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MADUREZ Y EDUCACIÓN SEXUAL

VICTOR GARCIA HOZ

SUMARIO

1. Hablar de temas sexuales


2. El proceso de maduración sexual
3. Etica sexual
4. Educación sexual: inteligencia y voluntad
5. Un concepto sesgado de educación sexual: la información obsesiva
6. Finalidades de la educación sexual
7. Situación y ambiente
8. La responsabilidad de la educación sexual
9. La enseñanza
10. Las preguntas de los niños. Verdad y educación
11. Lucha ascética personal
12. El pudor
13. Medios sobrenaturales
14. Síntesis

1. Hablar de temas sexuales


Hasta hace no muchos años, mencionar en una conversación corriente algo relacionado con la se-
xualidad era incompatible con la «buena educación». Hoy, tras uno de esos movimientos pendulares
que de cuando en cuando se dan en la vida humana, parece que no hubiera otra preocupación que la
de la vida sexual. Trasladada esta actitud al campo educativo, produce la impresión de que para
algunos sólo la educación sexual tiene importancia.
Como ocurre en tantos casos, en la raíz de casi todas las desviaciones de la llamada educación se-
xual, hay una confusión doctrinal que es necesario deshacer.
Tal vez las ideas falsas más corrientemente difundidas se podían reducir a cuatro:
a) Considerar la tendencia sexual como un impulso inocente en cuya satisfacción estaría la felicidad
del hombre. La satisfacción del impulso sexual es una fuente de placer físico, que se encuentra en
una especial clase de retozo por el cual no hay que preocuparse.
b) Entender que la tendencia sexual es un impulso puramente natural que no tiene nada de mis-
terioso ni complicado en su origen, pero que ha venido siendo reprimido constantemente por «su-
persticiones religiosas», por coacciones legales y tabúes convencionales que son quienes han creado
una atmósfera de temor y misterio para todo lo que se refiera a la sexualidad.
c) Sostener que la tendencia sexual no puede ser reprimida sin que traiga consecuencias funestas
para el armónico desarrollo del hombre.
d) Considerar que la sexualidad es un hecho vergonzoso y radicalmente malo.
En el contexto de estas ideas, con pretexto de naturalidad, se rechaza cualquier preocupación o
enseñanza que tenga como finalidad la ordenación de las tendencias sexuales dentro del marco de la
dignidad humana. Con el pretexto de la madurez psicológica no se ponen obstáculos, y aun se dan
facilidades, a cualquier clase de experiencia sexual, cayendo también aquí en otro monstruoso error:
que si madurez significa desarrollo, capacidad de producir fruto, la madurez emocional ideológica no
consiste únicamente en la capacidad de reaccionar biológica o emocionalmente, sino también, y de
modo principal, en la capacidad de someter los impulsos biológicos a la ordenación de la razón.
Madurez psicológica tiene no el que se deja llevar de sus impulsos, sino el que es capaz de
regularlos, integrándolos de nuevo acorde con la dignidad humana de suerte que la sexualidad, en
lugar de ser fuente de perturbaciones individuales y sociales cumpla los fines que le son propios en
orden a la procreación y a la realización del amor específicamente humanos. Sobre la base de que la
sexualidad es radical mala, rechazo todo cuanto se relacione con la adecuada preparación del ser
humano para la integración de la sexualidad en su vida.

A la desorientación nacida de falsos planteamientos de la sexualidad humana viene a añadirse la


acción de intereses comerciales y de otra índole, que explotan las tendencias sexuales para erotizar
la sociedad en interés de unos cuantos... Así el erotismo en la publicidad para atraer la atención del
presunto consumidor y la ligereza en el vestir orientada principalmente a la atracción sexual son
incompatibles con la doctrina moral y ascética cristiana a las que no se combate actualmente por vía
racional quizá porque cada vez le cuesta más discurrir a la gente, sino por el camino fácil del ridículo.
También el desprecio de las virtudes, tanto las humanas como las sobrenaturales, arranca del falso
concepto naturalista de la sexualidad.
El error común a todas estas concepciones está en considerar la sexualidad como algo puramente
biológico, exclusivamente natural, sin tener en cuenta que en el hombre no hay ningún factor de su
vida que pueda ser considerado exclusivamente natural o biológico, sino que cualquier manifestación
de la vida revela el hombre que es: un ser complejo en el cual se unen la materia y el espíritu.
En cualquier nivel de la naturaleza humana, en cualquier zona de la experiencia del hombre, en
cualquier manifestación de la vida, la materia y el espíritu están presentes.
Desde el momento en que es un elemento en la vida de una persona la sexualidad participa del ca-
rácter ético propio de toda actividad específicamente humana. Prescindir del carácter ético en la
consideración del sexo es degradarlo.
Por otra parte, la madurez psicológica en lo relativo a la sexualidad culmina cuando el sexo se
incluye en el marco del amor, en su doble aspecto de fenómeno sentimental y operación de voluntad.

2. El proceso de maduración sexual

En el proceso de maduración sexual se pueden distinguir cinco factores que normalmente se


