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Ningún hombre que, sin predilección por las hipótesis, contemple la entera raza hu-
mana dispersa como está hoy sobre la faz de la tierra podrá dudar de que desciende
de una única pareja, formada de modo inmediato por la mano de Dios mucho des-
pués de que el mundo mismo hubiera sido creado y hubiera pasado por innumerables
cambios. A partir de esta pareja se poblaron gradualmente todas las partes habitables
de la tierra [citado en SLOTKIN, 1965, p. 198].
IV. POLIGENISMO
Sin que llegara a haber una correspondencia perfecta, los defensores del
punto de vista poligenista se inclinaban a defender también el determinis-
mo racial. volraíre. por ejemplo, sostenía que el grado de civilización de los
negros era un resultado de su inteligencia inferior.
Si su comprensión no es de distinta naturaleza que la nuestra, sí que es por 10 menos
muy inferior. No son capaces de una verdadera aplicación o asociación de ideas y
no aparecen formados ni para las ventajas ni para los abusos de la filosoffa [citado
en GOSSHT, 1963, p. 45J.
Si se piensa en el escepticismo intransigente de David Hume no puede
sorprender que compartiera la opinión de Voitaire tanto sobre el polige-
nismo como sobre el determinismo racial:
Jamás ha habido una nación civilizada de otro color que blanca, y lo mismo no ha
habido ningún individuo eminente ni en la acción ni en la especulación. Ningún arte-
sano ingenioso hay entre ellos, ni artes ni ciencias [ .. [ Una diferencia tan uniforme y
tan constante no podrla darse en tantos paises y en tantas edades si la naturaleza no
hubiera hecho una distinción original entre estas razas de hombres [citado en CURIIN.
1964, p. 42J.
76 Marvin Harrís
El color de los negros ( .. ] nos mueve con fuerza a suponer que son una especie dife-
rente de los blancos, y yo llegué a pensar que tal suposición se podía apoyar también
en la inferioridad de la inteligencia de los primeros. Pero, pensándolo mejor, hoy me
parece dudoso que esa inferioridad no se deba a su situación. Un hombre no madura
nunca ni en su juicio ni en su prudencia más que ejercitando esos poderes. En su pa-
tria, los negros tienen pocas oportunidades de usarlos [ibidem, p. 32].
Los viajeros han exagerado las diversidades mentales mucho más allá de la verdad
al negar a los habitantes de otros países buenas cualidades, porque en su modo de
vida, en sus usos y en sus costumbres son excesivamente diferentes de los propios
viajeros. No han considerado éstos que cuando el tártaro dorna -su caballo y el indio
levanta su wigwam exhiben el mismo ingenio que un general europeo que hace ma·
niobrar a su ejército, o que Iñigo Jones cuando construye un palacio. No hay nada en
que los hombres difieran tanto corno en sus costumbres.
Mas es justamente cuando nos aproximamos al país de los negros cuando dejamos
a un lado nuestros orgullosos prejuicios y considerarnos la or¡anización de estas re-
giones del mundo con tanta imparcialidad como si no hubiera otras. Puesto Que la blan-
cura es un rasgo degenerativo en muchos animales que viven cerca del polo, el ne¡ro
tiene tanto derecho a llamar a sus salvajes ladrones albinos y diablos blancos, como
nosotros a ver en él el emblema del mal, el descendiente de Cam marcado con el es-
tigma de la maldición de su padre. Bueno, puede decir él, yo, el ne¡ro; soy el hombre
original. Yo he tornado las corrientes más profundas de la fuerza de la vida, el sol.
Sobre mí y sobre todo lo que me rodea ha actuado con la mayor fuerza y energfa.
Mirad mi país. ¡Qué fértil en frutos, qué rico en oro! Mirad la altura de mis árboles,
la fuerza de mis animales [ ..] Entremos con humildad en el país que le fue dado [HBil-
DER, 1803, p. 260; ori¡inal, 1784).
SI determinismo racial 77
Hacia finales del siglo "VIII, la causa poligenista se complicó con la cuestión
de la esclavitud. Algunos de los más fanáticos defensores de la esclavitud
fueron poligenistas. Edward Long sostenía en su History of Jamaica (1774)
que los europeos y los negros pertenecían a especies diferentes. La opinión
que Long tenía de los negros reflejaba la amarga realidad cotidiana de la
vida en la plantación (Long residía en las Indias Occidentes inglesas) sin
nada de la moderación y la tolerancia características de la era de la razón.
Los africanos eran «brutales, ignorantes, holgazanes, taimados, traidores, san-
guinarios, ladrones, desconfiados y supersticiosos» (citado en CURTIN, 1964,
página 43). La obra de Long se reimprimió en los Estados Unidos, en donde
se convirtió en la fuente más usual de los argumentos racistas en favor de
la esclavitud e influyó en la formación de las opiniones de Charles White,
un médico de Manchester, que trató de demostrar con pruebas anatómicas
que los europeos, los asiáticos, los americanos y los africanos constituían
cuatro especies separadas de perfección decreciente en el orden dicho. En
su An account of the regular gradation in man (1799), White sostuvo que en
la «gran cadena de los seres» el lugar que ocupaban los negros estaba más
próximo al de los monos que al de los caucásicos. Aunque personalmente
se oponía a la esclavitud, su libro recogía todos los estereotipos racistas
de los colonos de las Indias Occidentales y hasta les prestaba un halo cien-
tífico poco merecido. Las afirmaciones de White de que los negros tenían
el cerebro más pequeño, los órganos sexuales más grandes, olían a mono y
eran insensibles al dolor, como animales, fueron repetidas con frecuencia
por partidarios de la esclavitud.
