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Historia y mito

El pasado legendario
corno fuente de autoridad
Jose Maria Candau Mor6n,
Francisco Javier Gonzalez Ponce y
Gonzalo Cruz Andreotti
(Eds.)

ACTAS
-.
VIII SIMPOSIO DE ACTUALIZACIÓN CIENTÍFICA Y DIDÁCTICA DE LENGUA ESPAÑOLA Y LITERATURA

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VIII SIMPOSIO DE ACTUALIZACIÓN CIENTÍFICA Y DIDÁCTICA DE LENGUA ESPAÑOLA Y LITERATURA

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From the mytical to the historical paradigm: The transformation of myth in herodotus

José María Candau Morón, Francisco Javier González Ponce y


Gonzalo Cruz Andreotti (eds.)

HISTORIA Y MITO
EL PASADO LEGENDARIO COMO FUENTE DE
AUTORIDAD

(Actas del Simposio Internacional celebrado en Sevilla, Valverde del Camino y


Huelva entre el 22 y el 25 de abril de 2003)

SERVICIO DE PUBLICACIONES
CENTRO DE EDICIONES DE LA DIPUTACIÓN DE MÁLAGA
MÁLAGA, 2004

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HISTORIA Y MITO: EL PASADO LEGENDARIO COMO FUENTE DE AUTORIDAD

© De los autores
© De esta edición: Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga
Edita: CEDMA

Imprime: Imagraf impresores. Tel. 95 232 85 97


Diseño de cubierta: Pilar García Millán

ISBN: 84-7785-625-7
Depósito legal: MA-1213-2004

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Introducción y agradecimientos

INTRODUCCIÓN Y AGRADECIMIENTOS

JOSÉ Mª CANDAU MORÓN


FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ PONCE
Universidad de Sevilla
GONZALO CRUZ ANDREOTTI
Universidad de Málaga

Las tradiciones sobre el pasado de los pueblos constituyen una de las fuentes más productivas
del acervo de metáforas e imágenes operantes en cualquier cultura. Articuladas en relatos
concernientes a la genealogía de las naciones, a los episodios que desencadenaron el naci-
miento de una colectividad, a las gestas que ilustran la idiosincrasia de una comunidad o la
biografía de los “padres fundadores”, sus resortes operan a nivel mítico y legendario, pero
también subyacen a las consideraciones teóricas que desde pretensiones de racionalidad han
formulado historiadores y geógrafos. Entre los factores que explican la vitalidad de este tipo
de tradiciones figura su capacidad para condensar definiciones del carácter nacional o para
forjar esquemas y paradigmas tendentes a justificar las peculiaridades de las distintas etnias.
La legitimación del presente y sus circunstancias políticas, la apelación a las esencias patrias
en momentos de crisis, el enfrentamiento a nuevas realidades etnográficas y culturales, son
algunas de las coyunturas que con más fuerza reactivan el complejo de ideas integradas en
este tipo de relatos.
Motivo prominente en el acervo legendario tradicional, las tradiciones relativas al pasado
surtieron de materia argumental a abundantes manifestaciones de la literatura griega y roma-
na. No sólo proliferaron las composiciones dedicadas específicamente a exponer el nacimien-
to y los primeros tiempos de ciudades y pueblos, sino que los esquemas y argumentos presen-
tes en las sagas míticas relacionadas con el tema pervivieron en las descripciones geográficas
y etnográficas y también en géneros historiográficos sumamente cultivados, como la historia
regional o las crónicas locales. Por razones que en último extremo remiten a las contingencias
de la transmisión, casi toda esa producción se ha perdido. Sin embargo los procedimientos
propios de la narrativa tradicional sobre el pasado se preservaron de forma indirecta en diver-
sos ámbitos intelectuales del mundo clásico y desde ellos han proyectado su influencia sobre
la cultura posterior.
Las tradiciones sobre el pasado legendario, su papel en el mundo clásico y su presencia en
la cultura moderna constituyó el tema del Simposio “Historia y Mito. El pasado legendario

Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ
ANDREOTTI, G., Málaga, 2004, pp. 5-9.

5
JOSÉ Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ PONCE / GONZALO CRUZ ANDREOTTI

como fuente de autoridad”. El Simposio estuvo dividido en tres secciones. La primera estudió
el papel desempeñado por las leyendas y los motivos míticos en distintos dominios relaciona-
dos con la historiografía y la geografía clásicas. El segundo tomó como centro la imagen de
Hispania en las fuentes clásicas e intentó ponderar las influencias que sobre dicha imagen han
podido ejercer esquemas tradicionales y argumentos legitimadores operantes en planteamien-
tos ideológicos antiguos y modernos. El prestigio otorgado a los momentos fundacionales en
espacios literarios y culturales posteriores al mundo clásico se trató en tercer bloque, que de
esta manera permitió calibrar la pervivencia en el mundo moderno de los procedimientos
vigentes en las tradiciones grecorromanas.

La publicación que presentamos recoge la totalidad de las aportaciones a este Simposio


que, desde su diseño inicial, no pretendía abarcar de manera exhaustiva todo el conjunto de
aspectos que entraña la relación entre la Historia y el Mito. Eso hubiera sido, por utilizar el
símil, una pretensión hercúlea y –como el héroe argivo- cargada de hybris. Nuestra intención
era más modesta y, en todo caso, aspiró con el Simposio y pretende destacar con la Publica-
ción una serie de aspectos.
En primer lugar creemos que se demuestra fehacientemente el carácter genuino y la especial
operatividad intercultural y temporal, intertextual y literaria, del mito, ya sea en su vertiente oral
como sobre todo escrita. El tema que está rondando permanentemente en el conjunto de las
aportaciones presentadas es que la necesidad de dotarse de mitos es estructural a cualquier
formación social pasada o presente, ya sea como mecanismo de huida ante una realidad hostil,
ya sea como entretenimiento, para cubrir lagunas en el conocimiento del pasado remoto y rebus-
car en sus orígenes, o todas estas posibilidades a la vez (y otras más). Incluso a este presente, que
ha creado y desarrollado institucional y científicamente el ‘mito’ de la Historia para la recons-
trucción y reflexión racional del y sobre el pasado, y ha delimitado de manera radical el campo
del pensamiento del placer literario (al menos hasta la posmodernidad), le es imposible prescin-
dir del mito, y de ahí el tremendo éxito –con otros mecanismos narrativos– de los temas y los
valores que encarnan los mitos antiguos. De las contribuciones de Cesáreo Bandera, Juan A.
Estévez Sola, Fernando García Romero, Antonio Guzmán Guerra o Gabriel Laguna Mariscal –
cada una desde una perspectiva más literaria o más ideológica–, cabe destacar la idea central de
que la recuperación y recreación del y sobre el mito clásico desde la edad moderna hasta la
actualidad es algo más que un mero ejercicio de erudición diletante o culta, para convertirse en
un instrumento activo ya sea para la propia actividad creadora como para los distintos poderes
que usan y abusan de esta producción cultural antigua tan peculiar.
En segundo lugar, precisamente por la enorme capacidad del mito para ser utilizado por los
más distintos e incluso antagónicos géneros literarios y científicos, queda meridianamente claro en
las páginas que siguen que cualquier esfuerzo por deslindar en y desde la Antigüedad el Mito de la
Historia se presenta estéril y está condenado al fracaso. La época en que nosotros, estudiosos de la
Historiografía antigua, veíamos en ésta los fundamentos de nuestra disciplina está felizmente su-
perada; la fase en la que se consideraba que con el surgimiento de la Historia nacía el pensamiento
lógico frente al irracional de períodos anteriores ha pasado afortunadamente a la Historia. El mito,
como afirmaba Estrabón, es consustancial a la topografía de los lugares y a la memoria de los
pueblos, formaba parte del acervo cultural de la sociedad greco-romana, y –ante ello– poco o nada
podía ni quería oponérsele la Historia como género literario o práctica científica. De las palabras

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Introducción y agradecimientos

de José Mª. Candau Morón, Francisco J. González Ponce, Antonio L. Chávez Reino, Pierre
Counillon, Andrew Erskine, Pascale Giovannelli–Jouanna, Dominique Lenfant, Gabriella Ottone,
Francesco Prontera, Aurelio Pérez Jiménez, Guido Schepens, Jan Bollansée, E. Lanzillota o Philip
A. Stadter cabe deducirse que el historiador o el geógrafo antiguo, desde Heródoto en adelante, se
enfrenta ante el dilema de crear un nuevo pasado temporal y espacialmente diferente para la nueva
realidad poliada, ciudadana o imperial, pero sin poder prescindir de los valores, los temas, las
estructuras o los roles que están asociados a un tiempo mítico o heroico, en el que los historiadores
encontraban los fundamentos ocultos o perennes del presente. Y de esta relación dialéctica, en
unas ocasiones contradictoria y tensa, en otras lineal y tranquila, nace un género como el de la
Historia que precisamente por ello es tremendamente rico en matices y versátil en las formas y
contenidos, además de difícilmente –si no imposible– de catalogar desde los parámetros de la
Historiografía contemporánea. Aunque existen escuelas y líneas, tendencias y herencias y herede-
ros, cada historiador es un mundo y mantiene con el pasado mítico y con el Mito como literatura
una particular relación, en función de factores literarios, creativos, políticos, culturales o ideológi-
cos consciente o inconscientemente asumidos.

Algunos de los participantes en el Simposio Internacional “Historia y Mito” a la entrada del Museo
“Casa Dirección” de Valverde del Camino
Estas dos líneas principales –una modernidad que necesita y usa del mito como soporte
literario o legitimación ideológico-política; una antigüedad en la que coexisten y se comple-
mentan lecturas espacio-temporales y literarias míticas e históricas al hablar sobre todo de los
orígenes– las encontramos enmarcadas en dos grandes secciones. La última de ellas se cierra
con un trabajo de Fernando Wulff en el que se destaca cómo para la ideología y el pensamien-
to político del franquismo una relectura de la Antigüedad hispana era sustancial.
Pero, justamente por ello, no olvidamos una sección dedicada a la construcción entre literaria e
histórica de la Iberia antigua, desde el arcaísmo hasta Roma. Una imagen condicionada por la

7
JOSÉ Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ PONCE / GONZALO CRUZ ANDREOTTI

temprana idea de estar ubicada en los límites


del mundo, frontera entre el espacio conocido
y el mítico (Enrique Ramos Jurado; Pascale
Giovannelli–Jouanna), lo que le aporta una au-
reola de lugar entre extraordinario, paradisía-
co, peligroso e irreal, aunque poco a poco va
saliendo de esa nebulosa liminar para ir con-
formando una idea –a caballo entre el estereo-
tipo y la realidad etno-histórica– de sus pue-
blos, de sus riquezas, de su geografía o de su
historia, máxime cuando entra definitivamente
el curso de la historia que imponen las culturas
y los ejércitos púnicos y romanos (Francisco J.
Gómez Espelosín; Gonzalo Cruz Andreotti;
Robert Knapp; Elena Torregaray).

En definitiva, cuando se trata de dilucidar


lo orígenes, antes y ahora, el Mito y la Histo-
Tramo del camino romano Onuba-Urium a su paso por ria entran en funcionamiento, en una relación
el término municipal de Valverde del Camino a veces antagónica, otras dialéctica y otras mu-
chas más complementaria, idealizando los fe-
nómenos hasta establecer una clara continuidad entre el momento de los dioses y el de los
hombres. De eso se trata: de no romper con un pasado que explica un presente diferente; y,
para ello, entender los orígenes se presenta fundamental, y el Mito –para la Historia– en un
instrumento cognoscitivo e ideológico de primer orden.

Eventos que, como el Simposio “Historia y Mito”, aglutinan una prolongada nómina de
participantes, sólo llegan a culminar si cuentan con un amplio patrocinio institucional y finan-
ciero. En nuestro caso dicha condición se cumplió con creces. La propia vertebración del
Simposio –organizado desde la Universidad de Sevilla, donde tuvo lugar la Jornada Inaugu-
ral, celebrado en Valverde del Camino, cuyo Teatro Municipal funcionó como Sede Central, y
clausurado en la Universidad de Huelva– justifica la variada relación de Organismos que lo
hicieron posible. Como organizadores del Simposio y editores de la presente obra, queremos
manifestar nuestro agradecimiento al Ilmo. Sr. Decano de la Facultad de Filología de la Uni-
versidad de Sevilla, D. Jesús Díaz García, que desde el primer momento nos alentó y nos
brindó soporte financiero; al Excmo. y Magfco. Sr. Rector de la Universidad de Huelva, D.
Antonio Ramírez de Verger Jaén, así como a su representante en el Equipo de Gobierno de
dicha Universidad, Dr. D. Juan A. Estévez Sola; y al Excmo. Sr. Vicerrector de Relaciones
Institucionales y Extensión Cultural de la Universidad de Sevilla, D. Adolfo L. González
Rodríguez. Una mención muy especial corresponde al Presidente de la Excma. Diputación
Provincial de Huelva y Alcalde del Excmo. Ayuntamiento de Valverde del Camino, Excmo.
Sr. D. José Cejudo Sánchez, sin cuya altura de miras, sensibilidad intelectual y prudente pa-
trocinio este Simposio jamás se habría realizado.
El Simposio tampoco se hubiera podido celebrar sin la colaboración financiera añadida de
la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, de la Consejería

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Introducción y agradecimientos

de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía, del Vicerrectorado de Investigación de la


Universidad de Sevilla y del Vicerrectorado de Alumnos y Relaciones Institucionales y Deca-
nato de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Huelva. La Secretaría General
estuvo ubicada en el Museo “Casa Dirección” de Valverde del Camino, cuyo personal de
Nuevas Tecnologías se encargó de mantener la página web oficial del Simposio. D. Miguel
A. Domínguez y Dª Lucía Mantero, integrantes de la corporación local de Valverde, brinda-
ron su valiosa ayuda para la organización. D. Alfonso Macías, técnico de la Delegación de
Cultura del mismo Ayuntamiento, y Dª Margarita Prieto, Jefa de Protocolo de la Excma.
Diputación de Huelva, despejaron los variados problemas surgidos en el transcurso de los
diferentes actos. Y la ciudad de Valverde del Camino acogió con una hospitalidad inolvidable
a cuantos, por unos días, se reunieron en esa localidad para disertar sobre las leyendas
fundacionales y su proyección en los dominios de la Geografía y la Historia. Por último,
resultó extremadamente gratificante la presencia en el acto de un número tan elevado de
alumnos (73, procedentes de las más variadas provincias españolas y de todas las andaluzas),
verdaderos destinatarios de nuestros esfuerzos y prueba inequívoca del interés que el conoci-
miento del mundo antiguo es capaz, aún, de suscitar. Entiéndanse estas páginas como el testi-
monio de nuestro más sincero homenaje.

Concluimos dirigiendo nuestra última manifestación de reconocimiento al Centro de Edi-


ciones de la Excma. Diputación de Málaga (CEDMA), que se ha prestado a editar el presente
volumen incluyéndolo en su prestigiosa colección de Actas.

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HISTORIA Y MITO: EL PASADO LEGENDARIO COMO FUENTE DE AUTORIDAD

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Myths on the origins of peoples and the birth of universal history

SECCIÓN PRIMERA

Mito, Historia y Geografía en la Literatura Grecorromana

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HISTORIA Y MITO: EL PASADO LEGENDARIO COMO FUENTE DE AUTORIDAD

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Crónicas, fundaciones y el nacimiento de la historiografía griega

CRÓNICAS, FUNDACIONES Y EL NACIMIENTO DE LA


HISTORIOGRAFÍA GRIEGA*

JOSÉ Mª. CANDAU MORÓN


FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE
DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA GRIEGA Y LATINA
Universidad de Sevilla
ANTONIO L. CHÁVEZ REINO
DEPARTAMENT KLASSIEKE STUDIES
Katholieke Universit Leuven

Posiblemente no existe ningún pueblo que no se haya preguntado por sus orígenes,
ninguna comunidad que no haya elaborado tradiciones referentes a su nacimiento y
sus primeros tiempos. Evidentemente los griegos no fueron una excepción. Desde
fechas muy antiguas debieron circular en Grecia relatos alusivos al pasado remoto e
incluso al origen mismo de las diferentes comunidades griegas. El interés que susci-
taban dichos relatos lo indica Platón en un determinado pasaje de su Hipias Mayor.
En él Hipias se ufana del éxito que tienen sus conferencias entre los lacedemonios.
Sócrates, intrigado, le pregunta cuál es el tema de dichas conferencias, dado que el
público lacedemonio mostraba en general una considerable falta de interés hacia las
materias culturales y científicas. El sofista, entonces, le responde de la siguiente ma-
nera:

Las noticias que versan sobre los linajes, los de los héroes y los de los
hombres, las que tratan de la ocupación de territorios, de cómo se fundaron las
ciudades en tiempos antiguos, y, en suma, todos los relatos de cosas antiguas
las escuchan, Sócrates, con sumo placer...1.

El texto indica con claridad el alto grado de aceptación de que gozaban las na-
rraciones sobre los tiempos primigenios. Al comentar este testimonio sobre las acti-
vidades de Hipias, Jacoby observa que debe suponerse para todas las comunidades

* La elaboración y redacción definitiva de este trabajo es obra de J.Mª. Candau, pero en la discusión de las
ideas y la aportación de datos han participado todos los firmantes.
1
PL., Hp. Ma. 285d.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 13-29.

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JOSE Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE / ANTONIO L. CHÁVEZ REINO

griegas una gran receptividad hacia las noticias concernientes a su propio pasado,
siendo ésta la razón del considerable número de crónicas locales que circulaban en
Grecia2. Del comentario de Jacoby nos interesa subrayar un aspecto, la vinculación
de este tipo de noticias con la crónica local. Efectivamente, las crónicas locales solían
iniciarse con la exposición de los orígenes, del material alusivo al nacimiento y los
primeros tiempos de la comunidad protagonista de la composición. El tratamiento de
dicho material constituye, además, uno de los rasgos que diferencia la historiografía
local de aquel otro género historiográfico cuyo punto de partida es Heródoto y que
encuentra en Tucídides y Polibio sus más destacados representantes3. Recordemos
que este último género tiene una vocación no sólo universal (o panhelénica) sino
también autóptica. De acuerdo con el ideal autóptico el historiador debe manejar ante
todo datos procedentes de su propia experiencia, de manera que la composición se
limita a consignar bien las vivencias del propio autor –que en tal caso ha de haber
presenciado aquello que expone– bien las noticias de informadores que a su vez ha-
yan sido testigos vivos de lo que transmiten4. La imposibilidad de aplicar el procedi-
miento autóptico a ámbitos temporales distantes parece la razón básica de que el
pasado lejano quede excluido de la historiografía panhelénica. Pero también debe
tenerse en cuenta que las informaciones relativas a dicho pasado se habían transmiti-
do a través de fuentes poco fiables –como relatos orales o listas de reyes y magistra-
dos de dudosa autenticidad– en las que, además, los elementos supuestamente histó-
ricos se mezclaban con otros de clara raigambre mítica. Desde esta perspectiva, la
adopción del método autóptico y la consiguiente exclusión de la historia antigua im-
plica una actitud mental sobria, que reacciona mediante un ejercicio de disciplina y
restricción frente a los contenidos pintorescos, legendarios e inverificables plasma-
dos en las tradiciones relativas a las eras primigenias, unas tradiciones que, por otra
parte, alcanzaban un alto grado de popularidad y difusión.
Creemos que la instalación en esta postura de sobriedad y control desempeñó un
papel decisivo en el nacimiento de la historiografía griega5. Como es sabido, fue
Jacoby quien, primero en sus artículos sobre el desarrollo de la historiografía griega
(1909) y sobre Heródoto (1913) y posteriormente en su libro sobre la historiografía

2
JACOBY, F. (1954): 8.
3
Se trata del género que JACOBY, F. (1909): 34-36 llama pravxei eJllhnikaiv o griechische Zeitgeschichte.
4
Sobre la importancia de la autopsia en la preceptiva historiográfica griega, su relación con la primacía de la
historia contemporánea, sus orígenes en Heródoto y su desarrollo posterior vid. NENCI, G. (1953); AVENARIUS, G.
(1954): 71-84; y, sobre todo, SCHEPENS, G. (1980). La autopsia es elemento imprescindible en la teoría historiográfica
formulada y practicada por Polibio, una teoría de la que se han ocupado abundantes publicaciones: vid. la relación
que ofrece BEISTER, H. (1995): 329 (nota 1).
5
Vid. las conclusiones que extrae BOEDECKER, D. ([2000]: 113-114) en su estudio sobre el género de
Heródoto (“A self-conscious critical engagement with other authors and/or literary kinds [... ] is one of the defining
marks of the innovative and engaging genre developed by Heodotus [ ... ] It is just this flexible and self-conscious
blend of truth claims, registers of discourse, and subject matter that makes the Histories, in retrospect at least, a new
genre, marked by the critical voice of the performer-as-author”). La atención que dispensan las Historias al problema
de las fuentes –un rasgo decisivo en la voz autorial de Heródoto y en su autopercepción como historiador, según ha
puesto de relieve FOWLER, R.L. (1996): 80-8– ilustra igualmente sobre la postura de la que hablamos.

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Crónicas, fundaciones y el nacimiento de la historiografía griega

local ateniense (1949), postuló la idea de que en Grecia el nacimiento de la historia


universal precede al de la historia local. Según Jacoby, no existe constancia de que se
hubiesen publicado crónicas locales griegas antes del último tercio del siglo V, esto
es, antes de la aparición de la obra de Heródoto.Y ello no es casual, pues la historia
local nace como una rama de la historia general. Sólo después de que Heródoto deli-
neara el marco de la historia griega común emergen las crónicas locales, pues el
factor que determinó la génesis de estas últimas fue el afán de las comunidades indi-
viduales por asegurarse un lugar en el espacio definido por la gran historiografía, la
historiografía de orientación panhelénica fundada por Heródoto. Para entender de
una manera completa la hipótesis de Jacoby debe tenerse en cuenta que en gran me-
dida se gestó como una réplica a las tesis sostenidas por Wilamowitz. Éste había
defendido en su libro Aristoteles und Athen que la historiografía local ateniense, la
atidografía, se desarrolló a partir de una crónica preliteraria redactada y mantenida
por una clase especial de magistrados sacros atenienses, los ejxhghtai; tw'n patrivwn.
A lo largo de generaciones, las actividades de los exégetas habrían dado lugar a ano-
taciones referidas ya a sus propias actuaciones, ya a la historia de determinadas prác-
ticas o instituciones religiosas atenienses. Y el documento conformado por tales ano-
taciones constituyó la crónica de la que se nutrieron los sucesivos atidógrafos y que,
en último extremo, está en el origen de la posterior historiografía local ateniense6.
Jacoby no sólo desmontó la argumentación concerniente a esta presunta crónica
preliteraria, sino que diseñó un esquema sobre los inicios de la historiografía griega
que parte de bases muy diferentes a las asumidas por Wilamowitz. Según Jacoby
hasta el siglo V se mantuvo abierto en Grecia un abismo entre tiempos míticos y
tiempos históricos, de manera que si el mito era objeto de abundantes tratamientos
literarios, de carácter sobre todo poético, la historia, entendida como registro de la
realidad contemporánea al historiador, circulaba sólo en forma de tradiciones orales
o en todo caso bajo formatos no literarios. Heródoto fue el primero en desplazar la
atención desde los tiempos heroicos al mundo presente y en dar cobertura literaria a
una indagación histórica de la realidad circundante. Y es así como su obra inaugura la
literatura historiográfica, aquella que se centra en los estados y las instituciones exis-
tentes, que se ocupa de lo que es, no de lo que ha sido, de la historia y no del mito. La
conciencia histórica no es anterior a la emergencia de esta literatura historiográfica,
cuya materia, además, es panhelénica. Sólo cuando el ámbito, el spatium historicum,
queda definido por la historiografía de orientación general, surgen, como ramas naci-
das de ella, las historias de contenido local7. Para comprender adecuadamente las
ideas de Jacoby deben tomarse en consideración dos supuestos más. En primer lugar,
no sólo es la historia universal anterior a la local, sino también la historia contempo-
ránea precede a la historia antigua. De hecho Heródoto –y tras él, según ya comenta-
mos, la historiografía de tendencia autóptica y panhelénica– renuncia a recoger en su

6
Vid. especialmente las conclusiones expuestas en WILAMOWITZ, U. (1893): vol. I, 276-282.
7
JACOBY, F. (1909): 37-39; (1913): 351; 404-405; (1949): 199-202.

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JOSE Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE / ANTONIO L. CHÁVEZ REINO

composición acontecimientos no situados en tiempos relativamente próximos; y la


obra de Helánico, que representa un tipo de historiografía abierto al pasado remoto,
apareció y fue posible sólo después de Heródoto8. En segundo lugar, es erróneo supo-
ner, como hace Wilamowitz, que la literatura histórica griega surge a partir del creci-
miento vegetal, mecánico o espontáneo de un material preliterario. Pues la emergen-
cia de la historiografía en Grecia está condicionada por un episodio ideológico.
Heródoto habría pretendido inicialmente componer una obra de contenido geográfi-
co o etnográfico, una descripción de la tierra al modo de su predecesor Hecateo de
Mileto. Pero su estancia en Atenas y el contacto que allí mantuvo con determinados
círculos intelectuales hicieron que cambiase de propósito, reordenase su material y
concibiese el proyecto de narrar lo que nadie había aún narrado. Su obra nace así
como respuesta a un estímulo ideológico, el que suministraron el ideario de la Atenas
inmediatamente anterior a la guerra del Peloponeso y la interpretación que en ella –o
en determinados sectores de ella– se hacía de la las guerras médicas9.
Es una idea afincada en la experiencia humana la de que lo menor precede a lo
mayor y no a la inversa. Quizás por ello la hipótesis de Jacoby ha encontrado abun-
dantes críticas. Algunas de éstas argumentan que con toda probabilidad antes de
Heródoto circularon crónicas locales en Atenas o en otras localidades griegas. Otras
comentan la inverosimilitud de que no existiese en Grecia desde fechas antiguas un
cierto sentido de la historia como ámbito. Es posible que tales críticas contengan
parte de verdad10. Resulta, además, indudable que la teoría de Jacoby adolece de
rigidez, exceso de carga teórica y otras deficiencias típicas de una mentalidad arrai-
gada aún en esquemas de evolución decimonónicos11. Creemos, sin embargo, que sus
ideas constituyen una herramienta sumamente útil para explicar determinadas carac-
terísticas de la historiografía griega. Y esta utilidad, esta potencia, deriva de una di-

8
JACOBY, F. (1949): 105; 199; (1954): 10.
9
JACOBY, F. (1913): 353-360. El significado que corresponde a la historia y la ideología atenienses en la
gestación de la obra de Heródoto ha sido objeto de abundantes estudios que han corregido e introducido variantes
esenciales en la hipótesis de Jacoby: vid. la puesta al día que efectúa MOLES, J. (2002). Sin embargo la idea de que
corresponde a Atenas un papel fundamental en el nacimiento del proyecto histórico de Heródoto mantiene su vigen-
cia: vid. el párrafo final de J. Moles (“the Athenian empire/tyranny turned Herodotus to history-writing [...] she
[Athens] is a paradigm of universal processes, albeit for contemporaries the sharpest one”). Consúltese asimismo
RAAFLAUB, K.A. (2002): 166; FOWLER, R.L. (2003).
10
Hoy día predomina la hipótesis de que la obra de Heródoto se vio precedida por composiciones de diversa
índole que prepararon el camino de las Historias (cf., entre otros, MAZZARINO, S. [1966]; GOZZOLI, S. [1970-
1971]; PICCIRILLI, L. [1975]; MOGGI, M. [1977]; ASHERI, D. [1981]; MADDOLI, G. [1985]; y FOWLER, R.L.
[1996]). Estos primeros esbozos historiográficos (de muy variado tipo, aunque con evidente predominio de las cróni-
cas locales) nos han llegado adscritos a una serie de autores (y no sólo los citados por D.H., Th. 5.1) cuya datación no
puede precisarse, aunque casi todos se tienen por previos o coetáneos de Heródoto, dato confirmado en algunos
casos: Hecateo, Acusilao de Argos, Janto de Lidia, Damastes de Sigeo (considerado por MAZZARINO, S. [1966]:
203-207 el rival más importante de Heródoto) o Caronte de Lámpsaco (datado preferentemente en la primera mitad
del s. V. a.C., cf. además OTTONE, G. [2002]: 35-45). La evidencia de los datos avala, sin duda, la validez de los
argumentos esgrimidos por los revisores de las tesis jacobianas. Pero es necesario distinguir entre exposiciones sobre
el pasado anteriores a Heródoto y predecesores de éste en el diseño genérico de la gran historia nacional panhelénica.
Ni la metodología ni el diseño formal de la obra de Heródoto parecen remitir a una tradición historiográfica previa.
11
Vid. la extensa crítica que MARINCOLA, J. ([1999]: 290-301) dedica a JACOBY, F. (1909).

16
Crónicas, fundaciones y el nacimiento de la historiografía griega

mensión a la que con frecuencia no se le presta la atención debida, la dimensión


formal. La creación de la historiografía griega no fue sólo una gesta intelectual, fue
ante todo una operación literaria. Lo que hizo Heródoto fue iniciar un género, esto es,
indicar mediante preceptos y exclusiones tanto el contenido a tratar como el perfil, la
estrategia de dicho tratamiento12. Ciertamente el género por él iniciado –el de la
historiografía autóptica, universal y contemporánea– es sólo uno entre las diversos
géneros que encontramos en la historiografía griega posterior. Pero cabe conjeturar
con bastante verosimilitud que el proyecto de establecer una preceptiva a la que ha-
bían de plegarse las exposiciones en prosa sobre el pasado no contaba con preceden-
tes significativos anteriores a Heródoto. El impacto de su composición en otras tradi-
ciones historiográficas, si es que existían, debió así ser determinante, hasta el punto
de que los demás géneros historiográficos pudieron nacer de prácticas narrativas o
descriptivas ajenas al propio Heródoto, pero se desarrollaron y alcanzaron rango lite-
rario sólo en la medida en que aceptaban, rechazaban o modificaban los parámetros
fijados por el modelo de Heródoto. Dicho modelo funcionó, si nuestra hipótesis es
cierta, como un punto de referencia general e introdujo en la concepción griega del
pasado un grado de coherencia y disciplina interna inédito hasta entonces. Caronte de
Lámpsaco o Acusilao de Argos pudieron escribir antes de Heródoto; y con toda segu-
ridad precedieron a Heródoto las composiciones que distintos poetas de época arcai-
ca consagraron a la fundación de determinadas ciudades griegas13. Pero la preceptiva
historiográfica griega no parte de Caronte, Acusilao o Mimnermo, sino de Heródoto.
En tal sentido, esto es, desde una perspectiva genérica, resulta legítimo afirmar que
Heródoto es el padre de la historia y que con él nace la historiografía griega.
La índole formal, literaria, del proyecto en torno al cual vertebra Heródoto su
obra viene indicada por un protocolo operante tanto en el propio Heródoto como en
Tucídides y a cuyo tratamiento estará dedicada la presente exposición, el referido al
sistema de datación. Pero antes de entrar en materia conviene hacer un par de adver-
tencias. Heródoto y Tucídides, los dos primeros autores de historias panhelénicas,
muestran una postura unánime frente al protocolo en cuestión y frente a otros precep-
tos específicos de la historiografía autóptica, pero no ocurre así en obras posteriores
pertenecientes a esta misma rama de la historiografía o inscritas en tradiciones
afines. De hecho, desde el siglo IV resulta fácil señalar composiciones que transgreden

12
El género historiográfico al que estamos aludiendo se inicia con Tucídides más que con Heródoto. Pero ya
JACOBY, F. (1913): 371-372 advirtió que Tucídides sería incomprensible sin Heródoto. Y STRASBURGER, H.
(1966): 55-56 hizo notar cómo después de Heródoto se desencadena en la historiografía griega un movimiento ten-
dente a elaborar las posibilidades temáticas iniciadas en la obra herodotea, a rellenar sus vacíos y completar sus
esbozos. La comunidad que existe entre Heródoto y Tucídides, y concretamente la actitud de respeto y la dependen-
cia perceptibles en Tucídides respecto a Heródoto, ha sido subrayada recientemente por diversos autores: vid.
HORNBLOWER, S. (1996): 19-38; TSAKMAKIS, A. (1996); y RAAFLAUB, K.A. (2002). Sobre los antecedentes,
conexiones y limitaciones genéricas de la obra de Heródoto vid. BOEDECKER, D. (2000) y DEWALD, C. (2002):
268.
13
Vid. SCHMID, P.B. (1947): 3-43.

17
JOSE Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE / ANTONIO L. CHÁVEZ REINO

las preceptivas individualizadoras de los distintos géneros historiográficos14. Al res-


pecto debe tenerse en cuenta que una vez definidos dichos géneros, la contaminación
entre ellos se convirtió en un expediente fácil e incluso favorecido por determinadas
tendencias literarias. En cambio el esmero de Heródoto y Tucídides en atenerse a las
marcas acreditativas de la historiografía autóptica y panhelénica puede interpretarse
como un reflejo de la débil implantación que aún tenía el modelo por ellos represen-
tado y del peligro que implicaban otros planteamientos discordantes con su precepti-
va. En segundo lugar, no debe perderse de vista que en la génesis de un género litera-
rio intervienen siempre elementos difíciles de definir, como gustos, actitudes estéti-
cas, contrastes o rechazos basados no en lo que una cosa es, sino en lo que representa
o lo que va asociado, quizás accidentalmente, con ella. Tal dificultad aumenta cuando
desconocemos el contexto cultural del que surge el género en cuestión. Y éste es
justamente el caso de la historiografía griega. Por ello cualquier hipótesis sobre los
orígenes de la historiografía griega, y desde luego la que aquí vamos a defender,
presenta forzosamente el carácter de esbozo inacabado. Pese a las dificultades, sin
embargo creemos que nuestra exposición contribuirá, al menos, a deshacer un
malentedido, aquel según el cual la existencia en tiempos previos a Heródoto de
composiciones referidas al pasado prueba que la historiografía griega preexiste al
mismo Heródoto15.
En un artículo aparecido en 1956, Strasburger llamó la atención sobre la impor-
tancia de Heródoto como cronógrafo. Es sabido que la superficie abigarrada, polícroma,
incluso el aparente desorden que presentan las Historias de Heródoto encubre en
realidad una profunda y compleja organización interna. Pues bien, lo que resulta vá-
lido para otros aspectos de la obra lo es también en relación a la cronología, donde
igualmente actúa, bajo una superficie de espontaneidad y sencillez, el paciente traba-
jo que dota a la exposición de una estructura sólida. No podía ser de otra manera,
pues la materia a partir de la cual compone Heródoto venía dada por una masa confu-
sa y fragmentada de relatos; no sólo el rigor constructivo del autor, sino también
cualquier intento de crear un continuum histórico a partir de tales materiales exigía la
elaboración de un esquema temporal que acogiese y diese sentido a este enmarañado
conjunto.
Para ello una herramienta fundamental viene dada por las casas reales del Próxi-
mo Oriente –medas, lidias, persas, egipcias– cuyos sucesivos monarcas se mencio-

14
Empezando por la autopsia, cuya vigencia se ve ya debilitada en Éforo: vid. FGrHist 70 F 110 y la interpre-
tación que ofrece SCHEPENS, G. (1970). La debilitación de la autopsia arrastró consigo, además, una mengua en la
importancia de la historia contemporánea, cuyo primado se mantiene en época imperial sólo con dificultades: vid.
AVENARIUS, G. (1954): 84. El caso más flagrante de transgresión de los principios propios de la historia contempo-
ránea y universal es el que registra la llamada “historiografía trágica”, cuya práctica quiebra el principio de verdad.
Sobre las distintas cuestiones planteadas a propósito de la historiografía trágica, incluida la de su origen, vid. la
amplia bibliografía que relaciona LANDUCCI GATTINONI, F. (1997): 289-313. Esta cuestión, la labilidad y el
dinamismo de los géneros historiográficos clásicos, que deben concebirse no como categorías fijas, sino como estra-
tegias de composición literaria, ha sido tratada recientemente por MARINCOLA, J. (1999): 281-282; 309-330.
15
Como suponen FOWLER, R.L. ([1996]: 65) y MARINCOLA, J. ([1999]: 292).

18
Crónicas, fundaciones y el nacimiento de la historiografía griega

nan con registro final de la duración de cada reinado. El procedimiento, evidente-


mente adecuado para aquellas partes de la obra dominadas por la historia oriental,
pierde gran parte de su idoneidad cuando salta a primer plano la historia de Grecia.
También para estas secciones, sin embargo, los diferentes ocupantes de los tronos
orientales suministran una importante referencia. La rebelión jónica trae consigo un
nuevo sistema para fijar los eventos griegos. Es conocido que dicha rebelión, cuya
exposición comienza en el libro V 28 de la obra, marca un punto de inflexión tanto
compositivo (hay menos excursos etnográficos y, desde el libro VII, prácticamente
todos están conectados con el argumento principal) como de contenido (20 años, del
499 al 479, ocupan la misma extensión que dos siglos en la parte anterior). Tal in-
flexión repercute asimismo en la cronología, que también ahora se hace más detalla-
da. A efectos de ordenar con un mayor grado de precisión estos 20 años, Heródoto
traza una cadena de acontecimientos que desde el punto de vista de la datación viene
a funcionar como la columna vertebral del relato. Es de notar que este esqueleto
cronológico no recibe una definición expresa y que su existencia no se declara cate-
góricamente en ningún lugar de la obra; es mediante indicaciones diversas, de índole
muchas veces oblicua, incluso meras insinuaciones, como el historiador comunica su
presencia al lector, plantando con ello los hitos necesarios para ordenar secuencialmente
la narración. Por lo demás la sutileza y la variedad son dos constantes en las indica-
ciones cronológicas esparcidas a lo largo de la composición. En aquellas partes en
que las listas reales suministran la base de datación, por ejemplo, la larga duración de
algunos reinados dificulta la localización precisa de un acontecimiento. Para aliviar
tal imprecisión Heródoto puede estrechar el cerco temporal recurriendo a más de una
lista, esto es, fechando el suceso mediante referencia simultánea a soberanos de dis-
tintos estados cuya ocupación del trono coincide en el tiempo sólo a lo largo de unos
años. Se trata de una posibilidad poco utilizada y excluida desde el momento en que
Lidia y Egipto quedan incorporadas a Persia; a partir de dicho momento, sin embar-
go, el autor encuentra un sustituto adecuado en el cálculo generacional. Una segunda
muestra de esta peculiar mezcla de poikilía y rigor cronológicos suministran los
sincronismos: frecuentemente mencionados de manera alusiva, suelen estar confina-
dos a los excursos, desde donde brindan puntos de referencia para la datación del
relato principal.
Para Strasburger, en definitiva, Heródoto puede ser llamado padre de la historia
también en lo tocante a la cronología16. Evidentemente la puesta a punto del armazón
cronológico que articula su obra revela tanto una planificación cuidadosa como un
trabajo paciente. Y a la vista de ello cabe preguntar por qué Heródoto eligió esta
compleja forma de fechar en vez de recurrir a un procedimiento más sencillo y
elaborable, quizás, con mayor facilidad a partir de materiales disponibles ya en su

16
Las ideas de Strasburger han encontrado, en líneas generales, amplia aceptación: vid. COBET, J. (2002):
393.

19
JOSE Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE / ANTONIO L. CHÁVEZ REINO

tiempo17. Es opinión comúnmente admitida que en diversos lugares del mundo griego
se conservaban listas de magistrados epónimos, vencedores en juegos panhelénicos o
certámenes musicales, sacerdotes de determinados templos, etc. No es éste el mo-
mento de entrar ni en la naturaleza de tales listas ni en su antigüedad. Pero indudable-
mente muchas de ellas circulaban en época de Heródoto18. La muestra más clara
viene dada por la lista de los arcontes atenienses, cuya existencia oficial viene asegu-
rada por un epígrafe datable paleográficamente entre el 430 y el 42019: un registro
donde se cotejasen y relacionasen en orden cronológico algunas de las más conocidas
listas habría suministrado el procedimiento idóneo para fechar de manera clara y
sencilla. Ciertamente la elaboración de tal lista habría constituido una tarea laborio-
sa; pero no menores esfuerzos debió invertir Heródoto en poner a punto su complica-
do sistema de datación.
La pregunta que hemos planteado tiene, en realidad, varias respuestas. Cabría
aducir, por ejemplo, el carácter conjetural de tales listas, su posible contaminación
con datos legendarios, su enrizamiento en tradiciones de patriotismo local ajenas al
diseño panhelénico y a las aspiraciones de objetividad que pretende Heródoto, o el
deseo de ofrecer una narración guiada por la sucesión misma de los acontecimientos
y no subordinada a una secuencia temporal ajena a ellos mismos. Ninguna de estas
respuestas, sin embargo es plenamente satisfactoria, o mejor dicho, todas ellas, por
ser ciertas, parecen remitir a un único argumento del que, presumiblemente, brotarán
nuevas explicaciones. El examen del procedimiento cronológico seguido por Tucídides,
continuador también aquí de Heródoto, ampliará el espectro de observación y podrá
contribuir a una respuesta más rica y ajustada.
Como es sabido Tucídides utiliza un sistema de datación anual, esto es, fecha a
partir del año inicial de la guerra, distinguiendo además, dentro de cada año, entre
invierno y verano. Hay así en su obra un rechazo al procedimiento consistente en
citar mediante una cronología absoluta, es decir, recurriendo a un esquema externo a
los acontecimientos que funcionase como punto de referencia fijo20. Respecto a este
rechazo cabe hacer las siguientes observaciones.
En primer lugar Tucídides conocía al menos una composición que empleaba el
sistema de datación absoluta. Se trata de la Athis de Helánico, aparecida a finales del
siglo V y cuya exposición se ordenaba en torno a la lista de los arcontes epónimos

17
Cf. RHODES, P.J. (2003): 68: “By the times Herodotus wrote, the process of systematising the chronology
of early Greece and its stories had begun [ ... ] but it had not yet gone very far, and I agree with those who insist that
it was not a process in which Herodotus himself was interested as later chronographers were”.
18
Las listas oficiales de magistrados, reyes, vencedores en juegos, sacerdotes, etc., aparecen sólo en la última
parte del s. V a. C., esto es, aproximadamente en la misma época en que Heródoto “publica” su obra (sobre las
dificultades de aplicar el concepto de publicación a la obra de Heródoto y sobre la fecha en que dicha obra pudo
tomar su forma definitiva véanse los comentarios y la bibliografía que ofrece EVANS, J.A.S. [1991]: 90). Pero todo
invita a suponer que tales listas se basaron en una tradición ya existente que incluía, entre otras cosas, registros orales:
cf. CADOUX, T.J. (1948): 80-82; MOSSHAMMER, A.A. (1979): 86-101.
19
Sobre el epígrafe vid. CADOUX, T.J. (1948): 77-79; SAMUEL, A.E. (1972): 195-198.
20
Vid. lo esencial en LUSCHNAT, O. (1970): 1132-1146.

20
Crónicas, fundaciones y el nacimiento de la historiografía griega

atenienses, quizás en forma de relatos anuales colocados bajo los nombres de los
sucesivos arcontes. Sin embargo Tucídides no sólo desestima en la práctica el siste-
ma de datación eponímica sino que también formula una injusta y poco creíble crítica
en la que Helánico y su método cronológico son tachados de inexactos21.
En segundo lugar el rechazo del que hablamos no es total, sino parcial. En escasas
ocasiones Tucídides fecha citando el nombre del arconte ateniense y de algún otro
magistrado bajo cuyo mandato cae un suceso concreto22. Se trata de un uso no sistemá-
tico y destinado a enfatizar o realzar la importancia del suceso fechado. Es de notar que
aquí Tucídides actúa de manera idéntica a Heródoto. Este último, como hemos visto, no
emplea en la sección de su obra destinada a la historia griega una cronología externa o
absoluta. Sólo en una ocasión utiliza la datación eponímica, cuando señala que la inva-
sión persa de Grecia tuvo lugar bajo el mandato del arconte ateniense Calíades. Es éste
un acontecimiento decisivo en el relato herodoteo, de manera que la datación eponímica
funciona aquí, de modo idéntico a lo que ocurre en Tucídides, como un expediente
destinado a realzar la importancia del suceso así fechado23.
Resulta inconcebible la posibilidad de que la Historia de la Guerra del
Peloponeso tuviese un planteamiento secuencial distinto del que tiene, que su ex-
posición no se ajustase al ritmo anual y estacional tan bien administrado desde el
punto de vista narrativo por su autor. Una vez dicho lo cual, debe añadirse que no es
fácil de entender por qué Tucídides no incluye prácticamente nunca datos
eponímicos. En su relato son usuales las indicaciones sobre el día y la noche, sobre
las circunstancias metereológicas, los terremotos o los fenómenos astronómicos
que acompañaron el desarrollo de los sucesos que narra. Resulta así sorprendente
que omita mencionar con frecuencia un dato tan significativo como el del arconte o
magistrado bajo cuyo mandato tiene lugar el acontecimiento tratado. Por otra parte
la ausencia de una cronología absoluta y de lo que ella supone –el establecimiento
de una referencia temporal fija– dificulta considerablemente la exposición en de-
terminadas partes de la obra (concretamente en la Pentecontecia)24. Finalmente, la

21
TH., I 97.2; V 20.2. Al calificar la crítica que Tucídides dirige a Helánico seguimos el veredicto de JACOBY,
F. (1954): I, 16-19. Debe advertirse, sin embargo, que la naturaleza de dicha crítica ha sido muy controvertida: vid. las
opiniones al respecto de PEARSON, L. (1942): 14, 40-44; LENDLE, O. (1964); FRITZ, K. von (1967): 500-504,
612-613, 782-784; WESTLAKE, H.D. (1969): 39-60; LENARDON, R.J. (1981); SMART, J.D. (1986); y JOYCE,
Chr. (1999): secc. III, así como las discusiones y comentarios que ofrece HORNBLOWER, S. (1991): 147-149;
(1996), 492-493. Para muchos –entre ellos los citados Pearson, Lenardon y Joyce– Helánico no utilizó, o no utilizó
sistemáticamente, el método analístico en su Athis; para otros –por ejemplo von Fritz– lo que Tucídides reprocha a
Helánico no es el uso en sí de la datación por arcontes, sino el mal uso de este proceder. En ambos casos, así pues, la
crítica de Tucídides no supondría un rechazo a la datación eponímica. Para una perspectiva distinta, en la que la
crítica de Tucídides encubre en el fondo un intento de desautorizar una empresa rival y en la que se valora la huella
dejada por la cronología de Helánico en la tradición, véanse los estudios de Schreiner, convenientemente resumidos
en SCHREINER, J.H. (1998): 11-20.
22
Así en II 2.1 y en V 25.1.
23
HDT., VIII 51.1. Sobre la importancia de esta fecha en la obra de Heródoto vid. STRASBURGER, H.
(1956): 698-699; COBET, J. (2002): 395; RHODES, P.J. (2003): 59.
24
Aun admitiendo con LUSCHNAT, O. (1970): 1136-1137 que Datierung y Zeitrechnung son cosas distintas
y no incompatibles entre sí, lo sorprendente en Tucídides es precisamente la extrema escasez o la práctica ausencia de

21
JOSE Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE / ANTONIO L. CHÁVEZ REINO

crítica que dirige a Helánico y a su sistema de datación no sólo es injusta, sino que
también resulta inexplicable.
Creemos que para comprender este aspecto de la práctica historiográfica de
Tucídides debe recordarse que su obra es ante todo una composición literaria. Pues la
exclusión de indicaciones con capacidad de remitir a un sistema de datación fácil-
mente manejable, práctico y sólido se hace tanto más enigmática cuanto más se acen-
túa la visión de un Tucídides “científico” preocupado ante todo por cuestiones de
transparencia expositiva o de honestidad metodológica. Frente a ello, el énfasis en la
dimensión artística de Tucídides, en su condición de escritor instalado en unas coor-
denadas estéticas, ofrece la ventaja de explicar la exclusión de datos eponímicos como
un rasgo literario, esto es, como un precepto genérico que Tucídides hereda de
Heródoto. Resulta una tarea sumamente problemática elucidar los motivos subya-
centes a dicho precepto, ya que aquí intervienen aquellos obstáculos –ausencia de
contexto literario, oscuridades inherentes al nacimiento de los géneros– que antes
comentábamos. No obstante cabe hacer la siguiente consideración. Las listas de ma-
gistrados constituían una forma de presentar el pasado que Heródoto y Tucídides
desdeñaron, pero en Grecia circulaban otros contenidos de índole histórica ante los
cuales los dos autores asumieron una actitud igualmente crítica. Las leyendas
fundacionales y los mitos referentes al pasado nacional formaban también parte de
los contenidos mirados con recelo o desdén. Dos pasajes concretos, el informe de
Heródoto sobre la fundación de Cirene y el tratamiento que da Tucídides a las leyen-
das atenienses en el Epitafio, se prestan a comentarios que abrirán el terreno propicio
para comprender, o al menos para conjeturar, la razón de que ambos historiadores
excluyeran los datos eponímicos a la hora de construir sus obras.
Los relatos sobre las fundaciones de ciudades (ktivsei") representan un motivo
muy antiguo en la literatura griega. El tema, al que alude ya un pasaje de la Ilíada
incluido en el “Catálogo de las naves”25, fue cultivado por distintos poetas de época
arcaica –Calino, Mimnermo, Semónides, Jenófanes, Paniasis– a quienes se atribuye
composiciones en verso sobre los orígenes de diversas localidades griegas26. Con
anterioridad a Heródoto existieron también relatos en prosa de contenido fundacional
que pudieron circular bajo formato escrito o a nivel oral. La noticia sobre Hipias
mencionada al principio del presente trabajo alude precisamente a los relatos
fundacionales, informándonos además del alto grado de aceptación y popularidad
con que eran acogidos por los oyentes. Con esta popularidad se relacionan otros dos
rasgos básicos de la narrativa fundacional. El primero es la contaminación entre his-
toria y mito, una contaminación producida por factores como la antigüedad de los
tiempos en que se desarrollaban los acontecimientos, la dificultad de la empresa y la
consiguiente magnificación de sus protagonistas o la influencia de relatos sobre fun-

ejemplos de Datierungen incluso allí donde, como en la Pentecontecia, no opera la Zeitrechnung observada en la
parte de la obra propiamente consagrada a la guerra del Peloponeso.
25
Il. 2.661-669.
26
Cf. SCHMID, P.B. (1947): 8-43.

22
Crónicas, fundaciones y el nacimiento de la historiografía griega

daciones míticas27. El segundo rasgo es deducible de la abundante presencia de mate-


rial fundacional en dos formas poéticas, la elegía narrativa y la lírica coral, especial-
mente propicias para la expresión de contenidos que exaltaban la imagen proyectada
por una comunidad. Efectivamente, ya desde esta primera época la narrativa
fundacional parece haber constituido un vehículo idóneo para relatos o episodios que
sustentan la identidad colectiva, cifran la idiosincrasia de una determinada sociedad
o manifiestan su adhesión a valores y códigos de conducta compartidos28. La atmós-
fera emocional que ello implica va unida a un cuarto rasgo: la proximidad de los
relatos fundacionales a la historia local, su enraizamiento en tradiciones destinadas a
enfatizar las cualidades y características específicas de ciudades o etnias concretas29.
Heródoto narra la historia fundacional de Cirene en un largo excurso que com-
prende los capítulos 150-159 del libro IV. Ya desde el comienzo el autor se distancia
de los episodios expuestos advirtiendo que recoge una versión concreta de los acon-
tecimientos, la de los habitantes de Tera. Y a lo largo de su informe, que comprende
también la versión divergente ofrecida por los habitantes de Cirene30, nada hay que
sintonice con el tono patriótico y emocional propio de este tipo de relatos31. Heródoto
se limita a cumplir su objetivo de “consignar las tradiciones” (levgein ta; legovmena)
y en ningún momento abandona la dicción serena, minuciosa y pausada característica
de su obra. Este ejercicio de asepsia frente a un contenido cargado de signos ideoló-
gicos y acentos valorativos se presta a las siguientes reflexiones: los griegos, como
todos los pueblos, confeccionaron y mantuvieron desde los primeros tiempos repre-
sentaciones mentales –relatos, imágenes, sagas– que daban cuenta de su pasado. Pero
lo que pedían a tales representaciones no era exactitud ni racionalidad, sino expresi-

27
Cf. CORNELL, T.J. (1983): 1109-1111.
28
Cf. DOUGHERTY, C. (1994): 37; 43-46.
29
El colorido patriótico y la tendencia a incluir datos míticos figuran entre los rasgos que comparte la historia
local con la narrativa fundacional; vid. LAQUEUR, R. (1926): 1083-1084; SPOERRI, W. (1979).
30
Sobre la debatida cuestión del espacio que ocupan ambas tradiciones en el relato herodoteo y la asignación
a una y a otra de los capítulos que éste ocupa vid. OTTONE, G. (2002): 449-450, especialmente nota 53, con amplí-
sima bibliografía.
31
Aunque, de acuerdo con OTTONE, G. (2001), el interés por la historia local de Cirene alcanza su cota más
alta en la Alejandría de mediados del s. III a.C., el tema fue ya tratado literariamente antes de Heródoto, (al mismo
Caronte de Lámpsaco –sobre su datación vid. supra– le atribuye la Suda [FGrHist 262 T 1] unas Libyká). Descono-
cemos el talante de estos primitivos relatos, pero nada hace pensar que no estuviesen afectados por ese Lokalpatriotismus
que tan palmariamente acusan los fragmentos de sus continuadores helenísticos. Cierto es que el pasaje herodoteo
sobre la fundación de Cirene –o mejor dicho, las tradiciones que éste sigue– evidencia, de algún modo, su deuda con
la propaganda batíada y el sentimiento nacional cireneo (especialemente si se compara con la versión de los hechos
ofrecida por un historiador adverso a la ciudad como Menecles de Barce [FGrHist 279 F 6]), pero Heródoto ha
establecido un claro filtro con respecto a la tradición, eliminando buena parte de ese tópico elemento mitológico-
anticuario que elevaba a rango de leyenda la gesta fundacional y subrayaba la naturaleza heroica de su protagonista:
por ejemplo, no encontramos en la narración herodotea alusión alguna al argonauta Eufemo, legendario ancestro de
los Batíadas (ya en Hesíodo [fr. 241 M-W3] y Píndaro [P IV], cf. Teocresto, FGrHist 761 F 1a; Acesandro, FGrHist
469 F 5a; y Teótimo, FGrHist 470 F 2), ni a la saga de la ninfa Cirene (también ya en Hesíodo [fr. 215 M-W3] y
Píndaro [P IX, 5-7], cf. Agretas, FGrHist 762 F 1 y Mnaseas, FHG III, p. 156, fr. 39). Vid. además sobre el tema
COLOMBA, M. (1980) y CALAME, C. (1990). Acerca de las tensiones e intereses políticos operantes en las tradi-
ciones relativas a la fundación de Cirene vid. MALKIN, I. (2003): 156-164.

23
JOSE Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE / ANTONIO L. CHÁVEZ REINO

vidad, capacidad para impactar, para movilizar determinados sentimientos o para fun-
cionar como símbolos de determinadas ideas. Frente a ello, uno de los más firmes
preceptos de la historiografía griega es el que exige del historiador una actitud impar-
cial y rigurosa ante los acontecimientos. Es ése el precepto que sigue Heródoto cuan-
do, al exponer la fundación de Cirene, lo hace de manera distanciada y objetiva,
desechando las apelaciones a los sentimientos o el tono exhortativo propio de la na-
rrativa fundacional. Lo que marca el nacimiento de la historiografía griega no es la
presencia de tradiciones referidas al pasado, sino la actitud de asepsia, de control
racional frente a las tradiciones recogidas.
Algo similar cabe decir del discurso fúnebre que Tucídides pone en boca de
Pericles en el libro II32. También aquí el autor se enfrenta a una forma de discurrir
sobre el pasado previa a la aparición de la historiografía autóptica que él mismo
representa. Los discursos en honor de los ciudadanos caídos en defensa de la patria,
los epitafios, surgen en Atenas a raíz de las guerras médicas33. Tema básico de los
epitafios es la imagen que Atenas proyecta de sí misma, y más en concreto el enalte-
cimiento del carácter y las cualidades atenienses. El vehículo usual para trazar este
retrato encomiástico es la historia ateniense, tanto la mítica como la real. Respecto a
la primera, se traduce en la reiterada presencia de episodios legendarios tales como la
intervención ateniense en favor de los Heraclidas y en contra de Euristeo, la guerra
entre Eumolpo y Erecteo o la invasión de las Amazonas. Respecto a la segunda, el
epitafio suele incluir comentarios o relatos sobre acontecimientos de la historia de
Atenas antiguos y recientes. Debe especificarse sin embargo que esos acontecimien-
tos son tratados con gran libertad, hasta el punto de que la deformación e incluso la
falsificación históricas son moneda corriente34. Recordemos que el epitafio es un tipo
de encomio y que por tanto pertenece –como el panegírico y la invectiva– a la orato-
ria de aparato en la que está permitido faltar a la verdad. Uno de los tópicos usuales
en la preceptiva historiográfica es justamente la contraposición entre el encomio,
cuyo objetivo es agradar y alabar aun a costa de mentir, y la historia, que no tolera
ninguna falta contra la verdad35. Así pues, cuando Tucídides inserta en el libro II el
Epitafio de Pericles se ve enfrentado a un tipo de composición que incluye material
referente al pasado, pero contraviene los ideales de objetividad, racionalidad, etc.
propios de la práctica historiográfica que él mismo asume36. Su reacción se expresa

32
TH., II 35-46.
33
Es la fecha tradicional indicada por Diodoro, XI 33.3, y Dionisio de Halicarnaso, AR. V 17.2-4. La crítica
moderna no ha llegado a un consenso sobre la fecha histórica de institución del discurso fúnebre en honor de los
caídos en combate: KIERDORF, W. (1966): 83-95 consideró que por motivos internos y externos la fecha tradicional
era la más verosímil, y a sus consideraciones se han sumado THOMAS, R. (1989): 207-208 y PORCIANI, L. (2001):
111. No obstante, en otro sector de la crítica hay un cierto acuerdo en situar en la década de los 60 del s. V el momento
en que la institución se consolida en la forma que presenta en Tucídides; vid. los distintos argumentos en ZIOLKOWSKI,
J.E. (1981): 13-21; y LORAUX, N. (1981): 56-75, esp. 60-63; y compárese PRINZ, K. (1997) 38-48, 143-144.
34
Sobre los discursos fúnebres en general vid. LORAUX, N. (1981); y PRINZ, K. (1997).
35
Vid. la formulación clásica en Luciano, Hist. Conscr. 7, y los comentarios de AVENARIUS, G. (1956): 13-16.
36
Sobre esta tensión existente entre el uso del dato histórico en la práctica oratoria y la necesidad de definir el
nuevo género propiamente histórico vid. las interesantes apreciaciones de TSAKMAKIS, A. (1998): 253-255, quien

24
Crónicas, fundaciones y el nacimiento de la historiografía griega

tanto en las reticencias formuladas al comienzo del discurso, como en la decisión,


expresada igualmente al inicio, de centrar su exposición no en las hazañas guerreras
sino en la descripción del talante (ejpithvdeusi"), del sistema de gobierno (politeiva)
y las conductas (trovpoi) que hicieron posible la grandeza de Atenas. El discurso
fúnebre de Pericles es, efectivamente, un epitafio abstracto, privado de los cuadros
históricos y legendarios que sirven a los demás epitafios para ilustrar el carácter
ateniense. En el distanciamiento, en la reserva que ello implica opera aquella actitud
de sequedad y asepsia ya actuante en Heródoto37.
Tanto los relatos fundacionales como los discursos fúnebres son vehículos ex-
presivos muy vinculados con el pasado local. Y es en el ámbito de la historia local
donde está anclada la datación eponímica38. Cabe imaginar que el rechazo a la visión
localista del pasado arrastró consigo la negativa de Heródoto y Tucídides a utilizar
las listas eponímicas. Quizás dichas listas eran instrumentos poco rigurosos o quizás
algunas de ellas estaban contaminadas por tradiciones míticas. En todo caso, el factor
decisivo para su exclusión parece haber sido aquella actitud literaria de austeridad
expresiva, de escepticismo frente a tradiciones populares y de intolerancia ante re-

considera que en este intento de definir el género que cultiva, Tucídides recurre a los procedimientos puestos en
práctica por la oratoria judicial para tratar en consonancia con sus propósitos la materia histórica monopolizada por
la oratoria epidíctica.
37
Para la relación del epitafio de Tucídides con los demás exponentes del género vid. ZIOLKOWSKI, J.E.
(1981); y PRINZ, K. (1997). La sección en que más marcadas son las diferencias es precisamente el e[paino", donde
tenía cabida la rememoración de las leyendas heroicas del pasado ateniense: vid. sobre todo ZIOLKOWSKI, J.E.
(1981): 74-137. Es aquí donde en el epitafio de Pericles se sustituye el contenido acostumbrado por un elogio del
sistema político de la Atenas contemporánea. En la valoración de lo que este hecho supone no se puede obviar que en
los últimos años se constata una clara tendencia a atribuir al propio Pericles buena parte del contenido del discurso:
en SICKING, C.M.J. (1995) y BOSWORTH, A.B. (2000) se quiere demostrar que precisamente los argumentos
utilizados en el e[paino" se adaptan perfectamente a la situación política que vive Pericles en el momento de pronun-
ciar el discurso y a las necesidades argumentativas (históricas) de su política, lo que en PORCIANI, L. (2001): 65-85
se aprovecha en un intento de demostrar la existencia de una concomitancia de apreciaciones, de una visión político-
histórica compartida entre el político y el historiador. También en la interpretación de lo que en I 22.2 Tucídides dice
sobre la elaboración de los discursos, se ha esbozado últimamente una tendencia a enfatizar el intento de Tucídides de
atenerse a los contenidos reales: vid. GARRITY, Th.F. (1998); y PORCIANI, L. (1999), mientras que WINTON, R.I.
(1999) vuelve a abrazar la postura de negar toda historicidad a los discursos. Ya en la crítica más tradicional, frente a
quien sin contemplaciones consideraba que el epitafio de Pericles es en su totalidad creación de Tucídides (vid. por
ejemplo STRASBURGER, H. [1968]: 522-523; KAKRIDIS, J.Th. [1981]: 5-6, 108-109; BRUNT, P.A. [1993]: 159-
180), hay quien, sin dudar de que se trata de una creación de Tucídides, muestra cierta cautela en sus afirmaciones
(vid. FLASHAR, H. [1969]; y ZIOLKOWSKI, J.E. [1981]: 192-193). Sin entrar en los pormenores de esta problemá-
tica, en la perspectiva que este trabajo adopta lo que interesa destacar es que la naturaleza del epitafio, tal como éste
se lee en Tucídides y según la función que desempeña en la obra, se inserta perfectamente en el cuadro trazado por la
necesidad de definir los parámetros del nuevo género historiográfico frente a la utilización que se hace de la materia
histórica en los ámbitos tradicionales de la poesía y de la oratoria epidíctica. En este sentido, el hecho de que en un
posible discurso original ya Pericles hubiera podido posicionarse frente a los usos tradicionales, es menos importante
que la realidad funcional que subyace al discurso en la obra de Tucídides. Más ilustrativas de esta perspectiva y de la
tensión que comporta son las consideraciones de TSAKMAKIS, A. (1998) citadas en nota 36. El epitafio es el campo
de batalla por excelencia en la lid por consagrar una expresión genuinamente histórica de la materia histórica mani-
pulada por la epidíctica.
38
Sobre la datación eponímica y anual de la horografía (la historia local) vid. JACOBY, F. (1909): 49;
LAQUEUR, R. (1926): 1088; JACOBY, F. (1949): 289, así como las matizaciones que introduce MARINCOLA, J.
(1999): 286; 294; 303-307.

25
JOSE Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE / ANTONIO L. CHÁVEZ REINO

presentaciones del pasado cargadas de colorido legendario o patriótico. No es casua-


lidad que dicha actitud se iniciase en el ámbito de la historiografía panhelénica39. Las
tradiciones y relatos referidos a la historia local ofrecían el terreno adecuado para el
desarrollo de una visión del pasado dominada por la aceptación del mito y el predo-
minio de los acentos emocionales, una visión en la cual el rigor expositivo y la racio-
nalidad no eran los valores dominantes. La perspectiva que abrió la historia panhelénica
supuso, en cambio, la instalación en un horizonte más amplio y mucho más propicio
para el ejercicio de la pose autorial marcada por el factualismo, el distanciamiento y
la contención, una pose cuya emergencia supone el inicio de la historiografía griega.

39
Vid. al respecto las observaciones de NAGY, G. ([1989]: 29-39) sobre la influencia ejercida por el “pan-
Hellenic impetus” en el desarrollo de la poesía griega arcaica.

26
Crónicas, fundaciones y el nacimiento de la historiografía griega

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JOSE Mª CANDAU MORÓN / FRANCISCO J. GONZÁLEZ PONCE / ANTONIO L. CHÁVEZ REINO

30
From the Mytical to the Historical Paradigm: The Transformation of Myth in Herodotus

FROM THE MYTHICAL TO THE HISTORICAL


PARADIGM: THE TRANSFORMATION OF MYTH IN
HERODOTUS

PHILIP A. STADTER
DEPARTMENT OF CLASSICS
University of North Carolina at Chapel Hill

Legends and imaginative reconstructions of the past –in school texts, popular traditions,
songs, and movies– influence and mold our understanding of the present. Conscientious
and scholarly historians, even in the recent past, have created narratives of the past
which we now sometimes hardly can recognize as history at all. For this reason, the
relation of myth to history is not an abstract concern. In a world where many different
histories, many different mythologies present themselves as truth, and perhaps indu-
ce individuals and nations to kill and make war to defend their views, we have a duty
as scholars to shed as much light as possible on the complex process of recording,
evaluating, and sharing memories and ideals.
This paper will focus on the development of historical writing out of legendary
narrative, and in particular on how our earliest preserved Greek historian, Herodotus,
worked with mythical material to make it history.
Wilhelm Nestle, in his influential book of 1940 Vom Mythos zum Logos, offered
the canonical treatment of the notion of a certain kind of progress in Greek intellectual
history, from the naive and primitive understanding of the world expressed in myths
and legends, and especially the epic tradition, to the new bright world of reason and
logic found in the sophists and later thinkers. This neat progression from myth to reason
no longer seems convincing, as is evident from the title of a recent collection of essays:
From Myth to Reason?1. The question mark is an essential part of the title. Contemporary
thinkers tend to show more respect than earlier scholars for the power of myth to convey
sophisticated interpretations of the world. The fact reflects not only the contemporary
questioning of reason, but also a new respect for the importance that the mythical plays
in modern times. It is therefore all the more important for us to ask how Herodotus

1
BUXTON, R. (1999).
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ
ANDREOTTI. G., Málaga, 2004, pp. 31-46.

31
PHILIP A. STADTER

managed to combine the two, and what was the significance of his insertion of historical
figures and events into preexisting mythical and folkloric patterns.
Despite the existence of earlier, now lost, writers who might be called historians,
for us Herodotus represents the transition point between two modes, one ‘mythical’,
the other ‘historical’. The greatness of his history lies in his utilization of both modes.
His historical method required, first, collecting accounts, logoi, from local informants,
then comparing and evaluating them, and controlling them as much as possible against
what he had seen (autopsis). The process demanded judgement, gnome, and often
Herodotus expresses his judgement on the truth of a report, or confesses his inability
to judge between accounts. He is extremely self-conscious as a historian, and frequently
alludes to his role as investigator, reporter, and adjudicator. Nevertheless his use of
myth and folklore in his history separate him from the ideal of the modern historian.
For Herodotus is most famous as a story-teller. We think of his beautiful narratives
of Croesus and of Cyrus in the first book, or other shorter but elegant tales describing
Arion and the dolphin, Polycrates and his ring, Rhampsinitus and the thief, and so on.
These delightful tales have earned him another reputation, as the ‘father of lies.’ These
stories seem fictional, and far removed from history. The paradox for us inheres in the
fact that Herodotus considers such stories a natural part of his «demonstration of his
investigation,» his apodexis historiês. Yet Herodotus is not a mythographer or poet.
Something very simple but highly significant distinguishes Herodotus’ tales from
myths or folklore. Herodotus’ myths or stories with mythical motifs recount actions
and events attributed to historical persons, that is, to persons close to Herodotus’ own
time or those for whom Herodotus possesses historical evidence. Herodotus is
sometimes thought of as overlaying mythical or folkloric material on top of historical
fact2. I would suggest, rather, that he develops his understanding of recent history by
setting his historical referents, that is, the historical people and situations he treats,
into existing story patterns. At the same time he separates himself from and questions
the epic tradition that functioned as the memory record of the Greeks.
In the epic and mythical tradition, action was set in the distant or timeless past,
as in the Homeric epics, origin myths, and fables. However, as early as the Iliad we
see some explicit sense of applying tradition to the present of the main narrative.
Achilles’ aged mentor Phoenix, when trying to convince Achilles to return to war,
retells the story of Meleager, and explicitly advises Achilles not to follow the example
of that hero (Iliad 9.527-605). Phoenix uses the story of Meleager to establish an
analogy between the heroic myth and the present situation of Achilles. He expects the
myth to help Achilles understand the nature of his situation. Later, Achilles himself
will use the myth of Niobe to induce Priam to eat (Iliad 24.602-20). Like Phoenix, he
creates an analogy, this time an analogy between the legendary mother lamenting the

2
On the different types of stories circulating in Greece, their purposes and contexts, and the names assigned
to them (myth, fable, folklore, etc.) see EDMUNDS, L. (1990). For Herodotus, the study by ALY, W. (1921) is still
useful.

32
From the Mytical to the Historical Paradigm: The Transformation of Myth in Herodotus

loss of her children and the aged king grieving the loss of his finest son3. In both
cases, a myth is drawn into the «historical time» of the Iliad by being used to explain
and perhaps model the action of an actor in the epic. In a similar though less precisely
directed way the recently discovered fragments of Simonides’ poem on the battle of
Plataea establish a link between the epic past of the Trojan War and the contemporary
action of the Spartans and other Greeks who fought in 479. Despite its fragmentary
state, we can recognize in the proem of Simonides’ elegy an invocation to Achilles:
this direct address to the great hero establishes a link between the legendary past and
the present. A second link occurs at the beginning of the narrative of the Spartan
march to Plataea, when Menelaus and the Dioscuri accompany Pausanias and the
Spartan troops4.
Herodotus develops this process of drawing myth into the present time much
further. In his narratives, legends and myths are recreated as history. Analogy is still a
formidable tool, but –except for certain cases– Herodotus blends legend and historical
event rather than juxtaposing them. In what follows I will examine two examples. In
the first Herodotus rethinks the Helen story; in the second he blends history and
folklore in recounting the reign and fall of Croesus. These two cases show different
methods: in dealing with Helen, Herodotus discovers points of contact between
historical time and epic time, and so brings the epic story into the historical world,
where he can subject it to historical criticism; in the case of Croesus he uses legends
and folkloric motifs to interpret the life of a historical personage.

Helen in Egypt

How does Herodotus renew the Helen story by drawing it into history? In the
first place, the historian sets his version of the Helen story (II 112-20) within the
sequence of Egyptian kings, after Pheron the son of Sesostris and before
Rhampsinitus5. This locates it, for Herodotus, in historical time, vouched for by the
records and memory of the Egyptian priests. He does not attempt to assign an Egyptian
name to the king (although he apparently has a specific king in mind), but identifies
him by his Greek name, Proteus. Clearly he rationalizes the shape-changing
mythological figure encountered by Menelaus in the Odyssey (4.351ff.), though he
offers no explanation at this point of why he considers this appropriate. Second, he
identifies a sanctuary of this king at Memphis, which he notes was currently inhabited
by Phoenicians from Tyre and is called ‘the Tyrians’ camp.’ In this way he creates a

3
Cf. SWAIN, S.C.R. (1988); HELD, G.F. (1987); HANSEN, W. (1982), especially 102 on Niobe.
4
SIMONIDES, F 11 West2, lines 19-20, 29-34. Cf. the full survey and bibliography in BOEDEKER, D. &
SIDER, D. (2001), especially BOEDEKER, D. (2001).
5
Proteus falls among the kings after Min and before Cheops, where Herodotus’ account is particularly
‘märchenhaft’: see LLOYD, A.B. (1975): 94. On the Helen episode see ID. (1988) 43-52.

33
PHILIP A. STADTER

link between the Homeric Proteus and contemporary Egypt6. Within this sanctuary he
professes to have seen a temple «called the temple of foreign Aphrodite,» which he infers
(sumballomai) is the temple of Helen the daughter of Tyndareus. Two clues lead him to
this conclusion: first, he already had heard a story that had Helen staying at the court of
Proteus7, and second, the name of the temple, which was unique8. By making Homer’s
monstrous Proteus one in the succession of Egyptian kings, identifying a sanctuary
dedicated by him and linking it to its present inhabitants, and introducing himself as an
observer of the temple of the foreign Aphrodite, he draws the poetic figure of Helen into
a historical framework9. Having formed his own opinion, he confirms his story, as frequently
in his Egyptian logos, by referring to the Egyptian priests whom he consulted (II 113.1;
116.1). These he treats as contemporaries and custodians of local tradition. Once he had
confirmed ‘historically’ this basic connection between Helen and Egypt, he could without
difficulty create his narrative by filling in the details of the confrontation of Paris and
Proteus, with whatever confirmation the priests might have offered, developing the dramatic
structure and dialogue which is so striking. Within the Proteus-Paris story he introduced
another detail with a contemporary link: the temple of Heracles at the Canopic mouth of
the Nile, «which is still there» and which preserves «down to my day» the practice of
asylum which it had in Proteus’ day. The double statement of historical continuity in this
sentence is meant to establish more firmly the historical context for the legend, and for his
own reconstruction of events. (The name of the Egyptian guardian at this mouth, Thônis,
which is a variant for Thôn, the husband of the woman who furnished Helen her drugs
(Od. 4.228), creates another link between Herodotus’ story and Homer’s, though with no
historical referent.) The actual action of the story, Proteus’ protection of Helen and expulsion
of Paris, is not justified historically at this point in the narrative.
This first section of the narrative is followed by the historian’s argument that
Homer knew this version (citing Il. 6.289-92 and perhaps Od. 4.227-30 and 351-52)
and a further argument that the Cypria was not written by Homer (II 116-17). Both
arguments strengthen the historicity of Herodotus’ reconstruction, by establishing (to
Herodotus’ satisfaction, at least) that Homer already knew of Helen’s sojourn in Egypt,
but chose not to tell it, as not being suitable for epic poetry (all’ ou gar homoiôs es tên
epopoiiên euprepês ên, 116.1)10. By the same token, Herodotus’ version is appropriate
for his logos, which is grounded in historical fact and does not need to meet the
exigencies of an epic plot or an epic audience.

6
We should recall, though Herodotus does not mention it, that Athenian and Delian league forces had fought
at Memphis in the 450’s (THUC., I 104; 109-10), and at least some of his audience may have known of the «Tyrians’
camp».
7
He presumably refers to one of Stesichorus’ palinodes (PMG F192-93).
8
Modern scholars usually assign the temple to Astarte/Aphrodite, if they accept the notice at all: see LLOYD,
A.B. (1988): 45.
9
Here it is not important whether Herodotus made this connection on his own or derived it from Hecataeus
(thus ibid.: 46-47) or another earlier writer, the process of bringing legend into the historical setting is the same.
10
Presumably he believed that Homer also had made king Proteus into a monster from poetic motives.

34
From the Mytical to the Historical Paradigm: The Transformation of Myth in Herodotus

Herodotus then resumes his discourse, invoking once more his conversation with
the Egyptian priests, preservers of the local tradition, «learned from Menelaus himself»
(118.1): this report of the priests is another link from the legendary past to contemporary
times. He recounts how Proteus returned Helen to Menelaus on his arrival in Egypt
after the fall of Troy. Nevertheless, Menelaus impiously killed two Egyptians as a
sacrifice to obtain favorable winds, and fled Egypt toward Libya. The priests could
say no more with certainty: their knowledge only extended to what happened in Egypt
(119.3). This affirmation reinforces Herodotus’ claim for the historicity of his account,
which employed local informants chiefly for events occurring in their territory or
dealing with their people.
Thus far Herodotus has created a narrative meant to draw perhaps the most
famous episode of the Greek epic tradition, the theft of Helen and the war which
followed, into his own historical context, linking it to his own autopsy and
investigations in Egypt. In the third and final section of the Helen narrative, he
expands his account further on the basis of probability, that is, the behavior to be
expected of the Greeks and Trojans. His reasoned analysis, based on his
understanding of contemporary human nature, concludes that if Helen were in Troy,
the Trojans would have returned her rather than see their sons killed and their city
destroyed. If they did not return her, then she never was in Troy, though the Greeks
did not believe this until they took the city. (Note that Herodotus also rejects the
version of Stesichorus, and later of Euripides, that an eidolon of Helen went to
Troy. For him, Paris went to Troy empty-handed.) It is this analysis of probabilities
that confirms his reconstruction of the scene between Proteus and Paris, when Paris
is sent away empty handed. The whole Helen in Egypt narrative reveals that
Herodotus believes that he can compose a truer story by establishing historical
referents for the epic tradition. He bases his story on objects seen or heard about,
information from a continuous Egyptian tradition, and the probabilities of human
behavior as seen in his contemporary world.
From our perspective, Herodotus’ narrative of Helen and Proteus, Egypt and
Troy, is a house of cards, erected with the flimsiest of supports, meant to debunk
Homer and the epic tradition and substitute a new, more skeptical vision of human
injustice and ineffectiveness. Yet Herodotus clearly is proud of his achievement, and
draws from it an emphatic conclusion (hôs men egô gnômên apophainomai), a
conclusion to which he returns often in his history, especially in the final books:
«Divine power (to daimonion) arranged that the Trojans, by being completely
annihilated, would make it clear to humans that the gods punish great wrongs with
great vengeance».
In the passage just analyzed, Herodotus directly examines and transmutes the
legend of Helen. Now let us turn to some passages where the Helen legend is present
indirectly, that is, to cases of wife– taking which point to larger issues of aggression
and hybris. First we will consider two well-known allusions to the Trojan War. At the
beginning of the Histories, Herodotus had cited the Greeks eagerness to avenge the

35
PHILIP A. STADTER

rape of Helen as the Persian explanation for the hostility between Asia and Europe (I
4). In that passage he transmuted Greek epic tradition by imagining how Asians might
view the Trojan War: a ridiculous overreaction by testosterone-filled Greeks to sim-
ple woman-snatching11. As such it provides an amusing though not unsubtle explanation
of war. But, of course, Herodotus does not stop there. Immediately he shifts his focus
to a historical figure, Croesus, the first man whom he himself «knows to have begun
wrongs against the Greeks» (I 5.3). He thus sets his own historical narrative against
the traditional epic narrative –and transfers the blame from the Greeks and the
legendary rulers celebrated by the poets to an Asian, a ruler who lived only one hundred
years before him. Croesus is exchanged for Paris, and his conquest of the Ionian
cities of Asia for the theft of Helen. Aggrandizement replaces seduction and history
replaces myth, but the presence of hybris remains constant.
At the end of his work, Herodotus returns to the Trojan War with the figure of
Protesilaus, the first man of the Greek fleet to leap out onto the soil of Troy (IX 116-
20)12. On this occasion the historian similarly establishes a strong link with historical
events. Protesilaus was honored as a hero at Elaious in the Chersonese, where he had a
tomb and sanctuary. This tomb represents an extension of the legendary events of the
Trojan War into historical time. The epic past becomes significant to Herodotus’ narrative
when the Persian lord Artayctes robs and desecrates Protesilaus’ shrine (IX 116). An
omen reminds Artyactes and the reader that the past is still present, when some salt fish
being roasted over a fire begin flopping about as if they were alive. As Artayctes himself
explains the omen, ‘Protesilaus is telling me that even though he is dead and dried like
a salt fish, the gods give him the power to punish a wrongdoer.’ And so Xanthippus and
the Athenians punish Artayctes on behalf of Protesilaus, hanging him up nailed to a
board –to dry like a fish. As Croesus was the first, Artayctes is the last man Herodotus
knows to do wrong to the Greeks, since he had attacked both the current inhabitants of
the Hellespont and an ancient epic hero. Artayctes and the Athenians who punished him
add a new historical dimension to the epic story of the Trojan War: the ancient pattern of
wrongdoing and punishment returns once more in historical time. The Persian version
of the Trojan War given in the proem is rejected: both then and now, Asians were the
first to do wrong, and the Greeks avenged this wrong.
Several other stories are also related to Helen and wife-stealing. These stories
concern Theseus’ theft of Helen, the passions of two Spartan kings, and Xerxes’ passion
for Masistes’ wife.
The first of this set of stories which I will consider is found in the narrative
immediately after the battle of Plataea. Herodotus tells us that Sophanes of Decelea
was the bravest Athenian who fought at Plataea. After mentioning Sophanes, the his-

11
The ascription of the interpretation to the Persians is consistent with his usual practice of ascribing stories to
the natives most involved. See LURAGHI, N. (2001).
12
For Protesilaus and the closure of the Histories, see BOEDEKER, D. (1988), DEWALD, C. (1997),
HERINGTON, J. (1991).

36
From the Mytical to the Historical Paradigm: The Transformation of Myth in Herodotus

torian begins a digression on the great deed performed by the Deceleans in legendary
times, the return of Helen to the Spartans after Theseus had carried her off. From that
time down to the present the Spartans have honored the Deceleans with exemption
from taxes and proedria at Sparta. Most recently, Herodotus concludes, the Spartans
have spared Decelea in their annual invasions during the war «which took place many
years later between the Athenians and the Peloponnesians,» that is, during the
Peloponnesian War. The Deceleans thus performed a deed which would be ‘profitable
for all time’ (IX 73). Once more in this case the time of the epic tradition intrudes
upon historical time, the time of Herodotus’ writing and of the war between Spartans
and Athenians. Again, as with Paris and Menelaus, Helen was carried off and a wrong
committed –Herodotus speaks quite clearly of the hybris of Theseus. But this time,
Helen is returned by the people of the affected city. The Deceleans, «angry at the
arrogance of Theseus and fearing for all Attica», hand Helen over to her brothers and
the aggrieved Spartans. That is, the Deceleans do exactly what Herodotus thinks the
Trojans would have done, if they had held Helen: return her, no matter what Paris
thought. In this way the Deceleans won such honor, that even when Sparta warred
against the rest of Attica centuries later, Decelea was at peace13. Herodotus’
interpretation of the Helen story points to a mode of resolving disputes on the level of
kidnapping, even when a ruler oversteps the bounds of justice.
Spartan rulers also overstep the bounds. The Helen motif reappears in the story
of the Spartan king Demaratus’ birth and deposition from the kingship (VI 61-67).
The wife of Agetos had been blessed by Helen as a child, and grown up to be the most
beautiful woman in Sparta14. King Ariston enacts the role of Paris, tricking Agetos
into surrendering his wife to him. Demaratus was born of the union. Later, Demaratus
plays Paris himself, stealing from Leotychidas that man’s fiancée, a certain Perkalos15,
and marrying her. Twice in two generations Ariston and Demaratus steal the wife of
another man, and trouble follows: Demaratus is deposed, and flees to Persia. He will
accompany the Persian army attacking Greece. In Herodotus’ narrative, Spartan wife-
stealing leads to internal struggles and external attack.
Mistreatment of free women, of course, is a standard feature of a tyrant, noted
by Otanes in his speech in the constitutional debate (III 80.5) and found often in the
narratives of the Histories16. But the model of Helen’s theft creates a special resonance.
Two contrasting cases from book nine may be emphasized, those of Pausanias and of
Xerxes. In the narrative immediately after the story of Sophanes and Decelea, the
Spartan victor Pausanias is approached by a fugitive from the Persian camp, a Coan
woman who begs for freedom (IX 76). She explains that a Persian, Pharadates, had

13
The Deceleans in fact put into practice Mardonius’ sensible advice at VII 9. b.2, «[the Greeks] should, since
they speak the same language, use heralds and messengers to resolve their differences in any way except by battle».
14
Cf. especially BOEDEKER, D. (1987).
15
This woman’s name, unusually, is given by Herodotus, perhaps because he saw a connection with perikallês.
16
Cf. the list in LATEINER, D. (1989): 172-79, items I.B.3 and II.B.3.

37
PHILIP A. STADTER

captured her and kept her by force. Pausanias graciously frees her and allows her to
go among friends. The Greek commander redresses the arrogance of Pharandates17.
Later, after the battle of Mycale, Herodotus relates the story of Xerxes’ passion
for the wife of his brother Masistes (IX 108-113). It is immediately apparent that
Xerxes enacts within his own family the crime of Paris: he wishes to steal the wife of
another. As the crime of Paris destroyed Priam and his family as well as Troy, Xerxes’
crime, the result of an ineluctable series of disastrous decisions, destroys his family
and threatens the Persian empire itself. As many have pointed out, this story echoes
that of Candaules and Gyges at the beginning of the history18. Candaules, of course,
is the foolish lover in that story. But it is Gyges who is forced, first to violate nomos
and view another man’s wife naked, then to kill the king and take his wife. Gyges thus
is also a Paris figure, and his dynasty will have to pay, though only in the fifth generation
(13.2). His descendant Croesus, «the first to commit wrongs against the Greeks»,
will lose his throne to Cyrus. In Herodotus’ narrative, Xerxes and Pausanias, and
even Gyges and Croesus, are historical figures who are swept up into the traditional
tale motif, represented by Paris’ and Theseus’ thefts of Helen. Myth becomes history,
history becomes myth.
Herodotus’ revision of the epic tradition of Helen’s theft and the destruction of
Troy which followed it is as imaginative as the retellings of the Helen story by
Stesichorus, Aeschylus, or Euripides, but introduces historical persons and historical
methods which completely change the nature of the story, and draw it into history. In
this case, the epic past gives depth and meaning to the events of recent historical time.

Atys and the Boar: Peleus compared with Adrastus

The Croesus logos works differently. In this narrative, Herodotus uses multiple
traditional and folkloric motifs to give a larger significance to a key figure in his
history. Pre-existing narrative patterns help to make sense of isolated events.
Let me begin with a famous story from within the Croesus logos, that of Adrastos
(HDT., I 34-45)19. This is an example of the appropriation of a traditional tale for a
historical setting, and may serve as a model for the process at work in the Croesus
logos, and indeed in much of the Histories. In the Adrastos story a historical figure,
Croesus, is a major character. Nevertheless, uncertainty surrounds the other characters.
We cannot be sure that Croesus’ son in the story, Atys, is a historical figure, though he
bears a traditional Anatolian name20. The historicity of his involuntary killer, Adrastos,

17
The reader must decide whether Herodotus also wishes his audience to think of Pausanias’ later transgressions
against women in Byzantium (cf. e.g. Plutarch, Cim. 6).
18
E.g. WOLFF, E. (1964).
19
Cf. RIEKS, R. (1975).
20
The name appears also for a king at I 7.3; 94.3 and VII 74.1, and for the father of Pythius at 27.1.

38
From the Mytical to the Historical Paradigm: The Transformation of Myth in Herodotus

the son of the semi-legendary Gordias son of Midas, is still more dubious. The name,
literally, ‘not to be escaped,’ undoubtedly has been assigned to suggest the inevitability
of Atys’ death and the impossibility of Croesus’ protecting him. Herodotus no doubt
associated the name with his ominous statement at the beginning of this episode, «A
major divine nemesis seized Croesus»21. The central irony of the story is that Adrastos
had been purified of an earlier killing of his brother by Croesus22, then had been
asked by Croesus to protect his son Atys from harm, but ends up killing the man
whom he most wishes to honor and protect.
The Adrastos story has all the elements of fiction23. Where does this plot come
from? The story has sometimes been thought to reflect Anatolian cult of Atthis24, but it
is possible to recognize elements of traditional Greek stories. In the Greek tradition
many heroes were forced to leave their native towns because of a killing and were
subsequently reintegrated into society25. Beyond this general similarity, I believe I can
suggest two more specific parallels. The idea of a fugitive killer becoming a guardian to
a prince, as Adrastos became for Atys, appears in the Iliad: Patroclus took refuge with
Peleus after killing a young friend over a game of dice, and Peleus assigned him to his
son Achilles as a personal attendant (therapôn, Il. 23.85-90). Like Adrastos, Patroclus
cannot save his ward ñindeed he may be thought the cause of Achilles’ death.
An even closer parallel to Adrastos’ case is offered by the story of Peleus himself.
Peleus, we are told, while still a young man, killed his half-brother Phocus with a discus
–whether accidentally or on purpose is disputed– and fled from Aegina to Phthia. In
Phthia he was purified by king Eurytion, and married the king’s daughter. Later, both
men joined in the Calydonian boar hunt, where Peleus accidentally killed Eurytion, his
purifier and father-in-law. Subsequently, Peleus fled into exile again, and underwent
various adventures before settling in Phthia26. Adrastos, like Peleus, killed a brother
(Herodotus says he did it unwillingly), was forced by his father to leave his country, fled
to another ruler, was purified by that ruler and welcomed into the ruler’s house, then
during a boar hunt killed, the ruler’s son. The son, of course, is a fitting substitute for the
ruler in such stories, as Herodotus himself confirms when at the end of the story he says
that that Adrastos was «killer of his purifier», phoneus tou kathêrantos (I 45.3). Adrastos’
story shows one major divergence from that of Peleus, however. Peleus goes on to have
other adventures, but Adrastos, weighed down by his fate (he considered himself of all

21
HDT., I 34.1. The name of the more famous Sicyonian-Argive hero Adrastus, one of the seven against
Thebes, seems rather to signify that he could not escape his fate. Adrasteia was also the name or title of an Anatolian
goddess identified with Cybele, but in Athens with Nemesis.
22
On supplication and purification after murder, see PARKER, R. (1983).
23
Cf. ASHERI, D. (1988): 287: «Era noto in Lidia che uno dei figli era morto violentemente: tutto il resto è
novella».
24
Cf. ibid.: 287.
25
E.g. Epeigeus, who fled to Peleus, and was sent with Achilles to battle. Purification is not always part of the
tales: see PARKER, R. (1983). Cf. also the simile of the suppliant murderer at Il. 24.480-84, well treated by HEIDEN,
B. (1998), who calls attention to Peleus’ role as suppliant murderer.
26
See Oxford Classical Dictionary, third edition, s.v. “Peleus”; GANTZ, T. (1993): 220-32.

39
PHILIP A. STADTER

men whom he knew barusumphorôtatos), commits suicide over the tomb of the man he
was supposed to protect, the son of the man who purified him. Adrastos’ fate confirms
Solon’s warning to Croesus on the fragility of man’s condition (pan esti anthrôpos
sumphorê); Croesus will discover that he also is barusumphoros.
Herodotus has apparently fitted into his Croesus logos the plot elements of Peleus’
purification and murder of his purifier, drawn from the legendary epic tradition. Peleus’
story already was known to Homer, who uses it as a foil in his famous encounter of
Priam and Achilles27. Allusions to the Peleus story appear later in Pherecydes and in
Pindar. Herodotus replaced the legendary figures of Eurytion and Peleus with the
historical Croesus, the semi-historical Atys, and the dubious Adrastos. In addition to
integrating this pre-existing tale pattern in his narrative of Croesus, Herodotus developed
the ironic and tragic implications of the traditional tale by employing standard plot
devices, such as the dream, the ironic dialogue between Croesus and Atys, Croesus’
invocation of Zeus, and the suicide of the killer on the tomb of his victim. Thus from the
Greek myth of Peleus he created a moment of Lydian history. The Anatolian elements
appear only in the names, Atys and Adrastos son of Gordias son of Midas, of Phrygia.

The Croesus story as myth

The story of Adrastus’ purification and killing of Croesus’ son is only part of the
extremely variegated narrative of Croesus’ prosperity and fall. Herodotus’ whole
account of Croesus may be seen as a complex sequence of traditional story types and
motifs given historical meaning through references to actual figures and events.
The Croesus story has traditionally been a stumbling block. Historians of a
skeptical persuasion find little of use in its sixty-seven chapters (I 26-92)28. Particular
difficulty is caused by the chronologically impossible meeting of Solon and Croesus
and the fabulous rescue of Croesus from the pyre29. Even with some goodwill, the
historical facts which we can isolate in this narrative are limited to the following:
Croesus son of Alyattes succeeded his father as king of Lydia (I 26), put down the
supporters of his half-brother Pantaleon (I 92), and completed the conquest of much
of western Anatolia, including the Ionian states (I 26; 28). He made dedications to a
number of Greek shrines, including Delphi and the sanctuary of Amphiaraus (I 50-
52; 92). The Spartans tried him to send one of their famous bronze craters, but it
ended up on Samos (I 70). Croesus fought against Cyrus at Pterie in Cappadocia,

27
See HEIDEN, B. (1998).
28
Croesus appears elsewhere outside these chapters for his relation with the Ionians (I 141), as an advisor to
Cyrus and to Cambyses (I 153; 155-56; 207-8; 211; III 14; 34; 36; 47), as a friend to Miltiades and Alcmaeon (VI 37;
125), for a boundary marker (VII 30), and for his dedications (V 36; VIII 35; 122). On the Croesus logos, cf. BURKERT,
W. (1985), SEGAL, C. (1971), STAHL, H.P. (1975), RAAFLAUB, K. (1987), MOLES, J. (1996), FLOWER, H. (19)
and SAID, S. (2002).
29
Unfortunately the Babylonian Nabonidus chronicle is not as helpful as was once supposed: see CARGILL,
J. (1977).

40
From the Mytical to the Historical Paradigm: The Transformation of Myth in Herodotus

retreated, and then was defeated by Cyrus in a battle near Sardis (I 76-79). Sardis fell
shortly afterwards, and Croesus was captured (I 84).
This list of events has none of the charm or the historical significance of
Herodotus’ account. The difference is the way in which Herodotus sets these facts
into a nexus of traditional stories and motifs. It will be sufficient to point out a few of
these30. The wise adviser motif appears in the stories of Bias, Sandanis, and of course
Solon. The episode of Solon’s encounter with Croesus also shows affinity with the
folklore motif of an adventurer’s visit to the king’s palace and his testing by the king.
Divine monitory messages play an important part: Croesus forgets, misunderstands,
or attempts to counteract the oracle to Gyges, the oracles of Delphi, his dream about
Atys. Similar behavior is common in epic, folklore, and tragedy, as well as in
colonization stories. The tragic motif of taking revenge by serving a child for dinner
(e.g. the Thyestes story in Agamemnon) is found in the Croesus logos (the Scythians
and Astyages, I 73), as well as in the Cyrus logos (I 119). The surprising outburst of
Croesus’ mute son exemplifies the motif of the object or person the value of which is
ignored by its owner until it is desperately needed: the son is considered worthless by
Croesus until his outcry saves the king’s life (I 85). The story of the lion to which king
Meles’ wife gave birth, whose magic could make invulnerable the circuit of the citadel
wherever he walked (I 84), recalls other ancient and modern tales of magical protection
of individuals, which yet has a gap, such as Achilles’ being dipped in the River Styx31.
More important than the individual tale types or motifs, however, is the overall
impression which Herodotus’ narrative creates. The historical data indicate that Croesus
was a powerful king who was defeated by Cyrus. In Herodotus, Croesus is a powerful
man who does not understand the nature of his own humanity. Herodotus creates this
moral interpretation first through Solon’s stories of truly happy men and his advice to
look to the end. There follows the tale of Adrastos, that reveals Croesus’ inability to
protect his own child from his fate. These two stories prepare for the only surely
historical event, Croesus’ war with Cyrus, in which the same themes of human blindness
and inability to control events are developed through the oracle stories and the sudden
speech of the mute child. Each time Croesus attempts to be clever (especially in the
testing of the oracles), and each time he proves to be foolish. The emphasis is thus
shifted from Croesus the individual ruler to Croesus as paradigm of humanity –a
point realized when Croesus exclaims that he wishes that every ruler could meet
Solon. Cyrus grasps the point more profoundly when he sees in Croesus’ downfall
something which could as easily happen to himself (I 86.4,6). Cyrus’ fear of vengeance
(tisis) for killing Croesus, prepares us then for the Pythia’s justification that Croesus’

30
Individual elements of the Croesus logos have been analyzed from many points of view: see ASHERI, D.
(1988): C-CXIV with the bibliography in p. C, n. 2, and the works citied in note 28. For a more complex analysis,
tying the tales of Croesus and Gyges together as part of a tale type, see HANSEN, W. (1996) and (2002): 316-27.
31
Cf. ibid.: 481-89.

41
PHILIP A. STADTER

defeat was vengeance for Gyges’ usurpation five generations before (I 91.1-3), as
well as for the larger theme of reciprocity and vengeance in the whole history32.
It is time to pull together the threads of an inordinately long inquiry. I have
argued that Herodotus did not abandon myth for history, but transformed myth by
linking it to historical people and events. With Helen and the Trojan War, he drew the
epic legend into historical time, where it could be subjected to rational criticism. In
his narrative of Croesus, traditional story elements give structure to historical events.
The legendary, mythical, and folkloric elements are not additions meant to make
Herodotus’ history more enjoyable (though they do that too) but are fundamental to
the meaning of his work. Unlike the poets, Herodotus is not content with making his
protagonists figures of a shadowy past, or of the time of the gods. His invaluable
contribution is to see and record how these ancient story patterns functioned in
historical figures.
A distinguishing feature of fifth century historiography is its ability to reveal the
universal in the particular, to suggest how the actions of historical individuals fit a
pattern of universal human behavior and thus describe the human situation in the
world, what Thucydides would call ta anthrôpina (I 22). The particular technique that
allowed the classical historians to achieve this universality was the historicization of
mythical patterns.
Herodotus challenged the truth of the epic tradition, and asserted the superior
veracity of his own Histories, in which he regularly tested traditions against historical
criteria. At the same time he did not reject the traditional narratives, but incorporated
them into his history. In the Histories, the epic traditions of Helen and the Trojan
War provide the pattern for both the intercontinental wrong-doing and vengeance
which resurfaced in the Persian Wars and the personal faults of individual rulers.
Like the Croesus narrative, many other stories throughout the Histories use traditional
story patterns applied to historical figures to explore aspects of the human condition,
including the difficulty of understanding the divine dispensation and the power and
value of freedom. These stories are not confined to the early books, which are
sometimes thought to be more mythical33. Cleomenes’ madness shares many
elements of the account of Cambyses’ madness, suggesting common topoi34.
Leonidas’ heroic defense at Thermopylae recalls the duel of champions at Thyreae35.
The battle of Salamis is as much shaped by literary motifs as is the parallel account

32
For the vengeance theme, cf. LATEINER, D. (1989): 140-44, BRAUND, D. (1998) and FISHER, N. (2002),
with bibliography.
33
Famous stories in these books are the Cyrus infancy narrative, the accounts of Polycrates and of Periander
and Lycophron, and the Cyrene foundation narrative: see the recent studies of LONG, T. (1987): 126-75 and VAN
DER VEEN, J. (1996): 23-52 on Cyrus; ibid.: 6-22 on Polycrates; GRIFFITHS, A. (1987) on Democedes;
SOURVINOU-INWOOD, C. (1988) and GRAY, V. (1996) on Periander; CALAME, C. (1988) on Cyrene. Note also
the «mythologization» of Babylon documented by KURHT, A. (2002).
34
See GRIFFITHS, A. (1989).
35
See DILLERY, J. (1996).

42
From the Mytical to the Historical Paradigm: The Transformation of Myth in Herodotus

in Aeschylus36. Xerxes’ behavior fits folk-tale motifs of the harsh ruler. Throughout
the work, Herodotus makes myth into history by interpreting historical events in terms
of traditional narrative patterns.
Herodotus’ method of utilizing legend and folk lore as material for historical
understanding was not directly followed by later historians, yet the importance of
these narrative patterns continued. Thucydides professed to abandon the mythical
and the pleasurable for a sterner criterion of future usefulness (I 22). Nevertheless
recent scholarship has demonstrated the undeniable presence of traditional literary
forms in Thucydides’ narrative37. These traditional forms do not render his effort at
historical accuracy false or invalid. Rather they reveal the continuing power of the
mythical and traditional narratives. As Thucydides grappled with making coherent
the gradual unfolding of the defeat of Athens, he submerged the epic and tragic patterns
more deeply within his dense matrix of historical names and events. Yet their emotional
and moral power remain.
Only Thucydides of the ancient writers was able to maintain such a high degree
of tension between the historical and the mythical. Xenophon in his Hellenica returned
to a more Herodotean narrative, in which story patterns and motifs frequently seem to
dominate the historical elements. Yet we must recognize in Xenophon a willingness
to explore different modes of historical narrative. His writings run the gamut from
literarily structured autobiography (the Anabasis) to political history (the Hellenica)
to fictional biography (the Cyropaideia), all attempting to express in philosophical
and didactic terms his own understanding of the world. Simultaneously Plato and the
Socratics, along with Xenophon himself, made of the historical Socrates a myth.
Shunning the path of historical investigation, they created dialogues that could explo-
re philosophic truth, and even created new philosophic myths, challenging both the
poets and the historians. But that is another story.
Let me conclude with a paradox: Herodotus could become the father of history
exactly because he was the father of lies. Herodotus created a meaningful framework
for the historical figures and events he described by fixing them into a setting of
‘lies’, if we understand ‘lies’ to mean the rich body of plots, themes, and motifs available
in the epic and folkloric tradition. No doubt many before him had already begun
shaping the narrative of contemporary events and the recent past according to the
traditional patterns. These are the logoi which were Herodotus’ sources. But Herodotus
brought these stories together, compared them, evaluated them, and finally retold and
recorded them in a coherent structure, creating history from myth.

36
See PELLING, C. (1997).
37
Cf. MACLEOD, C. (1983), PELLING, C. (1991), MOLES, J. (1993), ALLISON, J.W. (1997) and MACKIE,
C.J. (1996). CORNFORD, F.M. (1907) was an early precursor of this view.

43
PHILIP A. STADTER

44
From the Mytical to the Historical Paradigm: The Transformation of Myth in Herodotus

BIBLIOGRAPHY

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46
Patriottismo e tradidioni mitiche: Le origini della storiografia locale in Grecia

PATRIOTTISMO E TRADIZIONI MITICHE. LE ORIGINI


DELLA STORIOGRAFIA LOCALE IN GRECIA

EUGENIO LANZILLOTTA
DIPARTIMENTO DI ANTICHITÀ E TRADIZIONE CLASSICA
Università degli Studi di Roma «Tor Vergata»

Nella storia della storiografia greca gli scrittori che cronologicamente hanno preceduto
Erodoto hanno avuto varia considerazione e fortuna. Il primo a parlare di essi fu
Tucidide, il quale nell’esporre il proprio metodo critico, contrapponeva la sua opera,
basata su testimonianze vagliate con la maggiore esattezza possibile, alle celebrazioni
dei poeti e alle narrazioni dei logografi, composte «più per il piacere dell’ascolto che
per la ricerca della verità»1. I “logografi”, cioè scrittori di discorsi, non si sarebbero
proposti la ricerca della verità, perché avrebbero trattato di avvenimenti non
documentabili, e, per effetto del tempo trascorso, quasi tutti passati a far parte del
mito. Si tratta di un giudizio assai duro, soprattutto perché Tucidide accomunava in
una condanna senza appello tutti gli storici precedenti, Erodoto compreso (anche
senza nominarlo esplicitamente).
Un quadro diverso della prima storiografia greca è offerto da Dionigi di
Alicarnasso, un retore della fine del I secolo a.C., nel trattato Su Tucidide (Peri;
Qoukudiv-dou). Prima di parlare dello storico ateniese Dionigi avverte l’esigenza di
dire almeno poche parole sugli storici precedenti:

Prima di Tucidide fiorirono, in diversi luoghi, molti storici antichi: (...)


Evagone di Samo, Deioco di Proconneso, Eudemo di Paro, Democle di Figela,
Ecateo di Mileto, Acusilao di Argo, Carone di Lampsaco, Amelesagora di
Calcedone. Poco anteriori alla guerra del Peloponneso, ma vissuti fino all’età
di Tucidide, furono Ellanico di Lesbo, Da-maste del Sigeo, Xenomede di Ceo,
Xanto della Lidia e molti altri2.

1
THUC., I 21-22.
2
DION. HAL., De Thuc. 5.6-16: ajrcai'oi me;n ou\n suggrafei'" polloi; kai; kata; pollou;" tovpou" ejgevnonto
pro; tou' Peloponnhsiakou' polevmou. ejn oi\" ejstin Eujgevwn te oJ Savmio" kai; Dhivoco" oJ Prokonnhvsio" kai;
Eu[dhmo" oJ Pavrio" kai; Dhmoklh'" oJ Fugeleu;" kai; JïEkatai'o" oJ Milhvsio", o{ te Argei'o" jAkousivlao" kai; oJ
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 47-55.

47
EUGENIO LANZILLOTTA

È noto come il brano di Dionigi sia stato al centro di un’ampia discussione


storiografica, aperta in primo luogo dallo Jacoby, che in esso vedeva un forte ostacolo
al suo convincimento che la storiografia locale rappresentasse una costola della gran-
de storiografia del V secolo a.C.: gli storici locali sarebbero stato debitori verso Erodoto,
e non viceversa. La teoria dello Jacoby ha suscitato non poche perplessità, ma
certamente ha rappresentato un importante punto di riferimento e di confronto.
Recentemente il passo del De Thucydide è stato sottoposto a un nuovo e
approfondito esame da Leone Porciani3, attraverso l’individuazione delle sue probabili
fonti e nella prospettiva della fissazione dei rapporti tra storia generale e storia locale.
L’approdo cui giunge lo studioso sulla prima problematica è il seguente:

Le nostre conclusioni sulle fonti del De Thucydide e in particolare del suo


capitolo 5 ci dànno gli strumenti per interpretare un tale stato di cose: Dionigi
ha fuso la teoria teofrastea della storiografia (sviluppo dal locale al generale,
preceduto da una fase genealogica che s’incentrava sull’età eroica) con dati
ricavabili da Tucidide I 21 –i logogravfoi e il muqw`de"– nell’interpretazione di
un hypomnema alessandrino. Dionigi ha mescolato genealogisti e storici locali,
e assunto una veduta del concetto di mito priva delle articolazioni secondo generi
storiografici che Teofrasto aveva dato; ciò egli ha fatto sulla scorta del
commentario e delle sue indicazioni in merito a logogravfoi e muqw`de". Da qui
la compressione dei vari piani del disegno di Teofrasto: il mito, nel De Thucydide,
diviene un indistinto, e la forma genealogica della storiografia non riceve più
una trattazione a parte4.

Mentre sul secondo problema che investe i rapporti tra Erodoto e i suoi
predecessori questi sono i suoi convincimenti:

Riguardo a forme di storiografia letteraria anteriori a Erodoto abbiamo


fin qui esposto le ragioni di una perplessità che ci conduce a un fondamentale
non liquet. La natura della tradizione antica sulla cronologia degli storici appare
congetturale, e quindi di per sé non autorizza a pensare che in Grecia la storia
sia nata da forme locali. È una tesi, come lo è quella moderna –e opposta– di
Jacoby; per di più, è una tesi dalle molte ombre. Il percorso che s’inizia ora
guida verso un’uscita dal vicolo cieco della scrittura: la storia locale può essere
esistita prima di Erodoto, ma in forme orali; una fase di consolidamento e al
contempo di mutazione essa ha attraversato con il logos epitaphios ateniese,

;~Lamyakhno" Cavrwn kai; oJ Calkhdovnio" Melhsagovra", ojlivgw/ de; presbuvteroi tw'n Peloponnhsiakw/'n kai;
mevcri th~" Qoukudivdou parekteivnante" hJlikiva" ïJEllavnikov" te oJ Levsbio" kai; Damavsth" oJ Sigeieu; " kai;
Xenomhvdh" oJ Ci'o" kai; Xavnqo" oJ Ludo;" kai; a[lloi sucnoiv.
3
(2001).
4
PORCIANI, L. (2001): 56-58.

48
Patriottismo e tradidioni mitiche: Le origini della storiografia locale in Grecia

che l’ha fatta confluire nella grande storiografia. Su un piano locale, la scrittura
della storia può anche essersi iniziata dopo Erodoto5.

L’approdo di Porciani, a dire il vero, non sembra del tutto convincente, poiché,
pur avendo messo bene in evidenza il contenuto del cap. 236, in cui Dionigi riprende
il discorso sugli ajrcai'oi suggrafei'" –quelli sostanzialmente della prima lista del
cap. V, su cui Dionigi candidamente dichiara di non potersi pronunciare– non scioglie
il problema in primo luogo attraverso la lettura delle testimonianze. Va da sé, pertanto,
che una risposta al quesito posto va in primo luogo individuato attraverso la lettura
dei frammenti che di questi scrittori ci sono pervenuti, tenendo presente che l’origine
e lo sviluppo della storiografia greca, come ricerca e riflessione sul passato,
documentazione e ricostruzione che tenda all’oggettività, è un percorso dai contenuti
culturali che ingloba ma supera ampiamente l’individuazione di archivi e materiali
documentari, la quale si addice più alla storiografia romana che a quella greca, che si
è distinta nell’ambito delle culture antiche per quella sua peculiarità che ha trovato
nel confronto, nella critica e nel cambiamento il motore del suo avvio e del suo
cammino. Ciò emerge già dalla lettura dei frammenti dei preerodotei, ed è quanto, in
particolar modo, è stato ravvisato dai grandi storici del secolo scorso, le cui letture
ritengo opportuno riproporre perché, pur nella varietà delle impostazioni e delle
soluzioni prospettate, offrono un sostanziale apporto metodologico.
Il punto di partenza è naturalmente il proemio delle Genealogie di Ecateo e
l’interpretazione dei suoi contenuti, cui il Momigliano aveva dedicato un importante
contributo, a conclusione del quale scriveva: «Ancora una volta la vera storiografia,
sin nelle sue origini, rivela alla radice un bisogno spirituale profondo. Che è nel nostro
caso di sbarazzarsi di un cosmo di conoscenze, che si sentono ormai inutili e vane,
per sostituirvi un altro cosmo non più teologico, ma antropologico. La ribellione di
Ecateo ha da questo punto di vista un valore definitivo per la storia della storiografia
greca, la quale, come volle Ecateo, non sarà più mai raccolta di leggende sugli dèi o
sugli eroi, ma o critica di queste tradizioni o, nel suo aspetto positivo, studio dell’uomo
e delle cose che lo riguardano»7.
Questo saggio fu l’occasione per un articolo di Gaetano De Sanctis, il quale
diverge in più di un punto dal Momigliano, ma sostanzialmente è d’accordo con lui
sul ruolo che Ecateo riveste nella storia della storiografia greca:

Non corre dubbio che, affermando solennemente i diritti della ragione a


fronte della tradizione, Ecateo ha fondato la scienza storica. Ma appunto perciò
vorremmo meglio definire sia l’originalità di tale affermazione sia la sua
significazione precisa8.

5
Ibidem.
6
Ibid.: 38.
7
MOMIGLIANO, A. (1966): 332-333.
8
DE SANCTIS, G. (1983): 221.

49
EUGENIO LANZILLOTTA

Dei vari articoli che Giuseppe Nenci ha dedicato alla storiografia preerodotea
seleziono un passo che si inserisce sulla medesima lunghezza d’onda dei predecessori:

Ma forse anche per questo suo radicalismo ingenuo e sincero, la figura di


Ecateo può assurgere a simbolo della storiografia preerodotea, una storiografia
in cui, per comune contributo degli storici e del senso comune, il metodo
storiografico occidentale ha fatto le sue prime esperienze, avvertendole come
positive e alimentando in tal modo la fiducia dell’uomo nella possibilità di
conoscere il suo passato9.

Queste citazioni ci danno l’impostazione di fondo per tentare un qualche


approfondimento del problema dell’origine della storiografia locale. Innanzitutto,
ritengo opportuno un breve confronto tra alcuni frammenti di Ecateo e di Acusilao su
Eracle, figura privilegiata della cultura greca e punto di incontro nel mito tra l’umano
e il divino; e proprio intorno ai racconti che ne tramandavano le gesta il Milesio
sottopone a critica le tradizioni antiche, credendo di cogliere il vero con un processo
di razionalizzazione. Tale è infatti il contenuto del fr. 26, in cui Ecateo afferma:

Gerione, contro il quale Euristeo mandò l’argivo Eracle per rapirgli le


giovenche e condurle a Micene, non aveva alcun rapporto con la terra degli Iberi,
ed Eracle non venne inviato ad un’isola Eritia fuori del gran mare; ma Gerione fu
re della parte del continente attorno ad Ambracia, e da qui Eracle rapì le giovenche10.

Altrettanto significativo è il frammento 27 Jacoby, riportato da Pausania, che


riguarda il cosiddetto “cane dell’Ade”, il quale, secondo la tradizione, era un mostro
a tre teste posto di guardia all’ingresso dell’Ade. Ora, a giudizio di Pausania, che cita
il passo, Ecateo avrebbe trovato una “soluzione credibile” (lovgon eu\ren eijkovta) alle
dicerie su questa fiera: «Il cane dell’Ade è un serpente velenosissimo, per cui chi ne
viene morso inevitabilmente muore»11. È nota al riguardo la divergenza interpretativa
tra Momigliano, che vedeva nel rifiuto del cane dell’Ade un rigetto tout court dell’Ade
stesso, e quindi della credenza nell’aldilà, e chi come De Sanctis riteneva il
razionalismo di Ecateo «un razionalismo sui generis, il quale non esclude punto quel
che noi chiamiamo soprannaturale. E ciò in parte è vero, sebbene mi sembri che tale
concetto vada formulato con maggiore precisione. Il razionalismo cioè di Ecateo è un
razionalismo il quale per l’età della storia umana non esclude se non ciò che lo scrittore
riteneva contraddetto dall’esperienza»12; e la distinzione che De Sanctis attribuisce ad

9
NENCI, G. (1966): 657.
10
ARRIAN., Anab. 2.16,5 (= FGrHist 1, F26).
11
PAUS. III 25.4 (= FGrHist 1, F27): ajlla; JEkatai'o" me;n oJ Milhvsio" lovgon eu\ren eijkovta, o[fin fhvsa"
{
ejpi; Tainavrw/ trafh'nai deinovn, klhqh'nai de; Aidou kuvna, o{ti e[dei to;n dhcqevnta teqnavnai parautivka uJpo; tou'
ijou'. kai; tou'ton e[fh to;n o[fin uJpo; ï JHraklevou" ajcqhnai par ;Eujrusqeva.
12
DE SANCTIS, G. (1983): 230.

50
Patriottismo e tradidioni mitiche: Le origini della storiografia locale in Grecia

Ecateo, attraverso la testimonianza di Erodoto sul viaggio del Milesio in Egitto «dei
due Eracli, l’egizio e l’argivo, cioè il divino e l’umano»13 ne sarebbe un’ulteriore
conferma.
Eracle, greco d’Argo e capostipite degli Eraclidi, era dunque realmente vissuto,
ma non era che un uomo, al quale i genitori Anfitrione e Alcmane, entrambi provenienti
dall’Egitto, avevano imposto un nome desunto dalla mitologia egiziana, il nome di
uno di quelli che gli Egiziani veneravano tra i dodici dei14.
Tre sono i frammenti rimastici di Acusilao che trattano di Eracle. Il fr. 29 recita:
«Come settima fatica Euristeo impose ad Eracle di portargli il toro di Creta. Acusilao
dice che questo toro è quello che trasportò Europa a Zeus». Il fr. 30 verte invece sul
mito di Borea: «Borea, rapita Orizia che giocava presso il fiume Ilisso, se la portò
via; costei genera due figlie, Cleopatra e Chione, e due figli, gli alati Zete e Calai, i
quali, navigando con Giasone, morirono mentre inseguivano le Arpie. Come invece
afferma Acusilao, furono uccisi da Eracle presso Teno». Infine il fr. 31, sulla morte
dell’eroe: «Acusilao dice che Eracle morì con il fuoco».
Un pensiero fedele alla tradizione, privo di scossoni critici e razionalistici, è
quello che traspare dai frammenti superstiti. C’è un movimento in Acusilao, ma è di
tutt’altra natura: egli ha davanti a sé la Teogonia esiodea ma non ne rimane schiacciato,
come parte della tradizione sosterrebbe; egli invece “corregge Esiodo”15 con
aggiustamenti e variazioni o rifacendosi talora alla maggiore autorità di Omero per
distaccarsi da un poeta più vicino e più ingombrante, così come può ampiamente
confermare la lettura di altri frammenti, e in particolare del fr. 1, sul fiume Acheloo.
Anche Ecateo, che conosceva Esiodo, polemizza con il poeta di Ascra, osservando
che egli erra, in quanto affermava che i figli di Egitto erano venti, mentre in realtà
erano cinquanta. Siamo sulla stessa liena di Acusilao, ma il Milesio, a differenza
dell’Argivo, va oltre il confronto, poiché subisce profondamente l’influsso della par-
te più innovativa della Teogonia. Si sa come nel passato la Musa, che suggeriva il
canto al poeta, dettasse sempre cose vere. Soltanto Esiodo, all’inizio della Teogonia,
immaginava che gli apparissero le Muse Eliconie e gli rivolgessero le seguenti parole:
«Pastori agresti, vili codardi, soltanto ventri, noi sappiamo dire molte bugie simili a
verità, e sappiamo, quando vogliamo, dire la verità». Non c’è dubbio che la distinzione
tra vero poetico e vero storico deve aver colpito Ecateo: lo testimonia già il proemio
delle Genealogie, ove tutto ruota attorno al concetto di ajlhvqeia.
Nulla di simile, invece, in Acusilao, il che, come giustamente sottolinea Santo
Mazzarino16, potrebbe confermare la sua anteriorità rispetto ad Ecateo. E tuttavia
Acusilao, rispetto al Milesio, riserva qualcosa di peculiare, inaspettato e nuovo, che
si addice a uno scrittore del VI secolo a.C.

13
Ibid.: 226.
14
Ibid.: 223. Sul doppio culto di Eracle cfr. VERBANCK-PIERARD, A. (1989): 46 ss. Sulla doppia natura di
Eracle cfr. LEVEQUE, P. & VERBANCK-PIERARD, A. (1982): 44-65.
15
Cf. JOSEPH., Contra Ap. 1.16 (= FGrHist 2 T6).
16
(1966): 60. Così anche TOZZI, P. (1967): 581; FOWLER, R.L. (2000), pág. 1: «Floruit ante bellum Persicum».

51
EUGENIO LANZILLOTTA

Un chiaro esempio dell’approccio di Acusilao alla narrazione storica lo dà il fr.


1, riportato da Macrobio, che tratta del fiume Acheloo.
«Nel primo libro della Storia Acusilao ha mostrato che l’Acheloo è il più antico
di tutti i fiumi. Egli infatti ha scritto: “Oceano sposa Teti, sua sorella; da loro nascono
tremila fiumi: l’Acheloo è il più antico, ed è sommamente onorato”»17.
Il mito del fiume Acheloo, quale figlio di Oceano e Teti, è antico: lo troviamo
infatti già in Omero18, il quale già riteneva che dall’Acheloo scaturissero tutti i fiumi,
il mare intero, tutte le fonti e i vortici profondi, e in Esiodo19. Nel frammento di
Acusilao è dunque riproposta la posizione di massimo rilievo che Omero attribuisce
all’Acheloo tra tutti i fiumi, e si ricorda la venerazione di cui era oggetto. In effetti
Acheloo era onorato in molti luoghi: Atene, Megara, Oropo, Micono, Metaponto.
Una così ampia diffusione del culto trova probabilmente spiegazione nella convinzione
che da Acheloo avessero origine i fiumi, le fonti, tanto che lo stesso nome Acheloo
veniva usato per indicare l’acqua in generale.
Ma rispetto alla tradizione precedente, interamente imbevuta di mitologia e
cosmogonia, nelle Genealogie di Acusilao si può rintracciare un elemento del tutto
nuovo, che va sottolineato. Acusilao pone l’accento sull’Acheloo poiché esso
rappresenta il primo fiume, da cui tutte le altre acque derivano. Questa ricerca del
prw‘ton, del “primo”, nei frammenti di Acusilao è largamente presente: egli infatti
ricerca la prima divinità, che individua in Eros, dando così a Platone un suggestivo
spunto di riflessione20; si interroga poi –e questo è significativo per lo storico– sul
primo diluvio; ed infine ricerca il primo uomo, che il suo patriottismo gli fa individuare
in Foroneo, primo re di Argo, da cui naturalmente tutti gli altri re del Peloponneso
discendono21.
Foroneo è presentato come il primo uomo; da lui nasce Spartone, e da Spartone
Miceneo; da Niobe figlia di Foroneo e da Zeus nascono Argo e Pelasgo.
Acusilao nega cioè l’autoctonia di Pelasgo; e se a Pelasgo restano probabilmente
le connotazioni “esiodee” di progenitore arcade, del tutto nuova è la connessione, o
meglio la subordinazione al prw' to" anqrwpo"V di Foroneo.
'

È questo un palese indizio del posto preminente assegnato alle tradizioni argive
nell’elaborazione di Acusilao, che trova una probabile ispirazione nell’epos della
Foronide, opera epica composta verso la fine del VII secolo a.C.
Originariamente Foroneo era un eroe locale tirinzio. La tradizione espressa da
Acusilao opera un processo di inglobamento e allineamento alle proprie ricostruzioni
v
v'
17
MACROB. V 18.9 (= FGrHist 2, F1): oJ gou'n jAkousivlao" dia; th'" prwvth" iJstoriva" dedhvlwken, o{ti
j kelw'o" pavntwn tw'n potamw'n presbuvtato". e[fh gavr: ‹‹ jWkeano;" de; gamei' Thqu;n eJautou' ajdelfhvn tw'n de;
A
givnontai triscivlioi potamoiv: jAcelw'/o" de; aujtw'n presbuvtato" kai; tetivmhtai mavlista.
Vv

18
Il. 21.196-197: ejx ou| per pavnte" potamoi; kai; pa'sa qavlassa / kai; pa'sai krh'nai kai; freivata makra;
navousin.
19
Theogon. 340.
20
PLATO, Symp. 178 a-b (= FGrHist 2, F6a).
21
CLEM. AL., Strom. I 21.102,5 (= FGrHist 2, F23 a).

52
Patriottismo e tradidioni mitiche: Le origini della storiografia locale in Grecia

genealogiche; processo che va inteso come strettamente connesso alla progressiva


subordinazione politica di Tirinto ad Argo.
Nella Foronide Foroneo compare come “padre dei mortali”; in Acusilao è re
eponimo di Argo, da cui discendono, come si è detto, gli altri sovrani eponimi del
Peloponneso.
Siamo dunque di fronte a una tradizione genealogica argiva di stampo patriottico,
dagli innegabili fini propagandistici: «Per Acusilao», afferma il Mazzarino, «tutta
l’antichissima storia di Grecia si riconduceva ad Argo»22. È qui che a me sembra,
facendo riferimento al tema del nostro convegno, che possa risalire il nocciolo origi-
nario della storiografia locale, la quale, naturalmente, si manifesta nella sua fase
primordiale attraverso questi elementi:

- il mito delle origini della propria polis è strettamente connesso a una domanda
di carattere più vasto, la ricerca del prw'ton. La cultura greca arcaica non
procede per compartimenti stagni: se la filosofia greca muoveva i suoi primi
passi alla ricerca del principio primo, la storia sembra timidamente seguirla
nella ricerca del primo uomo, del primo basileuv".
- il mito, eredità pregnante dell’epos, conserva ancora tutta la sua forza
avvolgente: Acusilao lo subisce e lo accoglie con uno spirito ancora passivo.
C’è qualche studioso23 che ha parlato di incipiente razionalismo in Acusilao:
ciò a me sembra una forzatura, come si evince se si confronta Acusilao con
Ecateo di Mileto; e tuttavia anche dai frammenti dell’Argivo prende avvio
qualcosa di nuovo nella cultura greca, che non tarderà ad assumere dei
lineamenti definiti.

Per comprendere il cammino compiuto dalla storiografia greca –la quale, dopo
aver meditato sul peso della tradizione ed essersi affrancata dai suoi più pesanti
condizionamenti, approda ad un concetto nuovo e moderno dell’opera storica–
possiamo esaminare alcuni passi di un altro autore anteriore ad Erodoto, ovvero Carone
di Lampsaco, per il quale la genealogia non pesa più come un fardello, ma su di essa
cerca di esercitare un incipiente spirito critico.
Carone, vissuto in Asia Minore a cavallo tra VI e V secolo a.C.24, per primo
abbandona il tema genealogico e compone opere in cui la storia si libera della mitologia,
redigendo una Storia dei Persiani ed una storia locale relativa alla sua città di origine,

22
MAZZARINO, S. (1966): 68. Su questa linea ampiamente concordano BULTRIGHINI, U. (1990): 80-87;
MERINO MARTÍNEZ, J.I. (1998): 177-180; e più recentemente MUSTI, D. (2001): 516-517.
23
TOZZI, P. (1967): 507-508.
24
Sulla cronologia di Carone rimando alla limpida trattazione di Mauro Moggi, che dopo aver analizzato le
varie posizioni conclude: «Pertanto è preferibile accettare il passo» – scil. la voce della Suda – «come si presenta, con
le sue incertezze e le sue contraddizioni, mantenendo fermo il fatto che le indicazioni cronologiche puntano tutte in
una direzione e fanno di Carone uno scrittore anteriore ad Erodoto ed attivo nella prima parte del V secolo, non alla
fine dello stesso» [MOGGI, M. (1967): 4]; così anche OTTONE, G. (2002): 35-45, con ampia e recente bibliografia.

53
EUGENIO LANZILLOTTA

Lampsaco. Di lui ci sono conservati 17 frammenti, ma ai fini di questa esposizione


voglio ricordarne uno in particolare, quello in cui Carone ricostruisce l’origine del
nome della sua città, che vien fatto discendere da Lampsace:

I Focei, avendo come capo Fobo, combatterono insieme a Mandrone, re


dei Bebrici, che era attaccato dai popoli vicini. Mandrone convinse i Focei a
stabilirsi presso di lui, ricevuta una parte della regione e della città. Poiché
però spesso risultavano vittoriosi in battaglia e conquistavano molto bottino,
divennero odiosi ai Bebrici, cosicché una volta che Mandrone era lontano essi
decisero di uccidere i Greci con un agguato ed un inganno. Lampsace, figlia di
Mandrone, vergine, venuta a conoscenza della trama cercava di dissuaderli;
ma poiché non li convinceva, di nascosto rivelò ai Greci quanto era stato ordito
contro di loro. Ed essi, preparato un sontuoso sacrificio all’esterno delle mura,
invitano i barbari nel sobborgo fuori della città. E mentre gli uni sdraiatisi
banchettavano, i Focei, divisisi in due schiere, con l’una si impadronirono delle
mura, con l’altra uccisero i banchettanti ed occuparono la città. Poi onorarono
Lampsace con grande splendore, e da lei ribattezzarono la città Lampsaco. A
Lampsace dedicano tuttora onori divini, e le sacrificano come a una divinità25.

Siamo, a mio avviso, alcune generazioni dopo le Genealogie di Acusilao, ed


alcune grandi novità possiamo segnalare nella letteratura storica. La storiografia gre-
ca abbandona il genere delle genealogie mitiche, e fa rinascere su basi nuove l’interesse
per la ricostruzione storica:

- si conserva l’interesse per le origini, ma con un approccio del tutto nuovo. Le


origini, infatti, non sono più quelle avvolte nella nebbia del mito, ma si
ricostruiscono attraverso i primi dati della tradizione orale;
- permane sempre l’interesse patriottico, ma ora questo elemento è mosso
attraverso la consapevolezza e la motivazione politica. Lo si coglie con
chiarezza nel frammento su Fobo e Blepso: infatti Carone collega le origini
della propria città alla stirpe dei Codridi, e dunque alla tradizione ateniese;
- si introduce la lettura razionalistica, ma non più sui miti più noti della tradizione
ellenica, come quelli trattati da Ecateo, bensì su quelli specificamente
riguardanti la città di Lampsaco, le sue tradizioni e i suoi culti, come nella
novella di Lampsace, o come in quella dei confini tra Lampsaco e Pario
raccontata dal fr. 17.

Tutti questi elementi concorrono a definire, ormai in una dimensione matura, le


caratteristiche della storiografia locale.

25
PLUTARCH., Mul. virt. 255 a-e (= FGrHist 262, F7a).

54
Patriottismo e tradidioni mitiche: Le origini della storiografia locale in Grecia

BIBLIOGRAFÍA

BULTRIGHINI, U., Pausania e le tradizioni democratiche (Argo ed Elide), Padova, 1990.


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55
EUGENIO LANZILLOTTA

56
Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

MYTHS ON THE ORIGINS OF PEOPLES AND THE


BIRTH OF UNIVERSAL HISTORY

GUIDO SCHEPENS
DEPARTEMENT KLASSIEKE STUDIES
Katholieke Universiteit Leuven

JAN BOLLANSÉE
DEPARTEMENT KLASSIEKE STUDIES
Katholieke Universiteit Leuven / Research Fellow F.W.O.-Vlaanderen

It may well have have been a bright and sunny day when, on Saturday, October 29th of
the year 4004 B.C., somewhere in a lovely garden, amidst fully grown animals and
luxuriant flora with ripened fruits, God modelled Adam from clay and, thus, created
mankind. The proposed date is that of James Ussher, protestant arch-bishop of Armagh
in Ireland (1581-1656). He stood in a long tradition of Biblical chronology that
ultimately built on, and refined, the chronological calculations worked out some 1,400
years prior by early Christian chronographers like Julius Africanus and Hippolytus of
Rome (who placed the world’s creation 5,500 years before the birth of Christ, on the
basis of the sequence of years indicated in the Old Testament)1.
In similar fashion Varro, in his Antiquitates Rerum Humanarum, wrote that Rome
had been founded in the morning of April 21st, 753 B.C., between 8 and 9 a.m. This
exact point in time was established by one Tarutius, an acquaintance of Varro and
Cicero who, “besides being a philosopher and a mathematician, had applied himself
to the art of casting nativities”2 and had actually managed to fix the day and hour of
Romulus’ conception in his mother’s womb, his birth ànd the Foundation of Rome3.
The foregoing are but two examples which go to show that the origin of mankind
and the origines gentium are themes which in earlier times never ceased to spark
man’s historical interest and tickle his imagination. Indeed, they spawned a vast body
of myths and (pre-)scientific literature through which civilizations attempted to come

1
See, among others, ROSS, H. (1994); RICHARDS, E.G. (1998); BARR, J. (1999).
2
PLU., Rom. 12.3 in the translation of B. Perrin.
3
Cf. ibid., 12.3-6; SOLINUS, 1.18 (= VARRO, Ant. Rer. Hum. 18 F 65). Of course, a longstanding tradition
already placed the birthday of Rome on the eleventh day before the calends of May, when the festival of the Parilia
was celebrated; Tarutius’ contribution to the discussion concerned the precise year and time of day, complete with
corresponding horoscope.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 57-75.

57
GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

to terms with, and get a hold on, the earliest beginnings of human life. At the same
time, those themes have direct bearing on the concept of universal history, which by
definition should encompass the history of all time (from the creation of the universe
onward) and all people4. Taken together, these issues form a very large and complex
topic, a clear and thorough treatment of which is impossible to offer in the limited
space of time available to us. Selectivity is therefore required. We have chosen to
highlight three different approaches of the subject –taken from Greek and Roman
times, and from the historical writings of the early Christians.

1. Ancient Greek Period

The ancient Greeks had no Genesis, a single authoritative account crediting a


sole creator with the origin of the Hellenic people or, for that matter, of mankind.
Instead there was a whole range of anthropogonic myths which were built around
various premises and of which, furthermore, existed numerous regional variants.
Basically, three different groups of stories can be distinguished5. The first discours
maintained that mankind was not created, but had always existed; this was a
philosophical position upheld by the Pythagoreans, Xenophanes and the Peripatetics6.
Second, there were creationist stories in wich the first man was moulded, like pottery,
by an artisan god or gods (Zeus, Prometheus, Hephaistos, or the full pantheon). In
third place, there was a number of myths according to which man was engendered or
sprang from the earth. The latter class can be further split up in accounts relating how
man came about as the involuntary result of sexual union, on the one hand, and stories
purporting that mankind was the result of spontaneous generation through processes
as diverse as metamorphosis, fermentation, etc., on the other.
Besides those creation myths there was, throughout the polis-dominated Greek
world, a proliferation of epichoric foundation myths and legends which served to
explain the origins, and underline the own antiquity, of each polis-community.
Surprisingly, while birth from the earth was a familiar concept to the Greek mind,
claims to autochthony –arguably the purest way to assert one’s autonomy– were the
exception rather than the rule7 ; ktivsei" usually featured a heroic or divine figure

4
This definition is also adopted, for instance, by ALONSO-NÚÑEZ, J.M. (1990): 173. The same rigorous
position is still upheld in the latest, and considerably expanded, incarnation of that paper: ALONSO-NÚÑEZ, J.M.
(2002): 11. It is commonly accepted, in modern literature on the subject, that the idea of universal history had a long
gestation period in the ancient world, its first seeds being planted in the 5th century B.C., and that universal historiography,
as defined above, did not acquire its ‘true’ form until the late first century B.C. In addition to the literature cited by
ALONSO-NÚÑEZ, J.M. (2002): 141, see SCAFURO, A.C. (1983); VATTUONE, R. (1998); CLARKE, K. (1999b).
5
See BOULOGNE, J. (2000): 55-56. A different classification of the Greek myths concerning the origins of
mankind is drawn up by LORAUX, N. (1981).
6
For Aristotle, cf. Metaph. 1072 a 23; 1075 b 33; Cael. 279 b 18-20.
7
Only a minority of Greek communities boasted to be autochthonous, having always inhabited the same
territory; according to Hellanicus of Lesbus ap. HARP., A 272 s.v. Aujtovcqone" (= FGrHist 4 F 161), they were the
Athenians, the Arcadians, the Aeginetans and the Thebans.

58
Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

who, arriving from elsewhere, founded a new city and became its eponymous hero. It
stands to reason that those stories (either new inventions or adaptations of existing
blue-prints) go back to a time when there were hardly any contacts between the Hellenic
cities –that is, before the eighth century B.C.8 – and when each of those scattered
population groups tried to make sense of its position in the world by means of stories
with a particularly strong local significance9.
Inevitably the increased establishment of supra-regional relationships, from the
eighth century onwards, brought to light huge differences, and even contradictions,
between the multiple stories that circulated. Just like this broadening of the horizon
necessitated the constant finetuning of existing genealogies in order to obliterate old
associations and legitimate new ones10, it caused many of those foundation myths to
be modified by the injection of stories of migrations and changes of nomenclature11.
Furthermore, in the course of the seventh century B.C., the term ‘Hellas’ was extended
from denoting a small country in the region of the Malian Gulf, to north central Greece
first, and finally all of the Greek peninsula; concomitantly, the name ‘Panhellenes’
evolved from defining the population of the afore-mentioned limited area south of
Thessaly to designating Greeks generally12. At the end of this process, rather than at
its beginning, a genealogy was devised which fitted all Greeks into one stemma making
them the descendants of one and the same Urvater, Hellen13. And yet, despite these
tentative steps in the direction of a unified Hellenic nation14, the Greek world essentially
remained a patchwork of self-governing city states which set great store by their
freedom, autonomy and autarchy, and jealously guarded their citizenship from any
member of an outside community, be it Greek or non-Greek. In this respect, foundation
stories retained their value as propaganda tools which helped to secure a city’s political
and cultural existence and identity.
Fundamentally, the numerous city histories that were written by local Greek
historians15 fulfilled the same role. Contrary to the impression conveyed by the classical
historiographical output preserved in the manuscript tradition, large scale histories
devoted to the JEllhnikai; or koinai; pravxei" (‘the common achievements of the
Greeks’) were by no means the only type of history writing practised by the ancient
Greeks. Felix Jacoby’s Fragmente der griechischen Historiker amply demonstrate
that city histories had at least an equal share within the historiographical production,

8
Cf. TH., I 2 (speaking of the Archaic Period): Th'" ga;r ejmporiva" oujk ou[sh" oujd ejpimeignuvnte" ajdew'"
ajllhvloi" ou[te kata; gh'n ou[te dia; qalavssh".
9
Cf. HALL, J.M. (2002): 35-36.
10
See FOWLER, R.L. (1998).
11
See HALL, J.M. (2002): 30-36.
12
As FOWLER, R.L. (1998): 10 puts it, “like ‘Panathenaioi’, it denotes a corporation of smaller groups under
a common name”. Cf. also HALL, J.M. (2002): 132 & n. 28 on the “pluralistic connotations of the pan- prefix”.
13
See FOWLER, R.L. (1998): 9-16; HALL, J.M. (2002): 125-154.
14
CARTLEDGE, P. (1997): 27, speaks of an ‘inchoate nationhood’.
15
Those could be native citizens of the city on which they wrote, or travelling professional historians working
on commission; see CHANIOTIS, A. (1988): 124-131; 377-387.

59
GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

and their remarkable spread in time and space undeniably points to the individual
polis, in its capacity of a political, cultural and religious entity of its own, as a major
focal point of historiographical interest and activity16.
Those local histories, now, primarily functioned as a means for establishing the
historical identity of the concerned poleis, but could also be written with the express
aim of bolstering political, cultural or territorial claims17. To that purpose, they made
extensive use of existing local traditions, including foundation legends; a particularly
popular type of local histories, Ktivsei", actually focused exclusively on that subject18 .
In all this, it was extremely helpful that the ancient Greeks relegated the mythical
past to the utmost remote corner of time, chronologically indeterminate and not capable
of serious investigation (either through verification or falsification). Whereas most
general historians, starting with Herodotus and Thucydides, for this very reason
consigned myth to the province of the poets and excluded the mythological period
from the spatium historicum19, local historians were most comfortable with the way
this situation enabled them to adapt and manipulate the available material at will, and
to indulge in unmitigated polis-chauvinism by projecting patriotic themes and
aspirations into the historical void20.
All of the above favours the conclusion that the Greeks’ well-established interest
in origins and beginnings (also manifest in the tradition of the prw'to" euJrethv"21)
did not stimulate feelings of unity, but on the contrary had a strong divisive effect,
reinforcing the insularity of the individual poleis. Similarly, the Panhellenic feelings
indicated above were mainly fostered in an oppositional context, and went along with
the equally ‘mythical’ construction of the barbarian ‘other’22. It appears that this
combination of a highly fragmented geopolitical landscape within Hellas, on the one
hand, and an uncompromising bipolar world view, on the other, was anything but
conducive to the writing of universal history. While the Greeks brought forth long
lines of koinai; iJstorivai (which concentrated on joint endeavours of several, but not
necessarily all Hellenic communities), Spezialgeschichten (in Jacoby’s wording) and

16
See SCHEPENS, G. (2001): 7-14. This article not only offers an investigation into the contents, form and
function of local histories, but also addresses the thorny issue of their role in the origin of Greek historiography in
pre-Herodotean times.
17
See ibid.: 22.
18
See ibid.: 20, n. 48.
19
The view that the circulating stories ought to be rejected on the ground that they are neither verifiable nor
falsifiable, is voiced by both Herodotus and Thucydides (cf. the latter’s use of the expression ajnexevlegkta at I 21);
see FOWLER, R.L. (1996): 80-86; CARTLEDGE, P. (1997): 25-26.
20
See SCHEPENS, G. (2001): 20-21 (“The vacuum of primeval times was thus filled with a strange amalgam
of fact and fiction, erudition and imagination”); 23-24.
21
On this tradition, and the ancients’ deep interest in inventions, see EICHHOLTZ, P. (1867);
KLEINGÜNTHER, A. (1933); THRAEDE, K. (1962a): 1192-1241; ID. (1962b); ZHMUD, L. (2001).
22
See, for instance, HALL, J.M. (2000): 44: “It has long been recognized that the Persian War of 480-479 BC
was a decisive moment in the formation of Greek self-identity,” and “the invasion [of Xerxes’ forces] acted as a
catalyst for the ‘invention of the barbarian’ ”. On this issue, which can be looked at from different perspectives, see,
among others, HALL, J.M. (1989); CARTLEDGE, P. (1997): pp. 26-27 (with useful bibliography).

60
Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

local histories, the thought of writing an all-encompassing history (embracing all


Greeks, and including non-Greeks as well) does not seem to have occurred to them
prior to the second half of the 4th century B.C.23 (with due exception, of course, for
Herodotus). A limited number of authors produced works on Barbarian Customs
(Novmima barbarikav), but this type of writing never seems to have risen from the
level of ethnography to that of historiography, and over the years it even acquired a
markedly paradoxographical slant24. And it was not until, under the impulse of Isocrates
(Paneg. 50; Euag. 47-50) and others (notably the Cynics), being Greek came to be
defined in terms of cultural unity rather than common descent, that the possibility
arose of creating a quasi-national history of ‘Hellas’.
This is exactly what Ephorus appears to have done in his Histories, by
accumulating the particular histories of all individual communities starting from the
Return of the Heraclidae25 (which he pinpointed as the earliest securely datable
historical event after the Sack of Troy). No statements of Ephorus himself survive on
the subject, but C.W. Fornara has made a good case for believing that the Cymaean
was prompted to undertake his universal work by “the needs of the educated circles
of his day”, in the sense that “the concept and requirements of ‘mental culture,’ paideia,
undoubtedly made felt the absence of any systematic treatment of Hellenic history as
a whole” 26.
Truth be told, despite being hailed by Polybius as the first and only ‘catholic’
history from before his time27, Ephorus’ work can hardly be called ‘universal’ in the
true sense of the word. It may have embraced all Greeks (those in the motherland and
in the colonies), but barbarian peoples were only included in so far as they had entered
into contact with the Greeks. Still, at least for the Hellenic world as a whole, Ephorus
seems to have provided a truly comprehensive overview, in which there was room for
the political and military landmark events of the past, but also for cultural history and
ethnography (a scheme facilitated by Ephorus’ topical arrangement, kata; gevno", of
his material)28 .

