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evangelio y vida

Comentarios a los evangelios de


marzo (por Diác. Emmanuel Velázquez Mireles, cm)
abril (por P. Juan Rodríguez Gaucín, cm)
2018

Ciudad de México
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evangelio y vida
Cuadernos bimestrales


con reflexiones sobre el evangelio de cada día

Dirección: Silviano Calderón Soltero, cm


Parroquia Medalla Milagrosa
Ixcateopan 78, Col. Vértiz Narvarte,
03600 Benito Juárez, CDMX
Diseño: Miguel Ángel Díaz Lagunas
Administrador: Ismael Soto García, cm
Teléfono Celular: + 55 65 41 49 30
o al teléfono fijo: (55) 5605 5638
Escribe a: RevistaEyV@hotmail.com
Ixcateopan 78, Col. Vértiz Narvarte,
03600 Benito Juárez, CDMX

Depósito de donaciones en:


Banamex, Sucursal 241, Tlalpan,
N° de Cuenta: 7 9 6 8 2 1 3
a nombre de: Jaime Reyes M.

Para comentarios por correo electrónico


silvianocm@yahoo.com.mx
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El viacrucis de Silvia
Todo parecía normal entre el ir y venir de
pasajeros –unos apurados, otros aburridos– en
la Terminal de Autobuses de Pasajeros de
Oriente (TAPO) de la Ciudad de México. Hasta
que una escena inquietante comenzó a llamar
la atención de algunos: una mujer joven traía
en sus brazos lo que
parecía ser el cadáver
de un niño, envuelto
en cobijas y metido en
una bolsa de plástico
transparente. Llamaron
a los guardias, quienes
se acercan a ella para
interrogarla y poco a
poco fue revelándose
una terrible historia
de pobreza, soledad y
desesperación.
Ella es Silvia Reyes Batalla, mujer indígena de
25 años. Y en sus brazos carga, efectivamente,
el cadáver de Miguel Ángel, su hijo de 3 años
quien lleva algunas horas de haber fallecido.
¿Cómo llegó Silvia a esa situación?
Ella trabajaba como empleada doméstica
en algún lugar de la Ciudad de México que no
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sabe ubicar muy bien. No conoce la ciudad, casi


no salía de la casa donde trabajaba, muy
probablemente en condiciones de explotación.
Su niño, Miguel Ángel, desde el nacimiento
presentó problemas cardiacos. Nunca recibió
un tratamiento, no la recibieron en ningún
hospital, nadie la ayudó a buscar soluciones.
Estaba sola.
La noche del sábado 2 de diciembre pasado,
Silvia “presintiendo” que su hijo estaba muy
grave quiso regresar a su pueblo, en la sierra
de Puebla. No llevaba dinero, un familiar quedó
de encontrarla en la terminal para prestarle la
cantidad necesaria para el pasaje. En esta
espera, y sin que Silvia se percatara en un
principio de ello, Miguel Ángel murió. Es la
curiosidad de las personas y alguna indicación
de ellos que la hacen darse cuenta de la realidad:
Miguel Ángel no respira.

¿Qué hacer?
Silvia no sabe qué hacer, y espera. Es entonces
cuando intervienen los testigos curiosos y la
policía.
El Ministerio Público, el Instituto de Ciencias
Forenses y el familiar –que finalmente es
localizado– poco a poco van corroborando la
veracidad de las declaraciones de Silvia.
Después de ser trasladada a declarar y luego
de muchas engorrosas gestiones, Silvia recibe
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ayuda de algunas personas conmovidas y de


las instancias públicas para el traslado y el
sepelio de su hijo.
Los brazos de Silvia
pueden descansar, por
fin, de esa preciosa
carga inerte que
llevó, como la Madre
Dolorosa, por horas.
Su corazón no podrá
descansar aún, apenas comenzará un largo
camino en busca del consuelo.

Esta noticia apareció en dos periódicos de la


Ciudad de México el martes 5 de diciembre
pasado. No le dieron primera plana, sólo un
pequeño espacio en las páginas interiores,
porque las primeras planas son para noticias
de política y de macro~economía; talvez para
algún escándalo de la vida privada de cualquier
famoso que busca más fama.
De la tristeza y la indignación surgen mil
preguntas: ¿Cómo llega una madre a estos
mares infinitos de abandono? ¿Cómo puede
estar tan sola? ¿Cómo puede haber tanta
pobreza y tanta injusticia? ¿Cuántas “Silvias”
andan por ahí, en México, en el mundo? ¿Por
cuánto tiempo más? ¿Hasta cuándo nos
haremos cargo de los pobres? ¿No nos duelen?
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San Vicente de Paúl, el gran apóstol de la


caridad, escribió: “Los pobres, esos que no saben a
dónde ir ni qué hacer, que sufren y se multiplican
todos los días, constituyen mi peso y mi dolor”. Y
de ese dolor nacieron asociaciones de laicos,
congregaciones de mujeres y hombres consa-
grados, instituciones que desde hace 400
años tratan de aliviar un poco la indigencia y
precariedad de la vida de tantos hermanos
nuestros.
A nosotros ¿nos pesan y nos duelen?
Y de nuestro dolor, ¿qué podrá nacer?
¿Descorrerá nuestro amor solidario esas
piedras que sellan tantas tumbas, para que
puedan salir esos hermanos nuestros, hombres
y mujeres, a la luz, al aire fresco, al camino de
la vida y de la esperanza? ¿Habrá pascua para
ellos?
Silviano C. c.m.

Por todo su esfuerzo y


compromiso, ¡mil gracias!
padre Honorio.

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“Tienen a Moisés y a los profetas. Que los


escuchen” Jer 17, 5-10; Sal 1; Lc 16, 19-31.

El relato del Evangelio presenta una realidad


que se niega a irse de la historia: unos pocos con
mucho para vivir y muchos con tan poco para
sobrevivir. Aquel hombre vestido de lo mejor de
su época, saboreando manjares en su mesa, no
fue capaz de sentir compasión por Lázaro.
Quizá pensó que no le debía nada, que no
era su obligación. Era rico y nada más. Su

marzo
riqueza fue medio de perdición. Le hizo
creer que el mundo le pertenecía, y al pasar
los años fue levantando muros
infranqueables para protegerse
de los pobres que amenazan
con quitarle lo suyo.
La cuaresma es una oportunidad

• jueves • 2018
para ejercitarnos en la caridad,
para reconocer al pobre y lla-
“Los pobres son mi
peso y mi dolor” marlo por su nombre (hay que
(S. Vicente de Paúl) aprender del Evangelio), y
compartir nuestra vida, nuestras fuerzas,
nuestros recursos, nuestras esperanzas, y juntos,
trabajar para transformar las estructuras
injustas que empobrecen y excluyen.
La tarea no es sencilla, el Evangelio nos pide
conversión, cambiar de dirección, repensar
nuestra vida toda y ser críticos de los sistemas
empobrecedores, sistemas de pecado social que
nos impiden hacernos hermanos.
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2 • marzo • viernes • 2018


Gen 37, 3-4.12-13.17-28; Sal 104; Mt 21, 33-46.
“Por último, envió a su propio hijo…”
Jesús presenta el Reino de Dios en la imagen
de una viña, una plantación de la que el dueño
esperaba cosechar fruto abundante. Desde
luego necesitaba trabajadores que día con día
colocaran su esfuerzo y lograran, junto con él,
que aquella obra prosperara. Pero en esta
historia los trabajadores se han querido apropiar
de la viña a como dé lugar, maltratando y
dando muerte a los enviados, incluyendo al
Hijo del dueño.
En esta parábola se dibuja la historia de Israel,
su modo rebelde y violento de comportarse
frente al gran proyecto de Dios, el Reino.
Pero no sólo es el comportamiento de Israel,
también es el nuestro: una vida medio o nada
comprometida en el trabajo para
que la viña dé fruto.
Hay aquí un elemento que se
asoma y no hay que perderlo
de vista: el dueño es el Padre,
y uno, si bien lo hace, es un
trabajador. Y es que suele
suceder, encontrarnos con un catequista, una
religiosa, un coordinador de un grupo o
apostolado, un misionero, un presbítero… que
se comporta como dueño, que primero va su
parecer y no la escucha de los otros y de la
voluntad de Dios en la obra.
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3 • marzo • sábado • 2018


Miq 7, 14-15.18-20; Sal 102; Lc 15, 1-3.11-32.
“Había una vez un Padre que tenía dos hijos”
Esta historia a menudo le da el protagonismo
a los hijos: uno porque se fue a vivir lejos,
derrochando los bienes de su Padre, el otro
porque se quedó a trabajar, para después
reprocharle a su Padre la falta de atención
recibida.
Es verdad, el Evangelio
nos presenta a ambos hijos
para mirarnos representados
en tales actitudes, pero en su
centro está el cariño del Padre,
su modo de comportarse, y
también la incomprensión
recibida.
El Padre ha sido el gran incomprendido de
la historia. Un hijo, en su juventud, le insulta
pidiendo herencia de lo que no ha trabajado,
y cuando la recibe, la afrenta no es menor: la
malgasta. El otro se convence de que siempre
ha trabajado a su lado (y a pesar de eso no
comparte su alegría) y merece, por tanto, un
trato especial.
Que esta imagen de Dios que Jesucristo nos
revela, nos haga sentirlo más cercano que
nunca, y nos impulse a escuchar su voz en los
acontecimientos cotidianos de esta cuaresma,
que disipe nuestra ingratitud y nuestra
pretensión de recibir un trato distinguido.
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4 • marzo • do
mingo (3° Cuaresma) • 2018
Ex 20, 1-17; Sal 18; 1Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25.
“No conviertan en un mercado la casa de mi Padre”
El Evangelio de este día lanza un fuerte llamado a
nuestra vida, cuando no un reclamo, a ser honrados
y a caminar en la verdad.
Las palabras que Jesús dirige a los mercaderes en
lugar de causar simpatía y acogida entre los judíos,
les provoca enojo y desconcierto. Al parecer, el
reclamo ha tocado intereses de muchos grupos y no
están dispuestos a dejarlo pasar.
Hacernos hombres y mujeres honrados implica
cuestionar nuestras opciones de vida de cara a la
verdad, nos lleva a dejarnos morder por ella a fin de
que nos despierte de lo que ya
estamos convencidos.
Quien es coherente ya tiene
solucionado el problema; para
los judíos, por ejemplo, no había
conflicto en que se vendieran
dentro del templo los animales
para los sacrificios. Para Jesús
eso es lo mismo que un
mercado.
La verdad cuestiona y desestabiliza porque busca
escuchar la voluntad de Dios, la cual a menudo nos
dirá: No conviertas tu vida en un proyecto sin
sentido, no vendas tus sueños a la corrupción, no
cedas tu libertad a las adicciones, no entregues tus
fuerzas a la violencia y al crimen.
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5 • marzo • lunes • 2018


