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Resumen: El siguiente trabajo propone trabajar la obra literaria de Mitre (su única novela soledad)
a partir de las ideas que el mismo Mitre propone para la novela no solo en el prólogo al texto sino
también en sus textos de historia. A partir del análisis del narrador de la obra, reponer lo que
pueden llamarse los saberes compartidos que circulaban en el territorio rioplatense, para
finalmente dar cuenta de cómo Mitre construye su figura de autor, figura que le llega a valer la
presidencia de la Nación Argentina.
El siguiente trabajo tiene como propósito establecer la figura de autor que construye Mitre a
través de su única novela Soledad. Para lograrlo, se realizará un recorrido que empieza por algunos
datos biográficos relevantes, pasando por las lecturas de su época, sus propias lecturas, su
relación con otros autores similares de la época, su novela Soledad como, en sus palabras
“expresión definitiva de la idea de novela” para poder pensar y dar forma a la figura de Mitre
como un autor.
Nacido el 26 de Junio de 1821 en Buenos Aires dedica su vida a la más grande variedad de
actividades y oficios. Inclinado a las letras en la juventud, militar de fuerte impronta anti-rosista,
exiliado en Chile, Uruguay, Perú, Bolivia, se instruye en gran cantidad de áreas tales como lenguas
aborígenes, el oficio del periodismo (que luego ejercerá con fervor en el país fundando, por
ejemplo, el diario La Nación), la historia (leerá a Herder y será de los defensores del historicismo),
la antropología, etc. Su oficio de militar, con sus participaciones en las batallas de Caseros (1852),
Cepeda (1859) y Pavón (1861), además del ejercicio de la presidencia entre los años 1862 y 1868,
no le impide realizar una labor intelectual tanto en su producción (escribió obras de teatro como
Cuatro épocas, una novela y una antología de rimas, colección (entre variados temas se hizo de
una biblioteca de unos 20.000 ejemplares), estudios y traducción de obras. Muere el 19 de junio
de 1906, y como legado de todo su trabajo, su casa funciona hoy día como establecimiento del
Museo Mitre.
Una biblioteca para Bartolomé
Si se busca ubicar a Mitre en el plano histórico del desarrollo de las disciplinas y teorías, se lo
puede observar en un período histórico que puede ser llamado pre-positivismo argentino. Si se
tiene en cuenta la datación del positivismo en Argentina aproximadamente en el año 1880 con el
gobierno de Roca, el lapso que define la vida y muerte de Mitre (1820-1906) se inscribe en la
gestación y el desarrollo del pensamiento positivista a nivel local. Al respecto Corolario Alberini
define las características de este pensamiento como una etapa que se inicia en 1830 con la vuelta
de Echeverría al país (trayendo consigo las ideas iluministas alemanas, inglesas y francesas) y que
se prolonga hasta la reacción contra-positivista que inicia a partir del año 1910 (1966:130).
La característica principal de este periodo esta dada por la corriente de la Ilustración, heredera fiel
del Enciclopedismo. Éste, movimiento filosófico y pedagógico, que tenía como motor el desarrollo
de una enciclopedia que contuviera todos los saberes del llamado pensamiento ilustrado. Este
pensamiento se caracterizaría por una fuerte crítica a modelos feudales y absolutistas, una
intención de universalización del saber y un desarrollo de la filosofía iluminista. El auge se da con
la aparición de la Enciclopedia publicada por Diderot y D´Alembert. Heredera directa del
Enciclopedismo, la Ilustración francesa de fines del XVIII y principios del XIX tiene como principales
exponentes a Rousseau, Voltaire, etc. Estos, son los llamados pensadores de la revolución francesa
de 1782.
De la mano de la ilustración, y desplazándonos al plano de las Ciencias Naturales, el evolucionismo
darwiniano junto con los escritos de Taylor, inauguran, a principio del siglo XIX, la Antropología
Evolucionista. Esta, en su afán de cientificidad, desarrollará las hoy llamadas pseudo-ciencias tales
como la craneometría, la frenología, la fisognomía e incluso, aunque más a mediados del XIX, la
grafología. Ellas tienen en común el deseo de entender y predecir el comportamiento y la
personalidad del hombre a partir de la observación de rasgos externos (Alberini Corolario
1966:137).
