You are on page 1of 3

HIJOS TIRANOS

La frustración es un sentimiento indispensable en el


desarrollo infantil: el niño necesita, desde que tiene más o
menos un año, rutinas, reglas y límites claros sobre lo que
puede y no puede hacer. De hecho, uno de sus deportes
favoritos consiste en poner constantemente a prueba a sus
padres para ver hasta dónde puede llegar.
Pero a partir de los seis años hay niños que se muestran
muy impulsivos, que mienten, que tienen actitudes
vengativas, que no conectan con los demás, que son
insensibles, con ganas de hacer el mal porque sí, se sienten
poderosos, carecen de empatía… Estas son actitudes
tiránicas, que a los once años se pueden agudizar y que a
los 15 años ya son difíciles de encauzar porque se juntan
con la rebeldía propia de la adolescencia.
Y es que educar no es fácil, y debe implicar ciertas dosis de
frustración para equilibrar el amor infinito que sentimos
por nuestros hijos. Si los padres ejercen su autoridad con
cariño y constancia, los apuntes de tiranía deberían ir poco
a poco mitigándose. El problema llega si no hay reacción
por parte de los progenitores, que, en su afán de buscar
una explicación-excusa a todo –“el niño tiene mucho
carácter”, “lo que hace es normal a su edad”…- no se
atreven a imponer la más mínima disciplina. El problema
se va agrandando hasta que la familia tiene la sensación de
que se le ha ido de las manos. ¿Qué hacer entonces? No se
trata de volver a las prácticas de antaño, sino de actuar con
sentido común, sin exasperarse y sin violencia.
Reglas básicas para frenar
comportamientos tiranos
Si los padres han llegado al punto límite con sus hijos
tiranos pueden –y deben– pedir ayuda externa. Primera
visita: el pediatra, que les ofrecerá pautas y consejos sobre
cómo actuar. Algunos niños –y sus padres– necesitan
además psicoterapia dependiendo de los síntomas y de su
edad. Si se trata de preadolescentes o adolescentes y ya se
han vuelto agresivos, el problema es más serio y la terapia,
más larga.
Además, se pueden fijar las siguientes reglas para atajar
comportamientos tiránicos:
Ambos progenitores deben estar de acuerdo en
cómo quieren educar a sus hijos, en cuál va a ser su
modelo educativo y actuar ante él sin fisuras, porque
si las hay, el niño se aprovechará enseguida de ellas.
Los padres deben ser capaces de admitir que su
hijo es un tirano y no buscarle atenuantes.
Rutina, rutina y más rutina. El día a día del niño
debe estar pautado: horas fijas para comer, para
acostarse, para hacer los deberes. También debe
tener una serie de obligaciones en casa –hacer la
cama, poner y quitar la mesa, etcétera– de las que no
se puede escabullir. Y normas muy claras sobre su
tiempo de ocio.
Nada de amenazas. Las amenazas transmiten
inseguridad al niño y sólo logran aumentar su
tendencia a la negación.
No se trata de prohibirlo todo después de
haberle dejado hacerlo todo. Una vez dicho una cosa,
no hay que retractarse, así que más vale pensar con
calma antes de hablar y actuar.
No hay que ponerse a la altura del niño: si grita,
patalea y monta una escenita, hay que respirar y
contenerse. Nada de chillidos, sofocones o tortazos,
mejor esperar a que se calme sin hacerle el más
mínimo caso.
No sirve de nada argumentar sin fin, el niño
tirano no está acostumbrado a las palabras. En vez de
discutir, hay que recordarle cuáles son las reglas que
hemos fijado y su deber de respetarlas.
Tampoco sirve pedirle que se ponga en tu lugar:
justamente una de sus características es su falta de
empatía.
Recordar que los milagros no existen y la
educación es una carrera de fondo: puede que no haya
resultados inmediatos, pero, según va creciendo, el niño
logrará interiorizar nuestras enseñanzas.

You might also like