manifiestan en sucesivas etapas, aunque pueden surgir de un modo simultáneo.
En primer lugar, el descubrimiento de la diferenciación social del sexo de las personas.
Este descubrimiento suele acontecer alrededor del
tercer año de la vida del niño. No se trata de un conocimiento propiamente sexual, sino más bien de
un conocimiento de tipo social por el que se da cuenta de que hay niños y niñas, hombres y mujeres y
de que el ser niño o niña implica un modo diferente de estar y de vivir. Pero este conocimiento no se
une a la función generativa, que, por supuesto, queda normalmente fuera de las preocupaciones
infantiles.
Estos años, en los que, por muchas fantasías que hayan extendido las doctrinas freudianas, la vida
sexual tiene muy poca importancia para el niño, son, sin embargo, importantes para ir adquiriendo
poco a poco, con naturalidad, la idea de que el varón y la mujer desempeñan un papel distinto en la
vida.
Es en esta época en la que corrientemente se forman estereotipos que no corresponden a la
realidad. Hasta ahora se ha venido insistiendo en exceso en la diferencia de papeles masculinos y
femeninos generalmente a favor de la independencia masculina y de la sumisión femenina. Vale la
pena que en el ambiente familiar se vayan adquiriendo, como por ósmosis criterios más conformes
con la realidad , según los cuales hay muchísimas cosas que hasta hace poco venían siendo propias
a los pertenecientes a uno u otro sexo y que en realidad no hay por qué diferenciar. Pero el hecho de
este excesivo relieve dado hasta ahora a las diferencias no justifica el que se vaya a una actitud
totalmente igualitaria, de tal suerte que se desdibuje lo que es propio de la personalidad masculina y
de la personalidad femenina.
El descubrimiento del sexo en relación con la función generativa y la unión de dos personas
diferentemente sexuales es cosa que acontece con posterioridad, al final de la niñez, cuando se inicia
la adolescencia. En este momento se puede hablar de otro factor de maduración sexual: el
descubrimiento del sexo propiamente dicho, como algo propia de cada uno y en él se mezclan de una
parte el desarrollo de los órganos genitales y de otra parte el de los impulsos sexuales, que en sus
primeras manifestaciones de desahogo corporal llevan al adolescente a una situación de turbación,
placer y desconcierto. Es en los momentos en que aparece este fenómeno cuando el muchacho o la
muchacha necesitan más ayuda de los padres, quienes, con toda sencillez y la mayor delicadeza,
deben hablar con sus hijos del sentido y los problemas de la sexualidad en la vida humana.
Es también el momento del estímulo a la fortaleza, porque en esta época comienzan las dificultades
de una vida sexual limpia. Precisamente por el carácter egocéntrico de esta situación, en el mismo
comienzo de la sexualidad propiamente dicho, el peligro de la masturbación es serio y tampoco se
puede descartar, en el ambiente en que hoy vivimos, el riesgo de relaciones que de un modo u otro
induce a la homosexualidad.
Otro factor, que corrientemente aparece después del descubrimiento de la sexualidad como factor
de la propia vida, es el que se pudiera llamar de curiosidad. Experimentado el desarrollo del sexo en
uno mismo y conocida la existencia del otro sexo, surge una curiosidad, que inicialmente se puede
considerar natural, pero que se puede transformar en morbosa, por conocer las diferencias que
especifican a cada uno de los sexos. En concreto, satisfacer la curiosidad de saber cómo es el otro
sexo. El factor curiosidad probablemente plantea el problema más delicado de la información sexual.
Porque es menester satisfacer esta curiosidad, pero ha de hacerse de tal modo que resulte una
información suficiente sin ser excitante. También aquí podría hablarse de un peligro tremendo en el
que se halla la juventud actual: el de la pornografía, que, en definitiva, no es otra cosa sino la
explotación de la curiosidad sexual.
Otro factor en el desarrollo de la sexualidad es el que pudiera llamarse tipificación del atractivo. Se
trata de que la atracción que se experimenta por las personas de otro sexo va empezando a tomar
forma definida, no para concretarse en una persona, sino más bien en una especie de representación
física en virtud de la cual uno se siente atraído por las mujeres que tengan tales o cuales
características, morenas o rubias, altas o bajas, o una se siente atraída por los muchachos que tienen
tales o cuales rasgos. El donjuanismo y la ninfomanía son los riesgos que acechan tras este factor.
Finalmente, se da el fenómeno de la personificación. Este momento puede considerarse la culmi-
nación del proceso de madurez sexual. En él la atracción se proyecta sobre una persona concreta,
insertándose la sexualidad en el más amplio fenómeno del amor, que empezando por la atraccicín
singular de una persona termina en el sentimiento y la decisión de entregarse al servicio de eIIa. La
inconstancia y el hastío son factores que pueden obstaculizar o destruir el sentido positivo ele la
personificación del amor. Por otra parte una manifestación de esta madurez es la sublimación del
sexo, en virtud del cual se renuncia al placer del acto generativo para entregarse más libremente a
una vocación más alta, corrientemente a una vocación de entrega total a Dios.
Bien entendida, la educación sexual no sería otra cosa sino la ayuda a un sujeto para que entienda
y gobierne su capacidad de vida sexual al servicio del amor a una persona.

3. Ética sexual
Con fecha 29 de diciembre de 1975 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó un
documento relativo a la sexualidad que despertó una serie de reacciones a favor y en contra, hecho
que pone de manifiesto la oportunidad del documento. La primera enseñanza que en él se ofrece está
contenida en el mismo título, ya que fue publicado como una Declaración acerca de ciertas
cuestiones de ética sexual . Es muy significativo hablar de ética para referirse a un fenómeno tan
complejo, aunque de origen biológico, como es la sexualidad del hombre.
Hablar de ética sexual significa tanto como afirmar de una manera clara, aunque implícita, que la
sexualidad es algo estrechamente vinculado con la dignidad del hombre. Es un fenómeno primaria-
mente biológico, pero inserto también en el plano ético, porque cualquier situación, tendencia o acto
del hombre, por analogable que sea a cualquier situación, tendencia o acto animal, no se comprende
sino en el marco de lo humano, situado en un nivel superior al de la pura naturaleza. En el primer
punto del documento se dice explícitamente: «A la verdad, en el sexo radican las notas características
que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y
espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad». La
razón de ello está en que cualquier actividad del hombre puede ser sometida, y de hecho lo es, a
reflexión, con lo cual de ser consecuencia de una reacción primaria pasa a ser fruto de una reacción
secundaria, típica del ser humano.
Pero hay un miedo tremendo a reflexionar sobre la vida sexual, porque es mucho más fácil dejarse
llevar por la espontaneidad de las tendencias, ya que de otro modo el hombre, quiérase o no, se
encuentra comprometido por exigencias de orden superior. Wilhelm Reich, el gran teórico de la
llamada revolución sexual, escribe unas palabras muy expresivas: «Entender el deseo sexual como
orientación al servicio de la procreación es un medio de represión de la sexología conservadora. Es
una concepción finalista, y, por tanto, idealista. Presupone fines que deben ser necesariamente de
origen sobrenatural. Introduce un principio metafísico y por eso mismo pone de manifiesto un prejuicio
religioso o místico». En estas palabras se halla la consecuencia lógica de una reflexión sobre el
deseo sexual. Se tiene que rechazar el sentido inmediato que tiene la procreación, porque de otro
modo ha de aceptarse la existencia de un orden superior al hombre mismo. Mas, ¿se puede
honradamente desvincular el deseo sexual de la procreación?
En el fondo de toda «liberación» sexual actúa un factor oculto, el miedo al compromiso, junto al de-
seo patente de placer.
Estamos asistiendo a una trivialización de las tendencias sexuales presentándolas como impulsos
inocentes, en cuya satisfacción estaría la felicidad del hombre. Se presenta la satisfacción del
impulso sexual como una fuente de placer físico que se alcanza en una especial clase de retozo o
juego por el cual no hay que preocuparse. A esta idea responden movimientos como el de
«Playboy», que pretenden traer un mensaje de liberación. Pero en realidad alimentan la «existencia
de un temor represivo a encontrarse comprometido con mujeres». Y en la triste moda de las
relaciones sexuales prematrimoniales, ¿no hay una enorme, aunque escondida, cantidad de miedo a
comprometerse con una mujer o con un hombre?
El simple deseo de placer diluye la auténtica sexualidad, pretendiendo reducirla a algo accesorio, a
un mero entretenimiento. Pero la fuerza de la realidad se impone. Dejarse llevar por el estímulo se-
xual simplemente por alcanzar el placer de un camino de ansiedad creciente que no se acaba. Con
cada respuesta que se le da el estímulo va perdiendo fuerza, porque el umbral de la sexualidad se
eleva. Para seguir produciendo efecto el estímulo sexual ha de agrandarse, complicarse o cambiar de
forma. Lo que turbaba a los jóvenes hace cincuenta años ahora no despierta interés y no turba a
nadie. Ya no es suficiente la normalidad del sexo, se necesita el paroxismo del sexo, el sexo y la
violencia, el sexo y la droga, las perversiones del sexo. Y para acallar posibles preocupaciones se
echa mano de un psicoanálisis vulgarote: «los conceptos de neurosis, inhibición, complejo sustituyen
a los tradicionales de vicio, pudor, sentimiento de culpa».
La madurez emotiva no se alcanza, porque la madurez sexual, que es uno de sus elementos, no
consiste en la mera capacidad biológica de reproducirse, sino que más bien es un estado de
evolución armónica de funciones en el cual las tendencias sexuales están al servicio del amor
auténtico, fenómeno sentimental y operación de voluntad a la vez.

