ahora yo busco esta palabra o cosa equivalente en la Escri-
tura santa, y protesto, en verdad, que no la hallo. La busco con gran
deseo y curiosidad en los antiguos Padres y antiguos escritores ecle-
siásticos, no sólo latinos sino griegos, y protesto del mismo modo que
hasta ahora no he podido hallar el menor vestigio; por donde empiezo
a sospechar, y sigo adelante con mi sospecha, de que la palabra cielo
empíreo es más moderna de lo que se piensa; mas esto júzguenlo otros
más eruditos. Lo que únicamente he podido hallar sobre este asunto es
que algunos filósofos antiguos, especialmente Platón, o alguno de sus
innumerables discípulos, así como imaginaron muchos cielos sólidos,
ya tres, ya nueve, ya once, ya más; así imaginaron sobre todos ellos un
cielo altísimo y superior a todos, que llamaron empíreo o ígneo, al cual
consideraron como centro o región del fuego, y también como el alma
o vida de todo el universo, que todo lo anima y vivifica, etc. Los aristo-
télicos imaginaron este mismo empíreo, en cuanto región del fuego,
mucho más cerca de nosotros, pues lo pusieron entre la tierra y la lu-
na, habiendo observado que la llama, si no halla impedimento extrín-
seco, sube siempre hacia lo alto en forma de pirámide; lo cual les pare-
ció que no podía ser por otra causa física, sino por su innata inclina-
ción hacia su propia esfera o región del fuego.
[404] Volviendo a la Escritura santa, que es la autoridad más res-
petable, en ella no se halla otra cosa sobre el asunto que ahora consi-
deramos, sino palabras generales, es a saber: cielo, cielos, cielo del cie-
lo, cielos de los cielos, reino de los cielos; mas estas palabras, cierta-
mente generales e indeterminadas, se hallan bien explicadas en las
mismas Escrituras, y de un modo perfectamente conforme al dogma
de fe divina, y también a la recta razón iluminada con la lucerna de la
fe. Por ejemplo: Tú le oirás desde el cielo, esto es, desde tu alta mora-
da 2, le dice Salomón a Dios: y en el versículo 39: Tú oirás desde el cie-
lo, esto es, desde tu firme morada 3. Esta habitación de Dios firme y
sublime, ¿qué cosa es? ¿Es acaso algún gran palacio, o templo, o cielo

1 Job 37, 18.


2 2 Par. 6, 30.
3 2 Par. 6, 39.
882 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

material, o algún lugar determinado? ¿Acaso no lleno yo el cielo y la


tierra, dice el Señor? 1.
[405] De esta misma habitación de Dios, sublime y firmísima, ha-
bla el Apóstol cuando dice: El que solo tiene inmortalidad, y habita
una luz inaccesible 2. Y en otra parte: Aunque no está lejos de cada
uno de nosotros. Porque en él mismo vivimos, y nos movemos, y so-
mos 3. Lo cual estaba ya dicho con viveza, elegancia, propiedad, sim-
plicidad y verdad, en el salmo 138: Si subiere al cielo, tú allí estás; si
descendiere al infierno, estás presente. Si tomare mis alas al salir el
alba, y habitare en las extremidades de la mar; aun allá me guiará tu
mano, y me asirá tu derecha. Y dije: Tal vez me cubrirán las tinie-
blas; mas la noche me esclarecerá en mis placeres 4. Todo lo cual nos
enseña y predica aquel atributo de fe divina esencial a Dios, que es su
inmensidad o presencia real y verdadera en todo el universo, y en to-
das y en cada una de las partes que lo componen.
[406] No obstante esta idea verdadera y de fe divina, y conforme
también a una razón bien ordenada, os oigo todavía replicar que es
preciso conocer y conceder algún lugar determinado, físico y real, a
donde se manifieste a los bienaventurados la gloria de Dios, o Dios
mismo con toda su gloria, y a donde éstos gocen plenísimamente de su
vista, y sean plena y perfectamente felices, principalmente después de
la resurrección y juicio universal. Este punto de gran importancia ne-
cesita de una gran consideración. Entremos en ella.
PÁRRAFO 4
[407] «Es preciso admitir algún lugar determinado físico y real,
donde Dios se manifieste con toda su gloria a los justos ya resucitados,
y donde éstos lo vean eternamente con visión intuitiva y fruitiva».
[408] Esta proposición, que os parece tan cierta, es puntualmente
lo que yo niego, fundado no solamente en las Escrituras sagradas, sino
también en la razón natural iluminada con la lucerna de la fe. Decís,
sin duda, que esto es demasiado negar, pues este lugar determinado
todos lo admiten; y yo os respondo que padecéis equivocación. El lu-
gar determinado de que hablamos, ni lo admiten todos, ni muchos, ni
ninguno; solamente lo imaginan o se lo figuran; y esta figura o imagi-
nación es lo que llaman los ascéticos composición de lugar; la cual es
buena y conducentísima en la meditación para fijar en alguna cosa o
lugar determinado nuestra inquieta, vaga e inconstante imaginación.

1 Jer. 23, 24.


2 1 Tim. 6, 16.
3 Act. 17, 27-28.
4 Sal. 138, 8-11.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 883

Mas este lugar determinado es ciertísimo que la misma imaginación lo


finge y compone a su modo, esto es, según el talento o gusto de cada
uno. De esta composición de lugar tuvo sin duda su origen aquella
imagen de la gloria que nos ofrecen los pintores, buena en sí misma,
edificativa y suficiente respecto del grado de oscuridad e ignorancia en
que actualmente nos hallamos. Mas esta imagen o este lugar, eviden-
temente compuesto por nosotros mismos (y que hemos pedido presta-
do a las mejores fiestas, músicas y alegrías publicas que hemos visto y
oído en nuestra tierra, y tal vez al capítulo 4 del Apocalipsis), ¿es acaso
y será eternamente algún lugar determinado del cielo físico y real? Es-
to es, oh Cristófilo, lo que os vuelvo a negar.
[409] Y para haceros tocar con las manos vuestra insigne equivo-
cación, permitidme que os haga, sobre el punto particular que ahora
tratamos, una sola pregunta, esperando de vuestra bondad una res-
puesta categórica.
[410] Es preciso, decís, admitir algún lugar determinado, físico y
real, donde se manifieste a los bienaventurados, así ahora como des-
pués de la resurrección universal, la gloria de Dios y Dios mismo, y
donde éstos lo vean y gocen eternamente.
[411] Bien. En esta suposición, yo os pido ahora que me señaléis
con el índice o con ambas manos, o con ojos y manos, este lugar de-
terminado del cielo, dónde está o debe estar este paraíso felicísimo por
toda la eternidad. A esta simple pregunta, como todavía no compren-
déis bien mis intenciones secretas, me respondéis al punto, simple y
sinceramente (levantando los ojos y las manos hacia lo más alto del
cielo), que está en vuestro cenit y en todas sus cercanías. Habiendo oí-
do y entendido bien vuestra respuesta, doy luego sin poder contener-
me, una gran voz que se oye por toda la tierra, hasta los términos de la
redondez de la tierra 1, pidiendo a todos sus habitadores creyentes de
toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación 2, que respondan a mi pregun-
ta; y veo y oigo, con grande admiración, que todos, sin faltar uno solo,
me responden lo mismo que vos. Todos y cada uno, levantando los
ojos y las manos hacia lo más alto del cielo, me señalan el mismo lugar
físico y real. Mas yo reparo, y es bien fácil de reparar, que este lugar fí-
sico y real que todos me señalan, aunque parece uno mismo respecti-
vamente, mas en realidad cada pueblo, tribu, lengua, y aun cada indi-
viduo, me señala un lugar absolutamente diverso de todos los otros.
¿No me entendéis?
[412] Empecemos por vos mismo. Vos me señaláis vuestro cenit o
el punto perpendicular de vuestra cabeza; no podéis señalar otro, pues

1 Sal. 71, 8.
2 Apoc. 5, 9.
884 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

todos los demás puntos de todo el orbe universo alrededor os parecen


inferiores a vuestro cenit, y por eso ajenos y poco dignos de vuestra
atención y consideración. Sólo el punto perpendicular a vuestra cabeza
y todas sus cercanías es el lugar del cielo, que os contenta y satisface
plenamente.
[413] Ahora bien, para que nos entendamos mejor y abonemos
muchas palabras y disputas inútiles, yo os convido, amigo carísimo, a
un paseo que voy a hacer, y que quisiera hacerlo en vuestra compañía:
paseo fácil, brevísimo y nada molesto. Os parecerá al principio muy di-
latado, y no obstante lo hemos de hacer en pocos minutos. Venid con-
migo, Cristófilo, sin miedo ni recelo. Vamos a divertirnos por este
mundo, dando una vuelta entera a todo nuestro orbe terráqueo. No
hay que temer enemigos, ni tempestades, ni peligros, ni incomodida-
des, por mar ni por tierra. Este viaje lo hemos de hacer sin movernos
corporalmente del lugar en que estamos. Nos basta nuestra sola ima-
ginación regulada por la recta razón, según ciencia. Para esto ponga-
mos los ojos y consideremos con alguna atención la figura que nos sale
al encuentro en la foja siguiente. Si ésta es inútil para vos mismo, pue-
de ser bien necesaria o a lo menos conducente para otras personas de
otra clase, pues a todos somos deudores.
[414] En medio de esta figura veis nuestro orbe terráqueo A B C D.
En el punto A en que nos hallamos, me habéis mostrado ya, y me mos-
tráis confiadamente, el lugar determinado, físico y real, donde se debe
mostrar a los santos por toda la eternidad la gloria de Dios y Dios mis-
mo: esto es, el punto A superior a todas las estrellas, y perpendicular al
lugar en que nos hallamos, ¿no es así? Pasemos ahora del punto A al
punto B. Habiendo llegado a este punto, os hago aquí la pregunta, y os
veo levantar las manos y los ojos hacia otro cenit, mostrándome el lu-
gar determinado de que hablamos: esto es, el punto altísimo B, 90
grados distante del punto A. Sin hacer aquí reflexión alguna ni dete-
nernos, pasemos adelante, y caminemos otros 90 grados hasta llegar
al punto C. Llegados a este punto os vuelvo a preguntar lo mismo que
en los antecedentes, y me respondéis lo mismo, mostrándome por lu-
gar determinado de la gloria vuestro cenit actual; éste es el altísimo
punto C.
[415] Mas advertid, amigo, que el punto en que nos hallamos es
diametralmente opuesto al punto A de donde partimos tres minutos ha.
[416] En el primer minuto me mostrasteis con ojos y manos el
punto A; en el segundo el punto B; en el tercero el punto C, antípoda
del punto A. Si caminamos otro minuto mas, me mostraréis el punto
D, antípoda del punto B por donde hemos pasado. ¿No lo veis con
vuestros ojos? ¿Podéis dejar de comprenderlo?
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 885

[417] Síguese de aquí evidentemente, que el lugar determinado de


que hablamos debe estar al mismo tiempo en los cuatro puntos cardi-
nales A B C D; por consiguiente, en todos los innumerables puntos in-
termedios, pues no hay más razón para uno que para otro; y si esto es
así, deberá reducirse vuestro lugar determinado a toda la convexidad
inmensa, o a toda la superficie externa de un cielo sólido, que abraza
dentro de su concavidad todo el universo. Luego no hay tal lugar de-
terminado, luego todo es una pura imaginación, o composición de lu-
gar, etc.
PÁRRAFO 5
[418] Después de todo esto que acabamos de considerar, veo, mi
Cristófilo, que todavía no quedáis satisfecho. Os hace todavía gran
fuerza un texto del Apóstol, y dos o tres de los Profetas, los cuales de-
cís (no se sabe con qué razón) vieron en espíritu el paraíso celestial, o
el lugar determinado donde Dios se manifiesta a sus ángeles y santos,
etc. A esta pequeña dificultad me reconozco obligado, y confieso que
debo responder de un modo simple, claro y perceptible.
[419] En primer lugar: el texto de San Pablo hablando de sus vi-
siones y revelaciones, es éste: Conozco a un hombre en Cristo, que ca-
torce años ha fue arrebatado (si fue en el cuerpo, no lo sé, o si fuera
del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe) hasta el tercer cielo. Y conozco a es-
te tal hombre… que fue arrebatado al paraíso 1. De aquí concluís con
más que mediana ligereza, que el paraíso celestial, o el lugar determi-
nado, físico y real donde Dios se manifiesta ahora, y se manifestará
eternamente a los ángeles y santos, etc., debe estar en el tercer cielo.
Mas como os avergonzáis ya de aquella multitud de cielos sólidos,
unos sobre otros y todos trasparentes, que imaginaron los antiguos,
ahora veo que en lugar de ellos imagináis sólo tres, los dos primeros
fluidos o líquidos, y el tercero sólido. El primero llamáis aéreo, esto es,
toda la atmósfera que circunda por todas partes nuestro orbe terrá-
queo, y no hay ya duda de que esta atmósfera se llama frecuentemente
cielo en la Escritura santa, así como se le da este nombre en todos los
pueblos y naciones, cada uno conforme a su lengua 2. El segundo que
llamáis etéreo, ¿cual es éste? Es, decís, todo el espacio inmenso e inde-
finido donde habitan y nadan la luna, el sol, los planetas, los cometas,
las estrellas sin número, etc. El tercero, superior a todos, es el que lla-
máis cielo empíreo, mas allá del cual no hay cosa alguna.
[420] Mas todo esto, amigo mío, ¿qué otra cosa es, sino suponer y
afirmar sin prueba alguna lo mismo que disputamos? Nuestra presen-

1 2 Cor. 12, 2-4.


