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bsarlo@viva.clarin.com.ar
Alguien que llegó a la Argentina después de muchos años de vivir afuera, manifiesta sorpresa
ante la indecisión con que variados carteles artesanales, que anuncian el producto en kioscos o
almacenes, muestran una palabra de tres maneras diferentes: golosinas, golocinas y golozinas.
O no me había dado cuenta o nunca encontré uno de esos carteles. Sin embargo, no hay motivo
para desconfiar de mi interlocutor. Declaraciones de pasión exhiben, en muchas paredes,
deletreos semejantes, de modo que, si quienes escriben en la adolescencia llegan a atender un
maxikiosco poco después, podrían pasar del graffiti erótico al cartel con la misma ausencia de
virtudes ortográficas. Por otra parte, cualquiera que haya corregido exámenes escritos en la
universidad sabe que la ortografía no es una destreza distribuida igualitariamente entre los
alumnos, aunque las cosas varían de facultad en facultad. Aclaro que decir esto no supone
voluntad de desmerecer el esfuerzo ni la inte ligencia de los estudiantes. (Hay que tener
cuidado porque, ante la menor alusión que suene crítica, el que la hace puede ser acusado de
elitista o de despreciar el esfuerzo de maestros y profesores o, más terrible aún, de pasar por
alto los gigantescos esfuerzos de las alumnos de la secundaria. Y no estoy inventando la
acusación sino que estos reproches fueron recibidos por el decano de una facultad de
Medicina, cuando atribuyó a la pésima preparación de la escuela media
en relación con la forma en que se habla en los medios de comunicación, cuyos programas
están al tope de las tablas de
audiencia. Y criticar esa forma de lengua oral también está pasado de moda.
de la lengua, donde todo, a su tiempo, y más vale rápido que lentamente, va siendo recopilado.
Hoy la Academia no le niega a
que no estaban en ningún diccionario. Eso es más o menos cierto y también es más o menos
falso. Roberto Arlt sintió como
pocos los límites de la lengua; como pocos experimentó la idea de que él era un excluido de la
cultura alta; como pocos se esforzó para responder no sólo con el lunfardo (que no usaba en
cantidad y, cuando lo usaba, siempre de modo perfecto) sino
con decenas de palabras raras que encontraba en traducciones, palabras muchas veces
inutilizables pero que lo
Ningún gran escritor escribe con la lengua que habla. Ningún gran escritor es espontáneo.
Cuando se libera de la norma es
siempre por un acto de violencia estética consciente. Se dice que Arlt escribía con faltas de
ortografía. Esta leyenda, basada en lo que otros escritores dijeron sobre Arlt, puede haber sido
una parcial realidad. Lo que no se dice es que Arlt escribía contra las faltas de ortografía, furioso
por la ortografía o la sintaxis o la puntuación que pensaba que no
dominaba como otros. Arlt es un escritor iracundo, no un ignorante resignado. Si hubiera sido
lo segundo, nunca habría sido
grande.
Por tanto: señores burócratas, profesores y padres, el discurso de la espontaneidad es un arma
de fuego que, en todas las
Aprender algo es justamente contradecir el reflejo, corregir lo que se creía hasta ese momento,
salirse de sí.
Golosinas se escribe con "s". Responde a una regla que puede ser explicada, si llega el caso.
Pero que también debe ser aprendida por la repetición. No todo lo que aprendemos recorre el
largo camino de la explicación razonada. Aprendemos mucho a través de la copia (y si no lo
creen, explíquenme cómo se aprende a bailar los nuevos pasos de las músicas populares). La
copia no es algo nefasto en sí mismo; en los deportes, por ejemplo, aprendemos copiando los
movimientos más exitosos o eficientes. A nadie se le ocurriría decir que eso coarta la libertad.
Por el contrario, alguien se vuelve libre en un deporte, o tocando un instrumento, cuando la
copia se ha metido tanto en su cuerpo que ya no sabe que está copiando.
Un verano del fin de mi infancia, me pidieron que copiara algunos textos, para rescatar mi
ortografía. Así leí por primera