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2.

La orientación del sistema teórico

Resulta enormemente útil contar con un sistema teórico consistente en el que fundamentar una
clasificación coherente de la personalidad y que, a la vez, sirva como marco para desarrollar de forma
paralela el conjunto de las escalas de un cuestionario. El texto en el que se basan las escalas de personalidad
del MACI, Psicopatología moderna (Millón, 1969), describe el sistema teórico mencionado. A pesar de su
amplio rango de utilidad clínica, la teoría está basada en supuestos que se derivan de la simple
combinación de unas pocas variables o constructos.

2.1 Prototipos de personalidad


Las 12 escalas que configuran los Prototipos de personalidad del MACI reflejan la manera en que los
rasgos y características de personalidad se combinan para constituir un prototipo. Los fundamentos
teóricos de estos prototipos de personalidad han sido publicados en diversos libros a lo largo de las tres
últimas décadas (p. ej., Millón, 1969, 1981, 1990, 1991). La teoría propone que tanto los estilos de
personalidad normales corno los anormales se pueden derivar mediante la combinación de tres
polaridades: dolor-placer, actividad-pasividad y sí mismo-otros. Por ejemplo, el estilo de personalidad
dependiente (Sumiso) puede ser observado en una persona que sea pasiva en su forma de adaptación y
que esté orientada hacia las necesidades de los otros. Por el contrario, una personalidad antisocial
(Rebelde) se considera que es activa en cuanto a la adaptación y orientada hacia sí misma. A los lectores
interesados en el modelo teórico, se les recomienda que lean alguno de los libros anteriormente
mencionados. En las secciones que presentamos a continuación se ofrece la descripción de las bases
teóricas de cada uno de los Prototipos de personalidad.

Escala 1: Introvertido

Los adolescentes introvertidos carecen de capacidad para experimentar la vida tanto de forma dolorosa
como placentera. Su personalidad es semejante a la personalidad esquizoide del DSM por su tendencia a
ser apáticos, indiferentes, distantes y poco sociables. Sus emociones y necesidades de afecto son escasas y
el individuo funciona como un observador pasivo, indiferente a las recompensas y afectos, así como a las
demandas que se derivan de las relaciones humanas. Los adolescentes introvertidos caracterizados por su
escasa capacidad de experimentar tanto el dolor como el placer no parecen estar interesados en las
satisfacciones personales o sociales, ni tampoco manifiestan excesiva incomodidad cuando se ven
enfrentados con las dificultades personales o las discordias sociales. Este tipo de déficit en ambos
extremos de la polaridad placer-dolor constituye la base de lo que se ha denominado estilo pasivo-
indiferente.

Determinados aspectos del contexto evolutivo y de las características clínicas de este tipo de
personalidad pueden suministrar al lector el sentido de cómo conceptos abstractos como dolor y placer
pueden ser concebidos como atributos etiológicos importantes. Los adolescentes introvertidos no luchan
por los premios ni intentan evitar los castigos. Este tipo de carencias se pueden derivar de varias fuentes.
Algunos pueden carecer de los fundamentos constitucionales requeridos para buscar, percibir o
discriminar los acontecimientos placenteros o dolorosos. Otros pueden haberse visto privados de los
estímulos necesarios para la maduración de las capacidades de motivación y emoción. Otros aún, pueden
haber estado expuestos a formas de comunicación familiar irracionales o generadoras de confusión o a
pautas de aprendizaje contradictorias; ambas situaciones pueden dar lugar a la perplejidad cognitiva o a
la apatía en cuanto a motivación. Cualquiera que haya sido el conjunto de causas determinantes, los ado-
lescentes introvertidos experimentan escaso o ningún placer o dolor que pueda motivar su
comportamiento.
Escala 2A: Inhibido

La segunda combinación, clínicamente significativa, basada en problemas de la polaridad dolor-placer


incluye a adolescentes con una capacidad disminuida para experimentar placer pero con unas inusuales
características de anticipación del dolor psíquico y de sensibilidad frente a él. Esperan de la vida que
resulte dolorosa, con pocas gratificaciones y mucha ansiedad. El desequilibrio derivado de la anticipación
de dolor psíquico y la disminución de satisfacciones psíquicas constituye el núcleo de este tipo de
personalidad. Los prototipos Introvertido, Inhibido y Pesimista comparten un sentimiento mínimo de
gozo y escasa capacidad de disfrutar, pero únicamente el tipo Inhibido está, a la vez, inclinado a sentir
angustia y aprensión. La teoría clasifica a los prototipos Introvertido e Inhibido como retraídos
(Introvertido = pasivo-retraído e Inhibido = activo-retraído). Incapaces de experimentar placer, ambos
tipos retraídos (al igual que el Pesimista) tienden a caer en situaciones de aislamiento y en compor-
tamientos que favorecen la propia alienación.

Escala 2B: Pesimista

Existen puntos comunes entre los tres primeros Prototipos de personalidad, especialmente el
abatimiento, el pesimismo, la falta de alegría, la incapacidad para experimentar placer y una aparente
torpeza motriz. En el prototipo Introvertido, que es similar al Trastorno de personalidad de tipo
esquizoide del Eje II del DSM, existe una incapacidad para la alegría (al igual que para la tristeza). En el
prototipo Inhibido, hay un incremento de la alerta para anticipar el dolor y, en consecuencia, una falta de
atención para la alegría. Para el Pesimista, ha habido una pérdida significativa, una sensación de abandono
y la pérdida de la esperanza de poder encontrar la alegría. Ninguno de estos prototipos de personalidad
experimenta el placer, pero por razones diferentes: una deficiencia; una orientación al dolor;
desesperanza acerca del futuro; desaliento; un panorama desconsolador; un irreparable e irrecuperable
estado de cosas por el cual aquello que pudo haber sido ya nunca volverá a ser posible.

Semejante al tipo de personalidad Depresiva del DSM IV, el Pesimista experimenta el dolor como algo
permanente y no puede considerar el placer como algo ni siquiera posible. ¿Qué experiencias o química
es responsable de esta típica y persistente tristeza? Evidentemente hay predisposiciones biológicas a tener
en cuenta. Hay datos importantes a favor de una predisposición constitucional, muchos de ellos
favorecen la hipótesis genética. Los umbrales implicados en hacer posible el placer o que sensibilizan
para la tristeza varían considerablemente. Algunos individuos están predispuestos al pesimismo y a los
panoramas desalentadores. De forma semejante, la experiencia puede condicionar la orientación a la
desesperanza. Una pérdida significativa, una familia desconsolada, un ambiente restrictivo, la falta de
perspectivas esperanzadoras pueden igualmente conformar un estilo de carácter Pesimista.

Escala 3: Sumiso

Siguiendo el modelo teórico de las polaridades, es posible preguntarse si determinadas consecuencias


clínicas ocurren en adolescentes que están marcadamente desequilibrados en virtud de estar orientados
casi exclusivamente o bien hacia los otros o bien hacia sí mismos como una forma de experimentar el
placer y evitar el dolor. Estas personas difieren de los prototipos Introvertido, Inhibido y Pesimista. Por
ejemplo, estos tres tipos no experimentan placer a partir de sí mismos ni de los otros. Los adolescentes
cuyas dificultades se hallan en el problema de elegir entre ambos polos de la dimensión uno mismo-otros
son capaces de experimentar el placer y el dolor; en cambio, sus problemas provienen del hecho de que
ellos se ligan, casi exclusivamente, a los otros o a sí mismos como fuente de dichas experiencias. La
distinción entre estas dos estrategias opuestas subyace a las orientaciones dependiente e independiente
de la personalidad. En algunos párrafos más adelante se hallará la descripción del tipo ambivalente, aquel
que se halla en conflicto tanto al volverse sobre sí mismo como al orientarse hacia los otros. Sin
embargo, de momento, se describen clínicamente los tipos dependientes.

Los adolescentes que muestran el prototipo Sumiso (como en su equivalente personalidad dependiente
del DSM) han aprendido que el sentirse bien, seguro y confiado (sentimientos asociados con el placer o
la evitación de dolor) deriva casi exclusivamente de su relación con los otros. En sus comportamientos,
estos adolescentes muestran una gran necesidad de apoyo externo y de atención. Si se hallan carentes de
afecto y cuidados, sienten un gran malestar, tristeza y ansiedad. Cualesquiera que sean sus experiencias
tempranas pueden preparar el marco para este desequilibrio por dependencia. Un adolescente con una
personalidad sumisa puede haber estado sobreprotegido y en consecuencia haber fracasado en la
adquisición de la capacidad de autonomía e iniciativa. La experiencia de una baja autoestima y el fracaso
con los iguales puede llevar a estos individuos a evitar el desarrollo de tentativas de aserción y gratifi-
cación de sí mismos. Aprenden tempranamente que las experiencias gratificantes no se logran fácilmente
por uno mismo pero se aseguran apoyándose en otros. Aprenden a contar con los otros, no únicamente
para su subsistencia y seguridad, sino que también aprenden a esperar pasivamente a que los otros
tomen la iniciativa en cuanto a suministrarles seguridad y sostén. Clínicamente, la mayoría de ellos se
caracterizan por una búsqueda de las relaciones en las que los otros les garanticen afecto, protección y
dirección. Aceptan, de forma pasiva, cualquier cosa que las circunstancias les aporten.

