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nacional alemana en la que, sin duda, se encuentra el ción de la nueva obra, «los descubrimientos tímbricos

camino directo que conduce hasta Wagner. Sí, había de Weber, subyugantes y al mismo tiempo sencillísi-
habido algunos antecedentes (Mozart, La flauta mági- mos, dan lugar a fórmulas simbólicas destinadas a
ca, 1791; Beethoven, Fidelio, 1805), pero la intenciona- influir largamente sobre la música romántica (como
lidad nacionalista, y especialmente una expresividad lo secreto de la naturaleza evocado por las voces de la
nueva y diferente, capaz de crear una tentativa artísti- trompa, del clarinete o de los instrumentos de vien-
ca que expresara todas las aspiraciones románticas, to)». 23 O, más adelante, «en esta escena la música no
convierten a esta obra en un imprescindible dato de asume una función sólo y exteriormente imitativa,
época. El singspiel, verdadero género popular (forma sino que expone una fuerza interior de transfigura-
musical con partes cantadas, dialogadas y recitadas) ción simbólica». 24 Nos hallamos, en efecto, ante una
había llegado a formar una verdadera tradición en la nueva función de la música, como entramado estético
que autores como Vogler, Weigl y Spohr, algo más
en el tejido mismo de lo teatral, con un nuevo fun-
viejos que él, habían influido en Von Weber de una
cionamiento absolutamente justificable, y no como un
manera decisiva, dada esta impostación de lo germá- lujo vacío. El experimento tuvo rápida acogida, de
nico con la nueva expresividad musical romántica; sin suerte que en 1823 se estrenaba en Viena otra ópera
duda que Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, piedra de similares pretensiones —aunque desiguales
angular del Romanticismo alemán, fue uno de los más resultados—, Euryanthe, y en 1826 se estrenaba en
firmes influjos de Weber, más que el clasicismo sinfó- Londres Oberon. Dentro de Alemania, algunos se-
nico de la escuela de Mannheim y los anteriormente guidores de Weber probaban suerte con nuevas inten-
citados Mozart o Haydn e incluso Beethoven, conside- tonas; así H. Marschner con El vampiro (1828) o El
rado bajo este prisma ya ajeno a la gran revolución templario y la judía (1829). Parecía que, sobre la base
moderna que estamos contemplando desde hace tan- firme de una «contestación» al melodrama italiano,
tas páginas.
triunfante dentro o fuera de Italia prácticamente des-
El cazador furtivo nos da, por primera vez en cuan- de el Renacimiento, se establecía una cosmovisión es-
to llevamos dicho hasta ahora, una gran ocasión para tética casi definitiva, de resuelta novedad y acepta-
zambullirnos de lleno en consideraciones casi exclusi- ción casi masiva capaz de engastar una nueva expresi-
vamente musicales: su sola existencia es una respues- vidad, acorde con el más ferviente individualismo
ta alternativa al bel canto italiano, que por la misma idealista, sobre el pavimento de los valores autóc-
época ha llegado a una cima de amaneramiento y téc- tonos, nacionales. El camino a Wagner estaba expedi-
nica ritual, vacía de otra significación; la «melopeya» to, pero también y sobre todo se conseguía dar forma
de esta obra (supeditación de un fragmento musical a y concreción a un ideario colectivo vagamente sentido
un texto poético determinado), ya presente también en casi toda Europa: la exportación de la nueva ópera
en Fidelio o Manfrédo, es un ataque frontal al viejo re-
citattivo italiano, mucho más artesanal y caduco. En
palabras'de cierto crítico musical, en las que se inten- 23. Giovanni CALENDOLI, El Romanticismo en flor, Madrid,
Prensa Española, 1980, p. 35.
ta evocar precisamente ese otro poder de significa- 24. Ibid., p. 36.
<fr
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germana a través del singspiel teutón, como años des- cantos paralelos) y la conveniencia de reivindicar la
pués Schubert haría con el lied, presupone ya única- melodía acompañada (cuyo origen remoto, la mono-
mente la consolidación, el asentamiento del Romanti- dia, en concreto el Gregoriano, fue uno de los prime-
