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Universidad La Gran Colombia.

Facultad de Educación.
Lic. Lingüística y Literatura.
Didáctica de la Lengua.
Presentado a: Mauricio Palomo.
Presentado por: Natalia Aldana.
La jaula del verbo leer.

La lectura no tiene que ver con la organización del


tiempo social; es, como el amor, una manera de ser.
(Pennac, 1993, p.121)

Daniel Pennac nos entrega con como una novela, un despertar de los problemas que muchos
jóvenes tienen con la lectura. No da una receta mágica para leer, expone algo mucho mejor,
nos deja visualizar por un instante la mente de la juventud, dándonos las herramientas para
descubrir la llama, que ansía por historias, dormitando en nuestros estudiantes.
Demostrando siempre que “una lectura bien llevada salva de cualquier cosa, incluso de uno
mismo”. (Pennac, 1993, pág. 79) Proponiendo el retorno a la palabra, pura y liberadora, los
elementos reflejados en la lectura de Pennac, se tendrán en cuenta durante la reflexión que
tiene como objetivo repensar la pregunta ¿Por qué los jóvenes no leen?

El significado de la lectura es un concepto que tiene una nueva interpretación con cada
persona, o enfoque diferente, que lo busque. Leer detiene el tiempo, lo reconfigura y libera,
se puede decir que el libro deja que saltemos de un mundo a otro, con el propósito de darle
sentido al nuestro. Pero entonces, cómo enseñamos la belleza de las letras cuando los jóvenes,
al empezar una lectura, se sienten invadidos por el peso del libro, un objeto contundente que
ahoga y no lleva a ninguna parte. (Pennac, 1993) Los jóvenes saben que lo ven en el texto no
es una combinación de letras, sino significados, memorias, personas, pero lo entierran bajo
la obligación que enmarca el verbo leer para la sociedad.

Pero cómo podemos entender por qué los jóvenes no leen, si olvidamos nosotros mismo lo
que fue serlo. La sociedad busca respuesta en la culpa, culpan a la generación, al siglo, a la
tecnología, a la escuela, incluso al ser joven:

“¿Culpa de la tele? ¿Demasiado visual el siglo veinte? ¿Muy descriptivo el diecinueve? ¿Y


por qué no el dieciocho muy racional, el diecisiete muy clásico, el dieciséis muy renacentista,
Pushkin muy ruso y Sófocles muy muerto? Como si las relaciones entre el hombre y el libro
tuvieran necesidad de siglos para distanciarse” (Pennac, 1993, p.33).
Pero la culpa es del olvido, olvidamos ser jóvenes, olvidamos entender al otro y, lo peor de
todo, olvidamos fomentar el amor hacia la lectura, ser el libro y el joven nuestro lector.

“Qué pedagogos éramos cuando no nos preocupábamos por la pedagogía”, (Pennac, 1993,
p.19) con esta frase el autor alude a un enemigo de la lectura que muchos no tienen en cuenta,
la escuela. Los profesores entregan un currículo que enmarca la lectura en un bloque pesado
de aburrimiento y obligación, posicionándola en una cárcel llena de reglas, impidiendo a los
estudiantes ver la libertad que se encuentra en los libros. La escuela olvida el placer que se
encuentra en el conocimiento, concentrándose en el aprendizaje de técnicas e información,
pensando al estudiante como un espíritu vacío que sólo busca ecuaciones y teoría para la vida
y no una razón para cual vivirla.

Por las razones antes mencionadas, se ha de proponer un cambio en los panoramas que rodean
la lectura, reconsiderando el significado de la escuela, no sólo pensándolo como un edificio
o un lugar específico, sino ampliándolo a los diferentes ambientes en los que converge el
saber; el hogar, las calles y las aulas son lugares igualmente propicios para aprender a leer,
pero el verdadero problema al cual se enfrenta es cómo enseñar el gusto por aprender. Y es
desde las aulas que los profesores pueden cambiar la necesidad de leer por el placer de la
lectura, eliminando el temor de no comprender y avivando la llama de nuestro interior, que
ha estado siempre en la esperar de devorar los libros. Por consiguiente, es pensando el rol
docente como el que estimula el apetito por las historias, o como el mismísimo libro andante,
que se cambia del dogma cantado por los profesores cuando se encuentran frente a esta
situación ¡Hay que leer!.

Finalmente, el despertar de la curiosidad está a la distancia de un libro, sólo tenemos que


descubrir cómo dar ganas de leer, ganas de verdad. El tiempo no es el problema, él está ahí
esperando ser robado para avivar el ardor por la lectura, tampoco es la generación, es la
indiferencia hacia las palabras encerradas desde hace un tiempo en una jaula llamada lección.
¡Liberemos la lectura! y con ella la pasión, los mundos infinitos, la creación y el amor,
liberemos de igual forma al joven “preso en su cuarto, en su clase, en su libro, en una línea,
en una palabra”. (Pennac, 1993, p.47)
Referencias

Pennac, D. (1993). Como una novela. Bogotá: Norma S.A.

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