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Después de la bancarrota
El delirio de la privatización llegó a su fin. No el mercado, sino la política es
la encargada del bien común: Una conversación con Jürgen Habermas sobre
la necesidad de un orden mundial internacional.
DIE ZEIT: Señor Habermas, el sistema financiero internacional colapsó, nos amenaza una
crisis económica mundial. ¿Qué lo intranquiliza más?
Jürgen Habermas: Lo que más me intranquiliza es esa injusticia social que pone el grito en el
cielo. Esta consiste en que los costos socializados del fracaso del sistema afectan con más
fuerza a los más débiles. En estos días la masa de aquellos que de todos modos no pertenecen
a los ganadores de la globalización, tienen que acarrear de nuevo con las consecuencias
económicas reales de las predecibles fallas de funcionamiento del sistema financiero; y esto no
en el sentido que lo hacen los dueños de acciones con sus valores, sino en la moneda dura de
su existencia cotidiana. A nivel global, en los países económicamente más débiles, también
tiene lugar este severo destino. Tal es el escándalo político. Indicar ahora con el dedo a un
chivo expiatorio, lo tomo como hipocresía. Los especuladores se han comportado
consecuentemente en el marco de la lógica socialmente reconocida de la maximización de
ganancias. La política se ridiculiza a sí misma cuando moraliza en vez de apoyarse la fuerza del
derecho (Zwangsrecht) del legislador democrático. La política y no el capitalismo es responsable
de la orientación al bien común.
ZEIT: Usted ha dado recién una clase magistral en la Universidad de Yale. ¿Cuáles son para
usted las imágenes más impactantes de esta crisis?
Habermas: Tal cambio epocal transforma los parámetros de la discusión pública. Se desplaza
el espectro de las alternativas políticas que se consideran posibles. Con la Guerra de Corea
llegó a su fin el período del New Deal; con Reagan, Thatcher y el fin de la Guerra Fría, acabó
el tiempo de los programas socialistas. Y hoy con el fin de la era Bush y el reventón de los
últimos cacareos neoliberales, también llega a su fin la programática de Clinton y del New
Labour. ¿Qué viene ahora? Espero que la agenda neoliberal no sea tomada de nuevo como
moneda contante y sonante, sino que se le ponga en su lugar. El desenfrenado programa de
subordinación del mundo de la vida a los imperativos del mercado debe ser puesto a prueba.
ZEIT: Para los neoliberales, el estado es sólo un simple jugador más en el campo económico.
Debe achicarse. ¿Queda ahora desacreditado ese pensamiento?
Habermas: Eso depende del correr de la crisis, de la capacidad de percepción de los partidos
políticos, de los temas públicos. En Alemania aún domina una particular tranquilidad. Por los
suelos queda la agenda que abrió un dominio irrestricto a los intereses de inversionistas, que es
responsable de la creciente desigualdad social, del surgimiento de un precariato, de pobreza
infantil, de salarios bajos, y que con su delirio privatizador horadó las funciones centrales del
estado, las que venden muy barato los restos deliberativos de la esfera pública política a los
inversionistas financieros que aumentan sus ganancias, y que hacen de la cultura y la educación
temas dependientes de los intereses y antojos de patrocinadores sensibles a la coyuntura.
ZEIT: Y ahora, en la crisis financiera, ¿serán visibles las consecuencias del delirio privatizador?
Habermas: En los Estados Unidos la crisis agudiza los daños materiales, morales, sociales y
culturales ya visibles de una política de desestatalización llevada a su extremo por Bush. La
privatización de la seguridad en salud y de la tercera edad, del transporte público, de la
provisión de energía, del cumplimiento de penas, de las tareas de seguridad militares, de otras
áreas de la educación escolar y universitaria, y la cesión de la infraestructura cultural de
ciudades y comunidades al buen corazón de donantes privados, pertenecen a un diseño de
sociedad que en sus riesgos y efectos se adecuan malamente a los principios igualitarios de un
estado social y democrático de derecho.
Habermas: Sucede que hay espacios de vida frágiles que no tenemos que exponer a los riesgos
de las especulaciones de la bolsa; la transformación del sistema de pensiones en acciones
contradice esto. En el estado democrático constitucional existen también bienes públicos,
como la comunicación política no distorsionada, que no pueden ser cortados a la medida de las
expectativas de rédito de los inversionistas financieros. La necesidad de información de los
ciudadanos no puede ser suplida por la cultura del bocadito (Häppchenkultur) de una televisión
privada que cubre amplios espacios y que es madura en términos de consumo.
ZEIT: ¿Nos enfrentamos —para citar un controvertido libro suyo— a una ‘crisis de
legitimación’ del capitalismo?