cismo en toda Europa a partir de 1830, a base de ros síntomas occidentales de futura «modernidad»).
ideales políticos y modelos estéticos fraguados lenta Ya anteriormente había tenido lugar una polémica
pero impetuosamente desde qincuenta años antes. El entre las formas italianas de Calzabigi, y las franco-
«Mittlere Romantik», al decir de Angelloz, comprendi- alemanas de Gluck, quien añadía a la liturgia protes-
do entre 1805 y 1832, o triunfo y cimentación del Ro- tante componentes sinfónicos de fuerte personalidad
manticismo, tuvo como virtud la «fijación» perpetua renovadora. La formación de ese «clasicismo sinfóni-
en el Viejo Continente de unas normas de comporta- co», en el que habían de formarse precisamente los ge-
miento social y político ya indelebles, devenidas de nios del Romanticismo, no llega a formarse o a tomar
valores impuestos desde la «Europa protestante», y a verdadera entidad hasta la aparición de la llamada
las cuales ninguna monarquía, ningún gobierno, nin- «Escuela de Mannheim», que se desarrolla desde
gún artista, pensador, escritor pudo, en adelante, sus- Johann Stamitz (1717-1757) hasta su hijo Karl Stamitz
traerse por omisión, ignorancia u olvido. Precisamen- (1745-1801), a través de una estupenda y famosa or-
te la irrupción en la música del ideario romántico en questa; también a través de la escuela vienesa de
«estado puro», proporcionó el impulso decisivo para Mathias Monn, Von Dittersdorf y otros; a través, en
el triunfo final. fin, de los numerosos músicos de Salzburgo, vertien-
En cuanto a este último punto, conviene insistir en tes todas ellas que iban a cristalizar alrededor de
esa «respuesta alternativa» de la música romántica Haydn y Mozart, verdadera cumbre de esa «Escuela
germánica al melodrama musical italiano, en cuanto vienesa» en la que confluyen, digámoslo ya, fuertes
éste llevaba de pleno desde antiguo, pudiendo decirse dosis de racionalismo, ideales naturalistas y un gran
sin exageración que hacia 1750 dominaba no sólo la culto a la sensibilidad, todo lo cual, a lo que puede
escena sino que invadía los terrenos puramente musi- verse, alejaba este nuevo sinfonismo de la geometría
cales de ciertas concepciones mucho más espesas y del contrapunto, tan impersonal en un momento da-
mecánicas. El clasicismo musical vienes, inscrito en do, y la acercaba en cambio a lo que había de ser, y ya
esa misma tradición luterana tantas veces menciona- lo estaba siendo, «explosión apasionada de la indivi-
da, tardó en imponerse más de lo que suponemos, si dualidad». En palabras de Alfredo Mandelli: «Junto al
es que hemos de considerarlo como peldaño previo a estilo galante con sus acompañamientos sencillísimos
la revolución romántica que nos ocupa. La saga de los y con sus melodías de breve vuelo nace también el es-
Bach (desde Johann Sebastian a sus hijos Karl Philipp tilo llamado empfindsam (expresivo). Se distingue del
Emanuel, Johann Christian y Wilhelm Friedemann, galante por cuanto las fórmulas de ornamento entran
que por cierto no agotarían l'a estirpe musical) ya ha- en la línea característica de la melodía y contribuyen
bía notado a lo largo del siglo XVIII la insuficiencia a darle una modulación insinuante y patética. Los ex-
del sistema contrapuntístico (cuyo origen remoto no ponentes de éste aseveraban que la música era capaz
dejaba de ser medieval: la «alternancia» dialogal de de suscitar emociones y sensaciones en el oyente, en
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r cuanto formaba parte de la fuerza de la misma natu-
raleza».25 La sinfonía había llegado a convertirse, en
suma, en una necesidad no confesada por el público
(que cada vez era más numeroso en las salas de con-
ciertos) ni por el compositor, pero inconscientemente
flotaba en la mente de todos la inercia de ampliar y
en Beethoven es un aspirante a héroe, más por sus
tendencias y comportamientos —sus pulsiones inte-
riores, irrefrenables— que por sus logros concretos;
una forma dialécticamente perfecta, de continuo ha-
cerse y deshacerse en su contraste, la sonata, había de
ser empleada por Beethoven para concretizar ese va-

