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2.

LA TEORIA SCHUMPETERIANA DEL CICLO ECONOMICO


Y LA INNOVACION

Como mostrábamos en el capítulo 1, a principio de los años ochenta


el desempleo en la mayoría de los países industrializados ha sido más alto
que en cualquier otro momento desde la década de los treinta. Estos cam­
bios no se han debido meramente a las fluctuaciones a corto plazo, sino
que reflejan una tendencia secular asociada a unas tasas de crecimiento
más bajas en términos generales, una inversión deprimida y unos esfuer­
zos más firmes para contener el crecimiento del gasto público. Es cada
vez más aceptada la idea, en la actualidad, de que el crecimiento econó­
mico muy rápido que sucedió a la segunda guerra mundial ha dado lugar
a una fase bastante diferente de recesión y «estanflación»: un crecimien­
to menor asociado a unos niveles mucho mayores de desempleo. Es muy
poco sorprendente en estas circunstancias que se haya reavivado el interés
por las teorías de Kondratiev sobre los «ciclos largos» u «ondas largas» en
el desarrollo económico que intentan explicar estos cambios a largo plazo
en el clima económico. En este capítulo nos concentraremos en particular
en la explicación de los ciclos largos desarrollada por Joseph Schumpeter,
quien más que ningún otro economista del siglo XX ha intentado explicar
en gran medida la competencia y el crecimiento económico basándose en
la innovación tecnológica. Un interesante comentario personal sobre la re­
levancia actual de estas ideas aparece en un destacado economista keyne-
siano del período de la posguerra, Paul Samuelson (1981):
Nadie puede predecir el futuro con seguridad. No obstante, mi conjetura per­
sonal es que el último cuarto del siglo x x quedará muy lejos del tercero, en cuan­
to al ritmo alcanzado de progreso económico.
El sombrío horóscopo de mi viejo profesor Joseph Schumpeter podría adqui­
rir aquí una relevancia especial. Cuando yo era un estudiante precoz no puse mu-
40 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

cha atención a la futurología de Joseph Schumpeter. Pero al igual que Mark


Twain, quien contaba que cuando tenía catorce años pensaba que su padre era
terriblemente tonto, pero que cuando llegó a los veintiuno se sorprendió de có­
mo había espabilado el viejo, cuando releo Capitalism, Socialism and Democracy
(1943) (Capitalismo, socialismo y democracia) le encuentro nuevos significados.
Parecen haber existido en el siglo pasado bastantes períodos de crisis
profunda y lento crecimiento, asociados a unos altos niveles de desem­
pleo, que terminaron siendo considerados en algunos países en aquel mo­
mento, y desde entonces por parte de los historiadores, como «Grandes
Depresiones». Alternaron con los períodos de expansión y prosperidad
que se produjeron en las décadas de 1850 y 1860, en la Belle Epoque an­
terior a la primera guerra mundial, y en las décadas de 1950 y 1960. Los
períodos de depresión fueron aproximadamente los años 1880 y 1930, aun­
que variaron algo de un país a otro (véase el capítulo 9). En los Estados
Unidos, por ejemplo, la Guerra Civil de la década de 1860 fue seguida
de un período de crecimiento muy rápido en los años 1870 y 1880, cuan­
do los países de Europa estaban experimentando en general unas tasas
de crecimiento más bajas y unas condiciones más deprimidas. El Japón
se vio menos afectado por las depresiones de la década de 1930 y (hasta
ahora) de la de 1980.

2.1. La teoría schumpeteriana de los ciclos largos


■r*

En su obra principal, Business Cycles, Schumpeter (1939) aceptó, por


un lado, la realidad del fenómeno de los «ciclos largos de Kondratiev»
(*), que duraban medio siglo aproximadamente, y ofreció por otro, una
nueva explicación de los mismos, difiriendo en esto del propio Kondra­
tiev (1925). De acuerdo con Schumpeter (1939, capítulo 2), cada ciclo era
único, debido a la variedad de innovaciones técnicas, así como a la de

(*) Como se ha señalado a menudo, Kondratiev no fue en absoluto el padre de la teo­


ría de los ciclos largos y es, en muchos aspectos, una apropiación indebida que este fenó­
meno lleve su nombre. Al marxista holandés van Gelderen (1913) podría acreditársele la
idea con mucha mayor justicia, ya que lo expresó claramente en 1913. Por la misma época,
aproximadamente varios economistas, entre los que se encontraba Pareto (1913), habían lla­
mado ya la atención sobre la aparente tendencia a largo plazo de los movimientos de los
precios, las tasas de interés y las fluctuaciones del comercio, que parecían seguir un com­
portamiento cíclico cuya duración era de medio siglo aproximadamente. Sin embargo, du­
rante la década de 1920, Kondratiev, desde su puesto de director del Instituto de Investi­
gaciones Económicas de Moscú, hizo más que ningún otro economista por propagar y ela­
borar la idea.
Teoría schumpeteriana 41

acontecimientos exógenos como las guerras, los descubrimientos de oro


o las malas cosechas. Pero a pesar de su insistencia en los rasgos especí­
ficos de cada fluctuación y cada perturbación, creía que la tarea de la teo­
ría económica consistía en ir más allá de un simple catálogo de los acon­
tecimientos accidentales, y que había que analizar los rasgos del compor­
tamiento del sistema que podían generar fluctuaciones con independen­
cia de su forma específica y variable. La más importante de estas carac­
terísticas, desde su punto de vista, era la innovación, la cual a pesar de
su gran variedad específica consideraba el principal motor del crecimien­
to capitalista y la fuente del beneficio empresarial.
La capacidad y la iniciativa de los empresarios (que podrían ser o no
ellos mismos los inventores, pero que generalmente no lo serían) creaba
nuevas oportunidades de beneficio, lo que atraía a su vez a un «enjam­
bre» de imitadores que mejoraban lo anterior, explotando las nuevas vías
con una ola de nuevas inversiones que generaban unas condiciones de ex­
pansión . El proceso competitivo puesto en marcha por esta «ebullición»
reducía entonces los márgenes de los beneficios de la innovación (como
en el modelo de Marx), pero antes de que el sistema pudiera establecerse
en una situación de equilibrio, comenzaba de nuevo todo el proceso a tra­
vés de los efectos desestabilizadores de una nueva ola de innovaciones.
Este proceso era suficiente por sí solo para generar varios tipos de com­
portamiento cíclico, aunque Schumpeter reconocía ciertamente la exis­
tencia de un proceso de interacción con muchos otros rasgos del sistema
económico, lo que ha constituido el objeto del análisis más convencional
de la teoría del ciclo económico.
El grado en que un mecanismo como el apuntado ofrece una explica­
ción razonable de la existencia de ciclos «largos» (de Kondratiev) en el
desarrollo económico depende, crucialmente —como Kuznets (1940) se­
ñaló en aquel momento en su reseña de Business Cycles— , de que algu­
nas innovaciones sean tan largas y tan discontinuas en su impacto que cau­
sen perturbaciones prolongadas; o de que aparezcan agrupadas de algún
modo. La construcción de una red nacional de ferrocarriles podría ser el
tipo de inversión innovadora que podría calificarse de «generador de on­
das» por derecho propio, pero, obviamente, existen miles de inventos y
cambios tecnológicos pequeños que ocurren cada año en muchas indus­
trias, cuyo efecto es mucho más gradual y que pueden muy bien adaptar­
se a algún tipo de trayectoria suave de crecimiento equilibrado. Sólo hu­
biéramos podido asociar estas pequeñas innovaciones a las fluctuaciones
económicas si hubiesen estado ligadas a los ciclos de crecimiento de nue­
vas industrias y nuevas tecnologías.
42 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

