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6.1.1.- Población.
Policía municipal, sus funciones se limitan solo al municipio que pertenecen, y ellos
se encargan de que se cumpla el bando de policía y buen gobierno de cada
municipio, reglamentos expedido por el presidente municipal y su cuerpo de
regidores, se les conoce como faltas administrativas, pero también pueden
intervenir a personas que cometan algún delito ya sea del fuero común o del fuero
federal, y ponerlos a disposición de la autoridad correspondiente, también son
preventivos. Dentro de esta hay otras policías como la turística, la marítima, la
ecuestre, la canina, grupos especiales, etc. pero no dejan de ser municipales.
6.1.2.- Territorio.
JURISDICCIÓN TERRITORIAL
b) Los parques nacionales, las instalaciones hidráulicas y vasos de las presas, los
embalses de los lagos y los cauces de los ríos.
c) Los espacios urbanos considerados como zonas federales, así como en los
inmuebles, instalaciones y servicios de entidades y dependencias de la federación.
Artículo 4.
b) Los parques nacionales, las instalaciones hidráulicas y vasos de las presas, los
embalses de los lagos y los cauces de los ríos;
c) Los espacios urbanos considerados como zonas federales, así como en los
inmuebles, instalaciones y servicios dependientes de la Federación, y
Los estudios más recientes elaborados por instituciones públicas como el Instituto
Nacional de Geografía (INEGI), ofrecen indicios de una tasa de delitos enorme, de
los que ha sido víctima cerca de 16% de una población cercana a los 118 millones
de personas (cuadro 1). De acuerdo con la encuesta más reciente, una de cada
cinco personas habría sufrido algún delito. La “cifra negra” oficial es de 92% de los
casos. Acompañada de esta situación, encontramos que la percepción de
inseguridad entre la población ha estado incrementándose. De acuerdo con las
encuestas nacionales sobre este tema, la población se siente más insegura hoy que
hace tres años y sus expectativas de que la situación mejore tanto en el país como
en sus localidades es muy baja. Así, la mayoría de los encuestados perciben un
decremento en su seguridad y en la de sus localidades. La población tiene
expectativas negativas sobre la posibilidad de cambios y mejoras; expresa que no
espera que habrá cambios (mejorías) en el futuro inmediato (la respuestas “seguirá
igual de mal” y “empeorará” suman 64.9% en 2014), y que las policías no son
efectivas en el combate a los delitos y la detención de delincuentes (la respuesta de
poca o nula efectividad de las policías suma 70.2 % en 2014).
Todas esas tendencias colocan a México en una situación similar o (más violenta)
que otros países de la región. Por ejemplo, México tiene hoy una tasa de homicidios
cinco veces mayor que la de Argentina (Spinelli et al, 2014: 52); cerca de 4 %
superior a la de Brasil, cercana a la de Colombia y sólo menor a la de países como
Venezuela, Guatemala o El Salvador.
En todo este período hemos tenido una transformación de la “opinión pública” así
como de la participación de la sociedad organizada, principalmente por organismos
empresariales así como por asociaciones cercanas a ellos y seguidos por un
conjunto de movimientos o movilizaciones sociales reactivas tanto a la violencia
criminal como a la irresponsable respuesta del estado. Los medios de comunicación
han seguido un patrón de reporte de lo que llamo la porno-violencia, que ha
incrementado la percepción de inseguridad de la población, así como también
producido fuertes críticas de organismos de derechos humanos públicos y sociales.
Además de muchas respuestas y movilizaciones, hoy día existen algunas
organizaciones sociales de carácter regional que promueven un análisis alternativo
del problema así como propuestas de programas de reducción de la violencia
distintos a los del gobierno. Destaca en el sector empresarial México Unido Contra
la Delincuencia por su capacidad de intervención y presión en la política pública,
particularmente en los programas de reducción del secuestro y de la extorsión. Pero
hay otros movimientos importantes como el Movimiento por la Paz con Justicia y
Dignidad, o los pro-víctimas (que aduce que hay cerca de 70 mil muertos por la
“guerra” pero llegan a considerar una suma de hasta 12 millones de víctimas en
México por la violencia delictiva y la guerra contra el narcotráfico, principalmente)
que en favor de resolver el problema de las desapariciones forzadas (cuya cifra
puede llegar a más de 26 mil personas según la Comisión Nacinal de los Derechos
Humanos, CNDH) otros han presionado por para crear una ley de (protección a)
víctimas.
