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por Rosendo Matienzo Cintrón | 4 de Marzo de 2017 | 11:18 am – 0 Comments

La guachafita fá (“la ciudadanía americana”)


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La guachafita fá es la ciudadanía americana para los puertorriqueños. Si la pedís de buena fe no os la dan


fundados en que tenéis, en unión de los americanos, la ciudadanía puertorriqueña, en que la ciudadanía americana
es un gran mal que traería la ruina de Puerto Rico, en que hay demasiados negros en los Estados Unidos para
añadir un millón más.

Si no la queréis, si queréis la independencia del país, entonces os dicen, pedid la ciudadanía y os la darán. ¿Cómo
no? Volvéis a pedirla al Congreso y si el Congreso no os la da, os la dará el pueblo, el noble pueblo americano. No
se desanimen ustedes. Y después es evidente que dentro de cien o doscientos años podréis formar un Estado.
Interinamente, gozaremos aquí, americanos puertorriqueños, los goces puros y honestos de una colonia pero no de
una colonia cualquiera, sino de una colonia la mar de curra. Para formarse usted una idea de cómo es y será la
colonia americana de Puerto Rico, recuerde usted los esclavos de esclavos que ganaron su carta de libertad por
cualquier medio.

Y entre los americanos se dicen: boy, conviene ayudar ahora a los espiquitis a conseguir la ciudadanía americana
que les sentará a ellos como un santo Cristo a un par de chancletas. Porque es evidente que los puertorriqueños
son sentimentales y les bastará (como a los muchachos una caña al hombro para creerse soldados) a ellos la
ciudadanía americana para creerse americanos.

Lo cual no será así, porque ser ciudadano americano quiere decir ser soberano y el puertorriqueño no lo será
nunca, aunque vaya vestido de toga viril de nuestra ciudadanía. Es verdad que así habría tres ciudadanías
americanas: las dos del continente y la tercera de Puerto Rico, a saber: la ciudadanía americana de los blancos del
norte, la de los negros del norte y la de los puertorriqueños.

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La de los soberanos, la de los libertos, la de los welelés o pendangas de países no contiguos y que no hablan
inglés.

El negro de los Estados Unidos tiene allá su problema, en el que nosotros no podemos entrar por el momento sino
en una línea general humana. Pero el negro, sea por sus culpas o por las ajenas, no es tal ciudadano de los
Estados Unidos. Es un perro, un buey, privilegiado en cuanto se le permite tener propiedad, pero es un ciudadano
cosa o es una cosa ciudadano, no es un ciudadano.

Si los blancos quieren los negros votan, si no no votan; si los blancos quieren viven, si no mueren ahorcados o
apedreados o fusilados como un perro o un lobo rabioso.

Habrá, pues, si se llegase a dar una tercera ciudadanía, tan envilecedora para los americanos como para los
puertorriqueños, una ciudadanía dada por conveniencia, por negocio, por cálculo, por business. El negocio trabado
entre el impudor welelé y la codicia yankee. La ciudadanía sin la soberanía es una ciudadanía que no se tiene para
enaltecerse sino para envilecerse. La toga viril al caer desprestigiada sobre la espalda del enclenque pendanga, se
convierte en el acto en pobre túnica de esclavo. Y queda, por modo tan singular, rebajada la ciudadanía sin elevar
al agraciado con ella.

Sabemos que se quiere engañar al país concediendo la ciudadanía con colonia, es decir, sin soberanía; es decir,
una especie de nuez vana que se le da a un mono para divertirse con él. ¿Pero los buenos boys que viven en el
país, se habrán llegado a creer que aquí creemos esa farsa?

No amigos, no. No queremos vuestra ciudadanía porque es de tercera clase, y si por ser de tercera no queríamos
la que España nos daba, ¿cómo hemos de querer la vuestra?

Nos negasteis la ciudadanía de mala fe para podernos explotar impunemente y ahora nos ofrecéis y quizás nos
forzaréis a aceptar la famosa de tercera clase, como las viejas cédulas personales, también de mala fe, para
seguirnos explotándonos y acallar el clamoreo que contra vosotros en la isla se levante. Una ciudadanía que
cubrirá al pueblo como las flores con que se cubrían las victorias (hostia) llevadas al sacrificio.

Pero ya es tarde. No queremos más vuestro gobierno sin la ciudadanía, ni con la ciudadanía. Antes creíamos que
la libertad no podía conseguirse sin vosotros. Después creíamos que podía conseguirse con vosotros y sin
vosotros. Hoy creemos que la verdadera libertad que lleva consigo la soberanía, el gobierno propio, no puede
conseguirse con vosotros sino sin vosotros, quizás contra vosotros.

Mientras ustedes, los que justifican la libertad, y los códigos de su propia patria, gobiernen, gobernarán la mentira,
los negocios feos y los trusts en Puerto Rico.

La Correspondencia de Puerto Rico, 21 de noviembre de 1911.

Comentario de Mario Cancel Sepúlveda

La “Guachafita fá” puede leerse como la base de la tesis política del Partido de la Independencia que
se fundaría en 1912. Escrito en el momento en que se consideraba la posibilidad de otorgar /
imponer la Ciudadanía de Estados Unidos a los puertorriqueños en vista de la próxima apertura del
Canal de Panamá en 1914 y, en consecuencia para beneficio de la seguridad estadounidense,
Matienzo Cintrón elaboró esta incisiva sátira política.

Lo primero que estableció fue la actitud manipuladora del gobierno de Estados Unidos: cuando se le
pidió la ciudadanía la negaron, cuando nadie la quiere la ofrecen. Pero la oferta no vino
acompañada de una promesa de descolonización: se trataba de una “ciudadanía de tercera”. “Así
habría”, dice Matienzo Cintrón, “tres ciudadanías americanas: las dos del continente y la tercera de
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Puerto Rico, a saber: la ciudadanía americana de los blancos del norte, la de los negros del norte y
la de los puertorriqueños”. La oferta se hizo porque convenía a Estados Unidos. Matienzo Cintrón
concluyó que, bajos esas condiciones la ciudadanía se transformaba “en pobre túnica de esclavo”.
El hecho de que las autoridades estadounidenses insistieran en 1917 que la imposición no debía
considerarse una promesa de estadidad futura, ratificó las sospechas del abogado y escritor.

El argumento final fue la clave del programa de Partido de la Independencia, el primero fundado en
el siglo 20 con un lenguaje más radical que el de José de Diego y el Partido Unión de Puerto Rico:
“Antes creíamos que la libertad no podía conseguirse sin vosotros. Después creíamos que podía
conseguirse con vosotros y sin vosotros. Hoy creemos que la verdadera libertad que lleva consigo la
soberanía, el gobierno propio, no puede conseguirse con vosotros sino sin vosotros, quizás contra
vosotros”. Una perspectiva radical se abría paso en la política puertorriqueña.

* Tomado del blog del autor y reproucido aquí con su autorización.

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