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En ningún momento se intenta entorpecer el trabajo de la editorial, sino que el trabajo se


realiza pura y exclusivamente por amor a la lectura.
Créditos:
Traductores:

Kirara7

ElyGreen

Jeyd3

alisay.or

Emotica G.W

Corrector y Recopilador:

Azhar23

Revisor:

Eli25

Diseño:

Shaz
Índice
Sinopsis:
"No soy un hombre valiente".

Regresa. Hace mucho tiempo. Mucho antes de BZKR, antes de la lucha por la libertad y
el miedo a la locura. Antes, cuando Plath era solo Sadie McLure. Sadie, la que quería a su
padre.

El padre de Sadie empezó una guerra. En sus propias palabras, nos dice por qué.
PLATH
Traducido por Kirara7

Corregido por Azhar23

Debería destruir esto. No hay tal cosa como datos seguros, una vez que algo es escrito de
alguna forma saldrá a la luz. Pero no puedo, nunca supe si mi padre escribió algo sobre sí
mismo.

Mr. Stein recuperó esto de un portátil que mi padre usó una vez. Hace tiempo ahora, o lo
que parece ser hace mucho tiempo para mí.

Ésta era su historia, mía también, aunque en ese tiempo no entendía nada de lo que
estaba pasando. Pero esto es como... bueno, es una parte de cómo todo comenzó.

Mi padre, Grey McLure, Burnofsky, Lear e incluso Calígula. Está todo aquí, y podría
borrarlo todo, eliminarlo. Excepto que estas son las palabras de mi padre y está hablando
de mi madre, mi hermano, y está hablando de mí, y ahora me doy cuenta de que cada
palabra es infinitamente preciosa.

Pronto los secretos no importarán. Pronto muy pocas cosas importarán, pero el amor
importa más que nada y amaba a mi padre.

Yo soy Plath. Mis enemigos han llegado a temer ese nombre, y me deleito con su temor.
Pero alguna vez solo fui Sadie. Sadie, quien amaba a su padre.
Capítulo 1
Traducido por ElyGreen

Corregido por Azhar23

No soy un hombre valiente.

No estoy bien preparado contra el miedo. El miedo ahora gobierna mi mundo, o quizás
debería decir los miedos en plural, a menos que creas que todos los temores son solo un
temor, el grande, el temor a la muerte.

No creo eso. Para mí, el miedo es granular. El miedo es específico. Cada miedo tiene su
propio olor y sabor, su propia imagen y cara.

El gran temor para mí, ahora, no es la muerte. El gran temor es la locura. La muerte de la
criatura más insignificante que los períodos en esta página, me puede arrastrar hacia
abajo, impotente, como ser llevado por un remolino.

Temo esa locura. La temo tan fuertemente que me sacudo por ella mientras escribo esto.

Las cosas que he visto. Las cosas que he visto. Y tocado, aunque no con mis propias
manos.

Vivimos en una serie de ilusiones cómodas, comenzando con la ilusión que somos un
humano; un objeto singular, separado y discreto llamado humano. Decimos, “ese es un
hombre, o esa es una mujer,” y lo decimos solo por las partes que innegablemente son
humanas, y no cualquiera de las partes y piezas que viven sobre o en ese humano.

No somos, ninguno de nosotros, un objeto singular. Somos un ecosistema. Somos un


bosque brasileño empapado de vida.

Algunos de nosotros podríamos entender esto intelectualmente; podríamos oír las


estadísticas acerca de cómo tenemos más bacterias entre nosotros que células
estrictamente humanas. Incluso podríamos hacer una cara de disgusto cuando
escuchamos ese hecho. ¿Pero qué clase de hecho? ¿Un poco de matemáticas? ¿Una línea
de datos? Eso no es nada para darle a un hombre sano pesadillas sudorosas. Eso no es
nada para retorcer cada noción suya de realidad.

Hay hechos, y hay verdad, y los dos no siempre son completamente lo mismo. Los hechos
son secos. La verdad, a veces, está empapada en sangre.

Mi esposa se está muriendo. Su nombre es Birgid. El mío es Grey. Grey McLure.


Nuestro hijo, Stone, está tratando de jugar al estoico, y quizá realmente es capaz de
manejar sus emociones, no lo sé. Nunca he sido un gran padre para él. No lo conozco tan
bien como debería. ¿Cuántos años tiene ahora? ¿Trece? Hah, no estoy seguro a menos que
hagas las cuentas. Sí, trece. Debería saber eso.

Soy más cercano en alguna manera a mi hija, Sadie. Solo tiene doce, en el límite de
convertirse en una mujer, un alma antigua, una chica inteligente y perceptiva quien mira
a su madre desgastarse y demanda saber por qué.

¿Por qué está pasando esto?

Sadie está enojada, buscando culpar a alguien.

Ambos niños son lo suficientemente mayores para entender el cáncer, pero su


entendimiento es casi poético. El cáncer es un demonio. El cáncer es como el enemigo.
Pero ellos no han visto lo que yo sí. No lo han tocado. No han caminado en la superficie
de ese tumor. No han visto los capilares girando alrededor del tumor como flores hacia el
sol.

Los capilares le dan la bienvenida al tumor, ¿sabías eso? El mismo cuerpo de mi esposa,
sus propios vasos sanguíneos, alimentan al monstruo interior. Como esclavos corriendo a
un maestro asesino. Es un acto de autodestrucción, eso es lo que es el cáncer. Es el
suicidio sin sentido del propio cuerpo.

Y podrías pensar que entiendes eso, pero como mis hijos, lo ves solo en lo abstracto. Es
una idea para ti. Es un hecho seco. Pero todavía no es la verdad para ti.

Camina en la superficie de un tumor y luego...

Creé la tecnología. La creé, ves, pero no soy un hombre valiente y nunca quise usarla.
Pensé que era un trabajo que podría exteriorizar. Pensé que había tiempo.

Mi gran trabajo. Mi brillante trabajo. Abrió un nuevo y completo mundo para mí. Un
mundo de locura y terror, y roja, roja verdad.

—Los Armstrongs no querrán ceder con lo biológico —dijo Karl Burnofsky.

Estábamos en su cocina. Burnofsky tenía una hija llamada Carla, un poco mayor que
Sadie, más joven que Stone, creo. Carla, un terrible nombre para una niña pequeña,
pensé. Karl era brillante, un genio de verdad. Pero no muy imaginativo cuando se refería
a cosas como nombrar niños.

Su esposa lo había dejado hacía mucho tiempo, y había puesto a Carla a su propia moda:
un apartamento que apestaba a cigarrillos y whisky. Podía afrontarlo mejor; trabajaba para
Armstrong Regalos de Fantasía, y le pagaban bien. Solo que no le importaba.
Así que su cocina era una diminuta mesa maple como algo que los abuelos de alguien
podían tener, y cortinas grasientas que filtraban luz gris del aire exterior, platos en el
lavadero y un bote de basura atascado con tazas Starbucks y contenedores de comida
chatarra. El lugar completo olía a cenizas, basura, y buen whisky.

A pesar de sus malos hábitos (o quizás por ello), Burnofsky era completamente piel floja
sobre huesos. Ni una onza de gordura. Su hija era bonita sin ser hermosa y tenía ojos
azules. Los ojos de su padre, supongo, aunque los de él eran más pálidos. Era imposible
imaginar un Burnofsky joven. Probablemente tenía mi edad pero parecía veinte años
mayor. Nos habíamos conocido durante años, trabajamos juntos a veces.

