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Construyendo la modernidad
universos creativos de cuatro figuras fundamentales (José Moreno Villa, Vi-
cente Huidobro, Ernesto Giménez Caballero y Fernando García Mercadal) y moderno (1918-1937)
analiza la construcción física y simbólica de la Gran Vía de Madrid, un enclave
cultural y arquitectónico central en la mitología de la modernidad peninsular.
Carlos Ramos
Ensayos / Scriptura
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Construyendo la modernidad
Escritura y arquitectura en el Madrid moderno (1918-1937)
Índice
Agradecimientos......................................................................................................13
Introducción............................................................................................................15
Madrid, 1918-1937. Un lugar y un tiempo..........................................................19
Aproximaciones teóricas.......................................................................................21
Peculiaridades de la arquitectura respecto a otras artes..........................................23
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Congreso en La Sarraz........................................................................................160
GATEPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progreso
de la Arquitectura Contemporánea)..............................................................161
Abandono..........................................................................................................162
Arquitectura Popular. La casa mediterránea........................................................163
Final...................................................................................................................165
Bibliografía............................................................................................................209
Índice analítico......................................................................................................233
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Agradecimientos
La elaboración de este libro ha tomado varios años y se ha beneficiado del apoyo, las
críticas, la ayuda y los comentarios de numerosos colegas y gente admirada en diferentes
capacidades. Dado que nombrarlos a todos es seguramente imposible, pido disculpas
por las omisiones involuntarias.
Aventurarnos fuera de los confines de nuestra disciplina, como he hecho aquí, pro-
picia la humildad, al tiempo que acrecienta la admiración por quienes lo hacen con
talento y regularidad, y en cuyo trabajo se ha apoyado el mío. Destaco, entre ellos, a
tres. Carlos Sambricio ha escrito páginas fundamentales sobre los temas que exploro
aquí. La invitación de Susan Larson a leer mi trabajo en el homenaje que le organizó
en Lexington (Kentucky), en la primavera de 2009, fue una oportunidad magnífica de
disfrutar de su magisterio en persona. Rafael Moneo se desplaza con elegancia entre
la conceptualización y la praxis, y su escritura es siempre clara y reveladora. El Davis
Museum and Cultural Center, que construyó en Wellesley College, es —como el resto
de su arquitectura— honesto, preciso, funcional y acogedor. Tener mi oficina a escasos
cien metros de sus salas es una motivación y un lujo cotidiano. Edward Baker, maestro
en el tema por décadas, ha sido siempre generoso con mi trabajo y con su tiempo. Su
libro reciente sobre la Gran Vía posee la rara virtud de ser erudito y entretenido, a partes
iguales, y tiene la fuerza de la última palabra.
El año sabático ofrecido por Wellesley College fue decisivo para completar el libro.
El semestre académico del otoño de 2008 en la Vall de Boí resultó crucial para leer,
estudiar, aclarar ideas y ensayar una configuración final del proyecto, rodeado de la alta
montaña y del románico más elegante. El semestre de otoño de 2009, tuve la fortuna
de pasarlo como investigador residente en el Newhouse Center for the Humanities. El
tiempo en esa institución concebida para facilitar la reflexión, el trabajo y el diálogo
—compartido con colegas de disciplinas, universidades y países distintos— fue funda-
mental para clarificar algunos conceptos y para espolear la ejecución. Carol Dougherty,
la directora, propició siempre conversaciones e intercambios relevantes y ha establecido
en el centro un clima óptimo para la aventura intelectual.
Además de varias becas de investigación de Wellesley College, este estudio ha recibido
el patrocinio del Program for Cultural Cooperation Between Spain’s Ministry of Cul-
ture and United States’ Universities. Versiones preliminares de partes de dos capítulos
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aparecieron antes en libros editados por Malcom Compitello y Edward Baker (Alianza
Editorial, Madrid) y por Jorge Valdivieso (Orbis Press, Arizona). Agradezco los permisos
y la buena disposición para incluir aquí esos textos.
Las numerosas horas pasadas en archivos y bibliotecas han sido más fructíferas por la
dedicación y la amabilidad de numerosas personas, algunas anónimas, otras con nom-
bres y apellidos: Isabel Argerich y Ana Gutiérrez, responsables de archivos fotográficos
diversos en el Instituto del Patrimonio Cultural de España del Ministerio de Cultura,
en Madrid; Carlos Buil de la Biblioteca del Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón;
Montse Cervera, responsable del Centro de Documentación y Biblioteca del Col·legi
d’Arquitectes de Lleida; Mary F. Daniels, bibliotecaria de las colecciones especiales de la
Frances Loeb Library, de la Graduate School of Design de Harvard University; Richard
Heyer, bibliotecario del Instituto Cervantes en Nueva York; Rosalía Martínez Pérez,
Directora técnica del Archivo Histórico del Ejército del Aire y Lourdes Prades, de la
Biblioteca del Pavelló de la República, en Barcelona.
Muchos de los argumentos desarrollados aquí los exploré primero en mis clases y se-
minarios de Wellesley College. La inteligencia, curiosidad y perspicacia de mis estudian-
tes han hecho mejores mis ideas iniciales y han suscitado otras. Las experiencias como
profesor visitante en Brown University y en el Massachusetts Institute of Technology
han sido también enriquecedoras en modos que han favorecido mi trabajo aquí.
Sin el apoyo, los consejos y las revisiones de amigos y colegas a lo largo de los años,
este libro acaso no se hubiera concluido. La ayuda y el ejemplo de Enric Bou, Malcom
Compitello, Elena Gascón Vera, Jim Iffland, Rosa Mateu, Nil Santiáñez, Alan Smith y
Bill Taylor han hecho mejor mi trabajo. A todos, gracias.
Publicar en la Universitat de Lleida es algo parecido a una vuelta a casa emocionante.
Jaume Pont, Pere Rovira y Paco Tovar, que fueron mis maestros, son ahora viejos amigos.
Cualquier ocasión para colaborar de nuevo con Julián Acebrón es un regalo del destino.
Este libro le debe muchísimo a su confianza, a su paciencia y a su estímulo.
Blau y Duna han compartido este viaje de creación y se han hecho mayores por el
camino. Sin Neus, ni viaje ni camino.
Carlos Ramos
Wellesley College. Wellesley (Massachussets)
Diciembre de 2010
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Introducción
Todo parece dispuesto para que el planeta dé un rebrote arquitectónico. Las demás artes se
van apagando —por lo que tienen de interiores y minoritarias. Triunfa el hombre medio.
Pero a este hombre medio se le ha despertado, no se sabe cómo, súbitamente, una fina
sensibilidad para la pura forma y el puro color que son lo contrario de la forma y color
anejos a las cosas y siempre impuros. Además, se vive al aire libre. La arquitectura, como
arte, supone siempre que el hombre abandona su habitáculo y al verlo desde fuera se aver-
güenza de él. La arquitectura que construye el interior es paradójicamente el arte exterior
por excelencia. Nuestra época es esto —la evasión hacia la exterioridad
José Ortega y Gasset, 1928
Todo es arquitectura
Le Corbusier
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nuevos postulados, pero prefieren utilizarlos como instrumentos, más que adscribirse a
una tendencia o movimiento. Aquí encontraremos a los arquitectos que la crítica agrupa
bajo el epígrafe de generación del 25 y cuya cercanía a los valores del grupo de escritores
del 27 será un sub-texto que recorrerá este estudio. Ambos grupos compartirán fuentes,
contactos y afinidades intelectuales y estéticas. Atentos a lo nuevo y a las ideas que se
están gestando en el exterior, los escritores del 27 y los arquitectos del 25 mantendrán
también un compromiso creativo con la tradición y armonizarán su impulso renovador
con cierto eclecticismo. Ese sedimento cultural, influido como veremos por el espíritu
y el trabajo de profesores y entidades ligados a la Institución Libre de Enseñanza, les
hará menos vulnerables a la fascinación con los discursos dogmáticos que abundan en el
período, en casi todas las disciplinas artísticas.
Los siguientes cuatro capítulos se concentran en el estudio de la aportación a la
modernidad cultural española y al diálogo entre disciplinas de algunas figuras que se
movieron a caballo entre la arquitectura y la literatura. Vicente Huidobro y Fernando
García Mercadal son personajes fundamentales en la polinización entre artes diver-
sas, tanto por sus experiencias en el extranjero, como por sus contactos personales
—fuera y dentro— y sus esfuerzos propagandísticos. Sus llegadas a Madrid, en 1918
y 1927 respectivamente, son cruciales para la introducción de nuevas ideas; para la
literatura en el caso del primero y para la arquitectura en el del segundo. José Moreno
Villa y Ernesto Giménez Caballero facilitaron desde sus publicaciones y con sus ideas
en evolución, y a veces en contradicción, el debate público que implicó a la arqui-
tectura en las inquietudes de la modernidad artística y literaria. Sin un análisis de su
contribución, quedaría incompleto cualquier examen sobre el tema, pues las que se
comunican, se alimentan y se debaten mutuamente son las personas, antes que las
materias abstractas. Como orientación preliminar a la lectura de estos cuatro capítu-
los, se pueden señalar algunas características que comparten los personajes escogidos.
La primera es la importancia en su biografía intelectual de las experiencias en el ex-
tranjero, donde se familiarizan con lo nuevo y adquieren perspectiva e instrumentos
de valoración para acercarse a su propia tradición. La segunda es su empeño personal
por difundir lo nuevo, en modalidades que van desde el modo pedagógico del maes-
tro, hasta el abierto propagandismo del fanático. La tercera sería la constatación de
que su compromiso con la ortodoxia del racionalismo arquitectónico va a ser pasa-
jero. El análisis de las razones de la fascinación inicial y del desencanto último nos
remiten a los valores que se sedimentaron en sus experiencias en Europa: atención a
lo nuevo y apreciación de los valores profundos de la tradición. La cuarta observa-
ción acerca de sus trayectorias es acaso la más obvia y la más hiriente: los cuatro son
hombres. Al hablar de las aportaciones de personas públicas que favorecen con su
trabajo el diálogo cultural en el Madrid de la época, es ineludible señalar que si bien
la concentración cultural y artística en Madrid favorecía las relaciones entre profesio-
nales, intelectuales y artistas de diversas áreas, las costumbres de la época suponían
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la práctica exclusión de las mujeres de esos mismos círculos, a no ser que estuvieran
presentes como esposas, hermanas o novias. Esta conspicua ausencia lastra cualquier
estudio de ese momento cultural y, si bien escapa a nuestra capacidad resolverla, es
preciso, al menos, señalarla.
El último capítulo está dedicado a una calle de Madrid que se convertirá en enclave
fundamental para la modernidad urbana de la ciudad. En torno a la Gran Vía, que se
estudia aquí como espacio simbólico, se analizan fenómenos que afectan a la interpre-
tación de la modernidad material como presunta portadora de la mental. Si Benjamin
localizó en las galerías comerciales (les passages) el espíritu del siglo XIX, la gran avenida,
más que el rascacielos, parece un escenario adecuado para rastrear el de Europa en el
primer tercio del siglo XX.
Avenidas del Conde de Peñalver y de Pi y Margall. Madrid. Archivo Loty (00348). Instituto del
Patrimonio Cultural de España. Ministerio de Cultura.
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1. Aunque, como señaló Barthes (65), la representación simbólica es también una función, por lo que pro-
puso hablar de funciones primarias, o denotativas, y secundarias, o connotativas.
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2. Charles-Edouard Jeanneret no adoptará su seudónimo “Le Corbusier” hasta 1920, en sus artículos para
L’Esprit Nouveau.
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ideológicas y nacionalistas. Estarán también aquellos que, como García Mercadal, deja-
rán de construir edificios racionalistas por el perjuicio económico que la impopularidad
de las nuevas construcciones les suponía. De todos esos itinerarios se ocupará este libro,
que explorará conexiones, contradicciones, sintonías y desencuentros entre diversas ma-
nifestaciones artísticas alrededor de la nueva arquitectura.
Madrid es el espacio de nuestro estudio por su papel de catalizador de los impulsos de
modernidad. Muchos de los arquitectos y escritores que nos interesarán aquí llegaron a
Madrid para vivir o estudiar atraídos por la concentración de instituciones culturales y
la abundante oferta artística. Para el intercambio de ideas fueron cruciales las tertulias,
especialmente la de Ramón Gómez de la Serna en el Café de Pombo y la de Cansinos-
Asséns en el café Colonial. Transcendentales son también las revistas; algunas de exis-
tencia efímera, como Cervantes, Grecia, Cosmópolis, o Ultra; y otras de mayor solvencia
y estabilidad, como la Revista de Occidente (fundada en 1926 por Ortega), La Gaceta
Literaria (fundada en 1927 por Ernesto Giménez Caballero y Guillermo de Torre) y
la ya citada Arquitectura (1918), publicada por el Colegio de Arquitectos de Madrid.
Madrid y la revista Arquitectura serán los primeros centros de difusión de la arquitectura
próxima al racionalismo europeo. También el grupo del 25, que aglutinará a los arqui-
tectos que más nos interesan aquí, será una generación eminentemente madrileña. En
esos años, la capital actuó como factor multiplicador, tanto para los academicistas como
para quienes se rebelaban contra su hegemonía. Difícilmente podía ser de otra manera.
En Madrid estaba la escuela de Arquitectura más importante, las instituciones culturales
más relevantes, las sedes de los bancos y las grandes empresas, y los centros de decisión
de un estado centralista.
El hecho de que Madrid sea una ciudad relativamente joven ha condicionado su
crecimiento en la modernidad y por eso también nos interesa aquí. Como señaló Ignasi
de Solà-Morales, Madrid es la más americana de las grandes ciudades europeas (“Ma-
drid” 232). Por último, la tibieza de Madrid respecto a la arquitectura moderna es más
representativa del tenor nacional que el entusiasmo barcelonés a partir de las figuras de
Josep Lluís Sert, Josep Torres Clavé y los trabajos del GATCPAC (Grup d’Arquitectes
i Tècnics Catalans pel Progrès de l’Arquitectura Contemporània) y sus colaboraciones
con la Generalitat de Cataluña durante los años de la República. Por todas esas razones,
la capital se presenta como un laboratorio ideal para explorar las conexiones y la conver-
sación entre escritura y arquitectura en el primer tercio de siglo.
Aproximaciones teóricas
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produce no sólo mediante la arquitectura y el urbanismo, sino que también son parte del
proceso los múltiples discursos que se generan a su alrededor. La literatura, las revistas,
los tratados de arquitectura, los manifiestos, los artículos en los periódicos participan en
esa compleja elaboración simbólica. Si allí se exploraba la codificación del espacio urba-
no en la narrativa de finales del XIX y principios del XX, nos ocupan aquí las respuestas
de escritores y arquitectos a las nuevas ideas, tanto las que sobre arquitectura llegaban de
Europa, como a sus compromisos para conciliar las novedades con la tradición.
En aquel libro, las estelas de Mikhail Bakhtin y de Walter Benjamin guiaron mis inda-
gaciones. Sin abandonarlos aquí, particularmente al segundo, las puertas se han abierto a
otras voces sobre la ciudad, la arquitectura y la modernidad. Mi análisis de cuestiones de
arquitectura española en el primer tercio del siglo debe mucho a los trabajos de Carlos
Sambricio sobre el período. Tanto él como Carlos de San Antonio Gómez y Sofía Dié-
guez Patao conectan en sus estudios la arquitectura y la cultura de la época de un modo
iluminador y me han resultado muy valiosos a la hora de elaborar mis argumentos.
La sombra de Le Corbusier recorre este estudio, por numerosas razones que exceden
casi siempre la mera innovación arquitectónica. Gran agitador cultural, sus textos teóri-
cos sobre pintura, por ejemplo, plantean desde 1918 análisis influyentes y provocadores.
Más adelante, desde la revista que funda con Ozenfant y Paul Dermée, L’Esprit Nouveau,
difundirá ideas de modernidad que tendrán gran repercusión en los ámbitos artísticos
y culturales más avanzados de París y de Europa y que viajarán rápido a Madrid. Sus
planteamientos destacan la sintonía y la similitud en las inquietudes de las diferentes
órbitas artísticas y son ineludibles para codificar el momento cultural en Europa. Sólo es
preciso leer la línea ecuménica que pretende dar a su revista, L’Esprit Nouveau, según se
lee en el número uno, de 1920:
Todo proclama el advenimiento de un espíritu nuevo y todo hace presentir que entra-
mos en una gran época de arte y de literatura.
Numerosas fuerzas innovadoras surgen.
En pintura, en escultura, en literatura, en música, por todas partes nacen fuerzas jóve-
nes y ardientes, animadas en un afán de conquista. […]
En lo que se refiere a la pintura, nos ocuparemos sobre todo de la que se ha creado
desde Cézanne; en literatura, desde Mallarmé y Rimbaud; en música, desde Wagner.
Nuestra revista de estética desbordará indiscutiblemente los marcos tradicionales y
se anexionará todos los ámbitos donde se revelan tendencias que tienen importancia
considerable en la vida moderna. Citemos junto al teatro: los conciertos, las audicio-
nes, el music-hall, el cine, los desfiles, los deportes, la ropa, etc. (Ozenfant y Jeanneret
“Ámbito” 48-9)
Su voz resultará también a veces polémica, por ser su percepción de la ciudad diame-
tralmente opuesta a la de Benjamin. Si para el crítico alemán —como para Barthes— la
ciudad es un texto que se ofrece a la lectura, para el arquitecto es una página en la que es-
cribir, borrando a veces de un golpe los espacios en que Benjamin se hubiera sumergido
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Language shows clearly that memory is not an instrument for exploring the past but
its theater. It is the medium of past experience, as the ground is the medium in which
dead cities lie interred. He who seeks to approach his own buried past must conduct
himself like a man digging. (25-30)
Con todo, quien surgirá más a menudo en estas páginas como antagonista de Le Cor-
busier será el arquitecto asturiano Luis Lacasa, que representará la opinión de quienes,
aunque interesados por la modernidad arquitectónica, juzgarán como excesivamente
dogmáticas y a veces superficiales las opiniones del arquitecto franco-suizo y sus segui-
dores locales.
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A esa misma tensión se había referido ya Barthes con una síntesis clarificadora: “‘To
change language’, that Mallarméan expresión, is a concomitant of ‘to change the world’,
that Marxist one” (citado en Vidler 109). Hay una certeza de vivir momentos confusos,
al tiempo que se reconoce la capacidad de la arquitectura para ayudar a formar un espa-
cio propicio a los tiempos y contribuir a facilitar una salida colectiva. En 1919, Bruno
Taut, el arquitecto y urbanista alemán, proclama: “We call upon all those who believe
in the future. All strong longing for the future is architecture in the making. One day
there will be a world view, and then there will also be its sign, its crystal —architecture”
(Conrads 47).
En segundo lugar, la arquitectura, por su naturaleza sintética y mediadora, disfruta-
rá de un estatus privilegiado dentro de la constelación de disciplinas implicadas en la
renovación. Por ser punto de encuentro entre idea y praxis, la arquitectura condensa el
espíritu de los tiempos. Es además capaz de conseguir la alquimia última de la utopía
vanguardista: fusionar arte y ciencia. Así lo entienden Amadée Ozenfant y Jeanneret en
1926:
Vamos a probar que el arte puro y la ciencia pura no son ámbitos estancos; tienen un
espíritu común [...]
¿Qué hay, pues, de común entre el arte puro y la ciencia pura? ¿Cómo puede el espí-
ritu de uno servir al otro? Solamente su instrumental técnico difiere, su objetivo es el
mismo: el objetivo de la ciencia pura es la expresión de las leyes naturales mediante la
búsqueda de las constantes. (“Después” 30-1)
Por todas esas razones, Giménez Caballero señalará a la arquitectura como “arte in-
dicilar” (Arte y estado 55), un neologismo que le otorga la condición de indicadora de la
dirección de los tiempos por ser capaz de condensar tanto los valores culturales como el
desarrollo técnico de una época. En el período que acota nuestro estudio, la arquitectura
se erigirá en la materialización de la rama práctica de los impulsos de cambio de la mo-
dernidad estética, una posición que sigue manteniendo en nuestros días.
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I
El nuevo espíritu:
Hombre nuevo, arte nuevo, casa nueva
El poderoso episteme del “nuevo espíritu” —término acuñado por Apollinaire— re-
corre el arte y la cultura de los años veinte en Europa. Tras los horrores de la Gran
Guerra, “purificar” el arte es una consigna que implica también cambiar las maneras de
percibir el entorno y hasta de vivir. La búsqueda de ese espíritu de cambio que ocupa a
los más jóvenes se imagina global e interdisciplinaria y por la sintonía con los tiempos
en que se inscribe tiene un aire de inevitabilidad que se manifiesta en el tono de las pro-
clamas y en los análisis contemporáneos del fenómeno. En palabras de Ortega y Gasset
en 1927: “El estilo que crea cada época, y dentro de ella cada artista, no emerge de una
elección, y mucho menos de una caprichosa elección. Es un fruto único, predetermina-
do e inevitable que depende del ser mismo de la época y del individuo en ella inscrito”
(“Nuevas” 160). La idea del arte en sintonía con su tiempo será crucial para entender la
experimentación de la vanguardia y hasta su valoración de la tradición.
El afán compartido por abrazar la especificidad de la época y adaptarse a sus cambios
explica que los avances en una disciplina se interpreten como un logro potencialmente
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aplicable a todas. En su influyente análisis de 1941, Space, Time and Architecture, Sigfried
Gideon atribuye, por ejemplo, a las investigaciones de los pintores cubistas los principios
que harán posible la arquitectura moderna, al ser capaces de imaginar un nuevo modo
de percibir el espacio. Su teoría habla de interdisciplinariedad, pero también del caldo
de cultivo que se generó durante la segunda mitad del siglo XIX en Francia, donde la
pintura moderna había gestado su voz nueva absorbiendo y lidiando con la tradición.
En ese contexto, Giedion escribe: “Picasso has been called the inventor of cubism, but
cubism is not the invention of any individual. It is rather the expression of a collective
and almost unconcious attitude” (355).
Las afirmaciones de Ortega y Giedion enfatizan el poder de la energía compartida y
ayudan a explicar cómo a pesar de la existencia de centros poderosos de experimentación
y diseminación artística (París en Europa, y Madrid y Barcelona en España) la supera-
ción de fronteras y disciplinas caracteriza este período cultural. Las ideas y propuestas de
la vanguardia trascienden lo local y se difunden por toda Europa en poco tiempo.
El viaje es una de las constantes en las biografías intelectuales de los creadores de
esta época. El progreso material lo facilita, pero se convierte también en una necesidad
mental del proceso formativo. Los cuatro personajes que estudiaremos más adelante por
su papel relevante en el intercambio de ideas entre escritura y arquitectura son incon-
cebibles sin su dimensión viajera. Luis Lacasa, cuyas ideas sobre la nueva arquitectura
exploraremos luego, estudia urbanismo en Alemania entre 1921 y 1925. También Le
Corbusier viajó por Europa (París, Viena, Berlín, Munich, el Mediterráneo), trabajando
y estudiando, desde 1907 a 1917, años previos a su explosión creativa.
Son frecuentes los testimonios que enfatizan el carácter transnacional de las explora-
ciones de la modernidad y encontramos manifestaciones de la idea tanto dentro como
fuera de la península. Tal como el arquitecto Amós Salvador y Carreras explica en 1928
en la encuesta sobre arquitectura de La Gaceta Literaria a la que nos referiremos después
(capítulo seis):
Parece evidente que se dan hoy condiciones de vida de usos y costumbres, de empleo
de materiales, de cultura, de gustos, que tienden a producirse con cierta homogenei-
dad y uniformidad en muchas regiones del planeta y que favorecen, indudablemente,
la aparición de un estilo arquitectónico que pudiera llamarse “internacional”3 o “neu-
tral”. (García Mercadal, “Nuevo arte” 6)
3. Este es uno de los primeros usos de esta acepción del término, que se haría moneda corriente a partir de
1932, cuando Hitchcock y Johnson utilizan el término International Style en su exposición de arquitectura
moderna en el Museum of Modern Art (MOMA) en Nueva York.
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estructuras sociales aparecen. Las sociedades modernas tienden a ser regidas por las ne-
cesidades colectivas iguales para todos los países cultos” (“Sin título” 13). Como sucedió
con las gentes del 14 y del 98, los creadores que nos ocupan crecieron intelectualmente
con el dilema entre el apego a la cultura nacional y la curiosidad por lo que se tramaba
en Europa. En muchos casos, como veremos, los arquitectos e intelectuales que estudia-
remos (agrupados en torno a los elásticos conceptos del 25 o el 27), intuyen como la
proposición más atrayente la posibilidad de una tercera vía que surja del conocimiento
de lo avanzado del exterior y de las profundidades de la tradición nacional.
El cosmopolitismo —al alcance aún sólo de minorías cultas y pudientes— o la uni-
versalidad de la nueva estética son manifestaciones de una tendencia más profunda en el
arte moderno y que ayuda también a explicar su buscada interdisciplinariedad. Se trata
del interés por “purificar” las diferentes artes y acercarse a su esencia. En diferente medi-
da, la renovación propugnada en aquellos años exige la eliminación de lo ornamental, lo
descriptivo o lo sentimental. Se tratará de concebir la creación artística como un proceso
de depuración espiritual en el que el objeto será aquilatar al máximo los medios y la fina-
lidad, para liberarla de añadiduras ornamentales o sentimentales. Ese modo de concebir
la creación abre las puertas a la exploración, tanto de la afinidad entre las artes, como
a la curiosidad respecto a obras de la tradición. En la proyección hacia el pasado, los
arquitectos implicados en la renovación tratarán de hallar en sus predecesores lo que en
la época se empezaron a denominar las invariantes. Es decir, apartarse de lo excepcional,
lo pintoresco o lo accidental para explorar lo estático, lo general, lo constante (Ozenfant
y Jeanneret, La peinture 59).
Según explicará Ozenfant en 1926, a propósito del cubismo y sus epígonos: “La base
fundamental de la universalidad de una obra de arte reside en la sensación. Esta uni-
versalidad es la razón de que una obra antigua, cuya simbología nos escapa o nos deja
indiferentes, puede sin embargo emocionarnos” (208). Un concepto similar al que T.S.
Eliot trató de conceptualizar en 1929 cuando escribió, refiriéndose a la obra de Dante,
que la poesía genuina puede comunicar antes de ser entendida.
En poesía, la búsqueda de las esencias centró su atención en la imagen, en la que se
concentraba la médula lírica, prefiriéndose siempre aquella que se presenta exenta de
anécdota o de sometimientos representativos. El minimalismo de la arquitectura mo-
derna nos sitúa en la misma línea de exploración, al igual que sus representaciones axo-
nométricas, que enfatizan la forma, el color y el espacio por encima de la función. Nos
referiremos a ello en el capítulo sobre Huidobro.
Las llamadas al ecumenismo del nuevo espíritu y a la necesidad de colaborar entre
disciplinas se verbalizan con frecuencia en los manifiestos de la época. Los construc-
tivistas rusos rechazan el academicismo y se inclinan por la colaboración entre arte e
industria, y por trasladar el arte a la vida. Sus ideales habían sin duda de ser facilitados
por su cercanía al proyecto revolucionario bolchevique. En pocos años, sin embargo,
serían relegados por el realismo socialista y la arquitectura estalinista. En Holanda, el
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manifiesto De Stijl de 1918 escrito y firmado por Theo van Doesburg y Piet Mon-
drian, entre otros, afirma:
The artists of today, all over the world, impelled by one and the same consciousness,
have taken part on the spiritual plane in the world war against the domination of
individualism, of arbitrariness. They therefore sympathize with all who are fighting
spiritually or materially for the formation of an international unity in life, art, and
culture. (Conrads 39)
También la Bauhaus reclama más conexión entre las diversas artes para solucionar
problemas comunes. En el manifiesto fundacional de la Staatliches Bauhaus, de 1919,
Walter Gropius escribe:
Today the arts exist in isolation, from which they can be rescued only through the
conscious, co-operative effort of all craftsmen. Architects, painters, and sculptors
must recognize anew and learn to grasp the composite character of a building both as
an entity and in its separate parts. (Conrads 49)
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y G. Rietveld: “The time of destruction is at an end. A new age is dawning: the age of
construction” (Conrads 66).
No olvidemos el llamamiento de Walter Gropius en el Manifiesto de la Bauhaus de
1919: “¡El fin último de cualquier manifestación plástica es la arquitectura!” (Cirlot
245). El argumento de Gropius es que la finalidad del arte debe dejar de ser lo ornamen-
tal, en favor de lo constructivo. El nuevo modelo de trabajo deben ser talleres interdis-
ciplinarios donde artesanos y artistas colaboren sin jerarquías. Esa codificación inicial se
irá modulando para definirse más tarde como cooperación entre arte e industria. El taller
sustituye a la academia como ámbito del aprendizaje y la experimentación.
Es relevante también el papel que la arquitectura ejercerá en la modernidad cultural
como vínculo entre arte y ciencia. Según señalan con entusiasmo Ozenfant y Jeanneret
en Après le Cubisme (1918):
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artes. Ahora está donde la literatura estuvo hace ya algunos años: en la plena desnudez,
naciente, renaciendo” (García Mercadal, “Nuevo arte” 1). José Bergamín —hermano de
Rafael Bergamín y cuñado de Carlos Arniches, ambos arquitectos— considera ociosa
la indagación: “Entre arquitectura (pura necesidad) y literatura (pura arbitrariedad) no
hay relación si no es de diferencia” (Ibíd. 2). Acaso la respuesta más articulada sea la de
Moreno Villa, por esbozar una genealogía bastante plausible:
Yo creo que la pintura inició la renovación de las artes o, mejor dicho, la ruptura total,
con lo que se venía haciendo, y que muchos de sus postulados pasaron a la arquitectu-
ra y a la literatura. En seguida la literatura se ha vivificado, y hoy es ella la que impone
ciertos postulados a la pintura (me refiero al surrealismo y, antes, al cubismo). (Ibíd. 2)
4. Seudónimo de Ricardo Gutiérrez Abascal, crítico de arte que fue director del Museo de Arte Moderno
de Madrid en los años treinta.
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a pesar de que la arquitetura es una forma artística que es recibida y experimentada por
la sociedad en su conjunto, ésta lo hace en un “estado de distracción” que favorece una
apreciación o un entendimiento que son generalmente superficiales (“Work” 239).
Seguramente, el documento más revelador de los que se escribieron en la época sobre
la relación entre la arquitectura y las demás artes fueron los diálogos socráticos que publi-
có Paul Valéry en 1921 por encargo de la revista Architecture: Eupalinos ou l’archictecte. La
forma del diálogo —entre Sócrates y Fedro— le conviene al tema, que adquiere diversas
modulaciones al hilo de la conversación. Sócrates afirma que por un lado están la arqui-
tectura y la música, y por otro, el resto de las artes, pues las primeras nos envuelven por
completo y llegamos a existir en ellas como el pez en el agua (123-4). Además, sus refe-
rentes están más allá de este mundo, “elles invoquen les constructions de l’esprit” (132).
Acaso la parte más interesante del diálogo sea aquella en que se argumenta la supe-
rioridad de la arquitectura sobre las demás artes. Sócrates defiende —y Fedro convie-
ne— que esa supremacía se asienta en que ésta debe conciliar utilidad, belleza y solidez.
La tesis de Sócrates está basada en que la arquitectura debe satisfacer las necesidades del
cuerpo, el alma y el mundo: “Ainsi, le corps nous contraint de désirer ce qui est utile,
ou simplement commode; et l’âme nous demande le beau; mais le reste du monde, et
ses lois comme ses hasards, nous oblige à considérer en tout ouvrage, la question de sa
solidité” (185).
Por edad y por afinidades electivas, los grupos que tradicionalmente se han englobado
bajo los epígrafes de generación del 27, para los escritores, y del 25, para los arquitectos,
estuvieron expuestos a influencias similares y respondieron con propuestas comparables.
Carlos de San Antonio Gómez y Carlos Sambricio han explicado a los arquitectos de
la generación del veinticinco que trabajan en Madrid mediante una analogía con los
principios estéticos del grupo literario del veintisiete, llegando a defender que se trata del
mismo colectivo, con ideas estéticas muy similares, especialmente en lo que concierne
a la síntesis entre opuestos: entre lo culto y lo popular, entre lo universal y lo español,
y entre la tradición y la renovación (428-433). La similitud en la ubicación cultural e
intelectual de los jóvenes creadores en ambas disciplinas es profunda. La descripción que
Diéguez Patao ofrece del grupo de arquitectos que nos interesa aquí, es marcadamente
similar a la que podríamos aventurar para muchos de los escritores de su edad: “La gene-
ración de 1925 conforma una élite culta y cosmopolita que establece los primeros con-
tactos con la arquitectura europea y que se esfuerza por sacar a la arquitectura nacional
del camino sin salida en que se encontraba” (Generación 9). El paralelismo entre ambos
grupos, arquitectos y escritores, 25 y 27, se fundamenta, según veremos, en su tendencia
al equilibrio y a la síntesis.
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Ni siquiera los más osados modernistas recogieron el reto lanzado por Sant’Elia y Ma-
rinetti en su manifiesto de 1914 sobre la arquitectura futurista. Tras rechazar la tradición
y las academias por no ser capaces de ofrecer soluciones a las inquietudes del hombre
moderno, proponen un modelo de arquitectura que acelera el tempo de construcción y
destrucción para adaptarse siempre a las nuevas necesidades: “Houses will last less long
than we. Each generation will have to build its own city” (Conrads 39). Su antieconó-
mico y vertiginoso planteamiento respecto a la caducidad de las construcciones tuvo
poca repercusión en España y representa una postura extrema y poco relevante dentro
de las propuestas de la modernidad arquitectónica. Como sucedió con sus coetáneos en
literatura y artes plásticas, los arquitectos que empiezan a construir en la segunda mitad
de los años veinte fueron siempre capaces de hallar ejemplos válidos en el pasado5.
A los jóvenes arquitectos del 25 no les convencerá la tabula rasa de la nueva arquitec-
tura que propone el Le Corbusier más radical en 1926 en sus “Cinco puntos para una
nueva arquitectura” y que con el tiempo irá matizando: “The five essential points set out
above represent a fundamentally new aesthetic. Nothing is left to us of the architecture
of past epochs, just as we can no longer derive any benefit from the literary and histori-
cal teaching given in schools” (Conrads 100). En décadas venideras, como veremos, Le
Corbusier se abrirá a una apreciación más equilibrada del pasado. Colin Rowe, en su en-
sayo de 1947 “The Mathematics of the Ideal Villa: Palladio and Le Corbusier compared”
demostró que incluso el apóstol de la modernidad arquitectónica procedía en su práctica
de diseño con métodos comparables a los del clásico renacentista. Del clásico apreciarán
la simplicidad y el sentido de orden, cualidades que no serán ajenas al proceder de los
arquitectos modernos.
Escribiendo diez años más tarde, Le Corbusier acepta que hasta una de las rupturas
más radicales de la vanguardia está inscrita en el aprendizaje de la tradición. Refirién-
dose al carácter revolucionario del cubismo, Le Corbusier señala en 1936: “We must
recognize what the arrival of cubism meant twenty years ago. It was a consequence, of
course, of the labor of predecessors, a new link added to the chain of tradition; perhaps
an immediate consequence of the work of a few great experimenters of the nineteenth
5. El artículo “On typology”, de Rafael Moneo (1978), sigue siendo una explicación clásica y elegante de los
conceptos de tradición y cambio en la arquitectura moderna.
- 33 -
century” (“Architecture” 143). La riqueza de la tradición no puede ser, sin embargo, una
excusa para cerrarse a lo nuevo o para imitar lo antiguo de manera mecánica. Esas serán
las dos grandes salvedades que estos creadores exigirán cuando evalúan el papel de las
obras del pasado en su actividad. Por un lado, no puede usarse para frenar el curso de
la historia y, por otro, no puede recrearse con una finalidad meramente ornamental. En
un artículo en el que presenta a Sartoris, el arquitecto italiano, García Mercadal en 1928
apunta en ambas direcciones:
La moderna arquitectura, cuya sede de origen han sido los países del centro de Euro-
pa, comienza en su expansión brillante a extenderse en los países latinos, que como
Italia, Francia y España, por su espléndida tradición, se oponían a la aceptación de las
nuevas formas.
La admiración sin límites de las obras magníficas de los siglos pasados, o, las más
de las veces, el plagio sin preocupaciones, habían sido las cómodas fórmulas de los
arquitectos italianos, franceses y españoles; sobre todo en Italia existía un verdadero
dique, que se oponía a las nuevas corrientes; allí todo intento de renovación parecía
imposible. (“Moderna”)
Fíjese usted que todos los españoles de hoy escriben en un tono engolado, que parece
salido de otros siglos, en un estilo tieso, rígido, con carrasperas de fantasmas y frío, de
catedrales o humedad de cementerios. Escribir bien para un español es escribir como
se escribía antes. Por eso la literatura española tiene tan poca vida. (La Nación 85)
A propósito de las disciplinas que nos ocupan, alerta también Moreno Villa sobre los
peligros y el vacío que acechan tras la imitación ciega: “Porque nada es tan desagradable
como el ‘pastiche’ o ficción de lo antiguo. Si en literatura continuar la línea de Cervantes
no es precisamente remedarle, en arquitectura, seguir la línea de Mora, Villanueva, etc.,
no es reproducir de ‘pe’ a ‘pa’ sus obras” (Temas de arte 431). La conciencia de vivir una
nueva época y la necesidad de adaptar sus creaciones a las necesidades cambiantes del
entorno y la conducta suscitan en los vanguardistas el rechazo casi unánime del uso de
estilos históricos.
En arquitectura, como veremos más adelante, una dificultad adicional a la que se en-
frentarán los partidarios de la renovación será la fuerza de los debates en torno al “estilo
español”, una preocupación central de la arquitectura oficial de la época. En un artículo
de Arquitectura de 1927 en que Moreno Villa parafrasea al arquitecto Secundino Zuazo,
leemos:
- 34 -
El arquitecto español podrá vacilar ante muchas sugestiones; pero todas caben entre
dos polos: tradición o modernidad. Ahora bien: España no mira con afecto el exotis-
mo moderno y, en cambio, como país viejo, responde siempre al sentido de la tradi-
ción. En los países centroeuropeos se busca lo nuevo desde hace muchos años, hasta
el punto de que allí lo tradicional es ya esa búsqueda de lo nuevo; hay una tradición
moderna, mientras aquí lo que se busca, y se busca en vano, es el riñón o el hilo que
verdaderamente sea lo cualitativo o específico nuestro. Ni arqueólogos ni fisiólogos
dan con la clase de lo español; pero todos tenemos un momento de clarividencia en
que exclamamos delante de un edificio o de una obra de arte: “qué español es esto”.
