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LA MUTACION PSIQUICA

De lo particular a lo universal
Carmen Felicitas Lent

en el jardín de las prohibiciones


lo maravilloso
canta
cógelo
está al alcance de tu mano

es el momento en que el hombre


es
cómplice del rayo

cristalización
aparición del deseo
deseo de la aparición

no aquí no allá sino entre

acá / allá

....................................................................
Octavio Paz
Poema Circulatorio

Hace años que el tema me persigue. Por presentarse constantemente de formas


variadas, consiguió disfrazar largamente su mismidad. Aún así, llegó el momento de
constatar que se trataba siempre de una misma música, alterada apenas en su letra. Ese
fue también el momento de percibir el isomorfismo entre el asunto y la manera en que
venía apareciendo.
Al principio no me dí cuenta, juro, ni un poquito. Es que no tenía ni cómo darme
cuenta. La psicología que conocí, con la cual me formé, no tenía elementos, allá por los
años 60, para pensar en la individualidad radical de los eventos que provocan una
mutación. Nos informaba a respecto de pasajes, cambios, procesos que pertenecían a la
universalidad, a las regularidades estadísticas de una determinada cultura, lugar y época
histórica. Por lo tanto, ciertos fenómenos únicos - aún cuando a largo plazo acaben ellos
mismos por constituirse en una serie colectiva - eran tan invisibles como el tema lo era
para mí. No siendo reconocido, el hecho no puede ser bautizado, no adquiere nombre,
no tiene cómo existir. Sin embargo, existe. Y es justamente la paradoja de esta
existencia innominada, una de las principales causas de sufrimiento para quien atraviesa
la situación.
Mientras el ser humano funciona como un organismo inmerso en el ecosistema en
el cual fue generado y dentro del cual se crió, sintonicamente; mientras se mantiene
unívoco con el conjunto de signos y símbolos mediante los cuales fue semiotizado;
mientras es un elemento completamente asimilado al cuerpo de valores y expectativas
de su círculo de pertenencia; mientras toda esta edificación permanezca intacta, este ser
no tiene cómo reconocerse siendo pieza de engranaje. No realmente. Al final de cuentas,
todos sabemos que para los porteños, quien habla con cantito son los cordobeses...

Tomar conciencia del propio acento es, ni más ni menos, deslizar para dentro del
jardín de las prohibiciones. Transgredir la implícita interdicción por la cual olvidamos
nuestra autoconstrucción. Interdicción que nos organiza, sin duda, posibilitándonos el
vivir como si la realidad fuera objetiva y nos viniera dada. Interdicción que,
simultáneamente, tantas veces nos cercena, empujándonos inadvertidamente hacia la
ciega repetición. Nos impide, así, ser cómplices concientes del rayo, aquél con el cual
nuestro deseo podría entrar en escena y desmontar lo obsoleto, lo imprestable de la
vida. Nos dificulta, en fin, que podamos ser las constantes Fénix que la transformación
de lo humano invoca.

Recíprocamente, una vez instalada la brecha, la abertura exilante entre el ser y


su entorno, ya no será más posible retornar a la sordomuda e implícita inmersión.
Cuando obtenemos en las entrañas la insólita noción de que somos ni más ni menos que
piezas de engranaje, desaprender esta noción es más insoñable que desaprender a
andar de bicicleta.

Los paradigmas son hijos de su tiempo. Con la creciente velocidad de las


alteraciones de este siglo, los modelos con los cuales fuimos construyendo percepciones
y explicaciones, sufrieron metamorfosis poderosas. Aquello que, apenas veinte años
atrás sólo podía ser revelado por accidente, que carecía d'un mot pour le dire,
actualmente tiene suficiente palabra propia para sostener su legitimidad. Aquí es dónde,
de hecho, entramos en el tema y para situarlo, me interesa hacer un cierto racconto de
su surgimiento.

