You are on page 1of 24

N 0 V E L A POE

Carmen de Burgos (Colombine) 5 0 Cents.


ílS^KtÉCIOS
Los Contemporáneo!
SE PUBLICA LOS
DE SUSCBIPCIÓ»
1
Madrid 7 provincias Trimestre 3,50 pts.
VIKRKTES - " ^ S e m e s t r e 6,50 -pesetas. Año 12
Extranjero: Semestre 10 ptas. Año 18.
Publica novelas cortas de los mejores autores,
lujosamente ilustradas, en negro y colores, por NÚMERO SUELTO
renombrados dibujantes.
Edición de lujo, SO céntlmoB,

&UÍ00IOI, ADMINISTRiOIOH I T1LLEESS ±d. económica, SO céntimos.


MARTIN D E LOS H EROS, 65, MADK.IU
Anuncios: pídase tarifa.
Teléfono 4.539 A p a r t a d o d eC o r r e o s 216

FABB1CA D E C O R B A T A S
BU S J Pianos de esta acreditada mar-
mmMca, y d e l a s m a s r e p u t a d a s d e l
extranjero. E l P h o n o l a ydemás aparatos p a r a tocar
I el p i a n o . U l t i m a c r e a c i ó n e n A u t o p í a n o s y eléctricos.
CAMISAS. GUANTES, ffÉNEKOS

ELEGANCIA, SURTIDO Y ECONOMÍA


D E PUNTO

I A r m o n i u m s y r o l l o » e x t r a n j e r o s d e m ú s i c a d e 66, 7S y 88
Precio fijo, 12, CAPELLANES, 12. Precio fijo.
Gran salón d e Conciertos.
San Bernardino, 3 CROMOTIPIA
NGOGRflFW

PARA C A S A S DE CAMPO
El alumbrado por gasolina no tiene rival.
Es inexplosivo y no produce humo ni olor.
CATALOGO GRATIS
PASCUAL M. LAÓRDEN ( S . en C.)
(Antes LAORDEN Y O . S. en C.)
PUENTES, 9. MADRID.—Teléfono 2996.

B E ES E D \

Kecomentiadas por las más grandes eminencias


médicas contra las enfermedades del estoma?
— • - p é intestinos =
Depósito central: BARQUILLO, 4—MADRID
12 DEOCTUBEE DE 1S17

Los Contemporáneos
C R Ó N I C A —"El Botón", que es el más pe- Pastor que estás en el monte
queño, trabaja de cajista en un pe- y duermes sobre felechus-:-•.
riódico de Oviedo; y "El Cuchichi" ven, y casando conmigo •
FIESTA ASTURIANA ajustador es en los talleres del fe- dormirás sobre mi pecho. /
Para el gran cuentista rrocarril del Norte. Trabajadores ¡ Qué amable es la copla! Las
D. José Zahonero. son que en los ratos de descanso mozas que á mi lado están, pónense
cantan. -. tristes, porque saben que decir el
Por decoración, una verde y olo- Nuestro diálogo cesa por impo-~
rosa pomarada; mucha alegría, amor una mociquina á un chaval,
sición de los oyentes. -- cosa.ye solu de cantarines'y no de
mucho afecto y, sobre todo, mu- El joven cajista comienza su
cha, mucha sidra... realidades. ¡Oh, si lo fuera!... No
cantar. La voz es robusta, grande: sufriría tanto el corazón que vfe
Un cielo de pizarra, da más sa- parece en la calma del atardecer, cruzar indiferente á quien de veras
bor al cuadro. como una oración de triste renun- ama... _* .
En un tablado y al son de la gai- ciamiento.
ta que hace sonar el gaitero de La fiesta termina.
Santa Clara, baila una pareja de ¡ No me rondes ! La noche llega, y con ella más
aldeanos. Sus saltos son rítmicos, ¡ No me rondes . . canciones. Ya no sólo entonan as-
suaves, de una bondad primitiva. que nun quiero ser rondada!... turianaes los simpáticos obreros,
No hay en la danza lujuria ni des- ¡ Soy fia de padres probes !... ya cantan todos.
enfreno, parecen los bailadores, ¡ N o n quiero ser murmurada!... Camino de la ciudad vamos.
más que hombre y mujer, figuras Por un momento las'caras de las Una voz de hombre dice, con en-
de un bajorrelieve modelado por muchachas que escuchan, son tris- tonada voz.: .-
un artista sereno y puro. tés, pero cuando un nuevo cantar Arrimadito á aquel roble
-El tamborilero de La Abadía, de amores, que parecen imposibles di palabra á mi morena;
lanza una copla, á la que los pa.ro- y luego son realidad, suena, las lin- el roble será testigo,
rínes en la enramada, ponen estri- das bocas sonríen y en los ojos bri- ella será mi cadena.
. bíllo. . lla el deseo. Los cantares son cómodos cohe-
El estampido de los cohetes, que tes que rasgan la noche cbn sus la-
un hombre colorado lanza, son —A querer á mi ama
yo non me atrevo... gunas de luz; la tristeza de estos
otro ruido típico también de ;a as- cantos ha traído á mi ánimo el re-
turiana fiesta. ¡ Da.la güelta "Morica";
atrás "Romero"! cuerdo de un cariño muerto; pero
En "El Combé"—así se liaina el de pronto, una canción picara me
sitio donde nos encontramos, y es hace sonreír:
delicioso como un jardín—reina la
más franca y limpia alegría. El cura de mi llugar
:
Un s n fin dá aplausos premia la —Si mi criado quiere... diz que non tié rapacinos,
labor de los bailarines: cesa 'a gai- ¿quién se lo quita? por el ojo de la llave
ta en su adormecedor cántico y su- — ¡ . . . da la güelta "Romero" vense siete pequeñinus...
ben al tablado., que escenario de la atrás... "Morica"!...
Contento, satisfecho, vuelvo á la
fiesta es, dos muchachos jóvenes. Las manos se juntan. Yo siento ciudad.
Son — dicen á mi espalda—"El un goce inefable oyendo el cantar La fiesta asturiana ha dejado en
Botón" y "Fl Cuchichi", los mejo- y aplaudo también, ;: . : mí una gratísima satisfacción y ha
res cantores del concejo... ; Turnan los cantadores, y el sim- resucitado mi amor á Asturias con
:
El mote ,me repugna- s empre. y pático muchacho qué trabaja' el más pujanza que nunca. ;
ahora, m i s .que nunca—comprendo hierro entona su canción. ¡ No todo ha de ser oir hablar.de
á un torero—cosa inferior, con mo- Tengo subir á Payares. ; odios y tiranías. . -'>
te, y á. un bandido; pero un cantor • d'aunque me muera de friu . ¿Verdad, amigos míos? ¡ .!.)•,•-
de.bellas canciones... No; no debe f

pa ver'sr puedo'traer ' / •. . •'.' . >'••' FERNANDO MORA


llamarse con mote alguno quien se
la molinera conmigó. . G ijan-A gasto-1917. ..'
llame artista; no. no debe denigrar-
¡ Al molín, moler ;
se á ningún hombre con un remo-
quete que suena á insulto, cuando al arroyo del agua!... i
en labor de arte v belleza se ocupa. Así esta canción CRÓNICA POLÍTICA
"El Botón"- y "El Cuchichi" deben ; un aldeano cantaba.
v Se queja la Prensa de la prolon-
imponer su patronímico. Q u e d e La voz del rapaz es dulce cómo gación desmedida de la anormali-
p a r a los toreros la ruindad del un suspiro ; suave como un eco. En dad, y, hasta donde se lo penmite el
apodo. .' . ; .... . •• mi a t o a ha. percutido gratamente. lápiz rojo, dirígense al. Gobierno
Quien me presentara á los mu- Todos festejamos al muchacho, acres censuras por supoca,prisa en
chachos, me dice ahora; que canta otra vez: volver las aguas á su cauce. Pero
¿ estamos seguros de que las cir- en tela de juicio nuestra situación nas nacida. Por fin se arregló todo,
cunstancias que motivaron inevita- de neutrales, proclamada por Espa- sin más alteración que un simple
bles precauciones han cesado ya? ña entera como medida salvadora. cambio de nombres en los carteles.
i No vemos que, apenas resuelto un Seguimos siendo optimistas, á pe- Donde decía "Plañiol", se puso
conflicto, surge otro inesperado, sar del empeño que voces arteras y "Baeza", y tutti contcnti. Por
poniendo en apurado trance la solapadas vienen poniendo en ter- cierto que la frasecita italiana trae
tranquilidad de la vida española? giversar las cosas; así como se so- á mi memoria el titulo con que la
Siendo esto así, constando á todos lucionaron dificultades tremendas obra de Osear Wilde fué traducida
que la inquietud reinante no es un y se resolvieron conflictos que pa- al idioma del Dante: llámase allí
mito, ¿hemos de motejar á los que, recían insolubles, así también se Una donna quelconque (Una mujer
en cumplimiento de un deber inelu- vencerán los actuales, que distan cualquiera) ; y fuerza es reconocer
dible, se ven precisados á adoptar mucho de tener la gravedad de los que, aunque menos literal, es más
medidas de previsión en armonía pasados; y, llegado que sea el ins- eufónico y adecuado este rótulo
con el ambiente que nos rodea? tante oportuno, el Gobierno hará que el que aparece en castellano. Y
Triste es, en verdad, el ejercicio las elecciones, caminando con.paso
del Poder en momentos tan difíci- seguro hacia la realización de su
programa.
Y, en bien de todos, es preciso
que así sea. No hay nadie que des-
conozca la necesidad ineludible de
someter á transformación comple-
ta nuestras costumbres políticas:
pero de esto á creer que medidas
tan radicales pueden adoptarse en
un momento, equivale á vivir en
plena utopía. Para que la renova-
ción anhelada sea un hecho, es
preciso cristalizar en leyes las as-
piraciones del país, crear los orga-
nismos necesarios para el mejor
funcionamiento de la máquina po-
lítica, sustituir, en fin, lo caduco
por lo joven, esperando, claro está,
á tener confeccionadas las piezas
nuevas antes de arrojar las moho-
sas á la banasta de lo inútil. Pero
derribar lo existente sin tener dis-
puesta la sustitución adecuada, se-
ría algo tan absurdo como lo que
sucede con ciertas Compañías fe-
rroviarias, que despidieron al per-
sonal antiguo y, no ocupándose de
sustituirlo, han causado la desas-
trosa situación que padecemos.
¿ Cuáles serían las consecuencias
MANCHA, si otro tanto acaeciese con la vida
SRA. ADAMUZ,
del Estado ? No es preciso contes^
EN "UNA MUJER IDEAL'' tar á esta pregunta: quédese la res- EN "UNA MUJER IDEAI,"

