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Nunca en su historia América Latina estuvo tan poblada por regímenes políticos
democráticos conforme los cánones liberales como en la entrada del siglo XXI. Después
de la sustitución de los gobiernos del PRI por el de Vicente Fox en México, ligado al
hasta entonces opositor PAN, de la reconversión de los movimientos guerrilleros de
Guatemala y de El Salvador para la lucha institucional, de la reconquista formal de la
institucionalidad en Haití, de la sustitución del régimen de Fujimori por el de Alejandro
Toledo en Perú, de la instauración de un proceso formal de alternancia institucional en
Paraguay con el fin del gobierno del general Stroessner, con la transición de las
dictaduras militares a regímenes electorales en la Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y
Bolivia, América Latina habría instaurado el reinado de regímenes políticos
democráticos prácticamente en el conjunto del continente. Sólo Cuba mantendría un
régimen que no corresponde a los criterios liberales de democracia. Incluso el gobierno
de Hugo Chávez, en Venezuela, por más que sea acusado por la oposición de dictatorial
o autoritario, se instaló conforme las normas liberales, mediante elecciones y un
conjunto de plebiscitos, que aprobaron una nueva Constitución para el país.
Es como si, después de haber sido en décadas anteriores un continente de revoluciones,
y de haber pasado a ser un continente de contrarrevoluciones, se impusiera una especie
de síntesis equilibrada de los dos momentos, bajo la forma de democracias
generalizadas, que llegaron para quedarse. Regímenes apoyados y legitimados por el
voto popular, que poniendo en práctica políticas con la aprobación de la mayoría de la
población, expresarían la modalidad latinoamericana de inserción en el modelo de
democracia liberal vigente en Estados Unidos y en Europa. Algunos autores llegaron a
formular lo que sería el fin de la utopía latinoamericana -como Jorge Castañeda, en su
libro Utopía unarmed42- y la rendición del continente al liberalismo anglosajón,
preanunciando el baño de liberalismo al que fue sometido en las dos décadas
posteriores.
América Latina vive, de forma más clara desde la mitad de los años noventa, su peor
crisis económica y social, desde los años treinta. Sus economías revelan enorme
fragilidad externa, su inserción internacional tuvo el perfil rebajado tanto económica
cuanto políticamente. ¿Qué relación tuvo la democracia con ese cuadro?
Una primera y apurada respuesta sería atribuir a ella la responsabilidad, total o parcial,
por la crisis de estos regímenes. Coinciden en el tiempo su instauración o reinstauración
y el surgimiento, de forma cada vez más acentuada, de los factores de crisis. De tal
manera que el neoliberalismo, como política económica y como ideología, se tornó una
expresión aparentemente indisociable de tales regímenes democrático-liberales. El peso
de la crisis reposa, en realidad, en las políticas económicas y en la ideología que pasó a
presidir los nuevos gobiernos, con efectos directos en la política.
La elección de Lula, así como la de Lucio Gutiérrez, coloca por primera vez en la
presidencia candidatos que en sus campañas electorales, proponían romper con las
políticas neoliberales y abrir un nuevo período histórico en América Latina.
América Latina vivió tres períodos claramente diferenciados a lo largo del siglo XX: en
el primero, prácticamente una extensión del siglo XIX, predominaron las economías
primario-exportadoras, orientadas por las teorías del comercio internacional apoyadas
en el concepto de “ventajas comparativas”. A estos modelos de acumulación
correspondían regímenes políticos oligárquicos, en los cuales las distintas fracciones de
las élites económicas disputaban entre sí la apropiación del Estado y, a partir de allí, de
los recursos de exportación y del comercio exterior en general.
Hasta el principio del siglo XX, América Latina no tuvo importancia y peso
significativo en el plano mundial, salvo como campo de explotación de las potencias
coloniales; ningún gran fenómeno, ningún gran personaje reconocido
internacionalmente, ni siquiera las revoluciones de independencia, que permanecieron a
la sombra de la revolución norteamericana.
La transformación más importante del siglo XIX, después de la independencia, fue el
ingreso de Estados Unidos en el campo de las naciones imperiales, con la incorporación
de vastos territorios de México -incluyendo California, Texas y Florida- y la guerra
hispanoamericana, con la tutela que pasó a ejercer directamente sobre Cuba y Puerto
Rico, además del diseño ya anticipado por José Martí de su proyecto hegemónico sobre
el conjunto del continente, explicitado en la Doctrina Monroe.
