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Leandro Catoggio
(Conicet-UNMdP)
Resumen:
Abstract:
This paper is intended to show a possible link between the thought of Duns
Scotus and Spinoza's philosophy on the basis of two salient points. The first is related to
the notion of "individuality". In it he shows how the thought of Scotus and Spinoza rely
on this key concept from the idea of praxis. The second point, linked to the first,
indicates the possible match between the notion ultima solitudo of Duns Scotus with the
third kind of knowledge belonging to the Dutch philosopher. This relationship that, in
the latter part of the work is interpreted under the phenomenological idea of "experience
of the sacred".
2)
Ahora bien, la cuestión que se abre aquí es si, a pesar de no ser creacionista,
Spinoza no sostiene en último término también una fenomenología de la experiencia de
lo divino. Podemos preguntarnos si en Spinoza no se encuentra también una relación
Dios-criaturas que determine el conocimiento de lo divino. ¿Hay una experiencia de tal
modo en Spinoza?, ¿puede hablarse de donación amorosa, de agapé?, ¿de la primacía
del amor sobre la ontología?
Para este análisis ya no importa tanto el libro primero como el último libro, el
quinto de la Ética. Texto que tradicionalmente a presentado una gran dificultad de
interpretación. En esta parte del libro aparece una de las proposiciones más difíciles de
comprender de todo el texto. Es la proposición 23. En ella Spinoza dice lo siguiente: “El
alma humana no puede destruirse absolutamente con el cuerpo sino que de ella queda
algo que es eterno” (1998: 408). Sin dudas esta proposición es paradójica respecto al
desarrollo que se viene haciendo desde el segundo libro. ¿Cómo se explica que ahora
Spinoza enuncie que existe una distinción entre alma y cuerpo cuando desde el famoso
parágrafo 7 de la segunda parte se habla de la unidad cuerpo-alma?; ¿qué significa aquí
eternidad y cuál es su relación con el alma? Si se sigue con el escolio de la misma
proposición puede observarse que Spinoza agrega que dicha idea expresa la esencia del
cuerpo desde la perspectiva de la eternidad, es decir, la duración del alma sin relación
con el cuerpo. Donde eternidad y duración deben comprenderse entre sí sin relación al
tiempo. Spinoza lo dice así: “Sin embargo, no puede ocurrir que nos acordemos de
haber existido antes del cuerpo….y que la eternidad no puede definirse por el tiempo, ni
puede tener con él ninguna relación. Mas no por ello dejamos de sentir y experimentar
que somos eternos” (1998: 409). Lo importante aquí es este último señalamiento: hay
una certeza que es la de “sentir y experimentar que somos eternos” (Sentimus
experimurque nos aeternis esse). Según esto, entonces, hay una experiencia de la
eternidad, una experiencia que no tiene que ver con el tiempo sino con aquello que,
justamente, no transcurre en el tiempo. La eternidad es lo que no pasa, lo que no se
altera o cambia. ¿Es la eternidad la inmortalidad del alma? No, en ningún momento de
la Ética habla Spinoza de la inmortalidad y no lo hace en todo el quinto libro. Eternidad
no debe confundirse con inmortalidad. La eternidad es algo que se siente y experimenta;
y en este sentido no se corresponde con el conocimiento adecuado. No es un acto
meramente intelectual. La experiencia de la eternidad implica una sensación y, al
mismo tiempo, un alejamiento del intercambio con los diferentes cuerpos. No hay
conocimiento de primer género y tampoco de segundo género, ambos remiten a la
temporalidad. ¿Qué significa, entonces, “sentir la eternidad”?
Este problema toma mayor dimensión si tenemos también en cuenta la
proposición 39 de la quinta parte. Allí Spinoza dice lo siguiente: “Quien tiene un cuerpo
apto para muchas cosas, tiene un alma cuya mayor parte es eterna” (1998: 422). Puede
observarse que el cuerpo reaparece aquí a pesar de lo dicho anteriormente. La eternidad,
por un lado, parece remitirnos en una primera instancia a una experiencia propia del
alma sin la operatividad del cuerpo; pero, por otro lado, en el parágrafo 39 Spinoza
afirma que la eternidad está vinculada a la aptitud corporal. En una posible
interpretación se puede mostrar que hay dos vías factibles de resolución (Moreau, 2014:
92-97). Una es aquella que remite al supuesto paralelismo entre el pensamiento y la
extensión; es decir, se interpreta que la primera versión establecida en el parágrafo 23
indica la eternidad según el atributo pensamiento; y la otra, del parágrafo 39, remite al
atributo extensión. Ahora bien, el problema de esta lectura es que no logra explicar algo
fundamental: la individualidad de los diferentes cuerpos-alma humanos en relación a la
salvación (beatitudo). Y esto se debe a que esta lectura se apoya principalmente en lo
dicho en el escolio de la proposición 13 del segundo libro: “…Pues lo que hasta aquí
hemos mostrado es del todo común, y no se refiere a los hombres más que a los otros
individuos, todos los cuales, aunque en diversos grados, están animados” (1998: 129).