Una interpretación neo-schumpeteriana de la expansión de la pos­


guerra la consideraría primordialmente como el resultado del crecimien­
to explosivo y simultáneo de algunas tecnologías e industrias importantes
nuevas, en particular la electrónica, los materiales sintéticos, químicos,
petróleo y petroquímicos, y (especialmente en Europa y Japón) bienes
de consumo duradero y vehículos. Puede demostrarse que estas indus­
trias de rápido crecimiento, junto con sus proveedores de maquinaria y
componentes, explican una gran parte del crecimiento industrial de mu­
chos países de la OCDE (capítulo 7). Es interesante señalar que ni Key-
nes ni la mayoría de los keynesianos esperaban que el cuarto de siglo que
siguió a la guerra fuese el período de más rápido crecimiento económico
que el mundo haya experimentado. De hecho, las expectativas de la ma­
yoría de los economistas inmediatamente después de la segunda guerra
mundial eran en su gran mayoría pesimistas debido en parte a que sim­
plemente tendieron a extrapolar los problemas de los años 20 y 30 al mun­
do de la posguerra, sin tener en cuenta la aparición de nuevas tecnolo­
gías y el impulso que ello daría a las expectativas de beneficio y a las nue­
vas inversiones. Sin embargo, cuando la gran expansión tomó cuerpo, se
tendió atribuir este éxito a la adopción de políticas keynesianas. Robin
Matthews (1968) fue una excepción importante, puesto que ya en 1968,
en un artículo publicado en el Economic Journal sobre las razones por
las que Inglaterra disfrutó de pleno empleo desde la guerra, señaló que
fue la pletórica inversión privada, más que las políticas gubernamentales,
la que sostuvo la expansión. Otros economistas señalaron (Dow, 1964) el
hecho de que las políticas keynesianas fueran a menudo inútiles, ya que
se aplicaron después de haber aparecido «espontáneamente» el punto de
inflexión decisivo en el ciclo económico.
Schumpeter había sugerido que tras un fuerte efecto de imitación y
la entrada de muchas empresas nuevas en los sectores de rápida expan­
sión atraídas por los beneficios excepcionalmente altos de la innovación,
habría un período en el que estos beneficios tenderían a desaparecer de­
bido a la competencia, a medida que las nuevas industrias maduraran. Es­
to podría llevar al estancamiento y a la depresión de no ir compensado
por una nueva ola de innovaciones. Una explicación de esta naturaleza
parece ajustarse bastante bien a la expansión de la posguerra. Ya se ha­
bía observado en la década de 1960 que la tasa global de beneficios había
comenzado a descender en muchos países de la OCDE, y esta tendencia
se vio agravada por una competencia internacional más intensa (capítulo
9), especialmente en la década de 1970, sobre todo en algunos de los sec­
tores que antes habían experimentado un rápido crecimiento, como los
Teoría schumpeteriana 43

materiales sintéticos y los bienes de consumo duradero. A pesar de su con­


tinua alta tasa de crecimiento, también el sector electrónico se vio afec­
tado por esta tendencia general (capítulo 6).
Shumpeter escribió relativamente poco sobre los salarios y el desem­
pleo, pero otros economistas de muy diferentes escuelas, incluidos tanto
los neoclásicos como los marxistas, estarían de acuerdo en que un perío­
do sostenido expansión y pleno empleo, como el experimentado antes de
la primera guerra mundial o después de la segunda, tendería a fortalecer
la posición negociadora de los trabajadores y también, por tanto, a ero­
sionar la tasa de beneficios y a estimular la inflación de costes, con o sin
la presión de unos sindicatos militantes. Estos cambios tenderían a pro­
vocar un distinto tipo de cambio tecnológico y de inversión asociada. En
los primeros momentos de un período de expansión se pone el énfasis en
una rápida expansión de la nueva capacidad para obtener una buena cuo­
ta del mercado, y esta inversión produce un fuerte efecto positivo en la
generación de nuevo empleo. Al ir madurando las nuevas industrias y tec­
nologías, se explotan las economías de escala, y la presión se dirige ahora
hacia las innovaciones ahorradoras de costes en la tecnología de los pro­
cesos productivos. La intensidad de capital se incrementa y se frena el cre­
cimiento del empleo, o incluso se detiene del todo. De nuevo esta hipó­
tesis parece explicar bastante bien los patrones de la posguerra. Ya antes
de la crisis de la OPEP estas tendencias eran aparentes en los principales
países industrializados, tanto en las industrias más nuevas, como las de
productos sintéticos y electrónica, como en las más viejas.
Intentaremos ilustrar estos puntos en el caso de los productos sinté­
ticos y la electrónica en los capítulos 5 y 6, y en el de la economía en tér­
minos más generales en los capítulo 7 y 8. Pero primero intentaremos res­
ponder a dos preguntas: ¿Por qué fue rechazada, o no tenida en cuenta,
por la mayoría de los economistas hasta recientemente la teoría de Schum-
peter? Y ¿cómo se relacionaría esta teoría con las explicaciones más tra­
dicionales del ciclo, incluida la teoría keynesiana?.

2.2. El debate sobre Kondratiev y Schumpeter

Una razón por la que se ha olvidado la obra de Schumpeter ha sido


la resistencia general de los economistas a enfrentarse a los arduos pro­
blemas de la invención y la innovación, a los que ya nos hemos referido
en la introducción. Otra ha sido que el libro de Schumpeter Business
Cycles apareció en 1939 (es decir, tres años después de la publicación de
La teoría general de Keynes (1936), que ya en aquel momento, y durante
44 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

un largo período de tiempo posterior, ocupó el centro de atención de los


debates profesionales sobre la teoría del ciclo y la política económica).
Como admiten incluso sus más fervientes admiradores, Business Cycles
es un libro mal escrito. Es demasiado largo y su uso de estadísticas es es­
caso. Fels (1964) realizó un valioso servicio proporcionándonos una edi­
ción abreviada mucho más inteligible, pero esto fue bastante más tarde,
y aun esta edición no es fácil de leer. Quizás el punto más importante fue
que Schumpeter no explicó satisfactoriamente por qué las principales in­
novaciones o conjuntos de innovaciones debían aparecer cada medio si­
glo aproximadamente. De hecho, la noción misma de las ondas o ciclos
largos estuvo muy desacreditada en los años 50 y 60, tanto en el Oeste
como en el Este.
El propio Kondratiev fue una de las víctimas de Stalin en Siberia,
pero antes de ello ya había sido objeto de serias críticas por parte de sus
oponentes marxistas ortodoxos, debido a sus técnicas estadísticas, supues­
tamente endebles, a problemas de las fechas que proponía para los pun­
tos de inflexión de los ciclos, a las inexactitudes y discrepancias de sus da­
tos, a que prestaba demasiada atención a los precios y a los tipos de in­
terés en lugar de a la producción, y a la carencia de una explicación teó­
rica satisfactoria de los ciclos largos compatible con la teoría marxista
(véase Barr, 1979). Algunas de estas críticas eran injustificadas y produc­
to de prejuicios. La idea de que el capitalismo pudiera disfrutar de un au­
ge renovado de crecimiento después de la depresión fue especialmente
mal acogida en la década de 1930. Sin embargo, una vez que estas ideas
se conocieron en Occidente recibieron unas críticas casi tan fuertes como
en el Este, sobre todo por parte de Garvy (1943) y Weinstock (1964).
Aunque la noción de las ondas largas tuvo sus defensores, tanto entre los
monetaristas como Dupriez (1947), como entre los marxistas como Man­
de! (1972 y 1980), la mayoría de los economistas o bien la rechazó o bien
la ignoró.
Sin embargo, durante la década de 1970 ha cambiado mucho la esce­
na, justificando el irónico comentario de Mandel (1981) en el sentido de
que se necesita una fase de depresión prolongada dentro de la onda larga
para obligar a muchos economistas a reconsiderar sus ideas y abrir su men­
te a las nuevas concepciones. En los últimos años se ha producido un no­
table resurgimiento del interés por las ondas largas. Este fenómeno ha si­
do más marcado en los Países Bajos y Bélgica, donde estas ideas siempre
tuvieron una mayor aceptación, pero es también visible en Alemania y
Francia, y en los Estados Unidos, e incluso han aparecido algunos signos
de renovado interés en la Europa del Este. El programa de investigación
Teoría schumpeteriana 45

