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C
uando Fig Coxbury compró una casa en la calle West Barrett, no
fue porque le gustara el vecindario, o incluso porque le gustara la
casa. Es porque todo lo que desea está en la puerta de al lado. El
esposo, el hijo, y la vida que pertenece a alguien más.

3
4
V
eo que obtienes cosas que no mereces, las vives. Maldita sea,
apesta. Me siento resentida porque yo lo merezco más que tú.
Podría ser una mejor tú, a eso se reduce. Soy cada mujer; todo
está en mí.
La pequeña niña tenía cabello rubio. Cuando el viento soplaba, se
elevaba alrededor de su cabeza en forma de una aureola. Imagino que tuve un
cabello como ese cuando era niña. No lo sabría, porque mi madre estaba
demasiado ocupada trabajando como para tomarme fotos. Sabes, ¿por qué 5
tener hijos si vas a estar demasiado ocupada para tomarles fotos? Un día
diferente, un problema diferente. Sin embargo, que sepan que mi madre es
una hija de perra. Levanto mi teléfono y tomo una foto de la pequeña niña a
mitad de una carrera, su cabello ondeando detrás de ella. Era del tipo de
fotografía que sacabas y enmarcabas. Me maravillaba mi ojo por la belleza.
Tan pronto como la veo algo se despierta de un largo sueño, mis huesos
crujen, mi corazón suena con fuerza renovada. Cierro mis ojos y le agradezco
al universo por enviarme este regalo. Luego levanto mi teléfono y le tomo otra
fotografía porque no voy a ser una mamá de mierda.
Era ella. Lo sabía. Todo lo que quería, todo lo que había esperado. Me
quedé paralizada cuando la vi caminar hacia un auto con una mujer alta de
cabello negro. ¿Era la madre? ¿Una niñera, quizás? No había rasgos que
compartieran entre ellas a parte del color de los ojos-café. Pero, luego escuché
que la pequeña niña la llamó Mamá, y me encogí… me marchité… morí. Ella
no es quien tú crees que es, pequeña.
Las seguí del parque a su casa en mi Ford Escape blanco, recién lavado
y brillando, sobresaliendo como un dedo adolorido. Temí que atrajera la
atención y la madre notara a alguien siguiéndolas. Pensaba demasiado,
¿cierto? Mi mente es como una computadora con demasiadas ventanas que
han sido dejadas abiertas. Soy muy lista, así que eso es. Las personas que son
muy listas tienen muchos pensamientos, pero todos son pensamientos
brillantes.
Me calmo al abrir una ventana de la razón en mi mente, la mayoría de
las madres no notan las cosas, no las cosas correctas, de cualquier manera.
Estaban demasiado ocupadas, demasiado fijadas en sus hijos: ¿está tu rostro
limpio, estás poniendo cosas con gérmenes en tu boca, te sabes el alfabeto?
Estaban demasiado cómodas en la burbuja del mundo moderno, si me lo
preguntan. En aquellos tiempos, las madres tenían miedo de todo: disentería,
influenza, arrancarse el cuero cabelludo, polio. Ahora lo que a todos le
preocupan es si hay demasiada fructuosa en su jarabe de maple en la caja del
jugo de sus hijos. ¿Compórtense, saben? Todos se están volviendo salados por
las cosas incorrectas. Asumen que hay un extraño siguiéndolas a casa en una
muy limpia y poco sospechosa SUV blanca, asumen que están criando
narcisistas, asumen que en veinte años sus hijos las van a odiar porque no
pusieron los suficientes límites.
Se detuvieron por gasolina, así que le di la vuelta a la cuadra y esperé en
el parqueo de al lado, lista para arrancar en cualquier momento. Un hombre
sin hogar golpeó en mi ventana mientras intentaba vigilar el auto. Le di un 6
dólar porque estaba de buen humor, y también porque quería que se
marchara. Podía ver a la madre desde donde estaba parada. Ella enganchó la
manguera del gas, su cabello cayendo sobre su rostro, y caminó hacia el
asiento del conductor. Puse mi auto en conducir y allí nos fuimos.
Quería ver el cabello del padre, asumiendo que ella tenía uno, por
supuesto. En estos días nada tenía que ver con la paternidad: arrojas a dos
hombres juntos, dos mujeres, denles un niño. Nada era igual como debería
ser. No que fuera homofóbica o algo así, pero no era justo que a los
homosexuales les dieran bebés y a mí no.
Cuando su auto llegó a una entrada de vehículos, me estacioné al otro
lado de la calle, bajo un árbol con flores de cerezas rosadas y grandes. Era la
época del año en que las cosas estaban llenas de vida, todas las cosas
asomándose después de un duro invierno. Excepto yo. Vi las flores salir,
sabiendo que era un vacío en la vida, pero eso no era en realidad mi culpa. Los
humanos eran sanguijuelas, desertores. Me sentía sola y aislada porque no
había nadie como yo. Las personas decían: encuentra tu tribu. ¿Pero, cuál era
mi tribu y dónde estaban? ¿Las pequeñas niñas con las que había crecido? No.
¿La mujer en la oficina en donde tuve mi primer trabajo? Infiernos, no. Acepté
a una joven edad que iba a estar sola. Jugué con amigos que solo yo podía ver,
y como adulta la mayoría de mis relaciones fueron a través del internet. Veo
mientras la madre desabrocha el cinturón de la niña que se ha dormido en su
asiento del auto y la levanta hacia su cadera. Siento un golpe de celos, pero
luego la cabeza de la niña rodó fuera de su hombro, y quise apresurarme y…
¿y qué? ¿Arreglarlo? ¿Tomar a la niña? Rechino los dientes detrás del volante
con la vista. Mala Mamá. Algunas personas no deberían tener niños.
Viven en una casa de ladrillos grises estilo Tudor, a un kilómetro y
medio de mi modesta casa. ¡Qué coincidencia! Añado los datos en mi cabeza
una vez más. Dos años, dos meses, seis días. ¿Podría ésta ser mi hija? Me
sentía segura que lo era, pero siempre había cierta duda. Vi a una psíquica
después de que todas las cosas malas pasaron. Me dijo que me tropezaría con
el alma de mi hija algún día, que sabría que era ella. Lo imaginé tantas veces,
viendo a una adolescente, a una joven adulta, incluso imaginé que podría ser
mi enfermera cuando estuviera acostada en el hospital y fuera vieja. Saco una
bolsa de peses dorados de mi cartera y comienzo a meterlos compulsivamente
en mi boca.
Estaba por dormirme cuando un sedán dorado se detuvo en la entrada
exactamente a las seis y quince. Nadie sospecha de un sedán dorado porque
solo las personas aburridas los manejan. Las personas que no tienen la
suficiente personalidad para ir por un… auto rojo o blanco. Son los neutrales 7
de la sociedad. Los que se mezclan. Arrojo mi bolsa de peces dorados en el
asiento del pasajero y me siento derecha, quitando migajas de mi mentón. Un
hombre sale. Lucho en la luz que se desvanece por ver su cabello. Estaba
demasiado oscuro para ver el color. Otro ejemplo de que el ahorrar la luz del
día está arruinando vidas.
Consideré salir del auto, podía pretender que estaba tomando un paseo,
quizás detenerme fuera de la entrada y preguntarle por direcciones de algún
lugar. No, no podía arriesgarme a ser vista. Él sostenía un maletín en su mano,
balanceándolo de ida y vuelta mientras camina. ¿Estaba silbando? La felicidad
está en sus hombros, felicidad en sus labios, felicidad en sus pasos. Nada de lo
que está haciendo es real. Quería llegar y advertirle que todo eso se le
arrebataría algún día. Solo es la forma en que funcionan las cosas.
Cuando alcanzó el porche, una luz parpadeó y me incliné hacia adelante
en mi asiento. ¡Su cabello era oscuro! El gris comenzaba a asomarse por sus
entradas, pero desde donde estaba todo lo que podía ver era el cabello oscuro
bajo la luz amarilla del porche.
Me senté hacia atrás, sin respiración. Tenía razón. Presioné mis dedos
contra mis ojos y comencé a llorar. Gruesas lágrimas de pena corrieron hacia
abajo por mi rostro y se derramaron en mi suéter. Estaba llorando por lo que
había perdido, por lo que nunca pude experimentar. Deslicé mis dedos bajo
mis ojos para limpiar las lágrimas y miré cuando la puerta se abrió. La mujer
tiró sus brazos alrededor de su cuello. Se veían como la familia perfecta, como
si la felicidad llegara fácilmente para ellos en su casa gris. Ya podía decir que
ella no se lo merecía.
Mala Mamá.

8
—N
o estoy obsesionada con ellas per se.
—¿No?
—No. —¿Por qué mi voz suena así? Me
toqué la garganta, hice un pequeño sonido
de eh-eh antes de continuar—. Estoy interesada en ellas, claro. Me siento...
conectada. Sin embargo, no estoy loca. —¿Por qué estaba asegurándole
siempre a la gente que no estaba loca? ¿Era porque ellos eran tan normales, 9
tan aburridos?
—Fig. —Mi terapeuta se inclinó hacia delante en su silla, la luz brillaba
en sus gafas de montura roja.
Miré hacia abajo a sus zapatos en su lugar, también rojos. Era como una
pequeña muñequita. Es como si nadie se preocupase de tener un poco de
personalidad. Golpeé mi dedo en mi reloj de oro rosado y luego extendí la
mano para meter el dedo por mis aros de plata en mis oídos. Tal vez ella se
daría cuenta y se sintiera inspirada. Eso es lo de lo que la vida se trata. Hacer
que los demás quieran ser tú.
—Has seguido a la madre y a la hija a casa desde el parque, ¿correcto?
Ella estaba retorciendo mis palabras, tratando de hacer que pareciera
loca. Ese era el peligro de ver a un terapeuta.
—Conduje hacia mi barrio —le dije—. Después del parque. Viven muy
cerca.
Pensé que el asunto se resolvería, pero sus ojos me estaban perforando.
—¿Así que no las seguiste a su casa y te sentaste fuera durante horas con
el fin de ver al padre de la niña?
—Aparqué —gruñí—. Ya te lo dije. Tenía curiosidad.
Se sentó y escribió algo en su bloc de notas. Estiré el cuello, pero era un
profesional en ocultar cosas. Tal vez era una psicópata. Escribir cosas que no
podía ver era un juego de poder, ¿verdad?
—¿Y con qué frecuencia lo has hecho desde la primera vez?
De repente estaba tan sedienta que mi lengua se pegaba al techo de mi
boca. Miré alrededor de la habitación por agua. El aire caliente atravesaba las
rejillas de ventilación del techo. Me quité el jersey que acababa de comprar y
me pasé la lengua por los labios.
—Algunas veces —declaré, casualmente—. ¿Tienes agua?
Señaló una pequeña nevera en la esquina de la habitación y me puse de
pie y me acerqué. Mini botellas, hilera tras hilera de ellas. Agarré una de la
parte posterior pues estaría más fría y volví a mi asiento. Me entretuve en abrir
la botella y beber ávidamente para estirar el tiempo. En cualquier momento
anunciaría que la sesión había terminado, y podría enfrentarme a su siguiente
pregunta la semana siguiente. Pero no puso fin a la sesión, y empecé a sudar.
—¿Por qué crees que te sientes conectada con esta madre e hija en 10
particular?
Esa me tomó por sorpresa. Me relajé, pasando la uña del pulgar
ligeramente a través de la muñeca mientras pensaba.
—No lo sé. Nunca he pensado en ello antes. Tal vez porque la niña tiene
la misma edad que la que habría tenido mi hija.
Asintió pensativa, y se acurrucó en los cojines.
—Y tal vez porque la mujer…
—¿Quieres decir su madre?
Le lancé una mirada asesina.
—La mujer —enfaticé una vez más—, no se parece a las otras madres.
Es la anti-mamá.
—¿Eso te molesta o te gusta?
—No sé —dije, por segunda vez—. Tal vez ambos.
—Háblame de ella, la madre. —Se acomodó en su silla, y empecé a
toquetear la piel alrededor de la uña de mi pulgar.
—Lleva cosas que hacen que las otras madres miren, ¿sabes? Pantalones
de cuero, una camiseta de Nirvana debajo de una chaqueta, más pulseras de
las que le he visto nunca a nadie en su muñeca. Una vez, llevaba un sombrero
de fieltro negro y una camisa gris por la que se podía ver a través, la única cosa
entre el resto del mundo y sus pezones era su cabello.
—¿Y cómo responden las otras madres en el parque infantil a ella? —
preguntó—. ¿Lo has notado?
Sí, eso es lo que había hecho que la mirase en primer lugar. Las vi
mirarla, y me enganchó.
—No se molesta en hablar con las otras madres. Se puede ver que no les
gusta por eso. Las rechaza antes de que tengan la oportunidad de desairarla a
ella. Brillante, si me preguntas. Son perros de carga y disparan sus miradas
que van entre curiosas y totalmente molestas.
—¿Te gusta eso de ella?
Pensé en eso.
—Sí, supongo que me gusta que a ella no le importe. Siempre he querido
que no importase. 11
—Es bueno controlarte —dijo—. Saber cómo trabajas.
—Entonces, ¿por qué las sigo? —pregunté en un momento de
transparencia.
—Nuestro tiempo se ha acabado. Nos vemos la próxima semana, Fig. —
Sonrió.
Era tarde en la noche cuando conduje a casa de la Mala Mamá y aparqué
a una cuadra. Había pensado no venir, pero que no iba a dejarme intimidar
por una psiquiatra. Hacía frío afuera. Saqué mi sudadera del asiento trasero y
me la pasé por la cabeza, metiendo mi cabello con cuidado bajo la capucha. No
era probable que me atrapasen, pero este tipo de cabello rubio atraía la
atención. Esta parte de la ciudad se compone de familias jóvenes que se metían
respetablemente en la cama a las nueve y media, pero nunca se podía ser
demasiado cuidadosa. Decidí que mi cubierta sería una carrera tardía.
Bastante inofensiva. Si alguien fuera se asomase a su ventana, verían una
mujer en chándal tratando de ser mejor. Me agaché para comprobar los
cordones de mis zapatillas nuevas. Las había comprado por internet sólo para
esta ocasión. Había visto a Mala Mamá llevándolas en el parque, blanco
brillante con detalles de leopardo. Las quise al momento. Nos imaginé
encontrándonos en el supermercado o en la gasolinera mientras estábamos
paradas con las manos en el surtidor, y ella diciendo.
—¡Oh, también tengo esas zapatillas! ¿No las amas? —Aprendí esta
técnica de mi madre que usaba en los hombres después de dejar a mi
padre. Pretendes que te gusta lo que les gusta para que tengan algo en
común. Quizás te empezará a gustar de verdad —es una ganancia doble.
Estaba a sólo unos pocos metros de distancia ahora.
Miré a escondidas alrededor de la pequeña calle con sus buzones
pintados a mano y flores exuberantes. Ni un alma a la vista. La mayoría de las
ventanas de las casas ya estaban a oscuras. Corrí en el lugar durante unos
segundos y luego cogí la puerta del buzón y la abrí. Dentro había tres correos
y encima de ellos, una pequeña caja marrón. Lo cogí todo, metiéndolo en los
gigantes bolsillos de mi sudadera con capucha mientras miraba alrededor. Las
zapatillas me hacían daño en mis dedos, y todo lo que quería era acurrucarme
en mi sofá con el correo de Mala Mamá y una taza de té. Quizás incluso tomase
una torta dulce con el té, los de la lata a cuadros con el pequeño perro escocés.
La primera cosa que hice cuando entré en mi casa fue desnudarme. Los
pantalones eran para los perdedores. Además, estaban haciéndome daño en 12
mi cintura, haciendo que mi piel sobresaliera por encima, una muy mala
sensación. Llevé el correo de Mala Mamá al comedor, dejándolo sin
mirarlo. Paciencia, me dije. Todas las grandes cosas necesitan paciencia. Hice
té, teniendo cuidado de verter la leche exactamente en el momento adecuado.
Agarrando la lata de galletas de mantequilla, llevé mi copa hacia el comedor —
un antiguo objeto de madera que había restaurado y pintado yo misma— y me
deslicé en una de las sillas de color amarillo. Coloqué cada sobre cara abajo,
poniendo el paquete para lo último. Respiración profunda, vale… Giré el
primero. Su nombre era Jolene Avery.
—Jolene Avery —dije en voz alta. Y entonces, para no desmayarme ante
su bonito nombre, dije—: Mala Mamá.
Usé mis uñas para abrir el sobre y saqué la única hoja de papel blanco
en su interior. La factura del médico, aburrido. Recorrí las palabras. Se había
hecho análisis de sangre hacía dos semanas. Miré a través de la jerga médica
para más detalles, pero eso era todo lo que decía. Laboratorio. ¿Para qué? ¿Un
embarazo? ¿Un procedimiento estándar? No era ajena a los problemas
médicos. En el último año, había sido hospitalizada dos veces cuando mi
presión arterial se disparó, y allí estaban todas las pruebas que habían tenido
que hacer cuando se encontraron manchas en mi cerebro. Había culpado
George y esas malas cosas que me hizo. Estaba perfectamente sana hasta que
descubrí lo hijo de puta que era.
Dejé la factura a un lado y giré la siguiente. Ésta era para su marido,
Darius Avery. Era una cotización del seguro, correo basura. Darius y Jolene
Avery. Mordí mi galleta. La tercera carta era una invitación de cumpleaños.
Globos rojos y amarillos flotaban por toda la carta. ¡Estás Invitada! Decía en
letras burbuja.
¡La tercera fiesta de cumpleaños de Giana!
Dónde: Parque de la Reina Anne
Pabellón # 7
02:00 en punto
Confirma tu asistencia llamando a Tiana
Me preguntaba qué tipo de mujer escribía en punto en invitaciones de
cumpleaños de su hija. Una persona con trastorno obsesivo compulsivo. El
tipo de mujer que se asomaba por la ventana en la noche para asegurarse de
que los vecinos no estaban poniendo su bote de basura demasiado cerca de su
césped. Mezquinas y patéticas personas. ¿No eran los padres de los niños 13
pequeños conocidos por llegar siempre tarde de todos modos? Era una especie
de desmoralizador recordarles sus fracasos en una invitación de cumpleaños.
Dejé la invitación de Giana y empujé el paquete hacia mí. ¿Qué podría
haber dentro de una caja tan pequeña? La escritura en el papel era agobiante.
Letras estridentes y afiladas en tinta azul. Estaba dirigida a Jolene Wyatt;
debía ser su apellido de soltera.
Utilicé unas tijeras para cortar la cinta, tarareando en voz baja para mí
misma. Una vez que estuvo abierta, me incliné hacia un lado y dejé que el
contenido se deslizará afuera. Una caja de terciopelo azul, todo en mi palma —
el tipo de caja de baratija donde la gente pone joyería Había una factura
plegada en la parte superior; la puse a un lado y abrí la tapa. De inmediato me
sentí decepcionada. Asegurada por un hilo rojo, había una pequeña cuenta
azul. La saqué y la sostuve contra la luz. Nada extraordinario, o eso diría mi
madre, nada que sirviese para escribir a casa. Quizás Mala Mamá era una de
esas personas que hacían pulseras y esas cosas. Tener una hija no era
suficientemente bueno para ella, necesitaba actividades extra que la hicieran
sentir como su antigua yo, que era una puta que iba de bar en bar haciendo
collares artesanos. Dejé la cuenta de nuevo en la caja y metí todo dentro de un
cajón, de repente sintiendo como se aproxima una migraña. No pensaría en
ello más, cuán desagradecida era la gente. Me estaba haciendo sentir enferma.
No se merecía esa pequeña niña. Me puse en el sofá con un paño frío sobre los
ojos. Y ahí es donde me quedé dormida.

14
F
ig, me decía siempre la gente. ¿Por qué no tienes hijos? Eres tan
buena con ellos. ¿Y qué se suponía que dijera ante eso? Una vez
casi los tuve. Pero, verán, mi esposo me falló. Y perdí a mi bebé—
una niña.
Mi bebé. La había esperado por tanto tiempo, haciendo dos rondas de
tratamientos de fertilidad que vaciaron nuestra cuenta bancaria y terminaron
en un vientre vacío. Había perdido la esperanza… y después, un periodo
retrasado… dos… una prueba de embarazo. Todo fue confirmado ese día lleno 15
de lágrimas en el consultorio del doctor. Me había tendido un montón de
pañuelos cuando me dijo los resultados del examen de sangre, y chillé como…
bueno, como un bebé.
Había sido solamente del tamaño de una mandarina. Había estado
siguiendo su crecimiento en una aplicación en mi teléfono, cada día revisando
la manera en que su pequeño cuerpo iba cambiando. Le envié capturas de
pantalla de todo eso a George quien respondió con emojis. Ella fue de un
renacuajo a una diminuta persona transparente con manos y pies. Y después
no era nada. Mi chica milagrosa, desapareció. Mi cuerpo la expulsó en
pedazos. Una cosa violenta que nunca ninguna mujer debería tener que
experimentar.
George no había estado allí, por supuesto. Había estado en el trabajo.
Conduje al hospital y me senté sola, mientras el doctor explicaba que estaba
teniendo un aborto espontáneo. Cuando George se enteró, ni siquiera había
llorado. Su rostro se había vuelto pálido como si hubiera visto un fantasma, y
después le preguntó al doctor cuán pronto podríamos intentar tener otro. Él
solo había querido eliminarla e intentar algo nuevo. George, quien me había
hecho cortar la corteza de sus emparedados de queso gratinado y soplar en su
sopa hasta que esta no fuese a quemar su boca, no había llorado como el bebé
que era.
Estaba enojada, resentida. Le atribuí el aborto a la negligencia que sentí
de él. Buena suerte a George y su corazón de piedra. Ya no iba a ser su mamá.
Era la mamá para una pequeña niña real, y la había encontrado de nuevo, ¿no
lo había hecho? De todos los billones de personas en el planeta, allí estaba ella,
solamente a cinco cuadras. Parecía demasiado bueno para ser cierto.
Me encontré a mí misma tomando largas caminatas, todo el camino
hasta la calle Cavendish, más allá del parque con las bancas púrpuras, y la
tienda de yogurt congelado donde podías bajar una palanca y servir tu propio
yogurt en grandes vasos de cartón. Giré a la izquierda por el Little Caesars,
donde siempre había al menos dos gatos sentados afuera en la pared, y me
detuve en el Tin Pin por un rápido capuchino. El Tin Pin tenía muy buenos
capuchinos, pero todas las chicas que trabajaban allí lucían como prostitutas.
Intenté no mirarlas cuando ordené, pero en ocasiones era difícil no hacerlo.
Era difícil de entender lo que toda esa rosada, hinchada piel tenía que ver con
el café.
Había escrito algunas sugerencias en la caja en la pared: Hagan que las
chicas usen ropa menos provocativa, escribí. Contraten a algunas chicas 16
mayores que tengan respeto por sus cuerpos, dije en otro momento. Y luego
finalmente: Espero que todas ustedes cabronas semivestidas se quemen en el
infierno. Pero, nunca cambió nada, y las chicas nunca cubrieron esos
pequeños panqués pegados a sus pechos. No pude recordar si los míos habían
estado alguna vez así de duros.
Había mesas y sillas en la acera, y dado que el clima era agradable, llevé
mi bebida afuera y me senté observando el tráfico, manteniendo mi vista en
los gatos que no se habían movido un milímetro desde que llegué. Y después,
cuando terminé, arriba y en dirección a su casa en la calle West Barrett. Odiaba
admitirlo, pero su calle era más agradable que la mía. Los árboles eran más
grandes; las casas más cuidadas. Eran los pequeños detalles: persianas
blancas alrededor de las ventanas, y los tulipanes bordeando los maceteros
que la hacían parecer más… más… personal. Al momento, había una alfombra
de flores rosadas cruzando la calle. Podía ver a la pequeña niña chillando con
emoción y preguntándole a la Mala Mamá si podía correr en medio de ellas.
Ella probablemente también la dejaría. No te preocupes por los autos, solo
juega en la calle, querida. Despreocupada, temeraria, distraída.
Me detuve afuera de su casa pretendiendo atar el cordón de mi zapato.
Cuando terminé con eso, trabajé recogiendo algo fuera de la acera,
comentándole acerca de la basura a una mujer que iba pasando. Me miró como
si estuviera loca y siguió caminando, sus auriculares presionados en sus oídos.
Probablemente escuchando algo repugnante como ese Justin Belieber. Mis
oídos cosquillearon. Había un ruido como el de un niño. Presté atención por
ella. Risas desde adentro, o tal vez un llanto —cualquier rastro de su pequeña
voz— me sentí hambrienta por ello. Pero, no había nada más que autos
pasando y el ocasional perro ladrando. Suspiré decepcionada. Y después lo vi:
la casa al lado de la suya estaba a la venta. Al principio lo tomé con sorpresa,
pero después algo dentro de mí comenzó a cosquillear. ¿Cuáles eran las
posibilidades? Todas las piezas estaban encajando en su lugar. Necesitaba algo
nuevo, ¿no lo hacía? Lo merecía. Todos esos malos recuerdos merodeando a
mí alrededor como fantasmas. Allí no debían de haber, ¿cierto? Me podría
mudar aquí mismo a esta pequeña casita con persianas color crema y el árbol
de olivo al frente.
Crear nuevos, hermosos recuerdos, y estar al lado de mi pequeña niña.
¿Quién sabía lo que podía suceder? Quién sabía…

17
L
e conté a mi terapeuta sobre mi plan para comprar la casa.
—No creo que sea una buena idea —dijo—. Estás
comprando una casa para estar cerca de un niño que crees que
tiene el alma del bebé que abortaste.
La doctora Matthews era joven, demasiado joven para saber realmente
lo que estaba haciendo. En su mayor parte, eso es lo que me gusta de ella. Era
menos crítica que, digamos, alguien que había estado haciendo esto durante 18
dos décadas. Ambas estábamos aprendiendo juntas. Pensándolo bien,
probablemente estaba muy agradecida de tener a alguien como yo para
estudiar y aprender.
—Oh, vamos. —Sonreí—. No estoy tan loca. Vender mi casa y mudarme
por una persona es un poco extravagante. Es sólo una coincidencia. Realmente
me gusta la casa.
La doctora Matthews me miró mientras golpeaba la pluma en el
anotador amarillo que sostenía. ¿Qué significaba eso… el golpeteo? ¿Estaba
frustrada conmigo? ¿Le ayudaba a pensar? ¿O estaba imitando un metrónomo
tratando de que mis pensamientos tuvieran ritmo? Pequeños puntos
aparecieron donde su pluma golpeaba el papel creando pequeñas manchas
desorganizadas de azul. ¿Qué tipo de profesional utiliza tinta azul? Parecía que
había sido una friki de la banda en la escuela secundaria, pálida con cabello
castaño claro y gafas. Hoy llevaba una chaqueta amarilla y zapatos amarillos
a juego. Apuesto a que tocaba el trombón, y como resultado, le dio una gran
cabeza.
—Tienes una historia de empeñarte en cosas hasta el punto de la
obsesión —dijo.
No me gustaba su tono.
—¿Oh? ¿Cómo qué?
—¿Por qué no te respondes a tu propia pregunta?
Observé cómo sus vaqueros se amontonaban en sus tobillos justo
encima de sus tacones bajos. Sí, definitivamente una friki de la banda. Era una
chica menstrual, una Josie Grossy1.
—Bueno... —gruñí, tímidamente—. Me obsesioné con la casa por un
tiempo. Proyectos, bricolaje...
—¿Qué más? —preguntó.
No podía pensar en nada. La doctora Matthews me entrecerró sus ojos
de por sí pequeños y me retorcí en mi asiento. Era casi como si sus ojos
desaparecían cuando ella hacía eso. Se convertía en una mujer sin ojos.
—Tienes una historia de obsesión sobre lo que la gente piensa de ti —
dijo finalmente.
Oh, eso.
—¿Es eso lo que piensas? Estoy tan molesta por esto —bromeé. Si lo
entendió o no, no reconoció mi intento de ser graciosa cuando era incómodo. 19
Hice una nota mental para encontrar un terapeuta no menstrual con sentido
del humor.
—¿Por qué crees que te importa tanto la opinión ajena? —Me ignoró y
fui directamente a matar.
Me sentía inestable. No confiaba en la gente que no se reía de mis
bromas. Era graciosa. Eso era lo mío.
—No sé... ¿problemas con papá? —Apreté mis muslos. Era algo así como
apretar una bola de estrés... sólo que dolía.
—Tienes un trastorno de personalidad paranoica, Fig —dijo. Me sacudí,
horrorizada.
—¿Qué significa eso? —pregunté.
—Nuestro tiempo ha terminado —dijo la Dra. Matthews —.
Exploraremos eso la próxima semana. —Ambas nos levantamos… yo por el
shock, ella para ir a comer. Qué cruel decirle a alguien que está jodido y luego
dejarlo asarse por una semana.

1Josie Grossy: referencia al personaje de la película Never Been Kissed (“Nunca me han besado”
en España y “Jamás besada” en Hispanoamérica) interpretada por Drew Barrymore.
Lo primero que hice cuando llegué a casa fue googlear trastorno de
personalidad paranoica. Si la Dra. Matthews quería diagnosticarme y luego
esperar una semana para discutirlo, iba a apoyarme en Google para obtener
apoyo.
A menudo son inflexibles y críticos con los demás, aunque tienen
grandes dificultades para aceptar la crítica. Eso fue lo primero que saltó del
texto que estaba leyendo. Mastiqué la piel alrededor de mis dedos y pensé en
los vaqueros de chica menstrual de la doctora Matthews. Y luego leí el resto.
• Son desconfiados crónicos, esperando que otros los dañen, engañen,
conspiren contra ellos, o los traicionen.
• Echan la culpa de sus problemas o circunstancias a otras personas,
y atribuyen sus dificultades a factores externos. En lugar de reconocer su
propio papel en los conflictos interpersonales, tienden a sentirse
incomprendidos, maltratados o victimizados.
• Se enfadan o son hostiles y propensos a episodios de rabia.
• Ven sus propios impulsos inaceptables en otras personas en lugar de
en sí mismos, y por lo tanto son propensos a atribuirles hostilidad a otras
personas. 20
• Son controladores, desafiantes, obstinados, o son rápidos en estar en
desacuerdo, y guardar rencores.
• Provocan aversión o animosidad y carecen de amistades y relaciones
cercanas.
• Muestran perturbaciones en sus pensamientos, más allá de las ideas
paranoicas. Sus percepciones y razonamientos pueden ser extraños e
idiosincrásicos, y pueden llegar a ser irracionales cuando emociones fuertes
se provocan, hasta el punto de parecer delirantes.
Cuando terminé de leer el artículo, solté un suspiro de alivio. Nada de
eso era yo. La doctora Matthews estaba equivocada. Ella probablemente era
todas esas cosas y trataba de engancharme con su psicosis. Probablemente
debería decirle eso. Tal vez me lo agradecería.
Decidí no volver a verla, y cancelé mi cita para la semana siguiente,
dejando un mensaje con su secretaria diciendo que tenía una boda a la que ir.
No fue hasta que colgué que me di cuenta que mi cita era un miércoles, y nadie
se casaba a mitad de la semana. Tal vez lesbianas. Diría que fue una boda
lesbiana si investigaban. Llamé a mi agente de bienes raíces y le dije que
hiciera una oferta por la casa. No necesitaba la aprobación de nadie para vivir
mi vida.

21
L
a astrología es un puñado de mierda salada. Las estrellas son
gigantes bolas flameantes de gas, flotando en el vacío. Ellas no se
preocupan por ti, o tu futuro marido, o tu trabajo sin futuro, o si
ves el mundo en blanco y negro, y tienes poco uso para el gris (Escorpio). Los
que definitivamente menos les importa, los Tauro, si tiendes al
conservadurismo, o si estas tenazmente determinado. Si eres alguna de estas
cosas es tu propia culpa, no de la galaxia. Soy Tauro, y puedo contarte sobre
mí misma sin ayuda de las estrellas. 22
No soy una seguidora, pero no soy lo suficientemente valiente para ser
líder tampoco. No veo esto como un defecto; es una fortaleza, en realidad. Los
líderes son quemados por tener opiniones fuertes. Suelo tenerlas sin la
pretenciosa bravuconería. Como cada vez hay un problema en Facebook por
el que todos están peleando, llego a re-postear la opinión de alguien más sin
decir una sola palabra de mi cuenta. Sigo al líder de una forma que los
fortalezca y construya sin perder mi independencia. Por ejemplo, si alguien
dice—: No concuerdo con tu estado (puedo decir) Bueno, claro, pero no
escribí el artículo. Y ahí había algunos puntos buenos; y eso me saca del garfio
mientras ellos asienten y concuerdan.
Para mi cumpleaños pedí unas botas de lluvia nuevas. En realidad no
las pedí, supongo. Las agregue a mi pizarra de moda en Pinterest, las Nightfall
Wellingtons. Mala Mamá tiene la negra en blanco, así que agregue la blanca
en negro así no tendríamos las mismas. Seamos honestos: vivo en Seattle. Ya
tengo botas de lluvia. El tipo barato de la tienda en diseño floral. Los
diseñadores de botas fueron totalmente imprácticos, lo cual no era un rasgo
de los Tauro en absoluto (mierda salada). Las quería, y estaba aprendiendo a
estar bien con querer. Mi madre, de todas las personas, entrego las botas, lo
cual fue una sorpresa, considerando que eran caras como la mierda y mi
madre era del tipo agarrado quien pediría dinero para la gasolina si te llevaba
algún día. Eso es lo que años de abandono parental te harían, remordimiento
por las agregadas botas de lluvia de diseñador. Pero, demonios, alguna vez se
vieron bien en mí. Mi horóscopo probablemente leyó: ¡Recibirás un
inesperado y caro regalo de un ser querido!
El día de mi cumpleaños estaba vistiendo mis botas de lluvia nuevas
cuando mi agente de bienes raíces llamó.
—¡Tenemos una fecha de cierre! —gritó. Estaba siempre gritando—.
¡Esta es una casa tan bonita, con mucho potencial! ¡Oh mi Dios, mira esa
pared posterior!
—Estas bromeando —dije—. Nunca me sucede nada bueno.
—Bueno, tu suerte está cambiando, cariño —grito de nuevo.
Estaba sin palabras al principio cuando trate de llorar porque parecía la
cosa correcta por hacer. Todo lo que pude manejar fueron unos pocos sonidos
guturales y un resoplido.
—¿Tienes un resfriado? —gritó—. ¡Deberías tomar té caliente con miel!
¡Eso aclarará tu mucosidad!
Le agradecí y corté. Que narcisista. Aun así, le envié una canasta de fruta 23
para agradecerle por todo su duro trabajo. Me preocupo por las personas
incluso si son molestas.
—¿Entonces estas contenta? —preguntó mi madre cuando la llamé para
contarle.
—Sí. A menos de que todo se vaya a la mierda antes entonces, la historia
de mi vida. ¿Vendrás a ayudarme con la mudanza?
—Tengo que revisar con Richard, pero creo que sí.
Richard era su nuevo novio. Me gustaba llamarlo Dick2 porque eso es lo
que era.
—Richard también puede venir —canté—. Puedo usar músculos extra.
Me encontraba empacando mi botiquín, poniendo todas las botellas
pequeñas en una caja de zapatos. Saqué una del tiempo que pretendí tener
cáncer y la sacudí frente a mi rostro. Siempre me gustó la idea de estar
condenada. Además, morir te daba perspectiva, propósito. Las personas te
decían que eras valiente y que lo creyeras, como si fuera mi maldita elección
tener este cáncer que en realidad no tenía.

2 Dick: juego de palabras por dick (polla) en inglés.


Hubo una gran pausa de mi madre.
—Oh, él no está dentro de ese tipo de cosas. —¿El tipo de cosas donde
su novia tenía hijos?
—Oh está bien. En realidad me gustaría tenerte para mí sola unos pocos
días de todos modos. —Mentí.
—Haré toda la limpieza —dijo alegremente—. Sabes como soy sobre eso.
—Sí, sí lo sé.
—Tengo que irme mamá. Tina está llamando.
—Oh bien, dile Hola…
Corté antes de que pudiera terminar. Tina era mi amiga. Mi amiga
imaginaria. La invente para salir de llamadas telefónicas y obligaciones
familiares. Era misionera en Haití así que estaba difícilmente en el país. Por
consiguiente, cuando ella llamaba o venia para una visita sorpresa, tenía que
dejar todo para verla. Amaba a Tina. No estaba muy en la cosa de la religión,
pero su corazón se hallaba en el lugar adecuado. Además, ella era el tipo de
amiga que siempre se presentaba cuando la necesitabas.
24
—Hola, Tina —dije, dejando mi teléfono en el mostrador—. Muy lindo
de tu parte que llamaras.
Llevé mi caja de pastillas a la sala de estar y mire alrededor de las vacías
paredes beige. Buen viaje para este lugar, y esta vida. En algún lugar en el vacío
las estrellas estaban concordando: Tauro, tu vida está a punto de tomar un
giro inesperado para mejor.
D
ecidí echar un vistazo al jardín. Mi agente de bienes raíces gritó
algo acerca de que tenía un gran potencial, que por lo general
significaba que era un pedazo de mierda que iba a costar miles
de dólares para arreglar. Alguien me dijo una vez que tenía un gran potencial, 25
y mira, necesitaría por lo menos treinta mil dólares de cirugía para que mis
tetas y mi culo estuvieran donde debían estar. Cuando salí ni siquiera podía
ver ningunas flores, todo estaba tan descuidado. El césped estaba lleno de
tréboles y era irregular como si un perro lo hubiera orinado. Un manzano
retorcido necesitaba una buena poda. El único punto a favor del jardín era la
glorieta que estaba en el otro extremo del césped. Su pintura estaba
desconchada, y los restos de un enrejado de rosas ahora secas y muertas, se
aferraban a su celosía, pero alguna vez fue hermoso y podría serlo otra vez.
Como yo.
George sería bueno en esto. Le gustaba hacer cosas en el jardín. Tal vez
contrataría a alguien, de esa manera podría hacerse rápidamente y no tendría
que esperar. Alguien en quien pueda confiar para que venga regularmente a
darle mantenimiento. Decidí que les preguntaría a los vecinos si conocían a
alguien. Pedir consejo a la gente era una buena manera de formar
camaradería, incluso si no necesitaba necesariamente su consejo. Estaba a
punto de volver dentro a buscar algunos números de teléfono cuando oí una
voz de niño desde el jardín de al lado. El corazón me latía rápidamente
mientras caminaba hacia la cerca que dividía la casa de Mala Mamá de la mía
y miraba por encima. Allí estaba ella: la razón de todo esto, mi razón. De
repente, alzó la vista como si sintiera que la estaba observando. Nuestras
miradas se cruzaron y su rostro no estaba ni alarmado ni asustado. ¿Y por qué
debería estarlo? Nos conocíamos. Me aclaré la garganta.
—Hola, soy Fig. ¿Cuál es tu nombre?
Llevaba un tutú rosado y una camiseta que decía “Princesa de Papá” en
letras plateadas. Cuando hablé, inmediatamente detuvo lo que estaba
haciendo para darme toda su atención.
—Fig —dijo con una voz dulce, y luego se rio. No pude evitar sonreír.
—Sí, Fig —afirmé—. Ese es mi nombre. —Me señalé a mí misma—. ¿Cuál
es el tuyo? Señalé con el dedo en su dirección. Estaba inclinada sobre la cerca
para verla, casi demasiado lejos. Un centímetro más y me habría caído hacia
adelante.
Miró por encima de su hombro en busca de Mala Mamá,
presumiblemente. Sí, ¿dónde estaba, de todos modos? Dejando a la pequeñita
sola en el patio. Por eso, ella podría simplemente perderse… o ser secuestrada.
—¿Dónde está tu mal… Mami? —le pregunté.
Señaló la puerta trasera. Podía oír el estruendo metálico de platos que
salía por la ventana de la cocina. Algo de música popular sonaba y la voz de 26
una mujer cantaba.
—Mamá —dijo, señalando la casa. Había restos de pintura azul en sus
uñas pequeñitas. Ansiaba tender la mano y tocar sus dedos, acariciarla. Estaba
a punto de decir algo más cuando escuché una voz llamando. Me enderecé
rápidamente, neutralizando mi cara.
—Mercy… Mercy Moon… —Mala Mamá salió por la puerta trasera
secándose las manos con un paño de cocina a cuadros. Llevaba un overol sin
mangas y el cabello recogido en lo alto de la cabeza en una gigantesca colmena
negra.
—Mercy, ¿con quién hablas?
Parpadeé ¿Era ese su nombre? ¿La habían llamado Mercy Moon? Sonreí
sin entusiasmo. Mala Mamá se dirigió hacia nosotras, con la mano sobre los
ojos para protegerse del sol.
—Hola —grité—. Soy Fig. Acabo de mudarme. Lo siento, no quise
asustar a tu hija. Sé que probablemente no se supone que deba hablar con
extraños.
Mala Mamá me sonrió. Dientes perfectamente blancos para que
combinen con su camiseta.
—Hola. Mucho gusto. Soy Jolene. Esta es Mercy. —La pequeña, ya
aburrida por la nueva persona, estaba de cuclillas en la hierba y pinchaba un
insecto con un palo.
—No le hagas daño a ese insecto, Mercy, es un ser vivo.
—¿Qué edad tiene? —pregunté.
—Mercy, dile a la señorita Fig cuántos años tienes —insistió Jolene—.
Mercy…
Mercy tiró el palo para levantar dos dedos regordetes.
—Habría tenido uno. Ella habría cumplido dos el pasado enero —dije,
mirando a Mercy.
Jolene puso la cara que todas las personas ponían cuando les decías que
perdiste un bebé, simpatía mezclada con un leve alivio de que no fueron ellos.
¿Sí? Váyanse a la mierda.
—Mercy cumplió dos en septiembre, ¿verdad, amor? —preguntó,
acariciándole la cabeza a la pequeña. Tuvimos una fiesta de ponis.
—Poni —recalcó Mercy, levantando la vista de su caza de insectos. 27
Quería aplaudir con alegría. Me encantaban los caballos, cuando era niña
había tenido mi fiesta de caballos y me había vestido como una vaquera.
Miré a Mercy. De hecho el nombre le quedaba precioso. La encarnación
minúscula de la benevolencia. Una perfecta pequeña maravilla para el mundo
y ninguno de nosotros, ni uno solo, la merecía.
—Me gustan los ponis. —Y luego a Mala Mamá—: ¿Es tu apellido Moon?
Negó con la cabeza, sonriendo.
—No, ese es su segundo nombre. Su papá lo eligió. Nuestro apellido es
Avery.
—El mío es Coxbury —le dije. Utilicé mi apellido de soltera y me sentí
bien. Me sentí tan bien que meneé un poco los hombros cuando lo dije.
Fig Coxbury sonaba como un pequeño baile.
—Deberías venir a tomar un café. También hice un pastel, pero mi pastel
no es muy bueno a menos que sea de una caja, y no es de una caja esta vez, me
temo. —Le sujetó los hombros a Mercy, como lo hacen las madres, y me sonrió.
Era una sonrisa genuina, pero me sentía resentida por la forma en que estaba
tocando a Mercy.
—Me encantaría. Sólo necesito correr dentro para apagar algunas luces
—manifesté, asintiendo hacia la casa—. Todavía estoy desempacando, así que
será una distracción agradable salir por un rato.
—Hay una puerta allí. —Jolene señaló algunos arbustos un poco más
lejos de donde yo estaba parada—. No puedes verlo porque está oculto por las
zarzas, pero si las empujas a un lado debes ser capaz de abrir la cerradura y
pasar. Empújalo con fuerza. Estas casas pertenecieron a una madre y a una
hija hace años —dijo, mirando detrás a la suya—. Ellas pusieron la puerta para
que los nietos pudieran ir y venir sin tener que ir al frente.
Bueno, ¿no es eso apropiado? Y todavía lo hacen.
—Puedes venir por el frente si estás más cómoda…
—No, está bien —dije dulcemente—. Iré enseguida. Sólo déjame
lavarme.
Las miré entrar, la mano de Mercy se metió dentro de la de Jolene. ¿Era
un agarre suelto? ¿Deseaba que fuera mi mano? Volví dentro buscando
frenéticamente mi cárdigan verde y mi cepillo para el cabello. No haría una
visita sin usar algo agradable. A los niños les gustaban los colores brillantes,
¿no? Me estudié en el espejo. Había aumentado un poco de peso cuando todos 28
los problemas comenzaron. Estaba más gruesa alrededor de la cintura, y mi
cara, que normalmente era larga y delgada, era redonda y llena. Levanté el
brazo y me toqué el cabello, que estaba empezando a mostrar plateado en las
raíces.
Cuando era niña había tenido el mismo color del cabello de Mercy. En
algún punto de mis veinte cambió del color de la barba del maíz a un rubio
oscuro deslavado. Y no importaba lo mucho que lo intentara, no podía
conseguir que creciera. No más allá de la barbilla de todos modos. Imaginé la
pila de gruesos cabellos negros de Jolene y fruncí el ceño. Probablemente eran
extensiones. Me lo teñiría mañana, decidí. Un cambio de color y un corte de
cabello como un regalo para mí. A Mercy le gustaría eso, si tuviéramos el
mismo cabello. Antes de salir de casa hice una llamada a mi salón y lo
programé para el día siguiente.
—Mechas parciales —le dije sin aliento a la recepcionista—, para que
coincida con el color de mi hija.
Cuando cerré con llave y caminé por el pavimento hasta la casa de los
Avery en los costosos zapatos plateados de tacón bajo que había comprado la
semana pasada, con las llaves colgando de la punta del dedo, me sentí más
ligera que en meses. Era como si el universo se estuviera abriendo como una
flor, pagándome por todo el sufrimiento que había soportado.
Era mi momento, y no iba a dejar que nada me detuviera. Ni George, y
especialmente ni yo.