(Temas de arte 329)
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importante dans les musées” (La peinture 12)7. El arquitecto alemán Bruno Taut escribi-
rá sobre la misma idea en La Gaceta Literaria: “…La tradición no es atarse como esclavo
a una fórmula cualquiera de los tiempos pasados, sino la propia y vivaz prosecución en
lo que sea —aquí en construir—, el perenne impulso hacia la representación más pura
del contenido de la época, del espíritu vivo del presente, tal como lo formuló Schinkel”
(García Mercadal, “Nuevo arte” 1). Algo similar observará Ortega en su ensayo sobre el
arte nuevo de 1925:
Sin embargo, muy pronto van a constatar que el arte de la modernidad ha perdido
relevancia para la sociedad de la que emana. Su apreciación de la tradición y de su propio
trabajo estará determinada por esta nostalgia de significado. Según Ozenfant y Le Cor-
busier perciben la situación en 1925, el problema es que incluso el arte que consideran
más en sintonía con el momento histórico y cultural, el cubismo, no ha sido reconocido
por la sociedad y no es por tanto una representación de la época aceptada colectivamen-
te, como las obras de Fidias o Ictinos lo fueron de la suya. (La peinture 29). El asunto les
venía preocupando ya desde Après le cubisme, de 1918, donde observaron que la sintonía
de los artistas con el medio en el que producían había sido lo común hasta el Romanti-
cismo, pero desde entonces el artista produce su arte desconectado de su entorno:
Hasta el Romanticismo, los artistas vivían con su tiempo; los Románticos rompieron
el contacto al considerarse seres aparte, fuera de su época; semejante actitud, quizás
motivada en ese período de regresión, no se justifica hoy día. Ahora bien, los artistas
actuales se mantienen en su mayoría lejos de la corriente; sufren o toleran mal el mo-
vimiento. Viven entre “iniciados”; no dejan un instante su círculo, sino para ir a los
cafés, a los salones, a los teatros, a las exposiciones y las reuniones de arte, y sólo tocan
de la vida moderna lo que tiene de artificial. (“Después” 24)
7. Para una discusión completa sobre las relaciones entre arquitectura y cubismo, puede consultarse “¿Dón-
de estamos?” de Beatriz Colomina.
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Juan de Zabala, por España: “The destiny of architecture is to express the orientation of
the age. Works of architecture can spring only form the present time” (Conrads 109).
Lamentablemente, según observaban a su alrededor, en su actualidad dominaba la di-
mensión estética en arquitectura. Sus críticas más duras van dirigidas al uso formalista
del pasado, más que a las obras antiguas en sí. De hecho, la biografía intelectual de Le
Corbusier incluye también en sus años formativos numerosos viajes por Europa, en
especial el contacto con los clásicos en Grecia e Italia. Las obras que realiza entre 1912 y
1916, al regreso de sus viajes, suponen, en palabras de Antonio Pizza: “la transcripción
gráfica de una aspiración: la de fijar en la modernidad (“contextualizada”) del presente la
permanencia ineludible de la historia” (Ozenfant y Jeanneret “Después” 238).
En su texto fundamental Vers une architecture de 1923, que recoge artículos publica-
dos antes en su revista L’Esprit Nouveau, Le Corbusier incluye en su llamamiento la obli-
gación para la nueva arquitectura de avanzar con los tiempos, de mantener el paso y la
sintonía con las realidades de la época: “Architecture is a thing of art, a phenomenon of
the emotions, lying outside questions of construction and beyond them. […] Architec-
tural emotion exists when the work rings within us in tune with a universe whose laws
we obey, recognize and respect” (Towards 19). Frente a la estrategia paralizante de la imi-
tación de formas y estilos pasados, el arquitecto debe afanarse por revelar las aspiraciones
colectivas de su tiempo. Como señala en 1936: “Nuestras catedrales —las nuestras— no
están construidas aún. Las catedrales son las de los demás —las de los muertos—; están
negras de hollín y roídas por los siglos” (Cuando 18). Sólo aceptando plenamente su
ubicación en el presente puede la nueva arquitectura ser relevante:
La relevancia del presente será el filtro que impondrán en sus comercios con la tradi-
ción. Eso les permitirá rechazar la etiqueta de antitradicionalistas, en favor de atribuirse
la de seguidores de la “verdadera” tradición. Como escribe Sebastià Gasch en L’amic de
les Arts (1927): “Els acadèmics, ignorants de totes les tradicions, a nosaltres, que volem
empalmar amb la tradició més pura, ens creuen revolucionaris” (Brihuega, Manifiestos
122). Los jóvenes racionalistas españoles tienen desde muy pronto conciencia de inscri-
- 37 -
birse en una tradición que no será meramente heredada, sino construida de acuerdo a
un criterio colectivo asentado en las afinidades compartidas. En la revista que canalizará
sus criterios sobre arquitectura y arte —A.C. Documentos de Actividad Contemporánea
(1931-1937)— los jóvenes del GATEPAC dejarán pronto muy clara su postura al res-
pecto. En el número dos manifiestan:
Walter Gropius habló del tema en términos muy similares en su conferencia de 1930
en la Residencia de Estudiantes:
Los jóvenes artistas, escritores y arquitectos que trabajan en la península por aquella
época, desarrollaron estrategias para vivir con la tradición, aprovecharla y no sucumbir
a su hechizo inmovilizador. Como había escrito T.S. Eliot en 1919 (38), la tradición no
puede meramente heredarse, sino que debe ser obtenida por medio de grandes trabajos.
Según han observado Pigafetta y Abbondandolo (30), las exploraciones de la cultura del
pasado son siempre una función de las necesidades del momento actual. De hecho, son
los puntos de vista del presente los que configuran nuestras indagaciones sobre el pasado.
Es el presente el que genera las imágenes del pasado, que no existe como un concepto
sólido e independiente al que referirnos. Es esa dimensión activa y dinámica del pasado
la que motivará a los modernos y vanguardistas del período. Algo de eso debió captar
Le Corbusier cuando en el cuaderno de viaje de su visita a España en 1931 escribió:
“Je ne connais pas de plus beau pays, vieux de 2000 ans et vivant le grand aujourd’hui”
(Sketchbooks 424).
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Conviene señalar que hasta los años veinte, la celebración de lo vernáculo tiene que
ver con la búsqueda de las raíces de la identidad y es un proyecto sobre todo en manos
de los arquitectos tradicionalistas. Hacia finales de los años veinte y en adelante, se puede
hablar, como es el caso en otros lugares (Golan 24) de la presencia de regionalismos con-
servadores (como el que da origen al Pueblo Español en Barcelona) y progresistas (como
el interés del GATEPAC por la arquitectura mediterránea).
La valoración de la cultura popular por las gentes del 25 y del 27 está también mar-
cada por la herencia de las preocupaciones del 98 y los regeneracionistas acerca del papel
de lo autóctono en el camino hacia la renovación. El clima estético de la época favorecía
en España el conocimiento de las manifestaciones de la cultura popular. Casi ninguna
disciplina artística es completamente ajena a la tendencia. En literatura, el aprecio del
Romancero Viejo y la poesía popular resulta determinante en la producción de algu-
nos de los poetas del 27. Buñuel lleva su cámara a Las Hurdes para filmar “Tierra sin
pan” (1932). En música, tras el ejemplo de Falla, el interés por las piezas populares y
tradicionales salpica la creación de los músicos más innovadores. En pintura, las fiestas
populares, sobre todos las urbanas, estarán presentes en las “verbenas” de Maruja Mallo.
También la inspiración popular fue importante en la obra del escultor Alberto Sánchez
Pérez o en la renovación del paisaje que propone el pintor Benjamín Palencia, con quién
Pérez fundó la “Escuela de Vallecas”.
Nos hemos referido ya más arriba al papel de instituciones como el Centro de Estu-
dios Históricos y es preciso incidir también en la importancia que las ideas pedagógicas
del krausismo tuvieron en esos años. La formación que recibieron y luego propagaron
intelectuales como el arquitecto Leopoldo Torres Balbás estuvo marcada por la propues-
ta krausista de una educación basada en la experiencia directa y en las visitas a ruinas
y monumentos. Torres Balbás, educado con la Institución Libre de Enseñanza ejercerá
gran influencia en la apreciación de la arquitectura tradicional entre los más jóvenes,
investido además del prestigio que desde 1923 le confirió su trabajo como restaurador
jefe de la Alhambra y el Generalife, en Granada.
En la encuesta de La Gaceta Literaria, contesta Fernández-Shaw: “En nuestra arqui-
tectura popular, en la misma de Herrera, hay trozos que parecen haber inspirado ciertas
formas externas de la arquitectura moderna” (García Mercadal, “Nuevo arte” 3). El con-
cepto es muy importante, pues abre una vía de acceso a la modernidad no mediada por
las ideas que llegan de Europa y será valioso para entender, tanto a los jóvenes arquitec-
tos del 25 —como Lacasa, Sánchez Arcas, Blanco Soler o Bergamín que representarán,
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como veremos, una tercera vía, opuesta tanto al historicismo formal como a la ortodoxia
racionalista que llega de Europa—, como a los escritores del 27. En ese contexto pode-
mos entender lo que Rafael Alberti explicará en una conferencia en Alemania en 1932,
“La poesía popular en la lírica española contemporánea”: “Los poetas acusados de este
delito [el de ser surrealistas] sabíamos que en España —si entendemos por surrealismo la
exaltación de lo ilógico, lo subconsciente, lo monstruoso sexual, el sueño, el absurdo—,
existía ya desde mucho antes que los franceses trataran de definirlo y exponerlo en sus
manifiestos” (14-15). Alberti encuentra esos rasgos que le interesan tanto en la literatura
popular como en la de los clásicos, en especial Góngora. En su viaje por España de 1931,
Le Corbusier, camino de Málaga, tiene también una epifanía sobre la conexión entre el
paisaje arquitectónico mediterráneo y el cubismo: “Près d’Almeria (direction Malaga)
c’est le 1er Cubisme avec ses prismes et tous les secrets de sa couleur. On se plaint que
le cubisme soit desespérément intellectualisé. Mais non! C’est plein de la sensualité de la
terre, des choses et des spectacles” (Sketchbooks 428-9).
Carlos Sambricio considera que la renovada apreciación de la arquitectura popular
como inspiración de la moderna, recibirá una nueva dimensión con la vuelta de Mer-
cadal a Madrid en 1927, “apuntando el sentido de la arquitectura mediterránea como
esencia de una posible arquitectura racional” (García Mercadal 26). En su libro La vi-
vienda popular en España (1930), García Mercadal observa y valora la casa mediterránea:
aprecia sus formas cúbicas, la sencillez, la ausencia de ornamentación, los tejados en
terraza, la abundancia de superficies lisas, parámetros todos muy cercanos a las propues-
tas racionalistas, y que en sus manifestaciones más elegantes condensan necesidad eco-
nómica con funcionalidad. Para los arquitectos racionalistas que con García Mercadal
se agruparán a partir del 1930 en el GATEPAC, el interés por la arquitectura regional se
concentra en su vertiente popular, pero sobre todo en conectar la arquitectura moderna
con sus raíces mediterráneas. La revista A.C. recoge en varios números su admiración
por las construcciones vernáculas de “Ibiza, la isla que no necesita renovación arquitec-
tónica”, al tiempo que muestra su repugnancia por las operaciones de recreación culta
de las arquitecturas regionales, como el Pueblo Español en Barcelona o “Los engendros
de la arquitectura típico popular”, es decir, el tipo de construcción contemporánea que
se inspira en lo popular y que ellos denominan con desprecio “arquitectura académico
popular” (“Engendros”).
Moreno Villa, en su artículo “Sobre arquitectura popular” (1931) introduce en el
tema de la afinidad entre arquitectura popular y arquitectura racional una oportuna
matización. En la sencillez o limpieza de las construcciones, que es un punto en común
entre ambas maneras de edificar, percibe sin embargo una diferencia significativa: en la
arquitectura popular, la desnudez no es voluntaria, sino impuesta por la pobreza:
- 41 -
bién incapacidad y a la limpieza, capacidad. Porque no está dicho que el pueblo ame
la eliminación del lujo (al revés), es que no puede usarlo; mientras el que llamamos
“limpio” ama, se deleita en esa eliminación. Aquí en arquitectura hay también lo del
quiero y no puedo y lo del puedo y no quiero. (Temas de arte 404)
Au cours des années, je suis devenu un homme de partout. J’ai voyagé à travers les
continents. Je n’ai qu’une attache profonde: La Méditerranée. Je suis un Méditer-
ranéen, très fortement. Méditerranée, reine des formes et de lumière. La lumière et
l’espace. Le fait, c’est le contact pour moi en 1910 à Athènes. Lumiére décisive. Volu-
me décisif: l’Acropole. (Apud Viatte 7)
- 42 -
A la hora de examinar los planos, nuestros arquitectos modernos chocan, por lo que
a los nuevos grandes encargos respecta, con la enérgica oposición del proletariado, es
decir, la clase que se los pide. Esto resulta difícil de comprender, especialmente para
aquellos arquitectos que políticamente están del lado del proletariado. A su tiempo
habían encontrado toda suerte de oposición por parte de la burguesía y habían confia-
do en encontrar entera comprensión por parte del proletariado. (397)
- 43 -
blica en 1921 sobre los métodos del ultraísmo y cómo se repiten en él conceptos como
“reducción”, “tachadura”, “abolición” o “síntesis”:
La evolución arquitectónica nos conduce de esta manera hacia una arquitectura que
parece ser libertada de la materia, aunque a ella esté más que nunca estrechamente
ligada. Desligada de toda sentimentalidad impresionista, de proporciones puras, de
colores francos, de formas orgánicas claras, desembarazada de todo lo superfluo, esta
arquitectura podrá superar la pureza clásica. (García Mercadal, “Nuevo arte” 1)
En verdad, señores arquitectos, están echando ustedes las patas por el aire. Y no se
contentan ustedes con ángeles voladores y caballos galopantes para rematar los edifi-
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cios. Ahí echan ustedes también castillos de juguete, linternas mágicas, columnas de
rompecabezas, qué sé yo; sólo faltan los aeroplanos de bronce. (Paseos 39)
Es preciso matizar que su hostilidad al “sentimiento” viene dada porque éste es pre-
vio a la obra, reside en el artista y condiciona su creación. La “emoción”, en cambio, es
generada por la obra y afecta al espectador. Sus opiniones aquí parecen muy influidas
por las ideas que Ozenfant y Le Corbusier publicaron en 1918 en Après le cubisme: ni
imaginación ni lirismo. El momento culminante es el de la concepción y mediante la
manipulación certera de los materiales, el artista puede crear obras que produzcan los
efectos deseados en el espectador: “Creemos, en cambio, que la obra debe estar ente-
ramente determinada en el espíritu; la realización técnica ya no es entonces sino una
materialización rigurosa de la concepción, casi una fabricación” (Ozenfant y Jeanneret,
“Después” 42). Benjamín Jarnés, también en la encuesta de La Gaceta Literaria, señala la
tendencia a la depuración como un peligro potencial en la nueva literatura: “Hoy el arte
arquitectónico va vestido con el traje de primera comunión. Es… un muro en blanco.
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Abstinencia. Por ese camino podría llegarse a la negación del arte. A la suma pureza. A
la inanición. Miedo, miedo a pintar nada en el muro blanco” (García Mercadal, “Nuevo
arte” 1).
Esa polarización entre arte utilitario y arte puro planeará sobre el debate en torno a
la nueva arquitectura a partir de la segunda mitad de los años veinte. Un ejemplo nos lo
ofrece el arquitecto Alfonso Jimeno, en una serie de dos artículos que publica en 1930.
En ellos pasa revista al momento actual de la sociedad y del arte con una propuesta ba-
sada en sus observaciones: “hemos de comenzar por aceptar con valentía las condiciones
de claridad, rapidez, economía, precisión, impuestas por la vida moderna y convencer-
nos de que ellas marcan la derrota del concepto histórico de arte arquitectónico” (“El
arquitecto [continuación]”). Su aspiración es que ni la supeditación a las necesidades del
presente ni la “purificación” desemboquen en frialdad. Como afirma en la primera entre-
ga: “utilización estricta de elementos puros con el deber de producir una emoción estética;
o sea, que ‘ha de ir más allá de las cosas utilitarias’ (Le Corbusier), del industrialismo
ingenieril…” (“El arquitecto”). Es decir, funcional y puro, pero humano. Una reacción
similar enuncia Luis García de Valdeavellano en su artículo en La Época en mayo de
1928 a propósito de la visita de Le Corbusier: “Bien está ciertamente la forma pura y la
estética impecable de rectas y de aristas, pero, ¿no enterramos con ello al hombre en la
frialdad mortal de la matemática?”
Acaso el intento más relevante de “humanizar” la vanguardia, al menos en diseño e
indirectamente en arquitectura, fueran las propuestas emanadas de la Exposición Inter-
nacional de Artes Decorativas de París del año 1925, donde se presenta al mundo lo que
se conocerá a partir de entonces como art-déco y que desde los círculos arquitectónicos
más avanzados y comprometidos se percibió con desdén como una domesticación de los
presupuestos vanguardistas. Así, Juan de Zabala se referirá a la exposición como el “gran
pastiche de arquitectura moderna” (García Mercadal, “Nuevo arte” 3). También Gasch
alerta sobre la mistificación que para él supuso la exposición. En 1927, escribe:
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sabe que estoy con ustedes […] Creyendo que la arquitectura considerada como una de
las bellas artes, es la superstición más idiota de todas” (García Mercadal, “Nuevo arte”
2). Antonio Espina se manifiesta en los mismos términos antiartísticos hablando de su
casa ideal: “La sueño más bien fea por fuera, para que no guste a los artistas, de los cuales
estoy bastante aburrido” (Ibíd.). Por último, Moreno Villa: “Hay que ir contra lo artísti-
co, franca y llanamente. Por amor al Partenón, y a Notre Dame, y a Santa Sofía, y a San
Pedro del Vaticano, y al mismo Escorial, y a la Mezquita de Córdoba. Por amor al verda-
dero arte, hay que ir contra lo artístico. Y este grito ya sabe usted que no es mío” (Ibíd.).
El descrédito de los estilos es otro de los puntos de encuentro entre creadores de
diversos ámbitos. Para escritores y artistas, estos comprometen la autenticidad de la
expresión, una aportación de la revolución romántica en literatura. Para los arquitectos,
el principal problema, más que la limitación a la expresión personal, fue que aceptar un
estilo supone reconocer la existencia de un patrón previo que guía el acto creador, con lo
que este no se adapta a las necesidades de actuación del proyecto específico. En el caso
de la arquitectura, el rechazo del estilo, que es de algún modo el rechazo a la sumisión
ciega a la tradición, supone primar la experiencia personal del proyecto, la intuición y la
adaptación a las necesidades del tiempo y el lugar, por encima de la aplicación de reglas
pre-existentes.
En cualquier caso, ese rechazo casi unánime fue un estímulo para la búsqueda de
nuevas avenidas creativas para los artistas de la modernidad y sin duda también para los
arquitectos. Cinco años más tarde del “ha comenzado una gran época, existe un nuevo
estilo” de Le Corbusier, cuando Dalí, Gasch y Montanyà publican su “Manifest Antiar-
tistic Català” (Marzo, 1928) señalan la existencia de “una arquitectura d’avui” y denun-
cian “l’arquitectura d’estil, denunciem l’art decoratiu que no sigui l’estandaritzat”. En el
tono del “manifest” son evidentes los ecos de L’Esprit Nouveau de Le Corbusier, a quien
señalan como uno de los “Grans artistes d’avui” (Brihuega, Manifiestos 160-1), junto a
Picasso, Gris, Brancusi, Stravinsky, Breton y García Lorca, entre otros.
Con el tiempo, la aversión al estilo se va a volver contra la arquitectura racionalista,
como veremos. Sus críticos observarán que la rigidez de su vocabulario se aplica menos
como respuesta a la función del edificio, que como repertorio de elementos construc-
tivos que se emplea de manera formalista. Algo similar al criticismo que Ozenfant y
Jeanneret vertieron sobre el cubismo en 1918: “El Purismo estima que el Cubismo
se ha quedado, dígase lo que se diga, en arte decorativo, ornamentalismo romántico”
(“Después” 46).
Si el rechazo del ornamento provocaba adhesiones unánimes entre los nuevos creado-
res, la noción de la originalidad es un valor sobre el que hay espacio para la divergencia,
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con los arquitectos modernos a un lado y el resto de creadores a otro. Anatema en lite-
ratura, donde prima la creación individual, la arquitectura racionalista va a impulsar la
repetición y la estandarización como método de diseminar sus hallazgos. La ortodoxia
arquitectónica moderna del período que estudiamos cuestiona la originalidad. Lo que
interesa es la reproductibilidad del edificio, la creación de prototipos revisables y reuti-
lizables.
Son conocidas las reticencias de Le Corbusier y Ozenfant a la búsqueda de la origina-
lidad por el mero fetichismo de lo diferente. En su ensayo sobre la pintura moderna, de
1925 dudarán del exotismo en la búsqueda de la singularidad. El afán por ser originales
empuja a algunos a perseguir lo inédito, una búsqueda que les ha llevado a redescubrir
el arte “negro”. Ozenfant y Le Corbusier reconocen su pureza, pero dudan de que sea
relevante para nuestra experiencia, por no haber emanado de ella: “Assurément, les for-
mes nègres sont pures, mais comme toute forme pure, elles traduisent exactement la
sensibilité de leur auteur. Admettra-t-on que ce soit la nôtre?” (La peinture 32).
La ruptura con la mímesis y el predominio de la abstracción van a ser otras de las
fuerzas motrices del período y permitirán a los creadores mostrarse más intrépidos en sus
experimentaciones, incluida la tendencia a la liberación formal. En arquitectura, esa pro-
clividad estará representada por ejemplo en el interés de Le Corbusier por desvincular
la casa del entorno, al asentarla y separarla con pilares. Del mismo modo, como apunta
Montaner, la metáfora del barco como modelo para la arquitectura “va estrechamente
relacionada con la idea de una arquitectura autónoma, que puede anclarse sin ninguna
relación con el entorno” (32). El espíritu de la época está encapsulado en la máquina
y la industria, siendo el transatlántico y los aviones sus emblemas para la arquitectura,
pues funden en su carga semántica la imaginación y la razón y esa dimensión los hace
atemporales. “It is the same spirit that built the Parthenon” (Towards 109) llegará a
afirmar Le Corbusier refiriéndose al diseño del aeroplano. Ese planteamiento facilitará
que, para muchos jóvenes creadores, la atracción futurista de barcos, coches y aviones
pueda hacerse compatible con el aprecio de elementos de la tradición, como hemos visto
en las páginas precedentes. La metáfora técnica y los avances del diseño industrial serán
irresistibles incluso para arquitectos poco sospechosos de vanguardismo o racionalismo
funcionalista, como Antonio Palacios, quien consideró el transatlántico como el más
perfecto modelo arquitectónico de su época. Cabe señalar también que esa deliberada
desvinculación del entorno va a ser una de las críticas que recibirá la arquitectura fun-
cionalista cuando el fervor por su novedad se apague.
En poesía, la apertura de la estructura del poema para utilizar el verso libre, puede
compararse a la apuesta de la arquitectura moderna por crear un espacio despejado y
dinámico, abierto a la luz, proceso facilitado tanto por el cristal como por la tendencia a
la horizontalidad. Del mismo modo, el diseño no está constreñido ya por la hegemonía
de la fachada, con diversas posibilidades facilitadas por los nuevos materiales. Con todo,
la ruptura de las convenciones sobre la representación del espacio renacentista es más
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fácil de cuestionar desde la pintura, como hace el cubismo, que desde la arquitectura,
sometida a necesidades estructurales basadas en principios matemáticos y que pudieron
alterarse no por la fuerza de la voluntad, sino por la aparición de nuevos materiales (ace-
ro, cristal y hormigón).
Aunque volveremos sobre este tema con más detalle en el capítulo dedicado a Vicente
Huidobro y al purismo, es ineludible, cuando menos, referirnos aquí al predominio de
la inteligencia y al papel directriz de la razón como uno de los espacios principales de
coincidencia entre arquitectura y escritura. La aparición de Après le cubisme en 1918,
supondrá el lanzamiento del purismo como movimiento y una crítica al cubismo, al que
los autores no consideran ya el arte del tiempo y tildan de: “arte confuso de una época
confusa” (Ozenfant y Jeanneret “Después” 10-11). La orientación en los nuevos tiempos
es, según su criterio, completamente diferente: “El orden, la pureza iluminan y orientan
la vida; esa orientación hará de la vida de mañana una vida profundamente diferente a
la de ayer. Si ésta se sentía confusa, insegura de su camino, la que comienza lo percibe
lúcido y neto” (Ibíd. 11).
Bajo ese impulso, el arte nuevo y la arquitectura moderna deben sintonizar con los
tiempos y cambiar con la sociedad. Si bien la idea de cambio radical es común a la
vanguardia estética, algunas de sus manifestaciones (dadaísmo, futurismo y más tarde
surrealismo) plantean desafíos a la razón por considerarla instrumento de la tradición
y elemento que reprime las posibilidades de libertad y de creatividad absolutas. Ahí se
plantea una oposición doble con la arquitectura. Una, respecto a su labor histórica con
el urbanismo, pues desde la Ilustración y con el elástico mandato de la racionalización
del espacio, ambas han sido instrumentos de control social. La otra tiene que ver con el
carácter intrínsecamente racional y matemático de la disciplina. Un movimiento que se
proclama racionalista, difícilmente puede casar con las teorías irracionalistas de cierto
vanguardismo artístico vehemente, que acusa a la razón de limitar la intuición y las po-
sibilidades de la imaginación. Es preciso señalar que estas afirmaciones respecto al papel
de la razón se dan en el contexto de la tendencia al “retorno al orden” en los años veinte,
cuando empiezan a rechazarse los extremismos vanguardistas anteriores. Recordemos
que este es el momento de la etapa neoclásica de Picasso, por ejemplo. Sebastià Gasch
se refirió también por aquellos años a la necesidad del orden, citando precisamente a
Ozenfant y Jeanneret:
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- 50 -
constructivo con el que se trabaja está ya limitado por lo que ya se empieza a considerar
como una “estética” racionalista:
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Es sabido que las formas nuevas de arte siempre han sido impopulares. Su impopula-
ridad está en razón inversa al nivel de la cultura media en que tienden a desarrollarse.
Una nueva manifestación artística en un país de gran cultura media —me refiero,
naturalmente, a la cultura media de las gentes a las que llegan las manifestaciones de
arte— no siendo popular, será al menos tolerada, comprendida. Si el nivel de esa cul-
tura es bajo, la nueva tendencia se rechazará de plano y el sentido estético de las gentes
se encaminará, inevitablemente, hacia las formas de arte, no más sencillas, pero sí más
fáciles, por más sabidas. En arquitectura, la forma que corresponde a este sentimiento
es el pastiche. (Ibíd. 3)
- 52 -
La nueva arquitectura es impopular, en primer término, porque hay muy pocos arqui-
tectos que se interesen por ella. Como la gestación es puramente científica, es natural
que arrastre poco público de momento hasta que las formas no hayan adquirido su
situación definitiva y de norma, que pudiéramos decir. (“Arquitectura” 160)
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II
Narrativa de vanguardia y Madrid 10
10. Una versión previa de este capítulo (“Entre el organillo y el jazz-band: Madrid y la literatura de la
vanguardia”) apareció en Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies 3 (1999): 129-149 y fue reeditada
en Edward Baker y Malcom Compitello, eds. Madrid de Fortunata a la M-40: Un siglo de cultura urbana.
Madrid, Alianza Editorial: 2003, 167-195.
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demanda de novedad y aventura de los jóvenes artistas surgirá una simbiosis que hará
de la ciudad en general, y de Madrid en particular, un escenario artístico privilegiado.
La presencia de Madrid en la literatura de la vanguardia está marcada por una tran-
sición triple cuyas implicaciones vamos a rastrear en los tres apartados de este capítulo.
Primero, la ciudad se expande demográfica y físicamente, y se inicia su definitiva mo-
dernización. Con todo, se trata aún de una modernidad incompleta, condicionada, por
un lado, por su reciente pasado tradicional y castizo y, por otro, por la inmigración y
la nostalgia de lo rural. Segundo, el cambio en la apreciación literaria de la ciudad, que
pasa a concebirse como realidad de la mente, más que como un mero referente espacial
externo. La aprehensión artística de la ciudad se verá influida además por nuevas técnicas
literarias. Tercero, la evolución de la apreciación moral de la gran ciudad, que pasa de
disfrutarse como un escenario lúdico y novedoso, a preocupar como espacio ligado a un
sistema económico e industrial que fomenta la alienación existencial. La ciudad se hace
sinécdoque del sistema capitalista y de la modernización.
En España, la sintonía de la escritura de la vanguardia con los ritmos de la ciudad
moderna es casi absoluta y responde a la postura un tanto reticente del noventa y ocho
respecto a la urbanización resultante de la progresiva industrialización del país. Si bien es
exagerado hablar de rechazo respecto a la metrópolis en la prosa del 98, si es reconocible
un criticismo respecto a su capacidad para integrar a quienes llegan del campo en nú-
meros crecientes. En sus ojos, el campesino abandona una vida simple e idealizada para
sustituirla por una existencia deshumanizada en las chabolas de la periferia. La ciudad
moderna no está a la altura de su promesa.
Cambios en Madrid
En el tercer cuarto del siglo XIX, Madrid dobla el número de habitantes (de 200.000
a cerca de 400.000 entre 1845 y 1875). El crecimiento está basado en la masiva inmi-
gración del campo a la ciudad. El Madrid de Fortunata y Jacinta (1887), a pesar de su
masificación y de ubicarse en ese período de cambio demográfico profundo, es aún pre-
industrial y relativamente estable. Para los escritores de la vanguardia, sin embargo, con
la modernización y la aceleración del ritmo urbano, Madrid dejará de ser una referencia
literaria predecible. La ciudad tradicional galdosiana se está reconfigurando lentamente
por entonces para acomodarse a las necesidades de la modernidad. En los años de la
vanguardia, sin embargo, el avance de la ciencia, el progreso de las comunicaciones y
- 56 -
Madrid había amanecido con cielos de Velázquez. Por las calles circulaba ese oxígeno
que fabrica expresamente el Guadarrama para hacer más fino y transparente el otoño.
Algunos vencejos madrugadores tomaban su diaria lección de geometría. Pedro obser-
vó que todas las fachadas de la Puerta del Sol tenían ideas de percalina. (171)
Antonio Espina, en Pájaro Pinto (1927), hace referencia a una minoría cosmopolita y
educada que convive, en el Madrid de la época, con un estrato popular al que no se ha
dado acceso todavía a la modernidad. Se trata de una mezcla del Madrid castizo tradicio-
nal y el de los inmigrantes recientes, al que despectivamente se identifica con el género
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chico: “La gente del pueblo, esas que salen en las zarzuelas, se apiñaban a la puerta del
templo, a derecha e izquierda” (Espina 93). Un curioso fenómeno este de la masa urbana
despojada de modernidad y relegada, en el Madrid moderno, a mera coreografía folkló-
rica. Curioso, pero no infrecuente: José Díaz Fernández en un momento de la acción de
La Venus mecánica (1929) presenta la llegada de un torero —el “Niño del Olivo”— al
cabaret del “Alkázar”, en el que suena frenético el “jazz-band”. Al detectar su presencia,
los asistentes se alborotan y se agolpan a su alrededor. Uno de los protagonistas protesta
entonces desencantado: “La superstición de los toros —exclamó Víctor— Madrid, con
rascacielos y aeródromos, sigue siendo un lugar de la Mancha” (Díaz Fernández 47).
La desconfianza de estos personajes respecto a sus conciudadanos, a los que juzgan des-
ubicados culturalmente, es paralela, como hemos visto, a las quejas de los arquitectos
modernos respecto a la falta de preparación de sus clientes potenciales. A decir verdad, la
idea de un cabaret madrileño se les hace extraña a algunos personajes desde el principio:
“Un ‘cabaret’ español, querrá usted decir —replicó el arquitecto—. Porque en Berlín y
en París se divierte uno. Son ciudades de turismo, adonde van las gentes a gastarse el
dinero. Aquí sólo vienen los muchachos de provincias, los militares y los estudiantes.
Además, allí hay vicio” (Díaz Fernández 42).
Acaso el arquitecto (real) que más hizo por dar verosimilitud a esa idea del “caba-
ret madrileño” fue Luis Gutiérrez Soto, miembro de la generación del 25, que diseñó
tanto el “Casablanca, Dancing – Salón de té” como “Chicote”. Gutiérrez Soto no se
escandalizaría de la conducta de quienes se agolpan alrededor del torero. Después de
todo, como escribió en la revista Arquitectura en el año 1933, en ese tipo de locales, “los
actores son los mismo espectadores” (193). Ese artículo de uno de los representantes de
la generación de arquitectos de 1925, nos ayuda a entender su postura no dogmática o
comprometida respecto al racionalismo europeo, y de la que hablaremos en el apartado
sobre arquitectura:
El arquitecto en este caso tiene que dejar a un lado todos los racionalismos puros de
la moderna arquitectura: aquí todo es mentira, todo es truco; de nada serviría hacer
un dancing de una pureza de líneas perfectamente arquitectónicas, sin alegría y sin
vida; el arquitecto tiene que olvidar todos esos prejuicios de perfección para crear un
ambiente, pues el racionalismo de un cabaret, como el de todo local esencialmente
comercial, es el lograr la máxima atracción de público, que en este caso concreto ha
quedado reducido a engañar piadosamente al espectador, haciéndole creer que puede
tomar confortablemente en pleno enero un “whisky” bajo la suave luz de las estrellas.
(Gutiérrez Soto 198)
Volviendo a La Venus mecánica, algo más adelante en la trama, una escultora haitiana
emite un juicio sobre el atraso de los hombres de Madrid y su incapacidad para adaptarse
a la vida moderna, que parece insinuar la presencia de vestigios atávicos que les ligan
irremediablemente al pasado: “Los carpetovetónicos. Los españoles de Madrid. Están
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muy atrasados. Todavía hablan con las novias desde la calle, a tres pisos de distancia, para
terminar casándose con ellas. Algunos quieren morder a las mujeres que pasan. Otros, se
cuelgan al cuello medallas y escapularios y van por ahí, a paso de tortuga, con una vela
en la mano. Son unos bárbaros” (Díaz Fernández 260).
El cuento “Cazador en el alba” (1929), de Francisco Ayala explora el contraste entre
campo y ciudad. Un joven recluta llega a la gran ciudad para cumplir con su servicio
militar. No se determina si la ciudad es o no Madrid, pero las referencias a “grandes ave-
nidas”, “edificios altos”, y la presencia de suburbios hacen que lo que siempre se denomi-
na “la ciudad”, sin ser abiertamente Madrid, lo sea de un modo imaginario e implícito.
La dialéctica campo-ciudad aparece en numerosas ocasiones y no queda resuelta ni al
final de la narración, pues a pesar de haber abandonado el cuartel y de encontrarse in-
merso por completo en el entorno urbano, la aldea permanece en el protagonista como
una presencia subconsciente: “Su prehistoria había palidecido hasta quedar casi borrada,
traslúcida como la luna al mediodía. El volumen de sus recuerdos agrestes se había reti-
rado hacia el fondo; la aldea era un dibujo incompleto sobre un lienzo plomizo, tras una
falsilla de lluvia, pájaro preso en líquida red” (Ayala 436).
La nostalgia del campo es un motivo que aparece en las narraciones de la vanguardia
con relativa frecuencia. En “Esa vaca y yo”, uno de los relatos de Yo, inspector de Alcan-
tarillas (1928), Giménez Caballero nos presenta a un personaje que se muda a una casa
de huéspedes en la periferia, desesperado tras treinta años de trabajo en una oficina: “Soy
una ruina, una verdadera ruindad humana, uno de esos productos que cría y pudre una
gran ciudad, y que terminan siempre, en una casa de huéspedes, sus últimos días, sin
otra fraternidad que la de otros seres semejantes a ellos […]” (Yo 45). Al final, encuentra
la felicidad en la casa de huéspedes a raíz de una perversa relación con una vaca. La in-
tensidad de sus sentimientos hacia ella hace que su percepción del entorno se altere y la
pensión se transforme en pueblo y la vaca en madre: “¡Mi pueblo y mi madre! Mi fuerza
antigua, mis posibilidades de una vida que no se me ha logrado” (Ibíd. 54)11.
Madrid se está abriendo durante esos años a las influencias de las otras grandes ciu-
dades occidentales, siendo París, Londres y Nueva York las tres que más influyen y cau-
tivan. No sólo la literatura, las artes plásticas y la arquitectura reciben la influencia ex-
tranjera, también las costumbres de los madrileños cambian. En Sentimental Dancing
(1925), un libro que su autor, Valentín Andrés Álvarez, calificó de “autobiografía en gran
parte” (13), se habla de las innovaciones en los bailes:
11. Es revelador que la misma pulsión por recuperar el origen rural que va a motivar al personaje de Gimé-
nez Caballero siga viva en algunos personajes de Pedro Almodóvar que viven en el Madrid de finales del XX,
principios del XXI, pero que vuelven al campo para resolver sus conflictos (en ¿Qué he hecho yo para merecer
esto?, La flor de mi secreto o Volver, por ejemplo).
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Hacia el año 1912 se produjo en los bailes de Madrid un cambio radical, operado por
las danzas exóticas que entonces comenzaron a llegar. […]
Hasta entonces se bailaba en Madrid el pasodoble, polca, mazurca, habanera, vals y
chotis, piezas que además de bailarse como ordinariamente se bailan en todas partes
tenían la forma típica madrileña, el girar a izquierdas y a derechas. Esto del girar es
algo serio. (Andrés Álvarez 306)
La vió (sic) bajar del “taxi” para entrar en una perfumería y entonces se miraron. […]
Pero, en fin, aquella mujer ya no existía. Se había diluido (sic) como una gota azul en
el torrente urbano de las ocho de la noche. Cruzó la calle de Peligros y salió a la Gran
Vía, casi contento de encontrarse otra vez con su libre albedrío, lejos de la complica-
ción amorosa que desbarataba sus horas y le tenía semanas enteras alejado del trabajo.