2 Gen. 10, 5.
886 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

te controversia rueda únicamente sobre un punto de apoyo, a saber, si


hay en la naturaleza un cielo sólido, altísimo, ígneo, o sea lúcido, su-
perior a todo lo criado material, en cuya superficie externa, o convexi-
dad inmensa o inmensurable haya un lugar determinado, o un paraíso
donde se manifieste a los bienaventurados la gloria de Dios y Dios
mismo. Y vos me respondéis distinguiendo tres cielos, aéreo, etéreo, y
empíreo: los dos primeros fluidos, y el tercero sólido. Mas todo esto,
¿sobre qué fundamento? ¿Sobre qué revelación auténtica y clara? ¿So-
bre qué buena física? ¿No os he negado ya vuestro cielo platónico que
llaman empíreo? ¿Con qué buenas razones lo probáis de nuevo? Sólo
con suponerlo, e imaginarlo, y después afirmarlo.
[421] Fuera de esto, hagamos aquí como de paso una brevísima
reflexión. El primer cielo decís que es el aéreo o la atmósfera de nues-
tro globo, pues así se llama frecuentísimamente en la Escritura santa;
como cuando se dice: Nubes del cielo, aves del cielo, etc. ¿Y pensáis,
amigo, que en todo el universo mundo no hay más atmósfera que la
nuestra? Consultad este punto con los que saben algo de astronomía
física, y os darán una gran lista de otras innumerables atmósferas, o de
otros cielos aéreos análogos al nuestro. Primera: la atmósfera de la lu-
na (si es que la tiene, como pretenden muchos modernos, y si la tiene
será tenuísima, según mi pobre juicio); segunda, la de Venus, tercer
cielo de los antiguos; tercera, la de Mercurio; cuarta, la del Sol, que pa-
rece indubitable, ni se ha hallado hasta ahora otra causa de las auroras
boreales, o de las australes, que de todo hay en ambos hemisferios;
quinta, la de Marte; sexta, de Júpiter; séptima, la de Saturno. A las
cuales se pueden añadir dentro de nuestro sistema planetario otras
nueve más (si acaso no hay otras atmósferas): cuatro de las lunas, que
llaman satélites de Júpiter, y cinco de Saturno; fuera de las grandes y
prodigiosas atmósferas de los cometas (cuyo número nadie sabe), cu-
ya prodigiosa extensión se deja ver cuando se acercan algo a nuestro
globo.
[422] Si de aquí subimos más arriba, por cualquiera punto que
sea de este globo nuestro en cuya superficie habitamos; si nos mete-
mos con nuestra consideración en el océano inmenso de las estrellas
que llamamos fijas, ¡oh Dios, qué cosas no hallamos! ¡Oh, qué infini-
dad de globos que nadan en el éter, como nada el nuestro, y qué infi-
nidad de atmósferas análogas a nuestra atmósfera! De aquí se sigue,
por una ilación racional y justísima, que vuestros cielos aéreo y eté-
reo, o son uno mismo en la sustancia, con diversos nombres y bajo
diversa consideración, o son cielos ciertamente infinitos e innumera-
bles. Y de vuestro tercer cielo sólido, platónico y superior a todos,
¿qué queréis que os diga, carísimo Cristófilo, sino que es un cielo su-
puesto e imaginario?
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 887

[423] Con la distinción de vuestros tres cielos aéreo, etéreo y em-


píreo, que me ha sido preciso oír y meditar, casi me había olvidado del
texto de San Pablo sobre que empezamos a discurrir. Respondo, pues,
a esta pequeña dificultad (y junto con ella a la que se toma sin apa-
riencia de razón de dos o tres lugares de los Profetas), que el doctor y
Maestro de las Gentes escribió una epístola a los Cristianos de Corinto,
ciudad en aquel tiempo grande y una de las principales de la Grecia, y
se acomodó prudentísimamente (como siempre lo hacia en otros asun-
tos indiferentes que no pertenecían a su ministerio), se acomodó, digo,
prudentísimamente al modo de pensar de los mismos Corintios sobre
su sistema de los cielos. No podéis ignorar, si sabéis algo de historia
antigua, que en la Grecia, donde tanto florecieron las artes y las cien-
cias, hubo varias academias, y no en todas se enseñaban unas mismas
doctrinas, o se seguían unas mismas opiniones, principalmente sobre
el sistema celeste. En unas se enseñaban o imaginaban siete cielos; en
otras ocho, y sobre el octavo los campos elíseos; en otras nueve; en
otras once; y en otras sólo tres, aunque sólidos. Si en Corinto se seguía
esta última opinión, y suponían sobre el tercero los campos elíseos, o
el paraíso a su modo, ¿qué mucho que el sapientísimo y prudentísimo
Apóstol les hablase en su lenguaje, o según su propia opinión? ¿No
habló del mismo modo a los Atenienses cuando les dijo: A aquel pues,
que vosotros adoráis sin conocerlo, ese es el que yo os anuncio? 1. ¿No
les dice a los Romanos: Al que es flaco en la fe (o en la opinión), sobre-
llevadlo, no en contestaciones de opiniones… Cada uno abunde en su
sentido 2.
[424] Fuera de que es ciertísimo y bien digno de nuestra conside-
ración, que en cosas puramente físicas que no pertenecen a la religión,
ni al dogma, ni a la moral, todos los escritores sagrados hablaron siem-
pre como habla el pueblo, y éste hablaba como se hablaba en otras na-
ciones; ni el Espíritu santo enseñó jamás alguna verdad de pura física
a ninguno de sus Profetas. Así que hablaron de los cielos y de los cuer-
pos celestes, no como son en la realidad, sino como aparecen a nues-
tros ojos; lo cual es preciso reconocer y confesar, so pena de gravísi-
mos inconvenientes. San Jerónimo, sobre el capítulo 28 de Jeremías,
dice estas palabras: En la Escritura santa se dicen muchas cosas se-
gún la opinión de aquel tiempo en que se refieren los hechos, y no se-
gún lo exigía la verdad de la cosa 3. Si esta sentencia de este sapientí-
simo doctor es verdadera (como yo la tengo por tal), lo es principal y
tal vez únicamente en cosas de pura física, en que el Espíritu Santo,
que habló por los Profetas, ha observado siempre un profundísimo si-

1 Act. 17, 23.


2 Rom. 14, 1 y 5.
3 SAN JERÓNIMO, in cap. 28 Jerem.
888 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

lencio, dejándolas todas a la ocupación y disputas de los nombres: Vi


la aflicción que dio Dios a los hijos de los hombres, para que se llenen
de ella (dice el más sabio de los hombres): todas las cosas hizo buenas
en su tiempo, y entregó el mundo a la disputa de ellos 1.
[425] La respuesta a tres o cuatro lugares que citáis de los Profe-
tas, y aun del Apocalipsis, es mucho más fácil. Estos, decís, vieron en
no sé qué lugar determinado la gloria de Dios, y a Dios mismo rodeado
de innumerables ángeles, sentado sobre un solio alto y elevado 2: co-
mo dice Isaías, capítulo 6; Daniel, capítulo 7; Ezequiel, capítulo 1; y
San Juan en varias partes de su Apocalipsis, especialmente en el capí-
tulo 4 y 5. Mas ¿ignoráis, oh Cristófilo, que todas o casi todas las visio-
nes de los Profetas de Dios fueron visiones imaginarias? Si acaso no
entendéis bien lo que quiere decir visión imaginaria, consultadlo con
espíritu humilde, con los maestros de la vida espiritual. Os responde-
rán todos unánimemente, lo primero: que se llama visión imaginaria,
no porque el Profeta o vidente se la forme a sí mismo, o se la imagine,
o componga, sino porque el mismo Espíritu de Dios se la propone y
hace ver al alma, por figuras o imágenes análogas a las que le han en-
trado ya por las puertas de los sentidos. Estas imágenes, como enseña
la admirable doctora mística santa Teresa, no son imágenes muertas
semejantes a una pintura o a una estatua, sino imágenes vivas, cuya
diferencia realmente infinita no puede dejar de conocer el alma, etc. Sé
que de estas cosas se ríen muchísimos sabios en sí mismos 3; mas tam-
bién sé que es verdadera y constantemente probada por larga expe-
riencia aquella sentencia del Apóstol: El hombre animal no percibe
aquellas cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son una locura,
y no las puede entender, por cuanto se juzgan espiritualmente 4.
[426] Os dirán lo segundo los maestros de espíritu: que esta visión
imaginaria es mucho más clara que la visión corporal. Lo tercero: que
es y ha sido siempre la más común y ordinaria, pues la visión pura-
mente intelectual sin imagen alguna, por el mismo caso que es la más
alta y perfecta, es también rarísima, y mucho más rara la que se hace
por los ojos corporales. Lo cuarto: que el alma no puede dejar de verla
cuando Dios se la pone delante, ni puede ver más ni menos de aquello
que se le da a ver. Lo quinto, en suma: que para ver grandes visiones,
sean las que fueren, no tiene el alma necesidad de salir del cuerpo, ni
de llevárselo consigo; sino de abstraerse de toda otra cosa, y atender
inevitablemente a lo que tiene delante, y también a la inteligencia de
ello, si se le da. Ya veis que aquí hablo solamente de visiones, no de re-

1 Ecl. 3, 10-11.
2 Is. 6, 1.
3 Rom. 11, 25.
4 1 Cor. 2, 14.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 15 889

velaciones, o inspiraciones, o locuciones internas, que es cosa muy di-


versa de la visión. En esta, así como las cosas que se ven son imágenes,
así lo es el lugar donde se ven; el cual lugar varía según las circunstan-
cias. Conque el argumento tomado del rapto de San Pablo, y de tal o
cual lugar de los Profetas, nada prueba a favor de un lugar determina-
do, físico y real, en donde deba manifestarse eternamente a los ángeles
y santos la gloria de Dios y Dios mismo.
[427] Queda todavía otra dificultad, sobre la cual debemos decir
cuatro palabras. La humanidad santísima de Cristo, o el Hombre Dios,
decís con suma razón, es de fe divina que después de muerto y resuci-
tado subió al cielo, o a los cielos, en donde está sentado a la diestra de
Dios Padre 1. Ahora bien, este Hombre Dios no es como un espíritu, o
más bien no es un puro espíritu, que el espíritu no tiene carne ni hue-
sos 2: es necesario que ocupe físicamente algún lugar determinado,
digno de su grandeza. Del mismo modo la santísima Virgen María y
los otros santos que resucitaron con Cristo, deben ocupar algún lugar
material y determinado. Este lugar, ¿cuál es? ¿dónde está? Mas la ciu-
dad santa y nueva de Jerusalén, que algún día ha de bajar del cielo a
nuestra tierra, y que actualmente se está todavía edificando de vivas…
y escogidas piedras, ¿dónde está? ¿en qué lugar del cielo se está edifi-
cando y construyendo este gran edificio?
[428] A esta dificultad se responde en breve: que la santa y celes-
tial Jerusalén se está edificando muchos días ha de vivas… y escogidas
piedras 3, en el mismo lugar donde está Jesucristo. Por consiguiente,
la santísima Virgen María, madre de este Hombre Dios, ya resucitada,
los otros santos que resucitaron junto con Cristo, y toda la turba gran-
dísima que ninguno podía contar 4, que han entrado hasta ahora, y
entrarán en adelante en la vida, están donde está Jesucristo, su reden-
tor y autor de su salud eterna 5. Y Jesucristo mismo (volvéis a decir y
replicar), ¿dónde está? Esto último, Cristófilo mío (si se habla de algún
lugar determinado, que es el punto particular y único sobre que actual-
mente disputamos), esto último, vuelvo a decir, yo no lo sé, ni vos, ni
ninguno de cuantos viven sobre la tierra. Solamente sé, y esto con
ciencia ciertísima, que Jesucristo, desde el día de su admirable ascen-
sión a los cielos, ha estado, está actualmente y estará en adelante don-
de quisiere estar. ¿Dónde ha estado, dónde está y estará eternamente?
En la gloria de su Padre 6, a la diestra de Dios Padre 7, a la diestra de

1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
2 Lc. 24, 39.
3 1 Ped. 2, 4-6.
4 Apoc. 7, 9.
5 Heb. 5, 9.
6 Mt. 16, 27; Mc. 8, 38.
7 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
890 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Dios 1, a la diestra de la virtud de Dios, etc. 2; y allí mismo está y estará


eternamente con toda su corte (por ahora parte en cuerpo y parte en so-
lo espíritu, y de la general resurrección todos en espíritu y en cuerpo).
Esta corte, compuesta toda de hijos de Dios y hermanos de Cristo, unos
grandes, otros menores, otros mínimos, cada uno según sus obras, go-
za actualmente (y gozará eternamente en cualquiera parte del universo
en que se hallare, junta o dividida) de la visión beatifica, o del sumo
bien: y todos y cada uno en cualquiera parte del universo, son ahora, y
serán eternamente bienaventurados. ¿No es esto una verdad?
[429] Pues ¿con qué razón queréis encerrar al Hombre Dios, no só-
lo ahora, sino eternamente, y junto con él a todos sus ángeles y santos,
en un solo lugar determinado del cielo, que vos mismo habéis imagi-
nado? ¿No es dueño de todo? ¿No se ha hecho todo por él, y para él, y
por respecto de él? La composición de lugar buena es en sí misma, y
bonísima en la meditación de la gloria. Usad de ella, amigo mío, pues
nadie os lo prohíbe o impide, como la han usado tantos hombres jus-
tos y espirituales, y yo con ellos aunque pecador; mas si pretendéis que
este lugar particular y determinado, que vos mismo habéis compuesto
y ordenado a vuestro gusto, deba ser ahora y eternamente el lugar úni-
co, verdadero, físico y real, donde Dios se manifiesta ahora y se mani-
festará eternamente a sus ángeles y santos, etc., debo deciros amiga-
blemente que vuestra pretensión es irregular, por no decir injusta. Me
contenta mucho más lo que dice San Pablo: El que descendió, ése
mismo es el que subió sobre todos los cielos, para llenar todas las co-
sas 3. Si este, para llenar todas las cosas, se hace, o se está haciendo
actualmente, o si se hará solamente después de la resurrección univer-
sal, yo no sé. Me parece que se hace actualmente, y que después se ha-
rá en su último grado de perfección.
[430] Me queda ahora que considerar vuestra última petición, la
cual, por su inmensa extensión, necesita de un capítulo separado.