23
Herodotus might be singled out as a notable exception but, as CLARKE, K. (1999b): 250 puts it, “the logoi
of Herodotus hardly amount to any kind of systematic attempt to cover all known time and all known space in a single
work”.
24
Hellanicus of Lesbus is the oldest known representative of this genre (FGrHist 4 F 72-73). Aristotle, too, is
reported to have composed a similar work, in close connection with the collection of politeiai (F 604-610 Rose; F
696-706 Gigon). In addition, a number of Hellenistic scholars are credited with a self-contained book on the subject,
among whom Callimachus (cf. PHOT., s.v. Fashlitw' qu'ma = F 405 Pfeiffer I) and Nymphodorus of Amphipolis
(FHG II, p. 375; 379-381). A fresh edition of, and commentary on, the remaining F is envisaged in the context of the
FGrHist Continued-project.
25
So BURY, J.B. (1958): 163. See also FORNARA, C.W. (1983): 42-45.
26
So FORNARA, C.W. (1983): 43.
27
Cf. PLB., V 33.2: [Eforon (FGrHist 70 T 7) to;n prw'ton kai; movnon ejpibeblhmevnon ta; kaqovlou gravfein.
28
See FORNARA, C.W. (1983): 45, who (on p. 43) takes kata; gevno" to refer to Ephorus’ distribution of
historical events across “individual books, or groups of books, devoted to a unitary concept such as a ‘topic’ or
geographical area”.

61
GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

By going back as far as the times of the Dorian conquest in the 11th century B.C.,
Ephorus was able to review the history of Greek civilization from a very early stage
onwards. The surviving F indicate that the own cultural achievements of the Greeks
received a lot of attention. A notable text is FGrHist 70 F 149 (= Strabo X.4,16),
which gives an idea of Ephorus’ discussion of the Cretan politeiva and its impact on
the constitution which Lycurgus framed for Sparta. In addition, there are many F (F
116-117; 123; 127; 137; 141; 216) which bespeak Ephorus’ interest in ktiseis, and yet
other ones (F 42; 54; 139; 176) which go to show that his interest in ‘inventions’ did
not only result in a separate treatise (Peri; euJrhmavtwn), but also filtered through in
his main work. Quite remarkable, however, is the fact that he did not give sole credit
to the Greek people for the cultural progress made in the Archaic Period. The combined
evidence of a handful of his F dealing with heuremata (FGrHist 70 F 4-5; 42; 104-
106) and Diodorus’ testimony that in Ephorus’ view, the barbarians were “more
ancient” than the Greeks29, indicates that the Cymaean believed the latter to have
borrowed a number of cultural innovations (including the invention of the alphabet)
from non-Greek peoples30.
In passing, mention has just been made of Ephorus’ decision to start his work with
the Return of the Heraclidae. This chosen point of departure is intimately linked with the
widespread view among the ancient Greeks that the Sack of Troy stood at the head of the
long line of historical events, and that the preceding period, as described in myths and
legends, fell outside the realm of history (cf. supra). From Diodorus, we can gather that
Ephorus actually went to great lengths to explain why he excluded the mythographical
accounts from his work. He pointed out that the mythological period was pre-literate and
that history-writing did not come into practice until well after the times of the first kings,
and that therefore historical accuracy (not least with regard to chronology) can only be
aspired to, and expected, for the period after the invention of writing31.
On first impression, Ephorus would merely seem to have been following stan-
dard routine by giving this lengthy justification, but there may be more to this than
meets the eye. Through two independent testimonies –one from Diodorus, the other
from the Suda– we are informed that Zoilus of Amphipolis and his pupil Anaximenes
of Lampsacus, two rhetoricians from roughly the same time as Ephorus, both engaged
in the writing of a historical work covering the period from theogony down to some
time in the 4th century32. In the work of Anaximenes the discussion of the birth of the

29
Cf. D.S., I 9.5: Peri; prwvtwn de; tw'n barbavrwn dievximen, oujk ajrcaiotevrou" aujtou;" hJgouvmenoi
tw'n Ellhvnwn, kaqavper [Eforo" (FGrHist 70 F 109) ei[rhken, ajlla; ktl.
30
On Ephorus’ acknowledgement of the Greeks’ cultural debt to barbarian peoples (most notably the Phoenicians
and the Scythians), see SCHEPENS, G. (1987): 315-317; 327-328; UNGEFEHR-KORTUS, C. (1996): 66-71; 75-76.
31
Cf. D.S., I 5.1; 6.2; 9.2; IV 1.1-3; cf. also HARP., A 244 s.v. jArcaivw" = EPHORUS, FGrHist 70 F 9, on which,
see SCHEPENS, G. (1977).
32
Cf. D.S., XV 89.3: jAnaximevnh" de; oJ Lamyakhno;" (FGrHist 72 T 14) th;n prwvthn tw'n JEllhnikw'n
ajnevgrayen ajrxavmeno;" ajpo; qeogoniva" kai; ajpo; tou' prwvtou gevnou" tw'n ajnqrwvpwn, katevstrofe d eJ ij" th;n ejn
Mantineivai mavchn kai; th;n jEpameinwvndou teleuthvn: perievlabe de; pavsa" scedo;n tav" te tw'n JEllhvnwn
kai; barbavrwn pravxei" ejn buvbloi" dwvdeka; Suda Z 130 s.v. Zwivlo" (FGrHist 71 T 1): jAmfipolivth" (...)

62
Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

gods (ajpo; qeogoniva") was apparently followed by a treatment of the first generation
of man (kai ajpo; tou' prwvtou gevnou" tw'n ajnqrwvpwn). Any further details about the
elaboration of these topics are sadly lacking, but we do learn, in addition, that his
twelve books dealt with nearly all the affairs of Greeks and barbarians alike (perievlabe
de; pavsa" scedo;n tav" te tw'n Ellhvnwn kai; barbavrwn pravxei" ejn buvbloi" dwvdeka).
Unusual though these testimonies unquestionably are in the light of standard tradition,
there is no reason to suspect them, even if no other trace has survived of the works in
question33. As a matter of fact, it is tempting to speculate that Ephorus was intentionally
polemizing against those two (near-)contemporary writers when he set out detailing
the various methodological problems surrounding myths and legends as historical
sources34. If this could be accepted, the two passages would stand as the tantalizing
last glimpses of a historiographical type of writing that freely mixed history with
mythology – a type which Polybius, unsurprisingly, would have gone on to neglect
completely. Unfortunately, we cannot possibly hope to go beyond such speculations.
At best, this pair of texts may serve as yet another reminder of just how little we
really know about ancient historical writing and its various guises.
At this point, we should like to make a tentative distinction between two types
of general history writing, each with a completely different perspective. The first
paradigm, represented by Ephorus’ Histories, would be oriented heavily to culture
and would operate on a vertical, i.e. diachronic, axis, seeking the origins of peoples
and civilizations, with an open mind, in both east and west (cf. Diodorus’ testimony
that according to Ephorus, the barbarians were more ancient than the Greeks). This
type of general history was, so it seems, the only possibility in the fourth-century
Greek world, where a strong sense of cultural identity had developed but a political
union was still only a utopian construction in the minds of a few thinkers.
The first time that ‘oecumenical’ ideas really took on concrete form was after
Alexander the Great’s conquest of the East, which exploded the traditional polis-idea
and showed that mankind, across all political, cultural and geographical barriers, had
much more in common than had hitherto been accepted35. The world view that Zeno
of Citium laid out in his Republic was a direct result of this. Strongly influenced by

rJhvtwr de; h\\n kai; filovsofo", e[graye mevntoi tina; kai; grammatikav (...) JIstorivan ajpo; qeogoniva" e{w" th'"
Filivppou teleuth'" bibliva g'ktl.
33
Actually, the theory of the equality of all human beings that possibly underlies Anaximenes’ historiographi-
cal project, would be in line with the tradition that connects him with cynic philosophy; see MAZZARINO, S.
(1966): 338-339.
34
MAZZARINO, S. (1966): 332-338 has effectively attempted to demonstrate that Ephorus wrote his work at
a later date than Anaximenes, and has accordingly suggested that the latter should be regarded as the founding father
of universal history writing.
35
On the recognition, already in Antiquity, of the epoch-making nature of Alexander’s achievement, see
AMBAGLIO, D. (2002). At the same time, the warning issued by BALDRY, H.C. (1965): 113-140 (“Alexander and
his Influence”) should always be borne in mind: that the undeniable impact of Alexander’s actions did not drastically
transform Greek thought overnight, and that the noticeable change of mind in the ‘Hellenistic’ period should rather
be seen as “a complicated sequence of development whereby trends already at work, stimulated and given fresh
scope by the achievements of Alexander, grew in strength and had a cumulative effect over the next century or more
(p. 134)”.

63
GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

the Cynic notion of the kosmopolites who stood apart from all regional ties, he
proclaimed “all men our fellow demesmen and fellow citizens (pavnta" ajnqrwvpou"
hJgouvmeqa dhmovta" kai; polivta")”36. Similarly, in the third century, Eratosthenes of
Cyrene voiced his belief that the traditional dichotomy between Greeks and barbarians,
based on differences in language and lineage, was superseded, invalidated by
Alexander’s open-minded conduct37. There really was no turning back anymore when
subsequently the Romans went ahead and effectively built an Empire which
encompassed the whole of the civilized world, making all inhabitants members of the
same state.
Polybius was the first writer to make Rome the focal point of a ‘cat-holic’ history.
By his own admission, he was so impressed by the novelty and unexpectedness of the
fact that the Romans succeeded in “bringing under their rule in not quite fifty-three
years’ time nearly the whole inhabited world” –“an achievement without parallel in
human history” (I 1.5)– that he felt compelled to create a form of historical writing
“with a distinctive quality that would be fitting to the extraordinary spirit of the ti-
mes” (I 4.1). And because in his opinion the Roman rise to power had drastically
reshaped the then-known world, bringing about “an organic whole (...) in which all
events bear a relationship and contribute to a single end” (I 3.4), he devised a ‘univer-
sal’ approach in order to adequately convey the interwovenness (sumplokhv) of all
events across the oikoumene in the indicated period of time38 (originally the half-
century between 220 and 168 B.C., later extended to include the destruction of Carthage
and Corinth in 146).
One might argue that, in order to achieve this goal, Polybius took the Ephorean
model (cf. his acknowledgement of the latter as his only predecessor) and adapted it
to the new political constellation. His holistic approach, however, did not extend
vertically into time, but horizontally into space. Polybius’ thought was firmly steeped
in the logic of power, as witnessed by his adherence to the old Greek theory of
consecutive world-powers replacing each other in strict succession39. In his attempt
to write a work that would do justice to the political unity which the Roman empire
imposed on the entire Mediterranean, he created the second, wholly different model
of general history, which was grounded in geography and hegemonic aspirations40.
This concept paid no attention to the origins of the different peoples that had been
subjected to Roman rule, but to the genesis and actual existence of a single, world-
embracing hegemony at a given point in time. Polybius made no secret about this
when he resolutely abandoned the popular topics of genealogies and myths (oJ

36
Cf. PLU., De fort. Alex. 329 a-b = ZENO SVF 1 F 262. On this passage, see SCHEPENS, G. (1998a): 126-130.
37
Cf. ERATOSTH. apud STR., I 4.9; see BALDRY, H.C. (1962): 191-192.
38
Cf. PLB., I 3.3-5; 4.1-3, and see WALBANK, F.W. (1975).
39
On which, see ALONSO-NÚÑEZ, J.M. (1983). On the theory of world empires in general, see, most recently,
CLARKE, K. (1999a): 15-16; ALONSO-NÚÑEZ, J.M. (2002): 18-25 (with bibliography on p. 142).
40
See ID. (1990): 190-191; CLARKE, K. (1999): 77-128 passim (“Polybius and the ‘Geographical’ History”);
ALONSO-NÚÑEZ, J.M. (2002): 79-80.

64
Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

genealogiko;" trovpo"), the planting of colonies, the foundations of cities and their
ties of kinship (oJ peri; ta;" ajpoikiva" kai; ktivsei" kai; suggeneiva" trovpo"), and
instead focused his attention exclusively on pragmatic history (oJ pragmatiko;"
trovpo"), which concerned itself with the affairs of peoples, cities and rulers41.
*
Neither of the two approaches which we have identified42, could claim to be
truly universal. Above, it has already been explained that Ephorus’ work was restricted
in space, by the author’s concentration on all matters Greek. As for the ‘Polybian’
model, the narrowly defined chronological boundaries are patently obvious. Less
conspicuous, but equally real, moreover, are its geographical limitations. There was,
in fact, a marked discrepancy between the oijkoumevnh, the ‘world’ as controled by the
Roman empire (essentially, the Mediterranean basin), and the gh', the physical world
such as it was known to the well-travelled Polybius, who was all too aware of the
shape, the extension and the ‘habitability’ of the continents. This lack of correspondence
between global political claims and geographical reality (which, in truth, was a flaw
of all ancient ecumenical claims) may have made sense on a political level43 , but
nevertheless undercuts the ‘universal’ scope of Polybius’ Histories44 .
Before too long, it seems, efforts were made to reconcile the two different
perspectives. In the first century B.C., under the influence of Stoic philosophy –
especially the idea of the universal kinship of mankind and the gathering of all humans
in a kosmopolis or world-state–, the first genuine attempts at universal history writing
would be made. It is tempting to credit one individual with giving the decisive impul-
se to this development. Posidonius of Apamea (himself the leading Stoic of his day)
wrote 52 Books of Events after Polybius (Meta; Poluvbion JIstorivai), a ‘horizontal’
universal history of the Mediterranean world, in the vein of Polybius, that started
where the latter had left off. However, whereas Polybius concentrated almost
exclusively on political and military affairs, Posidonius, true to his philosophical
background45, seems to have adopted a much broader approach, in accordance with
the Stoic doctrine of sumpavqeia, “by which events and processes were interrelated,
mutually influential, and inseparable”46. The available texts suggest that he took into
account all factors that affect the historical process: not just political and social

41
Cf. PLB., IX 1-2. See FOULON, E. (2001), who points out that in a few cases Polybius was forced to
backtrack on his own principles: in book 2, on the origins of the Achaeans & the Achaean League, and in book 6, on
the Roman politeiva (his second fatherland).
42
Interestingly, the very same distinction is made by ALONSO-NÚÑEZ, J.M. (2002): 11.
43
See SCHEPENS, G. (1998a): 140-142.
44
Still several scholars have, in recent times, upheld Polybius’ claims to being a universal historian after all,
albeit with some qualifications; see, for instance, VATTUONE, R. (1998) passim; CLARKE, K. (1999a): 114-128;
ALONSO-NÚÑEZ, J.M. (2002): 73-80.
45
Cf. the testimony of ATH., IV 151e = POSIDON., FGrHist 87 T 12a = T 80 Edelstein & Kidd: “Posidonius
the Stoic in the Histories which he composed not inconsonantly with the philosophy which he has adopted” (as
translated by CLARKE, K. [1999a]: 188).
46
See CLARKE, K. (1999a): 185-192.

65
GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

elements, but also geographical, climatological, ethnographical and religious


phenomena. In his representation of the Celts, furthermore, he seems to have
completely abandoned the traditional distinction between Greeks and barbarians. It
is all the more regrettable, then, that Posidonius’ Histories (just like his philosophical
treatises) have been preserved in a highly fragmentary state only47, since they may
well have been a prime example of all-embracing historical research48.
Fortunately, we are much better placed to form a judgement of the biblioqhvkh
iJstorikhv or Library of History by Diodorus of Sicily, whose direct relationship with
Posidonius may be tenuous but who certainly was in step with contemporary
endorsement of Stoic thought. The prooemium in particular makes for some very
interesting reading indeed.
Right from the start, Diodorus makes it clear that his work is to be classed among
the koinai; iJstorivai or general histories (I 1.1). Furthermore, he forthwith (I 1.3)
makes an unveiled reference to the Stoic theory of the unity of mankind by stressing
that it is the aspiration of writers who compose a universal history “to marshal into
one and the same orderly body all men who, although united one to another by their
kinship (pavnta" ajnqrwvpou", metevconta" me;n th'" pro;" ajllhvlou" suggeneiva"),
are yet separated by space and time”. And by doing so, Diodorus continues, “such
historians have (...) shown themselves to be, as it were, ministers of Divine Providence
(w{sper tine; uJpourgoi; th'" qeiva" pronoiva" genhqevnte")”. In keeping with all this,
Diodorus saw it his task to record, beginning with the most ancient times and coming
down to his own day, the affairs of the entire world, or rather, the events connected
with all peoples living in the known regions of the inhabited world, “as though they
were the affairs of some single city”49. To this end, he not only set out to present a
detailed chronological survey of the general events from historical times, beginning
with the Sack of Troy, but also decided to include, in the first six Books, the legends
of both Greeks and barbarians previous to the Trojan War, “after having first
investigated to the best of our ability the accounts which each people records of its
earliest times” (I 4.5). Prior still to that survey of the mythographical material, Diodorus
takes his readers right back to the beginning of time, with a brief discussion of the
origins of humanity as a whole and the earliest manners of life (I 6-8).

47
There have been several editions of Posidonius’ F in the 20th century alone; cf. FGrHist 87; THEILER, W.
(1982); EDELSTEIN, L. & KIDD, I.G. (19892); KIDD, I.G. (1988); KIDD, I.G. (1999). Much has been written
already about the problems which modern research faces in the case of the Posidonian fragments; see KIDD, I.G.
(1997); CLARKE, K. (1999a): 130-139; 154-185.
48
See the assessment by MALITZ, J. (1983): 409-428 (“Poseidonios als Historiker”) and CLARKE, K. (1999a):
170.
49
Cf. D.S., I 3.2: ajpo; tw'n ajrcaivwn crovnwn ajrxavmenoi ta;" koina;" pravxei" (...) ajnagravfein mevcri tw'n
kaqæ auJtou;" kairw'n; 3.6: eij gavr ti" ta;" eij" mnhvmhn paradedomevna" tou' suvmpanto" kovsmou pravxei", w{sper
tino;" mia" povlew'", ajrxavmeno" ajpo;" tw'n ajrcaiotavtwn crovnwn ajnagravyai kata; to; dunato;n mecri; tw'n kaqæ
aujto;n kairw'n.

66
Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

All of these observations constitute a remarkable departure from the principles


to which the Greek historians of the Classical period adhered. Particularly
groundbreaking, firstly, is Diodorus’ decision to include in his work the events and
legends predating the Trojan War. This signals a complete and conscious breach with
Ephorus, and even more so with Herodotus and Thucydides who had adhered to still
narrower definitions of the spatium historicum. At the beginning of Book I, Diodorus
himself pretends to be aware of the serious methodological problems which surround
mythographical stories and works on pre-history. That passage, however, in all
likelihood merely recycles the reasons which Ephorus gave for excluding the
mythological period from his own work50, and serves to make Diodorus’ discussion
of myths and legends look like an act of perseverance and resolve which he felt
obliged to undertake in celebration of the achievements of the numerous culture-
bringers of mythological times (cf. the prooemium to Book IV).
Gone, secondly, is the fundamental dichotomy between Greeks and barbarians.
Diodorus does not go so far as to claim a single origin for the whole of mankind, but
nevertheless his assertion that the human race consists of several gevnh that all have
a share in one and the same suggevneia represents a seachange in how the Greeks
viewed the world. Equally remarkable, on a related note, is Diodorus’ stand on the
vexed question concerning the beginnings of human culture in general. The issue
stood high on the agenda of many a historical writer of the late Hellenistic period51 ,
but the debate can actually be traced back as early as Herodotus, who relates the
interesting experiment which Psammetichus allegedly conducted in order to establish
which people was the oldest52. Each of the concerned parties was always keen on
claiming the chronological and cultural priority of their civilization, and/or on rebutting
the others’ pretences. Diodorus, however, wants to rise above those squabblings: he
announces that he is not going to settle the dispute, but will merely juxtapose, in
summarized form, the different accounts which each nation gave concerning its
antiquity and the early events in its history (I 9.4-5).
It seems fair to conclude, on the basis of the above and of the works of several
contemporaries (most notably, Nicolaus of Damascus), that by Diodorus’ time,
ostensibly, Greek thought had changed sufficiently to allow at least the theoretical
possibility of universal history53. Having said that, we perceive in Diodorus’ Library
a gap between theory and practice. While it is true, for instance, that the first six
books devote equal space to the myths of Greeks and non-Greeks, and that the history
of Egypt in particular is treated with due respect, after Book 3 the author’s interest in
all things barbarian dwindles considerably, and he reverts to the same practice as
Ephorus, mentioning the eastern peoples only when and in so far as they interfere

50
As argued by SCHEPENS, G. (1998b): 96-99.
51
See SPOERRI, W. (1959): 133-134.
52
On which, see VANNICELLI, P. (1997).
53
See CLARKE, K. (1999b): 249-279 passim.

67
GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

with Greek or Roman affairs54 . Moreover, Diodorus’ admission that it is impossible


to draw up a coherent chronological framework for the mythological period (cf. supra)
effectively annuls the historical value of the opening part of the Library of History,
and reduces Books 1-6 to a mere mythological ‘prelude’ to the history proper, presented
in the form of a pseudo-history55 .

2. Rome

We have just seen that Stoic philosophy played an important part in the emergence
of ‘genuine’ universal history writing in the first century B.C. At about the same time,
it helped to combine the national Roman tradition about the City’s origins with the
ever-growing need for a justification of the Imperium Romanum.
It hardly bears repetition that, with regard to the issue of the national origin, the
Roman situation was different from that of the deeply divided Greek world. At least
from Cato onwards, the Romans had one foundation legend, and their heartland always
was, and remained, the territory within the sacred walls of Rome. Another crucial
element of the tradition about the nation’s birth was the emphasis placed on the
acknowledgement that the city’s growth was essentially the outcome of an enduring
process of synoecism. From the start, the population of Rome was seen as the result
of the fusion of heterogeneous components, and far from insisting on the exclusivity
of their citizenship, the Romans, during their rise from local community to regional
and supra-regional power, used the gradual sharing of civil rights as a successful tool
for incorporating vanquished peoples into the ever widening boundaries of their state.
This policy of integration and assimilation was traditionally recognized as the root of
their supremacy: expansion of the City and increase of Roman power were believed
to go hand in hand56.
This characteristic feature of Roman statecraft is a focal point of attention in
Dionysius’ History of Archaic Rome ( jArcaiologiva rJwmaikhv or Antiquitates
Romanae). The rhetorician and historian from Halicarnassus was anxious to explain
to his Greek contemporaries that Rome was in fact a Greek city, and he devoted his
entire first book to an argumentation in support of this thesis57. Dionysius’ main
point was that Romulus and Remus’ original ancestors were Greek colonists who
had arrived on the Italian shores in successive waves and had settled themselves in
Latium, on the future site of Rome. He further claimed that the Latin language was

54
See SACKS, K.S. (1990): 55-56.
55
See also ECKSTEIN, A.M. (1998): 294-295, where Eckstein challenges Mortley’s claim that Diodorus was
a true believer in the myths which he recorded, and that he actually wanted to “remythologize society”.
56
See MARTIN, P.M. (2001): 65-73, for the latest investigation into the Roman historiographical tradition
regarding the city’s origins. This scholar distinguishes between two main strands (the line Fabius Pictor–Livy, on the
one hand, and Cato–Sallustius, on the other) that basically conveyed the same message, but varied the constituent
parts.
57
For a discussion, see GABBA, E. (1991): 190-216 (“The Political Meaning of Dionysius’s History”);
FROMENTIN, V. (1998): XXXI-XXXVII; 26-50.

68
Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

derived from Greek and that the Romans’ prosperous history was mainly due to
their borrowing heavily from the Greeks. What made the Romans superior, in
Dionysius’ view, was that they did not content themselves with merely imitating
Greek examples, but actually endeavoured to perfect certain aspects of Greek
behaviour and tried to avoid the worst errors58. Thus, in Book 2, the exclusive nature
of Greek polis-membership is contrasted with the Romans’ great liberality in the
bestowal of civil rights59. For Dionysius, this openness to extraneous elements and
influences is where the true greatness of the Romans lies, and, most importantly,
this characteristic coloured their history right from the beginning. The key phrase
in this regard is the following comment on the way in which the city had expanded
during the regal period:

They contrived to grow in time from the least nation to the most eminent by
humanely taking to themselves those in need of a dwelling place, by sharing
power with those whom, after a noble struggle, they conquered in war; by
allowing their freed slaves to become citizens, and by despising no one, if he
was likely to benefit the community (Ant. Rom. I 9.4)

As Matthew Fox put it, Dionysius’ account of the origins “encapsulates [his]
vision of Rome’s whole history”60. This culminates, at the end of Book I (89.1), in his
famous assessment of Rome as “most hospitable and friendly of all cities” (koinotavthn
te povlewn kai; filanqrwpotavthn). This view was not only consistent with the age-
old Roman traditions about the City’s origins, but also tied in with the Stoic doctrine
of the universal kinship of mankind and the gathering of all humans in a kosmopolis
or world-state61. At the same time, Dionysius added a cultural and political element to
the discussion: his insistence on the superiority of the authentic Greek values, in
combination with the claim about Rome’s Greek roots, actually transforms the Hellenes
from subjects to co-victors.
The combination of all of the above elements –the absolute hegemony of Rome
over the “entire world” and the idea that the empire was actually a fatherland for the
entire human race– allowed in time to present the Urbs as the head of the Orbis
terrarum, and to elevate the history of the Roman people to the status of history of the
entire genus humanum. The Panegyrici Latini contributed greatly to the spread of

58
Cf. DION. HAL., Ant. Rom. 2.9,2; 2.18.
59
Cf. ibid., 2.16-17 (esp. 2.17,1); cf. also 4.23,2-3.
60
See FOX, M. (1996): 55.
61
It is sufficiently well-known that by the Augustan period Stoic philosophy enjoyed considerable success
among the governing classes in Rome; see, among others, GRIFFIN, M. (1989). To say that the Romans were eager
to put the Stoic world-state idea into practice would be stretching the truth, though. They rather seem to have embraced
Stoicism because, among other things, it provided them with a philosophical post-factum legitimation of their impe-
rial policy, which could make their indisputable and absolute position of power more palatable for their subjects.

69
GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

this view in late antiquity, and so did a number of historiographers. A classic example
can be found at the very beginning of Florus’ Epitoma de Tito Livio:

Populus Romanus (...) ita late per orbem terrarum arma circumtulit, ut qui
res illius legunt non unius populi, sed generis humani facta condiscant

In two other instances Florus qualifies the Roman people as populus gentium
victor orbisque possessor (II 1.2; 2.3). It is generally agreed that his work, with its
proud celebration of the ‘global’ reach of the Imperium Romanum, is a period piece
which captures the vision of Roman history such as it existed in the Antonine era62. At
the end of the fourth century A.D. Ammianus Marcellinus would still be singing the
praises of Rome’s hegemony over all corners of the world (cf. Res Gestae 14.6,3-6).

3. Early Christian Chronography

In Christian chronography, which started at about 200 A.D. and came to full
growth in the 4th century, after Christianity had become the dominant religion in the
Roman empire, we discern yet another approach to the origin of man and universal
history. This came about as the result of a merging of several existing traditions.
In the first place Christianity placed itself in line with Jewish culture. This position
grew out of the desire not to appear as the latest folly thought up by an obscure
minority group, but instead to be perceived as the latest branch of a very old and
highly respectable Mediterranean culture. In this context, the early Christian historians
set about perpetuating and reinforcing the Jewish claims to chronological primacy,
which it will be remembered was a hotly contested issue in Hellenistic times. They
fully subscribed to the Jewish habit of reckoning time according to the Annus Mundi,
the age of the World starting actually from Creation itself, in order to underline the
antiquity and universal relevance of the Jewish-Christian tradition. As a matter of
fact, the Christians went even further back than the orthodox Jewish date for the
creation of Adam (3761 B.C.), raising the date by almost 2000 years (cf. the beginning
of this paper). The link with the Jewish tradition also brought with it the religious
view of history, as laid out in the Bible: the vision according to which God’s will and
purpose guides the whole history of mankind, all across the world, regardless of
whether or not each individual people is aware of this63.
The latter point in turn opened a door to the holistic, universalizing perspective
which the Greek and Roman writers of the first century B.C. had adopted on a large
scale. It is a given that the early Christian historiographers borrowed heavily from the

62
See DEN BOER, W. (1972): 1-18; BESSONE, L. (1993).
63
On the above-mentioned issues, see, in addition to the literature cited in n. 1, CROKE, B. (1983); ANDREI,
O. (1995); McNEILL, W.H. (1995): 8-9.

70
Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

Hellenistic cultural legacy and keenly accepted the important place which some of
their pagan predecessors had reserved for the ideas of the unity of the human race,
and of a divine providence steering the path of history64. It is certainly no coincidence
that Diodorus was highly regarded, and extensively quarried, by the early Christian
chronographers, starting with Eusebius. This influence, incidentally, was not restricted
to the scope of writing, but also manifested itself in methodological issues65.
The idea that Almighty God governs all peoples everywhere inevitably left little
room for authorial freedom. When all was preordained, the historian’s scope for
imposing his personal views on the past was drastically limited. His role was more or
less reduced to exposing the way in which God’s plan had been carried out in the time
since Creation. On another level, such a view meant that one could safely cast aside
any methodological scruples one might entertain with regard to the investigation of
the earliest times. The prime source was the Bible and its reliability –the historicity of
the events recorded in it– was beyond all doubt. Therefore, it was no less possible to
acquire knowledge about even the most ancient events in the scripture, than that
about more recent past. The major difficulty which the Christian historians faced
was, to reconstruct the chronological relations between those events in absolute terms,
and to bring the chronological tables of other cultures in line with them.

4. “Birth and re-births of ancient universal history”

Early Christian historiography may have been partly rooted in the Hellenistic
tradition, but at the same time it already contained the seeds of later criticism of that
selfsame pagan tradition. Against the ancients’ limited, indeed parochial conception,
which made their ‘general’ histories appear as diachronic compilatory accumulations
of individual histories or synchronistic accounts of (near-)contemporary history on a
wide geographic scale, the Christian chronographers put forward an organic, linear
and teleological idea of historical development: one that embraced the progress of
mankind, in accordance with a well-defined and unified, providential plan, from the
first day of Creation until their own time.
As P. Desideri has recently shown in a paper, intriguingly titled Nascita e rinascite
della storia universale antica66, this idea provided 16 th-century Renaissance

64
On the global and religiously inspired philosophy of history that characterized the work of Timaeus, for
instance, see SCHEPENS, G. (1994): 272-278, spec. pp. 272-278. On the early Christian historians’ debt to their
pagan predecessors in general, see CROKE, B. (1983); MUHLBERGER, S. (1990): 10-23 (“Jerome and the Greek
Chronicle Tradition”); MORTLEY, R. (1996).
65
See MOSSHAMMER, A.A. (1979); BOUNOURE, G. (1982); MORTLEY, R. (1996); BURGESS, R.W. &
WITAKOWSKI, W. (1999): 81. In addition, see, for instance, the many references to, and quotations from, Diodorus
in the work of Gregorius Syncellus; cf. ADLER, W. & TUFFIN, P. (2002): 583-584 (s.v. in the “Index of Textual
Citations”); 619 (s.v. in the “Index of Subjects and Proper Names”).
66
(2001).

71
GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

philosophers and historians with the inspiration to coin the name “historia universalis”
and to define it as a distinctive genre. Still, despite the huge conceptual differences
which immediately became apparent, people like Franciscus Balduinus and Ioannes
Bodinus proceeded to apply the new name to ancient writers like Livy, Polybius and
Diodorus, whose works they regarded as some kind of prototypes. Inevitably, this
created problems, which became more serious when, in the 18th century, particularly
under the influence of German scholarship, ‘universal history’ came to denote a
diachronic survey of the history of the entire world, resting on the basic idea of the
unity of mankind67. The logical conclusion (logical also in the light of what we have
been saying today) was that there was no correspondence between the modern, ‘true’
notion of universal history, and the series of ancient writings that was traditionally
mentioned in the context of universal history. Through the identification of that “fault
line”, Desideri acutely remarks, modern scholarship in effect proceeded to create a
separate category of “ancient universal history”. And with the passing of time, so the
Italian scholar continues, the label has stuck, but the inverted commas have
disappeared, and the idea is still being perpetuated that the likes of Ephorus, Polybius
and Diodorus actually did write universal history.
We, too, hope to have shown, in the course of our exposé, that this is a
misrepresentation and that the supposedly universal historians of antiquity do not
live up to their title (nor, in fact, did the majority have that ambition to begin with). It
is ironic that the one author who nowadays is widely praised for having laid the
foundation of the genre, Polybius, perhaps propounded the narrowest model of them
all, one that wholly revolved around the actual existence of a hegemonic power which
succeeded in controling a large part of the world. In his logic, to put it bluntly, it
would not even be possible to write ‘universal history’ in the absence of such a supreme
power –which, of course, is an absurd idea68. In sum, we wholeheartedly adhere to
Desideri’s affirmation that “la storia universale antica è nata dopo essere rinata; cioè
che è stata una scoperta del pensiero moderno”69.

67
See also NICOLAI, W. (1986): 18 (with further reading cited in n. 63).
68
Thus also CANFORA, L. (1990): 196.
69
DESIDERI, P. (2001): 199.

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Myths on the Origins of Peoples and the Birth of Universal History

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GUIDO SCHEPENS / JAN BOLLANSÉE

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L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

L’AMALGAME ENTRE LES PERSES ET LES TROYENS


CHEZ LES GRECS DE L’ÉPOQUE CLASSIQUE: USAGES
POLITIQUES ET DISCOURS HISTORIQUES

DOMINIQUE LENFANT
INSTITUT D’HISTOIRE GRECQUE
Université Marc Bloch

Telle est notre hostilité naturelle à l’égard [des Perses] que les récits (muthoi)
auxquels nous prenons le plus de plaisir sont ceux de la guerre de Troie (Trôika)
et des guerres médiques (Persika), par lesquels on peut apprendre leurs
malheurs

Dans ce fameux passage de son Panégyrique (§158), où il appelle les Grecs à s’unir
dans une expédition contre les Perses (380 avant J.-C.), Isocrate fait mine de considérer
la guerre de Troie comme un malheur pour les Perses. Et, dans la suite de son
raisonnement, la poésie d’Homère passe pour inculquer aux jeunes gens grecs la
haine contre les barbares - catégorie commode dans laquelle se confondent les Troyens,
ennemis de jadis (§159), et les Perses, ennemis donnés pour cible (§160)1.
Ce discours de propagande est évidemment fort éloigné du genre historique,
mais on ne peut oublier qu’Isocrate, pleinement contemporain de la période
achéménide, connaissait les historiens du Ve et des débuts du IVe siècle avant J.-C.2 et
qu’il se réfère ici à leurs récits, sans compter que ses écrits contribuèrent à former
plusieurs grands historiens du IVe siècle, comme Ephore ou Théopompe3.

1
158. Ou{tw de; fuvsei polemikw'" pro;" aujtou" e[comen w{ste kai; tw'n muvqwn h{dista sundiatrivbomen
toi'" Trwi>koi'" kai; Persikoi'", diæ w|n e[sti punqavnesqai ta;" ejkeivnwn sumforav". Eu{roi dæa[n ti" ejk me;n tou'
polevmou tou' pro;" tou;" barbavrou" u{mnou" pepoihmevnou", ejk de; tou' pro;" tou;" {Ellhna" qrhvnou" hJmi''n
gegenhmevnou", kai;tou;" me;n ejn tai'" eJortai''" a/jdomevnou", tou;" dæ ejpi; tai'" sumforai'" hJma'" memnhmevnou". 159
Oi\mai de; kai; th;n Omhvrou poivhsin meivzw labei'n dovxan o{ti kalw'" tou;" polemhvsanta" toi'" barbavroi"
ejnekwmivasen kai; dia; tou'to boulhqh'nai tou;" progovnou" hJmw'n e[ntimon aujtou' poih'sai th;n tevcnhn e[n te toi'"
th'" mousikh'" a[qloi" kai; th'/ paideuvsei tw'n newtevrwn, i{na pollavki" ajkouvonte" tw'n ejpw'n ejkmanqavnwmen th;n
e[cqran th;n uJpavrcousan pro;" aujtou;" kai; zhlou'nte" ta;" ajreta;" tw'n strateusamevnwn tw'n aujtw'n e[rgwn
ejkeivnoi" ejpiqumw'men 160 {Wste moi dokei' polla; livan ei\nai ta; parakeleuovmena polemei'n aujtoi'"...
2
Sur l’usage de l’histoire et des historiens chez les orateurs attiques, cf. NOUHAUD, M. (1982).
3
Cf. NICKEL, D. (1991).
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 77-96.

77
DOMINIQUE LENFANT

En fait, les historiens eux-mêmes, à commencer par Hérodote, ne furent pas les
premiers à souligner l’analogie: dès l’époque de la seconde guerre médique, l’hostilité
des Perses à une coalition de Grecs d’Europe conduisit à placer l’empire perse dans
un rapport d’analogie et de filiation avec les Troyens de l’épopée et les Grecs ne
manquèrent pas de mettre en relation Trôika et Persika. Avant, donc, de sonder l’attitude
des historiens en ces matières, on commencera par envisager l’arrière-plan historique,
celui des usages politiques de l’amalgame entre Troyens et Perses4.

I. Les usages politiques de l’amalgame entre les Perses et les Troyens

C’est en dehors du champ historique qu’opéra d’abord la confusion entre les


Perses et les Troyens.

I.1. Une analogie d’abord pratiquée par les Perses

Et, paradoxalement, la plus ancienne manifestation connue d’un tel amalgame


émane des Perses eux-mêmes.

I.1.1. De fait, il pourrait avoir servi une propagande dont usa Xerxès pour mieux
légitimer son expédition par un motif supplémentaire de vengeance. A l’origine de
cette idée figure l’épisode du passage de Xerxès à Ilion: à en croire Hérodote, dont le
récit n’a pas lieu d’être ici mis en doute (VII 43), le roi de Perse fit une halte à Ilion
avant de faire passer son armée en Europe; sur place, il se fit expliquer tous les détails
(puqovmeno" ejkeivnv wn ekasta)
>
et il rendit hommage à l’Athéna d’Ilion en lui sacrifiant
mille bœufs et en faisant offrir par ses mages des libations “aux Héros”. Le geste ne
suscite aucun commentaire de la part d’Hérodote, mais P. Georges a repris récemment
une interprétation tentante: Xerxès aurait ainsi cherché à placer les Grecs d’Asie dans
le camp des Perses et à les dresser contre les Grecs d’Europe5, se faisant le champion
d’une revanche des premiers sur les seconds.
L’hypothèse est d’autant plus séduisante6 que Xerxès put craindre, à certains
moments, les risques d’une fraternisation entre Athéniens et Ioniens7. Néanmoins, il

4
Pour mieux sonder les rapports entre usages politiques et discours historiques, on se concentrera exclusivement
sur les historiens antérieurs à l’expédition d’Alexandre, parce qu’ils étaient contemporains d’un empire perse qui
pouvait toujours passer pour une menace et qu’ignorant l’issue des conquêtes d’Alexandre ils ne pouvaient être
victimes d’une vision rétrospective qui eut ensuite tant d’influence sur la vision occidentale de l’empire perse.
5
GEORGES, P. (1994): 60-62. Interprétation déjà mentionnée par HOW, W.W. & WELLS, J. (1912) II: 147,
qui la font remonter à Hauvette.
6
Mais elle reste une hypothèse, étant donné qu’Hérodote reste sur ce point silencieux et que les idées de filiation
et de vengeance ne figurent que dans le préambule de l’Enquête, dont le ton est manifestement parodique (cf. infra).
7
A en croire Hérodote, le risque est d’abord évoqué par un conseiller de Xerxès avant le passage de l’Hellespont
(VII 51), tandis que, du côté grec, c’est un espoir nourri par Thémistocle (VIII 22), mais les défections restent
exceptionnelles (VIII 11 et 82). Pendant que se livre la bataille de Salamine, des Phéniciens viennent accuser les

78
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

semble imprudent de supposer que le roi se soit implicitement référé à la parenté des
Perses avec le Troyen Memnon: Hérodote lui-même n’y fait pas allusion, cette parenté
relève d’une vision grecque et rien ne permet d’établir qu’elle ait jamais été reprise à
son compte par un Perse8 . De plus, le terme de “propagande” est peut-être excessif,
car, s’il est vrai qu’Hérodote prête à Xerxès un “vif désir de contempler” (i{meron
e[ c wn qehv s asqai) la citadelle de Priam, il ne faut sans doute pas s’exagérer
l’exploitation de ce symbole: le fait qu’il n’en est plus question par la suite suggère,
du reste, que cet usage était strictement lié au passage en Eolide. Et cela paraît logique,
puisque les Eoliens et leurs voisins ne constituaient qu’une partie de l’armée de Xerxès,
tandis que la plupart de ses contingents ne devaient être que peu sensibles à l’idée de
venger la destruction de Troie9.
Quoi qu’il en soit, ce furent sans doute des Grecs de son entourage qui inspirèrent
à Xerxès l’idée de l’étape troyenne10: rappelons que des Grecs d’Athènes, les
Pisistratides11, et de Sparte, comme Démarate, fréquentaient la cour du roi dans les
temps qui précédèrent la seconde guerre médique, et qu’il y eut aussi des Grecs pour
prendre part à l’expédition ou pour accueillir le roi où il passait12.
Que les Perses aient eu connaissance de la guerre de Troie, les Grecs n’en ont
jamais douté, que l’on se fie à Hérodote, à Ctésias ou à Xénophon13. Les modernes se

Ioniens de les avoir trahis, jouant ainsi sur une possible méfiance du roi à l’égard de ses contingents grecs (VIII 90).
Mais Xerxès ne semble concevoir de craintes qu’après la défaite de Salamine, quand il déclare redouter “qu’un
Ionien ne propose aux Grecs (...) de faire voile vers l’Hellespont pour y couper ses ponts de bateaux” (VIII 97).
8
Le seul lien visible dans l’Enquête est le nom de “cité de Memnon” donné à Suse et celui de “maison de
Memnon” donné à son palais (V 53-54; VII 151), mais ces appellations sont manifestement dues à des Grecs, peut-
être sur la base d’une confusion avec le nom d’une divinité locale (cf. infra, n. 82).
En tout cas, ni Hérodote ni ses personnages ne se réfèrent jamais à une filiation entre Memnon et les Perses.
On hésitera donc à considérer que Xerxès s’y réfère tacitement à Ilion et qu’il cherche ainsi à se placer, comme
beaucoup de Grecs d’Asie (GEORGES, P. [1994]: 61), parmi les descendants des Troyens.
9
Aussi peut-on être sceptique face aux propos de GEORGES, P. (1994): 48, pour qui Xerxès fit la traversée
vers l’Europe en se plaçant dans la lignée de Priam et de Laomédon, avec pour objectif affiché la vengeance de Troie
contre les Achéens.
10
Comme le suppose également GEORGES, P. (1994).
11
GEORGES, P. (1994) souligne judicieusement que, dans leur domaine de Sigée, ils étaient eux-mêmes
devenus des Grecs d’Asie.
12
Ceux qui permirent à Xerxès de “se faire tout expliquer” lorsqu’il visita les lieux étaient probablement des
Grecs de la région. Il est à noter que le récit d’Hérodote fournit un autre exemple de sacrifice effectué par les Mages
après que des Grecs (en l’occurrence des Ioniens de la flotte de Xerxès) les ont informés de la tradition locale (VII
191, lors de la tempête à l’Artémision).
13
Laissons de côté le préambule d’Hérodote (I 4-5), d’après lequel “c’est à la prise d’Ilion que les Perses font
remonter leur haine contre les Grecs” (I 5), dans la mesure où l’on peut s’interroger sur la dimension humoristique du
passage (dimension incontestable quand Hérodote présente les femmes enlevées comme consentantes et les Grecs
comme insensés de s’être souciés d’elles). La connaissance du mythe par Artayktès est un présupposé de l’épisode
relaté en IX 116 (pillage du sanctuaire de Protésilas; cf. infra). D’après Ctésias, les Perses intégraient la guerre de
Troie au canevas de l’histoire des empires d’Asie (cf. infra). Enfin, les propos que Xénophon prête à Pélopidas
supposent que le roi de l’époque, Artaxerxès II, a connaissance de la guerre de Troie et qu’il a également conscience
d’une analogie entre le conflit achéo-troyen et le conflit gréco-perse (Helléniques, VII 1.34: Pélopidas dit au roi que,
si les Lacédémoniens font la guerre aux Thébains, c’est que ces derniers “n’ont pas consenti à marcher contre lui avec
Agésilas ni à le laisser sacrifier à Artémis à Aulis, à l’endroit où Agamemnon avait sacrifié avant de faire voile pour
l’Asie et de prendre Troie”).

79
DOMINIQUE LENFANT

sont bien sûr demandé s’il s’agissait là d’une projection hellénocentrique ou s’il existait
réellement des Perses familiers de la culture grecque14. Il n’y a pas de sources perses
qui permettent de trancher15, mais il est possible qu’il y ait un peu des deux: que
certains Perses (des logioi, des “doctes”, comme dit Hérodote dans son préambule, I,
1) aient eu connaissance du mythe, mais que les Grecs aient surestimé cette familiarité.
Toujours est-il que, si les Perses eurent notion de la guerre de Troie, ce fut par le biais
de contacts récents avec des Grecs, et non par la voie d’une tradition interne au Proche-
Orient comme le suggèrent chacun à leur manière Hérodote16 et Ctésias17.
Cela dit, les Perses pouvaient-ils s’identifier aux Troyens? Et pouvaient-ils
concevoir l’idée qu’ils avaient à venger l’Asie (et en particulier les Troyens) sur
l’Europe, comme le prétend Hérodote dans son préambule? La chose est douteuse, si
l’on s’interroge sur leurs intimes convictions et si l’on en juge par l’étendue réduite et
le caractère marginal du monde grec d’Asie mineure à l’échelle de l’empire18. Mais,
comme la Troade faisait bien partie de cet empire au moment du passage de Xerxès,
le roi put se fondre dans les traditions locales par pragmatisme politique. C’est ce que
suggère Pericles Georges, qui rappelle que les Perses se sont souvent définis, chez les
différents peuples de leur empire, dans le langage et l’imagerie de leurs sujets19.

14
Les discussions se sont cristallisées sur le préambule de l’Enquête: Hérodote y souligne avec une insistance
suspecte l’origine perse de la version qu’il rapporte; les récits qu’il attribue aux Perses sont des mythes grecs rationalisés;
l’enchaînement chronologique et logique selon lequel s’ordonnent les mythes paraît singulier. Cf. ASHERI, D. (1988):
262-266, notamment 263, qui se montre sceptique, tout comme, évidemment, FEHLING, D. (1989): 50-59, pour qui
la plupart des sources invoquées par Hérodote sont une invention de son cru. PRITCHETT, W.K. (1993): 55-63, fait,
au contraire, valoir la possibilité que certains Perses aient été familiers des légendes grecques.
15
WALSER, G. (1975) rappelle à ce sujet que nombre de Grecs ont fait partie de l’empire, que le plurilinguisme
était une des caractéristiques des cours orientales et que Cyrus le Jeune parlait le grec, mais il se demande si la
littérature grecque était également connue et appréciée à Suse (p. 541).
Il est vrai que l’on a retrouvé à Persépolis des figures de la mythologie grecque, comme la fameuse statue de
Pénélope (SCHMIDT, E.F. [1957]: 66-67, pl. 29-30; GAUER, W. [1990]) ou les fragments d’une plaque en pierre
représentant une dispute entre Héraklès et Apollon (ROAF, M. & BOARDMAN, J. [1980]). Mais ce dernier objet,
manifestement fabriqué sur place par un Grec expatrié, ne permet pas d’en conclure à une connaissance du récit sous-
jacent par les Perses, encore moins à une familiarité de ces derniers avec l’ensemble des mythes grecs (Roaf ne croit
pas à une commande du roi, mais à celle d’un Grec vivant à la cour, dont les biens seraient entrés en possession du roi
après sa mort). D’une manière générale, la présence de figures de la mythologie grecque à Persépolis pouvait relever
de l’affichage politique (objets pillés, tels l’Artémis de Brauron et l’Apollon de Didymes emportés par Xerxès. cf.
PAUS., VIII 46.3) ou de simples hasards, sans trahir pour autant la moindre familiarité avec l’arrière-plan narratif.
16
On ne peut guère admettre que les Perses aient considéré ce qui était grec comme leur ennemi “depuis” la
destruction de Troie (apo toutou. I 4).
17
Ctésias renvoie au témoignage de “registres royaux” (basilikai anagraphai), référence à des sources locales
d’autant plus suspecte qu’elle a pour fonction manifeste d’authentifier ici le propos de l’historien. Cf. infra n. 84.
18
A la lecture du préambule d’Hérodote, on ne peut évidemment qu’être sceptique face à l’assimilation entre
Phéniciens, Colchidiens, Troyens et Perses, qui peut apparaître comme un artifice purement grec, le point commun
de tous ces peuples étant d’être des barbaroi, soit des non-Grecs.
De plus, alors qu’Hérodote ne se prive pas d’évoquer, dans le reste de son récit, les motivations des rois de
Perse pour déclencher les guerres médiques, jamais il n’y fait la moindre place à la guerre de Troie.
19
GEORGES, P. (1994): 48 et 58, qui fait allusion à la politique de Cyrus à Babylone et en Judée, ou à celle de
Cambyse en Egypte.

80
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

I.1.2. Lors d’un second épisode, de peu postérieur au premier, c’est un autre Perse qui
confond à son tour les Troyens et les Perses. Alors que Xerxès a franchi l’Hellespont,
Artayktès, le gouverneur perse de Macédoine et de Thrace, obtient du roi le sanctuaire
de Protésilas à Eléonte. A cette fin, il a fait passer ce dernier pour une maison
particulière, tout en prétendant se faire l’artisan d’une revanche des Perses: Protésilas
n’était-il pas, d’après la légende troyenne, le premier Achéen qui eût mis le pied sur
le sol d’Asie, se faisant aussitôt tuer par Hector20? Le gouverneur perse explique au
roi que cet homme est entré en armes sur “la terre qui est tienne” (gèn tèn sèn)21, ce
qui suppose qu’il connaît la légende troyenne (peut-être en raison de son séjour
prolongé dans la région), mais que Xerxès, lui, ne la connaît pas bien22.
Hérodote ressent ici le besoin d’expliquer ce propos en disant que “les Perses
estiment que l’Asie tout entière leur appartient à eux et à leurs rois successifs”23: il
allègue donc une conception qu’il attribue aux Perses. De fait, une telle vue a été
régulièrement prêtée aux rois de Perse par les Grecs, du moins à l’issue des guerres
médiques24. Mais ces concepts d’Asie et d’Europe sont absents des inscriptions royales
achéménides, qui ne donnent pour bornes à l’empire que les limites de l’univers25. Il
est donc plus vraisemblable qu’ici encore les Perses revendiquent tout bonnement
l’héritage dont est censée jouir une terre de leur empire (gèn tèn sèn), sans la définir
particulièrement comme asiatique.

I.1.3. On pourrait croire que cette analogie entre ennemi perse et ennemi troyen s’imposait
plus logiquement dans l’esprit des Grecs d’Europe. Pourtant, rien ne l’atteste à l’issue
de la première guerre médique ni même pendant la seconde guerre médique.
Au moment même du conflit, certains modernes26 l’ont crue implicitement
présente dans l’épisode de la vengeance de Protésilas, événement de 478 avant J.-C.

20
Homère, Iliade, 2.701-702.
21
Hérodote, IX 116:
Devspota, e[sti oi\ko" ajndro" {Ellhno" ejnqau'ta, o{" ejpi gh'n th;n sh;n strateusavmeno" divkh" kurhv-sa"
ajpevqane. Touvtou moi do;" to;n oi\kon, i{na kai; ti" mavqh/ ejpi; gh'n th;n sh;n mh; strateuvesqai.
22
Je ne partage pas le scepticisme de BRIANT, P. (1996): 565, quand il juge que, contrairement à ce qu’affirme
Hérodote, Xerxès sait certainement ce qu’est le sanctuaire de Protésilas et qu’il est “probable que la dévastation d’un
temenos voué à un héros grec répond à l’exaltation du souvenir de Priam”. Ici, comme à Ilion, Xerxès se fait expliquer
les choses, en tout cas les détails, ce qui paraît peu compatible avec l’idée d’un large usage du souvenir troyen à des
fins de propagande. Cf. I 1.1.
23 >
Epi; gh'n de; th;n basilevo" strateuvesqai Prwtesivlewn e[lege noevwn toiavde: th;n jAsivhn pa'san
nomivzousi eJwutw'n ei\nai Pevrsai kai; tou' aijei; basileuvonto" (IX 116).
24
Cf. Hérodote I 4. Les Perses d’Eschyle abondaient déjà en références à l’Asie comme terre dominée par les
Perses.
25
Dans une inscription de Xerxès, il est question des “Grecs qui vivent au-delà de la mer” sans que ces derniers
paraissent en rien relever d’un monde distinct (XPh §3. Cf. SCHMITT, R. (2000): 89 et 93). PRONTERA, F. (2001):
132-133 interprète dans le même sens l’allusion d’Hérodote, selon qui Darius aurait fait graver, en Thrace, une inscription
le présentant comme “roi des Perses et de tout le continent” (Persevwn te kai; pavsh" th'" hjpeivrou basileuv". IV 91):
il y a là, dans le meilleur des cas, une interpretatio graeca qui n’est pas fidèle à la titulature perse (cf. HERRENSCHMIDT,
Cl. (1976), notamment 37 et 41-45). Sur l’image que les Perses entendaient donner de l’espace impérial, cf. BRIANT, P.
(1996): 185-196, notamment 191-192 (confusion officielle entre empire et monde connu).
26
BOEDEKER, D. (1988).

81
DOMINIQUE LENFANT

qui fait pendant, deux ans plus tard, à celui que je viens d’évoquer: Artayktès, alors captif
des Athéniens, assiste à un prodige, des poissons qui palpitent alors qu’ils sont sur le feu,
prodige que le Perse interprète comme un message de Protésilas, qui entend se venger,
bien qu’il soit mort; les gens d’Eléonte font alors supplicier le gouverneur perse27.
Mais il n’est pas sûr qu’il faille considérer l’épisode comme une expression de
l’analogie entre guerre de Troie et guerres médiques, reprise à leur compte par les
Grecs dès 478. En effet, ce récit est mis à distance par Hérodote, qui l’attribue aux
gens de Chersonèse (levgetai uJpo; Cersonhsitevwn) et, de plus, ce que les gens
d’Eléonte entendent venger en faisant supplicier Artayktès, c’est le pillage du sanctuaire
d’un héros, qui se trouve être, en l’occurrence, Protésilas, mais qui aurait pu n’avoir
aucun lien avec la guerre de Troie.
En d’autres termes, rien n’atteste que l’analogie entre ennemi épique et ennemi
historique ait été présente dans l’esprit des Grecs d’Europe pendant la durée même
des guerres médiques, expédition de Xerxès comprise28 . Il semble ainsi qu’elle ait
été paradoxalement mise en avant dans le camp des Perses avant de l’être dans le
camp des Grecs d’Europe.

I.2. L’analogie en fonction de célébration

I.2.1. Des ressemblances découvertes à l’issue des guerres médiques. Ce n’est qu’à
l’issue de la seconde guerre médique, une fois la victoire assurée, que l’analogie
entre Perses et Troyens paraît suffisamment forte pour s’imposer aux Grecs d’Europe:
non seulement les uns et les autres sont les ennemis asiatiques d’une coalition de
Grecs d’Europe dans un conflit de grande ampleur, mais ce sont dans les deux cas des
vaincus29. L’exploitation de cette analogie supposait certes que l’on connût l’issue du
combat, mais il fallait aussi qu’elle réponde à des besoins précis. Le premier de ces
besoins fut de célébrer les vainqueurs.

1.2.2. Célébrer les vainqueurs. On sait que les guerres médiques provoquèrent chez
les Grecs un choc politique et culturel, qui les conduisit dans le même temps à

27
Hérodote, IX 120. On reviendra plus loin sur le choix hérodotéen de cet épisode pour clore son récit.
L’événement est ici envisagé comme un fait historique, et non pour ce qu’en a fait Hérodote en le plaçant en position
finale.
28
Et pourtant, il arrive plusieurs fois, au cours de la seconde guerre médique, que les Athéniens se réfèrent à la
guerre de Troie pour vanter leurs hauts faits en cette occasion (VII 161; IX 27). Mais c’est afin de revendiquer une
place au sein de l’armée des Grecs coalisés (VII 161: contre la remise du commandement de la flotte à un Syracusain;
IX 27: pour revendiquer, contre les Arcadiens, une position de choix à la bataille de Platées), indépendamment de
toute référence à une analogie entre Perses et Troyens (à côté de la guerre de Troie sont mentionnés, par exemple,
l’accueil fait aux Héraclides, l’intervention après l’attaque des Sept contre Thèbes, la résistance aux attaques des
Amazones. Cf. Hérodote, IX 27).
29
La différence fondamentale qu’aucune source ne souligne est que l’ennemi perse ne sort pas anéanti de
l’affrontement. Mais il est vrai que l’objectif de célébration a parfois conduit à imaginer cet anéantissement, comme
dans les Perses d’Eschyle.

82
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

commémorer leur victoire et à se donner une image d’eux-mêmes et de leur ennemi:


l’élaboration de la notion de barbare, non-Grec, voire anti-Grec, en fut l’un des
fruits les plus manifestes30. Ces efforts s’exprimèrent de façon privilégiée dans le
domaine de l’art. Or, la poésie et l’iconographie pratiquaient le plus souvent un code
symbolique ayant recours aux figures du mythe. Dans ce cadre, l’une des métaphores
les plus tentantes pour désigner l’ennemi vaincu des guerres médiques fut, bien sûr,
l’ennemi de la guerre de Troie, d’autant que figurer le conflit entre Grecs et Perses
par le biais de la guerre entre Achéens et Troyens permettait de transformer les acteurs
des guerres médiques en héros, de donner à l’histoire récente une dimension héroïque31.

Ce rapprochement entre les Troyens et les Perses s’effectua de diverses façons.


Parmi ses manifestations les plus anciennes figure l’élégie de Simonide sur la bataille
de Platées: le poète souhaite œuvrer à la gloire de Pausanias et des Spartiates, comme
Homère l’a fait pour Achille et les Danaens, et, par plus d’un trait, les guerres médiques
semblent reproduire la guerre de Troie32. Il faut dire, cependant, que la figure de
l’ennemi, qu’il soit troyen ou perse, reste ici des plus discrètes.
Dans la même période (476-475 av. J.-C.), une épigramme que les Athéniens
font graver à la suite de la victoire de Cimon sur les Perses à Eion rappelle le rôle de
Ménesthée à la tête des troupes athéniennes dans la guerre de Troie et elle en déduit
que les Athéniens méritent d’être «appelés des maîtres en fait de guerre et de
vaillance»33. Mais, à vrai dire, plus que de supposer une analogie entre les Troyens et
les Perses, elle se réfère avant tout à deux manifestations analogues de la bravoure
des Athéniens, l’une à Troie, l’autre à Eion.
Vers la même époque, l’iconographie associe sous différentes formes la figure
des Troyens et celle des Perses. C’est ainsi que, toujours à l’époque de Cimon (au
début des années 460), les peintures de la Stoa Poikilè font figurer, à côté de la bataille
de Marathon, les Grecs et leurs captives après la prise de Troie34. Mais cette association

30
HALL, E. (1989).
31
Sur ce phénomène, cf. CASTRIOTA, D. (1992): 3-16 et passim.
32
Cf. WEST, M.L. (1992) F 10-17, notamment F10-11; BOEDEKER, D. & SIDER, D. (2001) donne le texte
des fragments de papyrus (souvent restitué) avec traduction (F10-11: 17-20), suivi d’études dues à différents auteurs.
BOEDEKER, D. (2001): 161-163 souligne les analogies entre combattants grecs de Platées et héros achéens de
l’épopée, soutenus les uns et les autres par des dieux olympiens et des héros immortels. BURZACCHINI, G. (1995):
23-26 tente de préciser le sens du rapprochement entre Achille et Pausanias. SBARDELLA, C. (2000): 10 résume
ainsi l’analogie établie par Simonide entre Achille et les combattants de Platées: “Come Achille, gli eroi spartani
caduti a Platea, guidati anch’essi dagli dèi, erano stati artefici del compimento di una divkh: sacrificando la propria
vita avevano reso possibile la vendetta per la morte di Leonida e la vittoria finale dei loro compagni d’armi”.
33
AESCHIN., Ctes. 185; PLUT., Cim. 7.6. Sur le support de cette épigramme (Hermès de l’agora), cf.
CLAIRMONT, C.W. (1983): 149-154.
34
PAUS., I 15.2-3. Les témoignages littéraires sont rassemblés par WYCHERLEY, R.E. (1957): 31-47. Sur
les Perses, les Amazones et les Troyens à la Stoa Poikilè, cf. CASTRIOTA, D. (1992): 76-89 (sur le thème troyen: 86-
89).
35
Il faut d’ailleurs se garder de forcer l’analogie, car, comme le rappelle MILLER, M.C. (1995): 455, le
tableau situé à Troie ne dépeignait pas une victoire glorieuse, mais le simple procès d’Ajax pour le viol de Cassandre
(cf. PAUS., I 15.2).

83
DOMINIQUE LENFANT

ne fait que suggérer un parallélisme35 et, du reste, le tableau de la bataille de Marathon


est assez exceptionnel, dans la mesure où il se passe de la médiation du mythe pour
évoquer de manière directe des événements récents36.
En revanche, dès cette première moitié du Ve siècle, la peinture des vases attiques
offre toute une floraison de représentations métaphoriques, dans lesquelles
réapparaissent des figures du répertoire mythique, Amazones ou Troyens, qui
symbolisaient dès l’époque archaïque l’ennemi redoutable que l’on avait vaincu37.
De plus, les représentations de Perses en train de combattre contre des Grecs
empruntent des éléments à ce répertoire archaïque des grands affrontements38. Enfin,
on observe que des figures troyennes sont révisées par analogie avec l’imagerie grecque
des Perses, avec lesquels elles partagent des éléments de parure, de costume ou
d’armement. Il n’est pas rare, par exemple, que Pâris soit figuré en costume orien-
tal39. En prenant des traits perses, le Troyen se transforme en barbare et devient comme
un prototype du Perse.
Ce dernier phénomène s’observe aussi dans la tragédie, comme l’ont bien mis
en lumière les travaux d’Helen Bacon et d’Edith Hall40. La plupart du temps, la tragédie
ne mettait pas en scène des figures contemporaines, mais elle avait recours à des
figures mythiques, tirées d’un répertoire préexistant.
Les rares exceptions connues concernent précisément l’affrontement avec les
Perses, le seul exemple conservé étant les Perses d’Eschyle. Or, dans cette pièce, on
chercherait en vain la moindre allusion au modèle troyen. C’est dire si l’analogie est
particulièrement liée au langage mythique du genre tragique.
De fait, les Perses et leur monarchie, contre lesquels s’est souvent définie la
démocratie athénienne, n’apparaissent le plus souvent que réincarnés dans des figures
mythiques, qui, par voie de conséquence, se trouvent modifiées à leur image: on obser-
ve dans la tragédie une transformation des Troyens en barbares et c’est une innovation
par rapport à l’épopée, dont les héros, achéens ou troyens, relevaient d’un même univers
et n’étaient pas opposés de façon binaire, que ce fût par la langue, par les mœurs ou
par le sang, les uns ayant même parfois avec les autres des liens de parenté41.

36
CASTRIOTA, D. (1992): 28. On retrouve une anomalie identique dans les Perses d’Eschyle, tragédie à peu
près contemporaine, comme s’il y avait eu à ce moment, à propos du même événement, une tentative d’inflexion des
codes artistiques, restée sans lendemain.
37
Le répertoire de l’époque archaïque offrait un terrain favorable, puisqu’il abondait en représentations de
combats contre des êtres surnaturels, monstres, géants, Titans, Amazones et centaures, qui figuraient la violence, le
chaos et l’envers de la civilisation. Cf. HALL, E. (1989): 51-53.
38
Mais il est vrai que le modèle est plus fréquemment tiré des amazonomachies que des combats entre Achéens
et Troyens. Cf. BOVON, A. (1963), notamment p. 587-591.
39
Cf. SCHOPPA, H. (1933), Exkurs III, p. 72, donne les références de onze représentations sur vases de Pâris
en costume oriental. MILLER, M.C. (1995) montre qu’en même temps que Pâris, Troilos se pare également d’attributs
orientaux (vêtements, armes et bijoux), alors que l’orientalisation de Priam est plus tardive (fin du Ve siècle av. J.-C.),
peut-être en raison de la sympathie qu’inspirait le héros.
40
BACON, H.H. (1961); HALL, E. (1989).
41
HALL, E. (1989); BACON, H.H. (1961) note, quant à elle, que, dans toute l’Iliade, il y a quatre passages
suggérant que les Troyens et leurs alliés ne parlent pas grec (2.802-6, 867; 3.2-3; 4.433-8).

84
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

Chez les trois grands tragiques, au contraire, les Troyens apparaissent bien souvent
comme des barbares qui, du point de vue de l’ethnonyme, sont volontiers qualifiés de
Phrygiens42, mais dont les caractères sont conformes aux stéréotypes grecs sur les
Perses43: usage d’eunuques, port de vêtements et d’accessoires de luxe ou encore
pratique de la prosternation (proskunèsis).
Ainsi, l’Agamemnon d’Eschyle attribue aux Troyens l’usage de la proskunèsis
(v. 920)44; chez Sophocle, les Troyens parlent une langue étrangère qui rappelle celle
des Perses d’Eschyle, cependant que leurs rois emploient des eunuques45. Chez
Euripide, enfin, Pâris se voit attribuer le costume d’un Perse46, tandis qu’Hélène passe
pour avoir pris goût au luxe des barbares troyens, ainsi qu’à leur servilité47. Mais
c’est l’esclave phrygien de l’Oreste qui concentre sur sa personne le plus grand nom-
bre de stéréotypes sur les Perses: lâcheté, servilité, obséquiosité, faiblesse au combat
et perfidie48, auxquelles s’ajoutent des détails plus caractéristiques encore, comme la
pratique de la prosternation (v. 1507) ou le port de chaussures typiques (v. 1370)49.
Certes, il ne faut pas s’exagérer l’étendue du phénomène: dans l’iconographie,
les Troyens sont en concurrence avec d’autres figures mythiques comme les Amazones,
et certains Troyens, comme Priam, conservent même souvent leur costume grec en
plein Ve siècle50, tandis que, dans la tragédie, “barbare” ne veut pas toujours dire
“perse”51. Néanmoins, le jeu des confusions entre les Troyens et les Perses conduit à
modifier l’image des Troyens afin de forcer leur ressemblance avec les Perses.

42
HALL, E. (1988) signale que, dans l’épopée, les Phrygiens étaient distingués des Troyens, mais qu’à l’époque
classique ils présentaient l’avantage d’exister encore, ce qui n’était plus le cas des Troyens; cette transformation des
Troyens en barbares phrygiens semble remonter à Eschyle.
43
HALL, E. (1989): 101 sq., 156, 159.
44
BACON, H.H. (1961): 36. L’auteur souligne aussi (p. 17) que, dans cette même pièce, Clytemnestre donne
à croire que la langue native de Cassandre n’est pas le grec (1254), tandis que le chœur qualifie Troie de allothroos
(1200). On peut ajouter qu’Agamemnon semble lui-même avoir été gagné par les mœurs “persisées” des Troyens:
c’est par des signaux de feux allumés de proche en proche à la manière perse qu’il avertit sa patrie de la prise de Troie
(Agamemnon 282 sq. Cf. Hérodote IX 3: c’est le procédé qu’espère employer Mardonios pour prévenir le roi s’il
s’empare d’Athènes) et, quand il rentre chez lui, il est équipé d’un trône ambulant (ajmaxhvrh" qrovno", v. 1054) qui
évoque l’ajrmavmaxa des Perses.
45
BACON, H.H. (1961): 101-104, dont tous les exemples sont tirés de fragments de pièces perdues. Parmi les
mots évoquant le perse (p. 102), elle mentionne Ianna (pour dire “femme grecque”), parasange et orosange (les
autres termes qu’elle cite me paraissent moins probants, ou du moins, étant thraces ou autres, ils barbarisent assurément
les Troyens, mais ne les persisent pas).
46
Un pantalon brodé et un torque en or (Cyc., 182-184). Signalé par BACON, H.H. (1961), 124.
47
Un serviteur la rafraîchit avec un éventail à plumes (Or., 1426-30) et on l’accuse d’avoir pris goût à voir des
barbares se prosterner à ses pieds (Troyennes 1020-1). Cf. BACON, H.H. (1961): 146-148. Sur l’application aux
Troyens d’Euripide de stéréotypes relatifs aux Perses, cf. aussi HUTZFELDT, B. (1999): 110-119.
48
Cf. ibid.: 116-118 et 130-133.
49
Cf. BACON, H.H. (1961), 147: l’esclave phrygien se prosterne devant Oreste (Or. 1507); et 124: il porte
l’eumaris (Or.1370), le même type de chaussure que portait Darius dans les Perses. Sur les rapports entre Phrygiens
et Troyens dans l’imaginaire grec, cf. HALL, E. (1988).
50
MILLER, M.C. (1995): 459 conclut son étude sur l’orientalisation de Priam en disant que “In vase painting,
there is no good evidence for a universal admitted equation between Trojan and Oriental until the very end of the fifth
century”. Le même auteur prépare actuellement une synthèse sur l’orientalisation du mythe grec dans l’art attique.
Sur les diverses représentations de Pâris, cf. HAMPE, R. (1981).
51
C’est ce qui rend difficile la démarche de HUTZFELDT, B. (1999), qui traite abondamment de la tragédie,
alors que les allusions aux Perses proprement dits y sont finalement rares.

85
DOMINIQUE LENFANT

Discours métaphorique sur le présent, la tragédie fait du Troyen la métaphore du


Perse, si bien que le Troyen apparaît, à certains égards, comme un prototype du Perse et
que cela donne à l’antagonisme gréco-perse une dimension ancestrale52. De plus, du point
de vue de la célébration des vainqueurs, la confusion présente cet avantage de donner
pour modèle un ennemi totalement anéanti, ce qui n’est pas le cas de l’ennemi perse.
Du point de vue de l’arrière-plan politique, cette analogie ne paraît s’être imposée,
dans sa fonction de célébration, qu’avec les débuts de la Ligue de Délos, quand les
Grecs se mirent à attaquer des domaines asiatiques du Grand Roi53. C’est dire si
l’exaltation des guerres médiques pouvait aussi servir à légitimer leur prolongement.

I.3. En effet, la confusion entre Troyens et Perses acquit aussi un rôle de légitimation
dans les divers projets d’attaque ou de conquête de l’empire perse, car elle donnait à
ces derniers une couleur héroïque et un modèle incontesté.
L’usage de cette analogie ne s’est pas limité à la littérature, puisqu’elle fonde les
gestes symboliques d’hommes politiques qui, comme Agésilas (au début du IVe siècle
av. J.-C.) ou Alexandre (à la fin du IVe siècle), lancèrent une attaque militaire contre
l’empire achéménide: avant son départ pour l’Asie, Agésilas aurait ainsi souhaité
“aller à Aulis et offrir un sacrifice à l’endroit même où Agamemnon avait sacrifié à
son départ pour Troie”54 et l’on sait combien Alexandre sut jouer de son identification
aux héros achéens, multipliant les rites des deux côtés de l’Hellespont55.
Mais c’est dans les discours panhelléniques des premières décennies du IVe siècle
que l’analogie est exploitée de la manière la plus explicite. S’il ne fut pas le seul,
Isocrate en est pour nous le meilleur témoin56. Dans les mots du Panégyrique que j’ai
cités pour commencer (§158), on trouve l’expression la plus achevée de la confusion
entre les Troyens et les Perses en dehors de tout emploi métaphorique. Les uns et les
autres y sont non seulement situés dans un rapport d’analogie et confondus, de manière
banale, dans la catégorie des barbares, mais ils sont également placés dans un rapport

52
La chose est favorisée par l’usage de la notion de barbare. Ainsi, dans l’Iphigénie à Aulis (1259-75 et 1375-
1401), le but assigné à l’expédition contre Troie est de défendre les Grecs contre les barbares.
53
C’est ce que confirment pleinement les analyses de CASTRIOTA, D. (1992): 5 et passim sur l’art officiel
impulsé par Cimon dans les années 470 et 460 (notamment Stoa Poikilè à Athènes et leschè des Cnidiens à Delphes
[sur l’interprétation de cette dernière: p. 90-95]). L’auteur rappelle, du reste, que les Troyens ne sont pas le seul
analogue mythique exploité par Cimon, puisque ce dernier fit des efforts notoires pour s’identifier à la figure de
Thésée (p. 7).
54
Xénophon, Helléniques, 3.4,3 (les béotarques empêchent Agésilas de réaliser son souhait).
55
Alexandre affichait son admiration pour Achille (PLUT., Alex., 15.8-9. Cf. 5.8). Dans l’Hellespont, puis à
Ilion, il fit des gestes qui répondaient à ceux qu’avait exécutés Xerxès quand il cheminait en sens inverse: à Eléonte,
il offrit un sacrifice à Protésilas (Arrien, Anabase, 1.11,5) et il sacrifia, à Ilion, à Athéna Ilias (11,7). A l’image de
Protésilas, il voulut être le premier à toucher terre en Asie (11,7). Enfin, il prit à Ilion des armes consacrées censées
dater de la guerre de Troie, que les écuyers (hypaspistes) portèrent ensuite devant lui dans les combats (11,7-8).
56
Sur la référence à la guerre de Troie comme précédent et modèle de la lutte contre les barbares d’Asie chez
Isocrate, cf. MATTHIEU, G. (1925): 55, qui insiste sur la présentation d’Agamemnon comme “modèle du chef dont
la Grèce a besoin pour lutter contre la Perse”. Sur le panhellénisme d’Isocrate, cf. MASARACCHIA, A. (1995): 47-
79. Mais on se reportera surtout, sur la guerre de Troie comme “première expédition panhellénique”, à GOTTELAND,
S. (2001): 213-229 et sur Agamemnon comme modèle de chef panhellénique, 244-253.

86
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

de filiation, qui permet d’asseoir le thème de l’ennemi héréditaire. L’Iliade est même
transformée en bréviaire de la haine du barbare et c’est de là qu’elle tirerait la constance
de son succès (Panégyrique §159)57 . Quant à Hélène, les Grecs lui devraient de n’être
pas les esclaves des barbares (Eloge d’Hélène, 67).
Par le jeu de ces glissements, Isocrate se montre un digne héritier des sophistes58 .
L’analogie entre les Troyens et les Perses vise ici à donner une allure constante et
nécessaire à l’affrontement et à en suggérer l’issue: elle permet à la fois de donner au
projet une grandeur épique et de faire du mythe un modèle prémonitoire de la victoire.
Cette fonction de légitimation de l’agression n’est sensible qu’au IVe siècle. Il
est vrai que la véritable référence propre à justifier une attaque est désormais les
guerres médiques, qui n’ont plus besoin d’être célébrées par métaphore, parce qu’elles
sont elles-mêmes passées au rang de modèle héroïque59 . Mais la guerre de Troie n’est
pas entièrement négligée: elle offre à certains égards un paradigme plus seyant,
puisqu’il s’agit d’une expédition européenne contre l’Asie, alors que, dans les guerres
médiques, l’adversaire avait été pour l’essentiel repoussé d’Europe à titre défensif.

II. Les historiens grecs face aux confusions entre Troyens et Perses

C’est sur cet arrière-plan d’usages politiques que s’inscrivent les récits des
historiens grecs contemporains de l’empire perse. Sans être le seul, celui d’Hérodote
sera nécessairement privilégié dans cette analyse, non seulement parce que son œuvre
est conservée, à la différence de celles de Ctésias et d’autres auteurs de Persica, ou de
Théopompe et d’Ephore, mais aussi parce que les guerres médiques en constituaient
le thème central, ce qui n’était pas le cas pour Thucydide ou Xénophon.

II.1. Des différences de code et de fonction

A première vue, le discours historique présente avec les discours politiques des
différences de code et de fonction, qui lui enlèvent plusieurs raisons de pratiquer
l’amalgame entre les Troyens et les Perses. Tout d’abord, contrairement aux discours
de propagande, l’historien n’invite pas explicitement à l’action et ne s’adonne guère
aux analogies sophistiques à la manière d’Isocrate. Ensuite, contrairement aux arts
figurés ou à la tragédie, il n’emploie pas un langage codé supposant le recours

57
Quelques décennies plus tard, le Panathénaïque (XII), 42, évoque encore “la haine contre les barbares que
nos ancêtres ont puisée dans les événements de Troie (ejk tw'n trwi>kw'n)”.
58
Sur les glissements sophistiques qui sous-tendent le thème de l’ennemi héréditaire et qui ne se limitent pas
au modèle épique, LENFANT, D. (2000), notamment p. 43-46.
59
La référence à la guerre de Troie comme manifestation ancienne de l’héroïsme athénien (cf. supra n. 28 et n.
33) fut supplantée après quelques décennies par la référence aux guerres médiques (THUC., I 73: “A quoi bon parler
de ce qui s’est passé il y a très longtemps, puisqu’on ne le sait que par ouï-dire et que nos auditeurs n’étaient pas là
pour le voir? Mais il y a les guerres médiques et les événements directement connus de vous”).

87
DOMINIQUE LENFANT

métaphorique au mythe. Ce que nous qualifions de mythique n’est certes pas absent
du discours historique: les événements comme la guerre de Troie, dont l’historicité
n’est jamais contestée60, ne sont pas considérés comme des mythes, qui seraient opposés
à l’histoire, mais comme des événements anciens, que l’historien doit distinguer des
événements récents pour des raisons méthodologiques. En effet, on ne peut connaître
ces événements anciens que par ouï-dire ou par le biais de poèmes mensongers, et
non grâce à des témoins plus ou moins directs61. Des historiens qui, comme Hérodote
ou Thucydide, font le choix de l’histoire récente relèguent donc la guerre de Troie au
second plan62. Mais ils lui reconnaissent, ce faisant, une place distincte dans la
chronologie et ne peuvent l’utiliser de manière directe comme métaphore du conflit
entre Grecs et Perses.

II.2. L’influence de l’arrière-plan politico-culturel

Néanmoins, l’arrière-plan politico-culturel n’est pas sans influence et les différences


ne sont pas si radicales entre discours politique et discours historique. Tout d’abord, le
discours historique, singulièrement celui d’Hérodote, participa de façon éminente, à la
suite des guerres médiques, au mouvement de réflexion des Grecs sur leur identité et
sur celle de leur ennemi63. Aussi les Troyens furent-ils absorbés dans ce mouvement et
l’on voit Hérodote compter Pâris et les Troyens parmi les barbares, y compris dans des
passages où l’on ne peut soupçonner chez lui d’intention parodique64. Thucydide souligna,
au contraire, qu’il était anachronique de présenter les Troyens comme des barbares,
arguant que ce terme n’avait de sens que par opposition à un groupe uni de Grecs et
qu’Homère ignorait les notions de Grec et de Barbare (I 3), mais, à notre connaissance,
ses objections restèrent sans écho au cours du siècle qui suivit.
En second lieu, le discours historique put aussi, comme les discours politiques,
participer à la célébration de la victoire des Grecs et user à cette fin d’un certain nombre
d’analogies entre ennemi héroïque et ennemi plus récent. Deborah Boedeker a fait la

60
Hérodote l’évoque pour une question de datation et la situe dans la chronologie (II 145; cf. I 171). Voir aussi
VII 20, avec cependant une légère réserve (kata; ta; legovmena, “selon la tradition”). Mais il ne se prive pas de
critiquer Homère en tant qu’historien. Cf. NEVILLE, J.W. (1977). Thucydide ne met pas en doute l’historicité de la
guerre de Troie (par exemple, I 3 et VI 1), mais il démystifie et rationalise, en fonction de son interprétation usuelle
des rapports politiques, les motivations des alliés d’Agamemnon (non pas les serments faits à Tyndare par les prétendants
d’Hélène, mais la puissance d’Agamemnon et la crainte qu’elle inspirait. I 9). Sur Ctésias, cf. infra.
61
L’incertitude qui entoure les événements anciens est l’un des fondements de la distance prise par Hérodote
vis-à-vis des récits mythiques, quand il annonce qu’il ne se placera pas sur ce terrain (I 5.3). Sur la distinction, dans
l’Enquête, entre ère mythique et ère historique, entre le temps des héros et celui des hommes, cf. ASHERI, D. (1988):
XXXVII-XLVIII. On retrouve un distinguo similaire chez Thucydide I, 20-22.
62
Ctésias prétend, au contraire, lever les objections d’ordre méthodologique en invoquant l’autorité de documents
écrits (cf. infra n. 84).
63
L’étude pionnière en la matière fut le livre de HARTOG, F. (1980, 2e éd. 1991).
64
Tout le préambule repose sur la confusion des Perses, Phéniciens et Troyens dans la catégorie des barbares.
Les Troyens, dont Pâris, y sont explicitement désignés comme barbares (I 3.1 “il eut l’idée de se procurer une femme
de Grèce”. Cf. VII 169, où il est question de la “femme de Sparte enlevée par un barbare”, certes dans le cadre d’un
prétendu oracle pythien, et non dans la bouche d’Hérodote, mais sans réserve de sa part).

88
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

synthèse des nombreuses ressemblances entre le récit d’Hérodote et celui de l’épopée,


et les parallèles vont du sujet d’ensemble aux détails de formulation en passant par des
séquences narratives ponctuelles65. L’ensemble tend à confirmer que l’historien voyait
dans les guerres médiques une nouvelle guerre de Troie et que les vainqueurs des Perses
–tout comme leurs adversaires, du reste– étaient ainsi élevés au rang de héros.
Certains échos internes à l’Enquête pourraient même donner un sens plus précis
à cette célébration: Hérodote exprime en son nom propre66 l’idée que la ruine
complète des Troyens permit aux dieux de montrer “qu’aux grands crimes (adikèmata)
ils réservent aussi de grands châtiments”67. Or, ce qui, dans le préambule, permet de
mettre en série l’enlèvement d’Io, celui d’Hélène et l’agression de Crésus, c’est
précisément qu’il s’agit d’adikèmata68. Et Crésus étant donné pour le premier agresseur
avéré des Grecs, cela suggère sans ambiguïté que les suivants furent les Perses. En
d’autres termes, la défaite serait pour les Perses une punition des dieux, tout comme
elle l’avait été pour les Troyens avant eux. Cette idée, développée de manière très
explicite dans les Perses d’Eschyle à propos de Xerxès, ne figure chez Hérodote que
dans des propos rapportés, mais une fois avec l’approbation expresse de l’historien69.
Dans un tel cas, l’analogie entre les Troyens et les Perses70, qualifiés les uns et
les autres d’agresseurs fautifs que les dieux ont châtiés, suggère une interprétation du

65
BOEDEKER, D. (2002), notamment p. 98-108. Elle cite ainsi le catalogue des contingents de l’armée de
Xerxès, qui fait écho au catalogue des vaisseaux achéens de l’Iliade, ou encore la bataille pour le corps de Léonidas
aux Thermopyles, qui rappelle la lutte pour le corps de Patrocle dans l’Iliade.
Sur la première phrase de l’Enquête comme écho précis à l’épopée, cf. NAGY (1987). D’une manière plus
large, on a relevé depuis longtemps que le récit des guerres médiques était comme encadré par deux références à la
guerre de Troie: celle du préambule (I 4-5) et l’allusion à Protésilas dans les derniers chapitres. Cf. AYO, N. (1984) et
BOEDEKER, D. (1988) qui indique la bibliographie antérieure. Cette dernière souligne qu’à certains égards la
description du siège de Sestos évoque aussi les traditions relatives au siège de Troie (p. 34).
66
Comme il y insiste par deux fois: wJ" me;n ejgw; gnwvmhn ajpofaivnomai (...) Kai; tau'ta me;n th/' ejmoi; dokevei
ei[rhtai (II 120).
67
tw'n megavlwn ajdikhmavtwn megavlai eijsi; kai; aiJ timwrivai para; tw'n qew'n (II 120). Sur la présence chez
Hérodote de cette conception remontant à l’époque archaïque, cf. HARRISON, T. (2000), ch. 4 “Divine retribution”,
p. 102-121.
68
L’enlèvement d’Io est donné pour le premier des adikèmata (I 2), l’enlèvement d’Hélène et de ses trésors est
qualifié d’adikèma (II 155) et Crésus est donné pour le premier dont Hérodote dise savoir qu’il a commis des adika
erga envers les Grecs (I 5).
69
Noté par SAÏD, S. (2002), p. 137. Lorsqu’il rapporte la prophétie de Bacis, selon laquelle, dans la bataille
navale qui fera suite au sac d’Athènes, “la Divine Justice éteindra la brutale Insolence, la fille de Démesure”, Hérodote
ajoute: “En pareil cas, et lorsque Bacis parle si clairement, je n’ai pas moi-même l’audace de contester la vérité des
oracles, et je ne l’admets pas non plus chez autrui” (VIII 77, trad. A. Barguet). Sur les rapports entre l’Enquête et Les
Perses, cf. SAÏD, S. (2002), qui met en lumière les nuances qui séparent les deux auteurs, notamment p. 137-141.
70
On a cru pouvoir relever un autre parallèle significatif: dans son analyse du dernier épisode de l’Enquête,
relatif au châtiment du gouverneur perse Artayktès, BOEDEKER, D. (1988) considère que, pour Hérodote, “le dernier
Perse tué dans l’offensive de Xerxès est puni pour la transgression qu’il a commise envers le premier Grec tué dans
la guerre de Troie”, ce qui pourrait suggérer que les Perses sont punis par les dieux comme les Troyens le furent avant
eux (p. 47). Si la conclusion générale rejoint celle que j’exprime ici, je serais cependant plus réservée concernant le
châtiment d’Artayktès, qui apparaît avant tout comme celui d’un pilleur de sanctuaire, sans qu’il y ait de rapport
explicite avec la guerre de Troie et son héros ou avec l’expédition de Xerxès en soi (lors du prodige, Protésilas ne se
réfère pas au fait qu’il ait été tué par les Troyens, mais au simple fait qu’il tient des dieux le pouvoir de “se venger de
celui qui l’a offensé” (to;n ajdikevonta tivnesqai IX 120).

89
DOMINIQUE LENFANT

passé récent et contribue, là encore, à la célébration des Grecs –puisque ces derniers
sont placés du côté de la justice divine– tout comme à la définition, en négatif, de leur
identité. Force est de reconnaître, toutefois, que l’analogie et ses prolongements sont,
au total, d’une grande discrétion.
On peut donc dire que, conformément aux arts politiques, le discours historique
s’est appuyé sur l’analogie entre les Troyens et les Perses pour célébrer les vainqueurs
des guerres médiques et qu’en participant à l’élaboration des notions de Grec et de
barbare, il a généralement fait entrer les Troyens dans cette seconde catégorie, sur la
base implicite d’une analogie avec les Perses. Mais il faut admettre que ces confusions
restent assez effacées.

II.3. Des approches spécifiques aux discours historiques?

De fait, les historiens de l’époque classique savaient que l’histoire ne se répète


pas et l’analogie ne pouvait avoir chez eux qu’un usage limité. Leur travail de
confrontation et d’agencement chronologique pouvait les rendre plus attentifs aux
différences entre les deux conflits, comme aux imperfections d’une filiation entre les
Troyens et les Perses.

II.3.1. L’attention aux différences et l’effacement des Troyens. Si le rapprochement


entre les Troyens et les Perses put servir, dans les récits d’historiens comme ailleurs,
la célébration des vainqueurs et la définition de leur identité, on ne le voit guère servir
en fonction de propagande.
Tout d’abord, contrairement à ce que l’on constate chez Isocrate, ni les Troyens
ni les Perses ne sont systématiquement caricaturés par l’historien. Hérodote considère
certes les Troyens comme des barbares, mais il ne diabolise pas les barbares, qu’ils
soient perses ou troyens71.
De plus, les historiens donnent l’impression d’être sensibles aux différences
entre guerre de Troie et guerres médiques: bien que la première ait servi à certains
égards d’analogue implicite contribuant à magnifier la seconde, elle est dans le même
temps reléguée dans le rôle de faire-valoir, cependant que les guerres médiques
accèdent au rang d’exploit héroïque supérieur, récent et avéré. Cette démarcation est
déjà sensible chez Hérodote, puisqu’au moment d’évoquer les préparatifs de Xerxès,
il inscrit certes l’expédition de ce dernier dans une série d’attaques entre des Européens
et des Asiatiques, parmi lesquelles figure “l’expédition des Atrides contre Ilion”, mais
c’est pour souligner que “l’expédition de Xerxès fut de loin la plus importante de
celles dont on a connaissance” (VII 20)72.

71
Ce trait le rapproche de l’attitude d’Homère, comme l’a noté BOEDEKER, D. (2002): 105.
72
Ce rôle de faire-valoir des guerres médiques se retrouve plus tard chez un orateur comme Isocrate
(Panég., 83).

90
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

II.3.2. Sur la filiation entre les Troyens et les Perses. Une autre question pouvait
appeler une réponse spécifique de la part des historiens: celle de la filiation éventuelle
entre les Troyens et les Perses.
Hérodote commence son récit en inscrivant Troyens et Perses dans une série
d’adversaires asiatiques des Européens (I 1-5). Au-delà d’une analogie entre les uns
et les autres, il suggère même une filiation, allant jusqu’à affirmer que “c’est à la
prise d’Ilion que les Perses font remonter leur haine des Grecs”73, ce qui est à première
vue comparable à l’idée exprimée un demi-siècle plus tard par Isocrate, selon qui la
prise de Troie fut un malheur pour les Perses74. Pourtant, tous ces propos sont attribués
aux doctes (logioi) perses et l’on s’accorde le plus souvent à les considérer comme
parodiques. Mais on s’est rarement aventuré à préciser sur quoi portait précisément la
parodie.
Comme le montrent des allusions ultérieures du récit, le scepticisme de l’historien
ne porte pas, on l’a dit, sur l’historicité des événements. Mais il affecte, bien plutôt, le
lien de cause à effet entre ces événements, l’aitiè, qui est le thème explicite du
préambule de l’Enquête. Plutôt qu’une généalogie des peuples, c’est une généalogie
des conflits qu’évoque ce préambule et c’est précisément cette généalogie des conflits
qu’Hérodote refuse de reprendre à son compte: les causes des guerres médiques ne
sont pas là. Et l’idée d’une haine ancestrale des Perses contre les Grecs est démentie
par le reste du récit: par exemple, au moment de conquérir l’Ionie, Cyrus est représenté
comme ignorant tout des Lacédémoniens75, pourtant issus de la plus puissante cité
grecque européenne de l’époque, qui avait été en même temps la patrie d’Hélène et
de Tyndare.
Qu’en est-il de la généalogie entre Troyens et Perses? S’il est certain que la
guerre de Troie apparaît, par analogie, comme l’expression de l’affrontement entre
deux mondes distincts (Grecs d’Europe et barbares d’Asie), la filiation entre Troyens
et Perses n’est aucunement affirmée ni supposée: l’historien, on l’a vu, éprouve le
besoin de préciser le point de vue achéménide selon lequel l’Asie appartient aux
Perses, qui, par conséquent, reprennent à leur compte les traditions relatives à ce
territoire76.
Au total, cette filiation n’intéressait guère Hérodote, étant donné son choix de
l’histoire récente77. Et la chose est encore plus vraie de Thucydide, qui non seulement
refusa d’assimiler les Troyens à des barbares, mais qui restreignit le champ de ses
recherches, de manière plus radicale qu’Hérodote, à l’histoire strictement
contemporaine.

73
Ou{tw me;n Pevrsai levgousi genevsqai, kai; dia; th;n jIlivou a{lwsin euJrivskousi sfivsi ejou'san th;n ajrch;n
th'" e[cqrh" th'" ej" tou;v" }Ev llhna" (I 5.1).
74
ISOCR., Panég. 158, déjà évoqué supra (introduction et I.3).
75
I 153.1.v
76
I 4.4: th;n ga;r jAsivhn kai; ta; ejnoikevonta e[qnea bavrbara oijkhiountai oiJ Pevrsai, th;n de; Eujrwvphn kai;
to; JEllhniko;n h{ghntai kecwrivsqai et IX, 116 (épisode du sanctuaire de Protésilas évoqué supra).
77
I 5.

91
DOMINIQUE LENFANT

Tel ne fut pas le cas de Ctésias qui, dans ses Persica, entreprit de raconter l’histoire
du Proche-Orient avant l’empire perse et avant même la domination mède: remontant
dans le passé le plus lointain, il fut conduit à y situer la guerre de Troie78 . C’est même
le seul événement qu’il ait retenu pour la douzaine de siècles qui séparent le règne de
Ninyas, fils de Sémiramis, de celui de Sardanapale: c’est donc quasiment le seul fait
qui ne soit pas lié à la mise en place de l’empire assyrien ou à sa chute.
Ctésias donnait les Troyens pour les sujets des Assyriens79 . C’était assurément
une représentation fantaisiste, ne serait-ce que parce que l’empire assyrien n’alla jamais
jusqu’à englober la Troade. Mais elle était parfaitement cohérente à l’intérieur du
récit de Ctésias, qui imaginait l’empire assyrien à l’image de l’empire perse de son
temps, notamment du point de vue de son étendue géographique80 . De fait, les

78
FGrHist 688 F1b §22 (DIOD., II 22.1-5):
(1) Ta; d ojnovmata pavnta tw'n basilevwn kai; to; plhqo" tw'n ejtw'n w|n e{kasto" ejbasivleusen ouj katepeivgei
gravfein dia; to; mhde;n uJpæ aujtwn pepra'cqai mnhvmh" a[xion: movnh ga;r tevteucen ajnagrafh'" hJ pemfqei'sa
summaciva toi'" Trwsi;n uJpo; Assurivwn, h|" ejstrathvgei Mevmnwn oJ Tiqwnou'.
(2) Teutavmou ga;r basileuvonto" th'" ’Asiva", o}" h\n eijkosto;" ajpo; Ninuvou tou' Semiravmido", fasi; tou;" metæ
jAgamevmnono" }Ev llhna" ejpi; Troivan strateu'sai, th;n hJgemonivan ejcovntwn th'" jAsiva" jAssurivwn e[th pleivw
tw'n cilivwn: kai; to;n me;n Privamon barunovmenon tw' polevmw/ kai; basileuvontath'" Trw/a-vdo", uJphvkoon ddæ o[nta
tw
tw' basilei
basilei' tw
tw'n jAssurivwnn, pevmyai pro;" aujto;n presbeuta;" peri; bohqeiva":to;n de Teuvtamon murivou"“ me;n
Aijqivopa"“, a[llou" de; tosouvtou" Sousianou;" su;n a{rmasi diakosivoi"“ejxaposteilai, strathgo;n katasthvsanta
Mevmnona to;n Tiqwnou'. (3) kai; to;n me;n Tiqwno;n kat ejkeivnou" tou;" crovnou" th th'" Persivdo" o[nta strathgo;n
eujdokimei'n para; tw /basilei mavlista twn kaqestamevnwn ejpavrcwn, to;n de; Mevmnona th;n hJlikivan ajkmavzonta
diafevrein ajndreiva`/ te kai; yuch`" lamprovthti: oijkodomhsai dæ aujto;n ejpi; th'" a[kra" ta; ejn Souvsoi" basivleia
ta; dia meivnantamevcri th'" Persw'n hJgemoniva", klhqevnta dæ ajp ejkeivnou Memnovneia: kataskeuavsai de; kai; dia;
th" cwvra" lewfovron oJdo;n th;n mevcri tw'n nu'n crovnwn ojnomazomevnhn Memnovneian.… (5) toi'" Trwsi; levgetai
bohqh'sai to;n Mevmnona meta dismurivwn me;n pezwn, aJrmavtwn de; diakosiv-wn, o}n qaumasqh'nai te di ajndreivan
kai; pollou;" ajnelein ejn tai" mavcai" twn Ellhvnwn, to; de teleutai on uJpo; Qettalw'n ejnedreuqevnta katasfaghnai:
tou de; swvmato" tou;" Aijqivopa" ejgkra-tei'" genomevnou" katakausaiv te to;n nekro;nkai ta; ojsta pro;" Tiqwno;n
ajpokomivsai. peri; me;no u\nMevmnono" toiau't ejn tai'" basilikai'" ajnagrafai'" iJstoreisqaiv fasin oiJ bavrbaroi.
“(1) Il n”est pas absolument nécessaire de noter le nom de tous les rois ni le nombre d’années de leurs règnes
respectifs, puisqu’ils n’ont rien fait de mémorable. En effet, le seul événement qui ait été consigné est l’envoi par les
Assyriens aux Troyens d’un contingent allié commandé par Memnon fils de Tithonos. (2) En effet, alors que sur
l’Asie régnait Teutamos, qui était le vingtième successeur de Ninyas, fils de Sémiramis, on dit que les Grecs
accompagnant Agamemnon firent une expédition contre Troie, à une époque où les Assyriens avaient la domination
de l’Asie depuis plus de mille ans. Priam, accablé par la guerre et régnant en Troade, mais assujetti au roi des Assyriens,
dépêcha auprès de lui des ambassadeurs pour demander de l’aide. Teutamos envoya dix mille Ethiopiens et autant de
Susiens avec deux cents chars, après avoir nommé général Memnon fils de Tithonos. (3) Tithonos, qui était à cette
époque le général responsable de la Perse, était à la cour du roi le plus estimé des gouverneurs en place, tandis que
Memnon, qui était dans la force de l’âge, se distinguait par son courage et sa vaillance éclatante. Il construisit dans la
citadelle le palais royal de Suse, qui subsista jusqu’à la domination perse et qui fut appelé, d’après son nom, Memnoneia.
Il fit aussi aménager à travers le pays une grande route qu’on appelle encore aujourd’hui Memnoneia. (...)
(5) On dit que Memnon vint en aide aux Troyens avec vingt mille fantassins et deux cents chars. On l’admira
pour son courage, il tua beaucoup de Grecs au cours des combats, mais fut finalement pris dans une embuscade et
égorgé par des Thessaliens. Les Ethiopiens recouvrèrent son corps, incinérèrent le cadavre et rapportèrent les ossements
à Tithonos. Voilà donc, d’après les barbares, ce qui est dit de Memnon dans les registres royaux”. Sur ce passage, on
pourra se reporter au commentaire détaillé de BONCQUET, J. (1987): 132-138.
79
F1b §2,3 et 22,2 (cité note précédente).
80
Cf. LENFANT, D. (sous presse).

92
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

Assyriens apparaissent, dans les Persica, comme les ancêtres politiques des Perses:
ils viennent en aide aux Troyens attaqués par les Grecs, comme le feraient les Perses
du temps de Ctésias. L’historien établit donc une quasi-filiation entre Troyens et
Assyriens, d’une part, et Perses achéménides, de l’autre81. De plus, le contingent
envoyé en renfort par les Assyriens est commandé par Memnon, héros à demi troyen82,
qui est en même temps donné pour le fils du général responsable de la Perse. Cela
contribue à rassembler dans un même camp les Perses et les Troyens.
Cette filiation entre Troyens et Perses est cependant beaucoup plus lâche que
celle qui fut suggérée peu après par un orateur politique comme Isocrate83. Chez ce
dernier, on l’a vu, les Troyens apparaissent si bien comme les ancêtres des Perses que
la prise de Troie fait figure de malheur pour les Perses. Chez Ctésias, en revanche, les
Assyriens sont donnés pour les prédécesseurs des Perses, à la tête d’un empire dont
les Troyens sont les sujets. La filiation est donc plus indirecte et plus symbolique que
généalogique.
Surtout, elle exerce une autre fonction que chez l’orateur, spécifiquement liée
aux objectifs de l’historien. Ctésias n’entend pas suggérer la pérennité d’un
affrontement des Grecs avec les Perses et leurs ancêtres: au contraire, l’une des
originalités de ses Persica était précisément de ne pas accorder une place centrale
aux relations entre Grecs et Perses. L’intérêt du rapprochement avec les Troyens est,
en fait, d’établir un rapport synchronique entre l’Est et l’Ouest (entre le passé archaïque
des Grecs et celui des Asiatiques), mais aussi d’inscrire les Troyens dans la diachronie

81
C’est sans doute à Ctésias que remontent les données de Platon et de Céphalion, quand ils mentionnent cette
même expédition de secours des Assyriens aux Troyens. On lit ainsi, dans les Lois (III 685 c-d): oiJ peri; to; [Ilion
oijkou'nte" tovte, pisteuvonte" th'/ tw'n jAssurivwn dunavmei th'/ peri; Ni'non genomevnh/, qrasunovmenoi to;n povlemon
h[geiran to;n ejpi; Troivan. h\n ga;r e[ti to; th'" ajrch'" ejkeivnh" sch'ma to; sw/zovmenon ouj smikrovn: kaqavper nu'n to;n
mevgan basileva fobouvmeqa hJmei'", kai tovte ejkeivnhn th;n sustaqei'san suvntaxin ejdevdisan oiJ tovte. mevga ga;r
e[gklhma pro;" aujtou;" hJ th'" Troiva" a{lwsi" to; deuvteron ejgegovnei. th'" ajrch'" ga;r th'" ejkeivnwn h\n movrion.
«jadis les habitants du territoire d’Ilion, confiants dans la puissance des Assyriens, qui siégeait dans la région de
Ninive, avaient, par leur arrogance, provoqué la guerre de Troie. Car ce qui subsistait encore du prestige de cet
empire n’était pas peu de chose: tout comme aujourd’hui nous autres nous redoutons le Grand Roi, les gens de ce
temps-là craignaient cet ensemble composite. Effectivement, cela avait été un grief puissant à l’égard [des Grecs] que
la seconde prise de Troie, car cette dernière faisait partie de l’empire [assyrien]». On voit qu’Ilion est censée avoir fait
partie de l’empire assyrien et qu’elle aurait tiré son arrogance de l’assurance de son soutien; les Assyriens sont
comparés aux Perses pour la crainte qu’ils inspirent aux Grecs; et la défaite des Troyens est censée constituer un grief
des Assyriens envers les Grecs.
Céphalion, cité par Eusèbe (Chronique p. 30 Karst = FGrHist 93 F1a p. 441-442), proposait un récit plus
détaillé et citait même une lettre dans laquelle Priam demandait de l’aide à Teutamos.
82
Memnon, fils de la déesse Eôs et du Troyen Tithonos (frère de Priam), était à demi troyen. Il était le héros du
poème épique de l’Ethiopide, qui contait ses exploits à Troie où, roi des Ethiopiens (alors localisés dans un Orient
extrême), il était venu au secours des Troyens. Mais, à la suite des guerres médiques, Eschyle fit de sa mère une
Kissienne (STR., XV 3.2) et, désormais, la figure de Memnon fut souvent rattachée à Suse, la capitale élamite de
l’empire perse (cf. HDT., V 53-54, VII 151; CTESIAS, F1b §22,3; autres références dans PLEY, J. [1931] col. 646-
7). J. PLEY suppose que Memnon fut, en fait, confondu avec une figure asiatique dont le nom était proche (col. 647).
Sur Memnon, cf. PLEY, J. (1931). Sur la manière dont les Grecs l’ont, tout comme d’autres figures mythologiques,
mis en rapport avec les Perses, cf. aussi GEORGES, P. (1994): 48-49 et n. 1, 267.
83
Sur les rapports entre Ctésias et Isocrate, cf. LENFANT, D. (2001): 429-430.

93
DOMINIQUE LENFANT

orientale, en les situant par rapport aux Assyriens. Plus exactement, sous couleur de
situer les Troyens par rapport aux Assyriens, Ctésias vise bien plutôt à rattacher son
histoire d’Assyrie au cadre plus familier de la guerre de Troie: en se référant aux
Troyens, il cherche en fait à authentifier son histoire ancienne de l’Orient84.

***

Au total, il n’y a donc pas de divorce complet entre discours politiques et discours
historiques: Troyens et Perses y apparaissent comme deux ennemis historiques, les
premiers sont généralement assimilés à des barbares et l’analogie entre les uns et les
autres sert à mieux exalter les vainqueurs grecs. Notons aussi que, dans un cas comme
dans l’autre, il convient de ne pas s’exagérer l’usage de ces parallèles, qui demeurent
somme toute limités. On observe néanmoins, chez les historiens, des nuances qui leur
sont propres: un usage réduit de la métaphore et une certaine réserve envers les
confusions et filiations simplistes. Les Trôika sont rejetés au second plan, pour des
raisons épistémologiques et idéologiques à la fois: plus proches, plus propices à une
enquête historique, les guerres médiques se sont peu à peu élevées à la grandeur de
l’exploit héroïque. Et le rapport de filiation, quand il existe, remplit d’autres fonctions,
comme d’emporter l’adhésion du lecteur à un récit plus ample. En définitive, si les
analogies et filiations entre les Troyens et les Perses ne sont pas absentes des récits
d’historiens, elles y demeurent plus effacées et jamais elles n’y virent à l’amalgame.

84
Mais Ctésias éprouve le besoin d’authentifier ce rapprochement lui-même, en se référant de manière suspecte
à l’usage indirect de registres royaux (basilikai anagraphai). Cf. EAD. (sous presse).

94
L´amalgame entre les Perses et las Troyens chez les grecs de l´époque classique

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96
The Trojan War in Italy: Myth and Local Tradition

THE TROJAN WAR IN ITALY: MYTH AND LOCAL


TRADITION

ANDREW ERSKINE
DEPARTAMENT OF CLASSICS
National University of Ireland Galway

Philoctetes and Italian Tradition

Philoctetes is famous for being the owner of the bow and arrows of Heracles
and for spending the Trojan War on the island of Lemnos nursing a snakebite. Only in
the last year of the war was he recalled to action when a captured Trojan seer revealed
that Troy would not fall unless Philoctetes was present with the Greek forces. He is
mentioned briefly in the Iliad and even more briefly in the Odyssey; Aeschylus,
Sophocles and Euripides all wrote plays about him although it is only the Philoctetes
of Sophocles that survives today. It is easy to see figures of myth such as Philoctetes
as inhabiting some separate, other world, which contains the interlocking tales of
Greek mythology. For us they can be pinned down in classical and mythological
dictionaries, which collect their stories and note variants as if these are somehow
deviations from an original. In the case of Philoctetes dictionaries will conclude that
although Homer’s Odyssey 3.190 tells us that he reached home safely after the Trojan
War there are other accounts that bring him to South Italy1. Yet, in many ways the
variants are the essence of ancient myth. There is no one myth of Philoctetes, no
smooth linear narrative.
Once we look at South Italy we see Philoctetes start to fragment, but at the same
time paradoxically take on a solidity that he did not previously have. How his arrival
in the region was explained is not clear, perhaps that he was a victim of a political
dispute in his Thessalian home town, but once there he is said to have founded Thurii
and a number of fairly obscure cities, Crimissa, Petelia, and Macalla. As a founder he

1
Cf. OCD3 s.v. “Philoctetes”: ‘some later accounts say’, or the Kleine Pauly s.v. “Philoktetes”: ‘Größe
abweichungen bei ….’
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 97-107

97
ANDREW ERSKINE

would be a vital part of local tradition, very likely the recipient of cult. In each of
these cities stories are told about him, objects and places are associated with him, and
there is no little competition as each claims Philoctetes for itself. The people of both
Thurii and Macalla could point out his tomb and no doubt each poured scorn on the
pretensions of the other. But it was not only tombs that these cities claimed. There
was one particular object associated with Philoctetes, the arrows of Heracles, which
gave him his famed skill at archery, and these were especially desirable relics for a
city to possess. According to the author of the De mirabilibus auscultationibus
Philoctetes had originally dedicated these arrows in the sanctuary of Apollo Alaeus at
Macalla but the people of Croton took them from there and offered them to their own
temple of Apollo. But these were much-prized arrows, and Justin records that they
were on display in the temple of Apollo at Thurii. There is good reason to think too
that they were in the temple of Apollo Alaeus at Crimissa which Philoctetes was said
to have established. This may all be very confusing but the important point is that all
of these cities founded by Philoctetes had some further Philoctetes claim to go along
with the foundation, whether it was his tomb or his archery set. Scholars can sometimes
feel pain at this proliferation of inconsistent stories and try to explain them away by
means of war, or theft, or changes in political control. A more satisfactory explanation,
to my mind, would be to say that the stories are themselves a consequence of the
power of heroic myth amongst the competing cities of South Italy2.
Philoctetes exemplifies a more general occurrence. Southern Italy was a region
alive with Homeric heroes, who had somehow gone astray on their way home from
the war or had merely found life at home not what they had expected. The proof of
their presence in the West was all around; they had founded cities, there were cults of
them, local landmarks were associated with them, they had left precious objects in
temples3. I could without difficulty have taken a different hero as an opening example,
such as Epeius, builder of the Wooden Horse. He is credited with founding the cities
of Lagaria, Metapontum and further north Pisa, and the tools he used to build the
famous horse were on display in at least two temples of Athena, one in Lagaria and
another at Metapontum4 . Objects such as these acted as material evidence to confirm
and reinforce local tradition, and from our perspective they provide valuable evidence
that these traditions were indeed local. Myth was very much a living presence in the
cities of Italy - and of the Greek world.
Determining the chronology of such stories is problematic, as specific evidence
can be late, but it seems likely that stories bringing heroes from the Trojan War

2
STR., VI 1.3; 2.5, STEPH. BYZ., s.v. Macalla, LYCOPH., 911-29 with schol. on 911, [ARIST.] Mir. ausc.,
107, IUSTIN, XX 1.16, Etym. Magn. 58.4; BÉRARD, J. (1957): 343-50; GIANNELLI, G. (1963): 162-7; MALKIN,
I. (1998): 214-26.
3
For cults and relics, note especially the material collected in PFISTER, F. (1909-12) and BOARDMAN, J.
(2002); on Trojans, ERSKINE, A. (2001): 93-127.
4
IUSTIN, XX 2.1, LYCOPH., 930-50, [ARIST.] Mir. ausc. 108, STR. VI 1.14; ERSKINE, A. (1998): 135-6;
for an alternative interpretation, MALKIN, I. (1998): 213-14.

98
The Trojan War in Italy: Myth and Local Tradition

westwards developed out of the process of colonization in the eighth and seventh
centuries BC. The new Greek immigrants looked to the heroic past to supply themselves
with antecedents in an otherwise alien environment -it was reassuring for them to
know that Odysseus, Menelaus, Philoctetes, Epeius, and Diomedes had visited the
area and it gave them an argument to legitimate their possession of this new territory
in the present. Perhaps it began with the pointing out of graves, and later as the stories
came to be part of the local community so other features such as the temple dedications
were incorporated. It may be no coincidence that the earliest evidence for Homer’s
Iliad is from Italy, an eighth-century BC cup found on the site of the early Greek
settlement of Pithekoussai on Ischia in the Bay of Naples. It carries an inscription that
appears to allude to the cup used by Nestor in the Iliad. Such a cup would have been
part of a world in which the Homeric past was a living, tangible past5. The stories
would have become crucial elements of civic identity, which would have been one
reason why they persisted and developed - and it is important to be aware that they
were not static but constantly changing with the needs of the community.

Heroes on the move

This phenomenon of wandering heroes is not limited to Italy; it is to be found


throughout the Greek Mediterranean and it is worth pausing to consider its development
before going on to explore the particular circumstances of Italy. Heracles is the most
famous wanderer, found as far afield as Spain and Scythia6; Jason and the Argonauts
were particularly associated with the Black Sea; the Greeks returning from the Trojan
War have their most intense presence in the West but Menelaus is also recorded in
North Africa, and then there is a scattering of Trojans, notably Aeneas, again
predominantly found in the West.
These wandering stories snake out of a Greek core, linking the whole Mediterranean
with Greece’s heroic past7. They did not function solely as entertainment, but were part
of the Greek engagement with the non-Greek world which surrounded them. They
were important for the Greek understanding of and relationship with this unfamiliar
environment into which the Greeks moved as they colonized8. These mythological
travelling stories were a form of colonisation with the mind, overlapping with the process
of colonisation itself. Both wandering heroes and colonists tended to visit the same
regions, the Black Sea, North Africa, Sicily, South Italy.
The myths were an attempt to comprehend and make safe an alien, potentially
threatening, environment. They were in a sense myths of exploration, mapping out

5
RIDGWAY, D. (1996), HOM., Il. 9.628-43.
6
BAYET, J. (1926): 9-124; BÉRARD, J. (1957): 402-17; LACROIX, L. (1974); HARTOG, F. (1988): 22-7.
7
Cf. BICKERMAN, E.J. (1952).
8
MALKIN, I. (1994), (1998); MOREAU, A. (1994): 157-72; BRAUND, D. (1994): 8-39; DENCH, E. (1995):
33-8; ERSKINE, A. (2001): 131-43.

99
ANDREW ERSKINE

the unknown by reference to the known and drawing it into the Greek world. When
Greeks visited these peripheral areas, whether through colonisation or trade, they
could be comforted by the knowledge that they were not the first Greeks to have
visited. The wanderers of myth had preceded them, leaving evidence of their travels
behind. This may be simply the very fact that the tradition said that they went there or
it may be more specific. They may have marked the land with a name or a building or
some other memorial. Heracles’ visit to Sicily left ‘undying memorials of his presence’
in the territory of Leontini, according to Diodorus, and elsewhere he excavated a lake
bearing his name9. Libya had the port of Menelaus; Odysseus built a sanctuary of
Athena on the Cape of Sorrento; Armenia was named after the Argonaut Armenos10.
This mythological interpretation of the landscape made it less alien and less
inhospitable, but the non-Greek peoples themselves were also woven into this mythical
web with similar effect. Often they were the result of the wanderers’ sexual relations
with natives. Heracles left a good spread of offspring around the Mediterranean, the
ancestors of various peoples later to be encountered by Greek colonists. His liaison
with Echidna, the half-woman, half-viper, produced Scythes, forefather of the
Scythians. Such a monstrous mother helps to account for the particularly barbaric
Scythians. The colonial perspective is unmistakeable here and Herodotus specifically
says that this is the story told by the Black Sea Greeks; the Scythians had their own
account of their origins, one that did not include Heracles11. In Lydia Heracles fathered
the Heraclid dynasty of kings at Sardis, which lasted until Candaules was overthrown
by Gyges12. Odysseus and Circe were active as parents in central Italy; included at
various times among their children were Latinus, Auson, Rhomos, Anteias, and
Ardeias, all of whom subsequently gave their names to Italian cities and peoples13.
Jason was said to have been the ancestor of people such as the Albani around Colchis14.
Diomedes was the founder of cities in Apulia, and the Trojans were considered to
have been the ancestors of peoples in Sicily, Sardinia and Italy15.
These myths also performed a justificatory role. The earlier mythological presence
could justify Greek occupation of this land, although such stories were more likely to
convince the Greeks themselves than the native populations. Ancestral possession
was always felt by Greeks to be a powerful argument in territorial disputes, whether
it was to defend existing territory or to legitimate any extension. Thus, when territory

9
D.S., IV 23.4-24.6; MALKIN, I. (1994): 208; cf. also D.H. Ant. Rom. 1.38-44 on Heracles’ travels.
10
Menelaos: HDT., IV 169, MALKIN, I. (1994): 48-57; Odysseus: STR., V 4.8; Armenos: STR., XI 4.8; 14.12.
11
HDT., IV 5-7; 9-10; 102, HARTOG, F. (1988): 22-7. On Echidna: HES., Theog. 295-305, RE 5.2, s.v.
“Echidna”.
12
HDT., I 7.4, APOLLOD., II 7.8, SUIDAS, s.v. Alkaios; MATTHEWS, V.J. (1974): 96-9; GEORGES, P.
(1994): 3, 22-3.
13
Latinus: HES., Theog. 1011-6 ; Auson: SERV., on Aen 8.838; Rhomos, Anteias, Ardeias: D.H.., Ant. Rom.
1.72.5, citing Xenagoras (FGrH, 240F29); on all children of Odysseus and Circe in this area, WISEMAN, T. (1995):
45-50.
14
PLIN., nat. 6.38.
15
For Diomedes and Apulia, see below; for Trojans, ERSKINE, A. (2001): 135-6; PERRET, J. (1942).

100
The Trojan War in Italy: Myth and Local Tradition

lay outside the familiar Greek world, mythical ancestors could provide a convenient
precedent. The Spartans, for instance, could use the achievements of their ancestor
Heracles to justify the acquisition of land in Sicily. The Spartan Dorieus was advised
to lead a colony there on the grounds that ‘the whole country of Eryx belonged to the
Heraclids, since it had originally been acquired by Heracles himself’16.

Adopting a Greek Past

Myth therefore gave migrant Greeks in Italy roots in their new territories and
became a central element of local tradition. That Greeks should value the heroic past
is not especially surprising, but what is less expected is that their non-Greeks
neighbours apparently behaved in a similar manner and adopted stories told by Greeks
as their own. Famously Trojan War mythology was taken over by the Romans, who
claimed descent from the Trojan escapee Aeneas through Romulus. Too often the
Trojan origins of Rome are seen out of context. The importance of that city means
that attention focuses on Rome itself and the development of the myth there - the
nuances of every sliver of evidence are teased out but the broader picture is lost. Yet,
Rome is but one of many native Italian cities and peoples that took over some aspect
of the Trojan myth, proclaiming descent from heroes on either side of the conflict.
Whether those heroes were Achaean or Trojan was less important than the chance to
share in the Greek heroic past. The example of Rome becomes easier to understand if
it is seen within the wider context of the interaction between Greeks and non-Greeks
in Italy, but because it is better documented it can also throw light on the more gene-
ral phenomenon of the adoption of Greek mythological pasts by native Italian
communities.
In what follows I will begin by looking at the adoption of Greek heroes in the
Apulian region of Daunia, then moving further north to the small town of Circeii.
These examples allow us to gain some insight into the way the heroes of Greek myth
were appropriated and used in non-Greek communities but at the same time they also
serve to highlight problems of interpretation. Then I will take Rome as a case study
that may go some way to resolving these problems.
Apulia’s position in south-west Italy just above the Greek cities of the Gulf of
Tarentum brought it into early contact with Greek culture. In the region known to the
Greeks as Daunia a number of figures from Greek myth seem to have become part of
local native tradition, the most prominent of whom was Diomedes. This Greek hero
from the Trojan War had had a relatively untroubled return passage to Argos but on
finding that his marriage had suffered during his absence, he sought refuge in Italy at
the kingdom of Daunos; note here how Greeks have introduced an eponymous king.

16
HDT., V 43; MALKIN, I. (1994): 203-18.

101
ANDREW ERSKINE

There are several versions of Diomedes’ adventures, but what interests me in this
paper is the way they seem to have become incorporated into local tradition. Diomedes
is named as the founder of several cities, including Arpi and Canusium. Elsewhere
relics were to be found; the temple of Athena at Luceria not only had votive offerings
dedicated by Diomedes, it also had the Palladium stolen by Diomedes from Troy; an
unidentified temple which may be this same one was said to have bronze armour and
weapons dedicated by Diomedes and his companions17. Daunia’s heroic past, however,
contained more than Diomedes and his crew; it also boasted sanctuaries and graves
of the famous seer Kalchas and of Podaleiros, the son of Asklepios18. Nor was this all.
Those ubiquitous Trojan women burnt their boats in the area, a story found in several
parts of Italy, for instance near Croton and again near Pisa; whether the appearance of
the women here is longstanding or a side-effect of the Roman colony at Luceria in the
late fourth century is unknown19. This influence may extend to the present day; some
18 km from the modern town of Lucera there is the curiously named town of Troia.
Further north in central Italy there is another case of an Italian people adopting
a Greek myth. It comes from the small town of Circeii on the southern edge of Latium.
This was reputed to have been the former home of the sorceress Circe, where Odysseus
and his men stayed for a year. The town had a temple of Circe, in which was stored a
bowl that had once belonged to Odysseus. It made no claim to have the tomb of
Odysseus but it did show off the grave of one of his companions, Elpenor, who was
said to have fallen off a roof as they were leaving. This tomb was already known in
mainland Greece by the late fourth century BC when Theophrastus mentions the
myrtle growing on it in his History of Plants20. The tradition that Odysseus’ encounter
with Circe took place in central Italy dates back at least to the sixth century BC, when
he and Circe are named as the parents of Latinus in some lines at the end of the
Theogony21.
What we find among the non-Greek peoples of Daunia and Circeii is strikingly
similar to the Greek cities I discussed at the beginning. There are Greek myths and
heroes, given substance within the community not only by means of stories but also
through tombs, sacred objects and relics. But what we do not know, however, is how
firmly entrenched these traditions were in the native imagination. For not only are the
myths Greek but the conceptualisation is almost wholly Greek. The sources that report

17
Founder: LYCOPH., 592-632 with scholia, STR., VI 3.9; relics: STR., VI 1.14; 3.9, [ARIST.], Mir. Ausc.
109; BÉRARD, J. (1957): 368-76; GANTZ, T. (1993): 699-700; MALKIN, I. (1998): 234-57; RE 5 s.v. “Diomedes”
820-3.
18
STR., VI 3.9, LYCOPH., 1047-66; BÉRARD, J. (1957): 376-8.
19
[ARIST.], Mir. Ausc. 109; Croton: STR., VI 1.12; Pisa: SERVIUS, on Aen. 10.179; cf. also the women on the
Thracian coast, STR., 7, frag. 25; for Strabo’s frustration at the multiplicity of these stories, STR., VI 1.14. TORELLI,
M. (1999): 95-7 emphasises the Trojan character of Luceria.
20
STR., VI 3.6, THEOPHR., HP 5.8.3; PLIN., nat. 15.119; CIC., Nat.D. 3.48; BRAUND, D. (1994): 19-20;
WISEMAN, T. (1995): 45-50; AMPOLO, C. (1994).
21
HES., Theog. 1011-16.

102
The Trojan War in Italy: Myth and Local Tradition

them are predominantly Greek; they include texts such as Lycophron’s enigmatic
prophecy poem voiced by Cassandra, Strabo’s Geography, and the de mirabilibus
auscultationibus once attributed to Aristotle22. All these are interpreting the world of
south and central Italy within a Greek cultural framework. To get a fuller picture we
need to be able to supplement this outsider’s perspective with some internal evidence,
but here difficulties arise. The reports of temples, tombs, and relics may appear to
confirm these Greek observations of the native population but we cannot ignore fact
that we lack direct evidence for what the native Daunians had to say about all this.
Material culture might provide an alternative perspective; there is a familiarity with
Greek culture, and the presence of Greek vases in Daunia at least could be used to
argue an awareness of Greek myth, and occasionally there are locally-produced
imitations that do show mythical scenes. But knowing about Greek myths is rather
different from incorporating them into local tradition.

Rome: a Case Study

Here Rome may be able to offer some assistance. As the most well-known
example of an Italian state or people adopting a Greek interpretation of the past, it can
offer a case study in how such a myth might have been used. An important aspect of
the Roman example is that there survives an outsider’s and an insider’s perspective.
The story of Rome’s Trojan ancestry is recorded in both Greek and Latin23. This
allows the opportunity to explore the myth from both sides and to see the role that the
Trojan past played within Rome; this may enable us to gain a greater insight into the
other examples where only the external viewpoint survives.
First, it is useful to consider the central Italian context. Rome’s Trojan past was
not unique in this region; it was part of a broader set of Trojan traditions in Latium as
a whole, which were especially pronounced at Lavinium to the south of Rome.
Lavinium was said to have been founded by Aeneas and some sources put his death
and even his tomb there. Dionysius of Halicarnassus appears to have seen a heroon,
or hero-shrine, of Aeneas there, though he was not especially impressed: ‘it is a small
tumulus, not large, surrounded by a row of trees which are worth seeing’. Significantly,
Dionysius adds that there were some who believed it to be the heroon of Anchises,
the father of Aeneas24. The identity of shrines, tombs, and relics was evidently matters
of interpretation, even in antiquity. Nonetheless, that has not stopped archaeologists

22
For the De mirabilibus auscultationibus note the recent Italian translation and commentary by VANOTTI,
G. (1997).
23
Discussed in detail in ERSKINE, A. (2001); a useful survey of the evidence in CORNELL, T.J. (1995): 63-8.
24
Aeneas as founder: D.H.., Ant. Rom. 1.59; PLUT., Cor. 29.2; OGR 12.4; LIV., I 1.10; IUSTIN, XLIII 1.12;
cf. LYCOPH., Alex. 1259-60; VAL. MAX., I 8.7; VARRO, LL 5.144; death and tomb: D.H., Ant. Rom. 1.59; LIV., I
2.6; OGR 14.4; Schol. Veron. on Aen. 1.259.

103
ANDREW ERSKINE

hailing the discovery of a seventh century tomb near Lavinium as the heroon described
by Dionysius25. Trojan Lavinium appeared too in the work of the third century Sicilian
historian Timaeus, who seems to have visited the town. He reported conversations
with local residents about the sacred objects that were protected in their sanctuary.
These included, he was told, ‘a Trojan earthenware vessel’, keramos troikos26. Again
the evidence is Greek, but a notable exception is a bronze dedicatory plaque of the
sixth century BC, which comes from the excavation of the Thirteen Altars; it is
inscribed in archaic Latin to the Greek heroes Castor and Pollux and so provides
internal evidence for the presence of Greek cult in early Latium27. Whether the Trojan
myth reached Rome through Lavinium or both Rome and Lavianium reflect a more
general sense of a Trojan past in Latium as a whole is unclear.
Scholars have often assumed that Troy was an essential feature of Roman self-
identity during the Republic; Elias Bickerman, for instance, could call it ‘an article of
the Roman national creed’28. This conclusion, however, has been reached by merging
the insider and outsider perspectives, the Greek and the Roman. If we separate these
two, we can see that it is only with the rise to power of the Iulii, a family claiming
descent from Aeneas himself, that Troy becomes central to the Roman state -and that
state is the Augustan state. It is the Augustan emphasis on the myth that has shaped
the way we think about its place in the Roman self-image. What is striking is the
neglect of Rome’s Trojan past in the surviving Latin literature of the Republic and the
contrasting high profile of Romulus as founder29. This is not to say that it was absent.
There was a tradition for Vergil to build on in his Aeneid, there were noble families
who at some point did claim Troy for themselves, and the Romans, like the people of
Lavinium, did have their own Trojan relic, the Palladium, in the safekeeping of the
temple of Vesta30.
Yet, to take one example from Republican Latin literature, in all the writings of
Cicero, which covered so many genres, there is only one explicit reference to Rome’s
Trojan past and that is in a speech against Verres. The Segestans of Sicily, Cicero says
here, felt a particular affinity with the Romans because of shared Trojan ancestry31.
This is revealing and can be observed elsewhere in our evidence, though more usually
our Greek evidence. Troy features where there is interaction between Rome and an
outsider. Consequently it features in diplomatic exchanges between Romans and
Greeks. When the people of Lampsacus in the Troad approach the Romans in the
early second century BC, they invoke shared ancestry as the inscription honouring

25
SOMMELLA, P. (1974); HOLLOWAY, R.R. (1994): 135-8; the identification is vigorously rejected by
CORNELL, T.J. (1977) and POUCET, J. (1983).
26
Timaeus in D.H., Ant. Rom. 1.67.4 (FGrH, 566F59).
27
ILLRP 1271a.
28
BICKERMAN, E.J. (1952): 67.
29
ERSKINE, A. (2001): 15-36.
30
Families: ibid.: 21-2; Palladium: CIC., Scaur. 48, Phil. 11.24; LIV., XXVI 27.14.
31
CIC., IIVerr. 4.72.

104
The Trojan War in Italy: Myth and Local Tradition

their ambassador testifies. At about the same time the Roman commander T. Quinctius
Flamininus makes a dedication of some shields and a gold wreath at Delphi, to which
two verse inscriptions are added; one read: ‘it is fitting, son of Leto, that this golden
crown, which is given by the great commander of the descendants of Aeneas, should
sit on your ambrosial locks. Apollo grant to the divine Titus the glory due to his
prowess’. What role Flamininus had in creating this verse is unknown, but it is clear
that Troy had a place in the context of exchange between Greeks and Romans, one
that both sides were willing to acknowledge32.
Rome’s Trojan ancestry, therefore, is not so much a Roman myth as a shared
myth. In the pre-Augustan period it is in the Roman interaction with Greeks and
things Greek that the story of Aeneas and Rome mostly occurs. It was in this context
that it was meaningful, because it provided Romans and Greeks with a common past
that offered a basis for their relationship in the present.

***

This has, I think, significant consequences for our understanding of the place of
Greeks myths in other local histories in Italy. When the Daunians, the people of Circeii,
or the Lavinians took on a Greek mythological past they were doing so in conjunction
with the Greeks; it allowed both parties to talk to each other and to accept each other
in a setting in which the Greek as coloniser was originally an intruder. But the Roman
example also suggests limits; Greek myth may never have attained the centrality in
native local tradition that it did in the Greek cities of the south. In Apulia Diomedes
was important for the Daunians because he was the intermediary between their world
and the Greeks. He thus became part of the interaction but how much of a separate
existence he had in Daunia itself without that Greek context must be questionable. At
the temple where Diomedes and his companions dedicated their armour and weapons
there were said to have been dogs that were friendly to Greeks. That dogs should be
friendly to Greeks or to anyone is not in itself remarkable but the fact that they are
mentioned at all suggests that the temple was perceived to be more Greek than native
in character. In a similar way Daunian Diomedes represents a Greek-friendly myth33.
The appropriation by non-Greek peoples of Greek myth and its heroes should
be seen in the context of interaction between non-Greek native and Greek intruder.
The myths provided Greeks with a means of making sense of the alien environment
into which they moved. The native population adopted these myths and the Greek
heroic past that went with them, not because it gave them a past that they did not
previously have but because it gave them a past that they could share with the Greek
cities and traders that had appeared along their coast. Thus, for the non-Greek the

32
Lampsacus: SIG3 591; Flamininus: PLUT., Flam. 12.
33
[ARIST.], Mir Ausc. 109.

105
ANDREW ERSKINE

myths are part of an accommodation with the Greek, a coming to terms with the
intruder. At the same time the acceptance of a Greek mythical past by the native
population makes a statement to the Greeks about their willingness to accept or at
least to tolerate the Greek presence. Thus the myth of the Trojan War may originally
have been Greek, celebrated in Greek epic poetry, but in Italy it becomes the property
of Greeks and non-Greeks alike.

106
The Trojan War in Italy: Myth and Local Tradition

BIBLIOGRAPHY

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107
ANDREW ERSKINE

108
Homère et l´hellénisation de la Paphlagonie

HOMÈRE ET L’HELLÉNISATION DE LA PAPHLAGONIE

PIERRE COUNILLON
AUSONIUS
Université Michel de Montaigne-Bordeaux 3

Au chant II de l’Iliade, dans le Catalogue des Forces Troyennes, après avoir nommé
les alliés les plus proches de Troie, Homère vient d’énumérer les Thraces et les
Péoniens de l’Axios. À la suite de notre passage, il énumèrera les Mysiens, les
Phrygiens et les Méoniens. Entre ces populations connues, deux contingents sont
évoqués:

Paflagovnwn dæ hJgeito Pulaimevneo" lavsion kh'r


ejx jEnetw'n, o{qen hJmiovnwn gevno" ajgroteravwn,
oi{ rJa Kuvtwron e[con kai; Shvsamon ajmfenevmonto
ajmfiv te Parqevnion potamo;n kluta; dwvmatæ e[naion
Krw'mnavn tæ Aijgialovn te kai; uJyhlou;" jEruqivnou".
Aujta;r JAlizwvnwn Odivo" kai; jEpivstrofo" h\rcon
thlovqen ejx jAluvbh", o{qen ajrguvrou ejsti; genevqlh1.

Le Catalogue des Forces troyennes a été utilisé depuis l’Antiquité pour retracer
l’histoire des peuples de l’Asie Mineure et donc, dans ce passage, des Paphlagoniens
et des Énètes2 . La place à laquelle ils apparaissent dans l’Iliade ne permet pas de les

1
«Les Paphlagoniens obéissonent à Pylémène au coeur viril. Ils viennent de chez les Énètes, du pays des
mules sauvages. Ce sont les gens de Cytôre et ceux du pays de Sésame, et ceux qui ont leurs illustres demeures sur les
bords du Parthénios, et ceux de Cromne et d’Égiale et de la haute Érythines. Les Alizones ont à leur tête Odios et
Épistrophe. Ils arrivent de la lointaine Alybé, du pays où naît l’argent» (Homère, Iliade, B 851-857). La traduction est
celle de MAZON, P. (1949).
2
Le second contingent, celui des Alizones, plonge depuis l’Antiquité les exégètes dans la perplexité: nul n’a
jamais su où les situer et l’on ne peut donc les utiliser pour localiser la Paphlagonie. Dans leurs recherches, les
exégètes d’Homère en ont fait des Halizônes ou des Alazônes (rattachés par Hécatée à la Mygdonie non loin de
Troie), ou même des Amazônes, cf. WATHELET, P. (1988): 527; 775-776.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 109-122.

109
PIERRE COUNILLON

localiser: ils pourraient tout autant se trouver en Thrace, sur les rives de la Propontide qu’à
l’est de la Mysie et de la Troade, par exemple dans la haute vallée du Sangarios/Sakarya.
La Paphlagonie de l’époque hellénistique se trouve dans le nord-ouest de
l’Anatolie, avec des villes et un fleuve qui, à première vue, paraissent correspondre
au catalogue homérique: le fleuve Parthenios, Amastris (Sèsamos), Erythinoi, Krômna,
Kytôros et Aigialoi3.

j po; Parqenivou e" A


A [ mastrin povlin E J llhnivda stavdioi ejnenhvkonta. o{rmo"
nausivn. E [ nqen eij" Ej ruqivnou" eJxhvkonta. Kai; ajpo; E j ruqivnwn eij" Krw'mnan
a[lloi eJxhvkonta. E
j nqevnde eij" Kuvtw'ron ejnenhvkonta: o{rmo" nausi;n ejn Kutwvrw/.
Kai; ajpo; Kutwvrou eij" Aijgialou;" eJxhvkonta. jE" de; Quvmhna ejnenhvkonta.
Kai; eij" Kavrambin ei[kosi kai; eJkatovn4.

La situation géographique de ces lieux est confirmée par historiens, géographes et


archéologues: le Parthenios est le Bartin Su, Sèsamos est devenue Amastris à l’époque
hellénistique, aujourd’hui Amasra5. Les Erythinoi sont à Çakraz, immanquablement
identifiées par la couleur des deux caps qui encadrent la petite baie; Krômna a été
localisée par une inscription; Kytôros est encore aujourd’hui Kidros6 . Aigialoi, enfin,
est à Cide, seule plaine côtière entre le cap Karambis et Amasra7 .
Cette similitude de noms et de lieux, à quatre siècles d’intervalle, paraît d’autant
plus extraordinaire qu’il y a solution de continuité dans cette région entre le VIIIe s.
a.C. (en admettant ce terminus ante quem pour l’écriture de l’Iliade) et l’apparition
de ces villes dans nos sources. La région où elles sont implantées est une côte
particulièrement difficile d’accès aussi bien par mer que par terre, séparée des bassins
intérieurs par des montagnes presque infranchissables et elle n’a guère fourni aux
Grecs, jusqu’à l’époque hellénistique, plus que quelques échelles sur la route de Sinope:
or Sinope n’est pas fondée avant la fin du VIIe s8. Par quels chemins des noms
préhomériques auraient-ils pu survivre jusqu’au moment où les Grecs auraient fondé
des colonies en ces lieux?

3
ARR., Per.M.Eux. 14.
4
«Du Parthenios à la ville grecque d’Amastris, 90 stades; un mouillage pour les bateaux. De là à Erythinoi,
60. D’Erythinoi à Krômna, encore 60. De là à Kytôros, 90. A Kytôros, un mouillage pour les bateaux. De Kytôros à
Aigialoi, 60. Puis jusqu’à Thymèna 90. Et jusqu’à Karambis, 120».
5
STR., XII 3.10, évoque Amastris…[fondée par ] le synoecisme de quatre établissements (katoikiw'n), Sèsamos,
Kytôron et Krômnè (e[k te Shsavmou kai; Kutwvrou kai; Krwvmnh") qu’Homère mentionne… Aegialos est une longue
côte, de plus de cents stades, avec un village (e[cei de; kai; kwvmhn oJmwvnumon) du même nom mentionné par le poète…
[Certains] allèguent d’autre part qu’Homère a donné le nom d’Érythinoi à ce qu’on appelle aujourd’hui les Erythrinoi
en raison de leur couleur: ce sont deux récifs ( jEruqivnou" de; levgesqaiv fasiv tou;" nu'n E
j ruqrivnou" ajpo; th'" crova'":
duvo dæ eijsi; skovpeloi). Tieion, la quatrième ville concernée par le synoecisme a repris rapidement son indépendance.
6
ROBERT, L. (1980): 146-150.
7
Si l’on cherchait dans l’Iliade un ordre géographique, on trouverait Kytôros, Sèsamos, Parthenios, Krômna,
Aigialos, Erythinoi.
8
IVANTCHIK, A. (1998).

110
Homère et l´hellénisation de la Paphlagonie

Les Grecs du Pont l’ont prétendu, il est vrai. A l’époque hellénistique, ces cités
revendiquaient haut et fort leur héritage, au point que Krômna prétendit être la patrie
d’Homère9 . A l’époque hellénistique, la Paphlagonie aime se retrouver dans le Cata-
logue homérique, et même les rois indigènes frappent monnaie au nom de Pylaiménès.
Cette identification ne doit pas faire illusion: ces liens sont imaginaires, malgré la
légitimité que leur confère Apollonios de Rhodes dans ses Argonautiques en les
mentionnant sur la route des Argonautes vers la Colchide:

Kai; dh; Parqenivoio rJoa;" aJlimurhvento",


prhutavtou potamou', paremevtreon, w|/ e[ni kouvrh
Lhtwiv", a[grhqen o{tæ oujrano;n eijsanabaivnh/,
o}n devma" iJmertoi'sin ajnayuvcei uJdavtessin.
Nukti; dæ e[peitæ a[llhkton ejpiprotevrwse qevonte"
Shvsamon aijpeinouv" te parexenevontæ jEruqivnou",
Krwbivalon Krw'mnavn te kai; uJlhventa Kuvtwron.
[Enqen dæ au\te Kavrambin a{mæ hjelivoio bolh'/sin
gnavmyante", para; Poulu;n e[peitæ h[launon ejretmoi'"
Aijgialo;n provpan h\mar oJmw'" kai; ejpæ h[mati nuvkta10.

La question a été rendue plus complexe par son utilisation dans la querelle sur la
date de pénétration des Grecs dans le Pont-Euxin. Les progrès de l’archéologie rendent
obsolètes la datation par Eusèbe de Césarée des fondations de cités pontiques, et
fixent les débuts de la colonisation du Pont à la seconde moitié du VIIe s. a.C. J’ai
tenté de reconstituer ici les chemins par lesquels les Grecs ont progressivement annexé
la Paphlagonie à l’Iliade.

1. Les Paphlagoniens de l’Iliade

Le contingent paphlagonien de l’Iliade n’a pas en effet une identité aussi affirmée
que d’autres, par exemple le contingent lycien. Les Énètes, «les Élancés», et les
Paphlagoniens, «les Bouillonnants» sont des peuples, ou un peuple et une tribu
particulière. Pylaiménès, au nom bien grec, «le guerrier des portes», présente la

9
ROBERT, L. (1937): 262-267; KALINKA, E. (1933): 60, avait reperé à Tekiönü, dans la montée vers la
forteresse, un Hermes de marbre sans tête, 0,77m x 0,34m x 0,29 cm (épaisseur); au milieu de la face avant des lettres
en caractères de (5,5cm, à l’évidence à l’imitation de lettres de bronze) portaient l’ inscription: O M H R O S
KROMNEUS.
10
«Déjà ils dépassaient le cours du Parthénios, fleuve qui coule tout doucement dans la mer: c’est là que la fille
de Létô, quand, au retour de la chasse, elle remonte au ciel, vient rafraîchir son corps dans ses eaux aimables. La nuit
suivante, sans arrêt, ils poursuivaient leur course en avant: ils dépassaient Sèsamos, les Érythines élevées, Krôbialos,
Krômna et les bois de Kytôros. Ensuite, ils contournaient le Karambis aux premiers rayons du soleil, puis longeaient à
la rame la Grande Côte pendant tout le jour et, après le jour, pendant la nuit» A.R., II 935-945, traduction VIAN, F.
(1976).

111
PIERRE COUNILLON

particularité d’être tué par Ménélas mais d’être de nouveau vivant lorsque son fils
Harpalion («le Désirable») est tué par Mérion; il existe d’ailleurs dans la mythologie
un autre Pylaiménès, un Néléide11. En somme, les noms des Paphlagoniens de l’Iliade
ne présentent pas de caractéristique ethnique définie.
Je n’aborderai que sommairement la question des Énètes. A l’époque classique c’est
un peuple illyrien riverain de l’Adriatique, bien qu’il existe des Énètes dans d’autres
régions à des moments différents, comme au voisinage de la Macédoine (à l’époque
républicaine pour Appien), ou en Épire; le pays des Énètes est connu pour ses chevaux12.
Seule la connexion avec le texte homérique nous concerne ici et l’on retiendra la proposition
d’Hécatée de Milet, de transformer le texte homérique, ’Eneth`" pour ’Enetw``n13.
Quant aux toponymes homériques, à l’exception sans doute de Kytôros, leurs
noms ne sont pas caractéristiques14 . Shvsamon est un nom commun sauf à être,
pour Eschyle, le nom d’un noble Perse15 . Parqevnio" est aussi un autre nom de
l’Eubée ou du fleuve Imbrasos de Samos, et Parqevnionle nom d’une montagne
d’Arcadie16. Une cité du Péloponnèse s’appelle Krômna ou Krômnon, non loin
de Megalèpolis et Hesychius en connaît une autre en Thessalie17. Érythinoi peut
s’appliquer à n’importe quel accident géographique que la couleur rouge
caractériserait. Le seul toponyme proprement maritime est Aigialos qui implique
l’existence d’une côte basse, de sable ou de galets18: or, comme on va le voir, ce
nom était parfois remplacé.