Habermas: Desde 1989/90 ya no hay más salida del universo del capitalismo; sólo puede
tener lugar la civilización y domesticación de la dinámica capitalista desde dentro. Ya durante el
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período de postguerra, la Unión Soviética no fue una alternativa para la masa de la izquierda
europeo-occidental. Por ello en 1973 hablé de los problemas de legitimación ‘en’ el capitalismo.
Ellos permanecen a la orden del día, con más o menos urgencia según los contextos
nacionales. Un síntoma son las exigencias de limitación de los sueldos de los managers, o la
eliminación de los golden parachutes, de los indecibles pagos de bonificaciones e
indemnizaciones.
ZEIT: Esta es, no obstante, política para la galería. En el próximo año hay elecciones.
Habermas: Cierto, esta es naturalmente política simbólica, muy precisa para desviar la
atención del fracaso de los políticos y de sus asesores científico-económicos. Hace tiempo ellos
sabían de la necesidad de regulación de los mercados financieros. Nuevamente leí el clarísimo
artículo de Helmut Schmids ¡Vigilen a los nuevos grandes especuladores! (Beaufsichtigt die neuen
Großspekulanten! —ZEIT Nr. 6/07). Todos lo sabían. Pero en América y Gran Bretaña las elites
políticas encontraron útil la especulación sin amarras mientras andaba bien. Y en el continente
europeo había una amplia coalición de complacientes para los cuales el Sr. Rumsfeld no tuvo
que hacer publicidad.
ZEIT: El consenso de Washington fue el famoso concepto económico del año 1990 del FMI
y del Banco Mundial con el que primero América Latina y después la mitad del mundo debía
ser reformado. Su mensaje central era: trickle down. Deja que los ricos sean más ricos, entonces
se colará el bienestar hacia los pobres.
Habermas: Desde hace un montón de años hay pruebas empíricas de que esa prognosis es
falsa. Los efectos del aumento del bienestar están tan asimétricamente distribuidos a nivel
nacional y mundial que las zonas de pobreza se han expandido ante nuestros ojos.
ZEIT: Para hacer un poco de control del pasado: ¿Por qué el bienestar está tan desigualmente
distribuido? ¿El fin de la amenaza comunista desinhibió al capitalismo occidental?
ZEIT: El neoliberalismo es una forma de vida. Todos los ciudadanos deben transformarse en
empresarios y clientes…
ZEIT: Pero no fue Bush solo. Una sorprendente tropa de influyentes intelectuales lo
acompañó.
ZEIT: Pero volvamos atrás: ¿Qué se pudrió después de 1989? ¿Se hizo el capital simplemente
más poderoso frente a la política?
Habermas: En el transcurso de los años noventa se hizo claro para mí que las capacidades de
acción política deben crecer a la par del mercado a nivel supranacional. Esto ya se veía al
principio de los noventa. George Bush el viejo, hablaba programáticamente de un nuevo orden
mundial y pareció tomar en cuenta a las Naciones Unidas por largo tiempo bloqueadas y
despreciadas. Las intervenciones humanitarias acordadas por el Consejo de Seguridad
aumentaron de un salto. A la globalización económica políticamente deseada debió seguir una
política de coordinación mundial y una creciente juridificación de las relaciones internacionales.
Pero los primeros pasos ambivalentes ya se dieron con Clinton. Este déficit hace consciente
nuevamente la actual crisis. Desde el inicio de la modernidad, la política y la economía tienen
que ser balanceadas de modo tal que no se rompa la red de relaciones solidarias entre
miembros de una comunidad política. Siempre existió una tensión entre capitalismo y
democracia porque mercado y política se basan en principios distintos. Incluso después del
impulso globalizador, la avalancha de decisiones eleccionarias en redes complejas, liberalizadas
y descentralizadas, exige regulaciones que no pueden existir sin una correspondiente
ampliación de los procedimientos políticos de generalización de intereses.
ZEIT: ¿Pero qué significa eso? Usted se aferra al cosmopolitismo de Kant y acepta la idea de
Carl Friedrich von Weizsäcker de una política mundial interna. Usted me perdonará, pero eso
suena bastante ilusorio. Sólo se tiene que mirar el estado de las Naciones Unidas.
Habermas: Pero sucede que incluso una reforma fundamental de las instituciones centrales de
las Naciones Unidas no sería suficiente. Cierto: el Consejo de Seguridad, la Secretaría, los
tribunales, en general las competencias y procedimientos de esas instituciones deberían
adaptarse urgentemente a una imposición global de la prohibición de violencia y de los
derechos humanos —lo que es ya una gran tarea. Pero aun cuando la Carta de las Naciones
Unidas se orientara a ser una especie de constitución de la comunidad internacional, faltaría
aún en ese marco un foro en el que la política armada de los poderes mundiales se
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ZEIT: La idea de una política mundial interior suena más bien a los sueños de los videntes.