En compensación, apenas iniciado el siglo XX, el continente reveló qué tipo de siglo le
aguardaba, con la masacre de los mineros en Santa María de Iquique, en el norte de
Chile, y especialmente con la revolución mexicana, que representó el ingreso definitivo
de América Latina en la agenda de los grandes acontecimientos históricos de dimensión
mundial. La imagen de ésta se proyectó sobre todo el continente, primeramente en la
cultura y el imaginario campesino, pero también sobre la posibilidad de proyectos
políticos con fuerte peso de las cuestiones nacional y agraria, que por mucho tiempo
darían la pauta política de los movimientos populares en el continente. La revolución
mexicana atrajo la atención de los revolucionarios del mundo entero, relativizada
solamente por el surgimiento de la revolución soviética, que planteó por primera vez la
posibilidad de que un poder obrero y campesino substituyese el capitalismo por el
socialismo.
El nuevo período presenciará una disputa política entre tres proyectos diferentes -la
alternativa socialista en el continente introducida por la revolución cubana, el proyecto
de nacionalismo militar de Velasco Alvarado en Perú, y el de la dictadura militar en
Brasil. Los tres disputaban el espacio dejado por el agotamiento del modelo de
sustitución de importaciones en el plano económico y por las crisis de los regímenes
democrático-liberales, con golpes militares en varios países, especialmente del Cono
Sur latinoamericano.
Este nuevo período fue introducido por los golpes militares en Brasil y en Bolivia, en
1964, seguido por otros similares -Argentina en 1966 y en 1976, Bolivia nuevamente en
1971, Chile y Uruguay en 1973. En poco más de una década, los regímenes políticos
democrático-liberales de la subregión fueron todos reducidos a dictaduras militares
orientadas por la doctrina de seguridad nacional. En el caso brasileño se mantenía
todavía una política de desarrollo industrial, pero con un carácter ya fuertemente
antipopular -por la represión a los salarios y a los sindicatos- y con el rol hegemónico de
las corporaciones multinacionales -por la internacionalización de la economía. Sin
embargo, a partir del pasaje del capitalismo a su largo ciclo recesivo a mediados de los
años setenta y de la crisis de la deuda de los países latinoamericanos 1980-1981, las
economías del continente entran, en conjunto, en una fase recesiva, en la cual se
generan las condiciones para la adhesión a los modelos neoliberales, encerrando
definitivamente el período “desarrollista” e introduciendo consensos en torno al
combate a la inflación y a la “estabilidad monetaria”, motores del neoliberalismo en
América Latina.
Es imposible comprender los rumbos actuales de América Latina, tanto sus virajes
históricos recientes cuanto su crisis actual y sus posibles alternativas, sin considerar la
trayectoria de la izquierda latinoamericana. Si en su nacimiento la izquierda del
continente fue tributaria directa del movimiento obrero europeo, generando
movimientos con un fuerte componente ideológico y poco enraizamiento en cada país,
en el transcurso del siglo XX la izquierda latinoamericana fue ganando en músculos y
en raíces, pasando a protagonizar de forma central los grandes acontecimientos vividos
por el continente, especialmente después de las tres primeras décadas del siglo pasado.
POBLACION
Ya desde fines del siglo XIX algunos pocos países de América Latina habían levantado
censos de población, lo que les permitió conocer no sólo el tamaño de sus poblaciones y
la distribución de éstas en su territorio, sino también algunas características, entre ellas
sexo y edad. No es sino hasta mediados del siglo XX -cuando el Instituto
Interamericano de Estadística (IASI, por sus siglas en inglés) lanza su Programa del
Censo de las Américas (COTA)- que un buen número de países de la región participan
en ese programa levantando censos de población en el año de 1950 con un cierto grado
de uniformidad en el contenido de las boletas censales. Los resultados de estos censos,
comparados con los datos de que se disponía entonces, vinieron a confirmar que las
poblaciones de la mayoría de los países latinoamericanos estaban creciendo a ritmos
acelerados. La tasa anual de crecimiento poblacional en algunos casos rondaba o
excedía tres por ciento anual, tasa que permitiría duplicar el número de habitantes en un
breve período de años. Igual situación parecía estarse dando en otras regiones
subdesarrolladas del mundo.