1 Act. 7, 55.
2 Lc. 22, 69.
3 Ef. 4, 10.
Capítulo 16
Idea general de la bienaventuranza eterna
de todos los justos después de la
resurrección y juicio universal

PÁRRAFO 1
[431] Esta idea general, realmente magnífica, aunque sensible y
perceptible a toda suerte de gentes por su misma simplicidad, des-
ciende o se sigue naturalmente de todo lo que acabamos de decir. Si no
hay lugar alguno determinado en todo el universo donde se deba ma-
nifestar a los ángeles y santos la gloria de Dios, ni ahora, ni después de
la resurrección universal; luego deberá ser todo el universo mundo, y
todos los cuerpos innumerables que lo componen, sin excepción algu-
na, aun entrando en este número nuestro miserable e iniquísimo orbe
terráqueo; luego deberá ser indeterminadamente todo lugar. En efec-
to, éste es nuestro sistema, porque éste nos parece el verdadero siste-
ma de la Escritura santa. Vamos por partes.
[432] San Pablo, el Doctor y Maestro de las Gentes (tocando estos
mismos puntos que ahora tocamos), dice, lo primero: que Jesucristo
está constituido por su divino Padre heredero de todo lo criado; pues
por él, y para él, y por respeto de él, se ha hecho todo: Al cual consti-
tuyó heredero de todo, por quien hizo también las siglos… por quien
son todas las cosas, y para quien son todas las cosas 1. Lo cual repite
San Juan en el principio de su Evangelio: Todas las cosas fueron he-
chas por él, y nada de lo que fue hecho, se hizo sin él 2.
[433] Dice el Apóstol, lo segundo: que debe llegar algún día en que
todo lo criado se sujete entera y perfectamente a este Hombre Dios,
por quien son todas las cosas, y para quien son todas las cosas… En
esto mismo de haber sometido a él todas las cosas, ninguna dejó que
no fuese sometida a él. Mas ahora aún no vemos todas las cosas so-
metidas a él 3. Y en otra parte: Y cuando todo le estuviere sujeto, en-
tonces aun el mismo Hijo estará sometido a aquél que sometió a él
todas las cosas, para que Dios sea todo en todos 4. Es decir: cuando

1 Heb. 1, 2; 2, 10.
2 Jn. 1, 3.
3 Heb. 2, 10 y 8.
4 1 Cor. 15, 28.
892 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

todas las cosas (sin excepción alguna) se sujetaren a él plena y perfec-


tamente, entonces el Hijo natural de Dios hecho Hombre, o el Hombre
Dios como Hermano mayor, como cabeza de todos los justos y causa
de su justicia, se sujetará junto con ellos y haciendo un mismo cuerpo,
a su divino Padre, que sometió a él todas las cosas, para que éste sea
eternamente todo en todos. A lo cual añade San Juan: Carísimos, aho-
ra somos hijos de Dios, y no aparece aún lo que habemos de ser. Sa-
bemos que cuando él apareciere seremos semejantes a él, por cuanto
nosotros le veremos así como él es. Y todo aquel que tiene esta espe-
ranza en él, se santifica a sí mismo, así como él es santo 1.
[434] Dice San Pablo, lo tercero: que todos los hijos adoptivos de
Dios, como hermanos de Jesucristo y conformes a él, unos más, otros
menos, serán también herederos de Dios, y coherederos con el Hijo
mayor, que es Jesucristo: Y si hijos, también herederos: herederos ver-
daderamente de Dios, y coherederos de Cristo; pero si padecemos con
él, para que seamos también glorificados con él 2. De aquí se sigue na-
turalmente que, siendo él Hermano mayor heredero y Señor de todas
las cosas, sin excepción alguna, deberán también serlo a proporción
todos los coherederos. Es verdad que entre estos coherederos habrá
una infinita diversidad, según los méritos de cada uno. Unos serán
máximos, otros grandes, otros medianos, otros menores, y los más
mínimos; mas como la caridad, que es el vínculo de la perfección 3, es-
tará entonces en el grado más perfecto a que puede llegar, no habrá ni
podrá haber, entre tantos hijos de Dios, aquella fría palabra: mío y
tuyo; sino que será tuyo lo que es mío, y mío lo que es tuyo; lo que es
de todos será de cada uno, y lo que es de Cristo será de todos: Dios se-
rá todo en todos 4.
[435] Si yo, por ejemplo, entro en la vida como lo espero, no sola-
mente me gozaré por el grado ínfimo de gloria que se me ha dado (co-
nociendo bien que es infinitamente superior a mis pequeñísimos méri-
tos), sino también me gozaré en gran manera 5 de ver infinitos otros
superiores a mí, y alabaré en todos y en cada uno la infinita justicia,
santidad y liberalidad de Dios omnipotente; y por tanto, gozaré de al-
gún modo de lo que ellos gozan, y en cierto modo lo haré propio mío.
Esto mismo me sucederá, y con efectos sin comparación más vivos y
más fruitivos, viendo y considerando la inmensa grandeza, dignidad y
gloria del Hombre Dios, mi Príncipe, mi Rey y mi Hermano mayor, a
quien debo toda mi felicidad, y a quien amo con todo el amor de que

1 1 Jn. 3, 2-3.
2 Rom. 8, 17.
3 Col. 3, 14.
4 1 Cor. 15, 28.
5 Mt. 2, 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 893

soy capaz, etc. Esta idea general, aunque apenas tocada brevísima-
mente, me parece verdadera, racional y justísima por todos sus aspec-
tos. Vengamos ahora a lo particular, principalmente sobre la gloria
que llamamos accidental.
PÁRRAFO 2
Extensión y grandeza material del reino de Dios
o del reino de los cielos
[436] Para que podamos hacer algún digno concepto de la gran-
deza y extensión del reino de los cielos, y del reino de Dios y de su fe-
licidad (por ahora incomprensible aun mirando solamente su acceso-
rio, accidental y material, etc.), levantad, oh Cristófilo, vuestros ojos
de la tierra al cielo, y esto en cualquier lugar, o país, o tribu, o pueblo,
o lengua donde os hallareis, o sea en el austro, o en el aquilón, o sea en
el oriente, o en el occidente, etc.: Alza tus ojos alrededor, y mira 1.
¿Qué os cuesta levantar los ojos hacia lo alto una noche serena? Ha-
biendo visto y contemplado por espacio de un cuarto de hora este es-
pectáculo magnífico, os vuelvo a decir: Mira al cielo, y cuenta las es-
trellas, si puedes 2.
[437] Me diréis acaso, que ya éstas están contadas y puestas en
exactísimos catálogos por los más diligentes observadores, los cuales
apenas han hallado tres mil en ambos hemisferios. Preguntad ahora a
estos mismos sabios, si realmente no hay más estrellas que las que se
hallan en sus catálogos, y os responderán todos unánimemente que és-
tas, respecto de las que quedan, no son sino como tres gotas de agua
respecto de todo el océano. Y en efecto, así es. Nuestros ojos por sí
mismos alcanzan poco, si no son ayudados de algún instrumento arti-
ficial. Pues con este instrumento que llamamos telescopio (invención
admirable que nos ha revelado millones de secretos), observad el cielo
en cualquiera parte que sea; hallaréis vuestro vidrio tan lleno de nue-
vas estrellas, que quedareis atónito y como en éxtasis, a vista de tantos
cuerpos luminosos, que antes se ocultaban a vuestros ojos.
[438] Yo me acuerdo bien que en sola la espada de Orión, com-
puesta de tres estrellas que mis paisanos llaman las tres Marías, y en el
espacio aparente que éstas dejan entre sí, conté una vez hasta 42, y es-
to usando de un telescopio apenas digno de este nombre, pues su vi-
drio objético no llegaba a ocho pies de foco. Casi otro tanto me sucedió
con las Híadas y Pléyadas, y generalmente en cualquiera parte del cie-
lo hacia donde enderezaba mi pequeño instrumento. Otros observado-
res, con telescopios sin comparación mayores y mejores, han visto mu-

1 Is. 49, 18; 60, 4.


2 Gen. 15, 5.
894 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

cho más sin comparación. De lo cual han concluido, con suma razón,
que el mundo universo, si no es infinitamente extenso, a lo menos lo
es indefinidamente; y sus verdaderos límites sólo puede saberlos el
Criador de todo, que cuenta la muchedumbre de las estrellas, y las
llama a todas ellas por sus nombres 1.
[439] Paremos ahora un momento en la contemplación de todas
estas cosas. Si consultamos sobre ellas a los más sabios y diligentes ob-
servadores, no digo solamente puros filósofos, sino filósofos cristia-
nos, religiosos y píos, nos responden, lo primero: que la multitud de
los cuerpos celestes es verdaderamente incomprensible. Los mejores
telescopios que hasta ahora se han podido construir, por ejemplo de
50, de 100 y aun de 200 pies, nos descubren ciertamente un campo
inmenso sobre todo cuanto se había imaginado. Y no obstante, debe-
mos suponer y confesar racional y religiosamente que estos admira-
bles instrumentos, como obras del ingenio y manos del hombre, no es
posible que alcancen a revelarnos todas las obras del Altísimo. Cuando
pensamos haber penetrado muy adentro, tal vez apenas hemos pasado
de la superficie.
[440] Nos responden, lo segundo: que todos los innumerables
cuerpos celestes, que llamamos estrellas, deben ser luminosos por sí
mismos, pues en la distancia prodigiosa en que se hallan respecto de
nuestro sol, no pueden recibir de él tanta luz que puedan reflectarla a
nosotros con tanta claridad y brillantez. Lo tercero: que la grandeza de
estos innumerables cuerpos brillantes debe ser a lo menos tanta cuan-
ta es la del sol que nos alumbra; pues está demostrado por muchísi-
mos astrónomos insignes después de Huijens, que nuestro sol, puesto
en la distancia en que está respecto de nosotros la estrella Sirus, se
viera tan pequeño como ella; y puesto en la distancia de cualquiera
otra estrella, se vería a proporción como ella se ve; y puesto en la dis-
tancia de las que no se ven, no se vería.
[441] Lo cuarto: que la distancia de una estrella a otra debe ser
igual poco más o menos, siguiendo la analogía, de la que hay de nues-
tro sol a la estrella más vecina, que parece Sirus. ¿Qué distancia es és-
ta? Si se habla de una distancia geométrica y precisa, confiesan todos
sinceramente que es imposible determinarla: no alcanza a tanto la tri-
gonometría, ni el cálculo, pues no habiendo paralaje, no puede haber
principio cierto sobre que estribar. Mas si se habla por una conjetura
racional, fundada en buenas razones de congruencia, y fortificadas por
el cálculo mismo, se puede (dicen) asegurar que la distancia de nues-
tro sol a la estrella Sirus puede ser mayor, pero no menor, que la que
hallaron Huijens y Casani, y después de estos dos sapientísimos astró-