En este caso, todos los modos finitos existentes poseen parte de la eternidad y logran
diferenciarse sólo por el grado de animación. Se pierde la actividad del proceso de
individuación en tanto el proceso por el cual los individuos se diferencian entre sí.
Como indica Moreau, “Nada en este eje del razonamiento es susceptible de introducir
diferencias entre los individuos. Ni para distinguir a los hombres del resto del universo,
ni para distinguir a los hombrees entre sí” (2014: 95).
Pero, si seguimos a Moreau en su propia interpretación, podemos hacer una
distinción fundamental. El alma humana que experimenta el mundo mediante un cuerpo
tiene ideas adecuadas, un conocimiento cierto, en la medida en que comprende la
necesidad causal del suceso o cosa que percibe (1994: 543-544). Aquí tenemos el
modelo originariamente griego de la necesariedad como elemento fundamente de la
comprensión de los fenómenos. Sin embargo, cabe aquí una distinción interna al
proceso cognitivo. Una cosa es el conocimiento de lo necesario y otra distinta es la
experiencia de la necesidad. No es lo mismo el acto intelectual del conocimiento que el
acto experiencial de la sensación. Hay en esto, según Moreau, una percepción
diferencial (perception différentielle) (1994: 543). El mismo proceso puede tener dos
perspectivas diferentes. La experiencia de la necesidad a diferencia del conocimiento
elaborado remite a la percepción de lo necesario desde un trasfondo no-necesario. Es
decir, las ideas adecuadas sólo se me presentan sobre la base experiencial de aquello
que no es necesario, mi contingencia o finitud. La noción de experiencia, en este
sentido, está co-implicada en toda producción de conocimiento por parte del intelecto.
Es parte del mismo proceso de conocimiento. El amor a Dios no es un acto relativo a la
objetivación sino a la experiencia de la eternidad que acompaña todos mis actos. No hay
una reflexión que separe sujeto de objeto sino que es aquello que acompaña siempre
todo acto en el mundo. El tercer género de conocimiento debe comprenderse de esta
manera: es el sentimiento de la finitud que, al mismo tiempo, es el sentimiento de la
eternidad. Lo que se abre es un espacio de experiencia en que todo conocimiento de la
necesariedad causal implica al mismo tiempo el sentimiento de la finitud como aquello
que es condición de posibilidad de todo saber. La finitud es condición de posibilidad del
saber y lo es en tanto es la potentia, la capacidad que tiene la vida de pensar y actuar. Lo
eterno sentido es esa capacidad como la libertad en que soy donado y me es donado el
mundo en la singularidad de la experiencia.
3)
Esta singularidad no es más que la individualización de la experiencia. La
singularidad radical por la cual el mundo se revela sobre la base del sentimiento de la
donación de la vida, de la capacidad que tiene ésta de inventarse y reinventarse
continuamente. La beatitudo, la felicidad, en Spinoza es esa libertad de la praxis, que
nombramos con Scoto. La acción y operación del agapé que subvierte toda
comprensión metafísica de Dios y el ser. El sentimiento de eternidad, su experiencia, es
la experiencia de lo sagrado o divino. El tercer género de conocimiento para el cual la
razón es insuficiente y sólo se comunica lo comprendido y no lo que hace a la
comprensión. Es, en última instancia, lo que encontramos en Scoto como ultima
solitudo. Esta señala lo más íntimo e incomunicable que hace posible la vida personal y
su mundaneidad. Y, como dice Merino, ella no designa la soledad absoluta en cuanto
desvinculación sino la más íntima afirmación del sí mismo en su experiencia que hace
posible toda configuración óntica. La autoafirmación de la persona en Scoto se
corresponde con el conatus spinoziano en tanto en ambos el sentimiento de la eternidad
se ofrece como un orden trascendental que hace posible toda intelección de las causas y
los efectos que rigen el mundo. Y ese orden trascendental, sin embargo, no es algo
óntico sino el espacio primigenio, sagrado, por el cual el amor y la libertad se conjugan
en la praxis.
Bibliografía: