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Perspectivas del movimiento campesino


colombiano

Article · January 2011

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Juan Pablo Bohorquez


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PERSPECTIVAS DEL MOVIMIENTO CAMPESINO COLOMBIANO1


Gustavo Alturo
Luis Peña
Juan Pablo Bohórquez Montoya 2
ABSTRAÇÃO
Este trabalho faz um levantamento histórico do movimento popular camponês colombiano, colocando-o
no modelo de desenvolvimento que foi estabelecido na Colômbia nas últimas décadas. Assim, pode-se ver
a correspondência entre o modelo de desenvolvimento e fatores estruturais que levam à violência na
Colômbia. Também se especifica na parte final, as coincidências como pontos mínimos que refletem o
presente.

ABSTRACT
This paper makes a historical survey of popular Colombian peasant movement by placing it in the
development model that has been established in Colombia over the past decades. Thus, one can see the
correspondence between the model of development and structural factors that lead to violence in
Colombia and also specify, as stated in its end, matches in the minimum points that claim at present by
peasant social movements.

RESUMEN
Este trabajo hace un recorrido histórico del movimiento popular campesino colombiano ubicándolo en el
modelo de desarrollo que se ha venido estableciendo en Colombia a lo largo de los últimos decenios. De
este modo es posible evidenciar la correspondencia entre el modelo de desarrollo y los factores
estructurales que propician la violencia en Colombia y también, especificar, como figura en su parte final,
las coincidencias en los puntos mínimos que lo reivindican al presente.

1
Este trabajo es el producto de las experiencias directas en el trabajo organizativo campesino; igualmente, plasma la
visión que un sector campesino, del cual hacen parte los autores, tiene de su realidad y su proyecto de futuro.
2
Gustavo Alturo es Coordinador nacional de la Asociación Campesina Popular (Asocampo); Luis Peña es
coordinador de organización de la misma asociación y Juan Pablo Bohórquez es asesor organizativo y político,
profesor del Programa de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad de la Salle,
Bogotá, Colombia.
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INTRODUCCIÓN
La comprensión y explicación actual de las luchas campesinas sólo es posible si se indaga
históricamente en este movimiento, desde su propia perspectiva y lógica, y se lo ubica en el
contexto del modelo económico y social predominante. En virtud a este trasfondo, es posible
discernir tanto los elementos persistentes de inequidad y violencia estructural como la
persistencia y el sentido de aquellas en la Colombia contemporánea.

A. ALGUNOS ELEMENTOS HISTÓRICOS DEL MOVIMIENTO CAMPESINO

A continuación presentaremos algunos rasgos generales que permitirán el acercamiento al


conocimiento de la historia desarrollada y vivida por el movimiento social campesino
colombiano, historia que, en buena parte, se encuentra inédita y carece de investigación seria y
profunda.

1. SURGIMIENTO DEL MOVIMIENTO CAMPESINO COLOMBIANO

Síntesis histórica de los años veinte


En la década de los años veinte, luego de la fundación del Partido Socialista Utópico
(1922), cuya incidencia, ora negativa ora positiva, en la génesis y el desenvolvimiento de las
primeras formas de protesta social no puede desconocerse, surgieron en Colombia las primeras
organizaciones sociales populares, entre ellas, las asociaciones mutuales de artesanos, los
sindicatos de trabajadores y trabajadoras, y los movimientos indígenas y campesinos que
clamaban, según el caso, por la devolución de resguardos, la titulación y reconocimiento de los
títulos de propiedad de tierras colonizadas y la reforma a la estructura agraria, que aquel entonces
se hallaba dominada por la gran propiedad o latifundio, generalmente improductivo, que no sólo
pretendía expandirse extralegalmente sobre las tierras campesinos sino que reclutaba mano de
obra a la fuerza. En todas estas organizaciones, lo local y regional imprimirían rasgos distintivos
propios del desigual desarrollo económico, la debilidad del Estado cuando no su ausencia a pesar

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de que precisamente en esta década se acometió su racionalización, los efectos variables de la


