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¿Qué es la filosofía?

Samuel Aldrey.

¿Cuál es la tarea propia del pensar venezolano? ¿Cómo liberamos de la opresión tecnológica y
restablecer los lazos perdidos con nuestras tradiciones? Henos ante una serie de interrogantes
que enmarcan el pensamiento de J.M Briceño. En este sentido, el ensayo ¿Qué es la filosofía?
se inscribe plenamente en la órbita del viraje y retoma muchas de las cuestiones presentes en
escritos como las póstumas Contribuciones a la filosofía (1936/38), La época de la imagen del
mundo (1938), Carta sobre el humanismo (1946), La pregunta por la técnica (1953),¿Qué
significa pensar? (1954), Serenidad (1955), Identidad y diferencia (1957) o De camino al
lenguaje (1959).

Desde la implacable crítica a la técnica y el supuesto final de la filosofía hasta el destino del ser,
la fragmentación de la identidad o el papel constitutivo del lenguaje abordan una serie de
problemas que se aglutinan en una sola pregunta fundamental: ¿qué es la filosofía y cuál es su
tema en el caleidoscopio venezolano?

Diferentes testimonios autobiográficos, conferencias lecciones universitarias y el escrito de J.M


Briceño insisten una y otra vez en que el ser es el único y auténtico tema de la filosofía.

Así, pues, la pregunta filosófica por antonomasia no es otra que la pregunta por el ser del ente.
En opinión de Briceño, la filosofía debe iniciar un diálogo para intentar traducir en lenguaje la
desorientación del venezolano y así contactar el ser. Pero la tarea no es fácil. El problema
estriba en que la filosofía habla el lenguaje instrumental y calculador de la técnica. El sentido
originario de la filosofía se ha pervertido con la llegada de la era moderna, con la culminación
de un gradual proceso de control y dominio de la naturaleza que se inició en los albores de la
era atómica. La modernidad parte de la certeza de que la naturaleza se somete a principios
mecanicistas (Descartes), de que la realidad pueda interpretarse en términos matemáticos
(Galileo) o de que el universo obedece a leyes universales (Newton). Instalado en un mundo de
certezas absolutas y entregadas a la sorda eficacia de la ciencia y la técnica, el hombre
moderno se siente seguro de sí mismo y dominador de cuanto le rodea.

Esta voluntad de dominio y control se agudiza en la época contemporánea desde el instante en


que el mundo ha quedado reducido a un enorme y simplista engranaje que sólo responde a
criterios occidentales, a una gigantesca fábrica que produce mercancías y hombres en serie.
Además, lo más grave es que este fenómeno de colonización cultural se extiende a los ámbitos
del arte y de la religión, invadiendo los espacios más íntimos de nuestro mundo de la vida. La
cultura en conjunto se tiene por un telón de fondo disponible de valores que pueden
administrarse, calcularse y planificarse. De esta manera, se culmina el desmoronamiento de
los viejos andamiajes de nuestro ser, del humanismo, arrojando al ser a una realidad que
provoca sensación de destierro y errancia.

Sólo desde el trasfondo de nuestras diferentes disposiciones anímicas experimentamos el


mundo. Un análisis estructural de los idiomas o lenguas nos muestra que, antes de toda
reflexión teórica, ya tienen los pueblos o comunidades lingüísticas una concepción articulada
del mundo y de la vida. Hay, en este sentido, un nivel de reflexión y pensamiento limitado por
las coordenadas de cada cultura. Pero hay también, un nivel del pensamiento que va más allá
de esos límites culturales para ubicarse en las dimensiones de la humanidad, es decir, en el
tema del hombre como ser universal. ¿Cómo resuelve Briceño Guerrero esta contradicción?

Estableciendo la necesidad de distinguir tres conceptos de filosofía: Dynamis, Energía, y Ergon.


Como dynamis, la filosofía es visión del mundo, concepción de la vida, sistema de ideas o
creencias sobre el puesto del hombre en el cosmos, tal como afirmaban los griegos.
Como enérgeia, la filosofía es meditación y reflexión crítica que conduce a la producción de
obras filosóficas, sobre las cuales se levantan sistemas de pensamiento que se difunden de
maestros a discípulos y crean escuelas filosóficas. Como ergon, la filosofía es disciplina,
método y modelo de filosofar. La relación entre estas dos últimas es vital, ya que el filosofar
como enérgeia se apoya en la tradición, que es la filosofía como ergon, y se manifiesta como
diálogo, en un renovado decir-contradecir-condecir. Lo esencial en el ejercicio del pensar es,
pues, aprender la filosofía como ergon con el propósito de ejercerla algún día como enérgeia.

Así, pues, la filosofía en estrecha hermandad con la poesía, tiene la tarea de recapacitar sobre
esta cercanía inmediata con el ser, es decir, pensar sobre la proximidad de las cosas de la vida.
De hecho, siempre vivimos en esa proximidad. Briceño nos lo dice:

“Para que pueda surgir un filosofar venezolano o un filosofar en Venezuela, una reflexión
genuinamente nuestra dirigida a la totalidad, interpretadora del ser y la nada, del
conocimiento y del valor, para saber o hacer nuestro destino, para decir nuestro Ser y ser
nuestro. Decir tenemos que emprender un largo viaje hacia nosotros mismos”

Así, pues, no se trata de forzar o disponer del ser como si se tratara de un utensilio, sino dejar
que éste se revele en el marco de una actitud meditativa, silente, devota, desasida y serena.

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