I determinar los márgenes de lo que hasta mediados


—y aun finales— de siglo era sólo «una sonata para
orquesta».
go ideal humano; al ser un ideal profundamente
problemático y enfrentado al entorno, la forma sona-
ta heredada del clasicismo será hondamente transfor-

I Ejerció una presión singular, ajena a la evolución


misma de la música, la preocupación que tantos y tan
diversos círculos intelectuales y literarios europeos
mada por el genio beethoveniano hacia la expresión
más redonda y ambiciosa del Romanticismo, la sinfo-
nía, cuya estructura orquestal, coral, colectiva y orgá-
nica, dejará una huella profunda de plenitud formal y

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—y no sólo alemanes— prestaban a la música como
arte, revelación, ciencia, etc. En Inglaterra, las Lyrical sentido del conjunto en toda la cultura postromántica
Ballads de Wordsworth y Coleridge, contenían un occidental. Algunos críticos han resaltado la influen-
programa añadido, de índole claramente romántica, cia de Muzio Clementi por encima de la de Mozart,

I con alusiones a lo musical, en tanto en Francia se tra-


ducía en 1813 el Cours de littérature dramatique de
A.W. Schlegel, con idénticas apreciaciones sobre lo
teatral, en que lo puramente musical aparecía velado
precisamente a la hora de extender esa «concepción
sinfónica» de la música y del arte en general hasta re-
ductos tan insospechados como el piano; lo cierto es
que en Beethoven (y en otros autores que veremos, pe-
o resuelto en el cañamazo global del efluvio románti- ro en él de manera más significativa) la cosmovisión
co. Al fin, la aparición de Beethoven en estos primeros individualista y subjetivizante va a irse traduciendo
años del siglo XIX, y de manera casi espectacular, in- en motivos concretos y en temas muy elaborados, to-
corpora toda la pasión popular, y por lo popular, del dos los cuales pasarán a componer el acervo románti-
regusto romántico, así cómo todas las ideas apresa- co como ingredientes prístinos y originales de la
das de la ideología liberal-revolucionaria, plasmadas nueva mentalidad: así el titanismo arisco y cerrado de
en una obra fuera de serie, por sus calidades y su en- la Sinfonía «Heroica», el sentimiento populista y co-
vergadura. Beethoven era un producto del clasicismo ral de la Novena, y en general el enfrentamiento paté-
de Mannhein, y cómo tal hay que entender su punto de tico entre el individuo y el mundo que se desprende
partida: al sinfonismo clásico vienes habríamos de con facilidad de sus composiciones pianísticas y de
añadir la importancia dada por Kant al individuo, sus conciertos para instrumento y orquesta.
desde su particular y definitiva visión ética de su lu- Pero Beethoven no dejaba de ser el genio aislado
gar en el mundo; es así que el individuo que aparece de Bonn, apartado de círculos literarios y cenáculos
musicales (lo cual no quiere decir que no tuviera con-
25. Alfredo MANDF.I.I.I, El esplendor del Setecientos, Madrid,
tactos con el mundo), cuya soledad justifica precisa-
Prensa Españoln, 1980, p. 15. mente nuestra detención en su figura, que compendia

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r y anuncia síntomas del futuro. En Leipzig, sin embar-
go, y en otras ciudades, artistas que fueron amigos de
Beethoven, iniciaban y practicaban un ejercicio so-
ciológico intenso de la música, cada vez más adscrita
a la efervescencia general del arte y la ciencia huma-
nos: en esta última ciudad, Robert Schumann frecuen-
precisamente «canción» en alemán) al propio recitati-
vo musical del piano.
La «Nueva Revista para Música» duró, con inde-
pendencia económica, hasta 1844, fecha en la que
Schumann, su verdadero impulsor, tuvo que abando-
narla por motivos de salud; era el comienzo del fin de

I taba el «Kaffebaum», especie de cenáculo musical del


que había de salir la Neue Zeitschrift für Musik, funda-
da en 1834 como revista «militante» del nuevo pensa-
un hombre de vasta cultura musical, con una también
sólida preparación humanística, que había insuflado
a la cosmovisión romántica ese «estado de adolescen-
miento romántico y sus teorías musicales, artísticas y cia perpetua», a veces perceptible en las piezas pianís-
literarias. Los ataques y posturas encontradas con ticas u orquestales de este y aun de otros autores: una
personajes como Herz, Rossini, Hünten, menudearon suerte de inconclusión cronológica y afectiva, que se