II

El hecho es que salí de Buenos Aires, tierra natal, dejando para atrás 25 años de
querencia, pertenencia total e incuestionada. Es más, incuestionable. El hecho es que me
vi instalada en Berkeley, California, donde una serie de circunstancias aparentemente
contingentes me llevaron a cursar un postgrado en Psiquiatría Comunitaria. El encanto
de un casamiento reciente y la embriagadora efervescencia californiana dos late sixties,
lubrificaban mi vida cotidiana. La novedad, para mi, era generalizada, al punto de ser
anestesiante. Había elegido este giro en el rumbo de la vida y lo realizaba con toda la
elegancia que cabía a alguien que, en algún lugar no remoto de sí, se retiró de toda y
cuanta cosa le era familiar. Me acompañaba constantemente una sensación peculiar,
prácticamente corpórea por su intensidad. Sensación de haber perdido todo lo que tenía,
cuando, curiosamente, estaba todo allí...

El hecho es que, en medio a este panorama, elegí, entre las ramificaciones


optativas de curso en que me encontraba, dedicarme a lo que se llamaba "Crisis
Intervention". Por "acaso", el postgrado en el Centro de Psiquiatría Comunitaria en el
que había sido aceptada, consistía en un proyecto nuevísimo, que en aquel momento
sólo existía en tres lugares de Estados Unidos 1. Como un sueño cuya protagonista fuese
mi vecina, no yo, opte por la psicoterapia de las situaciones de crisis. A mi, por "acaso"
también, el tema me parecía interesante. Además, me seducía con la tentación de
disparar la artillería pesada del psicoanálisis argentino con el que me había formado,
sobre el suelo fértil de la practicidad y el empirismo americano. Y cómo me fue necesario
hacerlo. Recibía mucha información sobre la "intervención", pero poco y nada sobre lo
que constituía, en definitiva, un proceso de crisis en la vida de un ser humano. Las
mejores definiciones de la época no iban demasiado más allá de una alteración más o
menos prolongada, o sino, un estado de desequilibrio dentro de un equilibrio previo. Me
proporcionaban la misma especificidad que la receta de pollo al horno del libro de cocina
que mi madre mandó para su hija recién casada: "Tómese un pollo de tamaño medio.
Condiméntese a gusto. Póngase en horno de temperatura moderada, hasta que esté
listo."

Qué alteración, cual desequilibrio? Qué es un tamaño medio, cómo se condimenta


un pollo? Aún las definiciones un poco más elaboradas no instrumentaban para hacer
ninguna lectura diferencial: una crisis podía ser tanto una pelea conyugal, un brote
psicótico, un duelo agudo o el malhumor resultante de haber dejado caer la taza de café
en el desayuno.

Sentada un día en Monterrey, un poco más al sur que mi San Francisco


hospedero, transité de repente el túnel de Alicia: era julio, un cálido verano, y una
bonita mañana en que el sol calentaba mis espaldas mientras yo miraba el mar. Mar al
cual, ni pensar en entrar, el Pacífico de western estaba helado. Finalmente sorprendida
por lo obvio, constaté que durante toda mi vida hasta ese día, julio había sido sinónimo

1
Centros creados por Gerald Caplan
de invierno y frío; que cuando, finalmente, llegaba la temporada de ir a la playa
(ciertamente una temporada y no el año entero) ya era enero y me aguardaba un
Atlántico acogedor que hacía de la playa el lugar de estar mucho en el mar. Y que, sin
ninguna duda, a la hora en el que el sol está en ese punto del cielo ya es de tarde. Todo
esto dejando de lado detalles que, por bien explícitos ya ni entraban en consideración,
como pagar el helado en dólar o medir la playa en pies y pulgadas.

Sin embargo, no fue en ese día que confeccioné mi propia receta del pollo, como
lo haría después. Ese día, simplemente caí en el espejo y salí del otro lado, donde
ningún Sombrerero ni Reina de Corazones podría ser más insólito que todo esto. Años
después llamé a este lugar en el que sin duda me encontraba, "Tierra de Nadie", tierra
ésta que, cuando la habitamos, no nos propicia estar en nuestra mejor forma para hacer
cualquier receta. Apenas sobrevivimos. Porque lo que tenemos en común con quién
éramos nosotros mismos en el ayer anterior al evento que nos depositó ahí, es
meramente la anatomía. Lo que sí tenemos todo el tiempo es la alteración radical, el sol
del lado opuesto, la temperatura que no encaja con una piel que no está destinada a
esperarla. A rigor, poca cosa encaja con su nombre o es previsible en la tierra de nadie,
inefable jardín del las prohibiciones donde fuimos a parar por mero accidente. Y éste es
el drama (isn't it, Wittgenstein?)