2. La Paphlagonie hellénistique

A l’époque hellénistique, la Paphlagonie occupe un territoire dont le centre


historique se situe à l’intérieur des terres et dont la capitale est Gangra/Çankivi, mais
elle s’étend aussi sur le littoral pontique, du Parthenios/Bartin Su (non loin d’Héraclée)

11
Cf. WATHELET, P. (1988): 949-951, Pylaimenès (E 576; N 643-659); 316-318, Harpaliôn. Même chose
pour les autres Paphlagoniens de l’Iliade, cf. p. 765-767, Mydôn (E 580); p. 35, Atumnios.
12
HDT., I 196; V 9; [SKYL.] 19; APP., Mith. 224; E., Hipp. 231, 1131 pour les chevaux des Enetes, et SCHOL.
ad loc. pour les Enetes d’ Épire.
13
FGrH 1F199, ce qui transforme les Enetes en une cité d’Enetè localisée par Hécatée à Amisos: cette
identidication est acceptée par Zénodote, puis Apollodore (ap. STR., XII 3.25), voir infra.
14
Sur Kytôros, cf. ZGUSTA, L. (1984): 317.
15
Le mot est d’origine sémitique, CHANTRAÎNE, P. (1999): s.v. Il est présent en hittite, mais sa forme dans
cette langue montre que le grec n’est pas passé par elle. A., Pers. 983, Shsavma tou' Megabavta; Eschyle pourrait
d’ailleurs s’être inspiré d’Homère. Certains faisaient de la ville une fondation carienne, SCHOL. ad A.R., II 941-942:
«Elle reçut son nom à l’origine du fait que les <lacune> reçurent des Cariens qui voulaient fonder la ville du sésame
en échange du territoire». L’hellénisation se fait lorsqu’on lui donne pour fondateur Phinée.
16
SCHOL. ad LUCIANUS, Bis acc. IX 14; SCHOL. ad Pi., O.VI 149; SCHOL. ad A.R., I 188.
17
XEN., Hell. VII 4.20-21; 26-27; ST. BYZ., s. Krw'mna; HESYCHIUS, s. Krw` w'hna.
18
Il y par exemple un Aigialos dans la région de Pella, A.R., I 178, peut-être le même que celui qu’Hécatée
situe sur le Strymon, FGrH 1F155. Mais c’est aussi l’un des noms de l’Achaie, E.M, s. Aij g iav l eia:
JH nu'n Acai?a kai; Aijgialei'".

112
Homère et l´hellénisation de la Paphlagonie

à l´Halys/Kizil Irmak 19. Historiquement, géographiquement, et sans doute


ethnographiquement, il y a deux Paphlagonies, une Paphlagonie continentale et une
Paphlagonie côtière.

La Paphlagonie continentale jusqu’au IVe s. a.C.

Il nous est à peu près impossible de déterminer les limites de la Paphlagonie


archaïque20. Bien que Sinope soit fondée peu après les débuts de la colonisation du
Pont par les Grecs, les historiens grecs du Ve s. ne permettent pas de déterminer
précisément sa localisation et son étendue.
Hécatée mentionne une cité d’Hyopè chez les Matiènoi, voisine de Gordion,
dont les habitants sont vêtus à la paphlagonienne, et, effectivement, pour Hérodote,
les Matiènoi marchent sous le même chef que les Paphlagoniens et sont voisins des
Phrygiens21. Le seul toponyme «homèro-paphlagonien» est Enètè: or Hécatée la
situe non en Paphlagonie, mais chez les Assyriens du Pont ou Leukosyroi, sur le
site occupé, dit-il, par Amisos/Samsun22. Impossible de savoir où passait, si même
elle existait, la frontière entre la Paphlagonie et l’Assyrie pontique, et même à
l’époque hellénistique cette frontière n’est pas nette: l’historien milésien Maiandrios,
dans une tentative de réconcilier exégèse homérique et géographie, imagine par
exemple une migration:

Les Enetoi avaient quitté le territoire des Leukosyroi pour combattre en alliés
aux côtés des Troyens et… ils partirent de Troie avec un parti de Thraces pour
aller se fixer à l’extrémité de l’Adriatique, tandis que les Enetoi qui n’avaient
pas pris part à l’expédition devinrent des Cappadociens23.

Et Strabon, à qui l’on doit cette citation et qui connaît bien la région, continue:

Ce raisonnement semble corroboré par le fait que dans toute la partie de la


Cappadoce voisine de l’Halys, qui borde la Paphlagonie, on parle deux langues
et que l’on use abondamment de noms paphlagoniens… Ces noms sont courants

19
DEBORD, P. (1999): 110-115.
20
Jusqu’à la fin de l’empire hittite, la pointe nord-ouest du territoire hittite, la province de Pala, nom que l’on
a rapproché de Paphlagonia. Mais au nord de cette province, et donc sur la côte pontique, se trouvaient les Gasgas,
ennemis des Hittites ce qui écarte la Paphlagonie maritime. On pourra imaginer que, dans l’Empire perse, les
Paphlagoniens continentaux portaient un nom qui les rattachait au Pala. Sur la Paphlagonie, cf. RÜGE, K. & BITTEL,
K. (1949), et, pour des études spécifiques, LEONHARD, R. (1915): 288-308 et GALL, H. von (1966) qui soulignent
les influences thraces et phrygiennes. Sur le Pala, cf. LAROCHE, E. (1975): 205-217.
21
HECAT., FGrH 1F287; HDT., VII 72 et IV 1. Les Matiènes d’Hécatée sont voisins de Moschoi qui sont des
Kolchoi, 1F288.
22
STR., XII 3.25 = HECAT., FGrH 1 F199.
23
FGrH 491F4 = STR., XII 3.25. L’Assyrie pontique est rattachée à la Cappadoce. Pour les historiens grecs,
les Enetoi homériques sont naturellement la souche dont sont issus les Vénètes de Vénétie, sinon de Bretagne.

113
PIERRE COUNILLON

en Babamonitide, en Pimolitide, en Gazalouitide, en Gazacène et dans un très


grand nombre de contrées [régions intérieures de la rive droite de l’Halys, aux
environs de Çorum, Merzifon et Amasya].

On peut constater que même à l’époque impériale, la réalité de la frontière


ethnique entre Paphlagonie et Cappadoce est difficile à établir.
A partir du Ve s. a.C., la frontière orientale de la Paphlagonie nous devient per-
ceptible. Elle correspond à la répartition du nord de l’Anatolie entre deux satrapies
différentes, celle de Cappadoce à l’est, et celle de Daskyleion à l’ouest et à l’invention
de l’ isthme anatolien» par les géographes grecs, isthme signalé par le cours de l’Halys
»
qui met les Leukosyroi à l’est et les Paphlagoniens à l’ouest: cet isthme, dont la
réalité géographique n’est jamais remise en question et qui devient un outil de
description ethnographique de l’Asie mineure par la suite, traduit ainsi en frontière
ethnique ce qui est à l’origine une frontière politique24.
Pour le reste, les Paphlagoniens apparaissent donc bien dans nos sources, mais
ils font partie des peuples de l’intérieur, en conjugaison, en particulier, avec les
Matiènes et les Phrygiens.

La Paphlagonie pontique

Les habitants de la côte pontique au Ve s. ont peu à voir avec ceux de l’intérieur
de l’Anatolie au même moment: ce sont de nouveaux arrivants en Asie Mineure,
apparemment des Thraces. Ctésias, par exemple, mentionne comme paphlagoniens
des Tiribizanoiv d’origine odryse25
Dans nos sources, cette Paphlagonie pontique n’apparaît que progressivement,
accompagnée par l’expansion vers l’est de la légende de Phinée. Phérécyde rattache
celle-ci au Bosphore, à la Bithynie et à la Paphlagonie, mais déjà Hellanicos affirme
que Phinée règne non sur la Thrace, mais sur la Paphlagonie26. Une tragédie perdue
de Sophocle, Phinée (malheureusement impossible à dater), donnait deux fils au héros,
l’un nommé Parthenios, et l’autre nommé Karambis: or le Parthenios figure dans le
Catalogue homérique et Karambis est le grand cap de Paphlagonie pontique sur la
route de Sinope27.
Cette apparition de la côte paphlagonienne dans nos sources est à mettre en
rapport avec l’histoire du Pont méridional pendant cette période.

24
HDT., I 6; I 72: l’Halys sépare les Syriens des Paphlagoniens. Certains passages montrent qu’Hérodote
connaît une Paphlagonie côtière, I 28; III 90;VII 72. Cf. DEBORD, P. (1999): 83-88. Mais la localisation des sites est
impossible : que penser d’une phrase comme celle-ci, HDT., II 104 : «Les Syriens établis dans les vallées du Thermôdôn
et du Parthenios», sinon qu’Hérodote ne sait pas distinguer entre les peuples et les lieux?
25
CTES., FGrH, 688F58.
26
PHERECYD., FGrH 3F27 ; HELLANIC., FGrH 4F95.
27
SCHOL. ad A.R. 2.178-182 = F. 704-717 Pearson: Sofoklh'" dev, o{ti tou;" ejk Kleopavtra" uiJou;"
ejtuvflwse, Parqevnion kai; Kavrambin.

114
Homère et l´hellénisation de la Paphlagonie

A partir des années 430, Athènes prend pied dans le sud du Pont-Euxin: la réalité
de l’expédition de Périclès dans le Pont est discutée, mais pas celle de l’intervention
des Athéniens à Sinope, où ils renversent la tyrannie de Timesilaos et installent 600
colons; à Amisos, qui, au IVe s. va prendre un temps le nom de Pirée. Après 425, le
tribut des cités pontiques, et en particulier d’Héraclée, figure dans les ATL28. En 424,
Lamachos échoue piteusement devant Héraclée, mais en 423 a.C., la cité connaît une
révolution démocratique29. Après la fin de la guerre du Péloponnèse, la région est
également présente dans l’historiographie grecque avec le passage des Dix Mille, les
expéditions d’Agésilas dans la satrapie de Daskyleion et la reprise en main de la
région par Datamès, le satrape de Cappadoce, à partir de 380 (avec la prise de Sinope).
Il n’est donc pas surprenant de voir la Paphlagonie pontique devenir de plus en
plus présente dans nos sources, chez Xénophon, chez Éphore ou Théopompe30.
Malheureusement, lors de son voyage vers Héraclée, Xénophon passe au large des
côtes paphlagoniennes, mais Éphore fait de Kytôros l’un des fils de Phinée, première
apparition de ce nom dans les sources littéraires après Homère31. C’est vers cette
époque aussi qu’apparaissent les premières monnaies de deux de nos cités pontiques,
Krômna et Sèsamos, monnaies qui partagent le même type monétaire32. Krômna est
apparemment une place-forte, et Sésamos est menacée par Datamès vers 380. Vers
356, la côte paphlagonienne apparaît dans le Périple du Ps.-Skylax, qui énumére trois
de nos sites homériques, le Parthenios, Sèsamos, et Kytôros (Kytôris dans le
manuscrit):

Kavrambi" povli" E
J llhniv", Kuvtwri" povli" E
J llhniv", Shsamo;" povli" E
J llhni;"
kai; Parqevnio" potamov"33.

Enfin, en 300, trois de nos villes, Sèsamos, Krômna et Kytôros sont réunies à
leur voisine occidentale, Tieion dans le synoecisme qui aboutit à la fondation
d’Amastris. A cette date, il n’a encore été question ni d’Aigialos, ni des Erythinoi.
Le IVe siècle est donc le premier moment où l’on puisse mettre en rapport les
vers homériques et la côte paphlagonienne du Pont-Euxin, et encore ne peut-on le
faire qu’incomplètement: c’est ce qui à amené à refuser aux cités pontiques leur statut

28
Cf. ATL III. 89; 116-117.
29
Cf. BURSTEIN, S.M. (1976.1): 31-41 sur cette période de l’histoire d’Héraclée; DEBORD, P. (1999): 90-
91, sur la présence athénienne. Sur l’expédition de Lamachos dans le Pont, cf. TH. IV 75.
30
X., An.V 5-6 etc. EPHOR., FGrH 70F70, THEOPOMP. HIST., FGrH 115F179, F388. Théompompe suit
dans le détail les opérations de Datamès, mais distingue mal Bithyniens, Mariandynes et Paphlagoniens.
31
EPHOR., FGrH 70F185 = STR., XII 3.10: To; de; Kuvtwron ejmpovrion h\n pote Sinwpevwn, wjnovmastai dæ
ajpo; Kutwvrou tou Frivxou paidov", wJ" ‘Eforov" fhsi.
32
PRICE, P. (1993): n° 1322-1349 (Krômna); n° 1354-1358 (Sèsamos). STANCOMB, W. (1999): n° 742-745,
Krômna; n° 747-749, Sèsamos. Les types sont originaux pour la région.
33
«La cité grecque de Karambis, la cité grecque de Kytôris, la cité grecque de Sèsamos, et le fleuve Parthenios,
la cité grecque de Tieion, Limèn Psylla et le fleuve Kallichôros» [SKYLAX], 90.

115
PIERRE COUNILLON

homérique et à dénier aux vers consacrés aux Paphlagoniens leur place dans le Cata-
logue.

Callisthène, Apollodore et quelques autres

G.S. Kirk écrit par exemple: «Taking all things together, these verses do look
like a learned interpolation of the post-Homeric era of Black-Sea colonization»34.
Cette opinion reprise d’Allen, et dernièrement défendue par A. Ivantchik, s’appuie
en particulier sur Ératosthène et Apollodore, qui déniaient à Homère toute connaissance
de la côte pontique:

Il [Apollodore] dit quelque part que le poète avait bien connaissance des
Paphlagoniens de l’intérieur par les gens qui s’étaient rendu à pied dans cette
région, mais qu’il ne connaissait pas la côte, comme d’ailleurs le reste de la
région pontique: car il l’aurait nommée35.

Puisque Strabon connaissait nos vers, il fallait qu’ils aient été introduits après
Apollodore, par exemple empruntés à un poème épique tardif. Mais cette hypothèse
se heurte à la chronologie, ce qu’à souligné S.M. Burstein36 . Celui-ci trouve d’abord
difficile d’admettre qu’un passage aussi long ait pu être introduit dans l’Iliade sans
que personne s’en aperçoive37 . Il relève surtout deux mentions de nos vers, l’une
chez Apollonios de Rhodes, au IIIe s. a.C. (entre Ératosthène et Apollodore, donc), et
l’autre chez Callisthène, déjà au IVe s. a.C. le contenu des vers est discuté, certains
sont transformés, mais leur authenticité n’est pas remise en cause. De plus, le passage
de Callisthène montre qu’il dispose d’un texte où les vers sont intégralement présents38 :

Kallisqevnh" de; kai; e[grafe ta; e[ph tauta eij" to;n diavkosmon, meta;to
Krw’mnavn t’ Aijgialovn te kai; uJyhl ou;» !Eruqivnou»», tiqeiv» Kauvkwna» d’+au\t’+
h\ge Poluklevo» uiJo;» ajmuvmwn, oi} peri; Parqevnion potamo;n+ +kluta dwvmat

34
KIRK, G.S. (1985): 259. IVANTCHIK, A., art. cit.
35
STR., XII 3.26: Ei[rhtai d’ aujtw pou kai diovti oJ poihth; iJstorivan ei\ce twn Paflagovnwn twn ejnth’/
mesogaiva/ pa-ra; twn pezh/ dielqovntwn th;n cwvran, th;n paralivan d’ hjgnovei, kaqavper kai; th;n a[llhn th;n
Pontikhvn: wjnovmaze ga;r a]n] aujthvn. Strabon revient à plusieurs reprises sur cette position d’Apollodore, STR., I
2.35; VII. 3.6; XII. 3.24; XII 3.26. Cf. ALLEN, Th.W. (1924): 348, à propos de B 853-855: «How then can it be for
a moment maintained that Apollodorus, who wrote a work on the Catalogue, absorbed the earlier work of Demetrius
and was conversant with the erudition of the fourth and fifth centuries on these places, was unaware that the
Paphlagonians towns quoted in the Iliad were on the sea… To assume ignorance in Eratosthenes is even more
extraordinary».
36
BURSTEIN, S.M. (1976.2).
37
J’ajouterai que si la fondation de ces cités a entraîné la modification du Catalogue, on doit expliquer pourquoi
l’ordre dans lequel elles sont présentées est différent de l’ordre géographique qui est par exemple le leur chez Arrien.
38
STR., XIV 5.28. Callisthène est cité par Apollodore à travers Démétrios de Skepsis.

116
Homère et l´hellénisation de la Paphlagonie

e[naion. Parhvkein ga;r ajf Hrakleiva" kai; Mariandunwn mevcri L eukosuvrwn,


ou}" hJmei" Kappavdoka" prosagoreuvomen, tov te twn K aukwvnwn gevno" to
peri; to; Tiveion mevcri Parqenivou kai; to; twn Enetwn to; sunece; meta; to;n
Parqevnion twn ejcovntwn to; Kuvtwron: kai nun d e[ti Kaukwn ivta ei\nai
tina" peri to;n Parqevnion39 .

Pourquoi Callisthène transforme t-il le texte? Pour une double diorthosis.


Diorthosis homérique, d’abord, car il localise ainsi les Kaukônes, un peuple dépourvu
de patrie dans l’Iliade où il apparaît à deux reprises. Historiquement, c’est le moment
de la conquête de l’Asie Mineure par les Grecs: pour un courtisan d’Alexandre, il
était important d’inscrire le texte d’Homère, et tout particulièrement le Catalogue des
Force troyennes, dans le contexte de l’Empire du nouvel Achille.
L’autre diorthosis est géographique. Callisthène, en retouchant le texte
d’Homère, lui conférait un réalisme nouveau en l’adaptant à la géographie
contemporaine. Tels qu’on peut les reconstituer dans l’Homère de Callisthène, les
vers seraient en effet:

oi{ rJa Kuvtwron e[con kai; Shvsamon ajmfenevmonto


Krw'mnavn tæ Aijgialovn te kai; uJyhlou;" ’Eruqivnou".
Kauvkwna" dæ au\tæ h\ge Poluklevo" uiJo;" ajmuvmwn,
oi} peri; Parqevnion potamo;n kluta dwvmatæ e[naion
Aujta;r JAlizwvnwn ’Odivo" kai; ’Epivstrofo" h\rcon

Le texte de Callisthène semble ainsi anticiper la fondation d’Amastris: le poète


aurait progressé d’est en ouest, commençant avec Kytôros, et rattachant à Sèsamos
(la future Amastris) les cités dépendantes de Krômna, Aigialos et Erythinoi, le
Parthenios arrivant à sa place naturelle.
Toutefois, cette reconstruction se heurtait encore à l’obstacle du mot Aijgialovn.
Ceux qui recherchaient la cohérence géographique devaient constater qu’Aigialos
était en fait situé à l’est de Kytôros; quant à ceux qui, comme Ératosthène, refusaient
à Homère la connaissance du Pont-Euxin, le mot rattachait à lui seul le passage

39
«Callisthène, pour sa part, dans l’ordre de bataille, plaçait après
Kromna, Aigialos, les hauts Erithynoi
les vers
Puis vint de Polyclès le fils à noble mine:
des Kaukônes c’est lui qui commandait le corps:
en des bourgs renommés, ceux qui peuplaient les bords du fleuve Parthenios.
Selon lui, en effet, le territoire allant d’Héraclée et des Mariandynoi jusque chez les Leucosyroi, que nous appelons
Cappadociens, était occupé par la nation des Kaukônes dans la région de Tieion jusqu’au Parthenios et celles des
Enetes possesseurs du Kytôron pour la portion suivante au delà du Parthenios; il y aurait encore des Kaukônitai vers
ce cours d’eau» (STR., XII 3.5, trad. Lasserre [1981]).
Les Kaukônes sont mentionnés deux fois dans l’Iliade, K 429 et U 329, dans un contexte que rien ne permet de
rattacher à la Paphlagonie.

117
PIERRE COUNILLON

paphlagonien à la côte pontique. Il est donc naturel qu’on ait tenter d’y remédier et
une variante du v. 855 en paraît le résultat. Parallèlement au vers:

Krwmnavn tæ Aijgialovn te kai; uJyhlou;" jEruqivnou"

Strabon connaît un texte différent, ou Aijgialovn te est remplacé par Kwbivalovn


te 40 . Ce nom pourrait être un nom local, mais paraît formé sur kwbiov " , nom
«méditerranéen» de poisson (gobie ou goujon). Apollonios de Rhodes, lui, en donne
une autre variante dans les Argonautiques:

Krwbivalon Krw'mnavn te kai; uJlhventa Kuvtwron.

Krwbivalon paraît se rattacher à krwbuvlon, mot curieusement utilisé par Xénophon


dans la description d’un casque paphlagonien41 . Aucune des deux leçons n’a d’ailleurs
été retenue par les éditeurs alexandrins de l’Iliade et ce sont vraisemblablement des
conjectures d’érudits sinon de poètes –ce qui expliquerait que l’une d’elle ait été
retenue par Apollonios dans les Argonautiques42 .
Quoi qu’il en soit, ces diverses transformations du texte aboutissaient à un résultat
particulièrement satisfaisant. L’époque hellénistique voit dans la polymathie d’Homère
un article de foi; dans le même temps, la géographie devenant une science, les érudits
intègraient ses représentations à leurs spéculations: ils recherchaient donc chez Homère
une image de l’oikoumène, et retouchaient le Catalogue pour le faire coïncider avec
la réalité ou ce qu’ils croient en connaître.
Quant à ceux qui comme Eratosthène et Apollodore refusaient à Homère toute
connaissance directe de la côte paphlagonienne, la suppression du mot aijgialov"
permettait d’en faire disparaître toute allusion maritime, et de situer les Paphlagoniens
d’Homère à peu près n’importe où dans l’intérieur.
On arrive donc à comprendre, au moins dans leur grandes lignes, les avatars du
Catalogue à l’époque hellenistique, pourquoi et comment le texte a été modifié. Mais
comme l’a montré Burstein, le travail de Callisthène sur les vers de l’Iliade implique
leur existence avant cette période, et même Ératosthène ou Apollodore ne rejettent
pas expressément le passage paphlagonien du Catalogue: d’ailleurs, Apollodore
admettait, après Hécatée, puis Zénodote, l’identification d’Enetè et d’Amisos43 . Le

40
STR., XII 3.10: JO de; Aijgialo;" e[sti me;n hj/w;n makra; pleiovnwn h] eJkato;n stadivwn, e[cei de; kai; kwvmhn
oJmwvnumon, h||" mevmnhtai oJ poihth;" o{tan fh/h' æ  æKrw'mnavn t“ Aijgialovn te kai; uJyhlou;" “Eruqivnou".ææ Gravfousi dev
tine"ææKrw'mnan Kwbivalovn te.ææ
41
CHANTRAÎNE, P. (1999): s.v. XEN., An. V 4.13: ejpi; th/ w'’ kefalh/ w' de; kravnh skuvtina oi|avper ta a;
Paflagonikav, krwbuvlon e[conta kata; mevson, ejgguvta-ta tiaroeidh. w'
42
S’il n’est pas l’auteur de la seconde. Il déplace Aijgialovn sur la côte entre le cap Karambis et Sinope, ce qui
est un contresens géographique, car cette côte est montagneuse d’un bout à l’autre. La variante lui paraît indubitablement
meilleure, mais n’implique pas de rejeter totalement l’autre leçon; c’est bien au contraire l’occasion d’en jouer pour
les lecteurs érudits.
43
Voir supra n.13.

118
Homère et l´hellénisation de la Paphlagonie

texte qui leur était parvenu comprenait donc nos vers, vraisemblablement dans leur
intégralité et s’il y a eu interpolation, elle est antérieure à Callisthène. Quand, sous
quelle forme, et par qui est-elle intervenue?
Qu’Hécatée ait proposé de lire ’Eneth`" pour ’Enetw'n, prouve qu’il connaissait
lui aussi le passage, au moins en partie44 . Pour admettre une interpolation générale, il
faudrait donc la faire remonter avant le Ve s. a.C. Or, nous l’avons vu, avant cette
période, les Grecs n’ont qu’une connaissance imparfaite de la côte pontique, et on
voit mal les Milésiens ou les Sinopéens avoir déjà implanté sur la côte paphlagonienne
toutes les cités mentionnées dans l’Iliade et organisé l’édition qui les immortaliserait.
On doit donc envisager d’autres hypothèses.

3. Une interpolation partielle, ou pas d’interpolation?

On peut tout d’abord envisager une interpolation partielle de la partie centrale


du passage, les vers 853-855, qui contiennent les toponymes problématiques.
Il faut alors s’interroger sur la présence de trois des toponymes dans le Périple
du Ps.-Skylax, et l’absence de trois autres, ceux du v. 855.
L’ordre dans lequel les premiers sont présentés est régulier: après Karambis
vient Kytôros –nommé ici Kytôris, puis viennent Sèsamos et le fleuve Parthenios. Ce
sont les seuls vrais ports de la côte entre Héraclée et le cap Karambis, des étapes
inévitables sur la route de Sinope, ce qui n’est pas le cas de Krômna, Aigialos et
Erythinoi, les toponymes du vers 855 omis par le Périple.
C’est pourquoi l’absence de ces derniers dans cette partie du Périple n’implique
pas qu’ils n’aient pas été fondés (pour Krômna), ou identifiés (pour Aigialos et
Erythinoi et ils auraient pu faire partie de l’interpolation)45 .
La localisation des deux seconds est, il est vrai, fantaisiste, mais, comme pour
Callisthène, on pourra admettre quæ ajmfenevmonto a un sens large, peut-être politique, que
leur position dans le vers est une commodité métrique, et même leur présence une cheville
pour accompagner Krômna: Aigialos et Erythinoi ne sauraient être à ce moment de leur
histoire autre chose que des lieux-dits identifiables par leur aspect, et non des cités.
L’édition du Périple du Ps.-Skylax peut être datée des années 356-330, mais la
source de ce passage remonte à la seconde moitié du Ve s. a.C. L’interpolation aurait
donc dû intervenir dans la seconde moitié du Ve siècle, à un moment où les Sinopéens
fondent une série d’emporia sur la côte pontique, parmi lesquels, si l’on veut en croire
Strabon, figurait Kytôros: peut-être le nom est-il encore mal établi à ce moment, ce

44
Il connaît également les vers 856-857, puisqu’il paraît les rattacher à une cité d’Alazia en Mygdonie, FGrH
1F217 = STR., XII 3.22.
45
A moins d’imaginer non pas une, mais deux interpolations sucessives, mais il me semble que les délais
d’intégration de l’une, puis de l’autre deviennent trop brefs pour être vraisemblables.

119
PIERRE COUNILLON

qui expliquerait la variante du Périple46 . Comme les rapports avec Athènes sont
nombreux et amicaux en cette période, l’interpolation a pu y parvenir avec l’édition
sinopéenne de l’Iliade et être ainsi consultée par Callisthène47 .
Il existe une autre hypothèse, que j’avais déjà envisagée il y a quelque années, et
qui me paraît offrir une alternative défendable à celle de l’interpolation48 .
Rien n’interdit, en fait que les vers 851-855, aient figuré dans l’Iliade avant la
colonisation du Pont par les Grecs. Ils n’auraient pas été attachés à une région
particulière (ou ce lien nous échappe aujourd’hui). Au moment où les Grecs ont
commencé à s’installer sur la côte pontique entre l’embouchure du Bosphore et Sinope,
ils ont naturellement occupé les meilleurs ports de la côte. Il est possible qu’ils y aient
trouvé des établissements dont les noms se rapprochaient de ceux du Catalogue
homérique: Kytôris aurait pu être le nom d’un établissement thrace sur la côte pontique.
Dans une telle perspective, les vers d’Homère auraient été le germe des colonies qui
se créèrent alors, Sèsamos et Krômna remplaçant les noms indigènes, ou, comme
pour Aigialos et Erythinoi, s’adaptant aux accidents de la côte. L’Iliade devenait ainsi
pour les colons l’outil de leur appropriation de l’espace.
Je ne pense pas qu’il soit possible de trancher entre ces deux explications. Au
reste, le cheminement n’a qu’une importance relative, au regard du sérieux avec lequel
ces cités ont adopté leur légende.
Je reprendrai pour conclusion ce qu’écrivait L. Robert de la cité voisine de Tieion
qui s’était livrée au même exercice:

«Comme tous les Grecs, mais plus encore sans doute, les colons des villes du
Pont-Euxin asiatique attachaient une extrême importance à ce que leur pays ait
été nommé par l’Iliade… quoi de plus naturel alors pour les gens de Tieion de
retrouver leur Lâdon dans Hésiode, entre le grand Sangarios et le Parthenios 49 .

Et je continuerai: et quoi de plus naturel, pour les gens de Sèsamos, Kytôron ou


Krômna de se retrouver dans la Paphlagonie homérique.

46
On ne peut non plus exclure une faute du copiste, par contamination de Kavrambi», ce qui arrive ailleurs dans
le manuscrit.
47
Sur les politikai, cf. ALLEN, Th.W. (1924): 283-295. Les scholies mentionnent l’édition de Sinope pour A
298, 424, 435, B 258, E. 461.
48
Je l’avais formulée il y a quelques temps, COUNILLON, P. (1997).
49
ROBERT, L. (1980): 190.

120
Homère et l´hellénisation de la Paphlagonie

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122
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

LIBYE CHORA HYPERPONTIA.


TRADIZIONI EPICORIE E RIELABORAZIONI
MITOGRAFICHE DI LEGITTIMAZIONE E PROPAGANDA*

GABRIELLA OTTONE
DIPARTIMENTO DI ANTICHITÀ E TRADIZIONE CLASSICA
Università degli Studi di Roma “Tor Vergata”

Che i racconti mitici siano sempre stati il vettore privilegiato, se non esclusivo, di
messaggi di legittimazione e di propaganda politica è un dato ormai acquisito1, sul
quale non è certo il caso di soffermarsi. Ma la forte incidenza della loro
“manipolazione” nell’ambito delle tradizioni di ambientazione libica, operata in tempi
diversi da soggetti diversi ma con finalità –come si vedrà– tutto sommato assimilabili,
merita forse qualche riflessione. Era logico che alcune tematiche mitiche si prestassero,
più “naturalmente” di altre, a divenire oggetto di artificiosi adattamenti, quando non
di vere e proprie strumentalizzazioni: in questo senso l’epos odissiaco, con tutta la
serie, strettamente connessa, di racconti sui nostoi degli eroi reduci da Troia, si rivelava
particolarmente adatto a essere riproposto o rivisitato nei dettagli, e potenzialmente
in grado di generare un’infinita teoria di varianti tradizionali2; e proprio a questo
poliedrico e plasmabile patrimonio, che tuttavia conservava tutti i crismi
dell’auctoritas, non poterono esimersi di attingere i primi mitografi di Cirene.
La testimonianza di Proclo3 sull’esistenza di un poema epico, intitolato Telegonia,
opera di un cireneo, Eugammone4, è decisamente significativa a questo riguardo:

* Desidero esprimere la mia più sentita riconoscenza ai Professori José Ma Candau Morón e Francisco J. González
Ponce per il loro cordiale e generoso invito.
1
Per una visione d’insieme, vid. JOUAN, F. & MOTTE, A. (1990); BOUVIER, D. & CALAME, C. (1998).
2
Cf. GRIFFIN, J. (1977): 39-53; in generale, DAVIES, M. (1989). Sulle caratteristiche delle tradizioni connesse
con i viaggi di Odisseo, vid. ora MALKIN, I. (1998): in partic. 210-257 in merito ai nostoi degli altri eroi dell’epopea
odissiaca.
3
Chr. 306 Severyns.
4
Su Eugammone e la sua opera vid. BETHE, E. (1907): 984; HARTMANN, A. (1917): 75-86 [cf. in generale
ID. (1915)]; HUXLEY, G.L. (1960): 23-28; ID. (1969): 168-173; DAVIES, M. (1988): 71-73; ID. (1989): 87-94;
BERNABÉ, A. (1996): 100-105; LIVREA, E. (1998): 1-5; SELZER, C. (1998): 231. È invece da respingere la
testimonianza di Gerolamo (ap. EUS., Chron. Ol. 4, 87b 12 Helm) che attribuiva l’opera a Cinetone di Sparta: cf.
BERNABÉ, A. (1996): 100, T 2.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 123-149.

123
GABRIELLA OTTONE

l’opera, in due libri, composta plausibilmente alla corte di Batto II o del suo successore
(quindi nella prima metà del sesto secolo a.C.)5, era concepita come continuatio
dell’Odissea6 e si inseriva nel fiorente filone epico del periodo sfruttando un espediente
che permetteva al poeta di arricchire ed estendere la trama odissiaca attraverso la
narrazione delle gesta di un personaggio strettamente connesso con Odisseo, anche
se estraneo alla trama originaria del poema omerico7.
Quello che qui interessa rilevare è che, stando a una notizia tràdita da Eustazio8,
nella Telegonia Odisseo avrebbe avuto un figlio di nome Arcesilao, antenato dei
Battiadi9: particolare non certo secondario, se si considera che, come è noto, i sovrani
della dinastia regale di Cirene alternavano al nome del capostipite, l’ecista tereo
Batto, quello di Arcesilao. È un dato di per sé evidente come, con tale espediente
genealogico, Eugammone intendesse connettere i Battiadi con l’epopea omerica,
facendone addirittura i discendenti di Odisseo. Meno evidente, ma non per questo
meno plausibile, è che tale artificioso collegamento potesse essere la risposta, in
chiave mitografica, a una esigenza di celebrazione dinastica che doveva provenire
dalla stessa casata battiade. Forse non si è lontani dal vero se si ipotizza che
all’indomani della clamorosa vittoria di Batto II a Irasa contro l’esercito egiziano
di Aprie (570 a.C.)10, a Cirene si fosse creato un clima di esaltazione eroica: in una
tale circostanza i Battiadi non dovettero certo lasciarsi sfuggire la possibilità di
amplificare ulteriormente lo straordinario consenso che avevano acquisito con il
successo, fors’anche inaspettato, di tale impresa.

5
Da Eusebio il floruit di Eugammone è posto al terzo anno della cinquantatreesima Olimpiade, che
corrisponderebbe al 566 a.C. Secondo G.L. Huxley (1960: 24), il poeta sarebbe stato attivo alla corte di Arcesilao II;
tale cronologia è condivisa da E. Livrea (1998: 1 e 3), secondo il quale Eugammone avrebbe composto la Telegonia
intorno al 560. Tuttavia, pur accettando la cronologia di Eusebio, non è certo che Eugammone avesse operato durante
il regno di Arcesilao II, poiché la data dell’ascesa al trono di questo sovrano e la durata del suo regno non sono sicure:
circa i problemi di cronologia relativi al regno di Arcesilao II vid. OTTONE, G. (2001): 23-24.
6
In base all’argumentum noto grazie alla Chrestomathia di Proclo (306 Severyns), è possibile ricostruire, a
grandi linee, la trama della Telegonia: nel primo libro si sarebbe narrato come, dopo le esequie dei Proci, Odisseo
fosse partito per l’Elide, per recarsi in seguito in Tesprozia, dove, unitosi in matrimonio con la regina Callidice, con
lei avrebbe generato Polipete. Il secondo libro avrebbe rievocato lo sbarco a Itaca di un altro figlio di Odisseo,
Telegono, nato dalla precedente unione con Circe: costui, partito alla ricerca del padre, avrebbe saccheggiato l’isola
uccidendo Odisseo senza riconoscerlo; in seguito, accortosi del tragico errore, avrebbe fatto ritorno, insieme con
Penelope e Telemaco, dalla madre Circe, che avrebbe donato loro l’immortalità. Cf. SCHMID, W. & STÄHLIN, O.
(1929): 219; HUXLEY, G.L. (1969): 172; GIANNINI, P. (1979): 48, n. 55; WEST, M.L. (1985): 88; BRASWELL,
B.K. (1988): 89; MAZZARINO, S. (19892): 304; BRACCESI, L. (1994): 35-36; ANTONELLI, L. (1995): 211;
BERNABÉ, A. (1996): 101-102.
7
Il personaggio di Telegono è peraltro noto da una testimonianza che in teoria potrebbe essere molto più
antica di quella di Eugammone di Cirene: si tratta del v. 1014 della Teogonia di Esiodo, in cui il personaggio è
menzionato come figlio di Odisseo e di Circe, al pari di Agrio e Latino, sovrani dei Tirreni. È tuttavia altamente
probabile che tale verso sia un’interpolazione: la parte finale del poema esiodeo, che si configura come una heroogonia
aggiunta alla teogonia propriamente detta, è quasi certamente spuria e pertanto non databile con sicurezza.
8
Ad HOM., Od. 16.123.
9
F 3 Bernabé = F 2 Davies.
10
HDT., IV 159.5. Per una discussione delle fonti greche, egiziane e neobabilonesi in riferimento alla battaglia
di Irasa e al contesto storico immediatamente successivo vid. OTTONE, G. (2001): 7-30.

124
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

In sostanza, il contesto storico si dimostrava particolarmente favorevole alla


calcolata “individuazione” di un autorevole referente, appartenente alla prestigiosa
ma indefinita epopea degli eroi, che fungesse da antecedente simbolico, quasi speculum
mitico in cui l’immaginario popolare potesse –o meglio, dovesse– riconoscere i membri
della casata reale, ideali eredi, in epoca storica, delle sue connotazioni eroiche. Pertanto,
forse non si è lontani dal vero se si ipotizza che furono le sollecitazioni dell’ambiente
di corte a dare impulso all’ispirazione epica di Eugammone. Sotto questo aspetto si
può dunque considerare la Telegonia come un prodotto di corte, anzi, il primo prodotto
del genere, di cui si abbia notizia, nella storia letteraria di Cirene, che contenesse
elementi programmaticamente diretti a fungere da veicoli propagandistici dell’autorità
costituita della polis.
Se le cose stanno così, è evidente che il mutare delle esigenze a livello politico
avrebbe determinato, di riflesso, un cambiamento dei filoni tematici di elezione della
propaganda ufficiale. Una sostanziale variazione di orientamento nella scelta dei
contesti narrativi e dei motivi tematici, iniziata plausibilmente già qualche decennio
prima, diventa eclatante con Arcesilao IV (c.ca 462-440 a.C.): lo testimoniano
chiaramente i temi prescelti da Pindaro, che in pratica fu investito del ruolo di inter-
prete ufficiale della propaganda battiade. Com’è noto, il poeta dedicò alla trattazione
di tematiche cirenee ben tre delle sue odi Pitiche11, due delle quali, la quarta e la
quinta, espressamente indirizzate all’ultimo esponente della dinastia reale. È proprio
la “più politica” di queste, la quarta, a contenere gli elementi più significativi.
Pur non entrando nei dettagli di un’analisi puntuale dell’ode, che, come è noto,
è stata già oggetto di ampi studi, occorre tuttavia richiamarne alla memoria
l’argumentum mitico centrale, ossia l’episodio della sosta degli Argonauti in Libia e
il loro successivo passaggio a Calliste, l’isola, in seguito denominata Tera12, che alcune
generazioni dopo sarebbe divenuta la madrepatria dei colonizzatori storici di Cirene.

11
Si tratta, com’è noto, delle Pitiche IV, V e IX. Per il commento e la bibliografia specifica si rimanda alle
corrispondenti sezioni, curate da P. Giannini, in GENTILI, P., ANGELI BERNARDINI, P., CINGANO, E. &
GIANNINI, P. (1995).
12
Sulla colonizzazione dell’isola di Calliste e sul suo mutamento di nome per assumere quello del reggente
spartano Theras, figlio di Autesione, cf. PI, P. 4.6-56 e 256-262; 5.72-81; HDT., IV 147-148; CALL., Ap. 72-76;
CALL., F 716 Pfeiffer; A.R., IV 1755-1764; STR., VIII 3.19; X 5.1; XVII 3.21; PAUS., III 1.7-8; 15.6; VII 2.2; Schol.
PI., P. 4.455a-c [Drachmann II, 161-162]; Schol. A.R., IV 1758 e 1764b [Wendel, 327-328]; Schol. CALL., Ap. 74
[Pfeiffer II, 52]; HSCH., s.v. Kallivsth; TZ., ad LYC. Alex. 886 [Scheer II, 287]. Secondo B. Virgilio (1972: 352, n.
1), Erodoto, attingendo da Pindaro la tradizione della colonizzazione spartana di Tera, ne avrebbe desunto anche il
nome Calliste, che, invece, in Pindaro sarebbe stato soltanto un attributo qualificativo dell’isola. Di particolare interesse
è la posizione di I. Malkin (1994: 95-98; 1997: 33-34), il quale ritiene che la versione tradizionale della metonomasia
da Calliste a Tera suoni sospetta e possa essere frutto della confusione ingenerata dalla coesistenza delle due
denominazioni: Qhvra (vale a dire “la selvaggia”, in quanto disabitata) sarebbe stato il nome “originario”, con il quale
l’isola era conosciuta come destinazione coloniale, mentre Kallivsth (“la più bella”) testimonierebbe il tentativo,
peraltro fallito, di attribuire all’isola una denominazione “ufficiale” beneaugurante. In seguito la denominazione
Qhvra sarebbe prevalsa, anche favorita dalla somiglianza con il nome della località lacone di Qhvrai, e di conseguenza
sarebbe stata elaborata artificiosamente la versione della metonomasia conseguente all’impresa condotta dal reggente
spartano Theras. In sostanza, secondo il I. Malkin (1994: 97-98), la stessa realtà storica del personaggio chiamato
Theras, ricordato dalla tradizione come il colonizzatore ufficiale dell’isola, risulterebbe priva di fondamento.

125
GABRIELLA OTTONE

Pindaro narrava come gli Argonauti, approdati in Libia, giungessero dopo dodici
giorni di cammino al lago Tritonide13, ove un dio, nelle sembianze senili del re epicorio
Euripilo, si sarebbe rivolto ospitalmente agli eroi, offrendo loro in dono14 una zolla
(bw'lo") divelta dal terreno. Sarebbe stato Eufemo, figlio di Posidone e di Europa15, a
riceverla; ma in seguito, ripresa la navigazione, i servitori distratti l’avrebbero lasciata
cadere in mare. Questo episodio fu interpretato da Medea, che si trovava sulla nave al
seguito di Giasone, con una profezia: se Eufemo avesse portato con sé la zolla al
Tenaro e l’avesse gettata nell’entrata dell’Ade16, alla quarta generazione17 i suoi
discendenti, partendo da Lacedemone, da Argo e da Micene, insieme con i Danai,
avrebbero colonizzato la Libia. Invece, poiché la zolla si era inabissata incidentalmente
nei pressi di Tera, la colonizzazione sarebbe stata compiuta dai discendenti di Eufemo,
nati da donne straniere, alla diciassettesima generazione. Costoro, giunti a Tera,
avrebbero infatti generato un uomo cui sarebbe stata predetta da Apollo delfico la
signoria su Cirene. E in effetti i vaticini di Medea avrebbero trovato compimento: gli
Argonauti, proseguendo il viaggio, giunsero prima a Lemno, dove, con le donne
dell’isola, diedero origine alla stirpe di Eufemo; in seguito, cacciati dai Pelasgi, si
rifugiarono in Laconia, dove vennero accolti dagli Spartani18 che concessero loro di

13
Sulla localizzazione del lago Tritonide nei pressi della Grande Sirte, vid., per una rassegna delle fonti,
THRIGE, J.P. (1828): 78-79. Erodoto (IV 178; cf. IV 191. 1 e 3), invece, collocava il lago nel territorio dei Maclui (in
corrispondenza, forse, dell’odierno Chott el-Djerid, in Tunisia), quindi nell’area della Piccola Sirte. Per il problema,
cf. anche HERRMANN, A. (1937): 67-93; CHAMOUX, F. (1953): 83, n. 2 (ove si contestano le posizioni di Hermann);
JONES, G.D.B. & LITTLE, J.H. (1971): 78-79 [in cui si esprime scetticismo circa l’identificazione proposta da
V.R.G. Goodchild (19622: 3-4)]; FERRI, S. (1976): 11-17; PERETTI, A. (1979): 311-333 (con ampia discussione
della problematica, anche alla luce dei dati desumibili dal Periplo dello Pseudo-Scilace, § 110); VIAN, F. (1981): 57-
64; LIVREA, E. (1987): 176-177, nn. 7 e 9; PEYRAS, J. & TROUSSET, P. (1988): 149-204; CORCELLA, A. &
MEDAGLIA, S.M. (1993): 366, comm. a IV 178, 4-5 (ove si nega che Erodoto identificasse il lago con lo Chott el-
Djerid); COPPOLA, A. (1999): 121-122.
14
Sul valore simbolico e sulle caratteristiche degli xevnia, vid. HERMAN, G. (1987): 60-67, 70.
15
Per Europa madre di Eufemo vid. (oltre a PI., P. 4.45-46), A.R., I 181; HYG., Fab. 157. Invece, secondo
l’Eoia pseudo-esiodea (F 253 Merkelbach-West3) e gli scolî a Pindaro [ad P. 4. 15b (Drachmann II, 99); 36c (che
riporta la citazione pseudo-esiodea: Drachmann II, 102); 455e (Drachmann II, 161)], madre di Eufemo sarebbe stata
Mekionike.
16
Al Tenaro era localizzata l’entrata dell’Ade: cf. MEN., F 669 Kassel-Austin, apud Schol. PI., P. 4, 76d
[Drachmann II, 108]; STR., VIII 5.1; PAUS., III 25.5; PLU., De sera, Mor. 560e; Schol. AR. Ach. 510 [Koster I/1, 71];
TZ., ad LYC. Alex. 90 [Scheer II, 50]. Vid. MALTEN, L. (1911): 120; WIDE, S. (19732): 33-35, 40-45.
17
Questa determinazione cronologica allude al cosiddetto “ritorno degli Eraclidi”, considerati discendenti,
alla quarta generazione, di Eracle, il quale aveva preso parte al viaggio degli Argonauti (cf. PI., P. 4.172-173). Secondo
alcuni studiosi questo dettaglio andrebbe ricondotto a una matrice anti-battiade per il suo riferimento a una migrazione
proveniente dal Peloponneso, anteriore e indipendente rispetto al passaggio da Tera: in particolare, secondo G.L.
Huxley (1975: 57-59), tale tradizione sarebbe stata sostenuta dal gruppo di Peloponnesiaci che, come testimonia
Erodoto (IV 159.2; 161.3), erano giunti a Cirene nel periodo di regno di Batto II. Questa interpretazione è condivisa
da P. Giannini (1990: 76-77) e da M. Nafissi (1980-1981: 195, n. 40), secondo cui il far risalire alla diciassettesima
generazione la colonizzazione della Libia andava incontro alle esigenze dei Battiadi, che avevano interesse a negare
di essere pre-Dori originari del Tenaro, in fuga sotto la spinta dei Dori, per evidenziare, invece, la loro discendenza da
Eufemo e dalle donne di Lemno. Più condivisibile la posizione di P. Vannicelli (1992: 56; cf. 1993: 129), secondo il
quale il fatto che, nella versione pindarica, la preziosa zolla si fosse inabissata a Tera soltanto a causa della trascuratezza
dei servitori, doveva sottolineare, quasi ironicamente, il ruolo secondario, di tappa intermedia e incidentale, rivestito
da Tera all’interno di un moto di colonizzazione che in realtà aveva origine direttamente dalla Laconia.
18
Cf., oltre a PI., P. 4.257-258, anche HDT., IV 145.5 e CALL., Ap., 72-75.

126
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

sposare donne laconi. Costretti infine a lasciare la regione, in parte si trasferirono, al


seguito del reggente spartano Theras, zio e tutore di Procle ed Euristene, nell’isola
Calliste da dove, dopo numerose generazioni, Batto, il cui vero nome era Aristotele,
sarebbe partito alla volta della Libia per colonizzarla.
Un racconto come quello pindarico, contenuto in un’ode espressamente dedicata
a un battiade19 e incentratata su un tema di grande valenza politico-propagandistica
(gli antecedenti mitici della colonizzazione storica), non solo doveva rispecchiare le
aspettative dei destinatari, ma doveva costituirne quasi il nuovo manifesto politico,
riprendendo e amplificando temi evidentemente cari alla propaganda dinastica. In
sostanza, è evidente che ai tempi in cui Pindaro scriveva, la corte cirenea fosse orientata
a privilegiare un filone mitico diverso da quello odissiaco, e potenzialmente più inci-
sivo, almeno in considerazione della tipologia del messaggio che si intendeva veicolare.
La scelta non poteva non cadere sulla saga argonautica. Non solo essa era
altrettanto duttile e ricca di spunti tematici che ben si prestavano ad avvalorare teorie
di presunta “precedenza” e conseguenti pretese di legittimazione della signoria sul
territorio20, ma, per di più, la versione vulgata della saga prevedeva già un approdo
degli Argonauti in Libia. Del resto, non è affatto strano che l’itinerario del mitico
viaggio contemplasse anche un passaggio nella terra esotica e misteriosa per eccellenza,
in direzione della quale i venti etesi sospingevano le imbarcazioni dei naviganti. Anzi,
il motivo dell’approdo fortunoso sulla costa libica sembra costituisse addirittura un
topos nella letteratura dei nostoi: Menelao e lo stesso Odisseo vi erano giunti dirottati
dai venti, secondo Omero21, e così era capitato a Giasone e ai suoi compagni, secondo
una tradizione che doveva essere altrettanto antica, se, come pare, è attestata già nelle
Eoie pseudo-esiodee: uno scolio ad Apollonio Rodio22 riconduce espressamente ad
Esiodo23 e ad Antimaco di Colofone24, oltre che a Pindaro, il racconto dell’approdo in
Libia della nave Argo. Se si presta fede alla testimonianza scoliastica, si tratterebbe
del riferimento più arcaico all’episodio libico degli Argonauti. È logico che ciò non
basta per azzardare una ricostruzione della forma originaria del mito25, ma forse non
si è lontani dal vero se si ipotizza che il redattore del Catalogo26 avesse incluso, fra gli

19
Sull’occasione per la quale fu composta la quarta Pitica, vid. GENTILI, B., ANGELI BERNARDINI, P.,
CINGANO, E. & GIANNINI, P. (1995): lix-lx. e 103-104. Cf. GIANNINI, P. (1979): 35-36; BRASWELL, B.K.
(1988): 1-6; CALAME, C. (1996): 59.
20
Sul fenomeno della strumentalizzazione della saga argonautica nelle tradizioni di alcune colonie greche,
attraverso una rielaborazione mitografica che prevedeva l’invenzione di nuove tappe che includessero nell’itinerario
del mitico viaggio le zone in cui sarebbero state fondate le nuove città, vid. VIAN, F. (1982): 273-285 (in partic. 284-
285 per il caso della “tappa libica”); MOREAU, A. (2000): 325-334 (in partic. 331). In generale, cf. COUNILLON, P.
(1997): 117-129.
21
Od. 3.297-300; 9.80-84.
22
Ad IV 259 [Wendel, 273-274].
23
F 241 Merkelbach-West3.
24
F 8 Gentili-Prato.
25
Vid., in proposito, la ricostruzione di A. FERRABINO (1912: 517), poi ripresa da L. PARETI (1917: 246, 256-257).
26
È ormai opinione comunemente accettata che l’opera nota come Eoie o Catalogo delle Donne non sia da
attribuire a Esiodo: vid. WEST, M.L. (1985): 125-137.

127
GABRIELLA OTTONE

eroi al seguito di Giasone, anche Eufemo, personaggio esplicitamente menzionato in


un frammento ascrivibile alle Grandi Eoie, dove viene espressamente ricordato come
figlio di Mekionike e di Posidone Gaihvocw"27. Se si postula l’esistenza di una versione
molto antica della saga argonautica28 che prevedeva anche la presenza di Eufemo
sulla nave Argo al momento dell’approdo in Libia, sembra ovvio pensare che sia stata
questa a fornire lo spunto alla rielaborazione di Pindaro, il quale, dal canto suo, si
limitò ad aggiungere, o a evidenziare, quei particolari che potessero permettergli di
porre in primo piano la dinastia regnante, al fine di legittimarne il potere acquisito.
Tuttavia alcuni dettagli della saga libica degli Argonauti, derivati da canali
tradizionali diversi, inducono a ritenere che essa fosse stata rimaneggiata in senso
cireneo già in un’epoca precedente alla rielaborazione pindarica, forse per intervento
di qualche poeta di corte29. Uno dei testimoni dell’esistenza di filoni alternativi della
tradizione è Erodoto30, secondo cui Giasone, intrapreso il periplo del Peloponneso
per recarsi a Delfi, sarebbe stato sospinto da Borea verso la costa africana, rimanendo
prigioniero con la nave Argo nelle secche del lago Tritonide31. Qui gli sarebbe apparso
Tritone che gli avrebbe chiesto in dono il tripode di bronzo facente parte delle offerte
destinate ad Apollo, mostrando in cambio agli Argonauti il passaggio attraverso il
quale avrebbero potuto uscire dalle secche. Com’è facile notare, il racconto erodoteo
diverge da quello pindarico in alcuni punti significativi: il rilievo assunto dal capo
della spedizione, Giasone, co-protagonista, insieme a Tritone, nell’economia dell’intero
episodio, nonché il particolare –così essenziale nel dipanarsi del racconto– del dono
del tripode. Tutti elementi totalmente assenti nella versione pindarica: sembrerebbe
quindi che Erodoto avesse seguito una tradizione alternativa32, plausibilmente più
antica33 e forse non ancora condizionata dalla propaganda battiade, la quale potrebbe
avere suggerito, in un secondo tempo, di sostituire all’interno della preesistente versione
del mito alla figura di Giasone quella di Eufemo.

27
[HES.], F 253 Merkelbach-West3, apud Schol. PI., P. 4.36c [Drachmann II, 102]. Cf. Schol. PI., P. 4.15b
[Drachmann II, 99] e 79b [Drachmann II, 108]; TZ., H. II 43.
28
Occorre ricordare che, secondo la testimonianza di Diogene Laerzio (I 112), il mito argonautico era stato
trattato anche da Epimenide (FGrHist 457 T 1), alla fine del sesto secolo a.C., in un lungo poema di 6.500 versi.
29
Cf. JACKSON, S. (1987): 26; WEST, M.L. (1985): 86-87; VANNICELLI, P. (1993): 128; GIANGIULIO,
M. (2001): 123-124. A versioni di ascendenza battiade anteriori alla “codificazione” pindarica pensa anche B.K.
Braswell (1988: 89), che tuttavia esclude l’esistenza di una tradizione scritta cui Pindaro poté attingere.
30
IV 179. Alcuni dettagli appartenenti al filone tradizionale veicolato da Erodoto furono forse alla base della
parallela narrazione timaica dell’episodio: cf. FGrHist 566 F 85.
31
Localizzato, da Erodoto, nei pressi della Piccola Sirte: vid. supra, n. 13.
32
Secondo J. Kirchberg (1965: 53-55), la versione di Erodoto rappresenterebbe una variante “libica” contrapposta
alla versione “terea” attestata nella quarta Pitica: tale interpretazione non sembra tuttavia condivisibile, in quanto
anche la zolla da cui avrebbe avuto origine l’isola di Tera era di provenienza libica. Per l’ipotesi che la variante
erodotea del tripode fosse stata desunta dalle Argonautiche del cretese Epimenide [cf. Schol. PI., N. 7.155a (Drachmann
III, 137)], vid. HUXLEY, G.L. (1969): 81-82; DION, R. (1977): 43-64; JACKSON, S. (1987): 25.
33
Vid. CORCELLA, A. & MEDAGLIA, S.M. (1993): 367, comm. a 179, 1; cf. anche A. Coppola (1999:129)
secondo la quale “la maggiore semplicità ed essenzialità del racconto” deporrebbero a favore della “maggiore antichità
della versione erodotea”.

128
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

Del resto, non può certo considerarsi un caso che ai tempi di Arcesilao IV l’albero
genealogico della dinastia vantasse già taluni membri di nome Eu[fhmo"34, un dato
che, anzi, potrebbe confermare come i rapporti genealogici con l’argonauta fossero
stati stabiliti in un’epoca anteriore a quella in cui Pindaro elaborava la sua versione
del mito35. Ma per comprendere i motivi per i quali gli intellettuali di corte, prima di
Pindaro, avessero voluto scegliere la figura di Eufemo come referente mitico della
dinastia36, occorre ricordare alcuni aspetti. Sparta, in quanto madrepatria di Tera, era
universalmente riconosciuta come prima tappa storica della colonizzazione libica.
Poiché, come si è visto, secondo un’antica tradizione, gli Argonauti avrebbero sostato
in Libia, si avvertì la necessità di trovare un trait d’union fra quest’ultima e la
Laconia, in modo che anche a livello mitico fosse riprodotto il nesso storico di
collegamento tra l’area peloponnesiaca e quella libica. Si è anche visto che la
tradizione attestata nelle Grandi Eoie voleva che padre di Eufemo fosse quel Posidone
Gaiavoco che proprio in Laconia, e precisamente al Capo Tenaro, riceveva particolare
culto37: è chiaro allora come l’eroe Eufemo, appunto per questa forte connotazione
lacone, presentasse i requisiti desiderati38. E in aiuto veniva anche la sua genealogia:
la madre Mekionike39 sarebbe stata figlia di Eurota40, la divinità del fiume di Sparta,
mentre egli stesso avrebbe sposato Laonome, sorella di Eracle41. Si può dunque
affermare che all’interno del repertorio mitologico offerto dall’epopea degli
Argonauti si intese individuare una figura che potesse essere collegata con la Laconia,
in modo tale che, mentre si dava un progenitore mitico ai Battiadi, si salvava,
contestualmente, la tradizione dorica della fondazione di Cirene: la scelta di includere
Eufemo fra i protagonisti dell’episodio libico della saga argonautica dovette quindi
apparire ideale.
Se dunque si accetta l’ipotesi che la tradizione locale cirenea avesse già “corretto”
la versione tradizionale sugli Argonauti in Libia, magari sostenendo che il tripode era
stato donato non già da Giasone, bensì proprio da Eufemo, si deve riconoscere che la
novità della versione pindarica consistette nell’eliminazione dell’episodio del dono

34
Cf. THEOTIMUS, FGrHist 470 F 1 apud Schol. PI., P. 5.34 [Drachmann II, 175]; vid. OTTONE, G. (2002:
413-422).
35
Questo non esclude che in epoca successiva Eufemo venisse collegato anche con altre tradizioni. Se, da un
lato, costui era ritenuto contemporaneo di Eracle [Schol. PI., P. 9.185d (Drachmann II, 238)], dall’altro un eroe
omonimo si faceva intervenire a fondare Cirene insieme con Batto [DID., F 25, 226 Schmidt, apud Schol. PI., P.
4.455d (Drachmann II, 161)]. Una tradizione ricorda anche un altro personaggio di nome Eufemo, figlio di Samo e
discendente dell’Eufemo figlio di Posidone [Schol. PI., P. 4.455e (Drachmann II, 161)].
36
Già gli antichi esegeti tentarono di trovare una giustificazione per la scelta della figura di Eufemo: vid.
Scholl. PI., P. 4.306 [Drachmann II, 138-139] e 455d-e [Drachmann II, 161].
37
In particolare, sul celeberrimo tempio di Posidone al Tenaro, vid. MUSTI, D. & TORELLI, M. (19922): 279-
280, comm. a III 25, 28-29 (con relativa bibliografia) e HÄGG, R. & MARINATOS, S. (1993): 72-74.
38
Secondo P. Dräger (1993: 269-271) la connessione di Eufemo con il culto di Posidone al Tenaro sarebbe
stata decisiva per la scelta di includere il personaggio nella variante libica della saga argonautica.
39
Vid. supra, nt. 15.
40
Schol. PI., P. 4.15b [Drachmann II, 99].
41
Scholl. PI., P. 4.15b [Drachmann II, 99] e 79b [Drachmann II, 108].

129
GABRIELLA OTTONE

del tripode –divenuto a quel punto un vecchio retaggio, ormai non più funzionale– e
nell’inserimento di un nuovo episodio ben più significativo: la consegna di una zolla
di terra libica a Eufemo avo dei Battiadi. Che Pindaro abbia plausibilmente mutuato
dall’opera attribuita al corinzio Eumelo42 il motivo del dono della bolos43, riferito, in
origine, al mitico ecista di Corinto, Alete, è circostanza decisamente irrilevante; ciò non
farebbe altro che confermare, ancora una volta, la straordinaria attitudine del poeta
tebano ad adattare a scenari mitici creati artificiosamente tradizioni già esistenti.
Quello che conta è che, nell’adattamento pindarico, tale motivo era chiamato ad
assumere una forte valenza simbolica: i discendenti di Eufemo un giorno sarebbero
approdati, fatalmente e legittimamente, alla terra da cui proveniva la zolla44. Il
messaggio di legittimazione del potere battiade sotteso al racconto non era però fine
a sé stesso: nel momento storico in cui il poeta componeva, i privilegi regali della
casata erano posti in discussione –come altre volte era accaduto nella storia di Cirene–
da una sedizione interna, di matrice aristocratica. Del resto, la temperie politica traspare
chiaramente dal tono e dal contenuto degli ultimi versi della quarta Pitica, laddove
Pindaro tenta di smorzare i toni della contesa fra Arcesilao IV e l’aristocratico cireneo
Damofilo45, esiliato a Tebe. Ora, proprio uno scolio a questa Pitica46 fornisce un
dettaglio di qualche interesse ai fini di questo discorso: Damofilo sarebbe stato in
rapporto di parentela con Arcesilao (prov" gevno"), quindi probabilmente apparteneva
alla medesima famiglia degli Eufemidi, ma a un ramo avverso ai Battiadi. Benché
l’esistenza di due rami di Eufemidi non sia attestata esplicitamente da alcun’altra
fonte, forse se ne può cogliere un indizio in un’espressione, altrimenti oscura, usata
da Erodoto a proposito delle origini di Batto: Eujfhmivdh" twn Minuevwn47.

42
Sulla possibilità che i Korinthiaka attribuiti a Eumelo siano in realtà un prodotto di ambiente corinzio-
sicionio di epoca posteriore (tra settimo e sesto sec. a.C.) allo scrittore corinzio, ma a lui fittiziamente attribuiti dalla
tradizione, vid. ora il recente contributo di M.L. WEST (2002: 109-133).
43
Vid. SALMON, J.B. (1984): 38; JACKSON, S. (1987): 26-27; cf. WILL, ED. (1955): 285-286.
44
Secondo L. Gernet (1976: 116), l’immagine della bolos, nel suo significato simbolico di sanzione del diritto
di proprietà sulla terra dalla quale proviene, potrebbe costituire il ricordo di un rito di traditio per glebam. F. Letoublon
(1989: 112-113), invece, individua un parallelismo tra il dono della zolla e il rito della fusione dei kolossoi di cera
descritto nella stele del cosiddetto “Giuramento dei Fondatori” (o{rkion tw'n oijkisthvrwn: ML2 5, ll. 44-49): la terra
e la cera sarebbero simboli della polarità memoria-oblio ed entrambe sarebbero connesse con il mondo infero e le
divinià ctonie, come dimostrerebbe, in particolare, il fatto che il pugno di terra avrebbe dovuto essere gettato nell’entrata
dell’Ade a Capo Tenaro; su quest’ultimo aspetto, cf. anche CALAME, C. (1996): 84.
45
Cf. CHAMOUX, F. (1953):195-198. Contro l’opinione di chi [WILAMOWITZ-MÖLLENDORFF, U. (1922):
376] riteneva che Damofilo fosse alla guida di una fazione democratica, come confermerebbe il suo presunto
soprannome, L.J. Bartson [(1982): I, 295-298] replica che il nome, ricevuto sin dalla nascita, in realtà indicava
adesione della famiglia di Damofilo alla politica dei Battiadi, che nel davmo" avevano il proprio supporto contro gli
oligarchi. Sembra tuttavia più probabile che il personaggio appartenesse alla fazione aristocratica che si opponeva ai
Battiadi: vid. GIANNINI, P. (1979): 47-48. In questo senso interessante è la testimonianza dello Schol. PI., P. 4.467
[Drachmann II, 163] secondo la quale Damofilo sarebbe stato anche imparentato con Arcesilao. Tuttavia A. Laronde
(1990: 47) raccomanda cautela nel valutare l’effettiva importanza politica di Damofilo e del suo gevno" di appartenenza,
dal momento che in Pindaro non si trovano indicazioni chiare in proposito.
46
Ad v. 467 [Drachmann II, 162-163].
47
HDT., IV 150.2. In realtà i codici recano la lezione Eujqumivdh, ma la correzione in Eujfhmivdh" risulta giustificata:
vid. CORCELLA, A. & MEDAGLIA, S.M. (1993): 341, comm. a 150, 3.

130
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

Il senso della precisazione tw'n Minuevwn acquista del resto nuova luce48 se si
considera che anche Pindaro nella quarta Pitica sembra voler sottolineare l’ascendenza
minia dei Battiadi: in primo luogo, l’episodio di Eufemo viene collocato nell’ambito
del viaggio degli Argonauti, Minî per eccellenza49; la genealogia seguita da Pindaro,
poi, rendeva Eufemo figlio di Posidone e di Europa, facendolo nascere sulle rive del
Cefiso, quindi probabilmente a Orcomeno di Beozia, che sorgeva su questo fiume ed
era patria dei Minî50. Questo secondo aspetto è particolarmente significativo: per
evidenziare la connotazione minia di Eufemo il poeta si discostava dalla genealogia
tradizionale, attestata nelle Grandi Eoie, che –come si è visto– lo voleva figlio di
Mekionike, e non di Europa. È quindi plausibile che il suo scopo fosse quello di
stabilire un forte nesso tra l’episodio del dono della zolla al “minio” Eufemo, collocato
a livello mitico, e quello dell’oracolo pitico reso al suo discendente Batto, in tempi
storici: come la consegna della bolos aveva suggellato l’implicito patto tra Eufemo e
il dio nelle vesti di Euripilo, così il responso delfico avrebbe sancito esplicitamente il
diritto di Batto a fondare Cirene in Libia, e implicitamente quello dei suoi successori
(Eufemidi di ascendenza minia) a governarla.
Se all’epoca di Pindaro il legame della dinastia con Eufemo poteva essere divenuto
già un dato acquisito, così come la connessione dell’eroe con l’area peloponnesiaca,
è probabile che l’evidenziarne la connotazione minia potesse servire a rafforzare ulte-
riormente il concetto di una precisa appartenenza etnica della casata battiade, e del
suo stretto legame con la Laconia, e quindi, in ultima analisi, con Sparta. Il krito;n
gevno"51 dei Minî era certo un forte anello di congiunzione tra Sparta e Cirene, sia
perché da esso discendeva Batto, sia perché Sparta, eletta dai Minî nuova patria dopo
la cacciata da Lemno, costituiva una tappa fondamentale dell’iter che avrebbe portato
alla fondazione di Cirene. Perciò le tradizioni sugli Argonauti in Libia e sui Minî
rappresentavano per la famiglia regnante a Cirene lo strumento ideale per ribadire il
proprio legame diretto con Sparta52, un legame che si cercava di evidenziare
essenzialmente per ragioni di politica interna.
Infatti, già a partire dal regno di Arcesilao II, la dinastia regale dovette affrontare
i forti contrasti, sfociati anche in sanguinose staseis, provenienti da un’aristocrazia
che arrogava a sé il diritto a gestire il potere, in nome della discendenza dai primi
coloni di Cirene, quelli “storici”, provenienti da Tera53. Gli aristocratici, di chiaro

48
Come è stato notato da P. Giannini (1990: 78).
49
PI., P. 4.68; HDT., IV 145.2-3. La denominazione è legata all’appartenenza degli Argonauti ai Minî, discendenti
del re Minia. L’identificazione Argonauti = Minî è invalsa almeno a partire da Stesicoro (F 238 Davies). Cf. A.R.,
I.229-233, con relativo scolio [Wendel, 28]. Vid. anche VIAN, F. (1974): 10-12 (con elenco delle fonti); CORSANO,
M. (1990): 124; CORCELLA, A. & MEDAGLIA, S.M. (1993): 336, comm. a 145, 10.
50
HOM., Il. 2.511; [HES.], F 69 - F 71 Merkelbach-West3; PI., O. 14.4; HDT., I 146.1; HELLANIC., FGrHist
4 F 126; PAUS., IX 34.6-7.
51
PI., P. 4.50-51.
52
VANNICELLI, P. (1993): 128-129. Per le ragioni della scelta battiade di privilegiare il legame con Sparta
rispetto a quello con Tera, vid. OTTONE, G. (2002): 453-458.
53
Sulle connotazioni politiche, ma anche etniche e sociali, dell’opposizione aristocratica alla monarchia battiade,
vid. in particolare ibidem: 162-186.

131
GABRIELLA OTTONE

orientamento oligarchico, si facevano vanto di tale discendenza, in un atteggiamento


che li accomunava ai cittadini della madrepatria che, stando alla testimonianza di
Aristotele54, riconoscevano l’eujgevneia soltanto ai discendenti dei primi colonizzatori
dell’isola55. È ovvio immaginare come la lotta politica, da parte battiade, si giocasse
sui due fronti, quello dei provvedimenti concreti e della repressione, e quello più
sottile della propaganda. Nel primo caso, quando non si giungeva agli eccessi della
violenza –basti pensare alla strage di aristocratici compiuta da Arcesilao III nonché
dalla regina Feretime56– si cercava di minare alla base il potere politico degli avversari:
e poiché l’aristocrazia cirenea fondava sul possesso di grandi estensioni terriere il
proprio effettivo potere, i sovrani cirenei si cimentarono in operazioni di redistribuzione
delle terre. Si ebbe così il gh'" ajnadasmov" attuato da Batto II57 e di nuovo promesso
da Arcesilao III58, in due circostanze storiche diverse, ma sempre nell’intento di colpire
gli interessi economici e il prestigio politico degli aristocratici proprietari terrieri.
Anche sul piano ideologico si ponevano evidentemente i termini del contrasto, e anche
sul piano ideologico la soluzione della propaganda ufficiale doveva essere quella di
minare alla base la legittimità della tradizione di matrice aristocratica, che tendeva a
enfatizzare il legame con la madrepatria Tera per rivendicare un presunto primato, in
nome della discendenza diretta dai primi coloni della Libia.
È quindi evidente che facendo risalire le proprie origini a Eufemo, i Battiadi
intendessero presentarsi come provenienti dal Peloponneso, riconnettendo idealmen-
te a Sparta le origini della città: di conseguenza, Tera veniva relegata a un ruolo
marginale nell’iter che avrebbe portato alla fondazione di Cirene59. Lo dimostra proprio
il particolare della mancata colonizzazione della Libia riferito da Pindaro, il quale,
precisando che i discendenti di Eufemo avrebbero dovuto giungere nella regione dopo
quattro generazioni –chiara allusione al mito del ritorno degli Eraclidi– senza passare
da Tera, implicitamente attribuiva all’isola il ruolo di tappa “casuale”, non predestinata,
nell’ambito del processo di colonizzazione60.
In definitiva, la scelta del mito argonautico permetteva ai Battiadi di amplificare,
rispetto alle possibilità offerte dal mito odissiaco, le potenzialità di incidenza della
propaganda ufficiale. La saga libica dell’argonauta Eufemo forniva infatti non solo

54
Pol. 1290b 12-14.
55
Forse può essere letta in questo senso anche l’affermazione di Erodoto, le cui fonti erano di matrice
aristocratica, allorché questi precisa (IV 159.1) che prima del rincalzo coloniario sotto Batto II gli abitanti di Cirene
erano rimasti gli stessi dell’epoca della prima colonizzazione.
56
HDT., IV 164.2 e 202.1.
57
HDT., IV 159.2-3. Cf. CHAMOUX, F. (1953): 134; SCHÄFER, H. (1963): 238-240; AUSTIN, M.M. &
VIDAL-NAQUET, P. (1977): 229-230; BACCHIELLI, L. (1978): 609-611; ABITINO, G. (1979): 74-75; BARTSON,
L.J. (1982): I, 302-304; JÄHNE, A. (1988): 154-155, 165.
58
HDT., IV 164.1.
59
Sulla tendenza cirenea, dimostrata nel corso del sesto e del quinto secolo a.C., a rimuovere il ricordo del
legame con Tera per riallacciarsi direttamente a Sparta, vid. in particolare NAFISSI, M. (1980-1981): 196-200, 208-
209; ID. (1985): 381-384; VANNICELLI, P. (1992): 55-73 (in partic. 56, 67-68); ID. (1993): 129.
60
Su questo aspetto insiste P. Vannicelli (1992): 56; ID. (1993): 129. Cf. supra, n. 17.

132
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

una testimonianza di precedenza, ma anche una prova del pieno diritto dei Battiadi,
in quanto Eufemidi e in quanto Minî, a governare su una città in cui una frangia
dell’aristocrazia arrogava a sé la legittimità politica61.
In particolare, la figura di Eufemo consentiva alla casata reale di istituire uno
stretto, e indubbiamente comodo, legame con Sparta, in un periodo storico in cui la
città dei Lacedemoni era indubbiamente tra le più potenti del mondo greco e per
questo doveva rappresentare un solido punto di riferimento politico. A questo proposito
risulta particolarmente significativa l’esistenza di alcune tradizioni che forse
connotano, anche dal versante spartano, un’interesse a evidenziare determinate
connessioni con l’area libica, attraverso racconti incentrati sul tema della
“predestinazione lacedemone” a colonizzare la regione nord-africana: una notizia di
derivazione eforea, registrata da Plutarco62, riferisce, ad esempio, di un antico vatici-
nio secondo il quale gli Spartani sarebbero stati destinati a stanziarsi in Libia63, cui
avrebbero fatto riferimento gli emissari libici dei sacerdoti di Ammone giunti a Sparta
per accusare Lisandro di corruzione.
Anche Erodoto64 ricordava – immediatamente prima del racconto della sosta
libica degli Argonauti – un analogo lovgion, che però faceva preciso riferimento all’isola
di Fla65 , all’interno del lago Tritonide: questa, secondo il vaticinio, un giorno sarebbe
stata colonizzata dai Lacedemoni. È probabile che tali oracoli siano stati
strumentalizzati in un secondo tempo dalla propaganda spartana per legittimare la
spedizione condotta alla fine del sesto secolo66 dal principe spartano Dorieo allo
scopo di colonizzare la regione del Cinipe e giustificare le ambizioni coloniarie
lacedemoni nei confronti degli emporia cartaginesi della Piccola Sirte67 . Ciò

61
Non è escluso che l’aristocrazia dissidente fondasse le proprie pretese di legittimazione sull’asserita
discendenza dall’elemento egeide, rappresentato da Theras, affiancatosi ai Minî (da cui invece discendevano i Battiadi)
all’epoca della colonizzazione di Tera: vid. GIANNINI, P. (1979): 47-48. Che le tradizioni antibattiadi a Cirene
avessero un’ascendenza egeide è suggerito anche da L. Breglia Pulci Doria (1991: 17-18).
62
EPHOR., FGrHist 70 F 206, apud PLU., Lys. 25.4.
63
Per la connessione di questo oracolo con il tentativo coloniario di Dorieo, vid. BRACCESI, L. (1999): 22-
24. Sulla possibilità che tale predizione sia da ricollegare agli ottimi rapporti in età arcaica tra Sparta e la sede
oracolare di Ammone, anche a prescindere dall’impresa di Dorieo, vid. COPPOLA, A. (1999): 125-126.
64
IV 178.
65
Per l’identificazione dell’isola di Fla con Djerba, vid. GSELL, S. (1916): 80 e n. 2.
66
Vid. HDT., V 42.2-3; D.S., IV 23.3; PAUS., III 3.10; 16.4-5. Se, in linea di massima, la spedizione “libica” di
Dorieo viene datata al 515-514 a.C., non manca tuttavia chi ne ha proposto una datazione alta (526-525 a.C.), facendola
coincidere con l’ultimo periodo di regno di Arcesilao III: vid. MERANTE, V. (1970): 272-294; GANCI, R. (1996):
223-232.
67
Secondo Erodoto, a guidare Dorieo in Libia sarebbero stati i Terei; la mancata menzione dei Cirenei in
riferimento all’impresa è stata interpretata dagli studiosi come indizio del fatto che il governo di Cirene avrebbe
deliberatamente evitato un coinvolgimento: vid. CHAMOUX, F. (1953): 162-163; MITCHELL, B.M. (1966): 105-
106; LARONDE, A. (1990): 7, 9; VANNICELLI, P. (1992): 63-64; MALKIN, I. (1994): 199-200; KRINGS, V.
(1998): 194. Invece, a favore dell’ipotesi di un appoggio a Dorieo, magari in forma non ufficiale, da parte del governo
di Cirene, vid. DUNBABIN, T.J. (1948): 350; WILL, ED. (1955-1957): 130 [ora in ID. (1998): 128]; SCHENK VON
STAUFFENBERG, A. (1960): 183 [ora in LAUFFER, S. (1972): 64]; MERANTE, V. (1970): 127; MADDOLI, G.
(1982): 250; HUSS, H. (1985): 74. Una posizione diversa, che sviluppa alcune riflessioni precedentemente accennate
da A. Schenk von Stauffenberg (1960: 181-184), esprime L. Braccesi (1999: 25-29, 37), il quale, negando una finalità

133
GABRIELLA OTTONE

nonostante, tali oracoli non devono essere considerati prodotto della propaganda
successiva all’impresa di Dorieo: al contrario, la loro genesi doveva essere più antica,
e basta a dimostrarlo la constatazione che, di fatto, l’impresa di Dorieo fallì, motivo
per cui non avrebbe avuto senso un’invenzione ex eventu68. E forse analoghe
considerazioni valgono anche per un altro vaticinio, riferito sempre da Erodoto69 nella
sua versione dell’episodio libico degli Argonauti: a Giasone, dopo l’offerta del tripode,
Tritone avrebbe profetizzato che, quando un discendente degli Argonauti avesse
sottratto il tripode, cento città greche sarebbero state fondate sulle rive del lago.
L’ascendenza spartana di questa tradizione sembra evidente: la stessa collocazione
dell’avventura “libica” all’inizio del viaggio argonautico (in Pindaro, invece, essa
avveniva al ritorno)70 tradiva l’implicita intenzione di coinvolgere proprio Eracle nella
profezia di Tritone, prima che l’eroe abbandonasse i compagni di viaggio. Ciò avrebbe
significato estendere a tutti gli Argonauti, quindi anche ai Dioscuri e a Eracle71, il
diritto alla colonizzione libica sancito dalla profezia di Tritone. Si può immaginare
come una tradizione di questo tipo potesse facilmente incontrare il favore dei fautori
dell’impresa di Dorieo, ed è probabile che Dorieo stesso se ne fosse appropriato allo
scopo di guadagnare consensi, sia a Sparta sia nella stessa Cirene, alla sua certo
discussa impresa. Forse questo è uno dei motivi per cui la tradizione di questi vaticini
veniva ricordata e trasmessa da Erodoto. Se presumibilmente la versione originaria
del mito connesso con il vaticinio prevedeva che i discendenti di tutti gli Argonauti
avessero diritto a colonizzare la Libia, di sicuro la successiva propaganda spartana
poté aver enfatizzato l’aspetto “inclusivo” per ribadire che, in prospettiva futura, proprio
Dorieo, un Eraclide, potesse legittimamente accampare questo diritto, che cessava di
essere appannaggio dei soli discendenti di Eufemo, i Battiadi, i quali, non a caso, nel
periodo in cui Erodoto raccoglieva queste tradizioni, erano ormai caduti in disgrazia.

insediativa alla spedizione di Dorieo, ritiene che costui si fosse recato in Libia con l’obiettivo primario di ristabilire
l’ordine a Cirene dopo la morte di Arcesilao III, instaurando un governo oligarchico filospartano e antiachemenide;
andato a vuoto tale obiettivo, avrebbe “ripiegato” sull’insediamento coloniario al Cinipe, ovviamente senza l’appoggio
del restaurato governo battiade. Sembra condividere quest’ultima lettura della spedizione libica di Dorieo anche A.
Coppola (1999: 124-125, n. 16).
68
MALKIN, I. (1994): 194-198.
69
IV 179.3.
70
Pindaro (P., 4.26: jex jWkeanou') seguiva la tradizione più antica, rappresentata dallo Pseudo-Esiodo (F 241
Merkelbach-West3), da Ecateo di Mileto (FGrHist 1 F 18 a = F 21 Nenci) e in seguito da Antimaco di Colofone (F 65
Wyss = F 8 Gentili-Prato). Da notare tuttavia che la versione di Ecateo, secondo cui gli Argonauti raggiungevano il
mare attraverso il Nilo, rappresenta un tentativo di razionalizzare la leggenda. In Timeo (FGrHist 566 F 85) la
direzione del viaggio degli Argonauti era diversa: costoro venivano sospinti dai venti verso le Sirti mentre provenivano
dallo stretto di Gibilterra. Per un’analisi delle diverse tradizioni relative agli itinerari seguiti dagli Argonauti nelle
loro peregrinazioni, vid. VIAN, F. (1987): 249-262; PLÁCIDO, D. (1996): 55-63; MARGINESU, G. (2000): 159-
175; MOREAU, A. (2000): 325-334.
71
Vid. VANNICELLI, P. (1992): 69-70, n. 32; ID. (1993): 130-131. I. Malkin (1994: 180-181) invece non
individua una contrapposizione tra discendenza eufemide ed eraclide, mettendo in rilievo l’estensione in linea
genealogica del diritto di colonizzare la Libia e i legami dinastici tra diarchia eraclide spartana, monarchia terea e
monarchia battiade cirenea.

134
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

Dell’esistenza e della rilevanza di tradizioni di versante spartano circa un pre-


sunto ruolo dei Lacedemoni nella colonizzazione del nord Africa non sembra possibile
dubitare; e che tali tradizioni fossero particolarmente consolidate è dimostrato dal
loro persistere anche in epoca più tarda: una notizia, tràdita da Pausania72, voleva che
persino l’olimpionico spartano Chionide73 avesse partecipato con Batto, in qualità di
sun'oikisthv", alla fondazione di Cirene. Forse una lontana eco di queste tradizioni si
può ravvisare nella notizia, tràdita ancora in Nonno di Panopoli74, che rievocava la
lunga permanenza di Cadmo in Libia, dove l’eroe, unitosi in matrimonio con Armonia75,
avrebbe fondato cento città76, un particolare, questo, che evidenzia come a livello
mitografico continuasse a persistere l’idea di un diritto sancito dal fato alla colonizzazione
dorica della Libia. È inoltre significativo che la sorella di Cadmo, Europa77 –almeno
secondo un filone tradizionale– sarebbe stata nientemeno che la madre di Eufemo78. Lo
stesso Cadmo non era ignoto alla tradizione mitografica cirenaica79: secondo una versione
del mito80, discendeva in linea paterna da Libia, la dea che Pindaro81 rappresenta nell’atto
di accogliere nella propria reggia africana la ninfa Cirene rapita da Apollo. E una saldatura
fra tradizioni di ascendenza cirenea e spartana si può forse individuare nella notizia
secondo cui Theras, lasciata Sparta, si sarebbe diretto a Calliste, futura madrepatria di
Cirene, ritenendosene legittimato appunto dalla propria discendenza da Cadmo, che, in
epoca mitica, avrebbe colonizzato l’isola82.
Tornando alla sosta libica degli Argonauti, era naturale che tale mito si prestasse
a diverse rielaborazioni. Una di queste cela forse una matrice epicoria: secondo un
frammento timaico, conservato da Diodoro83, gli Argonauti avrebbero appreso da
Tritone l’itinerario per uscire dal lago e gli avrebbero offerto in ricompensa un tripode
bronzeo iscritto, conservato a Euesperide e ancora visibile all’epoca dello storico di
Agirio. È plausibile che tale versione vada messa in relazione con il racconto erodoteo84
secondo cui gli indigeni, udita la profezia di Tritone sulla futura colonizzazione del

72
III 14, 3. Cf. MUSTI, D. & TORELLI, M. (19922): 213-214, comm. a III 24-9.
73
Sul personaggio, vid. MORETTI, L. (1957): 164.
74
NONN., D. 13.335-367.
75
Sulle nozze di Cadmo e Armonia celebrate in Libia, presso il lago Tritonide, vid. ROCCHI, M. (1989): 73-
81. Cf. VIAN, F. (1963): 62, n. 3.
76
NONN., D. 13.365.
77
Le tradizioni non sono univoche circa i rapporti di parentela tra Cadmo ed Europa: una versione diffusa li
considerava fratelli, ma esistevano varianti secondo le quali i due sarebbero stati cugini, oppure zio e nipote; vid. in
proposito EDWARDS, R.B. (1979): 23-25 (con elenco delle fonti), e 27-28, tavv. 3, 4, 6. Le figure di Cadmo e di
Europa si trovano associate nella tradizione ancor prima di assumere una connotazione orientale: vid. WEST, M.L.
(1985): 146-152. Sulla relazione tra la dinastia tebana dei Cadmei e la figura di Europa, cf. PRANDI, L. (1986): 37-
48. Per una visione d’insieme del materiale mitologico su Europa, vid. BÜHLER, W. (1968).
78
Vid. supra, n. 15.
79
Sulla presenza della figura di Cadmo all’interno del patrimonio mitografico cirenaico vid. OTTONE, G.
(1995): 31-39.
80
[APOLLOD.], Bibl. II 1.10-11; Schol. E., Ph. 158 [Schwartz I, 270-271].
81
P. 9.55-56.
82
HDT., IV 147.4; cf. PAUS., III 1.7-8.
83
FGrHist 566 F 85, apud. D.S., IV 56.6.
84
IV 179.

135
GABRIELLA OTTONE

loro territorio, avrebbero nascosto il tripode. All’oggetto dunque sarebbe stata attribuita
la funzione di palladio; ma l’aspetto significativo è che la versione diodorea pone
l’accento sulla zona di Euesperide, dove il tripode sarebbe stato conservato85: questa
circostanza porta a ipotizzare che la matrice della variante fosse euesperita, forse
connotata in senso strettamente indigeno86. A meno che non si ipotizzi –ed è una
lettura ugualmente suggestiva– che fosse invece una variante cirenea tesa a sancire il
diritto di Cirene a colonizzare la zona di Euesperide, elaborata magari in opposizione
alla strumentalizzazione dell’oracolo sul tripode operata da Dorieo87, fondata, invece,
sull’arbitraria “localizzazione occidentale” (presso la Piccola Sirte) del lago Tritonide88.
L’ambientazione euesperita assume un significato pregnante anche in un’altra
versione: la fonte è stavolta Apollonio Rodio89, secondo cui gli Argonauti sarebbero
approdati proprio nella zona di Euesperide90. Ma non è certo casuale che Euesperide
fosse proprio la città che, all’incirca nel periodo in cui Apollonio scriveva, aveva
assunto, in onore della sposa di Tolemeo III, il nome di Berenice91. E questo è solo un
esempio di come l’episodio libico degli Argonauti fosse stato rielaborato in periodo
tolemaico92, da un poeta, Apollonio Rodio, che evidentemente si faceva portavoce
della propaganda lagide93. In particolare, Apollonio Rodio sembra aver “contaminato”
la versione del tripode con quella attestata da Pindaro, dal momento che nel suo
racconto coesistono i due episodi dell’offerta del tripode da parte degli Argonauti e
del dono della zolla da parte di Tritone. E non è casuale neppure che nella sua versione,
rispetto al racconto pindarico, sia assente l’allusione alla negligenza dei servitori di
Giasone, che fortuitamente avrebbero lasciato cadere la zolla in mare nei pressi di
Tera; tale episodio è significativamente sostituito dal racconto del sogno di Eufemo,
in cui la zolla si sarebbe trasformata in fanciulla che sosteneva essere figlia di Tritone

85
Sul tripode come pegno di immunità per il paese in cui viene conservato, cf. GERNET, L. (1976): 104 e 116.
86
A una tradizione locale, “alternativa o complementare allo stesso Erodoto”, pensa anche G. Marginesu
(2000: 171 e n. 55), il quale sembra individuare nell’impresa di Ofella e di Agatocle contro Cartagine una delle
ragioni per una maggiore attenzione dello storico siceliota verso le tradizioni di ambientazione cirenaica.
87
MALKIN, I. (1994): 198-201.
88
Sulla presunta strumentalizzazione da parte di Dorieo del tema dell’oracolo relativo a Fla e sulla conseguente
arbitraria localizzazione del lago Tritonide presso il Cinipe, vid. COPPOLA, A. (1999): 126 e 130.
89
IV 1232-1599.
90
Le indicazioni di Apollonio Rodio mostrano che, secondo il poeta, la Tritoni;" livmnh era localizzata in
prossimità della Grande Sirte: lo fanno ipotizzare la menzione delle Esperidi eponime di Euesperide (IV 1399),
quella della ninfa Tritonide madre di Nasamone (IV 1495), e l’epifania di Tritone con le sembianze di Euripilo,
mitico re di Cirene (IV 1561: cf. CALL., Ap. 95). A favore di tale ipotesi milita l’itinerario seguito dagli Argonauti
all’uscita del lago Tritonide (IV 1573-1585), che E. Delage (1930: 261-270; cf. 269, tav. IV) giunge a identificare con
la Piccola Sebka di Bengasi. Non condivisibile invece la posizione di L. Pareti (1917: 243, n. 4), secondo cui Apollonio
avrebbe localizzato in Egitto la palude Tritonide, poiché il poeta dimostrava di conoscere (IV 260-269) la tradizione
secondo cui il Nilo anticamente era chiamato Tritone e la città di Tebe definita Tritonide.
91
Sulle operazioni di metonomasia di alcuni centri della Cirenaica sotto Tolemeo III, vid. LARONDE, A.
(1987): 382.
92
Per un esame della versione di Apollonio Rodio, vid. JACKSON, S. (1987): 23-30; CALAME, C. (1990):
295-297; CORSANO, M. (1992): 55-72.
93
Sugli aspetti della produzione di Apollonio Rodio connessi con il suo ruolo di poeta di corte, vd. ora
STEPHENS, S.A. (2001): 195-215.

136
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

e di Libia, sogno prontamente interpretato da Giasone con l’ordine di gettare in mare


–quindi volontariamente– la zolla, affinché desse origine all’isola di Tera94. Si tratta
evidentemente di una nuova manipolazione a scopo politico-propagandistico, operata
a livello mitopoietico.
E se alcuni particolari sembrano suggerire che Apollonio avesse privilegiato
dettagli del mito anteriori e indipendenti rispetto alla versione pindarica 95, nella
versione “riveduta e corretta” del Rodio il rinnovato rilievo conferito all’isola di Tera,
intesa come tappa non incidentale, ma intenzionale, nel processo di colonizzazione
della Libia (e quindi in un’ottica decisamente opposta rispetto a quella pindarico-
battiade), tradisce chiaramente il fine di fare apparire i Tolemei come i legittimi sovrani
di Cirene, in virtù della loro parentela con il “cadmeo” Theras96, in un momento
storico in cui il governo di Alessandria otteneva definitivamente, ma faticosamente, il
controllo politico sulla Cirenaica.
Ciò sta a dimostrare come il medesimo “mito di precolonizzazione”, quello re-
lativo alla sosta degli Argonauti in Libia, sia stato considerato strumento di propagan-
da da soggetti diversi (i Battiadi, la classe dirigente spartana, gli Euesperiti, i Tolemei)
e in quanto tale abbia subìto di volta in volta le modifiche e gli adattamenti ritenuti
idonei al fine politico che si intendeva perseguire.
Anche un altro “mito di precolonizzazione” fu soggetto a un fenomeno analogo:
la leggenda della ninfa Cirene.
Ancora una volta punto di riferimento è la trattazione pindarica del mito, che
costituisce la prima versione continuativa dell’episodio del ratto della ninfa e del suo
trasferimento in territorio libico. Nella nona Pitica, com’è noto, Pindaro canta come
Apollo, ammirando il coraggio di Cirene, figlia del re dei Lapiti, mentre lottava a
mani nude con un leone nella valle del Pelio, confortato nel suo intento dalle parole
profetiche di Chirone, rapisse la fanciulla e la portasse in Libia97. Nella nuova terra
sarebbe avvenuta la ierogamia tra il dio e la ninfa, e quest’ultima sarebbe divenuta
signora della regione.
E ancora una volta troviamo in uno scolio ai versi pindarici98 una notizia che, se
genuina, indicherebbe come, anche in questo caso, la versione del poeta avesse, nella
sostanza, rielaborato una tradizione preesistente. Lo scoliaste, infatti, precisava che
Pindaro aveva desunto la storia della ninfa dalla “esiodea” Eoia di Cirene99, di cui

94
A.R., IV 1733-1758.
95
Cf. GIANNINI, P. (1990): 93.
96
Vid. CORSANO, M. (1992): 63-64, 66-67.
97
PI., P. 9.5-70. Sulla trattazione del mito di Cirene in Pindaro, vid. in particolare [oltre al commento di
Giannini in GENTILI, B., ANGELI BERNARDINI, P., CINGANO, E. & GIANNINI, P. (1995): 588-620],
WOODBURY, L. (1972): 561-573 [ora in BROWN, CH.G., FOWLER, R.L. & WALLECE MATHESON, PH.M.
(1991): 233-243]; STEFOS, A. (1975): 48-58; KÖHNKEN, A. (1985): 71-116; CALAME, C. (1996): 99-109;
BREMMER, J.N. (2000): 101-104.
98
Ad P. 9.6a [Drachmann II, 221].
99
F 215 Merkelbach-West3. Cf. FERRABINO, A. (1914): 218-219, 226, 432-433; PARETI, L. (1917): 254;
WEST, M.L. (1985): 85-89.

137
GABRIELLA OTTONE

riporterebbe anche i due esametri dell’incipit. Benché questi siano materia troppo
esigua per poterne dedurre conclusioni decisive, alcuni dettagli suggeriscono qualche
incongruenza rispetto alla versione pindarica: mentre, secondo lo Pseudo-Esiodo,
Cirene abitava presso le correnti del Peneo (quindi nella valle del Pindo), a dire di
Pindaro100, Apollo l’avrebbe rapita dalle balze del Pelio, una versione più tardi
rispecchiata in Diodoro101. Alla luce di questo aspetto, può sembrare non casuale che
anche la versione di Apollonio Rodio102 differisse da quella pindarica, tanto che si
può persino postulare che Apollonio seguisse la più antica tradizione di ascendenza
esiodea del mito: un indizio potrebbe esserne il fatto che, nelle Argonautiche103, la
ninfa Cirene pascolava le greggi presso la palude del Peneo104. E anche senza prendere
troppo alla lettera i dettagli contenuti nel frammento pseudo-esiodeo riportato dallo
scoliaste –il quale, a rigori, potrebbe essere stato suggestionato proprio delle varianti
mitiche presenti nella versione di Apollonio Rodio– le differenze tra la versione
pindarica e quella del Rodio105 inducono a ritenere che quest’ultimo avesse privilegiato
una tradizione alternativa, che doveva essere perlomeno altrettanto autorevole.
Conosciamo l’avversione di Apollonio per la dinastia battiade, avversione
maturata anche per motivi personali a causa della rivalità e dall’astio nei confronti del
“collega” Callimaco, che proprio a Batto faceva orgogliosamente risalire le origini
della propria casata: nulla da stupirsi, quindi, se Apollonio avesse preferito rifarsi a
una versione della leggenda ritenuta più genuina, non contaminata in senso cireneo e
battiade, come era evidentemente quella veicolata dai versi di Pindaro.
E che la versione pindarica del mito tradisse l’esigenza di assecondare le
aspettative del committente è evidente da alcuni particolari “chiave”, alcuni dei quali
del tutto assenti nelle altre fonti sull’episodio: ad esempio la profezia di Chirone. Pur
sembrando a prima vista accessoria e non funzionale all’intero svolgimento della
trama 106, in realtà essa riveste una funzione determinante: sottolineare la
predestinazione di Cirene a governare sulla Libia, sancita anche dalla sacralità
dell’unione con Apollo. Non è un caso che Pindaro precisi che la loro ierogamia fosse
avvenuta con il consenso della ninfa (xuno;n ... gavmon)107: dettaglio non marginale,
con il quale si edulcorava l’episodio del ratto, e si rendeva Apollo “legittimo” consor-

100
P. 9.5.
101
IV 81.1.
102
II 500-507.
103
II 500.
104
Cf. CALAME, C. (1990): 329, n. 60.
105
Per le varianti del mito nel racconto di Apollonio Rodio, rispetto alla versione pindarica, si veda l’analisi
dettagliata di F. Vian (1974: 271-272., comm. a II.510).
106
Il particolare della predizione di Chirone ad Apollo, sollecitata proprio dal dio “onnisciente” per antonoma-
sia, non ha mancato di destare stupore negli studiosi, a partire da A. Ferrabino (1914: 219) che addirittura definiva la
scena descritta da Pindaro come “troppo illogica e troppo antropomorfica”. Interessante è la posizione di C. Dougherty
(1993: 147-149), secondo la quale l’episodio si inquadrerebbe nel modello del responso delfico volto a prescrivere
una spedizione coloniale.
107
P. 9.13. La “legalità” delle nozze è particolarmente evidenziata da C. Carey (1981: 69-70, 80) e da L. Woodbury
[(1982): 245, 247, ora in BROWN, CH.G., FOWLER, R.L. & WALLECE MATHESON, PH.M. (1991): 396, 398-399].
La ierogamia fra Apollo e Cirene in terra di Libia è stata recentemente interpretata come la trasfigurazione metaforica

138
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

te dell’eroina eponima della polis battiade. Una potente immagine simbolica, quella
delle nozze tra Apollo e Cirene, prefigurate dalla profezia di Chirone, che non poteva
non evocarne un’altra, quella del dono della bolos libica a Eufemo da parte di Euripilo,
i cui effetti vengono prefigurati da un’altra profezia, quella di Medea.
In prospettiva propagandistica, gli “innesti” pindarici alla trama tradizionale del
mito – vale a dire il dono della zolla a Eufemo e l’unione di Apollo con Cirene –diventano
trasparenti: legittimazione dei Battiadi a governare su Cirene, da una parte; protezione
e “benedizione” di Apollo sulla futura città e, in sostanza, sui suoi futuri governanti,
dall’altra. E, in politica interna, ribadire il ruolo attivo di Apollo negli antecedenti mitici
della polis serviva ad evidenziare, ancora una volta, la ricerca, da parte battiade, di un
legame politico diverso e alternativo a Tera, sempre in aperta polemica con gli esponenti
dell’aristocrazia terea che a Cirene e a Barce animavano il dissenso antimonarchico.
Alla luce di queste considerazioni, è plausibile che l’intero mito del ratto di Cirene
e del suo trasferimento in Libia fosse, tout court, un’invenzione dell’elaborazione
mitografica cirenea, che con questo espediente sarebbe riuscita a ribadire, sul piano del
mito, attraverso l’azione compiuta da Apollo, quel ruolo di primo piano che si riteneva,
sul piano storico, il santuario di Delfi avesse effettivamente svolto nell’indirizzare i
coloni terei verso il sito della futura Cirene. Come nel precedente caso della saga libica
degli Argonauti, anche per questo mito non è azzardato ipotizzare un artificioso intervento
sui lineamenti tradizionali della leggenda, tramite l’inserimento di un episodio (il
rapimento della ninfa) in grado di volgere nella direzione desiderata la trama del racconto.
Si può allora ipotizzare che un intellettuale di corte fosse stato incaricato dai
Battiadi di individuare un mito che, opportunamente rielaborato, potesse ricevere
un’ambientazione libica, e a tal fine avesse fatto ricadere la scelta sulla figura della
ninfa Cirene, il cui legame con Apollo doveva essere già noto. Sembra confermarlo
un testo riportato su un rotolo ercolanese contenente il Peri; eujsebeiva" di Filodemo108,
riconducibile, ancora una volta, alle Eoie, dove, in un elenco degli amori di Apollo,
viene appunto annoverata anche Cirene.
Quindi, come nel precedente caso di Eufemo, la localizzazione geografica del
personaggio mitico non era casuale: la scelta di una leggenda di ambito tessalico può trovare
spiegazione nella persistenza, nella memoria culturale dei Greci di Libia, di alcuni dati mitici
originariamente appartenenti al bagaglio tradizionale tessalico, “esportati” in Libia109 forse

dei matrimoni tra coloni terei e donne libie al momento della deduzione della colonia africana. Il fatto che la fondazione
della città fosse rappresentata, a livello mitografico, come un atto sessuale in cui l’iniziativa era assunta dall’elemento
maschile (Apollo) confermerebbe l’ipotesi che i colonizzatori di Cirene non avessero donne al seguito e che l’unione
con le donne indigene fosse avvertita come momento centrale dell’atto costitutivo della colonia. Per questa teoria vid.
MARSHALL, E. (1998): 98-110. Invece, per l’ipotesi che fra i Terei giunti in Africa vi fossero anche alcune donne,
vid. DOUGHERTY, C. (1993): 67-76, 151-152.
108
MERKELBACH, R. & WEST, M.L. (19903): 190a. Cf. WEST, M.L. (1985a): 1-7.
109
La presenza in Libia di tradizioni e di culti di origine tessalica ha indotto in passato alcuni studiosi a ipotizzare
addirittura una colonizzazione anteriore a quella terea da parte di Tessali: vid. GERCKE, H. (1906): 447-469 (il quale
ipotizzò un arrivo, anteriormente alla fondazione terea, di elementi mirmidoni dalla Tessaglia meridionale); PASQUALI,
G. (1913): 93-147, in partic. 144-147 [ora in BORNMANN, F., PASCUCCI, G. & TIMPANARO, S. (1986): 240-292,

139
GABRIELLA OTTONE

già all’epoca dei primi contatti di elementi provenienti dalla Grecia continentale con il nord
Africa110.
Il mutare dei tempi e delle esigenze propagandistiche avrebbe inciso anche sulla
leggenda della ninfa Cirene, o almeno sui quei tratti della tradizione che noi conosciamo
dalla “codificazione battiade” operata da Pindaro. E così assistiamo, in età ellenistica, a
un’ulteriore rielaborazione del mito111: secondo la versione di Callimaco112, che pure
localizzava la figura di Cirene in Tessaglia ove avrebbe partecipato ai giochi di Iolco per la
morte di Pelia113, la ninfa venne rapita da Apollo Carneo114 e portata in Libia, dove sarebbe
avvenuta la lotta con il leone che minacciava le mandrie del re epicorio Euripilo115. Con la
versione callimachea concorda anche lo storico Acesandro, autore di un’opera Peri;
Kurhvnh'", secondo cui Cirene fu portata in Libia quando su di essa era signore Euripilo,
con il quale avrebbe condiviso il regno come premio per aver ucciso il leone che devastava
la regione116. Lo scoliaste di Apollonio Rodio117 che riporta la versione acesandrea, riferisce
anche un’altra notizia, la cui paternità è attribuibile a Filarco118: anche per quest’ultimo la
lotta di Cirene con il leone sarebbe avvenuta in Libia, dove la ninfa –e questo è un particolare
inedito– sarebbe giunta volontariamente119.

in partic. 289-292]; PASQUALI, G. (1915): 467-481 (il quale optò per l’ipotesi di una precolonizzazione da parte di
Tessali della Ftiotide). Una decisa confutazione di queste interpretazioni in CHAMOUX, F. (1953): 73-74. Circa la
possibilità che lo stesso Callimaco abbia voluto alludere, con il mito del ratto di Cirene, a una colonizzazione tessalica
della Libia, cf. NICOLAI, R. (1991): 158-159.
110
La navigazione euboica, per raggiungere le coste dell’Iberia, seguiva anche una rotta meridionale preceden-
temente segnata dai Fenici che toccava anche le coste africane: è plausibile che i contatti euboici con il nord Africa
abbiano contribuito a far approdare in Libia elementi di tradizione tessalica: vid. BRACCESI, L. (1992-1993): 200-
202; ID.(1994): 31-33. In particolare, sulla rotta meridionale seguita dai navigatori euboici, vid. anche ANTONELLI,
L. (1995a): 21-23.
111
Sulla difformità delle redazioni di età alessandrina rispetto alla versione pindarica del mito di Cirene, cf.
CHAMOUX, F. (1953): 77-83. Anche le allusioni di Nonno di Panopoli al mito di Cirene (D., 5.216; 13.300; 14.85;
25.181; 29.185) sembrano rispecchiare un’elaborazione più recente della leggenda.
112
Ap. 91-94. Per un’analisi delle divergenze tra la versione pindarica e quella callimachea, cf. RADICI COLACE,
P. (1975): 45-49.
113
Cf. CALL., Dian. 206-208. Secondo Plutarco (Quaest.conv., Mor. 675a-b), dell’agone istituito da Acasto in
onore del padre Pelia avrebbe trattato anche Acesandro (FGrHist 469 F 7), forse accettando la notizia di Callimaco
relativa alla partecipazione di Cirene ad esso. Da Pausania (V 17.9) si ricava il dato della presenza di Eufemo ai
giochi funebri in onore di Pelia. Vid. OTTONE, G. (2002): 278-284.
114
Com’è noto, il culto di Apollo Carneo, attestato a Cirene dai grandiosi resti del santuario edificato per la
prima volta nella metà del sesto secolo a.C., giunse in Cirenaica al seguito dei coloni di Tera. Il carattere dorico del
culto è sottolineato dalle fonti antiche (TH., V 54.2; PAUS., III 13.4) e il maggior numero di attestazioni riguarda le
celebrazioni svolte a Sparta: vid. WIDE, S. (19732): 63-87; BURKERT, W. (1977): 354-358; KRUMMEN, E. (1990):
108-114. Sulle celebrazioni delle Carnee a Cirene, vid. in particolare NICOLAI, R. (1992): 153-173; GENTILI, B.,
ANGELI BERNARDINI, P., CINGANO, E. & GIANNINI, P. (1995): 532-533, comm. a 9.77-80, ai quali si rimanda
per la bibliografia precedente.
115
Per Euripilo quale re indigeno di Cirene, cf. ACESAND., FGrHist 469 FF 3-4; PHILARC., FGrHist 81 F
15; Schol. PI., P. 4.51 [Drachmann II, 104]. Vid. OTTONE, G. (2002): 285-289. Secondo G. Capovilla (1962: 65),
invece, Euripilo non sarebbe stato un personaggio epicorio, bensì una figura “trasferita” dall’Arcadia e dalla Laconia
alla costa libica in un’epoca anteriore al nono secolo a.C.
116
ACESAND., FGrHist 469 FF 3-4.
117
Ad II 498 [Wendel, 168].
118
FGrHist 81 F 16.
119
A un suo arrivo “spontaneo” in Libia si riferiva anche Mnasea (FHG III 156 F 39) cui è ascritto un Peri;
Libuvh". Vid. OTTONE, G. (2002): 379-391.

140
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

Si tratta indubbiamente di una versione formatasi in epoca più recente, che negava
il rapimento ed evidenziava il destino regale della ninfa; e forse alla luce di questa
variante tradizionale si deve leggere la notizia riferita da Isidoro di Siviglia120, secondo
cui Cirene “regina fuit Libyae”. Naturalmente questa affermazione non rappresenta
altro che l’estremo stadio della tradizione, e contrasta con quanto tràdito dalla fonte
più antica, Pindaro, che nella nona Pitica121 fa della ninfa l´ajrcevpoli" della città, e
non la sua sovrana.
Sembra dunque che il comune denominatore delle rielaborazioni mitografiche
di età ellenistica fosse costituito da due elementi: la determinazione personale di
Cirene a giungere in Libia e l’ambientazione libica della lotta con il leone.
Per quanto attiene questo secondo aspetto, occorre segnalare che alcuni studiosi122,
a partire dal Malten, ipotizzarono che la saga avesse avuto origine in terra africana123.
Il poeta autore dell’Eoia, sotto l’influsso del santuario di Delfi, avrebbe trasformato
la leggenda accostando la ninfa indigena, abitatrice della fonte africana Kuvrh124, alla
figura di Aristeo125, il cui culto sarebbe giunto indipendentemente in Libia dalla
Tessaglia126, e facendo così provenire anche la stessa Cirene dalla Tessaglia, da dove
Apollo l’avrebbe rapita per portarla in Libia. Di conseguenza, anche la lotta con il
leone, avvenuta, secondo la versione originaria del mito, in Libia, sarebbe stata
trasferita, nell’Eoia di Cirene, in Tessaglia, per cui la versione secondo la quale Cirene,
vincitrice sul leone in Libia, avrebbe ottenuto in premio il regno da Euripilo, seppur
di codificazione recenziore, rispecchierebbe in realtà la più antica tradizione locale.
Questa ipotesi, per quanto seducente, non è però condivisibile127 , giacché anche gli
autori che ponevano in Libia la lotta con il leone non sostenevano in alcun punto che
Cirene fosse nata in terra africana, anzi alludevano esplicitamente alla sua provenienza
dalla Tessaglia.

120
Etym. 15 1.77.
121
v. 54.
122
FERRABINO, A. (1912): 323-329; ID. (1914): 211-217, 228, 431-434; PARETI, A. (1917): 234; DREXLER,
H. (1931): 461.
123
MALTEN, L. (1911): 57-72.
124
È Stefano di Bisanzio (s.v. Kurhvnh; cf. HDN., Peri; kaqolikh'" prosw/diva" I, 331 e 340 Lentz) a segnalare
che il nome Kurhvnh derivava da quello della fonte Kuvrh, citata anche da Callimaco (Ap. 88).
125
Sul collegamento fittizio tra la ninfa Cirene e Aristeo, favorito anche dal fatto che costui era tradizionalmente
associato alla figura di Apollo, vid. FERRABINO, A. (1912): 324-329; PASQUALI, G. (1913): 102-104 [ora in
BORNMANN, F., PASCUCCI, G. & TIMPANARO, S. (1986), 249-251]; FERRABINO, A. (1914): 213-215, 431-434;
PARETI, L. (1917): 234-236 (il quale dichiaratamente accoglie la ricostruzione del Ferrabino).
126
Per una rassegna delle teorie relative alla regione di provenienza del culto di Aristeo, vid. ENSOLI VITTOZZI,
S. (1985): 65-68, in cui la studiosa sembra incline a ritenere che la propagazione del culto fosse avvenuta a partire
dall’area peloponnesiaca, dalla Laconia o dall’Arcadia, piuttosto che dalla Tessaglia.
127
A questa considerazione occorre aggiungere che uno dei presupposti sui quali quest’ipotesi si fonda, e cioè
che risulterebbe più naturale che i leoni fossero presenti in Libia che non Tessaglia (cf. FERRABINO, A. 1914: 217,
222, 228-229, 432), è evidentemente errato, dal momento che di leoni nella Grecia settentrionale danno notizia
Erodoto (VII 125-126), Senofonte (Cyn., 11.1), Aristotele (HA 579 b 6-7; 606 b 15), Pausania (VI 5.4-5), e in particolare
la presenza di leoni è attestata, proprio per quanto concerne il monte Pelio dove sarebbe avvenuto l’episodio in
questione, dallo stesso Pindaro (Nem. III 46-47) e da Callimaco (Del. 102).

141
GABRIELLA OTTONE

Quindi, se in età ellenistica le varianti apportate alla saga della ninfa Cirene
insistevano sull’aspetto della volontarietà del suo arrivo in Libia e sul fatto che nella
regione africana (e perciò non in Tessaglia) fosse avvenuto il confronto con il leone,
occorre immaginare che, anche stavolta, tali modifiche alla tradizione non fossero
fini a se stesse, ma rispondessero alla precisa intenzione di accreditare uno svolgimento
dei fatti mitici che facesse risaltare un ruolo attivo dell’eroina eponima nel compimento
del destino sancito da Apollo. Certamente un contributo rilevante dovette essere
apportato dalle suggestioni evemeristiche cui erano inclini storici e mitografi
dell’epoca, per i quali l’interpretazione del ratto di Cirene era tesa a razionalizzare la
leggenda e a convertirla in una “storia” più o meno verosimile; inoltre, l’idea che
Cirene avesse regnato sulla Libia poté anche rappresentare un espediente di tipo
eziologico per giustificare l’identità fra il nome della città e quello della ninfa.
Ciò nonostante, sembra lecito ricondurre le ragioni alla base del rimaneggiamento
della saga essenzialmente alle tendenze propagandistiche di una corte, quella tolemaica,
presso la quale si trovarono a operare non solo Apollonio Rodio e Callimaco ma,
plausibilmente, anche altri intellettuali decisamente “allineati” alle direttive lagidi e
pronti a reperire o a valorizzare varianti mitiche che legittimassero le pretese tolemaiche
di supremazia sulla Cirenaica: e allora, in questa prospettiva, trasferire sul suolo afri-
cano, negli scritti storico-antiquari dedicati alla Libia, le avventure della ninfa eponima
di Cirene128, poteva significare non solo enfatizzare l’importanza dell’intera regione
ma alludere velatamente a un significato più profondo.
A suo tempo Pindaro aveva raccontato che i leoni di Libia sarebbero fuggiti
allorché Batto si espresse con una glw'ssa uJperpontiva, una “lingua proveniente da
oltremare”129, che avrebbe consentito al futuro dinasta di Cirene di sancire i propri
diritti (e, soprattutto, quelli della propria discendenza) sulla selvaggia regione africa-
na. Nel racconto pindarico fulcro dell’attenzione era la Grecia continentale, Delfi in
particolare, punto di riferimento costante della politica e della propaganda battiade:
da lì, nella finzione poetica, proveniva infatti la salvifica glw'ssa uJperpontiva che
avrebbe permesso a Batto di portare a compimento la colonizzazione e la civilizzazione
del territorio libico. Anche la propaganda lagide avvertiva l’esigenza di veicolare un
messaggio analogo, ma il mito di riferimento non poteva più essere quello legato alla
figura dell’ecista, fortemente connotato in senso battiade, bensì un altro “mito di
combattimento”130, a patto, però, che fosse collocato in un momento precoloniale e
fosse connotato in senso epicorio.

128
CRAHAY R. (1956: 129) avanzava l’ipotesi che il processo di appropriazione, per motivi di Lokalpatriotismus,
di leggende come quella della ninfa tessalica Cirene o quella degli Argonauti, in realtà avesse preso l’avvio già con
Pindaro.
129
Sul concetto del ruolo civilizzatore di Batto pongono l’accento D.M. Cosi (1983: 139-140) e C. Calame
(1990: 317).
130
PARISI PRESICCE Secondo C. (1996: I, 253), l’azione della ninfa apparterebbe al genere di imprese
proprie della paideia maschile aristocratica; la lotta a mani nude contro fiere costituiva infatti una delle tipiche prove
di andreia.

142
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

A questi requisiti, appunto, avrebbe risposto perfettamente il mito della ninfa


leontofovno"131, se questo fosse stato ambientato in Libia. Da qui la necessità di
apportare modifiche alla versione tradizionale, che avrebbero avuto il vantaggio di
evidenziare un significativo mutamento di prospettiva: al centro dell’interesse della
politica lagide non era ormai più Delfi, ma la Cirenaica, che ora diveniva la cw'ra
uJperpontiva per eccellenza, se considerata in un’ottica politica ormai ribaltata rispetto
a quella battiade, così ostinatamente protesa a ricercare legami nella Grecia
continentale. In questo senso il “trasferimento” in Libia della vittoria sul leone, e la
conseguente signoria della ninfa sulla regione, sarebbero divenuti funzionali a
significare l’avvento di un nuovo potere regale, quello di una dinastia che dalla Gre-
cia continentale traeva le proprie origini, e, come la tessalica fanciulla, la “vierge
vaillante et robuste”132 giunta in Libia, avrebbe portato ordine e concordia in una
regione dilaniata da più di un secolo di selvagge discordie intestine, ponendo le basi
per un nuovo ordine politico.

131
Per le rappresentazioni di Cirene leontofovno”, vid. STUDNICZKA, F. (1890): 30-31; SGATTI, G. (1959):
690-691; ZAGDOUN, M.A. (1992): 168-169; PARISI PRESICCE, C. (1996): I, 247-258.
132
Questa l’icastica definizione di Cirene in SÉCHAN, L. & LÉVÊQUE, P. (1966): 203.

143
GABRIELLA OTTONE

144
Libye chora hyperpontia. Tradizioni epicorie e rielaborazioni mitografiche di legittimazione e propaganda

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149
VIII SIMPOSIO DE ACTUALIZACIÓN CIENTÍFICA Y DIDÁCTICA DE LENGUA ESPAÑOLA Y LITERATURA

10
Sulle rappresentazioni mitiche della geografia greca

SULLE RAPPRESENTAZIONI MITICHE DELLA


GEOGRAFIA GRECA

FRANCESCO PRONTERA
DIPARTIMENTO DI SCIENZE STORICHE DELL’ANTICHITÀ
Università degli Studi di Perugia

Le rappresentazioni mitiche dello spazio, come quelle del tempo, sono in sostanza
caratterizzate dalla indifferenza alla nozione di distanza, intesa come intervallo
misurabile, come parametro oggettivo che ordina il mondo dell’esperienza. Natural-
mente anche il linguaggio del mito esprime, a suo modo, una spiegazione della realtà,
ma questa è priva di prospettiva perché manca la consapovolezza della distanza
commisurabile. Perciò, quale che sia il particolare significato dei vari miti geografici,
essi sono comunque accomunati da tale mancanza.
Il processo che porta all’acquisizione della prospettiva storico-geografica si fa
strada nel tardo arcaismo (VI sec. a.C.) nel quadro più ampio di una riflessione –che
fu anche reazione– di fronte alle concezioni etico-politiche e religiose ereditate dalla
tradizione epica. Le comunità greche mostravano da tempo segni di un nuovo dina-
mismo e le particolari condizioni storiche che lo favorirono ebbero un peso decisivo
anche nel superamento delle concezioni mitiche del mondo. Quelle concezioni
apparivano ormai datate, perché appartenevano ad un passato di cui si avvertiva sempre
più chiaramente la lontananza. Ovviamente tale rinnovamento intellettuale, e le stesse
generalizzazioni con cui viene descritto dai moderni, riguardano i ceti alti della società
greca, che esprimono in una letteratura le proprie aspirazioni e la propria visione del
mondo. Come strumento di mediazione della realtà le rappresentazioni mitico-religiose
pervadono la grande massa della popolazione e restano ineliminabili dal suo bagaglio
di conoscenze. D’altro canto fin dall’età classica, in quanto depositario di una sapienza
antica e universale, il mito sarà a sua volta oggetto di riflessione filosofica, mentre in
età ellenistica la conquista macedone dell’Asia alimenterà nuovi miti geografici, che
andranno ad aggiungersi a quelli tradizionali. Il processo avviato nella tarda età ar-
caica non disegna quindi una linea continua, e oggi si è sempre più consapevoli della
complessità del rapporto mythos-logos, rapporto che in condizioni storiche diverse

Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 151-164.

151
FRANCESCO PRONTERA

porta a esiti diversi, e che comunque non si lascia analizzare nei termini illuministici
del progresso umano. Detto questo, non vi è però alcun dubbio che il primo passo
venne fatto decisamente con la volontà di superare le concezioni tradizionali e questa
svolta è evidente anche nel campo della geografia, o meglio di quella che a partire dal
III sec. a.C. diventerà la gheographía.

Si può forse ancora discutere se in Grecia una storiografia locale abbia preceduto
la storiografia universale; fin dal suo costituirsi come genere letterario la geografia si
rivolse comunque alla totalità della terra abitata e questo vale anche per gli inizi della
cartografia. Naturalmente questa vocazione ecumenica non nacque dal nulla, ma fu
l’esito di una lunga fase preletteraria che portò alla ordinata sitemazione di un ricco
patrimonio di informazioni, prodotte dal fenomeno coloniale e dai rapporti con le
civiltà del Vicino e Medio Oriente, più tardi unificate nell’impero persiano.
Due elementi, di natura diversa, ordinano e circoscrivono la totalità dell’ecumene
nella prospettiva ellenocentrica: il Mediterraneo e l’Oceano. Mentre l’Oceano
appartiene ai miti cosmogonici provenienti dalle civiltà orientali, la nozione di
Mediterraneo è invece un‘acquisizione peculiare dell’esperienza coloniale1. Le
rappresentazioni mitiche della geografia greca occupano in larga misura lo spazio di
frontiera fra questi due elementi, dove la frontiera va intesa innanzitutto in senso
cognitivo come la zona in cui alle operazioni del pensiero discorsivo, che esige la
verifica delle sue affermazioni, subentrano o si sovrappongono quelle del mito. In
altre parole, il limite fra i due elementi non è costituito solo dalle Colonne d’Eracle,
per la semplice ragione che la nozione di mare interno non è un dato originario.
Della faticosa scoperta del Mediterraneo in quanto tale possiamo tentare di
ricostruire alcune tappe solo post eventum, dal momento che sono scarse e
frammentarie le testimonianze letterarie coeve all’ampliamento dell’orizzonte
geografico dei Greci in età arcaica. Dal poema di Aristea di Proconneso (VI sec.
a.C.?) emerge l’immagine delle estreme regioni settentrionali della Scizia, dove sulle
rive dell’Oceano (HDT., IV 13.1) abita il leggendario popolo degli Iperborei, sacro
ad Apollo2. E sempre nel VI sec. la Gerioneide di Stesicoro (STR., III 2.11 = fr. 7
Page) attesta la localizzazione nell’area di Tartesso dell’isola di Erytheia, teatro
dell’impresa di Eracle, che nel mito esiodeo deve attraversare la corrente dell’Oceano
per impadronirsi dei buoi di Gerione (Theog. 287-93). Nel VI sec. a.C. si era però già
affermata la distinzione fra mare interno e mare esterno, distinzione che portò appunto
a identificare l’Oceano della tradizione epica con il mare che si estendeva al di là
delle Colonne d’Eracle. Ma i Greci dell’VIII sec. come dovevano immaginarsi il
mondo al di là del canale d’Otranto? In questo campo si è lontani dal poter registrare
un consenso fra gli studiosi. Un fatto sembra comunque chiaro: con lo sviluppo della
colonizzazione si afferma la tendenza a collocare i viaggi mitici degli eroi in una

1
PRONTERA, F. (1996): 25-45.
2
ROMM, J.S. (1992): 60 ss., 67 ss.

152
Sulle rappresentazioni mitiche della geografia greca

dimensione geografica e topografica; e più tardi, sul piano della riflessione storica, si
può ugualmente osservare la medesima tendenza a tradurre in termini geografici la
cosmologia epica. L’osservazione venne già formulata da Eratostene, quando istituì
un confronto fra la geografia di Omero e quella di Esiodo, ai quali egli contrappose le
più avanzate conoscenze dell’età ellenistica3. E su questa strada conviene mettersi
per riflettere sul nostro tema.
In Omero è evidente il carattere del fiume cosmico, la cui natura è sostanzialmente
altra rispetto al mare4. Gli episodi che hanno come teatro l’Oceano si collocano in
una sfera mitica, al di là dei limiti dell’esperienza umana: Odisseo deve attraversarne
la corrente per giungere nell’Ade (10,508). Fra i suoi epiteti è singolare quello di
apsórroos (che scorre all’indietro), che già gli antichi spiegavano con il moto circolare
del suo corso attorno alla terra. A sostegno di questa spiegazione viene di solito
richiamata la celebre rappresentazione dello scudo di Achille (Il. 18,607); bisogna
però ricordare che qui il cerchio esterno disegnato dall’Oceano abbraccia non solo la
terra, ma anche il cielo e il mare (483 ss.). La collocazione dell’Oceano lungo l’ultima
delle cinque zone concentriche va ben oltre i limiti bidimensionali dello scudo e
corrisponde alla sua funzione di legame cosmico e primordiale che tutto avvolge e
racchiude. Perciò non sarebbe corretto leggere l‘immagine dello scudo come una
prefigurazione dell’idea di un’ecumene circolare e insulare, che si affermerà più tardi
e che impronterà i primi mappamondi ionici5.
Che il fiume del mondo sia irriducibile in una dimensione geografica si evince
del resto da un’altra concezione omerica, secondo la quale dall’Oceano hanno origi-
ne la stirpe degli déi (Il. 14,200), tutti gli esseri viventi (14,246) e tutte le acque della
terra (i fiumi, il mare, le fonti e i pozzi: 21,195 sgg.; cfr. HES., Theog. 337). Da tempo
si è notata la presenza di concezioni simili nella mitologia delle civiltà fluviali della
Mesopotamia e dell’Egitto, i cui quadri geografici e ambientali sembravano
corrispondere meglio alle esperienze e ai fenomeni naturali sottesi alla funzione
cosmogonica dell’Oceano. Gli influssi orientali sulla mitologia greca hanno
ripetutamente richiamato l’attenzione degli studiosi, anche se oggi si è giustamente
meno propensi a cercare ad ogni costo un fondamento empirico nelle concezioni
mitiche del mondo6. Comunque sia, nell’epos greco ciò che accade sulle rive
dell’Oceano si sottrae alla commensurabilità dello spazio e del tempo.
La nave di Odisseo naviga nella corrente dell’Oceano (Od. 11,6 ss.) allo stesso
modo in cui naviga da Creta verso l’Egitto spinta da Borea (14,252 ss.). Mettendo da

3
PRONTERA, F. (1993): 389 ss.
4
Resta a mio avviso fondamentale il libro di LESKY, A. (1947): 58-87, cui vanno aggiunte le considerazioni
svolte ora da JANNI, P. (1998): 23-40. Cfr. inoltre LASSERRE, F. (1972); RAMIN, J. (1979): 17-26; BALLABRIGA,
A. (1984): 66 s.; ROMM, J.S. (1992): 20-26; HÜBNER, W. (2000): 28 s.
5
In questo senso è utile confrontare l’interpretazione meteorologica e cosmica di Aristotele (Meteor. 347 a 2-
7) con quella geografica degli stoici, che non esitarono a razionalizzare e modernizzare il mito omerico dell’Oceano:
ROMM, J.S. (1992): 178 ss.
6
Cf. JANNI, P. (1998): 30 ss.

153
FRANCESCO PRONTERA

parte la situazione ambientale dei Cimmeri (11,14 ss.), nessun fenomeno insolito
sopravviene per caratterizzare in senso soprannaturale le condizioni della navigazione
lungo il fiume del mondo, mentre è proprio l’uscita dalla sua dimensione cosmica
che disorienta con l’allusione geografica che troviamo nella scena successiva del
racconto. All’inizio del XII canto, una volta abbandonata la corrente dell’Oceano, la
nave approda improvvisamente all’isola di Circe, dove hanno la loro dimora l’alba e
il levarsi del sole. Oltre a questa vaga collocazione orientale, null’altro dice il Poeta
sul passaggio dall’Oceano alle acque del mare7, e resta così avvolto nel mistero
l’itinerario che porterà l’eroe dall’isola di Circe a quella di Calipso, che appare in una
collocazione opposta verso l’estremo Occidente (Od. 5,272).
Il ritorno degli Argonauti a Iolco e quello di Eracle dal paese di Gerione fanno
dell’Oceano –per così dire– lo spazio degli itinerari alternativi, riservati agli eroi.
Indipendentemente dalla meta del viaggio, chi può entrare in questo spazio privilegiato
tornerà al punto di partenza senza dovere ripercorrere l’itinerario dell’andata, come
fa il sole che scompare di notte nell’Oceano per ricomparire sulla terra. Proprio il
mito della coppa del sole (MIMN., fr. 12 West) mostra la persistenza dell’originaria
natura cosmica dell’Oceano8. Si capisce naturalmente come dal VII sec. a.C., e poi
soprattutto nel secolo successivo, l’ampliamento delle conoscenze sui popoli e sui
paesi dell’ecumene potesse sollecitare una reinterpretazione in senso geografico del
mito. Così si cercheranno i passaggi fluviali (Fasi e Nilo) che mettono in comunicazione
il mare interno con il mare esterno, senza dover attraversare le Colonne d’Eracle.
Certamente a questa reinterpretazione non è estranea la credenza arcaica che vede
nell’Oceano l’origine di tutte le acque presenti sulla terra, ma mi sembra abbastanza
chiaro lo spostamento dal piano cosmico al piano geografico.
Le medesime considerazioni valgono per la nozione omerica ed esiodea dei
“confini della terra” (peírata gaies), che sarebbe anacronistico proiettare (STR., I
1.4-5) sull’orizzonte geografico disegnato dal fenomeno coloniale sul volgere del
VII sec. Come è noto, nell’Odissea non mancano certo gli echi di un nuovo interesse
per il mare, che favorisce gli scambi e i rapporti fra gli uomini, e per la marineria
come segno di civiltà. Le riflessioni del Poeta sulle potenzialità dell’isola delle capre,
che si trova dinanzi al paese inospitale dei Ciclopi, e il quadro idealizzato in cui egli
presenta la città dei Feaci, sono un chiaro indizio di tale interesse. E’anche legittimo
chiedersi se esso non fosse appunto destato dalle esplorazioni e dalle iniziative coloniali
degli Eubei nel gofo di Napoli, che si collocano prima della metà dell’VIII sec. a.C.9.
In ogni caso nulla nell’Odissea ci autorizza a cercare una qualche idea o una sorta di
trasfigurazione poetica della distinzione fra mare interno e mare esterno, che si
affermerà probabilmente solo nel corso del VII sec., se non più tardi10. In realtà la

7
LESKY, A. (1947): 60 s.
8
Ibid.: 73 ss.
9
RIDGWAY, D. (1984): spec. 121 ss.
10
BALLABRIGA, A. (1998) contesta con argomenti sottili, ma poco persuasivi, la prevalente concezione‚
primitivista‘ dell’epica omerica, che a suo avviso avrebbe assunto la forma definitiva solo nel VI sec. a.C.; ne deriva

154
Sulle rappresentazioni mitiche della geografia greca

zona di frontiera fra l’orizzonte dell’esperienza e l’universo del mito si trova ancora,
per Omero, all’interno di un Mediterraneo percepito come tale solo nella sua metà
orientale.
Diversamente dalle grandi migrazioni etniche che segnano il passaggio dall’età
antica al medioevo, diversamente dall’arrivo dei Normanni nel Mediterraneo o dalla
colonizzazione europea nel Nuovo Mondo, i Greci emigrarono in un ambiente
geografico per molti aspetti simile a quello d’origine. A parte l’area del Ponto
settentrionale, essi trovarono sulle coste del Mediterraneo le medesime manifestazione
naturali a loro già familiari nella madrepatria. E questa sostanziale omogeneità di
caratteri fisici, che impronta la regione mediterranea, favorì la tendenza universale a
trasferire nei paesi ‘coloniali’ l’onomastica dei luoghi di provenienza. Inoltre, come
in ogni processo conoscitivo che allarga il campo del già noto, anche nell’esperienza
coloniale greca agirono certe aspettative, ebbero un loro peso certe rappresentazioni
dell’ignoto. Si sa come andarono le cose con le Indie Occidentali, perché conosciamo
abbastanza bene sia le concezioni geografiche che orientarono all’inizio la scoperta,
sia il loro definitivo superamento11. Perciò in quel caso possiamo agevolmente
confrontare le credenze tradizionali con le nuove conoscenze, mentre condizioni simili
non sussistono per la scoperta del mare interno12. Nell’arco cronologico compreso fra
la metà dell’VIII sec. e la metà del VI (fondazione focea di Elea) non disponiamo di
una letteratura ‚coloniale‘, né bastano a colmare la lacuna i rari riferimenti conservati
nella poesia arcaica. Bisogna aspettare la sitemazione di Ecateo per trovare la prima
rassegna ordinata dei popoli e dei paesi della terra abitata; e i primi racconti sui viaggi
di esplorazione verso l’ Occidente li troviamo in Erodoto (I 163.1; IV 152), vale a dire
almeno un secolo e mezzo più tardi rispetto all’epoca in cui vennero effettuati.
Per avere un’idea delle aspettative con cui partirono i primi coloni greci e quindi
per tentare di istituire un confronto con gli esiti delle loro scoperte, non resta che
riconsiderare il quadro cosmico e geografico della tradizione epica. Esso ha agito su
due piani diversi, che vanno tenuti distinti.
Vi sono innanzitutto i riconoscimenti immediati dei luoghi odissiaci da parte dei
coloni, mentre solo più tardi (probabilmente a partire dal VI sec. a. C.) la cosmologia
la geografia e l‘etnografia omerica diventano oggetto di una riflessione critica che
toccherà l’apice in età ellenistica13. L’identificazione delle isole di Eolo con l’arcipelago
delle Lipari, di Scilla e Cariddi con lo stretto di Messina costituisce già per Tucidide
un dato oggettivo, così come l’identificazione del paese dei Feaci con Corcira (I 25.4).
E probabilmente lo stesso vale per le isole delle Sirene e per l’isola di Circe, che
venne identificata con il promontorio che ancora oggi ne porta il nome, anche se

un’interpretazione primitivista dell’immagine del mondo in età arcaica (VII-VI a.C.), che non riflette né l’orizzonte
del mondo omerico, né le conoscenze geografiche prodotte dall’età ‘coloniale’ (cf. la carta 3 di p. 111).
11
LUZZANA CARACI, I. (2002): 167-201; RANDLES, W.G.L. (1994): 43 ss.
12
BERGER, H. (1903): 44 ss.
13
Il saggio di MURRAY, O. (1988-89) costituisce un buon antidoto ad alcuni eccessi e anacronismi alimentati
dall’interesse attuale per l’etnicità.

155
FRANCESCO PRONTERA

l’allusione omerica farebbe pensare piuttosto a una collocazione orientale. Si tratta di


riconoscimenti topografici in cui gli Eubei ebbero un ruolo pionieristico14 , anche se
probabilmente non esclusivo. Va detto subito che, nonostante il loro forte radicamento
nella toponomastica del Mediterraneo, essi non hanno un valore documentario
sostanzialmente diverso dall’orma gigantesca che i Greci del Ponto additavano come
prova del passaggio di Eracle (HDT., IV 82).
Mi sembra invece più difficile che possa risalire alla fase iniziale della diaspora
coloniale la localizzazione siciliana di esseri mostruosi e fantastici come i Ciclopi e i
Lestrigoni (THUC., VI 1.2), o quella libica dei Lotofagi (HDT., IV 177-178). L’unico
accenno realistico dell’Odissea a un popolo occidentale riguarda i Siculi e
probabilmente non è un caso che un altro toponimo sicuramente occidentale, Sikaníe,
evochi la medesima area. Con una sola eccezione (Od. 20,383) questi riferimenti
ricorrono nell’ultimo canto dell’Odissea, sul quale pesa il sospetto di un’origine tardiva.
Entrambi i nomi ricompaiono poi nelle ricostruzioni delle origini pre-greche dell’Italía
e della Sikelía elaborate dalla storiografia classica (Antioco di Siracusa e Tucidide)15.
Indipendentemente dal ruolo che ebbero nei riconoscimenti geografici della prima
età coloniale, sarebbe comunque imprudente proiettare sull’uso omerico il significato
che quei nomi acquisirono e definirono più tardi. A scanso di equivoci, l’epos non ha
alcuna idea della forma triangolare della Sicilia e quanti fanno appello in questo
senso all’enigmatica designazione di Trinakía per l’isola del sole, dovrebbero prima
chiedersi quali esperienze storiche avrebbero portato i Greci già nel corso dell’VIII
sec. a rappresentarsi così nitidamente l’intero perimetro dell’isola.
Insomma, se si può davvero tradurre in termini geografici la zona di frontiera
fra il noto e l’ignoto, se si può individuare in qualche modo lo spazio in cui realtà e
mito si toccano e in parte si sovrappongono, questa zona sembra estendersi per Omero
già al di là del canale d’Otranto. I limiti delle conoscenze omeriche verso l’Occidente
oggi possono apparire difficilmente accettabili alla luce delle nostre conoscenze sulle
frequentazioni dei mari occidentali da parte dei Greci di età micenea16; tuttavia, chi
oggi volesse cercare un fondamento empirico alla rappresentazione cosmica
dell’Oceano, è con questa zona di frontiera che dovrà fare i conti, e non con i confini
dell’ecumene suggeriti dai primi mappamondi ionici.
Come osservò già Eratostene, le informazioni sul settore occidentale
dell’orizzonte omerico cominciano invece a precisarsi in Esiodo, vale a dire nel pri-
mo autore della letteratura greca in cui possiamo cogliere il chiaro riflesso delle tensioni
fra le forme di vita sociale tradizionalmente legate al possesso della terra e le nuove
attività dei traffici transmarini. Così Esiodo può ancorare in un quadro geografico
alcune tappe del viaggio di Odisseo aggiungendo ai luoghi evocati da Omero, l’Etna,

14
BRACCESI, L. (2003): 20-46 (con le note bibliografiche delle pp. 195-200); cf. MALKIN, I. (1998).
15
LURAGHI, N. (2002): 55-89.
16
PUGLIESE CARRATELLI, G. (1990): 88 ss.; BIRASCHI, A.Mª. (1996): 77-99; MADDOLI, G. (2000):
377-385.

156
Sulle rappresentazioni mitiche della geografia greca

l’isolotto di Ortigia (Siracusa) e i Tirreni (STR., I 2.14). Si tratta indubbiamente di


aggiunte suggerite dalla coeva esperienza coloniale, ma qui importa sottolineare che
nella caratterizzazione del Nuovo Mondo, oltre ai Siculi già noti all’Odissea,
compaiono per la prima volta gli Etruschi. La medesima intenzione di precisare il
quadro etnografico dell’epos spiega l’associazione esiodea dell’epiteto Hippemolgoí
agli Sciti (STR., VII 3.7). Non sembrano perciò sussistere valide ragioni per espungere
il discusso verso della Teogonia (1013) in cui la stirpe di Agrios e di Latinos, che
regnano sui Tirreni, risale all’unione di Circe e di Odisseo17. L’integrazione
nell’universo mentale dei Greci dei paesi e dei popoli scoperti all’inizio dell’età ar-
caica procede coerentemente e parallelamente sia sul piano etnico-geografico sia su
quello mitico-genealogico.
La tradizione attribuisce ad Anassimandro l’audacia di aver per primo
rappresentato graficamente la terra abitata. Non è del tutto chiaro quale ruolo avesse
nella cosmologia di Anassimandro la sua concezione della terra, immaginata come
un tamburo, sospeso e immobile al centro dell’universo18. L’ecumene occupava evi-
dentemente la faccia superiore del tamburo e doveva quindi avere forma circolare. Se
ci limitassimo alla scarsissime testimonianze che si riferiscono esplicitamente al pri-
mo mappamondo greco, dovremmo fermarci qui. Qualche altro dettaglio, tuttavia,
può aggiungersi grazie al fatto che il modello circolare dell’ecumene ebbe una fortu-
na durevole, che non venne intaccata dall’acquisizione della sfericità terrestre, né
dalla rifondazione scientifica della cartografia per merito di Eratostene. Ancora nel II
sec. a.C. Ipparco di Nicea, in un contesto polemico, poteva richiamare l’autorità di
queste antiche carte circolari, il cui schema emerge chiaramente anche in un passo
famoso delle Storie di Polibio (III 36 ss.).
Come la terra si trova al centro dell’universo, così anche l’ecumene circolare e
insulare deve avere il suo centro. Reinterpretando in senso geografico il complesso
mitico dell’omphalós, si individuò in Delfi il centro geometrico della terra. L’idea
della centralità di Delfi nell’orizzonte dei Greci si affermò certamente in età abbastanza
antica (Pindaro), pur restando secondaria rispetto all’originario significato mitico-
religioso dell’omphalós19. La possibilità che essa risalga ad Anassimandro è certo
attraente20, ma nel primo mappamondo greco importa comunque sottolineare la forza
centripeta del mare interno come quadro di riferimento per la raffigurazione della
terra abitata. Quando, un paio di generazioni più tardi, Ecateo presenterà un’ ordinata
rassegna dei paesi e dei popoli dell’ecumene, egli seguirà il giro del Mediterraneo, ed
è appunto in questo senso che l’espressione períodos ghes potrà ad un tempo designare
sia una carta della terra sia la sua descrizione.

17
PUGLIESE CARRATELLI, G. (1990): 104; cf. MALKIN, I. (1998): 180 ss., il quale osserva (p. 188) che i
versi della Teogonia costituiscono la prima attestazione letteraria della localizzazione occidentale di Circe.
18
Sulla cosmologia e sulla geografia di Anassimandro vedi GEHRKE, H.-J. (1998): 170-177.
19
JANNI, P. (1998): 25 ss.; PRONTERA, F. (2001 a): 192.
20
Cf. GEHRKE, H.-J. (1998): 175.

