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Tal como en los procesos industriales, en las finanzas ha habido un drástico

aumento de la integración de lo que una vez fueron las actividades internacio-


nales más dispersas, y al mismo tiempo un debilitamiento de las instituciones
nacionales para gobernarlas, controlarlas o incluso regularlas. Los mercados
financieros globales se basan en el predominio del mercado sobre los cuerpos
reguladores, el aumento del flujo de informaciones, el movimiento rápido del
capital y una casi instantánea “estampida tras la calidad” en tiempos de dificul-
tades. Los “traders” de Londres, Tokio, Nueva York y Chicago colaboran en la
fijación del valor de las monedas, del nivel de reservas internacionales y de las
tasas de interés de largo plazo. Una multitud de tecnologías basadas en ordena-
dores, combinada con servicios de noticias por satélite y televisión de alcance
global diseminan las noticias de mercado relevantes para los inversionistas en
tiempo real. Las inversiones de portafolio en valores, en depósitos a corto plazo
y en mercados secundarios de bonos buscan mercados a donde puedan entrar y
salir con rapidez. El plus de los gestores de portafolios se basa parcialmente en
su capacidad para retirar los fondos ante la primera señal de peligro. Los inver-
sionistas nacionales en economías locales a menudo precipitan una crisis
mediante una fuga de reservas en dólares después de perder confianza en el
liderazgo político y financiero. Fue el caso después de los asesinatos políticos y
las insurrecciones indígenas en México, los empates legislativos en Ecuador y
Brasil y la moratoria de la deuda en Argentina. Y, durante las campañas electora-
les, el aumento del spread en las tasas de interés entre instrumentos nacionales y
bonos del tesoro de Estados Unidos se puede interpretar como un indicador del
“riesgo político” que perciben los mercados internacionales en un candidato de
oposición, tal como fue el caso, finalmente infructuoso, de Luis Ignacio Lula da
Silva en su exitosa carrera electoral a la presidencia de Brasil en 2002.
Las dolorosas lecciones de los años ochenta han inducido a los inversionistas
institucionales a actuar como intermediarios financieros vendiendo haberes in-
mediatamente y “sacarlos de los libros”. El desplazamiento del riesgo a
inversionistas transitorios y oportunistas que buscan obtener la mejor ratio re-
torno/ riesgo significa que las economías nacionales tienen pocos amigos de
largo plazo en las principales instituciones financieras. Cuando los tiempos son
buenos, los bancos de inversión acuden a pujar por negocios con altos honora-
rios, entregan capital, distribuyen valores a su red de inversionistas y se marchan
deprisa en busca del próximo negocio. Cuando una empresa o una economía
tropieza en el camino, estos mismos bancos no están disponibles para entregar
ayuda de urgencia, pero van a hacer de intermediarios en un rescate que incluye
mayores tasas y mayores honorarios. Sin embargo el negocio de los bancos de
inversión no carece de riesgos, pues una caída en el valor de las monedas o un

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