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Movimientos Indígenas

Cuando acabo la Guerra del Pacifico, Chile tenía una gran influencia sobre el Perú al
extremo que el Presidente Miguel Iglesias era tildado de afín al país del sur. La crisis
económica de post guerra en el Perú fue terrible, ya no existía más las minas de salitre,
ni el guano de islas. Fue necesario aumentar los impuestos, y aquellos dirigidos a los
indígenas fueron en moneda (2 soles de plata). La aplicación de esta medida varia a
lo largo y ancho del Perú, en Huaraz el prefecto Javier Noriega añadió una
contribución adicional en mano de obra gratuita, conocida como las “republicas”.
a) Causas de la revolución campesina de 1885:

La principal causa de la revolución campesina de 1885, fue la pobreza extrema


en que se hallaba el campesino a causa de la guerra del salitre. El gobierno de
Miguel Iglesias hizo cargar en los hombros del pueblo el peso de la reconstrucción
nacional.
Los múltiples abusos de los “mishtis”, fueron otra de las causas que originaron la
Revolución Campesina de 1885. Con el apelativo de “mishti” conoce el campesino
ancashino al patrón, al hacendado, al rico habitante de la ciudad. “Mishti” significa
etimológicamente “blanco”. Los campesinos de Ancash se sentían oprimidos por
los blancos, la gente de la ciudad, que sin considerar la terrible miseria que había
dejado la guerra, aprovechaba de la situación para explotar a los habitantes del
campo.
Muchos hacendados prestaron dinero a los campesinos para que paguen tributos
durante la guerra con Chile. Al no poder cancelar esas deudas, se veían obligados
a cederles sus tierras y quedar como servidores del hacendado, con toda su
familia. Así el feudal sistema de la servidumbre se reactivó en Ancash luego de la
guerra con Chile. Los “tápacos” se veían obligados a servir gratuitamente en la
casa del hacendado; sus mujeres e hijas pasaban a la cocina de la casa hacienda,
de igual modo, a realizar el servicio gratuito.
Como la crisis era general, a las autoridades no se les ocurrió mejor idea que
elevar los diezmos (que en la colonia se pagaba al rey de España), las regalías y
pitanzas; y aumentar el monto de los absurdos tributos que existían: la
contribución predial, minera, artesanal y personal.
No conforme con tanto abuso, a inicios de 1885 se prohibió la libre extracción de
la leña. Los usuarios tenían que pagar 40 centavos por cada carga de leña. La
sal, comercializada por el estado, duplicó su precio en perjuicio de los campesinos.
La gendarmería, que así se llamaba en esa época a la policía, también participaba
de los abusos en contra de los campesinos. Por denuncia escrita del alcalde Santa
Gadea, conocemos que semanalmente los agentes tomaban para su rancho, una
o dos reses de los campesinos pobres.
Pero el mayor abuso se cometía en contra de las comunidades campesinas. En
la provincia de Huarás, los hacendados tomaron la táctica de arrendar terrenos de
la Beneficencia Pública y luego de ocuparlas, invadían las propiedades de las
comunidades aledañas. Así se apropiaron de terrenos de las comunidades de
Huanchac y Marián.
Todos estos abusos cometidos en contra de los campesinos del Callejón de
Huaylas, fueron creando un ambiente de gran resentimiento. Al comienzo, se
aceptaron en silencio, pero poco a poco se fue levantando un sentimiento de
rechazo a tanto abuso.
Los trabajos “de la república”, fueron también causa de abuso en contra de los
campesinos de Ancash. Con ese nombre se conocía al trabajo gratuito que
prestaba el hombre de campo en una serie de obras públicas.
Desde tiempos antiguos, el hombre andino estaba acostumbrado a tres tipos de
trabajo, en base a la reciprocidad. Primero estaba el “rantín” o ayni, por medio del