Enlazar la sexualidad con el amor en tanto que éste es operación de voluntad equivale a volver a
poner de relieve de una manera explícita la relación entre las tendencias sexuales y los valores
éticos. Mas para que los valores éticos no se queden en una vaporosa realidad se han de proyectar
en virtudes. Hay también una virtud que ennoblece la sexualidad del hombre; se llama castidad, y en
tanto que virtud, significa la fuerza que mantiene la limpieza del cuerpo y del alma. Ciertamente no
estamos en tiempos en los que la castidad tenga buena prensa, ni siquiera sea bien entendida; por
eso mismo vale la pena repetir que la castidad es una virtud, una fuerza, para todos los tiempos y
para todas las situaciones. La castidad en el joven es limpieza de cuerpo y de pensamiento para
entregarlos íntegros a la persona amada. En quienes tienen vocación más alta es limpieza de cuerpo
y de pensamiento para entregarlos a Dios. El olvido de que la castidad es la fortaleza del amor, ¿no
será la -causa de que haya quienes ni entienden el celibato sacerdotal ni entienden la permanencia
del amor en el matrimonio?

Es posible que al oír hablar de castidad alguien tuerza el gesto viendo en la simple mención de una
virtud la muestra de cómo las tendencias sexuales han sido reprimidas constantemente por «supersti-
ciones religiosas». Es ésta otra manifestación de )a corta mirada propia de muchos hombres de
nuestro tiempo. El sexo es un hecho biológico, de nuevo hay que decirlo; pero en el marco del amor
humano expresa el deseo de lo absoluto. Es una manifestación de amor mediante la cual el hombre
se prolonga más allá en su propia vida. El profundo deseo humano de paternidad está inserto en la
sexualidad. Y el amor, a poca entidad que tenga, aspira a perpetuarse en el tiempo. Cuando se habla
del amor
sin límite de tiempo, de prolongación de la vida personal, se está haciendo referencia a realidades
que están más allá de la experiencia. Nada tiene de extraño que el hombre haya considerado el sexo
como algo sagrado, algo que le pone frente al misterio, frente al misterio de la vida y frente al misterio
del más allá.
4. Educación sexual. Inteligencia y voluntad
La idea que ha venido operando en los renglones anteriores es la de que la sexualidad es un
elemento de la persona humana y no puede ser considerada fuera del marco de las relaciones que
tiene con cualquier otra manifestación de la existencia del hombre. De aquí se infiere con claridad que
la educación sexual no es un tipo de educación que puede realizarse con independencia de los otros
aspectos educativos.
La educación es un proceso único porque única es cada persona y en cada acto, por nimio que pa-
rezca, se proyecta la personalidad entera del sujeto que obra. Así como la persona es una realidad
compleja con muchas manifestaciones, la educación presenta distintos aspectos: intelectual, social,
moral... La educación sexual es uno de los aspectos o contenidos de la educación en el que influyen
todos los demás. Puede ser definida como proceso de perfeccionamiento del hombre en virtud del
cual llegue a ser capaz de conocer, valorar y ordenar la sexualidad en el marco de la vida y la
dignidad humana.
También de la educación sexual se puede pensar que se manifiesta en dos aspectos: como
iluminación de la inteligencia y como fortalecimiento de la voluntad. De aquí la necesidad de una
enseñanza y también de una actuación de la voluntad.
Empecemos por decir que si toda educación tiene su punto de apoyo en una enseñanza, la
enseñanza no es nunca una educación completa. Necesita ser completada por el esfuerzo personal,
por la lucha. Esto es especialmente cierto en lo relativo a la llamada educación sexual. La ordenación
de la sexualidad no se realiza sin esfuerzo, sin un esfuerzo que a veces tiene que ser heroico. Esto
vale principalmente para la juventud, en la cual la fuerza de las tendencias sexuales y la poca
madurez de la personalidad del joven exigen una lucha más rigurosa. Por otra parte, la juventud es
también la época más adecuada para entender la vida como lucha, para despreciar la comodidad.
Fortalecer en la juventud la conciencia de que una vida humana sólo se realiza a través de la lucha es
poner uno de los fundamentos más firmes para la educación en el aspecto sexual. Los jóvenes
también pueden vivir la alegría de sentirse fuertes.
En cuanto a la enseñanza, conviene distinguir los diferentes sentidos que tiene de acuerdo con las
diferentes necesidades humanas para no caer en el error de pensar que la información resuelve
todos los problemas.
El hombre necesita de una enseñanza para saber utilizar sus capacidades mentales y volitivas. Pero
su capacidad de realizar actos biológicos se va desarrollando espontáneamente dentro del proceso
de su madurez física. Así nadie necesita aprender a respirar, a mirar, a comer, a andar, porque son
actos instintivos que el ser humano va realizando poco a poco a medida que desarrolla su organismo.
El lector asentirá fácilmente a mi afirmación de que para realizar actos sexuales no es necesaria
ninguna enseñanza especial. La enseñanza se necesita precisamente para hacerse cargo de la
trascendencia social, moral, religiosa, de la sexualidad.
Claro está que así como no hay razón para una enseñanza especial, tampoco hay razón ninguna
para que se considere un tabú esta materia y se tome la actitud de no hablar jamás de estas
cuestiones. Aquí, como en tantos otros terrenos, la naturalidad es el mejor de los criterios.
Pero hay que entender bien la naturaleza. La naturalidad es lo que es conforme a naturaleza, de
donde podemos inferir que habrá tantas naturalidades cuantas naturalezas existan. Una cosa es lo
natural, por ejemplo, respecto del perro y otra cosa es lo natural respecto del hombre. Porque la natu-
raleza perruna no es la naturaleza humana. Esto vale tanto como decir que si la sexualidad es un
elemento de la naturaleza humana, no hay por qué considerarla como un tabú; y, simultáneamente, si
el pudor es algo propio de la naturaleza humana, no hay por qué destruirlo.
Digamos también que es propio de la naturaleza humana aspirar a la verdad; el niño, por pequeño
que sea, tiene derecho a ella, con lo cual está dicho que los cuentos de los nenes viniendo de París o
traídos por la cigüeña deben ser desterrados absolutamente, porque los niños y quienes no lo son
tienen derecho a la verdad. Sin entrar en normas concretas, cosa que de algún modo se hará en el
capítulo siguiente, se puede establecer como criterio que todas cuantas preguntas hagan los niños
pueden y deben ser contestadas de tal manera que las respuestas sean suficientes, pero, según diría
un castizo de nuestros días, sin pasarse; no es menester entrar en detalles que a los niños no les
interesan.
Dije que no es menester un programa de enseñanza especial para la educación en el aspecto se-
xual. Efectivamente, la enseñanza de las Ciencias Naturales, las enseñanzas históricas, la
enseñanza moral y religiosa incluyen temas relacionados necesariamente con el uso y el abuso de la
sexualidad. Claro está que llega un momento en la vida del ser humano en el cual éste deja de ser
niño y en el que necesita una ayuda especial para orientarse en el mundo de nuevas tendencias que,
unidas al rápido desarrollo biológico, pueden llevarle a confusión. En esa época, los padres, los
padres precisamente, han de hablar con los hijos sobre el sentido de :a sexualidad enmarcado en el
amor, sobre el sentido humano y sobrenatural del amor entre un hombre y una mujer, sobre el sentido
de la castidad como entrega a Dios. En este marco se podrán entender la delicadeza exigida por toda
relación amorosa y la liberación de los escrúpulos que nacen de considerar cualquier movimiento de
la sexualidad como pecado. Interesa formar en los jóvenes una conciencia delicada, pero no
escrupulosa. Situadas en el plano del amor, natural y sobrenatural, las conversaciones entre padres e
hijos sobre los aspectos sexuales de la vida son más fáciles y los jóvenes las reciben con
agradecimiento.
Enmarcada en el amor y en la educación total del hombre, la educación de la sexualidad adquiere
un carácter ético; es verdaderamente educación porque, vale la pena repetirlo, la llamada educación
sexual o es educación ética o no es tal educación.