—¿Realmente hay Armstrongs en Armstrong Regalos de Fantasía? —pregunté. Él me lo


había dicho antes, pero los pros y los contras de una compañía que hacía globos de nieve
y cosas así no me interesaba.

—Oh, hay Armstrongs, bien —dijo Burnofsky. Hizo una mueca y parecía a punto de decir
algo más, pero se detuvo. Inhaló un cigarrillo y se recostó para poder poner sus codos en
la mesa. Había un bote de Macallan 12 1 entre nosotros. Burnofsky siempre tenía buen
gusto—. Pensé que podría ser capaz de conseguir fondos suplementarios para tu enfoque
biológico. No pasó nada.

Lancé mi gran sorpresa hacia él.

—Resulta que no lo necesito.

Tenía cejas de Gandalf, y se levantaron una pulgada.

—¿Encontraste un ángel financiero?

Asentí.

—Sí. Serán dueños del veinte por ciento de McLure Labs, y del treinta por ciento de
ventas Meldcon, pero tienen bolsillos profundos. Y me dejarán comprarles en el camino.

Meldcon era la razón de que cualquiera quisiera un poco de mí. Era una medicina por
ingeniería genética que podía ser añadida a otros medicamentos para enlazarlos con las
bacterias. Era la próxima gran arma en la guerra con las bacterias.

Burnofsky parecía irritado por mis noticias y lo escondió pobremente tras una calada de
su cigarrillo. Luego se encogió de hombros y nos sirvió a los dos un poco del escocés.
Tomamos por McLure Labs y los ángeles financieros.

—Tengo algunas noticias propias —dijo Burnofsky—. Parece que resolví el asunto del
almacenamiento de energía.

1
Macallan 12: Marca de Whisky
A ese punto ambos sacamos nuestras tabletas, y la conversación se desarrolló en pura
charla técnica. Burnofsky estaba construyendo algo que llamaba un “nanobot”, una muy
diminuta máquina que proponía usar en investigaciones médicas, una herramienta que
nos permitiría realmente entrar al cuerpo humano sin incisiones. Algo como una cámara
pero mucho más pequeña y nos permitía ir a lugares donde ningún tubo alcanzaría. En
ese momento, sus modelos estaban casi del tamaño de un grano de arena, más grandes de
lo que él quería que fueran. El por qué la Corporación Armstrong Regalos de Fantasía
debería interesarse en tal cosa, no lo sabía. Y el trabajo de Burnofsky no era un
pasatiempo fundado pobremente. Cientos de millones de dólares fueron puestos allí.

Era un ingenuo por esos días. Caí por el inicuo nombre y nunca busqué en Gloogle la
compañía. Podría haber descubierto fácilmente que Armstrong Regalos de Fantasía había
ido más allá que de la cadena de tiendas de regalos de aeropuerto que todavía tenían.

—Una vez resolvamos los asuntos comunes tendremos nanobots funcionando —dijo Karl
sumándose a nuestro raro festín de nuestra pequeña mesa de cocina.

—Pensé que estabas complacido con lo que habías hecho en eso.

—Mmm —dijo, asintió, y tomó un trago—. Pero quiero más rango. Quiero un kilómetro.

Eso me detuvo en seco. No había manufactura concebible o uso médico para nanobots
que requirieran comunicarse con ellos a ese tipo de distancia.

—¿Por qué tanto? Incluso en alguna aplicación médica exótica siempre puedes solo armar
al paciente con un repetidor de señales. Un rango de un metro sería más que suficiente.
La demanda de energía crece astronómicamente si quieres un rango de un kilómetro.

Entonces cambió el asunto. Y normalmente, yo hubiera reflexionado en ese momento y


visto muy rápidamente lo que estaba siendo contemplado. Pero eso fue la noche que
llegué tarde a casa, oliendo a humo y alcohol, y me arrastré a la cama para encontrar a
Birgid llorando.

Esa fue la noche en que me habló acerca de sus resultados de laboratorio.

—¿Mamá va a morir? —fue la pregunta de Stone.

La pregunta de Sadie fue:

—¿Qué tan pronto morirá?

¿Quieres saber por qué Sadie lo puso de esa manera? Porque incluso entonces, ella era
una persona pensativa, y ya había absorbido el hecho de que todos nosotros morimos. Su
pregunta era específica. Asumía la muerte y preguntaba una fecha.

Más tarde, esa noche Sadie vino a mí en mi biblioteca. Birgid estaba arriba preparándose
para ir a la cama. Stone estaba viendo la TV.
—Busqué en internet —dijo Sadie.

No necesitaba preguntar qué había buscado.

—Hay todo tipo de tratamientos. Pero ninguno de ellos funciona, ¿verdad? —Estaba
calmada, sin emociones, pero calmada.

—No muy bien, no —admití.

Justo comenzaba a desarrollar las pecas que tendría de ahora en adelante. Parecían
inconsistentes de alguna manera con su expresión solemne.

—No tienes que preocuparte por mí y Stone —dijo—. Solo tienes que ayudar a Mami.

—Voy a hacer todo lo que pueda para ayudar a Mami —dije—. Sabes, tu papá es un
científico. Esto es lo que hago.

Eso sonaba muy hueco y Sadie debió haberlo pensado también, porque lo ignoró.

—Cuida de Mami —reiteró—. Yo cuidaré de Stone.

Sonreí.

—¿Y quién cuida de ti?

—Yo cuido de mí —dijo.


Capítulo 2
Traducido por Jeyd3

Corregido por Azhar23

Después de ese primer viaje al interior, no pude tocar a Birgid.

La amaba con todo mi corazón, o al menos tanto como soy capaz de amar a alguien, pero
no podía tocarla. A penas soportaba estar en la misma habitación con ella.

El mundo entero a mi alrededor era extraño. Yo era extraño. Dios mío, pensé, no debo ir
más a mi interior así, o no seré capaz de seguir viviendo.

La desorientación era algo que no se puede imaginar.

No se puede dejar de ver una vez que has visto.

Me preguntaba si mi reacción extrema era solo para mí, pero mi técnica de biot, Donna,
después tuvo la misma experiencia. Peor en algunos aspectos. Ella dejó de venir al trabajo,
y luego, después que todo pasara y mandara a mi jefe de seguridad, Stern, para ver lo que
había pasado con ella, él había dicho que la encontró en su apartamento, meciéndose
hacia adelante y hacia atrás y haciendo sonidos como un gato ronroneando.

Por supuesto, ella había perdido a su biot, y no sabíamos en ese entonces lo que eso
significaba.

Stern me reportó lo que había encontrado. Toda su alfombra había sido arrancada del
suelo y lanzada a su patio. Había plástico sobre todo. Había desinfectante Purell en todas
partes. Tenía una caja de máscaras para respirar y estaba usando dos, una sobre la otra.

Ella había envuelto sus manos en bolsas Ziploc aseguradas con cinta adhesiva.

Se había afeitado todo el cabello de la cabeza, rostro y cuerpo.

En ese punto lo entendí. Pero era muy tarde para ayudarla.

