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San Juan Crisóstomo (345?

-407), presbítero en Antioquía, después


obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre “Padre, si es posible”; PG 51, 34-35

“El Espíritu atestiguaba de antemano los padecimientos de


Cristo y la gloria que los seguiría.” (1Pe 1,11)

Ya cercano a la muerte, el Salvador gritaba: “Padre, ha llegado la


hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique.” (Jn 17,1)
Pues bien, su gloria es la cruz. ¿Cómo, pues, podía querer evitar lo
que en otro momento desea? Que su gloria es la cruz, nos lo enseña
el evangelio cuando dice: “... aún no había Espíritu, porque Jesús no
había sido glorificado.” (Jn 7,39) He aquí el sentido de estas
palabras: la gracia aún no había sido dada porque Cristo aún no
había subido a la cruz para poner fin a la hostilidad entre Dios y los
hombres. En efecto, la cruz ha reconciliado a los hombres con Dios,
he hecho de la tierra un cielo, ha reunido a los hombres y a los
ángeles. Ha vencido el reino de la muerte, ha destruido el poder del
demonio, ha liberado la tierra del error, ha puesto los fundamentos
de la Iglesia. La cruz es la voluntad del Padre, la gloria del Hijo, el
júbilo del Espíritu Santo. Es el orgullo de san Pablo: “jamás presumo
de algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo.” (Gal 6,14)

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