5. Un concepto sesgado de la educación sexual: la información obsesiva


En el campo de la enseñanza referida a la sexualidad parece que se ha ido a bandazos. Desde el
miedo a hablar de cuestiones relativas al sexo se ha pasado a la creencia de que una información
cuanto más minuciosa mejor. Lleva aparejada en sí mismo la solución de los problemas sexuales.
Desde una obsesión por no decir nada se ha pasado a una obsesión por informar, a una información
obsesiva.
En nuestros días hay una verdadera epidemia de programas de educación sexual sobre la base de
ilustraciones y enseñanzas que van desde la botánica hasta la patología, y que se presentan como la
solución científica de unos tremebundos problemas para los cuales hasta ahora ha estado ciega la
humanidad. Pero no sé de nadie que se haya tomado la molestia de comprobar científicamente si con
tales programas los problemas sexuales han desaparecido o por lo menos han disminuido. Si los
estudiantes que han seguido esos programas se han visto libres de dificultades sexuales.

Es posible que las haya, pero yo no conozco investigaciones que merezcan crédito científico sobre
los resultados de tales programas. Tengo incluso razones, apoyadas en investigaciones sobre hechos
semejantes, que vienen a confirmar, desde la experiencia, el efecto negativo de una información insis-
tente. Me refiero a algunas investigaciones que se han hecho en el campo de las drogas, tan ligado a
veces al de la sexualidad. Vale la pena traer a cuento los trabajos realizados en América por R. H.
Blum y los de R. S. Wierner en Inglaterra, en los que se pone de manifiesto que los programas
escolares de información detallada, en la que también influye la demasiada publicidad, constituyen un
incentivo que desata la curiosidad y la tendencia a realizar los actos que deben prevenir. Más eficaz
que la pura información resulta la educación entendida como desarollo de valores humanos,
religiosos, morales, en los que se haga referencia a los problemas concretos de la juventud: ¿Será
aventurado suponer que otro tanto ocurre con los llamados programas de educación sexual?
Sospecho que será muy difícil mostrar evidencia científica contra la tesis de que la insistencia
inoportuna y exclusiva en la información convierte de hecho la llamada educación sexual en incitación
sexual.
Ciertamente, la enseñanza es un elemento necesario en la educación sexual. La misma virtud mara-
villosa de la castidad se entendería mal si se pensara que consiste únicamente en omitir toda palabra
referida a la vida sexual y en desconocer todo cuanto se refiere a la relación entre hombre y mujer.
Difícilmente se puede aspirar a que los jóvenes tengan ideas rectas y hábitos adecuados cuando un
velo de silencio se ha echado sobre todo lo sexual convirtiéndolo en tabú. Hemos de hacernos cargo,
por el contrario, de que el sexo tiene un lugar en la vida natural y en la vida cristiana del hombre. De
nuevo cobran su profundo significado las palabras de Clemente de Alejandría: «No debemos
avergonzarnos nosotros de nombrar aquello que Dios no se avergonzó a crear».
Las anteriores afirmaciones no deben llevarnos a una extrema actitud de naturalismo desechando
como anticuada la recomendación de San Pablo: «Que no sea necesario ni nombrar entre vosotros la
lujuria, la impureza o el desorden de cualquier clase; y tampoco las groserías, ni las bromas o
chabacanerías inconvenientes». Precisamente para evitar ideas desviadas, actitudes incorrectas y
caídas deprimentes es menester plantearse con claridad el problema de la educación sexual. Porque
también en este terreno niños y jóvenes tienen derecho a la verdad y a la orientación y ayuda de los
mayores.
Espero que las anteriores reflexiones sirvan para adquirir o fortalecer en los padres una conciencia
clara de la necesidad de proporcionar a los hijos una educación en la que no se eluda el tema sexual,
sin caer en el extremismo de considerarlo el quicio de toda educación. Ya se dijo antes que en épocas
cercanas a la nuestra todo lo que hacía referencia a la sexualidad estaba envuelto por un aire de
secreto que contribuía a crear un clima malsano en la educación de los hijos. La causa de este
fenómeno hay que atribuirla a una idea equivocada del lugar que la sexualidad ocupa en el hombre.