Se podría pensar que los esclavistas hubieran debido sentirse atraídos
por el poligenismo y, a la inversa, los antiesclavistas por el monogenismo.
Mas, como el historiador William Stanton ha demostrado (1960), el polige-
nismo, pese a ofrecer una justificación racional para tratar a ciertos gru-
pos humanos como animales de otra especie, jamás llegó a imponerse como
ideología del esclavismo.
sus conclusiones afirmaba que cada una de esas razas tenía una filogenia
separada que se remontaba a varios miles de años. Inicialmente se abstuvo
de decir que aquellas razas no tenían un origen unitario y se evadió de la
cuestión, como lord Kames, dando a entender que se había producido una
intervención divina posterior a Adan para introducir las diferencias racia-
les. De ese modo, a la vez que sostenía que «entre los hombres existía una
diferencia original» que ni el clima ni la educación podían borrar, eludía el
conflictotdirecto con los dogmas teológicos dominantes, Pero en 1849 sos-
tuvo ya que, a pesar de su capacidad de engendrar híbridos fértiles, las
razas humanas eran especies separadas, y de hecho ya había adoptado una
teoría completa de la poligénesis divina. Una de las razones que le movíe-
ron a este cambio de opinión fue el descifrado en 1821 de la piedra Rosetta,
gracias al cual se comenzaba a intuir la gran antigüedad de los restos egip-
cios. En su segundo libro, Crania Aegyptica (1844), Morton atribuyó gran
importancia al hecho de que en pinturas egipcias que tenían varios milenios
de antigüedad aparecieran representados tipos negroides y caucasoídes: el
lapso entre la creación y las primeras dinastías era demasiado corto para
que esos tipos raciales hubieran podido evolucionar desde un antepasado
común.
Después de 1846, la postura de Morton contó con el decidido apoyo de
una prestigiosa figura, el naturalista de Harvard Louis Agassiz, a quien le
parecía «mucho más en armonía con las leyes de la naturaleza .. el admitir
que «en un principio el Creador ha dispuesto diferentes especies de hom-
bres, lo mismo que ha hecho con todos los otros animales, para que ocupen
distintas regiones geográficas». Pero Agassiz no fue el más fiel discípulo
de Morton; ese título corresponde a George R. Gliddon, que mientras fue
vicecónsul en El Catre recogió para Morton los cráneos egipcios, e igual-
mente a Josiah Clark Nott, que es probable que fuera el primer científico
americano que expresó públicamente la convicción de que en el momento
de la creación Dios había hecho varias especies humanas diferentes (cf. SUN-
TON, 1960. p. 69). Nott y Gliddon (1854) colaboraron en un voluminoso estu-
dio, titulado Types of mankind, en el que sostenían que las razas humanas
eran especies distintas creadas separadamente y dotadas cada una de ellas
de una naturaleza física y moral «constante y sin desviaciones .., que sólo po-
día modificarse por hibridación.
Desde luego que no era verdad que los abolicionistas hubieran hecho de
la Biblia «el gran objeto de sus ataques». Esto no era más que retórica, Tan-
to el norte como el sur sacaban de la Biblia sus principales argumentos; se
80 Marvin Harris
ficas. Esto le llevó a formular treinta afias antes que Darwin una teoría de
la selección natural basada en la diferente capacidad de supervivencia:
De las variedades humanas accidentales que debieron presentarse entre los primeros
escasos y dispersos habitantes de la región central de Afríca, algunos estarían mejor
dotados que otros para soportar las enfermedades de aquel país. En consecuencia, esta
raza tuvo que multiplicarse, mientras que las otras disminuirían no sólo por su vul-
nerabilidad a los ataques de las enfermedades. sino también por su incapacidad para
competir con sus vecinos más vigorosos. Por 10 que ya he dicho, yo doy por descontado
que la piel de esa rala tuvo que ser oscura. Mas como seguiría actuando la misma
predisposición a la formación de variedades, con el transcurso del tiempo esa raza
se haría cada vez más oscura. y como los más negros serian los mejor dotados para el
clima. a la larga se convertirían en la raza dominante, si es que no la única, en el
país en que tuvieron su origen [citado en GRIlENE, 1959, p. 245].
de la vida social y no para oprimir a los débiles y a los ignorantes ni para precipitar
a aquellos que por naturaleza están más bajos en la escala intelectual, todavía más
al fondo de los abismos de la barbarie [ibidem, p. 240].
berse inclinado a favor de aquellos que negaban que todas las razas y cla-
ses de hombres pudieran participar por igual en el progreso que una rama
de la humanidad estaba logrando. Poco a poco se fue imponiendo la idea
de que la humanidad estaba empeñada en una guerra que eliminaría a las
naciones y a las razas inferiores y elevaría a las superiores. Como dice Cur-
tin (1964, p, 374),
Los pueblos exterminados pertenecían todos a las razas de color, mientras que. sus
exterminadores siempre resultaban ser europeos. Parecía evidente que estaba operando
alguna ley natural de las relaciones raciales y que la extinción de los no europeos for-
maba parte de la evolución natural del mundo.