Gran Guerra y el disímil crecimiento no solo de la población sino de las ciudades.
En 1924, como resultado de un vasto esfuerzo organizativo, se realizó en Bogotá el primer
congreso obrero-campesino, en el cual participaron las diferentes organizaciones sociales que
habían logrado consolidarse hasta el momento y tuvieron lugar las primeras marchas y huelgas
femeninas, en las que cabe destacar la participación y el liderazgo de dirigentes femeninas como
Enriqueta Jiménez, Belarmina Gonzáles, Antonia Romero y Mercedes Corzo.
En esta época se perfilaron y surgieron también importantes líderes populares como
Tomas Uribe Márquez, Eduardo Mahecha, Francisco Heredia, María Cano y José Ignacio Torres
Giraldo entre otros, quienes desde 1923 concentran esfuerzos comunes en su tarea de
reivindicación social, quienes en unión con el líder indígena José Manuel Quintín Lame
impulsaron y conformaron el primer Congreso Nacional Obrero, el cual tuvo lugar en la ciudad
de Girardot el 20 de julio de 1925. Durante su decurso se conformó la Confederación Obrera
Nacional (CON), en la cual convergerían organizaciones de artesanos, obreros, obreras,
campesinas, campesinos, indígenas, mujeres y demás luchadores populares de la época. Pero en
vez de encontrar un eco o apoyo en el Estado, como sucedería en la década siguiente cuando la
República Liberal logró incorporar a muchos de los militantes en sus filas y estatizar a varias de
estas organizaciones, todas ellas fueron estigmatizadas en virtud de su ideario socialista y el
gobierno conservador presentó incluso ante el parlamente un proyecto de pena máxima para
purgar el liderazgo social.
Ante la falta de respuesta estatal a sus reclamaciones, los campesinos comenzaron a
organizar de modo más efectivo la lucha por el acceso y el derecho a la tierra y se unieron a otros
sectores para reivindicar el conjunto de sus derechos económicos, sociales y políticos frente al
Estado y al poder casi feudal de los latifundistas. Desde entonces, la reacción de aquél y de los
terratenientes o nuevos empresarios de la tierra ante las exigencias campesinas y populares ha
sido la negación de derechos y la respuesta acompañada de la difamación, el señalamiento, la
represión, la persecución, y la judicialización de manera violenta (SUHNER, 2002).
Producto del avance de las luchas sociales reivindicativas para mejorar las condiciones
infrahumanas de vida y la necesidad de trascender en incidir en la vida política del país, ante un

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Estado con gobernantes que negaban a gran parte de la población sus elementales derechos y, por
el contrario, la violentaba y excluía, quienes integraban la CON lograron conformar con ingentes
esfuerzos el Partido Socialista Revolucionario en el año 1926, partido que contribuiría
decisivamente a orientar y conducir importantes luchas sociales de las organizaciones y
movimientos populares hasta la década de 1930.

Principales luchas sociales de los años veinte


Los años veinte se caracterizan por gestar el gran surgimiento de la lucha social
reivindicativa, la cual se organizó en diferentes partes del país signadas por la negativa
terrateniente y patronal y la represión oficial. Algunos hechos históricos innegables muestran esta
realidad, como expondremos a continuación.
Muchas regiones del país vivieron huelgas obreras como las de los portuarios, los
braceros del río Magdalena, los trabajadores de los Ferrocarriles Nacionales, los petroleros de
Barrancabermeja, las mujeres de las hilanderías y otras empresas nacientes, y los artesanos. A
ello se suman los intentos de recuperaciones de tierras y resguardos por parte de los campesinos,
los indígenas y los colonos, según el caso. Entre todos estos acontecimientos cabe destacar la
huelga de las bananeras, que culminó en una masacre, y la insurrección del Líbano.
La Masacre de las bananeras ocurrió el 6 de diciembre de 1928, en la estación del
ferrocarril del municipio de Ciénaga (Departamento de Magdalena), durante el gobierno del
presidente conservador Miguel Abadía Méndez y su directo responsable fue el general Carlos
Cortes Vargas del Ejército Nacional de la República, quien ordenó a las tropas a su mando abrir
fuego contra los campesinos trabajadores del enclave norteamericano de la multinacional United
Fruit Company que se habían congregado pacíficamente para clamar por sus derechos laborales.
Con un saldo de 3.200 muertos, de acuerdo con las estimaciones del premio Nobel de literatura
Gabriel García Márquez presentadas en su libro “Cien Años de Soledad”, y cerca de 800 víctimas
más que perecieron en los plantíos de banano durante los posteriores 120 días de persecución y
cacería de hombres y mujeres cuyo “delito” fue exigir solución a un pliego de peticiones de
nueve puntos. Algunos de los miles de mártires fueron Julia Ruiz, Petrona Yance y Erasmo
Coronel.

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Posteriormente, los campesinos de la región cafetera del Líbano (Departamento de


Tolima), dadas las dificultades de mercadeo y los bajos precios del producto, protagonizaron el
28 de julio de 1929 una insurrección que ha pasado a la historia con el nombre de revolución
bolchevique del Líbano (SÁNCHEZ, 1976). Este hecho se originó en acuerdos suscritos entre los
movimientos colombiano y venezolano de realizar un levantamiento simultáneo para exigirle
cambios políticos a los respectivos gobiernos. El gobierno de Venezuela, empero, logró develar
el plan y contuvo el levantamiento, pero en Colombia, donde no se pudo dar aviso oportuno de
lo planeado, la insurrección tuvo lugar pero fue inmediata y duramente reprimida y buena parte
de los sublevados fueron masacrados por las fuerzas de seguridad del Estado.