29
J
olene Avery no era todo lo que esperaba. Nadie estaba dentro de
su casa. No pensé demasiado en la casa, estuve demasiado
ocupada pensando en Mercy, la pequeña niña dentro de la casa,
para preguntarme qué tipo de sala o cocina había sido en la que había pasado 30
sus días. Me imaginé algo desastroso, baratijas de vacaciones. Afganos
coloridos, platos de la cena astillados y desparejados de la Ciudad de Thrifty.
Pero, cuando caminé hacia la puerta principal, abierta por Mercy con Jolene
viendo desde la puerta de la cocina. Fui sorprendida. Todo era ordenado, de
buen gusto. Sofás de color gris claro alrededor de una alfombra de pelusa
blanca, en el centro había un otomano de piel de cerdo. Los libros de su mesa
del café tenían a Kurt Cobain u a Jimmy Hendrix en la cubierta. Y sobre el
muro había una larga pintura enmarcada de un avión propulsor contra el telón
de fondo de las nubes ondulantes.
Jolene podría haber visto la sorpresa en mi cara, porque dijo:
—En otra vida era una decoradora de interiores.
Pensé sobre el pequeño cordón azul en mi cajón en casa. Mi mano en
seguida picó por sostenerlo. Tenía un propósito. Alguien que había hecho su
casa así tenía algo planeado para un pequeño cordón azul. Alejé mi mirada
cuando Mercy apuntó a mis zapatos y dijo:
—Pata.
—Sí, son plata —dije, agachándome para mirarla a los ojos. —Eres una
pequeña niña inteligente.
—Pata —dijo otra vez.
—Puedes venir a la cocina —añadió Mala Mamá, dándose la vuelta y
caminando hacia la amplia puerta arqueada.
Le di una última pasada fugaz a la chimenea blanca de piedra y la seguí,
Mercy a mis talones.
—Tu casa tiene una luz maravillosa —aseguré.
—¿No es eso encantador? Es por eso que la compramos. Darius siempre
dice que si tú vas a vivir en Seattle, encuentra la casa con la mejor luz, o estarás
deprimido.
—¿Y tú? —interrogué. Enteramente era una pregunta inapropiada para
alguien que acababa de conocer una hora atrás, pero se deslizó antes de que
pudiera detenerla.
Mala Mamá dejó de rebanar el pastel. Su cocina era tan encantadora
como su sala, todo de acero inoxidable y blanco con un poco de piezas gris
esmeralda.
—Supongo que lo hago. Cuando estoy sola a menudo, me siento
solitaria. —Estuve sorprendida por su respuesta honesta, y más sorprendida 31
por el factor en la que la relacionaba.
—¿Qué hace tu esposo? —pregunté—. Lo siento, ¿estoy preguntando
mucho? Hago eso. —Lo alejé con un movimiento de mano.
—No seas tonta, eso es lo que las personas hacen cuando se conocen.
Puso una rebanada de pastel de chocolate en frente de mí, lo que había
dicho no era muy bueno, y fue a servir café. Podía escuchar a Mercy en el otro
cuarto, el sonido de su pequeña voz y el estridente ruido del cual fuera el juego
que estaba jugando.
—Es un psicólogo. Tiene su propio despacho en Ballard.
—¡Oh, qué fantástico!
—¿Qué haces, Fig? —preguntó. Estaba sorprendida de que dijera mi
nombre. Muchas personas no decían tu nombre cuando hablaban contigo.
—Hago sitios web independientes.
—Genial —dijo, dejando caer la taza de café frente a mí, y luego
dirigiéndose al refrigerador para buscar la crema—. ¿Y creciste en
Washington?
Negué.
—En una pequeña ciudad en Wisconsin. Me mudé aquí con mi esposo
después de casarme.
—Todavía estás…
—Es una historia larga —mencioné—, complicada. Es duro casarse con
el trabajo.
—¿Estás bien? —preguntó.
Nadie nunca me había preguntado eso antes. ¿Cómo respondes algo
como eso?
—Estoy tratando —dije honestamente.
Pensé que preguntaría más, pero sólo dejó el azúcar y la crema frente a
mí y sonrió. El pastel era bueno. Delicioso. Fue allí cuando supe que era una
mentirosa. Nadie cocina un pastel que sepa tan bien y no lo sabe.
Mercy trotó dentro de la cocina después de cinco minutos y tiró de la
blusa de Mala Mamá.
—¿Estás cansada o quieres pastel? —preguntó. 32
—Pastel —dijo Mercy, y luego añadió—. Por favor.
Mala Mamá alabó su por favor y luego cortó un pedazo más grande de
pastel.
Mientras estaba terminando mi café, los residuos de azúcar rodaron en
mi boca, Darius Avery llegó a casa. Escuché el bang de la puerta de enfrente y
el sonido del chillido de Mercy cuando se lanzó sobre él. Entró en la cocina un
minuto después con su percha en la cadera, un maletín en su mano derecha,
Era más guapo de cerca. Mala Mamá se volvió visiblemente agitada cuando lo
vio, sus mejillas se sonrojaron y sus ojos… lo apuesto… ¿brillaron? Los miré,
recordando mi primera observación de él en el viaje. Parecía feliz. Ahora todos
parecían felices, y a menudo sentía como que me estaba introduciéndome en
algo privado que no se suponía que observara. Me levanté incomoda hasta que
recordó que estaba allí.
—Oh, Darius, esta es nuestra nueva vecina, Fig —mencionó, preocupada
con su cabello—. Se mudó a la vieja casa Larrons. La invité por una pieza de
mi terrible café y mi pastel.
Darius dejó su maletín abajo. Mercy se dio la vuelta para mirarme
cuando se dio cuenta que estaba aquí otra vez. Hice una cara a ella y sonrió.
Mi corazón casi ardió abierto allí mismo.
—Hola, Fig. Bienvenida a cubierta —dijo, inclinando hacia delante para
tomar mi mano. Me di cuenta que su particular sonrisa torcida era bastante
infecciosa si caías dentro de ella. Miré lejos rápidamente cuando me sentí
ruborizar.
—Hola—dije, levantándome. Migajas de pastel cayeron de mi regazo al
piso. Qué vergonzoso. Comencé a recogerlas, pero Darius me detuvo.
—No te molestes. Tenemos una Roomba.
—¿Una qué?
Apuntó a la pequeña máquina redonda en la esquina.
—Un pequeño robot aspiradora.
—¡Oh! —exclamé.
—¿Cómo te divertiste con el terrible pastel de mi esposa? —preguntó,
rodando sus ojos. 33
Había estado bien con el gris en sus sienes. Lo vi todo ahora, la sal ligera
en toda la pimienta. Él no era demasiado alto, probablemente un metro
ochenta, con el tipo de hombros anchos que a las mujeres gustaban. Me
preguntaba cuántas mujeres clientes tenía y cómo podían concentrarse
cuando los miraba.
—Probablemente era el mejor pastel que jamás he tenido —dije,
honestamente—. Y cómo puedes ver, como mucho pastel.
Di una palmada extra fuerte a mi estómago. Mala Mamá enrojeció,
alejándose pata que no viéramos su cara.
—Mi esposa es modesta sobre casi todo lo que hace —dijo, mirándola
con cariño—. Y hace casi todo mejor que nadie más.
Ella le lanzó una mirada sobre su hombro mientras ponía la taza de café
en el lavabo, y en seguida me sentí enferma. ¿Alguien me miró así? No,
probablemente no. George casi pasó todo nuestro matrimonio mirando a la
televisión y estuve llena de celos.
—Mejor me voy —añadí, tirando del pequeño pie de Mercy, me sonrió
antes de darle un tirón—. Muchas gracias por atenderme.
—Fig, deberías venir a nuestra noche de chicas la siguiente vez que
tengamos una —dijo Mala Mamá, secando su mano en la toalla y caminando
alrededor de la isla frente a mí—. Algunas chicas del vecindario, cada jueves
en la noche. De esa manera puedes conocer gente nueva. Salir de casa.
Darius asentía incluso mientras Mercy trató de meter sus dedos en la
nariz.
—Eso sería agradable —dije—. ¿Cuándo?
—Nos vemos sobre las seis aquí —dijo, lanzando a Darius una mirada—
. Seis —enfatizó otra vez. Él sacudió su cabeza pesadamente.
—Algunas veces las cosas se van de las manos en la oficina —insistió—.
Jolene realmente se molestaría si llego tarde otro jueves a las seis. —Ella le
lanzó la toalla y él la capturó con una sonrisa. Cuando le guiñó un ojo, sentí
mariposas.
Sí, me sentí enferma. Más y más a cada minuto. Bordeé mi camino a la
puerta y los Avery me siguieron.
—Buenas noches entonces. Te veré el jueves.
Estaban parados despidiéndome todo el camino de vuelta a casa. Qué 34
perfecta jodida familia. Esa noche, decidí, tendría dos mantecados.
L
as vi llegar desde mi ventana. Mujeres, seis de ellas, aunque Mala
Mamá me dijo que el número siempre variaba dependiendo de
quién estaba libre para venir. Tres de ellas eran flacas y las otras
tres eran más delgadas que las flacas. Jalé el top floral que había elegido. Era 35
la única camiseta para salir que tenía, a menos que contases mi colección de
suéteres de Navidad, pero no puedes usar árboles de Navidad hechos con
lentejuelas en julio, ¿verdad? A último minuto me cambié a un suéter ligero
con copos de nieve azules en él.
Todas llevaban pantalones vaqueros ajustados o vestidos ajustados que
mostraban sus nalgas. Lo único que tenía que se parecía remotamente a unos
pantalones vaqueros ajustados eran los pantalones de entrenamiento que
compré para robar el correo de los Avery. Los saqué de la colada, dándoles una
olfateada antes de ponérmelos. Mirándome en el espejo de cuerpo entero,
sonreí. Todo lo que necesitaba ahora era algo de altura, ya que estaba en el
lado de los bajitos. Me decidí por las sandalias negras que había comprado
hace un año y nunca me las había puesto. Me pasé el cepillo por el cabello una
última vez y me puse algo de lápiz labial. Ojalá no me hubiera dado una juerga
de mantecados durante toda la semana, prometiendo que me esforzaría para
quitármelos de encima más tarde. A la mierda. Era hermosa, tal como soy.
George me había menospreciado por años. No iba a dejar que un montón de
perras delgadas hicieran lo mismo. Salí de mi casa, casi olvidando cerrar la
puerta en mi determinación.
La puerta se abrió antes de que pudiera llamar. Mala Mamá estaba
parada en la puerta, con un cóctel ya en la mano, las mejillas sonrosadas y los
ojos brillantes.
—Hola Fig —exclamó, sin aliento. Sus ojos me recorrieron, en lo que
consideré como la aprobación del atuendo—. ¿Lista para divertirte?
Se apartó para dejarme entrar y de pronto me sentí asfixiada por la
ansiedad. No me gustaban tanto las personas. ¿Por qué estaba haciendo esto
otra vez? No, me dije a mi misma. Esas eran cosas que George quería que yo
crea. George odiaba salir, así que me decía que a nadie le gustábamos de todos
modos, y ¿cuál era el punto de ser sociable cuando a nadie le caías bien? Sólo
somos tú y yo, Figgy, diría.
—Muy lista —dije.
Me condujo a la cocina donde todas las mujeres estaban reunidas
alrededor de una coctelera de Martini en la encimera. Había tres cosas que
metía a las mujeres en un grupo de ojos hambrientos: licores, hombres y
chismes. El chisme era la atracción más fuerte, pero pon los tres juntos y
tendrás una especie de frenesí desesperado y caliente en tus manos. Imaginé
a mujeres de la Edad de Piedra girando desnudas alrededor de un fuego; uno 36
de sus maridos había descubierto fuego, los otros estaban celosos. Buen
Dios. Esta noche, iba a ser parte de una tradición de muchos años. Era
emocionante.
—Chicas, esta es mi nueva vecina, Fig —comentó Mala Mamá. Todas
alzaron la mirada al mismo tiempo; algunas fueron más rápidas para
disimular las miradas en sus rostros que otras. Una rubia que llevaba un top
rosa sin tirantes y tacones de piel de serpiente se levantó primero. Me abrazó,
diciendo con demasiado entusiasmo.
—¡Bienvenida a nuestro club, Fig! ¿Es ese tu verdadero nombre?
Siempre quise un lindo nombre como ese, pero todo lo que conseguí fue
Michelle. Y todo el mundo se llama Michelle, así que me conocen como Chelle,
pero me puedes llamar de las dos maneras. ¿Esos son pantalones de
entrenamiento? Guau, eres tan dedicada. No he hecho ejercicio desde que mi
hijo menor nació y él tiene cuatro años.
Mi cabeza todavía estaba girando por su diatriba cuando Mala Mamá
comenzó a presentarme por la habitación.
Allí estaba Yolanda, una fisioterapeuta con una sonrisa amplia y gomosa
y grandes tetas, y Casey, quien en los primeros dos minutos de conocerme
anunció orgullosamente que era ama de casa, y me preguntó si tenía hijos.
—No —balbucee.
—Oh, bien los míos tienen tres meses y seis, y son maravillosos. Lily es
prácticamente un genio, y Thomas es un gran durmiente cuando no insiste en
ser amamantado, claro está —comentó riendo y ajustó su sujetador. Mala
Mamá puso los ojos en blanco.
Oculté mi sonrisa. Su marido, decidí, fue el que descubrió el fuego.
Amanda, la sofisticada, llevaba anteojos de montura roja y me observaba sin
sonreír. Su cabello oscuro estaba apilado en la coronilla de su cabeza en un
moño desordenado, y llevaba el traje menos desaliñado del grupo. Hice una
nota mental para alejarme de ella. No me gustaba cómo me miraba. Las
personas que se tomaban así mismas tan en serio eran peligrosas. Me di
cuenta que ella era del tipo territorial. Probablemente se consideraba la mejor
amiga de Mala Mamá. Charlotte y Natalie eran hermanas. Sus ojos rebotaron
brevemente hasta donde yo estaba de pie, y me ofrecieron un desanimado
saludo cuando Mala Mamá me dijo sus nombres luego regresaron a su
conversación, que parecía ser sobre uno de sus maridos.
—Natalie atrapó a su marido engañándola —dijo Mala Mamá en voz
baja—. Eso es probablemente de lo que vamos a estar hablando toda la noche.
37
No lo dijo de un modo crítico, sino más bien de un modo frontal, y me
gustaba que me incluyera en algo tan privado. Sonreí apreciativamente,
mirando el collar que colgaba en el hueco de su clavícula. Era una pequeña
piedra azul en una cadena de plata. Mis ojos casi salieron de las órbitas. Me
vio mirarlo y alzó la mano para tocarlo.
—Un regalo —dijo—. De Darius. Estaba planeando en conseguir una
piedra similar colocada en un reloj para él por nuestro aniversario. Lo pedí
pero creo que se perdió en el correo.
Mi estómago dio un vuelco. Pensé en la pequeña caja de terciopelo
escondida en el cajón de la cocina. Quería tocarlo, mirarlo de nuevo ahora que
sabía su propósito.
Miré a Mala Mamá, sintiéndome repentinamente más ligera que en toda
la noche. Se veía bien. Llevaba un suéter negro sin tirantes y zapatos de tacón
bajo rojos. Me di cuenta de los tatuajes por primera vez y fruncí el ceño. ¿Qué
tipo de ejemplo era eso para Mercy? Gente garabateando sobre su piel. La
última persona a la que me presentó fue Gail. Siendo la más amigable del
grupo, inmediatamente me abrazó, preguntó por quién voté en las últimas
elecciones, dijo que estaba bromeando, y me abrazó de nuevo. No creí que
estuviera bromeando. Me llevó hasta el mezclador de Martini al que todo el
mundo estaba adorando y me preguntó si podría servirme una bebida.
—Voy a pedir uno en el restaurante —dije—. No quiero beber y conducir.
—Tuvimos que cancelar nuestra reserva. —Mala Mamá frunció el ceño—
. Darius está ocupado en la oficina, así que vamos a pasar el rato aquí esta
noche. —Vi un destello de decepción en sus ojos, luego se fue.
—¡Pedimos sushi! —dijo Gail, cambiando de tema—. Tú comes sushi,
¿no? —preguntó. Asentí y sonreí. Odiaba el sushi.
Dejé que Gail me preparara una bebida, mientras que Mala Mamá trajo
a Mercy a la cocina para decir buenas noches.
—Puedo llevarla a la cama si quieres pasar el rato aquí —dije. Sabía que
probablemente estaba sobrepasando una línea, pero quería abrazarla
desesperadamente—. Antes de acostar a las niñas, leo tres cuentos —le dije a
Mercy—. Apuesto a que no te gustan tantos cuentos.
Tendió los brazos hacia mí y mi interior se emocionó. Mala Mamá
parecía insegura.
—Tómate un descanso. Lo necesitas —le dije. Sonreí de manera
tranquilizadora—. Te vendré a buscar cuando termine con los cuentos y
puedas venir a darle un beso de buenas noches. 38
Eso pareció relajarla. Miró detrás de mí a la cocina donde las chicas
habían comenzado a jugar un juego de beber, luego con reticencia renunció a
su agarre sobre Mercy, quien saltó con entusiasmo a mis brazos.
—Está bien —añadí—. Tienes que mostrarme dónde está tu dormitorio.
—Se retorció para bajar y luego corrió delante de mí por el pasillo. La seguí
hasta la última puerta a la izquierda y me detuve en la puerta mientras ella
corría directa hacía el librero. Era maravilloso. Esa era la única palabra en la
que podía pensar para la pequeña habitación que creó para Mercy.
—Mercy. Este es el mejor dormitorio que he visto —recalqué. Entré,
hundiéndome en la gruesa alfombra. Parecía que los crayones se pegaron al
techo y luego se derritieron por las paredes. Los cuatro postes de la cama de
Mercy eran chupetines, y había animales de peluche posados en cada
superficie disponible. Antes de que tuviera tiempo de realmente mirar a mí
alrededor, Mercy se hallaba empujándome hacia la cama, con tres libros en la
mano. Sonreí, deseando haberla visto contando los libros. Cuando nos
acurrucamos una al lado de la otra, coloqué mi brazo alrededor de ella y
escogí Goodnight, Stinky Face. ¿Era así como hubiera sido? Había decorado
el cuarto del bebé la semana que descubrí que estaba embarazada, elegí la ropa
de cama con ositos de peluche y compré un móvil de los planetas para colgarlo
encima de la cuna. Cuando perdí a mi hija lo empaqué todo y lo dejé en la
Caridad. Todos mis sueños embutidos en una caja con latas de sopa de fideos
de pollo en el exterior. Los párpados de Mercy comenzaron a cerrarse a mitad
de Goodnight Moon. No quería que se fuera a dormir, quería quedarme aquí
con ella y leer todos los libros de su estantería. Me quedé y le leí el tercer libro,
aunque ella estaba profundamente dormida a mi lado. Siempre cumplía mis
promesas. Luego coloqué las mantas hasta su barbilla, la besé suavemente en
la mejilla y salí de la habitación.

39
C
uando regresé a la cocina, todas dejaron lo que hacían y voltearon
a verme. Miré mis pantalones para asegurarme de que no llegó
mi periodo antes de tiempo. Me pasó una vez en la preparatoria
y aún me dolía pensar en ello.
—Se quedó dormida —exclamé—. Antes de que terminara el segundo
libro. —Gail me saludó con un vasito de Bola Caliente en mano, y todas
vitorearon. A regañadientes, sonreí.
40
El cabello de Mala Mamá se soltó y le caía en ondas alrededor del rostro.
Se alejó del mostrador donde estaba apoyada al lado de Amanda y se acercó a
ponerme un brazo alrededor de los hombros. Me entregó un vaso y levantó el
suyo por encima de su cabeza.
—Por Fig, la encantadora de bebés —declaró.
—Por Fig—repitieron las demás. Y tragué fuego con sabor a canela al
tiempo que un espasmo de tos me invadía, y todas se rieron como si fuera lo
máximo dejar que el alcohol te lastimara.
—Sabe horrible —dije, devolviendo mi vaso. Presioné el dorso de mi
mano contra mis labios, esperando que el ardor cesara.
—¿Escucharon, chicas? —preguntó Mala Mamá—. ¡Fig dijo que quería
otro!
Hubo más vítores, más alcohol y más tos. Se me llenaron los ojos de
lágrimas y sentía caliente el cuello cuando llegó Darius con el Sushi. Me
enderecé en cuanto lo vi, acomodándome el cabello detrás de los oídos.
Mala Mamá lo abrazó por la cintura y se puso de puntillas para besarle
un costado de su barbilla. Darius, cuyas manos estaban ocupadas con bolsas
llenas de cajas con comida, se agachó para besarla apropiadamente.
—Fig —dijo, notándome entre el grupo—. Viniste. ¿Qué piensas del
grupo? Son unas completas lunáticas.
Sentí que el calor me subía por el cuello al ser llamada frente a todas.
No me sentía incómoda, solo que no estaba acostumbrada. ¿Cuándo había
sido la última vez que un hombre como Darius Avery se tomó el tiempo para
tomarme el pelo?
—Me están emborrachando —aseguré—. Nunca he estado borracha. —
Todas se giraron a verme. Era como si hubiese dicho que nunca había tenido
un orgasmo.
—¿Qué? Fig, ¿es en serio? —Casey, la mamá presumida comenzó a
servirme otro trago.
Darius dejó las bolsas sobre el mostrador, y luego tomó el trago que me
estaban ofreciendo. Echó la cabeza hacia atrás y se lo pasó mientras todas las
mujeres lo observaron. Sentí hormigueos por todo el cuerpo al pensar que él
quería algo que era mío. Cuando dejó su vaso, miró a Mala Mamá y preguntó:
—¿Dónde está mi luna?
—Dormida. Fig la durmió. ¿Verdad que es increíble? 41
No diría que lograr que un niño se durmiese era increíble, pero me sentí
bien con la atención.
—¿Qué hiciste? —preguntó él, con los ojos bien abiertos—. ¿Te gustaría
revelarnos tus secretos?
—Mercy odia dormir —explicó Mala Mamá—. Es una pelea con ella
todas las noches. Todos aquí presentes lo hemos intentado y fallado. —El
grupo comenzó a asentir al mismo tiempo. Me pregunté por qué no me había
dicho eso desde el principio. Tal vez me estaba poniendo a prueba, o tal vez
intuía el lazo que tenía con Mercy.
—Ah…—fue lo único que pude articular. Por dentro estaba
emocionada—. No hice nada. Ella simplemente se durmió. —Lo que quería
decir era que Mercy y yo compartíamos una conexión y que si alguien podía
dormirla, era yo. Después de todo, me la habían arrebatado. Debería ser la que
la durmiera todas las noches. Probablemente esa era la razón por la que se les
dificultara tanto. Sin embargo, una no podía simplemente decirle eso a las
personas, al menos no todavía.
Me serví un plato con los rollitos de colores de las que todas eran
admiradoras y me fui a sentar a la mesa. El único asiento vacío estaba junto
Amanda, que pareció alejarse cuando me senté a su lado.
—Entonces, Fig. ¿Qué te trae al vecindario?
—Necesitaba un cambio de aires —contesté, jugando el sushi en mi plato
con los palillos que alguien me había dado—. La vida se sentía muy monótona,
¿sabes? Estaba deprimida, así que decidí hacer algo al respecto.
Todos los que me escucharon asintieron al unísono, como si hubieran
pasado por lo mismo. Una pequeña arruga apareció entre las cejas de Amanda.
—Siento oír eso —dijo. Luego levantó su copa de Martini, y rápidamente
alcé el mío—. Salud por los nuevos comienzos. —Chocamos nuestras copas y
me agradó un poco más después de eso. Salud por los nuevos comienzos. Tal
vez era demasiado dura con las mujeres. La sociedad nos enseñaba a pensar
que las mujeres tenían motivos ocultos.
George siempre pensó que las personas tenían motivos ocultos cuando
les agradaba. Una vez había conocido a una chica en el salón de belleza y nos
habíamos caído bien mientras nos secaban el cabello. Habíamos hablado de
nuestro amor por la música ochentera, comer cereal en la madrugada, y los
bebés que habíamos estado esperando por más de diez años. Cuando estaba
por irme, me había entregado un pedazo de papel con su nombre y su número
telefónico, y me dijo que le mandara un mensaje para tomar un café. Vivi, 42
decía arriba del número. Había llegado emocionada a casa y le conté a George,
sentado frente al televisor con una cerveza.
No tenía ninguna amiga, y parecía ser la respuesta a las esperanzas que
había tenido desde que me había mudado a Washington. Vivi y Fig de
compras, Vivi y Fig comiendo en la terraza de un café con sus gafas puestas,
Vivi y Fig intercambiando postales de navidad y organizando los baby showers
de la otra cuando llegara el momento.
“¿Y te dio su número solo así?” preguntó George sin levantar la vista del
juego. “Probablemente es lesbiana y quiere que le lamas el coño”.
No guardé su número. Lo tiré en la basura con un sentimiento de
pesadez. Era una ermitaña, me dije. Tenía a George —nos teníamos el uno al
otro— y con eso bastaba. Además, seguramente George tenía razón: ella se
había hecho un corte de hombre. Si eso no era indicación de que eras lesbiana,
entonces no sabía qué otra cosa podría.
Pero, aquí estaba, rodeada por una mesa llena de mujeres que
vitoreaban y levantaban sus copas cuando dormí a Mercy. Tal vez tener amigas
era exactamente lo que necesitaba. La tribu que había estado buscando.
Dejaría de juzgarlas, dejaría de buscar motivos ocultos cuando eran amables.
Incluyendo a Mala Mamá. Después de todo, no sabía del asunto con Mercy y…
¿cómo podría? Ambas éramos víctimas en esta cosa llamada vida. Miré hacia
donde ella estaba hablando con Gail, la amistosa, y sentí una inmensa gratitud
hacia ella. Era alguien amable, y se esforzaba todo lo que podía con Mercy.
Había encontrado a mi dulce niña después de todo este tiempo, y ella había
sido la que la había cuidado por mí.
Jolene levantó la vista y me sonrió y yo le sonreí. Todo comenzaba a
aclararse, como si estuviera planchando una camisa. Antes se veía de un
modo, y ahora se veía de otro modo. Me comí mi primer pedazo de sushi y me
gustó. Era sorprendente lo que hacía la perspectiva. En algún punto de la
noche, me di cuenta que todas estaban más borrachas que yo. Caminé hacia
afuera para tomar aire y me encontré con Darius, sentado en una silla de
jardín, dándole sorbos a su bebida. Estaba desaliñado, con la parte superior
de su camisa desabotonada y el cabello alborotado.
—Con que escondiéndote —dije—. ¿Demasiadas mujeres?
—No existe tal. —Sonrió, cansado.
De pronto, sentí pena por él. Trabajaba todo el día escuchando a las
personas, poniendo sus problemas sobre su espalda, solo para llegar a una
casa llena de unas amas de casa borrachas e insufribles. Pobre hombre. 43
Probablemente solo quería una cita tranquila con su esposa o sentarse frente
al televisor.
—¿Qué estás tomando? —le pregunté, mirando su vaso casi vacío—. Te
prepararé otro.
—¿Me prepararás una bebida en mi propia casa? —Se echó para atrás
en su silla para verme, y me encogí de hombros.
—Claro, por qué no.
Cuando se rio, soltó una carcajada profunda desde la base de su
garganta. ¿Puedes decir que una risa es cínica?
—Ginebra y tónica.
Tomé su vaso y volví adentro. Nadie me miró mientras le preparaba su
bebida; estaban repartidas por todos los muebles de la sala. Cada pocos
segundos, rompían a reír y yo me estremecía, preguntándome cómo era
posible que Mercy no se despertara. Puse una rodaja de limón en el vaso y
cuando levanté la mirada, Jolene me observaba.
Creo que otra vez diré que tengo cáncer, pensé, atravesando la puerta
trasera. Le añadía la cantidad exacta de vulnerabilidad.
T
enía un dolor de cabeza al despertar. Del tipo que te agarraba
detrás de los ojos haciéndote contraer de dolor cada vez que oías
incluso el mínimo ruido. Halé mi laptop a la cama conmigo y la
coloqué para buscar en la web, tecleando cosas como: tumor cerebral y
aneurisma. Cuando estuve satisfecha de que tenía una típica resaca,
cuidadosamente me moví fuera de mi cama y caminé detenidamente hacia la
cocina para preparar algo de té. Me sentí muy adulta y esbelta para tener una
resaca. Kim Kardashian probablemente tuvo una cada noche de la semana. 44
Para poseer un apropiado entendimiento de cómo actuar durante este tiempo,
busqué el hashtag con resaca en Instagram. Encontré que la mayoría de las
chicas con resaca usaban su cabello con moños. Amarré mi cabello en el tope
de mi cabeza y me estudié a mí misma en el espejo. Era más como un bulto de
excremento que un moño, tenía que haberlo dejado más grande. Me coloqué
un par de lentes de sol para bloquear la luz y me dirigí al mercado en mi
sudadera. El sábado era día de mercado para Jolene y Mercy. A menos que
estuviese lloviendo, ellas caminaron las cuatro cuadras hacia los alimentos
integrales, deteniéndose en la tienda de yogurt para darse un gusto en el
recorrido. Esa era la cuestión acerca de Jolene: ella tenía muchos rituales.
Me gustaba considerarme a mí misma espontánea. Por qué, incluso
comprar esta casa fue una decisión basada en un estímulo del momento. Y ha
sido la correcta. La espontaneidad era una buena cualidad que tendría una
madre, mostrar a los pequeños que la vida era una serie de eventos no
planeados y de sólo dejarse ir con la corriente. No caminé hacia el mercado.
Conduje las cuatro cuadras y me estacioné en el lugar de las futuras madres
en frente. Estuve justo a tiempo para ver a Jolene y Mercy caminar por la
cuadra: Jolene empujando el cochecito y Mercy saltando a su lado, los restos
de su yogurt embarrados a lo largo de su rostro. Me apuré, tomando un carrito
y arrojando cosas en él, aparentando haber estado allí por un rato. La verdad,
realmente odiaba los alimentos integrales también conocidos como sueldo
completo. Ellos podrían vender flema de gorila y las personas cargarían sus
carritos con ella por cuanto esté empaquetada como “orgánica”. Todas las
perras del Lululemon y su agua de coco podrían irse al infierno. Estaba allí por
una y solo una razón: Mercy Moon. Y mientras estaba allí iba a ir en una dieta.
Así es. Cargué mi carrito con Col rizada y rábanos —porque me gustaba la
forma en la que se veían— y agua de coco, y luego me pasé al pasillo de
cereales, dándoles tiempo para entrar en la tienda y moverse alrededor. Oí mi
nombre mientras estaba leyendo las cualidades nutricionales en una caja de
“Wheaties3”.
—¡Fig! hola Fig.
Compuse mi rostro en una mirada de sorpresa y me volteé. Aún usaba
mis lentes de sol, pero me aseguré de retirármelos para que Mercy pudiera ver
la sinceridad en mis ojos.
—Hola niña bonita —dije, guiñándole. Sonreí a Jolene mientras dejaba
los Wheaties dentro de mi carrito—. Tengo una resaca —le susurré. Levantó
sus cejas y asintió como si supiera a lo que me refería. Abrí mi boca para decir
algo cuando vi a Darius caminando por el pasillo hacia nosotras. Mi boca de
repente se sintió seca. 45
—Bueno, bueno, bueno, Fig también es una derrochadora de sueldo
completo. —Sonrió, besando a Jolene en su sien.
—No realmente… —tartamudeé—. De hecho, sí. Me encanta aquí.
Miró dentro de mi carrito.
—Parece que tienes todo excepto los pantalones de Lululemon.
Abrí y cerré mi boca, mi corazón saltaba furiosamente. Luego comencé
a reírme. No me había reído así en un largo tiempo, y se sintió bien. Éramos
prácticamente la misma persona. Burlándonos de los esfuerzos sobre-
exuberantes de la sociedad, atrayendo a los seguidores que equivocadamente
pensaban que eran líderes.
—Ellos son de Target —comenté—. Es prácticamente la misma cosa.
—Sí claro —exclamó—. ¿Qué estaba pensando?
—No lo escuches —dijo Jolene, dándole un empujón como juego en su
pecho—. A él le gusta bromear sobre el estilo de vida orgánico de Lululemon,
pero lo besa toda la noche.

3 Wheaties: marca de cereal norteamericana.


Noté que los pantalones de ella tenían el logo medio llameante en forma
de lazo. De mal gusto Jolene, muy mal gusto hablar acerca de tu vida sexual
en el pasillo 5.
—Bueno, desde que estamos pagando tres veces el precio por un estilo
de vida extra antioxidante, surtido de pasto y orgánico, no veo por qué no
deberíamos hacer lo mismo por los pantalones. Tu trasero se ve muy bien en
ellos, bebé.
Él me tenía hasta la última parte. Mi rostro se cayó, y volteé
rápidamente hacia otro lugar antes de que pudiesen darse cuenta. Mercy,
quien estaba arrastrándose por sus piernas, dejó salir un gemido de infelicidad
y dijo que estaba hambrienta. Nuestra atención fue desviada, y la feliz familia
se despidió de mí y salieron del pasillo de cereales juntos. Pero no antes de
que me ofrecieran pasar a cenar. Les dije que iba a revisar mi planificador
cuando llegase a casa y les haría una llamada.
Luego como una idea tardía, pedí su número telefónico. Jolene
confirmó que su teléfono estaba muerto, y para mi deleite, Darius me pidió el
mío y me envió un mensaje rápido para que pudiese contactarlos si necesitaba
algo. Termine mis compras, todo mientras mi interior estaba zumbando tan
ruidosamente que apenas podía oír mis propios pensamientos. Él había 46
preguntado por mi número… bzzz bzzz. Mío… bzzz bzzz. Él tenía una mujer
que se parecía a Jolene y me vio a mí, me refiero, realmente me vio… bzzz bzzz.
Añadí más comida dietética a mi carrito, y luego al último minuto, tomé
un viaje por el pasillo de belleza y escogí tres diferentes tipos de máscaras
faciales y un brillo labial vegetariano. Había olvidado cuidar de mi misma. Eso
es lo que ocurría cuando estabas triste. Todo lo que tomó era una persona que
te viera y de repente podías saltarle a la vida. Cuando llegué a casa, tarareaba
“In the Air Tonight” de Phil Collins, mientras guardaba mis comestibles.
Luego entré en línea y ordené una caminadora y unos pantalones de
Lululemon. Le escribí a Darius esa noche para agradecerle por ser tan amable
conmigo y para pedir por el número de Jolene. Me escribió de inmediato,
enviándome la información de ella, y haciéndome saber que la cena sería a las
5:30 el viernes.
Tenemos que comer temprano por Mercy, Respondió de regreso.
Espero que no te importe.
Hola, no hay problema, Le respondí de vuelta. ¿Puedo llevar
algo?
Vino si gustas.
Vino, bueno miren eso, no sabía nada acerca de vinos. Una vez tuve una
copa de Moscato y me gustó un poco. ¡Tomaría eso! Estaba emocionada acerca
de todo, elegir el vino, elegir un vestuario, y tenía extraños planes para el
viernes en la noche. Sí, mi vida estaba finalmente en ascenso.

47
D
arius hizo pastel de carne. Cuando lo sacó del horno, Jolene hizo
una mueca ante ello.
—¿Estás bromeando? Todavía estoy traumatizada por el
pastel de carne de mi infancia —dijo.
Sin embargo, tomé un bocado y mis ojos se pusieron en blanco de
éxtasis. La cantidad justa de... todo. Estaba inundada por recuerdos de mi casa
de la infancia en Inglaterra antes de mudarnos a Estados Unidos. El pastel de 48
carne de mi madre, y la reacción adversa de mi padre al mismo.
—Su sabor es como el de mi madre —dije, y los ojos de Darius se
iluminaron. Él era un hombre y significaba que necesitaba afirmación. Estaba
pensando en lo feliz que estaba de proporcionarla cuando Jolene arruinó el
momento y resopló. Ella siempre estaba atacando todo lo que él hacía, para
hacer parecer que no era lo suficientemente bueno. Sin embargo, este pastel
de carne, era bueno. Muy bueno.
—Es la receta de mi madre, en realidad.
Él se lanzó a la historia de su infancia que hizo a su madre sonar como
María de Sonrisas y Lágrimas. Una buena infancia como la que él estaba
describiendo hacía que fuera un buen hombre. Jolene rodó sus ojos mientras
empujaba el pastel de carne alrededor de su plato, con la barbilla apoyada en
su mano.
—Señor, ten piedad —dijo ella, mirándome—. No te creas ni una palabra
de lo que está diciendo. El alma de su madre fue asesinada por el machismo
de su padre.
Darius ni siquiera se inmutó. Parecía que le hacía gracia cuando ella se
metía con su familia. Antes, ella había llamado a su hermana la monja del
juicio y él se había reído y golpeado su trasero, todo el tiempo me pregunté
cuándo llegarían los pantalones Lululemon. Y luego, Mercy, la dulce Mercy —
se comió todo su pastel de carne mientras miraba a su padre con ojos de
adoración. Les había dado la botella de Moscato tan pronto como entré, pero
Darius sólo me había puesto en mi vaso, buscando un tinto de su estante de
vinos para él y Jolene. Bebían tinto, anotado. Hice una nota mental. Pedí un
poco del tinto, y él puso algo en uno de sus vasos de vino sin tallo. Hice un
sonido en la parte posterior de la garganta mientras tragaba. Darius lo tomó
como placer y me sirvió más. Estaba atragantándome, en realidad, sabía a
perfume.
—¿Tienes familia en la zona, Fig? —preguntó Jolene—. Además de la
obvia.
Hacía muchas preguntas, me di cuenta. Tan pronto como contestaba
ella me preguntaba otra. ¿No se suponía que era él el terapeuta?
—No —dije—. Mi mamá está en Chicago, y mi padre está... bueno, está
en todas partes. Ellos se divorciaron cuando era pequeña. Tengo una
hermana, pero en realidad no hablamos a menos que ella necesite algo.
Jolene hizo una mueca como si supiera lo que quería decir. 49
Darius puso el postre en la mesa, justo frente a mí. Era una de las tortas
de Jolene.
—Sólo un trozo pequeño —le dije—. Estoy tratando de controlar lo que
como. —Me cortó un trozo enorme y me puse a comérmelo. Realmente era
una tonta por hacer parecer como si no supiera hornear. Me recordaba a esas
chicas delgadas que siempre se decían a sí mismas que estaban gordas. A
mitad de mi pastel, Mercy se subió a mi regazo y quise llorar de alegría por
ello.
—Le lleva un tiempo, pero chico, cuando se calienta... —dijo Jolene. Ella
le hizo un guiño a Mercy, y la niña se rio. No me gustó eso. No robes mi
momento, ¿sabes?
Quería decirle que Mercy y yo no necesitábamos ningún calentamiento.
Nos habíamos conocido hacía mucho tiempo, quizás incluso un par de vidas.
¿Funcionaba de esa manera? ¿La gente tenía la misma alma una y otra vez?
En ese caso, ¿por qué Mercy fue para Jolene? Tal vez estábamos entrelazados
de alguna manera, pensé, mirándola. ¿No era esa una idea interesante? Me
sentí muy cercana a ella de repente. Le di a Mercy un pequeño abrazo mientras
ella comía su pastel.
—Nací en Inglaterra —les dije—. Mis padres se conocieron allí mientras
mi padre estaba por trabajo. Se mudaron a los Estados Unidos cuando tenía
siete años.
—Ah —dijo Jolene—, dices cosas muy británicas a veces. Eso tiene
sentido.
Sonreí. Me gustó que se diera cuenta de eso. Las personas que se
percataban de detalles no eran tontos; te veían. Lo cual en realidad tomaba un
poco de esfuerzo, buscar fuera de ti y ver a los demás. Una cosa rara hoy en
día.
—Mi madre tiene un fuerte acento —les dije—. Creo que sólo he tomado
la pronunciación de ella.
Darius me preguntó si preferiría té en lugar de café ya que era británica,
y dije que sí, realmente lo hacía. Él trajo leche y un plato de terrones de azúcar,
y me quedé impresionada porque sabía la forma en que lo bebía.
—¿Qué te parece el vecindario? —preguntó.
—Oh, me encanta. Es más enérgico que el último lugar donde viví.
—Más enérgico —repitió Darius—. Es más bien enérgico por aquí, 50
¿verdad? —Todos nos reímos.
—Y tu... ¿cómo se llama? ¿No debería hablar de esto? —preguntó, al ver
mi cara. Me limpié. No quería aburrirles con detalles de mi fracasado
matrimonio. Era lo que era.
—No, está bien. Sólo estoy tratando de ser feliz —dije. Darius asintió
como si entendiera.
—Así que, ¿simplemente te levantaste y vendiste tu casa y compraste
esta? Necesitabas un cambio de escenario. Un nuevo comienzo.
—Sí, más o menos. Lanzas algo a la pared y esperas a ver si se queda. —
Me estaba dando un mal sabor de boca. No me gustaba hablar de todas esas
tonterías.
Me sobresalté cuando Jolene se inclinó para poner su mano sobre la
mía, apretándola ligeramente. Me sentí lágrimas en mis ojos e incliné la
cabeza hacia atrás para evitar que se cayeran. ¿Cuánto tiempo había pasado
desde que alguien me había mostrado bondad? Sin amigos, en realidad sólo
tenía a mi madre, y ella enviaba un ramo de girasoles a mi casa cuando
pensaba que estaba triste. La tarjeta siempre decía algo ridículo como: El sol
saldrá mañana. Una gran mejora desde que había perdido el bebé y me puso:
“Era demasiado pequeño para ser considerado incluso un bebé, Fig. Barbilla
arriba, sin duda tendrás otro”.
—Agh, me hacen llorar —le dije, limpiándome los ojos—. Todo ha
terminado ahora. Creo, de todos modos. Me alegro por eso.
—Sí, ha acabado. Y sé que es cliché decirlo, pero estás mucho mejor sin
las personas que te deprimen, que no te apoyan. Va a ser un proceso de
curación, pero creo que estarás bien, decidas lo que decidas. —Asentí al
escuchar sus palabras. Tal vez por eso le gustaba Jolene a Darius, hablaban el
mismo idioma.
—Cambiemos de tema —dijo Jolene, agitando su mano en el aire. Pensé
que estaba un poco borracha—. Darius, eres bueno en eso.
Darius se puso a contar una historia sobre el trabajo, diciéndonos cómo
él encontró a su secretaria espiando las sesiones con sus clientes. En cuestión
de minutos todos estábamos riendo, y mi corazón se sentía ligero como una
pluma. Durante todo este tiempo había estado perdiendo amigos, genuinos
amigos que tenían tu mejor interés en el corazón. Mercy terminó su trozo y
salto de su regazo, informando a todos que se iba a la cama.
—Tres historias —dijo, levantando cinco dedos. 51
Jolene ajustó sus dedos para que sólo hubiera tres.
—Bueno, no sabemos si la señorita Fig tiene que volver a casa, Mercy.
Tal vez…
—No, lo haré —le dije—. Me encantaría.
—Bueno, mira eso, Mercy. La encantadora de bebés, Fig, se compromete
a meterte en la cama. Se siente como Navidad —bromeó él.
Estaba muy emocionada.
—Vamos, Mercy —dije, tratando de moderar el entusiasmo en mi voz—
. Puedes elegir tres libros —dije—. Sin embargo, no largos.
—Muy largos —dijo, tirando de mí por el pasillo hasta su dormitorio.
Escuché a Jolene decirle a Darius que se iba a tomar una ducha rápida.
Entonces los escuché reír de esa manera privada que hacen las parejas cuando
están bromeando sobre sexo. Miré por encima del hombro para verlos
desaparecer en el que suponía que era su dormitorio.
Después de que Mercy y yo terminásemos de leer, se acurrucó en la
cama sin quejarse y cerró los ojos. La besé en su pequeña frente,
maravillándome de sus pestañas perfectas y luego en silencio, puse los libros
de nuevo en la estantería antes salir de puntillas. Darius estaba sentado en la
sala de estar con los pies apoyados en la otomana, leyendo un libro de Stephen
King que era más grande que todos mis libros juntos. Jolene no estaba por
ningún lado.
—Vaya, ese es grande —le dije.
—Eso es lo que ella dijo —replicó Darius.
Me reí un poco y me quedé parada torpemente en la puerta sin saber
qué hacer. Era hora de irme, lo sabía, pero algo acerca de caminar a mi oscura
casa e ir a la cama sola me estaba deprimiendo.
—Te acompañaré a casa, Fig —dijo. Luego, en el último momento,
agregó—. Jolene tiene dolor de cabeza, se adelantó y se dio una ducha y se fue
a la cama. Dijo que te dijese adiós.
Asentí, emocionada por tenerle para mí, aunque fuera por unos
minutos.
Fuimos a la puerta y me sentí apretada por todas partes. Esto era
agradable, era muy agradable. No muchos hombres se preocupaban tanto. 52
—Sabes que, si alguna vez necesitas hablar, mi trabajo es escuchar —
dijo.
—Oye, estoy bien. Soy una superviviente. —Canté un poco de Beyoncé y
ambos nos reímos—. Además, estoy tan jodida que volvería loca al psiquiatra.
—Nah. Eso es lo que solía pensar sobre mí. Cuando vives en tu cabeza
todo el tiempo, las cosas se contorsionan. Tienes que expresar tus
pensamientos para que puedas saber que no eres la única que está jodida.
Saber eso crea una gran diferencia.
—Sí, supongo. —Soné poco comprometida a mis propios oídos.
Él asintió como si entendiera. Estas cosas llevaban su tiempo. Podía
escuchárselo decir a sus pacientes.
—Tu chico, ¿cómo se llama?
—Eh, no es mi chico —dije.
—Está bien, ese tipo con el que estuviste casada esa vez… ¿Fred?
—George —dije.
—¿Weasley?
—¿Ah? —Miré hacia arriba, confundida.
—¡Ay, no eres fan de Harry Potter! Has perdido todos los puntos buenos
por eso.
—Estoy tan confundida. ¿De qué estamos hablando?
Darius suspiró.
—George... el divorcio.
—Oh —dije—. Bueno, el divorcio es duro. No sé qué decir aparte de eso.
Lo quería, después no, y al final lo hice. Cree que soy una persona terrible.
—Las cosas se complican con los ex —estuvo de acuerdo—. La mía aún
vive en la zona. La vemos a veces, cuando salimos a cenar o así. Incomodidad
es una palabra débil para describir ese tipo de situación.
Me animé ante la información.
—¿Terminó mal? —pregunté, mirándole por el rabillo del ojo.
—Bueno, sí. Más o menos. Definitivamente sí. Estábamos
comprometidos, y cancelé la boda porque quería estar con Jolene.
53
—¿Tú ex y Jolene se conocen? —pregunté.
—Eran amigas, sí.
Eso es todo lo que dijo, y estábamos fuera de mi puerta. Quería
retroceder, empezar de nuevo, saber más.
—Oye, gracias por invitarme. El pastel de carne era perfección.
Sonrió y se volvió a caminar por el sendero.
—Oye —volvió a llamar—. ¿Alguna vez has escuchado la canción de
Miranda Dodson, “Inténtalo de nuevo”?
Negué.
—Deberías.
Lo vi caminar de regreso por el camino y a lo largo de la acera hasta su
casa antes de abrir mi puerta y entrar. Encontré la canción en Spotify de
inmediato y la escuché una y otra vez, mientras bebía té en el comedor, y
mientras me cepillaba los dientes y, mientras me metía en la cama. Fui a
dormir escuchando la canción que Darius me dio. El mejor regalo.
B
arbra Streisand es mi ídolo. “Finalmente Encontré A Alguien” es
probablemente la mejor canción jamás escrita. Las personas de
mi edad estaban escuchando esas cosas saladas de mierda en la
radio. Las voces de las estrellas del pop girando y golpeando como perras
vocales. No necesitas todas esas mezclas en la música, necesitas honestidad
cruda, del tipo que entrega Barbara Streisand en canciones como “Guilty” —y
oh Dios— “Memory”. Lloré como un bebé con “Memory”. A Darius también le
gusta, junto con Jeff Bridges, quien él empáticamente dijo que era el amor de 54
su vida. Jolene siempre hacia una mueca con eso. Ella hacía muchas muecas
últimamente, todas dirigidas a Darius. Ella era una persona completamente
diferente conmigo, educada y atenta. Ella era desdeñosa con Darius y Jeff
Bridges, y a mí me parecía que era un paquete en conjunto.
—¿No pudiste elegir a alguien mejor? Me saca de quicio —dijo ella—.
Ambos podemos amar a Bradley Cooper juntos. —Ella odiaba todo lo que tenía
una vasta popularidad. Bradley Cooper era una broma; ella en verdad no
amaba a Bradley Cooper. A ella le molestaba el humor, eso incluía comedias y
Saturday Night Live. ¿Qué clase de monstruo odiaba Saturday Night Live?
Había una larga lista, de hecho de cosas que ella odiaba: Beyoncé, y la pizza,
béisbol, y Alicia Silverstone en Clueless, Bananagramas, el cual era nuestro
juego favorito. Nosotros manteníamos nuestra posición, uniéndonos contra
ella para discutir los méritos del beisbol, burlándonos de ella por no tener
sentido del humor. Ella era imperturbable y por eso me pregunté lo que era
que nada te preocupara en cuanto a lo que las personas pensaran de ti.
Darius amaba al tipo, y yo amaba a Darius por amar al tipo. No era un
coño insoportable como Jolene. Él vería eso pronto.
—Déjalo en paz —le dije a ella —. Déjalo amar lo que él ama. —Y las
esquinas de su boca se movían como si ella estuviera conteniendo una sonrisa
secreta.
Me molestaba que ella lo empujara sobre cosas. Ella no tenía idea de lo
afortunada que era de estar con alguien como él. Ella no tenía idea de lo
afortunada que era, en general. Si tuviera su vida haría las cosas diferentes,
eso es seguro. Comenzando por Darius. Lo trataría como un hombre,
mostraría más interés en lo que él amaba y lo que él era. Me la imaginé
succionando su polla, deteniéndose para decir: ¿Siempre se ha visto de esta
forma? No estoy segura que me guste. Amemos algo más juntos.
Perra egoísta.
Las personas como Jolene deberían de estar en relaciones sólo con ellas
mismas. ¿Qué mensaje le estaba dando a Mercy sobre su padre? ¿Qué su
pastel de carne no era bueno? ¿Qué sus ídolos eran raros? Estaba mal, todo
ello. Ellos estaban mal juntos. Y a pesar de su desdén por todo lo que él amaba,
Jolene siempre estaba inclinada sobre su teléfono escribiendo. Él había dicho
dos o tres veces las cosas antes de que ella levantara la mirada, con una
expresión desconcertada en el rostro. Apostaba que había alguien más, por eso
ella estaba tan desilusionada de Darius. No dejabas ir a un hombre sin tener 55
al otro alineado para tomar su lugar.
Le enviaba mensajes de texto sólo para saber cómo estaba —porque
alguien debía de hacerlo. Él estaba tan devastado y solitario como yo lo estaba.
Compartimos bromas y memes, urgiéndonos juntos a pasar a través de los días
difíciles. Siempre estaba ansiosa por esperar el siguiente mensaje, sus
palabras que significaban solo para mí. Yo llenaba lo que a Jolene le hacía
falta, diciéndole el maravilloso padre y esposo que era, preguntándole por su
día. Estaba dispuesta a hacer eso.
Pronto teníamos una camaradería. Él enviaba un texto primero, luego
yo le enviaba un texto de regreso y seguíamos así todo el día. Me preguntaba
si él le contaba a ella cuán seguido nos enviábamos mensajes, o si esto era sólo
entre nosotros dos. Un secreto de casi amantes. ¿Pensaba en mí cuando estaba
con ella? No me sentía culpable porque sabía en lo profundo de mis entrañas
que ella también le estaba escribiendo a alguien. Para el cumpleaños de Darius
compré tres boletos para ver a Jeff Bridges en concierto de unos exagerados
seiscientos dólares. Se lo mencioné casualmente a Jolene una tarde para
hacerla sentir excluida.
—¿Un concierto donde de verdad Jeff Bridges canta? —preguntó ella,
incrédula —. ¿Eso es una cosa?
—Bueno, si tontilla. ¿Qué más sucede en un concierto?
Ella sacó su spray de acero inoxidable y comenzó a limpiar el
lavavajillas.
—Mierda, eso suena como la peor noche de todas, pero está bien. —Se
rio—. ¿Ya compraste los boletos?
—Aún no —mentí—. No quería comprar boletos para algo que no irías.
—Muchas cosas haré por amor. —Ella frotó el lavavajillas con un vigor
extra. Puse los ojos en blanco cuando ella no estaba viendo.
—Eso es realmente lindo de tu parte, Fig. Él va a estar muy emocionado.
Sí, él lo estaba. Jeff Bridges le daba una erección emocional; esperaba
que mi dedicado regalo le diera una real. Fig, diría él, eres tan buena conmigo.
Apuesto a que también te sentirás bien. Inmediatamente me sentí culpable
con ese pensamiento. Jolene era una persona decente y mi amiga. Ella nunca
haría nada sino apoyarme. Era yo. Era la mala persona. Fantaseaba con tener
lo que ella tenía, pero me iba a detener. No era su culpa que ella estuviera tan
jodida, las cosas solo le pasaban a las personas.
Darius estaba emocionado cuando le di los boletos. No en la forma de 56
saltar de felicidad, pero sus ojos brillaron y su voz fue una octava más arriba
cuando me agradeció. Me enorgullecí bajo su atención.
—También podemos ir a cenar —dije—. A cualquier lugar que quieras.
—El Tipo —dijo él, en una voz grave. Estaba tan complacida con su
reacción, tan complacida conmigo misma. Había costado mucho dinero, ¿pero
podías ponerle precio al amor?
Este era mi futuro, este hombre. Lo amaba. Él era todo lo que quería
cuando era joven y estúpida, pero en su lugar me conformé con George…
aburrido, monótono, silencioso… George. Él me había estado esperando, solo
que aún no lo sabía. Los dos moldeados del mismo bloque de madera. Pero, él
estaba cediendo. Podía verlo en sus ojos. Él solía brillar cada vez que Jolene
caminaba en la habitación, ahora él se veía escéptico… aburrido. También
estaría aburrida con ella. Ella cansaba con su forma de estar contra las cosas.
Pero, él nunca estaría aburrido conmigo; me aseguraría de eso. Nos
pertenecíamos. Sólo era cuestión de tiempo.
P
ensaba en matarme al menos dos veces por semana. No en una
forma dramática por supuesto, está bien, quizás un poco
dramático. Fui una bailarina la mayor parte de mis años de
juventud, después de todo. Había algo sobre imaginar el final, de tener el
poder de hacer que sea posible. Incluso si en verdad no tenías las agallas para
hacerlo, podrías si quisieras. No estaba segura qué me deprimía más: lo que
pudo ser, o lo que debió ser. Extraño la idea del matrimonio, la que tenías
cuando eras joven y estabas emocionalmente sin culpas. Cuando planeabas 57
cómo se vería tu vida, no veías a un silencioso y negligente esposo con
manchas de sudor bajo los brazos. O la forma vacía en la que se sentían tus
brazos cuando otras madres cargaban niños. Tenía treinta años, y mis
oportunidades de tener mis ovarios fertilizados se estaban volviendo más
delicadas, al contrario de mis caderas y mis piernas, que no eran delgadas para
nada. Estaba dolida y agotada en un matrimonio muerto, con un hombre
emocionalmente muerto.
El matrimonio no era más que platos sucios y salpicaduras de orina en
el asiento del inodoro.
Con mi perdición social, emocional y fértil pesando sobre mí con fuerza,
manejé hacia Edmonds donde las vías del ferrocarril se mueven con el sonido
en una forma ondeante como serpiente, y decidí que la mejor forma de ir era
saltar frente a un tren. Me gustaban los trenes, me gustaba el misterioso
sonido de sus silbidos mientras pasaban. Cada día por una semana, manejé
hacia las vías y miraba los trenes pasar, mis pies colgando del pequeño
precipicio, la belleza de Washington esparcida frente a mí. Este era el lugar
para morir, con las Cascadas avecinándose en el fondo, y el rocío de agua fría
azul en frente de ellos. La última cosa que podría ver sería la belleza de
Washington. Pero, la semana en que planeé en realmente hacerlo, me
encontré con una chica en el supermercado que trabajaba con George. Sólo la
había conocido una vez en una fiesta de navidad donde ella se había
emborrachado y me había contado que tuvo un aborto dos semanas antes.
Había sido su octavo, y ella estaba lista para arrojar la toalla. Creí que eso era
una cosa muy extraña de decir acerca de tener un bebé —como si fuera una
aventura de negocios que salió mal. Tirar la toalla.
Ella me miró cerca de los pastelillos de refrigerio y se acercó a decir hola,
cargando un bebé en cada una de sus caderas. Al principio no la había
reconocido, estaba más rechoncha del rostro y ella se había dejado el cabello
corto —justo arriba de la barbilla.
Estaba sin respiración mientras ella me contó su historia, dos rondas de
in vitro, y allí estaba ella con sus bebés milagrosos. ¡Gemelos! Puse mi plan de
las vías del tren atrás mientras decidí concentrarme en ser positiva y tener fe,
como ella lo puso, en el futuro.
Le dije a Jolene todo acerca de esto mientras nos sentamos a beber té
un día en su cocina. Mercy estaba sentada con nosotras jugando con las
cucharas medidoras y un bol de agua. Su té se enfrió mientras ella sostenía la
taza entre sus manos y escuchaba con el ceño fruncido. Cuando terminé de
contarle mi historia, ella bajó su taza y me tomó ambas manos.
58
—No vuelvas a pensar en eso. Debes decirme cuando te sientas sola. ¿Me
escuchas, Fig? La vida es una cosa grandiosa y no puedes dejar que las
personas la arruinen para ti. —Con personas imaginé que ella se refería a
George, lo que ella no se dio cuenta es que ella también estaba arruinándolo
para mí.
Tragué el enorme nudo en mi garganta y asentí, limpiando una lágrima
que caía por la esquina de mi ojo. Ella no era tan mala. Y cuando ella decía
cosas mientras sostenía mis manos, realmente le creía. Por supuesto que ella
no quería que muriera, ella no sabía que yo era una amenaza para su perfecta
vida.
O aparentemente perfecta, a mi punto de vista.
—Estoy intentando no ser esa persona —dije—. ¡He estado obsesionada
con los trenes por un tiempo y ahora me estoy alejando!
—Tren —dijo Mercy, levantando la mirada—. Los trenes hacen chú-chú.
—Sí, lo hacen. Eres la chica más lista del planeta —le dije. Ella me sonrió
realmente grande y yo juro por Dios que nunca amé a nadie más como a esa
pequeña niña. Pronto, mi bebé.
—Puedes hacer cosas grandes con tú vida —dijo Jolene.
Estaba conmovida por cuán sincera que era ella. Dejé mi pequeño
pueblo queriendo hacer grandes cosas con mi vida pero entonces… bueno… la
vida sucedió. Solía querer hacer algo para que me recordaran, ser alguien
importante. Ni siquiera sabría en dónde empezar en este punto.
—¿Qué hay de ti? —le pregunté—. ¿Qué cosas quieres hacer?
Se echó para atrás en su silla y estudió mi rostro en una forma en que
me hizo sentir incómoda. Ella podía voltear la pregunta, hacer parecer que tu
reacción a su respuesta le decía algo de ti
—¿A parte de ser una madre?
—Aparte de eso.
—¿Hay algo más en la vida que ser madre? —preguntó ella, la esquina
de su boca levantándose en una sonrisa.
—Muchas personas lo piensan —dije, medio riéndome.
—¿Y qué piensas tú? —preguntó ella, doblando sus manos en su regazo.
Sus ojos me estaban penetrando, dos horribles armas cafés.
—Creo que no entiendo a las personas que no quieren niños —dije—. 59
Creo que hay algo malo con ellos. —Ella me miró por un momento, esa terrible
sonrisa de resignación aun sosteniéndose en su boca.
—Bueno, Mercy no es todo lo que yo hago. Supongo que hay cosas de mí
que aún no conoces… —Su voz se perdió.
Miré a Mercy que era demasiado joven para escuchar el tono en la voz
de su madre. Ella estaba bebiendo agua de las tazas medidoras, tarareando
para sí misma. Quería decirle que no bebiera del agua con la que había estado
jugando segundos antes, pero me retuve. Algunas veces solo tienes que dejar
que los niños sean niños.
—¿A qué te refieres? —le pregunté.
—Solo cosas Fig. Todos tenemos nuestras cosas.
—Vamos —la insté—. Somos amigas, ¿verdad? —Arreglé mi rostro para
verme herida, pero me temo que no podía ocultar la emoción—. Acabo de
decirte que hago un baile suicida con trenes… —Culpa, la culpa siempre
funcionaba con las personas. Yo te daba algo a ti; ahora me dabas algo a mí.
—Tengo pasatiempos.
Pensé en el pequeño talón azul que encontré en su correo. ¡Un poco de
negocios de joyería en Etsy! Fui a casa y compré algo de inmediato —usarlo
para que ella lo pudiera ver. Me gustaba apoyar los pequeños negocios,
especialmente los que eran de unos amigos.
Obedientemente, pregunté:
—¿Pasatiempos? ¿Qué tipo de pasatiempos?
Ya se veía como si ella pensaba que había dicho demasiado. Ella
presionó sus labios juntos y le frunció el ceño a la taza en sus manos. Noté que
sus uñas estaban pintadas de color melón brillante rosado, brillantes como
pequeños dulces.
—Escribo —dijo ella, finalmente. Ella me miró insegura, era algo que a
ella no le importaba hablar. Podía verlo por la forma en la que ella se había
tensado.
—Oh —dije, decepcionada. Había estado esperando para tener un nuevo
collar—. ¿Alguna vez has tenido algo publicado?
—Sí, claro. Un par de cosas. —Ella estaba buscando en el gabinete bajo
el lavabo ahora, posiblemente mirando su limpiador de acero inoxidable—.
Escribo libros bajo un seudónimo, y nadie sabe quién soy.
Jadeé. Como un verdadero jadeo. Luego levanté mi taza y le di un sorbo 60
al té helado. Estaba tratando de imaginármela como una escritora, pero todo
lo que veía era el cabello largo y oscuro y los tatuajes. Ella se miraba más como
una barista.
—¿Cuál es tú…?
—No preguntes —me cortó—. Ya estoy lo suficientemente mortificada.
—Está bien —dije, calmadamente—. ¿Habré leído alguno de tus libros?
—Quizás…
Pensé en mis estantes de libros en casa. Aún no había desempacado mis
libros. Y había estado pasando demasiado tiempo aquí.
—¿Sobre qué escribes?
—Oh, ya sabes. Problemas… vida… la mujer que los experimenta.
—Eso no me está diciendo mucho —dije, frunciendo el ceño.
—Estoy intentando no hacerlo.
—Oh. —De repente me sentí herida. Pensé que éramos amigas. Había
estado trabajando tan duro en unirme a ella, de ser el tipo de personas que ella
confiaba. Ella no me estaba ayudando aquí. Yo estaba tratando de agradarle y
ella estaba ocultándome cosas. Mi dolor se cambió a enojo, y me levanté. Ella
no podía tratarme de esta forma. No iba a permitirlo.
—Tengo que irme —dije—. Olvidé que tengo un asado en el horno… —
No podía verla a los ojos. Ella era una engañadora.
—Fig…
Besé a Mercy sobre su cabeza y le prometí que la vería pronto y luego
me dirigí hacia la puerta, pasando a Darius en mi camino a fuera. Ni siquiera
lo había escuchado legar a casa.
—Hola Fig —dijo él, mientras lo pasaba.
Le tiré un “Hola” por sobre mi hombro y prácticamente corrí el resto del
camino de regreso a mi casa. Él me envió un mensaje de texto para
preguntarme qué estaba mal. Lo prolongué por todo lo que pude. Me gustaba
cuando las personas rogaban. Una vez que estaba encerrada dentro encendí el
estéreo y coloqué la lista de reproducción que recién acababa de armar. La
llamé “La Rubia Espectadora”. Mientras la música sonaba, la cual estaba
segura podían escucharla en la casa Avery, cuidadosamente desempaqué mis
libros, colocándolos en el orden por color como había visto en Pinterest.
Estudié la foto del autor en cada uno de ellos antes de colocarlos en los 61
estantes. No había fotos de Jolene. Sorpresa, sorpresa. Una escritora… ¿Cómo
pudo ella no decirme? Esta era el tipo de cosas que a las mujeres les gustaba
sacar. Un juego de poder, control. Ellas querrían construirse sus cumplidos y
luego arrojarlos cuando estabas en lo peor. Ahora que lo pensaba, ella sí tenía
una vibra de artista en ella. Los tatuajes, el cabello negro dramático, la forma
en que arreglaba su casa. Me giré y vi mi propia sala —algo sin desempacar,
algo aún en cajas. Algunas de mis cosas me habían sido entregadas por mi
madre. Me gustaba pensar que mi estilo era moderno del medio siglo. Ella no
era mejor que yo. Le iba a enseñar con quien se estaba enfrentando. Saqué mi
laptop y escribí Pinterest en la barra de búsqueda. No había usado mi cuenta
desde que me uní hace un par de años cuando George y yo nos mudamos a
Washington. Por supuesto, encontré a Jolene Avery, y su cuenta no estaba
privada. Pasé por sus publicaciones: Recetas, fiestas de cumpleaños, boda,
casa. Le di clic a esa última y dejé que la inspiración llegara hasta mí.
L
a mañana después de que salí furiosa de la casa Avery y ordené
un juego de sala de estar nuevo, encontré un paquete en el umbral
de la casa. Lo llevé a la cocina y cuidadosamente desenvolví el
papel café, levantando la cinta para no romperla. Dentro estaba un libro. Lo
volteé en mi mano. No había ordenado un libro, y además, no había dirección
o estampilla en el papel. Ahí es cuando encajó. Jolene lo había dejado en el
umbral. Era su libro. Ella debió haberse sentido culpable después de que me
fui la noche anterior y lo trajo como algún tipo de ofrenda de paz. Se llamaba 62
La Cabaña de Nieve, y el autor era Paige DeGama. No había fotografía del
autor, sólo una rápida biografía.
Paige DeGama es una graduada de la Universidad de Miami.
Una voraz lectora y bebedora de café. Es la autora de La Casa
Comestible. La Otra Mujer, Siempre, y Amante de la Mentira.
Ella reside en Seattle con su hija y esposo.
Tuve que sentarme. ¿Cómo podía alguien mantener este tipo de cosas
para ellos mismos? Esta era toda otra vida, una existencia en papel. ¿Era por
esto que ella quería privacidad? ¿O habría otra razón por la que Jolene Avery
no quería reclamar sus propios libros? Observé la cubierta. Una pequeña
cabaña de madera en la nieve. Nada de clasificación R, nada repugnante como
esas parejas medio desnudas besándose. Abrí mi portátil y busqué el nombre:
Paige DeGama. Cientos de artículos salieron: entrevistas con periódicos y
revistas, sitios web devotos a hablar sobre sus libros, incluso había una página
de fans donde las personas se volvían categóricamente embelesados cuando
hablaban de ella. Ellos especulaban como se vería, que hacía su esposo para
vivir, y que dirían si alguna vez se encontraban cara a cara con ella. Una chica
posteó una fotografía de su nuevo tatuaje, una línea de La Cabaña en la Nieve.
Había cientos de comentarios debajo de éste dónde las personas posteaban
fotos de sus propios tatuajes, todos de los libros de Paige. Todo era tan
enfermizo y obsesivo.
¿Qué tipo de persona creaba este tipo de culto maniaco? Traté de
conciliar a la mujer de la puerta de al lado con esta… persona, esta Paige
DeGama. Era gracioso en realidad, que las personas se preocupaban tanto de
alguien a quien no conocían. Cerré mi MacBook y fui a acostarme en el sofá,
un dolor de cabeza comenzando a punzar detrás de mis ojos. El libro seguía
yaciendo en mi pecho cuando desperté. Me dije a mi misma que sólo leería
una o dos páginas para obtener una idea del libro, pero pronto estaba seis
capítulos dentro e incapaz de ponerlo abajo. Tomé una clase avanzada de
literatura en el instituto. Mi profesora, una ex-monja, había hablado seguido
sobre las palabras escritas teniendo ritmo y tiempo. Me encontré a mí misma
cautivada por las palabras usadas por Jolene, las oraciones staccato unidas
con un ritmo que fluía tan fácilmente que sólo podías seguir leyendo para no
interrumpirlo. Antes de llegar al capítulo siete cerré el libro de golpe, irritada
por el hecho de que ella era tan buena. Me sentí deprimida. Vagué hasta el
refrigerador, mi lugar al que ir cuando mi humor se bajaba. Terapia en
brillantes paquetes de colores, llenos con ingredientes que fueron directo a
mis caderas. Pero mi refrigerador recientemente tuvo cambio extremo, y en
lugar de terapia, había hojas verdes y frutas. Nada estaba saliendo a mi 63
manera.
Decidí tomar mi libro e ir a leer a otro lugar. No podía concentrarme
con Jolene en la casa de al lado. Se sentí como si ella estaba acechando sobre
mi hombro preguntándome qué pensaba.
Conduje al norte hacia Mukilteo a un pequeño parque cerca de la playa,
y me senté con la espalda reclinada contra la madera lavada por el mar
mientras abría el libro. Después de un tiempo un tren retumbo bajo las vías,
uno de esos trenes de carga, cargando grandes montones de acero y amplios
troncos. Tomé una fotografía mientras pasaba y la posteé en Instagram. Dos
minutos después, Jolene me envió un mensaje.
¿Dónde estás? ¿Estás bien?
Me detuve, preguntándome por qué me preguntaría eso, y luego hizo
clic, el tren, mi historia el otro día. Ella pensó que yo era suicida.
Sí, estoy bien. ¿Por qué?
La pequeña burbuja que aparecía para decir que ella estaba escribiendo
salió, luego desapareció. ¿Qué diría ella? ¿Vi tu fotografía del tren y sólo estoy
asegurándome que no estás corriendo hacia este?
El tren, envió ella de inmediato.
Estaré bien. Solo un poco triste. Puse mi teléfono abajo en la arena y leí
un par de páginas antes de mirarlo de nuevo. Cuando lo hice vi que ella envió
dos mensajes.
¿Dónde estás?
Y luego:
Estoy subiendo a mi auto…
Me la imaginé tomando sus llaves, dándole una apresurada explicación
a Darius, quien estaba probablemente cocinando la cena, y ¿saltando en su
auto para qué? ¿Salvarme? ¿Ella pensó que podía llegar aquí a tiempo si decidí
dar un paso en frente de un tren? ¿O quizás ella pensó que podía hablarme
usando el genérico discurso tu vida tiene significado? Odio decirte esto,
Jolene, pero mi vida no tiene significado. Mi significado era Mercy.
Le envié un mensaje diez minutos después cuando supe que estaba
probablemente en la autopista.
Ya me fui. Estoy viva. Gracias por preocuparte. Luego apagué mi
teléfono así no tenía que ver nada más de ella. Estaba leyendo su libro y eso 64
era suficiente. Era estresante estar en la mente de alguien tan… absorto en sí
mismo. Su personaje, Neena, estaba toda envuelta en autoaversión, lo cual
tenía que asumir venía directamente de la propia experiencia de Jolene. Me
pregunté qué pensó Darius de este libro cuando lo leyó. Y luego vino a mí que
quizás él no lo había leído. Porque si lo había hecho, probablemente habría
tenido que Baker Acted su trasero.
Estaba gruñona cuando hice mi camino hacia el auto diez minutos
después, habiendo acabado de terminar un capítulo donde Neena quemó su
propia piel con un encendedor. María y José, ¿Qué estaba mal con esta mujer?
Empujé el libro bajo el asiento del pasajero así no tenía que mirarlo. Emo…
esa era la palabra para esto. Cuando llegué a casa cuarenta minutos después,
Jolene estaba sentada en mi porche delantero, una expresión preocupada en
su rostro.
—¿Estas bien? —preguntó ella, saltando de pie—. Estaba tan
preocupada.
—¿Por qué? —pregunté—. Solo necesitaba algo de tiempo para pensar.
Me gusta en el agua, aclara mi cabeza.
—Oh —dijo ella—. Solo vi el tren y asumí…
—Te equivocaste —dije simplemente. Decidí no decirle que estaba
leyendo su libro y en su lugar caminé hacia mi puerta, ignorándola
intencionalmente.