Mi ángel financiero invirtió un billón de dólares en McLure Labs. Ellos invirtieron en mí,
en Meldcon, en un prometedor antiviral que estábamos probando, y en el hecho de que
había atraído a la mitad de las mejores jóvenes mentes en biotecnología e ingeniería
genética.

Ellos no sabían nada del pequeño proyecto alternativo que yo esperaba obtendría el
apoyo de la AFGC. Me había fascinado el trabajo de Karl sobre máquinas miniaturizadas,
nanobots. Y comencé a preguntarme si una solución biológica podría ser superior. No
una diminuta máquina, sino una diminuta criatura.

No hace falta decir que tenía que ocultar lo que estaba haciendo. Es ilegal crear nuevas
formas de vida, nuevas especies. Y aun así, eso era lo que me propuse hacer. Costaría una
fortuna y tomaría años el obtener la aprobación de la FDA solo para iniciar tal aventura, y
la supervisión y la regulación podrían ser agobiantes.

Así que había avanzado por mi cuenta. Con todas las protecciones posibles. La nueva
especie sería incapaz de reproducirse: esa era la más grande protección. Cada biot, ese es el
nombre con el que me quedé, tenía que ser desarrollado por el hombre. Desarrollado en
un laboratorio. Esperaba programarlos para realizar funciones limitadas, moverse dentro
del cuerpo y cortar coágulos de sangre, por ejemplo, o atacar tumores al llevar la
quimioterapia directamente al sitio.

No tenía ni idea entonces de lo que pasaría. Iré a la tumba diciendo que no tenía ni idea
de que las malditas cosas estarían vinculadas a sus creadores. No tenía ni idea de la locura
que vendría después.

Cuando supe del diagnóstico de cáncer de Birgid, lo enfrenté admirablemente. Fui


compasivo, por supuesto. Hice ruidos optimistas. Hablé de combatirlo con ella. Pero soy
un hombre de ciencia, así que rápidamente investigué los números de supervivencia para
su particular cáncer de pulmón en esta etapa en particular. Y el hecho es que, ella estaría
muerta en un año.

Ella tenía acceso a esos mismos números, Birgid, y no era tonta.

—Necesitamos planear —dijo Birgid—. Para cuando... Los niños, necesitamos planear,
sabes... No es justo para ellos... Jesús, yo nunca fumé.

Ella no lloró. Yo sí.

—Puede que tenga una manera —dije—. Dios mío, mira cómo me gano la vida, tengo los
recursos... Puedo intentarlo al menos.

—Inténtalo —dijo Birgid. Pero ella no creía que yo podía hacerlo. No creía que podía
derrotar al tumor antes de que se esparciera y la matara. Siempre fue una persona
práctica. Ella era... Era todo lo que me importaba en el mundo.

Oh, esa es una mentira, ¿verdad? ¿Todo lo que importaba? Mis hijos importaban. Pero mi
orgullo importaba también, y que me condenen si iba a ser vencido por algún tumor. Yo
era Grey McLure, joven genio, rico, apuesto, admirado, y este tipo de cosas no le pasaban
a hombres como yo.
Al siguiente día fui al laboratorio y comencé. Reuní a los mejores y más brillantes, los
saqué de otros proyectos, los preparé en mi búsqueda de perfeccionar al mejor asesino del
cáncer: el biot.

Recientemente habíamos hecho avances significativos en lo que nosotros llamábamos, de


manera poco elegante, Mezclar e Igualar ADN. Usando programas de ordenador muy
sofisticados, podíamos predecir con un vasto grado de precisión los resultados de
combinar filamentos de ADN de diferentes animales.

Nuestro primer experimento se llamó Tritón. Era una referencia a la película clásica "La
Cabaña en el Bosque". Fuimos capaces de usar Mezclar e Igualar para combinar ADN
humano con elementos del esturión y el bacalao. Por supuesto que no creamos un Tritón
real, pero podríamos. Con unos ajustes más podríamos haber creado uno real, un híbrido
humano/pez con branquias que funcionen y cola de pez. Podría haber sobrevivido en
agua fría. Hubiera tenido problemas mentales y sería casi ciego, pero aun así…

No lo hicimos. Pero lo pensamos. Recuerdo una fiesta después del trabajo, el cumpleaños
de alguien, supongo. Recuerdo estar sentado en algún bar con Donna, Jasmine y Prim, y
hablar sobre ello. Sobre toda la cosa de jugar a ser Dios, o Frankenstein. Algunas cervezas
más y ¿quién sabe?

Ahora, sin embargo, no era diversión y juegos. Ahora estaba enlistando a mi gente en un
proyecto criminal. No pudieron resistir el atractivo de la investigación más de lo que yo
pude, y ¿a los científicos que se resistieron a cruzar esas líneas?, les di otro trabajo.

También estaba defraudando a mi ángel financiero, quien esperaba que estuviera


haciendo trabajo útil.

El biot sería útil, si funcionaba, pero también inservible, ya que su mera existencia tenía
que ocultarse. Si funcionaba, tendríamos una herramienta de sorprendente poder... de la
que nadie podría saber.

Fue Jasmine quien dijo:

—Dr. McLure, ¿podríamos darle a la criatura algo análogo a un aguijón, o al colmillo de


una serpiente, alguna capacidad para llevar una droga o incluso un ácido de algún tipo
para usar contra el tumor?

Y por eso es que trajimos cobras para suministrarnos ADN.

Fue entonces cuando un par de cosas encajaron. Porque por supuesto que me di cuenta
que si el biot podía ser diseñado de tal manera para llevar drogas, bueno, ¿por qué no
veneno verdadero? ¿Por qué no bacterias? El biot, en pocas palabras, podría usarse como
arma.
Lo cual, me di cuenta en un instante, era lo que Burnofsky debía estar haciendo con sus
nanobots. Era por eso que quería una distancia de un kilómetro. No era necesario si lo
que estabas haciendo era mandar nanobots para matar tumores. Pero podría ser muy útil
si los mandabas a matar.

Invité a Burnofsky a cenar.

—Birgid, te ves hermosa —dijo Burnofsky. Tomó su mano y la besó, como en la


antigüedad, y le funcionaba. Él era un desastre de humano, pero podía elevar su juego en
ocasiones. Y a él le gustaba Birgid. Estaba celoso de nuestra felicidad, pero no de manera
maliciosa.

Birgid tomó su abrigo. Si recuerdo bien, habría sido diciembre, justo antes de Navidad.
Stone y Sadie habían ido a visitar a sus abuelos por unos días.

Carla no estaba con Karl. Pregunté por ella.

—Oh, de hecho tiene un trabajo, lo creas o no.

—¿Un trabajo? Es solo una adolescente, ¿no? —preguntó Birgid.

—Oh, son unas pequeñas prácticas de algún tipo en Armstrong.

—¿Haciendo globos de nieve? —pregunté, tratando de sonar ingenioso pero terminé


pareciendo grosero.

—Algo así —dijo Karl—. ¿Qué huele tan bien?

Birgid sonrió. Ella no había perdido su sonrisa. En este punto había pasado por dos
cirugías y una ronda de quimioterapia. Así que su cabello rubio estaba corto, comenzando
a crecer de nuevo. Un observador cercano habría notado un hueco alrededor de sus ojos.
Un observador muy cercano podría haber notado que se movía con más cuidado que
antes, una cautela física. Era una mujer que había aprendido que el mundo no es un
suave y acogedor lugar, sino un lugar de afilados bordes y mezquinas humillaciones.