Escala 4: Histriónico

Su principal estrategia de afrontamiento consiste también en estar orientados hacia los otros, son un
grupo de personalidades que adoptan una postura de dependencia activa. Logran sus metas de alcanzar
el máximo de protección y cuidado ocupándose enérgicamente en una serie de maniobras caracterizadas
por la manipulación, la seducción, el comportamiento gregario y la búsqueda de atención. Es este
desequilibrio por dependencia activa lo que caracteriza el comportamiento de la personalidad Histriónica
según el MACI, al igual que en su paralelo, el trastorno histriónico de la personalidad del DSM.

A pesar de que se apoyan en los otros en un grado no menor que los sujetos con un prototipo Sumiso
pasivo-dependiente, los adolescentes con una personalidad Histriónica, a primera vista, parecen bastante
diferentes de sus homólogos pasivos. Esta diferencia en el estilo manifiesto es el resultado de la fácil y
emprendedora manipulación de los acontecimientos por parte del activo-dependiente que potencia la
atención y apoyo de los otros y evita la falta de aprobación o el abandono. Este adolescente,
frecuentemente muestra un hambre insaciable, a veces indiscriminada, de estímulos y afecto. Su
inteligente y con frecuencia astuto comportamiento social da la apariencia de confianza interna y de una
independiente seguridad en sí mismo. No obstante, bajo este disfraz subyace el temor a una autonomía
auténtica y la necesidad de constantes señales de aprobación y aceptación. Los elogios y el afecto deben ser
repuestos constantemente y son buscados en cada fuente de refuerzo interpersonal en la mayoría de los
contextos sociales.

Escala 5: Egocéntrico

Algunos adolescentes con un tipo de personalidad independiente muestran también un desequilibrio en


sus estrategias de afrontamiento. Sin embargo, en este caso, existe una confianza primordial en sí mismo
más que en los otros. Han aprendido que el máximo placer y el mínimo dolor se logran confiando
exclusivamente en sí mismos. La tendencia a centrarse en sí mismos da lugar al desarrollo de dos líneas
principales de personalidad. La primera, el prototipo Egocéntrico, incluye la adquisición de una imagen
altamente valorada de sí mismo, aprendida en gran parte como respuesta a unos padres que le admiran y
complacen. Premiarse a sí mismo es altamente gratificante para el individuo que posee un sentido real o
exagerado de la propia valía. Al mostrar su seguridad, su arrogancia narcisista y un egocentrismo
explotador en contextos sociales, el individuo con estas características manifiesta lo que en la teoría se
denomina un estilo pasivo-independiente porque tiene el sentimiento de que posee todo aquello que es
importante, es decir, él mismo.

Estos adolescentes destacan por su sentido de un derecho otorgado sobre los otros y porque experimentan
placer simplemente ocupándose pasivamente de sí mismos. Las experiencias tempranas les han enseñado
a supervalorarse a sí mismos. Estas seguridad y superioridad, a veces basadas en falsas premisas, pueden
ser insostenibles en función de logros verdaderos o maduros. No obstante, asumen alegremente que los
otros deben reconocer que son especiales. Al igual que en su paralela personalidad narcisista del DSM,
mantienen un aire arrogante, seguros de sí y explotan a los otros en beneficio propio sin pensárselo
demasiado o incluso sin intentarlo conscientemente. Aunque los elogios de los otros son bien recibidos y
alentados, su aire de esnobismo y de pretenciosa superioridad requiere escasa confirmación a través de
auténticos logros o del reconocimiento social. Su confianza sublime de que las cosas irán bien les dota de
escasos incentivos para comprometerse en la reciprocidad del toma y daca de la vida social.

Escota 6A: Rebelde

Los adolescentes rebeldes, aquellos a los que la teoría caracteriza como ejemplos de una orientación
activa-independiente, muestran la apariencia, el temperamento y el comportamiento inaceptable del
trastorno antisocial de la personalidad del DSM. Actúan para contrarrestar de forma anticipada el
engaño y el desprecio proveniente de los otros. Lo hacen mediante su implicación activa en un estilo
hostil y tramposo y embarcándose en un comportamiento ilegal mediante el cual buscan el desquite o la
explotación de otros. Escépticos en cuanto a los motivos de los demás, estos adolescentes desean
autonomía y buscan la revancha por lo que ellos sienten como injusticias pasadas. Muchos de ellos son
irresponsables e impulsivos y se sienten justificados de ser así porque juzgan que los demás no son ni de
fiar ni leales. La insensibilidad y la crueldad con los otros son los principales medios que han aprendido
a utilizar] para atajar lo que ellos consideran abuso o victimización.

En contraste con la personalidad explotadora, el prototipo Rebelde de orientación sobre sí mismo se


desarrolla como una forma de protección. Estos adolescentes se vuelven hacia sí mismos, primero para
evitar los estragos que anticipan y segundo para compensarlos mediante la búsqueda de recompensas
instituidas por ellos mismos. Habiendo aprendido que no pueden confiar en los otros, recuperan el
desequilibrio producido por esta pérdida confiando únicamente en ellos mismos y buscando
activamente el desquite por lo que consideran humillaciones pasadas. Al volverse hacia sí mismos
buscando activamente el alcanzar fuerza, poder y venganza, actúan de manera irresponsable, explotando
a los otros y usurpándoles lo que poseen. Su seguridad no está nunca totalmente garantizada, incluso
cuando se han engrandecido a sí mismos más allá de sus precarios orígenes.

Escala 6B: Rudo

Hay algunos adolescentes en los que las propiedades habitualmente asociadas con el dolor y el placer
están en conflicto o invertidas. Al igual que en el prototipo Autopunitivo, que se expondrá más
adelante, estos adolescentes no solo buscan o crean acontecimientos objetivamente dolorosos sino que
experimentan algunos de ellos como placenteros. Esta variante de la inversión dolor-placer en el
prototipo Rudo de personalidad (semejante al trastorno sádico del DSM) se caracteriza por considerar el
dolor (estrés, temor, crueldad) más bien como un placer y como la forma preferida de relacionarse con los
otros. En contraste con el prototipo Auto-punitivo, este adolescente asume un rol activo controlando,
dominando e intimidando a los otros. Las acciones que humillan, degradan y abusan de los otros las
considera como placenteras. Los prototipos de personalidad Autopunitivo y Rudo se agrupan bajo la
etiqueta de discordantes para reflejar, por una parte, la estructura disonante de su sistema dolor-placer y,
por otra, el carácter conflictivo de sus relaciones interpersonales. El prototipo Autopunitivo, fre-
cuentemente la víctima de las relaciones conflictivas, es descrito como pasivo-discordante, y el prototipo
Rudo, más expresivo, se considera activo-discordante.

El estilo Rudo de personalidad incluye adolescentes que no necesariamente han de ser considerados
rebeldes o antisociales pero cuyas acciones dan a entender que encuentran placer en conductas que
humillan a otros o que violan sus derechos o sentimientos. Dependiendo de la clase social y de otros
factores moderadores pueden ser semejantes a las características clínicas que en la literatura se conoce
como carácter sádico. Son generalmente hostiles y permanentemente combativos, y se muestran
indiferentes o incluso complacidos por las consecuencias destructivas de su comportamiento
amedrentador, conflictivo y abusivo.

Escala 7: Conformista

Este contradictorio prototipo de personalidad es semejante al trastorno obsesivo compulsivo de la


personalidad del DSM. Estos adolescentes muestran una clara orientación hacia los otros y consistencia
en la corrección social y el respeto interpersonal. Sus historias generalmente indican que han estado
sujetos a obligaciones y disciplina, pero únicamente cuando habían transgredido las constricciones y
expectativas parentales. Por debajo de la apariencia de sumisión y de la orientación hacia los otros
existen intensos deseos de rebelarse y de imponer sus sentimientos e impulsos orientados hacia sí
mismos. Se hallan atrapados en esta ambivalencia. Para evitar la intimidación y el castigo, han aprendido
a negar la validez de sus propios deseos y emociones y a adoptar los valores y preceptos establecidos por
los otros. Con frecuencia, la disparidad que perciben entre sus propios impulsos y el comportamiento
que deben mostrar para evitar la censura, les conduce a la tensión física y a rígidos controles psicológicos.