de la Universidad de Amsterdam dirigido por van Roon (*) es un indicio


de este resurgimiento, así como lo fue la conferencia sobre las ondas lar­
gas celebrada en la Universidad de Bochum en 1980 (Petzina y van Roon,
1981).
En esta conferencia se analizaron mucho los aspectos estadísticos de
la teoría de las ondas largas. Esto no es sorprendente, ya que entre las
principales razones para rechazar la idea de la existencia de ondas largas
o ciclos largos, ya sea en su versión schumpeteriana o en cualquier otra,
se encontraban y se encuentran los problemas estadísticos que conlleva
cualquier intento de reconstruir las series económicas temporales de los
últimos doscientos años, o incluso de los últimos cien años. Incluso aun­
que pudiese hacerse, existen grandes problemas en la interpretación de
estas series en relación con la incidencia de acontecimientos fundamen­
tales como las dos guerras mundiales o la guerra civil de los Estados Uni­
dos. Existen otros problemas de naturaleza puramente estadística, así co­
mo la dificultad principal de construir generalizaciones a partir únicamen­
te de cuatro ciclos extendidos a lo largo de un período que fue testigo de
enormes cambios sociales y políticos, y en los que sólo unos pocos países
estuvieron involucrados en los primeros ciclos. Finalmente, muchos se
sienten incómodos con el implícito o explícito determinismo mecanicista
de algunas de las teorías de los ciclos largos y, en algunos casos, por su
supuesto de una periodicidad fija. Por estas razones, el trabajo de tres
economistas de Kiel — Glismann, Rodemer y Walter (1980)— es parti­
cularmente interesante. Al igual que en nuestro caso, su análisis se cen­
tra en las fluctuaciones de la producción y de la inversión a largo plazo,
más que en las fluctuaciones monetarias y de los precios^Su análisis con­
tiene una evidencia estadística bastante buena sobre los ciclos a largo pla­
zo del siglo pasado de algunos países.
En las figuras 2.1 (a) y 2.1 (b) hemos representado de nuevo parte
de la evidencia estadística recogida por Glismann, Rodemer y Walter, no
por países, sino del conjunto de los países incluidos en su análisis: Gran
Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Suecia y Estados Unidos en el caso
de la producción, y Gran Bretaña, Alemania, Italia, Suecia y los Estados
Unidos en el de la inversión (**), suponiendo que estos países pueden ser-

(*) Puede obtenerse información adicional del Prof. G. van Roon, Coordinating Di­
rector del Research Group on Long Term Fluctuations de la Universidad Libre de
Amsterdam. *
(**) Las cifras de Glismann, Rodemer y Walter sólo se remontan a 1830 en el caso de
Gran Bretaña. Para evitar la adición abrupta de las cifras de producción e investigación de al­
gunos otros países (que se remontan a 1850 en el caso de Alemania, a 1861 en el de Italia,
a 1861 en el de Suecia, a 1889 en el de Estados Unidos y a 1900 en el de Francia) a las
Fig. 2.1 (a). Ondas largas en la producción y la inversión totales: tasas de crecimiento (me­
dias móviles de tres y nueve años)
Fig. 2.1 (b). Ondas largas en la producción y la inversión totales: desviaciones con res­
pecto a la tendencia (medias móviles de tres y nueve años).
48 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

vir de aproximación de la producción e inversión totales mundiales. Co­


mo se argumentará en el capítulo 9, el fenómeno de las ondas largas es
en primer lugar, un fenómeno global «mundial». El patrón de crecimien­
to de la producción y de la inversión individual de cada país estará in­
fluido primeramente por el proceso general de intentar dar alcance al más
adelantado que parece haber caracterizado a la mayoría de los países ana­
lizados en el estudio de Kiel, a partir de la revolución industrial de Gran
Bretaña y la industrialización posterior del resto.
La figura 2.1 (a) presenta las medias móviles (de tres y nueve años)
de las tasas de crecimiento de la producción y la inversión del período
1830-1979 de la muestra total de países, mientras que la 2.1 (b) presenta
las medias móviles (tres y nueve años) de las desviaciones de la tendencia
de crecimiento de la misma muestra de países y del mismo período. El
grado en que las figuras 2.1 (a) y 2.1 (b) apoyan la existencia de ciclos
de largo plazo de una duración aproximada de cincuenta años es en gran
medida una cuestión puramente académica. Como señalamos antes, la
evidencia disponible —ciento cincuenta años— es totalmente insuficiente
y, por otra parte, hay factores externos —la primera y segunda guerras
mundiales en particular— que constituyen unas perturbaciones importan­
tes. Por lo tanto, hay poca duda de que el debate estadístico continuará
durante mucho tiempo.
Sin embargo, para apreciar la relevancia y la importancia de la ideas
de Schumpeter sobre las innovaciones tecnológicas y las fluctuaciones eco­
nómicas no es necesario de ningún modo aceptar la idea de los ciclos
como tal, y tampoco, ciertamente, la idea de una periodicidad fija. Van
der Zwan (1979) prefiere la idea de grandes crisis periódicas estructura­
les de ajuste, y Mensch (1975) nos habla de un modelo de «metamorfo­
sis». Casi todos los defensores de esta idea prefieren hablar actualmente
de «ondas largas» en lugar de «ciclos largos». Para los propósitos de este
libro únicamente es necesario aceptar la idea de van der Zwan sobre la
existencia de las grandes crisis periódicas estructurales de ajuste, que va­
rían un poco entre países en cuanto a su intensidad y su desarrollo tem­
poral, y seguidas de períodos bastante largos de expansión y prosperidad.

cifras inglesas aisladas, hemos estimado la producción y la inversión de cada país, a partir
de 1830 mediante una extrapolación hacia atrás de la tendencia exponencial de la produc­
ción y la inversión de cada país desde el primer año disponible hasta 1913. En el caso de
1914 a 1924 y 1920, hemos supuesto que las cifras de producción e inversión que faltaban
en el caso Alemania y Francia eran idénticas a las de 1924 y 1920. De 1942 a 1948 hemos
supuesto que las cifras de Alemania que faltaban eran idénticas a las de 1948. Todas las
cifras de producción y de inversión son reales, a precios y tipos de cambio de 1970.
Teoría schurapeteriana 49

En su momento estas grandes crisis se consideraban, en general, más in­


tensas que las depresiones ordinarias de los ciclos de corto y medio plazo
(ciclos de Juglar). El cambio de clima económico que se ha producido du­
rante la década de 1970 y comienzos de la de 1980 plantea obviamente la
cuestión de si existe alguna analogía, o de si pueden hacerse comparacio­
nes útiles, con los años treinta y, en particular, si las innovaciones tecno­
lógicas tienen algo que ver en todas estas cuestiones. Entre los intentos
más recientes de abordar todos estos problemas se cuentan los de Mensch
(1975) y van Duijn (1979).

2.3. Acumulación de capital, inversión y empleo

Sin embargo, antes de analizar el trabajo de estos autores en el capí­


tulo 3, es esencial situar la teoría de Schumpeter en el contexto de la
corriente más «tradicional» del análisis económico, en particular las teo­
rías del empleo, la inversión y el crecimiento. Ni Kondratiev ni Schum­
peter analizaron explícitamente la posibilidad de que una oleada de in­
novaciones pudiera producir en un primer momento un gran efecto ge­
nerador de nuevos empleos en términos netos, pero que más tarde pro­
dujera algunos efectos de desplazamiento del empleo bajo. Parece que
pensaban más en el clima general de la inversión y la acumulación y en
las fluctuaciones de este nivel general de inversiones. De esta forma, las
fases de expansión del ciclo de Kondratiev serían períodos en los que la
inversión era generalmente boyante debido a las nuevas oportunidades
rentables de inversión que se percibían. Los elevados niveles de desem­
pleo que aparecían durante las fases descendentes del ciclo de Kondra­
tiev serían el resultado de la pérdida de este ímpetu y de la deficiencia
general de la demanda asociada a los bajos niveles de inversión privada
y de rentabilidad, y no necesariamente un producto de ningún cambio de
la tasa de generación y desplazamiento del empleo asociada a un deter­
minado volumen de inversiones. Un elemento central en todas estas ex­
plicaciones de las ondas largas lo constituye, pues, el concepto de acu­
mulación de capital. En términos generales, si la mayoría de los econo­
mistas aceptan en nuestros días la posibilidad de que aparezcan algunas
tendencias cíclicas en el acontecer económico es, fundamentalmente, en
relación con el papel de la acumulación de capital (inversión) en el cre­
cimiento económico. Los llamados modelos del «multiplicador-acelera­
dor» (Samuelson, 1939), con su función de inversión inducida, son un
ejemplo típico de una conducta cíclica en la que los retrasos en los efec­
tos del multiplicador y del acelerador pueden convertirse en factores pri­
marios causantes de la sub o sobre-expansión cíclica del sector productor
de bienes de capital.
50 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