Para Thomas Carlyle, como para muchos que se pusieron de parte del
Sur en la controversia de la esclavitud, la única conclusión que se podía
sacar era que las razas de color habían sido creadas inferiores para servir
a los blancos y que su status permanecería inamovible para siempre.
Esta podéis confiar en ello. mis oscuros amigos negros. es y ha sido siempre la Ley
del Mundo, para vosotros y para todo los hombres: que los más simples de nosotros
sean siervos de los más juiciosos. Y sólo penas y desengaños mutiles esperan a los unos
y a los otros, hasta que todos ellos se sometan aproximadamente a esto mismo (CAR'
HU, citado en CURrIN, 1964, pp. 380-81].
Se dice [.. I que todas las ramas de la familia humana están dotadas con capacidades
intelectuales de la misma naturaleza, que, aunque se hallen en diferentes estadios de
desarrollo, son todas por igual susceptibles de mejora. Quizá no sean éstas las palabras
exactas, pero éste es el sentido. Así, el hurón, con la adecuada cultura, se convertiría
en el igual de un inglés o de un francés. ¿Por qué, entonces -e-preguntarfa yo- en el
curso de los siglos no inventó nunca el arte de imprimir ni aplicó nunca la fuerza del Va-
por? ¿Por qué entre los guerreros de su tribu no surgió nunca un César ni un Car-lomag-
no, o entre sus bardos un Homero, o entre sus curanderos un Hipócrates? [GOBlNEAU,
1856, p. 176; original, 1853].
En consecuencia, es erróneo creer que la aptitud igual de todas las razas para la ver-
dadera religión constituye una prueba de Sil igualdad intelectual. Aunque la hayan
abrazado, seguirán exhibiendo las mismas diferencias características y tendencias di-
vergentes e incluso opuestas [ibidem, p. 223].
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clamaba que lo que daba sentido al arte y a la vida era el destino nacional,
que emergía, incontrolado e incontrolable, del fondo insondable del pasado
de la raza. El racismo resultaba útil también como justificación de las
jerarquías de clases y de castas; como explicación de los privilegios, tanto
nacionales como de clase, era espléndido. Ayudaba a mantener la esclavitud
y la servidumbre, allanaba el camino para el despojo de Africa y para la
atroz matanza de indios americanos y endurecía los nervios de los capitanes
de industria cuando bajaban Jos salarios, alargaban la jornada de trabajo
y empleaban más mujeres y más niños.
Al mismo tiempo que la inteítígentzía euroamericana se dejaba en-
cantar por el hechizo de la interpr-etación racial de la historia. surgía otra
doctrina paralela que se iba a propagar con igual velocidad por la misma
área. Era la ideologia específica del empresariado industrial, la doctrina del
laíssez-jaire, la justificación de la competencia, el trabajo asalariado, los
beneficios y la acumulación de capital. Era la ideología de un sistema eco-
nómico en crecimiento, cuyas prodigiosas energías se derivaban de rnaximi-
zar los beneficios que resultaban de la competencia. Adam Smith había
demostrado que el bienestar material de cada individuo, lo mismo que el
de la totalidad de la sociedad. dependía de la competencia ilimitada del mero
cado. El progreso del bienestar material nacía sólo de la ilimitada lucha eco-
nómica. Cualquier intento de suavizar las condiciones de ésta, se hiciera en
nombre del cristianismo o de la soberanía política, acarrearía inevitablemente
una disminución del bienestar ciudadano. Pues el orden económico estaba go-
bernado por leyes inmutables y el capitalismo era una máquina autor-regula-
.da que recibía de la competencia lo principal de su impulso.
Antes de la influencia de Spencer y de Darwin, el racismo y la teoría
económica clásica se habían desarrollado siguiendo caminos separados.
Adam Smith. Ricardo y Malthus no habían hecho en sus escritos la menor
contribución a las teorías racistas de la historia. Por otro lado, Prichard,
Lawrence, Ktemrn, Waitz y los otros deterministas raciales predarwinistas
no tenían ningún interés en aproximar sus ideas a la teoría del capitalismo
industrial. Pues, después de todo, ¿qué conexión podía existir entre fenóme-
nos tan diversos como la guerra. la raciación y la competencia en el mer-
cado? Hizo falta el genio combinado de Spencer y de Darwin para encon-
trar el componente común, para ver la «lucha por la vida» operando en
todas las esferas de la vida, para reunir todos los cambios, inorgánico, or-
gánico y superorgánico, en una única «ley de la evolución» y para completar
así la biologízación de la historia sin abandonar el sueño de la Ilustración
del progreso universal.