6. Finalidades de la educación sexual


La educación sexual tiende a crear una conciencia recta de los fenómenos sexuales que han de
vincularse a la maduración de la vida humana, a la idea del amor verdadero, a la idea de la familia, a
la idea de procreación, todo ello dentro del plan ordenado de la Creación.
Igualmente se intenta crear la conciencia de que el orden sexual consiste en someter los impulsos
sexuales a las normas de la vida humana, fortaleciendo la idea clara de que cuando el impulso sexual
sigue su capricho y exigencia particular tiraniza al hombre y le rebaja.
También la educación sexual se ha de concebir como una orientación positiva que se ofrece a la
juventud en su lucha por la castidad propia del estado de cada uno.
No se puede olvidar, finalmente, el aspecto más elevado de la educación sexual, aquel en el que
ésta se transforma en ayuda eficaz para responder al llamamiento de Dios, en el caso de que le haya,
hacia un tipo de perfecta castidad.

7. Situación y ambiente
Vale la pena repetir una y otra vez que la educación sexual como cualquier otro tipo de educación
particular, ha de ser considerada en el contexto completo de la educación. Cuando otros problemas
educativos, tales como la sinceridad y la mentira, el orden y el desorden, los hábitos de trabajo y la
holgazanería, la generosidad y el egoísmo, están descuidados, el de la educación sexual se convierte
como ellos en un problema difícil de resolver. Pero si en la familia y en la escuela hay un ambiente de
sinceridad, de confianza, de alegría, entonces el problema de la educación sexual, como cualquier
otro aspecto de la evolución del muchacho, se resuelve con facilidad.
Tampoco estará de más advertir que, frente al abandono en que se ha tenido este problema, con-
viene no dejarse llevar de un movimiento de balancín y considerar que lo único importante de la edu-
cación es la educación sexual. En ésta, como en otras cuestiones educativas, es menester un criterio
claro para no infravalorar, mas tampoco desorbitar, el problema de la educación sexual.
Si se quisiera caracterizar el ambiente en que la educación sexual debe desarrollarse, podría
decirse que ha de ser un ambiente de verdad, de decorosa naturalidad, de adecuación a la capacidad
de niños y adolescentes y en conexión con la marcha total de la educación.
Ambiente de verdad quiere decir que de ningún modo puede tolerarse afirmaciones, aun cuando es-
tén difundidas, como la de la cigüeña o la venida de París.
La decorosa naturalidad pide que ni se rehuyan ni mucho menos se prohíban, las preguntas (le los
niños, ni se haga ambiente de misterio en torno de estas cuestiones. No se ha de olvidar que los
niños preguntan por una realidad encuadrada en el plan divino de la Creación. Despreciar o prohibir
estas preguntas es empujar a los niños a que busquen la información que desean en medios y
ocasiones poco apropiados. Por otra parte, la naturalidad no excluye el respeto al pudor, que incluso
debe justificarse
ante el niño y ante el muchacho. La curiosidad de los niños por el proceso de la vida es tan natural
como su curiosidad por cualquier otro fenómeno de los que le rodean. Los padres han de compren-
derlo y pensar que lo mejor que puede ocurrir es justamente que les hagan a ellos las preguntas, en
lugar de ir a satisfacer su curiosidad ante extraños.
El ambiente de naturalidad, la disposición abierta del padre para responder a las preguntas de los
hijos no sólo cumplen una misión en la educación sexual, sino-que constituyen un vínculo entrañable
que une fuertemente a padres e hijos. Es significativa la anécdota de una excelente directora de un
colegio que cuando se dio cuenta de que una niña necesitaba determinadas aclaraciones llamó a la
madre que se resistía a dárselas y le preguntó que si quería que ella, la directora, suplantara su
papel, el de la madre, en la vida y en la confianza de su hija; la madre se decidió y el resultado
compensó con creces el esfuerzo que tuvo que hacer para ello.
También la educación sexual, como cualquier tipo de enseñanza y formación, para que sea eficaz,
ha de estar adaptada a la capacidad de los niños. Como sería desproporcionada la pretensión de
enseñar Álgebra o Filosofía a un niño de seis u ocho años, porque a esta edad lo único que puede
hacerse es enseñarle algunas ideas básicas, así sería inútil, incluso nocivo, pretender dar una
instrucción completa en el terreno de lo sexual apenas un niño hace una pregunta. No se trata de una
mera información repentina y completa, sino una enseñanza y una formación que irían
desenvolviéndose gradualmente de acuerdo con los problemas que al niño y al adolescente se le van
presentando.
Por último, se ha de tener presente que, aun cuando se dedique un tiempo, algún rato, a la
enseñanza y formación en el terreno de la sexualidad, otra enseñanza y ocasiones contribuyen de
hecho al desarrollo normal del escolar; así, las clases de Religión, las de Historia, las de Biología, sin
que con esto quiera decirse que los ejemplos de fecundación de plantas sean lo más adecuado para
una instrucción sexual correcta.