Existe un gran número de imperfecciones, retrasos y discontinuida­


des, envueltas en cualquier proceso de expansión del stock de capital. Es­
tas imperfecciones están relacionadas tanto con la llamada «demanda de
inversión», a corto plazo, como con la acumulación de capital, a largo
plazo.
Se supone generalmente que la demanda de inversión a corto plazo
es una función de las llamadas «expectativas» y del tipo de interés. Si la
demanda de inversión es muy elástica con respecto al tipo de interés (es
decir, responde rápidamente a las pequeñas modificaciones de éste, dado
un cierto nivel de expectativas), podría alcanzarse fácilmente una situa­
ción de equilibrio general con pleno empleo, dependiendo de la flexibi­
lidad de los precios y los salarios. El desempleo y la recesión podrían su­
perarse mediante simples medidas de política monetaria. Sin embargo,
hay muy poca evidencia en favor de una demanda de inversión muy elás­
tica con respecto al tipo de interés. Existe, más bien, una gran variedad
de opiniones con respecto a los determinantes de la demanda de inver­
sión, opiniones que van desde el elevado optimismo de los que creen que
la economía alcanzará un nivel autoestabilizador de demanda de inver­
sión compatible con el pleno empleo, con un control muy ligero de la ofer­
ta monetaria, hasta el gran pesimismo de los que señalan la gran volati­
lidad e impredicibilidad de la demanda de inversión y que muestran, por
tanto, una fuerte preferencia en favor de las medidas de política fiscal
(Cooper y Clark, 1982). En relación con la volatilidad de estas expecta­
tivas es siempre conveniente recordar el conocido pasaje de Keynes (1936,
págs. 161-62): 7

Quizá la mayor parte de nuestras decisiones de hacer algo positivo, cuyas con­
secuencias completas se irán presentando en muchos días futuros, sólo pueden
considerarse como resultado de la fogosidad de un resorte espontáneo que im­
pulsa a la acción de preferencia a la quietud, y no como consecuencia de un
promedio ponderado de los beneficios cuantitativos multiplicados por las pro­
babilidades cuantitativas. La «empresa» sólo pretende estar impulsada princi­
palmente por el contenido de su programa, por muy ingenuo o poco sincero
que pueda ser. Se basa en el cálculo exacto de los beneficios probables apenas
un poco más que una expedición al Polo Sur. De este modo, si la fogosidad se
enfría y el optimismo espontáneo vacila, dejando como única base de susten­
tación la esperanza matemática, la «empresa» se marchita y muere aunque el
temor de perder puede tener bases poco razonables como las tuvieron antes las
esperanzas de ganar...
Esto quiere decir, por desgracia, no sólo que se exagera la importancia de las
depresiones y los retrocesos, sino que la prosperidad económica depende excesi­
vamente del ambiente político y social que agrada al tipo medio del hombre de
negocios...
Teoría schumpeteriana 51

Al calcular las perspectivas de inversión debemos tener en cuenta, por tanto,


los nervios y la histeria, y aun la digestión o reacciones frente al estado del tiem­
po, de aquellos de cuya actividad espontánea depende principalmente.
El profundo conocimiento (a veces irónico) que tenía Keynes de las
sutilezas de la conducta de los inversores estaba basado en la experiencia
directa de toda una vida en la bolsa y en los mercados de materias pri­
mas. Algo que contrasta en gran medida no sólo con el dogmatismo sim­
plista de algunas prescripciones monetaristas contemporáneas, sino tam­
bién con el de alguno de su propios seguidores (que no es sino lo que él
habría esperado). Resumiendo su análisis de las expectativas a largo pla­
zo afirma (Keynes, 1936, pág. 164):

Sólo la experiencia, sin embargo, puede mostrar hasta qué punto la interven­
ción en el tipo de interés es capaz de estimular continuamente el volumen ade­
cuado de inversión.
Por mi parte, soy ahora un poco escéptico respecto al éxito de una política
puramente monetaria dirigida a influir en el tipo de interés. Espero ver al Esta­
do, que está en situación de poder calcular la eficiencia marginal de los bienes
de capital a largo plazo basándose en la conveniencia social general, asumir una
responsabilidad cada vez mayor en la organización directa de las inversiones, ya
que probablemente las fluctuaciones de estimación del mercado de la eficiencia
marginal de las diferentes clases de capital, calculadas en la forma descrita antes,
serán demasiado grandes para contrarrestarlas con alguna modificación factible
del tipo de interés.
Desgraciadamente, Keynes no investigó el papel de las innovaciones
como generadoras de una revitalización de la fogosidad empresarial (ani­
mal spirits) y como causantes de una mejora de las expectativas de ren­
tabilidad futura. Pero el efecto afrodisíaco de las nuevas oportunidades
de inversión basadas en un racimo de innovaciones dado, es totalmente
coherente con su enfoque general de las expectativas y de la conducta in­
versora. Su afirmación de que la inversión innovadora tiene casi tan poco
que ver con el cálculo matemático como una expedición al Polo Sur, no
invalida el punto anterior. Mientras que la pura fogosidad es la que a me­
nudo sostiene a los primeros pioneros de una nueva tecnología (como ve­
remos cuando entremos a analizar con más detalle el surgimiento de
nuevas industrias), el enjambre de imitadores viene empujado usual­
mente por el ejemplo de alguna o algunas operaciones excepcionalmen­
te rentables. Al igual que los que siguieron a la «Fiebre del Oro» en el
siglo XIX, muchos de ellos están condenados al fracaso, pero su con­
ducta «gregaria» dista de ser enteramente irracional, incluso aunque las
tendencias de la moda también jueguen un papel influyendo en su
conducta.
52 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

En opinión de Keynes, los efectos de esta volatilidad en las actitudes


y expectativas (cualesquiera que fueran las causas) llevaba a la exagera­
ción tanto de las expansiones como de las depresiones, y a grandes va­
riaciones de la tasa de acumulación de capital en el tiempo. Keynes, sin
embargo, estaba más interesado en el corto que en el largo plazo, y no
examinó realmente las consecuencias a largo plazo de estas fluctuaciones.
El proceso de acumulación de capital es afectado no sólo por los capri­
chos del comportamiento de la inversión, descritos por Keynes, sino tam­
bién , por una serie de rigideces que afectan al crecimiento del stock de
capital, como:
i) Rigideces debidas al retraso en la percepción de la necesidad de
nuevos bienes de capital, y al necesario desfase que transcurre hasta que
se puede encargar, diseñar y construir los nuevos bienes de capital;
ii) Rigideces debidas a la longevidad del capital;
iii) Rigideces relativas a las posibilidades de sustitución entre el ca­
pital y el trabajo.
Estas rigideces no sólo llevarán al desequilibrio, sino que pueden muy
bien terminar generando crisis cíclicas. La acumulación de capital a largo
plazo se encuentra, pues, en el núcleo de muchas de las teorías de las on­
das largas. La primera de estas rigideces puede llevar a una sub o sobre­
expansión del sector productor de bienes de capital; y es muy fácilmente
identificable con los modelos tradicionales del multiplicador-acelerador, y
con gran parte del trabajo de Forrester (1981) y del Grupo de Dinámica
de Sistemas del M.l.T. La importancia del segundo tipo de rigideces radica
en que plantea la posibilidad de que el gran volumen de inversión de un
período, al volverse en obsoleta al mismo tiempo, produzca una racha de
inversiones de renovación que puede repetirse periódicamente (el llamado
efecto «eco»). El propio Kondratiev sugirió originalmente esta posibilidad
como un posible mecanismo de generación de ondas largas. Sus efectos pue­
den haber tenido alguna relevancia en la recuperación económica de la pos­
guerra, con su tremendo volumen de renovación de equipo y de expansión
de la vivienda, el transporte público, las carreteras y otras obras públicas.
Existe la posibilidad asimismo de que, en algunos países, gran parte del ca­
pital fijo asociado a esa fuerte inversión de la posguerra tenga que ser reem­
plazado en el futuro en un período de tiempo bastante corto.
El tercer tipo de rigideces queda reflejado, en su forma más extrema,
en el supuesto de los «coeficientes de producción fijos» en que se basan,
por ejemplo, muchos de los llamados modelos de «generaciones». Mu­
chos de estos modelos suponen que las posibilidades de sustitución entre
el capital y el trabajo quedan reducidas a las decisiones de inversión ex ante
Teoría schumpeteriana 53