2. INSTITUCIONALIZACIÓN DEL MOVIMIENTO SOCIAL Y APERTURA AL


CAPITALISMO

La década de los años treinta: la continuación de la lucha por la tierra


En esta década, la represión emprendida contra las organizaciones y movimientos sociales
continuó pero con la diferencia de que paralelamente se buscó la institucionalización de dichas
expresiones sociales como premisa a la apertura capitalista en el territorio nacional. Para cumplir
con este cometido, el entonces presidente, Alfonso López Pumarejo, sancionó en 1936 la Ley 200
o Ley de tierras con el fin de neutralizar la lucha campesina y garantizar a los terratenientes y las
empresas capitalistas mano de obra asalariada disponible y barata.

La década de los años cuarenta: violencia y desplazamiento campesino


Los años cuarenta se caracterizaron, en lo que al campesinado se refiere, por el inicio de
un nuevo periodo de violencia encubierto bajo la apariencia de lucha partidista liberal-
conservadora. Con la llegada a la presidencia del conservador Mariano Ospina Pérez se inició en
Colombia la época denominada históricamente como La Violencia. Este fenómeno, considerado
hoy una verdadera guerra civil, tuvo como detonante el asesinato del caudillo liberal Jorge
Eliécer Gaitán y la contienda fratricida que siguió a su muerte se oficializó para acabar con el
gaitanismo, en la medida que se lo temía como amenaza política para el sistema, y acabar de paso

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con las organizaciones campesinas surgidas en la década anterior y despojarlas de sus tierras en
una guerra que los expertos en el tema han calificado sin ambages de “contrarreforma agraria”,
no tanto por las conquistas nimias que para el campesinado había conllevado la Ley 200 sino
porque la producción cafetera había logrado consolidad una capa media de pequeños y medianos
propietarios rurales. La guerra, con sus muertos y despojos rurales, logró redefinir la propiedad
rural a favor de una concentración de tierras favorable al incipiente desarrollo del capitalismo
agroindustrial, lo cual redundó en una expulsión de campesinos hacia las ciudades, en calidad de
mano de obra barata y de nuevos usuarios cuya demanda de servicios contribuiría a aumentar los
ingresos del Estado.
En el tránsito entre ésta y la década siguiente surgieron las guerrillas liberales y
conservadoras, es decir, grupos armados ilegales pero respaldados por los directorios de los
respectivos partidos a fin de defender la causa política en el campo. Con el tiempo, algunas de
estas agrupaciones degeneraron en bandolerismo y otras fueron amnistiadas durante el gobierno
militar (1953-1957) como medida concertada de pacificación, lo cual no evitó el asesinato de
varios de los dirigentes desmovilizados, como fue el caso de Guadalupe Salcedo, uno de los más
aguerridos y notables líderes de las guerrillas liberales de los Llanos Orientales. Por otra parte, la
migración horizontal de campesinos perseguidos contribuyó a ampliar, en condiciones de vida
menos que infrahumanas, la frontera agrícola, es decir, civilizó tierras en nuevas zonas de
colonización, tierras que posteriormente ingresarían al dominio terrateniente y agroindustrial.

La década de los años cincuenta o la era de la contrarreforma agraria


Durante los años cincuenta, La Violencia despojó al campesinado del interior o región
Andina de sus tierras, las cuales se concentraron en pocas manos en un proceso de contrarreforma
agraria que fue refrendado por el Frente Nacional o pacto entre los partidos tradicionales que
puso fin al gobierno militar. Estas tierras se usaron principalmente para los monocultivos y dotar
a la naciente agroindustria de espacio de operaciones suficiente (BRITTAIN, 2005). Este despojo
obligó al campesinado a continuar y acentuar el proceso de colonización de nuevas tierras, en
algunos casos alentado por el Estado mismo, e impidió su reorganización por muchos años
(ARRUDA SAMPAIO, 2005).

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3. EL RESURGIMIENTO DEL MOVIMIENTO CAMPESINO

Década de los años sesenta: agro-capitalismo y empobrecimiento del campesinado


Esta década es especialmente significativa en la historia nacional porque durante su
decurso surgieron y se consolidaron algunos de los movimientos insurgentes que todavía
continúan activos, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), y apareció
en escena el nuevo fenómeno de la lucha revolucionaria; tanto en la génesis de los primeros como
en la de la segunda, la Revolución cubana tuvo un papel regional fundamental. Este
acontecimiento fue utilizado por el Estado, por aquel entonces sometido aún a los arbitrios de los
terratenientes, los gremios económicos y los partidos políticos tradicionales, como justificación
para estigmatizar, perseguir y reprimir los movimientos sociales e impedir el resurgimiento de las
organizaciones campesinas en la medida que vinculaba, sin distinciones ideológicas, a unos con
otros. La pretensión del campesinado de reorganizarse nuevamente se explica por el incremento
de la penetración del capitalismo en el campo y sus secuelas: la aceleración del empobrecimiento
rural y la salarización del campesinado y demás sectores del agro, fenómenos todos ellos que
fueron agravándose a medida que se ahondaba en el desmonte del Estado de Bienestar, hecho que
contribuyó a pauperizar a amplias capas de la población colombiana, especialmente del sector
rural.

