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El primero presupone la posibilidad de determinar unas nociones, variables y/o procedimientos que intentan asegurar un resultado preestablecido, es
decir, el método tiene un carácter instrumental y relativamente infalible. Y la segunda presupone unas nociones, variables y/o procedimientos mediante
las cuales se intenta abordar una determinada dimensión de un fenómeno que se reconoce como demasiado complejo y que, por lo tanto, se renuncia a
la omni comprensión del mismo; es decir, la perspectiva tiene un carácter analítico, parcial (no omnicomprehensivo) y falible (objetable). Una vez
reconocida la historicidad y complejidad inherente al «Arte», conviene entonces hablar más de perspectivas que de métodos historiográficos. Así mismo,
en el método tiende a presuponer la estabilidad del objeto de estudio, mientras que en la perspectiva no necesariamente.
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Es importante recordar que la propuesta de Jacob Burckhardt se inscribe en lo que el historiador e historiógrafo Herman Bauer llamó “De las biografías
a la historiografía del arte” y que surge un siglo después a la historiografía idealista de J.J. Winckelmann. Esta propuesta se debate entre las tensiones
entre la resignación cultural —respecto a un pasado cultural que se reconoce como decadente y en desaparición y el historicismo—y la fe en el progreso
en la que se presupone —de pronto ingenua e hipócritamente— que el «Arte» tiene un papel protagónico en la construcción no sólo de la cultura, sino
de la civilización y la historia. Esta fe se expresa en términos de nuevos conceptos sobre cultura, pueblo e incluso raza o técnica. La desaparición de la
historia y la cultura coinciden en Burckhardt con el rechazo de las construcciones históricas idealistas como las propuestas teleológicas de Hegel por
considerar precisamente que bajo este tipo de propuestas no se promueve la inserción del arte en proyectos culturales concretos.
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una vez identificados los significados profundos de la «obra de arte» y las respectivas
variaciones en el espacio y el tiempo de las significaciones respectivas, se olvide la manera en
que los mismos han sido realizados visual y/o plásticamente y, en consecuencia, se pierda la
especificidad de parte del ‘objeto de estudio’ de la Historia del arte, la «obra de arte».
La pregunta por el sentido originario de las obras y la evolución del mismo resultó
pertinente en la definición de la autonomía disciplinar de la Historia del arte —a finales del siglo
XIX y principios del siglo XX— en congruencia con lo aportado al respecto por las corrientes
formalistas. Al mismo tiempo, se revela una ‘incomodidad metodológica’ o mejor una ‘limitación
epistemológica’ propia de la Iconología del arte en la que la definición tanto del objeto de estudio
como los objetivos, alcances y limitaciones de la misma resultan tan problemáticos, que parece
imposible un acuerdo al respecto. Los textos de los autores paradigmáticos —por ejemplo, Erwin
Panofsky y Ernst Gombrich— replantean, una y otra vez, el problema, sin alcanzar un acuerdo al
respecto y cada análisis iconológico es antecedido por una ‘disculpa metodológica’ acerca de la
incertidumbre epistemológica y metodológica de la Iconología del arte.
De otra parte, la Iconología del arte: “Metodológicamente supone una inversión del
camino a seguir, puesto que supone explicar la obra de arte desde fuera y no en sí misma, lo
cual es tan ilógico como partir de unos presupuestos normativos estéticos o filosóficos”.3
Reaparecen riesgos aparentemente superados: primero, el de un historicismo en el que «obra de
arte» particular se pierde en medio de la historia de las grandes narrativas (culturales e
ideológicas); segundo, el de que la Historia del arte se convierta en la historia de las ideas, las
imágenes, la cultura y/o el espíritu; y tercero, el de que la «obra de arte» adquiera un sentido
meramente instrumental y/o documental en el establecimiento de un determinado contenido
cultural. Las «obras de arte» se convierten en documentos —posibles entre tantos otros— de
esquemas y narrativas culturales y la «obra de arte» es solamente una de las tantas fuentes
posibles para el desciframiento de un determinado contenido cultural. Asimismo, se pierde la
posibilidad de acceder a la forma específica en la que en una obra específica se concreta un
determinado contenido significativo y se reduce la «obra de arte» a la imagen y/o el símbolo.
Asímismo, se genera un problema cuando las fuentes que sirvieron de ‘textos’ a los
productores de las imágenes han desaparecido —total o parcialmente— y la interpretación
3
José Fernández Arenas, Teoría y metodología de la historia del arte. Barcelona, Editorial Anthropos, 1990, p.101.
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Ibíd., p.105.
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iconológica alcanza tal rango de especulación que resulta imposible decidir entre una
interpretación y otra. Esta introducción de la «obra de arte» en un marco cultural más amplio
genera la necesidad de que la Historia del arte confluya con las demás disciplinas del espíritu
para llegar a un conocimiento total humanístico que demandan un nivel e erudición, una
capacidad analítica y una rigurosidad en el manejo de fuentes que parece accesible solamente a
figuras ‘míticas’ de la Historia del arte como Erwin Panofsky, Hans Sedlmayr o Ernst Gombrich y
que para los demás historiadores del arte se convierte en una especie de ‘utopía’ epistemológica
y metodológica.
5
Valeriano Bozal (editor), Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas (volumen II). Editorial La balsa de la medusa, Visor,
Madrid, 2004, p.242.
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Se requiere cuestionar sobe la frontera entre tema, asunto o significado como aparece en
la división propuesta por Erwin Panofsky sintetizada por el historiógrafo Hermann Bauer:
(Fuente del cuadro: Herman Bauer, Historiografía del arte. Madrid, Taurus Ediciones, 1980)
Esta diferenciación entre tema, asunto y significado resulta cuestionable. Por ejemplo, el
tema de la Virgen, el asunto de la pureza, la perfección divina y la noción de Iglesia y el
significado intrínseco de un determinado estereotipo femenino. ¿Qué ocurriría en los casos en
que no resulta posible suponer la unidad y la coherencia de un relato cultural como sucede en
las recreaciones de la imagen de la Virgen en la santería? ¿Qué ocurriría en los casos de formas
de arte no figurativas —como la arquitectura— que también crean imágenes y expresan
contenidos simbólicos?
Deben reconocerse las limitaciones de la Iconología ‘normativa’ del arte cuando se ponen
en cuestión sus presupuestos fundamentales como el de la concepción eurocentrista de la
Historia —con ‘H’ mayúscula— que implica el presupuesto de la unidad y la coherencia cultural.
En otras palabras, culturas que han operado bajo la lógica de un proyecto dirigido a determinar
un futuro desde el presente y mediante unas acciones concretas. ¿Qué ocurre con la Iconología
del arte cuando este presupuesto no se cumple, por ejemplo, en las culturas ‘no occidentales’ o
las culturas es las que ha habido procesos de hibridación y/o sincretismo cultural? ¿Se debería
hablar de Iconología del Arte, de Iconología del arte occidental o de Iconología del arte de
civilizaciones históricas?
8
Hans Belting, Antropología de la imagen. Katz editores, Buenos Aires, 2007, p. 14.
9
Ibíd. p.27.
10
Ibíd. p.28.
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