8. La responsabilidad de la educación sexual


La educación sexual, como cualquier otro tipo de educación, es el resultado de distintos tipos de es-
tímulos, por lo que quienes tienen alguna responsabilidad en la educación del muchacho no pueden
desentenderse de esta cuestión. Sin embargo, no tratándose de una enseñanza «científica», sino de
una enseñanza y orientación relativa a la esfera personal del muchacho, la responsabilidad de la
educación sexual corresponde en primer lugar a los padres; secundariamente han de colaborar en
ella el tutor, los profesores y, por supuesto, en un ambiente cristiano, el director espiritual. Pero,
repetimos, la primera responsabilidad está en los padres. De aquí la necesidad de que se preparen
para la instrucción sexual de los niños, uniendo la verdad con la delicadeza, y para el diálogo
personal con sus hijos acerca de las dificultades que en este terreno puedan presentarle.
Quizá pudiera indicarse que cuando los hijos entran en la adolescencia y se encuentran con proble-
mas propios de esta edad, lo más adecuado es que la madre hable con las hijas y el padre hable con
los hijos.
Aun cuando no se descarte la intervención del tutor y de los profesores, en todo caso la conversa -
ción sobre estos problemas ha de ser siempre personal. Quizá se pudiera pensar en una acción en
grupo cuando se trate de ideas y orientaciones generales que puedan ser aplicables a la vida sexual.
El doble contenido de la educación
En este campo conviene distinguir el terreno de los conocimientos y el terreno de los hábitos. Esto
quiere decir que una educación sexual completa comprenderá, por una parte, la información
adecuada para que los niños y los jóvenes, de acuerdo con su capacidad, vayan adquiriendo los
conocimientos necesarios referentes a estos asuntos; de otra parte, la formación de hábitos
adecuados, especialmente relativos al régimen de vida y al desarrollo de '.a fortaleza personal, que
faciliten la ordenación del instinto sexual dentro de las exigencias de la dignidad total de la persona.
En este segundo terreno merece atención especial la formación del desarrollo de actitudes
adecuadas frente a las personas del otro sexo.
9. La enseñanza
Quizá el punto más delicado y que resulta más difícil a los padres es el de dar a sus hijos una in-
formación clara de los hechos sexuales.
Esta dificultad se explica por el peso de una tradición a veces deformada y también por el pudor
natural con que estos temas requieren ser tratados. No obstante, es menester que los padres tomen
sobre sí esta responsabilidad para no faltar a un deber o también -aunque parezca extraño- para
asegurarse más fuertemente la unión de sus hijos.

Ya se ha dicho repetidamente que la información sobre los fenómenos sexuales de la vida debe
irse dando paulatinamente a lo largo de la niñez y de la adolescencia.
La enseñanza se hará en particular a través de conversaciones adecuadas.
Por supuesto que la información necesariamente tiene que referirse a fenómenos biológicos; pero
la instrucción será verdaderamente educativa cuando la conversación sobre estos temas se
enmarque en una visión amplia, ética y religiosa, que abarque la vida entera del hombre. Y vaya por
delante que tales amplias enseñanzas deben empezar antes de la edad propiamente escolar. El niño
de cuatro o cinco años observa, escucha y pregunta, ofreciendo una magnífica ocasión para que la
madre hable de cómo ella cuida a los hijos mientras el padre trabaja para ellos y cómo Dios ha
dispuesto estas cosas tan bien y con tanto cariño.
10. Las preguntas de los niños. Verdad y educación
Los padres se sienten a veces desconcertados, y aun turbados, por las preguntas que les hacen
sus hijos. Vale la pena, con el fin de tomar la actitud adecuada, considerar que las preguntas que los
niños, refiriéndose a fenómenos de orden sexual, «cómo es que aparecen en casa», etc., en realidad
ellos las hacen sin ninguna carga sexual. Preguntan por estas cosas con la misma naturalidad con
que preguntan, por qué vuelan los aviones o por qué el cartero tiene uniforme gris; dejan de hacer
esas preguntas cuando perciben en sus padres una actitud recelosa, esquiva o de enfado.
En el campo de la educación sexual las preguntas cumplen el mismo cometido que en cualquier
otro
terreno de la educación. Es el medio de que los niños se valen para incorporar a su vida las expe-
riencias de los mayores. Y así como no tiene sentido dejar de contestar a las preguntas «corrientes»
que hacen los niños, tampoco tiene sentido dejar de contestar las que se refiere a los problemas de
la transmisión de la vida.
En cuanto a las limitaciones de la pura instrucción vale la pena tener en cuenta lo que se dijo en
páginas anteriores bajo el epígrafe «Información obsesiva y educación sexual».
De nuevo se ha de recordar que en las contestaciones que se den a los niños de ningún modo se
debe hacer uso de mentiras tontas que, si pueden satisfacer momentáneamente la curiosidad de los
niños, son la mejor base para que éstos lleguen a encontrarse después en situaciones desairadas.
Otros niños mayores se van a reír de ellos porque no saben nada de estas cosas y, lo que es más
triste, van a descubrir que sus padres les engañaron, con lo cual se provoca una reacción de
apartamiento.
Por otra parte, la capacidad de los niños es limitada, por lo que ni necesitan ni comprenden al prin-
cipio explicaciones detalladas que tendrán su hora propicia cuando el hijo va a entrar en la adoles-
cencia.
Decir que los niños los manda Dios y que al principio están en una especie de cunita que las
madres tienen en su cuerpo es una radical verdad que satisfará la curiosidad de los niños de cuatro
a seis años y que constituirá un punto de arranque para conversaciones en las que se vaya dando
cuenta del cariño de sus padres.
Más adelante, entre los seis y los diez años, se puede hablar de la participación del padre como po-
seedor de una fuerza que es como el camino que Dios utiliza para la formación de los hombres. La
idea del matrimonio puede ser fácilmente explicada a los niños, desarrollando en ellos también el
conocimiento de que sólo dentro del matrimonio se pueden unir hombre y mujer para tener hijos.
Cuando un hombre se va con otra mujer rompe el matrimonio y ofende a la mujer, a los hijos y a
Dios.
A partir de los diez años conviene cuidar especialmente la relación de los hijos con el fin de dar en
el momento oportuno la información necesaria sobre la significación de los posibles cambios
biológicos y la atracción de las personas del otro sexo.
De doce años en adelante, lo que hasta entonces ha sido pura información debe transformarse en
una orientación para el combate de la pureza, presentándola principalmente con carácter positivo,
como resultado del verdadero amor, de la fortaleza y de la dignidad humana.
«Desde la primera instrucción sexual -dice Tilmmann- el niño tiene que captar cuán bella y recta-
mente lo creó Dios todo. El muchacho ha de entender con claridad meridiana que todo lo sexual
está, por su misma esencia, ordenado al fin último del matrimonio y de la familia, que todas las
fuerzas sexuales deben estar subordinadas al amor. El joven tiene que comprender la grandeza del
don que ha sido depositado en las potencias sexuales, en las propias como en las del prójimo; que
solamente él se desarrollará recta y plenamente en la castidad y que ésta da la verdadera
satisfacción y pacificación de lo más íntimo de su ser. Solamente así será íntegro el hombre,
solamente así será colmada en verdad su vida, ya de soltero, ya de esposo o esposa, de madre o
padre. Solamente así podrá también madurar».
En síntesis toda educación en el aspecto sexual tiene que apoyarse en la formación de una
conciencia clara en la que se vea, con la mayor nitidez posible, la parte de Dios en nuestra vida.
Una idea básica para la educación en el aspecto sexual es que no puede considerarse normal ni
natural lo que se opone a la ley de Dios. Así como sin Dios no hay explicación posible para el mundo,
sin referencia a la ley de Dios las leyes o normas de la vida no tienen sentido; son insensatas en la
radical significación de la palabra.
Sobre la base de lo que es esta participación de Dios en la vida de cada uno de nosotros, todo lo
que de enseñanza haya en la educación sexual ha de ir encaminado a la formación de una
conciencia delicada, capaz de entender la sexualidad en el marco, amplio y profundo, del amor en el
que se inscribe una esencial ordenación a la procreación. Completando lo que antes se dijo de que
en el hombre nada hay exclusivamente biológico o natural, ahora podemos decir que en el hombre
tampoco hay nada puramente espiritual. El amor, esa tendencia a la unidad con otras personas, tiene
una realización particular en el plano sexual dando entrada a la corporeidad en la realización del
amor.
En este marco se podrá entender la delicadeza exigida por toda relación amorosa y la liberación de
los escrúpulos que nacen de considerar cualquier movimiento de la sexualidad como pecado.
Interesa formar en los jóvenes una conciencia delicada, pero no escrupulosa. Encuadradas en el
plano del amor, natural y sobrenatural, las conversaciones entre padres e hijos sobre los aspectos
sexuales de la vida son más fáciles incluso, y recibidas con agradecimiento por los jóvenes.
11. Lucha ascética personal