Años después, cuando bauticé este territorio, aparecieron algunos ingredientes de


la receta. Llegando al Brasil, trabajé el tema de la crisis. Dirigía en ese momento un
Centro Asistencial específico para situaciones de crisis en la Pontificia Universidad
Católica de Rio de Janeiro, y la cantidad de situaciones que demandaban nuestra
asistencia fue determinante para poder formular ideas y operacionalizarlas. Si, porque,
qué hacer con esa señora con sus cuatro hijitos que perdió el marido de la noche al día ,
creyéndose rica y viviendo como tal, sólo para despertarse una buena mañana y
encontrarse no apenas viuda, como sin ningún recurso económico, altas deudas y sin
saber hacer nada para ganarse la vida? O con los dos hermanos, de siete y nueve años,
cuyos padres habían sido presos por la represión (corrían los años 70), también de la
noche al día, y no se sabía si estaban vivos o no, si serían libertados o no? O, todavía,
con el muchacho que estaba por casarse y un desastre lo cegó, impidiéndole de retornar
a cualquier modalidad de su vida anterior?

Desarrollé este tema, teórica y clínicamente por varios años, como centro de
interés. En esa época, era profesora de postgrado en la Universidad y los alumnos y yo,
apasionados por el asunto, avanzamos bastante en su comprensión. Después, poco a
poco, otros intereses se volvieron más protagónicos y dejé de lado - así me pareció - las
ideas sobre las crisis y sus vicisitudes.

III

El nuevo asunto era la migración y, de la misma manera como había sucedido con
el fenómeno de la crisis, me encontré con una cuestión relativamente inexplorada por la
psicología, con escasa o nula literatura especializada, un campo teórico poco menos que
virgen dentro del pensamiento psi del momento.

Yo misma migré, nuevamente. Una vez más por opción, salí del Brasil para pasar
un año en la Ciudad de México, en la cual, gracias al auge de las dictaduras del sur,
había un alto número de exilados latinoamericanos. Ciertamente, muchos argentinos sin
la menor perspectiva, en esa época, de retorno al país. A mí, como migrada-no-exilada,
me interrogaban ávidamente sobre los menores detalles de nuestra tierra. (Eso motivó,
más tarde, una serie de reflexiones sobre ser migrante y ser exilado, la relación y la
diferencia abismal entre ambos)

Paulatinamente, fue haciéndose más y más claro que, en otra vuelta de espiral,
estaba, sin duda, retornando a un viejo punto de partida: huevo de Colón, como
podemos ir percibiendo, el viejo y olvidado tema de la crisis y la reciente novedad de la
migración eran un único asunto. Asunto éste que obedece a las mismas leyes en ambos
casos, se produce como un mismo proceso y lleva al mismo desenlace: provoca en el
sujeto que lo atraviesa, una mutación.

Entiendo el territorio psíquico como ese lugar corpóreo que la


semiotización inaugura para cada individuo, para fundarlo como sujeto y
concomitantemente como ciudadano de alguna latitud. Pienso a este individuo
como teniendo simultáneamente una dimensión universal por la cual forma parte de la
raza humana de todos los tiempos; una dimensión única que le es tan exclusiva como
su bagaje genético y sus impresiones digitales, y una dimensión particular por la cual
se vuelve el sujeto de su historia en un momento y lugar determinados. Como dice
Humberto Maturana: "Los humanos existimos en nuestro operar en el lenguaje, y
conservamos nuestra adaptación en el dominio de significados que esto crea ." En este
sentido, el evento que desplaza al sujeto de su territorio psíquico puede ser considerado
una migración. Una migración que sin alterar su inmersión universal ni su característica
única, afecta centralmente al particular que la historia del sujeto construyó.
Asi pues, toda crisis consiste en el estado de desenraizamiento proveniente
de la desterritorialización. Este estado será la manera que el sujeto tiene de
sobrevivir al período de tránsito entre un territorio psíquico ya imposible y otro
aún inviable de ser habitados. Como el individuo se mantiene instalado sobre su
dimensión universal y su dimensión única, aún cuando el particular no pueda
manifestarse, su nombre es Ninguno, habitante de la Tierra de Nadie, residente fuera del
tiempo y del espacio concensual. Estación en la cual la existencia del sujeto ya no es
unívoca con el lugar en que era, y todavía no coincide con el lugar en el cual está.