Sin embargo, más tarde, en diversos momentos de la segunda mitad del siglo XX, se
organizaron en Brasil y México maestrías en Demografía -Brasil, Cedeplar, 1964;
México, Ceed, 1964-1 que años más tarde se ampliaron a doctorados -Brasil, Cedeplar,
1985 y Nepo, 1985, y México, 1985 y actualmente se cuenta con la maestría y el
doctorado en Demografía que se dictan en la Universidad Nacional de Córdoba,
Argentina.
Con el propósito de no alargar innecesariamente el examen de la evolución que se da en
América Latina en los estudios de Demografía y en sus poblaciones en la segunda mitad
del siglo XX, conviene examinar qué es lo que les está ocurriendo a esas poblaciones en
la actualidad. Es esta situación la que determinará cómo evolucionará la aplicación de la
Demografía como ciencia en la región para apoyar a sus sociedades y a sus gobiernos en
la comprensión de los fenómenos sociales, económicos, de salud y ambientales, que
afectan a sus poblaciones y son afectados por el comportamiento de éstas. Por razón de
las medidas que se adoptaron, en todos los paí- ses de la región disminuyó, en distintos
grados, la tasa anual de crecimiento demográfico, producto principalmente del descenso
del nivel de la fecundidad, lo que ha llevado a una llamada transición demográfica, que
según el grado de avance de la misma, ha modificado las estructuras por edades que, en
general, se caracterizan por una disminución de la proporción de los menores de 15
años, un crecimiento de la de jóvenes entre 15 y 19, un crecimiento de la población en
edad de trabajar entre 20 y 59 años, y lo que está concitando mayor preocupación: un
importante crecimiento del grupo de 60 y más años.
Transición demográfica y evolución
De la más alta prioridad resulta, en los tiempos actuales, estimar cómo se transformarán
en las poblaciones de América Latina las estructuras por edad y cuál es la relación que
ellas tendrán con la evolución de condiciones como la educación, la salud y la
incidencia de enfermedades, el patrón de distribución de la población en el territorio, los
niveles y características del empleo, y los niveles de fecundidad y mortalidad. El estudio
y evaluación de tres grupos de edad han suscitado especial atención por la directa
relación que tienen con las transformaciones sociales. Ellos son: los adolescentes y
adultos jóvenes, cuyo mayor crecimiento plantea la necesidad de adoptar medidas
especiales dirigidas a ese grupo para atender los múltiples problemas que ellos plantean.
El segundo grupo es el de la población en edades de trabajar, cuyo crecimiento en
algunos países ciertos profesionales han dado en calificar como “bono demográfico”,
designación totalmente equivocada, ya que en esos países, como en general en América
Latina, se da un alto nivel de desempleo, por lo que el crecimiento de ese grupo lo que
hace es venir a complicar el ya difícil problema de la no utilización o subutilización de
la fuerza de trabajo potencial. El crecimiento de este grupo poblacional, con altos
niveles de desempleo, viene a agravar los problemas de que ya adolecen los sistemas de
seguridad social en América Latina, ya que un alto porcentaje de la población no
contribuye al pago de cuotas en estos sistemas, complicándose aún más el problema de
la solidaridad intergeneracional.
El crecimiento de la población de 60 años y más, designada por Naciones Unidas como
“adultos mayores”, es el que mayor preocupación concita, ya que se trata de un grupo
que en un alto porcentaje es “dependiente”, ya sea porque se haya retirado de la
actividad económica, o no haya trabajado nunca (como es el caso de muchas mujeres).
Es obvio que este grupo plantea importantes demandas: mantenimiento por algún
familiar o el Estado, si no pertenece a ningún sistema de seguridad social, lo que es
bastante frecuente, especialmente para los de edades más avanzadas (80 y más años).
Otra demanda es la de la atención médica, que con frecuencia exige hospitalización,
para estados de salud que a medida que avanza la edad se deterioran severamente. En el
estudio de este grupo resultará muy útil estar en condiciones de estimar valores de
esperanza de vida para grupos con distintas características.