Desde el punto de vista etiológico, los adolescentes Conformistas parecen haber sido obligados a aceptar
los valores que otros les han impuesto. Como se ha señalado, sus maneras prudentes, controladas y
perfeccionistas derivan de un conflicto entre la rabia reprimida hacia los otros y el temor a la vergüenza,
la culpa y la desaprobación social. Resuelven esta ambivalencia no solamente suprimiendo el
resentimiento sino también acentuando el conformismo y estableciendo pesadas demandas para sí
mismos. Su disciplinado control de sí mismos les sirve para mantener a raya sus intensos, aunque ocultos,
sentimientos oposicionistas y centrados sobre sí mismos, lo que da lugar a sus características
vacilaciones, dudas, pasividad y pública conformidad. Detrás de esta fachada de corrección y control del
adolescente se hallan al acecho intensos y coléricos sentimientos que ocasionalmente pueden hacer
saltar sus controles.

Escala 8A: Oposicionista

En ambas orientaciones, dependiente (Sumiso e Histriónico) e independiente (Egocéntrico y Rebelde),


los adolescentes muestran la patología mediante una estrategia de afrontamiento que está orientada o
bien hacia los otros o bien hacia sí mismos alcanzando un nivel que puede ser desequilibrado y
exageradamente unilateral. El desequilibrio entre el sí mismo y los otros no es el único prototipo
considerado en la polaridad sí mismo-otros de esta teoría. Las personas «normales» muestran una
cómoda posición intermedia entre las polaridades de sí y otros. Algunos prototipos de personalidad,
aquellos que la teoría describe como ambivalentes, están a la vez orientados tanto hacia sí como hacia los
otros, con lo que se hallan en un intenso conflicto entre lo uno y lo otro. Algunos de estos adolescentes
que denominamos Oposicionistas (semejantes a la personalidad pasivo-agresiva del DSM-III y a la
personalidad negativista del DSM-IV) dudan entre los otros y sí mismos, a veces se comportan de
manera obediente y otras reaccionan de forma desafiante. Con unos sentimientos muy intensos, pero
siendo incapaces de resolver su ambivalencia, se trazan una trayectoria errática que va desde proclamar
la desaprobación de sí mismos y su culpa por no ser capaces de cubrir las expectativas de los otros hasta
la expresión de un terco negativismo y de una fuerte resistencia a estar sometidos a los deseos de los
demás. Los adolescentes cuyos conflictos entre sí mismos y los otros son evidentes, se describen en la
teoría como activamente ambivalentes. Esta lucha entre buscar las recompensas ofrecidas por los otros y
aquellas que ellos mismos desearían estaba también presente en el prototipo de personalidad
Conformista, descrito previamente. Sin embargo, mientras que el pasivo prototipo Conformista oculta su
ambivalencia, las personalidades activamente ambivalentes son conscientes de los conflictos que se
entrometen en su vida cotidiana. Estos adolescentes se implican en discusiones interminables y
experimentan malestar al sentirse fluctuar entre la deferencia y la obediencia por una parte y el
negativismo desafiante y agresivo por la otra. Su comportamiento muestra un patrón errático de furia
explosiva o de tozudez que se entremezclan con la culpa y la vergüenza.

Escala 8B: Autopunitivo

El prototipo de personalidad Autopunitivo deriva en gran parte de una inversión de la polaridad placer-
dolor. Estos adolescentes interpretan los acontecimientos y establecen las relaciones de una manera que
no solamente está reñida con la función tan profundamente arraigada de esta polaridad (la
supervivencia) sino que además es contraria a las asociaciones que estas emociones adquieren,
habitualmente a través del aprendizaje. Para el adolescente Auto-punitivo, el dolor puede haberse
convertido en algo preferible al placer y ser pasivamente aceptado, cuando no estimulado, en las
relaciones íntimas. Esto es frecuentemente intensificado por una resuelta abnegación y aceptación de la
culpa y puede agravarse mediante actos que generan dificultades y pensamientos que exageran los
infortunios pasados y anticipen otros para el futuro. Al relacionarse con los otros de manera obsequiosa y
sacrificada, estos adolescentes permiten o incluso provocan que los otros los exploten (de manera
semejante a los tipos de personalidad autodestructivos del DSM). Al centrar la atención sobre sus peores
características, muchos de ellos sostienen que merecen ser avergonzados y humillados. Para integrar su
dolor y su angustia, estos adolescentes suelen recordar sus pasados infortunios repetida y activamente y,
por otra parte, transforman lo que podrían ser circunstancias afortunadas en problemáticas. Suelen
actuar sin asomo de presunción y quitándose importancia, con lo cual frecuentemente intensifican sus
dificultades y se colocan en una posición inferior o servil.

Los antecedentes del prototipo de personalidad Autopunitivo han sido tema de múltiples especulaciones
durante décadas, principalmente en las publicaciones psicoanalíticas sobre masoquismo. El papel de las
anomalías biológicas es un terreno de especulación que no puede ser totalmente descartado pero que
exige cierta credulidad. Menos cuestionables son las hipótesis referidas al desarrollo o al aprendizaje
social. Por ejemplo, en virtud de una asociación circunstancial, los elementos que normalmente evocan
dolor y placer pueden muy bien alterarse o conectarse entre sí. De este modo, entre los adolescentes que
devienen autopunitivos, el dolor de la brutalidad física o la angustia del abuso verbal pueden haber
estado seguidos de forma repetida por el cariño y la intimidad, lo que lleva a la asunción aprendida de que
la provocación es necesariamente un precursor de la aceptación y la ternura final. En una secuencia más
complicada, la absolución de la culpa puede haber sido lograda con éxito mediante la degradación de sí
mismo. Cuando estas formas de actuación se repiten a lo largo del tiempo dentro de un patrón de
abnegación y servilismo pueden provocar «ruinosas» consecuencias negativas.

Escala 9: Tendencia límite

Tres estilos de personalidad gravemente disfuncionales del DSM, esquizotípico, límite y paranoide, están
también representados en la teoría. Difieren de los prototipos precedentes por varios criterios, pero
especialmente por presentar deficiencias en la competencia social y episodios psicóticos frecuentes (pero
tratables). Por otra parte, de forma casi invariable coexisten con y son variantes más intensas de los
Prototipos de personalidad que se han presentado previamente. Por ejemplo, las personalidades límite
tienden a mostrar características que son semejantes pero más problemáticas que las que podemos hallar
en los tipos Oposicionista y Autopunitivo. Menos integrados en términos de la organización de su
personalidad y menos eficaces en el afrontamiento que sus equivalentes benignos, son especialmente
vulnerables a la descompensación cuando se enfrentan a las tensiones de la vida. El MACI incluye única-
mente uno de estos prototipos graves, la Tendencia límite. Los otros dos son relativamente poco
frecuentes en los adolescentes.

Una cuestión que cabe plantearse hace referencia al criterio empleado para considerar un prototipo de
personalidad más grave que otro. No procede presentar aquí una discusión teórica completa (ver Millón,
1981). Puede observarse que el abordaje elegido ha consistido en agrupar las aportaciones del MACI con
referencia a sus equivalencias con los trastornos de personalidad del Eje II, de acuerdo con su capacidad
de adaptación. La gravedad fue valorada, en parte, estimando la probabilidad de que una orientación
concreta de la personalidad encajara o no en alguno de los nichos socioculturales de la sociedad
contemporánea. En otras palabras, deberemos evaluar la probabilidad de que un prototipo de
personalidad pueda mantener su funcionalidad y su coherencia estructural de manera socialmente
aceptable y personalmente satisfactoria.

Los tres trastornos graves del Eje II son problemáticos desde el punto de vista de la adaptación, dificultad
en relacionarse socialmente, y frecuentemente aislados, hostiles o confusos. Por lo tanto, no es probable
que promuevan el apoyo interpersonal que podría reforzar sus frágiles defensas y orientarlos hacia estilos
de vida más eficaces y satisfactorios. Además, en estos trastornos existe una ruptura evidente de la
cohesión en la organización de la personalidad.

El prototipo de personalidad de Tendencia límite corresponde, según la teoría, a una orientación


emocionalmente disfuncional que dificulta la adaptación por su ambivalencia. Los conflictos existen en
todos los ámbitos, entre placer y dolor, activo y pasivo, y sí mismo y los otros. Los adolescentes con este
prototipo de personalidad parecen incapaces de adoptar una posición consistente, neutral o equilibrada
entre los extremos de estas polaridades, tendiendo a fluctuar de un extremo al otro. Experimentan
estados de ánimo intensos y endógenos, con periodos recurrentes de abatimiento y apatía,
frecuentemente salpicados con rachas de rabia, ansiedad o euforia. Entre las características que los
diferencian de los cuadros de personalidad menos graves, están la inestabilidad y la labilidad de sus
estados de ánimo. Adicionalmente, muchos de ellos expresan y pueden llegar a actuar a partir de
pensamientos recurrentes auto-lesivos y suicidas. Algunos se muestran manifiestamente preocupados por
asegurarse el afecto. Muchos de ellos pueden tener dificultad en mantener un sentimiento consistente de
identidad. En la dimensión interpersonal, la mayoría muestran una ambivalencia cognitiva y afectiva que
se hace evidente por la presencia simultánea de sentimientos de rabia, amor y culpa hacia los otros.
Estas características representan un bajo nivel de cohesión estructural en su organización psíquica . En
muchos de ellos representan una fractura entre sus orientaciones intrapsíquicas e interpersonales. Son
incapaces de mantener una estructura interna coherente y mantener la consistencia en sus relaciones
personales o en sus operaciones defensivas. Existe una discordia intrapsíquica fundamental, una
división nuclear entre adoptar una posición independiente o dependiente, entre actuar de manera
impulsiva o retrayéndose en un abandono pasivo, siguiendo los deseos de los otros o haciendo lo
contrario de lo que los otros desean. Repetidamente arruinan o contradicen las acciones que previamente
han iniciado, haciendo presente de este modo su realidad de estar internamente divididos.