2 Re 5, 1-15; Sal 41 y 42; Lc 4, 24-30.
“Ningún profeta es bien recibido en su tierra”
Cuando Jesús compartió la noticia del Reino de
Dios en su pueblo, entre quienes le vieron crecer,
estos no le creyeron. No les asombró en nada lo
que les anunciaba, antes bien, se sorprendían por
saber quién era aquel que les contaba tales cosas.
La gente de su pueblo se
mostraba incrédula, incapaz
de alcanzar a descubrir el paso
de Dios y su acontecer en cada
uno de ellos. Quizá su lógica
les decía que cuando Dios se
hiciera presente sería con
grandes señales, con emisarios
importantes, con actos fuertes
de poder… en cambio, lo que
veían era un campesino, hijo
de campesinos, pobre como ellos, sin ejército, sin
señales que hicieran temblar a los gobernantes
injustos de su época.
Esta actitud puede ser, también, la nuestra:
cerrar ojos y oídos a las personas sencillas y a los
signos de los tiempos que anuncian a Dios
actuando a nuestro lado, haciéndonos fuertes en
las luchas de cada día. Y esta presencia también
nos pide hacernos a su estilo, asumir sus
sentimientos, su compasión, su misericordia y
echar paso adelante a su lado.
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6 • marzo • martes • 2018


Dn 3, 25. 34-43; Sal 24; Mt 18, 21-35,
“Cuántas veces he de perdonar a mi hermano”
La preparación hacia la Pascua camina por actitudes
y decisiones que cambien nuestra vida, tal es el caso
del perdón. Perdonar, dice el evangelio, implica
compadecerse. Cuando lo hacemos miramos nuestra
fragilidad y la de aquel que nos lastimó: el daño está
hecho y no lo puede deshacer, en el mejor de los
casos puede hacerse responsable de sus actos.
No pensemos que perdonar es olvidar. Vivimos en
una sociedad lastimada por la violencia sistematizada,
muchas familias han perdido a uno de los suyos a
causa del crimen organizado; los agravios también
están presentes en los altos costos de los bienes y
servicios cotidianos, causados
por decisiones irresponsables
de nuestros gobernantes;
lastima la corrupción, ofenden
los discursos irreales de que el
país avanza por el progreso.
Perdonar, por tanto, nos
exige trabajar en nuestra
persona, familia y sociedad,
para no alimentar más la violencia o la injusticia.
Pidamos a Dios que nos haga capaces de aprender de
nuestro pasado, capaces para hacernos responsables
de lo que dijimos o hicimos, es decir, perdonar con
justicia.
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“No he venido a abolir la ley y los profetas


sino a darles vida” Deut 4, 1. 5-9; Sal 149; Mt 5, 17-19.
Jesús tenía claridad en su misión; constantemente
estaba escuchando la voz del Padre que le enviaba a los
pecadores, a los pobres y afligidos. Aquello mismo
experimentaron Moisés y los profetas, fueron enviados
por Dios para liberar al pueblo, primero de la esclavitud,
luego de su pecado social que los convertía en opresores
de sus hermanos.
La Ley comienza por reconocer a Dios como único
Señor en nuestra vida, y reconocernos como suyos, de
su propiedad. Esto exige amar lo que él ama, practicar
su justicia, caminar humildes a su lado. Cuando el
pueblo comienza a olvidar esta Alianza surgen los
profetas para proclamarla con voz
fuerte.
Jesús está viviendo esta
Alianza con radicalidad y nos
llama a hacer lo mismo: Amar a
Dios con todo nuestro corazón,
con todo nuestro ser y al prójimo
como a nosotros mismos. En esto
consiste la Ley y los profetas.
S. Vicente de Paul solía decir:
“Amemos a Dios, hermanos míos, pero que sea con el
sudor de nuestra frente y el esfuerzo de nuestros
brazos”.

7 • marzo • miércoles • 2018


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8 • marzo • jueves • 2018


Jer 7, 23-28; Sal 94; Lc 11, 14-23.
“Si yo expulso los demonios por el poder de Dios
es que el Reino ha llegado a ustedes”

U na de las expresiones de Jesús para


anunciar la llegada del Reino de Dios es
la expulsión del mal y su derrota, mal
que se expresa en todos aquellos mecanismos que
ultrajan y humillan la vida.
El Reino de Dios ha llegado y está en medio de
nosotros, esta es la Buena Noticia que alegra a
hombres y mujeres de buena voluntad, pero
incomoda a varios grupos que miran cuestionada
su posición acomodada. Ese Reino del que Jesús
habla y actúa –piensan– debería quedarse en el
plano de lo espiritual, debería no meterse en
asuntos sociales, dejar las cosas como están y
limitarse a invitar a salirse de la realidad para
disfrutar la paz y el silencio, rezando…
¡No!, eso sería cualquier cosa, pero no la
auténtica experiencia de Dios en nuestra vida, ese
no es un proyecto que trasforme nada, al
contrario, es hacerse cómplice de los poderosos y
del pecado social para no hacer nada.
Jesús a nuestro lado nos invita a luchar contra
el mal, a vivir desde la voluntad del Padre para
vencerlo, para construir su Reino.
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9 • marzo • viernes • 2018


Os 14, 2-10; Sal 80; Mc 12, 28-34.
“El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Lo amarás
con todo tu corazón, con todas tus fuerzas…”
Amar a Dios en una sociedad donde encontramos
a cada paso un ídolo –poder, dinero, placer,
comodidad, indiferencia…– que también nos pide
un lugar en nuestro corazón,
da como resultado un
amor hecho pedazos.
Quizá hayas escuchado
una sección en noticias
llamada “Don Dinero”,
en el que se mencionan
sucesos de hombres de
negocios y en general del mundo económico. El
nombre describe bastante bien su condición: don
dinero nos dice quiénes somos, qué podemos
soñar y qué no nos está permitido; don dinero
nos dice dónde vivir, dónde medicarnos, dónde
estudiar, dónde trabajar… Don dinero nos dice
cuánto valemos.
Dios, en cambio, exige algo más hondo, más
radical donde el dinero no alcanza a llegar: todo
el corazón, todas las fuerzas, toda la inteligencia,
todo nuestro ser, porque sólo así seremos
auténticamente libres, porque él no nos vende al
mejor postor, porque, si somos sus hijos, en
libertad amaremos sin condiciones y sin cobardías
a nuestro prójimo.
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10 • marzo • sábado • 2018


Os 6, 1-6; Sal 50; Lc 18, 9-14.
“¡Oh Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador”
Este es el ruego del hombre que se reconoce
delante de la presencia de Dios. Sólo Dios es bueno,
sólo él no ha hecho tratos con el mal. Sólo él
mantiene su fidelidad.
Este reconocimiento no es una culpa que pesa
sobre la humanidad, un malestar que impida
experimentar la paz y el gozo. No es tampoco la
insistencia sobre el pecado en sí mismo, sobre todo
durante la cuaresma. Es más bien, reconocer la
bondad de Dios en nuestra propia vida: él nos hace
dignos, él sana nuestras heridas, él nos bendice con
su presencia.
El recaudador de impuestos es imagen de la
persona que no finge delante de Dios, sopesa su vida
y se da cuenta de que necesita cambiar de dirección,
sus fuerzas están debilitadas, su voluntad no alcanza
para ponerse en pie… sólo la gracia de Dios le puede
resituar y ayudar a transformarse.
Aprovechemos este tiempo cuaresmal para hacer
una pausa en nuestro camino y mirar nuestra vida
delante de Dios, con seguridad experimentaremos lo
que aquel hombre del
evangelio oraba: “Señor ten
compasión de mí, porque
soy pecador”… y volveremos
a casa con los pecados
perdonados.
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11 • marzo • do
mingo (4° Cuaresma) • 2018
2 Cron 36, 14-16. 19-23; Sal 136; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21.

“El hijo del hombre tiene que ser levantado en alto


para que todo el que crea en él tenga vida eterna”
En Jesús nuestra vida se amplía, se renueva, se hace
plena. Ese mensaje está en el centro del Evangelio,
y las primeras comunidades cristianas lo creyeron
firmemente y lo comunicaron a las
siguientes generaciones.
El Hijo del hombre tiene que ser
levantado en alto, para mirarlo y
dejarnos mirar, para tenerlo de
referente en los proyectos que
emprendamos, en los sueños que
persigamos, en los cambios sociales
que necesitamos realizar. Mirarlo
cual faro que ilumina nuestra vida
toda dándole dirección.
Dios nos amó primero y sin
escatimar nada, él tomó la iniciativa de estar a
nuestro lado, quiso incluso hacerse uno como
nosotros, se encarnó en nuestra historia. Y hecho
hombre, Jesús de Nazaret nos muestra el camino
hacia el Padre, es decir, su vida, su misión, su
obediencia, su compasión.
Queda la respuesta libre que cada uno desee
darle: creerle o no hacerlo, asumir sus enseñanzas
o dejarlas de lado, encontrar en él la vida plena o
buscar sin descanso en los rincones del mundo.
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12 • marzo • lunes • 2018


Is 65, 17-21; Sal 29; Jn 4, 43-54.
“Vuelve a tu casa, tu hijo ya está bien”
Hay circunstancias en la vida que no nos
favorecen, al contrario, nos oprimen y nos
recuerdan que no podemos ni sabemos todo. En
algún momento llega la enfermedad, se presenta
el desempleo, la violencia pone su tienda a un lado
de nuestra morada, o la muerte nos visita…
En medio de esas experiencias
que nos sacuden fuerte, Dios
nos pide confiar sinceramente
en su Palabra. Él permanece, su
fidelidad perdura.
Claro que no resulta sencillo,
es verdad que la angustia se
sobrepone a nuestra esperanza,
además nuestra urgencia nos lleva a pedirle a
Dios que se haga presente con fuerza y se dé
prisa. Solemos ser hombres y mujeres necesitados
de prodigios para creer que Dios avanza a
nuestro lado.
El evangelio presenta un oficial de la corte, lo
que nos lleva a pensar que está acostumbrado a
dar órdenes y a que éstas se ejecuten. Este
hombre tiene un hijo que se debate entre la vida
y la muerte y le ha pedido a Jesús que vaya con
él y lo sane, pero recibe como respuesta un
“vuelve a casa, tu hijo ya está sano”.
Aquel hombre creyó en la Palabra de Jesús y
pudo experimentar la salvación de su hijo.
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13 • marzo • martes • 2018


Ez 47, 1-9. 12; Sal 45; Jn 5, 1-16.
“Levántate, recoge tu camilla y vete”
El evangelio de este día presenta a un hombre
que llevaba 38 años enfermo, impedido de
caminar. Jesús se acercó y le preguntó ¿Quieres
curarte?
No se trata de una pregunta obvia, que
incluso lastime la dignidad del enfermo, es
una de aquellas preguntas que el evangelio ha
colocado con mucho esmero para hacernos
pensar hondamente.
Después de tiempo uno deja de asombrarse,
y a veces de anhelar otro modo de vida. El
riesgo es acostumbrarnos y hasta aceptar
como voluntad de Dios lo que no lo es, como
sucede con la violencia que azota fuerte a
nuestro país; dejar de preocuparnos por los
números de víctimas, pensar que la corrupción
es parte de nuestra cultura mexicana, ver
aumentar el número de pobres y no cuestionarnos
de nada…
A nosotros, también nos
pregunta Jesús: ¿quieres
curarte? Y añade, “levántate,
toma tu camilla y vete”.
Su Palabra nuevamente es
la fuerza que necesitamos
para echar a andar una vida
nueva. Levantarnos, aunque no esté permitido
por reglas sociales o cultuales, dejar atrás los
miedos y ser sanos a nivel personal y social.
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14 • marzo • miércoles • 2018


Is 49, 8,15; Sal 144; Jn 5, 17-30.