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en sus páginas, en las que escribieron apasionada y plasma justamente en las vidas segadas de tantos ro-
combativamente, al lado de Schumann, Mendelssohn, mánticos, incapaces de madurar ante unas promesas
Wieck, y hasta Wagner. El propio Schumann utilizaba de revolución perennemente irrealizada. Esta indeter-
en la revista varios seudónimos que nos señalan no só- minación, al fin y al cabo creativa, aparece en Schu-

I lo una mera curiosidad, sino la afición por el «heteró-


nimo» como multiplicación de la identidad romántica
(exaltación fervorosa de individualismo) y plasmación
de un vago ideal de «fantasía creadora»: Schumann
mann de una manera estética (habría que decir «gené-
tica») en su lucha por someterse y liberarse de las di-
versas formas expresivas que utilizó: lied, sinfonía,
piano, etc. Es este punto el que nos encarrila definiti-
firmaba como «Florestán» (la fuerza arrolladora), vamente hacia la cuestión central de este apartado,
«Eusebio» (la ansiosa trepidación) o como «Maestro «la expresividad» y la lucha que, en un terreno artísti-
Raro» (el equilibrio de la sabiduría). Hoy es bien sabi- co concreto, el de la música, planteó al romántico co-
do que en el activo y apasionado Schumann ejerció mo canalización sustancial de sus ideales morales, re-
poderosa influencia el escritor Jean-Paul Richter, an- ligiosos y políticos. Es así que, para retomar esta im-
teriormente mencionado como cabeza protagonista portante cuestión, hemos de resumir y compendiar
del Romanticismo alemán, de donde no ha de extra- conclusivamente los pensamientos desarrollados has-
ñarnos, dentro de esta extraordinaria «hermandad» ta aquí acerca del Romanticismo, y añadir, finalmen-
de las artes y las ciencias, el papel difusivo, y hasta te, hasta qué punto resulta importante la formulación
propagandístico, ejercido por la revista de Schumann, «dual» de la escala de valores (escala fundamental-
en un momento en que el propio Schumann mente conflictiva) del Romanticismo: en primer lugar
—Schubert también— aportaban al lied toda la carga tenemos la oposición o dicotomía «sentimiento-
de transformación creativa más valiosa, a pesar de lo realidad», que traduce el conflicto esencial de la Indi-
cual se diferencia, en uno y otro autor, el uso de este vidualidad; también tenemos el binomio «humanis-
género, que en Schumann, por ejemplo, subordina el mo-sueño» (o, si se quiere, «lógica-irracionalidad»),
recitativo de la voz (no olividemos que «lied» significa que traduce el conflicto esencial sobre la Occidentali-

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dad; la oposición «sapiencia-Jocura» traduce el
conflicto básico sobre la Modernidad (tradición vene- tico, sino un núcleo dinámico, destinado a ser pro-
rable o ruptura innovadora); y finalmente el binomio puesto de nuevo, a regenerarse, a subdividjrse, a pro-
«forma-contenido», que traduce y resume los ante- liferar. Con su búsqueda, Schumann ocupa el centro
riores como problema estético, el conflicto sobre una de un espacio musical que antes de él había sido
Teoría del Arte, donde el Romanticismo tal y como explorado únicamente por Beethoven.» 26 Las palabras
nos va interesando, desde un punto de vista expresivo, de Giovanni Calendoli describen ya anticipadamente
recupera un sentido insólito, nuevo hasta ahora y no las soluciones musicales concretas en autores especí-
desvelado: su carácter de «respuesta» en forma de ficos como Schumann, que buscan el más allá remoto
Ideal, como conjunto de formas utópicamente unita- del triunfo sinfónico beethoveniano, a través de
rias; es esa «unicidad ideal», que caracteriza la base nuevos principios organizativos: en ellos está la raí?,
ideológica misma del Romanticismo (entendido, repi- de la evolución sinfónica, y su incesante acomodación
támoslo, como «respuesta estética» a situaciones a los nuevos tiempos, en cada momento concreto. Los
conflictivas), la que se int.enta traducir, a través del románticos transformaban gradualmente la sinfonía
artista, en la obra musical —o en la obra literaria—; entendida como arquitectura musical, y al mismo
nos hallamos, entonces, ante una nueva situación: el tiempo, curiosamente, asentaban con poder el sentido