Habermas: Recién ayer la mayoría consideraba irrealista lo que hoy pasa: los gobiernos de
Asia y Europa se tropiezan por dar propuestas de regulación para la inexistente
institucionalización de los mercados financieros. También el SPD (socialdemócratas) y la CDU
(demócratacristianos) proponen obligatoriedad de balances, formación de capitales propios,
responsabilidad personal de los managers, mejoramiento de la transparencia, supervisión de las
bolsas, etc. Sólo ocasionalmente se habla de un IVA a las bolsas, lo que ya sería un pedazo de
política impositiva global. La nueva ‘arquitectura del sistema financiero’ no se podrá imponer
fácilmente contra la oposición de los Estados Unidos. Pero ¿sería esto suficiente frente a la
complejidad de ese mercado y frente a la interdependencia mundial de los más importantes
sistemas funcionales? Los contratos de derecho internacional en los que los partidos piensan
hoy, pueden ser anunciados a cada rato. Pero de ello no surge ningún régimen resistente a la
intemperie.
ZEIT: Aun cuando le sean transferidas al FMI nuevas competencias, ello no supondría una
política mundial interna.
Habermas: No quiero hacer predicciones. En vista de los problemas existentes sólo podemos,
en el mejor de los casos, hacer algunas reflexiones constructivas. Los estados nacionales deben
entenderse, en su propio interés, como miembros de una comunidad internacional. Esa es la
manta más gruesa que se tendría que perforar en la próxima década. Cuando hablamos de
‘política’ en ese escenario, a menudo queremos decir acción de gobiernos que han heredado la
autocomprensión de actores colectivos que toman decisiones soberanas. No obstante, esta
autocomprensión de un Leviatán, desarrollada desde el siglo XVII en conjunto con el sistema
de estados europeos, ya no permanece incólume. Lo que hasta ayer llamamos ‘política’, cambia
diariamente su composición.
ZEIT: Pero ¿como se compatibiliza esto con el darwinismo social que, como usted dice, se
expande en la política mundial desde el 9/11?
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Habermas: Quizás se debiera dar un paso atrás y observar un contexto más amplio. Desde
fines del siglo XVIII, el derecho y la ley han penetrado el poder de gobierno políticamente
constituido y le han sustraído el carácter sustancial de mero ‘poder’. Hacia fuera la política
nacional se ha cuidado de modo suficiente —a pesar de los complicados entramados de las
organizaciones internacionales y de la creciente capacidad vinculante del derecho internacional.
Sin embargo, el concepto estado-nacionalmente formateado de ‘lo político’ está a la deriva.
Dentro de la Unión Europea, por ejemplo, los estados miembros tienen el monopolio de la
violencia en el interior y aplican el derecho definido supranacionalmente más o menos sin
chistar. Esta forma transitiva de derecho y política se relaciona con una dinámica capitalista
descrita como juego mutuo de apertura funcional obligada y clausura sociointegrativa de alto
nivel.
ZEIT: ¿El mercado hace explotar a la sociedad y el estado social se clausura nuevamente?
Habermas: Uno distinto al que ha jugado en la crisis. No entiendo completamente por qué el
manejo de la crisis de la Unión Europea ha sido tan alabado. Gordon Brown, con su
memorable decisión, pudo impulsar al Ministro de Finanzas Paulson a un giro en la
interpretación del trabajosamente acordado bailout, porque había subido a bordo, contra la
oposición inicial de Merkel y Steinbrück, a los más importantes jugadores de la Euro-Zona.
Uno debe mirar ese proceso de negociación y sus resultados correctamente. Se trataba de los
tres estados nacionales más poderosos unidos en la UE, los que como actores soberanos
acordaron coordinar sus medidas distintas aunque orientadas en un mismo sentido. A pesar de
la presencia de los señores Juncker y Barroso, la realización de este acuerdo internacional de
estilo clásico tiene poco que ver con una formación de voluntad política común de la Unión
Europea. El New York Times ha registrado sin ninguna maldad la incapacidad europea para una
política económica conjunta.