”Mi Padre no deja nunca de trabajar


y yo hago lo mismo”
En este día, el evangelio presenta a Jesús revelando
un modo de ser de su Padre: Él nunca deja de trabajar,
imagen que llena el corazón de alegría y belleza. Si nos
detenemos un poco percibimos sin dificultad la
tremenda admiración que el Hijo le profesa: y yo hago
lo mismo. Nos recuerda la expresión de cualquier niño
que admira a su padre: “cuando sea grande quiero ser
como mi papá.”
En cierta ocasión Felipe, uno de los discípulos, le
pidió a Jesús: “muéstranos al Padre y eso nos basta”. Su
petición coincide con nuestras ansias de ver las obras
y el trabajo del Padre; y para colmarlas basta asomarnos
a la vida del Hijo: con quién come, entre quiénes está,
a quiénes asiste y consuela,
qué le entristece, qué le
apasiona.
El evangelio nos provoca
a sentirnos profundamente
dichosos de tener un Padre
siempre activo, ocupado
de la vida de su creación y
de sus hijos los más pobres. Luego, si compartimos con
Jesús esta fortuna, no haremos menos que esforzarnos
por parecernos a Él, trabajando con entusiasmo en
hacer el bien a nuestros hermanos, sobre todo los más
necesitados.
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15 • marzo • jueves • 2018


Ex 32, 7-14; Sal 105; Jn 5, 31-47.

“Las obras que realizo, y que el Padre me encargó,


dan testimonio de mi”

P ara Jesús la mejor manera de decir quién


es y quién lo envía son sus obras, la
dirección que le ha dado a su vida, su
misión, su opción de vida. Todo ello a muchos les
significa que Dios está renovando la vida y
otorgando salvación al ser humano. Pero también
esas mismas obras a otros los desestabiliza, los
saca a la luz y ahí se descubren avergonzados; lo
paradójico es que estos últimos son los hombres
correctos moralmente, son quienes van por
delante del pueblo a la escucha de Dios.
Este profundo contraste que el evangelio
presenta, llama a la Iglesia a preguntarse por sus
opciones de vida, por los años caminando en
cierta dirección. No es para tomarlo a la ligera,
sino para hacer una reflexión honda y honesta de
lo que Dios nos está pidiendo vivir.
“Yo he venido de parte de mi Padre –dice Jesús–
pero ustedes no me aceptan”. Este reclamo bien puede
ser para cada uno de nosotros, que hacemos un
dios a nuestra medida, más o menos pequeño según
convenga, según nos deje en paz. Es un llamado
fuerte a entrar en el misterio de Dios, que es la
vida misma de Jesús y dejarle ser, y aprender de
él, y en esa medida sabremos lo que es vivir.
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”Yo no he venido por mi propia cuenta, he sido


enviado por aquel que es veraz y a quien ustedes
no conocen“ Sab 2, 1. 12-22; Sal 33; Jn 7, 1-2. 10. 25-30.
El evangelio de este día nos lleva a profundizar
en la iniciativa que el Padre ha tenido para con la
humanidad, Él ha sido el primero que desea salvar,
dar vida en abundancia, caminar a nuestro lado.
El Padre, a quien no conocemos, se ha querido
revelar plenamente en la persona de Jesús de Nazaret.
Jamás será un extraño o un desconocido, mucho
menos lejano a nuestra vida y circunstancias.
Mas, si alguno no desea entrar en su misterio,
si decide hacer camino por todos los lugares
donde el viento sople sin encontrarse con la Verdad,
será porque no ha creído en el Hijo ni ha aceptado
su palabra.
Creer es una respuesta que nos coloca de frente
a Dios y a su proyecto de vida, creer nos lleva a
medir nuestros intereses y opciones de vida en el
amor de Aquel que nos amó primero, por eso,
creer no culmina en el ámbito intelectual sino
existencial. Todo nuestro ser queda comprometido.

16 • marzo • viernes • 2018


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17 • marzo • sábado • 2018


Jer 11, 18-20; Sal 7; Jn 7, 40-53.
“Nadie ha hablado jamás como este hombre”
Narra el evangelio que aquellos que escuchan
la palabra de Jesús se quedan admirados, otros
resultan desconcertados, algunos más lo reconocen
como el Mesías. Pero lo cierto es que para ninguno
pasa inadvertido. Este hombre habla de Dios
como nadie se atrevió antes y además lo llama
Padre.
Ante la palabra que
pronuncia y su misma
vida que actúa, pronto
comienzan las especu-
laciones de sus oyentes,
miden, calculan, tantean,
van despacio pero no se terminan de decidir…
En el fondo del conflicto se halla un reclamo
como este: Dios tiene que ser y comportarse
diferente.
La imagen domesticada que tienen de Dios,
lejos de ser muy grande, es muy pequeña y no
alcanza para que Jesús entre ahí; incluso había
algunos, los más cercanos al templo, que buscaban
darle muerte.
El reto sigue estando presente, e igual que ayer
es de gran tamaño: hay que acercarnos a escuchar
la palabra de Jesús, la cual cuestionará nuestra
vida, trabajo, relaciones familiares y sociales,
todo lo que hacemos. Dejemos que nos revele al
Padre y nos descubra su voluntad.
23
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18 • marzo • do
mingo (5° Cuaresma) • 2018
Jer 31-34; Sal 50; Heb 5, 7-9; Jn 12, 20-33.
“Padre, glorifica tu nombre”
El evangelio de este domingo, semejante a un
racimo de fruta, tiene muchos elementos para pensar
y alimentar nuestra vida.
Jesús advierte que ha llegado la hora para ser
glorificado, sabe que el grano de trigo caído en tierra
da fruto abundante, pero atravesar esa experiencia
hace que le sobrevenga el miedo.
El miedo ha llegado y Jesús no lo niega, al contrario,
lo enfrenta. Sabe que el Padre lo ha enviado y lo
acompañará hasta el final. Animado por esta
confianza exclama fuerte: “Padre, da gloria a tu
nombre”.
Gloria, en hebreo se dice kavod y se traduce por
hígado porque es el órgano más pesado del cuerpo
humano. La gloria, por tanto,
es una experiencia pesada, es
decir, un momento intenso de
la presencia de Dios que hace
girar la vida 180° de aquel que
la experimenta, o sea que la
transforma de raíz.
Llega la hora de que el hijo del hombre sea
glorificado, es decir, de que la presencia de Dios sea
de tal intensidad que quien mire en la cruz al Hijo vea
también al Padre, y experimente correr la salvación
por el mundo: Dios derramando su gloria sobre sus
hijos todos.
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19 • marzo • lunes • 2018


San José, esposo de la Virgen María
2Sam 7,4-5.12-14.16; Sal 88; Rom 4,13.16-18.22; Lc 2, 41-51.
“José era un hombre justo”
El evangelio refiere muy poco sobre José, menciona
la línea familiar que le precede vinculándolo con la
descendencia del rey David. Desde luego menciona que
es el esposo de María, la Madre
de Jesús. Todo eso es valioso sin
duda, pero queda algo que no
puede pasar inadvertido: era un
hombre justo.
¿Qué es ser justo? La Sagrada
Escritura lo describe así: el
hombre de manos inocentes y
puro corazón, que no confía en
los ídolos; aquel que honra el
nombre de Dios y cumple los mandamientos; quien se
compadece del huérfano y de la viuda.
A un hombre justo quiso Dios darle la custodia de su
Hijo. Eso ya nos ilumina mejor para comprender de qué
va el asunto.
José estuvo al frente del cuidado de Jesús, le enseñó a
trabajar, a ganarse la vida a costa de su esfuerzo sin
quitarle al otro lo que es suyo, le educó en la confianza
e intimidad a Dios, le llevó a la sinagoga y le enseñó a
orar, le transmitió lo mejor que había en su corazón. No
podemos imaginar la hondura de la compasión de Jesús
sin mirar la influencia de José, hombre justo.
San José, ruega por nosotros.
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20 • marzo • martes • 2018


Num 21, 4-9; Sal 101; Jn 8, 21-30.
“Si no creen que «yo soy», morirán en sus pecados”
El camino que se despliega para quien se hace
seguidor de Jesucristo, conduce a la denuncia del
pecado, en todas sus expresiones. El pecado es el
rechazo a la vida que Dios ofrece al ser humano.
Desde luego no se presenta como muerte, pues no
habría quién, en su sano
juicio, lo deseara. Más
bien se presenta atractivo
y sin complicaciones, es
semejante a una fábrica
del deseo que tiene un
producto personalizado
para uno.
Creer en Jesús es renunciar a las expresiones
personales y sociales de pecado que impiden la vida
y frenan la capacidad de acogida y respeto del otro.
Hoy nuestro país atraviesa por profundos
malestares y problemas sociales, aunado a
violaciones a los derechos humanos y la falta de
cuidado de la naturaleza. Y no podemos dejar la
solución en manos de unos cuantos. Creer en Jesús
nos invita a asumir nuestra responsabilidad frente a
ello. Cada uno necesita trabajar con mucha entrega,
desde su lugar y condición, para restarle terreno a
este mal que amenaza con devorarnos.
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21 • marzo • miércoles • 2018


Dn 3, 14-20; Dn 3; Jn 8, 31-42.
“Si se mantienen fieles a mi mensaje, serán mis
discípulos y conocerán la verdad”
Nuevamente el evangelio coloca al centro el
llamado a hacernos discípulos del Señor.
La figura del discípulo corresponde a aquel que
busca descubrir lo profundo de la vida. El
discípulo se fía de su maestro, le reconoce su
experiencia y talento para guiar, el maestro es luz
que ilumina el camino, sus palabras valen un
tesoro y sería insensato no guardarlas.
Por eso aparece, y lo seguirá haciendo, la
llamada a estar cercanos al Maestro, pues día con
día nos vamos haciendo,
tomamos decisiones, algunas
muy transcendentes para nuestro
futuro; nuestra búsqueda es
continua y nuestro crecimiento,
también.
Por otro lado, dejar de aprender
significaría que ya no hay más
por descubrir, que resolvimos el
misterio de la vida y el propio.
Esto no sería más que vana
pretensión.
Decirnos discípulos o seguidores
implica movimiento, es decir, ir
tras el Maestro y su Palabra, dejarnos cuestionar
en todo momento de nuestra vida.
Si no somos discípulos, entonces, ¿qué somos?
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22 • marzo • jueves • 2018