(Díaz Fernández 11)
- 60 -
Una mañana al levantarse, vio que había caído durante la noche una gran nevada. El
espectáculo que ofrecía la plaza era precioso: los techos enteramente blancos; todas las
líneas horizontales de la arquitectura y el herraje de los balcones, perfilados con durí-
simas líneas de nieve; los árboles ostentando cuajarones que parecían de algodón y el
rey Felipe III, con pelliza de armiño y gorro de dormir. Después de arreglarse volvió
a mirar la plaza, entretenida en ver cómo se deshacía el mágico encanto de la nieve,
cómo se abrían surcos en la blancura de los techos, cómo se sacudían los pinos de su
desusada vestimenta, cómo, en fin, en el cuerpo del rey y en el del caballo se desleían
los copos y chorreaba la humedad por el bronce abajo. (Pérez Galdós II: 410)
Con este referente madrileño y galdosiano se hace más fácil entender a la protagonista de
Señorita 0-3, Laura la telefonista, cuando contempla la ciudad desde la altura al anochecer:
Volvió los ojos hacia los tejados de Madrid. Apenas se distinguían unas estrías llenas
de puntitos luminosos. La misma sensación de quien llegase de noche a una ciudad a
bordo de un avión. También abajo las luces parecían lejanas como estrellas. En cada
una un hogar —pensó Laura—. Un hogar feliz o desventurado, pero un hogar que se
ha constituido sobre una ilusión de felicidad. […] sin proponérselo, el pensamiento
de Laura saltaba de su tragedia sentimental a la gran tragedia general del mundo. Des-
de aquella altura cambiaba la perspectiva de las cosas. Se difuminaban los contornos
de la angustia personal, como un detalle de la gran tragedia de la vida universal, cuya
versión traducida a todos los idiomas recogía Laura cada noche para transmitirla en
miles de palabras telefónicas. (Cabezas 205)
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Las obreras no son las únicas mujeres que están cambiando la vida en la ciudad. El
libro de Díaz Fernández contiene una referencia en clave a dos mujeres que se integraron
también con fuerza a la vida artística de los círculos vanguardistas madrileños: la poeta
Concha Méndez y la pintora Maruja Mallo: “La señorita Gloria Martínez, poetisa y
nadadora. Maruja Montes, pintora. El señor…” (Díaz Fernández 165). En Julepe de
Menta, Giménez Caballero da también fe de esa incorporación, refiriéndose a la pintora:
“Está circulando por nuestros círculos más jóvenes de arte esa doncella que se llama Ma-
ruja Mallo, como una ministrilla en domingo por la verbena, sin más acompañamiento
que la gran cesta de su talento al brazo” (Julepe 35). La intrepidez de estas mujeres al
aventurarse en el activo mundo cultural del Madrid de la época no estuvo exenta de
dificultades con las convenciones sociales de aquellos tiempos, como explicó Concha
Méndez en las memorias dictadas a su nieta: “A las tertulias de Valle Inclán en el café
de la Granja del Henar y a las de Gómez de la Serna en el café del Pombo, no podía ir;
terminaban sobre las tres de la mañana y yo tenía que volver a casa para la cena” (Ulacia
Altolaguirre 59-60).
Si hubiera que sintetizar en un sólo aspecto el cambio más notable entre el siglo XIX y
el XX en el modo de percibir y conceptualizar mediante el arte la ciudad moderna, debe-
ríamos pensar en la devaluación de la objetividad en favor de las percepciones subjetivas.
12. Al otro lado del Atlántico, Edward Hopper (1882-1967) estaba por esa misma época pintando sus
cuadros de desolación urbana en los que son frecuentes las mujeres solas.
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Ya la narrativa última de Galdós puede considerarse como pionera de ese nuevo enfoque.
No son infrecuentes en ella las referencias a sueños y alucinaciones de sus personajes.
A veces, el bullicio del Madrid moderno sirve a los autores vanguardistas para esta-
blecer un contraste con lo que sucede en la mente de sus personajes. Ocurre en La Venus
mecánica como le había sucedido a Fortunata y a Jacinta en los mismos lugares de Ma-
drid: “Obdulia, a pie, salió a Recoletos. Madrid aquella mañana estaba lleno de luz viva,
de cables de agua que sujetaban el sol. De timbres y gritos claros. Pero ella no veía nada,
porque avanzaba como una nube, con la tormenta dentro” (Díaz Fernández 217). Cuan-
do en Fortunata y Jacinta, Jacinta se decide a adoptar al Pitusín, supuesto hijo de Juanito
y Fortunata, su obsesión tamiza la percepción de la populosa calle por la que circula:
“Iba Jacinta tan pensativa, que la bulla de la calle de Toledo no la distrajo de la atención
que a su propio interior prestaba” (Pérez Galdós I: 316). En esto, como en otras técnicas
narrativas modernas, Galdós es precursor13. Véase si no el monólogo interior ambulante
que Moreno-Isla nos brinda en Fortunata y Jacinta a principios del último libro (Pérez
Galdós II: 331-3). Sus tres páginas, mezclan pensamientos, recuerdos, descripciones,
imprecaciones y diálogos, al tiempo que desaparece la voz del narrador:
No se puede vivir aquí… Pues digo; otro pobre. No se puede dar un paso sin que
le acosen a uno estas hordas de mendigos. ¡Y algunos son tan insolentes!… “Toma,
toma tú también”. Como me olvide algún día de traer un bolsillo lleno de cobre, me
divierto. ¡Aquí no hay policía, ni beneficencia, ni formas, ni civilización!… Gracias a
Dios que he subido el repecho. Parece la subida al Calvario, y con esta cruz que llevo
a cuestas, más… ¡Qué hermosos nardos vende esta mujer! Le compraré uno… “Déme
usted un nardo. Una varita sola… Vaya, deme usted tres varitas. ¿Cuánto? Tome us-
ted… Abur”. Me ha robado. Aquí todos roban… Debo de parecer un San José; pero
no importa… (Pérez Galdós II: 332)
13. A su vez, si para la configuración del Madrid de Galdós fue crucial la referencia de Mesonero Romanos,
se hace difícil considerar el trabajo de los vanguardistas sobre Madrid sin la inspiración de algunos textos de
Valle-Inclán y Gómez de la Serna.
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Bombay: “Querida mujercita mía: Otro muelle, otro cielo, otra ciudad, más grande,
más pequeña, igual a todas” (Aub 28). La gran ciudad se ha destilado: encarna el mito
del progreso y la precisión de las referencias concretas se sacrifica al poder de la ciudad
moderna como idea. En general, la ciudad interesa más como referencia mítica que
como realidad física, según observó Edward Timms en su introducción a una interesante
recopilación de artículos sobre el tema (Timms y Kelley 7).
Las referencias literales al espacio urbano concreto se interpretan como residuo cos-
tumbrista y frecuentemente se evitan. En Pasión y muerte (1930), Corpus Barga elude
deliberadamente, desde la primera frase del libro, la referencia específica a una ciudad
concreta: “Mary había tomado una resolución: había decidido marcharse de la amable
ciudad de ** (sic)” (Pasión 29). En la carta que abre el texto, dirigida al editor, el supuesto
autor manifiesta un fuerte deseo de despojar su narración de elementos descriptivos, del
mismo modo que la arquitectura vanguardista se esfuerza por desterrar la ornamenta-
ción: “Mi estimado amigo: en el siguiente manuscrito ha querido el autor presentar
la novela más limpia de datos, descripciones y cuadros, más concreta —y no sé si más
descarnada— que se haya escrito en castellano; una novela, en fin, que para diversión de
los matemáticos se podía haber escrito en fórmulas algebraicas” (Pasión 27).
Un elemento que contribuyó a la falta de referencias a ciudades específicas en los
textos es que en la época se hacen más fáciles y frecuentes los viajes rápidos. El conoci-
miento de otras ciudades facilita sin duda la homogeneización. Una de las experiencias
que refiere el narrador de Julepe de Menta (1929), de Giménez Caballero, al viajar en
avión de Madrid a Barcelona parece confirmarlo: “Que más cerca se siente Ginebra que
Barcelona y Madrid” (175). Uno de los efectos de la modernización es la disolución de
lo autóctono en favor de una nueva realidad transnacional y cosmopolita. Estamos en la
época en que el turismo, actividad reservada antes para las clases altas, se hace asequible
y se populariza: “Después de tomar café, vinieron los dos acompañándome a la Agencia
Cook. Había allí mucha gente. Tuvimos que hacer cola para llegar al mostrador de esta
tienda de viajes, hechos y a la medida” (Andrés Álvarez 416).
Otro factor que hace el mundo más pequeño y cambia el modo de concebir la vida
en Madrid son los nuevos inventos, en especial el teléfono: “El mundo comenzaba a
encogerse, a achicarse. Todo él estaba ya al alcance de unas palabras telefónicas. Londres,
París, Viena, Oslo, Roma, Nueva York, Tokio, Buenos Aires, La Habana, Santiago de
Chile recibían el mensaje de Madrid” (Cabezas 17).
En el nuevo modelo creativo que propone la vanguardia, la distancia entre emisor y
receptor se reduce y al espectador se le supone también la capacidad de generar significa-
dos. En una línea similar, el paseo por la ciudad se interpreta como situación potencial-
mente productora de experiencias de naturaleza artística. Los encuentros fortuitos, las
yuxtaposiciones inesperadas, lo contingente, las irregularidades, la abundancia de estí-
mulos y la sensación de anonimato contribuyen a crear un collage en el que el paseante/
lector es responsable de extraer significados y de dar sentido a su experiencia, de manera
- 64 -
similar a como se construyen una narrativa o un poema. La ciudad se hace así parte del
proceso creativo y deja de pensarse como entorno neutral en el que los personajes ac-
túan. La ciudad no se concibe como espacio pasivo y se convierte en fuente predilecta de
sensaciones, ideas y experiencias. Esa fascinación con la ciudad comunica a la literatura
una predilección por la velocidad de la percepción, la proclividad a la configuración
acumulativa, la intensidad de los contrastes y las asociaciones y la apertura al azar como
facilitador de narrativas. La identificación entre los ritmos y las experiencias urbanas y la
literatura de la vanguardia es intensa y fructífera.
Esa complejidad de la experiencia de la ciudad moderna, que es fluida y fragmenta-
ria, hará que a menudo ésta se presente en la prosa de la vanguardia como un texto que
debe ser descifrado. La situación es frecuente en la prosa vanguardista de Pedro Salinas,
que se referirá En Víspera del gozo a la experiencia del paseo urbano como “una prosa en
tumulto” (38). El motivo del discurrir por la ciudad como una forma de lectura aparece
en más de una ocasión y es relevante para comprender el libro, y también el proceder
metaliterario de la narrativa de vanguardia en general. La equiparación del paseo por la
ciudad con la lectura interesa a Salinas por su capacidad para sugerir el papel activo del
caminante-observador que recompone lo visto en su mente, adquiriendo el paseo una
dimensión de creación y descubrimiento estético. La analogía del pasear con el leer, tan
utilizada en la literatura moderna del primer tercio de siglo (Proust, Joyce), se sustenta
en modos de pensar tan antiguos como la metáfora, si pensamos en la alegoría de la vida
como viaje, pero empezó a tomar forma moderna en el siglo pasado.
14. Podemos situarlo alrededor de la segunda década del siglo veinte, cuando se producen importantes
manifestaciones estéticas, como la innovación del cubismo (“Las señoritas de Avignon” es de 1907, y en
1912 hay una exposición importante de pintura cubista en la Galería Dalmau de Barcelona) y el “manifiesto
futurista” de Marinetti (Le Figaro, 1909), que es traducido en la revista Prometeo en abril de 1909. En 1910,
en la misma revista, se publica: “Proclama futurista a los españoles” de Gómez de la Serna. Son también los
años de más intensa actividad dadaísta (1916-1919), y posteriormente ultraísta, entre 1919 y 1923.
- 65 -
de la crisis económica de 1929. Buckley y Crispin han llamado “la segunda etapa del
vanguardismo español” (10) al momento en que, tras los años del ultraísmo, los jóve-
nes artistas se sienten atraídos por “una sensibilidad que no se conformaba con negar
y destruir el pasado, sino que buscaba una nueva concepción vital” (10). La fecha que
ellos escogen como la inicial de ese segundo momento es 1925, es decir, el año de La
deshumanización del arte, de Ortega. Tras ese período, que se dilata en su clasificación
hasta 1930, empiezan a aparecer obras en las que la sensibilidad moderna se tiñe de os-
curo, se intensifica el pesimismo y se empieza a intuir cierto desencanto existencial. En
el período que estudiamos van a convivir los dos modos, el optimismo y la aprensión, el
interés estético y el escepticismo moral. En poesía, la desesperación y la gran crisis van
a sobrevenir durante los últimos años veinte, primero como angustia personal (Alberti,
Cernuda, Lorca) y después como enfrentamiento con un mundo injusto y oprimente
donde triunfan sistemas totalitarios, la máquina y una tecnología alienante (Alberti,
Prados, Lorca, Hernández) (Cano Ballesta, Literatura 116-7).
Puede establecerse un paralelismo entre la interpretación oscura y amenazante de la
ciudad moderna en “Cazador en el alba“, y el Nueva York de Federico García Lorca. En
ambos textos abundan las imágenes sombrías de inspiración surrealista y expresionista.
Una muestra en el cuento de Ayala:
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La muchedumbre —el coro general que rodea siempre a los protagonistas— llenaba
todo el paisaje como una inmensa mancha de aceite. Hoy las multitudes son grises,
pardas —abrigos, bufandas, sombreros—. En otra época eran alegres bellas —túnicas,
clámides, púrpuras… (De Obregón 41)
- 67 -
Díaz Fernández muestra Madrid presa de la lucha social, con manifestaciones y re-
presión, e imagina los estragos de un “Madrid de mil ojos, vendido impúdicamente al
ministro de la Gobernación” (296). La incertidumbre, la alarma social y el conflicto son
cada vez más difíciles de ocultar, aunque estén protegidos por el barniz de la moderniza-
ción. La narrativa de la vanguardia última parece acotar los parámetros de un conflicto
con ramificaciones ideológicas, económicas y morales. Su premonición no se hará es-
perar y España se verá pronto envuelta en una guerra desgarradora. Tras los conflictos
bélicos —en España y en Europa— será el momento de la crisis y del vacío existencial.
De un modo sutil y premonitorio, la evolución de la percepción que la narrativa de la
vanguardia tiene de Madrid parece apuntar ya en esa dirección amenazante.
- 68 -
III
Arquitectura española del primer tercio
de siglo: La apertura a la modernidad
y la búsqueda de una “arquitectura nacional”
- 69 -
librerías y, como no puede ser menos, en el lenguaje” (Temas de arte 357). No es aún, sin
embargo, parte de la cultura de masas, como en la actualidad.
El lugar donde mejor pueden visualizarse las ideas cambiantes sobre arquitectura en
el primer tercio de siglo es la Gran Vía, en Madrid. Sus tres tramos reflejan los modos
dominantes en cada período, desde las ornamentadas fachadas del primero a la linea-
lidad del tercero, con edificios tan significativos como el de la Telefónica o el Capitol
convertidos en diferentes momentos en emblemas de la modernidad de la ciudad (ver
capítulo ocho).
El interés por los estilos históricos y las arquitecturas regionales que abunda en las dos
primeras décadas del siglo XX, responde a un impulso melancólico en tiempos de crisis y
busca definir una noción compartida y estable de la arquitectura. Hay tintes de reacción
nacionalista en esa deriva historicista, que de manera ecléctica bebe tanto de los estilos
del pasado —mudéjar, plateresco y barroco principalmente— como de los regionales. Se
tratará de contrarrestar los efectos del desastre del 98 y los reveses en Marruecos reafir-
mando los que se consideran los valores eternos de la arquitectura nacional. Con todo,
la crisis de identidad no explica por completo el interés por resucitar estilos históricos, ya
que éste se dio también fuera de nuestras fronteras con similar intensidad. Como señaló
Schorske, la clase media, que tradicionalmente usaba la ley y la ciencia para establecer
su independencia, se refugiaba en la historia para expresar sus valores con la arquitectura
(36). Sería más preciso enmarcar esa recuperación del pasado como una reacción anti-
moderna que en España se tiñó además de nostalgia por la pérdida del imperio y que no
fue ajena a los intereses nacionalistas de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930).
Mediante el monumentalismo y la grandilocuencia que abundarán en la arquitectura
oficial e institucional de la época se intentará entroncar con la tradición y levantar el
espíritu, aunque en general sea de un modo superficial y vacuo.
El diagnóstico de Miguel de Unamuno en 1911 para el estado del país, podría servir
también como introducción al estudio de la arquitectura española en las primeras dé-
cadas del siglo XX: “Bajo una atmósfera soporífera se extiende un páramo espiritual de
una aridez que espanta. No hay frescura ni espontaneidad, no hay juventud” (En torno
132). Los arquitectos establecidos y de más prestigio, así como la mayoría de quienes
ejercen como profesores, andan ocupados en la búsqueda de una arquitectura nacional
con que asentar al país y a su imagen de sí mismo en los momentos de introspección
que siguen a la crisis generada por el desastre de 1898. Como en otras disciplinas, la
tensión tradición-modernidad domina el debate, que adquiere en la construcción una
dimensión de historicismo enfrentado a un tiempo a la apertura al exterior y al uso de
nuevos materiales.
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Avenida del Conde de Peñalver (primer tramo de la Gran Vía). Madrid. Archivo Loty (00024).
Instituto del Patrimonio Cultural de España. Ministerio de Cultura.
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Este afán arabizante contrasta con el hecho de que las auténticas casas árabes del
Albaicín se desmoronan y hunden ante la total indiferencia […] Nuestra ciudad se
acuerda de que ha sido histórica para imitar detestablemente las muestras auténticas
que derribó su incuria y su indeferentismo, ciudad que vuelve las espaldas a su magní-
fico paisaje para pintarlo en una acuarela chillona llena de geranios y tópicos localistas.
¡Lamentable carnavalada! (331)
La voz de Lorca al respecto es significativa, pues cabe recordar que —de la mano de
Falla en lo musical— andaba también ocupado por aquellos años en explorar las esencias
del arte y la cultura del país, huyendo de los estereotipos de la “españolada”, tratando,
en la fórmula que aprendió de Falla, de ser “verdadero” sin necesidad de ser “auténtico”.
Como le sucede a Lorca, para muchos de los arquitectos jóvenes y para los intelec-
tuales inquietos de la época, el estado contemporáneo de la arquitectura que se empeña
en resucitar estilos pasados para confrontar problemas contemporáneos es desolador. Ya
en 1895, Otto Wagner, el arquitecto vienés, había observado en su libro sobre arquitec-
tura moderna cómo históricamente, a todo gran cambio social le había correspondido
el nacimiento de un nuevo estilo. Ese principio se había roto en la segunda mitad del
siglo XIX, acaso por la incapacidad del arte para adaptarse a la velocidad de los cambios
sociales (Schorske 83). En Après le cubisme, Ozenfant y Jeanneret habían hablado del
problema de una arquitectura que había perdido su estatura social como arte, al limitarse
al decorativismo: “La Arquitectura ha perdido, desde hace cien años, el sentido de su
misión; ya no es si no un arte decorativo de baja estofa. Ya no nos propone sino deco-
raciones fútiles que mancillarían el organismo de los edificios, si ese organismo existiera
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¿Quién cree usted que están (sic) en lo cierto: Oud, Poelzig, Le Corbusier, Taut, Du-
dock, Frank, Hoffman, Mies van der Rohe…, que se esfuerzan en producir una nueva
arquitectura, de acuerdo con nuestra época, o nuestros arquitectos que cultivan el
“estilo español”? (“Nuevo arte”)
¡Qué gentes que usan a diario el automóvil, la radio, el fonógrafo, el cine, el avión, la
máquina de escribir, el telégrafo y el teléfono, que revisan las publicaciones ilustradas,
que se visten como en Londres, que se operan en clínicas y quirófanos como los de
Nueva York, que practican deportes mundiales, que tienen un tono general europeo,
civilizado… vivan como viven, es, para mí, incomprensible! (García Mercadal, “Nue-
vo arte” 6)
15. A pesar de no ser para entonces joven, había perseguido en su obra reciente la renovación y la moderni-
dad a partir de propuestas ancladas en la arquitectura popular. En esa línea se había inaugurado en 1927 su
Dispensario Antituberculoso “Victoria Eugenia”, en Madrid.
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El ‘estilo español’ veía la luz. Nosotros somos nosotros, y nada tenemos que envidiar a
los extranjeros” (“Importancia”).
Los jóvenes que simpatizan con las ideas racionalistas son implacables en su desprecio
por la reutilización de los estilos históricos, y en su enunciación llegan frecuentemente a
la burla16. Su discurso es contundente: admiración por la buena arquitectura del pasado,
pero desprecio absoluto para quienes quieren recuperarla ahora como un estilo. Los
jóvenes se revelarán ante el esteticismo y el formalismo que domina la arquitectura de la
época y que, como sucederá en otras artes, consideran ligados a los valores burgueses. La
revista A.C., por ejemplo, publica en el número dos (1931) un artículo que declara su
respeto por la “buena arquitectura del pasado”, con fotografías de Santa María del Mar y
del Monasterio de Pedralbes en Barcelona para apoyar su admiración por lo conseguido
en ambas estructuras y que ellos consideran “constantes que han de perdurar hoy día”.
Luego las destacan en letras mayúsculas: “ORDEN, CLARIDAD, RITMO DE VOLÚ-
MENES, DE ESPACIOS Y DE LUZ”. Hay también fotografías de la recreación que se
llevó a cabo en Barcelona para abrir la Vía Layetana y que dio origen al Barrio Gótico.
Las imágenes aparecen tachadas y con un pie que las caracteriza como representaciones
del “Gótico dictadura siglo XX” (“Respetamos”). No faltan tampoco las voces exteriores
que observan con interés la nueva arquitectura española y que se horrorizan ante lo que
consideran muestras de sumisión al pasado. Theo van Doesburg, el polifacético arquitec-
to fundador de De Stijl, publicó algunos artículos sobre la joven arquitectura racionalista
de la península en la revista holandesa Het Bouwbedrijf, dedicando críticas feroces a la
Sagrada Familia de Gaudí. “Never did architecture produce a worse monstrosity” (273)
escribió en 1930 en un artículo titulado sintomáticamente “Romanticism in concrete.
Antonio Gaudí’s hyper-baroque”. Van Doesburg considera que los avances de la técnica
constructiva van a facilitar la audacia de las formas y las posibilidades de la fantasía. Con
todo, el arquitecto moderno debe escoger entre “rational architectural beauty” y “plastic
architecture meant as visual art” (269). La segunda opción lleva al romanticismo y el ex-
presionismo que él ve representados en el templo de Gaudí y que el arquitecto, escritor y
pintor neoplasticista considera “an abhorrent symptom of a decadence of forms pushed
to the extreme” (273).
A las escasas muestras autóctonas de la nueva arquitectura se las recibe con gran inte-
rés, en parte por lo que suponen de liberación de la asfixiante hegemonía de la tradición.
Así, cuando Antonio García Bellido informa en La Gaceta Literaria sobre la Exposición
16. El número 3 de la revista A.C. (1931) presenta bajo el título “¡Un magnífico monumento..!”, un co-
mentario sarcástico del monumento a Pi y Margall en Barcelona, a cargo del “artista Sr. Blay”. Se incluye
fotografía.
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El fragmento es interesante por dos razones: primero, por hablar de una especificidad
de la modernidad arquitectónica: el estar basada en avances técnicos que han revolu-
cionado el modo de sustentar los edificios y que hacen factibles maneras de concebir la
obra y de construir que eran imposibles de realizar décadas atrás, contribuyendo así a
la obsolescencia del modelo monumentalista18; segundo, por haber iniciado el camino
hacia la depuración estética, como la que se da en las otras artes y de la que hablaremos
en el apartado sobre Vicente Huidobro.
Es importante recordar que el contexto oficial de esa primera arquitectura moderna
que en España intenta liberarse del peso de la tradición es el que se propone desde las ya
citadas Exposiciones Iberoamericana de Sevilla e Internacional de Barcelona, ambas de
1929. Las imágenes más poderosa del contraste la ofrecen los pabellones de Alemania y
el de Yugoslavia, únicas voces de la arquitectura moderna en el recinto de la Exposición
Internacional de Montjuic. Aunque ambos desaparecieron tras la exposición, el Pabellón
alemán, obra de Mies van der Rohe gozó durante décadas de un aura mítica y, a partir
de su reconstrucción en 1986, ha ganado una dimensión icónica global. Como señala
Urrutia, “ninguna obra es igual entonces a su alrededor y ya nada será igual durante
muchos años” (Arquitectura 195). La belleza de los materiales, la claridad del diseño y la
limpieza y el equilibrio de las formas hacen del pequeño edificio una de las manifesta-
ciones más líricas y exquisitas de la arquitectura moderna.
17. Curiosamente, un mes antes de que se inaugure en la misma ciudad la Exposición Internacional, donde
la arquitectura moderna es casi inexistente.
18. Gropius explicará en su conferencia en la Residencia que los nuevos materiales (hormigón, hierro, cris-
tal) suponen “una liberación cada vez mayor de la gravedad de la tierra” (54).
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Pabellón alemán. Exposición Internacional de Barcelona, 1929. Mies van der Rohe. Fotografía:
Berliner Bild-Bericht – Fundació Mies van der Rohe.
Pabellón alemán. Exposición Internacional de Barcelona, 1929. Mies van der Rohe. Fotografía:
Berliner Bild-Bericht – Fundació Mies van der Rohe.
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Con todo, y a pesar de su huella global, es difícil cuantificar la influencia directa que el
edificio tuvo en los arquitectos jóvenes españoles, ya que estuvo en pie sólo unos meses.
Jaime Pahissa —que había dejado la arquitectura por la música— detalla en La Gaceta
Literaria del 15 de enero de 1930 los pormenores de la arquitectura en la Exposición de
Barcelona. Al principio del artículo parece que su instinto de crítico le ha llevado a discer-
nir la trascendencia de una obra que se propone destacar y que imaginamos la de van der
Rohe: “entre toda la inmensa cantidad de obra fabricada, una ha nacido que posee las raras
cualidades de las obras definitivas” (Pahissa 9). Tras un inicio tan prometedor, la sorpresa:
se refiere a la fuente de la plaza de España. A ella dedica la mitad de su crónica. En algún
lugar de la otra mitad despacha apresuradamente la obra que nos ocupa: “Alemania se
presenta en una construcción de ricos materiales y de las más simples líneas” (Pahissa 9).
El arquitecto Luis Lacasa se refiere al estado de la arquitectura en esos momentos
convulsos de finales de los años veinte:
Figuras puente
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19. Su principal aportación fue la de tratar de combinar arte y utilidad para buscar el “estilo de la moderni-
dad”, alejado de las soluciones historicistas.
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Se trata de una figura de transición, introductor del hormigón armado y como ha se-
ñalado Ángel Urrutia, situado “entre el eclecticismo historicista y la modernidad, avan-
zado para unos y retrasado para otros” (Arquitectura 214). De personalidad inquieta y
muy conocedor de la realidad constructiva, obtuvo algunos premios por diseños osados
y grandilocuentes, aunque no tuvo una obra muy extensa o significativa, acaso en parte
por su corta vida. Con todo, muchas de sus intuiciones serán realizadas más tarde por
las nuevas generaciones. Se suele citar a Casto Fernández-Shaw como uno de sus claros
herederos. Entre sus edificios más reconocidos se hallan el Teatro-Cinema Monumental
(1923) en Madrid, y el Carmen Rodríguez Acosta (1914-1928) en Granada.
Zuazo inició su carrera al lado de Antonio Palacios, pero su evolución hará de él una
figura admirada por los jóvenes arquitectos afines al racionalismo. En su obra destaca la
adaptación del clasicismo a criterios actuales. Acaso la muestra más sobresaliente sean los
Nuevos Ministerios (1932-1937), donde las referencia a El Escorial son palpables. Otra
construcción influyente será el edificio de viviendas conocido como Casa de las Flores
(1930-2), de aire marcadamente racionalista y casi totalmente libre de ornato20. Cola-
boró con dos arquitectos más jóvenes, Carlos Arniches y Martín Domínguez, en el Café
Zahara (1930), en la Gran Vía, y con el ingeniero Torroja en el Frontón de Recoletos
(1935). Ambos edificios han desaparecido. Es muy relevante también su trabajo como
urbanista, con actuaciones que no se limitan a Madrid y a su conocida Prolongación del
Paseo de la Castellana en 1930 (también elaboró planes para Zaragoza, Sevilla o Barce-
lona), pero que quedaron truncadas por la Guerra Civil.
20. De ella escribe Pablo Neruda en su poema sobre la guerra en Madrid: “Explico algunas cosas” (“Mi casa
era llamada la casa de las flores”).
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esencias de la tradición revelan, más que de imitar las formas. Flórez se preocupará de
utilizar elementos del vocabulario constructivo vernáculo como bases para solucionar
problemas modernos. Será esa su versión del regeneracionismo en la línea que proponía
la Institución Libre de Enseñanza, en la que se formó y donde fue discípulo de Manuel
Bartolomé Cossio. El ejemplo más sobresaliente será su uso del ladrillo, que le interesará
por comunicar racionalidad y sobriedad, y que supone, además, una toma de postura
clara en la disyuntiva contemporánea entre hormigón o ladrillo. Antonio Flórez pasó
tiempo en la Academia de Roma tras graduarse (1904-08) y desde allí conocerá también
la arquitectura del Mediterráneo y de Europa central y llegará incluso a trabajar por un
tiempo en el estudio de Otto Wagner, en Viena21. A su vuelta iniciará su carrera con un
foco en edificios para escuelas y pronto recibirá el encargo de construir tres pabellones en
los altos del Hipódromo para ampliar la Residencia de Estudiantes, cuyas instalaciones
en la calle Fortuny se quedaron pronto pequeñas.
Las claves de la carrera de Antonio Flórez coinciden con la genealogía de cultura liberal
que impregna la Residencia de Estudiantes y que se inician en la filosofía de la Institución
Libre de Enseñanza, en el último cuarto del siglo XIX. La Junta para Ampliación de Estu-
dios e Investigaciones Científicas heredará y formalizará a principios del siglo XX los prin-
cipios de ésta. Su responsabilidad en el desarrollo de la ciencia y la cultura se proyectará en
centros fundamentales para entender la actividad intelectual en el país en el primer tercio
del siglo XX: el Centro de Estudios Históricos, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-
Naturales o la Residencia de Estudiantes, fundados todos en 1910 bajo su impronta.
Para la nueva Residencia de Estudiantes, Flórez construirá los dos pabellones de dor-
mitorios (Pabellones gemelos) y el pabellón que albergaba los laboratorios (“el Tran-
satlántico”) (1913-5). El cuarto o “central”22 —que se sitúa entre los dormitorios y los
laboratorios— y el quinto fueron obra de Francisco Javier de Luque (1914-5). El trabajo
de Flórez aquí se distingue por un uso atemperado de motivos de la tradición, particu-
larmente en la galería de madera del Transatlántico. Desaparecen el ornato y los motivos
historicistas y se impone la funcionalidad. Acaso la mejor descripción de su tarea sea la
que propuso su discípulo Leopoldo Torres Balbás, que habló de “Regionalismo racio-
nalista” (Guerrero 14) para el estilo de la Residencia. Hay también ecos del mudéjar en
las torres y en el ladrillo, que como señaló Moreno Villa era “el material pobre de los
bellos monumentos mudéjares” (“Residencia” 25). Sofía Diéguez Patao ha escrito sobre
la influencia que el ideario de la ILE en lo referente a la revalorización de lo vernáculo
21. El mejor relato del papel de Otto Wagner en la renovación arquitectónica y urbanística de Viena en la
segunda mitad del siglo XIX, así como su posterior influencia en la arquitectura europea, sigue siendo el
capítulo de Schorske “The Ringstrasse and the Birth of Urban Modernism” en Fin-de-Siècle Vienna. Politics
and Culture (pp. 24-115).
22. Según cuenta Moreno Villa, éste tenía también un apodo: “’la casa’, el organismo completo —dirección,
oficinas, sala de conferencias, comedor, cocina, dormitorios” (“Residencia”, Residencia 26).
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Residencia de Estudiantes. Vista desde el canalillo, Madrid años veinte. Archivo de la Residencia
de Estudiantes, Madrid.
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como muchos años antes hacía Ruskin, contra lo artificial y convencional, añadía que en
arquitectura la función del color es esencial y esa sólo la dan los materiales nobles como
la piedra y el ladrillo” (“Gropius”).
Su presentación en la Residencia es interesante por otros aspectos, particularmente por
volatilizar la idea del esencialismo nacional como camino para la arquitectura moderna: los
nuevos modos de vida y la mejora en los transportes facilitan una “mayor libertad intelec-
tual” y propician una mayor uniformidad: “La semejanza de medios de expresión que ais-
lada o conjuntamente se crean, tiene por consecuencia una afinidad de expresión y forma”
(Gropius 51). En la estandarización que propone el método Bauhaus, las peculiaridades de
lo vernáculo ofrecen meramente un acento, un énfasis particular: “Lo mismo que el ves-
tido, nuestros medios de locomoción, nuestras casas y nuestras ciudades, van siendo cada
vez más semejantes, sin que por ello resulte el mundo más monótono. Pues las diferencias
de clima y de temperamento se encargan de mantener una variedad rítmica” (Ibíd.).
No sería el único arquitecto importante que visitó la Residencia. En 1928, Le Cor-
busier ofreció dos conferencias (Ver capítulo siete), Erich Mendelsohn hablará en 1929
y Theo van Doesburg titulará su conferencia de 1930: “El espíritu fundamental de la
arquitectura contemporánea”24. También pasará por la Residencia el influyente crítico
suizo Sigried Giedion, secretario del CIAM (“Congrès International d’Architecture Mo-
derne”) de La Sarraz, al que asiste García Mercadal, y autor en 1941 del influyente texto
sobre arquitectura moderna Space, Time and Architecture25.
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El Rincón de Goya en construcción, Zaragoza, 1927. Imagen cedida por Carlos Buil.
Dos tendencias
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republicana. La otra será la predilección de los racionalistas más ortodoxos por las ideas
y modelos que llegan de Europa, mientras que los moderados —con Luis Lacasa a la ca-
beza— estarán abiertos también a los modelos de los Estados Unidos. Lacasa considerará
la arquitectura moderna europea como excesivamente formalista y establecerá una com-
paración con la americana en la que la primera sale muy mal parada, por ser “intelectual
y decadente, que parte de principios dogmáticos y está animada de las inquietudes plás-
ticas de la estética antitradicionalista”. En la norteamericana, por el contrario, al estar
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Con todas las limitaciones que el concepto de generación arrastra, la crítica, tanto
literaria como de arte, ha utilizado el término por la comodidad de las etiquetas fácil-
mente reconocibles. La fuerza de la marca no es exclusiva de la mercadotecnia. En arqui-
tectura, el término “generación del 25” fue acuñado por Carlos Flores para designar a los
arquitectos madrileños que empiezan a construir alrededor de esa época. Es revelador,
cuando se rastrea la historiografía intelectual del momento, cómo 27 y 25 han sido los
años más socorridos para la taxonomía académica, a pesar de que sus usuarios reconocen
su imprecisión. En literatura, donde el 27 ha sido hegemónico, John Crispin habló en el
1966 de la novela de la generación de 1925 (“La novela”). También Gullón o José Luis
Cano se refirieron en literatura a la “generación de 1925”. Por el contrario, la crítica de
arquitectura, donde el 25 es la fecha de referencia, ha suspirado por el reconocimiento
que el signo del 27 representa y ese es el término que Carlos de San Antonio Gómez
u Oriol Bohigas han reclamado para los arquitectos conocidos como del 25 (De San
Antonio Gómez y Sambricio 226; Bohigas, Modernidad 27). Las cifras del 27 y el 25 se
afianzan además en eventos externos que sirvieron para conferir identidad: la celebra-
ción del tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora en el Ateneo de Sevilla para
los poetas y —de un modo acaso más indirecto— la Exposición Internacional de Artes
Decorativas de 1925 en París para los arquitectos. De hecho, por su compromiso tibio
con la vanguardia, a la del 25 se la conoce en algunos círculos como generación “Déco”,
es decir, la versión domesticada de la ortodoxia racionalista.
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28. El concepto de funcionalismo en Estados Unidos era por aquel entonces más pragmático que dogmá-
tico. No olvidemos cómo justificaban de manera irónica los arquitectos norteamericanos la ornamentación
de las fachadas de algunos rascacielos: “one function of the building is to please the client” (apud Hitchcock
y Johnson 30).
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Blanco Soler y Rafael Bergamín (Fundación del Amo), Miguel de los Santos (Facultad
de Medicina y Escuela de Estomatología) y Pascual Bravo (Escuela de Arquitectura).
En 1928, Luis Lacasa y Manuel Sánchez Arcas habían ganado el concurso del Edificio
del Instituto Nacional de Física y Química (Fundación Rockefeller), y por esa razón,
López Otero los reclutó a los dos para la Ciudad Universitaria. El ingeniero Eduardo
Torroja participó también en la construcción de varios edificios, especialmente con
Sánchez Arcas.
Maqueta del proyecto del arquitecto Luis Lacasa para Residencias estudiantiles en la Ciudad Uni-
versitaria. Madrid. Archivo Moreno. (27862-B). Instituto del Patrimonio Cultural de España.
Ministerio de Cultura.
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ción, superficies lisas, uso de nuevos materiales (hierro, hormigón, vidrio) y apertura de
los espacios interiores para facilitar la fluidez en la circulación, entre otras29.
Los arquitectos seguidores de ese racionalismo más normativo demostrarán también
marcadas preocupaciones sociales y políticas, así como un notable interés por el urba-
nismo y el desarrollo de la ciudad. En esa línea se inscribe su atención por la higiene,
que se plasma en la necesidad de facilitar la entrada de aire y luz natural en las viviendas
populares de las zonas con más alta densidad. Otras vertientes de sus ideas serán tanto
la insatisfacción con los planes de estudio de las escuelas de arquitectura españolas, que
consideraban obsoletos, como la necesidad de diseminar sus ideas. El instrumento que
escogerán para hacerlo será la creación de una revista: A.C. Documentos de Actividad
Contemporánea (1931-1937). La profundidad de su compromiso con el racionalismo
ortodoxo y la importancia que le dan a la función social de la arquitectura les separarán
de sus colegas del 25. En cuanto a los materiales, acaso el uso del ladrillo, muy frecuente
entre los modernos moderados, y prácticamente ausente en los más ortodoxos será otro
punto de divergencia.
Un episodio clave para la configuración del grupo será la Exposición de Arquitectura
y de Pintura Moderna en San Sebastián, en 1930. La crónica en La Gaceta Literaria
deja clara cuál es la orientación dominante entre los arquitectos que exponen allí: “Casi
todos los proyectos vienen inspirados en la escuela de Corbusier, con sus planos sin
molduras, sus líneas rectas, sus colores brillantes y su obsesión de sencillez, higiene y
luminosidad” (Rodríguez de Gortázar 13). Tras la exposición, por iniciativa de Sert y
Mercadal, la mayoría de los arquitectos participantes se reúnen el 25 y 26 de octubre en
el Gran Hotel de Zaragoza y ponen en marcha el GATEPAC, que se organizará en tres
subdelegaciones: el grupo Centro, basado en Madrid, el Este (GATCPAC), con sede
en Barcelona, y el grupo Norte, que trabajará desde Bilbao y San Sebastián. Dado que
García Mercadal, con Sert, fue uno de los principales instigadores del proyecto, y que él
era el delegado del CIRPAC (“Comité International pour la Résolution des Problèmes
de l’Architecture Contemporaine”) en España, la representación oficial de esa entidad
supranacional pasará al GATEPAC. A partir de ese momento, la ortodoxia racionalista
recogerá la antorcha del modernismo ecléctico de la generación del 25. La llegada de la
República facilitará avenidas oficiales para las preocupaciones sociales del GATEPAC,
particularmente en Cataluña, donde el “Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per al
Progrés de l’Arquitectura Contemporània” (GATCPAC) colaborará estrechamente con
la Generalitat. Además del sedimento de historicismo común a toda la península y visi-
ble en la Exposición de 1929 en Barcelona, los jóvenes arquitectos catalanes se educan
durante la hegemonía del “Modernismo” primero y del “Noucentisme“ después y ese es
29. En el capítulo sobre García Mercadal se recogen los puntos en que Le Corbusier resume en 1926 sus
principios constructivos.
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30. El Plan Macià, de 1932, tuvo un enfoque “higienizante” y consistía en demoler grandes zonas del Barrio
Chino (actual Raval) para instalar nuevos bloques de viviendas orientados al mar, jardines y hasta algún que
otro edificio de gran altura.
