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DADA, SURREALISMO Y'SCUOLA METAFÍSICA"
traídamente, ¿por qué sufrir? Entremos, ¿no somos ya lo bastalxte numerosos? Con
tizablanca o con carbón negro escribamos felicidad y su enigma, el enigma y su
afirmación. Bajo 1os porches hay ventanas, en cada ventana un ojo nos mira, y
en sus profundidades, hay voces que nos llaman. La feliciclad de la estación nos
invade, y emerge de nosotros transfigurada. Pequeña estación, pequeña estación,
eres un juguete divino. ¿Qué Zeus distraído te olvidó en esta plaza
y amarJl.a-, a1 lado de esta límpida, inquietante fuente? Todas tus -geométrica
banderitas
restallan juntas bajo la embriaguez de1 luminoso cieio. Más allá de 1os muros la
vida sigue como una catástrofe. ¿Qué te importa a ti todo eso?
Pequeña estación, pequeña estación, cuánta felicidad te debo.
LA MUERTE MISTERIOSA
EI reloj del campanario señala las doce y media. El sol está alto en los cielos, y
quema. Ilumina casas, palacios, porches. En el suelo, sus sombras ftazafl rec-
tángulos, cuadrados y trapezoides de un negro tan suave que los ojos abrasados
gustan de refrescarse en e1las. Qué luz. Qué dulce sería vivir aquí abajo, cerca de
un porche consoiador o de una torre absurda cubierta de banderitas multicolo-
res, entre amables e inteligentes hombres. ¿Ha llegado ese momento alguna
vez? ¡Qué importa, pues lo vemos pasar!
Qué ausencia de tormentas, de gritos de lechuzas, de mares tempes-
tuosos. Homero no hubiera encontrado aqluí nada que cantar. Un ataúd ha esta-
do aguardando desde siempre. Es negro como 1a esperanza, y esfa mañana aI-
guien ha dicho que durante la noche sigue ahí. En algún lugar hay un cadáver
que no vemos. El reloj señala las doce y treinta y dos; el sol comienza a dechnar;
es hora de irnos.
UNA FIESTA
No eran muchos, pero 1a al,egría daba a sus rostros una extraña expresión. Toda la
ciudad estaba llena de banderas. Las había en 1a gran torre que se alza al fondo
dela plaza, cerca de la estatua de1 gran rey conquistado¡. Las banderas restallan
en el faro, en los mástiles de los barcos anclados en el puerto, en los porches, en
el museo de pinturas raras.
Hacia el rnediodía, ellosse han reunido enlaPlazaMayor, donde se ha
preparado un banquete. En e1 centro dela plaza había una larga mesa.
El sol tenía una terrible belleza.
Precisas, geométricas sombras.
§ Contra la profundidad de1 cielo, el viento desplegaba 1as banderas mul-
ticolores de la gran torre roia, de un rojo tan consolador. Pequeñas manchas ne-
gras se movían en lo alto. Eran tiradores, en espera de hace¡ la salva del me-
diodía.
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DADA, SURREATISMO Y "SCUOLA METAFÍSICA"
Por fin sonaron las doce. Solemnes, melancólicas. Cuando el sol alcanzó
el centro del arco del cielo, un nuevo reloj fue inaugurado en la estación de la
ciudad. Todos lloraron. Pasó un tren, silbando frenéticamente. Tronó el cañón.
Ah, fue tan hermoso.
Después, sentados a la mesa, cornieron cordero asado, setas y plátanos,
y bebieron agtta c\ara y fresca.
Du¡ante toda \a tarde, en pequeños grupos, pasearon ba)o las arcadas,
en espera del anochecer para irse a descansar.
Eso fue todo.
Sentimiento africano. La arcada está aquí para siempre. Sombra de de-
recha a izquierda, fresca brisa que provoca el olvido, cae como una enorme hoja.
Pero es belleza 1o que hay en su línea: enigma defatalidad, símbolo del deseo
intransigente.
Tiempos antiguos, dudosas luces y sombras. Todos los dioses han mue¡-
to. La trompa dei caballero . La llamada del atardecer en el confín de los bosques:
una ciudad, tna plaza, un puerto, arcadas, jardines, una reunión al anochecer;
tristeza. Nada.