Esta migración es determinada siempre por el Acontecimiento, el Accidente.


Evento exterior al sujeto que asume su potencial disruptor por ser no sólo imprevisto,
como básicamente imprevisible, aleatorio, irreversible. Simultáneamente, tiene como
característica esencial ser de tal magnitud que desplaza al sujeto de todos aquellos
atributos que lo configuraban como este particular, sin afectar su universalidad y
unicidad.

Este movimiento del Accidente instala el primero de tres mandatos existenciales


negativos, que funcionan como axiomas de esta configuración. Este primer mandato
reza asi:
No puedes (continuar a) ser quien eres.
Y así es vivido por quien se ve súbitamente destituido de todas sus referencias,
en un vuelco inesperado de los acontecimientos. La puerta hacia atrás está
definitivamente cerrada. No apenas como habitualmente lo está, cuando el flujo de la
vida nos va empujando sin retorno; lo que está cerrado, en este caso, es la posibilidad
de poner en juego el capital que conseguimos acumular en los años de semiotización
previos al desplazamiento, y del cual no podemos disponer, simplemente porque su
moneda nada paga en este nuevo lugar.

Por otra parte, frente al Accidente que lo destituyó de si mismo, el sujeto no tiene
condiciones actuales de funcionar de ninguna otra manera que la conocida y por lo tanto,
inadecuada. Visiblemente nos referimos a un proceso en el cual el factor tiempo es
absolutamente protagónico de, por lo menos, tres formas: 1) la instantaneidad de la
instalación del evento; 2) su irreversibilidad y 3) la distancia que separa temporalmente
al individuo de aquel en el cual se irá convirtiendo.
La segunda premisa determina:
No puedes (todavía) ser otra persona
La puerta hacia adelante aún no se ha abierto. El individuo es Ninguno y todavía
no tiene como ser otra cosa. Aquí, la tercer premisa sella definitivamente el cuadro:
No puedes (salvo muerto o delirante) dejar de ser.
Si simplemente pudiera levantarse y abandonar toda esta configuración , no
existiría la crisis. Sólo que ese abandonar sería posible sólo através de la muerte física,
o entonces, através del delirio que cortocircuitase esta construcción. Ciertamente, si el
individuo no puede dar un paso adelante ni un paso atrás, le resta como alternativa dar
un paso al costado, lugar por excelencia de la Tierra de Nadie.

Es Ninguno quien sobrevive y no enloquece. Habita una tierra contingente que


aloja al universal y al único remanentes, después del impacto que retiró al particular de
su lugar constituido. En esta tierra, ontológicamente siendo quien es, no Es.
Temporalmente anclado en el presente, tiene como pasado su propio ser que perdió
vigencia y como futuro aquel ser que todavía no entró en vigor. Antropológicamente, la
Tierra de Nadie es un umbral en el cual la persona reside en estado liminar, sin
demarcación ritual colectiva que declare el entierro del antiguo y la iniciación del actual,
como acontece tradicionalmente en los ritos de pasaje. Este individuo, envés de esto,
deambula socialmente anónimo, desprovisto de las atribuciones que le darían
pertenencia a diversos círculos. Anónimo y consecuentemente anómico, sufre
orgánicamente una alteración sistémica. Cuerpo físico que es, atraviesa una
modificación radical de la significación que sus órganos tenían anteriormente.
Psíquicamente, el sujeto sintetiza en su conciencia el desarraigo. Dejó atrás de sí todo
aquello que consiguió recubrir de los afectos más variados. Zambullido en la
ambigüedad, mantiene vivas sus demandas sin acceso a la organización que le permita
encaminarlas como deseos. ¿Si fue despojado de sus objetos libidinizados, incluyéndose
a si mismo en este despojo, cómo satisfacer sus necesidades fundamentales? Hasta que
haya reaprendido, residirá en el ámbito de la paradoja, insoñable barriga de si mismo.
Asistirá, lúcido y despierto, a su propia y honda regresión. Privilegiado espacio,
ciertamente, de la creación posible, de la aliviante salida de la ciega repetición. Pero no
todavía, no ahora, cuando la tarea es sobrevivir. Y, al mismo tiempo,
imprescindiblemente ya, puesto que sin creación constante la sobrevivencia en sí sería
imposible.