1 Sal. 146, 4.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 895

nomos, otros muchos que los han imitado; es a saber, no puede ser
menor la distancia de nuestro sol a la estrella Sirus, que 27 millones de
leguas; otros suben hasta 60 millones; y los más modernos hasta 200
millones de leguas.
[442] Responden, lo quinto: que estas estrellas luminosas por sí
mismas, y tan distantes la una de la otra como lo está el sol de la más
cercana, no pueden estar ociosas, esto es, no pueden gozar ellas solas
inútilmente de su luz y calor. Parece que deben comunicarlo sin esca-
sez a otros cuerpos fríos y opacos por sí mismos, así como lo hace cier-
tisímamente nuestro sol. Este alumbra y fomenta cuando menos a die-
ciséis globos opacos y fríos en sí mismos, como son Mercurio, Venus,
nuestra Tierra, Marte, Júpiter y Saturno, y fuera de estos seis globos
primarios, alumbra también y fomenta evidentemente a nuestro saté-
lite, que llamamos Luna, a los cuatro satélites de Júpiter, y a los cinco
de Saturno, con su anillo que rodea y se cree compuesto de millones de
otros satélites, y a muchos otros que no dejan de sospecharse, sin en-
trar en este número los cometas, el Herschel y otros.
[443] Responden, lo sexto: si cada estrella luminosa por sí misma
no puede considerarse ociosa, sino destinada a fomentar y alumbrar
otros cuerpos opacos y fríos que la circundan y giran en su contorno o
a su rededor; luego cada estrella es un sistema solar y planetario, así
como lo es ciertamente nuestro sol; luego cada estrella tiene muchos
cuerpos (más o menos) que la circundan como a centro común de mo-
vimiento, y que necesitan de su luz y calor.
[444] Responden, en fin: que esta luz y calor que cada estrella re-
parte libremente a otros cuerpos opacos y fríos que la circundan y ro-
dean, no puede parar solamente en los cuerpos mismos inanimados;
parece que debe alumbrar y calentar a criaturas vivas y animadas, ya
sólo sensitivas análogas a nuestras bestias, ya también y principalmen-
te a criaturas racionales compuestas de cuerpo y espíritu, análogas al
hombre habitador de este globo y señor de todas las otras especies,
que a todas las domina, etc. Todo esto han discurrido estos sabios; cu-
yo discurso, lejos de oponerse a nuestra creencia divina ni a la razón
natural, antes la sublima, la extiende, la ensalza, y la hace formar un
concepto magnífico del Criador de todo.
[445] Yo estoy muy lejos de tomar partido en la idea de otras cria-
turas racionales y corporales, que hay o puede haber en otros orbes. Las
razones especiosas que se alegan a su favor son todas de mera conjetura
y congruencia; por consiguiente, sólo pueden probar que la cosa no re-
pugna, ni es imposible, ni se opone a alguna verdad; nada pueden pro-
bar a favor de su existencia real; antes sería una temeridad, por no decir
una estulticia, pensar que el omnipotente, sapientísimo y fecundísimo
Dios, debía hacer y disponer todo su mundo universo según nuestras
896 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

peorísimas imaginaciones, o analogías, o congruencias. Porque ¿quién


entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? 1. Los infini-
tos o innumerables cuerpos celestes, así luminosos como opacos, así vi-
sibles como invisibles (cuya existencia ya es innegable), pueden bien
estar todos o muchos habitados de una infinita muchedumbre y varie-
dad de especies análogas al hombre, y también a las bestias de nuestro
globo, y pueden estar hasta ahora absolutamente vacíos. Entre estas
dos cosas, ambas inciertas, ¿quién es capaz de definir? Tal vez espera
todo el universo, y todos los innumerables orbes que lo componen, la
revelación plena, perfecta y consumada de todos los hijos de Dios, co-
herederos con el Hombre Dios: Porque (como dice San Pablo) el gran
deseo de la criatura espera la manifestación de los hijos de Dios 2.
[446] Lo que únicamente se puede y se debe definir, según las Es-
crituras, es esto: que si acaso hay en otros globos otras criaturas aná-
logas al hombre (sean las que fueren y como fueren), todas ellas deben
pertenecer a Cristo Jesús, y sujetarse enteramente a su dominación,
pues todas ellas, no menos que nosotras, fueron criadas por él y para
él: Por quien son todas las cosas, y para quien son todas las cosas 3.
Esta verdad de fe divina una vez admitida y presupuesta, imaginad
ahora cuanto quisiereis y como quisiereis. Todo es ya sufrible, todo pa-
sable, todo bueno e inocente: no lo repugna la Escritura santa ni la rec-
ta razón. Las dificultades que hasta ahora se han propuesto caen por
su propio peso, y se abisma en el inmenso océano de la grandeza, om-
nipotencia, sabiduría, fecundidad y bondad infinita de Dios vivo y ver-
dadero, a quien adoramos; y se abisman del mismo modo en el otro
océano altísimo y profundísimo de este mismo Dios hecho Hombre, de
quien dice San Juan: El Verbo fue hecho carne… por quien son todas
los cosas, y para quien son todas las cosas 4.
[447] Diréis acaso, que todas estas naturas innumerables com-
puestas de cuerpo y alma racional (si acaso las hay en otros orbes), no
solamente deben pertenecer al Hombre Dios Cristo Jesús, en cuanto
Rey y Señor de todo, sino también en cuanto Redentor, Mediador y
Pacificador entre Dios y las criaturas, así como lo es y lo será respecto
de todo el linaje de Adán. Bien. ¿Y qué dificultad halláis en esto? ¿Qué
sabemos, ni vos, ni yo, ni ninguno, si estas criaturas de que hablamos,
análogas al hombre, han tenido, o antes o a lo menos después de la
muerte y resurrección del Hombre Dios, alguna misión divina por el
ministerio de los ángeles y de algunos justos insignes de cada globo,
análogos a Enoc, a Noé, a Abraham, a Moisés, a David y a todos los

1 Rom. 11, 34.


2 Rom. 8, 19.
3 Heb. 2, 10.
4 Jn. 1, 14; Heb. 2, 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 897

Profetas? ¿Qué sabemos si han pecado o no han pecado, si algunos o


muchos? ¿Qué sabemos si a todos se les ha anunciado la salud eterna,
con las condiciones necesarias para conseguirla? ¿Qué sabemos, etc…?
Conque todas estas innumerables criaturas análogas al hombre (si
acaso las hay) pueden bien pertenecer al Hombre Dios Cristo Jesús, no
solamente en cuanto Rey y Señor universal de todo lo criado, sino
también en cuanto Redentor, y Mediador, y Pacificador entre el Cria-
dor y sus criaturas. Así puede entenderse obvia y naturalmente aquel
texto no poco difícil del Apóstol que, hablando con los Profetas de la
pasión y muerte del Hombre Dios, dice: Porque en él quiso hacer mo-
rar toda plenitud, y reconciliar por él a sí mismo todas las cosas, pa-
cificando por la sangre de la cruz, tanto lo que está en la tierra, como
lo que está en el cielo 1. ¿Qué criaturas racionales habitadoras de los
cielos pueden ser éstas de quienes el Apóstol habla, cuando dice, lo
que está en el cielo, que fueron pacificadas, o reconciliadas con Dios
por la muerte de Cristo, así como lo ha sido la especie de Adán en nues-
tra tierra? Consideradlo bien, mas no penséis por esto que yo doy esta
inteligencia al texto del Apóstol, afirmando absolutamente, sino sólo
en el caso (no imposible, ni absurdo) de que estén habitados los cuer-
pos celestes, de otros criaturas análogas al hombre. Fuera de este caso,
diré más antes que ignoro su verdadera inteligencia.
[448] No hay duda que muchísimos sabios, mas filósofos que cris-
tianos, han abusado insipientemente de estas ideas magnificas sobre
la muchedumbre y grandeza de las obras de Dios, sacando de ellas pé-
simas consecuencias, y menos pésimas que falsas e ilegítimas, para
ruina de sí mismos 2. Mas ¿qué cosa hay por buena e inocente que sea,
de que no pueda abusar el ingenio, o diremos mejor, el corazón hu-
mano una vez corrompido? ¿Cómo no han sacado tales consecuencias
otros ingenios iguales o mayores? (Porque) el hombre bueno, del buen
tesoro saca buenas cosas; mas el hombre malo, del mal tesoro saca
malas cosas 3.
[449] Estos filósofos de que hablo han alcanzado ciertamente gran-
des luces, y grandes y magníficos conocimientos sobre la naturaleza, o
sobre las obras del Criador; mas en lugar de subir al Criador mismo y
parar en él, han parado vergonzosamente en las criaturas, como si és-
tas fuesen el último fin del hombre; haciendo para esto un Dios qui-
mérico, sin justicia, sin providencia, sin santidad, insensible a todo, y
acomodado enteramente a sus pasiones. Así se han metido sin saberlo
en el número de aquellos filósofos más antiguos, de quienes decía San
Pablo que son inexcusables. Pues aunque conocieron a Dios, no le glo-

1 Col. 1, 19-20.
2 2 Ped. 3, 16.
3 Mt. 12, 35.
898 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rificaron como a Dios, o dieron gracias; antes se desvanecieron en


sus pensamientos, y se oscureció su corazón insensato; porque, te-
niéndose ellos por sabios, se hicieron necios 1; y también en el número
de aquéllos de quienes dice San Judas: Blasfeman de todas las cosas
que no saben; y se pervierten como bestias irracionales en aquellas
cosas que saben naturalmente. ¡Ay de ellos! 2.
PÁRRAFO 3
[450] Volvamos ya a nuestro propósito. Vos y yo, y cualquiera otro,
habiendo oído y entendido bien la idea magnifica de otras innumerables
criaturas análogas al hombre, que pueblan otros innumerables orbes
análogos al nuestro, quedamos en perfecta libertad, así de imaginar
como de rechazar y negar dichas criaturas. Nada se arriesga en imagi-
narlas con las condiciones inseparables arriba dichas; y nada se arriesga
en negarlas, negando junto con ellas todas las razones de mera conjetu-
ra que se alegan a su favor. Una sola cosa no nos es posible negar, ni aun
siquiera dudar un solo momento, a saber, la existencia física y real de los
orbes innumerables que por todas partes nos circundan; pues realmen-
te nos hallamos rodeados por todas partes, no solamente de nuestra
atmósfera, sino también, encima de ella, de un espacio inmenso, prodi-
gioso, interminable, ocupado todo de innumerables orbes; unos lucien-
tes por sí mismos, otros opacos y que sólo se dejan ver con luz prestada;
unos mayores, otros menores que nuestro orbe; unos visibles, otros in-
visibles sin el socorro de buenos instrumentos, etc.
[451] Pues todo esto que vemos con nuestros ojos, todo lo que al-
canzamos a ver con los mayores telescopios y anteojos, y todo lo que no
alcanzamos a ver (que tal vez es lo más y mejor), todo ello, amigo mío,
es la herencia del Hombre Dios Cristo Jesús; y por consiguiente, de to-
dos sus hermanos menores, herederos verdaderamente de Dios, y co-
herederos de Cristo 3, especialmente después de la resurrección uni-
versal. Y todo esto será como añadidura accesoria y accidental a su bie-
naventuranza y gloria sustancial, esto es, a la visión fruitiva de Dios y
posesión del sumo bien. Esta visión de Dios pertenece solamente al al-
ma en cuanto racional o intelectual; mas en cuanto es sensitiva por me-
dio de los órganos del cuerpo, para el cual fue constituida y destinada
(como ciertamente lo es), se le añadirá la visión, la posesión, la fruición
de todo lo criado material. De modo que podrán todos ir corporalmente
donde quisieren, y ver con sus ojos y tocar con sus manos con plena in-
teligencia todas y cada una de las infinitas obras del omnipotente, sin
temor alguno de que les falte tiempo para verlo y observarlo todo: Yo he

1 Rom. 1, 20-22.
2 Judas 10-11.
3 Rom. 8, 17.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 899

de ver (dice David) tus cielos, obra de tus dedos; la luna y las estrellas,
que tú has establecido 1; y sin que esta visión y observación de las obras
de Dios les impida o distraiga un momento de la visión y fruición ina-
misible del sumo bien, a quien hallarán inmutable e igual a sí mismo en
todas partes. Por ahora, en el estado presente, el cuerpo corruptible
apesga al alma 2, y muchísimas veces nos sucede que el espíritu en ver-
dad pronto está, mas la carne enferma 3; y todos podemos con verdad
decir lo que decía San Pablo: Veo otra ley en mis miembros, que con-
tradice a la ley de mi voluntad, etc. 4. Mas en aquel estado felicísimo,
el cuerpo ya incorruptible y glorificado, lejos de perturbar al alma, ni
de impedirle un solo momento la contemplación, fruición y amor ín-
timo del sumo bien, antes le ayudará aun en esto mismo, pues partici-
pando de su gloria, le servirá de instrumento para gozar de todo, y pa-
ra alabar y bendecir en todo y por todo al Criador de todo.
[452] No me confundáis ahora, Cristófilo, esta idea sencilla y cla-
ra, y fundada solamente en la revelación, con aquellas ideas ridículas,
secas, injustas e insufribles, que hallaréis no pocas veces en tantos es-
critores, aun cristianos, de nuestro siglo tenebroso. Estos sabios in-
felices, por los que viene el escándalo 5, y a quienes importara no ha-
ber nacido, después de renunciar a Cristo, y con él a toda justicia y a
toda esperanza, se prometen no obstante, como gente que hubiese vi-
vido en justicia y que no hubiese desamparado la ley de su Dios 6, que
sus almas libres y expeditas después de su muerte andarán eterna-
mente de globo en globo, adquiriendo siempre nuevos conocimientos
en la ciencia filosófica hasta perfeccionarse en ella. Mas esto, ¿para
qué? ¿Acaso para ir subiendo por medio de estos conocimientos nue-
vos como de grado en grado, hasta llegar al conocimiento del Criador
de todo, y parar y descansar en él? ¡Oh que no, ni aun siquiera nom-
brar al Criador! ¿Por qué? Porque éste puede impedir, y perturbar, y
distraer al alma en la contemplación de sus muchas obras. Fuera de
esto, se pregunta: esta idea vana y esta esperanza conocidamente ridí-
cula, ¿en qué se funda? ¿Acaso en alguna autoridad infalible, o en al-
guna promesa indefectible de aquel Dios quimérico, que ellos mismos
se han hecho y ordenado a su gusto? ¿Acaso a lo menos en algún ra-
ciocinio bien ordenado, como debíamos esperar de buenos filósofos?
Ni lo uno, ni lo otro.
[453] De manera que, habiendo dejado voluntariamente y perdido
absolutamente el verdadero camino por la abundancia de su orgullo e

