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Postura del Psicólogo ante la tercera edad.

La “tercera edad” es un término comúnmente utilizado para hacer referencia


a la etapa posterior a los 60 años, caracterizada por múltiples cambios en todos
los aspectos de la vida (físicos, cognitivos, emocionales, sociales, familiares).
Estos cambios impactan profundamente en la vida de la persona por diversas
razones, pudiendo incluso vislumbrarse como una etapa anhelada por muchos y
temida por otros.
Debido a que el paso de los años trae consigo múltiples deterioros, se suele
pensar que necesariamente representa pérdidas para el individuo puesto que
suele coincidir con la mengua de la salud, la jubilación o la muerte de algún
familiar (padres, cónyuges o hijos). Al respecto, la teoría del desarrollo psicosocial
propuesta por Erickson plantea que al final de la vida el individuo puede considerar
que valió la pena vivir y estar satisfecho con las decisiones tomadas o arrepentirse
de lo acontecido y sentirse insatisfecho con ello (Villar, 2003).
En ambos casos, el profesional de la Psicología puede ser fundamental para
ayudar al adulto mayor, bien sea a aumentar la calidad de vida en los años que
aún le quedan por vivir o para resolver aquellos conflictos que le perturban y le
generan culpabilidad. No obstante, el trabajo del Psicólogo no sólo se enfoca en el
adulto mayor, debido a que puede acompañar a la familia que también se ve
afectada muchas veces por las dificultades que se presentan, sin olvidar el
asesoramiento que puede dar a otros profesionales en miras de lograr una mejor
atención a los ancianos.
Tomando en consideración lo expuesto es importante señalar que uno de los
ámbitos en los que el Psicólogo comienza a tener presencia en otras latitudes es
en el sanitario (hospitales, asilos o centros de atención a personas mayores),
enfocando su trabajo en el desarrollo de programas preventivos, de apoyo a
cuidadores y a familiares, de formación e integración a la comunidad, de
adaptación al medio residencial, de orientación temporo-espacial, de estimulación
cognitiva, entre otros, sin dejar de lado el abordaje de trastornos como depresión y
ansiedad que suelen ser frecuentes en esta etapa de la vida (Mielgo, Ortiz y
Ramos, 2001).
Pero además de ello, la labor investigativa se vuelve fundamental para el
enriquecimiento de la ciencia puesto que permitirá descubrir nuevas formas de
abordaje en función de los cambios cognitivos subsecuentes producto del
envejecimiento y propiciará nuevas estrategias terapéuticas que aumentarán la
calidad de vida del adulto mayor (Hernández, 2004).
Del mismo modo y en cuanto a la atención psicoterapéutica individual, es útil
emplear técnicas que ayuden en la orientación a la realidad, desarrollo de nuevas
habilidades sociales que permitan la resocialización, trabajar en la motivación y
con las actitudes que pueden ser determinantes en cuanto al modo de afrontar y
vislumbrar dicha etapa, trabajo con creencias irracionales y pensamientos
automáticos y por supuesto entrenar en solución de problemas y prevención de la
soledad (Hernández, 2004).
Debido a que la labor del Psicólogo es extensa, su accionar profesional
puede orientarse desde diferentes perspectivas teóricas como la Psicología
humanista, la Psicología positiva, el enfoque cognitivo conductual y la terapia
ocupacional-recreacional. El objetivo será siempre el mismo, ayudar al adulto
mayor a adaptarse a su nueva situación de vida y buscar alternativas que le
permitan vislumbrar la nueva etapa con mayor optimismo.
Es importante recordar que existe un abanico sinfín de posibilidades en
cualquier momento de la vida y esta etapa no tiene que ser la excepción, no se
puede presuponer que todos los adultos mayores desean una vida inactiva, al
contrario, muchos estarán dispuestos a aventurarse y así vivir a plenitud sus
últimos años, a mostrar gratitud por la vida que tuvieron oportunidad de
experimentar y a disfrutar de su sexualidad, solo por mencionar algunos ejemplos.
No obstante, existirán otros menos optimistas para los cuales la vejez
represente una etapa de sufrimiento por lo irresuelto y por lo perdido, existiendo
incluso aquellos que se sientan merecedores de los cuidados y atenciones que
demanden de sus familiares con gran nivel de exigencia, llegando incluso a estar
en ganancia secundaria. En todos los casos el acompañamiento de un profesional
de la Psicología puede ser de gran ayuda para el abordaje de los procesos
emocionales concomitantes.
Una iniciativa de gran interés en la actualidad es el creciente desarrollo de
grupos en los que se reúnen personas de la tercera edad basándose en sus
afinidades (jubilados, clubs de ancianos, maestros…) en cuyo seno se desarrollan
muchas actividades recreativas y ocupacionales como talleres, bailes, fiestas,
cursos, conferencias, terapia ocupacional, entre otros (Hernández, 2004). Éstos
son apreciados por los adultos mayores de manera más positiva, representando
un espacio para seguir siendo productivos, para seguir soñando; contrario a la
visión de los centros de cuidado o asilos que suelen vislumbrarse como espacios
de abandono y dependencia.
Para finalizar, resulta necesario puntualizar que en esta etapa de la vida la
postura del Psicólogo debe ser lo suficientemente flexible como para idear
espacios en los que el adulto mayor saludable pueda desarrollarse a plenitud y el
adulto con algún diagnostico incapacitante pueda sentirse útil pese a los cambios
que son irreversibles en su vida y pueda además resolver aquellos asuntos que le
hacen sentir algún tipo de culpa o remordimiento, para lograr en su momento un
desenlace optimo de la vida, sin embargo, la actitud del psicólogo debe ser en
todo momento cordial y comprensiva mas no paternalista.

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