Resulta a la vez posible y útil emplear las dimensiones clave del modelo teórico para hacer más explícitas las
características clínicas de los prototipos básicos de personalidad del MACI, desde el prototipo Inhibido,
activamente sensible al dolor, hasta el prototipo Egocéntrico, pasivamente centrado en sí mismo; desde el
prototipo Histriónico, activamente orientado hacia los otros, hasta el estilo Oposicionista, conflictivo y
centrado en sí mismo. Los estilos adaptativos derivados de la teoría no generan las distinciones entre
estructuras de personalidad que caracterizan a los trastornos graves. Sin embargo, hacen posible la
identificación de los diferentes estilos a través de los que se expresan estas estructuras más patológicas. De
ahí la frecuente presencia de estructuras mixtas tales como Histriónica-Límite, Ruda-Límite y Oposicionista-
Límite.

2.2. Preocupaciones expresadas


Las ocho escalas siguientes se centran en los sentimientos y actitudes acerca de cuestiones que tienden a
preocupar a la mayoría de adolescentes con problemas. La intensidad con que se experimentan queda
reflejada en la elevación de las puntuaciones de cada escala. Hay que destacar que estas escalas
representan percepciones más que criterios o comportamientos objetivamente observables.
Escala A: Difusión de la identidad

La adolescencia es, principalmente, un periodo de examen de sí mismo, de los otros y de las creencias.
Antes de que los adolescentes puedan abandonar de manera confortable la seguridad de la dependencia
infantil, deben formularse alguna idea acerca de quiénes son, adonde van y cómo podrán llegar allí. Su
tarea consiste en construir un puente que les permita cruzar el abismo desde la irreflexiva vinculación
infantil a lo establecido hasta la propia independencia con una comprensión clara de quiénes son.

Esta transición, a veces caótica y perturbadora, desde la inconsciencia de la infancia a la identidad adulta
constituye el foco de la escala de Difusión de la identidad. Para facilitar el desarrollo eficaz de la
identidad, deben existir factores tales como relaciones satisfactorias entre padres e hijos y adecuados
modelos de rol del propio sexo (Block y Turula, 1963; Helbrun y Fromme, 1965). A la inversa, pueden
darse circunstancias que lleven a aumentar la dificultad y hacer que el adolescente no sea capaz de
desarrollar una identidad madura. Al comenzar con los cambios corporales todo un amplio mundo de
posibilidades de elección se ofrece al adolescente, que debe adaptarse y seleccionar sus metas. Los
adolescentes que carecen de adecuados modelos de rol o que han recibido mensajes confusos o
malhumorados de sus padres o de sus iguales, pueden sentir estos cambios como abrumadores o como algo
espantoso. Si las perspectivas son suficientemente aterradoras, pueden evitar el cambio, dando lugar a
adolescentes que continúan inseguros de quiénes son o de adonde pueden ir y que eligen quedarse con
la confusión y la incomodidad de su familia antes que enfrentarse a lo desconocido. Una posi ción de este
tipo únicamente produce futuros problemas.

La resolución del tema de la identidad es central para que el adolescente sea capaz de establecer su
independencia, de convertirse en miembro de un grupo de iguales y de desarrollar su identidad sexual.
Sin un sentido claro de los valores y una identidad personal es muy poco probable que se produzca un
desarrollo saludable. Sin embargo, a pesar de las dificultades, la mayoría de los adolescentes construyen
las bases de su identidad en la adolescencia temprana y media. Esta base se ve fortalecida cuando
adquieren pautas de afiliación social y objetivos vocacionales.

Un cierto grado de cuestionamiento y de dudas acerca de sí mismo es no solamente inevitable sino


también necesario para el progreso del desarrollo. Los adolescentes que simplemente abrazan los ideales
formulados por sus padres pueden haber adquirido un rol, pero quizás más tarde llegarán a tener graves
dificultades en aceptar este sentimiento de sí mismos, externamente impuesto. Simplemente se ha
retardado un proceso necesario. El desarrollo de la identidad no demanda simplemente el rechazo de los
valores paternos, sino más bien el examen e integración de esos valores junto con los valores de un
mundo más amplio al que se están incorporando los adolescentes.

Escala B: Desvalorización de sí mismo

En ningún momento antes de la adolescencia se halla el individuo en evolución sujeto a un examen tan
crítico de sí mismo. Los niños suelen percibirse a sí mismos en términos de cómo deberían ser, con un
ideal que frecuentemente se halla muy próximo al de sus padres. Sin embargo, en la adolescencia
temprana, se entra en un periodo doloroso de comparación de sí mismo con los ideales que parecen
mucho más lejanos de lo que el adolescente había considerado previamente. Es la disparidad entre
ambos, y la lucha por resolverla, lo que constituye el foco de la escala de Desvalorización de sí mismo.
Esta lucha está íntimamente ligada con los esfuerzos del adolescente para desarrollar su propia identidad. Lo
que se observa es que el adolescente formula un sentido tentativo de lo que es. Se observa en esta área,
quizás más que en ninguna otra, que la fuerza de la adolescencia frecuentemente intensifica los
conflictos aunque, en última instancia, le ayudará a crecer y resolver las dificultades.

El ideal de nosotros mismos que todos creamos suele ser bastante constante a través de los individuos.
Todos queremos ser valientes, inteligentes y atractivos. Sin embargo, los individuos varían
considerablemente en cómo se perciben con relación a este ideal. Dos factores importantes afectan a esta
percepción: la presencia de auténticas deficiencias que hagan imposible el logro del ideal y la intensidad
crítica con la que una persona se evalúa a sí misma. Los adolescentes se han planteado ideales que
consisten en riqueza y poder pero sienten que no podrán alcanzar estas metas si tienen capacidades
limitadas o se les niegan oportunidades por pertenecer a minorías en situación de desventaja (Dreger y
Miller, 1968). Por otra parte, estos ideales elevados pueden parecer muy lejanos para los adolescentes más
aventajados o más perspicaces que son capaces de analizar y reconocer las diferencias entre ellos mismos
y los niveles o expectativas que se habían marcado. La introspección de estos adolescentes podrá serles
útil más tarde y quizás incremente una mayor congruencia entre sí mismo y la realidad (Katz y Zigler,
1967).

Es significativo que el adolescente con una baja autoestima sea menos popular entre su grupo de iguales
aunque muestre la mayor necesidad de aprobación social. Buscando cómo lograr esa aceptación y el
reconocimiento social se convierten en simples peones de otros miembros del grupo, frecuentemente se
comportan de forma que en otras circunstancias no hubieran ni considerado, únicamente por su necesidad
desesperada de ser aceptados por los otros (Dittes, 1959; Walster, 1965; Zimbardo y Fórmica, 1963).

A pesar de tales escollos, el proceso de desarrollo continúa su progreso. El proceso prosigue en la


adolescencia tardía, generalmente con mayor comodidad y aceptación de sí mismo. La insatisfacción con
respecto a sí mismo se convierte entonces en un marcador muy personal de falta de felicidad y no
simplemente en un índice común a la mayoría de los adolescentes. Con la madurez, los adolescentes
aprenden a no culpar a los otros de sus propias dificultades.

Escala C: Desagrado por el propio cuerpo

Los niños aceptan crecer y cambiar como aceptan cualquier otro aspecto de su existencia cotidiana.
Cuando ocurren los cambios, los sienten como algo gradual y son integrados con escasa conciencia. Por
el contrario, los cambios que tienen lugar en la adolescencia temprana y media son de naturaleza
diferente. El crecimiento es rápido, afecta a la sexualidad y crea cambios físicos significativos en cuanto a
configuración, forma y atractivo. Los deseos y sueños referentes a la apariencia se confrontan ahora de
forma clara con la propia identidad física que emerge. La manera en que el adolescente se ve a sí mismo se
basa, en parte, en aspectos objetivos de su desarrollo corporal, pero este físico es juzgado en el contexto
de una miríada de experiencias y de normas sociales (Ausubel, 1954). Este proceso crítico es muy
complejo, producto de las actitudes parentales, de los temores personales, de las reacciones de los iguales
y de la propia conciencia crítica.