31. Cabe recordar que la creación del GATCPAC precede a la del GATEPAC (Bohigas, Modernidad 77;
Urrutia Núñez, Arquitectura 334-5).
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sobre todo con el nombramiento de Luis Araquistáin como embajador en París, los
planes se aceleran y el evento se percibe como una oportunidad más para concienciar
a la población mundial de la amenaza que se cierne sobre la República ante la neutra-
lidad de las democracias occidentales. Quedan a un lado para el pabellón las misiones
convencionales de promover la economía y las virtudes turísticas del país o de mostrar
los logros de su industria o su tecnología. El protagonismo se cederá al pueblo español y
a su lucha contra el fascismo. Araquistáin sugiere como arquitectos a Lacasa o Sánchez
Arcas, por su juventud y su afinidad política (Thorne 46). En diciembre de 1936 es de-
signado oficialmente Lacasa como arquitecto, quien preparará el anteproyecto con Sert,
que es por entonces arquitecto de la Generalitat. Históricamente ha sido difícil descifrar
la aportación de cada uno de los arquitectos32 al resultado final. Dadas las posturas tan
diferentes que ambos habían mantenido respecto a la arquitectura moderna —Lacasa li-
gado al 25 y Sert al GATCPAC— el éxito de su colaboración se ha considerado la mate-
rialización de las posibilidades del compromiso en la España progresista. Lacasa es muy
representativo del eclecticismo y la moderación que caracterizaron a su generación del
25. Josep Lluís Sert, por el contrario, fue muy activo en conectar la arquitectura moder-
na española con el racionalismo europeo. Fundador y motor del GATCPAC, en 1928,
invitará a Le Corbusier a dar unas conferencias en Barcelona aprovechando su viaje de
regreso de la Residencia de Estudiantes a París. Se iniciará entonces una relación con el
arquitecto suizo que le llevará a trabajar en su estudio en París en 1929. Posteriormente,
en marzo de 1932, se celebrará en Barcelona una reunión del CIRPAC33 preparatoria
del 4º CIAM, que estaba previsto que se celebrara en Moscú (finalmente se celebró en
un crucero, de travesía entre Marsella y Atenas) (Mumford 66-73). Del 1932 al 1935
trabajará estrechamente con Le Corbusier en el Plan Macià para Barcelona. En 1939
se instaló en los Estados Unidos y en 1953 se le elige decano de la “Harvard Graduate
School of Design”, para sustituir a Gropius. Combina allí la docencia con un programa
constructivo fecundo que tendrá un foco muy relevante en instituciones académicas de
la zona de Boston (Harvard, MIT y Boston University).
Lacasa se prestará a la colaboración, a pesar de su escepticismo hacia la arquitectura
lecorbusierana y el dogmatismo racionalista que él ve representado en Sert:
32. Bohigas y Sambricio polemizaron en algún momento reclamando más reconocimiento para la tarea de
Sert y Lacasa, respectivamente.
33. Con el título “Gropius, en Barcelona”, Corpus Barga publicará un artículo en el que en un diálogo
imaginado se discute por qué Barcelona es más adecuada que Madrid para acoger esa reunión. Entre los
argumentos que se ofrecen: “La arquitectura, arte social, necesita una nueva sociedad para ser un nuevo
arte. Y viceversa. Así en arquitectura es donde más claramente resulta de pronto que el arte antiguo hay que
dejarlo de lado. El Escorial no resuelve el problema de la habitación” (Paseos 99).
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El valor simbólico del edificio ha favorecido las lecturas oficiales conciliadoras res-
pecto a la autoría, como la de la muestra que se realizó en el Centro de Arte Reina Sofía
bajo los auspicios del Ministerio de Cultura en 1987 (Alix Trueba 38-9). Seguramente,
el impulso inicial es compartido y discutido por ambos. Aunque el plano está firmado
por los dos, parece que el proyecto final le debe más a Sert, quien además desempeñó
un papel muy activo en la ejecución, pues se mantuvo a pie de obra. Tradicionalmente
se ha deslindado el trabajo de los arquitectos atribuyendo más responsabilidad a Sert en
el diseño del edificio y a Lacasa en la conceptualización del programa, marcadamente
político y de propaganda (Martín Martín 49). En el citado catálogo del Ministerio de
Cultura sobre el pabellón se afirma: “Lacasa pensaba pero actuaba poco; Sert, en cambio,
podía ser calificado de torbellino, pensaba pero sobre todo actuaba” (Alix Trueba 31). Se
ha especulado también con que la construcción de la idea original de Lacasa, que usaba
el ladrillo, era más inviable que el pabellón de corte moderno que finalmente planteó
Sert, con vigas metálicas, paneles y vidrio.
Entre diciembre de 1936 y enero de 1937, Lacasa y Sert completan los planos del
proyecto. Lacasa será el arquitecto jefe. En febrero de 1937 se coloca la primera piedra.
Las obras se inician el mes siguiente con una fecha de inauguración prevista para mayo
que hubo de retrasarse finalmente hasta mediados de julio.
A pesar del éxito del pabellón y de la colaboración, Lacasa parece no quedar conven-
cido de las virtudes del racionalismo que practica Sert:
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persuadirán para producir una obra alusiva. El primero de mayo, más de un millón de per-
sonas se manifiestan en protesta en París. Ese mismo día, Picasso se pone manos a la obra.
El 27 de febrero se coloca la primera piedra del pabellón. Es ya un acto cargado de
emoción en el que Araquistáin enunciará para los presentes el impulso que ilumina la
construcción del edificio:
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cine al aire libre. La primera planta contenía fotografías (muchas de Josep Renau) y grá-
ficos y estaba dedicada a difundir información sobre los logros de la República, además
de los recursos del país. En la segunda planta estaba un fresco que Miró pintó in situ (“El
payés catalán en rebeldía”, hoy perdido) y una exposición en dos secciones “Artes plás-
ticas” y “España”, con muestras de carteles, murales fotográficos, pinturas y esculturas
la primera, y fotografías, muestras de arte y artesanía popular y mapas la segunda. En la
parte exterior del edificio, a la altura de la segunda planta, grandes paneles mostraban
fotografías y textos sobre el trabajo de la República. Distribuidas en el área exterior se
hallaban las esculturas de Picasso (“Cabeza de mujer” y “La mujer del vaso”), Alberto
Sánchez Pérez (“El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella”) y Julio
González (“La Montserrat”). Dado su carácter de escaparate, la visita del edificio tenía
una dirección preestablecida: entrada por la sala general, acceso al patio, rampa/escalera
a la segunda planta, de allí a la primera por una escalera interior y salida al exterior desde
la primera planta. En el pabellón ondeaban las banderas de la República, la vasca y la
catalana.
La Exposición se clausura el 25 de noviembre, y en enero de 1938 se consuma la demo-
lición del pabellón. Su alto valor simbólico y emblemático fue reconocido en 1992, cuan-
do se reconstruyó en Barcelona. La ciudad tenía ya a las espaldas la experiencia muy posi-
tiva de la reconstrucción en 1986 del Pabellón alemán de Mies van der Rohe, de 192935.
Además de sintetizar la modernidad arquitectónica36, el pabellón albergó el cuadro
más famoso del siglo XX y la obra de algunos de los nombres más relevantes del arte mo-
derno español, pero sobre todo, conjuró las aspiraciones culturales de la República. No
en vano, ha sido denominado “edificio-manifiesto” (Urrutia Núñez, Arquitectura 351).
Representó la última expresión de una modernidad que desapareció con la República
y la Guerra Civil y, lo que nos interesa aquí, la posibilidad de conciliar dos maneras de
entender la arquitectura moderna en España en los años previos a la contienda.
35. En Bolonia se ha reconstruido también el Pabellón de L’Esprit Nouveau de Le Corbusier para la Expo-
sición de 1925.
36. Fue, en palabras de Oriol Bohigas, “el canto del cisne del racionalismo español” (Bohigas, “Racionalis-
mo” 107).
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IV
José Moreno Villa (1887-1955), puente
entre arquitectos, escritores y pintores
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la fundó— José María Hinojosa, José Bello y Salvador Dalí, entre otros). Su ubicación
intersticial, aunque enormemente provechosa para quienes aprendían con él, debió
resultarle incómoda a veces, como confiesa en su autobiografía de 1944 —Vida en cla-
ro— a propósito del homenaje a Góngora de 1927: “Yo estaba entre dos fuegos. Pero
seguí mi camino impertérrito. Veía la razón de los viejos y la de los jóvenes como dos
sinrazones” (154). Hasta la música que escucha entonces mientras trabaja nos habla
de un creador atento a lo nuevo, que no renuncia a lo tradicional: “Yo ponía mis dis-
cos de fox o de zarzuelas antiguas mientras pintaba” (Sáenz de la Calzada 114). Algo
de esa profunda dificultad para el encasillamiento debió captar Giménez Caballero,
quien escribirá de él en La Gaceta Literaria: “Para mí Moreno Villa ha sido siempre
un enigma preocupante. Desde su nombre mismo. No sé si llamarle Morena Villa o
Moreno Villo... ¿Es un hombre frío que se queda célibe en la vida o es un corazón
caliente que se escapa a América tras una mujer?” (“El Robinsón entre sus amigos” 1).
Más recientemente, Humberto Huergo Cardoso, recopilador de los ensayos de arte
de Moreno Villa, ha señalado también la contradicción de declararse racionalista y
escribir al mismo tiempo poemas surrealistas (82).
El lugar desde el que Moreno Villa iba a proyectar de modo más poderoso sus dos
dimensiones de enlace y de educador fue la Residencia de Estudiantes, donde vivió du-
rante veinte años (1917-1937), por invitación de Alberto Jiménez Fraud, amigo suyo
desde la juventud en Málaga (Moreno Villa, Vida 101). En su tiempo allí sirvió de tutor
y se integró en la vida y las actividades diarias de los residentes, al tiempo que experi-
mentaba con la pintura moderna y daba conferencias en el Museo del Prado. Sus visitas
comentadas de los sábados a las tres de la tarde con grupos de residentes son legendarias.
Moreno Villa es la encarnación modélica del intelectual pedagogo de la Institución Li-
bre de Enseñanza. En la Residencia se relacionará con Buñuel, que llega el mismo año
que él, con Lorca, que llega en el 1919 y con Dalí que se aloja allí a partir de 1922. Son
años de efervescencia de ideas, con los residentes y los estudiantes de la Escuela de Ar-
quitectura enfrascados en frecuentes excursiones para ver in situ muestras de la tradición
monumental y popular, al tiempo que en la Residencia dan conferencias Le Corbusier
(1928), Mendelsohn (1929) Theo van Doesburg (1929) y Gropius (1930).
Ligado a la Institución Libre de Enseñanza y al Centro de Estudios Históricos, desde
1922 trabajará en la Biblioteca de la Facultad de Farmacia, hasta que en 1931 será nom-
brado jefe del Archivo del Palacio Nacional. Su trabajo creativo y profesional abarcó la
poesía, la pintura, la crítica de arte, el ensayo, el periodismo, la historia y el archivismo,
y ejerció como informal educador allá donde estuvo. Otra institución con la que cola-
boró y que fue capital para la creación de un discurso común sobre el arte moderno en
la península fue la Sociedad de Artistas Ibéricos. En la primera exposición del grupo en
1925, su trabajo —tres cuadros— se presentará junto al de Dalí, entre otros. Volverá a
exponer en la segunda, en San Sebastián en 1931, donde pronunciará además dos con-
ferencias: una sobre pintura y otra sobre arquitectura (Carmona Mato 21). A finales de
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Soy partidario de la casa racionalista. Si me pide que concrete más, le diré que sueño
una casa que sea como un mechero Dunhill. Usted no es fumador, pero conoce estos
chisqueros perfectos, sólidos, bien ajustados, limpios inmarrables. […] Una casa Rolls
o una casa Dunhill, esto es lo ideal para mí. Sin adornos, sin garabainas, sin historias,
sin erudición. Una casa en que todo ajuste bien, clara de estructura interior, sin roza-
mientos posibles, hecha con materiales sólidos y verdaderos, amueblada y guarnecida
con lo que realmente me sirva y mantenga el equilibrio “¿Y por fuera?” Por fuera, que
se aproxime al albergue de un morabito. (García Mercadal, “Nuevo arte” 2)
Su respuesta nos revela a alguien sumamente familiarizado con los debates en que
anda inmersa la arquitectura del país. Su alusión al coche y al mechero Dunhill le si-
túan en la estela del axioma de “la casa como máquina de habitar” de Le Corbusier y
en la búsqueda de modelos industriales para el diseño y la arquitectura. Su referencia al
37. Sin olvidar el otro ámbito del debate público: la tertulia. Él fue asiduo a la de “Pombo”, en la calle
Carretas.
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Es lógico que la masa se oponga al arte puro; un arte a base de relaciones justas entre
sus elementos y a base de que estos sean simples, no es arte para el vulgo, hoy por hoy
a lo menos. Al enfrentarse con una casa como ésta de Bergamín, el vulgo dice: “¿Pero
a usted le gusta eso? Si eso no tiene nada”. No tiene nada y sin embargo, lo tiene todo.
(“Orientaciones artísticas” 363)
Su crítica será pocas veces meramente descriptiva. Moreno Villa suele tomar partido
y se caracterizará por una marcada inclinación pedagógica. Baste leer su apostilla a un
artículo del arquitecto Bergamín en que éste presenta su citada casa. El texto de Moreno
Villa, titulado “Dos palabras a lo anterior” aparece inmediatamente detrás, y en él recri-
mina al arquitecto —que era también vocal de la revista— que no sea más explícito a la
hora de articular lo que él entiende que son los valores de la modernidad arquitectónica.
En su opinión, la revista debe ser algo más que la mera exposición de proyectos recien-
tes. Le pide a Bergamín y a quienes colaboren en adelante: “que sitúen la cuestión del
‘arte moderno’ lo más claramente que sea posible” (“Dos palabras” 288)38. No basta con
describir el aspecto exterior o concluir que un edificio es bello. Es preciso reflexionar y
articular en qué consiste esa modernidad estética y no quedarse en la descripción de la
constructiva: “el público pide, con razón, que se le explique la nueva belleza, ya que se le
afea la que venía dándosele” (Ibíd.).
Se trata de un llamamiento muy similar al que Ozenfant y Jeanneret realizaron en
Après le cubisme en 1918 a los pintores modernos, apuntando un peligro que acecha a los
proponentes de lo nuevo: que quienes no les entiendan (la mayoría) se cansen pronto de
ellos y los consideren irrelevantes: “Es de desear que los artistas abran por fin la puerta de
sus cenáculos; sería sumamente peligroso para ellos que ahora se confinaran ahí; la época
38. Moreno Villa conoce las dificultades inherentes en exigir a los creadores que verbalicen sus principios:
“Hay que tener en cuenta, cuando hablan los artistas, no tanto las palabras como las intenciones. En unos
casos por incapacidad de fijar conceptos y en otros porque desean despistar” (“Manolo Hugué” 369).
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está orientada tan clara y fuertemente que no tardaría en eliminar cuanto no pudiera
asimilar” (“Después” 9). Difícil representar “el espíritu de los tiempos” sin obtener el
reconocimiento de la sociedad, y sin influir más allá de las reuniones privadas de artistas.
La arquitectura es para Moreno Villa arte y construcción, y por eso exige al arquitecto
moderno que elabore un discurso sobre su razón constructiva y que piense, justifique y
fundamente sus decisiones formales en la teoría estética en que se inscribe. La sospecha
subyacente es que de no hacerlo, la arquitectura moderna española se hará formulista, al
limitarse a copiar modelos centroeuropeos, sin reflexión ni adaptación a las necesidades
locales: “Por hache o por be —probablemente por miedo, por miedo a confusiones y a
desconfianzas, a que se les tome (a los arquitectos innovadores) por unos líricos sin fun-
damento o unos decoradores que se visten de constructores— todos evitan hoy el hablar
y hasta el pensar en el aspecto estético de la obra” (Moreno Villa, “Dos palabras” 288).
En esa idea de Moreno Villa está el germen de su desencanto posterior con el fun-
cionalismo: de no ser absorbido correctamente e interpretado de manera orgánica en
respuesta a necesidades concretas, la nueva corriente corre el riesgo de convertirse mera-
mente en un vocabulario vacío, en una fórmula sin conexión con el tiempo o el espacio
en que se aplica.
En febrero de 1927, en diálogo con el arquitecto Secundino Zuazo Ugalde, extrae de
él un valioso diagnóstico de la situación de la arquitectura española del período: “sobran
orientaciones y falta orientación” (Moreno Villa, “El arquitecto” 67). Considera el ar-
quitecto que las voces individuales son necesarias en lo que denomina “artes liberales”:
pintura, música, plástica o literatura, sin embargo: “en la arquitectura, por su función
social, es lamentable la carencia de un deseo común, es decir, de un concertado empuje
por parte de los arquitectos” (Ibíd.). Se acredita a Zuazo, que tenía la misma edad que
Moreno Villa, con haber conocido profundamente la tradición española, al tiempo que
se mantuvo alerta a las novedades que llegaban de Europa, una actitud poco común
entre los arquitectos de su generación y que indudablemente le conecta con su interlo-
cutor. En esta entrevista, Moreno Villa fuerza a Zuazo a explicarse y a explicar también
su Palacio de la Música en la Gran Vía. El resultado es iluminador por hacer accesibles
los razonamientos detrás de la construcción. En el artículo se mencionan “autocrítica” y
“secreto profesional” para calificar el propósito de obligar a los arquitectos a explicarse,
un leitmotiv del trabajo de Moreno Villa en la revista. Detrás de su interés está el doble
impulso de enseñar y de desenmascarar a aquellos arquitectos que se limitan a imitar las
formas de lo nuevo sin reflexión ni convencimiento.
La compleja estructura social de la arquitectura, que tiene una ubicación pública,
un cliente generalmente privado y un ejecutor —el arquitecto— que trabaja entre
el arte y la tecnología, hace de la discusión sobre arquitectura un fenómeno de gran
relevancia, pues en la formación del discurso público sobre el tema es donde se pue-
den aproximar las posturas: “El esfuerzo no hay que pedirlo exclusivamente a los
arquitectos; es la palabra en la revista, en la prensa y en la conversación la que ha
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Avenida de José Antonio y Palacio de la Música. Madrid. Archivo Ruiz Vernacci (10226-60660).
Instituto del Patrimonio Cultural de España. Ministerio de Cultura.
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La posición de quien está en contacto con el gran público que juzga las cosas por sus
resultados y, al mismo tiempo con el círculo íntimo de la profesión, que juzga las cosas
en su mayor complejidad. Posición que me obliga unas veces a ir con el Arquitecto y
otras con el público, alternando lo que se llama el secreto profesional con la intuición
del lego. (Moreno Villa, Función contra forma 1)
Su capacidad para ver su entorno desde distintos ángulos y para explorar conexiones
entre generaciones, tendencias e instituciones es una cualidad de valor inestimable para
negociar con una disciplina que es también punto de encuentro: entre el arte y la tecno-
logía, la belleza y la funcionalidad, el trabajo de la mente individual del creador y el uso
social de la obra final.
En los años en que se implica en la revista del colegio de arquitectos, Moreno Villa
está en plenitud de facultades y la arquitectura española sometida a fuerzas contrarias
que van desde el tradicionalismo historicista hasta la ruptura que propone el movimien-
to moderno. El papel de Moreno Villa en la Residencia y su presencia frecuente en las
publicaciones de la época le investían sin duda de ese tono profesoral que marcó su
impronta como directivo en la revista. En aquellos años, Arquitectura fue un espacio en
el que se dirimieron numerosas cuestiones relacionadas con la búsqueda de una arqui-
tectura nacional. Cómo hemos discutido anteriormente (ver capítulo tres), la arquitec-
tura española de principios del siglo XX se hallaba ocupada en buscar su rumbo en la
modernidad. Los más tradicionales y la arquitectura sancionada por el poder se habían
embarcado en una exploración que se alimentaba del historicismo y de las arquitecturas
regionales, pero que ofrecía pocas ideas nuevas. En el otro extremo, los admiradores de la
ortodoxia racionalista, quienes como Fernando García Mercadal o Josep Lluís Sert, esta-
ban muy atentos a lo que emanaba de la Bauhaus, de Holanda y de lo que producía Le
Corbusier. En el medio, muchos de los arquitectos de lo que se ha llamado la generación
del 25 (Lacasa, Sánchez Arcas, Martín Domínguez, Bergamín, Blanco Soler, Fernández-
Shaw). Es un grupo pendiente y conocedor de lo más nuevo que se estaba produciendo
en Europa, pero sin dar la espalda a la nueva arquitectura norteamericana y reivindican-
do lo mejor que la arquitectura española del pasado podía ofrecer para incorporarlo de
modo esencial y no como pastiche a sus obras.
Las opiniones que Moreno Villa vierte en la revista le sitúan en un punto intermedio
entre ambos extremos, con ecos de las ideas rompedoras del primero, aunque mucho
más cercano al eclecticismo de los del 25. Cabe señalar que el apoyo de Moreno Villa
desde la revista a las nuevas ideas de los arquitectos más jóvenes, hubo de ayudar a estos
a encontrar su espacio creativo, en un contexto que por lo general no lo valoraba.
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Huergo Cardoso señala el año 1924 como el momento en que empiezan a detectar-
se, al menos en pintura, sus simpatías vanguardistas39. Cuando en 1930 responde a la
encuesta de Pérez Ferrero para La Gaceta Literaria sobre la vanguardia, se refiere a ella
ya en pasado, como Giménez Caballero. Con todo, su valoración final es abiertamente
positiva: “la considero beneficiosa en todos sentidos, especialmente por lo que irrita a la
mediocridad y la beocia, a la sensatez, a la banalidad y al snobismo. En todo se ha que-
dado corta; no ha irritado bastante” (Moreno Villa, “Encuesta”). Entre los temas a los
que dedica mayor atención en sus artículos de esos años se encuentra la crítica frecuente
al historicismo vacío que abunda en la arquitectura oficial de la época:
Hay que ir olvidando eso de la ejemplaridad de la Grecia, como no sea en algo muy
hondo. Años y años, la realidad desmiente a los maestros. No sale un discípulo siquie-
ra capaz de sentir lo griego. Los profesores tampoco lo sienten. Manejan las columnas
como palos de sillas. Y sin el sentido, es decir, sin saber del módulo y de las leyes de
proporciones y relaciones que presidían en los monumentos griegos, es sencillamente
cursi el imitarlos. (Temas de arte 389)
Su diatriba en este caso viene motivada por la proliferación de templetes en los edifi-
cios del primer tramo de la Gran Vía, la avenida del Conde de Peñalver. En otra ocasión,
señala el efecto nocivo que ha tenido en la arquitectura española la imitación neorrena-
centista de la torre del palacio de Monterrey, en Valladolid. Moreno Villa propone que
la labor de la revista Arquitectura sea la de mostrar otros estilos o períodos autóctonos,
“que nos parecen más llenos de posibilidades que ese del renacimiento, agotado ya, a
los pocos años” (“Buitrago” 283). Su interés es destacar “cosas firmes, claras, limpias y
sólidas, lo que no tenga asomo de pacotilla” (Ibíd.). Y sigue, ya en tono de manifiesto
hacia el último párrafo del artículo: “Lo caedizo es antiarquitectónico” […] “Queremos
una cosa bastante sencilla y racional: que las cosas ajusten bien, cierren bien e inspiren
tranquilidad, reposo, bienestar” (Ibíd. 284).
Atento como los arquitectos del 25 a lo que sucede en arquitectura en el exterior,
Moreno Villa reflexiona en otro de sus artículos en la revista Arquitectura sobre el espacio
de la construcción española en el contexto internacional:
39. Según él, su primer artículo vanguardista llegará el año siguiente: “El arte de mi tiempo” (Huergo
Cardoso 75).
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En un artículo en El Sol de 1927, Moreno Villa relata una conversación con el pintor
Francisco Bores en su estudio, en la que también está presente José María Hinojosa —a
quien describe como “ensayista lírico”. Para preguntarle sobre sus cuadros usará una
metáfora arquitectónica que como vamos viendo, le resulta grata:
—¿No será caedizo todo esto? —les pregunto para explorar la firmeza del convenci-
miento que los anima—. ¿No será fruto de un día sin mañana, sin eternidad?
Y ellos contestan con un perfecto acorde moderno.
—No tenemos esa pretensión. Nos basta que sea eficaz hoy, al presente. Nuestros cua-
dros o nuestros versos responden con sinceridad a lo que vivimos, a lo que queremos
y necesitamos.
—¿Son como los zapatos?
—Sí, y como las casas, y los muebles, y el vestido, y el habla. Van cargados de nuestro
hoy. No podemos pretender que dentro de un siglo se usen los mismos tranvías ni
los mismos pensamientos, ni los mismos sostenes de paredes —cuadros— que hoy.
(Moreno Villa, “Afán”)
Moreno Villa no puede por menos que admirar la respuesta, pero al final del artículo
plantea un problema que ya había diagnosticado al escribir sobre la casa de Bergamín
para el Marqués de Villora, el de la impopularidad del nuevo arte:
La que Moreno Villa detecta aquí es una paradoja importante de la arquitectura mo-
derna y la vamos a ver repetida en nuestro estudio desde varios ángulos: si la exigencia es
que el arquitecto responda a las necesidades de una sociedad en un tiempo y un espacio
específicos, su papel es el de dar a sus clientes lo que le piden. Si, por el contrario, se
propone avanzar nuevas ideas que alteren el status quo, se vuelve impopular y pierde la
conexión con el entorno humano. Algo de eso había ya intuido Le Corbusier en su Vers
une architecture, y su posición al respecto parece poco ambigua: “The art of our period
is performing its proper functions when it addresses itself to the chosen few” (Towards
102).
Junto con la de la asimilación inteligente de lo nuevo o lo tradicional, Moreno Villa
tiene otra idea rectora en sus juicios sobre arquitectura: eliminar el ornamento super-
fluo, simplificar hasta llegar a lo esencial. Esa es una de las ideas que más le atraen de
las nuevas corrientes. Como escribe en Arquitectura en 1928: “Yo espero de toda esa ola
de racionalismo que nos llega de Europa un poco de equilibrio y despejo en los inte-
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Lo que hoy pienso de la poesía coincide bastante con las normas clásicas. […] Las
normas clásicas a las que me refiero son las siguientes:
1.º El aplomo de la composición; que quede bien sentada y bien encerrada en sí mis-
ma; de un contorno vivo y de un color acorde.
2.º Que no la integren sino los elementos indispensables, suprimiendo uno de los
cuales se viene abajo.
3.º Que la expresión sea lo más directa posible y con vocablos de mi época. Nada de
salir vestido como los alguacilillos de la cuadrilla. (“Autocrítica” 54)
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color por el color, la materia por la materia misma, la forma por la forma” (Ibíd. 246).
Y en ese ámbito, nadie como Picasso, a quien designa “el más genial manipulador de
la forma” (Ibíd. 248). Ese mismo año, a propósito del cubismo vuelve a incidir en la
ausencia de asunto en la pintura, un parámetro que en sus juicios sobre arquitectura
será equiparable a la ausencia de ornamentación: “Lo que no podemos descubrir en esta
pintura es, desde luego, lo que esas gentes piden: un sentido ajeno a ella misma, o sea,
de orden literario, histórico, moral, religioso, político, etc. Todo sentimentalismo, toda
evocación o alusión están excluidos. El recreo, el gusto, nos llegará de la comprensión
de la pura forma” (“Orientaciones artísticas” 243). A primera vista, proponer la necesi-
dad del funcionalismo en arquitectura y demandar la prioridad de la forma en pintura,
puede resultar paradójico, pero se entiende si se considera que en el primer caso se trata
de rechazar lo ornamental y en el segundo lo anecdótico. En ambos casos Moreno Villa
demanda el contacto de cada disciplina con lo esencial.
Un curioso artículo de 1931 en A.C. Documentos de Actividad Contemporánea añade
complejidad a las ideas de Moreno Villa sobre forma y función. Sólo si se toma en con-
sideración su predilección por el funcionalismo y la ya citada exigencia a los artistas de
verbalizar para el público las razones de sus obras, puede entenderse su explicación. El
breve texto, que presenta dos de sus cuadros, habla de la relación de la pintura con la
arquitectura, o acaso con mayor propiedad, con la decoración interior. En su argumen-
tación nos advierte de que “Hay cuadros surrealistas que son incompatibles con la sala
burguesa” (Moreno Villa, “El poeta” 30) o de que la mejor ubicación para un cuadro
cubista es “allí donde no se habla sino que se busca concentración, es decir, en el despa-
cho o estudio” (Ibíd.). Finalmente, “para el comedor pueden servir esas otras pinturas
que ni son abstractas ni poéticas” (Ibíd. 31). En función de esa taxonomía, Moreno Villa
considera sus cuadros “de sala y comedor”, por no ser puramente abstractos y permitir
mucho juego al espíritu, según el “juicio de las personas sensibles y enteradas”40 (Ibíd.).
40. La relación entre cuadros y casas modernas no es siempre tan predecible. El millonario Le Roche le
encargó una casa para mostrar sus cuadros a Le Corbusier y cuando estuvo acabada le pareció demasiado
hermosa para colgar nada en sus paredes.
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Hoy llamaremos la atención sobre un detalle y mañana sobre otro, sobre las propor-
ciones de una puerta, sobre el material de un edificio, sobre el color de las superficies.
Y nos fijaremos, sobre todo, en acentuar o indicar aquellas cosas firmes, claras, limpias
y sólidas, lo que no tenga asomo de pacotilla. Porque esto es lo terrible y lo que a toda
costa debemos hacer que desaparezca. (“Buitrago”)
El mismo año que inicia sus trabajos en la revista Arquitectura, conoce en casa de
Alberto Jiménez Fraud a una estudiante norteamericana, Florence, de quien se enamo-
ra apasionadamente y que acabará convirtiéndose dos años más tarde en la Jacinta la
pelirroja de su libro homónimo. Al año siguiente, en 1927, viajará a Nueva York para
conocer a la familia y arreglar el matrimonio. Antes de marchar, Dalí le entregará un
cuadro como regalo de boda. Pero el padre de ella se opone al compromiso y Moreno
Villa se volverá a Madrid a estrenar su condición de “poeta recién descasado”, en la inge-
niosa descripción del pintor Gabriel García Maroto. El revés sentimental no afecta a su
producción, que entrará en sus años más fecundos.
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Manhattan desde la calle South. Foto de Berenice Abbott, 26 de marzo de 1936. Photography
Collection, Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs, The New York
Public Library, Astor, Lenox and Tilden Foundations.
Desde Nueva York ha enviado a El Sol diversas impresiones del viaje. Algunas se
a publican ese mismo año en formato de libro en Pruebas de Nueva York, con la idea
de que el título tenga reminiscencias fotográficas. En su viaje, de la arquitectura nor-
teamericana le asombra el tamaño de los edificios, pero comenta poco sobre la forma.
De los rascacielos le llama la atención que el volumen exterior no concuerde con el
tamaño de las viviendas, que le parecen muy pequeñas: “Casas gigantescas a la vez que
estrechas” (Pruebas 15). El que las casas no sean grandes, lo achaca a que las familias
pasan mucho tiempo fuera de ellas y sentencia: “El hogar […] no existe en Nueva
York” (Ibíd. 26). El renunciar al tiempo y al espacio en casa se le antoja a Moreno Vi-
lla problemático, pues ha de tener consecuencias profundas para la identidad. Este es
su argumento: “Yo creo firmemente que la falta de intimidad es una desgracia para el
hombre. Sin ella no se profundiza en nada. Hay que entregarse con fuerza, regularidad
y abstracción para penetrar en cualquier cosa. Y si el neoyorquino o la neoyorquina
siguen muchos años en el plan de hoy acabarán siendo gentes superficiales, mecánicas,
desnaturalizadotas” (Ibíd. 27).
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mentales, pero nada fundamental y de posible desarrollo. De ahí la fatiga que sobrevino”
(“Buitrago” 283). En otro artículo del mismo año ya señala de modo velado que no
tiene mucho sentido imitar lo forastero si puede llegarse a los mismos resultados con la
inspiración de la arquitectura vernácula. Opina que de observar con atención lo esencial
de la arquitectura moderna que llega de Europa, los arquitectos andaluces tienen a su
alrededor los elementos para llevar a cabo una interesante labor de síntesis, que puede
según él ser modélica:
No está claro que la arquitectura racionalista llegara a Madrid. O si lo hizo, fue como
un estilo, del que se habían limado las aristas de la ortodoxia centroeuropea. La crítica es
escéptica sobre el uso del término “racionalismo”, más allá de una referencia temporal,
y últimamente se inclina por considerar la mayor parte de la arquitectura moderna de
los veinte y los treinta en la ciudad como art-déco. La etiqueta es amplia pero enfatiza la
superficialidad del compromiso a la que aludía Moreno Villa. En su caso, también pa-
rece que la fidelidad a la arquitectura racionalista moderna fue acaso más filosófica que
material y no resistió a la ola rehumanizadora de los años treinta.
Por lo general, sus ideas sobre arquitectura en aquellos años se acercan bastante a
la idea de modernidad literaria abrazada por sus compañeros de generación intelec-
tual, tanto la del 27 en escritura, como la del 25 en arquitectura. La posición estética
de Moreno Villa no fue propensa a la ruptura absoluta y su presencia conectora entre
diversos colectivos culturales resultó fundamental para hacer más fácil el diálogo entre
disciplinas, el entendimiento entre generaciones y el acercamiento entre planteamientos
estéticos enfrentados.
Lastimosamente, tras el principio de la Guerra había poco espacio para el compro-
miso, aunque en arquitectura, como hemos visto, el Pabellón español de París de 1937
en el que colaboraron Sert y Lacasa, a pesar de sus visiones contrapuestas —racionalista
ortodoxo el primero y funcionalista el segundo— sea una poderosa escenificación de la
posibilidad de entenderse. Poco después, con la derrota y el exilio, ese modo de pensar
la cultura española será imposible por décadas. El silencio, la regresión —evidente en las
carreras de algunos arquitectos— o el largo exilio, como en el caso de José Moreno Villa,
eliminarán la posibilidad de seguir trabajando para encontrar la síntesis, lo que Moreno
Villa llamó el “momento feliz”.
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V
Vicente Huidobro (1893-1948) y la estética del purismo
Vicente Huidobro es una figura relevante tanto para considerar la relación entre ar-
quitectura y literatura, como para estudiar los desplazamientos de ideas estéticas entre
Francia y España a principios del siglo XX y la sintonía entre las artes en la búsqueda
de nuevos horizontes expresivos. Aunque Huidobro manifiesta con frecuencia en sus
escritos una obsesiva fijación por asentar su papel precursor de numerosas tendencias
modernas que englobará en su escuela del creacionismo, un estudio más detallado revela
un circuito de distribución de ideas y conceptos del que Huidobro se nutre y que a un
tiempo él alimenta con sus aportaciones. Como señaló Ana Pizarro en su clásico ensayo
de 1969, es preciso “considerar a Huidobro como un participante más en un movimien-
to de rechazo y elaboración masiva donde cada hallazgo es el producto común de una
relación vital, dialéctica, entre los miembros de estos grupos” (64). Nuestra exploración
de su actividad se basa en ese elemento de catalizador de ideas y conector de ámbitos
modernos en países, condición que hace de él una referencia ineludible para descifrar el
itinerario de ciertas ideas clave en el imaginario de la vanguardia artística europea. Su
modernidad se inscribe en un afán de cambio y regeneración que trasciende disciplinas
y fronteras.
La idea de la conexión espiritual entre las diversas disciplinas y el interés por trascen-
der la separación entre vida y arte son motivos ubicuos entre los precursores del arte mo-
derno y pueden leerse, como vimos en el primer capítulo, en las proclamas vanguardistas
de distinta índole que llegan desde Europa. En el primer tercio del siglo XX se vive un
acercamiento entre las diversas disciplinas artísticas, sedimentado en lo que se concibe
como profundas conexiones espirituales y estéticas. Esas afinidades reunían a los artistas
en torno a los principios de cambio que se respiraban en la época, especialmente tras
las rupturas auspiciadas por la pintura y la literatura. La tendencia común era valorar
en las diversas modalidades de la creación artística la relevancia del momento creador y
concentrar en él la búsqueda de la pureza que habría de desvincularlo de motivaciones
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Tres ideas destacan en esos dos textos tempranos. La primera tiene que ver con la au-
tonomía del arte respecto a la naturaleza y el rechazo de la mímesis: la finalidad del arte
nuevo es crear nuevos mundos, no reproducir el ya existente. Según la enunciación de
“Non serviam”: “Hemos cantado a la Naturaleza (cosa que a ella bien poco le importa).
Nunca hemos creado realidades propias, como ella lo hace” (Huidobro, “Non serviam”
715). La segunda es la del rechazo de la ornamentación gratuita, que era uno de los
problemas contra los que reaccionarán también los constructores modernos: “Inventa
mundos nuevos y cuida tu palabra;/ El adjetivo, cuando no da vida, mata” (Huidobro,
“Arte poética”). Será ésta una idea central en el creacionismo, el movimiento que se
gestará alrededor de sus ideas y que influirá más tarde en los principios del ultraísmo. La
tercera idea tiene que ver con otro de los principios que regirán su poética y que le acer-
cará a los planteamientos del purismo, donde radicará su conexión más explícita con Le
Corbusier. Se trata del papel prioritario que reserva para la razón en el proceso poético:
“El vigor verdadero / Reside en la cabeza” (Huidobro, “Arte poética”).
En noviembre de 1916, Huidobro embarca para Europa. Tras pasar un breve tiempo
en Madrid43, donde establece contacto con Cansinos Assens y Gómez de la Serna, parte
para París. Conocerá allí a algunos de los personajes clave de la vanguardia francesa:
Picasso, Apollinaire, Miró, Gris, Rivera, Cocteau y Reverdy, entre otros44. En 1917, al
poco de llegar, publicará en francés Horizon Carré, origen del creacionismo, que nacerá
allí bajo su impulso y el de Pierre Reverdy. La idea de la primacía de la razón, central en
el universo creativo huidobriano, aparece ya en el epígrafe del libro y es relevante por
articular literariamente la lucha contra lo ornamental y contra el mimetismo que domi-
naba el arte tradicional:
Creér un poéme en empruntant a la vie ses motifs et en les transformant pour leur
donner une vie nouvelle et indépendante.
Rien d’anecdotique ni de descriptif. L’émotion doit naître de la
seule vertu créatrice.
Faire un POEME comme la nature fait un arbre.
(Obras Completas 224)
43. Esa primera llegada causa ya sensación. Según Gerardo Diego, “Huidobro adolescente, y ya con mujer,
hijos, un negrito y millones” (Diego 21).
44. Sus fuentes francesas previas son también innegables: Pizarro (67) señaló, por ejemplo, la influencia de
Les Peintres Cubistes. Méditations esthétiques (1913) de Apollinaire en el manifiesto “Non serviam” de 1914
y en su conferencia de Buenos Aires de 1916.