Gen 17, 3-9; Sal 104; Jn 8, 51-59.
“El que acepta mi mensaje jamás morirá”
Las tensiones entre Jesús y los dirigentes del
pueblo judío han ido creciendo al pasar los días, él
les habla de la relación que existe con su Padre y de
su envío al mundo no para condenarle sino para dar
vida en abundancia. Ellos no aceptan tal mensaje y
les repugna que Jesús se diga Hijo del Padre o que
se coloque por encima de Abraham.
Podríamos pensar que era más sano y seguro que
Jesús se hubiera quedado en silencio, sin discutir
con las autoridades del templo; en otro momento
su familia fue a sacarlo de una discusión con los
fariseos argumentando que se había vuelto loco.
El contraste es evidente, Jesús ofrece vida en
abundancia para aquel que se atreva a hacerse su
discípulo, mientras que los jefes de los sacerdotes
amenazan dar muerte a aquel que se atreva a
cuestionar su modo de proceder.
Hoy no ha cambiado mucho la oferta de
caminos: si como discípulo de Jesús te atreves a
denunciar la corrupción, la compra de votos, la
injustica, las políticas públicas que empobrecen a
miles, los ataques a la familia,
el crimen organizado… te
espera ver cómo se despliega
el poder de aquellos, y el
peligro sobreviene.
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23 • marzo • viernes • 2018


Jer 20, 10-13; Sal 17; Jn 10, 31-42.
“Muchas obras buenas he hecho en virtud del poder de
mi Padre, ¿por cuál de ellas quieren apedrearme?”

A hora responde Jesús ante los asechos de


quienes le persiguen y desean darle
muerte. Tiene claro que no lo odian por
hacer el mal sino por hacer el bien. El evangelio
nos deja asomarnos a este episodio angustiante
de Jesús para mirar algunos aspectos que siguen
vigentes en nuestros días. A quienes hacen daño
a la sociedad ordinariamente se les teme y hasta
cierto respeto se les rinde; roban a manos llenas
a su país, trafican drogas, destruyen la naturaleza,
permiten o realizan la corrupción, se benefician
de la pobreza de miles de hombres y mujeres, hay
un listado largo de muchos daños profundos que
son realizados por personajes de nombre y
apellido que, si no son héroes, tampoco son los
perdedores de la historia.
Los que hacen el bien, los que diseñan políticas
públicas para el desarrollo de los más pobres, los
que se compadecen de sus semejantes, no siempre
terminan con un agradable desenlace.
Pero este es el desafío y la santidad que emana
del seguimiento de Jesucristo: ser perseguido o
rechazado por el bien –compartir la vida– que en
nombre de Dios podamos hacer a los otros.
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24 • marzo • sábado • 2018


Ez 37, 21-28; Jer 31; Jn 11, 45-56.
“Es mejor que muera uno solo por el pueblo”

M ientras que para la élite religiosa es


preferible que muera uno por todo el
pueblo, para Dios ninguna vida de
sus hijos es desechable.
El evangelio nos lleva a preguntarnos ¿quién
querría exterminar a una persona que hace el
bien a manos llenas, a tal grado que deja
sorprendidos a quienes lo miran?
La respuesta está en el mensaje que Jesús
ofrece a los que le escuchan, y aún las obras que
realiza hablan de su origen. Jesús está
anunciando que Dios, aquel que los sacerdotes
creen tener pasivo y guardado en el templo, se
ha escapado al mundo, porque lo suyo no es
esperar a que el hombre llegue a purificarse,
sino que sale al encuentro de su vida en todas
sus dimensiones para sanarlo y levantarlo.
Si Dios está afuera, no tienen sentido tantos
preceptos, además, no tiene sentido la purificación
misma, los animales vendidos y comprados en
el templo, los cambistas de monedas, la misma
función de los sacerdotes queda en el aire.
A estos hombres no les interesa tanto lo que
Dios haga o deje de hacer, lo que sí les importa
es mantener una sana política con el Imperio
Romano, a fin de no perder sus privilegios y
seguridades. Una imagen tan vieja y tan de
nuestros días.
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25 • marzo • Do
mingo de Ramos • 2018
Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Mc 14, 1-15. 47.
Un día de primavera del año 30 entraron en
Jerusalén dos procesiones. Comenzaba la
semana de Pascua, la semana más sagrada del
año judío.
Una de ellas era una procesión de campesinos,
encabezada por Jesús de Nazaret, montado en
un burrito; el mensaje que proclamaban trataba
del reino de Dios.
La otra procesión la encabezaba Poncio
Pilato, acompañado de centenares de soldados
montados sobre imponentes caballos y armados
hasta los dientes. En su mensaje
proclamaban que el poder, el
honor y la victoria pertenecen a
los más fuertes de este mundo, a
los que haciendo la violencia
destruyen a sus enemigos.
La procesión de Jesús anuncia
el reino de Dios, la de Pilato el
reino del César; la confrontación
entre estos dos reinos avanza a
lo largo de esta semana hasta culminar con la
ejecución~crucifixión de Jesús en manos de los
poderes que gobernaban su mundo.
Lo que solemos llamar entrada triunfal de
Jesús fue, más bien, una entrada anti~imperial
y anti~triunfal, un modo de explicarnos cómo
actúa Dios en la historia desde la no~violencia
y la no~conquista.
Y tú, ¿En qué procesión la vida estás? ¿En qué
procesión de la historia avanzas?
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“A los pobres los tendrán siempre, a mí en cambio,


no siempre me tendrán” Is 42, 1-7; Sal 26; Jn 12, 1-11.

Judas reclama que fue un desperdicio haber


derramado un perfume tan caro en los pies de
su Maestro, mejor se hubiera dado ese dinero
a los pobres.
26 Lejos de indignarse por no ayudar a los
pobres en sus necesidades, lo hace por no haber
• marzo • lunes • Semana Santa • 2018

tenido ese dinero en sus manos.


Entre los más cercanos a Jesús se halla uno
que le traiciona, después vendrá el culmen,
pero ya comenzó. No simpatiza ni con el
maestro ni con la mujer que se adelanta a
preparar su funeral.
No solo es Judas Iscariote,
quizá es uno de nosotros,
que figura entre los seguidores
de Jesús pero que no le ha
entregado su corazón, ni
avanza en el camino con él.
Jesús responde: “a los pobres
siempre los tendrán con
ustedes”. No es una sentencia
o una determinación de Dios, significa que
mientras no nos revistamos de los mismos
sentimientos de Jesucristo, como decía S. Pablo,
estaremos frenando el Reino de Dios y su justicia,
en consecuencia, la miseria no será erradicada
de nuestra tierra.
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“A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora;


algún día lo harás”
Is 49, 1-6; Sal 70; Jn 13, 21-33. 36. 38. 27

• marzo • martes • Semana Santa • 2018


Jesús ha sido enviado por el Padre, y va
adelante de la obra emprendida, el Reino, no
sólo para marcar el camino que lo realiza, sino
también para enfrentarse al mal que se le
opone.
Pedro le quiere seguir de
inmediato, ¿hasta dónde
comprende lo que eso
significa? Jesús le aclara:
ahora no puedes hacerlo,
pero llegará tu momento.
La respuesta al seguimiento pasa por
comprender de qué va el asunto. Qué exigencias
tiene, qué nos va a estorbar y que por tanto
necesitaremos dejar atrás.
Este seguimiento abarca todas las dimensiones
de nuestra vida, para nada es exclusivo de un
culto, de una hora a la semana, también dentro de
la familia, asimismo en el trabajo, igualmente
en medio de la diversión y recreación, no menos
importante en el servicio social...
Y en efecto, cuando Pedro miró de cerca a lo
que se refería el Maestro no sólo no lo siguió,
sino que lo negó tres veces.
Aunque después llegará su momento en que
exprese su fe en Cristo con sus hermanos y esté
dispuesto a ofrendar su vida por él y por ellos.
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“Mi hora está cerca, y voy a celebrar la Pascua


28 en tu casa con mis discípulos”
• marzo • miércoles • Semana Santa • 2018

Is 50, 4-9; Sal 68; Mt 26, 14-25.


Dos elementos importantes aparecen en el relato
del evangelio de este día: el primero, la celebración
de Pascua en un lugar no alejado de la ciudad sino en
medio de ella; siendo una fiesta, la más importante
que los judíos tenían, podría ameritar que se hiciera con
la mayor solemnidad y apartados de las preocupaciones
cotidianas, lejos de la violencia y los pecadores. Pero
no ha sido así.
Jesús envía a los discípulos a recorrer la ciudad y llegar
al centro para que ahí celebren la liberación de Israel
que ahora se actualiza para toda la humanidad.
La imagen resulta muy bella: en medio del posible
caos, de las preocupaciones y trabajos, en medio de
la vida de hombres y mujeres, ha querido compartir
su última comida, su cena de despedida.
Avanzando al siguiente elemento, esta cena de
Pascua la celebra en tu casa, en tus circunstancias,
en medio de tus tristezas y esperanzas, pero no
llega solo, lo propio de Dios es llegar acompañado,
llega con sus discípulos a quienes llamará amigos.
La liberación de Dios será para todos.
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29 • marzo • Jueves Santo • 2018


Ex 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1 Cor 11, 23-26; Jn 13, 1-15.

“Si no me dejas que te lave, no tendrás parte en mí”


El gesto que ha usado Jesús de lavar los pies a
sus discípulos, le sirve para explicarles cómo debe
ser el trato entre ellos. Cuando ha terminado les
pregunta: “¿comprenden lo que acabo de hacer?”
No ha sido sencillo el aprendizaje, a menudo han
discutido quién de ellos es el más importante, van
calculando sus méritos y con ello su posible
recompensa.
“Lavar los pies” es una
especie de alianza, un sello que
no deben olvidar los amigos del
Señor. Entre los que dominan al
mundo el trato es de influencias
y privilegios; entre los que
acogen a Dios como su Señor, el
trato es de disponibilidad y de
amor.
Inicialmente Pedro no ha querido que el Señor le
lave los pies, quizá habría sido diferente su
respuesta si otro de los discípulos intentara hacerlo.
Pero quien toma la iniciativa es el Maestro, y eso
desconcierta la lógica social establecida por el
poder y la dominación.
En adelante, el signo que nos identificará como
auténticos discípulos del Señor, será estar dispuestos
a lavar los pies de nuestro hermano.
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30 • marzo • Viernes Santo • 2018


Is 52, 13-53, 12. Sal 30; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 42.