65
M
i hermana atrapó a su bueno para nada esposo enviándole
fotografías de su polla a una chica del trabajo. Ella me llamó
sollozando mientras estaba en donde Darius y Jolene, y tuve
que salir a hablar con ella.
—Ven a visitarme —dije, de inmediato—. Arregla tu vuelo y solo ven.
Necesitas un par de días para aclarar tu cabeza. Además, no me gusta que estés
a solas con ese maniático sexual justo hora.
66
—De acuerdo —dijo ella, su voz rasposa—. Lo voy a agendar ahora. —
Me quedé con ella al teléfono hasta que lo hubo hecho, luego regresé a dentro.
—Odio a los hombres —dijo Jolene. Vi a Darius levantar sus cejas, y yo
quise sonreír—. Vas a tener que traerla para que podamos conocerla. Si ella
está dispuesta, digo. Es una cosa muy difícil por lo que ella va a estar pasando.
Quizás podamos ayudar a animarla.
Asentí.
—A ella le gustaría eso. Va a ser su primera vez aquí, en realidad.
—¿Cómo es que lo atrapó? —preguntó Darius. Él estaba intentado moler
patatas para Jolene, haciendo un gran escándalo de no saber cómo usar
KitchenAid. Ella lo movió a un lado con su cadera, y él alcanzó a golpear su
trasero de forma juguetona. Me reí mirándolos. Ellos siempre daban un buen
espectáculo.
—Su teléfono. ¿No siempre son atrapados así?
Darius asintió.
—La tecnología es la perdición del hombre que engaña.
—Sííí —dije—. Pero, conociendo a mi hermana, ella se va a quedar con
él. Así que, no puedo hablar mucha mierda, ya saben. Me pone en un mal
lugar. Él es un bastardo, sin embargo.
Nos movimos hacia la sala principal y Darius encendió el fuego. Noté
que Jolene había añadido una réplica de metal de la Aguja Espacial al mantel
arriba de la chimenea.
—¿De dónde sacaste eso? —le pregunté a ella.
—Incidentemente, la Aguja Espacial —dijo ella—. ¿Por qué? ¿También
quieres comprar una?
—No es mi estilo —reproché—. Es un poco cursi.
Darius se ahogó con su bebida. No quise decirlo. Algunas veces eso me
pasaba y yo soltaba las cosas —no tenía filtro, George siempre lo decía.
Caminé hacia el mantel para examinarlo. Podías amar Seattle, por
supuesto, pero poner arte de poca cultura en tu casa para ilustrarlo parecía…
desesperado. Como, ¿Qué estabas intentando probar? Podía garantizar que
podía amar más Seattle que Jolene, pero yo no iba a ir a correr y a hacerme un
tatuaje de la Aguja Espacial para probarlo. De repente me sentí muy 67
competitiva sobre ello. Ella sólo había estado aquí un par de años más que yo.
Eso no decía nada. Ella pensaba que era más una hípster de Seattle que yo, y
eso era una mentira.
—Voy a tener que llevar a mi hermana —dije—. A la Aguja. A ella le
gustaría.
—Nosotros cenamos allí —dijo Darius —. El restaurante gira. —Él hizo
un movimiento circular con su dedo y silbó. Tan tonto. Ellos eran la pareja que
siempre estaban haciendo algo.
—¿Cómo se conocieron ustedes dos? —le pregunté a Jolene cuando
hubo un descanso en la conversación. Ella automáticamente alcanzó el vino y
llenó su copa. Vaya. Y decirlo.
—Bueno —dijo ella, dándole a su esposo una mirada—. Nos conocimos
a través de una amiga. No comenzamos a salir hasta que ellos terminaron y
nos topamos en un concierto un año después.
—Um… ¿Aún son amigos de ella?
—¿Dani? No. Ella no quería nada conmigo cuando se dio cuenta.
Darius aclaró su garganta mientras Jolene bebía su vino. Una historia
que me estaba perdiendo.
¿Dani… Danielle? ¿Dannika? ¿Daniella? Quería ser capaz de ir a casa y
buscarlo.
—Bueno, supongo que funcionó al final —dije—. Ustedes dos están
juntos, y yo diría que eso le gana a la amistad, ¿no?
Darius levantó su copa con eso. Luego él se inclinó hacia adelante para
decir:
—La hubiera dejado por Jo cinco años antes, pero tomó un pequeño
Búho y tres osos que me arrojaran algo de valor.
Jolene lo golpeó juguetonamente en el brazo.
—¿Le llamas mirarme fijamente toda la noche coraje? —Ella se rio.
—Sí, eres realmente agresiva. Estaba tomando riesgos. Además, no
dudaste cuando te invité a almorzar.
—Sí, porque era el almuerzo —dijo ella—. El almuerzo no es una cita,
son dos conocidos poniéndose al día. Ese fue tu movimiento ganador. Si me
hubieras pedido que fuera a cenar hubiera dicho que no.
Darius apretó su corazón como si estuviera herido. 68
Leí alguna vez que las mujeres que eran infelices en su matrimonio
comenzaban a notar a los hombres más próximos primero —el esposo de una
amiga, un entrenador personal, un compañero de trabajo. Cuando su felicidad
fallaba, ellas se fijaban en las buenas cualidades de un hombre, sopesando la
opción de que alguien más podía encontrar sus necesidades mucho mejor.
Durante los tiempos difíciles con George, me fijé en el chico de FedEx, un tipo
musculoso que se veía como Topher Grace que siempre hacía pequeñas
conversaciones mientras le firmaba los paquetes. Él nunca usó un anillo de
matrimonio, y yo siempre fantaseaba que él me invitaba por un café algún día.
Nos encontramos en Tin Pin y nos reímos sobre las mujeres vestidas como
zorras, alejando nuestros ojos, y también teniendo ojos para nosotros mismos.
Me enteré que su nombre era Tom, y noté que él siempre daba un paso a un
lado en la acera para dejar a las mujeres pasar. Un verdadero caballero. Y
cuando él me hablaba me miraba a los ojos, algo que George no había hecho
en años. El día en que dejó de entregar mis paquetes, fue reemplazado por un
idiota rubio de edad media llamado Fern. Después de Tom fue un hombre en
el gimnasio. Nunca hablamos, pero podía sentir la tensión a través de la
habitación mientras él corría seis millas al día en la caminadora. Él estaba tan
concentrado en mí como yo lo estaba de él. Comencé a llamarlo mi esposo del
gimnasio en mi cabeza. Un día imaginé que llegábamos al spray al mismo
tiempo, y nos reíamos y comenzábamos una conversación. Dejaría a George
por él, y aunque sería un desorden, al final valdría la pena.
—¿Fig?
—¿Qué…? ¿Eh?
Ambos me están mirando. Mi error. Necesitaba estar más alerta.
—La cena —dijo Jolene—. Está lista.
Los seguí hacia la cocina.

69
T
essa llegó con los ojos hinchados y una sonrisa esperanzada
pegada a su rostro. Lastimó mi corazón saber lo que él le había
hecho. ¿Y por qué? ¿Por una zorra quien no había atravesado las
dificultades de la vida con él como lo había hecho Tessa? ¿Dónde estaba la 70
fidelidad? ¿Dónde estaban los votos? Habíamos acosado en línea a la pequeña
zorra, intercambiado fotos de aquí para allá diciendo las cosas que siempre
vinieron con engaño: ¿Cómo pudo? Y, ella no es ni siquiera tan bonita como
tú. ¿Piensas que él está aburrido de mí? No, él es solo un cerdo. Los hombres
hacen estas cosas porque los hacen sentir grandes.
Lo odié, pero no podía decir demasiado. Fui cuidadosa.
—¡Has perdido muchísimo peso! —dijo, una vez estuvimos en el auto—
. Luces increíble, Figgy.
Quise decirle que ella también lo había hecho, pero parecía más como
un recordatorio que un cumplido, así que mantuve mi boca cerrada.
—¿Podré conocer a tus nuevos amigos? ¿Los vecinos de los que sigues
hablando?
—¡Sí! Ellos también quieren conocerte —le dije. Extendí mi brazo y
apreté su rodilla—. Lo que sea que quieras hacer. Quiero que veas mi ciudad.
Pensé que tal vez podríamos cenar en la Aguja Espacial.
Asintió.
—Eso me encantaría.
A pesar de nuestros planes para divertirnos, Tessa pasó la mayor parte
de los siguientes tres días en el teléfono con Mike, el gran, gordo infiel. En la
primera noche creo que despertó a la mitad del vecindario con sus gritos. Me
tropecé fuera de la cama, echando un vistazo el reloj. Eran las tres de la
mañana. La encontré en la sala de estar, paseándose alrededor como una
mujer salvaje, una botella de vodka en su mano. Pasé las siguientes dos horas
consolándola en el sofá, mientras ella lloraba en mi regazo diciendo cuánto lo
amaba. El futuro estaba sellado: mi hermana regresaría con el infiel. El
corazón de una mujer era una terrible maldición. Ella lo aceptaría de regreso,
pero probablemente le recordaría su falla por el resto de su vida. Esa era la
naturaleza del perdón. Venía con un costo.
—Sé cómo te sientes acerca de George —dijo en voz baja, mientras yo
acariciaba su cabello—. Lo he sentido yo misma con Mike: la frustración y
desesperación. Pero, no es tan fácil marcharse. No puedes juzgarme. George
puede que no haya sido infiel, pero tú sabes que es difícil marcharse, sin
importar qué.
Asentí y la apreté con más fuerza, pero no estuve de acuerdo. George se
había sentido como una prisión desde el inicio. Hice lo mejor de ello, pero
desesperadamente quería una escapatoria. Tessa tenía un claro camino hacia 71
la libertad. La gente la juzgaría menos severamente si ella dejara a su esposo
infiel. Eso nunca fue tan fácil para mí. La situación con George había sido —
era— diferente. Él estaba muerto por dentro, pero realmente nunca había
hecho nada malo.
En su última noche mantuve mi promesa y la llevé a la Aguja Espacial
para cenar. Por una vez su teléfono estaba alejado y ella estaba sonriendo.
Mike había enviado flores a la casa esa mañana, dos docenas de rosas rojas.
Una vez que ella las vio, la mirada llorosa en sus ojos desapareció y tenía una
nueva resolución sobre ella. Vagamos alrededor de la gran tienda de regalos
antes de que fuera nuestro turno de tomar el elevador de arriba, tocando las
sudaderas, y sacudiendo los guantes de nieve, riéndonos y siendo hermanas.
Tessa me vio observando la réplica metálica de la Aguja Espacial que había
visto en casa de Jolene.
—Deberías comprarla —dijo—. Luciría bien en tu nueva y fabulosa casa.
Mordí mi labio, indecisa. Era costosa. Pero, la quería.
—No puedo —dije—. Responsabilidades de casa nueva.
Antes de que pudiera protestar, ella la arrebató de la repisa.
—Quiero comprarla para ti —dijo—. Por hospedar a tu odiosa hermana
menor.
—Está bien. —Sonreí, emocionada. Sabía exactamente dónde la
pondría.
Cuando Tessa y yo fuimos a casa después de la cena, había al menos una
docena de cajas esperando en mi entrada.
—Fui un poco exagerada —dije, culpablemente.
—Tonterías —dijo—. Fuiste un poco Tessa.
Nos reímos y las cargamos dentro. Desenvolví primero mi Aguja
Espacial, colocándola en la repisa encima de la chimenea. Después juntas
desempacamos mi nueva sala de estar color verde azulado en el piso de mi
cocina, pasando una botella de Prosecco de un lado a otro. Sí, esta era yo. Esta
era quien era ahora.

72
E
lla estaba sentada en la escalera de atrás, fumando un cigarrillo,
los codos en las rodillas y el cabello desordenado. No sabía que
ella fumaba y yo nunca lo había olido en ella. No se veía a Mercy
por ningún lado, probablemente en la cama. La casa estaba en su mayoría a
oscuras excepto por la luz de la despensa, lo cual pude ver a través de la
ventana de la cocina. Consideré caminar hacia el frente de la casa y golpear la
puerta, pero había posibilidad de que ella no escuchara el golpe, y no quería
despertar a Mercy con el timbre. Decidí probar la puerta del jardín. Las 73
enredaderas de mora la cubrían. Las espinas picaron mi mano cuando las
retiraba para alcanzar el pestillo. Supe que me vio cuando la abrí de un
empujón y me dirigí a su patio, pero ella no sonrió ni reconoció que yo estaba
allí. Un escalofrío me recorrió.
—¿Jolene? —dije, tentativamente—. ¿Estás bien?
Ninguna respuesta. Di unos pocos pasos más hacia adelante. Podía oler
su cigarrillo ahora, rancio y fuerte. Los cigarrillos me daban terribles dolores
de cabeza.
—Jolene... —dije de nuevo, ahora a sólo tres pasos de distancia. Sus ojos
se movieron del piso a mi cara donde de repente ella pareció sorprendida al
verme.
—Fig, me diste un susto de muerte —dijo, frotándose los dedos sobre la
frente.
—¿Por qué estás aquí atrás? —pregunté—. ¿Dónde están Mercy y
Darius?
Jolene descartó mi pregunta con un gesto de su mano, enviando una
nube de humo hacia mí.
—Darius la llevó con su madre por el fin de semana. Vive en Olympia.
—Oh —dije, sentándome a su lado—. ¿Por qué no te fuiste con ellos?
—Porque su madre es una perra.
—Oh —dije, otra vez—. ¿Qué piensa Darius de que no vayas?
Apagó su cigarrillo en el hormigón y me miró, sus ojos inyectados en
sangre.
—¿Importa?
Tenía un millón de cosas que decir sobre eso, como: sí, sí importa—. Y:
el matrimonio requiere compromiso. Y: cuando te casas con alguien, te casas
con toda su familia. Pero algo me dijo que mi opinión no tendría importancia
esta noche. O tal vez nunca.
—¿Tuvieron una pelea? —le pregunté—. Es eso por lo que…
—¿Por lo que estoy bebiendo y fumando? —terminó—. No, Fig. En
realidad hago éstas cosas de vez en cuando y no tiene nada que ver con que
Darius y yo tengamos una pelea.
Me sentí mal. Reprendida como una niña pequeña. 74
—Entonces, te dejaré en paz —dije, levantándome. Sus ojos
repentinamente se suavizaron y agarró mi mano.
—Lo siento. Ten—dijo, encendiendo un cigarrillo y entregándomelo.
Era delgado y largo, algo que imaginaba a Cruella de Vil fumando. Quería
decirle que no fumaba, pero parecía una ofrenda de paz, y quería saber si ella
tenía algo que valiera la pena para decir. Ella encendió otro para sí misma y lo
colocó entre sus labios muy rojos. ¿Había salido? No había visto salir su auto.
Llevaba vaqueros negros rasgados y botas negras. Supongo que si fueras del
tipo emo o una de esas chicas suicidas, dejarías la casa luciendo así. Di una
calada al cigarrillo y de inmediato comencé a toser. Asqueroso.
—Quiero ser una buena amiga para ti —le dije, de improviso—. No
siempre es fácil hablar con tus amigos de todos los días acerca de cosas…
llegan juzgándote y luego las cosas se ponen incómodas.
Me miró con interés ahora, así que seguí adelante.
—Pero, si tuvieras una vecina, alguien neutral para sacarte las cosas de
encima —o tal vez sólo para desahogarte— eso sería perfecto.
Su rostro pétreo se disolvió, y reajustó el cigarrillo entre mis dedos, para
que estuviera sosteniéndolo de la manera correcta. Di otra calada y esta vez no
tosí un pulmón. Me hizo sentir mareada.
—Amo a Darius —dijo—. Nos elegimos el uno al otro.
Esperé a que ella dijera más, pero cuando no lo hizo, empecé a juguetear
con el cigarrillo hasta que me quemé la mano. Me chupé el nudillo,
preguntándome si nos quedaríamos sentadas aquí toda la noche en silencio, o
si debería decir algo más.
—¿Hay un pero en esa declaración? —pregunté, después de un rato.
—No —dijo ella. Y entonces—. No soy buena en la monogamia.
Mi ritmo cardíaco aceleró. ¿Me estaba confesando algo? ¿Se suponía
que insistiera o la dejara hablar? Decidí decirle algo que escuché en la radio.
—Los seres humanos son criaturas monógamas. Nos desviamos cuando
nuestra felicidad está amenazada. La felicidad está ligada a la supervivencia.
Sentimos como que estamos fallando si no estamos contentos, especialmente
cuando abrimos cualquier grupo de redes sociales y vemos a nuestros amigos
publicando hashtags de todas las cosas buenas en sus vidas. Todo es falso. 75
Todos estamos más en el limbo de lo que somos felices.
Apagó su cigarrillo y giró su cuerpo hacia mí.
—Él hace todo bien. Es el mejor padre, me deja ser yo. Es amable y gentil
y pasa su vida ayudando a otras personas a ser seres humanos sanos.
—¿Hay alguien más? —Mi voz era baja y conspirativa. Me recordaba a
la escuela secundaria, cómo las chicas siempre tenían sus cabezas juntas
discutiendo los diversos acontecimientos dramáticos de sus vidas.
—No... no realmente... —Su voz decreció y supe que había algo que ella
no me estaba diciendo. Decidí cambiar de táctica.
—¿Fuiste a alguna parte esta noche? Estás arreglada —dije, señalando
sus botas.
—Sí —dijo, encendiendo su tercer cigarrillo.
Cambié de posición mi trasero en el escalón, empezando a sentirme
entumecida. No tenía tanta amortiguación como antes.
—¿No confías en mí, es por eso que me estás dando respuestas de una
palabra? —Traté de sonar lo más herida posible, lo que de alguna manera era
cierto. No le había dado ninguna razón para dudar de mí.
—No confío en nadie, Fig. Ni siquiera en mí misma. —Suspiró,
apagando su cigarrillo antes de haber tenido la oportunidad de fumarlo—.
Vamos —dijo, poniéndose de pie. La vi sacudir el polvo de la parte de atrás de
sus vaqueros y cruzar la puerta de la cocina antes de levantarme y seguirla.
Estaba haciendo té, poniendo las tazas y los cubos de azúcar. No se molestó
en encender la luz, eligiendo en su lugar buscar a tientas en la oscuridad.
—Hoy vi a un viejo amigo —dijo, poniendo una taza de té delante de
mí—. De la universidad, en realidad. Estaba en la ciudad visitando a su mejor
amigo y me invitó a cenar con ellos.
—¿Oh? —dije, tratando de sonar indiferente—. ¿Pasó algo?
Ella descartó mi pregunta, frunciendo el ceño.
—No nada de eso. Fue encantador verlo después de todo este tiempo,
¿sabes? Creo que tengo una especie de nostalgia joven y libre por la
universidad.
—¿Te sientes atraída por él?
Ella hizo una pausa.
—Estaría mintiendo si dijera que no. Es muy atractivo. 76
—¿Es por eso que Darius llevó a Mercy con sus padres? ¿Estaba molesto
por que fuiste? —Ella pareció ponerse incómoda ante mi pregunta.
—No le gustó. Pero, tenemos un acuerdo. Él no trata de cambiarme; yo
no trato de cambiarlo. No soy de esas chicas que se encierran después de
casarse. Si un amigo llega a la ciudad, veo a mi amigo. Fin de la historia.
Imaginé que le había dicho esas mismas palabras a él.
—No deberías tener que cambiar —dije—. Se casó contigo por quién eres
tú. Cuando empiezas a cambiar pequeñas cosas, las cosas grandes también
cambian.
—Exactamente —dijo—. Eso es exactamente lo correcto.
Me sentí emocionada. Estaba hablando su idioma y ella confiaba un
poco más en mí con cada frase que intercambiábamos.
—Una relación debería tener total confianza. Si él realmente sabe quién
eres entonces debe sentirse cómodo con que tú cenes con un viejo amigo.
—Gracias, Fig. Necesitaba escuchar eso.
—El tipo con el que cenabas... ¿alguna vez...?
Ella estaba sacudiendo su cabeza antes de que yo siquiera hubiera
terminado.
—No nada de eso. Apenas nos conocemos. En la universidad estábamos
en grupos separados. Nos conectamos más después de graduarnos. Nos
poníamos en contacto cada año más o menos por Facebook. Es una amistad
imprecisa.
—Entonces, ¿por qué rayos te haría cuestionar si eres monógama?
Su mano se detuvo sobre su taza de té. Ella no me miró, pero incluso en
la casi total oscuridad podía ver los músculos trabajando en su mandíbula. Le
gustaba este tipo. Sin importar lo que dijera. O tal vez Darius ya no le gustaba
más. Ella se quejaba constantemente de lo poco que él estaba por aquí. No
sabía lo afortunada que era. Darius trabajaba duro, y no era como si estuviera
trabajando en una labor superficial, succiona almas. Él estaba ayudando a la
gente. Ella debería sentirse orgullosa de eso.
—Se está haciendo tarde —dijo, acercando su taza al fregadero—. Creo
que necesito ir a la cama.
—Por supuesto. —Me levanté. Me dirigí a la puerta trasera mientras ella
lavaba las tazas, la cabeza baja. 77
—¿Volverán mañana? —pregunté.
—¿Qué? —Parecía sorprendida de que yo todavía estuviera allí.
—Mercy y Darius...
—No lo sé. Buenas noches, Fig.
Yo estuve desorientada por un segundo, sin saber en qué dirección
dirigirme para llegar a la puerta. ¿Acababa de despedirme después de pasar
una hora compadeciéndome de ella? Estaba preocupada por ella. Vine a ver si
estaba bien, y lo único que hizo fue despedirme al final. Ese es exactamente el
tipo de amiga que era. ¿Y por qué me sorprendió? Ella había robado al novio
de su amiga, después de todo. Mi último pensamiento mientras me metía en
la cama, agotada y oliendo a cigarrillos, fue acerca de Darius y Mercy.
Merecían algo mejor.
N
o vi a los Avery por dos semanas enteras. Eso es una mentira.
Los vi entrando al auto de Darius el domingo, una alegre familia
feliz. Jolene llevando una cacerola. Y el lunes, los vi desde la
ventana trasera comiendo la cena en una mesa de picnic en el jardín. Darius y
Mercy luchando con espadas de maíz sobre la mazorca, y Jolene riendo y
tomando fotos. Y el miércoles, los vi tomando un paseo, agarrados de las
manos de Mercy y balanceándola entre ellos a cada pocos pasos. El jueves,
Darius trajo un ramo de flores y una botella de vino rojo a casa, y más tarde 78
esa noche los escuché haciendo el amor a través de su ventana abierta. El
viernes, no los vi.
Cerré mis cortinas y me recosté en la oscuridad, escuchando a Barbra
Streisand cantar “Mujer enamorada” y sintiéndome más inferior que en otros
momentos. ¿De qué estaba molesta, de todos modos? ¿De la actitud
despectiva de Jolene? ¿De que Darius no me buscaba o me invitaba a la cena?
¿O era porque habían sido dos semanas desde que había visto a mi pequeña
Mercy? Estaba a punto de rodar y ordenar pizza cuando un mensaje sonó en
mi teléfono. Mi corazón comenzó a latir muy rápido cuando vi su nombre.
Bueno, hablando del diablo, pensé presumidamente, tecleando la contraseña
de mi teléfono.
Él me escribió.
Me tomó un minuto imaginar quién era él. ¡Ding! ¡Ding! ¡Ding!
¿Quién te escribió? Envié, jugando a ser idiota.
Ryan, el chico que conocí hace unas pocas semanas.
—Ryan —dije alto. Ahora teníamos un nombre.
Bien, ¿qué le tomó tanto tiempo? Pregunté. Luego, pensando que
necesitaba añadir algo que mantuviera las cosas ligeras, añadí una cara
sonriente.
Él me envió un par de canciones que le gustan, dijo que espera que me
ayuden a escribir.
Podía sentir su pánico a través del teléfono. Ella obviamente quería una
perspectiva sobre lo que este chico Ryan estaba haciendo. Inmediatamente lo
miré en Instagram, buscando a través de las personas que ella seguía y
encontrándolo. Era bastante diferente a Darius, nervioso, con uno de esos
cortes de cabello que estaba afeitado a los lados, dejando una larga línea de
cabello en el medio de la cabeza. Tenía tatuajes y le gustaba usar púrpura.
Encajarían juntos, de la misma manera en la que yo lo hacía con Darius.
Muchas de sus publicaciones eran de naturaleza, o del área de la ciudad de
donde fuera que viviera, con una foto ocasional de sí mismo serio.
Eso es realmente bonito. Envié. ¿Algunas canciones buenas?
Sí, supongo.
La sentí deslizarse lejos con eso. Sí la quería hablándome tenía que
decirle lo que quería escuchar. 79
Él está totalmente en ti e incluso no le importa que estés casada. Es algo
caliente.
Su mensaje sonó un momento más tarde.
Eso me asusta. Él no me preguntó sobre Darius, y cuando traté de
decirle él cambió el tema. Sólo quería hablar sobre mí y mi escritura.
Rodé sobre mi estómago y mordí mi labio.
¿Darius pregunta sobre tu escritura?
No.
Él se preocupa sobre ti. Nada malo hay con eso.
Ella paró de mensajearme después de eso, y cuando miré por la ventana
la vi jugando en el jardín con Mercy. Le había dado algo sobre lo qué pensar.
Decidí alcanzar a Darius y ver cómo lo estaba haciendo. Le envié un
meme de una de sus películas favoritas, que también sucedía que era una de
mis favoritas. Jolene había rodado los ojos cuando habíamos hecho esas
confesiones en la cena, citando que su película favorita era La Casa De Arena
Y Niebla. Yo había querido decirle que tomara un calmante para aligerarse,
pero luego Darius me había golpeado en ello diciendo que La Casa De Arena
Y Niebla era mórbidamente depresiva.
¿Desorientada? Jolene había retrocedido. ¿Esa es la película favorita de
ambos? ¿Con qué tipo de imbéciles me asocio? Había humor en su voz, pero
todos sabíamos que también era un poquito seria. Era divertido qué tan rápido
podías conseguir saber la personalidad de alguien si realmente estabas
tratando.
Darius y yo habíamos intercambiado una mirada mientras ella
despotricaba sobre la cultura pop y cómo estaba destruyendo el gusto de las
personas en calidad. Está bien que te guste, dijo, pero eso no debería ser todo
lo que te guste.
Él me envió en mensaje después de un rato con un LOL.
Y luego:
¿Me llamarías egoísta?
No, no en tu cara.
Sabía bien que estaba hablando de Jolene, y silenciosamente estuve de
acuerdo. Ella quería que todo el mundo se elevara a sus estándares, y lo 80
tomaba seriamente. Era cansado, y éramos víctimas de su despótico juicio.
Estaba encantada cuando él me contestó y preguntó si había visto Magnolia,
otra de sus películas favoritas. Cuando le dije que no, insistió en prestarme su
copia, y me dijo que fuera a recogerla en la noche. Mi corazón estaba latiendo
para el momento en el que dejé mi teléfono a un lado y salí de la cama.
Las buenas noticias eran que no me sentía más deprimida. Las malas
noticias eran que había ganado tres libras en los últimos días, y los quería
fuera. Mientras me ponía ropas de ejercicio, recordé la primera vez que fui a
lo de los Avery, cómo había pretendido correr por la acera y estar sin aliento.
Esos días estabas tras de mí. Examiné mi figura esbelta en el espejo. ¿Quién
sabía que era tan delgada bajo toda esa carne que había estado coleccionando?
Era más delgada que Jolene, quien tenía pechos grandes y trasero redondo
sobre una figura curva. Quizá eso era lo que a Darius le gustaba, pero no.
Pensaba que Darius era un hombre mundano. Él tenía un sabor mixto en todas
las cosas, no se conformaba con un estilo o tipo.
Corrí cuatro millas, mis muslos ardieron con gratitud por el ejercicio.
Mensajeé a Jolene, preguntando si Ryan le había enviado algo digno de
desmayarse. Había una parte profunda de mí que tenía un sentimiento sobre
los dos, el mismo tipo de sentimiento sobre Darius y yo. Una vez había tenido
ese sentimiento sobre George, pero él lo alejó, ¿lo había hecho? Él me había
tomado como segura y nos habíamos separado. Las mujeres no necesitaban
ser naturales.
Sólo unas pocas cosas. Sobre todo lo ignoro, dijo.
Obviamente no sabía el efecto que tenía sobre todos ellos. Hombres
siguiéndola alrededor como perritos perdidos. Era realmente patético. Fui a
casa y puse a Magnolia dentro del DVD.

81
O
dié Magnolia, pero no le dije eso a Darius.
—Estuvo bien —le dije—. Diferente. —Pareció
ligeramente decepcionado por mi respuesta mediocre, así
que añadí una frase—: Realmente me gustó el tema: la
coincidencia. —Y yo algo así tenía, ¿verdad? Había pasado
dos horas leyendo reseñas en línea intentando darle sentido a lo que acababa
de ver, y qué mensaje Darius estaba tratando de transmitirme. Leí una docena
de críticas antes de entender de sopetón que yo era parte de una extraña 82
coincidencia, y si se dio cuenta o no, él estaba afirmando mi mudanza al lado,
además de mi interacción con ellos. Se estaba ganando mi cariño el mensaje
en Magnolia, incluso si pensaba que la ejecución fue una tontería. Y además,
me gustaba la forma en que la mente de él funcionaba, las cosas que veía y la
forma en que veía el mundo. Era profundo sin ser pretencioso. Cuando me
hablaba, no me hablaba como George, me hablaba a mí. Antes de salir de su
casa, me había entregado otro DVD, este llamado Doubt. Respiré el olor de su
colonia, el lugar entre mis piernas comenzando a hormiguear.
—Te llegará enseguida aquí —dijo, golpeando su sien. Decido que
Darius tenía una obsesión malsana con Philip Seymour Hoffman. Cuando
Darius se retiró a la habitación para ducharse, decidí proponerle a Jolene, algo
que había querido hacer durante un tiempo.
—Deberían salir esta noche —le dije—. Cena, bebidas, lo que sea. Yo
cuidaré a Mercy.
No llamaría a Jolene exactamente sobreprotectora. Una vez la había
visto dejar un cuchillo en el mostrador donde Mercy podría alcanzarlo, pero
ella no dejaría a Mercy con nadie más que con su madre. Era frustrante. Mercy
estaba cómoda conmigo. A ella le caía bien.
—Ustedes dos necesitan un tiempo juntos, aunque sea sólo por una hora
o dos. Ella estará bien, Jolene. —No parecía convencida, así que fui a matar.
»Darius parece molesto últimamente... tal vez un poco distraído. Será
bueno para los dos.
Eso la persuadió. Su rostro parecía de repente culpable, y comenzó a
mordisquear su labio. Miré su cabello lacio y los círculos oscuros, y por
primera vez me di cuenta que podría estar cansada. Mi enfoque estaba
principalmente en Darius y Mercy. A veces olvidaba comprobar si Jolene
estaba bien.
—Quizá sólo por una hora —dijo. Mantuve mi cara sin expresión aun
cuando esto era una victoria.
—Volveré a las siete —le dije—. Eso significa que tienes dos horas para
acostumbrarte a la idea y emborracharte lo suficiente como para salir.
Se echó a reír, pero sabía que no era extraño que Jolene bebiera un par
de copas de vino a estas horas de la noche. Una desagradable cosa roja que
sabía a pudrición. Decía que era para relajarse, pero ella escribía libros para
ganarse la vida, ¿de qué tenía que relajarse?
83
—De acuerdo, pero ven a las ocho, así ella ya está en la cama —dijo
Jolene rápidamente. Y añadió—: No quiero que piense que la abandonamos.
Tomó toda mi fuerza de voluntad no rodar mis ojos, pero sonreí y asentí,
dirigiéndome a la puerta principal. Buen Dios. Qué jodidamente dramática.
No es como si estuviera dejando a Mercy con una completa extraña.
—Nos vemos—dije, y luego—: en dos horas.
Jolene tardó sólo treinta y siete minutos en cancelar. Estaba furiosa,
paseando por mi pequeña sala de estar, con mis ojos ardiendo en sus órbitas.
Su texto había sido amistoso, y había usado a Darius como excusa, diciendo
que él había tenido un largo día y no se sentía a la altura, pero yo sabía la
verdad. Ella no confiaba en mí. Tomé unos cuantos tragos de una vieja botella
de ron que tenía en la parte de atrás de la despensa y agarré mi sudadera con
capucha del perchero. Me sentía imprudente... ¡viva! Había sacrificado tanto
por ellos. No tenían ni idea de lo afortunados que eran. Me preocupaba.
¿Cuántas personas podían decir que tenían a alguien como yo en sus vidas?
¿Quién se preocupaba tanto como yo?
Conduje hacia el Este por la 5, pasando por los barrios más modernos y
hípster, y salí cerca de una de las partes más sórdidas de Shoreline. Era el tipo
de lugar donde mantenías las puertas del auto cerradas en todo momento y
siempre te asegurabas de que tenías spray de pimienta a mano. Encontré una
tienda de licores mugrienta con barras en las ventanas y un aparcamiento de
asfalto agrietado. Probablemente podría haber encontrado un lugar más
cercano y seguro para comprar licor, pero me gustaba el drama de la situación.
¿Me asaltarían? Tal vez. Y además, sólo necesitaba alejarme de esa gente.
Personas que pensaban que eran felices cuando no podían ver todo el alcance
de la situación, demasiado cegados por sus equivocadas percepciones del bien
y del mal. Ryan estaba moviéndose con Jolene justo debajo de la nariz de
Darius, y Darius pasaba más y más tiempo lejos de casa porque estaba
profundamente infeliz. La pobre Mercy solo necesitaba a sus padres, pero
ambos estaban distraídos. Bueno, aquí estaba yo y no iba a dejar que Jolene la
arruinara. Gracias a Dios que yo era parte de su vida, que podría derramar mi
amor en ella. A menudo la imaginaba como una adolescente, enojada con sus
padres (con razón) y agradeciéndome por mi parte activa y amorosa en su
vida.
Estaba de pie frente a las distintas botellas de ron blanco y oscuro
cuando Darius me envió un mensaje de texto.
Gracias por la oferta. ¿Tal vez en otro momento?
¿Fuiste tú o Jolene la que no quiso salir? Le envíe un mensaje de texto. 84
Eeeh... ¿yo?
Eso es lo que pensé, replique.
Estaba tan molesta que metí el teléfono en mi bolsillo trasero sin esperar
a que me contestara, luego agarré una botella de Captain Morgan Private
Selection y un paquete de seis de Coca-Cola, y marché a la caja registradora.
El recepcionista me preguntó si eso era todo, y le dije que agregara un paquete
de Capri Slims. Los de la caja rosa como Jolene compraba. Agarré un paquete
de fósforos del pequeño cenicero al lado de la registradora y le dije que
guardara el cambio. Nunca le había dicho a nadie que guardara el cambio
antes, pero lo decían en las películas. No me molesté en esperar hasta que
llegué a casa para probar mis compras. Abrí una lata de Coca-Cola tan pronto
como subí al auto y bebí un cuarto de ella. Desenroscando la tapa del Captain,
reemplacé la Coca-Cola con ron y la giré para mezclarla. Tomé un sorbo.
Repugnante. Solo ron. Estaba demasiado molesta para ser exigente. Fumé uno
de los Capris mientras bebía un sorbo de mi bebida, viendo los autos pasar.
Estaba a punto de salir de mi lugar de estacionamiento cuando vi que tenía
una llamada perdida de Jolene. Eso me impactó. Tal vez ella cambió de
parecer y quería salir después de todo. Revisé mis mensajes de voz, pero no
dejó ninguno. Decidí llamarla de vuelta.
—Hola, hola —dijo.
Mantuve mi voz neutral y respondí con un corto:
—Hola.
—Te vi salir, ¿sólo quería asegurarme de que estás bien?
¿Me vio salir? ¿Me había estado observando por la ventana?
—Saliste del barrio como si estuvieras involucrada en una persecución
de autos —dijo suavemente—. Sólo quería estar segura...
—No estoy cerca de ninguna vía de tren —respondí—. Si eso es lo que
estás insinuando.
—No, no, no —dijo, rápidamente—. Eso no es lo que quise decir. —
Aunque ambas sabíamos que eso era exactamente lo que ella quiso decir.
—Darius y yo estábamos pensando que podríamos hacer una cita doble
contigo la próxima semana. —Su voz cayó mientras esperaba a que
reaccionara. Puse los ojos en blanco.
—Claro, suena genial. ¿Qué día estás pensando?
85
Me dijo el jueves por la noche porque era cuando su mamá podía vigilar
a Mercy, e hicimos planes para encontrarnos en su casa a las siete.
—¿Siete? —pregunté—. ¿Estás segura que no quieres encontrarnos a las
ocho?
—Nah —dijo—. Mamá quiere pasar un tiempo con Mercy.
Tomé un sorbo gigante de mi Captain con Coca-Cola y terminamos
nuestra llamada con las educadas y dulces voces de mujeres que apenas se
podían soportar.
S
e me cayó el alma a los pies cuando caminé por la banqueta el
jueves por la noche y vi el carro de Amanda estacionado frente a
la casa de los Avery. Yo iba sola. Necesitaba un respiro de mi… otra
vida. Las amigas de Jolene tendían a sospechar de cualquier persona nueva en
el grupo. Te estudiaban con ojo crítico, evaluando lo que veían en ti. Me
consolé al pensar que se trataba de Amanda, podía haber sido peor. Deseé no
haberme tardado tanto eligiendo el vestido morado entallado que traía puesto.
Siempre tenías la ventaja cuando eras la persona que les daba la bienvenida a 86
las personas y no cuando eras la persona que recibía la bienvenida. Jolene me
había mandado un mensaje diciéndome que entrara sin tocar el timbre.
Cuando abrí la puerta, fue recibida por las risas. Me sentí celosa al saber que
habían empezado sin mí, pero eliminé cualquier muestra de emoción en mi
rostro y entré.
—¡Fig!—gritó alguien—. Estamos en la cocina.
Jolene asomó la cabeza, sonriendo de oreja a oreja. Atravesé la sala,
preparándome para las miradas. Cuando giré la esquina, me encontré a Jolene
agachada frente al lavavajillas usando mi vestido. Al menos no era morado,
ella traía puesto el negro; había tardado horas en elegir cuál usar. ¿Morado o
negro? ¿Morado o negro? Al final me había decidido por el negro porque era
menos para funerales y más para el verano. Ahora, viendo a Jolene de negro,
estaba dudando que mi elección fuera la correcta. Sonreí débilmente,
esperando que todos dijeran algo sobre nuestro accidente de vestuario, pero
nadie pareció darse cuenta cuando me saludaban.
Traemos puesto el mismo vestido, quería gritarles. ¿Acaso están ciegos?
Jolene me preguntó qué quería tomar.
—Lo que tú estés tomando —contesté. Se fue a servirme ginebra y
tónica, y Amanda se acercó a saludarme.
—Te ves increíble.
Normalmente, me molestaban los elogios de mujeres, pues solían dar
un cumplido sólo para señalar algún defecto: Te ves increíble, ya no estás tan
gorda como antes. O: Te ves increíble, ¿bajaste de peso? También bajé unos
kilos, ¿lo notaste? Pero ella no dijo nada más, dijo algo sobre el tiempo y luego
hablamos de mi trabajo. Y en realidad sí me veía increíble. Me dio la bebida y
el hielo tintineó en el vaso. Le di una mirada de reojo a Jolene, parada junto a
Darius. Él tenía un brazo alrededor de su cintura, en un gesto casual, y parecía
que, con el pulgar, estuviera jugueteando con el resorte de sus pantis debajo
del vestido. Yo no llevaba pantis; él se sentiría mejor si estuviera haciéndome
eso a mí. Ella no era tan delgada como yo.
Como si el universo quisiera molestarme, Amanda comentó:
—Me encanta tu vestido, Jolene; pareces una gatita sexy.
Darius le sonrió.
—Lo sé. No puedo dejar de tocarla —dijo. 87
—Por suerte, no tienes que hacerlo —contestó. No era la primera vez que
notaba la camaradería entre Amanda y Darius. Me fui a un rincón de la cocina,
mosqueada. Supuse que Amanda y Darius eran igual de mordaces. Sus bromas
siempre terminaban con miradas inexpresivas y con una confusión colectiva
por parte de las demás personas en la habitación, haciéndote preguntar si
hablaban en serio o si simplemente jugaban contigo.
Jolene nos dijo que si no queríamos perder nuestra reservación, era
mejor que nos fuéramos al restaurante. Darius y Jolene se fueron en su carro,
y después de una corta discusión, Amanda y Hollis se subieron a la parte
trasera.
—Vente con nosotros, Fig —dijeron. No quería ir apretada en medio.
Irritada, caminé hacia mi carro, maldiciendo por lo bajo. Todo esto parecía
una trampa.
Cuando llegamos al restaurante, la anfitriona elogió el vestido de
Jolene. Pues los ojos en blanco.
Fui la última en llegar a la mesa y la más alejada de Jolene y Darius. Me
senté, intentando no hacer contacto visual con nadie para que no pudieran
notar mi molestia. La conversación pasó de lo que todos iban a ordenar a
dónde podías conseguir las mejores ostras. Las ostras eran afrodisiacos, nos
dijo Darius. Todos lo sabíamos, pero aun así todos fingimos estar interesados.
Pronto, ya estábamos hablando de sexo. Le di unas cuantas miradas a Darius
mientras hablaba, preguntándome cómo era en la cama. En más de una
ocasión, había escuchado los gemidos de Jolene desde la ventana abierta de
su habitación. Había pasado tanto desde la última vez que había tenido sexo
que Nooni comenzó a cosquillear.
Mi madre le había dado el nombre de Nooni a mis partes privadas. Dijo
que no quería estar en el supermercado y que yo gritara: ¡Me arde mi vagina!,
en la línea de pago, como la hija de su amiga Lisa. Así que le pusimos Nooni,
y así había quedado. No sé cómo se le ocurrió el nombre, pero en sexto grado,
mi amiga Katie le decía Nooni a su abuelita, lo que me ponía muy incómoda.
A su abuelita le decía Vagina en mi cabeza. Nunca le dije eso a Katie.
Probablemente debí dejar de decirle Nooni, pero se quedó en la universidad y
en mi adultez. Y aquí estaba, cenando y pensando en Nooni mientras miraba
fijamente mi sopa de cebolla a la francesa, todos riendo a mi alrededor.
Cuando levanté la vista, Darius me observaba desde el otro lado de la
mesa. Y sentí cosquilleos hasta los dedos de los pies.