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dobro les presenta una concepción del arte en que rige la autonomía de la obra respecto
a la realidad circundante: “un arte que no imite ni traduzca la realidad” (Cruchaga). El
mito de París en aquellos años es poderosísimo y en él llega envuelto Huidobro a Madrid
en ésta y en sus visitas posteriores de 1918 y 1921. Como señala Guillermo de Torre en
1920 con estilo superlativo y ampuloso:
París, vértice de todas las pugnaces gestas superatrices, y foco de irradiaciones sugeren-
tes, es también el estuario adonde abocan aferentes los verbales esfuerzos antagónicos
de pugilistas polémicos, suscitando amplios círculos de resonancias y curiosidades
concéntricas. (“Poesía” 130)
Los pugilistas no son otros que Huidobro y Reverdy, y de Torre se refiere, claro, a
su polémica por la paternidad del creacionismo45. Su comentario sirve para ilustrar esa
dimensión ineludible de la vanguardia que tiene que ver con la propaganda y la promo-
ción personal y a la que no fueron ajenos muchos de los personajes que estudiamos aquí.
Es indudable que para cuando se producen los viajes de Huidobro a España, especial-
mente el de 1921, la intelectualidad madrileña, que tan ávidamente recibía sus noticias
y que le saludaba como heraldo de lo nuevo, tenía ya referencias tanto del movimiento
arquitectónico que se estaba gestando en torno a la revista L’Esprit Nouveau y Le Corbu-
sier en París, como de la boga que estaba teniendo el purismo, articulado ya por Amédée
Ozenfant y Jeanneret en su manifiesto de 1918, Après le cubisme. En los años venideros,
el vocabulario del creacionismo fue entrando en el mundo intelectual español y fue me-
tabolizado por los ultraístas, su versión local. Sus ideas pronto traspasaron las fronteras
de la literatura para contagiar a otras disciplinas. Una muestra nos la ofrece el arquitecto
Aníbal Álvarez, quien refiriéndose a un grupo de arquitectos modernos dice preferirlos
por estar “preocupados en crear y no en reproducir” (García Mercadal, “Nuevo arte” 3).
De hecho, en la época se habló también de “arquitectura ultraísta” en relación a las ideas
de García Mercadal y, en general, a la nueva arquitectura.
En julio de 1918, debido al empeoramiento de las condiciones por la Guerra, Vicen-
te Huidobro viaja a Madrid y tras una breve estancia en Chile para asistir a una boda,
regresa a París y en 1920 empieza a colaborar con L’Esprit Nouveau. Revue Internationale
d’Esthétique. La revista fue fundada por Paul Dermée, Ozenfant y Jeanneret y publicó
veintiocho números entre 1920 y 1925. La dirigió Paul Dermée primero y, a partir del
número diecisiete, los otros dos fundadores. Ozenfant, arquitecto convertido en pintor,
era una persona establecida en los círculos vanguardistas cuando Le Corbusier le conoce
45. A partir del artículo de Huidobro sobre la literatura española actual en L’Esprit Nouveau —del que
hablaremos más adelante— y sus referencias despectivas en él al ultraísmo, también de Torre pasará a pole-
mizar con Vicente Huidobro: “Lamentamos su artículo en L’Esprit Nouveau” (Huidobro, Epistolario 69), le
escribe en agosto de 1920. La inmediata respuesta de Huidobro es airada y paternalista, dolido además por
un artículo previo de Guillermo de Torre en Grecia (Ibíd. 74-77).
- 116 -
En Madrid se citaba poco L’Esprit Nouveau pero su discurso aparecía por todas partes.
Casto Fernández-Shaw comparaba desde La Gaceta Literaria el hangar de dirigibles
de Orly con el Partenón, hablaba de casas-jardín o proyectaba iglesias de hormigón
armado, eso sí, para ser moderno ¡a San Cristóbal, patrón de los automovilistas!; o la
primera exposición de pintura de Moreno Villa en 1927, que tuvo lugar en el Salón
Chrysler de la Gran Vía, en la que colgó sus cuadros entre coches. Quiso habitar
L’Esprit Nouveau. A falta de casas modernas, cosas modernas. Moreno Villa no indicó
la fuente en su artículo de 192546, aunque su ocultación, su ávida lectura de L’Esprit
Nouveau, indica bastante bien qué pretendía en 1925: construir un tiempo de la van-
guardia, una genealogía de la modernidad. Y L’Esprit Nouveau se lo proporcionó.
(García Hernández 69-70)
46. Se refiere a “Siempre la rienda y la fusta (Ingres y Seurat)”, El Sol, “Temas de Arte”, 31 de diciembre de
1925, Madrid, p. 5. Bissière había publicado en el número 1 de L’Esprit Nouveau un artículo sobre Seurat,
y otro en el número 4 sobre Ingres.
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47. Baste leer el ambicioso título y subtítulo completo: L’Esprit Nouveau. Revue Internationale Illustrée de
l’Activité Contemporaine. Arts. Lettres. Sciences, Littérature, Architecture, Peinture, Sculpture, Musique, Sciences
Pures et Appliquées, Esthétique Expérimentale, Esthétique de l’ingénieur, Urbanisme, Philosophie Sociologique,
Économique, Sciences Morales et Politiques, Vie Moderne, Theatre, Spectacles, Les Sports, Les Faits.
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En 1921, Huidobro funda y dirige Creación, Revista Internacional de Arte, que apa-
rece en Madrid en abril. La editorial del primer número demuestra su gran sintonía por
aquel entonces con Le Corbusier, pues el tono y las ideas guardan extrema similitud con
las propuestas editoriales de la revista parisina:
Puntos de encuentro
Según defiende Huidobro en su artículo “La Création Pure”, las fases de la historia
del arte pueden reducirse a tres en función de la relación del arte con el entorno en que
48. Una pintura, que de seguir los principios puristas será “architecturée”.
- 119 -
Ayant démontré que la pure sensation, brute, n’est que le moyen du grand art, nous
admettons une hiérarchie des arts:
Sensation pure: art ornemental.
Organisation des sensations brutes, —couleurs et formes pures—: art supérieur. (La
peinture moderne 19)
L’elément puriste est une création organique artificielle condensant les propriétés phy-
siques essentielles et constantes des objets-thêmes, éliminant l’accidentel et le momen-
tané, et concrétisant d’une manière objective, l’émotion que l’object-thème a suscité
chez l’artiste. Cet élèment est susceptible de provoquer chez le spectateur des réactions
semblables à l’émotion qui a présidé à sa création. (Ozenfant y Jeanneret, “Intégrer”)
- 120 -
sont enfin que des actes de l’esprit” (189). Los interlocutores de su ya citado diálogo Eu-
palinos observan esa estrategia en el proceder de los geómetras y aparece en una discusión
acerca de la superioridad de la arquitectura: “De cette manière essentielle, ils construisent
des mondes parfaits en eux-mêmes, qui s’éloignent parfois du nôtre au point d’être incon-
cevables; et parfois s’en approchent, jus-qu’à coïncider en partie avec le réel” (190).
Como ha señalado Carlos de San Antonio Gómez, la manera en que Le Corbusier
traslada a su arquitectura el principio de la autonomía del arte expuesto por Huidobro
en “Non serviam”, tiene que ver con el modo en que el edificio se concibe y se sitúa en el
terreno, sin preocuparse de las condiciones físicas circundantes, a veces, separado incluso
por pilotis, que evitan el contacto directo. Ese no supeditarse a la naturaleza es uno de
los valores constantes de la modernidad, desde que Baudelaire expusiera su rebelión ante
ella en Le peintre de la vie moderne. Para Huidobro será una invariante en su pensamiento
estético, que se puede leer, además de en “Non serviam”, en múltiples enunciaciones a lo
largo de su carrera temprana. Así, en el manifiesto “El creacionismo” de 1925 podemos
leer una definición de poema creacionista que enfatiza la autonomía del arte: “Es un
poema en el que cada parte constitutiva, y todo el conjunto, muestra un hecho nuevo,
independiente del mundo externo, desligado de cualquiera otra realidad que no sea la
propia, pues toma su puesto en el mundo como un fenómeno singular, aparte y distinto
de los demás fenómenos” (Huidobro, “El creacionismo” 733).
En un interesante artículo, Fernando Agrasar ha analizado las conexiones que alrede-
dor de la representación axonométrica se producen entre cubismo pictórico y literatura
creacionista, en la línea abierta por Carlos de San Antonio Gómez (“Influencia”). Sus
conclusiones pueden aplicarse también a la conexión con la arquitectura racionalista.
Los tres sistemas básicos de representación gráfica usados históricamente han sido el
diédrico, que nos da una imagen plana y frontal; la perspectiva lineal, que se perfecciona
en el Renacimiento; y, por último, la axonometría, es decir, el objeto representado en
aislamiento y con la posibilidad de rotar para mostrar todos los ángulos. Esta visión
implica una autonomía del objeto representado que hace que ya no sea la distancia del
espectador lo que determina el tamaño o la perspectiva. La que se configura mediante
ese proceso es una realidad altamente intelectualizada que requiere el esfuerzo del espec-
tador para su descodificación. En palabras de Agrasar: “es posible, entonces, ofrecer una
imagen mental de la Naturaleza y no una imagen sensitiva” (56). El objeto gana autono-
mía y además, la técnica permite a los arquitectos representaciones que tienen en cuenta
la función de los espacios, más que el aspecto exterior, lo que invalida la tradicional
sumisión estética del proyecto a la hegemonía de la fachada. Del mismo modo, el objeto
no se percibe en función de la perspectiva del espectador, sino que gira en torno a sus
propios ejes. El procedimiento interesa a Huidobro por lo que supone de manipulación
de elementos con finalidades descontextualizadoras que descubran nuevos significados.
Según expone Agrasar:
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Axonometría del Rincón de Goya. Fernando García Mercadal. Imagen cedida por
Carlos Buil.
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La búsqueda de lo esencial enlaza de lleno con los presupuestos del purismo. Se tra-
taba de un planteamiento estético que proponía eliminar el pintoresquismo y lo me-
ramente decorativo, en favor de un arte que diera prioridad al orden, a la pureza y a
la lógica. En suma, una apuesta por el rigor formal y el predominio de la inteligencia.
Ozenfant y Jeanneret veían en el purismo la característica más definitoria del “espíritu
moderno” (Ozenfant y Jeanneret, Après 53), al tiempo que reconocían el cubismo como
el origen de la ruptura moderna en pintura. De hecho, el purismo se presentó como una
superación que emanaba de él, pero que se proponía superar sus limitaciones49.
En la primera posguerra europea, la idea de purificar y empezar de nuevo comunica
una urgencia que va más allá de la necesidad estética. La idea del purismo estaba en el
aire y Vicente Huidobro y Le Corbusier fueron figuras cruciales para articularla en los
ambientes europeos próximos a los círculos de escritores, artistas y arquitectos. Algunos
años más tarde, Paul Valéry añadirá su acepción literaria de “poesía pura” influido por
la escritura de Mallarmé y consistente en la depuración de todo elemento prosaico. La
versión purista de Valéry será influyente en España a partir de la poesía de Jorge Guillén,
sobre todo.
La inclinación que en esos años se observa en las diversas artes hacia la exploración
de las esencias y que se traducirá en rechazar lo ornamental y la noción de estilo, hará
que no sean únicamente arquitectos o escritores quienes se interesen por las ideas de
Le Corbusier o Huidobro, respectivamente. La universalidad y la polinización entre las
diversas artes son también signos de los tiempos. Se comparte la noción de vivir un pe-
ríodo de cambio y de regeneración y en esos momentos heroicos las soluciones parciales
no sirven para resolver problemas profundos. Según escribirían Ozenfant y Jeanneret en
1921: “El Purismo intenta un arte que utilice las constantes plásticas, que escape a las
convenciones, que se dirija ante todo a las propiedades universales de los sentidos y del
espíritu” (“El Purismo” 86).
Tanto los escritos teóricos de Huidobro como su poesía contienen referencias a la cla-
ridad y a la depuración formal ligadas a un rechazo a la ornamentación. Ese es otro pun-
to de coincidencia fundamental entre Huidobro y Le Corbusier, cuya aversión al ornato
se basa en que lo consideran nocivo para la transmisión de la “emoción poética pura”.
Ya en 1908, el arquitecto Adolf Loos había dejado escrito en su influyente “Ornamento
y delito”: “The evolution of culture is synonymous with the removal of ornament from
utilitarian objects” (Conrads 20)50. Como hemos visto, para Ozenfant y Jeanneret en
“Intégrer”, lo accidental, aquello que no ofrezca una poderosa resonancia emocional es
49. Como proclama el título de su texto fundacional: Après le cubisme (“Después del cubismo”).
50. Ozenfant y Jeanneret reeditarán el artículo de Loos en el número dos de L’Esprit Nouveau.
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irrelevante. La naturaleza y el arte provocan dos tipos de sensaciones: unas físicas, ligadas
a los sentidos y comunes a todos los seres humanos y otras subjetivas, como los recuerdos
o las asociaciones de ideas, que son individuales. El arte ornamental es para ellos aquel
que sólo apela a las primeras (Ozenfant y Jeanneret, “Intégrer” 5). De manera metafó-
rica, Huidobro usará en una entrevista de 1919 la misma imagen de una poesía libre
de compromisos miméticos que puede elevarse del medio para ganar libertad creativa:
Deseamos elaborar un poema que tomando de la vida sólo lo esencial, aquello de que
no podemos prescindir, nos presente un conjunto lírico independiente que desprenda
como resultado una emoción poética pura.
Nuestra divisa fue un grito de guerra contra la anécdota y la descripción, esos dos
elementos extraños a toda poesía pura y que durante tantos siglos han mantenido el
poema atado a la tierra. (Cruchaga)
Primacía de la razón
Como hemos observado, una tendencia que se verificó en los años de la vanguardia
fue la de explorar la cercanía entre las artes por estar todas regidas y dominadas por lo
que se dio en llamar el “acto puro creador”. Esa gran importancia concedida al momen-
to de la creación viene dada por asentarse éste en la centralidad de la razón y del filtro
intelectual.
El proceso de la concepción y elaboración de la obra es para Huidobro el momento
artístico superior: “El poeta no tiene en su vida ningún otro placer comparable al es-
tado de clarividencia de las horas de producción” (Huidobro, “Manifiesto” 724). Esa
importancia que le atribuye al momento creativo (“L’émotion doit naître de la seule
vertu créatrice”) será la base de su rechazo a los métodos surrealistas, tal como escribe
en su “Manifiesto de manifiestos”, de 1925. Cuestiona allí Huidobro la noción del “au-
tomatismo psíquico puro” y juzga improbable que alguien pueda expresar “el verdadero
funcionamiento del pensar”. Para Huidobro, “El vocablo ‘pensar’ ya implica control”
(“Manifiesto” 722). En su opinión, creación supone pensamiento consciente, elabora-
ción racional: “La poesía ha de ser creada por el poeta, con toda la fuerza de sus sentidos
más despiertos que nunca. El poeta tiene un papel activo y no pasivo en la composición
y el engranaje de su poema” (Ibíd. 724). Por eso, puede decirles a los surrealistas: “Con-
sidero inferior vuestra poesía, tanto por su origen como por sus medios. Hacéis que la
poesía descienda hasta convertirse en un banal truco de espiritismo” (Ibíd. 724).
Su planteamiento respecto a la importancia del intelecto en el acto creador es muy
similar al que por los mismos años propugna Le Corbusier, quien en 1918 había escrito
con Ozenfant en su ensayo sobre el cubismo:
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Una obra verdaderamente purista debe vencer el azar, canalizar la emoción; debe ser
la imagen rigurosa de una concepción rigurosa: mediante una concepción clara, pu-
ramente realizada, ofrecer hechos a la imaginación. El espíritu moderno lo exige; esta
novedad para nuestra época restablecerá el vínculo con la época de los griegos. (Ozen-
fant y Jeanneret, “Después” 43)
Por esa razón concluyen su texto con una frase lapidaria con la que reclaman claridad
al arte: “Al arte se le permiten todas las libertades, excepto la de no ser claro” (Ozenfant
y Jeanneret, “Después” 47). Un requerimiento que liga tanto con la hegemonía de la
razón, como con la noción del orden y la eliminación de lo ornamental. La emoción, a
diferencia de lo que puedan proponer los surrealistas, hay que aspirar a producirla por
medios racionales.
Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, el purismo responde al entorno histórico
y artístico, y con su racionalismo se enfrenta a las propuestas coetáneas de dadaístas y
surrealistas. Su apelación es a la razón, a la inteligencia y no al subconsciente o a lo oníri-
co51. No debe olvidarse que estamos en los años del retorno al orden, que apareció como
reacción tras la guerra europea.
Mediante la razón y la inteligencia puede accederse a estados superiores de concien-
cia, lo que Huidobro denomina “superconciencia”. Esa dimensión se alcanza: “cuan-
do nuestras facultades intelectuales adquieren una intensidad vibratoria superior, una
longitud de onda, una calidad de onda, infinitamente más poderosa que de ordinario”
(Huidobro, “Manifiesto” 725). Se trata de hacer trabajar al cerebro por encima de sus
revoluciones normales, algo que según reconoce puede desencadenarse por un estímulo
externo accidental, y persigue situar la razón a la misma altura que la imaginación.
La aproximación que Huidobro propone es la de la “filosofía científica”. Cuando el
arte se ve dominado por la sensibilidad tiende a la decadencia. Huidobro en su mani-
fiesto del creacionismo (1925) puntualiza la diferencia entre sensibilidad e inteligencia
como ingredientes de la obra de arte: “la sensibilidad, que es el elemento afectivo, y la
imaginación, que es el elemento intelectual” (“El creacionismo” 737). Mediante la “in-
tuición intelectual”, en cambio, puede alcanzarse la unidad que existe entre lo real y lo
ideal. Se tratará de que la razón ayude al arte a separarse de la realidad y a prescindir de
lo superfluo. Huidobro no niega la importancia de la intuición, pero la circunscribe a un
momento previo a la materialización de la idea: “La intuición es conocimiento a priori y
sólo entra en la obra como impulso; es anterior a la realización y en contados casos ocupa
un lugar en el curso de esta última” (“La creación pura” 719). El elemento encargado de
conectar el mundo subjetivo y el objetivo será lo que él llama “la Técnica”, es decir, el de
51. A una hipotética conciliación entre Surrealismo y Purismo se refirió Walter Benjamin con una frase mis-
teriosa y evocadora: “To encompass both Breton and Le Corbusier —that would mean drawing the spirit
of contemporary France like a bow, with which knowledge shoots the moment in the Heart” (Benjamin,
Arcades 459).
- 125 -
la realización, que controla el artista. La técnica, sin embargo, como recuerdan también
Ozenfant y Jeanneret, debe estar supeditada a la “concepción” (Après 60). En su artículo
sobre el purismo hablan de la finalidad del arte como superior al mero acto de satisfacer a
los sentidos: “Le Purisme se propose un art austère peut-être, mais un art s’adressant aux
facultés élevées de l’esprit” (“Le Purisme” 378). Para ello, la prioridad es la “concepción”,
es decir la decisión de qué emoción se quiere transmitir. La “composición” viene luego y
consiste en escoger los medios para transmitirla. Esa preeminencia del momento creador
aparece ya enunciada en Après le cubisme: “La técnica no es más que una herramienta,
modestamente al servicio de la concepción” (Ozenfant y Jeanneret, “Después” 47). O en
la versión de 1922, en un artículo titulado “Esthétique et Purisme”: “L’oeuvre d’art nous
paraît être un travail de mise en ordre, un chef-d’oeuvre d’ordre humain” (Ozenfant y
Jeanneret, “Esthétique et Purisme” 1707).
La inteligencia garantiza un filtro de todo lo que pueda adherirse durante la creación
artística y que no corresponda con la idea de una obra de arte pura. En palabras de
Huidobro: “Esta razón controla, esta razón aparta los elementos impuros que querrían
mezclarse a los demás para estar en buena compañía. Ella es el tamiz y la organizadora
del delirio, y sin ella vuestro poema sería una obra impura, híbrida” (“Manifiesto” 725).
La regularidad se emplea para apelar a la razón más que a la sensibilidad. En urba-
nismo y arquitectura, Le Corbusier concebirá la manifestación de la perfección estética
en la disposición geométrica de calles y avenidas. En su planteamiento, la regularidad
favorece la estandarización y en consecuencia, el progreso. Sus ideas estéticas, ya desde
Après le cubisme, presentan la tarea del arte y la arquitectura moderna ligada a un empeño
por superar el estado de decadencia al que les ha abocado la tendencia al desorden que
ha dominado desde el Romanticismo.
Paradójicamente, esa manera de entender el proceso artístico acerca su versión de la
modernidad al clasicismo. Ciencia y arte persiguen aislar las leyes y las constantes in-
manentes, “las leyes eternas de la belleza”. En consecuencia, los principios que rigen la
construcción de un templo clásico son los mismos que orientan la construcción de un
automóvil deportivo (Golding 18). Como ha señalado Green (64), al confiar en leyes
pictóricas constantes, ya sea en el caso del cubismo clásico o del purismo, ambas escuelas
demuestran la relevancia que atribuyen al arte del pasado, ya que esas leyes se encuentran
también allí. La noción de un arte racional, geométrico y hasta científico es altamente
deseable para los puristas. Escribiendo sobre la pintura de Ozenfant en la Gaceta de Arte
de Tenerife en 1935, Raymond Cogniat afirma: “Su obra es un esfuerzo de pureza y de
orden introducido en una época de caos y de abusos. Ha querido inventar la obra de arte
que obedezca a una lógica implacable, que pueda demostrarse como un teorema y de la
cual serían desterrados no la sensibilidad, sino todos los efectos fácilmente seductores”
(1). Es fácil entender cómo esas premisas que Ozenfant y Jeanneret conciben para la pin-
tura pueden ser comunicadas por el segundo —ya como Le Corbusier— a su práctica
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en arquitectura, disciplina que por su naturaleza se presta acaso mejor que la pintura al
acercamiento entre ciencia y arte.
En 1921, en un artículo titulado “Le Purisme”, y publicado también con Ozenfant
en L’Esprit Nouveau, Le Corbusier señala: “La plus haute délectation de l’esprit humain
est la perception de l’ordre et la plus grande satisfaction humaine est la sensation de col-
laborer ou de participer à cet ordre. L’oeuvre d’art est un object artificiel qui permet de
mettre le spectateur dans un état voulu par le créateur. La sensation d’ordre est de qualité
mathématique” (Ozenfant y Jeanneret, “Le Purisme” 386). La afirmación es importante,
pues establece la preferencia por el orden, no como cuestión meramente estética, sino
científica, por responder a profundas necesidades humanas. La teoría hará fortuna. Así,
a propósito de la Exposición de Arquitectos Jóvenes “Arquitectura Nova” en las Galerías
Dalmau (abril de 1929), Sebastià Gasch señala que “la primera necesidad que ha de
satisfacer la obra plástica es la necesidad visual”. Considera que “esta atracción visual se
logra, no por la decoración, sino por las formas puras, por las formas limpias, por las
formas geométricas, primarias, lisas, que nuestros ojos piden, que nuestros ojos exigen
imperiosamente”. El formalismo es para Gasch una respuesta a una necesidad humana:
“El hombre actual ha adquirido una cultura visual esencialmente geométrica, que le hace
desear ardientemente este formalismo elemental” (Gasch, “Arquitectura”).
El criterio huidobriano y el de Le Corbusier respecto al papel de la razón y la inte-
ligencia son muy similares: son los motores del acto creativo, pero es preciso evitar un
racionalismo frío que excluya la posibilidad de emocionar y trascender. Como vimos, Le
Corbusier —al igual que Huidobro— rechaza que el azar pueda tener cualquier relevan-
cia creativa: “El azar es la reprobación del arte; es lo contrario del arte” (Ozenfant y Jean-
neret, La peinture 56). El predominio de la inteligencia no excluye a la emoción. Arte y
ciencia son compatibles. De hecho, la finalidad del arte es para Le Corbusier emocionar:
El error de base era dar como criterio de lo bello la idea de placer, reacción final total-
mente personal y variable.
[…]
El Partenón no es placentero para nadie. El gran arte no es un arte de adorno; hacer del
placer la base del arte es descenderlo de nivel; el arte tiene como único objetivo emo-
cionar; si se le otorga ese objetivo y sólo ese objetivo, se comprenderá que los juicios
individuales poco importan; lo importante es que emocionen; el Partenón emociona a
todo el mundo poderosamente, incluso a aquél a quien no le guste; lo que cuenta es
la intensidad de la emoción provocada; incluso puede decirse que ninguna verdadera
obra maestra da placer, porque las grandes emociones del hombre no responden a esa
palabra. (Ozenfant y Jeanneret, “Ideas”)
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es una condición abstracta, en tanto que el placer satisface a los sentidos, algo que según
hemos leído más arriba sitúa al arte en una dimensión inferior.
Seguramente, la metáfora que mejor encapsula las ideas afines entre Huidobro y Le
Corbusier expuestas hasta aquí sea la de considerar la obra de arte como un mecanismo
creado de manera artificial. Ambos enuncian la idea en frases que se han convertido en
axiomas de la modernidad arquitectónica, pictórica y literaria: “la casa como máquina
para vivir” escribe Le Corbusier en Vers une architecture (1923) o “Un cuadro es una
ecuación” con Ozenfant (Ozenfant y Jeanneret, “Después” 42) a propósito de sus cua-
dros puristas en Après le cubisme. La enunciación más radical de ese principio se halla en
un artículo titulado “Esthétique et Purisme”, escrito a medias con Ozenfant y publicado
en 1922 en el número quince de L’Esprit Nouveau: “Le tableau est alors une ‘machine a
émouvoir’” (Ozenfant y Jeanneret, “Esthétique” 1076). La versión de Huidobro en Ho-
rizon Carré será “hacer un poema como la naturaleza crea un árbol” (1917). Algo similar
defenderán en 1918 Ozenfant y Jeanneret en Après le cubisme: “El PURISMO teme lo
raro y lo ‘original’. Busca el elemento puro para reconstruir cuadros organizados que
parecen estar hechos por la propia naturaleza” (Ozenfant y Jeanneret, “Después” 47).
Para ambos, la obra de arte se entiende como ente artificial, concebida con una finalidad
específica. La creación se supedita así a la función, sea ésta habitar o emocionar.
Es a la hora de concebir y crear la obra de arte (el mecanismo) cuando hay que con-
figurar un sistema que integre ambos tipos de sensaciones. Una creación demasiado
decantada a lo físico, sin resonancias secundarias (subjetivas, emotivas), es meramente
ornamental. Por el contrario, el exceso en el lado de lo subjetivo nos lleva a un arte con-
vencional, “de symbole, art littèraire, art d’initiés, échappant à la perception commune”
(Ozenfant y Jeanneret, “Intégrer” 5). Por tanto, una creación purista “est un organisme
conçu de telle sorte qu’il peut transmettre fortement et clairement les émotions qui en
out déterminé la structure” (Ibíd.). No olvidemos que Huidobro había iniciado su artí-
culo “La creación pura” reclamando claridad y precisión en el estudio de la estética, pues
le parecía que el discurso metafísico que la dominó en siglos pasados no tenía ya sentido
en el mundo actual (Huidobro, “La creación pura”).
Final
Preguntado en 1925 por quiénes son los valores más destacados en Europa, tras men-
cionar a Le Corbusier y en especial a su libro Vers une architecture, Huidobro afirma:
“libro que no me cansaré de aconsejar, no sólo a los arquitectos sino a todos los artistas.
- 128 -
En ninguna parte he leído tan claramente expuesta la cuestión de ‘el problema bien plan-
teado’ como base de un desenvolvimiento artístico” (Emar 79). Quizás por eso, resulta
curioso constatar que en la biblioteca de Huidobro que ha llegado hasta nosotros y que
se conserva en su Fundación en Chile, no haya ningún libro dedicado a la arquitectura
racionalista (Bonet, Huidobro). Sólo Après le cubisme de Ozenfant y Jeanneret nos sitúa,
por la autoría y por las ideas, en la proximidad de una de las figuras centrales de la ar-
quitectura moderna.
Un primer abandono de ciertas ideas que le pusieron en contacto con el universo
de Le Corbusier se produce muy pronto. “La création pure. Essay d’Esthétique”, que
publica en L’Esprit Nouveau en París en 1921 será el prólogo de su primera antología
poética de ese año, Saisons Choisies, pero más tarde no lo recoge en su libro Manifestes,
de 1925. Puede que para entonces no se identifique ya con algunas de sus propuestas
anteriores. Hugo Montes señaló en su introducción a las obras completas de Huidobro
cómo esos años de “teoría” fueron una etapa en el camino: “Felizmente para la poesía, el
poeta sobrepujó al teórico. Aunque para ello tuvo que pagar su tributo a las tendencias
modísticas de la época” (Huidobro, Obras completas 106). Podemos entender así su cer-
canía al purismo y su período creacionista como episodios en una carrera atenta siempre
a lo nuevo, pero en evolución constante.
Su contacto con la arquitectura pudiera haber sido más una función de sus posibi-
lidades como campo de expansión y de prestigio por su condición sintética entre arte
y ciencia, que un interés particular genuino por la materia. Esta observación contrasta
con la implicación de Moreno Villa y de Giménez Caballero en temas específicos de
construcción o urbanismo, que les llevará a opinar con agudeza sobre los debates en que
se hallaba inmersa la disciplina en la época. Es difícil saber si el interés de Le Corbusier
por Latinoamérica como una nueva frontera para la construcción moderna asustó a
Huidobro. En 1929 el arquitecto visita Sudamérica con ideas revolucionarias para el
desarrollo de Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. Sus planes están teñidos de
paternalismo colonialista, al proponer opciones radicalmente futuristas que se verían sin
duda rechazadas en Europa.
El poder del discurso de modernidad que predicó Le Corbusier resultó atractivo en
los círculos de jóvenes creadores e intelectuales deseosos de conectar con las nuevas
ideas que aglutinaban las inquietudes de sus contemporáneos afines en Europa. Su lla-
mamiento en el primer número de L’Esprit Nouveau es precisamente a esas élites euro-
peas: “Montrer l’esprit unitaire qui anime dans leurs recherches les différentes élites de
notre Sociéte” (“L’Esprit Nouveau” 3)52. Con todo, hubo también reticencias desde el
principio. Luis Lacasa, arquitecto partidario del funcionalismo y muy influido por la
52. La revista lo anuncia también con desparpajo en un texto que ocupa completa la contraportada del
número 16 “L’Esprit Nouveau est le magazine des élites”.
- 129 -
- 130 -
VI
Ernesto Giménez Caballero (1899-1988)
y la nueva arquitectura: de la adopción
temprana al rechazo nacionalista
53. Algo de su ambivalencia respecto a la nueva arquitectura debían intuir quienes le conocían. Así, Juan de
Zabala, escribiendo en La Gaceta Literaria sobre los adeptos que tiene el pastiche, se pregunta en un inciso:
“¿Será verdad que el señor Giménez Caballero tiene su despacho estilo ‘antiguo español’?” (García Mercadal,
“Nuevo arte 3). En la misma encuesta, César Arconada —como veremos más adelante— habla también de
modo despectivo de “los señores —y arquitectos— que tienen un despacho Renacimiento” (Ibíd. 2). En su
caso, no hay ninguna referencia específica a Giménez Caballero.
- 131 -
Diseminador
- 132 -
como el Rincón de Goya de García Mercadal, la casa para el Marqués de Villora de Rafael
Bergamín y la Gasolinera de Porto Pi de Casto Fernández-Shaw construidas entre los años
1927 y 1928. En los mismos años, la arquitectura tradicional se inclina, como hemos visto,
por el monumentalismo, visible por ejemplo en la Exposición Internacional de Barcelona y
la Iberoamericana de Sevilla, en 1929. La curiosidad hacia qué significa ser completamente
moderno busca respuestas también en las nuevas ideas sobre arquitectura, lo que ampliará
el público tradicional de la disciplina más allá acaso de quienes podían entender todos
los matices de los conceptos que eran objeto de la discusión. Aunque la arquitectura va
a convertirse en elemento del debate cultural general, es manifiesto que las nuevas ideas,
aunque seductoras para los no arquitectos, afectan a los que ejercen la profesión de manera
diferente. Jesús Bal y Gay, el compositor y largo tiempo habitante de la Residencia de Es-
tudiantes (1925-1933), señala a propósito de una charla que tuvieron después de la cena
con Walter Gropius con motivo de su conferencia en Madrid:
A cada pregunta, Walter Gropius contestaba claramente y era como si se abriese una
ventana inédita. Los curiosos, sinceramente, aún no nos sorprendíamos mucho. Pero
los estudiantes de arquitectura ¡qué conmoción sufrían ante cada noticia que salía de
labios de aquel hombre! (Bal y Gay)
El compromiso de Gecé con lo nuevo no afectó únicamente a sus ideas o a sus pu-
blicaciones. Señala Moreno Villa en sus memorias que Giménez Caballero montó, a
medias con García Mercadal, una tienda de arte muy cerca del edificio Capitol en la
Gran Vía. El propio Moreno Villa expuso allí su pintura e inauguró el espacio con una
conferencia en abril de 192954. Según cuenta Giménez Caballero sobre la tienda, “Desde
allí lancé tres fabulosos negocios para un inmediato porvenir: la Arquitectura funcional
y rascaciélica, el Mueble metálico y la Artesanía española. Pero la revolución republicana
malogró ‘La Galería’ pues mis socios no estaban por tal contingencia” (Memorias 74).
Llama la atención, además de las referencias a su papel de precursor en arquitectura y
diseño modernos, la alusión a la artesanía española, que no hace sino resaltar una vez
más la combinación entre lo moderno y lo tradicional que es una característica constante
del proceder de la vanguardia en España.
Detractor
54. “En vez de vinagre, yodo” (Moreno Villa, Temas de arte 83).
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ros atisbos de sus cuestionamientos a la nueva escuela. Le decepciona allí ver al natural
edificios que antes había visto en su admirada revista neoplasticista De Stijl, de Theo van
Doesburg. En la realidad pierden la elegancia que los hacía atractivos en las reproduc-
ciones fotográficas y las axonometrías. Por aquellos años, sus reticencias son matizadas y
no afectan aún a lo fundamental. Como escribirá en el mismo artículo: “Todo lo cual no
quiere decir que yo no sea un entusiasta de la nueva arquitectura, por la que quemaría
ciudades enteras” (“12.302 Kms”). Le empieza a preocupar por entonces, sin embargo,
un aspecto que con el paso del tiempo se irá haciendo más extremo en sus argumentos:
lo que interpreta como falsa modernidad y en cierta manera expolio perpetrado por la
arquitectura del norte, por adaptar elementos de la arquitectura tradicional del Medi-
terráneo.
En su caso, se hace imposible deslindar la evolución de sus opiniones respecto a la
moderna arquitectura racionalista de su conversión al fascismo, pues la mutación de las
ideas de Giménez Caballero afecta no sólo a la estética, sino a la ideología, y general-
mente ambas aparecen unidas de modo casi indistinguible. Hacia finales de 1928 y a
partir de su conversión romana, La Gaceta Literaria estará también marcada por el salto
de Giménez Caballero hacia el fascismo, especialmente desde la publicación allí de su
“Carta a un compañero de la joven España” (Número cincuenta y dos, 15 de febrero de
1929). Durante ese año y el siguiente, los colaboradores habituales van abandonando la
revista. Al final, la publicación será confeccionada únicamente por Giménez Caballero,
aunque bajo un seudónimo que ilustra su aislamiento: El Robinsón Literario. Como
apunta Brihuega, “Para 1931, la transformación de La Gaceta Literaria es ya casi radical.
A principios de año (febrero), Giménez Caballero ha firmado un manifiesto fascista con
Ledesma Ramos. La mayoría de los colaboradores abandonan la revista” (Brihuega, Van-
guardias 321-3). Se gesta entonces el paso de la primera a la segunda de lo que el propio
Gecé denominará sus dos revoluciones: la vanguardista y la del “sueño imperial”55.
Ese mismo año, Giménez Caballero va a publicar en La Gaceta Literaria un artículo
que podemos considerar su manifiesto contra la nueva arquitectura. Aparece en octubre
de 1931 y se titula: “Disgusto por la arquitectura nueva”. El texto en cuestión resume la
mayoría de sus ideas al respecto, algunas en germen desde mucho antes, como la de la
inspiración en las arquitecturas mediterráneas de numerosas novedades centroeuropeas.
Habla en un principio de su fascinación inicial, así como de la dureza y del fundamento
más propagandista que orgánico de la arquitectura racionalista.
55. Sobre su transformación de vanguardista a fascista puede leerse, por ejemplo, el prólogo de Edward
Baker a Yo, inspector de alcantarillas (Baker, E., “Prólogo” 17-20).
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fundar “La Galería” y traer muebles de acero por primera vez a Madrid, y amistar con
Mercadal y Aizpurúa y Domínguez y los otros arquitectos jóvenes me parecía entrar
en un terreno evangélico! (sic)
No lo sé por qué. Pero esta arquitectura me va produciendo ya repugnancia y com-
pasión. Desdén.
Estas pastelerías en forma de buque. Estas tiendas de calcetines, planeadas como avio-
nes56. (Giménez Caballero, “Disgusto”)
Pero la crítica más acérrima es la que reserva a la inspiración en las arquitecturas me-
diterráneas de numerosas novedades centroeuropeas. La docilidad de los arquitectos del
sur por aceptar sin crítica las novedades que llegan de Europa se le antoja tan inadmisible
como la usurpación de ideas por parte de los nórdicos:
56. El tono de su diatriba contra la arquitectura moderna se asemeja al que décadas más tarde adoptaría Tom
Wolfe en su clásico From Bauhaus to Our House (1981).
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sión: “American nationalists will also oppose the Style as another European invasion”
(Hitchcock y Johnson 31). Para tranquilizar a sus hipotéticos críticos, señalan que tanto
Oud como Gropius sitúan entre sus antecedentes a Frank Lloyd Wright.
Será en Arte y Estado, publicado en 1935 donde las ideas insinuadas en la crónica del
viaje a Holanda en 1928 y expuestas abiertamente en el artículo de 1931, se aquilatarán
y se explorarán de forma mucho más extrema y fanatizada. Su crítica al racionalismo en
arquitectura se tiñe definitivamente en este libro de connotaciones religiosas e ideológi-
cas. Su viaje hacia el fascismo se ha consumado y eso determinará en adelante todas sus
apreciaciones estéticas. A la razón y al intelectualismo que dominan la arquitectura y el
arte moderno, Giménez Caballero opone la fe:
Los arquitectos sois los sastres de nuestra vida. Los que debéis vestir nuestro vivir
diario. Y acomodarlo a las exigencias más delicadas del medio ambiente. Yo afirmo y
sostengo que la arquitectura racionalista que desde unos años se pretende introducir
en España es antiespañola y antinatural, porque el español no es racionalista, y tiene
el alma puesta en los sentidos, y no los sentidos en el alma. (“Posibilidad”)
El genio climático
La otra razón sería de naturaleza física y es que, para Giménez Caballero, el secreto
de la arquitectura perdurable es “el genio climático”, es decir, una construcción que se
ajuste a las peculiaridades del clima local. Por eso, los muros de cristal, tan característicos
en los nuevos edificios, le parecen inapropiados para la península:
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La “nueva arquitectura” —aérea, encristalada y palafítica, sin muros, sin macizos, toda
ella paisaje, sol y comunión naturalista— me pareció una aberración para la vida
española genuina.