“Todo está cumplido”


Al cabo de esta semana, la última de Jesús, se cierra
el telón de la obra de Dios. Parece que lo apagaron,
que su actuación fue un fracaso, parece que perdió la
batalla contra sus oponentes.
El Dios que sacó con mano fuerte
a Israel de Egipto, que lo plantó
en una tierra fértil y lo acompañó
con la voz de los profetas, ahora
padece el drama de la cruz y nos
invita a vivirlo con él.
Su Hijo, que lo ha hecho presente
en medio de los suyos, reveló la más
honda imagen de Dios, y fiel hasta
las más últimas consecuencias,
puede exclamar “todo está
cumplido”.
El odio que se ganó es muy grande, por eso lo
crucificaron. Si el Imperio Romano y sus amigos, los jefes
de los sacerdotes, hubieran conocido otro modo más
doloroso y aterrador, sin duda lo habrían implementado.
Muere porque fue un soñador, y el mundo no
perdona a los que sueñan utopías. Muere porque reveló
que Dios está más cercano de los pobres y los que sufren.
Muere porque el camino que propone exige entregar
todo el corazón a Dios y no al dinero. Muere porque
no respondió con violencia a los golpes e insultos.
Muere porque nos amó hasta el extremo.
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31 • marzo • Sábado Santo • 2018


(Hoy no hay Eucaristía en la Iglesia. Te sugiero leer completa
la pasión de Nuestro Señor).

Durante este día la Iglesia permanece en silencio


y en oración, junto al sepulcro del Señor,
esperando su resurrección.
Con Jesús esperan resucitar todos los hombres
y mujeres vencidos por luchar en favor de la
justicia. Con él esperan resucitar las víctimas
de nuestro país a las que alcanzó la violencia y
la impunidad.
Con él resucitemos también, venzamos la
muerte y las estructuras injustas que la generan.
Con él seamos artesanos de justicia y de paz.

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Domingo de resurrección • 2018


Hch 10, 34a.37-43; Sal 117; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9.
“Él había de resucitar de entre los muertos”
Hoy es un día de buenas noticias y el mundo está
necesitando sin duda que le lluevan noticias favorables,
noticias que le descubran lo mucho que hay en el
hombre de bueno. Esto si el hombre es capaz de vivir
buscando las cosas del cielo para hacerlas realidad
en la tierra, que es donde vivimos,
y donde tenemos que hacer que
Cristo viva, para que los hombres
crean de verdad que ha resucitado
y camina con nosotros en el día a
día que, a veces, resulta un tanto
fatigoso.
Cristo resucitó por todos
nosotros. Él es la primicia y la
plenitud de una humanidad renovada. Su vida
gloriosa es como un inagotable tesoro que todos
estamos llamados a compartir desde ahora.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Cuál es el
abril

paso que debemos dar esta Pascua? ¿Trabajamos


en la comunidad con alegría, con espíritu de
comprensión, con respeto mutuo, con espíritu de
diálogo, con ganas de aportar sentimiento,
pensamiento y acción al proyecto común?
En síntesis: hoy debemos interiorizar la Pascua, en
una forma de vida capaz de ilusionar y dar esperanza
a cuantos viven a nuestro alrededor.
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2 • abril • lunes • 2018


Hch 2, 14.22-33; Sal 15, 1-2a y 5, 7-8. 9-10.11; Mt 28, 8-15.

“Alégrense”
¿Cómo ir a decirle a un mundo que está sumergido
en las malas noticias, que hay alegría, que hay
gracia, que hay vida, que hay perdón? A uno no le
salen las palabras, cuando ve a esas personas tan
enredadas consigo mismas, envueltas en problemas,
en su culpa, su amargura, su desesperanza. ¿Decirles
que resucitó el Señor? Sí, ya que tenemos tanta
necesidad de respirar.
La invitación de Jesús a la alegría no es un consejo,
sino una orden de obligado cumplimiento. En el
círculo de nuestras tristezas, el Resucitado
enciende la llama de la alegría, y luego nos dice:
“No tengan miedo”. No hay nada que
les paralice más que el miedo. ¿Quién
nos puede transmitir la confianza que
necesitamos? ¡Sólo el Resucitado!
Comunicar la resurrección inaugura
una urgencia, pues acomodados en
nuestras seguridades de siempre
cavamos nuestra propia tumba.
Cuando nos ponemos en camino, la fuerza del
Resucitado nos restaura.
La buena noticia hay que ponerla en camino,
pero para eso necesitamos la gracia de Cristo, la
alegría de Cristo, para vencer nuestro miedo y
para anunciar: “Mira, hay Pascua también para
todos”.
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3 • abril • martes • 2018


Hch 2,36-41; Sal 32; Jn 20, 11-18.
“¿A quién buscas?”
María magdalena ha encontrado a Jesús
resucitado, a quien había encontrado en la
historia. Y ese encuentro la ha vitalizado,
le ha abierto los ojos: “Resucitó de
veras mi amor y mi esperanza”.
Solo para los que aman de verdad
tiene sentido pleno la resurrección.
Solo se resucita en la medida en
que se ama.
En este día preguntémonos
¿Qué anhelamos, en el fondo,
cuando esperamos una llamada telefónica, cuando
mendigamos una sonrisa, cuando queremos que
todas las piezas de nuestro mosaico encajen,
cuando hacemos un favor a otra persona? ¿Qué
se esconde detrás de nuestro desasosiego, de
nuestros sinsabores, de esa sensación de que las
cosas no resultan como habíamos imaginado?
Dejemos que el Resucitado nos sorprenda
como a Magdalena en el sepulcro, lo que nos toca
hacer es ir como ella a buscarlo con anhelo
desesperado sólo por amor, entonces Él se
manifestará llenando nuestro corazón con un
amor que nos impulsa a llevarlo más adelante,
de expresarlo, de proclamarlo; solo hay que abrir
el corazón...”Estoy a la puerta y llamo”.
¿Tengo experiencia de resurrección? ¿Me
siento “amenazado” de resurrección?
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4 • abril • miércoles • 2018


Hch 3, 1-10; Sal 104; Lc 24, 13-35.

“Los de Emaús estaban de vuelta”

E stos hombres, a medida que se alejaban de


Jerusalén, entraban también en lo más espeso
de la noche, se iban, se apartaban, y alejándose
de la comunidad, también se encontraban en una
situación peor, en mayor soledad, en mayor frío,
en mayor oscuridad. ¿Qué ha quedado de nuestra
esperanza? Habían matado a Jesús y todo se había
terminado. ¿Cómo seguir creyendo en él, si le habían
aplicado la pena de muerte, y la muerte más cruel
de aquel momento? Descalificado el mensajero
quedaba desprestigiado el mensaje. Lo más
hermoso no es esta descripción casi poética de la
realidad humana; lo más hermoso es ver que
Jesús, el mismísimo Jesús, acompaña el camino
de estos que van con rostro sombrío, de estos
que se sienten defraudados.
Esta es la gran noticia de este día, esa es la
noticia de este miércoles de la Octava de Pascua:
Jesús en su infinita compasión, Jesús en su
ternura inagotable, acompaña a estos discípulos,
haciendo camino con ellos, entrando en diálogo
con ellos.
¿Qué es lo que nos toca hacer a nosotros? Lo
que hicieron estos discípulos: Volver a Jerusalén,
volver a la comunidad, con ánimo renovado a
nuestra Iglesia, para ser miembros vivos de la
comunidad cristiana, para entregarnos de un
modo nuevo al servicio del Evangelio.
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5 • abril • jueves • 2018


Hch 3, 11-26; Sal 8; Lc 24, 35-48.
“¿Por qué surgen dudas en su interior?”
El Evangelio de hoy sigue introduciéndonos
en ese misterio de la Pascua. Poco a poco los
discípulos van reconociendo que el que se
entregó por ellos vive y da vida.
Creemos en la primavera porque vemos los
brotes de vida en las yemas de los árboles;
creemos en la mariposa porque vemos que de
la crisálida sale un ser hermoso con alas
multicolores; creemos en el día
porque cada mañana el sol
vuelve a asomarse. ¿Cuáles son los
signos para creer en la presencia del
Resucitado? Hombres y mujeres que,
a pesar de sus limitaciones, entregan
su vida, personas que superan una depresión…
¿Por qué nos resulta más fácil percibir los signos
de la muerte que los de la vida? ¿Por qué somos
capaces de criticar todo lo que va mal y nos
cuesta tanto agradecer lo que hace que el
mundo funcione un día más?
La alegría que nos regala el Resucitado no es el
gozo superficial de quien recorre un camino llano.
Sus manos y sus pies conservan las huellas de los
clavos. La suya es una victoria sobre la muerte.
Por ello estamos invitados a reconocerlo en el hueco
de los clavos. En ese “mirad” encontramos una
clave para no entender la alegría pascual como
una huida sino como una cercanía mayor a los
crucificados: las personas difíciles de nuestro
entorno, los que atraviesan cañadas oscuras.
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6 • abril • viernes • 2018


Hch 4, 1-12, Sal 117; Jn 21, 1-14.
“Jesús se hace presente”
La nueva forma de presencia del Mesías requiere una
pedagogía. Jesús se presenta en la orilla del lago, pero
los discípulos no saben que es Jesús. Están en medio de
la faena cotidiana de la pesca. La nueva forma de
presencia no es invasora: invita a echar de nuevo las
redes, prepara la comida, pan y pescado, les invita a
almorzar. Jesús reparte el pan y el pescado. Su presencia
se hace certeza en los discípulos, la sienten, la notan; el
discípulo amado confiesa: “es el Señor”. No cabe duda,
el Resucitado está con ellos.
Sigamos trabajando, no renunciemos a asumir nuestras
responsabilidades. Atrevámonos a ir un poco más lejos
de donde estamos, a responder a algún nuevo
desafío. De muy diversas maneras, durante el
tiempo pascual se nos invita a ir siempre
más allá, como si la resurrección de
Jesús nos proporcionara ese plus de
audacia que necesitamos para vivir.
La búsqueda constante de lo más
fácil, de lo más cómodo, de lo más
razonable, es el camino más directo
a la tumba, la senda más anti pascual,
porque es como negarse a aceptar lo
que ha sucedido el primer día de la semana.
Esa presencia de Cristo, que desde la orilla anima y
desde la orilla hace posible la pesca, es una imagen de
la presencia del Resucitado, que desde la gloria anima
y desde la gloria hace fecunda a la Iglesia.
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7 • abril • sábado • 2018