Década de los años setenta o surgimiento del movimiento campesino ANUC


La difícil situación social vivida en los años anteriores revirtió en esta década en una
situación conflictiva. La ausencia de una auténtica reforma agraria contribuyó a configurar un
conflicto social y una crisis económica y política estructural. Las leyes de Reforma Agraria,
como la 200 de 1936 y la 135 de 1961, al igual que la conformación de las instituciones del
sector agropecuario, sólo generaban paliativos y titulación de baldíos, mientras el campesinado
continuaba viviendo en el abandono y la desesperanza.

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En1967, el gobierno del presidente Carlos Lleras Restrepo impulsó la conformación de la


Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), bajo el supuesto que podría tenerla bajo
su control, y en 1968 creó, mediante el Decreto 755, la Oficina de Organización Campesina. La
nueva asociación, que en ese año contaba ya con 600.000 miembros registrados en 188 filiales
regionales, ese caracterizó desde un inicio por el hecho de que en su seno convergían tácitamente
dos tendencias contrarias: de una parte figuraban quienes consideraban que el gobierno realizaría
la esperada reforma agraria, y de otra quienes creían que ésta debía ser fruto de la iniciativa
campesina, es decir, un hecho autónomo para conquistar “la tierra pal’ que la trabaja”
(ASOCIACIÓN NACIONAL DE USUARIOS CAMPESINOS - ANUC, 1987).
Sin embargo, las intenciones paliativas del gobierno no lograron fructificar. Los años
1971 y 1972 se caracterizaron por grandes movilizaciones y recuperaciones campesinas de tierra
por la vía de hecho. En enero de 1972, los terratenientes y el Ministerio de Agricultura se
reunieron en Chicoral (Departamento de Tolima), y aprobaron la conveniencia de legislar en
contra del movimiento campesino y al impulso de una contrarreforma agraria que se conoce con
el sobrenombre de “Chicoralazo”. Las decisiones allí tomadas causaron malestar en la ANUC y
redundaron en la separación definitiva de las dos tendencias y su materialización en dos
vertientes separadas: la ANUC-Línea Sincelejo que defendía la intención campesina de realizar
por sí misma la reforma agraria y la ANUC-Línea Armenia que propendía por una reforma
liderada desde la institucionalidad (ESCOBAR, 1983; ZAMOSC, 2001).
De ahí en adelante, la represión gubernamental se centró en la ANUC-Línea Sincelejo, la
cual, luego de diferentes e importantes movilizaciones y acciones de lucha se vio forzada durante
el resto de la década del setenta y parte de los años ochenta a establecer organizaciones
regionales como mecanismo necesario para continuar la lucha por una reforma agraria integral,
políticas de desarrollo rural y el bienestar social del campo colombiano. Desde entonces el
movimiento y las organizaciones campesinas han ideado estrategias de resistencia y lucha para
reivindicar sus derechos y alcanzar algunas conquistas.
A partir de la segunda mitad de la década de 1980, los diferentes sectores de la ANUC-
Línea Sincelejo buscaron integrarse nuevamente en una dinámica nacional y una solo expresión
organizativa. Gracias a esta iniciativa, en agosto de 1987 se logró constituir la ANUC-Unidad y

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Reconstrucción (ANUC-UR), organización que inmediatamente reinició la lucha por la reforma


agraria integral, es decir, aquella que distribuya la tierra y la entregue a quien la trabaja junto con
servicios agropecuarios y sociales (ASOCIACIÓN NACIONAL DE USUARIOS
CAMPESINOS - ANUC, 1981, 1987). Por sus acciones en defensa del campesinado pobre que
buscaba la recuperación directa de la tierra, la nueva ANUC fue víctima de la acción represiva
del Estado y el paramilitarismo. Gran parte de su dirigencia, activistas y base social organizada
pereció asesinada y ello incidió en pérdidas de la economía campesina, tanto como de tierras, y el
desplazamiento forzado masivo hacia los pueblos y ciudades, fenómeno que generó grandes
masas de campesinado errante e indigente.
Durante cinco años, la ANUC-UR resistió la guerra generada en su propio país y la
persecución contra sus dirigentes campesinos, proceso durante el cual perdió a muchos de sus
integrantes y vio cómo su base se dispersaba y atomizaba. Durante su Segundo Congreso, que se
celebró en 1992, su estado de precariedad le impidió encontrar soluciones o alternativas para
superar su debilitamiento. Desde entonces, la organización resiste y sobrevive desarticulada y
diezmada, es decir, no ha logrado enrumbarse hacia una nueva dinámica nacional organizativa,
política y social que le permita multiplicar sus bases y su dirigencia. Sin embargo, la ANUC
sentó un precedente importante en los movimientos campesinos porque desde su fundación hasta
hoy, tanto de su propio seno como de sus vertientes, han surgido diferentes organizaciones
regionales y nacionales de los sectores indígenas, afrodescendientes, de mujeres, jóvenes y
campesinos, entre ellas la Asociación Campesina Popular (Asocampo). A partir de diciembre de
2004, esta organización ha venido liderando un proceso de integración de diferentes
organizaciones de los sectores campesino y popular. En este propósito ha retomando y
racionalizando los procesos vividos por el movimiento campesino y popular en los últimos veinte
años, con el fin de identificar nuevas alternativas políticas y sociales que permitan avanzar en la
construcción del país y la sociedad que todos y todas queremos.

