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Rosario Arana
Claudia Suarez
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espacio de autonomía e intimidad, se vuelve autor, dejando marcas que podrán ser
leídas y criticadas por otros. Al entender a la escritura como marca, como huella
subjetiva, ampliamos su significado, otorgándole un sentido que va más allá de la
escritura como elemento de comunicación.
Cuando en un grupo nos encontramos con un paciente (niño o púber), que no
desea escribir, que durante toda la sesión presenta una importante excitación motriz,
que agujerea con el lápiz la carilla de la hoja en donde supuestamente iba a escribir,
entendemos que allí también hay escritura que se nos ofrece para ser leída.
En el grupo de tratamiento se da la posibilidad a sus miembros de dejar marcas
en el papel, de convertirse en autores de su propia historia. “Escribir es un acto de
agregación, de sumatoria, de suplemento. A lo ya dicho (o ya escrito) se le agrega una
marca, una grafía. Mientras se realiza esta operación, se transforma lo dicho. Escribir
entonces, es una experiencia de transformación” (Prol 2004).
En este sentido, la escritura puede presentarse para el púber como oportunidad
de crear nuevos sentidos frente a aquello que ya estaba escrito, la historia escrita en la
infancia ahora podrá ser reinventada.
En el grupo de tratamiento psicopedagógico con púberes, escribir no resulta una
tarea fácil. Muchas veces ellos deciden no hacerlo manifestando que prefieren
responder a la consigna en forma oral antes que escribir su respuesta en el cuaderno.
En el caso de Marcos, un paciente de 13 años que presentaba dificultades para
expresarse por escrito, el poder escribir tuvo que ver con un proceso que se dio a lo
largo de varios encuentros.
El primer día en un grupo de tratamiento no resulta fácil para un púber. Mucho
menos lo fue para Marcos, que debió ingresar a un grupo que estaba conformado desde
hacía ya un tiempo. Durante este primer encuentro habló poco y se lo notaba
angustiado, además de mostrarse bastante inquieto. Al darle la consigna no pudo
escribir palabras, sino que agujereó su hoja en forma sistemática, renglón por renglón,
la hoja entera.
La inquietud acompañó los encuentros siguientes, hasta que la palabra fue
cobrando protagonismo por sobre las descargas motrices.
La posibilidad de escribir alfabéticamente llegó después. A un mes de
tratamiento Marcos pudo escribir por primera vez en su cuaderno. Esto se produjo
porque en el interior mismo del encuadre terapéutico, esas “descargas motrices” no se
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consideraron en oposición a la escritura, sino que fueron leídas como modos diferentes
y singulares de escribir.
La entrada en la pubertad implica un viraje en la posición del sujeto respecto de
sus padres, de su cuerpo, de su sexualidad, de su subjetividad. La escritura como
herramienta de trabajo en el tratamiento psicopedagógico grupal con púberes, permitirá
al púber no solo elaborar las pérdidas propias de esta etapa, sino que también le dará la
posibilidad de crear un proyecto futuro, asumiendo un deseo propio allí donde se había
deseado en su lugar.
El Cuaderno
Andrés, como es habitual, llega tarde a la sesión y, con gran despliegue, se suma
al intercambio dialógico del grupo acerca de los hermanos mayores.
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A- Mi familia es un lío. Iba a tener un hermanito y se murió. Mi mamá estaba
embarazada y se cayó de las escaleras. Me lo contó mi hermano.
Psp- Decías que tu familia es un lío…
A- Es un lío por otras cosas. Es un quilombo. Me muero.
Psp- ¿Quién se muere?
A- Un gusanito. El año pasado lo conté
Psp- ¿Es el mismo quilombo?
A- Estoy buscando en el cuaderno…
El pizarrón
El lápiz
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El lápiz, al igual que el cuaderno, encuentra su lugar en el dispositivo por su
evocación a lo escolar y también es un elemento que los púberes ya no utilizan con la
misma frecuencia en la escuela.
Es normal ver que al momento de repartir los lápices y lapiceras que hay en la
caja, ellos traten de utilizar siempre las lapiceras. Podríamos pensar que además de ser
un elemento de mayor familiaridad para ellos, también seria un medio a través del cual
aquello que producen en sus cuadernos queda plasmado en forma permanente sin
posibilidad de borrarse.
Si aquello que producen en los cuadernos es un modo de posicionarse diferente
ante su padecimiento subjetivo, las marcas indelebles de estos nos hablarían de un deseo
de querer asegurar su permanencia en el tiempo.
LA MODALIDAD GRUPAL
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tensiones que este diálogo va produciendo, aparecen fisuras y quiebres que serán
trabajados encuentro a encuentro.
Temáticas recurrentes
Lo privado y lo íntimo
La sexualidad y la vergüenza
L: en la escuela vinieron a dar una charla de sexualidad. Son aburridas esas charlas,
lo único divertido son dos cosas pero no las puedo decir porque son zarpadas. Vos me
entendés no?