En la Argentina del XIX, en consonancia con el pensamiento científico de la época, se desarrolla el
llamado Romanticismo rioplatense, de fuerte carácter nacionalista (Weinberg 1980:217-240). El
movimiento, ideológicamente no opuesto al fuerte cientificismo y a la ilustración, sin embargo,
tiene objetivos totalmente diferentes por su carácter local, atraviesa (con sus exponentes como
Sarmiento, Alberdi, Echeverría, Hernández) la época en la que Mitre vive y escribe.
Ahora, surge la pregunta. ¿Qué lee Mitre?, ¿Cuáles son sus lecturas predilectas?, ¿Qué relaciones
establece su literatura con las ideas vigentes en el momento? Estos cuestionamientos aparecen
como una necesidad de conocer qué saberes circulaban en la época y cómo estos influyen en el
pensamiento Mitriano.
Antes de definir qué lee e Mitre, es pertinente comenzar con una anécdota donde se perfila su
actitud respecto al acto de leer. En sus Notas históricas en el apartado “Mitre lector”, Livacich
comenta
Como se ve, de manera similar a Sarmiento, se perfila un joven con una pasión por la lectura y el
conocimiento. Este tipo de actitud, ya manifestada apenas a los catorce años, dará la pauta de
cómo el mismo piensa, programa, desarrolla y cumple todo un recorrido de lecturas a fin de
hacerse de un vasto conocimiento en la más variada cantidad de áreas. De manera similar a
Sarmiento, auto-didacta, y sin rendir cuenta ante ninguna universidad, Mitre lee volúmenes y
volúmenes de libros de variados temas
El acto de leer y estudiar se aparece como inevitable. Si de pequeño leía durante las jornadas en la
estancia, luego, adulto, esa actitud no varía para nada. Su condición militar no es obstáculo para
su desarrollo intelectual, que atraviesa toda su vida más allá de las labores que desempeña en
cada momento. Ya en su propia vida está la ilustración vigente, con su ideal de “perfección
intelectual y moral” que, si leemos un poco más arriba, es uno de los objetivos explícitos del
movimiento ilustrado. Se ve como los ideales de la filosofía francesa son tomados por Mitre, que
elige desarrollar una vida intelectual completa, a su vez siempre entendida en relación a los
problemas de la actualidad, nunca de manera aislada. Así, en sus dos trabajos de historia (Historia
de Belgrano e Historia de San Martín y la emancipación americana), predomina la estrategia
cientificista, dejando que los documentos por si den cuenta de la historia. Esto no impide que
ambos se relacionen con el pasado, actualidad y futuro del país. Al escribir sobre Belgrano y San
Martín, nunca deja de demostrar ese afán patriótico y deseo de consolidación y defensa de lo
nacional.
Aquí se pone en claro el deseo plenamente patriótico de Mitre sobre la función de la historia. Esta
funciona como sistema de racionalización, que no es solo dar cuenta de los hechos a través de los
documentos, sino poner en relieve el porqué de las cosas. Y a través de ese entendimiento es que
se produce el verdadero aprendizaje. Para Mitre la admiración por los “hombres ilustres” tiene
que estar, pero a su vez tiene que estar también el conocimiento del por que de esa admiración,
así esos hombres se constituyen no solo como próceres sino también como ejemplos de vida. Las
ideas ilustradas son evidentes y constituyen el esqueleto de toda la obra de Mitre.
Ahora bien, Mitre no se limitó sólo a los estudios de la filosofía, la política, la historia, el
periodismo. Su programa incurrió en las ciencias naturales, y con el evolucionismo vigente
(Montserrat 1972:652-656), también absorbió conocimientos de la antropometría y sus derivados
(craneometría, fisognomía, frenología, grafología), disciplina fundamental a la hora de leer sus
obras literarias y de la cual hace uso constante al momento de describir a sus personajes.