les, en que todo es hostil al que go- puesta para los que, inconscientes ó
mal intencionados, quisieran redu- vaya, también, con estas líneas,
bierna, porque queremos hacerle una mención honorífica para Ma-
responsable del malestar en .que cir á escombros lo existente, como
si las comodidades de la vivienda ruja Alvarez de Burgos, que pro-
nos debatimos, al que tantas y tan gresa á pasos de gigante.
complejas concausas contribuyen. confortable radicaran en la piqueta :
del bracero demoledor, y no en la Eslava ha abierto ya sus puer
Y, sin embargo, poco á poco va- tas. Ditirámbicos sueltos de Con-
fría pericia del alarife.
mos entrando en la normalidad; taduría nos hablaron de un plan
prueba de ello es el levantamiento de trabajo admirable: obras clási-
del estado de guerra. Queda aún cas, firmas españolas de primer or-
la previa censura, que tanto y tan TELONES Y den, algunas traducciones de auto-
fundadamente molesta y perturba res selectos... Y, como demostra-
á la Prensa. Pero sucesos como la BAMBALINAS
ción de tan bellos propósitos, aper-
fuga del submarino, hacen pensar • Un pleito entre traductores ha tura de temporada con Divorcié-
que• no sería político ni prudente ocasionado la suspensión de "Una monos. La obra de Sardou, manida
restablecer ahora la libertad, pues mujer sin importancia", que, des-
la- menor extralimitación del len- y vieja, no responde, en verdad,
pués del éxito logrado, estuvo a pi- al estupendo programa, pero tien"
guaje periodístico, pudiera poner que de morir' escénicamente, ape- un papel de mujer que se presta '
que ha abandonado una guarida piadosa en aque-
llas profundidades y se encuentra á la intemperie.
Algo así como el que se embarca en el momento
en que el barco se separa de la tierra.
i Con paso ligero dobló la esquina y se aventu-
ró en la Rué de Rennes. Aquella calle tan simpá-
tica, tan acogedora, tan provinciana, cerca de la
severidad del aristocrático Saint Germain y las
^ T (JA oscuridad de la ciudad era más triste, alegrías populares del Bou' Miche, estaba alum-
<< i >?• más densa, más amedrentadora que la brada por escasos faroles, triste y sombría, su-
4
I0 •"— (J oscuridad del campo. París, que fuera mida en un silencio que no daba idea de la mul-
jgpfspfy» d los grande Boulevares, tenía siempre
e titud de personas que se albergaban en el interior
algo de oscuro y sombrío, á pesar de su exceso de de las casas.
luces, ahora, con los faroles cubiertos con las mon- Miraba atentamente todos los edificios, dudan-
teras de metal, las luces de los escaparates en- do cuál era el que deseaba encontrar, por el as-
vueltas en tulipas, y la escasa iluminación de los pecto distinto del que' estaba acostumbrada á ver
establecimientos, ofrecía un aspecto imponente, y la dificultad de distinguir la numeración. La
desolado, amenazador. puerta al abrirse dejó ver un portal y estrecho y
A las siete de la tarde estaba ya cerrado todo profundo, que reconoció por el que buscaba.- A
el comercio y apenas daban las diez restaurantes mayor abundamiento, dos personas que salían la
y cafés echaban los parroquianos á la calle. Una saludaron cariñosas y sorprendidas.
hora después ni teatros, ni metropolitano, ni tran- —¡ Cómo, Matilde, usted á esta hora!
vías; nada que recordara el bullicio, la vida fácil, —Sí, es preciso que yo vea esta noche á D. Pe-
la alegría de la noche de París. Parecía que la dro y á los amigos. Mañana llega el primer tren
oscuridad estaba llena de peligros, eran medro- de repatriados. Telegrafían de Suiza que vienen
sas las siluetas de los -escasos transeúntes que en un estado lastimoso... Es preciso hacer algo.
se cruzaban en las aceras y la vista interrogaba Yo soy la encargada de este distrito...
con más desconfianza aún los pedazos de cielo que —-No será de los mejores... aquí estamos mu-
se tendían como toldos nebulosos sobre los edi- chos extranjeros.
ficios, temiendo ver fraguarse repentinamente el —Precisamente por eso... es preciso probar
rayo sobre la ciudad, con la llegada de los zepeli- nuestro amor á Francia... nuestro entusiasmo,
nes, á pesar de la gran vigilancia. nuestro agradecimiento... Muchos de los que vi-
Cuando Matilde subió las escaleras y se encon- vimos aquí hemos hecho aquí nuestra fortuna.
tró en pleno Boulevard, en la boca del Metro de Protestó el hombre:
Saint Germain, sintió la sensación de pavor del •—No sin trabajo y dificultad.
—'Por mí — añadió la mujer — si pudiera ya La señora de la casa intervino con voz apaci-
hace tiempo que no viviría en París. ble y bondadosa.
Matilde no quiso contestarles y dándoles las —La pobre... hay que perdonárselo hoy todo...
buenas noches empezó á subir la escalera. Ya co- Se han llevado el hijo á Oriente... Ya sabe usted
nocía ella todos aquellos argumentos. Precisa- que lo hirieron en Verdun... ha estado aquí per-
mente todo el comercio de aquel barrio estaba en misionario... pero está bien... no es reforme, y
manos de extranjeros. Había allí casas orientales, hoy se embarca para Marsella... La pobre Berta
por cuyos escaparates tentadores, llenos de per- no sabe lo que se hace.
fumes misteriosos, de frutas exóticas, de objetos Como si quisiera confirmar sus palabras, llego
de metal preciosos, con dibujos estilizados, especie de la cocina un ruido de cacerolas que rodaban y
de signos cabalísticos; se divisaban los rostros de loza hecha pedazos.
amarillos de los dueños, de ojos oblicuos y bigotes —¿Qué sucede?
caídos como hojas de sauce. Tiendas africanas, en La criada apareció en la puerta, con un aire
• las que despachaban negros y mulatos los produc-
tos indígenas; tiendas de indios, llenas de bebi- atontado.
das y frutos americanos; tiendas de turcos y ju- —Nada, señora... he roto una fuente... es ver-
díos de Salónica, con sus tapices y telas brillan- dad... se cayó... pero rio se ha perdido la comida.
tes; anticuarios españoles é italianos que ofrecían —Es terrible como está el servicio—intervino
todos esos objetos, que tienen un prestigio de pie- una anticuaria turca, que cenaba con los italia-
zas de museos y que creemos han de ser únicos y, nos, acompañada de dos hijas suyas.—Nosotros
sin embargo, se reproducen, se suceden, no se no tenemos ahora criada; Luna y Celeste lo hacen
acaban jamás, y objetos perdidos en el tiempo, todo.
que milagrosamente surgen allí para lograr su Empezó una lamentación entre las señoras de
rehabilitación. lo difícil que se hacía la vida con la dichosa gue-
' Todas aquellas gentes se enriquecían allí con ira. Todas aducían datos desconsoladores para el
poco esfuerzo, explotando el deseo de gastar dine- buen gobierno de las casas. Adela, la esposa de
ro dé todos los ricos, ociosos que no saben ya qué D. Pedro, mujer fresca, entradita en carnes, con
comprar, y van á caza de objetos exóticos, con- aire de actividad y limpieza, narró que se veía
tentos de pagar cantidades crecidísimas por mue- obligada á ir á la compra para conseguir que le
bles viejos, hábilmente trabajados, á fin de dar- guardasen las patatas y las verduras. Un pollo
les un .sabor de antigüedad original y rara.
: :
costaba un ojo de la cara, y el pescado no se po-
Verdaderamente. era triste la vida de toda día probar. Las otras le hicieron coro. Lo peor
aquella gente envuelta.en el engranaje de aquel era la falta del azúcar, del carbón, la limitación
comercio, lleno de azares, con. la fiebre y la am- del gas; se hacía todo imposible.
bición de realizar buenas compras y buenas ven- Mientras departían, las niñas y los niños del
tas engañando á compradores y vendedores. For- matrimonio producían un gran alboroto, hablan-
maban un círculo, una sociedad á parte, en !a que do todos á la vez. Una pedía más dulce, otra ju-
todos sé conocían, se trataban, eran amigos, y, sin gaba con su gato, la más pequeña enseñaba á to-
embargo, procuraban arrebatarse los negocios, dos su muñeca y el niño reclamaba unos spus para
como en un juego de buena ley, y desconfiaban ir al cine. Las mayores, por su parte, con ias dos
los unos • de los otros, cuidando de ocultar sus niñas turcas, cantaban al piano, aporreado por don
cartas. ; Pedro, que, como si quisiera aumentar el ruido,
La mayoría de ellos, venidos de países orienta- jaleaba, gritaba y hacía chistes sin cesar.
les, de países de sol, donde la vida es cómoda y Después de sus quejas, las damas buscaron, una
fácil, languidecían en aquel ambiente gris de Pa- compensación con lo que deberían sufrir en los
rís, en el aislamiento doloroso que se experimen- otros países. En Italia ya había días sin carne...
ta en las grandes ciudades, y hacían una vida como y en Alemania debían estarse muriendo de harh-
interina, inestable, como si sus propios hogares bre.
tuviesen algo de habitación de hotel que se ha de En aquel punto de la conversación intervino'
abandonar después de un largo viaje. . Matilde.
Cuando Matilde abrió la puerta, fué acogida —Figúrense cómo estarán todos esos repatria-
' con cariño, de un modo afectuoso, expansivo, qui- dos que llegan mañana. :. •
zás demasiado expansivo para ser muy sincero. —¡ Pobrecitos!—interrumpió la turca.
-—¡ Hola, amiga !—exclamó D. Pedro, el anticua- —i Infelices!—se dignó decir una dama fran-
rio italiano, hombre gordo, bonachón, calvo, que cesa, que no había despegado los labios durante
era el tipo más popular del barrio, por su carác- toda la conversación.
ter alegre, dicharachero y enredoso. •—• Venga á Era una mujer de unos cincuenta y cinco años,
cenar con nosotros. con el cabello teñido de rubio y el rostro emba-
Ella se excusó y fué á sentarse cerca de uno durnado, como una careta, de rojo, morado, blan-
de los extremos de la mesa, donde cenaba toda la co y negro; casi ocultd entre las greñas rizadas
• numerosa familia, que sumaban catorce indivi- de la cabellera, y escandalosamente vestida con
duos,, con-esa prole numerosa de los italianos. . un vestido azul claro, al que se mezclaban pieles,
Insistió el anticuario: . < encajes y aplicaciones de colores en profusión.
—A ver... un plato... servir á la señora... Ber- Sus manos, su cuello y sus orejas ostentaban una
ta... ¿qué hace esa Berta? cantidad fabulosa de brillantes y .piedras precio-
sas; y toda su atención parecía concentrarse en
abrigar en su mantita bordada á un repugnante ñía había vivido, tranquila y feliz hasta el mo-
y esmirriado perrillo de lanas, en cuyo hociquito mento de la guerra, que había destruido su pobre
depositaba cariñosos besos. casita y la obligaba á ponerse á servir,, con "el. co-
—Yo—continuó Matilde—soy la encargada de razón destrozado, temiendo siempre por el hijo/
este barrio por el Comité. Quisiera ponerme de que era su mundo todo.
acuerdo con ustedes para lo que pudiéramos hacer. Don Pedro despedía á la anticuaría con gran-
—Creo—objetó la dama del perrito—que no ne- des muestras de afecto y galantería, entre, las" ri-
cesitarán de nada. La caridad francesa provee á sas de las otras jóvenes, que reían los den-
todo. Ya ha vis- gues de la dama.
to usted la orga- Era la anti-
nización que te- cuaría más rica"
nemos de hospi- del barrio, po-
tales, casas de seedora de una
socorro,, hospe- gran fortuna, y
daje de permi- unía á su espí-
sionarios. Todo, ritu de comer-
Los soldados son ciante un espí-
bien f e l i c e s ; ritu romántico
ellos no carecen y sensible, que
de nada. ella proclamaba
Se i n d i g n ó como el más ex-
Matilde. quisito é incom-
—Pero si to- prendido que
dos descansamos pudiese t e n e r
en lo ya hecho y m u j er alguna.
no p r e s t a mos Desgrac i a d a -
nuest r o c o n - mente su avari-
curso... cia era superior
Interrumpió la i s u romanti-
turca: f cismo, y corría
—Yo, n a d a parejas con ana
puedo... mujeres ridicula coque-
solas... todo lo tería senil. Allá"
tienen que hacer en sus' moceda-
Celeste y Luna... des, había esta-
no te n e m o s ni do para casarse
criada... con a ti joven
L a . francesa, h o l a n d é s , re-
más radical en dondo' y,-, rubi-
sus argumentos, cundo, .pero el
se había puesto padre del novio
de pie, se envol- le había exigi-
vía en un chai do para dar el
amarillo y verde consentimient o,
y ocultaba su pe- u n a escritura
rrito entre las dotal, en la que
pieles de su abri- señalase á sí u
go, contra su pe- hijo una renta
cho. para mantener-
lo á él y á doce
—La verdad
es que se ha hecho tarde... y todo está tan obscu- perros, que formaban su familia de adopción.
ro... si tuviesen la bondad de acompañarme. El amor de la anticuaría no resistió tal deman-
—¡ Berta !—-Llamó Adela. da ; renunció á la boda y vivía sola con su perri-
;