B. IMPORTANCIA DEL SECTOR CAMPESINO EN COLOMBIA

1. Vocación de Colombia

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Colombia es un país de vocación eminentemente forestal, aunque se ha establecido como


un país agrícola y su idiosincrasia es campesina así la mayoría de la población habite actualmente
en pueblos y ciudades capitales.

2. Concentración de la tierra
Los suelos más productivos de Colombia se encuentran localizados en el altiplano cundi-
boyacense y en los valles, lugares donde la concentración de la tierra es muy alta.
Paradójicamente, se han venido sancionando leyes y más leyes que no sólo han dejado irresuelta
la situación de los campesinos sin tierra sino que expresan la falta de voluntad de acometer una
reforma agraria integral por la vía estatal. Las políticas capitalistas neoliberales de contrarreforma
agraria, como la Ley 1152 del 2007, han contribuido a estimular la ya de por sí alarmante
concentración alarmante en la medida que favorecen el fenómeno de la relatifundización en gran
parte ociosa del país. Además de la normatividad, la acción narco-paramilitar violenta y el
despojo constituyen el principal factor de concentración de la tierra y relatifundización. El 85 %
de la tierra productiva está concentrada en el 1% de los propietarios y el restante 15% está en
manos de pequeños productores que generan el 65% de la producción de alimentos que consume
el país. Son estos mismos campesinos los custodios de los recursos naturales, la cultura, la
identidad y el amor al trabajo (FAJARDO MONTAÑA, 2002).
Los efectos negativos de la concentración de la tierra se han visto reflejados en la
migración campesina a la ciudad y en la falta de producción campesina de alimentos sanos y
saludables para la población colombiana. Paralelamente, el campo y la ciudad son invadidos de
productos de las multinacionales, de importados y transgénicos insanos para la salud de la
población y la proliferación del monocultivo y la producción de alimentos industriales para la
fabricación de agrocombustibles se ha posicionado en contra de la sanidad y la seguridad
alimentaria de la nación.

3. El modelo agroexportador y las multinacionales


Lo expuesto anteriormente se puede sintetizar en términos más formales. El modelo de
desarrollo de la economía colombiana se asentó en una herencia colonial que determinó las

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estructuras administrativas del Estado y una separación tajante del campo y la ciudad que hoy en
día continúa vigente. Durante el siglo XVIII, se desarrolló y tuvo auge la economía de la
hacienda, pero entrado ya el siglo XX la estructura de la tenencia de la tierra adquiriría su rasgo
distintivo o el sistema bimodal, es decir la coexistencia del gran latifundio en las tierras planas
(grandes plantaciones comerciales y tecnificadas con productos comerciales como bananos, café,
flores y más recientemente palma africana) y el minifundio campesino en las laderas de las
cordilleras. Ambos, en alguna medida, surgieron del proceso de colonización de las tierras bajas
que tuvo sus antecedentes durante el siglo XIX en la colonización antioqueña (BERGQUIST,
1988; SUHNER, 2002). Dicho sistema determinó un sistema productivo con cuatro vertientes: las
zonas campesinas, la ganadería extensiva, la producción comercial y una de expansión de la
frontera agrícola. La Tabla 1 resume la estructura agraria colombiana y los grupos sociales que la
componen.

Tabla 1. Estructura agraria colombiana y sectores de clase (años 60)


Ubicación geográfica Estructura agraria Principales sectores de
prevaleciente clase “campesinos”
Región Andina Economía campesina Campesinos estables

Piedemonte de las fronteras de las Colonización Campesinos en estado de


selvas de la Amazonía, Cuenca del precariedad
Orinoco, Litoral Pacífico y otras áreas
marginales

Costa Atlántica, Llanos Orientales, Latifundios tradicionales Campesinos sin tierra


zonas marginales de los Andes y valles
interiores
Valles interiores de los ríos Magdalena Capitalismo agrario
y Cauca Trabajadores agrícolas

Fuente: Tomada y adaptada de León Zamosc (2001, p. 110).