competencias en la Unión —para decirlo de modo simple— están repartidas de tal modo que
Bruselas y el Tribunal Europeo imponen libertades económicas mientras los costos externos
que de ello surgen se cargan a los países miembros, no existe hoy una formación de voluntad
política común. Los estados miembros más importantes están divididos en cuanto a los
principios —cuánto estado y cuánto mercado se quiere. Y cada país lleva adelante su propia
política exterior, sobre todo Alemania. La República de Berlín olvida, a pesar de toda su
diplomacia, las enseñanzas que la antigua República había aprendido de la historia. El gobierno
se autocomplace desde 1989/90 de su satisfactorio espacio de acción de política exterior y
retorna al conocido modelo del juego de poder nacional entre estados, el que hace tiempo se
ha contraído al formato de ‘principado de los doce’ (Duodezfürstentümern)
Habermas: ¿Me pregunta por mi lista de regalos de Navidad? Puesto que yo sólo considero
posible una integración escalonada según el estado de las cosas, la propuesta de Sarkozy de un
gobierno económico de la Euro-Zona aparece como un punto de contacto. Esto no significa
que uno se entregaría a los supuestos estadísticos y a las intenciones proteccionistas de su
iniciador. Los procedimientos y los resultados son dos cosas distintas. A la ‘colaboración
estrecha’ en el terreno político-económico debería seguir otra en la política exterior. Y ambas
ya no podrían más pasar de largo por sobre las cabezas de la población.
Habermas: La mesa del SPD cede al democratacristiano Jürgen Rüttgers —al ‘líder de los
trabajadores’ del Rin y la Ruhr— la posibilidad de pensar en esos términos. En toda Europa
los partidos socialdemócratas están con la espalda contra la pared en tanto la contracción de las
discusiones los hace seguir un juego de suma cero. ¿Por qué no toman la oportunidad de
escapar de sus jaulas estado-nacionales y acoplarse a los nuevos espacios de acción a nivel
europeo? Incluso se podrían perfilar frente a la competencia regresiva de la izquierda. Sea lo
que sea lo que hoy signifique ‘izquierda’ y ‘derecha’, los países de la Unión podrían alcanzar un
peso político mundial que les permita una influencia razonable sobre la agenda de la economía
mundial sólo si actúan en conjunto. Si no lo hacen, se entregan como el Poodle del tío Sam a
una situación mundial de todos modos peligrosa y caótica.
ZEIT: Palabra clave: tío Sam —Usted debería claramente estar profundamente decepcionado
de los Estados Unidos. Para usted los Estados Unidos fueron el caballo de tiro del orden
mundial.
Habermas: ¿Qué más nos queda que apostar a ese caballo? Los Estados Unidos van a salir
debilitados de esta crisis. Pero siguen siendo por ahora una superpotencia liberal y se
encuentran en una situación que les sugiere revivir la autocomprensión neoconservadora de un
bienhechor mundial paternalista. La exportación mundial de la propia forma de vida derivó del
universalismo centralista y falso de los viejos imperios. La modernidad arranca por el contrario
del universalismo descentralizado de una misma atención para todos. Es en interés de los
Estados Unidos el que no sólo renuncie a su contraproductiva posición frente a las Naciones
Unidas, sino que se ponga a la cabeza del movimiento reformista. Históricamente visto, hay
una reunión de cuatro factores: es una superpotencia; es la más antigua democracia sobre la
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tierra; tendrá, como espero, de un presidente liberal y visionario; y posee como una cultura
política en la que las orientaciones normativas encuentran un piso de resonancia sorprendente.
Es una constelación improbable. América está hoy profundamente insegurizada por el fracaso
de la aventura unilateralista, por la autodestrucción del neoliberalismo y el mal uso de su
excepcional conciencia. ¿Por qué no podría esa nación, como a menudo lo ha hecho, que
sobreponerse e intentar unir en un orden internacional —que ya no requiera de una
superpotencia— a las grandes potencias en competencia de hoy y que serán las potencias
mundiales del mañana? ¿Por qué un presidente que —salido de una elección del destino—
encuentre poco espacio de movimiento al interior, no querría tomar esa oportunidad racional,
esa oportunidad de la razón, al menos en la política exterior?
ZEIT: Con eso usted les arrancaría una sonrisa cancina a los llamados realistas.
Habermas: Sé que mucho habla en contra de lo que digo. El nuevo presidente americano
debería imponerse frente las elites dependientes de Wall Street al interior del propio partido;
debería también mantenerse apartado de los reflejos cercanos de un nuevo proteccionismo. Y
para tan radical punto de inflexión, los Estados Unidos necesitarían el impulso amistoso de un
partner de alianza leal y consciente. Un occidente ‘bipolar’ —para ponerlo creativamente—
sólo puede existir cuando Estados Unidos aprenda a hablar con una voz hacia fuera y, bueno,
usar el capital de confianza ahorrado para actuar perspicazmente. Este ‘sí, pero…’ está al
alcance de la mano. En tiempos de crisis se necesita tal vez una perspectiva algo más amplia
que el consejo del mainstream y el poco a poco del simple arreglárselas.