Apareció la buena mujer con su aspecto pas- to y con un hermano solterón, que le servía de
mado de autómata. criada. Sus ocios los gastaba en hacer versos sen-
—Vaya, á acompañar á la señorita. timentales, que copiaba á máquina y colocaba eñ
Fué preciso repetirle varias veces la orden, que el escaparate, entre sus antigüedades, deleitándose
ella parecía no entender. en ver cómo se detenían á leerlos los transeúntes.
—Pobre mujer—exclamó compasiva la turca.— Cuando cerraba la tienda iba siempre á casa de
Anímese y tenga consuelo... más vale ser madre alguno de sus amigos, para que la invitase á cenar,
de un héroe muerto que de un... y se ponía todas las joyas del escaparate y todas
Por fortuna, Berta no la oía. Cada vez que le las toilettes fastuosas que combinaba con las. se-
:
daban aquel consuelo se ponía furiosa. La pobre das y los encajes antiguos, los damascos y los bro-
mujer no entendía de patria ni de heroísmo cuan- cados fabulosos y los terciopelos picados. Ella
do se trataba de su hijo, del hijo en cuya compa- amenizaba las reuniones declamando, y tío halóla-
ba-jamás de asuntos caseros y comerciales, que zado las bromas, en las que todos retan de.su pá-
parecía detestar. . nico v del pánico délos otros. Aquellos sustos eran
Adela tomó una resolución:' - - • - .•. " frecuentes, v los que no tenían cuevas, protecto-
—Yo iré mañana con usted^-dijo á Matilde— ras se resignaban á esperar en la suerte, como si
y* ya veremos lo que se hace. se tratase de una nube que pudiese dejar caer so-
Quiso intervenir D. Pedro. bre ellos el rayo.
—Pero, Adela, tú olvidas los hijos y la fami- El tren de los repatriados venía co;i retraso y
lia que tenemos.... - la multitud se impacientaba. Había allí quien es-
—Si cada uno de ellos le da una cucharada á peraba deudos, personas amadas, y aquella hora
otra persona le llena un plato, y ellos no se que- de espera producía una inquietud superior a la
dan sin comer—respondió con sencillez Adela. que experimentaron en los largos meses sin es-
—Tiene usted un corazón de italiana y... p e r a n z a . ¿Por qué no diada uso el tren de esa
No pudo acabar; la anticuaría francesa apare- facultad que se supone en los trenes de ganar el
ció en la puerta, corriendo cómo si la persiguie- tiempo perdido? La animación de toda aquella
ran, pálida, descompuesta, apretando el falderillo gente decaía con el cansancio de esperar. El an-
contra su corazón, y exclamó con voz entrecot dén estaba ocupado por ios individuos de la Cruz
tada. - . - 't' Roja (que esta "vez no iba á asistir heridos, pero
—; Los zepelines! -que haría uso de esa regia prerrogativa de con-
Se apoderó de todos el pánico. ¿Qué. hacer?, suelo que hay en ella, y que sabe usar con tanta
¿Por dónde huir? ;Cómo escapar? Todos chilla- '•.esplendidez),'por las autoridades militares y ci-
ban corriendo de u n lado para otro, sin saber dón- viles y por las Corporaciones de beneficencia. La
de estaba-el peligro. De la calle llegaba -el ruido multitud ocupaba toda la estación y los alrededo-
sonoro de las trompetas de los bomberos, y, todos res. Ahora-esta Gare de Lyon y l a . G W d'Estc
creían sentir como el runruneo de las alas de-.un eran las mensajeras de dolor y duelo,_ las que ,se
abejorro gigantesco cerniéndose sobre la ciudad, llevaban.más soldados, las que devolvían á París
no. bastante oscura para que no la denunciase á mayor número de heridos y de enfermos. Aquella
los piratas del aire el resplandor de sus luces; multitud estaba compuesta por individuos de to-
Lloraban los-niños asustados, engargándose á das las clases sociales, y' parecía haber en todos
los • padres y á las hermanas mayores, gritaban un deseo dé comunicarse su cuita, la mayor.par-
todos, huían de un lado para otro, como acorrala- te esperaban, á personas allegadas,"que dudaban
dos, sin saber por dónde escapar. si habían de- llegar. Reinaba un desaliento, una iri-
—-Sacad las' botellas contra los gases asfixian- certidumbre'que aumentó al dar la señal de que
tes-^-exclamó uno; corriendo hacia el armario en el tren salía de la estación más próxima." Hubo
donde-se guardaba aquella defensa. como un movimiento de oleaje en 1a multitud.
r-^Colocarse bajo las paredes maestras—ordenó —Yo •— decía una señora — no espero á nadie
otro- -... ••' de mi familia,'pero si hay quien no tenga alber-,
^-Apagad las luces. gue me lo llevaré á mi casa.
Al fin,'la voz,del padre se dejó oír: —Lo mismo me sucede á mí—respondió otra,—
' r^A la -cueva.- • ' Estoy sola. Mi único hijo está en las trincheras.
Ya teñían preparadas en la Cueva sillas, bujías, ., —Yo tengo cinco pequeñines, pero me puedo
agua, mantas y hasta un pico para si los sepul- . encargar de otro más.
tabah las ruinas de la casa. Se precipitaron todos Los movía á todos una caridad ardiente, acen-
escalera abajó, en tropel - y parecieron respirar en drada, esa inagotable caridad publica de la Fran-
salvo cuando se vieron e n aquel albergue subte- cia, tan unida en el socorro y el esfuerzo.
rráneo, como si sólo en las entrañas de la tierra Acababa de entrar el tren. Iba atestado de gen-
pudieran halíar defensa. Hasta allí llegaba el cía-" te.-que se apelotonaba en las ventanillas, como si
mor .metálico de las trompetas que daban la voz quisiese salir por ellas, con el ansia de ver á los
de.alarma al vecindario. que deseaban encontrar. Semblantes pálidos, expre-
siones fatigadas y dolorosas y, destacándose en-
tre todos, las tocas blancas de las monjas que
esta vez no iban allí ejerciendo su ministerio de
II dulcificar tristezas, sino con la necesidad de ser
ellas asistidas.
LOS CIEN MIL
Cuando salieron del andén los repatriados, para
mezclarse con el público, se escuchó un rumor de
voces ensordecedoras. Se buscaban todos, unos á.
otros, se llamaban, no se veian... Cuando tenía'
Entre la gente que esperaba en la estación la lugar un encuentro, resonaban gritos, sollozos,
llegada, de los repatriados estaban Adela y Ma- besos... Algo indescriptible.
tilde. Habían pasado toda la noche en la cueva,
Las autoridades hacían esfuerzos para lograr
presas de tal terror, que no habían distinguido de
que todos entraran en el lugar donde se les había
la señal de-alarma el otro toque que anunciaba
preparado el refrigerio, pero todos tenían prisa
haber pasado-ya el peligro. Fué preciso que la
de irse, de escapar de allí; los más para descan-
portera llegase.á avisarles para que se atrevieran
sar-con sus familias; los otros para seguir su via-
á salir de :allí. Una vez tranquilos, habían empe-
je á otras ciudades.
Los que no encontraban á los suyos pedían no- —¡ Pero es posible!
ticias, angustiados. —Sí, señora... ¿Podría saber quién se interesa
—Es usted de... por ella?
—Soy Luciana Dagobert, la madrina de su
—Conocía á Juan Creus? esposo...
Unas veces la respuesta era negativa; otras, Matilde y Adela miraban con interés á la bella
consoladora, y algunas, terrible en su laconismo. actriz, tan célebre y amada del público, cuyas
—Viene en el segundo convoy. obras de caridad eran inagotables desde el prin-
—Ha muerto. cipio de la guerra.
—Desapareció. —Ya sabrá usted que mi cuñado murió, seño-
—Lo internaron. ra—dijo Angelina.
Todo se volvían relatos patéticos, imprecacio- —Es un error, su cuñado, Alfredo Ferranz,
nes y maldiciones. vive.
Poco á poco la multitud se fué retirando. Sa- —¿Cómo? ¿Es posible?
lieron en los coches dispuestos de antemano los —Sí... ha estado muy grave... lo está aún. Se
que tenían que continuar su viaje,. y los otros portó como un héroe en el ataque en que se le
partían con sus familias ó sus protectores. No que- creyó muerto.
daba nada que hacer á las sociedades filantrópi- —Yo estoy aturdida. De modo que Alfredo...
cas. Aquel público admirable lo hacía todo. —Está en el hospital.
Cada persona dejaba inscripta su dirección para —¿Y podré verlo?
las reclamaciones probables. —Seguramente.
Adela y.Matilde se acercaron á una mujer jo- —Pero si las noticias que llegaron de su muer-
ven. te eran oficiales... se había encontrado su medalla
—¿Tiene usted familia? de identidad.
—No. —Voló con su brazo á muchos metros de su
—¿Nadie la espera? cuerpo. No es el único caso. Para que esas meda-
—Nadie... llas, de desposorios con la vida, no engañasen se-
—Si quiere usted aceptar un puesto en nues- ría menester llevarlas colgadas del cuello, como
tra casa... hacen los otros. . ••
—Gracias... no quiero ser gravosa á nadie... Angelina lloraba en silencio. Su desconsuelo
puedo sostenerme un poco tiempo... y luego es- sorprendió á Luciana. > :
pero ser admitida como enfermera... No tengo - —¿ Pero qué tiene usted ?—preguntó.—¿ Qué le
aliciente en la vida. sucede? No comprendo. : , • .'•
—Es terrible, señora, es terrible... Mi herma-
Hablaba en voz baja, cansada, como si algo la
na... mi pobre hermana lo cree muerto... No hay
oprimiese el pecho.
medio de hacerle saber la verdad.
Matilde, insistió:
—Ya lo encontraremos—exclamó con decisión
—Nos daría usted tanto placer aceptando... la artista—y entonces su alegría será aún ma-
Está usted enferma, triste... seríamos para usted yor... la compensará.de sus amarguras...
unas hermanas.
—¿Pero y si la noticia llega demasiado tarde?
Ella se conmovió, como el que no está acos- —:¿ Qué quiere usted decir?
tumbrado á la dulzura, y el volver á hallarla le —Mi hermana se cree viuda, señora, es joven,
trae como un eco lejano, el recuerdo de mejores está sola... .. . , •
días.. Vacilaba. —'¡Dios mío!... Sería una desgracia horrible
—Decídase usted—añadió Adela. para ese pobre Alfredo, tan-bueno, tan amante...
Los ojos de la desconocida se humedecieron. —Aún podría evitarse... - • • :
—Vamos... si ustedes lo desean... se lo agra- .—Lo evitaremos. Ahora lo principal es-que-us-
dezco. ted descanse. Señoras—añadió, volviéndose hacia
Entraron en la oficina para consignar la direc- Adela y Matilde—yo espero que ustedes me ce-
ción., derán el honor de hospedar en mi casa á la se-
—Angelina Maurice...—dijo la joven — solte- ñorita Maurice... tengo un derecho de familia...
ra... veinticuatro años... natural de... ' . • - ... la madrina de su cuñado...
• •—Rué de Rennes, 287—añadió Matilde. —Y el ser usted, señora — interrumpió Matil-
Se disponían á marchar, una vez llena esta for- de.—Aunque cedemos con sentimiento.
malidad, cuando una dama joven, pequeña, deli- —Mil gracias. Yo espero que nos veremos ; Me
cada, de tez lechosa y deliciosos ojos verdes le prometen venir á verme? Mañana mismo, ¿sí?
salió al paso. Se apoderó de Angelina con apresuramiento,
—Perdón, señoras... la señora Maurice. con una solicitud tierna y maternal, y le hizo en-
• La joven miró sorprendida á la que la bus- t r a r en su coche, mientras saludaba á sus nuevas
caba. amigas, repitiendo.-
—¿Blanca Maurice?—repitió la dama. —Hasta mañana... No falten.
—Es mi hermana. Se había establecido entre las cuatro mujeres
:
• -—¿Ha venido? ' una corriente de simpatía, una de esas amistades
—No. La pobre se ha quedado allí... quizás para fervorosas que las unían tan fácilmente desde el
siempre. comienzo de la guerra.
**
Recibía muchas cartas de soldados que le de-
mandaban que fuese su madrina. Aquella institu-
ción maternal, que daba familia á los pobres sol-
dados encantaba á Luciana. Una de aquellas car-
tas la conmovió tanto, que escribió al capitán de.
III la Compañía pidiéndole informes. La respuesta
fué desilusionadora:
HÉROES Y EMBOSCADOS "Ese soldado lleva apenas tres meses en el fren-
te y ha sufrido varias condenas por insubordina-
ción. Es hombre de malos antecedentes y muy afi-
Luciana, la actriz de moda, tan admirada por cionado al alcohol."
su belleza y el lujo de.sus trenes, era en la inti- Pero,. después añadía:
midad una deliciosa muñequita seria, muy ena- ''Si usted quiere ejercer su caridad con alguien
morada de su marido y siempre preocupada con digno de ella, no hay quien la merezca tanto como
su amor y su arte. Alfredo Ferranz. Lleva aquí treinta meses, y en
En los primeros días de la guerra el Sr. Dago- ese tiempo no ha recibido ni una sola carta. Dejó
berto había estado en el frente, donde, por for- á su esposa, recién casada, en país invadido, y no
tuna, no había perdido más que una pierna, vién- ha vuelto á tener noticias de nadie de su familia.
dose libre de nuevos peligros, gracias á su con- Ha rechazado todos los permisos y siempre pide
dición de reformé, y contento al ver cuánto ha- los puestos más peligrosos, siendo modelo de pro-
bía ganado en el corazón de su mujer, á causa de bidad y de honradez."
aquella desgracia. Ella se sentía feliz con ver en Luciana escribió á aquel soldado, y una carta
el pecho de su esposo las cintas de la Legión de llena de emoción y agradecimiento no se hizo es-
Honor y del Mérito Militar, que creía de más perar. El le hablaba de su desesperación, de su
valor que su pierna. El, sonreía, y aunque, quizás desgracia, de su familia. Había dejado á sus pa-
' en el fondo, no estaba del todo conforme con esta dres y su esposa, próxima á ser madre, y no sabía
apreciación y solía decir: nada de ella. No se atrevía á pensar en su suerte,
—La verdad es que daría la otra pierna por con- al saber que vivía entre los invasores, y á veces
seguir la felicidad que me proporciona la piedad no se atrevía á desear que viviese. Había tratado
-de mi esposa. de comunicarse con su familia muchas veces, pero
A ella le parecía que era como una gala más, todo había sido en vano.
algo añadido á su gloria aquella mutilación de su Luciana sintió una gran simpatía por Alfredo,
esposo. Casi no estaba bien un hombre demasiado se interesó profundamente por su desgracia y le
completo entre aquella multitud de cojos, mancos, escribía casi diariamente; lo consolaba, le envia-
ciegos, tuertos y desfigurados que se veían por ba, pródiga, ropas de lana, conservas, alcohol, li-
las calles. Le parecía que para amar á un hombre bros. Alfredo era un hombre bien educado, abo-
era ya menester que fuese así, mutilado y vesti- gado, hijo de una familia distinguida. A pesar de
do con aquel uniforme azul, aquel azul, color de su insistencia, no había querido aceptar ningún
victoria, color del cielo de la Francia, que vestían permiso. Se creía quizás menos solo, menos des-
todos los soldados. graciado en las trincheras, en las líneas de fuego,
Para hacerse digna de su esposo ella se em- entre el estruendo de las batallas, que lo hubiera -
pleaba en obras benéficas, que habían acrecenta- sido con su apariencia de libertad y de vida civil.
do su fama, y le habían valido una condecoración. Ella sintió una pena verdadera, un dolor agudo
Aquella tarde, sentada entre sus nuevas amigas, con la noticia de la muerte de su ahijado. En uno
.en el silencio de su gabinete, cambiaban sus con- de los combates .se había encontrado, entre restos
fidencias. Luciana les contaba cómo había llegado y cadáveres horriblemente mutilados, la medalla,^
á conocer á su ahijado. que ella llamaba, con frase • pintoresca, "del des-
posorio con la vida". Aquella
medalla sujeta al brazo de los ;
soldados, e n cuyo a n v e r s o .
constaba su nombre y apelli-
do, el lugar de su nacimiento
y su edad, y en el reverso, el
batallón á que pertenecían.
Por fortuna, el error se ha-
bía deshecho, había ido á pa-
rar á uno de los hospitales de
sangre, entre otros muchos
heridos, algunos de los cua-
les era imposible identificar.
Luciana acudió á su marido.
Dagobert no estaba menos in-
teresado que ella por el joven,
al que llamaba cariñosamente
nuestro ahijado. En c u a n -
to pudo ser trasladado, consiguieron traerlo á Pa- que Matilde adoraba, y cuando se declaró la gue-
rís. Desgraciadamente las heridas eran graves. rra, no tuvo valor para verlo marchar al combate.
La metralla se había llevado el brazo, la nariz y Estaban en un viaje de recreo por España y había
parte de la mandíbula, interesándole el pecho se- empleado todo su amor, toda su influencia, toda
riamente; pero Alfredo adelantaba en su cura- su persuasión para obligarle á quedarse allí. Mien-
ción. Los médicos reconocían que su mejor me- tras estuvo en España, rio había visto la fealdad
dicina era el cariño de Luciana. Ella le infundía de aquel acto de deserción á la patria. Parecía que
la voluntad de vivir, hablándole de su familia, los Pirineos eran una muralla acolchada contra
evocándole los días de una ventura que había de la cual se estrellaba el estruendo de la guerra. Es-
volver, prometiéndosela. La esperanza de Alfre- paña estaba pletórica de un espíritu prudente, casi
do en que su madrina conseguiría reunirlo con su egoísta, en su deseo de paz y bienestar. Era como
esposa lo alentaba y le daba fuerzas. una reacción de un pueblo crédulo, del que se ha-
—¿No sería mejor morir?—le dijo un día.— bía abusado mucho, al que se había engañado mu-
¿No seré un objeto de horror para Blanca? cho y ya no fiaba en sus directores para lanzarse
Ella, que aún no le había visto sin vendajes, sin- en ninguna empresa, y prefería que lo dejasen
tió la posibilidad de aquel peligro. dormir y bostezar.
—Guando se ama...—repuso—eso no tiene im- Su deseo era librar á su Raúl de todos aquellos
portancia.—Piense usted que fuese ella la muti- peligros. Le parecía una estupidez luchar contra
lada. los que no le habían causado un daño personal y
—Es que yo la amo como no ama nadie en el directo. Todos los soldados, de uno y otro bando,
mundo—repuso él. eran gentes infelices, llevados al matadero por las
—Ese es un egoísmo, amigo mío. Tengo enten- ambiciones de los grandes, disfrazados con la
dido que su esposa lo adora. máscara pomposa de Razón de Estado ó de Cau-
—Es verdad... pero... á pesar nuestro... contra sa de la Civilización. Mujer apasionada, todo su
él corazón... contra la voluntad... Es tan impor- mundo era su marido, su Raúl, tan rubio, tan blan-
tante la belleza... la forma. A mí mismo me da co, tan delicado que no podría soportar ni un solo
miedo de poder mirarme al espejo y ver mis hue- día, sin morir, la vida dura del soldado. Discul-
sos... mi rostro sin nariz. Debo tener una mueca paba hasta las crueldades que contaban de los
horrible... macabra. otros. ¿ No era la embriaguez de la guerra que
—No piense eso. Además, la cirugía está hacien- cambiaba á los hombres en bestias ? ¿ Podría na-
do prodigios. Maravillas. Se construyen brazos y die conjeturar el cambio que experimentan esos
piernas articuladas... ojos de cristal unidos á los hombres que ven tan de cerca la muerte y se sien-
nervios motores para obtener el movimiento... ten envueltos en todos los horrores de la carnice-
se hacen rostros nuevos, se injertan mandíbulas... ría? Era imprudente acusarlos en un medio que
—Pero... desconocían.
—'No se preocupe. Vendrán los maestros más Raúl cedió á sus ruegos y se quedó en España
notables y usted saldrá del hospital como antes mientras ella iba á terminar sus asuntos para aban-
de su herida. donar definitivamente la Francia; pero desde su
Ella, por amor á su ahijado, había tratado de llegada á París sus sentimientos habían cambiado.
averiguar el paradero de su familia, y al saber La ganaba el amor á Francia, á la Francia esfor-
que venía en el convoy de repatriados una señori- zada, noble, que improvisaba todos sus medios de
ta Maurice, había creído que pudiera ser la espo- defensa, que desplegaba aquel espíritu altísimo de
sa. Sin embargo, no le había dicho nada, no quiso reacción contra los males de la guerra. Conocía
hacerle concebir una esperanza falsa. Además, ahora á la verdadera Francia, que había confun-
ella se proponía no dejar que se viese el matrimo- dido con el frivolo París de otros días. Ahora,
nio, hasta la completa curación de Alfredo; los París mismo se regeneraba, dejaba ver el fondo
doctores le aseguraban que no quedaría ninguna admirable, espiritual de su carácter. El espíritu de
señal en su rostro de la terrible herida, pues se sacrificio era igual para todos, eran todos héroes;
le iba á coloear una mandíbula perfecta y hacerle sentía vergüenza de que su marido fuese un em-
un injerto en la nariz. Ella, con su espíritu de ar- boscado. Allí comprendía ya la razón de la guerra,
tista, sabía apreciar todas aquellas exquisiteces, y sentía el odio al invasor, su corazón palpitaba al
se proponía, no sólo reunir al matrimonio, sino unísono con el gran corazón de la Francia. Pre-
velar por su felicidad. textando ocupaciones prolongaba su estancia en
—¡ Qué buena es usted, señora!—decía Angeli- París, trabajaba en los Comités de damas, expo-
na, conmovida. nía su dinero, como si con su capital y su esfuer-
zo quisiera pagar aquella deuda desconocida por
—No... no es ser buena, es ser justa con todos
su marido. Sentía desvanecerse en un desprecio
esos hombres que me parecen santos que ya han
injusto el amor por su bello Raúl, cualquiera de
sufrido su martirio, pues gracias á ellos conserva-
aquellos mutilados lo merecía mejor que él. Cada
mos nuestros hogares y nuestra patria. Es una
vez que le hablaban de él tenía que repetir su
deuda que nunca les podremos pagar.
mentira:
Durante aquellas conversaciones Matilde su-
fría terriblemente. Ella era española, mejor dicho, —Reformé y enfermo en España.
hija de españoles, que vivían desde antes de su
nacimiento en Francia; allí había nacido ella, y
allí se había casado. Su esposo era un francés, al
—¿ Cómo ? I
Lo internaron... no quiso someterse... inten-
tó escapar y murió en uno de esos fusilamientos
en masa que son allí tan frecuentes.
. Pobre Alfredo !—exclamó Luciana.—¡ Qué
terribles dolores le aguardan aún!
Y el niño—siguió Angelina, como si el re-
¡ ERA UN BOCHE ! cordar y el hablar de los suyos le costase un peno-
so esfuerzo—el niño murió también.
Las tres amigas tenían lágrimas en los ojos.
Pero — añadió la joven — esto ha sido un
Había una cosa que, aunque en los primeros bien... el pobre niño había sido víctima de una
momentos no les llamó la atención, había acaba- maldad, tan horrible, que es mejor que haya