Pero aun así, ella sonreía.

—Hice algo que encontré en un libro de cocina de Gordon Ramsay —dijo ella —. Es un
tipo de pastel de carne. Comida confortable. Tan frío como está, pensé que algo
confortable sería... —titubeó, se encogió de hombros y terminó con—: ...confortable.

Hubo un destello de simpatía en los ojos legañosos de Burnofsky. Él sabía, por supuesto,
que ella tenía cáncer. Y sabía que yo estaba desesperado por usar mis biots para salvarla.

Bebimos algo de vino. Comimos. Hablamos banalidades sobre política y deportes y algún
espectáculo en el Met y alguna conferencia en la Y. Birgid contó la historia sobre cómo
Sadie había peleado por el derecho de decir “mierda” en la escuela. (Sadie ganó el punto;
usualmente lo hace).

Luego Birgid se cansó. Su resistencia estaba regresando, pero todavía se cansaba


fácilmente. Ella dejó a los “caballeros” con su whisky, como algo salido de Downton
Abbey.

—¿Por qué un kilómetro, Karl?

Él asintió.

—Estaba preguntándome cuándo preguntarías sobre eso.

—Estás convirtiendo a la nanotecnología en armas —lo acusé abiertamente.

Él no lo negó. No lo admitió. Él solo dijo:

—Y tú estás violando al menos tres leyes diferentes, Grey.

—Tú sabes por qué —dije—. Lo que tú estás haciendo...

—¿Es peligroso? —proporcionó—. ¿Pero crear nuevas formas de vida no lo es?

—Están castrados, incapaces de reproducirse —señalé.

—El argumento de la viscosidad gris no es el único peligro —contrarrestó. El argumento de


la viscosidad gris era la historia de pesadilla de la nanotecnología: ¿y si los biots
nanotecnológicos o nanobots fueran capaces de reproducirse? Sus números crecerían
rápidamente de un puñado a miles de millones a billones. Arrasarían con el planeta.

—No, no es el único peligro —dije—. ¿Has considerado la posibilidad de que estas cosas
puedan ser usadas para matar?

—Bruto —esnifó él.

—O podrían ser usados para... —titubeé, viendo expectación en sus ojos. Él quería que
adivinara.

Fruncí el ceño. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué tramaba Armstrong? Pero no se me
ocurrió nada y volví al asesinato.

—No puedes dejar que a tu investigación la conviertan en un arma —dije.

—¿Por qué?

—Porque está mal. Porque en las manos equivocadas podría crear caos. Paranoia. —Agité
la mano en el aire en un gesto que pretendía sugerir caos.
—¿Mis manos son las equivocadas? —Sostuvo sus manos en el aire, los dedos huesudos
cubiertos con piel suelta como pergamino.

—Nadie debería tener ese poder —dije, sonando farisaico.

Él se inclinó hacia adelante y vi algo duro y despiadado en sus ojos que no creo haber
notado antes.

—No seas ingenuo, Grey. No seas un maldito niño, eres demasiado inteligente para eso.
Ninguna tecnología permanece en secreto, y cualquier cosa que pueda ser convertida en
arma es convertida en ello. Justo como tus pequeñas creaciones lo serán.

—No. Ni siquiera tienen el potencial para eso. —Pero por supuesto, yo ya estaba pensando
en cómo le habíamos dado a los biots la capacidad de llevar drogas in situ. ¿Había algo
que nos impidiera llenar ese saco de veneno con algún tipo de agente biológico tóxico?

Dios mío, podríamos llevar bacterias resistentes... virus... isótopos radiactivos...


Mis pensamientos, oscuros y terribles pensamientos, debieron mostrarse en mi cara.

—Y de esta manera el velo es arrancado de los ojos del gran idealista —se burló Burnofsky
de mí.

Después de eso intercambiamos correos electrónicos ocasionales. Pero nos hemos


reunido solo una vez después de eso.
Capítulo 3
Traducido por Kirara7

Corregido por Azhar23

Lo que cuidadosamente no le dije a Burnofsky es que mientras él tenía dificultades para


lograr comunicación a larga distancia con nanobots, nosotros accidentalmente resolvimos
los problemas.

—¿Dr. McLure?

—¿Sí?

—Dr. McLure. —Donna, ella había estado conmigo siempre, desde que éramos
compañeros de estudio en Stanford. Ella era del tipo activo, a diferencia de mí, ella
amaba surfear, y manejar carreras de karts e incluso salto libre en ocasiones. Era una
mujer perpetuamente bronceada, sonriente y de ojos brillantes, con una mente de
primera clase. Insistía en llamarme por mi título completo y en que yo la llamara por su
nombre, como enfatizando en que yo era su empleador. Eso me incomodaba.

Estaba de un innatural color blanco ese día, aunque sus ojos parecían vidriosos como si
estuviera borracha y por un momento pensé que lo estaba, estaba jadeando, como si
estuviera sin aire.

—Hice algo... era un... Oh Dios.

Me había estado recostando para leer los datos del monitor, me volví hacia ella dándole
toda mi atención.

—¿Qué sucede?

Ella hizo una mueca extraña, algo entre orgullo y lágrimas. Tenía miedo pero no estaba
segura de si debería tenerlo.

—Entregué células donantes.

Solo estábamos usando células donantes para una cosa; como material para los Biots, ya
que el genoma humano estaba bien mapeado, podía ser tratado ahora como una especie
de circuito; pones algo nuevo, apagas algo viejo.

Las células donantes que usábamos eran tejidos del laboratorio. Las células venían…
bueno en un punto no sabíamos de dónde venían, solo era algo que pedías, no era
diferente de cuando se pedía implementos de oficina.
—¿Usaste una de tus propias células? —Fruncí el ceño, era una violación al protocolo, pero
no debería ser un problema—. ¿Por qué?

—Era una corazonada... solo una corazonada. Quería hacer y... Oh Dios, funcionó. —Ella
mordió su labio y me miró—. Puedo ver, puedo ver a través de sus ojos. Estoy viendo
ahora mismo.

—Estás diciendo...

—Es como fotografía, sobre fotografía, pero las esquinas son borrosas. Al principio no lo
entendía, luego me di cuenta que estaba viendo vidrio, en una magnificación grande.

Estaba viendo a través de los ojos del Biot.

Me quedé congelado, una parte de mí se alegraba, y como su jefe, como el responsable


por esta compañía, por esta investigación, por este desesperado intento por salvar a
Birgid, debería estar gritándole o disciplinándola.

Pero nunca fui algo como un jefe, soy un científico, pasé mi vida buscando respuestas, y
bueno, aquí había una posible respuesta. Un descubrimiento de proporciones épicas.

Y una parte de mí sabía que Donna jamás habría roto el protocolo excepto por su
desesperación de ayudarme a salvar a Bridge.

Así que todo lo que dije fue:

—Muéstrame.

Corrimos por el laboratorio, un hecho que llevó a los demás a seguirnos como la cola de
un cometa. Donna había aislado al Biot y estaba listo para ser escaneado.