157
FRANCESCO PRONTERA

Vi era poi un altro cerchio, quello esterno occupato dall’oceano. Per la verità
anche su questo punto ignoriamo quale fosse la posizione di Anassimandro, ma tutto
lascia credere che nel contesto storico della sua epoca il fiume cosmico dell’epos
venisse ridotto alla dimensione di un mare esterno. Alla luce di questa raffigurazione
si sviluppò più tardi la questione, alimentata dalla fondazione dell’impero persiano,
delle partizioni continentali della terra e del rapporto fra la loro estensione (HDT., IV
36 ss.). Le differenze rispetto al quadro geografico e cosmologico dell’epos sono
evidenti; d’altro canto, proprio l’ampliamento delle conoscenze geografiche comportò
una nuova riflessione sui viaggi mitici degli eroi ai confini del mondo, e la zona di
frontiera fra il mare e l’oceano si trasferì così verso gli spazi in cui il mare esterno
comunicava, o poteva comunicare, con il mare interno.
Il modello cartografico di un’ecumene circolare deve comunque essersi affermato
fra i ceti alti della società greca nel tardo arcaismo, e sembra oggetto di discussioni e
speculazioni alla moda nel clima culturale del V secolo a.C. Agli occhi di Erodoto
quel modello è inaccettabile per due ragioni: in primo luogo per l’astratto schematismo
della bipartizione o tripartizione continentale, e in secondo luogo perché ripropone la
concezione dell’oceano come limite di una terra perfettamente circolare. Come nella
distinzione fra il tempo mitico, occupato dalle generazioni degli dèi e degli eroi, e il
tempo storico delle generazioni umane (HDT., III 122), così anche le rappresentazioni
mitiche dello spazio andavano distinte dalle conoscenze geografiche basate sui dati
verificabili dell’esperienza21. Così per la prima volta in Erodoto troviamo una
valorizzazione critica dei viaggi di esplorazione, cui si accompagna la polemica
argomentata contro l’idea di un fiume Oceano (II 21 e 23; IV 36 ss.).
Due passi in particolare possono essere accostati per illustrare la posizione di
Erodoto. Nel quarto libro egli espone la versione greca della leggenda di fondazione
della regalità presso gli Sciti, la cui origine risalirebbe a Eracle, che giunge nel Ponto
conducendo i buoi di Gerione dall’isola di Erytheia, situata presso Cadice (IV 8).
Erodoto non si pronuncia sull’itinerario di Eracle, ma è significativo che contesti
bruscamente la credenza nell’Oceano che cominciando da oriente scorre attorno a
tutta la terra. Nel primo libro (I 162 ss.), narrando le vicende che portarono alla
fondazione di Elea, lo storico afferma che furono i Focei, primi fra i Greci, “a scoprire
(katadéxantes) l’Adriatico, la Tirrenia, l’Iberia e Tartesso”. In altre parole le regioni
del Mediterraneo al di là del canale d’Otranto vennero conosciute grazie alle lunghe
navigazioni dell’età coloniale, e non con i viaggi degli eroi ai confini del mondo, che
appartenevano al regno del mito22. Proprio la contestazione della realtà geografica
dell’oceano settentrionale induce Erodoto (I 202.4 s.) a negare che il Caspio ne fosse
un golfo; ammettere la possibilità di un collegamento con il mare esterno lungo il
versante settentrionale dell’ecumene significava accettare la circolarità dell’oceano,
che invece restava indimostrata. Si capisce come l’idea che il Caspio fosse una mare

21
PRONTERA, F. (2001 b): 127-135.
22
Sugli eroi viaggiatori cf. GÓMEZ ESPELOSÍN, F.J. (2000): 36-84.

158
Sulle rappresentazioni mitiche della geografia greca

aperto sull’oceano tornasse in auge dopo la conquista macedone, quando Patrocle


cercò un passaggio marittimo verso l’India nel settore nord-orientale dell’Asia23.
Naturalmente lo spirito critico di Erodoto, questa nuova esigenza di historía e di
autopsía, non può essere assunto come espressione esclusiva della mentalità della
sua epoca. Presso larghi strati della società greca le rappresentazioni mitiche dello
spazio e del tempo permasero nelle credenze religiose e nelle pratiche del culto,
trovando anche espressione nella lirica corale (Pindaro) e nella tragedia.
Sulla linea della riflessione critica si continuò a interpretare la geografia e la
cosmologia epica alla luce delle conoscenze acquisite nel tardo arcaismo. Così, per
spiegare l’enigmatica designazione omerica degli Etiopi “divisi in due”, Eforo (fr. 30
Jacoby) attribuisce al Poeta la concezione di una terra circolare, delimitata dall’oceano
e divisa dai punti solstiziali di levata e di tramonto in quattro settori, dove alla perife-
ria dell’ecumene sono collocati Indiani, Sciti, Celti ed Etiopi. D’altro canto lo stesso
Eforo riconduce nel Mediterraneo occidentale anche gli episodi oceanici del viaggio
di Odisseo, come mostra la localizzazione dei Cimmeri e delle porte dell’Ade nei
Campi Flegrei, in Campania (STR., V 4.5 = fr. 134)24. E a sua volta Teofrasto (H.P.
5.8,3), per spiegare la presenza del toponimo Circeo nel Lazio, osserva che questo
promontorio da lontano può dare ai naviganti l’impressione di un’isola.
Nella seconda metà del IV sec. a. C. due avvenimenti richiamarono nuovamente
l’attenzione sull’oceano: la conquista macedone dell’Asia e il periplo di Pitea.
Nonostante l’approssimativa coincidenza cronologica, si tratta di due fatti ben diversi
che però in un punto possono accomunare i protagonisti: sia Pitea sia Alessandro
ebbero infatti la sensazione di essere giunti a quei confini del mondo tradizionalmente
associati con la presenza dell’oceano.
Mettendo qui da parte i miti geografici alimentati dall’ambizione (philotimía)
di Alessandro, come osservò più tardi Eratostene25, vale la pena fare qualche
considerazione sul viaggio di Pitea. Il suo resoconto Sull’oceano costituisce il primo
trattato che compaia con questo titolo nella letteratura greca. Più di un secolo dopo il
dichiarato agnosticismo di Erodoto si poteva tornare a parlare dell’oceano settentrionale
sulla base di un’esperienza personale. Già gli antichi si divisero nel valutare i risultati
di questa esplorazione e diverse questioni restano ancora aperte anche nel giudizio
dei moderni. A quanto pare il proposito di Pitea era quello di circumnavigare l’intero
versante esterno dell’Europa da Cadice fino al Tanai, vale a dire fino alla frontiera
dell’Asia. È interessante ricordare che probabilmente fu proprio il viaggio di Pitea
a suggerire a uno storico da tavolino come Timeo l’idea che gli Argonauti fossero
tornati in Tessaglia passando attraverso il Tanai dalla Meotide al mare esterno, e
quindi nel Mediterraneo attraverso le Colonne26. Si tratta di un itinerario opposto a

23
PRONTERA, F. (2003): 75-78.
24
Va nello stesso senso l’identificazione di Ogigia con un isolotto, poi scomparso, che fronteggiava Capo
Lacinio (PS. SCYL., 13 Müller).
25
PRONTERA, F. (2003): 95 s.
26
DIOD., IV 56.3 ; cf. BIANCHETTI, S. (1998): 33 s., 65 s.

159
FRANCESCO PRONTERA

quello sottinteso nella protesta elevata da Erodoto a proposito dell’arrivo di Eracle


in Scizia.
Per quanto ne sappiamo, Pitea non ha riconosciuto nessuno dei luoghi legati alle
peripezie oceaniche di Odisseo. Quattro secoli più tardi Plutarco (Mor. 941 A-B)
colloca l’isola di Ogigia nell’Atlantico settentrionale a cinque giorni di navigazione a
occidente della Britannia, ma si tratta di fantasie suggerite dall’interpretazione
modernizzante della geografia omerica, propugnata nel II sec. a. C. da Cratete di
Mallo27. Sui fenomeni insoliti registrati da Pitea al punto estremo della sua navigazione
atlantica si è accumulata un’abbondante letteratura. Indipendentemente dalla realtà
delle manifestazioni naturali osservate e descritte, sembra comunque che il lessico
piteano conservi l’eco di antiche concezioni cosmogoniche dell’oceano. Egli raccontò
d’essere arrivato in certi luoghi (STR., II 4.1) dove non esistevano né terra vera e
propria né mare né aria, ma una mescolanza di questi elementi, qualcosa di simile al
polmone marino (medusa) in cui la terra, il mare e tutti gli elementi si trovavano in
sospensione (aioreîsthai), qualcosa che teneva insieme tutto (desmòn ton holon) e
che non era accessibile né per mare né per terra28. Quale che sia la realtà geografica di
questa descrizione, il codice linguistico in cui essa si esprime ci avverte che siamo ai
confini della terra, dove la natura primordiale e caotica dell’oceano vieta ai mortali di
procedere oltre. Nell’Odissea il Poeta quasi si astiene dal fornire particolari sui
fenomeni che caratterizzano il fiume del mondo, lasciando semplicemente intendere
che l’Oceano appartiene a una dimensione intangibile per l’esperienza umana. Proprio
la consapevolezza del limite raggiunto induce invece Pitea a esprimersi con il
linguaggio e con i toni suggestivi del mito.

Su un piano generale –e mi avvio alle conclusioni– anche questo dettaglio si


inserisce coerentemente nella fenomenologia del rapporto dinamico fra l’orizzonte
della conoscenza, che tende a dilatarsi, e l’universo dell’ignoto, che lo delimita. Nella
storia dell’umanità i miti geografici greci costituiscono un buon esempio di tale
rapporto, per il quale non mancano certo i confronti. Nei racconti che spiegano l’origine
e l’ordine del mondo, nella maniera stessa di concepire i limiti della terra abitata,
ricorrono infatti alcuni schemi mentali comuni. Il comparativismo delle scienze
antropologiche anche in questo campo può essere uno strumento utile, a patto che
non si dimentichi un dato fondamentale, vale dire l’incessante riflessione dei Greci
sul proprio passato. Per questa ragione, nelle considerazioni sommarie qui presentate,
ho posto l’accento sul modo in cui la cosmologia e la geografica epica, almeno dalla
fine del VI sec. a.C., furono oggetto di una riflessione critica, che raggiunse con
Eratostene uno dei suoi punti più alti. Ed Eratostene non è solo il fondatore della
geografia scientifica, ma anche un serio studioso di cronologia. Se possiamo ricostruire

27
PRONTERA, F. (1993): 392.
28
Su questo frammento di Pitea vedi BIANCHETTI, S. (1998): 164 ss. e MAGNANI, S. (2002): 201 ss.; cf.
inoltre le osservazioni di MONDOLFO, R. (1943): 13 ss.

160
Sulle rappresentazioni mitiche della geografia greca

a grandi linee il processo che porta a integrare nella geografia dei luoghi conosciuti le
rappresentazioni mitiche dello spazio –o il processo parallelo, che porta a trasferire
tali rappresentazioni sempre più in là, alla periferia di un’ecumene in espansione–
questo si deve in buona parte al senso della prospettiva sviluppato dagli stessi Greci.
Il confronto con il passato, illustrato dall’epos, e con il nuovo mondo aperto
dall’esperienza coloniale fu essenziale per la percezione della distanza nel tempo e
nello spazio, e quindi per l’acquisizione della prospettiva storica.

161
FRANCESCO PRONTERA

162
Sulle rappresentazioni mitiche della geografia greca

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164
Dos héroes fundadores: Las Vidas de Teseo y Rómulo de Plutarco

DOS HÉROES FUNDADORES:


LAS VIDAS DE TESEO Y RÓMULO DE PLUTARCO

AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ


DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA GRIEGA, ESTUDIOS ÁRABES, LINGÜÍSTICA GENERAL Y DOCUMENTACIÓN
Universidad de Málaga

En el mundo antiguo es casi doctrina de obligado cumplimiento para los historiado-


res tomar el pasado remoto como paradigma y punto de referencia para los aconteci-
mientos inmediatos o actuales que constituyen materia de sus obras. Lo hace Heródoto
cuando busca precedentes de enfrentamiento entre Oriente y Occidente. Lo hace
Tucídides, para, con el análisis de los acontecimientos antiguos, subrayar la origina-
lidad y especial posición histórica de la guerra entre espartanos y atenienses, que
justifica su obra. También lo hacen Diodoro Sículo, Dionisio de Halicarnaso y Tito
Livio, comenzando con el período mítico y los orígenes históricos de los distintos
pueblos, uno, y de Roma, los otros. Y Apiano arranca su historia romana nada menos
que desde Eneas: a[rcetai th'" iJstoriva" ajpo; Aijneivou tou' jAgcivsou... (I1.1). Así
podríamos continuar con la enumeración de casi todos los historiadores griegos y
romanos. Y es que éstos parecen tener conciencia de su pertenencia a una tradición
literaria determinada a la que pretenden aportar algo nuevo; eso está claro, si remon-
tamos a los principios de la historiografía griega, en el caso de Hecateo frente a la
Épìca, de Heródoto frente a Hecateo y de Tucídides frente a Heródoto; y, cuando –
como sucede con Jenofonte y su Historia Graeca, o con Polibio– no buscan el pasa-
do, es porque plantean su historia como una continuación de otras precedentes
(Tucídides y Timeo, respectivamente).
Pues bien, Plutarco, pese a que su planteamiento no es historiográfico, sino
didáctico y moralizante (político-ético), tampoco es del todo ajeno a estos hábitos de
los historiadores; busca en el pasado histórico o mítico los paradigmas y la fuente de
autoridad que ilustra, ya por vía de sangre, la especial naturaleza de los héroes prota-
gonistas de su obra biográfica. Esto se justifica hasta en el planteamiento metodológico
interno de cada biografía, por cuanto las condiciones naturales de los individuos son

Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 165-178.

165
AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ

el resultado de sus antecedentes familiares1 próximos o remotos; pero, sobre todo, se


traslada al conjunto de las Vidas Paralelas, consideradas como obra unitaria, hecho
éste del que, pese a su diversidad temática, Plutarco tiene conciencia, como demues-
tran las esporádicas, pero importantes referencias internas.
De esta manera Plutarco, empeñado siempre en ofrecer ejemplos de virtud a los
que se acomode la conducta de los estadistas de su época, no tiene inconveniente, sino
todo lo contrario, en invadir las cenagosas tierras del mito, donde otros escritores en-
contraron los gérmenes paradigmáticos de la reflexión histórica. El perdón, la com-
prensión que pide a sus lectores, en el prólogo del par Teseo-Rómulo, y tal vez incluso la
justificación de estos personajes míticos por haberse acercado a ellos, no es más que un
recurso retórico2 (de hecho, la inseguridad documental del período mítico al que perte-
necen ambos personajes, no lo disuade del intento de escribir su biografía); pero es un
recurso retórico que, al mismo tiempo, justifica la legitimidad de los métodos aplicados
por el biógrafo a sus materiales mitográficos y poéticos, que son en parte los mismos
aplicados en las demás Vidas a la documentación propiamente historiográfica.
La única gran diferencia que, a mi juicio, hay entre la actitud de los historiado-
res ante el pasado legendario de Grecia y Roma y la de Plutarco en su empeño por
escribir la biografía de estos personajes (Teseo y Rómulo, pero también Heracles,
Licurgo, Numa y hasta el propio Solón) es que, mientras aquellos utilizan el mito
como punto de partida, él nos lo ofrece como un paso más al que le ha llevado su viaje
literario. De otra parte, para los historiadores, las referencias a la Atenas de Egeo y
Teseo o a la Roma de los primeros reyes es a menudo un instrumento de propaganda
política en favor o en contra de los políticos de su época que, empeñados en luchas
por el poder, recurren al prestigio de los fundadores para validar sus propias reivindi-
caciones y propuestas. De este modo, son ellos (los escritores de Atthides, los analistas
romanos o los historiadores de época imperial) los que van creando así el mito de los
fundadores. Plutarco aparentemente –y por ello su mensaje es más sutil y eficaz–
hace lo contrario: Utiliza la evidencia histórica (instituciones, leyes, referencias polí-
ticas a los acontecimientos míticos), literaria (poesía, mitografía, filosofía, retórica,
anales, crónicas e historia) y arqueológica (lugares, hallazgos, monumentos, esta-
tuas, relieves, etc.), y hace una crítica racionalista de la documentación mítica, para
convertir aquellos modelos de la historia en personajes reales3. De este modo un

1
Sobre la importancia del genos en el esquema biográfico de Plutarco y sobre su tratamiento literario como
anticipatio de determinadas notas relevantes de los personajes, nos hemos ocupado recientemente en “Tratamiento
del génos en las Vidas Paralelas de Plutarco”, en L. Van der Stockt & Ph.A. Stadter, (eds.), Weaving Text and
Thought. On Composition in Plutarch, Leuven, en prensa.
2
Aunque no conservamos más que alguna referencia, el Teseo, al menos, contaba con un precedente todavía
más mítico, como la Vida de Heracles. Cf. Plut., Thes. 29: o{ti d j H
J raklh~"~ prw~to" ajpevdwke nekrou;" toi~" polemivoi" ejn
J raklevou" gevgraptai. Lo que olvida Sirinelli, J. (2000): 301, cuando señala la posición especial de estas
toi~" Peri; H
biografías.
3
FROST, F.J. (1984) recoge cumplidamente toda la documentación literaria, mítica y arqueológica incluida
por Plutarco en su Teseo para subrayar este enfoque historiográfico del material mítico que da un valor actual a la

166
Dos héroes fundadores: Las Vidas de Teseo y Rómulo de Plutarco

Teseo y un Rómulo bajados de su pedestal heroico, humanizados, se someten a la


etopeya biográfica y reciben el juicio crítico de su conducta en todas las etapas de
la vida. Pero precisamente por ello, por el carácter aséptico de la biografía, los
comportamientos modélicos o reprobables de estos héroes antiguos ponen mejor su
mensaje al servicio de los intereses inmediatos del Queronense. Supuesto esto, a
nosotros y en este contexto, las dos Vidas de Plutarco que vamos a considerar nos
ofrecen dos posibilidades distintas de análisis. En primer lugar, nos permiten re-
flexionar sobre el papel paradigmático que Teseo y Rómulo ejercieron en la historia
político-militar de Atenas y Roma, lo que convierte sus Vidas en fuente inestimable
para el historiador; y, en segundo lugar, descubren la habilidad literaria de Plutarco
para, utilizando la evidencia histórica, dar una fisonomía real a las figuras confusas
del pasado, adecuándolos a su discurso biográfico y a la función didáctica y tam-
bién propagandística de su obra. Por lo que se refiere a estos fundadores míticos, el
mérito de Plutarco consiste en haber convertido en ‘grandes hombres’ a aquellos
primeros reyes que la historia de sus respectivas ciudades utilizó para afianzar la
identidad patriótica; con las Vidas plutarqueas, el Teseo y el Rómulo del pasado
remoto, intangibles ideales de conducta política y militar, que sometieron sus le-
yendas a la propaganda de la democracia ateniense y de la república romana, emergen
ahora como personajes reales con sus virtudes y defectos; adquieren así perfiles
concretos a partir de los documentos literarios que crearon su mito; afianzan su
realidad histórica en los monumentos arqueológicos que pueblan las calles y plazas
de Atenas y Roma; y reciben una condición ética que los hace modelos reales de
conducta a seguir o evitar. En suma, Teseo y Rómulo, de la mano de Plutarco, dan
un paso más allá en la tipología de reyes fundadores que, para Roma, ha trazado
recientemente Jacques Poucet y cuya conclusión, referida a la tradición literaria,
asumimos en todos sus extremos:

De toute manière, ce sont des personnages relevant sinon de l’Histoire, en tout


cas de la Tradition. Responsables directs ou indirects de la fondation continue
de Rome, ils se sont inscrits dans la mémoire sociale ou collective. Leur souvenir
s’est transmis dans la durée et, pendant des siècles, ils ont été des points de
référence positifs ou negatifs: on les a cités en exemple; par ailleurs leur figure
était dotée d’une “plasticité” telle qu’elle fut capable de s’adapter au mieux
aux besoins des générations successives dans la mémoire desdquelles ils passaient
et qui les ont utilisés sans vergogne au mieux de leurs intérêts, et cela, jusqu’à
la fin de l’Antiquité4.

leyenda del fundador de Atenas: “In the Theseus he has made an honest attempt to treat the period as a historical one;
therefore all fable, all marvels, all episodes that smacked too much of the supernatural must be avoides, or at least
explained in a logical way” (pág. 70).
4
POUCET, J. (2001): 217.

167
AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ

Pues bien, entre las gestas de Teseo, la menos extraordinaria y al mismo tiempo
la más productiva para la historia posterior de los atenienses, fue la de su fundación,
o, mejor dicho, unificación política y administrativa (sunoikismov") de Atenas. Dis-
tinto es el caso de Rómulo y la fundación (ktivsi") de Roma; mientras para Teseo el
sinecismo es una más de las gestas de su leyenda, el mito de Rómulo gira casi exclu-
sivamente en torno a su papel como fundador de Roma. Sin embargo, para Plutarco,
que justifica su relato en estas dos empresas, ellas fueron la obra principal de dos
hombres reales, que, con la autoridad surgida del prestigio personal y de sus méritos
humanos como grandes estadistas, lograron el equilibrio social básico para la
pervivencia hasta ahora de la democracia ateniense y para siempre, en la forma del
Imperio, de la república romana.
En el caso de Teseo, pues, las gestas anteriores del héroe (viaje de Trecén, expul-
sión de Medea, captura y muerte del toro de Maratón y viaje a Creta y muerte del
Minotauro) son una paulatina exhibición de esas cualidades políticas del héroe (ge-
nerosidad en la defensa de los oprimidos, justicia contra los ofensores y violentos,
restauración de la legalidad de Atenas, ambición de hazañas y sacrificio personal por
el interés de los ciudadanos) que merecieron la gloria y el prestigio alcanzado entre
su pueblo, claves para la reforma política.
En el caso de Rómulo (y Remo), aunque la proyección social de sus hechos
juveniles es menos clara (los dos hermanos son tan sólo unos criados de Amulio), es
constante el afán por subrayar la exigible naturaleza del futuro fundador de Roma. Tal
vez la mayor conciencia ‘política’ del Teseo plutarqueo radique en la responsabilidad
que le infunde el conocimiento desde el principio de su identidad como príncipe de
Atenas. Mientras que en Rómulo más que una proaíresis libremente asumida5, son
los golpes de fortuna, interpretados como providencia divina por el destino de Roma,
los que obligatoriamente lo llevan a la fundación de la nueva ciudad. En este sentido,
la coherencia entre la juventud y la orientación de sus grandes empresas políticas es
absoluta en el diseño de Plutarco6: Teseo no actúa como un verdadero rey, preocupa-
do por salvaguardar a toda costa la autoridad real, sino como un político que tiene en
cuenta la opinión del pueblo, que asume el poder como un sacrificio, por el interés
público, y que se comporta como un reformador y un legislador al estilo ateniense
(igual que Solón)7; no es un mago que saca de la chistera la unificación de Atenas; lo
hace con la persuasión o, in extremis, con el recurso a la fuerza. Teseo es así un rey

5
Plutarco es muy cuidadoso cuando subraya la voluntariedad de los héroes positivos al escoger su camino en
la vida pública, lo que falta, como vemos más adelante, en el caso de Rómulo. Éste es un contraste significativo con
su par Teseo. Sobre la función de la proaíresis en las Vidas Paralelas, y en concreto, sobre el caso de Teseo, véase
PÉREZ JIMÉNEZ, A. (1995): 379-381.
6
Como leemos en AMPOLO, C. (2002): 283 ss.
7
De hecho, Plutarco adapta los mitos o elige las versiones de éstos que mejor se acomodan a ese objetivo de
marcar la responsabilidad política y la vocación de servicio público del héroe (cf. PÉREZ JIMÉNEZ, A. [2000]: 235).

168
Dos héroes fundadores: Las Vidas de Teseo y Rómulo de Plutarco

constitucional, un magistrado como pudo serlo Pericles, un mediador como Solón,


que ajusta lo que tiene, no que organiza su propia creación8. En cambio, Rómulo es
un romano, que simboliza en su vida el papel hegemónico de la ciudad fundada por
él. Su mayor cualidad no es la defensa de los oprimidos, la implantación de la justicia
o el equilibrio entre tensiones sociales y políticas heredadas, sino ejercer el mando,
imponer la disciplina, organizar los equilibrios para que no surjan esas tensiones.
Mandar es lo que hace en las correrías entre los criados y pastores de Amulio y
Numítor9; y la ambición de mando es el motor que lo lleva a fundar Roma y a no
quedarse en Alba10.
Aparentemente, ésta es la imagen que de Teseo y de Rómulo, comprometidos en
la organización política de sus dos ciudades y en la promoción histórica de sus pueblos,
nos ofrece Plutarco. Pero el Queronense no la dibuja de la nada ni la deja ahí en una
simple presentación de dos héroes como hombres. Pasa por alto en unos temas, subraya
otros, emite juicios, resume fuentes, plantea distintos grados de veracidad, y va confi-
gurando un determinado modo de conducta que aprueba o desaprueba, según se aco-
mode a sus modelos próximos, mentalmente presentes, creo, aunque nunca explícitos..

Por lo que se refiere a la creación mítica de ambos fundadores, la historia de


Atenas y de Roma tuvo muy presentes las ventajas políticas que aquéllos ofrecían,
cuando se trataba de imponer medidas e ideas o de vender la imagen del jefe de un
grupo político concreto. La cuestión se ha tratado ampliamente en bibliografía del
siglo XX sobre el tema y me limitaré en este punto a resumir los resultados.
Ambos personajes son en la tradición propagandística de Atenas y de Roma un
referente; se les presenta como los responsables de una determinada forma de gobier-
no que interesa promover o como héroes revestidos de las cualidades humanas y/o
actitudes públicas propias de los líderes del momento. En el caso de Teseo, el sinecismo,
al que se vincula luego el rapto de Helena, la invasión de los Dioscuros, la participa-
ción de los Teseidas en la expedición de Troya y las revueltas políticas que acaban en
el destierro de Teseo y su muerte, son una clara construcción basada en los intereses
de determinados grupos11. En esas batallas internas, la corriente favorable a nuestro
héroe suele estar representada por los filáidas, mientras que la corriente adversa se
lidera por los grupos locales anteriores al sinecismo y por los alcmeónidas, enemigos
de la tiranía12. La leyenda política de Teseo, gestada entre el siglo VI y el siglo IV a.

8
Sobre estos valores del Teseo plutarqueo, véase PELLING, Chr. (1999) y PÉREZ JIMÉNEZ, A. (2000).
9
Plu., Rom. 6.3.
10
Idem 9.1 ( [Albhn me;n ou[t oijkei~n mh; a[rconte" ou[t a[rcein ejbouvlonto tou~ mhtropavtoro" zw~nto"...).
11
Es excelente el análisis de conjunto de BERTELLI, L. & GIANOTTI, G. (1987).
12
Véase el interesante capítulo que dedica a este tema BIRASCHI, A.Mª. (1989): 43-86 (“Tradizioni epiche,
ghene e politica: Teseo, i Filaidi e la saga Ateniese di Elena”). Para el uso político de la leyenda de Teseo, cf. CALAME,
Cl. (1990): 416-419.

169
AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ

C., lo convierte en prototipo y modelo de los atenienses; en los mitemas de su leyenda,


en sus fundaciones y reformas se ha querido ver primero la mano de Pisístrato13; pero,
sobre todo, la de los filaidas, encargados de su purificación al término del viaje del
Istmo y a cuyos miembros más significativos quedará luego vinculado. Sus actitudes
más o menos democráticas (en particular el diseño constitucional del nuevo Estado)
nacen del círculo alcmeónida (Clístenes, Pericles14) y de los conflictos entre oligarcas,
democracia moderada y democracia radical. En estos conflictos, las actitudes oligárquicas
se ligan a figuras conservadoras, como Milcíades y Cimón, con quien se relaciona el
exilio, presentado en los escolios como aplicación del ostracismo15. Se discute, en cam-
bio, la relación con Temístocles16 defendida por Podlecki17, aunque hay rasgos que
apuntan en esta dirección (p.ej. su calificación de novqo" por los atenienses en 17.1, el
propio exilio antes mecionado, o la política naval ligada a la expedición cretense y
parangonable en parte a la de Temístocles. Por ejemplo, es propia la astucia de éste la
forma de construir a escondidas la flota que, en su versión racionalista del episodio de
Creta, le atribuye Clidemo18; y, de hecho, los oráculos de Delfos y de la Sibila, ajsko;"
ga;r ejn oi[dmati pontoporeuvsei” (24.5) y ajsko;" baptivzh/: du`nai dev toi ouj qevmi"
ejstivn (24.6), parecen preanunciar esa política marítima de los atenienses propiciada
por Temístocles, cuyas buenas relaciones con Delfos quedaron claras en los momentos
previos a la batalla de Salamina19. Bajo este prisma, parece admitir un nuevo enfoque la
comparación que hace Plutarco del joven Teseo ante Heracles con el joven Temístocles
ante los trofeos de Milcíades. Es cierto que se trata de un tema recurrente, usado para
ejemplificar la emulación como instrumento educativo de los jóvenes20; pero no exclui-
mos que, en la Vida de Teseo, sea un eco de esa propaganda, que sirve al mismo tiempo
para acercar literariamente el personaje al ámbito de la realidad humana21.

13
NILSSON, M.P., “Political Propaganda in the Sixth Century Athens”, Studies presented to D. M. Robinson
II, Saint Louis, 1953, pp. 743 ss., ya sugirió la utilización por Pisístrato de algunos aspectos de la leyenda de Teseo.
Según HERTER, H. (1973): 1093, la batalla de los Palántidas se enmarca también en este contexto.
14
Parece fuera de duda la evidente semejanza entre el Teseo de las Suplicantes de Eurípides y el papel político
desempeñado por Pericles.
15
Es significativo, a este respecto, que en los escolios se interpreta el exilio de Teseo como la primera aplica-
ción en Atenas del ostracismo (implantado por Clístenes): Schol. Ar., Plut. 623: meta; to; carivsasqai th;n dhmokrativan
toi`" jAqhnaivoi" to;n Qhvsea, Luvko" ti" sukofanthvsa" ejpoivhsen ejxostrakisqh`nai to;n h{rwa. Cf. Schol. Ael.
Arist., III, p. 688 Dindorf: Qhseu;" uJpo; Luvkou jAqhvnh/sin eij" turannivda sukofanthqei;" ejxwstrakivsqh th`"
povlew" kai; h\lqen eij" Skuvron, h|" Lukomhvdh" h\rcen... En este ostracismo, por aspirar de nuevo a la tiranía (como
se deduce del pasaje de Plutarco, Thes. 35.5), se ha querido ver el de Cimón por Pericles (cf. BIRASCHI, A.Mª.
[1989]: 72-73).
16
Así AMPOLO, C. (1988): XXIX.
17
PODLECKI, A. (1975).
18
CALAME, Cl. (1990): 424-429, relaciona con la expansión marítima de Atenas la importancia concedida al
episodio de Creta y, en concreto, con la campaña de Temístocles y la batalla de Salamina. La idea de un Teseo creador
de la primera flota ateniense, que traza Clidemo, sería parte de la política propagandística sobre esas aspiraciones
talasocráticas de los atenienses.
19
Cf. PÉREZ JIMÉNEZ, A. (1992): 80-82.
20
Véanse también Them. 3.4, Prof. virt. 84B-C, De cap. inim. virt. 92C, Reg. imp. apophth. 184F-185A y
Praec. ger. reip. 800B.
21
Como, por ejemplo, la identificación de Menesteo con un demagogo del siglo V.

170
Dos héroes fundadores: Las Vidas de Teseo y Rómulo de Plutarco

Por lo que se refiere a Rómulo, fue el sentimiento patriótico romano, frente a los
etruscos, verdaderos artífices de la fundación, como dice Martínez-Pinna, el que con-
figuró el mito como un producto netamente republicano22 . Medidas como la creación
de los doríforos parecen obra de Tarquinio23, así como otras fundaciones institucionales
atribuidas a los antiguos reyes romanos (Rómulo, Numa, Servio) que también son de
claro origen etrusco24. Pero sobre todo los sucesivos renacimientos de la ciudad, tras
situaciones de crisis, merecieron para sus artífices el título propagandístico de ‘nuevo
Rómulo’25. En algunos casos, la referencia caracterizaba una determinada forma de
conducta, como en Tulo Hostilio, cuya imitación de Rómulo marca su orientación
guerrera26; o sirvió para criticar conductas o como una dignificación propagandística,
como en el caso de Mario, ‘tercer fundador de Roma’27 o de Pompeyo28. Incluso la
muerte de Rómulo (en la versión que lo hace morir en la Curia a manos de los sena-
dores) se utilizó como modelo para la muerte de César en los proyectos de los cons-
piradores, como señala Apiano29.
De todos modos, la utilización de Rómulo tuvo su máximo exponente en Au-
gusto, que se arrogó de igual modo el título de ‘nuevo Rómulo’ y utilizó algunos de
sus epítetos, en particular el de Quirino30; y aunque, según Dion Casio, prefirió el

22
Los estudios recientes sobre el tema apuntan hacia el siglo IV a.C. como el momento en que se adaptan los
elementos más antiguos institucionales y urbanísticos de Roma (en especial el diseño de la Roma quadrata) de origen
etrusco a los reyes fundadores de Roma (Rómulo, sobre todo, pero también Numa y Servio Tulio principalmente; cf.
FRASCHETTI, A. (2002): 36-39). A esta época, siglo IV a.C., correspondería la creación del mito fundacional de
Roma por Rómulo. En este sentido se manifiestan CASTAGNOLI, F. (1993): I, 233-237 y II, 770, 821,
MASTROCINQUE (1998): y MARTÍNEZ-PINNA, J. (2003): 119-121. Por lo que se refiere al papel asignado a
Servio Tulio en este proceso de mitificación, véase HUMM, M. (2001).
23
D.C., in Zonaras, VII 10.1.
24
Para este tema remitimos a las interesantes observaciones de MARTÍNEZ-PINNA, J. (1995): 27-30. En
concreto, la implantación de la bulla y la praetexta, que sólo Plutarco (y en la Vida) atribuye a Rómulo (seguramente
siguiendo a Varrón), en las demás fuentes antiguas se vinculan a Tarquinio Prisco, es decir, se asume su origen
etrusco.
25
La tendencia a comparar las reformas de la constitución con la fundación romana es frecuente. Ya Plutarco
dice que la implantación de la República por Bruto (como una nueva fundación de Roma) era considerada por los
romanos superior a la fundación de Rómulo (Publ. 6.5).
26
D.C., in Zonaras, VII 6.1-2.
27
Presentado como “tercer fundador de Roma”, después de Rómulo y Camilo en Plu., Mar. 27.9.
28
Plu., Pomp. 25.9; cf. D.C., XXXVIII 24.3.
29
App., B.C. 2.16,144: W J " de; sfivsin ejdovkoun a{li" e[cein kai; plevosin ejkfevrein oujk ejdokivmazon, sunevqento
me;n ajllhvloi" a[neu te o{rkwn kai; a[neu sfagivwn, kai; oujdei;" metevqeto oujde; prouvdwke, kairo;n d ejzhvtoun kai; tovpon:
oJ me;n dh; kairo;" uJperhvpeigen wJ" Kaivsaro" ej" tetavrthn hJmevran ejxiovnto" ejpi; ta; strateiva", kai; fulakh`" aujto;n
aujtivka periexouvsh" stratiwtikh`": cwrivon d j ejpenovoun to; bouleuthvrion o{wJ" tw`n bouleutw'n, eij kai; mh; promavqoien,
proquvmw", o{te i[doien to; e[rgon, sunepilhomevnwn, o{ kai; peri; JRwmuvlon turanniko;n ejk basilikou` genovmenon ejlevgeto
sumbh`nai. dovxein te to; e[rgon, w{sper ejkei`no kai; tovde ejn bouleuthrivw/ genovmenon, ouj katæ ejpiboulhvn, ajll uJpe;r th`"
povlew" pepra`cqai ajkivndunovn te, wJ" koinovn, e[sesqai para; tw/` Kaivsaro" stratw`:/ kai; th;n timh;n sfivsi menei`n, oujk
ajgnooumevnoi", o{ti h\rxan. dia; me;n dh; tau`ta to; bouleuthvrion ejpelevgonto pavnte" oJmalw": Remitimos para las
implicaciones de este texto y para la relación que se establece en época republicana e imperial entre la muerte de
Rómulo y la de César a las puntualizaciones de FRASCHETTI, A. (2002): 96-97 y 116-121.
30
Vid. Lyd., mens. 4.111: mh`na wjnovmasan. kai; ou|to" de; Au[gousto" Kai`sar, uiJo;" jOktabivou, jOktabia-
no;" provteron ejkalei`to, ejp j ajdelfh/" gambro;" genovmeno" Gaivw/ [Ioulivw/ tw/` Kaivsari: meta; de; ta; polla; kai;
megavla ejkeivnou trovpaia polloi`" ojnovmasin ejtimato: oiJ me;n ga;r aujto;n wjnovmazon Kuri`non oiJonei; JRwmuvlon,
a[lloi Kaivsara, yhvfw/ de; koinh`/ tw`n ajrcierevwn kai; th`" boulh`" Au[gousto" ejpeklhvqh:

171
AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ

título de ‘Augusto’ por las connotaciones monárquicas de aquel otro31, esta identificación
propagandística parece haber sido la responsable de la explotación del Camilo, alter
Romulus, que aparece en Tito Livio32. El título, aplicado como elogio a Camilo tras la
liberación de Roma por sus soldados o asumido por el propio dictador33, se hizo familiar
entre los romanos, a juzgar por los honores que éstos le tributaron a su muerte, según
Eutropio34. Aunque, curiosamente, Plutarco, que subraya los rasgos violentos del Camilo
político, utiliza este tema para marcar los argumentos de la opinión popular desfavorable
a su postura de no trasladarse a Veyes, un enfoque que encaja bien con la idea de modera-
ción y pacificador pretendida por el biógrafo en la segunda parte de su obra35.

Pues bien, Plutarco recoge en ambos casos materiales de origen muy diverso y, entre
ellos, mitos que unos son antiguos y otros se han ido inventando con la formación de la
leyenda de Atenas y de Roma. Pero al mismo tiempo los selecciona y organiza para adap-
tar ambos héroes a su particular visión de la ética y del buen gobierno; los ajusta a los
tópicos de su propio esquema biográfico y, sobre todo, a sus intereses políticos.
No vamos a insistir en sus procedimientos metodológicos, bien estudiados para
el Teseo36 y que valen de igual manera para el Rómulo. Pero, en cuanto a las etapas en
que se organizan ambas biografías, podemos distinguir tres, perfectamente diferen-
ciadas tanto desde el punto de vista formal como de contenido:
La primera corresponde a los hechos juveniles de ambos héroes, dibujados con
las virtudes propias de los grandes hombres: philotimía, deseo de virtud, enérgeia,
paideia, condición esta última del carácter no bárbaro que se transmite del fundador
a la ciudad fundada por ello37; añade el moralista la idea de que el puesto principal

31
D.C., LIII 16: para; tou` dhvmou ejpevqeto. boulhqevntwn gavr sfwn" ijdivw" pw`" aujto;n proseipei`n, kai;
tw`n me;n to; tw`n de; to; kai; ejshgoumevnwn kai; aiJroumevnwn, oJ Kaisar ejpequvmei me;n ijscurw'" Rwmuvlo" ojnomas-
qh`nai, aijsqovmeno" de; o{ti uJpopteuvetai ejk touvtou th`" basileiva" ejpiqumei`n, oujkevtæ aujtou` ajntepoihvsato, ajlla;
Au[gousto" wJ" kai; pleiovn ti h] kata; ajnqrwvpou" w]n ejpeklhvqh: pavnta ga;r ta; ejntimovtata kai; ta; iJerwvtata
au[gousta prosagoreuveta. ejx ou|per kai; sebasto;n aujto;n kai; eJllhnivzontev" pw", w{sper tina; septovn, ajpo; tou
sebavzesqai,…
32
Es extraño, sin embargo, que esta idea está prácticamente silenciada en los poetas del círculo augústeo (cf.
VON UNGERN-STERNBERG, J. [2001]: 295).
33
LIV., V 49.7: dictator recuperata ex hostibus patria triumphans in urbem redit inter que iocos militaris,
quos inconditos iaciunt, Romulus ac parens patriae conditor que alter urbis haud vanis laudibus appellabatur. Eutropio,
I 20.2,4, le atribuye a él la utilización del título de ‘segundo Rómulo’ tras la recuperación de Roma: secundus Romulus,
quasi et ipse patriae conditor (=Eutrop., Epit. I 20: sivgna kalou`sin aujta; JRwmai`oi: pavnta ajnalabw;n, trivton ejn
th`/ patrivdi qrivambon ejqriavmbeusen, ejpeklhvqh te deuvtero" JRwmuvlo", wJ" oijkisth;" kai aujto;" th`" Rwvmh”
gegenhmevno"). Cf. Lyd., mens. 4.27.
34
Por ejemplo, Eutrop., II 4, Loukivou toivnun Genoukivou kai; Kuintivou Serbilivou genomevnwn uJpavtwn,
teleuta`/ Kavmillo", timaiv te aujtw/` deuvterai meta; to;n JRwmuvlon ejyhfivsqhsan.
35
PLU., Cam. 31.2. Véase a propósito COUDRY, M. (2001): 71.
36
PELLING, Chr. (1999).
37
Más exigible en el caso de Rómulo y Remo, por lo que Plutarco aprovecha el tema de su formación
en Gabios, ya presente en la analística (Valerio Antias) y probablemente anterior. Sobre esto y, en general, sobre la

172
Dos héroes fundadores: Las Vidas de Teseo y Rómulo de Plutarco

ocupado por estos héroes entre sus respectivos pueblos (materializado en la dóxa que
imprimen los primeros hechos) se debe no sólo a su eugéneia, sino principalmente a
sus propios méritos. Y entre ellos se subrayan en especial los políticos, esto es la
misión filantrópica asumida voluntariamente (proaíresis) por estos héroes defenso-
res de la justicia y azote para déspotas y tiranos.
Son éstas condición sine qua non para establecer una estructura social basada en
el equilibrio, la concordia y el valor prioritario del bien común. Es cierto que el
sinecismo de Teseo aparece como un acto doble de violencia, que pesará a partir de
ahora en el juicio de Plutarco. Alcanza la condición de rey sin estar libre de responsa-
bilidad en la muerte de su padre, aunque sea involuntaria, y la unificación supone
sometimiento obligado de ciudades regidas por reyes y fundadas por héroes. Por el
contrario, la fundación de Roma surge del cariño y respeto de los gemelos por su
madre y abuelo y tiene beneficios sociales innegables, en cuanto que somete a la
disciplina institucional a bandidos, malhechores y apátridas que encuentran en Roma
su ciudadanía. De todos modos, salvados los pequeños detalles, la labor constitucio-
nal de ambos es interpretada por Plutarco como propia de un buen rey, que busca esa
concordia generadora del bien común y que renuncia a la violencia injustificada.
Priman aquí siempre los intereses públicos frente a los particulares, y ésta, como
veremos después, será la pauta en la synkrysis para la evaluación de las conductas
personales de estos héroes.
Una evaluación que será negativa en la última etapa de ambas biografías, preci-
samente porque Teseo se olvida de sus deberes como gobernante –trae la guerra a su
patria por el capricho antinatural de Helena, abandona Atenas y su propia madre a su
suerte por raptar a Perséfone, permite con su ausencia la actuación de los demagogos
oligarcas (representados en Menesteo), que convierten en negativa la autoridad que
hizo posible la fundación constitucional de la democracia38; y lo peor de todo, les da
la razón cuando a su regreso quiere recuperar el poder con comportamientos despóticos,
fomentando revueltas y persiguiéndolo a toda costa. También Rómulo, al quedarse
solo tras la muerte de Tacio, deriva a actitudes propias de un tirano, aislándose de los
ciudadanos y marcando con signos externos su distanciamiento del pueblo. El resul-
tado en ambos casos es el destierro (en el caso de Teseo) y la muerte.

En definitiva, Plutarco con estas Vidas –igual que en otros casos– enseña la
preocupación del buen gobernante por el bien común, su compromiso de lucha contra
la injusticia, representada en los tiranos y la necesidad de mantener la autoridad sin

importancia estructural de esta etapa juvenil de ambos personajes en las Vidas plutarqueas, remitimos a AMPOLO, C.
(2002): 289-291, para la educación en Gabios.
38
Véase el énfasis que pone en estos aspectos negativos de la Vida de Teseo DEN BOER, W. (1969): 5-9, y que
nos presenta a Menesteo como el ‘primer demagogo’.

173
AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ

caer en la demagogia ni en el despotismo. Pero ¿realmente se agotan los intereses de


Plutarco en estos objetivos didácticos? Pienso que no. Vemos en esos elementos
enfatizados un velado interés propagandístico. En esta defensa de la justicia frente al
tirano, en la pérdida de autoridad de Teseo y el exceso de ella por Rómulo, subyace el
recuerdo de un terrible pasado inmediato (Domiciano) y el elogio del bienestar pre-
sente (Trajano). Esto explica también por qué para Plutarco, un griego que hizo de
Atenas su segunda patria, tiene prioridad la Vida de Rómulo. Y es que en ambos
personajes, pero sobre todo en el romano, encontramos una adecuación bastante exacta
a la figura que crea la propaganda del año 100 sobre el nuevo Emperador, un rey
también fundador de ciudades, venido de fuera como Teseo y que basa su dóxa no en
el nacimiento, sino en los propios méritos. Y si Teseo dhmagwgei~, también Trajano es
dhmagwgov", como leemos en Eutropio39. Pero ante todo, el referente para este gober-
nante, al que le cuadran perfectamente las cualidades de buen rey propuestas por
Plutarco, es el fundador de Roma, sobre cuya imagen real el biógrafo pone énfasis en
las primeras etapas de la Vida40. Hasta es probable que la identificación posterior
entre Adriano y Numa (en la que tal vez tuvo bastante que ver la biografía plutarquea
del segundo rey de Roma) tenga que ver con una más o menos tácita relación ahora
entre Trajano y Rómulo entre los círculos próximos al Emperador que también los
son de Plutarco.
En especial, los dos rasgos que definen al Rómulo plutarqueo, su interés por la
adivinación y su carácter guerrero, son precisamente los que pone de relieve la propa-
ganda de Trajano. El interés de éste por la adivinación y, en concreto, por los auspi-
cia41 es el del rey fundador de Roma, cuyo lituus encuentra sitio en las monedas de la
época. Y su larga actividad militar, con las expediciones contra los dacios y los partos
principalmente, le valieron el epíteto de filopovlemo" que le da Dion Casio42. Ade-
más, la insistencia en el papel de la Providencia en la salvación de Rómulo y en la
fundación de Roma, otro rasgo relevante de la biografía del romano tiene su remedo
en la Providentia, presentada en los círculos de Trajano43 como base de su designa-
ción imperial y convertida en un elemento sustancial de su reinado. Y no olvidemos
la complacencia con que el biógrafo explica etimológicamente el papel paternalista
asignado por Rómulo a los senadores, que tiene que ver sin duda con la renovación
del respeto al Senado por parte de Trajano.
La gran diferencia entre el Emperador y los dos héroes fundadores es que mien-
tras Teseo dio demasiado protagonismo político al pueblo, en detrimento de su auto-
ridad como rey, y mientras Rómulo cayó en un exceso de autoritarismo, Trajano es

39 ~
Dhmagwgo;" ga;r h\n a[risto" kai; tai" mavcai" ajndreiovtato" (VIII 1).
40
Para los detalles remitimos al trabajo de TATUM, W.J. (1996): 143-146.
41
Véase MONTERO, S. (2001), especialmente el capítulo II, “Trajano y la adivinación tradicional”, págs. 25-
40. La representación frecuente del lituus en las monedas del reinado de Trajano (cf. Ibidem, pág. 32), tambien tiene
que ver con este interés del Emperador por la adivinación y su relación con Rómulo.
42
LXVIII 7.5.
43
PLIN., Paneg. 1.4-5; 5.1; 8.1-2; 10.4.

174
Dos héroes fundadores: Las Vidas de Teseo y Rómulo de Plutarco

superior a ambos, o al menos eso quiere Plutarco poniendo ante sus ojos el ejemplo
negativo de los dos reyes. Nos cuesta pensar que, cuando el moralista cifra la clave
del despotismo a que evoluciona Rómulo (aquí igual a Domiciano) en la creación de
los Celeres, no esté pensando en el contraste que representa Trajano, suprimiendo los
dorufovrou" que se rebelaron contra Nerva, según Dión Casio44. Desde esta perspec-
tiva, en cuanto que el Rómulo de los últimos años queda identificado con el déspota
Domiciano, encuentra su justificación la otra imagen del rey filósofo, outsider, Sumo
Pontífice y de formación helénica representada por Numa y que cuadra también,
perfectamente, al Trajano de la propaganda de comienzos del siglo II en la que Plutarco
tiene un papel activo importante45. Por lo que se refiere al otro extremo, el exceso de
condescendencia con el pueblo por parte de Teseo, que hizo posible la aparición de
demagogos oligárquicos como Menesteo (35.1), también queda lejos de la conducta
de Trajano (cuya autoridad monárquica de nuevo es un reflejo de la de Numa) tal
como parece dibujada en Dión Crisóstomo (Or. 6.49). En suma, el emperador es el
retrato real y humano de aquel “buen monarca (que) debe mantener el equilibrio de la
autoridad necesaria para conseguir la concordia, sin caer en el abuso despótico pro-
pio de la tiranía ni en la demasiada blandura del demagogo”.

44
Hist. Rom. 68.5,4.
45
Esta identificación Numa-Trajano ha sido subrayada recientemente, y con argumentos de peso, por STADTER,
Ph.A. (2002): “It is not fanciful to see a parallel with Numa, who became king after Romulus’ disappearance and
possible assasination, and a troubled interregnum (2.1-3.5). Trajan was adopted by Nerva while outside the city (he
was serving on the frontiers, perhaps in Germany) to calm tensions. After a brief visit to Rome, he returned to the
frontier, and then when Nerva died had to act quickly (though more physically) to end rebellion and quiet neighboring
peoples. When he entered Rome as emperor, to joyous acclamation, in him lay the empire’s hopes for peace”.

175
AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ

176
Dos héroes fundadores: Las Vidas de Teseo y Rómulo de Plutarco

BIBLIOGRAFÍA

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178
Changing attitudes to domestic violence: gender power...

SECCIÓN SEGUNDA

Mito e ideología en la imagen de Iberia

179
HISTORIA Y MITO: EL PASADO LEGENDARIO COMO FUENTE DE AUTORIDAD

180
La Iberia legendaria

LA IBERIA LEGENDARIA. TIPOLOGÍA DE LAS LEYEN-


DAS SOBRE IBERIA Y PARALELISMOS EN LA MITO-
LOGÍA GRECORROMANA

ENRIQUE ÁNGEL RAMOS JURADO


DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA GRIEGA Y LATINA
Universidad de Sevilla

En un pasaje1 que se admite como introducido por Polibio en su obra tras el 150 a. C.,
después de su estancia en Iberia, Libia y Galia2, el historiador griego sale al paso a la
posible objeción de cualquier lector de su obra que argumentara por qué “habiendo
dedicado la más amplia exposición a los lugares de Libia e Iberia, no hemos añadido
nada ni en torno al estrecho de las columnas de Hércules ni en torno al mar exterior y
las peculiaridades (ijdiwmavtwn) que en él acaecen, como tampoco en torno a las islas
Británicas y la fabricación del estaño ni asimismo en torno a las minas de plata y oro
de la propia Iberia, aspectos sobre los que los historiadores (oiJ suggrafei~") tanto
han discutido entre sí y tan ampliamente han hablado”3, en referencia quizás a auto-
res como Dicearco, Eratóstenes y Piteas, argumentando, añade, que no lo ha hecho
porque interrumpiría su narración (th;n dihvghsin)4 a cada paso y porque necesitaría
una exposición más estructurada5. Ahora bien, como precisa el historiador helenístico6,
“casi todos los historiadores, si no todos, la mayoría han intentado describir las pecu-
liaridades (ta;" ijdiovthta") y situaciones (qevsei") de los lugares que están en los
~
extremos (twn peri; ta" ejscetia;" tovp wn) de nuestro mundo conocido y en muchas
cosas la mayoría se ha equivocado (dihmarthkovtwn)”7. Por ello, añade Polibio, no se
puede dejar de remediar tales errores, aun sin echárselos en cara con acritud a sus
predecesores8, pues ellos no disponían de los medios y circunstancias históricas que

1
PLB., III 57-59.
2
III 59.7.
3
III 57.2-3.
4
III 57.4.
5
III 57.5.
6
III 58.2.
7
III 58. 2-3.
8
III 58.4.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI.
G., Málaga, 2004, pp. 181-192.

181
ENRIQUE ANGEL RAMOS JURADO

al autor filorromano le cupo en suerte vivir. En primer lugar, los griegos anteriores a
él, prosigue diciendo9, escasos fueron los que se propusieron tal fin y escasas sus
posibilidades de investigar tales asuntos debido a los numerosos “peligros” (kivndunoi)
que se cernían por tierra y mar, a que tales países eran todavía bárbaros
~
(ejkbebarbarwsqai) o bien “inhabitados” (ejrhvmou") y, por último, a las dificultades
de comprensión de tales lenguas10. Si a todo ello se añadía que el autor prácticamente
tendía en su exposición a la paradoxologiva y terateiva, el cuadro anterior a Polibio,
según el propio autor, no podía resultar más desalentador. Ahora, en cambio, prosi-
gue11, las circunstancias históricas han cambiado, ya que “en nuestros tiempos merced
al imperio de Alejandro (dia; th;n Aj lexavndrou dunasteivan) en Asia y a la supremacía
(uJperoch;n) de los romanos en los restantes lugares, casi todo ha llegado a ser navega-
~
ble (plwtw÷n) y transitable (poreutw~n)”.
En efecto, los relatos de cosas maravillosas, increíbles y extraordinarias han
sido siempre del gusto del ser humano, en el caso griego tenemos ya los primeros
testimonios en los propios versos homéricos. Siempre hemos buscado ese tiempo,
ese espacio, siempre más allá de nuestro mundo cotidiano, en el que hemos sumido la
imaginación creando un mundo distinto y normalmente más reconfortante que el que
nos rodea. La utopía, la superación ad sidera de nuestras limitaciones, siempre ha
funcionado incluso a veces a nivel de ideal político. El espacio cotidiano, bien cono-
cido, se presta mal a la ubicación de los mitos y leyendas. Siempre hemos tendido a
situarlos “más allá de”, incluso más a ella de nuestro planeta o de nuestra galaxia.
Cuanto más espacio conocemos, más espacio para nuestra tendencia mítica necesita-
mos. No resistimos la tentación del mu'qo". Es consustancial a nuestra naturaleza.
Pues bien, los griegos, conforme fueron conociendo el espacio que ocupaban,
fueron desplazando hacia los extremos sus espacios de mitos y leyendas. Hacia el
norte, sur, este y oeste, hacia los cuatro extremos de la ecumene, rodeada por el río
Océano, fueron desplazando progresivamente sus lugares míticos. Al norte hiperbóreos,
escitas y Tule; al sur Arabia, etíopes, garamantes y pigmeos; al este la India, seres y
masagetas y al oeste celtas, íberos y las columnas de Heracles. En efecto, hablamos
de Iberia12, como espacio mítico, porque, aunque los griegos habían arribado tiempo
atrás a nuestra Península, realmente no les era apenas bien conocida. El sur y el levan-
te sobre todo sí lo eran más. Pero prácticamente el norte, interior y oeste peninsular,
sin excluir tampoco la parte más conocida pero lejana, pertenecían al ámbito de lo
oído, de las historias que se cuentan sobre pueblos, costumbres y hechos extraordina-
rios, fuera de lo común. Espacio para la imaginación y el mito.
Sólo hay que observar los mapas que hizo Victor Bérard, el director de Tesis de
Milman Parry, sobre los viajes de Ulises reflejados en los poemas homéricos. El hijo

9
III 58.5.
10
III 58.9.
11
III 59.2.
12
Cf. DOMÍNGUEZ MONEDERO, A.J. (1983): 203-224.

182
La Iberia legendaria

de Laertes se mueve entre peligros sobre todo por la zona oriental e itálica del Medi-
terráneo y sólo en una larga ruta llega al reino de Calipso, con la que estuvo diez años,
acá en la zona del estrecho. No es cuestión de sumergirnos en la geografía homérica,
ni en el proceso de formación de los poemas, ni en el tema de Homero poeta oral, ni
en la imagen de un aedo que hay quien se lo imagina recorriendo los puertos griegos
oyendo las aventuras que gustan contar los marinos, sino sólo hay que constatar un
hecho, el mundo mítico odiseico se mueve con soltura, aun llena de peligros, por el
Mediterráneo central y oriental, pero la parte occidental de la ecumene, donde esta-
ban los límites de las columnas de Heracles, era un reino donde prevalecían las som-
bras.
Siempre, por el contrario, Oriente había atraído y supuesto un contacto mayor
para los griegos. De ahí provenía no poco del germinar intelectual de la primitiva
Grecia, aunque también las amenazas (Persia). El oeste era el reino de las sombras,
donde se pone el sol, e Iberia, en un momento dado, constituyó para ellos el límite
occidental del mundo. Como puso de manifiesto en su día el profesor Pietro Janni13 el
pensamiento espacial griego y su geografía están marcados por una concepción cua-
litativa y hodológica del espacio que, someramente, podemos sintetizar en la opo-
sición “fecundidad oriental” / “oscuridad occidental”. Ello conlleva que las tierras,
sus habitantes y climas se vean previamente marcados hasta el Renacimiento por una
serie de parámetros relativos a la fecundidad del suelo, benignidad del clima o carác-
ter de sus habitantes. Oriente es básicamente entendido como lugar de fecundidad,
felicidad, benignidad del clima y longevidad, aparte de que se tendía a poner allá los
paraísos utópicos o las edades de oro, aunque Occidente no se viera ajeno a este
mismo tipo de consideraciones aunque en menor medida. Nuestra tierra se vio inva-
dida en un proceso de helenización por una serie de personajes y mitos que anterior-
mente, como dice el profesor Bermejo Barrera14, “estuvieron situados en otras regio-
nes del Mediterráneo más próximas a Grecia, pero, al irse ampliando el ámbito del
mundo conocido con el desarrollo de las navegaciones coloniales, se produjo un pro-
ceso de desplazamiento que vino a encontrar su fin primero en la Península Ibérica y
luego en las Islas Canarias”. Iberia se integra así en los grandes ciclos míticos de la
antigüedad grecolatina, los trabajos de Heracles, por ejemplo, o el regreso de los
héroes griegos de Troya, los famosos nóstoi.
Sabido es que en nuestro país las tradiciones míticas relativas a viajes de griegos
a Iberia han sido reducidas a sus justos términos, creemos, por estudiosos como L.
García Iglesias15, J.C. Bermejo Barrera16 o D. Plácido17 y que siempre ha habido una
lucha entre las fuentes literarias y la realidad arqueológica, pero éste no es el objeto

13
(1973): 445-500; (1978): 87-115; (1981): 53-70; (1984).
14
(1982): 215.
15
(1979): 131-140.
16
(1981); (1991): 85-106 (=BERMEJO BARRERA, J.C. & DÍEZ PLAJA, F. [2002]: 93-112).
17
(1989) 41-51.

183
ENRIQUE ANGEL RAMOS JURADO

de nuestra exposición. Aunque sí hemos de advertir, como ya hicimos en un trabajo


previo nuestro al respecto18, que éste es un terreno, el de la mitología griega e Iberia,
apta para no pocos diletantes, desconocedores, en general, de las lenguas clásicas que
ponen en circulación, normalmente por canales extrauniversitarios, trabajos que son
un auténtico ataque al sentido común y a la metodología más elemental. No son co-
nocedores no ya de las lenguas clásicas sino desconocedores de que las fuentes grie-
gas son “un pálido reflejo de la realidad efectiva que fue Iberia”19, que se ven some-
tidas a las cuestiones de género, de tópoi literarios, de ausencia casi de testimonios de
primera mano.
La imagen de Iberia en el mundo griego se mueve más en el terreno de lo que
debería ser que de lo que era en realidad. Había unas convenciones, unas pautas que
el público receptor esperaba y que el autor en la mayoría de los casos manejaba con
complicidad, en la que se mezclaba realidad con ficción, la ajlhvqeia con el yeu~do", y
que seguramente si al público receptor griego se le hubiera dicho otra cosa se hubiera
sentido todavía más desinteresado. A todos, incluso a los griegos antiguos, les atraía
más la imagen de una Iberia de raras costumbres, pueblos extraños y guerreros, reyes
longevos (Argantonio), rica en metales, que podía hacer opulento al griego que se
aventurase en ella, como Coleo, más que, repetimos, la imagen real o el reconoci-
miento de que salvo las zonas costeras meridionales o del levante Iberia le era escasa-
mente conocida.
No olvidemos nunca que fue Polibio, allá en el siglo II a. C., el primer autor
griego parcialmente conservado y conocido, dejando al margen posibles fuentes per-
didas como Sósilo y Sileno, que expone material sobre nuestro país de primera mano
merced a su estancia en Hispania a mediados del siglo II a. C., cuando vino acompa-
ñando a Escipión Emiliano, quien actuaba, a su vez, como tribuno militar del cónsul
Licinio Lúculo, pero aún así, aun estando en nuestra tierra, no pudo desprenderse
completamente de los esquemas mentales que había asumido desde niño como grie-
go y como filorromano desde su estancia como rehén en la urbs. Los civilizados y
luminosos eran sus señores los romanos, y por supuesto los griegos, mientras que los
bárbaros y oscuros en líneas generales eran los indígenas, los hispanos en este caso.
Como tampoco pudo evadirse Polibio completamente de los elementos de tipo
paradoxográficos y utópicos que atraían tanto al lector de la época y que plasma en su
visión de Iberia. Y estamos hablando del siglo II a. C. No nos queremos referir siquie-
ra a las escasas noticias al paso, pues tampoco era su skopov", sobre Iberia que nos
suministra Heródoto, pues son, creemos, más testimonio de la imagen mental griega
y desconocimiento real que tenía un intelectual griego del siglo V a. C. sobre nuestra
Península que otra cosa. Es más, los autores griegos que siglos después, en época
imperial, dedicaron espacios importantes a nuestra Península, por ejemplo Estrabón

18
RAMOS JURADO, E.A. (1998): 147-154.
19
GÓMEZ ESPELOSÍN, F., PÉREZ LARGACHA, A. & VALLEJO GIRVÉS, M. (1995): 62.

184
La Iberia legendaria

y Apiano, no pusieron sus pies en ella y dependían de la literatura anterior, no siendo


ajenas sus obras, como sabemos, a los elementos utópicos, paradoxográficos, erudi-
tos, tópicos, a los que unen la visión interesada de la nueva potencia que imperaba en
el Mediterráneo, etc. La verdad es que las vivencias directas que tuvieran marinos o
colonos griegos en nuestra tierra o las legiones romanas estableciendo a duras penas
su pax poco calaban en la representación cultural colectiva que tenían sobre nuestra
tierra los helenos. Eran pocos los griegos, numéricamente hablando, que habían reca-
lado o visitado nuestra Península y por ello su incidencia era prácticamente nula en la
mentalidad común helena. Iberia seguía siendo más territorio utópico, legendario,
que real. Atraía así más, ¿por qué cambiar? Siempre necesitamos espacios míticos.
Occidente encajaba perfectamente, e Iberia como extremo de esta zona de la ecumene,
además nunca había supuesto un peligro, en contraposición a otras zonas de Oriente,
para la Hélade. Territorio mítico y utópico permitía el desplazamiento de los mitos,
su enraizamiento e incluso mediante este sistema la helenización de este extremo del
mundo habitado. Los griegos son griegos y superiores a los no griegos, los bárbaros,
y siempre es bueno tener a “otro” que nos haga sentirnos superiores o nos permita
hipotéticamente su contacto una mayor ventura sobre todo en el aspecto material.
Existía un estereotipo cultural sobre nuestra tierra situada en el Occidente del
mundo habitado. Estereotipo que no sería tanto, creemos, en el caso de los colonos
griegos afincados en nuestra tierra, quienes portaban sus propias creencias y mitolo-
gía anexa a ella, mas no pudieron resultar completamente ajenos a la idealización de
la Iberia que no conocieran, sobre todo la más interior, occidental y nórdica. A su vez,
pensamos, se produjo un fenómeno de aculturación limitada del mundo ibérico, ma-
nifestada sobre todo en el arte, por el contacto con los griegos residentes en nuestra
tierra, mas en el caso de la mitología y religión griegas debió ser no masivo20 dado el
escaso número de colonias griegas, su limitada implantación territorial y las dificul-
tades comunicativas entre ambas áreas.
Siguiendo a la profesora belga Monique Mund-Docphie21 podemos decir que
tres son básicamente los medios utilizados por los griegos para dar una imagen fan-
tástica e ideal de los extremos de la ecumene, en este caso de la parte occidental,
Iberia: la amplificación, la inversión y la transferencia. En el primer caso, a través de
la amplificación, se parte de elementos reales que llaman la atención por su carácter
insólito y que los autores engrandecen y multiplican, es muy usual, como todos sabe-
mos en los Mirabilia. En el caso de la inversión se pretende dar una imagen de esos
parajes por inversión, por oposición, a la Hélade, esto es, por ejemplo, se hace existir
en esos parajes cosas que no existen en Grecia. Y en tercer lugar la transferencia, esto
es, se trasladan de un lugar a otro ciertos rasgos imaginarios, por ejemplo, el clima
moderado, la exuberancia de la naturaleza, el aire perfumado, las inmensas riquezas

20
BERMEJO BARRERA, J.C. & DÍEZ PLAJA, F. (2002): 96.
21
(1989): 209-226.

185
ENRIQUE ANGEL RAMOS JURADO

minerales, las aguas maravillosas, etc. Estos rasgos los podemos ver, por ejemplo, no
sólo atribuidos al sur peninsular, sino enmarcados en la descripción la Arabia feliz,
Tule, Etiopía o los hiperbóreos, por citar unos ejemplos.
Esta imagen mítica, ideal, de la Península cierto es que se fue tejiendo en el
imaginario griego a lo largo del tiempo, aunque la inmensa mayoría de las fuentes de
las que disponemos al efecto sean de época helenística e imperial. Mas, a pesar de
que las fuentes mayoritarias sean de esa época, el imaginario griego trabajó con los
extremos de la ecumene, en este caso Occidente, como decimos, durante largo tiem-
po, como lo testimonian germinalmente los primeros relatos homéricos, versos en los
que autores como Estrabón verían incluso una prueba de la información que tenía el
poeta por excelencia a través de los fenicios, por ejemplo, de la inmensa riqueza
hispana. Mas lo cierto es que estas tradiciones míticas fueron incrementándose y
enraizándose en nuestra tierra, aun con antecedentes arcaicos y clásicos, a partir so-
bre todo de época helenística, época en que nuestra geografía, física y humana, entra
incluso como objeto de polémica entre los eruditos, no pocos de ellos atraídos por los
afanes etimologistas.
Como es sabido, durante el período colonial y clásico un Occidente impreciso
se integra en la mentalidad helena mediante la occidentalización de algunos mitos22.
Sólo a partir de época helenística podemos hablar de conciencia plena geográfica de
la situación peninsular, extremo occidental del espacio mediterráneo23. Siempre fue
nuestra Península una realidad liminar y fronteriza, periférica respecto al
helenocentrismo, a medio camino entre la realidad marcada por la experiencia colo-
nizadora y el mundo mítico. No es, por tanto, extraño que nuestras más antiguas
fuentes sean poetas o mitógrafos en los que pululen Heracles o los héroes en su retor-
no de Troya, pero no, pensamos, con una función meramente estética sino explicati-
va, como todo mito que se precie, en tanto hacía comprensible y heleno el mundo del
extremo Occidente.
Como decíamos existen unos tovpoi en las fuentes griegas relativas a Iberia que
se repiten y transmiten una mentalidad helena hacia la Península, la de que es una
tierra lejana, situada en los confines de la ecumene, fértil, de espesos bosques y cau-
dalosos ríos, rica sobre todo en metales, poblada por pueblos guerreros, bárbaros en
el sentido griego del término, y dotada, sobre todo en la zona meridional, de gentes y
costumbres más civilizadas. La propia forma de ubicar la Península o cualesquiera de
sus pueblos en el marco del mapa mental del orbe se lleva a cabo precisamente “me-
diante las coordenadas referenciales ancladas en la tradición mítica como las Colum-
nas de Heracles, el Océano o los Pirineos”24. Pasan los años, pasan los autores, la
Península es mejor conocida indudablemente a partir de la conquista romana, pero la

22
Cf. ns. 14, 15, 16, 17 y 18; ANTONELLI, L. (1997); BALLABRIGA, A. (1986); FABRÉ, P. (1981); PLÁCI-
DO, D. (1993a): 63-80; ID. (1993b): 81-89; ID. (1995-1996): 21-35; MARTÍNEZ, M. (1992).
23
Cf. CIPRÉS TORRES, P. & CRUZ ANDREOTTI, G. (1998): 112-113.
24
GÓMEZ ESPELOSÍN, F., PÉREZ LARGACHA, A. & VALLEJO GIRVÉS, M. (1995): 106-107.

186
La Iberia legendaria

imagen heredada, la imagen mítica, sigue subsistiendo no ya sólo en el común de los


mortales sino en los autores literarios de pleno Imperio.
La mitología que los autores griegos hacen radicar en nuestra Península no es
distinta, en líneas generales, de la que hacían ubicar en otros confines del mundo
conocido. Como dice el profesor J.C. Bermejo Barrera25 podemos afirmar que “esta
zona geográfica y sus pueblos no constituyeron, pues, un verdadero objeto de mitolo-
gía para los griegos, sino, únicamente durante algún tiempo, un lugar accidental de
referencia, por lo que podremos afirmar que en el pensamiento griego de la Península
Ibérica nunca poseyó una mitología propia”. La mitología griega, supuestamente li-
gada a nuestra zona geográfica, corresponde, en sus líneas esenciales, a la mitología
del extremo occidente: Océano, islas de los Bienaventurados, la saga de Heracles y el
tema de las Columnas, y los Nóstoi, el ciclo que narra el regreso de los héroes griegos
desde Troya y que la tradición hizo que algunos de ellos recalaran en nuestra Penín-
sula26, entre otros, el propio Odiseo, Anfíloco, Ocelas, Menesteo, Menelao, Teucro y
Diomedes, según testimonian fundamentalmente autores tardíos que encontraban en
ellos una forma de helenizar el cosmos más lejano, a veces a partir de una falsa
explicación etimológica de un nombre o la supuesta analogía entre tradiciones loca-
les diversas y distintas, sin dependencia mutua. Todo ello sin mencionar el eterno
tema de la Atlántida, de la que no ha habido continente que no haya optado a su
ubicación, y que Adolfo Schulten, como sabemos, trató de situar en la zona de Tartesos,
dedicando a ello parte de su vida.
Más interesantes han sido, hay que reconocerlo, los intentos realizados por
estudiosos, como el profesor Bermejo27, de “sacar a la luz la existencia y la estructu-
ra”28 de mitos indígenas a partir de la mitología griega, esto es, las “homologías” o
semejanzas estructurales entre mitos indígenas y mitos griegos, caso de las “yeguas
lusitanas”, “el amante calvo” o Gargoris y Habis, de los cuales no es objeto la presen-
te exposición y que permitiría un amplio debate sobre el análisis estructural de la
mitología griega, su metodología, virtudes y defectos.
Ahora bien, la postura contraria, esto es, tratar de ligar a nuestra Península,
como se ha hecho, necesariamente y en exclusividad tales mitos, en no pocas ocasio-
nes por mero chauvinismo, es un empeño sin el menor apoyo científico. Sólo hay que
conocer las fuentes griegas. Pues, por ejemplo, si Estesícoro y Apolodoro sitúan el
robo del ganado de Gerión, el hijo de Crisaor y Calírroe, en nuestra zona, Arriano la
ubica en Ampracia, e incluso ha habido quien ha llevado el mito a Canarias. Lo mis-
mo sucede con las Hespérides y sus “manzanas de oro”, cuya ubicación fluctúa, se-
gún autores, entre nuestra zona o la costa norteafricana mediterránea (Ras Sem,

25
(1982): 216.
26
GARCÍA BELLIDO, A. (1948):15-27.
27
(2002): 107-112; (1982): 1, 61-100; 2, (1986): II, 45-56 y 87-116.
28
(2002): 108.

187
ENRIQUE ANGEL RAMOS JURADO

Benghazzi, Mauritania, lago Tritón, etc.)29. La misma situación se da, pero no es lugar
de ser repetitivos, con el tema de la Atlántida o los Elysiae campi o la entrada al mundo
de Hades.
Mas pongamos un ejemplo gráfico y breve, como exponente, la llegada de Ulises
a nuestra tierra. Según Estrabón30, siguiendo a Asclepiades de Mirlea, efectivamente
Ulises estuvo en Iberia y nos habla de una ciudad de nombre Odysia en la Turdetania
con un templo a Atenea en cuyos muros se hallaban suspendidos escudos y espolones
navales en recuerdo del viaje de Odiseo. El texto de Estrabón dice así31:

Me parece que la expedición de Ulises llegó hasta allí y que, conocida por
él32, se sirvió de ella para componer la Odisea, trasladando, como también en la
Ilíada, una situación real al terreno de la poesía e invención mítica habitual a
los poetas. Pues no sólo los lugares de Italia y Sicilia y algunos otros de esta
zona presentan vestigios de tales cosas, sino también en Iberia se muestra una
ciudad Odysseia y un santuario de Atenea y otros innumerables vestigios del
errar de él (sc. Ulises) y de otros héroes que regresaron de la guerra troyana

Esta ciudad de Ulises, esta Odysseia, vuelve a ser mencionada por Estrabón un
poco más adelante33, con más detalle:

Después de ésta (sc. Exi) está Abdera, fundación fenicia ella también. En-
cima de esta región, en la sierra, se muestra Odysseia y en ella el santuario de
Atenea, como han dicho Posidonio, Artemidoro y Asclepiades de Mirlea, hom-
bre que se dedicó a la enseñanza elemental en la Turdetania y publicó una
Periégesis de los pueblos de este país. Este último afirma que están clavados en
el santuario de Atenea, como recuerdo del viaje de Ulises, unos escudos y ador-
nos de proa

¿Qué localidad del sur de Iberia pudo llevar a estos autores a pensar que se
trataba de la ciudad de Ulises? Sabemos que no pocos historiadores imaginativos
otorgaban un valor inestimable al supuesto descubrimiento de tal o cual topónimo o
étnico con alguna resonancia griega que invitase a hacer etimología arriesgadas con
el fin de demostrar la presencia de héroes griegos en Hispania. Este pudo ser el caso
de Odysseia en la Turdetania. Existía, por un lado, Oducia, en el valle del Guadalqui-
vir, atestiguada, por ejemplo, por inscripciones de Lora del Río y Sevilla34, identifica-

29
Cf. MARTÍNEZ, M. (1992): 105-125.
30
III 2.13; III 4.3.
31
III 2.13.
32
Sabido es que el poeta por excelencia, de quien no es preciso ni mencionar su nombre, es Homero.
33
III 4.3.
34
CIL II, 1056, 1182.

188
La Iberia legendaria

ble tradicionalmente con Tocina, y, por otro, con más verosimilitud por la descrip-
ción de Estrabón –encima de Abdera, «en la sierra» Ulisi, cerca de Loja35–. Las ins-
cripciones, en este último caso, aparecieron, por ejemplo, en Cortijo del Río, «tres
leguas al occidente de Loja, un cuarto hacia el ocaso de Villanueva del Trabuco, y a
igual distancia para el oriente de Sadeuco o Villanueva del Rosario, jurisdicción de
Archidona». Ulisi con Odysseia fue relacionada también todavía en el siglo XIX por
D. Aureliano Fernández Guerra, quien además pensó que el nombre se conservaba en
la actual Ugijar, en la Alpujarra. Pura invención helenística prolongada en el tiempo.
Los ejemplos podrían ser múltiples, mas ya que a veces gozamos más con la
imaginación, recomendamos como simple goce estético sin posibles “daños” intelec-
tuales en este ámbito, asumiendo que se trata sólo de una novela, de un mu~qo" en el
sentido de fábula o novela, la obra de María Teresa León, la fiel compañera de Rafael
Alberti durante casi toda su vida, Menesteos, marinero de abril36, cuyas doce secuen-
cias, como los trabajos de Heracles, se organizan a partir de una primera, la más breve
de esta novelada biografía imaginaria del héroe ateniense, quien tras hacer suya, re-
cién llegado a nuestras playas meridionales, a una hermosa virgen de cuya realidad al
final “únicamente quedaba una cinta, dunas y sol”37, recorrerá en pos de su amada,
como en la novela griega, toda nuestra tierra, Andalucía occidental y concretamente
toda la zona onubense, llevándole incluso su peregrinaje, como Orfeo, hasta el Ha-
des, muriendo finalmente en lo que sería su fundación, Puerto Menesteo, Puerto de
Santa María, tierra natal de Rafael Alberti, quien ya antes que su compañera senti-
mental había dedicado hermosos versos en su Ora marítima al héroe ateniense. Si
para Rafael y María Teresa el mito clásico vinculado a Iberia les unía en la distancia,
en el exilio, a su tierra, las tradiciones míticas griegas ligadas a Occidente helenizaban
los extremos del mundo conocido, los hacían más cercanos, más próximos a los grie-
gos, los integraban en su mundo.

35
CIL II, 880, 5497 y 5499.
36
(1965). Para la tradición clásica en Rafael Alberti y María Teresa León y el análisis en concreto de esta obra
cf. RAMOS JURADO, E.A. (2001).
37
LEÓN, Mª.T. (1965): 14.

189
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L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

L’HELLENISME CHEZ LES HISTORIENS GRECS DE


L’OUEST
Les historiens grecs et le périple d’Héraclès dans l’ouest de la
Méditerranée: les enjeux du mythe

PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA


FACULTÉ DES LETTRES ET CIVILISATIONS
Université Jean Moulin. Lyon III

Mythe et histoire n’entretiennent pas fondamentalement dans l’Antiquité de relations


conflictuelles, les périodes mythiques pouvant être considérées comme des
prolégomènes aux époques proprement historiques. Cependant, les temps légendaires
ne valent pas que par leur antériorité; le mythe peut être utilisé par l’histoire, pour
justifier et légitimer des faits coloniaux, par exemple. Ainsi les temps mythiques sont
non seulement d’une certaine manière l’ancêtre de l’histoire, mais aussi un instrument
commode et malléable, employé par elle à des fins diverses et d’une manière orientée.
Une de ces fins, entre autres, à nos yeux particulièrement intéressante, consiste à voir
dans le mythe l’instrument par excellence de l’affirmation et de la défense de la culture
grecque, c’est-à-dire de l’hellénisme. Il est évident qu’une telle orientation du projet
historiographique ne peut que naître de la coexistence et de la confrontation, lorsque
la culture grecque veut s’affirmer face à une autre culture. C’est là l’origine de notre
réflexion sur l’hellénisme chez les historiens grecs de l’Ouest. En effet, ceux que l’on
appelle communément «les historiens grecs de l’Ouest» sont des historiens de langue
et de culture grecques, issus de Méditerranée occidentale ou qui y vivent, à une époque
et dans une sphère dominée par Rome. Cependant, l’ampleur du sujet exige de le
restreindre. Or, quel héros mythique est le personnage emblématique de la grécité si
ce n’est Héraclès? De toute la mythologie grecque, la polymythia d’Héraclès constitue
l’ensemble le plus foisonnant et le plus plastique. Le héros est au cœur de ses propres
campagnes, mais il intervient aussi dans d’autres gestes, telle celle des Argonautes
dont il accompagne l’expédition. Il s’incarne dans tous les genres: histoire, comédie,
tragédie, poésie, mythographie, philosophie. Cette omniprésence souligne son incon-
testable valeur paradigmatique au sein de l’hellénisme. De plus, la plupart de ses
aventures l’ont occupé en Grèce continentale ou mené dans l’Est de la Méditerranée.

Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 193-209.

193
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

Il en est une, toutefois1, qui a connu du reste une fortune toute particulière, celle qui
l’a conduit en Ibérie et sur le pourtour de la Méditerranée occidentale, à savoir la
capture des vaches de Géryon, le dixième des Travaux imposés au héros par Eurysthée.
Les mythographes en ont fait le récit en lui conservant sa propre finalité. Mais on
trouve aussi un écho de cet épisode mythique chez les historiens grecs, en particulier
chez deux d’entre eux qui ont vécu à l’Ouest à l’époque romaine et en donnent un
témoignage au sein de leur œuvre: Diodore de Sicile et Denys d’Halicarnasse.
L’entrée de ce mythe dans l’histoire n’est pas anodine. Elle pose deux séries de
questions. Tout d’abord, quelle description les historiens font-ils de cette aventure
d’Héraclès? Quelles transformations le mythe a-t-il subies? Sont-elles identiques d’un
auteur à l’autre? Il ne sera pas inintéressant d’évaluer, à travers une comparaison, leur
traitement respectif.
Ensuite, pourquoi ces historiens ont-ils recours à ce mythe? Quelle utilisation en
font-ils? Met-elle en jeu, d’une manière ou d’une autre, l’identité grecque face au
monde romain?
Voilà les deux grandes lignes de questions auxquelles il sera ici tenté de répondre.

La tradition mythographique des œuvres consacrées à part entière à Héraclès


est ancienne et vivace. Ainsi au Vème siècle avant J.-C., des mythographes ont composé
des ouvrages sur le héros. Les noms de trois d’entre eux en particulier nous ont été
conservés. Panyassis d’Halicarnasse tout d’abord, dont l’Heracleia couvrait quatorze
livres de neuf mille vers en tout; Hérodore d’Héraclée ensuite, auteur d’une somme
de dix-sept volumes; Phérécyde enfin, qui, dans ses Généalogies, consacrait au héros
deux tomes entiers. On peut ajouter à cette liste deux mythographes plus tardifs: au
IIIème siècle, Matris de Thèbes, auteur d’un Eloge d’Héraclès et, un siècle plus tard,
Denys de Mytilène, dont le surnom de Skytobrachion, «Bras de cuir», soulignait
l’énergie mise dans la composition d’une encyclopédie mythologique qui faisait une
large part aux légendes héracléennes. De ces auteurs anciens, il ne nous reste que des
fragments. Cependant, cette tradition a perduré au moins jusqu’au IIème siècle après
J.-C. puisque c’est à cette époque-là que le mythographe Apollodore a consacré une
partie de sa Bibliothèque aux traditions légendaires concernant le héros. La
Bibliothèque d’Apollodore revêt l’intérêt majeur d’avoir été intégralement conservée
et, en dépit de sa date tardive, de présenter une version archaïsante des mythes. Dans
la version merveilleuse d’Apollodore, Héraclès reçoit d’Eurysthée l’ordre de ramener
d’Erythie les vaches de Géryon, le monstre aux trois corps. Ce dernier possède des
vaches à la robe pourpre, gardées par le bouvier Eurytion et par Orthos, son chien à
deux têtes né d’Echidna et de Typhon. Héraclès traverse la Libye en tuant nombre de
bêtes féroces et, arrivé à Tartessos, y érige deux stèles qui se font face. Brûlé par le
soleil, il le menace de son arc bandé. Le dieu, stupéfait de tant de bravoure, lui donne

1
Ce n’est pas la seule, mais on laissera ici volontairement de côté la quête des pommes d’or des Hespérides.

194
L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

une coupe d’or dans laquelle il traverse l’Océan. C’est sur cette coupe qu’il ramènera
les vaches jusqu’au continent. Son retour passe par la Ligurie, la Tyrrhénie, la Sicile,
puis aboutit chez Eurysthée. La version mythique d’Apollodore constituera, par
conséquent, pour notre comparaison une forme d’étalon légendaire.
En effet, pour répondre à la question fondamentale de l’utilisation du mythe par
les historiens, il est indispensable d’analyser puis d’évaluer les transformations opérées
par l’histoire sur la matière mythique. Lorsque les historiens évoquent le périple
d’Héraclès en Méditerranée occidentale, ils se livrent à une historicisation du mythe.
En quoi consiste cette historicisation? A-t-elle des degrés? Voilà l’examen qu’il est, à
nos yeux, indispensable de faire au préalable.
Deux historiens présentent dans leur œuvre une évocation du voyage d’Héraclès
en quête des vaches de Géryon: Diodore de Sicile et Denys d’Halicarnasse. Le point
commun essentiel de ces deux Grecs est non seulement d’avoir écrit à l’époque
romaine, au Ier siècle avant J.-C., mais aussi d’avoir vécu dans la sphère romaine, en
Méditerranée de l’Ouest. Diodore fournit une description très complète du périple
occidental d’Héraclès dans le livre IV de la Bibliothèque historique. Denys, quant à
lui, en propose deux récits différents dans le premier livre des Antiquités romaines.
Or, la comparaison de ces trois versions aboutit à une constatation remarquable: on
peut les classer en fonction de leur degré d’historicisation car chacune d’elles constitue
une étape, une avancée progressive du mythe dans l’histoire. Au sein de l’épisode
mythique, cette mutation concerne trois critères: l’athlos du héros, c’est-à-dire son
épreuve, la géographie du périple et le personnage d’Héraclès lui-même.
Dans le livre I des Antiquités romaines, Denys retrace les origines de Rome.
Soulignant l’exceptionnelle richesse et la diversité naturelle de son berceau, l’Italie,
l’historien commence à évoquer les différents rites et sacrifices accomplis à Rome et
juge, par conséquent, opportun de relater plus en détail l’arrivée d’Héraclès en Italie
et, s’il a accompli dans ce pays quelque action qui mérite qu’on la mentionne, de ne
pas omettre d’en parler2. Puis il précise: Il existe parmi les récits qui concernent cette
divinité une version fabuleuse (mythikôtera) et une version véridique (alethestera)3.
Ces deux versions constituent précisément les deux récits de Denys évoqués plus
haut et dont on va examiner le premier.
Une remarque s’impose d’emblée: même s’il cite Géryon et les vaches, Denys
n’est intéressé que par la seconde partie du voyage d’Héraclès, son retour, et plus
particulièrement encore par l’étape de son passage en Italie. L’athlos, c’est-à-dire
l’accomplissement de la quête, la conquête des vaches, est rapidement résumé. La raison
d’être du mythe, à savoir la réalisation de l’épreuve par le héros, est secondaire. C’est là
un point fondamental de l’historicisation des légendes: le sens initial de la quête est

2
I 38.4; les traductions de Denys sont prises dans: Denys d’Halicarnasse, Antiquités romaines, I, éd.et trad. V.
Fromentin, C.U.F., Paris: Belles Lettres, 1998.
3
I 39.1.

195
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

relégué au second plan, voire oublié comme cela sera vu plus loin. Le sens sera ailleurs
et c’est précisément ce qu’il faudra définir dans le second volet de cette réflexion.
Le premier récit de Denys4 est, selon ses propres dires, le récit mythique et
merveilleux. Cependant, même si ce récit est encore de très près lié au mythe, la
version dite fabuleuse rapportée ici est en réalité déjà historicisée. Après s’être emparé
des vaches de Géryon à Erythie, Héraclès prend le chemin du retour vers Argos. En
route, il fait halte en Italie en territoire aborigène aux environs de Pallantion5 pour se
reposer et y faire paître les bêtes. Pendant son sommeil, le brigand Cacus lui en ravit
une partie et, à son réveil, Héraclès doit faire preuve de toute la ruse- et de toute la
violence- dont il est capable, pour en reprendre possession. Il tue Cacus, puis, à cet
endroit, après s’être purifié du meurtre, érige un autel à Zeus Heuresios. Tous les
habitants l’accueillent comme un sauveur et leur gratitude est redoublée lorsqu’ils
apprennent qui il est. Les populations locales, Aborigènes et Arcadiens, vont jusqu’à
lui confier leur territoire; et Evandre, qui sait que ses Travaux devront mener le héros
à l’immortalité, veut être le premier à rendre à Héraclès les honneurs divins. Ce dernier
met alors en place son propre culte, dont il organise le cérémonial avec les grandes
familles des Potitii et des Pinarii. Il offre la dîme de son butin sur l’autel qui, plus
tard, sera appelé par les Romains Le Très Grand Autel6. Son action lui vaut d’être
l’objet à travers le temps d’une vénération exceptionnelle absolument partout en Italie.
De toute évidence, ce récit fait par Denys du dixième travail d’Héraclès est bien,
comme il le dit lui-même, ancré dans la tradition mythique. En effet, en ce qui concerne
son athlos, c’est du légendaire Eurysthée qu’il a, entre autres épreuves, reçu l’ordre
de ramener les vaches de Géryon7. Son itinéraire le mène dans une île mythique, la
brumeuse Erythie8. Quant au personnage d’Héraclès lui-même, il est présenté comme
le fils de Zeus et d’Alcmène9. Et, l’acceptation de l’exploit exigeant qu’Héraclès
l’accomplisse seul, le héros voyage en solitaire et accomplit son exploit seul.
Cependant, et quoi qu’en dise Denys, ces données proprement légendaires et
merveilleuses sont déjà amalgamées à des éléments qui font franchir au mythe le
seuil de l’histoire. Ainsi, le récit s’inscrit aussi dans une géographie réelle: les noms
de Rome, de sa porte Trigemina, de son Marché aux Bestiaux sont cités10, de même
que celui de peuples historiques comme les Aborigènes et les Arcadiens. La narration
ne se situe pas uniquement dans un passé intemporel. Elle se projette à l’époque
historique, notamment à la fin du récit11 où l’historien transporte son sujet à sa propre
époque en précisant aujourd’hui cependant12. C’est en raison de la bienfaisance

4
I 39-40.
5
I 39.1.
6
I 40.6: Bômos…Megistos. En latin, Ara Maxima.
7
I 39.1.
8
I 39.1.
9
I 40.2.
10
I 39.4 et 40.6.
11
I 40.5-6.
12
I 40.5.

196
L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

légendaire d’Héraclès que, historiquement, son culte est aussi vivace. Il apparaît
clairement que ce type de présentation étiologique est une forme d’historicisation du
mythe. Par conséquent, ce premier récit de Denys, bien qu’encore extrêmement proche
de la version mythique, porte déjà, à l’état embryonnaire, des traces d’historicisation.
Chez Diodore, un degré supplémentaire dans la rationalisation et l’historicisation
sera franchi.
La volonté d’embrasser la geste héracléenne dans sa globalité caractérise
généralement le projet des mythographes. En revanche, l’intérêt des historiens ne se
porte pas a priori sur de telles sommes. Or l’œuvre de Diodore constitue une exception
notable en la matière. L’auteur de la Bibliothèque historique, histoire universelle de
quarante volumes13, traite dans les six premiers livres des temps mythiques des barbares
(livres I à III) et des Grecs (livres IV à VI). Or, concernant précisément la relation
entre mythe et histoire, le livre IV présente trois particularités remarquables. En premier
lieu, ce livre du Ier siècle avant J.-C., tout en s’inscrivant dans une vaste composition
relevant du genre historique, est exclusivement consacré à la mythologie grecque. En
deuxième lieu, si l’on considère le contenu même du livre, parmi la diversité des
ensembles mythiques évoqués, Diodore accorde incontestablement un traitement de
faveur aux aventures héracléennes. Cette prédominance vaut autant par la qualité que
par la quantité. En effet, le livre IV comporte une monographie complète consacrée à
Héraclès, la seule dans toute la littérature grecque, avec celle d’Apollodore, que nous
ayons conservée dans son intégralité, ce qui en fait un témoignage précieux14; en
outre, cette monographie15 couvre un tiers du livre IV, soit trente et un chapitres sur
quatre vingt-cinq. Enfin, au sein même de cette monographie, le récit de la capture
des vaches de Géryon connaît une hypertrophie tout à fait étonnante. Sur les dix-neuf
chapitres consacrés à la narration des douze Travaux16, quasiment la moitié, soit huit
exactement, sont dévolus au seul dixième travail17. L’épisode de l’expédition contre
Géryon subit une amplification tellement importante qu’il insère une véritable
Géryonéide au cœur du récit des Travaux. C’est un cycle à l’intérieur d’un cycle. Il
s’agit en outre d’une version très historicisée du périple d’Héraclès à l’Ouest, qui
dénote une véritable captation du mythe par l’histoire.
Chez Diodore, à la différence d’Apollodore et du premier récit de Denys, le
voyage du héros s’inscrit dans une géographie réelle. Le dixième travail n’est que le
point de départ, voire le prétexte, d’un long itinéraire en Méditerranée occidentale.
Héraclès part de Crète et, passant par la Libye puis l’Egypte, arrive au sud de l’Ibérie
à Gadeires, l’actuelle Cadix, où il s’empare des fameux troupeaux de Géryon. Le

13
Nous n’en possédons intégralement qu’une quinzaine de livres, le reste nous étant parvenu par la tradition
indirecte sous forme de fragments.
14
Pour une étude complète de cette monographie et une comparaison avec celle d’Apollodore, nous nous
permettons de renvoyer à notre article: GIOVANNELLI-JOUANNA, P. (2001).
15
IV 9-39.
16
IV 11-28.
17
IV 17-24.

197
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

héros poursuit son chemin par la Celtique jusqu’à Alésia, franchit les Alpes et traverse
la Ligurie. Il passe ensuite en Tyrrhénie, sur le site de la future Rome, à Cumes, au lac
Averne, à Posidonia, Rhegion et Locres. Il fait alors le tour de la Sicile. Héraclès reste
quelque temps à Agyrion, ville natale de Diodore, et, repassé sur le continent, il
contourne le golfe Adriatique pour finalement arriver en Epire puis chez Eurysthée.
Ainsi donc, la principale caractéristique du périple d’Héraclès en Méditerranée
de l’Ouest est de s’inscrire, non plus dans un espace imaginaire légendaire et
symbolique, mais dans une géographie réelle. Diodore ne cite pas le nom de la rouge
et brumeuse Erythie; il la transpose dans sa supposée correspondante historique, à
savoir Gadeires, dans un pays bien réel, l’Ibérie. Deux références géographiques attirent
tout paticulièrement l’attention dans cette description. Alésia, tout d’abord, en Celtique,
dont la fondation revient, selon Diodore, à Héraclès précisément: (…) il fonda une
très grande cité qui, en raison de la course errante (alè) de l’expédition, fut appelée
«Alésia»18. La géographie réaliste à laquelle obéit le parcours d’Héraclès chez Diodore
ne manque pas de fantaisie. Fondamentalement, cette mention traduit l’extrême
plasticité du mythe, qui peut faire aller le héros où il veut et qui peut proposer une
étymologie en cohérence avec le mythe (alè/Alésia). La seconde référence
géographique concerne la Sicile. La place impartie à l’île natale de Diodore est im-
portante dans cet itinéraire. Non seulement, l’évocation n’est pas gratuite19, mais le
récit que fait Diodore du dixième travail d’Héraclès multiplie les étapes à l’envi. Car
le voyage devient finalement plus important que l’athlos lui-même.
Que devient l’athlos justement dans le récit de Diodore? Il subit une rationalisation
historique radicale. En effet, même si l’objet de la quête est bien la capture des
légendaires vaches de Géryon, par ailleurs tous les éléments du mythe vont être
dépouillés de leur merveilleux et transposés. Le bruit s’était en effet répandu sur
toute la terre habitée que Chrysaor, qui tirait son nom de sa richesse, régnait sur
l’Ibérie tout entière et était secondé par ses trois fils, exceptionnels par leur force
physique et leur courage dans les combats guerriers; le bruit s’était en outre répandu
que chacun de ses fils avait des forces importantes composées de tribus entraînées à
la guerre. Ce sont donc ces raisons qui amenèrent Eurysthée à penser que l’expédition
contre ces forces était difficile et donc à ordonner ce travail20. Et un peu plus loin, à
son arrivée au bord de l’Océan qui baigne Gadeires: Il effectua la traversée en
compagnie de sa flotte, débarqua en Ibérie et trouva les fils de Chrysaor qui, à la tête
de trois grandes troupes, avaient établi leurs camps à distance les uns des autres.
Après avoir tué tous les chefs dans des combats singuliers et soumis l’Ibérie, il poussa
devant lui les célèbres troupeaux de vaches21. Les personnages mythiques deviennent,
par le biais de la rationalisation, de simples hommes. Ainsi Chrysaor, le héros

18
IV 19.1.
19
Voir infra.
20
IV 17.2.
21
IV 18.2.

198
L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

légendaire à l’épée d’or, fils de Poséidon et frère de Pégase, devient le roi humain de
l’Ibérie et son nom de Chrysaor lui vient maintenant de sa grande richesse. De même,
son fils Géryon n’est plus le monstre dont le corps était formé de trois corps
d’hommes22. Chez Diodore, Géryon est transposé en trois chefs de guerre, fils de
Chrysaor, et la force et la violence légendaires du monstre se retrouvent dans
l’exceptionnelle force physique et le caractère belliqueux des trois guerriers.
Curieusement, même si les vaches sont mentionnées, elles n’apparaissent pas comme
l’enjeu d’un exploit; le travail est présenté comme une guerre, avec des combats
singuliers, dont le butin est précisément les vaches. La quête se transforme en prise
de guerre. Héraclès repart bien vite. Finalement, le travail devient une aventure
d’Héraclès en Ibérie, au même titre que ses autres aventures ailleurs. Il n’y a plus
l’objectif unique et symbolique du héros qui doit venir à bout d’un monstre. Ainsi,
lorsqu’il passe au crible de la rationalisation historique, le mythe se banalise et
s’appauvrit. Il se vide de sa substance mythique pour se remplir d’un autre projet.
Chez les historiens, le sens de l’exploit est ailleurs.
Le personnage d’Héraclès lui-même subit une transformation identique. En effet,
dans la monographie de Diodore, il n’est plus un héros solitaire, mais un véritable
chef d’expédition. Pour accomplir son exploit, il se prépare comme pour une guerre
et met en place une stratégie: Jugeant que cette épreuve requérait beaucoup de
préparation et de peine, Héraclès leva une flotte considérable et un nombre important
de soldats en vue de l’expédition (…) Il rassembla ses forces en Crète, car il avait
décidé de partir à l’attaque depuis cet endroit. Cette île, en effet, est avantageusement
située pour lancer les expéditions sur toute la terre habitée23. L’armée d’Héraclès
grossit sans cesse de nouvelles recrues si bien qu’elle en devient encombrante; c’est
précisément pour y laisser une partie de ses troupes qu’Héraclès fonde Alésia24. Diodore
précise alors: Tous les Celtes, encore de nos jours, honorent cette cité comme la
Métropole de toute la Celtique. Cette allusion fait faire au récit mythique un bond
prospectif, elle le projette dans le présent de l’historien. Par là-même, l’épisode
mythique se trouve solidement rattaché aux époques historiques.
Ainsi donc, le récit du dixième Travail chez Diodore constitue, par le biais de la
rationalisation historique, une émancipation avancée mais pas définitive par rapport
au mythe. Le lien est lâche, mais il existe encore.
Ce lien, en revanche, se coupe définitivement dans le second récit de Denys
d’Halicarnasse25. Ce récit, en effet, représente un affranchissement complet par rapport
au mythe. De fait, si le héros effectue cette fois, comme chez Diodore, un périple
dans l’Ouest de la Méditerranée26, la notion d’athlos à accomplir a complètement

22
Voir Apollodore, Bibliothèque 2.5,10.
23
IV 17.1 et 3.
24
IV 19.1-2.
25
Antiquités romaines 1.41-44.
26
Ce n’était pas le cas, en effet, dans la première version de Denys dont il a déjà été question plus haut.

199
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

disparu. L’itinéraire général est identique –Ibérie, Ligurie, Italie, Sicile–, mais il n’est
plus du tout question ni d’Eurysthée, ni de Travail imposé, ni de Géryon par
conséquent27. Ainsi Denys précise qu’après avoir soumis l’Ibérie et y avoir laissé sa
flotte qui doit le rejoindre en Italie par voie de mer, Il arriva en Italie non pas en
voyageur solitaire, ni à la tête d’un troupeau de vaches, car ce pays ne se trouve pas
sur le chemin de ceux qui doivent aller d’Ibérie à Argos (…)28. Il y a donc refus du
mythe et rationalisation au nom de la vraisemblance. On peut se demander ce que
deviennent, dans ces conditions, les démêlés du héros avec le légendaire Cacus. Ce
dernier devient un prince entièrement barbare régnant sur une peuplade de sauvages.
Sans que la raison en soit donnée, Cacus entre en conflit avec Héraclès: le maillon
mythique du vol des vaches est supprimé sans être remplacé. La suite des opérations
est une guerre des plus ordinaires avec ruse (Héraclès déguise précisément ses hommes
en brigands) et siège. La mort de Cacus marque la fin de l’épisode.
Quant à Héraclès lui-même, comme chez Diodore, il est représenté comme un
chef de guerre, mais à une échelle nettement supérieure: Devenu le plus puissant chef
de guerre de son temps, Héraclès, à la tête de forces nombreuses, attaqua toutes les
terres en deçà de l’Océan29. Quand elles n’ont pas été supprimées, les composantes
mythiques se sont renforcées, exacerbées et globalisées.
Le second récit de Denys présente donc la version la plus parfaitement historicisée
de l’épisode, que l’on ne peut plus appeler «le dixième Travail d’Héraclès», mais «le
périple d’Héraclès dans l’Ouest du monde méditerranéen».
Pour achever l’examen du devenir de cette aventure d’Héraclès chez les historiens,
un élément tout à fait paradoxal mérite d’être mentionné. Il concerne les fameuses
stèles d’Héraclès, que la tradition a consacrées sous le nom de «colonnes d’Hercule».
Au moment où, aux confins de la Méditerranée, Héraclès passe d’un continent à un
autre, de part et d’autre du détroit, il érige des stèles en monument commémoratif de
son passage. Diodore ajoute même qu’en outre le héros a, selon les versions, soit
comblé le détroit pour empêcher les gros cétacés de pénétrer en Méditerranée, soit
creusé le détroit pour mêler les deux mers. Sans entrer ici dans la discussion sur ce
que ces stèles ou ces piliers désignaient véritablement30, il est étonnant de constater
que cet élément mythique très ancien, occulté dans le récit très historicisé de Denys,
est historiquement devenu un repère géographique universel et indiscutable.
Géographes, chorographes, historiens s’en servent. Ainsi, Strabon s’en sert
constamment dans sa Géographie: la carte d’Eratosthène prenait, dit-il, comme limi-
tes à l’Occident les colonnes d’Hercule31; lui-même en discute dans sa description

27
Sauf dans une allusion faite par Denys au Prométhée délivré d’Eschyle (1.41,3).
28
I 41.2.
29
I 41.1.
30
Pour un état moderne de la question, voir par exemple: Apollodorus, The Library I, ed.7th G.P. Goold,
collection Loeb, London, 1990, p. 212-213, n. 1.
31
Géographie 2.1,1.

200
L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

des îles ibériques32. Et, de façon plus révélatrice encore, chez Appien par exemple,
ces colonnes définiront une des bornes de l’empire romain33. Denys, quant à lui, franchit
allègrement ces bornes pour montrer que l’empire romain s’étend bien au-delà, qu’il
est par conséquent sans limites34.
L’épisode mythique de la capture des vaches de Géryon par Héraclès montre
donc, à travers ses différentes versions, des phases d’historicisation progressive, depuis
la première version de Denys, à celle de Diodore, puis à la seconde de Denys. Il
apparaît essentiellement qu’en s’emparant du mythe, l’histoire efface peu à peu l’athlos
pour ne s’attacher qu’au voyage du héros. Cependant, le périple change de pôle
géographique en Méditerranée: son épicentre n’est plus l’extrême Ouest de cette mer
avec Erythie ou Gadeires et l’Ibérie, mais son milieu autour de l’axe Italie-Sicile. Or
ce transfert est à mettre en relation avec la nouvelle fonction assignée par les historiens
au mythe.
Même si Denys, dans une remarque plus provocatrice que sérieuse, affirme qu’il
écrit aussi pour tous ceux qui ne recherchent dans leur lecture qu’un paisible
divertissement35, il est évident que l’historien a toujours un propos et l’œuvre historique
une finalité. Le point est encore plus sensible lorsque l’histoire a recours au mythe.
Ce dernier fait l’objet d’un réinvestissement qui la remplit d’un sens nouveau. Or,
l’appropriation du mythe est éminemment liée au projet historiographique de chaque
auteur. Lorsque ce mythe, ici la capture des vaches de Géryon par Héraclès, voit son
pôle transféré de l’Ibérie dans l’axe constitué par l’Italie et la Sicile, c’est que sa
nouvelle vérité se trouve forcément dans le rapport grécité / romanité. Se pose alors
légitimement la question: quel rapport peut-on établir entre le recours par l’historien
à cet épisode légendaire précis d’Héraclès et l’identité ainsi que la culture grecques?
D’un historien à l’autre, de Denys à Diodore, puisqu’ils sont nos deux témoins anciens
fondamentaux, la réponse est très différente. Certes, ils vivent tous deux à l’époque
romaine, au Ier siècle avant J.-C.; certes ce sont tous deux des historiens de l’Ouest,
Diodore de souche (il est originaire de Sicile et il également séjourné à Rome), Denys
par adoption car il vécu une vingtaine d’années à Rome. Cependant en dépit de ces
points communs, ils ne s’approprient pas du tout le mythe du dixième Travail de la
même manière. Cette différence est liée à leurs projets historiographiques respectifs.
Dans la préface des Antiquités romaines36, Denys expose au lecteur, grec et
romain, non seulement le contenu de l’œuvre, mais aussi la ligne directrice qui sous-
tend son projet. L’ensemble constituera une archéologie37, c’est-à-dire une histoire
des origines de Rome. L’enquête remontera à des temps bien antérieurs à la fondation

32
Géographie 3.5,5.
33
Histoire romaine Prooimion 1.
34
Antiquités romaines 1.3,3.
35
Antiquités romaines 1.8,2.
36
1.1-8.
37
1.4,1.

201
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

de la cité et ira jusqu’à la première punique (265 avant J.-C.), cette date marquant
pour Denys la fin de la période où Rome est centrée sur elle-même38.
Après avoir défini le contenu de l’œuvre, Denys en vient à préciser la nature de
son projet historiographique. Constatant l’ignorance générale des Grecs qui croient
en des origines barbares de Rome, constatant aussi l’influence des intellectuels
misoromaioi sur l’opinion commune39, l’historien veut établir la vérité: Ce sont des
idées fausses que je me propose, comme je l’ai dit, d’extirper de l’esprit d’un grand
nombre de gens, pour les remplacer par des vraies40. Or quelle est la vérité selon
Denys? Loin d’être des barbares, les hommes qui ont constitué le premier peuplement
du site de Rome, les ancêtres des Romains donc, sont des Grecs. L’historien défend sa
thèse sur les origines de la cité et son histoire s’affirme d’emblée comme une
démonstration: Je le révélerai dans ce livre où je promets de démontrer (epideixein)
que ces hommes étaient des Grecs, et que les nations dont ils venaient n’étaient ni les
moindres, ni les plus méprisables41. Le livre I, qui retrace les périodes les plus reculées
de l’histoire romaine, est la pierre angulaire de cette démonstration. Précisément, le
mythe d’Héraclès va être utilisé parce qu’il va servir la thèse de Denys. Il participe
donc de la démonstration que les Romains ont des origines grecques. Par conséquent, et
c’est une première réponse à notre interrogation initiale, Denys réinvestit le mythe en
théorie politique. Cette instrumentalisation idéologique du mythe vise à établir un ens-
emble de liens originels entre Héraclès et Rome. Ces liens sont de différentes natures.
Le lien le plus fort est un lien du sang. En effet, à l’occasion de son passage à
l’endroit de la future Rome, le héros grec y laisse, dit Denys, des enfants de lui nés de
deux femmes42. Tout d’abord, de son union avec la propre fille d’Evandre, Launa,
vient au monde un garçon du nom de Pallas. Malheureusement, il meurt avant son
adolescence, sans descendance par conséquent, laissant peut-être43 son nom à l’endroit
de sa mort Pallantion / Palatium; c’est l’affirmation de Polybe, qui est douteuse selon
Denys. Ainsi, même s’il n’a pas survécu, l’enfant d’Héraclès et de la fille d’Evandre
a bien existé. L’histoire du second enfant est plus compliquée: Héraclès s’unit à une
jeune otage d’origine hyperboréenne qui fait partie de la troupe avec laquelle il a
mené précisément son expédition en Ibérie. Ils ont un fils, Latinus. Mais, à la fin du
séjour en Italie, au moment d’appareiller pour rejoindre Argos, Héraclès donne la
jeune fille en mariage à Faunus, roi des Aborigènes, et du même coup, Latinus devient
le fils adoptif de ce dernier. Par la suite, c’est Latinus qui prendra la succession de
Faunus à la royauté. Il n’aura pas de fils, mais une fille, Lavinia, qui épousera ensuite
Enée, dont elle aura Ascagne, ancêtre de Romulus et Rémus. Il existe d’autres versions

38
Cette date est aussi ressentie comme une date charnière par Polybe, qui en fait le début de son Histoire (1.5).
39
Voir I 4.2-3: selon ces derniers, par exemple, Rome ne devrait pas sa grandeur à ses qualités mais au simple
Hasard, Tychè, qui l’aurait arbitrairement favorisée.
40
I 5.1.
41
I 5.1.
42
I 43.
43
I 32.

202
L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

concernant les ancêtres des fondateurs de Rome (notamment celle où Latinus est le
fils véritable de Faunus)44, mais c’est à dessein que Denys a choisi celle qui sert sa
thèse. Un héros grec, Héraclès, et plus tard un Troyen, Enée (selon Denys, les Troyens
ont une ascendance arcadienne donc grecque45), fournissent une double ascendance
hellénique à Romulus et Rémus. Ainsi les deux fils d’Héraclès nés en Italie lors de
son périple mythique en Méditerranée ont pour fonction de créer un lien de parenté
stricto sensu entre un Grec, Héraclès, et les fondateurs de la future Rome.
Le deuxième lien, moins fort que le premier mais du même ordre, est un lien
ethnique. Des peuples grecs forment la souche du peuple romain qui, par conséquent,
est d’origine grecque. Selon Denys, en effet, cinq expéditions grecques sont à l’origine
du premier peuplement romain: quatre avant la guerre de Troie, la cinquième étant
celle d’Enée après la chute de Troie46. Les trois premières voient s’installer des Grecs:
successivement les Aborigènes, les Pélasges et les Arcadiens47. Quelques années après
et peu de temps avant la prise de Troie, c’est Héraclès qui mène la quatrième
expédition48 . En fait, il revient d’une campagne en Ibérie (c’est la version historicisée
du mythe). Son armée est composée de Péloponnésiens, mais elle comporte aussi un
petit contingent d’anciens captifs troyens. Lors de l’étape en Italie, nombre de ces
compagnons d’Héraclès sont fatigués par l’errance; ils décident alors de rester sur
place tandis que leur chef, Héraclès, repart pour Argos. Ils s’installent sur la colline
de Cronos-Saturne, le Capitole. Le corps expéditionnaire d’Héraclès vient donc grossir
le peuplement grec déjà important dans la région. Ainsi, le héros grec laisse non
seulement ses fils, mais aussi ses compagnons hellènes.
Le dernier lien, très différent, est d’ordre linguistique et plus précisément
étymologique49. Denys est friand de ce genre de développements. La façon dont on
nomme les choses n’est jamais anodine, surtout quand il s’agit d’une terre car le nom
porte souvent la marque du premier occupant. A l’occasion du récit consacré au passage
d’Héraclès dans la péninsule, Denys explique qu’initialement cette dernière portait
les noms de Hespérie, Ausonie ou Saturnie50, en raison de la vitalité du culte de Saturne.
Ensuite elle fut appelée Italie. S’ensuit alors un développement sur l’étymologie du
nom «Italie». Denys recense deux interprétations. Selon les uns, elle proviendrait
d’un prince oenôtre, Italos, qui aurait régné sur la région et aurait laissé un souvenir
de grande sagesse et autorité. La seconde étymologie, proposée par Hellanicos de
Lesbos51, est en relation avec la fin du périple d’Héraclès. Alors que le héros poussait

44
Pour les différentes versions, voir Denys d’Halicarnasse, Antiquités romaines I, éd. V. Fromentin, Paris,
1998, n. 189, p.140.
45
I 61.
46
I 45 et suiv.
47
I 9-16; 17-31; 31-33.
48
I 34-44.
49
I 35.
50
I 35.3.
51
Logographe grec du V ème siècle avant J.-C. dont il ne reste plus que des fragments de l’œuvre. Voir F.
Jacoby, FGrHist 4 F111.

203
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

les vaches devant lui, un petit veau s’échappa du troupeau et traversa à la nage le
détroit séparant le continent de la Sicile. Héraclès se mit à rechercher l’animal en
interrogeant les indigènes; malgré l’obstacle de la langue, quelques-uns comprirent
de quelle bête il s’agissait et, dans leur langue, la désignèrent bien sous le nom de
vitulus, petit veau. C’est ainsi que la région prit le nom de Vitulia52, phonétiquement
passé plus tard à Italia. L’ancêtre éponyme de l’Italie est le petit veau d’Héraclès! En
tout cas, quelle que soit la bonne étymologie, dit Denys, l’essentiel est que ce nom
remonte à l’époque du passage du héros53. Si ce n’est pas l’appellation, c’est la datation
qui remonte à lui.
Par conséquent, Denys défend une thèse dont il veut convaincre ses lecteurs: les
Romains sont des Grecs. Ainsi que cela vient d’être vu, l’épisode mythique du passage
du héros grec Héraclès en Italie après la conquête des vaches de Géryon constitue une
pièce importante de sa démonstration. En fait, Denys a complètement inversé le sens
du mythe: primordialement, ce dernier avait un sens eschatologique et symbolisait
une étape dans l’épreuve imposée au héros pour accéder, à la fin de sa vie, à
l’immortalité. A l’opposé, Denys transforme ce mythe en mythe des origines. Chez
Diodore, le même mythe a une finalité encore très différente.

Comme pour Denys, il faut partir de la définition de son projet historiographique


pour cerner le sens nouveau donné au mythe par l’historien. Diodore l’expose dans la
préface inaugurale de la Bibliothèque historique et dans une moindre mesure dans
celle du livre IV. Il présente son œuvre comme une histoire universelle et se présente
lui-même comme l’émule de ses illustres prédécesseurs, tels Ephore, Callisthène et
Théopompe54. Cependant, il veut se démarquer de cet héritage et affirme une
conception de l’histoire universelle plus large et plus ambitieuse. Diodore décide non
seulement d’évoquer l’histoire des Grecs et des Barbares, mais surtout d’inclure les
temps mythiques à l’intérieur de son ouvrage55. Les six premiers livres de la
Bibliothèque historique, ensemble auquel appartient l’épisode des vaches de Géryon,
traitent des époques antérieures à la guerre de Troie et constituent pour lui non pas
une partie en dehors de l’histoire, mais une véritable protohistoire.
Cette conception du mythe porte clairement la marque, chez Diodore, du courant
de l’évhémérisme. Evhémère de Messène56 est à l’origine d’une forme de doctrine
politico-religieuse qu’il a présentée dans un roman, Hiera Anagraphè, l’Histoire sacrée.
Il n’en reste que des fragments, grâce à Diodore notamment, qui l’a utilisée dans les
livres V et VI57. Selon Evhémère, les dieux de la mythologie sont des hommes à

52
Pour un commentaire détaillé de cette étymologie, voir l’édition de Denys déjà citée supra p. 127, n. 160.
53
I 35.3. D’après Denys, le passage d’Héraclès date d’un peu moins d’une soixantaine d’années avant la
guerre de Troie, voir I 31.1 et 34.1.
54
Bibliothèque historique 4.1,3.
55
Bibliothèque historique 1.3,2.
56
Evhémère a vécu autour de 300 avant J.-C.
57
Bibliothèque historique 5.41-46 et 6.1.

204
L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

l’origine, de grands rois déifiés par leurs peuples reconnaissants. Historiquement, la


doctrine de l’évhémérisme a trouvé un large écho dans le monde hellénistique sur le
terrain politique et religieux parce qu’elle permettait aux gouvernants de justifier le
culte dont ils voulaient faire l’objet de la part leurs sujets. L’œuvre de Diodore, le
livre IV en particulier, est fortement marquée par l’évhémérisme: ses dieux et ses
héros ont vécu parmi les hommes et les ont dotés d’immenses bienfaits. Pour Diodore,
l’exemple par excellence est Héraclès; il est l’unique personnage mythique à être cité
dans la préface générale de la Bibliothèque historique. Cette mention traduit donc un
statut de modèle général: Prenez Héraclès par exemple: de l’aveu général, pendant
tout le temps qu’il a passé parmi les hommes, il s’est soumis de plein gré et sans
relâche à de grandes et redoutables épreuves afin de gagner l’immortalité pour prix
de services rendus au genre humain. Parmi les autres hommes de valeur aussi, les
uns ont obtenu les honneurs héroïques, les autres les honneurs divins, mais tous ont
été pour le moins dignes de grands éloges, dès lors que l’histoire a immortalisé leurs
mérites58 . Pour Diodore, Héraclès a rendu de grands services à l’humanité. Ce qui
met en évidence le corollaire de cette conception: l’histoire a une utilité morale. Diodore
exprime cette conviction de façon sincère, même si elle n’est pas très originale depuis
Thucydide. Pour lui, l’enseignement de l’histoire se fait avant tout à travers l’exaltation
du mérite des grands personnages. Héraclès est l’exemplum par excellence. Ainsi,
chez Diodore, la fonction fondamentale du mythe héracléen en général est une fonction
de «mythe-modèle» à visée édifiante. Diodore réinvestit le mythe en paradigme mo-
ral. Et, par rapport à l’ancrage initial de notre réflexion –la question de l’hellénisme–
, l’Héraclès de Diodore au Ier s. avant J.-C reste un parangon moral défenseur de
valeurs typiquement grecques.
La plus emblématique de ces valeurs est la défense de la civilisation contre la
barbarie et l’éradication de la sauvagerie sous toutes ses formes. En effet, dans le
livre IV, le périple d’Héraclès en Méditerranée est avant tout une vaste opération de
nettoyage. Il tue nombre de criminels comme Antée et Busiris; il civilise la terre de
Libye en la débarrassant de ses animaux sauvages et la couvre de cultures. Il fonde
des villes, comme Hécatompyles et Alésia. Une thématique est récurrente, celle du
meurtre des étrangers –la xénoctonie–, par les peuples sauvages, les Celtes par
exemple59. Héraclès met fin à cette pratique barbare.
Diodore insiste aussi maintes fois sur une autre valeur du héros, qui est la piété.
Historiquement, bien sûr, l’insistance sur cette valeur est à mettre en relation avec la
vitalité du culte dont jouit le héros à Rome et en Grande Grèce. Lors de son passage
en Sicile, Héraclès ne manque pas d’offrir de magnifiques sacrifices en l’honneur de
Corê, enlevée dans l’île60. Ailleurs, Diodore raconte l’histoire d’un chasseur qui avait

58
Bibliothèque historique 1.2,4 (traduction S. Verniere dans Diodore de Sicile, Bibliothèque historique I, C.U.F.,
Paris, 1993).
59
IV 19.1 et 4.
60
IV 23.4.

205
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

commis un sacrilège vis-à-vis d’Artémis. Il s’était consacré à lui-même la tête du


sanglier qu’il avait pris et l’avait suspendue à un arbre, avant de s’assoupir au pied de
l’arbre précisément. La déesse, furieuse, le tua en faisant tomber la tête sur lui: Mais
il ne faut pas s’étonner de ce qui est arrivé, parce que cette déesse est mentionnée
dans nombre de situations où il est question des hommes impies. Héraclès, lui, en
raison de sa piété, connut tout le contraire. Et Diodore de raconter comment, dans la
région de Rhegion et de Locres, Héraclès voulut faire une pause. Gêné par le bruit
des cigales, il pria les dieux de les faire disparaître. Ces derniers l’exaucèrent alors en
récompense de sa piété et les cigales disparurent non seulement à ce moment-là, mais
définitivement de la région.
Donc le projet historiographique de Diodore justifie la présence du mythe par
l’argument de l’utilité de l’histoire. La matière mythique vaut par son orientation
morale. Cette propension évidente de l’historien à l’édification morale correspond
bien à sa personnalité propre61. Mais elle est aussi le fruit d’influences philosophiques
diverses62 dont le personnage d’Héraclès a été le centre. En Grande Grèce et en Sicile
en particulier, l’école pythagoricienne a fait d’Héraclès un véritable modèle moral.
Sa croyance le montrait non plus comme le tueur de monstres, mais comme le héros
civilisateur. Cette école a joué un rôle considérable dans l’élaboration de la légende
moralisatrice du héros63. Or Diodore et Timée, sa source principale pour notre mythe,
ont baigné dans ce milieu philosophique et intellectuel pythagoricien car ils sont tous
deux originaires de Sicile. L’île, du reste, tient une place importante dans la Bibliothèque
historique.

Diodore ne met pas la Sicile au cœur de son projet historiographique global.


Pourtant, objectivement, les passages consacrés à son île natale sont nombreux dans
les livres et fragments de la Bibliothèque historique qui nous sont parvenus. Elle y
occupe une place de choix. Et trouve de même une place de choix dans le récit du
périple d’Héraclès.
Le héros, en effet, en fait sa terre d’élection dans le sens le plus plein du terme.
Son séjour dans l’île est une mise en abyme de son périple en Méditerranée. En effet,
de même qu’il a fait le tour de la mer en y prodiguant ses bienfaits, de même, mais à
une autre échelle, Héraclès effectue un périple complet de l’île, y accomplit partout
son œuvre civilisatrice et fait l’objet d’honneurs particuliers. Cependant, de façon
tout à fait originale, le récit établit une conjonction entre la divinisation d’Héraclès et
la ville natale de Diodore qui n’apparaît dans aucune tradition par ailleurs. Agyrion
est le théâtre de l’événement le plus troublant de tout le périple du héros64.

61
On peut penser par exemple à la digression comprenant l’anecdote sur l’âpreté et la dureté des femmes
ligures en IV 20.
62
L’école cynique, par exemple. De même, on sait que le stoïcien Posidonios est une des sources de Diodore.
63
Voir l’ensemble de l’article de DETIENNE, M. (1960): 19-53.
64
IV 24.

206
L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

En effet, un événement particulier vient à se produire dans la cité des Agyrinéens.


Héraclès y est honoré à l’égal des dieux olympiens avec des panégyries et des sacrifices
splendides, et, alors qu’auparavant il n’acceptait aucun sacrifice, c’est là que pour la
première fois il y consent car la divinité choisit ce lieu pour lui annoncer son
immortalité par un prodige. Sur un chemin pierreux situé non loin de la ville, les
vaches laissent les empreintes de leurs pas comme sur de la cire et le prodige se
renouvelle pour Héraclès lui-même. Le héros l’interprète comme un signe divin lui
offrant, à l’issue de son dixième Travail, une part d’immortalité. Par conséquent, dans
le récit de Diodore, Agyrion devient un lieu hautement symbolique. La ville natale de
l’historien devient le lieu de consécration du héros, symbole de héros bienfaiteur.
L’historien utilise donc le matériau mythique pour glorifier sa patrie. Il s’approprie
personnellement le mythe et lui confère une signification patriotique.
Lorsque Héraclès accepte d’y recevoir pour la première fois les honneurs divins,
il fait rejaillir une part de cet honneur sur la ville grecque elle-même. Le patriotisme
de Diodore le conduit à revendiquer la prééminence de sa ville dans le culte d’Héraclès,
au moins autant que Rome à l’Ara Maxima.
La fin de l’épisode s’attarde longuement sur le long séjour du héros à Agyrion et
décrit dans le détail les nombreuses réalisations laissées par lui: Ainsi, pour remercier
ces gens si bien disposés envers lui (i.e. les Agyrinéens), il construisit devant la ville
un lac d’une circonférence de quatre stades, qu’il fit appeler de son nom; de la même
manière, il donna son nom aux empreintes de pas des vaches et construisit pour le
héros Géryon un sanctuaire qui est encore de nos jours honoré par les habitants.
L’épicentre du mythe de Géryon s’est définitivement déplacé en Sicile.
Dans le nombre des aventures mythiques d’Héraclès, son dixième Travail, la
conquête des vaches de Géryon, se caractérise par son autonomie à l’intérieur du cycle
des Travaux. De fait, à date ancienne déjà, le périple du héros dans l’ouest de la
Méditerranée a acquis une indépendance, dont témoignent par exemple Stésichore et sa
Géryonéis. Détaché des autres Travaux, il est devenu éminemment plastique et malléable
et s’est sans cesse agrémenté d’étapes nouvelles. Le mythe entré dans l’histoire fait
l’objet d’un processus de rationalisation. A cet égard, les trois versions de l’épisode
fournies par Denys et Diodore ont l’intérêt de présenter chacune une strate différente
d’historicisation. Elles ont, malgré tout, le point commun remarquable de modifier la
polarisation géographique du mythe: son épicentre n’est plus Erythie ou Gadeires, mais
l’axe formé par l’Italie et la Sicile, où monde grec et monde romain se superposent.
Aussi est-on fondé à se demander si l’utilisation du mythe par l’historien n’est pas liée
à l’affirmation, voire à la défense de la culture grecque dans le monde romanisé du Ier
siècle avant J.-C. En fait, chaque historien donne au mythe une finalité différente.
Pour Denys, le mythe est univoque. Il est réinvesti en théorie historique et politique
et utilisé comme argument en faveur de la thèse de l’historien selon laquelle les
Romains sont des Grecs à l’origine. Cette utilisation du mythe marque donc
l’engagement de l’historien, une prise de position risquée si elle n’est pas acceptée
par ses lecteurs.

207
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

Chez Diodore, le mythe est utilisé à des fins morales et, dans une moindre mesure,
patriotiques. L’engagement de l’historien consiste aussi bien à inclure la mythologie
dans l’histoire que dans le récit de l’épisode mythique.
Mais les deux historiens ont un point commun frappant: leur hellénisme n’est
pas un hellénisme hostile de revendication qui affirmerait la prééminence de la grécité
sur la romanité. Ce ne sont pas des misoromaioi. En tant que Grecs de l’Ouest, ils
vivent dans une sphère depuis un siècle romaine. L’hellénisme qu’ils défendent est un
hellénisme de respect et de conciliation.

208
L´hellenisme chez les historiens grecs del l´Ouest

BIBLIOGRAPHIE CHOISIE

APOLLODORE, Bibliothèque, édition (sans texte grec), traduction et notes de J.C. Carriere & B.
Massonie, Besançon-Paris: Belles Lettres, 1991.
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LOMAS, K., Rome and the Western Greeks (350 bc- ad 200). Conquest and Acculturation in Southern
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209
PASCALE GIOVANNELLI – JOUANNA

210
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

LA IMAGEN DE LO CÉLTICO EN LA
HISTORIOGRAFÍA GRECORROMANA

FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN


DEPARTAMENTO DE HISTORIA I Y FILOSOFÍA
Universidad de Alcalá de Henares

Los celtas han tenido seguramente poca fortuna en la historiografía clásica dada la
pérdida parcial o absoluta de sus principales valedores dentro de este terreno. A dife-
rencia de otros colectivos como los escitas, tracios, egipcios, indios, etíopes o persas,
los celtas quedaron lamentablemente al margen de la primera gran ‘enciclopedia
etnográfica’ griega que constituye la historia de Heródoto, cuyos lógoi representan el
punto de partida imprescindible en la configuración de ese complejo imaginario que
traduce la visión de los otros desde la óptica griega1. Heródoto no dice, efectivamen-
te, apenas nada de los celtas. Se limita simplemente a constatar su existencia en uno
de los extremos del orbe, el más occidental, sobre el que reconoce además de manera
explícita su más completa ignorancia2. El desconocimiento, parece que obligado, de
Heródoto nos ha dejado un irreemplazable vacío que apenas podemos colmar par-
cialmente mediante una serie de referencias dispersas y aisladas, generalmente exen-
tas de contexto, que encontramos en otros autores, desde el problemático Avieno a
los historiadores del siglo IV a.C.3. Hasta la aparición en escena de Polibio, que fue
seguramente el primero en utilizar su propio testimonio como fuente de sus informa-
ciones, aunque no la única, sólo Éforo y Timeo parecen haberse ocupado del tema
con algún detenimiento, pero lamentablemente ninguno de los dos ha llegado hasta
nosotros y nos vemos obligados a reconstruir su relato, con todas las dudas y preven-
ciones que comporta siempre tan delicada tarea, mediante la utilización de obras

1
Sobre el valor de Heródoto en este sentido, ROMM, J. (1998): 77 y ss.; THOMAS, R. (2000): 75 y ss. y
MUNSON, R.V. (2001): 232 y ss.
2
HDT., III 115. Al respecto véase ASHERI, D. (1990): 331-333 y NENCI, G. (1990).
3
Las fuentes sobre los celtas anteriores al siglo III a.C. aparecen recogidas en FREEMAN, Ph.M. (1996). Una
visión más general del tema en D´ARBOIS DE JUBAINVILLE, H. (1902); DUVAL, P. (1971); RANKIN, H.D. (1987) y
TOMASCHITZ, K. (2002). Sobre el descubrimiento de los celtas, NINCK, M. (1945): 179 y ss. y 232 y ss.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 211-239.

211
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

posteriores, como la de Diodoro o Estrabón, que no siempre reproducen con ple-


na garantía las noticias extraídas de fuentes anteriores sin aportar de su parte su
propia visión de las cosas. La reelaboración del material informativo utilizado
para la composición de su obra alcanza así un grado considerable que deja prác-
ticamente irreconocibles los pasajes originarios que pudieron haber utilizado como
punto de partida4.
El amplio desconocimiento del mundo céltico, al menos en la órbita griega orien-
tal, se aprecia efectivamente en los primeros testimonios con que contamos al respec-
to. Si dejamos de lado los problemáticos versos de la Ora maritima de Avieno5, que
tampoco aportan mucho en este sentido, contamos con los escuetos fragmentos de la
Periégesis de Hecateo de Mileto, procedentes del léxico geográfico de Esteban de
Bizancio6. Sin entrar en la escurridiza cuestión de hasta qué punto podemos atribuir
el contenido completo de los mismos, especialmente sus correspondientes calificati-
vos, a la persona del logógrafo jonio7, la información que nos proporcionan queda
reducida a la mención, desprovista de todo contexto, de algunas localidades como
Narbona, Masalia y Núrax. La simple ubicación de dichos enclaves dentro del territo-
rio denominado céltico, si es que remonta efectivamente a Hecateo, no permite augu-
rar demasiadas expectativas sobre el conocimiento de que se disponía al respecto a
finales del siglo VI a. C. en estos ámbitos griegos orientales sobre las regiones occi-
dentales de Europa, a pesar de la existencia en estos confines de la ciudad de Massalia,
que sería a todas luces el principal foco emisor de todas estas informaciones8. Sin
embargo hemos de admitir que no todo el intenso caudal de acontecimientos que
componen el llamado devenir histórico ha trascendido hasta nuestras fuentes de in-
formación para dejar constancia expresa de su existencia como tales. En el mejor de
los casos aquellas representan tan solo una especie de iceberg que deja sumergida la
mayor parte de los contactos y vivencias personales que conformaron la historia de
estos primeros encuentros entre los griegos y otras poblaciones indígenas a lo largo
de los últimos tiempos de la edad arcaica como parecen revelar algunos hallazgos
arqueológicos sensacionales, y por ello quizá escasamente representativos de una
dinámica mucho más intensa, como los de Vix y Heuneburg, que permiten atisbar al
menos una realidad mucho más amplia y compleja de lo que nos dejan adivinar las
noticias tan escuetas y raquíticas que encontramos en Hecateo o Avieno9.

4
Al respecto pueden verse las consideraciones de BRUNT, P.A. (1980).
5
Acerca de la debatida cuestión sobre la existencia de un antiguo periplo masaliota incorporado al relato de
Avieno, GONZÁLEZ PONCE, F.J. (1995) y ANTONELLI, L. (1998), donde se hallará la amplia bibliografía anterior
sobre el tema.
6
FGrHist 1F54, 55 y 56. Sobre la problemática cuestión de los fragmentos extraídos del lexicógrafo bizanti-
no, WHITEHEAD, D. (1994).
7
Véase al respecto el resumen de la cuestión que ofrece TOMASCHITZ, K. (2002): 15-16.
8
Sobre el desinterés proverbial de Masalia sobre su inmediato entorno indígena, MOMIGLIANO, A. (1975):
55-57. Sobre la relación de la ciudad griega con su medio, CLAVEL-LEVÊQUE, P. (1977): 69 y ss. y 177 y ss.
9
Sobre dichos hallazgos y los intensos procesos de interacción cultural que testimonian, CUNLIFFE, B.
(1988): 12 y ss.

212
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

Los complejos procesos de interacción entre el mundo griego y el celta, en los


que intervinieron activamente otros colectivos como los etruscos y de los que dichos
hallazgos constituyen tan solo una tímida y reducida expresión material, se nos esca-
pan por completo dado que no suscitaron el interés preferente de unas fuentes litera-
rias de naturaleza parcial y elitista cuyo foco de atención prioritaria se situaba en
otros aspectos bien diferentes y cuyo conjunto no cuenta además con todos sus inte-
grantes en las condiciones de conservación más idóneas. De hecho, podemos com-
probar cómo sólo de forma esporádica se filtran en este corpus literario algunas noti-
cias de esta índole, que son convertidas siempre en gestas personales de carácter
pionero que les hacen merecedoras de una mención explícita y cuyo significado ad-
quiere sentido dentro de un contexto más amplio en que actúan como simples resor-
tes anecdóticos o etiológicos. La aparición en las páginas de Heródoto de hazañas
como las de Coleo de Samos y su viaje hasta Tartesos, o la exploración de las costas
del Índico por el cario Escílax de Carianda al servicio de Darío resultan así comple-
tamente fugaces y aparecen completamente desprovistas del contexto histórico que
les daba sentido para desempeñar otro papel diferente dentro de relatos más amplios
como la colonización de Tera y la configuración geográfica de los límites de la
ecúmene, que son los temas que interesan verdaderamente al historiador jonio10. Nues-
tras limitaciones al respecto son de esta forma bien considerables.
El conocido silencio de Heródoto acerca de los celtas no permite además abri-
gar demasiadas expectativas sobre la riqueza de informaciones que pudiera haber
contenido la perdida obra de Hecateo en este terreno, dado que figuró entre las fuen-
tes principales de información utilizadas por el historiador jonio con mayor o menor
intensidad y distanciamiento crítico11. La actitud de Heródoto sobre los confines oc-
cidentales del orbe presenta una cierta disparidad si atendemos al juicio que le mere-
cen noticias como la existencia del río Erídano y de las islas Casitérides, objeto de un
comentario irónico por el carácter griego del nombre del río, que parecía más propio
de la invención poética que de la realidad geográfica, y por la ausencia de fuentes
fiables que confirmasen la presencia del mar en aquellos extremos del mundo12. En
cambio, parece dar como buena la presencia de los celtas en estos indefinidos territo-
rios dado que puede ubicarlos en las fuentes de un río bien real como el Istro, deno-
minando incluso la ciudad de su entorno, Pirene, y situarlos dentro de una secuencia
de pueblos en la que los cinetes ocupan el último lugar. Esta última puntualización
acerca de la posición extrema de los cinetes como los más occidentales de los pueblos
de la ecúmene, parece muy acorde con su actitud general sobre estas regiones dado
que situaba a los celtas dentro de una zona potencialmente más reconocible, aunque
todavía no bien conocida, que los extremos de la tierra, un ámbito más próximo a los

10
HDT., IV 152 (Coleo); IV 44 (Escílax).
11
Sobre las debatidas y problemáticas relaciones entre Hecateo y Heródoto, JACOBY, FGrHist 1 Komm, 333.
Sobre la historia de Hecateo, BERTELLI, L. (2001). Sobre los celtas en Heródoto, FISCHER, R. (1972).
12
HDT., III 115.

213
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

delirios de los poetas que al conocimiento preciso de quienes como él pretendían


basar sus informaciones en testimonios comprobables. De hecho Heródoto no dice
nada más acerca de los mencionados cinetes que su ubicación liminal en estos confi-
nes del orbe13. Esta actitud dual ante las informaciones existentes sobre aquella parte
del orbe refleja probablemente la extrema vaguedad e imprecisión de las informacio-
nes disponibles acerca de la realidad geográfica y etnográfica en la que se integraban
los celtas. El estricto criterio que Heródoto aplicaba a estos desconocidos confines
solo le permitía dar crédito a entidades bien probadas como el Istro, bien conocido
por los griegos en su desembocadura en el mar Negro y eje importante, en simetría
con el Nilo, dentro de la articulación geográfica herodotea, cuya lógica hacía factible
su procedencia en los remotos confines occidentales, pero ajustado a la realidad de
un nombre concreto (Pirene) y al territorio de un pueblo no liminal como los celtas.
Su existencia venía además avalada por las informaciones, por escuetas y limitadas
que fueran, procedentes de Masalia y quizá también de aquellos que, como Coleo,
habían navegado hasta los remotos confines de aquella parte del orbe, donde se situa-
ba también Tartesos, bien conocido por nuestro historiador, y en cuyas fronteras se
ubicaban precisamente los pueblos mencionados. Sin embargo dichas informacio-
nes, de carácter más periplográfico que etnográfico, a juzgar por los testimonios de
Hecateo antes citados, no suscitaban el interés de un verdadero experto en la localiza-
ción de maravillas (qwmastav) dignas de recuerdo como era Heródoto que decidió
dejar intacto el tupido velo que todavía cubría aquellas remotas regiones.
Este desconocimiento del mundo celta se deja sentir igualmente en el célebre
tratado hipocrático Aires, aguas y lugares, a pesar de las elucubraciones que se llevan
a cabo sobre las condiciones y el carácter de los pueblos que habitan Europa. En este
terreno son los escitas los que adquieren pleno protagonismo en detrimento de los
celtas que están completamente ausentes en dicho tratado. No obstante, se trazan las
líneas directrices del esquema conceptual de percepción de estas gentes dentro del
imaginario griego al presentar a los habitantes de estas regiones del orbe como indi-
viduos de temperamento belicoso cuya explicación reside en las condiciones climáticas
en medio de las que viven14. Los celtas, a diferencia de los escitas, no habían sido
objeto hasta entonces de ningún poema, como el de Aristeas de Proconeso sobre los
pueblos del norte, o de un lógos herodoteo que los situase dentro del panorama histó-
rico reconocible y quedaron así marginados de la especulación general teórica griega
del siglo V a.C., reflejada en el tratado hipocrático objeto de nuestra mención, que
utilizaba como soporte las noticias existentes sobre los pueblos no griegos.
Sin embargo la existencia real de los celtas empezaba a percibirse, aunque toda-
vía desde una perspectiva distante, dentro del mundo griego oriental, bien a través de
su aparición como mercenarios al servicio del tirano siciliano Dionisio I, que los
envió a ayudar a los espartanos en su lucha contra los tebanos y sus aliados, ya en

13
NENCI, G. (1988).
14
HP., Aer. 23.

214
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

pleno siglo IV a.C., o de su aproximación paulatina pero imparable a los territorios


limítrofes de los Balcanes o del golfo Adriático, tal y como queda reflejada en la
noticia de su encuentro con Alejandro, que nos trasmiten Estrabón y Arriano, o en su
mención dentro del periplo del PseudoEscílax15. Esta presencia, todavía confortable-
mente distante, se tradujo en la aparición de algunas noticias acerca de sus costum-
bres que facilitaron su inclusión en las listas de pueblos no griegos que afloran de vez
en cuando en los textos de Platón y Aristóteles, donde son utilizados a título de ejem-
plos dentro de sus consideraciones de alcance más general como la educación o las
instituciones del estado. Los celtas empezaban así a adquirir consistencia histórica y,
por tanto, se puso también en marcha el procedimiento habitual para explicar su exis-
tencia y justificar su localización dentro del ‘mapa’ histórico y geográfico del mundo
conocido como era su integración dentro de los esquemas míticos, única forma de dar
sentido a las culturas periféricas en el imaginario griego, como revelan su asimila-
ción a un pueblo mítico septentrional como los hiperbóreos o la invención de una
genealogía de la raza céltica ad hoc16. Empezó a configurarse de esta forma todo un
inventario de carácter mítico-retórico en el que se mezclaban elementos derivados de
una realidad percibida desde la distancia y con una óptica no demasiado favorable,
propiciada por su actuación como mercenarios, que ponía de relieve cualidades como
su belicosidad y la exhibición de una cierta arrogancia, con otros más acordes con la
imagen de un pueblo que habitaba uno de los confines de la tierra, precisamente el
más desconocido de todos, con toda la lógica inherente a este tipo de situaciones,
auspiciada además por su inserción dentro de los esquemas míticos. Estas fueron
probablemente las pautas que debieron articular los relatos correspondientes de Éforo
y Timeo sobre los celtas, quienes quizá por primera vez les concedieron un cierto
protagonismo en sus obras, bien por ocupar uno de los extremos del orbe, el occiden-
tal, dentro de esa curiosa configuración del orbe que parece haber representado Éforo17,
o por haber desempeñado algún papel dentro del complejo entramado mítico de los
pueblos de Occidente que conectaba con las grandes sagas de la leyenda griega cele-
brado por Timeo18.
Este panorama no debió verse seriamente afectado por la irrupción violenta de
los galos en Italia y por el consiguiente saqueo de la ciudad de Roma en los inicios
del siglo IV a.C. si atendemos a los desvaídos ecos que la noticia ha dejado en nues-
tros testimonios. Aunque los hechos llegaron a conocimiento de Aristóteles y
Teopompo, que identificaron de forma realista a los invasores19 en contra de la equipa-
ración mítica de Heraclides Póntico, no parece que dejaran una huella indeleble en el

15
X., HG., 7.1, 20 y 31 (empleo como mercenarios); STR.,VII 3.8; ARR., An., I.4 (embajada a Alejandro);
GGM I, 25-26 (noticia del PseudoEscílax).
16
PL., Lg., 1637 d-e; ARIST., Pol., 1324b; HERACLID. PONT., Wehrli f. 102 (=PLU., Cam., 22.2-3) y
Asclepíades de Tragilo en PROB., Comm. Verg. Georg., 2.84 (genealogía mítica).
17
STR., I 2.28 y K. INDICOPL, Top. Chr., II 79.
18
Sobre la historia de Timeo, PEARSON, L. (1987).
19
PLU., Cam., 22.3 (Aristóteles); PLIN., Nat, 3.5,57 (Teopompo).

215
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

imaginario griego. El propio Plutarco, que trasmite la noticia de Aristóteles, señala


que las informaciones llegadas hasta la Hélade fueron confusas (aJmudrav) y de hecho
no parece que el conocimiento sobre los celtas hubiera experimentado un incremento
notorio con la noticia de la invasión celta de Italia. Su aparición en las ya menciona-
das listas de pueblos bárbaros que figuran en Platón y Aristóteles revela todavía la
existencia de un cierto desequilibrio informativo con los otros pueblos mencionados,
en especial por lo que se refiere a persas y escitas. En efecto, cuando las generaliza-
ciones descienden al terreno del ejemplo concreto faltan las referencias específicas a
los celtas mientras que sí figuran en el caso de escitas, tracios y persas, por lo que
atañe a Platón, y de cartagineses, macedonios, escitas e iberos, en lo que respecta a
Aristóteles20. Las referencias existentes sobre su modo de vida, como su actitud beli-
cosa constante, su desmedida afición hacia el vino que les hace ocupar un puesto de
honor en los paradigmas de la embriaguez, su austeridad e ingenuidad primitivas,
explicables en parte por las condiciones climáticas en medio de las que viven, o su
falta de temor a la muerte, traducida en su combate regular contra las olas del mar o
en su solemne afirmación ante Alejandro de que sólo temían que el cielo cayera sobre
sus cabezas, no van mucho más allá de los tópicos esperados sobre un pueblo bárbaro
de los confines, apoyados como todos los tópicos sobre unos indicios reales
circunstanciales y generalizaciones abusivas, procedentes de su actuación como mer-
cenarios o de las noticias difusas procedentes de los medios masaliotas21. Ninguna de
ellas refleja, sin embargo, todavía el componente de hostilidad y animadversión de-
clarada propiciado por un ataque en toda regla, como le sucedió a Roma, una ima-
gen que aparece con fuerza en las historias de Livio donde este componente actúa
como un resorte decisivo en la configuración de su relato al respecto22.
Las noticias de Éforo acerca de los celtas no parece que fueran mucho más allá
de vagas afirmaciones de carácter tópico que emanaban de lo que podríamos deno-
minar ‘lógica de los confines’, como el enorme tamaño de su territorio, que incluía la
mayor parte de las tierras occidentales, incluida Iberia hasta Gades, el valor excep-
cional que demostraban frente a los embates de una naturaleza imponente, propia de
aquellos espacios del entorno oceánico como gigantescas olas marinas, o un marcado
carácter filoheleno, un elemento característico de la condición del ‘buen salvaje’ que
habitaba estos territorios limítrofes, muy propia de la especulación griega de estos
momentos, apoyada también quizá en este caso concreto por las tradiciones favora-
bles que circulaban acerca de la fundación de Masalia, de las que se hacen eco
Aristóteles y más tarde Justino, que vinculaban estrechamente la ciudad griega a sus
vecinos indígenas del interior23. Su obra incluía además numerosos pormenores de

20
Cf. nota 16.
21
No se olvide que Masalia erigió un tesoro en el santuario de Delfos y revela así la existencia de una variedad
de canales de información al respecto que no siempre son tomados en consideración.
22
HOMEYER, H. (1960).
23
ARIST., fr. 549 Rose; IUST., XLIII 3.4. Sobre estas tradiciones RAVIOLA, F. (2000). Sobre la realidad de
las relaciones estrechas entre Masalia y su entorno indígena, CUNLIFFE, B. (1988): 24 y ss. y MOREL, J.P. (1995).