La edad en que tienen lugar los cambios de la pubertad es significativa, especialmente para los chicos
(Frazier y Lisonbee, 1950). El desarrollo temprano, evidente en el vello facial y en el aumento de la
musculatura, es visto de forma muy positiva, dando lugar frecuentemente a un sentimiento de propia
satisfacción, interés en las prácticas atléticas y confianza de tipo general. El retraso en este tipo de
cambios en el chico adolescente, ocasiona a menudo una menor asertividad y menor tendencia a asumir
el papel de líder, pautas que pueden persistir después de la maduración (Washburn, 1962). Mientras que
la forma corporal ideal en los chicos se halla en consonancia con las características típicas de la
maduración, las chicas adolescentes quedan frecuentemente atrapadas en una situación dolorosa cuando
se desarrollan físicamente. Algunos de los cambios más esperados (p. ej., el desarrollo del pecho) están
vinculados a otras características menos atrayentes, que incluyen muslos más gruesos y caderas más
anchas. Los beneficios del desarrollo son complejos y, con frecuencia, la chica adolescente es duramente
crítica con lo que ella ve como imperfecciones obvias, cuando lo compara con el ideal femenino de ser
bien proporcionada, con caderas delgadas y piernas largas. Una sensación dolorosa de disminución del
atractivo puede complicar otros aspectos de la adaptación de la adolescente, especialmente la relación
con sus compañeros varones.

Este proceso de examen de sí mismo, de crítica y de integración de la apariencia física y de la imagen


corporal se ve muy afectado por las reacciones de los otros. Un primer factor lo constituyen las actitudes
que los miembros de la familia adoptan de cara a minimizar o mejorar los problemas. Las actitudes
negativas de la familia pueden crear e intensificar la insatisfacción por la imagen facial y corporal,
incluso entre adolescentes que están experimentando los cambios normales del crecimiento (Schonfeld,
1966).

En la adolescencia tardía, la mayoría de los cambios físicos han ocurrido ya. Bien o mal, el individuo ha
asumido una relativamente acabada configuración facial y corporal. Desgraciadamente para muchos
adolescentes, la insatisfacción por su apariencia se mantiene también, frecuentemente, inmutable.

Escala D: Incomodidad respecto al sexo

Desde el primer momento en que a un niño lo visten de rosa o de azul, comienza su preparación para el
rol de adulto (de adulto definido en cuanto al sexo). Incluso hoy en día, a pesar del significativo proceso
iniciado hacia la igualdad en el tratamiento y la igualdad de oportunidades para niños y niñas, el proceso
de inculcar en los chicos y chicas los roles masculinos y femeninos tradicionales sigue actuando. A
medida que el niño progresa en su maduración, crece la conciencia acerca de las actitudes y expresiones
parentales referidas a la sexualidad. Con frecuencia, los niños aprenden a no tocar sus genitales y si los
sorprenden, tienen la sensación de vergüenza o de desconcierto. La exploración temprana cambia
generalmente desde una curiosidad inocente hacia una exploración furtiva y cargada de culpa. Incluso
cuando los padres son tolerantes, otras personas transmiten a menudo la actitud de que el sexo es pro-
blemático.

La adolescencia temprana aporta con frecuencia, la anticipación de nuevas oportunidades y retos. El


adolescente se enfrenta a la tarea de reconciliar las creencias previamente aprendidas con un nuevo y fuerte
despertar sexual. Este proceso impone que se desarrolle la imagen de ser una persona con impulsos
sexuales que son capaces de expresarse y de proporcionar placer. La capacidad de integrar estos impulsos
sexuales en el marco de la imagen de uno mismo tendrá una influencia clara en los sentimientos del
adolescente con respecto al sexo y en su manera de establecer relaciones sexuales.

La transición eficaz hacia la sexualidad consciente y cómoda no es una consecuencia simple de la


maduración y de la aceptación parental. Más bien es algo que ocurre como producto de una interacción
compleja entre la oportuna maduración biológica, la aceptación del cambio y el sentimiento de sí
mismo en desarrollo que permite la integración de este nuevo aspecto. Otro elemento a considerar es la
disposición del adolescente para ir más allá del rol seguro y dependiente de la infancia hacia uno nuevo que
lleva a asumir las responsabilidades adultas.

El adolescente se las arregla para armonizar todos los aspectos (los estímulos biológicos, las inseguridades
sociales y la propia conciencia amorosa) a fin de lograr el idealizado rol de adulto. Después de un trémulo
comienzo, la mayoría de adolescentes logran una expresión sexual plena de significado, en la que se
combinan la amistad y la intimidad. La facilidad y el ritmo de esta transición es evaluada por la escala de
Incomodidad respecto al sexo que refleja las actitudes parentales, las creencias culturales y el impacto de los
iguales, todo lo cual contribuye a la sexualidad y a su aceptación. Las actitudes inmaduras y un perturbador
sentimiento de culpa o de vergüenza es lo que se evalúa para asesorar al clínico en la ayuda a los adolescentes
con este tipo de problemas.

Escala E: Inseguridad con los iguales

Como en la infancia, los grupos de compañeros de su edad permiten a los adolescentes ejercitarse en las
relaciones, dentro de un estadio del desarrollo que es común para todos. Es evidente que existen normas de
iguales y que hay una presión para adaptarse a ellas, pero parece ser que los adolescentes utilizan el grupo
de forma primordial para equilibrar sus necesidades de dependencia con sus aspiraciones de independencia.
Los adolescentes ven al grupo de iguales como una fuente de apoyo en un momento en el que están
intentando distanciarse de los valores y del dominio de los padres. Aunque la afiliación al grupo de iguales
no abarca todos los aspectos de la vida del adolescente, conforma y tiene influencia significativa en su
comportamiento social. La mayoría de los adolescentes más jóvenes buscan un número grande de amigos y
son poco selectivos en la elección de su grupo de iguales. Sin embargo, a medida que la confianza en sí
mismo y la conciencia de sí aumentan, los adolescentes comienzan a elegir dentro del grupo de iguales para
desarrollar amistades más íntimas y dar apoyo a los valores que han comenzado a abrazar. La mayoría de los
adolescentes pasan desde un periodo de implicación intensa con su grupo de iguales a un distanciamiento
gradual a medida que son aceptados por otros y se sienten libres para cambiar hacia las amistades más íntimas
de la adolescencia tardía. Sin embargo, los adolescentes con una baja autoestima se sienten capturados en una
situación especialmente desesperante. Puesto que esperan el rechazo, frecuentemente permanecen como
observadores tímidos y pasivos al margen de la vida. Al ser evaluados como nuevos miembros del grupo, sus
compañeros valoran su personalidad y comportamiento y, con frecuencia, les otorgan únicamente un acceso
limitado. En consecuencia, fracasan en cuanto a recibir la atención y el reconocimiento que anima a sus
compañeros, que tienen más éxito, a aumentar su confianza en sí mismos y su autonomía. Estos adolescentes
permanecen bloqueados en ese estadio temprano de la afiliación al grupo. Patéticamente necesitados de la
aprobación de sus iguales, aceptan incluso el bajo estatus que se les otorga, lo cual sienten que es necesario
para mantener cierta apariencia de pertenencia al grupo.

Aquellos con mayores ventajas (adolescentes animados, alegres, afables y con sentido del humor) reciben la
recompensa de la aprobación de sus iguales que estimula su crecimiento. Los que tienen dificultades
(individuos intranquilos, tímidos y nerviosos) están atrapados por una autoestima que disminuye, buscando
algo a lo que adherirse. Estos infortunados individuos son blancos fáciles para aquellos que les premiarán
con su reconocimiento a cambio de una lealtad absoluta y esta sumisión puede llevarles a compromisos que
quedan muy lejos de sus valores intrínsecos y de su verdadero potencial. Esta escala, Inseguridad con los
iguales, mide el grado en que el adolescente tiene éxito en lograr una posición cómoda y satisfactoria dentro
del grupo de iguales.

Escala F: Insensibilidad social

Desde muy temprano, la familia inculca a los niños los valores relativos al comportamiento adecuado. Esto se
logra a través de una combinación de advertencias, elogios y modelado implícito. En ausencia de estos
esfuerzos tempranos, y algunas veces a pesar de ellos, algunos niños pueden carecer de o rehusar aceptar estas
creencias como propias. El grado en que se desvían de estos principios afectará a sus vidas y a su
comportamiento interpersonal. ¿Qué sentimientos tiene una persona que se desvía por estos cauces? ¿Cómo se
expresa la insensibilidad interpersonal y qué comportamiento se puede esperar de esa persona? Aún más,
¿qué impacto producirá este individuo en los otros y qué reacciones evocará como consecuencia? La escala
de Insensibilidad social se centra sobre estos temas.