En los tres casos anteriores ya no basta el análisis demográfico formal. Ahora se hace
indispensable establecer relaciones, formular análisis y llegar a conclusiones acerca de
cómo lograr la proposición de soluciones para resolver los problemas que la evolución
de estas estructuras de edad entre distintos grupos sociales plantea al desarrollo
económico y social del país. Llamémosla una demografía sustantiva.
Concentración urbana de la población
Es éste otro caso en que no basta sólo medir el fenómeno. En la búsqueda de soluciones
a estos apremiantes problemas, la Demografía debe contribuir a caracterizar según edad,
sexo, localización geográfica y niveles de educación y capacitación los grupos de
poblaciones afectados por el flagelo del desempleo en sus variadas formas: el empleo
informal, el subempleo. Debe también la Demografía esclarecer el impacto del
desempleo sobre los sistemas de seguridad social
Migración internacional
Salvo los análisis que se hayan hecho en el pasado sobre movimientos de inmigrantes
hacia Argentina, Uruguay, Chile y Brasil, en tiempos recientes ha sido México el que de
manera más sistemática y más persistente está estudiando la migración mexicana a
Estados Unidos. Hoy día, sin embargo, movimientos migratorios internacionales de
diversa naturaleza se dan en numerosos países de la región. No se trata ya de la famosa
“emigración de cerebros”. Hoy se movilizan contingentes elevados de migrantes con
bajos niveles de educación, agobiados en su país de origen por el desempleo y la
pobreza. Ya ha sido señalado por algunos autores latinoamericanos que las fuentes
tradicionales de medición de las migraciones internacionales presentan notables
limitaciones para el estudio y análisis de los movimientos que hoy presentan
características distintas, prácticamente inéditas.
La tendencia que hasta hace poco y con frecuencia se daba en algunas investigaciones
sobre población y pobreza, de atribuir la existencia de la misma al crecimiento de la
población, afortunadamente ha sido superada y hoy se reconoce que la pobreza está
ligada a la existencia de condiciones sociales y económicas que la propician. Primera
entre estas condiciones está la significativa desigualdad económica que se da
prácticamente en todos los países latinoamericanos.
La región es catalogada en los estudios internacionales que se realizan como una de las
que presentan las mayores desigualdades en el mundo. Esta injusticia social coloca a
ciertos grupos de nuestras poblaciones en situaciones marginales en cuanto a empleo
(desempleo, subempleo, empleo informal), educación (analfabeta, educación primaria).
En colaboración con sociólogos y economistas, el demógrafo está capacitado y debe
contribuir al análisis para determinar qué grupos poblacionales son los más afectados
por las condiciones de desigualdad y pobreza. Sólo esclareciendo estas relaciones se
podrá plantear la adopción de medidas de política que tiendan a corregir las iniquidades.
Población y desarrollo sustentable
Esta dinámica es originada por factores tanto externos como internos. En lo que respecta
al contexto externo, cabe destacar que el crecimiento de la economía mundial durante
2015 se mantendrá lento, aunque con tasas algo mayores que las observadas en 2014.
Por lo tanto, se espera un crecimiento promedio del 2,2% en los países desarrollados,
mientras que las economías emergentes continuarán desacelerándose, con un
crecimiento esperado del 4,4%. Concomitantemente con la dinámica del crecimiento del
PIB, las tasas de crecimiento del volumen de comercio mundial están estancadas en
niveles todavía inferiores a los registrados antes de la crisis financiera mundial. No han
superado el 5% desde 2011 y, durante los primeros cuatro meses de 2015, la tasa de
variación interanual del volumen de comercio promedió solamente un 2%, mostrando
signos de una desaceleración aún mayor en comparación con 2014. A la menor
demanda externa, se suma la tendencia a la baja de los precios de los productos básicos.
El precio del petróleo crudo —el componente de mayor peso en el índice de productos
energéticos— cayó casi un 60% en igual período. El comportamiento de los precios de
los productos básicos se ha visto reflejado en la evolución de los términos de
intercambio de los países de la región, siendo los países exportadores de hidrocarburos
los que, en todo el año 2015, mostrarían una mayor pérdida, seguidos por los
exportadores de productos agroindustriales y productos mineros. En los países de
Centroamérica y el Caribe que son importadores netos de materias primas, mejorarían
los términos de intercambio en 2015.