J: yo tengo algo para decir pero no se como. Lo voy a escribir.(toma un pedazo de hoja
de su cuaderno y escribe: “tengo novio”)
T: consigna: “cuando me dio vergüenza”
L: todas o una? Cuando había algo que no podía expresar.
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Hay una primera etapa en la cual el adolescente debe convivir con una
contradicción, un cuerpo que se va haciendo adulto y una mente que aun esta en la
infancia.
Freud (1905) plantea la adolescencia como una nueva etapa libidinal en la cual
las transformaciones que acontecen se deben fundamentalmente a dos aspectos: la
subordinación de todos los orígenes de la excitación sexual bajo la primacía de las zonas
genitales y, el proceso de hallazgo de objeto con mandato genital y más allá de las
figuras parentales.
La entrada a la pubertad marca un antes y un después respecto de la condición
sexual de los jóvenes, ya que la posibilidad de ser madre o padre se torna real en el
cuerpo. La influencia del grupo de pares en cuanto a la experimentación sexual juega
un rol preponderante en lo que refiere a las decisiones que los púberes puedan llegar a
tomar con relación a las prácticas sexuales impuestas desde lo pulsional y lo social.
A través del cuerpo los jóvenes dejan marcas que expresan aquello que no
pueden simbolizar a través del lenguaje. Marcas que les otorgan cierta identidad con
respecto a sus pares y que los diferencian del mundo de los adultos.
Los padres
J- El sábado salí con una amiga y un compañero al Abasto. Tardé tres días en
convencerlos. Mi papá ni a viaje de egresados me deja ir. Solo si va mi mamá atrás.
Psp- ¿Vos que pensás?
J- Que está mal. El fue al viaje. Tengo un año y medio para convencerlo.
Psp-¿Por qué será que no te deja ir sola?
J- Porque tiene miedo.
Psp-¿Miedo de qué?
J- De que me hagan algo.
Psp- ¿Y vos qué pensas?
J- Que todos los padres tienen miedo.
Psp- ¿Y vos tenés miedo?
J- Si salgo con mis compañeros no.
(M y su hermanita)
T: y con ella jugás?
M: No!
T: ¿Por que no jugás?
M: Porque juega a la muñeca.
T: ¿Y vos no jugà s?
M: No yo no juego.
Vos no te rías que seguro seguís jugando a los autitos.
A: Si.
T:¿ Y vos J?
J: No, juego a la compu.
Ya dejaron de ser esos de la infancia pero tampoco son esos otros adultos. El
jugar, actividad antes familiar colmada de satisfacciones compartida y nunca
cuestionada, comienza a tambalear ante el acecho de lo nuevo que se impone.
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“Las nuevas imágenes provenientes de los cambios del cuerpo del adolescente
conmueven al patrimonio de las autoimágenes anteriores” (Kancyper, L. 2007). Tensión
entre lo que fui y lo que seré, entre lo conocido y lo desconocido.
Piera Aulagnier (1991) plantea que entre las tareas reorganizadoras que el
adolescente debe realizar está la de poner en memoria y poner en historia un tiempo
pasado y como tal definitivamente perdido, trabajo de construcción –reconstrucción
permanente de un pasado vivido, necesario para orientarse e investir ese tiempo
presente. Esa construcción de su autobiografía, nunca acabada del todo, que se puede
prestar a modificaciones haciendo desaparecer algunos párrafos, añadiendo otros, debe
hacerse en esta etapa como una tarea de reaseguramiento de la identidad antes de
proseguir el crecimiento. Al decir de la autora estos anclajes son necesarios para la
continuidad de la identidad y para ponerla al abrigo de futuras inestabilidades.
Para poder realizar este trabajo se le impone al adolescente la necesidad de
establecer un “fondo de memoria estable” (Aulagnier, 1991). La selección de las
representaciones que constituirán ese fondo de memoria son garante de la permanencia
identificatoria de lo que uno deviene y de lo que continuará deviniendo, puntos de
certidumbre que asignan al sujeto un lugar en el sistema de parentesco y en el orden
genealógico.
GRUPO DE PADRES
Como ya hemos mencionado con anterioridad, forma parte del encuadre las
reuniones quincenales con los padres. Es de destacar que tal como sus hijos
adolescentes, las temáticas que surgen se refieren no solo a lo escolar, surgen temas
relacionados con la higiene, los amigos que no conocen, aquello que no les cuentan.
Discurso parental que requiere una escucha diferente, teniendo siempre presente que
para ellos esta también es una etapa de perdida, de duelo, deben decirle adiós a su
“nene” para darle paso a ese joven adulto que está en vías de constituirse.
Hacemos mención solo algunas características de este elemento del encuadre ya
que el mismo es abordado con exhaustividad en otro de los capítulos del presente
libro.1
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Lucero, A. y Hamuy, E., “Acerca del trabajo con padres en la clínica psicopedagógica. Especificidades
en el trabajo con padres de púberes y adolescentes”.
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CONCLUSIONES
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