cual la ayuda mutua se daba al interior de la comunidad, entre sus miembros; el
techado de la casa ha quedado como ejemplo de “rantín” que aún hoy se practica.
Luego venía la minka, el trabajo que el poblador prestaba a la comunidad en la
reparación de caminos, limpieza de canales, etc. Finalmente se tenía la mita, que
era el trabajo en favor del estado; así había una mita guerrera, la mita minera, etc.
El poblador prestaba su servicio gratuito, pero la comunidad y el estado, velaban
por él y su familia en caso de enfermedad, muerte, catástrofe o guerra.
Los trabajos “de la república” eran un remedo de minka, pues sólo a los
campesinos se les obligaba a trabajar gratuitamente en obras que muy bien
debían ser remuneradas. De cada estancia bajaba semanalmente un grupo de 50
campesinos para trabajar de modo gratuito. Así se construyó el cementerio de
Pilataraq que en esa época se iba a inaugurar.
El nuevo prefecto, Coronel Francisco Noriega, para ganarse el favor de la
población huarasina ordenó que mediante los trabajos “de la república” se
levantaran las torres de la Iglesia Matriz, la que con el tiempo sería la Catedral de
Huarás.
Lo que molestó a los campesinos fue que estando trabajando en dos obras, el
prefecto exigiera que otro contingente vaya a reparar los techos del cuartel. Aparte
de la natural inquina que le tenían a la tropa, siempre existía el temor a la represión
y al abuso. Los campesinos no acudían a trabajar al cuartel. El Prefecto castigó a
las autoridades, lo que puso más tirantes las relaciones con la nueva autoridad.
Pero la principal causa que originó la Revolución Campesina de 1885 en Ancash,
fue la condición de semi esclavitud en que vivía el campesino. Desde el incario, el
hombre del Ande del Callejón de Huaylas fue oprimido; los Incas dominaron a
Huaras y Huaylas después de doce meses de cruenta lucha en 1460. Por ese
resentimiento, 70 años después inicialmente apoyaron a los españoles. Una vez
que comprendieron su error, comenzaron una larga lucha contra los
colonizadores, quienes los sojuzgaron con fiereza.
La independencia nacional no significó nada ni le trajo ningún cambio para el
campesino peruano. Se le utilizó como carne de cañón; se predicó que su vida
mejoraría, que la liberación había llegado. Todo fue un vil engaño, un hermoso
poema que quedó en el papel. La independencia fue capitalizada por los criollos,
los hijos de los españoles, y ellos se aseguraron de que las cosas no cambien
para el “indio”. Fue así que se profundizaron las desgracias del hombre del campo
con la llegada de la república.
Durante la colonia, las Leyes de Indias impedían a los españoles apoderarse de
las tierras de las comunidades; pues los indígenas tenían que poseer terrenos de
donde saquen los productos para entregarlos como tributos.
Los nuevos dueños del Perú, los criollos, los hacendados, abolieron la propiedad
de las comunidades campesinas, para quitar las tierras a los campesinos; cosa
que ni los españoles hicieron. La independencia no trajo ninguna mejora para los
campesinos; el encomendero español fue reemplazado por el hacendado.
En 1821, siendo Prefecto don Toribio de Luzuriaga, abolió la servidumbre y el
injusto trato de “indios” que se daba a los campesinos de modo despectivo; el
General San Martín lo decretó a nivel nacional. Pero esas disposiciones no se
respetaron nunca.
Simón Bolívar, creador de la República aristocrática, proyecto en el que no tenían
cabida los campesinos, como un reconocimiento al invalorable apoyo de éstos en
las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824 decretó que las tierras de las
comunidades eran inviolables, pero jamás se hizo caso a dicha ley.
Nunca imaginaron los “mishtis”, que arruinando a la gente del Ande, arruinaban al
Perú.