A riesgo de simplificar, puede afirmarse sin embargo que la Tabla precedente ilustra la
estructura agraria colombiana vigente. Al igual que en varios países latinoamericanos, parte del
desarrollo agrario e industrial colombiano se basó en la desposesión y expulsión de campesinos y

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habitantes rurales hacia las grandes ciudades. 3 Este modelo fue apoyado desde principios del
siglo XX por las misiones de los organismos internacionales y, sobre todo, por las misiones del
Banco de Reconstrucción y Desarrollo de los años 50 y 70 lideradas por el economista
estadounidense Lauchlin Currie. La propuesta de desarrollo de Currie postulaba que era necesario
acelerar el desarrollo a través de procesos de migración del campo a la ciudad en algunas áreas
específicas. De otra parte, de acuerdo con James J. Brittain (2005, p. 37), un segundo elemento
fundamental era el traslado de las necesidades en demanda efectiva. Este elemento estaría en
concordancia con el periodo de expropiación de los pequeños campesinos cafeteros, la cual tuvo
lugar, como ya se mencionó, durante La Violencia (1948-1963), y sirvió para consolidar el
monopolio de la industria agroindustrial, no solamente cafetera. Adicionalmente, se propuso la
eliminación de los programas sociales, las tarifas de protección y la reducción de salarios, y se
sugirió restringir las formas de organización de los trabajadores (elemento fundamental para
comprender algunas de las demandas de los movimientos campesinos). Esto suponía la existencia
de un Estado fuerte que pudiese sofocar las resistencias campesinas a este proceso
(BERGQUIST, 1988; BRITTAIN, 2005).
Así, para la implementación de esta propuesta4, como ya lo dijimos, el Estado creó la
ANUC en 1967. En cierta forma, la pugna por la imposición de un modelo de desarrollo
dominante tuvo su punto de inflexión cuando en 1972, en virtud al “Pacto de Chicoral”, se dio
por concluida la etapa de reforma agraria asistida por el Estado y comenzaron a imponerse en el
país las políticas monetaristas. Por otra parte, el proceso de desposesión campesina e
industrialización del campo consolidó un sector de trabajadores agrícolas y campesinos que

3
José de Souza Martins (2002) señala que para la comprensión de los movimientos sociales brasileños,
especialmente el MST, se requiere entender el modelo de desarrollo agrario del Brasil, el cual es distinto al de la
mayoría de los países latinoamericanos en la medida que este país carecía de grandes masas de campesinos que
pudieran ser objeto de expropiación y proletarización y porque el desarrollo de los latifundios dedicados a los
cultivos para la exportación permitió el surgimiento de una burguesía y se sustentó en un proceso de inmigración y
asentamiento internacional de italianos y alemanes, entre otros.
4
La implementación de esta propuesta contradecía sin embargo uno de los presupuestos básicos del modelo
de industrialización de sustitución de importaciones impulsado por la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL), cual era la consideración de que la producción campesina era más eficiente que la de los latifundios. Por
lo tanto, lo que se requería era procesos de reforma agraria asistidos por el Estado y medidas de asistencia que
beneficiasen a los campesinos y productores agrícolas eficientes.
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contribuyó a la constitución de la Fensuagro-Cut hacia 19875. Sobre esta estructura agraria se


expandiría luego el modelo capitalista neoliberal agro-exportador, primordialmente a través de la
intromisión de las multinacionales que implementan megaproyectos de saqueo de la
biodiversidad, los recursos mineros y energéticos, captan y monopolizan las comunicaciones y
los servicios a la par que introducen sistemas agro-industriales con cadenas productivas y
aceleran la proliferación de monocultivos comerciales maderables de pino y eucalipto, palma
aceiteras, caña, yuca, ajonjolí y maíz, entre otros, para la producción de agrocombustibles por
medio del uso de transgénicos y agro-tóxicos de la así llamada “revolución verde”.

4. Intentos constitucionales de transformación


No obstante, a principios de la década de 1990, parte de la sociedad colombiana estableció
distintos mecanismos para solucionar el prolongado conflicto que ha marcado el devenir histórico
nacional. Estos mecanismos, así como las concepciones sobre el conflicto mismo, los problemas
que se requerían solucionar y las fuerzas sociales que deberían hacerlo, se expresaron en una
Asamblea Nacional Constituyente que sesionó durante el primer semestre de 1991. En esta
Asamblea estuvieron presentes todos los sectores sociales que supuestamente podrían determinar
los derroteros del devenir social colombiano al establecer las bases materiales de “un pacto social
de paz”.
El resultado de este proceso fue una nueva constitución política que determinó un modelo
democrático de gestión de la crisis que contiene los siguientes elementos: consagración del
sistema económico capitalista; organización democrática de la sociedad (denominada en adelante
participativa); un poder constituyente limitado del pueblo; un Estado social de derecho que
establece los límites de la acción estatal y un ideal para ser alcanzado por la sociedad colombiana
manifestado en la garantía de unos derechos fundamentales y otros de alcance progresivo, los
derechos sociales, económicos y culturales (BOHÓRQUEZ MONTOYA, 2001a).