do por impresionar á las tres amigas. Angelina muerto. ••
no hablaba nunca de su patria, ni de su familia, —-¡ Cómo!
ni de su hermana. No mostraba deseos de ver á —Yo no quería hablar de nada de esto... ya lo
su cuñado, más bien parecía temer aquella en-
habrán notado... Salí de allí como huyendo de mí
trevista, y rehuía las preguntas, llenas de interés,
misma... de mi destino... de mi fatalidad. Para
de Luciana.
olvidarlo todo.
Estaba siempre triste, preocupada, como bajo
Había tanto dolor en su voz, tan profundo des-
el peso de algún pensamiento que la atormentaba.
aliento, que las otras tuvieron miedo.
Muy bella, morena, delgada, de ojos grandes, ne-
gros, rasgados, llenos de sombras y de ensueño, —No nos diga nada—atajó Luciana.
tenía un cuerpo alto, esbelto, que daba una im- —¿Nada queremos saber—añadió Adela.
presión de frágil y quebradizo. Su misma fragi- —'No... ya es preciso que lo diga todo. Tal vez
lidad la hacía más interesante, despertaba más diciéndolo será menos horrible, ó por lo menos
profundamente el cariño de 'sus amigas, que no no sufriré yo sola todo su peso... ¿Verdad?
acertaban á conjeturar lo que pasaba en su alma. —Puede confiar en nosotras.
Ya, varias veces había mostrado su deseo de en- —En aquellos terribles momentos de angustia,
trar de enfermera en un hospital, pero Luciana de muerte, de destrucción, cada una huímos por,
le decía siempre: nuestro lado, solas y locas de dolor... Blanca ha-
—Está usted demasiado débil y delicada y ne- bía ido á refugiarse con -su suegra en casa de unos
cesita que la cuiden, en vez de pensar en cuidar á holandeses amigos nuestros... Yo no la encontré
los otros. hasta muchos días después... En ese tiempo, el
Aquella tarde, como ella insistía, añadió: susto apresuró su alumbramiento y estuvo tan gra-
. —No... yo deseo que esté usted con nosotros ve... tan grave, que creían que iba á morir. Por
hasta... vamos... no quería comunicárselo, pero fortuna aquella familia gozaba de gran predica-
veo que no puedo guardar el secreto... hasta la mento con los invasores y un médico alemán con-
llegada de su hermana. sintió en asistirla... Cuando Blanca vio á su hijo
—¡De mi hermana! ¿Va á venir Blanca? en sus brazos, tuvo un momento de felicidad y de
—Yo así lo espero. Me he dirigido á la Emba- ternura tan grandes, que dio las gracias con efu-
jada de España... Ya sabe usted el hermoso pa- sión á aquel hombre de barbas rubias que sonreía
pel de mediadora que representa esa nación. sarcásticamente. Me parece estarlo viendo. "No
—¿Y ha pedido usted que venga Blanca? tiene usted que agradecerme nada, señora" y como
—Sí... mi hermana insistía, añadió: "Yo me he cobrado
—Ella cree muerto á su marido y tal vez no ya. Sé cómo hay que tratar á estos cachorrillos
quiera venir. Al principio, las dos trabajábamos franceses... su hijo está ciego".
con fe para reunir dinero para el viaje... Después Las tres exhalaron un grito de horror, pero An-
de saber la muerte de Alfredo, ella decidió que- gelina, sin prestarles atención, siguió hablando,
darse... Me cedió su parte de ahorros para que yo siguiendo el curso de sus recuerdos.
viniera. —Sí... esos hombres son unos infames... por
—Me asusta lo que usted dice. El otro día, cuan- eso yo no podía soportarlos... yo no podía darle
do me habló de la situación de su hermana pensé vida... yo no podía amamantarlo... no... no podía.
que se refería á generalidades... cosas probables... —¿Pero qué dice usted?
ahora entreveo... No sé... ¿Acaso el corazón de —¿ Delira?
Blanca? ¡Sería espantoso! —No... es que yo... ¿saben?... En aquellos mo-
—Yo nada sé... nada... mentos primeros me refugié en un desván de nuesv
—He hecho gestiones para que sepa que Alfre- tra casa, entre unas esteras, y allí me encontra-
do vive. ron... me sacaron arrastrando... ¡Los misera-
—Entonces, no lo dude usted, Blanca cumplirá bles...! ¡Más me valiera haber muerto!
su deber. Las mujeres alentaban apenas. . .
—Además—añadió Luciana—he hecho que se —Yo quise librarme de aquello... de aquella ba-
le envíe dinero para que pueda trasladarse á Pa- sura... de aquella vergüenza que había quedado
rís con sus suegros y su hijo... en mi... Quise abortarlo y no pude... no tuve otro
medio de librarme de él... hasta que lo vi... lo
—Su suegro no vive.
ahogué al nacer.
—¡ Dios mío !... tanto salvar de la desesperación á su ahijado, de-
, —¡Jesús!... volverle la esposa y la madre anciana, que no ce-
—¡ Es posible ! jaba en su empeño.
Siguió un momento de silencio. Pensaba con dolor en cuántos casos habría se-
—¡ Pero mató usted á su hijo!—exclamó al fin mejantes. Cuántos hombres que desearían, al vol-
Matilde, como si necesitase la certeza de lo que ver, haber muerto en una trinchera. Eran muchos
había oído. los que se creían muertos y estaban prisioneros;
—No... no fué á mi hijo... Era un Boche. los que á su regreso habían de encontrar otro
. Sus ojos dulces miraban con dureza, sus múscu- hogar reedificado sobre las cenizas del suyo.
los se habían contraído, su cuerpo tan débil y del- ¿ En aquel caso no estaría ya el corazón de Blanca,
gado se había erguido con dureza de látigo y en solicitada entre dos amores? ¿Podría volver á su
su voz vibraba un acento de odio. felicidad sencilla?
• —Yo no podía tener ese oprobio á mi lado— Era numeroso el ejemplo de las casadas que se
silbó. consolaban de la ausencia de sus maridos. Ella co-
—Pero, criatura—exclamó Adela con su alma nocía á muchas de las meritorias de su teatro, de
de madraza sintiendo sobreponerse á todo su ins- las proveedoras, de las que estaban desoladas en
tinto, casi animal, de madre.—¿ Por qué no haber- los primeros días y que se iban poco á poco acos-
lo depositado en el hospicio? tumbrando á su soledad y volviendo á la risa y
—No... La mala sangre no se debe mezclar ar- á la alegría. Muchas mujeres no volverían á acep-
teramente con la noble sangre francesa... tar el yugo del marido borracho ó tirano porque
Las otras guardaron silencio espantadas. Ni habían visto que solas podían ganar su vida, que
Luciana ni Matilde, que tanto ambicionaban la no necesitaban de él.
maternidad, ni Adela, que adoraba á sus hijos, po- Era, en verdad, lastimoso el ejemplo de las po-
dían aprobar aquel crimen que tantas pobres mu- bres mujeres, ocupadas en todos los oficios, de
jeres, enloquecidas por la ofensa y el odio, ha- fuerza propíos de los hombres. ¿ Constituía aquello
bían cometido en sus propios hijos. Para ellas un una liberación ó era por el contrario, el mayor
hijo era siempre su hijo, sin contar con el padre. signo de esclavitud ? ¿ Qué generación se prepa-
. —No podía hacer otra cosa... no... y no me raba de aquellas mujeres agotadas por un traba-
pesa. ¡ Era un Boche!—repetía ella. jo para el que no estaba preparado su organismo,
Pero aquella mirada triste de sus amigas que y aquellos hombres que venían enfermos, muti-
parecía acusarla, la exasperó. lados, débiles como niños?
—Por caridad no me miréis así...—gritó,—no Cuánta abnegación en las almas de las mujeres
me recriminéis... no me digáis que un hijo de á las que la guerra les devolvía aquel despojo de
nuestra entraña es siempre un hijo... No., vos- hombre en lugar del marido fuerte y lozano que
otras no sabéis lo que es esta dominación. No sa- les arrebató. Hombres terriblemente mutilados,
béis cómo nos pisotean, como nos vejan... No, no, ciegos, mancos. ¡ Hasta aquellos lamentables hom-
vosotras no sabéis cómo se engendra el odio. bres troncos, que no tenían ni piernas ni brazos,
y algunos estaban además ciegos y mudos. ¿ Eran
hombres siquiera? ¿Eran aún seres humanos como
los otros? Se sabía que pensaban por los signos
de dolor, sin que pudieran manifestar su pen-
samiento. Debían estar aniquilados, embruteci-
V dos. ¿ No sería más piadoso matarlos ? El vul-
go contaba aquella conseja del padre que celebró
con un banquete la llegada del tronco vivo de su
tos'SOMBRES TRONCOS hijo único, y al despedirse los invitados, lo mató
de un tiro y se suicidó después. Si; no era un he-
cho, era una deducción lógica de la desesperación
y los sentimientos que aquellos troncos debían
La situación de Luciana después de la revela- inspirar.
ción de Angelina, era en extremo violenta. Cada En ocasiones no podían reconocerse siquiera
vez que. veía á Alfredo y éste se le aparecía tan aquellos troncos. Habían volado, como alas, lejos
lleno de esperanza, sentía un gran malestar, ¿ Cómo de ellos, los brazos arrancados por la metralla. Las
ser leal con su ahijado? No sabía qué hacer, de medallas para reconocerlos iban con ellos. ¿ Cómo
qué medio valerse para que la noticia de su exis- se reconocería aquel tronco con el rostro mutilado,
tencia llegase á Blanca, á aquella mujer tan ama- sin medios de expresión?
da, con la urgencia que las palabras de la herma- Después de la terrible revelación de aquella tar-
na le hacían preveer. En realidad, tanto valía la de, no se había obstinado en retener á Angelina.
infidelidad cometida con el muerto, como con el La joven había entrado de enfe'rmera en uno de
vivo. En su culto al heroísmo, en su amor exalta- aquellos hospitales de sangre más importantes,
do-por Dagobert, Luciana pensaba que los hé- donde se distinguía por su celo en el cuidado de
roes tenían derecho á un culto fervoroso, jamás los heridos. Para los que estaban en el secreto
enfriado; concebía que la mujer del héroe fuese de todo lo doloroso que había en aquella abnega-
quemada en la pira funeraria del caudillo, y sentía , ción, se hacía aún más conmovedora. Era como
desvanecerse su simpatía por Blanca; pero deseaba un deseo de espiar, cuidando á los otros, el crimen
sucedía. Sólo Blanca llevaba sobre ella el pese de
toda la tragedia, la tragedia de su familia, de su
pueblo, la suya propia.
Se había casado niña, enamorada, con ese ena-
moramiento inconsistente de la primera juventud,
y antes de despertar de su impresión el estallido
de la guerra había devastado su hogar... Se habían
sucedido las desgracias en una pesadilla fatigosa...
La ida del marido, la invasión de su pueblo... Las
escenas desgarradoras de abusos, asesinatos y des-
trucción. Las amigas vejadas... la hermana parri-
cida... el suegro muerto... en ruinas su casa...
arrasado su pueblo... derruida aquella iglesia que
la cobijó de niña, con los santos rotos,, los Cristos
hechos pedazos, las Dolorosas desgarradas, dando
idea de un pueblo de heridos divinos que no po-
dían pedir auxilio porque la campana yacía medio
enterrada entre los escombros. A veces al pasar,
veía un dedo, un ojo, un pedazo de cara de aque-
llas imágenes rotas que parecían implorar la pie-
dad y la atraían como reliquias que no se atrevían
á coger. Hasta el cementerio estaba cubierto de
cascotes y de metralla, con las tumbas rotas, los
huesos esparcidos, cruces, epitafios y coronas he-
chas p*edazos, como si la furia de los vivos, no con_
tenta en su destrucción, quisiese también matar á
los muertos.
En medio de todo aquello, los dolores de la ma-
ternidad, el horror del niño ciego, la tristeza de
aquella breve vida de dolor y la desolación de su
muerte. Sobre todo aquello, sobre las privaciones,
el miedo y la miseria, vino el crimen de su her-
mana y la separación, que tenía algo de huida,
como si la parricida quisiese escapar á su desti-
no, á su recuerdo, á'su fatalidad. Se encontró tan
sola, tan abandonada, tan abatida, que experimen-
tó una dulzura extraña en aquel amor protector
y respetuoso que le ofrecía Guillermo. Este goza-
que había cometido con una penitencia dura y pe- ba de un gran predicamento entre los invasores.
nosa. Se decía que éstos sabían respetar á los que por
Luciana había ocultado á Alfredo la llegada de sus cualidades excepcionales eran insustituibles,
Angelina, quería evitar que una palabra impru- y Guillermo, en su calidad de holandés, conservaba
dente le apuñalara y le causara la muerte. una situación neutral y ventajosa. Gracias á él,
Aquel asunto era para ella una obsesión que no Blanca había sido respetada y su suegra y su hijo
la dejaba reposo, y Dagobert, que secundaba en no se habían muerto de hambre. Quería engañar-
todo á su esposa, solía decir cariñosamente: se, pensando que lo que experimentaba por Gui-
•—Yo he perdido una pierna en la guerra, pero llermo era sólo una simpatía hija del agradeci-
mi mujer ha perdido la cabeza. Si esto dura mu- miento, pero la verdad era que le interesaba vi-
cho tiempo, tendremos que pedir limosna. Luciana vamente aquel hombre joven, guapo, inteligente,
llega á la locura de la caridad. tan respetuoso y tan rendido. Blanca quería dis-
culpar su ingratitud para con el marido muerto,
diciéndose que era una deuda del mismo Alfredo
lo que tenía que pagar por la protección que aquel
hombre había prestado á su madre. Así, con la
noticia de que Alfredo vivía no pudo experimen-
VI tar una alegría verdadera. Cuando comunicó la
nueva á Guillermo, él se quedó pálido, mudo... y
luego le había preguntado con voz temblorosa:
HOSPITAL DE CIEGOS —¿Me dejarás?
Ella no había contestado nada, pero sus ojos le
habían dicho que no. Al recibir su pase, la vie-
Blanca y la anciana madre de Alfredo, se habían jecita lloraba de alegría.
instalado en la casa de Dagobert. —'i Saldremos en el primer tren, Blanca?
La pobre vieja, medio atontada por el terror y Ella tampoco contestó, pero su actitud resigna-
las privaciones, apenas se daba cuenta de lo que da había dicho que sí.
Y tt e p n l e r t r e n
. * ; Í, ." Partieron, sin haber vuelto sear á los ciegos por las tardes y á veces los acom-
a ver a Guillermo, con el alma destrozada, pero pañaban Luna y Celeste, que distraían á los po-
fuerte y valerosa en el cumplimiento de su deber bres ciegos con canciones y recitados de su país.
Asi que le dijeron que su marido estaba en un Sólo la anticuaría no se preocupaba de ellos, dema-
hospital de Marsella, ella rogó que la dejasen ir siado ocupada en tener que pasear su faldero y en
en su busca. Su ruego, que parecía hijo de la pa- dejar escaparse toda la caridad de su alma por la
sión, era en e) fondo prisa de buscar en él como un válvula de su.poesía.
seguro, un refugio, una protección contra su cora- Los convalecientes causaban aún más pena, por-
zón mismo. Le parecía que amaba menos á su ma- que se aparecían como más incurables que los
rido porque no lo recordaba bien;.que la preci- otros, más definitivamente ciegos.
pitación de tantos sucesos, tan graves, había hecho Ninguno hablaba ya de su desdicha; en los pri-
más largo el tiempo, y que así que lo viese, todo meros instantes hicieron todos su confesión, cre-
volvería á su mismo estado.
yeron unos que se habían roto sus pupilas como
Luciana se opuso al viaje. granos de uva aplastados sin piedad, otros que se
—Alfredo ha estado muy grave—dijo—una im- les habían quebrado como ampollas de cristal llenas
presión así podría serle peligrosa. Es mejor espe- de un "líquido caliente. Porque todos relacionaban
rar que venga completamente restablecido—y lue- con una sensación de calor ardiente el primer mo-
go había añadido sonriendo:—El será feliz, y us- mento de su ceguera. Ninguno se había creído
ted acabará por serlo... ciego, sino á oscuras y rogaban les encendiesen
—Yo... la luz. Pero la luz no debía encenderse para ellos
—.No proteste. ¿Qué mujer no ha tenido un mo- nunca.
mento de desaliento en su corazón? Esa flaqueza Algunos habían aprendido á leer esos libros vo-
que no suele conocer nadie, quedará como un se- luminosos escritos con caracteres de Braille y á
creto entre Angelina, usted y yo. escribir con la pauta y el punzón, y otros, de un
Al encontrarse frente á frente las dos herma- modo paciente, hacían labores de hilo ó de cuentas,
nas, habían prorrumpido en sollozos. Cada una con un placer que hacía pensar que experimenta-
de ellas era el recuerdo de la falta de la otra; ban el gozo de ver mediante las representaciones
pero las dos se abrazaron tan estrechamente, que del tacto.
en aquella presión se habían jurado el secreto. Al contemplar aquellos millares de.hombres sin
Angelina estaba cada día más bella, la embelle- ojos, con las cuencas hundidas, los párpados mar-
cía su adelgazamiento, su demacración, que toma- chitos, retorcidos, con la mueca grotesca que se
ba algo de inmaterial entre el albor de las tocas imprimía en sus rostros, Blanca pensaba en su
blancas. Ella, como todas las enfermeras, cuidaba marido.
de su toilette con ese buen gusto que la mujer —¿No está ciego, verdad?—Se atrevió á pre-
francesa tiene para el tocado, y que llega á cons- guntar un día á su protectora.—Es sólo el brazo.
tituir una pasión. Al ver las enfermeras con las —No, por fortuna... conserva la vista.
uñas miniadas, los labios pintados, la cara cu- —No sabe usted lo que es la contemplación de
bierta de fard y la blancura coqueta de sus tocas, un ciego. Mi hijo me daba la impresión, no de que
nadie hubiera creído que desempeñasen faenas tan él no me veía á mí, sino de que yo no podía verlo
duras, tan repugnantes, para las que se necesitaba á él. El alma se asoma á los ojos... no podía ver-
una fuerza de voluntad y de abnegación sorpren- le el alma.
dentes. Verdaderas religiosas laicas de la piedad Luciana la acarició cariñosa.
humana, ellas desempeñaban su sacerdocio de una —Y luego... parecía que estaba lejos... Los cie-
manera amable, hasta risueña, que lo hacía más gos se van lejos. ¿No ve usted cómo se quedan en
precioso, y que había obligado á exclamar á una silencio, con el cuello tendido, escuchando algo
fanática dama extranjera, en cuyo país sólo _se que nosotros no oímos ?
practicaba la caridad con toscos sayales de monja: —No es eso. Es que buscan su propio espíritu
—¡Trabajan como si estuviesen sucias! allá en las profundidades donde se ha sumergido,
Y era el más lamentable de todos aquel hospi- porque no puede asomarse á los ojos.
tal de ciegos donde Angelina-había hecho su so- —A mí me dan miedo.
lemne y sencilla profesión, cursando la carrera de —Pobres. Son más bien dignos de compasión,
practicante para poder desempeñar su cometido, su ceguera los inferioriza, obligándolos á depen-
puesto que la caridad por sí sola no era bastante der de los que ven.
para saber poner un vendaje ni cuidar á_ un en- —Pero parece que son de otra raza distinta, y
fermo y para ayudar á la obra de la ciencia como que los hijos que nazcan de ellos serán ciegos tam-
un precioso auxiliar. bién. Confieso que los ciegos son para mí una ob-
Blanca iba todos los días como otras muchas da- sesión, que usted comprenderá fácilmente sabien-
mas francesas, á buscar á los convalecientes para do la desdicha de mi hijo.
llevarlos de paseo. Eran ellos los más mimados, los —Por fortuna no la sufre usted en su marido.
más agasajados de todos los heridos. Todos se es- —Ha sido sólo el brazo.
forzaban por mejorar su suerte, por serles agrada- —No... la cara también.
bles, como si todos en el fondo se creyesen algo —¡ La cara!
culpables de su ceguera y quisieran mitigar lo do- Sintió una impresión de terror. La asustaba la
loroso de su oscuridad perpetua. Matilde, Adela y mutilación del rostro, de la-parte más noble. Ape-
sus hijas, eran de las más asiduas en llevar á pa- nas pudo balbucear:
—¿Qué tiene? diera ser él, y los miraba ansiosa. Creía, como le
—'La metralla se llevó la nariz y una mandíbula. habían dicho,' que Alfredo estaba fuera y no tar-
—¡ Dios mío ! daría en llegar. Así, cada vez que llamaban á la
Luciana la estrechó cariñosa. puerta, cada°vez que anunciaban una nueva visi-
—-No llore... Su marido tiene un alma tan her- ta temblaba y palidecía, presa de impaciencia é
mosa que yo he llegado á amarlo á través de sus incertidumbre.
cartas... como un hermano... y no he omitido Luciana y Dagobert lo habían previsto todo.
nada para su curación. Alfredo tendría un empleo cerca de ellos, para
—ij Dios mío ! ¡ Dios mío ! atender decorosamente á su existencia; como re-
—No he querido que lo viera usted antes de galo de las segundas nupcias, como decía Luciana
ahora para evitar á ambos una mala impresión. riendo, les había regalado su ajuar y amueblado
Blanca se había rehecho. un precioso pisito, donde vivirían con su madre.
—¿ Qué me importa su semblante? Yo lo re- Blanca había dejado sus vestidos de luto para
cordaré en su voz, en su mirada, en su alma tan complacer á la madrina, que, pensando en todo,
noble... yo lo amaré siempre. Señora, que venga no quería que Alfredo tuviese la impresión de su
pronto cerca de mí... propia muerte al volver á ver á su mujer. Al re-
—Sí... El va á llegar... cibirlo la^ dos enlutadas, le evocarían el padre y
—...¿Cuando? el hijo muertos, haciendo penosos aquellos minu-
—Dentro de pocos días tal vez. tos en los que la dicha, con su inconsciencia, de-
•—•; Jesús! bía sobreponerse á todo.
—Estará usted preparada para recibirlo. Se había quitado Blanca, con una tristeza in-
—>¿Puede usted dudarlo? comprensible su traje negro; le parecía que debía
•—'No, pero es preciso que haga acopio de fuer- llevar luto por muchas cosas... por todo lo pasado
za^ que no se le escape un gesto ó un movimien- que le había entenebrecido el alma. Quizás, al
to que pueda herirlo en el corazón de un modo volver á ser la esposa de Alfredo, se sentía como
más doloroso. la viuda de Guillermo.
—¿Tan horrible está?... ¡El, que era tan bello! Con Matilde, Adela y sus amigas, iba frecuen-
—No es eso. Su rostro está recompuesto de ma- temente á su casita, y todas se complacían en ador-
nera que apenas se conoce nada... Pero los que no narla y hacerla confortable para abrigar su feli-
lo conocimos antes no podemos apreciar la. im- cidad futura. Cuando las otras repetían, una y
presión que puede causarle-á usted. ¡ Cambia tan- otra vez, asombradas:
to una fisonomía una línea, un detalle, una impre- —¡ Esto-parece mentira, después de creerlo
sión! Créame que uno de los peligros, el -mayor muerto! ;