El hombre de España jamás buscó, ni podría buscar, el sol y la luz en su arquitectura.
[…] El español (como el romano, el árabe y el griego) lo único que había buscado en se-
rio durante su vida arquitectónica fue la sombra. Frescor y umbría. (Arte y estado 64-65)
Cuenta además Gecé con una experiencia formativa temprana que le hará conocedor
de la arquitectura popular norteafricana: su ya citado tiempo como soldado en Marrue-
cos. En su artículo de 1928 sobre el arte moderno, “Eoántropo”, ya compara la arquitec-
tura de Gropius con la arquitectura africana, con ilustración incluida. Algunos años más
tarde, la revista A.C. publicará reportajes ilustrados conectando la arquitectura moderna
con la arquitectura popular mallorquina o la mediterránea57.
Cabe destacar que, al principio, sus dudas sobre la arquitectura que llega de Ale-
mania y de otras naciones centroeuropeas, se hacen extensivas a un rechazo ideológico
57. El ya referido: “Ibiza, la isla que no necesita renovación arquitectónica” A.C., 6, 1932, Segundo trimes-
tre, 28-29, y “Raíces mediterráneas de la arquitectura moderna” A.C., 18, 1935, Segundo trimestre, 30-33.
- 137 -
muy acendrado de su cultura nórdica también. En sus crónicas de 1928 escribirá, por
ejemplo: “¡el pathos germánico!, lo antihelénico, la antigracia. Lo espeso. Lo inelegante”
(“12.302 Kms”). Ese juicio tan riguroso de la cultura germánica se suavizará a partir de
1932, con Genio de España. La inminente llegada de Hitler y el Nacional Socialismo
al poder, presenta la posibilidad de una entente fascista a tres bandas (Italia, Alemania,
España), capaz de restaurar el antiguo imperio de Carlos I. La contribución de Giménez
Caballero al hermanamiento hispano-germánico, según él mismo explica en Memorias
de un dictador (144-51), será una extravagante propuesta en octubre de 1941 a Joseph
Goebbels: casar a Hitler con Pilar Primo de Rivera. Se consumaría así “la renovación de
una nueva dinastía hispano-austriaca” (151) y la hermana de José Antonio y fundadora
de la sección femenina de la Falange se convertiría en emperatriz.
Esa tensión norte-sur no era infrecuente en la época, y el pintoresquismo de Gimé-
nez Caballero no era exclusivo. Un ejemplo de ello serían las curiosas referencias a los
pintores cubistas, y en particular a Picasso, de Adolphe Basler, el crítico y coleccionista
de origen austriaco instalado en Francia. En su opinión, Picasso era la manifestación del
“espíritu pan-semita” que había heredado de los árabes y judíos que habitaron la penín-
sula (Golan 140-1). Poco parecía importar que el propio Basler fuera judío y que Picasso
hubiera sido criado católico en España.
Elitismo e intelectualización
Yo vi a Le Corbusier por primera vez en una de esas visitas suyas de propaganda he-
chas, no entre las masas sociales y populares que pretendía conquistar, sino —buen eu-
- 138 -
Totes les ciutats, a la nostra època, tendeixen a esdevenir iguals, però avui
l’arquitectura, més que una conseqüència del gust; de l’art particular d’un poble, és
una conseqüència de fórmules escolars, i aquestes fórmules són a totes les escoles
aproximadament iguals. Les úniques diferències provenen de l’adaptació d’aquestes
fórmules a condicions climàtiques, econòmiques i socials diverses… ¡encara! (“Die-
tari” 611)
Pero en Roma, a las pocas horas de caer en Roma… ¿qué cosa me pasó? No sé. Sólo
recuerdo que girovagué alucinado por calles, y jardines, y cielos, y árboles, y palacios,
y acentos de aquella vida. Y que de pronto me encontré abrazado a Roma con un ansia
incontenible y desarticulada de balbucera tenuemente: madre.
Roma, a los pocos días, ya fue todo para mí.
Roma era el Madrid cesáreo e imperial que Madrid no sería nunca. (Circuito imperial 48)
En Arte y Estado su admiración se hará aún más intensa y Roma dejará de ser una
mera referencia formal, para agrandarse y hacerse también política. Es allí donde descu-
bre la capacidad de la arquitectura para materializar la visión del estado fascista:
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El Escorial
Ahí está España con el símbolo de su Estado supremo alcanzado un día, unos años del
siglo XVI: El Escorial. Estado hecho piedra, jeroglífico esfinge. Hoy hundido en el
tiempo, como en un sima desde cuyo fondo, sus torres, campanas, cruces y cúpulas,
nos dan voces de angustia, de socorro, de templo sumergido, para que una generación
titánica española lo vuelva a sacar a luz y a vértice de historia. (Ibíd. 233)
58. Moreno Villa ironiza con la idea de que el Escorial sea un rascacielos horizontal.
59. Existe un documental realizado por Giménez Caballero en 1974, de 11 minutos de duración “Revela-
ción de El Escorial”, que explica la historia, la arquitectura y los contenidos del edificio. Producido por el
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No-Do y con voz de Matías Prats, padre. Habla de él en Retratos españoles, p. 186. En él se refiere al traslado
en noviembre de 1939 del cuerpo de José Antonio desde Alicante, donde fue ejecutado, a el Escorial, donde
el 1 de diciembre lo reciben Franco y otros representantes de la Iglesia y las fuerzas armadas (Bowen, 79-80).
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—instigada por el propio Carlos III— de modelos para una arquitectura neoclásica de
raíz autóctona. El Escorial fue también un punto focal del discurso nacional a principios
del siglo XX y visita obligada para los visitantes ilustres del exterior60. Unamuno consi-
deró que todo español debería visitarlo al menos una vez en su vida, “como los piadosos
musulmanes la Meca” (Unamuno, “Escorial” 51), aunque no se le escapa, en su artículo
de 1912, que el espacio está cargado y que “casi todos los que a ver El Escorial se llegan,
van con antojeras, con prejuicios políticos o religiosos, […] como progresistas o como
tradicionalistas, como católicos o como librepensadores” (Ibíd.). En sus notas sobre la
visita parece más preocupado por Felipe II, a quien califica de “Don Quijote de despa-
cho u oficina” (Ibíd.), que por el edificio en sí. Esa metaforización de don Quijote dará
mucho juego en el diálogo sobre la arquitectura nacional, como veremos.
Ortega, en “Meditación del Escorial” (1915), lo considera metáfora de un esfuerzo
sin objeto que según él caracterizó la aventura imperial: “en este monumento de nuestros
mayores se muestra petrificada un alma toda voluntad, todo esfuerzo, mas exenta de
ideas y de sensibilidad” (179). El Escorial es así clave para entender el país: “Mejor que
en parte alguna aprendemos aquí cuál es la sustancia española, cuál es el manantial sub-
terráneo de donde ha salido borboteando la historia del pueblo más anormal de Europa”
(179). Retomando la metáfora de don Quijote, Ortega considera que ese esfuerzo sin
objeto sólo puede conducir a la melancolía, la misma que Cervantes comunica a su pro-
tagonista en los últimos capítulos de la obra. Veinte años más tarde, a Gecé la posición
de Ortega le parece la de un traidor:
El Escorial vincula el esplendor pasado con el que se espera del estado fascista en
ciernes. Ese futuro no está para Gecé en la arquitectura moderna, sino en la que nos co-
necta con las percibidas esencias de la nación. Por eso, El Escorial y Madrid en tiempos
de guerra, se le antojan símbolo atroz de la usurpación proletaria del destino imperial
60. Acaso la reacción más extrema al edificio fue la del arquitecto finlandés Alvar Aalto, en su visita a Madrid
de 1951. Según varios testimonios de los arquitectos que se lo mostraron, primero se resistió a la visita y,
luego, una vez allí, desde la terraza del Hotel Felipe II —pues no quiso entrar en el Monasterio— se negó a
mirarlo. Cuenta Miguel Fisac: “No lo quiso ni ver; pero así: ¡nada! Que a nosotros nos pareció una cosa un
poco absurda… porque ‘le iba a afectar’” (Delgado Orusco 45). Consideraba el finlandés que la arquitectura
debe adaptarse al medio y dado que ése no era el suyo, mejor no contaminarse...
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los Arquitectos no han tenido en cuenta la nueva sensibilidad de nuestra época para
modelar tales materiales, habiéndose limitado a copiar, construyendo chapiteles y to-
rrecillas del XVII —como en el nuevo Ministerio o Monasterio del Aire—, cuando
debían haberlo aireado con alusiones a torres semafóricas, aerodinámicas. (Giménez
Caballero, Genio 40)
Ministerio del Aire, actualmente Cuartel General del Ejército del Aire. Luis Gutiérrez Soto,
1940-1951. Fotografía de 1955. (1-2734-1). Fondos fotográficos del Archivo Histórico del Ejér-
cito del Aire.
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Al final de esa Gran Vía, en la plaza de España, el rascacielos que está en obras en
1952, cuando escribe Genio de Madrid, es también objeto de sus críticas. Le parece que
el edificio ha perdido “la ‘Medida’. Del tamaño ‘humano’, tan característico de Madrid.
Desmesuramiento romántico. Americanización, rascacielismo” (40-41). Si una virtud
le encuentra Giménez Caballero al edificio es dar por fin sentido a la estatua de Don
Quijote y Sancho en la plaza:
Como ellos, quien también abandonará Madrid será el propio Giménez Caballero.
Sus pioneras aportaciones al fascismo no serán apreciadas por las jerarquías franquistas.
Menos para premiar sus servicios que para escapar de sus delirios, le destinarán a la em-
bajada en Paraguay, donde pasará largos años, ponderando acaso su curiosa condición
de vencedor y exiliado. Una paradoja más para un hombre que décadas atrás dejó de ser
moderno, sólo para ser el más iracundo de los antimodernos.
- 145 -
VII
Fernando García Mercadal (1896-1985)
y la irrupción de la arquitectura moderna en España
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En Roma, Mercadal entra en contacto con el clasicismo, al que se acerca como fuente
de conocimiento y de pistas para el presente. No se tratará, en su visión, de sucumbir
a la fascinación formal de lo antiguo, sino de aprender del modo clásico de concebir la
arquitectura. En un rasgo común en su generación cultural, la valoración de lo clásico no
consiste en imitar las formas, sino el espíritu. Así desde Roma escribirá:
[…] el error está en creer que para producir una obra clásica nos son indispensables
los entablamentos y las columnas, los capiteles dóricos o jónicos; creemos que esto
es quedarse en la cáscara, porque, si bien son las formas, no es el espíritu vivificador,
medio, pero no el fin; el espíritu es el módulo, es el orden, el fin, la serenidad, y así,
tan clásica como el Partenón puede ser una casita de hormigón armado con ventanas
si a la creación de éstas presidió el orden, el módulo, la razón, como lo fue a la de los
templos de Grecia o de Sicilia. (“Del clásico”)
Las referencias a Grecia y Sicilia, enunciadas desde Roma, nos ponen sobre la pista de
la que se convertirá en otra de las líneas de trabajo del arquitecto aragonés: la arquitectu-
ra mediterránea y posteriormente su interés por la casa popular. Esos contactos iniciales
le ayudarán a formarse una opinión respecto al debate sobre la arquitectura nacional que
le llevará a rechazar los historicismos artificiosos tan en boga por aquellos años en la pe-
nínsula. Su memoria sobre “La Casa Mediterránea” figurará en la exposición de trabajos
de los pensionados de 1925 en la Academia de Roma. Ya en la Escuela de Arquitectura
de Madrid, las enseñanzas de Anasagasti le iniciaron en la apreciación de la arquitectura
popular. Con él realizaban excursiones en su “Primer curso de proyectos” que incluían
el estudio y el dibujo de arquitectura civil, o la “arquitectura sin arquitectos” de la que
escribe Mercadal (Arquitecturas regionales 10). Vicente Lampérez y Romea, director de
la Escuela de Arquitectura y a quien se le conocía como el Violet Le-Duc español, fue
también su maestro.
En la arquitectura regional española y en el Mediterráneo, sobre todo, García Merca-
dal descubrirá modos de construir muy cercanos a las propuestas racionalistas. Lo que
le interesa de la arquitectura mediterránea es establecer su vinculación formal con las
exploraciones de la modernidad arquitectónica: “Estas arquitecturas populares medite-
rráneas, de sus islas y litorales, datan de varios siglos antes del ‘cubismo’ arquitectónico
de las modernas tendencias de 1923” (Sobre el Mediterráneo 38) 61. Es relevante señalar la
61. En los cuadernos de su visita a España de 1931, también Le Corbusier dejó testimonio de su “descu-
brimiento” del cubismo popular no filtrado por las abstracciones del intelecto: “Près d’Almeria (direction
Malaga), c’est le premier cubisme avec ses prismes et tous les secrets de sa couleur. On se plaint que le
cubisme soit désespérément intellectualisé. Mais non! C’est plein de la sensualité de la terre, des choses, et
des spectacles. C’est raciné, race, passionnement senti. C’est vrai, exact (rapports). Mais l’esprit a travaillé:
inventé et composé” (Le Corbusier, Espagne 428-29).
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62. A Italia entre septiembre y noviembre de 1907, después de acabar el curso en la escuela de arte. Luego,
entre mayo y noviembre de 1911 visita Bucarest, Estambul, Atenas, Pompeya, Nápoles, Roma, Florencia,
Milán…
63. Un tema que, salvo excepciones, no pareció despertar mucho interés en España. Casto Fernández-Shaw
aventuró una explicación en 1928: “Nuestro carácter individualista es enemigo de la ‘casa en serie’. Todos
queremos los zapatos a la medida y… ¡claro!… vamos descalzos” (García Mercadal, “Nuevo arte” 3).
64. Su texto de 1980 es fundamental para conocer las influencias arquitectónicas que recibió en las diferen-
tes etapas de su viaje europeo y el ascendiente posterior que éstas tuvieron en su obra y sus ideas.
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ya conocía. El Pabellón de L’Esprit Nouveau significaba ver materializadas todas sus ideas
que tanta sugestión ofrecían a los que entonces éramos jóvenes y buscábamos nuevos
caminos” (Amann, Flores y González 39). Sambricio no halló sustento publicado en la
época a las afirmaciones posteriores del arquitecto.
Sea como fuere, en el año 1926 recalará en París para tomar cursos de urbanismo en la
Sorbona, aunque la estancia le servirá, además, para establecer contacto con la vanguar-
dia europea. En París, seguramente influido por el proceder de Le Corbusier, tomará
conciencia de la importancia de la labor propagandística para hacer avanzar sus ideas de
modernidad. De Mercadal dirá Giménez Caballero que “posee alma de apóstol” (“El ar-
quitecto”). Será esa una circunstancia que Gecé aprovechará al ofrecerle espacio para su
proselitismo en La Gaceta Literaria al regreso a Madrid. Su conocimiento de la realidad
europea ya lo había difundido en España incluso antes de su retorno, en los artículos que
fue publicando en la revista Arquitectura y en el periódico El Sol desde 1923.
Sus artículos desde Europa son a veces reflexiones sobre las peculiaridades de la nueva
arquitectura, como cuando resume: “Las horizontales se baten hoy con las verticales” y
divide luego a los arquitectos contemporáneos entre los que se adscriben a las primeras
(Wright), a las segundas (Poelzig), o quienes como Le Corbusier, buscan el equilibrio
entre ambas (García Mercadal, “Horizontalismo o verticalismo” 20). Otras veces se con-
vierte en mensajero de la nueva arquitectura. Así, de la Exposición de la Vivienda de
Stuttgart de 1927, destaca en su crónica para Arquitectura65: “la consagración del cubis-
mo arquitectónico o, mejor dicho, de la nueva arquitectura caracterizada sobre todo por
su racionalismo, por la ausencia de decoración, por su valor plástico, por sus cubiertas
en terrazas y por la franca intervención del color” (“Sttutgart” 296). La observación le
lleva a la reflexión acerca del estado de la cuestión en su país: “Será preciso reconocer que
el racionalismo arquitectónico no nos ha llegado todavía a España […] Seguimos pro-
yectando de fuera a dentro y preocupados del motivo y de la decoración” (Ibíd.). Como
remate se pregunta por las razones de la ausencia de España en la exposición: “¿Es que
no existe en España una Arquitectura moderna?” (Ibíd. 298). Una pregunta retórica que
preparará su misión al volver a Madrid.
Tras la relevancia y la intensidad de sus experiencias en el recorrido europeo, así como
por sus opiniones ya publicadas, es fácil comprender que su llegada a Madrid en octubre
de 1927 marcará un hito en la evolución de las ideas modernas sobre arquitectura en el
país. Su regreso es comparable a la otra llegada legendaria desde París, esta vez con ideas
de cambio para las letras, de Vicente Huidobro en 1918.
Carlos Sambricio (García Mercadal 24-5) ha reflexionado sobre las implicaciones de
ese regreso para la arquitectura moderna en Madrid, y llega a conclusiones reveladoras.
65. En el mismo número de la revista, Casto Fernández-Shaw presenta su “Estación para el servicio de
automóviles”, otro de los edificios emblemáticos de la irrupción de la arquitectura moderna en España.
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66. Cuando lleva unos meses en Estados Unidos y todavía piensa que a pesar de haber aprendido mucho,
no va a quedarse allí, Sert le escribe a Le Corbusier sobre las posibilidades que ofrece el país (carta de abril
de 1940): “Quel von moment ils traversent ici pour faire quelque chose en urbanisme! Tout le monde réalise
que ces villes américaines, encore jeunes, sont en pleine décomposition; le mot décentralisation apparaît
dans tous les journaux constamment, un article après l’autre traite ce même sujet”. (Le Corbusier y Sert 68).
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1928 será el año de mayor visibilidad pública e influencia de García Mercadal, mo-
mento en que se consolidará su prestigio como representante y portavoz en España de lo
que por entonces se conocía aún como arquitectura cubista. Se producen ese año cuatro
eventos determinantes en su carrera:
• Coordina en abril un número especial de La Gaceta Literaria dedicado a la nueva
arquitectura.
• En mayo se inaugura en Zaragoza su polémico “Rincón de Goya”, primera obra
abiertamente racionalista construida en España.
• El 6 de ese mismo mes llega a España para dar conferencias Le Corbusier, invitado
por la Sociedad de Cursos y Conferencias, gracias a las gestiones de Mercadal.
• Es invitado por la organización, como representante español, al primer Congreso
Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) que se celebró en junio en La Sarraz
(Suiza).
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Existiendo una arquitectura y una decoración nueva, merecen ser quemados vivos:
Los arquitectos que todavía hacen pastiches barrocos […] Los arquitectos que no
son partidarios del cemento. Los arquitectos que no admiran a Le Corbusier. Los
señores-y-escritores-que tienen un despacho Renacimiento […] Nuestra época tiene
una arquitectura y una decoración peculiar, suya, definida. Amémosla. Todo lo demás
es serio, insoportable, feo. Nuestra época es bella. Como digo yo siempre, hasta en un
simple botón hay arte nuevo. ¡Qué alegría! (García Mercadal, “Nuevo arte” 2)
Cabe señalar que los arquitectos son mucho más moderados en sus juicios y mucho
más tibios que los escritores a la hora de abrazar el racionalismo arquitectónico. De he-
cho, hay entre ellos tantas reticencias como entusiasmos respecto a la propuesta que apa-
drina García Mercadal. Como muestra, podemos leer lo que contestan los arquitectos
Arniches y Domínguez a su pregunta sobre la arquitectura racionalista: “¿Qué entiendes
por arquitectura racionalista? La que nosotros practicamos nos parece razonable; no
sabemos si te parecerá racionalista” (García Mercadal, “Nuevo arte” 2).
La crítica más repetida es la denuncia de que el racionalismo, que se presenta como
superación de los estilos, es a su vez un estilo. Arniches y Domínguez afirman por ejem-
plo: “nos parece que tan perniciosa es la preocupación del ‘no estilo’ como la de cualquier
estilo, español o extranjero” (García Mercadal, “Nuevo arte” 2). Juan de Zabala perso-
naliza su crítica y apunta: “Considero a Bruno Taut67 con tantos prejuicios artísticos
como cualquiera de nuestros arquitectos que cultive el estilo sevillano” (García Merca-
dal, “Nuevo arte” 3). Estos arquitectos miran con cierto recelo a la arquitectura moderna
centroeuropea, que consideran formalista en exceso y se inclinan por la norteamericana,
donde en su criterio, domina la función. Según Sánchez Arcas: “Existen, por el contra-
rio, obras arquitectónicas que no tratan de desarrollar ninguna fórmula estética concebi-
da a priori. Su finalidad parece ser simplemente la de dar forma a nuevos programas, por
completo originales y muy diversos, creando una estética nueva sobre bases más sólidas
que las del grupo antes mencionado” (García Mercadal, “Nuevo arte” 6).
Mientras la aceptación del modernismo internacional no es unánime, la mayoría de
arquitectos coincide en rechazar el historicista “estilo español” que tan de moda está
por entonces en las construcciones oficiales. Lacasa escribe que le parece algo así como
“levantar a un muerto” (García Mercadal, “Nuevo arte” 2) y Rafael Bergamín critica a
quienes lo practican de “dar vueltas al tiovivo del ‘barrocoplateresco’” (García Mercadal,
“Nuevo arte” 6).
Eso no significa que haya que huir de la tradición bien entendida. Del mismo modo
que el arquitecto Casto Fernández-Shaw, que reivindica la modernidad de Herrera, el en-
sayista Ángel Sánchez Rivero (1888-1930) relaciona la simplicidad de líneas de El Escorial
67. Bruno Taut (1880-1938), arquitecto alemán, cuya característica más singular entre los arquitectos mo-
dernos fue el uso del color.
- 154 -
con el funcionalismo moderno: “El ascetismo religioso escurialense revive lozano en nues-
tro flamante ascetismo utilitario” (García Mercadal, “Nuevo arte” 2). Moreno Villa, por su
parte, afirma: “Hay que ir contra lo artístico, franca y llanamente. Por amor al Partenón,
y a Notre Dame, y a Santa Sofía, y a San Pedro del Vaticano, y al mismo Escorial, y a la
Mezquita de Córdoba. Por amor al verdadero arte, hay que ir contra lo artístico. Y este
grito ya sabe usted que no es mío” (García Mercadal, “Nuevo arte” 2). Los intelectuales
tienen ideas similares al respecto, y suelen expresarlas en términos orteguianos, señalando
su atracción por la nueva arquitectura al constatar su carácter antiartístico.
En sintonía con las sensibilidades de la escritura contemporánea, varios escritores se
refieren a otra de las características de la arquitectura moderna: su rechazo a la ornamen-
tación. Benjamín Jarnés, en respuesta a la pregunta de Mercadal “¿Qué valores literarios
ve en la nueva arquitectura?”, habla de “sobriedad, honestidad, humildad, virginidad”
(García Mercadal, “Nuevo arte” 1). Ángel Sánchez Rivero afirma: “Esa hostilidad suya
contra lo superfluo, contra el perifollo ornamentístico, nos complace del todo” (García
Mercadal, “Nuevo arte” 2). El mismo autor, expone una interesante teoría respecto a
las coincidencias entre la arquitectura y el espíritu de los tiempos, que va más allá de las
afinidades con la literatura:
Su predilección por la línea recta responde a la urgencia por encontrar la menor dis-
tancia entre todos los puntos que parece sentir el alma moderna: relatividad en ciencia,
acción directa fascista o comunista en política; taylorismo, estandartización (sic). El
aeroplano hace hoy insoportables las sinuosidades ferroviarias, esos lazos grotescos que
necesita anudar fatigosamente la locomotora para atravesar una miserable cordillera.
La curva confiesa siempre una claudicación, un compromiso con fuerzas irreductibles
a nuestras intenciones. Hay demasiada naturaleza, demasiada materia en la curva.
Sólo la recta es puro espíritu, actuación elemental; espada, pensamiento, firmeza ética.
La intransigencia rectilínea de la arquitectura moderna está en acorde perfecto con lo
actual, o, mejor dicho, con lo actuante. (García Mercadal, “Nuevo arte” 2)
- 155 -
El Rincón de Goya
Investido del aura de éxito y modernidad que le daba su excelente carrera universitaria y
sus estudios en Europa, la Junta del Centenario de Goya, en Zaragoza, le escoge para que
construya un monumento que conmemore el centenario de la muerte del pintor. Lo que
la Junta esperaba era seguramente una estatua sobre un pedestal; lo que Mercadal propone
y finalmente construye —tras exigir entera libertad— es un pequeño centro cultural que
albergue una biblioteca y una sala de exposiciones. La filosofía del arquitecto es clara:
El estilo del edificio habrá de ser como fue la obra y la personalidad de Goya: más
internacional que regional, más arraigado en el tiempo presente, y aún en el porvenir,
que en el pasado, con un sentimiento renovador más que conservador, más nuevo
que tradicional, y conforme con las tendencias de la arquitectura moderna, con un
acentuado valor plástico, conseguido más por sus masas y proporciones que por sus
detalles o decoración. (Apud Hernández Martínez 83)
68. Desconocemos si su moderación en las opiniones se vio alterada tras su presencia con García Mercadal,
un mes más tarde, en el congreso de La Sarraz.
- 156 -
Rincón de Goya, Zaragoza, abril 1928. Fernando García Mercadal. Imagen cedida por Carlos Buil.
69. A Luis Lacasa tampoco le gustó el edificio: “Algunos arquitectos españoles se apuntaron en la ‘vanguar-
dia’. Y cuando F.G. Mercadal constituyó en Zaragoza el Rincón de Goya en el más ‘puro estilo funcionalista’
(no sabemos por qué motivos), un baturro socarrón, al que preguntaron su opinión sobre el monumento
que se acababa de descubrir, replicó: ‘No sé; ya veremos cuando lo desembalen’”. (Escritos 87-88).
- 157 -
siempre, hemos, con algún retraso, copiado de nuestros vecinos. ‘Que inventen otros’,
había dicho Unamuno, frase feliz que se repite constantemente” (Ibíd.)70.
Rincón de Goya, Zaragoza, 1928. Fernando García Mercadal. Imagen cedida por Carlos
Buil.
Le Corbusier en España
Le Corbusier llega a España en mayo de 1928 para dar dos conferencias en la Resi-
dencia de Estudiantes facilitadas por su amistad con García Mercadal. Las pronuncia el
9 y el 11 de mayo: “Arquitectura, mobiliario, obras de arte” y “Una casa, un palacio”.
Unos días más tarde (15 y 16 de mayo), por invitación de Josep Lluís Sert recalará en
Barcelona y ofrecerá también dos conferencias en la sala Canuda. Su llegada a la capital
trasciende la dimensión arquitectónica o artística y se vive como la visita de un repre-
sentante del nuevo orden moderno. La nueva sociedad mecanizada y tecnificada y las
rupturas propiciadas por el arte deben preparar el camino para un hombre nuevo. La
modernidad artística y la material deberían propiciar la mental y la espiritual. El arqui-
70. El Rincón de Goya no ha subsistido ni en su forma ni en su función. Sus usos han ido cambiando y se
han sucedido las reformas y las amputaciones. Recientemente, había sido parte de un colegio.
- 158 -
tecto suizo, cuya disciplina se mueve a caballo entre esas dos modernidades, debería ser
capaz de iluminar ese camino y en ese espíritu es recibido por la intelectualidad más
inquieta, en Madrid primero y en Barcelona después.
La revista Arquitectura publica en marzo del 1928, como introducción a la visita del
arquitecto un texto en el que se dan a conocer cinco principios técnicos de su visión de
la nueva arquitectura:
- El uso de soportes (pilotis) para separar el edificio del terreno, evitar la humedad y
abrir el terreno para su uso como jardín.
- Las azoteas-jardines. El tejado plano facilita su uso como terraza o jardín, una solu-
ción que le parece óptima para la ciudad.
- La libre estructura de la planta. La desaparición de las paredes maestras permite ente-
ra libertad a la hora de diseñar la planta de los diferentes pisos, que podrá ser diferente
para cada uno de ellos.
- Ventanas apaisadas y corridas. Se trata de aprovechar las posibilidades que brinda el
hormigón armado para maximizar la entrada de luz en la vivienda.
- La estructura libre de la fachada. Dado que la fachada ya no soporta el edificio, se
puede jugar en ella con el uso de las ventanas, por ejemplo. (Le Corbusier, “Cinco
puntos” 78-80)
La Revista de Occidente, por su parte publica por esas mismas fechas otro artículo de
Le Corbusier: “Arquitectura de época maquinista” en el que presenta tanto sus princi-
pios técnicos como la filosofía subyacente a la nueva arquitectura. Recoge ideas presen-
tadas ya en sus artículos de L’Esprit Nouveau.
Se hace difícil descifrar la influencia real que la visita tuvo en Madrid, más allá de la
repercusión social y pública y de las notas aparecidas en prensa y revistas. Hasta el propio
García Mercadal se mostraba dubitativo en su crónica de la visita en La Gaceta Literaria:
“Le Corbusier se hizo oír en Madrid. No sabemos si Madrid le escuchó, ni tampoco si
el público, numeroso y selecto que se agrupaba en la sala de la Residencia habrá sacado
partido de la lección” (“Le Corbusier”). Resulta muy revelador que cuando Le Corbusier
escribe a su madre explicándole los éxitos de su serie de conferencias en Buenos Aires, en
el otoño de 1929, ella le responde atemperando su entusiasmo y le advierte de que puede
que los asistentes ni siquiera le entiendan cuando les habla en francés: “My dear boy,
we think of you all the time, we envision you telling a lot of things in French to these
Spanish-Argentines who perhaps will not understand much of what you say. Be simple
and do most of it on the blackboard” (Fox Weber 301).
Josep Lluís Sert, que cursaba entonces el último año de carrera en Barcelona y presidía
la Asociación de Estudiantes, envía un telegrama a la Residencia en Madrid para invitar
a Le Corbusier a Barcelona, aprovechando el viaje de regreso a Francia. Pronto recibe
una respuesta afirmativa y el 15 y el 16 de mayo dará allí sus conferencias. Sert y sus ami-
gos le esperan en la estación a las 10 de la noche: “Me recibieron cinco o seis muchachos,
todos de baja estatura pero llenos de fuego y energía. La conferencia se dio, improvisa-
- 159 -
da…” (Le Corbusier, Gaudí 9). En Barcelona, Le Corbusier tiene comentarios elogiosos
para Gaudí, lo que parece sorprender a Sert y sus acompañantes. Valora su fuerza, su fe
y su capacidad técnica. Su trascendencia está según él basada en su capacidad de con-
mover (Ibíd. 9-11). Este contacto inicial con Barcelona se solidificará posteriormente al
celebrar allí, en marzo de 1932, las reuniones preparatorias del “Comité International
pour la Résolution des Problèmes de l’Architecture Contemporaine” (CIRPAC) para el
“Congrès International d’Architecture Moderne” (CIAM) de Moscú y luego al trabajar
para la Generalitat en la redacción del Plan Macià, para viviendas provisionales en la
periferia de Barcelona, en 1934, plan que incluía el derribo del Barrio Chino.
Congreso en La Sarraz
- 160 -
[…] yo nunca quise atarme a nadie. Por otra parte, cuando se fundó el GATEPAC
nosotros ya llevábamos varios años de actividad profesional. Hay que tener en cuenta
que aunque no sea mucha la diferencia de edades entre nosotros y los del GATEPAC
era suficiente para que nuestras respectivas situaciones profesionales fueran muy dis-
tintas. (Amann, Flores y González 41)
Por edad e inclinación, García Mercadal será el punto de unión entre el 25 y el GA-
TEPAC, que se funda en 1930, aunque no habrá una relación de continuidad entre
ambos grupos. Para 1932, cuando el vigor propagandista de García Mercadal se enfríe,
- 161 -
Sert y la gente del GATCPAC, que contarán además con el apoyo institucional de la
Generalitat, se encargarán de hacer avanzar el ideario del racionalismo y difundirán sus
logros y sus aspiraciones mediante la emblemática publicación trimestral del GATE-
PAC: A.C. Documentos de Actividad Contemporánea71.
Abandono
Durante algún tiempo luché denodadamente para introducir en España las nuevas
ideas, hasta que llegó un momento en el que tuve que preocuparme de mi propia
obra para vivir. A partir del Rincón de Goya, mi arquitectura se hizo completamente
impopular. Me era muy difícil conseguir nuevas obras. El dilema que se presentaba era
GATEPAC o trabajo. (Amann, Flores y González 41)
- 162 -
el año 1933: el Este, el Centro y el Norte. Sin un líder claro ante el desinterés de García
Mercadal, el trabajo del grupo Centro es poco relevante, pues sus miembros se alejan
progresivamente de la ortodoxia racionalista. En palabras de Oscar M. Ares: “Para estos
arquitectos el racionalismo se reduce a un problema de estilo. La praxis utilizada tien-
de a ser racional en los vocablos utilizados, los adjetivos, incluso en los verbos, pero la
construcción de las frases, su sintaxis y construcción sigue siendo evidentemente clásica”
(Ares Álvarez 22). Rafael Bergamín consideró, como hemos visto, que había también
una cuestión de edad (Amann, Flores y González Amézqueta 41). Los del 25 estaban ya
establecidos y en ese momento de su carrera la seducción de lo experimental era menos
poderosa72. En el norte, Aizpurúa da aliento a la empresa. A partir de 1933 el Norte y
el Centro se desvinculan y Josep Lluís Sert, con la estrecha colaboración de Josep Torres
Clavé, se hace cargo del grupo Este (GATCPAC). Se da una progresiva radicalización y
politización que propiciará el acercamiento a la Generalitat catalana. Cuando Le Cor-
busier es invitado a trabajar en España es de la mano de la Generalitat, con el Plan
Macià. La escisión entre ambos grupos de arquitectos es para entonces definitiva, y los
del 25, mayores casi todos que los del GATEPAC, son ya abiertamente críticos con las
propuestas racionalistas más doctrinales y, también, con la figura de Le Corbusier. Esa
clara divergencia hace más meritoria la colaboración entre Josep Lluís Sert y Luis Lacasa
en el Pabellón de la República en la Exposición de París de 1937.
72. El arquitecto Casto Fernández-Shaw, autor de la icónica Gasolinera de Porto Pi, señala a los propios ar-
quitectos, condicionados por las exigencias del mercado, entre las fuerzas opuestas a la arquitectura raciona-
lista: “Los arquitectos que empezamos a tener clientes, por miedo a perderlos, si les proponemos ‘audacias’”
(García Mercadal, “Nuevo arte” 3).
- 163 -
Sus alumnos éramos sus amigos y con él visitábamos, una y otra vez, los históricos
alrededores de la capital: Toledo, Ávila, Segovia, El Escorial, etc., en pequeños grupos,
provistos de lápices y cuadernos de dibujo, donde anotar lo que nos gustaba, impre-
sionaba o atraía. […] Sus charlas, como camaradas, estimulaban nuestras aficiones,
tanto, que aún nos dura su influencia y la creencia que las regiones existen, y sus
arquitecturas deben ser estudiadas. (Arquitecturas regionales 10)
Durante mis prolongadas estancias en París, Viena y Berlín del 24 al 27, de estudiante
pobre con algún dinero, observé que la arquitectura que se hacía y enseñaba, a partir
del final de la primera guerra mundial, se parecía a estas construcciones populares por
sus cubiertas en terrazas, su ausencia de decoración, así como por el elemental funcio-
nalismo. (Sobre el Mediterráneo 36)
- 164 -
Por otra parte, algunas de las características de esta arquitectura mediterránea como
la simplicidad de formas, la ausencia de decoración, su cubismo, la intervención del
color, su cubierta en terraza… coinciden en absoluto con las de la arquitectura más
avanzada, más en boga hoy en todas las naciones de Europa, en Francia, Alemania,
Dinamarca, Checoslovaquia, Austria, etc… y sería curioso también investigar sobre la
posible influencia de estas construcciones mediterráneas sobre los iniciadores de esta
tendencia. (Casa mediterránea 16)
En 1930, Mercadal publicará La Casa Popular en España, el mismo año en que or-
ganizará en Zaragoza las reuniones que culminarán con la formación del GATEPAC.
Lo que atrae al joven arquitecto es la lógica que domina las decisiones espaciales de la
arquitectura popular, dominadas por la funcionalidad y el ajuste económico, valores
importantes también en la nueva ética constructiva. Aunque su sintonía con los arqui-
tectos de la generación del 25 no fuera completa en cuanto a sus construcciones, no cabe
duda de que el sedimento de lógica que aporta la cultura popular es un claro punto de
encuentro, con ellos y con la gente del 27.
Final
El interés que suscita García Mercadal tal vez resida en haber encarnado las tensiones
de la vanguardia española entre su apego a la tradición popular y el tirón de las nuevas
ideas artísticas que llegaban de Europa. Mercadal lo hace además con un profundo co-
nocimiento personal de la realidad europea, con la energía del propagandista, y con una
pasmosa ubicuidad. Como ha escrito Fullaondo: “No se perdía una. O se perdía muy
pocas” (García Mercadal 15).
Tras sus principios fulgurantes en la escena moderna madrileña, sorprende que no fuera
una referencia de modernidad arquitectónica más apreciable. La dificultad para conven-
cer a los clientes potenciales de la nueva arquitectura fue más insalvable que la que tuvo
para seducir teóricamente a jóvenes ansiosos de cambio. La Guerra Civil y los cuestiona-
mientos al movimiento moderno europeo —que se traslada a Estados Unidos (incluido
Sert)— acabaron una carrera constructiva que se inició de manera arrolladora y rebosante
de posibilidades. Además de las dificultades inherentes a toda innovación radical, el caso
de García Mercadal puede explicarse por dos razones. En primer lugar, como ha señalado
también Fullaondo, por abarcar demasiado, por proponerse: “la aventura imposible, des-
proporcionada, de intentar ser, a nivel español y simultáneamente, un Marinetti, un Does-
burg, Le Corbusier, Gropius, Terragni... Demasiadas cuerdas para cualquier violín ibérico”
(García Mercadal 7). La segunda razón, acaso de más peso, justifica que su modernidad no
perviviera en la rigidez de sus planteamientos, que a diferencia de sus compañeros de pro-
moción prefiere la importación en bloque de la modernidad centroeuropea a la adaptación
y la adopción selectiva de técnicas y planteamientos.
- 165 -
Esa aceptación acrítica y casi absoluta de los principios del racionalismo europeo
resulta en un compromiso superficial con el nuevo orden, ya que no llega a él tras re-
flexión, experimentación y trabajo, sino meramente como resultado de una observación
de resultados ajenos basada en el contacto con los nuevos modos de construir. Como él
mismo criticó en su juventud a los admiradores del clasicismo superficial, García Mer-
cadal “se queda en la cáscara” de la arquitectura racionalista. Se ha cuestionado incluso
su uso de las axonometrías, por considerarlas más influencia literaria, por el énfasis en
la imagen, que por el análisis arquitectónico (De San Antonio Gómez, “La influencia”
170). El hecho de que abandone el apostolado del movimiento moderno se presenta
como prueba adicional de que su interés se basaba más en el embrujo de “lo nuevo”
que en principios profundamente asimilados. En consecuencia, aunque su influencia es
manifiesta en los círculos culturales de Madrid, pocos de los arquitectos de su generación
se convencen con su discurso. Los que le seguirán serán los más jóvenes, aquellos que
según indica Sambricio o están todavía estudiando o se han graduado en 1927 (García
Mercadal 32).