La característica más destacada del comportamiento de este tipo de personas es una indiferencia generalizada
hacia los sentimientos y reacciones de los otros. Esto es diferente de la hostilidad abierta; antes bien, lo que
muestra es una despreocupada indiferencia ante la presencia de la incomodidad o el dolor de los otros. Con
frecuencia esta persona, poco compasiva y aparentemente inconmovible ante la necesidad de reciprocidad en
las relaciones sociales, puede elegir el aislamiento, la apatía o la insensibilidad. Se trata de un individuo que
puede evitar las limitaciones ordinarias y adoptar activamente puntos de vista que son contrarios a los dere-
chos de los otros. La mayoría de las veces se observa o bien una disminución de la vida interpersonal o bien un
deseo de tratar sin ningún miramiento a aquellos que se cruzan en su camino. Para estos individuos es
simplemente más fácil no preocuparse que modificar su comportamiento.

Aunque la intensidad de estos sentimientos se extiende a lo largo de un continuo, la distribución no es en


absoluto normal. Más bien, la inmensa mayoría de los adolescentes desea, como sus padres, como mínimo
alabar de boquilla, si no se adhieren realmente a ellas, las creencias que incluyen el respeto por los derechos
de los otros. No obstante, algunos individuos, pueden sobrepasar esta posición asumiendo una actitud
bastante más violenta que tenga graves consecuencias para la familia, la escuela y la sociedad. Ahora bien, este
panorama aislado y negativo crea una situación en la que el adolescente permanece virtualmente impasible
ante los incentivos para que mejore su adaptación social. ¿Con cuánta frecuencia los psicólogos que han
entrevistado adolescentes que han tenido problemas con las normas, se han quedado simplemente
asombrados por su indiferencia absoluta ante el dolor de los otros cuando les ven revolverse en su silla, de
forma insolente, esperando que se acabe la «lección», en cuyo momento quitarán importancia a todo el
incidente como irrelevante? La frustración que experimentan los clínicos se deriva de la incapacidad de entrar
en contacto con estos adolescentes, de despertar esos sentimientos que son necesarios para estimular el cambio.
En este caso no se trata de una cuestión evolutiva en el sentido de que todos los adolescentes deban pasar
por esta fase para lograr una mayor madurez. Antes bien, el tema adquiere su significación en virtud de la
necesidad que tiene la sociedad de influir en estos individuos para que desarrollen la conciencia de que su
comportamiento es destructivo para los otros y, a la vez, tiene también consecuencias para ellos mismos.

Escala G: Discordancia familiar

La imagen que frecuentemente nos viene a la mente cuando se menciona la palabra adolescente es la de
un chico enfadado pegando un portazo al salir por la puerta después de una nueva discusión con sus
padres. La costumbre social de equiparar disentimiento y desobediencia con el periodo de la adolescencia
está muy extendida, pero la verdadera naturaleza de este comportamiento y su significado están menos
claros. El adolescente, ¿es realmente un rebelde? Y si es así, ¿cuál es la índole de esta rebeldía? Aún más,
¿qué papel juega la familia en la precipitación, exacerbación o mejoría del conflicto? Finalmente, ¿cómo
se resuelven estos problemas dentro de casa y fuera de ella? La relación del adolescente con su familia
junto con las percepciones de lo que debería ser, es el foco de la escala de Discordancia familiar. Esta escala
evalúa los sentimientos y las percepciones del adolescente, no lo que es objetivamente real.

En muchos aspectos, la casa y la familia sirven como un anfiteatro exterior en el que la lucha interna entre
dependencia e independencia se puede desarrollar de forma segura. Ambas inclinaciones son fuertemente
positivas: por una parte, la autonomía y los privilegios de la madurez, y por la otra parte la seguridad y el
sostén. Ambas suponen un precio, la responsabilidad para la primera de ellas y la insuficiencia de uno
mismo para la segunda. Esta tarea evolutiva se ve también complicada porque la madurez requiere tanto
de la independencia como de la capacidad de confiar y de relacionarse con los otros, incluyendo los
padres. Cuando examinamos el comportamiento oposicionista del adolescente nos hallamos ante un
fenómeno interesante, incluso aunque se ignore su contenido específico. Los adolescentes más jóvenes
buscan afirmarse por sí mismos como individuos capaces de tomar sus propias decisiones. Perciben a
sus padres como oponentes en esta lucha. No es una batalla por el contenido de un valor u otro sino más
bien por el derecho a establecer sus propias expectativas.

El crecimiento del adolescente no se produce en el varío. Los padres varían en su capacidad para tratar
con estos cambios. Además, la adolescencia llega, con frecuencia, durante un periodo evolutivamente
difícil para los padres, que pueden estar sintiendo una «pérdida de horizontes,» una conciencia de que
es poco probable que la vida mejore de forma significativa. La mortalidad se hace más real cuando los
padres del adolescente asumen el rol de hacerse cargo del cuidado de los propios padres, presenciando su
deterioro y finalmente su muerte. Estas tensiones añadidas hacen, frecuentemente, que los padres se
sientan asediados, acusados injustamente de defectos por sus hijos en un momento en que necesitan
sostén y seguridad para sí mismos. En consecuencia, pueden parecer inflexibles o poco empáticos para
escuchar las peticiones de sus hijos o pueden sentirse irritados por el comportamiento difícil del ado-
lescente.

La resolución de estos conflictos adolescentes dependerá de la intensidad de su lucha interna y de las


reacciones de los padres ante sus esfuerzos de autonomía. Este proceso está presente en todos los
adolescentes; con frecuencia, refleja no tanto la existencia de diferencias en valores y creencias (Offer,
1969) como una necesidad de separación y de lograr la independencia de todo aquello que se
experimenta como incompatible con la mayor madurez.
Escala H: Abusos en la infancia

La victimización no es, obviamente, un problema exclusivo de la infancia y la adolescencia, pero los


niños son un grupo especial de individuos dependientes y vulnerables. La aparición de las estructuras
sociales familiares ha establecido la subordinación de los niños a sus mayores, lo cual les deja frente al
riesgo de falta de cuidado y abusos a la vez que especifica su estatus legal como propiedad de sus padres.
El código de derecho familiar protege a los niños ante las vicisitudes y peligros de aspectos culturales más
amplios pero les deja enteramente vulnerables dentro de la familia. Sujetos a un control casi absoluto en
sus casas se convierten en vulnerables a abusos potencialmente ilimitados tanto físicos, como psíquicos y
sexuales.

Tanto Pierre Janet como Sigmund Freud habían reconocido, a finales del siglo diecinueve, que los orígenes
de la histeria adulta, especialmente entre las mujeres, podían ser rastreados como efectos posteriores al
hecho de haber sufrido abusos sexuales en la infancia. Janet centró su atención en una serie de
acontecimientos traumáticos, empleando el concepto de disociación para explicar cómo la memoria de
estos acontecimientos aparece desconectada de la corriente central de las ideas que se asocian
normalmente. Freud se interesó de forma especial en la conexión entre el trauma sexual y la patología
posterior. A pesar de que, posteriormente, Freud repudiara su primitiva tesis de la seducción infantil,
substituyéndola por las «fantasías» infantiles, como agente etiológico principal de lo que denominó
complejo de Edipo, continuó enfatizando el rol del trauma psíquico en sus teorías posteriores.

Que el trauma infantil y los abusos son elementos importantes en el desarrollo posterior de
psicopatología es algo bien establecido, aunque existe cierta preocupación de que ello haya adquirido
una cualidad evanescente en las últimas dos décadas. No obstante, los estudios retrospectivos de
pacientes psiquiátricos internados sugieren que quizás entre un tercio y la mitad de ellos tienen historias
de abusos físicos o sexuales o de ambos. Las mujeres aparecen con más probabilidad de ser víctimas que
los hombres, especialmente en el caso de abusos sexuales. Los hombres que han sufrido abusos tienen
una mayor tendencia a reaccionar volviéndose agresivos, mostrando características de personalidad
antisociales o sádicas, mientras que las mujeres se inclinan a volverse autodestructivas (autolesivas o
suicidas) mostrando características de personalidad límite o autopunitiva. Los abusos durante la infancia
parecen incrementar el riesgo de que sus víctimas abusen en el futuro de sus propios hijos. De acuer do
con estudios recientes, aproximadamente un tercio de aquellos que sufrieron abusos físicos, abusos
sexuales, o fueron gravemente descuidados maltratarán a sus propios hijos. Esta transmisión entre
generaciones del abuso aparece incrementada en los padres socialmente aislados que no han tenido la
posibilidad de asimilar las pautas culturales que corresponden a formas de crianza más saludables.