—Necesitamos probarlo —dije mirando alrededor mío, como si las respuestas estuvieran
regadas en la pared o en alguna mesa—. Ponemos algo en la mesa con el biot. Alguna clase
de muestra. Algo... y no te decimos, Donna. Una mirada a ciegas, sal de la habitación, ve
a tu oficina.

Ella salió, con el resto del equipo y decidí poner una muestra de tejido en el vidrio en
proximidad del biot, esto tomó un tiempo pero finalmente estábamos listos, marqué el
número de Donna y dije:

—Listo, hemos puesto un...

—Células mesoteliales2 —dijo Donna sin dudar—. Dios mío, no lo creerías, tú no lo


creerías.

2
Células mesoteliales: Son las células que conforman el mesotelio, una membrana que cubre y protege a la
mayoría de los órganos internos del cuerpo.
Corrimos hacia la oficina de Donna, ella miraba hacia el espacio, sonriendo, sonriendo a
cosas que no podíamos ver.

—Es monocromático, como un SEM 3, pero puedo ver todo, puedo ver con claridad la
pared delineada de la célula, el núcleo... una de ellas está en el inicio de la mitosis, puedo
ver todas las mitocondrias.

Ella siguió así por un tiempo, nombrando las partes de la célula como si estuviéramos en
un examen de biología del colegio.

—Puede que ella haya adivinado que pusimos una muestra de tejido —dijo una persona
del equipo, Prim, Dr. Primyantha.

—¿Qué? ¿Estoy haciendo trampa? —demandó Donna.

—No, no, no, por supuesto que no, pero el Dr. Prim tiene razón: intentemos algo más,
solo para convencer a las mentes escépticas.

Así que el Dr. Prim fue a buscar algo inesperado para poner en el plato del biot de
Donna, mientras el resto de nosotros se sentaba, posaba o hablaba animadamente.

—¡Jesucristo! —gritó Donna de repente, y se levantó de su silla—. ¡Maldición Prim!

Dr. Prim regresó a la oficina de Donna y ella le tiró los restos de un muffin a él.

—¿Qué? —demandó él.

—Es una cabeza de una mosca —dijo Donna con asco—. Es enorme como una maldita
casa, Prim. ¿Alguna vez has visto una mosca, cara a cara? ¡Es del tamaño de una maldita
ballena!

—Descríbela para que quede constancia —dije yo.

—No voy a mirarla —dijo ella.

—Espera ¿Qué quieres decir con que no la vas a ver? Los ojos de los biots están fijados al
frente.

Y ahí es cuando descubrimos que podíamos hacer más cosas que mirar a través de los ojos
del biot, podíamos moverlos, de hecho podíamos controlar los movimientos del biot tan
fácilmente como movíamos un dedo.

En la siguiente semana teníamos nuevos biots, Dr. Prim tenía uno y su estudiante
graduado Mitch McGovern tenía otro.

3
SEM: Microscopía de barrido electrónico, donde se generan imágenes de alta resolución de la superficie
de una muestra utilizando las interacciones electrón-materia. Se obtienen imágenes en escala de grises.
Mitch describía la misma experiencia que Donna, tenía una especie de visión de
fotografía en fotografía en el biot, podía mover a este tan fácilmente como movía sus pies.

Empezamos a probar las capacidades del Biot, su velocidad, su fortaleza, su rango. Si


hubiéramos seguido el protocolo normal, esta etapa se habría consumado en meses o
años, pero no tenía mucho tiempo, la salud de Birgid empeoraba, el cáncer comenzaba
hacer metástasis, apareciendo no solo en sus pulmones sino en su esófago y cerebro.

Los cirujanos podrían remover algunos de esos tumores, pero hasta que el monstruo en
sus pulmones fuera asesinado, seguiría volviendo.

El tiempo era corto.

Así que el biot de Mitch fue puesto en un cuerpo humano. Estábamos buscando formas
de entrar. Buscando formas de entrar al cuerpo humano de manera segura. Ojos, orejas,
nariz, garganta, tracto urinario, todas fueron sugeridas.

Sin embargo la solución más cercana era la inyección cerca del tumor.

Pero primero, un ensayo en humanos, sin embargo trucado. Uno de los técnicos del
laboratorio se ofreció voluntario para hacer las pruebas. Se le inyectaría el biot a su
torrente sanguíneo, con la esperanza que nuestro biot astronauta pudiese navegar en los
pulmones.

El biot de Mitch estaba marcado con un isótopo reactivo, colocado en una solución
estéril, y recogido en una aguja hipodérmica, Mitch es un chico gracioso y voluble, así que
hizo un comentario. Todo era muy extraño, se sentó en un taburete alto del laboratorio y
describía lo que le ocurría a su biot un piso abajo.

Pero muy pronto la burla ingeniosa se volvió algo tensa, era obvio que la experiencia era
algo perturbadora. Un anillo de sudor empezaba en su axila, las descripciones se
volvieron más dispersas y repetitivas.

—Es como... disparado fuera de foco, Jesús, puedes sentirlo... bien, déjenme organizar mis
observaciones un poco mejor. Lo que veo es como... no lo sé. El contexto lo es todo,
quiero decir, es todo grande sin un sentido de escala.

No quería presionarlo, imaginé que se calmaría después de un tiempo y sus observaciones


serían más precisas.

—Es un billón de pequeñas rocas, como si estuviera en una avalancha, células sanguíneas
¡maldición!

—Puedes...

—Como si estuviera en una avenida y todos condujeran a 90km. —Entonces—. ¡Jesús! ¿Qué
es eso?
—¿Qué estás viendo? —preguntó Donna, impacientándose—. Solo...

—¡Se está moviendo! ¡Se está moviendo! Quiero decir, con su propia fuerza, es como...
yo... como una especie de monstruo. Ah, lo sé pero… ¡Jesús! Si lo estuvieran viendo.

—Mitch, no estás en peligro, solo dinos lo que observas.

—Estoy observando una cosa enorme que parece un moco, y se está moviendo. Es como si
escurriera el moco hacia fuera y luego volviera a enrollarlo y se mueve, como un caracol...
Oh Dios mío, es un linfocito.

Una célula blanca, aunque no están estrictamente confinadas a la sangre.

—Te identificó como un invasor.

—¡Va a matarme!

—Es lo suficientemente rápida para...

—Al diablo contigo moco apestoso. ¡Ah! Soy demasiado rápido. Algo está sobre mí.

—¿El linfocito? —preguntó Donna.

—No, es más pequeño, como pequeñas y grises esponjas, mucho más pequeñas están
como tocándome, rodando.

—Inmunoglobulina —dije—, los anticuerpos. El cuerpo humano está atacando al biot.

—Bien, ahora estoy viendo un tejido diferente, las paredes son más angostas a mi
alrededor, como un túnel pequeño como... ¡Guau, guau!

Eché un vistazo al monitor que mostraba la etiqueta radioactiva del biot contra el
esquema del cuerpo humano.

—Deberías estar aproximándote a los pulmones, verás el intercambio de oxígeno, que


oportunidad tan increíble. —Eso era de Donna, estaba celosa.

Pero Mitch no estaba escuchando.

—Uno de ellos me tiene, no lo vi, me tiene. Patas como de serpiente, creo... creo que ya
me atrapó. Mierda, aquí hay otro.