Pero si toda educación tiene su punto de apoyo en una enseñanza, la enseñanza no es nunca una
educación completa. Ha de ser complementada por el esfuerzo personal, por la lucha. Esto es
especialmente cierto en lo relativo a la educación sexual. El uso cristiano de la sexualidad no se
realiza sin esfuerzo, sin un esfuerzo que a veces tiene que ser heroico. Esto vale principalmente para
la juventud, en la cual la fuerza de las tendencias sexuales y la poca madurez de la personalidad del
joven exigen una lucha más rigurosa. Por otra parte,, la juventud es tambiénn la época más
adecuada para entender la vida como lucha, para despreciar la comodidad. Fortalecer en la juventud
la conciencia de que una vida humana sólo se realiza a través de la lucha, es poner uno de los
fundamentos más firmes para la educación en el aspecto sexual.

Medios humanos naturales


En esta lucha tienen que emplearse recursos humanos y sobrenaturales, porque también en este
campo lo natural y lo sobrenatural se influyen mutuamente.
Quizás sea bueno empezar por una paradoja de la lucha por la castidad. Porque la primera
precaución para la victoria en esta lucha es la huida de las ocasiones.
En realidad se trata de la técnica seguida por los buenos militares de no plantear la guerra donde
quiere el enemigo, de rehuir los encuentros para no malgastar fuerzas.
También la mortificación tiene un sentido positivo en la educación de la sexualidad. En primer lugar la
guarda de los sentidos que es un modo de evitar las ocasiones. Nuestras construcciones imaginativas
se apoyan en las impresiones que constantemente estamos recibiendo de nuestro alrededor. En la
medida en que estas impresiones pueden despertar movimientos desordenados de la sexualidad,
serán elementos que obrarán continuamente dentro de nosotros, provocando tensiones durante
mucho tiempo después de haber desaparecido los estímulos.
Pero la mortificación no se limita a la guarda de los sentidos, que directamente pueden provocar imá-
genes sexuales. Todo en el hombre está entrelazado. De aquí que la mortificación, en la medida que
significa un dominio del cuerpo por parte de la razón, favorece el control de la sexualidad. Y aun
podría decirse que la inmortificación en otros aspectos contribuye también al desorden sexual.
Concretamente, la intemperancia en el comer y el beber es uno de los condicionamientos de la
sexualidad desordenada.
Una idea bien extendida y aceptada es la que se pudiera llamar lucha indirecta por la ordenación de
la sexualidad, consistente en tener ocupado el tiempo, bien en un trabajo intenso, bien en una
actividad adecuada, deportes, por ejemplo, en los tiempos libres. La razón psicológica de este
principio es bien clara: la atención y las energías empleadas en el trabajo o en cualquier otra actividad
ordenada quedan automáticamente apartadas de la sexualidad.
La obsesión sexual que a veces se desarrolla en un joven se debilita sustituyéndola por otros puntos
de referencia para su preocupación y esfuerzo.

12. El pudor
Incluida en la educación sexual, comoo una parte no despreciable de ella, se ha de considerar la
educación del pudor, que viene a ser el contrapeso de una actitud puramente naturalista frente al
hecho de la sexualidad.
Propiamente la castidad no es problema hasta la aparición del impulso sexual, cosa que no ocurre
hasta la pubertad. Pero ya desde las primeras conversaciones, acerca del fenómeno sexual, el niño
puede ir desarrollando el sentimiento del pudor.
Frente al exhibicionismo sexual, que tan intencionadamente se propaga y con tanta insistencia lo
practica y lo acepta la gente, es menester recordar que son tan necesario hoy como siempre el pudor
y la modestia. Giambattista Torelló sintetiza con acierto las ideas de Max Scheler sobre el pudor en
las siguientes palabras: «Max Scheler, en su excelente opúsculo sobre el pudor, enseñaba que la
unidad de la existencia humana, que el amor fundamental, está protegida por nuestra misma
naturaleza. Este sentimiento vital, tan fácilmente ridiculizado, se distingue radicalmente del miedo, de
la vergüenza, de la ignorancia y de la coquetería que lo caricaturiza, El pudor es el área de seguridad
del individuo -el indivisibley de sus valores específicos, delimita el ámbito del amor, al no permitir que
se desencadene la sexualidad cuando la unidad interna del amor no haya nacido aún. El pudor no
sólo da forma humana a la sexualidad, sino que favorece además su armónico desarrollo. Las
caricias de los amantes, la exquisita sensibilidad de los verdaderos señores nada tienen que ver con
la brutalidad y la grosería de los primitivos e ignorantes. La finura del verdadero pudor mana de altos
pensamientos y fuertes pasiones; no de mentes cerradas, embotadas por prejuicios contra todo lo
que sea carnal».