Se puede decir, entonces, que Mitre no se limita a leer sino que también se hace cargo de los
“saberes de época” con los cuales tiene contacto. Al hablar de saberes de época, hay que dejar en
claro que nos referimos a autores y sus teorías que circulan en un territorio determinado en un
tiempo determinado como consecuencia de determinados procesos históricos. Por ejemplo, la
lectura que realiza Mitre de muchos clásicos franceses, no solo teóricos de la revolución sino
también novelistas, se produce por la fuerte filiación que existía en la época entre Buenos Aires y
Francia, lo cual producía un afluente de textos, ideas, conocimientos desde el país europeo hacia
el Río de la Plata. De la filosofía Alemana, Herder es el principal filósofo acogido en el país y desde
Inglaterra Bentham y Smith.
Con ese amor al estudio y fortaleza para el trabajo que conservó hasta
sus últimos días, ayudado además por una imaginación que se
excitaba con facilidad, dio comienzo a leer los autores célebres con
preferencia franceses (Livacich 1916:502-509)
De esta manera, sin la certeza histórica y particular de cuáles fueron exactamente los libros leídos
por Mitre, se puede re-construir sus hipotéticas lecturas a través de esta idea de “Saberes de
época” que nos repondrá un corpus particular. En este caso, las lecturas propuestas anteriormente
en este trabajo.
Mitre y su Soledad
Era una hermosa tarde de verano del año de 1826. El sol se había
ocultado ya, pero sus últimos rayos, doraban aún la soberbia cumbre
del Illimani, como si el rey del día al ausentarse quisiera tributar su
último homenaje al monarca de los Andes (1847:2)
En aquella galería había dos personas. La primera era una joven como
de diez y nueve anos, edad en que la mujer está en toda la plenitud de
su desarrollo, y la otra un hombre que ya había pasado de los
cincuenta y ocho(…)Había en su mirada algo que decía que aunque
toda su persona derramaba la dulzura y la suavidad tenía en su alma
una centella que debía incendiarla (1847:2)
Junto con la presentación de los personajes, el grado de conocimiento del narrador también se
establece. En este caso es omnisciente, parece conocer la interioridad de los estos, tal como se
observa en repetidos pasajes.
Ahora bien, una vez establecidas sus características principales es pertinente realizar una
pregunta. ¿Qué dice el narrador cuando habla? En primera instancia se está contando la historia
de un matrimonio por dinero y las vicisitudes que sufre Soledad para la realización del amor. ¿Pero
que más está diciendo? Y se propone la pregunta porque al hablar, al contar, al producir un
discurso, el narrador está poniendo en juego su cosmovisión, su manera de ver el mundo.
Retomemos el epígrafe del trabajo. La novela es ese espejo en el que el hombre se contempla tal
como es. El trabajo con la novela es similar al realizado por los novelistas franceses del siglo XIX
como Flaubert (Madame Bovary), Balzác (La piez de Zapa, Papá Goriot, Un asunto tenebroso, etc.),
Stendhal (Rojo y Negro) por ejemplo.
A este propósito, el de poner en relación la palabra con la visión del mundo, Bajtín habla de
ideologema y lo define como un cruce entre la noción de signo lingüístico y de conciencia humana.
A partir de esta combinación aparece el signo ideológico que se caracteriza por ser una palabra
portadora no sólo de una referencialidad concreta, sino de una visión del mundo que esta
conlleva.
Analizada la figura del narrador, se puede observar que no se trata sino de la representación de un
sujeto. Y, entonces, cualquier cosa que diga estará determinada por su ideología, su manera de ver
el mundo e interpretar aquellos hechos que narra. No puede hablarse del narrador como un ente
que por su carácter supuestamente omnisciente está por arriba de los hechos, debe vérselo con
los hechos, pues éstos lo explican. En el caso de la novela, el narrador narra los acontecimientos
desde una posición lejana a la objetividad. Elige emplear adjetivos calificativos y más de una emite
opiniones o juicios respecto al acontecer. El inicio, el enfoque que realiza, está cargado de
apreciaciones y enunciados donde parece fascinarse ante lo que describe.