Me acerqué y miré directo a sus ojos.

—Oye, no te preocupes debimos haber esperado un respuesta inmune.

—¿Cómo hago que se detenga?

Me reí.
—Creo que nuestro sujeto humano, tiene un buen sistema inmune, no estoy seguro de
que quisiéramos detenerlo, vamos, déjalo ir.

Dejarlo ir.

Era un tonto.

—¿Cómo? —preguntó Mitch.

—¿Qué quieres decir?

—No puedo apagarlo Dr. McLure, no puedo dejar de ver, no puedo...

Un escalofrió subió por mi espalda.

—Tendrás que disciplinarte para no notarlo —dije, sabiendo que era la respuesta
equivocada.

—Los linfocitos puede que maten al biot, lo que solucionaría tu problema —contestó
Donna.

Eso fue como a las tres de la tarde en punto.

A las cuatro de la siguiente mañana, Mitch McGovern saltó del quinto piso de su
apartamento en Brooklyn.

Los paramédicos lo encontraron vivo, sus últimas palabras, tan bien como pudieron
descifrarlas, sonaron crípticas.

—Me desgarra —dijo él—. Oh Dios.

Mientras eso ocurría, yo sostenía la cabeza de Birgid mientras se ahogaba sobre un


cuenco, ella se sacudía violentamente. El agua en el cuenco se volvía roja.

El ruido o tal vez algún instinto, despertó a Sadie, ella entró usando su pijama.

—Ve a la cama, cariño —dije—. Ve a la cama.

Había lágrimas cayendo de mis mejillas, no quería que me viera llorando, no quería que
viera a su madre salpicando sangre como una víctima en una película de terror.

Ella me ignoró. Sadie hacía eso entonces, igual que ahora. En lugar de irse, encontró una
goma y la usó para atar el cabello de su madre en una cola de caballo.

Entonces dejé que Sadie sostuviera la cabeza de su madre, fui hacia la biblioteca, me serví
una bebida y me la tragué.

El tiempo se acababa.
Capítulo 4
Traducido por alisay.or

Corregido por Azhar23

—Mami va a morir pronto —dijo Sadie.

Vino a mí en mi biblioteca, se sentó en mi regazo. Bebí whisky, moviendo mi brazo


alrededor de ella y no pude evitar acercar el vaso a su cara.

Quería que me dejara tranquilo, estaba estresado, pensé que estaba tan estresado como
podía estar sin tener un derrame cerebral. Pero en ese punto, ni siquiera sabía que Mitch
se había suicidado.

—Estoy haciendo lo mejor que puedo, Sadie —dije.

—Lo sé —dijo ella. Y ella quería más de mí, algo de consuelo, algo de sentimiento, algo...
Ella quería que le dijera que no pasaría. No podía hacer eso, peor aún, no quería porque
yo estaba sufriendo y alguna parte oscura de mí quería que todo el mundo sufriera
conmigo.

Estas no son cosas buenas para que yo las recuerde. No me gusta el hombre que se
sentaba allí bebiendo whisky y apenas le prestó atención a su desconsolada hija. Desde
entonces he intentado compensar ese momento y otros como ese.

Creo que Sadie me ha perdonado. Yo no me he perdonado.

—De acuerdo, Birgid, vamos a sedarte un poco. Estarás consciente, aunque podrías
quedarte dormida.

Lo hicimos en mi laboratorio. Donna y yo, con Marty y Prim ayudando. Necesitábamos


saber si podíamos alcanzar el tumor. Entonces podríamos averiguar qué hacer con ello,
pero el primer paso era alcanzarlo sin ser frustrados por la respuesta inmunológica del
cuerpo.

—Me quedo dormida un montón —dijo Birgid—. Pero estoy interesada, así que... proba...
—La droga le pegó y sus ojos aletearon. Intentó decir algo pero terminó sonriendo una
bonita y tímida sonrisa.

Desgarró un agujero en mí, esa sonrisa. La amaba. No quería vivir si ella, no podía.

—¿Alguien escuchó algo de Mitch en algún momento? —pregunté.

—Él no ha cogido el teléfono —dijo Prim—. Se ha perdido la noche de fútbol.


—Quieres decir soccer —dije.

—Fútbol —insistió el Dr. Prim—. Se le llama propiamente fútbol en el mundo civilizado. —


Era una vieja broma entre nosotros.

—Déjame enviar al menos uno de mis biots contigo —insistió Donna.

—Ni siquiera deberías tener biots —dije, no enfadado, solo dejando claro que ella se había
saltado el protocolo. Yo también, pero yo era el jefe.

—Intuba —le dije a Prim.

Prim era el único con la experiencia médica para realizar el procedimiento. Es la clase de
cosa que se hace en las salas de urgencias todo el tiempo, pero yo aún estaba nervioso.
Implicaba usar un laringoscopio, una herramienta diseñaba para guiar un tubo de plástico
a través de la boca, bajando por la garganta y la tráquea hasta la parte superior de los
pulmones.

Birgid se movió inquietamente. Normalmente una persona siendo intubada estaría


completamente dormida, pero eso es más arriesgado. No estábamos en un hospital.

—Relájate, cariño. Relájate, deja que suceda. Lo has hecho antes. Solo relájate.

Ella se calmó entonces, y tomé su mano y la apreté. Aseguramos el tubo y comenzamos la


transferencia de mi biot a una sonda larga y flexible. Empujamos la sonda hacia abajo
tanto como nos atrevimos. Una pulgada es un largo camino para un biot.

—¿Puedes ver algo? —me preguntó Donna ansiosamente.

—Solo la pared de plástico a mi alrededor. —No había mucho interés en eso. Conseguí
hacer el corto salto de la sonda a la pared de plástico—. De acuerdo, estoy bien.

Mantuve mi agarre en la mano de Birgid mientras mi intrépido biot comenzaba a caminar


hacia el pulmón. Su respiración estaba ralentizada, pero aún era una poderosa brisa. El
biot estaba agachado hacia el suelo para no ofrecer mucha resistencia al viento, pero aún
me preocupaba ser levantado como un gatito en un tornado. El viento estaría en mi cara.
Entonces pausaría y cambiaría de dirección. Aprendí a agarrarme fuerte cuando el viento
estaba en mi contra y luego correr con él cuando estaba a mi espalda.

Vi la abertura delante.

Lo primero que me vino a la mente fue Willy Womka. Estaba saliendo de lo que se sintió
para mí como un enorme, largo túnel a un misterioso país de las maravillas. No teníamos
capacidad de color en aquellos primeros tiempos, así que todo estaba en sombras de gris y
sepia. Pero aun así...
Las células estaban densamente empaquetadas, tanto las células pilosas, (esas con cilios
ondeantes como algo que podrías ver en un arrecife de coral) y células redondas
secretoras de grasa que rezumaban moco. Había hebras de mocos estiradas como
serpentina.

Atrapadas en el moco había toda clase de exóticas partículas: polvo, polen, y sí, bacterias,
no más grandes para mis ojos de biot que bolas de tenis. Era maravilloso.

—Oh —dije—. Oh, vaya.