216
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

carácter sensacionalista y paradoxográfico (iJdion), que en opinión de Estrabón no


resultaban ya de recibo en su tiempo, dado el avance significativo que habían experi-
mentado los conocimientos tras las conquistas romanas y las transformaciones efec-
tuadas a causa de la misma en esos territorios. Como único botón de muestra, Estra-
bón refiere la particular obsesión de los celtas por conservar una cintura esbelta lle-
gando a establecer el correspondiente castigo para quien sobrepasaba la medida ade-
cuada24. La historia de Éforo tenía en todo su conjunto una clara orientación helenizante
que se extendía también a las regiones del mundo pobladas por gentes no griegas que
se veían afectadas por la presencia griega. El propósito didáctico y moralizante de su
obra le inducía además a mostrar tan sólo aquellos aspectos positivos que reflejaban
una armoniosa coexistencia de griegos e indígenas, transformando el mundo bárbaro
en un magnífico escaparate de emulación de las costumbres griegas y de demostra-
ción de las mejores cualidades que el buen salvaje podía poseer por cuenta propia25.
Esta visión ingenua del mundo occidental como escaparate del helenismo y re-
pertorio de exotismos y singularidades se vio incrementada desde la vertiente mítica
en la obra de Timeo y de otros autores, que, según afirma Diodoro, ponían en relación
el regreso de los argonautas con el territorio celta, donde habían dejado indefectibles
huellas de su paso como demostraba la tradición local que remontaba a aquellos
momentos la veneración de los dióscuros26. Sabemos que el tratamiento de Timeo era
muy diverso a juzgar por algunos de sus fragmentos. En ellos aparecen claros ele-
mentos míticos y etiológicos como su explicación del nombre del país, Galatia, a
través de Galato, el hijo de Cíclope y Galatea27 , junto con informaciones de otra clase
como sus noticias acerca de las bocas del río Ródano, equivocadas según Polibio28,
su relato de la fundación de Masalia con una tendencia también etiológica a la hora
de explicar el nombre de la ciudad mediante una curiosa etimología29 o su atribución
como responsables de las mareas a los ríos que desembocan en el Océano a través de
la Céltica30. Sin embargo esta corriente de informaciones variopintas sobre el mundo
celta en las que se mezclan acontecimientos míticos como el regreso de Heracles con
noticias de carácter maravilloso y paradoxográfico que inciden en lo que hemos de-
nominado ‘lógica de los confines’ y cuyos ecos se perciben todavía claramente en
Diodoro, Estrabón o en obras propias del género como el tratado pseudoaristotélico
Sobre las maravillas no tiene por qué remontar necesaria y exclusivamente a la obra
de Timeo. En efecto, en algún caso, existen incluso discrepancias como la que se
refiere al origen del fundador de la raza, el epónimo Galato, para quien Diodoro

24
STR., IV 4.6.
25
Véanse las consideraciones de VAN PAASEN, Ch. (1957): 246-258, en este sentido, corrigiendo la opinión
de TRÜDINGER, K. (1912) sobre la idealización de los pueblos primitivos como los escitas.
26
D.S., IV 56.3 y ss.
27
FGrHist 566F69.
28
XXXIV 10.5.
29
FGrHist 566F71-72.
30
Ibid. F73.

217
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

presenta una versión diferente a la del historiador siciliano al hacer de aquel el hijo de
Heracles y de una anónima princesa local31. El ingreso de los celtas dentro del imagi-
nario griego a través de los canales míticos que integraban dentro de las genealogías
divinas o heroicas al fundador de la raza o proporcionaban el contexto narrativo nece-
sario, geográfico e histórico, para ubicarlos dentro de este peculiar esquema del mun-
do no fue exclusivo de Timeo aunque ciertamente participara activamente en dicha
andadura32. De hecho tal procedimiento continuará casi inalterable incluso cuando
las circunstancias cambien de manera radical tras la irrupción violenta de los celtas
en el territorio griego y su ataque al santuario de Delfos en el 279 a.C. si atendemos
al calificativo que les otorga Calímaco en su alusión del evento como los ‘últimos
titanes que irrumpen desde el extremo occidente’33. Esta percepción de los celtas a
través de los canales míticos dejará incluso sus huellas indelebles en autores de la
talla de Posidonio, que había visitado en persona una parte del país y escribió su más
completa descripción etnográfica, cuando identificaba la cadena alpina como los
míticos montes Ripeos, aunque fuera desde una perspectiva ‘historiográfica’ y dis-
tante34. La encontramos también presente, aunque en diferentes dosis, en Estrabón, el
propio Livio, Tácito, Pausanias o Floro, a pesar de los cambios notorios que había
experimentado el panorama, reseñados muchas veces de forma orgullosa y explícita
por estos mismos autores, que no se resisten, en cambio, a incluir en sus relatos este
tipo de alusiones35. Seguramente las informaciones derivadas del viaje de Píteas en el
último cuarto del siglo IV a.C., que significó al menos la exploración de las costas
francesas atlánticas y de las islas británicas, dieron nuevos bríos a esta tendencia
fabuladora, auspiciando la presencia de las tierras célticas en la ruta de retorno de los
Argonautas por aquellas latitudes septentrionales y occidentales y especulaciones
mucho más aventuradas como las de Hecateo de Abdera sobre los hiperbóreos36,
cuya identificación con los celtas ya hemos encontrado en Heraclides Póntico. Es
posible que algunos de los elementos que figuraban en el relato de Hecateo, en la
medida que podemos recuperarlos del resumen de Diodoro, representaran quizá de-
formaciones intencionadas o malentendidos de las noticias sobre Gran Bretaña y esos
confines contenidas originariamente en la obra de Píteas originaria más que probable
de toda la fabulación posterior sobre estas latitudes37.

31
D. S., V 24.3.
32
Sobre dichos procedimientos de integración y el papel que el mito desempeña al respecto, DOWDEN, K.
(1992): 74 y ss.
33
HERACL. PONT., en PLU., Cam. 22.2-3.
34
ATH., VI 233 d.
35
El resumen de Floro (I 7.4-6) es sintomático a este respecto ya que al furor anticelta propio del sentimiento
patriótico romano se añaden incuestionables aspectos del paradigma mítico como la precisión de su origen en las
costas del Océano ‘que ciñe el mundo’.
36
Así BERTELLI, L. (1991): 516.
37
Sobre la obra de Píteas, BIANCHETTI, S. (1998) y MAGNANI, S. (2002).

218
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

Sin embargo, en paralelo y a menudo solapándose con este procedimiento de


percepción, se fueron infiltrando también de manera progresiva en la configuración
del estereotipo céltico ciertos detalles de corte más ‘realista’ que empezaron a con-
formar una imagen del celta más definida y concreta aunque no por ello necesaria-
mente más objetiva y acorde con la realidad histórica correspondiente. Ya nos hemos
referido a la presencia de mercenarios celtas en suelo griego colaborando con tropas
espartanas y atenienses en los inicios del siglo IV a.C. como fuente directa de estas
primeras dosis de información factual que quedaron reflejadas en las afirmaciones
generales acerca de la belicosidad de estas gentes como las que aparecen en Platón y
Aristóteles, o concretadas en la presencia de determinado tipo de armas como ‘las
espadas de hierro celtas’ que aparecen mencionadas en el inventario del tesoro de
Atenea38. La progresiva aproximación de los celtas al territorio griego a partir de los
inicios del siglo IV, cuando ocuparon la llanura del Po y comenzaron a infiltrarse en
la península balcánica tras los correspondientes enfrentamientos con los pueblos ilirios,
contribuyó también a este incremento de noticias acerca de estas gentes procedentes
del lejano occidente que cada vez se hacían más patentes en las inmediaciones del
mundo helénico. La noticia, también ya referida, del Pseudo Escílax acerca de su
ubicación en el entorno adriático y algunas de las informaciones existentes en
Aristóteles sobre su localización en las fuentes del Istro, que se permite el lujo de
corregir a Heródoto acerca de la condición de Pirene como una montaña y no como
una ciudad, o la manera de educar a los jóvenes a resistir el frío con poca ropa son
quizá algunos de los resultados indirectos de esta cada vez mayor afluencia de infor-
maciones aunque entreveradas a menudo, como en el último caso, con malentendidos
evidentes o interpretaciones a la griega, que asociaban dicha severidad educativa con
costumbres ancestrales ya existentes en suelo griego en estados como el cretense o el
espartano, con los que podían establecerse los correspondientes paralelismos.
La irrupción de los celtas en suelo griego a comienzos del siglo III a.C. cambió
radicalmente esta hasta cierto punto confortable y distante perspectiva. Las noticias
hasta entonces vagas y difusas, que se concretaban esporádicamente en aproximacio-
nes parciales y selectivas, sobre un pueblo lejano se convirtieron de repente en una
realidad directa y amenazante que representaba además un serio desafío para la pro-
pia supervivencia griega. El impacto provocado en la conciencia griega por la inva-
sión de los celtas en el 279 a.C. que culminó con el ataque a Delfos se puede percibir
todavía en la distancia a través de los ecos que ha dejado en el relato de Pausanias,
cuya épica reconstrucción de los acontecimientos puede tener su origen en la obra de
Jerónimo de Cardia o de cualquier otro historiador de la época que vivió estos mo-
mentos difíciles o su cercanía inmediata con la intensidad requerida39. Al igual que
sucedió con los persas en el siglo V a.C., mutatis mutandis, el miedo inicial se trans-
formó después de la victoria en la retórica triunfalista habitual que reflejaba la supre-

38
IG II2, 1438.
39
Sobre el testimonio de Pausanias, BEARZOT, C. (1992): 103-125 y HORNBLOWER, J. (1981): 72 y ss.

219
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

macía del griego sobre el bárbaro como ya lo hizo con efectividad y eficacia en aque-
llos momentos del pasado. El ‘salvaje guerrero celta’ se compara, efectivamente, con
el medo en un fragmento poético que aparece en un papiro de la época40 y Pausanias
establece continuas comparaciones con el enfrentamiento persa llegando en algún
caso a decantarse a favor de este último por el número de contendientes implicados
en la batalla decisiva41. La retórica del bárbaro reaparece, efectivamente, con toda su
fuerza cuando Pausanias rememora los acontecimientos en su descripción del santua-
rio de Delfos como una lucha a vida o muerte por la propia salvación en la que ni
siquiera existía la posibilidad de rendición que se había dado en el caso persa42. De
estos cruciales momentos arranca una buena parte del estereotipo negativo del celta,
como un bárbaro salvaje y cruel, sediento de botín y capaz de cometer las tropelías
más insospechadas como las perpetradas en la ciudad de Clario que desencadenaron
la ira de los etolios43. Toda la narración de Pausanias pivota sobre una masiva utiliza-
ción del término ‘bárbaro’ de manera significativa poniendo de relieve aspectos tan
elocuentes como la irracionalidad en el ataque, que se compara con la de las bestias
salvajes, o el desorden y la indisciplina táctica que provocaron en el momento decisi-
vo su propia autodestrucción, sin olvidar mencionar en ningún momento la inestima-
ble colaboración de la divinidad y de los antiguos héroes combatiendo al lado de las
filas griegas en una clara referencia al significado ‘olímpico’ de la batalla contra las
fuerzas del caos primigenio que representaban los irreverentes atacantes44. El temor
griego a los celtas se mantuvo vivo incluso después de la fracasada incursión en
Grecia, a juzgar por las afirmaciones de Polibio en este sentido cuando refiriéndose a
un momento posterior, como fue la actuación de los celtas en Asia Menor, remonta
este miedo a tiempos pasados (to; palaiovn)45. De la continuidad de este trauma gene-
rado por la actuación de los celtas son igualmente ilustrativos los esfuerzos propa-
gandísticos de los monarcas de Pérgamo a la hora de enarbolar sus victorias sobre los
gálatas como el triunfo definitivo del helenismo sobre la barbarie celta en monumen-
tos tan significativos como los exhibidos en Atenas46.
Los celtas fueron adquiriendo de esta forma visos de realidad cada vez más
consistentes que sin embargo no alcanzaron nunca un grado admisible de objetivi-
dad. El conocimiento más directo de la realidad céltica por el mundo griego, trasladable

40
POWELL, J.U. (1925): 31.
41
Incluso atribuye la costumbre gálata de sustituir el jinete por otro en el curso del combate a la imitación de
los diez mil inmortales persas, PAUS., X 19.11.
42
Ibid. 5-23.
43
Como las que refiere Pausanias en su relato de la invasión de Etolia, X 22.3-4
44
De manera significativa el término ocupa el primer lugar en el curso del relato (27) por encima del descrip-
tivo directo, gálatas (24) y muy por sobre del general celtas (12). El calificativo de titanes que les otorga Calímaco
encajaría dentro de este mismo contexto.
45
PLB., II 35.9.
46
HANNESTAD, L. (1993): 15-38. La instauración de un festival prestigioso como las Soteria de Delfos para
conmemorar la Victoria habla también por sí sola del impacto decisivo que tuvo en todo el mundo griego, cf. Syll 398.
Al respecto NACHTERGAEL, G. (1975).

220
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

a su literatura, solo se hizo posible gracias a las conquistas romanas en Occidente.


Primero Polibio y después Posidonio tuvieron oportunidad de entrar en contacto con
estas tierras y con las gentes que las habitaban, dejando de ellas un cúmulo de noti-
cias que a primera vista podríamos catalogar como información veraz por la proximi-
dad e implicación directa de sus protagonistas en la gestación de las mismas. Ambos
viajaron, en efecto, por aquellas regiones y su grado de familiaridad con su forma de
vida elevó de forma notoria el nivel de los conocimientos adquiridos hasta entonces.
La diferenciación de territorios y pueblos, confinados a determinadas regiones geo-
gráficas estrictamente definibles, empieza a adquirir cuerpo, dejando atrás la fase de
generalizaciones y vaguedades que había imperado hasta entonces. Por vez primera
puede decirse que el espacio indefinido catalogado como Céltica comienza a deli-
mitar sus contornos y a ocupar su lugar correspondiente dentro del mapa mental,
geográfico y etnográfico, del mundo habitado que imperaba en el imaginario grie-
go antiguo. La afluencia de datos que podríamos calificar de realistas es evidente.
Se empiezan a deshacer viejos mitos, como el que asociaba la historia de Faetón
con la región del Adriático, atribuida por Polibio a la ignorancia manifiesta de au-
tores como Timeo47, y se desvelan antiguos misterios como la realidad del mítico
río Erídano, que se identifica ahora con el Po y se sitúan sus fuentes en la región de
los Alpes dando por zanjados los antiguos debates existentes a este respecto48. Hubo
incluso la pretensión de establecer una distinción terminológica entre los diferentes
nombres utilizados como los de celtas o gálatas, que se solapaban constantemente a
la hora de referir las informaciones49. Sin embargo, de nuevo el silencio afecta en
buena medida nuestro conocimiento exacto de la situación si tenemos en cuenta
que ni la descripción más amplia de Polibio, que debió de ocupar una parte del libro
XXXIV, ni la de Posidonio, que constituyó al parecer la pieza clave de la etnografía
céltica antigua, han llegado hasta nosotros. Sólo los elementos presentes en otras
partes conservadas de las historias de Polibio o la ‘inmersión’ de la versión
posidoniana en algunos pasajes del libro V de la Biblioteca de Diodoro nos permi-
ten vislumbrar el marco y el alcance de las percepciones respectivas sobre los cel-
tas50. Hay que contar sin embargo con algunos condicionantes decisivos a la hora
de valorar dichas informaciones como la ausencia del contexto original que daba
cabida a las noticias que son ahora extraídas del mismo para figurar como miem-
bros aislados (disiecta membra) y adquieren así un nuevo significado dentro de un
contexto narrativo diferente o la simplificación efectuada a la hora de aplicar al
conjunto del territorio lo que en el relato originario solo se predicaba de una parte
concreta y limitada del mismo, como la Narbonense, que fue seguramente la región

47
PLB., II 16.13-15.
48
Ibid., 6.
49
Así D. S., V 32.
50
Sobre el libro XXXIV de Polibio, WALBANK, F.W. (1947) y PÉDECH, P. (1956). Sobre la presencia de
Posidonio en el libro V de Diodoro, KREMER, B. (1994): 264-329 y DOBESCH, G. (1995).

221
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

mejor conocida y la más romanizada del ámbito céltico a la que tuvieron acceso
tanto Polibio como Posidonio.
El avance experimentado en el conocimiento de la realidad del mundo celta
parece, no obstante, considerable. Se ponen de relieve algunos elementos distintivos
de la sociedad y del modo de vida celta, como el sistema de clientelas, su forma de
hábitat, su dieta y su modo de vestir, su armamento y los problemas que comporta
respecto a su efectividad, su gusto por el adorno, su afición al desafío individual
previo a la batalla, sus cánticos y gritos rituales, y la existencia de una clase especial
de sabios denominados druidas, que harían en alguna medida el papel de los filósofos
y los sacerdotes en el mundo griego51. En suma, aparece ante nosotros un conjunto de
informaciones precisas y factuales que, al menos en apariencia, incorporan a los cel-
tas dentro de los esquemas de la historia y les otorgan una presencia real y efectiva en
el mundo por encima de las fabulaciones míticas o de las vagas generalizaciones que
envolvían anteriormente a este pueblo de los confines.
Sin embargo, no todo es como parece a primera vista. Las descripciones de
Polibio y de Posidonio no reflejaban con exactitud minuciosa y objetiva, exenta com-
pletamente de prejuicios, la forma de vida y el comportamiento de los denominados
pueblos célticos52. En primer lugar ambos autores formaban conscientemente parte
de todo el entramado de conquista y asimilación romano, y en consecuencia asumían
su papel como miembros privilegiados de dicho sistema a la hora de afrontar una
cultura ajena que era objeto de dicho proceso53. Uno y otro pertenecían de lleno a las
elites dirigentes de la cultura dominante que poseía un marco de percepciones y valo-
res completamente diferente al de las sociedades con las que ahora entraban en con-
tacto y, por tanto, no podían prescindir de repente de todo el complejo mental de
actitudes y representaciones que conformaban su visión del mundo, incluso asumien-
do esa vertiente crítica que parece haber imperado en el relato de Posidonio54. Ningu-
no de ellos era un observador imparcial a la manera de los modernos antropólogos
que se trasladan individualmente a una sociedad ajena e intentan inmiscuirse de lleno
dentro de su cultura tratando así de superar los condicionantes culturales que aportan
consigo y valorar las cosas desde el interior, sino la de agentes más o menos sofisticados
de una operación militar de conquista y miembros reconocidos de una de las partes
implicadas. Ambos se hallaban por formación perfectamente pertrechados con todo
el aparato conceptual político e ideológico de la cultura griega, lo que les condiciona-
ba de forma inevitable a reflejar en sus respectivos relatos, con mayor o menor grado
de fidelidad, los viejos esquemas de la visión griega del mundo, filtrada ahora ade-

51
PLB., II 17.12 (el sistema de clientelas); 17.8 (su hábitat); 17.8 (su dieta); 29.8 (forma de vestir); sobre los
druidas, ZECCHINI, G. (2002).
52
Sobre la etnografía celta de Polibio BERGER, Ph. (1992) y FOULON, E. (2000). Sobre la de Posidonio
TIERNEY, J.J. (1959/60) y NASH, D. (1976). En general sobre la postura de ambos autores MOMIGLIANO, A.
(1975): 22 y ss.
53
Ibid.
54
STRASBURGER, H. (1965).

222
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

más a través de toda la retórica de conquista romana que legitimaba su actuación en


los nuevos territorios. Esta retórica de la conquista predicaba como principal postula-
do el avance imparable de la civilización sobre una barbarie que debía ser implaca-
blemente sometida a los dictados de aquella a la vista de los evidentes beneficios que
se obtenían para ambas partes sin importar demasiado los daños irreparables que la
acción comportaba para el modo de vida y las estructuras políticas y sociales de los
pueblos sometidos. La realidad celta se creaba a partir de sus propias observaciones,
ideológicamente condicionadas y en aplicación estricta de la lógica inherente a la
cultura del observador, en lugar del propio objeto a describir que presentaba caracte-
rísticas propias y un modo de racionalidad particular que no tenía por qué coincidir
necesariamente con aquel. En esta forma de ver las cosas cada categoría, como ha
señalado Edward Said para el caso de Oriente, no correspondía a una designación
neutral sino que era más bien una interpretación evaluativa55. Los celtas aparecían así
integrados en una red de definiciones ajena, trazada desde el exterior y con objetivos
bien diferentes al del conocimiento objetivo de la realidad exterior, que usaba un
vocabulario propio y prescindía en buena medida de las posibles correcciones que la
experiencia y las circunstancias personales pudieran introducir en el modelo prefija-
do y establecido.
Encontramos así, tanto en el relato de Polibio como en el de Posidonio, como
elementos descriptivos habituales los tópicos corrientes acerca del bárbaro que circula-
ban dentro de la retórica griega. Algunos de ellos, como su afición desmedida al vino
que derivaba en frecuentes borracheras o su audacia (tovlmh) ingenua e irracional en el
combate habían ya figurado entre las características atribuidas a los celtas en testimo-
nios anteriores como los de Platón y Aristóteles. Otros, en cambio, como la reiterada
inconstancia (ajqesiva)56 , que les convertía en unos aliados inadecuados y escasamente
fiables, la impulsividad excesiva de su ataque inicial (qumov") carente de continuidad en
el transcurso del combate, la jactancia (u{bri") de sus desafíos, resuelta finalmente por
el valor de sus oponentes griegos y romanos, y el salvajismo y violencia de su compor-
tamiento son el resultado natural de la dinámica de la conquista y del enfrentamiento
directos, primero contra los romanos y posteriormente contra los griegos. El tremendo
impacto provocado por sus irrupciones en territorio romano57 y su papel oportunista
como aliados esporádicos de romanos y cartagineses en función de las circunstancias
condicionaron la visión romana de los celtas que hace su aparición en los relatos de
Polibio y Posidonio, especialmente en el primero de ellos que pudo haber utilizado para
su relato de las campañas galas una fuente romana que ofrecía ya una valoración clara
e inevitablemente sesgada de los acontecimientos58.

55
SAID, E. (2002): 304.
56
Mencionada por Polibio en 4 ocasiones a lo largo de los libros II y III de sus historias: II 32.8; III 49.2; 70.4;
78.4.
57
El propio Polibio se hace eco en varias ocasiones de este temor (mevgan kai; fobero;n kivndunon), II 23.7 y 31.7.
58
FOULON, E. (2000) y TOMASCHITZ, K. (2002) ofrecen un estado de la cuestión al respecto de las fuentes
romanas de Polibio.

223
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

Esta lógica de la conquista ha dejado también sus huellas en el relato de Polibio


a través de otros aspectos tan elocuentes como la demostración de una cierta incapa-
cidad a la hora de explicar el comportamiento celta en la guerra, debiendo recurrir en
ocasiones a valoraciones un tanto gratuitas y carentes de fundamento racional como
la aparición de una epidemia belicosa provocada por la fortuna59, o achacarlo a la
existencia de una vieja cólera cuyas motivaciones inmediatas son oportunamente si-
lenciadas60. Este mismo esquema impone a veces la asunción por parte de los vence-
dores de una especie de justicia poética destinada a otorgar el justo castigo a las
osadías celtas, como ilustra el comentario de Polibio a la derrota sufrida por los gesatos
en la batalla de Telamón o la conclusión que extrae sobre la victoria romana sobre los
gálatas de Asia Menor61. Una intervención que adquiere incluso un valor paradigmá-
tico que permite extraer conclusiones aleccionadoras para el futuro respecto a la for-
ma de afrontar el peligro bárbaro62.
Sin embargo la aplicación rigurosa de esta misma lógica implica necesariamen-
te una cierta valoración esporádica del enemigo que permita resaltar la grandeza y la
dificultad de la victoria conseguida, y en consecuencia proceder a la heroización de
los propios contendientes. Ello comporta a veces la aparición de inevitables contra-
dicciones con los tópicos antes mencionados que dejan, al menos momentáneamente,
en suspenso la credibilidad y la coherencia objetivas del relato en su conjunto y nos
permiten entrever, bien sea de esta forma esporádica, algo que se aproximaría más a
la realidad de las cosas. Así, el propio Polibio deja constancia en reiteradas ocasiones,
como en la batalla de Telamón, de la ordenación táctica y de la eficacia de las tropas
celtas, o del enorme esfuerzo desplegado en el combate63 que contradicen abierta-
mente o ponen en entredicho la veracidad de tópicos como la indisciplina y el desor-
den táctico o la falta de perseverancia en el combate tras el primer impulso de furor
bélico que se aplicaban casi de forma automática al comportamiento militar celta.
Incluso a veces se apuntan como razones de su derrota criterios de orden más realista
que los consabidos tópicos del valor propio y la inconsistencia ajena, como es la
inadecuación del armamento celta frente a los recursos romanos o la escasa profundi-
dad de sus filas ante el empuje de las legiones64. Se deslizan también en el relato
ciertas explicaciones de una conducta insensata como la de los gesatos, que comba-
tían desnudos y era percibida inicialmente como un acto de soberbia y jactancia bár-
baras. Polibio apunta, en efecto, bien sea a modo de suposición de los propios impli-
cados (uJpolabovnte"), una explicación más admisible al señalar un motivo de índole
práctica ya que los matorrales de la zona se enganchaban a sus ropas y les impedían

59
PLB., II 20.7.
60
ID., III 40. Sobre el condicionante militar en el relato de Polibio y el excesivo protagonismo que atribuye a
la guerra entre los celtas, BERGER, Ph. (1992): 122-123.
61
PLB., II 30.5 (gesatos en Telamón); III, 3, 5 (victoria romana sobre los gálatas en Asia Menor).
62
Ibid., 35.6.
63
Ibid., 28.6 y 11; 30.7; III 115.5.
64
ID., II 30.7; 33; III 115.6.

224
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

utilizar abiertamente sus armas65. Incluso se ofrecen también explicaciones ‘históri-


cas’ a algunos de sus vicios, como la célebre y denostada afición al vino de los celtas,
que era inducida de forma interesada por los propios mercaderes itálicos, que actuaban
movidos únicamente por su habitual afición al dinero (dia; th;n sunhvqh filargurivan)66.
Un relativismo mucho más transigente hace también en ocasiones acto de presencia
en las páginas de Polibio cuando atribuye similares actos de crueldad inhumana como
los exhibidos por los celtas en determinados momentos de su actuación a sus oponentes
más civilizados, como la masacre perpetrada por el monarca bitinio Prusias en el
campamento de los gálatas, incluidas mujeres y niños67. Los prejuicios derivados de
la distancia y de los estereotipos se llegan incluso a romper cuando parece haber
mediado el conocimiento personal, como parece que sucedió con el caudillo gálata
Ortiagón y su esposa Quiomara, a quienes Polibio reconoce una capacidad notable de
inteligencia68. También la estancia prolongada en un territorio y la fuerza de la cos-
tumbre parece que hicieron mella en el espíritu de Posidonio que llegó a acostum-
brarse a la presencia de las cabezas cortadas de los enemigos que adornaban los um-
brales de casas y templos entre los celtas69.
Esta clase de lógica que emana del proceso de conquista y dominación, con sus
inevitables contradicciones, la encontramos ilustrada también en el relato más am-
plio de esta clase que ha llegado hasta nosotros como es el relato de Julio César sobre
las Galias70. Los tópicos tradicionales que caracterizaban la forma de comportamien-
to de los celtas en los autores griegos mencionados hacen también acto de presencia
en la narración del ilustre general romano. Los calificativos reiterados a la hora de
valorar las actuaciones de los galos son su inconstancia y volubilidad, su desorden
táctico y su excesiva temeridad, o su vacua fanfarronería71. Sin embargo, al igual que
sucedía en Polibio, en determinadas ocasiones del relato afloran de manera esporádi-
ca noticias sobre una forma de comportamiento bien distinta que resalta su valor y
constancia en el combate, como en la batalla contra los helvecios donde, según el
testimonio del propio César, no se vio huir a ninguno de los enemigos y se combatió
hasta bien entrada la noche72, o cuando hace constar la perseverancia y resistencia
que estos mismos enemigos demostraron a la hora de marchar sin interrupción du-
rante toda la noche en busca de la seguridad de un territorio aliado73 . En este mismo
terreno cabe señalar igualmente la heroica resistencia mantenida hasta el fin por las

65
ID., II 28.8.
66
D. S., V 26.3.
67
PLB., V 111.6.
68
ID., XXII 21.3 y XXI 38.7.
69
STR., IV 4.5.
70
Sobre César y la conquista de la Galia en general, DOBESCH, G. (1989); URBAN, R. (1999) y WILLIAMS,
J.H.C. (2001).
71
CAES., Gall., 2.1,3; 4.5,1 (inconstancia y volubilidad); 2.11,1 (algarabía y confusión al salir del campamen-
to); 8.29,2 (confusión con alaridos y carreras); 3.19,6; 7.20,5 (carácter débil e incapacidad para aguantar fatigas y
adversidades); 6.6,4; 8.8,8 (temeridad); 7.42,2 (imprudencia); 7.19,3 (alarde pura apariencia); 7.53,3 (arrogancia).
72
Ibid., 1.26,2-3.
73
Ibid., 5.

225
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

gentes de Camulógeno a pesar de las desfavorables condiciones en que lucharon


contra las legiones romanas74. El propio César no parece renuente a reconocer gene-
rosamente el valor y la grandeza de espíritu demostrados por el pueblo de los nervios,
que resistieron hasta el final las acometidas romanas a su posición tras haber llevado
a cabo gestas notables como atravesar un río anchísimo, ascender por sus orillas
empinadas y alcanzar una posición tan desfavorable75, o por los atuátucos que habían
acudido en ayuda de aquellos y que lucharon hasta el final de forma encarnizada con
todas las esperanzas depositadas en su valor76.
A la hora de presentar explicaciones de la guerra, César se suma también al
carro de los tópicos generalizadores como la ingénita belicosidad de estas gentes,
siempre dispuestas al combate, sus irrefrenables ansias de botín, o la intervención
decisiva de caudillos ambiciosos como Dumnórix o Ambiórix, ansiosos de revueltas
y de poder que propiciaron la hostilidad contra Roma77. Sin embargo, en determina-
dos momentos del relato se sugieren otro tipo de razones bien diferentes como las de
carácter patriótico que incitaban a la lucha por la libertad contra la imposición del yugo
romano78. En la visión de César se deslizan así mismo los típicos argumentos
‘providencialistas’ que pretenden justificar la intervención romana como un justo casti-
go a los agravios inflingidos por un pueblo como los helvecios contra los aliados de
Roma79 o por el peligro que su avance podría representar para la provincia romana dado
el carácter belicoso y enemigo del pueblo romano que caracterizaba a estas gentes80.
También, como en Polibio, se recurre e n César al carácter paradigmático de la guerra
ya que desalentaría actitudes rebeldes en otras partes de la Galia81. En algún momento
incluso César parece querer asumir prerrogativas cuasi divinas que le imponen el deber
de acabar con una ‘raza de criminales’ (stirpem hominum sceleratorum) como un servi-
cio más a la civilización entre los que depara la tarea de la conquista82. Esta labor
ejecutora de justicia poética hace igualmente su aparición cuando se trata de refrenar la
vacua arrogancia y el menosprecio demostrado por los enemigos que, vistas las cosas
desde esta perspectiva, habían infravalorado las posibilidades romanas e incurrido en
una clara manifestación de u{bri", tal y como ya la había calificado antes Polibio83.

74
Ibid., 7.62,7.
75
Ibid., 2.27,5.
76
Ibid., 2.33,4.
77
Ibid., 1.2,4 (hombres sedientos de guerra); 1.7,5 (hombres con ánimo hostil); 1.10,2 (hombres belicosos); 3.
10,3 (afán de novedades y facilidad para incitarles a la guerra); 3.17,4 (esperanza de botín y pasión por la guerra);
4.37,1 (esperanza de botín); 6.35,7 (gente nacida para la guerra y el pillaje; 8.25,2 (pueblo habituado a guerras
continuas); 1.18,3 (Dumnórix hombre de gran osadía y ávido de cambios políticos); 5.6,1 (Dumnórix ansioso de
revueltas y poder); 5.37,2-3 (soberbia de Ambiórix).
78
Ibid., 3.10,3; 6.7,7; 7.4,4.
79
Ibid., 1.12,6.
80
Ibid., 1.10,2.
81
Ibid., 3.10,2: in primis ne, hac parte neglecta, reliquae nationes sibi idem licere arbitrarentur.
82
Ibid., 6.34,5.
83
PLB., III 3.5; CAES., Gall., 1.33,5 (arrogancia de Ariovisto); 2.30,4 (desprecio galo de los romanos por su
pequeña estatura); 5.38,1 (engreimiento de Ambiórix tras su victoria); 7.19,3 (alarde que es pura apariencia); 7.53,3
(arrogancia gala).

226
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

César se irroga incluso el papel de auténtico liberador de los propios galos cuando se
trata de acabar con el gobierno de algunos líderes especialmente crueles y ambicio-
sos como Ariovisto o Critognato, cuyas acciones representaban un peligro potencial
para los propios pueblos indígenas84.
Dentro del habitual despliegue de la lógica emanante de la conquista se encua-
dran las casi constantes acusaciones de perfidia y deslealtad, concretadas en afirma-
ciones generales o ilustradas mediante comportamientos de esta índole, que abundan
en el relato. Parecía lógico desconfiar sistemáticamente de aliados eventuales que se
veían obligados por las circustancias a prestar su colaboración a Roma, dado que su
comportamiento no estaba regido por los mismos condicionantes que los invasores85.
César demuestra así una desconfianza casi proverbial hacia las tropas galas que co-
laboraban con él, tal y como se pone de manifiesto en diferentes momentos del relato,
como su negativa a confiar su seguridad en la caballería de los galos cuando iba a
entrevistarse con Ariovisto o la orden dada a los soldados de salir de una plaza ocupada
durante la noche por el temor de que sufriesen algún daño por parte de sus habitantes86.
Ciertamente el relato de César sobre las Galias pudo haber significado un im-
portante incremento de la información ‘realista’ acerca del país y sus habitantes, dada
su prolongada presencia in situ y el contacto continuado con sus gentes a través de
líderes, embajadas y colaboradores de toda índole. Sin embargo el balance final no
resulta especialmente espectacular en este sentido. Encontramos, efectivamente, des-
cripciones puntuales de algunas de sus tácticas militares y de su forma de armamen-
to, cosa necesariamente esperable en un relato en el que lo militar constituye su prin-
cipal eje de articulación. Se detalla su manera de asalto, el emplazamiento de sus
fuertes, la forma de sus naves, el empleo de los carros, la costumbre de retar al enemi-
go o la cualidad de sus murallas87. Se apuntan incluso algunos detalles acerca de su
estructura social como la asamblea de guerreros o la existencia de bandos y diferen-
tes clases, como la de los druidas88. Sin embargo se trata en la mayor parte de los
casos, incluida la digresión sobre estos últimos, de informaciones que derivan de
alguna manera del propio contexto bélico, dado el papel que los druidas parecen
haber desempeñado en las acciones de los galos89. En el relato existen datos realistas
incontestables como la detallada enumeración de las tribus galas, que no encuentra
seguramente parangón con descripciones anteriores, pero incluso esta adquiere su
sentido dentro del mismo contexto bélico si lo entendemos como catálogo preliminar
de los contingentes antes de la gran batalla en la que va a dirimirse el futuro de la

84
Ibid., 1.31,13 (Ariovisto, presentado además a través de la opinión de pueblos vecinos); 7.77,1 (Critognato).
85
Ibid., 4.13,1; 7.5,7; 17,8; 54,2: multis iam rebus perfidiam Haeduorum perspectam habebat...
86
Ibid., 1.42,5 y 2.33,1.
87
Ibid., 2.6,2-3 (asalto); 3.12,1 (sus fuertes); 3.13,1 (sus naves); 4.33 (sus carros); 5.58,2 (reto a los enemigos);
7.23,1 (murallas).
88
Ibid., 5.56,2 (asamblea de guerreros); 6.11,1 (existencia de bandos); 6.13 (diferentes clases); 6.13,4 y ss.
(los druidas).
89
Sobre el papel de los druidas en la resistencia gala a los romanos, ZECCHINI, G. (2002): cap. 3.

227
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

Galia y que implica lógicamente a todos los pueblos que la componen90. Fuera de este
ámbito estrictamente bélico regido por esta lógica de la conquista y la dominación, el
relato de César sobre las Galias se limita a apuntar tan sólo algunas observaciones
sobre la forma de vida de los pueblos de los confines, cuya posición pasa a ser ocupa-
da ahora por los germanos o los nervios, a los que se aplica en este caso la lógica
propia de este campo, como es su carácter extremadamente salvaje por habitar regio-
nes muy apartadas, como era el caso de los nervios91, o el mantenimiento de una
cierta pureza primordial, traducida en costumbres severas y un modo de vida frugal,
como sucede con los suevos o los mencionados nervios que no llevaban apenas ves-
timenta y se bañaban en las frías aguas de sus ríos para fortalecer su vigor o que
impedían a toda costa la llegada hasta ellos de productos civilizados como el vino
para evitar que con ello menguara su valor y se ablandara su espíritu92. De esta lógica
de los confines podrían derivar también elementos característicos como el sentido de
la hospitalidad entre los germanos, que dispensaban protección a sus huéspedes al ser
considerados sagrados, o el sentido de la justicia entre los volscas93. Ambas caracte-
rísticas nos traen a la mente pasajes emblemáticos de esta corriente como la descrip-
ción herodotea del pueblo de los argipeos, situado en el límite extremo del territorio
escita, que presentan igualmente estas dos sobresalientes y valoradas características
de los pueblos remotos idealizados94. La condición privilegiada de César como ob-
servador directo de la realidad celta no le impidió dar cabida en su relato a ciertos
tópicos de la etnografía griega de corte primitivista e idealizante como el de la sabi-
duría bárbara, concretada en el caso de la Galia en los druidas, o las curiosas noticias
acerca de su fauna que repetían clichés absurdos e imposibles como la forma de cazar
el alce, que ya se había aplicado con anterioridad en el caso de Agatárquides al ele-
fante en su descripción de los pueblos del sur de Egipto95.
Los celtas, incluso después de su conquista por Roma, aparecían en el imagina-
rio clásico anclados en un estereotipo a cuya configuración habían contribuido dife-
rentes elementos. Unos procedían de la aplicación casi automática de la que hemos
denominado ‘lógica de los confines’, que funcionó con todos los pueblos de las re-
giones más remotas como indios, escitas y etíopes, pueblos privilegiados en este sen-
tido a los que vinieron a sumarse, más tardíamente, los celtas como representantes de
Occidente96. Un modo de percepción de carácter esencialmente mítico que localizaba

90
Ibid., 7.75,2 y ss.
91
Ibid., 2.4,8.
92
Ibid., 2.15,4-5 (los nervios y el vino); 4.1,8-10 (las costumbres severas de los suevos). Recuérdese que la
costumbre de bañarse en las aguas frías ya había hecho acto de presencia en Aristóteles.
93
Ibid., 6.23,9 (los germanos y los huéspedes); 24,3 (los volscas y su sentido de la justicia).
94
HDT., IV 23. Al respecto GÓMEZ ESPELOSÍN, F.J. (1997).
95
CAES., Gall., 6.27. Compárese con el relato de Agatárquides en Sobre el mar rojo, 5.56 a- b. La anécdota ya
había sido desmentida por Aristóteles (HA., 498a) pero fue repetida de forma sorprendente por Agatárquides a pesar
de las oportunidades que tuvo de contemplar una realidad bien diferente del tópico.
96
Una confirmación de esta perspectiva sería el propio nombre del pueblo si se admite la propuesta de su
etimología como *gala- (final, límite) que propone BALLESTER, X. (2002).

228
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

y otorgaba entidad histórica a los pueblos no griegos al que se habían sumado ciertas
consideraciones de naturaleza teórica que determinaban el carácter y el comporta-
miento en función de las condiciones climáticas. Otros derivaban de su condición de
pueblos bárbaros que asaltaron en un momento dado la confortable seguridad helénica
y recibieron sobre sus espaldas todo el peso posterior de la retórica triunfalista que ya
se había generado con ocasión de las guerras médicas del siglo V a. C.97. Finalmente
se añadían los argumentos resultantes de una dinámica de conquista y dominación,
entreverados de forma más o menos inconsciente con sus inevitables contradiccio-
nes. La realidad histórica del mundo celta, cambiante y compleja como cualquier
otra, apenas experimentaba variaciones dentro de esta visión relativamente estática
de las cosas con el paso de los tiempos, a excepción de aquellas modificaciones pun-
tuales del comportamiento o de las costumbres que afectaban o habían sido propicia-
das por los nuevos dominadores romanos, como el aumento ocasional de la hostili-
dad o la aparición de revueltas, o los cambios introducidos por la romanización del
territorio, como la aparición de ciudades o la presencia de un mayor grado de civili-
zación.
El relato de Estrabón, realizado en unos momentos en que había culminado la
conquista de estos territorios, se ajusta precisamente a estos parámetros. Los resulta-
dos de la conquista romana se dejan sentir en la precisión casi minuciosa de los lími-
tes del territorio, en la introducción de las distinciones pertinentes entre unos pueblos
y otros, y en la indicación expresa de los cambios introducidos en su configuración
política y administrativa por obra de Augusto o las importantes modificaciones de la
manera de vida de sus habitantes. Muchos se habían convertido en agricultores forza-
dos tras haber tenido que deponer las armas, habitaban en ciudades que eran antes
solo simples aldeas como Vienne, habían abandonado prácticas salvajes abominables
como las de exhibir en las puertas de sus casas las cabezas de sus enemigos y los
sacrificios humanos, y habían adoptado el modo de vida romano e incluso su lengua
o habían adquirido costumbres griegas como la de contratar sofistas98. En la escueta
descripción del paisaje que Estrabón lleva a cabo sobresalen, en efecto, los emblemas
más representativos de la conquista romana como el canal trazado por Mario en la
desembocadura del Ródano, el puerto construido por Augusto, la erección de trofeos
conmemorativos de victorias como la de Quinto Fabio Máximo, el santuario erigido
por todos los galos a la figura del emperador en la ciudad de Lugduno, o la apertura
de buenas vías de comunicación por lugares antiguamente tan dificultosos como los
pasos de los Alpes99. Sin embargo la historia celta queda limitada al recuerdo de las

97
Al respecto MARCO SIMÓN, F. (1993).
98
STR., IV 1.2. Es igualmente significativa la alusión a la historia de Masalia que hubo de luchar contra el
entorno bárbaro hasta que la actuación romana en la región le hizo las cosas más fáciles, STR., IV 1.5; 1.11 (los
alóbroges); 1.12 (los cávaros); 5 (final de costumbres salvajes).
99
Ibid., 1.8 (canal de Mario); 9 (puerto de Augusto); 11 (trofeo de Quinto Fabio Máximo); 3.2 (santuario de
Augusto); 6.6 (caminos en los Alpes).

229
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

intervenciones romanas, como la mención de algunas grandes batallas libradas en


condiciones de inferioridad numérica, el traslado masivo de poblaciones o la pacifi-
cación y liberación de algunas tribus del dominio de otras, o al consabido recurso a
las migraciones colectivas que originaban continuas guerras entre los pueblos indíge-
nas100. Su etnografía es el resultado final de un estereotipo más antiguo como el mis-
mo Estrabón indica de forma elocuente al afirmar que ha hallado los rasgos más
característicos de dichas poblaciones en relatos de tiempos antiguos o mediante la
comparación con las costumbres actuales de los germanos con quienes establece una
clara similitud101. Reaparecen así los consabidos rasgos tópicos como su caracteriza-
ción elemental como gentes de naturaleza belicosa fácil de enardecer, que manifesta-
ban una gran simplicidad y una falta de malicia, y que todo lo fiaban a su fuerza y
audacia, dada la ausencia de disimulos o de cálculos estratégicos, lo que convertía su
conquista en una tarea relativamente sencilla para ejércitos disciplinados y con una
estrategia desarrollada como los romanos. Destaca también su exacerbado sentido de
la justicia que les incitaba a demostrar su solidaridad con otros pueblos cuando creían
que habían sido objeto de alguna injusticia, o su aptitud para entregarse, cuando se les
convencía por las buenas, a cosas tan útiles como la instrucción o la elocuencia,
trayendo a colación elementos tan característicos del ‘buen salvaje’ que habían ope-
rado desde antiguo en este estereotipo tradicional.
Fuera de estos estereotipos tradicionales, que son ocasionalmente confirmados
por la dinámica propia de la conquista militar que de manera tan frecuente irrumpe en
el propio relato de Estrabón, y de las informaciones de carácter ‘realistas’ derivadas
de esta última, como su forma de vestir en combate, su manera de adornarse, la forma
de sus casas o su tipo de armamento con sus ventajas e inconvenientes102, no es mu-
cho lo que puede obtenerse acerca de la realidad de los pueblos celtas de la aparente-
mente minuciosa y detallada descripción del geógrafo griego. De hecho aspectos tan
fundamentales para entender la estructura social y la mentalidad de una cultura como
es la repartición de los respectivos roles entre hombres y mujeres Estrabón la liquida
de un plumazo remitiendo a su carácter contrario al de los griegos y a su asumida
conformidad con el del resto de los pueblos bárbaros103. Una vez más, fuera de las
consecuencias automáticas que se derivan de su condición de bárbaros situados en un
determinado enclave geográfico, como el salvajismo propio de estos pueblos del nor-
te, concretado aquí en su costumbre de colgar las cabezas de sus enemigos104, sólo se
destacan aquellos elementos que por su exotismo y extrañeza parecen obligados a
figurar como condimento indispensable en todas estas narraciones. Reaparecen así

100
Ibid., 1.11 (batallas de Gneo Enobarbo y de Quinto Fabio Máximo); 13 (historia de los tectosages); 2.2 (los
velavios autónomos de los arvernos); 3.4 (traslado de los ubios por Agripa a la zona interior del Rhin); 3.2 (control
romano de las luchas entre eduos y secuanos).
101
Ibid., 4.2.
102
Ibid., 4.3.
103
Ibid.
104
Ibid., 4.5.

230
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

una vez más curiosas noticias como la existencia de peces enterrados, una llanura
circular con piedras extrañas que habían dado pie a todo tipo de explicaciones, una
isla en el Océano habitada por mujeres consagradas a Dioniso, un lugar en el que
unos extraños cuervos con alas de diferente color dirimen los conflictos, o un árbol
como la higuera que producía un fruto parecido al capitel corintio del que destilaba
un veneno mortal105. La lógica de los confines seguía imperando en todos los relatos
sobre el mundo celta, si tenemos en cuenta que estas singularidades proceden de las
obras de Posidonio y Artemidoro, según hace constar el propio Estrabón, quien mati-
zando algunas de estas informaciones al señalar su carácter más o menos creíble o
fabuloso no deja, sin embargo, de introducirlas en su descripción como cuestiones
que en el fondo continuaban suscitando el interés de sus lectores, que debían esperar
la presencia en una narración de esta clase. Esta manera de percibir las cosas tampoco
era ajena del todo al propio geógrafo griego, que pone también de manifiesto, bien
sea de forma esporádica pero significativa, algunos de los rasgos que identifican la
peculiaridad de estas regiones par-oceánicas, como la existencia de los pueblos más
combativos en las regiones más septentrionales y cerca del Océano, o la presencia
habitual de grandes cantidades de oro en estas regiones y el número excepcional de
sus gentes106. Manifestaciones a las que cabría añadir algunas de las alusiones ya
mencionadas como el sentido casi proverbial de la justicia de estos pueblos, su sim-
plicidad de vida que les hacía no valorar el oro, o la presencia entre ellos de los
druidas con todo su andamiaje de filosofía natural y moral, característico de las sabi-
durías bárbaras. Un tipo de elementos que entra sorprendentemente en flagrante con-
tradicción con otras caracterizaciones más frecuentes como su ansia de botín, su per-
fidia, su arrogancia o su salvajismo innato puesto de manifiesto en costumbres tan
deplorables como la de exhibir triunfales las cabezas de sus enemigos.
Después de Estrabón ya no encontramos descripciones generales del mundo
céltico, ni siquiera en el galo Trogo Pompeyo, de cuyo relato solo tenemos el torpe
resumen elaborado por Justino, que se limitaba a revivir a su manera, siguiendo segu-
ramente fuentes griegas casi contemporáneas de los acontecimientos, los momentos
cruciales de la invasión celta de Grecia y su ataque a Delfos en el 279 a.C. Su interés
preferente parece haber estado centrado en la vertiente de lección moral que ilustraba
las funestas consecuencias de la acción sacrílega de Breno en su intento de apoderar-
se de las riquezas del santuario107. El resto de las referencias existentes dentro de la
literatura clásica no hacen más que repetir, con más o menos matices, el esquema ya
establecido, parafraseando autores anteriores, como hace Amiano Marcelino con
Timágenes, o seleccionando aquellos aspectos del estereotipo tradicional que susci-

105
Ibid., 1.6 (peces enterrados y llanura pedregosa); 4.6 (isla del océano, cuervos y árbol, estos últimos atribui-
dos a Artemidoro).
106
Ibid., 4.2; 1.3 (presencia de oro en sus lagunas); 1.13; 2.1; 3.3 (oro abundante); 1.3 (historia de Luerio, rey
de los arvernos y su exhibición de oro); 1.11; 2.2; 3.3 (número extraordinario de sus gentes).
107
IUST., XXIV 6-8.

231
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

tan su interés en función del tema tratado o de las necesidades narrativas de sus res-
pectivas obras108. Los celtas habían dejado de interesar por sí mismos, si es que algu-
na vez lo hicieron, para pasar a representar plasmaciones concretas y ocasionales de
un estereotipo repetido compuesto ahora por un conjunto de referencias literarias
extraídas de textos anteriores que funcionan como un repertorio de tópicos tradicio-
nales con apariencia de realidad.
Podemos ejemplificar dicha tendencia en Apiano, cuyo interés principal no eran
precisamente las cuestiones de índole geográfica o etnográfica, como queda patente-
mente demostrado en los libros de su historia que han llegado hasta nosotros109. Su
tema preferente y casi exclusivo era la historia de la conquista romana en los diferen-
tes territorios que conformaban el imperio aportando la secuencia cronológica de la
intervención y los diferentes conflictos que originó sin más reflexiones ulteriores. De
su libro sobre la Galia no se han conservado más que unos pocos fragmentos y es
prácticamente imposible adivinar su contenido detallado, pero ha llegado hasta noso-
tros en su integridad el dedicado a la península ibérica, que demuestra sus muchas
limitaciones en este sentido. Apiano no nos ofrece, en efecto, ninguna visión general
de los celtas de la península ibérica o de los celtíberos, nombre que, como indica el
propio autor al inicio del mencionado libro, es el que se ha dado a sus habitantes tras
fusionarse con los nativos110. Escasas o inexistentes son las referencias a su forma de
vida y sus costumbres salvo algunas noticias concretas y puntuales que se desprenden
del engranaje de las acciones bélicas narradas. Estas coinciden con el estereotipo del
celta presente en otros relatos anteriores, posiblemente en las propias fuentes de las
que Apiano se sirvió para confeccionar su historia. Aparecen así costumbres como la
de retar al adversario antes del combate utilizando todos los recursos de la provoca-
ción, como sucedió al parecer en Intercatia, donde un bárbaro de gran estatura se
burlaba de los romanos que se mostraban renuentes a aceptar el desafío hasta que
Escipión decidió asumir el reto111. El resultado final del envite, favorable al romano a
pesar de la diferencia de talla, con sus correspondientes lecturas acerca de la arrogan-
cia vacua de estas gentes no recibe seguramente en Apiano el tono paradigmático y
aleccionador que asumían estos pasajes en la historiografía precedente. Las salidas
frecuentes de los numantinos durante el asedio de Numancia por Escipión responden
posiblemente a la misma táctica, a pesar de que no son agrupadas bajo esta rúbrica
por el autor112, escasamente interesado en dar pábulo a estas costumbres celtas. Tam-
poco se explaya al respecto cuando menciona determinados hechos puntuales que
encajan también perfectamente con el estereotipo tradicional establecido, como el

108
Este fue entre otros el caso de Tácito en cuya obra el bárbaro asume su papel a la hora de evocar con
nostalgia los viejos tiempos heroicos dejados atrás por el imparable ascenso de la corrupción y el vicio que ha
deparado la civilización actual.
109
GÓMEZ ESPELOSÍN, F.J. (1999/2000). Sobre el libro ‘céltico’ en particular vid. MUCCIOLI, F. (2001).
110
APP., Hisp., 2.
111
Ibid., 57.
112
Ibid., 90.

232
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

temor que los celtíberos provocaban con su griterío al rodear un campamento roma-
no, la activa participación de las mujeres en el combate con demostraciones evidentes
de su valor, la existencia de sacrificios humanos ante la pira funeraria de Viriato, o la
propensión a morir cuando su libertad se hallaba en juego arrastrando consigo a sus
seres más queridos113.
En el escueto relato de Apiano, donde los tópicos tradicionales se han convertido
ya en mera aplicación automática sin más comentarios, se localizan también algunos
atisbos de los primeros elementos que componían el estereotipo del celta, derivados de
la lógica de los confines, tales como el menosprecio del oro y la plata por parte de estas
gentes o la extrema belicosidad de los pueblos más apartados, como los brácaros, que
afectaba por igual a hombres y mujeres114. Esta imagen de los celtas de la península
ibérica revela sus conexiones evidentes con el estereotipo tradicional a través del alto
grado de coincidencia que presenta con el relato correspondiente de Estrabón, en el
libro III de su Geografía, donde se señala la austeridad natural de los montañeses o se
menciona de pasada algunas de sus costumbres equiparándolas de manera explícita con
las de los celtas como su forma de comer y beber, su extrema crueldad y falta de cordu-
ra que les incitaba a dar muerte a sus propias familias para evitar que cayeran en la
esclavitud, o se pone de relieve la valentía de sus mujeres115. Tampoco el relato de
Estrabón estaba exento de los ecos de esa lógica de los confines, a pesar de los recono-
cidos esfuerzos que había llevado a cabo en esta dirección a la hora de racionalizar las
cosas y presentarlo todo bajo la órbita romana y civilizada116. La insistencia en las
riquezas auríferas de algunas de estas zonas, la austeridad y simplicidad de sus gentes y
la ferocidad y salvajismo que comporta su situación en estas regiones tan apartadas
constituyen algunas de estas infiltraciones del viejo modelo117.
Nuestro recorrido por la imagen de los celtas que presentan las fuentes clásicas
ha dejado por el camino algunos ejemplos ilustres como el de Livio, Dionisio de
Halicarnaso, Tácito, Plinio el Viejo y varios testimonios tardíos que no comportan
excesivas novedades en la construcción del estereotipo celta en sus líneas genera-
les118. La representación de los celtas que aparece en la historiografía grecorromana,
partiendo ya seguramente de la propia acuñación del concepto, constituye una cons-
trucción ideológica compleja y variada hecha desde la distancia y la asunción cons-

113
Ibid., 54 (griterío); 71 y 72 (belicosidad de las mujeres); 75 (sacrificios humanos); 72 (voluntad de morir
matando a sus hijos ante la perspectiva de la esclavitud); 77 (los bandidos sedetanos que hunden la barca donde eran
conducidos a Roma como cautivos, actitud esta que es calificada de manera significativa de acuerdo con la tradición
como frovnhma por Apiano).
114
Ibid., 54 (desprecio de la plata y el oro); 72 (la belicosidad extrema de los brácaros).
115
STR., III 3.7 (forma de comer y beber); 17 (matanza de sus familias y valentía de sus mujeres) Sobre los
relatos de Estrabón y sus predecesores a este respecto, SALINAS DE FRÍAS, M. (1999).
116
GÓMEZ ESPELOSÍN, F.J. (1999).
117
STR., III 3.4; 13 (riqueza y abundancia de oro); 6-7 (austeridad y simplicidad); 8 (ferocidad y salvajismo
consecuencia de su situación apartada).
118
Para una visión general donde se consideran todos los autores mencionados puede recurrirse a las obras de
DUVAL, P.M. (1971); RANKIN, H.D. (1987) y TOMASCHITZ, K. (2002).

233
FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

ciente de la diferencia, dos perspectivas que interactúan poderosamente entre sí y en


conjunción no siempre armoniosa con la realidad objetiva que pretenden describir y
apropiarse. En el punto de partida existió siempre, sin duda alguna, un conjunto de
informaciones no siempre bien calibrado y medido, elaborado en su origen desde los
medios masaliotas, que estaban más interesados en difundir una imagen de su propia
andadura histórica como comunidad y de su status particular en medio de unas regio-
nes en las que los griegos eran una minoría, que en proporcionar noticias objetivas y
fiables acerca del entorno indígena en el que habitaban. La imprecisión de muchos de
los datos recogidos, las deformaciones inherentes a todo proceso de trasmisión, los
malentendidos habituales a la hora de valorar costumbres y forma de vida ajenas y la
adecuación a los canales de interpretación griegos, como el mito o su concepción del
mundo, con sus lógicas correspondientes, completaron el panorama poco esclarece-
dor de una realidad diferente en la que primaban principios y valores también dife-
rentes de los de los observadores. El proceso de conversión llevado a cabo con tantos
y tan inevitables condicionantes y limitaciones no pudo resultar completamente satis-
factorio. Sin embargo por en medio de los estereotipos se atisban a veces de manera
ocasional y nada sistemática algunos visos furtivos de una realidad ajena, sobre todo
si sabemos penetrar a través de las fisuras que todo este tipo de construcciones ideo-
lógicas comporta cuando se conoce su funcionamiento y se detectan los elementos
básicos que las configuran119. Este es en alguna medida el intento que hemos tratado
de llevar acabo a lo largo de estas páginas.
La perspectiva más distante, que ha dejado ecos de su presencia en Aristóteles y
los historiadores del siglo IV a.C., tuvo como ingredientes fundamentales un cierto
sentido del exotismo y un claro deseo de idealización de lo que parecían etapas pre-
vias y olvidadas de la propia historia. Las noticias de corte más realista no dejaron,
sin embargo, de afluir en ningún momento hasta el mundo griego, procedentes del
foco inicial y de sus múltiples y desconocidas derivaciones o de fenómenos más cer-
canos como la presencia celta en territorios limítrofes de los Balcanes que afectaban
de forma directa a Macedonia, protagonista central privilegiado y reciente del esce-
nario político griego. La traumática invasión de comienzos del siglo III a.C. introdujo
nuevas y decisivas variaciones al trasladar al terreno de la percepción directa unas
gentes que hasta entonces solo habían entrado en el horizonte griego a través de la
presencia ocasional de grupos minoritarios como los mercenarios o mediante refe-
rencias retóricas más distantes. El incremento de las informaciones, encauzado a tra-
vés del contexto bélico, en forma del tipo de armamento y de algunas costumbres
rituales estrechamente relacionadas con este comportamiento, acompañado de sus
correspondientes valoraciones retóricas y morales, se entremezcló necesariamente
con un componente mucho más subjetivo y maleable como era el temor provocado
por la invasión, que reavivó viejos temores y fantasmas del pasado en la imaginación

119
Resultan tremendamente esclarecedoras las reflexiones de SAID, E. (2002) sobre todas estas cuestiones de
percepción de una cultura ajena por otra dominante.

234
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

colectiva, como la invasión persa de principios del V a.C., y los deseos de venganza y
derogación del bárbaro que siguieron a la victoria, con toda su traducción simbólica
al lenguaje mítico e iconográfico que hacía de los dioses colaboradores imprescindi-
bles en el castigo de acciones impías y sacrílegas.
La visión romana de las cosas fue inicialmente muy diferente, desprovista de los
aspectos inocentes e idealizantes de los primeros testimonios griegos. El trauma de la
invasión de su territorio y el estado casi permanente de guerra con las tribus celtas
cisalpinas generó el estereotipo del enemigo a batir por antonomasia que había cola-
borado además activamente con los cartagineses, su rival por la hegemonía en esta
parte del mundo. A ella se sobrepuso la dinámica impuesta por la conquista y la
expansión imperial, con todo su componente de vilificación sistemática del enemigo
y su concepción providencialista que autojustificaba y legitimaba la intervención ar-
mada con las contradicciones inherentes a la valoración heroica de los combatientes
dentro de los parámetros épicos. En este largo y prolongado proceso intervinieron
además de forma activa algunos reputados especialistas griegos como Polibio,
Posidonio, Artemidoro o Estrabón, quienes incorporaron, cada uno a su manera, a
esta perspectiva de base todo el bagaje intelectual y moral de la tradición griega que
portaban necesariamente consigo y que desarrollaba su propia lógica. El resultado
final no puede ser otra cosa que un conglomerado de diferentes opciones, a veces
contradictorias entre sí, en el que se mezclan continuadamente una lógica de los con-
fines, que nunca abandonó del todo la mentalidad grecorromana con el correr de los
tiempos, inmune en cierta media al avance imparable de los conocimientos, con la
retórica habitual del bárbaro propia del pensamiento griego que resalta una serie de
tópicos tan genéricos e intemporales que resultan a veces intercambiables entre unas
culturas y otras120, y el discurso derivado de una dinámica de conquista en el que la
posición y carácter del enemigo a batir oscila siempre en función de las necesidades
propagandísticas. Al otro lado o más allá de este estereotipo quedaban los verdaderos
celtas o el conjunto de pueblos a los que griegos otorgaron dicha etiqueta
generalizadora, estableciéndose entre ellos puentes de contacto más o menos consis-
tentes que han sido luego confirmados o puestos en entredicho por el testimonio
independiente de la arqueología y de las tradiciones posteriores no siempre coinci-
dentes con la visión ofrecida por la historiografía clásica plena de lagunas y elocuen-
tes silencios121. La imagen resultante es un estereotipo casi estático y recurrente que
prescinde por completo de la dinámica propia de la historia real y presenta una ins-
tantánea fija compuesta de tópicos repetitivos y llena de sinsentidos y contradiccio-
nes, acorde con la visión griega tradicional de los otros, que no deja de producirnos la
inevitable sensación de estar escuchando siempre la misma historia.

120
Ese podría ser el caso de lo que Norden, citado en TIERNEY, J.J. (1959/60) denominó ‘etnographische
Wandermotive’.
121
Véanse al respecto las consideraciones generales recientes de CHAPMAN, M. (1992); CUNLIFFE, B. (1997);
WILLIAMS, J.H.C. (2001); y en particular de WELLS, P. (2001): 74-83 y 103-128.

235
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236
La imagen de lo céltico en la historiografía grecorromana

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FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN

240
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

UNA CONTRIBUCIÓN A LA ETNOGÉNESIS IBÉRICA


DESDE LA LITERATURA ANTIGUA: A PROPÓSITO DE
LA GEOGRAFÍA DE IBERIA Y LOS IBEROS

GONZALO CRUZ ANDREOTTI


DEPARTAMENTO DE CIENCIAS Y TÉCNICAS HISTORIOGRÁFICAS, HISTORIA ANTIGUA Y PREHISTORIA
Universidad de Málaga

Con las líneas que siguen queremos ver si las descripciones que están detrás de los
términos “Iberia” e “iberos” y que se transmiten a lo largo del tiempo ya desde Hecateo,
son útiles de cara al debate actual sobre el proceso de etnogénesis de las comunidades
hispanas. Como tal entendemos el desarrollo formativo de los pueblos ibéricos, aten-
diendo no tanto a su origen cuanto a la incidencia de componentes endógenos y
exógenos que van a ir conformando su devenir histórico. El área que abarcaremos es
el de la primitiva Iberia, es decir la costera: desde el principio los autores la distin-
guen del interior peninsular, y dicha diferenciación persiste incluso cuando su
peninsularidad es plenamente asumida. Pretendemos ir, por lo tanto, un poco más
allá de la definición de la imagen de Iberia que ya hemos hecho en otras publicacio-
nes1 , para plantear algunas posibilidades de reconstrucción histórica desde la visión
dinámica que nos transmite la escasa pero interesante documentación escrita; quere-
mos con ello poner en cuestión la más que ajada pero no menos repetida considera-
ción de que aquélla es inútil para este tipo de debates.
Hoy en día, y en el campo de la historia de las comunidades prerromanas penin-
sulares, uno de los debates más importantes –olvidados afortunadamente los plantea-
mientos difusionistas e invasiosistas2– está en la definición, delimitación territorial y
funcionalidad de las etnias o grupos poblacionales mencionados por las fuentes lite-

1
CRUZ ANDREOTTI, G. (1993): 13-31; ID. (1995): 39-75; ID.(1996): 53-64; CIPRÉS TORRES, P. & CRUZ
ANDREOTTI, G. (1998): 107-145; CRUZ ANDREOTTI, G. (2002): 153-180.
2
Éstos se concentraron, básicamente, en la cuestión céltica como uno de los pilares de la conformación de
Europa y, obviamente, de España: ver KURT, W.S. (1995): 9-48 y RUIZ ZAPATERO, G. (1993): 23-62. El mundo
ibérico también jugó su papel (a través de Costa, Schulten, Bosch-Gimpera, Pierre Paris, Bonsor, Siret, etc.): véase
recientemente el estudio de WULFF, F. (2003), especialmente págs. 199 ss. Para la continuidad de dichos paradigmas
hasta la actualidad vid. también ÁLVAREZ MARTÍ-AGUILAR, M. (2003): 189-215, además del extenso trabajo de
F. Wulff en este mismo volumen.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 241-276.

241
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

rarias y su cotejo con el “mapa” que nos proporciona la cultura material3 . Al sacar el
estudio de los pueblos hispanos del marco estrecho del “fósil guía” o de la “cultura
arqueológica” en el que se encontraba costreñido, y ampliar notoriamente las posibi-
lidades de estudio con el cotejo dialéctico entre documentación material y escrita
(que recupera así el valor de ser un recurso escaso pero cualitativamente importante),
el panorama que se nos abre a los historiadores es muy rico, aunque complejo en
tanto que vamos a trabajar con categorías y materiales diferentes.
No es menos problemático enfrentarse a los textos desde esta perspectiva, e intentar
leerlos más allá de la simple mención geográfica o étnica. Citemos algunas dificultades.
Así, por ejemplo, el carácter mediador (y en muchos casos mediatizador) del autor clási-
co; el que aún admitiendo que en muchos casos la mención de un término sería una
interpretatio casi literal del uso indígena, no podamos ir más allá en lo relativo a su papel
político, territorial o identitario4; contrariedades que se agrandan si tenemos que relacio-
nar conceptos étnicos, políticos o administrativos aparentemente distintos (como cuando
un etnónimo parece derivarse de una polis –o viceversa); o si nos vemos obligados a
delinear el territorio de las etnias y sus correspondientes (¿?) ciuitates (como aparece en
Plinio y Ptolomeo) y a renglón seguido nos planteamos si un etnónimo termina por
definir o no una estructura romana (como es el caso del conuentus asturum): ¿hasta qué
punto la etnia ha perdido cualquier funcionalidad o, por el contrario, se refuerza dándole
un papel diferente en el nuevo y original marco político-administrativo que impuso Roma?;
por no hablar de que, obviamente, ni están todas las que son ni son todas las que están:
simplificación de las fuentes, corrección de los copistas, editores, etc.5.
Añadamos dos obstáculos inherentes a la naturaleza de nuestra documentación.
El primero es que en la inmensa mayoría de los casos los historiadores y geógrafos
heredan o crean un término étnico aglutinante de grupos menores (conocidos o no);
vocablo asumido por lo que tiene de reconocible y por consiguiente ejemplificador,
de manera que constituye un obstáculo objetivo para cualquier estudio etnogenético
que quiera ir a lo concreto. El segundo es que para nuestro territorio la documenta-

3
Un comienzo de estos cambios –que podemos definir como copernicanos para el mundo de la arqueología–
se empezó a dar con un Congreso publicado finalmente en la revista Complutum, nos. 2-3 (ALMAGRO GORBEA, M.
& RUIZ ZAPATERO, G. [1992]) y con el Coloquio sobre Fronteras dentro de los simposios sobre Arqueología
Espacial que se celebran en Teruel (entre el 14 y 16 de septiembre de 1989 y publicado como IIIer Coloquio Interna-
cional de Arqueología Espacial. Fronteras, [1993]). La perspectiva etnogenética que presidió ambas reuniones –
frente a la habitual esencialista- fue un auténtico revulsivo (destaca, desde nuestro punto de vista, la aportación de
PEREIRA, G. [1992]: 35-44). Para una breve pero útil introducción al “antes” y “ahora” de la investigación y sus
consecuencias analíticas véase recientemente GÓMEZ FRAILE, J.Mª. (2001): especialmente 69-73; para un replan-
teamiento del uso de las fuentes arqueológicas desde una perspectiva etnogenétiva véase BURILLO, F. (1998): 14 ss.
y recientemente MOLINOS, M. & ZIFFERERO, A. (2002), especialmente el trabajo de M. Tosi en págs. 7 ss. Un
buen estado de la cuestión de la arqueología ibérica, al menos en lo que al Alto Guadalquivir se refiere –y que ha sido
modelo explicativo desde la aparición del libro de RUIZ, A. & MOLINOS, M (1993)–, en AGUAYO DE HOYOS, P.
& ADROHER AUROUX, A.M. (2002): 7-33.
4
Dificultades casi insolubles cuando la documentación es demasiado escueta (como, por ejemplo, la conser-
vada a través de Esteban de Bizancio).
5
Para un planteamiento muy crítico sobre las posibilidades de reconstruir los territorios étnicos a partir de
dos fuentes tan fundamentales como Plinio y Ptolomeo ver GÓMEZ FRAILE, J.Mª. (2001): 73-87.

242
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

ción escrita no es muy extensa y explícita, incluso cuando ésta abunda más, es decir
con la narración de la conquista. De todos es sabido que la relación etnia y territorio,
entendida por los griegos y romanos como profundamente histórica, puede ser re-
construida mejor no ya en la propia Hélade o Italia (lo que parece evidente), sino
sobre todo en aquellos espacios de colonización y conquista de importante presencia
y gran perdurabilidad. Desgraciadamente este no es el caso de nuestra Península Ibé-
rica, antes y después de la romanización, y ello condiciona la cantidad y la cualidad
de nuestras fuentes.
En este contexto, hoy por hoy abierto, pretendemos contribuir con una panorámi-
ca general de la Iberia que perciben los historiadores y geógrafos antiguos, que en
muchos casos está mitificada y estereotipada, pero de la que también afloran datos
interesantes sobre la articulación geo-política de sus comunidades, sobre todo cuando
entran en contacto con Roma. Se trataría, por consiguiente, no sólo de estudiar las
fuentes en su marco historiográfico, sino también verlas en el discurrir diacrónico, de
manera que nos puedan ser útiles para analizar los diferentes procesos formativos que
en paralelo se desarrollan en la Península Ibérica. Obviamente, no podemos detenernos
en cada uno de los grupos étnicos que se adscriben actualmente a la denominada “área
ibera”, pero si logramos definirla geográfica y funcionalmente posiblemente contribu-
yamos a entender mejor las unidades menores que la componen, descargándola de la
etnicidad con la que habitualmente se ven y dándole un contenido más político.
Y todo esto partiendo de una evidencia irrefutable, tanto arqueológica como
históricamente hablando: con la presencia cartaginesa y sobre todo romana las po-
blaciones nos son mejor conocidas y, posiblemente, estén más articuladas interna-
mente; inicialmente para hacer frente a una agresión externa tanto indirecta como
directa, pero después resultado de un proceso más largo. Por el contrario, la reali-
dad anterior no sólo está peor documentada sino que también se encuentra en una
situación formativa inacabada y por ello más difícil de definir, también en lo que
respecta a la geografía, la etnografía y la historia. De ahí la división en dos partes
de nuestro trabajo.

1. Los precedentes: una Iberia en construcción


La naturaleza de la geografía mítica sobre Occidente

Antes de la plena incorporación del extremo occidente en los circuitos históri-


co-políticos mediterráneos con el choque romano-cartaginés, la información que se
tenía de Iberia estaba bastante dispersa en distintos géneros literarios y confusa entre
los ámbitos míticos y reales. Pueblos que vienen y van; mitos que se localizan en las
costas hispanas; ethne, poleis o reinos que, con etimología helena, intentaban ser
fijados y caracterizados con una topografía más o menos precisa. Una documenta-
ción, en suma, bastante fragmentaria, resultado no sólo de la situación histórica limi-
nar de la Península, sino sobre todo porque procede en buena medida de un ambiente

243
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

marinero, básicamente oral, y que cubre con tintes fantásticos los nuevos y no muy
frecuentados territorios6.
Si se la analiza con detenimiento, dicha información carece de la linealidad y la
homogeneidad históricas necesaria que presupuso Schulten en sus conocidas Fontes
y Tartessos, y que le llevó a construir una serie de hipótesis sobre tartesios e iberos a
todas luces carentes de sentido y fundamentación, mezclando géneros diversos y da-
tos de distinta cronología y procedencia como si de un puzzle o una tela de araña se
tratara7. Si no queremos caer en la tentación de occidentalizar topográficamente los
textos hesiódicos y homéricos8, prácticamente sólo tenemos algunas asociaciones
evemerizantes de Heracles con Gades, el Estrecho y Tartesos, la llegada de los focenses
o la referencia a algunas etnias de la zona; poca cosa en comparación con la evidencia
arqueológica de la presencia helena en las costas hispanas9. Aparente aporía se justi-
fica, en última instancia, porque una cosa es el mundo del comercio y otra el de la
literatura o la historia; este último tiene –por así decirlo– su frontera en tierras italo-
sicilianas, donde si va germinando una “historiografía” propia. Bien diferente es la
persistencia en el tiempo de una “topografía religiosa costera” de origen marinero, y
que termina por dejar huella en la literatura dado su marcado carácter tradicional10.
Su continuidad e importancia explicaría, por ejemplo, la arcaicidad de un poeta tar-
dío como Avieno11.
Por otro lado, la “heracleización” mítica del occidente es un fenómeno que no
afecta exclusivamente a Iberia, como bien ha quedado claro en los trabajos de C.
Bonnet y C. Jourdain–Annequin12. Al calor del desarrollo en paralelo de la coloniza-
ción griega y fenicia –como se infiere de Heródoto cuando habla del Heracles heleno
y del gaditano13, este mundo antaño homérico e indiferenciado, dominio de Océano,
Atlas y los Titales, las Gorgonas y las Hespérides, circular y cercado14, se va integran-

6
Cf. para la impronta marinera de la documentación geográfica a PRONTERA, F. (1990): 55-82. Para un
análisis del conjunto de la evolución de la visión del extremo occidente desde época arcaica hasta la Iberia estraboniana
vid. ID. (1999): 17-29 (= [2003]: 87-101).
7
Me remito a mis trabajos sobre el autor alemán, en especial (1987): 227-240 y a los sucesivos aportes de F.
Wulff.
8
Para los límites de la geografía mítica de cara a reconstruir los orígenes de geografía arcaica, que se sustenta
en otras fuentes y posee distintos objetivos, pueden verse trabajos de F. Prontera y E. A. Ramos Jurado en este mismo
volumen.
9
Loable, en este sentido, es el esfuerzo de cuadrar los datos de la arqueología con la tradición heroica por
parte de ANTONELLI, L. (1997) -vid. nuestra reseña en Geographia Antiqua, 6 (1997): 192-194-.
10
FERNÁNDEZ NIETO, F.J. (1992): 129-145, especialmente págs. 140 ss.
11
Sigo aquí las sugerencias de ALVAR, J. (1995): 21-37, con los matices de GONZÁLEZ PONCE, F.J. (1993):
45-60. Para este autor véase la monografía de ID. (1995).
12
(1988) y (1989) respectivamente.
13
HDT., IV 8 (vid. nuestro [1991]: 266-74 y en extenso [1991]: 155-166). Para estos temas cf. los trabajos de
JOURDAIN-ANNEQUIN, C. (1982): 227-82 y PICCALUGA, G. (1974): 111-132. Cf. las aportaciones de la Dra.
Giovannelli-Jouanna y del Dr. Ramos Jurado en este mismo volumen.
14
Para el universo limitado arcaico y el papel del Océano vid. JANNI, P. (1988): 23-40. En general, para la
imagen arcaica del mundo son fundamentales los trabajos de BALLABRIGA, A. (1986) y ROMM, J. (1992). En el
caso hispano véase GÓMEZ ESPELOSÍN, F.J., PÉREZ LARGACHA, A. & VALLEJO GIRVÉS, M. (1995), y
nuestra tesis doctoral para los primeros momentos (1991).

244
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

do en las lecturas civilizadoras del héroe argivo, ordenador y limitador de espacios


(como la fijación de las conocidas Columnas, de lo que se hace eco Píndaro), destruc-
tor de monstruos terroríficos asociados a lo subterráneo (como el mismo Gerión), y
helenizador de etnias o reyes (en versión tardía del mito, creador de la estirpe ibera).
No es casual que toda esta topografía mítica se fije básicamente en torno al Estrecho,
frontera palpable entre el Mar Exterior e Interior. Esta forma de entender espacios
vagamente conocidos por medio del mito es propia de una mentalidad popular y
marinera, dada a la historia fantástica, y que finalmente se recoge literariamente so-
bre todo a través de la poesía. De esta manera se entiende que existan dos “iberias”, la
de la Cólquide y la occidental –posiblemente esta última reducida inicialmente al
área del estrecho, aunque esto se discute15–, ya que son países de los extremos articu-
lados por grandes ríos e, igualmente, tierras de Heracles y Jasón (éste en algunas
versiones míticas termina pasando por el estrecho en su largo periplo por el nebuloso
arco septentrional escítico16). En este contexto, se comprende que en la poesía tem-
prana de un griego occidental como Estesícoro de Himera se asocie la lucha de Heracles
y Gerión con un espacio histórico –aunque mitificado– como el que señala el río
Tartesos17: esta referencia nada tiene que ver (ni lo pretende) con lo que ocurre en la
zona, en la que griegos y semitas comparten infraestructuras portuarias, vías de acce-
so al interior y “mercados” indígenas18. Cualquier lectura historicista desconoce la
intencionalidad del autor y la naturaleza de la fuente19.

15
Sobre la existencia inicial de una “iberia minor”, o bien limitada a la zona onubense o bien al área del Júcar
(los dos primeros iberi antes de la canonización del Ebro/Iber), vid. DOMÍNGUEZ MONEDERO, A.J. (1983): 203-
222 y JACOB, P. (1985): 19-56; ID. (1988): 187-221 respectivamente. La diferencia substancial entre ambos es que
mientras el primero considera el término como “importado” y “exclusivamente heleno”, para el segundo es una
lectura griega de un término indígena (*iber = orilla; curso de agua; de ahí iberos, o los que habitan en las orillas).
Para el debate en extenso, con más fuentes, vid. nuestro (2002): 159-163: detrás de estas iberias parciales (la onubense;
la del Júcar; la mediterránea; la del golfo de León; todo mezclado con la mítica) no hay más que el eco del proceso de
contacto –no necesariamente progresivo– de los griegos con la Península, más intenso cuando se consolida Emporion
como punto de expansión hacia el sur y el interior a partir del valle del Ebro; desde nuestro punto de vista esto es lo
realmente importante, y no sólo la cuestión originaria ¿por qué no varias iberias en función de los distintos lugares de
contacto, partiendo de un carácter importado del término?; ¿no será todo el problema mucho más fruto de un debate
en época helenística que una realidad arcaica? (vid. infra y n. 45).
16
DOMÍNGUEZ MONEDERO, A.J. (1983); Para Jasón vid. DION, R. (1977), especialmente págs. 43 ss.
17
Frag. 184 y 186 Page (vid. PAGE, D. [1973]: 138-154 y CRUZ ANDREOTTI, G. [1991]: 49-62).
18
Para el carácter diverso del comercio, en el que griegos, fenicios, púnicos e indígenas se complementan,
unas veces actuando como armadores, otras como transportistas, intermediarios o compradores, lo que implica com-
partir información, rutas, mercados y puertos, tenemos la evidencia de los plomos de Ampurias (finales del siglo VI
a.C. –SANMARTÍ, E. & SANTIAGO, R.A. [1987]: 19-127 y lám. 3; ID. [1988]: 100-102–) y Pech Maho (mediados
del siglo V a.C. –LEJEUNE, M. & POUILLOUX, J. [1988]: 526-536–), que no son más que instrucciones que el
armador da a su patrón o acuerdos de fletes entre puerto y puerto, además de la realidad arqueológica de la presencia
griega en Huelva y en Andalucía en general, hoy indiscutible (vid. CABRERA BONET, P. [1997]: 370 y ss. y GA-
RRIDO ROIZ, J.P. [1998] –y Sapanu, III-IV [1999-2000] para la arqueología onubense–; en general: ROUILLARD,
P. [1991]). Un punto de vista diferente al tradicional de la realidad económica colonial en FERNÁNDEZ NIETO, F.J.
(1992): 129-145 y (1999): 25-58, especialmente 53 ss., además del reciente trabajo en el que demuestra que
Hemeroskopeion no era una colonia o emporion sino un punto de captura del atún ([2002]: 231-55, especialmente
247-254).
19
Una síntesis en GRILLI, A. (1990): 9-26, especialmente 11-15.

245
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

Además, hemos de tener en cuenta que la forja de dicha imagen hercúlea y su


confluencia con el Melkart tirio se fortalece e intensifica literaria e iconográficamente
hablando a partir de época helenística y helenístico-romana, cuando es muy común la
ordenación, clasificación y limpieza de los mitos, teniendo como resultado la conso-
lidación de una imagen de Iberia como zona liminar o de frontera, y por tanto some-
tida a la fabulación de los extremos y a la presencia heroica; una Iberia “cualitativa”
que diría P. Janni20, que se mantendrá con más o menos intensidad pero constante a
través de la Antigüedad21 y que alimentará también el medioevo hispano, tanto árabe
como cristiano, en autores como El-Idrisi o Alfonso X el Sabio22. Un cliché atemporal,
creado a partir de esta imagen fabulosa arcaica, reutilizado constantemente con fines
poéticos, retóricos o exaltativos, y del que debemos mantener una cierta distancia si
queremos realmente sacar algo en claro de los datos de esta primera época23.

Iberia entra en la historia: Hecateo, Heródoto y Herodoro

En paralelo a este fenómeno, que no acaba aquí ni mucho menos, tenemos la


inclusión de esa Iberia minor en el espacio político, económico y geográfico medite-
rráneo. Inclusión que, desgraciadamente, podemos seguir a través de escasas referen-
cias, aunque de un valor incalculable desde el punto de vista histórico. Nos referimos
especialmente a Heródoto y Hecateo.
Formados en el ambiente de las veloces transformaciones que desde decenios se
viene viviendo en las ciudades jonias, y que pasan por un proceso de efervescencia
cultural y política en torno a la polis24, ambos autores sostienen –con intereses distintos–

20
En su magnífico trabajo de (1973): 445-500, donde desarrolla un exhaustivo repaso de la “cualidad” (y no la
“descripción” o la “cantidad”) como elemento distintivo de la geografía antigua, lo que explica la aparente contradic-
ción de la constante intromisión del mito.
21
Y en esto cumple Estrabón un papel esencial, al establecer una línea de continuidad entre el pasado mítico y
el presente romano-turdetano; no en vano conocemos las versiones arcaicas de Tartesos y otras presencias míticas,
por ejemplo, a través de su Geografía (vid. CRUZ ANDREOTTI, G. [1993]: especialmente 15-20). No descartamos
el hecho –ya apuntado por el fallecido F. Gascó –(1994): 211-239– de que a la par las elites indígenas de estirpe
púnica o ibera helenizaran su pasado tras las guerras civiles y en época augustea (para Gascó los responsables de las
“transferencias míticas” que recoge el geógrafo de Amasia serían las oligarquías itálicas hispanizadas del siglo I
a.C.). Frente a la imagen temprana y extremadamente helenizante del Heracleion de Gades que nos transmitió A.
García y Bellido, en un brillante y extenso trabajo ([1963]: 70-153), hoy en día se ve la compleja historia de la
iconografía monetal y escultórica del Santuario más como un lento esfuerzo ecleptizante de adaptación de la tradi-
ción fenicia al modelo tebano hasta bien entrado el imperio (OLMOS, R. [1998]: 517-29).
22
ESTÉVEZ SOLÁ, J.A. (1990): 139-152; ID. (1993): 207-217, y su aportación en este mismo volumen.
23
Pionera en este análisis, aunque discutible algunas conclusiones, fue la obra de DION, R. (1977), que hace
un repaso del curso de los mitos homéricos y hercúleos a través del tiempo y de su “uso político”. Vid. igualmente
PRONTERA, F. (1993): 387-397 (=[2003]: 11-26).
24
DÍAZ-TEJERA, A. (1993): 365-71; para un planteamiento también crítico con la división convencional del
paso del mithos al logos y del verso a la prosa vid. A. Stadter en este mismo libro; para el nacimiento de la historiografía
como un acto intelectual voluntario de alejamiento de la tradición, lo que implica toda una gesta de elaboración
literaria nueva vid. el trabajo de J.Mª. Candau Morón, F.J. González Ponce y A. Chávez en este mismo volumen.

246
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

una lectura del pasado que conlleva también la definición de un marco geográfico ecu-
ménico nuevo, e incluyendo aquél que las naves fenicias y griegas están recorriendo
desde hace siglos. Las circunstancias de una Hélade que, con la colonización y el con-
flicto con el persa, sale –por así decirlo– de su propio ámbito, no sólo geográfico, sino
también político y cultural, son favorables para potenciar todo ello. Con todo, ni uno ni
otro escapan a esa percepción cualitativa del espacio de la que nos habla Janni, en la que
uno de los principios básicos es la oposición centro / periferia: recuérdese, por ejemplo, la
ecúmene circular de Hecateo (vid. Fig. 1) de la que se mofa el de Halicarnaso por inde-
mostrable25, pero también véase la descripción de Libia de Heródoto, cuya parte extrema
se presenta con una alteridad geográfica y etnográfica propias de la periferia26.
De Hecateo conservamos muy fragmentariamente una Genealogía y una
Periégesis, de las que se sigue discutiendo si son o no una misma obra. Una pervivencia
fragmentaria y, además, muy tardía a través del enciclopedista Esteban de Bizancio,
con todos los problemas de transmisión que conlleva y con la duda razonable de que

Fig. 1. Recreación de la ecúmene de Hecateo (según BUNBURY, E.H. [1979]: 148)

efectivamente corresponda de manera fidedigna al autor jonio27. De todas maneras,


lo que parece claro es que significan un ajuste espacio-temporal de las genealogías
míticas y heroicas respondiendo a las nuevas necesidades legitimadoras de las oligar-
quías poliadas, así como un esfuerzo de sistematización y abstracción de una ecúmene
más amplia y mejor conocida. En este sentido, la ordenación de los viejos mitos
heroicos, su ubicación en unos marcos temporales y territoriales más verosímiles y la

25
HDT., II 23; IV 8.2; 36.2.
26
HDT., IV 168 ss.
27
CIPRÉS TORRES, P. & CRUZ ANDREOTTI, G. (1998): 118-22 y n. 23.

247
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

descripción de una realidad geográfica más amplia van de la mano. Como se ha afir-
mado recientemente “Hecateo no es ni plenamente un ‘filósofo’, ni un ‘historiador’,
ni un ‘geógrafo’, ni un ‘antropólogo’, etc., porque ha sabido distanciarse de un mun-
do donde la indagación cultural se encuentra dividida en compartimentos estancos,
durante mucho tiempo incomunicados”28.

Como sabemos, la verdadera “revolución historiográfica” herodotea radica en


la articulación y subordinación de un sinfín de relatos en torno a la Guerra contra el
Medo, el conflicto militar más grande jamás contado (una segunda epopeya bélica
tras Troya). En torno a aquélla tenemos una serie de desarrollos de corte etnográfico
y etnográfico que vienen a contextualizar el relato central, a alimentar la curiosidad
del lector o a completar la autoimagen del griego en torno a una geografía y una
etnografía del “otro”, y no sólo construida a partir de la exaltación de los valores políti-
cos triunfantes sobre lo que representa el Persa29. Para esto último tiene que releer el
mapa hecataico, y cotejarlo, revisarlo y criticarlo a partir de la abundante información
oral recabada en ambiente jonio o ateniense y/o de origen persa30, terminando por otor-

Fig. 2. Recreación de la ecúmene herodotea (según BUNBURY, E.H. [1879]: 172)

28
VOCCIA, E. (1999): 12.
29
Además de la conocida y todavía útil obra de MYRES, J.L. (1953) [1999] queremos destacar en lo referido
a Heródoto y al tema que nos ocupa la siguiente bibliografía: HARTOG, F. (1991); BIRASCHI, A.Mª. (1989); y
recientemente: ROMM, J. (1999) y THOMAS, R. (2000). Añadir los trabajos a él dedicados en el presente volumen,
particularmente los de J.Mª. Candau, F.J. González Ponce & A. Chávez y Philip A. Stadter.
30
MYRES, J.L. (1896): 605-631 (también vid. ID. (1953) [1999]: 32-59) y los matices de PRONTERA, F.
(1998): 78-87 (=en [2003]: 67 ss.); más específicamente: ID. (2001): 127-136.

248
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

gar carácter histórico a lo que en muchos casos es pura anécdota, recuerdo tradicional o
fábula cargada de reminiscencias míticas y religiosas (vid. Fig. 2).
Iberia es ya con ellos una realidad definida, aunque obviamente limitada a la
costa y estereotipada en algunos aspectos31. Hecateo32 enmarca a distintas poleis y
ethne, en el área costera mediterránea; hay que decir que distingue claramente –y en
una secuencia anterior y correlativa– tartesios, elbecios y mastienos de iberos, con
las Columnas como frontera entre tartesios y el resto33; Iberia es, así, una “parte de la
costa” comenzando por un ethnos mastieno, que continua al territorio tartésico.
Herodoro34 , por el contrario, y casi un siglo después, unifica el conjunto de pueblos
dentro de un “genos ibérico” hasta el Ródano, término lo suficientemente genérico
(“comunidad”; “grupo de afines”) como para no presumírsele ninguna adscripción
étnica precisa. Heródoto, en cambio, y a caballo entre ambos, sigue diferenciando
claramente Tartesos de Iberia35 , previsiblemente siguiendo el principio geográfico de
que son territorios articulados por diferentes corrientes fluviales: el río Tartesos y el
Iber (¿Júcar? ¿Ebro?). Planteamiento este último que continuarán Éforo36, Pseudo
Escimno37, el mismo Asclepíades38 e incluso Avieno en algunos pasajes39. No así
Pseudo Escilax40 y parte de la tradición geográfica posterior, en la que Tartesos des-
aparece como territorio independiente, siguiendo la estela de Herodoro41.

31
El retrato de Argantonio como rey longevo y hospitalario recuerda mucho a esa idea de que las comunidades
periféricas únicamente pueden estar regidas por una “monarquía paternalista”, frente a la madurez individual de la
sociedad helena (cf. GÓMEZ ESPELOSÍN, F.J. [1993]: 151-162).
32
Frgs. 44 a 52 Jacoby:
- Sikavnh: povli" jIbhriva", wJ" jEkatai'o" Eujrwvphi.
- Krabasiva: povli" jIbhrvrwn. jEkatai'o" Eujrwvphi.
- [Esdhte": e[qno" jIbhrikovn. jEkatai¿o" Eujrwvphi.
- ”Uoy: povli" ejn jIbhrivai cerronnhvsou. jEkatai'o" Eujrwvphi.
«meta de; ”Uoy povli", meta; de; Lesuro;" potamov"».
- jIlarauga'tai: oiJ [Ibhre". jEkatai'o" Eujrwvphi: «kai; jIlaraugavth" potamov"».
- Mivsghte": e[qno" cbhvrwn. jEkatai'o" Eujrwvphi.
- Kromuvousa: nhso" Ibhriva". jEkatai'o" Eujrwvphi.
- Mhvlousa: nh'so" kata; jIbhriva". jEkatai'o" Eujrwvphi.
33
Frgs. 38-43. Todo ello suponiendo que Esteban de Bizancio haya respetado el orden periplético del autor, lo
que es mucho suponer.
34
Frg. 2a Jacoby:
«To; de; jIbhriko;n gevno" touto, o{per fhmi; oijkei'n ta; paravlia tou' diavplou, diwvristai ojnovmasin en
gevno" ejovn kata; fu'la. Prw'ton me;n oiJejpi; toi'" ejscavtoi" oijkou'nte" ta; pro;" dusmevwn Kuvnhte" ojnomavzontai,
ajp j keivnwn de; h[dh pro;" borevan ijovnti Glh'te", meta; de; Tarthvsioi, meta; de; jElbusivnioi, meta; de; Mastihnoiv,
meta; de; Kalpianoiv, e[peita de; h[dh oJ JRodanov"».
35
HDT., I 163.
36
En Scym. 196.
37
Orb. Desc. vv. 198-200 Müller.
38
Según anota Estrabón (III 4.19 –cit. infra n. 42–).
39
Ora. vv. 249-53; Des. vv. 477-82.
40
Per. 2 y 3 Müller.
41
En extenso en nuestro CIPRÉS TORRES, P. & CRUZ ANDREOTTI, G. (1998). Aprovechamos para mati-
zar una afirmación que hemos hecho recientemente sobre el genos ibérico de Hecateo-Herodoro ([2002]: 163): en
ningún momento Hecateo habla de Iberia como “genos” como decíamos en ese texto. Todo el conjunto de fuentes en
PÉREZ VILATELA, L. (1993): 29-44, especialmente págs. 33-41.

249
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

Estas diferencias vienen a corroborar el carácter histórico de un término que,


indistintamente de su origen, va cambiando con las circunstancias, como ya expuso
Estrabón en su conclusión sobre los distintos nombres de la Península42: mientras
que en Hecateo la realidad territorial peninsular costera está más fragmentada entre
ethne y poleis, con Heródoto –y en el contexto de la colonización focense– única-
mente existen dos entidades con suficiente personalidad: Tartesos e Iberia; para
Herodoro, por el contrario, esta última posee mayor relieve alcanzando el Ródano,
posiblemente porque su información bascula más al noreste, en torno al eje
Emporion-Masalia. En todo caso, se puede observar que entre el VI y IV a.C. Iberia
o Tartesos son términos exclusivamente geográficos que viene a aglutinar situacio-
nes étnico-políticas cambiantes en el occidente mediterráneo y el área del Estre-
cho43 (puesto que a los celtas ya los ubicó Heródoto en el extremo atlántico44), y
con una delimitación geográfica que depende posiblemente de las distintas expe-
riencias coloniales de las que se parte: la que genera el conocimiento del mundo
tartésico, y la de la zona levantina o del ámbito emporitano y masaliota en torno al
Golfo de León. Como Estrabón deja claro en el texto citado más arriba, una de las
identificaciones más antiguas incluye la costa gala del Ródano hasta el territorio
Ligur (también Escilax, 3). Quizás pueda defenderse que ésta constituye la primera
Iberia en paralelo al descubrimiento de Tartesos, por ser la más directamente impli-
cada con la experiencia colonial extremo occidental, lo que a su vez explicaría el
aparente anacronismo del origen ibérico de los sículos45.

42
Merece la pena recordarlo: “Así pues, como dijimos, algunos afirman que este país [Celtiberia] se divide en
cuatro partes, mientras que otros dicen que en cinco. Pero es imposible en este caso dar razón de ello con exactitud
debido a las transformaciones y la oscuridad de los lugares. Pues en los lugares famosos y célebres son conocidas
tanto las migraciones como la distribución del territorio, así como los cambios de nombre y cualquier cosa de este
tipo, por ser tratada por muchos autores y principalmente por los griegos, que son los más prolijos de todos. Pero
sobre todas las regiones bárbaras, apartadas, pequeñas y subdivididas, las noticias que hay no son ni seguras ni
abundantes, porque en todo lo que queda alejado de los griegos aumenta el desconocimiento. Los historiadores
romanos imitan a los griegos, pero no llevan muy lejos su imitación, pues lo que dicen lo traducen de los griegos sin
aportar de sí una gran avidez de conocimientos, de forma que, cada vez que hay un vacío de información por parte de
aquellos, no es mucho lo que completan los otros, y ocurre esto especialmente en la cuestión de los nombres más
conocidos, que son griegos en su mayoría. Por ejemplo: toda la región de más allá del Ródano y del istmo configura-
do por los golfos galáticos fue denominada Iberia por los autores antiguos, y en cambio los contemporáneos le
señalan como límite el Pirene y dicen que Iberia e Hispania son sinónimos; otros daban ese nombre de Hispania sólo
a la región de más acá del Íber. Y otros aún anteriores llamaron a estos mismos igletes, que no ocupaban un gran
territorio, según dice Asclepíades de Mirlea. Los romanos por su parte, llamando indistintamente Iberia o Hispania a
todo el territorio, dieron a una parte la denominación de Citerior y a la otra la de Ulterior; pero a veces se sirven de
otra división, adaptando su política a las circunstancias” (STR., III 4.19) (Trad. de Mª José Meana. ed. Gredos,
Madrid, 1992).
43
Partiendo del mito ¿qué no es sino el Tartesos de Estesícoro?
44
HDT., II 33.3 y IV 49.3.
45
PÉREZ VILATELA, L. (1993) añade que el primitivo *iber sería el Ródano (y con ello coincide con JACOB
[1985] en el origen endógeno del término), lo que se entendería a partir del papel excepcional de Marsella en toda la
zona. La vieja idea de un origen ibero de los sículos es la que estaría detrás de los únicos tópicos de belicosidad
ibérica para estas fechas tempranas conservados en Tucídides (VI 90.3: los iberos macimwtavtou") y Aristóteles
(Polit. 7.1324b: e[qno" polemikovn).

250
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

Para la exacta comprensión del problema, y antes de sacar algunas conclusio-


nes, debemos incidir en una serie de condicionantes propios de la literatura geográfi-
ca desde sus orígenes. En primer lugar, la mencionada vocación generalista, a la que
se subordinan los marcos regionales: de ahí la dificultad de la tradición geográfica de
asumir las modificaciones particulares derivadas de los cambios en las circunstancias
históricas y, en consecuencia, la persistencia de algunos términos que vienen de si-
tuaciones anteriores; y, en segundo lugar, la inclinación a ordenar y simplificar la
descripción de las tierras –y más si están alejadas–, primándose los espacios homogé-
neos a partir de accidentes geográficos perceptibles (ríos; montañas –con la costa
como eje del que se parte–), o denominaciones conocidas, trasvasables y fácilmente
reconocibles, antes que exponer espacios fragmentados o demasiado pequeños46: en
nuestro caso está claro puesto que Iberia o Tartesos se delimitan a partir de inflexiones
en el recorrido marítimo (el más evidente es el de las Columnas, pero también el
Cabo de Tortosa en la desembocadura del Ebro, el Cabo de la Nao o el de Palos) y se
articulan en torno a ríos (el Guadalquivir o el Ebro, Júcar o Segura respectivamente).
Para ponerlo más difícil, y como ha apuntado F. Prontera47, las posibles realida-
des territoriales que puedan esconder los cambios de identidades étnicas y geográfi-
cas de menor o mayor rango en ambiente colonial e indígena, se puede rastrear más
fácilmente cuando tenemos detrás un enfrentamiento bélico, donde las fuentes de
carácter político-militar son más precisas. Este no es, desgraciadamente, el caso que
nos ocupa, de tal manera que no tenemos constancia de que las primeras identifica-
ciones territoriales del término Iberia respondan a movimientos bruscos de frontera
durante o después de una conquista. Los contextos coloniales son, por ello, más difu-
sos y menos precisos, máxime en los límites de la expansión ultramarina.
Con todo, podemos tener ante nosotros una situación muy sugerente, aunque
todavía hipotética. Parece claro que Hecateo y Herodoro siguen la misma línea. Re-
cogidos ambos por el epitomista bizantino, reconocen una serie de poleis, ethne o
tribus siguiendo un esquema descriptivo claramente periplético; a partir de ellos pue-
de observarse que en más de un siglo Iberia termina por abarcar todo el territorio
costero que antes se repartía con Tartesos, desde el área del Estrecho hasta la desem-
bocadura del Ródano. Todo ello con las reservas apuntadas sobre la transmisión tar-
día y las que puedan inferirse de que se trata en ambos casos de unos comentarios a
las hazañas occidentales de Heracles.
En Heródoto, en cambio, sí observamos un cambio más substancial, al incluir
sus noticias ibéricas en dos relatos más historizantes: el referido a Colaios48 y el de la

46
PRONTERA, F. (1999): 147-166, especialmente págs. 157-60 (=[2003]: 103 ss.).
47
Ibid. El caso itálico, mucho mejor documentado, es claro: el nombre de Italia va ampliando o reduciendo su
campo de aplicación (y entrando en conflicto con otros) en virtud de las distintas circunstancias coloniales y autóctonas,
hasta identificarse bien entrado el dominio romano con la totalidad peninsular (ID. [1998]: 5-14 (=[2003]: 47-64).
48
HDT., IV 152.

251
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

colonización focense49 . En este último caso, y a diferencia del aire realmente sor-
prendente del viaje del primero50 , si parece que estamos ante una posible ruta septen-
trional que termina en Tartesos: el mar Adriático, Tirrenia e Iberia. Dejando a un lado
la imagen ideal de las relaciones exclusivas de los focenses con Argantonio, rey de
Tartesos, que vienen a explicar de manera verosímil el rápido amurallamiento de
Focea gracias a la ayuda de aquél en el contexto de la presión persa sobre la ciudad y
la batalla de Alalia, aquí se están mezclando datos sobre rutas comerciales, acuerdos
entre partes basados en la philía y ciertos tópicos repetidos sobre los límites, como la
longevidad de Argantonio o la riqueza del lugar. Para lo que nos ocupa, Tartesos ya
no es un emporion sino el territorio de “los tartesios”, otorgándole Heródoto una
categoría política de la que carecía anteriormente; categoría que viene dada porque se
le reconoce una forma de gobierno.
¿Cabría decir más? Es posible, aunque con la prudencia necesaria puesto que no
sabemos el alcance real de términos como “etnia”, “polis”, “tribu”, etc., aplicados a
una realidad no griega51. Parece claro que los cambios en la delimitación territorial de
Tartesos / Iberia están indicando mucho más que una confusión geográfica para ir
directamente a sugerirnos modificaciones de los espacios de interacción colonial en
el arco temporal de más de un siglo, en los que podrían reconocerse tanto colonizado-
res como indígenas. Los plomos citados de Ampurias y Pech Maho demuestran la
profunda interconexión socio-económica y política de toda esta franja mediterránea
para fechas tan tempranas, y el papel activo que cumplen las comunidades indígenas
como productores, receptores y agentes comerciales hacia el interior y a lo largo de
toda la costa; igualmente, el controvertido carácter greco-indígena de la polis
emporitana que nos transmite Estrabón y Livio52 podría tener así en este contexto –y
desde estas fechas– una explicación verosímil53.
¿Podría todo ello explicar la definición bajo el denominador común de ‘iberos’
de los pueblos de la franja mediterránea? Históricamente es posible, y la cantidad de
semejanzas culturales (dentro de las diferencias) entre las distintas ‘áreas ibéricas’ así
lo demuestra; sin que tengamos que recurrir al agente colonizador, estamos muy pro-
bablemente ante el propio proceso de etnogénesis ibérica donde colonizadores e in-

49
HDT., I 163.
50
Un viaje inesperado (impulsado por un “viento divino –qeivh/ pomph/–), directo y con la obtención de una
riqueza sorprendente (“obtuvieron de su cargamento mayores ganancias que ninguno de los griegos de quienes ten-
gamos noticias ciertas, excepto únicamente Sóstrato de Egina, hijo de Laodamante, porque con él no hay quien pueda
competir” –trad. de C. Schrader, Ed. Gredos–); cf. GÓMEZ ESPELOSÍN, F.J., (1993): 151-162.
51
Ya J. de Hoz en un breve pero magistral trabajo ([1989]: 25-46).
52
STR., III 8 y LIV., XXXIV 9.
53
Un análisis parecido se puede intuir del trabajo de PÉREZ VILATELA, L. (1993): 41-44, por otro lado muy
útil y erudito; el autor no llega tan lejos y, sobre todo, insiste en la cuestión del origen “primitivo” tanto geográfico
como cronológico del término, en polémica con Domínguez Monedero, lo que a nosotros nos parece secundario.
Además olvida, en paralelo al proceso expansivo que describe, la importancia de la información transmitida por los
fenicios, la coexistencia de ambas colonizaciones y, en consecuencia, el papel de aquellos como posibles informantes
y conformantes de –por ejemplo– otra entidad geo-política como es Tartesos o la misma ibérica.

252
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

dígenas interactúan mutuamente. En paralelo a la entrada “en crisis” del mundo tartésico,
una nuevas realidad histórica –en este caso la ibérica– avanza rápidamente hacia la cons-
trucción de estructuras socio-políticas complejas firmemente conectadas con la realidad
mediterránea; más allá de apreciaciones indigenistas o etnicistas pensamos que está la
posibilidad de una Iberia surgida al calor de la formación de una sociedad mixta54 .

2. Los Iberos y la construcción de una identidad histórica

A pesar del avance que supuso la navegación de Píteas por el Atlántico55 –y


cuyos resultados recoge Eratóstenes, aunque desgraciadamente conservado muy
fragmentariamente–, las campañas de Alejandro y la conformación de los reinos
helenísticos elevan a primer plano el interés político, la indagación científica y la
curiosidad popular hacia las vastas regiones orientales. El occidente mediterráneo, al
menos a ojos griegos y durante los siglos IV y parte del III a.C., sigue ocupando un
lugar secundario. Así se entienden las correcciones posteriores de un Polibio o un

Fig. 3. La parrilla de meridianos y paralelos de Eratóstenes (según AUJAC, G. [2001]: pág.81)

54
Recientemente: CABRERA, P., OLMOS, R. & SANMARTÍ, E. (1994); CABRERA, P. & SÁNCHEZ, C.
(2000).
55
BIANCHETTI, S. (1998).

253
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

Estrabón a la esfrágide occidental eratosténica56 (vid. Fig. 3). Será la expansión bárcida
y la conquista romana de su suelo la que, por el contrario, meta a Iberia definitiva-
mente dentro de dinámica histórica que se sucede en el Occidente mediterráneo y, en
consecuencia, la integre definitivamente en el discurso historiográfico y geográfico.
Y en ello el personaje fundamental será Polibio.
Tenemos precedentes importantes en Éforo y Timeo los cuales, en sendas Histo-
rias universales, y con el telón de fondo de la emergencia de Roma, incluyen a Iberia
en sus excursos geográficos e históricos, aunque –en lo que a Occidente se refiere– el
foco de atención se centra en torno a Italia y Sicilia57. La naturaleza de sus noticias,
en muchos casos anecdóticas y de carácter pseudo-mítico o paradoxográfico, en las
que prima la exégesis erudita y polémica, nos confirma lo dicho. No obstante, sin
éstos no se puede entender la labor de Polibio: ellos introducen a Roma y Cartago
dentro de los esquemas evolutivos de la Historia Universal helena e, indirectamente,
también a la Península Ibérica. Sólo desde esta perspectiva se explican las feroces
críticas polibianas al método de Timeo58.

Polibio

Pero para nuestro tema, el cambio cualitativo se dará con Polibio, que escribe
una historia universal en la que pretende describir y explicar el surgimiento de Roma
como potencia militar occidental, primero, y mediterránea, después59. La prueba de
fuego de la voluntad imperial romana vendrá con la Segunda Guerra Púnica, con la
expulsión de los púnicos de Iberia y la derrota de Aníbal en Italia y, obviamente, en
este contexto la Península adquiere un protagonismo central. Por ello, el
megalopolitano construye una historia esencialmente político-militar, donde los nue-
vos lugares únicamente pueden ser realmente conocidos y descritos en la medida que
son conquistados o escenarios de conquistas. El mismo Polibio es taxativo cuando
afirma categóricamente un antes y un después de él mismo (y de Roma) en lo que a la
idea de Occidente se refiere:

Así pues, la investigación exacta sobre los lugares mencionados, en los


tiempos pasados era no ya difícil sino casi imposible. Por tanto, si los escrito-
res han omitido algo o han cometido algún error, no merecen ser reprendidos.
Por el contrario, es de justicia elogiarlos y admirarlos por cuanto conocieron
y por haber hecho progresar, en tales circunstancias, este tipo de estudio so-

56
Cf., por ejemplo, STR., II 4 ss.
57
Para los fragmentos occidentales de Éforo vid. DOPP, E. (1900); para los hispanos de Timeo vid. GEFFCKEN,
J. (1892): 150-59. Cf. nuestro análisis en (1998): 130-37 y (2002): 163-4.
58
Para su trascendencia en este sentido ya MOMIGLIANO, A. en (1984): 195-225 (=RSI, LXXI.4 [1959]:
529-556) y (1984): 265-286 (=ASNP, serie III, XII.2 [1982]: 533-560). Vid. recientemente VATTUONE, R. (2002):
177-232, especialmente 184-212.

254
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

bre estos temas. Pero en nuestros días, debido al imperio de Alejandro en Asia
y al dominio de los romanos de las restantes partes del mundo, casi todo el
orbe ha llegado a ser navegable o transitable. Asimismo, por el hecho de que
los hombres de acción se encuentran desligados de las ambiciones militares y
políticas, éstos han logrado, por este motivo, las mayores oportunidades para
inquirir con curiosidad e interesarse por estos temas. Por ello deberíamos
conocer mejor y con mayor exactitud lo que antes se ignoraba. Y esto es lo
que precisamente nosotros en persona intentaremos hacer, cuando encontre-
mos en nuestra historia un lugar apropiado para esta materia. Será mi deseo,
en consecuencia, instruir de la forma más plena a los que se preocupan y
tienen interés por estos conocimientos. En atención a ello, sobre todo, hemos
soportado los peligros y fatigas que nos acaecieron en un viaje por Libia,
Iberia y, también, por la Galia y el mar que circunda estos países por el lado
exterior. Y todo con el propósito de rectificar la ignorancia de nuestros prede-
cesores en estas cuestiones y, asimismo, dar a conocer a los helenos estas
partes del mundo habitado (...) [y refiriéndose al interior peninsular]. La par-
te que se extiende a lo largo del Mar Exterior, llamado también el Gran Mar,
no tiene aún una denominación común porque ha sido explorada recientemente;
está habitada en su totalidad por tribus bárbaras muy numerosas, de las que
daremos razón en una sección posterior (III 59; 37.11)60.

Hoy en día se admite, a pesar del énfasis puesto en su momento por Pédech y, en
menor medida, por Walbank61, que con Polibio no asistimos a un avance ni cualitati-
vo ni cuantitativo respecto a los logros del mapa de Eratóstenes y sus continuadores,
a pesar de los previsibles cambios que se están produciendo para el conocimiento del
occidente mediterráneo con la expansión romana. De sus Historias cabe inferir algu-
nas substanciosas modificaciones parciales de la delineación de algunas regiones del
mediterráneo occidental y central (vid. Fig. 4), pero el mapa resultante es más una
suma de partes modificadas que un todo homogéneo62. Polibio no es ni pretende ser
un “geógrafo matemático”; su preocupación será fundamentalmente topográfica y
corográfica: presentar sintéticamente y sin florituras el dibujo de las nuevas y viejas
tierras por donde pisan los ejércitos romanos y cartagineses63 . Como ha afirmado F.

59
FERRARY, J.-L. (1988): 265-72.
60
Trad. Alberto Díaz Tejera. Madrid: CSIC, 1989. Si no se indica lo contrario, las referencias a partir de ahora
serán de Polibio.
61
En trabajos por otro lado imprescindibles: PÉDECH, P. (1956): 3-24 (y en extenso: [1964]: 515-597);
WALBANK, F.W. (1948): 155-182 (=[1972]: 116-127).
62
Vid. en extenso PRONTERA, F. (2003): 139-149, especialmente 146-147; ID. (2001): 1061-1064 y
WALBANK, F.W. (1948): 175-79.
63
Como el mismo STR. –X 3.5– pone en su boca: “pero ahora nosotros queremos describir la situación actual
de los lugares e indicar las distancias, que es lo más esencial de la ciencia geográfica”; y añade: “No creo que nadie,
razonablemente, nos pueda objetar que exigimos demasiados conocimientos en el arte de la estrategia por el hecho de
que se pidan unas nociones de astronomía y de geometría en los que aspiran al generalato. Personalmente desprecio

255
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

Prontera64, el avance real de la cartografía helenística no pasará por la Roma de Polibio


o Estrabón sino por la Tiro de Marino o la Alejandría de Ptolomeo.

Fig. 4. Esquema del mediterráneo occidental para Polibio (según PÉDECH, P. [1964]: 593)

En este sentido, y desde una clara subordinación de lo geográfico a lo históri-


co, los nuevos territorios van apareciendo a medida que entran en contacto con
Roma. Por ello es significativo que, y aún sabiendo de la peninsularidad de Iberia65,
en los primeros libros sólo reconoce como tal la banda mediterránea; el resto, “más
allá de la Celtiberia”, aún no se ha descubierto y no se le puede asignar un nombre
dado lo fragmentado del mosaico étnico que todavía no ha sido conquistado y por
tanto “nombrado” y “ordenado” por militares, historiadores y geógrafos66. Serán

sobremanera lo que se añade superfluamente a una disciplina sólo por ostentación y charlatanería, y lo mismo hago
con lo que rebasa el grado de conocimientos que en verdad se necesita; en cambio, lo que es indispensable lo tengo
en gran estima, me interesa enormemente” (PLB., IX 2.5-6); una preocupación por la claridad que reiteradamente
pone de manifiesto: “Supuestos estos puntos para la tierra en su conjunto, será congruente el que dividiendo el mundo
habitado de nuestros días conforme los mismos principios, conduzcamos a los lectores a un conocimiento sólido”
(PLB., III 37.1). Para la terminología polibiana de la geografía precisamente como una topografía y no una geografía
vid. PÉDECH, P. (1976): 5-6.
64
(2001): 1064. Vid. una síntesis reciente en nuestro (2004a): en prensa.
65
En III 37.11 se remite a libros posteriores para todo lo concerniente a lo no directamente implicado en la
narración de los hechos en curso, es decir, para la descripción geográfica y étnica de dicha peninsularidad. Polibio
está defendiendo la necesidad de un “excurso geográfico” cuando la situación histórica se lo exija, o sea cuando ya
Roma afronte el dominio del interior peninsular, de ahí la concentración de datos geográficos en el Libro XXXIV, en
el contexto de las guerras celtibéricas. De ahí a pensar –como se ha venido haciendo siguiendo a PÉDECH, P. (1964):
590 ss.– que estamos ante su geografía hay que recorrer un camino que no está nada claro; para un estado de la
cuestión vid. nuestro (2004a): en prensa y GARCÍA MORENO, L. (2002): 127-146, particularmente págs.130 ss.
66
III 37.11.

256
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

los ejércitos los que vayan marcando el avance de la geografía, lo que por otro lado
le servirá también para poner distancias con la geografía “de gabinete” hecha por
sus predecesores (en especial Timeo –en el conocido libro XII– o el mismísimo
Eratóstenes67).
Así, en los albores de la Segunda Guerra Púnica, sólo Iberia y Celtiberia tienen
una forma más precisa tanto geográfica como étnica, ampliando lo apuntado posible-
mente por Éforo (más que por Timeo)68, aunque despojado de cualquier componente
anecdótico que se desvíe de lo esencial69. A partir de la información adquirida de
fuentes púnicas de las sucesivas campañas bárcidas en el interior, y de la ruta de
Aníbal hasta Italia, Polibio modifica la delineación eratosténica de la Península ha-
ciéndola longitudinalmente más alargada en relación a la esfrágide occidental de éste.
Desde las Columnas hasta los Pirineos por la costa, y con la cordillera de la Idúbeda
como límite al interior, tenemos a Iberia propiamente dicha, mientras que la Celtiberia
se erige en un espacio intermedio entre ésta y las zonas aún ignotas70. En ausencia de
referentes geográficos claros, sus “fronteras” internas se irán moviendo en función
de encontrarse con grupos étnicos suficientemente grandes y homogéneos gracias a
los movimientos de tropas (primero púnicas y después romanas)71. En estos momen-
tos, ya es el Íber claramente el río que delinea transversalmente este territorio, en
paralelo a los Pirineos, ya que es el área nuclear sobre la que se suceden los hechos
del comienzo de la contienda72 (vid. Fig. 5).

67
XXXIV 7.6-7.
68
Vid. STR. XI 6.2; I 2.27. Para el origen colonial del término “celtiberia” y “celtíberos” cf. DOMÍNGUEZ
MONEDERO, A.J. (1983): 211; para su evolución anterior a Polibio vid. CIPRÉS, P. (1999): 128-132 y 138-39; y
hasta Estrabón cf. SALINAS, M. (1999): 191-201, especialmente págs. 194-96 para Polibio.
69
No obstante, Celtiberia y los celtíberos adquieren un protagonismo pleno (y por ello son definidos geográ-
fica y étnicamente hablando) tras la derrota cartaginesa y en los libros finales, puesto que Polibio posiblemente trató
en ellos la que se ha llamado la “Primera Guerra Celtibérica” o “Guerra de Segeda” y la campaña de Licinio Lúculo
contra los vacceos entre el 154 y el 150 a.C. (cf. III 4.12; 5.1; XXXV 1 a 4), que se exponen simultáneamente a las
campañas de los cartagineses contra Masinisa (vid. también LIV., Perioch. 48.19); tambien en esos libros es cuando
aparece Lusitania (XXXIV 8; XXXV 2.2.)
70
Delineación sucinta en III 39.6 ss.; 17.1-3.
71
Su concepto histórico de la geografía, y el desconocimiento (por ahora) de otras variables delineadoras le
obliga a usar como referentes “fronterizos” hacia el interior los espacios de control o dominio militar, lo que por otro
lado coincide con su máxima de lo “que no se ha conquistado no de conoce” (cf. III 33.8-10 para los límites de la
‘expansión’ anibálica).
72
Desde la perspectiva de la geografía estratégica los accidentes geográficos destacados son vitales de cara a
las discusiones diplomáticas, y de eso era buen conocedor Polibio –y en varias partes de su obra lo demuestra–, lo que
nos induce a pensar que no existía para él ningún tipo de confusión al respecto sobre la ubicación del Ebro y su
condición de frontera: parece obvio que éste sea límite dada su antigua significación como corriente fluvial (vid. su
desarrollo preciso en BELTRÁN, F. [1984]: 147-171, particularmente 158 ss.).
Como bien ha dejado claro P. MORET ([2002]: 257-276, especialmente págs. 262 ss.) precisamente Polibio es
muy minucioso en las indicaciones geográficas de los tratados, que son del todo coherentes: ¿por qué no iba a incluir
a Mastia – Tarseion en Iberia o a Sagunto al norte del Ebro, si así fuera en realidad, dado su conocimiento exacto de
la zona? No hay en ninguna imprecisión geográfica ni en el segundo tratado ni en el del Ebro firmado con Asdrúbal.
Si consideramos este último (II 13.7; III 27.9-10; 29 ss.) como un añadido más en el 226 a.C. al tratado de Lutacio –
en las dos redacciones del 241 a.C. (I 62.7-9; 63.1-3; III 27.1-9) y de su ampliación en el 238-37 a.C. tras la Guerra
Líbica (III 27.7)–, es decir una nueva vuelta de tuerca de Roma a los cartagineses pensando en Massalia –incluso sin

257
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

Fig. 5. La Iberia polibiana (según MORET, P. [2004]) 73

Acabada la contienda, en el contexto de la consolidación de la presencia romana


en la Península y cuando se generalizan los conflictos con los indígenas de dentro y
de fuera de la zona recién conquistada, la Celtiberia y los celtíberos empiezan a ocu-
par un primer plano, como después lo harán la Lusitania y los lusitanos, pudiéndose
establecer tres grandes regiones correlativas y sucesivas (como encadenados están en

que la presión bárcida fuera palpable por estas fechas–, no hay problemas de obviar en el del Ebro la protección sobre
Sagunto, ya protegida desde antes (III 30.1 ss.), aunque estuviera al sur del citado río; cuando se firma el Tratado del
Ebro es el río –no la ciudad de Sagunto– la precisión geográfica necesaria para Roma-Massalia, si tenemos en cuenta
que estaba en juego la hegemonía romana sobre los mares y las islas del occidente mediterráneo ya desde finales de la
Primera Guerra Púnica, como bien sabía Polibio (vid. el detallado estudio de DÍAZ TEJERA, A. [1996]; cf. MORET, P.
art.cit. supra). Dada su importancia militar y política esta topografía geográfica será, precisamente, uno de los logros de
Polibio: vid., por ejemplo, la importancia del Tauro en el debate entre Antíoco y Roma a la hora de pactar su rendición
en el 190-189 a.C. (XXI 14 y ss.). El debate sobre a qué Ebro se referirá el Tratado con Asdrúbal será introducido a
posteriori por la propia historiografía romana y la moderna (en extenso SÁNCHEZ GONZÁLEZ, L., [2000]).
73
La delineación de la costa a partir de los distintos puntos costeros entre las Columnas y los Pirineos le lleva
a modificar la medida aportada por Eratóstenes, y comúnmente aceptada, en casi 2000 estadios: de 6000 pasa a casi
8000 (III 39; XXXIV 7); los Pirineos siguen siendo la frontera de esta península occidental «ubicada sobre las
Columnas de Heracles», donde Tajo es el río que la cruza transversalmente y que sirve para señalar su longitud,
calculando su recorrido total en línea recta desde su desembocadura hasta los Pirineos en unos 9000 estadios aproxi-
madamente (X 39.8; 40.11-12). Éste también era un dato conocido y puesto de relieve por Píteas-Eratóstenes. Tenien-

258
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

el proceso de conquista): Iberia, Celtiberia y Lusitania, que van siendo definidas a


medida que se van enfrentando con Roma74. En paralelo, van apareciendo también
otros enclaves menores, como la propia Turdetania75.
Observamos, por tanto, que un profundo carácter histórico está detrás de la con-
figuración de los espacios que son, ante todo, espacios políticos, en tanto que territo-
rios conquistados y consolidados partir de realidades supra-étnicas. Lo más impor-
tante, a nuestro modo de ver, es que se van construyendo como acción-reacción a la
presión bárcida y romana, elaborándose un diseño geográfico final en el que tanto
tiene que decir la presión exterior como la capacidad de resistencia-sumisión de las
comunidades peninsulares. Así se entienden tanto los cambios en la extensión de la
propia Iberia como en la aparición de realidades nuevas como Turdetania. Ahora, en
plena búsqueda de fronteras seguras con la expansión hacia la Meseta, las zonas
desconocidas se trasladan prácticamente al extremo septentrión, dentro de la proyec-
ción de la península de Este a Oeste; ésta ya está surcada por los “nuevos ríos” (Tajo;
Guadiana; Betis) ahora sí citados, que modelan el interior y le dan su forma peninsu-
lar alargada y la insertan definitivamente en la figura del Mediterráneo occidental,
con Italia como centro (vid. Figs. 4 y 5).
Su percepción de las poblaciones peninsulares sigue el mismo principio. Obvia-
mente, tenemos más información para el área ibérica que para los acontecimientos
posteriores, dado que la guerra anibálica se ha transmitido mucho más completa.
Para los habitantes de esta primera Iberia establece una doble acepción entre “iberos
en general” (o habitantes de la Iberia peninsular que luchan a sueldo para uno u otro
bando) e “iberos de la franja mediterránea”, y dentro de éstos entre los iberos como

do en cuenta que para él el trayecto entre las Columnas y los Pirineos era mayor del estipulado por Eratóstenes, el
alargamiento longitudinal del Tajo era inevitable. Si a ello le sumamos la distancia entre las Columnas y el Cabo
Sagrado –1000 estadios aproximadamente– el resultado es una imagen alargada de Iberia prácticamente con un eje
longitudinal de NE a SO, con el Cabo Sagrado como extremo más occidental (a diferencia de lo estipulado por
Píteas-Eratóstenes que lo consideran el Cabo de la Roca), los Pirineos de norte a sur, y tres grandes cabos como
promontorios más sobresalientes: las Columnas, el cabo Sagrado y el de la Roca, en la desembocadura del Tajo.
Posiblemente, el trazo septentrional sería de mayor longitud que la estipulada por Eratóstenes (6000 estadios). Lati-
tudes parciales se deducen, además, de las distancias de 900 estadios entre otros dos ríos: el Anas y el Betis, que
también atraviesan longitudinalmente el interior peninsular (XXXIV 9.12). Paradójicamente, mientras que el Ebro
tiene históricamente un papel esencial, no es así cuando se trata de delinear el interior peninsular: en ningún momento
se nos dice su longitud, posiblemente porque significa un eje de ruptura en relación al alargamiento generalizado de
la península. Completa el cuadro la referencia a las escasas montañas interiores –la Oróspeda y la Idúbeda– que
sirven como límites para enmarcar todo el interior peninsular nucleado en torno a la Celtiberia y la Lusitania (desa-
rrollado en CRUZ ANDREOTTI, G. [2004b]: en prensa).
74
Vid. XXXV 1-4. Aunque se aleja de nuestro tema, sólo en este contexto ha de entenderse el dato de las
distintas partes de la Celtiberia que recoge Estrabón (III 4.12 y 13) y la pertenencia de unos u otros a la misma.
Estrabón se haría eco de Polibio para una Celtiberia –la de comienzo de la conquista romana del interior– “más
extensa” llegando hasta túrdulos o turdetanos (III 17.2; XXXIV 9.3; 12) frente a la del presente (la de Estrabón
comprendería inequívocamente los territorios de Numantia, Pallantia, Segóbriga, Bílbilis y Segeda, y los ethne de
arévacos y lusones, a los que Polibio añadiría Segesama e Intercatia, y a los ethne de belos y titos -XXXIV 9.13;
XXXV 2-); vid. CIPRÉS, P. [1993]: especialmente ns. 114 y 115, pág. 287 y EAD. (1999): 144 ss. para la herencia
polibiana de Estrabón.
75
XXXIV 9.1-3.

259
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

tales y las unidades étnicas que los componen: una precisión que no habíamos encon-
trado hasta ahora, posiblemente porque no era necesario76. Mientras que a los que
combaten como mercenarios se les aplica en general el estereotipo de bárbaro al uso
sin entrar en más consideraciones77, a los segundos se les reconocen no sólo las virtu-
des militares características (fidelidad y lealtad a sus jefes; bravura individual; parti-
culares formas de lucha), sino también –lo que nos parece más interesante– se preci-
san sus formas de organización en torno a la familia, la ciudad y la etnia, que interactúan
de manera complementaria conformando lo ibérico.
Por lo general, y como ha sido observado con exactitud recientemente78, en su
descripción de la barbarie Polibio no responde siempre a un esquema arquetípico. Es
cierto que –como es habitual– se acoge a la lengua, las costumbres sociales y religio-
sas, la organización política, el lugar de habitación o la forma de lucha para definirla,
pero no lo es menos que también tiene un interés especial en concretarla y matizarla a
través del análisis de cada grupo, estableciendo distinciones entre ellos de acuerdo a las
características generales79. Esta “historización de la barbarie”, como la hemos explica-
do en otro lugar80, marca distancias con la etnografía helenística al uso, y es una conse-
cuencia más de que su praxis como historiador está por encima de cualquier aprioris-
mo, lo que tiene unos resultados interesantes en lo que a nuestro tema se refiere.
Así, entre los iberos es capaz de reconocer una estructura social de acuerdo a
una realidad compleja. Para inferirlo no tenemos la precisión en detalles de los keltoi
galos, y debemos deducirlo de unas páginas que son básicamente de contenido mili-
tar. No caben, pues, generalizaciones aplicables a todo el ‘área ibérica’ –puesto que
se extiende básicamente lo que hoy por hoy entendemos como zona ilergete– como

76
La descripción pormenorizada de los distintos ethne que hace en III 33, a partir de la consulta de documen-
tación epigráfica –III 33.18–, es muy elocuente.
77
A diferencia –significativamente– de los mercenarios de origen griego (vid. PELEGRÍN CAMPO, J. [2000]:
61-77).
78
Estamos usando el magnífico trabajo de GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Mª.C. (2004), a la que agradecemos la
amabilidad de dejarnos consultarlo.
79
Se podrían poner numerosos ejemplos, pero el caso del excurso etnográfico de la Galia y los galos de la
Cisalpina es paradigmático, puesto que dado el peligro que significan para Roma se detiene en ellos (II 16 y ss): una
primera lectura nos podría llevar a pensar que Polibio concentra en ellos todos los rasgos negativos que son tradicio-
nales en la barbarie, sobre todo a la hora de hacer la guerra (lucha individual, valor, fiereza, tendencia a romper los
pactos, etc.). Pero cabría hacer algunas matizaciones: antes que nada establece que por encima del origen común los
define el lugar donde se encuentran en el presente: galos de un lado u otro de las montañas (II 15.8); entre ellos,
además, existen similitudes a partir de las relaciones de sungenéia (II 19.1), pero también diferencias, por ejemplo,
en la lengua (entre los kéltoi y los vénetos –II 17.5-6–), un factor esencial en la caracterización de la barbarie; más
allá del estereotipo de la feritas del guerrero, podemos ver en su descripción una forma de vida perfectamente adap-
tada a las condiciones de la llanura: hábitat disperso en aldeas no fortificadas (II 17.9); práctica de la trashumancia
estacional junto con la de la agricultura, la minería y la rapiña (II 17.10 ss.): como vemos más allá de cualquier
estereotipo están las condiciones históricas del momento (en extenso: GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Mª.C. [2004]).
80
CRUZ ANDREOTTI, G. [2004b]. WALBANK, F.W. ([1948]: 178-9), ya destacó en su momento la influen-
cia hipocrática (que el mismo Polibio alude -IV 20.3-) aunque sin un énfasis determinista. Como griego que, desde la
cultura helena, tiene que aceptar lo romano entendido como ‘inferior’, también se observa en él una relativización de
la superioridad cultural en confrontación con la superioridad política: de acuerdo a su carácter pragmático, una y otra
tienen mayor importancia dependiendo de las circunstancias (vid. MARTÍNEZ LACY, J.R.F. [1991]: 83-92).

260
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

tampoco conclusiones definitivas. Por lo general, el ethnos parece responder básica-


mente al estímulo militar, y de éste nace un liderazgo reforzado por lazos de fides y
amicitia –aunque débiles y mutables81; en paralelo, la ciudad (¡no la aldea!) constitu-
ye la base organizativa y socio-económica cotidiana, y la que parece soportar el peso
económico y demográfico de un conflicto bélico generalizado, como es el caso. Es
significativo que tanto Bóstar planee y Escipión ejecute devolver a sus ciudades y sus
familias a los rehenes que Aníbal retenía en Sagunto y en Cartago Nova82; eso es
romper los lazos personales fundamentados en la identidad étnica como también re-
conocer el papel substancial de aquélla. Pero también es revelador el alto grado de
autonomía que tienen los líderes militares83 tanto a la hora de articular alianzas inter-
nas (hasta agrupar verdaderas coaliciones de populi alrededor de la fama y del pres-
tigio militar individual84) como moverse por los territorios o proponer y romper pac-
tos85 . Polibio reproduce esta realidad (que conoce muy de primera mano) sin un pre-
juicio condicionador y simplificador: en estos momentos, su descripción es bastante
poco determinista y sometida a un cliché86.
Si nos atreviésemos por tanto a aventurar algunas hipótesis, ¿podemos inferir a
partir de Polibio que estamos asistiendo a una rearticulación del mundo ibérico medi-
terráneo y sus relaciones de poder resultado de la presión cartaginesa y romana?;
¿estamos legitimados para dotar ahora a “lo ibérico” de una identidad política ade-
más de la geográfica? Está claro que los datos que nos trasmite el megalopolitano son
susceptibles de ser analizados en un lugar y un momento dados, pero no se improvisa
desde la nada un tipo de hermandad étnica o supra-étnica reforzada con lazos familia-
res, aunque virtualmente su papel fuese esencialmente militar. Las políticas de Amílcar
y Asdrúbal unos decenios antes de fortalecer su dominio personal a través de una red
clientelar87 nos indica la firmeza de los lazos inter-aristocráticos, militares y étnicos,
dentro y hacia fuera de las comunidades indígenas, hasta el punto que podemos con-
siderarlo como una de las claves para definir lo ibérico, y una explicación de su
homogeneidad cultural así como el profundo peso y poso –muchas veces

81
X 34.1; 4; 7 y 10; 35.1, etc.
82
goneuv"; gennai'o" y povlu" son los términos respectivos que usa en III 98.7; X 18.3-4.
83
Strategós -III 76.6-, basiléus -X 18.7- o dinastós –X 18.3; 34.2; 38.6– son los términos que utiliza. Para la
terminología vid. COLL I PALOMAS, N. & GARCÉS I ESTALLO, I. (1998): 442.
84
III 98.2.
85
Los ejemplos son muchos: es significativa la astucia de Escipión para ganarse el favor primero de Edecón y
su cohorte de “parientes y amigos” para así forzar la traición de Indíbil y Mandonio a los cartagineses (X 34 y ss.).
86
Contra ZECCHINI, G. ([1992]: 267-8) para quien aunque Polibio elabora la primera “tradición etnográfica
autóptica”, su imagen de lo hispano como guerrero viene a repetir un tópico ya presente en Tucídides (VI 90.3) y
Aristóteles (Polit. 7.1324b). Ciertamente, es posible que está visión “benevolente” e “imparcial” estuviese destinada
también a presentarnos un comportamiento romano, y particularmente de Escipión, obligadamente amable (por las
circunstancias) con unas poblaciones incivilizadas y útiles pero no genuinamente bárbaras y salvajes (vid.
TORREGARAY PAGOLA, E. [1998]: 38 ss.). Los adjetivos calificativos cambian cuando se le rebelan al general
romano inmediatamente después de la expulsión de los cartagineses: ahora los iberos son tachados de bárbaros
desleales, ladrones y ansiosos de botín –imagen que aparece muy clara en Livio XXVIII 32.9–.
87
II 1.5 ss.; 13.1.

261
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

infravalorado– de lo púnico88. Y Polibio capta perfectamente el más que seguro ca-


rácter homogéneo de lo ibérico más allá de lo meramente cultural, y sobre todo la
fuerza de lo étnico entendido en sentido amplio: la exigencia de la mujer de Mandonio
liberada por Escipión de que se la trate de acuerdo a su rango es un dato significativo
de lo que estamos hablando89.
Y la lógica histórica y el sentido común nos lleva a pensar que eso es posible.
Llevamos siglos de relaciones tan intensas como diversas, lo que hace comprensible
la definitiva asunción de un enunciado identitario común a ojos propios y ajenos,
máxime cuando se está ante la necesidad de unir esfuerzos militares y coordinar polí-
ticas económicas y comerciales; y, en paralelo –pero ello excede de nuestro estudio–
también se está creando una entidad político-militar como la celtibérica, que Polibio
igualmente reconoce. Con Polibio Iberia ha dejado de ser un término inventado para
erigirse en una realidad histórica posible, formada en el contexto de su irrupción en la
geo-estrategia económica y política del occidente mediterráneo.

Estrabón

Pero demos un salto en el tiempo, y lleguemos al que es considerada la fuente


más importante sobre la etnografía hispana: Estrabón. Su imagen y sus datos sobre
la geografía y los pueblos de la Península están presentes de manera directa o indi-
recta en buena parte de las elaboraciones sobre la historia prerromana peninsular,
se fundamenten o no en la documentación escrita90, ya sea para criticarlo –en un
hipercriticismo en su día necesario, hoy excesivo 91–, ya sea para trasladar
automáticamente al pasado anterior al siglo II a.C. buena parte de sus apreciacio-
nes etnográficas92. En bastantes ocasiones se suele aislar el conjunto del libro his-
pano, el tercero, del conjunto de su obra. Dicha descontextualización tiene como
consecuencia separar las informaciones y aplicarlas y explicarlas según convenien-
cia. En el caso que nos ocupa, ello ha traído consigo una imagen de la Iberia meri-
dional y costera que –siguiendo a Estrabón– sería el ejemplo del triunfo definitivo
de la romanización (entendiendo como tal la extensión de la cultura romana), ade-
más de tierra de riqueza y promisión, en clara oposición a los bárbaros del norte
recientemente conquistados93.
Evidentemente, hoy por hoy nadie niega que lo que se ha llamado romanización
no es un fenómeno ni unidireccional ni uniforme, incluso en las áreas donde la tran-

88
BENDALA, M. (1994): 59-74.
89
X 18.
90
Destaquemos tres grandes autores que han tenido un peso fundamental: BOSCH GIMPERA, P. (1932); ID.
(1974); CARO BAROJA, J. (1976); SCHULTEN, A. (1958).
91
Por ejemplo la colección de trabajos de BERMEJO, J.C. (1982 y 1986).
92
Véase, por poner un caso, el manual por excelencia sobre los Iberos: RUIZ, A. & MOLINOS, M. (1993).
93
Por ejemplo los numerosos trabajos de J.Mª. Blázquez sobre la romanización; para una lectura descriptiva
de Estrabón en este sentido véase, por ejemplo, su (1979): 11-94.

262
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

sición entre lo prerromano y lo romano se ha producido en apariencia sin demasiadas


estridencias. Las variadas condiciones de un largo y complejo proceso de conquista,
así como un modelo de implantación romano que se caracteriza más por la improvi-
sación y la respuesta inmediata que por la planificación a corto o medio plazo, son los
elementos que la explican94 . Pero ni el mismo Estrabón soporta un análisis simplista
de dicho proceso, para el que lo genuinamente romano –que se extendería como una
mancha de aceite– lo constituiría la extensión de la ciudad, de la economía urbana,
del latín, etc.: una lectura por encima del Libro III indica unas circunstancias bien
distintas que podríamos llamar “de transición” incluso dos siglos después de iniciada
la ocupación del territorio95.
Así, desde una formación básicamente estoica96 y una conciencia clara de his-
toriador (la Geografía la concibe como un complemento de sus Comentarios histó-
ricos), entiende la descripción de la ecúmene como resultado de un proceso histó-
rico continuado, en el que los espacios de barbarie y civilización –en distintos gra-
dos– van sucediéndose, concatenándose o yuxtaponiéndose hasta confluir en Roma97,
no sin tensiones o disonancias. Por ello, entender la geografía estraboniana simple-
mente alrededor de Roma o a partir de polos opuestos de barbarie y civilización es
un reduccionismo que no alcanza la complejidad de una obra explicable, sobre
todo, en el contexto de una larga tradición de geografía histórica helenística, donde

Fig. 6. La ecúmene de Estrabón (según BUNBURY, E.H. [1959]: II, 238)

94
La bibliografía sobre el tema es muy abundante. Destaquemos dos trabajos que, a pesar del tiempo transcu-
rrido y de aplicarse –básicamente– a una zona de Iberia, siguen siendo metodológicamente ejemplares y de actuali-
dad: PEREIRA G. (1984): 271-287; (1988): 245-258.
95
Vid. nuestro (1996): 53-64.
96
AUJAC, G. (1983): 17-29.
97
BIRASCHI, A.Mª. (1998): 1079-1097 y EAD. & MADDOLI, G. (1994): 181-210, especialmente 188 ss.

263
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

el “espacio del presente” está constantemente condicionado por el pasado, que


pervive a través de aquél98 .
Es en este contexto donde halla explicación el Libro III: su Iberia es la de sus fuentes
(directas o indirectas), pero también la de la obligada aproximación crítica a las mismas
aplicando criterios de armonía, lógica y verosimilitud en ausencia de autopsia99; es según
lo dicho una Iberia a veces atemporal, en unas ocasiones romana y en otras bárbara o
en transición. Es una Iberia, también, que se presenta totalmente articulada
cartográficamente, siguiendo el esquema conocido de la geografía griega: la costa es
la línea que marca el dibujo exterior del mapa, mientras que las cadenas montañosas
y los ríos más sobresalientes vertebran los espacios internos, en un dibujo resultante
–tal como se aprecia en el mapa; vid. Fig. 7– que sigue los guiones propios del
esquematismo cartográfico heredado de época helenística100. Desde el ideal civiliza-
dor, las ciudades constituyen los elementos destacables del paisaje humano, y con ello
la forma de vida propia de la cultura urbana mediterránea (valle fluvial; comunicación
hacia el mar; agricultura cerealística, oleícola o vinícola; ganadería menor; comercio

Fig. 7. La Iberia de Estrabón (según GÓMEZ FRAILE, J.Mª [2001]: 44)

98
Como bien ha subrayado F. Prontera ([1999]: 25) el avance de la geografía antigua no se produce por
sustitución sino por añadidos o actualizaciones que van reflejando las distintas experiencias históricas, y eso ocurre
también con la Iberia estraboniana. Cf., del mismo autor, su síntesis (1984): 189-259.
99
TROTTA, F. (1999): 81-99.
100
Una análisis de todo ello en nuestros trabajos citados en n. 1.