quizás, de una larga ausencia, es que, á pesar de —¡ Es milagroso haber salvado tantos obstácu-
conservarse el amor al volverse á ver, no sean los!
ya.los que eran..." Se convierten en los descono- —¡ Qué suerte verse reunidos y felices!
cidos. —Les parecerá un sueño.
Ella sonreía sin atreverse á confesar aquel es-
tado extraño de atonía, de inconsciencia, de tur-
bación, en el que apenas se daba cuenta de lo que
pasaba.
Al fin. Luciana les comunicó la noticia, para la
VII
cual había estado preparando tantos días su áni-
mo y el de la anciana.
J
PREPARATIVOS —Mañana llega.
Las dos mujeres habían solicitado ir á esperar-
lo, pero la artista se opuso.
—No. Esas primeras expansiones deben tenerse
Muchas veces Blanca no se atrevía á pregun- en el hogar y evitar el darse un espectáculo al
tarse si deseaba ó temía verse en presencia de su vulgo. Además. Alfredo está delicado, hay que
marido. Hubiera ya querido tenerlo al lado, pa- prepararlo bien.
sar aquel primer momento de extrañeza que debía —Nosotras lo cuidaremos.
tener. Recobrar lo que ella denominaba la memo- —Hay que empezar por no hacer demasiado
ria del corazón para no tener que acusarse de que intensa la emoc ón de los primeros momentos.
: ;