1 Sal. 8, 4.
2 Sab. 9, 15.
3 Mt. 26, 41; Mc. 14, 38.
4 Rom. 7, 23.
5 Mt. 18, 7.
6 Is. 58, 2.
900 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

iniquidad, piensan todavía consolarse, y recompensar abundantemen-


te esta pérdida irreparable, con la fecundidad o viveza de su imagina-
ción: ¡Ay de ellos (les dice el apóstol San Judas), porque anduvieron
en el camino de Caín, y por precio se dejaron llevar del error de Ba-
laam, y perecieron en la sedición de Coré!, etc. 1. Y poco más abajo les
da esta sentencia infinitamente mas fundada: todos éstos con sus cam-
pos Elíseos, o vanas imaginaciones, son aquellos para los que está re-
servada la tempestad de las tinieblas eternas 2; que concuerda perfec-
tamente con la sentencia del Hijo de Dios, formidable e irrevocable:
Irán estos al suplicio eterno 3. El desprecio impío y orgulloso de todas
estas cosas, y la fecundidad de su imaginación, ¿los podrán librar del
peso enorme de estas sentencias? ¿Dejarán de verificarse porque no
las crean? Por esto mismo se verificarán con toda plenitud.
[454] Mas dejando a estos infelices divertirse por ahora, y conso-
larse un momento con sus ridículas imaginaciones, volvamos a tomar
el hilo de nuestro discurso. Nosotros, oh Cristófilo, no estribamos, co-
mo sabéis, en puras imaginaciones, sino en fundamentos reales, soli-
dísimos, estables y eternos, como son la palabra de Dios, auténtica,
clara, y fuera de ésta su juramento formal: Por lo cual, queriendo Dios
mostrar más cumplidamente a los herederos de la promesa la inmu-
tabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas
infalibles, en las cuales es imposible que Dios falte, tengamos un po-
derosísimo consuelo los que nos refugiamos a alcanzar la esperanza
propuesta 4. Así, nuestra esperanza no consiste en palabras pomposas,
ni en decisiones orgullosas, sino en hechos innegables; a los cuales, le-
jos de oponerse la recta razón, antes los favorece y ayuda todo cuanto
puede. Como yo no hablo con estos espíritus fuertes, o con estos gi-
gantes, sino con Cristófilos o amantes de Cristo, discurro simple y con-
fiadamente así.
[455] Hay evidentemente un supremo Ser, eterno, e increado, de
quien ha recibido su ser todo cuanto es: El nos hizo, y no nosotros a
nosotros 5. Hay un Dios infinito en todo, Criador y Señor del cielo y de
la tierra 6. Este Dios vivo y verdadero, por su suma bondad, se ha dig-
nado desde los días antiguos 7, de entrar en sociedad, en alianza, en
comercio con los hombres, habitadores de este gran orbe, y señores de
todas sus riquezas. Se ha dignado de revelarse a ellos, de revelarles su
modo de ser inefable e incomprensible, esto es, un Dios en la Trini-

1 Judas 11.
2 Judas 13.
3 Mt. 25, 46.
4 Heb. 6, 17-18.
5 Sal. 99, 3.
6 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
7 Lam. 2, 17.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 901

dad, y la Trinidad en la unidad 1; de revelarles, fuera de sí mismo,


otros muchos misterios, y de hacerles millares de promesas, etc.
[456] Se dignó, después de esto, de unirse con nuestra naturaleza
en la persona de su Hijo, de un modo tan estrecho e indisoluble, que
podemos y debemos decir con suma verdad: Dios es hombre, hijo de
Adán, y el hombre, hijo de Adán, es verdadero Dios: Porque de tal ma-
nera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna 2.
[457] Ahora bien, este Hijo de Dios hecho hombre, o este Hombre
Dios, debe ser necesariamente heredero de todo 3; pues por él y para él
se ha hecho todo cuanto es: Por quien son todas las cosas, y para
quien son todas las cosas 4; y todo algún día se ha de sujetar a él eter-
namente. Fuera de ser unigénito natural de Dios, y como tal heredero
de todo, es también primogénito entre muchos hermanos 5: tiene ya
actualmente, y tendrá todavía, innumerables hermanos menores, hijos
adoptivos de Dios, que se han aprovechado, y se aprovecharán en ade-
lante (muchos más sin comparación en el siglo venturoso de que tanto
hemos hablado), de la potestad que reciben de él todos los que creen
en él: Mas a cuantos le recibieron, les dio poder de ser hechos hijos de
Dios, a aquéllos que creen en su nombre, etc. 6; de aquéllos, digo, que
por su fe sincera e incorrupta, y por su justicia a toda prueba, se con-
formaren en él (ya más, ya menos), y merecieren por esta conformidad
entrar en el número innumerable de hijos de Dios, y como tales here-
deros verdaderamente de Dios, y coherederos 7, etc.
[458] Esta parece, y ésta es evidentemente aquella herencia de los
santos universal y eterna, de que se habla en Daniel, cuando dice que
el reino, y la potestad, y la grandeza del reino, que está debajo de to-
do el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es
reino eterno 8. Lo cual comenzará a verificarse, y realmente se verifi-
cará, en los millares de santos que vendrán con Cristo ya resucitado,
como dijimos en su lugar; mas se verificará plena y perfectamente des-
pués de la resurrección universal, cuando, como dice San Pablo, todos
lleguemos en la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a
varón perfecto, según la medida de la edad cumplida de Cristo 9; y
cuando todos los que han de entrar en la vida oirán de la boca del Hijo
de Dios aquellas consoladísimas palabras: Venid, benditos de mi Pa-

1 SÍMBOLO DE SAN ATANASIO.


2 Jn. 3, 16.
3 Heb. 1, 2.
4 Heb. 2, 10.
5 Rom. 8, 29.
6 Jn. 1, 12.
7 Rom. 8, 17.
8 Dan. 7, 27.
9 Ef. 4, 13.
902 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dre, poseed el reino que os está preparado desde el establecimiento


del mundo 1, y a cuya posesión eterna serán todos llamados a su tiem-
po. ¿Qué otro puede ser, sino el reino de los cielos? Y este reino de los
cielos, ¿qué otra cosa puede ser, sino todo el universo mundo, y todas
las criaturas innumerables que lo componen, de quienes Jesucristo es
el legítimo heredero y coheredero con todos los justos?
PÁRRAFO 4
[459] Debo responder por último, según las Escrituras, a vuestra
última dificultad. Aunque se conceda, decís, que el reino de los cielos,
el reino de Dios, el reino de Cristo, el paraíso, la patria celestial, etc.,
haya de ser todo el mundo, y todos los cuerpos innumerables que com-
ponen este universo, sin excepción alguna; aun en este caso (proseguís
diciendo) es preciso concebir algún lugar o globo determinado y más
privilegiado entre todos, donde se fije eternamente la corte, el trono, el
juicio o el centro de unidad de un reino tan grande; pues al fin, en este
reino, aunque vastísimo, aunque compuesto todo de hijos de Dios, bie-
naventurados e impecables, deberá haber un orden admirable, o una
jerarquía perfectísima; deberá haber una justa y pacífica subordina-
ción de unos a otros, y ésta clara, conocida de todos e indisputable, es
a saber: de los mínimos a los menores, de éstos a otros mayores, de és-
tos a los grandes, de los grandes a los máximos, y de todos al supremo
Rey. Esta jerarquía, o este gobierno perfecto, ¿no lo admiten todos los
doctores aun entre los ángeles bienaventurados, que siempre ven la
cara del Padre? 2. Pues ¿por qué no deberá suceder lo mismo entre los
innumerables hijos de Dios que entraren en la vida? Así que (concluís
con razón), debe admitirse algún lugar determinado, físico y real, en-
tre todos los orbes innumerables que componen el universo, donde re-
sida ordinariamente el supremo Rey, o su corte, o su juicio, o su trono,
de donde como de centro común salga eternamente la luz, y se difunda
hacia todas partes. A esta última dificultad puede responderse facilí-
simamente de dos maneras. Primera: que donde está el Rey, allí está
ordinariamente la corte; pues ningún soberano está obligado a residir
perpetuamente en un lugar mismo determinado. Si esta brevísima res-
puesta no os contenta plenamente, como es fácil creer, yo os concedo,
amigo, sin repugnancia alguna, este lugar determinado, físico y real,
que pedís con tantas instancias. La corte del supremo Rey, y el centro
de unidad de un reino tan grande, estará sin duda eternamente en al-
gún lugar determinado, o en alguno de los orbes innumerables de que
se compone todo el universo mundo. Dije en alguno de los orbes; por-
que cielo sólido, que sirva de bóveda a todo el universo y lo abarque

1 Mt. 25, 34.


2 Mt. 18, 10.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 903

todo dentro de sí, yo no lo admito; cada uno abunde en su sentido 1.


Mas este orbe tan privilegiado entre todos, ¿cuál será? Ninguno otro,
Cristófilo, según mi pobre juicio, sino este mismo en cuya superficie
habitamos. Este será eternamente el más atendido, el más frecuenta-
do, el más honrado de Dios y de todas sus criaturas; y por consiguien-
te, el más feliz y glorioso, a lo menos en todo lo que pertenece a la glo-
ria accidental y accesoria, que después de la resurrección universal no
puede ser poca.
[460] Acaso diréis, y me parece que ya oigo vuestra exclamación:
Duro es este razonamiento, ¿y quien lo puede oír? 2. Nuestro orbe mi-
serable, al cual maldijo el Señor 3; nuestro valle de lágrimas, de enfer-
medad, de tristeza, de corrupción, de iniquidad, etc., ¿será algún día la
corte y centro de unidad de todo el reino entero de Dios, o de todo el
inmenso reino de los cielos? Sí, amigo mío, sí lo será; no tenéis razón
alguna porque extrañar esta proposición, la cual, lejos de oponerse a la
Escritura santa ni a la recta razón, antes se halla protegida y confir-
mada sólidamente por la una y por la otra. Ved aquí en breve las razo-
nes que militan a favor de nuestro orbe sobre todos los otros.
[461] Primeramente: el Hombre Dios, Cristo Jesús, nuestro Señor,
o el Rey supremo, heredero de todo… por quien son todas las cosas, y
para quien son todas las cosas 4, es de esta misma tierra, que dio Dios
a los hijos de los hombres 5. Aquí se hizo hombre siendo Dios; aquí se
unió estrechísima e indisolublemente con nuestra pobre, enferma y vi-
lísima naturaleza; aquí se anonadó a sí mismo tomando forma de sier-
vo, hecho a la semejanza de hombres, y hallado en la condición como
hombre 6; aquí nació de la Virgen María de la estirpe de David según
la carne; aquí predicó, aquí enseñó, aquí padeció la mayor afrenta y el
más injusto deshonor que se ha visto jamás, muriendo desnudo en una
infame cruz, como uno de los hombres más inicuos: Y con los malva-
dos fue contado 7. Luego aquí mismo se le debe restituir plena y per-
fectamente todo su honor. Luego aquí mismo se debe manifestar plena
y perfectamente su inocencia, su justicia, su bondad, su dignidad infi-
nita y todo cuando puedan comprender estas dos palabras: Hombre
Dios. Del mismo modo discurrimos de los coherederos, principalmen-
te de los mayores y máximos. Estos padecieron aquí por él; aquí pade-
cieron persecución por la justicia; aquí fueron perseguidos, deshonra-
dos y atribulados, y muchísimos hasta la muerte; aquí obraron en jus-

1 Rom. 14, 5.
2 Jn. 6, 61.
3 Gen. 5, 29.
4 Heb. 1, 2; 2, 10.
5 Ecl. 3, 10.
6 Fil. 2, 7.
7 Is. 53, 12.
904 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ticia en medio de la general iniquidad y corrupción; aquí no amaron


sus vidas hasta la muerte 1; aquí, etc. Luego aquí mismo, como en el
lugar de su paciencia, de su justicia y de sus tribulaciones por Cristo,
deberán gozar eternamente el fruto más que céntuplo de todo lo que
aquí sembraron: A la verdad es justo y digno de Dios (como decía Ter-
tuliano), exaltar a los siervos allí mismo donde fueron afligidos por
su nombre 2.
[462] Lo segundo: la ciudad santa y nueva de Jerusalén que ahora
se edifica de vivas… y escogidas piedras, es ciertísimo que algún día
ha de bajar con Jesucristo mismo del cielo a nuestra tierra y estable-
cerse en ella sólidamente. La Escritura santa asegura que vendrá y ha-
bitará con los hombres: Ved aquí (dice San Juan) el tabernáculo de
Dios con los hombres, y morará con ellos, etc. 3 ; mas no dice ni insi-
núa jamás que esta habitación de la ciudad santa en nuestra tierra ha-
ya de ser solo por algún tiempo limitado, ni que alguna vez ha de dejar
la tierra y volar a otra parte; antes del texto y contexto de todo el capí-
tulo 21 y 22 del Apocalipsis se colige todo lo contrario, y mucho más si
se combinan con otros lugares de la Escritura. Considerad estos pocos:
La Judea siempre será poblada, y Jerusalén en generación y genera-
ción 4. No será arrancado ni destruido por siempre jamás 5. Este es
mi reposo por siglo de siglo: aquí moraré, etc. 6. Se sentará sobre el
solio de David y sobre su reino, para afianzarlo y consolidarlo en jui-
cio y en justicia, desde ahora y para siempre 7; que fue la promesa
que hizo el ángel a nuestra Señora, diciéndole que a su Hijo le dará el
Señor Dios el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob
por siempre, y no tendrá fin su reino 8.
[463] Estos y otros muchos lugares de la Escritura santa muy se-
mejantes a ellos, parece que prueban obvia y naturalmente a favor de
nuestro orbe. Para afirmar otra cosa contraria o diversa, era necesario
algún fundamento positivo, divino, que explicase dichos lugares en
otro sentido; el cual fundamento se busca en todas las Escrituras y no
se halla. Si aquella idea vulgar de que, concluido el juicio universal (sea
este donde fuere), Jesucristo se volverá de la tierra al cielo empíreo,
llevando consigo a todos los benditos de su Padre, etc.; si esta idea, di-
go, fuese verdadera, ¿es creíble que no se hallase alguna noticia, o si-
quiera algún vestigio de un suceso tan grande en todas las Escrituras?