88
J
olene y yo estábamos charlando en la cocina cuando Darius llegó
a casa del trabajo. Tenía una mancha marrón pegajosa en su
camisa, y llevaba gafas de montura negra, las cuales nunca le vi
usando antes. Se encontraba inusualmente tranquilo, besándola a ella en la
mejilla y disparando un rápido hola a mí antes de agarrar un vaso del
escurridor de vajilla. Nuestra conversación sobre la fiesta de pijamas de Mercy
con la madre de Jolene disminuyó cuando ambas nos situamos en su tensa
espalda. 89
—¿El trabajo estuvo malo? —preguntó, caminando hacia donde él
estaba cortando una lima para su bebida, y frotándole la espalda.
Esta era mi parte favorita del día, cuando Darius hablaba de sus clientes.
Nunca nos decía sus nombres, pero siempre había historias que o nos hacían
reír o nos hacían gemir. Jolene dijo que estaba desahogando sus cargas. Él la
desestimó y se movió al cesto de basura para tirar la parte superior seca de la
lima. Aparentemente sin ser afectada por su casual rechazo, Jolene cruzó la
cocina y se sentó en la mesa, apoyando sus pies en la silla junto a ella mientras
Darius se lanzaba a un relato completo de su día. Terminó su bebida y se sirvió
otra mientras le hacíamos preguntas sobre la dama que obligaba a su hijo de
diez años a usar rosa aunque se burlaran de él en la escuela.
—Recibí un mensaje de Rachel hoy —dijo él, finalmente, sacando una
botella de ginebra del gabinete. Rachel, ese era un nombre que nunca había
oído. Eché un vistazo a Jolene, que se estaba hurgando las uñas. Su rostro era
neutral, sin darme ninguna indicación de quién era esta chica Rachel.
—Ah sí, ¿qué dijo?
—Se está divorciando. Sonaba bastante mal. Supongo que él va a ir por
la custodia completa de su hijo. —Jolene se dio la vuelta, su rostro
contorsionado.
—¿Ella está bien?
Darius se encogió de hombros.
—Está muy deprimida. Trató de suicidarse una vez hace algunos años,
así que nunca se sabe con ella. Me preguntó si estaría en la ciudad pronto.
Me preguntaba dónde estaba “en la ciudad”, cuando Jolene dijo:
—¿Todavía vive en Miami?
Darius asintió.
—Le dije que iba a estar allí para una conferencia la próxima semana, y
me preguntó si podríamos tomar un café.
—Deberías verla —dijo Jolene—. Si ella no tiene a nadie más, tal vez
puedas ayudarla. —Los ojos de Darius destellaron como si estuviera enojado
por haber sugerido tal cosa.
—Es mi ex novia, Jolene. ¿No te importa eso? 90
Su barbilla se alzó desafiante mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—No, por supuesto que no. Confío en ti. Si está en problemas, estás
preparado para ayudar. Eres un psicólogo, por el amor de Dios.
—Estoy seguro que tiene ayuda —dije en voz baja, volviéndose y
sirviéndose otro trago. Me quedé tan quieta como pude, temiendo que si
recordaban que me encontraba allí, todo esto se detendría.
—Era sólo una sugerencia, Darius. No quise decir nada por eso —dijo
ella, suavemente.
Darius se apoyó con la espalda contra el mostrador, pasando el borde
de su vaso por su labio inferior. Era diferente en ese momento, quizás
demasiado para beber. Me estremecí ante la mirada salvaje en sus ojos.
—Todavía tiene sentimientos por mí. ¿Es eso lo que quieres, Jo? ¿Que
se acerque a mí para que puedas hacer lo tuyo?
—Eso es enfermo —escupió Jolene. Se levantó de la mesa, su teléfono
cayendo al suelo de la cocina con un ruido sordo.
—No es que dijera que no. Sigue siendo sexy como la mierda.
Sentí una oleada de celos hacia esa chica Rachel. Quería verla, saber
cómo era. El rostro de Jolene se volvió de un rojo brillante. Esperaba que
lanzara un latigazo, quizás le gritara, pero en su lugar caminó tranquilamente
a la nevera y sacó una botella de agua.
—Lo que quieras, Darius. —Sus ojos estaban pegados en su rostro
cuando ella desenroscó la tapa de la botella y tomó un sorbo. ¿Estaba
sugiriendo que quería a Rachel? Era un poco hipócrita cuando sabías lo que
ella se hallaba haciendo con Ryan.
—Voy a ir a tomar una ducha —dijo—. Eso es lo que quiero.
Después de que él se fuera nos quedamos allí en silencio, ambas
demasiado asustadas de mirar la una a la otra. ¿Qué acaba de suceder?
—¿Estás bien? —pregunté.
—No —replicó, y pensé que la vi quitarse una lágrima—. Me dijo que
quería follar a otra chica delante de mi amiga.
—No quiso decir nada de eso —dije—. Sólo bromeaba.
—Fig, tienes una visión sesgada de Darius. Sé que... lo respetas. Pero,
no lo conoces. —Tenía la cara roja, sus labios en una pálida línea delgada. 91
Pensé en todas aquellas mujeres que publicaban en sus sitios de fans y me
preguntaba qué pensarían si pudieran verla ahora: fea y nerviosa.
Profundamente humana. Nadie estaría corriendo para conseguir tatuajes de
sus palabras si pudieran verla siendo esta patética. Consideré brevemente
tomar una foto de ella justo así y publicarla en alguna parte. Ella sabría que
fui yo.
—Quieres follar a Ryan —respondí—. ¿Cómo es eso diferente?
Su boca se abrió y cerró mientras parpadeaba hacia mí.
—Ni una vez he dicho eso. —Su voz se hallaba cortada; me hizo temer
que estuviera enojada conmigo.
—Lo sé —tropecé—. Sólo estaba diciendo... probablemente lo haces. Es
humano preguntarse cómo es estar con alguien cercano a ti, sexualmente.
Ladeó la cabeza y algo cruzó en sus ojos demasiado rápido para que
pudiera descifrarlo.
—Amo a Darius. Quiero estar con Darius. Lo que tú y yo hemos dicho
sobre Ryan es sólo conversación de chicas, ¿lo entiendes?
Asentí.
—Por supuesto, pero sólo estoy diciendo. Los hombres son hombres.
Quieren follar chicas bonitas. Él te ama. Fue sólo algo descuidado lo que dijo.
—No lo conoces —repitió—. Me hizo realmente, realmente enojar.
Pensé en la línea de Una Chica Divertida cuando Rose le dijo a Fanny:
Cuando lo miras, sólo ves lo que quieres ver. Y la respuesta de Fanny: Lo veo
como él es. ¡Lo amo como es!
Ella no lo conocía como yo lo conocía. Lo empujó, lo pinchó y lo insultó
hasta que se cerró. Él no era feliz; yo lo sabía y Darius lo sabía. Jolene estaba
viviendo en una especie de mundo de fantasía. Vi todas las partes de él que
tenía demasiado miedo de mostrarle a ella. Y gracias a Dios por eso, necesitaba
a alguien que lo entendiera. Además, pensé que lo que dijo sobre esa chica
Rachel fue divertido. Todos queríamos follar a alguien a quien no debíamos.
Siempre que conocía a alguien nuevo me imaginaba teniendo sexo con ellos.
Un hábito que desarrollé cuando era adolescente. Si Jolene pensaba que
Darius sólo fantaseaba con ella, vivía en Lala Land.
La primera cosa que hice cuando llegué a casa fue sacar a Nubby fuera
de la parte posterior de mi gabinete de especias. Lo escondí en una botella
vacía de paprika durante la mayor parte de mi matrimonio. George estaba 92
firmemente en contra de los vibradores, insistiendo en que arruinaban a las
mujeres para la cosa real. Pero, en ocho años juntos, George no fue capaz de
darme un orgasmo. Compré a Nubby de una de esas tiendas de sexo en línea,
estresándome por días sobre cuando llegaría al buzón, y si George
interceptaría el paquete. Cuando finalmente llegó, lo llevé directamente a mi
habitación y tuve mi primer orgasmo en años. En las semanas subsiguientes,
George hizo varios comentarios sobre de qué buen humor estuve
últimamente. Introduje nuevas especias en mi dieta, le dije. Leí sobre ellas en
una revista.
“Sea lo que sea, sigue haciéndolo”. Dijo. Así que lo hice.
Llevé a Nubby a mi nuevo sofá desmontable de cuero blanco, golpeando
el botón de reproducción en el estéreo antes de sentarme. Barbra empezó a
cantar “What Kind of Fool” mientras me acostaba pensando en Darius y qué
le haría a Rachel.
Dormir siempre fue un problema para mí. Tenía tantas cosas que
digerir, contemplar mi día. A veces reproducía algo que sucedió una y otra vez
hasta que pensé que me volvería loca. Mi mente nunca se apagaba, y me
despertaba temprano cada mañana con nuevas preocupaciones. Una vez
despierta, no podía apagar la ansiedad. Rodaba hacia abajo una empinada
colina, ganando velocidad, pero nunca se estrelló, nunca se detuvo. A veces
me sentaba en el sofá a la medianoche, mi MacBook abierta en mi regazo,
Barbra cantando suavemente a través de los altavoces, y yo trabajaba un poco,
pero sobre todo pensaba. Cuando volvía a mirar la hora, serían las cinco de la
mañana y no sabría a dónde se fue el tiempo.
Hice listas mentales: todas las formas en que soy mejor que ella, las
maneras en que puedo hacerlo más feliz que ella. Si la dejaba, tendríamos a
Mercy parte del tiempo. Yo sería su madre. Toda mi familia completa. Pero,
¿qué pasa si lo descubre antes de que sea tiempo? Esto es lo que me mantuvo
en pie. Tenía que ser una buena amiga para ella, así no sospecharía.
No estoy equivocada.
Ella está equivocada.
Cuando ella no me llamó, no me buscó, me acerqué. Le envié una foto
mía desnuda en la ducha. Le envié un mensaje de texto con pequeñas citas
alentadoras e historias ya que ella estaba escribiendo de nuevo, me ofrecí a ir
a cocinarles la cena para que así pudiera trabajar. Había días en los que me
ignoraba y días en los que respondía. Maníaco, eso era una cosa de artista.
Podría relacionarme. Yo era una artista incluso si no había encontrado mí
medio todavía. 93
Al principio se resistió, pero entonces, milagro de milagros, empezó a
decir que sí. Corrí al mercado, llenando mi auto con cosas que me pareció que
impresionarían: queso de cabra, rúcula, y la carne orgánica magra más tierna
que podría encontrar. Luego me presentaba en su casa con una golosina para
Mercy, que siempre se hallaba contenta de verme. Desde que las cosas
progresaron con Darius y conmigo, él era menos atento en persona, sin hacer
contacto visual, sin dirigirse directamente a mí. Quería decirle que no hiciera
eso. Actuara de manera normal. Pero, pensé que lo estaba afligiendo el final
de su matrimonio, así que lo dejé estar. Ambos necesitábamos tiempo para
procesar lo que sucedía. Jolene me dio el número de su estilista cuando le
pregunté. Tengo una cita en dos semanas, me dijo. Me teñí de negro para el
invierno.
¿Negro? Su cabello ya era un ébano oscuro, ¿cuánto más oscuro podía
ir? Pero, puesto que mi cita era antes que la suya, también me teñí el cabello
de negro, de esa manera lo tenía primero. Vi su rostro la primera vez que la
vio. El susto. Fue un gran cambio para mí.
No estoy equivocada.
Ella está equivocada.
—¿Dónde está tu colador? Lo siento, ¿te estoy molestando? —Eché un
vistazo hacia donde trabajaba.
Señaló un mueble y sonreí. A veces estar en una habitación con ella era
como estar sola. Me estremecí, pensando en Darius. ¡NO! Terminó de tomar
partido. Podría ser amiga de ambos, amarlos a ambos, hacer que sean
entidades separadas en mi mente. Tal vez después de que Darius y yo
estuviéramos juntos, Jolene y yo podríamos seguir siendo amigas. Vería lo
equivocados que eran el uno para el otro, estaría feliz con Ryan y querría tener
una buena relación por el bien de Mercy.
Hice una cazuela con Jolene escribiendo en su computadora cerca,
pensando en lo que se sentiría tener el pene de Darius dentro de mí. ¿Gritaría
como ella, donde podía oírla claramente a través del espacio entre nuestras
casas? ¿Me besaría con sus suaves labios llenos mientras me venía? Mis manos
temblaban mientras trabajaba. Estaba preparando la cazuela para Darius.
Quería ser la única que satisficiera sus necesidades: mi cocina, mi cuerpo, mi
boca. También estaba haciendo la cazuela para mí, para demostrar que podía
ser una buena amiga, por indigna que pudiera ver a Jolene. Fue una lucha.
Estaba sacando la cazuela del horno cuando sonó el timbre de la puerta.
Oí que Darius la abría, y luego las voces de Amanda y Hollis llegaron a la 94
cocina. ¿Sabía que iban a venir? ¿Lo sabía él? Fue francamente grosero y
desconsiderado no decirme. Jolene se levantó y caminó hacia la otra
habitación. Traté de captar su atención, pero ella estaba sonriendo,
caminando hacia Amanda como si no existiera. Inmediatamente me excusé al
baño, sintiéndome enferma. Los oí hablando, y un minuto después, los cuatro
entraron en la cocina. Forcé una sonrisa mientras alcanzaba el gabinete de los
platos, ignorando la sorpresa que se registró en el rostro de Amanda.
—¡Fig, tu cabello! —dijo. Estiré la mano para tocar una hebra mientras
sus ojos viajaban entre Jolene y yo.
—Oye, hola. ¿Ustedes se quedan para cenar? —dije, para distraerla.
Amanda miró a Jolene, que asentía.
—Sí, sí lo hacen.
—Qué bueno que hice esta cazuela jodidamente gigante entonces. —Me
reí. Me ocupé de preparar la mesa para seis, sirviendo vino y llenando vasos
de agua con cubos de hielo. Apenas los miré, pero pude sentir sus ojos en mí.
Víboras. Chicas malas. Eso es lo que eran. Jolene no era dueña del cabello
negro, así que podían irse a la mierda.
Cuando puse la ensalada en la mesa los llamé.
—¿Qué se siente tener dos esposas, hombre? —Hollis se rio, mirando mi
propagación y golpeando a Darius en la espalda. Darius lanzó una mirada
nerviosa hacia mí antes de caminar hacia Jolene y abrazarla como si estuviera
tratando de probar algún tipo de punto de mierda. Patético. Sin embargo, todo
el mundo lo compró, su deliciosa muestra de afecto. La pareja feliz. Vi a Hollis
mirar a Darius y no podía descifrar la mirada que pasaba por su rostro. Tal vez
lo subestimé y él tampoco lo estaba comprando. Cuando llegó la hora de
comer, terminé junto a Hollis con Darius y Jolene frente a mí (Mercy entre
ellos), y Amanda en la punta de la mesa.
Hollis y yo agarramos la sal al mismo tiempo. Él retrocedió primero y
se disculpó profusamente.
—Oye, sólo es sal —dije—. Debes haber sido criado católico. —No era
una broma, pero se echó a reír.
—Lo fui en realidad. ¿Mis profusas disculpas lo mostraron?
Sonreí.
—No importa si realmente hiciste algo mal, ¿verdad? Nueve de cada diez
veces, incluso si directamente no tenías la culpa de que algo saliera mal, tiende
a sentirse como si fuera tu culpa. Alguien te golpea en el supermercado: ¡Culpa 95
mía! Usted accidentalmente dejar caer el jabón en la ducha: ¡Ahh, lo siento!
Literalmente, en cualquier momento que hay un breve momento de silencio,
estás convencido de que es porque hiciste algo mal. ¡¡Rápido!! REMEDIALO
CON UNA DISCULPA.
Hollis se reía tan fuerte que casi estaba llorando. Incluso Mercy se reía
de él.
—Oh Dios —dijo Hollis—. ¿Qué sobre nuestra necesidad de agradar a
todo el mundo?
—¿Eso es algo? —Me reí, bebiendo mi vino. Sin embargo, tenía razón.
Los empleados de TSA definitivamente no necesitaban mi amistad. Lo
mismo era cierto con los empleados del DMV, técnicos de instalación de cable,
la cajera en el supermercado. Pero eso seguro como el infierno que nunca me
impidió intentar implacablemente de complacerlos. Conversación alegre,
siendo tan útil como sea posible, haciendo chistes de auto-depreciación para
hacer su trabajo más fácil.
Me gustaba el vínculo que sentía con él. ¡Ah! Catolicismo uniendo a la
gente. Me agaché y froté su pierna un poco, justo por encima de la rodilla.
Solidaridad Católica. Mentiría si dijera que no me atraía, era un tipo apuesto.
Me atraía la mayoría de los hombres, ni siquiera tenían que ser guapos, sólo
tenían que tener esa chispa. Y casi siempre me imaginaba teniendo sexo con
ellos. Amanda tuvo suerte... sin merecerla.
—¿Más vino? —Sonreí, llenando vasos.
—Está delicioso, Fig —dijo Jolene—. Muchas gracias. —Hubo
murmullos de acuerdo alrededor de la mesa. Se volvió hacia los demás—. Fig
ha estado cuidando de nosotros mientras termino el libro. Cocina y me ayuda
con Mercy. Estoy muy agradecida por ella.
Miré hacia abajo, avergonzada, pero no pude ocultar mi sonrisa.
Cuando subí la mirada, Amanda me miraba fijamente, su cabeza inclinada
hacia un lado.
—¿Qué te hizo ir... negro? —preguntó.
—Oh, ya sabes. Sólo necesitaba un cambio —dije—. Me gusta ir más
oscuro para el invierno.
—También yo —dijo Jolene. Levantó el vaso—. Por el invierno.
Chocamos las copas y me sentí agradecida por la distracción. Si quería
que Amanda confiara en mí, tenía algo de trabajo que hacer. 96
¿C
ómo comenzó esto? ¿Cuándo cruzamos la línea
oficialmente? Ni siquiera puedo recordarlo, para ser honesta
contigo. Creo que tengo trastorno de estrés postraumático
de todo esto. Definitivamente he bloqueado cosas. Todo lo que sé es que un
día, uno de nosotros dos fue muy lejos. Supongo que estaba destinado a
suceder cuando estás jugando un juego de seguir las reglas. Los humanos eran
criaturas sexuales, puedes suprimirlo tanto tiempo como quieras, pero
eventualmente todos recurrimos a nuestra naturaleza animal. No creo que 97
nadie en realidad quisiera cruzar la línea con un hombre casado. Es
socialmente inaceptable. Y ahora tengo esta constante euforia, templada por
el temor. Trato de decirme a mí misma que no era esta persona. Pero, solo
puedes decirte a ti mismo algo por tanto tiempo y entonces estabas haciéndolo
de nuevo. Yo era esa persona.
Quizás era aburrimiento o el sentimiento de utilidad. Quizás solo quería
recordar quien solía ser antes de que los suburbios se hicieran cargo y te
dijeran que necesitabas ser normal y encajar. Darius me habló, como
realmente habló. Algunos días nos quedábamos a charlar, lo cual siempre fue
divertido y hacía mi día ir más rápido. Otros días ahondamos en la mierda
seria que no le contábamos a nadie más. Yo estaba sola y Darius me hacía
sentir menos solitaria.
George nunca habló conmigo en realidad. No creo que fuera yo
necesariamente con quien él tenía un problema, solo era el tipo de chico cuyos
pensamientos nunca alcanzaban la boca. Darius quería saber sobre George y
el sexo. Así que, le dije. Cada vez que follábamos, George gasto diez minutos
trabajando su camino dentro, jadeando y resoplando sobre qué tan apretada
estaba. Esto puso a Darius excitado. Solo éramos dos humanos frustrados,
emocionalmente hambrientos. Se sentía bien saber que no estaba sola. Me dijo
que cuando Jolene estaba escribiendo, él dejaba de existir. Cuando le enviaba
un texto a ella le tomaba horas responderle. Me preguntaba si ella hablaba con
Ryan. ¿No sería eso un giro inesperado?
A menudo se quejaba conmigo sobre la necesidad de Darius, diciendo
que él prefería enviar textos todo el día que en realidad hablar con ella cuando
llegaba a casa. “Quizás está cansado de hablar desde que eso es lo que hace
todo el día”. Sugerí yo. Ella no lo creyó. El trabajo era separado de la
personal, dijo ella. Él necesitaba estar presente para ella y Mercy. ¿O porque
molestarse en tener una familia? Pienso que ella fue muy dura con él. Darius
siempre me enviaba mensajes durante el día mientras se encontraba en el
trabajo. Lo entendía. Mientras que todos se hallaban tirando sus mierdas
sobre él, necesitaba a alguien que hiciera las cosas ligeras y divertidas. Jolene
era egoísta.
Y entonces un día, poco después del comentario del coño apretado,
envió: quiero ver que tan apretado esta. Mi corazón palpitó
incontrolablemente. Por supuesto que podía ver. Era suya. Me tomo una hora
obtener la foto perfecta: yo sentada en el borde de la bañera, piernas
separadas, mis dedos enmarcando lo que Darius llamo el más bonito coño que
alguna vez había visto. Eso me hizo sonreír, y humedecer, y sentir como la
mujer viva más sexy. Pensé en el coño de Jolene justo entonces, como Darius 98
pensó que el mío era más bonito, y me encendió tanto.
Te he escuchado tener sexo con ella .Saqué. Suena como un buen
momento…
Es bueno. Envió de vuelta. Estaba decepcionada. Quería que me dijera
que no lo estaba. Ella no podía ser buena en todo, y además, se encontraba
demasiado tensa para ser buena en el sexo. Y luego él siguió con:
Solo yace ahí, pero hago lo mejor de ello.
No quería sonar demasiado ansiosa, así que envié un simple: Suena
aburrido.
Si…
Pensé que quizás se estaba arrepintiendo de decirme eso cuando envió
algo más.
En serio quiero probarte.
Me lo imaginé entre mis piernas, como me agarraría de su cabello y
arquearía la espalda, presionando su rostro contra mí.
¿Solo probar? le envié.
Me envío una fotografía de su pene para mostrarme que tan duro
estaba. Reconocí los azulejos del baño bajando las escaleras y me pregunté
dónde estaba Jolene. Esto era excitante. Se encontraba justo ahí en la casa y
él estaba mirando mi coño y tocándose.
Es realmente grande. Tendrás que trabajarlo.
A él le gusto eso mucho. Envió de vuelta un ODM y luego me enseñó que
se había venido. Por todas sus tetas, y trasero, y en todo su atractivo sexual, yo
fui quien lo hizo venirse esta noche. Me preguntaba si la alejaría esta noche si
ella quisiera tener sexo, y ese pensamiento me hizo feliz.
Observé la ventana de su habitación por largo tiempo. Incluso pensé en
espiar dentro de su patio para escuchar a escondidas. A las once en punto, la
luz se apagó y Darius me envió un último texto.
No puedo dejar de pensar en ti.
Al día siguiente horneé un Quiche Lorraine y lo llevé donde Jolene.
Darius se hallaba en el trabajo y ella respondió a la puerta en toalla, apenas
habiendo salido de la ducha.
—Pensé en alimentarte —dije—. Desde que has estado trabajando tanto. 99
—Le mostré el quiche y justo como esperaba, me invitó a entrar. Mi Mercy se
hallaba en la alfombra jugando con bloques.
—¿Es difícil trabajar con ella aquí contigo? ¿Puedes tener algo listo?
Desenvolvió la toalla de su cabeza y la colocó en la parte trasera de uno
de los taburetes para que se secara.
—Es difícil —dijo—. Hay una interrupción cada cinco minutos, pero
estoy acostumbrada. —Sacudió su cabello y se movió hacia uno de los
gabinetes para agarrar platos. Observé riachuelos de agua correr por sus
bronceados hombros. Estaba dejando un charco por todo el suelo de la cocina.
Me preguntaba que hacía a una persona sentirse tan cómoda consigo misma
que podía cortar quiche y servirlo a su vecina vistiendo solo una toalla en la
cocina.
—Podría quedarme y jugar con Mercy —ofrecí—. Sé que estás cerca de
terminar tu manuscrito. —Sus ojos se iluminaron de repente.
—¿En serio? ¿No te molestaría?
—Para nada —dije—. Podríamos tener una fiesta de té en el patio —dije
esto lo suficientemente alto para que lo escuchara, y ella vino corriendo a la
cocina con una sonrisa en su rostro.
—Jugar con Mercy —dijo ella.
—Sí. ¿Quieres?
Asintió, sonriendo tan grande que sus ojos se volvieron rendijas en su
rostro.
—Está bien —dijo Jolene—. Ve por tus muñecas y el juego de té.
Los golpes de sus pies en la madera mientras corría hacia su cuarto
hicieron mi corazón doler de felicidad.
—Gracias Fig. Estoy tan estresada con estos tiempos de entrega. No
tienes idea de lo mucho que esto me ayuda.
—Oye —dije—. Eres lo más cercano que tengo a una mejor amiga.
Quiero ayudarte.
Sonrió y sus ojos se llenaron con lágrimas.
—¿Has escuchado algo de Ryan últimamente? —pregunté. Corté una
esquina del quiche con el tenedor y lo levante a mi boca.
—Sí, se mantiene en contacto. Siempre envía canciones que cree pueden
inspirarme. Es realmente…lindo. 100
Lindo, pensé. Cooorrecto. ¿Es por eso que ella no hacia contacto visual
conmigo?
—¿Alguna vez le envías canciones? —Mastiqué mi quiche mientras ella
empujaba el suyo alrededor del plato.
—No. No quiero que tenga una idea equivocada.
Quise rodar los ojos. Él ya tenía la idea equivocada. Esto es lo que los
hombres hacen: la mujer se convierte en su presa y ellos cazan lo que quieren,
usando cada técnica en el libro.
—Déjame ver una fotografía de él —dije.
—¡Fig! no. ¿Qué fue eso? ¿Dónde está Mercy de todos modos? Mercy…
Reí.
—Vamos. Deja de tratar de cambiar el tema. Solo quiero ver si es lindo.
Enséñame una.
Después de unos pocos minutos de presionarla, puso su Instagram y me
entregó su teléfono.
—Oh mi Dios, mira sus labios. Sabes que tiene que ser bueno besando.
—Levanté la mirada y me dio una mirada anonadada—. Oh vamos. Sabes que
has pensado sobre besarlo. Puedes amar a Darius y aun preguntarte por otros
hombres. —Sacudí la cabeza, sonriendo hacía ella como si fuera la cosa más
tonta.
—No. Yo no. Amo a Darius. Es bueno en la cama. En realidad muy
bueno. No hemos llegado a ese punto donde estoy aburrida.
Colocó su plato limpio ahora en el fregadero, y pensé sobre lo que me
dijo anoche sobre ella solo yaciendo ahí. Él obviamente no se sentía de la
misma forma. Lo montaré tan bien que nunca volverá atrás. Me imagine su
cara de O, como se agarraría a mis caderas y diría, Oh Dios Mío, una y otra
vez.
—Me toqueteo en el auto en el camino a casa desde la casa de mi madre
—barboteo—. Él estaba conduciendo. Íbamos a ochenta en la interestatal y
solo alcanzo mi falda y…
No sé el rostro de quien se hallaba más sonrojado, el de ella o el mío.
—Oh mi Dios —dije, mis ojos muy abiertos—. Eso es tan excitante. —
¿Cuántas veces observé sus manos e imaginé cómo se sentirían entrando en 101
mí? En todos los años de nuestro matrimonio George nunca hizo nada así.
—No puedo dejar de pensar en ello —dijo—. Si eso te dice algo sobre lo
que siento hacia mi esposo. Aún me causa mariposas.
—Lo entiendo. —Sonreí—. Ahora tampoco puedo dejar de pensar en
ello.
Estábamos ambas riendo cuando Mercy vino corriendo dentro de la
habitación, sus brazos cargados de muñecas y pequeñas tazas de té. Jolene
apretó mi brazo antes de que saliera afuera con Mercy e hizo un rostro que
trasmitía su agradecimiento.
—Estoy encantada de que seas mi vecina, Fig. Es lindo tener una amiga
tan cercana. —Sonreí porque también estaba encantada. Tan encantada.
C
uando era una niña pretendía ser otras cosas. No otras personas,
sólo otras cosas, como una lámpara, o una cartera, o un tubo de
lápiz labial. Cosas que la gente necesitaba y utilizaba mucho, y
llevaba con ellos. Me imaginaba los labios que me tocarían, y las manos que
pasarían sus dedos por mi columna vertebral en busca de luz. Quería ser
querida. El sentimiento no disminuyó o atenuó, sólo se hizo más fuerte. Pasó
de objetos a personas en algún momento alrededor de la escuela secundaria.
Entonces, de repente, quería ser Mindy Malone. Ella era fea en el interior, pero 102
oh Dios, su cuerpo era magnifico. Todo el mundo lo sabía, y todos ellos querían
su atención como un montón de animales de circo. Me ponía furiosa, en
realidad. Quería que vieran quién era realmente, pero también quería lo que
ella tenía, así que me quedaba atrás y observaba. Mayoritariamente se tocaba
el cabello, eso es lo que hacían la mayoría de las chicas populares siempre. Y
si no le gustabas, se reía cuando pasaba por tu lado, sus amigas también lo
hacían, y entonces habría un coro de risitas por todo el pasillo de la escuela.
Tenía las manos suaves y de color blanco leche; me tocó con una vez cuando
se le cayó algo y me incliné para recogerlo por ella. Un CD de Jewel.
Nuestros dedos se rozaron y dijo: “Gracias” Sólo gracias. No “muchas
gracias”, o “muchas gracias, Fig”. Sólo dejó ir las palabras como si realmente
no lo sintiera. Y, de hecho, ni siquiera se tomó la molestia de mirarme cuando
lo decía. Compré el CD al día siguiente en la FYE del centro comercial y lo
escuché mientras estaba acostada en el suelo de mi dormitorio. Me imaginaba
con qué canciones Mindy Malone se relacionaba, cuáles cantaba. Era raro;
Jewel era rara. Llevé el CD a la escuela al día siguiente, lo sostuve en la mano,
con la esperanza de que lo viera. Ella lo vio bien.
—Oh, bien, Fig Cerdita ha descubierto Jewel —dijo, rodando sus ojos—
. ¿Me pregunto cómo ha ocurrido? —Hubo muchas risas de sus seguidoras.
Perras desagradables. Mindy Malone no era dueña de Jewel. Me quedé
mirándolas de frente y no les hice caso. Eso es lo mejor que puedes hacer con
los agresores, pretender que no te molestan en absoluto.
No sabía quién era. Es como si estuviese cavando a través de montones
y montones de cabello suelto, y dientes rotos. Mayoritariamente estaba
disgustada, pero había esa sombría fascinación de que podía ser así de fea y
todavía existir.
Deseaba que alguien me quisiese. La necesidad de ser querida era una
ola gigante que aumentaba con la edad. Estaba aburrida y llena de rencores y
pasividad a pequeña escala. Sabía eso de mí misma desde temprana edad: que
nunca perdonaría a Mindy Malone por hacerme sentir pequeña, o a George
por hacerme sentir abandonada, o a Jolene por tener lo que quería. Miraba a
la gente, y entonces quería lo que ellos querían. ¿Tiene eso sentido? Quería
todo, todos los viajes, todos los hombres, toda la atención. Tenía hambre de
vida. Una puta de las aventuras. Quería abrir mi cráneo y meterle experiencias
dentro —buenas, malas, diablos incluso las mediocres me servirían. No quería
vivirlas todas, vivirlas es complicado y agotador, y seamos sinceros, todavía
tenía un jodido trabajo.
Llevé mi paquete de cigarrillos al patio trasero y le quité el envoltorio.
Eran los mismos que Jolene y yo fumábamos juntas esa noche en su porche 103
trasero, largos y delgados como sus dedos. Yo fumaba uno luego dos, sin
inhalar. No quería volverme adicta; sólo quería sentirme como lo hice esa
noche —emocionante y nerviosa. No como yo, más como Jolene.
Se iban de vacaciones a Francia. Jolene terminó su manuscrito y estaba
con su editor. Darius llevó flores a casa el día en que terminó. Lo vi llevarlas a
su casa, una sonrisa tonta en su cara. A él le gustaba cuando ella no escribía,
me lo dijo. Ella era más atenta, más feliz. Era cierto —lo había visto yo misma.
Llevé un pastel como sorpresa. Jolene amaba los pasteles helados. Aplaudió
cuando lo vio, y, por supuesto, me invitó a entrar.
—¿Qué es lo que quiere hacer para celebrar? —le preguntó Darius.
—Quiero ver una película de miedo. Eso es todo. Sólo estírate en el sofá
y comer mi pastel. —Me guiñó un ojo—. Y veamos una película de miedo.
—Está bien —dijo Darius—. Eso es lo que haremos.
—¿Vas a quedarte a verla con nosotros, Fig? —preguntó Jolene—. Justo
después de que meta a Mercy en la cama.
—Claro. —Asentí, a pesar de que odiaba las películas de miedo.
Sin embargo, nunca vimos una. Darius bebió demasiado y se fue por la
tangente hablando sobre el Papa. Cuando Jolene le recordó acerca de la
película, él la desestimó con la mano y siguió hablando hasta bien pasada la
medianoche. Por último, finalmente se fue a la cama y yo me fui. Aun así, ella
era más amable.
Incluso me presentó algunos de sus amigos autores, creando sitios webs
para ellos. Parecía que cuando Jolene recomendaba a alguien, todos se subían
al carro agitando sus dólares. Tenía reservas hasta mitad del año siguiente, lo
cual era genial.
La vi empacar su maleta dos días antes de salir. Estaba sentada con las
piernas cruzadas en la alfombra, montones de colores vivos a su alrededor. Me
sentía celosa. Quería ir, pero se llevaba a Darius, no a mí. Había hecho una
broma sobre él, y ella se giró hacía mí y dijo muy en serio: —Te llevaré en mi
próximo viaje. ¿Has estado en Europa? Tienes que ir a Europa. Cambiará tu
vida. Todavía estaba recuperándome de eso, imaginándonos caminando por
las calles de Paris juntas, cuando dejó caer la bomba—. Darius quiere tener un
bebé. —Se hallaba mirando al par de vaqueros que doblaba, y estuve
agradecida. Si hubiera visto la expresión de mi cara, lo hubiera sabido.
¿Qué demonios? 104
—¿Qué quieres decir que quiere tener un bebé?
—Solo eso. Quiere empezar a intentarlo.
Lo dijo tan directo, tan calmada. Ahí estaba, queriendo vomitar los
rollitos de huevo que hice para comer, y ella hablaba de bebes como si fuera
un viaje al supermercado.
—No vas a hacerlo, ¿verdad? —pregunté.
—Bueno, ¿por qué no? —dijo—. Probablemente sea el momento.
—Un bebé arruinará tu vida —espeté—. Él piensa que es tan fácil. No lo
es. Pondrá más presión sobre vuestra relación. Si piensas que está distante
ahora, espera hasta que un bebé llegue, entonces sabrás de verdad cuán
distante es.
Ella mirándome desde su lugar en la alfombra, con los ojos
parpadeantes tan lánguidamente que pensé por un minuto que el mundo se
movía en cámara lenta.
—¿Cómo sabes eso, Fig? —preguntó finalmente—. ¿Cómo sabes lo que
es tener un bebé?
—Yo... yo lo he visto… con mis amigos.
Puso lo que sostenía en la maleta y se levantó.
—Ya hemos tenido un bebé. ¿Has conocido a Mercy?
Fruncí el ceño ante el sarcasmo.
—Sí, pero es mayor ahora. Es autosuficiente. ¿De verdad quieres
empezar de nuevo?
—Es lo que hace la gente. Tienen hijos y construyen una vida juntos.
Bien, pensé. Pero no con la persona de la que estoy enamorada.
—Me tengo que ir —dije—. Disfruta tus vacaciones.
—Sí, lo haré. —Su voz era helada.

105
A
lgo malo estaba acercándose. Podía sentirlo. El aire a mí
alrededor se hallaba tenso, repleto con la estática de todas las
cosas que hice. ¿Lo lamento? No estaba segura. Era tiempo de
detenerse, pero no lo hice. ¿Lo hice? Quizás solo lamento haber sido atrapada,
que eso tenía que terminar. Me gustaba la sensación de todo, la forma
peligrosa en la que me hizo sentir. Y ahora no había oído de él y estaba
demasiado asustada para enfrentarlo. ¿Y si él le dijo a ella? ¿Qué haría
entonces? Mi negocio estaba atado al de ella. 106
Me inquieté. No comí. Me senté en casa e imaginé todas las maneras en
la que esto podría resultar. Bebí.
Cuando mi teléfono sonó una mañana, diciéndome que tenía un
mensaje de Darius, salté fuera de la cama. No lo haría para meterme en más
problemas. Fui a la cocina y coloqué la tetera, golpeé las tazas alrededor para
sonar ocupada. Leí lo que envió mientras me sentaba en la mesa, mi taza de té
en mano. Mi mano tembló. Probablemente debía comer algo.
Jolene fue robada, decía. Necesito tu ayuda.
Al principio me hallaba decepcionada. Luego me recuperé. Me escribió
por ayuda. Eso significaba que confiaba en mí, que sabía que podía volver a
mí cuando necesitara algo.
¿Cómo? ¿Qué sucedió? Le respondí. Y luego…
Haré lo que sea.
Ellos la alcanzaron mientras estaba tomándose una selfie en frente a la
Torre Eiffel. ¿Dónde se encontraba Darius cuando ocurrió? Dijo que estaba
distraído, tomando sus propias fotos. Jolene dijo que ocho chicas los rodearon
y él simplemente hizo su camino fuera del círculo y se alejó, dejándola sola con
ellas… sin mirar atrás. ¿A quién le creen? Jolene era una historiadora de
profesión, así que mi voto iba para Darius. El problema era el dinero. Los
ladrones tomaron toda su billetera y se dispersaron en diferentes direcciones
para confundir a la víctima. No sabría cuál de ellas introdujo su mano en su
bolso y robó todo lo que tenía.
¿Por qué no puedes usar tus tarjetas? Le pregunté.
Las corté todas, respondió.
¿Por qué?
Hubo una larga pausa antes de que respondiera. Todas estaban al
límite. Intentando no usarlas. Eso era raro, pero no lo presioné. ¿Por qué no
podrían simplemente pagarlas? ¿Sabía Jolene que estaban en el límite?
Quería preguntar, pero no era asunto mío.
Entonces, ¿Qué necesitas que haga?
Transferir dinero, respondió.
Bueno, mierda. Ni siquiera tenía su tarjeta bancaria. ¿Qué demonios
estaba sucediendo? 107
Está bien, respondí. Sólo dime dónde.
Jolene está aterrorizada, dijo. Me está culpando.
Por supuesto que lo estaba. ¿Cómo era su culpa que algunos
delincuentes la hicieran el objetivo de su círculo de crimen? Además, todos
sabían que debías tener cuidado al estar en lugares turísticos como la Torre
Eiffel. Dudaba mucho que Darius la hubiera dejado para defenderse por sí
misma si un grupo de ladrones la rodeaba. Eso no se parecía a él en absoluto.
Tenía que proteger a Darius de ella. Sabía cómo era cuando estaba enojada.
Pobre tipo. No se merecía eso. Tomé mi bolso de la mesa de la cocina y le envié
un mensaje mientras salía por la puerta.
Saliendo ahora. No te preocupes. Dinero en camino.
A
manda y Hollis vivían en Bainbridge Island, un viaje de treinta
minutos en ferri desde el centro de Seattle. Ella me invitó a
visitarla “en cualquier momento”, así es que el viernes por la
mañana le llamé para preguntar si estaban libres por el fin de semana. No
podía soportar la opresión.
—Claro, por supuesto. Ven aquí —dijo, sin aliento en el teléfono. Sonaba
como si estuviera haciendo ejercicio—. Compraré algo de vino y podemos
pasar el rato aquí por la noche. 108

Obtuve su dirección y fui a empacar un pequeño bolso de viaje,


arrojando mi laptop dentro en el último minuto. Estaba temblando cuando
subí a mi auto y lo apagué por el ferri.
Barbra no parecía suficiente hoy. Puse canciones que me recordaban a
Darius, una lista que estuve recopilando desde que nos conocimos, e intenté
no pensar en ellos juntos en Francia. No era justo, no solo que ella estuviera
con él en lugar de mí, sino el hecho de que ella tenía todo: dinero, viajes, ropa,
la admiración de cientos, si no miles de mujeres. No merecía nada de eso. Yo
había visto su verdadero yo, a diferencia de sus miles de fans. Estaba enterada
de esos momentos privados de fealdad humana. Si ellos pudiesen captar solo
un destello de la verdadera Jolene Avery, no la alabarían en la misma
cantidad. Claro, ella escribió buenas palabras. Yo misma fui una víctima de
sus palabras; aceptándolas como si fuesen la verdad absoluta. Incluso
publiqué frases de su libro en mi página de Instagram, profundamente movida
por su tercer ojo en la mente humana. En más de una ocasión, me encontré a
mí misma fantaseando sobre cómo guiaría a todos hacia el secreto: ella era
humana como el resto de nosotros, y yo quería ser la que expusiera la verdad.
Escuché el claxon del ferri y me di cuenta con un sobresalto de que estábamos
estacionándonos en el muelle. Necesitaba orinar y tenía una urgencia
abrumadora de enviarle un mensaje a Darius y preguntarle cómo estaban
yendo las cosas. Resistí la urgencia de sacar mi teléfono para ver si alguno de
ellos publicó algo nuevo en Instagram. No era saludable para mí continuar
viendo, y además, de todos modos todo era una farsa. Él me dijo cuán
absolutamente miserable era, así es que cualquier cosa que uno u otro de ellos
publicara era una completa mentira de red social. Compré un café en una
pequeña tienda en Main Street y lo llevé hacia los muelles para ver los botes.
Ni siquiera quería un café, solo necesitaba algo para distraerme. Mi cerebro
estaba funcionando a toda marcha, proyectando imágenes de Darius y Jolene
en sus vacaciones perfectas hasta que quise gritar por la tortura de ello. Mi
corazón estaba yendo tan rápido que tuve que sentarme en el muelle para
recuperar mi aliento. Fue entonces que noté la cuchara plateada tirada a mi
lado. Limpia y nueva como si hubiese salido recién del lavado. Cuando la
levanté no tenía peso, una cuchara de plástico hecha para lucir costosa.
—Oh por dios —susurré, girándola en mi mano para examinarla. Era
una señal. Sentí algo cálido en mi mejilla, y cuando levanté la mano para tocar
mi cara me di cuenta que lloraba. Sostuve la cuchara contra mi pecho, con
lágrimas escapándose de mis ojos—. Una señal. —Me escuché a mí misma
diciéndolo una y otra vez.
109
La historia que Darius me envió, la escribió para su clase de Inglés en el
instituto. La imprimí y leí una y otra vez, sus palabras profundas incluso a una
temprana edad, desprendiéndose del papel y hacia mi corazón. Busqué un
sentido o significado en su historia de la cuchara. Al final, decidí que la
cuchara simbolizaba su felicidad, como el chico en su libro la encontró por
coincidencia y la llevó consigo durante un tumultuoso tiempo en su vida.
Caminé de regreso a mi auto con la cuchara apretada en mi mano,
determinada a seguir viviendo, seguro nada a esta altura había sucedido por
coincidencia.
Amanda esperaba por mí en la puerta cuando me detuve en su casa de
dos pisos, su cabello rizado atrapando la brisa a medida que esta se zambullía
a través de ella. Pensé acerca de cómo el cabello comenzó todo este viaje, y
sonreí. Extrañaba a Mercy, pero enterré el sentimiento en la parte trasera de
mi mente mientras tomaba mi bolsa de viaje y subía la calle empedrada. Había
estado equivoca acerca de Amanda. Ella tal vez se acercó inicialmente a mí con
cuidado, pero desde entonces se había abierto, asegurándose de incluirme en
cualquier ocasión que estuviéramos todos juntos.
—Hola, loca —dijo, sin sonreír. Si hubiese sido cualquiera me
cuestionaría si estaban arrojando un golpe disfrazado en mi dirección, pero
Amanda me decía loca en una manera adorable. Aprendí que raramente
sonreía y tenía un aire de hastío sobre ella que solo dejaba caer después de
haber tenido unos cuantos tragos. Jolene me dijo una vez que Amanda amaba
más intensamente que cualquiera que hubiera conocido, así es que ella era
cuidadosa acerca de a quien le entregaba su amor.
Su casa tenía extensas ventanas de cristal que enfrentaban una vista
espectacular del agua. Me acomodó en el comedor con una copa de dulce
Moscato que sabía que me gustaba y comenzó a preparar la cena mientras
conversábamos a través del cuarto. Estaba muriendo por contarle acerca de la
cuchara, y finalmente, simplemente lo solté.
—¿Una cuchara? —repitió, alzando una ceja.
—Sí —dije. La saqué de mi bolsa y la sostuve en alto para que pudiera
verla.
—¿Qué decís sobre una cuchara? —Hollis entró por la puerta del garaje,
disparándome una de sus sonrisas relajadas, a la par que besaba a Amanda en
la mejilla.
—Oh, la chica loca encontró una cuchara. —Ella sonrió. ¡Una sonrisa!
Le hice una cara, mientras sorbí mi vino. Hollis nos dio a las dos una 110
mirada que decía que pensaba que estábamos locas, después se lanzó a una
serie de preguntas acerca de mi trabajo y qué estuvo haciendo. Me agradaba,
tal vez más de lo que me agradaba Amanda. Era el chico perfecto, el esposo
perfecto, y yo a menudo me preguntaba si Amanda sabía cuán bien le iba. Fue
criado como yo, y cualquier momento en el que estuviéramos en el mismo
cuarto, una de nosotros comenzaba a hacer chistes acerca de nuestras
infancias católicas.
—Él es miserable —dije.
Amanda y Hollis intercambiaron una mirada. Después Amanda dijo:
—¿Por qué dirías eso?
No era un cuéntame más, ¿por qué dirías eso? Era ¿por qué dirías
alguna vez algo tan terrible acerca de nuestra preciosa Jolene?
—Él me lo ha dicho. Ella es condescendiente y mala, completamente
insolidaria. Confíen en mí. Ellos pelean justo frente a mí. Es como si ella
estuviera siempre lista para reñirlo. No es quien ustedes piensan que es. La
conozco mejor que nadie.
Saqué mi teléfono y me desplacé a través de mis vídeos para
probárselos.
—Miren —dije, sosteniéndolo de manera que pudieran ver. Observé sus
rostros mientras reproduje el vídeo de Jolene y Darius peleando. El rostro de
Amanda era imperturbable, pero Hollis apartó la vista antes de que terminara.
Él estaba incómodo, tanto como debiera estarlo, imagina cómo me sentí
cuando ellos solamente comenzaron a gritarse uno al otro justo en frente de
mí.
—Todas las parejas pelean —dijo Amanda—. Eso no significa que no
deberían estar juntos.
Escuché el ligero tono defensivo en su voz y quise rodar mis ojos. Nadie
nunca veía las cosas claramente cuando se trataba de Jolene. Se estaba
convirtiendo en un verdadero problema. Ignoré el resentimiento que sentí,
diciéndome a mí misma que no era esa clase de persona. Yo era amable, y
pensaba lo mejor de los demás. No podía dejar que el show de Jolene echara
a perder la clase de persona que era.
—Tienes razón —dije, a Amanda—. Pero, me ha dicho cuán infeliz es. —
Enfaticé el punto diciendo, “me ha dicho” en la voz más firme que pude
manejar.
Ambos estuvieron callados, mirando a cualquier lugar menos a mí. 111
—Bueno, si eso es verdad entonces tal vez este viaje los ayudará —dijo
ella, levantándose en silencio y caminando hacia la cocina para revisar la cena.
Me sentí rechazada. Las personas no querían escuchar la verdad. Tenían
sus ideas y cualquier desviación los hacía sentir incómodos.
—Él me escribió desde Francia, mientras estaban cenando —grité detrás
de ella—, justo desde la mesa para decirme cuán miserable es. Hace solo unas
horas. No va a mejorar cuando regresen. No deberían estar juntos.
Hollis se excusó a sí mismo para ir al baño, mientras Amanda se
mantuvo en la estufa revolviendo en silencio.
—Ves lo que estoy diciendo, ¿cierto?
Mi ojo izquierdo comenzó a contraerse en la estela de su silencio. Me
vertí a mí misma más vino y miré un velero mecerse de un lado a otro en el
agua. Yo era familiar con ese sentimiento. Todo esto era culpa de la Mala
Mamá.
112
—T
engo cáncer —me dijo.
—¿Dónde?
—Cuello del útero.
Estaba indiferente al respecto, pero más tarde aprendería que era parte
del juego. Su rostro era una colección de expresiones faciales bien practicadas.
La única vez que sabías que algo estaba fuera de lugar era cuando la mirabas
directamente a los ojos. Sus ojos se hallaban apagados. Enojados. Vagos. 113
Evitaban el contacto, pero amaban mirar. Muévete... mirada... muévete. Me
recordaban a pequeños pájaros flotantes. No podías atraparlos si lo intentaras.
Pero, todavía no lo sabía.
—¿Cómo te sientes al respecto? —pregunté. Podrías decir algo genérico,
como que lo lamentas, lo que siempre llevaba a palabras incómodas, silencio
incómodo, un rápido cambio de tema, o podrías hacer que hablen.
—Es lo que es —dijo—. Todos tienen cáncer. El cáncer es como el
McDonald's de la enfermedad. Lo verás en cada calle.
—Estás adormecida —dije. Era generalmente una declaración que la
gente negaba o afirmaba con firmeza.
—Sí, supongo. ¿Tú no?
Sonreí, sacudí mi cabeza.
—El entumecimiento no es como McDonald's. Prefiero sentir las cosas.
—Bueno, felicidades, doctor Seuss. Siente todas las cosas. Te invito.
—¿Fig es tu nombre real o es la abreviación para algo más? —pregunté,
mirando hacia la bebida que acababa de prepararme. Estaba bueno. Mi esposa
no me había preparado una bebida, pero una extraña lo hizo. Había buenos
samaritanos por todas partes.
—Eso es todo, sólo Fig.
—Interesante —dije.
—Sí, se verá bien en una lápida un día. —Antes de que pudiera
responder, echó su cabeza hacia atrás y soltó una risa gutural.
—¿Darius es tu verdadero nombre o es un accesorio para sonar más
inteligente? —preguntó una vez recuperada.
—Mi verdadero nombre es doctor Seuss.
Me hizo una mueca y fue entonces cuando me di cuenta que estaba
borracha, o drogada. El blanco de sus ojos se encontraba de un color rosado.
Loca. Incapaz de enfocar.
—Todos vamos a morir, doctor. Cada uno de nosotros.
Me divertía que ya me dio un apodo, cuando mi nombre era
extravagante por sí solo. Recosté mi espalda contra la barandilla y miré
mientras ella se sentó en una silla de jardín y comenzaba a deshacer las correas 114
de sus sandalias. Llevaba el atuendo más extraño, un suéter de Navidad sobre
un top de corte bajo con pantalones de yoga. Cuando se agacho hacia adelante,
su camiseta se abrió, revelando la parte superior de diminutos senos en un
sujetador color crema.
—Los hijos de puta duelen como el infierno —dijo. Se puso de pie,
inclinando la cabeza hacia atrás para mirarme. Era muy pequeña. Necesitaba
zapatos de tacón para ser de tamaño regular.
—No juzgues mi altura —murmuró ella.
Estaba impresionado, perspicaz incluso cuando estaba ardiendo en un
olvido rosado.
—Eres pequeña. Eso no es un juicio, es una observación —le dije.
Podrías decir mucho sobre la psicología de una persona a partir de sus
películas favoritas. Así que, eso es lo que le pregunté a continuación. Para el
momento en que las había enlistado, las chicas nos llamaron desde dentro y
no tuve tiempo para responder. Más tarde esa noche se las enlisté a Jolene,
mientras yacíamos en la cama.
—Miedo, La Mano que Mece la Cuna, y Mujer Blanca Soltera.
—Y qué, le gusta un buen thriller —dijo Jolene—. ¿Tenemos que hablar
de esto?... estoy borracha
No estaba borracha. Jolene nunca se emborrachaba, alegre sí, pero le
gustaba mantener su ingenio con ella, mantener el control.
—O es una psicópata y se relaciona con ellos —respondí.
Rodó sus ojos.
—O tal vez tú eres un psicópata y se lo estás transfiriendo a ella.
Me recosté contra las almohadas, apoyando mis manos detrás de mi
cabeza.
—Al menos ahora sé que me escuchas. —Sonreí.
Jolene no compraba toda esa psicología mumbo jumbo, como lo
llamaba. Y cada vez que decía eso, sentía un poco como si no me estuviera
comprando a mí. Olvida los ocho años que pasé esclavizando por mi
doctorado, escribiendo una disertación de ochenta mil palabras: todo era
mumbo jumbo. De todos modos, no importaba lo que dijera, porque cuando
Jolene decidía amar a alguien, todo el buen sentido salía por la ventana. Yo
era el mejor ejemplo. No había un humano vivo que pudiera disuadirla de su 115
causa. Las cagadas cariñosas siempre terminaban como una mierda, pero eso
no parecía importar cuando ella tenía algo en la cabeza acerca de alguien.
Aceptaba a la gente sin cuestionar. En mumbo jumbo lo llamamos
habilitación. Pero, de todos modos, las películas.
La película favorita de mi esposa era La Casa de Arena y Niebla:
comienza depresiva, termina depresiva, y hay todas las clases de depresiones
intercaladas en el centro. Todo con ella reducida a acciones y consecuencias.
Veía a la gente como rotos trenes descarrilados, llenos de compartimientos y
sobre todo sin vapor. No sabía cuándo decidió convertirse en el conductor de
todos, pero eso es lo que hace ella: hace que los trenes vuelvan a moverse. La
respetaba por ello, pero esta vez, con esta persona en particular, sentí la
necesidad de advertirle.
—Me dijo que tiene cáncer —dije, pasando mi dedo por su clavícula.
—¿Qué? ¿Es en serio?
De repente, se enderezó en la cama, luciendo asustada.
—¿Por qué no me dijo eso? ¿Está bien? —Me rodé sobre mi espalda y
miré hacia el techo.
—No lo sé. ¿Por qué me lo dijo?
—Eres un psiquiatra. Desprendes esa vibra.
Me reí. A ella le gustaba cuando me reía. Se recostó de nuevo y se
acurrucó contra mí, presionando sus labios contra mi cuello.
—Está sola y probablemente asustada. Me pondré en contacto con ella
de nuevo. Tenemos que ayudarla.
Bueno, mierda. Otro día, otro proyecto. Lo hacía para vivir; Jolene lo
hacía como parte de su vida cotidiana. Es lo que nos atrajo. Quería estudiar a
la gente; ella quería ayudarlos. Excepto que cuando asumía un proyecto, se
infiltraba en todos los ámbitos de nuestra vida. Yo podía simplemente dejar el
mío en el trabajo, todos los días.
—No te involucres demasiado. Hay algo raro con ella —dije.
—¿La sigues en Instagram?
—Sí, pero ¿qué tiene eso que ver con que sea rara?
No me estaba tomando en serio. Olvida que tengo un doctorado en
mumbo jumbo, olvida que estaba tratando de cuidar de sus intereses.
—La busqué cuando se mudó a la casa de al lado. En el momento en que 116
las dos se conocieron, empezó a poner esas pequeñas cajas blancas alrededor
de sus fotos como tú lo haces.
—¿Estuviste husmeando en su Instagram? Eso no es espeluznante en
absoluto.
—Estoy cuidando de ti —contesté—. Confías demasiado fácilmente. —
Esto iba cuesta abajo rápidamente. Jolene podía hacer que la sana lógica
sonara loca con su don de palabras.
—De acuerdo, así que me siguió y le gustó mi estilo. —Se rodaba ahora
para alejarse de mí, mi cuello olvidado.
—Publicas tus zapatillas de deporte, un día después ella publica sus
zapatillas de deporte. Comes en un restaurante, un día más tarde ella come
allí.
—Sólo quiero irme a dormir —dijo, estirando su mano para apagar la
lámpara de la mesilla de noche—. No vamos a llamar a Fig una acosadora,
todavía. Acabas de conocerla.
—Acosadora —susurré—. Acosadora... acosadora... acosadora…
G
olpeteé mi lapicero en la libreta y sofoqué un suspiro. Era lunes,
y Susan Noring era la paciente de esa hora, o como a mí me
gustaba llamarla, Susan Aburrida. Treintañera, cabello rubio
sucio, labios delgados y malvados; ni siquiera lanzaba algo interesante para la
vista mientras parloteaba con su tono monótono. Estaba usando mocasines
marrones. Con Susan habían sólo dos opciones de calzado: mocasines
marrones o Keds blancos, y lo peor de los Keds era que no tenían ninguna
marca de suciedad. Perfectamente blancos, incluso las suelas estaban sin 117
manchas. Esa era de esencia de Susan Noring la aburrida. No iba a ningún
lado, ni hacia nada, ni tomaba una sola decisión que pudiera agregar color a
sus malditos Keds. Venía conmigo una vez a la semana, permaneciendo en la
recepción mucho después de que nuestra sesión se hubiera acabado, bebiendo
la misma taza de café con la que había entrado. Me preguntaba si había algo
más que café allí, pero nunca había sentido aliento a alcohol. Mi recepcionista
creía que era para fisgonear sobre mis otros pacientes, pero yo creo que venir
a terapia era lo más interesante que le sucedía a la semana.
Era mi turno de hablar.
—¿Por qué crees que te sientes de esa manera?
La pregunta que superaba a todas las demás preguntas. Tenía el
potencial para mantenerlos hablando por diez minutos, comiéndose el resto
de la hora. Dos clientes después de este y me estaría dirigiendo al fin de
semana.
—Me siento juzgada, todo lo que hago, como sea que lo haga —dijo.
Tensaba las manos, algo que hacía cada vez que salía el tema de ser juzgada.
Dudaba de la verdad de sus historias, después de todo, no había nada para que
los compañeros de Susan la juzgaran. Las personas interesantes cortaban las
venas del prejuicio; personas como Susan difícilmente iban en contra de lo
normal. Pero no era mi trabajo el dudar de ella, tan sólo escucharla y sugerir.
—¿En torno a qué te sientes juzgada? —pregunté.
Susan retorció sus manos y me observó con los ojos llenos de lágrimas.
Sus ojos siempre lucían sobresaltados, me recordaban un poco a los de Fig.
Susan no era tan inteligente como nuestra vecina, sólo demostraba que un
poco de imaginación podía ser bastante.
—Siento como que nunca soy suficiente. Es la manera en la que me
miran, las cosas que dicen.
—¿Es posible que tan sólo estés proyectando tus propias inseguridades?
Habíamos tenido esta discusión antes. Incluso admitió esto y logró
cambiar su perspectiva por un rato, pero las personas sanas no necesitaban
médicos, ¿cierto? Y era más difícil cortar de raíz los desórdenes de
personalidad de lo que era atrapar a Papá Noel bajando por la chimenea.
—Es cierto —dijo Susan, luciendo abatida—. Nunca me siento
suficiente.
—¿Para quién necesitas ser suficiente? —pregunté, cruzando y 118
volviendo a cruzar las piernas. Me abstenía de involucrar demasiado
movimiento durante una sesión. Distraía a los clientes y los traía al borde. Se
suponía que los psicólogos tuviesen una naturaleza tranquilizante, pero en
general, era difícil mantenerme inmóvil.
—Yo misma.
—Eso es correcto.
Miré mi reloj y sonríe como si sintiera que se nos había acabado el
tiempo. Mi reloj no tenía batería; era un objeto de apoyo, uno bueno. Susan
también lucía como si lo sintiera. Se tomó su dulce tiempo para ponerse de
pie, buscando sus llaves dentro del bolso, y caminando hacia la puerta. Me
preguntaba cuántas veces se habría tocado a sí misma pensando en mí, sus
largos dedos pálidos empujando dentro de su vagina aburrida. Todo lo que
tenía que hacer era sugerirlo y ella se abriría para mí como una flor. Tal vez
incluso manchara sus Keds un poco. Le estaría haciendo un favor.
—Aquí está mi número personal —dije, anotándolo en la esquina de mi
libreta—. Puedes mandarme un texto siempre que sientas que las cosas se
están volviendo demasiado. —Levanté la cabeza y estuve preocupado de
repente—. ¿Está bien? No quiero asumir…
—No, no, no —dijo rápidamente, sin retirar los ojos de los cuatro
números escritos en la libreta—. Eso sería estupendo —Estaba preocupada de
que no terminara, preocupada de que cambiara de idea.
Terminé de escribir mi número y rasgué el papel, tendiéndoselo. Sus
dedos estaban grasosos cuando tomó el papel y se lo guardó en el bolsillo del
frente. No lo perdería, no lavaría accidentalmente el pantalón con mi número
dentro. Caminaría hacia su auto, con el corazón golpeteándole, y sacaría el
papel, sosteniéndolo con emoción. Después guardaría el número en su
teléfono, pensando en su primer texto. Diría algo como: muchas gracias por
confiarme tu número. Te envío un mensaje para que tengas el mío. Lo
borraría y lo escribiría otras tres veces, reformulando y agonizando sobre
cómo sonar despreocupada y casual. Cómo enviar algo que recibiera una
respuesta de mi parte. Y luego cuando me la follara, se sentiría interesante y
menos preocupada por las madres del equipo de su hijo juzgándola. Sería una
mujer con un secreto, y a ellas les gustaba eso—el tener secretos y sentirse
misteriosas. A mí también me gustaba eso. Vi salir a Susan y pude ver a Lesley
en la sala de espera luciendo agitada y cansada. Lesley era divertida. Tenía
unas buenas malditas piernas y unas grandes tetas jugosas que seguido
imaginaba en mi boca. Estaba a punto de llamarla cuando recibí un texto. Era
Fig. 119
Tu esposa me ha invitado hoy a la cena. Parece demente. ¿Llevo vino
o algo más fuerte?
Regresé a mi oficina y cerré la puerta. ¡Ja! Jolene estaba demente. Había
estado caminando de puntillas por la casa tratando de que no me gritara. Se
ponía así cuando estaba a punto de terminar un libro. Todos y todo era una
molestia para ella.
¿Para ella o para nosotros? Escribí de vuelta.
¡Ja! Nosotros, supongo.
Entonces trae lo fuerte y estaremos demasiado ebrios como para
notarlo.
Envió un emoticón con los pulgares hacia arriba.
Me gustaba nuestra química. Era fácil estar cerca de ella. La catalogué
como una psicópata la primera vez que la vi, lo que significaba que era
encantadora y agradable y eso de tratar de ganarse nuestro afecto era parte
del juego. No sería siempre así de fácil. Una psicópata siempre se delataba,
pero por ahora era como un aliado. Alguien con quien asociarme en contra de
Jolene. A veces me sentía culpable por hacer a mi esposa la mala… era en
esencia mejor persona de lo que yo era, pero al final, los humanos necesitaban
sentirse conectados… apoyados. Y Fig era mi chica. Tenía cierto tipo de
obsesión con Jolene. Quería ser como ella y odiaba que no fuese fácil. Su
relación era tenue. Fig, en casi cada ocasión, trataba de vencer a mi esposa, a
lo que mi esposa sin malicia le permitiría ganar el trofeo. Hacia enojar a Fig.
Si ella ganaba, quería que hubiese una guerra.
Un mensaje entró de Susan Noring. Era una foto de sus tetas. Vaya,
vaya, vaya. Había estado equivocado. ¿Y quién habría creído que tenía unos
melones como aquellos? Finalmente una mancha en sus Keds. Bien hecho,
Susan.
Guau, escribí de vuelta, esas son hermosas. Me envié la imagen por
correo, la eliminé de mi teléfono, y abrí la puerta para Lesley.