Al principio de su carrera, para muchos de sus colegas su arquitectura era demasia-
do avanzada; más adelante, cuando sus bríos propagandistas se apagan, la arquitectura
de aquellos que abrazaron sus ideas iniciales, se le antoja demasiado avanzada a él. El
entusiasmo del grupo catalán y su compromiso ético y político con los principios del
racionalismo desenmascaran acaso la naturaleza estética de la fascinación inicial de Gar-
cía Mercadal.
No parece injusto considerar a García Mercadal aquejado de la vehemencia del pro-
pagandista, que puede que le impida a veces apreciar matices de lo que se desarrolla a su
alrededor. Su interés en el período 1927-1932 es casi monotemático y se basa únicamen-
te en el nuevo estilo y en su acepción Le Corbusier. Sin embargo, es preciso reconocer
en su trabajo y en su misión de divulgación un valor profundo de renovación. Su interés
por vincular al debate sobre arquitectura a escritores e intelectuales es muy meritorio
y está en sintonía con la situación que la arquitectura disfruta en la sociedad de finales
del XX y principios del XXI, es decir, un elemento de debate social sobre el destino de
comunidades en el que se barajan criterios económicos, estéticos y políticos.
Nos hemos referido antes (capítulo uno) a la confianza con que Mercadal compendió
una síntesis que será fundamental para el vanguardismo peninsular en general: la natu-
ralidad con que su concepción de la modernidad se alimenta con entusiasmo similar de
lo nuevo que se origina en el norte de Europa, de la tradición clásica y de la arquitectura
popular. Esta percepción del valor intrínseco de la construcción abrirá los ojos de sus
contemporáneos a una apreciación de la arquitectura y el arte que pondera lo esencial
por encima de lo accesorio. Este planteamiento ecléctico hará posible un acercamiento
muy sofisticado a las novedades que propone el racionalismo y, en última instancia, se
volverá en su contra cuando éste pierda el hechizo de la novedad y el vigor de lo original.
- 166 -
VIII
La Gran Vía, “un camino hacia lo moderno”73
73. Una versión preliminar y reducida de este capítulo apareció en: Jorge and Teresa Valdivieso, eds. Madrid
en la literatura y las artes. Phoenix, Arizona, Orbis Press: 2006, 257-267.
- 167 -
utopías constructivas que han movilizado a Madrid han sido siempre del segundo tipo,
dado que las primeras se asientan en la fuerza mítica del paraíso perdido. La arbitraria
irrupción de Madrid en la historia, a golpe de decreto de Felipe II (1561), obliga a la
ciudad a mirar al futuro. La “arcadia” habrá que construirla y no será rural, sino urbana.
Como leeremos más adelante, los finales del XIX son momentos de mucha actividad
en cuanto a proyectos para mejorar Madrid. El más exitoso, la Gran Vía; el más intere-
sante, la Ciudad Lineal de Arturo Soria (con su inolvidable promesa: “Para cada familia,
una casa; en cada casa, una huerta y un jardín”); y el más ambicioso, el de Felipe Mora:
hacer navegable el Manzanares y conectarlo con el Jarama y el Tajo para poder llegar
al Atlántico en Lisboa. Detrás de los tres proyectos palpita un estímulo reconocible y
compartido. Así, en su propuesta, Felipe Mora argumentó que la finalidad última de su
monumental proyecto era el “engrandecimiento moral y material de Madrid y de Espa-
ña” (Humanes, Madrid no construido).
Si, como escribió Rem Koolhas (6), Manhattan es la piedra de Rosetta del siglo
XX, la Gran Vía y en particular el edificio Capitol nos ha de servir de modo similar en
este apartado para discernir la etiología y el destino de cierta modernidad madrileña.
La Gran Vía es un gigantesco enclave cultural en el que a finales del XIX y principios
del XX confluyen las aspiraciones y las frustraciones de toda una ciudad. Entre la Glo-
riosa y la Guerra Civil, Madrid acoge tensiones similares a las que se vivían en otras
ciudades españolas y europeas. Lo que está en juego no es la anchura o la longitud de
una calle, sino una visión de la ciudad y un modo de entender la modernidad material
como propiciadora de la mental. La Gran Vía nace no por ser moderna la ciudad, sino
para que lo sea. Madrid se propone pasar de corte aristocrática a capital cosmopolita
y eso requiere ajustes. El proyecto colectivo supone transformar una ciudad del An-
tiguo Régimen —gobernada por la aristocracia y poblada de clases populares que se
hacinan en el centro y viven de tareas tradicionales— en una gran urbe que recibe
capital y trabajadores y que aspira a convertirse en centro de industria y, sobre todo,
de servicios. La Gran Vía es el emblema de la modernidad que se abre paso, la sede
simbólica del nuevo Madrid que en el primer tercio del siglo XX quiere ser europeo.
En la conceptualización de Barthes (94), podríamos considerarla un punto focal, es
decir, un lugar que se define menos por su actividad que por acoger la imagen que la
comunidad desarrolla de su propio progreso.
Esa poderosa e intangible dimensión mental que la nueva calle genera o convoca
explica que nos interesemos para empezar por lo que Walter Benjamin denominó los
aspectos rítmicos o subconscientes de la ciudad cuando visitó Moscú (ver su carta a Ho-
fmannsthal de 1927, citada en Gilloch 40). Los cambios que detecta en la capital sovié-
tica son mucho más cercanos en el tiempo a los que se producen en Madrid que los que
dilucida en sus sagaces estudios sobre París, los cuales se han convertido en un patrón
para el análisis de la modernidad urbana capitalista. En Moscú reconoce enfrentados los
tempos propios de lo que él denomina el carácter asiático y el moderno, el del maquinis-
- 168 -
- 169 -
del progreso, y hay tantas voces que se muestran partidarias de las reformas urbanísticas,
como las hay que ven en ellas el abandono de las formas tradicionales que conferían
identidad. Antonio Velasco Zazo, el cronista de Madrid, escribe alarmado en 1930, a
propósito del “nuevo Madrid” que se apresura en la Gran Vía: “Los excesos y el trajín
constante, provocan un suicidio lento. Arraiga la estridencia del ‘jazz-band’ y la inmo-
ralidad del ‘cabaret’” (Velasco Zazo 106). Quienes como él defienden los valores atem-
porales del Madrid castizo no pueden concebir que los cambios que alteran la ciudad
en lo material no hayan de tener efectos morales nocivos. La gran avenida se interpreta
por algunos sectores conservadores como un caballo de Troya que esconde en su interior
consumismo, masificación y una aceleración del ritmo que ha de primar la acción sobre
la reflexión:
- 170 -
pintor y su atracción por lo sórdido y lo menos bello extraen cierto placer estético del
trabajo inexorable de la piqueta:
En esta parte es donde se construyen las casas más altas y de estilo americano. ¿Por
qué? A mi juicio, esas fachadas encajarían mejor en el extrarradio, en los bulevares y
avenidas, en las grandes plazas; pero no en el centro de la urbe, donde no cabe la pers-
pectiva y donde el sistema de ventanas dificulta más y más el aire y el sol tan necesarios
a las viviendas.
Por eso la Gran Vía tiene un carácter extraño, que se ha dado en llamar moderno o
europeo. Por eso estas nuevas calles nos producen una rara sensación, como si nos
encontráramos de pronto fuera de Madrid.
En la Gran Vía, la construcción debió sujetarse a un solo estilo español, en relación
con nuestro clima y con nuestro temperamento. De tal modo, celebraríamos doble-
mente tanta belleza. (Velasco Zazo 51)
No es infrecuente que quienes escriben sobre la nueva avenida con ánimo de loarla,
muestren un gran interés por vincularla al pasado tradicional de Madrid, como si ese
fuera el único modo de asegurarse de que se la apreciará. En un artículo que titula “Ilu-
sionismos en la Gran Vía”, el autor —tras referirse a la calle con una dudosa metáfora
orgánica (“tiroides de Madrid”)— señala con convicción: “¿Quién dijo que el viejo cas-
ticismo de Madrid había muerto? Aún, por dicha, se huele ‘a verbena’ en el despilfarro
de ‘neones’. A verbena nueva. A verbena superada y exquisita, desde luego” (Eléybox 55).
Ese afán por entroncar lo nuevo y lo viejo, lo tradicional con lo moderno, era la línea
ecléctica de la revista en que se publica el artículo: Cortijos y Rascacielos. Pocos nombres
más reveladores del interés de los fundadores de la publicación, los hermanos Casto y
Guillermo Fernández-Shaw.
- 171 -
Lo cierto es que a medida que avanzó el siglo, la nostalgia por los elementos del “estilo
español” fue aminorando, hasta llegar en los años cincuenta y sesenta hasta el punto de
que en algunas fachadas de la Gran Vía se llevó a cabo la supresión de elementos de-
corativos y arcaizantes. Se consideró que el adorno excesivo no estaba en sintonía con
los nuevos tiempos y la ornamentación exterior —y en algunos casos la interior— fue
retirada de muchos edificios. Entre los espacios que sufrieron depuraciones están el de
los Almacenes Madrid-París, la librería Espasa-Calpe, el de la joyería Grassy o el Hotel
Roma (Hidalgo Monteagudo, Ramos Guarido y Revilla González 74).
Con el paso de los años se calibraron mejor las limitaciones de la calle, y al tiempo
que se moderaron las expectativas sobre lo que la avenida podía conseguir, se empezó a
valorar el atractivo intangible que podía aportar a la ciudad: “No son sus dimensiones
ni su trazado, puesto que la Gran Vía madrileña es corta, en cuesta y zig-zag, ni sus
edificios son los mejores de la capital; y, sin embargo, algo hay en ella que nos atrae,
que la convierte en paseo y en oficina, en lugar de citas, en sitio donde la vista se distrae
continuamente en el mirar y remirar de las cosas y las personas” (“El embrujo de la Gran
Vía madrileña” desplegable interior).
Aunque la Puerta del Sol fue durante toda la Restauración el centro neurálgico de
Madrid, en los primeros años del siglo empiezan a aparecer en otras zonas edificios y
proyectos urbanísticos que configurarán la fisonomía de la ciudad moderna. La Gran
Vía es un lugar clave en la articulación arquitectónica, urbanística y simbólica del Ma-
drid moderno y se convertirá en un referente intelectual ineludible en el debate entre
modernidad y tradición en la capital.
Cuando en 1944, Ernesto Giménez Caballero —vanguardista primero y pintoresco
ideólogo fascista después— escribe sobre los “siete estilos de Madrid” en su ensayo “La
arquitectura y Madrid”, el séptimo de ellos es “el Madrid ‘progresista’ de antes de la
Guerra, en torno a la Gran Vía neoyorquina” (“La arquitectura” 167). Si sustituimos
“progresista” por “vanguardista” habremos localizado la ubicación madrileña privilegiada
por la narrativa de la vanguardia. El adjetivo “neoyorquina” revela la vocación cosmopo-
lita de ese espacio que se concibe para dotar a Madrid de una avenida capaz de satisfacer
las necesidades y las aspiraciones de una metrópolis moderna. Al mismo tiempo, delata
cierta sensación de inferioridad por tamaño y grado de modernización respecto a las
grandes metrópolis occidentales.
Los edificios que se construyen en los dos primeros tramos de la Gran Vía responden a
un enfoque historicista, que llevará por ejemplo al uso del barroco en la fachada del edificio
de la Compañía Telefónica (1925-1929). Por los mismos años Manuel Muñoz Monaste-
rio emplea el mudéjar como referencia en la Nueva Plaza de Toros de Madrid (las Ventas,
- 172 -
1919-1930). Está en juego la noción de cómo debe regenerarse España y en el debate que
se establecerá, los arquitectos se alinearán en un espectro que irá desde el tradicionalismo
hasta el racionalismo centroeuropeo (De San Antonio Gómez y Sambricio, 20 años 255-
61). El concepto que Giménez Caballero tiene de la españolidad le lleva a preferir la zona
de los Austrias y, cuando escribe en la posguerra, la Gran Vía y la modernidad de la que fue
emblema le repugnan, como avanzamos en el capítulo que le dedicamos (seis).
Cabe destacar que desde un espectro político totalmente opuesto y ya en el año 1926,
Corpus Barga planteó la tensión entre modernidad y tradición en arquitectura en térmi-
nos que él denomina “la batalla del cemento y el ladrillo”. El frente se sitúa en la misma
calle que preocupó a Gecé:
La línea es la Gran Vía. Los cementos invasores han llegado al centro. Los ladrillos se
defienden, paso a paso, mordiéndoles los pies a los grandes edificios de cemento. Las
casas, tan madrileñas, de ladrillo son el pueblo menudo. El Dos de Mayo se repite. En
cada barrio hay casas héroes. Algunos fantasmones de cemento parece que van a caer
rodeados por el pueblo. No caerán. La lucha será larga; la batalla está decidida. En los
Cuatro Caminos de las invasiones se hallan los Titanes en reserva. Bajo el ruido de las
bocinas triunfales perecerá el tributo de Madrid a la arquitectura: el gracioso ladrillo
madrileño y el paso doble. (Corpus Barga, Paseos 61)
Giménez Caballero reclama como esencia de Madrid aquello que le recuerda su pa-
sado imperial: “Quizá en el edificio de los ‘Nuevos Ministerios’, al final de la Castella-
na, apunte una genuina y filial ansia escurialense, una vuelta a los orígenes mismos de
Madrid, orígenes fundacionales, burocráticos. Médula de la nación. Puesto de mando
central” (“La arquitectura” 177-8). Ramón Gómez de la Serna, por el contrario, rechaza
por completo el análisis rancio y nostálgico de Gecé: “No puede tener Madrid el tono
tétrico que se le ha querido dar. Está a cien mil leguas de El Escorial. La Inquisición aquí
fue cosa más política que religiosa, y la displicencia mundana de este pueblo se delata
en que pasea alrededor del Ángel caído con sonrisas luciferianas” (Elucidario XXII). El
contraste entre las opiniones de ambos y la ideología que las alimenta ilustran las san-
grantes divisiones que atenazaron de modo más o menos intenso la historia del siglo XX
en España y que van más allá del mero desacuerdo urbanístico.
Una circunstancia que ha dado enorme juego para las discusiones a favor y en contra
es el que la Gran Vía se situará, tras destruirla parcialmente, en la zona tradicional y
castiza de Madrid. Esa condición genera una tensión que Giménez Caballero sitúa entre
lo genuinamente español y la amenaza del internacionalismo:
Todavía en el primer trozo de esa Avenida queda, como una antigua fragancia de
solera, una degustación sabrosa que le viene de la calle de Alcalá, de la Cibeles, de la
parroquia de San José y de las afluencias laterales que llegan de la Puerta del Sol, Mon-
tera, Infantas, Fuencarral… Pero después todo se transforma en película, en exotismo,
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Edificio de los Nuevos Ministerios en construcción. Madrid. Secundino Zuazo, 1932-1936. Ar-
chivo Moreno (35112-B). Instituto del Patrimonio Cultural de España. Ministerio de Cultura.
en judería internacional, en Vía que huye cuesta abajo hacia una estación, hacia el
infinito, cargada de maletas, de hoteles, de cines, de transeúntes con caras extranjeras,
de rumores cosmopolitas y olor a gasolina, con luces cegadoras y turbias del neón por
la noche. (“La arquitectura” 176-7)
La tarde estaba espléndida. El auto atravesó la Castellana, la calle de Alcalá, la Gran Vía,
a esa hora de las cuatro en que la ciudad pone otra vez en juego su musculatura de titán.
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Después dejó la avenida de Pi y Margall y atravesó calles estrechas como tubos. Otra
ciudad gibosa y paralítica se agarraba a la urbe moderna, como una vieja raíz difícil de
extirpar. (82)
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Una imagen del edificio de la Telefónica en construcción abre Señorita 0-3, novela
publicada en 1932, pero ambientada en 1927. La construcción del edificio y la llegada
del teléfono automático señalan la entrada irreversible de la ciudad en la modernidad:
Madrid olía a brea cocida. Unos farolillos rojos que se encendían al oscurecer, prohi-
bían el tráfico por algunas calles. Día y noche tronaban los perforadores automáticos.
Rompían el asfalto de las modernas avenidas y removían los firmes empedrados de los
barrios castizos. Se habían acabado el silencio y la paz en las madrileñas calles galdo-
sianas. (Cabezas 11)
Pedro, ya vestido, se asomó al balcón. Se abría éste sobre una perspectiva de tejados.
La pensión era el primer piso, para quien llegase a pedir hospedaje en paracaídas. De
pronto, sintió Pedro que su corazón latía con violencia inusitada y que la sangre le
golpeaba en las sienes. Acababa de descubrir sobre el horizonte de chimeneas la mitad
superior de la Telefónica. (Cabezas 54)
Los edificios, que son muchas veces genéricos en las obras que citamos (“el edificio
de correos”, “el banco”, “el cinematógrafo”, “el cabaret”), ganan en otras ocasiones una
presencia propia y, como en los casos del edificio de la Telefónica y el del banco Hispano
Americano, se convierten en iconos del Madrid moderno: “La luna, sentada en los tejados
del Hispano, se arrojó a los pies de Obdulia mientras subían al ‘taxi’” (Díaz Fernández 53).
La idea de “la ciudad moderna” se superpone a veces en la narrativa de la vanguardia al
Madrid real. La ciudad interesa como idea y mito del progreso más que como realidad físi-
ca. Después de todo, hasta en la calle más moderna de Madrid acecha el tirón de la España
más antigua y surreal, esa que fascinaba a Gutiérrez Solana. En enero de 1928, por ejem-
plo, un toro escapa del matadero municipal y llega a la Gran Vía a mitad de la mañana:
Un torero, Fortuna, que no lejos vivía y que por allí pasó, se quitó el gabán y con él
entretuvo al astado mientras le traían de su casa en la cercana calle de Valverde, un
estoque. Cuando tuvo el arma, dio unos pases con su abrigo, citó y arrancó con gran
habilidad y clavó una estocada corta que, con un descabello, dio con el animal en
tierra. (Del Corral, “La Gran Vía” 1320)
La Gran Vía se construye sobre la ruina y la destrucción del mundo previo y desde
el principio, el modo nostálgico dominará su apreciación. En un principio, la melan-
colía por el tiempo y el espacio perdidos se asienta en el pecado original de la calle: ha-
ber surgido de la destrucción de otras. Por eso, incluso en los años de esplendor previo
a la Guerra, una nostalgia que se proyecta hacia el pasado castizo acompaña a la valo-
ración de la avenida. La Gran Vía en guerra pierde la neutralidad y el glamour. Habrá
quien echará de menos una Gran Vía poblada de tiendas de lujo y no de milicianos y
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la obra de ficción antecede en 24 años al principio de las obras (abril de 1910). Se trata de
una revista en un acto y cinco cuadros, con letra de Felipe Pérez y González (un periodista
sevillano que llevaba dos años en Madrid) y música de Chueca y Valverde. El protagonista
colectivo de esta exitosa revista son las calles del viejo Madrid, amenazadas algunas de ellas
por las reformas del proyecto de la Gran Vía y seguramente escogidas para aparecer en
escena por el juego que podían dar sus nombres pintorescos. Las reúne el proyecto que
anda en boca de todos: “Porque es el caso que, según dicen,/ doña Municipalidad/ va a dar
a luz una Gran Vía” (Pérez y González, Chueca y Valverde 71). Las calles tradicionales se
muestran recelosas de que sea necesaria una nueva y más grande que las sustituya. Intuyen
que la actuación de la Municipalidad no está pensada para favorecer a las clases populares
que viven en el centro: “En Madrid, ya se ve,/ los pequeños son los más;/ claro está que no
sé/ a esa vía quién irá…” (Ibíd. 72). Corregir el abandono en que se encuentran las calles
ya construidas les parece a los reunidos sobre el escenario una estrategia más correcta: “Más
valía que en vez de dar a luz nuevas calles, se cuidara un poco de las que ya tiene dás a luz…
vamos a decir, dás a la oscuridad, porque hay algunas en que de noche no se ven mayor-
mente los dedos de la mano” (Ibíd. 73-4). El sentir que la obra pretende canalizar es el de
las clases populares que pueblan el bullicioso centro y que soportan tanto su masificación
como sus condiciones insalubres. La ciudad espera poco de sus políticos, preocupados por
su medro personal y por acumular poder: “Para que pueda un gobierno/ vivir tranquilo
y en paz/ sólo hay un medio eficaz,/ probado, inmutable, eterno:/ tapar con resolución/
toda boca que amenaza…/ ¡la del débil con mordaza!/ ¡la del fuerte con turrón!” (Ibíd. 83-
4). El “turrón”, en el habla coloquial e irónica que domina en el género chico, refiere a las
prebendas y beneficios que se obtienen del estado. La obra tiene abundantes insinuaciones
políticas, generalmente de carácter liberal, como suele ser uso en el género chico.
Madrid y algunos de sus habitantes más pintorescos y representativos son los indis-
cutibles protagonistas de la obra. No hay una línea argumental ya que, como es común
en la revista, la estructura consiste en una acumulación de escenas yuxtapuestas que
permite tratar temas diversos e insertar canciones. En la obra que nos ocupa, las piezas
musicales que se hicieron más famosas fueron la habanera “Pobre chica”, que inmortali-
zó a “la Menegilda”, prototipo de la criada pícara de la época, y la jota de “Los tres ratas“,
que representa a unos ladronzuelos. Al hechizo de esa jota sucumbió incluso Friedrich
Nietzsche, cuando acudió a la representación, según leemos en una carta que le envía a
Peter Gast desde Turín, el domingo 16 de diciembre de 1888:
He oído dos veces La Gran Vía, una calle principal de Madrid. […] Un terceto de
tres solemnes gigantescos canallas es lo más fuerte que he oído y visto, incluso como
música, genial, imposible de clasificar. […] El argumento mismo sólo puede conce-
birlo un granuja redomado, mil cosas que causan el efecto de juegos de manos, tan
repentinamente aparece la canaille. Cuatro o cinco minutos de música que hay que
oír. (Apud Doménech Rico 34)
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La criada que ha de recurrir a la “sisa”, los ladrones de poca monta y las sospechas de
venalidad hacia los empleados por las instituciones retratan un paisaje urbano marcado por
la desconfianza y donde la vida de los más pobres está llena de dificultades. Pocos esperan
que la calle proyectada haya de suponer un beneficio general. Se teme que, como suele
suceder, las grandes obras no se hagan con el beneficio de las capas humildes en mente.
¡A ver si va a poder ser!, “revista fantástica de actualidad inspirada en los primeros
derribos de la Gran Vía madrileña”, se estrenó el 9 de mayo de 191074. El texto es de
Ernesto Polo, Javier de Burgos y Luis Linares Becerra; la música de Candela y Goncer-
lián75. El protagonismo ya no es para las calles, sino directamente para los ciudadanos
afectados por expropiaciones y derribos. Al poco de iniciada la acción, una enfurecida
peluquera, representante del Madrid del artesanado y del pequeño comercio, exclama a
la audiencia, convertida en partícipe de la acción por un astuto truco teatral: “¡Y vamos
a ver! ¿Qué nesecidá tenía Madrid de calles anchas? Que pregunten a tóos los señores
aquí presentes, ¿y á que tóos están conformes en que son preferibles las estrechas? ¡Pus
entonces!” (Polo et al. 12). Nada parece convencer a la peluquera, que pronto pasa direc-
tamente a arengar al público asistente: “¡Madrileños damnificaos: vivan las calles oscuras
y poco perfumás y mal alumbrás y peor empedrás! ¡Viva la estrechez y la lobreguez y la
hediondez!” (Ibíd. 14). Sólo la elocuente aparición en escena de un “gachó” puede poner
freno a la diatriba de la peluquera. El joven presenta con irreprimible entusiasmo una
visión utópica y populista de lo que la nueva avenida va a traer:
74. A poco más de un mes desde el inicio de los derribos (el 4 de abril de 1910).
75. Seudónimo de Arturo García González.
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76. En su trayecto, contará desde el principio con una estación en la Red de San Luis, en la Gran Vía. La ci-
fra de usuarios del metro creció de manera rápida a medida que se fueron ampliando las líneas, que en 1936
llegaban a los 20 Km. De 14 millones en 1920 a casi 71 en 1928 (Ayuntamiento 162). La abundancia de
transporte público y la mejora en las comunicaciones internas favorece al comercio y a los cines de la Gran
Vía, que pasaron a estar al alcance —físico, al menos— de todos los madrileños. El parque de automóviles
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el Conde de Peñalver. Tranvías y metro serán cruciales para permitir el acceso al centro
a los trabajadores que habían llegado en grandes números y que se concentraban en la
periferia. La inmigración que llega a Madrid no se ubica en su totalidad en el centro, que
está ya saturado, ni en los ensanches, que tenían alquileres demasiado altos para trabaja-
dores sin recursos. Lo que se hacía más grande era un extrarradio caótico y urbanizado
a salto de mata. Entre 1910 y 1920 la población había crecido un 25% y el número de
viviendas sólo un 9% (García Valcárcel y Ecija 79).
En el último cuadro, ya ha pasado el cometa, con efectos terroríficos para Madrid. La
Gran Vía aparece “toda derrumbada y deshecha”. Sin duda los espectadores captaban la
ironía en la aceleración del tiempo escénico. Si en el Madrid real se habían necesitado vein-
ticuatro años para pasar del proyecto a los primeros derribos, en el espacio fantástico de la
revista, un acto —dividido en un prólogo y cinco cuadros— había bastado para expropiar,
construir, recibir el impacto de un cometa destructor y, como sucede en este último cuadro,
llamar a la reconstrucción en un final populista que implícitamente nos habla de quién era
el público de estas representaciones. Ante la lamentable devastación causada por la catástro-
fe natural entra en escena nada menos que “la Constancia”, que exclama enardecida:
Tras su intervención, mágicamente “el escenario se llena de luz y la Gran Vía reapa-
rece de nuevo majestuosa y triunfal y con mayor perspectiva y magnificencia que la del
cuadro segundo” (Ibíd. 55). Cierra la escena, y la revista, un orgulloso obrero:
¡A ver si va a poder ser! viaja en menos de una hora de la reticencia del Madrid castizo,
al entusiasmo del Madrid proletario con el proyecto de la Gran Vía. Las clases medias
y altas y los intelectuales eran por lo general partidarios de las reformas urbanísticas y
también sus principales beneficiarios. El triunfo del Madrid moderno no dependerá de
suavizar el trauma del cambio para las clases artesanales ligadas al Madrid tradicional y
particulares y de alquiler (taxis), aunque escaso y al alcance de unos pocos, se cuatriplica en poco tiempo:
pasa de 5.383 en 1921 a 20.129 en 1929 (Ibíd. 158).
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El teatro representa una plaza de la que parte una vía inmensa, anchurosa y por to-
dos conceptos magnífica, formada por edificios suntuosos. A uno y otro lado habrá
en toda su extensión kioskos anunciadores, iluminados por dentro. En sus cristales
figurarán los títulos de los principales periódicos de Madrid, sin distinción de colores
políticos. En el centro de la plaza se eleva un monumento al que sirve de remate la
estatua de la Libertad, que tiene en la mano derecha la bandera española. En los cuatro
ángulos del pedestal hay otras tantas figuras que representan la Ciencia, la Justicia, el
Trabajo y la Virtud. Todos los edificios estarán colgados e iluminados como en día
grande de fiesta. (Doménech Rico 116)
Escribió Man Ray que la realidad está fabricada de deseos. Los de las clases popula-
res del Madrid que vio nacer a la Gran Vía atribuyen a la nueva avenida la capacidad
de instituir el buen gobierno y la justicia social, y de traer la prosperidad. Un pueblo
que deja semejantes nociones en manos de banqueros, especuladores y arquitectos está
77. Es muy frecuente en la revista que personajes famosos de otras zarzuelas intervengan. Tanto “La fiesta
de la Gran Vía”, como “Efectos de la Gran Vía”, vampirizan el éxito de la original. Esta segunda zarzuela,
por ejemplo, se abre con la presencia de la Menegilda. En el caso de ¡A ver si va a poder ser!, nos vamos a
encontrar con la Reina y el Caballero de Gracia, que representan las mismas calles que aparecían en La Gran
Vía. Han pasado los años y la avenida es una realidad: la Reina es manca del brazo derecho y el Caballero
de Gracia ha perdido la mano izquierda. Los tres ratas que fascinaron a Nietzsche se han convertido en tres
frailes, que aparecen en escena, según indica el libreto, con “frases de música religiosa combinadas con algo
que recuerda el terceto de los ratas de La Gran Vía” (Polo et al., 35).
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78. El plan configuró el barrio de Salamanca y el de Chamberí, entre otros, y extendió la ciudad hacia el
norte, el sur y el este.
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en que las condiciones de la localidad nos obligan a hacer una vida premiosa y artificial,
precisados a vivir en el centro, por falta de elementos, de medios adecuados y de vida
moderna en los alrededores” (Grases y Riera 16). Ese centro, que él llama “mohoso”, pre-
senta además serios problemas de habitabilidad que configuran una “existencia pobre,
triste, estrecha y antihigiénica” (Ibíd.). La solución que él propone de modo visionario es
la prolongación de La Castellana para que se convierta en el eje articulador norte-sur de
la capital y para permitir la expansión de la ciudad y la descongestión del casco antiguo.
El proyecto definitivo no llegará hasta 1930, cuando Jansen y Zuazo ven seleccionada
su propuesta para la “Ordenación del Extrarradio en Madrid”, plan que, sin embargo,
no se llevará a cabo.
Otra idea para la mejora de las condiciones de vida en la ciudad tiene su origen en el
siglo XIX y trata también de superar la extrema dependencia y congestión del centro.
El ingeniero Arturo Soria y Mata presenta en 1882 su proyecto de Ciudad Lineal, que
debería tener no más de 600 metros de anchura y cuya longitud podría prolongarse
indefinidamente. La calle central tiene 40 metros de anchura y a ambos lados construc-
ciones que permiten cumplir el objetivo del proyecto, que es dotar a cada familia de una
casa con huerto y jardín (Calligaris 201). Entre 1894 y 1896 se llegan a construir cinco
kilómetros entre la actual calle de Alcalá y Chamartín, pero en el siglo XX el proyecto
languidece y fracasa. Los promotores de la idea siguen defendiendo sus ventajas en las
primeras décadas del XX, seguros de que la Gran Vía no ofrece una solución a los pro-
blemas de la ciudad:
La propuesta de Arturo Soria para “un Madrid más populoso, más sano, más her-
moso, más trabajador, más rico...” (Ibíd. 11) se estrella con la realidad y es abandonada.
No fue la única. Tal vez la más ambiciosa de las no realizadas es la de hacer que Madrid
tuviera puerto y playas, mediante la canalización del Manzanares, el Jarama y el Tajo
hasta Lisboa. Felipe Mora presentó el proyecto en 1900, que contemplaba la llegada a
Madrid de barcos de 300 toneladas (Humanes, Madrid no construido). Ni en Sevilla ni
en Bilbao vieron con buenos ojos el proyecto, preocupados por la inesperada competen-
cia, pero, en todo caso, fueron las grandes dificultades económicas las que hicieron su
materialización inviable.
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La causa de esto no consiste sólo en la centralidad del mencionado sitio, sino tanto
y mucho más en la defectuosísima estructura general de Madrid, que hace que para
atravesar de uno a otro hemisferio de la población casi no haya más recurso que con-
fluir a aquel centro y aún si se quiere al centro mismo de ese centro. (Malo 2)
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grandes bancos que recogen sus capitales americanos tras el desastre (Hispano America-
no, Río de la Plata (Central) y Urquijo (Hidalgo Monteagudo, Ramos Guarido y Revilla
González 20). Por otro lado, la Primera Guerra Mundial atraerá capitales que buscan
refugio de las agitaciones europeas. Todos esos factores van a hacer viable que en esos
años se empiecen a llevar a cabo obras públicas de alguna envergadura.
El 4 de abril de 1910 se inauguran las obras de la Gran Vía, cuyo tercer tramo estaba
aún en construcción en 1929. La crónica de la inauguración por Alfonso XIII la titula con
malicia La España nueva: “Don Alfonso, hinca el pico”80 (Martínez Medina 7). Era una pi-
queta de oro con la que golpeó el primer edificio que debía ser derruido: la Casa del Cura,
junto a la calle de Alcalá. Se esperaba concluir el proyecto en 8 años y en 4 etapas (Ruiz
Palomeque 23). Las expropiaciones y los derribos cubren 142.000 metros cuadrados de
construcciones (315 casas y 43 solares) y se llevan a cabo con capital del banquero francés
Albert Silver (Juliá, Ringrose y Segura 456). La reforma afecta a 48 calles: 14 desaparecerán
y 34 se verán reformadas (Hidalgo Monteagudo, Ramos Guarido y Revilla González 40).
A pesar del optimismo de los planes, el proyecto no acabará hasta que finalice la urbaniza-
ción de la plaza de España en 1954, con la construcción del último edificio.
Con la nueva obra se pretende facilitar las comunicaciones entre los dos ensanches,
Argüelles y Salamanca, y también mejorar las condiciones de higiene en la zona centro.
Sin embargo, como ha señalado Ruiz Palomeque, ni las condiciones en esa zona eran
las peores de Madrid en aquel tiempo, ni el proyecto soluciona la salubridad: la Gran
Vía se convertirá en una pantalla tras la que a ambos lados se seguirán dando las mismas
condiciones que antes (Ruiz Palomeque 17). La modernidad de la Gran Vía está rodea-
da de callejuelas pequeñas y casas viejas mucho más bajas que las que forman el perfil
majestuoso de la calle. En ese sentido, el conato de revolución de las calles afectadas al
conocerse el proyecto que se presenta en la zarzuela La Gran Vía (1886), plantea una
reclamación no resuelta cuando la obra es ya una realidad81. El problema lo expone con
claridad una voz anónima en 1919:
Pero todas estas ventajas quedarán desvirtuadas con el aspecto de las vías transver-
sales y limítrofes, toda vez que esta gran avenida no tendrá más accesos que por
sus dos extremos, pues todas sus vías transversales resultarán ridículos callejones
sin utilidad ninguna ¿Para qué servirá autorizar la construcción de las casas de una
altura de treinta y dos metros y con nueve pisos, para que sus fachadas laterales den
a calles de cinco o seis metros de anchura y además con gran desnivel o pendiente?
(Un madrileño 7)
80. José del Corral identifica al audaz autor del titular: Francisco Serrano Anguita, que fue más tarde cro-
nista de la ciudad (Del Corral 17).
81. “Porque si esa Vía/ por llamarse grande/ cuando nazca a todas/ trata de humillar,/ va a llevar un susto de
seguro/ la señá Municipalidad” (Pérez y González, Chueca y Valverde 73).
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Primer tramo
82. Recordemos que el año 1919 se inauguran el Palacio de Comunicaciones y el metro de Madrid, entre la
Puerta del Sol y Cuatro Caminos por Cibeles. En 1920, como cerrando una época, muere Galdós.
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Segundo tramo
El segundo tramo de la Gran Vía (Av. Pi y Margall) se distingue de los otros dos por
no estar situado en pendiente, y del primero por su mayor amplitud. Allí se instalan
los primeros grandes almacenes de Madrid: “Madrid-París”. Teodoro de Anasagasti
recibe el encargo en 1920 (Urrutia Núñez, “La evolución” 78), aunque los planos
vienen de Francia. Las obras duran tres años y se inauguran en 1924. La nueva mo-
dalidad de compra permite el contacto directo con las mercancías, no separadas ya
por el cristal de un escaparate y elimina la posibilidad del regateo. En 1934, durante
la Segunda República, desaparecen, y su espacio lo ocupa SEPU (Sociedad Española
de Precios Únicos). En esta parte de la avenida han alternado los establecimientos de
lujo con otros dirigidos a un público más general (Nielfa Cristóbal, “Evolución II”
56-58). Es aquí donde la avenida se transforma en bulevar y las aceras se ensanchan.
Quizás por ello, el cronista de Madrid habla en 1930 de la superioridad de este tramo:
“por su trazado, amplitud, perspectiva y edificios” (Velasco Zazo 46). Es la parte de la
calle donde se construirán también grandes salas de cine (el Avenida, el Palacio de la
Prensa, y el Callao), así como la sala de fiestas Pasapoga, en los bajos del cine Avenida.
Se ubica también aquí el Palacio de la Música (1924-1926) de Secundino Zuazo. La
construcción de este tipo de edificios se ve favorecida por la aparición del hormigón
armado, que desplazará al hierro y permitirá estructuras más osadas. Acaso se refería a
esta nueva manera de construir Josep Pla cuando señalaba en 1931 la endeblez de las
nuevas construcciones en la avenida: “Las casas más nuevas y aparatosas de la Gran Vía
son de carquiñol, están hechas de material de nada” (Advenimiento 10).
El de la Telefónica es, sin duda, el edificio más emblemático de este trozo de la
avenida. Representa una curiosa mezcla de estilos y de entender la arquitectura pues,
a pesar de que el proyecto original llega de Chicago y es obra de Louis S. Weeks,
son los promotores americanos de la I.T.T. (“International Telephone and Telegraph”)
quienes sugieren el plateresco para la fachada como el procedimiento para “localizar”
su sede y hacerla cercana al que consideran estilo vernáculo. Es curiosamente el arqui-
tecto español Ignacio de Cárdenas, encargado de llevar a cabo la construcción, quien
propone darle un aire más moderno, inspirado precisamente en la arquitectura de los
rascacielos norteamericanos. Por esa razón, Urrutia Núñez ha apuntado que el edificio
representa un momento de transición entre el historicismo y la modernidad arquitec-
tónica con influencias norteamericanas (Arquitectura 154). El edificio de la Telefónica
fue el primer rascacielos de Madrid y uno de los pocos que se construyen por aquellos
años. Hay que entender el modo escalonado en que el edificio gana su altura, como un
esfuerzo por adaptarse a la escala de la calle, aunque sus 81 metros causaron sorpresa
y hubo quien, como Unamuno, pensó que desentonaba en exceso con la altura de los
edificios aledaños. El filósofo, que había vivido cerca del edificio, nunca disimuló su
desprecio hacia él: “El babélico edificio de la Telefónica; ese rascacielos contra el cielo
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Red de San Luis y avenida de Pi y Margall, segundo tramo de la Gran Vía. Madrid. Archivo Loty
(00279). Instituto del Patrimonio Cultural de España. Ministerio de Cultura.
que menos rasquera tiene, que es el de Madrid” (Miguel de Unamuno 169). También
hubo quien vio en el modo de integrar tradición y modernidad un camino arquitectó-
nico que hubiera podido ser fértil, pero que no llegó a sentar escuela: “Demos gracias
a los americanos, que inspiraron la traza noble del inmueble y amárguenos el olvido
de todo acento matritense por los demás propietarios y arquitectos” (Romero 8). Se-
gún cuenta Pla, Ortega se refirió al edificio como “el mango de la sartén de Madrid”
(Advenimiento 44).