1 Apoc. 12, 11.


2 TERTULIANO, lib. 3 adv. Marc., cap. 24.
3 Apoc. 21, 3.
4 Joel 3, 20.
5 Jer. 31, 40.
6 Sal. 131, 14.
7 Is. 9, 7.
8 Lc. 1, 32-33.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 905

[464] A esto debe añadirse que los más y mejores doctores, así ex-
positores como teólogos, admiten una perfecta renovación de nuestro
orbe terráqueo después del juicio universal: Esperamos (dice San Pe-
dro) según sus promesas cielos nuevos y tierra nueva, en los que mo-
ra la justicia 1. Mas esta nueva tierra renovada perfectamente, en la
cual habitará la justicia, ¿como podremos concebirla, si Cristo y todos
los benditos de su Padre la abandonan del todo y se van a lo más alto
del cielo empíreo? Esta es la gran dificultad, obvia y visible, a que nin-
guno satisface. Digo que ninguno satisface a esta obvia y visible difi-
cultad, porque los más no se dan por entendidos de ella, como si no la
viesen; y algunos pocos, que no han querido disimularla del todo, han
opinado que se renovará enteramente nuestra tierra después de la re-
surrección y juicio universal, para que vivan en ella eternamente, go-
zando de una felicidad natural, los párvulos que han muerto y murie-
ren en adelante sin bautismo y sin pecado personal; como si el omni-
potente, justísimo y santísimo Dios no tuviese en todo su universo
mundo dónde colocar a estos párvulos, que no pertenecen al reino, o
no son hijos del reino; como si no fuese verdadera aquella sentencia de
Cristo: En la casa de mi Padre hay muchas moradas 2. Fuera de que,
¿cómo puede componerse esta opinión con aquellas palabras: Espera-
mos según sus promesas cielos nuevos y tierra nueva, en los que mo-
ra la justicia? ¿Es lo mismo la inocencia que la justicia? ¿Lo positivo
que lo negativo? El que hace justicia, justo es, dice San Juan 3. Conque
si nuestra tierra se debe renovar solamente para que sirva de habita-
ción a los párvulos incapaces de bien ni de mal personal, no podrá ha-
bitar en ella la justicia; luego si ésta ha de habitar en ella, su renova-
ción deberá ser para otros habitantes infinitamente diversos. De éstos
testifican las Escrituras, que son los que no quieren considerarse en el
sistema vulgar.
[465] Fuera de los lugares que quedan apuntados a favor de nues-
tra tierra, y fuera de tantos otros de que abundan los Profetas y los
Salmos, considerad por último este solo, que por su precisión y clari-
dad vale por mil: Los injustos serán castigados, y el linaje de los im-
píos perecerá. Mas los justos heredarán la tierra, y morarán sobre
ella por siempre 4. Y poco antes se había dicho en el mismo salmo: Los
que proceden malignamente, serán exterminados: mas los que aguar-
dan al Señor, ellos heredarán la tierra. Y aun de aquí a un poquito,
no existirá el pecador; y buscarás el lugar de él, y no lo hallarás. Mas
los mansos heredarán la tierra, y se deleitarán en muchedumbre de

1 2 Ped. 3, 13.
2 Jn. 14, 2.
3 1 Jn. 3, 7.
4 Sal. 36, 28 y 39.
906 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

paz 1. A lo cual aludió el Maestro bueno del monte, diciendo: Biena-


venturados los mansos, porque ellos poseerán la tierra 2.
[466] A todo esto se debe añadir que nuestra tierra, aun mirada en
el estado presente, no es tan despreciable en lo físico y natural que no
merezca grandes atenciones. No hay duda que ahora se hallan en ella
mezclados y confundidos entre sí los bienes con los males, resultando
de esta mezcla un todo o un conjunto poco agradable, o diremos me-
jor, agradable por una parte, y desagradable por mil. Mas separad por
un momento lo malo de lo bueno, y lo precioso de lo vil; quitad a nues-
tra tierra todo cuanto tiene de malo y desagradable, así en lo moral
como en lo físico, dejándole solamente lo bueno; quitadle en primer
lugar la concupiscencia, la soberbia, la envidia, etc.; quitadle los de-
seos desarreglados y vanos de sus habitadores, que son ordinariamen-
te su mayor suplicio; quitadle después de esto la enfermedad, el dolor,
la tristeza, la indigencia, el frío, el calor, la variedad de estaciones y sus
necesarias resultas en perjuicio de nuestra salud, y en suma, el temor
de la muerte y de todo enemigo; con esto solo, sin añadirle algún otro
bien positivo, ¿no sería nuestra tierra un verdadero paraíso? Si aun
ahora, en medio de esta mezcla y confusión de males y de bienes, hay
tantos que quisieran perpetuarse en ella, sólo por tal o cual bien que
pueden pescar entre tantos males, ¿qué sería si no hallasen mal algu-
no, sino todo a su satisfacción?
[467] Pues a estos bienes naturales o inocentes que hay ahora cier-
tamente en nuestra tierra, sacados ya en limpio, sin mezcla alguna de
males, añadid con vuestra imaginación otros tantos más, y tendréis un
paraíso al doble mejor. Si os parece un exceso esta doble mejoría, leed
y considerad las expresiones vivísimas de que usan los Profetas de
Dios, hablando solamente de nuestra tierra todavía viadora, aunque
renovada y mejorada con la venida del Rey de los reyes; no obstante
que en toda ella (menos en la santa y celestial Jerusalén, que descen-
dió del cielo de mi Dios 3) ha de haber todavía por muchos siglos gene-
ración y corrupción, pecado y muerte, etc., como observamos en el ca-
pítulo 4. Considerad a lo menos lo que se anuncia a esta nueva tierra
en el capítulo 11 de Isaías, en el 45 y 56; con esto solo, sin otra añadi-
dura, veréis a todo nuestro orbe terráqueo convertido y transformado
en un huerto de delicias inocentes, muy semejante, y tal vez mejor,
que aquel de quien dice la Escritura: Había plantado el Señor Dios un
Paraíso de deleite desde el principio, en el que puso al hombre que
había formado 4.

1 Sal. 36, 9-11.


2 Mt. 5, 4.
3 Apoc.. 3, 12.
4 Gen. 2, 8.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 907

[468] Si esto será nuestra tierra todavía viadora, en el juicio y reino


de Cristo sobre los vivos, ¿qué pensáis será después de la resurrección
universal, cuando acabada toda general corrupción, cuando concluido y
consumado perfectamente todo el gran misterio de Dios con los hom-
bres, sea esta misma tierra sublimada a la dignidad altísima y eterna de
corte o centro de unidad de todo lo criado, o del inmenso reino de los
cielos? ¿No es infinitamente verosímil que se le añadan entonces mil o
un millón de grados de perfección física y moral? ¿No es cosa digna de
Dios que abunde y sobreabunde su gracia, su bondad, su grandeza y
magnificencia infinita, en aquel mismo globo donde tanto abundó la
iniquidad; en aquel mismo globo en el cual el Verbo fue hecho carne 1,
en el cual se anonadó a sí mismo 2, en el cual fue crucificado, muerto
y sepultado 3, y en el cual ha de llegar finalmente a verificarse la vo-
luntad de Dios como en el cielo, o convertirse en el mismo cielo?
PÁRRAFO 5
[469] Estas ideas generales que acabo de proponer sobre el reino
universal del Hombre Dios, incorruptible y eterno, sobre la felicidad
(del mismo modo eterna e incorruptible) de los que merecieron entrar
en el reino, me atrevo a esperar que, después de bien examinadas y
bien entendidas, las hallaréis no solamente conformes a las Escrituras;
no solamente grandes y magníficas, y por esto dignas de Dios, sino
también sensibles y comprensibles por cualquiera que sea; cuando en
las ideas vulgares apenas se halla cosa alguna sensible, perteneciente a
todo el hombre ya resucitado, sino a costa de discursos sutiles, oscu-
ros, y por eso secos y fríos.
[470] Debemos, no obstante, suponer como una verdad indubita-
ble que, así en estas como en otras ideas (y aunque todas ellas se unan
entre sí), no nos es posible en el estado presente formar un digno con-
cepto de la felicidad (aunque accidental) de los justos ya resucitados
de que vamos hablando; pues como está escrito en Isaías: Ojo no vio,
ni oreja oyó, como lo repite San Pablo, ni en corazón de hombre su-
bió, lo que preparó Dios para aquellos que le aman 4. Mas aunque no
esperásemos otra cosa que esto poco que aquí hemos propuesto, y lo
que sobre esto es fácil meditar y concebir (unido todo inseparable-
mente con la visión fruitiva de Dios y posesión inamisible del sumo
bien), ¿no bastaría esto solo para despreciar formalmente todo lo tran-
sitorio, y para buscar con todas nuestras fuerzas esta eterna felicidad?
¿Será poco bien el conseguirla? ¿Será poco mal perderla? ¿No es ver-

1 Jn. 1, 14.
2 Fil. 2, 7.
3 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.
4 Is. 64, 4; 1 Cor. 2, 9.
908 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dadera aquella sentencia del Apóstol, que dice: No son de comparar


los trabajos de este tiempo con la gloria venidera que se manifestará
en nosotros? 1. Pues ¿qué tememos?
[471] Yo no creo, Cristófilo, que vos seáis uno de aquéllos (aun no
malos, o no declarados por tales) que dicen prácticamente (y en su co-
razón): No queremos ser despojados, sino revestidos 2; como si dije-
ran: Queremos gozar aquí cuanto nos sea posible, y después de esto
también allá. Mas esto, hermano mío, ¿cómo puede ser? ¿No es infini-
tamente peligroso este modo de pensar? ¿Ignoráis acaso la doctrina
tan expresa y tan clara del Hijo de Dios?
[472] ¿Ignoráis, por ejemplo, aquella sentencia suya que dice: El
reino de los cielos padece fuerza, y los que se la hacen lo arrebatan? 3.
¿Ignoráis aquella otra: No todo el que me dice, Señor, Señor, entrará
en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre,
etc.? 4. ¿Ignoráis que la fe sola, sin justicia o sin obras, no nos puede
salvar: Porque así como el cuerpo sin el espíritu es muerto, así tam-
bién la fe sin las obras es muerta? 5.
[473] En suma, no perdamos tiempo: la felicidad suma, completa
y eterna que está prometida solamente a los justos, hermanos menores
del Hombre Dios, conformes a la imagen de su Hijo 6, no podremos
alcanzarla jamás, si no nos servimos de aquellas dos alas absoluta-
mente necesarias e indispensables, que son fe y la justicia. Sin estas
alas, no separadas, sino unidas entre sí, y ayudándose mutuamente co-
mo buenas hermanas, no tenemos que esperar la herencia en el reino
de Cristo y de Dios, ni ser jamás herederos verdaderamente de Dios, y
coherederos de Cristo; pues se nos pide para esto una condición in-
dispensable, es a saber, que padezcamos con él, para que seamos tam-
bién glorificados con él 7.
PÁRRAFO 6 Y ÚLTIMO
[474] Por si acaso os parece alguna novedad extraña y peligrosa
todo lo que acabo de proponer en este último capítulo, sabed, amigo,
que ya otros mayores y mejores que yo lo han pensado así. Yo no pue-
do citar alguno en particular, porque ninguno he visto; mas debo creer
que habrá muchos o algunos, pues en los sabios y religiosos autores
franceses, que comentaron el Nuevo Testamento en contraposición de

1 Rom. 8, 18.
2 2 Cor. 5, 4.
3 Mt. 11, 12.
4 Mt. 7, 21.
5 Sant. 2, 26.
6 Rom. 8, 29.
7 Rom. 8, 17.
PARTE TERCERA — CAPÍTULO 16 909

Quesnel, hallo estas palabras sobre la epístola segunda de San Pedro,


capítulo 3. Se pregunta, dicen, quiénes habitarán esta nueva tierra.
San Anselmo, Guillermo de París, Pico Mirandulano, el Tostado, Caye-
tano y muchos otros sabios y teólogos responden, que esta nueva tie-
rra será para habitación eterna de los párvulos que mueren sin bau-
tismo. Otros creen, que será para los bienaventurados mismos; porque
después del juicio, todo el universo será la herencia de los escogidos; y
San Juan dice en particular que reinaremos sobre la tierra 1. On de-
mande par qui elle sera habitée cette nouvelle terre? San Anselmo,
etc… responden, que ce sera par les enfants qui meurent sans bap-
tême. D’autres croyent que ce sera par les bienheureux mêmes. Car
après le jugement tout l’univers sera le partage des elus, etc.
[475] Y veis aquí, Cristófilo amigo carísimo, que hemos llegado
con el favor de Dios al fin y término de nuestra larga conversación. En
ella he propuesto a vuestra consideración todo cuanto os había prome-
tido, y puedo decir con verdad que mucho más, pues al escribir han
ido ocurriendo cosas en que yo ciertamente no había pensado jamás.
Toca ahora a vos mismo examinar seriamente, y juzgar después de es-
te examen, en juicio y en justicia; pues como habéis oído de mí otras
veces, no solamente sujeto todo este escrito con verdad, humildad, y
simplicidad, al juicio de la Iglesia, a quien toca juzgar del verdadero
sentido e interpretación de las Escrituras santas 2, sino también al
juicio y censura de cualquiera hombre particular, docto y sensato, que
se dignare de leerlas y de favorecerme con sus advertencias caritativas;
pues mi intención no es otra ciertísimamente, dándome testimonio mi
conciencia en el Espíritu Santo 3, que hacer algún servicio a Dios y a
mis prójimos, concurriendo con esto poco según mi pobreza y peque-
ñez, para conocer el misterio de Dios Padre, y de Jesucristo, en el
cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la cien-
cia 4. A él la gloria y el imperio en los siglos de los siglos. Amén 5.