b) El detonante de la revolución:
La imposición del pago de la Contribución Personal, decretada por el Prefecto
Noriega, fue la gota que colmó la paciencia campesina. El prefecto, en su
pretensión de restablecer la Corte Superior de Justicia de Ancash, cerrada desde
fines de la guerra, no tuvo mejor idea que imponer el pago de la Contribución
Personal a los campesinos. El monto fijado era de dos soles de plata.
La gente en esos días ya no conocía las monedas. A raíz de la guerra se había
impuesto el papel moneda; pero también, éste se había desvalorizado. Se
cambiaba un sol de plata, por veinte soles en billete. Precaviendo una caída en el
precio, el Prefecto ordenó se paguen treinta soles en billete si no se conseguían
los dos soles de plata.
Imaginémonos la reacción de la población campesina, que apenas ganaba
jornales de cinco reales, y tenía que reunir treinta soles en un plazo mínimo,
Realmente la disposición de la autoridad era absurda. Los campesinos buscaron
quien les haga un memorial solicitando el retiro de la disposición. El prefecto, en
vez de buscar soluciones, se puso a buscar enemigos. A fines de febrero, hizo
encarcelar a Atusparia, líder de los alcaldes campesinos y mandó azotarlo por “el
zambo Vergara”, ayudante del Gobernador Collazos, para que denuncie al
redactor del memorial. Al saber esto, los alcaldes fueron a reclamar a la prefectura,
Noriega ordenó detenerlos y con enorme falta de tino, dispuso se les humille
cortándoles las largas trenzas, símbolo andino de su autoridad. Era el día 1 de
marzo.

c) El desarrollo de los acontecimientos


El 2 de marzo, al conocerse el ultraje a sus alcaldes, los campesinos de Unchus
y Marián reaccionaron violentamente. Se dirigieron a la prefectura para reclamar
pero fueron recibidos a tiros por los gendarmes y los soldados del Batallón
“Artesanos de Huarás”. Luego de una dispersión inicial, se reagruparon en las
alturas del puente de Auqui, hasta donde fueron perseguidos por los soldados. Allí
se trabó una lucha de cinco horas, donde murieron cientos de campesinos. Esa
noche, en Marián se reunieron los alcaldes de todos los caseríos que circundan
la ciudad y planificaron las acciones del día siguiente. Angel Baylón sería el jefe
del grupo que invadiría Huarás desde el este, sus órdenes eran tomar Pumacayán.
Joaquín Guerrero, encabezaría a los campesinos de la Cordillera Negra y debía
atacar desde “El Balcón de Judas”. Manuel Granados y Cossío Torres dirigirían a
los que vendría de la zona norte y debían ingresar por Patay y el puente Quillcay.
Juan Sánchez fue elegido jefe de los que deberían llegar desde el sur y
posesionarse de la Plazuela de Belén.
El 3 de marzo de 1885, los campesinos de los caseríos de Huarás invadieron la
ciudad a sangre y fuego, asesinaron a 180 gendarmes y soldados del Batallón
“Artesanos” y se apoderaron de la ciudad. Si al día siguiente retornaban a sus
estancias, el movimiento no hubiera pasado de ser una revuelta, un motín; pero
decidieron quedarse y expandir el movimiento, darle un programa y levantar sus
reivindicaciones; así se fue convirtiendo en una verdadera revolución.