El abuso emocional es un término genérico que engloba diversas variantes del maltrato por parte de los
padres (p. ej., rechazan, aterrorizan, ignoran, aíslan o corrompen). El abuso sexual, una forma específica y
especialmente problemática de abuso tanto físico como emocional, aparece con una prevalencia de
aproximadamente el 20% en la historia de las mujeres de edad universitaria y entre el 7% y el 8% de
varones en edad universitaria. El contacto sexual entre hermanos es la forma de incesto más frecuente,
aunque es más probable que se informe de la actividad incestuosa entre hijas y sus padres o padrastros.
Los supervivientes del incesto o de otros abusos sexuales, muestran una amplia variedad de
psicopatología adolescente y adulta, incluyendo problemas sexuales, aislamiento social, confusión de rol,
abuso de sustancias, baja autoestima, depresión, tentativas de suicidio, síntomas disociativos y
características de personalidad agresiva y límite. La escala de Abusos en la infancia fue diseñada para
descubrir abusos en el entorno del adolescente. Debería destacarse que a pesar de estar basada en criterios
clínicos, esta escala mide únicamente la percepción y el recuerdo de estos acontecimientos por el
adolescente; esto no afirma necesariamente la realidad de estas experiencias.
2.3 Síndromes clínicos

Las siete escalas que configuran esta sección se relacionan con trastornos que se manifiestan bajo formas
relativamente específicas, es decir, la sintomatología se agrupará en síndromes clínicos claros y bien definidos,
tales como la ansiedad y la depresión. Habitualmente éstos son el foco inicial del tratamiento, destacándose
como comportamientos, pensamientos o sentimientos relativamente llamativos, que se hacen notar y atraen
la atención hacia esa persona indicándola como alguien que requiere ayuda profesional.

En contraste con los Prototipos de personalidad, los Síndromes clínicos se consideran más bien como
extensiones o distorsiones de la personalidad básica de un adolescente. Estos síndromes suelen ser estados
relativamente diferenciados y transitorios, que crecen y disminuyen en un periodo de tiempo, dependiendo de
las situaciones estresantes. La mayoría se caracterizan por ser una caricatura o una acentuación del estilo
básico de personalidad del adolescente. Sin embargo, independientemente de cuan diferenciados parezcan
ser estos síndromes, toman sentido y significación principalmente dentro del contexto de la personalidad del
adolescente y deben ser evaluados con referencia a ese patrón. A pesar de la observación de que algunos de
los síndromes aparecen con mayor frecuencia conjuntamente con algunos estilos concretos de personalidad,
cada uno de estos estados sintomáticos podrán aparecer en varios prototipos. Por ejemplo, el Afecto depresivo
(escala FF) aparece más frecuentemente en las personalidades Inhibidas, Pesimistas y Autopunitivas. La
Inclinación al abuso de sustancias (escala BB) se encuentra comúnmente en los prototipos Rebelde y Rudo.

Dado que existen diversas variaciones posibles entre Síndromes clínicos y Prototipos de personalidad, es de
suma importancia construir un modelo en el que estas relaciones entre unos y otros puedan ser especificadas.
Aunque los Síndromes clínicos y los Prototipos de personalidad son evaluados de forma independiente, cada
Síndrome clínico debe ser coordinado también con el Prototipo específico de personalidad con el que se
relaciona. La mayoría de los Síndromes clínicos descritos en esta sección son de tipo reactivo siendo
substancialmente de una duración más breve que lo§ trastornos de personalidad. Normalmente representan
estados en los que se manifiesta claramente un proceso patológico activo. Muchos de sus síntomas se
desencadenan por acontecimientos externos. Como se ha indicado, la mayoría aparecen de forma brusca o
llamativa, con frecuencia acentuando o intensificando las características más prosaicas del estilo básico de
personalidad premórbido. Durante periodos de activa patología, no es raro que varios síntomas estén
presentes a la vez y que con el tiempo cambien en su nivel de importancia.

Escala AA: Trastornos de la alimentación

Al igual que con los otros Síndromes clínicos, el impulso que subyace al comportamiento anoréxico o bulímico
varía considerablemente, así como el nivel de peligro que supone la gravedad de la psicopatología asociada y
el grado en que constituye una reacción a estresores del entorno. Dependiendo de la interacción de estos
factores en la vida del adolescente, los trastornos de la alimentación pueden materializarse a partir de la
nada, desaparecer durante un periodo y luego volver a surgir con o sin un precipitante manifiesto.
Únicamente a partir de la última o dos últimas décadas se ha empezado a acumular datos longitudinales sobre
la prevalencia de estas disfunciones y sobre su curso creciente o menguante.

La anorexia nerviosa fue identificada en las postrimerías del siglo diecinueve como una importante disfunción
psicológica que puede llegar a la muerte por inanición en chicas jóvenes. Sin embargo, la bulimia es un
trastorno relativamente moderno, en el cual aún existe cierta confusión en la definición. Una traducción
concreta del término podría ser «apetito voraz»; éste ha llegado a significar atracón de comida, vómito y
purga. Al igual que la anorexia nerviosa, está asociada con una excesiva preocupación por el cuerpo e
inquietud por el peso, ambos trastornos pueden presentarse de forma simultánea. La escala de Trastornos de la
alimentación evalúa la probabilidad de que el adolescente esté sufriendo un trastorno alimentario.

Escala BB: Inclinación al abuso de sustancias


La mayoría de los adultos tienen la impresión de que los adolescentes han incrementado de forma destacada
su consumo de alcohol y drogas durante la última o las dos últimas décadas. Los hechos no justifican tales
conclusiones. Los adolescentes que usan y abusan del alcohol no han aumentado de forma apreciable en la
última generación y la «revolución de las drogas» parece haber sido una fase entre los años 1960 y 1970,
alcanzando su cima durante ese periodo y descendiendo a partir de él. Lo que se ha podido ver en los últimos
años es la continuación del abuso de sustancias entre ciertos adolescentes perturbados, más que una ten-
dencia de masa cultural. El tema en discusión es quiénes usan drogas y alcohol en exceso, por qué lo hacen,
qué grupos de edad y qué trayectoria siguen, qué sustancias emplean, por cuánto tiempo, con qué propósitos.

Es evidente que el abuso de sustancias es un problema importante para la sociedad y para los servicios de
salud mental. Este problema es mucho más importante entre los pobres y marginados que buscan la sustancia
para mejorar sus sentimientos de desesperanza y su rechazo de las normas sociales. En el ámbito de los
servicios de salud mental es donde la evaluación psicológica puede jugar un papel principal. Este es el caso,
especialmente cuando los instrumentos pueden no solamente identificar la presencia del abuso o la
predisposición al mismo, sino que también pueden indicar el contexto personal dentro del cual aparece el
abuso. Mediante la escala de Inclinación al abuso de sustancias, el MACI pretende suministrar una compren-
sión de por qué se produce el abuso y para qué finalidad le sirve a un adolescente con un determinado patrón
de personalidad.

Escala CC: Predisposición a la delincuencia

Numerosos conflictos y luchas internas pueden provocar que los adolescentes tengan problemas; y un
número igualmente amplio de acontecimientos y desórdenes internos pueden llevar a los adolescentes a
convertirse en problemas. Generalmente los adolescentes que tienen problemas, hacen notar su malestar
mediante la exhibición de comportamientos problemáticos con la familia, amigos y profesores. Los
adolescentes que son problemáticos consiguen la atención mediante el malestar que infligen a los otros y a
través de la indiferencia por las limitaciones ordinarias de la sociedad. ¿Cuál es la esencia de esa incapacidad o
desgana para cumplir con las normas sociales? ¿Cómo se ha desarrollado ese hábito de despreocupación y
qué vías se han mostrado más eficaces para su remedio?

Lo que subyace al comportamiento «delincuente» no es un rasgo único sino una constelación de sentimientos,
cogniciones (o su ausencia) y comportamientos que culminan en actos contra otros. No existe un único tipo
de individuo delincuente. Antes bien, parece que existan, como mínimo, dos grupos diferentes de
adolescentes en gran parte divididos por límites socioeconómicos. Aunque poseen conjuntos muy diferentes
de sentimientos y rasgos de personalidad, los pocos comportamientos que comparten les llevan a ser
etiquetados de forma conjunta. Algunos individuos tienen una autoestima muy baja en lo que hace
referencia a su vida académica, que puede estar basada en dificultades reales con los esfuerzos que la
escuela requiere; entre ellos existe un rechazo general del éxito escolar. En otros, la vida familiar es descrita
frecuentemente como caótica u hostil, con padres que frecuentemente actúan de forma antisocial. Una
característica central en estos adolescentes es su impulsividad, sin que les preocupen las consecuencias
finales. Incluso cuando esas consecuencias son conocidas, estos adolescentes pueden preferir ignorarlas,
mostrándose indiferentes ante la posibilidad de sufrir y quedándose con frecuencia impasibles cuando
esto ocurre. La situación es más complicada por el hecho de que la cultura del grupo de iguales puede dar
apoyo al comportamiento ilegal. El marco social más amplio castiga el comportamiento concreto por el
que estos adolescentes se ven recompensados dentro de su grupo social más íntimo.