5
La ANUC-UR y la Fensuagro-Cut son las dos organizaciones que han propiciado la constitución de la Vía
Campesina en Colombia.
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En consecuencia, este modelo pretendió, a través de la consagración de una serie de


derechos y garantías, la inclusión de indígenas, afrocolombianos, campesinos 6 y mujeres en el
sistema político, inclusión que se formuló en términos de igualdad social, política y cultural.
Además, se consagraron normas generales para resolver o al menos aminorar los factores que
propiciaban la desigualdad económica de estos grupos sociales. Dicho modelo se fundamentó en
el presupuesto implícito –en un periodo de reestructuración neoliberal de la economía
colombiana7 y latinoamericana (generalmente circunscrita a la llamada globalización) de gran
interdependencia política y económica respecto de los países desarrollados (DABÈNE, 1997;
PETRAS & VELTMEYER, 2005)- que la crisis y el conflicto se podrían resolver mediante un
acuerdo interno de los colombianos.
No obstante, más de una década después de la promulgación de la Constitución Política
de 1991, se ha juzgado que este proceso fue fallido porque no se consideraron las fuerzas
“externas” que estaban moldeando, en un proceso contradictorio, a la sociedad colombiana, como
tampoco aquellas “internas” altamente beneficiadas por el modelo socio-económico y político
vigente8 (BOHÓRQUEZ MONTOYA, 2001b). Entre las últimas, para el caso del sector agrario,
y menos propensas a cualquier cambio estructural, figuraban el sector financiero y los grandes
propietarios de tierras (BRITTAIN, 2005; ZAMOSC, 2001); y entre las primeras, aquellas que
estaban igualmente interesadas en mantener las estructuras sociales sin grandes modificaciones –
sin incluir los organismos multilaterales, la banca mundial y algunos Estados- se encontraban las
grandes corporaciones multinacionales del agro (FRIEDMANN, 1982; RICHANI, 2005). Así, las
disposiciones constitucionales y algunas modificaciones por ellas propiciadas, básicamente en el
sistema de justicia y electoral, no alteraron fundamentalmente la “exclusión” de los campesinos,
los trabajadores agrarios y los pequeños propietarios del sistema político y del acceso a los
recursos para desarrollar sus actividades económicas.

6
En el desenvolvimiento de la Asamblea Nacional Constituyente y en la consagración de las normas
constitucionales las demandas campesinas quedaron subsumidas en las de otros sectores sociales mientras que las
reivindicaciones de las comunidades indígenas y afrocolombianas se trataron como temas separados.
7
Si bien en la década del 90 se sintió con especial intensidad la aplicación del modelo neoliberal en
Colombia, este modelo tiene sus antecedentes en los años 20 y 60 en las misiones Kemmerer y en las misiones
Currie de los años 50 y 70 (BRITTAIN, 2005; KALMANOVITZ, 1986).
8
Igualmente estuvieron ausentes los dos principales grupos insurgentes: las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
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Muchos de estos grupos sociales excluidos han creado una serie de organizaciones en aras
de la defensa de sus intereses. Los movimientos sociales campesinos lo hicieron principalmente
en las décadas del 60 y 70 y algunas de sus organizaciones forman parte o de ellas surgieron los
miembros de la Vía Campesina Colombia, organización que, cual sus predecesoras, han luchado
a lo largo de la historia colombiana por lograr las transformaciones sociales y económicas que
han alterado “tanto la evolución política como el desarrollo económico [colombiano]”
(BERGQUIST, 1988:19).
En síntesis, es posible aseverar que el espacio político nacional no sufrió, ni mucho menos, una
transformación radical con la reforma constitucional de 1991 sino que, por el contrario, los
factores que propiciaban su cierre se han agudizado desde entonces. Un mayor constreñimiento
del espacio político y social se ha visto recientemente favorecido, no sólo por las reformas
neoliberales y la globalización sino por el surgimiento y la consolidación de un proceso de
contrarreforma agraria, paramilitar y del narcotráfico,9 que se sustenta en lo que William Stanley
(1996) ha denominado “the protection racket State” [el Estado de protección ilegal] 10. Este
Estado se caracteriza por el uso desproporcionado, pero discriminado, de la violencia contra los
sectores sociales opuestos a él, o a sus proyectos, con el objetivo de lograr no solamente la
contención de estos sectores, sino la meta de obtener concesiones políticas y económicas de las
elites.
Si bien el cierre relativo del espacio político ha contenido relativamente parte de las
acciones colectivas de los movimientos campesinos y agrarios colombianos (PRADA, 2002), esto
mismo, aparentemente, ha propiciado que los movimientos sociales busquen la acción
transnacional como palanca para plasmar, en parte, sus objetivos internos en la medida que se los