El mando supremo, quedó en manos de Pedro Pablo Atusparia, Alcalde Pedáneo


de los caseríos del Distrito de Independencia. Atusparia demostró rápidamente
que tenía cualidades de líder. No dejó que la soberbia se le suba a la cabeza y
planificó una alianza con los opositores al gobierno de Iglesias, mientras se
contactaba con más dirigentes campesinos a lo largo y ancho del Callejón de
Huaylas. Fruto de esa idea fue el nombramiento del abogado cacerista Manuel
Mosquera como nuevo Prefecto el día 5 de marzo. Atusparia se reservó el título
de “Delegado de la Prefectura”, pero la autoridad la imponía él.
El 15 de marzo cayó Carhuás, de allí surgió un bravo líder experto en lucha de
guerrillas y el uso de explosivos, era el minero “Uchcu Pedro”. Llegada la Semana
Santa, Atusparia hizo un alto a sus labores revolucionarias y dispuso que las
celebraciones religiosas se realicen con normalidad, él mismo llevó el Palio del
Santísimo en la procesión del Jueves Santo.
Los líderes campesinos ubicaron en Mancos su cuartel general con la idea de
expandir la revolución hacia Yungay y Carás. El 29 de marzo, José Orobio,
conocido como “El Kori blanco”, al mando de mil hombres inició el asedio a
Yungay. Luego de tremendas escaramuzas, Yungay fue tomada el 4 de abril. En
Yungay la Guardia Urbana dirigida por don Manuel Rosas Villón contaba con seis
compañías y tenía las armas que durante la Guerra del Salitre, habían pertenecido
al “Batallón Amazonas”. Es por ello que hubo que hacer una estratégica
planificación para el ataque a Yungay.
Carás se rindió a los campesinos el día 6. Mucho influyó en este hecho la
participación del presbítero Fidel Olivas Escudero, quien pudo convencer a los
alzados a ingresar a la ciudad pacíficamente acompañando la procesión del
Santísimo Sacramento.
Dueños los campesinos de todo el Callejón de Huaylas, se dedicaron a fortalecer
al movimiento. Enviaron emisarios a otras provincias de la zona de Conchucos y
avisaron del movimiento a los huanuqueños. Por otro lado, Atusparia dispuso la
toma de las haciendas y el reparto de las tierras a los campesinos. Esta medida
llenó de pánico a los “mishtis” que ante la posibilidad de perder sus propiedades,
enviaron pedidos urgentes a la capital, exigiendo el inmediato envío de tropas para
develar la revolución de los desposeídos.
Pese a la encarnizada defensa que los guerrilleros de “Uchcu Pedro” realizaron
en los contrafuertes de la Cordillera Negra, derrotando hasta a dos ejércitos
enviados desde Casma, por fin, un tercer ejército al mando del Coronel Callirgos,
pudo romper las defensas campesinas y por la vía de Quillo llegó a Yungay.
Con la intempestiva llegada del ejército a Yungay el 20 de abril de 1885, la
revolución campesina, entró en franco proceso de crisis, luego de casi dos meses
de incesante avance.
“Uchcu Pedro” se encargó de organizar el desalojo del ejército. Atacó Yungay
durante tres días desde el 25 de abril. Poco pudieron hacer sus fuerzas ante un
ejército disciplinado que contaba con 700 soldados armados con la tecnología
más moderna llegada al Perú luego de la guerra. Tenían además tres metralletas
y un cañón. Así, con armas modernas, el ejército que nunca venció una batalla a
los chilenos, se ensañó en Yungay masacrando a campesinos peruanos.
Las consecuencias de esta derrota fueron funestas para los intereses de la
revolución campesina. En Yungay murió la flor y nata de las tropas campesinas,
la tragedia fue tanto peor cuanto que hasta el propio líder del movimiento
revolucionario, Pedro Pablo Atusparia, había sido herido de gravedad. De morir
Atusparia en Yungay, su figura se hubiera alzado con inimaginables rasgos
legendarios. Pero no murió y ese fue el inicio de su derrota personal.
El Coronel Joaquín Iraola que acompañaba a Callirgos, venía nombrado como
Prefecto de Ancash. Él dispuso el inmediato ataque a la capital departamental.
Olivas Escudero intercedió para que se realice una tregua con motivo de la fiesta
del patrón de la ciudad. Iraola fingió aceptar, pero dispuso el ataque a la ciudad
para el 3 de mayo, fiesta del Señor de La Soledad. De este modo, con traición, las
huestes campesinas fueron sorprendidas, acribilladas y expulsadas de la ciudad.
Pese a haber tomado Huarás con relativa facilidad, el ejército tuvo que pasar dos
grandes sustos antes de reducir completamente a los campesinos. El 7 de mayo
fue atacado el cuartel general del ejército, que por esos días se ubicó en el Colegio
“De La Libertad”, barrio de San Francisco. El 11 de mayo, “Uchcu Pedro”, el
invencible Pedro Cochachin, atacó Huarás desde la Cordillera Negra, en lo que
constituyó la batalla de Huarupampa, donde fallecieron más de mil aguerridos
campesinos. Atusparia, preso en casa del Inspector de Cárceles, Fabián Maguiña,
había perdido totalmente el mando de la revolución. Se le perdonó la vida a ruego
de influyentes pobladores que adujeron en su defensa, el haber sido un jefe
mesurado y magnánimo, que evitó el saqueo a la propiedad privada. “Uchcu
Pedro”, al mando de los pocos valientes que aún seguían bajo su liderazgo, se
retiró hacia la Cordillera Negra para seguir hostigando al ejército con ataques
esporádicos, en espera de la llegada de tropas del General Cáceres, quien nunca
acudió a su llamado. Estas acciones las realizaron hasta el mes de setiembre,
cuando cayó en una emboscada en Quillo y fue fusilado en Casma. Pedro
Celestino Cochachin, falleció el 29 de setiembre de 1885.
Otros héroes de esta revolución fueron: Ángel Baylón, José Orobio, el Curaca
Tupish Huanca, Pedro Granados, entre muchos otros valientes campesinos y
campesinas; y Luis Felipe Montestruque, el periodista que dirigió “El Sol de los
Incas” vocero de la revolución.