La dinámica de los precios de las materias primas también ha afectado el saldo de las
balanzas comerciales. Según cálculos de la CEPAL sobre la región en su conjunto, la
caída de los precios de exportación provocaría un debilitamiento de los ingresos por
exportaciones más marcado que el que se observaría en los egresos por importaciones
debido a la caída de los precios de importación. Esto implica que entre 2014 y 2015 se
observe una pérdida neta de los ingresos generados por las exportaciones netas por
variación de los precios del comercio cercana al 1,2% del PIB regional. Para el grupo de
países exportadores de productos energéticos, las pérdidas vinculadas a esta variación
ascenderían a cerca del 3,3% del PIB de estos países.
En el grupo de países miembros del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), donde los
productos agroindustriales tienen un peso importante en las exportaciones, las pérdidas
ascienden a un 0,9% del PIB y, en el caso de los exportadores de productos mineros, al
0,5% del PIB. Finalmente, en el grupo compuesto por los países centroamericanos,
Haití y la República Dominicana, las ganancias por menores precios de importación
compensan con creces las pérdidas esperadas por menores precios de exportación, lo
que se traduciría en una ganancia neta equivalente a un 1,6% el PIB de la subregión.
En general, con pocas excepciones, en los países de América Latina la deuda pública
como proporción del PIB se ha mantenido estable, en torno al 30%, especialmente
debido a las bajas tasas de interés imperantes, aunque se detecta una aceleración del
endeudamiento de las empresas públicas en algunos casos. Las cifras preliminares
indican que la diferencia entre el crecimiento de los ingresos y los gastos, en promedio,
empeoró en el primer trimestre de 2015. Se espera una caída de los ingresos fiscales en
varios países de América Latina en 2015, como consecuencia del descenso de los
ingresos provenientes de los recursos naturales no renovables. Por su parte, los ingresos
tributarios muestran señales de reactivación, acordes con las reformas implementadas en
los últimos años en algunos países.
En los primeros cinco meses de 2015, las autoridades de Colombia, Chile y México han
mantenido inalteradas sus tasas de referencia. En el Brasil, en cambio, las tasas han
seguido en ascenso, con incrementos en enero, marzo y abril. En el Perú, se redujeron
25 puntos básicos en enero de 2015, pero posteriormente se mantuvieron sin cambios.
Los países que utilizan los agregados monetarios como principal instrumento de la
política monetaria experimentaron una aceleración del crecimiento en el segundo
semestre de 2014.
Durante el primer trimestre de 2015, la dinámica exhibida por la base monetaria en las
economías del Caribe fue similar a la observada en 2014, mientras que en las economías
de América del Sur y Centroamérica se aceleró el ritmo de crecimiento de la base
monetaria. Al igual que en 2104, durante 2015 las monedas de la región tendieron a
debilitarse frente al dólar, dinámica que ha estado acompañada de una recuperación de
las reservas internacionales. Sin embargo, en los primeros cinco meses de 2015, el ritmo
de acumulación de reservas internacionales ha disminuido y, entre diciembre de 2014 y
mayo de 2015, el nivel de reservas de la región registró un aumento del 0,4%. La
dinámica contracíclica de la política monetaria ha sido posibilitada por tasas de
inflación relativamente bajas.
Desde 2014, la inflación en los países de América Latina y el Caribe exhibe una
dinámica diferenciada: una tendencia a la baja en las economías del Caribe,
Centroamérica y México, y una tendencia al alza en las economías de América del Sur;
el tipo de cambio ha sido un factor importante de la tendencia hacia un aumento de las
tasas.
Del análisis de la dinámica del ciclo económico en el período comprendido entre 1990 y
2014, se desprende que, en las fases negativas del ciclo, la contracción de la inversión es
marcadamente superior a la del PIB en términos de duración e intensidad. Las
contracciones son particularmente significativas en el caso de la inversión pública y, en
promedio, son más intensas que las registradas en otras regiones del mundo.