(putty: masilla), mientras que ex post, la posibilidad de sustitución desa­


parece (clay: arcilla) (es decir, cualquier unidad de trabajo que se añada
al stock existente de capital será totalmente improductiva, es decir su pro­
ductividad marginal será cero). En otras palabras, suponemos que el em­
presario se enfrenta a una serie de posibilidades de inversión (las últimas
generaciones) definidas por su relación inversión-trabajo. Una vez que se
toma la decisión y se instala la inversión, los cambios del precio de los
factores (por ejemplo, un alza de los salarios) no permiten variar el con­
tenido en factores de producción de la inversión. La única opción abierta
es la de desmantelar prematuramente la inversión. Aunque esta tercera
rigidez no tiene por qué llevar necesariamente a un patrón cíclico —aun­
que tal patrón puede existir (Clark, 1980)—, muestra claramente el cru­
cial papel del cambio tecnológico y de las «expectativas» sobre los pre­
cios de los factores (por ejemplo, sobre los futuros acuerdos salariales).
No es de sorprender, pues, que la mayoría de estos modelos de genera­
ciones hayan llegado a la conclusión de que la creciente participación del
trabajo en la producción ha llevado a una reducción de la vida del stock
de capital (véase, por ejemplo, Vandoorne y Meeusen, 1978), y el con­
siguiente declive del nivel de empleo. Analizaremos en los capítulos 8 y
10 la posibilidad de que los bajos niveles de inversión recientes puedan
desembocar en un desempleo generado por la escasez de capital.
Como una vez que se inicie la expansión, de la producción habrá que­
dado claro después de nuestro último análisis, el cambio tecnológico jue­
ga un papel crucial al generar algunas de estas rigideces, retrasos o dis­
continuidades. En términos de la demanda de inversión a^corto plazo, la
nueva tecnología debería mejorar normalmente las expectativas (es de­
cir, debería producir normalmente un efecto neto de generación de em­
pleo). Sin embargo, los cambios de la estructura de la demanda de inver­
sión debidos a las nuevas tecnologías pueden elevar el precio de los nue­
vos bienes de capital o del software asociado a ellos, que puede neutra­
lizar en parte esta mejora de las expectativas. La acumulación de capital
a largo plazo, por otro lado, puede producir tanto efectos de desplaza­
miento como de generación de empleo (tal y como subrayó Neisser, 1942).
Ello dependerá fundamentalmente de la naturaleza de la inversión (ex­
pansión o racionalización), de los precios relativos de los factores y de su
tendencia esperada.
El mercado de trabajo, como en el caso del stock de capital, también
tiene rigideces que impiden una inmediata adaptación a los cambios de
la estructura industrial, resultantes de factores como el cambio tecnoló­
gico o las modificaciones de los patrones de demanda. Existen claramen-
54 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

te poderosas razones, sociales y culturales, que explican muchas de estas


rigideces de la mano de obra. La inseguridad en el empleo o la movilidad
geográfica tienen un coste social. En los momentos de un cambio tecno­
lógico rápido, las variaciones de la demanda de ciertas cualificaciones (cu­
ya oferta es pequeña o inelástica), generarán asimismo estrangulamien-
tos. Si, además, para cuando los programas de reciclaje y cualificación de
la mano de obra hayan elevado la oferta de estas cualificaciones escasas,
el cambio tecnológico ha modificado de nuevo la estructura de la deman­
da, el resultado final bien podría ser la existencia de numerosos desequi­
librios en el mercado de trabajo. Estos desequilibrios pueden ser aún más
exacerbados por la rigidez de las diferencias salariales y por una rigidez
más general de las tarifas salariales, producto en parte de factores insti­
tucionales en el proceso de negociación colectiva, y de retrasos en la adap­
tación de las conductas negociadoras al cambio de las circunstancias.

2.4. Equilibrio y cambio estructural

Las explicaciones más o menos «tradicionales» del desarrollo econó­


mico tienden a dar por supuesto que existe algún tipo de senda de creci­
miento de equilibrio general. Hemos enumerado una serie de factores: re­
trasos en la adaptación del stock de capital; expectativas indeterminadas;
demanda de inversión inelástica con respecto al tipo de interés; sustitui-
bilidad entre los factores limitada, etc., que, combinados con las rigide­
ces de los precios y los salarios, pueden llevar a un alejamiento sostenido
de este equilibrio. Hemos insistido asimismo en el papel del cambio tec­
nológico como generador de alejamientos adicionales de esta senda de
equilibrio. La mayor parte de este debate (en particular, el sesgo intro­
ducido por el cambio tecnológico) constituye actualmente una parte cen­
tral de los libros de texto sobre crecimiento económico. Sin embargo, la
forma en que se plantea la mayoría de estas cuestiones (es decir, en tér­
minos del equilibrio general) las hacen muy poco útiles a la hora de ex­
plicar las grandes fluctuaciones, ya que se supone, implícitamente, que
los alejamientos de la senda de equilibrio se deben simplemente a imper­
fecciones fricciónales de corta duración. Algunos conceptos como los de
senda de crecimiento equilibrado, equilibrio general dinámico de pleno
empleo, tasa constante de progreso tecnológico «neutral en el sentido de
Harrod», aunque útiles desde un punto de vista teórico, parecen oscure­
cer más que clarificar en un determinado momento las interacciones rea­
les del crecimiento, el cambio tecnológico y el empleo.
Aquí es donde se encuentra, en nuestra opinión, la principal contri­
bución de Schumpeter. En el marco analítico de Schumpeter, el desequi-
librio, es decir, la competencia dinámica entre empreSBTÍOS,/ffl f)
Teoría schumpeteriana 55

do de competencia «imperfecta») fundamentalmente en términos de in­


novaciones industriales, constituye la base del desarrollo económico. De
esta manera , el énfasis aparece en el lado de la oferta, es decir, en la
inversión autónoma, y no «en la demanda de inversiones inducida por el
acelerador o el proceso multiplicador (empujón de la demanda) como
fuerza motriz del desarrollo económico» (Giersch, 1979, pág. 630). En
un marco de esta naturaleza se contempla el desarrollo económico fun­
damentalmente como un proceso de reasignación de los recursos entre las
industrias. Este proceso provoca automáticamente cambios estructurales
y desequilibrios, aunque sólo sea por la existencia de una distinta tasa de
cambio tecnológico desigual en cada industria (véase el capítulo 7). En
otras palabras, el crecimiento económico no sólo va acompañado de la
rápida expansión de nuevas industrias, sino que también depende funda­
mentalmente de esta expansión. No es difícil ver cómo ésta puede pro­
vocar las crisis.
En primer lugar, y tal como subrayaron Kuznets (1930 y 1945), Burns
(1934) y una gran parte de la primera literatura sobre marketing, y la teo­
ría del ciclo de la vida del producto en el comercio internacional más tar­
de, no hay nada uniforme en la expansión de las industrias o los produc­
tos. Antes al contrario parece más plausible postular algún tipo de ex­
pansión «cíclica», en el que las fases de rápido crecimiento, saturación y
declive serían los ingredientes más obvios. En segundo lugar, tal y como
ha señalado van der Zwan (1979, pág. 23):
El hecho de que las industrias situadas fuera del grupo de las modernas y que
progresan, queden retrasadas con respecto a la tendencia de las mejoras econó­
micas, conduce a un aumento de los precios en estos sectores «atrasados». Una
consecuencia directa de ello es que el sector que progresa se enfrenta a unos cos­
tes crecientes de sus factores, lo que le deja con una demanda adicional en lo que
respecta a la productividad. Una consecuencia indirecta del aumento relativo de
los precios en el sector «atrasado» es su influencia negativa en el poder adquisi­
tivo de la economía en su conjunto: esto dificulta la expansión del sector progre­
sivo por el lado de la demanda.
En otras palabras, debido a las diferencias de productividad entre las
distintas industrias, los sectores de crecimiento más rápido de la econo­
mía se encontrarán con problemas de demanda, con lo que su expansión
se verá dificultada y retrasada en algunas etapas de su crecimiento. En
tercer lugar, en la medida en que el progreso tecnológico sea sesgado en
cuanto al tamaño, y en que pueda existir una tendencia en los sectores
de crecimiento más rápido a sobreestimar la demanda, puede existir asi­
mismo, finalmente, una tendencia a la sobreproducción y al exceso de ca­
pacidad en lo sectores modernos de la economía. En el capítulo 7 reco­
geremos el análisis de estas diferencias de productividad entre las indus-
56 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