Los últimos tres gobiernos federales han concentrado sus esfuerzos supuestamente
en combatir el crimen organizado y el narcotráfico, descuidando la necesidad de
fortalecer la procuración de justicia local, con la obvia consecuencia del
desmantelamiento del aparato policial municipal y estatal. En algunos programas
del gobierno de Calderón, se hizo énfasis en un supuesto incremento del delito
juvenil, pero en realidad lo que ocurría era que la mayoría de las víctimas de la
violencia homicida estaban siendo los jóvenes. Cerca de 50% de los decesos han
sido personas entre 10 y 29 años de edad. En virtud de que muchos grupos de
presión empresarial y muchos gobiernos que responden a ellos han puesto énfasis
en combatir los secuestros o la extorsión, esto ha permitido el crecimiento de la
violencia en los espacios públicos y otros medios como el transporte, que afecta a
la mayoría de la población de menores recursos, como si habitaran en tierra de
nadie.
Ahora bien, reconocemos que también el crimen global ha sido una presión
magnífica contra el aparato de seguridad mexicano y que la estrategia en seguridad
de los Estados Unidos de Norteamérica, cuando reforzó la seguridad en sus
fronteras y cerró otras rutas de paso del narcotráfico vulneró aún más el territorio.
Esto hizo posible y oportuno para las grandes organizaciones de tráfico
internacional de bienes ilícitos utilizar el territorio fronterizo mexicano. Pero también
hay que entender que no han existido respuestas locales para combatir el crimen
común, con algunas excepciones, como la de la capital de la nación.
Las respuestas civiles a la inseguridad han seguido un ciclo que pretende proteger
sus intereses; en muchas ocasiones obtienen las respuestas públicas; sin embargo
el “equilibrio general” de la presión social colectiva es ineficiente, cíclica, tiene
consecuencias adversas en políticas que minan sus derechos, que permiten que
ciertas economías ilegales continúen y que en general no resuelven los problemas
estructurales.
II.- Organización del sector seguridad. Agentes, normas, rompecabezas para armar
Esto produjo una descentralización de la fuerza pública histórica con pocas fuerzas
federales, algunas estatales y numerosas municipales, la gran mayoría incapaces.
Las reformas constitucionales impulsadas hacia una década por el gobierno federal
pretenden reconcentrar las fuerzas policiales en una noción debatida de « mando
único » bajo los gobernadores estatales, que aprovechan estos programas para
beneficiarse con más recursos. No obstante, cada vez que enfrentan una situación
crítica, de inmediato « abdican » sus capacidades punitivas y solicitan la
intervención de las fuerzas federales.
Le siguen un conjunto de actores que actúan como grupo de presión dentro del
gobierno, para impulsar políticas de seguridad. Son los grupos de empresarios más
grandes del país, que han creado organismos civiles para impulsar sus ideas
(México Unido Contra la Delincuencia, MUC). Otro grupo de jugadores de menor
fuerza son las asociaciones civiles, particularmente las de derechos humanos y las
de juristas. En un distinto nivel estaría el sector privado de seguridad, una industria
boyante con articulaciones poco claras con agentes gubernamentales.
El principal tema que cabe abordar en las políticas no son solamente las facultades
y las normas, sino la capacidad institucional para diseñar y ejecutar políticas
eficientes de manera autónoma. Prácticamente ninguna entidad cuenta hoy con
dicha capacidad y requiere del apoyo federal en materia de operaciones policiales,
militares y de recursos. El principal componente de las políticas es la policía y con
la excepción del Distrito Federal, ninguna otra policía estatal o municipal cuenta con
la capacidad de cubrir sus territorios y operar en materia de prevención del delito
(sobre todo del organizado), persecución de delincuentes y para mantener un orden
(o paz pública).