Como bien dice el brasileño: "Lo que no mata, engorda".Si la caída en la Tierra de
Nadie fue por accidente, el desenlace será creado, inventado. No hay salidas colectivas,
ni ritualizadas, ni guiones para los casos imprevisibles. ¿Que hacer en ausencia del
argumento original de la Tribu? Mutar. That's the name of the game.

Y mutar, amigos, es poesía pura.


IV

Patada en el meollo del sentido, esto es lo que el Accidente produce. El dolor


psíquico que se genera por la falta de sentido, por la perdida de esa ilusión primordial en
la cual todos nadamos, es inenarrable. En el caso de las crisis, el dolor tiene,
temporariamente, una connotación muy especial. Se trata de una específica confusión
entre no estar y no ser. Como el que está en la Tierra de Nadie no habita ninguna
congruencia, se siente no siendo.

La reconstrucción que emanará de esta situación es de hecho, un acto poético.


Con su lenguaje original invalidado, el migrante tendrá que escribir la poesía que asuma
la ruptura, que la sintetice, la recree. Desde su marginalidad, precisará escapar
constantemente a la amenaza de permanecer girando en la orbita periférica del
desviante. Desde su marginalidad también, podrá tener acceso a la visión de algunas
orillas y a un grado de opción mayor para su segunda fundación.

Caer en la Tierra de Nadie es descubrir lo implícitamente velado a nuestro


conocimiento por nuestras propias circunstancias de vida. Solemos tomar como verdades
primarias, como "realidades existenciales", aquello que, en la estadía en la Tiera de
Nadie, reconocemos como siendo reglas de juego, de interacción. Atributos de un lugar y
de una época en que vinimos al mundo y crecemos, y mas próximo aún, de nuestro
círculo familiar. Todo lo que hace sentido. Estamos, apenas, impedidos habitualmente
de recordar que hacer sentido es un hacer, un confeccionar lo que no viene dado. Como
dice el poeta "Caminante son tus huellas / el camino, nada más / caminante, no hay
camino / se hace camino al andar / y al volver la vista atrás / se va la senda que
nunca / se ha de volver a pisar / caminante, no hay camino / sino estelas en la mar..."

La salida de la Tierra de Nadie está marcada, no por un ritual ni por la instalación


de otro guión preestablecido, y si por una especie de lucidez "perspectivista", con la cual
va cicatrizando la impregnación, el sufrimiento de la retirada del territorio original.

Ciertamente, hay nuevos aprendizajes en esta salida, para esta salida. Sin
embargo, fundamentalmente, hay una nueva manera de aprender, edificada ahora
sobre la propia consciencia de la construcción de todo. Ciertamente también, la persona
hará nuevos vínculos significativos, donde quizá lo más significativo sea la propia
redefinición de lo que es un vínculo.
Tendrá capacidad entonces de percibir lo que solamente habia sido padecido, y
será éste el momento de superar un obstáculo diferente: el de ser definitivamente
distinto de los nativos locales del grupo en que se encuentre incluído. No por ser un
sujeto que viene de "afuera", sino por haber descubierto una noción perspectivista de la
existencia y del significado de los territorios en la vida cotidiana. Esa comprensión le
dará, como referencia y pertenencia, aquel grupo de mutados que, "migrados"
originalmente de procedencias diferentes de la suya, comparten ahora el propio proceso
de transformación como una tierra más, dado que ya no se espera ninguna como siendo
la prometida. La tierra ahora, cada una, es la prometida por ser ésta, en la que está, ya
no más encajado en un aquí o un allá, sino entre, en las márgenes, en los seres que el
hombre fue siendo y los que creó en el camino.

Hemos estado sobrevolando, inevitablemente, por cuestiones harto complejas,


muchas de las cuales podemos aquí meramente enumerar. No quisiera encerrar, sin
embargo, sin por lo menos hacer mención de dos más.

