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conocimiento científico. Es entonces aquí donde, volviendo a Nietzsche, aquella sentencia
que dice «El sabio es el animal de rebaño del conocimiento, que investiga porque se lo
ordenan y se lo enseñan» (2000 [1901], § 415) habría que actualizarla diciendo que «El
científico es el animal de rebaño del conocimiento, que publica porque se lo ordenan y se lo
enseñan».
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“Jugar el juego” es una expresión que los investigadores e investigadoras sociales junior y
senior vinculados a los sistemas nacionales de investigación de Argentina, Colombia y
México repitieron en las entrevistas realizadas durante mi investigación doctoral, la cual,
como un estudio exploratorio, buscaba analizar las trayectorias y experiencias de estos
científicos en los tres países mencionados, más exactamente en sus capitales: Buenos Aires,
Bogotá y Ciudad de México (en la imagen se muestra el modelo analítico general que
construí para ello). Con dicha expresión –jugar el juego–, los investigadores dan a entender
que a pesar de su crítica y rechazo a los modelos científicos implementados por los
organismos nacionales de ciencia y tecnología (Conicet, Colciencias y Conacyt
respectivamente) deben acoplar sus prácticas cotidianas a los criterios exigidos para no ser
evaluados de manera negativa y, consecuentemente, descender de categoría o quedar por
fuera de los sistemas nacionales de investigación, esto es, por fuera de un tipo de élite
científica. Pero, ¿cómo se llega a la interiorización o –para decirlo en términos de
Bourdieu– a la incorporación de las tecnologías de la administración en la producción del
conocimiento científico que deviene en prácticas científicas de la cotidianidad? En otras
palabras: ¿cómo se llega a hacer lo que no se quiere hacer?
Digo esto porque las experiencias de los investigadores entrevistados dan cuenta de
una sensación de obligatoriedad. Para ellos y ellas las políticas, y más específicamente los
instrumentos, de medición y evaluación se distancian del sentido de sus prácticas, por eso
las ven como una necesidad impuesta que se interesa más en producir y reproducir
«publicadores seriales» que en visibilizar el conocimiento producido.
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Pero más acá de la publicación serial me interesan, también, otro tipo de prácticas, éstas –
siguiendo al antropólogo español José Antonio Fernández de Rota– entendidas como
practice, es decir aquello que cotidianamente realizan los investigadores y que se
encuentran estrechamente entrelazadas con las convicciones, presupuestos y juegos de
poder en tiempos y lugares específicos.
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Y aquí la vida cotidiana de los investigadores sociales cobra un especial interés puesto que
esa cotidianidad, entendida como el universo de los encuentros cara a cara no rutinarios en
donde se definen los itinerarios personales y colectivos es reestructurada a partir de la
necesidad/obligatoriedad de realizar un mayor número de tareas académicas y científicas en
un lapso de tiempo. Los ritmos de la investigación social se aceleran en razón de la
competitividad individual expresada en los procesos de categorización dentro de los
sistemas nacionales de investigación y la competitividad institucional demarcada por los
procesos de acreditación. La aceleración social, como concepto sociológico y según la
definición de Harmut Rosa, describe un nuevo tipo de relaciones intersubjetivas que afecta
el orden social en la sociedad contemporánea y refiere al incremento de la eficiencia y la
productividad. La aceleración social, vista desde los parámetros objetivos, remite al
aumento de velocidad en la realización de las acciones en sí mismas, a la disminución o
eliminación de los tiempos de ocio y de descanso, a la simultaneidad en la realización de
múltiples actividades, o al reemplazo de actividades lentas por otras más rápidas. Desde los
parámetros subjetivos, la aceleración social se expresa en la sensación de tener menos
tiempo disponible para realizar acciones o experiencias particulares que antes.
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presentar proyectos, escribir artículos, obtener fondos, dirigir tesis, evaluar colegas, etc.).
Las variaciones de sus estados emocionales hacia el estrés, la ansiedad o la tensión son
resultado de las intersecciones de sus experiencias, las cuales continuamente se desdoblan
entre las sensaciones psicológicas del aumento de la velocidad del tiempo (por ejemplo en
la presentación de informes y evidencias de todas las actividades realizadas durante un
periodo de tiempo) y de la reducción virtual de los espacios (por ejemplo en las
teleconferencias y las reuniones de grupos de investigación realizadas a través de Skype).
Desde esta perspectiva se puede decir, entonces, que el orden social del campo científico
está caracterizado por las intervenciones de los sujetos en tiempos y espacios específicos
pero variables. Allí intervienen los ritmos en los cuales son desplegadas las actividades que
deben realizar y las experiencias que resultan de ello. La productividad y la competencia
del campo científico hacen que los ritmos sean agitados y que el movimiento sea continuo;
quien se rezaga o hace una pausa puede quedar indefinidamente por fuera de la carrera
científica. Es la metáfora de la rueda del hámster que Rosa (2012) utiliza para referirse a
esa vida en movimiento constante en la cual el sujeto de la modernidad tardía se encuentra
atrapado; la paradoja es que salir de la rueda no es imposible, lo imposible es volverse a
subir a ella.