120
H
abía un pleito. Tenía el potencial de cerrar mi práctica. No
podía creerlo realmente. ¿Cómo me involucré con alguien que
me demandara por un corazón roto? Las mujeres, como
resultó, eran innegablemente locas.
Pensé en el tanque de pescado en la zona de recepción, y en las sillas
gruesas que Jolene escogió cuando estábamos instalando la oficina, y las
imaginamos desaparecidas. Me puso enfermo pensar en ello. Todo lo que
construí. Todo a causa de las acusaciones débiles de una chica amarga. Macey 121
Kubrika entró en mi oficina la primera vez oliendo a coño. Se masturbo,
recuerdo haber pensado. Probablemente fuera en el frente de su auto. Quería
oler sus dedos para confirmar. Inicialmente me sentí atraído por ella porque
era vulnerable con grandes tetas, y le gustaba lamerse los labios cuando
hablaba. Había tomado trabajo concentrarse durante sus sesiones; Seguí
imaginándola sentada en mi rostro. Era una maestra y había nacido con
Amelia, un defecto de nacimiento que resultó en una extremidad deformada.
Al principio no me di cuenta que no tenía una mano derecha normal. Llevaba
unos suéteres anchos y se pasaba las mangas por encima de los dedos de la
mano izquierda. No fue hasta que planteó en la terapia de unas semanas más
tarde que se retiró la manga de su chaqueta de color rosa para mostrarme lo
que llamó su muñón. Me dijo que estaba agradecida de que sus padres no la
hubieran abortado.
—Tus padres son pastores —dije—. ¿Qué te hace pensar que el aborto
cruzó sus mentes?
—No lo hizo. Sólo si me hubieran dado a otra familia tal vez ellos lo
harían.
Verdad.
Se sentía afortunada de estar viva, era una cualidad que todos
necesitábamos. Le dije que un apéndice desaparecido no disminuía su valor,
y algo se iluminó en sus ojos. Nuestro asunto comenzó una vez que Macey se
sintió suficientemente cómoda conmigo para deshacerse de los suéteres.
Empezó a ir a sus sesiones con túnicas cortas y blusas transparentes a través
de las cuales podía ver el contorno de sus pezones oscuros. Entonces un día,
mientras llevaba una falda, se sentó en la silla frente a mí, esparciendo sus
piernas para que pudiera ver sus bragas rosadas, y me pidió que la conociera
en un hotel cercano. Había crecido tanto que fue doloroso. Pensé que Macey y
yo estábamos en la misma página: nos conocimos, ella follaba como una
contorsionista, nos enviamos fotos en nuestro tiempo aparte, dedos húmedos
empujando, una dura polla en mi mano, nos divertimos. No pensé en el hecho
de que tenía una mano. Su coño estaba apretado, y gemía como una puta
mientras la golpeaba. Y luego arruinó nuestra diversión porque quería más
que follar. Nunca mencionó más. ¿Qué era más? ¿Una relación? ¿Un niño?
¿Noches en casa viendo nuestros programas favoritos en la televisión? Yo
tenía más. Yo quería el extra. Debería haberlo sabido mejor, una mujer que
vivía su vida sintiéndose inferior y rota encontró a un hombre que pensaba
que era capaz de mirar más allá de su deformidad y desearla sexualmente.
Cuando ese hombre la rechazaba era como despertar cada inseguridad que 122
poseía y forzarla a considerar el hecho de que ella era realmente demasiado
fea, demasiado quebrada, demasiado deformada para amar. Mi mal, está bien.
Cuando le dije a Macey que ya no podíamos vernos, se obsesionó conmigo. El
resto de sus amenazas vinieron a través de textos. Había cancelado mis citas,
enviado a mi secretaria a casa, y caminaba alrededor de la oficina tratando de
decidir qué hacer. Un pez muerto estaba flotando en el tanque de peces, el
vientre hacia arriba.
Se sentía como un mal presagio. Lo recogí y lo tiré antes de que nadie
pudiera verlo.
Consideré el chantaje. Macey era la hija de un pastor prominente,
¿cómo se vería si salía que era un padre casado? Pero, antes de que pudiera
lanzar el guante, presentó una demanda por negligencia contra mí. Estaba
jugando con alguien que valoraba la venganza por su propia reputación. Todos
los papeles fueron enviados a la oficina y Jolene todavía no lo averiguó. Pero,
era sólo cuestión de tiempo, ¿no? Sentí que mi vida aquí estaba casi
terminada. Tic Tac. Pensé en Mercy, cuánto la amaba a pesar de que no era
mía. Había estado dispuesta a criarla como mía, y estaba seguro que eso era
lo que hacía que Jolene se enamorara de mí. Estuve allí para su nacimiento,
sus cumpleaños, y cada momento de su diminuta vida. La llamé Mercy porque
era lo que sentía estar con Jolene; Tenía algo que no merecía, pero, oh Dios,
yo amaba a las dos tanto.
*
Cerré la oficina y puse la alarma en vez de ir a casa, caminé por el
estacionamiento hasta la cafetería. Fig se hallaba allí, su computadora portátil
abierta frente a ella, un buñuelo de manzana sin tocar en su codo. Sonrió
cuando me vio y abrió un lugar para sentarme.
—Hola, Dr. Seuss. —Sonrió—. ¿Arreglaste un montón de gente hoy?
—La gente no puede ser arreglada, conejo tonto. —Tiré la pastelería
hacia mí y la llevé a una esquina. A la mayor parte de mi círculo era intolerante
al gluten, pero hoy estaba en el borde. ¿Qué jodidamente importaba la mierda
cuando tu esposa estaba a punto de descubrir que no cumpliste los votos?
Fig me miraba fijamente. Me aclaré la garganta.
—Está bueno —le dije, señalando al buñuelo de manzana.
—¿Qué sucede contigo? Estás actuando como yo —dijo.
Lamí el azúcar del pulgar mientras la miraba fijamente. Prueba de que 123
el loco tenía cierta conciencia de sí mismo. Su abandono de las gracias sociales
y su aguda percepción de los estados de ánimo era lo que más me gustaba de
ella. Te llamaría loca estando loca. Era un poco caliente. Mi cosa menos
favorita: sus ojos Looney Tune. Dios, me daban escalofríos. Podrías casi
imaginarla follando hasta llegar a los ojos. Eran como las de las mujeres que
vi en la sala de psiquiatría durante mi pasantía. Sólo ponle una bolsa en la
cabeza, habría dicho mi amigo Mike.
—Sólo un día extraño —dije—. ¿Alguna vez te has sentido como si
pertenecías y no perteneces al mismo tiempo?
—Absolutamente. —Asintió—. Como todos los días desde que nací. —Se
rio.
—Somos sólo dos inadaptados, ¿cierto, Fig? —Podría decir que le
gustaba eso. Probablemente se iría a casa y se lo repetiría. Comprar un regalo
de Navidad y grabar la palabra en él.
—Sí. —Sacó la mitad de la palabra, con resignación.
—¿Vas a comer eso? —Señaló no a la pastelería, sino a una envoltura de
paja. No mucha gente sabía de mi Pica1. Comía cosas: hilos de los cojines del
sofá, las pequeñas cosas de plástico que unían las etiquetas de precio a la ropa,
las ayudas de la banda, los anillos de plástico suave alrededor de las tapas en
los recipientes de leche de dos galones. Mi favorito: palillos de dientes. Podría
comer una caja de esos hijos de puta para el postre.
Tomé la envoltura de paja y la levanté. Para su diversión, lo metí en mi
boca y mastiqué. Negó con la cabeza, sonriendo.
—Tan jodidamente extraño.
Me lancé en una historia sobre cómo comí el sofá de mis padres cuando
tenía dieciséis años. Me tomó un año entero, pero la cosa estaba desgastada
cuando terminé. Le dije porque le gustaba escuchar mis historias. Todas mis
gilipolleces, me gustaba Fig. Me hacía sentir menos jodido, porque seamos
realistas, era difícil alcanzar el nivel de jodida que se encontraba Fig Coxbury.
Después de todo, nunca perseguí a nadie. Esa mierda era peligrosa.

124
M
i esposa era una tonta. Sonaba duro, pero era la cosa que más
me gustaba de ella. Se casó conmigo, ¿de acuerdo? Eso era
probablemente estúpido. El viejo Sinatra lo decía correcto
cuando cantaba: lastima para mí, te necesito. Sé que está mal, debe de estar
mal. Pero bien o mal, no puedo estar sin ti.
Jolene no hacía amigos tanto como los tomaba. Llegaban; ella abría sus
brazos y sonreían. Era como un ebrio feliz que conocías en un club. Sin
sentido, llena de amor y buena voluntad. No había alcohol que diluyera el 125
cinismo que había en el resto de nosotros, ella genuinamente lo amaba. Tan
bizarro. Casi no podía soportarlo, ni hablar de un extraño. Una vez me dijo
que si ella no estaba ebria en la vida, vería a las personas como realmente eran
y se escondería. Eso era verdad. Era todo estrellas en los ojos, viendo los
potenciales de las personas. Todo. El. Jodido. Tiempo. Tan estúpido. Ella no
tenía idea lo pirañas que eran las personas. No tenía idea quien era yo. No él
yo que le daba, el otro yo. El que compartimentaba. Era el mejor con ella. El
chico que follaba a mujeres vulnerables y medio rotas era una entidad
completamente separada. No lo conocía, pero ella ciertamente escuchó de él
por mis ex.
Su última aventura era Fig Coxbury, y también la mía. Desearía que ella
hubiera estado ausente de la clase ese día. Fig era cuatro capas de fruta
podrida bajo ese suave y dulce exterior. Jolene estaba demasiado saturada con
el amor para ver lo podrido. Me gustaba lo podrido. Tendrías que reírte. Era
todo lo que podías hacer.
Figgt Pudding era un accesorio en nuestra casa. Me hallaba lleno de
anticipación por lo que vendría de todo ello. Como Jolene siempre decía, no
podrías poner a tres personas locas en una historia sin tener que sus mundos
se tambalearan. Por ahora, era un desagradable ser en mi casa. Podías moverla
de habitación a habitación, pero siempre se encontraba allí mirándote.
Algunas veces cuando llegaba a casa, se hallaba sentada en el mostrador de la
cocina, balanceando sus piernas, diciendo ocurrencias alrededor de la
habitación más rápido que el mezclador KitchenAid de Jolene. Otras veces, se
estaba marchando justo cuando entraba, ya sea pasando a mi lado con
agresión o deteniéndose a charlar. Altos y bajos, bajos y altos. Lo discutí con
mi esposa. La inestabilidad mental de Fig era más prevalente en los medios
sociales. Era sorprendente si te detenías a observar.
—Posteaste una foto en blanco y negro, ella posteó una foto en blanco y
negro —dije—. Atas una bandana alrededor de tu muñeca, ella ata una
bandana alrededor de su muñeca.
Jolene ya estaba comenzando a reírse y ni siquiera mencioné que de los
cinco restaurantes que visitamos este mes, Fig fue a cuatro de ellos —a menos
de veinticuatro horas de las que estuvimos allí. Me estaba asustando un poco,
y yo lidiaba con personas así por lo regular. Olviden eso, lidiaba con locos
complacientes, locos aburridos. No tuve un legítimo lunático acosador en mi
sillón por un largo tiempo. Esas personas nunca sabían que necesitaban
ayuda.
—Vamos —dijo—. Podría ir a cualquier Instagram y ver fotografías 126
similares en sus respuestas.
Me encogí de hombros. No podías forzar a alguien a ver algo.
—Quizás —dije —. Pero ellos no tendrían tu bandana, como
exactamente la que tienes, en el mismo lugar.
El rostro de Jolene se arrugó mientras pensaba.
—Tengo buen gusto.
Algunas veces me preguntaba si tomaba algo en serio, o si la vida era un
enorme experimento para ella.
Conocía a Fig. La he visto observarnos por meses ahora. Cuando eres
psiquiatra tienes el hábito de diagnosticar a las personas tan pronto y hacen
contacto visual contigo. Excepto que Fig rara vez hacía contacto visual. Era
graciosa. Era un mecanismo de defensa, pero aún era efectivo. Le mencioné lo
graciosa que era a Jolene una vez y elevó una ceja.
—¿Cuándo? Nunca me dice algo gracioso —dijo.
Allí es cuando me di cuenta que Fig le daba diferentes cosas a diferentes
personas. Para mí, era ligereza y nostalgia, escuchando historias a las que
Jolene me decía que me callara, arrojando mi humor de regreso hacía mí. Para
mi esposa, ella sonaba al límite, especialmente con ese imbécil, Ryan. Ryan
fue al colegio con mi esposa y había recientemente emergido en sus círculos
sociales, queriendo más que lo que un conocido pediría. No sé cómo Fig se
enteró de ello, pero le preguntaba a Jolene sobre él todos los días, queriendo
saber si él le envió un mensaje y sobre qué. Presionaba a Jolene para que le
hablara sobre cómo se veía, su personalidad, su pasado. Lo vi todo en el iPad
de Jolene, el cual se hallaba sincronizado con su celular. Se lo compré para
navidad, y la novedad duró por lo menos una semana antes de que fuera
debajo de una pila de papeles en su escritorio. Prefería leer libros reales y todo
lo demás lo hacía en su teléfono o en su laptop. Que suerte la mía. Podía
sentarme en primera fila mientras mi esposa le enviaba mensajes a nuestra
vecina acerca del tipo que deseaba que estuviera interesado en ella hace una
década. Una década antes de mí. Generalmente me ponía al día con sus
mensajes en el espacio libre del almuerzo. Me sentaba en mi escritorio y comía
el yogurt que Jolene me envió, mientras pasaba por sus textos, los de Fig y los
de Jolene, eso es. No los de Jolene y Ryan, sus mensajes eran aburridos. Él era
generalmente un caballero.
Fig: mira sus labios. ¡Es bueno besando!
Jolene: Puede ser torpe. 127
Fig: oh Dios mío, solo admítelo. Él es caliente.
Dejé caer el yogurt en mi teléfono y no pude ver la respuesta de Jolene,
pero ya era hora de mi siguiente cliente.
En marcha…
—E
ntonces, ¿lo estás reconociendo?
—No —siseó ella—. No estoy reconociendo
nada. —Me lanzó una mirada que me dijo que me
callara, así que lo hice. Permitiría que lo viera por
sí misma. Estaba allí acechando a lo largo de
West Barrett Street. Pensé en todas las películas de Freddy Krueger y Michael
Myers que había visto. Los locos en tu calle siempre tenían garras y caras
aterradoras. La loca de West Barrett tenía una manicura y toda la ropa de mi 128
esposa.
Estábamos de pie junto a la ventana de la sala, la que daba a la casa de
nuestra extraña vecina. Hacía frío afuera, la ventana helada al tacto. Habíamos
estado discutiendo sobre Fig cinco minutos antes durante la cena. Demasiados
vasos de vino, y yo estaba nervioso con todo el asunto de la demanda. Jolene
insistía en que Fig era una incomprendida. Yo insistía en que Fig estaba como
una puta cabra. No sé por qué era tan importante para mí mostrarle la clase
de farsante que era Fig, pero solté mi vaso de vino y calmadamente le pedí que
accediera a sus pasos de Fitbit.
Hace unas semanas, para ponernos en forma para el verano, algunos de
nosotros habíamos saltado al tren Fitbit. Jo y yo, Amanda y Hollis, Gail y Luke,
y, por supuesto, Fig. Competimos en desafíos juntos, registrando nuestros
pasos en los teléfonos por la noche antes de ir a la cama. De esa manera
podíamos ver quién estaba adelante y bien... dar más pasos. Al final de la
semana se anunciaría a la persona con más pasos. Todos felicitaríamos al
ganador, algunos de nosotros más a regañadientes que a otros, y nos
esforzaríamos más para ganar. Estaba funcionando —perdí dos kilos y medio
desde que me puse la cosa en el brazo.
Jolene, una persona perpetuamente ocupada quien nunca se sentaba a
menos que fuese para escribir, nos estaba avergonzando al resto, duplicando
nuestros pasos antes siquiera de que hubiéramos almorzado. Su única
competencia era Fig, que bajó trece kilos y medio desde que la conocimos. Fue
durante el primer desafío que me di cuenta que cada vez que Jolene registraba
sus pasos en la aplicación, Fig registraba los suyos segundos después. Como si
estuviera comprobando lo lejos que estaba. Si Jolene se encontraba adelante
en los pasos, la luz de la habitación de huéspedes de Fig se encendía y subía a
la caminadora hasta que tenía ventaja. Si se quedaba detrás de Jolene en
pasos más tarde ese día, salía a correr por el vecindario, sombría
determinación en su ya cansada cara. La vi hacer cuatro carreras separadas en
un día, todo para vencer a Jolene. Se convirtió en mi diversión privada. Todo
el mundo sabía que las mujeres eran competitivas, pero Fig lo llevaba a un
nivel admirablemente psicótico. No es que la culpara. La falta de
competitividad de Jolene era exasperante. Mientras todo el mundo se
esforzaba tanto para ganar, ella apenas estaba haciendo algún esfuerzo. Era
yo quien le informaba cuando ganaba los retos semanales, y en lugar de
regodearse o levantar los puños, lanzaba un indiferente “Genial” y se dedicaba
a sus cosas.
Sorprendentemente, después de beber el resto de su vino, obedeció sin 129
hacer ninguna pregunta.
—Ahora ve al chat del grupo y dile a todos que vas a la cama.
Lo hizo.
La arrastré hasta la ventana, sus dedos fríos entrelazados con los míos,
el Malbec que bebimos en su aliento.
Mantuve las persianas abiertas con dos dedos, mientras ella se inclinaba
hacia adelante, mirando con concentración. Podía olerla, el perfume de rosa
que llevaba y su piel. Cuando olía su piel se me ponía dura, fue así desde el día
que nos conocimos. Seguí echando miradas de reojo en su dirección para
vigilar su expresión. Ella lo vería. En un segundo lo vería. Entonces tendría
razón.
—Ahí —dije—. ¡Ja! ¡Te lo dije! —La solté y aplaudí.
Sus labios se arrugaron y parpadeó, incrédula. Luego, con un suspiro,
se inclinó hacia delante de nuevo y echó un vistazo a través de las persianas.
Me hallaba emocionado. No me importaba que tuviera la razón, se sentía bien
incluso si se trataba de algo tan enfermo como esto.
Miramos tranquilamente mientras Fig salía por la puerta principal, con
sus zapatos de correr puestos, su cabello corto sujeto lejos de su cara. Se
inclinó por un momento para hacer un doble nudo con los cordones y luego se
enderezó, estirando los brazos por encima de su cabeza por un rato. Miró hacia
la casa. Jolene chilló, y ambos nos agachamos, deslizándonos por la pared y
cayendo sobre la alfombra a risotadas. Los ojos de Jo estaban brillantes y
felices cuando me miró. Acabábamos de compartir un momento, y cuando la
miré pensé, nunca he amado algo tanto. Sonreí y agarré sus dedos,
presionando mis labios contra ellos. Miró nuestras manos juntas, su frente
arrugada.
—Entonces, ¿estás diciendo que desde que comenzamos a hacer estos
malditos desafíos de Fitbit está empeñada en vencerme? ¿A mí, no a Amanda,
ni Gail, ni a ti?
—Bueno, sí, algo así. A le gusta ganar, pero tú eres la persona más
importante para vencer. Está obsesionada con tratar de llevarte ventaja.
Quiero decir que está obsesionada contigo en general, pero la obsesión de
aventajarte es definitivamente prioridad.
—Eso es tan jodidamente raro. —Apartó la mirada, y pude notar cuánto
la incomodaba. Jolene no estaba en competencia con nadie, sino con ella 130
misma. Eso era lo molesto de la gente segura: no jugaban tus juegos.
Se volvió hacia la ventana. Ahora no había nada más que la lluvia.
—¿Con qué frecuencia hace esto cuando estoy por delante en pasos? —
preguntó.
—Espera hasta que registras tus pasos, lo cual es generalmente bastante
tarde, cerca de las nueve o por ahí. Entonces sube a la caminadora o sale a
correr. Siempre.
—Pero, todavía le gano.
—Sí, eso es lo divertido.
Tan pronto como Fig desapareció de la vista, Jolene salió de la
habitación.
—¿A dónde vas? —la llamé.
—¿Me estás tomando el pelo? Voy a azotar su trasero.
Un minuto después oí que se encendía la caminadora y los pies de
Jolene golpeando a un ritmo constante. Sonreí para mis adentros. La vida era
un juego. Era divertida cuando eras un participante activo.
131
—P
or favor, no le pidas que venga mañana —dije.
Estábamos en el dormitorio. Jolene se
cepillaba el cabello delante del espejo, su ritual
nocturno. Veía el cepillo viajar de la coronilla de
su cabeza a las puntas: pasada... pasada…
pasada. Normalmente, me parecía relajante verlo, pero esta noche me ponía
nervioso. Corrió cinco millas en la caminadora, asegurando su victoria y
probablemente enviando a Fig a la furia. 132

Fig a menudo me enviaba mensajes de texto para quejarse de Jolene.


Era en una especie de manera alegre y juguetona, una que no molestaría a un
marido, pero sentía que su resentimiento se envolvía bajo el ingenio. Alisé las
sábanas sobre mi regazo. Ya me quité mis bóxer, optimista, pero de repente,
no me sentía con ganas de follar.
—Está en una situación realmente mala —dijo Jolene, dejando el cepillo
y volteándose para mirarme—. Creo que es suicida. Sigue publicando fotos de
vías de ferrocarril.
—Hace eso para manipularte. —Mi polla se encontraba blanda. Me
masturbé dos veces hoy con una foto que Fig me envió. Supongo que no tenía
la resistencia que solía tener.
Jolene no lo discutió ni lo negó. Se puso a arreglar su tocador,
ignorándome. Esa era la cosa con ella: tenía su número, e incluso si estuviera
loca, todavía hacía el esfuerzo de preocuparse. Bienvenido a estar casado con
una facilitadora. Acaricié el espacio de la cama a mi lado y vino a sentarse. Su
bata se abrió y tuve la vista de sus largas piernas bronceadas. Sentí a mi polla
revolverse. Pasando un dedo por los tatuajes de su brazo, le rogué de nuevo:
—Cada vez que la invitas a cenar, se queda hasta las tres de la mañana.
—Dejé de lado la parte sobre cómo yo era el que siempre se quedaba con Fig
en la sala de estar mientras ella se iba a acostar. A Jolene no le gustaba cuando
me quejaba.
»Ella no entiende límites. —Estaba haciendo referencia a algo más que
simplemente quedarse hasta tarde—. La última vez que invitamos a todos,
Hollis me preguntó a qué hora vamos a la cama todas las noches y Fig
respondió por mí.
—¿Estás bromeando? —dijo, con el rostro mortificado y divertido. No
bromeaba.
—Le dijo a Hollis que nos acostábamos entre las once y las doce y
cuando la miré, añadió que las ventanas de nuestros dormitorios se enfrentan
y que siempre ve la luz apagarse.
Jolene sacudió la cabeza.
—También me hace eso. Especialmente cuando recibo a mis amigas.
Siempre me hace sentir como si fuera su poste para orinar.
—Compró tu vestido —dije—. El nuevo. La vi usarlo ayer. 133
—Oh, Dios mío. Eso es perfecto. —Suspiró.
—Deberías decir algo —le dije—. Si te molesta.
Ya estaba sacudiendo la cabeza.
—No. Es mentalmente frágil. Si quiere copiarme, está bien. La mitad del
tiempo creo que está en mi cabeza de todos modos. Tal vez tenemos el mismo
gusto, ¿sabes?
Sonreí.
—Puedo probar que no está en tu cabeza.
Me miró escépticamente.
—¿Cómo?
—¿Sabes cómo hablabas de pintar el comedor la semana pasada cuando
recibimos a todo el mundo?
Jolene asintió.
—¿Siguió preguntando de qué color? ¿De qué color? Y nunca le
respondiste.
—Está bien…
—Publica una foto en Instagram con un color loco, algo difícil de
conseguir. Haz que parezca que has pintado la pared.
Hizo una mueca y sacudió la cabeza.
—¿Quieres que juegue con ella? ¿Cómo es eso saludable para alguien?
—Quiero mostrarte lo desesperada que está para ser como tú —dije,
agarrando su teléfono y empujándolo entre sus manos.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué la odias tanto?
—No lo hago. —Suspiré—. Sólo estoy tratando de protegerte.
—¿De verdad? —dijo—. ¿Es a mí a quien intentas proteger?
Dudaba de mí mismo. Tenía que reorientar, convencerla. No se trataba
de que me pillaran. Se trataba de que hiciera lo correcto.
—Soy tu marido, es mi trabajo.
—Lo sé —dijo, sonriendo débilmente—. Pero te casaste conmigo porque
era el tipo de chica que no necesitaba protegerse. Esa fue la atracción. 134
Nunca le dije eso a ella, pero era cierto. Mi última relación terminó
debido a lo necesitada y agotadora que había sido. A veces olvidaba cuánto
veía Jolene.
—Así que, ¿prefieres que no me preocupe? ¿No fue tu mayor queja por
Rey? —Era un golpe bajo y lo sabía. Rey era el padre biológico de Mercy. Ella
lo dejó antes de que Mercy naciera, y él tenía poco que ver con ella, siendo que
vivía en Alaska.
—Sí —dijo simplemente. Sus ojos me taladraban. ¿Qué escuchó?
Conocía esa mirada—. Estás haciendo esa cosa que haces cuando estás
tratando de distraerme —dijo.
Creo que palidecí, pero quién sabe. Sentí mi sangre huir de mi cabeza.
Por eso la amaba: ella veía.
—¿Qué quieres decir?
—Te acuso, me acusas. Es típico Darius. —Caminó al baño y comenzó a
cepillarse los dientes.
—Mira —dije detrás de ella—, finge con ella si quieres. Consigan tatuajes
que coincidan, no me importa, es tu vida. No le creas al psiquiatra cuando dice
que tu nueva mejor amiga no tiene las mejores intenciones.
—Bueno, ¿y si te dijera que ya lo sabía? —Se inclinó sobre el lavabo para
escupir. Tenía miedo de mi esposa en este momento. Me puse duro.
Cuando regresó al dormitorio, me dio su teléfono.
—Juega tus juegos —dijo—. Veamos si tienes razón.
Tan libre con su teléfono. ¿Y si ese hijo de puta le enviaba mensajes de
texto mientras lo tenía? ¿No le importaba que lo averiguara? Tal vez no lo
hacía. No era la primera vez que me daba la impresión de que Jolene no
dudaría en decirme que me jodiera si pasaba por encima de una de sus líneas.
También estaba el hecho de que no podía darle mi teléfono, aunque quisiera.
Era una bomba de tiempo de incriminación.
Tipié en su navegador de Internet y busqué colores de pintura hasta que
encontré uno de una brillante pintura metálica verde azulada que habíamos
tenido en nuestra primera casa. Jolene lo vio en una revista y fue difícil
encontrarlo una vez que anunció que eso era lo que quería. La foto era de una
pared a medio pintar, un rodillo apoyado en una escalera. Podría pasar
fácilmente como nuestra casa. Tomé una captura de pantalla, la recorté y la
posteé en su muro de Instagram con un alegre:
¡Nueva pintura! 135
Le devolví el teléfono.
—No utilizo signos de exclamación —dijo con voz suave.
Tomé el teléfono de nuevo, eliminé el signo de puntuación excitable y
dije:
—Espera y verás. —Entonces la puse en mi regazo y la dejé montarme.
No hay necesidad de desperdiciar una buena erección, aunque tuvieras miedo
de que tu mujer estuviera más loca que tú.
M
e hallaba sentado en mi oficina en el trabajo, leyendo una
conversación que tenía lugar entre Fig y mi esposa en el iPad.
Era como un reality de televisión, nunca sabrías lo que iba a
suceder o quién diría qué. Ellas estaban discutiendo los méritos de estar con
alguien como Ryan. Cómo era la perspectiva. Cómo de sensitivo y masculino.
Cómo de hermosos eran sus labios. Me desplacé a través de las fotografías de
un chico, y para ser honesto, no lo vi.
Para el crédito de Jolene, trató de cambiar el tema múltiples veces, pero 136
Fig era implacable. Vi todo aquello con una mezcla de enojo y diversión. Fig
Coxbury estaba trabajando a mi esposa apenas tan duro como me estaba
trabajando a mí. Una manipuladora profesional. El tema cambió al padre
enfermo de Jolene. Se volvió aburrido, pero luego Fig encontró una manera
de meter a Ryan en la conversación.
¿Qué harás cuando tu padre muera? Darius no ha estado allí para ti.
Necesitas a alguien que te ayude emocionalmente.
Jolene tomó unos pocos momentos para replicar. La imaginé doblando
ropa, o haciéndose una bebida. Le gustaba beber en el día cuando nadie se
hallaba alrededor para juzgarla.
Pienso que sólo está distraído por el trabajo, ocupado. Él no sabe cómo
comprobarme de la manera en la que quiero. Nosotros tenemos nuestros
propios lenguajes de amor, ¿sabes?
Él es un jodido psiquiatra. ¿No se supone que tenga los lenguajes de
amor memorizados? Esa es una excusa malísima. Puedo ver cómo podrías
sentirte. Tienes este otro chico qué siempre te cuida y sabe qué decir. Él es
también maravilloso. Por cierto, pienso que Darius está intimidado por ti.
Jolene no contestó por un largo tiempo, y cuando lo hizo fue acerca de
algo más. Incluso no mencionó lo que Fig dijo. Eso no me detuvo de estar
enojado, enojado de que se hubiera entretenido con ese tipo de conversación.
Era mía, maldición. Debería estar mostrando lealtad a mí, demostrar que
estábamos juntos. A pesar de su rechazo a la mayoría de lo que Fig dijo, supe
que estaba tomando raíces. Mi esposa era susceptible a los susurros sentidos.
Si te amaba, asumía que la amabas también, y tenía el mejor interés en su
corazón. Una ingenuidad que siempre encontré encantadora. Pero Fig estaba
usándola para su ventaja, jugando con las emociones de Jolene. Aunque no
conocía a Ryan, las semillas de duda que plantaba en la mente de Jolene
crecían, podía verlo en la manera en la que Jolene me miraba. Solía ser con
adoración, pero últimamente veía decepción en sus ojos. Luego me
preguntaba esas cosas cuando estábamos juntos: ¿Por qué cuando llegas
nunca me preguntas cómo estoy? ¿Sólo asumes que estoy bien? Soy
vulnerable incluso si lo dejo ver. Y en un momento diferente en mi vida,
hubiera sido mejor sobre el cuidado de ella, pero Jolene estaba bien. Estaba
distraído, y ella nunca parecía débil, y no estaba buscando eso. ¿Cómo se
suponía que supiera lo que quería que buscara? Y mientras Fig decía a Jolene
que necesitaba a alguien más adecuado de lo que yo era, jugaba la parte de sexi
coqueta amiga conmigo. Hacía bromas sobre Jolen siendo una dictadora, y no 137
la corregía, me gustó, quizá era el tipo de persona que podría ser amiga de
ambos. Ver cada única perspectiva de cómo era y no tomar lados.
Cuando sugerí unas vacaciones a París para alejarnos de las cosas,
Jolene vaciló. No quería dejar a su padre cuando estaba enfermo.
—Necesitas esto—le dije—. No puedes dar lo mejor para Mercy o tu papá
si no tomas un descanso. Sólo cinco días. Te consentiré.
Sonrió ante eso, y nosotros reservamos los boletos esa noche. Cuando
Fig descubrió lo que hicimos, me escribió enojada.
¿Francia? ¿Vas a ir a Francia con ella? Ustedes apenas se llevan bien,
¿Cómo lo soportarás?
Lo ignoré, y en los subsecuentes mensajes trató de dar a entender que
realmente no estuvo enojada, sólo bromeaba. Cuando nuestro viaje estaba a
sólo pocos días, e se dejó ver en casa con ojos salvajes y escupiendo sarcasmo
a todo lo que Jolene decía.
Después de que se fue arrinconé a Jolene en su armario.
—¿Por qué la dejaste hablarte así? Si alguien más dijera esa mierda los
rasgarías.
Mi esposa tenía una mirada sorprendida… espera… no, era más
divertida. Estaba tratando de mirarla atentamente y parecía divertida.
—Sólo es la manera en la que es—dijo—. Es un mecanismo de defensa,
doctor.
No me gustó la manera en la que tomó conmigo, insinuando algo que
mi educación debería saber.
—Pero es genuinamente mala contigo. Cortante. —Registré su cajón y
saqué un camisón. Una cosa de seda rosa que le compré en nuestro
aniversario.
Jolene se alzó de hombros.
—Tengo una piel gruesa. ¿Realmente piensas que las pequeñas
lengüetas de Fig me lastiman? Es terriblemente insegura, eso es por lo que es
tan odiosa algunas veces. —No pude argumentar a eso.
—Es el principio. Eres notoria por no tomar mierda.
—Tomo tu mierda—dijo—. ¿Estás celoso de que algún otro además de ti
sea un idiota conmigo?
138
Mi piel pinchó. ¿Sabía? Estaba mirándome como si supiera algo. No, era
sólo Jolene. Jugando juegos de palabras para librarme.
—No me gusta—dije, tocando su cara. La sensibilidad siempre ganaba
sobre Jolene. Tocándola alejaba lo que sea que estuviera sintiendo, y lo
reemplazaba con suavidad. Eso es por lo que cuando me miró con sus ojos
cafés agudos, estuve asombrado.
—Entonces no la dejes—dijo. Alejé mi mano, dejándola caer a mi lado.
—Si no te gusta la manera en la que ella me habla entonces di algo.
Me empujó para pasarme y caminó a la cama sin mirar hacia atrás.
Probablemente pensó lo que Ryan haría a eso, saltar a su defesa, eso es por lo
que lo dijo. Era un mediador natural, un Libra. Me gustaba mantener las
escalas balanceadas sin lanzar mi peso hacia un lado. Ellas tendrían que
trabajar sin mí, Jolene y Fig. Estaba siendo envuelto. Fui al garaje para sacar
un traje para el viaje. Cronometré todo tan bien, que no estaría aquí cuando
los papeles estuvieran listos. Contraté a un abogado la semana anterior, y
planeaba decirle a Jolene qué sucedía en Francia. Todo: las mentiras de
Macey, su transferencia. Me creería, porque me amaba.
L
a primera chica que besé tenía aliento a café. Nos besamos en la
bodega de la escuela donde le ayudaba a guardar los suministros
de clase. Me empujó contra las estanterías de plástico y vi los
rollos papel tambalearse sobre nuestras cabezas, justo antes que sus labios
golpearan los míos. No me gustaba el café hasta que probé su boca. Cuando
terminó de besarme, me llevó a casa. Era mi profesora de inglés de décimo
grado. Tres semanas más tarde, perdí mi virginidad en el asiento trasero de su
Chevy Suburban. Estaba tan mojada que pensé que se había orinado. Tuvimos 139
sexo tres veces más después de esa: en mi habitación en casa, en su habitación
mientras su esposo e hijos se encontraban fuera, y en un parte estatal donde
casi nos quedamos sin gasolina en nuestro camino de regreso.
Un terapeuta me dijo que fue erotizado a temprana edad. Como
terapeuta, estaba de acuerdo. Su fuera mi propio terapeuta, diría que fui
exitoso en relaciones secretas y la manipulación de los vulnerables. Somos
productos de nuestras experiencias tempranas, replicando las formas en que
se nos fue enseñado a amar, y follar e interactuar con la humanidad. Algunos
de nosotros nos liberamos de nuestros pasados; algunos no somos tan listos.
Jolene me está engañando con Ryan. No físicamente, lo que está
haciendo es peor, es emocional. Hay una diferencia. Tengo un problema
legítimo, una enfermedad. Ella simplemente está cansada de mí y jodiendo
por diversión. Duele. Hace cinco meses le envió a Ryan una fotografía suya en
bikini. Me la envió a mí primero y me olvidé de responder. Horas más tarde,
revisé el iPad y vi que también se la envió a él. No le dije nada, por supuesto,
porque entonces hubiera sabido que la vi. Quería mi ventana a su vida secreta.
Aquí estaba pelando por nuestra relación, comprando flores, cocinando cenas,
escribiendo pequeñas notas, y ella follando con otro hombre.
A pesar de mis súplicas, la noche siguiente cuando llegué a casa, Fig
estaba sentada sobre el mostrador de la cocina viendo cocinar a Jolene.
—El doctor Seuss está en casa —anunció ella.
Jolene levantó la mirada de lo que hacía en el horno para darme una
débil sonrisa. Le di una mirada, pero simplemente se encogió de hombros.
¿Qué quieres que haga?
Realmente no había nada que hacer. Fig se había invitado a un par de
nuestras citas anteriormente. Sin límites.
Una canción empezó a sonar y ellas intercambiaron una mirada
—¿Qué es esta canción? —pregunté casualmente, sirviéndome una
bebida. Sabía lo que era. Ryan se la envió a Jolene. Por supuesto que Fig lo
sabía; acosaba a Jolene todo el día por noticias sobre Ryan.
—Ah, sólo una canción que nos gusta —dijo Fig, sonriéndole a Jolene.
Mi esposa apartó la mirada, incomoda.
—Está bien —dijo ella.
—¿Dónde la escucharon? —Ahora simplemente estaba siendo un idiota. 140
Jolene se giró. Fig se bajó del mostrador y me quitó la botella de gin,
haciendo contacto visual mientras lo hacía.
—Oh, tú sabes… por ahí.
—¿Ah sí…? —Perras mentirosas.
Estaba enojado. Jodían por ahí, pasando el día hablando sobre otro
hombre, escuchado las canciones que él enviaba. Era asqueroso.
Después de la cena, Fig ayudó a Jolene a limpiar la cocina mientras la
acusaba que era de alto mantenimiento. Cuando Jolene lo negó, me reí
disimuladamente.
—La negación es fuerte con ésta —dije.
—Sólo la dejaremos pensar que es como un paseo por el parque. —Fig
me guiñó.
Jolene nos dirigió una mirada molesta.
—Por qué no uno de ustedes, idiotas, me sirven una bebida mientras le
doy a mi hija un baño —dijo. Se fue para despegar a Mercy de la televisión.
¡No me dejes con ella! ¡No te vayas!
Todos tuvimos un poco demasiado de beber y entonces Jolene se fue a
la cama. Le dirigí una mirada suplicante cuando se puso de pie, estirando sus
brazos por encima de mi cabeza. Sus senos se levantaron y pude ver las marcas
de sus pechos a través del delgado material de su camiseta. Atrapó mi mirada
y me guiñó. Era un juego que teníamos, quien sería dejado a solas con Fig al
final de la noche. Ambos estábamos vacilantes sobre pedirle que se fuera, así
que uno de nosotros se quedaría despierto hasta que decidiera irse a casa.
Discutí que tenía que trabajar en la mañana, pero Jolene se despertaba con
Mercy incluso antes que yo, lo que en la mayoría de las noches le ganaba irse
más temprano a la cama. Después que Jolene se fuera, fui a la cocina para
servirme una bebida. También preparé una para Fig, y la lleva a donde estaba
sentada enrollada sobre el sillón. Sus ojos sin parpadear mientras me
observaba de esa forma cuidadosa en que lo hacía.
Lo que era agradable sobre Fig era que no necesitaba hablar, estar
alrededor de otro ser humano era suficiente para ella. Yo hacía la mayoría de
la charla, lo que era un cambio de paso para mí. No tenía que ser profunda de
la manera en que Jolene demandaba que fueran nuestras conversaciones.
Discutíamos los temas estúpidos, haciendo chistes e intercambiando
referencias de películas en un tipo de fuego rápido con el que sólo ella podía
mantenerme el paso. Hablaba sin sentido, de lo que fuera que llegara a mi 141
mente, y ella se sentaba atenta y escuchaba. Si hablaba con el mismo sin
sentido con Jolene, me diría que me callara, pero a Fig le gustaba el sonido de
mi voz. Le gustaba que tuviera cosas que decirle.
Una bebida se convirtió en dos, y para el momento en que nos acabamos
nuestra tercera, estábamos tan borrachos que cuando su mano se estiró para
tocar mi pecho, no la detuve. Era agradable, alguien deseándome tanto. No
tenía que hacer nada para ganarlo, incluso si ella me quería porque le
pertenecía a Jolene. Me preguntaba si sabía cuán profunda era su obsesión, o
si hacia excusas por ella en esa forma adorablemente narcisista. Su mano
estaba sobre mí y luego nos estábamos besando, nuestro aliento alcohólico
mezclándose, su boca mojada y dispuesta. Era pequeña. Pude sentir sus
huesos mientras corría mis manos por su cuerpo. Se montó sobre mi regazo
sin incitación y empezó a molerse contra mí, y todo en lo que podía pensar era
cuán estrecha dijo que estaba. Vestía pantaloncillos cortos, así que deslicé mi
dedo más allá del dobladillo y la encontré mojada y sin ropa interior. Me
incliné hacia atrás así pude hacer sus pantaloncillos cortos hacia un lado para
verla: un estrecho y cuidado pequeño coño para hacer juego con su estrecho y
cuidado pequeño cuerpo. Deslicé mi dedo dentro de ella y lo montó, lo que
casi me volvió loco. Levanté su camiseta y chupé sus pezones, mi lengua
pasando por encima de los aros de metal de sus perforaciones. Fig tenía los
pezones perforados. ¿Quién lo diría?
Jolene podría salir de la habitación en cualquier momento y vernos
moliéndonos sobre el sillón. La idea debería haberme asustado, ocasionado
que la quitara de mi regazo; en cambio, bajé sus pantaloncillos cortos y levanté
sus caderas para que estuvieran a la altura de mi boca. Quería probarla. La
chupe mientras se presionaba frenéticamente contra mi boca, mis dos dedos
empujándose dentro y fuera de ella. Estaba en silencio, respirando fuerte, sus
manos sobre la pared detrás del sillón mientras observaba lo que estaba
haciéndole. No hubo nada de la ebria timidez que habría esperado de ella. Era
sexual, e incluso mientras lamía, abrió más sus piernas. La trabajé hasta que
se vino, luego se deslizó hacia abajo junto a mí, sobre el sillón y se puso sus
pantaloncillos cortos.
Ninguno dijo una palabra mientas se ponía sus zapatos y la acompañaba
a la puerta. No me miró y no me hallaba seguro si era porque estaba
avergonzada de lo que acabábamos de hacer, o si le gustó. Tampoco estaba
seguro de ninguna de esas con respecto a mí. Una cosa era follar extraños, otra
a la amiga de tu esposa.
—Adiós —dijo, saliendo. 142
Levanté mi mano débilmente, en respuesta. Eso era lo que era, ¿cierto?
No había rima, ni razón para hacer lo que hacía, excepto que simplemente
había querido hacerlo. Podría haber entrado en la habitación que compartía
con mi esposa, darle la vuelta y follarla sin quejas de su parte. Jolene siempre
estaba dispuesta, nuestro sexo siempre era genial. En cambio, metí mis dedos
dentro de una mujer a la que acusé de acosar a mi esposa, y la dejé venirse
sobre mí. Froté mis manos por mi rostro. Podía olerla en mis dedos. Era el
peor pedazo de mierda sobre el planeta.
—¿M
e escribiste un poema? De ninguna jodida
manera. —Su cabello estaba sujeto, recogido
fuera de su rostro para que pudiese ver su cuello.
Era un lindo cuello, uno de mis favoritos de todos los tiempos.
Me incliné y le apreté la rodilla.
—Me encanta tu boca sucia.
Estábamos en mi auto; Jolene lo llamaba anticuado, más que todo por 143
el color. Nuestro destino era un restaurante en Fremont, uno al que nunca
habíamos ido antes. Nos gustaban esas cosas, probar nuevos lugares, y era
noche de cita. Me arreglé para impresionarla, prendas nuevas (para mí), flores
(para ella), y sí. Le escribí un poema. Leyó unas cuantas líneas en voz alta.