V Romanticismo entendido ahora no únicamente como


proposición de unas fronteras dilemáticas, sino como
conjunto de soluciones estéticas, y por lo tanto expre-
final de esta forma tan importante: su carácter de
«programa» (este es el nacimiento del «poema sinfóni-
co») donde la racionalidad de la que habláramos pági-

I sivas, a los planteamientos conflictivos puramente


ideológicos. En adelante, nuestra búsqueda se enca-
minará hacia el hallazgo de esas formas concretas, ha-
nas atrás se explícita y se hace real: que el contenido
fundamental de ese programatismo lo sea a base de
efluvios tanto afectivos como de rebeldía política, ya

I cia la iluminación total de esa «lucha por la expresivi-


dad ».
«La nueva estructura intuida y experimentada por
no ha de extrañarnos tampoco. Esta es, al fin y al ca-
bo, la meta que otea Héctor Berlioz en 1830 con la Sin-
fonía fantástica («Episodio de la vida de un artista»), y

I Schumann es, en forma embrionaria e intuitiva, la en 1848 Liszt con Los preludios, que quieren ser un
cíclica: el tema entendido no ya como el elemento que discurso del alma, trasposición musical, una vez más,
caracteriza una construccción musical, sino como ele- de las meditaciones de Lamartine, el poeta romántico
mento fluido, sanguíneo, circulante por el interior de francés. La búsqueda estética se va concretando,

I un organismo musical. De esta nueva concepción


estructural deriva la gran importancia que tienen en
todas las composiciones de Schumann las variaciones
dentro de su polimorfismo indudable, en el hallazgo
de un patrón ideal «estéticamente redondo», que aun
pudiendo estar simbolizado en la sinfonía, afecta en

I y las modulaciones. Se convierten en factores consti-


tutivos de orden primario, ya que el tema no tiene un
lugar propio y unívoco sino que puede presentarse ba-
realidad a ese «principio creativo» ideal que parecen
haber alcanzado todos los compositores e intérpretes
como cima artística insustituible.

I jo los más diversos contextos: no es un elemento está-


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26. Giovanni CALF.NDOI.I, op. cit., pp. 57-S8.