Entre las novedades del programa nacional emitido en mayo pasado promueve una
“nueva” policía que tiene muchas semejanzas con la casi quinceañera Policía
Federal y ambas, en todas sus modalidades actuales, tienen un corte algo más civil
que los perfiles militares que se le han atribuido y con los que iniciaron su vida
pública (no obstante su vetusto corte castrense). La mezcla de formación—
reclutamiento, y la forma de operar que podemos ver en ella contiene el mismo corte
de la policía federal, con unidades de inteligencia, policías “comunitarias” y hasta
una versión federal del modelo de cuadrantes implementado en el D. F.
La CNDH informó que el despliegue de las fuerzas armadas para mantener el orden
público nacional en la campaña contra el narcotráfico, generó un aumento en el
número de denuncias de abusos de los derechos humanos cometidos por las
fuerzas de seguridad del Gobierno contra civiles, a menudo con impunidad. Esto
muestra que la política de seguridad en México ha tenido un corte cercano a la
militarización de las policías y de ciertas regiones, pero no es el único componente
del trabajo en seguridad.
Hay una demanda de seguridad de la población que linda entre un autoritarismo y
otras formas de expresión proclives a respetar los derechos humanos. Por un lado
critican la actuación de las policías pero demandan mayores despliegues de fuerza
de seguridad; por otro lado proponen respetar los derechos humanos pero desean
que el ejército patrulle sus ciudades. La política de seguridad mexicana es resultado
de un incremento del crimen así como de dos vertientes o internas y de una serie
de presiones exteriores (principalmente norteamericanas). Los componentes
internos están dirigidos por dos grupos, uno civil y otro militar. La ruta civil proviene
de un grupo burocrático creado dentro del aparato estatal hace casi treinta años en
el sector de inteligencia y control políticos, que llevaron a la reorganización de la
inteligencia y el espionaje y a la creación del centro de inteligencia mexicano
conocido como CISEN. Un grupo de funcionarios en los años noventa impulsaron
la creación de la policía federal y procuraron formular una nueva política federal que
también tiene rasgos militares. Por otra parte, las fuerzas armadas han estado
impulsando una política de intervención en política de seguridad interior, que incluye
hoy día hasta servicios a la comunidad. En el fondo de estas presiones, la sociedad
organizada ha procurado influir en sus gobiernos con magros resultados.
Este trabajo describe los esfuerzos de más de quince años por formular una política
y enfrentar los retos cada vez mayores de la criminalidad organizada y la violencia
colectiva. En este proceso mostramos cómo la política de seguridad mexicana es
un complejo político institucional que incluye fuerzas legales institucionales y otras
no formales de facto reales. La primera de ellas es el gobierno de los EUA. Los
gobiernos han estado incrementando sus recursos monetarios y físicos para
enfrentar a la inseguridad, pero los resultados son magros. Existen zonas del país
fuera del control del estado y de las leyes y la política contemporánea sigue siendo
reactiva, sin resultados en materia de control de la violencia extra estatal. La clase
política mexicana tiene pocas diferencias partidarias respecto del tema de
inseguridad. En los años recientes las crisis de seguridad y violencia en las
entidades y en varias ciudades han afectado gobiernos de los tres principales
partidos (PRI, PAN Y PRD). Además, ninguno ha definido preferencias por un
modelo de seguridad más acorde a los derechos humanos. Los resultados de las
políticas están a la vista, México enfrenta un reto mayor que muchos países con
menor capacidad, como Colombia, Perú o Centroamérica, y tiene un aparato tan
grande como el de Brasil, pero en medio de esto no logra encontrar una ruta eficaz
de construcción de un estado de derecho y de reorganización de la violencia
legítima del estado.