A continuación presento tan solo 2 de las apreciaciones que obtuve durante las
entrevistas y que expresan ciertos sentimientos de ansiedad motivados por los procesos de
aceleración en los ritmos de la vida científica y académica:
–Hay compañeros que la pasan muy mal porque piensan todo el tiempo en que tienen que
producir, tienen que producir a la súper revista... muchas veces, además, la súper revista te
dice que no, claro. Ehhh, y eso es muy frustrante (investigadora junior argentina,
politóloga).
–El trabajo por horas a mí me parece que es incompatible con el trabajo intelectual, pues tú
sabes bien que a veces no puede que sea: “en una hora escribo una página”, o sea esa
relación no. Hay horas en las que escribes diez páginas y hay horas en las que no escribes
ninguna. O sea, el trabajo de producción intelectual tiene como sus propios ritmos, sus
propios tiempos; entonces es muy complicado manejarlo por horas (investigadora junior
colombiana, antropóloga).
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investigadores e investigadoras son percibidas como un conjunto de labores que no dejan
mucho tiempo libre para el ocio. Cada investigador tiene sus ritmos y organiza los tiempos
cotidianos y los periodos de trabajo de diferentes maneras pero el común denominador es
un lamento por la falta de tiempo; el trabajo de investigación es percibido como una labor
que demanda no solo vocación sino también algunos sacrificios como el tiempo en familia
o el tiempo de vacaciones. De aquí surge una condición paradójica para los científicos
sociales entrevistados, pues en su trabajo tienen un alto margen de autonomía y libertad
para desarrollar las tareas pero, al mismo tiempo, esas labores deben ser desarrolladas en
poco tiempo generando los sentimientos de ansiedad y tensión que se han señalado.
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Estas condiciones laborales hacen parte de la nueva administración pública en la cual las
universidades y centros de investigación han sido cooptados aumentando su capacidad de
respuesta a los movimientos del mercado y a las técnicas de la administración (Müller,
2014b, p. 330). La gestión empresarial en las universidades genera prácticas que se alejan
de los fines de la investigación científica. Para los entrevistados, por ejemplo, hay algunas
tareas que son consideradas rutinarias, sin mayor significado y que son rechazadas por no
contribuir a sus experiencias académicas y científicas. Esas actividades se relacionan con
los aspectos administrativos y burocráticos que exigen las instituciones, los ONCyT y los
ministerios. Dichas tareas, que se han agudizado por la influencia de la nueva
administración pública, se relacionan con los procesos de acreditación que adelantan las
universidades y con el cumplimiento de metas impuesto por los directivos de algunas
instituciones de educación superior. Una joven investigadora colombiana, por ejemplo,
quien realizó su doctorado en Francia, se lamentó irónicamente de su situación laboral en
una universidad privada al regresar al país de la siguiente manera: «Uno al final hace un
doctorado para llenar cuadritos de excel […] Básicamente nos contratan para llenar las
estadísticas de Colciencias o del Ministerio de Educación».
Estas exigencias burocráticas se perciben como incompatibles (o al menos como
obstáculos) con las actividades propias de la investigación; por ello los investigadores
sienten que cada vez el tiempo es más ajustado para cumplir con todas sus obligaciones.
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Dicho lo anterior, el hecho de jugar el juego se puede pensar como una estrategia que han
adoptado algunos investigadores para justificar el impacto que los intereses de las grandes
corporaciones editoriales y de otros organismos nacionales e internacionales han generado
en sus prácticas cotidianas, en sus subjetividades. Así lo menciona un investigador junior
colombiano:
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«Digamos que uno juega el juego, uno dice: “Listo, ehhh… ustedes [Colciencias]
quieren que yo publique al menos 1 o 2 artículos indexados en Scopus al año, listo
yo le juego a eso pero usted deme condiciones”. Las condiciones es que no hay
plata para investigación.» Investigador junior colombiano, sociólogo.
Jugar el juego es acceder a los requerimientos de las políticas y dispositivos que mantienen
la homogeneización en la medición y legitimación del conocimiento. La influencia ha sido
tan certera que en el caso de algunos investigadores ésta llega a delinear casi
completamente su cotidianidad. Algunos de ellos admitieron durante las entrevistas que
conocen casos en los cuales sus colegas se dedican a escribir para publicar como un fin en
sí mismo; otros (sobre todo jóvenes) confirmaron que han volcado los objetivos de su
practice hacia la publicación en revistas indexadas.
