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Todos los cristianos son santos

Una introducción a la santificación

24 NOVIEMBRE, 2017 | EMANUEL ELIZONDO COMPARTIR

BIBLIA & TEOLOGÍA

En las Escrituras, el concepto de la santificación en el creyente forma parte de la doctrina básica


del cristianismo. Es lamentable que esta doctrina ha sido mal entendida y enseñada de maneras
tan diversas, habiendo confusión en la iglesia evangélica acerca de qué realmente es la
santificación.

La iglesia medieval había desarrollado una doctrina de la santificación tergiversada que enseñaba
que los santos eran un grupo selecto de súper cristianos cuyos méritos podían ser adjudicados a
una persona a través de indulgencias. Entonces, aquellas personas que vivían una vida santa de
acuerdo a los lineamientos de la misma Iglesia católica romana, pasaban por un proceso de
“canonización”,1 para ser declarados como santos por la Iglesia. Y ya que la vida de dichos santos
había excedido en mérito, este podía ser administrado por la Iglesia a través de indulgencias. Así
dice el Catecismo de la Iglesia católica: “La Iglesia, la cual, como administradora de la redención,
distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos”.2 Aunque
el día de hoy en las indulgencias no se venden, se sigan otorgando.

En la providencia de Dios, la doctrina bíblica de la santificación fue recuperada en los tiempos de la


Reforma protestante. Aun así, es necesario que cada generación se asegure de que su
entendimiento de esta doctrina es correcto. Hay dos verdades fundamentales que nos ayudan a
entender este concepto.

EN CRISTO, YA SOY SANTO

Aquella persona que se arrepiente de sus pecados y deposita una fe verdadera en Cristo Jesús, es
santificada, y por lo tanto es santa. Dice Pablo sobre los creyentes en la iglesia de Corinto:

“Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron
justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”, 1 Corintios 6:11
(énfasis agregado).

Cuando una persona recibe la justicia de Jesucristo en la conversión (2Co. 5:21), es santificada por
Dios, y por lo tanto, es santa delante de Dios en virtud de la justicia de Jesucristo en esa persona.
Es por eso que los cristianos son llamados “santos” en el Nuevo Testamento, como se ve en
Efesios 1:1, “Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios: A los santos que están en Éfeso
y que son fieles en Cristo Jesús” (énfasis agregado; ver también Hch. 9:32; 41; Ro. 15:25; 31; 2Co.
9:12; Ef. 4:12; Col. 1:2; He. 6:10; Jud. 3).

Cuando una persona recibe la justicia de Cristo, es santificada por Dios. Es por eso que los
cristianos son llamados “santos”.

Cuando el reformador Martín Lutero encontró esta doctrina en las Escrituras, la enseñó con una
frase que ahora es famosa. Dijo que el creyente es simul justus et peccator, “simultáneamente
justo y pecador”. Es decir, que el cristiano es justo (y por lo tanto santo) ante los ojos de Dios, pero
ya que no ha sido glorificado todavía, al mismo tiempo es también un pecador en necesidad
continua de arrepentimiento y perdón.

Esta verdad es contraria a lo enseñado por la Iglesia romana. Inclusive el día de hoy, todo
verdadero creyente debe entender que es santo ante Dios no por sus obras, sino por la obra y
mérito de Jesucristo. Jesucristo vivió una vida perfecta y cumplió toda la ley (Mt. 5:17), y cuando
deposito toda mi fe en Jesucristo, no solamente mis pecados son puestos sobre Él, sino que su
justicia es puesta sobre mí. De esa manera soy declarado justo y santo ante Dios.

Pero si usted es como yo, muchos días no me siento como santo, ¡sino todo lo contrario! Esto nos
lleva a una segunda verdad.

POR EL ESPÍRITU, ESTOY SIENDO SANTIFICADO

El cristiano dejará de pecar por completo cuando sea glorificado. La glorificación está asegurada
para el creyente (Ro. 8:30). Pero mientras estemos en este cuerpo terrenal, seguiremos batallando
con el pecado (Ro. 7:24). Por tanto, todo cristiano debe esforzarse en la gracia, por el poder del
Espíritu, para vivir una vida santa ante Dios. En la teología llamamos a esta doctrina la santificación
progresiva.

La Biblia enseña que si bien por un lado ya somos santos ante los ojos de Dios, por el otro,
estamos siendo santificados continua y progresivamente por el Espíritu Santo. Pablo habló de esta
transformación gradual en 2 Corintios 3:18,

“Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del
Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor,
el Espíritu”.

Dios usa de los medios ordinarios de gracia —como la meditación de la Palabra, la oración, la
reunión con los santos, la participación de las ordenanzas— para transformarnos a la imagen de su
Hijo. Es por esto que en la Biblia vemos constantes llamados a la santificación. A esto se refería el
apóstol Pedro cuando dijo:

“Sino que así como Aquél que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su
manera de vivir. Porque escrito está: ‘Sean santos, porque yo soy santo’”, 1 Pedro 1:15-16.

De la misma manera, Pablo dice que “ésta es la voluntad de Dios: su santificación” (1Tes. 4:3).
Nuestra santificación es solamente posible a través del Espíritu: “Si por el Espíritu hacen morir las
obras de la carne, vivirán” (Ro. 8:13).

Dios usa de los medios ordinarios de gracia para transformarnos a la imagen de su Hijo.

Sería un error, sin embargo, pensar que la santificación progresiva no requiere esfuerzo. De hecho,
el cristiano coopera con el Espíritu en su santificación. Como ha dicho el pastor John Piper
famosamente: “Haz guerra”.3 El teólogo reformado Wayne Grudem escribe lo siguiente al
respecto:
“Algunos objetan a decir que Dios y el hombre «cooperan» en la santificación, porque ellos
quieren insistir en que esa es la obra primaria de Dios y que nuestra parte en la santificación es
solo secundaria. Sin embargo, si nosotros explicamos con claridad la naturaleza del papel de Dios y
nuestro papel en la santificación, no es inapropiado decir que Dios y el hombre cooperan en la
santificación”.4

Por esta razón encontramos un gran número de imperativos en la Biblia que nos instan a
despojarnos del viejo hombre (Ef. 4:22), vestirnos y tomar la armadura del Espíritu (Ef. 6:11, 13),
huir de la inmoralidad (1 Co. 6:18), no participar de las tinieblas (Ef. 5:11), y así la lista continúa. La
santificación no es pasiva. No es para los flojos. Es para aquellos que, en el poder del Espíritu y
confiando en la gracia, se consideran muertos al pecado y luchan contra él con todas sus fuerzas.

Así que la doctrina bíblica de la santificación enseña que el verdadero creyente en Jesucristo ya es
santo, y por lo tanto tiene acceso directo al Padre y al reino celestial. Al mismo tiempo, al estar en
este cuerpo terrenal, todo cristiano debe hacer guerra al pecado, esforzándose por erradicarlo de
su vida, confiando en el poder del Espíritu y la gracia de Dios.

1. Catecismo de la Iglesia católica,


http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a9p3_sp.html, artículo 828.
2. Ibíd., artículo 1471.
3. Make War: The Pastor and His People in the Battle Against Sin.
4. Grudem, Teología Sistemática (Editorial Vida), 791.

Emanuel Elizondo (MS, MDiv) es editor en Coalición por el Evangelio. Enseña teología en la
Universidad Cristiana de las Américas y predica en la iglesia Vida Nueva. Estudia un doctorado en
predicación expositiva en The Master's Seminary.

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