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«En sus últimos años Beethoven emprende, como musical, muy a la altura de Beethoven, y en consonan-
ya hemos dicho, una disolución del interior de las for- cia con su gran esfuerzo por construir una «cumbre
mas clásicas y en particular de la sonata, desvanecien- expresiva» en la sinfonía; en realidad, Franz Schubert
do las estructuras mediante una acentuación de los sólo sobrevivió un año a Beethpven (muerto en 1827),
valores expresivos. Dejándose guiar por el instinto y pero su actividad se encamina a conquistar principios
además sin un conocimiento de los resultados que ob- estructurales novedosos que permitan columbrar un
tiene, Schubert va más allá: rechaza la fuerza estruc- horizonte expresivo ya desasido del «corpu^s estético»
tural de las formas clásicas. Su Gran sinfonía no es beethoveniano, y tendente en cambio a una más libre
una "construcción", como algunos críticos han queri- circulación de los temas enunciados por violines o
do sostener, sino un discurso musical abierto a la metales a lo largo y ancho de la partitura: esta es, en
libre sucesión de melodías. No existe una elaboración resumidas cuentas, la primera batalla librada por la
arquitectónica de las líneas melódicas dadas preventi- expresividad; batalla interminable que durará en todo
vamente, sino un ciclo de imágenes musicales que, el largo período postromántico que llegará hasta el
aproximándose una a otra, o siendo propuestas de siglo XX.
nuevo repetidamente, crean un fresco, a veces ex- Dos hitos habremos de considerar todavía en esa
traordinariamente vivo en los detalles, dotado en el lucha por la expresividad. El primero de ellos, absolu-
fondo de gran independencia y autonomía.» 27 La tamente contemporáneo de cuantos nombres lleva-
nueva apreciación de otro crítico musical nos sirve, mos considerados, es el de Héctor Berlioz, un compo-
ahora, para alertarnos de un par de cosas: la impor- sitor netamente romántico, de formación rudimenta-
tancia de Schubert, previa a Schumann —a quien sin ria y desigual (estudió flauta, después guitarra), este
embargo hemos querido destacar como triunfador de dato tiene acaso algún interés para entender la que es
unos principios previamente acuñados—, y la certeza su vertiente fundamental del espectro romántico: la
(hasta ahora no vislumbrada) de que los principios búsqueda de una música grandiosa que llegue a todo
creativos románticos pueden alentar toda clase de el «pueblo», y donde Berlioz, francés al fin y al cabo,
estructuras, aun las indefinidas o «abiertas», como se busca por primera vez las propiedades tímbricas de
dice de Schubert: he aquí un rasgo, propio de las esté- la masa orquestal, aunque sobre las huellas de Bee-
ticas de la Modernidad; la forja de formas expresivas thoven, 28 pero no por las secciones de instrumentos,
dispares, no necesariamente opuestas, amparadas sino por las propiedades tímbricas de instrumentos
con idénticos principios, pero divergentes en sus pre- distintos; es por ello que los críticos han señalado de
tensiones estéticas. En cuanto a Schubert, su impor- Berlioz que con él, el discurso musical se desarrolla
tancia no proviene únicamente de su cultivo del Hed
como material folklórico regenerado por la nueva sen- 28. Será la escuela impresionista francesa, capitaneada por
sibilidad, sino de su peculiar concepción de la «obra» Claude Debussy. la que practique el uso expresivo del timbre o co-
lor de los instrumentos, estética que habría que asociar tanto al
27. Laura Ijovistrn, Heroísmo y desesperación. (De Beethoven impresionismo pictórico como al simbolismo poético franceses del
a Schubert), Madrid, Prensa Española, 1980* siglo XIX.

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en tres niveles: el melódico, el armónico y el tímbrico. tica (el patetismo de Berlioz, el eclecticismo de Men-
Por otro lado, y finalmente, caracteriza a Berlioz su delssohn), el recorrido por las formas musicales de es-
adscripción a ciertos géneros religiosos (Te Deum, Mi- ta Primera Modernidad deviene más o menos puro:
sas, Réquiem), fenómeno que nos marca una nueva podemos afrontar con otros ojos, más conscientes
pauta de modernidad en este autor —aspecto que tra- —menos inocentes— la existencia de un pequeño catá-
taremos más adelante, el del nuevo misticismo—, y logo en esta lucha por la expresividad: «si hay algo
que nos sirve para revelarnos las capacidades «sinfo- que, a partir de la obra de Wagner y de Liszt ha cam-
nistas», «orquestales», de quien, fue uno de los más biado en la música de Occidente, no es el problema to-
brillantes orquestadores románticos. nal, es la estructura, la forma». 29 Así, la sonata, ya^na-
El segundo hito a considerar es Félix Mendels- da tiene que ver con la «forma sonata» culminada por
sohn, algo posterior a cuantos compositores llevamos Haydn, Mozart, incluso Beethoven, y heredada de la
citados, aunque rigurosamente coetáneo de todos tradición tanto mediterránea (Italia) como sep-
ellos; su figura sirve para penetrar en el medio siglo y tentrional (protestantismo alemán). Se trata de, ante
para descubrir nuevos horizontes que comienzan a es- todo, una ascensión, una escala incesante de notas
capar a la «normativa romántica» ortodoxa: su forma- que, además, se va vertebrando externamente de
ción clasicista, tan distinta a-la de Berlioz («salvaje» y acuerdo con ese mismo crescendo melódico y emo-
desigual), ofrece a nuestra contemplación oratorios, cional; la sonata llega, realmente, a adquirir su verda-
cantatas y motetes de una pulcritud enorme, que evi- dera importancia como catalizador de una historia de
dencian la gran preparación musical de su autor. Si la música basada fundamentalmente en la evolución
no fuera por la gran importancia de sus composi- cultural de las formas. Esa evolución-transformación
ciones de índole «programática» (Richard Strauss co- viene producida por los propios acontecimientos: el
mienza donde termina Mendelssohn, se ha dicho á me- iluminismo y el irracionalismo característicos del es-
nudo), tendríamos que considerar sus excelentes ora- píritu romántico es el que modifica esas mismas for-
torios (San Pablo, 1836; Elias, 1846) como su más alta mas musicales; Josep Soler, Hólderlin, Wolf, Poe,
cima musical. El programatismo constituye, en este Schumann, Van Gogh, Baudelaire, son depositarios y
sentido, una clara anticipación de esa cultura postro- agentes de un idéntico espíritu artístico, al que dan
mántica que se avecinará en el último cuarto de siglo, conformaciones distintas; más aún: en un mismo
y su primer desarrollo dentro de la racionalidad ro- autor como Franz Lis/.t, tan representativo de un tipo
mántica; pero los oratorios inspiradísimos de Men- de Romanticismo sintético, que usa y abusa del
delssohn (recordemos su exhumación de Bach, prepa- pathos artístico emocional, hallamos un conjunto de
rando el gran éxito de este compositor en nuestros formas divergentes que nos hablan precisamente de
días) traducen un especial entendimiento de la nueva congruente heterogeneidad: el Christus (1866) defi-
mística, tan anclada en la mentalidad irracionalista nible como oratorio; Góndolas lúgubres (1882) de va-
del Romanticismo.
A partir de estos dos compositores, tal vez signifi- 29. Josep SOLER, La música. II: De la Revolución francesa a la
cativos de dos polos opuestps dentro de la nueva esté- sociedad de la economía, Barcelona, Montesinos, 1982.