264
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

portuario; industria pesquera, metalúrgica o cerámica); la capacidad de comunicación y


comercio constiyuyen una de las claves de su progreso101, además de su propia historia:
no es igual para un territorio dado el haber estado ligado a procesos civilizadores como
el colonial fenicio-greco (que por primera vez se presenta unido sin problemas), que el
haber permanecido aislado de cualquier foco cultural; aquí la incidencia de Roma es
directamente proporcional a su incomunicación: si sobre la Turdetania Roma lo único
que hace es fortalecer lo que ya existía, a los pueblos de la meseta y los septentrionales
los saca del aislamiento y la individualidad. Sin duda, Estrabón elabora para la Penínsu-
la –como para todo el mundo conocido– una verdadera historia interna: es esencial-
mente una Iberia histórica, en la que se unen pasado mítico, lejano, reciente e inmedia-
to, con sus geografías y etnografías correspondientes, diferenciadas pero también con-
fundidas102 . El conocido texto de los distintos nombres que Iberia ha tenido a través del
tiempo es un indicio muy clarificador de su planteamiento histórico-geográfico donde
lo procesual y lo analítico prima antes que lo descriptivo103.
Aplicándolo a su secuencia narrativa, establece por lo general una gradación
civilización / barbarie de la costa al interior, en la que tendríamos sucesivamente a
turdetanos, iberos, celtíberos, lusitanos y, finalmente, el conjunto de pueblos septen-
trionales (galaicos, astures y cántabros hasta los vascones y el Pirineo), todos ellos
existentes o que han existido en un momento o lugar dados104; y respondiendo a su
vez a un esquema geográfico en el que se va pasando desde una Iberia con un clima y
una condición oro-hidrográfica favorable para el desarrollo dela cultura, a una situa-
ción adversa a medida que nos vamos adentrarnos al interior. Este esquema, lejos de
funcionar de una manera automática, está marcado por la predisposición (pronoia) de
las comunidades y su propia evolución histórica105; de hecho Estrabón lo organiza
todo en torno a grandes unidades etno-culturales aglutinantes106, que son el resultado

101
Siguiendo el modelo producción / comunicación / exportación sin cuestionar las carencias ni los desequilibrios
del sistema, es decir según un esquema idílico y estereotipado de reserva de excedentes y posibilidades fiscales (que
también aplica en Italia: vid. FORABOSCHI, D. (1988): 178-189, especialmente 180-85). Nos remitimos a PLÁCI-
DO, D. (1987-1988): 243-256 y MONTERO BARRIENTOS, D. (1995-96): 311-330.
102
Este carácter “diacrónico” y a la vez “intemporal” de la Iberia estraboniana, que es el toque que aporta el
propio Estrabón a unas fuentes que se extienden desde el siglo II a.C. e incluso antes, ya lo apuntó como conclusión
–aunque sin aclarar el por qué ni corresponderse con el resto del texto– en el por otra parte pionero trabajo de
DOMÍNGUEZ MONEDERO, A.J. (1984): 201-218, especialmente págs. 212-213. En un trabajo posterior destaca
este mismo autor que la Geografía, y en concreto el contenido histórico de la misma, está totalmente enfocada a
destacar como Roma constituye el final feliz de un proceso de potenciación de las condiciones naturales de Iberia y
de sus gentes: ID. (1987): 177-183, especialmente 180-82.
103
Cit. n. 42.
104
THOLLARD, P. (1987): passim.
105
THOMPSON, L.A. (1979): 213-230.
106
Hablando de los pueblos de la cornisa cantábrica: “Éste, como he expuesto, es el género de vida de los
montañeses, y me refiero a los que jalonan el flanco norte de Iberia: calaicos, astures y cántabros hasta llegar a los
vascones y el Pirene; pues el modo de vida de todos ellos es semejante. Pero temo dar demasiados nombres, rehuyen-
do lo fastidioso de su transcripción, a no ser que alguien le agrade oir hablar de los pleutauros, bardietas, alotrigues y
otros nombres peores y más ininteligibles que éstos” (III 3.7) (las traducciones a partir de ahora son de Mª José
Meana. ed. Gredos, Madrid, 1992) –vid. también III 3.3. cit. n. 108–; cf. con lo dicho del texto polibiano citado más

265
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

de una historia particular, alejada o cercana en el tiempo, y en la que tiene para algu-
nos casos una incidencia especial la acción romana, como hemos dicho107.
Considerando el marco general que brevemente hemos apuntado, esto es muy
evidente por ejemplo en los pueblos de la cornisa cantábrica. En razón de su reciente
ocupación, se infiere una todavía muy embrionaria presencia romana así como un mun-
do indígena en fase inicial de adaptación y por tanto muy desarticulado para las necesi-
dades del conquistador; pero, a pesar de lo reciente de la conquista, las cosas cambian
tan vertiginosamente que esas unidades étnicas –en apariencia indígenas– sólo son
operativas en tanto que en el contexto de la implantación romana que las usa a conve-
niencia: el caso galaico es el más evidente en el texto estraboniano108, aunque también
el celtibérico109 o el astur110. No podemos extendernos aquí, pero precisamente la fuerte
carga de historicidad de su geografía y un conocimiento muy cercano a los acaecido en
las guerras cántabro-astures da como resultado una aproximación más cercana a la
realidad histórico-etnográfica de adaptación bidireccional romano-indígena.
Para la considerada convencionalmente área ibera el análisis es más complejo.
Sobre ella no sólo está incidiendo el peso de la romanización, sino también de todo
su pasado histórico añadido, además de tener mejores y más variadas fuentes a su
disposición (Polibio; Posidonio; Artemidoro; Timóstenes; Asclepíades) con las que
nuestro autor se ve en la obligación de distanciarse. Aunque parece que ya para
Estrabón por el término ibérico se entiende “habitantes de la Península”111, y cuan-
do quiere matizarlo hace referencia a la etnia112, al hablar de los habitantes de la
costa está haciendo un continuo ejercicio de ida y vuelta pasado-presente. Reserva
las costumbres más “salvajes” y “bárbaras” para los pueblos de la cornisa cantábrica113,

arriba sobre la inutilidad de describir las zonas del interior de la Península “aún innominadas”. Las citas si no se
especifica lo contrario se refieren a Estrabón.
107
“Actualmente [refiriéndose a los pueblos del norte] padecen en menor medida esto [ferocidad y salvajismo]
gracias a la paz y la presencia de los romanos (...) pero ahora, como dije, han dejado de luchar: pues con los que aún
persistían en los bandidajes, los cántabros y sus vecinos, terminó el César Augusto...” (III 3.8).
108
Dos textos claves en los que se ve claramente que los galaicos “dan el nombre” a una zona más amplia de la
que eran originarios, evidencia palpable de un proceso de reajuste poblacional auspiciado por Roma: “... y en último
lugar los calaicos, que ocupan gran parte de la zona montañosa. Por eso, y por ser los más difíciles de vencer, al que
sometió a los lusitanos le proporcionaron ellos mismos el sobrenombre a hicieron que la mayoría de los lusitanos se
les denomine hoy calaicos” (III 3.2) “...Delimitan este país por el lado sur el Tago, por el Oeste y Norte el Océano y
por el Este los carpetanos, vetones, vacceos y calaicos como pueblos más importantes, pues los demás no son dignos
de mención por su pequeñez y oscuridad; no obstante, algunos autores, al contrario de los actuales, llaman lusitanos
también a éstos” (III 3.3). Cf. los trabajos de G. Pereira citados en n. 94.
109
“Así pues, como dijimos, algunos afirman que este país [Celtiberia] se divide en cuatro partes, mientras que
otros dicen que en cinco...” (III 4.19); vid. CIPRÉS, P. (1993): 259-289 y recientemente PELEGRÍN CAMPO, J.
(2003).
110
Cf. una magnífica síntesis en GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Mª.C. (1997).
111
En general, y salvo contadas ocasiones, no hay confusión entre Iberia y el conjunto de la Península; igual-
mente, muy pocas veces lo ibérico adquiere connotaciones propiamente étnicas y limitadas a un espacio geográfico
concreto (vid. GÓMEZ FRAILE, J.Mª. (1999): 159-187, especialmente 169-70; 173-74). Para la cartografía vid.
nuestro (2002): 176.
112
“Iberos llamados bastetanos o también bástulos” (III 1.7); “montañeses de Iberia: calaicos, astures y cántabros”
(III 3.7), etc.
113
Parágrafos 15 a 18 del capítulo 4º.

266
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

pero a las poblaciones costeras que estuvieron en contacto con los griegos las califica
de “bárbaros”, “orgullosos”, “ladrones” o “individualistas”, lo que les llevó a ser
permanentemente conquistados114; igualmente, y dentro del más convencional len-
guaje al uso, serán determinadas costumbres sociales o guerreras las que se destacan
como “extrañas” (que no salvajes): la forma de peinarse de las mujeres115 ; la consa-
gración de los guerreros a sus jefes116; la forma de lucha individual y el uso de arma-
mento ligero y el caballo117. Todo ello nos viene a recordar el cambio de imagen que
se produce en Polibio cuando, tras la expulsión de los bárcidas y los primeros proble-
mas con los indígenas, las expresiones sobre éstos cambian hacia un tono más agresi-
vo118.
Pero hay más. Habitualmente se ha interpretado la referencia a los “iberos
togados”119 como una indicación más del alto grado de civilización presente. No se ha
reparado en el hecho de que las dos menciones no se refieren a una Iberia en sentido
amplio, sino a una zona más estrecha: La Turdetania, la Celtiberia y los Iberos de uno
y otro lado del Ebro, precisamente los iberos de Polibio120. De lo dicho se puede
inferir –con todas las reservas que se quiera– que para nuestro autor los “iberos
romanizados” son aquellos que, habiendo tenido un contacto muy directo con agen-
tes colonizadores-conquistadores externos, han abandonado finalmente sus formas
habituales de vida; es decir, los pueblos que habitan en torno al Ebro y al Guadalqui-
vir –ejes de organización geográfica y étnica por excelencia desde Polibio; los demás
parecen estar instalados aún en el pasado.
Caso aparte lo constituye la Turdetania. Nombrada de pasada por Polibio, ahora
adquiere una importancia notable, hasta el punto de erigirse en paradigma de la civi-
lización y la cultura. Claramente delimitada cartográficamente en torno a la Oróspeda
y el mar, con el Anas y sobre todo el Betis como ejes vertebradores121, de una econo-
mía urbana agrícola y comercial desarrollada122, con un pasado esplendoroso en tor-
no a Tartesos123 y un presente plenamente romano124, su descripción parece contrastar

114
III 4.5; 15.
115
III 4.17.
116
III 4.18.
117
III 4.15 y 18.
118
PLB., XI 25 a 33.
119
“...Caesaraugusta en territorio celtíbero y algunos otros asentamientos, muestran a las claras la evolución de
dichas constituciones; todos los iberos que han adoptado este modo de ser son llamados togados...” (III 2.15); “los
llamados togados (...) los celtíberos y los que viven cerca del Íber a ambas orillas hasta las zonas marítimas” (III
4.20). En realidad si seguimos la edición de F. Lasserre para la CUF (n. 9, pág. 193) los iberos de III 2.15 serían
estolados; togados como tales sólo lo serían los del valle del Ebro (III 4.20). Las referencias a los supuestos “iberos
togados” las hemos tratado en extenso en CRUZ ANDREOTTI, G. (2004c).
120
No nos olvidemos que estas són áreas de incidencia especial de Emporion, primero, y Tarraco, después (III
4.7 y 8), además de Corduba.
121
III 1.6; 2.3.
122
III 2.1; 2.3 y ss.
123
III 2.11 y ss.; vid. nuestro (1993).
124
III 2.15. A esta mirada de la Turdetania habría que añadirle la de Gades en el capítulo 5, isla geográfica e
históricamente integrante de la plataforma continental (vid. nuestro [1994]: 57-85).

267
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

con el resto de la Península, adquiriendo así una identidad autónoma en torno a un


pasado histórico (articulado alrededor de la presencia fenicia, griega y el propio
Tartesos) y cultural propio (lengua, historia y leyes propias125), y un presente
romanizado (ciudades latinas y colonias romanas126). Su visión es algo más que el
resultado de la romanización; constituye el ejemplo más significativo para occidente
de la feliz conjunción entre naturaleza y cultura sin necesidad de una imposición
militar (traslados de población, sedentarización forzosa, etc.)127 .
Parecería que sobre esta imagen ciertamente idealizada –acentuada además con
la evemerización de mitos como el de los Bienaventurados, el Hades, Heracles u
Odiseo128– no ha pasado el tiempo de la historia. No obstante hay dos datos significa-
tivos. El primero es la afirmación estraboniana de que “a la región la denominan
Bética por el río y Turdetania por sus habitantes, y a los que en ella viven los llaman
turdetanos y túrdulos, que unos creen que son los mismos y otros que no son los mis-
mos, y entre estos últimos se cuenta Polibio”129: es posible que –brevemente y sin que-
rerlo– Estrabón esté recogiendo un fenómeno complejo de rearticulación étnico-territo-
rial en torno a una realidad naciente en la época polibiana (la turdetana), pero plena-
mente operativa en la relación romano-indígena en el momento de las fuentes de Estra-
bón (siglo I a.C.) o cuanto menos cuando Estrabón escribe130. Ello nos haría apuntar, de
nuevo, que la complejidad del fenómeno de la romanización no sólo está en el norte: en
el sur también parecen intervenir situaciones romano-indígenas que no pasan simple-
mente por la expansión de la ciudad romana. El segundo dato es cuando nuestro autor
afirma “éstas [gentes: los turdetanos] llegaron a estar tan completamente sometidas a
los fenicios que la mayor parte de las ciudades de la Turdetania y de los lugares cerca-
nos están hoy habitados por aquellos”131; hoy en día cobra más cuerpo la hipótesis de la
fuerte impronta púnica en el interior, lo que explicaría la rápida implantación bárcida en
las tierras meridionales de la Península132. Posiblemente, deberíamos empezar a hablar
de un tercer elemento de esa romanización del mediodía: el factor púnico. Una
romanización, por lo que se intuye todavía, bastante diferente a lo que se venía enten-
diendo, precisamente a partir de una lectura sesgada del mismo Estrabón.
¿Qué cabría concluir? Pues que su análisis –teniendo en cuenta las perspectivas
históricas de la geografía helenística–, nos abre puertas a una etnogénesis de las co-
munidades ibéricas que no termina con la conquista, sino que, por el contrario, ad-

125
III 1.6.
126
III 2.1 y 2.
127
ARCE, J. (1989): 213-222.
128
III 2.12 ss.; 4.3.
129
III 1.6; PLB., XXXIV 9.1.
130
Cf. GARCÍA MORENO, L.A., (1989): 289-294 (ahora en [2001]: 49-54). Un buen estado de la cuestión de la
equiparación semántica Tartesos-Turdetania, de la evolución historiográfica de ambos términos y de las posibilidades de
conocer una cultura arqueológica definida en FERRER ALBELDA, E. & GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. (2002): 133-151.
131
III 2.13.
132
GARCÍA MORENO, L. (1986): 195-218; (1992): 119-127 (ahora recopilados en [2001]: 67-92 y 107-122
respectivamente). También BENDALA, M. (1994): 59-74.

268
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

quiere una nueva dimensión con el proceso de pacificación. Lejos de ser el paisaje
estraboniano homogéneo e uniforme para los pueblos levantinos y meridionales, ca-
rente de contenido en lo que a los indígenas se refiere, se nos presenta un panorama
con una complejidad que la evidencia arqueológica está constatando día a día; un
cuadro por lo pronto diverso, en el que cabe reconocer, por un lado, el mundo turdetano
que aglutinaría varias etnias y previsiblemente varias realidades (¿la propiamente
indígena y la indígeno-púnica?)133 y, por otro, el mundo ibérico en estrecho contacto
con el celtibérico todavía vigentes en, al menos, el siglo I a.C.

3. Conclusiones provisionales: hacia una etnogénesis ibérica en época romana

Por todo ello, y volviendo a la pregunta inicial, ¿podemos reconocer en los autores
señalados una dinámica etnogenética para las comunidades ibéricas? Es claro que no de
las mismas características en Polibio que en Estrabón, pero es evidente que el fenómeno
observado en el megalopolitano se cierra con este último. Si con Polibio podíamos ad-
vertir una entidad –la ibérica– que tenía su sentido en el contexto bélico, parece que una
vez pacificada la zona aquélla se consolida como tal porque le es útil a Roma para
articular internamente un territorio (como también lo lusitano o lo celtibérico), y poder
encajarlo en los escasos mimbres que aporta una estructura administrativa puramente
militar, como es la de la división entre la ulterior y citerior; una realidad –la turdetana y
la ibérica– más o menos homogénea histórica y geográficamente hablando. Es en este
sentido como hay que entender la definición estraboniana del carácter de “togados” de
algunos de los iberos y celtíberos, así como la insistencia en la historia civilizada de la
Turdetania. De ahí, por ejemplo, el debate de Estrabón sobre los distintos nombres de la
península, en la que se reconocen las divisiones puramente romanas coexistiendo con las
indígenas. Es más: es muy probable que la división conventual que vemos perfectamen-
te atestiguada en Plinio no sólo provenga de una práctica político-administrativa romana
de época republicana, sino también de una realidad prerromana amoldada a aquélla, lo
que a su vez explicaría la originalidad que todos los autores han observado en la división
conventual hispana134 . Por consiguiente, la operatividad y la funcionalidad que se viene
admitiendo para las etnias septentrionales en relación a la administración romana de su
territorio, deberíamos extenderla a la totalidad de la Península: por el hecho de que en la
Iberia meridional y levantina esté más que atestiguado el desarrollo urbano, y presupon-
gamos que éste soporta el peso de la transición a lo romano, no quiere decir que las etnias
dejen de tener su función, cuando la siguen teniendo –por ejemplo– en el ámbito del
reclutamiento militar. Etnias –si se puede usar ese término– aglutinantes de realidades
menores, que efectivamente si van perdiendo consistencia y actividad.

133
FERRER ALBELDA, E. & GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. (2002): 150-151
134
DOPICO, Mª.D. (1986): 265 y ss.

269
GONZALO CRUZ ANDREOTTI

Yendo un poco más allá. Nuestros colegas arqueólogos insisten –y con razón–
en buscar los límites, la definición cultural y el alcance de las etnias llamémosles
‘menores’, posiblemente porque inconscientemente las consideran más genuinamen-
te indígenas; no es que no sea loable su empeño pero agrupaciones como la ibérica, la
lusitana o la celtibérica tienden a usarlas como simples definiciones genéricas sin
darles contenido histórico135. Nosotros proponemos, por el contrario, que hay que
verlas no únicamente como meras definiciones exógenas, útiles para el historiador
del presente, sino también como una pieza más para entender el complejo entramado
de relaciones intercomunitarias y de éstas con Roma, en un proceso como el de la
conquista y la pacificación que no responde a un esquema previo. En este sentido, y
como han observado con acierto Gerardo Pereira para el caso galaico o Mª. Cruz
González Rodríguez para el astur136, dichas identidades no son más prerromanas que
romanas o viceversa; independientemente del origen del término, alcanzan operatividad
diversa en un contexto de conflicto bélico y de administración esencialmente militar
de los territorios; una experiencia que parte de la practicada por los romanos en Italia.
Queda mucho por interpretar y queda mucho que hacer, pero desde este punto de
vista alcanzan una nueva dimensión autores como Polibio o Estrabón, o aquellos que
los retoman como Livio o Apiano.

135
Un caso aparte es el de F. Burillo (1998) o el de G. Pereira ([1992]: 35-44; [1984]: 271-287; [1988]: 245-
258). A este último he de agradecerle la sugerencia de trasladar a otras zonas peninsulares sus planteamientos sobre
Callaecia.
136
(1997).

270
Una contribución a la etnogénesis ibérica desde la literatura antigua

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276
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

THE NEW ARTEMIDORUS FRAGMENT AND THE


CARTOGRAPHY OF ANCIENT IBERIA

ROBERT C. KNAPP
DEPARTAMENT OF CLASSICS
University of California

Interest in the geography of ancient Iberia has a long history in antiquity. Within that
tradition, at about the end of the second century B.C., Artemidorus of Ephesus treated
Iberia as part of an extensive geography of the known world. A fragment of
Artemidorus’ work on papyrus has recently come to light1. Along with this text there
is a map. In what follows, I will offer background to Artemidorus’ work and then
discuss and attempt to identify the geographical content of the map.
Geographical knowledge of ancient Iberia was a gradual development. The ancient
world of the eastern Mediterranean knew of the existence of land at the far end of that
sea at least since the early first millenium B.C., when Phoenicans and perhaps others
sailed west in search of precious metals and other trade2. The voyages of the Phoenicians
would have established the basic distance between the eastern and western ends of
the Mediterranean. To their experience we owe the name “Iberia,” which probably
derives from the application of the name of one indigenous tribe to the whole land
area, much as the Oenotrii gave their name to Italy3; the name “Tarshish/Tartessos”
derives from the main physical feature of southern Iberia, the Tertis = *Thersis (i.e.,
Baetis/Guadalquivir) River4. The existence of “world maps” in the Near East at this
time makes tempting the idea of an early mapping of Iberia. But this information

1
GALLAZZI, C. & KRAMER, B. (1998).
2
The essential discussion here involves the location of Tarshish. The older basic work (SCHULTEN, A.
[1950]) has been supplanted by KOCH, M. (1984) -see especially p. 6 and 139-; ALARÇAO, J. de (1990) and the
secondary literature cited there provide a summary. ROUILLARD, P. (1991): 51-53 canvasses opinions, and vacilates
about an absolute location for Tarshish; HARRISON, R.J. (1988): 55 is wrong to dismiss the location of Tarshish in
the West. For early Phoenician presence in the West, probably by the tenth century B.C., see KOCH, M. (1984): 5.
3
STR., VI 1.4, from Antiochus of Syracuse (fifth century B.C.).
4
KOCH, M. (1984): 111-112 The Baetis/Guadalquivir is noted only by Livy as having an older name, the
Certis (LIV, XXVIII 22.1).
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
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277
ROBERT C. KNAPP

learned from Phoenician voyagers was not, so far as we know, graphically


conceptualized until much later. The early maps from the Near East, for example the
Babylonian world map5, certainly do not extend to the far west. There is, unfortunately,
no indication that Phoenicians themselves ever made or used maps, despite their
activities being a prime source for geographical, mappable information.
Building on the cosmological and cartological traditions of the Near East, it was
the Greeks of Asia Minor who first, quite literally, put Iberia on the map. Information
brought back by seafarers such as Kolaios, the Samian who voyaged to southern
Iberia to trade with Tartessos and Arganthonios, its king, were ready grist for the
researchers’ mill: Herodotus tells of the visit in the mid-seventh century B.C. and
subsequent visit of Phocaeans from the far west, a century later6. Presumably by sailing
through the Straits of Gibraltar to Gades and thus being the first Greeks to experience
the Atlantic Ocean, these Phocaeans began to learn of the more detailed geography of
the Iberian peninsula.
Data for mapping Iberia at this early date is made more problematic because the
value of Avienus as a source is so much in doubt7. Schulten in 1922 discussed Avienus
in detail, and came to believe absolutely that Avienus’ fourth century A.D. writing
reflected a coastal report of the sixth century B.C., and so our earliest geographical
knowledge about Iberia. He dismissed earlier doubters, and engaged in ad hominem
attacks on contemporary investigators8. Schulten’s legacy has been very influential in
Avienus scholarship. He was so struck by the possibility that we had a Latin translation
of a Greek original which was itself based upon lost periplous sources from the sixth
century B.C., that he came to refuse to consider seriously that it was just as likely that
Avienus was a fourth century A.D. antiquarian who fabricated from later (i.e., much
later than the sixth century B.C.) sources and from his imagination a coastal journey
of one thousand years before. Although others had expressed Schulten’s view
previously9, his forceful statement of the case that Avienus’ poem represents a true
transmission of much earlier material has fairly well carried the day10. The logic of
the argument only has to be stated, however, to cast Schulten’s position into doubt: He
supposed that Avienus used an unknown third party’s now lost work based upon a lost

5
THOMSON, J.O. (1948): 39 and pl. I.
6
HDT., IV 152 (Kolaios of Samos, mid-seventh century B.C.); I 163 (Phocaeans in the mid-sixth century
B.C.).
7
MANGAS, J. & PLÁCIDO, D. (1994) offer a good introduction to the problems of Avienus and his Ora
Maritima.
8
SCHULTEN, A. (1955). Schulten dismissed the opinion of the great German geographer/cartographer, K.
Müller, and attacked A. Berthelot as being a mere engineer and so inadequate to assessing an ancient text. But
Schulten himself vastly overestimated his ability to find early sources embedded in his Avienus text: “Die von Schulten
angenommenen vorgenommenen vorhekataiischen Quellen zur Iberischen Halbinsel sind mehrheitlich teils jünger,
teils vage und erlauben weder eine genauere Bestimmung der originalen Formulierunges noch des dahinter stehenden
ethno- und geographischen Wissens”, KOCH, M. (1984): 127. BERTHELOT, A. (1934) was right to see that Avienus
had done what he said he had done: compiled a coastal poem from a number of ancient sources (using his own
ingenuity). On balance, MURPHY, J.P. (1977): V-IX sides with Schulten.
9
SCHANZ, M. (1914): 15-16.
10
E.g. MURPHY, J.P. (1977), PERETTI, A. (1979) and RIBEIRO, J. (1985).

278
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

work of Eutimenes of Massilia which is even only mentioned a few times in ancient
sources; he supposed that Avienus was too cretanous to have been able to piece together
the coastal account for himself from various ancient sources then at his disposal, but
not so stupid as not to be able to make intelligent and interesting interpolations into
the text. In fact, the text as it now stands of Ora Maritima seems much more a mishmash
of fourth century A.D. antiquarian learning and imagination than a single ancient text
which has been added to by later hands, then translated by Avienus11. The recent work
of F.J. González Ponce has shown that we need to think of Avienus as a literary person
composing a fourth century A.D. poem based on available antiquarian material, rather
than Avienus as anything like a ‘scientific’ geographer writing in poetic form12. It is
therefore necessary to use geographical information from Avienus with the greatest
care.
The earliest certain cartographical notice of Iberia that we possess is by
Anaximander of Miletus. Eratosthenes says that in the mid-sixth century B.C., this
researcher was “the first to publish a geographical map”13. Such a map would at least
show the land shared by Tartessians, Iberians, and Ligurians (an ancient name for
natives of the western Mediterranian).
Hecataeus of Miletus (late sixth, early fifth centuries B.C.) was the next important
figure, again according to Eratosthenes as preserved by Strabo14. Besides mentioning
places in Iberia, he must have included Iberia in his world map. This world was
presumably conceived of as round ñjust the sort of shape derived from Near Eastern
prototypes and criticized by Herodotus when he wrote, “And I laugh to see how many
have ere now drawn maps of the world, not one of them showing the matter reasonably;
for they draw the world as round as if fashioned by compasses, encircled by the river
Ocean, and Asia and Europe of a like bigness”15 . Presumably, it was Hecataeus’ work
which was used by Aristomenes in the famous map episode mentioned by Herodotus16.
Herodotus (fifth century B.C.), a younger contemporary of Hecataeus, gives
enough observations about the geography of his world to allow a map to be
reconstructed; to the far west lie Pyrene and the Celts17.
Pytheas of Massilia (floruit ca. 310-306 B.C.) was a singularly daring explorer
and researcher. He was branded an outrageous liar in antiquity, but his observations

11
VILLALBA I VARNEDA, P. (1996) states this well, and GONZÁLEZ PONCE, F.J. (1995) goes into detail.
12
Ibid.
13
THOMSON, J.O. (1948): 47; DILKE, O.A. (1985): 22-23. Eratosthenes apud STR., I 1.11: “Eratosthenes
declares that the first two successors of Homer were Anaximander, a pupil and fellow-citizen of Thales, and Hecataeus
of Miletus; that Anaximander ws the first to publish a geographical map….” (trans. Jones in the Loeb Classical
Library).
14
Ibid.
15
HDT., IV 36 (trans. Godley 1921).
16
HDT., V 49.51. On Hecataeus and Spain see KOCH, M. (1984): 129-130, with citations, and THOMSON,
J.O. (1948): 98-100. For a reconstruction of the world according to Hecataeus see BUNBURY, E.H. (1883): 148.
17
For a reconstruction of the world according to Herodotus see DILKE, O.A. (1985): 58.

279
ROBERT C. KNAPP

have held up remarkably well when investigated by modern cartographers18. Especially


his observations of the lengthening day as he went north were used by the likes of
Hipparchus to construct attempts at the higher latitudes. He does not leave enough
information to reconstruct even a schematic map, but his information about far northern
shores and the western coast of Iberia was very useful and influential for later geographers.
Eratosthenes of Cyrene (ca. 285-194 B.C.) is the next great name in cartography19.
He thinks of the earth as a globe. His estimate of the earth’s circumference was the
most accurate of antiquity. He first established the principle of using a grid of latitude
and longitude to place locations on a map. The map of the known world which can be
drawn from the data provided by Strabo and others is quite impressive; that he made
a map himself is clear from Strabo as well20.
Crates of Mallus (floruit ca. 159 B.C.) also thought of the earth as a globe; Strabo
says that it would have had to have been ten feet in diameter to be large enough to have
any detail at all for the quarter where Europe lay21. The shape of the land masses given
on “reconstructions” is extremely hypothetical and not based on ancient data22.
It was Hipparchus (floruit second half of the second century B.C.) who developed
the idea that celestial data should be used preeminently to locate places on that globe23.
Whereas Eratosthenes had made use of generated data such as itinerary distances and
sailing information, Hipparchus strove to construct his grid using such data; his
criticisms of Eratosthenes turn out to be unjustified in the sense that Hipparchus
could not do any better and in some cases did worse. Reliance on astronomical data
was, besides, out of the question for ancient mapping as longitude could never be
accurately measured due to the lack of adequate timepieces; even observations to
fixed parallels were often badly off. We do not have enough data from Hipparchus to
formulate a map based upon them.
In this same period, Artemidorus worked on geography. Artemidorus is a
geographer of the Hellenistic age. Marcianus of Heraclea says he was from Ephesus,
and flourished in the 169th Olympiad (i.e., 104-100 B.C.), so in the later second and
earlier first centuries B.C. He was born, raised, and educated in Ephesus in Asia
Minor; his family was probably wealthy merchants. He performed some public duties,
such as leading a successful delegation from Ephesus to Rome. Grateful fellow citizens
set up a golden statue in his honor. He travelled widely; from the fragments we know
he visited Spain, Egypt, and Ethiopia as well as, of course Asia Minor24. He wrote a

18
THOMSON, J.O. (1948): 143-151.
19
Ibid.: 158-168; DILKE, O.A. (1985): 32-35.
20
STR., I 2.3-II 1.3 especially quotes and critiques Eratosthenes, but in the following material on Hipparchus
he also mentions Eratosthenes often. Reference to Eratosthenes’ map: II 1.1. Erathosthenes’ criticism of earlier
pinakografiva: II 1.11. Reconstruction of the world according to Eratosthenes: DILKE, O.A. (1985): 33.
21
STR., II 5.10.
22
THOMSON, J.O. (1948): 202. Reconstruction of the world according to Crates: Ibid: 203.
23
Ibid: 205-210; DILKE, O.A. (1985): 37-38.
24
For Artemidorus’ life see HAGENOW, G. (1932): 129 and further bibliography cited there, especially
STIEHLE, R. (1856).

280
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

work called either Geografouvmena or Geografiva25. Book 1 was a general introduction;


Books 2-6 treated the Mediterreanean lands from West to East; Book 7 treated Africa
outside Egypt, beginning again in the West; Books 8-11 treated Egypt and Asia26 .
Marcianus of Heraclea speaks of the work as if it were only a periplus of the
Mediterranean, but the surviving fragments indicate that he was interested other things
as well27 . While he does appear concerned above all with coasts, islands, and their
places, not so much physical features or geography writ large, he clearly also added
details about some interior areas; his work in eleven books28. Likewise, he differs
from earlier, ‘scientific’ geographers such as Eratosthenes in being rather less interested
in the theoretical aspects of geography; on the contrary, although he does not ignore
‘scientific’ questions and approaches, he focusses on the description of lands and
peoples, and intended his work to be ‘practical’29. He had visited Iberia, and knew
first-hand the eastern and southern coasts to Cape St. Vincent. Strabo uses him
extensively30.
From the fragments of Artemidorus in Strabo, it is clear that he noted distances
along the coast, physical features such as islands, coastal features and rivers, natural
phenomena such as the length of sunsets, and human features such as towns and
temples. He also comments on cultural actions such as religious and daily customs31.

But as for the Cape [Sacred Cape = St. Vincent] itself, which projects into
the sea, Artemidorus (who visited the place, as he says) likens it to a ship; and
he says that three little islands help to give it this shape, one of these islands
occupying the position of a ship’s beak, and the other two, which have fairly
good places of anchorage, occupying the position of cat-heads. But as for
Heracles, he says, there is neither a temple of his to be seen on the Cape (as
Ephorus wrongly states), nor an altar to him, or to any other god either, but only
stones in many spots, lying in groups of three or four, which in accordance with
a native custom are turned around by those who visit the place, and then, after
the pouring of a libation, are moved back again. And it is not lawful, he adds, to
offer sacrifce there, nor, at night, even to set foot on the place, because the gods,
the people say, occupy it at that time; but those who come to see the place spend
the night in a neighbouring village, and then enter the place by day, taking
water with them, for there is not water there. III 1.4.

25
Geografouvmena (fragments 2, 3, 4, etc. –STIEHLE, R. (1856) or Geografiva. (fragment 82 Stiehle).
26
See HAGENOW, G. (1932): 125. The new papyrus discussed below confirms that Book 1 was, indeed, an
introduction, with the geographic content itself beginning only with Book 2, in Iberia.
27
Ibid.: 130-140 discusses its aspect as a periplus. He summarizes the content p. 138.
28
SCHULTEN, A. (1974): 75-76; HAGENOW, G. (1932).
29
Ibid.: 131-132.
30
For Artemidorus and Spanish geography ibid.; and for a general study, STIEHLE, R. (1856). HAGENOW,
G. (1932): 4-32 nuances Strabo’s debt to Artemidorus.
31
The following passages are from Strabo; the translation is by Jones in the Loeb Classical Library.

281
ROBERT C. KNAPP

…Artemidorus says that of the sun sets a hundred times larger than usual,
and that night comes on immediately. III 1.5.

Further, Eratosthenes says that the country adjoining Calpe is called


‘Tartessis’, and that Erytheia is called ‘Blest Isle’. Eratosthenes is contradicted
by Artemidorus, who says that this is another false statement of Eratosthenes,
like his statement that the distnace from Gades to the Sacred Cape is a five days’
sail (although it is not more than 1700 stadia), and his statement that the tides
come to an end at the Sacred Cape (although tides take place round the whole
circuit of the inhabited world), and his statement that the northerly parts of
Iberia afford an easier passage to Celtica than if you sail thither by the ocean;
and, in fact, every other statement which he [Eratosthenes] has made in reliance
upon Pytheas, on account of the latter’s false pretentions. III 2.11.

…Odysseia is to be seen, and in it the temple of Athene, as has been stated


by Poseidonius, Artemidorus, and Asclepiades the Myrlean….Furthermore, in
the case of Libya, some have believed, giving heed to the merchants of Gades
(as Artemidorus has already stated),… III 4.3.

Eratosthenes says that the city [Tarraco] has also a roadstead, although,
as Artemidorus, contradicting him, has already stated, it is not particularly blessed
even with places of anchorage. III 4.7.

Artemidorus as witness to various types of female headress in Iberia III 4.17.


Circumference of Ebusus

The length of the island falls but little short of 600 stadia, and the breadth
but little short of 200 although Artemidorus has stated the length and breadth at
double these figures. III 5.1.

Although, of course, Artemidorus relied on and polemicized against earlier


geographers such as Eratosthenes, he also clearly travelled to many of the places he
wrote about. In Iberia, he witnesses to the geographical features and natural phenomena
exisiting along the southern coast of Iberia from the Straits of Gibraltar to Cape St.
Vincent, where the coastline takes a 90º turn to the north. In the full text of Artemidorus,
we would expect to find a careful description of this whole area, since he visited it
and clearly is very interested in it. The relevant passage of Strabo, unfortunately, does
not cite any source.

Thence [from Gades/Cádiz] is the waterway up the Baetis [Guadalquivir],


and the city of Ebura, and the shrine of Phosphorus, which they call ‘Lux Dubia’.
Then come the waterways up the other estuaries; and after that the Anas

282
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

[Guadiana] River, which also has two mouths, and the waterway from both
mouths into the interior. Then, finally, comes the Sacred Cape [Cape St.
Vincent]…. III 1.9.

Artemidorus gives many distances, examples of which Strabo records. According


to Bunbury, he relied more on terrestial than on sea measurements; in support of this
he notes that Artemidorus cites distances from the Ganges River in land measurements,
as well as citing miles along the road from Ephesus to the Euphrates River32. However
that may be, it is clear that Artemidorus used both land and sailing distances in his
work.
A new source for knowledge about Artemidorus’ work appeared in 1998. This is
a papyrus roll, probably found in Antaeopolis in Egypt and now in private hands in
Milan33. The anonymous owner granted permission to two scholars, Bärbel Kramer
and Claudio Gallazzi, to examine it and publish a preliminary report. However, that
owner has now withdrawn the papyrus from further study, so the report of Kramer
and Galazzi is all we have. It measures 250 cm long by 32.5 cm high; unfortunately,
the beginning and end are missing, or in fragments. One side has some sketching of
heads, body and architectural elements, and illustrated text. The other has drawings
of exotic animals, all labelled. It is clear that the papyrus was first used for literary
purposes, then for unknown reasons became ‘scratch paper’ for practice in drawing.
Most importantly, the text on the papyrus is a section of Artemidorus’ geographical
fact book, with a map illustration34. The editors assert that a papyrus like this, with
text and images interspered, is unique. The Artemidorus manuscript dates from the
first century B.C., to judge by the palaeography35; the drawings and scribbles may
date to the late first century A.D., if other documentary items found with the papyrus
are the same date as those drawings. Where the Artemidorus text was written is
unknowable. The text comes from the beginning of Book 2 of the Geography, as we
know since the text happens to be quoted by ancient authors36. It has a bombastic
introduction situating geographical description among the true pursuits of philosophical
inquiry37. The space with the map follows. Then the name of Iberia is given, followed
by its political divisions and its coast, then a more detailed description of the land,
including distances between places. The map exists in more than twenty fragments of

32
BUNBURY, E.H. (1883): 65 & n. 8 (Ganges); 67 (Ephesus to Euphrates).
33
GALLAZZI, C. & KRAMER, B. (1998); KRAMER, B. & KRAMER, J. (2000); KRAMER, B. (2001): 115-
120.
34
“Ursprünglich sollte die Rolle eine wissenschaftliche geographische Prachtausgabe werden”: GALLAZZI,
C. & KRAMER, B. (1998): 195.
35
Ibid.: 190.
36
Stephanus of Byzantium, Ethnica, s.v. ‘Iberia,’ quoting Aelius Herodianus. STIEHLE, R. (1856) gives it as
fragment 21.
37
The text of Stephanus of Byzantium and that of the papyrus are given at GALLAZZI, C. & KRAMER, B.
(1998): 196.

283
ROBERT C. KNAPP

A sketch made from the clearest elements in the


Black Sea shield map. From DILKE, O.A. (1985):
120, fig. 24.

papyrus, and although a section has been illustrated, apparently more remains
unpublished38. Given its place in the text, it is certain that the map shows some part of
Iberia. Kramer has speculated that it may show the hydrology of the peninsula, with
the lines indicating main rivers running West into the Atlantic Ocean39.
The Artemidorus fragment presents us with only the second map we possess
from classical antiquity. The other example is a painted version of the eastern and
northern coast of the Black Sea40. Discovered in 1923, it is on parchment and was a
cover for an infantryman’s shield. This must have been an army souvenir of some
sort, for it was found far from the Black Sea, at Dura Europos on the Euphrates; since
that fort was abandoned in 260 A.D., the map must date from around that time. The
map fragment measures 45 x 18 centimeters; it was perhaps 65 centimeters long in its
whole state. It is in color and records an itinerary stretching from Odessos (modern
Varna), south of the mouth of the Danube into the Black Sea, to the Crimean Staits of
Kertsch. The sea is in blue. Places on the itinerary are marked and named, both towns
and rivers. The map is illustrated with a ships and fish.
This map, while it shows that drawn representations of space existed in antiquity,
is very different from the ‘scientific’ map of Artemidorus which holds our attention
now. Likewise the only other ancient papyrus map is markedly different. This papyrus,

38
The map area, between columns III and IV of the papyrus, is described by Ibid.: 199-200.
39
KRAMER, B. (2001).
40
DILKE, O.A. (1985): 120-122. Originally published by CUMONT, F. (1925): 1-15 and pl. I.

284
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

now in Turin, shows a gold mining area, probably in Bir umm Fawakhir in the Wadi
Hammamat along the route between Coptos on the Nile and the Red Sea.

Fig. 1. The Turin Papyrus’ map of a Gold Mining Area in Egypt. (up: HARLEY, J.B. & WOODWARD, D. [1987]:
122, fig. 7.7; down: DILKE, O.A. [1985]: 15, fig. 1, from J. Ball, Egypt in the Classical Geographers, Cairo, 1942)

285
ROBERT C. KNAPP

It has a number of visual similarities to the Artemidorus papyrus, such as creasing


and mottling in the papyrus itself. It is also about the same height, 40 centimeters.
Marked are human features such as residences as well as physical features such as
hills. But it differs in significant ways as well: Most spectacularly, it has hieratic
notations of such things as where the roads portrayed are heading, and where the gold
is to be found. And, in general, the Turin map seems to be a sketch, not a ‘scientific’
map at all. It was probably designed to aid quarriers of stone for major Egyptian
construction projects along the Nile41. But the fact that we have a geographical map
on papyrus from the Ramesside period (the Nineteenth and Twentieth Dynasties, later
second millenium B.C.) and now another from the first century B.C. does give some
indication that the tradition of map drawing on papyrus was long-lived and extensive,
even though chance has not yet given us more extant examples.
It is necessary to examine closely the Artemidorus papyrus fragment to see how
much information we can glean from and about it. One of the most interesting aspects
is the evidence the papyrus gives for much earlier illustrated itineraries of the sort
reconstructed or remembered on the Tabula Peutingeriana: major edifices are drawn,
as are smaller ones which look like mansiones; previous scholarship has speculated
that antecedents of the Tabula did not go back before the second century A.D., fully
three hundred years after this Artemidorus fragment42. But what, as the publishers of
the papyrus fragment state, is the really revolutionary aspect of this map is that it is
not just an itinerary, with lines going off straight in virtual disregard of the actual
geography of the route. Rather, rivers flow in such a way that it is clear that the author
intended this to be a map reflecting the actual topography of the region, in the sense
that we understand “mapping” today: “…wir haben es mit einer echten
wissenschaftlichen Landkarte zu tun, die einen Ausschnitt aus dem geographischen
Weltbild ihrer Zeit wiedergibt”43. With this papyrus are laid to rest any doubts about
the existence of fully drawn maps to illustrate ancient geographical treatises, which is
exactly what one would expect from the frequently visual descriptions of geographical
locations as geometrical figures, animal shapes, etc.44.
What is the orientation of the map? Gallazzi and Kramer suppose that the map
has North at the top45. While today we accept without comment the orientation of
maps to the North, this is a cultural decision and not one required by any scientific
knowledge which the ancients possessed. Ancient maps from the Near East were
apparently oriented to the East. For example, the Akkadian clay tablet from Gasur

41
HARLEY, J.B. & WOODWARD, D. (1987): 121-124
42
Discussion at GALLAZZI, C. & KRAMER, B. (1998): 200 and n. 35.
43
Ibid.
44
To realize how rejective of ancient maps modern scholars can be, one has only to turn the pages of JANNI,
P. (1984), e.g., pp. 22-32 (on ancient notices of maps) or 47-48, where he trys to explain away the assimilation of
geometrical and object-shapes to geographical areas, an assimilation rather difficult to imagine being done soley in
one’s head. Artemidorus’ map eliminates their strongest argument, that from silence.
45
GALLAZZI, C. & KRAMER, B. (1998): 199; KRAMER, B. (2000): 118.

286
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

(Nuzi), dated to 2300 B.C., is oriented in this way46. Also in the Near East, in Egypt, the
Turin papyrus is oriented to the South , and we know that Egyptians thought of South in
general as at the ‘top’47. During the Roman period we have a number of artifacts which
allow us to determine orientation. The Forma Urbis Romae is not consistent in its overall
orientation, varying from 36º to 50º East of South, with an ‘average’ at about 45º East of
South48. The Black Sea map mentioned above is oriented to the West of Southwest. And
the Peutinger Table is oriented in what we would consider the ‘correct’ way, to the
North. With no standard orientation for map and map-like objects, it is necessary to
keep an open mind about the orientation of the papyrus map.

Fig. 2. The Peutinger Table superimposed on a map of Italy, showing the distortion of orientation of the Table

A first possibility is that the map is ‘flattened’ as the Peutinger Table is ‘flattened.’
That is to say, a land mass is squished from South and North, and North-South
intrusions such as the Italian or Greek peninsulas are moved into a more East-West
position to accommodate the narrowness of the map surface. Indeed, that narrowness
46
HARLEY, J.B. & WOODWARD, D. (1987): 113.
47
Ibid.: 123.
48
Ibid.: 227.

287
ROBERT C. KNAPP

may be the result of an original map on papyrus, later copied onto vellum such as
holds the extant copy. Such alteration of geographical features to fit into a narrow
space means that, for example, the Italian peninsula, naturally running about Northwest
to Southeast, now runs about 45º off, in an East-West orientation.
So if the papyrus map is oriented North, then on the analogy with the Peutinger
Table it is possible that it is showing land which actually runs at a Northwest to Southeast
angle. Another result of the compression necessary to fit features on the Peutinger ‘strip
map’ is to make physical features at the top and bottom run horizontally East-West rather
than the ‘real’ direction, North-South. This is especially marked in the case of rivers. In
applying the usages on the Peutinger map to the Artemidorus papyrus, we should be open
to an orientation which is not North-South, but ranging even toward East-West.
Another type of classical map is the illustration which accompanies the Roman
handbooks for land surveying (corpus agrimensorum). These illustrations tend to
become more elaborate as they are copied from manuscript to manuscript during the
Middle Ages, but those in the oldest manuscript, Arcerianus A, from Wolfenbüttel,
date from late antiquity itself, probably the sixth century A.D.49. While the orientation
of these sketch-maps is often related to features of the landscape such as rivers and
mountains, or to human features such as roads, the ‘ideal’ orientation seems to be
with East at the top ñan orientation which, according to Dilke, was “a practice very
common in antiquity and the Middle Ages”; Hyginus Gromaticus, one of the agri-
mensores, considers this the preferred orientation50. It is worth noting that the Gracchan
land distributions, the oldest surveyed land we can identify, are oriented toward the
East. From the example of the sketch-maps of the agrimensores, then, we would not
be surprised if the Artemidorus map were oriented with East at the top.
Considering all of these examples of orientation in other classical maps, it is
clear that we cannot be sure what the orientation of the papyrus fragment is. However,
it is reasonable to strongly consider an orientation to the East.
The Turin papyrus, the Peutinger Table and the Black Sea map all have physical
features. The map from Egypt shows mountains and a wadi, or dried river bed.
Landscape elements such as mountains, rivers, lakes, and seas appear on the Peutinger
Table. The Black Sea map shows sea and rivers. A close examination of the Artemidorus
papyrus reveals similar features.
Running horizontally across the map are squiggly lines which mark rivers. Less
clear but likely is a series of humps which represent hills, as on other ancient maps.
Finally, two squiggly lines seem to represent the shore of a wider body of water, perhaps
a river, perhaps an estuary. We would expect the river at the top of the map to be squished
to a horizonal position, even if it ran in fact more vertical to the map’s orientation.
The other extant maps also show man-made features such as roads, towns, way-
stations (mansiones), temples, and fortifications. On the papyrus map (see fig. 3 above)

49
DILKE, O.A. (1971): 128.
50
Ibid.: 86.

288
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

Fig. 3. The Artemidorus Papyrus, from GALLAZZI, C. & KRAMER, B. (1998). To the left, the papyrus as it is
preserved; to the right, an enhanced version
it is possible to identify a structure with a court yard, another which looks like a
building, and two agglomerations of marks which look like an attempt to show towns.
Another feature which is more baffling is a regular line of small squares, some solid,
some with an empty center, which run along one of the squiggly lines near the bottom
of the map. Boundary markers are an essential feature of land surveying; physical
features were often used in surveying, but also man-made stone markers were very
important51. An illustration which is strikingly similar to the image on the papyrus
appears in the 6th-7th century manuscript of the agrimensores now at Wolfenbüttel52.

Fig. 4. Illustration of unsurveyed land with markers. From DILKE, O.A. (1971): 101

51
Ibid.: 98-105.
52
ID. (1967): 14. “The small square objects on the river bank are intended to be boundary stones”.

289
ROBERT C. KNAPP

The items on the agrimensores map may be boundary markers. These markers
apparently run along a road. Of course the scale is impossible to determine. It is
also possible that these as well as the squares on the papyrus are distance markers,
milestones. While there is no ancient illustration of milestones on a map –none appears,
for example, on the Peutinger Table– these markers were extremely common, as we
know from the hundreds that survive as archaeological artifacts in museums and in
situ in the countryside. There is evidence that the Gracchans restored milestones in
Italy (PLU., CG 6.7.1), and we have the famous monument set up by P. Popilius
Laenus marking his restoration of the road from Regium to Capua, which notes that
miliarios were set up along the route (132 B.C.)53. From Polybius we also know that
Romans marked their roads in this fashion from an early time; for example, he notes
(III 39.8) that the military road from Spain to Rome was marked with milestones:

From Emporium to Narbo it is about 600 stades, and from Narbo to the
passage of the Rhone about 1600, this part of the road having now been carefully
measured by the Romans and marked with milestones at every eighth stade54.

Thus by the time Artemidorus compiled information about Iberia, he would have
had at his disposal data based upon mileages at least along major roads, and perhaps
in more minor areas as well. He might even have included markings to note the
milestones as he knew them in a given area. It seems more probable that the squares
on the papyrus represent milestones than that they represent boundary markers. While
a road along a river seems likely, it seems less likely that centuriation or other land
division would have taken place in Iberia at so early a date.
We now must turn to the question of what the map represents (See figure 3 above).
I begin with the suggestion that the lines on the lower third of the map represent the
confluence of two rivers with a town on the peninsula thus formed. The waterway formed
by the junction is larger than the two rivers creating it. The squiggly line at the bottom of
the map is a smaller river flowing into the larger; likewise, the line in about the center
which angles to the right is another river which joins the larger one at the right-hand
side of the map. The squiggly lines at the top seem to represent other rivers; we can
suspect that their direction is being squished to a left-right position because they are at
the top of the map, much as happens with the Peutinger Table’s rivers. If this is the case,
then these rivers could very well run vertical to the area portrayed, not horizonal as they
are drawn. In the center of the map are humped lines which probably are hills. The
human features which seem to be represented include a town on the peninsula created
by the joining of two rivers, another site, perhaps a temple or other feature, at the far
right, another, perhaps a structure with a courtyard, such as a mansio, at the upper left,
and, at the far upper left, a series of small marks which could represent another settlement.

53
CIL I 551 = CIL X 6950 = ILS 23.
54
Loeb translation by Paton. The notice must date from sometime before ca. 118 B.C., when Polybius died.

290
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

It is irresistable to speculate about what area this map represents. As noted above,
Gallazzi and Kramer thought that some large portion of the peninsula is illustrated,
perhaps showing rivers running West into the Atlantic. I would like to offer another
possibility. In general, we must look for an area which has two rivers joining, and a
town at the point of juncture. It seems sensible to assume that the map illustrates
some part of Iberia. It appears in the papyrus in the context of Artemidorus’
geographical discussion of that area. Artemidorus has laid out the general shape and
size of the peninsula. Let us assume that he then begins his more detailed discussion
with the most distance corner of Iberia, Cape St. Vincent. As noted above, STR., III
1.9 describes the coast from Gades to the Cape as follows:

Thence [from Gades/Cádiz] is the waterway up the Baetis [Guadalqui-


vir], and the city of Ebura, and the shrine of Phosphorus, which they call ‘Lux
Dubia.’ Then come the waterways up the other estuaries; and after that the
Anas [Guadiana] River, which also has two mouths, and the waterway from
both mouths into the interior. Then, finally, comes the Sacred Cape [Cape St.
Vincent]….

We also know that Artemidorus himself visited Cape St. Vincent (STR., III 1.4)
and so, of course, the entire coast westward from the Straits of Gibraltar.
Along this coast there is, indeed, a town located between two rivers ñthe ancient
Onoba Aestuaria, the modern Huelva. I suggest that Artemidorus’ map is a map of
this area.
Keeping in mind the discussion of map orientation above, we might suppose
that the papyrus is oriented to the East.

Fig. 5. Left: map oriented with East at the top. Right: Physical features identified

291
ROBERT C. KNAPP

Fig. 6. The area of Huelva in ancient times. From


HARRISON, R.J. (1988): 55, fig. 28

We then see the Hiberus (Río Tinto) flowing to confluence with the Urium (Río
Odiel). The joined rivers form the Ría de Huelva, in antiquity know as the Palus
Etrephaea, if material in Avenius has any factual value55. The small river to the West
would then be the Río Aljaraque56; the small river to the right, the Estero Domingo
Rubio. The hills in the middle would be the Cumbres Mayores57. As to human features,
the town between the rivers would be Onoba (Huelva). It is located at the tip of the
peninsula.
The remains of ancient Onoba and modern Huelva are now well north of the
confluence of the rivers, but in classical times, before silting had created a different
environment, the town would have been where it is located on the map58.
The identification of other elements on the map becomes even more speculative,
but nonetheless worthwhile. Taking the small squares to be milestone markers, the
distance from the confluence of the Estero Domingo Rubio and the Ría de Huelva to

55
AVIEN., Ora 244-245; cf. STR., III 5.9, where the area is not actually named. For a negative evaluation of
the geographical value of Avienus, see GONZÁLEZ PONCE, F.J. (1994). See also above.
56
BLÁZQUEZ, J.M., LUZÓN, J.M. & MATA, D. (1971). In the area, to the north, is Corrales: “Aldea en la
margen derecha del Odiel, frente a Huelva. Muy próximo al punto en que salieron los famosos bronces en el año
1922. Hay abundantes restos de ánforas romanas en la orilla. Probablemente fuera un embarcadero más en el estua-
rio” –LUZÓN, J.M. (1974): 308.
57
There are some Roman remains at nearby Cerro San Fruto: “En el cerro «San Fruto», a unos ocho kilóme-
tros al norte de Cumbres Mayores, hay indicios de una población romana. Se ven una bóveda de hormigón y algunos
muros. Allí han aparecido cornisas, ladrillos, monedas, etc.”, ibid.: 310.
58
STR., III 2.5 (Onoba); 5.5; MELA, III 5; PLIN., nat. 3.3,7; PTOL., Geog. 2.4,4; Itineraria Antoniniana
431.12; RAV., 317.15; MARC., Peripl. 2.9; TIR J-29, p. 120.

292
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

Fig. 7. Ancient and modern towns located on the


map

a structure on the banks of the Hiberus (Tinto) is about 16 Roman miles (26 km), with
perhaps some sort of structure or structures about half-way. From that structure on
the banks of the Hiberus (Tinto) to the structure to the East is about 20 miles (32 km).
I would suggest that the intermediate site is about where Moguer59 is today; the other
site is about across the Tinto from today’s San Pedro del Puerto60. At about 32 km.
from that area is modern Bonares (whose ancient name is unknown), which may be
identified with the map’s structure there61. The final element is the town (if such is
represented) at the upper northeastern corner of the map. From Onoba to Ilipla (modern
Niebla) would be about 20 miles (32 km)62. Niebla stands on the northern side of the
Tinto. We could further speculate that the line which runs along the eastern edge of
the map is the Río Tinto, bent from its correct northeasterly direction to a southern
direction by the requirements of the narrowness of the map. Putting all these
speculations together, we would have a map which showed human features representing
the area around modern Huelva.

There are undoubtedly many other suggestions that could be made about what
area Artemidorus’ map represents. But even without the identification of a specific
area, the papyrus is a marvelous addition to our knowledge about the geography of

59
TOVAR, A. (1974): 168-169 suggests the ancient site of Olontigi (MELA, 3.5 -Olintigi; PLIN., nat. 3.3,12
with manuscript readings Olontigicaeli, Alontigiceli, Alistigi, Lostigi; coins with the inscription OLONT and OLUNT).
J. Bonsor and K. Müller locate Olontigi at Moguer; there are ruins near there at Predio de las Brujas (in the direction
of Palos). TIR, J-29, p. 119 locates Olontigi on the río Guadalimar, with no mention of Tovar. Herbi = Erbi (AVIEN.,
Ora 244), if it exists at all, may also be on the eastern side of the Huelva estuary, near La Rábida, according to
Schulten (or it could be Huelva itself, according to Bonsor) (TIR, J-29, p. 89).
60
I find no evidence for Roman settlement in this area. Slightly to the north Luzón notes minor remains:
“Existen restos romanos en el cabezo de la Mina, a unos cuatro kilómetros de San Juan del Puerto”, LUZÓN, J.M.
(1974): 319; TIR, J-29, p. 157.
61
TIR, J-29, p. 45. Some mosaic remains and a cemetery in “la finca ‘El Alcornocal’”,: LUZÓN, J.M. (1974): 307.
62
For Niebla, securely identified with ancient Ilipla (Ilipula): TIR, J-29, p. 91.

293
ROBERT C. KNAPP

the classical world and, especially, about maps in those times. The Artemidorus
fragment resolves the important question of graphic representations of ancient maps
in favor of those who understand that graphic cartography, pinakografiva,+was an
important part of the classcial world63.

63
BRODERSEN, K. (2003) elaborately seeks to cast doubt the existence of just the sort of map we have now
from the Artemidorus papyrus. The papyrus helps us to re-think the current trend toward the denial of a ‘map
consciousness’ on the part of the Romans and Greeks; it is perhaps time to return to a more sensible and sensitive
view of cartography in the ancient world.

294
The New Artemidorus Fragment and the Cartography of Ancient Iberia

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296
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

CONSTRUCCIÓN HISTORIOGRÁFICA Y PROYECCIÓN


ICONOGRÁFICA DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA
DE LA HISPANIA ROMANA

ELENA TORREGARAY PAGOLA


DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS CLÁSICOS
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

En las Actas recientemente publicadas de un coloquio internacional, celebrado en


septiembre de 2001 en Cividale del Friuli (Italia), sobre el proceso de integración de
Hispania en el imperio romano1 aparecen un cierto número de contribuciones que
toman su título de conocidas citas sobre Hispania, entresacadas, a su vez, de algunos
de los autores latinos más destacados y que, además, contienen un juicio elogioso o
halagador sobre esta provincia romana. Así, incluyendo el propio título de la reunión,
Hispania terris omnibus felicior, en un rápido vistazo al índice encontramos alusio-
nes a una Hispania in omnes prouincias exemplum2 o a una Hispania pacata3. El
recurso es relativamente habitual si recordamos anteriores menciones dedicadas tam-
bién a una Hispania semper fidelis4. El empleo de todas estas citas tiene su justifica-
ción si pensamos que se trata de obras, en su mayoría, dedicadas a analizar la imagen
o la representación de Hispania y que se sirven de la incursión de estos autores en un
género, el de la alabanza de las ciudades y las provincias del imperio que tuvo un
desarrollo notable tanto en la retórica como la historiografía grecolatinas5.
Por otra parte, la abundancia de expresiones elogiosas referidas a Hispania no
tiene nada de extraño si tenemos en cuenta que, junto con Italia, las provincias hispa-
nas son de las más alabadas por los escritores latinos6, quienes, en realidad, a través
de las laudes Hispaniae buscaban recrear la laus imperii, es decir, la exaltación del
propio imperio romano. Pero, aunque, las laudes Hispaniae no hacen más que cele-

1
El coloquio fue organizado por la Fondazione Nicolo Canussio bajo el título Hispania terris omnibus felicior.
Premesse ed esiti di un processo di integrazione, Pisa, 2001.
2
ALFÖLDY, G. (2000): 183-199.
3
RODDAZ, J.M. (2000): 201-224.
4
ZECCHINI, G. (1992): 267-276.
5
PERNOT, L. (1993): 19-116; MARY, L. & SOT, M. (2001): 6-9.
6
CITRONI, M. (2002): 300.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 297-326.

297
ELENA TORREGARAY PAGOLA

brar el proceso de integración de dicho territorio occidental dentro de la estructura


imperial romana, al observar su producción desde una perspectiva cronológica, com-
probamos que esa colección de alabanzas nos proporciona una destacada informa-
ción sobre los diferentes estados de opinión o percepciones por los que pasó la repre-
sentación de Hispania a lo largo de las sucesivas etapas de la retórica e historiografía
latinas. Es de destacar, además, que, en nuestra opinión, la mayoría de estos elogios
remiten a una representación fundamentalmente política de Hispania, política en el
sentido de cuál es la forma y el valor de esa integración en la estructura del imperio
romano7. Por lo tanto, en la medida en que estas laudes debían ofrecer a sus lectores
una determinada imagen de las provincias del extremo Occidente que proporcionara
a éstas un lugar identificable en la conformación ideológica del imperio y en el ima-
ginario geográfico y político de sus habitantes, constituyen un corpus básico que
permite, según creemos, conocer el proceso de construcción historiográfica de una
particular representación de Hispania, que no es en definitiva, más que la caracteriza-
ción adecuada, primero, a las necesidades del relato y, en última instancia, a las del
propio imperio.
Resulta, sin duda, muy destacable el hecho de que la mayor parte de los parabie-
nes hacia Hispania que acabamos de mencionar procedan de autores latinos, que,
además, se concentran a lo largo de época imperial, incrementándose de forma nota-
ble a partir de la Antigüedad Tardía8. De este modo, podemos afirmar que la construc-
ción historiográfica de Hispania de la que hablamos se produce fundamentalmente
dentro del ámbito de la literatura latina y en el contexto político del Principado. De-
bido a ello, nuestro trabajo va a centrarse fundamentalmente en dichos autores lati-
nos, sobre todo en aquellos que entre los siglos I a.C. y II d.C. aportan las bases de la
caracterización de Hispania, sin olvidar nunca que la producción historiográfica grie-
ga en época imperial produjo igualmente notables contribuciones al desarrollo de la
representación política de Hispania.
El examen detallado tanto de las laudes Hispaniae como del lugar que ocupan
en la obra de cada uno de estos autores permite ver con bastante claridad cómo se
construye en el tiempo una determinada representación política de Hispania y cómo,
además, esa elaboración se produce de forma más o menos gradual en la cronología
anteriormente mencionada. Por eso, vamos a referirnos en este trabajo a algunas de
las más destacadas de estas laudes hispaniae, porque, en nuestra opinión, es posible
establecer un orden y un sentido lógico en la configuración de estas alabanzas, al
margen de su valor estrictamente literario, que den un sentido a la idea de una repre-
sentación política de la Hispania romana. Creemos, por lo tanto, que puede detectarse
una gradación en el uso de determinados adjetivos y calificaciones referidos a Hispania
que comenzarían con las primeras menciones en época augústea a una Hispania pa-

7
La bibliografía sobre las laudes hispaniae es relativamente abundante empezando por el clásico de
FERNÁNDEZ CHICARRO, C. (1948); GALLETIER, E. (1930); RODRÍGUEZ, I. (1961): 177-226; FERNÁNDEZ
VALVERDE, J. (1986): 457-462; FONTAINE, J. (2001): 61-68.
8
PLÁCIDO, D. (1995-96): 31-33; GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. (2001): 699-704.

298
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

cata9, pasando por la Hispania in omnes provincias exemplum de la época de los


Antoninos y la Hispania terris omnibus felicior de la Antigüedad Tardía hasta llegar
a un final en el que estaría el célebre elogio de Isidoro de Sevilla a una Hispania,
regina provinciarum10. Aunque en esta ocasión nuestro trabajo no llegará a analizar
las laudes producidas a partir del siglo III d.C., las mencionamos igualmente porque
forman parte de una clara evolución en la conformación de un papel para Hispania en
la retórica política del imperio romano que construirá una determinada representa-
ción de la Península Ibérica que conjugará la experiencia histórica, la necesidad ideo-
lógica, la asimilación cultural e, incluso la posición geoestratégica. Todo ello dará un
valor a Hispania que no se corresponde estrictamente con su función histórica en
época romana, y que tampoco implica necesariamente una necesidad particular de
glorificación de estas provincias occidentales, sino que servirá, sobre todo, a la exal-
tación del propio imperio, ya que la base de todas estas laudes es siempre la contribu-
ción de Hispania al imperio.
Una última consideración previa antes de entrar en materia exige señalar que
además de formar parte la literatura latina, la mayor parte de las laudes hispaniae,
pertenecen al género de la oratoria, del discurso, en definitiva, de la retórica. Aún en
los casos en los que el elogio de Hispania no aparece directamente en un discurso,
sino que forma parte de la obra de un historiador, en realidad, la cita puede conside-
rarse un elemento más de la base retórica de los historiadores clásicos, que, además,
en algún caso, parece extraído de los célebres catálogos de exempla o, cuando menos,
de una tradición creada sobre una determinada provincia del imperio. Desde ese pun-
to de vista, podemos decir que las laudes hispaniae forman parte de la imagen que el
imperio proyecta de si mismo y, por lo tanto, pueden ser consideradas como una parte
de la propaganda imperial o del entramado ideológico creado sobre la idea del impe-
rio. Consideradas como propaganda, resulta innegable que las laudes difunden una
idea precisa y esquemática de la Hispania romana. Por ello, resulta tentador confron-
tar ese lenguaje retórico con otro de características igualmente esquemáticas y de
similar valor propagandístico como es el de la iconografía sobre la Hispania roma-
na11. A lo largo de este trabajo, examinaremos simultáneamente la coincidencia o
divergencia entre ambos lenguajes sobre Hispania para comprobar hasta qué punto se
generaron imágenes paralelas o contrapuestas destinadas a diferentes públicos.

1. Hispania Provincia capta

Las referencias escritas a Hispania en la literatura latina empiezan a recogerse


de forma más o menos constante a partir del estallido de la Segunda Guerra Púnica y

9
VELL., II 90.4.
10
ISID., Historia gothorum I 1. RODRÍGUEZ ALONSO, C. (1975).
11
ARCE, J. (1980): 77-94; SALCEDO, F. (1995-96): 181-194.

299
ELENA TORREGARAY PAGOLA

el comienzo del proceso de conquista militar de la Península Ibérica12. Las serias


dificultades por las que atravesaron los romanos en las distintas etapas de la domina-
ción de este territorio occidental provocaron una asociación lógica entre el imagina-
rio hispano y la guerra13. Además, la descripción en las fuentes literarias e históricas
de la época republicana de dolorosos episodios tanto de las guerras púnicas, como de
las celtibéricas y las lusitanas, así como la presencia continua de numerosas conme-
moraciones de victorias y triunfos en suelo hispano en los Acta Triumphalia, Fasti, y
Elogia de la República14 pusieron en relación casi inevitablemente la imagen pública
de estas provincias con guerras y conflictos militares.
Así que, sobre Hispania, tenemos la palabra –probablemente un indicativo de
la transmisión oral de los sucesos acontecidos en la Península– antes que la ima-
gen. Habrá que esperar hasta el 81 a.C., a la aparición del denario de Postumius
Albinus, para encontrar las primeras monedas que contienen una representación
iconográfica de Hispania. Significativamente y a pesar de su carácter relativamente
tardío, esta personificación es la primera realizada por el poder romano15, anterior
incluso en una decena de años a las de Sicilia –la primera provincia romana– y
África. La Hispania de esta moneda aparece bajo los rasgos típicos de una mujer
bárbara, con la cabeza velada y el pelo largo (Fig. 1). Con posterioridad, será el
polémico ciclo de las monedas pompeyanas16 (Fig. 2), hacia el 46-45 a.C., el que
ofrezca lo que puede ser una representación bien de Hispania, bien de ciudades
hispanas coronando a a un miembro de la gens Pompeia o a un soldado pompeyano
en unas imágenes que escenifican unas veces la ceremonia del adventus junto a la
proa de un barco y, otras, el ofrecimiento de la palma de la victoria. Aunque la
interpretación iconográfica de estas monedas es controvertida17, no deja de ser sig-
nificativo que la aparición de la representación de Hispania, que sucede en el tiem-
po a la de Italia y que es seguida por las de Sicilia y Africa, permita conformar una
asociación geográfica entre todas estas nuevas provincias romanas, que tiene una
evidente correspondencia historiográfica, especialmente, en lo que respecta al
binomio Hispania-Africa, que deriva, sin duda, de la herencia en el imaginario
colectivo de la Segunda y la Tercera Guerra Púnicas18.

12
GÓMEZ, ESPELOSÍN, F.J., PÉREZ LARGACHA, A. & VALLEJO GIRVÉS, M. (1995): 130-136.
13
BLÁZQUEZ, J.M. (1962): 1-29; GARCÍA MORENO, L. (1987): 211-243; ROLDÁN HERVÁS, J.M. (1989):
61-79.
14
ARCE, J. (1986): 103.
15
OSTROWSKI, J.A (1990):167-168, 174; SALCEDO, F. (1995-96): 193.
16
AMELA VALVERDE, L. (1990-1991): 181-197; ARÉVALO GONZÁLEZ, A. & CAMPO DÍAZ, M. (1997):
330-334.
17
ARCE, J. (1980): 83-84, la mayoría de los investigadores cree que se trata de ciudades hispanas, lo cual
concordaría con el texto de LIV., XXI 19 que habla de los pueblos hispanos, concurrerent, enviando legados, para
ofrecer la deditio a los imperatores romanos. SALCEDO, F. (1995-96): 184-186 cree que las emisiones de Minacio
Sabino en cuya iconografía aparecen dos mujeres, una con corona mural y otra portadora de un trofeo representarían
a una ciudad -Corduba- y a Hispania, respectivamente; ALVAR EZQUERRA, A. (1987): 121-128.
18
ARCE, J. (1980): 83-84; SALCEDO, F. (1995-96): 183-186.

300
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

Fig. 1: Denario de Postumio Albino Fig. 2: Moneda del ciclo pompeyano

Estas primeras imágenes se complementan con otras posteriores, ya de época


augústea, en las que tenemos una Hispania vencida y afligida que suele identificarse
con la figura femenina del trofeo de Lugdunum Convenarum (Saint Bertrand de
Comminges)19 –vid. Fig. 3– y cuya iconografía parece ser la misma que la que apare-
ce en el relieve de uno de los sillares pertenecientes al arco del foro municipal de
Tarraco, de cronología similar, por lo que en ambos casos podría tratarse de una
alusión a la victoria sobre los pueblos hispánicos20. La datación del monumento tarra-
conense, establecida en torno al año 25 a.C., coincidiría con la presencia de Augusto
en la región21 y, por lo tanto, la referencia temática no sería extraña. A estas represen-
taciones iconográficas habría que añadir, además, las aparecidas alrededor del 24-22

Fig. 3: Representación identificada con la Hispania del trofeo de Saint Bertrand de Comminges.

19
ARCE, J. (1980): 88-89.
20
SALCEDO, F. (1995-96): 187.
21
LIVERANI, P. (1997): 93-94.

301
ELENA TORREGARAY PAGOLA

d.C., tras la derrota de los cántabros en las monedas acuñadas por Publio Carisio,
legatus propraetore de Augusto en Hispania, y en las que la representación de un
trofeo detrás de un cautivo o la presencia de armas22, parecen aludir al final de las
guerras cántabras y remiten inmediatamente a la imagen de una Hispania capta.
Evidentemente, todas estas imágenes ofrecen al público, a fines del período
tardorrepublicano y comienzos de la época augústea, una caracterización clara de
Hispania como Hispania capta, es decir, conquistada o Hispania devicta, o sea, ven-
cida. Esta representación pública del territorio finalmente conquistado muestra, en
nuestra opinión, una gran correspondencia con la imagen de las provincias hispanas
que se perfila en la obra del gran historiador latino de la época, Tito Livio. Aunque
debemos tener en cuenta que lo que conservamos de la obra del patavino consigna
fundamentalmente lo acaecido en la República romana hasta mediados del siglo II
a.C., lo cierto es que determinadas expresiones a lo largo de su extenso relato nos
ayudan a resituar algunos contextos referidos a una Hispania de época republicana en
un escenario augústeo de derrota y conquista total de la Península Ibérica, en el que
no resulta extraña la referencia a una Hispania capta o devicta que se correspondería
con la iconografía anteriormente señalada.
Algunos de los principales elementos que nos permiten trasladar esa proyección
iconográfica de Hispania aparecen en los textos del Ab urbe condita que describen las
embajadas hispanas llegadas a la ciudad de Roma a comienzos del siglo II a.C.23. Si
consideramos que las embajadas son una de las formas más claras de autorrepresentación
política de los pueblos24 –consisten en elegir los portavoces de una comunidad ante
otra–, transformada, a su vez, en representación cuando los embajadores son observa-
dos y descritos por quienes los reciben25, vemos que el historiador latino proyecta sobre
el territorio de la Península Ibérica dos imágenes fundamentales.
En primer lugar, si examinamos la información que Tito Livio nos ofrece al res-
pecto, nos parece especialmente destacable el texto que narra la embajada que en el 171
a.C. una serie de pueblos hispanos había enviado a Roma para protestar contra los
abusos de los gobernadores provinciales26. En realidad, la delegación no era más que
una de tantas enviadas a Roma a lo largo del siglo II a.C. con peticiones que permitirían
establecer las futuras relaciones entre Roma y los recién conquistados pueblos hispa-
nos27. Sin ir más lejos, pocas fechas antes, la ciudad de Gades había pedido que se
modificara su tratado con Roma y no se enviara prefecto a la ciudad28. En todos los
casos citados y en otros afines, lo que puede observarse en el texto liviano es la presen-

22
SALCEDO, F. (1995-96): 187.
23
CANALI DE ROSSI, F. (2001): 493-500.
24
PICCIRILLI, L. (2002): 15 ss.; TORREGARAY, E. (2004).
25
GARCÍA RIAZA, E. (2001): 89-96.
26
LIV., XLIII, 2. MUÑIZ COELLO, J. (1981).
27
GARCÍA RIAZA, E. (2002): 56 ss.
28
LIV., XXXII 2.

302
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

cia de una delegación, de un grupo de hispanos solicitando, pidiendo algo a Roma en


presencia del Senado. La fuerza evocadora de la descripción del autor del Ab urbe
condita se redobla cuando, como sucede en la narración de esta famosa embajada del
171 a.C., el propio Livio describe el lenguaje gestual empleado por los representantes
hispanos …genibus ab senatu…29, es decir, de rodillas ante el Senado, y pone en evi-
dencia esta actitud peticionaria de los hispani, máxime si tenemos en cuenta que se trata
de una escenificación pública. Quizás por todo ello, hemos de concluir que,
mayoritariamente en los últimos libros de la obra de Livio, Hispania es tratada como
una provincia suplicante, que acude a Roma a pedir, a suplicar ayuda. Una petición de
ayuda que supone, además un reconocimiento implícito de la dominación romana y de
su superioridad, puesto que es a Roma, al centro del poder, adónde se dirigen estas
legaciones, en manifiesto reconocimiento de su inferioridad. Por lo tanto, resulta evi-
dente que se trata de la puesta en escena de los hispanos como vencidos, es decir, de una
Hispania capta. No obstante, el hecho de que las provincias hispanas se muestren como
suplicantes en una obra escrita a principios del Principado de Augusto no es excepcio-
nal y no sitúa a Hispania en un ámbito diferente del de otras provincias que, como ella,
están, o bien a punto de ser totalmente conquistadas, o bien recién conquistadas.
Esta representación de una Hispania suplicante en el siglo II a.C. tenía un claro
antecedente en los inicios de la Segunda Guerra Púnica, a fines del siglo III a.C., puesto
que en los orígenes de la relación entre Roma e Hispania estaban las reiteradas peticio-
nes de ayuda de la ciudad de Sagunto a la Urbs30. Este episodio generó una abundante
literatura que favoreció que parte de la retórica y la historiografía latinas se afirmara en
esa idea de los habitantes de la Península Ibérica como solicitantes de ayuda. Pero la
particularidad de la ciudad de Sagunto y la actitud de los saguntinos, que se mostraron
desde el primer momento favorables a Roma, permitió el desarrollo de una variante del
tema de la súplica, que se vio transformado claramente, ya en la obra del propio Tito
Livio, en el famoso tópos de la lealtad de los saguntinos31. Pero, en este caso, no esta-
mos ante la lealtad de los vencidos, sino ante la de los aliados, ya que el propio historia-
dor distingue perfectamente el trato con los saguntinos del que los romanos tuvieron
con otro tipo de hispanos32. Probablemente en ello influyeron las leyendas sobre los
orígenes griegos de la ciudad, que se utilizaron para justificar la ayuda romana a la
ciudad y la intervención en la Península Ibérica33. Con el tiempo, este caso individualizado
de la fidelidad a Roma de los saguntinos, se extenderá al resto de los hispanos a través
del tópos de la Hispania fidelis, que se asociará, desde este momento, con la imagen de
Hispania y que gozará de un especial éxito precisamente no en el momento de su gesta-
ción, sino a partir de la Antigüedad Tardía, cuando la origo hispana de los emperadores
se haya convertido ya por sí misma en motivo de elogio.

29
LIV., XLIII 2.
30
LIV., XXI 9-10.
31
LIV., XXVIII 39.1-22.
32
LIV., XXI 9-10.
33
BARZANO, A. (1992): 135-144.

303
ELENA TORREGARAY PAGOLA

Dice Livio que, precisamente como homenaje a esa fidelidad de los habitantes
de Sagunto, al finalizar el asedio de la ciudad, los romanos propusieron su recons-
trucción: Senatus legatis Saguntinis respondit et dirutum et restitutum Saguntum fidei
socialis utrimque seruatae documentum omnibus gentibus fore…34. Pero, en nuestra
opinión, este gesto que narra el historiador patavino formaba parte más de la inci-
piente retórica latina del elogio que de la praxis político-militar romana. La recons-
trucción de Sagunto como monumento a la lealtad de los saguntinos suponía conver-
tir a la ciudad al completo en un ejemplo a seguir, lo que derivó inmediatamente en la
creación de un nuevo exemplum retórico, que ya había sido aplicado anteriormente a
otras ciudades como Siracusa35. En realidad se trataba de elogiar retóricamente a una
ciudad trasladando a la prosa una práctica habitual de los conquistadores romanos
como era la de construír y situar monumentos recordando la victoria de los romanos
en los centros o lugares principales de las ciudades conquistadas.
Estas dos representaciones, no tanto de Hispania como de los hispanos, que Tito
Livio situaba en el contexto del siglo II a.C., pueden identificarse con cierta facilidad
con esa imagen de una Hispania capta o una Hispania devicta que, hemos visto,
había sido transmitida por la iconografía tardorrepublicana y que había ido consoli-
dándose paulatinamente desde el siglo II a.C. hasta convertirse en un tópos perfecta-
mente identificable en contexto augústeo.
Pero todas estas apreciaciones de Tito Livio, aunque situadas cronológicamente
a comienzos del siglo II a.C., no pueden ocultar haber sido escritas a finales del siglo
I a.C., ya que denotan una percepción de Hispania sensiblemente diferente a la de
otro autor, griego, pero que relata los mismos acontecimientos de forma casi contem-
poránea. Nos referimos al megapolitano Polibio36. El cambio que, en realidad, gira en
torno a la idea de la representación de una Hispania capta que ya se apreciaba en las
Historias polibianas37, se percibe claramente en el libro 26 del Ab urbe condita, cuan-
do Tito Livio pone en boca de Publio Cornelio Escipión la célebre arenga previa a la
toma de Carthago Nova en la que el general romano afirma: Animus quoque meus,
maximus mihi ad hoc tempus uates, praesagit nostram Hispaniam esse...38, es decir,
presiento que Hispania será nuestra. La idea que subyace en esta afirmación –una
Hispania ya conquistada por completo– nos sitúa, evidentemente en el contexto del
fin de las últimas campañas de Augusto en el Norte peninsular, a punto de completar-
se totalmente la conquista de Hispania, ya que la misma arenga, en la narración de
Polibio un siglo antes, sólo podía transmitir la certeza de la caída de Carthago Nova.
Pero Tito Livio se refiere claramente a la conquista de toda Hispania, prefigurando
retóricamente algo que ya sabía, que la toma de la ciudad hispana significó el inicio
de un proceso de conquista que había terminado con el dominio de toda la Península

34
LIV., XXVIII 39.1-12.
35
CIC., In Verr. 4.117-118; PERNOT, L. (1993): 50-53.
36
WALBANK, F. (1957).
37
TORREGARAY, E. (2003).
38
LIV., XXVI 41.17. TORREGARAY, E. (2003).

304
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

Ibérica. El interés de la cita no reside únicamente en que ratifica el contexto cronológico


de la obra liviana –ligado al Principado augústeo–, sino que además, resulta especial-
mente significativo que estas palabras que se quieren premonitarias, pero que en rea-
lidad están referidas a una situación contemporánea, sean puestas en boca de Publio
Cornelio Escipión, quien, como sabemos, no completó más que parte de la conquista
de Hispania, aunque hay que reconocer que, unidas sus operaciones militares a las de
su padre y su tío, puso los cimientos de esa conquista de la Península Ibérica39. La
cita, en realidad, sirve para fijar un tópos historiográfico que se había ido constitu-
yendo con anterioridad y que ligaba la conquista de Hispania al nombre de los
Escipiones estableciendo un vínculo entre esta familia y las provincias occidentales,
tanto Hispania como África40. Pero, sobre todo, sirve para asentar la idea de los
Escipiones como primeros conquistadores de Hispania –de toda Hispania– y, por lo
tanto, los conforma como antecesores básicos para todo aquél que reclame un lugar
político en Roma desde un origen o un éxito en la Península Ibérica. De este modo,
una vez completada la anexión de todo el territorio se establece la genealogía oficial
de sus conquistadores eligiendo a unos y eliminando a otros, hasta establecer una
línea de legitimidad que se remonta hasta la época de la guerra anibálica.
En este contexto, no debemos olvidar que la evocación de los Escipiones en la
obra de Tito Livio está estrechamente ligada a los acontecimientos de la Segunda
Guerra Púnica y que, desde este punto de vista, episodios como el de la muerte de
Publio y Cneo en Hispania estaban ligados al fuerte traumatismo nacional que supu-
so el enfrentamiento con los cartagineses. La guerra púnica se manifiesta así como
un acontecimiento que puso en peligro la misma existencia de Roma y que tiene, por
tanto, un tinte de catástrofe41. Pero junto a este recuerdo traumático, fuente de extre-
mos sufrimientos para el pueblo romano, la Segunda Guerra Púnica se asociaba igual-
mente a una puesta a prueba histórica, a un desafío que se había remontado con éxi-
to42. Por eso, en el Ab urbe condita, la guerra contra Cartago se constituye como uno
de los episodios que más han marcado la historia romana y, por lo tanto, es presenta-
da como un acontecimiento fundamental por Tito Livio43. Aunque parece ser que
tanto Polibio como Catón jugaron un papel fundamental en la forma en la que los
romanos percibían la guerra anibálica44, sin embargo, fue Tito Livio quien la consa-
gró definitivamente como epopeya nacional, convirtiéndose, además, en la fuente
principal sobre el tema para autores posteriores como Valerio Máximo45. Posterior-
mente, en época de Tiberio, representará un acontecimiento esencial para la memoria
colectiva46, que se verá reflejado en las obras de historiadores, poetas, filósofos, etc…,

39
RODDAZ, J.M. (1998): 341-358.
40
TORREGARAY, E. (1998): 27-48.
41
COUDRY, M. (1998): 46.
42
Ibid.: 47.
43
CHASSIGNET, M. (1998): 55.
44
Ibid.: 63.
45
Ibid.: 63-69.

305
ELENA TORREGARAY PAGOLA

en las que la guerra de Aníbal, debido a su gran impacto, será considerada como un
acontecimiento fundador de la historia de Roma. En la medida en la que Hispania
había jugado un papel fundamental en esa refundación de Roma, salvada del peligro
de desaparecer, este territorio occidental, desde el punto de vista del imaginario de la
retórica, pasaba a convertirse, a partir de época augústea, en un elemento percibido
como decisivo en el impulso definitivo de Roma a partir del siglo II a.C. El aumento
de la importancia ideológica, que no histórica, de la percepción del papel de Hispania,
dependerá siempre del uso que harán de este tópos tanto la historia como la retórica a
partir del siglo I d.C., en función de los acontecimientos contemporáneos.
El estado fragmentario de conservación de la última parte de la obra de Tito Livio
nos impide saber hasta dónde llegó la representación de Hispania en el Ab urbe condita
y, sobre todo, si se produjo una evolución en dicha representación. Podríamos intentar
adivinarlo a través de quien lo utilizó posteriormente como una de sus fuentes más
directas, el anticuarista Valerio Máximo, quien recurre a él continuamente como fuente
para todo lo relativo a la Segunda Guerra Púnica. Pero también Valerio Máximo sigue
utilizando en referencia a una provincia hispana, a Lusitania, calificativos como el de
horrida et bellicosa provincia47, aunque sea para describirla en el contexto de las guerras
sertorianas48. La continuidad del tema no tiene nada de extraño si tenemos en cuenta que
la fiereza de los hispanos calificaba al territorio, pero también halagaba a sus conquista-
dores, por eso no resulta extraño que Horacio, uno de los máximos poetas de la época
augústea hable también, con exaltación literaria, de la belicosidad de los hispanos49.
Dado que carecemos de noticias concluyentes al respecto, sólo podemos ayu-
darnos con el más claro documento contemporáneo de la propaganda oficial que
incluye una representación de Hispania y que para esta época es, sin duda, el texto de
las Res Gestae Divi Augusti50, colocadas a la vista del público en el mausoleo de
Augusto y, por lo tanto, de gran impacto público51. En esta célebre inscripción el que
puede apreciarse junto a la imagen canónica de Hispania como provincia conquista-
da, la evolución de su representación hacia otra percepción. En este sentido, aprecia-
mos cómo, efectivamente, las RG hablan de una Hispania devicta Signa militaria
complur[a per alios duces amissa deuictis hostibus reciperavi ex Hispania…52 y de
una Hispania fidelis Iuraverunt in eadem uer[ba proui]nciae Galliae, Hispaniae…53,
pero al mismo tiempo, incluyen una novedad al referirse a Gallias et Hispanias
prouincias item Germaniam qua claudit Oceanus a Gadibus ad ostium Albis fluminis
pacaui54, que introduce, en relación a Hispania, el término pacaui, que nos da idea de

46
COUDRY, M. (1998): 45.
47
VAL. MAX., IX 1.5. SUTHERLAND, C.H.V. (1939): 70.
48
SALINAS DE FRÍAS, M. (1995): 65 ss.
49
RECIO, T. de la A. (1996): 149-160.
50
MOMMSEN, T. (1883).
51
ZANKER, P. (1988): 101 ss.
52
RG 29.
53
RG 25.

306
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

la transformación operada por el concepto hasta ahora vigente de la Hispania capta,


ya que el princeps habla ahora de una Hispania pacata, es decir, de una Hispania
pacificada55. Ésta será precisamente la representación que sucederá cronológicamente
a la Hispania devicta de la etapa anterior.
En realidad, las Res Gestae, como testamento político del propio Augusto, no
hacían sino recoger el eco del nuevo mensaje del princeps con respecto a Hispania,
que ya había comenzado a operar con anterioridad y cuya difusión se confirma gra-
cias al texto transmitido por otra inscripción56, que fue hallada entre el arco de entra-
da al foro que se encuentra a la derecha del templo de Mars Ultor y la exedra oriental
y que habla de la prouincia Hispania Ulterior Baetica como pacificada: Imp(eratori
Caesari /Augusto P(atri) p(atriae) / Hispania Ulterior / Baetica quod /beneficio eius
et /perpetua cura / prouincia pacata / est auri p(ondo) (Al emperador César Augusto,
padre de la patria, la Hispania Ulterior Baetica [hizo este homenaje] del peso de 100
libras de oro [32,745 k.] porque la provincia fue pacificada con su obra benefactora y
su asiduo cuidado57). El epígrafe formaba parte de un monumento conmemorativo
dedicado a Augusto por la provincia Baetica para festejar su pacificación y la aten-
ción del emperador. Aunque la inscripción no aclara el tipo de homenaje y pese a que
se ha apuntado que podría tratarse de una estatua de la provincia58, lo cierto es que la
dimensiones de la inscripción hacen pensar más en un relieve o en un medallón59. En
cualquier, caso, lo realmente relevante es la confirmación de la asociación del nom-
bre de Hispania, o de una provincia hispana, con el adjetivo pacata, pacificada. El
término introduce, por lo tanto, un nuevo matiz en la representación de Hispania,
leve, puesto que es cierto que el pacaui o pacata de estas inscripciones puede enten-
derse simplemente como una pacificación en términos estrictamente militares, lo
cual no lo alejaría mucho de los anteriores conceptos de capta o devicta, pero, cree-
mos, que la elección deliberada de esta palabra quiere significar el fin de un proceso,
de una etapa con respecto a Hispania, en definitiva, busca expresar la esperanza en el
cese definitivo de los problemas militares en la Península Ibérica.

2. Hispania Pacata

Desde el punto de vista historiográfico, el mensaje de la Hispania pacata tuvo


un eco muy claro en la obra de Veleyo Patérculo, quien escribe su Historia romana
hacia el 30 d.C., en época de Tiberio, sucesor de Augusto60. El consenso de la
historiografía actual en catalogar a Veleyo como un autor fuertemente influenciado

54
RG. 26.2.
55
RAMAGE, E.S. (1998): 434-490.
56
VELL., II 39.2. ALFÖLDY, G. (1992): 71-73.
57
CIL VI, 31267.
58
PARISI PRESICCE, C. (1999): 90.
59
LIVERANI, P. (1997): 94-95.

307
ELENA TORREGARAY PAGOLA

por la retórica y con un sesgo que se ha calificado como de propagandista del régi-
men imperial61 le convierten, en nuestra opinión, en una fuente especialmente idónea
para recabar información sobre el desarrollo de la representación política de Hispania,
sobre todo, teniendo en cuenta que tanto J. Hellegouarc’h como C. Jodry sugerían la
posibilidad, aunque controvertida, de que “plusieurs des faits qu’il relate faisaient
partie du fonds commun des connaissances que devait posséder un homme cultivé de
cette époque”62. En este contexto de transmisión de conocimientos y de mensajes
ideológicos, Veleyo Patérculo incluye algunas palabras sobre Hispania en los capítu-
los finales de su obra, que, creemos, proporcionan un contenido político-ideológico a
esa representación de la Hispania pacata, de la Hispania pacificada, que había co-
menzado a construirse en época augústea.
Veleyo dedica una especial atención a Hispania en el capítulo 90 de su segundo
libro, una parte de su obra donde resulta evidente que los conceptos relacionados con
la paz y la pacificación son fundamentales, en realidad, puede decirse que dominan
de forma clara el discurso del historiador. La paz a la que se hace referencia en este
texto remite, sin ninguna duda, a la propaganda augústea, por eso, el tema de la paci-
ficación de Hispania adquiere en la obra de Veleyo una dimensión altamente signifi-
cativa, ya que está diseñada en función del personaje principal que centra el interés
del historiador, que es Tiberio, pero que, a su vez, es el sucesor del propio Augusto, de
quien ha recibido el poder y el imperio. De esta manera, el texto veleyano transmite
con facilidad al lector una asociación de ideas clara entre el princeps y la pacifica-
ción y, al mismo tiempo, entre la pacificación y la estabilidad política y militar del
imperio. La pacificación no es un mero slogan de la propaganda augústea, sino que
compromete, en cierto modo, la esencia del régimen, al ligarla a su supervivencia
política. Desde ese punto de vista, podemos afirmar que, en la obra de Veleyo la
pacificación de Hispania viene a representar la superación de todos los peligros que
habían acechado al imperio en la época tardorrepublicana y que, de alguna manera,
se habían puesto de manifiesto en dicho territorio occidental. Los peligros que, según
la opinión de Veleyo, habían acechado desde Hispania y que Augusto había superado
con éxito eran, fundamentalmente, pérdidas:

1. La pérdida de grandes hombres, de grandes generales, recordada


significativamente a través de la muerte de los dos Escipiones que habían caído
en la Península Ibérica durante la Segunda Guerra Púnica63.
2. La pérdida de la moral de combate, puesto que las guerras hispanas
habían sido especialmente afrentosas y ofensivas, algo en lo que el autor hace

60
HELLEGOUARC’H, J. (1980): 803-816 afirma que hay grandes similitudes entre el vocabulario y el men-
saje de las RG y la Historia romana; HELLEGOUARC’H, J. (1976): 240-241.
61
LANA, I. (1952); HELLEGOUARC’H, J. (1964): 683-684; HELLEGOUARC’H, J. (1984): 404-436.
62
HELLEGOUARC’H, J., (1980): 803; JODRY, C. (1951).
63
VELL., II 90.2.

308
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

hincapié al utilizar el reiteradamente calificativo de turpis64.


3. La posibilidad de la pérdida del territorio mismo, ya que el propio Veleyo
señala que, en un momento dado, no se sabía si la supremacía iba a estar en
manos de los hispanos o de los romanos y qué pueblo iba a obedecer al otro65.
Por lo tanto, los primeros pudieron llegar a poner en peligro la estabilidad del
imperio. La afirmación, al margen del contexto histórico al que se remita que es
el de las guerras sertorianas, tiene como objetivo principal exaltar la tarea de
Augusto, quien, en realidad, lo que ha conseguido al dominar definitivamente
Hispania era salvaguardar la integridad del imperio romano66. En este texto,
que puede considerarse una pequeña laus Hispaniae a mayor gloria del princeps,
se hace un recuento de los momentos más sangrientos de las guerras de Hispania
que quedan señalados como tópoi retóricos para la posteridad y que serán,
sucesivamente, la muerte de los dos Escipiones durante la Segunda Guerra
Púnica, Viriato y las guerras lusitanas y Numancia67. Este clarificador listado
de las guerras hispanas que más marcaron la memoria y el imaginario colecti-
vo del pueblo romano68 no sólo tiene la función retórica de conmover al lector
trayendo a su memoria el recuerdo de grandes traumas colectivos, de la fuente
de extremos sufrimiento, sino que, como ya hemos señalado anteriormente, tra-
ta igualmente de promover la idea de la superación de una puesta a prueba, de
un desafío que Roma ha sabido remontar69.

Y es precisamente en este contexto de serios peligros en el que aparece la figura


de Augusto quien, gracias a la pacificación de Hispania, va a impedir que tales cosas se
repitan y, sobre todo, que las amenazas sobre el imperio cesen. Dado que, en cierto
modo, Hispania había amenazado el imperium en sentido territorial, la pacificación de
Augusto –con la ayuda de Agripa que Veleyo no se olvida de mencionar70– equivaldría
a la restauración de un orden exterior que podía incluso equipararse con el restableci-
miento del orden interno acometida con igual éxito por parte del princeps71. Además,
todos estos peligros habían puesto en cuestión la estabilidad misma del imperio y, por
lo tanto, la pax traída por Augusto no sólo suponía la incorporación definitiva de la
provincia de Hispania al imperio, sino que, además había supuesto la salvación de ese
imperio que Hispania había amenazado. Desde ese punto de vista, el slogan de la Hispania
pacata se convertía en un término epocal que marcaba un antes y un después en el

64
VELL., II 90; WOODMAN, A.J. (1977).
65
VELL., II 90: “ut per quinquennium diiudicari non potuerit, Hispanis Romanisne in armis plus esset roboris
et uter populus alteri pariturus foret”. JODRY, C. (1951): 265-284.
66
VELL., II 90.3-4.
67
ZECCHINI, G. (2003).
68
COUDRY, M. (1998): 47.
69
Ibid.
70
VELL., II 90.
71
JACQUEMIN, A. (1998): 150.

309
ELENA TORREGARAY PAGOLA

devenir del propio imperio romano. Pero, en ningún caso, se trataba de un límite tem-
poral único que diera a Hispania una importancia sobredimensionada en el conjunto del
imperio, sino que se añadía a los otros que el propio princeps había listado en las Res
Gestae y que tenían por objeto señalar al Principado como el comienzo de un nuevo
período, aunque esta res publica restituta fuera un “antiguo” nuevo período.
En realidad, el comienzo de época que Veleyo quería subrayar con la representa-
ción de la Hispania pacata no era más que el fin de otra que el propio autor había
señalado con anterioridad al comienzo del libro II de su Historia romana al afirmar
que: Potentiae Romanorum prior Scipio viam aperuerat, luxuriae posterior aperuit72,
es decir, que el primer Escipión –el primer Africano– abrió el camino del poder impe-
rial de Roma y el segundo –segundo Africano–, la vía de la luxuria, y, por lo tanto, de la
corrupción y decadencia del Estado romano. Evidentemente, Veleyo se estaba refirien-
do a la toma de Numancia por parte de Escipión Emiliano en el 133 a.C. para señalar así
el nacimiento de un período de la historia de Roma marcado traumáticamente por un
acontecimiento sucedido en suelo hispano, que había abierto la puerta a una época
nefasta para la sociedad romana, ligada a la pérdida de moral del ejército y a la relaja-
ción de las costumbres y a la que se había puesto fin, precisamente, con la pacificación
de Hispania por parte de Augusto73. El nuevo período, evidentemente, era el que se
había iniciado con el régimen augústeo. Pero, paradójicamente, el fin de etapa al que se
refiere de forma simbólica Veleyo, marca también el final de una determinada presen-
cia de Hispania en el imperio romano, ligada a las dificultades militares y da comienzo
a una nueva época en la que esa belicosidad se convierte en memoria retórica. Hispania,
a partir del momento en que su presencia histórica ha proporcionado numerosos tópoi
para la retórica, se convierte en un referente casi obligado para todos aquellos autores
que hagan referencia en sus obras a ciertos aspectos clave de la historia de Roma y, por
eso, su presencia en los textos literarios e historiográficos es tan importante, lo cual no
tiene que ir necesariamente ligada a su relevancia histórica real.
Veleyo, además, en su elogio de la Hispania pacificada no olvidaba enlazar la
victoria final de Augusto con la inicial presencia de los Escipiones en Hispania, recu-
rriendo a la genealogía oficial de conquista del territorio, aunque fuera con aquéllos
que encontraron la muerte en la Península –Publio y Cneo– y no, por ejemplo, con
Escipión Emiliano que, como él mismo había señalado, había traído la luxuria a
Roma74. Evidentemente, Veleyo seleccionaba para el público romano las fuentes de
la legitimidad de Augusto, según sus propios intereses75.
La representación de la Hispania pacata pertenece, claramente, a la refundación
del imperio emprendida por Augusto. La posición que Veleyo atribuye a Hispania en

72
VELL., II 1.
73
Casi todos los autores que han escrito sobre Veleyo Patérculo coinciden en señalar que su Historia Romana
tiene un marcado tono moralizante, PALADINI, M.L. (1957): 232; HELLEGOUARC’H, J. (1964): 43-44.
74
VELL., II 1. EDER, W. (1990): 91.
75
En la misma línea de legitimación, aunque podría interpretarse de forma controvertida, Veleyo se cuida
también de señalar que había sido el mismo César quien había acogido al joven Octaviano en su cortejo militar,
precisamente, en Hispania, CURCHIN, L.A. (2001): 152-158.

310
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

este proceso es, por lo tanto, la de una provincia pacificada que ha dejado de suponer
un peligro para la estabilidad del imperio romano y que ha potenciado la figura de
salvador de Augusto. Esta nueva imagen tranquilizadora de Hispania favoreció la
aparición de renovados elementos para su exaltación, relacionados principalmente
con los intereses económicos romanos y con la explotación agrícola y minera del
territorio76, que, además, enlazaban con las antiguas tradiciones míticas de origen
griego que hablaban de una Península Ibérica rica, especialmente en minerales pre-
ciosos77. Durante la época de la conquista, tal y como reflejaba la obra de Tito Livio,
las riquezas que llegaban de Hispania tenían mayoritariamente la forma de botines78
y envío de grano79. Ahora, en el Principado, el propio Veleyo Patérculo, en su laus
Hispaniae, incluye un clarificador elogio sobre el apetecible potencial económico de
la Península Ibérica: …tam diffusas, tam frequentis, tam feras…, tan extensa, tan
poblada y tan fiera, es decir, con tantos recursos para abastecer a Roma de alimento y
soldados80.
Esta evolución de la representación historiográfica y retórica de Hispania co-
incide plenamente con su progresión iconográfica, ya que, a partir de época julio-
claudia la riqueza económica de Hispania será uno de los temas iconográficos más
solicitados. Precisamente, coincidiendo con la aparición en época de Claudio, ha-
cia el 54 d.C. de las primeras personificaciones de imágenes en grupo de provin-
cias romanas de las cuales se tiene noticia encontramos en el pavimento de las
termas de Neptuno en Ostia81, los bustos femeninos de Africa, Hispania, Sicilia y
Egipto con sus atributos y características. Teniendo en cuenta que las imágenes de
estas provincias están intercaladas con las representaciones de los vientos, sin duda,
hacen referencia a la actividad mercantil de Ostia, recién revigorizada por las cons-
trucciones de Claudio82. La cabeza femenina coronada con un ramo de olivo que
representa a Hispania alude, por lo tanto a la importancia económica de sus provin-
cias que proporcionaban alimento a Roma y quizás pueda ponerse en relación con
la importación de aceite bético, laudada también por los poetas de la época como
Lucano83.

76
BLÁZQUEZ, J.M. (1962): 1-29.
77
GÓMEZ, ESPELOSÍN, F.J., PÉREZ LARGACHA, A. & VALLEJO GIRVÉS, M. (1985); PLÁCIDO, D.
(1995-96): 31-33.
78
FATÁS, G. (1973): 101-110.
79
PARISI, C. (1999): 92.
80
VELL., II 90.
81
BECATTI, G. (1961): 46-47.
82
CONNOLLY, P. (1998) 129.
83
PLÁCIDO, D. (2002): 321-322.

311
ELENA TORREGARAY PAGOLA

3. Hispania, in omnes prouincias exemplum

La nueva imagen de Hispania asociada a la paz y a la prosperidad económicas


arrancaba ligada a la época del poder de los Julio-Claudios, aunque todavía estaba muy
reciente su condición de provincia capta84. El pasado de provincia belicosa, que tantos
quebraderos de cabeza había ocasionado al imperio, recién pacificada, cuya pacifica-
ción había servido a la consolidación del programa de la paz augústea, a la legitimación
del imperio territorial por su vinculación con la Segunda Guerra Púnica y le había
permitido participar en una nueva refundación de Roma, estaba todavía muy cercano en
el horizonte y se desliza inevitablemente en algunos textos contemporáneos85.
La iconografía oficial, representada por las monedas, guarda un silencio revela-
dor en época julio-claudia con respecto a Hispania, probablemente en consonancia
con su nueva imagen tranquilizadora, que se romperá cuando otro momento de crisis,
como es el final traumático del poder de esta dinastía, amenace al imperio, con nue-
vos candidatos aspirantes a convertirse en princeps manifestándose, precisamente,
desde Hispania y Galia. Por ello, no es de extrañar que la iconografía de Hispania se
reactive con los acontecimientos que llevaron al poder imperial a Galba, un hombre
que accedió al imperio desde este territorio occidental, lo que favoreció, sin duda, el
constatable aumento del tema hispano en las acuñaciones de esos años (Fig. 4)86.
Galba llegó al poder tras una guerra civil en la que contó con el apoyo de las
provincias occidentales, principalmente Galia e Hispania. La participación de ambas

Fig. 4: Monedas de Galba

en las guerras que convirtieron a Galba en emperador se refleja claramente en la


emisión de una serie de monedas con la leyenda consensus hispaniarum et galliarum87,
en la que, sobre una cornucopia, aparecen dos mujeres frente a frente. Se ha interpre-
tado el recurso a la imagen de la cornucopia, así como la presencia de armas en otras
monedas contemporáneas, como una representación del papel que se deseaba que

84
FERNÁNDEZ CHICARRO, C. (1948): 67 ss.
85
VAL. MAX., IX 1.5.
86
SALCEDO, F. (1995-96): 187-188.
87
Ibid.

312
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

ambas provincias jugaran en la revuelta88, y que no era otro que el de aprovisionadoras


de alimento y de soldados a los ejércitos en combate. Sin embargo, desde el punto de
vista de la representación política, el tipo monetal más interesante de la época es el
que corresponde a un sestercio, según F. Salcedo probablemente de acuñación póstu-
ma89, que contiene la leyenda HISPANIA CLUNIA SUL S.C. y que representa la ima-
gen de Galba sentado en silla curul con cetro recibiendo la Victoria que le ofrece una
mujer de pie con corona muralis y cornucopia, y que la misma Salcedo interpreta
como una representación de Hispania o de una ciudad hispana. Lo más destacado de
esta puesta en escena es que Galba recibe la Victoria que le condujo al poder imperial
de manos de Hispania. Aunque puede llegar a establecerse una relación en cuanto al
mensaje de propaganda, el salto cualitativo experimentado desde la iconografía pre-
via de las monedas de adventus del ciclo pompeyano es notable puesto, que en aqué-
llas, el representante pompeyano llegaba al territorio –la proa del barco así lo expre-
saba–, donde recibía la palma de la victoria de manos de una ciudad o de una provin-
cia hispana, mientras que en este caso, Galba, sentado en la silla curul que pone de
manifiesto su status recibe el pallium y representa la escena de su proclamación como
emperador. Puesto que la moneda celebraba la noticia del nombramiento del nuevo
princeps en Clunia, un acto claramente político, podría pensarse que este hecho pudo
haber tenido alguna influencia en la representación política de Hispania.
Sin embargo, carecemos de testimonios relevantes al respecto que muestren una
evolución de la representación política de Hispania en la historiografía contemporá-
nea a la toma del poder de Galba. La única posibilidad, y ni siquiera es coetánea, ni
pertenece al género histórico, sería la obra de Marcial, poeta de origen hispano que,
sin embargo, construye una imagen idealizada de Hispania, cercana a los idílicos
modelos horacianos de la patria natal90. La constatación de una evolución en la carac-
terización política de Hispania se producirá más tarde, a mediados del siglo II d.C., y
resulta particularmente evidente en la obra de Suetonio, quien en una de sus biogra-
fías imperiales rescata la narración del acceso al poder de Galba desde Hispania,
aunque, hemos de señalar, que la influencia de esta nueva imagen de Hispania parece
pertenecer más al contexto histórico de la experiencia en el poder imperial de Trajano
y Adriano, ambos emperadores de origen hispano, que a los sucesos que reflejaba la
moneda con la leyenda de HISPANIA CLUNIA SUL S.C.
Una de las llamativas particularidades que presenta la biografía de Galba en-
tre el resto de las Vidas de los doce Césares de Suetonio es la presencia de un
numeroso grupo de significativos omina imperii que acompañan de forma para-
lela, tanto el acceso de Galba al poder imperial como su caída. Como bien señala
T. Benediktson91, el punto de inflexión estaría precisamente en el momento de la
proclamación de Galba como emperador. Los que más nos interesan son, sobre todo,

88
Ibid.: 187-190.
89
Ibid.: 189-190.
90
CITRONI, M. (2002): 292.

313
ELENA TORREGARAY PAGOLA

los presagios de poder que anuncian a Galba la obtención del imperio, ya que prácti-
camente todos ellos tienen como escenario Hispania. Hay que señalar, sin embargo,
que los omina imperii no son algo exclusivo de la biografía de Galba, puesto que
aparecen también de forma reiterada en las de Augusto y Vespasiano, aunque es cier-
to que, quizás el caso de Galba sea el más llamativo por su abundancia92. Tampoco la
situación de los omina en el escenario de Hispania es una cosa que deba entenderse
como algo más que una especificidad geográfica dentro de la carrera de Galba, pues-
to que, posteriormente, la biografía de Vespasiano contiene una serie de omina imperii,
cuya unidad geográfica está en Oriente93. La transformación fundamental que Suetonio
ofrece a través de los hechos hispanos de la biografía de Galba con respecto a la
anterior representación política de Hispania es la de la transición entre una Hispania
como amenaza para el poder de Roma propia de los primeros siglos de dominación
romana y una Hispania como origen del poder en Roma. El problema a este respecto
estriba en si, efectivamente, esa evolución se produjo a partir del mismo momento de
la llegada al poder de Galba en abril del 68 d.C. o si se trata de una reelaboración,
creada a partir del contexto histórico de mediados del sigo II d.C. en que Roma ha
conocido dos emperadores de origo hispana94.
Como bien señala, M. Requena95, los omina se sitúan siempre en momentos de
gran trascendencia personal o política para el futuro emperador. En su relato, Suetonio
habla de varios presagios que anuncian a Galba la llegada al poder imperial y que,
cuentan con la particularidad de tener como escenario diversas ciudades o lugares de
Hispania. Estos omina que predicen a Galba que se convertirá en el nuevo princeps
son listados por Suetonio en una rápida sucesión y comienzan en la provincia Tarra-
conense con el prodigio del niño al que se le blanquean los cabellos y cuyo significa-
do es el de que un anciano sucederá a un joven, es decir, Galba a Nerón; sigue con el
rayo que cae en un lago del país de los cántabros96; en Clunia, el sacerdote de Júpiter,
advertido por un sueño, encuentra un antiguo oráculo en el templo que anuncia que el
princeps dominusque rerum procederá de Hispania97; en otra ciudad indeterminada,
al proceder a excavar la tierra para poner los cimientos de una fortificación se en-
cuentra un antiguo anillo con una representación de la Victoria; y, por último, llega a
Dertosa una nave sin tripulación, pero cargada de armas, procedente de Alejandría98 .
Observando atentamente estos presagios puede señalarse que casi todos se manifies-
tan ante la presencia de Galba de la zona, es decir, que todos le señalan a él como el

91
(1997): 173.
92
Específicamente dedicados a los omina de Augusto, DEONNA, W. (1921a): 32-58, 163-195; (1921b): 77-
107; BERTRAND-ÉCANVIL, E. (1994): 487-531. En general, CARABIA, J. (1977): 9-31; LORSCH, R.S. (2001):
147-149; VIGOURT, A. (2001): 11 ss.
93
REQUENA, M. (2001): 14.
94
ASCOU, J. (1984): 447-450; BENEDIKTSON, T. (1997): 167-173.
95
(2001): 61.
96
SUET., Galb. 8.
97
Ibid.: 9.
98
Ibid.: 10.

314
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

elegido para ser el nuevo princeps99. Todos, con la excepción del omen que tiene
lugar en Clunia, que hace referencia a una profecía anterior, de unos doscientos años
de antigüedad, y que no tiene un receptor concreto.
Esta particularidad convierte al presagio de Clunia en un acontecimiento espe-
cial y dada la importancia del oráculo que sostiene que el princeps dominusque rerum
saldrá de Hispania nos parece fundamental en el camino de la evolución de la repre-
sentación política de Hispania. En este pasaje de la biografía de Galba, Suetonio
narra cómo en la ciudad hispana de Clunia, el futuro sucesor de Nerón habría sido
objeto de una profecía por parte del sacerdote del templo de Júpiter que, advertido
por un sueño, habría encontrado en el santuario de dicha ciudad un oráculo pronun-
ciado unos 200 años antes por una doncella hispana y que profetizaba que el princeps
dominusque rerum procedería de Hispania100. En principio, al margen de otras consi-
deraciones históricas, el oráculo es, en realidad, uno más de los prodigios que, como
hemos señalado anteriormente jalonan la llegada al poder de emperadores como Au-
gusto y Vespasiano en las Vidas de los doce Césares. Pero su interés, para nosotros,
reside precisamente en que se trata de la primera vez en que, de forma explícita, se
pone en relación Hispania con la obtención del poder en Roma.
Esta singularidad hace que, en nuestra opinión, uno de los aspectos más signifi-
cativos del texto sea la posible cronología del oráculo ya que, Suetonio dice: …quod
eadem illacarmina sacerdos Iouis Cluniae ex penetrali somnio monitus eruerat ante
ducentos annos similiter a fatidica puella pronuntiata. Quorum carminem sententia
erat, oriturum quendoque ex Hispania principem dominumque rerum101. Según J.
Gagé es probable que Galba recogiera un viejo oráculo de los celtíberos del siglo II
a.C. en favor de Roma que estaría basado en su ansia de venganza contra los roma-
nos102. También cabría la posibilidad de que el oráculo fuera antirromano en origen y
pudiera ser atribuido al contexto de las guerras lusitanas y la lucha de los romanos
contra Viriato. Sin embargo, parece que, significativamente, el oráculo original hacía
referencia a Escipión Emiliano, presente en la Península Ibérica para el asedio de
Numancia103. Todo ello sugiere un posible paralelismo entre la relación histórica e
historiográfica que se había producido entre Hispania y los Escipiones y la que Galba
habría establecido, tanto en sentido militar como simbólico, con este territorio occi-
dental. El objetivo sería enlazar con la genealogía oficial de conquistadores de Hispania
y buscar elementos de legitimación histórica. A esta comparación ayudaba, además,
la existencia de ciertos detalles historiográficos que asociaban las figuras de los dos
Africanos y el propio Galba104. En primer lugar, estaba el hecho de que cuando el
aspirante a suceder a Nerón recibe la misiva de Vindex en la que éste le insta a decla-

99
VIGOURT, A. (2001): 351-353.
100
SUET., Galb. 9.
101
Ibid.: 9.
102
GAGÉ, J. (1957): 302; VIGOURT, A. (2001): 417, añade que es posible que fuera una forma por parte de la
aristocracia local de demostrar su apoyo a Galba.
103
SUTHERLAND, C.H.V. (1984): 254.

315
ELENA TORREGARAY PAGOLA

rarse …humano generi assertorem ducemque…105, se encuentra precisamente en


Carthago Nova, que, según la tradición escipiónica, había dado al primer Africano, la
categoría definitiva de conquistador106 y donde, además, en época julio-claudia, se
habían renovado las inscripciones que consagraban al joven Escipión como
imperator107. Por lo tanto, podemos afirmar que, de esta manera, Suetonio buscaría
enraizar la legitimidad de Galba, equiparándolo a anteriores imperatores. Sin embar-
go, la pretensión parece ser más retórica que histórica puesto que el propio Suetonio
recuerda que Galba había adquirido en Hispania y en Galia fama de
…saevitiae…avaritiae108 a causa de los grandes exacciones que había impuesto, por
los castigos que había infligido a determinadas ciudades y por haber exigido el valor
completo de una corona de oro que los tarraconenses le habían ofrecido109.
Además de un princeps, el oráculo de Clunia que recuerda Suetonio habla tam-
bién de un dominus, término que el autor aplica además de a Galba110, a Augusto111,
con ocasión de la profecía de Nigidius Figulus concerniente su nacimiento112. Pero
este no es el único elemento que pretendía ligar a Galba con el fundador de la dinastía
julio-claudia. Además, entre los otros omina que tenían como función establecer su
legitimidad uniéndolo simbólicamente a anteriores imperatores, debemos destacar el
del rayo caído en un lago del país de los cántabros sobre el que se ven las doce hachas
del poder soberano113. No sólo porque el fenómeno del rayo tenía lugar en el territorio
de los cántabros a los que Augusto había derrotado, sino porque en la biografía del
propio Augusto, Suetonio había incluido también un omen en el que relataba cómo
un rayo había caído sobre la comitiva del princeps en una de sus expediciones contra
los cántabros y había matado a un esclavo114, lo cual se había interpretado como un
presagio anunciando la próxima victoria en las guerras hispanas115. En el caso de
Galba, el episodio tendría el valor de sugerir que el país sometido por Augusto en

104
Según SYME, R. (1982): 560 ss., Galba tuvo como colaborador a un Escipión, P. Scipio Asiaticus, de la
rama de los Cornelii Lentuli, que fue uno de sus cónsules
105
SUET., Galb. 9.
106
TORREGARAY, E. (1998): 56-65.
107
BELTRÁN, F. (1980): 47-59, nº 36: P(ublio) Scipioni co(n)s(uli) / imp(eratori) ob restitu/tam Saguntum / ex
s(enatus) bello Punico secundo, que se data en época de los primeros julioclaudios, y probablemente bajo Tiberio,
siendo una remodelación posterior de la inscripción original, cuya datación no ha sido acordada y se sitúa entre los
siglos III y II a.C., nº 37 : P(ublio) Scipioni co(n)s(uli) / imp(eratori) ob restitu/tam ¿ ? Saguntum / ex s(enatus)
c(onsulto) bello Punico secun/do. Esta inscripción es más antigua que la anterior, aunque no se puede situar su
datación con seguridad, F. Beltrán la sitúa en los últimos decenios del siglo I a.C.
108
SUET., Galb. 12.
109
SUET., Galb. 11. TAC., Agr. VI 5 cita una investigación del emperador referida a los regalos realizados a los
templos, probablemente de donde nace su reputación de codicia, negada por Tácito que considera a Néron el único
princeps ladrón. LE ROUX, P. (1984): 116-118 opina que el presente era una contribución del tesoro del templo de
Júpiter de los habitantes de Tarraco; SUTHERLAND, C.H.V. (1984): 217.
110
SUET., Galb. 9, 5-6.
111
SUET., Aug. 94.6; CASS. DIO., XLV 1.3-5.
112
VIGOURT, A. (2001): 274-275.
113
SUET., Galb. 8.
114
SUET., Aug. 29.5.

316
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

Hispania, le reconoce igualmente como su sucesor legítimo116. Por último, Galba


también había rechazado la aclamación imperial del ejército proclamándose legatus
senatus ac populi R., lo cual le remitía no sólo a Augusto, sino al propio César117.
Como vemos, la genealogía política de Galba se iba completando.
Según Suetonio, Galba no era el único princeps al que un oráculo le había anun-
ciado el dominio sobre todas las cosas, el biógrafo recoge igualmente los casos de
Augusto y Vespasiano118. Como bien señala A. Vigourt, los tres oráculos tenían en
común el haberse producido fuera de Roma, es decir, eran oráculos provinciales, en
Clunia (Hispania), en Velitres (Italia)119 y en Judea, respectivamente120. Los tres luga-
res se convertían así en epifánicos, puesto que en cada ocasión se convierten en el
centro del mundo, en el lugar donde aparece el dominador del mundo. En los dos
primeros casos es Júpiter quien lo anuncia. Tanto el de Galba como el de Vespasiano
se parecen, además, en su formulación en el sentido de que su duración en el tiempo
es mayor que el de Augusto, pero son también más vagos, porque afirman que el
señor del mundo habría de venir de una parte determinada –pero desconocida en
origen– del mundo, en Judea, o, en Hispania, donde al ser varios los emperadores
hispanos que habían accedido al poder en Roma podía tener sentido esa indefinición.
Dado que el que el dueño del mundo pudiera aparecer en lugares tan diferentes de
Oriente y Occidente carecía de toda lógica, los elementos de afinidad entre los tres
emperadores para ser merecedores de los oráculos del dominio del mundo habría que
buscarlos desde un punto de vista histórico. Así, los tres –Augusto, Galba y Vespasiano–
comparten el hecho objetivo de haber abierto un período, o haber liderado un cambio
dinástico en Roma. Igualmente, coinciden en haber llegado al poder después de una
guerra civil. Por lo tanto, la existencia del oráculo, en nuestra opinión, funciona como
elemento de legitimación de cada uno de estos emperadores y el escenario geográfico
al que remite cada uno de ellos depende del contexto histórico en que la profecía es
utilizada.
La coincidencia en bastantes elementos de las biografías que Suetonio elaboró
de estos tres emperadores parece remitir a un modelo común, a una percepción simi-
lar de la figura del princeps. El problema sería el de saber cuál es el paradigma que
sigue Suetonio para elaborar sus retratos y si el oráculo de Clunia responde, en reali-
dad, a la evocación de un mensaje político que corresponde, no al tiempo de las gue-
rras celtíbéricas que es cuando se sugiere que se elaboró, ni al augústeo, que parece
que es con el que Galba desea identificarse, ni siquiera al flavio, sino, quizás con el
período antonino. El énfasis puesto por Suetonio al señalar que el princeps dominusque

115
VIGOURT, A. (2001): 155, 287-288, como consecuencia de este hecho, Augusto hizo construir un templo
dedicado a Júpiter Tonante en el Capitolio.
116
REMY, B. & BUISSON, A. (1992): 83-104.
117
SUET., Galb. 10.1; PLUT., Galb. 5.2. BESSONE, L. (1976-77): 346; LE ROUX, P. (1982): 129, n. 20.
118
SCHALIT, A. (1975): 209-234.
119
SUET., Aug. 94.2: “….rerum potiturum”; Vesp. 4.9-10.
120
VIGOURT, A. (2001): 274-275.

317
ELENA TORREGARAY PAGOLA

rerum, procedería –oriturum– de Hispania permite acercar la profecía al tiempo de


los Antoninos, ya que para entonces se tenía la experiencia de la origo hispana de los
emperadores Trajano y Adriano. Si, además, consideramos que la historiografía ac-
tual suele ver el modelo político del princeps trajaneo en la mayoría de las biografías
de Suetonio, podemos concluir que es probable que el oráculo, centrado en la figura
de Galba, tuviera como intención reactualizar su mensaje y señalar tanto a Trajano
como a Adriano como destinatarios de la profecía hispana121. Nuestro argumento so-
bre el valor simbólico del oráculo y su aplicación a los emperadores antoninos, se
refuerza si recordamos que el propio Suetonio recuerda en un pasaje posterior de la
biografía de Galba que las legiones de la Alta Germania rechazaron al sucesor de
Nerón porque no querían un emperador elegido en Hispania, displicere imperatorem
in Hispania factum122. Ello nos muestra claramente que existía una percepción clara
en la distinción entre Galba que era un emperador hecho en Hispania, y Trajano y
Adriano que eran originarios de Hispania.
Todo esto contribuyó, sin duda, a elevar la carga simbólica en torno a Hispania,
sin que ello supusiera un cambio del status histórico de las provincias hispanas con
respecto a otras provincias, que continuó en parámetros similares. La realidad histó-
rica no impidió, sin embargo, el desarrollo del tópos retórico que se desarrollará a
partir de este momento y que consistirá en la laudatio de Hispania como cuna de
emperadores y, además, de grandes emperadores. Evidentemente, esto suponía un
paso más en la evolución de la representación política de Hispania, puesto que a
todos los elementos que anteriormente habían transformado la prouincia deuicta, en
un territorio que legitimaba la obtención del poder en Roma por las victorias obteni-
das en sus límites y que habían convertido su pacificación en un factor básico para la
estabilidad del imperio, se añade ahora uno nuevo, puesto que es de Hispania, desde
donde salen los máximos gobernantes de ese imperio que un día ella pudo haber
llegado a poner en peligro.
Por lo tanto, desde el punto de vista de la retórica política, Hispania se convierte
en una provincia ejemplar, algo que Tácito había confirmado al señalar que la peti-
ción de los hispanos de la Tarraconense de construir un templo dedicado a Augusto
había servido de ejemplo a todas las provincias: “Templum ut in colonia Tarraconensi
struereter Augusto petentibus Hispanis permissum, datumque in omnes prouincias
exemplum”123. Pero, conviene recordar, otra vez, que esa ejemplaridad no sitúa a las
hispanas por encima de otras provincias124. No hay más que recordar que el propio
Tácito recoge otra solicitud ante el Senado de la provincia Hispania Ulterior para
poder erigir un templo en honor de Tiberio y su madre, …ut exemplo Asiae...125, es

121
CARABIA, J. (1977): 12.
122
SUET., Galb. 15-16; TAC., Hist. 1.12; PLUT., Galb. 22.
123
TAC., Ann. 1.78. ETIENNE, R. (1958): 405-414; FISHWICK, D. (1987): 171-179.
124
SYME, R., (1953): 25-37; ALONSO-NÚÑEZ, J.M. (1993): 151-157; ALFÖLDY, G., (2002): 183-199.

318
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

decir, siguiendo el ejemplo de Asia. Esta vez no es Hispania la ejemplar, sino el


extremo Oriente. Del mismo modo, cuando, también en los Annales, Tácito recuerda
los servicios y el ofrecimiento de ayuda de Hispania a Germánico, los pone al mismo
nivel que los de Italia y la Galia, alineando los tres territorios en una asociación que
se encuentra de forma abundante en la literatura y la historiografía latinas126.
Teniendo en cuenta todo lo que acabamos de decir y enlazándolo con la inter-
pretación política del oráculo de Clunia que hemos ofrecido anteriormente, en reali-
dad, no puede hablarse, en sentido estricto, de grandes novedades en la representa-
ción política de Hispania entre los siglos I y II d.C., puesto que todos estos textos
remiten, de una manera u otra, al tópos inicial de la Hispania fidelis. De todos modos,
es claro que se ha producido una evolución en esa representación, pues, aunque, como
hemos visto, la ejemplaridad de Hispania se remite frecuentemente a la figura de
Augusto127, estamos ante una constante actualización de los modelos políticos que
afecta también a los exempla retóricos que les sirven de soporte básico.

4. Hispania semper fidelis

La aportación de hombres por parte de Hispania destinados al gobierno del mundo


suponía, sin duda, la máxima muestra de lealtad por parte de las provincias hispanas.
Aunque Tácito habla de Hispania como una provincia ejemplar y Suetonio la eleva a
la categoría de hacedora de principes, es a Floro a quien corresponde el honor de
haber marcado un tourne-point en la representación política de Hispania. Suele decir-
se que el autor del Epitoma de Tito Liuio es el que aporta el punto de inflexión en la
percepción general sobre la Península Ibérica, ya que, hasta entonces, la cultura
augústea había propiciado una imagen negativa de Hispania al incidir reiteradamente
en los aspectos negativos de las guerras desarrolladas en este territorio. En cualquier
caso, no debemos olvidar que Floro sigue muy de cerca la Historia Romana de Veleyo
Patérculo128, recordando los peligros que habían acechado al imperio romano desde
Hispania y retomando el principal de ellos …(Viriatus) si fortuna cessisset Hispaniae
Romulus129, es decir, la posible amenaza de fractura del imperium Romanum. Sin
embargo, el fin de las campañas hispanas, que había dado lugar a la representación de
la Hispania pacata de Augusto en la obra de Veleyo, es reinterpretado por Floro con
el anuncio del cambio de temperamento de los hispanos …cum ipsorum ingenio in
pacis artes promptiore…130, que ha permitido el nacimiento de una nueva Hispania

125
TAC., Ann. 4.37.
126
Ibid.: 1.71. GOODYEAR, F.R.D. (1972); FLACH, D. (1973): 92-108; SYME, R. (1984): 1014-1042.
127
ALFÖLDY, G. (2001): 30.
128
HELLEGOUARC’H, J. (1964): 683-684; MALCOVATI, E. (1971): 393-398.
129
FLOR., I 33.15. LÓPEZ MELERO, R. (1988): 247-248.

319
ELENA TORREGARAY PAGOLA

caracterizada por la fides et aeterna pax131. El texto retoma, por lo tanto, la represen-
tación ya conocida de una Hispania fidelis, pero desde la experiencia de la aportación
de intelectuales de origen hispano a la cultura y a las artes en el imperio romano, lo
cual conforma una imagen de Hispania lo suficientemente bárbara para ser vencida y
lo suficientemente civilizada para aportar cuadros a la administración del imperio.
Además, el autor del Epítome escribe en un contexto histórico en el que, como
hemos visto, se comenzaba a introducir en el elogio al emperador la laudatio de su
origo, en este caso, hispana. La conjunción de ambos elementos producirá la inter-
pretación de Floro, rétor132, del nuevo papel político de Hispania que no es otro que el
de permitir el elogio de los romanos, que habían sido capaces de vencer a sus fieros
habitantes133 y de sus emperadores, que al proceder de dicho territorio lo han trans-
formado en admirada y estimada provincia134.
La representación de la nueva Hispania que nace, según Augusto, fiel al imperio
se completa con la nueva iconografía de la provincia aparecida en las acuñaciones de
la serie Prouincia de Adriano (Fig. 5)135, en la que ésta se desprende de los atributos
bélicos para mostrarse como una mujer reclinada apoyada en una roca136, que puede
ser identificada con Gibraltar, y que tiene a sus pies un conejo, símbolo de su poten-
cial económico –cuniculosa Celtiberia–137.

Fig. 5: Moneda de Adriano

130
FLOR., II 33.
131
FLOR., II 33.
132
MORENO, I. (1998): 313-318.
133
FLOR., I 33-34.
134
ZECCHINI, G.: 269-270.
135
PERRONE MERCANTI, M. (1998): 200-205; GARZÓN BLANCO, J.A. (1993): 75.
136
SALCEDO, F. (1995-96): 190-191.
137
CATULL., Carm. 37.18; PLIN., nat. 8.217 y STR., 144 también hacen referencia a la abundancia de conejos
en la Península Ibérica.

320
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

Fig. 6: Imagen del vicariado de las Hispanias en la


Notitia Dignitatum

A partir del siglo II d.C. las laudes Hispaniae aumentan su presencia de forma nota-
ble en la literatura y la historiografía latinas. Podemos decir que se han convertido en un
tema consagrado y, aunque todavía se recuerdan los belicosos episodios de la conquista,
la Hispania de los elogios a partir de los siglos III y IV d.C. es una Hispania terris omnibus
felicior, que parece haber empezado a existir realmente únicamente a partir de la época de
Trajano y Adriano, es decir, los dos primeros emperadores de origo hispana138. Incluso, la
iconografía del momento, el mosaico de Bigerik139, no aporta nada nuevo a la imagen de
Hispania, sino que se limita a señalar un tipo –la Hispania con corona torreada- que será
el de mayor éxito en la Antigüedad Tardía140.
Esta Hispania plácida, que se muestra como cuna de duces y uates en los Pane-
gíricos de Pacato141 y Claudiano142, con escasa correspondencia con la realidad histó-
rica del momento, prolongará su vida retórica hasta el célebre Laus Spaniae de Isidoro
de Sevilla que resume la representación política de la Hispania, regina prouinciarum
en su doble fecundidad, la de la naturaleza y la de duces143.

138
CANTO, A. (1998): 223-224.
139
ARCE, J. (1988): 87-88; PARLASCA, K. (1982): 294.
140
Véase la representación de Hispania de la Notitia Dignitatum –Fig. 6–. Agradezco al Dr. I. Maier su amabi-
lidad al poner la figura a mi disposición.
141
PACAT., Paneg. 12.4,1-5.
142
CLAUD., Laus Serenae 63-66.
143
ISID., Historia gothorum I 1.

321
ELENA TORREGARAY PAGOLA

322
Construcción historiográfica y proyección iconográfica de la representación política de la Hispania romana

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326
Changing attitudes to domestic violence: gender power...

SECCIÓN TERCERA

Leyendas y tradiciones sobre los orígenes


en el pensamiento posclásico

327
HISTORIA Y MITO: EL PASADO LEGENDARIO COMO FUENTE DE AUTORIDAD

328
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

LEYENDA, HISTORIA Y LITERATURA


EN TORNO A ALEJANDRO

ANTONIO GUZMÁN GUERRA


DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA GRIEGA
Universidad Complutense de Madrid

1. La Leyenda

La leyenda sobre Alejandro ya había comenzado en vida de nuestro protago-


nista, e iba a continuar incrementándose desde el mismo momento de su muerte.
Comenzaremos, pues, por referirnos a diversos documentos como el transmitido
bajo el nombre Liber de morte testamentumque Alexandri Magni, el texto del lla-
mado Epítome de Metz, y a las Efemérides reales. De entrada, ello nos llevará a
formularnos algunas preguntas esenciales, del tipo ¿quiénes fueron sus autores?
¿Cuándo y con qué intención se redactaron dichos documentos? ¿Qué se pretendía
y qué se logró con ello? ¿Cuál fue el papel de Crátero, de Tolomeo, Pérdicas o
Antípatro al respecto? o finalmente ¿quiénes acompañaron al rey en sus últimos
momentos?1.

Sinopsis del relato


Alejandro murió, sin heredero oficial, el 30 de junio del 323. Roxana, su mujer,
una princesa bactriana se hallaba esperando un hijo de Alejandro. Aun en el supuesto
de que el futuro hijo fuera varón, se temía una prolongada regencia, muy apetitosa
–de otro lado– para posibles usurpadores del poder legítimo. Y en todo caso el futuro
príncipe iba a ser medio macedonio/medio bactriano, cuestión igualmente delicada
para los defensores de la ultra ortodoxia macedónica.
La única posible alternativa legitimada, por el momento, sería recurrir al herma-
nastro de Alejandro, Arrideo, quien por línea de consanguinidad parecía el candidato

1
Cf. SEIBERT, J. (1984): 259 ss.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 329-363.

329
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

más idóneo –en tanto que hijo de Filipo y una bailarina de Tesalia– aunque su debili-
dad mental y el padecer de esporádicos ataques de epilepsia le hacía por completo
inhábil para un cargo de responsabilidad, y de hecho Alejandro le había marginado
desde siempre de cualquier tipo de acceso al poder militar y civil. El conflicto, pues,
podía plantearse entre la elite de la clase política de la corte y el ejército macedonio,
apoyados en las fuerzas especiales de los hypaspistas, ahora llamados argyráspides. De
otra parte había que contar con las fuerzas centrífugas de las ciudades griegas y persas,
hasta ahora sometidas a Alejandro, pero siempre prestas a reclamar su independencia.
Así, durante la primera reunión política suscitada en Babilonia a la muerte del rey se
definieron ciertas posturas que iban a demostrarse irreconciliables. La caballería, y a su
cabeza Pérdicas se decantaron por esperar que naciera el hijo de Roxana, y en el caso de
que fuera varón, eran partidarios de declararlo heredero y abrir un período de regencia.
Por otro lado, Nearco, comandante de la flota propuso como sucesor a Heracles, un hijo
de Alejandro y de Barsine. Finalmente, Tolomeo, erigiéndose en representante de la esen-
cia macedonia propuso que se aceptara un Consejo de Regencia entre los hetairoi del rey.

Las Efemérides Reales2

Tanto Arriano (7.25-26) como Plutarco (76-77) recurren al testimonio de unos


Diarios o Efemérides Reales en los que se narran los últimos días que precedieron a
la muerte de Alejandro en Babilonia. Ambos relatos son básicamente coincidentes,
aunque hay suficientes detalles discordantes (fechas sobre todo) para suponer que
puede tratarse de dos documentos distintos o una doble versión del mismo: una abre-
viada (utilizada por Plutarco) y otra más extensa empleada por Arriano. En cualquier
caso, Arriano nada nos dice sobre si estos datos proceden de alguna de sus dos fuen-
tes más fiables, Tolomeo o Aristóbulo.
El problema importante que se plantea es el de la identificación de la autoría de
este(os) documento(s) y la fecha de su redacción. A partir de las noticias de Ateneo y
Eliano3 se ha sostenido la idea de que proceden de Eumenes de Cardia, Secretario de
Alejandro Magno, de quien a su vez los consiguió algo después Tolomeo, cuando
fueron trasladados junto con el cadáver de Alejandro a Egipto. Tras diversos estudios
de los textos, la crítica moderna parece casi unánimemente de acuerdo en lo siguien-
te: primero, descartar que tengan nada que ver con ningún tipo de documento oficial
que perteneciera a la corte o la cancillería oficial macedonia; en segundo lugar, que
se trata de unos «Diarios» algo peculiares, toda vez que no se recoge en ellos ningún
tipo de información que pudiera considerarse normal en la vida diaria de un rey, sino

2
Además de SEIBERT, J. (1972): 5-6, cf. BOSWORTH, A.B. (1971): 112-36. Más reciente PÉDECH, P.
(1984): 246-51. Admite sin gran duda su existencia TARN, W. y HAMMOND N.G.L. (1993), aunque BADIAN, E.
(1968) mantiene serias reservas.
3
Respectivamente en 10.434b y en Varia Historia III 23, que se corresponden con FGrH 117.

330
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

que todo se enfoca en torno a la enfermedad, las fiestas y la bebida en que –según
dicha fuente– pasó Alejandro sus últimos días en Babilonia. Tanto Pearson, como
Brunt y Bosworth coinciden en considerarlo obra de Eumenes y que debió de ser
redactada algunos años después de la muerte de Alejandro. No obstante, Hammond
sigue defendiendo la existencia de unos «Diarios» auténticos4.

El Epítome de Metz

Editado en 1966 (Leipzig, Teubner) por P.H. Thomas5, es la versión latina del
siglo X en el que se relatan los últimos días de Alejandro, su muerte por envenenamien-
to a manos del copero Yolao6 durante una cena o fiesta en casa del tesalio Medio, y su
posible testamento político, a partir de un texto griego hoy perdido, compuesto con
toda probabilidad a los pocos años de la muerte del rey, en el contexto de las rencillas
habidas entre sus sucesores Antípatro y Pérdicas. En cambio, un investigador como
Heckel propugna fechar el documento no en los años inmediatamente después de la
muerte de Alejandro (ca. 321/0), sino que lo traslada a la regencia de Poliperconte.
El texto original griego (del que ha aparecido un fragmento papiráceo del
siglo I a.C., el Pap. Vindobonensis 31954) fue utilizado como documento histórico
en la Antigüedad. Tanto Quinto Curcio (10.10,5) como Diodoro (XX 81) recono-
cen haberlo usado, aunque nosotros debamos cautelarmente poner en entredicho su
fiabilidad como documento histórico dado el contexto de pugnas y luchas partidis-
tas en que fue compuesto. A nuestro juicio se podría calificar en buena medida más
de propaganda política que de documento histórico. No es de extrañar, por tanto,
que parte de dicho documento se incorporara a alguna compilación de la llamada
Novela del Pseudo-Calístenes: Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia7, la obra
anónima del siglo III d.C.
En el texto se nos presenta una carta de Olimpíade a su hijo Alejandro, a la
sazón en Babilonia, quejándose del comportamiento del general Antípatro y en la que
le transmite su decisión de retirarse al Epiro. Efectivamente, Arriano (7.12,5) nos
dice que Crátero fue despachado por Alejandro hacia Grecia para desplazar en el
mando a Antípatro en el año 324, sino para otro plan más criminal (Q. Curcio 10.10,15
se hace eco del rumor de que pretendía asesinar a Antípatro). Ocurre, en cambio, que
Antípatro envía a su hijo Casandro a Babilonia con un detallado plan para envenenar

4
Cf. Historia 37 (1988): 129-50.
5
Epitoma rerum gestarum Alexandri et Liber de Morte eius, Leipzig, 1966. Cf. Bibliografía en SEIBERT, J.
(1972): 223. En especial cf. MERKELBACH, R. (1954) y más recientemente HECKEL, W. (1988), con bibliografía
selecta.
6
Sabemos por el testimonio de Plutarco (Vida de los diez oradores 9=Moralia 849f) que el orador Hipérides
formuló una propuesta honorífica a favor de Yolao por haber asesinado a Alejandro. Cf. OIKONOMIDES, A. (1987):
169-82, aunque HECKEL, W. (1988): pág. 2 muestra reservas al respecto.
7
Remitimos a la traducción que de la misma hiciera C. GARCÍA GUAL, Gredos, 1977.

331
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

a Alejandro, mediante una droga que Yolao debía dar a beber al rey. El brebaje se le
debía administrar en el transcurso de una fiesta que se iba a celebrar en casa de Medio
de Larisa, amante de Yolao. (Cf. Anábasis 7.27,2). A la cena asistieron al menos una
veintena de invitados, a quienes por cierto Onesícrito –temiendo represalias– evita
nombrar. Es probable que la mayoría de los asistentes estuvieran implicados en el
complot, con la excepción (si damos crédito a Pseudo-Calístenes 3.31,9) de Eumenes,
Pérdicas, Tolomeo, Lisímaco, Asandro y Olcias. Recién comenzado a surtir efecto el
veneno, Alejandro empieza a sentir una opresión de calor en el pecho que le provoca
amagos de vómitos. En ese momento se acerca Yolao y sirviéndose de una pluma de
ave, finge provocarle el vómito a Alejandro. Pero, arteramente, Yolao había empapa-
do la pluma en el frasco del veneno, con lo que le administró a Alejandro una segunda
dosis. El moribundo rey pide de beber a su copero, y éste le acerca la ya ahora mortí-
fera copa.
El romanticismo del relato continúa con nuevos tintes de inverosimilitud. Sin-
tiéndose fenecer, Alejandro proyecta arrojarse a las corrientes del Éufrates, ya que si
conseguía hacer desaparecer su cuerpo, parecería asegurada la fama de su inmortali-
dad, pero Roxana le hace desistir. Según el relato del Epítome=Pseudo Calístenes:
3.32,5-7, Alejandro echó en cara a Roxana el haberle privado de esta modalidad de
alcanzar la fama de la inmortalidad.
Al día siguiente –según nuestro texto– Alejandro se dispone a redactar su testa-
mento político, expresión de su última voluntad en presencia de Pérdicas, Olcias,
Lisímaco y Tolomeo, sin ningún otro testigo, fuera de los dos esclavos encargados, el
uno de sostener una lámpara y el otro de realizar la copia de sus palabras: Hermógenes
y Combafes. Mientras tanto el ejército, preocupado por la enfermedad de su rey y
quizá presintiendo su muerte empieza a impacientarse en los alrededores. Los rumo-
res llegan a oídos del rey, quien pregunta a Pérdicas las razones del tumulto de las
tropas. Se dispone a continuación todo de tal manera que el rey pueda saludar a sus
soldados, aunque no pueda dirigirles públicamente la palabra.
En el Epítome de Metz aparece interpolada una «Carta de Alejandro a los rodios»,
cuyo texto presenta una forma más abreviada que la que se transmite en algunas
versiones del Pseudo-Calístenes. A continuación se describe dramáticamente (sólo
en el Epítome de Metz y en la versión armenia del Pseudo-Calístenes) la muerte de
Alejandro, quien concluye musitando al oído de Tolomeo sus últimas palabras, mien-
tras pone su anillo en la mano de Pérdicas.

El Testamento (págs. 221-224 del Pseudo-Calístenes)

1. Ordena a los gobernantes de las satrapías que remitan mil talentos de oro de
ley a los sacerdotes de Egipto, adonde desea que sea trasladado. Más adelante
designa a Tolomeo como custodio de su cadáver.

332
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

2. Ordena la reconstrucción de Tebas con fondos del tesoro real, así como la
repoblación de su territorio.
3. Que se asignen a los rodios 305 talentos de oro y 77 trirremes que garanticen
su independencia. Ordena igualmente que los rodios acojan a Olimpíade en
su ciudad.
4. El rey Alejandro, hijo de Amón y de Olimpíade, designa como rey de Mace-
donia en el momento presente a Arrideo, el hijo de Filipo. Pero si Roxana
tiene un hijo varón, que éste sea el rey. Y si es una hija, que sean los macedonios
quienes elijan al monarca, si no aceptan a Arrideo.
5. Hasta que los macedonios elijan rey, Alejandro designa como regentes:
A Crátero (y a su mujer, Cinana) de Macedonia;
a Lisímaco (y a su mujer, Tesalónice) de Tracia;
a Leónato (y a su mujer, Cleónice) del Helesponto;
a Eumenes (Paflagonia y Capadocia);
a Antígono (Panfilia y Cilicia);
a su escudero Seleuco, Babilonia y su comarca;
a Meleagro de Fenicia y Siria,
a Pérdicas, Egipto;
a Tolomeo (y a su mujer, Cleopatra, hermana de Alejandro) Libia...*** [así
dice el texto del Pseudo-Calístenes; en cambio en el Epítome: Egipto y Libia
a Tolomeo]8.
6. Da orden de que le preparen un ataúd de 200 talentos de oro macizo para
sepultar su cuerpo, y que remitan la armadura del rey a Argos, y a Delfos
otros presentes...
7. Licenciar a los veteranos macedonios y tesalios.
8. Encarga a Pérdicas, al que instaura como rey de Egipto, que proteja su ciudad
predilecta, Alejandría, y que de ella se encargue un gobernante con privile-
gios especiales...
9. Finalmente, Alejandro designa como reyes de las zonas orientales:
de la India hasta el Hidaspes, a Taxiles; del Hidaspes hasta el Indo, a Poro; de
Paropanisada a Oxídraces, padre de Roxana...
10. La última recomendación fue nombrar a Olcias rey de Iliria, con una asigna-
ción de 4.000 talentos, con los que deberá edificar templos y estatuas a Amón,
Heracles, Atenea, Olimpíade y Filipo.