Hch 4, 13-21, Sal 117; Mc 16, 9-15.
“Vayan al mundo entero”
El Evangelio de este sábado nos hace un resumen
de la Palabra escuchada en esta Semana Grande de
la Pascua. Ahí aparece la Magdalena –apóstol
de apóstoles–, los de Emaús, los Once… Y
después de esa panorámica, nos deja un
mensaje final: “Vayan al
mundo entero y proclamen
el Evangelio a toda la
creación”. En este sábado,
Jesús nos regala dos mensajes que se refieren a nuestro
compromiso misionero:
–El mandato de ir al mundo entero inaugura en
nosotros un talante de apertura universal. La
resurrección elimina todas las barreras étnicas,
culturales, económicas, religiosas que los hombres
hemos construido para acotar este mundo.
–Predicar el evangelio a toda la creación. En este
“diálogo de vida” cada vez más amplio, somos
invitados a reconocer las huellas del Resucitado
dondequiera que se encuentren, sobre todo, en las
manos y los pies traspasados. Donde hay una mujer
o un hombre que sufre, allí contemplamos el rostro
de Cristo que prolonga su pasión.
La resurrección nos abre a un diálogo universal,
pero no a un universo vacío. Hablar de Jesús con el
lenguaje de la propia vida es algo a lo que no
podemos renunciar.
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8 • abril • domingo • 2018


Hch 4, 33-35; Sal 117; 1Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31.
“Y en esto entró Jesús”
La experiencia pascual es la experiencia del
encuentro con el resucitado, un encuentro que
cambia radicalmente la vida de los que habían
caminado con Él. De alguna forma, los primeros
discípulos experimentaron que Jesús estaba vivo, que
aquél a quien los poderes de este mundo habían
ajusticiado, había sido resucitado por Dios. Y esa
experiencia cambió sus vidas y la de los creyentes de
todos los tiempos.
Pasan del temor a la valentía, que les permitirá ser
testigos sin temor a la persecución o a la muerte.
Descubren que la paz es la señal de la presencia del
resucitado. Viven la alegría como fruto de esa nueva
presencia. Se sienten enviados a dar continuidad a la
misión de Jesús. Acogen el Espíritu Santo que Jesús les
invita a recibir y que les da poder para testimoniar.
Es este encuentro con Jesús resucitado el que nos
configura como creyentes, es el encuentro que nos da
la identidad más profunda. Nos toca estar atentos
para que sepamos reconocer
sus huellas, escuchar su
saludo de paz, reconocernos
enviados y acoger su Espíritu,
no sea que, como tantas
veces en la vida, pasemos de
largo, sin ver.
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9 • abril • lunes • 2018


La Anunciación del Señor
Is 7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hebr 10, 4-10; Lc 1, 26-38.
Llamados a imitar a María
Quisiera que fijáramos nuestra atención especialmente
en esta pregunta que nos puede ayudar el día de hoy
para nuestra reflexión: ¿Qué celebro
yo cuando celebro que Dios nos
anuncia que va a hacerse uno de
nosotros?
Celebro que merece la pena
dejarse llenar de Dios, como María.
Especialmente cuando nos sentimos
estériles, vacíos, solos… porque ese
vacío en sus manos se hace increíblemente fecundo,
espacio habitado por su Hijo.
Parecerse a María es escuchar la Palabra de Dios
y tras dialogar con Él, poner toda la carne en el asador
para hacerla vida. Y que el mayor poder de nuestro
Dios es ser Dios~con~nosotros y eso, lejos de
empequeñecerle, le hace infinitamente grande y
amable. Y así nos invita a nosotros también a
ser~con~los~demás, sin que nada pueda resultarnos
extraño ni ajeno. El Hijo ya lo conoce, lo ha vivido y
va por delante de nosotros, esperándonos.
Hoy es nuestra oportunidad para imitar a María y
abrir también nosotros un hueco a la presencia del amor
de Dios en nuestra vida. Para ser testigos de ese amor
para los que viven con nosotros. No es un camino fácil.
No basta con decir “hágase”, sino que hay que hacerlo
real en cada minuto de nuestra vida. Y veremos como
Dios mismo nos transforma y nos lleva por caminos
nuevos, como a María. Probemos. ¡Vale la pena!
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10 • abril • martes • 2018


Hch 4, 32-37, Sal 92; Jn 3, 7-15.
“Hay que nacer de nuevo”
El diálogo de Jesús con Nicodemo nos hace pensar
también a nosotros: ¿Somos de las personas que
prefieren vivir en la oscuridad o en la penumbra,
precisamente por no aceptar las consecuencias de
acoger la luz? ¿No es verdad que también los
hombres de hoy, incluidos “los sabios”, a veces
prefieren –o preferimos– no saber, no captar la
profundidad de Cristo, porque eso nos obligaría a
cambiar, a “renacer”?
Tal vez muchas personas sencillas, sin gran
cultura, sin tantos medios espirituales, pero que
tienen buen corazón y unos ojos lúcidos de fe, sí
están mirando a Cristo Jesús con profundidad y se
dejan influir por él, renaciendo continuamente y
creciendo en su vida cristiana.
Hagamos que la acción del
Espíritu tenga acogida en
nosotros, escuchémosle, y
apliquemos sus inspiraciones
para que cada uno sea, en su
lugar habitual, un buen
ejemplo elevado que irradie
la luz de Cristo.
Hay que entrar en la escuela del discipulado y
permanecer siempre en ella hasta que Jesús viva en
nosotros y nosotros en él. Y eso sólo es posible por
la acción del Espíritu que sopla (actúa) donde quiere
y como quiere.
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11 • abril • miércoles • 2018


Hch 5, 17-26, Sal 33; Jn 3, 16-21.
En Jesucristo todo tiene sentido
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Hijo único, para que no perezca ninguno de los
que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
Descubrir a Jesús entre nosotros, es finalmente
descubrir que el amor es verdad,
que el amor no es una ilusión,
un simple deseo; no es una
suposición, una posibilidad;
no es el qué bonito sería, sino
es “qué bonito es”; es la realidad,
es la verdad.
En Jesucristo todo anhelo,
todo deseo, toda súplica de
amor encuentra su concreción,
encuentra su verdad, encuentra su realidad. El
amor es una palabra llena de sentido, si hemos
encontrado a aquel que ha amado hasta el final,
aquel que ha amado hasta el fondo, o como le
gusta decir a la Escritura: “Aquel que ha amado
hasta el extremo”.
Y por eso, encontrarse con ese amor es encontrar
también la razón para caminar sobre esta tierra, y
sobre todo la razón para esperar el cielo, para anhelarlo;
no es la espera pasiva, es la espera activa.
A mí hoy se me ocurre cantar: “Evangelio es
romper cadenas, es abrir sepulcros. No le busques
muerto que está entre los vivos.”
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12 • abril • jueves • 2018


Hch 5, 27-33, Sal 33; Jn 3, 31-36.

“El que cree en el Hijo, tiene la Vida”

E n este texto vemos una vez más que en la


radicalidad evangélica no hay término medio. Es
necesario que en todo momento y circunstancia
nos esforcemos por tener los pensamientos y sentimientos
de Dios, tener los mismos sentimientos de Cristo y
aspiremos a mirar a los hombres y las circunstancias
con la misma mirada del Verbo hecho hombre, pues
quien es de la tierra habla y piensa desde el polvo, desde
los intereses; y quien es de arriba, del cielo, de lo alto,
piensa y habla como hijo de Dios, con pensamientos de
Dios.
Cuando un cristiano abre su corazón a Dios, no
recibe solamente la felicidad que espera, sino mucho
más: Él concede la felicidad en esta vida y el premio de
la vida futura. ¡Cuánto es generoso el amor de Dios que
devuelve el ciento por uno! No guarda para sí sus
dones.
Él no es un adorno en la vida del cristiano, no es sólo
objeto de adoración y de gozo interior. Él es fuego que
impulsa al cristiano para que dé un testimonio valiente
de su fe en el mundo y se convierta en un signo de
salvación para todos.
Abramos los ojos ante todos los signos, no pasemos
de largo ante ellos; el Señor nos envió a continuar su obra
de salvación en el mundo. No vivamos cómodamente
nuestra fe, anunciémosla con valentía.
¿Por qué no trabajar como personas y comunidades
para destruir tanta “civilización de muerte”?
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13 • abril • viernes • 2018


Hch 5, 34-42, Sal 26; Jn 6, 1-15.

“¿Dónde compraremos pan para


dar de comer a tantos?”
La muchedumbre sigue a
Jesús por diversas causas: por sus
milagros, por curiosidad, por necesidad, o
por compromiso personal... El escenario de
esta muchedumbre tan diversa es ahora el lago de
Galilea. El milagro de la multiplicación de los panes
que nos narra el evangelio, se hace realidad también
hoy día en infinidad de comunidades cristianas. De
esta manera podemos decir que muchos defectos
tiene nuestra iglesia, pero nadie le podrá echar en cara
que no dé de comer y socorra a tantos y tantos pobres
y necesitados. Y es ahí, en el servicio a los pobres,
donde resuena siempre la voz de Jesús que nos llama
a hacer lo mismo: entregar nuestra vida al servicio de
los más abandonados de la sociedad.
Por ello en nuestros proyectos populares, por muy
bien pensados y financiados que estén, siempre habrá
lugar para el milagro, porque un proyecto popular no
consiste en entregar al pueblo una obra, sino en que
el pueblo se la apropie y aprenda a compartirla en
solidaridad. Esto nunca es fruto del dinero, sino de la
transformación interior, que es la cuota, el aporte de
Dios. Dios hará ese milagro si el pueblo pone su parte.
El pan compartido con los hermanos será el signo
por el que demostremos que hacemos vida de nuestra
vida el pan comulgado en la eucaristía.
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14 • abril • sábado • 2018


Hch 6, 1-7; Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19; Jn 6, 16-21.