La primera es epistemológica. Años atrás. escribí a respecto de la carencia de


paradigma que posibilitase la teorización de los procesos de cambio ocasionados por el
Accidente - cuando éste fuerza al sujeto a la pérdida de un continente semiótico : "La
carencia de paradigma zambulle a los terapeutas en la inevitable limitación de tener que
encarar sujetos psíquicamente migrantes con hipótesis, en el mejor de los casos,
parcialmente adecuada;. en la clínica, se atiende a estas personas como si fuera,
exclusiva o predominantemente, la elaboración de un duelo, o una regresión severa, o la
ruptura de un vínculo simbiótico. Como si se tratase de esta persona en particular que
presenta un estado de confusión, o esa peculiar configuración narcisista. En fin, no se
posee todavía el instrumento que permita reunir todos estos aspectos - y otros - en un
único diseño. Todo énfasis en la iatrogenia que se produce por esta limitación, que
conduce a severos equívocos - aún involuntarios - me parece poca. Repetidas veces
comprobé que el síndrome se alivia casi inmediatamente cuando debidamente
reconocido y bautizado, tanto cuanto se arrastra y agrava cuado no es localizado como
tal. Creo que las migraciones psíquicas constituyen el punto de intersección de una
pluralidad de rectas consistentes en diversas disciplinas del hombre, todas ellas
imprescindibles para dar al fenómeno su verdadera dimensión. No se trata más de
enriquecernos con reflexiones interdisciplinarias, y si, de usar articuladamente un
instrumental que nos permita una lectura transdiciplinaria. Del mismo modo como
acontece con los individuos que pasan por este proceso, se impone para la teorización
una migración que nos aleje de la inmovilidad de las viejas identidades teóricas
enclaustradas, para generar nuevas lecturas, vislumbrar varias márgenes conceptuales y
enfrentar la dificultad de tener que recrear la palabra que denomine."

Esta migración teórica es justamente la que precisa ser emprendida


contemporáneamente. Las propuestas actuales de varios campos del saber nos
conducen, como el propio Accidente, a desplazarnos, a veces violentamente, de nuestro
antiguo lugar. Del campo de la lógica, de la física, de las matemáticas, de la biología, del
propio psicoanálisis, nos vemos felizmente bombardeados con proposiciones que alteran
radicalmente nuestra concepción del tiempo, que reescriben la relación entre el orden y
el desorden. Nos hablan de la construcción y desconstrucción del espacio. De la ruptura
de la simetría, de la emergencia de la fluctuación, del comportamiento de los sistemas
alejados del equilibrio, de la autoorganización, de la eventualidad de una lógica ternaria.
Echan por tierra, definitivamente, cualquier antigua pretensión a la objetividad de la
ciencia, mediante precisos cuestionamientos sobre la relación entre el observador y lo
observado. Y más aún, llegan a declararnos que "la objetividad es la ilusión de un mundo
sin observador" En fin, el estudio de la subjetividad contemporánea recibió subsidios
definitivamente imposibles de ser ignorados, los cuales dibujan ciertas promesas de
emergencia de un pensamiento, mientras abofetean a no pocos con la destrucción de
sus castillos obsoletos. Sobretodo, golpean más duro a quien nunca migró teóricamente,
a quien se estableció considerando su propio saber enraizado en el ombligo del mundo.

Por lo tanto, ya no nos corresponde lamentar la falta de un paradigma actual, que


está on the making, para poder reconocer los efectos de la discontinuidad y
aproximarnos de lecturas cada vez más abarcadoras. Talvez, nuestra tarea ahora tenga
más relación con la necesidad de desvincular visiones del mundo que pertenecen
originariamente a varios paradigmas diferentes, de épocas diferentes, y que
habitualmente son lanzadas en un mismo discurso sin discriminación, provocando un
grado considerable de caos e incoherencia, ciertamente indeseables. Sin ir más lejos, en
el propio psicoanálisis, podemos pensar simplemente en lo que significa el uso corriente
de una terminología que ha atravesado todo el siglo XX - ya que prácticamente es un
pensamiento que viene cumpliendo sus cien años - y donde todavía es absolutamente
común que usemos, sin mayores revisiones, términos traducidos del alemán de la Viena
de fin de siglo pasado, desconociendo olímpicamente las alteraciones de la subjetividad
en todos estos años, en todas las latitudes del planeta! Eso, sin contar con los aportes
del psicoanális del mundo entero, que se fueron "agregando" a lo largo del siglo,
sumándose como un acordeón los unos a los otros. A rigor, poco se ha hecho, en ese
sentido, para una epistemología del pensamiento que trata, ni más ni menos que del
psiquismo.