Escala DD: Propensión a la impulsividad

Frecuentemente se presenta a la madurez como un nivel al que todo el mundo aspiraría. Pero a pesar de
asumir que todos, tanto los adolescentes como los adultos, tienen una interpretación común de dicho
constructo, el camino desde la infancia hasta el comportamiento autónomo y responsable de la edad
adulta puede estar cargado de dificultades. A medida que los adolescentes comienzan a cambiar hacia la
autonomía, sienten a la vez la necesidad y el derecho de hablar francamente y de comportarse de una
manera que concuerde con su nuevo sistema de creencias. Aunque este comportamiento no es inusual en
la adolescencia, frecuentemente es percibido como un cambio inoportuno, tolerado de mala gana por
padres y maestros. ¿Qué es lo que el adolescente puede expresar sin peligro y qué es lo que forma parte
de una retórica inmoderada u hostil? Los excesos en la forma mediante la que los adolescentes que
crecen demuestran su asertividad, constituyen el foco de esta escala de Propensión a la impulsividad.

A pesar de que en este periodo, los adolescentes están sujetos a fuertes emociones, también toman
reiteradas decisiones para ahogar y controlar los impulsos. Sin embargo, su capacidad para mantener
esos controles junto con su voluntad para hacerlo se ven reducidas en esta fase en la que se afirma en
ellos la convicción de que tienen el derecho, incluso la obligación, de expresar sus puntos de vista. El
impacto de los cambios biológicos que con frecuencia incrementan el mal humor y la asertividad, viene a
ser algo así como echar leña al fuego. En cierto modo, la sociedad ha hecho frente a este estado de cosas
estableciendo una moratoria «psicosocial» (Erikson, 1968), un periodo en el que se relajan las normas
habituales para evaluar la conducta. Existe la expectativa de que los adolescentes pueden tener
sentimientos perturbadores y que estos, a su vez, pueden hacerse presentes a través de un comportamiento
que de forma ordinaria sería considerado inapropiado. Queda pendiente el tema de qué es lo que es
aceptable (es decir, cuál es la magnitud del grado de desviación que es permisible y, en consecuencia,
cómo debería ser manejado).

El comportamiento impulsivo se distribuye a lo largo de un continuo y la sociedad y las familias en


particular establecen indicadores claros a lo largo de ese continuo que indican lo que es aceptable y lo
que no lo es. En primer lugar, hay comportamientos que de forma regular merecen aprobación o incluso
elogios. A continuación, están aquellos comportamientos que, si bien no son encomiables, son vistos
como parte del proceso de hacerse adulto y se producen por la necesidad de cuestionar los límites y de
desarrollar el sentimiento de sí mismo; éstos son, aún, permisibles y entran dentro del rango de la
moratoria psicosocial. Los siguientes son aquellos comportamientos que exceden los límites de tolerancia
de la familia o de la escuela. Este tipo de actos exasperan fácilmente a los adultos y dan lugar a que se
incremente la fricción y a una espiral creciente de actuaciones. En los chicos, este tipo de
comportamiento incluye habitualmente un exceso de agresión; mientras que en las chicas, más
frecuentemente, se hacen notar por actuaciones de tipo sexual. La forma extrema de comportamiento es
no sólo un trastorno en el ámbito de la familia o la escuela, sino que queda también fuera de los límites
de las normas generales de la sociedad; este tipo de comportamiento es el objeto de discusión en el
apartado de Predisposición a la delincuencia.

Escala EE: Sentimientos de ansiedad

La ansiedad es una emoción universal. Sin embargo, se la considera un grave trastorno psicológico si se
presenta frecuentemente, persiste por largos períodos de tiempo, no puede ser explicada por estresores
objetivos y desborda la capacidad del individuo para relacionarse socialmente o para funcionar de forma
adecuada. Con frecuencia, los adolescentes ansiosos refieren sentimientos que son o bien vagamente
aprensivos o explícitamente fóbicos. Están característicamente tensos, indecisos e inquietos, tienden a
quejarse de diversos problemas físicos, tales como opresión, sudoración excesiva, dolores musculares
inespecíficos y náuseas. Una revisión de los ítems concretos de la escala Sentimientos de ansiedad ayuda a
determinar si el paciente es principalmente fóbico y, de forma más específica, si la fobia es de tipo
«simple» o «social». No obstante, la mayoría de los adolescentes ansiosos muestran un estado generalizado
de tensión que se manifiesta por la incapacidad para relajarse, inquietud motriz y predisposición a
reaccionar y a sobresaltarse fácilmente. Los trastornos somáticos (por ejemplo, las manos húmedas o los
desarreglos de estómago) son también características frecuentes. Cabe destacar asimismo, el estado de
preocupación, el sentimiento aprensivo de que los problemas son inminentes, un estado acentuado de
alerta frente a su entorno, irritabilidad y susceptibilidad generalizada.
No es raro que la ansiedad se exprese a través de canales somáticos, periodos persistentes de fatiga y
debilidad, preocupación por la mala salud y una variedad de dolores fuertes, aunque generalmente
inespecíficos, en diferentes regiones no relacionadas del propio cuerpo. Algunos adolescentes ansiosos
formulan múltiples quejas somáticas, a menudo presentadas de forma dramática, vaga o exagerada.
Otros tienen una historia que puede considerarse como hipocondríaca; interpretan los pequeños
malestares o sensaciones físicas como algo que indica un grave trastorno. Cuando realmente sufren un
trastorno, éste tiende a ser valorado excesivamente, a pesar de ser tranquilizados desde el punto de vista
médico. Es típico de este grupo, que empleen las quejas somáticas para obtener más atención.

Escala FF: Afecto depresivo

La mayoría de los adolescentes deprimidos siguen inmersos en la vida cotidiana pero están preocupados
por sentimientos de desaliento o culpa, falta de iniciativa, apatía, baja autoestima, inutilidad y
desaprobación de sí mismos. Durante estos periodos de abatimiento puede haber accesos de llanto,
ideación suicida, actitud pesimista, aislamiento social, poco apetito o necesidad de comer en exceso,
fatiga permanente, baja concentración, pérdida de interés en actividades placenteras y disminución de la
eficacia en la realización de tareas corrientes o rutinarias. A menos que la escala Afecto depresivo sea
notablemente elevada, no es probable que se den las características de la depresión mayor. Una detallada
investigación de los ítems concretos puede permitir al clínico el diferenciar las características específicas
del estado de ánimo distímico (p. ej., baja autoestima o desesperanza).

Los adolescentes deprimidos ingresados en unidades de hospitalización pueden ser incapaces de


funcionar en un entorno normal, están gravemente deprimidos y expresan temor ante el futuro,
ideación suicida y un sentimiento de resignación desesperanzada. Algunos muestran una acentuada lentitud
motora, mientras que otros despliegan características de agitación, paseándose incesantemente y lamentando
el penoso estado de sus vidas. Algunos procesos somáticos se alteran durante estos periodos, especialmente,
disminución del apetito, cansancio, pérdida o ganancia de peso, insomnio o despertar muy temprano. Son
corrientes los problemas de concentración al igual que los sentimientos de inutilidad o culpa. Muchas veces son
evidentes el temor y la tristeza casi permanentes. Dependiendo de las características del estilo de personalidad
de ese adolescente, puede existir un prototipo de vergüenza, introversión y aislamiento, caracterizado por
lentitud o por un tono irritable, quejoso y apesadumbrado.

Escala CC: Tendencia al suicidio

Puede decirse que existe un continuo que incluye: pensamientos acerca de lesionarse a sí mismo de forma
intencionada o muerte (ideación suicida), lesionarse a sí mismo intencionadamente (comportamiento
autodestructivo), comportamientos suicidas fracasados (tentativas de suicidio) y, finalmente, tentativas
logradas (suicidio). Cualquier elevación en la escala de Tendencia suicida, deber ser tomada en serio.

Aunque los adolescentes confrontados con problemas psicológicos piensan con frecuencia en el suicidio
como una solución, son pocos los que seriamente ponen en acto estos pensamientos. No obstante, los datos
epidemiológicos indican que el suicidio logrado aumenta bruscamente durante la adolescencia. El daño
infligido a sí mismo es la causa más frecuente de muerte en el grupo de 15 a 19 años, lo que no ocurre en
ningún otro grupo.

Muchas razones que a menudo actúan conjuntamente sirven de impulso para el suicidio. A pesar de que las
acciones impulsivas son poco frecuentes, pueden ocurrir en adolescentes que han tenido dificultades
familiares persistentes o que han experimentado una ruptura dolorosa de una relación significativa. Los
sentimientos de aislamiento emocional, la falta de una red de apoyo social y el sentimiento de alejamiento de
los compañeros aparecen como los factores principales en la vida de los adolescentes que consideran el
suicidio como su único recurso.

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