La oscuridad casi me reclama


Pero tú
Un fuego sin precedentes
Te arriesgaste para salvarme
Todo te lo debo
A ti
Mi amor
Mi vida
Mi todo
Tan cerca estuve
De morir en vida
Pero tú
Un fuego sin precedentes
Prendiste la vida dentro de mi alma

Jolene odiaba sus palabras. Su reacción al ver cualquiera de sus propios


trabajos me recordaba a la Bruja Malvada del Oeste. Derretiiirse, me
derriiiiito. Dos veces al año debía de aprobar voces para audiolibros y ella tan
sólo directamente se negaba. No podía escuchar a alguien leer sus palabras,
decía. Me hacía escogerlas a mí. Me gustaba tener esa responsabilidad. Yo
mismo tenía una voz de locutor.
—Es bastante bueno, ¿no? —dije—. Trabajé en él por días. Ya sabes que
gané un premio de poesía en secundaria, poesía e historia corta, en realidad.
Escribí esta historia sobre una cuchara. Mi maestra dijo que era la persona
más talentosa que había conocido. —Cuando me volteé a ver su reacción, tan
sólo me observaba.
—¿Qué? 144
—Nada —dijo girándose.
—No, dime. —Le di una mirada de lado. Estaba enojada.
—Es que siempre haces esto. Haces algo que se supone es para mí, pero
al final se siente como que era para ti.
—¿A qué te refieres?
—Me escribiste una carta de amor el año pasado. Era hermoso, todo lo
que dijiste. Pero, luego de haberla leído, pasaste veinte minutos hablando
sobre cuán buena era tu letra.
Recordaba haber estado especialmente contento conmigo mismo. Tenía
la mejor letra que alguna vez haya visto.
—¿Qué querías que hiciera? Ya te dije lo que sentía en esa carta.
¿Querías seguir discutiendo el tema? Si me estás diciendo narcisista, tú eres
tan culpable por querer hablar más sobre ti misma.
—Supongo —dijo moviendo la cabeza—, ¿o es que me dijiste las cosas
que querías que sintiera?
—¿Qué diablos significa eso?
Sonrió. Fue la sonrisa más fría que había visto. Ninguna convicción en
sus ojos.
—Nada. No significa nada en lo absoluto. Por cierto, ¿viste esa foto que
Kelly publicó en Facebook de su nuevo bebé? La cosa más linda que he visto.
Un cambio repentino de tema. Ya la había visto. La cabeza llena de
cabellos oscuros y facciones como las de un pequeño elfo. Estaba a punto de
comentar sobre eso cuando noté lo que ella estaba intentando hacer, y
comencé a reírme en su lugar.
—Eres una molestia —dije. Ella hizo esa expresión de ¿Qué? Pero podía
observar que ella misma estaba intentando reprimir su risa. Siempre me
molestaba sobre cuán seguido publicaba fotos de mí de bebé en Instagram.
—Ni siquiera subes fotos de tu hija —diría—. Pero estás claramente
obsesionado con tus fotos de bebé.
Siempre que el tema de los bebés salía, encontraba la manera de hablar
sobre cuán adorable solía ser yo. Sí, quizás fuese algo extraño, pero también
era algo cierto.
Se acercó y acarició la parte trasera de mi cabeza. 145
—Está bien, el narcisismo corre profundamente con este —agregó.
Disfrutaba tanto de su toque que ni siquiera me importó que se estuviera
burlando.
Es cierto. Era algo narcisista. No tan al extreme como lo eran algunas
personas, pero suficiente como para que cuando Jolene lo mencionara, no
pudiese negarlo. ¿Quién era el verdadero psiquiatra aquí, de todas formas? Y
era mejor ser un narcisista y saber qué era, que inclinarse hacia la psicopatía
y no tener ni idea.
Nos sentamos para la cena y revisé mi teléfono. Me gustaba aparentar
como que estaba revisando textos sobre Mercy, pero en realidad tenía que
asegurarme de que nadie me enviara cosas que debía evitar que viera mi
mujer. No siempre me enorgullezco de quien soy, pero todos tenemos
nuestros problemas. Cuando levanté la vista del teléfono, vi que Jolene estaba
inclinada sobre el suyo con una ligera sonrisa en su rostro.
—¿Con quién estás hablando? —estallé.
—¿Con quién estás hablando tú? —devolvió.
Todavía estábamos en un duelo de miradas cuando la camarera vino a
tomar nuestras bebidas. Su descaro de mensajearse con Ryan mientras estaba
sentada cenando conmigo me puso furioso.
—Deberíamos conseguirle un cachorrito a Mercy —dijo de repente—,
por Navidad.
—¿Qué hay de una bicicleta? —Todavía estaba enfocado en su teléfono.
Tendría que revisar el iPad luego, ver de lo que estaban hablando.
—Darius —dijo, estrechando sus ojos juguetonamente hacia mí—. Nos
gustan los perros. Dos amantes de los perritos contra un odiador de perros.
—No los odio. Está bien, sí lo hago.
—Quiero un husky —dice—. Es mi perro soñado. Siempre he tenido solo
perros pequeños, pero soy una persona de perros grandes. Lo sé en mi
corazón.
—Tuve una reacción física. —Levanté la cabeza y la vi a los ojos por
primera vez en los diez minutos que llevábamos allí.
—¿Le has dicho eso a alguien más?
146
Hizo una mueca.
—Sí, supongo. ¿Por qué?
Me pasé una mano por el rostro, sacudiendo la cabeza. Podría decirle,
pero ella no escucha de todas formas.
—¿En serio quieres saber?
—¿Es sobre Fig? —Bajó la mirada hacia la mesa y jugueteó con su
tenedor. Esto le aburría. Supongo que ya sería como un disco rayado sobre el
tema.
—Olvídalo —dije.
—No. —Acercó su mano y tocó la mía—. Lo siento. Es sólo que todos
quieren hablar sobre Fig y su obsesión. Lo sé, lo entiendo. Es extenuante. La
única que no sabe sobre la obsesión es la propia Fig.
—Ah, ella sabe —dije—. En algún nivel, sabe.
—¿Qué hizo ahora?
—Dijo justo lo que tú acabas de decir, palabra por palabra, sobre el
husky.
—¿A quién?
—Era la fiesta de cumpleaños de Mercy. La escuché decírselo al agente
inmobiliario, ese amigo tuyo…
—Ah. —Es todo lo que dijo—. Sí, supongo que sí le comenté eso.
Estaba pensando sobre Ryan otra vez, ese desgraciado. Pretendía ser su
amigo, pretendía preocuparse. Tenía el número de este tipo en mi agenda.

147
A
llí estaba forzando a una de nuestras citas de nuevo,
mensajeando sus preocupaciones para hacer que Jolene se
sintiera mal por ella. Me hallaba frustrado, mi bebida sudando
frente a mí, sin ser tocada. Se suponía que debíamos estar en Bellevue para 148
cenar y tomar unas bebidas, quizás ver una película después. Trataba de
convencer a Jolene de ver una película nominada al Oscar, pero ella odiaba a
Robert Redford y estaba obcecada en ello. Usualmente podía culparla por ver
una película que yo quería ver, no era usual en ella resistirse tanto tiempo. Iba
bastante bien, estábamos sentados en el bar en uno de los restaurantes
favoritos de Jolene, sus rodillas rozándose contra las mías, y podía oler su
perfume —mi favorito. Estábamos riéndonos y besándonos, discutiendo sobre
las nominaciones al Oscar de este año, cuando la pantalla de su teléfono se
iluminó para notificarle que tenía un mensaje de texto. La vi leerlo, su rostro
volviéndose oscuro. Conocía esa mirada.
—¿Fig? —dije.
Asintió, su sonrisa se fue. Igual que el humor. Juro que esa mujer puede
succionar la felicidad de una habitación.
—Solo está haciendo esto porque estamos juntos —dije —. ¿Realmente
crees que es una coincidencia que se vuelva mortalmente depresiva y
alcohólica cada vez que estamos en una cita?
—Siempre piensas lo peor de las personas —dijo. Estaba frunciendo el
ceño, mirándome como si fuera el enemigo—. Está teniendo un momento
difícil. Estoy intentando ayudar. Solo quiero que vea que la vida puede ser
buena. No tiene a nadie y George es tan retraído.
Pude haberle respondido en una mejor forma, mantener mi tono justo
y mi voz baja, pero estaba tan lleno de todo ello. Sin poder tener a mi esposa a
solas por una noche al mes, sin capaz de poder decir lo que quería decir. Sin
poder controlarme.
—Maldición Jolene. Deja de ser tan estúpida. —Lo dije tan fuerte. El
barista nos miró del otro lado del bar.
Cuando Jolene me miró sus ojos eran fríos. Crucé una línea. No le
gustaba ser avergonzada, así que elevé mi voz con ella en público. Se levantó
sin una palabra y caminó fuera del restaurante, dejándome allí solo. Maldije,
sacando mi billetera de mi bolsillo y soltando dos billetes de veinte en el bar.
Eso no fue de la forma en que lo planeé. Quería tener una buena noche, quizás
sacar el tema de la demanda en el camino a casa después de pasar la noche
recordándole cuan buenos éramos juntos. Planeaba contarle mi triste historia;
la chica tenía un mal caso de transferencia. Se me acercó y cuando la rechacé
ella me quería hacer pagar. Y esa era la verdad, ¿no? Jolene tenía una forma
de arruinar las cosas con su humor. Planeé esta hermosa noche para nosotros
y no me trató con respeto, alejándose de mí y actuando como una niña. 149
No me iba a molestar en intentar encontrarla. Se perdió en alguna parte
en la multitud del centro comercial o quizás se fue a otro restaurante para una
bebida. Tomé el autobús a casa y la dejé con el auto. Me detuve por otra bebida
en un bar más adelante, uno donde no me miraban por levantarle la voz a mi
esposa. Bebí dos, y para cuando me fui, me olvidé de lo que estuve discutiendo
en primer lugar. Saqué mi teléfono para enviarle un texto, pero luego la vi
cuando pasaba Mariscos Schmick’s, arqueada en el bar con un Martini. La vi
por un minuto antes de abrir la puerta y entrar. Las cosas no iban bien.
Necesitaba ayuda, o terminaría sin un lugar para vivir y con una licencia
suspendida que no me dejaría ejercer.
—Jolene —dije, viniendo detrás de ella—. Lo siento tanto. Tienes razón.
Soy un egoísta. Solo te quiero para mí algunas veces. —Se giró alrededor en su
banquillo y pude decir que estuvo llorando.
—Eres un imbécil —dijo.
—Lo soy, tienes razón.
Tomé su rostro, besé su frente. Estaba endurecida, sin creerlo. Siempre
tenía que trabajarla más fuerte, masajear sus hombros, jugar con su cabello.
—Jo, quiero ayudar a Fig, lo hago. Solo estoy cansado y estresado.
Escucha, dile que nos encuentre aquí. —Pensé que iba a comenzar a llorar de
nuevo, pero se controló y asintió.
—Está en algún lugar en el parque llorando —dijo. Quería rodar los ojos,
pero asentí con simpatía y le froté el cuello.
Me estremecí.
—Conozco tú corazón. Haz lo que creas que es correcto mi amor.
Cuando supe por primera vez que quería a Jolene, aún estaba en una
relación con su mejor amiga. Miraba. Los hombres miran cuando dicen que
no lo hacen. Somos criaturas sexuales: piernas largas, la silueta de los pezones
contra la fina tela, lo apretado de los pantalones contra un trasero, miramos y
nuestras pollas se ponen duras. Somos raros en esa forma. Algunos de los
hombres más autosuficientes, los jodidos más piadosos, dicen que no miran.
Dicen que evitan la apariencia del mal, ósea el tipo de mujeres que hacen
que sus pollas se pongan duras. No son las mujeres las que hacen que mi polla
se vuelva dura; es la habilidad de controlar sus emociones.
Jolene era algo más para mí. Trascendía los juegos que yo jugaba. 150
Cuando éramos amigos, me miraba a los ojos y me decía cuando mentía. Me
preguntaba cómo estaba y lo decía en serio. Algunas veces me enviaba textos
al azar para ver el estado de mi corazón. Esa era su cosa antes: ¿Cómo está tu
corazón? Y podías intentar mentirle, intentar pretender, pero siempre sabía.
Las confesiones eran como vómito. Jolene era el dedo en tu garganta, tocando
hasta que ya no había nada más que hacer que dar arcadas. La verdad vino
rápida y dura, y dolía. Creo que me volví adicto al tipo de reacción que ella
inspiraba. Tenías que ser tú mismo, decirle tus partes más feas, y ni siquiera
movía una pestaña. Era la terapeuta real, yo solo pretendía. Había roto mi
relación de diez años y la perseguí con una intensidad a la cual no estaba
acostumbrado. No importaba si estaba embarazada con el hijo de otro
hombre. No importaba que mi ex prometida la amara. No podías encajar el
amor por el ojo de una aguja. Tenías que tomarlo de donde venía. Y venía de
una muy embarazada, con mucho tabú, Jolene Avery. La chica que veía todo
y nada al mismo tiempo.
151
N
o podía escribir. Observé la pared, el teclado, y mis manos, que
creía que eran hermosas y delicadas algunos días, y demacradas
y dignas de una bruja en otros. Cuando dejara de observar y me
concentrara, escribiría una oración y luego la eliminaría. Pellizcaría la piel de
mi muñeca y la retorcería—algo que hice desde que era niña. Les dije a todos
que estaba escribiendo cuando preguntaron, pero no lo hacía. Estaba casi
aliviada cada día cuando mi alarma sonaba a las tres en punto de la tarde para
recordarme que debía de recoger a Mercy de la guardería. Era algo qué hacer, 152
además de observar.
¿Cuál era la verdad? ¿Qué el amor me desgastaba? ¿Qué maté mi
creatividad? Un poco, sí. Hasta Darius, tenía una vena abierta. No tenía que
esforzarme con las palabras, emanaban del corte como una fuente proverbial
de creatividad. La tristeza es lucrativa, gente. Peeero ya no estaba triste, ¿o sí?
Estaba, por primera vez, envuelta en un manto de seguridad y amor. Un
hombre al que amaba y admiraba nos tomó a mí y a mí hija y nos dio un hogar.
Manos fuertes y toques suaves, caímos bajo su hechizo. ¡Y un psiquiatra! Un
psiquiatra siempre sabía lo que era correcto por hacer. Podía descansar bien,
tomar el amor y la confianza. Qué cosa tan seductoramente dulce.
Pero, estaba aburrida.
No con mi vida, la vida era una cosa hermosa y horrible. Y no con mi
carrera, estaba en su cima. Y más ciertamente, no con la maternidad, era
demasiado tumultuosa como para ser aburrida. Estaba aburrida del amor.
¿Qué es amor, de todas formas? Muchos de nosotros no tenemos una
maldita idea porque nuestros padres nos dieron horribles ejemplos de él:
orgulloso, no verbal, rígido; o en el lado contrario: caótico, sin compromiso,
inconsistente. O quizás simplemente divorciado. Así que, nos dirigimos a la
adultez, tomando notas de las comedias románticas… o del porno. ¡El amor
son flores! ¡El amor son grandes gestos! ¡El amor son viajes a París de la
mano! El amor es cuando ella abre la boca siempre que quieres meter tu pene
adentro.
El amor era lo que sea que tú decidieras que era, y si tenías una estrecha
ventana por la que espiar, estabas realmente jodido
Pero luego te convertiste en madre, y todo eso cambió. El amor era
sacrificar tu naturaleza egoísta por alguien con quien estabas más
comprometida que contigo misma. Ser una madre me hizo una mejor esposa.
Mi personalidad tuvo un cambio de imagen y Darius cosechó los beneficios.
Darius no era aburrido. Bastante de lo contrario. Pero luego de tres
años, estaba bastante segura que nuestra relación era fabricada. No es quien
dijo que era. Estaba fascinada y horrorizada. Mi decepción era una piedra de
amargura en el fondo de mi estómago. Busqué por todo el internet sobre
sociópatas y estaba segura que mi esposo era uno. ¿Tomas a este sociópata
como tu amado esposo…?
Una vez le pregunté si se diagnosticó a sí mismo con algo alguna vez, y
se rio y dijo que no, pero que creía que era una sociópata. Ese era un
comportamiento típico de un sociópata. Alguien sacaba algún tema a colación 153
y tú lo volteabas y los acusabas a ellos en su lugar. ¡Brava! Darius manipulaba
la mente de las personas, y yo manipulaba las palabras, y así no podíamos
manipularnos entre nosotros. Se cancelaba.
Aún lo amaba. Profundamente. ¿Cómo puedes amar a alguien que, en
su esencia, era un desastre miserable y destructivo? Nos amamos a nosotros
mismos, ¿no? Estamos obsesionados con nosotros mismos, de hecho. ¿No? Lo
que odias también lo atesoramos. Si alguna vez dudas de mí, mide tu odio
propio. Pasas el noventa por ciento del tiempo tratando de encontrar nuevas
cosas por las que odiarte. Obsesión.
Siguiendo adelante…
Presté ideas sobre cómo recuperarlo: citas, comidas preparadas en casa
(sin gluten), un cuerpo más firme, una vagina depilada y siempre húmeda.
Ninguna de estas cosas alejaba la distante mirada de sus ojos. Así que,
comencé a preguntar un montón de preguntas estúpidas.
“¿Por qué engañaste a Dani?”, “¿fue ella o tú?”, “¿te sentiste culpable?”,
“¿alguna vez te has sentido tentado a engañarme a mí?”
Se las arreglaba para nunca responder ni una sola pregunta. Allí fue
cuando me golpeó. Estaba escondiendo algo. ¿Fue la semana pasada que tomé
su teléfono para ver algo, y me lo quitó justo al momento… tirando hasta que
lo solté? Si tenía su teléfono, sus manos estaban justo allí, inmóviles.
Vaya, vaya, vaya. Pero estaba aburrida.
Darius me traía flores, una vez por semana, al menos. Un gesto
romántico, no un sacrificio. Y los jueves él cocinaba, tenía que comer, de todas
formas. Algunas veces dejaría pequeñas tarjetas en mi bolso. Estaría buscando
el paquete de toallitas húmedas que guardaba allí, o alcanzando mi billetera,
y lo encontraría, una tarjeta de brillante color rosa, o verde. Algo cursi por
fuera, una pareja de niños tomados de las manos, o un corazón flechado. En
el interior, escribiría su versión de tarjetas de amor. Antes de ti, estuve
deambulando perdido por la vida. Eres la única persona que veo. Eres la
única con la que quiere envejecer. Eres el fuego en mi alma. Creía que mi
madre era la mujer más hermosa hasta que te vi a ti. Lindo, pero eran
palabras.
Me preguntaba si a alguien que tenía fuego en su alma le saldría humo
por la boca.
No me creía sus tarjetas, ninguna de las palabras que escribía en ellas,
o las flores que se marchitaban y morían en los floreros, sus pétalos cayendo 154
sobre la mesada. Tomaría los restos antes aterciopelados en mi mano,
preguntándome que nos pasó. Ninguno de los gestos llegaba a sus ojos. Quería
que sus ojos volvieran a mí. No quería sus flores, o sus tarjetas rosadas
brillantes, o sus Vieiras sobre quínoa. Estaba mintiendo y ambos lo sabíamos.
—¿T
e he hablado alguna vez de la higuera
estranguladora? —preguntó Darius.
Hice una mueca. Darius siempre me
contaba hechos sobre cosas aleatorias. La
semana pasada conseguí un recuento
completo sobre gansos. ¡Gansos! En realidad fue realmente fascinante, mucho
más que el de la semana anterior cuando estuvo dando vueltas sobre el
papado. 155

—Continua —dije—, estoy escuchando a medias.


Me golpeó en el trasero, luego se inclinó y me besó suavemente en la
nuca mientras sus brazos me rodeaban.
—Son llamadas “estranguladoras” porque crecen en arboles portadores,
que lentamente ahogan hasta morir. —Apretó un poco y me estremecí—.
Prueba viviente de que los oportunistas inteligentes se acomodan muy bien,
humanas o vegetales. En el momento en que el árbol portador está muerto, la
higuera estranguladora es lo suficientemente grande y fuerte como para
sostenerse por su cuenta, generalmente rodeando el cuerpo sin vida, a
menudo hueco del árbol portador.
Mis ojos se hallaban cerrados y me encontraba inclinada hacia él, a
gusto con la sensación de su calor.
—¿Cuál es exactamente el punto de esta lección? —pregunté.
—Dicen que una persona está a la altura de su nombre. —Su voz era
amortiguada contra mi cuello.
—Lo entiendo —dije—. Fig está loca. Fig estrangula la vida fuera de mí.
Fig…
Se encontraba obsesionado con Fig Coxbury. Advirtiéndome sobre ella,
observando las cosas extrañas que hacía. No creas que no sé quién eres,
Darius. Sé que te excita la locura.
La semana siguiente intenté alejarme de nuestra nueva vecina. No
estaba acostumbrada a tener una amiga viviendo tan cerca, lo suficientemente
cerca donde me sentía obligada a invitarla si se encontraba acechando
alrededor de los rosales luciendo triste. No me importaba tanto como lucia
para los demás, pero me hallaba cansada de oírlo, la constante advertencia.
¿Qué era exactamente lo que estaban viendo y yo no? Me gustaba la gente,
quería ayudarlos, pero no a expensas de mis relaciones. Tenían razón sobre
algunas cosas. Se mudó hace seis meses y empezaba a parecerse cada vez más
a mí. Incluso se tiñó el cabello negro como el mío. No habría pensado algo
sobre ello, excepto que la semana siguiente cuando fui al salón, mi estilista me
dijo que Fig entró y le pidió la fórmula de color exacta que usaba en mí.
Distancia, eso es lo que necesitaba. Era opresivo tener a alguien viendo cada
uno de tus movimientos, ya sea a través de sus persianas o justo en la esquina
de la calle. Y luego recibí la llamada. Mi papá no lo estaba haciendo bien.
Reservé mi boleto, todos los pensamientos eliminados sobre Fig, Darius y
arboles estranguladores.
156
Mi padre estaba muriendo. Había estado muriendo durante dos años,
perdí la cuenta de las veces que me dijo adiós. Volé a Phoenix, alquilé un auto
en el aeropuerto y conduje el resto del camino hasta el hospital en Mesa. El
cáncer es la cosa más horrible, un monstruo que come lentamente. Lo que
antes era un hombre es ahora una sombra. Un cosa difícil de contemplar para
un niño.
El primer día allí, agarró mi mano entre un sueño irregular, de repente,
abrió los ojos y dijo:
—Darius está equivocado. Malo.
Lo rechacé. Mi padre siempre amó a Darius. Lo atribuí a una pesadilla.
Pero, cuando tu mente ya estaba teniendo temblores de duda, algo así se
quedaba… parecía profético. Le pregunté acerca de ello cuando se sintió mejor
y me dejó colocar una cucharada de sopa en su boca.
—¿Darius? ¿Qué? ¿Qué dije?
Hice una pausa, la cuchara suspendida entre nosotros.
—Que estaba equivocado… malo.
Mi padre alzó las cejas.
—Tiene un problema con el sexo. Puedo verlo todo sobre él. Pero, es un
tipo agradable. Me conoces, me gustan los degenerados.
Le fruncí el ceño.
—¿Y eso que significa?
—Eh, todo el mundo tiene sus demonios, Jojo, bebé. —Extendió la mano
y frotó mi rodilla, luego lucía exhausto por el simple gesto.
—Está bien, Papa —dije—. Está bien.
Cuando me fui dos días después, se encontraba llorando. Alternábamos
quien sollozaba más. Pero, eso sucedía cuando no sabías si era la última vez
que ibas a ver a alguien. Me estaba acostumbrando a la cosa del adiós. Eso era
muy triste.
—No creo que él lo sea —dijo papá cuando le di un beso de despedida.
—¿Quién, papá? —pregunté, confundida.
—Darius.
—Oh —No sabía qué decir. ¿Discutes con un hombre agonizando o lo
dejas estar?—. Habrá uno más, pero vendrá después de que muera. 157
—¡Papá! —dije—. Puedo lidiar con la parte de uno más pero no con la
muerte.
—Todos morimos, Jojo —dijo, con tristeza—. Todos nosotros, humanos
sucios.
En mi viaje de avión a casa no pude dejar de pensar en lo que dijo. Mi
padre estaba loco, eso era un hecho. Le atribuí mi carrera al caos emocional
que me infligió cuando era niña. Pero, por lo general también tenía razón.
Predecía cosas, veía a través de la gente. Era terriblemente espeluznante. No
creía en un sexto sentido y decía que los psíquicos le lamían las bolas a
Satanás para ganarse la vida pero siempre pensé que nació con la visión.
Cuando el avión aterrizó y me encontraba recogiendo mi equipaje de la cinta,
me convencí de que estaba tratando de construir un caso contra Darius. Era
infantil y ofensivo. Me imaginé lo herido que estaría. Tenía que parar esto. Era
el mejor hombre que había conocido, y me encontraba profundamente
enamorada de él. Como un reloj, Ryan me envió un mensaje.
—Vete a la mierda, Ryan —dije, en voz baja. Era como si tuviera un sexto
sentido cuando se trataba de mi agitación emociona. Me des-centraba. ¿Era
eso incluso una palabra? Pero, nunca husmeaba, Dios lo bendiga. Sabía que
decir y como decirlo. Pensarías que mi esposo terapeuta sería bueno en eso,
pero no lo era. No conmigo de todos modos.

¿Tu papá?
Qué manera de golpear el punto suave, pensé.
Muriendo, envíe en respuesta.
¿Qué puedo hacer? ¿Estás bien?
No le respondí. Revisé mis textos de Darius. No me preguntó eso. No
preguntó nada en las últimas cuarenta y ocho horas a parte de lo obligatorio:
¿Ya has aterrizado? Y luego más tarde: ¿Dónde está la crema de dientes de
Mercy? Nunca llamó tampoco.
¿Qué quieres de mí?
Pensarías que estaba enviando textos borracha, y supongo que Ryan me
hacía sentir borracha, pero ya era suficiente.
Esa es una pregunta muy inapropiada.
158
Me reí. Lo hice. Dejé que Ryan me hiciera reír en un momento como
este. Guarde mi teléfono y salí afuera al frio.
Darius me esperaba en la acera. Abrió el maletero y cargué mi maleta,
luego caminamos hacia el lado del pasajero.
—Hola. —Se inclinó y me beso en la mejilla a pesar de que ofrecí mi
boca. Se encontraba distraído, oscuro… no me miraba. Me pregunté si estaba
enojado porque fui a Phoenix y él tuvo que cancelar sus citas para estar con
Mercy.
—¿Qué pasa? —le pregunté una vez estábamos en la carretera.
—Nada, sólo cansado. —Me dio una media sonrisa y giró hacia el
camino. Molí los dientes. No quería una pelea. Me encontraba
emocionalmente agotada. Sólo necesitaba alguien que fuera suave conmigo,
tal vez que me preguntara como estaba y le importara.
—¿Mercy con tu mamá? —pregunté.
—Sí.
Saqué mi teléfono.
Muy bien, chica dura que no tiene sentimientos y no quiere que nadie
la compruebe. Sé que estas sufriendo, y estoy aquí. Y me importa. Hablamos
pronto.
Mierda, Ryan.
—Mi papá estaba comiendo cuando me fui —dije—. Solo un poco de
sopa, pero aun así. —Lo miré para comprobar su reacción.
—Bien, eso está bien. —dijo
Bueno.
—¿Cuándo llevaste a Mercy a casa de tu madre? —pregunté, mirando
por la ventana. El cielo era mi favorito, de un gris profundo. Cuando se
encontraba así, la lluvia caía en una niebla, el tipo de cosa que sentías al estar
de pie en el fondo de una poderosa cascada.
—Después de que te fueras —dijo.
Quería decir algo. Me encontraba molesta. ¿Por qué la enviaría cuando
tenía la oportunidad de pasar tiempo a solas con ella? Había estado
imaginándolos en el sofá viendo películas juntos, o teniendo una fiesta de té
en su habitación. 159
—Entonces, ¿Por qué me preguntabas por su crema de dientes? ¿Para
enviarla en su bolso de noche?
—¿Qué has estado haciendo? —Traté de mantener mi voz informal, traté
de no mirarlo, pero había alarmas lejos en mi cabeza.
—Trabajando, Jolene. ¿Qué crees?
Mentiroso. Era un mentiroso.
L
a siguiente semana me hallaba en mi oficina trabajando en mi
manuscrito cuando una notificación apareció en mi teléfono de
que Fig posteó una nueva foto en Instagram. Tecleé el icono y una
captura de pantalla de una canción apareció. ¿Eso era una buena señal, 160
verdad? Las personas que escuchaban música eran de buenos sentimientos.
Estuve cerca de cerrarlo cuando me di cuenta del pequeño emoji de tren bajo
la foto. Escuché la canción. Era melancólica, triste. Podría haber pensado que
sólo le gustaba el sonido en lugar de la letra, pero por eso maldito emoji de
tren. Inmediatamente le envié un mensaje con letras mayúsculas.
¿QUÉ ESTÁ MAL?
Sólo tengo más que suficiente mierda sucediendo. Diariamente. Es
duro levantarse. Funcionar. Trabajar.
Bien, ¿Qué está sucediendo? Dime.
Miré a mi manuscrito. Eso iba a tomar un tiempo.
Estaré bien. Sólo resoplando. Tratando de ser una buena humana.
Posteaste un emoji de tren. Puedes parar de irte por las ramas y
decirme qué sucede.
Creo que está teniendo una aventura. Encontré cosas. En su
computadora.
Fui derecha al armario del pasillo y tomé mi suéter. Podía ver mi
respiración cuando salí y cerré la puerta tras de mí. Cuatro días. Pensé. Cuatro
días hasta que mi manuscrito estuviera listo. ¿Cómo iba a terminarlo? Mi
editor iba a tener una mierda si no volvía a tiempo. Nunca llamé a la puerta de
Fig antes. Por una razón u otra, ella siempre venía alrededor de nuestra casa.
Podría hacer un mejor esfuerzo para ser una buena vecina. Toqué hasta que
abrió la puerta, sólo un poco. Ella había estado llorando. Sus ojos se
encontraban hinchados y rojos, y su máscara estaba corrida.
—Vamos —dije.
Se frotó su nariz y dejó un rastro de moco en su mano.
—¿Dónde?
—A mi casa. Vamos. Te haré una bebida.
Se alzó de hombros y asintió.
—Bien, sólo déjame ponerme pantalones. Estaré allí.
Mentalmente reprogramé mi semana mientras caminaba a casa. Podría
tomar a mis editores otro día. Quizá si les lloraba me darían una semana extra.
Fig me necesitaba. Las personas eran más importantes que los libros, o la
escritura, u otra cosa. Mientras caminaba a mi propia puerta, sentí resolución.
Podría trabajar en torno a lo que sucedía. La madre de Darius podría ayudar 161
con Mercy. O la mía. Odiaba eso, pero oh bien. Sería sólo por una semana. Me
paré en el bar y mezclé dos bebidas, ron y coca cola. Ella vino sin tocar diez
minutos después. Escuché la puerta abrirse y cerrarse. Había cepillado su
cabello y se había puesto labial. Miré su camisa mientras le daba una bebida.
—Dime—dije.
Se rio.
—Tienes, como, ninguna amortiguación social.
—La tengo, sólo que no quiero gastar el tiempo en eso.
Bebió su bebida, encogiéndose al sabor. Los había hecho fuertes.
—Maldición, ¿Echaste toda la botella aquí?
—Sí. Eres como una bóveda a menos que hayas tenido algunas bebidas.
—Tomé mi bebida y comencé a hacer otra.
—Esto ha sido desde un tiempo. Él siempre está molesto conmigo.
Siempre gritando. A él no le gusta que esté aquí.
Mi cabeza se sacudió.
—¿Qué?
—¿Por qué?—Alzó los hombros.
—Bastardo. Los hombres son como cerdos—dije. Flexionando mi mano,
queriendo enviarla directo a su cara. Esperaba más de él. Siempre tuve la
impresión de que realmente le gustaba ella. No que hubiera estado alrededor
de él demasiado, pero las veces que lo estuve. Él hizo un esfuerzo.
—Seguro que puedo forzarlo, ¿eh?
—No puedo creer que él te hizo eso. Estoy tan molesta.
—Nah, no lo estés. Es sólo como son los hombres. Psicológicamente en
guerra, ¿sabes? Nos quieres hasta que ya no. Sólo no les agradamos lo
suficiente ellos se aburren y se mueven.
Sacudí mi cabeza a ella. Así no era. No siempre. Mírame. Cuando Darius
vino a mi vida no tenía nada para ganar más que una mujer y un niño que no
era suyo. Fue allí cuando me di cuenta de la extraña hinchazón roja en su
mano, bajo su muñeca. Parecía como que algo había excavado en su piel hasta
hacerla sangrar. Cuando ella me vio mirando, jaló su manga y miró a otro lado.
—Eres mi amiga—dije, moviendo mis ojos a su cara—. Te haré una cama
en la guarida por esta noche. No deberías estar sola. —Trató de protestar, pero 162
alejé sus excusas—. Podemos ver películas y comer cosas que son malas para
nosotras.
—Como siempre —dijo.
—Puedo hacer que Darius lleve a Mercy a casa de sus padres, y que pase
la noche allí.
—No, no hagas eso —dijo Fig rápidamente—. Me gusta cuando están
alrededor.
No puedo patearlos de su propia casa.
—Todo bien —dije, cautelosamente—. ¿Puedo decirle a Darius lo que
sucedió o quieres que lo mantenga en secreto?
Caminó al gabinete de licor y comenzó a mover las botellas.
—Lo que sea, eso sucedió. No tengo nada que esconder. —Me miró de
reojo, y por un breve momento tuve la impresión de que quería que le dijera a
Darius.
Pasamos las siguientes horas hablando sobre George, quien
aparentemente había estado viéndose con chicas que había conocido en uno
de esos lugares o en sitios de internet.
—¿Te dijo eso o lo encontraste de otra manera?
Las mejillas de Fig se colorearon y miró a otro lado.
—Estaba espiando —admitió—. Comenzó a poner me gusta y comentar
en todas esas fotos de chicas en Instagram, así que hice algo de trabajo de
detective y luego lo confronté.
—¿Y lo admitió?
—Sí… no… algo como un rodeo.
Era tan buena en no responder mis preguntas. Redirigía todo,
desviándolo. La miré de cerca, deseando que Darius estuviera en casa para que
pudiera ayudarme. Hizo esa cosa donde sus ojos trataban de encontrar un
lugar escondido: rebotando, rodeando, vagando, ensanchándose, rebotando.
Era el día que Darius tomaba a Mercy de la escuela. Escuché sus
chillidos antes de que la puerta estuviera abierta, y Fig sonrió por primera vez
ese día. No pude evitar sonreír con ella. Los niños tenían esa magia, su
inocencia brillaba en situaciones oscuras. Cuando Darius vio a Fig sentada en
el sofá, se detuvo abruptamente. Mercy corrió hacia ella, y Fig la jaló a su
regazo. Le lancé una mirada mientras ella estaba distraída, y él asintió 163
discretamente.
—Hola—dijo—. Tendré la cena lista mientras ustedes dos hablan. —
Asentí a él en agradecidamente, y me guiñó un ojo.
Fig ya estaba levantada cuando puse el café la siguiente mañana. Podía
escuchar su computadora y el sonido amortiguado que provenía de sus
auriculares. Cuando el café estuvo listo, le di una taza.
—Gracias —dijo.
—¿Dónde está tu esposo?
—Debería estar listo pronto. ¿Cómo te estás sintiendo?
—Como si tuviera mi cabeza en un horno —respondió riendo.
—Bien, Sylvia Plath. —Levantó su maga y me enseñó un tatuaje que
nunca vi antes. Tuve que inclinar mi cabeza para leerlo.
—Yo quiero.
—Sí, ella tiene una línea de The Bell Jar: Yo soy, yo soy. Yo soy. Bien, la
cosa que siempre me metía en cada situación era lo mucho que no había
experimentado. Quiero viajar, quiero probar comidas que nunca he probado,
quiero besar hombres hermosos, quiero comprar ropas hermosas. Quiero vivir
porque todavía quiero cosas.
Sonreí débilmente, pensando en todas las veces que Darius comentó
que Fig quería mi vida.
—Oye, ven con nosotros al parque —dije—, es hermosos afuera. —Para
ilustrar mi punto, hice la cortina a un lado, dejando a la luz entrar a la sala.
Fig se estremeció, pretendiendo que la luz del sol la quemaba.
—No puedes quemar a una perra tan temprano en la mañana. —
Mientras arrastraba su camiseta se levantó. Pude ver las protuberancias de su
espina. ¿Cuánto peso había perdido? Traté de recordar cómo se veía cuando
se mudó.
—Pero primero el desayuno —dije, caminando hasta la cocina. Con
mucha mantequilla, tocino, crema agria. Mercy vino por el pasillo con su
pijama y la puse a lavar la fruta.
Ella dudó, pero solamente por un momento antes de asentir feliz.

164
S
olía llevar a Mercy al parque del tren cuando Darius trabajaba
hasta tarde. Un pequeño lugar en la base de una colina con árboles
a su alrededor. Mercy Moo era demasiado pequeña para jugar en
las barras de mono o para subir a las estructuras de colores brillantes como 165
los otros niños. Un día. Por ahora, nos gustaba rodar la colina entre las malas
hierbas y la hierba suave. Y había un glorioso pozo de arena en el que podía
pasar horas, principalmente comiendo la arena o frotándola en los ojos y luego
gritando. Era nuestro lugar sagrado, de Mercy y mío. Encontramos parques
más cercanos desde entonces, pero el parque del tren era nuestro favorito. Era
la primera vez que llevaba a Darius allí, y estaba emocionado de verlo. En
retrospectiva no estoy segura de lo que quería de él ese día. ¿Un amor por el
parque con el que no tenía historia? ¿Una reacción? Tal vez pensé que
estaríamos unidos todos juntos, en cuyo caso nunca debería haber tomado la
foto.
—El parque Ten —dijo Mercy desde el asiento trasero—. Me estremecí.
Los trenes tenían un significado totalmente nuevo para mí desde que Fig se
mudó. Nunca sería capaz de mirarlos de la misma manera.
—Fue amable de tu parte invitarla. —Darius me dio una mirada de reojo,
su dedo tocando el volante mientras jugaba en la radio.
—Pero... —dije.
—Bueno, es el día de la familia. Pensé que teníamos que pasar tiempo
con nuestra familia. ¿No son locos que quieren robar a tu familia?
—¿Qué diablos, Darius? —Le di un golpecito en el pecho con el dorso de
la mano y se echó a reír. ¿Hablaba en serio o se había convertido en nuestra
broma?
—Ella no es tan mala, supongo. —Miró por la ventana trasera para
asegurarme de que Fig seguía siguiéndonos en su SUV, blanca y brillante, un
pulgar dolorido en la carretera.
—Es un poco intrusiva —admití.
—No tiene fronteras sociales, es una obsesiva pensadora...
—Oye, está bien —dije—. Pero a ella le importa. Tiene buen corazón.
—¿Cuál es tu definición de buen corazón?
—Venga. ¿No se supone que eres el que ve a través de la mierda de la
gente?
¿Encontraste la humanidad?
—Sí, pero lo único que hace es usar máscaras. Podrías buscar durante
años y aún no podrás saber quién es esa mujer, porque no se conoce a sí
misma. Y eso es exactamente por lo que está obsesionada contigo. 166
Darius siempre decía que las mujeres se sentían atraídas hacia mí
porque sabía quién era yo y querían entrar en eso. Como si tuviera una receta
secreta que podría darles. Era cierto, sabía quién era yo, pero eso no
significaba necesariamente que sabía quiénes eran.
—Está bien —dije—. Puedo aceptar eso. Pero, no me importa de ninguna
manera. Necesita algo de mí. Me gustaría tratar de ayudar.
Extendió la mano y apretó mi rodilla.
—Eres la única persona buena que queda en el planeta.
—Casi —dije, a cambio. Pero, estaba zumbando por el cumplido.
Una hora más tarde estaba sentada en la hierba viéndolos... ¿cuál era la
palabra? ¿Jugar? ¿Y qué me estaba molestando exactamente? ¿El hecho de
que estuvo hablando de mierda sobre ella en el auto, y ahora actuaba como si
estuvieran en una cita? ¿O era el sentimiento incómodo en el fondo de mi
mente que no podía identificar? Un rasguño que no podías alcanzar. Estiré
mis piernas sobre la hierba y le di a Mercy la pala a la que estaba señalando.
—Palabras, habichuelita, nada de señalar.
—Gracias —dijo.
—Tienes grandes modales. ¿Te lo ha dicho mamá?
—Sí —dijo, sin mirarme, demasiado ocupada con la arena. Demasiado
ocupada... mirando algo más...
Mis ojos rápidamente volvieron a ellos. Darius lanzaba a Fig una pelota
de béisbol. Enrolló el brazo como lo hacían en la televisión, levantó la pierna.
Echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. Insistió en traer el maldito bate
para poder enseñarle a Mercy cómo golpear, aunque no la miró una vez desde
que salimos del auto. Su química, era extraña. Observé a Fig inclinarse sobre
la celebración del bate fuera de su cuerpo. Sonreía, lo cual era raro. Así era el
aire de ligereza a su alrededor. Nunca vi un partido de béisbol, pero estaba
bastante segura que los jugadores no se movían como si estuviera haciéndolo.
—Oh, uf —dije en voz baja—. ¿Qué está pasando ahora mismo? —No era
celosa. Eso fastidiaba a Darío. A veces pensaba que quería que me diera un
ataque por las cosas. Como él hacía. Igualando el marcador, ¿sabes?
—Oh, uuuf. —Mercy no me miraba mientras sacaba arena en el cubo,
Repitiendo mis palabras una y otra vez hasta que me reí. Si Darius oyera
a Mercy, no me dejaría vivir en paz. Si lo escuchara, lo que no hizo porque se
encontraba demasiado ocupado coqueteando con una mujer que decía creer 167
que estaba loca. ¿Qué fue lo que dijo sobre el día de la familia?
¿Y a qué se redujo todo esto realmente? ¿Que Darius amaba a la gente
que lo amaba? Que era como un cachorro necesitado la mayor parte del
tiempo. No lo veía como una debilidad, pero lo hice. Era patético verlo
desmayarse por la atención. La gente que decía odiar cinco minutos antes se
convertía en sus mejores amigos una vez que expresaban lo inteligente y guapo
que era. Y su elección de carrera, siendo el médico sabio y omnisciente que
podía ver con acierto en su alma. Los pacientes lo adoraban, y él se sentaba en
la silla de color rojo borgoña que compré para su oficina y lo disfrutaba.
Cultivé un par, ¿sabes? Clavado con sus agallas y sin estar por un poco de
atención.
Pero Fig, Fig era la inteligente. Parecía recoger su necesidad de ser
favorecido. Jugueteó con su lealtad a mí por el revestimiento con él y
pintándome como el lobo grande, malo. Empezaba a preguntarme quién
estaba en control de nuestras vidas en este momento. Sin duda no nos
sentimos como nosotros.
Darius me llamó la atención y me saludó.
—Ven a jugar —dijo, haciendo un embudo alrededor de la boca con las
manos. Sonreí y sacudí la cabeza, señalando a Mercy. Fig miró hacia arriba y
guardé la sonrisa en mi cara. No dejaría que me viera reaccionar a lo que
estaba haciendo. No mostraría debilidad. ¿Qué mierda? Día de la familia, mi
culo. ¿Quería que la dejara en la caja de arena solo para poder participar en
un trío? Cerré los ojos y tomé algunas respiraciones profundas. Estás
exagerando, me dije. ¿Pero lo hacía?