trias y el problema de la «saturación» de la demanda de los consumidores


con respecto a determinadas mercancías. Como ha afirmado Pasinetti
(1981), la expansión de la demanda de consumo no es un proceso suave
y continuo.
Dentro de un marco schumpeteriano, el resultado lógico del desarro­
llo económico es la aparición de desequilibrios estructurales «de ajuste».
En los capítulos siguientes analizaremos las vías a través de las cuales es­
tos desequilibrios pueden conducir a las «ondas largas», y cuál puede ser
el papel de las innovaciones tecnológicas en la creación o ampliación de
estas ondas.
De lo que llevamos dicho hasta ahora es evidente que consideramos
que existen buenas razones para contemplar el cambio tecnológico como
uno de los principales factores involucrados en las distintas crisis estruc­
turales que han afectado al crecimiento de la economía mundial en los
dos últimos siglos, especialmente en cuanto al nivel de empleo. No de­
fendemos, sin embargo, la teoría de que un único factor ha sido la causa,
ni la idea de una repetición regular, con una periodicidad fija, de un pa­
trón cíclico de desarrollo invariable. Por el contrario, no sólo estamos de
acuerdo con Schumpeter cuando insiste en el papel central del cambio tec­
nológico en la dinámica del desarrollo capitalista, sino que compartimos
también sus opiniones, tan claramente expresadas, al comienzo de su aná­
lisis en Business Cycles (véase Fels, 1964, págs. 11-12) en el sentido de
que:
...la cuestión de la causalidad es la fundamental... Ahora bien, si planteamos es­
ta cuestión en términos muy generales, con relación a todas las fluctuaciones, cri­
sis, auges, depresiones que han sido observadas, la única respuesta que obtendre­
mos es que no existe una única causa o elemento fundamental que explique todas
ellas. Tampoco existirá ningún conjunto de causas que las explique todas igual­
mente bien, porque cada una representa una historia individual, nunca igual a nin­
guna otra, ni por la forma en que se produce, ni por las características que pre­
senta. Para acercarnos a las causas de cada una debemos analizar sus hechos y
sus antecedentes. Podemos estar seguros de que cualquier respuesta que se base
en una causa única es errónea.
Al insistir sobre la importancia de las características específicas de
cada perturbación del sistema, Schumpeter difería de la mayor parte de
la teoría keynesiana y de gran parte de las demás teorías macroeconómi-
cas de la crisis, que despreciaban alegremente los desarrollos tecnológi­
cos observados, y los cambios reales de la estructura de la industria y los
servicios. Su enfoque, al igual que el de Marx y Kuznets, era histórico y
evolutivo, y siempre fue consciente de los peligros y limitaciones de los
modelos y generalizaciones abstractas. Consideraba que la investigación
Teoría schumpeteriana 57

sobre los «ciclos económicos» era una tarea que tenía que apoyarse en la
historia de las empresas, en las revistas técnicas, en los estudios sobre pro­
ductos y ramas industriales específicas, y llamó repetidamente la atención
sobre lo engañosas que podían ser las estadísticas agregadas, ya que, fre­
cuentemente, escondían más que revelaban los procesos de cambio
subyacentes.
Justificaba su opinión de que la innovación técnológica «se parecía
más a una serie de explosiones que a una transformación suave aunque
incesante» en tres terrenos. Primero, sostenía que las innovaciones «en
un momento cualquiera no se encuentran distribuidas por todo el sistema
económico al azar, sino que tienden a concentrarse en ciertos sectores y
sus alrededores» y que, en consecuencia, son «discontinuas, desequilibra­
das y no armónicas por naturaleza». Segundo, sostenía que el proceso de
difusión era inherentemente muy irregular, ya que «las innovaciones no
son acontecimientos aislados, y no aparecen distribuidas regularmente a
lo largo del tiempo...; al contrario, tienden a agruparse, a aparecer en ra­
cimos, simplemente porque, cuando se produce una innovación que tiene
éxito, primero algunas empresas, y luego la mayoría, la adoptan». Ter­
cero, mantenía que estas dos características del proceso de innovación su­
ponían que las perturbaciones que engendraban podían ser suficientes pa­
ra «perturbar el sistema existente y obligar a un proceso de adaptación
distinto» (véase Fels, 1964, págs. 75-7).
Casi nadie negará la verdad de la primera afirmación de Schumpeter.
Viene confirmada por un gran volumen de investigaciones empíricas so­
bre la distribución irregular de la investigación y el desarrolló (IH- D),
las patentes, los inventos y las innovaciones, entre las distintas ramas de
la economía. Son obvias y bien conocidas las diferencias existentes en las
tasas de crecimiento de las distintas ramas de la producción, así como el
hecho de que algunas industrias declinan mientras otras crecen rápida­
mente. Es más, también es algo universalmente aceptado el hecho de que
muchos de estos cambios estructurales son el resultado de la innovación
tecnológica. Un caso obvio es el declive del transporte por canales y a ca­
ballo y el auge del ferrocarril, seguido del auge del motor de combustión
interna y el declive de los ferrocarriles. Otro caso obvio y relacionado
con el anterior es el de los cambios de la estructura de producción y dis­
tribución de la energía. Nadie negaría que los cambios sociales y econó­
micos resultantes de estos considerables procesos de innovación tecnoló­
gica eran en sí mismos suficientes para plantear problemas de adaptación
estructural, especialmente en aquellos países que ya tenían un gran stock
de capital y una reserva de mano de obra cualificada dedicados a la ex­
plotación de los viejos sistemas tecnológicos.
58 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

Disponemos actualmente de una evidencia mucho más extensa que


muestra que \as dtfereucras eutre las tasas de crecimiento de fa produc­
ción y la productividad han estado sistemáticamente relacionadas con la
intensidad en I + D y con los patrones del cambio tecnológico (Terleckyj,
1974). Las industrias intensivas en 1 + D son las que han tenido elevadas
tasas de crecimiento en el siglo XX, siendo la mayoría de ellas inexisten­
tes con anterioridad: electrónica, aeronáutica, química, instrumentos
científicos, productos sintéticos (Freeman, 1974). En estas industrias eran
comunes tasas de crecimiento del 15 por 100 anual durante largos perío­
dos de tiempo. De nuevo, es bastante obvio que estas elevadas tasas de
crecimiento estaban relacionadas con un flujo muy superior de innova­
ciones tecnológicas, tanto en nuevos productos como en nuevos procesos
productivos, y con un elevado ritmo de difusión de esta innovación por
toda la economía mundial. En los últimos treinta años se ha producido
una concentración muy alta de los gastos en I + D en la electrónica y los
productos químicos en casi todos los países de la OCDE.
En el otro extremo del espectro se encuentran aquellas industrias en
declive o con tasas de crecimiento relativamente bajas. Estas se caracte­
rizan frecuentemente por una baja intensidad en I + D (a veces cero) y
una baja tasa de cambio tecnológico. Cuando aparece la innovación tec­
nológica, como por ejemplo en la industria textil o en la imprenta, se de­
be más a menudo al empuje de los proveedores de maquinaria y materias
primas que a los esfuerzos de la industria misma. La existencia de una
correlación estadística entre los indicadores del cambio tecnológico y el
crecimiento de una industria o grupo de productos no significa necesaria­
mente, por supuesto, que la innovación tecnológica sea la causante del
crecimiento. La inversa puede ser verdad, o ambas pueden ser causadas
por algún otro factor, como la calidad del empresariado o la demanda de
mercado. Schumpeter subrayó la importancia de la capacidad empresa­
rial y de los inventos autónomos, pero Schmookler (1966) puso el énfasis
principalmente en la demanda de mercado.

2.5. ¿Schumpeter o Schmookler?