Era una hermosa tarde de verano del año de 1826. El sol se había
ocultado ya, pero sus últimos rayos, doraban aún la soberbia cumbre
del Illimani, como si el rey del día al ausentarse quisiera tributar su
último homenaje al monarca de los Andes. [4]
La primera era una joven como de diez y nueve años, edad en que la
mujer está en toda la plenitud de su desarrollo, y la otra un hombre
que ya había pasado de los cincuenta y ocho. Un pintor hubiera dicho
de la joven que era una imagen escapada de las telas de Rafael, un
poeta la hubiera creído un serafín bajado del trono del Señor, y yo diré
simplemente que era una de aquellas obras acabadas salidas de las
manos del Creador que hacen admirar su poder y adorar la vida
(1847:2)
Esta primera presentación, que parece totalmente apreciativa y en la que el narrador establece
comparaciones de la muchacha con elementos artísticos, ya tiene un pequeño indicio de como irá
apelando al conocimiento científico de época que utilizará posteriormente para describir. La frase
que dice "edad en que la mujer está en toda la plenitud de su desarrollo” se relaciona con una
concepción biológica del desarrollo estadial de los seres vivos. Este ejemplo, si bien parece
minúsculo, es solo el primero de muchos más tal como:
Aunque sus facciones eran vulgares, su frente calva, los pocos cabellos
blancos que la coronaban le daban cierto aspecto de dignidad. Su tez
amarilla y sus ojos empañados indicaban un temperamento bilioso,
mientras que su nariz aguileña y prominente parecía ser prueba de un
carácter violento e imperioso (1847:2)
Los conocimientos de la craneometría y la clasificación del hombre en función de las facciones así
como de las proporciones de su cuerpo eran un conocimiento totalmente calificado en esa época.
Las teorías de la personalidad actuales (la propuesta de Karl Jung, la de Freud, entre otras) estaban
lejos de existir, lo más cercano que había era la clasificación que utiliza el narrador (la propuesta
aristotélica de la teoría de los humores). Nótese como cada rasgo de carácter que el narrador cree
ver está justificado en un aspecto del cuerpo, ningún comentario es infundado o dicho por mera
intuición. Tan universal es el carácter que pretende tener su saber, que realiza comentarios como:
Esta pretensión de saber universal que posee el narrador se puede interpretar o leer como una
apropiación del conocimiento de época, los grandes filósofos iluministas y los inicios del saber
científico que prefiguran y sientan las bases para lo que después será el positivismo, con
conocimientos de otra envergadura y con un método más definido pero en esencia similar al de
estos saberes pseudo científicos.
Ahora, ¿por qué el narrador presta tanta atención a la descripción de los personajes y trabaja con
ellos desde un discurso científico pero no hace así con los demás elementos de la narración? Se
puede pensar que el narrador, quien por su estilo busca la explicación de las acciones de los
personajes en la ciencia, no presta atención a los demás elementos por no tener protagonismo
central en lo narrado. Sus intervenciones y comentarios respecto a los muebles, el paisaje, no
inciden en la verosimilitud de las acciones, sí en sus personajes, que parecen estar determinados,
así como sus acciones, por la fisonomía. O, moviendo el enfoque a otro nivel de análisis, es posible
empezar a hacer jugar a la figura del autor en relación con el narrador.
Si se habla de relacionar la figura de autor con la del narrador, se entra en una instancia donde hay
que realizar aclaraciones. Para empezar, mantener bien diferenciadas las figuras. El autor de
“Soledad” Mitre no se relaciona y mucho menos puede ser el equivalente a la construcción textual
del narrador en esa misma novela. Además, ambos elementos (autor empírico y narrador)
pertenecen a dimensiones diferentes del análisis. Mitre, al afuera del texto, al contexto en el cual
se inscribe, a su lugar de producción. El narrador, adentro del texto, definiéndolo y siendo definido
por él.