d) Consecuencias y proyecciones de la revolución

La revolución de Atusparia es un hecho del tiempo largo, y dentro de ese criterio


debe ser estudiado conforme al material documental acumulado en los últimos
años... Hasta hoy, el error ha estado en el hecho de ser considerado como un
acontecimiento del tiempo corto que, como dice Burdel, el acontecimiento es
‘explosivo’, tonante.
Mucho se ha dicho de las consecuencias de la revolución campesina de 1885.
Para algunos historiadores, no tuvo consecuencias valiosas. Se amparan en lo
escrito por Mariátegui en la introducción a la novela de Ernesto Reyna ‘El Amauta
Atusparia’: “Atusparia fracasó por falta de un programa y de armas”.

Hay quienes argumentan que el mayor baldón para la revolución fue el hecho de
que se restableciera la tan repudiada contribución personal, apenas se develó el
movimiento.
No ha faltado quien me pregunte ¿por qué profesor, sigue insistiendo en que fue
una revolución cuando una revolución supone cambios profundos; mejor no sería
llamarle insurrección, asonada, o motín?
No crean que no he sopesado la situación. He vuelto a consultar todos los textos
escritos sobre el tema; el último incluso de Marcos Yauri, quien esboza la
peregrina tesis de que Atusparia y “Uchcu Pedro” no se conocieron. Y cuanto más
le doy vueltas al asunto, más me convenzo de que lo acontecido en 1855 fue una
revolución.
Una revolución supone cambios profundos. Acá se prefiere llamar ‘revolución
aprista del 32’ a la asonada de los apristas, que en realidad no ocasionó ningún
tipo de cambio. Pero si analizamos bien lo sucedido en 1885, sí estamos frente a
una revolución. Pruebas al canto.
Una verdadera revolución, produce cambios en las conciencias. Eso pasó en
Ancash. Luego de la revolución, los “mishtis” del Callejón de Huaylas, cambiaron
su actitud frente a los campesinos. Los trataban con temor, con cierto respeto. Ya
los abusos no podían ser tan flagrantes. Había la sospecha de que en cualquier
momento se podían volver a levantar. Soy testigo de que hasta antes del sismo
del 70, en Huarás existía un sordo temor a los campesinos.
El campesino ancashino fue valorado a partir de 1885. Y él también se sintió
diferente. Sabía de su fuerza, conocía del poder de su unidad y lucha. Es por ello
que no permitió que los hacendados lo humillen como antes de la revolución.

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