Finalmente, en la fase expansiva del ciclo, la inversión no logra recuperar la intensidad
y duración de su caída en la fase contractiva. El comportamiento de la inversión no solo
afecta el ritmo y la tasa de acumulación de capital, sino que también se relaciona
directamente con la dinámica de la productividad. Debido a la relación causal entre la
acumulación de capital y la productividad, las características cíclicas de la inversión son
un factor determinante de la capacidad de crecimiento de largo plazo.
POLÍTICAS DE ESTADOS UNIDOS PARA AMÉRICA LATINA
Los últimos libros aparecidos sobre el tema de las relaciones entre Amé- rica Latina y
Estados Unidos, y más concretamente sobre la importancia de América Latina en la
política exterior norteamericana, coinciden en señalar los cambios que han afectado a
estas relaciones y a la formulación de la polí- tica de Estados Unidos hacia la zona.
Todos los autores reseñados apuntan al relevo presidencial en Estados Unidos y a los
cambios en la estructura de fuerzas a nivel mundial como las causas explicativas de esa
reformulación de la política hacia América Latina. En primer lugar, debemos señalar
que la mayoría de los libros abordan el tema de las relaciones desde la perspectiva
norteamericana, es decir, analizando los cambios en la política exterior estadounidense
hacia América Latina y las diferencias de percepción e intensidad.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los libros toman este punto de vista y que además
los cambios acaecidos en la esfera mundial han afectado profundamente las bases sobre
las que se asentaba la política exterior de Estados Unidos, parece más adecuado hablar
de América Latina en la política exterior norteamericana que de relaciones Estados
Unidos-América Latina. Los estudiosos del tema, consideran que la transformación de
la política estadounidense hacia América Latina es producto tanto de factores internos
como de factores externos.
A través de los autores reseñados se puede analizar el cambio a dos niveles: en cuanto a
la intensidad de las relaciones y la importancia actual de América Latina en esta política
exterior y en cuanto a los temas en torno a los cuales se establece la política de Estados
Unidos hacia América Latina. En cuanto a la intensidad de las relaciones y la
importancia de América Latina para la política estadounidense, todos los autores
coinciden en señalar el carácter prioritario del área en la política exterior de la era
Reagan. Lowenthal hace un acertado análisis de la evolución de la relación de Estados
Unidos con América Latina desde la época de la Alianza para el Progreso, en que
Estados Unidos extendió toda su dominación en nombre del desarrollo y la democracia,
hasta los años setenta, en que esta preeminencia se diluyó por distintas razones: una
política exterior de apoyo a la democracia y los derechos humanos, una mayor
capacidad de negociación con otros países por parte de América Latina (tanto a nivel
económico como político) y una conciencia por parte de Latinoamérica de ser sólo
secundaria en la agenda de Estados Unidos. Señala Lowenthal que con la llegada de
Reagan se inicia un proceso de recuperación de la influencia de Estados Unidos en la
región, ya que él y su equipo consideraban que durante la Presidencia de Cárter se había
perdido el control en América Latina con un consiguiente aumento de la influencia de la
URSS. Por esta razón, estimaron necesario tomar medidas duras y enérgicas.
Focalizó sus acciones hacia donde la amenaza era mayor, Centroamérica, olvidando,
señala Lowenthal, a Sudamérica y las cuestiones económicas, que eran las
fundamentales para América Latina, una vez estallado el problema de la deuda. Según
Lowenthal, la aproximación de la Administración Reagan hacia América Latina estaba
desfasada. Su hegemonía había decaído porque las naciones latinoamericanas ya
estaban en condiciones de forzar sus propias políticas y porque las bases sobre las que
se asentaba la política de Estados Unidos no tenían solidez. Además, la guerra de las
Malvinas pro dujo un sentimiento de solidaridad entre las naciones latinoamericanas y
de hostilidad hacia Estados Unidos. Lowenthal prevé un aumento del interés de Estados
Unidos por la región por la importancia creciente del mercado latinoamericano, por la
emigración latinoamericana que está recibiendo y por la influencia e imprescindible
cooperación de los países latinoamericanos más grandes para resolver problemas que le
afectan muy seriamente (drogas, terrorismo, medio ambiente) y, por último, por el
rechazo de la opinión pública estadounidense hacia la política de mano dura y
fuertemente ideologizada llevada a cabo por la Administración Reagan. Kryzanek,
después de repasar la evolución histórica de las relaciones entre Estados Unidos y
América Latina y de analizar el proceso de toma de decisiones en la política exterior
norteamericana, señala también la importancia que tuvo América Latina durante la era
Reagan. Si en los años sesenta esta polí- tica se centraba en el Sudeste asiático y durante
los setenta en Europa del Este, en la década de los ochenta ha estado volcada hacia
Centroamérica.