Ahora, una vez realizadas estas aclaraciones, veamos qué relación se establece entre el narrador y
la figura de Mitre a través de la idea de lecturas compartidas. La creación de la figura del narrador
está a cargo del autor, y por lo tanto es lógico que en esa construcción algo del autor (algo
intelectual si se quiere) se transfiera al narrador, no en el sentido de Freud que propone la
transferencia como un proceso de transposición inconsciente de elementos psíquicos en sus
vínculos y actividades nuevas , sino en un sentido más sencillo, el de la relación que se puede
establecer entre ambos a partir de lo que saben.
En sus “notas históricas” Livacich realiza un breve análisis de la figura de Mitre lector, mostrando
su formación intelectual como el producto de una serie de lecturas entre las cuales predominaban,
en pocas palabras, “todo lo que pasaba frente a sus ojos”. Y pasaban las lecturas de los
pensadores iluministas. Junto con estas lecturas, Mitre concibió para si mismo un plan del estudio
de las ciencias, el cual desarrolló y cumplió al pie de la letra.
Retomados estos breves datos, es evidente que hay un saber compartido entre Mitre autor y la
figura del narrador de la novela. Comparten saberes no solo desde la ciencia y el vocabulario pre
positivista con vocablos como “razón”, “progreso”; sino también la variedad discursiva de la
formación Mitriana que se traduce en la variedad del discurso del narrador. El empleo de un
lenguaje estético, que busca crear belleza en las descripciones, se explica entonces a través de
este saber compartido y no de una casualidad del narrador. Hay entre Mitre y el narrador de
Soledad una relación intelectual de enciclopedia, pero nunca una relación de equivalencia, a lo
sumo, de trans discursividad, pues Mitre a la hora de escribir ficciones, no puede desprenderse de
todos sus saberes científicos previos y sus lecturas.
Se puede observar como en la producción de la novela Soledad, Mitre no ha podido dejar de lado
sus conocimientos enciclopédicos para hacer literatura. No es escritor de oficio, y eso se deja ver
en algunas características textuales que se repetirán en los ya mencionados otros autores que, con
su producción, van proyectando los primeros rasgos de una literatura nacional.
Ya se han presentado algunos aspectos de la vida de Mitre, se han repuesto un posible panorama
de lecturas, mencionamos algunas de sus características de autor que el mismo define en sus
obras, hicimos una pequeña relación entre Mitre y otras personalidades de la época con las cuales
se relaciona a través de esa actitud de escribir una novela, analizamos la figura del narrador en su
única novela y buscamos posibles relaciones entre este y el contexto de producción. Ahora, queda
otra pregunta. ¿Qué “autor” es Mitre? ¿Cuáles son sus características de autor? ¿Cómo se
constituye su identidad de autor?
Para trabajar estos interrogantes, recurrimos al ya conocido proyecto echeverriano de la mirada
estrábica. Un ojo en el territorio, otro en Europa. Y Mitre, se puede decir, es un autor en esas dos
dimensiones.
Mitre es un autor que incursiona en gran variedad de géneros y aborda gran cantidad de temas.
Escribe desde poesía, teatro, historia, notas periodísticas, hasta una novela. Pero si hay algo que
da unidad a este conjunto tan heterogéneo de producciones, es la matriz de pensamiento
enciclopedista que se deja entrever de manera tanto explícita como implícita en sus obras. En este
primer sentido, es un autor que tiene como lecturas de base a los pensadores franceses de la
revolución, además de conocimientos de ciencias naturales que se desarrollaban a partir del
trabajo de la antropología evolucionista. Y habiendo leído ese gran corpus, es que lo utiliza para
hablar de su territorio, de su realidad política particular.