9
En 1972, con la firma del “Pacto del Chicoral” (Tolima), se puso fin a los intentos previos de reforma agraria
“confiscatoria” y se dio paso a procesos de contrarreforma. En las siguientes dos décadas se impulsó desde los
organismos internacionales una reforma agraria basada en adquisiciones de la tierra a precios de mercado que llevó a
una contrarreforma por parte de los bancos e instituciones crediticias porque comenzaron a confiscar las tierras de los
campesinos que no podían pagar los distintos créditos (e intereses) obtenidos para el ejercicio de sus actividades
agropecuarias. Desde los años 80 se viene impulsando también una contrarreforma agraria paramilitar que busca la
acumulación de tierras no solamente para la producción, sino como activo autovalorizador, fuente de estatus social y,
generalmente, terrenos de “recreo” de los nuevos poseedores y propietarios (BOHÓRQUEZ MONTOYA, 2007, 8).
10
El sentido de la palabra racket (del inglés) usada por Stanley, es difícilmente colmado por el equivalente español:
ilegal. Quizás se presta para mayor confusión. Una interpretación de los procesos de seguridad y de la
transformación del Estado colombiano, sustentado en parte el en el trabajo de Stanley, puede encontrarse en el
trabajo de Jairo Bedoya (2007).
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considera, por lo general, inextricablemente vinculados a procesos sociales, políticos y


económicos que trascienden las fronteras nacionales, y se los enmarca, del mismo modo, en el
surgimiento y consolidación paulatina de la organización y estructuras de la Vía Campesina
Colombia.

C. PERSPECTIVAS DEL MOVIMIENTO CAMPESINO COLOMBIANO

1. Principales problemáticas a resolver


Las principales problemáticas a resolver, en tanto impactan en grado superlativo al
movimiento campesino, son: la imposición del neoliberalismo y su modelo agro-comercial y
agro-exportador, el cual impide implementar una reforma agraria integral y fomenta, por el
contrario, la concentración de la tierra y relatifundización del campo; el asentamiento de las
multinacionales con megaproyectos, cadenas productivas, monocultivos, transgénicos y
especialización en agro-combustibles; la neo-esclavización salarial del campesinado, la violencia
permanente y la acción del narcotráfico y el paramilitarismo; las políticas dependientes y anti-
democráticas que afectan gravemente al campesinado. Todas éstas, por separado, o tomadas en su
conjunto, han obligado a los sectores sociales rurales, pero especialmente al campesino, a
plantear propuestas de cambio significativo, entre las que destacan el fortalecimiento
organizativo del movimiento campesino y la consolidación de una estrategia de coordinación
nacional e internacional.

2. Fortalecimiento de las expresiones organizativas del movimiento campesino


Entre las perspectivas del movimiento campesino nacional figura el fortalecimiento de las
organizaciones y movimientos sociales campesinos con opción de resistencia, acción y lucha
alternativa para Colombia, hoy representada por la Asociación Campesina Popular (Asocampo),
la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos- Unidad y Reconstrucción (ANUC-UR), El
Concejo Nacional Agrario (CNA), la Federación de Sindicatos Agrarios (Fensuagro), la
Asociación Campesina de Colombia (ACC), la Asociación de Mujeres Indígenas y Campesinas

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de Colombia (Anmucic), entre otras. Todas estas organizaciones, cabe alertar, han venido siendo
estigmatizadas, sindicadas, perseguidas y judicializadas por sus oponentes y el Estado.

3. Coordinación nacional e internacional


Las organizaciones y movimientos sociales campesinos vienen participando y
fortaleciendo coordinaciones nacionales, continentales y mundiales como la Coordinadora
Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), la CLOC nacional y continental y Vía
Campesina Mundial, todas las cuales pretenden globalizar la resistencia y la lucha por la
esperanza transformadora de una Colombia, una América y un mundo mejor y posible para el
campo.

4. Construcción colectiva de nuevas propuestas


Las organizaciones y movimientos sociales campesinos plantean la construcción colectiva
de una propuesta de paz y una democracia integral, estable y duradera que fructifique en:
- Una solución política al conflicto social y armado en Colombia.
- El establecimiento de un gobierno nacional democrático.
- El desarrollo de una reforma agraria integral que distribuya la tierra entre quienes la trabajan y
garantice servicios agropecuarios y sociales dentro de una política nacional de desarrollo
sostenible y sustentable del campo colombiano.
- La defensa y el fortalecimiento de la economía campesina.
- El desarrollo de una política de soberanía territorial y alimentaria.
- La construcción de vida digna a través de planes de desarrollo territorial.
- La producción agroecológica campesina de alimentos.
- La defensa de la geodiversidad y la biodiversidad.11

11
La mayor parte de estas propuestas la ha ido construyendo en articulación con la Vía Campesina y la CLOC;
confróntese: COORDINADORA LATINOAMERICANA DE ORGANIZACIONES DEL CAMPO - CLOC, 1996,
1997, 2005; COORDINADORA LATINOAMERICANA DE ORGANIZACIONES DEL CAMPO - CLOC & VÍA
CAMPESINA, 1997; VÍA CAMPESINA, 2000, 2001a, 2001b, 2007.
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