1 Apoc. 5, 10.
2 CONCILIO DE TRENTO, sesión 4, Dz. 786.
3 Rom. 9, 1.
4 Col. 2, 2-3.
5 1 Ped. 5, 12.
Indice analítico

DEDICATORIA DEL AUTOR ...................................................................... 5


PRÓLOGO .................................................................................................. 7
Primer reparo, 8. — Respuesta, 8. — Segundo reparo, 10. —
Respuesta, 10. — Tercer reparo, 12. — Respuesta, 12.

DISCURSO PRELIMINAR ......................................................................... 15

PARTE PRIMERA
Algunos preparativos necesarios
para una justa observación

CAPÍTULO 1: DE LA LETRA DE LA SAGRADA ESCRITURA ........................ 29


Párrafo 1, 29. — Párrafo 2, 33. — Párrafo 3, 38. — Párrafo 4,
40. — Párrafo 5, 41.

CAPÍTULO 2: DE LA AUTORIDAD EXTRÍNSECA SOBRE LA LETRA


DE LA SANTA ESCRITURA.................................................. 43
Párrafo 1, 43. — Párrafo 2, 45.

CAPÍTULO 3: SE PROPONE EL SISTEMA ORDINARIO


SOBRE LA SEGUNDA VENIDA DEL MESÍAS,
Y EL MODO DE EXAMINARLO ............................................ 47
Párrafo 1, 47. — Párrafo 2, 48. — Párrafo 3, 49. — Párrafo 4, 51.

CAPÍTULO 4: SE PROPONE OTRO NUEVO SISTEMA ................................. 53


CAPÍTULO 5: PRIMERA DIFICULTAD. LOS MILENARIOS.
DISERTACIÓN .................................................................. 55
Artículo 1: Examen del primer punto .......................................................57
Artículo 2: Diversas clases de Milenarios,
y la conducta de sus impugnadores ....................................... 61
Párrafo 1, 61. — Párrafo 2, 64. — Párrafo 3, 67. — Párrafo 4,
69. — Párrafo 5, 76.
912 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Artículo 3: La explicación que se pretende dar
al capítulo 20 del Apocalipsis.................................................79
Párrafo 1, 79. — Párrafo 2, 80. — Párrafo 3, 81. — Párrafo 4,
84. — Párrafo 5, 87.
CAPÍTULO 6: SEGUNDA DIFICULTAD. LA RESURRECCIÓN DE LA
CARNE, SIMULTÁNEA Y ÚNICA. DISERTACIÓN ................... 94
Párrafo 1, 94. — Párrafo 2, 96. — PRIMER INSTRUMENTO, 100.
— Párrafo 3, 100. — SEGUNDO INSTRUMENTO, 101. — Párrafo
4, 101. — Reflexión, 105. — Párrafo 5, 105. — TERCER INSTRU-
MENTO, 107. — Párrafo 6, 107. — Párrafo 7, 111. — CUARTO
INSTRUMENTO, 113. — Párrafo 8, 113. — Primera contradic-
ción, 114. — Segunda contradicción, 114. — Tercera contra-
dicción, 115. — OTROS INSTRUMENTOS, 117. — Párrafo 9, 117.
CAPÍTULO 7: TERCERA DIFICULTAD.
UN TEXTO DEL SÍMBOLO DE SAN ATANASIO.
TRÁTASE DEL JUICIO DE VIVOS. DISERTACIÓN ................ 122
Párrafo 1, 122. — Párrafo 2, 124. — Párrafo 3, 125. — Párrafo
4, 128. — Párrafo 5, 130.
CAPÍTULO 8: CUARTA DIFICULTAD. UN TEXTO DEL EVANGELIO .......... 132
Párrafo 1, 132. — Párrafo 2, 133. — Párrafo 3, 135.
CAPÍTULO 9: ULTIMA DIFICULTAD ...................................................... 139
Adición 141

PARTE SEGUNDA
Observación de algunos fenómenos
particulares sobre la Profecía de Daniel,
y venida del Anticristo
INTRODUCCIÓN .................................................................................... 147
FENÓMENO 1: LA ESTATUA DE CUATRO METALES DEL
CAPÍTULO 2 DE DANIEL .................................................. 148
Preparación..............................................................................................148
Párrafo 1, 148.
Se propone y examina la repartición que hasta ahora ha corrido
de estos cuatro reinos ........................................................... 149
Párrafo 2, 149.
Se propone otro orden y otra explicación de estos cuatro reinos ......... 153
Párrafo 3, 153. — PRIMER REINO, 154. — SEGUNDO REINO, 156.
— Párrafo 4, 156. — TERCER REINO, 157. — Párrafo 5, 157. —
CUARTO REINO, 159. — Párrafo 6, 159. — Primer distintivo,
INDICE ANALÍTICO 913
162. — Segundo distintivo, 162. — Tercer distintivo, 163. —
Cuarto distintivo, 163.
Segunda parte de la profecía: Caída de la piedra sobre los pies
de la estatua, y fundación de otro nuevo reino
sobre las ruinas de todos ...................................................... 163
Párrafo 7, 163. — Primera dificultad, 165. — Segunda difi-
cultad, 165. — EXAMEN DE LA PIEDRA, 165. — Párrafo 8, 165.
Conclusión 171

FENÓMENO 2: LAS CUATRO BESTIAS DEL CAPÍTULO 7


DEL MISMO DANIEL ........................................................ 175

Párrafo 1, 175.
Descripción de las cuatro bestias y explicación de este misterio,
según se halla en los expositores .......................................... 176
Párrafo 2, 176.
Se propone otra explicación de estas cuatro bestias .............................182
Párrafo 3, 182. — EXPLICACIÓN DE LA PRIMERA BESTIA, 185. —
Párrafo 4, 185. — SEGUNDA BESTIA, 187. — Párrafo 5, 187. —
TERCERA BESTIA, 189. — Párrafo 6, 189. — CUARTA BESTIA TE-
RRIBLE Y ADMIRABLE, 194. — Párrafo 7, 194.
Segunda parte de la profecía: muerte de la cuarta bestia,
y sus resultas ......................................................................... 197
Párrafo 8, 197. — Párrafo 9, 198.
Conclusión 201

FENÓMENO 3: EL ANTICRISTO .............................................................. 202


Noticias que tenemos del Anticristo hasta el presente ......................... 203
Párrafo 1, 203.
Se pide y examina el fundamento de estas noticias .............................. 206
Párrafo 2, 206. — ARTÍCULO 1: ORIGEN DEL ANTICRISTO, 207.
— ARTÍCULO 2: PATRIA Y PRINCIPIO DEL ANTICRISTO, 212. —
ARTÍCULO 3: EL ANTICRISTO SERÁ CREÍDO Y RECIBIDO DE LOS
JUDÍOS COMO SU VERDADERO MESÍAS, POR CUYO MOTIVO PASA-
RÁ SU CORTE DE BABILONIA A JERUSALÉN, 213. — ARTÍCULO 4:
MONARQUÍA UNIVERSAL DEL ANTICRISTO, 218.
Se propone otro sistema del Anticristo ................................................... 221
Párrafo 3, 221. — SISTEMA, 222. — DEFINICIÓN DEL ANTICRIS-
TO, 223. — Párrafo 4, 223. — IDEAS DEL ANTICRISTO QUE NOS
DA LA DIVINA ESCRITURA, 226. — Párrafo 5, 226. — APOCALIP-
SIS, CAPÍTULO 13, 229. — EXPLICACIÓN DE ESTE MISTERIO, SU-
PUESTO QUE EL ANTICRISTO SEA UNA PERSONA SINGULAR, 230.
— Párrafo 6, 230. — SE PROPONE OTRA EXPLICACIÓN DE TODO
ESTE MISTERIO EN OTRO PRINCIPIO, 234. — Párrafo 7, 234. —
EL CUERNO UNDÉCIMO, 237. — Párrafo 8, 237. — SE EXPLICA
LA HERIDA Y CURACIÓN DE UNA DE LAS CABEZAS DE LA BESTIA, Y
TODAS SUS RESULTAS, 239. — Párrafo 9, 239. — Reflexiones,
243. — Párrafo 10, 243. — LA BESTIA DE DOS CUERNOS, DEL
914 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
MISMO CAPÍTULO 13 DEL APOCALIPSIS, 246. — Párrafo 11, 246.
— CARÁCTER DE LA BESTIA, SU NOMBRE, O EL NÚMERO DE SU
NOMBRE, 255. — Párrafo 12, 255. — Reflexión, 264. — Párrafo
13, 264. — LA MUJER SOBRE LA BESTIA, 269. — Párrafo 14, 269.
— Primera opinión, 271. — Segunda opinión, 275.
Se propone y resuelve la mayor o la única dificultad que hay
contra nuestro sistema del Anticristo ................................. 287
Párrafo 15, 287. — Se satisface al primer punto de la dificul-
tad, 289. — Se satisface al segundo punto de la dificultad,
293. — Dos anotaciones, 301.

FENÓMENO 4: EL FIN DEL ANTICRISTO ................................................ 304


Parábola 307
Párrafo 1, 307.
Aplicación 308
Párrafo 2, 308.
Se establece, con el consentimiento unánime de todos los doctores,
un espacio de tiempo después del Anticristo ....................... 315
Párrafo 3, 315.
Se examinan los lugares de la Escritura enteramente conformes
al capítulo 19 del Apocalipsis .............................................. 320
Párrafo 4, 320.
Consecuencias duras y pésimas de este espacio de tiempo
que pretenden los doctores entre el fin del Anticristo
y la venida de Cristo ............................................................ 325
Párrafo 5, 325.
Otra consecuencia .................................................................................... 331
Párrafo 6, 331.
Resumen y conclusión ............................................................................ 334
Párrafo 7, 334.
Apéndice 336

FENÓMENO 5: LOS JUDÍOS ...................................................................342


Discurso previo: El estado futuro de los Judíos según se halla
ordinariamente en los doctores cristianos ......................... 345
Artículo 1: Primer aspecto. Se consideran los Judíos,
después de la muerte del Mesías, como desterrados
de su patria y dispersos hacia todos los vientos;
y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no .......................355
PRIMER INSTRUMENTO, 358. — Párrafo 1, 358. — SEGUNDO
INSTRUMENTO, 365. — Párrafo 2, 365. — Primera observa-
ción, 366. — Segunda observación, 369. — Primer misterio,
377. — Explicación, 377. — Segundo misterio, 377. — Expli-
cación, 377. — TERCER INSTRUMENTO, 378. — Párrafo, 3, 378.
— OTROS INSTRUMENTOS, 380. — Párrafo 4, 380.
INDICE ANALÍTICO 915
Artículo 2: Segundo aspecto. Se consideran los Judíos,
después de la muerte del Mesías, como
desconocidos de su Dios, y horror de pueblo suyo;
y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no ..................... 385
Párrafo 1, 385. — SE CONSIDERA EL CAPÍTULO 11 DE ISAÍAS, 388.
— Párrafo 2, 388. — Versículo 11, 389. — SE CONFIRMA TODO
LO DICHO CON OTROS LUGARES DE LOS PROFETAS, 394. — Párra-
fo 3, 394.
Artículo 3: Tercer aspecto. Se consideran los Judíos,
después de la muerte del Mesías, como la esposa de Dios
arrojada por justas razones de casa del esposo,
y despojada enteramente de su dignidad;
y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no ..................... 399
SE CONSIDERA TODO EL CAPÍTULO 49 DE ISAÍAS: «OÍD, ISLAS, Y
ATENDED, PUEBLOS DE LEJOS», etc., 400. — Párrafo 1, 400. —
Párrafo 2, 403. — LO QUE SOBRE ESTOS DOS PUNTOS SE HALLA
EN LOS DOCTORES, 403. — Párrafo 3, 405. — SE EXAMINAN ES-
TAS IDEAS A LA LUZ DE LA PROFECÍA, 405. — SE CONSIDERA MÁS
EN PARTICULAR Y MÁS DE CERCA LA PROFECÍA DE ISAÍAS, 409. —
Párrafo 4, 409. — OTROS LUGARES DE LA ESCRITURA, 413. —
Párrafo 5, 413. — SE PROPONEN Y EXAMINAN DOS IMPEDIMEN-
TOS, 418. — Párrafo 6, 418. — Primer impedimento, 418. —
Segundo impedimento, 420. — SE EXAMINA EN BREVE EL SE-
GUNDO INSTRUMENTO, 427.
Artículo 4: Cuarto aspecto. Se consideran los Judíos,
después de la muerte del Mesías, como privados
de la vida espiritual y divina que estaba antes
en ellos solos; por consiguiente, como muertos
cuyos huesos, consumidas las carnes,
se ven áridos y secos, y dispersos
sobre el gran campo de este mundo;
y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no ...................... 431
LO QUE SE HALLA SOBRE ESTO EN LOS INTÉRPRETES, 433. —
Párrafo 1, 433. — REFLEXIONES, 437. — Párrafo 2, 437. — Pri-
mera reflexión, 438. — Segunda reflexión, 439. — Tercera
reflexión, 439. — Cuarta reflexión, 439. — Quinta y última
reflexión, 441.