No una cosa original que decir, pero era más allá de las palabras. Aun así podría usar
miles y miles de palabras para describir el bizarro e inquietante viaje que hice por los
interminables cañones negros de los pulmones de Birgid. El viaje desde la entrada hasta el
tumor fue de no más de cuatro centímetros, aun así tomó horas. Había muchos callejones
sin salida, hubo muchos rodeos por supuesto, mientras Donna y Marty mapeaban
cuidadosamente mi progreso. Nos habíamos dado cuenta desde el principio de que volver
a salir sería un problema, el pulmón es como una esponja, una masa de sacos de aire,
cada uno expandiéndose y encogiéndose mientras la respiración venía y se iba.

Pero en realidad, apenas puedo evocar imágenes de todas las extrañas maravillas, ya que
mi memoria está tan llena con lo que pasó después.

Encontré el tumor.

Lo sentí antes de encontrarlo. Me doy cuenta de que suena acientífico, no hay explicación
para la sensación creciente de amenaza que me llenó de pavor mientras me acercaba a
ello.

El primer signo fue un único zarcillo que se extendía hacia uno de los respiraderos. Era
como una gorda y negra babosa palpitando bajo mis pies.

Supe inmediatamente lo que era, supe que había visto al fin al enemigo.

Seguí aquel zarcillo, pronto se convirtió en más que un simple zarcillo, parecía extenderse
a todas partes del túnel, como si estuviera entrando en un nido de serpientes. Pronto
podría no evitar pisarlo.

Entonces, me percaté de los capilares alimentándolo con sangre, fresca y oxigenada


sangre, las células con forma de disco volador empujando su camino a través de los tubos
traslúcidos para alimentar al monstruo.

Porque era un monstruo.

Llegué a un lugar donde el saco de aire y la arquitectura del túnel se volvían desordenados
e irregulares, parecía como si una bestia se hubiera vuelto contra ellos. Moco rezumaba
por los bordes destrozados.
Células cancerígenas individuales, oh, cuán inocuas parecían, simplemente yaciendo allí.
Me recordaron al pez globo disecado que encuentras en una tienda costera barata.
Parecían casi juguetes. Linfocitos reptaban lentamente, lanzando ataques sin sentido a las
células perdidas, las células que querían extenderse por el resto de los pulmones y el
cuerpo de Birgid.

Mientras miraba, los veía a veces elevarse en la eterna brisa, ser soplados un par de pies,
(micrómetros, en realidad). Vi una célula explotar bajo la presión de un linfocito, pero
había un millón más.

Viajé a través del devastado paisaje y sentí el pulso de una gran arteria haciendo temblar
mis piernas de biot, haciendo a las imágenes en mi cabeza bambolearse.

El tumor estaba envuelto alrededor de esa arteria, y ahora, de repente, mirando hacia
arriba a través de un espacio extrañamente abierto, lo vi.

—¿Qué ve, Dr. McLure? ¿Qué ve? —presionó Donna.

Había parado de narrar, no sé cuánto tiempo estuve en silencio, más tarde me dijeron
que fueron minutos, pudieron haber sido horas por lo que yo sabía.

—¿Qué ve, Doctor?

Nunca contesté, no pude contestar. Soy un científico, no un filósofo, verdaderamente no


hay palabras para describir lo que vi allí, acechando sobre mí, enorme e implacable.

La ciencia hace un pobre trabajo verbalizando verdades profundas, nuestros vocabularios


son secos y desapasionados, así que no pude contestar, porque solo una palabra, una
antigua y acientífica palabra podía empezar a describir el monstruo que estaba asesinando
a mi esposa: el mal.

—¿Veis allá, amigo Sancho, treinta o cuarenta gigantes enormes? Pretendo luchar con ellos y
matarlos.

Eso es de Don Quijote, el loco caballero errante que confundió molinos con gigantes. Yo
era un loco caballero aquel día, vi el gigante y no era un molino. Lo ataqué con mis
diminutas cuchillas y gotitas de ácido y transporté las semillas radiactivas y las empujé
contra el tumor.

Vi células cancerígenas quemarse y morir.

Como Quijote, ataqué. Pero a diferencia del caballero poeta, no estaba loco. No podía
engañarme con que había ganado.

Mi creación era lo suficientemente pequeña para alcanzar el tumor, y demasiado para


matarlo.
Quizá seis meses antes, quizá si hubiera sido más rápido, quizá si le hubiera insistido para
que fuera al médico meses antes.

Quizá.

Un hombre puede torturarse hasta la locura con los quizás.


Capítulo 5
Traducido por Emotica G.W

Corregido por Azhar23

Tenía a la madre de Birgid viniendo para cuidar de ella y los niños.

Escapé. Volé a una playa en México y bebí tequila. Bebí hasta que me desmayé. Cuando
desperté, estaba de vuelta en mi hotel. Alguien había tomado mi ropa, y casi lo primero
que recordé, al igual que el dolor cegador golpeaba mi cabeza, era que me había
ensuciado.

Una enfermera apareció y en silencio me dio un par de pastillas de vitaminas y dos


ibuprofenos. Me las tragué con dos botellas de agua.

Entonces caí de nuevo sobre la cama.

—¿Quién eres tú? —dije arrastrando las palabras.

—Consuela —respondió ella. Hablaba bien inglés, pero con un acento fuerte, por lo cual
estaba agradecido. Mi cabeza no estaba en condiciones para formar palabras en español.

—¿Quién...? ¿Dónde...? ¿Quién te envió aquí?

Se encogió de hombros.

—Fue solo un e-mail a través de nuestro sitio Web.

—Pero alguien pagó. Alguien...

Se encogió de hombros.

—Solo sé un nombre. Lear.

Intenté centrarme en su cara, para ver si estaba bromeando o escondiendo algo, pero sus
rasgos no entrarían en foco.

—¿Sr. Lear?

Se encogió de hombros.

—Sr. o Sra., no sé.


Dormí entonces, y cuando desperté ya no estaba. El dolor de cabeza era un poco menos
salvaje, a pesar de que se quedó como una tormenta lejana que en cualquier momento
podría soplar en mi dirección.

Había fruta y agua en la mesita de noche. Y una nota escrita a mano. Deberíamos hablar.
Lear.

Incluso ahora no hablaré de esa reunión.

Pero al día siguiente volé de regreso a Nueva York. Mientras tanto Birgid había dado un
giro para peor. Se estaba debilitando rápidamente.

—¿Dónde has estado? —exigió Stone—. Ni siquiera contestaste el teléfono o nada.

—Tuve una de última hora, uh, tuve la oportunidad de conocer a este ingeniero a quien
pensé contratar. Por, ya sabes, lo que estoy tratando de hacer para mamá.

No sé si Stone se lo tragó. Tal vez. Es un chico confiado. Pero los ojos de Sadie solo
ardieron con desprecio. Y luego, peor como mucho, empezó a mirarme con lástima.

Birgid estaba en nuestra cama, respirando con dificultad a través de la máscara de


oxígeno. Me vio y alargó la mano para tomar la mía.

Y no pude.

No pude ver a mi esposa, mi amor. Solo podía ver el tumor.

Pretendí creer que quería un vaso de agua y fui a buscarlo para ella.

Podría haber acariciado su frente. Podría haber presionado mi mejilla contra la de ella.

Podría haber puesto mis brazos alrededor de ella. Pero Birgid ya no era Birgid, se había
convertido en el monstruo que llenaba mi mente y sueños.