Sin embargo, si el único problema fuera el de la demanda de merca­


do podríamos considerar entonces la innovación tecnológica como un fe­
nómeno secundario y que podría darse por sentado, ya que simplemente
respondería a la gestión de la demanda. No sería un motor de crecimien­
to semiautónomo: formaría parte del proceso de ajuste a los cambiantes
patrones de la demanda. La teoría de Schmookler se ha interpretado a
Teoría schumpeteriana 59

veces de esta forma. Las fluctuaciones de la inversión irían seguidas de


fluctuaciones en los inventos. En los capítulos 5 y 6 presentaremos algu­
na evidencia que sugiere que una teoría de la innovación y los inventos
puramente condicionados por la demanda no se corresponde con los acon­
tecimientos históricos en el caso de las dos tecnologías que analizaremos.
La teoría de Schumpeter de que existe un empuje autónomo por el lado
de la oferta, producto de los avances de la ciencia y de los inventos, y
materializado a través de una actividad empresarial imaginativa, parece
adecuarse bastante mejor a los hechos. Una vez que se ha producido una
innovación importante, sin embargo, puede aparecer un patrón de inno­
vaciones e inventos secundarios generados por el lado de la demanda, a
lo largo de muchas décadas, y que otorgan una aparente credibilidad al
tipo de «análisis de Schmookler».
Dosi (1982) ha sugerido un interesante paralelo entre los paradigmas
tecnológicos y la teoría de Kuhn de los paradigmas científicos. Una nue­
va tecnología importante sería comparable a un nuevo paradigma en la
ciencia; a medida que la tecnología despega, el resultado de las posibili­
dades de una «trayectoria natural» (comparable a la ciencia normal en la
teoría de Kuhn) es su mayor articulación, muy influida por el entorno de
selección del mercado. El cambio tecnológico es tanto un motor como un
termostato, pero la función de termostato tiende a predominar a medida
que madura la tecnología.
Podría sostenerse que es una simplificación excesiva e ilegítima con­
siderar el trabajo de Schmookler (1966) como un ejemplo de teoría de
los inventos y las innovaciones generados por el lado de la demanda. El
mismo, en la primera parte de su libro hace un esfuerzo considerable pa­
ra subrayar el hecho de que la ciencia básica puede tener una influencia
importante e independiente y, a diferencia de Hessen (1931), no sostiene
que la ciencia básica también esté generada por la demanda. Por el con­
trario, utiliza la metáfora de las dos hojas de una tijera para describir el
proceso de cambio tecnológico, siendo una de ellas los descubrimientos
científicos y la otra los cambios del estado de la demanda de mercado.
En la práctica, sin embargo, se concentra casi enteramente en la «hoja»
de la demanda, y aunque presta alguna atención a la diferencia entre las
patentes importantes y las secundarias, a la postre minimiza su relevancia.
A pesar de su salvedad inicial, el mensaje más importante que parece
surgir del trabajo de Schmookler es el del liderazgo de la demanda sobre
los inventos, como es evidente en sus propias conclusiones:
La posibilidad de que los resultados finales reflejen el efecto de los inventos
en el campo de los bienes de capital en las ventas de bienes de capital, es muy
improbable. En las comparaciones basadas en series temporales, los puntos de in-
Fig. 2.2. Representación esquemática del modelo de Schmookler en el que los inventos
son generados por la demanda.
---- La dem anda se atiende utilizando la planta existente
Teoría schumpeteriana 61

flexión de la tendencia tienden a aparecer en las ventas antes que en las patentes,
y en las oscilaciones a largo plazo los puntos de las ventas preceden generalmente
a los de las patentes. Es más, tanto la tendencia como las oscilaciones a largo pla­
zo de la inversión en las industrias examinadas se pueden explicar adecuadamen­
te mediante otros factores... El hecho de que los inventos aparezcan normalmen­
te porque los hombres quieren resolver problemas económicos o capitalizar las
oportunidades económicas es de una importancia fundamental para la teoría eco­
nómica. Hasta ahora, muchos economistas han considerado los inventos —y en
general el cambio tecnológico— como una variable exógena y algunos la conside­
ran incluso como una variable autónoma... Estas opiniones, en la medida en que
eran de fondo y no eran producto de la mera conveniencia metodológica, ya no
son defendibles...; la producción de inventos, y de gran parte del conocimiento
tecnológico, rutinaria o no... es en la mayoría de los casos tan actividad econó­
mica como lo pueda ser la producción de pan (1966, págs. 204-8).
La figura 2.2 nos ofrece una representación esquemática de la teoría
de Schmookler. En un primer momento, un pequeño incremento de la
demanda puede ser atendido mediante un aumento de la producción con
la capacidad de planta existente (Ruta 1) o, con un retraso temporal, me­
diante una expansión de la capacidad utilizando la tecnología existente
(Ruta 2). Lo más normal, sin embargo, es que, dada una fuerte deman­
da, la nueva inversión genere un aumento de las actividades de invención
tanto en el interior de las empresas existentes como fuera de ellas (Ruta
3). La expansión de la inversión generará un aumento del ritmo de la in­
vención y del número de patentes. Los esfuerzos para mejorar el ritmo
de los inventos y para apropiarse monopolístamente de sus resultados lle­
varon, en una escala muy pequeña en el siglo XIX pero de forma mucho
más generalizada en el XX, al crecimiento de laboratorios de I + D y
otros equipos técnicos financiados («cautivos») por las propias compañías
(Ruta 4): los nuevos inventos y mejoras quedarían incorporados a las ins­
talaciones productivas existentes, o nuevas, y a nuevos y mejores produc­
tos para atender la mayor demanda. Las caídas cíclicas de la demanda lle­
varían a la correspondiente reducción de las actividades de invención y
demás actividades de I + D.
Schmookler logró demostrar la existencia de un elevado sincronismo
en los movimientos de sus series a largo plazo, relativas a las ventas de
bienes de capital (o inversión) y a los inventos patentados en el mismo
campo, especialmente en relación coa los ciclos largos (de Kuznets) (*).

(*) Los análisis históricos de la economía norteamericana se han basado a menudo


en los ciclos largos identificados por Kuznets. y que este autor asoció a las tendencias a lar­
go plazo del sector de la construcción.
exógenos
V ciencia
Inventos
Fig. 2.3. Representación esquemática del Modelo I de Schumpeter relativo a la innova­
ción empresarial.
Teoría schumpeteriana
Fig. 2.4. Representación esquemática del Modelo II de Schumpeter relativo a la innova­
ción organizada en las grandes empresas.

O '
u>
64 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

Tuvo menos éxito, sin embargo, a la hora de demostrar la existencia de


algún retraso temporal uniforme entre las dos series, ya que, como él mis­
mo admitió francamente, en algunos casos existían ocasiones en las que
las patentes parecían llevar la delantera sobre las inversiones, así como
casos (aunque con una frecuencia ligeramente menor) en los que la in­
versión llevaba la delantera a las patentes. Basaba, pues, su argumenta­
ción, no en la existencia de un adelanto uniforme de las series de ventas
e inversión, sino en el argumento de que normalmente la inversión era
el impulso para salir de la depresión, y en la opinión de que los movi­
mientos de las series de inversión podían atribuirse mejor a acontecimien­
tos externos, no relacionados con la evolución de los inventos.
En el capítulo 5 concluiremos que la evidencia que proporciona la in­
dustria del plástico, sea descriptiva o estadística, no apoya ni el modelo
determinista de los inventos generados por la demanda, ni la idea de una
ciencia dirigida por la tecnología. Tampoco apoyaría la teoría de un puro
«empuje de los descubrimientos» o de los inventos, que no tiene en cuen­
ta las influencias recíprocas del crecimiento de la demanda, de las fluc­
tuaciones de la actividad económica y de las presiones competitivas. Pero
sería compatible con una teoría como la de Schumpeter que postulaba
una relación estrechamente interdependiente pero variable, que se des­
plazaba a lo largo del tiempo, al ir madurando la industria. La ciencia y
la nueva tecnología exógenas tienden a dominar en las primeras etapas,
mientras que la demanda tiende a imponerse a medida que la industria
termina por establecerse. Es importante a todo lo largo el proceso de «em­
parejamiento» que se produce entre la nueva tecnología y los nuevos mer­
cados, conducido por empresarios imaginativos.
Sin embargo, como Almarin Phillips (1971) ha señalado persuasiva­
mente, no existe sólo un modelo de Schumpeter, sino dos. El primero es
el que ya desarrolló el joven Schumpeter con anterioridad a la segunda
guerra mundial, expuesto en su Theory of Economía Developement
(1912). El segundo es el que presenta en su libro posterior, Capitalism,
Socialism and Democracy (1943) (Capitalismo, Socialismo y Democracia).
Las figuras 2.3 y 2.4 son representaciones esquemáticas de estos dos mo­
delos a los que llamaremos Modelo I y Modelo II. Están basadas esen­
cialmente, con pequeñas modificaciones, en los diagramas utilizados por
Phillips (1971). Podríamos resumir el patrón postulado por el Modelo I
de Schumpeter, ilustrado en la figura 2.3, de la siguiente forma:
i) Existe un flujo (discontinuo) de inventos básicos relacionados de
una forma no especificada con los nuevos desarrollos de la ciencia. Son
en gran medida exógenos a las empresas y a las estructuras de mercado
existentes aunque, ciertamente, pueden estar influidos por la creencia en
Teoría schumpeteriana 65