64 65
liosas anticipaciones, o Sinfonía del Dante (1856), de quiriendo rango progresivamente); la obertura llegó,
valores cromáticos (combinaciones tímbricas de la or- en un momento dado, a ser comparada a la «fan-
questa) muy acusados. farria», que era ya entonces una «introducción or-
La fantasía, género indeterminado y sin embargo questal a una pieza escénica»: antes de que la ópera
de fuerte personalidad romántica, posee un relieve se- adquiriese la importancia que luego tendrá en la se-
mejante al del poema sinfónico, que tanta incidencia gunda parte del siglo, la sinfonía era la verdadera
tendrá en cierto futuro. La «fantasía», sin embargo, «puesta en escena», eminentemente musical, de la
dentro de una gran libertad —que define su carácter fabulación romántica; la obertura, así, salvaguardaba
mismo— entra en los «definidores» del período más la más preciada forma estética del Romanticismo mu-
, puro, intenso y primero del Romanticismo germánico sical.
y vienes de las tres primeras décadas del siglo XIX (la Por estas y otras formas más o menos relevantes,
Fantasía opus 17 de Schumann tiene unos versos de la estética romántica fue construyendo su propio^
Schlegel). Así, en tanto que Liszt (y hasta Brahms) adelgazado concepto de modernidad a través del arte
componen fantasías donde prima su capacidad de or- más puro, la música, y también del más contaminable
ganización, Schumann, en cambio, valora la originali- por la posibilidad de ampliar unos límites cada vez
dad, intensidad y creatividad de sus composiciones; menos visibles; a pesar de todo, la imagen global que

I en todo caso, la fantasía evoluciona dentro de compo-


sitores románticos diferentes como el liedo la propia
sinfonía, de maneras bien variadas, y haciendo buena
del Romanticismo musical trascendió a los otros cír-
culos culturales, y aun populares, fue la de la «fija-
ción sentimental», que, al cabo, constituye uno de sus

I esa heterogeneidad creativa, propia de la Moderni-


dad, que se alberga en un mismo marco espiritual y
hasta estético.
componentes más sustanciales: la exaltación —en
ocasiones desmesurada por su único apoyo expresi-
vo— de la sentimentalidad individualista. Chopin es, a

I
A medida que el efluvio romántico avanzó, como no dudarlo, uno de los más populares compositores
triunfo apoteósico ya de una estética determinada, los de ese «Romanticismo triunfante». No es sólo la he-
músicos (cada vez más numerosos) practicaron abun- rencia polaca de su nacionalidad, pábulo compren-
dantemente la elaboración dé oberturas. La obertura sible para un exotismo, no obstante, elaborado (como