Pero a su vez, es un autor que establece su identidad no solo a partir de esta filiación con los
saberes de época importados, sino como parte de un pequeño conjunto de autores que
tímidamente desean fundar una tradición de la novela en el territorio rioplatense. Sin embargo,
hay una particularidad que lleva a reflexionar sobre cómo Mitre cobra relieve de novelista: En
1847 publicó su novela Soledad, anteriormente en 1831 Balzac había publicado Eugenia Grandet,
posteriormente en 1856 salía por entregas Madame Bovary de Flaubert. Todas con una gran
cantidad de rasgos realistas, todas con un estilo muy similar tanto en la figura del narrador como,
por ejemplo, en la descripción y los temas tratados. Entonces, ¿por qué no decir que Mitre es un
autor Realista? Por que si bien Mitre es, casi podríamos afirmar, un autor forjado a la Europea
(hecho que queda al descubierto al ver la enorme cantidad de similitudes entre Soledad y obras de
envergadura realista), es un autor que se hizo cargo de el conjunto teórico y técnico que
aprehendió en sus lecturas para trabajar las problemáticas del país.
La hipótesis primera es, entonces, que Mitre constituye su figura de historiador a la vez que
construye la de político, construyendo un discurso nacional que antes estaba ausente en los textos
de otros autores. Esta muestra de ese discurso nacional puede advertirse, por ejemplo, en pasajes
como
Hay más. Belgrano es uno de aquellos hombre que no tienen vida
privada. Todas sus acciones fueron tendientes al servicio público,
todas las acciones las reconcentró en la patria. Fue (…) un prohombre
de la revolución Argentina (Mitre 1859:9)
Es Mitre con su texto el que conforma una representación nacional y acabada de la República
Argentina como entidad política autónoma. Más allá de este comentario, lo importante es ver
como a través de esta representación Mitre está dando a conocer su propia ideología y
conformando su imagen de autor. Si Vicente Fidél Lopez había también propuesto una narrativa
fundacional como la de Mitre, su tono se perfilaba más anti colonialista que pro nacional (Lopez
1883).
Mitre, entonces, se forja a si mismo como figura política desde distintos ángulos. Por un lado, es el
militar exitoso de la batalla ante Urquiza. Por otro, escritor literario que se hace cargo de todos los
saberes que circulan, empleándolos para los asuntos del país. A su vez, es el historiador conciente
de su contexto que impulsa y defiende la unidad nacional, necesaria para el desarrollo fructífero
de la Argentina.
En contraste a Mitre por Mitre, Alberdi lo propone como un mero adulador, un manipulador que
apela al alago falso, innecesario, a la lisonja, para lograr un efecto. Por otro lado, M. F. Mantilla
comentará en 1889 sobre la Historia de Belgrano:
Al leer este libro asiste uno desde el remoto origen de la sociabilidad
argentina, a todas las transformaciones y evoluciones operadas en la
vida interna de nuestro país para llegar a constituir su entidad política
de existencia independiente […] es la Revolución de Mayo triunfante a
cuya sombra se elaboran dentro de una demarcación geográfica los
elementos de una gran nación […] la Historia de Belgrano es un libro
nacional (Mantilla 1889:21)
Mantilla le otorga un relieve enorme al libro, lo llama “libro nacional” y se ubica en la esquina
opuesta a Alberdi, re afirmando esta imagen primera que Mitre constituye para si mismo.
¿Cuál es, entonces, la verdadera? Lejos de evaluar ambas posturas y tratar de establecer cuál de
ambas se adecua más a los “hechos” (la noción misma de hechos es problemática, lo cual
dificultaría aún más el trabajo), simplemente me limito a destacar como determinados discursos
(las ideas de Mitre plasmadas en su Historia de Belgrano) pueden trascender el simple papel y
llegar a convertir a su autor en foco de polémicas, de trabajos, de planteos, o quizá, convertirlo en
presidente de la nación.
BIBLIOGRAFÍA
- De Marco, Miguel Ángel (1998) Bartolomé Mitre. Biografía. Buenos Aires, Planeta
- Livacich, Serafín (1916) “Mitre lector”. En sus: Notas históricas. Buenos Aires: [
s.n.], p. 502-509. Versión digital disponible en http://www.museomitre.gov.ar/
- MANTILLA, M. F. (1889), Historia del General San Martín por Bartolomé Mitre -
Análisis expositivo y crítico, Buenos Aires,Imprenta de Pablo E. Coni e Hijos