Los documentos que aquí hemos presentado son básicamente los testimonios
que se nos han conservado sobre los últimos años de la Vida de Alejandro Magno.
Tanto la versión latina del Epítome (siglo X), como la versión griega del Pseudo-

8
Llamamos la atención sobre la mención expresa que hallamos en nuestro texto nominatin a las diversas
mujeres de cada uno de los regentes. Cinane era hija de Filipo, al igual que Tesalónice, como si con ello su autor
intentase legitimar el reparto de las satrapías mediante una vinculación directa con la dinastía macedónica.

333
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

Calístenes (siglo III) adolecen de los defectos propios de este tipo de textos: su falta
de rigor histórico y su partidismo radical, hasta el punto de que puede hablarse de que
nos encontramos antre unos textos de marcado tono propagandístico, escritos proba-
blemente en el círculo próximo a Poliperconte contra sus rivales Antígono y Casandro.
No hace mucho empezaba el historiador Walbank uno de sus últimos trabajos sobre
las intenciones de la historiografía de los siglos IV al II comentando que subsisten dos
obstáculos sustanciales: el primero es el hecho de que su testimonio sólo se nos ha conser-
vado fragmentariamente, y el segundo es que aun entre esos fragmentos son escasos los
pasajes en que sus autores se plantean cuestiones metodológicas y de intenciones. Sólo el
gran Polibio es excepción en este panorama, pues sólo él medita sobre el papel de la
historia como instrucción y la historia como entretenimiento, y acaba concluyendo que si
la historia es superior a la poesía es porque el objetivo de aquélla es la verdad. Aun con sus
limitaciones esto es lo que tenemos y hasta aquí es adonde podemos llegar.

2. Apéndice: algunas anécdotas en la vida de Alejandro

En paralelo a esta serie de documentos, conservamos una infinidad de anécdo-


tas de la vida de Alejandro, todas ellas carentes de base histórica pero que han contri-
buido desde muy pronto a configurar su propia leyenda. Mencionaré sólo tres de
ellas:

a) Su entrevista con Diógenes el Cínico


Por su peculiar condición de filósofo cínico, Diógenes ha atraído desde siem-
pre un particular interés. Hay hasta veintidós versiones distintas de en qué términos
y dónde se produjo el encuentro, a instancias o iniciativas de quién, con resultado
más o menos airoso ya para el uno ya para el otro. La cuenta Cicerón en sus
Tusculanas, y también Dión Crisóstomo, y Valerio Máximo, Eliano, Varia Histo-
ria, Diógenes Laercio, y una larga lista de escritores cuya nómina sería enojoso
repetir aquí. Desde un punto de vista histórico, se trata de una anécdota con visos
de no haberse producido jamás, pero la mejor prueba de su encanto, por no decir de
su simbolismo, se encuentra en el éxito que alcanzó en toda la antigüedad, pasando
por los Padres de la Iglesia (dos veces en Juan Crisóstomo), el Medioevo, Renaci-
miento, etc.
Diógenes es un hombre autosuficiente, carente de necesidades, es un sabio que
se define como «ciudadano del mundo» (es la primera vez que se utiliza en este
sentido en griego la palabra cosmopolita), el desclasado que voluntaria y valiente-
mente ha decidido no integrarse en el sistema social. Frente a él se nos presenta a
Alejandro, el rey. Un rey que es esclavo de sus ansias de gloria, fácil presa de su
ambición y su locura. En la literatura griega ya conocíamos algún paralelismo de esta
colisión sabio/rey en un texto de Heródoto, en el que el sabio Solón charla con Creso.
Pero ahora el atractivo de la entrevista entre él y Alejandro se ha visto incrementado

334
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

porque se les ha hecho a ambos los dos polos extremos de dos maneras de ser y de
concebir el mundo. Es el sabio y filósofo cínico frente al soberano y el hombre que
encarnaba el poder y la ambición máximos. No es de extrañar por tanto que la tensión
entre ambos focos resultara casi morbosa y desde luego con ribetes muy ácidos. En
una de las versiones Alejandro ofrece de comer a Diógenes un plato lleno de huesos;
el filósofo, con la imperturbabilidad del cínico, le replica: «Es comida de perro (cíni-
ca), pero no es invitación propia de un rey».
Pero quizá una de las versiones más conocidas sea la de Plutarco (a quien sin
duda debió gustar mucho la supuesta entrevista, pues nos la repite también en Moralia)
según la narra en su Alejandro. El encuentro entre el líder de los griegos y el filósofo
acaeció en Corinto, y más concretamente en un suburbio de las afueras de la ciudad.
Se habían reunido los griegos de la Liga de Corinto a la muerte de Filipo, para
votar en asamblea si se confirmaba o no a Alejandro en el cargo de comandante del
ejército griego en su lucha contra los persas, ya que éste había sido un título concedi-
do de modo personalísimo a Filipo, y en modo alguno podía Alejandro «heredarlo»
directamente. Una vez que Alejandro obtuvo este nombramiento, fueron muchos los
políticos, intelectuales y filósofos que acudieron a darle la enhorabuena, y de hecho
Alejandro esperaba que también acudiera Diógenes. Al no comparecer éste fue el
propio rey quien se acercó al barrio del Cranio a verlo. Diógenes estaba tumbado al
sol, y al oír que se aproximaba una muchedumbre se incorporó un poco y miró a
Alejandro a la cara. El rey le dijo que le habían llegado noticias de su sabiduría y le
preguntó entonces que si quería pedirle algo. «Una cosa bien pequeña. Apártate un
poco que me quitas el sol». Plutarco continúa su relato así:

Se cuenta que Alejandro, ante esta respuesta, quedó tan impresionado y ad-
mirado por el altivo desprecio e independencia de espíritu de este hombre, que
dijo a sus acompañantes, que marchaban riéndose y haciendo burlas: ‘Pues yo,
si no fuera Alejandro, de buen grado fuera Diógenes’.

Ya choca que tuviera que ser el rey quien hubiera de acercarse al filósofo (cuan-
do lo habitual era que no pocos intelectuales y aduladores se interesasen a diario por
departir con el rey). Es probable que Plutarco dependa para este relato de una fuente
próxima ideológicamente a la escuela de los cínicos, pues la idea que se nos proyecta
de Diógenes es sumamente favorable para él, como auténtico sabio, autosuficiente,
que para nada necesita de la pompa y boato del soberano. Quizá fuera el propio
Onesícrito, admirador del filósofo cínico, la fuente a la que debamos retrotraer este
relato. Advirtamos, finalmente, que el bueno de Plutarco apenas parece interesarse
por el hecho histórico, de enorme trascendencia, de que la Confederación de Corinto
se hallaba reunida para discutir acaloradamente una decisión de gran alcance político
como era nombrar a Alejandro comandante militar supremo, y en cambio se detiene
en la anécdota de la fugaz y algo chusca visita de Alejandro a Diógenes. Así es, como
sabemos, el tono de las biografías de Plutarco.

335
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

b) El nudo gordiano
Muy a comienzos de su expedición, al llegar Alejandro a la ciudad de Gordio9,
en abril del año 333 siente deseos de subir a la ciudadela, al palacio de Gordio y de
su hijo Midas, para ver su carro y el nudo de su yugo. A propósito del carro los
habitantes de la ciudad contaban la leyenda de que quien fuera capaz de desatar el
nudo estaba predestinado para convertirse en soberano del mundo. Obviamente,
Alejandro no podía dejar pasar la ocasión ante sus soldados de solventar tamaña
dificultad. No importa el método. El nudo era de hilachas de cornejo, y parecía no
tener principio ni fin. Según unas versiones consiguió zafarlo retirando la clavija a
la que estaba atado; en otras variantes (Curcio y Justino) la solución fue más drás-
tica. Cortó con un tajo de su espada la soga, al tiempo que proclamaba: Ya está
desatado.
En resumen este es el relato del incidente, aunque presenta variantes de detalle
según las diversas versiones. La anécdota se recoge en todas las fuentes, excepto en
Diodoro, aunque mientras en Plutarco el vaticinio habla de que quien deshaga el
nudo será el soberano de todo el mundo, en Arriano, Curcio y Justino lo restringen a
sólo el Asia. La anécdota adquiere así a nuestro juicio, una significación política,
pues Alejandro la va a aprovechar para su propaganda de consolidación de su figura
como futuro rey de Asia.
Verdaderamente curiosa es, sin embargo, la fortuna que esta famosa anécdota
iba a encontrar a lo largo de los siglos en historiadores, moralistas, preceptistas, y un
largo etcétera. Voy a traer a colación un caso singular y que puede resultar curioso
para la historia de la heráldica de nuestro país. Es la divisa Tanto monta monta tanto
en la que algunos han querido ver la esencia misma de la fusión de las monarquías de
Fernando el Católico y de Isabel de Castilla. En un ameno trabajo lo estudió Juan
Gil10 hace unos años, y en él demuestra que don Fernando tomó de la anécdota del
nudo gordiano su divisa de Tanto monta..., queriendo dar a entender que al igual que
en el caso de Alejandro, sus conquistas estaban destinadas a extenderse por todo el
mundo, sin importar que fueran los ejércitos de Isabel o de Fernando. Nuestro rey
aragonés se presentaba ante sus súbditos como un nuevo Alejandro en momentos en
que en la corona de Aragón se había editado la Historia de Alejandro de Quinto
Curcio, de modo que no es arriesgado aventurar que incluso entre ciertos sectores
sociales de Aragón estuviera difundida la biografía de Alejandro hasta el extremo de
que al rey Fernando se le ocurriera la idea de autopublicitarse aprovechando que
Alejandro era el paradigma perfecto para un rey que pretendía dominar buena parte
del mundo.

9
Cf. FREIDRICKSMEYER, E.A. (1961): 160-168, y muy extensa Bibliografía en SEIBERT, J. (1972): 92-
96 y 268-269.
10
(1985): 229-241. Es curioso que este episodio del carro de Gordio tenga un paralelo con la leyenda inglesa
del rey Conaire, según la cual también quien fuera a conducir el carro será rey (cf. FREI, P. [1972]: 110-123).

336
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

c) Su encuentro con Talestris, reina de las Amazonas11


Colectivamente los antiguos griegos han creído en la existencia de este pueblo
de las amazonas, a las que imaginariamente situaban viviendo a las orillas del río
Termodonte, en el noreste del Asia Menor. Aunque algunos historiadores ya se
habían pronunciado acerca de la extrañeza de no haberlas visto a pesar de haber
visitado su supuesto emplazamiento, se seguía creyendo en su existencia. A medida
que estas zonas del Asia Menor fueron mejor conocidas por las expediciones mili-
tares o comerciales de los griegos, hubo que desplazar el asentamiento de las ama-
zonas a otras regiones más remotas, y así, en el siglo I se las suele localizar en el
norte del Cáucaso.
Debemos decir que en Arriano encontramos el primer testimonio de la antigüe-
dad en que se niega que las amazonas existieran en tiempos de Alejandro. Pero, claro,
Arriano tampoco puede negar categóricamente que no hayan existido con anteriori-
dad. ¿Cómo iba a oponerse a toda una tradición que hablaba de la amazona Pentesilea
amada y muerta nada menos que por Aquiles (inmortalizada además en el ánfora de
figuras negras de Exequias, hoy en el Museo Británico) y de la amazona Hipólita, y
de los combates o amazonomaquias reproducidos en los frontones de los templos,
etc? Por todo ello, Arriano pretende conciliar de un lado el respeto a las antiguas
tradiciones a las que reconoce una inequívoca realidad, y de otra parte su reserva a
admitir como auténticas estas leyendas referidas a tiempos más recientes.
De modo que el relato de esta tercera anécdota recoge otra vez ciertos elemen-
tos fantásticos que atrajeron desde siempre la curiosidad de los lectores. Se refiere
a la supuesta visita de la reina de las amazonas a Alejandro. Arriano nos narra, sin
darle credibilidad como enseguida veremos, que un sátrapa de la región de Media
le envió cien de estas mujeres, belicosas guerreras que tienen su pecho derecho
menos desarrollado y que lo dejan al descubierto en el combate. Alejandro mani-
festó su interés por entrevistarse con su reina, pues quería tener un hijo con ella.
Continúa luego Arriano brindándonos su opinión a propósito de las amazonas: Ni
Aristóbulo ni Tolomeo ni ningún otro historiador digno de crédito ha dejado escri-
to nada de este tema, aunque sí admite las antiguas tradiciones: hay una según la
cual Heracles tuvo que llegarse hasta el país de las amazonas, y llevó a Grecia el
ceñidor de Hipólita, su reina; otra tradición dice que los atenienses, a las órdenes
de Teseo, fueron los primeros en derrotarlas en una batalla .... No obstante, su
veredicto final acerca de la visita de Talestris a Alejandro es contundentemente
negativo:

Mi idea, por tanto, es que si Atropates ofreció a Alejandro un contingente de


mujeres a caballo, se trataría de mujeres de algún pueblo bárbaro, ejercitadas
en la equitación y ataviadas según la antedicha usanza de las amazonas.

11
Cf. el reciente libro de BLOK, J.H. (1995).

337
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

Por su parte, Plutarco relata de pasada el encuentro entre la amazona y Alejan-


dro, al igual que Diodoro, aunque en este autor es la propia Talestris –que así se la
llama– la que por propia iniciativa va a buscar a Alejandro:

Extrañado el rey por la inesperada visita de estas famosas mujeres, preguntó


a Talestris el objeto de su visita, a lo que ella le contestó que había venido para
engendrar con él un hijo. Pues él era por sus hazañas el hombre más esforzado
y ella sobresalía de entre las mujeres por su fuerza y su bravura, por lo que era
natural que la criatura engendrada de dos progenitores tan excelentes sobrepa-
saría en valor al resto de los mortales. El rey, extremadamente halagado, acep-
tó su proposición y pasó trece días con ella; luego le regaló ricos presentes y la
hizo volver a su patria.

Este bello relato de la amazona Talestris sedujo la imaginación de muchos escri-


tores posteriores, ya no historiadores, pero sí poetas y fabuladores de las más hermo-
sas tradiciones. En nuestro Libro de Alexandre tenemos de nuevo su conmovedor y
tierno relato (vv. 1886-1892), con cuya cita pretendo terminar:

Demás quiero un dono de tu mano levar:


haver de ti un fijo, non lo quieras dexar;
non havrá en el mundo de linaje su par;
non te deves por tanto contra mí denodar.

Si fijo barón fuere, a tí lo embiaré,


Si Dios de mal me curia, bien te lo guardaré;
fasta que nacido sea nunca cavalgaré;

si fuere fija fembra, mi regno le daré;...

3. Génesis del Mito: divinización de Alejandro

Hemos tenido que hacer una peligrosa incursión por textos que gozan de muy
poco soporte histórico, y nos hemos ido deslizando a un tipo de literatura más ficcional
y novelada. Pensamos, no obstante, que dichos testimonios son necesarios para en-
marcar la génesis y el proceso del mito de la divinización de Alejandro que ahora
pretendemos abordar.
Suele decirse que el culto a los monarcas se inicia precisamente con el culto de
Alejandro, aunque luego esta práctica se generalizó y quedó consagrada en la época
posterior de algunos emperadores romanos. Vamos a considerar en unas pocas pági-
nas cómo se desarrolló este proceso religioso-cultural. También en Grecia la diferen-
cia entre el mundo de los dioses y de los mortales, pese a la familiaridad con que

338
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

aquéllos podían tratar a éstos en ocasiones, seguía siendo nítida. Bastaría recordar
aquellos versos homéricos en que Apolo reprocha a Diomedes su excesiva osadía de
querer asemejarse a los inmortales:

Para mientes, Tidida, y retírate ya, y no pretendas igualar tus pensamientos


con los de los dioses; porque jamás igual la casta podrá ser de los dioses inmor-
tales y de los hombres que la tierra pisan.

Es probable que Alejandro Magno también hubiera leído estas líneas del libro
quinto de la Ilíada, pero parece que no debió de prestarles demasiada atención. Por
otra parte, entre dioses y hombres hay un estadio intermedio, el de los héroes, nacidos
de un(a) dios(a) y un(a) mortal, y en Grecia era frecuente desde época antigua que a
la muerte de los grandes héroes se les tributara honores especiales y que sus tumbas
se considerasen fuente de bendición para la comunidad que los acogía.
Hay que entender probablemente que el proceso de divinización de Alejandro se
sustentase sobre esta etapa intermedia de su consideración como héroe. Desde siem-
pre y continuamente Alejandro ansiaba imitar y hasta superar las hazañas de los anti-
guo héroes. Quería emular a su héroe predilecto, Aquiles, pero también al propio dios
Dioniso y no menos a su antepasado Heracles. Con este último incluso parecía com-
partir una estrecha analogía: la tradición afirmaba que Heracles tenía como padre a
Zeus (con Alcmena) aunque se suponía que su padre mortal era Anfitrión. La propia
madre de Alejandro, Olimpíade, debió de contribuir a hacerle creer a Alejandro que
era hijo no de Filipo sino del mismísimo Zeus-Amón. No olvidemos que éste fue uno
de los motivos que llevaron a Alejandro a consultar el oráculo de Zeus-Amón en el
desierto egipcio de Siwah. Acariciando la idea de que el oráculo le ratificara su as-
cendencia divina, lo cierto es que como tal se presentó ante sus soldados tras la con-
sulta, y en calidad de hijo de Amón-Zeus fue aclamado por la soldadesca y hasta por
sus cortesanos (Plutarco, Alejandro 27.5-9).

Una vez que hubieron atravesado el desierto y llegó al santuario, el sacerdo-


te de Amón se dirigió a él saludándole de parte del dios, como de parte de su
padre. A su vez él preguntó si se le había escapado alguno de los asesinos de su
padre sin recibir castigo. El sacerdote le ordenó callar, pues su padre no era
mortal, y por ello cambió la forma de la pregunta y le inquirió si habían sido
castigados los asesinos de Filipo... Pero el propio Alejandro dice en una carta
enviada a su madre que él había tenido acceso a ciertas profecías secretas, de
las que le haría partícipe a ella a su regreso. Algunos afirman que el sacerdote
quiso saludarle en lengua griega por una especial deferencia, y le dijo: ‘Oh,
hijo de Zeus’ (o pai diós) en vez de ‘oh, hijo’ (o paidíon), al poner por barbaris-
mo una sigma en vez de una nu en la sílaba final. El error en esa letra agradó a
Alejandro, y así se originó la leyenda de que el dios le había saludado llamán-
dole ‘hijo de Zeus’.

339
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

Gran importancia tienen en este proceso de divinización los intentos de Alejan-


dro por instaurar el ceremonial de la proskynesis en el año 327. Era, como ya sabe-
mos a propósito de la muerte de Calístenes, una costumbre de la corte persa, por la
que, al despedirse de su rey, los persas realizaban una postración o incompleta genu-
flexión en señal de acatamiento y sumisión ante la máxima autoridad del rey. Para los
griegos, en cambio, esta práctica tenía la significación de un acto de culto reservado
sólo a la divinidad, por lo que les repugnaba que semejante reconocimiento les fuera
exigido por parte de un mortal, ya que lo interpretaban como una afrenta a su digni-
dad de hombres libres. Y aquí iba a surgir el conflicto de tan funestas consecuencias
para Calístenes. Sólo recordaré que uno de los desencadenantes de todo el episodio
sobre la proskynesis había sido el que el filósofo Anaxarco, consejero de Alejandro,
comparase a Alejandro con los Dióscuros, Cástor y Pólux. Así lo tenemos en dos
interesantes pasajes: Arriano, Anábasis 4.10,5 y 4.11,8.
La cita es un poco larga, pero resume las dos posturas al respecto; la del adula-
dor Anaxarco y la de Calístenes, nada receptivo este último a que pudiera siquiera
iniciarse un proceso que fuera a conducir a la «divinización» en vida de Alejandro.
Pero para entonces el proceso era al menos por parte de Alejandro imparable. Las
monedas y ciertos documentos arqueológicos como el sarcófago de Estambul de Ale-
jandro vienen a corroborar el testimonio de las fuentes literarias. El rey se complacía
en asistir a las fiestas ataviado a la usanza del dios Amón y tocado con los cuernos de
carnero. Al aparecer en público con tales atributos Alejandro se presentaba si no
como la misma encarnación de Amón, al menos como alguien que participaba de
algún modo de esa naturaleza divina.
Un nuevo indicio hallamos cuando se produjo la muerte de su mejor amigo,
Hefestión, en el año 324. Tras la consulta al oráculo egipcio de Siwah Alejandro
pretendió que le fueran tributados honores divinos a Hefestión, solicitud que no con-
siguió el beneplácito de los responsables del santuario. Ordenó Alejandro hacer sa-
crificios en honor de Hefestión, como si se tratara de un héroe; esto es lo que dicen al
menos la mayoría de sus historiadores, aunque algunos otros afirman que Alejandro
envió una legación a que preguntara al dios Amón si era procedente ofrecer sacrifi-
cios a Hefestión como si de un dios se tratara; la respuesta del oráculo fue que no
procedía. (Arriano, Anábasis 7.14,7). No es absurdo pensar que simultáneamente
pidiera Alejandro para sí mismo el reconocimiento de su propia divinización.
Y así llegamos a la gran paradoja. El rey muere el año 323, pero es entonces
cuando empieza a difundirse su culto como hijo de Zeus, y en diversas regiones de
Grecia se suscita al menos un debate acerca de si es lícito rendir a Alejandro culto
divino. Algunas noticias indirectas nos hablan de que tanto en Esparta como en Ate-
nas, que fueron además las dos ciudades de Grecia más hostiles al rey macedonio,
surgieron partidarios y adversarios de la implantación de dicho culto. Se nos ha trans-
mitido incluso una anécdota según la cual los habitantes de Éfeso rechazaron las
ofrendas que Alejandro había enviado al templo de Ártemis alegando que parecía
poco apropiado que quien era un dios realizara ofrendas a otros dioses.

340
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

En conclusión: no podemos dudar de que en vida de Alejandro hubo cierto cere-


monial y determinadas prácticas cortesanas, encabezadas por aduladores y conseje-
ros áulicos, que pretendieron ensalzarle por encima del reconocimiento habitual al
soberano; incluso en algunas ciudades e islas pequeñas el nombre de Alejandro era
singularmente invocado en las fiestas y procesiones, en un intento de vincular su
figura a las divinidades locales. En cambio, hay que afirmar que no nos consta que
hubiera un culto divino a Alejandro tras su muerte, ni en Pela ni en Alejandría ni en
ninguna otra gran ciudad. Hay una cierta tradición según la cual se formuló la pro-
puesta de que Alejandro debía pasar a ser considerado décimotercer dios del panteón
olímpico. Se trata, sin más, de una tradición anecdótica, de propaganda, y en todo
caso sin mejor soporte de tener visos de realidad.

4. La recepción de la figura de Alejandro en Roma

Pasemos ahora a considerar cuál fue la recepción en Roma de una figura tan
singular como la de Alejandro. Veremos, en efecto, que llegó a convertirse en un
referente cuasi obligado para los escritores romanos de época imperial que se dedica-
ron a redactar biografías o semblanzas personales de los emperadores o de otros grandes
personajes públicos, siguiendo la tradición de los historiadores griegos, aunque intro-
duciendo los sesgos que mejor les parecían; por ejemplo, los casos de Suetonio (en su
Vida de los doce Césares), Tácito, Dión Casio o Herodiano.
Antes de adentrarnos, sin embargo, en algunos pormenores sobre el debatido asunto
de la imitación/emulación de Alejandro contextualicemos en pocas palabras la situación:
en cierta manera, el Imperio de Roma encontró en Alejandro el más directo antecedente
del conquistador/organizador político, de ahí que algunos emperadores romanos se pro-
pusieran ejecutar y poner en práctica el diseño teórico del gobierno del universo (ecumene)
regido por y desde un poder central y personal, planteamiento político que sólo ahora por
primera vez parecía que iba a poder materializarse. Y es desde postulados como éste de
donde surge en Roma la idea profunda de una emulación de Alejandro. Aunque más bien
habría que hablar de al menos una doble postura: la de quienes consideraron al rey
macedonio como digno de emulación por sus logros militares y políticos y hasta por el
carisma personal con que su figura ya iba envolviéndose, y otra de abierta y franca oposi-
ción a su figura, en tanto que en él parecían haberse hipostasiado los males todos del
individuo que personaliza en sí el poder monárquico sin límites y la ambición desmedida.

a) Alejandro modelo de emperadores


El primer autor latino que cita a Alejandro es el comediógrafo Plauto, aunque
bien es verdad que muy de pasada. En El soldado fanfarrón, v. 777 y en la Mostelaria,
v. 775. Sabemos además, por ejemplo, que Pompeyo tomó de él el sobrenombre de
Magnus; también Apiano nos dice que Pompeyo regresó a Roma con un manto que

341
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

había pertenecido a Alejandro, y según nos narra Suetonio, siendo éste cuestor en Es-
paña el año 68 y encontrándose en Cádiz, lloró ante una estatua que había de Alejandro
en el templo de Hércules lloró de vergüenza, pues a la edad en que Alejandro había
conquistado el mundo, él todavía no había llevado a cabo hazaña alguna digna de
pasar a la historia, anécdota que también nos transmite Plutarco, César 11.5-6: Del
mismo modo, dicen que en España en otra ocasión en que tenía tiempo libre, mientras
leía una de las obras sobre Alejandro, se quedó mucho rato ensimismado y luego inclu-
so terminó por echarse a llorar. Y ante la extrañeza de los amigos, que le preguntaron
la causa, respondió: ‘¿No os parece que es digno de dolor que Alejandro, a la edad que
yo tengo, fuera ya rey de tan inmensos territorios, y yo, en cambio, no haya realizado
aún nada brillante?’. Por otros diversos testimonios sabemos que se hizo llamar «divi-
no» en imitación de Alejandro. También el propio Augusto, según cuenta Suetonio,
gustaba hacerse llamar kosmokrátoras (dueño del universo) en recuerdo de Alejandro,
cuya tumba había estado intentado localizar en Egipto el año 30 para rendirle honores
divinos (y, probablemente, para autoproclamarse oficialmente su ‘heredero’ político).
Podríamos seguir con anécdotas sin fin de Calígula, que adoptó en su loriga como
motivo decorativo la Gorgona y el Grifo de la de Alejandro; lo mismo cabe decir del
histriónico y cruel Nerón, que alistó en su ejército una denominada «falange de Alejan-
dro»; hay también diversas anécdotas similares de Calígula, de Trajano, etc. Pero todos
estos son casos de imitaciones de posturas, modales o manías testimoniales de escasa o
poca trascendencia, aparte del elemento simbólico que en ellas hay.
Mayor interés representa el aspecto serio de la cuestión. Algunos emperadores
intentaron emular la política de conquistas orientales de Alejandro, y ello les llevó a
adoptar ciertas medidas políticas y prácticas militares del jefe macedonio, algunas de
las cuales iban a encontrar, sin embargo, una abierta reacción por parte de un sector del
estamento senatorial. En especial, destaca el proceso de rehabilitación de la figura de
Alejandro que se vivió durante la época de los emperadores Antoninos, años que son
precisamente en los que componen sus obras histórico-biográficas tanto Arriano como
Plutarco, dos de nuestras mejores fuentes para el conocimiento de Alejandro.
Pero, también es verdad, resumiendo, que en torno a la figura de Alejandro se
suscitó en Roma una doble corriente, de admiración y de hostilidad a su figura. En el
caso de algún escritor en concreto, esta postura de auténtica esquizofrenia coexiste de
una manera llamativa. Así, Dión Crisóstomo nos presenta, por un lado a Alejandro
como prototipo de rey estoico (sin duda en alusión directa al esquema «Alejandro es
a su padre, Filipo, lo que Trajano lo es respecto de Nerva»), mientras que en su Dis-
curso IV sobre la realeza critica el comportamiento de Alejandro, queriendo así criti-
car en realidad los modos de gobierno del emperador Domiciano.

b) Leyenda negra sobre Alejandro


Decimos, pues, que en tanto que Alejandro simboliza el poder personal, monár-
quico, de caudillo, de prototipo de tirano, la Roma republicana, como forma de go-

342
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

bierno colegiada, se yergue ante tal intento de monopolización del poder. Y ahí tene-
mos tanto a Tácito como a Suetonio ejerciendo las más severas críticas ante esta
manera personal de entender la autoridad.
Un caso especialmente singular lo tenemos en Séneca, quien en algunas de
sus obras mantiene una decidida crítica a la figura de Alejandro, en tanto que éste
representa el paradigma de la ambición, de hombre que ansía ser declarado dios o
al menos héroe. En las páginas de Séneca hay, sin embargo, mucha trascendencia y
no hemos de olvidar que la valoración que hace éste de la figura de Alejandro no es
puramente literaria ni cultural, sino que está toda ella transida de una intencionalidad
política, inmersa de lleno en el ambiente de la Roma del siglo I. En varios pasajes
(sobre todo en las Cartas a Lucilio, en las Cuestiones naturales, en el tratado Sobre
la cólera, en Sobre la clemencia, etc.) encontramos expresiones de inequívoca crí-
tica a Alejandro. Así, se le llama loco, víctima de la borrachera, instrumento de
crueldad; alguien de cuyas hazañas se dice que son puras rapiñas, cuyo carácter se
define por la vanidad (el typhos griego), etc., epítetos que recuerdan la vesania de
Lucano.
Pero lo que de verdad puede resultar extraño es que el propio Séneca elogia a
Alejandro en alguno de sus tratados, como por ejemplo en el Sobre la cólera, 2.23
donde leemos : Más lo alabo en Alejandro, ya que nadie hubo tan propenso a la ira;
ciertamente cuanto más rara es la moderación en los reyes, tanto más debe ser enco-
miada. Ahora bien, si buscamos una explicación plausible de esta doble disposición
anímica de Séneca no estoy seguro de poder compartir la explicación que adelanta
Lassandro en el sentido de que la dispar valoración de la figura de Alejandro no debe
atribuirse a las fuentes de información de que dispuso, sino que hay que preguntarse
más bien qué emperador romano tiene en mente al escribir. No parece difícil mante-
ner que cuando empezó a redactar Sobre la cólera aludiera en mayor medida a Calígula,
y así nos brinda una imagen menos torva de Alejandro; en cambio cuando redacta el
libro 3 se nos muestra más crítico con Alejandro, porque piensa mayoritariamente en
el emperador Claudio.
Pienso, pues, que puede hablarse de que coexisten o se suceden una imitación/
emulación de Alejandro (en cuya tradición encontramos una admiración por él que va
desde Pompeyo, Augusto, etc. hasta el propio Trajano o Germánico) y una tendencia
a crear una imagen deformada e hipercrítica de Alejandro motivada incluso en oca-
siones con la intención de censurar a determinados emperadores romanos. Yo inter-
preto, por ejemplo, que en tanto que Curcio critica el filomedismo y el talante tiráni-
co de Alejandro está supuestamente criticando el reinado de Calígula. A la hora, pues,
de concluir este apartado creemos que cabe hacerse alguna reflexión. Detectamos en
estos escritores latinos una clara intencionalidad política, que trasciende el análisis
histórico incluso en el caso de los historiadores que se tienen por más dignos de rigor,
que les lleva a perfilar la figura de Alejandro Magno con matices ciertamente pecu-
liares de su propia visión y compromiso político.

343
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

5. Las fuentes históricas

El problema de las fuentes


A nadie se le esconde que en el campo de la historia, como en el de la filología y en
varios otros, dependemos de las fuentes, sea cual sea la posible índole de éstas: litera-
rias, arqueológicas, epigráficas, numismáticas, etc. De modo que quien intenta exami-
nar un determinado momento o proceso histórico, conocer, comprender y valorar cual-
quier fenómeno o personaje del pasado debe plantearse con espíritu inquisitivo algunas
preguntas previas sobre la base documental que le proporcionan dichas fuentes. Es
decir, debe someterlas a una crítica inicial, sin adherirse a ellas sin más. Me refiero a
cuestiones como la autenticidad de dichos testimonios (campo éste en el que la filología
ha logrado progresos más que notables), a su mayor o menor fiabilidad o verosimilitud
intrínseca (desde época tan temprana como la de Estrabón ya se resaltaron la falta de
verosimilitud de algunas de ellas), las siempre complejas relaciones de dependencia
que entre ellas existan, las desviaciones o incoherencias que en su seno se adviertan, así
como ese otro aspecto más general de interesarse sobre el porqué disponemos de esas
fuentes y no de otras, si ha habido en algún momento censuras de cualquier tipo o
lecturas sesgadas (cuando no interesadas) de determinados acontecimientos, etc. Ha-
blo, pues, del complejo tema de la metodología en la historiografía.
De hecho, desde que en el año 1976 Badian afirmara que no hay otro problema
más grave sobre la figura de Alejandro que el de la interpretación de sus fuentes,
pareció haberse abierto un nuevo camino de investigación rigoroso y crítico en la
historiografía moderna sobre el emátida. De otra parte, todavía no ha dejado de ser
verdad la afirmación de Wilcken12 de que desde la antigüedad cada estudioso o histo-
riador tuvo su «personal Alejandro», como resultado sin duda de sus peculiaridades
psicológico/culturales y la utilización sectorial o interesada del testimonio de unas
fuentes igualmente sesgadas. De modo que seguimos estando en el punto de partida
al que aludía Badian. O abordamos el auténtico problema de heurística que se refiere
a la crítica de las fuentes, desde una actitud mental y psicológica neutra (no sé si
totalmente alcanzable) o no haremos sino volver a recrear una/otra figura de Alejan-
dro, hijo de nuestra época y de nuestro tiempo. Afortunadamente, hemos de admitir
que una vez abierto el camino se han empezado a dar los primeros pasos, tanteos aún
inseguros que a algunos parecerán iconoclastas o heterodoxos, pero que están contri-
buyendo a profundizar de manera más objetiva en el conocimiento de esta realidad
histórica. No obstante, el problema es sumamente arduo, por el fárrago de las fuentes,
por el sectarismo de muchos testimonios, así como por las propias limitaciones y
silencios de los documentos. La fantasía literaria y la fabulación de la novela han
venido por otra parte a sofocar con su belleza la angostada –como tantas otras veces–
planta de la realidad histórica. De ahí que se haga necesario:

12
(1931): pág. VII, apud E. Badian, pág. 280.

344
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

- Dejar de lado el romanticismo (produzca éste interpretaciones filoalejandrinas


o misoalejandrinas) y procurar hacer hablar y escuchar los testimonios desde
una óptica más pragmática en los diversos campos de la actividad humana y
política; y decimos «pragmática» en el preciso sentido de la historia que se
interesa única o mayoritariamente por las acciones (práxeis), sean éstas de
carácter político o militar13.
- Considerar que en algunos campos complementarios como el de las
excavaciones, los testimonios de los hallazgos numismáticos, las llamadas
fuentes orientales (sobre todo en cuanto que suponen novedades de tipo
revisionista en relación con los postulados de la communis opinio aceptada)
se está en fase inicial o cuando menos poco desarrollada frente a la ingente
masa documental de la tradición histórico literaria.

Al sectarismo de algunas fuentes, a sus propias limitaciones y al silencio de los


documentos cabe atribuir en parte la dificultad de nuestra empresa. A ello ha venido
a añadirse la fantasía literaria y la fabulación de la novela, que no han facilitado
precisamente la tarea de proyectar luz de verdad sobre tan oscuro panorama. Lo cier-
to es que a propósito de Alejandro se ha escrito desde puntos de vista muy diversos,
algunos de ellos extremos. Así, para unos ha sido lícito transcribir de manera pasiva y
acrítica lo que nos contaban los múltiples testimonios, sin entrar en dilucidar las
contradicciones e incoherencias internas. Fue la postura, básicamente optimista de
los autores de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. En cambio, a
partir sobretodo de Tarn, la investigación se ha empeñado en luchar contra el
dogmatismo de las noticias antiguas y se ha ido dedicando a escrutar cada detalle de
las fuentes, a indagar febrilmente sobre cada dato, cada fecha o cada término, cada
personaje, cada vestigio, cada palabra o cada silencio (por ejemplo, la ausencia de
planos de operaciones, las imprecisiones topográficas de los movimientos de las tro-
pas, etc.) practicando un análisis más neutro de las fuentes y un estudio más detenido
sobre su recíproca interdependencia.
Lo que nadie desconoce es que la figura de Alejandro Magno (de sus conquis-
tas, de sus planes políticos, de su rica y compleja personalidad histórica y novelada)
ha sido enfocada de manera prioritaria y casi exclusiva desde la óptica de la tradición
occidental (es decir, de los testimonios de lo que solemos llamar la cultura greco-
latina). No obstante, viene abriéndose camino desde hace años, al principio tímida-
mente y con vacilaciones debido a la precariedad de testimonios, y cada vez con más
decisión la «visión de los otros», de los pueblos conquistados o vencidos, es decir,

13
Una recomendación similar es la que nos hace el Profesor G. Nenci en su reciente trabajo (1992): 133-143:
«Vorrei mettere in guardia da una tendenza storiografica che è stata assai viva negli studi su Alessandro. Alludo a
quella corrente di interpreti che di fronte al ‘fenomeno’ Alessandro hanno rinunciato ai parametri della razionalità e
si sono affidati alle spiegazioni di carattere psicologico, trovando in un ipotetico temperamento di Alessandro, figlio
della madre che si è detto, e nel suo pothos la chiave di spiegazione del Macedone».

345
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

desde la perspectiva de los documentos indios, persas, etc. Es verdad, como apuntaba
hace un momento que hay una considerable desproporción en el volumen de testimo-
nios occidentales si se los compara con los escasos vestigios orientales. Sabemos que
la literatura sánscrita es de carácter marcadamente religioso (tanto en su fase dialectal
védica: Rigveda, Samaveda, Upanishad como la sánscrita de los Puranas). Aunque
también cultivaron otros registros, como es la poesía amorosa, la didáctico-gnómica,
o la que derivará por los derroteros de la fábula; en cambio, la historia propiamente
dicha está casi por entero ausente de la tradición literaria de la India, hasta el extremo
de que el estudio de la India antigua haya de hacerse a partir de las aportaciones y
testimonios de historiadores extranjeros, y en buena medida de autores griegos, como
fue el ilustre ejemplo de Megástenes, embajador en la corte de Chandragupta14, en
Pataliputra, durante los años 302 al 288 a.C. Retomando, pues, el hilo argumentativo
recordaré brevemente que la tradición occidental sobre la figura histórica de Alejan-
dro está representada mayoritariamente por lo que denominamos fuentes de segunda
generación, es decir, autores distanciados tres y hasta cuatro siglos de la época de
Alejandro; así de tiempos de Augusto es Diodoro, que dedicó los volúmenes XVII y
XVIII de su Biblioteca histórica a la época de Alejandro; sólo de unos años más tarde
es Pompeyo-Trogo, de quien conservamos un resumen gracias a Justino (siglos II-
III). Casi coetáneo es Quinto Curcio, que escribió su Historia de Alejandro Magno en
diez libros, y de tiempos del emperador Trajano es la Vida de Alejandro de Plutarco.
Algo posterior es Arriano (procónsul de la Bética, casi con toda seguridad) autor de la
monografía más rigurosamente histórica sobre el macedonio. Pero el trabajo de estos
historiadores reposa sin duda sobre el de los llamados historiadores de la primera
generación (todos ellos del siglo IV) coetáneos del propio Alejandro. De éstos cono-
cemos sus nombres y una buena porción de fragmentos15 de algunos de ellos, a saber:
Calístenes de Olinto (sobrino de Aristóteles y compañero de expedición de Alejan-
dro) Cares, Efipo, Medio de Larisa, Policlito, Onesícrito, Nearco de Creta (el almi-
rante de la flota), Aristóbulo de Casandrea, Tolomeo, Clitarco, etc.16. A todo ello
habría que incorporar la posible existencia de unas Efemérides Reales (especie de
diario de la corte) de las que Hammond ha querido ver un trasunto en el Papiro British
Library 3.085. Gustosamente nos adherimos a la opinión de P.A. Brunt17 en el sentido

14
Esta expedición de Alejandro brindó una excelente oportunidad de conocer ciertos datos de la dinastía
Maurya (desconocidas por la tradición India y transmitidas así a Occidente). Cf. al respecto MATELLI, E. (1984):
59-65.
15
Bibliografía sucinta: PEARSON, L (1960), PÉDECH, P. (1977): 119-138 y (1984); sobre Nearco en particu-
lar véase BADIAN, A. (1975): 147-70, y en general la bibliografía comentada de SEIBERT, J. (1972) y el más
reciente trabajo de GOUKOWSKY, P. (1983): 225-241.
16
La existencia de una Vulgata (en base a la tradición de Diodoro, Justino -a través del epítome que hizo de la
obra de Pompeyo Trogo, quien a su vez empleó fundamentalmente a Clitarco- y Quinto Curcio) como texto alterna-
tivo y enfrentado al texto de Arriano fue mantenida rigurosamente por A.B. Bosworth en su «Arrian and the Alexander
Vulgate», pero más recientemente ha sido criticada por HAMMOND, N.G.L. (1983).
17
Recogida por P. Goukowsky en REG, XCVI (1983): 229.

346
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

de que «seule la découverte de fragments papyrologiques des ‘Lost Histories’


justifierait...la réouverture de dossiers déjà trop copieux».
Occidentales todos ellos, es a partir de estos autores como hemos ido configu-
rando la interpretación histórica que llamamos «tradición occidental». Desde luego,
tampoco se trata de una tradición uniformemente coincidente o unívoca pues en su
seno encontramos tanto a aduladores como a críticos implacables de Alejandro18.
Pero de otro lado está lo que se denomina la «tradición oriental», representada por los
nuevos hallazgos arqueológicos y numismáticos de los últimos veinte o treinta años y
por una nueva sensibilidad histórico-social de un sector de los estudiosos que viene a
suponer una visión cualitativamente distinta respecto de la tradición occidental.
Mas una vez que hemos apuntado esta cuestión, creemos que merece la pena
llamar la atención sobre las implicaciones que conlleva el que nos adhiramos a uno u
otro ramal de la tradición sobre la figura y la política del macedonio. Es inaplazable
que planteemos esta cuestión metodológica interna. Sabemos, por ejemplo, que para
Tarn (representante, aunque eximio, de la más radical visión occidental) Alejandro
simbolizaba algo así como el arquetipo del político que propugnaba la concordia
universal, cuyo objetivo no fue otro que la fusión de culturas y la hermandad de
pueblos, en una suerte de cosmopolitismo fraternal bajo la hegemonía de un
pambasileús, un rey ilustrado y sabio que con sus conquistas no hizo sino culturizar
las remotas zonas del Oriente. Entre los múltiples testimonios que aduce, destacaré el
relativo a las Bodas «celebradas según el ritual persa»19 en las que participa el propio
Alejandro junto con sus más destacados hetairoi: Hefestión, Crátero, Pérdicas,
Tolomeo, Nearco...hasta un total de ochenta parejas, según Arriano, o hasta noventa y
dos según otros autores20. Ahora bien, estos y otros excesos de Tarn (muy de cierta
mentalidad europea de los años 50) provocaron casi de inmediato la vigorosa reac-
ción de un Narain Kalota21, quien de manera incontrovertible y a partir de testimonios
numismáticos y arqueológicos llega a demostrar que en la India hubo siempre una
feroz y pugnaz resistencia a Alejandro, que no fue capaz de conquistar sino sólo
ciertas zonas del Punjab y ello tras costosas batallas, conquistas que fueron además
extraordinariamente efímeras, como lo demuestra el hecho de que a la muerte de
Alejandro empezó a consolidarse en la India el imperio de los Maurya a partir de los
años 320 con Chandragupta. Años más tarde, nuevas misiones arqueológicas en
Afganistán, Paquistán e India han venido en este último decenio a confirmar (sobre-
todo a partir de los edictos del rey Asoka hallados en Khandalar, escritos en prácrito,
hebreo y arameo) lo que olfateara antes Kalota. El propio profesor Bernard (director

18
En su clarificador artículo J.R. FEARS (1974) nos insiste en que debemos ir descartando mantener juicios
uniformemente desfavorables sobre Alejandro de ninguna de las escuelas estoica, cínica ni peripatética, pues en todas
ellas encontramos autores que mantienen al respecto ambas posturas: de admiración y de crítica a Alejandro.
19
Arriano Anábasis, 7.4,4.
20
Ateneo XII 538b.
21
(1978).

347
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

de las excavaciones francesas en la zona durante varios años) recomendaba una ma-
yor cautela a la hora de sostener que Alejandro fuera el gran civilizador de los bárba-
ros bactro-sogdianos, ni que sus conquistas supusieran una mejora en la calidad de
vida de los autóctonos. Más bien parece que hemos de pensar (tras los trabajos de
F.L. Holt22) que el supuesto desarrollo agrícola que las conquistas de Alejandro lleva-
ron a Bactria es falso, y que lo que podemos afirmar es que dicha región contaba ya
con un impresionante sistema de canalizaciones y regadíos antes de la llegada de
Alejandro, regadíos que permitieron desarrollar una agricultura próspera y rica, con
asentamientos de población estables y numerosos.
Abundando en este tipo de análisis y más reciente hay un libro de Gafurov y
Tsibukides en el que con nuevos documentos arqueológicos (tras el estudio de la
fortaleza de Aornos, en Bactria, en Samarcanda, etc.) se intenta contrapesar la inter-
pretación occidental sobre los acontecimientos que tuvieron como protagonista a Ale-
jandro. Así, frente a la visión mayoritariamente occidental que hace un extraordinario
hincapié en el talento conquistador de Alejandro y en su afán de ampliar y extender la
cultura griega, se nos presenta ahora este otro análisis complementario en el que se
nos pinta a Alejandro desde la cruda perspectiva de conquistador occidental, que
acude en busca de nuevos recursos económicos a estas zonas del oriente, movido por
objetivos y propósitos de conquista poco o nada altruistas. Para estos estudiosos,
pues, las conquistas de Alejandro no fueron sino una aventura personal, sin posibili-
dad de herencia ulterior, algo condenado necesariamente al fracaso político. Dicho
con una cierta crudeza, se trató de una serie de campañas presididas por el afán de
rapiña en busca de oro, plata y esclavos. Para esta tradición, por tanto, Alejandro es el
máximo exponente de los Yavanas (jonios), gente bárbara, causante de los mayores
sufrimientos y verdadero azote de la India23. De este mismo parecer se muestra
Bosworth24, quien reconoce que Alejandro, imposibilitado de controlar sus satrapías
más orientales, se vio forzado a reducir su dominio sobre un estrecho corredor entre
el Hindu-Kush central y el valle del Indo, mientras que en la zona al este del Indo su
soberanía no fue más que algo nominal. Hemos de reconocer, en suma, que la campa-
ña de Alejandro en la India terminó siendo algo inútil, ya que el control del país
resultó imposible tras la marcha del ejército.
Tras esta breve presentación del problema de las fuentes, creemos que queda de
manifiesto hasta qué punto pueden ser discordantes las conclusiones que se alcancen
en función de la selección de fuentes con que trabajemos. De modo que aun sin afir-
mar que el eclecticismo sea la más brillante de las doctrinas, sí creemos que a veces

22
(1988).
23
Arriano India 6.11: en toúto dè hoi mén apékteinon tous índous, kai apékteinán ge pántas oudè gunaîka e
paîda hupeleíponto. Por otra parte, ya Dumézil (en su artículo «Alexandre et les sages de l’Inde») abordó la cuestión
de las relaciones entre Alejandro y los gimnosofistas y entiende que las respuestas que éstos le dieron no corresponde
exclusivamente al pensamiento cínico de origen griego (como tradicionalmente se venía admitiendo) sino que cabe
detectar en ello ciertos elementos típicos de la sabiduría india.
24
(1983): 37-45.

348
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

resulta la menos injusta con la realidad de los hechos. La reputación de Alejandro ha


sido a lo largo de los siglos diversa: desde el hombre corrupto por la ambición y las
ansias de poder, al político y estadista promotor de una fraternal hermandad de pue-
blos. Esta doble interpretación ha sido posible por el carácter fragmentario e incom-
pleto de las fuentes, y sobretodo por el marcado tono dramático de la historiografía
de la época y por el criterio con que algunos estudiosos incluso modernos se han
servido de ellas. Así, quien se declara mayoritariamente partidario de elogiar la figu-
ra de Alejandro concederá escaso valor histórico a aquellos relatos que reflejen as-
pectos más censurables de su personalidad, y lo imputarán a la falsificación o la
tendenciosidad de algún autor antiguo. Por ejemplo, es como actuó Tarn a propósito
de la llamada masacre de los Bránquidas25. Por todo ello, nos parece que la versión de
las fuentes occidentales deberá necesariamente contrabalancearse, en su justa medi-
da, con los testimonios e informaciones complementarios o contradictorios de quie-
nes se han acercado a la figura de Alejandro desde esa otra perspectiva algo más
«heterodoxa».

6. La pervivencia literaria

Alejandro en la literatura occidental y en la tradición oriental


Hemos querido asumir en esta conferencia el difícil compromiso de hablar so-
bre Alejandro Magno. Ahora ya no cabe que nos podamos volver atrás. También
pretendemos presentar de manera concisa y muy simplificada un «mapa» de las prin-
cipales tradiciones de la figura de Alejandro. No podrá ser más que el armazón del
edificio, sus vigas maestras. Faltarán necesariamente muchos detalles, para los cua-
les remitimos al lector interesado a la correspondiente bibliografía. En pocas pala-
bras, hemos recogido aquí sólo los hitos principales de esta riquísima tradición litera-
ria. Constituye una auténtica ‘página de Internet’, telaraña en la que también nosotros
mismos nos hemos visto atrapados y perdidos. Pero nuestra osadía ha partido del
convencimiento de que era necesario establecer al menos los hilos radiales de la
concéntrica telaraña. Insistimos en que no se trata de un stemma genealógico, sino
más bien una presentación icónica muy abreviada e incompleta.

25
Cf. recientemente PARKE, H.W. (1985): 59-68.

349
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

350
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

III.
tradición hebrea (ca. 500)

IV.

vv. árabes [Ahbaar al Iskender]

Vida de Alejandro y Alejandro Aljamiado Abul Wafar Mubasschir (s.XI)


Secretum secretorum Bocados de oro (s.XIII)

Desbrozar el bosque de esta selva encantada no debería conducirnos, sin embar-


go, a podar en exceso. Hemos abierto en el cuadro cuatro apartados, clasificados con
números romanos. Debemos aclarar que no se trata de compartimentos estancos ni
desconexos, sino con toda seguridad justo lo contrario. De hecho resulta imposible
detectar las contaminaciones que existen entre las diversas tradiciones pertenecientes
a cada uno de los cuatro apartados. Por otra parte, nos faltan muchos eslabones de
este encadenamiento y no pocas piezas del descomunal rompecabezas. Dejemos para
los especialistas este ímprobo trabajo de mosaico, tarea que fácilmente se comprende
que desborda las posibilidades de estas páginas. Tan sólo completaremos con alguna
información sucinta los testimonios principales del cuadro.

La llamada novela del Pseudo-Calístenes


La impropiamente llamada Novela del Pseudo-Calístenes ha sido traducida por
primera vez entre nosotros por C. García Gual, Madrid, Gredos, 1977 y en las páginas
dedicadas a su Introducción se recogen los principales datos relativos a los problemas
de fuentes, composición y transmisión de tan singular texto. El autor de la «novela»
es para nosotros desconocido. Se sabe que fue un griego que vivió en Alejandría en el
s. III d.C., y su denominación de Pseudo-Calístenes se debe a que en algunos manus-
critos y también por parte del erudito bizantino Tzetzés se nos dice que su autor fue
Calístenes, el sobrino de Aristóteles. El núcleo principal del relato comprende una
serie de noticias acerca del nacimiento de Alejandro, de sus empresas guerreras y de
las maravillas de la India, así como sobre su muerte en Babilonia: todo ello está
tratado con más que notable libertad y con un desconcertante desconocimiento de los
hechos históricos, la cronología de los mismos, los escenarios geográficos, etc. A

351
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

pesar, pues, de que no puede ser catalogado de documento histórico (por la falta de
crítica de sus fuentes, por el recurso continuo a un tipo de relato fantástico y hasta
fabuloso, por la escasa formación intelectual de su autor, y porque no pretendía ser
una obra histórica) hoy día no es posible abordar una aproximación a la figura de
Alejandro sin acudir también a este testimonio. En cualquier caso, fue tal la fama que
alcanzó este texto, que ya en la antigüedad circulaban traducciones a multitud de
lenguas (hasta treinta). De la versión del Pseudo Calístenes derivan cuatro recensiones
principales (a, b, r y d). Las tres primeras están representadas por diversos manuscri-
tos, mientras que de la cuarta no conservamos ninguno, aunque se llega a su recons-
trucción en el stemma gracias a un grupo de textos posteriores. Uno de los principales
testimonios derivados de la recensión alfa es la traducción latina en prosa (tres libros)
que hiciera en el s. IV Julio Valerio bajo el título Res gestae Alexandri Macedonis. De
ella hubo diversos epítomes, uno de cuyos curiosos epígonos iba a ser un poema
anglo-normando en verso, conocido bajo el título de Roman de toute chevalerie, com-
puesto tal vez en la segunda mitad del siglo XII. En principio se trata de un testimonio
independiente del Roman d’Alexandre francés, aunque posteriormente se produjeron
copias contaminadas de ambas tradiciones. Sin embargo, a partir del siglo doce tanto
el texto de Julio Valerio como de sus epítomes fueron perdiendo terreno a favor de la
llamada Historia de Preliis, versión del arzobispo de Nápoles, León, hoy perdida, y
que dependía a su vez de la recensión delta. También deriva de la recensión alfa el
texto de Ahbaar al Iskender (Historia de Alejandro) que fue traducida al castellano
con el título de Bocados de oro.
Todavía hemos de recordar que el famoso Epítome de Metz es una versión latina
del s. X, que remonta en forma abreviada a esta recensión a del Pseudo-Calístenes.
Contiene interesantes fragmentos sobre las circunstancias en que se produjeron el
testamento, la muerte y los funerales de Alejandro. Es un testimonio de singular valor
en tanto que es independiente de la traducción latina de Julio Valerio.
Por su parte, la recensión ß deriva de la a. La mayor parte de los manuscritos
que del Pseudo-Calístenes conservamos pertenecen a esta recensión beta. Parece ha-
ber sido un intento de restituir un cierto rigor histórico al texto. La tercera recensioón?, r
deriva a su vez de la beta y en ella se detecta la influencia de una fuente hebrea. De
ella es deudora en primer lugar un relato hebreo en el que se da cabida a los más
fabulosos elementos de la leyenda de Alejandro. Por su parte, la recensión d es una
reconstrucción a partir de ciertos testimonios sirios y etíopes, y en ella se basa igual-
mente la antes citada traducción Historia de Preliis, también conocida por el alterna-
tivo título de Nativitas et Victoria Alexandri Magni. En torno al 950 el Duque Juan III
de Campania envió al Arzobispo León a Constantinopla, donde tuvo acceso a un
manuscrito de la novela del Pseudo-Calístenes, manuscrito que copió y se llevó con-
sigo a Nápoles. Dicha copia fue hecha traducir al latín por el Duque. De modo que la
tradición de la Historia de Preliis procede de la versión latina hecha por León a partir
de un manuscrito griego que es a su vez copia de un texto de la recensión d del
Pseudo-Calístenes.

352
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

Por su interés para la literatura castellana merece la pena que recordemos que
Alfonso X el Sabio mandó preparar una traducción en el s. XIII, que nos ha llegado
en la parte cuarta de la General Estoria bajo el título de Historia Novelada de Alejan-
dro Magno, versión ya algo alejada e indirecta del Pseudo-Calístenes pero bastante
fiel a él a través de la recensión J2 de la Historia de Preliis a la que se habían ido
incorporando algunos pasajes de Josefo, Orosio, San Isidoro, etc.26.
De la importancia y el alcance, finalmente, que el texto de la Historia de Preliis
iba a lograr nos habla la enorme cantidad de traducciones y versiones que de ella y de
sus múltiples recensiones se hicieron. Cary recoge en su libro, entre otras, los si-
guientes testimonios: traducciones al inglés, al alemán, al sueco, al italiano, al he-
breo, al checo, polaco, ruso, magiar, etc.

Alejandro en el Medioevo y el Renacimiento


En forma de literatura de ficción, las hazañas reales o supuestas de Alejandro
están presentes en la literatura medieval y posterior de casi todos los países de Euro-
pa, tanto en verso como en prosa. Hay en los textos medievales una notable diversi-
dad en el tratamiento del material, aunque también encontramos un núcleo de ele-
mentos y temas constantes. En todo caso, son un testimonio irrenunciable.
Como cabeza de este apartado se sitúa la obra del historiador latino Quinto
Curcio (s. I d.C.), así como un ramal de tradición muy contaminada cuyos descen-
dientes van a su vez mezclando lecturas ya de uno ya de otro ramal. Ahora nos intere-
sa destacar la proyección que tuvo su obra. Sin lugar a dudas, las Gesta Alexandri
Magni de Curcio fueron imitadas y traducidas un sinfín de veces. Sobresale la ver-
sión latina que hiciera Gautier de Chatillon entre los años 1184 a 1187 en latín con el
título de Alexandreis27. En sus descripciones parece sobrevolar sobre la figura de
Alejandro la sombra de los héroes de la Eneida, aunque al propio tiempo nos lo
presenta como el príncipe pagano ideal y espejo de príncipes. Compuesta en
hexámetros, debió de alcanzar tal difusión en los años siguientes que incluso en nues-
tro país se la conocía con el nombre de «Gualterio de las escuelas». Debemos decir
que no se trata de una copia directa de Curcio, sino que ha usado también textos de
Justino, Josefo, Julio Valerio, así como otras fuentes menores. A su vez, el Roman
d’Alexandre es un largo poema de unos veinte mil versos cuya autoría hay que atri-

26
Por atenernos sólo a lo fundamental, debemos citar el libro del prematuramente malogrado George Cary
(1956); libro que recibió la crítica de Mª Rosa Lida, «La leyenda de Alejandro en la literatura medieval», en (1975):
167-197; trabajo especialmente valioso (publicado antes en Romance Philology, 1962) por sus noticias complemen-
tarias al libro de Cary a propósito del inventario y notas que ofrece Lida sobre Alejandro en la Baja Edad Media y el
Renacimiento español. Recoge los ecos de Alejandro en el Poema de Fernán González, el Libro del Buen Amor, el
Cancionero de Baena, en Enrique de Villena, Juan Rodríguez del Padrón y hasta en la Celestina. Otro libro de lectura
recomendable es el de Chiara Frugoni (1978).
27
El texto puede consultarse en la Patrologia latina de J.-P. Migne, vol. CCIX, columnas 459-574.

353
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

buir compartidamente a dos poetas, Lambert le Tort y Alexandre de Bernay; en él la


figura de Alejandro va poco a poco adornándose con algunas de las virtudes caballe-
rescas del medioevo. Utiliza la forma métrica del dodecasílabo francés, que pasaría a
denominarse «verso alejandrino».
Por su singularidad entre nosotros hemos de destacar la presencia en este Apar-
tado II de nuestro Libro de Alexandre28 (comienzos del s. XIII), versificado en sono-
ros y cuidados tetrástrofos monorrimos, que depende como fuente principal de la
Alexandreis de Gautier de Chatillon, y en menor grado de la Historia de Preliis y del
Roman d’Alexandre, como bien demostrara hace años en diversos trabajos Raymond
Willis. Se compone de 2675 cuartetas, lo que hacen un total de 10700 versos. De su
autor poco sabemos con seguridad, y es probable que lo mejor sea dejarlo como un
libro «anónimo» más, a pesar de que debió de ser un ávido lector, tanto de Gautier
como del Roman d’Alexandre francés, y aun de la Historia de Preliis.
Conservamos dos manuscritos, el denominado texto de Osuna-Madrid, (llama-
do O) del s. XIV, y uno parisino del XV, llamado P, además de diversos fragmentos
breves. Los dos manuscritos, en la Biblioteca Nacional de Madrid y Biblioteca de
París respectivamente, presentan notables divergencias de lecturas como para hacer
fácil una edición integradora. El manuscrito O muestra rasgos dialectales leoneses,
mientras que el P contiene multitud de formas dialectales aragonesas. Dejemos noso-
tros, sin embargo, estas cuestiones para los especialistas.
Como sabemos, el Alejandro de este documento es un Alejandro descomunal:
guerrero cuyas conquistas no conocen límite y emperador cuasi universal, del mundo
terrestre, acuático y celeste. La vena moralizante-cristianizada del texto se desarrollará
precisamente como consecuencia de la desaforada ambición de su personalidad. El
propio Dios habrá de permitir que el diablo acabe con este intrépido y descomunal ser.
Vamos a confrontar ahora el capítulo 96 de la Historia novelada de A. Magno (la
traducción de Alfonso X el Sabio) con las estrofas 149-152 del 1034 Libro de Alexandre.
Ambas se refieren a la descripción de la figura de Alejandro, aunque desde una distinta
óptica: más épica y courtois la del Libro que la austera de la Historia novelada29.

Alexandre el grand fue de estado mediano, la barva luenga, los ojos alegres,
las meixelas nobles e coloradas pora pagar-se de su vista los omnes: otrossí los
otros miembros dell cuerpo con una majestad de fermosura, vencedor fue de
todos los omnes, mas él fue venÇudo d’una poca de poÇón. E viscó treynta e
tres años; e comenÇó del dieziochena año del su nascimiento a lidiar e a fazer
batallas, e lidió siete años, e folgó acerca de siete, e viscó en alegría e en solaz.
Conquirió e metió so el so señorío veynte e siete yentes de los bárbaros. Nasció

28
Hay cuatro buenas ediciones en español. La de J. Cañas (1978); la de D. A. Nelson (1980); la más reciente
de E. Catena (1985); y la de Fco. Marcos Marín (1987).
29
Cito según la edición de Tomás González Rolán y Pilar Saquero, Madrid: Universidad Complutense, 1982,
y según la edición de J. Cañas para el Libro de Alexandre.

354
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

seys días ante de las calendas de enero, e murió en las calendas de abril. Pobló
doze cibdades, que son pobladas aún agora: la primera Alexandría...

Fasta aquí dixiemos la estoria del rey Alexandre el grand, dell avenimien-
to que acesció, de cómo él fue fecho segund dixieron los sabios de Egypto e lo
dexaron en escripto, e desí de los fechos que fizo, e cómo conquirió toda la
mayor parte del mundo e empós esto acabó.

Por su parte las cuatro cuartetas del Libro de Alexandre dicen así:

Non es grant cavallero, mas ha buenas fechuras;


los miembros ha bien fechos, fieras las cojunturas,
los braÇos ha muy luengos, las presas mucho duras,
non ví a cavallero tales cambas yo nuncas.
El un ojo ha verde e el otro vermejo,
semejo osso viejo cuando echa el Çejo,
ha un muy gran tavlero en el su pestorejo,
com fortigas majadas atal es su pellejo.
Atales ha los pelos como faz d’un león;
la voz como tronido, quexoso‘l coraÇón;
sabe de clerezía cuantas artes y son,
de franqueze d’esfuerÇo más que otro barón.
Cuand’entra en fazienda assí es adonado
que quien a él s’allega luego es delivrado;
e qui es una vez de su mano colpado,
sil pesa o sil plaze, luego es aquedado.

Nos hemos detenido con estos ejemplos de las dos principales versiones caste-
llanas sobre Alejandro sólo con el propósito de presentar dos muestras de nuestras
joyas medievales, a la altura cuando menos de otras literaturas nacionales de la época.
Poco a poco se fueron introduciendo en la tradición literaria nuevos añadidos,
elementos legendarios diversos que contribuyeron a rediseñar una nueva figura de
Alejandro. A veces, como vemos que hace Ekkehart de Aura, no hay ningún empacho
en reconocer que sobre la versión «histórica» se ha de dar vía libre a la narración
fantástica cuya función es puramente la de deleitar al lector o al auditorio. Ekkehart
(murió en 1125) escribe así su «Excerptum de vita Alexandri Magni» como parte
integrante de su magna obra Chronicon Universale. Nuestro autor, consciente de que
unos son los métodos del historiador riguroso y otros los del fabulador, gusta de
poner en paralelo ambas versiones de un mismo incidente, invitando al lector a que se
documente con la versión seria, y a que se distraiga con las fantasías de la más novelada.
Otra importante crónica es la de Petrus Comestor (s. XII), quien dedicó una
parte de su obra general Historia Scholastica al relato de Alejandro Magno y sus

355
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

relaciones con los hebreos. Posee la singularidad de que se nos presenta a un Alejan-
dro visto desde la óptica judía, y en particular se nos narra con ciertos detalles la
visita de Alejandro a Jerusalén (probablemente para esta información Comestor de-
penda de Josefo a través de alguna traducción latina). Al final el relato se cierra con
una descripción del templo de Jerusalén y el famoso incidente de Alejandro paseando
entre los árboles del sol y de la luna. La Historia Scholastica alcanzó una notable
difusión, contribuyendo así a divulgar estos detalles hebraicos de Alejandro.
Un nuevo testimonio que queremos presentar es el Speculum historiale de Vicente
de Beauvais30 (s. XIII), autor de una obra monumental titulada Speculum maius, espe-
cie de enciclopedia universal, cuyas tres secciones principales son el Speculum naturale,
S. doctrinale y S. historiale. A este último precisamente pertenece el relato de la «His-
toria de Alejandro». La disposición de su obra obedece a una ordenación cronológica y
el cúmulo de su erudición la hace de lectura farragosa, cuando no incoherente y hasta
contradictoria. Ha utilizado como fuentes para su relato sobre Alejandro a Quinto Curcio,
Valerio Máximo, Séneca, Orosio, Aulo Gelio, San Agustín, San Jerónimo, San Isidoro,
etc., de suerte que puede afirmarse que Vicente de Beauvais ha aprovechado cuasi-
indiscriminadamente toda clase de materiales que a su mano llegaban.
De entre otros posibles temas que nos han quedado por tratar, uno de los más
atractivos es precisamente el de la «recepción cultural» de Alejandro en la Edad Me-
dia y el Renacimiento. ¿Cómo lo vieron los moralistas, los teólogos, los predicadores
o los escritores seculares de estos siglos? ¿Hasta qué punto contribuyeron éstos a
deformar de nuevo la figura del Alejandro histórico? Muy documentados testimonios
hay al respecto en el repetidas veces citado libro de Cary, al que remitimos como
primera medida. En conclusión, podemos afirmar que la multisecular tradición de
estudiosos de Alejandro han secuestrado hasta tal extremo los escasos datos históri-
camente rigurosos que de él tenemos, y lo han enmarañado de tal manera que quizá
llegue a hacérsenos irrenunciable tener que acudir también a estos testimonios para
modelar el perfil de su figura, que ya no podrá ser probablemente sólo una figura
histórica, sino un patrimonio cultural más universal.
Así es, en definitiva, como la figura de Alejandro pasó del medioevo al Renaci-
miento, y de éste hasta nuestros días. Las nuevas traducciones de los historiadores de
Alejandro (Plutarco, Quinto Curcio sobre todo) que se producen a partir del Renaci-
miento y en los siglos sucesivos mantuvieron vivo el conocimiento de la figura de
Alejandro, y contribuyeron a la difusión de sus hazañas en las distintas lenguas
vernáculas. También la nueva mentalidad del Renacimiento se iba a interesar por un
nuevo Alejandro. El concepto de fama encontró en la figura del macedonio un ejem-
plo excelente para hipostasiar en él el modelo de virtudes del héroe caballeresco
medieval y el del hombre «moderno» del Renacimiento. Por otra parte, aquí y allá

30
Cf. el volumen colectivo de AERTS, W.J., SMITS, E.R. & VOORBIJ, J.B., (eds.) (1986); así como otros dos
trabajos: AERTS et alii, (ed.) (1978) y AERTS, W.J. & GOSMAN, M., (eds.) (1988).

356
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

encontramos citas y referencias a Alejandro en nuestros poetas del XVI y XVII. Como
botón de muestra y pura curiosidad damos aquí dos sonetos, uno compuesto por Juan
de Arguijo, a finales del s. XVI, y otro de Quevedo (fechado en torno al 1627-28). El
de Arguijo se titula: «A César viendo la estatua de Alejandro en Cádiz»:

De Alejandro el trasunto, muda historia


que animó en bronce artificiosa mano,
do fijó sus columnas el tebano,
César mira, envidioso de su gloria.
Viendo que en corta edad larga vitoria
ganó del orbe el macedon ufano.
De sus años lamenta el curso vano,
que aun no ha dado principio á su memoria.
Tú, ilustre joven, dice, solo viste
glorioso fin de tu alto pensamiento;
tú al mundo grande, á ti pequeño el mundo.
¿Quién á la excelsa cumbre que subiste
podrá llegar? Ni ¿cuál osado intento
presume ser á tu valor segundo?

Por su parte, el «Túmulo de Aquiles cuando llegó a él Alejandro» de Quevedo


dice así:

Por más que el Tiempo en mí se ha paseado,


consumirme, Alejandro, no ha podido:
que del cuerpo que en mí tengo escondido,
fuerzas contra las suyas he sacado.
Aquiles es quien yace sepultado,
y con silencio duerme en largo olvido.
Respeta las cenizas en que ha sido
su valeroso cuerpo desatado.
Rayo fue de la guerra, a Troya espanto;
Júpiter tuvo miedo de su acero,
hasta que dejó el alma el frágil manto.
Dióle la eternidad el docto Homero.
No le llores de invidia; vierte llanto
de lástima de un hado tan severo.

La tradición oriental
Dentro de los Apartados III y IV de nuestro cuadro sinóptico anterior tienen una
cierta importancia la convencionalmente denominada «tradición hebrea» y las «versiones

357
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

árabes». Dentro de la primera conviene destacar el texto latino en prosa llamado Iter ad
Paradisum en el que se relata el viaje de Alejandro al Paraíso terrenal, y en el que cabe
detectar ciertas incrustaciones de la literatura del Talmud. En él encontramos algunos
relatos sobre Alejandro en Jerusalén, aparece el profeta Daniel, etc. Cuando Alejandro se
presenta a las puertas del Paraíso a reclamar tributo le dan una piedra con unas misteriosas
marcas, señales que son interpretadas por un judío viejo en el sentido de que todo el poder
de Alejandro no podrá nada frente a la muerte. Se fecha en el s. XII, entre 1100 y 1175.
Igualmente pertenece a esta tradición el relato de cómo Alejandro encerró en el Caspio las
tribus de Gog y Magog, también de amplios ecos en la literatura judía.
De las versiones árabes debemos citar la colección de sentencias que supuesta-
mente compusiera Aristóteles para Alejandro. A través de versiones al sirio realiza-
das durante el siglo VIII, fue también traducida al árabe en el IX, y vinieron a desem-
bocar en una traducción latina del s. XII a cargo de un tal Juan de España, traducción
que recibió el título de Secretum Secretorum y que conocerían una extraordinaria
difusión en las diversas lenguas vernáculas. También pertenece a la tradición árabe la
redacción de Abul Wafar Musbasschir ibn Fâtik, hacia mediados del s. XI. Incluía
una serie de «Dichos y anécdotas de los filósofos» que pronto serían a su vez tradu-
cidos al español bajo la denominación de Bocados de oro, y del español al latín, de
éste al francés, al inglés, etc. Como rasgo singular de estas versiones merece la pena
llamar la atención sobre el sesgo «orientalizante» con que se nos presenta la figura de
Alejandro, sobre todo en tanto que rey filósofo. Merece la pena que citemos también
el trabajo de M. Abumalham «Alejandro ‘Du l’Qarnayn’ em el Kitab adad al-falasifa»
en el que se pasa revista al desarrollo y evolución del tema de Alejandro en la litera-
tura árabe, empezando por el Corán.
Igualmente hemos recogido en el cuadro sinóptico anterior dos obras que pertene-
cen a la tradición árabe, y que se remontan en última instancia al texto del Pseudo-Calístenes.
Una es la Vida de Alejandro, versión árabe editada y traducida por García Gómez31 hace
años, así como el Alejandro Aljamiado. En realidad se trata de dos documentos que no han
tenido demasiada influencia en la tradición textual occidental sobre Alejandro.
Hasta aquí no hemos hecho más que glosar un poco algunos de los hitos más
señeros de esta complicada tradición. Nuestra mejor recomendación es que el
linteresado en ampliar o profundizar en algún apartado acuda a la adecuada biblio-
grafía que ofrecemos como referencia.

La novela histórica del s. XX redescubre a Alejandro


Saltemos ahora ya hasta el siglo XX. Sin que entremos en precisar qué debe
entenderse por novela histórica32, haremos uso de esta expresión en su sentido ordi-

31
(1929).
32
Puede leerse con gran provecho el reciente libro de C. GARCÍA GUAL (1995). Libro de muy amena lectura
y sumamente sugestivo.

358
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

nario de escritos de ficción en los que, como si se tratase de un palimpsesto, cabe


recuperar de su fondo unos hechos históricos. Es decir, en lo más profundo del relato
es posible vislumbrar una cierta verdad, pero no buscada como objetivo, sino disimu-
lada por el ropaje de lo fantástico o de lo ficticio. Aquí va a residir, como suele
decirse, la grandeza y la miseria de la novela histórica.
Siendo, pues, la figura de Alejandro tan carismática desde la antigüedad no es de
extrañar que en la eclosión de la novela histórica contemporánea encontremos una
muestra suficientemente rica como para dedicarle unas líneas. Su presencia en los títu-
los de nuestras librerías es imparable. Hay incluso hasta un cierto éxito editorial en este
ámbito, porque el hombre moderno gusta de la fabulación documentada, y es éste el
registro que ha sabido descubrir esta modalidad literaria de nuestros días. Citaré sólo
algunos casos señeros de novelas traducidas al castellano. En primer lugar la trilogía de
Mary Renault –en realidad, es un seudónimo de Mary Challans–, publicada en la cono-
cida colección de Penguin en un solo volumen y traducida al español con los títulos de
Fuego del cielo, El muchacho persa, y Juegos funerarios. Corresponden a tres momen-
tos y tres intrigas distintas sobre la vida y la historia de Alejandro Magno. En Juegos
funerarios, por ejemplo, la autora se interesa por un enigma –uno más, entre tantos
otros– de Alejandro. La actitud del macedonio ante su propia muerte. Piensa Mary
Renault que Alejandro pudo compartir la opinión que Shakespeare puso en boca de su
Julio César: «Los cobardes mueren muchas veces antes de morir, los valientes sólo
saborean la muerte una vez». Sólo me atrevería a apostillar a Shakespeare -en el caso
de Alejandro, al menos- «en plena juventud». Los personajes, el relato de los sucesos,
todo se desenvuelve en una atmósfera plenamente histórica, con la ventaja de que su
prosa es fácil, y al disimular su erudición consigue la autora presentarnos un Alejandro
aún más vivo que el estrictamente histórico. Recreado con elegante soltura y sin los
andamiajes de los datos eruditos, el perfil del Alejandro de Renault aumenta el atractivo
que su carismática figura ya tenía. También es autora de una biografía más histórica,
traducida al español como Alejandro Magno, igualmente en Edhasa, Barcelona.
En segundo lugar están los dos volúmenes del Alejandro de Gisbert Haefs, tra-
ducidos al español en 1994 y 1995 respectivamente. En ambos hay una adecuada
combinación de ficción y de rigor, los dos requisitos formales que hemos de exigir a
este tipo de textos. Se recuentan una y otra vez aquellas anécdotas más famosas que
Alejandro mismo solía aprovechar para autopublicitarse ante sus soldados. Haefs ha
cedido el uso de la palabra a Aristóteles. El filósofo había sido preceptor del joven
príncipe, de modo que –nos propone Haefs– no debemos desconfiar de que lo que
nos cuente Aristóteles sobre Alejandro sea fiable, diferente e interesante. En el se-
gundo volumen se completa el panorama con las vicisitudes que siguieron a la muer-
te de Alejandro; las intrigas de palacio, la ambición de los Diádocos y todo el submundo
en que vivieron las turbulentas vidas de estos protagonistas.

En conclusión, cada época ha tenido su Alejandro. En la literatura se nos descri-


be como gobernante prudente, rey sabio, modelo de caballero, o un ingenuo visiona-

359
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

rio y también como un tirano cruel, colonizador sin escrúpulos, o vanidoso y engreí-
do mortal; en dos palabras: como héroe y como villano. Dependerá de cómo nos lo
presente el autor de su biografía. Los historiadores, lógicamente, suelen ser más aus-
teros y sopesados en sus juicios. Por eso pensamos nosotros que hoy día se siguen
haciendo de Alejandro lecturas tan diversas cuanto distintos son los autores y lectores
de su bibliografía.

Los perfiles de un héroe: el Aléxandros de V. M. Manfredi


La publicación de la trilogía de Manfredi sobre Alejandro ha venido apoyada
por una campaña publicitaria digna del propio protagonista: sin poeta no habría hé-
roes, ni fama, ni gloria. Se trata de una novela histórica de tanto éxito editorial como
otras predecesoras (al estilo de la también trilogía de Mary Challans [Mary Renault],
o del Alejandro en dos vols. de G. Haefs, por no citar más que unos paralelos). En
todas ellas se combinan la documentada información histórica con una peculiar ópti-
ca de focalización de la biografía. Desde el Pseudo-Calístenes sabemos que la novela
es más seductora que la historia. Y de ahí el éxito del género.
Lo que pretendo es llamar la atención –sobre lo dicho– del riesgo a que se ve
sometido el lector moderno: tomar la ficción del novelista por la realidad que es
posible rescatar sobre la figura de Alejandro. Y no voy a viviseccionar el Aléxandros
de Manfredi en términos de historiador positivista, detectando dónde hay anacronis-
mos o algún que otro dislate histórico (entre otras cosas porque el autor se ha aseso-
rado convenientemente).
La historia no ha sido capaz de perfilar una figura de Alejandro rigurosa. Y a
ello ya hemos renunciado. Lo que no deberíamos aceptar es que –sobre bases menos
sólidas– la obra de Manfredi nos haga creer lo contrario, que ésta es ‘la’ biografía de
Alejandro. Aquí sí que vemos el gran riesgo del marketing comercial.
Tenía razón Luciano cuando afirmaba: ‘sólo diré una verdad: que miento’.
Y ahora, ya termino, con una cita famosa:

La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida
que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no
tuvieron y por eso debieron inventarla.
(M.Vargas Llosa, Cartas a un joven novelista, pág. 13)

360
Leyenda, historia y literatura en torno a Alejandro

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363
ANTONIO GUZMÁN GUERRA

364
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

LOS ORÍGENES MÍTICOS DE HISPANIA EN LAS


CRÓNICAS ESPAÑOLAS DE LA EDAD MEDIA

JUAN A. ESTÉVEZ SOLA


DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍAS INTEGRADAS
Universidad de Huelva

El objeto de este artículo parte de los primeros siete capítulos del De rebus Hispanie
del arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada, conocido como el Toledano.
En ellos se nos relata la más completa elaboración de los orígenes míticos de Hispania,
a los que nos acercamos con la idea de comprobar el proceso de elaboración que,
desde los autores más antiguos, ha tenido dicha formulación. Justino, San Isidoro,
Rasis, la Historia Pseudoisidoriana y otros autores medievales, que tienen su fuente
en San Isidoro, configuran la lista de aquellos escritores que hablaron sobre los oríge-
nes legendarios de Hispania. Se trata por tanto de acercarnos a la historia primitiva de
la Península Ibérica, a sus orígenes y primeros gobernantes. Cuando hablamos de
historia primitiva nos estamos refiriendo a la prehistoria e historia míticas de la Pe-
nínsula en la que no faltan los seres mitológicos humanizados: monarcas civilizado-
res desprovistos de atributos divinos o héroes conquistadores. En estas apariciones
importa más la función que cumplen: servir a los propósitos de la historia concebida
como género literario que incide en su valor ejemplar, que responder a la esencia de
los hechos o de los mismos personajes historiados. Pero en un principio este interés
por el inventor no es exclusivo del arzobispo de Toledo sino que impregna diferentes
tipos y géneros literarios de la Edad Media:

- otros tipos de historias


- las Etimologías San Isidoro
- los gesta episcoporum
- las fundaciones de monasterios o sedes episcopales
- la Biblia

Llegados a este punto es inevitable aludir a San Isidoro para calibrar aún con
más exactitud el trasfondo epistemológico en el que se mueve don Rodrigo, es decir

Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 365-387.

365
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

su fundamento y método historiográfico al menos para los orígenes de Hispania. En


San Isidoro, obviamente en las etimologías, encontramos el concepto de origo: hay un
momento en el que este concepto queda vinculado a la esfera historicista a diferentes
niveles. Así encontramos la búsqueda de la origo, del origen, de un nombre desde un
punto de vista dinámico y e histórico responde a una pregunta por la esencia en el plano
del espacio-tiempo. Por la tradición judeo-cristiana se vincula el conocimiento del nombre
de un ser con el conocimiento de su esencia. En otros casos el concepto de origo es el de
mera historia. Por otro lados el concepto de origo quedó pronto vinculado al prestigio:
las figuras de dioses, semidioses y héroes, aun humanizadas desde Evémero, alcanza-
ron un status casi igual a la de los santos, cuyas vidas servían de ejemplo desde el
cristianismo primitivo. Por supuesto, cuanto más antiguo, mejor1.
Un esquema sucinto de dichos capítulos sería el siguiente:

-Cap. I: Comienzo de la Historia. Noé y sus hijos. División de las len-


guas y de los pueblos.
-Cap. II: Reparto del mundo. Jafet y sus hijos: distribución de Europa.
-Cap. III: Túbal obtiene Hispania. Cetúbales.
-Cap. IV: Llegada de Hércules.
-Cap. V: Luchas y fundaciones de Hércules.
-Cap VI: Muerte de Gerión y de Caco. Muerte del propio Hércules.
-Cap. VII: Llegada de Hispán, que da su nombre a Hispania.

El comienzo de la Historia del Toledano es el habitual dentro de las historias


generales escritas en la Edad Media. O lo que es lo mismo, el origen de Hispania debe
estar en el mismo origen de todos los pueblos, es decir, el Diluvio Universal y la
dispersión de los hijos de Noé por el mundo. Este es el tipo de historia que Benito
Sánchez Alonso2 llama mixto universal-nacional, precisamente por la necesidad que
sentían, cristianos antes que historiadores, de comenzar sus historias con Noé y la
verdad revelada. Es el tronco común del que se derivan todas las historias locales.
Pronto se apartará nuestro arzobispo de estas generalidades para centrarse en Jafet,
Túbal y los orígenes de Hispania. En definitiva, el propósito del obispo no es la
Historia Universal sino la Historia de Hispania: Set quia de generatione Iaphet cura
est prosequi in hoc libro, de aliis fratribus hic omito.
Afirma el Toledano que los descendientes de Túbal, Cetúbales o Celtíberos, se
extendieron hacia otras partes de Hesperia y que príncipe de ellos fue Gerión y otros
que hasta Hércules duraron. Esto que en un principio podría resultar sorprendente
(incluir a Gerión entre los compañeros de Túbal) no lo es tanto si atendemos al hecho
de que en otros casos se ha hecho al propio Júpiter descendiente también de Noé. Un
ejemplo de este tipo de genealogías es la que hace Nennius en la Historia Brittonum:

1
DE CARLOS VILLAMARÍN, H. (1996): 23-66.
2
(1941): 140 y ss.

366
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

Britus vero filius Silvii, filii Ascanii, filii Aeneae, filii Anchisae, filii Capen,
filii Assaraci, filii Tros, filii Erechtonii, filii Dardani, filii Iovis, filii Saturni, filii
Celi, filii Telluris, filii Zoroastres, filii Mesram, Filii Cham, filii maledicti ridentis
patrem, filii Noe3.

La cuestión principal no es ésta ciertamente, sino el hecho de introducir a Hér-


cules en la península Ibérica, a la que llegará como primer conquistador de la misma
y no como su fundador. Lo más importante, sin embargo, es el final del capítulo:

Et optenta Hispania, inmo uerius desolata, que a sui principio, quam primo
Cetubeles habitarunt, satis prospera felicitate gaudebat, infelices populos, quos
longa quies inhermes fecerat et ignauos, Grecorum iugo, qui naturaliter subditis
sunt infesti, gladius Herculis subiugauit, dimissoque eis Hispan quodam nobili
qui secum ab adolescentia fuerat conuersatus, ab eius nomine Hesperiam
Hispaniam nominauit.

Se podría decir que lo que Rodrigo Jiménez de Rada hace es componer una
fábula etnogénica sobre el origen de Hispania al modo en que ya lo habían hecho
otros países, esto es, intentando extraer el origen de sus respectivos países de otros
tantos héroes de la Antigüedad clásica4, com, por ejemplo Britus, hijo de Silvius, del
linaje de Eneas, o Francio, que da nombre a los Francos y que procede a su vez del
desastre de Troya. Fredegario dice:

Electum a se regi Francione nomen, per quem Franci vocantur5

Otro ejemplo, también de Fredegario, es el de los turcos: Electum a se utique regem


nomen Torquoto per quod gens Torquorum nomen accepit6. Otro tanto hace Godofredo
de Viterbo en el Liber Regum7. Obviamente el Viterbiense ha de comenzar el linaje del
mundo en el Diluvio y en Noé y sus hijos, pero interpondrá en el linaje de éstos otros
nombres de raigambre grecolatina. Comienza así su historia con una justificación de la
monarquía y con el comienzo del mundo después del Diluvio. Saturno y Júpiter serán
asimismo del linaje de los descendientes de Noé. Pasará luego al linaje de los troyanos y
de ahí al linaje de los romanos, la lista de sus reyes, la mención de los cónsules y la lista
de los emperadores romanos en los que se insertan los reyes de Francia. Es algo evidente

3
Historia Brittonum cum aditamentis Nenii. Ed. T. Mommsen. Mon. Germ. auct. antiq. XI chron. min. III,
p.151.
4
“Pero el Toledano vio aquí la clave para una etnología clásica de la monarquía española [...] Sin embargo
trata más extensamente de la llegada de Hércules, ya que ésta ligaba la antigüedad de España a la del mundo clásico”;
TATE, R.B., (1957):1-18 (= 1970).
5
Fredeg.: Chron. Ed. B. Krusch, Mon. Germ. sript. rerum meroving. II. Libro II,5.
6
Op. Cit., II,6.
7
Godefr. Vit.: Liber Regum. Mon. Germ. script. XXII 107-307.

367
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

que lo que al Viterbiense le interesa es conectar de algún modo a Enrique VI con el linaje
romano, aunque para ello deba enlazar la genealogía pagana de Roma con los descen-
dientes de Noé. También las ciudades, por orgullo de raza, se buscaban una procedencia
clásica para sus fundaciones. La búsqueda de este tipo de ascendencia para las ciudades
se justifica bastante bien si consideramos que ya en la Antigüedad Clásica las ciudades
también se buscaban antepasados divinos o heroicos. A este respecto conviene recordar
las palabras de Livio en el prólogo a su historia de Roma:

Datur haec uenia antiquitati ut miscendo humana diuinis primordia urbium


augustiora faciat; et si cui populo licere oportet consecrare origines suas et ad
deos refellere auctores...8.

Flodoardo dice a propósito de la fundación de Reims:

Probabilius ergo videtur quod a militibus Remi patria profugis urbe nostra
condita, vel Remorum gens instituta putatur9.

Sigiberto de Gemblouc atribuye origen clásico a la ciudad de Metz:

Porro quod Mettis vocaris, vulgo fertur te dominatam a Romanorum duce


Metio Suffecto10.

Los ejemplos que se pueden aducir son numerosos. Véanse, por ejemplo, los ca-
sos que enumera Solino o los que aporta el propio San Isidoro. Podemos preguntarnos
entonces: ¿es esto lo que hace el Toledano? ¿busca el linaje de España entre romanos y
griegos? Sin duda, para él el advenimiento de Hércules no es como el de Britus o
Francio. Hércules no viene a fundar ningún país, sólo a conquistarlo cuando este país
disfrutaba de un momento descrito casi en términos de Edad de Oro o de pseudoparaíso.
Para Rodrigo Jiménez de Rada la llegada del héroe griego sólo significa desolación:

Et obtenta Hispania immo uerius desolata, que a sui principio, quam primo
Cetubeles habitarunt, satis prospera felicitate gaudebat, infelices populos, quos
longa quies inhermes fecerat et ignauos, Grecorum iugo, qui naturaliter subditis
sunt infesti, gladius Herculis subiugauit11.

La aparición de Hispán es sólo una manera de aliviar la situación que había


dejado Hércules. Parece algo original del Toledano el relacionar a Hispán con Hércu-
les. Hagámosle de esta forma una pequeña historia a Hispán.

8
LIV., Praef. 7.
9
FLOD.: Hist. Migne CXXXV col. 29.
10
SIGEB. GEMBL.: Theod. Migne CLX col. 716-717.
11
I,v,46-50.

368
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

Hasta llegar a la formulación mitológica del Toledano se ha pasado por dife-


rentes fases. El primer estadio importante lo tenemos, es obvio, con la primera apari-
ción de Hispán. Esta aparición de un Hispán como dador de su nombre a Hispania
aparece en Justino, el abreviador de Trogo Pompeyo, en el siglo II-III p. C. Dice
Justino:

Hanc veteres ab Hibero amne primum Hiberiam, postea ab Hispalo Hispaniam


cognominaverunt12.

Esto no es más que una etimología ex origine, una causalidad espacio-temporal,


más que una causalidad lógica. Como digo esta es la primera mención de un persona-
je epónimo para la historia primitiva de Hispania. Hemos de suponer que este perso-
naje debió de ser lo suficientemente importante como para que pudiera cambiar el
nombre de la tierra que ocupaba. Pero todavía es pronto para que sepamos algo más
de este Hispalo sacado verosímilmente de manera exclusiva para la ocasión intentan-
do someramente una vinculación temporal primero... luego para los nombres habi-
tuales de la península.
La siguiente mención de Hispán es muy posterior y aparece en San Isidoro:

Hispania prius ab Ibero amne Iberia nuncupata, postea ab Hispalo Hispania


cognominata est. Ipsa est et vera Hesperia ab Hespero stella occidentali dicta13.

San Isidoro lógicamente vinculó la historia anterior a los descendientes de Noé.


Túbal, quinto hijo de Jafet, de él proceden los Iberos. La vinculación de Túbal con
Iberia procede de San Jerónimo. Túbal llegó entonces a Hispania y sus compañeros o
descendiente se llamaron por él Cetubeles por quasi cetus Tubal, una etimología ex
causa.
A partir de estos momentos todas las menciones de Hispán proceden de San
Isidoro y, lógicamente, aparece en los Versus de Asia et de Uniuersi Rota mundi,
versificación de su geografía:

Spania ab Hibero prius dicta est Hiberia


Spalo postea uocata, unde nunc eSpania
tercioque nomen uertit narratur eSperia14.

Continuando con la serie de menciones derivadas de San Isidoro, de él procede


la mención del Chronicon Albeldense:

12
Op. Cit., XLIV 1.2.
13
ISID., Orig. XIV iv.28.
14
Versus de Asia et de Universi Rota Mundi C.C. CLXXV 30.

369
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

Spania prius ab Ibero amne, postea ab Ispalo Spania cognominata. Ipsa est
Esperia ab Espero stella occidentali dicta15.

Rábano Mauro lo toma también de San Isidoro:

Hispania prius ab Ibero amne Iberia. Postea ab Hispalo Hispania


cognominata est. Ipsa est vera Hesperia ab Hespero stella occidentali dicta16.

También por Isidoro dice el de Maguncia:

Hispani ab Ibero amne primun Iberi, postea ab Hispalo Hispani


cognominati sunt17.

Por último Vicente de Beauvais en el Speculum Historiale recoge las conocidas


palabras de San Isidoro:

Hispania prius ab Hibero amne Hiberia nuncupata, postea ab Hispalo


Hispania cognominata est. Ipsa est et vera Hesperia ab Hespero stella
occidentali dicta18.

Todos estos autores son anteriores al Toledano.

El segundo estadio importante dentro de la configuración del mito lo tenemos


en la Historia Pseudoisiodoriana19 y en la Dedicatio historiarum Isidori ad
Sisenandum20. En la Dedicatio, después de recordar los tres hijos de Noe, Sem,
Cam y Jafet, la división en tres partes del mundo: Asia, Europa y África, y de
vincular cada hijo con una de las partes, se dice que de Túbal proceden los hispanos
e ítalos:

de Tubal uero Hispani et Itali orti censentur

pero se le otorga por primera vez a Hispán, esta vez llamado por cierto Hispano
y no Hispalo, el título de «rey». Por la Dedicatio tenemos:

15
Chron. Albeld. 1-2 (Ed. de Juan Gil en J. Gil, J.L. Moralejo & J.I. Ruiz de la Peña, Crónicas Asturianas,
Oviedo, págs. 113-188).
16
RABAN. M.: Univ. Migne CXI col.550-551.
17
Op. Cit., col. 443.
18
Vicentius Bellovacensis: Bibliotheca Mundi: Speculum Quadruplex. Duaci 1624 Vol. 4º, Liber I, Cap. LXXV.
19
Historia Pseudoisidoriana. Ed. Th. Mommsem. Mon. Germ. auct. ant. XI chron. min. II, p. 378,1.
20
Dedicatio historiarum Isidori ad Sisenandum. Ed. Th. Mommsen. Mon. Germ. auct. ant. XI chron. min. II,
p. 304.

370
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

Primus rex hispanorum extitit nomine Hispanus, qui famosam urbem condidit,
quam ex suo nomine Hispalim nominavit et in ea solium regni sibi firmavit, a
qua etiam Hispania nomen traxit: dicitur autem et ab Ibero flumine Hiberia et
ab Hespero sidere Hesperia21.

Esta es la primera vez que a Hispán se le otorga el título de «rey».


A modo de inciso, posteriormente la Imago Mundi de Honorio Augustudunense
(Honorius Augustudunensis), s. XII, recoge en su descripción de Hispania esa men-
ción de rey de manera escueta:

28. Hispania.
Inde est Hispania ab Hispano rege dicta prius Hiberia ab Hibero flumine et
Hesperia ab Hespero rege nominata. hec versus occasum oceano terminatur.
sunt in ea .vi. provincie Terracona Kartago Lusitania Galicia Betica Tinguitania
a propriis civitatibus dicte.

Siguiendo con la dedicatio al llamarlo rey se añade algo más a la personalidad


de quien dio su nombre a Hispania, dejando de ser así una mera referencia etimológica.
Más todavía el rey epónimo otorga su nombre a la ciudad que escogió para asentar su
trono real, Hispalis, que es la que a su vez da nombre a reino. Esta vinculación
etimológica de Hispalis con Hispano también es nueva por cuanto la tradición funda-
da en San Isidoro vincula su nombre con el poblado lacustre edificado sobre palos
por encima del río.
El título de rey también lo incluye la llamada Historia Pseudoisidoriana al refe-
rirse a la etimología de Hispania:

De eius nunc ethimologia dicamus. Yspania ab Ispano rege qui eam subiugavit
nuncupatur22.

Por primera vez se nos habla de alguien que es rey, que da su nombre a Hispania
y que también la conquista y somete. Se ha añadido por primera vez la idea del carác-
ter conquistador de Ispano.
Poco antes de la composición de la historia del Toledano, Lucas de Tuy en 1236
asumió literalmente la Dedicatio al comienzo del libro II de su Chronicon Mundi. No
obstante en su alabanza de Hispania escrita al comienzo de su Chronicon Mundi nos
relata una curiosa e isidoriana por el estilo etimología de Hispania:

Haec patria ab is, quod est unum uel solum, et pan, quod est totum, et ia,
quod est stella quasi sola tota stella dicitur Hispania.

21
Dedicatio historiarum Isidori ad Sisenandum. Ed. Th. Mommsen. Mon. Germ. auct. antiq. XI chron. min.
II, p. 304.
22
Historia Pseudoisidoriana. Ed. Th. Mommsem. Mon. Germ. auct. antiq. XI chron. min. II, p. 378,1.

371
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

Por último en una obra que he datado recientemente de hacia finales del s. XII o
primeros años del s. XIII, la Historia translationis sancti Isidori23, obra en la que se
narra el traslado de los restos del santo hispalense a la ciudad de León en tiempos de
Fernando I y se hace el primer elenco de los milagros del santo –anterior al de Lucas
de Tuy por ejemplo–, vuelve a aparecer el tema del origen del nombre de Hispania al
estilo de la Dedicatio, concretamente en el prólogo:

Quo itaque ordine, quo tempore, quibus personis hoc donum publicum, hoc
patrie presidium, in Legionensem sit translatum urbem a predicta Hispali, que
eiusdem uiri apostolici doctrina extiterat felix et gloriosa, Yspaniensiumque pri-
ma sedes fulgebat metropolitana, a qua nomen traxit Yspania, ab Yspano rege
urbs populata, stilo tradere fideli nos inuitat tanti ueneratio confessoris.

El tercer estadio lo representan la Crónica del moro Rasis24 y obviamente la


Historia de rebus Hispanie25 del arzobispo toledano. En la crónica de Rasis, de al-
Razi, muerto hacia 955, pero crónica muy vinculada a la Pseudoisidoriana aparece
también un Espán como dador de su nombre a Hispania y que representa algo más
que un juego etimológico: por primera vez tenemos un personaje que está vivo y que
tiene una historia tras de sí. La Crónica del moro Rasis hace a Espán hijo de Jafet y
nieto por tanto de Noé. Espán se encuentra en la península tras el desastre del Diluvio
y allí decide quedarse con toda su gente, que lo nombra su caudillo. Su primer
asentamiento son los alrededores del Ebro:

E metieronse en barcas e andudieron tanto tienpo por la mar, fasta que llega-
ron a vn rrio a quel puso nonbre Ebro, por aquel que lo consejo avia nonbre
Ebro26.

Después de gozar de las bondades de aquella tierra, sus gentes lo nombran rey y
hacen que aquello se llame España en su honor. Luego Espán continuó su ímpetu
poblador:

Tu nos aduxiste a esta tierra, e tu eres el primero rrey della, as nonbre Espan,
tenemos por bien que aya nonbre España27.

23
Historia translationis sancti Isidori. Ed. de Juan A. Estévez Sola (C. C. cont med. LXXIII).
24
CATALÁN, D. & DE ANDRÉS, M.S., Crónica del moro Rasis, Madrid, 1975. La obra de Rasis en su
original árabe se desconoce, de ella se hizo traducción en el s. XIII al portugués por orden de D. Dinis, rey de Portugal
(1279-1325), tampoco ahora conocida, y del s. XV sí hay una versión castellana conocida por tres manuscritos. Todas
nuestras citas se harán a partir del manuscrito Ca.
25
Roderici Ximenii de Rada. Opera omnia. Pars I. Ed. J. Fernández Valverde. C. C., Cont. Med. LXXII.
(1987).
26
Op. Cit., págs. 122-123.
27
Op. Cit., pág. 124.

372
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

Espán es asimismo el fundador de una dinastía de reyes. La gran felicidad que-


dó, sin embargo, alterada por la llegada de «Ercoles el Valiente»:

Espan fue sienpre en paz, que nunca les fizo mal ninguno nin lo fizieron ellos
a otri fasta que vino Ercoles el Valiente, rrey de los griegos, e que fue rrey de la
mayor parte de la tierra28.

A su llegada traba combate con Gerión, a su vez el quincuagésimo tercer rey de


la dinastía fundada por Espán y lo mata. Construyó muchas «villas» y murió en Astorga.
Después reinó Latino, hijo de Hércules. Esto es en resumen lo que cuenta la Crónica
del moro Rasis. De que el Toledano conocía la crónica no parece haber duda alguna,
mas distinto es pensar que la utilizara como fuente directamente, aunque no podamos
negar que haya puntos de contacto entre la elaboración de su escrito y el de Rasis. Por
ejemplo, el primer lugar de asentamiento de Túbal es el Ebro como el de Espán:

et iuxta fluuium qui nunc Hiberus dicitur uillas et pagos et oppida


construxerunt, et inibi remanentes...29.

En la crónica de Rasis se lee:

E aquel Ebro salio primeramente e fue catar que tierra era: e fue rribera del
rrio a rribera fasta donde nasce. E vio tierra a su voluntad, e tornose para
Espan e dixole:
-Señor, nos avemos aquí tan buena tierra commo la de Vltramar.
Entonçe salio Espan e toda la otra gente con el. E ellos, despues que todos
ouieron el rrio pasado, començaron a fazer cosas e plantar30.

Además el Espán de Rasis y el Hispán del Toledano aparecen caracterizados de


la misma manera:

Hyspan autem uir industrius, strenuus et de heroum maioribus...opera


fortissima prudenter extruxit31.

Rasis por su parte dice de Espán:

porque lo fallaron de buen seso e de buenas maneras e por esforçado», «E


Espan comenzo de se enseñorear e fazer fundar villas e castillos32.

28
Op. Cit., pág. 126.
29
I,iii,26-27.
30
Op. Cit., pág. 123.
31
I,vii,2-4.
32
Op. Cit., págs. 123;124.

373
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

Coinciden también en el hecho de que cuando Hércules viene a la península


lucha en primer lugar con Gerión, al cual mata. De la misma forma, antes de su
llegada, la península gozaba de una gran felicidad según los dos autores. Con todo, lo
que a nuestro entender es lo más importante, si en algo coinciden Rasis y el Toledano
es en derivar el linaje de los habitantes de Hispania de la Antigüedad bíblica y no de
la clásica. En efecto, para Rasis Espán es descendiente de Noé y para el de Rada lo
son Túbal y los Cetúbales de los cuales deriva el linaje de los reyes españoles, de tal
manera que Túbal es el progenitor último de la monarquía hispana y no Hércules.
Con ello se añade algo más a la personalidad de quien dio su nombre a Hispania,
dejando de ser así una mera referencia etimológica. Este título también lo incluye la
Historia Pseudoisidoriana al referirse a la etimología de Hispania, pero además se da
aquí un paso importante en la configuración de la leyenda: se nos habla de alguien
que es rey, que da su nombre a Hispania y que también la conquista y somete. A partir
de esto el Toledano lo tenía fácil: sólo le faltaba asociarlo a Hércules, el primer inva-
sor de la Península. No obstante también hay diferencias acusadas entre uno y otro: el
origen de Hispán es distinto en ambos casos, radicalmente distinto: nieto de Noé para
uno, Rasis, y alguien criado con Hércules para el otro, el obispo de Toledo:

dimissoque eis Hispan quodam nobili qui secum ab adolescencia fuerat


conuersatus33.

El orden cronológico de los acontecimientos se ve con ello gravemente altera-


do: Noé, Jafet, Espán y Hércules frente a Túbal, Cetúbales, Hércules e Hispán. En
consecuencia podemos considerar al Toledano como el creador de la más elaborada
teoría acerca de los orígenes míticos de Hispania, el creador de una etnografía más
bíblica que clásica: derivación interesada del linaje nacional del linaje de Jafet antes
que de los héroes clásicos por más que incluya a Hércules.
Los cronistas y geógrafos árabes posteriores a Rasis también nos dan noticia de
un de un Hispán. En el siglo XI (1040-1094) escribe el geógrafo hispano-árabe al-
Bakri el Libro de los caminos y de los reinos. La obra además de geográfica es de
carácter en cierta mediada enciclopédico pues nos ofrece aparte de los datos de geo-
grafía otros datos culturales e históricos. A lo largo del relato al-Bakri dice lo siguien-
˘
te de un Isban, hijo de Tito, monarca de Sevilla:

Se cuenta en ciertas narraciones que Isban ˘ ˘ descendiente


hijo de Tito (Titis),
de Tubal (Tubil), hijo de Jafet (Yafit), hijo de Noé (Nuh) –la paz sea con él–, fue
rey de los españoles, teniendo el poder la mayor parte de su vida, y que el
comienzo de su esplendor tuvo lugar en Sevilla; su mando aumentó, se extendió
su buen nombre, y su poder se consolidó en todas las regiones.

33
Op. Cit., 1.5.50-51.

374
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

Años más tarde Ibn al-Atir (1160-1233) menciona a Echban que iba a la cabeza
de los bárbaros de Roma, pues era hijo de un tal T’ît’ouch, contra al-Andalus, asedió
Itálica y fundó Sevilla, Echbâniya, a la que hizo la capital.
Otros autores árabes mencionan la misma idea de un Hispán, cabeza de los
romanos, venido contra al-Andalus, como son Ibn ‘Idari (m. 1306), al-Himyari (s.
XIII) y al-Maqqari (m. 1632). Rasis, que tenía mejor conocimiento de la historia de
Hispania desvinculó decisivamente a Hispán de cualquier raigambre romana, y ello
posiblemente porque conoció la versión que de Paulo Orosio se había hecho en Cór-
doba por la misma época en la que Rasis está escribiendo. Es decir Rasis no podía
desde un punto de vista histórico situar a Roma en medio de los antepasados míticos
del al-Andalus preislámico.

En primer lugar y puesto que hemos venido en considerar a Rodrigo Jiménez de


Rada como el más completo formulador de la leyenda hemos de partir de sus conti-
nuadores.
A finales del s. XIII, aparecen una serie de textos, un resumen en latín y alguna
traducción al catalán atribuidas dudosamente a Pere Ribera de Perpinyà, derivados de
la Historia de Rebus Hispanie. Así, un Status Yspanie a principio usque nunc, que
como confiesa en el prólogo, se trata de un resumen a la letra de la obra del Toledano:

Et obtenta Ispania, inmo pocius que a sui principio satis prospera felicitate
gaudebat, dimissoque eis pro rege Hispano, quodam nobili qui secum ab
adoloscentia fuerat [conversatus], ab eius nomine Esperiam Ispaniam nominavit34.

El Testimonio B de esta Crónica d’Espanya, ahora en versión catalana nos dice


ahora:

E axí com ach conquesta tota Spanya e mesa sots sa senyoria, ell los jequí
per rey un noble hom lo qual s’era nodrit ab ell ensemps en sa joventut, qui
havia nom Esperia e per aquesta rahó mès nom a la terra Spanya35.

No creemos que este cambio de denominación vaya más allá de un simple error
de traducción por mala lectura del original latino, posiblemente por un salto de igual
a igual en el resultado de la traducción. La cuestión, sin embargo, se complica cuando
otros testimonios dan el mismo nombre:

Èrchules lexà en Spanya per regidor un caveller grech apellat Spèrian, qui de
infentesa s’era nodrit ab ell, e per lo nom d’aquest la terra fo apellada Spanya36 .

34
Crònica d’Espanya (Testimoni A). Ed. de Pere Quer i Aiguadé, pág. 521, ll. 94-97.
35
Crònica d’Espanya (Testimoni B). Ed. de Pere Quer i Aiguadé, pág. 560, ll. 121-123.
36
Crònica d’Espanya (Testimoni C). Ed. de Pere Quer i Aiguadé, pág. 589, ll. 59-61.

375
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

Los demás testimonios fluctúan también entre Hispano o un derivado y Esperia


o un derivado37.
Pero el más importante es Alfonso X. No parece exagerado que digamos que la
Primera Crónica General en muchas de sus partes es una traducción ampliada de la
Historia de rebus Hispanie; por ello ocurre que al recoger el rey sabio la historia de
Espán, si bien el Toledano no estableció explícitamente un parentesco entre su Hispán
y Hércules, Alfonso X lo haga sobrino del héroe:

E sobre todos fizo sennor un so sobrino, que criara de pequenno, que auie
nombre Espan; y esto fizo el por quel prouara por much esforçado e de buen
seso; e por amor del camio el nombre a la tierra que ante dizien Esperia e pusol
nombre Espanna38.

De todas formas es curioso que cuando Alfonso X reproduce los mismos hechos
en la General Estoria no menciona dicho parentesco:

E Ercules traye vn omne consigo que avia nonbre Espan; e era omne muy fiio
dalgo, e criarase con Ercules muy de pequenno...e tomo Ercules a este e diolo
por adelantado en Espanna e puso a la tierra el nombre del39.

Incluso en el Setenario el rey Sabio quiso incluir la procedencia del nombre de


Espanna:

Ca ella [Seuilla] ffué antiguamente casa e morada de los enperadores, e y se


coronauan e se ayuntauan e ffazían las cosas que auyan a ffazer. Et demás, fue
començamiento de la puebla de Espanna; ca por ella e por el rrey Espán, que
ffué ende ssennor, ouo así nonbre, e lo a oy en día toda la tierra. Nobleza otrosí
ouo muy grande sienpre el rregno de Seuilla.

Las diferencias entre los diferentes textos alfonsíes no obedecen solamente a me-
ros hechos de redacción, más prolija o menos prolija, más atenta con la fuente o menos
respetuosa con ella, sino que alcanzan a razones de índole política. En su concepción
historiográfica, la historia de un territorio es la historia de quienes por decisión divina
se ‘ensennorearon’ en él, su historia es la de los ‘sennores’ que tienen el imperium y este
imperium o ‘sennorio’ en términos del rey Sabio sólo se trasmite por linaje.
Poco después de Alfonso X, Juan Gil de Zamora a finales del s. XIII en su De
preconiis civitatis Numantine40 vuelve a recoger toda la información contenida en el

37
QUER I AIGUADÉ, P., (2000): 46-47.
38
Primera Crónica General de España. Ed. de R. Menéndez Pidal, Madrid, 19773ª reimp, 11a 2-7.
39
General Estoria. Ed. de A.G. Solalinde, A. Lloyd, Kasten & Víctor R.B. Oelschläger, Madrid, 1957, Cap.
CDXXII, Libro de los Jueces.
40
FITA, F. (1884): 131-200.

376
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

Toledano, casi palabra por palabra, añadiendo que Hispán fue el primer rey después
de Hércules y que fue el fundador de Híspalis. Gil de Zamora mezcla también noti-
cias de San Isidoro y de la Dedicatio Isidori ad Sisenandum conocida por él según se
contenía en Lucas Tudense, a quien le atribuye decir que Hispán fundó Híspalis. Dice
el de Zamora:

Hyspan Hyspalim urbem famosissimam hedificavit, quam ex suo nomine


Hyspalim nominavit, et in ea regni solium confirmavit; et ab ipso secumdum
ipsum Hispania nomen traxit41.

La misma noticia la contiene otra obra del zamorano, el De preconiis Hispanie:

Postea Hispalis ab hispan, rege Hispanie fuit dicta, sicut beatus Isidorus y
Lucas Tudensis episcopus in suis coronicis asseuerant.

Para añadir a continuación el otro origen lacustre de Hispalis. En otro pasaje Gil
de Zamora aclara en qué modo fue ciertamente el primer rey de la Península:

Verumtamen potest esse quod Hercules prius hedificauit Hispalim et alia cas-
tra multa, Hispan uero, qui fuit primus rex post Herculem, inchoata consumauit.

Por su parte, la Dedicatio:

Primus rex hispanorum extitit nomine Hispanus, qui famosam urbem condidit,
quam ex suo nomine Hispalim nominavit et in ea solium regni sibi firmavit, a
qua etiam Hispania nomen traxit42.

En siglo XIV, ca. 1369-1372, la versión latina de la Crónica de San Juan de la


43
Peña nos ofrece una versión reducida del relato del arzobispo de Toledo:

Et hoc facto, recessit, dimisso sibi pro gubernatore quodam suo alumpno
uocato Ispanus, cuius nomine terra fuit dicta Ispania. Et post dies Hercules, fuit
rex Ispanie, et populauit plura loca in Ispania. Et inter cetera populauit ciuitatem
Segouiensem.

Y su versión aragonesa nos ofrece una mera traducción del pasaje antes repro-
ducido:

41
Op. Cit., I,11.
42
Véase nota 9.
43
Crónica de San Juan de la Peña. Ed. A. Ubieto Arteta, Valencia, 1961.

377
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

E feito aquesto, fuesse e lexoles por governador un su nodrido el qual havía


nombre Ispan, por el nombre del qual la terra uvo nombre Espannya. el qual
Ispan, apres dias de Ercules, fue rey de Espanna e pobló muytos lugares en
Espannya, entre los quales pobló Segovia44.

Hasta ahora todos los autores dependen en mayor o menor medida del hito que
supuso la versión incluida en la Historia de rebus Hispanie del arzobispo de Toledo.
Y aunque podamos leer la misma versión en autores posteriores, ello no significa que
necesariamente el de Rada sea la fuente directa de éstos, sobre todo si tenemos en
cuenta la pronta difusión que alcanzó su historia en diferentes traducciones y, espe-
cialmente, si reparamos en la influencia que ejerció en los siglos siguientes la obra
histórica del rey Sabio. Un ejemplo del influjo de Alfonso X fue Juan Fernández de
Heredia. El célebre historiador y bibliófilo, que vivió prácticamente a lo largo de
todo el siglo XIV, dedicó el final de sus días a realizar o a dirigir trabajos de erudición
histórica. Su Grant Chronica de los reyes et principes de Spanya está inspirada en la
Primera Crónica General de Alfonso X, con lo que se incluye en toda la corriente que
directa o indirectamente siguió al Toledano, llegando a recoger incluso la opinión de
don Rodrigo acerca de la crueldad del dominio griego ejercido en la península por
Hércules:

que los griegos fueron todo tiempo de dura et de aspra et de cruel senyoria
por la qual razon refusavan lur senyoria toda manna de gente que defenderse
podien. El Ercules levava en su companyam un noble hombre el qual havie
nombre yspan et era su parient et acomendole espanya quende fuesse regidor et
governador et spanya se clamava priemerament esperia por razon de una estre-
lla segunt que desuso havemos dicho et apres la clamaron espanya por el nom-
bre de yspan45.

A comienzos del siglo XV, Pablo de Santa María, converso que pasó de rabino
mayor de la aljama de Burgos a obispo de la misma ciudad, siéndolo antes de la de
Cartagena, escribió hacia 1416-1418 un relato historiográfico en estrofas de arte mayor
siguiendo el esquema de las siete edades del mundo. Se trata de la obra titulada Las
Siete edades del mundo o Edades trovadas, de la que se hizo hacia 1460 una refundi-
ción con notas en prosa a cada una de las estrofas. Pues bien en la estrofa 261 afirma:

Quando aquesto todo asi conteçio


es despues que Troya fue destruyda
y Hercoles vino en aquesta partida

44
Crónica de San Juan de la Peña (Versión Aragonesa). Ed. de Carmen Orcastegui Gros, Zaragoza,1986.
45
Juan Fernández de Heredia, Grant Chronica de los reyes et principes de Spanya, (BN mss. 10133-10134)
Vol. I Cap. 47.

378
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

donde tan grandes poblaçiones fundo


las quales con otras tierras que gano
por su persona por trabajo y afan
Yspan dio a su sobrino que llamauan Yspan
de quien España este nonbre tomo.

Y el añadido en prosa:

Aquesto todo etc. En tienpo de Ispan a quien Ercoles su tio avia dexado todas
las Españas las quales tomaron deste nonbre Yspan sobrino de Ercoles que fue
primero rey dellas non se falla aver guerra ni despues del en tienpo de su yerno
Pirrus pero despues de Pirrus quedo España en poder de griegos y no ouo rey.

Se trata, como vemos de la misma impronta que desde Alfonso X hemos cono-
cido: un Hércules que llega a la península ibérica, que funda y puebla ciudades y que
deja a su sobrino Yspán de quien España toma su nombre.
A un escritor tan prolífico como Alonso de Madrigal, más conocido como el
Tostado, muerto en 1454, tampoco podía escapársele tratar el tema del mito fundador
de Hispania. Sus fuentes son claras: Josefo y sus Antigüedades Judaicas –conocidas
probablemente en la versión de Casiodoro–, San Isidoro y sus Etimologías, y el Tole-
dano, aunque a este último no lo mencione y hable sólo de «los auctores ciertos».
Con todo es el primero en hablar de que la tierra poblada por los Cetúbales se llamó
un tiempo Cetubalia:

et aquel es agora el comienço de España de parte de Oriente por lo qual


aquella tierra por entonce fue llamada cetubalia, et es en latin nombre compusto
de dos nombres cetus et tubal. cetus quiere dezir companna o gente et porque
tubal consigo mucha gente traya aquella tierra en que el assento llamose
cetubalia, quiere dezir companna o gente de tubal46.

De la segunda mitad del siglo XV son las obras de Alonso de Cartagena –1456– y
de Rodrigo Sánchez –1470–, obispo de Palencia. El primero en su Hispaniae regum
Anacephaleosis47 sigue fielmente a San Isidoro y al Toledano con algunas reflexiones
propias. Al hablar de las sucesiones de los reyes argumenta que nadie podría decir
cuáles fueron los reyes que hubo en Hispania desde el comienzo del mundo porque
todas las crónicas comienzan después del Diluvio y no hay ninguna historia auténtica
que narre las acciones de los hombres antes del diluvio, a no ser la Biblia. Con todo, es
claro que quienes hubieron gobernado en Hispania murieron en la gran inundación.

46
Alonso de Madrigal, Comento o exposicion de Eusebio de las cronicas o tiempos interpretados en vulgar,
Salamanca, 1506-07, Vol. II Cap. XXV f. 15v.
47
Alonso de Cartagena, Hispaniae regum Anacephaleosi. Tesis doctoral mecanografiada de Dª Yolanda Espi-
nosa Fernández, Madrid, 1989.

379
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

Continúa luego con la venida de los hijos de Jafet a Europa y por tanto con la
llegada de Túbal a Hispania. A continuación sigue con la venida de Hércules también
a Hispania, su lucha con Gerión, la lucha con Caco y la noticia del Moncayo y con-
cluye el relato así:

Hercules itaque occisis Geryone et Caco et multis magnificis operibus in


Hispania factis ad Greciam est reversus, dimittens nepotem quendam suum qui
Hispanus vocabatur, ut in Hispania regnaret, a cuius nomine Hispaniam vocatam
putatur. Nam primo Iberia ab Ibero flumine, seu Hesperia ab Hespero planeta
qui prope occidentem advesperascente die lucet, vocabatur. Hic Hispanus est
primus quem in Hispaniam regium titulum assumpsisse historie narrant. Qui
magno tempore in pace regnans, multa magnifica opera dicitur construxisse48.

Es la primera vez que encontramos en una fuente latina la palabra nepos y a un


Hispán como primer rey de Hispania. Por su parte Rodrigo Sánchez en su Historiae
Hispaniae partes IV49, tras un prólogo escrito según las convenciones más generales
(necesidad de escribir la Historia, alabanza de España, fuentes y autores anteriores...),
vuelve a insistir en la trilogía de nombres de la Península, esta vez tomada de Justino,
incluyendo, como Alonso de Cartagena, el parentesco con Hércules:

Hercules igitur deuicto Geryone instituit in ea regem Hispam nepoten suum,


a quo Hispania dicta est50.

Pero no lo hace primer rey sino que incluye otros reyes anteriores a Hércules:
Teucro, Gárgoris y su hijo Habis, Caco...
El marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, compuso en el soneto XXXII
un elogio a la ciudad de Sevilla, muy en la línea de lo que había hecho Alfonso X en
el Setenario. A raíz de la visita en 1455 a dicha ciudad escribió:

Roma en el mundo e vos en España


soys solas cibdades çïertamente,
fermosa Yspalis, sola por fazaña,
corona de Bética exçelente.
Noble por hedifiçios, no me engaña
vana apariençia, mas judgo patente
vuestra grand fama aún no ser tamaña
quan loable soys a quien lo siente.

48
Op. Cit., I,2-3.
49
Roderici Santii episcopi palentini Historiae hispanicae partes IV. Ed. A. Schott, Hispaniae Illustratae I,
Frankfurt a/M, 1603, págs. 121-246.
50
Op. Cit., I,7.

380
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

En vos concurre venerable clero,


sacras reliquias, sanctas religiones,
el braço militante cavallero,
claras estirpes, diversas nasçiones,
fustas sin cuento; Hércules primero,
Yspán e Julio son vuestros patrones.

De finales del XV es también la obra de Juan Margarit, obispo de Gerona, quien,


aunque lo critica, sigue bastante de cerca en su Paralipomenon Hispaniae libri decem51
a Rodrigo Jiménez de Rada.
No siempre resultaron triunfantes las tesis del Toledano. Todavía la Chronica
Antonini, compilación que abarca desde los orígenes del mundo hasta 1498, siguió
dando cabida a la antigua tradición isidoriana:

Hispania prius ab hybero amne hyberia nuncupata est, postea ab hispano


hispania vocata. Ipsa est et vera hesperia ab hespero stella occidentali dicta52.

En 1491 dirigió Diego Rodríguez de Almela a los Reyes Católicos su Compila-


ción de todas las Coronicas et Estorias de España. El capellán de la reina, muy
amigo de las compilaciones, sigue de cerca a Alfonso X y por tanto al Toledano y
explica primero el origen de los Cetúbales:

e despues que estas gentes fallaron aquella tierra plugoles della e començaron
de poblar todas estas montañas porque ellos no poblauan sino en las caueças
de los montes por miedo del dilubio e fizieron y grandes poblaciones e llamaronlos
centubales que quiere tanto dezir como conpañas de tubal53.

Y más adelante continúa con la misma tradición que hacía a Hispano sobrino de
Hércules y mantenedor de su memoria en Hispania:

e por tal que quedase memoria...puso omes de su linaje e nacion e sibre


todos fizo rrey e sennor de espanna a un su sobrino que el criara de pequeño
que avia nombre yspan el qual hera muy buen cauallero e de gran sese e esfuerço
en fecho de armas e por su amor del puso a la tierra que ante abia nombre
esperia españa Esto fecho tornose hercoles para grecia et yspan so sobrino fina
por rrey e señor de españa54.

51
Ioannis episcopi gerundensis Paralipomenon Hispaniae Libri decem. Ed. de A. Schott, Hispaniae Illustratae
I, Frankfurt a/M, 1603, págs. 7-120.
52
Chronica Antonini. Prima pars Historiarum Domini Antonini, Lugduni, 1543.
53
Diego Rodríguez de Almela, Compilacion de todas las Coronicas et Estorias de España (BN Ms. 1525) f. 10r.
54
Op. Cit., f. 40r.

381
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

De todas formas, por lo visto hasta ahora, todo parece bastante fijado salvo
pequeñas variaciones relativas a si fue el primer rey o no, y al establecimiento del
parentesco. Sólo muy a finales del s. XV, en 1498, encontramos el otro gran paso
adelante en la formulación del mito fundador con la obra de Juan Annio de Viterbo.
Juan Annio, también conocido como el Pseudo-Beroso, dedica el libro VIII de
sus Antiquitatum libri55 a los veinticuatro reyes de la antigüedad hispana: De primis
temporibus et quator ac viginti regibus Hispanie et eius Antiquitate. Tomando como
fuente, según él, a Beroso, comienza lógicamente su lista con Túbal, de quien dice
fue primer rey de Hispania y quien dio leyes a los hispanos. Su segundo rey es Ibero,
hijo del anterior y que da nombre al río. A éste le siguen por orden de reinado Jubalda,
Brigo, Tago, que también da nombre al río, Beto, de quien la Bética tomo su nombre,
Gerión y Gerión Trigémino, quienes en realidad eran, según Annio, los tres hijos del
anterior, con lo que encontramos a un Gerión padre y a tres geríones hijos. Contra los
tres hermanos geríones luchó Hercules, quien creavit Hispaniae regem Hispalum56.
Este Hispalum es hijo de Hércules y

ab hoc dictam esse Hispalim urbem nomen accusat, neque arbitror dici a
palis, sed ab Hispalo rege et eius coloniis Hispalis Scythiae populis, quos secum
adduxit Hercules per orbem57.

El décimo rey de Hispania es Hispán, hijo del anterior y hecho ahora por tanto
nieto de Hércules: el famoso nepos Herculis que hemos visto anteriormente y de
quien recibió Hispania su nombre:

Cuumque omnium consensu Hispania nomen accepit ab isto nepote Herculis,


consequens necessario est, ut ante hunc novem praecedentium regum
cognominibus appelata de more vetusto fuerit58.

Como podemos comprobar el mito ha sufrido una evolución bastante grande.


Nos encontramos con que en el mito aparece ya completamente formulada toda una
sucesión de veinticuatro reyes entre los que se encuentran, amén de los ya citados,
Héspero, hermano de Atlas y origen del nombre de Hesperia, Caco, que es el vigési-
mo segundo, o Gárgoris, que hace el número veinticuatro. Nuestro Hispán queda
ahora inserto en una lista en la que se pretende exponer una serie racionalizada de
antiguos reyes. Este intento de racionalización ha alcanzado de lleno a Hispán, que se
ha visto desdoblado en dos reyes distintos. Parece claro que el Viterbiense conoció
una tradición en la que se hacía a Hispán nieto de Hércules; luego es posible pensar

55
Juan Annio de Viterbo, Antiquitatum libri, Lugduni, 1554.
56
Op. Cit., VIII,11.
57
Op. Cit., VIII,12.
58
Op. Cit., VIII,13.

382
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

en otro rey que fuera el padre de Hispán y por tanto el hijo de Hércules. Al Peudo-
Beroso no le debió de resultar difícil encontrarlo. La misma leyenda, en toda su evo-
lución, había venido fluctuando entre un Hispalus y un Hispanus, que habían sido los
reyes que dieron su nombre a Hispania. Incluso le facilitaba información sobre un
Hispalus que dio su nombre a la ciudad de Sevilla y que, bien desde su propio nombre
o bien a partir del nombre de Hispalis, había dado nombre a la antigua Iberia, como
aparece, por ejemplo, en la Dedicatio Isidori ad Sisenandum, en la que Híspalo da
nombre a la ciudad de Híspalis, a partir de la cual se derivó el nombre de Hispania. A
esto se le añade que los manuscritos, ya desde Justino, fluctuaban entre Hispanus o
Hispalus para la misma persona. Por ello, una vez transformados en dos reyes distin-
tos, se resuelven la duplicidad del nombre en los manuscritos, el origen del nombre
de Hispalis y los grados de parentesco de ambos con Hércules.
Una decena de años después empezaron a dar frutos las teorías de Juan Annio.
Cuando Lucio Marineo Sículo escribe su De rebus Hispanie59 aproximadamente ha-
cia 1509, todo el trabajo relativo a los orígenes y reyes de Hispania lo tiene resuelto.
De todas formas muestra sus dudas:

Hispania... quam ab Hispali urbe...dictam fuisse plures affirmant, alii vero


ab Hispano Hercules nepote nominatam volunt60.

E igualmente al acoger la lista de los veinticuatro primeros reyes hispanos hace


tanto de Híspalo como de Hispán el origen de los nombres de Híspalis y de Hispania:

Hispalus a quo Hispalim et Hispaniam dictam fuisse quidam volunt61;

y más abajo:

Hispanus a quo Hispalim urbem et Hispaniam nominatam fuisse nonnulli


volunt62.

La fortuna de la obra del de Viterbo llega incluso a autores en lengua castellana.


Cuando en 1535 Gonzalo Fernández de Oviedo escribe su Historia general y natural
de las Indias63, aunque esté más interesado en el nombre de Héspero, duodécimo rey
de España, y de las Hespérides, con las que identifica ahora a las Indias, traduce no
obstante del latín la antedicha distinción del Pseudo-Beroso entre un Híspalo, hijo de

59
Lucii Marinaei Siculi de rebus Hispanie memorabilibus libri XXII. Ed. de A. Schott, Hispaniae Illustratae I,
Frankfurt a/M 1603, págs. 291-517.
60
Op. Cit., I.
61
Op. Cit., IV.
62
Op. Cit., IV.
63
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia Natural y General de Indias. Ed. de Juan Pérez de Tudela, Madrid,
1959.

383
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

Hércules y nominador de Híspalis, y un Hispán, nieto del héroe y origen del nombre
de Hispania.
En la primera mitad del siglo XVI Pedro Ortiz siguió, como era de esperar, al
Pseudo-Beroso y mantuvo a Hispalo como hijo de Hércules. El héroe griego antes de
partir hacia Grecia y con el acuerdo de su ejército y del de los Geriónes deja como rey
de la antigua Iberia a su famoso hijo:

Alcides vero eum a suo et Geriónum exercitu rex designaretur; hispalum filium
quia transire in Italiam ad inferendum lestrigonibus et gigantibus bellum parabat
iberis preposuit64.

A su vez este Hispalo dejó, como era de esperar, su puesto a su hijo Hispano:

paulo vita functus ad terdeviginti annos hispano filio regnum dimisit65.

Y por él el nombre de Iberia terminó mudándose de nuevo:

Nimio demum senio Hispanus confectus ibidem gadibus moritur, ingensque


luctus per totas inductus Iberiam atque in eius memoriam ab regnicolis decretum
ut hispania iam ab eo antiquato iberi nomine provintia, non Iberia, diceretur66.

La fortuna de Juan Annio continuó en los años siguientes. El Chronicon de


Vaseo en 155267 y el De origine ac rebus gestis regum Hispaniae de Tarapha en
155368 continúan prácticamente al pie de la letra el texto de Juan Annio. Únicamente
el padre Tarapha habla de una variante de la Hispania de Hispano al suponer una
Hispalia derivada de Híspalo:

Hispalus filius Herculis Libyci, qui a patre rex creatus, Hispaniam accepit. Hic
Hispalim civitatem...condidit et tota Hispania quasi Hispalia ab eius colonia dicta69.

La historia del nombre también alcanzó a otro cronista de Indias. Nos referimos
en este caso a Juan Ginés de Sepúlveda, quien en su De rebus gestis Caroli V70 sigue
fielmente a Gonzalo Fernández de Oviedo.

64
Petri Ortitii Scotensis historici Prime Hispanidis libri duodeci, (BN ms. 1509-1511) Lib. I f. 9r
65
Op. Cit., Lib. I f. 10v
66
Op. Cit., Lib. I f. 10v
67
Ioannis Vasaei Hispaniae Chronicon. Ed. de A. Schott, Hispaniae Illustratae I (Frankfurt a/M, 1603), págs.
572-727.
68
Francisci Taraphae de origine ac rebus gestis regum Hispaniae liber I. Ed. de A. Schott, Hispaniae Illustratae
I, Frankfurt a/M, 1603, págs. 518-569. Sobre Tarapha FERRER i ISERN, D. (2003).
69
Op. Cit., I.
70
Ioannis Genesii Sepulvedae cordubensis opera, cum edita tum inedita, accurante Regia Historiae Acade-
mia. Ed. de F. Cerdá y Rico y otros, Madrid, 1870, Vol. I.

384
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

Para acabar, recogemos la opinión de Ludovico Nonnio o Luis Núñez, un autor


de principios del siglo XVII. Cuando en el capítulo I de su Hispania, sive populorum,
urbium, insularum ac fluminum in ea accuratior descriptio71 explica la etimología
del nombre de Hispania, comienza su relato con las razones que mueven a los pue-
blos a buscarse orígenes augustos y las atribuye a licencias que se toman los poetas.
Por ello sucede, según él, que surjan falsos orígenes e inauditas series y nombres de
reyes. Añade a continuación que los escritores hispanos fueron muy dados a tales
fábulas, y así:

ab Hispano Herculis filio, vel ab Hispalo rege, Hispaniae nomen fluxisse


uno consensu contendunt omnes72.

Pero una vez dicho esto, tampoco él se sustrae a esta manía antes criticada, y
cuál no es nuestra sorpresa cuando, después de refutar la historia de Hispán, nos
expone su propia teoría, pretendidamente fundada en Plinio y en Plutarco. El nombre
de Hispania procede entonces según él de un Pan, compañero de Dionisos:

clare hic ostendit primo Paniam a Pane, deinde et Spaniam vocatam73.

Y concluye que se añadió la sílaba “His” para distinguirla de la Pania oriental:

Hispaniam primo fuisse dictam Paniam, et postea syllabae His adiectione


Hispaniam: quod Cimmeria seu Teutonica lingua occiduam Paniam significat,
ad discrimen Orientalis Paniae74.

Su refutación por tanto del origen augusto sólo significa introducir otro no me-
nos elevado.
El mito de Hispán, Hispalo, la sucesión de los primeros reyes míticos de Hispania
acabó como personajes de una comedia de finales del s. XVII La piedra filosofal de
Francisco Antonio de Bances Candamo (1662-1704).

He aquí, pues, la evolución del mito fundador de Hispania, un mito que abarca
catorce siglos y que aparece, por lo que hemos podido comprobar, en alrededor de
treinta autores y obras distintas. Quien al principio sólo fue una referencia etimológica,
luego se hizo rey. Al rey se le buscó un linaje; se narraron sus hazañas y fundaciones
y, por último, acabó desdoblado en dos personajes distintos, emparentados entre sí, y
se le incluyó en la línea sucesoria de los primeros reyes de la Península.

71
Ludovicii Nonii Hispania, sive populorum, urbium, insularum ac fluminum in ea accuratior descriptio. Ed.
de A. Schott, Hispaniae Illustratae I, Frankfurt a/M, 1608, págs. 373-479.
72
Op. Cit., I.
73
Op. Cit., I.
74
Op. Cit., I.

385
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

386
Los orígenes míticos de Hispania en las crónicas españolas de la Edad Media

BIBLIOGRAFÍA

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esp. J. Díaz).

387
JUAN A. ESTÉVEZ SOLA

388
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

LA LITERATURA CLÁSICA COMO PUNTO


DE REFERENCIA DE LA MODERNA

CESÁREO BANDERA
DEPARTAMENT OF ROMANCE LANGUAGE
University of Chapel Hill

Nuestro punto de referencia será la gran épica clásica y los dos modelos que, dentro
de ella, sobresalen por encima de todos, Homero y Virgilio. Es decir, nos interesa la
imagen que se tiene de estos dos modelos clásicos en la conciencia literaria de los
comienzos de la Edad Moderna, en la Europa de los siglos XVI y XVII. Un hecho
salta inmediatamente a la vista: la enorme admiración que suscitan; admiración que
se desborda, que, en ocasiones, parece no tener límites. He aquí, como ejemplo, lo
que decía un crítico francés del XVII tenido en gran estima por sus contemporáneos,
René Rapin, cuyas reflexiones sobre la Poética de Aristóteles fueron pronto traduci-
das al inglés por Thomas Rymer, en 1674:

The Epick Poem is that which is the greatest and most noble in Poesie; it is
the greatest work that humane wit is capable of. All the nobleness, and all the
elevation of the most perfect Genius, can hardly suffice to form one such as is
requisite for an Heroick Poet […] there must be a judgement so solid, a
discernment so exquisite, such perfect knowledge of the language, in which he
writes; such obstinate study, profound meditation, vast capacity, that scarce
whole ages can produce one genius fit for an Epick Poem. And it is an enterprise
so bold, that it cannot fall into a wise man’s thoughts, but affright him. Yet, how
many poets have we seen of late days, who, without capacity, and without study,
have dared to undertake this sort of poems; having no other foundation for all,
but the onely heat of their imagination, and some briskness of spirit1.

Recordemos que está pensando en Homero y Virgilio, pues, como nos dice poco
antes de las palabras citadas: “Homer animates me, Virgil heats me, and all the rest

1
RAPIN, R. (1979): 72-73.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 389-407.

389
CESÁREO BANDERA

freez me, so cold and flat they are” 2 . Y esto lo decía alguien que conocía perfecta-
mente los poemas de Camoens (1572), de Tasso (1581) y de Milton (1667).
Después de oír semejante encomio, no nos puede extrañar que, a veces, se
atribuyera a los poemas épicos de Homero y de Virgilio poderes que rozan lo sobre-
natural. He aquí lo que leemos en el Prefacio de un tal W. J. (que en ningún momen-
to de identifica), traductor al inglés de la obra de otro conocido crítico francés, Le
Bossu:

Now it is not to be wondered at, if by the great performances of such an


extraordinary genius as animated Homer and Virgil, many great, extraordinary
and almost miraculous effects were produced. Love, admiration, and esteem
were the common tributes which the vulgar paid to the venerable name of
Poet. They were so charmed with the sweetness of all poetical composures,
that they looked upon what the poet said as divine, and gave the same credit to
it, as to an oracle […] Nor is it unreasonable to imagine that even the
refinedness of Athens was owing more to the poets than to the philosopher’s
instructions […]. [Virgil’s poem] seems to have had a strange and peculiar
effect in the age, and upon the state he lived under. For ‘tis more than probable
that the publishing of his Aeneid conduced very much to the settling Augustus
on the imperial throne3.

Testimonios parecidos se pueden encontrar desde mediados del siglo XVI. J.


Peletier du Mans, por ejemplo, nos dice que “L’oeuvre héroique est celui qui donne le
prix et le vrai titre de poète. Et il est donc d’une telle importance et d’un tel prestige
qu’une langue ne peut passer pour célèbre pour les siècles si elle n’a pas traité le sujet
héroique que sont les guerres” 4.
El resultado de esta admiración desbordada es doble. Por una parte, surgen por
doquier poemas épicos, se multiplican los esfuerzos por producir en la Europa cris-
tiana de la época el gran poema épico, un poema capaz de competir en grandeza con
los de Homero y Virgilio, es decir, un poema que significara en el nuevo contexto
histórico lo que significaron en el suyo los grandes modelos clásicos. Por otra parte,
cada vez resulta más evidente que semejante meta es inalcanzable. Lo que se exigía
era ya imposible. Desde los comienzos de la Era Moderna, es inútil buscar por ningu-
na parte al deseado Virgilio cristiano. Si queremos hablar de un digno sucesor de
Virgilio en un contexto cristiano, tendríamos que volver la vista atrás, a La divina
comedia, a ese Dante que usa precisamente a Virgilio como guía hasta donde Virgilio
podía llegar. Otra cosa es que La divina comedia pueda considerarse épica. La con-
troversia empezó ya en el XVI y creo que aún sigue viva.

2
ID.: 70.
3
“Preface” (sin paginar). LE BOSSU (1970).
4
Lib. 2, cap. 8.

390
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

Y son precisamente los mejores poetas épicos los que mejor comprenden el
problema con el que se enfrentaban. En sus Discorsi del poema eroico, el propio
Tasso nos dice que,

El argumento del poema épico debe tomarse, pues, de la verdadera historia y


de una religión que no sea falsa. Pero las historias y otros escritos pueden ser
sagrados o no sagrados, y entre los sagrados unos tienen más autoridad que otros
[...]. El poeta haría bien en no tocar historias de la primera categoría; deben
dejarse en su simple y pura verdad, puesto que su descubrimiento no supone es-
fuerzo alguno y la invención claro es que no está permitida. Y aquél que ni inventa
ni imita [...] no será un poeta, sino más bien un historiador (39-40)5.

Es decir, el poeta no debe operar con los historias sagradas cristianas de máxima
autoridad, los relatos del Antiguo y del Nuevo Testamento, por ejemplo. Ahora bien,
está claro que si Dante hubiese pensado así, no hubiera escrito La divina comedia.
Quiere decir que las cosas han cambiado bastante entre el siglo XIV y el XVI. Se ha
ido desarrollando gradualmente lo que en otro lugar he llamado “alergia” moderna a
mezclar lo humano con lo divino, que, como dice Cervantes en el prólogo al primer
Quijote, “es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano enten-
dimiento”. Porque hay que subrayar que esta “alergia” es una alergia específicamente
cristiana. No se produce en otras civilizaciones. Es una tenaz resistencia del texto
cristiano a mezclarse de manera explícita con la ficción poética en general y, en espe-
cial, con su más alta representación, el poema épico. Es bien significativo que el
mismo Tasso comience su Gerusalemme liberata –en opinión de muchos la mejor
épica del XVI– pidiéndole inspiración a la musa cristiana, no a la clásica del monte
Helicón que se corona la frente con “laureles caducos,” pero pidiéndole perdón al
mismo tiempo a esa musa cristiana porque, siendo poeta, se ve obligado a mezclar
cosas ficticias con la verdad:

O Musa, tu che di caduchi allori


non circondi la fronte in Elicona
[...]
tu spira al petto mio celesti ardori,
tu rischiara il mio canto, e tu perdona
s’intesso fregi al ver, s’adorno in parte
d’altri diletti, che de’ tuoi, le carte (I, 2).

O sea, los “diletti” propios de la musa celeste, la cristiana, la eterna, la que no se


ciñe la frente de “caduchi allori,” no son los específicamente propios de la ficción

5
Cf. BOILEAU, N. (1972): III, 200-01: De la foi d’un chrétien les mystères terribles D’ornements égayés ne
sont pas susceptibles.

391
CESÁREO BANDERA

poética, los que no tiene más remedio que usar el poeta heroico para distinguirse del
historiador. Esa musa celeste es, por definición, la musa de la verdad, no de las meras
apariencias ornamentales, de la ficción. ¡Qué diferencia entre esta musa celeste de
Tasso y las musas que inspiraban al pastor Hesíodo en el monte Helicón, las que
“saben decir muchas cosas falsas que parecen verdaderas, aunque también saben de-
cir la verdad cuando quieren” (Teogonía, 27-28)! Declaración ésta que supone que la
diferencia entre la verdad y lo que sólo parece verdad pero no lo es, no es una última
diferencia. Hemos, pues, de suponer que para las musas sagradas del Helicón hay
ocasiones en las que lo sagrado, lo inspirado, es ocultar la verdad o, lo que es lo
mismo, disfrazar lo falso con apariencia de verdad. Evidentemente no es ésta la musa
a la que el Tasso cristiano pide inspiración. Lo cual quiere decir que existe ya una
grieta, una clara fisura, entre el Tasso cristiano y el Tasso poeta heroico.
Esa grieta es aun más explícita en el caso de Camoens. Recuérdese el largo
discurso del venerable anciano en la playa de Belem justo cuando está a punto de
zarpar la flota portuguesa:

¡Oh, gloria de mandar! ¡Oh codicia vana


de esta vanidad a que llamamos fama!
¡Oh gusto fraudulento, que se alimenta
de un aire popular que honra se llama!
[...]
¿A qué nuevos desastres determinas
de llevar a estos reinos y esta gente?
¿Qué peligros, qué muertes les destinas,
debajo de algún nombre prominente? (IV, 95-97).