la existencia de una demanda potencial, o por la idea de una necesidad


no atendida, o por la escasez de los productos existentes.
ii) Un grupo de empresarios (responsables en opinión de Schumpe-
ter del impulso dinámico principal en las economías capitalistas) se dan
cuenta del potencial futuro de estos inventos y están dispuestos a arries­
garse innovando y desarrollándolos. Sólo los empresarios excepcionales,
y no el capitalista medio, emprenderán esta arriesgada actividad.
iii) Una vez que se produjera una innovación radical, desequilibra­
ría las estructuras de mercado existentes y recompensaría al innovador
que ha tenido éxito, con un crecimiento excepcional y unos beneficios
temporales de monopolio. Sin embargo, este monopolio irá siendo recor­
tado progresivamente con el tiempo, hasta desaparecer, por la entrada
de un enjambre de innovadores secundarios que dan lugar al fenómeno
cíclico ya descrito.
Las principales diferencias entre los Modelos I y II de Schumpeter es­
triban en la incorporación de actividades científicas y técnicas endógenas
llevadas a cabo por las grandes empresas. Schumpeter no disponía de es­
tadísticas de gastos en I + D en la industria, ya que sólo con posteriori­
dad a la segunda guerra mundial han comenzado a recogerse sistemáti­
camente. Sin embargo, era sin duda consciente del rápido crecimiento de
estas actividades entre las dos guerras y de la medida en que la actividad
innovadora estaba siendo institucionalizada, en términos generales, en el
interior de las grandes compañías. Estaba tan impresionado, de hecho,
por estas tendencias, que previo la completa sustitución final del empre­
sario innovador por un tipo de innovación «burocratizada». £ n un artí­
culo publicado ya en 1928 había anunciado realmente este cambio de én­
fasis en su teoría. En su Capitalismo, Socialismo y Democracia (1943) fue
incluso más lejos, considerando esta tendencia como la fuerza principal
que llevaría en última instancia a la desaparición del capitalismo mismo.
En el Modelo II de Schumpeter (figura 2.4) existe, pues, una fuerte
retroalimentación positiva, que va desde una innovación con éxito a unas
mayores actividades de I + D y que pone en marcha un círculo «virtuo­
so» que se autorrefuerza y que conduce a renovados impulsos hacia una
mayor concentración del mercado. Schumpeter considera ahora que las
actividades inventoras se encuentran cada vez más bajo el control de las
grandes empresas y que ello refuerza la posición competitiva. Este «aco­
plamiento» entre la ciencia, la tecnología, la inversión innovadora y el
mercado, que antes fue vago y estaba sujeto a grandes retrasos tempora­
les, es ahora mucho más íntimo y continuo.
Aunque algunos economistas han considerado los modelos de Schum­
peter como dos visiones del mundo esencialmente conflictivas, nosotros pre­
66 Christopher Freeman, John Clark y Luc Soete

ferimos considerarlos complementarios, ya que reflejan no tanto un análisis


diferente, como un mundo diferente objeto del análisis. El Modelo I estaba
basado en la historia del siglo XIX, tal y como era contemplada en los pri­
meros años del XX. El Modelo II se basaba en lo que había ido ocurriendo
durante la primera guerra mundial y el período de entreguerras.
Aunque nuestra evidencia parece apoyar el modelo de Schumpeter (y
a los teóricos que como Phillips, Rosenberg y Nelson han seguido en gran
medida esta tradición), existe una importante línea de investigación y de
argumentación que podría parecer que refuta el Modelo II, al tiempo que
continúa reivindicando el I. El argumento consiste simplemente en afir­
mar que las grandes empresas tienden a dormirse en sus laureles de mo­
nopolio, a estancarse y a ser menos innovadoras, proporcionando conti­
nuamente de esta forma nuevas oportunidades a las pequeñas empresas
innovadoras para debilitar a las grandes empresas monopolistas, a pesar
del volumen de su I + D y demás recursos tecnológicos.
Las pequeñas empresas pueden haber sido excepcionalmente impor­
tantes, especialmente en el nacimiento de nuevas industrias. En la déca­
da de 1950 era frecuente escuchar el argumento de que el proceso de con­
centración industrial se había hecho más lento o había cesado, y que las
grandes empresas tendían a ser relativamente menos intensivas en I + D
que las pequeñas o medianas. Scherer (1965) y Hamberg (1966) en par­
ticular sostenían, a partir de la evidencia estadística entonces disponible,
que no existía ninguna asociación entre el tamaño de la empresa y el vo­
lumen relativo de actividades de investigación e invención o que, si exis­
tía tal asociación, lo era en el sentido de que los esfuerzos de I + D ten­
dían a reducirse en las empresas mayores.
Se ha exagerado, sin embargo, la importancia de este argumento.
Apenas se discute la evidencia de que se ha producido una concentración
industrial creciente en las décadas de 1960 y 1970, pero a menudo se ol­
vida la explicación de Schumpeter (Modelo II) o se refuta normalmente
basándose en el trabajo de Sherer. Esta opinión se basaba en gran me­
dida en las estadísticas de los años cincuenta, que eran insatisfactorias y
no proporcionaban una tendencia temporal. En un reciente artículo so­
bre este tema, Soete (1979 a) mostraba que el Modelo II de Schumpeter
era en gran medida válido, utilizando las estadísticas de la National Scien­
ce Foundation, sobre la década de 1970, y otras fuentes norteamericanas.
En la mayoría de las ramas de la industria de los Estados Unidos, inclui­
dos los productos químicos, las grandes empresas eran las más intensivas
en I + D. Otro estudio llevado a cabo en el Reino Unido para el Bolton
Committee (Freeman, 1971) mostraba que en las grandes empresas se ori­
ginó un porcentaje desproporcionadamente grande de las innovaciones
Teoría schumpeteriana 67

británicas de la posguerra, y que en muchas industrias prácticamente nin­


guna innovación significativa surgió en las pequeñas empresas (véase
Townsend et al., 1981).
Una tendencia general a largo plazo hacia la concentración de las in­
novaciones en las grandes empresas es totalmente compatible con la po­
sibilidad de que las fases cíclicas de expansión a largo plazo vayan aso­
ciadas a un resurgimiento de la innovación en las pequeñas empresas, co­
mo las del Modelo I, y, como veremos en el capítulo 6, el patrón de la
industria de la electrónica y de instrumentos científicos proporciona evi­
dencia adicional sobre esta cuestión. En el Capítulo 7 presentamos evi­
dencia tanto sobre la tendencia a largo plazo hacia la concentración de la
producción y de las ventas, como sobre el resurgir de pequeñas empresas
innovadoras de rápido crecimiento en tecnologías nuevas, tales como el
procesamiento de información y los pequeños ordenadores.
Como es obvio, estos modelos de Schumpeter presentan una visión
sobre los determinantes del cambio tecnológico y el desarrollo económi­
co bastante diferente de la de Schmookler. Es importante anotar, sin em­
bargo, que de acuerdo con el análisis estadístico de Schmookler, los re­
sultados pueden parecer a veces los mismos. Como no se distingue ade­
cuadamente en el método de Schmookler entre los inventos radicales ori­
ginales y todas las innovaciones e inventos subsiguientes, basándose úni­
camente en un recuento del número de patentes, siempre se producirán
muchos más inventos y patentes por parte del «enjambre» de innovado­
res secundarios que por parte de los inventores e innovadores radicales
originales. Es más, éstos a menudo pueden tender a seguir ál’ auge o al
declive de la inversión y la producción más que a precederlos. Así pues,
el modelo de Schumpeter no es necesariamente incompatible con las es­
tadísticas de Schmookler. Su validez sólo se puede contrastar mediante
un enfoque de tipo narrativo y descriptivo como el que hemos intentado
llevar a cabo en nuestra discusión y análisis detallado de casos en los ca­
pítulos 5 y 6, así como mediante un análisis estadístico que intente sepa­
rar los inventos e innovaciones básicos del resto. En el capítulo 3 desarro­
llaremos esta argumentación en relación con los inventos e innovaciones
en términos generales. Debemos distinguir los motores de los termostatos.

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