“Soy yo, no teman”

C uando se hace de noche en todos los


sentidos, cuando arrecia el viento
contrario y se encrespan los
acontecimientos, cuando se nos junta todo
en contra y perdemos los ánimos: cuando
pasa esto y a Jesús no lo tenemos a bordo
porque estamos nosotros distraídos o porque
él nos esconde su presencia, no es extraño
que perdamos la paz y el rumbo de la
travesía.
Si a pesar de todo, supiéramos reconocer
la cercanía del Señor en nuestra historia, sea
pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante
más fácil recobrar la calma, y escuchar sus
palabras que nos dicen: “No temas, soy yo”.
Puede que la barca se agite y la fe se nos
tambalee, por las familias rotas, por la
desconfianza en el futuro, en definitiva, por la
falta de amor en el mundo. Ante el peligro de
hundirnos, en medio de la noche confiemos
en Dios a fondo perdido. Ningún antídoto
mejor que ser conscientes de nuestra propia
debilidad y confiar en el Señor, pues él disipa
los nubarrones y nos desbloquea del miedo.
Porque el Señor nos acompaña, aunque no le
veamos con los ojos del cuerpo.
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15 • abril • domingo • 2018


Hch 3, 13-15. 17-19; Sal 4; 1Jn 2, 1-5; Jn 24, 35-48.
“Que la paz esté con ustedes”
El mismo Jesús que dice: “Bienaventurados los
pacíficos, los hacedores de paz” es el que
paradójicamente aconseja a los suyos que “se alegren
cuando sean perseguidos por su causa”, y es el mismo
que al resucitar trae a los suyos el mismo mensaje:
“Paz a ustedes”. Y esa paz les llena de tal alegría
que les incapacita para reconocer a su Señor.
–Paz de saberse perdonado por el Señor de la
vida que la ha dado por cada uno de nosotros.
–Paz al saber que fue mayor la bondad del
Señor que la traición de todos los suyos y que las
negaciones de Pedro. Y tantas traiciones mías...
–Alegría porque ninguno de nosotros, ni el
más pequeño, está olvidado o aparcado por el
Señor, como pudo ser Tomás el incrédulo.
–Alegría porque ese Jesús a quien sus discípulos
reconocieron como el mismo y como el nuevo, no es
un fantasma para nosotros los que sin ver hemos
creído, sino el autor de la vida que camina hombro
con hombro con cada uno de nosotros.
–No es la alegría mezquina del saber que nos
hemos librado del castigo. Es la
alegría ante la inmensa bondad
de un Dios hecho hombre que desde
la cruz pide por mí: “Padre, perdónale
porque no sabe lo que hace”.
Abramos nuestra vida a la
gracia de Jesucristo vivo. Dejemos que Él aclare
todas nuestras dudas, nos haga conocedores de
su plan de salvación.
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16 • abril • lunes • 2018


Hch 6, 8-15; Sal 118; Jn 6, 22-29.

“¿Cómo podremos ocuparnos


en los trabajos que Dios quiere?”
¿Cómo puedo hacer yo la voluntad de Dios?...
y ellos estaban esperando que Cristo les dijera:
Los trabajos que Dios quiere son: ayunar, orar,
hacer el bien, cumplir la ley o cosas parecidas. Sin
embargo, él les dice: “Este es el trabajo que Dios
quiere: que crean en el que él ha enviado”.
Es admirable ver cómo Jesús les va conduciendo
con paciencia hacia la verdadera fe a partir de las
apetencias meramente humanas como el pan para
saciar el hambre o el mesianismo humano y político
que buscaba Pedro. También nosotros deberíamos
ayudar a nuestros hermanos, jóvenes y mayores,
a llegar a captar cómo Jesús es la respuesta de
Dios a todos nuestros deseos y valores.
El hombre de hoy busca felicidad, seguridad,
vida y verdad. Como la gente de Cafarnaúm, anda
bastante desconcertado, busca y no encuentra
respuesta al sentido de su vida. A
veces tenemos una concepción
pobre de la fe cristiana, por temor
o por un sentido meramente de
precepto o por interés. Algunos
buscan a Dios por los favores que de él esperan,
sin buscarle a él mismo. Si nosotros los cristianos,
con nuestra palabra y nuestras obras, les ayudamos
y les evangelizamos, pueden llegar a entender
que la respuesta se llama Jesús.
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17 • abril • martes • 2018


Hch 7, 51-8, 1a; Sal 30; Jn 6, 30-35.

“Señor, danos siempre de ese pan”

E l hombre de hoy está sediento, está


hambriento y no sabe de qué. Por ello ha
desatado una búsqueda sin tregua
tratando de encontrar algo que verdaderamente
lo sacie. Lo busca en el placer, en el poder, en la
fama, en el dinero.... Al final de la búsqueda
siempre lo mismo: vacío y soledad.
Mientras no creamos plenamente en Jesús,
nuestro ser andará buscando saciar su sed y su
hambre en cualquier lugar. Solo su amor llena
nuestros vacíos y nuestras soledades: la vida en
Cristo se transforma en plenitud. Por ello quien
tiene a Cristo lo tiene todo, quien no lo tiene, no
tiene nada.
Por eso quienes hemos entrado en comunión
de vida con el Señor estamos obligados a hacerlo
presente en el mundo. No podemos conformarnos
con solo darle culto al Señor, el verdadero hombre
de fe vive totalmente comprometido con la
historia. Si cerramos nuestros labios ante las
injusticias, si no somos capaces de fortalecer las
manos cansadas y las rodillas vacilantes, si no
volvemos a encender la mecha de la fe y del
amor que ya sólo humea, estaremos fallando a la
misión que Dios confió a su Iglesia.
Aprendamos a confiarnos totalmente a Él.
Abramos nuestros oídos y nuestro corazón para
que su Palabra sea sembrada en nosotros y
produzca frutos abundantes de salvación.
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18 • abril • miércoles • 2018


Hch 8, 1b-8; Sal 65; Jn 6, 35-40.
“Yo soy el pan de vida”
Jesús se identifica metafóricamente con los bienes
que necesita el ser humano: la luz, la vida, el camino.
Aquí se presenta como el pan que da vida y como
aquel que satisface dos necesidades vitales: el hambre
y la sed. Pero hay una condición: es necesario
acercarse a él y creer.
Quiere que nos conmovamos, para que en él
descubramos la bondad y la voluntad de Dios. Quiere
que sus discípulos lleguemos a descubrir en su
persona esta capacidad de entrega y por eso nos
habla de lo que significa llegar a sentirlo a él como
alimento y bebida.
Palpar a Jesús al comer el pan es, por lo mismo,
algo más que una metáfora, es aprender a entregarse
por los demás.
Para ello se necesitan dos condiciones: acercarse
a él y creer en él. Nos invita a seguirlo, a
alimentarnos de él –ya que esto es lo que
significa verlo y creer en él– y a la vez
nos enseña a realizar la voluntad del
Padre tal como él la realiza.
Que Dios nos conceda la gracia de
dejarnos convertir por Cristo en
alimento de paz, de alegría y de amor para nuestro
prójimo, en este mundo que necesita de una Iglesia
que levante sus esperanzas para continuar el camino
hacia su plena realización en Cristo.
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19 • abril • jueves • 2018


Hch 8, 26-40; Sal 65; Jn 6, 44-51.
“Nadie puede venir a mí
si no lo atrae el Padre que me ha enviado”
Jesús afirma que nadie puede ir a Él si no lo atrae el
Padre. En realidad, Jesús pone de relieve la necesidad
absoluta de la gracia: es necesaria una iluminación
interna de Dios para comprender
las cosas de Dios, para venir
hacia Cristo, para tener la fe.
Pero a esta iluminación divina,
dada a todos, el hombre puede
siempre resistir: sólo aquellos
que consienten en “escuchar” al
Padre vienen a Jesús. Es el gran
misterio de la responsabilidad
libre del hombre.
El camino de salvación es creer
y adherirse a Jesús, nutrirse más
y más de su alimento, pan, vida, verdad, amor, es
decir participar eficazmente de su mesa.
Por ello conscientes de nuestra naturaleza
humana expresamos: Soy débil y no basta mi propia
decisión, es necesario que Dios en su infinita bondad
me conceda la gracia de ir hacia Jesús.
Dios todopoderoso y eterno te pido me concedas la
gracia de poder ir hacia Jesús, que todo mi ser se
configure conforme a la persona de Cristo, para que mis
actitudes, mis palabras, mis pensamientos y mi amor
manifiesten a los demás la presencia de Dios en mi vida.
Amén.
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20 • abril • viernes • 2018


Hch 9, 1-20; Sal 116; Jn 6, 52-59.

Jesús, verdadero alimento


Vamos llegando a la conclusión del discurso
eucarístico en el capítulo 6º del evangelio de san
Juan y comienzan las reacciones de los oyentes. En
primer lugar, de los judíos en general que se
preguntan escandalizados cómo podrá Jesús
darles a comer su carne.
Jesús resume entonces los temas centrales del
discurso que hemos desarrollado en los días
anteriores: la “vida verdadera”, la “vida eterna” se
alimenta del cuerpo y de la sangre del Señor
resucitado, de la eucaristía.
Se insiste en el acto de comer y de beber, se
insiste en la vida alimentada por este pan, que
contiene la vida misma de Cristo, de su amor. Ya no
hay para el cristiano otra forma de vida sino la del
mismo Dios. Vida que se dona, se sacrifica, se
regala. Tiene que superase el egoísmo; como Dios,
el cristiano ha de vivir para los otros, para los favoritos
de Dios: los pobres, los pequeños, los sufridos.
Te invito a que en este día, en la celebración
eucarística tengas la experiencia
de “comer” a Jesús. Que te hagas
consciente de lo que comes y
que te unas íntimamente a
Jesús, como el sarmiento a la
vid.
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21 • abril • sábado • 2018


Hch 9,31-42 Sal 115; Jn 6, 60-69.
“¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras
de vida eterna”

L a reacción de muchos discípulos ante las


palabras de Jesús se parece mucho a nuestra
reacción: “Este modo de hablar es duro.” ¿No es
esta la impresión que a veces tenemos y tienen otras
personas con respecto al Evangelio y, sobre todo,
con respecto a algunas enseñanzas de la Iglesia?
Es difícil de admitir a Cristo en la propia vida, si
se entiende todo lo que conlleva el creer en él.
Muchas veces es exigente, y su estilo de vida está
no pocas veces en contradicción con los gustos y las
tendencias de nuestro mundo. Creer en Jesús y en
concreto también comulgar con él en la Eucaristía,
que es una manera privilegiada de mostrar nuestra
fe en él, puede resultar difícil.
Nos asusta esa misteriosa entrega sin medida de que
hablas. Pero tú eres el testigo de la Verdad. Sin tu
palabra y tu entrega seríamos presas fáciles de la
propaganda falaz. Nos mueves a ir más allá de las
necesidades y más allá de las “pequeñas trascendencias”,
hacia la realización de un deseo y de una trascendencia
de mucho más vuelo.
Sí, ¿a quién iremos, sino a ti, que has bajado a nosotros?
Búscanos, para más buscarte. Háblanos, que tus palabras
son “espíritu y vida”.
Cada uno podemos reformular la pregunta y la
confesión de Pedro, pero con palabras propias y con
seguimiento propio.
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22 • abril • domingo • 2018


Hch 4, 8-12; Sal 117; 1Jn 3, 1-2, Jn 10, 11-18.
“Yo Soy el buen pastor”
La frase la hemos oído muchas veces: “Yo soy
el Buen Pastor, que conozco mis ovejas y ellas
me conocen, igual que el Padre me conoce, y
yo conozco al Padre”. Se trata de una relación
interpersonal de gran intensidad que nace
desde dentro y que sitúa al creyente en la órbita
del conocimiento y del amor.
Sólo Jesús conoce al hombre, y no es un
conocimiento cualquiera, su conocimiento es
creativo y personalizador a la
vez. El conocimiento de
Jesús como el de Dios nos
convierte en hombres
nuevos y verdaderos,
porque su conocimiento
implica donación personal,
compromiso, presencia,
comunión de vida.
Nuestro mundo, nuestra gente y también
nosotros, necesitamos guías, pastores, que estén
a nuestro lado y nos acompañen en nuestras
inseguridades, amenazas, gozos y dudas. Que
sanen nuestras heridas, sin olvidar que ellos
también están heridos.
Creer en la resurrección es aceptar este papel
arriesgado de cuidar a los demás. Esa cercanía
es un símbolo de la Pascua.
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23 • abril • lunes • 2018