De vuelta en Nueva York me di cuenta de que había llegado al área de cobertura y una
vez más pude ver a través de los ojos de mi biot. No había nada que ver, solo la guardería
donde descansaba.

Pero no podía apagar las imágenes. Inmediatamente decidí destruir la pequeña bestia. No
quería nada más que ver con el mundo nano.

Continuaría en desarrollar la tecnología, Lear me había convencido de eso, gran parte al


menos. Lear había arrancado la máscara de Armstrong Regalos de Fantasía y me había
mostrado claramente lo que mi viejo amigo Burnofsky estaba haciendo. Pero nunca
quería usar ese biot de nuevo. Ni siquiera para salvar a Birgid.

No podía. Como dije, no soy un hombre valiente. La idea de ello me llenaba de miedo,
me hacía temblar los huesos.
No podía.

Llamé a Donna al laboratorio para decirle que incinerase esa cosa.

Contestó y todo lo que oí fue un gemido de dolor largo, horrible.

—Mamá no está respirando —dijo Sadie.

Le colgué a Donna, cortando su lamento inquietante, y llamé al 911.

Birgid murió esa noche en el hospital.

Todos estuvimos con ella al final. Stone besó su frente y derramó las lágrimas en sus
mejillas. Sadie, mi niñita dura, sollozó, tapó su cara con las manos y siguió diciendo:

—Mami, mami. Te amo, mami.

Miré el cuerpo ahora sin vida de mi esposa, mi verdadero amor, la madre de mis hijos, y
todo lo que podía ver era el tumor. Podía imaginar ahora en horrible detalle las células de
la sangre inmóviles en las arterias de repente silenciadas. Podía imaginar los pulmones
inmóviles por primera vez desde que Birgid había tomado su primera respiración como
un bebé.

El tumor no estaba haciendo nada ahora.

Y todo lo que podía pensar era: muere. Ahora, por fin, maldito monstruo, muere.

Burnofsky llegó al funeral. Evité su mirada. Él sabía que algo había pasado entre nosotros
que no podría ser superado ahora. Sabía que nos habíamos convertido en enemigos.

Trató de hablar conmigo. Miré a través de él.

Donna no asistió. Estaba siendo tratada por depresión grave y psicosis tras un intento de
suicidio. Encima del suicidio de Mitch, se hizo dolorosamente claro que estábamos
vinculados estrechamente con nuestros biots. Perder un biot era perder una parte de
nosotros mismos. Donna había sido lo suficientemente cuerda para seguir mi orden, yo,
también, habría perdido la cabeza.

De alguna manera que nunca entendí científicamente, cuando creamos un biot


transferimos una parte de nuestra alma en él. Nos hacemos rehenes a él.

Más tarde supe donde habíamos conseguido las muestras de tejido que utilizamos para
crear los primeros biots experimentales. La mayoría eran de un pequeño pueblo en Costa
de Marfil.

Todos aquellos primeros biots habían sido destruidos.

El pueblo, a miles de kilómetros de distancia, había sucumbido a lo que los doctores de


Médicos Sin Fronteras diagnosticaron como algún tipo de histeria de masas. Dentro de un
par de semanas, en los días correspondientes a las fechas en las que habíamos destruido
los biots de prueba, siete personas en el pueblo habían perdido la cabeza y se suicidaron o
habían sido asesinadas en el acto de cometer atrocidades.

No había forma de escapar al efecto biot. La distancia no era ninguna defensa. Perder un
biot era perder tu mente.

Nunca me desharía de él.

Nadie que creara un biot podría deshacerse de él alguna vez.

Mi ángel financiero beneficiaba bastante cuando uno de nuestros fármacos de nueva


generación era aprobado por la FDA. Tenía dinero suficiente para volver a comprar todas
las acciones de Laboratorios McLure.

Empecé a tomarme el negocio más en serio, y empecé a preparar a Stone para hacerse
cargo algún día. Él era el más grande. Era el más estudioso. Sadie nunca había mostrado
ningún interés en Laboratorios McLure.

Nos llevábamos bien, los tres. Me gusta pensar que me convertí en un mejor padre. La
muerte de Birgid había colocado la responsabilidad claramente en mí. Y cada vez que
bromeaba con Stone o provocaba a Sadie, sabía que mi propio tiempo podría ser corto.
Tenía que ser un padre mientras pudiera, porque no teníamos manera de saber cuándo
mi biot podría morir y llevarme hasta el lugar desesperado donde Mitch y Donna habían
ido antes.

Y si ese no era mi fin, bueno, ahora sabía que los ojos de los Armstrong estaban sobre mí.
Y ahora sabía lo que eran.

En los próximos años sabría de Lear de vez en cuando. Me enviarían jóvenes brillantes.
Un soldado británico robusto, amante de la diversión llamado Alex. Un joven serio
llamado Michael. Y conocería al hombre que incluso entonces en aquellos días solo
respondía al nombre de guerra Calígula.

Lear estaba formando un pequeño ejército para contrarrestar a los Armstrong y


Burnofsky. Un ejército de quienes están dispuestos a arriesgar la locura para combatir el
mal.

Había sido alistado en esa guerra. Era una guerra para salvar a la humanidad misma de la
esclavitud. Pero para mí sobre todo era una lucha para salvar a mis hijos. Haría lo que
tuviera que hacer para protegerlos, mantenerlos a salvo y aparte. Porque nunca quisiera
que escucharan la palabra BZRK.
BZRK
Ambientado en un futuro cercano, BZRK es la historia de una guerra por el control de la
mente humana. Charle y Benjamín Armstrong, gemelos siameses y propietarios de la
Corporación Armstrong Regalos de Fantasía, tienen un objetivo: convertir el mundo en
su visión de la utopía. Sin guerras, sin conflicto, sin hambre. Y sin libre albedrío.
Oponiéndose a ellos hay un grupo de guerrilleros adolescentes, nombre en clave BZRK,
quienes están luchando por proteger el derecho a estar estropeado, de ser humano. Esto
no es una guerra ordinaria, sin embargo. Las armas están desplegadas en la nano-escala. El
campo de batalla es el cerebro humano. Y no hay puntos muertos aquí: es la victoria… o
la locura.

BZRK se desarrolla con fuerza de huracán en torno a temas centrales de conspiración y


misterio, locura y realidad cambiante, compromiso y empoderamiento, y el más amplio
impacto de la elección personal. ¿Qué lado escogerías? ¿Hasta dónde llegarías para ganar?
Michael Grant
Ha escrito más de 150 libros, la mayoría como co-autor
con su esposa, Katherine Applegate. Como sus padres,
ambos militares, viajaban a menudo por trabajo, durante
su infancia y adolescencia llegó a estudiar en diez colegios
distintos de Estados Unidos y tres de Francia y se
convirtió en escritor, en parte para mantener esa libertad.
Su sueño más anhelado es dar la vuelta al mundo y
visitar todos los continentes, incluyendo la Antártida. Ha
trabajado en campañas políticas, de crítico de
restaurantes y hasta grabado documentales, pero lo dejó
todo por considerarlo demasiado aburrido.

Una de sus series de libros más famosas, Animorphs, fue llevada a la televisión y se ha
comercializado en el mundo entero. Es el autor de la saga de éxito de ventas
internacional Gone.

Actualmente vive en California con su familia.

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