en sus momentos de intimidad su pensamiento se —¿Está completamente curado?—preguntóla


volviese, á pesar suyo, hacia Guillermo, con más madre.
frecuencia que hacia Alfredo. Eran las facciones —Sí. y hasta más grueso y saludable.
del holandés las que estaban más grabadas en su —¡ Gracias á Dios !
memoria; recordaba todas sus palabras, sus pro-
yectos para lo futuro, y pensaba con pena en el Blanca.— ; Y ? . . . ¿Y está muy desfigurado? — añadió
dolor que le había causado^
—Apenas se !e conoce nada. Sobre todo uste-
Siempre que salía á la calle iba mirando rece- des procurarán no mostrarle extrañeza.
losa á todos los soldados mutilados en el rostro y —¡Extrañeza! ¿Por qué?—preguntó la madre.
en los brazos. Le parecía que alguno de aquellos —Su herida en el rostro lo ha cambiado un poco.
que tenía una estatura semejante á su marido pu- —¿Qué importa eso? ¿Verdad, Blanca?.
"i
—Claro que no, madre mía. —No, yo deseo consagrarme á la caridad.
Luciana sonreía satisfecha. Alfredo estaba, —¿Por qué renunciar á la vida, á un amor que
también, bien preparado para ver á- su familia. no has conocido?
Hoco á poco se-le había ido-revelando todo. Le —Comprendo que no seré jamás feliz.
dijo primero que tenía noticias de su familia; lue- —¡ Pero si lo mismo que tú, han hecho millones
go le habló de la llegada de Angelina y de la pró- de mujeres! ¿Ignoras que la justiciadas ha ab-
xima venida de Blanca. Cuando estuvo en estado suelto?
de .poder ver á su cuñada, ella le contó las triste- —Es que los jueces son hombres como tú... y
zas de la cautividad, la muerte de su padre y el yo... soy mujer.
crimen de nue había sido víctima aquel inocente Al cabo de varios días de departir con su cuña-