—Avery no hace deporte. —Escuché decir a Fig. Eso casi me hizo


levantarme y marcharme, pero no estaba en el negocio de probarme ante
nadie. Me dolió el corazón cuando Darius se rio de lo que dijo. Era objeto de
burlas. Me enfermó. Yo era de su equipo. No se supone que debes hacer de tu
equipo el objeto de tus bromas.
Luchaba contra las lágrimas cuando finalmente les hice un gesto para
almorzar. ¿Cuánto tiempo estuvieron jugando al Béisbol juntos? ¿Cuarenta
minutos? ¿Una hora? Fig parecía el gato que se comió al canario mientras
paseaba. Me di cuenta de lo apretada que estaba su parte superior, cómo sus
pequeñitas tetas empujaban contra la tela. No llevaba sujetador. ¿Había más
balanceo en sus caderas? Me comió los detalles mientras deshice la cesta de
picnic que traje, golpeando contenedores en el suelo mientras fingía estar
bien. No, esto no estaba en mi cabeza. Habían estado riendo, tocando, e 168
intercambiando miradas. Era como si estuvieran en una cita y yo era la tercera
rueda. Se derrumbaron sobre la hierba, sus bromas dibujando los ojos de
aquellos en nuestra vecindad. No podía mirar a ninguno de los dos, así que me
concentré en alimentar a mi hija. Necesitaba hablar con mis amigos, tener
alguna perspectiva. Si estuviera estropeando esto, haciéndolo algo que no era,
me lo dirían. Tenía preguntas. ¿Cuándo me convertí en la tercera rueda?
¿Cuánto tiempo habían estado follando?
—¿Q
ué está mal? —preguntó tan pronto como
estuvimos en casa.
Sacudí la cabeza, llevando a una Mercy
durmiendo dentro de la casa y conteniendo las
lágrimas. Le di un trato silencioso todo el
camino a casa, mirando por la ventana y viendo los autos pasar. Muy maduro,
lo sé. Cuando caminé hacia la cocina, esperaba por mí, apoyado contra la
encimera de la cocina mirando hacia sus pies. Tiene pies pequeños, lo pensé 169
con amargura. Quería reír sobre cuán infantiles eran mis pensamientos. Por
ejemplo, si Fig estaba follándolo, podría hacerlo mucho mejor… a lo largo y
ancho. Y ¿dónde carajos estaba George de todos modos? ¿No debería estar de
rodillas por ahora?
—¿Qué demonios fue eso, Darius? —grité. Quise lidiar con esto
calmadamente, sentarlo y tener una reunión matrimonial. El tipo de cosas
maduras que los adultos hacían cuando surgían los conflictos. En lugar de ello,
mi cara estaba roja y ya me encontraba gritando. Yo, la típica yo. Me
imaginaba a Fig acechando bajo una de las ventanas escuchando y suavizando
mi tono. Dios, ¿cómo eso llegó a esto? ¿Cómo mi vida se sentía tan invadida?
—¿Qué? —Tendió sus manos completamente desconcertado.
—¡Tú y Fig! Toda la tarde. Pasaron el día entero coqueteando con el otro.
—Estás loca —dijo. Él sabía, sabía que odiaba esas palabras. Lo saqué
todo. Lancé la botella de agua que sostenía hacia su cabeza. Se agachó y fallé
por un poco. Maldición, necesitaba trabajar en mi puntería.
—No me llames loca. Si me llamas así cortaré tu polla mientras duermes
y te enseñaré lo que es ser loca. —Su boca quedó abierta—. No estoy ciega. Lo
que hiciste fue completamente inapropiado e irrespetuoso.
—¿Qué? ¿Perder el tiempo con la pelota de béisbol? ¡Te pedí que
jugaras!
—Y no quería hacerlo. Eso no quiso decir que hicieras a un lado lo de tu
familia y pasaras la tarde coqueteando con una mujer la cual insistes es una
psicópata.
Su rostro se empalideció justo enfrente de mis ojos. Se tornó de un
horrible color verde. El color de un podrido cobarde inventa-excusas.
—Tienes razón —dijo—. Me atrapó jugar al béisbol. Amo el béisbol. No
consigo colgarme así muy a menudo.
Inmediatamente me suavicé. Esa era la cuestión sobre mí: la vida era un
microondas y yo era una jodida barra de mantequilla.
—Lo siento —me apresuré—. Ella estaba coqueteando contigo. Es solo…
algunas cosas en su pasado…
—Lo sé —dijo—. Pero nunca te lastimaría. Eres mi todo. Nunca te
engañaría, Jolene.
Colocó sus brazos a mí alrededor y la culpa era tanta que comencé a
llorar. ¿Qué estaba mal en mí? Perdiendo el control de esa manera… 170
¿acusando a Darius?
—Estás cansada —dijo—. Exceso de trabajo. Me alegra que ya casi
termines con el libro y puedas tomar un descanso.
Sí, tenía razón. Estaba cansada.
Me coloqué a mí misma bajo mucha tensión. Necesitaba hablar con mi
publicista, decirle que tenía que tomarme un descanso antes del siguiente
libro, tomar algo de tiempo para mi familia. Acarició mi espalda hasta que dejé
de llorar.
—Se está enamorando de ti, Darius —dije—. Si es que ya no lo hace.
—No sabes cuán incómodo eso me pone. No le escribiré nunca más, Jo,
no lo haré. Eso es todo. Estaba intentando ser bueno… por ti. Porque te agrada.
Sabía que eso era cierto. No era una mariposa muy social. Hacía un
esfuerzo por mí, pero en su interior era introvertido y le gustaba quedarse en
casa. Esto no era su culpa; esto era mi culpa. Siempre me metía en estos
proyectos y mi familia sufría.
Tomé un respiro profundo y asentí.
—No la lastimes. O la hagas sentir abandonada. Pero sí, las cosas tienen
que cambiar. —Quería tirar de la piel en mi muñeca, pero me retuve de ello.
Era un adulto. Manejaría esto. Darius me soltó, caminando en dirección a
nuestra habitación.
—¿Crees que George lo sabe? —le pregunté, pero ya se había ido,
cerrando la puerta suavemente detrás de él.
Puse el café y me senté en la encimera de la cocina me dirigí hacia mi
MacBook. El reloj que compré en Londres el verano pasado sonó sobre el
lavabo, un metrónomo. Piensa Jolene. Dirigí la mirada devuelta al
computador. Mi salvapantallas de Mercy desapareció, reemplazado por un
montón de ventanas que había dejado abiertas esa mañana. Tenía trabajo por
hacer, pero nunca pude concentrarme. Mi cerebro estaba ahogado, trabajando
a sobre marcha, y todavía… algo no se suma. ¿Qué era?
La música que escuchaba esa mañana permanecía pausada en mi
pantalla a media canción. Apreté reproducir y me serví una taza. Allí es cuando
se me ocurrió hacer clic al perfil de Fig. Éramos amigas, pero nunca lo miré.
¿Eso me hacía egocéntrica u ocupada? Ninguna, pensé. Simplemente no haces
ese tipo de cosas. Eso era cosa de Darius —espiar a Fig. Me encontraba con mi
oído en la habitación escuchando todas sus quejas. Su imagen de perfil era la 171
misma que tenía en Facebook, una corona de Snapchat de flores doradas
alrededor de su cabeza, su piel brillando como si estuviese bañada en oro.
Incluso tocaba una canción mientras husmeaba en su perfil, mi cabeza
apoyada en mi mano, un café enfriándose en mi codo. Algo de Barbra
Streisand que no reconocí.
Había listas de reproducción que hizo, al menos una docena de ellas.
Hice clic en unas pocas de las más recientes —unas que había hecho desde que
se mudó con nosotros— y me desplacé por las canciones. ¡Kelly Clarkson!
¿Seguía siendo algo? Pensé que estaría feliz ahora —matrimonio e hijos
regordetes. Aparte de Barbra, ella era una adicta al pop, quejidos de chicas
sobre ritmos sintéticos. Tenía que buscar algunas letras, canciones con las
cuales no estaba familiarizada porque no eran mi estilo. Me estaba cansando
de ello cuando algunas letras captaron mi atención. La niebla de ingenuidad
se había levantado, y algo se conectó en su lugar dentro de mi cerebro. Era
como un cubo de rubik cuando los últimos colores se alinean de repente y
todos los colores están donde deberían estar. Cada canción portaba el mismo
tema. Un tema que no iba bien conmigo.
Estoy enamorada de ti
No sé qué hacer desde que le perteneces a alguien más.
Déjala, quédate conmigo
Mi corazón está destruyéndose viéndote con ella
Quizás en otra vida…
Etcétera, etcétera-etmalditocétera. Cerré de golpe mi MacBook y
levanté mi café frío, sosteniéndolo en mis labios pero sin beber. Imaginé que
mis ojos estaban muy amplios, vacíos como las vacías ventanas de un edificio.
Así es como las escribiría en un libro para ese momento de oh mierda. Estaba
descargando información en mi cerebro que no me encontraba segura que
quería, piezas de rompecabezas acoplándose silenciosamente en su lugar. La
había visto a su alrededor, ¿no?
Las mujeres contaban una historia con sus ojos. Y si observabas lo
suficientemente cerca podrías interpretar: el brillo, o el vacío mortal, los
parpadeos lentos, y los rápidos. Una historia... una pantalla de emoción. Los
ojos de una persona te hacen sentir de la manera correcta, o de la manera
equivocada. ¿Qué dijo Darius sobre los ojos de Fig? ¿Alguna vez viste a un
psicópata enamorarse? Es un montón de idealismo, embriaguez de emoción,
y ellos viendo lo que quieren ver. Estudié la forma en la que ella observaba, y
hablaba, y reía cuando sabía que él estaba mirando. Era más que un flechazo, 172
pero era menos que amor —una obsesión. Me sentí culpable, Fig me dijo lo
afortunada que era. Podía ver la sinceridad en sus ojos cuando lo dijo, como
que en realidad necesitaba llegar a mí con la noticia. Me preocupaba tener algo
que ella no tuviera —amor… un cónyuge atento. No le dije incontables veces
que George era… No lo sé… ¿desprendido? No quería restregar mi buena
fortuna en su cara. Ni siquiera tocaría a Darius cuando estaba cerca y
viéndonos como un halcón. Mi propio esposo. No quería lastimarla —verter
sal en la herida. Las personas no podían controlar de quién se enamoraban.
Algo como, sabía qué estabas pensando y no te culpo por ello.
¿Se lo dije a George? No, no lo conocía lo suficientemente bien. Nunca
vino incluso cuando se lo pedí, y no tenía idea de cuál sería su reacción a algo
como esto. Fig difícilmente habló sobre él, y si lo traías a colación rápidamente
cambiaba el tema. Algunas veces tenía el presentimiento de que intentaba
mantener las cosas separadas. Y de todos modos, esto era entre Darius y yo.
Si, estaba siendo la esposa con la imaginación hiperactiva. Me reí fuerte de mí
misma. Ojos. No podrías aprender la verdadera historia de alguien de sus ojos.
¿Podrías…?
M
e sentí mal sobre mi reacción en el parque. Darius fue
diferente con ella. Cuando ella se acercaba, se iba de la
habitación. En términos de su relación, ignoró mi consejo y
cortó de tajo las cosas con ella. Inmediatamente me preguntó un día sí hizo
algo para ofenderlo.
—No —le dije—. Está bajo un montón de estrés. Está tan acostumbrado
a aligerar a la gente que no sabe cómo aligerarse a sí mismo.
173
No quería que se sintiera sola. Deseaba que hubiera sido más estratégico
sobre todas las cosas. En verdad, Fig necesitaba aprender a confiar en su
propia gente. No en la mía.
Era jueves en la mañana cuando Fig me invitó a tomar té. ¡Té! Como un
apropiado británico. Mercy comenzó un programa de medio día en una
pequeña escuela privada en Queen Anne y yo estaba terminando mi edición
de mi nueva novela. Nunca estuve en su casa y tenía curiosidad. Me puse mi
cárdigan favorito, un tejido de lana gris que me llegaba hasta las rodillas y salí
por la puerta trasera. Estuve agradecida por la distracción. Sentía como si
estuviera sentada esperado que llegara una llamada sobre mi papá. Quién se
había estado deteriorando rápidamente durante las últimas semanas. Había
estado repitiéndome sus palabras, una y otra vez, esperando ganar algo de
consuelo de ellas. Todos los hombres mueren. La muerte era una parte de la
vida, algo que todos enfrentaban.
El cerrojo de la puerta que llevaba del jardín de Fig hacia el mío se oxidó
mucho. Le di un buen empujón antes de que se abriera. La puerta trasera de
Fig era de cristal, y por un segundo antes que me viera, la vi inclinarse contra
el mostrador, sus brazos cursados y sus grandes ojos inmóviles mientras
observaban fijamente hacia el suelo. Tuve el breve pensamiento que realmente
no era humana, sino que era un tipo de alienígena posando como un humano
y luego se reía de mí. Darius me estaba llegando con toda su propaganda anti-
Fig. Fue Darius quien mencionó que cada vez que se encontraba a mí
alrededor, me estudiaba con ojos muy abiertos y poco naturales que no
parpadeaban. No lo noté hasta que lo señaló, ahora me hacía sentir temerosa,
como si estuviera descargando información en su cerebro. Era malvado que
habláramos de ella tras su espalda, nos burláramos. Me agradaba, pero Darius
hacia observaciones bastante divertidas y verdaderas. Probamente no sabía
que estaba siendo extraña, pero tal vez sí lo hacía. Nunca podías saberlo,
tratándose de ella.
—Hola, hola —dijo ella, abriendo la puerta.
—Llegando por el patio como una acosadora. —Me reí, porque…
bueno…
Su cocina estaba caliente. Me estaba quitando mi suéter antes que
siquiera cerrara la puerta detrás de mí, deslizándolo por encima de la parte
trasera de la silla. Había dos juegos de cosas de desayuno en el lavadero, tazas
y platos y cubiertos de plata.
—¿George? —pregunté.
—Vegas. Trabajo de nuevo. —Sus palabras fueron cortantes. Decidí 174
dejarlo estar. Me gustaba escuchar a las personas hablar de cosas que amaba.
George era el punto más doloroso para ella. Como que simplemente fingía que
su marido no existía. Darius también llegó a pensar eso. Cada vez que lo traía
al tema, me daban esta mirada en blanco como si no supieran de lo que estaba
hablando. Pobre George, realmente parecía ser una persona muy agradable.
Estaba a punto de preguntar sobre los sitios en línea en los que estaba
trabajando para algunos de mis amigos cuando me congelé.
Sólo fue una décima de segundo, pero Fig era perceptiva. Fig podía oler
cambio en el viendo como un maldito zorro. Sus ojos se agrandaron y jugueteó
con la jarra de leche que estaba sosteniendo.
—¿Qué tipo de té tendremos? —pregunté animadamente, girándome
para mirarla. Sus afilados y pequeños hombros se tensaron mientras sus ojos
se movieron por mi rostro. Lo dejé pasar. Sonreía y elogié su mesa de la cocina,
que afortunadamente estaba en el lado opuesto de la habitación, lejos de…
Mi bote a rayas y mi libro de cocina Thug Life, y los tres pequeños tarros
de flores con una sola margarita rosa en cada uno. ¿Una coincidencia? ¡Ja! Mi
corazón palpitaba, pero asentí mientras Fig se ofrecía a darme un recorrido.
El viaje fue algo como esto:
Mi cursi Aguja Espacial en su sala de estar. Mi silla con estampado de
vaca en su vestíbulo.
Mi cráneo de piedra con flores sobre su librero. Mi cesta de alambre con
mantas saliendo de ella. Mi fular color crema echado por encima de una silla.
Mi lámpara. Mi cama.
El arte en mi sala de estar sobre su pared.
Cuando nuestro recorrido llegó a su baño de invitados estuve a punto
de vomitar. Darius tuvo razón sobre la pintura. La pared de su baño se
encontraba pintada en un verde azulado metálico, el mismo color que la
fotografía falsa de Instagram que publiqué en mi muro. ¿Podía ser una
coincidencia? Bueno, ¿cuántas veces podía atribuirlo a la coincidencia hasta
que fuera una? No fue hasta que llegué al baño principal, habiendo atravesado
su dormitorio para llegar a él, que llegó el golpe final. Primero, vi la cortina de
su regadera, una réplica exacta de la mía. La había hecho a la medida y
personalizada y, hasta donde sabía, no había otra igual. La exhalación de la
ballena flotando por encima de la superficie del agua, apunto de tragarse un
barco, sólo fue suavizada por la colonia de Darius en el mostrador de su baño.
Eso se robó mi respiración. Vio mis ojos, vio mi pálido rostro y juré que podía 175
sentir sus pensamientos en ese momento, girando fuera de control. Esperé
una mentira, una cobertura, algo, pero Fig, en cambio, eligió permanecer en
silencio, llevándome fuera del dormitorio, a través del pasillo y de vuelta hacia
la cocina donde la tetera estaba hirviendo. Me quedé merodeando en la isla,
sin saber qué hacer. ¿Debería fingir enfermedad? ¿Permanecer e intentar
fingir que todo era normal? ¿Pedirle explicaciones aquí y ahora? Estaba tan
confundida.
Estaba ocupada en el lado opuesto de la cocina, su cabeza inclinada
sobre las bolsas de té y las tazas. Escuché el repicar de la porcelana durante
un momento antes que hablara.
—Fig —dije—. ¿Qué está haciendo la colonia de Darius en tu baño?
Ella se quedó inmóvil, su mano flotando por encima de la tetera, cuando
se dio la vuelta, había una sonrisa fijada en su rostro.
—¿La colonia de Darius?
—Sí, la botella de 212 que vi ahí arriba.
Se volvió de nuevo hacia hacer su té.
—Oh, le pertenece a George. La encontré debajo del lavabo. Estábamos
en Nordstrom un tiempo atrás y alguien regalaba muestras. La amó, la compró
de inmediato. No sabía que Darius también la utilizaba. —Se volvió de nuevo
hacia hacer su té mientras ponderaba sus palabras. Sabía con certeza que en
Nordstrom no se vendía esa colonia. De hecho, la ordenaba para Darius de un
sitio en línea que la enviaba desde Europa. Estaba mintiendo. ¿Por qué?
Escalofríos recorrieron mi columna. ¿Era la colonia de Darius? Oh,
Dios. Tomé el té con manos temblorosas. Había sido quien la compró para él
años atrás. Definitivamente no era algo convencional y era difícil de encontrar.
—¿Estás bien? —preguntó Fig, inclinado su cabeza hacia el costado—.
Tiempos como yo después de la quimioterapia. —Se rio. ¡Una distracción!
Bien.
—Sí, estoy preocupado por mi papá. ¿Has tenido una cita con el doctor
últimamente? ¿Qué dicen?
Hizo lo que hacía cada vez que alguien traía a la conversación su cáncer,
no hacía contacto visual. Se quedaba mirado fijamente hacia el suelo y trataba
con mucho esfuerzo de no contestar tu pregunta.
—Tú sabes… lo mismo… lo mismo…
—Bueno, ¿los resultados de tu examen salieron limpios? ¿Encontraron 176
algo sobre lo que deberían estar preocupados?
—Siempre hay algo, dijo. Pero estoy bien. Trato con ello. Mayormente
no estoy bien, solamente intentando sobrevivir. Pienso mucho sobre la
muerte… —Su voz se desvaneció mientras miraba fijamente hacia su té. Si no
estuviera acostumbrada a esto habría caído con ellos. Era una brillante táctica
de diversión y la utilizaba en casi cada situación. Te distraías tanto sobre ella,
que te olvidabas por completo que tu pregunta no había sido respondida.
—¿Son benignos los tumores? —Intenté de nuevo, algo más directo.
—Tengo más exámenes el mes próximo.
—¿Para descubrir si los tumores son benignos? —Ella se encogió. Miré
mi reloj—. Tengo que irme —dije—. Gracias por el té.
C
uando regresé a la casa, cerré la puerta de la cocina. Nunca la
mantenía cerrada con llave, algo sobre lo que Darius siempre me
molestaba. Diría: Alguien puede entrar justo aquí y…
¿Y qué? Diría yo. Porque nadie quería decir violación en voz alta. Sabía 177
que tenía razón. Sólo estaba siendo testaruda. Pero, no cerré la puerta porque
tuviera miedo de los violadores o los ladrones. La bloqueé porque no me
encontraba segura de qué sucedía exactamente. Lo que permití entrar en
nuestras vidas.
Cuando era niña, todo me lastimaba. Mi madre me llamó corazón
tierno, mi padre me alzaba a menudo sobre su regazo mientras sollozaba
después de vislumbrar a un hombre sin hogar. Ninguno de ellos me protegió,
creo que querían que lo viera. Cuando pregunté sobre el propósito del
sufrimiento, decían lo mismo: porque la gente tiene defectos y nada es justo.
Busque las grietas en las personas después de eso, las cosas que hicieron del
mundo un lugar injusto. Quería evitar ese tipo de persona en caso de que me
volvieran defectuosa e injusta también. Y ahí estaba, mi propia grieta. Me
encontraba buscando los defectos en los demás y eso era injusto cuando yo
tenía muchos. Busqué en cambio lo que era bueno, hermoso y puro. Podrías
encontrarlo si ese era tu enfoque, y de repente, cuando miras a las personas
veías por lo que valía la pena amarlos. Era una niña de causas, y aunque tuve
muchas causas entre los seis y los dieciséis años, las más cercanas a mi corazón
eran las de los sin amigos, Sí, puedes sentarte conmigo. Y todo el mundo lo
hacía porque la gente quiere sentarse con alguien. Pronto la gente se apoyaba
en mí. Las cosas se ponen pesadas, ¿sabes? Especialmente cuando la gente se
da cuenta que estás dispuesto a cargar su peso.
La mejor manera de lidiar con esto era convertirse en alguien sin
amigos. No, no puedes sentarte conmigo, me gusta sentarme sola. Así que lo
hice. Por un tiempo de todos modos. La gente puede oler la bondad en ti
incluso cuando actúas como un imbécil para alejarlos. Darius fue la primera
persona a la que le di un asiento, me atrapó en mi mentira así que tuve que
hacerlo. Una vez eso ocurrió, otros vinieron, pero esta vez no intentaron
apoyarse en mí. Volví a entrar en la zona de la amistad un poco torpemente.
Nadie pareció notarlo. Cuando Fig se mudó a la puerta del lado. Me permití
ser la chica con una causa de nuevo en mi corazón. La dejé sentarse con
nosotros. Quería tomar algunas de sus cargas y hacerle saber que estaba bien.
Pero, esto no era normal. Lo que había visto en la puerta del lado no era
normal.
Saqué mi teléfono para llamar a Darius. Timbró una, dos veces y colgué.
Podría estar en mi cabeza, todo. Era una escritora de ficción; tal vez me
encontraba aburrida y exagerando detalles en mi mente. Tal vez estaba loca,
eso era totalmente creíble, pero entonces mi mente volvió a ese día en el
parque, a las canciones que encontré en su Spotify cuando me decidí a echar 178
un vistazo. Cosas que ya no podía ignorar aunque quisiera.
Abrí su cuenta de Instagram, recorriendo las fotos, buscando lo que
Darius trató de decirme tantas veces. Los que Amanda y Gail señalaron. Los
ignoré, no porque no viera las similitudes, sino porque no me importaban.
Todos éramos imitadores, ¿no? Veíamos a las celebridades usando vaqueros
de talla alta y luego los usábamos. Nuestros amigos escuchaban música que
inmediatamente descargábamos y con la que nos obsesionábamos. Éramos
una generación de verlo, quererlo y tomarlo. Pero esto, esto era diferente. Más
siniestro. Me desplace todo el camino hasta la primera foto que publicó, dos
años antes: fotos beige y granuladas, algo deprimentes. No un gran problema,
la mayoría de nosotros tuvo un difícil comienzo en Instagram.
Por el tiempo que se mudó a la puerta del lado, su estilo en Instagram
cambió dramáticamente. Cambió el estilo de su diseño para que coincidiera
con el mío, ampliado los cuadros blancos alrededor de sus fotos. Copió los
ángulos también, la mitad de la rueda del Ferris de Seattle capturada en la
esquina superior derecha de la foto, el puesto de fruta en el mercado Pike
Place, un primer plano de rábanos que había tomado, puestas de sol, una foto
de una camisa que vi en una tienda departamental, un edificio amarillo en que
habíamos tomados fotos de la familia en el frente, medusas en el acuario. Todo
se encontraba allí, y cada una de sus fotos fueron tomadas días después de las
mías. Pero ¿por qué? Y ¿se dio cuenta de lo que estaba haciendo?
Cuando él llego a casa esa noche le conté todo, empezando con las
chucherías en su cocina y terminando con su colonia.
—¿Estás segura que era la mía?
—Darius, has estado usando esa cosa durante cuatro años. Soy quien la
compró para ti. Y tengo que ordenarla desde Tombuctú para conseguirla.
Nordstrom, mi culo. —Me encontraba paseando por el salón, con las manos
metidas en mis bolsillos traseros. Me giré para mirarlo, para medir su
reacción. Estaba sentado en el sofá, la cabeza inclinada, las manos colgando
entre sus rodillas.
—Estoy tan incómodo en este momento que no sé qué decir. —Me miró
y me sentí tan terrible. Esto no era su culpa. Pensé en las veces que lo
cuestioné, me enojé y lo acusé. Fue tan equivocado de mi parte culparlo por
algo que había provocado.
—Voy a hacerlo aún más incómodo para ti —dije, levantando un dedo.
Corrí hacia mi MacBook e hice clic en la lista de música que había recopilado.
Le reproduje cada canción, haciéndole ver—. Escucha esto. —Las reproduje 179
todas mientras se sentaba en silencio a mi lado y escuchaba—. ¿Crees que estas
canciones son sobre mí? —Sus palabras fueron cortadas.
Asentí.
—La letra, Darius. Tratan de que está enamorada de alguien que no
puede tener. Piensa que soy malvada y que necesitas a alguien mejor… ella.
Une eso con la colonia, la forma en que actúa cuando estás alrededor, y ¡mira!
—Saqué una captura de pantalla de su cuenta de Instagram—. Ha publicado
cuatro fotos tuyas. Solo de ti. Nunca ha hecho un solo cameo del suyo en su
cuenta, ni una sola vez. ¿Por qué está publicando al marido de otra mujer en
su Instagram, por el amor de Dios? Eso es extraño.
No respondió. Después de meses de Darius insistiendo en que ella me
acechaba, copiando cada uno de mis movimientos, no era la respuesta que
esperaba. Algo no se encontraba bien. Podía sentirlo.
—Darius, ¿sucedió algo entre ustedes dos? Sólo dime la verdad.
Lucia alarmado. ¿Herido? Acababa de hacer lo que dije que no iba a
hacer hace cinco minutos. Dios, era un desastre. Retrocedí enseguida,
disculpándome. No podía seguir haciéndole esto, acusándolo. Empecé a
llorar.
—Lo siento —dije—. Fue un día extraño. Tu colonia…
Me empujó en un abrazo antes de que pudiera decir cualquier otra cosa,
y enterré mi cara en su hombro.
—Está bien —dijo—. Ella está loca, no te culpo por estar afectada. Pero
no soy yo, Jo. Ella quiere lo que tienes y yo sólo soy una extensión de eso.
Asentí contra él, respirándolo. Me encantaba su olor, sin la colonia. Sólo
su olor. ¿Cómo podía haber dudado de él? Era tan bueno para nosotras. Mercy
y yo. Los efectos de Fig Coxbury eran sutiles, pero cuando la presencia de
alguien estaba empezando a afectar su relación era el momento de saltar del
barco.
—Me siento realmente bien sobre comenzar con la pintura —dijo en mi
cabello. Le di un codazo en las costillas y él gruñó—. Y recuerdas cuando la
cortina de la ducha llego por correo, y preguntó: ¿Dónde la conseguiste porque
vio el paquete ubicado junto a la puerta?
Asentí.
—Le enviaste una foto de esta. Te dije que no lo hicieras porque la
rastrearía… 180
Recordaba vagamente que algo así sucedió. Pero, no le dije dónde la
conseguí, sólo le envié una foto después de colgarla. Le dije esto a Darius que
sacudió la cabeza hacia mí como si fuera completamente ingenua.
—Puedes buscar imagines en Google, Jo. ¡Ella solo tiene que conectar
tu foto y voilá!
—Podría haberlo hecho cuando la vio en persona. —Señalé.
—Verdad. —Asintió.
—Es una locura, Darius. El sitio en el que lo compré tiene cinco mil
imágenes de ballenas para colocar en las cortinas de ducha. ¿Por qué tuvo que
comprar esa exacta?
Se encogió de hombros.
—¿Porque tú la tienes? Porque ella no sabe quién es y te está usando
como un tablero de visión.
—Un tablero de visión —dije—. Esto es una locura.
—Toma un descanso. Tal vez deja de invitarla por un tiempo. Estás
ocupada ahora mismo de todos modos. Estás lidiando con cosas con tu papá.
Tenemos nuestro viaje acercándose. Olvídate de Fig. Deja de acosar al
acosador. Que se vuelva loca desde la distancia. —Tomó mi rostro entre sus
manos, y asentí en silencio. Estaba en lo correcto. Daría un paso atrás. No
podía emocionalmente permitirme ser arrastrada a esta tontería. Tenía que
concentrarme.

181
M
e encontré con Darius en Target en su pausa para el almuerzo
en una tarde lluviosa de lunes a viernes. Estábamos eligiendo
un triciclo para Mercy para Navidad. Era una cosa
emocionante de padres, y estábamos maravillados de cómo nuestro pequeño
bebé de repente necesitaba ruedas. Podía verlo mientras corría hacia la
entrada de la tienda, después de haber olvidado mi impermeable en casa. El
cuello del abrigo estaba alrededor de su cuello, mientras permanecía de pie
con las manos en los bolsillos estudiando el estacionamiento. Mi corazón se 182
sintió tan feliz en ese momento, tan enamorado. Habíamos resistido muchas
tormentas, luchado duro por estar juntos. Nuestro amor se sentía lleno de
peso y dignidad. Una vez dentro, caminamos hacia arriba y abajo por los
pasillos recogiendo cosas que no necesitábamos y poniéndolas en el carro.
Nuestro estado de ánimo era ligero y divertido. Fue una buena tarde. Ya
estábamos en la caja registradora para pagar cuando nos dimos cuenta que
habíamos olvidado el triciclo.
—Esto es tu culpa —bromeé.
—Sí, así es. Vi los cojines y todo lo demás se fue por la ventana. —Hizo
manos de jazz, y me reí.
Estábamos terminando en la caja registradora, agarrando nuestras
bolsas y tratando de meterlas todas en el carro. Darius estaba sacando su
tarjeta de crédito cuando oí su voz detrás de mí, estridente... emocional.
—¿Vas a fingir que no me has visto?
Me volví para ver a Fig en su propio carro, ya cargado con bolsas. Pensé
que estaba bromeando, pero no había ninguna sonrisa en su rostro. No llevaba
maquillaje y su cabello era viscoso como si no se lo hubiera lavado en días.
—Te veo ahora —dije, sonriendo—. Hola.
Sus ojos se centraron en Darius. Lo miré por encima del hombro, mi
taza de papel de Starbucks apretada en mi mano. ¿La había visto y no la había
saludado?
—Me viste —dijo—. Y fingiste no hacerlo.
Ahora ella me estaba mirando.
—No te vi. Lo siento. —Me di la vuelta hacia Darius—. ¿La viste?
Estaba poniendo las bolsas en nuestro carro, sin levantar la vista.
—¿Darius...?
Negó.
Cuando me di la vuelta Fig se había ido, un espacio vacío delante de mí.
Miré hacia la puerta justo a tiempo para verla desaparecer.
—¿Qué demonios? —dije.
—Está loca. —Él frunció el ceño.
Troté después de él mientras empujaba el carrito de la tienda.
—¿La viste? 183
—No —dijo, con firmeza—. Absolutamente no.
—¿Por qué iba a hacer eso? ¿Han peleado?
—No —dijo, de nuevo.
—¡Darius! ¡Para!
Estábamos en el medio de la calle, pero se detuvo.
—¿Qué demonios pasó allí?
—Mira, no puedo explicar las acciones de una mujer loca. Vas a tener
que preguntarle. Ella es una bomba de relojería, eso es todo lo que sé.
—Sí —le dije—. Supongo que sí...
Seguí dándole vueltas en mi mente. Las palabras, la pequeña historia
que recogí de ella, las opiniones de otras personas. Era mucho que considerar.
Al principio me pareció ver agonía en sus ojos. Ella amaba a Plath, dijo que se
podía relacionar con ella. ¿Quién se relacionaba con Plath, excepto los
maníaco-depresivos? ¿Los suicidas? No había verdadera agonía, me di cuenta.
Todo era auto-infligido. El sufrimiento la hacía sentirse importante. Todas las
heridas estaban ensayadas con cuidado, como su personalidad. Ella daba
flores de plástico. Tan reales y brillantes en color que casi te creías la mentira.
Sin embargo, se llevaba cosas pequeñas, hurtos tan pequeños que casi no los
notabas: una causa, una lista de reproducción, algo que le diera algo para
vincularse contigo.
No es que no viera los patrones. Todo el mundo pensaba que no los veía.
Pero, lo hice y quería ver. Eso es lo que hacen los escritores —los buenos de
todos modos— observaban y aprendían el paso en falso de la naturaleza
humana. Las delicadas maneras en que las personas se deshacían, los
diminutos pequeños desgastes en el tapiz. Fig actuaba delicada. Sus dolores
de cabeza, por ejemplo, siempre le daban cuando Darius estaba cerca.
Podríamos haber estado riendo y siguiendo diez minutos antes, y el momento
en que Darius entraba por la puerta frontal su cara se volvía amarga…
dolorida, como si la hubieran apuñalado en la sien con un cuchillo de
mantequilla. Darius no se daba cuenta, pero se lo decía después.
—¿En serio? —decía—. ¿Por qué crees que hace eso?
—Tú eres el psiquiatra.
Se acarició la cara y luego dijo:
—Es lo suyo. Ella juega a ser vulnerable para captar la atención. 184
—Funciona.
—Hay que tener cuidado con lo que le dices —dijo Darius con el ceño
fruncido—. Ella…
—¿Ella qué? —espeté y casi de inmediato me arrepentí. Él estaba
tratando de ayudar. Siempre era dura con él. Él también era un psiquiatra. Si
pensaba que Fig estaba llevando todo demasiado lejos, entonces
probablemente lo hacía. Pensé en todas las cosas que le había dicho sobre
Ryan y me estremecí. ¿Me estaba empujando hacía Ryan porque quería a
Darius? Había visto la forma en que lo miraba, la forma en que trataba de crear
una brecha entre nosotros cuando estábamos todos juntos.
A veces nos gustaba jugar a juegos de mesa, e incluso con su chico ahí,
Fig de alguna manera terminaba en un equipo con Darius, los dos
atrincherados en el otro lado de la mesa juntos, planeando su estrategia. Pensé
que era lindo en un primer momento. Ellos compartían humor y citas de
películas, y sarcasmo. Era casi un alivio al principio no tener que fingir esas
cosas con Darius, dar vueltas en mi cerebro para buscar una cita de película
que coincidiese con su cita de película. Las bromas eran fáciles para ellos. Si
quería sentir una conexión con Darius tenía que ir a su nivel. Él no tenía ni
idea de cómo llegar al mío.
Ella era bastante buena creando equipos emocionales y luego reuniendo
a sus jugadores en mi contra. Una verdadera y buena jugadora. Hasta ahora
me había molestado mayormente a mí, pero al ver su comportamiento en una
nueva luz, a la luz de Darius, me hizo sentir mal del estómago. Una vez
habíamos ido a comer con Amanda y con Hollis y había sido el blanco de sus
chistes, incluso había hecho que Darius se riera, hasta que Amanda me había
mirado desde el otro lado de la mesa y había cambiado el tema. Después de
cenar, ella me cogió del brazo y susurró: “¿Qué demonios?”, en mi oído.
Más tarde en casa, pensé de nuevo en el primer día que conocimos a Fig.
El día en que ella había hablado con Mercy en el jardín, una persona
completamente diferente, con sobrepeso —con lacio cabello rubio— ansiosa,
tan ansiosa en todo lo que hacía. La había invitado a mi casa por algo que había
visto en sus ojos.
Tan pronto como Darius se desmayó en el sofá, como habitualmente,
llamé a Amanda.
—Jo, te dije desde el principio que algo pasaba con ella. Ella está
extrañamente obsesionada contigo. Incluso Darius lo piensa.
—Sí —le dije, débilmente—. Sólo pensé que necesitaba una amiga, ya 185
sabes... —Me oí poner excusas por ella y arrugué la nariz.
—Ella no es una amiga —dijo Amanda con voz apagada.
—¿Qué quieres decir? ¿Sabes algo? Tienes que decírmelo.
La oí suspirar en el teléfono.
—Mira, no quería involucrarme. Sé que te gustan tus proyectos. Pero,
mientras estabas en Francia con Darius, vino aquí.
—Sí... —dije. Vagamente recordaba haber visto fotos de ellas frente al
agua cerca de la casa de Amanda. Fig se veía borracha; Amanda le estaba
siguiendo la corriente.
—Habló sobre ti. Como, por horas. Pregúntale a Hollis si no me crees.
No dejaba de decir que tú y Darius no pegaban. Estaba borracha, así que le
daré eso. Pero, después comenzó a hablar sobre una cuchara que había
encontrado en el muelle. Algo sobre Darius y una historia que él le contó. Ella
piensa que la cuchara es una señal de qué… no lo sé. Esto es una locura.
Me serví una copa de vino, justo hasta arriba de la copa. Estaba tan llena
que tuve que agacharme y tomar un poco de la parte superior para que no se
derramase cuando lo agarrara.
—¿Qué simboliza la cuchara? —pregunté.
—¿Que todo va a estar bien? Le dice su camino. Quién sabe, esa perra
está totalmente loca.
Suspiré en el teléfono. Amanda era mi amiga más sensata. Darius era
mi marido. Si ambos estaban decían que Fig era una loca total, probablemente
tenían razón. ¿Verdad?
Me bebí el resto de mi vino. Tan elegante.
—Jolene —dijo Amanda—. Prométeme algo.
—¿Qué?
—No vuelvas a dejar a Mercy con ella, ¿está bien?
Me dio escalofríos. No dejaba a Mercy con nadie excepto mi madre, pero
Fig había estado pidiendo, rogando. Ella era implacable sobre cuidar a mi hija.
—Está bien —dije, débilmente—. Sin embargo, no sabemos nada a
ciencia cierta, ¿verdad?
—Jo, nos mostró un video. De ti y de Darius peleando. Los grabó.
186
—¿Qué demonios? —Respiré en el teléfono. Me pasé una mano por la
cara, de repente me sentía muy cansada. Tendría que despertar a Darius para
esto. Tenía que saberlo—. Tengo que decírselo a Darius —dije—. Esto se está
poniendo raro. Te llamaré mañana, ¿está bien?
Colgamos, y entré en la sala de estar, donde Darius todavía estaba
dormido en el sofá.
—Darius —dije. Se movió, abriendo los ojos y sonriéndome—. Tenemos
que hablar. Se trata de Fig.
N
o podía soportar estar en la casa. Era sofocante. Apagué la
calefacción, abrí la ventana. Darius mantenía las cosas
demasiado calientes. El frío aire en mi piel ayudó un poco, pero
luego estaba ansiosa de nuevo, moviéndome, pasándome de habitación a
habitación, masticando mis uñas y esperando que algo sucediera. ¿Pero qué?
¿Estaba incómoda por una vecina que había tomado las cosas un poco
demasiado lejos? Eso sonaba tonto incluso para una escritora. Quizás solo
necesitaba un escenario fresco, un cambio de paso. Darius sugirió que 187
intentara escribir en una cafetería, así que el jueves deslicé mi MacBook a mi
bolso y manejé los siete kilómetros al café Venetian. El tráfico para llegar allí
era terrible, pero me gustaban los pisos brillantes y el serio dueño que te
castigaba por usar la terminología de Starbucks en su tienda.
Solía escribir allí cuando Darius recién abrió su práctica para poder
estar cerca de él. Él caminaba hasta allí en su descanso y compartíamos una
fritura de manzana antes de que se fuera con sus pacientes de la tarde. Eso fue
cuando la relación era joven, antes de que pudiera encontrar algo más cerca,
pero había escrito una novela entera en Venetian y esperaba encontrar mi
suerte de nuevo. Me estacioné cerca de la entrada y caminé dentro,
anticipando el pálido brillo y la fría atmosfera que siempre me había ayudado
a escribir. En su lugar, caminé directo hacia Fig, que estaba cargando su café
de la mesa del mostrador. Ella se veía momentáneamente sorprendida de
verme también, luego limpió su rostro de emociones y me saludó con su usual:
—Hola allí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté.
Ella señaló hacia la mesa donde estaba instalada su laptop.
—Trabajando. Ellos tienen las mejores frituras de manzana aquí.
—¿Ah sí? —dije, lamiendo mis labios—. Tendré que probar una.
—¿Has hablado con Darius? —preguntó. ¿Había incertidumbre en su
rostro, o me estaba imaginando cosas?
—Bueno, sí. Hablo con él todo el tiempo, es mi esposo.
—Él recién estuvo aquí —dijo, rápidamente—. Tomó su café para llevar.
—Se quitó un mechón de cabello de su frente, y fue allí cuando noté su
brazalete cuando atrapó la luz. Era uno de esos brazaletes que todos estaban
usando, pero fue el dije que atrapó mi vista, una pequeña serpiente plateada,
enroscada como si estuviera lista para atacar.
A Fig no le gustaban las serpientes. La escuché decirlo cinco, seis, siete
veces. ¿Por qué? Porque Darius y yo habíamos estado hablando de su ex
prometida quien estaba mortalmente temerosos de esas criaturas. Fig había
dicho: no la culpo, nunca me han gustado tampoco.
Sus palabras revotaron en mi cabeza mientras miraba el pequeño dije
moverse en su muñeca. Pero, Darius amaba las serpientes. Él las amaba tanto
que había libros de serpientes alrededor de la casa. Él me pidió una serpiente
de mascota para Mercy hace unos meses, una serpiente de coral de maíz, dijo,
sacándome fotografías para que las viera. Tenía un tatuaje de serpiente, un 188
recuerdo de los días de Harry Potter cuando aclamaba la casa Slytherin; era lo
que había atraído a Darius a mí en esos años atrás en el colegio. Éramos
personas de serpientes, y Fig no lo era. ¿Así que, por qué ella estaba usando
una serpiente? Mi primer pensamiento fue: porque ella es una. O quizás, ella
estaba enamorada de una.
Froté los escalofríos de mis brazos y miré por la ventana al edificio de
oficina de Darius. Quizás lo teníamos todo mal y su obsesión no era conmigo
después de todo. Ella obviamente sabía que él trabajaba cerca, ¿vino hasta allí
por él?
—Creo que voy a correr con él primero —dije, deslizando mi bolso por
mi hombro.
—Él tiene pacientes hasta las cinco —dijo—. No podrá verte.
Presioné.
—No sabía que eras su secretaria ahora —dije.
Su comportamiento cambió en un instante. Ella alejó la mirada,
comenzó a tropezar con sus palabras.
—Oh… él solo me dijo lo ocupado que iba a estar hoy. Solo estaba
diciendo. Estoy segura que él va a cancelar todas sus citas por ti. Que llegas
corriendo… —Ella intentó reírse, pero escuché la posesividad. Salí sin decirle
nada más, cruzando el estacionamiento hacia la oficina de Darius.
Darius estaba de pie en el escritorio de la recepcionista cuando entré
por las puertas, sosteniendo una taza de café de papel. Él se veía sorprendido
cuando me vio, pero luego su rostro se ajustó a una sonrisa. La sala de espera
estaba vacía, así que caminé hasta él y le di un beso. Él lo tomó con duda, su
sonrisa momentáneamente cayéndose.
—¿Escribiendo al lado?
—Sí. ¿Acabo de ver a Fig? ¿Le dijiste sobre el Venetian? —¿Qué fue eso
que cruzó por su rostro?
—Sí, pude habérselo mencionado. —Se dio la vuelta y caminó hacia la
puerta de su oficina, su recepcionista mirándonos con mediano interés.
—¿Así que, dices que no te gusta, me dices que ella es una loca
acosadora, y tomas café con ella todos los días? —Él cerró la puerta de su
oficina detrás de nosotros, y arrojé mi bolso a la única silla en la habitación
además de la que él se sentaba. 189
—Nunca dije que no me gustaba —dijo él.
—No lo hiciste, ¿verdad? ¿Así que, no quieres que a mí me guste? ¿Hay
una razón para eso?
—¿Viniste aquí para conseguir una pelea? ¿Eso te ayuda a escribir?
¿Lo había hecho, no es cierto? Corrí la uña de mi pulgar sobre mi labio
mientras lo miraba. De un lado a otro, de un lado a otro.
—No, me ayuda a reunir la verdad, la cual no me has estado dando
últimamente, ¿no es cierto?
Darius miró su reloj. Él no me iba a despachar. No se lo permitiría.
Caminé hacia el escritorio, y él me siguió.
—Pensé que tenías pacientes hasta las cinco —dije—. Fig me lo dijo.
—Tuve una cancelación —dijo él.
Su teléfono estaba sobre su escritorio. Miré hacia él y puse un dedo en
la pantalla, haciendo que la pantalla se iluminara. Había una línea de
mensajes. Él estaba ocupado. Todas mujeres. Vi el nombre de Fig entre ellas.
—¿A quién le envías mensajes? —pregunté—. Pensé que no estabas
tomando los mensajes de Fig.
Él no me miraba.
—¿Por cuánto tiempo ella ha estado viniendo aquí a… trabajar?
—No voy a hablar contigo cuando estás así.
—¿Así? —Me reí—. ¿Te refieres cuando no estoy sobre ti?
Quizás estaba sobreactuando; quizás estaba empujando por algo. No
estar lo suficiente como padre. Él lo estaba intentando a su forma,
asegurándose de que Mercy tuviera su baño en las noches, llevándome una
copa de vino, solo que no era bueno para mí. Era egoísta de esa forma,
queriendo que las personas se doblaran y me dieran el amor que necesitaba,
no necesariamente el amor que ellos sabían dar.
—Está bien —dije. Me dirigí a la puerta. Pero, tenía que presionar una
vez más. Era la forma como era. Aprendí que la primera reacción me decía la
verdad más profunda—. ¿Cuál es tu contraseña de correo? —Él solo me miró.
—Sabes mi contraseña de correo…
190
Su rostro estaba impasible, una máscara de piedra. Quería arrojarle algo
a su rostro para ver si podía moverse. Era loco. Me giré antes de que él pudiera
ver mi rostro. Si él no me la daba, la averiguaría yo misma.
C
osas que piensas cuando estás en el dentista:
Él definitivamente sabe que no he usado el hilo dental
desde mi última visita.
Mierda. Me va a hacer sentir culpable.
¿Por qué me está hablando cuando tengo la boca abierta?
¿Qué es la cosa puntiaguda? 191
Prometo usar el hilo dental cada día.
Jodidamente odio este lugar.
¡Tengo hilo dental gratis!
Que nunca voy a usar.
Que se joda el dentista. En serio. ¿Hay personas que realmente
disfrutan tener a alguien con los dedos cubiertos de látex tocando alrededor
de tu boca? Probablemente, todo es una cosa en estos días. Mi regla era que,
si metes cualquier parte de tu cuerpo en tu boca, debe de haber un orgasmo
para mí. ¿Cuándo fue la última vez que tuve un orgasmo de cualquier manera?
Darius y yo no nos habíamos hablado desde nuestra confrontación en su
oficina. Ya estaba en la cama más tarde esa noche cuando escuché la llave en
la cerradura. Me acurruqué más cerca de Mercy, a quien dejé que durmiera en
la cama conmigo para que él no pudiera. Cuando él llegó a la habitación
despacio unos minutos más tarde, la había visto acostada a mi lado y se había
ido. Que librada, pensé. Necesitaba más tiempo. No iba a dejar que él librara
su camino fuera de esta. Necesitaba pensar.
Había estado pensando por días. También intenté adivinar la
contraseña para su correo electrónico. Nada. Darius estaba en un encierro. ¿Y
por qué? Porque algo sucedía, por eso.
La oficina del dentista estaba a un viaje de veinte minutos de donde
vivía. Coloqué mi auto en el espacio de estacionamiento cinco maldiciendo a
Ryan entre dientes. Era un nuevo dentista. Ryan, de todas las personas, hizo
la cita para mí cuando le confesé que no había ido en dos años. Darius hubiera
movido su mierda si lo supiera. En todos los años en los que lo conocía, el tipo
nunca había hecho ni un solo avance sexual conmigo, pero Darius resentía su
presencia en mi vida. De hecho, Darius resentía cualquier presencia masculina
en mi vida. Él nunca me hizo una cita con el dentista, aunque sospecho que
había veces que él quería que viera a un psiquiatra.
¿Por qué allí? Le envié un texto cuando vi la dirección. Los dentistas
están en cualquier esquina y me haces conducir allí. Estaba agitada. Él sabía
que odiaba manejar.
Él es un amigo mío. Solo ve, él te va a cuidar bien. Vas al
dentista como dos veces al año. Deja de quejarte. Así que, dejé de
quejarme. Si Darius me hubiera dicho que dejara de quejarme le hubiera dado
algo de lo que quejarse. Para Ryan, dejé de quejarme. Maldita sea con mi vida. 192
¿Qué estaba siquiera sucediendo?
Henry Wu era un joven asiático, recién salido de la escuela de los
dientes, o donde sea que ellos fueron. Él llegó a recolectarme en el área de
recepción y me guío a una habitación silbando el tema de Dexter. Un tipo muy
reconfortante. Después de que me sentó, me dijo que esta era su primera
práctica, y que su tío le prestó dinero para empezar. Me sentí mejor después
del viaje de veinte minutos de toda su interpretación, e hice una nota mental
para agradecerle a Ryan.
—¿Cómo conoces a Ryan? —preguntó él. Sus ojos brevemente se
posaron sobre mi anillo de bodas.
—De la universidad, pero no nos conocimos bien allí. De alguna forma
nos hicimos amigos después de que nos graduamos. ¿Y tú?
—Trabajamos en Logan’s Roadhouse juntos. Cerveza, maní, propinas de
dos dólares cada noche. —Intenté imaginar a Ryan como camarero. No podía.
—Nunca corría su propia comida, todos lo odiábamos —dijo Henry, y
ambos nos reímos. Eso lo podía imaginar.
Una hora y sin cavidades después, él me sentó en la silla y me preguntó
qué hacía para vivir.
Dudé.
—Soy una autora. —Aún me sentía terriblemente incómoda al admitirlo.
Odiaba hablar de mí misma. Había cierto sentimiento de trasero descubierto
cuando le decías a alguien que eras un artista. Era como decirle que habías
estado en prisión. Primero te veían raro, luego querían saber qué habías
hecho. Después de eso comenzaban a actuar raro, no estaba segura si ellos te
tenían miedo, o estaban impresionados. El Dr. Wu bajó su máscara y elevó sus
cejas. Ya no podía levantar tanto mis cejas, demasiado Botox.
Pensé que él iba a tener una reacción normal, quizás escribir las
preguntas que seguían sobre acerca de lo que escribía. Pero, en su lugar él dijo:
—¡Eres mi segunda autora! ¿Cómo es eso?
—¿En esta área? —pregunté, sentándome derecha. Podía contar el
número de autores publicados que vivían en Seattle con una mano.
—Ella también está en Seattle —dijo—. No estoy seguro cómo es que me
encontró, no pregunté.
—¿Cuál es su nombre? —pregunté inmediatamente intrigada. Quizás
alguien que conocía, o por lo menos mi seudónima. Pocos autores sabían mi 193
nombre real, y prefería mantenerlo en secreto por cuestiones de privacidad.
Sacudió su cabeza.
—No puedo decirte, leyes HIPAA.
Estaba decepcionada.
—¿Es conocida? —probé.
—No lo sé —dijo—. Pero, mencionó ir de gira de libros, así que asumo
que sí. Escribe bajo un seudónimo.
—Estás bromeando —dije, incrédula. Hice una lista de autores de
Seattle en mi cabeza: Sarah Jio, Isaac Marion e incluso algunos basados a las
afueras de Washington como S.C Stephens, y S.L. Jennings.
¿Cómo es que un autor de Seattle había pasado mi radar?
—Es mayor entonces —dije. Una mujer mayo escritora sin una presencia
social mediática. Tenía sentido. Aquellos de nosotros que estábamos en los
medios sociales tendíamos a encontrarnos, con seudónimo y todo.
—No, no, es de tu edad. También se ve como tú. —Se quitó los guantes
y presionó un pedal de metal con su pie en el basurero.
—¿Cómo es que se ve como yo? —pregunté. ¿Estaba haciendo frío aquí
o me estaban dando escalofríos?
—Cabello oscuro, mismo estilo de ropa. —Miró a mis botas—. Estaba
usando Dr. Martens cuando entró. Debe de ser una cosa de escritoras, esas
cosas están extintas.
—Oye, están de regreso. —Sonreí. Intenté una última cosa—. ¿Es nativa
de Washington?
Sacudió su cabeza.
—No. Dice que se mudó aquí del medio este.
Me enfríe. Desde la punta de mis pies y todo el camino a mi corazón,
que de repente latía al galope. Me moví por el resto de la visita tan rápido como
pude, firmando, sonriendo y haciendo una visita de seguimiento. El minuto
en el que entré en mi auto arrojé mi cartera al asiento del pasajero y le marqué
a Amanda.
—Fig —dijo después de que terminé mi historia.
Respiré un suspiro de alivio. Eso era exactamente lo que había estado
pensando, pero me sentía loca incluso diciéndolo. 194
—Esto es de locos —dijo—. Voy a llamar y a pretender que soy ella para
ver si va allí. —Colgó antes de que pudiera protestar. Me senté en mi auto,
sintiéndome enferma del estómago. ¿Por qué? ¿Ella quería tanto mi vida que
incluso estaba pretendiendo tenerla con el dentista? Para el momento en el
que el número de Amanda apareció en mi teléfono, estaba hecha un lío.
—¿Hola?
—Es una paciente allí. Le agendé una cita para su sucia boca. —Tenía
que detenerme.
—¿Me estás diciendo que Fig Coxbury va a ese dentista, ese tipo Wu? —
Mi dedo se apretó sin ningún uso en el aire.
—Sí.
—Está bien, está bien —dije, estacionando mi auto. Incliné mi frente en
el volante—. ¿Puede que todo sea una coincidencia, cierto? Me refiero a que
puede que también haya una autora que vaya allí, Seattle es una ciudad
grande.
—No, no es en verdad una ciudad grande. No. Tienes que dejar de ser
tan jodidamente estúpida, ¿me escuchas? quiere tu vida. Incluso está
pretendiendo tener a tu especialista de higiene bucal loca. Despierta, Jo.
—De acuerdo —dije—. Estoy despierta. ¿Ahora qué?
—Vende tu casa. Múdate. No está bien de la cabeza.
—No puedo vender mi casa. Estaba allí primero.
—Probablemente compró la casa de al lado porque ya estaba
obsesionada contigo.
Ambas nos quedamos en silencio. Era ridículo, ¿Pero no lo era todo lo
que estaba sucediendo? ¿Y qué si era verdad?
—Lo haré… um… hablaré con Darius. Veré lo que él dice. —Colgué
sintiéndome culpable. No tenía intenciones de hablar con Darius acerca de
esto. Había muchas decisiones que tenía que hacer.

195
A
lgunas veces tienes este sentimiento en las entrañas que algo está
mal. Se asienta en tu estómago como si fuera un saco de duras
rocas. No puedes olvidar que está allí, pero de alguna forma
aprendes a vivir con ello al mismo tiempo. Aún no quieres tener razón. Mejor
te dices a ti mismo que estás loco, te vuelves alcohólico, lloras hasta quedarte
dormido cada noche. Cualquier cosa menos enfrentar la verdad… que tienes
razón. Que él en verdad te está engañando. Desde cuándo se volvió más fácil
estar loca que ser engañada, ¿saben? Es solo mejor estar loco que no ser 196
amado.
¿Sobre qué estábamos peleando cuando mi vida se derrumbó? Oh, sí,
Ryan. Jodido Ryan. No le he hablado a él en semanas. Él ha visto a una rubia,
poniéndole hashtag a todas sus fotos con #citadeestanoche. Un Martini estaba
sentado al lado de un vaso con hielo en la barra de un bar. Eso fue lo suficiente
para hacerme retroceder. Nunca le dije a alguien que no me escribiera porque
estaba en una relación, pero no le enviaría mensajes a alguien que lo estaba.
Me gustaban demasiado las mujeres para jugar con sus hombres. Estaba en la
cocina haciendo café cuando Darius sacó una foto que Ryan había posteado
en su Instagram.
—¿Posteó él esto por ti? —dijo él. Su rostro estaba empapado, verduzco,
como si estuviera sudando fiebre. Él mantuvo mi teléfono sobre mi cara y lo
sacudió.
—No es un globo de nieve, Darius —dije. Tomé su muñeca y miré más
de cerca la fotografía. Ryan estaba sentado al lado de su sobrina, un bebé, en
la grama—. Espera —dije—. ¿Estás preguntando si Ryan posteó una fotografía
de él y un bebé por mí?
—No pretendas ser estúpida Jolene —dijo él. Me frustré. ¿Esto estaba
realmente sucediendo?
—Creo que estoy con un estúpido —dije, girándome. Él tomó mi hombro
y me giró de regreso.
—La caja blanca alrededor de la foto —dijo—. Eso es lo que haces con
tus fotografías.
—Sí, yo y otros millones de usuarios de Instagram. ¿Qué mierda tiene
que ver la foto de Ryan conmigo? ¿Y por qué lo estás acosando?
—Él está enamorado de ti. —Se limpió su sudorosa frente con la parte
trasera de su mano. Se veía como un cabeza hueca.
—¿De nuevo, qué tiene que ver eso con su sobrina?
No me detuvo cuando me alejé. Escuché sus pisadas mientras paseaba
en la cocina. De ida y vuelta, de ida y vuelta. Él estaba abriendo y cerrando
gabinetes, algo que hacía cuando estaba ansioso.
Maldición.
Lo había visto así una vez antes, años atrás cuando estaba dejando a su
prometida y mi mejor amiga. Él había actuado como roto, maniático. Lloraba
por un minuto y estaba enojado al siguiente, y luego comenzaba a decir
mierdas que prefiero no recordar. Cosas que no tenían sentido, sin lógica. 197
Como esto, como la foto que Ryan publicó.
Unas horas más tarde estaba doblando ropa en nuestra habitación.
¿Qué hora era? ¿Medianoche? ¿La una? Estaba minimizando el ruido para
minimizar mi temperamento. Era cómico.
—Lo siento —dijo, antes de que pudiera hablar—. Este tipo me vuelve
loco. He visto tus mensajes. Los he estado leyendo. —Parpadeé hacia él, y él
apartó la mirada.
—Vuélvete loco —dije—. ¿Has estado leyendo mis mensajes? Eso no es
extraño para nada. —Metí mi ropa interior doblada en un cajón y lo golpeé
para cerrarlo, moviéndome para el armario. Mantuve mi movimiento firme,
calmado. Pero, mis pensamientos estaban volando como dardos, golpeando
los puntos dolorosos. Él tenía todas mis contraseñas, poseía mi iPad, lo cual
sabía. Nunca tomé precauciones para evitar que viera algo. ¿Estaba tan
paranoico que había estado espiándome, por cuánto tiempo? Y, sin embargo,
no tenía ni una sola de sus contraseñas. ¿Cómo es que eso había sucedido?
¿Era realmente tan confiable, o es que a mí no me importaba mantener un ojo
en él? No es como si no supiera de lo que él era capaz.
Me siguió, y yo inmediatamente lamenté haber caminado hacia el
armario. Estaba atrapada.
—¿No tienes nada que decir? Acabo de decirte que he visto todo lo que
le has dicho a él.
—Me quedo con mi declaración inicial de que eso es extraño.
Su boca cayó abierta.
—¿Eso es todo?
—Sabías que le escribía. No le estaba escribiendo en secreto. Mi Dios, la
mitad de las veces denegaba al hombre. ¿Qué estás diciendo exactamente?
—No deberías de estarle escribiendo, estás casada.
—No le escribo —dije—. Le respondo cuando me escribe. Y hablemos de
quién te escribe, Darius. Vi un montón de nombres el otro día en tu oficina.
—Creo que eres una sociópata —dijo.
—¿Sí? Probablemente tienes razón. —Lo empujé fuera del closet y de
regreso a la habitación. Desearía que se fuera. Ya no tenía nada más que
decirle.
—¿Por qué cuando digo algo lo cambias? —dijo él.
198
No sabía cómo ocultar más mi sorpresa. Estaba perdiendo mi
temperamento, y rápido.
—Dices que no debo de enviarle mensajes a hombres mientras estoy
casada, sin embargo, tú le escribes a mujeres, y claramente muchas de ellas.
Así que, ¿estás admitiendo ser un hipócrita o un completo sociópata?
—Voy a llamar a Ryan —dijo—. Y a decirle todas las cosas de mierda que
dices de él de ser superficial.
—Ryan es una buena persona. No sé si él está enamorado de mí. No me
he preocupado por preguntarle, porque estoy enamorada de ti. Así que,
llámalo si jodidamente quieres, pero no seas un idiota.
El rostro de Darius se suavizó. Bajó su teléfono en la cómoda frente a
mí, y él lo hizo, su pulgar rozó el botón de carga de Instagram. Solo un pequeño
error, el rozar de un pulgar. Pensé que lo estaba bajando para ponerse bien
conmigo, cuando de pronto, su álbum salió y lo vi todo. Tetas, tetas y más
tetas. También había coños, pero más que nada tetas.
Por un congelado minuto los dos nos miramos mutuamente. Cuatro
pares de ojos asombrados, dos corazones latiendo con tanta fuerza que podías
oírlos en el silencio. Traición. Va algo como esto:
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Supe en ese momento que todas mis sospechas eran verdaderas y reales.
Las tetas no eran mías. El coño no era mío. Él había estado externalizando.
Mientras él buscaba las palabras, sus manos hacia afuera como si tratara de
protegerme, lo golpeé en el rostro. Él cayó hacia atrás en sorpresa, golpeó la
cómoda. Mis botellas de perfume se esparcieron, rodaron, y se destrozaron en
el suelo. Podía oler las flores y musgo mientras una botella que se había roto
derramaba liquido en la madera. Una foto de Mercy también se había caído,
el vidrio se había quebrado. Él se sostuvo el punto de su rostro donde lo había
golpeado, viéndome con algo como miedo. Fue Mercy quien me envió fuera
del borde. Porque cuando jodías a tu esposa. También jodías a los niños. 199
—¿Quiénes son ellas? —pregunté. Y luego lo grité—: ¿Quiénes
jodidamente son ellas?
—Nadie —dijo él—. ¡No son nadie!
—¿Cuántas?
—No lo sé —dijo él.
Lo ataqué, mis puños fallaban, palabras volaban.
No despiertes a Mercy, no la despiertes. Necesito hacer esto.
Y luego solo me detuve. Estaba tan cansada, no físicamente. Pude
haberlo golpeado toda la noche. Estaba cansada de la vida. Esta era la clase de
cosas que les pasaban a otras personas, no a mí. Mi esposo no tenía docenas
de mujeres desnudas guardadas en un álbum en su teléfono, al lado de las
fotos de mi hija. Mi esposo solo me quería a mí. Él me amaba lo suficiente para
negar las partes fracturadas de su vida que podían destruir nuestro amor.
¿Cierto? No. El cobarde. Lo vi con disgusto.
—¿Por qué? —pregunté.
—Tú lo hiciste —dijo—. Con Ryan. Vi la foto que le enviaste el año
pasado. ¡Has estado emocionalmente engañándome con él, no lo niegues!
—Oh —dije—. Me engañas por una foto que le envié a Ryan. En mi
bikini. Eso tiene sentido. Me refiero, ¿por qué me hablarías acerca de lo que
hice? Eso sería estúpido. ¿En su lugar comienzas a follar a otras mujeres?
Me miró, eso fue todo. Solo me miró.
—Tú y yo somos realmente buenos cuando estamos bien. Pero somos
terribles de igual manera —dijo.
—¿De qué mierda estás hablando, psicópata? ¡Me engañaste!
—Dices cosas terribles acerca de mi familia. ¡Tienes tanta culpa como
yo!
La taza de café estaba justo allí. Solo la lancé a su cabeza. Maldición por
mi terrible puntería. Se partió en pedazos al lado de su cabeza.
—Estás loca —dijo—. Eres una sociópata.
—Por supuesto —dije—. Fuera de mi casa. Tienes diez minutos.
Caminé fuera, espalda recta, ojos corriendo, corazón doliendo. 200
E
ra buena para lamentarme. Algunas personas escondían su
dolor, fingían estar bien. Esas personas merecían una medalla.
Esa cosa de poner cara valiente. No, yo no. No tenía una cara
valiente, pero por Dios, sí sabía cómo sollozar. Venía justo desde mi vientre y
me sacudía hasta que no podía respirar. Lloraba en la ducha o tarde por las
noches para que Mercy no pudiera escucharme. Cuando se volvía demasiado,
le llamaba a mi madre para que se llevara a Mercy. Señal para la siguiente
etapa: mirar fijamente las paredes. ¿Cuántos días vi fijamente la pared? ¿Dos? 201
¿Tres? No comía, ni bebía nada, y no me movía. Observaba los tres últimos
años de mi vida, reproducirse en esa pared; los días de cortejo, los mensajes
de texto que decían cosas que me gustaban: Quiero darte las cosas que
nunca has tenido. Experimentar cosas que nunca has
experimentado. Quiere hacerte sentir lo que tú me haces sentir.
El vacilante primer beso, y la delicada vulnerabilidad de los días
después. El entusiasmo de la esperanza y el futuro. Recordaba los primeros
días de pañales, y mamilas, los dos muy cansados padres primerizos
divirtiéndose en medio del caos. Recuerdo la ternura, la forma en que me
miraba cuando llegaba a casa de una firma de libros o un viaje, que sus ojos se
iluminaban en el reclamo de equipaje, como me sostenía por largos minutos.
Recuerdo sentirme segura e instalada. Maravillada por el buen hombre que
había encontrado. La pared reproducía una cinta de días de Acción de Gracias,
y Navidades, cumpleaños y vacaciones. Cocinar, amaba mi cocina, comer,
besos borrachos en la fogata, y la manera tierna y reverente en que me hacía
el amor. Uno, dos, tres años de una mentira. ¿Cómo podía ser tan estúpida?
¿Estaba tan rota que me puse viseras para preservar algo que no era real?
Eso era lo que sucedía cuando tu corazón se rompe. Recordabas las
cosas buenas primero. Las cosas que extrañabas. Entonces cuando la ira se
asentaba, una nueva película empezaba a reproducirse. Tus pensamientos
pasaban de una comedia romántica o un suspenso psicológico. Un cambio de
género. Qué buen chiste. Metido entre todos los buenos recuerdos estaban las
oscuras astillas: peleas, mensajes de texto, disonancia. Recordabas cuán
solitaria te has sentido, y las oscuras astillas se vuelven más pronunciadas.
Abriendo espacios entre los buenos recuerdos para poder sobresalir. Y de
repente, te encontrarías pensando: Ohhh, por eso es que se alejaba. Está el
día que no pudo hacerlo, el día de Acción de Gracias que estaba distraído.
Todo tenía sentido en un carrusel. Era una dura comprensión que la
vida que estabas viviendo no era hermosa, sino engañosa y llena de secretos.
Y la persona que más amabas estaba golpeándote con toques que ni siquiera
podías sentir todavía.
Me llamó en esos días. Escribió largos mensajes de texto rogándome
que lo perdonara. No entendía. ¿Por qué rogarías para estar con alguien que
trataste con tal indiferencia? Entonces sus ruegos se convirtieron en algo más.
No me consolaba. Trató de hacer mi pecado más ruidoso que el suyo. No diría
la verdad aun cuando la sostuviera frente a él. Me enteré sobre una demanda,
un cliente con quien había dormido, y eso lo enfureció. Había estado follando
con esas chicas desde el momento que se mudó a mi casa, incluso desde antes
que Mercy naciera. Todas sus historias lo confirmaban. Cuando me le acerqué 202
con eso, me atacó, me dijo cosas, me dijo que era una peor persona de lo que
él sería alguna vez.
—¡Estás tratando de encontrar cosas para igualar la balanza por lo que
hiciste con Ryan! —gritó al teléfono.
—¿Lo que hice con Ryan, Darius? ¡Nunca toqué al hombre! ¡Tú
empezaste esto mucho antes que Ryan apareciera en la escena!
—¡No tienes que tocarlo para tener un amorío con él! —dijo.
Uso a Ryan, me dijo que había hecho eso debido a mi relación con Ryan.
Me envió la fotografía en biquini que le envié por mensaje a Ryan el año
pasado y me recordó cuán infiel era yo. Cuando traje al tema la presentación
de fotografías de coños y senos que había visto en su teléfono, dijo que no
admitiría mis propios asuntos. Y luego discutimos sobre Ryan durante los
siguientes quince minutos, yo defendiéndome, él acusándome. Hasta que me
di cuenta que era parte de un plan. Estaba desviándose del tema y yo estaba
cayendo en su juego.
Dejé de contestar sus llamadas, dejé de llamar. También dejé de comer.
Cinco kilos en diez días. Vaya, dieta milagrosa. Cuando mi mamá trajo a casa
a Mercy, su rostro palideció al verme.
—Sólo iré rápidamente a la tienda por algunas cosas para la cena —dijo
ella. La escuché llamando a mi padrastro, diciéndole que estaría quedándose
por unos días.
Mercy preguntó por él en su voz grave.
¿Dónde está papi? ¿Cuándo viene papi a casa? ¿Por qué papi no se
despidió de mí? ¿Papi me ama? ¿Y qué podía decirle? ¿Cómo podría
explicárselo? Sostenía su pequeño cuerpo mientras lloraba contra mí, y
maldecía a su padre, maldecía a Darius, maldecía a todos los hombres que la
lastimaban tan concisamente. Era un error.
Estaba tan enojada. No sólo me había hecho esta cosa horrible a mí, se
la había hecho a mi hija. Fallé en protegerla. Dejé al monstruo en su casa y le
di libre albedrío. ¿Por qué? ¿Por qué rompería algo tan hermoso? Lastimó a
mi familia.
¿Qué sucedería cuando la ira se terminara? Esperaba la aceptación, esa
sería la parte buena. La parte de superarlo y que doliera menos… todavía estoy
esperando.