Afán de gloria vana y efímera es, pues, lo que mueve a estos héroes portugueses
que buscan fama y honra. Heroes que desprecian la vida, esa vida que debía

De ser siempre estimada, pues que


tanto temió perderla Quien la da (IV., 99).

Referencia esta última a la agonía de Cristo en el huerto de los olivos, cuando,


sudando sangre, le pide al Padre que, si es su voluntad, aleje de él ese cáliz (Luc. 22,
42-44). Es decir, desde una perspectiva propiamente cristiana no parece que sea muy
heroica la gran hazaña de los lusos. En efecto, no es la gloria o el paraíso cristiano lo
que les ofrece el poeta a sus héroes, sino una gloria poética comparable, y aun supe-
rior, a la de los héroes clásicos. Como se nos dice en el poema, la hazaña portuguesa
aun es más digna de celebración poética que las que realizaron griegos y troyanos,
porque lo que hicieron los portugueses son hechos históricos y no fantasía mítica.
Pero una cosa es la gloria poética por la que Camoens se atreve a competir, en alaban-
za de los portugueses, con Homero y Virgilio, y otra muy distinta la gloria de Cristo.

392
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

El cristiano Camoens no confunde nunca las dos cosas, pero el poeta de Os Lusiadas
las mezcla aquí y allá siempre que le parece, de lo que se se quejaría más tarde el
irónico Voltaire:

There is another kind of Machinery continued throughout all the poem, which
nothing can excuse […] ‘tis an unjudicious mixture of the heathen gods with our
religion. Gama in a storm addresses his prayers to Christ, but ‘tis Venus who
comes to his relief; the heroes are Christian and the poet heathen. The main
design which the Portuguese are supposed to have (next to the promoting of
their trade) is to propagate Christianity; yet Jupiter, Bacchus and Venus have in
their hands all the management of the voyage (Le Bossu, 75).

Está claro que lo que ha perdido la épica es su antiquísimo enraizamiento en lo


sagrado. Como objeto artístico, lo mejor de Camoens o Tasso puede competir con
Homero o Virgilio. Pero la grandeza de una obra de arte va más allá de las reglas del
arte y no puede medirse sólo por ellas. En el arte de Homero y Virgilio había mucho
más que el arte de Homero y Virgilio. Era el carácter fundacional de lo que decían.
Homero hablaba de un pasado que era el cimiento de la identidad helénica. Los poe-
mas homéricos eran la base de la paideia griega, y la Eneida era una especie de rito
que buscaba enraizar la pax romana, el poder romano ordenador y civilizador, la
identidad histórica de Roma, precisamente en esos orígenes míticos ya consagrados
por la obra de Homero. Homero y Virgilio dieron expresión formal a algo que era
perfectamente posible todavía, porque no había ninguna incompatibilidad básica en-
tre la ficción poética, sucesora inmediata del mito, del pasado legendario, y lo sagra-
do, origen y fundamento de la ciudad, de la comunidad humana. Existía una continui-
dad histórica entre ese origen sagrado y el arte del poeta, el cantor del origen. El
canto épico acrecentaba su prestigio, se nutría, con el carácter sagrado del origen.
Los héroes clásicos no tienen por qué ser individuos ejemplares. Voltaire se
extrañaba de lo poco ejemplares que eran los héroes homéricos. En efecto ¿qué
ejemplaridad hay en un Menelao o un Paris o un Agamenón, por ejemplo? Y no
digamos nada del terrible, del violentísimo Aquiles. De hecho el único que pudiera
considerarse ejemplar para una mentalidad moderna sería Héctor, cosa que complica
aun más la noción de ejemplaridad, porque Héctor es precisamente el enemigo. Y lo
mismo podríamos decir del “piadoso” Eneas o del Turnus virgiliano. Lo que ocurre
es que la heroicidad del héroe homérico o virgiliano no es la heroicidad del modelo
ético, no está ligada a ningún tipo de conducta ejemplar que deba imitarse. Es más, la
mera idea de parecerse a un Aquiles, por ejemplo, le infundiría verdadero terror al
oyente griego que escuchaba el canto homérico en actitud reverencial. Porque pare-
cerse al héroe es parecerse al dios y parecerse al dios es asumir automáticamente el
papel de la víctima sacrificial. Por ejemplo, en el derecho romano antiguo condenar a
alguien a muerte era “consagrarlo.” La fórmula sacer esto, “sé o sea sagrado”, es
frecuente en las antiguas leyes como fórmula condenatoria, o como parte de la sen-

393
CESÁREO BANDERA

tencia de muerte que pronunciaba el magistrado contra el reo. “Sea sagrado” equivalía
a decir “sea inmolado”6. Es increíblemente peligroso parecerse a los dioses. Aquiles,
por ejemplo, que sabe que no volverá a su tierra, que su prestigio heroico le costará la
vida, se parece tanto a Apolo que es casi como un doble del dios7, de ese dios precisa-
mente que terminará matándolo por medio de la flecha de Paris, el mismo dios que deja
al sustituto de Aquiles, Patroclo, que ha asumido la identidad de Aquiles al vestirse su
armadura, completamente indefenso frente a Héctor, que, naturalmente, lo mata.
La heroicidad le viene al héroe, no por sus características personales, sino por su
participación más o menos sobresaliente en la violencia fundadora, y eso es también
lo que le confiere su carácter sagrado y, por consiguiente, su íntima asociación con el
altar de los sacrificios, con la víctima. En última instancia, el verdadero protagonista
del gran poema heroico, el poema fundacional, no es tanto el individuo heroico como
la violencia misma, una violencia profundamente ambivalente: por una parte, terri-
ble, capaz de destruir la comunidad, y, por otra, fundadora, cimentadora de esa misma
comunidad. Es decir, el gran poema heroico da expresión a la irreducible ambivalencia
de lo sagrado primitivo. La Iliada no es un canto de alabanza a los héroes griegos; ni
siquiera se propone contarnos cómo los griegos conquistaron Troya. El poeta nos
dice de manera explícita que el tema de su canto es la ira terrible del hijo de Peleo,
Aquiles, que devastó las filas de los griegos y envió al Hades a una multitud de
héroes. Es decir, esa ira terrible, la mênis de Aquiles, que es tanto quien la posee
como el poseído por ella, es terrible y salvadora. Ni siquiera es necesario que Aquiles
luche contra los griegos para que esa violencia terrible que él encarna cause estragos
en sus filas, basta que envíe contra ellos su ira, su mênis. El instrumento o vehículo de
esa violencia no es tan importante como la violencia misma, que se ve como algo en
cierta manera trascendente, a lo que, en último término, nadie es capaz de controlar
por completo. Es la misma violencia la que comienza devastando las filas de los
griegos y la que termina salvándolos. Lo único que tienen que hacer los griegos es
desviar de alguna forma esa violencia, aplacarla y dirigirla hacia fuera de la comuni-
dad, hacia los otros, el enemigo. En otras palabras, Aquiles, el héroe por antonoma-
sia, es la encarnación viviente de lo sagrado primitivo y del carácter inevitablemente
ambivalente –bueno y malo, terrorífico y salvífico– de su violencia. Ahora bien, si
Aquiles es la encarnación de esa terrible ambivalencia, el astuto, el sagaz Ulises en-
carna lo que tal vez sea la forma más antigua de conocimiento propiamente humano,
un saber mucho más antiguo que el más antiguo saber filosófico: la astucia táctica
que sabe convertir lo que mata en lo que salva, el veneno en el antídoto de ese mismo
veneno, que se deja ir con la violencia al mismo tiempo que la desvía, la aleja. En el
Libro VIII de la Odisea el inspirado Demódoco canta para los comensales la celebre
disputa que tuvieron Aquiles y Odiseo ante los muros de Troya. Al parecer8 el tema

6
Por ejemplo, en la ley de Servio Tullio: Si parentem puer verberassit, ast ille plorassit, puer divis parentum
sacer esto. Apud LINTOTT, A. (1999): 13.
7
Vid. NAGY, G. (1979): 143.
8
ID.: 45-46.

394
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

de la disputa era si Troya caería por obra de la fuerza representada por Aquiles o por
la astucia estratégica de Odiseo. En realidad esta disputa no hace sino cubrir con un
velo mítico el carácter profundamente complementario, de mutua implicación, de las
dos cosas. Como acabamos de decir, la violencia que destruye Troya es la misma
violencia sagrada, encarnada en Aquiles mientras éste vive, que hubiese destruido a
los griegos, de no haber sido desviada sacrificialmente –puesto que se trata de algo
sagrado– sagradamente, hacia fuera; y en ese desvío, en la manipulación sacrificial
de la violencia, el gran experto es Odiseo.
Virgilio entendió esto perfectamente. En la narración que hace Eneas de la caída
de Troya, ésta aparece explícitamente asociada con lo lógica del sacrificio. Si los
troyanos hubiesen sacrificado al engañoso Sinon, que se presenta ante ellos con todas
las señales de la víctima sagrada a punto de ser sacrificada, Troya se hubiese salvado.
Pero no lo hicieron, creyeron su mentira, lo acogieron dentro de la ciudad y con él
acogieron su propia destrucción. La víctima sagrada salva si se la sacrifica y si no,
introduce lo sagrado en la ciudad, contaminándolo todo, destruyéndolo todo. Lo sa-
grado, dentro de la ciudad, es la peste, fuera de la ciudad, mantenido a distancia, es un
poder benéfico. La idea es muy antigua de que quien se acerca a Dios, quien le ve la
cara, muere. Todo esto, a lo que habría que añadir el malogrado sacrificio de Laocoon
ante los muros de Troya, deja claro que, a los ojos de Virgilio, la caída de Troya tiene
un valor arquetípico. No es la caída de una ciudad, es la caída de la ciudad, la ciudad
humana, la posibilidad de organizar la vida humana en comunidad. Lo cual significa
también que a esa misma destrucción, vista desde la perspectiva de lo sagrado, se le
puede dar la vuelta, por así decir, y convertirla en el origen, el momento en que
comienza a fundarse, la nueva ciudad, la que Eneas anticipa ya en un futuro más o
menos lejano, la nueva Troya, Roma. Es posible ver toda la Eneida como una trayec-
toria sacrificial: comienza con el sacrificio de Troya y termina con el sacrificio del
héroe latino, Turnus, oficiando “el piadoso” Eneas, segundo Aquiles, como él se lla-
ma a sí mismo, de sumo sacerdote. El último verso de la Eneida es el gemido de la
víctima en el momento de ser inmolada: vitaque cum gemitu fugit indignata sub
umbras. Sacrificada la víctima fundadora, ya no hay más que decir, hemos llegado al
comienzo, al origen, no se puede ir más allá. En el principio era la víctima y la vícti-
ma era el principio.
Valgan estas brevísimas reflexiones sobre un tema a todas luces enorme, para
poner de manifiesto que los héroes de Homero y su continuador Virgilio hunden sus
raíces en un subsuelo humano de carácter inmemorial en el tiempo y universal en el
espacio. Tras las acciones míticas de estos héroes el poeta tiene conciencia de conectar
con las raíces mismas de lo humano. Y yo creo que esto es lo que esos admiradores
desbordados del XVI y XVII sentían o, más bien, presentían, aunque no supieran expli-
carlo con claridad. De manera intuitiva, ellos sabían que Homero y Virgilio estaban
hablando de algo que trascendía con mucho los límites literales del argumento poético.
Hoy, después de casi un siglo de investigaciones antropológicas, creo que esta-
mos en mejores condiciones de entender a fondo ese enraizamiento de lo heroico en

395
CESÁREO BANDERA

lo sagrado primitivo. Pero antes de adentrarnos en la investigación antropológica,


quisiera hacer referencia al tercero de los grandes poemas épicos de la época moder-
na, el de Milton. A diferencia de Camoens y de Tasso, Milton, “long choosing and
beginning late” (IX, 26), llegó a comprender que el único tema posible para un épica
cristiana no podía ser otro que el de la historia fundacional del texto cristiano, es
decir, la historia sagrada desde el antiguo al nuevo testamento, la trayectoria cristiana
a partir de la caída de Adán y Eva. Ni la historia de la primera cruzada, el tema de
Tasso, ni las hazañas de los portugueses, ni ninguna otra guerra o hazaña podía tener
ese carácter fundacional de la civilización cristiana que tuvieron para la clásica los
héroes de Homero y Virgilio. El paraíso perdido quiere ser la respuesta cristiana a la
épica clásica de los dos grandes maestros.
El esfuerzo de Milton, como tal esfuerzo poético, es algo realmente admirable
que acabó de poner de manifiesto lo imposible de la tarea, lo inalcanzable que era la
meta que se había propuesto. La controversia comenzó desde el primer momento y ha
continuado hasta nuestros días. Nadie o muy pocos dudan de la sinceridad y la fuerza
poética de El paraíso perdido, pero, como dijo un eminente historiador de la poesía
épica hace ya más de un siglo:

No one will care to deny that Milton has handled his chosen theme epically,
and yet, were we for the moment to dismiss from our mind Milton’s successful
accomplishment of a hard task, could we, even in the case of a gifted poet, think
of success as a thing likely to be again reached in such an undertaking? It may
be said that the age of epic poets is past. But could any other dead poet of the
epical past have secured success with such a subject?
[…].
The argument as it stands in its sources has a quite unepical aspect. The theology
that has gathered round the story of the Fall […] is scarcely the matter that a
poet filled by the afflatus of the epic muse would instinctively choose for treatment
in a poem9 .

Es decir, Milton es de admirar por haberse metido en una tarea en la que a nadie
que no tuviera su entusiasmo poético y religioso se le hubiera ocurrido meterse. Lo
cual quiere decir que una cosa es el entusiasmo del poeta y otra muy distinta la cali-
dad épica del argumento de su poema. A ese argumento bíblico y teológico no hay
quien le insufle espíritu épico, aunque para ello resucitara –nos dice el crítico– “cual-
quier poeta épico del pasado”. O sea, con semejante argumento ni siquiera Homero ni
Virgilio hubiesen podido hacer nada verdaderamente épico.
La franqueza de este ilustre historiador, que no hace sino expresar una opinión
generalizada, corre parejas con una cierta ingenuidad crítica. Pues la cosa es mucho

9
CLARK, J. (1973): 152-53. Reimpresión de la edición de 1900.

396
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

más radical de como él se la imagina: no se trata de que el argumento bíblico-cristia-


no que ha escogido Milton, sea tan poco épico que ni un Virgilio resucitado sería
capaz de hacer épica con ello –lo cual es absolutamente verdad– es más aún, es que
ya no hay otro argumento más que ése para poder competir con Homero y Virgilio.
De manera que si ni Homero ni Virgilio serían capaces de hacer épica con el único
argumento posible, la conclusión es inevitable: se acabó la épica, el gran poema épi-
co, el poema épico fundacional ya no es posible. El poema de Milton, El paraíso
perdido, no sería el gran comienzo de una nueva épica, la épica cristiana moderna,
sino que, por el contrario, vendría a ser algo así como el canto de cisne de la épica, el
heraldo de un canto sin futuro.
Sorprende el carácter inexorable de este proceso o evolución histórica. No es,
como se ha dicho tantas veces, que no hubiera auténticos poetas capaces de competir,
en cuanto poetas, con Homero y Virgilio. Camoens es un extraordinario poeta, y lo
mismo podemos decir de Tasso y ciertamente de Milton. Pero ni la Iliada ni La Eneida
son ya posibles. Aunque resucitaran Homero y Virgilio, no conseguirían resucitar le
épica. Más allá de todo esfuerzo deliberado y consciente, más allá de lo que piensen
o dejen de pensar los hombres del XVI y XVII, más allá, por tanto, del nivel ideoló-
gico, algo ha ocurrido en lo que pudiéramos llamar la intrahistoria de Occidente que
hace posible ciertas cosas y otras no, por mucho que se intente.
Como decíamos, hay que acudir al momento fundador, al origen de la comuni-
dad, que es precisamente al que nos lleva el último gran poema épico de la civiliza-
ción occidental, el de Virgilio. Y en ese origen –nos dice Virgilio– está la víctima, la
cabeza de ese uno al que hay que eliminar para salvar a los demás, a los muchos:
unum pro multis dabitur caput (V 815). En mi opinión, nadie ha profundizado últi-
mamente en esa íntima asociación entre el momento sagrado por excelencia, el del
sacrificio de la víctima, el momento hacedor, fabricador, de lo sagrado, y el inicio de
la comunidad humana, como lo ha venido haciendo ya durante más de treinta años
René Girard10. Creo que sus conclusiones son de especial relevancia para el tema que
nos ocupa.
Para Girard, el proceso que pudiéramos llamar victimario o victimizante es en
su origen un acontecimiento espontáneo, completamente automático, que, sin embar-
go, trasciende ya el automatismo biológico del instinto animal. La violenta aparición
de la víctima, unánimemente eliminada por el grupo, marca precisamente el paso, la
transición, de lo animal a lo humano. La violencia animal intra-específica, entre miem-
bros de la misma especie que vivan en comunidad (un grupo de simios, por ejemplo,
o una manada de lobos), se rige, en general, por mecanismos instintivos que terminan
creando una cierta jerarquía de fuerza o dominio entre los distintos individuos del
grupo. En tanto se mantenga esa ordenación jerárquica, la violencia intra-específica
no se dispara, se mantiene dentro de ciertos límites que no suelen poner en entredicho

10
Vid. El fuego sagrado, págs. 116 ss.

397
CESÁREO BANDERA

la viabilidad del grupo como tal. Ahora bien, en la escala evolutiva que conduce al
hombre se observa un incremento del componente mimético que, en mayor o menor
grado, existe siempre en la vida en comunidad. Como ya decía Aristóteles, el hombre
es el más mimético de los animales. La investigación girardiana asume un extraordi-
nario incremento de la capacidad mimética de ese homínido que es ya casi hombre;
incremento que parece tener una base biológica en el crecimiento del volumen de la
masa cerebral. El caso es que esta capacidad mimética sin precedentes es algo ex-
traordinariamente positivo, pero también negativo. Positivo, porque aumenta la capa-
cidad de aprender de los demás, imitando a los demás, y, por tanto, de evolucionar
mucho más allá de cualquier determinismo de tipo puramente biológico. Pero negati-
vo también, porque si un individuo desea lo que desea otro por puro mimetismo, es
decir, no por el valor intrínseco del objeto, sino simplemente porque el otro lo desea
o lo tiene, entonces el conflicto resulta inevitable; cada vez se dará con más frecuen-
cia el caso de dos o más individuos que se disputan el mismo objeto. (Esto lo com-
prende cualquiera que haya observado un grupo de párvulos en una habitación llena
de juguetes: es más que probable que algunos de ellos terminen peleándose por el
mismo juguete, aunque la habitación esté llena de idénticos juguetes). En resumen,
más allá de ciertos límites, el aumento de la capacidad mimética, al mismo tiempo
que debilita los mecanismos instintivos de defensa contra la violencia intra-específi-
ca, aumenta las ocasiones de conflicto y, en último término, el grupo terminaría
autodestruyéndose. Es necesario, pues, que a través de esa misma violencia de carác-
ter cada vez más mimético, surja un mecanismo de control de carácter colectivo,
creado por el grupo mismo, que ataje, que ponga un límite, a la violencia intra-espe-
cífica. Y ése es precisamente el mecanismo victimario. A medida que aumenta la
crisis violenta del grupo, la “mímesis de apropiación” (varios individuos que conver-
gen hacia un mismo objeto) se convierte en “mímesis del antagonista,” continúa Girard:

La mímesis de apropiación es contagiosa y mientras más sean los individuos


polarizados hacia un mismo objeto más tenderán a unirse a ellos los que aún no
lo hayan hecho; y lo mismo ocurre con la mímesis del antagonista, porque se
trata de la misma fuerza [de atracción]. Se puede, por tanto, predecir que esta
mímesis crecerá como bola de nieve desde el momento en que comience a ope-
rar [...]. Dado que el poder de atracción mimética se multiplica con el número
de [individuos] polarizados, llegará necesariamente el momento en que toda la
comunidad se encuentre agrupada en contra de un único individuo. La mímesis
del antagonista suscita, pues, una alianza de hecho contra un enemigo común;
la conclusión de la crisis, la reconciliación de la comunidad, no es otra cosa11.

11
GIRARD, R. (1978), pág. 35: “La mimésis d’appropriation est contagieuse et plus les individus polarisés
sur un même objet sont nombreux, plus les membres de la communauté non encore impliqués tendent à suivre leur
example; il en va de même, forcément, de la mimésis de l’antagoniste, car c’est de la même force qu’il s’agit. On peut
donc s’attendre à voir cette mimésis faire boule de neige dès qu’elle commence à opérer […]. Étant donné que la

398
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

Las consecuencias de esta eliminación de uno por convergencia mimética de


todos son realmente extraordinarias, porque ese uno se convierte automáticamente en
el primer objeto propiamente cultural, creado colectivamente, a diferencia de cual-
quier otro objeto de la naturaleza; es el primer símbolo, la primera palabra. Y una vez
que el mecanismo funcionó, es decir, devolvió la paz al grupo, por precaria que ésta
fuera, la tendencia será a repetirlo, cada vez de forma más deliberada, posiblemente a
lo largo de miles de años, siempre que surja una amenaza para el grupo. El mecanis-
mo victimario se convierte así en el mecanismo protector de la vida del grupo. En
cuanto surja la crisis, todos buscarán al uno, como causa de la crisis y como único
camino de salvación. Porque ese uno asume desde el principio una doble significa-
ción: causa última de la violencia y causa también de la paz que viene detrás de esa
violencia. Ese hombre primitivo, o pre-hombre, no distingue entre una causa y la
otra. Sigue simplemente la lógica de los hechos mismos. Nadie sabe, ni importa al
caso, cómo ese uno ha producido la crisis terrible, pero nadie duda de que es él quien
la ha producido, puesto que en cuanto lo mataron se acabó la crisis; lo cual quiere
decir también que en ese uno se encuentra asimismo la clave de la paz. Sin ese uno,
capaz de destruir el grupo, tampoco hay salvación para el grupo. A partir de ese
momento, la vida del grupo, la posibilidad de vida en común, queda profundamente
ligada a ese uno, o a cualquiera de sus infinitos sustitutos, al que hay que eliminar de
manera cada vez más reverencial, suplicante, a veces con lloros, pidiéndole que con-
sienta en ser sacrificado. En torno a ese uno terminará levantándose todo un edificio
de prohibiciones, de tabúes, cosas sagradas que provocan la crisis y que no se pueden
hacer o tocar, y ritos, esas mismas cosas que son tabú, pero que en determinados
momentos y con extraordinarias precauciones, hay que hacer.
En principio, el proceso de selección de la víctima es completamente aleatorio.
No importa en absoluto quién sea la víctima, con tal de que todos converjan sobre
ella. Cualquier detalle por sí mismo insignificante puede disparar esa violenta con-
vergencia mimética, un defecto físico, por ejemplo (recordemos la cojera de Edipo),
un gesto a destiempo, o cualquier otra cosa. Pero cualquiera que sea esa cosa, marca-
rá a ese individuo como algo absolutamente único, diferente de todos los demás.
Esto es, in nuce, el trasfondo antropológico sobre el que, en mi opinión, hay que
situar la significación de lo sagrado, es decir, el nivel más profundo de la autoconciencia
humana. Decía Marx que lo más fundamental de la existencia humana era el sustento
físico y los medios para conseguirlo. Tal vez sea así al nivel de lo puramente animal,
pero en el caso del ser humano, de nada sirve el sustento físico, si no existen unas
condiciones mínimas de paz dentro del grupo, de seguridad colectiva, de superviven-
cia. Para poder trabajar por el sustento y la propagación de la especie, hay que empe-

puissance d’attraction mimétique se multiplie avec le nombre des polarisés, le moment va forcément arriver où la
communauté tout entière se trouvera rassemblée contre un individu unique. La mimésis de l’antagoniste suscite donc
une alliance de fait contre un ennemi commun et la conclusion de la crise, la réconciliation de la communauté, n’est
rien d’autre”.

399
CESÁREO BANDERA

zar por estar vivo. Es decir, la violencia humana lleva en sí la posibilidad insoslayable
de convertirse en algo radicalmente distinto de la violencia animal. La violencia intra-
específica le plantea a la comunidad humana desde el primer momento un problema
sin precedentes en ninguna otra comunidad animal. Desde un punto de vista estricta-
mente antropológico, en su origen lo sagrado no es más que la forma específicamente
humana de expulsar la violencia, de librarse de ella como de algo terriblemente con-
taminante. En su origen, hablar de lo sagrado es hablar del proceso colectivo que
convierte la violencia propia, la que se genera dentro del grupo, en lo otro, lo ajeno,
lo intocable, lo que no es nuestro, algo que se sitúa más allá del grupo, que lo tras-
ciende. De ahí que la idea marxista de expulsar revolucionariamente, violentamente,
a lo sagrado, debió de producir una estruendosa carcajada en el infierno, porque lo
sagrado ha sido desde el principio justamente lo que había que expulsar. Sacralizar y
echar fuera de la comunidad era la misma cosa. La expulsión de lo sagrado es la que
crea el primer límite, la primera diferencia entre un afuera y un adentro, cuya signifi-
cación va más allá de lo puramente físico; es el momento fundacional, en el sentido
más radical del término. Y el instrumento sine qua non de esta transformación de la
violencia interna en violencia sacralizada, intocable, externa, es la víctima. La uni-
versalidad de la gran épica de Homero y su continuadora la de Virgilio se asienta
sobre estas bases.
Entra en escena el cristianismo. En el Evangelio de San Mateo se nos dice que
Cristo abrirá su boca en parábolas y revelará “cosas ocultas desde la fundación del
mundo” (abscondita a mundi constitutione) (13, 35). Palabras que sirven precisamen-
te de título a la obra de Girard que hemos citado, Des choses cachées depuis la
fondation du monde. Pues bien, dentro del contexto antropológico en el que nos he-
mos situado, lo que ha permanecido oculto “desde la fundación del mundo”, por lo
menos del mundo humano, es el carácter radicalmente aleatorio, inherentemente ar-
bitrario, de la eliminación fundacional de la víctima. La verdad secreta, la que hay
que proteger con toda clase de tabúes para que nadie la descubra, porque su descubri-
miento acarrearía una catástrofe, es que la víctima no es la causante de la violencia
que amenaza a toda la comunidad y, por consiguiente, su expulsión no está justifica-
da. El carácter sagrado de esa víctima o, lo que es lo mismo, el carácter sagrado de la
violencia que la expulsa y que esa misma víctima encarna, es falso, un velo que
oculta la verdad, por desesperadamente necesaria que sea esa ocultación, por más que
dependa de ella la supervivencia del grupo. La verdad es que la víctima, esa víctima
que está ahí desde el principio, que es el principio, es inocente de lo que se le acusa.
La violencia que la elimina no es una violencia exigida por la divinidad, sino la vio-
lencia sin causa justificada de los hombres, es una violencia estrictamente humana.
Antropológicamente hablando, Cristo es la revelación de la inocencia de la víctima.
Lo que va más allá de lo puramente antropológico es que esa revelación, contra todo
pronóstico, no deja indefensa a la comunidad humana, no se produce la catástrofe
que en buena lógica debiera producirse. Porque resulta que la víctima reveladora, la
víctima inocente, no se revela como una acusación; no está ahí para condenar a los

400
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

seres humanos, a los sacrificadores, sino para salvarlos diciéndoles la verdad, porque,
en última instancia, esos sacrificadores “no saben lo que hacen”, no lo han sabido
nunca, porque si lo hubieran sabido, está claro que el mecanismo fundacional de la
ciudad humana, del reino de este mundo, no hubiese funcionado. Por eso, el príncipe
de este mundo es justamente el padre de la mentira. Por eso, el primer fundador de la
ciudad humana, Caín, es un fratricida, uno que mató a su hermano por envidia, sin
justificación divina12. Pero como Cristo no viene a condenar sino a salvar, y los hom-
bres no han sabido nunca vivir en comunidad sin la víctima, él mismo se ofrece como
víctima, en sustitución de todas las víctimas, o sea, para que no haya más víctimas.
Como es bien sabido, pronto se arraigó en el cristianismo la idea de que Cristo derro-
tó a Satán con las mismas armas de Satán. Cuando parecía que nada había cambiado,
que Satán triunfaba una vez más, era Cristo el que triunfaba.
Valga este brevísimo resumen para indicar simplemente que la resistencia del
texto cristiano a la sacralización fundacional que da sentido último a la gran épica es,
más que una resistencia, una incompatibilidad absoluta y de raíz. Es algo que va
mucho más allá del nivel temático o el de la historia de las ideas. Aun esos admirado-
res incontenibles de Homero y de Virgilio en la Europa cristiana de los comienzos de
la Edad Moderna sabían perfectamente que era verdad lo que diría Voltaire en el
XVIII: “Certain it is that the Hell of the Gospel is not so fitted for poetry as that of
Homer and Virgil” (Le Bossu and Voltaire, 92), aunque ni Voltaire ni ellos supieron
nunca explicarlo. Todo intento (y hubo bastantes) de convertir a Cristo en un héroe
épico estaba condenado estrepitosamente al fracaso.
Los grandes héroes de la gran épica clásica estaban ya fuera de lugar. Lo que no
estaba fuera de lugar, lo que estaba naciendo en esos momentos, era la gran novela
moderna, la que inaugura Cervantes con la primera y tal vez la más grande de todas,
la historia de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, que es precisamente
la historia de un loco que creía posible resucitar a los antiguos héroes en figura de sus
últimos descendientes literarios, los caballeros andantes. En el Quijote está el ger-
men de toda la novela moderna. Ya lo dijo Lionel Trilling:

En cualquier género puede ocurrir que el primer gran ejemplo contenga toda
la potencialidad del género. Se ha dicho que toda la filosofía es una nota a pie
de página de Platón. Se puede decir que toda la prosa de ficción es una varia-
ción sobre el tema de Don Quijote (1976, pág. 209).

¿Recuerdan lo que decía un enfervorizado admirador de Homero y Virgilio en el


Siglo XVII, que el poema épico “era la obra más grande de que era capaz el entendi-
miento humano”? Pues oigan lo que decía uno de los más grandes novelistas de todos
los tiempos, Dostoyevski, sobre el Quijote:

12
Aquí, como en otras historias de hermanos, Esaú y Jacob, por ejemplo, y sobre todo la de José y sus hermanos, se
observa un clara diferencia con las historias de hermanos de la mitología clásica, Eteocles y Polinices, Rómulo y Remo, etc.

401
CESÁREO BANDERA

En todo el mundo no existe una obra literaria más profunda ni más poderosa.
Ésta es, hasta ahora, la más grande y definitiva expresión del pensamiento hu-
mano; ésta es la ironía más amarga que un hombre haya podido concebir. Y si el
mundo se acercara a su fin y se le preguntara a alguien en alguna parte: ‘¿Ha
entendido usted su vida sobre la tierra y qué conclusiones ha sacado de ella?’
–el hombre podría [responder] en silencio entregando el Quijote13.

Lo curioso del caso es que el Quijote está escrito por un autor que creía, como
Tasso y tantos otros, que aún era posible actualizar, modernizar la gran épica, aunque
no fuera necesariamente en verso, “que la épica también puede escribirse en prosa
como en verso”, como le dice al cura el canónigo de Toledo al final del capítulo 47 de
la Primera Parte. De hecho, eso es lo que intentó hacer Cervantes en el Persiles, obra
que él pensaba sería su magnum opus y de la que se sintió especialmente orgulloso.
Lo cual no quiere decir que Cervantes no comprendiera la gran novedad que suponía el
Quijote. Lo que no podía saber Cervantes, naturalmente, es que el Quijote anunciaba lo
que sería con el tiempo la forma de ficción más característica de la Era Moderna.
Hay algo que sorprende inmediatamente en el Quijote: lo que pudiéramos lla-
mar la humildad de su argumento. Como ya observó hace tiempo Marthe Robert14,
existe una desproporción insólita entre la extraordinaria significación de la obra y la
trivialidad del asunto, que no es otro que la historia de un hidalgo de medio pelo que
se volvió loco leyendo novelas de caballería, creyéndose que era un heroico caballero
andante; asunto más propio de una historieta cómica o de un entremés para comedia,
como en efecto existió uno, del que nos dio noticia Menéndez Pidal. Ahora bien, esta
humildad del asunto es en sí misma significativa y susceptible de interpretarse a
distintos niveles. Lo que podemos decir es que la gran novela moderna no se anuncia
con clarines de triunfo, sino más bien con todo lo contrario. La primera gran novela
de la Edad Moderna es la historia de alguien que se volvió loco leyendo novelas, que
no es precisamente una visión triunfalista de la materia novelística.
El Quijote es, pues, la historia de un loco. Por muy “entreverado” de cordura
que estuviera, como se nos dice en algún momento, la verdad es que Don Quijote está
loco, va por ahí haciendo el ridículo y provocando las burlas de la gente. Dicho de
otra forma, el loco Don Quijote empieza por ser una típica figura anti-heroica, como
lo eran el bobo o el pícaro. No es ni mucho menos accidental que el Quijote se geste
en el mismo caldo histórico, por así decir, en el que también se gestaba entonces la
novela picaresca (aunque no podamos ocuparnos aquí de este tema). Ahora bien, la
pregunta es la siguiente: ¿qué hace Cervantes con el loco, con esa típica figura del

13
Apud GILMAN, S. (1989), pág. 76: “In the whole world there is no deeper, no mightier literary work. This
is, so far, the last and greatest expression of human thought; this is the bitterest irony which man was capable of
conceiving. And if the world were to come to an end, and people were asked there somewhere: ‘Did you understand
your life on earth, and what conclusions have you drawn from it?’–man could silently hand over Don Quijote”.
14
(1977): 47.

402
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

antihéroe? Para responder a la pregunta hay que saber qué es lo que se hacía tradicio-
nalmente con el loco y de eso tenemos un buen ejemplo en lo que hace Avellaneda,
mediocre continuador de la Primera Parte, con su Don Quijote: sacarlo en público
para entretenimiento y enseñanza de la gente y una vez cumplida su misión meterlo
en un manicomio. Hay una escena en el Quijote de Avellaneda que resume este tipo
de mentalidad, en ella vemos a Don Quijote en las justas de Zaragoza al lado de Don
Alvaro Tarfe:

Maravillábase mucho el vulgo de ver aquel hombre armado para jugar la


sortija [...]; si bien de sólo ver su figura, flaqueza de Rocinante [etc.] se re+an
todos y le silvavan. No causaba esta admiración su vista a la gente principal,
pues ya todos los que entravan en este número sabían, de don Alvaro Tarfe
[...] quién era don Quixote, su extraña locura y el fin para que salía a la
plaza, pues era para regozijarla con alguna disparatada aventura. Y no es
cosa nueva en semejantes regozijos sacar los caballeros a la plaça locos ves-
tidos y adereçados y con humos en la cabeça [...], como se ha visto algunas
vezes en ciudades principales y en la misma Zaragoça (Ed. Riquer, vol. I, cap.
XI, págs. 208-9).

No es sólo “la gente principal” de Zaragoza la que saca al loco Don Quijote a la
plaza pública para que todo el mundo pueda divertirse a su costa. Lo que hace esa
gente es exactamente lo que está haciendo también el autor de la novela, Avellaneda.
La novela se estructura según esa intención: exhibir públicamente al loco en su locura
para divertimiento de todos. Al final meterán a este espurio Quijote en la Casa del
Nuncio de Toledo, famoso manicomio de la época.
Cervantes se hace eco de esta mentalidad, que vemos reflejada en numerosos
personajes de la novela, especialmente en la Segunda Parte. Piénsese, por ejemplo, en
esa pareja ducal que no parece tener otra cosa que hacer que gastarles burlas a Don
Quijote y Sancho, o Don Antonio Moreno, el de Barcelona, cuya reacción, al enterar-
se de la intención que movió al bachiller Sansón Carrasco a hacer el papel del Caba-
llero de la Blanca Luna, resume perfectamente la actitud del divertido espectador que
no tiene el menor interés en que se cure el loco:

–¡Oh señor –dijo don Antonio– Dios os perdone el agravio que habeis hecho
a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él!
¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de don
Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos? Pero yo imagino que
toda la industria del señor bachiller no ha de ser parte para volver cuerdo a un
hombre tan rematadamente loco, y si no fuera contra caridad, diría que nunca
sane don Quijote, porque con su salud, no solamente perdemos sus gracias,
sino las de Sancho Panza su escudero (II, LXV).

403
CESÁREO BANDERA

Ninguno de estos personajes sale muy bien parado a manos de Cervantes, pues,
como dice ese desconocido castellano en las calles de Barcelona, la locura de Don Quijote
es contagiosa y no parece que los burladores estén más cuerdos que el burlado; tema éste
que se repite una y otra vez a lo largo de toda la novela, adquiriendo especial relevancia,
como decimos, en la Segunda Parte, es decir en la parte más meditada y madura.
El caso es que Cervantes se plantea desde muy pronto la curación de su loco.
Cuando ésta llega al final, es la culminación de todo un proceso, en el que el autor
penetra cada vez más a fondo en la locura de su personaje y en el que comprende cada
vez con mayor claridad que lo que le ocurre a Don Quijote le puede ocurrir a cual-
quiera; porque, como le dice Sansón Carrasco a los Duques, es “cosa de lástima que
un hidalgo tan bien entendido como don Quijote fuese loco” (II, LXX). Es Cervantes
el que termina sintiendo verdadera lástima de su loco, porque ese loco es en el fondo
una bellísima persona. Por eso Sancho lo quiere “como a las telas de su corazón”:

No tiene nada de bellaco [mi amo]; antes tiene un alma como un cántaro; no
sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna; un niño le
hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero
como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates
que haga (II, XIII).

Pues bien, esa cosa tan increíblemente simple, la lástima y la profunda com-
prensión que terminan por mover la pluma de Cervantes al hablar de su loco, son algo
sin precedentes. La figura tradicional del loco (por no hablar ahora de la del bobo,
encarnado en Sancho) no había sido nunca tratada de esta forma. La representación
tradicional del loco, y del antihéroe en general, tanto en la literatura como en el fol-
clore, había sido una típica representación victimaria o victimizante. El antihéroe
atraía sobre sí la violencia y el escarnio de la multitud. Cervantes rescata de ese
destino tradicional a su loco y, además, nos dice que, frente a esa locura, nadie puede
tirar la primera piedra. La diferencia entre ese loco y todos los demás, todos nosotros,
es una diferencia extraordinariamente frágil y efímera. Todos llevamos dentro el ger-
men de la enfermedad quijotesca. Lo cual no quiere decir que Cervantes la excuse, o
la ensalce, como hubiese querido Unamuno y tantos otros; lo que quiere decir, repito,
es que nadie puede tirar la primera piedra. Cervantes no convierte al tradicional
antihéroe en héroe, cosa, por otra parte, facilísima de hacer. Porque un antihéroe
tradicional no es más que un héroe visto del revés. Ésta es la gran novedad: el Don
Quijote cervantino no es ni un héroe ni un antihéroe.
Al principio del capítulo III de la Segunda Parte vemos a Don Quijote pensati-
vo, meditando sobre la extraña noticia que le acaba de dar Sancho, es decir, que se ha
publicado ya la historia de sus hazañas y todo el mundo está hablando de ella:

Imaginó que algún sabio, o ya amigo o enemigo, por arte de encantamiento


las habrá dado a la estampa; si amigo, para engrandecerlas y levantarlas sobre

404
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

las más señaladas de caballero andante; si enemigo, para aniquilarlas y poner-


las debajo de las más viles que de algún vil escudero se hubiesen escrito.

Como ya apuntaba Giuseppe Toffanin en su clásico estudio sobre La fine


dell’umanesimo, es sorprendente que ni le pase por mientes a Don Quijote que el
autor pueda haber narrado sus hazañas tal como ocurrieron de verdad. Esta claro que
Don Quijote aún se mantiene dentro de esa antiquísima concepción de la literatura,
de la poesía, como vehículo de expresión de alabanza o vituperio, idea que aparece ya
en la Poética de Aristóteles, donde se nos dice que en su origen la poesía era de dos
clases, o bien de celebración de hechos nobles, en forma de himnos o encomios por
ejemplo, o bien de acusación, como invectivas y sátiras (48b24).
El Quijote de Cervantes no es ni una cosa ni la otra. Si, como ya hemos dicho, la
desacralización de la violencia socavó de manera radical los cimientos sobre los que
se levantaba la figura del héroe clásico, podemos también decir que la figura del
antihéroe perdió igualmente su base y por la misma razón. Héroe y antihéroe son las
dos caras de lo mismo, líneas convergentes que, hundiéndose en el pasado, apuntan a
un mismo origen: el carácter bifronte de lo sagrado, las dos caras de la víctima
fundacional. Junto a Aquiles hubo siempre algún Tersites contrahecho y odioso, al
que todos desprecian; junto al Odiseo a al Hércules heroico hubo desde el principio
un Hércules macarrónico o un Odiseo ridículo. No es ni mucho menos la figura de
ese antiquísimo antihéroe la que usará el novelista moderno para sustituir a la figura
heroica, como creía Mikhail Bakhtin15. La novela moderna, la que anuncia Cervantes,
nace cuando el viejo héroe, caído de su pedestal, vencido y ridículo, es rescatado de
la muchedumbre que lo acosa y curado de su locura.

15
BAKHTIN, M. (1981): 41ss.

405
CESÁREO BANDERA

406
La literatura clásica como punto de referencia de la moderna

BIBLIOGRAFÍA

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407
VIII SIMPOSIO DE ACTUALIZACIÓN CIENTÍFICA Y DIDÁCTICA DE LENGUA ESPAÑOLA Y LITERATURA

10
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

LA LITERATURA CLÁSICA COMO REFERENCIA PARA


LA MODERNA: ALGUNAS REFLEXIONES Y
PAUTAS METODOLÓGICAS

GABRIEL LAGUNA MARISCAL


DEPARTAMENTO DE CIENCIAS DE LA ANTIGÜEDAD Y EDAD MEDIA
Universidad de Córdoba

1. Introducción: la literatura clásica como referencia de la moderna

No resulta en absoluto aventurado afirmar que la literatura clásica grecolatina,


tras haber sido transmitida a la posteridad (aunque parcialmente) desde la Antigüe-
dad tardía y durante la Edad Media, se erigió en modelo de la literatura moderna
escrita en lengua vernácula desde el Renacimiento hasta nuestras días, pero especial-
mente durante los siglos XVI-XVIII, tanto en aspectos de forma literaria (géneros
literarios del primer y segundo nivel) como en cuestiones de contenido (historias
míticas, temas y tópicos literarios).
El filólogo inglés G. Walsh ha insistido sobre la importancia del estudio de la
literatura latina, no sólo por sí misma, sino como modelo que ha sido de toda la
literatura occidental desde el Renacimiento:

El propósito principal de cualquier historia literaria es favorecer una aprecia-


ción más profunda de las obras de creación de las que trata; definir las cualidades
de las obras mismas debe ser su interés fundamental. La literatura romana, sin
embargo, exige la atención del lector por otra razón, y es porque más que cualquier
otra literatura nacional influyó en las formas y modos de pensamiento de las letras
europeas posteriores. Durante más de quince siglos después de Virgilio y Livio, el
latín siguió siendo la lengua de cultura de Europa, evocando constantemente los
grandes auctores del período clásico. Después, junto a los escritos en latín de la
Alta Edad Media y el Renacimiento, las literaturas vernáculas de los siglos XIII al
XVI asimismo se enorgullecen de descender de los antiguos romanos, que conti-
núan inspirando a las literaturas de Occidente después del Renacimiento1.

1
WALSH, G. (1989): 849.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 409-426.

409
GABRIEL LAGUNA MARISCAL

Siendo así, el conocimiento de la literatura clásica es necesario para entender


más plenamente, interpretar y disfrutar muchos textos literarios modernos. El ilustre
hispanista Francisco Rico estima que es imprescindible la consideración de la tradi-
ción literaria que subyace a cualquier texto poético:

La literatura es historia de la literatura, la tradición literaria es condición


de inteligibilidad y de apreciación estética de la obra literaria singular2.

En cambio, ignorar la impronta y el legado de la literatura latina implica renun-


ciar a comprender más cabalmente la literatura moderna. No se trataría, por supuesto,
de la búsqueda de fuentes literarias clásicas por el mero gusto erudito de hallarlas y
exhibirlas. Esa actitud contribuyó a desvirtuar y a desprestigiar la llamada «Crítica de
Fuentes» (Quellenforschung) que tanto cundió en la filología del siglo XIX, especial-
mente en el ámbito alemán. Al contrario, la indagación de fuentes suministradas por
la «Quellenforschung» debe entenderse como un instrumento ancilar de la Crítica
literaria, si entendemos ésta como la ciencia filológica de entender, interpretar y dis-
frutar de un texto poético. En este sentido resulta ilustrativa la opinión de un distin-
guido hispanista, Fernando Lázaro Carreter. Este filólogo parte de la base de que, en
la literatura del Renacimiento, la imitación literaria de modelos anteriores (especial-
mente grecolatinos) era un principio básico e incuestionado de práctica poética. Sien-
do así, el rastreo de esos modelos literarios (mediante la restitución a la Crítica de
Fuentes de su prestigio debido) es tarea imprescindible para comprender las produc-
ciones literarias del Renacimiento:

Esa fue, pues, la doctrina común en todas partes donde triunfó el Renaci-
miento, y una comprensión profunda de nuestra lírica áurea –ideal aún remoto–
sólo podrá alcanzarse a partir de un trabajo filológico que restaure el prestigio
de la investigación de fuentes3.

Podrían aducirse innumerables ejemplos de la bondad del aserto de Lázaro


Carreter: esto es, de pasajes de nuestra poesía aurisecular que no pueden entenderse
si no se consideran sus fuentes clásicas. Baste que mencione uno: el Soneto XXIII del
poeta barroco sevillano, del siglo XVII, Francisco de Rioja (1583-1659)4:

Dónde con presto passo i frente leda,


Fedro amigo, caminas diligente?
Llevas, ¡ô cuán en vano!, hacha ardiente
que esparze de la cumbre el humo en rueda.

2
RICO, F. (1981): 245.
3
LÁZARO CARRETER, F. (1979): 98.
4
Reproducido de la edición de LÓPEZ BUENO, B. (1984): 167.

410
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

¿Inoras, por ventura, cuánto pueda


más estender su luz resplandeciente
la llama que en mi pecho acerbamente
i dulce, el engañoso amor ospeda?
Esta puede apagar fuerça de viento,
i la lluvia que ya se precipita
con ímpetu del cielo i con rüído;
pero de Venus el ardor que siento,
si la misma deidad no lo marchita,
nunca será de otro poder rendido.

El sujeto lírico del soneto apostrofa a un acompañante o escolta llamado Fedro.


Se infiere que ambos deambulan de noche, pues Fedro blande una antorcha. Y el
poeta recrimina a Fedro la inutilidad de la antorcha (vv. 1-4), habida cuenta del fuego
(amoroso) que él porta en su pecho (5-8). Luego se establece un contraste poético
entre la llama real de la antorcha, expuesta a los elementos (9-11); y la llama figurada
del amor (12-14), inmune a todo. De todos estos indicios puede inducirse que el amo
va de ronda nocturna a requebrar a su amada, acompañado de un criado que le sirve
de escolta y luminaria.
Los comentaristas del texto de Rioja5 detectan fuentes parciales del soneto, que
afectan a expresiones o versos particulares. Por ejemplo, la editora de Rioja, B. López
Bueno, señala que el verso 4 (“que esparze de la cumbre el humo en rueda”) es eco de
Horacio (Odas IV 11.11-12: sordidum flammae trepidant rotantes / vertice fumum),
que el v. 11 es calco de Garcilaso (Égloga III 204: “con ímpetu corriendo y con
rüído”) y, finalmente, que los versos 6-8 nos recuerdan a varios pasajes de Fernando
de Herrera.
Ahora bien, a la hora de calificar las fuentes de un texto, es necesario distinguir,
como ha propuesto Thomas M. Greene, entre simples ecos breves o periféricos (imi-
tación intrascendente que afecta sólo a detalles sin relevancia global) y el modelo
constituyente o «determinate subtext» (la fuente básica y sustancial)6. Pues bien, las
imitaciones señaladas por B. López y G. Chiappini pertenecen obviamente a la pri-
mera categoría: son simples ecos de detalle sin relevancia global. Y es que la fuente
esencial y global del soneto de Rioja (el «determinate subtext», en palabra de Greene)
es uno de los dos epigramas transmitidos de Valerio Edítuo (uno de los poetas latinos
preneotéricos, que escribieron entre los siglos II y I a.C.), algo que, según mis noti-
cias, no había sido señalado hasta ahora por los críticos:

5
La edición citada de Ibídem es la última publicada en España. He tenido en cuenta también la edición de
Rioja con el comentario más extenso: CHIAPPINI, G. (1975) (texto del soneto XXIII en pág. 304; comentario en
págs. 444-45). Por su parte, un estudio sobre Rioja señala sólo el soneto como ejemplo de «horacianismo formal»:
HERRERA MONTERO, R. (1995): 94.
6
GREENE, Th.M. (1982): 50: «Still another distinction has to be drawn between echoes so brief o peripheral
as to insignificant and a determinate subtext that plays a constitutive role in a poem´s meaning».

411
GABRIEL LAGUNA MARISCAL

Quid faculam praefers, Phileros, quae nil opus nobis?


ibimus sic, lucet pectore flamma satis.
Istam nam potis est vis saeva extinguere venti
aut imber caelo candidus praecipitans;
at contra hunc ignem Veneris nisi si Venus ipsa
nulla est quae possit vis alia opprimere.

[¿Por qué blandes una antorcha, Filero, que para nada necesitamos?
Iremos tal cual, suficiente llama luce en mi pecho.
Pues a esa puede apagarla la violenta fuerza del viento
o la lluvia que se precipita brillante desde el cielo;
pero en cambio este fuego de Venus, a no ser Venus misma,
no hay ninguna otra fuerza que pueda contenerla.]

El tipo de imitación literaria efectuado por F. de Rioja sería el de traducción libre


en verso (o interpretatio). Es traducción porque se preserva el tema principal y la inten-
ción general del modelo, se vierte el contenido en su orden, y no hay diferencia exage-
rada de extensión entre modelo y texto derivado. Ahora bien, se trata de una traducción
libre, pues tiende a la paráfrasis y a la amplificación. Resulta evidente que poco o nada
podría entenderse del soneto de Rioja si no se tiene en consideración, a la hora de
efectuar su análisis crítico, la fuente clásica que subyace al poema. Incluso la ignoran-
cia de la fuente podría llevar a errores críticos de bulto: por ejemplo, a suponer que
Francisco de Rioja se engolfaba realmente en noches de ronda y parranda (como aman-
te de ronda o exclusus amator), según parece testimoniar el soneto. Sin embargo, la
fuente deja meridianamente claro que el soneto es un mero ejercicio literario de traduc-
ción libre de un epigrama latino. El ejemplo ilustra bien hasta qué punto es importante
estudiar y rastrear la pervivencia en la poesía española de la literatura clásica.

2. La denominación «Tradición Clásica»

Hablamos de Tradición Clásica para referirnos a la influencia directa e indirecta


que ha ejercido la cultura clásica en el mundo occidental moderno, en todos los ám-
bitos de la cultura y de la civilización, incluyendo muy especialmente la lengua, la
literatura, la arquitectura y el arte, el derecho, la ciencia, el deporte, la religión y el
pensamiento. Se llama así desde que el profesor Gilbert Highet, escocés afincado en
los Estados Unidos, publicara en 1949 un famoso libro sobre la cuestión. El título
completo del libro era La Tradición Clásica: influencias griegas y romanas en la
literatura occidental7. Esta obra ha quedado como la referencia básica, el locus

7
HIGHET, G. (1954).

412
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

classicus sobre la materia. A pesar de las objeciones que cabe plantearle en aspectos
puntuales, como las de María Rosa Lida de Malkiel8, lo cierto es que esta obra es el
manual básico sobre la materia, aún no superado.
Uno de los méritos del libro (de detalle, aunque importante culturalmente) es
que el autor aparentemente forjó la etiqueta (Tradición Clásica) que da nombre a la
disciplina. Muchas obras posteriores usan la denominación. No se había aclarado si
Highet inventó la denominación o la tomó de alguna fuente anterior: del silencio de
los críticos sobre la cuestión parece inferirse que se considera que Highet fue pionero
en su uso. Sin embargo, en un artículo9 creo haber demostrado que Highet tomó la
expresión del famoso libro de Domenico Comparetti Virgilio nel medio evo, publica-
do originalmente en edición italiana en 1872, así como en traducción inglesa en 1885,
bajo el título Vergil in the middle ages10. Highet manejó esta edición inglesa, a la que
cita en las notas 7 y 8 del capítulo 4. Pues bien, en dos ocasiones al menos aparece la
expresión «Classical Tradition» en el libro de Comparetti: en el índice de la p. xvi
(«Chapter I.- Relation of romantic literature to the classical tradition») y en la p. 96
(«it is clear that Vergil was to them [medieval writers] the chief representative of the
classical tradition»). Quede el dato como documentación del «pedigree» de una ex-
presión que ha conocido tanta fortuna.

3. Prestigio cultural de la imitación (imitatio) de autores clásicos

Un presupuesto esencial que explica la enorme influencia de la literatura clásica


en la europea, desde el Renacimiento hasta nuestros días, es la alta consideración que
se tenía de la imitación de autores clásicos como pauta y práctica poéticas. Como es
sabido, en el Renacimiento no se valoraba especialmente la originalidad absoluta de
la obra literaria (ideal que nace sustancialmente con la estética del Romanticismo, ya
en pleno siglo XIX). Al contrario, se prestigiaba la imitación cabal de modelos clási-
cos11. El humanista extremeño Francisco Sánchez de las Brozas, El Brocense (1523-
1600), abordó la cuestión con meridiana claridad en su edición comentada de Garcilaso,
impresa en Salamanca en 1574. Como sus anotaciones a los poemas garcilasianos
ponen el énfasis precisamente en la mención de fuentes (especialmente, clásicas e
italianas), el Brocense se siente obligado a advertir en el prólogo que la abundancia
de fuentes recogidas no debe interpretarse para afrenta y desdoro de la poesía de
Garcilaso, sino todo lo contrario. Pues, en su opinión, la buena poesía presupone una

8
LIDA DE MALKIEL, M.R. (1975): 339-397.
9
LAGUNA MARISCAL, G. (2003).
10
COMPARETTI, D. (1885).
11
Sobre la imitación en el Renacimiento la bibliografía inmensa. Citaré sólo algunas obras fundamentales:
GMELIN, H. (1932); GREENE, Th.F. (1982); LÁZARO CARRETER, F. (1982); PIGMAN III, G.W. (1980);
SABBADINI, R. (1885); ULIVI, F. (1959) y McLAUGHLIN, M.L. (1995).

413
GABRIEL LAGUNA MARISCAL

labor sistemática de imitación de modelos, como a su vez ya hicieron los mismos


escritores latinos con respecto a sus antecesores griegos:

digo, y afirmo, que no tengo por buen poeta al que no imita los excelentes
antiguos. Y si me preguntan, porqué entre tantos millares de Poetas, como nues-
tra España tiene, tan pocos se pueden contar dignos deste nombre, digo, que no
ay razon, sino porque les faltan las ciencias, lenguas, y dotrina para saber imi-
tar. Ningun Poeta Latino ay, que en su genero no aya imitado a otros, como
Terencio a Menandro, Seneca a Euripides; y Virgilio no se contentó, con cami-
nar siempre por la huella de Homero; sino tambien se halla aver seguido a
Hesiodo, Theocrito, Euripides, y entre los Latinos a Ennio, Pacuvio, Lucrecio,
Catulo, y Sereno12.

Y Fernando de Herrera (1534-1597), por su parte, reconoce en el prólogo al


libro Versos de Fernando de Herrera (1619) que todo su afán ha sido imitar a los
antiguos y, que si algún mérito le cabe, consiste en haber logrado cabalmente tal
imitación:

Conosco de mí que no meresco memoria en la edad venidera -que fuera


demasiada sobervia esperarla-, pero, si por estudio i trabajo, i por admiración
de los antiguos, se deve alguna, bien podría merecerla. Lo que â sido en mí è
hecho por acercarme a la perfección con la imitación de los mejores13.

4. Niveles de incidencia de la Tradición Clásica

En una primera maniobra de enfoque, restringimos nuestra exposición a la Tra-


dición Clásica que se manifiesta en el ámbito de la literatura, de acuerdo con el título
de este trabajo. A su vez, se me ocurre que la Tradición Clásica en literatura puede
abordarse desde la perspectiva de tres niveles genéricos distintos, que podemos eti-
quetar como de gevnh, ei[dh y tovpoi14:

- desde el punto de vista de los géneros tradicionales, o del primer nivel (gevnh);
- desde el punto de vista de las composiciones genéricas, del segundo nivel
(ei[dh);
- y desde el punto de vista de los géneros de tercer nivel, que no son otra cosa
que las unidades temáticas que llamamos temas, tópicos y argumentos
(tovpoi).

12
SÁNCHEZ DE LAS BROZAS, F. (1766): 36.
13
Texto por la edición de CUEVAS, C. (1985): 496-497.
14
Tomo la terminología de una sugerencia de ROSTAGNI, A. (1953): 71.

414
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

Ha de tenerse en cuenta que estos tres niveles genéricos, que configuran la mor-
fología literaria antigua, constituyen pautas de Poética, esto es, sirven al escritor para
componer su obra, como molde, precedente y modelo. De ahí la importancia de exa-
minar esos tres géneros a la hora de rastrear la influencia de la literatura latina en la
cultura moderna.

4.1. Primer nivel: géneros literarios tradicionales


Empezando por esas grandes estructuras en que se encuadran los textos literarios,
a las que llamamos géneros tradicionales o del primer nivel, la trascendencia de la
Tradición Clásica es evidente y muy acusada. La preceptiva aristotélica distinguió tres
géneros principales para la poesía: la lírica, la épica y la dramática; y, a pesar de los
esfuerzos por sustituir esta tripartición por otra mejor, sigue siendo válida en lo funda-
mental, porque es la que mejor se adapta a los hechos. Desde Goethe al estructuralismo
y a la crítica marxista se reconoce la validez de esta gran hallazgo de los griegos, aun-
que las formulaciones varíen y la terminología cambie. La lírica consiste en la expre-
sión de sentimientos personales; la épica comprende la narración de los hechos glorio-
sos del grupo en el pasado remoto o reciente; y la poesía dramática es la representación
de una acción. Siendo así, la distinción no varía sustancialmente si se afirma, como
Roman Jakobson en su libro Lingüística y poética, que la lírica es la expresión de la
primera persona; que la épica se sirve de la tercera; y que, finalmente, la dramática
alterna la primera con la segunda. Se trata en definitiva de tres formas naturales o
esenciales de la poesía (Goethe las llamó así: Naturformen der Poesie, «formas natura-
les de la poesía») y, como tales, la lírica, la épica y la dramática son constantes en las
literaturas de todos los pueblos y todos los tiempos, pero eso no impide que su plasmación
grecolatina haya prefigurado y condicionado sustancialmente la evolución posterior de
estos géneros, al menos desde el Renacimiento15. Dentro de este primer nivel genérico,
esos tres géneros son los originarios, pero en esta misma categoría también debemos
englobar grandes géneros tradicionales como la historiografía, el epigrama, la poesía
didáctica, la elegía, la sátira, la epístola y la novela.
Los rasgos delimitativos de estos grandes géneros son predominantemente for-
males (y sólo secundariamente de contenido): el metro usado, la técnica lingüística
(monólogo, diálogo...), la temática general (bélica, amorosa, histórica), el estilo y el
tono, los episodios típicos, las convenciones. Así por ejemplo, la épica se escribe en
verso (hexámetro dactílico), en forma de narración en tercera persona (con presencia
importante de discursos en primera persona), tiene una temática bélica (Ilíada) o de
aventuras (Odisea), exhibe un estilo solemne y elevado, y se caracteriza por una serie
de convenciones: entre ellas, el desdoblamiento de plano entre los hombres y los
dioses, asambleas de dioses, discursos, catálogos, duelo singular y lamento fúnebre.

15
Véase GIL FERNÁNDEZ, L. (1996).

415
GABRIEL LAGUNA MARISCAL

Por ello, durante el Renacimiento europeo, con éxito relativo, se intentó la adapta-
ción del género épico tradicional a temas modernos16 . Por ejemplo, L. de Camoês
escribe Os Lusiadas (1572) sobre la expedición de Vasco de Gama por África y la
Indias Orientales; Alonso de Ercilla compone una larga epopeya, La Araucana (1590),
sobre las luchas de conquista de los españoles en Chile; y John Milton escribe su
Paradise lost (1667) con la pretensión de adaptar un tema bíblico, contado en el
Génesis (el de la expulsión del hombre del Paraíso), a ese molde formal tradicional.

4.2. Segundo nivel: composiciones genéricas


La segunda estructura genérica que hemos de mencionar es la de las composi-
ciones genéricas, o géneros del segundo nivel. Se trata de unos géneros que desarro-
llan un tema concreto; se inscriben en el contexto de una ocasión social que les con-
fiere tema principal y marco de ejecución; y que, por último, exhiben un conjunto de
tópicos y argumentos propios. Entre estas composiciones genéricas cabe recordar el
encomio, el epicedio (lamento fúnebre), el epitalamio (canto de bodas), el natalicio
(celebración de un nacimiento o cumpleaños), el propemptikón (discurso de despedi-
da), el paraklausíthyron o exclusus amator (serenata nocturna del amante excluido
ante las puertas de la amada), y tantos otros más. Todas estas composiciones genéri-
cas se fueron desarrollando, en prosa y verso, durante muchos siglos en la literatura
grecolatina, hasta adquirir una fisonomía propia, en contenido y en forma literaria, y,
sobre todo, un repertorio de motivos propios de cada subgénero. Incluso se sintió la
necesidad de codificar en tratados teóricos los rasgos de cada composición genérica,
a manera de recetarios o manuales de composición. Así, se nos ha transmitido dos
tratados tardíos sobre el tema, Sobre los géneros epidícticos de Menandro el Rétor17,
y el Arte Retórica de Pseudo-Dionisio de Halicarnaso. Ambos manuales datan de
entre los siglos III y IV d. C. Pues bien, en la literatura europea se cultivaron
extensivamente todos estos géneros del segundo nivel, siguiendo la pauta marcada
por los modelos clásicos. Estos subgéneros han sido estudiados en conjunto por
Burgess, para la prosa, y por Cairns, para la poesía18.
Es cierto que el cultivo de estas composiciones genéricas decayó con el tiempo,
debido a la naturaleza cortesana y áulica de esta clase de literatura, de poesía de
encargo y de ocasión, sujeta a un esquema rígido y codificado: un tipo de poesía, en
suma, bastante incompatible con el concepto romántico de la poesía, que apreciaba
más una poesía lírica de expresión personal, como efusión del genio íntimo. No obs-
tante, algunos de estos subgéneros perviven, incluso en la poesía contemporánea: el
género del epicedio se manifiesta en algunos ejemplos famosos, como la «Elegía» a

16
Sobre la epopeya clasicista en el Renacimiento, véase el buen panorama expuesto por HIGHET, G. (1954):
vol. I, 228-257.
17
Véase el texto, con interesante introducción, de RUSSELL D.A. & WILSON, N.G. (1981); así como la
traducción de GASCÓ, F. (1996).
18
BURGESS, Th. (1902), CAIRNS, F. (1972).

416
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

Ramón Sijé de Miguel Hernández (1910-1942), o el «Llanto por Ignacio Sánchez


Mejías» de Federico García Lorca (1898-1936). Agustín García Calvo, por su parte,
ha incluido incluso en su libro Canciones y soliloquios (1976) un propemptikón, o
poema de despedida, dirigido a dos amigos viajeros19. Y hay un celebérrimo poema
de Rafael de León (1908-1982), titulado «Profecía», que se hizo muy famoso en los
años 50, porque fue incluido en el repertorio de los recitadores profesionales durante
años, y al que Antonio Burgos calificó de «versos que han pasado al acervo de la
paremiología». He aquí algunas estrofas del principio de esta poesía20:

Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hace un mes
y me quedé tan tranquilo. [...]
¿Que te as casao? ¡Buena suerte!
Vive cien años contenta
y a la hora de tu muerte
Dios no te lo tenga en cuenta.

El poema de León se entiende perfectamente como un epitalamio o canto de


bodas, pero no como un epitalamio directo (sincero), cuyo objeto es el encomio de
los novios, la celebración de la boda y la exaltación de la institución matrimonial,
sino como un epitalamio inverso, irónico, pues se lamenta la boda, se denuesta el
matrimonio y se reprocha a la novia. El mismo epitalamio inverso se documenta en la
égloga VIII de Virgilio (canto de Damón al casarse Nisa con otro) y al comienzo de la
tragedia Medea de Séneca (canto de Medea cuando Jasón se casa con Creúsa).

4.3. Tercer nivel: temas, tópicos, argumentos

El tercer nivel genérico abarca las unidades temáticas de la literatura como son
los temas, los motivos o tópicos y los argumentos. Prescindiendo ahora, por razones
de espacio, de temas y argumentos, los tópicos son los elementos formales y de con-
tenido, de interés humano (esto es, relacionados con una experiencia humana o social
de carácter general) que se repiten en el transcurso del tiempo dentro de un mismo
ámbito cultural. Viene a las mientes de todos tópicos tan conocidos como los del
carpe diem, locus amoenus, la invocación a la naturaleza, el gran teatro del mundo, el
insomnio del enamorado. Hablando de enamorados, han resultado especialmente pro-
ductivos los tópicos pertenecientes al ámbito semántico del amor y el erotismo: el
flechazo inicial (o enamoramiento súbito a primera vista), los síntomas de amor (en-
tre ellos, los muy frecuentes de la llama amorosa, la locura amorosa, y la herida del
amor), conceptualizaciones metafóricas sobre el sentimiento amoroso, como la nave-

19
Véase un comentario en RIVERO GARCÍA, L. (1999): 473-474.
20
Texto en ACOSTA DÍAZ, J. (1997): 95.

417
GABRIEL LAGUNA MARISCAL

gación del amor y la milicia del amor, el amor dulciamargo, la lealtad y obsequiosi-
dad del enamorado (desde la primer juventud hasta la muerte), el morir de amor, la
infidelidad de la amada y, finalmente y en su caso, la ruptura final de la relación (o
renuntiatio amoris). Todo este universo conceptual de tópicos amatorios tiene plena
vigencia actual, en la literatura, en el folklore, en la publicidad, en las letras de can-
ciones. No ha nacido, como a veces se afirma, ni en el amor cortés de la poesía
provenzal, ni en Petrarca, ni en la poesía de amor de los Siglos de Oro, ni en el Roman-
ticismo, sino que es un legado de la literatura clásica: este universo hunde sus raíces en
la poesía lírica arcaica, alcanza inmenso desarrollo en la poesía griega de época
helenística, una codificación completa en la elegía latina amorosa y, con ese origen,
llega hasta nuestros días, mediado, eso sí, por los autores y géneros intermedios antes
citados (muy especialmente, Petrarca). La plena vigencia de este conjunto de tópicos
literarios me ha venido corroborada por la reciente relectura de la novela El amor en los
tiempos del cólera (1987) de Gabriel García Márquez, donde se retoman, a veces lite-
ralmente, la mayoría de los tópicos amorosos que podemos documentar en la elegía
latina amorosa: el enamoramiento súbito a través de la mirada, los síntomas graves del
amor (mudez, inapetencia, fiebre, insomnio, palidez, diarrea, desidia laboral), la lealtad
vitalicia del enamorado, la serenata a las puertas de la amada, los regalos de amor, los
mensajes entre enamorados, los celos ante el rival, el intento de suicidio, etc.
En relación con este tercer nivel genérico, el de los motivos y tópicos literarios,
es necesario recordar un tipo de publicaciones que fueron muy frecuentes especial-
mente durante los siglos XVI y XVII y que propiciaron las imitaciones literarias de
tópicos clásicos. Los humanistas, y en relación con la utilidad didáctica que se reco-
nocía a la poesía, proponían la lectura de poesía mediante un método que me gusta
denominar el «método de la agenda», según la atinada etiqueta de Antonio Fontán21.
Recomendaban separar diferentes apartados en un cuaderno, titulando cada uno de
ellos con epígrafes alusivos a temas o tópicos literarios. Luego, en la lectura de poe-
sía, aconsejaban ir extractando pasajes y copiarlos en el cuaderno, bajo el epígrafe
correspondiente. El objetivo de tener organizado por tópicos en cuadernos el material
extractado era en última instancia tenerlo listo para imitarlo cuando se quisiera escri-
bir sobre uno de esos tópicos en concreto. Es decir, la finalidad última del «método
de la agenda» es propiciar y facilitar la imitación literaria. Veamos los términos de la
recomendación de Erasmo de Rotterdam en su De copia:

Ergo posteaquam tibi titulos compararis quot erunt satis, eosque in ordinem
quem voles digesseris, deinde singulis suas partes subieceris, rursum partibus
addideris locos communes siue sententias, iam quicquid usquam obuium erit in
ullis autoribus, praecipue si sit insignius, mox suo loco annotabis: siue erit fabula,

21
Sobre el método humanista «de la agenda», que fue postulado por humanistas como L. Vives, R. Agrícola,
Guarino de Verona y E. de Rotterdam, véase BOLGAR, R.R. (1954); FONTÁN, A. (1974): 266-268 y 281-283 y
MOSS, A. (1996): 101-133.

418
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

siue apologus, siue exemplum, siue casus nouus, siue sententia, siue lepide aut
alioqui mire dictum, siue paroemia, siue metaphora, aut parabola. Atque ad
eum modum pariter fiet ut et altius insideant animo quae legeris, et adsuescas
uti lectionis opibus. [...] Postremo utcunque postulat occasio, ad manum erit
dicendi supellex, certis veluti nidis constitutis, unde quae voles petas22.

[Después de que hayas dispuesto cuantos títulos sean suficientes, y organizado en el


orden que quieras, y tras haber dividido cada uno en sus correspondientes secciones, que
a su vez titularás con lugares comunes o sentencias, todo lo que te salga en cualesquiera
autores, sobre todo si es algo brillante, inmediatamente lo anotarás en su lugar correspon-
diente: sea una fábula, un apólogo, una ilustración, un suceso inusitado, un pensamiento,
o una ocurrencia graciosa y de alguna forma admirable, o un refrán, o metáfora o parábo-
la. Y mediante este procedimiento se consigue al mismo tiempo que se fije más en tu
memoria lo que leas, y que te acostumbres a explotar los recursos de la lectura. [...] Final-
mente, cada vez que lo requiera la ocasión, estará a mano un suministro de elocuencia,
como en compartimentos estancos, de donde puedas recabar lo que desees.]
Esta recomendación tuvo la consecuencia de que durante el siglo XVI se gene-
ralizó la publicación de florilegios o repertorios de poesía latina23 , en que los pasajes
extractados se agrupaban en apartados correspondientes a tópicos o temas generales
(tituli). A su vez, dentro de cada tema general (titulus), unos epígrafes más específi-
cos (llamados usualmente loci communes) presentaban los textos. Es decir, se puede
considerar que estos florilegios de poesía latina son la plasmación impresa del méto-
do de la agenda. De estas numerosas antologías quizá la más famosa y difundida fue
la de Octaviano Mirándula, que se editó por primera vez a principios del siglo XVI
(en 1507) y que conoció numerosísimas ediciones a lo largo de dicho siglo, convir-
tiéndose en un auténtico «best-seller» de la época. En la misma línea está la antología
posterior, y mucho más extensa, de Joseph Lang: su Poliantea (de 1604, con numero-
sas reediciones durante todo el siglo XVII)24 . Hemos de tener muy presente que di-
chas antologías fueron un vehículo mediato (esto es, intermedio) de conocimiento de
la poesía latina. Como bien nos recuerda Hinojo Andrés, estas obras fueron en la
época auténticos «repertorios renacentistas del saber antiguo»25 . Por ello, y como
procedimiento metodológico a la hora de investigar la Tradición Clásica en España y
Europa de la poesía latina, juzgo imprescindible consultar dichas antologías, para
ponderar cuáles fueron los textos poéticos que más se conocieron y, por tanto, los
más susceptibles de haber influido literariamente.

22
ERASMO DE ROTTERDAM (1998): 260-261.
23
Sobre estas antologías temáticas de textos clásicos, pueden consultarse las siguientes obras (por orden
cronológico): LECHNER, J.M. (1962); ONG, W.J. (1976); CAVE, T. (1979); BUCK, A. (1980): 106-115;
MARTINDALE, C. & M. (1990): 15-20; INFANTES, V. (1992); MOSS, A. (1996); con reseña de TRAVER VERA,
J. (1997) e HINOJO ANDRÉS, G. (1999).
24
Manejo un ejemplar (de mi propiedad) de la edición de LANG, J. (1628).
25
HINOJO ANDRÉS, G. (1999).

419
GABRIEL LAGUNA MARISCAL

La influencia de tópicos literarios clásicos en autores modernos, con la media-


ción de las citadas antologías, puede ejemplificarse perfectamente en el caso de Lope
de Vega (algo que, según mis noticias, no se había investigado cumplidamente hasta
ahora). Para el cotejo, recurriremos, por un lado, al libro Rimas (1609) de Lope de
Vega, y, por otro, a una edición de 1553 de la antología, ya citada, de Octaviano
Mirándula Flores illustrium poetarum26 , que fue una de las más editadas y maneja-
das a lo largo del siglo XVI y que, estoy convencido, fue un manual directamente
manejado por Lope de Vega, según sugiere un conjunto de indicios.
Lope de Vega, en su Soneto 27, traza un denuesto convencional de la navega-
ción27 , para aplicar sorpresivamente lo dicho a la volubilidad de la mujer:

Bien fue de acero y bronce aquel primero


que en cuatro tablas confió su vida
al mar, a un lienzo y a una cuerda asida,
y todo junto al viento lisonjero.
¿Quién no temió del Orïón severo
la espada en agua de la mar teñida,
el arca doble al Austro y la ceñida
obtusa luna de nublado fiero?
El que fió mil vidas de una lengua
de imán tocada, al Ártico mirando,
y en líneas treinta y dos, tres mil mudanzas,
pero más duro fue para su lengua
quien puso (las que tienen contemplando)
en mar de un mujer sus esperanzas28 .

La fuente para el denuesto de la navegación fue seguramente la Oda I 3 de


Horacio, que Mirándula cita precisamente en la pág. 490, en el capítulo «De
navigatione», bajo el epígrafe «Navigare ad mortem accedere dicuntur». Por lo que
respecta a la pulla final (sobre la inconstancia de la mujer), Lope pudo inspirarse en
el abundante material misógino incluido en el capítulo «De mulieribus» de Mirándula
(págs. 466-482) (sobre esto, más abajo).
En el Soneto 56, Lope compara a los condenados legendarios del Infierno
(Dánaides, Tántalo, Ixión, Sísifo, Prometeo) con el sufrimiento que causan los celos.
La fuente clásica es Lucrecio IV 978-1010, reproducido por Mirándula en la pág. 347
(capítulo «De infamia»; epígrafe «An si inferni poena aliqua et quod non sit, secundum
quorundam insulsam opinionem»):

26
MIRANDULA, O. (1553) (ejemplar de mi propiedad).
27
Sobre el tópico clásico del denuesto de la navegación y su recepción en las letras españolas, véase LAGUNA
MARISCAL, G. (1994).
28
Texto en BLECUA, J.M. (1989): 37.

420
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

Que eternamente las cuarenta y nueve


prentendan agotar el lago Averno;
que Tántalo del agua y árbol tierno
nunca el cristal ni las manzanas pruebe;
que sufra el curso que los ejes mueve
de su rueda Ixión, por tiempo eterno;
que Sísifo, llorando en el infierno,
el duro canto por el monte lleve;
que pague Prometeo el loco aviso
de ser ladrón de la divina llama
en el Caucaso, que sus brazos liga;
terribles penas son, mas de improviso
ver otro amante en brazos de su dama,
si son mayores, quien lo vio lo diga29 .

La andanada misógina del Soneto 132 de Lope de Vega (que enfatiza sobre todo
el carácter voluble y desleal de la mujer30 ) encuentra su precedente en varios textos
latinos, como Catulo LXX o Calpurnio Sículo III 10, recogidos ambos en el capítulo
«De mulieribus» de Mirándula (págs. 466-482), en el epígrafe «Mulieres infideles
sunt» (págs. 477) (otros epígrafes del mismo capítulo, que tampoco tienen desperdi-
cio, rezan «Muliere nihil peius, neque audacius», «Mulieres dolis et audacia plenae
sunt» y «Mulieres inconstantes sunt»):

Al viento se encomienda, al mar se entrega,


conjura un áspid, ablandar procura
con tiernos ruegos una peña dura
o las rocas del mar donde navega;
pide seguridad a la fe griega,
consejo al loco, y al enfermo cura,
verdad al juego, sol en noche escura,
y fruta al polo donde el sol no llega.
Que juzgue de colores pide al ciego,
desnudo y solo al salteador se atreve,
licor precioso de las piedras saca;
fuego busca en el mar, agua en el fuego,
en Libia flor, en Etiopia nieve,
quien pone su esperanza en mujer flaca31 .

29
Texto en Ibídem: 53.
30
Sobre este tópico, véase LAGUNA MARISCAL (2000): 248, n. 13.
31
Texto en BLECUA, J.M. (1989): 94-95.

421
GABRIEL LAGUNA MARISCAL

Finalmente, en el Soneto 76 Lope desarrolla una completa descripción de la


Esperanza como emoción habitual en el hombre, en contraste con la desesperanza del
enamorado. La elaboración poética de Lope depende de dos disgresiones latinas so-
bre el tema, Tibulo II 6, 19-28 y Ovidio, Pónticas 1 6, 29-42, ambas citadas por
Mirándula (págs. 656-657):

Sufre la tempestad el que navega,


el enojoso mar y el viento incierto
con la esperanza del alegre puerto,
mientras la vista a sus celajes llega.
En la Libia calor, hielo en Noruega,
de sangre de armas y de sudor cubierto,
sufre el soldado; el labrador, despierto
al alba, el campo cava; siembra y riega.
El puerto, el saco, el fruto, en mar, en guerra,
en campo, al marinero y al soldado
y al labrador anima y quita el sueño.
Pero triste de aquel que tanto yerra,
que en mar y en tierra, helado y abrasado,
sirve sin esperanza ingrato dueño32 .

5. Conclusiones

Queden esos textos como testimonio de la importancia de la literatura clásica


como modelo formal y conceptual de la literatura europea. He pretendido mostrar
que los escritores renacentistas partían de un concepto prestigiado de la imitación de
los clásicos antiguos. A partir de ahí, imitan creativamente los textos clásicos como
un procedimiento poético para dar curso a sus propias necesidades expresivas. Es
decir, la creación poética se manifiesta como la resultante entre unas necesidades
expresivas y la tradición literaria. Dichos procedimientos de imitación se manifiestan
en tres niveles poéticos: en los géneros del primer nivel, segundo nivel y en los tópi-
cos literarios.
Ahora bien, se plantea una pregunta: ¿es necesario conocer la tradición clásica
que subyace a un texto determinado? Mi respuesta es la siguiente: desde el punto de
vista del lector, la consideración del modelo clásico supone un enriquecimiento, pues,
si bien se puede seguir entendiendo la creación poética sin necesidad de considerar su
fuente clásica, el reconocimiento (o anagnórisis) de esa fuente clásica enriquece la
comprensión y dota a la creación literaria de una mayor profundidad y sutileza. Sobre
este asunto, el ya citado G. Highet afirma (cursivas mías):

32
Texto en Ibidem: 63-6.

422
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

Difícil arte es éste de la cita evocadora. La teoría sostenida por los románti-
cos, de que todo buen escrito ha de ser enteramente ‘original’, tenía este arte por
cosa ignominiosa. Y después cayó sobre él el descrédito, a causa de la torpe
aplicación del repertorio grecorromano y de la decadencia de los estudios clási-
cos. En efecto, a los lectores no les agrada la idea de que, para poder apreciar la
poesía, deban ellos mismos haber leído tantas cosas como el propio poeta. Y
también sienten, con toda razón, que eso de andar husmeando ‘alusiones’ e ‘imi-
taciones’ destruye la vida de la poesía, haciendo de ella, de cosa viva que era, un
tejido artificial de colores copiados y remiendos robados. Con todo, sigue sien-
do verdad que el lector que conoce y que puede reconocer sin violencia esas
evocaciones alcanza un placer más exquisito y una comprensión más plena del
asunto que el lector que es incapaz de reconocerlas33 .

El profesor Highet pondera aquí sintéticamente en qué consiste el interés y con-


veniencia de la investigación sobre Tradición Clásica. No se trata de ir buscando
imitaciones e influencias, para poner en brete la originalidad del autor. Y mucho
menos sólo para que el crítico literario exhiba su erudición. Se trata de algo más
sencillo y, a la vez, más complejo: puesto que podemos entender toda la literatura
occidental como un conjunto cultural, cualquier texto literario escrito en Occidente
depende de toda esa tradición cultural. El conocimiento cabal de esa tradición ayuda
mucho a comprender y a disfrutar dicho texto. Ignorar las fuentes y antecedentes de
un texto supone, pues, descontextualizarlo y cerrar los ojos a un rico patrimonio cul-
tural que le sirve de base y referencia. Como dijo un latinista en 1964: vivir intelec-
tualmente sólo en el propio tiempo es tan provincial y descaminado como vivir inte-
lectualmente sólo en la propia cultura34 .

33
HIGHET, G. (1954): vol. I, 250-251.
34
PARKER, W.R. (1964): 6: «to live intellectually only in one´s own time is as provincial and misleading as to
live intellectually only in one´s own culture».

423
GABRIEL LAGUNA MARISCAL

424
La literatura clásica como referencia para la moderna: algunas reflexiones y pautas metodológicas

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426
El mito del deporte griego antiguo

EL MITO DEL DEPORTE GRIEGO ANTIGUO Y LA


CREACIÓN DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS MODERNOS

FERNANDO GARCÍA ROMERO


DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA GRIEGA
Universidad Complutense de Madrid

En el año 416 a.C. un amigo de Alcibíades, llamado Diomedes, decide hacer uso de
los contactos que Alcibíades tenía en la ciudad de Argos para comprar unos magnífi-
cos caballos con los que competir en Olimpia en la carrera de cuadrigas. Alcibíades
acude a Argos con el dinero de su amigo, compra los caballos…pero se los queda y
los inscribe a su nombre en los Juegos Olímpicos, resultando vencedor (y segundo y
cuarto con otros carros). Los cargos militares que desempeñó posteriormente y el
exilio hicieron imposible que Alcibíades hiciera frente nunca a la demanda judicial
que presentó contra él su ex-amigo, pero más o menos en 396, veinte años después,
su hijo del mismo nombre (y también por lo visto una buena pieza) debió responder
de los actos de su padre. El gran orador Isócrates compuso para su defensa un discur-
so (16) lleno de sofismas, como no podía ser de otro modo si se trataba de defender lo
indefendible, la rectitud del comportamiento de Alcibíades para con su patria. En el
párrafo 33, cuando se refiere a los éxitos deportivos de Alcibíades y a la gloria que
supuestamente éstos aportaron a su patria, afirma Isócrates que el aristócrata Alcibíades
“aunque físicamente no estaba peor dotado por naturaleza ni era más débil que nadie,
despreció las competiciones atléticas, porque sabía que algunos atletas eran de bajo
nacimiento, habitaban ciudades pequeñas y habían recibido una educación humilde;
y en cambio se dedicó a la cría de caballos, que es ocupación de los más prósperos y
que ningún hombre vulgar podría hacer [por falta de medios económicos, obviamen-
te]”1. Pues bien, 24 siglos más tarde y ya dentro del ambiente en el que nacerían las
olimpíadas modernas, fue creado en la Universidad de Londres en 1866 el “Amateur
Athletic Club” con el propósito declarado de “proporcionar a los caballeros amateurs

1
oujdeno;" ajfuevstero" oujd j ajrrwstovtero" tw'/ swvmati genovmeno" tou;" me;n gumnikou;" ajgw'na" uJperei'den,
eijdw;" ejnivou" tw'n ajqlhtw'n kai; kakw'" gegonovta" kai; mikra;" povlei" oijkou'nta" kai; tapeinw'" pepaideumevnou",
iJppotrofei'n d j ejpiceirhvsa", o} tw'n eujdaimonestavtw'n e[rgon ejstiv, faulo" d j oujdei;" a]n poihvseien.
Historia y Mito. El pasado legendario como fuente de autoridad. CANDAU MORÓN, J.Mª, GONZÁLEZ PONCE, F.J., CRUZ ANDREOTTI,
G., Málaga, 2004, pp. 427-445.

427
FERNANDO GARCÍA ROMERO

los medios para practicar el deporte y competir unos con otros sin verse obligados a
mezclarse con corredores profesionales”2, y otras asociaciones deportivas similares
excluían a todo aquél que “sea o haya sido, de profesión o por cobrar un salario por
ello, mecánico, artesano o jornalero, o se haya dedicado a cualquier ocupación baja”3.
Estas dos referencias establecen evidentes puntos de contacto en la actitud de
miembros de las clases altas que practican el deporte con respecto a los deportistas de
clases sociales tenidas por inferiores, en la Atenas clásica y en la Inglaterra victoriana.
¿A partir de coincidencias como ésta se puede llegar a establecer un paralelismo
entre el deporte griego de épocas arcaica y clásica y el deporte europeo (fundamen-
talmente inglés) de la segunda mitad del siglo XIX? Así lo creyeron muchos de quie-
nes, a finales de esa centuria y a impulsos sobre todo del encomiable Pierre de
Coubertin, reestablecieron la celebración periódica de los Juegos Olímpicos, con la
intención de fomentar el tipo de atleta que, según creían, había creado en la antigua
Grecia una “edad de oro” del deporte más o menos entre 500 y 440 a.C.
En una de las obras que, con toda justicia, más ha influido en los estudios mo-
dernos sobre el deporte antiguo, E. Norman Gardiner (1864-1930)4 reconstruía la
historia del deporte griego antiguo como un proceso de auge y caída, que comienza
con el deporte espontáneo y aristocrático de los héroes homéricos, continúa con el
desarrollo de los grandes juegos a lo largo del siglo VI a.C. y culmina con la “edad
del ideal atlético, 500-440 a.C.” (es el título del cap. V); a partir de entonces, el depor-
te griego habría conocido una larga y lamentable decadencia, que Gardiner atribuye a
la implantación del profesionalismo, que llevaba aparejado una excesiva e insana
especialización de los deportistas y un incremento exagerado de los honores y re-
compensas económicas que recibían los atletas5, lo cual habría traído como conse-
cuencia el paulatino predominio de esos atletas profesionales, que provendrían cada
vez en mayor número de las clases sociales inferiores y de las zonas menos “civiliza-
das” del mundo griego, y, con ello, la eliminación de la participación de los aristócra-
tas, que se habrían refugiado únicamente en las pruebas hípicas (en las cuales sólo los
muy ricos podían participar y en las que, por cierto, era proclamado vencedor el
propietario del carro, no su conductor). Para Gardiner6, “la gran popularidad del de-
porte fue su ruina; el exceso provoca Némesis; la Némesis del exceso en el deporte es
la especialización, la especialización engendra el profesionalismo, y el profesionalismo

2
YOUNG, D. (1984): 18-19.
3
“who is or has been by trade or employment for wages a mechanic, artisan, or labourer, or engaged in any
menial duty”, ibid.: 19-20.
4
GARDINER, E.N. (1910). Véase KYLE, D.G. (1991), (1997): 53-57 y 60-63; (1987): 3 y 124-125;
BERNARDINI, P.A. (1988): XIV-XV. Kyle, pese a no compartir las opiniones de Gardiner en los aspectos que nos
ocupan, reconoce las numerosas, indudables y fundamentales aportaciones de sus estudios para nuestro conocimien-
to del deporte griego antiguo, y en este sentido pensamos que hace más justicia al trabajo de Gardiner que la opinión
excesivamente negativa que expresa YOUNG, D. (1984): 76 ss.
5
Las críticas contra la especialización y sus efectos negativos para la salud y también contra los excesivos
honores y recompensas económicas son ya frecuentes en los autores griegos, al menos desde el frg. 2 West2 de
Jenófanes. Cf. GARCÍA ROMERO, F. (1992): 75 ss. y 162 ss.; MÜLLER, S. (1995): passim.
6
(1910): 78-79 y 122; (1930): 99 y 103.

428
El mito del deporte griego antiguo

es la muerte del verdadero deporte…cuando el dinero entra en el deporte, con él entra


la corrupción”. Se establece así una tajante contraposición entre el deportista aficio-
nado y aristócrata que compite sin ánimo lucrativo, con el único objetivo de conse-
guir el triunfo y mostrar así su areté, simbolizada por una simple corona vegetal (un
deportista que procedería naturalmente de las clases altas, que eran las únicas que
podían permitirse el lujo de dedicar su tiempo a entrenarse y a competir sin esperar
recompensa económica a cambio), y el atleta profesional, que proviene generalmente
de las clases bajas y compite pensando únicamente en el vil metal, y cuya irrupción
habría traído consigo la degeneración y corrupción de los nobles ideales que movían
a los aristocráticos atletas de la época arcaica y comienzos de la clásica. Ello, unido a
los cambios educativos promovidos por la sofística, habría hecho que Grecia pasara
de ser un país de atletas a ser un país de espectadores7.
Este panorama diseñado por Gardiner ha sido mantenido tradicionalmente con
escasas variaciones entre los estudiosos del deporte griego (incluso entre los más
destacados como Harris en Inglaterra o Julius Jüthner en el ámbito germano-austría-
co), y sólo a partir de los años 70 comenzó a ser puesto en tela de juicio en los
magníficos estudios de Henri Willy Pleket y luego más adelante en los trabajos de
David G. Young. Sobre ellos volveremos más adelante. Ahora me interesa insistir en
la influencia que tuvo en la creación del movimiento olímpico moderno esta imagen
idealizada del atleta griego supuestamente no profesional (y aristócrata), que habría
conducido al deporte antiguo en la primera mitad del siglo V a.C. a una auténtica
“edad de oro”, la cual con la irrupción del profesionalismo habría dado paso a una
época de decadencia y corrupción. Porque si bien es con Gardiner con quien estas
ideas quedan perfectamente perfiladas, Gardiner sigue la estela que marcan los estu-
dios ingleses de la segunda mitad del XIX, especialmente Percy Gardner, de quien
parte esta idealización de los atletas griegos de época arcaica y comienzos de época
clásica procedentes de las “mejores clases”8.
Esta imagen mitificada del atleta griego que compite por amor al arte es la que
tiene en mente Pierre de Coubertin cuando dedica todos sus esfuerzos a resucitar los
Juegos Olímpicos (un empeño noble y bienintencionado por su parte, como luego
comentaremos). Pero se trata probablemente de un atleta que nunca existió en Grecia,
sino de una imagen creada y fomentada desde el siglo XIX por quienes deseaban
presentar un antecedente histórico y prestigioso para el tipo de deporte que preten-

7
“In the Periclean age, we cannot distinguish between the athlete and the ephebos. Every educated youth is an
athlete, and every athlete is an educated youth and a citizen of a free state... At the time of the Persian wars the Greeks
had been a nation of athletes. At the time of Peloponnesian wars the mass of the people were no longer athletic”,
GARDINER, E.N. (1910): 101 y 131. Véase también BILINSKI, B. (1960): 60-67, y FORBES, C.A. (1929): 91.
8
Cf. YOUNG, D. (1984): 51 ss. Young atribuye a otro estudioso al que critica acerbamente, John Mahaffy, la
creación del “mito académico del antiguo amateurismo griego” (págs. 28 ss.). Éste, en efecto, idealiza a los griegos,
pero aún así los considera inferiores a los ingleses: “el escolar inglés es físicamente tan superior a los escolares de
otras naciones europeas, que debemos considerarlo, como al joven griego, casi un animal diferente”, pero “una
competición en Eton o Harrow es, con diferencia, un espectáculo más hermoso que las luchas o las carreras de los
jóvenes griegos en Olimpia” (las citas en YOUNG, D., págs. 49-50).

429
FERNANDO GARCÍA ROMERO

dían implantar, a saber, el deporte elitista propugnado por los caballeros ingleses de
la época victoriana, en cuyos “clubes amateurs” no tenían cabida los “profesionales
del deporte” (es decir, los miembros de las clases trabajadoras), sino únicamente
aquellos deportistas que no necesitaban trabajar para ganarse el sustento y que, por
tanto, disponían de todo el tiempo del mundo para practicar el deporte por el deporte,
sin esperar recompensa económica alguna9. “El amateurismo –recojo palabras de
Young– fue en realidad un sueño soñado por unos pocos privilegiados entre 1860-
1870”, un sueño que convirtió a los atletas griegos en caballeros sportmen de la In-
glaterra victoriana (no es casualidad que en el diccionario de Liddell-Scott-Jones se
traduzca la expresión kalo;" kajgaqov" por el “perfect gentleman”), pero un sueño que
ha afectado enormemente al movimiento olímpico moderno, que nació precisamente
en este ambiente de los selectos clubes británicos, cuyos miembros no tenían general-
mente mucho interés en medir sus fuerzas con gentes de niveles sociales inferiores
(los cuales –decían–, sólo compiten pensando en el vil metal; naturalmente, porque
no lo tenían y de algo hay que vivir), quizá porque, como apunta Young10, cuando un
aristócrata es derrotado por un trabajador pierde algo más que una carrera o un tro-
feo, se tambalea un mundo de valores que se basa (como ya defendiera Píndaro para
el caso del deporte griego) en la innata superioridad de las clases altas sobre las clases
bajas en todos los aspectos. Así pues, el “amateurismo” es probablemente en buena
parte un concepto moderno traspasado idealmente al deporte antiguo, un concepto
que se fomentó en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX como medio ideoló-
gico para justificar un sistema deportivo elitista, que trataba de eliminar de las com-
peticiones a la clase trabajadora. Como muestra, un botón: el presidente del Co-
mité Olímpico de Estados Unidos entre 1906 y 1910, un individuo impresentable
llamado Caspar Withney (que a finales del XIX formaba parte de la dirección del
COI junto con cinco condes, dos barones, un duque y el príncipe de Rumanía), no
ahorraba calificativos del tipo “sabandijas” (vermins) y otras lindezas por el estilo a
los atletas de las clases trabajadoras que pretendían competir con los miembros de las
clases altas11.
Pero afortunadamente no todos los promotores del olimpismo a finales del XIX
eran como Withney, y desde luego no era así la cabeza visible del movimiento, el
barón Pierre de Coubertin (1-1-1863/2-9-1937)12. Aunque naturalmente no podía ser
ajeno al influjo del ambiente social en el que nació y vivió (procedía de una familia

9
Cf. ID.: 15 ss., y ya antes PLEKET, H.W, (1975). Véase también FINLEY, M.I & PLEKET, H.W. (1976):
132; KYLE, D.G. (1997): 53-55; BIDDISS, M. (1999) y RENSON, R., LÄMER, M., RIORDAN, J. & CHASSIOTIS,
D. (1991).
10
(1984): 18.
11
Cf. Ibid., págs. 25 ss. y 72-73.
12
La bibliografía de y sobre Coubertin es abundantísima. Pueden consultarse, a propósito de los aspectos que
aquí nos interesan, los siguientes trabajos: MÜLLER, N. & SCHANTZ, O. (1991); RIOUX, G., MÜLLER, N. &
SCHANTZ, O. (1983); BOULOGNE, Y.P. (1980); WIRKUS, B. (1989) y (1990); MÜLLER, N. (1997); FINLEY,
M.I. & PLEKET, H.W. (1976): 1-5; YOUNG, D. (1984): 57 ss.

430
El mito del deporte griego antiguo

aristocrática, católica y muy rica) y al ambiente deportivo en el que desarrolló su


actividad, Coubertin mantuvo siempre una actitud mucho más abierta que la mayoría
de sus colegas hacia los atletas de las clases sociales trabajadoras y de otras razas que
no fueran la blanca13, y en modo alguno creo que podamos dudar de las buenas inten-
ciones (e incluso de los magníficos resultados) de su deseo de restaurar los Juegos
Olímpicos para que sirvieran de vínculo de paz y entendimiento entre los hombres y
los pueblos.
Coubertin no había cumplido aún los ocho años cuando Francia perdió la guerra
contra Prusia tras la derrota de Sedán (1870), y estuvo siempre convencido de que
sólo un cambio radical en el sistema educativo francés podía devolver a su país un
puesto de privilegio en el concierto internacional14; tomando como modelo el sistema
educativo de las clases altas inglesas15, y también –afirmaba– la educación de los
antiguos efebos griegos que cultivaban tanto el cuerpo como el espíritu, ese cambio
radical debía consistir fundamentalmente en introducir en Francia el deporte al estilo
inglés, que sirviera de contrapeso al programa casi exclusivamente intelectual que
reinaba en los liceos franceses16. Coubertin creía sinceramente que el deporte era un
medio fundamental para educar y fortalecer el cuerpo, la mente y el carácter, y la
celebración de una competición internacional como los Juegos Olímpicos sería un
utilísimo instrumento para promover la paz social y el entendimiento y la amistad
entre los pueblos17. Ésos son dos de los temas fundamentales sobre los que giró el

13
El propio Young reconoce la honestidad de la actitud de Coubertin en estos temas, pese a encabezar el
capítulo que le dedica con dos citas en las que el barón afirma su deseo de crear unos juegos para una elite culta y
refinada e indica que su propósito era proporcionar “los medios para conseguir el perfeccionamiento de la fuerte y
esperanzadora raza blanca, con el fin de contribuir al perfeccionamiento de toda la sociedad humana” (en su escrito
“Por qué resucité los Juegos Olímpicos”, de 1908). También nosotros creemos que, en comparación con las ideas que
al respecto esgrimían otros miembros de la “familia olímpica”, tales afirmaciones en boca de Coubertin son anecdóticas
si tenemos en cuenta su actitud general con respecto a estos temas.
14
Sobre la importancia de la educación para Coubertin, véase la introducción de G. Rioux en RIOUX, G.,
MÜLLER, N. & SCHANTZ, O. (1983).
15
WEILER, I. (1976) analiza con detenimiento la difundida idea (sobre todo durante la primera mitad del
siglo XX) de que el “espíritu competitivo” es rasgo característico del pueblo griego, un rasgo que compartiría con esa
“Hélade del Norte” que es el pueblo alemán. Weiler comenta este aspecto en relación con la ideologización y politización
de la gimnasia alemana, que a finales del XIX y comienzos del XX se enfrentaba abiertamente con el movimiento
deportivo surgido en Inglaterra, el cual destacaba el carácter educativo del deporte sobre el competitivo (los teóricos
alemanes consideraban que la insistencia en el aspecto competitivo era preferible para conseguir una “rigurosa disci-
plina de la voluntad”, más acorde con el carácter alemán). En esta polémica se acudía también a los antiguos griegos,
y los “estudiosos de la raza” alemanes consideraban que ese “espíritu agonístico” era un rasgo esencial del “hombre
nórdico”, que los griegos indoeuropeos habrían llevado a la Península Balcánica en sus migraciones desde el Norte
(esta idea se encuentra recogida aún por Jüthner), e incluso consideraban la educación física espartana y su orienta-
ción bélica como un modelo para la educación nacionalsocialista. Sobre algunos de estos aspectos, véase GONZÁLEZ
AJA, T. (2002).
16
El hecho de que Coubertin tratara de introducir en Francia “costumbres inglesas” y también probablemente
el hecho de que propugnara el entendimiento (a través del deporte) con países enemigos como Prusia, debió de
contribuir en buena medida para que el movimiento olímpico encabezado por Coubertin fuera muy poco apreciado
en Francia, cuya prensa ignoró generalmente las primeras celebraciones de los Juegos Olímpicos. Coubertin murió
en 1937, arruinado y sin haber recibido en su patria el reconocimiento oficial que sin duda merecía.
17
Para Coubertin, en efecto, lo esencial era la resurrección de lo que llamaba el “espíritu olímpico”, y en modo
alguno pretendía una reconstrucción “arqueológica” de los juegos antiguos, de manera que, con buen sentido, la

431
FERNANDO GARCÍA ROMERO

discurso que pronunció Coubertin en el Congreso Internacional de París de 1894, en


el cual podemos decir que se fundó el movimiento olímpico moderno, y son argu-
mentos que reaparecen continuamente en sus numerosos escritos y quedan bien refle-
jados (aunque de manera quizá un tanto grandilocuente) en su “Oda al deporte”, con
la que obtuvo, bajo el pseudónimo de Hohrod-Eschbach, la medalla de oro en el
apartado “Literatura” en los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912 y cuya última
estrofa reza así:

¡Deporte, tú eres la paz!


tú unes con tus lazos a los pueblos,
que se sienten hermanos en el cultivo
de la fuerza, el orden y el autodominio.
A través de ti aprende la juventud a respetarse a sí misma
y también a apreciar y a valorar las peculiaridades de otros pueblos.

mayoría de las especialidades deportivas que se disputaron en las primeras ediciones de los Juegos Olímpicos no
formaban parte del programa de los juegos antiguos, sino que se trataba de aquellos deportes modernos que más
podían atraer la atención del público. Por otro lado, Coubertin no fue ni mucho menos el primero que tuvo la feliz
idea de resucitar los Juegos Olímpicos con tan loables propósitos, aunque sí el que más éxito tuvo, y precisamente ese
éxito ha oscurecido los intentos anteriores (probablemente también porque los responsables del movimiento olímpico
no han mostrado gran interés, sino a veces todo lo contrario, en que se conocieran tales juegos pre-coubertinianos).
Sobre ellos puede consultarse el libro de DECKER, W., DOLIANITIS, G. & LENNARTZ, K. (1996). Entre tales
festivales atléticos destacan los siguientes. El “Festival Atlético de Duch Wenlock” era organizado por la “Sociedad
Olímpica Wenlock”, fundada por William Penny Bookes con el propósito de contribuir al “progreso moral, corporal
y espiritual de los ciudadanos…, especialmente de la clase trabajadora, mediante el estímulo del recreo al aire libre y
la distribución anual, en encuentros públicos, de premios a la habilidad en ejercicios atléticos y en conquistas espiri-
tuales e industriales”; se disputaron 45 ediciones en vida del fundador a partir de 1850, y Bookes se planteó ya la
posibilidad de resucitar los antiguos Juegos Olímpicos, que se celebrarían en Grecia, y sin duda su iniciativa influyó
en Coubertin (sobre estos juegos, véase, en el volumen editado por DECKER, W., DOLIANITIS, G. & LENNARTZ,
K. [1996], los trabajos de DOLIANITIS, G., “Der Beitrag von Dimitiros Vikelas zur Erneuerung der Olympischen
Spiele”, pág. 14; RÜHL, J. , “Nationale Olympische Spiele ausserhalb Griechenlands: England”, pág. 61, e ID., “Die
modernen Olympischen Spiele vor den modernen Olympischen Spiele”, págs. 76 ss., así como la bibliografía que cita
en pág. 149; Rühl califica a Bookes como “der englische Vater der modernen Olympische Spiele” y ha estudiado el
ideal del atleta amateur y el influjo de Grecia en los juegos que organizó Bookes). También en Inglaterra y desde 1612
hasta la actualidad, se celebran los “Robert Dover’s Olympic Games upon Cotswold Hills”, en Gloucester (cf. RÜHL,
J., arts. cits.; DANIEL, L., “The Panhellenic Games of Dover re-visited”, en T. González Aja et alii, (eds.), Actas del
V Congreso de Historia del Deporte en Europa, Madrid, 2002, págs. 59-72); el “Gran Festival Olímpico de Liverpool”,
organizado por el amateur “Liverpool Athletic Club” entre 1862 y 1867, y los “Morphet Olympic Games” (1873-
1959, anualmente) para profesionales y con premios en metálico (sobre ambos, véase RÜHL, J., arts. cits.).
En la propia Grecia, el héroe de la Guerra de Liberación Evangelis Zappas donó al rey Otón I en 1858 una
considerable suma de dinero para “la restauración de los Juegos Olímpicos, que se celebrarían cada cuatro años,
siguiendo los preceptos de nuestros antepasados”, con la intención de que contribuyeran a la consolidación de su
recién liberada patria. Los juegos de Zappas se celebraron en Atenas en 1859 y, ya tras la muerte del mecenas, en
1870, 1875 y 1888-89, con premios en metálico y con una asistencia de público considerable y una participación en
la que las clases más humildes del pueblo griego estuvieron muy bien representadas en las dos primeras ediciones,
pese a las quejas de quienes proponían que sólo interviniera la “juventud educada” de Grecia, lo cual sucedió en los
juegos de 1875, donde la asistencia de público fue mucho menor y la organización bastante peor. Fuera de Grecia los
juegos de Zappas no fueron tomados muy en serio e incluso fueron ridiculizados por los rabiosos defensores del
atletismo aristocrático como Mahaffy. Sobre los juegos de Zappas, véase DECKER, W., “Die Olympien des Evangelis
Zappas”, en W. Decker, G. Dolianitis & K. Lennartz (1996), págs. 41-59; DECKER, W. & KIVROGLU, A. (1997);
YANNAKIS, Th. (1992); YOUNG, D. (1984): 28 ss.

432
El mito del deporte griego antiguo

Compiten unos con otros, entablan –ésa es la meta–


una competición por la paz.

Cierto es que el proyecto de Coubertin iba dirigido sobre todo a la “elite natural”
(la aristocracia y la burguesía) de la cual deberían salir los dirigentes que levantaran
Francia, pero también es verdad que (compartiendo las ideas del “catolicismo social”
y a diferencia del antes citado Withney y otros influyentes miembros del comité olím-
pico) Coubertin no despreció a las clases trabajadoras y era su intención (los resulta-
dos prácticos ya son otra cosa) que se extendiera también entre los jóvenes de las
clases más humildes su “ideario olímpico”, para lo cual consideraba imprescindible
la creación de gimnasios públicos y gratuitos, tomando expresamente como punto de
referencia el modelo de la antigua Grecia18. E incluso, consciente de que su defensa
de un deporte estrictamente “amateur” y de que unos juegos sin premios en metálico
serían un grave obstáculo para la participación de los menos pudientes económica-
mente, Coubertin sugiere como remedio el patronazgo, el mecenazgo, una medida
por supuesto paternalista y muy en la línea del “catolicismo social” cuya estela sigue,
pero en todo caso un gran avance con respecto a quienes llamaban “sabandijas” a los
atletas de la clase social trabajadora19.
El asunto del “amateurismo” fue el problema central del antes mencionado Con-
greso Internacional de París de 1894, convocado “para estudiar el problema del
amateurismo y hacer un primer esfuerzo en el camino de la unificación de los regla-
mentos del deporte”, y en el cual se decidió la celebración de los primeros Juegos
Olímpicos modernos en 1896, en Atenas, donde únicamente podrían competir atletas
“no profesionales” y no habría premios en metálico20. Parece ser21 que el delegado
inglés llegó a proponer que se limitara la participación a las clases sociales altas. Tal
propuesta no prosperó, pero obviamente los cuantiosísimos gastos que conllevaba la
participación en una competición internacional en la cual no había esperanzas de
conseguir recompensas económicas impedirían la participación de los atletas que no
procedían de las clases económicamente fuertes, con la excepción quizá de los atletas
locales que no tuvieran que pagar gastos de alojamiento y manutención22 (y en este

18
Cf. MÜLLER, N. (1997): 301.
19
WIRKUS, B. (1989): 183, considera a Coubertin “un ejemplo trágico de discrepancia entre una cultura de
masas individual-elitista y una cultura de masas colectiva”.
20
De los diez puntos que comprendía el programa del Congreso, los siete primeros se referían a aspectos
relacionados con el “amateurismo”. Véase BUSCHMAN, J., “Der Olympische Gründungkongress Paris 1894”, en
W. Decker, G. Dolianitis & K. Lennartz (1996), págs. 102-105.
21
Tal cosa afirma YOUNG, D. (1984): 60-61.
22
De hecho, en los Juegos Olímpicos de Atenas de 1896, más de las dos terceras partes de los más de 300
atletas participantes eran griegos (todos hombres, por supuesto; sobre las opiniones de Coubertin a propósito del
deporte femenino, véase FRASS, M. [1997]). El equipo griego fue también el que más medallas consiguió, seguido
del estadounidense (formado sobre todo por jóvenes de familias ricas). La participación francesa fue escasa, y aún
más la inglesa, reducida a unos pocos atletas, de los cuales uno era un turista y dos empleados de la embajada. La
asistencia de espectadores fue elevada, llenándose un estadio con capacidad para 70.000 personas. Véase al respecto

433
FERNANDO GARCÍA ROMERO

aspecto se puede trazar un estrecho paralelismo con lo que probablemente ocurrió en


el deporte griego antiguo, como veremos).
Este ambiente en el que nace el movimiento olímpico moderno ha determinado
en buena medida su historia posterior. La hipócrita distinción (para la cual ya se ha
dicho que se toma como modelo históricamente prestigioso una imagen distorsionada
del atleta griego antiguo) entre el atleta supuestamente aficionado que puede partici-
par en los Juegos Olímpicos y el atleta profesional que tiene vedada su intervención
en ellos se ha mantenido hasta hace bien poco (recuérdese que los jugadores de la
NBA sólo fueron admitidos en los Juegos Olímpicos a partir de Barcelona 1992), y
ha afectado incluso a algunos de los más grandes atletas contemporáneos, que no
pudieron participar en algunas Olimpíadas o fueron despojados de sus medallas olím-
picas, acusados de “profesionalismo” (esto es, de haber cobrado por practicar el de-
porte); es por ejemplo el caso de James Thorpe (no por casualidad un piel roja norte-
americano de orígenes humildísimos) o del gran fondista finlandés Paavo Nurmi (hijo
de un carpintero y de una señora de la limpieza). Thorpe venció en el péntatlon y en
el décatlon de los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912, pero posteriormente fue
desposeído de sus medallas y su nombre borrado de la historia olímpica, podríamos
decir que “por un puñado de dólares”, ya que fue acusado de ser un deportista profe-
sional, y por ello indigno de competir en unos Juegos Olímpicos, por haber cobrado
60 dólares mensuales como jugador de béisbol. Evidentemente, los acérrimos defen-
sores del deporte amateur aristocrático, que a la sazón controlaban el deporte olímpi-
co, no podían ver con buenos ojos el triunfo de un grandísimo atleta de extracción
social muy humilde y que para colmo era piel roja. La rehabilitación de su nombre y
la devolución de su medalla olímpica le llegó tarde a Thorpe, en 1983, treinta años
después de su muerte23. En las acciones contre Thorpe intervino un atleta norteame-
ricano, Avery Brundage, que había finalizado el décatlon en el puesto decimosexto, y
que presidió el Comité Olímpico de Estados Unidos desde 1929 y el Comité Olímpi-
co Internacional entre 1952 y 1972, mostrándose siempre inflexible contra la partici-
pación de atletas profesionales (aunque para entonces quienes participaban en los
Juegos Olímpicos eran en buena parte profesionales, si no de nombre sí de hecho, y
ha sido la presidencia de Samaranch la que ha acabado con esa absurda distinción,
casi cien años después de los primeros Juegos Olímpicos modernos24). Pues bien,
Brundage fue también una de las “manos negras” que impidieron participar al gran
Paavo Nurmi en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1932 (Nurmi había obteni-
do ya nueve medallas de oro entre 1920 y 1928). Como han mostrado investigaciones
recientes25, en la descalificación de Nurmi acusado de profesionalismo, de cobrar por

LENNARTZ, K., “Die Olympischen Spiele 1896 in Athen”, en W. Decker, G. Dolianitis & K. Lennartz (1996), págs.
109-117; YOUNG, D. (1984): 60-61.
23
Véase YOUNG, D. (1984): págs. 82 ss.
24
Cf. LUCAS, J. (1988).
25
HAMILTON, U. (2002).

434
El mito del deporte griego antiguo

competir, fueron fundamentales los prejuicios de clase y también de nacionalidad


(era grande en el COI el poder de Suecia, entonces en malas relaciones con Finlandia
y sobre todo con las clases trabajadoras de este país). “I am told that is only among
the plebeian population that they are displeased with the disqualification of Nurmi”,
fue el comentario de Brundage a la sanción del atleta.
Así pues, esta distinción entre atleta profesional que compite por dinero y tiene
prohibida su participación en los Juegos Olímpicos y atleta aficionado que compite
por amor al arte y puede participar en ellos, escondió en realidad en un principio un
deseo de obstaculizar la presencia en los juegos de atletas de clases sociales bajas, y
desde luego es una falsificación moderna26 tomar como modelo, para mantener tal
distinción, a los atletas griegos antiguos y suponer la existencia de dos etapas tajante-
mente diferenciadas en la historia del deporte griego, una primera maravillosa y pura
en la que los nobles competían para demostrar sus cualidades, y otra decadente y
corrupta en la que los miembros de las clases sociales bajas competían en busca de
dinero y privilegios. En realidad, el deporte griego antiguo comenzó bastante pronto
a mover buenas cantidades de dinero e influencias de carácter social y político. Vea-
mos, en primer lugar, lo que ganaban los atletas antiguos con sus triunfos. Había, en
general, dos tipos de competiciones: los llamados “juegos de coronas” (ajgw'ne"
stefani'tai), que eran los cuatro más importantes y en los cuales los vencedores
recibían como premio una corona vegetal que simbolizaba su triunfo, y en segundo
lugar los juegos en los que los vencedores recibían premios de valor material, a me-
nudo elevado (ajgw'ne" crhmati'tai). Por poner un par de ejemplos significativos, en
los más importantes de éstos últimos, los Juegos Panatenaicos de Atenas, a mediados
del IV a.C. quien vencía en la carrera del estadio (que no era la prueba mejor dotada
económicamente) recibía como premio cien ánforas de aceite, cuyo montante econó-
mico venía a equivaler, como mínimo, al salario que recibía un trabajador especiali-
zado durante cuatro años27; y ya en época imperial, en una ciudad no identificada de
Asia Menor un vencedor olímpico recibió 30.000 dracmas sólo por participar en unos
juegos locales, en una época en la que un soldado romano recibía como mucho una
paga de 300 dracmas por año28.
Pero, ¿qué ocurría en el caso de los grandes Juegos Panhelénicos? En Olimpia,
como es sabido, los vencedores recibían como recompensa una corona de olivo, que
era de laurel en Delfos y de apio en los Juegos Ístmicos y Nemeos. Sin duda, como
ocurre en las modernas Olimpíadas (tampoco vamos a ser malpensados), el deseo de
triunfar, y no el dinero, era el primer incentivo de los atletas. No obstante, al igual que
actualmente cada país acostumbra a mostrar su agradecimiento, a menudo en metáli-
co, al atleta que ha dejado alto su pabellón nacional, y la cotización del propio depor-
tista aumenta considerablemente tras un comportamiento destacado en una competi-

26
Cf. FINLEY, M.I. & PLEKET, H.W. (1976): 71.
27
IG II2 2311. Un estudio pormenorizado de los datos puede verse en YOUNG, D. (1984): 115 ss.
28
Véase PLEKET, H.W. (1974): 53; FINLEY, M.I. & PLEKET, H.W. (1976): 70.

435
FERNANDO GARCÍA ROMERO

ción importante, también en la antigua Grecia numerosas ventajas se derivaban de un


triunfo en alguno de los grandes juegos29. En efecto, una larga serie de honores y
recompensas aguardaban al atleta vencedor en su patria30, fiel testimonio de la impor-
tancia que la comunidad otorgaba a los ciudadanos que la representaban en el terreno
deportivo, con los cuales se identificaba con un fervor de sobra conocido en el depor-
te moderno. Acostumbrados, en efecto, como estamos, a contemplar a menudo el
desbordante delirio con el que es recibido en su ciudad o país el equipo o el deportista
individual que alcanza un triunfo sobresaliente, no nos extrañará el espectacular reci-
bimiento que, según Diodoro (13.82.7), tuvo Exéneto de Acragante tras vencer en la
Olimpíada de 412 a.C. en la carrera del estadio: Habiendo vencido Exéneto de
Acragante, lo condujeron a la ciudad sobre un carro, y lo escoltaban, aparte de otras
cosas, 300 bigas de caballos blancos, todas pertenecientes a los propios acragantinos.
Un recibimiento como ése, sólo un general victorioso podía soñar con tenerlo.
Por otro lado, las ciudades asignaban elevadas recompensas económicas para
los vencedores en los grandes juegos. En la Atenas de la primera mitad del siglo VI
a.C., las leyes de Solón (cf. Plu. Sol. 23 y D.L. 1.55) ya preveían una suma de 500
dracmas para los atletas atenienses vencedores en Olimpia y 100 para quienes triun-
faran en los Juegos Ístmicos, sumas considerables si tenemos en cuenta que dos si-
glos más tarde, en época de Platón, un obrero especializado ganaba 1’5 dracmas
diarias31. Además, el erario público podía costear la erección de una estatua del atleta,
el cual disfrutaba también de otras ventajas, como la concesión de cargos públicos y,
sobre todo, de algunos privilegios que estaban reservados exclusivamente a un
reducidísimo número de personas, consideradas benefactoras de la comunidad: la
manutención gratuita de por vida a expensas de la ciudad, la proedría o derecho a
ocupar asiento de honor en los espectáculos públicos, y también la atelía o exención
de impuestos y otros privilegios32.
A partir de estos datos, especialmente Pleket33 ha demostrado que la distinción
moderna entre atleta profesional y atleta aficionado no puede aplicarse al mundo
griego si se adopta como criterio distintivo el competir por dinero u otras ganancias
materiales, y que en realidad los primeros atletas profesionales de la historia del de-
porte europeo (y quizá mundial) salieron de las filas de la aristocracia, con seguridad

29
Un análisis de conjunto puede encontrarse en BUHMANN, H. (1972). Véanse también los diversos trabajos
de PLEKET, H.W., así como YOUNG, D. (1984) y KYLE, D.G. (1987): 145 ss.
30
E incluso ya en el propio lugar de la competición: tenemos documentada desde Platón (R. X 621d) la cos-
tumbre de que el vencedor diera la vuelta de honor, entre las aclamaciones de un público que le lanzaba toda clase de
objetos, como a los toreros. Cf. GARCÍA ROMERO, F. (2001): 110-112; KEFALIDOU, E. (1999).
31
Cf. WEILER, I. (1983); KYLE, D.G. (1984) y (1987): 21-22. No todos los estudiosos aceptan la veracidad
de esta tradición (cf. DELORME, J. [1960]: 50 ss.). HÖNLE, A. (1972): 56-57 (cf. PLEKET, H.W. [1974]: 39-40)
sostiene que la regulación de los premios por parte de Solón tenía como objetivo integrar en la comunidad, mediante
un reconocimiento oficial como ése, a los nobles atenienses vencedores.
32
Véase ya XENOPH. frg. 2 West2; PL. Ap. 36 d-e, y, entre las fuentes epigráficas, el decreto del Pritaneo IG
I2 77.11-19, de ca. 430 a.C.
33
(1975): 54-71; cf. FINLEY, M.I. & PLEKET, H.W. (1976): 71.

436
El mito del deporte griego antiguo

ya en el siglo VI a.C., si entendemos por atleta profesional aquél que se dedica “a


tiempo completo” al entrenamiento y a la competición y recibe por ello recompensas
en metálico o en honores, aunque no dependa de ellas para ganarse el sustento34.
Como ha subrayado Pleket, el competir por dinero u honores (e incluso aprovechar
las victorias con fines políticos) no estaba socialmente mal visto en la antigua Gre-
cia35, no era un estigma social como para los defensores decimonónicos del “deporte
amateur”, y ya los aristocráticos guerreros homéricos compiten en el canto 23 de la
Ilíada por los valiosos premios que dona Aquiles36.
En este tema las investigaciones de los últimos treinta años han logrado prácti-
camente la unanimidad de los estudiosos. Mayor discrepancia ha suscitado un aspec-
to relacionado con lo que acabamos de exponer y que es uno de los temas más deba-
tidos en las últimas décadas entre los estudiosos del deporte griego antiguo37 : ¿cuán-
do y en qué medida las clases medias y bajas comenzaron a practicar sistemáticamente
el deporte y a competir en los festivales agonísticos? No podemos entrar a discutir el
problema con pormenor, de manera que nos limitaremos a los datos esenciales. La
idea tradicional, que bien representa Gardiner, es que la especialización de los depor-
tistas y su profesionalización provocó, a lo largo del siglo V a.C. y ya definitivamente
a partir del IV, la presencia de deportistas de clases bajas en los juegos atléticos, lo
cual conllevó la retirada de los nobles, que se refugiaron (como último reducto y por
razones obvias) en las pruebas hípicas, tal como hizo Alcibíades38.
Pleket (y sus ideas son compartidas en lo esencial por Bilinski, Bernardini y
Kyle) sostiene que hasta comienzos del siglo VI a.C., la práctica del deporte en Gre-
cia fue monopolio casi exclusivo de la aristocracia, la única clase social que disponía
del tiempo libre y las instalaciones necesarias para ello. Durante el siglo VI, la im-
plantación de los gimnasios públicos (dentro del marco de los cambios sociales y
políticos que experimentaron en ese período las poleis griegas) favoreció la paulatina
incorporación de otras clases sociales a la práctica del deporte, que se consideraba

34
PLEKET, H.W. (1974): 42 ss. y 70 n.71, cita como ejemplos de atletas claramente profesionales (en lo que
a dedicación completa se refiere) a Milón de Crotona, seis veces vencedor olímpico en la lucha entre 540 y 516
(MORETTI, L. [1957]: nos 115, 122, 126, 129, 133, 139; DECKER, W. [1995]: 131-133), y a Teógenes de Tasos
(MORETTI, L. [1957]: nos 201 y 215; PLEKET, H.W. [1992]: 149-150 y [1998]: 318-319; DECKER, W. [1995]:
133-136), a quien las fuentes antiguas atribuyen entre 1.200 y 1.400 victorias (26 en los grandes juegos) en la primera
mitad del siglo V a.C. y que permaneció como púgil imbatido durante 22 años. YOUNG, D. (1984): 152 ss., acepta el
carácter profesional de estos atletas, pero opina que su pertenencia a la nobleza no es ni mucho menos segura. En el
siglo VI a.C. está también documentada la existencia de entrenadores profesionales; cf. Ibid., págs. 148 ss., y
PATSANTÁRAS, N. (1994): 5-26, así como PLEKET, H.W. [1975]: 81 ss. y [2001]: 212.
35
Véase también HÖNLE, A. (1972) y KYLE, D.G. (1987): 155 ss.
36
Y no sólo compiten por premios, sino que no siempre se comportan con el “fair play” y el buen perder que
preconiza el olimpismo moderno; cf. O’NEAL, W.J. (1980); PLEKET, H.W. (1992); GARCÍA ROMERO, F. (1992):
25 ss.; KYLE, D.G. (1997): 59. En este sentido, SIEWERT, P. (1992) advierte de la presencia ya en inscripciones del
siglo VI a.C. de normas que pretenden asegurar que la competición olímpica se desarrolle con total limpieza. Para
estos aspectos en el mundo mítico, véase WEILER, I. (1974).
37
Véase BERNARDINI, P.A. (1988): XIII ss., que ofrece un excelente panorama general del problema; cf.
también KYLE, D.G. (1998) y GOLDEN, M. (1998): 141-175.
38
Cf. BILINSKI, B. (1960): 25 ss.; HARRIS, H.A. (1972): 39.

437
FERNANDO GARCÍA ROMERO

una útil preparación para la guerra (entre otros beneficios físicos, intelectuales y
morales que proporcionaba). Los atletas de las clases sociales más bajas pudieron
entonces comenzar a tener acceso también a una actividad que se consideraba carac-
terística del “way of life” aristocrático como era la práctica del deporte y la participa-
ción en las competiciones deportivas, aunque Pleket sostiene que la participación de
las clases bajas quedó limitada en principio a los juegos locales, y los grandes juegos
panhelénicos siguieron siendo coto casi exclusivo de la antigua nobleza y luego tam-
bién de los nuevos ricos, los únicos que podían permitirse los cuantiosísimos gastos
que conllevaban los entrenamientos, el viaje y la estancia por ejemplo en Olimpia,
donde los atletas debían permanecer desde un mes antes del comienzo de los jue-
gos39. Y, a diferencia de lo que sostenía Gardiner, Pleket argumenta que la documen-
tación epigráfica y literaria confirma sin duda ninguna que miembros de la aristocra-
cia y la burguesía siguieron compitiendo en juegos locales y panhelénicos a partir del
siglo IV a.C. (cuando el deporte se profesionaliza definitivamente) y no únicamente
en pruebas hípicas, sino también en carreras pedestres, péntatlon, lucha, boxeo y
pancracio, aunque evidentemente su presencia numérica fuera menor que en épocas
anteriores40.
Partiendo de los datos y argumentos de Pleket, Young llega aún más lejos, y
opina que desde muy pronto y en mayor medida atletas no nobles pudieron compe-
tir en los grandes juegos, incluidos los Juegos Olímpicos41, y aprovecharse de los
beneficios económicos y sociales que podía proporcionarles un triunfo. Young se
basa, en primer lugar, en el hecho de que nuestras fuentes nos hablan de atletas de
las épocas arcaica y clásica que no salieron de las filas de la nobleza, unas noticias
cuya veracidad han puesto en duda quienes no aceptan en todos sus aspectos sus
tesis42, los cuales han insistido también en el hecho de que el carácter excepcional
de estos testimonios confirmaría precisamente el carácter aristocrático y plutocrático
del deporte durante las épocas arcaica y clásica, mientras que Young prefiere enten-
derlos en el sentido de que nos aseguran que también los deportistas no nobles
podían aspirar a los triunfos deportivos. Incluso el primer vencedor olímpico cono-
cido (triunfador en los primeros juegos, en 776 a.C., en la única prueba existente
entonces, la carrera del estadio) fue, según Ateneo (IX, 382b), un mavgeiro", un
“cocinero” llamado Corebo de Élide, aunque hay quienes opinan, para asegurarle a
Corebo un status aristocrático, que no era un vulgar cocinero sino un “funcionario
sacerdotal encargado de preparar los sacrificios”, que puede también ser designado
con tal término, el cual Ateneo habría malinterpretado haciendo del noble Corebo
un vulgar pinche de cocina43. Por su parte, a un vendedor ambulante de pescado que

39
Cf. CROWTHER, N.B. (1991) y (1996).
40
Véase también GÖHLER, J. (1970).
41
Comparte tal opinión FISHER, N. (1998).
42
Cf. BERNARDINI, P.A. (1988): XVII-XVIII, citando a BILINSKI, B. (1960): 38 y 94-95 (cf. también ID.
[1990]: 157 ss.); PLEKET, H.W. (1992): 150; KYLE, D.G. en su reseña al libro de Young en Échos du Monde
Classique, 4 (1985): 134-144. Véase igualmente HARRIS, H.A. (1964): 37-38.

438
El mito del deporte griego antiguo

obtuvo un triunfo olímpico celebró quizá Simónides, en un epigrama de atribución


dudosa en el que hace decir, con su humorismo habitual, al anónimo atleta: “antes en
mis hombros soportando una áspera percha llevaba pescado desde Argos a Tegea”
(41 Page: provsqe me;n ajmf j w[moisin e[cwn tracei'an a[sillan ijcqu'" ejx [Argou"
ej" Tegevan e[feron); Aristóteles, que es quien nos trasmite el fragmento en Rh. I 7
(1365a 20-26), presenta la victoria olímpica del pescadero como un hecho excepcio-
nal44. A otro atleta cantado por Simónides, en un epinicio en este caso (frg. 4 PMG),
Glauco de Caristo (vencedor en el boxeo olímpico infantil en 520, y también triunfa-
dor dos veces en Delfos, ocho en los Juegos Ístmicos y otras tantas en Nemea), pre-
sentan algunas fuentes como rudo campesino que a puñetazos enderezaba la cuchilla
del arado o le ajustaba la reja, mientras que para otros se trataba de un noble terrate-
niente no menos bruto45 . Por su parte, en el sin duda muy honesto pero poco aristo-
crático oficio (a los ojos de un griego y seguramente de cualquier otro aristócrata
hasta nuestros días) de pastorear cabras y vacas ocupaban su tiempo respectivamente
Poliméstor de Mileto (vencedor en el estadio infantil de Olimpia en 596 a.C., y de
quien afirma Filóstrato, Gym. 13 y 43, que era más veloz que las liebres que cazaba46)
y Amesinas de la ciudad de Barke, en Libia, quien triunfó en la lucha olímpica en 460
a.C.47.
Suponiendo, pues, que miembros de las clases sociales inferiores hubieran teni-
do activa participación en las competiciones deportivas, ¿cómo podían hacer frente a
los cuantiosos gastos que exigían los viajes? Young sostiene que labrándose paulati-
namente una “carrera” deportiva a partir de los premios obtenidos en los juegos: un
joven atleta de familia humilde que conseguía vencer en una competición local, podía

43
Es sugerencia de BILINSKI, B. (1960) y (1990), aceptada por KYLE, D.G. (1997): 66; véase al respecto
también PLEKET, H.W. (1974): 36, y los testimonios que recoge MORETTI, L. (1957): nº 1. Téngase en cuenta que
la participación en los primeros juegos era muy local, y un ciudadano de Élide como Corebo no habría tenido que
sufragar gastos de alojamiento y manutención; recuérdese como paralelo que en las primeras olimpíadas modernas
fueron los griegos quienes participaron en mayor número y mayor cantidad de medallas cosecharon, y había atletas
de clases humildes, como el vencedor en el maratón, Spiridon Louis, que había sido pastor, panadero, albañil y
cartero.
44
Un estudio pormenorizado puede encontrarse en BILINSKI, B. (1990), que comparte la opinión de quienes
niegan sin dudas la autoría de Simónides; concretamente, Bilinski piensa que debemos datar el epigrama a mediados
del siglo IV a.C. (propone un triunfo del pescadero en el pancracio de los juegos correspondientes al año 352). Según
el testimonio tardío de Eustacio (in Odyss. 1761.25), era Aristófanes de Bizancio quien atribuía el epigrama a Simónides,
y estudiosos como Ebert (1980): 75, Kyle o Young aceptan tal atribución o al menos la posible datación en el siglo V;
por su parte MORETTI, L. (1957): nº 366, data entre interrogantes la victoria olímpica del anónimo atleta en 400 a.C.
La mayoría de los editores del texto (Bergk, Dihle, Page) suelen proponer un espectro cronológico amplio como
fecha para la composición, en los siglos V-IV a.C.
45
PHILOSTR., Gym. 20; PAUS., 6.10.1-3. Cf. JÜTHNER, J. (1909): 189; MORETTI, L. (1957): nº 134;
BILINSKI, B. (1990): 158-159; BARRIGÓN, C. (1994); la mayoría de los intérpretes suelen inclinarse, pienso que
con razón, por considerar que Glauco pertenecía a la nobleza de Eubea.
46
MORETTI, L. (1957): nº 79.
47
Ibid.: nº 261. Otro vaquero atleta aparece en el idilio cuarto de Teócrito. BILINSKI, B. (1990): 157-158,
añade a esta lista de vencedores olímpicos de origen humilde, con dudas, al famoso pancratiasta tesalio Polidamante
de Escotusa, insistiendo en que en todo caso se trataría ya de un atleta de finales del siglo V a.C.. Sobre Polidamante,
véase MORETTI, L. (1957): nº 348; DECKER, W. (1995): 138-140 y GARCÍA ROMERO, F. (2001): 68-69.

439
FERNANDO GARCÍA ROMERO

emplear el montante del premio para pagarse su intervención en unos juegos más
importantes y mejor dotados económicamente; si triunfaba también en ellos, estaría
en condiciones de pagarse un entrenador e iniciar así una carrera deportiva que le
podía permitir incluso participar en los grandes Juegos Panhelénicos. En consecuen-
cia, la participación de atletas no nobles o ricos en los grandes juegos sería difícil
pero no imposible, y estaría al alcance de los jóvenes de familias humildes que desta-
caran por sus excepcionales cualidades para el deporte48.
Se ha apuntado incluso la posibilidad de que atletas de talento pero sin recursos
económicos hubieran podido ser apoyados por el mecenazgo (“esponsorización” se
dice ahora en el argot deportivo) de ciudades o particulares49, pero lo cierto es que
ninguna noticia al respecto nos lleva a una época anterior al siglo IV a.C. El testimo-
nio más antiguo que sugiere la posibilidad de que las ciudades concedieran a los
atletas una ayuda económica previa a la competición (no una recompensa a posteriori)
es una inscripción de Éfeso de hacia el año 300 a.C.50, en la cual el entrenador Terapides
pide a la ciudad una contribución “para el entrenamiento y el viaje” (eij" th;n a[skhsin
kai; th;n ejkdhmivan) de un joven atleta que había vencido ya en la competición juvenil
de Nemea. Y en cuanto a los “sponsors” privados, contamos con algún testimonio a
partir de época helenística51, y de muy dudosa credibilidad es la noticia de que
Aristóteles fue el mecenas económico que hizo posibles los éxitos deportivos del
joven Filammón, vencedor olímpico en el boxeo en 360 a.C.52.
Young, en fin, concluye que la “democratización” del deporte, el acceso de las
clases menos pudientes a la práctica del deporte y sobre todo a la participación en los
Juegos Panhelénicos durante las épocas arcaica y clásica, fue mayor de lo que se
tiende a creer, y desde luego mucho mayor de lo que interesadamente sostenían los
defensores del deporte “amateur” aristocrático de finales del siglo XIX y comienzos
del XX. E incluso afirma Young53 que los estudiosos del deporte antiguo tienden a
considerar de origen noble a los atletas de época arcaica formando un círculo vicioso

48
FISHER, N. (1998): 93-94, comenta que, como demuestra Kyle, el elevadísimo número de participantes que
requerían todas las celebraciones deportivas del calendario ateniense (“miles mejor que centenares”) es imposible
que saliera de las elites sociales y económicas, y que es muy posible que hubiera ya “ojeadores” que recorrían
gimnasios y palestras en busca de jóvenes talentos para las competiciones intertribales.
49
JÜTHNER, J. & BREIN, F. (1965-68): I 91-92; FINLEY, M.I. & PLEKET, H.W. (1976): 72.
50
ROBERT, L. (1967). Cf. PLEKET, H.W. (1974): 50 ss., y (1975): 72; FINLEY, M.I. & PLEKET, H.W.
(1976): 91-92 y KYLE, D.G. (1987): 150.
51
Sobre el atleta Pirro, protegido por el influyente Zenón en el Egipto de la primera mitad del III a.C., véase
PLEKET, H.W. (2001): 187 y 211, y GARCÍA ROMERO, F. (1992): 154.
52
THEM., Or. 21.249. Véase MORETTI, L. (1957): nº 424; HARRIS, H.A. (1964): 37-38; KYLE, D.G.
(1987): 119. Muy dudosa es también una noticia tardía que parece sugerir que el antes citado corredor Poliméstor
pudo competir en Olimpia financiado por su patrón; cf. BILINSKI, B. (1990): 159.
53
(1984): 147 ss. (en págs. 156-157 comenta que los orígenes no nobles de algunos atletas como los antes
citados “are much better attested than Theogenes’ or Milo’s ‘aristocratic’ origin”). Por su parte, MUSTI, D. (1987)
comenta que no debemos hacer generalizaciones a partir del origen aristocrático de la mayoría de los deportistas
celebrados en los epinicios de Píndaro y Baquílides, ya que eran los más pudientes quienes podían permitirse el lujo
de pagar el poema conmemorativo, y ello no significaría entonces que todos los atletas fueran de origen noble.

440
El mito del deporte griego antiguo

(son nobles porque son atletas) sin que, en su opinión, haya datos objetivos que lo
corroboren de manera definitiva. Y creo que, en efecto, al menos algo de razón tiene
Young, si consideramos, por ejemplo, que Kyle afirma sin dudar que los atletas atenienses
de las épocas arcaica y clásica eran en su gran mayoría de origen noble, pero si exami-
namos los exhaustivos catálogos que nos ofrece, observamos que de los aproximada-
mente 45 atletas atenienses conocidos hasta el siglo IV a.C. que compitieron en pruebas
no ecuestres, de unos 30 (¡las dos terceras partes!) nada o casi nada sabemos y ningún
indicio nos sugiere (y mucho menos nos confirma) que fueran nobles54.

Para acabar, quisiera dedicar unas pocas palabras a otro rasgo que el deporte
moderno ha admirado y deseado compartir siempre con el deporte griego, pero a
causa, lamentablemente, de una interpretación exagerada de sus bondades. Me estoy
refiriendo a la llamada «tregua olímpica» o «tregua sagrada». Tradicionalmente se ha
venido creyendo que la instauración de una tregua desde el mes anterior a los juegos
hasta el mes posterior a ellos suponía la interrupción de los conflictos bélicos que
enfrentaban a las ciudades griegas durante este tiempo (durante la celebración de
todos los Juegos Olímpicos modernos escuchamos sistemáticamente en las ceremo-
nias de inauguración clamar por la adopción en nuestro mundo de una tregua así
entendida, de una paralización de las guerras durante el desarrollo de los juegos).
H.A. Harris55 ha apuntado, no sin ironía, que ello hubiera supuesto el fin de las gue-
rras en la antigua Grecia, ya que en los demás Juegos Panhelénicos se decretaba
también un armisticio semejante, y se celebraba al menos un gran festival cada año.
La «tregua sagrada» no pretendía, ni podía pretender, tal cosa. Se trataba sencilla-
mente, como ha demostrado definitivamente M. Lämmer56 con su exhaustivo estudio
de los testimonios antiguos, de lograr una especie de salvoconducto que asegurara la
inviolabilidad de los deportistas y de los espectadores durante su viaje hacia el lugar
en el que se celebraban los juegos y posteriormente cuando retornasen a sus ciudades
respectivas, a fin de que las guerras, constantes antes como ahora, no impidiesen la
celebración de los juegos. Sea como fuere, la proclamación de la tregua olímpica al
menos consiguió durante un milenio lo que las modernas Olimpíadas no han logrado
cuando su existencia apenas ha cumplido un siglo: que los juegos se celebren todos
los cuatrienios, independientemente de los conflictos políticos y militares en que los
hombres se hallen envueltos (los Juegos Olímpicos modernos han conocido ya dos
largas interrupciones, durante las dos Grandes Guerras, y varios boicots). La tregua
olímpica no supuso, obviamente, el fin de las guerras, pero para algo sí sirvió. La
irracionalidad del ser humano, también en la antigua Grecia, no daba para más.

54
Las listas de atletas pueden consultarse en KYLE, D.G. (1987): 195 ss. Significativos al respecto son los
comentarios que Kyle hace acerca del origen noble de Calipo en págs. 119-120 (cf. también pág. 117).
55
(1964): 155-156.
56
(1982-83); véase ya FINLEY, M.I. & PLEKET, H.W. (1976): 98 ss., así como los trabajos de HÖFER, A.
(1994); FERNÁNDEZ NIETO, F.J. (1995); PEIM, O. (2002) y SIMRI, U. & POLIDORO, J.R. (2002).

441
FERNANDO GARCÍA ROMERO

442
El mito del deporte griego antiguo

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445
Indice

INTRODUCClON Y AGRADECIMIENTOS

J. M" Candau, F. J. Gonalez P6nee y G. Cruz Andreotti 5

SECCION PRIMERA: MITO, HISTORIA Y GEOGRAFIA EN LA


LITERATURA GRECORROMANA

Cronicas, fundaeiones y el nacimiento de la Historiograjia Griega.


Jose M", Candau Moron, Franeiseo J. Gonzalez Ponee & Antonio L.
Chavez 13
From the mythieal to the historieal Paradigm: The Transformation of Mytli
in Herodotus.
Philip A. Stadter 31
Patriottismo e tradizioni mitiche. Le origini della storiografia locale in Grecia.
Eugenio Lanzillota 47
Myths on the Origins of Peopfes and the Birth of Universal History.
Guido Sehepens & Jan Bollansee 57
L'amalgame entre les Perses et les Troyens ehez fes grees de I 'epoque
classique: Usages politiques et diseours historiques. Dominique Lenfant 77
The Trojan War in Italy: Myth and Loeal Tradition.
Andrew Erskine 97
Homere er l'hellenisation de LaPaphLagonie.
Pierre Counillon 109
Libye chora hyperpontiaTradizioni epicorie e rielaborarioni mitografiche
di legittimarione e propaganda.
Gabriella Ottone 123
Sulle representazioni mitiehe della geographia greea.
Franeeseo Prontera 151
Dos heroes fundadores: las Vidas de Teseo y R6mulo de PLutareo.
Aurelio Perez Jirnenez 165

SEC ClON SEGUNDA: MITO E IDEOLOGIA EN LA IMAGEN DE


IBERIA

La Iberia legendaria. Tipologia de las leyendas sobre Iberia y paraLe-


lismos en Lamitologia greeorromana. Enrique Angel Ramos Jurado.............. 181
................................................................................................ OmO.LJ:tIIDO
L617 ......................................................... 3AV'1;) SV1UIV'1V d A SIDJ3W(lSIDI
L1717 ................................................................ osuojv InnA\ 0PUUW;:lt! ·uaJ]nLps "V
,{ S!.lVd Cl Uo:J snsdom» SVJOUsouniq» :vn8./Juy V!.lOJS.1Ha oiusmbutu q
............................................................... o.laUJoN vJ:J.lVD 0PUVU.lad ·soU.lapoUJ
so:J!dUJJlO sossn]: so/ ap uoposu: v/ ,{ onsnu» 08a!.l8 »uodsp /ap OJ!UJld
6017 ....................................
IU;)s!-ffiW uuniJul I;:l~quO ·sv:J!89JOpoJaUJ stnnnd s: sau
-o!xazJa.l svun8/v :vU.lapow v/ rund v!:Juanja.l OUJO:JV:J!SPl:J V.lnJV.lal!71Y]
68E ............................................................................................... UJ;:lpuug O;:l'!yS;:l:)
·VU.lapow vI ap vpU;J.laja.l ap otund OUJO:JV:J!SPl:J v.lnJV.laJ!7 1Y]
......................................................................................... uloS Z;:lAlllS3 ·V uenj
·V!paW PVP'3 vl ap stnounds» sv:J!u9.l:J sVf UJ bJuvds!H ap so:J!1JUJsauaiipo sO']
6ZE .................................................................................. Ull;:lno u!:1UlznO O!UOlUV
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FERNANDO GARCÍA ROMERO

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SERVICIO DE PUBLICACIONES
CENTRO DE EDICIONES DE LA DIPUTACION DE MALAGA
(CEDMA)

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