I posee acaso la mayor densidad «propia» dentro de los


conceptos eminentemente románticos: en principio (y
siempre) sirvió de pórtico más o menos grandioso,
en Schubert), sino sobre todo su capacidad, semejante
a la de tantos otros compositores centroeuropeos, pa-
ra resumir, concretar y dar cuerpo a una sensibilidad

I mostrativo y anunciador, a la sinfonía; previamente


había desempeñado idénticas funciones con el «con-
cierto» durante el período barroco (durante el siglo
cada vez más derramada por todos los rincones de
Europa, en, por ejemplo, su Sonata n° 3 para piano,
donde hallamos rasgos que definirán a la civilización

I XVII y XVIII constituía un «aviso» introductorio para


el público, un acercamiento previo a la obra que se
iba a ejecutar: al pasarse de ese estilo «ejecutivo» al
estilo «interpretativo» romántico, la obertura fue ad-
postromántica de la segunda mitad del siglo XIX: el
rigor discursivo, y también un melodismo algo ita-
lianizante (con un exceso de arabescos en el scherzo,
que devalúan el genio chopiniano pero le hacen más
I 66 67
r reconocible). Habría que decir, entonces, que sobre la
pauta fijada por Beethoven, el criterio «discursivo»,
andante, progresivo y evolutivo —dialéctico— en lo
formal externo pero también en lo formal interno (la
intensidad melódico-emocional), se viene a constituir
ya en Chopin, y en el medio siglo europeo, como la ver-
compositor francés de variadísimo registro, que aña-
de no sólo evolución, sino variedad (música de cáma-
ra, órgano, sinfonismo) a la mentalidad romántica del
último cuarto de siglo; en concreto, su Concierto para
violín y piano (1886) resulta ser un cierre conclusivo
al gran período abierto por ía sonata beethoveniana,
dadera «nueva racionalidad musical», de la cual, co- o bien esa impresionante sentimentalidad de
mo efecto conclusivo, tenemos que extraer otro rasgo Tchaikovski, cuyo virtuosismo y temperamento le
más para la elaboración de ese concepto cada vez más convierten en una especie de «restaurador de nuevo
. preciso —pero también heterogéneo— que desde el cuño» del aparato expresivo romántico. El Romanti-
comienzo de este libro denominamos «Modernidad». cismo musical, inspirador espiritual de cuantas ideas
El problema planteado, en fin, al Romanticismo habían llevado al hombre a conquistar el nuevo Esta-
musical (y literario y artístico en general), desde su do republicano, se distendía y ensanchaba, a mitad
triunfo alrededor de 1830, es el de la formulación es- del siglo XIX, para permitir con su propia disolución
tética, y desde ahí, su facilidad para «expresar». Co- el nacimiento de multitud de estéticas novedosas ca-
municar un estado de ánimo, un sentimiento, una in- paces de engendrar múltiples formas de expresión:
tención, una inclinación hacia el prójimo, hacia la na- era, sin duda, el sacrificio y fecundidad, característi-
turaleza, hubo de ser, creámoslo así, el problema glo- cos con evidencia de lo «moderno», en su marco histó-
bal de una sensibilidad que aspiraba a convertirse en rico.
hegemónica. La célebre Cantata festiva en memoria de
Beethoven (1845) compuesta por Liszt para honrar la
memoria del genio de Bonn, es probablemente el ma-
yor y más preclaro símbolo no sólo de poema sinfóni-
co (dato importante), sino de espiritualidad nueva en-
cerrada en márgenes resueltos por la evolución histó-
rica, como identificación de la nueva época. Ello no
desdeña la impostación literaria que, como experi-
mento con el naciente popularismo, nos proporcionan
las 50 canciones de Hugo Wolf sobre textos de Goethe,
ideados como nuevos Heder en la década de los cin-
cuenta. La virtualidad romántica supuso además un
conjunto inmenso de posibilidades que otros compo-
sitores habían de aprovechar desde mediados de
siglo, para elaborar nuevas pautas morales o expresi-
vas para nuevos entendimientos de lo romántico: es
así como debo afrontarse la música de César Franck,

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