203
N
o había hablado con Fig en meses. ¿Cuántos? ¿Dos? ¿Tres? ¿Y
por qué habíamos dejado de hablar? Ah, sí, porque pensé que
estaba enamorada de Darius. Todo parecía tan insignificante
ahora. Había sabido que sucedía algo con Darius, lo había sentido. Tan solo
estaba apuntando a la persona equivocada. Y en todo caso, había necesitado
dar un paso hacia atrás, incluso cuando cambié mi mente sobre Fig estando
enamorada de él.
Era tan extraña como arrogante. Una vez llegó al punto de que estaba 204
en la casa cinco días a la semana, apareciendo siempre que quería, trayéndole
regalos locos a Mercy, y dándole caramelos. Las cosas se habían ido
deteniendo como usualmente lo hacen cuando las personas están ocupadas.
Fig había obtenido montones de trabajo de mis colegas autores, construyendo
sus páginas web. Y luego hace poco comenzó a estacionar su SUV blanca en el
garaje en lugar de frente a la acera como la mayoría del vecindario hacía. Hoy
en día, nunca podía distinguir entre si estaba en casa o no.
Me maquillé por primera vez en un mes. La ropa me quedaba floja.
Había perdido cinco kilos desde que mi matrimonio terminó. Ya ni siquiera
tenía senos. Era una encantadora tarde, acogedora e iluminada. Me calcé mis
botas y me dirigí a la puerta del jardín, siendo cuidadosa de no dejar que se
cerrara. No sabía por qué estaba arrastrándome excepto porque no quería que
ella me viera venir y pretendiera no estar en casa. Tenía la impresión de que
se estaba escondiendo, y quizás sea porque era tan buena en eso. Cuando
trabajabas desde casa, estacionabas en el garaje, cerrabas las cortinas, y nunca
hacías contacto visual con los vecinos. Golpeé la puerta trasera, mis nudillos
ardiendo por la fuerza. Me los llevé a los labios mientras esperaba. El clima
era más cálido de lo que había sido el día anterior, podía ver los capullos de
flor creciendo en las ramas de los árboles. Debí de haberla atrapado con la
guardia baja porque un segundo después su rostro apareció en la ventana, su
boca formando una visible O. Escuché el chasqueo de la puerta cuando giró el
cerrojo, y después la puerta se abrió. Un olor familiar vino de adentro, era el
de mi casa. Ninguna sorpresa.
—Oye —dijo—. ¿Qué hay? —Estaba en ropa de correr y su rostro lucía
sudado como si acabara de estar en la caminadora. Mi Dios, estaba delgada.
Más delgada que yo, más delgada de lo que un humano normal debería de ser.
—¿Tú sabías que él me engañaba? —dije bruscamente, manteniendo los
ojos fijos en su rostro—. ¿Alguna vez te lo dijo?
Palideció. De repente su piel era del color de la leche, pegajosa y blanca.
—Darius… ¿qué?
Comencé a llorar. Creí haber superado las lágrimas, que tenía las cosas
bajo control, y aún aquí estaba salpicando su entrada con mis lágrimas. Fig se
movió rápido, haciéndose a un lado para dejarme entrar. Jaló una silla de la
isla. Me senté en ella, ocultando la cara en mis manos, tratando de
recomponerme.
—¿Qué diablos sucedió? —Mantuvo los ojos bien abiertos, sin creerlo.
—La conoció en una conferencia —dije—. Es una periodista. 205
—¿Qué? —Se le quebró la voz. Se sentó de repente en la silla junto a mí,
causando que nuestras rodillas se chocaran—. ¿Quién? ¿Cuándo?
—Su nombre es Nicole Martin —dije, tomando el pañuelo que me
ofrecía. Los ojos de Fig se deslizaron por la habitación y me pregunté si estaba
tratando de identificar el nombre. Era así con los nombres, siempre
haciéndote repetirlos, y luego diciéndolos ella misma. Darius siempre
bromeaba con que se iba inmediatamente a casa a buscarlos en Facebook—.
Es independiente.
—¿Cómo averiguaste todo esto?
—¿Qué parte? —pregunté.
—La infidelidad…
—Su teléfono —dije, cubriendo mi boca. Las imágenes todavía aparecían
en mi cabeza cada vez que cerraba los ojos. Era como un desfile de senos y
vaginas—. Me estaba mostrando algo en su teléfono y presionó el botón
equivocado, y su álbum apareció. Vi… fotografías de mujeres.
—¿Más de una? ¿Más que esta… Nicole?
—Sí, otras además de ella —dije.
Por un segundo no dijo nada, tan solo observó sus manos, que estaban
sosteniendo el borde de la encimera.
—Oh, por Dios.
Tuve el presentimiento de que si no estuviera ya sentada hubiera
necesitado sentarse.
—¿En dónde está ahora?
—Lo eché. Hace unas semanas. No sabía qué hacer. —Me preguntaba si
ella ya sabía. El auto de Darius ya no estaba en su lugar usual. Ella era bastante
observadora.
—¿Cómo está Mercy? —preguntó.
—No muy bien. —Eso era decir poco. Mercy estaba ida, triste,
empezando peleas con los niños de su clase. Preguntaba por él todas las
noches, queriendo que leyera su historia.
Toqué mis sienes, en donde una jaqueca comenzaba a surgir.
—¿Te duele la cabeza? —preguntó—. Espera… —Se dirigió al baño y
regresó con algunas aspirinas en la palma de la mano—. ¿Por cuánto tiempo 206
ha estado pasando? —preguntó, sirviéndome un vaso de agua.
—Por poco más de un año —dije, tragando las pastillas—. Ella ni
siquiera sabía que estaba casado. Él mantenía todo separado…
compartimentado.
—¿Cómo sabes eso? —dijo Fig—. Ella miente.
Podía ver por qué cualquiera pensaría eso. La otra mujer era
usualmente villanizada más que el hombre infiel.
Estas mujeres no me debían nada; eran extrañas. Tal vez se debían algo
mejor a sí mismas que sus acciones, pero Darius era quien me debía lealtad y
su vida.
—La llamé —dije—. Estaba llorando. Me dijo todo, le había escrito en
Facebook después de buscar su nombre (el que Darius me dijo de mala gana).
Me había mandado su número de inmediato. Cuando respondió el teléfono,
su voz se había roto y ambas simplemente lloramos juntas por unos minutos.
Lo siento tanto, había dicho. Quizás sabía en alguna parte de mi mente que
había algo raro sobre su historia, pero no quise verlo. Debí haber sabido.
Él le había dicho que estaba divorciado, y con las pocas redes sociales
en las que podía seguirlo, ¿cómo iba a saber?
—Confías demasiado, Jolene —dijo Fig suavemente.
—Ella no es quien se comprometió conmigo, Fig —dije—. Fue él. No me
habría importado si ella hubiese sabido que estaba casado y se le hubiera
ofrecido. Era su trabajo decirle que NO, de proteger nuestra relación y
mantener su polla en sus pantalones.
Fig asintió desinteresadamente.
—Dios, ¿cómo pude ser tan estúpida? Todas esas noches tarde en la
oficina… había estado tan distraído. Pensé que era porque estaba retrasada
con el trabajo y no había estado tan presente con él.
—No eran buenos el uno para el otro —dijo firmemente—. Me refiero,
no me malinterpretes, es desagradable lo que hizo. Cómo pudo engañar a
alguien por tanto tiempo. No entiendo por qué. —Y luego, agregó—: Tiene una
buena maldita cara de póker.
Fue como una bofetada. ¿Acaso ella acababa de defenderlo? Y qué era
eso en su voz… ¿gozo? Me sentí enferma. Fue mala idea el venir aquí. Siempre
sucedía así, me diría que estaba imaginando los presentimientos raros sobre
Fig, pero tan pronto como estuviera junto a ella querría irme.
207
—No puedo creer que se haya ido y nunca vaya a volver —dijo.
Sí, mierda. Eso también había pensado yo. Pero ahora, él era mi esposo.
Solía pensar que sólo la muerte nos separaría.
Observé alrededor de la cocina, buscando alguna pista, alguna
confirmación de lo que estaba sintiendo.
—¿George está aquí? —pregunté—. Lo siento, ni siquiera consideré que
ustedes pudiesen estar ocupados…
Sacudió la mano a mi comentario.
—Se mudó. Hace dos semanas. —Ahora fue mi turno de sorprenderme.
—¿Por qué? —pregunté—. Oh, Dios. Lo siento. Olvídalo, no es asunto
mío.
Sacudió la cabeza.
—Nah. Tan solo no funcionamos. No estamos enamorados.
George estaba enamorado de Fig. Se notaba en él, la manera en que la
veía, lo que estaba dispuesto a sobrellevar. Cedía a todo lo que ella quería.
Seguido había sentido lástima por él. Ella tan solo descartaba todo lo que él
hacía, pretendía que no estaba allí.
—Tengo que recoger a Mercy de la escuela —dije, poniéndome de pie. Si
me apuraba, podría llorar rápidamente antes de tener que irme. Observé la
pila de pañuelos que había dejado en la encimera, pero Fig los recogió antes
de que yo pudiese.
—Déjalo. Ve —dijo—. Llevaré la cena esta noche, así no tienes que
preocuparte por eso.
Sonreí. Saliendo de la cocina y dirigiéndome al jardín. Ambas teníamos
los ojos llorosos cuando me abrazó, despidiéndose.

208
P
asaba mis mañanas escribiendo. Se suponía que era un libro de
amor, pero no sabía exactamente lo que era el amor. Dudaba en
escribir las palabras, pero las palabras eran mi tarea… con eso me
ganaba la vida. Continué, diciendo cosas que no creía, creando personajes
demasiado perfectos: hombres que peleaban por mujeres, hombres que
decían las cosas indicadas. ¿Acaso todos los hombres eran unos cobardes?
¿Conocía a algún hombre bueno? Mis amigas me animaban a escribir, me
dijeron que escribiera sobre el tipo de amor que deseaba que existiera. 209
Por la tarde, Ryan me mandó un mensaje preguntándome cómo estaba.
No le había dicho nada, en lo absoluto. Por lo que él sabía, yo seguía viviendo
en mi cuento de hadas.
Bien, respondí. He estado escribiendo toda la mañana.
¿Cómo está tu relación con Darius?
¿Cómo hacía eso? Siempre se acercaba cuando me encontraba apartada
en una esquina, a mitad de una batalla, o cuando me sentía la fracasada más
solitaria en el mundo. Es como si hubiera un hilo entre nosotros, y él sintiera
la fricción del otro lado. Entrecerré los ojos al leer su mensaje, al tiempo que
estiraba la mano para tomar una taza de café que no estaba ahí. ¿No había
preparado café? Nunca preguntaba directamente sobre Darius. Le contaba
pequeños detalles, pero, en general, nunca tocábamos nuestras vidas
personales. Una regla, pero, ¿por qué? Tal vez no nos gustaba escuchar esos
detalles.
Bien, respondí. Odiaba mentirle. Si alguien podía darme un buen
consejo, ese era Ryan.
¿De verdad?
Me quedé viendo el mensaje por largo tiempo. No lo sabía. ¿De verdad?
¿Qué demonios, Ryan?
Un segundo después, mi teléfono sonó. El número de Ryan apareció en
la pantalla, y sentí que me subía el calor por el cuello. Nunca habíamos
hablado por teléfono. Ni siquiera recordaba cómo sonaba su voz. Quise no
contestarle, pero acabábamos de mandarnos mensajes y si no respondía, él
sabría la razón.
—¿Hola? —¿Dónde estaba la maldita taza?
—Hola. —Su voz era sexy. De inmediato enterré el rostro en el hueco del
codo.
—¿Desde cuándo hablamos por teléfono? —pregunté.
—Desde ahora. ¿Cómo estás?
—Igual que hace dos minutos cuando estábamos mensajeándonos —
respondí.
Se rio, y tuve la necesidad de sentarme en una esquina y mecerme de
atrás para adelante. ¿Qué demonios ocurría contigo, Jolene? 210
—Estoy bien —dije. Puede distinguir el tono sombrío de mi voz e intenté
animarlo—. Ya sabes, igual que siempre.
—No es cierto —replicó.
—Así es mi voz —dije, con dureza—. Así soy.
Si tan solo no se me hubiera roto la voz en la última palabra. Ryan podía
reconocer la tristeza como un maldito sabueso.
—¿Qué te hizo? —me preguntó.
Le conté. Al terminar, él estaba tan callado que me pregunté si no le
había colgado por accidente.
—¿Hola?
—Sigo aquí —respondió—. ¿Quieres saber mi opinión?
—Sí—dije. Había roto en lágrimas. Su tono de voz me hacía llorar, la
preocupación la hacía tornarse ronca y profunda.
—Te prometió muchas cosas y se las prometió a una persona que
necesitaba creérselas. Había una mala conexión en su relación… No sé dónde
inició o el porqué, pero él sabía que, por una vez en tu vida, necesitabas que
no te decepcionaran. No fue lo suficientemente altruista como para cumplir
eso.
Al demonio. Lloré y sollocé en el teléfono con el chico que prácticamente
había sido la razón por la que me había enterado de que Darius me engañaba.
—Tengo que decírtelo —dijo, después de que me hubiera calmado—.
Algo muy extraño ocurrió la semana pasada.
—¿Extraño? —pregunté—. ¿Me llamas para contarme algo extraño?
—Bueno, sí. Tiene qué ver contigo.
—¿Conmigo? —repetí.
—Sí. Todo siempre se reduce a ti.
¿QUÉ SIGNIFICABA ESO? DIOS MÍO, ¿QUÉ SIGNIFICABA ESO?
—Te escucho.
Lo escuché cambiarse el teléfono de un hombro al otro. Me pregunté
qué hacía.
—Me llegó un correo. La dirección no era legítima: wink1986. También 211
tenía un guion bajo.
—Está bien… —Escuché el sonido del vapor, y luego de metal contra
metal. Estaba cocinando.
—Esto es un poco incómodo —dijo—. Espérame un momento. —Cuando
volvió a hablar, el vapor ya no se escuchaba y su voz se escuchaba clara y
concentrada—. El correo tenía unos videos. Y pienso que los videos son de tu
esposo.
—¿Darius? ¿Qué tipo de videos?
Ryan se aclaró la garganta.
—Son videos sexuales.
La sangré se me agolpó en la cabeza. Cerré fuertemente los ojos y sacudí
la cabeza a pesar de que nadie podía verme.
No, no, no.
—Mira, puedo enviártelos, pero no creo que quieras verlos. Y tampoco
sé por qué alguien querría enviármelos a mí, o cómo es que consiguieron mi
correo electrónico.
—¿Cómo sabes que es él? —pregunté, rápidamente.
—Es él.
—Está bien —dije—. Mándamelos.
— ¿Estás se…?
—Mándamelos.
Colgué antes de que me dijera algo más. Luego me metí en todas las
redes sociales de Ryan para ver si había puesto su correo electrónico. Sí lo
había puesto. Pero, ¿quién hubiera querido enseñarle esos videos a él? ¿A
quién le convenía? Definitivamente no era Darius.
Un minuto después me llegó la notificación de que Ryan21 me había
mandado un correo. Me serví un trago antes de abrirlo. Había tres archivos en
el correo. No había puesto asunto.
Abrí el primero. Tan claro como el día, Darius estaba sentado de
espaldas en el baño de invitados, solo se le veía la parte inferior del rostro.
Tenía la vista enfocada en su polla. Estaba justo ahí, enfocada. Movía los
labios. Decía algo. Subí el volumen.
—Tienes el coño más bonito.
212
El coño más bonito. Cielo santísimo.
El siguiente video era de él masturbándose. Lo cerré antes de
terminarlo. No pude. En el último, le hablaba a la chica —Nicole— o a la que
le había mandado el video. Volví a subir el volumen. Se acariciaba su polla de
arriba abajo, mordiéndose el labio inferior.
—Ya se fue. Ven —dijo—. Me muero por estar dentro de ti otra vez.
Ya lo veías venir. Todo te lo indicaba. Era infiel. Había violado el
juramento que había hecho en su profesión, ¿por qué no traer esas adicciones
al hogar? No había líneas; no tenía límites. Era alguien que usaba a las
mujeres. ¿Quién me había enviado esto? ¿Quién quería que viera esto? ¿Y por
qué arrastrar a Ryan a esto?
A
principios de junio, George me envió un texto, diciendo que
quería encontrarse para tomar un café. Lo miré durante unos
minutos intentando descifrar cómo consiguió mi número. No
tenía recuerdo de habérselo dado jamás. Indecisa, dije que sí. Me encontraba
ocupada. No sabía qué esperar. No había visto a ninguno de ellos desde que la
cosa con Darius se hizo pública. Cortinas cerradas, y carros estacionados
dentro del garaje como si de repente escondieran algo. No podía ser
molestada. Necesitaba espacio de cualquier tipo de drama. Estaba lloviendo a 213
cantaros el día que se suponía debía encontrarme con él. Me puse las botas y
chaqueta de lluvia y caminé el kilómetro y medio a un pequeño lugar cutre de
café llamado el Tin Pin. Llegué antes que él, así que pagué por un té y lo llevé
a una mesa marcada en la esquina. Alguien había arañado en la madera Mona
es una puta. Agité mi té y miré el mensaje. Otro ejemplo de la forma en que la
sociedad veía a las mujeres. Todos los hombres que durmieron con Mona
fueron dejados intactos, mientras que nuestra chica Mona era insultada.
Saqué del bolsillo el cuchillo que guardaba en mi bolsa y rayé, así como todos
los hombres que folló debajo de este.
Una de las camareras me vio y dijo:
—No puedes hacer eso.
—Ya estaba hecho, lo estoy arreglando —dije. Rodó los ojos y se retiró
detrás del mostrador.
La libertad de expresión era buena. Solo hazlo bien, cabrones.
George entró diez minutos después y se encontraba mojado. Le dije que
se acercara a la mesa de Mona, pateando la silla para él.
—Hola —dijo, quitándose su abrigo.
—Hola a ti.
Se fue a conseguir una bebida, mientras terminaba la mía. Cuando
regresó trayendo un café, noté lo cansado que estaba. O tal vez siempre se veía
así. ¿Cuántas veces realmente vi a George? Era prácticamente un ermitaño.
Habíamos compartido un saludo ocasional cuando entraba en la calzada y yo
me encontraba afuera.
—Fig y Darius estaban teniendo un romance —dijo.
El té se cuajó en mi estómago. Envolví un brazo alrededor de mi cintura
mientras me desplomaba en mi silla.
—Di algo —dijo George—. Dios, esto es jodido. —Pasó una mano por su
cabello ya despeinado mientras se movía en su asiento como un niño pequeño.
Lo vi leyendo la inscripción de Mona mientras luchaba con las palabras.
¿Qué se supone que debía decir? ¿Me sorprendía? Sí, sí, en realidad.
—Mierda —dije—. ¿Tienes que estar bromeando?
Parecía aliviado de que finalmente hubiera dicho algo.
—No lo estoy, por desgracia. 214
—¿Cuándo? —pregunté—. ¿Cómo?
—Cuando te fuiste, cuando ella dijo que se hallaba fuera por una carrera,
o que iba al mercado por algo. No lo sé. Encontraron formas. ¿No le gusta a la
gente siempre encontrar maneras?
Me encontraba aturdida, mi visión nadando dentro y fuera de foco. Mi
casa. Me traicionó en mi propia casa. Al único que dejé pasar y compartir
conmigo. La única en que se apoyó económicamente mientras su deuda se
acumulaba y se presentaban demandas contra él. Durante meses desde que
sorprendí a Darius había buscado maneras de superarlo, perdonar y quemar
la amargura que trataba de construir un escenario en mi corazón. No dejaría
que un hombre así tomara mi esperanza. Pero, esto… esto era diferente. Trajo
su mierda a casa, al lugar seguro que creé para mi hija y para mí. Y ella, esa
mujer. Había dejado a un lado las advertencias, dejé a un lado mi libro. Mi hija
y mis amigos para… ayudarla. ¿Qué tipo de mundo era este donde la gente que
pensabas te amaba más eran los traidores? Miré a George. Estaba demacrado,
delgado; no podía quedarse quieto. Se cortó afeitándose. Había un poco de
sangre seca en su barbilla.
—¿Cuándo lo averiguaste? ¿En qué mes?
—Marzo —dijo—, del año pasado.
Me encogí. Eso fue sólo unos meses después de que se mudaron a la casa
de al lado.
—¿Fue cuando estaba en Phoenix con mi papá? —dije, suavemente—.
¿Fue ese…?
—Fue cuando los atrapé —dijo George. Se pasó una mano por la cara—.
Vi su nombre en su teléfono. Pensé que era extraño que le estuviera enviando
mensajes de texto tan tarde por la noche.
—Y cuando miraste, ¿qué viste?
Sacudió la cabeza, con los ojos pegados a la mesa. ¿Qué tan malo era
que no lo diría? Quiero decir, lo sabía, ¿no? Vi las fotos en el teléfono de
Darius. Las partes del cuerpo de Fig podían haber estado entre las que vi la
noche que lo eché. A Darius le gustaba mantener sus caras fuera de ellas. No
quería mirar a la persona, hacer de ellas una persona. ¿Cuántas veces había
escrito las palabras, “Un dolor punzante en su corazón?”. ¿Lo había sentido
antes de ese momento? No, seguramente no. Era la cosa más horrible.
—Estaban follando. ¿Mientras me encontraba fuera viendo a mi padre
moribundo? ¿Envió a mi hija a casa de su madre y follo a esa mujer en mi
casa? 215
George ya no me miraba más. Miraba a la nada. Me encontraba enojada
con él… si me hubiera dicho cuando los atrapó podría haber enfrentado a
Darius, dejarlo. Estaría bien en mi proceso de curación en lugar de tener la
costra arrancada y quedarme sin respuestas. Él era tan cobarde como ellos. La
única pena que sentía por él era el hecho de que se enamoró de alguien como
Fig, cayendo presa de la sanguijuela que ella era. Cuando eché a Darius me
maravillé de su empatía. Pensé que ella estaba herida por mí, conmigo. Sí,
claro. Esa perra acababa de descubrir que Darius también la estaba
engañando. Se encontraba jodidamente sufriendo junto a mí.
—Todavía quieres estar con ella, ¿verdad? La atrapaste engañándote y
te quedaste. No se lo contaste a nadie. Simplemente lo ocultaste e intentaste
arreglarlo.
—No es tan simple —dijo—. Ella era suicida.
—¡Ah, sí! ¿La atrapaste en las vías del tren o tuviste algo especial?
Me miró sin comprender.
—¿Alguna vez pensaste que utilizó el suicidio para distraerte de lo que
acababas de descubrir? Te estaba manipulando.
—No es tan simple —dijo.
—No, idiota, es así de simple. Tu ego está magullado porque no te
quiere. Se aprovechó de ti, George. No vas a sentirte mejor tratando de
convencerte de que todavía te quiere. Dios mío, eres la mierda más tonta. —
Me puse de pie, mi silla chillando a través del piso—. ¿Hay algo más que
quieras decirme, George? Me temo que necesito irme antes de actuar sobre la
abrumadora necesidad de golpearte en la cara.
Me miró sorprendido. Pensé que tal vez quería reírse.
—Creo que eso lo cubre —dijo.
Agarré mi bolso y empecé a caminar hacia la puerta. Pero, entonces
pensé en una cosa más.
—Por cierto, George, apestas como mi pedazo de mierda de ex-marido.
Esa colonia que compró para ti… Darius la usa.
Palideció.
—Dijo que la encontró en Nordstrom —dijo.
—No venden esa mierda en Nordstrom. La encontró con mi marido. 216
M
i madre me puso Jolene por una canción de Dolly Parton.
Dolly pudo haber usado un nombre diferente. Pudo haber
sido Darlene, o Cailene, o Arlene. En su lugar soy Jolene
porque eso es lo que Dolly usó después de que una cajera en el banco coqueteo 217
con su esposo enfrente de ella. E imaginen eso, alguien intentó robarte tu
hombre así que lo volviste arte e hiciste dinero. ¿Esa mujer tiene más que tetas
grandes, saben? Me gusta su estilo.
Tenía una de esas amigas que era muy densa para ver la verdad. Mi Dios,
era frustrantes. ¿Estaba justo allí enfrente de su jodido rostro y ellas se iban
como Helen Keller con esa mierda? Nunca pensé que sería yo, especialmente
porque podía verlo tan claro en los demás. La hipocresía de la naturaleza
humana. Verán, intento ver lo mejor en las personas. Me enamoré de quien
podía ser una persona y luego Helen Keller metió sus dedos en mi cerebro y
era todo: no escuchar al mal, no ver el mal, la la la la la la. No siempre se
escogían lo que debían ser. Eso era lo que pasaba con Fig, eso creo. Estaba
aprendiendo. Lentamente, pero ciertamente, como uno de los trenes suicidas
de Fig. Traqueteando por las vías, tomando velocidad. Podía ver la verdad en
las personas ahora.
Por ejemplo, el papá de Mercy era un burro. Él no venía con la gorra,
sin embargo. Me hubiera gustado la gorra. Él solo venía con un gran y enorme
“jódete”, y caminó fuera de nuestras vidas. No tenía miedo de estar sola y
embarazada. Se sentía más como un alivio una vez que él se fue, como si tenía
que hacer esta enorme cosa, con este gran idiota. Así que crie a mi bebé y
escribí mis libros. Y antes de que siquiera se notara, apareció Darius, un
disparo del pasado, quien decía las cosas correctas, y hacía todas las cosas
correctas. Gancho, línea y plomo, lo tragué todo y dejé que él pusiera un anillo
en mi hinchado dedo. Y cuando ella llegó, no había duda en mi mente de que
él amaba a esa pequeña niña. Ella era nuestra. Pero, al final él no la amaba,
¿verdad? Al menos no más de lo que él se amaba a sí mismo. Darius no amaba
a nadie más de lo que se amaba a sí mismo. Y quizás él no podía evitar la forma
en la que era, pero pudo haber evitado lo que hizo. Y ella, ella solo era tan
asquerosa como lo era él. A ella le gustaba jugar juegos, ver cuánto podía
obtener. Ella no tenía cáncer, y no era suicida. Usaba esas cosas para controlar
las reacciones de las personas. Ella era quien sea que quisiera ser.
Un día en el otoño del siguiente año, estaba en casa, tratando de quemar
tiempo mientras tenía que recoger a Mercy del preescolar. Se había vuelto mi
cosa, encontrando cosas con las que ocuparme mientras mi hija de cuatro años
estaba comiendo galletas de pescaditos y aprendiendo rimas. Ella dejó de
preguntar por Darius después de que mi papá murió. No me había visto llorar
hasta entonces, y era como si entendía la gravedad de alguien que había sido
forzado a marcharse, y alguien que había escogido irse.
En cualquier momento me estaba moviendo de habitación a habitación,
limpiando libros y arreglando muebles, sintiéndome completamente inútil sin 218
un libro que escribir, cuando hubo un golpe en la puerta. Si era el tipo de Fed
Ex dejaría el paquete, no quería ver a nadie en ese momento. Pero, el golpeteo
no se fue, incrementó en frecuencia y eventualmente caminé hacia la puerta
delantera, el plumero aún en mi mano. Vi a través de la mirilla. Fig estaba en
la entrada, una gorra de béisbol negra puesta sobre su cabello. Estaba
demacrada, su rostro profundamente marcado, y su ropa cayendo sobre sus
huesos.
Mi mejor sentido me dijo que no abriera la puerta, pero estaba curiosa
de lo que ella tenía que decir.
Ella tenía que saber que yo sabía en este punto.
Cuando abrí la puerta su rostro ya estaba arreglado. Sus primeras
palabras fuera de su boca fueron de alguna forma arrojadas hacia mí. No podía
decir si su voz era frenética o agresiva.
—Lo siento, ¿de acuerdo? No estoy más allá de decir lo siento.
—¿Qué es lo que sientes? —pregunté. Quizás este era mi momento de
golpearla en el rostro, arrojarla afuera, y decirle lo que realmente pensaba,
pero como siempre, me encontré atraída a su locura. Queriendo saber si ella
estaba procesando todo.
—Por lo que hice. Esa no soy yo, no es lo que soy. —Comenzó a ser
sonidos de llanto, pero miré buscando las lágrimas y no llegaron. Ella me dijo
una vez que antes de que se mudó a Washington con George que tuvo una
relación con un hombre de su pueblo natal. Así que, de hecho, era quien ella
era. Mentira número uno—. Darius era el único que me hablaba. Estaba sola…
George estaba… bueno, ya sabes cómo está él. Él no estaba allí para mí.
Sentí lastima por ella. Tan desesperada de ser alguien que no era. Sus
ojos estaban amplios, acuosos. Imagino que ella estaba imaginando todo,
pensando en una nueva táctica. La miré entonces, me refiero a que realmente
la vi. No de la forma en la que quería verla antes, encontrando solo lo bueno.
La forma en la que ella evaluaba, miraba, decía cosas para generar una
reacción. Si eras una persona gentil, ella sería una persona gentil. Si creías en
salvar el medio ambiente, ella también estaría en eso. Una vez estábamos con
ella y George cuando les conté sobre las extrañas enfermedades que había
sufrido en los pasados años. Ella había simpatizado conmigo y me había
contado sus propias historias de cómo obtuvo la fiebre del cerdo y cuán
horrible había sido eso. Le creí hasta que el rostro de George se había fruncido
y había dicho:
—¿Cuándo tuviste la fiebre del puerco? 219
—Recuerda…fue después del crucero. Estuve en cama por semanas…
George había sacudido su cabeza.
—No, no lo recuerdo. Creo que recordaría algo como eso.
Darius se había reído en todo el camino a casa.
—¿Crees que ella se dé cuenta que está mintiendo? ¿O es verdad en su
cabeza?
La vi ahora, mientras ella estaba tratando de jugar la carta de lástima.
Siempre había sido su lástima más fuerte, ¿verdad? Enferma, frágil,
deprimida, sola, lo que sea que funcionara.
—George era abusivo —dijo ella—. No quería decirle a nadie que le tenía
miedo. —Me imaginé a George, avergonzado, educado, cabizbajo, George.
Imagino que él no era muy bueno en ser agresivo, Pero ¿quién sabe? Fig
sacaba lo peor de las personas—. Él no me dejaba decirte lo que había hecho.
Me amenazó.
—¿Con qué?
—¿Eh?
—¿Con qué te amenazó? —Esperé su respuesta, incluso la deseé. Si ella
me decía algo plausible, quizás… ¿qué?
Sonreí. ¿Cuál era el punto de esto? Incluso si le decía lo que pensaba de
lo que ella hizo, no me escucharía. Fig era como Darius en esa forma, solo
pensaban en cómo les afectaban las cosas a ellos.
—¿Cuándo comenzó? —pregunté. Lo mejor que podía conseguir de esto
era un cierre. Darius había desaparecido después de que se fue esa noche,
cambió su número.
—No lo recuerdo —se apresuró a decir—. Creo que tengo Estrés post
traumático.
—¿Tienes síndrome de estrés post traumático? —pregunté—. ¿De qué?
—Por todo lo que sucedió. No lo recuerdo —dijo, de nuevo. ¿Cuántas
mentiras había hasta ahora? Estaba perdiendo la cuenta.
—Podías haber follado a un extraño. Lo amaba.
—Lo sé. Pienso en eso todo el tiempo. —Ella estaba mirando sus zapatos,
evitando mi mirada.
220
—¿Estabas enamorada de él?
Su cabeza se levantó y se rio.
—No —dijo con firmeza. Ella estaba siendo despectiva pero esa
confesión me dolió más que cualquier cosa que había dicho.
—Hubiera sido mucho mejor si hubieras dicho que sí —le dije,
suavemente, mi corazón estaba comenzando a doler—. Así que, me heriste,
heriste a mi hija, heriste a George, ¿todo por un par de folladas? Ni siquiera
significaba algo para ti.
—Me refiero, lo amo, claro, como un amigo —se apresuró a decir—.
Somos buenos amigos. Él ya te estaba engañando, mal, Jolene. No era la única.
—No sabías eso entonces. No puedes usar eso como una justificación.
No puedes usar nada como justificación.
—¡No lo hago! ¡Vine a decir lo siento!
—¿Qué vengas aquí no tiene nada que ver con las personas averiguando
lo que hiciste? ¿Digamos, los autores de las páginas web que diseñas?
Ella fingió sorpresa.
—¡No! ¿Cómo puedes decir eso?
—Puedo decir suficiente acerca de ti, Fig. ¿Por qué no viniste antes?
Darius se ha ido por al menos un año.
—Te lo dije, George prácticamente me estaba manteniendo como
prisionera. Quise tantas veces. Y esa cosa que le dijiste sobre la colonia, no es
verdad. Estoy loca, pero no así de loca.
—Te quiero, Fig —dije—. Tanto. Heriste a la persona que en realidad te
quería. No el guardia de tu prisión, George, o mi esposo, quien solía regresar
conmigo. Te quería por quien eras.
—Dijiste que nunca me dejarías —murmuró ella. Ella estaba fingiendo
llorar de nuevo. Pensarías que una actriz tan buena sería capaz de fingir las
lágrimas.
—No te dejé, tú me dejaste. —Me golpeó en ese momento. Era ella, ella
había sido quien le envió esos videos a Ryan, Miss Wink1986—. ¿Cómo
conseguiste esos videos? ¿Los de Darius masturbándose? —Pude verlo en su
rostro, ella estaba girándolo en su mente, tratando de decidir si podía revelarlo
o no.
—Él me los envió. Pensé que sería más fácil viniendo de Ryan, que te
empujaría hacia él. 221
Oh mi Dios. ¿Cómo es que no lo había visto? Por supuesto que Fig era
la mujer con la que él había estado hablando en el video, la que él le dijo que
fuera cuando me fui. Cubrí mi rostro con mis manos, tratando de suprimir mi
ira.
—¿Trataste de jugar a la casamentera al usar los asquerosos videos de
mi esposo engañándome? ¿Tienes idea de cuán loco es eso?
—Estaba tratando de ayudar —dijo, rápidamente, su rostro era pálido—
. No sabía que él se había marchado. Quería que lo vieras por lo que él era
realmente.
Tuve la urgencia de clavarle mis uñas en su rostro, abofetearla. Ella en
verdad creía las cosas que me estaba diciendo. La loca, perra psicópata.
—Estabas tratando de ayudarte a ti misma —dije—. Querías a Darius, y
estabas intentando sacarme de la imagen. Por eso es que terminaste de
repente con George. Incluso si no sabías que él ya se había ido, te asegurarías
de que lo hiciera después de que viera esos videos.
Ella estaba negando, pero no había convicción. Santa mierda, esto era
una locura, un verdadero giro de trama en la vida real.
—Mi terapeuta dice que no soy una sociópata. Le pregunté. Ella dijo que
yo sentía arrepentimiento, que a mí me importaba.
Quería reírme. Darius era un terapeuta, o al menos lo había sido, y él
era un absoluto sociópata.
—Ah, bueno. Cualquier buen terapeuta puede decirte que los sociópatas
y los psicópatas pueden engañar a cualquiera, incluso ellos. No eres una
sociópata Fig. Eres una psicópata. Hay una diferencia.
Parpadeó hacia mí.
—Tus amigas son malas chicas. Veo lo que ellas dicen en línea. Vi a un
abogado acerca de eso. Ellas me están haciendo ciber bullying.
—Oh, vaya. Buena reflexión. ¿Realmente quieres llamar a alguien más
una chica mala? Eres la chica más mala Fig. Si mis amigas están enfadadas es
por una buena razón.
—Ellas solo están cegadas —dijo, su voz como un hilo—. Todas están
cegadas sobre ti. Pero, lo sé, te he visto realmente, no soy una de tus fans que
te adoran.
—Perdón, pero, ¿qué? 222
—Todos te aman —escupió—. Eres un ser humano. Todos piensan que
eres tan maravillosa. Ellos te adoran. Eres solo una persona como el resto de
nosotros. Es ridículo. ¡Eres solo una persona!
—¿A quién estás tratando de convencer? —pregunté.
Se detuvo en seco.
—Lamento no tener el gen de la adoración como el resto de ellos.
Tomé un paso hacia ella.
—Tienes algo peor que un gen de la adoración Fig. —Sus afilados y
pequeños hombros se elevaron, sus ojos en mi rostro—. Se llama un gen de
locura. Puedes comprar toda la ropa, y comer en los mismos restaurantes,
puedes frotarte mi perfume detrás de tus orejas, infiernos, puedes incluso
follarte a mi esposo, pero al final de día, tú aún eres tú. Y ese es el peor castigo
que puedo imaginar. Común, desesperada, infeliz tú.
Se veía sorprendida. Supongo que también lo estaría. Pasé el último año
de mi vida intentando ser mejor amiga de ella de lo que había sido antes. Ella
no estaba acostumbrada a cualquier palabra cruel de mi parte.
—No te mereces a Mercy —dijo ella—. Me la robaste. —Al principio
pensé que no la había escuchado bien. Sus dientes estaban apretados, su
rostro estaba manchado. ¿Estaba hablando de mi hija o refiriéndose al
concepto de Piedad? ¿Se la robé? Oh Dios mío. Estaba hablando de mi hija.
Aún estaba formulando las palabras, intentando entender cuando habló—.
Eres una persona malvada. Teniéndola lejos de su padre para herirlo. Él era
un buen padre. No tienes derecho.
Miré sus puños apretados, incrédula. Ella no sabía, realmente no sabía.
—Vaya, Fig. Nuevo bajo. Después de todo lo que te hizo aún lo estás
defendiendo. No sabría si estar asqueada o reírme.
—Él es su padre —dijo, de nuevo.
—No, en realidad no lo es.
Se estremeció, apartó la mirada y luego la trajo de regreso como si no
estuviera segura que estaba jugando con ella.
—Permití a Darius en nuestras vidas, tal y como te lo permití a ti.
Ninguno de los dos lo merecen. Especialmente no de Mercy. Y ninguno de los
dos tendrá permitido estar cerca de mi hija nunca. ¿Me entiendes? 223
—Estás loca —dijo—. Por eso te ocultas detrás de tu seudónimo, para
que nadie pueda ver quién eres realmente.
Saqué mi teléfono, manteniendo un ojo en ella mientras marcaba.
—Voy a llamar a la policía. Tienes que irte.
Sin ninguna otra palabra giró sobre sus talones y se fue rápidamente.
Era una huida si es que alguna vez vi una: o una retirada de culpa. La vi
desaparecer en su propia casa, imaginándola golpeando la puerta, ojos
abiertos y espantados. ¿Qué haría ella ahora? Pensé en las vías del tren y mi
corazón comenzó a correr. ¿Y si se hacía daño a sí misma? ¿Había sido
demasiado cruel? No sabía qué hacer, a quién llamar. Ella necesitaba…
Me mordí el labio forzándome a detenerme. Fig Coxbury ya no era mi
problema. Tenía que dejarla ir. Tenía que dejarla ir.
Para el momento en el que la policía llegó estaba temblando tanto que
el oficial deslizó una manta sobre mis hombros. Me sentí patética, débil. No
quería tener este tipo de reacción. Era fuerte, pero este no había sido
exactamente el mejor de los años. Estaba en duelo. Pero sus palabras se
estaban repitiendo una y otra vez en mi mente: Me la robaste. Me la robaste.
Ella había hablado de sus abortos, su lucha por quedar embarazada.
¿Había estado enojada conmigo por tener un hijo y ella deseaba
desesperadamente uno? ¿Pensaba que Mercy era suya? Ella obviamente se
volvió loca en algún punto. No entendía. ¿Y cómo podías ocultar esos
sentimientos por tanto tiempo? Habíamos sido amigas. O en mi mente lo
habíamos sido. Todos esos meses había estado follando un enemigo e
intentando salvar a otro. En qué espectáculo de locos se había vuelto mi vida.
—Quiero una orden de alejamiento —dije de repente al oficial. Él
asintió, como si entendiera.
—Está bien, podemos ayudarla con eso —dijo.
—Contra dos personas. Dos personas que están jodidamente locas.

224
E
n agosto puse la casa a la venta. Por cuestiones de privacidad pedí
que no pusieran el rotulo de En Venta en el patio, y que
mantuvieran la casa fuera de la lista, mostrándosela a las parejas
que el agente de bienes raíces conocía y que tenían un diseño específico en
mente. La primera pareja que vino hizo una oferta en la semana. Los Broyers
recién casados cerraron el trato treinta días después. Programé el camión de
la mudanza que viniera el jueves por la tarde cuando sabía que Fig estaba fuera
de la ciudad visitando a su hermana. No estaba triste de verla irse, más como 225
aliviada. Amé la casa una vez, pero luego se volvió el lugar en donde mi esposo
me falló, folló con la vecina, y le envió fotografías de su polla a docenas de
mujeres en el medio baño de abajo. Demasiado yuyu malo. Quería que Mercy
y yo tuviéramos un lugar limpio en donde empezar.
Compré una casa de dos pisos en un vecindario tranquilo en las afueras
de Seattle, una casa de un místico azul grisáceo con un amplio porche. Había
espacio, tanto, y una vista que te quitaba el aliento de las cascadas con la punta
en nieve. El vecindario tenía un silencio tranquilo que rechazaba la ciudad. No
era mi vida ideal, pero era la de Mercy, quien continuó avanzando con los días
e hizo siete amigos en el vecindario. Pasábamos en el callejón sin salida con
las otras familias, asando hamburguesas y teniendo noches con smores.
Usábamos nuestro auto para manejar al mercado ya que estaba demasiado
lejos para caminar. Era pacífico, y aburrido, y no me gustaba excepto en los
días en los que recordaba quién era nuestro vecino.
No había estado allí dos semanas cuando una casa se puso a la venta en
mi calle. De un solo piso con ladrillos y una puerta de color azul y una larga
cerca en el patio trasero. Una pena, la pareja que vivía allí antes tenía una niña
de la edad de Mercy. Mercy y yo estábamos paseando nuestro perro nuevo un
día, un perro husky al que llamamos Sherbet, cuando me detuve a tomar un
volante del anuncio de En Venta. Era curiosidad en realidad, quería ver qué
mejoras tenía, y cómo se veía el patio trasero. El anuncio se quedó en el
vestíbulo por un tiempo, Mercy hizo un avión de papel con este, y luego estaba
en el mesón de la cocina marcado con anillos de café por unas semanas antes
de que la casa se vendiera, y yo lo tiré. Pasó otro mes antes de que viera la
camioneta de mudanza al frente, hombres en trajes azules cargando muebles
a través de las puertas de entrada. No pensé nada en ello hasta que había
pasado un mes, y estaba corriendo en la lluvia para llegar a mi auto. Hubo un
rápido movimiento en el patio, y giré mi cabeza para ver. Una mujer estaba de
pie bajo un toldo mirando en mi dirección. Su mano estaba levantada hacia su
boca mientras tomaba una calada de su cigarrillo. No la reconocí de
inmediato, su cabello estaba más largo, tan largo como el mío, y había subido
de peso.
Debí sentir más quizás enojo, o miedo. Había pasado un mes desde que
la orden de restricción espiró. Ella no perdía ningún tipo de tiempo. Me detuve
mojándome en la tormenta, mi blusa blanca mojándose, mirando a Fig
Coxbury con fascinación. Sin duda estaba fumando de mi marca de cigarrillos,
el olor de mi perfume en su cuello. Dentro de su casa estaban todas las cosas
que había escogido para la mía, cosas que en su mente ella insistía eran suyas
en primer lugar. Y si alguien pensaba que era extraño que ella había comprado
una casa tan cerca de la mía, ella rodaría sus ojos y diría: Oh por favor, porque 226
lo amo, el vecindario, el tamaño. ¡Una coincidencia! No tenía nada que ver
con Jolene Avery. Ella es una psicópata y narcisista.
Pero sabía… todos lo sabíamos. Incluso Fig. ¿Qué podías hacer? La vida
era rara; las personas eran retorcidas. Tenías que hacer lo mejor de ello, o
rodar y morir. Podrías entretejerlo, o hacer un libro de recortes, o CrossFit. Mi
forma era escribirlo.
Me senté en mi escritorio mirando al jardín. Mis dedos sobre el teclado.
Estaban ardiendo por escribir, pero no sabía en dónde comenzar. Era
silenciosa sobre las cosas que veía, pero veía. Pensé en Miguel Ángel, pintor
de la Capilla Sixtina. Había estado allí una vez, de pie silenciosamente bajo
una de las maravillas del mundo, mi cuello doblado hacia atrás y mi mente
ampliamente abierta. Nuestro guía turístico nos había dicho que Miguel Ángel
era conocido por su mal temperamento, y, de hecho, su nariz fue rota al menos
una vez por todas las batallas de puñetazos en los que se metía. Su seudónimo
era “La Terribilita” o “El Terrible”. Durante sus cuatro años de comisión por
una de los trabajos de arte más conocidos por el hombre, se enfrentó a
terribles oposiciones por la desnudez en el fresco. Él argumentó contra ello
diciendo que nuestros cuerpos desnudos eran una cosa de belleza, algo que
Dios había creado. El opositor más grande de Miguel Ángel fue Biagio de
Cesena, el maestro de ceremonias del papa, quien fue con el papa para detener
del todo la pintura de la Capilla Sixtina. El papa, un amante del arte, y Miguel
Ángel, ignoraron a Biagio. Pero, Miguel Ángel no había terminado con él. Él
pinto una imagen de Biagio en su pieza maestra.
La primera vez que escuché la historia fue de mi maestro de inglés de la
secundaria, quien estaba discutiendo las virtudes de la venganza en el arte.
Pensé que era estúpido de parte de Miguel Ángel que le diera a su enemigo
una parte, una hermosa y famosa parte por el resto de la eternidad. ¿No sería
mejor ignorar a tal hombre, dejar que cayera en la historia como un débil
quien falló en su misión de detener la Capilla Sixtina? Se lo dije a mi maestro,
quien se rio de mí, y luego me urgió a que encontrara a Biagio en el fresco y le
dijera lo que pensara. Fui directo a la biblioteca después de la escuela, y en
una esquina polvosa, miré a la fotografía buscando la representación de
Biagio. Lo encontré y me reí tan fuerte que la bibliotecaria me reprendió.
Pintado como Minos, un rey mitológico del Infierno, Miguel Ángel le había
dado orejas de burro y había amarrado una serpiente en su torso. La mejor
parte: la serpiente estaba mordiendo su pequeño pene. Pensé en los cientos de
personas que hacían el peregrinaje cada año para ver la Capilla Sixtina, todos
ellos viendo al enemigo de un artista pintado en uno de los frescos más
famosos del mundo. Pintado desnudo como un idiota. Podía ver cómo es que
El Terrible había buscado otra forma de venganza. Algo que durara más que 227
un ojo morado, ¿sí? Puedo hacerte parte de algo grande y hermoso y aun así
retratarte como la cosa horrible que eres.
Descansé las yemas de mis dedos en el teclado, mi mente corriendo al
componer las oraciones. Esto es lo que había estado planeando desde el
comienzo. Quizás no tanto como esto. Pero desde el momento en el que había
visto las cosas ocultas en los ojos de Fig Coxbury, supe que había una historia
allí. Ella era una oscuridad caótica que se vestía como luz. Una engañadora.
Se había disparado muy bien. La observé tratando de destruir mi vida, pero
no iba a ser una ingenua con ello. Lo escribiría, toda la historia como sucedió,
Fig, Darius, George… incluso Ryan. Ya podía ver las críticas, cientos de
personas quejándose de cuán retorcida era Fig. Me reí con fuerza. Estaría la
obvia comparación con la película clásica, Mujer Blanca Soltera. Cosas como
esas no solo sucedían en las películas, me sucedió a mí, y a Mercy. Sucedió, y
me rompió el corazón. Necesitaba decirle al mundo sobre Fig. Fig y su vació y
celoso corazón. Fig, siempre la victima incluso cuando te traicionaban. Fig,
quien hería a las personas porque ella se odiaba a sí misma tanto. Y cómo me
llamaría a mí misma: ¿La escritora? ¿La chica que amaba a ambos, el
psicópata y la sociópata? Siempre me gustó el nombre Tarryn…
228
S
oy una villana de la vida real, de verdad. Bebo cantidades
enfermas de Starbucks. La mayoría del tiempo, mi cabello huele a
café. Nací en Sudáfrica, y viví allí durante la mayor parte de mi
infancia. Me mudé a Seattle sólo por la lluvia. Roma es mi lugar favorito en el
mundo hasta el momento, París viene en un cercano segundo lugar. Leo y
escribo más de lo que duermo.
Cuando tenía once años, escribí una novela entera sobre huérfanos
fugitivos, utilizando sólo tinta púrpura. Soy adicto a Florence and the Machine
y viajaré a ver conciertos. Me encantan las películas de terror y las jirafas. Me
paso demasiado tiempo en Facebook. ¿Nos vemos ahí?
Me gustaría escribir una novela que a todas las personas les gustara,
pero ni siquiera JK Rowling podría hacer eso. En cambio, trato de escribir
229
historias que mueven las emociones de las personas. Creo que la tristeza es la
emoción más poderosa, y si se une con pesar, los dos se convierten en una
fuerza dominante. Me encantan los villanos. Tres de mis favoritas son la
madre Gothel, Gaston y la Reina Malvada ya que todos sufren de un caso
bastante malo de vanidad (como yo). Me gusta hacer este tipo de
personalidades el centro de mis historias.
Me encanta la lluvia, la Coca-Cola, Starbucks y el sarcasmo. Odio los
malos adjetivos y la palabra “arder”. Si lees mi libro, te quiero. Si no te gusta
mi libro, aun así te quiero, pero por favor no seas malvado, porque soy medio
ruda, medio llorona.
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