La segunda y última cuestión, ciertamente relacionada con esto, se refiere al


cambio paradigmático desde ún ángulo social y clínico.

Cuando comencé a trabajar en los casos de crisis, treinta años atrás, un de los
puntos centrales de la cuestión era su característica de caso único. Por serlo. pasaba
desapercibido, y si detectado, se precisaba de una rotunda justificativa teórica para
abordarlo. Pues bien, en la actualidad, se impone a cada día con más claridad la idea de
que no son apenas los paradigmas del conocimiento los que atraviesan períodos de
intensas transformaciones, sino la totalidad de los aspectos de la vida humana, asi como
el propio planeta, Tierra de Todos. Si, anteriormente, podíamos y debíamos considerar
que el Evento era único e imprevisible en la vida de un sujeto, ahora su actuación llega
al universal. Para el ser humano, la velocidad de las alteraciones planetarias, aliada a la
imprevisibilidad de las mismas en todos los niveles, se ha constituido en el propio
Acontecimiento.

La importancia de este hecho me parece inmensa. El tiempo hizo una peculiar


fusión con lo imponderable y ambos se han vuelto protagonistas para una humanidad
que, presente en este inicio de milenio, independiente de edad. sexo, raza, etc., se ha
visto lanzada hacia la perplejidad. Una humanidad que presenció y continúa a presenciar
alteraciones no pensadas y hasta impensables en un lapso de tiempo que las hace
inasimilables. Si antiguamente considerábamos que el particular de un individuo era
obligado a mutar, actualmente, con creciente evidencia, extendemos esa obligación al
universal. Estamos, por lo tanto, universalmente zambullidos en la ambigüedad, la
incertidumbre. Cuando anteriormente el sujeto ingresaba en la Tierra de Nadie,
podíamos entender claramente que una de las razones fundamentales de su
desconcierto era la imposibilidad de construir esa fantasía de futuro que es patrimonio
de quien está anclado en su territorio psíquico. La fantasía de quien se da el lujo de decir
"las cosas siendo como son, la semana que viene, el mes que viene, el año que viene,
haré, seré ..." quien consigue creer en la realización posible de esta idea y se orienta
para hacer con que tenga existencia. En la ambigüedad y la incertidumbre, sin
embargo, las cosas siendo como son hacen parecer todos los futuros y ningún futuro
como igualmente posibles, paralizando obviamente la acción y haciendo prevalecer la
inercia. Si ya no poseemos la condición necesaria para construir esas fantasías
específicas, nuestra tarea ahora parece ser el aprender a convivir en una Tierra de Nadie
que se globalizó. Es decir, no podemos más relegar solamente al terreno de la
epistemología contemporánea la idea de que el sentido es construido. Esta idea ahora es
prácticamente una imposición para la subjetividad de todos. Evidentemente, los cambios
planetarios afectan de maneras diferentes a los que aquí estamos, de acuerdo a muchos
factores. Los intentos del imaginario colectivo para elaborar esta situación ya están
visiblemente en acción, de formas también variadas.

El hecho es que, mientras antes, tanto como ciudadanos cuanto como


terapeutas, nos encontrábamos vis-a-vis con alguien que había perdido su territorio
psíquico, nosotros nos considerábamos en condiciones de representar para ese sujeto
específico un punto de referencia estable. Quien estaba encajado en su contexto y no se
veía obligado a mutar, se constituía en un mojón del camino para los mutantes. Hoy
en día, fuimos todos alcanzados por la discontinuidad. Con todos sus riesgos, sus
peligros, sus oportunidades. Cabe a nosotros, pues, comprendernos caídos en esa
brecha, ni acá ni allá. Brecha por la cual se pone en evidencia la construcción de las
construcciones y donde es posible ser cómplices del rayo.

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