Enfrente del edificio de la Telefónica, Modesto López Otero construyó el Hotel
Gran Vía (1919-24), con un estilo a mitad de camino entre el clasicismo y la moder-
nidad. El edificio contiguo, en la misma acera, la Casa Matesanz (1919-1923), fue
construido por Antonio Palacios. Entre las influencias más citadas en su obra hallamos
la arquitectura griega, la Secesión vienesa y los avances tecnológicos de la construc-
ción norteamericana (Hidalgo Monteagudo, Ramos Guarido y Revilla González 102),
aunque su originalidad va más allá del pastiche y consigue un estilo propio y obras de
gran personalidad, como el Círculo de Bellas Artes, en la cercana calle de Alcalá y al
que ya hemos hecho referencia en el capítulo tres. Se ha perdido la estructura de en-
trada al metro en la Red de San Luis, que, como la que había en la Puerta del Sol, era
también obra suya (ver fotografía supra). En esta misma parte de la avenida construirá
con Yárnoz el Hotel Avenida (1925).
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Tercer tramo
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El edificio Capitol
83. Hemingway se refería a la Gran Vía como un cruce entre Broadway y la Quinta Avenida.
84. A las 10 de la noche del 14 de agosto de 1945, dos millones de personas celebraron allí la rendición de
Japón.
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Tal vez, el paralelismo central haya que buscarlo menos en lo que los lugares son que
en lo que significan. Lo que Lynne Sagalyn ha escrito a propósito de Times Square sirve
también para el edificio Capitol y su plaza: “More than the city’s center of entertain-
ment, more than a comercial marketplace capable of satisfying diverse consumer needs,
Times Square has been a public place of high symbolic importance” (XIII). El edificio
nos interesa aquí por su capacidad revelatoria. Su carácter emblemático fue manifiesto
desde el primer momento, como reflejan las unánimes reacciones positivas de la época.
Las asociaciones simbólicas que el edificio ha suscitado desde entonces se entretejen a la
imagen de modernidad de la ciudad.
La ubicación y la estructura lo han convertido en un codiciado soporte de anuncios
luminosos. Su atractivo uso del art-déco encarnó desde el principio una modernidad de
gran ciudad muy cercana a la que llegaba en el cinematógrafo85. Una revista utilizó en la
época un término innovador: “peliculismo” (Eléybox 55), para referirse a esa dimensión
de la Gran Vía. En el mismo artículo, se afirma sobre el tercer tramo de la calle (Callao-
plaza de España): “Le halaga que le piropeen llamándole Broadway, y hasta llega a decir,
‘sotto voce’, parodiando a Luis XIV: La Gran Vía soy yo” (Ibíd.). Un texto aparecido en
la revista Cinegramas en 1934 con motivo de la inauguración, y recogido por Carlos
Sambricio, deja patente que desde el primer momento los madrileños percibieron que
ese edificio les hacía ascender unos cuantos peldaños en la escala intangible del cosmo-
politismo internacional:
Aquel día significó ya un jalón en la historia del nuevo Madrid, aquel día dio un
paso gigantesco en su camino de gran ciudad del mundo. Fue entonces cuando
nuestra ciudad flirteó con “Cosmópolis” y cuando las luces de Nueva York se en-
cendieron sobre la villa del piropo y del mantón, sobre el mar abigarrado de la Gran
Vía —multitud, escaparates, anuncios luminosos— avanzaba gallardamente como
un penacho de la vida suntuosa del mundo, la nave magnífica del nuevo edificio
[...] Ese tramo de la Gran Vía que se ampara bajo la sombra internacional del Ca-
pitol, ¿no es una etapa nueva en la vida de la ciudad? Terrazas, escaparates, mujeres,
han de reflejar, necesariamente en ese sitio, el estilo nuevo del gran edificio, como
si éste proyectase sobre todo lo de su alrededor la influencia de su lujo. (Chueca
Goitia et al. 60)
El edificio fue saludado como un símbolo poderoso del Madrid que quería ser mo-
derno, y esa dimensión utópica que marcó la calle se transferirá al edificio desde su
concepción.
85. Sobre esa dimensión de la modernidad de la Gran Vía debe consultarse el apartado “Cinelandia”, en el
libro reciente del profesor Edward Baker, Madrid Cosmopolita. La Gran Vía, 1910-1936.
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86. La versión americana de la película (Vanilla Sky, 2001) utiliza Times Square en la misma escena.
87. “Gran Vía” (1974-81). El pintor ha señalado que parte de su atracción por la calle viene dada por pare-
cerse a la nave de una catedral (Herrera 50).
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mujer que pasaba por la Gran Vía, a la altura del Capitol, resultó herida cuando un
objeto le cayó encima:
Cae parte del cartel de un hotel de Gran Vía en Madrid sobre una transeúnte, causán-
dole heridas de diversa consideración
Una parte de metacrilato de la letra P del cartel del Hotel Tryp Capitol, situado en el
número 41 de la Gran Vía de Madrid, en el distrito de Centro, se ha precipitado a pri-
mera hora de esta tarde sobre una mujer que en esos momentos transitaba por la acera.
El suceso ocurrió en torno a la una y media cuando una mujer de 58 años que paseaba
tranquilamente por la Gran Vía recibió un tremendo impacto en su cabeza y en uno
de sus brazos, quedando tendida en el suelo.
Según testigos presenciales, un “pedazo” de metacrilato de la letra P del cartel del hotel
se desprendió de la parte metálica que lo sustentaba y cayó sobre la mujer, que nada
pudo hacer por evitar el golpe. (Yahoo)
- 197 -
Por su capacidad para unir arte y ciencia y por vincular vida y arte, la arquitectura es
una materialización predilecta de las ideas de la modernidad estética de principios del si-
glo XX, la cristalización de las esencias de la vanguardia. Es además, un campo propenso
a las síntesis y el compromiso, por operar generalmente en una ubicación pública, con
un cliente privado y por ser ejecutada por un profesional que negocia al mismo tiempo
con la técnica y la estética. Se trata de una actividad cultural, pero realizable sólo con
poder y dinero. Como ha señalado Hilde Heynen (133), el movimiento moderno en
arquitectura debe mediar entre las demandas de la vanguardia, tanto estéticas como mo-
rales y políticas, y la realización concreta y material de esa producción. Esa peculiaridad
le otorga a la arquitectura y a las discusiones a su alrededor una centralidad en el discurso
de la modernidad y en la construcción de sus mitologías que la hará muy atractiva para
los jóvenes cercanos a la vanguardia. De hecho, la arquitectura ganó en los años que
estudiamos un espacio de centralidad en el discurso cultural que no ha abandonado.
Sin embargo, en sus años de implantación en España, esas ideas se absorben acaso
sin digerir o entender del todo por muchos de quienes se interesan por ellas fuera de la
profesión. Los jóvenes creadores están bajo el hechizo de su fascinación con lo nuevo, y
ciertas revistas y mensajeros de la actualidad (García Mercadal, Huidobro o Le Corbu-
sier) se convierten en oráculos que satisfacen su necesidad de ser modernos, aunque para
muchos, ese interés no pasó de ser una moda que abandonarán a medida que descubran
las limitaciones del discurso y la práctica racionalistas.
Un rechazo premonitorio
- 199 -
rechazo a la historia no será, por lo general, un valor compartido por los arquitectos y
artistas españoles. El escepticismo y eclecticismo frente a las propuestas del movimiento
moderno en arquitectura que hemos observado en los capítulos precedentes les situará
cercanos a una sensibilidad postmoderna avant la lettre. La falta de compromiso con la
ortodoxia racionalista y el juicio negativo de nuestros intelectuales más inquietos, tanto
en literatura como arquitectura, prefiguran las razones del cuestionamiento posterior
del movimiento moderno a escala global: dogmatismo y simplificación. Robert Venturi
escribirá en 1966 en Complexity and Contradiction in Modern Architecture, un texto
capital para la configuración de la postmodernidad arquitectónica: “Architects can no
longer afford to be intimidated by the puritanically moral language of orthodox Modern
architecture” (22). Se trata de una conclusión a la que habían llegado a principios de
los años treinta varios de los personajes que hemos estudiado aquí. La admiración por
los principios minimalistas del purismo se transforma en pocos años en desconfianza y
cansancio por el puritanismo de sus manifestaciones arquitectónicas. Del “Less is more”
de Mies, al “Less is a bore” que sentenciará años más tarde Venturi. Gente como Luis
Lacasa o José Moreno Villa detectaron pronto esa dimensión paralizante del racionalis-
mo arquitectónico y se resistieron a ella.
Una lectura similar podemos vislumbrar en la novela de Antonio de Obregón, Her-
mes en la vía pública (1934), por su cuestionamiento y denuncia de los valores de una
modernidad que se considera agotada ya a mediados de los años treinta. La arquitectura
racionalista moderna recibe la crítica de Hermes, el protagonista, quien rechaza vivir en
una casa que parece reunir las características del International Style:
¿El estilo moderno? Las revistas publicaban fotografías seductoras. Nada de cornisas,
cúpulas ni tejados. Puras formas geométricas, nada más. Hay que vivir entre tubos de
acero y acomodarse sobre pirámides, trapecios y tarugos… No más curvas. Higiene,
luz… Hermes tampoco se decidió por una casa de vanguardia. La verdad fué (sic)
ésta: estaba solo en el mundo. Se puede vivir solo en una casa con grandes bibliotecas,
comodidad, alfombras, damascos, pero no es posible hacerlo entre cañerías brillantes,
hules, cristales. A Hermes le dió miedo su soledad. En el primer caso, los días de tedio,
uno se pasea silenciosamente por los salones, lee; y en cuanto al segundo, ¿qué puede
hacer uno solo durmiendo en una sala de disección, desayunándose en un quirófano o
sentándose a filosofar sobre un prisma recto de base cuadrada?… (De Obregón 211-2)
- 200 -
Las razones para el escepticismo creciente a principios de los años treinta respecto a
las promesas de la arquitectura racionalista y sus principios se entienden mejor aproxi-
mándonos a la placenta intelectual que alimentó en sus años de formación a esos jóvenes
arquitectos e intelectuales. La arquitectura del movimiento moderno será sometida a un
vigoroso examen cuando llega a la península, precisamente por aquellos creadores jóve-
nes a quienes debía seducir. La mayoría de ellos han estado expuestos al caldo de cultivo
del regeneracionismo y a la impronta de la Institución Libre de Enseñanza. Conocen
bien los productos de la tradición culta y la popular y son hipersensibles y refractarios
a los usos formalistas, pues los han sufrido en las versiones de la arquitectura histori-
cista y regionalista de principios de siglo. En Madrid, no todo el público potencial del
racionalismo acepta su noción un tanto dogmática de cómo interpretar la construcción
del futuro. Las novedades de la arquitectura racionalista que emana del norte se contra-
ponen aquí a la del Mediterráneo; al racionalismo se le opone el organicismo; a la orto-
doxia se le impone la moderación; al racionalismo europeo se opone el funcionalismo
norteamericano. En la inolvidable enunciación de Carlos Arniches y Martín Domínguez
(1928), a la arquitectura racionalista se opone la “razonable”. La irrupción de lo nuevo
es sometida a un riguroso contrapunteado que hace difícil la aceptación absoluta de los
principios que emanan de Europa. Hay que añadir también que la llegada de la arqui-
tectura moderna se produce con retraso, cuando la euforia vanguardista se ha apagado
en sus fuentes originales. Se da también en Europa, cierta reacción hacia la vanguardia
de ideales internacionalistas a raíz de la crisis del 29. Eso hace que la cautela y el eclecti-
cismo en la apreciación sean para entonces reacciones más plausibles que el dogmatismo.
Es posible que existiera además cierto cansancio por las frecuentes llamadas a mirarse
en Europa que había marcado la respuesta liberal al nacionalismo casticista en años pre-
vios. Hemos visto las feroces críticas de Giménez Caballero a esa influencia del norte.
Pero no es el único. Lacasa, por ejemplo, se queja de que mientras otras naciones se in-
teresan por el extranjero, además y tras asimilar profundamente su tradición propia, en
España se olvida esa primera parte: “Hace pocos días me dijo Moreno Villa una frase que
creo cierta aunque sea tan cruel; era aproximadamente, la siguiente: ‘Todas las activida-
des actuales de los españoles son reflejos de alguna influencia extranjera’” (Lacasa, ”Ar-
quitectura” 161). No hay que descartar que la “minoría” orteguiana sintiera como una
responsabilidad personal acotar los límites de lo que era innovación necesaria y advertir,
cuando fuera el caso, de la falta de integración orgánica o de la existencia de precedentes
locales de mayor sensatez. El funcionalismo radical despertará, por otro lado, las críticas
de quienes consideran que un exceso de ortodoxia racionalista puede despojar a la arqui-
tectura de su conexión tradicional con la sensibilidad artística.
Vacunados por los excesos formalistas de la arquitectura tradicionalista de finales del
XIX y principios del XX, los jóvenes no aceptarán cualquier atisbo de formalismo o este-
ticismo en una arquitectura que se propone programáticamente dejar atrás la noción de
estilo. Los acólitos de Le Corbusier y el racionalismo ortodoxo que se limitan a copiar las
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formas por estar en boga serán detectados pronto: “Hay quien dice, por ejemplo, que en
lugar de proyectar sus edificios de dentro a fuera, partiendo de las necesidades científicas,
lo hacen de fuera a dentro, contando con el cubo de aquí, la horizontal de allí o el venta-
nal apaisado de más allá” (Lacasa, “Le Corbusier” 133-34). Lacasa rechaza la arquitectura
racionalista por ser intelectual y —contra lo que supuestamente propone— por mostrarse
preocupada por la estética (el uso de un vocabulario reducido que se repite). Acaso eso es
lo que molesta: que sea después de todo un nuevo modelo de expresión que se presenta,
sin embargo, como una necesidad que rechaza y desprecia la noción de estilo. Una crítica
que aparece de manera incipiente en la encuesta que García Mercadal realiza en 1928: el
minimalismo racionalista es percibido ya por algunos entonces como convención estética,
más que como rasgo esencial. Refiriéndose a ese minimalismo expresivo, Amós Salvador y
Carreras señala en una opinión ponderada: “esos aspectos, un poco demasiado elementa-
les, simplistas, brutales, pueriles, son resultado indudablemente de una actitud polémica,
de una agresiva propaganda, más que fruto de un convencimiento y resultado de una ex-
periencia y de una autocrítica severa” (García Mercadal, “Nuevo arte” 6). No olvidemos,
además, que la vanguardia lleva inscrita en sí misma su paradoja: la canonización de la
revolución, de que habló Octavio Paz, y que en última instancia la empuja a la caducidad.
Por último, algo que como vimos ya preocupó a Le Corbusier y a Moreno Villa en el
momento álgido de la modernidad: ¿cómo se puede captar “el espíritu de los tiempos” de
espaldas a al público? Hemos leído (capítulo uno) cómo algunos de los arquitectos que
adoptan la nueva escuela culpan a la ignorancia del público de la incomprensión a la que
se enfrentan. La animosidad se expresará de manera muy clara. Secundino Zuazo, por
ejemplo, afirma: “Europa está en condiciones diferentes que nosotros. Simplifica, pero es
a cambio de construir maravillosamente. Entre nosotros hay que quitar mucha incultura
de encima, a público y a constructores” (García Mercadal, “Nuevo arte” 1). Lo mismo
piensa Casto Fernández-Shaw: “El público cree todavía que nuestra misión es tan sólo
‘que no se caiga la casa y que la fachada sea bonita’” (García Mercadal, “Nuevo arte” 3).
Itinerarios de la vanguardia
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Desde principios de los años treinta, sin embargo, el rigor de los planteamientos ra-
cionalistas empieza a ser cuestionado. En un primer momento, más que de abandonar
los principios se trató de “humanizarlos”. El clásico ejemplo es Le Corbusier interesán-
dose en esa década por lo vernáculo y por materiales naturales, y ahondando en esa línea
firmemente tras la Segunda Guerra Mundial. Su noción de la casa como máquina había
recibido ya para entonces críticas muy severas. Recogemos, por representativa, la de
Frank Lloyd Wright en 1931: “Consider well that a house is a machine in which to live
but architecture begins where that concept of the house ends. All life is machinery in
a rudimentary sense, and yet machinery is the life of nothing. Machinery is machinery
only because of life” (Conrads 124). Su apreciación recuerda la del personaje de Fritz
Lang en “Metrópolis” (1927): “Entre el cerebro y la mano debe mediar el corazón”.
La fascinación con la arquitectura moderna será también un episodio para muchos
de los vanguardistas ibéricos. Dalí, sin ir más lejos, se verá muy influido por las teorías
puristas que emanan de París y mostrará su admiración por Le Corbusier en artículos
escritos cuando el arquitecto visita Barcelona88. En el tiempo de amistad entre Lorca
y Dalí, el primero compone su famosa “Oda a Salvador Dalí” (1926) que tal como
ha demostrado Juan José Lahuerta, manifiesta la influencia de las ideas que emanaban
del París purista en el poeta (Fané). La higiene, la máquina y el orden eran términos
de prestigio entre los modernos de la época en España y las filosofías que se difundían
desde L’Esprit Nouveau (que había dejado de editarse el año anterior) estaban aún en su
apogeo. Ni uno ni otro seguirían en los años venideros tan seducidos por esas ideas. Sólo
cabe pensar en la respuesta de Lorca a Nueva York o en el Dalí que reaccionará contra el
racionalismo y el maquinismo cuando se acerque al surrealismo, y que llegará a conside-
rar a la arquitectura moderna como un “auto-castigo” (apud Fané 21).
La pujanza de la poesía pura intelectualizada va cediendo a partir de 1932-3 por la
progresiva politización de la cultura y el arte en España. La depuración intelectual es ya
calificada por algunos como “esteticismo”, y la influencia del surrealismo, con su carga
social y política contribuirá —como señaló Cano Ballesta (Poesía 129-41)— a difuminar
la frontera entre literatura y política. La llegada de Pablo Neruda en 1934 como cónsul
de Chile, primero en Barcelona y luego en Madrid, impulsará una corriente poética más
comprometida con la realidad. Como apunta en su texto “Sobre una poesía sin pureza”
que publica en Caballo verde para la poesía: “Una poesía impura como un traje, como un
cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones,
sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios,
creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos” (Neruda).
88. Dalí, S. “Poesia de l’útil standaritzat”, L’Amic de les Arts, 23 (31 de marzo de 1928), 176-7 y “Per al
‘meeting’ de Sitges. Els 7 davant ‘El Centaure’”, L’Amic de les Arts, 25 (31 de mayo de 1928), 194-5.
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Pabellón alemán. Exposición Internacional de Barcelona, 1929. Mies van der Rohe. Interior.
Fotografia: Berliner Bild-Bericht – Fundació Mies van der Rohe.
Síntesis triple
Oriol Bohigas justificó los abandonos de la ortodoxia racionalista entre la gente del
25 en que su compromiso inicial fue frágil y ambiguo (Modernidad 28). Nos parece que
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Todo nuestro deleite en ellas [las cosas modernas] no puede acallar una definitiva
sensación de algo precario, provisional, preparatorio, incompleto […] Procuremos re-
servarnos la posibilidad de ser modernos también mañana. Y lo moderno de mañana
surgirá en las limitaciones de lo moderno de hoy. Si sabemos ser modernos, de estos
dos momentos, el hoy y el mañana, seremos modernos de siempre. Porque, el hoy
corrige el ayer en sus limitaciones, pero el mañana restaurará el ayer en los factores
positivos que, a su vez, por otras limitaciones, el hoy se obstina en no ver. (García
Mercadal, “Nuevo arte” 2)
- 205 -
soneto para verter en ellos los contenidos de la nueva poesía. La vanguardia que configu-
ran nuestros arquitectos y escritores no será incompleta, sino diferente.
Como decíamos al principio, la arquitectura tiene un papel mediador entre impulsos
a veces contrapuestos. Paul Valéry se refirió a ello al acreditar a la arquitectura la sínte-
sis entre “cuerpo, alma y mundo”. El mismo patrón será definitorio de la modernidad
peninsular. En parte por esa condición sintética de la disciplina, la arquitectura fue
referencia importante en la configuración de la idea de modernidad en España. Esa idea
está entreverada de confluencias y disidencias con la que se gestaba por ese tiempo en las
capitales de Europa, de afinidades entre campos artísticos diversos y de búsquedas que
no excluían la mirada al pasado.
Pabellón español. Exposición Internacional de París, 1937. Luis Lacasa y Josep Lluís Sert. Por
cortesía de la Frances Loeb Library, Harvard Graduate School of Design.
- 206 -
inminente de los estragos de la Guerra y sus secuelas en el arte y la cultura del país: Sert
y Lacasa exiliados pronto en Estados Unidos y Rusia, respectivamente; Torres Clavé
y Aizpurúa muertos durante la Guerra, luchando en campos opuestos. El pabellón se
convierte de ese modo en metáfora poderosa de la singularidad de las búsquedas de la
modernidad en la península: propensas al compromiso y a la colaboración entre disci-
plinas, atentas a lo nuevo y a las lecciones del pasado, y de implantación frustrada, tanto
por la aversión al dogmatismo, como por la brutalidad de la historia.
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Índice analítico* 1
- 233 -
- 234 -
- 235 -
- 236 -
--Berlín 26, 58, 85, 149, 164 --Moscú 93, 160, 168
--Friburgo 97 -Sur 35, 135, 138
--Munich 26 -Unión Soviética 197
--Stuttgart 135, 150 Exposición de Arquitectos Jóvenes
-Austria 165 “Arquitectura Nova”, Barcelona
--Viena 26, 64, 71, 81, 85, 147, 149, 1929 75, 127
160, 164 Exposición de Arquitectura y de Pintura Mo-
-Centroeuropeo 111, 112, 137, 154, derna, San Sebastián 1930 91, 161
164, 165, 173 Exposición Iberoamericana, Sevilla 1929
-Europa central 81, 147 72, 75, 133
-Francia 26, 34, 42, 105, 113, 138, 159, -Plaza de España 72
165, 190 Exposición Internacional, Barcelona 1929
--Orly 117, 155 43, 71, 75, 76, 133, 204
--París 20, 22, 26, 43, 46, 53, 57-59, -Pabellón alemán 43, 72, 75, 76, 96, 204
64, 71, 85, 87, 92, 95, 112, 115, -Pabellón de Yugoslavia 72, 75
116, 118, 119, 129, 149, 150, 160, -Palacio Nacional 71
163, 164, 168, 169, 185, 192, 203, -Plaza de España 77
206 -Pueblo Español 40, 41, 43, 72
--Sur 42 Exposición Internacional de Artes Decora-
-Grecia 37, 105, 116, 148 tivas, París 1925 46, 87, 149
--Acrópolis 42 -Pabellón de L’Esprit Nouveau 96n, 149
--Partenón 47, 117, 127, 148, 155 Exposición Internacional, París 1937 20,
-Holanda 27, 29, 88, 104, 105, 133, 92, 95, 163, 206
136, 137 -Pabellón español 20, 43, 53, 92-96,
-Italia 34, 37, 135, 138, 149, 164 112, 163
--Academia de Bellas Artes (Academia Exposición Universal, París 1900
de Roma) 81, 147, 148, 164 -Pabellón de España 71
--Bolonia 96 Expresionismo 66, 74, 84, 143, 151, 170,
--Roma 39, 64, 81, 85, 132, 137, 139, 193
140, 147-149, 164, 172
--San Pedro del Vaticano 47, 155 F
--Sicilia 148
-La Sarraz, Suiza 36, 83, 153, 156, 160, Falla, Manuel de 29, 40, 72
161, 188 Fedro 32
-Lisboa 137, 168, 184 Felipe II 61, 142, 168
-Londres 57, 59, 64, 73 Fenosa, Apel·les 101
-Nórdico 135, 138, 139 Fernández-Shaw, Carlos 84
-Norte 35, 112, 132, 134, 138, 139, Fernández-Shaw, Casto 28, 29, 40, 80, 84,
149, 184, 187, 201 88, 92, 104, 117, 133, 149n, 150n,
-Rusia 152, 153, 207 154, 161, 163n, 171, 192, 202
- 237 -
-Cortijos y Rascacielos 84, 171, 188 100, 104, 116, 122, 131, 132, 133,
-Gasolinera de Porto Pi 84, 133, 150n, 137, 147-166, 188, 199, 202, 205
163n -La Casa Popular en España 165
Fernández-Shaw, Guillermo 171 -Rincón de Goya 84, 85, 122, 133, 153,
Fisac, Miguel 142n 156, 157, 158, 162
Flores, Carlos 87 -Sobre el Mediterráneo 148, 164
Flórez Urdapilleta, Antonio 80, 81, 82, 89 Garnier, Tony 205
-Residencia de Estudiantes 38, 75n, 80- Gasch, Sebastià 37, 45, 46, 47, 49, 127,
83, 93, 97-99, 104, 107, 133, 152, 153, 188
158, 159 Gast, Peter 178
Formalismo 34, 35, 37, 39, 47, 71, 74, GATCPAC 21, 53, 84, 85, 91, 92, 93,
86, 94, 127, 154, 201 162
Foucault, Michel 140, 169 -Casa Bloc 92
Franco, Francisco 141n -Dispensari Central Antituberculós 92
Franquismo 89, 188 -Plan Macià 92, 93, 160, 163
Funcionalismo 46, 48, 50, 77, 84, 88, 89, GATEPAC 16, 26, 38, 40, 41, 85, 88, 90,
102, 108, 111, 112, 129, 140, 155, 91, 92, 99, 161, 162, 165
157, 164, 192, 201 -A.C. Documentos de Actividad Contem-
Futurismo 19, 33, 48, 49, 65, 67 poránea 26, 38, 41, 74n, 91, 99,
108, 137, 162
G -Grupo Centro 91, 161, 163
-Grupo Este 91, 163
Gaceta de Arte 126 -Grupo Norte 91, 163
Gaceta Literaria, La 20, 21, 26, 29, 30, Gaudí, Antoni 51, 74, 160
35, 36, 39, 40, 44, 45, 52, 73, 74, -Sagrada Familia 74
77, 91, 98, 100, 105, 114, 117, Generación del 25 17, 20, 21, 32, 33, 35,
131-134, 136, 147, 150, 153-156, 39, 40, 43, 46, 58, 85, 87-93, 99,
159, 160, 163, 187, 188, 205 104, 105, 112, 151, 161, 162, 165,
García Bellido, Antonio 74 204
García de Valdeavellano, Luis 46 Generalitat de Cataluña 21, 53, 84, 85,
García González, Arturo 179n 91, 93, 160, 162, 163
García Lorca, Federico 28, 35, 47, 50, 57, Giedion, Sigfried 26, 83
66, 72, 95, 97, 98, 203, 206 Gilloch, Graeme 23, 167, 168, 169
-“Oda a Salvador Dalí” 203 Giménez Caballero, Ernesto (también
-Romancero gitano 50 Gecé) 17, 20, 21, 24, 35, 59, 62,
García Mercadal, Fernando 17, 21, 26, 64, 98, 105, 129, 131-147, 150,
28, 29, 30, 31, 34, 35, 36, 39, 40, 151, 157, 163, 172, 173, 196, 201
41, 42, 44, 45, 46, 47, 50, 51, 52, -Arte y estado 24, 131, 132, 136-140,
73, 83, 84, 85, 88, 89, 90, 91, 99, 142
- 238 -
- 239 -
Guerra Civil 15, 20, 43, 55, 68, 80, 92, -“El creacionismo” 121, 125
95, 96, 142, 165, 168 -“Espagne” 118
Guillén, Jorge 123 -Horizon Carré 115, 128
Gullón, Ricardo 87 -“La Création Pure” 118, 119
Gutiérrez Abascal, Ricardo 31n -“Manifiesto de manifiestos” 124
Gutiérrez Solana, José 170, 176, 177 -“Non serviam” 114, 115n, 121
-Madrid, callejero 177 Humanización 46, 51, 61, 203
Gutiérrez Soto, Luis 58, 88, 92, 143, 192
-Aeropuerto de Barajas, 1929 143 I
-Casablanca, Dancing - Salón de té 58,
143 Ibiza 41, 137n
-Cine Callao 143, 190, 192 Idealismo 23, 83, 138, 175, 187
-Cine Europa 143 Imaginación 45, 48, 49, 55, 125, 167
-Chicote 58, 143, 189 Individualismo 28, 149, 187, 188
-Hotel Rex 192 Institución Libre de Enseñanza (ILE) 17,
-Ministerio del Aire 143 35, 40, 81, 97, 98, 201
-Piscinas La Isla 143 Instituto Nacional de Ciencias Físico-
Naturales 81
H Instituto Nacional de Previsión 162
Inteligencia 38, 49-51, 120, 123, 125-
Harvey, David 19 127, 130
Haussmann, Georges-Eugène (Barón) Interdisciplinariedad 25-27, 29, 30, 88
169, 185 Internacional 36, 71, 94, 105, 138, 153,
Hemingway, Ernest 193n 154, 156, 160, 162, 174, 195
Hernández, Miguel 66 -Internacionalismo 39, 90, 138, 173,
Herrera, Juan de 39, 40, 154 201
Hinojosa, José María 98, 106 International Style 26n, 135, 200, 204,
Historicismo 20, 39, 41, 70, 71, 73, 78, 205
80, 81, 88-91, 101, 104, 105, 111,
148, 154, 172, 189, 190, 201 J
Hitchcock, Henry-Russell 26, 88, 135,
204 Jacob, Max 117
Hitler, Adolf 138 Jansen, Hermann 149, 184
Hopper, Edward 62n Jarnés, Benjamín 30, 45, 155
Hugué, Manolo 101 Jazz-band 55, 58, 60, 170
Huidobro, Vicente 17, 20, 27, 34, 43, 45, Jeanneret, Charles-Edouard (también Le
49, 75, 113-130, 139, 150, 199 Corbusier) 20, 22, 24, 25, 27, 30,
-“Arte poética” 114, 115, 120 35, 37, 45, 47, 49-51, 72, 101,
-Creación, Revista Internacional de Arte, 113, 116, 119, 120, 123-129
(Création. Revue d’Art) 119 Jiménez Fraud, Alberto 82, 98, 109
- 240 -
Jiménez, Juan Ramón 97 L’Esprit Nouveau 19, 20n, 22, 28, 37, 47,
Jimeno, Alfonso 46, 51 87, 96, 114, 116-119, 123n, 127,
Johnson, Philip 26, 88, 135, 204 129, 149, 150, 159, 203
Joyce, James 65 Linares Becerra, Luis 179
Junta para Ampliación de Estudios Loos, Adolf 43, 123, 149, 160, 205
e Investigaciones Científicas 81 -“Ornamento y delito” 43, 123
Lope de Vega, Félix 39
K López, Antonio 196
López Otero, Modesto 89, 90, 189, 191
Kern, Stephen 15 -Almacenes Rodríguez 189
Koolhas, Rem 168 -Hotel Gran Vía 191
López Salaverry, José 185
L Luque, Francisco Javier de 81
Lutyens, Edwin 83n
Labayen, Joaquín 204
Lacasa, Luis 23, 26, 28, 35, 40, 50, 52, M
77, 84, 86, 88-90, 92-95, 104, 112,
129, 151, 152, 154, 155, 157n, Madrid 6, 14-19, 21, 22, 26, 28, 29,
163, 200-202, 206 31, 32, 35, 41, 42, 52, 53, 55-
-“Le Corbusier o AméricoVespucio” 152 64, 66-71, 73, 77-80, 82, 84, 85,
-Residencias estudiantiles y espacios para 87-91, 93, 94, 97, 99, 100, 103,
deportes de la Ciudad Universitaria 109, 112, 114-119, 133, 135,
de Madrid 89, 90 137, 139, 141, 142, 144, 145,
L’Amic de les Arts 37, 203n 147-150, 152, 159, 160, 162,
Lampérez y Romea, Vicente 82, 148, 163 166-197, 201, 203, 205
Lang, Fritz 203 -Academia de Bellas Artes de San Fernan-
-Metrópolis 203 do 164
Larrea, Juan 115 -Banco Hispano Americano 176, 186
Le Corbusier (Tambien Jeanneret, Charles- -Banco Río de la Plata 186
Edouard) 15, 19, 20, 22, 23, 25, -Banco Urquijo 186
26, 28, 30, 33, 35-39, 41, 42, 45- -Barrio de Argüelles 186n
48, 50, 51, 73, 83, 85, 87, 88, 90, -Barrio de Chamberí 183n
91n, 93, 94, 96n, 98, 100, 104, 106, -Barrio de Salamanca 183n, 186
108n, 109n, 113-119, 121-130, -Calle de Alcalá 57, 79, 173, 174, 177,
137-140, 148-154, 156, 158-160, 184-187, 189, 191
163-166, 199, 201-203 -Ciudad Lineal 184
-Vers une architecture 37, 48, 106, 114, -Cuatro Caminos 173, 180, 189n
128 -Chamartín 184
Lefebvre, Henri 19, 140 -Ensanches 157, 181, 183, 186, 188
L’Élan 117
- 241 -
- 242 -
Música 22, 29, 32, 40, 77, 98, 102, 114, Otamendi, Joaquín 78
118, 132, 178, 179 Oud, J. P. 44, 73, 136, 153
-Músicos 40, 88 Ozenfant, Amédée 20, 22, 24, 25, 27, 30,
Mussolini, Benito 140 36, 37, 45, 47-51, 72, 101, 113,
116, 119, 120, 123-129
N Ozenfant y Jeanneret 22, 24, 25, 27, 30,
37, 45, 47, 49-51, 72, 101, 113,
Nacionalismo 21, 131, 132, 135, 201 116, 119, 120, 123n, 125-129
Naturalismo 45, 71, 137 -Après le cubisme 20, 24, 30, 36, 37, 45,
Neoplasticismo 29, 74, 90, 134, 156 47, 49-51, 72, 101, 102, 116, 120,
Neruda, Pablo 80n, 203 123, 125-129
-Caballo verde para la poesía 203n -“Esthétique et Purisme” 119, 126, 128
-“Explico algunas cosas” 80n -“Intégrer” 119, 120, 123, 128
Nietzsche, Friedrich 178, 182n -“Le Purisme” 119, 120, 126, 127
Nihilismo 20
Nord-Sud 115, 118 P
Noucentisme 91
“Nuevo espíritu” 22, 25, 27, 36 Palacio de Monterrey 71, 105
Palacios, Antonio 48, 77-80, 89, 189, 191
O -Casa Matesanz 191
-Círculo de Bellas Artes, Madrid 77, 79,
Objet trouvé 29 191
Ornamentación 20, 30, 39, 41, 43, 44, -Hotel Avenida 191
64, 78, 79, 88, 101, 108, 109, 115, -Palacio de Comunicaciones (Edificio de
123, 155, 172, 189 Correos) 77-79, 189
Ornamental 27, 30, 34, 43, 44, 47, 106, Palencia, Benjamín 40
108, 112, 114, 115, 123, 125, 128, Pastiche 34, 46, 52, 104, 131, 132, 154, 191
155, 157 Pérez Galdós, Benito 61, 63, 189
-Ornamentalismo 47 -Fortunata y Jacinta 56, 61, 63
Ornato 80, 81, 88, 90, 107, 123 Pérez Jorba, Joan 117
Ortega y Gasset, José 15, 21, 25, 26, 29, Pérez y González, Felipe 178, 186
31, 36, 45, 52, 66, 67, 73, 97, 142, Perret, Auguste 153, 205
153, 191 Picasso, Pablo 26, 43, 46, 47, 49, 84, 94,
-La deshumanización del arte 66 96, 108, 115, 135, 138, 206
-La rebelión de las masas 67 -“Cabeza de mujer” 96
-“Meditación del Escorial” 142 -“Guernica” 94, 95, 206
Ortodoxia 17, 26, 41, 46, 48, 69, 73, 85, -“La mujer del vaso” 96
87-92, 104, 111, 112, 161-163, -“Las señoritas de Avignon” 65n
199, 201, 204 Pintoresco 27, 172, 178
- 243 -
- 244 -
S Stravinsky, Igor 47
Subconsciente 41, 59, 125, 168, 177
Salinas, Pedro 50, 61, 65 Subjetivización 16
-Víspera del gozo 61, 65 Subjetivo 62, 119, 124, 125, 128
Salvador y Carreras, Amós 26, 52, 73, 202 Surrealismo 31, 39, 41, 49, 50, 125, 203
-Dispensario Antituberculoso “Victoria Surrealista 29, 41, 60, 66, 98, 108, 124,
Eugenia”, Madrid 73n 125, 176
Sambricio, Carlos 13, 22, 32, 39, 41, 80,
87, 93n, 147, 149-151, 160, 161, T
166, 173, 187, 195
Sánchez Arcas, Manuel 40, 88, 89, 93, Tafuri, Mamfredo 23, 151, 205
104, 151, 154 Taut, Bruno 24, 29, 36, 73, 153, 154
Sánchez Pérez, Alberto 40, 43, 96 Teatro
-“El pueblo español tiene un camino que -Arte teatral 22, 55, 179, 182, 206
conduce a una estrella” 96 -Edificios 36, 95, 177, 192
Sánchez Rivero, Ángel 44, 154, 155, 205 Terragni, Giuseppe 165
San Sebastián 91, 98, 161, 204 Tertulia 28, 100
-Club Náutico de San Sebastián 204 Tessenow, Heinrich 205
Santa Sofía, Estambul 47, 155 Toledo 63, 97, 164
Sant’Elia, Antonio 33 Torres Balbás, Leopoldo 40, 81, 99, 114,
Schorske, Carl 70, 72, 81n 163
Secesión vienesa 87, 191 Torres Clavé, Josep 21, 90, 92, 163, 207
Segunda Guerra Mundial 152, 203 Torroja, Eduardo 80, 90
Sensibilidad 15, 31, 48, 50, 66, 120, 125, Tradición 16, 17, 22, 25-27, 32-39, 47-
126, 142, 143, 155, 200, 201 49, 57, 69, 70, 72, 74, 75, 77, 78,
Serrano Anguita, Francisco 186 80, 81, 88, 97, 98, 100, 102, 105,
Sert, Josep Lluís 21, 42, 90-95, 104, 112, 131, 154, 165, 166, 170, 172, 173,
137, 147, 152, 158, 159, 161-165, 191, 201, 205
206 Tradicional 22, 30, 35, 39, 40, 50, 56,
Sevilla 21, 72, 75, 80, 87, 107, 133, 135, 57, 60, 75, 98, 99, 104, 106, 108,
184 115, 121, 133, 134, 137, 156, 168-
Silver, Albert 186 171, 173-175, 178, 180, 181, 188,
Sinergia 19, 30 201, 205
Síntesis 24, 32, 39, 43, 67, 71, 72, 84, Tradicionalismo 16, 35, 69, 70, 77, 89,
112, 129, 130, 166, 199, 205, 104, 173, 201, 205
206 -Antitradicionalismo 37, 86
Sociedad de Artistas Ibéricos 98 -Neotradicionalismo 192
Sociedad Española de Amigos del Arte 35 Trotsky, Leon 78
Sócrates 32 Tzara, Tristan 119
Soria y Mata, Arturo 168, 184
- 245 -
- 246 -
Construyendo la modernidad
universos creativos de cuatro figuras fundamentales (José Moreno Villa, Vi-
cente Huidobro, Ernesto Giménez Caballero y Fernando García Mercadal) y moderno (1918-1937)
analiza la construcción física y simbólica de la Gran Vía de Madrid, un enclave
cultural y arquitectónico central en la mitología de la modernidad peninsular.
Carlos Ramos
Ensayos / Scriptura
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