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Clase Magistral

Agradezco la designación de que fui objeto, por parte de mis apreciados


graduandos, interpretándola como evidencia de cariño y respeto, a ustedes que
me han encomendado la responsabilidad de dictar ésta, su última clase, en
nuestra institución.

Hoy reciben Uds. su última clase como bachilleres de la República. La


misma he querido titularla “La Ciencia a Principios del Siglo XXI”.

Quise iniciar esta reflexión, ya que en ella se enfoca la figura del Técnico
Superior Universitario y del IUT de los Llanos en el contexto, no sólo de la
sociedad venezolana y latinoamericana, sino también de la sociedad mundial,
haciendo especial énfasis en la necesidad que existe en los actuales momentos,
de legitimar su posición como agente de cambios sociales profundos.

Como sabemos, el mundo está siendo transformado por una nueva


revolución tecnológica y la globalización económica. Conocimiento, innovación
y aprendizaje son cuestiones claves para mejorar la calidad de vida en todos los
países. En este contexto, América Latina está ingresando a una nueva etapa de
su historia. Las capacidades científicas y tecnológicas serán fundamentales para
modelar su futuro.

En la clase de hoy, justificaremos las afirmaciones precedentes, y


discutiremos la situación de la ciencia en general, para luego aventurarnos a
sugerir ciertas alternativas en el contexto latinoamericano.

Resulta curioso que hace más de cien años, los científicos de todo el
mundo estaban convencidos de que habían alcanzado una representación
precisa del mundo físico. Parecían conocerse los principios fundamentales que
rigen el comportamiento del universo. De hecho, muchos científicos sostenían
que el estudio de las ciencias prácticamente podía darse por concluido: no
quedaban grandes descubrimientos por hacer, sino sólo detalles y pinceladas
finales.

Pero en la última década del siglo diecinueve salieron a la luz unas


cuantas curiosidades. Se descubrieron unos rayos que traspasaban la carne; y
como no tenían explicación, se les llamó rayos X. Dos meses después Henri
Becquerel advirtió por pura causalidad que un fragmento de mineral de uranio
emitía algo que velaba las placas fotográficas. Después se sabría que era la
radioactividad. Y el electrón, el portador de la electricidad, fue descubierto
apenas en 1897.

Sin embargo, en términos generales, los científicos no se inmutaron, dando


por supuesto que esas rarezas quedarían explicadas tarde o temprano por la
teoría existente. Nadie habría previsto que en cinco años esa conformista visión
del mundo se vería trastocada de manera sorprendente, surgiendo una nueva
concepción del universo y nuevas tecnologías que transformarían la vida
cotidiana de un modo por entonces inimaginable.

La mayoría de los avances actuales no podían predecirse en 1899,


simplemente porque la teoría científica imperante los consideraba imposibles. Y
en cuanto a los pocos que por entonces parecían posibles, como los aviones por
ejemplo, la extensión de su posterior uso hubiera escapado a las previsiones de
cualquiera. Podía imaginarse un avión; pero la presencia simultánea de diez mil
aviones en el aire era algo increíble.

Podemos afirmar entonces, que ni siquiera los científicos mejor


informados tenían la más vaga idea de lo que se avecinaba.

Ahora que nos hallamos a principios del siglo XXI, la situación presenta
una curiosa similitud. Una vez más los científicos creen que el mundo físico está
ya explicado, y que el futuro no nos deparará más revoluciones. Algunos
observadores incluso han llegado al extremo de plantear la tesis de que la
ciencia como disciplina ha concluido ya su labor, y que no le queda nada
importante por descubrir.

Pero de la misma manera que en los últimos años del siglo XIX existían
indicios de lo que estaba por venir, ya en los últimos años del siglo XX
encontrábamos pistas para vislumbrar el futuro. Una de las principales es el
interés en la llamada tecnología cuántica, un esfuerzo para crear una nueva
tecnología que utiliza la naturaleza esencial de la realidad subatómica, y
promete revolucionar nuestra idea de lo que es posible.

La tecnología cuántica entra en total contradicción con lo que el sentido


común nos dice sobre el funcionamiento del mundo. Postula un mundo en el
que las computadoras operan sin necesidad de encenderlas y los objetos se
encuentran sin buscarlos. Con una sola molécula puede construirse una
computadora de una potencia superior a la suma de todas las computadoras
actuales. La información se desplaza entre dos puntos de forma instantánea, sin
hilos ni redes. Se examinan objetos lejanos sin contacto alguno. Las
computadoras realizan sus cálculos en otros universos. Y la teletransportación
es algo corriente y utilizado de muy diversas maneras.