FENÓMENO 6: LA IGLESIA CRISTIANA ................................................... 444


Algunos presupuestos necesarios .......................................................... 445
Párrafo 1, 445. — Primera noción, 445. — Segunda noción,
446. — Párrafo 2, 448.
Proposición .............................................................................................. 448
Se empieza a mover el equívoco, 450. — Párrafo 3, 450. —
Párrafo 4, 453.
Examen de la hipótesis propuesta ......................................................... 456
Párrafo 5, 456. — Primera verdad, 457. — Segunda verdad,
457. — Tercera verdad, 457. — Cuarta verdad, 458. — Quin-
916 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
ta verdad, 458. — DISCURSO A LAS GENTES CRISTIANAS DE UN
DOCTOR ANTIGUO Y CÉLEBRE, 460. — Párrafo 6, 460. — Parte
primera, 460. — Parte segunda, 462. — SIGUE EL DISCURSO
DE ESTE DOCTOR, 462. — Parte tercera, 465. — Parte cuarta,
467. — SE DECLARA QUIÉN ES EL AUTOR DEL PRECEDENTE DIS-
CURSO, 468. — Párrafo 7, 468. — EPÍSTOLA DE SAN PABLO
APÓSTOL A LOS ROMANOS, CAPÍTULO 11, 470. — Parte primera,
470. — Parte segunda, 470. — Parte tercera, 471. — Parte
cuarta, 471. — REFLEXIONES, 472. — Párrafo 8, 472. — ULTI-
MA OBSERVACIÓN. EL TEXTO DE ISAÍAS CITADO POR SAN PABLO,
478. — Párrafo 9, 478.
Conclusión 483
Anotación primera, 483. — Respuesta, 483. — Anotación se-
gunda, 491. — Respuesta, 492.

FENÓMENO 7: BABILONIA Y SUS CAUTIVOS ............................................496


Párrafo 1, 496.
Se propone otra consecuencia ................................................................ 498
Párrafo 2, 498.
Sumario de la historia de los hijos de Israel, desde el principio
de su destierro y dispersión hasta la época presente ........ 500
Párrafo 3, 500.
Se confrontan estas noticias con las profecías ...................................... 507
Párrafo 4, 507. — AMENAZAS CONTRA BABILONIA, 514. — Pá-
rrafo, 5 514. — Primera observación, 516. — Segunda obser-
vación, 516. — Tercera observación, 517. — SE CONFIRMA Y
ACLARA MÁS ESTE MODO DE DISCURRIR, 519. — Párrafo 6, 519.
— Primera llave, 519. — Segunda llave, 521. — ALUSIONES O
RECLAMOS DE LA BABILONIA DEL APOCALIPSIS A LA BABILONIA
DE LOS PROFETAS, 521. — Párrafo 7, 521.
Resumen o conclusión ............................................................................ 524
Párrafo 8, 524.
Apéndice 527

FENÓMENO 8: LA SEÑAL GRANDE, O LA MUJER VESTIDA DEL SOL .......... 531


Apocalipsis, capítulo 12 ........................................................................... 531
Lo que sobre esto se halla en los doctores ............................................. 532
Párrafo 1, 532.
Explicación de la profecía según los autores literales .......................... 533
Párrafo 2, 533. — REFLEXIONES SOBRE ESTA INTELIGENCIA, 535.
— Párrafo 3, 535. — Primera reflexión, 535. — Segunda refle-
xión, 536. — Tercera reflexión, 537. — Cuarta reflexión, 537.
Se propone otra inteligencia de esta profecía ....................................... 539
Párrafo 4, 539. — SISTEMA, 540. — Advertencia previa, 541.
— Párrafo 5, 541. — ARTÍCULO 1: SE EXPLICA EN ESTE SISTEMA
TODO EL CAPÍTULO 12 DEL APOCALIPSIS, VERSÍCULOS 1-2, 542. —
INDICE ANALÍTICO 917
Párrafo 6, 542. — ARTÍCULO 2: VERSÍCULOS 3-4, 549. — ARTÍ-
CULO 3: VERSÍCULO 5, 552. — Apocalipsis, capítulo 4, 559. —
Observación de este libro que abre el Cordero, 561. — ARTÍ-
CULO 4: CAPÍTULO 12, VERSÍCULO 6, 566. — ARTÍCULO 5: CAPÍ-
TULO 12, VERSÍCULOS 7-9, 568. — Texto de Daniel, capítulo 12,
577. — ARTÍCULO 6: VERSÍCULOS 10-12, 579. — ARTÍCULO 7:
VERSÍCULOS 13-14, 581. — ARTÍCULO 8: VERSÍCULOS 15-16,
588. — La soledad de la mujer, según las Escrituras, 592. —
ARTÍCULO 9: VERSÍCULOS 17-18, 601.
Conclusión 602

FENÓMENO 9: EL TABERNÁCULO DE DAVID .......................................... 606


Modo de discurrir sobre este asunto en el sistema ordinario .............. 607
DISCURSO PREVIO, 607. — Párrafo 1, 607.
Se considera el primer concilio de la Iglesia cristiana ..........................614
Párrafo 2, 614.
Se considera de cerca la explicación del texto de San Jacobo,
y de la profecía que cita ........................................................619
Párrafo 3, 619.
Se propone otra explicación del texto de San Jacobo
con todo su contexto ............................................................. 623
Párrafo 4, 623. — SE CONFIRMA TODO LO DICHO CON OTROS LU-
GARES DE LA ESCRITURA, 628. — Párrafo 5, 628. — Primero,
628. — Segundo, 629. — Tercero, 633. — ULTIMA OBSERVA-
CIÓN, 635. — Párrafo 6, 635. — Primera conclusión, 645. —
Segunda conclusión, 647.
Resumen y conclusión ............................................................................ 650

FENÓMENO 10: EL MONTE SIÓN SOBRE LOS MONTES ........................... 653


Texto de Isaías, capítulo 2 ...................................................................... 653
La inteligencia común de estas profecías .............................................. 654
Párrafo 1, 654.
Dificultad del versículo 4 de Isaías, y 3 de Miqueas ............................. 656
Párrafo 2, 656.
Se propone otra inteligencia de estas dos profecías ............................. 660
Párrafo 3, 660. — Primera consecuencia, 661. — Segunda
consecuencia, 661. — EL CONTEXTO DE ESTAS PROFECÍAS, 667.
— Párrafo 4, 667. — SE CONSIDERAN LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE
ESTA PROFECÍA, 672. — Párrafo 5, 672. — CONTEXTO DE MI-
QUEAS, CAPÍTULO 4, 675. — Párrafo 6, 675.
Se confirma todo este punto con el salmo 45 .........................................677
Párrafo 7, 677. — EXPOSICIÓN DEL SALMO 45, 678.
Apéndice 687
JERUSALÉN, 687. — TOBÍAS, CAPÍTULO 13, 696.
918 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PARTE TERCERA
Algunos sucesos principales
y más notables del reino venturoso
de Cristo en la tierra

INTRODUCCIÓN ....................................................................................703
CAPÍTULO 1: EL DÍA MISMO DE LA VENIDA DEL SEÑOR
SEGÚN LAS ESCRITURAS .................................................706

CAPÍTULO 2: IDEA GENERAL DEL JUICIO DE CRISTO


SEGÚN LAS ESCRITURAS ................................................. 713

CAPÍTULO 3: SIGUE EL MISMO ASUNTO.


EXAMÍNASE UN TEXTO IMPORTANTE DE ISAÍAS .............. 717
CAPÍTULO 4: EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA.............................. 726
TEXTO DE ISAÍAS, CAPÍTULO 65, 729.

CAPÍTULO 5: SIGUE EL MISMO ASUNTO Y CONJETURA


SOBRE ESTOS NUEVOS CIELOS Y NUEVA TIERRA ............... 736
Párrafo 1, 736. — Párrafo 2, 741. — Párrafo 3, 742. — Párrafo
4, 747. — ADICIÓN, 749.

CAPÍTULO 6: LA CIUDAD SANTA Y NUEVA DE JERUSALÉN, QUE BAJA


DEL CIELO, DEL CAPÍTULO 21 DEL APOCALIPSIS .............. 751
Párrafo 1, 751. — Párrafo 2, 753. — Primero, 754. — Segundo,
755. — Tercero, 755. — Cuarto, 756. — Quinto, 757. —
Párrafo 3, 758.

CAPÍTULO 7: SE RESPONDE A ALGUNAS CUESTIONES ...........................760


Primera, 760. — Segunda, 761. — Tercera, 762. — Cuarta,
764. — Quinta, 765. — Sexta, 768. — Séptima, 772.

CAPÍTULO 8: SALIDA DEL DESIERTO DE LA MUJER SOLITARIA


Y SU NUEVO DESPOSORIO................................................ 776
Párrafo 1, 776. — Párrafo 2, 778. — Párrafo 3, 783. — ISAÍAS,
CAPÍTULO 6, VERSÍCULOS 12 Y 13, 784. — DEL MISMO, CAPÍTULO
60, VERSÍCULOS 17, 18, Y 21, 785. — JEREMÍAS, CAPÍTULO 31,
VERSÍCULO 2, 785. — DEL MISMO, CAPÍTULO 50, VERSÍCULO 20,
785. — BARUC, CAPÍTULO 4, VERSÍCULO 28, 785. — EZEQUIEL,
CAPÍTULO 37, VERSÍCULO 24, 786. — SOFONÍAS, CAPÍTULO 3,
VERSÍCULOS 13 Y 16, 786. — Párrafo 4, 787. — Lo primero,
787. — Lo segundo, 787. — Lo tercero, 788. — Lo cuarto,
789. — Lo quinto, 789. — Párrafo 5, 792.
INDICE ANALÍTICO 919

CAPÍTULO 9: DIVISIÓN DE LA TIERRA SANTA ENTRE LAS


RELIQUIAS DE LAS DOCE TRIBUS DE JACOB.
JERUSALÉN DE LOS PROFETAS, TODAVÍA VIADORA,
Y SU TEMPLO .................................................................. 795
Párrafo 1, 795. — Párrafo 2, 796. — Párrafo 3, 799. — Párrafo
4, 803. — Párrafo 5, 805. — Párrafo 6, 807. — Párrafo 7, 812.
— Párrafo 8, 813. — Párrafo 9, 815. — Primero, 816. — Se-
gundo, 816. — Tercero, 817.

CAPÍTULO 10: EL RESIDUO DE LAS GENTES .......................................... 823


Párrafo 1, 823. — Párrafo 2, 826. — Párrafo 3, 827. — Prime-
ra proposición, 827. — Segunda proposición, 828. — Párrafo
4, 830. — Párrafo 5, 831.

CAPÍTULO 11: MEDIOS O PROVIDENCIAS EXTRAORDINARIAS


PROPIAS DE AQUELLOS TIEMPOS, PARA CONSERVAR
EN TODA LA TIERRA LA FE Y LA JUSTICIA ......................... 835
Párrafo 1, 835. — Párrafo 2, 838.

CAPÍTULO 12: CONFLUENCIA DE TODAS LAS GENTES


DE TODO EL ORBE HACIA UN CENTRO COMÚN ................. 842
Párrafo 1, 842. — Párrafo 2, 844. — Primera, 845. — Segun-
da, 845. — Párrafo 3, 847.

CAPÍTULO 13: SE SATISFACE A VARIAS CUESTIONES Y DIFICULTADES .... 851


Párrafo 1, 851. — Párrafo 2, 852. — Parábola, 852. — Párrafo
3, 856.

CAPÍTULO 14: FIN DE LOS MIL AÑOS DE QUE HABLA SAN JUAN.
SOLTURA DEL DRAGÓN.
CAUSAS DE ESTA SOLTURA Y SUS EFECTOS ...................... 859
Párrafo 1, 859. — Párrafo 2, 862. — Párrafo 3, 867. — Párrafo
4, 870.

CAPÍTULO 15: ESTADO DE NUESTRO ORBE TERRÁQUEO


Y DE TODO EL UNIVERSO MUNDO DESPUÉS
DE LA RESURRECCIÓN Y JUICIO UNIVERSAL .................... 875
Párrafo 1, 875. — Primera, 875. — Segunda, 875. — Tercera,
876. — Párrafo 2, 876. — Párrafo 3, 879. — Párrafo 4, 882. —
Párrafo 5, 885.

CAPÍTULO 16: IDEA GENERAL DE LA BIENAVENTURANZA ETERNA


DE TODOS LOS JUSTOS DESPUÉS DE LA
RESURRECCIÓN Y JUICIO UNIVERSAL .............................. 891
Párrafo 1, 891. — Párrafo 2, 893. — Párrafo 3, 898. — Párrafo
4, 902. — Párrafo 5, 907. — Párrafo 6 y último, 908.

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