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5. ¿Por qué sostiene que no es la razón, si no la costumbre la guía de la vida?

En el contexto de la afirmación establecida por Hume, en su Resumen, de que es la costumbre la guía


de la vida y no la razón, ya ha establecido dos hechos. Primero, ha establecido que todas las ideas son
reducibles a impresiones. Las primeras son percepciones desvaídas y débiles, y las segundas son
percepciones fuertes y vivaces. El segundo hecho que ha establecido, es que todo nuestro
conocimiento que tengamos de las cuestiones de hecho se basan en la relación de causa-efecto. El
primer ítem sirve para desarticular cualquier ambigüedad presente tanto en las ideas, como en el
discurso filosófico (lo que no pueda reducirse a esas percepciones vivaces, carece de sentido). El
segundo ítem necesita de la noción de costumbre y hábito para ser comprendido en su totalidad. Es
en esta explicación, donde Hume concluye que es la costumbre la que nos hace pensar que un efecto
se sigue de una causa, que surge el tema de la costumbre.
En términos precisos, es necesaria la costumbre ya que todos los razonamientos relativos a causas y
efectos se basan en la experiencia. Y todos los razonamientos de experiencia “se basan en la
suposición de que el curso de la naturaleza continuará uniformemente del mismo modo” (Cf, 131, del
Resumen). Debido a que para esta suposición no hay una percepción vivaz que nos dé seguridad de
su fundamento, que no hay otra razón sino la costumbre y el hábito para sostenerla. Ejemplifiquemos:
como ya ha ocurrido muchas veces en las que siempre que vi una botella caer, que luego se rompa,
concluyo que si una botella cae, se rompe. Pero no hay necesidad concluyente en esta proposición,
ya que podría ocurrir que cuando caiga una botella, no se rompa. De donde que las cuestiones de
hecho son irreconciliables con la necesidad de las proposiciones matemáticas (o en otros términos,
que las proposiciones analíticas, y la demostración necesaria de las mismas, no tienen ninguna
relación con las proposiciones sintéticas a posteriori). La costumbre y el hábito me permiten sostener
esa relación causa-efecto, y no otra cosa.
Luego Hume agregará otro elemento al hábito y la costumbre: la creencia. Y la particularidad de que
el hombre posee un conjunto de ideas que se mantienen por hábito, y se cree en ellas en la medida
que no genere contradicción interna (agregar una nueva creencia que no genere contradicción con las
anteriores). Pero el punto es el siguiente: la costumbre es la guía de la vida, ya que es ella la que nos
genera ciertos razonamientos y ciertas máximas de acción. Y no así la razón. Al cuestionar mediante
el principio de reducción (el primer ítem expuesto) las entidades que la razón por si sola pudiera llegar
a postular (como las fuerzas metafísicas) se descubre, antes que una ley necesaria, una cierta creencia
sostenida por costumbre (aunque, hay que mencionarlo, la creencia no es reducible al hábito y la
costumbre). Eso, y solamente eso. Hume nunca sostiene que haya creencias más verdaderas que otras,
ni más básicas que otras (excepto las que nos son inevitables, como el uso de la razón, que pueden
ser consideradas básicas en el sentido de que son basamento para las siguientes que surjan).

6. ¿Cómo define a la creencia y qué papel le concede al hábito respecto a ella?


La creencia establece una diferencia entre las concepciones a las que asentimos, y aquellas a las que
no asentimos (esto es una consecuencia de que el hábito sea la guía de la vida y no la razón, Cf. 135).
Si por habito he establecido lo siguiente: ‘si una botella cae, se romperá’, no ocurre que solamente
concibo en mi mente una relación de causa-efecto, establecida por la costumbre. Yo creo que es así,
es decir, me resulta imposible (por hipótesis) que conciba que, si una botella se cae, no se romperá.
Si no imposible concebirlo, al menos no creer en ello, aunque sea concebible (Cf. Resumen 134-135).
La creencia es una forma diferente de concebir un objeto, diferente del sentimiento y que no depende
de la voluntad como si lo hacen todas nuestras ideas (Cf. Resumen, 135). La creencia afecta al modo
en que concebimos los efectos y las causas.
Esto es así, porque dentro de las dos hipótesis que pudiesen explicar la creencia, Hume elige una. La
primera es que la creencia añada alguna idea nueva a aquellas que podemos concebir sin asentir con
ellas. La rechaza, y juzga como falsa, ya que no es concebible qué idea nueva agrega la creencia a las
ideas o a la concepción sostenida. La segunda hipótesis, y a la cual adhiere, es que la mente posee
una capacidad de enlazar todas las ideas que no implican contradicción. Por tanto, y reproducimos el
razonamiento: la creencia implica una concepción, pero como es algo más y como no añade ninguna
idea alguna a la concepción, resulta que es una forma que tenemos de concebir al objeto.
Aquí es donde entra la creencia y el hábito. La creencia establece una diferencia entra las ideas que
acaecen en la mente sin ninguna introducción (nombrémoslas arbitrarias, para resaltar la
confrontación) y las concepciones que efectivamente poseemos de facto. Por el hábito, soy conducido
obtengo que a determinado efecto se dio determinada causa. Pero para que el hábito constituya una
concepción es necesario que se establezca esta relación: a determinado efecto, soy conducido por la
creencia, que se dio determinada causa. Esto es una reformulación de Hume, en su recapitulación (Cf.
Resumen, 137). En particular: como todas las cuestiones de causa y efecto dependen de la
experiencia, y no tenemos ninguna razón para extender al futuro nuestra experiencia del pasado, la
costumbre nos determina cuando concebimos que un efecto se sigue de su causa. Pero también
creemos que es así, en la medida en la que lo concebimos. Y es aquí donde la relación entre creencia
y hábito es expresa: la creencia modifica la forma en que concebimos tal relación, de la manera
expuesta líneas más arriba.

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