Hch 11, 1-18; Sal 41; Jnv 10, 1-10.
“Yo soy la puerta”
Jesús es la puerta, y cuando se entra por Jesús,
cuando se llega a Él, cuando se saluda ese misterio
y se acoge en el corazón, una vida nueva empieza.
Esta metáfora de Cristo como puerta nos sitúa
ante el siempre actual dilema de aceptar o no a
Cristo como el camino y el único mediador que
da sentido a nuestra vida. Cuando buscamos
seguridad y felicidad o tratamos de justificar
nuestras actuaciones: ¿es en él en quien pensamos
y creemos? Él ya dijo que la puerta que conduce
a la vida es estrecha: ¿tratamos nosotros de buscar
otras puertas más cómodas, otros caminos más
llanos y agradables, o aceptamos plenamente a
Jesús como la única puerta a la Vida?
La invitación es a entrar por esa puerta, entrar
al mundo de Jesús; no nos quedemos afuera,
entremos. Quizá ya sabemos
que Jesucristo es la verdadera
puerta, quizá ya usted lo
sabe; pero seguimos dando
vueltas en la puerta y no
entramos.
Vamos a darle ese sí a
Jesucristo, que también Él,
como dice el libro del
Apocalipsis, ha estado a la
puerta de nuestro corazón: “Mira que yo estoy a
la puerta y te estoy llamando”.
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24 • abril • martes • 2018


Hch 11, 19-26; Sal 86; Jn 10, 22-30.
“Mis ovejas escuchan mi voz”
Hoy, la mirada de Jesús sobre los hombres es la
mirada de quien toma bajo su responsabilidad a las
ovejas que le son confiadas y se ocupa de cada una
de ellas. Entre él y ellas crea un vínculo, unidad de
conocimiento y de fidelidad: “Escuchan mi voz, yo
las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). La voz del
Buen Pastor es siempre una llamada a seguirlo, a
entrar en su círculo magnético de influencia.
El pasaje del evangelio nos invita a renovar también
nosotros nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús.
¿Podemos decir que le escuchamos, que le conocemos,
que le seguimos? ¿Es él de verdad el Señor de nuestra
existencia? ¿Ajustamos nuestra vida personal, familiar,
social, al imperativo de su Palabra que es el amor
manifestado en el servicio? ¿Somos miembros
activos de su Iglesia, el pequeño rebaño de ovejas
que él tiene en sus manos? Tendríamos que hacer
nuestra la actitud que
expresó Pedro: “Señor, ¿a
quién iremos? tú tienes
palabras de vida eterna”.
Gracias Señor por el don
de la fe. Por ella podemos,
poco a poco, ir conociendo tu
identidad, amarla e identificarnos con ella. Así, tú logras
que vayamos creciendo en nuestra pertenencia a ti.
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25 • abril • miércoles • 2018


San Marcos evangelista
1Pe 5, 5b-14; Sal 88; Mc16, 15-20.
Proclamemos el evangelio a todas las naciones
¿Qué nos cuenta el capítulo dieciséis de
Marcos? Nos cuenta la necesidad, el deber que
tiene la Iglesia de propagar la
buena noticia a toda la
creación. Menciona cuatro
acciones que los apóstoles
podrán realizar: van a expulsar
a los demonios, van a hablar
lenguas nuevas, no van a ser
vencidos por el veneno de las
serpientes y, en cambio, van a
curar a los enfermos.
Dos de ellas muestran que la fuerza del
Evangelio le pone una muralla al mal, para que
permanezcamos firmes en la gracia que de Dios
henos recibido; las otras dos indican que el bien
se expande porque llega siempre a nuevas culturas,
a nuevas personas, para anunciarles la buena
nueva de Jesús y así poder llegar a lo profundo del
corazón de más hermanos,
Que en este día en el que celebramos la fiesta
del evangelista Marcos, seamos agradecidos por
el evangelio que hemos recibido y pidamos al
Señor que nos haga instrumentos eficaces en la
propagación de ese mismo Evangelio.
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26 • abril • jueves • 2018


Hch 13, 13-25; Sal 88; Jn 13, 16-20.
“No es el siervo más que su amo”.
“Les aseguro, el criado no es más que su amo, ni el
enviado es más que el que lo envía... Puesto que saben
esto, dichosos ustedes si lo ponen en práctica”. Jesús, sin
duda, ha insistido a menudo sobre este tema: servir.
Pero seamos realistas y revisemos nuestra vida. ¿De
qué modo mi vida es un “servicio”? ¿De qué modo soy
“servidor”? ¿De quién soy el “servidor hasta la
muerte”? El marido de la esposa, la esposa del marido,
los padres de los hijos, los hijos de los padres, de mi
vecino, de mi jefe, de mi empleado... ¿Hasta dónde
llega mi servicio?
Las acciones que realizamos en favor del otro son
las que establecen el vínculo que nos une a Jesús.
Actuar como Jesús actuó será la mayor dicha que
puede alcanzar el ser humano. Sentirá en su interior
la alegría de conocer verdaderamente a Dios, que es
libertad, armonía, solidaridad y
justicia. Será el fin de una existencia
sin sentido, de un vivir por vivir. Pero
la dicha de seguir a Jesús, si el
compromiso es real, traerá también
dificultades, por eso roguémosle al
Señor nos conceda la gracia de saber
amarle con todo nuestro ser; pero
que también nos ayude a amar a
nuestro prójimo poniendo nuestra vida al servicio de
su salvación.
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27 • abril • viernes • 2018


Hch 13, 26-33; Sal 2; Jn14, 1-6.
“Señor, no sabemos a dónde vas”
…¿Cómo podemos saber el camino? “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino
es por mí.”
Cristo es el camino y no es un camino más, él es
el camino hacia la verdad y hacia la vida, camino
hacia el Padre, camino hacia la verdadera victoria,
camino hacia una plena humanidad.
No podemos decir que creemos en Cristo y que
hemos hecho nuestra su vida y que vamos tras sus
huellas en el camino que él nos ha señalado, ni que
somos testigos de la verdad, que es Dios, mientras,
vivimos destruyéndonos unos y otros.
¿Sabemos hacia dónde vamos? ¿Sabemos hacia
dónde nos conduce el camino que vamos
siguiendo? ¿Jesús es ese Camino que nos conduce
al Padre? La respuesta a estas preguntas –y no con
los labios, sino con nuestras obras, nuestras actitudes
y nuestra vida misma– será el trato que demos a los
demás, lo que hagamos o dejemos de hacer por
ellos. Eso es lo que indicará cuál es el camino que
seguimos y cuál es el
destino final de nuestra
existencia. Decir que
Cristo es nuestro camino
tiene que notarse,
haciendo camino con
el otro.
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28 • abril • sábado • 2018


Hch 13, 44-52; Sal 97; Jn 14, 7-14.
Muéstranos al Padre, muéstranos a Dios

F elipe recibe una respuesta sorprendente:


“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre,
ha visto a Dios”. Porque Dios no es
alguien que está arriba o abajo. Está entre los
hombres y tiene un nombre: se llama Jesús.
Está entre nosotros, acompaña nuestra
existencia, vela por nuestra vida, tiene
compasión de los enfermos, atiende a los
pobres. Sus predilectos son los excluidos, los
pecadores, los menospreciados de la sociedad.
Va en busca de la oveja descarriada a la que
trae sobre los hombros. Jesús, el rostro del
Padre, nos da esperanza.
En la Eucaristía tenemos una experiencia
sacramental de la presencia de Jesús en nuestra
vida, una experiencia que nos ayuda a saberle
“ver” también presente a lo largo de nuestros
días, en la persona del prójimo, en nuestro
trabajo, en nuestras alegrías y dolores.
Convencidos de que unidos a él también
haremos las obras que él hace, y aún mayores,
como nos ha dicho hoy.
Tenemos en Jesús al mediador más eficaz. Su
unión íntima con el Padre hará que nuestra
oración sea siempre escuchada, si nosotros
estamos unidos a Jesús.
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29 • abril • domingo • 2018


Hch 9, 26-31; Sal 21; 1Jn, 18-24; Jn 15, 1-8.
“Yo soy la vid verdadera”
Jesús no sólo quiere que vivamos como él, o
que sigamos tras él, o que seamos de él, o que
caminemos con él, sino que “vivíamos en él”. Ya
que no se trata de una experiencia pasajera, sino
de una presencia envolvente, de una realidad
penetrante, de una comunión permanente.
Estar en Cristo es acoger a Cristo y escucharle,
es tener sus mismos sentimientos y actitudes, es
morir y vivir en él, es vivir en la libertad y el
amor, es vivir la filiación y la
fraternidad, es vivir en total
comunión con él y no tener otra
vida que Cristo. El que está en
Cristo vive “de”, “en”, “por” y
“para” Cristo.
Por eso insiste mucho en la
necesidad de que permanezcamos
unidos a él, no quiere encuentros
esporádicos sino una vida inspirada por él, que
no nos separemos de su lado, que nuestros ojos
y nuestro corazón estén siempre levantados
hacia él. Que nos revistamos de Cristo, pero no
con un vestido de quita y pon, sino un vestido
entrañable.
Miremos hacia nuestro interior y preguntémonos:
¿Qué aspectos de mi vida estoy dejando que sean
podados en esta Pascua? ¿Qué purificación y
renovación se nota en mi existencia personal y en
mi comunidad?
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30 • abril • lunes • 2018


Hch 14, 5-18; Sal 113; Jn 14, 21-26.

“Si alguno me ama, guardará mi Palabra”


“El que me ama guardará mi palabra y mi
Padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él.”
El amor es el nuevo camino que nos trae Jesús.
Todos sus mandamientos se condensan en vivir
el amor como entrega total por el bien del otro.
En el amor mutuo, en el amor fraterno, en el
amor universal es como se manifiesta la presencia
de Dios en toda su riqueza.
Jesús nos enseña a descubrir si
realmente le amamos. Quien
verdaderamente ama a Jesús
guarda sus mandamientos, los
hace vida, los encarna. Amarle es
imitarle en su modo de tratar a
los hombres y mujeres con los
que se encontraba, es pasar por
la vida haciendo el bien como él
lo hizo, es no calcular en la entrega, es querer
sólo lo que quiere el Padre, es compadecernos
ante los que padecen necesidades, ya sean
materiales o morales, es orar con una actitud de
humildad.
Dios hace su morada en los hombres y mujeres
que aman sin medida, que derrochan todo lo
que tienen y todo lo que son, por el bien de sus
hermanos.
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