En la década de los noventa, las investigaciones en el campo de la


tecnología cuántica empezaron a dar resultados. En 1999 se enviaron mensajes
cuánticos ultraseguros a una distancia de 12 kilómetros, induciendo a pensar
que en el naciente siglo se desarrollará una Internet cuántica. En Los Álamos un
grupo de físicos midió el grosor de un pelo humano mediante un rayo láser que
en realidad no se proyectó sobre el pelo sino que podría haberse proyectado.
Este singular resultado «contrafactual» inició una nueva área de detección sin
interacción, o lo que se ha dado en llamar «encontrar algo sin buscarlo».

En 1998 se demostró la posibilidad del teletransporte cuántico en tres


laboratorios de distintos lugares del mundo: en Inns-bruck, en Roma y en el
Instituto Tecnológico de California. Aun cuando los científicos se abstuvieron
de insinuar que fuera posible transportar a un ser humano, es muy probable
que quizás alguien lo intente primero con una bacteria.

Estas curiosidades cuánticas, contrarias a la lógica y el sentido común, han


recibido escasa atención por parte del público, pero eso no seguirá así por
mucho tiempo. Según ciertas estimaciones, en las primeras décadas del nuevo
siglo la mayoría de los físicos de todo el mundo trabajará en algún aspecto de la
tecnología cuántica.

Este análisis, por supuesto resumido, del estado actual de la ciencia nos
lleva a las siguientes reflexiones.

En lo países donde se concentra el potencial científico y tecnológico, se


definen los grandes rumbos de la investigación y se realizan las actividades
principales de innovación; son los llamados "centros" de la economía global,
ubicados en Norte América, Europa Occidental y Asia del Noreste. En las
amplias zonas periféricas o semiperiféricas, se hace un uso más o menos intenso
de la tecnología moderna, pero la generación endógena de conocimientos es
reducida, y menor su aplicación innovadora a la resolución de los propios
problemas. En fin, las áreas marginales, constituidas por los llamados "países
menos desarrollados" y en particular por gran parte del Africa al sur del Sahara,
van quedando fuera de la economía global.

Ese panorama no es estático, como no lo fue ayer; las grandes


transformaciones suponen grandes dificultades, pero también nuevas
oportunidades.

La pregunta que pueden hacerse como futuros Técnicos Superiores


Universitarios es: ¿Cuál será la ubicación de América Latina en la emergente
sociedad globalizada?
Durante la última década del siglo XX, América Latina comenzó a recorrer
una nueva etapa de su historia. Agotado definitivamente, durante la gran crisis
de los '80, el denominado "crecimiento hacia adentro", una nueva estrategia se
afirmó en el continente. Se basa en la disminución sustancial del papel del
Estado como promotor del avance de la producción. Con esta estrategia,
propugnada por los organismos financieros internacionales, se esperaba lograr
un crecimiento sostenido, basado en el auge de las exportaciones, y capaz de
revertir la alarmante expansión de la pobreza.

Globalmente, sabemos que no han sido revertidas las tendencias que


hacen de América Latina el continente más desigual del mundo; en particular,
la gran mayoría de los puestos de trabajo creados en los últimos años
pertenecen al sector informal, donde las condiciones de trabajo son por lo
general muy desfavorables. Ello da cuenta de un tipo de crecimiento poco
dinámico, que se basa fundamentalmente en la explotación de los recursos
naturales, sin mayor valor agregado y con escasa atención a los aspectos
sociales y ambientales. Por supuesto, existen muchísimos ejemplos que apuntan
en otra dirección, pero ésa es la tendencia predominante.

Desborda completamente las posibilidades de esta clase todo intento de


caracterizar las políticas en materia de ciencia, tecnología e innovación del
conjunto de los países latinoamericanos, que incluyen algunos con importantes
tradiciones y logros en la materia, y otros en situación mucho más débil.

Si queremos hacer mención a que debe profundizarse y reorientarse el


accionar público en este terreno con carácter de urgencia. Concluimos esta clase
señalando algunas de las pautas que debieran ser tenidas en cuenta.

La inversión en investigación rinde sólo si se la sostiene a lo largo del


tiempo. Esto exige averiguar qué piensa la gente acerca del tema, qué espera y
qué teme de la Ciencia y la Tecnología, y qué apoyo considera que debiera
brindársele con fondos públicos.
Lo dicho también apunta a un amplio trabajo en la dimensión educativa y
cultural. En efecto, la subvaloración de la tarea científica y aún el menosprecio
de la labor técnica constituyen un aspecto triste pero inocultable de nuestras
principales tradiciones.

Pensamos que el impulso sostenido a la Ciencia y la Tecnología no es


asunto que se pueda resolver con la participación de unos pocos grupos. Por el
contrario, involucra a muy diversos actores de maneras extremadamente
variadas.

Ya para finalizar esta clase, debo decirles, queridos graduandos, que


asumí la responsabilidad de dictar esta Clase Magistral, volcando en mis
palabras una alegría justificada y compartida, en este momento tan importante
para su vida profesional, en el cual culminan uno de sus pasos hacia la
superación, tras la búsqueda de un mejor destino.

Estimados alumnos, que Dios los bendiga.

Señoras, señores...

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