13. Medios sobrenaturales


¿Se puede en un concepto cristiano de la educación, olvidar los medios sobrenaturales? Aunque la
educación es obra humana, los factores sobrenaturales, la gracia, inciden en el proceso educativo
como inciden en el vivir humano. No tiene sentido que en la educación sexual, vista con criterio
cristiano, se olvide la acción de los medios sobrenaturales. Por
esta razón, aunque sea brevemente, a ellos me voy a referir.
La oración y los sacramentos son como las dos direcciones del camino que une al hombre con
Dios. La oración es fundamentalmente petición, camino del hombre hacia Dios; los sacramentos son
las sendas por donde Dios nos envía su gracia, camino de Dios hacia el hombre. La oración y los
sacramentos están también en la base de la educación de la sexualidad.
El aprecio sobrenatural del cuerpo, no sólo elemento de nuestra persona, sino templo del Espíritu
Santo, es un factor importante en la noción de la dignidad cristiana, que . da un aspecto positivo a la
educación de la sexualidad. Vale la pena tener en cuenta que el sentimiento de dignidad es uno de
los rasgos fundamentales de la personalidad, vivido con especial intensidad en la juventud, y uno de
los estímulos más fuertes para la educación.
También en el nivel sobrenatural. es necesario crear una conciencia clara del valor del cuerpo a los
ojos de Dios, dado que, en palabras de San Pablo es nada menos que templo del Espíritu Santo.
El afán de apostolado en lo sobrenatural viene a equivaler a lo que ya se dijo, en el orden humano,
de la conveniencia de tener ocupado el tiempo en el trabajo. La preocupación, bien entendida y bien
realizada, por extender la vida cristiana a los demás lleva implícitamente la necesidad de reforzar la
nuestra, apartando lo que es obstáculo para nuestro vivir según Dios.
Teniendo presente la influencia que en los problemas de relaciones sexuales suelen tener
compañeros y amigos, el hecho de considerar a éstos como «campo de apostolado» implica
automáticamente el crear una dificultad para que conversaciones y actuaciones desviadas entren en
el grupo o tomen carta de naturaleza en él.
Es muy posible que a pesar de todos los esfuerzos, tácticas y convicciones, el joven caiga no sólo
en alguna, sino en algunas ocasiones. Vale la pena también trabajar para mantener su ánimo en las
caídas. La contrición no es abatimiento, sino conciencia de haber faltado y esperanza de vencer en
otras ocasiones.
Bueno será tener en cuenta que resulta muy poco eficaz en educación «escandalizarse» por las
faltas. Llamar la atención sobre ellas, sí, provocar el arrepentimiento, pero con una actitud de
esperanza en que, con Dios, en el futuro podrán vencerse las dificultades.
Trato con los ángeles. Junto a Dios, están los ángeles y los santos, que con nosotros forman un
cuerpo místico: ¿Por qué no acudir a ellos también en petición de ayuda para nuestra lucha por la
castidad? Entre los ángeles está el Custodio, y por encima de ángeles y santos está la Virgen María.
El trato con el ángel Custodio no puede menos de tener un valor positivo en la vida de la juventud.
En cuanto a la Virgen, Ella es llena de Gracia, es la protagonista del amor más puro y más hondo
que haya podido tener criatura alguna, es Madre nuestra y está delante de Dios para hablar bien de
nosotros, para interceder por nosotros.
14. Síntesis
Resumiendo lo que se pudiera considerar actuación educativa en el aspecto sexual, habríamos de
considerar la necesidad de dar un sentido positivo más que restrictivo a esta educación.
El sentimiento de dignidad, que es uno de los rasgos psicológicos de la personalidad; la idea clara
de la profundidad del amor y del respeto que hacia otro (hombre o mujer) se ha de tener, porque
también es persona y no mero objeto de placer; y la convicción de que, tanto la feminidad como la
virilidad, se deterioran y se falsifican en el uso desordenado de la sexualidad, son líneas
fundamentales que guían la educación en el marco estrictamente humano.
Desde el punto de vista sobrenatural, la idea de amor y entrega a lo que Dios quiere de nosotros; el
concepto de nuestro cuerpo también santificado por Dios, de nuestra dignidad de cristianos, son
igualmente ideas básicas para desarrollar la virtud de la pureza, bien en un estado de castidad
perfecta, bien en el estado matrimonial.
Las anteriores consideraciones que se han hecho sobre la educación sexual, se han hecho
pensando no en la situación académica del muchacho que va a un colegio y en él «recibe» la
educación, sino más bien en la vida total del muchacho que tiene su aspecto colegial, pero también
su aspecto, mucho más importante, familiar.
Responsabilidad de los padres es que el aspecto sexual de la educación no se olvide, pero
tampoco se desorbite, dejándose llevar de modas y corrientes, que se van extendiendo demasiado
por la falta de reflexión de muchos.
La actuación educativa de los padres, en el aspecto sexual como en cualquier otro aspecto, radica
fundamentalmente en la «comunicación. Comunicación real, es decir, trato con los hijos, y
comunicación en su más alto significado que incluye no sólo conversaciones.
Hay una comunicación hablada que los padres han de utilizar para explicar y aclarar ideas a sus
hijos cuando éstos lo necesiten. Conversaciones íntimas sobre problemas íntimos, conversaciones
familiares de tipo general, para enjuiciar ideas y acontecimientos que pueden orientar o desorientar a
los muchachos.
Pero hay también una comunicación que desborda de las palabras y que es aquella que irradia de
la conducta misma de los padres. El amor y el respeto de los padres entre sí son una lección
constante para los hijos, sobre la delicadeza que el amor exige y sobre el respeto que la mujer debe
merecer al hombre y el hombre a la mujer. La sobriedad y la alegría de una vida cristiana, auténtica,
constituyen una ayuda continua en la formación de la personalidad de los hijos, y por ello mismo en
su maduración para una actitud positiva frente al componente sexual de la vida humana.
Es posible que alguien, al leer algunas de las cosas que se dicen en las páginas que ahora
terminan, haya pensado que son cosas viejas, pasadas, sin sentido en nuestro tiempo. Me atrevería
a sugerirles que se preguntaran si no es más vieja la sexualidad en tanto que capacidad otorgada
por Dios para participar en su obra recreadora de la humanidad y si no son más viejas también las
dificultades y aberraciones en su uso, nacidas de la -triste capacidad que el hombre tiene para
ensuciar las cosas bellas. En campos menos batidos por la pasión humana, pensemos por ejemplo,
que en el mundo de los números, los nuevos caminos y descubrimientos de la matemática moderna
no invalidan el hecho de que dos y dos son cuatro, cosa que ya se descubrió hace más de veinte
siglos.

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