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Cuando el sufrimiento se disfraza de enojo

Como humanos solemos tener y causar demasiados problemas por el simple hecho de que no

logramos comprendernos a nosotros mismos. Las emociones causan una gran magnitud de

efectos en nuestro sentir movilizándonos casi como marionetas incapaces de retomar el control.

A pesar de considerar a la humanidad de esta época basta de conocimiento de áreas como la

psicología, neurología, endocrinología, biología, antropología, etc. seguimos siendo presos de

estas maravillosas reacciones químico-eléctricas que ocurren en nuestro interior.

Hay un sentimiento específico que crea distorsión y caos, tanto en el interior como en el entorno

de una persona, y éste es el sufrimiento, sea cual sea su causa, muchas veces domina tanto la

voluntad y el sentir de la persona que ésta, como una especie de defensa, lo muta, o mejor,

disfraza de enojo.

Lo más dramático de ésto ocurre en las personas foco de ese enojo, que no logran comprender

el porqué de esta reacción.

Hay una frase que reza: “Ámame cuando menos lo merezca porque es cuando más lo necesito”,

y puede que tenga que ver con este fenómeno. El de descontrol interior de las emociones y el

grito de ayuda. Pero la mayoría de las veces ese grito de ayuda viene disfrazado de guerra,

consiguiendo expandir y aumentar el malestar en otros, que tampoco comprenden este habitual

fenómeno.
No es poco frecuente ver lo que ocurre, cuando alguien muere, en una separación, en la

discriminación, etc. Las personas allegadas que tienen que pasar por la pérdida hasta aceptar la

ausencia de la persona, experimentan enojo, ira, bronca, la cual canalizan en el médico que no

lo salvó, la sociedad que lo enfermó, la esposa u esposo que no lo cuidó, el conductor del otro

vehículo, etc.

Lo mismo en una separación, el amor de tantos años se convierte en odio y bronca, cuando

alguien es discriminado se convulsiona interiormente por el rechazo y siente deseos de

venganza.

Y así, las personas se vuelven contra sí mismas en un rebuscado pedido de ayuda. Alguien que

les rescate de su dolor. Piden abrazos con gritos agresivos.

Es tanta la contradicción que difícilmente se pueda esperar de la persona en estado de shock

emocional una recuperación, sino que tendrán que ser quienes le rodean los encargados de estar

atentos a este fenómeno de modo de no aumentar y apoyar ese sentir.

La única forma de ayudar es, primeramente, no sintiéndose víctima de la persona en cuestión.

Reconocer que está pasando por un sentir que conocen, y volverse pasivos y receptivos, sin

hacerse eco y con la sola razón de servir de canal de descarga.

Permitir a la persona expresarse sin hacerle sentir culpa, y si quien oficia de canal es alguien

enteramente fuerte y elevado, puede abrazar y recordar: “ya pasa”.

Si ocurriera que la persona que está pasando por este sentir tergiversado atisbara por un

momento lo que está pasando, ésta puede recurrir a un arma poderosa que puede liberarle en

un segundo, y es: encarnando una actitud determinante, vociferar lo más aguerridamente posible,

“Yo no soy víctima”.

Al hacerlo cada vez que ese sentimiento vuelva hará que se debilite hasta desaparecer. Pero

esto sólo ocurrirá en aquella persona que esté atenta y que decididamente pretenda su bienestar

y fortaleza.

Guerras y discordias del mundo se terminarían de existir más personas que, además de conocer

científicamente al organismo humano, pusieran en práctica este conocimiento en favor de una

humanidad más equilibrada y armónica.

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