El efecto de las políticas sobre ciencia y tecnología en las trayectorias y
experiencias de los investigadores han marcado una pauta en sus prácticas. Las constantes
crisis financieras y recortes económicos que han afrontado las ciencias sociales han
generado una práctica común en los investigadores junior referida a la búsqueda de otros
tipos de financiación para sus proyectos y a la búsqueda de otros ingresos para su sustento
vital. Me refiero particularmente a la realización de consultorías para el sector público y
privado. Por otro lado, los investigadores senior solventan estos huecos económicos con la
realización de asesorías para organismos nacionales e internacionales de renombre. En todo
caso, en el mundo académico, según los mismos entrevistados, un asesor tiene mucho más
prestigio y legitimidad que un consultor.
Efectos institucionales como la tercerización del trabajo, la contratación por horas o
la baja asignación de horas para la investigación demarcan disposiciones subjetivas en las
prácticas de los entrevistados. Mientras los investigadores senior gozaron –y gozan– de una
estabilidad laboral gracias a las condiciones de entrada a las academias existentes en
décadas anteriores, los junior tienen que competir por las mismas plazas con muchos más
colegas igual o mejor formados y esforzarse más para no ser desplazados de dichas
posiciones. Las posiciones vitalicias en las universidades hacen que muchos jóvenes
investigadores tengan que dedicarse a la docencia ad honorem o por horas mientras logran
un nombramiento; y esta situación se ha generalizado tanto que actualmente se asume como
el curso natural de cualquier trayectoria académica.
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Para concluir, debo decir que frente a los modelos científicos impuestos por los organismos
nacionales de ciencia y tecnología, los investigadores nunca se acogen fielmente ni
reproducen ciegamente los cánones de las prácticas científicas allí estipuladas. Si bien es
cierto que se ha producido una homogeneización en la producción de conocimientos
científicos a nivel internacional, los investigadores sociales entrevistados buscan mucho
más que el prestigio científico, por eso no solo abocan sus actividades a la obtención de
dicho reconocimiento. Para muchos de ellos la publicación en revistas internacionales no es
sinónimo de calidad científica como lo plantean los modelos de evaluación. Por ello
trasgreden dicha premisa con sus propias idealizaciones sobre el deber-ser de los científicos
sociales; esas idealizaciones dan cuenta, sí, de sus propias expectativas y deseos, aspectos
subjetivos que dan sentido a la acción científica como vocación. Si, por un lado, las
políticas públicas de educación superior y de ciencia y tecnología en su conjunto sugieren
un tipo de científico prioritariamente acorde con criterios economicistas, esto es, abocado a
la acción de indicadores cuantitativos para la medición de la eficiencia y la productividad
científica, por otro lado, los científicos realmente existentes tienen sus motivaciones para
resistir a dicha ideología y, no en balde, generar conocimientos por fuera y más allá de esa
racionalidad sin importar que en esta subversión voluntaria no se sume puntos en la
evaluación periódica de sus carreras científicas.
Teniendo en cuenta todo lo anterior es necesario mencionar que el estudio de las
subjetividades –específicamente de las subjetividades científicas– merece un lugar
importante dentro de los estudios sociales de la ciencia no solo como ejercicio de
reflexividad epistemológica, sino también como ámbito de generación de cambio respecto a
las dificultades que trae consigo la dedicación a la investigación científica en América
Latina. La comprensión de la configuración de las subjetividades científicas (lo que otrora
se denominara «espíritu científico») es un primer paso para poder establecer programas,
proyectos e instrumentos que favorezcan dicho cambio, hoy necesario teniendo en cuenta
los niveles salariales, el déficit en la infraestructura de muchas instituciones y centros de
investigación, así como las condiciones contractuales y de seguridad social en el campo
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científico en nuestros países. El espíritu científico se eleva cuando las condiciones laborales
son propicias y cuando las decisiones políticas se toman con base en una racionalidad que
favorezca no solo a las colectividades científicas sino también al conjunto de la sociedad.
Allí radica la importancia (por no decir necesidad) de investigaciones de este tipo. En ese
sentido sí es importante la intervención de la política y de la economía en la ciencia. Pero
también es importante, creo, la vía contraria: la ciencia debe apoyar a los sectores
gubernamentales en el direccionamiento de las políticas y vincularse con en el sector
productivo de cada uno de los países.
Con ello se tiene que tanto las investigaciones referidas a las dimensiones subjetivas
como aquellas enfocadas a los aspectos objetivos (en otras palabras, el diálogo cuali-cuanti)
son de gran importancia para el mejoramiento de las condiciones laborales de los
académicos y científicos de la región. Los estudios sobre el espíritu científico son
importantes, legítimos y necesarios para toda sociedad porque, como diría Feyerabend
(2008 [1884]), las decisiones científicas son decisiones existenciales, y éstas afectan al
conjunto de la sociedad.