Pueden contarse las líneas. El espíritu las sigue y crece con ellas. La es-
tattta,la estatua sin sentido, ha de ser erigida. El muro rojo oculta todo lo mortal
del infinito. Un caracol, barco delicado de suaves costados; pequeño, amoroso
perro. Trenes que pasan. Enigma. La felicidad de1 banano: lujo de fruta madura,
dorada y dulce.
No hay batallas. Los gigantes se han escondido tras las rocas. Horribles
espadas cuelgan en las paredes de habitaciones oscuras y silenciosas. Allí está 1a
muerte, llen¿ de promesas. Medusa con ojos que no ven.
El viento tras el mu¡o. Palmeras. Pájaros que nunca vienen.
EL DESEO DE LA ESTATUA
,,Deseo a cualquier precio estal so1a", dijo la estatua de eterno aspecto. Viento,
viento que refresque mis mejillas ardientes. Y comenzó la terrible batalla' Caye-
to¡cabezas rotas, y las calaveras brillaron como si fueran de marfil.
Huye, huye ]hacia la plaza y la radiante ciudad. Tras de mí, me azot^rr
demonios con toda su fuerza. Mis piernas sangran horriblemente. Oh, la trrstez
de la estatua solitaria aIlá abaio Beatitud.
Y nunca sol alguno: nunca el sol. Nunca el consuelo amafillo de la tierra
iluminada.
Desea.
Silencio.
Ama su extraño espíritu. Ha conquistado.
y ahora e1 sol se ha detenido a\lá a*iba, en medio del cieio. Y con una
felicidad imperecedera,la estafúa sumefge Su espífitu en Ia contemplación de su
propia sombra.
Para que llegue a ser ve¡daderamente inmortal, una obra de arte debe sobrepa-
sar todos los límites humanos: la lógica y e1 sentido común sólo servirán de obs-
táculos. Pero una vez rotas las barreras, entrare en las regiones de la visión y el
sueño de la infancia.
Profundas declaraciones deben ser hechas por el artista desde lo más
oculto de su ser; ningún arroyo mu¡murador, ningún canto de pájaro, ningún
roce de hojas puede distraerle.
Lo que escucho no tiene valor alguno; só1o lo que veo está vivo, y clran-
do cierro los ojos, mi visión es todavía más penetrante.
Es importantísimo que liberemos el arte de todo lo que hasta ahora renía
de material reconocible; todo tema familiar, toda idea t¡aclicional, todo símbolo
conocido deben ser prohibidos de inmediato. y más importante todavía, debe-
mos tene¡ una enorme fe en nosotros mismos. Es esencial que la revelación que
se nos hace presente, la concepción de una imagen que tiene aigo sin senticlo en
sí mismo, que no tiene tema, que no quiere d,ecir absolutamente nada desde w
punto de vista lógico, es esencial, repito, que esa revelación o esa concepción
hable tan fuertemente dentro de nosotros, provoque tal tormento o placer, que
nos sintamos compelidos a pintarla, compelidos por un impulso más fuerte to-
davía que el del hambre desesperada que lleva a una persona a d.evc>rar un pe-
dazo de pan como una bestia salvaje.
Recuerdo un resplandeciente día de invierno en versalles. El silencio y
l,a calma reinaban por compieto. Todo me miraba con misteriosos, interrogantes
ojos. Y de pronto comprendí que cada rincón del palacio, cada columna, cada
ventana, poseía un espíritu, un alma impenetrable. Miré los héroes de má¡mol
que me rodeaban, inmóviles en el luminoso aire, bajo los helados rayos del sol
de invierno que llegaban hasta nosotros sin amor, como una canción perfecta.
En una ventana, tn pájaro gorleaba en su jaula. En ese momento fui consciente
del misterio que 1leva a los hombres a crear ciertas fo¡mas extrañas. Y la creación
me pareció más extraordinaria que los creadores.
Acaso la sensación más maravillosa que hemos heredado del homb¡e
prehistórico sea la del presentimiento. Existirá siempre. Podemos considerarla como
eterna prueba de la irracionalidad del universo. El primer hombre debió haber va-
gado por un mundo lleno de misteriosas señales. Debió tembla r a cada paso.
E
* Publicado originalmente
en André Breton, Le slffréalisme et la peinture (paris: Ga-
llimard, 1928), pp.38-39. La traducción al inglés, de Lonclon Bulletin, núm. 6 (octubre de
1928), p. 1.4.
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