v
j..i.o icoí\.ai

te

niño que no llegó á conocer á su padre y sólo ha- da, familiarizado ya con la vida de su familia, y
bía dejado en la vida um recuerdo de dolor. La conocedor de todo lo que hacían en su obsequio
crisis terrible de su dolor al saber todo aquello, Luciana y Dagobert, éstos le anunciaron que Blan-
tuvo un consuelo al saber que los invasores habían ca y su madre estaban allí.
respetado á su esposa. Lloraba de agradecimiento El sintió el mismo miedo que su mujer.
hacia Guillermo y su familia, sin sospechar que •—No quisiera verlas hasta salir de aquí... Es
con aquella protección le había robado algo más demasiado dolor para ellas hallarme en el hos-
íntimo, de más valor, que aquello de que se mos- pital. :.:
traba tan celoso. En cambio, al saber la desgracia Y después de un momento de silencio añadió:
de su cuñada tembló de cólera. - —Angelina... ¿Crees que estoy muy desfigura-,
—¡ Quién hubiera estado allí! . •< ' do?,.. ¿Me has reconocido tú en seguida?...
Y aplaudió como un acto de virtud el parricidio, —Estás casi igual. - .
que no.consideraba asi. - - Luciana, consintió en darle su espejo.
—No te aflijas... -vivirás-con nosotros —r-¡ Oh! Estoy muy cambiado — exclamó él—
pero si he de decir la verdad, no pensé verme así. como si su voz también hubiese estado herida.
En realidad no se me conoce nada, ni costurones, Una voz curada
ni cicatriz. Déjeme, usted, madrina, que me arro- En los primeros momentos los tres formaban,
dille, para darle las gracias. Yo había temido ser un grupo, en. el que^ se cambiaban besos, sollozos
un objeto de horror para mi Blanca... Había pre- y lágrimas. Más tranquilos todos, se sentaron cer-
ferido morir... Por fortuna, usted me ha salvado ca de la chimenea, colocando á Alfredo entre las
la felicidad... le debo más que la vida... Ahora, dos mujeres,'que no querían apartarse de él.
madrina, por caridad, ¿cuando veré á mi esposa? Se habían quedado todos en silencio, no sabían
—.Mañana.,.... qué decir. ¡ Tenían tanto que contarse! La madre
—¿ Dónde ? era la única que no podía dejar de acariciarlo; para
—Usted puede salir... vendrá á nuestra casa... ella no había sido desconocido ni un solo momen-
Una visita que debe hacer con naturalidad nada to. P a r a la madre, el hijo es siempre el hijo, de su
de emociones intensas... ¡Estas pobres mujeres propia carne, de ella misma; lo siente, lo adivina.
han sufrido tanto!... Después me acompañará al —¡ Si te viese tu padre!
teatro... verá en qué consiste su nuevo empleo.... Un sollozo respondió á su recuerdo.
y me verá representar sin poder aplaudirme, á no /-Luciana desvió la conversación, llamando la
ser que haga como otros de mis admiradores, que, atención de Alfredo hacia otros recuerdos. \
mancos los dos, aplaudían el uno con la mano del ' —¿La. guerra?
otro. Pero él, como todos los soldados de esta guerra,
—Yo haré cuanto usted quiera. . tiene poco que contar. Por una paradoja, esta gue-
—Volveremos á cenar, y después, Angelina rra, la más grande, la más terrible, la más cruel
volverá á su hospital y ustedes se irán á sircasi- que registra la historia, es sórdida, sin poesía y
ta... Yo me quedaré .otra, vez. sola.... sola, con esa ,sin 'grandeza. Es como si su misma fuerza la em-
alegría; triste de las madres que casan á susVhijos. pequeñeciese, no dejase más que contemplar trazos
aislados. , i - •
v. Alfredo no,podía decir nada, no sabía nada, no
había," en realidad, visto naila más que la trin-
chera y el puñado de hombs;es qt!é lo 'rodeaban.
>y
f
"Era como el que. sube^artma ''montañ&. engañado
7f
por la perspectiva^y.rúna vez allí, ve sólo el peda-
vin zo de tierra llana' en;torno suyo. La" montaña no
" existe-ya después denominada la altura:
LA ENTREVISTA
".Guardaba- sólo la impresión dé*fa soledad y la
• tristeza, dé las trincheras, más por el recuerdo de
Me^'stfytrs'^*d'*tó'rmento de la separación; que por
las.penalidades...;"©espues, él también creyó que
El respetó á Luciana detenía á la madre y á •'-fettóarTBtíerídtrr'Restícitó .herido en el hospital...
Blanca en él salón para no correr á abrir la puer-. Lo curaron... Había sido-todo-cosa mecánica, una
ta cada vez; que el timbre anunciaba la llegada de '...tragedia- silenciosa,., sin importancia,.
alguien. Más -de una vez se habían sentido desfa- Blanca lo escuchaba aterrada, no por el relato,
llecer de emoción al escuchar que hablaban Lu- sino por el eco tari lejano que todo aquello hallaba
ciana y Dagobert con algún , visitante. El alma 'en su-corazón.-Aunque ella, como, todas las de-
toda acudía á -los oídos y á los ojos para percibir más, había elogiado la curación maravillosa de Al-
la voz y la figura de su Alfredo. y- f f é d o . y e n su misma excitación nerviosa halla-
. Al fin, se abrió la puerta, y Luciana y Angelina ba fuerzas para estar locuaz y animada, no podía
aparecieron seguidas de un soldado. Se les esca- • reconstruir la figura de su marido. E l que tenía
pó un grito. delante seguía siendo otro distinto..T-..y„jió"s6-lo
—¿AifxeáoV'" - -para-sus~©4os5-sino-para su cora¿6fy..'-1,
—¡Hijo!- Poco á poco todos se habían ido retirando. Pri-
Las dos, en su impulso primero, quisieron co- mero Dagobert y Luciana, para prepararse á ir
rrer hacia él. Mientras la anciana pugnaba por al teatro, donde los llamaba su profesión; después.'
levantarse del sillón, Blanca dio unos pasos, con Angelina y la madre, con un pretexto cualquiera;
los brazos tendidos, pero se detuvo con un peque- como si sintiesen la necesidad de dejarlos solos,
ño gesto de duda. ; Era Alfredo, era un descono- el temor de estorbar sus besos.
cido? Cuando se quedaron frente á frente.no. sabían,
El se había apoyado en la puerta, casi desfalle- qué^decirse. Blanca perdió aquella locuacidad que
cido. '; había tenido bajo la mirada de la madre y de.Lu-
—-\ Madre ! ¡ Blanca ! ciana. No sabían cómo estar el uno frente al otro;
La madrina y la enfermera lo sostenían. se daban cuenta de que algo se había separado en
—Valor, Alfredo. ellos, sentían un embarazo que les impedía hablar
—Hay que no ser cobarde para la felicidad. de sí mismos. Hablaron del hijo muerto;
Blanca temblaba. ¡ Era él! Lo había reconocido —¡ Pobre hijo nuestro !
en la voz... sólo en la voz, y eso no sin trabajo, Después de esta exclamación, los dos se abra-
porque su voz era una voz quebrada, con una nota zaron como padres de aquel hijo, no como amantes.
extraña que no podía escaparse á su oído... Era Sentían una vergüenza de novios, que temen que
los tiejen solos, y eso los comprometa delante de Sí, era un desconocido, no era Alfredo. ¿Por
los demás.
qué habían tenido la idea de colocarle aquella
Miraron á un tiempo hacia la puerta, y él pre- máscara? Si hubiera quedado mutilado, lleno de
guntó :
cicatrices, horrible, ella lo hubiera reconocido
—¿Por qué se habrán marchado?
Ella, al oirlo, llamó: mejor, le hubiera visto el rostro debajo de aque-
lla mutilación; pero así estaba suplantado por
'—¡Madrina!:.. ¡Madre!... ¡Angelina! ¡Venid! otro hombre. Había brotado de la suplantación
Se sintieron como aliviados de un gran peso un rostro vulgar, inmóvil, que no decía nada, un
cuando se vieron rodeados de toda su familia, sus
amigos. Esta vez estaban también Matilde y Adela
con Celeste y Luna; y la conversación se genera-
lizó, se animó, la reunión tomó un carácter de fies-
ta. Cada uno recobró su aplomo, todos se sintieron
dichosos; el rostro de Alfredo resplandecía de fe-
licidad; habían perdido todos sus temores y la
nueva era que la vida abría ante ellos era promete-
dora y dichosa. ,•

IX

FRENTE AI, ESPEJO

Habían disculpado que Blanca no quisiera ir


al teatro, teniendo en cuenta cuánto la habían
quebrantado las emociones de aquel día. No había
querido que se quedase con ella nadie. Después de
un rato de descanso se pondría bien... Esperaba
estar buena cuando volviesen á cenar y á acom-
pañarlos á su casa.
.¡Su casa!... Aquella idea la aterraba.
^ De pie, con los codos apoyados en el mármol
de la chimenea y el rostro cerca del cristal del es-
pejo, se miraba con los ojos muy abiertos, algo
asombrados; asombrados de verse frente á otra
persona con la que podía dialogar, y frente á la
que podía meditar. El espejo es otro personaje en
la vida, en las grandes soledades, en las grandes
tragedias. Un personaje necesario, para no sen-'
tirnos solos, para vernos á nosotros mismos, para
sentir toda nuestra realidad. Blanca necesitaba
aquella persona íntima que estaba oculta en ella
y la miraba en el espejo. Por eso se había acerca-
do á él y lo miraba con los ojos asombrados tan
largo rato, buscando que le diera la clave de su rostro de expresión apagada bajo toda aquella
asombro. carne falsa que lo cubría.
Con un corazón bueno no se había atrevido á Le parecía que el espíritu de Alfredo había
ver toda la verdad de su situación, pero la verdad tomado también otro /rostro desconocido, el mis-
estaba en ella y se imponía. "'• •' mo rostro vulgar. Un alma y un rostro que ella
—Bueno... ¿Pero qué?...—balbuceó. no había elegido.
Se volvió á quedar silenciosa, dudando, querien- Estaba frente á un hombre que se le imponía
do callarse á sí misma lo que gritaba dentro de como en un matrimonio obligado, de conveniencia.
ella y le movía los labios. Pero el impulso era Cuando se serenó un poco volvió á la chimenea,
más fuerte que la voluntad; la mujer del.espejo se miró de nuevo al espejo; se secó las lágrimas,
preguntaba, demandaba, exigía sinceridad. como si su imagen, quisiera que dominase su an-
gustia y ayudarle á razonar. ¿Le preguntaba - ella
—¡ Es un desconocido !
á la del espejo ó la del. espejo le preguntaba á
Ya se lo había dicho... le dio miedo de habérse- ella?—"¿Qué iba á hacer? ¿qué haría?"—Estaba
lo dicho y escapó de allí, para dejarse caer lloran- condenada, obligada inexorablemente al sacrificio.
do en una butaca.
No podía retroceder ante aquel hombre, tenía que dolor. Puso en su pañuelo unas gotas de agua de
aceptarlo ert recuerdo del otro. Era como si en la rosas y se limpió los ojos... compuso los rizos del;
viudez hubiera un heredero legítimo y directo del peinado... el desorden del traje...
muerto, al que le perteneciese la viuda. Cuando oyó detenerse el auto, llamar al timbre,
Pero sobre todas sus reflexiones se alzaba una y escuchó el ruido de las voces que se acercaban,
rebeldía, una repugnancia. Sin querer, repetía: miró por última vez aquella imagen que se iba
—Es el desconocido. Es el desconocido. como alejando y hundiéndose en el fondo de la
'Y no podía librarse de él. Miró en torno, con pared, detrás del espejo, y tuvo para ella una mi-
deseos de buscar quien la protegiera, y la voz de rada dulce, una resignación afectuosa, nna sonri-
su corazón gritó pidiendo auxilio: sa un poco forzada y contrahecha, pero animada
—Guillermo... Guillermo. de una gran firmeza, de una gran voluntad, de una
Se avergonzó de que la hubiese oído la otra y condescendencia de sacrificada.
la miró suplicante, como pidiéndole perdón. Aque- Aquella expresión se había de quedar también
llo era una locura, una impresión del primer mo- sobre su rostro como una máscara inalterable. Es-:
mento. Al lado de aquel hombre que no conocía condida bajo ella salió á esperar á los que llega-'
iría saliendo poco á poco Alfredo, al través del ban y dijo á su marido:
tiempo. La faz llorosa y descompuesta que tenía —Estaba impaciente por verte volver... No nos
delante parecía implorarla. Quiso consolar aquel separaremos ya más. Hoy comienza nuestra vida.