Al igual que Lowenthal, Kryzanek señala que antes de Reagan, América Latina era un
área de baja prioridad en la política exterior de América Latina, a excepción del caso del
Canal. Con Reagan, la situación varía, ya que Centroamérica y el Caribe se convierten
en el escenario de luchas entre Estados Unidos y el mundo comunista a los ojos de
Reagan y su equipo. Este hecho se transforma en cuestión clave para la seguridad de
Estados Unidos, ante la que es necesario emplear una línea de actuación dura. Se
manejan unas ideas anticomunistas sumamente desfasadas e ideologizadas en política
exterior. Ahora bien: señala Kryzanek que si con Reagan aumentó la importancia de
América Latina en la política exterior de Estados Unidos, por parte de los países
latinoamericanos disminuyó el interés por Estados Unidos. Además, se produjo un gran
desencuentro en la forma de llevar a cabo las relaciones. Mientras en América Latina
empezó a desarrollarse un movimiento integrador en cuanto a la toma de decisiones en
política exterior, Reagan fue partidario de relacionarse país por país y contrario a
entenderse en foros multilaterales.
Con la llegada de Bush a la Presidencia, aunque mantenía los mismos intereses hacia
América Latina, durante los tres primeros años de su mandato se han podido observar
significativas variaciones, algunas de las cuales bastante imprevistas. Recuerda Jorge
Heine, desde una perspectiva más latinoamericanista y, por tanto, más crítica, la
determinación de Bush durante su campaña electoral de no ser «negligente», pese a lo
cual, al final del primer año de su mandato, usó la fuerza militar para resolver los
diferendos hemisféricos en la invasión de Panamá.
Coincide Heine con el resto de los autores en que América Latina es menos prioritaria
para Bush que para Reagan, ya que se ubica en una posición más pragmática y menos
ideologizada que su predecesor. Es más partidario, además, de las negociaciones
multilaterales, y si éstas no funcionan, de las medidas enérgicas, sin descartar, como ha
demostrado, el uso de la fuerza militar. Kryzanek, sin embargo, cree que el diferente
tratamiento de Estados Unidos a América Latina ha sobrevenido por la diferente actitud
latinoamericana, que está menos dispuesta a ser peón de Estados Unidos.
Según Kryzanek, Bush tiene los mismos intereses que Reagan; si acaso, varía algo el
énfasis con que se tratan. Para Estados Unidos, los países latinoamericanos son sólo los
vecinos con los que uno se relaciona únicamente cuando se necesita o para mantener
relaciones cordiales, y éste parece ser el principio que guía a Bush en sus relaciones con
América Latina, a través de la diplomacia y de las soluciones multilaterales a problemas
regionales. Además de las variaciones en la intensidad de las relaciones o en el grado de
la de América Latina para Estados Unidos, todos los autores señalan el cambio de temas
en torno a los cuales ha girado la política exterior norteamericana. Señala Lowenthal la
primacía que ha tenido el tema de la seguridad nacional en la política de Estados Unidos
hacia América Latina a lo largo de la historia.
El problema es que esta forma de Gobierno ya está generalizada en todos los países
latinoamericanos. Uhlig y Whitehead se centran en el análisis del caso de Nicaragua, el
efecto sorpresa y la desorientación inicial estadounidense ante este hecho. Según Uhlig,
esta desorientación se explica porque la falta de democracia era la principal justificación
de Bush y su equipo, igual que lo había sido de Reagan, para sus actuaciones en
Centroamérica, justificación que ya no es válida después del triunfo de Chamorro. Este
hecho se relaciona con la caída del comunismo a nivel mundial, con lo cual también
deja de ser una justificación el peligro comunista en la región. Son éstas las razones por
las que Uhlig habla de la «frustración del éxito».