París, 1917.

Imprenta de "Alrededor del Mundo", Martín de los Heros, 6 5


lucimientos grandes, y esto es, pre-
dando á sus papeles una entona-
cisamente, lo que se trataba de de-
ción grotesca, que no parece la EFEMÉRIDES
mostrar. Catalina Barcena, insis- mas adecuada. Y Josefina Morer, DE MARTES A LUNES
tiendo en su empeño de aparecer la actriz estupenda que hace un
como actriz enciclopédica, eligió Martes, 2. — Los alemanes bom-
ano admiró á todos, empleando sus bardean nuevamente Londres.—Di-
en mal hora para iniciar sus traba-
jos- la caduca producción, que no mite el Gabinete sueco.
es en verdad, de las que han de , El miércoles se amotina el ve-
acrecentar su fama. ¿Por qué este cindario de Almoharín, por haber
empeño suyo en salirse de su cen- comprado dos sujetos 34 cántaras
tro? ¿Cree la gentil comedianta de aceite.—Los obreros del puerto
que sería menos meritorio seguir de Buenos Aires se adhieren á la
siendo la primera de nuestras inge- huelga de los ferroviarios.
nuas, en vez de ser una actriz más, El jueves se hace público el fallo
de mérito positivo, pero no la pri- del Consejo de Guerra que juzgó
mera, ni mucho menos? De insen- al Comité de la última huelga, y que
sato calificaríamos al escritor que, condena á los individuos que _lo
produciendo saínetes admirables, formaban á reclusión perpetua.-—•
se esforzara en zurcir tragedias y Los alemanes hunden el crucero
inglés "Drake".—Se sube nueva-
dramas mediocres. ¡ Lástima de ar-
mente el precio del papel.
tista desviándose de su verdadero
El viernes quedan suprimidos
camino, sólo por añadir un matiz
varios trenes de la línea del Medio-
más á los que tantos y tan mereci- día.—Dimite ei recién nombrado
dos plácemes le valieron!... comisario de Abastecimientos, se-
Además... son inevitables las ñor Alas Pumariño.—Queda levan-
comparaciones. Prescindamos de tado el estado de Guerra en toda
Rosario Pino, que ha hecho tam- España.
bién por estos días Divorciémonos. El sábado es nombrado comisa-
Están recientes los tiempos en que rio de Abastecimientos el señor
María Tubau lograba en esta obra conde de Colombí. —• En la es-
uno de sus triunfos más resonantes tación de Astorga chocan dos tre-
y legítimos. ¿ Cómo negar que en- nes, sin que haya que lamentar des-
tre la Cipriana de entonces y la de gracias.
ahora media un abismo ? En el acto El domingo se evade del arsenal
del restorán, María Tubau era una de La Carraca el submarino ale-
señora que se alegra con champa- mán "U-293", que estaba interna-
GARCÍA ORTEGA,
ña; Catalina. Barcena da la sensa- do. A consecuencia de ello es re-
ción de una modistilla que se api- EN "UNA MUJER IDEAL"
levado el comandante del aposta-
tima con morapio en la Bombi... dero y quedan cesantes los jefes
aptitudes en un emboladito de
La obra estuvo bien presentada, criada, como la última meritoria. del arsenal. — Las Cámaras del
salvo algún detalle de menor cuan- ¿ Qué apostamos á que no vuelve á Uruguay votan la ruptura con Ale-
tía — una puerta que no abre á tropezar en Eslava con un papel mania,—El Perú entrega sus pasa-
tiempo, una luz que se enciende digno de ella? Cosas de Talía... portes al ministro alemán..
mucho después de dar vuelta al in- El lunes los aviadores italianos
terruptor. — Los demás actores, - AUMAROL bombardean nuevamente Cattaro:

L O S XD33H? O I R , T E S
REVISTA SEMANAL que por estas muestras no lo pa- madrileños que el domingo próxi-
rezca, ¡ estamos en plena tempora- mo deberán jugar en Barcelona
• Aunque no del todo formaliza- da deportiva ! Confiemos en que contra la "Selección Catalana".
da, la temporada deportiva ha tras estos tiempos vendrán otros Será suficiente, para juzgar este
dado muestras de vida la última mejores, partido, como más arriba que-
semana. da dicho, el entrenamiento de la
Una carrera pedestre (?) en la BALOMPIÉ selección madrileña, que no pare-
que es difícil saber quiénes han ció por parte alguna en el campo...
quedado en mayor ridículo, si co- De los partidos, el que pudiéra-
rredores ú organizadores, y dos mos llamar más interesante, .es.el PEDESTRISMO'
partidos de balompié de segun- celebrado en la tarde del domingo,
da y primera categoría, ambos mo- en el campo del "Madrid Foot-ball Serían suficientes; y hasta exce-
nótonos y aburridos; pero es lo Club", entre dos equipos seleccio- sivas las líneas dedicadas más arri-
cierto que, á pesar de todo y aun- nados, para entrenamiento de los ba al hablar de la prueba' -celebra-
da el domingo último, pero la es- pertaba la carrera "Cesarewitch", Primera carrera.—Premio " T a n -
peranza de que tal vez la crítica con sus ioo.ooo francos de premio, tony", á reclamar. Distancia, 1.800-
sincera, les haría en otra ocasión llevó al stand innumerables aficio- metros. Ganó "Royaumont" (3.000
ser más cuidadosos de sus orsrani- nados. francos), de Arrizosa, montado por
Garner; segundo, "Alpbonsine". El
ganador fué reclamado en 4.000'
francos por el señor duque de To-
ledo. •••••
Segunda carrera.—Premio "The
Cloud". Llegó primero "Le Chate-
let" (2.500 francos), de Cohn, mon-
tado por Stern; segundo, "Gaillon",
de Aldama, y tercero, "Renard
Bleu I I I " , de Martorell.
Tercera carrera.—Premio " P a i -
tes en l'Air". Recorrido, 2.000 me-
tros. Ganó "Holl", de Perales-Par-
ladé (1.500 francos), montado por
HIPÓDROMO DE LASARTE. UN ÁNGULO DE LA PISTA EN DÍA DE CARRERAS Hirons; segundo, "Le Paseur", del
marqués de San Miguel, montada
zaciones á los directores de la La explanda exterior quedó cu- por García, y tercero, "Rockland",
"Unión Deportiva Castellana", nos bierta de automóviles que llevaron del marqués de Martorell.
mueve á insistir en este asunto: á numerosos aristócratas. Cuarta carrera.—Premio "Cesa-
un éxito eri una carrera es apenas
tema de breve laudatorio, en cam-
bio alrededor de. un fracaso, tan
sólo de uno, puede fácilmente en-
roscarse í í quien sabe !. hasta la di-
solución de una "sociedad, sin que
en este caso nosotros ni .sospeche-
mos ni deseemos semejante cosa.
D e d o s cinco kilómetros queda-
ron vencedores (después de las co-
rrespondientes descalificaciones),
Luis Velasco y Mariano Vega.

PROVINCIAS
UN MOMENTO INTERESANTE DEL PART IDO DE BALOMPIÉ ENTRE LOS SELEC-
San Sebastián. — Las carreras de CIONADOS ' :
' ' '•""'.
caballos. —• El premio "Cesa-'
Los Reyes y príncipes con todo rewitch español" (ioo.ooo, francos
rewitch".
su séquito,. llegaron momentos an- de premios). Corren 13 caballos, de
Un tiempo primaveral, espléndi- tes de comenzar las carreras, y más los 14 inscriptos. Llegó primero
"Sthanborough", del marqués de
San Miguel, montado p o r García,
que gana 60.000 francos; segundo,
"Osnabruck, del conde de Castel-
bajac, que gana 25.000 francos,
montado p o r Deboot; t e r c e ro •
"Guippard", del conde de Rivaud,
montado p o r Woodland (10.000
francos), y cuarto, "Rabanito", de
Cohn (5.000 francos).
El Rey y numerosos amigos f eli r

citaron al marqués de San Miguel


por su triunfo. . '. i ."
Quinta carrera.—Premio "Coun-
test". Vallas. Ganó "Principessa",
de Villamejor (2.500 francos), mon-
CORREDORES QUE TOMARON PARTE EN LA SEGUNDA PRUEBA DEL "FORTU- tado por Deangeles; segundo, "Ber-
NA", EN SAN SEBASTIÁN. (EL NÚMERO 7 ES JUAN MUGUERZA, GANADOR DE degail Bearnis", de Prado y Pala-
LA COPA DEL PRESIDENTE DEL CLUB) Fotos. Norton. cio (300 francos), montado por Bu-
geret, y tercero, "Coco", de Prate,
do,, favoreció la reunión del último tarde S. M. la reina doña Cristina. montado por Ciaron.
domingo en el hipódromo de La- Los resultados técnicos de las
sarte. El interés enorme que des- pruebas^on los que siguen: A. M, F .
cHSflflionso
H A K M
Ä S S T ? ° N I U M S de ta m e i o r e . mares,

PIANOS ra 7 U n i c a c a s a

iu pesetas. Afinacionea y reparaciones.—TELÉFONO 5.400.


8 1 1P I
¿NOS vertane-
F u n d a d a en 1865

22, Valverde, 2 2 .

J b e g u n V d t o b u e n e m a r c h a d e su a u t o m o v , / £
c o n / o j y?ce,Ae.s Lubrificantes

J ^ c e i t e s e s p e c i a / e s
p a r a a u t o m ó v i l e s

j f u í o m o v i l e s

España
Concesionarios exclusivos: Sucesores de E . Steinfeldt.—Calle del Prado, 1 5 . — T e l . 984.—Madrid.

citi uto h de i n c l i n e s m u t i

Obras deflunusfoMartínez Qlmedila "KUSTOS"


Adquirido por el Banco de España,
Credit Lyonnais, Museo del Prado,
que pueden adquirirse en la Administración Teatro Real, Cuerpos de Bomberos de
de «Los Contemporáneos» Madrid, Bilbao, San Sebastián, Saba-
deli, etc., etc.
El templo de Talía Donde h u b o fue-, El único inexplosible y las cargas
Idilio trágico. go... laa prepara el comprador en su casa.
Siervo y tirano. La ley de Malthus. L. Serrano, S . en C.
"Los hijos. Siempreviva. PA3EO DE R€CO - E T O S , 1 0 , Madird
Precio de cada una, 3 pesetas.
Los lectores de "Los Contemporáneos" que de-
seen adquirir alguna, la recibirán franca de por-
VIUDA DE R. ABATÍ
Modas.—Últimos modelos de París para la próxi
te enviando á esta administración, por cada tomo ma temporada.
que soliciten, 3 pesetas en sobre monedero,' giro
postal ú otro medio análogo. MARIANA PINEDA, NTJM. 7.—MADRID
Teléfono núm. 92.

SEMANARIO INFANTIL
"LOS MUCHACHOS SE PUBLICA LOS DOMINÓOS
APEMAS PE SER GRATO
al paladar por su delicado perfume
tonifica las encías, blanquea los dien­
tes sin atacar su esmalte, detiene la
caries destruyendo al microbio que
la producé, perfuma el aliento, y em­
bellece y refresca la boca. Toda per­
sona atenta á los cuidados de la higie­
ne debe tener en su casa un frasco de

Oxe
C R 1 A C I O H

D E L A .

P E R F U M E R Í A F L O R A LIA
Oficinas: A T O C H A , 14.

You might also like